Desde 2008, no pasa una semana sin que un país anuncie un nuevo plan de austeridad draconiano. Baja de pensiones de jubilación, alza de impuestos y tasas, congelación de salarios… nada ni nadie puede esquivar los golpes. La clase obrera mundial está hundiéndose en la precariedad y la miseria. El capitalismo se ve sacudido por la peor crisis económica de su historia. El proceso actual, dejado a su propia lógica, conducirá inexorablemente al hundimiento de toda la sociedad capitalista. Eso es lo que demuestra ya desde hoy el callejón sin salida en el que está metido el capitalismo. Todas las medidas tomadas se revelan vanas y estériles. ¡Peor todavía: de forma inmediata, agravan la situación. La clase de los explotadores no tiene la menor solución perenne, ni a corto, ni a medio ni a largo plazo. La crisis no se quedó “parada” en su nivel de 2008, sino que sigue agravándose. Ante tal situación, la impotencia de la burguesía provoca hoy en su mismo seno tensiones, incluso desgarros. De económica, la crisis tiende a volverse también política.
Estos últimos meses, en Grecia, en Italia, en España, en EE.UU., los gobiernos se han vuelto cada vez más inestables o incapaces de imponer su política mientras que se incrementan las divisiones cada vez más importantes entre las diferentes fracciones de la burguesía nacional. Las diversas fracciones nacionales de la burguesía mundial también están a menudo divididas entre ellas sobre qué políticas anticrisis son necesarias. De ahí que las medidas que deberían haberse tomado hace meses, se tomen con retraso, como se ha visto en la zona euro con el “plan de salvaguardia de Grecia”. En cuanto a las actuales políticas anticrisis, como las que las han precedido, solo pueden reflejar la irracionalidad creciente del sistema capitalista. Desde ahora, la crisis económica y la política están dando, conjuntamente, aldabonazos a las puertas de la historia.
Sin embargo, esta gran crisis política de la burguesía no ha de alegrar a los explotados. Ante el peligro que representa la lucha de clases, el proletariado se enfrentará a una unidad férrea, la unión sagrada de la burguesía mundial. Por difícil que sea la tarea que le incumbe al proletariado, posee la fuerza capaz de destruir este mundo agonizante y de construir una nueva sociedad. Todos los explotados del mundo han de hacer suyo colectivamente ese objetivo mediante la generalización de sus luchas.
En 2008 y 2009, a pesar de la gravedad de la situación económica mundial, a la burguesía le dio un alivio en cuanto la situación pareció haber dejado de deteriorarse. Según ella, en efecto, la crisis sólo era pasajera. La clase dominante y sus especialistas serviles clamaban, en todos los idiomas y a todos los vientos, que dominaban la situación, que todo estaba “bajo control”. El mundo no se enfrentaba sino a un reajuste de la economía, una ligera purga para eliminar los excesos de los años precedentes. Pero a la realidad no le importan los discursos engañadores de la burguesía. El último trimestre del 2011 se bailó al ritmo de cumbres internacionales que todas eran, una tras otra, la “de la última oportunidad” para intentar salvar la zona euro del estallido. Los medios de comunicación, conscientes del peligro, no paran de hablar del tema, de “la crisis de la deuda”. Cada día, la prensa escrita y todas las televisiones dale que dale con sus análisis, tan contradictorios unos como otros. El pánico está presente en todos los discursos. Casi se olvidaría que la crisis sigue desarrollándose fuera de la zona euro: EE.UU., Gran Bretaña, China, etc. El capitalismo mundial encara un problema que no puede ni superar ni resolver. Este problema puede imaginarse como una muralla infranqueable: la “muralla de la deuda”.
Lo que hoy es fatal para el capitalismo es su deuda bruta. Es verdad que una deuda en un lugar del mundo corresponde a un crédito del mismo monto en otro lugar, de ahí que algunos afirmen que el endeudamiento mundial es nulo. Pero se trata de una pura ilusión, un malabarismo contable, un juego de escrituras en papel mojado. En el mundo real, todos los bancos, por ejemplo, están en situación de quiebra casi permanente. Y sin embargo su balance está “equilibrado”, como les gusta decir. ¿Pero qué valen realmente sus haberes de deuda griega, italiana, o los que corresponden a hipotecas inmobiliarias españolas o norteamericanas? La respuesta es clara y rotunda: ¡nada o poco más! Las arcas están vacías, lo único que hay en ellas son… deudas y más deudas.
Pero ¿por qué el capitalismo se enfrenta a semejante problema a principios del 2012? ¿De dónde viene esa marea de dinero prestado, totalmente desconectado de la riqueza real de la sociedad desde hace ya mucho tiempo? El manantial del que surge la deuda es el crédito. Son los préstamos otorgados por los bancos centrales o los bancos privados a los Estados y a todos los agentes económicos de la sociedad. Esos préstamos se vuelven trabas para el capital cuando ya no pueden ser reembolsados, cuando es necesario crear nuevas deudas para pagar los intereses de las antiguas deudas o para intentar reembolsar aunque sólo sea una parte.
Sea cual sea el organismo que emite moneda, bancos centrales o privados, es vital, desde el punto de vista del capital global, que se produzcan las suficientes mercancías vendidas con ganancias en el mercado mundial. Es la condición misma de la supervivencia del capital. Ya no es así desde hace más de cuarenta años. Para que se venda el conjunto de las mercancías producidas, se ha de pedir prestado tanto para pagar las mercancías en el mercado como para reembolsar las deudas contraídas y pagar los intereses existentes que con el tiempo se van acumulando. Y para ello no hay otra solución que la de contraer nuevas deudas. Llega entonces el momento en el que la deuda global de los particulares, bancos o Estados ya no puede ser pagada, y cada vez más a menudo ni siquiera el servicio de la deuda. Ha llegado entonces la hora de la crisis general de la deuda. Es el momento en el que el endeudamiento y la creación cada vez más importante de dinero ficticio por el capitalismo se vuelven un veneno que va contaminando mortalmente todo el organismo del capital.
El principio de este año 2012 ve la economía mundial volver a caer en recesión. Las mismas causas producen siempre los mismos efectos, pero más graves, más dramáticos. El sistema financiero casi se hundió a principios de 2008. Los nuevos créditos otorgados por los bancos a la economía se fueron haciendo cada vez más escasos y la economía acabó entrando en recesión. Desde entonces, los bancos centrales norteamericano, británico y japonés, entre otros, han inyectado millones de millones de dólares. El capitalismo ha podido de esta forma postergar los problemas y relanzar un mínimo la economía permitiendo también que no se hundan los bancos y los seguros. ¿Cómo ha procedido? La respuesta es hoy de sobras conocida. Los Estados se han superendeudado ante los bancos centrales y los mercados, tomando a su cargo una pequeña parte de las deudas de los bancos. Sin embargo, eso no ha servido para nada.
En este principio de 2012, el callejón sin salida en el que está metido el capital global queda ilustrado, entre otras cosas, en los 485 mil millones de euros que acaba de otorgar el BCE para salvar a los bancos de la zona de una quiebra inmediata. El BCE ha prestado dinero, por mediación de los bancos centrales de los países de la zona, a cambio de activos-basura. Activos que son partes de deudas de los Estados de dicha zona. Los bancos deben entonces a su vez comprar nuevas deudas de Estados para que éstos no se hundan. Cada uno sostiene al otro, cada uno compra la deuda del otro con dinero creado únicamente para eso. De modo que si uno tropieza, el otro también cae.
Igual que en el 2008, pero de forma todavía más drástica, el crédito ya no está dirigido hacia la economía real. Cada uno se resguarda y conserva o protege su dinero para intentar no despeñarse. En este principio de año, en la economía privada, las inversiones de las empresas son escasas. La población pauperizada se aprieta el cinturón. La depresión económica está de vuelta. La zona Euro, como EE.UU., están a un ritmo de crecimiento cercano a cero. El que EE.UU. a finales de 2011 haya conocido una ligera mejora con respecto al resto del año no modifica en nada esa tendencia general que, al cabo, acabará imponiéndose. A corto plazo, según el FMI, el crecimiento en ese país podría situarse en 2012 entre 1,8 y 2,4 %. Si todo va bien, una vez más; o sea en ausencia de un acontecimiento económico de gran envergadura, pero eso es hoy una apuesta que nadie se atrevería a hacer…
Los países emergentes como India o Brasil ven sus propias actividades reducirse rápidamente. La propia China, presentada desde el 2008 como la nueva locomotora de la economía mundial, va oficialmente cada día peor. Un artículo publicado en la página web de China Daily el 26 de diciembre afirma que dos provincias (una de ellas, Guangdong, sin duda una de las más ricas puesto que posee una parte muy importante del sector manufacturero para productos de gran consumo) han informado a Pekín que iban a retrasar el pago de los intereses de su deuda. O sea que la quiebra también amenaza a China.
El año 2012 se presenta como un período de contracción de la actividad mundial cuya amplitud nadie puede calcular. El crecimiento mundial se evalúa en torno al 3,5 % en el mejor de los casos. Durante el mes de diciembre, el FMI, la OCDE y todos los organismos de previsión económica han revisado a la baja sus cifras de crecimiento. Se impone entonces una constatación: unas inyecciones colosales de nuevos créditos han acabado erigiendo, en 2008, lo que se llama el muro de la deuda. Y, desde entonces, otras nuevas deudas lo único que han hecho es levantar todavía más esa muralla, con un impacto cada vez más limitado para relanzar la economía. Y, mientras tanto, el capitalismo se asoma cada vez más al borde del abismo: para 2011, el financiamiento de la deuda, o sea el dinero necesario para pagar las deudas que han llegado a vencimiento, alcanza 10 billones ([1]) de dólares. Está previsto para 2012 que esa partida alcance los 10 billones y eso cuando, al mismo tiempo, el ahorro mundial se calcula en 5.000 millones. ¿Dónde va poder encontrar esa financiación el capitalismo?
El fin de año de 2011 habrá visto aparecer en primer plano la crisis de la deuda en bancos y seguros, que ha venido a añadirse a las deudas soberanas de los Estados e imbricarse cada vez más con ellas. Es entonces legítimo preguntarse hoy ¿quién va hundirse primero? ¿Un gran banco privado y, por lo tanto, todo el sector bancario mundial? ¿Otro Estado como Italia o Francia? ¿China? ¿La zona Euro? ¿El dólar?
En el número anterior de la Revista Internacional, pusimos en evidencia la magnitud de los desacuerdos que habían surgido entre los principales países para encarar el problema de la financiación de la suspensión de pagos de ciertos países, constatadas (Grecia) o amenazantes (Italia, etc.), y las diferencias en la percepción del problema de la deuda mundial entre Europa y EE.UU. ([2]).
Desde 2008, como todas las políticas han llevado a callejones sin salida, han surgido desacuerdos en todas las burguesías nacionales sobre la deuda y el crecimiento, que han provocado crispaciones que se van transformando poco a poco en conflictos y enfrentamientos abiertos. Con la evolución inevitable de la crisis, ese “debate” solo está empezando.
Los hay que quieren intentar reducir el monto de la deuda mediante una austeridad presupuestaria brutal e implacable. Éstos solo tienen una consigna: recortar drásticamente en todos los gastos del Estado. Grecia es un modelo que muestra el camino a todos ellos. La economía real conoce una recesión del 5 %. Los comercios cierran, el país y la población se hunden en la ruina y la miseria. Y, sin embargo, esa política desastrosa se generaliza por casi todas partes: Portugal, España, Italia, Irlanda, Gran Bretaña, etc. La burguesía sigue ilusionándose, como esos médicos del siglo xvii que creían en las virtudes de la sangría para tratar a un enfermo anémico. La actividad económica no puede aguantar semejante medicación sin acabar falleciendo.
Otra parte de la burguesía quiere monetizar la deuda, o sea transformarla en emisión de moneda. Es lo que hacen por ejemplo las burguesías norteamericana y japonesa, hasta niveles desconocidos hasta ahora. Es también lo que hace a pequeña escala el Banco Central Europeo. Esta política tiene el mérito de darle un poco de tiempo al tiempo. Permite poder hacer frente a corto plazo a los vencimientos de la deuda. Permite frenar la rapidez del desarrollo de la recesión. Pero contiene un reverso catastrófico para el capitalismo, el de provocar a medio plazo el hundimiento global del valor de la moneda. Ahora bien, el capitalismo no puede funcionar sin moneda, como no puede vivir el hombre sin respirar. Añadirle deuda a la deuda cuando ésta, como en EE.UU., Gran Bretaña o Japón, ya no permite un relanzamiento duradero de la actividad conduce al fin y al cabo, y también en este caso, a un desmoronamiento de la economía.
Y, en fin, también los hay que desean combinar ambas soluciones. Quieren a la vez la austeridad, pero acompañada de un relanzamiento mediante la creación monetaria. El atolladero total en que está la burguesía no puede quedar mejor plasmado que en esa, digamos, orientación. Y sin embargo es la que aplica ya Gran Bretaña desde hace dos años y es la que reclama Monti, el nuevo jefe de gobierno italiano. Esa parte de la burguesía que, como él, está a favor de semejante política razona así: “Si hacemos esfuerzos para reducir drásticamente los gastos, los mercados retomarán confianza en la capacidad de los Estados para rembolsar. Entonces nos prestarán con tipos de interés razonables y podremos endeudarnos de nuevo.” Y vuelta a empezar. Esa parte de la burguesía todavía se cree que las cosas pueden volver hacia atrás, a la situación que prevalecía antes de 2007-2008.
Ninguna de esas alternativas es viable, ni a corto plazo siquiera. Todas llevan al capital hacia un callejón sin salida. Si la creación monetaria expansiva efectuada por los bancos centrales parece ser la vía que va a permitir un respiro, el final del camino es idéntico: el desmoronamiento histórico del capitalismo.
El atolladero económico del capitalismo engendra inevitablemente la tendencia histórica de la burguesía hacia su crisis política. Desde la pasada primavera, en pocos meses, hemos asistido a crisis políticas espectaculares sucesivamente en Portugal, EE.UU., Grecia e Italia. Más solapadamente, la misma crisis sigue avanzando encubierta, de momento, en otros países centrales como Alemania, Gran Bretaña y Francia.
A pesar de todas sus ilusiones, una parte creciente de la burguesía mundial empieza a entrever, aunque no sea totalmente, el estado catastrófico de su economía. Se empiezan a oír declaraciones cada día más alarmistas. Como respuesta a ese aumento de la inquietud, de la angustia y el pánico en la propia burguesía, también aumentan las certidumbres cada vez más rígidas en los diferentes sectores de la clase dominante, incluido el nivel nacional. Cada cual se aferra a lo que considera ser la mejor forma de defender el interés de la nación, según el sector económico o político al que pertenece. La clase dominante se enfrenta alrededor de esas opciones caducas que acabamos de ver. Cualquier orientación política propuesta por el equipo gubernamental provoca oposiciones violentas en los demás sectores de la burguesía.
En Italia, la pérdida total de credibilidad de Berlusconi para aplicar los planes de austeridad que iban supuestamente a reducir la deuda pública, ha permitido, bajo la presión de los mercados y con el garantía de los principales dirigentes de la zona Euro, echar al antiguo presidente del Consejo italiano. En Portugal, en España, en Grecia, más allá de las peculiaridades nacionales, son las mismas razones las que provocaron las salidas precipitadas de los equipos gubernamentales.
El ejemplo de Estados Unidos es históricamente el más significativo. Se trata de la potencia mundial más importante. En verano, la burguesía norteamericana anduvo a la greña sobre si aumentar o no los límites de la deuda. Ese aumento ya se ha hecho varias veces desde finales de los 60 sin que aparentemente provocara mayores problemas. ¿Por qué entonces la crisis ha tomado tanta amplitud que la economía norteamericana ha estado a dos dedos de una parálisis total? Es verdad que una fracción de la burguesía que está ganando un peso creciente en la vida política de la clase dominante norteamericana, el Tea Party, es una partida de desfasados e irresponsables incluso desde el punto de vista de la defensa de los intereses del capital nacional. Sin embargo, contrariamente a lo que han intentado hacernos creer, no es el Tea Party la causa primera de la parálisis de la administración central norteamericana, sino el enfrentamiento abierto entre demócratas y republicanos en el Senado y la Cámara de Representantes, cada uno pensando que la solución que proponía el otro era catastrófica, inadaptada y suicida para el país. De ahí ha salido un compromiso dudoso, frágil y muy probablemente de corta duración. Su prueba de fuego será cuando lleguen las próximas elecciones norteamericanas, dentro de unos meses. La continuación del debilitamiento económico de EE.UU. no podrá sino alimentar el desarrollo de la crisis política en ese país.
El punto cada vez más muerto en que están inmersas las políticas económicas actuales también se percibe en las exigencias contradictorias de los mercados financieros a los gobiernos. Esos famosos mercados también exigen a los gobiernos a la vez planes de rigor draconianos y más reactivación. Cuando pierden confianza en la capacidad de un Estado para rembolsar una parte significativa de su deuda, aumentan entonces rápidamente los tipos de interés de sus préstamos. Al cabo, el resultado es seguro: esos Estados ya no pueden seguir pidiendo préstamos a los mercados. Se vuelven totalmente dependientes de los bancos centrales. Después de Grecia, es lo que está ocurriendo actualmente en España e Italia. El callejón económico se va cerrando más todavía ante esos países y la crisis política saca de ello nuevas fuerzas.
La actitud de Cameron en la pasada cumbre de la Unión Europea, negándose a rubricar una disciplina presupuestaria y financiera para todos es otro tañido a muerto para esa Unión. La economía británica sobrevive efectivamente gracias a los beneficios de su sector financiero. El mero hecho de considerar un principio hipotético de control sobre ese sector es algo inconcebible para buena parte de los conservadores británicos. Esa toma de posición de Cameron ha provocado un enfrentamiento entre liberales demócratas y conservadores en el país, debilitando aun más la coalición en el poder. Como también provocó disensiones en Gales y Escocia sobre el tema de la pertenencia o no a la Unión Europea.
En fin, otro factor que favorece el desarrollo de la crisis política de la burguesía empieza a surgir en los debates. El callejón sin salida en el que está el capital hace resurgir un demonio olvidado, cerrado bajo llave desde hace mucho tiempo, que podemos calificar de neoproteccionismo. En EE.UU., en la zona Euro, gran parte de los conservadores y partidos populistas, tanto de izquierdas como de derechas, entonan el himno de la instalación de nuevas barreras aduaneras. Para esa parte de la burguesía, a la que se unen ciertos sectores demócratas o socialistas, se ha de reindustrializar el país, producir y consumir “nacional”. En ese terreno, China protesta ante las medidas de represalia ya tomadas por EE.UU. contra ella. Y, sin embargo, en Washington, las tensiones sobre el tema distan mucho de apaciguarse. El tan famoso Tea Party, pero también una parte significativa del partido conservador, lleva esas exigencias hasta la caricatura, hasta obligar a los demócratas y a Obama (como sobre el tema del límite de la deuda) a saltar al ruedo para calificar a esos sectores de la burguesía norteamericana de nostálgicos e irresponsables. Ese fenómeno apenas empieza. De momento, nadie es capaz de prever bajo qué forma y con qué velocidad se va a desarrollar. Pero lo que sí es cierto, es que eso tendrá un impacto importante sobre la coherencia de conjunto de la vida de la burguesía, sobre su capacidad para mantener partidos y equipos gubernamentales estables.
Se mire como se mire la crisis en la clase dominante, lo único que de ella se deduce es que va en una sola dirección, la de la inestabilidad creciente de los equipos dirigentes y gubernamentales, incluidos los de las principales potencias del planeta.
No le convendría al proletariado alegrarse demasiado por esa crisis política en la que entra la burguesía. Las divisiones, los desgarramientos en el seno de esa clase no son una garantía de éxito para él y su lucha. Todos los proletarios y las nuevas generaciones de explotados han de entender que, sea cual sea el nivel de crisis en el seno de la clase burguesa, sus trifulcas y demás guerras intestinas, siempre se presentará unida ante la amenaza de la lucha de la clase. Eso es la unión sagrada. Así ya fue durante la Comuna de París en 1871. Recordemos que las burguesías prusiana y francesa se estaban enfrentando en una guerra. Pero ante la insurrección de los Comuneros en París, todos esos explotadores se unieron el tiempo necesario para ahogar en sangre el primer gran levantamiento del proletariado de la historia. Todos los grandes movimientos de lucha del proletariado tuvieron que enfrentarse a esa unión sagrada. No habrá nunca excepción a esa regla.
El proletariado no puede apostar sobre las debilidades de la burguesía. Para vencer, no puede contar con las crisis políticas internas de la clase enemiga. La clase obrera solo puede contar con sus propias fuerzas, y sólo con ellas. Hace ahora algún tiempo que vemos esa fuerza nacer y manifestarse en varios países.
En China, país en el que se concentra hoy una parte importante de la clase obrera mundial –y particularmente la clase obrera industrial–, las luchas son prácticamente cotidianas. Se pude hablar en ese país de verdaderos estallidos de rabia que implican no solo a los asalariados sino también más en general a la población pobre y desheredada como el campesinado. Sueldos de miseria, condiciones de trabajo insoportables, represión feroz…, se multiplican los conflictos sociales particularmente en las fábricas cuya producción está afectada por la disminución de la demanda europea y norteamericana. Aquí en una fábrica de zapatos, allá en una empresa de Sichuan, o también en HIP, subcontratista de Apple, en Honda, en Tesco, etc. “Casi hay una huelga por día, resume Liu Kalming” (militante por el derecho laboral) ([3]). Aunque las luchas permanezcan todavía aisladas y carentes de perspectivas, demuestran que los obreros de Asia, como sus hermanos de clase en Occidente, no están dispuestos a aceptar sin reaccionar las consecuencias de la crisis económica del capital. En Egipto, tras las grandes manifestaciones de los meses de enero y febrero del 2011, el sentimiento de revuelta sigue presente entre la población. Corrupción generalizada, miseria total, punto muerto político y económico empujan a la calles y plazas a miles de personas. El gobierno, actualmente dirigido por los militares, responde por la metralla y la calumnia, represión tanto más facilitada debido a que contrariamente al año pasado la clase obrera no es capaz de movilizarse masivamente. Porque ése es el peligro para la burguesía:
“Podemos entender la preocupación del ejército ante la inseguridad y los disturbios sociales que se han desarrollado estos últimos meses. Existe el miedo al contagio de las huelgas a sus propias fábricas en las que sus empleados están privados de todo derecho social o sindical mientras que cualquier protesta es considerada como crimen de traición” (Ibrahim al Sahari, representante del Centro de Estudios Socialistas de El Cairo) ([4]).
Ahí está claramente dicho: el temor de la burguesía es que el movimiento obrero se desarrolle en su propio terreno de lucha. En ese país, las ilusiones democráticas son muy fuertes tras tantos años de dictadura, pero ahí está la crisis económica que aprieta su tenaza. La burguesía egipcia, sea cual sea la fracción que esté en el gobierno tras las elecciones, no podrá impedir que vaya deteriorándose la situación como tampoco que vaya creciendo la impopularidad del gobierno. Todas esas luchas obreras y sociales, a pesar de sus debilidades y sus límites, expresan el inicio de un rechazo, por parte de la clase obrera y de una parte creciente de la población explotada, del destino que les reserva el capitalismo.
Los obreros de los países centrales del capitalismo tampoco se han quedado pasivos estos pasados meses. El 30 de noviembre en Gran Bretaña, dos millones de personas se concentraron en la calle en repulsa por la degradación de sus condiciones de vida. Esa huelga ha sido la más masiva desde hace décadas en esas tierras en donde la clase obrera (la más combativa de Europa durante los 70) fue aplastada bajo la bota de acero del thatcherismo en los años 80. Por eso, ver a dos millones de manifestantes por las calles británicas, aunque fuera con ocasión de una jornada sindical estéril y sin mañana, es muy significativo del retorno de la combatividad obrera a escala internacional. El movimiento de los Indignados, en particular en España, nos ha mostrado de forma embrionaria de lo que es capaz de hacer la clase obrera. Las premisas de su fuerza han surgido claramente: asambleas generales abiertas a todos, debates libres y fraternos, control de la lucha por el movimiento mismo, solidaridad y confianza en sí (véase nuestro dossier sobre el movimiento de los Indignados en nuestra página web) ([5]). La capacidad que tendrá la clase obrera para organizarse como fuerza autónoma, como cuerpo colectivo unido, será un reto vital ante el desarrollo de las futuras luchas masivas del proletariado. Los obreros de los países centrales del capitalismo, mejor situados para contrarrestar las mistificaciones democráticas y sindicales por estar confrontados a ellas desde hace muchos años, demostrarán entonces al proletariado mundial que es a la vez posible y necesario.
El capitalismo mundial está desmoronándose económicamente, la clase burguesa está sacudida por crisis políticas a repetición. Este sistema muestra cada día más que ya no es viable.
Contar únicamente con nuestras propias fuerzas, también es saber lo que nos falta. Por todas partes empieza a nacer un movimiento de resistencia frente a los ataques del capitalismo. En España, en Grecia, en EE.UU., aparecen críticas expresadas por las fracciones proletarias de los movimientos de impugnación contra este sistema económico podrido. También vemos surgir un esbozo de rechazo del capitalismo. Pero es entonces cuando el problema fundamental que más preocupa a la clase obrera empieza a llegarle a su conciencia: destruir este mundo es una necesidad que se puede entender, pero para sustituirlo ¿por qué otro mundo? Necesitamos una sociedad sin explotación, sin miseria y sin guerras. Una sociedad en la que la humanidad esté por fin unida a escala mundial y ya no dividida en naciones, en clases, ni tampoco clasificada por razas o religiones. Una sociedad en la que cada cual beneficiará de todo lo que necesita para realizarse plenamente. Ese otro mundo, que ha de ser el objetivo de la lucha de la clase obrera cuando ésta emprenda la destrucción del capitalismo, es posible; le incumbe a la clase obrera (activos, desempleados, funcionarios, futuros proletarios todavía escolarizados, que trabajen detrás de una maquina o de una computadora, peones, técnicos y científicos, etc.) tomar a su cargo la transformación revolucionaria que conduce a esa sociedad y que se llama el comunismo, ¡que no tiene, evidentemente, nada que ver con el horripilante monstruo estalinista que usurpó su nombre! No se trata para nada de un sueño o de una utopía. Para existir y desarrollarse, el capitalismo ha desarrollado también los medios técnicos, científicos y de producción que permitirán existir a la sociedad humana mundial y unificada. Por primera vez de su historia, la sociedad podrá salirse del reino de la penuria para crear el de la abundancia y del respeto de la vida. Las luchas que van desarrollándose actualmente por el mundo, aún siendo todavía muy embrionarias, han empezado bajo los golpes de la crisis de este mundo en quiebra a reapropiarse ese objetivo que alcanzar. La clase obrera mundial contiene en sí misma las capacidades históricas de realizarlo.
Tino (10 de enero del 2012)
[1]) Recordemos que un billón, en lengua española, es un millón de millones (1+12 ceros). No confundir con el inglés “billion” que son mil millones, equivalente al “milliard” francés (1+9 ceros).
[2]) “La catástrofe económica mundial es inevitable”, https://es.internationalism.org/rint147-editorial [2].
[3]) En el periódico francés Cette semaine.
[4]) Citado en Révolution internationale no 428, órgano de la CCI en Francia, "En Egypte et dans le Maghreb, quel avenir pour les luttes ? [3]" (“En Egipto y en el Magreb, qué porvenir para las luchas”).
Publicamos aquí una contribución de un grupo político del campo proletario, OPOP ([1]), sobre el Estado en el periodo de transición y sus relaciones con la organización de la clase obrera durante ese periodo. Aunque este tema no sea de una “actualidad inmediata”, desarrollar la teoría que permitirá al proletariado llevar a cabo su revolución es una de las responsabilidades fundamentales de las organizaciones revolucionarias. Por eso saludamos el empeño de OPOP por clarificar una cuestión que será de la mayor importancia para la revolución futura, si triunfa, de modo a poder extender a escala mundial la transformación de la sociedad legada por el capitalismo hacia una sociedad sin clases y sin explotación.
La experiencia de la clase obrera ya ha aportado su contribución a la clarificación práctica y a la elaboración teórica de esta cuestión. La breve existencia de la Comuna de París, en la que el proletariado tomó el poder durante dos meses, clarificó sobre la necesidad de destruir el Estado burgués (y no de conquistarlo como lo pensaban los revolucionarios hasta entonces) y de la revocabilidad permanente de los delegados elegidos por los proletarios. La Revolución Rusa de 1905 hizo surgir los órganos específicos, los consejos obreros, órganos de poder de la clase obrera. Tras el estallido de la Revolución Rusa en 1917, Lenin condensó en su obra El Estado y la Revolución las adquisiciones del movimiento proletario sobre este tema en aquel entonces. Es de esa idea resumida por Lenin en el concepto de Estado proletario, el Estado de los Consejos, de la que se reivindica el texto de OPOP que aquí publicamos.
Según OPOP, el fracaso de la Revolución Rusa (debido a su aislamiento internacional) no permite sacar nuevas lecciones sobre la idea de Lenin. Y sobre esa base, OPOP rechaza la concepción de la CCI que cuestiona la noción de “Estado proletario”. A lo largo de su crítica, la contribución de OPOP pone cuidado en delimitar los desacuerdos entre nuestras organizaciones, lo que saludamos, poniendo en evidencia que tenemos en común la concepción según la cual “los consejos obreros han de poseer un poder ilimitado (…) y ser el alma de la dictadura revolucionaria del proletariado”.
El punto de vista de la CCI sobre la cuestión del Estado no es sino la prolongación de la reflexión teórica llevada a cabo por las fracciones de izquierda (italiana en particular) surgidas contra la degeneración de los partidos de la Internacional Comunista. Aunque es totalmente cierto afirmar que la causa fundamental de la degeneración de la Revolución Rusa fue su aislamiento internacional, esa experiencia, sin embargo, también puede aportar lecciones sobre el papel del Estado, permitiendo de ese modo enriquecer la base teórica constituida por El Estado y la Revolución. Contrariamente a la Comuna de Paris, que fue claramente vencida por la represión implacable de la burguesía, la contrarrevolución en Rusia (al no haber sido posible la extensión de la revolución) surgió, por decirlo así, “desde dentro”, desde la degeneración del propio Estado. ¿Cómo entender ese fenómeno? ¿Cómo y por qué la contrarrevolución pudo tomar esa forma? Nuestra crítica a la posición del “Estado proletario” defendida en la obra de Lenin, así como a ciertas formulaciones de Marx y Engels que van en el mismo sentido, se basa precisamente en los aportes teóricos elaborados a partir de esa experiencia.
Evidentemente, y al contrario de los aportes “positivos” de la Comuna, las lecciones que sacamos del papel del Estado son “negativas” y, en ese sentido, se trata de una cuestión abierta, que no ha sido zanjada por la historia. Pero como ya dijimos más arriba, la responsabilidad de los revolucionarios es preparar el futuro. Publicaremos, en un próximo numero de la Revista Internacional, una respuesta a las tesis desarrolladas por OPOP. Podemos evocar aquí, de forma muy resumida, las ideas esenciales que se desarrollarán en dicha respuesta ([2]):
– es impropio hablar del Estado como si fuera el producto de una clase en particular. Como Engels lo puso de relieve, el Estado es el producto del conjunto de la sociedad dividida en clases antagónicas. Y al identificarse obligatoriamente con las relaciones de producción dominantes (y por lo tanto con la clase que las encarna), su función es la de preservar el orden económico establecido;
– tras la victoria de la revolución, persisten clases sociales diferentes, aún después de la derrota de la burguesía a nivel internacional;
– si la revolución proletaria es el acto por el cual la clase obrera se constituye en clase políticamente dominante, no por ello se convierte en clase económicamente dominante. Sigue siendo, hasta la integración del conjunto de los miembros de la sociedad en el trabajo asociado, la clase explotada de la sociedad y la única en ser revolucionaria, o sea portadora del proyecto comunista. Por ello, ha de mantener en permanencia su autonomía para defender sus intereses inmediatos de clase explotada y su proyecto histórico de sociedad comunista.
CCI
Las izquierdas llevan mucho retraso en la discusión tan urgente sobre cuestiones de estrategia, táctica, organización y, también, de la transición (al comunismo). Entre los diferentes temas que necesitan respuestas, uno muy evidente es la importancia de entablar un debate de forma más sistemática acerca del Estado. Sobre esto, algunas fuerzas de izquierda tienen un concepto diferente al nuestro, esencialmente en lo que se refiere a los consejos, estructuras genuinas de la clase obrera, que surgen como órganos de un pre-Estado-Comuna y, por extensión, del Estado-Comuna propiamente dicho. Para esas organizaciones, el Estado es una cosa y los consejos, otra, totalmente diferente. Para nosotros, los consejos son las formas mediante las cuales la clase obrera se constituye, en el plano organizativo, en Estado como dictadura del proletariado, puesto que Estado significa poder instituido por una clase sobre otra.
La idea marxista de Estado proletario contiene, en el corto plazo, la idea de la necesidad de un instrumento de dominación de clase, aunque, a medio plazo, expresa la necesidad del fin del propio Estado. Lo que se propone y que deberá prevalecer en el comunismo, la sociedad sin clases, es que no será necesaria la opresión de ningún hombre o mujer, no existirá ningún segmento social diferente en lucha entre polos contrarios, como es el caso hoy a causa de la apropiación privada de los medios de producción y de la separación entre los productores directos y los propios medios –y condiciones– de trabajo y, por lo tanto, de producción.
La sociedad, que será entonces altamente evolucionada, pasará a una etapa de autogobierno y administración de las cosas, donde no se necesitará de ninguna organización transitoria hasta entonces conocida desde que existe el homo sapiens, con excepción de la forma consejo, que es la forma de Estado más evolucionada (su carácter simplificado, su dinámica de autoextinción deliberada y consciente y su fuerza social, no son sino manifestaciones de su superioridad sobre todas las demás formas preexistentes de Estado) que la clase obrera utilizará para transitar de la primera fase del comunismo (el socialismo) a una fase superior de la sociedad sin clases. Pero, para alcanzar ese estadio, la clase obrera deberá, mucho antes, construir su mecanismo de transición, los consejos, a escala planetaria.
Les incumbe entonces a las organizaciones marxistas, no el control del Estado, menos todavía desde fuera hacia adentro, sino la lucha permanente, en el seno del propio Estado-Comuna, para que el Estado obrero extienda su lucha revolucionaria, construido por la clase obrera y el conjunto del proletariado por medio de los consejos. Los consejos, por su parte, sí deberán efectivamente asumir la lucha por el nuevo Estado, mediante la comprensión de que son ellos mismos quienes constituyen el propio Estado, no sin razón llamado por Lenin el Estado-Comuna.
El Estado de los Consejos es revolucionario tanto en su forma como en su contenido. Difiere, por esencia, del Estado burgués de la sociedad capitalista, así como del de las demás sociedades que lo precedieron. El Estado de los Consejos existe en función del establecimiento de la clase obrera como clase dominante, tal como lo plantea El Manifiesto del Partido Comunista de 1848, elaborado por Marx y Engels. Por eso, las funciones que le incumben difieren radicalmente de las del Estado burgués capitalista, en la medida en que se produce un cambio, una transformación cuantitativa y cualitativa, en el mismo momento de la ruptura entre el antiguo poder estatal y la nueva forma de organización social: el Estado de los Consejos.
El Estado de los Consejos es, al mismo tiempo y dialécticamente, la negación política y social del orden anteriormente establecido; por eso es, también dialécticamente, la afirmación y la negación de la forma Estado: negación en el sentido de que emprende su propia extinción y al mismo tiempo la de toda forma de Estado; afirmación de la potenciación extrema de su fuerza, condición de su propia negación –en la medida en que un Estado posrevolucionario débil sería incapaz de resolver su propia existencia ambigua: llevar a cabo la tarea de represión sobre la burguesía como premisa de su paso decisivo, el acta de su defunción. Mientras que en el Estado burgués, la relación entre dictadura y democracia se realiza a través de una relación combinada de unidad contradictoria dialéctica en la cual la gran mayoría está sometida por medio de la dominación política y militar de la burguesía, en el Estado de los Consejos, en cambio, esos polos están invertidos, y el proletariado, que tenía antes una participación política nula, debido al proceso de manipulación y exclusión de las decisiones al que está sometido, pasa a desempeñar el papel dominante en el proceso de lucha de clases. Establece entonces la más amplia democracia política conocida de la historia, la cual estará, evidentemente, asociada al establecimiento de la dictadura de la mayoría explotada sobre una minoría despojada y expropiada, la cual lo hará todo por organizar el movimiento de la contrarrevolución.
Es así como el Estado de los Consejos, la máxima expresión de la dictadura del proletariado, que utiliza este poder, no sólo para garantizar la más amplia democracia para los trabajadores en general y la clase obrera en particular, sino, ante todo, para reprimir de forma organizada, al extremo, las fuerzas de la contrarrevolución.
El Estado de los Consejos condensa en él, como queda dicho, la unidad entre el contenido y la forma. En el período de situación revolucionaria, mientras que los bolcheviques organizaban la insurrección en Rusia en octubre de 1917, esa cuestión quedó más clara. En aquel momento, era imposible hacer una distinción entre el proyecto de poder por la clase obrera, el socialismo, el contenido y la forma de organización, el nuevo tipo de Estado que se quería construir basado en los soviets. Socialismo, poder obrero y soviets eran lo mismo, de modo que no se podía hablar de uno sin comprender que se hablaba automáticamente del otro. No es pues por el hecho de haber construido posteriormente una organización estatal cada vez más alejada de la clase obrera en Rusia por lo que debemos dejar de lado la tentativa revolucionaria de establecer el Estado de los Consejos.
Los soviets (consejos) en la URSS, mediante todos los mecanismos y los elementos heredados de la burocracia, fueron privados de su contenido revolucionario para acabar siendo órganos institucionalizados en los moldes de un Estado burgués. Pero, no por eso debemos dejar de lado la tentativa de construir un Estado de un tipo nuevo, cuya estructura básica de funcionamiento se ajuste necesariamente a todo lo que la clase obrera creó en su proceso histórico de lucha. O sea una forma de organización que necesitaría solamente ser perfeccionada en ciertos aspectos para realizar una transición más eficaz. Pero, básicamente, desde la Comuna de París de 1871, se trata de ensayos generales con sus intentos y sus errores para construir el Estado-Consejo.
Hoy, la tarea de establecer los consejos como forma de organización estatal se sitúa en la perspectiva, no de un sólo país, sino a escala internacional, siendo ese el principal desafío de la clase obrera. Por consiguiente, nos proponemos a través de este breve ensayo, realizar una tentativa para comprender lo que es el Estado de los Consejos, o, dicho de otra forma, una elaboración teórica sobre una cuestión que la clase obrera ya puso en práctica, a través de su experiencia histórica en la confrontación contra las fuerzas del capital. Pasemos al análisis.
Para evitar repeticiones y redundancias, consideramos como premisa en este texto, que asumimos al pie de la letra todas las definiciones teóricas y políticas de principio que definen el cuerpo doctrinario de El Estado y la Revolución de Lenin. Además, advertimos al lector que recordaremos las premisas leninistas sólo en la medida que sean indispensables para la fundamentación necesaria de algunos postulados que una oportuna actualización de este tema requiere con urgencia; y que, además, lo haremos sólo en la medida en que fueran necesarias para clarificar y fundamentar el intento teórico-político que nos preocupa, a saber: el de las relaciones entre el sistema de los consejos y el Estado proletario (= dictadura del proletariado) con su forma previa, el pre-Estado.
Desde otro punto de vista, la obra de Lenin mencionada anteriormente, se revela igualmente útil e irremplazable, porque incluye la visión de conjunto más completa de los escritos de Marx y Engels relativos al Estado de la fase de transición – de tal manera que disponemos de abundantes referencias a las posiciones más avanzadas y autorizadas, de toda la literatura política producida sobre El Estado y la Revolución.
Comentando a Engels, Lenin hace, en dos pasajes de su texto, las afirmaciones siguientes: “El Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. (...) Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases” y (…) el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, el Estado es un organismo de dominación de clase, un organismo de opresión de una clase por otra” ([3]) (subrayado por el autor).
Conciliación y dominación, dos conceptos muy precisos en la doctrina del Estado de Marx, Engels y Lenin. Conciliación significa negación de toda contradicción entre los términos de una relación dada, y, en la esfera social, en ausencia de contradicciones en la constitución ontológica de las clases sociales fundamentales de un sistema social cualquiera, hablar de Estado no tiene sentido –como históricamente ha sido probado: en las sociedades primitivas no existe Estado, simplemente porque no existen clases sociales, ni explotación, opresión y dominación de una clase sobre otra. Por otra parte, cuando se habla de la misma constitución ontológica de las clases sociales, dominación es una noción que excluye esta otra, hegemonía, habida cuenta de que hegemonía supone compartir, aunque sea en desigualdad, posiciones en un mismo contexto estructural. De lo cual resulta que, en el dominio de la sociedad burguesa, que se extiende hasta la revolución, en cuyos contextos la burguesía y el proletariado están situados y se pelean a partir de posiciones diametralmente antagónicas, no tiene sentido hablar de la hegemonía de la burguesía sobre el proletariado, mientras que sí tiene sentido hablar de hegemonía entre fracciones de la burguesía que comparten el mismo poder del Estado y de hegemonía del proletariado sobre las clases con las cuales comparte el objetivo común de la toma del poder por la vía del derrocamiento del enemigo estratégico común ([4]).
En otro pasaje, citando a Engels, Lenin habla de la fuerza pública, ese pilar característico del Estado burgués (el otro es la burocracia) constituido por todo un aparato militar represivo y especializado, que está separado de la sociedad y por encima de ella y “(…) que ya no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como fuerza armada” ([5]). Resaltar este componente básico del orden burgués tiene aquí un objetivo claro: mostrar cómo, en cambio, es también ineludible la constitución de una fuerza armada del proletariado, mucho más fuerte y consistente, para reprimir con la mayor determinación al enemigo de clase derrotado, pero no abatido, la burguesía. ¿En qué instancia de la dictadura del proletariado debe estar esa fuerza represiva? Eso se va a tratar en un capítulo específico de este texto.
El otro pilar en el cual reposa el poder burgués es la burocracia, compuesta de funcionarios del Estado que gozan de privilegios acumulativos, entre los cuales, honorarios diferenciados, cargos vitalicios, acumulando todas las ventajas debidas a una corrupción larga y recurrente. De la misma manera que las milicias populares redoblan sus fuerzas al simplificar sus estructuras, también aumenta la eficacia de las tareas ejecutivas, legislativas y judiciales al hacer lo mismo y por la misma razón: las tareas ejecutivas, las de los tribunales y las funciones legislativas ganan fuerza al ser directamente asumidas por los trabajadores en condiciones de revocabilidad de sus cargos para así atajar, desde el principio, la tendencia al resurgimiento de castas, mal que padecen todas las sociedades que fueron gestadas por las revoluciones “socialistas” durante todo el siglo xx.
Burocracia y fuerza pública profesional, las dos columnas en las que se basa el poder político de la burguesía; los dos pilares cuyas funciones deberán ser sustituidas por los propios obreros en estructuras simplificadas, a la vez que van realizando su propia extinción, y, sin embargo, mucho más eficaces y más fuertes; simplificación y fuerza que se oponen y se atraen entre sí, en un movimiento que acompaña todo el proceso de transición hasta que no quede ningún rastro de la última sociedad de clase. El problema que ahora se nos plantea es: ¿cuál es la instancia que, para Marx, Engels y Lenin, debe asumir la dictadura del proletariado?
Nuestro trío no deja duda alguna al respecto: “(…) El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible las fuerzas” ([6]).
O sea, Estado proletario (sic) = “proletariado organizado en clase dominante”. El Estado, es decir, el proletariado organizado en clase dominante (sic). Hasta aquí, la trayectoria del razonamiento de Lenin, Engels y Marx es la siguiente: el proletariado derriba el poder de la burguesía por la revolución; al derribar la máquina estatal burguesa, destruirá la máquina de Estado en cuestión para, acto seguido, erigir su Estado, simplificado y en vías de extinción, el cual, más fuerte –porque está dirigido por la clase revolucionaria–, asume dos tipos generales de tareas: reprimir a la burguesía y construir el socialismo (como fase de transición al comunismo).
¿Pero de dónde saca Marx esa convicción que la dictadura del proletariado es el Estado proletario? ¡De la Comuna de París… sencillamente! En efecto, “(…) La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de París. Eran responsables y podían ser revocados en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera” ([7]).
La cuestión va mucho más lejos: los miembros del Estado proletario (sic), Estado-Comuna, son elegidos en los consejos de barrios, lo que no significa que no existan consejos de obreros que se pongan a la cabeza de aquéllos, como en Rusia con los soviets. La cuestión de la hegemonía de la dirección obrera está garantizada por la existencia de una mayoría de obreros en esos consejos, y, obviamente, por la acción dirigente que el partido debe ejercer en tales instancias.
Falta sólo un ingrediente para articular la posición del Estado proletario, Estado-Consejo, Estado-Comuna, Estado socialista o dictadura del proletariado: el método de toma de decisiones –y es ahí dónde se formula y se comprende este principio universal que muchos marxistas no llegan a comprender. Se trata del centralismo democrático: “(…) Pero Engels no concibe en modo alguno el centralismo democrático en el sentido burocrático con que emplean este concepto los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, incluyendo entre éstos a los anarquistas. Para Engels, el centralismo no excluye, ni mucho menos, esa amplia autonomía local que, en la defensa voluntaria de la unidad del Estado por las “comunas” y las regiones, elimina en absoluto todo burocratismo y toda manía de “ordenar” desde arriba” ([8]).
Se observa también que el término y el concepto de centralismo democrático no es creación del estalinismo, como algunos pretenden –que intentan desnaturalizar ese método esencialmente proletario– sino del propio Engels, y por consiguiente, no puede aplicársele la connotación peyorativa propia del centralismo burocrático utilizado por la nueva burguesía de Estado en la URSS.
La separación antinómica entre el sistema de consejos y el Estado posrevolucionario es un error por más de un motivo. Uno de ellos reside en una posición que se aleja del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y que refleja cierta influencia de la ideología anarquista sobre el Estado. Separar Estado proletario de sistema de consejos es lo mismo que romper la unidad que debe existir y persistir en el ámbito de la dictadura del proletariado. Tal separación pone de un lado al Estado como una estructura administrativa compleja, que debe ser gestionada por un cuerpo de funcionarios –un absurdo en la concepción de Estado simplificado de Marx, Engels y Lenin– y de otro, una estructura política, en el ámbito de los consejos, que debe ejercer presión sobre la primera (el Estado como tal). Esa concepción, que es el resultado de una adaptación a una visión influida por el anarquismo que identifica el Estado-Comuna con el Estado burocrático (burgués) que surgió de las ambigüedades de la Revolución Rusa, pone al proletariado fuera del Estado posrevolucionario, creando, ahí sí, una dicotomía que es ya por sí sola el germen de una nueva casta que se reproduce en el corpus administrativo orgánicamente separado de los Consejos.
Otra causa del mismo error, que está ligada a la precedente, reside en el establecimiento de una extraña relación que identifica de un modo acrítico el Estado surgido en la URSS posrevolucionaria –un Estado necesariamente burocrático– con la concepción del Estado-Comuna de Marx, Engels y del propio Lenin, error que consiste en una incomprensión de las ambigüedades que resultaron de las circunstancias históricas y sociales específicas que bloquearon no sólo la transición sino también el inicio de la dictadura del proletariado en la URSS. Aquí se deja de comprender que los rumbos tomados por la Revolución Rusa, a menos que optemos por la interpretación fácil pero poco consistente según la cual las desviaciones del proceso revolucionario fueron implantadas por Stalin y su camarilla, no obedecieron a la idea de la revolución, del Estado y del socialismo de Lenin, sino a las restricciones que emanaban del terreno social y político de donde emergió el poder en la URSS; entre ellas, sólo para recordar, la imposibilidad de la revolución en Europa, la guerra civil y la contrarrevolución dentro de la URSS. La dinámica resultante era ajena a la voluntad de Lenin, una dinámica sobre la que reflexionó y plasmó en formulaciones reiteradamente ambiguas presentes en sus escritos posteriores hasta su muerte; unas ambigüedades más que nada relacionadas con los avances y los retrocesos de la revolución, que se plasmaban en intentos por comprenderlos, y no tanto en una concepción teórico-política de Lenin y de los jefes bolcheviques que estaban de acuerdo con él.
Una tercera causa de ese error consiste en no considerar que las tareas organizativas y administrativas que impone la revolución son tareas políticas ineludibles, cuya ejecución debe ser directamente asumida por el proletariado victorioso. Así, cuestiones candentes, como la planificación centralizada –cuya forma burocrática en el sistema Gosplan (Comité Central de Planificación), fueron por mucho tiempo confundidas con la “centralización socialista”– por sólo hablar de ese aspecto digno de atención, no son cuestiones puramente “técnicas” sino altamente políticas, y que, como tales, no pueden ser delegadas, aunque sean “controladas” desde el exterior por los consejos, a un cuerpo de funcionarios situados fuera del sistema de consejos donde se encuentran los trabajadores más conscientes. Hoy se sabe que el sistema ultracentralizado de planificación “socialista” no era sino un aspecto de la propia centralización burocrática del capitalismo de Estado “soviético” que mantenía al proletariado alejado y ajeno a todo el sistema de definición de objetivos, de las decisiones que concernían a lo que debería ser producido y de cómo distribuirlo, asignación de recursos, etc. Si se hubiera tratado de una verdadera planificación socialista, todo esto habría debido ser objeto de una amplia discusión en el seno de los consejos, o sea, del Estado-Comuna, habida cuenta de que el Estado proletario se confundiría con el sistema-consejo, ya que el Estado socialista era “una “máquina” muy sencilla, casi sin “máquina”, sin aparato especial, por la simple organización de las masas armadas (como, diremos con anticipación, los soviets de diputados obreros y soldados)” ([9]).
Otra incomprensión reside en no percibir que la verdadera simplificación del Estado-Comuna implica, tal como la describe Lenin en las citas mencionadas, un mínimo de estructura administrativa y que tal estructura es tan mínima (y en vías de simplificación/extinción) que puede ser asumida directamente por el sistema de consejos; y que, por consiguiente, no tiene sentido tomar como referencia al Estado “soviético” de la URSS para poner en tela de juicio el Estado socialista que Marx y Engels vieron nacer de la Comuna de París. De hecho, al establecer una relación entre el Estado de los Consejos y el Estado burocrático surgido de la Revolución Rusa se le está dando al Estado proletario una estructura burocrática, que un verdadero Estado posrevolucionario simplificado y en vías de simplificación/extinción, no posee, sino que exactamente niega.
De hecho, el carácter y la extensión del Estado de los Consejos (Estado proletario = Estado socialista = Dictadura del Proletariado = Estado-Comuna = Estado transitorio) están magníficamente resumidos en este pasaje escrito por el propio Lenin: “Es necesario todavía (…) el “Estado”. Pero ya es un Estado de transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra (…)” ([10]). Pero, diréis, si esa era la verdadera concepción del Estado socialista de Lenin, ¿por qué no lo “aplicó” en la URSS después de la Revolución de Octubre, visto que lo que entonces apareció fue exactamente lo opuesto a todo eso, distorsiones que van desde la extrema centralización burocratizada (desde el ejército a la burocracia estatal y a las unidades de producción) hasta la más brutal represión a los marineros de Kronstadt? Pues sí, lo que todo eso revela es que revolucionarios de la envergadura de Lenin pueden eventualmente quedar enredados en unas contradicciones y ambigüedades de tal importancia –y ese era el exacto contexto nacional e internacional de la Revolución de Octubre– que pueden conducirles, en la práctica, a acciones y decisiones muchas veces diametralmente opuestas a sus convicciones más profundas. En el caso de Lenin y del Partido Bolchevique, bastaba una sola de las imposibilidades [de la revolución, NDT] –que eran muchas– para llevar la revolución hacia una dirección no deseada. Una sola era más que suficiente: la situación de aislamiento de una revolución que no podía retroceder, pero que se encontró aislada y no le quedó otra alternativa sino la de intentar abrir la vía a la construcción del socialismo en un solo país, la Rusia Soviética, –tentativa contradictoria que ya fue iniciada en la época de Lenin y Trotski. ¿Qué fueron el Comunismo de Guerra, la NEP, entre otras iniciativas, sino eso?
¿Y en esas condiciones, qué debemos hacer nosotros? ¿Debemos hacer hincapié en las concepciones de Lenin, Marx y Engels sobre el Estado, el programa, la revolución y el partido e intentar, en el futuro, cuando los problemas concretos como el de la internacionalización de la lucha de clases, entre otros, muestren posibilidades concretas para la revolución y la construcción del socialismo en varios países, poner por delante y dar cuerpo a las concepciones de nuestro Lenin, Marx y Engels, o, al contrario, frente a las primeras dificultades, renunciar a las posiciones de principio, cambiándolas por figuraciones políticas degradadas que no podrán sino conducir al abandono de la perspectiva de la revolución y de la construcción del socialismo?
a) El Estado-Consejo
Después de haber analizado las premisas económicas de la abolición de las clases sociales, es decir, las premisas “para que ‘todos’ puedan realmente participar en la gestión del Estado”, Lenin, siempre en referencia a las formulaciones de Marx y Engels, afirma que “Existiendo estas premisas económicas, es perfectamente posible pasar en seguida, de la noche a la mañana, después de derrocar a los capitalistas y a los burócratas, a sustituirlos por los obreros armados, por todo el pueblo armado, en la obra de controlar la producción y la distribución, en la obra de computar el trabajo y los productos. (…) Contabilidad y control: he aquí lo principal, lo que hace falta para “poner a punto” y para que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista. En ella, todos los ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del Estado, que no es otra cosa que los obreros armados” ([11]).
Y, más adelante: “Bajo el socialismo, todos intervendrán por turno y se habituarán rápidamente a que nadie dirija”. La etapa del socialismo “colocará a la mayoría de la población en condiciones que permitirán a todos, sin excepción, ejercer las “funciones del Estado’” ([12]) .
Todos los ciudadanos, recordémoslo, organizados en el sistema de consejos, o dicho de otra manera, en el Estado obrero, ya que para Marx, Engels y Lenin, la simplificación de las tareas alcanzará un punto tal que las tareas “administrativas” básicas, reducidas al extremo, no sólo podrán ser asumidas por el proletariado y el pueblo en general, sino que podrán ser asumidas por el sistema de consejos, que, al fin y al cabo, es el propio Estado.
Así, el Estado proletario, Estado socialista, dictadura del proletariado no es otra cosa que el sistema de Consejos, que garantizará la hegemonía de la clase obrera en su conjunto, asumirá directamente, sin que sea necesario ningún cuerpo administrativo específico, tanto la defensa del socialismo como las funciones de gestión del Estado y de las unidades de producción. Por fin, esa unidad de la dictadura del proletariado estará garantizada por la unidad político-administrativa simplificada, en una misma totalidad llamada el Estado-Consejo.
b) El pre-Estado-Consejo
El sistema de Consejos, que, en la situación posinsurreccional, deberá asumir la transición en el ámbito estructural (implantación de las nuevas relaciones de producción, eliminación de todas las jerarquías en la producción, negación de todo vestigio de cualquier forma mercantil, etc.) y superestructural (eliminación de toda jerarquía heredada del Estado burgués, de toda burocracia, negación de toda ideología heredada de la formación social anterior, etc.) es el mismo sistema de Consejos que, antes de la revolución, constituyó la organización revolucionaria que derribó la burguesía y su Estado. Se trata pues de un mismo corpus, con distinto énfasis entre las dos etapas de un mismo proceso de revolución social: cumplida la tarea insurreccional, dará inicio a la ejecución de una nueva tarea que deberá llevar a su término la verdadera revolución social –la ruptura de una formación social caducada y el inicio de una nueva formación social, el socialismo, que se pondrá inmediatamente en marcha para la transición hacia la formación social comunista, la segunda formación social sin clases sociales de la Historia (la primera es, como se sabe, la sociedad primitiva).
Pues bien, es a ese sistema de consejos al que llamamos pre-Estado (proletario). Está visto que tal denominación no tiene, por su contenido, nada de original, puesto que fue, es y será siempre una realidad común en los procesos revolucionarios inaugurados por la Comuna de París. Allí, los communards, que tomaron el poder a partir de los barrios, fueron los mismos que asumieron el poder del Estado –dictatura del proletariado– y que inauguraron, aunque con evidentes errores de juventud, la edificación de un orden socialista. Un proceso semejante volvió a producirse en Octubre de 1917. La primera experiencia no pudo, en las circunstancias en que aconteció, completarse y fue abatida por la fuerza contrarrevolucionaria burguesa pasados apenas poco más de dos meses de una memorable existencia. La segunda, como se sabe, tampoco pudo ser completada debido a la ausencia de condiciones, externas e internas, entre las cuales la imposibilidad de llevar a término la construcción del socialismo en un solo país.
En ambos casos hubo un pre-Estado, pero, también en ambos casos, un pre-Estado que, si por un lado pudo llevar a cabo la insurrección, por otro no pudo prepararse, con la antelación necesaria, para la tarea de construcción del socialismo. En el caso de 1917, sólo fue en vísperas de Octubre cuando el único partido (el Partido Bolchevique) que poseía las capacidades teóricas para preparar la vanguardia de la clase organizada en los soviets, sobre todo en San Petersburgo, no pudo enseñar a la clase sino las tareas más urgentes de la insurrección. Nos parece a nosotros que, no obstante la conciencia –principalmente en Lenin– de la importancia imprescindible de los soviets desde 1905, no será sino después de febrero de 1917 cuando, en el caso de Lenin, esa conciencia se hizo convicción. Es por eso por lo que el partido de Lenin (cuyo retorno a Rusia era fácilmente deducible, visto que ya había vuelto en 1905) no tuvo el cuidado de movilizar a fondo el militantismo de sus cuadros obreros en los soviets (los mencheviques habían llegado antes), inclusive la preparación previa de los obreros para un resurgimiento más temprano de los soviets y con una formación también previa más eficaz, incluida la vanguardia más resuelta de la clase organizada en los soviets, una formación que debería incluir, en un debate sin tregua entre dichos obreros, los problemas de la toma insurreccional del poder y las nociones de toda la teoría marxista acerca de la constitución del Estado obrero y de la construcción del socialismo. Ese debate faltó, sea por un error en la percepción de la importancia de los soviets con anterioridad, sea por falta de tiempo para llevar el debate entre los obreros de los soviets apenas dos meses antes de la insurrección. Sea como fuere, el resultado es que la falta de preparación de la vanguardia de la clase para la toma del poder y la organización inmediata, bajo su presencia, su dirección y su intervención, con miras a la construcción del socialismo, funcionó como uno de los factores adversos en la URSS para la constitución de una auténtica dictadura del proletariado, con base en la representación en los consejos. Tal laguna, en gran medida provocada por la ausencia de un pre-Estado apropiado, es decir, un pre-Estado que fuese una escuela de la revolución, acabó siendo una dificultad suplementaria en el naufragio de la Revolución Rusa de 1917.
Como el propio Lenin siempre lo señaló, los revolucionarios comunistas son hombres y mujeres que deben tener una formación marxista muy sólida. Una formación marxista sólida requiere conocimientos sobre dialéctica, economía política, materialismo histórico y dialéctico que facultarán a los militantes de un partido de cuadros no sólo analizar y comprender las coyunturas pasadas y presentes, sino igualmente captar lo esencial de los procesos previsibles por lo menos en cuanto a sus líneas más generales (tales niveles de predicción pueden observarse en muchos análisis presentes en los Cuadernos filosóficos de Lenin). De ahí que una verdadera formación marxista pueda asegurar a los cuadros militantes de un auténtico partido comunista la facultad para prever, con anticipación, los escenarios posibles del desarrollo de una crisis como la actual, y prever todo un largo proceso de situaciones revolucionarias no será, ni mucho menos, un rompecabezas insoluble.
Es más, es perfectamente posible prever la cosa mas obvia de este mundo: que empiecen a surgir, por un lado u otro, consejos en formas muy embrionarias, que deberán ser analizadas, con la mayor franqueza, sin prejuicios, para que, una vez interpretadas teóricamente, los trabajadores puedan corregir los errores y las lagunas de tales experiencias, para que las multipliquen y fortalezcan su contenido, hasta que acaben convirtiéndose, en un futuro próximo (pues el avanzado estado en que se encuentra la crisis estructural del capital no garantiza ese futuro) en un cúmulo de situaciones revolucionarias concretas, el sistema de consejos, formado en la interacción dialéctica de pequeños círculos (en los lugares de trabajo, de estudio y de vivienda), comisiones (de fábrica) y de consejos (de barrios, de regiones, de zonas industriales, nacionales, etc.) que deberán llegar a ser, al mismo tiempo, la espina dorsal de la insurrección y, en el futuro, el órgano de la dictadura revolucionaria del proletariado.
Para nosotros, los consejos obreros deben poseer un poder ilimitado y, como tales, deben constituirse en órganos de base del poder obrero, además de que deben constituir el alma de la dictadura revolucionaria del proletariado. Pero es a partir de ahí donde nos diferenciamos de algunos intérpretes del marxismo que establecen una ruptura entre los Consejos y el Estado-Comuna, como si ese Estado-Comuna y los Consejos fuesen cosas cualitativamente distintas. Es la posición, por ejemplo, de la CCI (Corriente Comunista Internacional). Después de operar esa separación, tales intérpretes establecen un guión por medio del cual los Consejos deberían ejercer una presión y su control sobre “el semi-Estado del período de transición”, para que ese mismo Estado (= Comuna) –que, en la visión de la CCI, “no es ni portador ni agente activo del comunismo”– no cumpla su papel inmanente de conservador del statu quo (sic) y de “obstáculo” a la transición.
Para la CCI, “el Estado tiende siempre a crecer desmesuradamente”, acabando por ser “un terreno de predilección a todo el fango de arribistas y otros parásitos [que] recluta fácilmente sus cuadros entre los (…) residuos y vestigios de la antigua clase dominante en descomposición” ([13]).
Y remata su visión del Estado socialista afirmando que Lenin “pudo constatar [esa función del Estado] cuando hablaba del Estado como la reconstitución del antiguo aparato de Estado zarista” y cuando afirmaba que el Estado gestado por la Revolución de Octubre tendía “a escapar de nuestro control y girar en el sentido contrario que queremos, etc.”. Para la CCI, “el Estado proletario es un mito”
y: “Lenin lo rechazaba, recordando que era “un gobierno de los trabajadores y de los campesinos con una deformación burocrática”.
Más aún, para la CCI: “(…) la gran experiencia de la revolución rusa está ahí para demostrarlo. Cada fatiga, cada insuficiencia, cada error del proletariado tiene inmediatamente, como consecuencia, el reforzamiento del Estado, y, a la inversa, cada victoria, cada reforzamiento del Estado se hace despojando un poco más al proletariado. El Estado se alimenta del debilitamiento del proletariado y de su dictadura de clase. La victoria de uno es la derrota del otro” ([14]).
También afirma, en otros pasajes [NDLR: del mismo artículo], que: “el proletariado guarda su amplia y entera libertad con relación al Estado. Bajo ningún pretexto, el proletariado no tendría que reconocer la primacía de decisión de los órganos del Estado sobre los de su organización de clase - los consejos obreros - y debería imponer lo contrario”; que el proletariado “no tendría que tolerar la ingerencia y la presión de ningún tipo de Estado en la vida y la actividad de la clase organizada que excluye todo derecho y posibilidad de represión del Estado”; que “el proletariado conserva su armamento fuera de cualquier control del Estado”; y que, finalmente, “la primera condición es la no identificación de la clase con el Estado”.
¿Qué decir de la visión de los compañeros de la CCI sobre el Estado-Comuna? En primer lugar, que ni Marx, ni Engels, ni Lenin, como se vio en nuestros comentarios hechos anteriormente extraídos de El Estado y la Revolución, confirman la concepción del Estado desarrollada por la CCI. Como hemos visto, el Estado-Comuna era, para aquellos, el Estado de los Consejos y la expresión del poder del proletariado y de su dictadura de clase. Para Lenin, el Estado posrevolucionario no sólo no era un mito, como piensa la CCI, sino el “Estado proletario” ¿En virtud de qué ese Estado es así calificado por la CCI, mientras que por otra parte lo concibe como un Estado-Comuna?
En segundo lugar, como ya lo analizamos anteriormente, la separación antinómica entre los consejos y el Estado posrevolucionario, planteada por la CCI, se aleja de la concepción de Marx, Engels y Lenin, reflejando cierta influencia de la concepción anarquista del Estado. Debemos aquí reiterar lo que ya dijimos anteriormente, a saber, que separar el Estado proletario del sistema de los consejos es lo mismo que romper la unidad que debe existir y persistir en el ámbito de la dictadura del proletariado y que tal separación coloca de un lado al Estado como una estructura administrativa compleja, gestionada por un cuerpo de funcionarios (un absurdo en la concepción simplificada de Estado de Marx, Engels y Lenin) y del otro, una estructura política, en el seno de los consejos, que ejercería presión sobre la primera (el Estado como tal).
En tercer lugar, repetimos: esa concepción, que resulta de una acomodación a una visión influida por el anarquismo que identifica el Estado-Comuna con el Estado burocrático (burgués) surgido de las ambigüedades de la Revolución Rusa, coloca al proletariado fuera del Estado posrevolucionario, creando entonces una dicotomía que es, ella misma, el semillero de una nueva casta que se reproduce en el corpus administrativo separado orgánicamente de los Consejos. La CCI confunde la concepción del Estado de Lenin con el Estado que surgió de las ambigüedades de la Revolución de Octubre de 1917. Cuando Lenin se quejaba de las atrocidades del Estado tal como se desarrolló en la URSS, no estaba rechazando su concepción del Estado-Comuna, sino las desviaciones que el Estado ruso tomó después de Octubre.
En cuarto lugar, los compañeros de la CCI no parecen darse cuenta, como ya hemos dicho, que las tareas organizativas y administrativas que la revolución pone, desde el inicio, al orden del día son tareas políticas ineludibles cuya instauración debe ser asumida directamente por el proletariado victorioso –tal como también lo afirmamos con anterioridad.
En quinto lugar, los compañeros de la CCI parecen no darse cuenta, también como ya lo afirmamos, que la verdadera simplificación del Estado-Comuna implica, conforme está expresado por Lenin, un mínimo de estructura administrativa y que tal estructura es tan mínima (y en proceso de simplificación/extinción) que puede ser asumida directamente por el sistema de consejos.
En sexto y último lugar: sólo asumiendo directamente y desde dentro las tareas simplificadas de defensa y de la transición/construcción socialista que le incumben al Estado-Consejo, estará la clase obrera en condiciones de evitar que se produzca un cisma estatal ajeno al Estado-Consejo, y podrá ejercer su control no sólo sobre lo que pasa en el seno del Estado, sino igualmente en la sociedad en su conjunto. Para eso, vale la pena recordar, que el Estado proletario, Estado-Comuna, Estado socialista, Dictadura del Proletariado, no es otra cosa sino el sistema de consejos que ha asumido tareas elementales de organización: milicias, jornadas de trabajo, brigadas de trabajo y otros tipos de tareas también revolucionarias (revocabilidad de cargos, igualdad de los salarios, etc.), tareas también igualmente simplificadas de lucha y de organización de una sociedad en transición. Para eso no será necesario crear ningún monstruo administrativo, mucho menos burocrático, ni cualquier otra forma heredada o que recuerde al Estado burgués destruido o a un Estado burocrático de capitalismo de Estado de la ex-URSS.
Sería formidable que la CCI examine los pasajes que hemos presentado en este texto relativo a El Estado y la Revolución de Lenin, donde él, apoyándose en Engels y Marx, justifica la necesidad del Estado-Comuna como el Estado de los Consejos, Estado Proletario, dictadura del proletariado.
OPOP
(septiembre de 2008,
revisado en diciembre de 2010).
[1]) OPOP, OPosição OPerária (Oposición Obrera), radicada en Brasil. Véase su publicación en revistagerminal.com. La CCI mantiene relaciones fraternas y de cooperación que ya se han concretado en discusiones sistemáticas entre ambas organizaciones, panfletos o declaraciones firmados juntos (“Brésil : des réactions ouvrières au sabotage syndical”,
https://fr.internationalism.org/ri373/bresil.html [5], en francés)
o también intervenciones públicas comunes (“Dos nuevas Reuniones Públicas conjuntas en Brasil (OPOP-CCI)”,
https://es.internationalism.org/ccionline/2006_dosrpbrasil [6])
y la participación recíproca de delegaciones en los congresos de ambas organizaciones.
[2]) Están ya expuestas en los artículos: “Période de transition – Projet de Résolution”, Revue Internationale no 11 (https://fr.internationalism.org/rint11/periode_de_transition.htm [7]) y “L’Etat dans la période de transition”, Revue internationale no 15 (https://fr.internationalism.org/rinte15/pdt.htm [8]) – en francés.
[3]) Ndlr: Lenin, El Estado y la Revolución, Cap I: “La sociedad de clases y el Estado, 1. El Estado, producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase”, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja2.htm [9]
[4]) Este es un ejemplo de las confusiones y de las ambigüedades de la acumulación de categorías teóricas y políticas, las unas al lado de las otras, introducidas por Antonio Gramsci en la doctrina marxista, llevadas a sus limites lógicos y políticos por sus epígonos. Las dificultades lógicas (aporías) de las mismas, han sido brillantemente investigadas por Perry Anderson en su clásico, Sobre Gramsci.
[5]) Lenin, op. cit., “3. El Estado, arma de explotación de la clase oprimida”.
[6]) Extracto de El Manifiesto comunista citado por Lenin, op. cit., Cap. II: “La experiencia de los años 1848-1851, 1. En vísperas de la revolución”.
[7]) Extracto de La Guerra Civil en Francia, citado por Lenin, op. cit., Cap III “La experiencia de la Comuna de París de 1871. El análisis de Marx. 2. ¿Con qué sustituir la máquina del Estado una vez destruida?”.
[8]) Ídem, Cap IV: “Continuación. Aclaraciones complementarias de Engels, 4, Crítica del proyecto del Programa de Erfurt”.
[9]) Ídem, cap. V, “Las bases económicas de la extinción del Estado. 2. La transición del capitalismo al comunismo”.
[10]) Ídem.
[11]) Ídem, Cap V: “Las bases teóricas de la extinción del Estado. 4, la fase superior de la sociedad comunista”.
[12]) Ídem, Cap. VI “El envilecimiento del marxismo por los oportunistas. 3, La polémica de Kaustky con Pannekoek”.
[13]) “El Estado en el Período de Transición”, Revista Internacional no 15.
[14]) ídem.
Ahora que la humanidad está viviendo una aceleración dramática de la crisis económica mundial, hemos decidido volver, con este artículo, a unos temas fundamentales que se le plantean a cualquiera que se interese por comprender la dinámica de la sociedad capitalista para así luchar mejor contra un sistema condenado a perecer ya sea por sus propias contradicciones, ya sea por haber sido derribado, para que en su lugar se instaure una nueva sociedad. Todo ello ya ha sido tratado ampliamente en numerosas publicaciones de la CCI. Sin embargo, nos ha parecido ahora que era necesario volver a abordarlo para criticar la visión desarrollada en el libro Dynamiques, contradictions et crises du capitalisme ([1]) (citado a partir de aquí como DCC). Este libro reivindica, citándolo ampliamente, los análisis de Marx sobre cómo definir las contradicciones y la dinámica del capitalismo, especialmente por qué ese sistema, al igual que otras sociedades de clase anteriores, acabaría necesariamente por conocer sucesivamente una fase ascendente y una fase de declive. Pero la manera con la que se interpreta y se aplica a veces ese marco de análisis a la realidad puede hacer entrar la idea de que serían posibles unas reformas en el capitalismo que permitirían atenuar la crisis. En oposición a ese enfoque que nosotros criticamos, el artículo siguiente quiere ser una defensa argumentada del carácter insuperable de las contradicciones del capitalismo.
En la primera parte de este artículo, examinaremos si desde la Primera Guerra mundial, el capitalismo, al haber dejado de ser un sistema progresista, se convirtió, según la expresión misma de Marx, en “un obstáculo (…) para el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo” ([2]). En otras palabras, las relaciones de producción propias de ese sistema, tras haber sido un factor extraordinario de desarrollo de las fuerzas productivas, ¿no han sido desde 1914 un freno al desarrollo de esas mismas fuerzas productivas? En una segunda parte, analizaremos el origen de las crisis de superproducción, insuperables en el seno del capitalismo, y desenmascarar la patraña reformista de una posible atenuación de la crisis del capitalismo mediante “políticas sociales”.
Con la Primera Guerra mundial, las fuerzas ciegas del capitalismo causaron una destrucción colosal de fuerzas productivas, sin comparación alguna con las crisis económicas que habían salpicado el crecimiento del capitalismo desde su nacimiento. Esas fuerzas destructoras sumieron al mundo, especialmente a Europa, en una barbarie que pudo haber a acabado con la civilización. Aquella situación acarreó, por contragolpe, una oleada revolucionaria mundial cuya meta fue terminar de una vez con el domino de un sistema cuyas contradicciones eran ya desde entonces una amenaza para la humanidad entera. La postura que defendió entonces la vanguardia del proletariado mundial se inscribía en la visión de Marx para quien “La inadecuación creciente del desarrollo productivo de la sociedad a sus relaciones de producción hasta hoy vigentes se expresa en agudas contradicciones, crisis, convulsiones” ([3]). La Carta de invitación (finales de enero de 1919) al Congreso de fundación de la Internacional Comunista se proclama: “El período actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general, si no se destruye al capitalismo con sus contradicciones insolubles. El período actual es el de la descomposición y desplome de todo el sistema capitalista mundial, y será el del desmoronamiento de la civilización europea en general, si el capitalismo, con sus insuperables contradicciones, no es derribado” ([4]).
Su plataforma subraya: “Una nueva época surge. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado” ([5]).
El autor del libro (Marcel Roelandts, aludido como MR a partir de ahora) está de acuerdo con esa definición de lo que significó la Primera Guerra mundial y la consecutiva oleada revolucionaria internacional, y a menudo usando las mismas palabras. Los análisis de MR coinciden en parte con los puntos siguientes sobre la evolución del capitalismo desde 1914 y que, para nosotros, confirman ese diagnóstico de decadencia del capitalismo:
• La Primera Guerra mundial (20 millones de muertos) hizo bajar en más de un tercio la producción de las potencias europeas implicadas en el conflicto, algo sin equivalente en toda la historia del capitalismo;
• Le siguió una fase de crecimiento económico débil que desembocó en la crisis de 1929 y la depresión de los años 1930. Esta depresión significó una caída de la producción superior a la de la Primera Guerra mundial;
• La Segunda Guerra mundial, más destructora y sanguinaria que la Primera (más de 50 millones de muertos), fue causante de un desastre sin comparación posible con la crisis de 1929. Confirmó de una manera trágica la alternativa planteada por los revolucionarios en la Primera Guerra mundial: socialismo o barbarie.
• Desde la Segunda Guerra mundial no sólo no ha habido un solo instante de algo que pudiera llamarse “paz” en el mundo, sino que las guerras no han hecho más que multiplicarse causando, desde entonces, millones y millones de muertos, y eso sin contar las catástrofes humanitarias (hambrunas) resultantes. La guerra, omnipresente en numerosas regiones del mundo, libró sin embargo a Europa, escenario de las dos guerras mundiales, durante medio siglo. Pero hizo un retorno brutal con el conflicto en Yugoslavia a partir de 1991;
• Durante ese período, excepto la fase de prosperidad de los años 1950 / 60, el capitalismo, aún manteniendo cierto crecimiento, no ha podido evitar recesiones que necesitan, para ser superadas, inyecciones cada vez más masivas de crédito en la economía; lo cual significa que el mantenimiento de ese crecimiento no ha podido hacerse sino es hipotecando el futuro mediante una deuda imposible de reembolsar en fin de cuentas;
• La acumulación de una deuda descomunal se ha convertido, desde los años 2007-2008 en una barrera inevitable para el mantenimiento de un crecimiento duradero, por mínimo que sea, y ha fragilizado considerablemente, cuando no ha amenazado de quiebra, no sólo a empresas o bancos, sino incluso a Estados, inscribiéndose así en la agenda de la historia la posibilidad de una recesión desde ahora sin fin.
Nos hemos limitado voluntariamente en este bosquejo, a lo más sobresaliente de la crisis y la guerra, que confieren al siglo xx su cualidad de época más sanguinaria que la humanidad haya conocido jamás. Aunque no sean su resultado mecánico, esos elementos no pueden disociarse de la propia dinámica económica del capitalismo durante este período.
Para MR, ese panorama de la vida de la sociedad desde la Primera Guerra mundial no basta para confirmar el diagnóstico de decadencia. Según él “si bien pueden seguir defendiéndose algunos argumentos en los que se basa ese diagnóstico de caducidad del capitalismo, hay que reconocer que existen otros [desde finales de los años 1950] que desmienten los argumentos más esenciales”.
Y se apoya en Marx para quien solo puede haber decadencia del capitalismo cuando “el sistema capitalista se convierte en obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo”. Según MR, pues, el examen de los datos cuantitativos no permite, razonablemente, “mantener que el sistema capitalista frena las fuerzas productivas” ni... “que demuestre su caducidad ante los ojos de la humanidad”.
Dice también: “si se compara con el periodo de crecimiento más fuerte del capitalismo antes de la Iª Guerra mundial, el desarrollo desde entonces (1914-2008) es mucho más elevado” ([6]).
Los datos empíricos deben tenerse en cuenta. Pero no son suficientes. Se necesita un método para analizarlos, pues no podemos contentarnos con observar esos datos como un contable. Debemos ir más allá de las cifras a secas de la producción, examinando atentamente con qué se hacen la producción y el crecimiento, para así identificar si existen frenos al desarrollo de las fuerzas productivas. No es ése el enfoque de MR para quien:
“aquellos que han mantenido el diagnóstico de obsolescencia no lo han hecho sino evitando encarar la realidad o usando subterfugios para intentar explicarlo: recurso al crédito, a los gastos militares o improductivos, existencia de un supuesto mercado de la descolonización, recurso al argumento de pretendidas trampas estadísticas o misteriosas manipulaciones de la ley del valor, etc. En efecto, raros son los marxistas que hayan podido aportar una explicación clara y coherente al crecimiento de los Treinta Gloriosos y hayan llegado a discutir sin a priori sobre algunas realidades en contradicción flagrante son el diagnostico de obsolescencia del capitalismo” ([7]).
Suponemos nosotros que MR opina que él mismo pertenece a esa categoría de los “raros marxistas que hayan logrado discutir sin a priori” y que, por ello, comprenderá la siguiente pregunta que le hacemos, pues no encontramos la menor respuesta en su libro: ¿por qué sería un “subterfugio” mencionar los “gastos improductivos” con el que intentar explicar el tipo de crecimiento en fase de decadencia?
Comprender de qué está compuesta la producción capitalista corresponde perfectamente a las necesidades del método marxista en su crítica al capitalismo. Esta crítica supo comprender por qué ese sistema, gracias a la organización social de la producción que le es propia, fue capaz de hacer dar a la humanidad un salto enorme, desarrollando sus fuerzas productivas a un grado tal que una sociedad basada en la libre satisfacción de las necesidades humanas se hace posible, una vez derribado el capitalismo. ¿Puede decirse que el desarrollo de las fuerzas productivas desde la Primera Guerra mundial, y el precio que la sociedad y el planeta entero han tenido que pagar por dicho desarrollo habrían sido una condición necesaria para la eclosión de la revolución victoriosa? O dicho en otras palabras, ¿siguió siendo el capitalismo después de 1914, un sistema progresista, que habría favorecido las condiciones materiales de la revolución y del comunismo?
El Gráfico 1 ([8]) representa (en líneas continuas horizontales), en diferentes períodos desde 1820 hasta 1999, la tasa media anual de crecimiento. En él aparecen también las distancias significativas de las tasas de crecimiento, por encima y por debajo de esas cifras medias.
Las tasas medias anuales de crecimiento del Gráfico 1 están reproducidas en forma de Cuadro 1 para el período 1820-1999. Para completar ese cuadro, hemos estimado nosotros la tasa media anual de crecimiento para el período 1999-2009 utilizando una serie estadística relativa a este período ([9]), basándonos en un crecimiento negativo mundial de 0,5% en 2009 ([10]).
A partir de estos datos, puede hacerse y comentarse brevemente une serie de constataciones elementales:
• Los cuatro “baches” más profundos de la actividad económica se producen todos después de 1914 y corresponden a las dos guerras mundiales, a la crisis de 1929 y a la recesión de 2009.
• El período más próspero de la vida del capitalismo antes de la Primera Guerra mundial es el que va desde 1870 a 1913. Eso se debe a que ese período es el más representativo de un modo de producción totalmente liberado de las relaciones de producción heredadas del feudalismo y que disponía, tras el empuje imperialista de las conquistas coloniales ([11]), de un mercado mundial cuyos límites ni se notaban ni se concebían todavía. Consecuencia de esa situación, la venta de una cantidad importante de mercancías podía compensar la tendencia a la baja de la cuota de ganancia y permitir obtener una masa de ganancia suficiente con creces para proseguir la acumulación. Ese período es también el que cierra la fase ascendente, la entrada en decadencia que ocurre, pues, en la cúspide de la prosperidad capitalista cuando estalla la 1a Guerra mundial.
• El período que sigue a la Primera Guerra mundial y se extiende hasta finales de los años 1940 confirma plenamente ese diagnóstico de decadencia. En esto, compartimos la opinión de MR de que las características del período 1914-1945, e incluso más allá de esta fecha, hasta finales de los 40, corresponden punto por punto a la definición que el movimiento revolucionario en 1919, en continuidad con Marx, hizo de la fase de decadencia del capitalismo abierta con el estruendo de la guerra mundial.
• El período de los Treinta Gloriosos, más o menos entre 1946 y 1973, con unas tasas de crecimiento muy superiores a las de los años 1870-1913, contrasta enormemente con el del período anterior.
• El periodo siguiente, hasta 2009, presenta tasas de crecimiento ligeramente superiores a las de la fase más fausta de la ascendencia del capitalismo.
¿Ponen en entredicho los Treinta Gloriosos el diagnóstico de decadencia? ¿Confirma el período siguiente que esos años sólo habrían sido una excepción?
El nivel de actividad económica de cada uno de esos dos períodos tiene su explicación en los cambios cualitativos habidos desde 1914, especialmente mediante el hinchamiento de los gastos improductivos, en la manera con la que se ha utilizado el crédito desde los años 1950 y, también, con la creación de valor ficticio mediante lo que se ha dado en llamar financiarización de la economía.
¿Qué se entiende por gastos improductivos?
Ponemos en la categoría de gastos improductivos la parte de la producción cuyo valor de uso no permite que pueda emplearse de manera alguna, en la reproducción simple o ampliada del capital. El ejemplo más patente de gasto improductivo es la producción de armamento. Las armas podrán servir a hacer la guerra pero no a producir nada, ni siquiera otras armas. Lo gastos improductivos de lujo destinados sobre todo a hacer placentera la vida de la burguesía pudiente también entran en esa categoría. Marx hablaba de ellos en estos términos peyorativos:
“Una gran parte del producto anual es consumido como renta y no vuelve a la producción como medio de producción; se trata de productos (valores de uso) extremadamente dañinos, que no sirven sino para saciar las pasiones, los antojos más miserables” ([12]).
El fortalecimiento del aparato estatal
Entran también en esa categoría todos los gastos realizados por el Estado para hacer frente a las contradicciones crecientes del capitalismo en lo económico, en el plano imperialista y en lo social. Así, junto a los gastos de armamento está el mantenimiento del aparato represivo y jurídico, así como el del encuadramiento de la clase obrera (sindicatos). Es difícil valorar la parte de los gastos del Estado que pertenecen a la categoría de los gastos improductivos. En efecto, una partida como la educación, necesaria, en principio, al mantenimiento y desarrollo de la productividad del trabajo que requiere una mano de obra instruida, tiene también une dimensión improductiva especialmente como medio para ocultar y hacer más soportable el desempleo a la juventud. De una manera general, como lo subraya muy bien MR, “El reforzamiento del aparato estatal, así como su intervención creciente en el seno de la sociedad han sido una de las expresiones más evidentes de una fase de obsolescencia de un modo de producción (…) Oscilando en torno a 10 % a lo largo de la fase ascendente del capitalismo, la parte del Estado, en los países de la OCDE ([13]), ha ido saltando progresivamente desde la Primera Guerra mundial para acercarse al 50 % en 1995, con márgenes más bajos de 35 % en Estados Unidos y Japón y los más altos, 60 a 70 %, en los países nórdicos” ([14]).
Entre esos gastos, el coste del militarismo supera con creces el 10 % del presupuesto militar al que llegan en ciertas circunstancias algunos de los países más industrializados, pues a la fabricación de armamento hay que añadir los costes de las múltiples guerras. El peso creciente del militarismo ([15]) desde la Primera Guerra mundial no es evidentemente un fenómeno independiente de la vida de la sociedad: al contrario, es la expresión del grado que han alcanzado las contradicciones económicas que obligan a cada potencia a lanzarse cada día más en la huida ciega de los preparativos bélicos, condición de su supervivencia en el ruedo mundial.
El peso de los gastos improductivos en la economía
El porcentaje de los gastos improductivos, que supera sin duda el 20 % del PIB, no corresponde, en realidad, sino a una esterilización de una parte importante de la riqueza creada, que no puede emplearse en crear una riqueza mayor, lo que es básicamente contradictorio con la esencia misma del capitalismo. Es ésa una concreción patente de un freno al desarrollo de las fuerzas productivas cuyo origen son las propias relaciones de producción.
A esos gastos improductivos, hay que añadir otros de tipo diferente, el de los tráficos de toda índole, el narcotráfico especialmente, un consumo improductivo, pero que en parte se contabiliza en el PIB, pues el blanqueo de los ingresos comerciales de esa actividad ilícita equivale a varios tantos por ciento de PIB mundial:
“Los narcotraficantes habrían blanqueado 1, 6 billones de dólares, o sea 2,7% del PIB mundial, en 2009, (…) según un nuevo informe publicado el martes por la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC) (…) El informe de la UNODC indica que todas las ganancias del crimen, excepto las evasiones fiscales, alcanzarían unos 2, 1 billones de dólares, o sea el 3,6 % del PIB en 2009” ([16]).
Para restablecer la verdad sobre el crecimiento real, habría que amputar en torno al 3,5 % suplementario de la suma del PIB por blanqueo de dinero de tráficos diversos.
El papel de los gastos improductivos en el milagro de los Treinta Gloriosos
Las medidas keynesianas, para estimular la demanda final y evitar así que los problemas de superproducción se manifestaran abiertamente durante todo un tiempo del período llamado de los Treinta Gloriosos, fueron en gran parte gastos improductivos de cuyos costes se hizo cargo el Estado. Entre esas medidas están las subidas de salarios, por encima de lo que es socialmente necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. El secreto de la prosperidad del periodo de los Treinta Gloriosos se resume en un enorme despilfarro de plusvalía que pudieron entonces soportar las economías gracias a las ganancias de productividad habidas durante ese período.
Lo que permitió pues el milagro de los Treinta Gloriosos fue una política llevada a cabo por la burguesía en unas condiciones favorables, la cual, aleccionada por la crisis de 1929 y la depresión de los años 1930, lo hizo todo por retrasar el retorno de la crisis abierta de sobreproducción. En esto, ese episodio de la vida del capitalismo corresponde perfectamente a lo que de él dice MR:
“El periodo excepcional de prosperidad de posguerra aparece en todos los aspectos análogo a los paréntesis de recuperación ocurridos durante la obsolescencia de las sociedades antigua y feudal. Hacemos pues nuestra la hipótesis de que los Treinta Gloriosos no fueron sino un paréntesis en la trayectoria de un modo de producción qua ha agotado su misión histórica” ([17]).
¿Podría considerarse la posibilidad de volver a implantar nuevas medidas keynesianas? Nunca hay que excluir que surjan avances científicos y tecnológicos que permitan ganar productividad y reducir costes de producción de mercancías. Seguiría planteándose sin embargo el problema de los compradores de tales mercancías puesto que no quedan mercados extracapitalistas y apenas si hay posibilidades de incrementar la demanda mediante un endeudamiento suplementario. En esas condiciones la repetición del boom de los Treinta Gloriosos aparece totalmente irrealista.
Citamos aquí el sentido más comúnmente aceptado para ese neologismo:
“La financiarización es, en el sentido estricto el recurso a la financiación y, especialmente, a la deuda, por parte de los agentes económicos. Por otra parte se llama financiarización de la economía a la parte cada vez mayor de las actividades financieras (servicios bancarios, de seguros y de inversiones) en el PIB de los países desarrollados sobre todo. Se debe a una multiplicación exponencial de los activos financieros y del desarrollo y la práctica de las operaciones financieras, tanto por parte de las empresas y otras instituciones como por parte de personas. Puede incluso hablarse de un auge del capital financiero que debe diferenciarse de la noción más restringida de capital centrado en la producción” ([18]).
Nosotros nos diferenciamos claramente de los altermundialistas y de la izquierda del capital en general, para quienes la financiarización de la economía sería la causa de la crisis que atraviesa actualmente el capitalismo. Ya hemos expuesto ampliamente en nuestra prensa por qué es exactamente lo contrario ([19]). Si los capitales tienden a abandonar la economía “real” es porque ésta desfallece desde hace décadas, porque es cada día menos rentable. MR parece compartir este enfoque. Dicho lo cual, no parece interesarle tener en cuenta la importancia de lo que implica ese fenómeno en la composición de los PIB.
Estados Unidos es, sin duda, el país en el que la actividad financiera ha conocido el mayor desarrollo. En 2007, por ejemplo, el 40 % de las ganancias del sector privado en EEUU las realizaron los bancos, que sólo emplean el 5 % de los asalariados ([20]). El Cuadro 2 detalla, para EEUU y Europa, el peso ganado por las actividades financieras ([21]) (la evolución paralela de la producción industrial en EEUU en el mismo período sólo se da como indicación):
Contrariamente a los gastos improductivos, no estamos aquí ante una esterilización de capital, pero sí, en el mismo sentido que esos gastos, asistimos al desarrollo de una finanza que provoca una hinchazón artificial de la estimación de la riqueza anual de algunos países que va del 2 % en la Unión Europea hasta 27 % en Estados Unidos. La creación de productos financieros no viene acompañada de la creación de una riqueza real; objetivamente hablando, su contribución a la riqueza nacional es nula.
Si se extrajera del PIB la actividad correspondiente a la financiarización de la economía, el conjunto de los principales países industrializados vería su PIB bajar en un porcentaje entre 2 % y 20 %. Una media de 10 % parece probable habida cuenta del peso respectivo de la UE y de EEUU.
A nuestro parecer, no tomar en cuenta el endeudamiento creciente que ha acompañado al desarrollo del capitalismo desde los años 1950 procede del mismo prejuicio que consiste en dejar de lado el análisis cualitativo del crecimiento.
¿Podrá negarse la realidad de ese hecho? El Gráfico 2 ilustra la progresión del endeudamiento total mundial (World Ratio of Overall Debt), en relación con la del PIB mundial (Global GDP) desde los años 1960. Durante ese período, el endeudamiento aumenta más rápidamente que el crecimiento económico.
En Estados Unidos (Gráfico 3) ([22]), el endeudamiento vuelve a subir a principios de los años 1950. Pasó de ser de un valor inferior a 1,5 veces el PIB para aquella época a estar hoy por encima de 3,5 veces el PIB. Antes de 1950, conoció, a causa del endeudamiento privado, un pico en 1933 para decrecer después. Ha de notarse que el pico de 1946 del endeudamiento público (en un momento en que el endeudamiento privado es débil) es la consecuencia de una subida relativamente débil, al principio, de los gastos públicos para financiar el New Deal, que después crecieron fuertemente a partir de 1940 para financiar el esfuerzo de guerra.
Desde los años 1950-60, el endeudamiento ha sido la “demanda solvente” que ha permitido crecer a la economía. Es un endeudamiento creciente condenado, sustancialmente, a no ser reembolsado, como lo demuestra la situación actual de híperendeudamiento de todos los agentes económicos en todos los países. Tal situación, al poner al orden del día la quiebra de los principales agentes económicos, empezando por los Estados, marca el final del crecimiento gracias al incremento de la deuda. O lo que es lo mismo, significa el final del crecimiento a secas, excepto alguna que otra fase limitada en el tiempo en medio de una trayectoria general a la depresión. Es indispensable tener en cuenta en nuestros análisis que la realidad va a infligir una corrección brutal a la baja a las tasas de crecimiento desde los años 1960. No será sino el contragolpe de un enorme trampa con la ley del valor. MR refuta la expresión “trampa con la ley del valor” para definir esa práctica en el capitalismo mundial. Y es, sin embargo, del mismo tipo que las medidas de proteccionismo que se tomaron en la URSS para mantener artificialmente en vida una economía muy poco eficiente en comparación con la de los principales países del bloque occidental. El desmoronamiento del bloque del Este vino a restablecer la verdad. ¿Tendrá que esperar MR a que se hunda la economía mundial para darse cuenta de las consecuencias de la existencia de una masa de deudas no reembolsables?
En rigor, para poder juzgar objetivamente el crecimiento real desde los años 1960, habría que deducir el incremento de la deuda al crecimiento oficial del PIB entre 1960 y 2010. De hecho, como lo muestra el Gráfico 2, el aumento del PIB mundial fue menos importante que el de la deuda mundial para ese período. Hasta el punto de que ese período importante de los Treinta Gloriosos, no solo no generó riqueza, sino que participó en la creación de un déficit mundial que reduce a la nada el milagro de los Treinta Gloriosos.
Durante todo el periodo de ascendencia del capitalismo, la clase obrera pudo arrancar reformas duraderas en el plano económico en cuanto a reducción del tiempo de trabajo y aumento de salarios. Fueron el resultado tanto de la lucha reivindicativa como de la capacidad del sistema para acordarlas, sobre todo gracias a las importantes ganancias en productividad. Esa situación cambió con la entrada del capitalismo en decadencia, durante la cual, salvo para el período de los Treinta Gloriosos, las ganancias de productividad están sobre todo puestas al servicio de la movilización de cada burguesía nacional contra las contradicciones que aparecen en todos los planos (económico, militar y social) y que se plasman, como hemos dicho, en el reforzamiento del aparato estatal.
Los aumentos de sueldo desde la Primera Guerra mundial no suelen ser sino recuperaciones del alza constante de los precios. Los aumentos acordados en Francia en junio de 1936 (“Acuerdos de Matignon”: 12% de media) quedaron anulados en seis meses, porque ya solo en seis meses, entre septiembre de 1936 y enero del 37, los precios subieron una media de 11%. Muy bien se sabe también lo que quedó un año después de los aumentos obtenidos en mayo de 1968 con los “Acuerdos de Grenelle”.
Sobre esto, MR se expresa así:
“De igual modo, el movimiento comunista defendió la idea de que las reformas reales y duraderas en lo social eran ya imposibles de obtener tras la Primera Guerra mundial. Ahora bien, si se observa la evolución durante el siglo de los salarios reales y del tiempo de trabajo, no sólo es que nada venga a confirmar una conclusión así, sino que además los datos indican lo contrario. Así, si los salarios reales en los países desarrollados se multiplicaron como máximo por dos o por tres antes de 1914, después se multiplicaron entre seis y siete, o sea entre tres y cuatro veces más durante el período de ‘decadencia’ del capitalismo que durante su ascendencia” ([23]).
Es difícil rebatir ese análisis, pues se nos ofrecen unas cifras muy inciertas. Cierto que es difícil de dar unas mejores debido al escaso material disponible al respecto, aunque lo mínimo de rigor científico sería facilitar las fuentes a partir de las que se hayan podido efectuar posibles extrapolaciones. Además, se nos habla de aumentos de salarios en período de ascendencia y de decadencia del capitalismo sin indicar los períodos a los que se aplican. Es fácil comprender que un incremento correspondiente a 30 años no puede compararse a otro de 100 años (salvo si se dan bajo la forma de aumentos medios anuales, lo cual no parece ser el caso aquí). Pero, además, el conocimiento del período es importante para que la comparación pueda integrar otros datos de la vida de la sociedad, que son, a nuestro entender, primordiales para relativizar la realidad de las subidas de salarios. Es así sobre todo en lo que toca a la evolución del desempleo. Un aumento de salarios concomitante con el del desempleo puede significar una baja en el nivel de vida de los obreros.
En el libro, después del pasaje que acabamos de comentar, hay un Gráfico cuyo título anuncia que trata a la vez del aumento de los salarios reales en Gran Bretaña entre 1750 y 1910 y del de un obrero entre 1840 y 1974. Pero resulta que, lamentablemente, los datos relativos al obrero francés no constan para el período entre 1840 y 1900 y son ilegibles para el período 1950-1980. Las informaciones sobre Gran Bretaña son más aprovechables. Entre 1860 y 1900, el salario real parece haberse incrementado entre 60 y 100, lo que corresponde a un aumento anual de 1,29% para ese período. Guardamos esta última cifra como posible indicativo de los aumentos de salarios en el período ascendente.
Para el estudio de los salarios en decadencia, dividiremos el período en dos subperíodos:
– de 1914 a 1950, periodo para el que no disponemos de series estadísticas, sino de cifras desperdigadas y heterogéneas, significativas sin embargo de un nivel de vida muy afectado por las dos guerras mundiales y la crisis del 29;
– el período siguiente, hasta nuestros días, para el cual disponemos de más datos fiables y homogéneos.
1) 1914-1950 ([24])
Para los países europeos, la Primera Guerra mundial es sinónimo de inflación y penuria de mercancías. Después de la guerra, ambos campos se encuentran ante la necesidad de reembolsar una deuda colosal (tres veces más que la renta nacional de la preguerra en el caso de Alemania) que había servido para financiar el esfuerzo bélico. La burguesía lo hará pagar a la pequeña burguesía mediante la inflación que, al mismo tiempo que reduce el valor de la deuda, origina una disminución drástica de los ingresos de modo que los ahorros acaban en humo. En Alemania, especialmente, entre 1919 y 1923, el obrero comprueba cómo sus ingresos disminuyen sin cesar, con salarios muy inferiores a los de preguerra. Y lo mismo en Francia y en menor medida en Inglaterra. Pero para este país, todo el período entre ambas guerras se caracterizará por un desempleo permanente que inmoviliza a millones de de trabajadores, fenómeno desconocido hasta entonces en la historia del capitalismo tanto inglés como mundial. En Alemania, incluso cuando se termina el período de elevada inflación, hacia 1924, y hasta la crisis de 1929, la cantidad de desempleados sigue siendo ampliamente superior al millón (2 millones en 1926).
Contrariamente a Alemania, pero igual que Francia, Gran Bretaña tuvo que esperar a 1929 para encontrar su situación de 1913.
La dinámica de Estados Unidos es muy diferente. Antes de la guerra, el desarrollo de la industria norteamericana siguió un ritmo más rápido que el de Europa. Esta tendencia iba a reforzarse durante todo el período que va desde finales de la guerra hasta el inicio de la crisis económica mundial. Los Estados Unidos, pues, atraviesan prósperos la Primera Guerra mundial y el período siguiente, hasta la crisis abierta de 1929. Y el efecto de ésta es la de retrotraer el salario real del obrero estadounidense a un nivel inferior al de 1890 (87 %). La evolución en este período es la siguiente (Cuadro 3) ([25]) :
2) de 1951 a nuestros días (en comparación con 1880-1910)
Disponemos de las estadísticas del Cuadro 4 sobre la evolución de los salarios del obrero francés:
– en francos para el período 1880-1910 ([26]) ;
– sobre una base 100 en 1951 para el periodo 1951-2008 ([27]) .
Ese Cuadro 4 hace aparecer las siguientes realidades:
a) El periodo 1951-1970, en plenos Treinta Gloriosos, conoce las tasas de incremento de sueldos más importantes de la historia del capitalismo, lo cual es coherente con la fase de crecimiento económico correspondiente y con sus peculiaridades, o sea las medidas keynesianas de apoyo a la demanda final, mediante, entre otras cosas, el aumento de sueldos.
Esas tasas de incrementos salariales se explican también por otros factores que no son ni mucho menos secundarios:
• el nivel de vida en la Francia de 1950 era muy bajo: sólo será en 1949 cuando se abolió el sistema de cartillas de racionamiento impuestas en 1941 para hacer frente a la penuria del periodo de guerra;
• desde los años 1950, el coste de la reproducción de la fuerza de trabajo debe incluir una serie de gastos inexistentes hasta entonces en un grado tan importante: les exigencias de creciente tecnicidad de muchos empleos requieren la escolarización de los hijos de la clase obrera hasta edades más tardías, estando así más tiempo a cargo de sus padres; las condiciones “modernas” de trabajo en las grandes ciudades conllevan también un coste importante. Hay objetos domésticos a disposición del proletario moderno a diferencia del siglo xix, pero eso no es el signo de un mejor nivel de vida, es sobre todo el signo de que su explotación relativa no ha hecho sino aumentar. Muchos de esos “objetos domésticos” no existían en épocas pasadas: en casa de los burgueses, eran los sirvientes quienes lo hacían todo a mano. Y, para ganar tiempo, se han hecho indispensables en los hogares obreros, pues a menudo el hombre y la mujer deben trabajar para hacer vivir a su familia. De igual modo, cuando apareció el automóvil era un lujo reservado a los ricos. Pero ahora es un objeto imprescindible para muchos proletarios para poder acudir al trabajo y evitar pasar horas y horas en unos transportes públicos insuficientes. La mejora en la productividad del trabajo es lo que ha permitido producir todos esos objetos que dejaron de ser un lujo a unos costes compatibles con el nivel de vida de los sueldos obreros.
b) El periodo siguiente, 1970-2005, conoció un incremento de salarios más o menos equivalente a las tasas de la época de ascendencia del capitalismo (1,18 % contra 1,16 %; recuérdese que el aumento fue de 1,29 % en Gran Bretaña para el periodo 1860-1900). Sin embargo, debe tenerse en cuenta una serie de factores que hacen aparecer que en realidad las condiciones de vida de la clase obrera no mejoraron en las mismas proporciones y que incluso se degradaron comparadas con las del período anterior:
• Este período 1970-2005 corresponde a una gran alza del desempleo que afecta enormemente al nivel de vida de los hogares obreros. Para Francia, disponemos de cifras de desempleo presentadas en el Cuadro 5 ([28]):
• A partir de los años 1980, se dan directivas para que disminuyan las cifras oficiales de desempleo mediante la modificación del método de cálculo de los desempleados (por ejemplo, no contando el desempleo parcial) acabando en la exclusión de desempleados por criterios cada vez severos. Eso es lo único que explica que después no se haya disparado la cifra.
• El período posterior a 1985 ve desarrollarse la precarización del trabajo con contratos temporales, de trabajo a tiempo parcial, que no son otra cosa que desempleo disfrazado.
• Los datos oficiales sobrevaloran ampliamente el salario real, que establecen relacionándolo con la estimación oficial del coste de vida. La sobrevaluación llega hasta el punto de que al INSEE francés (Institut national de la statistique et des études économiques) no le queda otro remedio que admitir una diferencia entre la inflación oficial y la inflación “percibida”, basada ésta última en la comprobación por parte de las familias de un aumento de los productos de base indispensables (los gastos llamados incompresibles) muy superior al de la inflación oficial ([29]).
c) El período 2005-2008, aunque más corto que el anterior, con sus porcentajes oficiales de incrementos salariales en torno al 0,5 %, es, sin embargo, mucho más significativo porque anuncia lo que va a ocurrir. En efecto, ese incremento de sólo 0,5 % corresponde a un deterioro todavía más importante, o sea que todos los factores mencionados para el período anterior deben tenerse en cuenta, pero en proporciones mucho mayores. En realidad es la disponibilidad de las estadísticas sobre los salarios lo que nos hace cerrar en 2008 el período iniciado en 2005. Desde 2008, la situación de la clase obrera ha conocido un deterioro de tal importancia que no puede ser ignorado en nuestro trabajo, como atestigua la evolución de las cifras de la pobreza. En 2009, la proporción de pobres en la Francia metropolitana no sólo ha aumentado, sino también su pobreza. Ahora afecta al 13,5 % de la población o sea 8,2 millones de personas, 400 000 más que en 2008.
Hemos visto que tomar en cuenta, en los PIB, el conjunto de los gastos improductivos, de las actividades puramente financieras o mafiosas contribuye con creces a sobrestimar la riqueza creada anualmente.
También hemos visto que las contradicciones mismas del capitalismo esterilizan un porcentaje significativo de la producción capitalista (sobre todo por medio de la producción “improductiva”). En cuanto a las condiciones de vida de la clase obrera, distan mucho de ser tan halagüeñas como intentan hacérnoslo creer las estadísticas oficiales.
Además de todo eso, hay algo que no pone en evidencia el examen de la producción o de la condición obrera que hemos hecho: es el coste que ha acarreado la dominación de las relaciones capitalistas desde la Primera Guerra mundial, tanto en destrucción del medio ambiente como de agotamiento de los recursos de la Tierra en materias primas. Es algo muy difícil de calcular, pero es aún más determinante para el porvenir de la humanidad. Es ésa una razón de peso suplementaria, y de las más importantes, para negar que el capitalismo haya podido ser desde hace casi un siglo, para el porvenir de la clase obrera y para el de la humanidad entera, un sistema progresista.
MR deja constancia de que, durante todo ese período, las guerras, la barbarie y los estragos al medio ambiente, han acompañado el desarrollo capitalista. Por otra parte, y de manera sorprendente, concluye su exposición con la idea de demostrar que las relaciones de producción no han sido desde los años 1950 un freno creciente al desarrollo de las fuerzas productivas, afirmando que el sistema está sin lugar a dudas en decadencia: “Por parte nuestra, no hay pues contradicción alguna en reconocer, por un lado, la innegable prosperidad del período de posguerra con todas sus consecuencias y, por otro lado, afirmar que el diagnóstico de obsolescencia histórica del capitalismo desde principios del siglo xx. Se deduce de ello que la inmensa mayoría de la población trabajadora no concibe todavía el capitalismo como una herramienta obsoleta de la que debería deshacerse: el capitalismo siempre ha podido hacer esperar que ‘mañana será mejor que ayer’. Si bien es cierto que esa configuración tiende hay a invertirse en los viejos países industrializados, dista mucho de ser lo mismo en los países emergentes” ([30]).
O sea que si el criterio marxista del freno de las fuerzas productivas ya no puede servir para definir la decadencia de un modo de producción, ¿en qué se podrá basar tal decadencia? Respuesta de MR, la “dominación del sistema salarial a escala de un mercado mundial desde ahora unificado”,
lo que él explica en los términos siguientes:
“El fin de la conquista colonial a principios del siglo XX, y la extensión del salariado a escala de un mercado mundial desde entonces unificado van a significar un giro histórico e inaugurar una nueva fase del capitalismo” (DCC p. 41).¿Por qué razón esa nueva fase del capitalismo permite explicar la Iª Guerra mundial y la oleada revolucionaria mundial de 1917-23? ¿En qué medida permite establecer el vínculo con las luchas necesarias de resistencia del proletariado frente a las manifestaciones de las contradicciones del capitalismo? No hemos encontrado respuestas a esas preguntas en el libro.
Hemos de volver sobre esas respuestas en la segunda parte del artículo. Examinaremos en ella también por qué MR pone la teoría marxista, adaptada por cuenta propia, al servicio del reformismo.
Silvio (diciembre de 2011)
[1]) Marcel Roelandts, Dynamiques, contradictions et crises du capitalisme, ediciones Contradictions. Bruselas, 2010.
[2]) Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858, (Grundrisse), volumen 2, cuaderno VII, p. 287. Siglo XXI editores.
[3]) Idem.
[4]) Invitación al Primer congreso de la Internacional Comunista.
[5]) Plataforma de la Internacional Comunista.
[6]) DCC, pp. 56 et 57.
[7]) Idem., p. 63.
[8]) Este gráfico es una adaptación de otro reproducido en el enlace siguiente: https://www.regards-citoyens.com/ [12]. Hemos suprimido de éste la parte de la estimación para el período 2000 – 2030.
[9]) equity-analyst.com/world-gdp-us-in-absolute-term-from-1960-2008.html.
[10]) Según las estadísticas del FMI: Perspectivas de la economía mundial, p. 2,
[11]) “de 1850 a 1914, el comercio mundial se multiplicó por 7, el de Gran Bretaña por 5 en importaciones y por 8 en exportaciones. De 1875 à 1913, el comercio global de Alemania se multiplicó por 3,5, el de Gran Bretaña por 2 y el de Estados Unidos por 4,7. En fin, la renta nacional en Alemania se multiplicó por 4 entre 1871 y 1910, la de Estados Unidos por casi 5.” (thucydide.over-blog.net/article-6729346.html.)
[12]) Traducido de la versión francesa de Matériaux pour l’Économie” – p. 394. Éd. La Pléiade Économie II.
[13]) Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
[14]) DCC, pp. 48 y 49.
[15]) Léanse al respecto nuestros dos artículos de las Revista Internacional nos 52 y 53, “Guerra, militarismo y bloques imperialistas”.
[16]) Drogues Blog.
droguesblog.wordpress.com/2011/10/27/la-presse-ca-trafic-de-drogue-chiffres-astronomiques-saisies-minimes-selon-lonu.
[17]) DCC, p. 65.
[18]) https://fr.wikipedia.org/wiki/Financiarisation [14], en su versión francesa.
[19]) Léase en especial el artículo “Crisis económica, ¡Culpan a las finanzas para esconder al verdadero culpable: el capitalismo!” en Acción Proletaria no 222, 2012,
https://es.internationalism.org/ap/2000s/2010s/2012/222_crisis [15]
[21]) socio13.wordpress.com/2011/06/06/la-financiarisation-de-l’accumulation-par-john-bellamy-foster-version-complete.
[22]) A decade of debt, Carmen M. Reinhart and Kenneth S. Rogoff.
https://www.piie.com/publications/chapters_preview/6222/01iie6222.pdf [17]. Leyenda: Debt / GDP : Deuda / PIB
[23]) DCC p. 57.
[24]) Los datos cifrados o cualitativos contenidos en el estudio de este período, cuyas fuentes no constan explícitamente, están sacados del libro El conflicto del siglo, de Fritz Sternberg. Éditions du Seuil para la edición francesa.
[25]) Stanley Lebergott, Journal of the American Statistical Association.
[28]) Para 1962 y 1973, fuente: “La rupture : les décennies 1960-1980, des Trente Glorieuses aux Trente Piteuses” (“La Ruptura: las décadas 1960-1980, de los Treinta Gloriosos a los Treinta Lamentables”), Guy Caire.
www.ihs.cgt.fr/IMG/pdf_Guy_Caire_-_La_rupture-_les_decennies_1960-1980_d... [20].
Para 1975-2005, fuente: INSEE (Estadísticas francesas).
https://www.insee.fr/fr/statistiques [19].
Para 2010, fuente Google.
[29]) De hecho la inflación oficial se basa igualmente en la evolución del precio de los productos que los consumidores compran raras veces o que no son indispensables.
[30]) DCC p. 67.
Es bien sabido que el imperialismo francés para hacer frente a su implicación de primer plano en la Segunda Guerra mundial se sirvió ampliamente de jóvenes de sus colonias africanas como carne de cañón. Cientos de miles de “tiradores”, en su inmensa mayoría jóvenes trabajadores o parados fueron alistados para las sangrientas matanzas imperialistas. Terminado el conflicto, se abrió un período de reconstrucción de la economía francesa; sus repercusiones en la colonia se hicieron sentir a través de una explotación insoportable, contra la cual los obreros opusieron valerosas luchas.
Primero fue la rebelión de los soldados supervivientes de la gran carnicería mundial que se alzaron contra el impago de sus sueldos. En efecto, inmovilizados en el campamento de Thiaroye (afueras de Dakar) después de su vuelta al país, cientos de soldados reclamaron, en diciembre de 1944, su pensión al “Gobierno provisional” presidido por De Gaulle. Lo único que recibieron fue metralla. El saldo oficial de la represión: 35 muertos, 33 heridos y 50 detenidos. Ese es el agradecimiento que los trabajadores y los antiguos combatientes recibieron de aquellos a los que habían auxiliado como “liberadores” de Francia en cuyo gobierno, presidido en aquel entonces por el general De Gaulle, había “socialistas” y “comunistas”. Bonita lección de “humanismo” y “fraternidad” de la famosa “Resistencia francesa” a sus “tiradores indígenas” rebelados contra el impago de su exigua pensión.
Sin embargo, aquella respuesta sangrienta de la burguesía francesa a las pretensiones de los amotinados no pudo impedir por mucho tiempo el estallido de otras luchas. En realidad, toda una ebullición empezó a emerger:
“Primero, los profesores, del 1 al 7 de diciembre de 1945 y luego los obreros de la industria, el 3 de diciembre, lanzaron el movimiento. En enero, de nuevo los metalúrgicos pero también los empleados de comercio y el personal auxiliar del Gobernador general reanudan las huelgas. El 14 de enero de 1946, 27 sindicatos lanzan una huelga general contra las requisas del Gobernador. Hasta el 24 de enero no vuelven al trabajo los funcionarios, el 4 de febrero los empleados de comercio, y el 8 de febrero los metalúrgicos” ([1]).
A pesar de los terribles sufrimientos durante la guerra, la clase obrera volvía a levantar la cabeza, mostrando su rebelión contra la miseria y la explotación.
Pero esa reanudación de la combatividad se hacía en un nuevo ambiente nada favorable a autonomía de la clase obrera. En efecto, el proletariado de la AOF en la posguerra no pudo zafarse de la tenaza entre la ideología panafricanista (independentistas) y las fuerzas de izquierda del capital colonial (SFIO, PCF y sindicatos). Pese a todo, la clase obrera siguió luchando combativamente contra los ataques del capitalismo.
Durante este período, los ferroviarios de toda la AOF van a la huelga por múltiples reivindicaciones, entre ellas el establecimiento de una única categoría para los trabajadores africanos y europeos, y contra el despido de 3000 empleados.
“Inicialmente los trabajadores del ferrocarril estaban organizados en la CGT. Aproximadamente 17.500 ferroviarios la dejaron en 1948 tras una huelga muy dura. Durante ese movimiento, algunos empleados franceses se habían opuesto violentamente a la mejora de la situación del personal africano” ([2]).
Esta huelga de ferroviarios se terminó victoriosamente gracias a la solidaridad activa de otros sectores asalariados (estibadores y empleados de la industria) que se sumaron a la huelga general durante 10 días, obligando al poder colonial a satisfacer lo fundamental de las pretensiones de los huelguistas. Todo se decidió durante un gran mitin en Dakar convocado por el gobernador general. Con la esperanza de romper el movimiento, personalidades políticas y jefes religiosos tomaron la palabra para intimidar y manipular a los huelguistas.
Y por aquello de la costumbre ancestral, quienes más se afanaron fueron los religiosos.
“Los “guías espirituales”, imanes y sacerdotes de las distintas sectas habían emprendido una campaña para desmoralizar a los huelguistas, sobre todo a sus mujeres. (…) Los imanes, furiosos por la resistencia de los obreros a sus prescripciones, la emprendieron contra los delegados, acusándolos de todos los pecados habidos y por haber: ateísmo, alcoholismo, prostitución, mortalidad infantil; predecían incluso que estos descreídos traerían el fin del mundo” ([3]).
Pero no lograron nada. Incluso cargados con todos esos “pecados”, los ferroviarios persistieron y su combatividad siguió intacta. Se reforzó incluso, cuando durante una asamblea general hubo obreros de otros sectores que respondieron a su llamamiento a la solidaridad:
“¡Nosotros, los albañiles, estamos a favor de la huelga! ¡… Nosotros, los obreros del puerto, estamos a favor de la huelga! … Nosotros, los del metal… nosotros los…” ([4]).
Y efectivamente, a partir del día siguiente, la huelga general afectó prácticamente a todos los sectores. Con todo, antes de llegar hasta ahí, los obreros del ferrocarril no solo habían sufrido la presión de las autoridades políticas y religiosas, sino también una terrible represión militar. Ciertas fuentes ([5]) indican que hubo muertes, y la “marcha de las mujeres” (esposas y familiares de los ferroviarios) a Dakar, en apoyo a los huelguistas, fue un baño de sangre a manos de los “tiradores” y los mandos coloniales.
La clase obrera sólo puede contar consigo misma. La CGT hizo simbólicamente algunas colectas financieras procedentes de París mientras que, in situ, acusaba “a quienes querían su autonomía” de lanzarse a una “huelga política”. En realidad, la CGT se escudaba tras “la opinión” de aquellos de sus miembros europeos en la colonia que se oponían a las reivindicaciones de los “indígenas”. Este comportamiento de la CGT impulsó a los ferroviarios indígenas a abandonar en masa la central estalinista tras ese gran combate de clase.
La huelga de los ferroviarios terminada en marzo de 1948 se había desarrollado en una atmósfera de gran agitación política inmediatamente después del referéndum que da nacimiento a la “Unión francesa” ([6]). De hecho, el movimiento de los ferroviarios tuvo una dimensión eminentemente política, obligando a todas las fuerzas políticas coloniales y los elementos independentistas a situarse tácticamente a favor o en contra de las reivindicaciones de los huelguistas. Así vemos cómo el PCF ([7]) se oculta tras la CGT para sabotear el movimiento de huelga, mientras que la SFIO en el poder intentó reprimir el movimiento por todos los medios. Por su parte, Léopold Sédar Senghor y Ahmed Sékou Touré, dos rivales panafricanistas que más tarde llegarían a presidentes de Senegal y Guinea respectivamente, apoyaron abiertamente las reivindicaciones de los ferroviarios.
Pero al día siguiente de la victoria de los huelguistas, las fuerzas de izquierda y los nacionalistas africanos se enfrentaron entre sí, reivindicándose ambos de la clase obrera. Con esta utilización de la lucha de la clase obrera en favor de sus intereses de camarilla lograron desviar la lucha autónoma del proletariado de sus propios objetivos de clase.
Así los sindicatos utilizan la cuestión del Código del trabajo para envenenar las relaciones entre obreros. En efecto, a través de este “código”, la legislación social francesa había instaurado en las colonias una verdadera discriminación geográfica y étnica: por una parte, entre trabajadores de origen europeo y trabajadores de origen africano; por otra parte, entre nacionales de las diferentes colonias, incluso entre ciudadanos de un mismo país ([8]). La SFIO (antepasado del actual Partido Socialista), que había prometido en 1947 la abolición de este inicuo Código del trabajo, estuvo dando largas hasta 1952, dando así la ocasión a los sindicatos, en particular a los independentistas africanos, de defender los “derechos específicos” de los trabajadores africanos. Todo eso dio lugar a la formulación de reivindicaciones cada vez más nacionalistas e interclasistas, focalizando en eso la atención de los trabajadores por medio de consignas del tipo “igualdad de derechos entre blancos y negros”. Esta idea de igualdad de derechos y de tratamiento con los africanos suscitó la oposición abierta de los más retrógrados dentro de los sindicados de origen europeo en la CGT. Cabe señalar que la posición de la CGT era todavía más odiosa en la medida en que tendía a utilizar esa oposición para justificar sus posiciones.
Además, como en un juego de espejos, unos militantes de origen africano ([9]) deciden crear su propio sindicato para defender los “derechos específicos” de los trabajadores africanos. Todo ello dará lugar a que se formulen reivindicaciones cada vez más nacionalistas e interclasistas como se ve en este párrafo de la doctrina de dicha organización:
“Las concepciones importadas [como las del sindicalismo francés metropolitano, NDR] aclaran poco la evolución y las tareas de progreso económico y social en África, sobre todo teniendo en cuenta que, a pesar de las contradicciones existentes entre las distintas capas sociales locales, la soberanía colonial convierte en inoportuna cualquier referencia a la lucha de clases, y permite evitar la dispersión de las fuerzas en competiciones doctrinales” ([10]).
Así, los sindicatos, pese a la persistencia de una combatividad incesante entre 1947 y 1958, lograron desviar todos los movimientos de lucha por reivindicaciones salariales o por la mejora de las condiciones de trabajo hacia protestas contra el orden colonial, y en favor de la “independencia”.
Aunque en el movimiento de los ferroviarios de 1947-48 la clase obrera de la colonia del AOF tuvo claramente la fuerza aún de dirigir su lucha con éxito en un terreno de clase, después las huelgas fueron sistemáticamente controladas y orientadas hacia los objetivos de las fuerzas de la burguesía, sindicatos y partidos políticos. Esta situación precisamente le sirvió de trampolín a Léopold Sédar Senghor y a Ahmed Sékou Touré para reclutar sectores de la población y a la clase obrera para su propia lucha por la sucesión de la autoridad colonial. Y a partir de la proclamación de la “independencia” de los países de la AOF, los dirigentes africanos decidieron inmediatamente integrar a los sindicatos en el Estado asignándoles un papel de policía de los obreros. En resumen, un papel de perro guardián de los intereses de la nueva burguesía negra. Esto quedó patente en esta observación del presidente Senghor:
“A pesar de sus servicios o debido a ellos, el sindicalismo debe hacerse hoy una idea más precisa de su papel y sus tareas. Puesto que hoy existen partidos políticos bien organizados y encargados de la política general de la Nación, el sindicalismo debe volver de nuevo a su papel natural que es, sobre todo, defender el poder adquisitivo de sus miembros (…) La conclusión de esta reflexión es que los sindicatos harán suyo el programa político general del partido mayoritario y los gobiernos” ([11]).
En una palabra, los sindicatos y los partidos políticos deben compartir el mismo programa por la defensa de los intereses de la nueva clase dominante. Un dirigente sindical, David Soumah, se hace eco de las observaciones de Senghor:
“Nuestra consigna durante esta lucha (anticolonial) era que los sindicatos no tenían responsabilidades en la producción, no tenían que preocuparse de las repercusiones de sus reivindicaciones sobre la marcha de una economía concebida en el único interés de la potencia colonial y organizada por ella para la extensión de su economía nacional. Esta posición ha perdido su objeto a medida que los países africanos están accediendo a la independencia nacional; se impone pues una reconversión sindical” ([12]).
Por lo tanto, durante la primera década “de la independencia”, el proletariado de la antigua AOF permaneció sin verdadera reacción de clase, completamente atado por la nueva clase dirigente asistida por los sindicatos en su política antiobrera. Habrá que esperar a 1968 para verla resurgir en su terreno de clase proletario contra su propia burguesía.
Lassou (continuará)
[1]) El hadj Ibrahima Ndao, Sénégal, histoire des conquêtes démocratiques, les Nouvelles Éditions Africaines, 2003.
[2]) Mar Fall, l’Etat et la question syndicale au Sénégal, l’Harmattan, 1989.
[3]) Ousmane Sembene, les Bouts de bois de Dieu, Pocket, 1960).
[4]) Ídem.
[5]) Ídem.
[6]) Es una “federación” entre Francia y sus colonias con el fin de encuadrar las previsibles “independencias”.
[7]) PCF: Partido Comunista Francés. CGT: Confederación General del Trabajo, sindicato mayoritario francés (sobre todo en aquella época) controlado por el PCF. SFIO: Sección Francesa de la Internacional Obrera, hoy Partido Socialista.
[8]) Por ejemplo a los senegaleses residentes en las comunidades de Gorée, Rufisque, Dakar y Saint-Louis se les consideraba “ciudadanos franceses” pero no al resto de senegaleses del país.
[9]) Lo que conducirá a la creación de la UGTAN (Unión General de Trabajadores del África Negra) sindicato dominado por la corporación de ferroviarios.
[10]) Citado por Mar Fall, op. cit.
[11]) Mar Fall, op. cit.
[12]) ídem.
El boom de posguerra llevó a muchos a pensar que el marxismo estaba anticuado, que el capitalismo había descubierto el secreto de la eterna juventud ([1]) y que en adelante la clase obrera ya no era el actor del cambio revolucionario. Pero una pequeña minoría de revolucionarios, trabajando muy a menudo en un aislamiento casi total, mantuvo sus convicciones en los principios fundamentales del marxismo. Uno de los más importantes de entre ellos fue Paul Mattick, en Estados Unidos. Mattick respondió a Marcuse, que pretendía haber descubierto un nuevo sujeto revolucionario, en su libro Los límites de la integración: el hombre unidimensional en la sociedad de clase (1972) ([2]), donde reafirmaba el potencial revolucionario de la clase obrera para derrocar el capitalismo. Pero su contribución más duradera fue probablemente su libro Marx y Keynes, los límites de la economía mixta, publicado en inglés por primera vez en 1969 pero basado en estudios y análisis realizados a partir de los años cincuenta.
Aunque ya a finales de los años sesenta empezaron a aparecer los primeros signos de una nueva fase de crisis económica abierta (con la devaluación de la libra esterlina en 1967 por ejemplo), defender la idea de que el capitalismo seguía siendo un sistema minado por una profunda crisis estructural, era entonces ir, sin lugar a dudas, a contracorriente. Pero Mattick siguió haciéndolo más de 30 años después de haber resumido y desarrollado la teoría de Henryk Grossman sobre el hundimiento del capitalismo en su principal trabajo, La crisis permanente (1934) ([3]), y manteniendo que el capitalismo era ya un sistema social en regresión, y que las contradicciones subyacentes al proceso de acumulación no se habían exorcizado sino que tendían a resurgir. Centrándose en la utilización del Estado por la burguesía con el fin de controlar el proceso de acumulación, ya sea en la forma keynesiana de “economía mixta” en Occidente o en su versión estalinista en el Este, puso de manifiesto que la manipulación de la ley del valor no era el signo de la superación de las contradicciones del sistema (como por ejemplo defendía Paul Cardan/Cornelius Castoriadis, especialmente en El movimiento revolucionario bajo el capitalismo moderno, 1979) sino, precisamente lo contrario, la expresión de su decadencia:
“A pesar de la larga duración coyuntural de la llamada prosperidad que los países industriales avanzados vivieron, nada permite suponer que la producción de capital puede superar, gracias a la intervención del Estado, las contradicciones que le son inherentes. Al contrario, el incremento de dicha intervención lo que indica es la persistencia de la crisis de producción de capital, mientras que el crecimiento del sector controlado por el Estado pone de manifiesto la decadencia cada vez más acentuada del sistema de empresa privada” ([4]).
“Como puede verse las soluciones keynesianas eran artificiales, aptas para diferir pero no para hacer desaparecer definitivamente los efectos contradictorios de la acumulación del capital, tal y como Marx los había predicho” ([5]).
Mattick mantenía pues que “… el capitalismo –al contrario de lo que aparenta - se ha convertido hoy en un sistema regresivo y destructivo” ([6]).
Y al principio del capítulo XIX, “El imperativo imperialista”, Mattick afirma que el capitalismo no puede evitar su tendencia a la guerra ya que es el resultado lógico del bloqueo del proceso de acumulación. Pero escribiendo al mismo tiempo que “… se puede suponer que, por medio de la guerra, [la producción para el derroche] se producirán transformaciones estructurales de la economía mundial y la relación de fuerzas políticas que permitirán a las potencias victoriosas beneficiarse de una nueva fase de expansión” ([7]), y añade que eso no debe tranquilizar a la burguesía porque “Esta clase de optimismo ya no tiene sentido vista la capacidad de destrucción de las armas modernas, especialmente las atómicas” ([8]).
Además, para el capitalismo, “saber que la guerra puede conducir a un suicidio general (...) no debilita de ningún modo la tendencia hacia una nueva guerra mundial” ([9]).
La perspectiva que anuncia en la última frase de su libro sigue siendo válida, y es la misma que los revolucionarios ya habían enunciado en la época de la Primera Guerra mundial: “socialismo o barbarie”.
Sin embargo, hay algunos defectos en el análisis que hace Mattick de la decadencia del capitalismo en su libro Marx y Keynes. Por una parte, ve la tendencia a la distorsión de la ley del valor como una expresión de la decadencia; pero, por otra, afirma que los países del bloque del Este, enteramente estatalizados, no están sujetos a la ley del valor y por tanto tampoco a la tendencia a las crisis. Defiende incluso que, desde el punto de vista del capital privado, estos regímenes pueden “definirse como un socialismo de Estado, por el mero hecho de que el capital allí está centralizado por el Estado” ([10]), aunque desde el punto de vista de la clase obrera, hay que definirlos como capitalismo de Estado. En cualquier caso, “el capitalismo de Estado no está afectado por la contradicción entre producción rentable y producción no rentable, una contradicción que sí sufre el sistema rival (….) el capitalismo de Estado puede producir de manera rentable o no, sin caer en el estancamiento” ([11]).
Desarrolla la idea de que los Estados estalinistas son, en cierto modo, un sistema diferente, profundamente antagónico a las formas occidentales de capitalismo –y es en este antagonismo donde parece situar la fuerza motriz de la Guerra fría, puesto que escribe con respecto al imperialismo contemporáneo que: “contrariamente al imperialismo y al colonialismo de tiempos del liberalismo, se trata esta vez no sólo de una lucha por fuentes de materias primas, mercados privilegiados y campos de exportación del capital, sino también de una lucha contra nuevas formas de producción de capital que escapan a las relaciones de valor y a los mecanismos competitivos del mercado y en consecuencia, en este sentido, de una lucha por la supervivencia del sistema de propiedad privada” ([12]).
Esta interpretación se realiza al mismo tiempo que su argumento según el cual los países del bloque del Este no tienen, estrictamente hablando, una dinámica imperialista propia.
El grupo Internationalism en Estados Unidos –que iba a convertirse más tarde en una sección de la CCI– destacó esta debilidad en el artículo que publicó en el no 2 de su revista a principios de los años setenta, “El Capitalismo de Estado y ley del valor, una respuesta a Marx y Keynes”. El artículo pone de manifiesto que el análisis que hace Mattick de los regímenes estalinistas mina el concepto de decadencia que él, por otra parte, defiende: ya que si el capitalismo de Estado no es propenso a las crisis; sí es en realidad, como lo defiende Mattick, más favorable a la “cibernetización” y al desarrollo de las fuerzas productivas; si el sistema estalinista no estuviera empujado a seguir sus tendencias imperialistas, los fundamentos materiales de la revolución comunista desaparecerían y la alternativa histórica planteada por el periodo de decadencia se hace también incomprensible:
“Cuando Mattick emplea el término capitalismo de Estado lo hace de forma inapropiada. El capitalismo de Estado o “socialismo de Estado”, que Mattick describe como un método de producción explotador pero no capitalista, se asemeja mucho a la descripción hecha por Bruno Rizzi y Max Shachtman del “colectivismo burocrático”, en los años anteriores a la guerra. El hundimiento económico del capitalismo, de un modo de producción basado en la ley del valor que Mattick considera inevitable, no sitúa la alternativa histórica en los términos de socialismo o barbarie, sino en la disyuntiva entre socialismo o barbarie o “socialismo de Estado”.”
La realidad dio la razón al artículo de Internationalism. De manera general, es cierto que la crisis en los países del Este no tomó la misma forma que en el Oeste. Esencialmente se manifestó como subproducción y no como sobreproducción, especialmente en lo que se refiere a los bienes de consumo. Pero el desarrollo de la inflación que devastó esas economías durante décadas, y a menudo fue la chispa que encendió los movimientos más importantes de la lucha de clases, fue la señal de que la burocracia no había conjurado en modo alguno el impacto de la ley del valor. Sobre todo, el hundimiento del bloque del Este ilustró no solo el callejón sin salida en que se había metido en lo social y lo militar. Sobre todo, puso de manifiesto que la ley del valor se “tomó su revancha” con los regímenes que habían pretendido esquivarla. Por eso, al igual que el keynesianismo, el estalinismo se reveló una “solución artificial”, “apta para diferir momentáneamente, pero no para hacer desaparecer definitivamente los efectos contradictorios de la acumulación del capital, tal como Marx los habían predicho” ([13]).
El espíritu de Mattick fue creciendo en arrojo gracias a la experiencia directa de la revolución alemana y la defensa de las posiciones de clase contra la contrarrevolución triunfante en los años 1930 y 1940. Otro “superviviente” de la Izquierda Comunista, Marc Chirik, también siguió militando durante el período de reacción y guerra imperialista. Marc Chirik fue un miembro fundamental en el seno de la Izquierda Comunista de Francia (ICF) cuya contribución ya examinamos en el artículo anterior de esta serie. Durante los años 1950 residió en Venezuela y, temporalmente, estuvo desvinculado de toda actividad política organizada. Pero a principios de los años 1960, consiguió agrupar a un círculo de jóvenes militantes que formaron el grupo Internacionalismo, fundado sobre la base de los mismos principios políticos que desarrolló la Izquierda Comunista en Francia, incluyendo explícitamente el concepto de Decadencia del capitalismo. Pero mientras que la ICF había luchado por mantenerse viva políticamente en un período oscuro y difícil en la historia del movimiento obrero, el grupo surgido en Venezuela fue una expresión organizada que expresaba los cambios que se estaban produciendo en la conciencia de la clase obrera a nivel mundial. Reconoció con una claridad sorprendente que las dificultades financieras que comenzaban a corroer el organismo, aparentemente sano, del capitalismo significaban realmente el principio de una nueva manifestación de su crisis histórica que encontraría ante sí a una generación no derrotada de la clase obrera. Internacionalismo escribió en enero de 1968:
“No somos profetas y no pretendemos tampoco predecir cuándo y cómo se desarrollarán los acontecimientos en el futuro. Pero lo que sí es evidente y cierto es que el proceso en el cual comienza hoy a hundirse el capitalismo no puede detenerse y conduce directamente a la crisis. Igualmente, somos conscientes de que el desarrollo de la combatividad de clase del que empezamos a ser testigos hoy conducirá el proletariado a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués”.
Este grupo fue uno del los más lúcidos en la interpretación de los movimientos sociales masivos en Francia en mayo de 1968 y en Italia y otros lugares el año siguiente, al calificarlos como las expresiones del fin del período de la contrarrevolución.
Para Internacionalismo, esos movimientos de clase eran una respuesta del proletariado a los primeros efectos de la crisis económica mundial que ya había producido un incremento del desempleo y las tentativas por controlar los aumentos de salario. Para otros, aquellos acontecimientos históricos sólo eran una manifestación mecánica de un marxismo caduco y anticuado: Mayo de 1968 expresaba sobre todo, la rebelión directa del proletariado contra la alienación en el seno de una sociedad capitalista que funcionaba a pleno rendimiento. Tal era el punto de vista de los llamados Situacionistas que consideraban que toda tentativa de relacionar el desarrollo de la crisis con la lucha de clase era expresión de la visión de sectas de la época de los dinosaurios:
“Por lo que se refiere a las ruinas del viejo ultra-izquierdismo no trotskista, necesitan encontrar al menos una crisis económica abierta para aplicar sus esquemas. Supeditan todo movimiento revolucionario a la vuelta de esa crisis y, no ven nada más allá. Ahora que reconocen una crisis revolucionaria en Mayo, deben probar que esta crisis económica “invisible” ya estaba allí en la primavera de 1968. Sin miedo al ridículo que protagonizan, en eso trabajan hoy, produciendo esquemas sobre la subida del desempleo y la inflación. Para ellos, la crisis económica no es una realidad objetiva terriblemente visible como la que se vivió en 1929, sino la presencia eucarística en que se apoya su religión” ([14]).
Como hemos demostrado anteriormente, la opinión de Internacionalismo sobre las relaciones entre la crisis y la lucha de clases no se modificó retrospectivamente; al contrario, su fidelidad al método marxista le permitió prever, en base a algunos hechos significativos aunque no espectaculares, el estallido de movimientos como Mayo de 1968. La agudización de la crisis a partir de 1973 de una forma mucho más visible, clarificó rápidamente el hecho de que era la Internacional Situacionista (que había adoptado más o menos la teoría de Cardan de que el capitalismo había superado sus contradicciones económicas), la que tenía una visión anclada en una idea de la vida del capitalismo que se había acabado definitivamente.
La hipótesis de que Mayo de 1968 expresaba una reaparición significativa de la clase obrera fue confirmada por la proliferación internacional de grupos y círculos que intentaron desarrollar una crítica auténticamente revolucionaria del capitalismo. Naturalmente, después de un período tan largo de reflujo debido a la contrarrevolución, este nuevo movimiento político proletario era muy heterogéneo e inexperimentado. Reaccionando contra los horrores del estalinismo, estaba muy generalizada la desconfianza en su seno hacia el concepto de organización política y, en general, estaba dominado por una reacción visceral hacia todo lo que se suponía que representaba el “leninismo” y la supuesta rigidez del marxismo. Algunos de aquellos grupos se perdieron en un activismo frenético y, en ausencia de un análisis a largo plazo, no sobrevivieron al final de la primera ola internacional de luchas obreras iniciada en 1968. Otros grupos no negaban la relación entre luchas obreras y crisis, pero la comprendían desde un punto de vista completamente diferente a Internacionalismo. Pensaban que era básicamente la combatividad obrera la que había producido la crisis al defender sus reivindicaciones de aumentos salariales sin restricciones y negándose a someterse a los niveles de reestructuración capitalistas que exigía la profundización de la crisis económica. Este punto de vista fue defendido en Francia, en particular por el Groupe de Liaison pour l’Action des Travailleurs (Grupo de Enlace por la Acción de los Trabajadores, uno de los numerosos herederos de Socialismo o Barbarie) y en Italia por la corriente de la autonomía obrera, que consideraba el marxismo “tradicional” como desesperadamente “objetivista” (volveremos sobre esta visión en un próximo artículo) en su comprensión de las relaciones entre la crisis y la lucha de clases. Sin embargo, esta nueva generación descubriría también los trabajos de la Izquierda Comunista y que la defensa de la teoría de la Decadencia del capitalismo formaba parte de ese patrimonio histórico. Marc Chirik y algunos jóvenes camaradas del grupo Internacionalismo decidieron trasladarse a Francia y, en el fuego de los acontecimientos de 1968, participaron muy activamente en la formación del primer núcleo del grupo llamado Révolution Internationale. Desde sus inicios, Révolution Internationale puso el concepto de decadencia en el centro de su planteamiento político y consiguió convencer a una serie de grupos e individuos de corrientes consejistas y libertarias de que sus posiciones de oposición a los sindicatos, a las liberaciones nacionales y a la democracia capitalista no podían defenderse correctamente sin un marco histórico coherente. En los primeros números de Révolution Internationale, se publicaron una serie de artículos sobre “La decadencia del capitalismo” que posteriormente se publicarían en forma de folleto firmado por la Corriente Comunista Internacional (CCI). Este texto está disponible en nuestra web ([15]) y contiene los principales fundamentos históricos del método político de la CCI, basados en un amplio recorrido histórico que va del comunismo primitivo, los diferentes modos de producción que han precedido al capitalismo y un examen muy exhaustivo del ascenso y la decadencia del propio capitalismo.
Como los artículos de esta serie, dicho folleto se basa en el concepto de Marx de las “épocas de las revoluciones sociales”, poniendo de relieve los elementos clave y las características comunes a todas las sociedades de clases en los períodos en que se convirtieron en obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad: la intensificación de las luchas entre fracciones de la clase dominante, el papel creciente del Estado, la descomposición de las justificaciones ideológicas, las luchas crecientes de las clases oprimidas y explotadas. Aplicando este planteamiento general a las especificidades de la sociedad capitalista, intenta mostrar cómo el capitalismo, desde el principio del siglo xx, pasa de ser una “forma de desarrollo” para transformarse en un “obstáculo” histórico para el desarrollo de las fuerzas productivas. Este hecho, se plasma especial y brutalmente en el advenimiento de las guerras mundiales, los numerosísimos conflictos imperialistas que las han acompañado, las luchas revolucionarias que estallaron a partir de 1917, el enorme aumento del papel del Estado y el increíble derroche de trabajo humano en el desarrollo de la economía de guerra y otras formas de gastos improductivos.
Esta visión general, presentada en una época en la que las primeras manifestaciones de una nueva crisis económica se hacían cada vez más visibles, convenció a una serie de grupos de otros países de que la teoría de la decadencia constituía un punto de partida fundamental para las posiciones comunistas de izquierda. De hecho, no solo estaba en el centro de la Plataforma política de la CCI, también fue adoptada por otras tendencias como Revolutionary Perspectives y, más tarde, por la Communist Workers Organisation (CWO) en Gran Bretaña. Sin embargo, hubo importantes desacuerdos sobre las causas de la decadencia del capitalismo: el folleto de la CCI adoptaba, en líneas generales, el análisis de Rosa Luxemburg, aunque el análisis del boom de posguerra (que veía la reconstrucción de las economías destruidas por la guerra como una especie de nuevo mercado) fue más tarde objeto de debates en seno de la CCI, y hubo siempre, en el interior de la CCI, otras opiniones sobre la cuestión, en particular por parte de camaradas que han defendido la teoría de Grossman-Mattick, compartida también por la CWO y otros grupos. Pero en este período de reemergencia del movimiento revolucionario de nuestra época, “la teoría de la decadencia” alcanzó adquisiciones significativas.
En nuestra contribución al trabajo para recoger y presentar de forma histórica y sistemática los esfuerzos que varias generaciones de revolucionarios dedicaron a comprender el período de decadencia del capitalismo, llegamos ahora a los años 1970 y 1980. Pero antes de examinar la evolución –y las numerosas regresiones– que hubo en lo teórico durante esas décadas hasta hoy, nos parece útil recordar y poner al día el balance que publicamos en el primer artículo de esta serie ([16]), ya que desde principios de 2008 (fecha de su publicación) se han producido acontecimientos espectaculares a nivel económico.
1. En lo económico
En los años 1970 y 1980, la primera oleada de lucha de clases a nivel internacional conoció una serie de avances y retrocesos, pero la crisis económica avanzaba inexorablemente invalidando la tesis de los “autonomistas” que afirmaban que las dificultades económicas se debían al desarrollo de las luchas obreras. La Gran Depresión de los años 1930, que se desarrolló en un contexto histórico marcado por una profunda y brutal derrota de la clase obrera a escala mundial, ya había desmentido ampliamente la citada tesis de los llamados autonomistas. Es más, la aparición y evolución visible de la quiebra económica tanto a mediados de los años 1970, como a principios de los años 1980 y a lo largo de los 1990, años todos ellos que conocieron momentos de retrocesos y desaparición de la lucha de la clase obrera, volvió a poner de manifiesto que la profundización de la crisis económica era un proceso “objetivo”, dinámico y complejo que no estaba determinado en lo esencial por el grado de resistencia que la clase obrera fuera capaz de oponer.
Ese período mostró igualmente que el curso y el ritmo de la crisis económica se escapaba a una voluntad de control eficaz por parte la burguesía. El abandono de las políticas keynesianas que habían acompañado los años de auge de posguerra supuso el retorno de una inflación galopante. Ante esta situación, la burguesía en los años 1980 intentó “equilibrar las cuentas” por medio de políticas económicas que causaron una marea de desempleo masivo y una desindustrialización de gran calado en la mayoría de los países centrales del capitalismo. Durante los años siguientes, hubo nuevas tentativas para estimular el crecimiento económico utilizando como recurso principal, y a una escala desconocida hasta entonces, el endeudamiento masivo. Esta política económica permitió la existencia de “bonanzas económicas” de corta duración pero causó también una acumulación subyacente de profundas tensiones que estallaron y aparecieron a la luz del día con la quiebra de 2007-08.
Una panorámica general e histórica de la evolución de la economía capitalista mundial desde 1914 no muestra, ni mucho menos, el escenario propio de un modo de producción ascendente. Muy al contrario, muestra de forma evidente y dramática la realidad de un sistema incapaz de evitar el callejón sin salida que vive en su declive, cualesquiera que sean las técnicas que haya intentado utilizar:
• 1914-1923: Primera Guerra mundial y primera oleada internacional de revoluciones proletarias. La Internacional Comunista define la situación histórica como la “época de las guerras y las revoluciones”;
• 1924-1929: breve reanudación que no disipa el estancamiento de posguerra de las “viejas” economías y de los “viejos” imperios; el “boom” se limita a los Estados Unidos;
• 1929: la expansión exuberante del capital norteamericano acaba en una quiebra espectacular, precipitando al capitalismo en la depresión más profunda y generalizada de su historia. No hay revitalización espontánea de la producción como era el caso en las crisis cíclicas del siglo xix. Se utilizan medidas de capitalismo de Estado para reactivar la economía, medidas que forman parte de una dinámica que desemboca imparablemente hacia la Segunda Guerra mundial;
• 1945-1967: Desarrollo muy importante de los gastos del Estado (medidas keynesianas) financiados esencialmente por medio del endeudamiento y que se basan en ganancias de productividad inéditas, que crean las condiciones de un período de crecimiento y prosperidad sin precedentes, aunque una gran parte del llamado “Tercer Mundo” se queda casi totalmente excluida;
• 1967-2008: 40 años de crisis abierta, evidenciada en particular por la inflación galopante de los años 1960 y el desempleo masivo de los años 1980. Durante los años 1990 y a principios de los años 2000, esta gravedad histórica de la crisis se manifiesta más “abierta y claramente” en momentos concretos y, de forma más evidente en algunas partes del globo que en otras. La eliminación de las restricciones al movimiento de capitales y la especulación financiera a escala mundial, toda una serie de deslocalizaciones industriales hacia países y zonas del planeta donde la mano de obra es mucho más barata, el desarrollo de nuevas tecnologías, y, sobre todo, el recurso casi ilimitado al crédito por parte de los Estados, las empresas y los hogares: todo esto crea una burbuja de “crecimiento” en la cual pequeñas élites acumulan enormes beneficios, países como China conocen un crecimiento industrial frenético y, el crédito al consumo alcanza cotas sin precedentes en los países capitalistas centrales. Sin embargo, las señales de alarma y de la gravedad de lo que va a llegar años después subyacen claramente a lo largo de este período: recesiones abiertas suceden sistemáticamente a los momentos de crecimiento (por ejemplo las de 1974-75, 1980-82, 1990-93, 2001-2002, la quiebra bursátil de 1987, y un largo etc.). Tras cada recesión, las nuevas opciones de crecimiento para el capital se van estrechando. Contrariamente a los “hundimientos” del período ascendente cuando existía siempre la posibilidad de una extensión exterior hacia regiones geográficas y económicas hasta entonces fuera del circuito capitalista, en el período histórico que analizamos esta opción se ha reducido a su mínima expresión. Al no disponer ya del recurso a esa salida, la clase capitalista está cada vez más obligada a intentar “engañar” a la ley del valor que condena su sistema al hundimiento. Esa voluntad de intentar saltarse, esquivar o manipular la ley del valor, es aplicable tanto a las políticas abiertamente de capitalismo de Estado (en sus versiones keynesianas y/o estalinistas), que apuestan por frenar los efectos de la crisis financiando los déficits y manteniendo sectores económicos no rentables con el fin de apoyar la producción, como a las políticas acuñadas como “neoliberales” que aparentemente se convirtieron en la “solución definitiva por fin encontrada” a la crisis, y que podemos reconocer personificadas en las figuras e ideologías de Thatcher y Reagan. En realidad son todas ellas emanaciones de la política de los Estados capitalistas y de su uso y abuso del recurso al crédito ilimitado y a la especulación para intentar hacer frente a la debacle económica. Lo que queda claro es que esas políticas, no se basan, en absoluto, en un respeto a las leyes clásicas de la producción capitalista de valor.
En ese sentido, uno de los acontecimientos más significativos que precedieron el derrumbe económico actual fue el hundimiento en 1997 de los “Tigres” y de los “Dragones” en Extremo Oriente. Si repasamos la historia podremos comprobar que tras una fase de crecimiento frenético alimentado por deudas se topó repentina y frontalmente contra un muro infranqueable: la obligación de comenzar a reembolsar y devolver todo lo prestado. Era una señal precursora del futuro que se perfilaba en el horizonte, aunque este fiasco brutal no se reveló con toda su crudeza y gravedad de manera inmediata, puesto que China e India tomaron el relevo asignándose el papel de “locomotoras” que se había reservado otrora a otras economías de Extremo Oriente. En el mismo sentido “la revolución tecnológica”, en particular en la esfera de la informática, a la que se dio gran importancia y cobertura en los años 1990 y también a principios del siglo XXI, tampoco salvó al capitalismo de sus contradicciones internas: aumentó la composición orgánica del capital y en consecuencia se redujo la cuota o tasa de ganancia, hecho que no pudo ser compensado con una verdadera expansión del mercado mundial. En realidad, tendió a empeorar el problema de la sobreproducción vertiendo cada vez más mercancías al mismo tiempo que las cifras de desempleo alcanzaban nuevos récords.
• 2008 -…: la crisis del capitalismo mundial alcanza una situación cualitativamente nueva en la cual las “soluciones” aplicadas por los Estados capitalistas durante las cuatro décadas anteriores, especialmente el recurso masivo e ilimitado al crédito, estallan en la cara del mundo político, financiero y burocrático que las había utilizado asiduamente con una confianza obstinada y ciega durante el período anterior. Actualmente la crisis ha vuelto como un boomerang para instalarse en los países centrales del capitalismo mundial –Estados Unidos y la zona Euro– y todos los esfuerzos y políticas utilizados para mantener la confianza en las posibilidades de una extensión económica constante no han tenido efecto alguno. La creación de un mercado artificial utilizando, una vez más, la droga del crédito comienza a mostrar abiertamente sus límites históricos y amenaza con destruir el valor de la moneda y con generar una inflación galopante. Al mismo tiempo, el control del crédito y las tentativas de los Estados de reducir sus gastos con el fin de comenzar a reembolsar sus deudas no hacen más que limitar y reducir aún más el mercado. El resultado neto, es que el capitalismo entra ahora en una depresión que es básicamente más profunda y más insoluble que la de los años treinta del siglo pasado. Y mientras la depresión se extiende por Occidente, la gran esperanza de que un país como China soporte el conjunto de la economía sobre sus hombros es pura quimera: el crecimiento industrial de China se basa en su capacidad para vender mercancías baratas al Oeste, y si este mercado se contrae, China se enfrentará a una quiebra económica sin remedio.
Conclusión: mientras que en su fase ascendente, el capitalismo superó un ciclo de crisis que eran expresión a la vez de sus contradicciones internas y un momento indispensable de su expansión global, en los siglos xx y xxi, la crisis del capitalismo, como Paul Mattick defendió desde los años 1930, es permanente. El capitalismo ha llegado a un momento histórico en el que los paliativos y trampas que ha utilizado para mantenerse en vida se han convertido en un factor suplementario, de enorme importancia, de su enfermedad mortal.
2. En lo militar
La dinámica hacia la guerra imperialista expresa igualmente el callejón sin salida histórico de la economía capitalista mundial:
“Cuanto más se estrecha el mercado, más áspera se vuelve la lucha por la posesión de las fuentes de materias primas y el control del mercado mundial. La lucha económica entre distintos grupos capitalistas se concentra cada vez más, tomando la forma más acabada de las luchas entre Estados. La lucha económica exasperada entre Estados no puede finalmente solucionarse más que por la fuerza militar. La guerra se convierte en el único medio no de solución a la crisis internacional, sino el único medio por el cual cada imperialismo nacional tiende a hacer frente a las dificultades con las que se encuentra, a costa de los Estados imperialistas rivales. Las soluciones momentáneas de cada imperialismo particular, ya sea por victorias militares o económicas, tienen como consecuencia no solo la agravación de las situaciones en los países imperialistas perdedores, además implican necesariamente la agravación de la crisis mundial y la destrucción de enormes cantidades de valor acumuladas por decenas y cientos de años de trabajo social. La sociedad capitalista en la época imperialista se asemeja a un edificio que es construido destruyendo los pilares y pisos inferiores para edificar las plantas superiores. Cuanto más frenética es la construcción en altura, más frágil se vuelve la base que sostiene todo el edificio. Cuanto más imponente es la apariencia de la cumbre más frágil es la base que lo sustenta, puesto que cada día es más endeble y movediza. El capitalismo, obligado a socavar sus propios pilares y fundamentos se convierte en un monstruo que con rabia acelera el hundimiento de la economía mundial, precipitando a la sociedad humana hacia la catástrofe y el abismo” ([17]).
Las guerras imperialistas, ya sean locales, regionales o mundiales, son la expresión más pura de la tendencia del capitalismo a su autodestrucción, ya sea por la destrucción física de capital, la masacre de poblaciones enteras o la inmensa esterilización de valor que representa la producción militar que no se limita únicamente a las fases de guerra abierta. La comprensión por la Izquierda Comunista de Francia (GCF) de la naturaleza esencialmente irracional de la guerra en el período de decadencia fue obscurecida hasta cierto punto por la reorganización y la reconstrucción global de la economía que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Pero el auge económico de posguerra fue un fenómeno excepcional que no podrá repetirse nunca más. Sea cual fuese el método de organización internacional que adoptó el sistema capitalista en esa época, la guerra fue un fenómeno permanente. Después de 1945, cuando el mundo se dividió en dos enormes bloques imperialistas, el conflicto militar tomó, generalmente, la forma de guerras de “liberación nacional” a repetición a través de las cuales las dos superpotencias competían por conquistar la soberanía estratégica a escala mundial. Después de 1989, tras el hundimiento del bloque ruso, el más débil en realidad, lejos de reducirse la tendencia a la guerra, se reforzó abiertamente la implicación directa de la superpotencia restante, los Estados Unidos, en varios episodios bélicos: la Guerra del Golfo de 1991, en las guerras de los Balcanes al final de los años 1990, y en Afganistán e Irak después de 2001. Estas intervenciones de Estados Unidos tenían en gran parte por objeto –y como se ha visto fue un esfuerzo inútil– frenar las tendencias centrífugas en el plano imperialista que habían encontrado un espacio tras la disolución del antiguo sistema de bloques imperialistas. La realidad es que se produjo una agravación y proliferación de las rivalidades locales, concretadas en los conflictos atroces que devastaron África (de Ruanda al Congo, o de Etiopía a Somalia), en las tensiones exacerbadas en torno al problema entre Israel y Palestina, hasta la amenaza de un potencial choque nuclear entre la India y Pakistán.
La Primera y Segunda Guerras Mundiales en el siglo xx supusieron una modificación profunda en la relación de fuerzas entre los principales países capitalistas, esencialmente en beneficio de Estados Unidos. De hecho, la soberanía aplastante de Estados Unidos a partir de 1945 fue un factor clave de la prosperidad económica de posguerra. Pero contrariamente a lo que proclamaba uno de los lemas favoritos en los años 1960 la guerra no era “la salud del Estado”. De la misma forma que la enorme hipertrofia de su sector militar causó el hundimiento del bloque del Este, el compromiso y el esfuerzo desarrollado por los Estados Unidos para mantenerse como gendarme mundial también se han convertido en el factor de su propia decadencia como imperio. Las enormes sumas de dinero invertidas en las guerras de Afganistán e Irak no han sido compensadas ni mucho menos con los beneficios rápidos de Halliburton u cualquier otro de sus acólitos capitalistas. Al contrario, eso contribuyó a transformar a Estados Unidos en uno de los principales deudores del mundo, cuando antes era el principal acreedor mundial.
Algunas organizaciones revolucionarias, como la Tendencia Comunista Internacionalista (TCI), defienden la idea de que la guerra, y sobre todo la Guerra Mundial, son eminentemente racionales desde el punto de vista del capital. Defienden la idea de que, al destruir la masa hipertrofiada de capital constante que es la causa de la reducción de la tasa de ganancia, la guerra en la decadencia del capitalismo tiene como efecto la restauración de dicha tasa y el lanzamiento de un nuevo ciclo de acumulación. No entraremos aquí en este debate pero, aunque tal análisis fuera justo, no podría ser una solución para el capital. En primer lugar, porque nada permite decir que las condiciones de una tercera guerra mundial –que requiere, entre otras cosas, la formación de bloques imperialistas estables– estén reunidas en un mundo donde la norma es cada vez más la de “cada uno a la suya”. Y aunque una tercera guerra mundial estuviera al orden del día, no iniciaría ni mucho menos un nuevo ciclo de acumulación, sino que, con toda certeza, lo que sí conseguiría es la desaparición del capitalismo y, probablemente, de la humanidad ([18]). Sería la demostración final de la irracionalidad del capitalismo, pero no quedaría ya nadie para decir aquello de “ya os había avisado”.
3. En lo ecológico
Desde los años 1970, los revolucionarios se han visto obligados a tener en cuenta una nueva dimensión del diagnóstico según el cual el capitalismo no aporta nada positivo y se ha convertido en un sistema orientado hacia la destrucción: la devastación creciente del medio ambiente natural que amenaza actualmente con convertirse en un desastre a escala planetaria. La contaminación y la destrucción del mundo natural son inherentes a la producción capitalista desde el principio pero, durante el siglo xx y, en particular, desde el final de la Segunda Guerra mundial, se extendieron y se han incrementado porque el capitalismo ha ido ocupando sin cesar todos los recovecos del planeta hasta su último rincón. Al mismo tiempo, y como consecuencia del callejón sin salida histórico en el que está metido el capitalismo, la alteración de la atmósfera, el saqueo y la contaminación de la tierra, mares, ríos y bosques se han incrementado a causa de la mayor violencia en una competencia salvaje entre naciones por dominar los recursos naturales, la mano de obra barata y nuevos mercados. La catástrofe ecológica, en particular, bajo la forma del recalentamiento climático, se ha convertido en un nuevo jinete del Apocalipsis capitalista. Todas y cada una de las cumbres internacionales habidas y por haber han demostrado la incapacidad y la falta de voluntad de la burguesía para tomar las medidas más elementales para evitarlo. Una ilustración reciente: el último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), organismo que nunca no se había distinguido por realizar predicciones alarmistas, advierte a los gobiernos del mundo que tienen tan solo cinco años para invertir el curso del cambio climático antes de que sea demasiado tarde. Según la AIE y una serie de instituciones científicas, es vital garantizar que la subida de las temperaturas no supere 2 grados.
“Para mantener las emisiones por debajo de este objetivo, la civilización no podría seguir actuando como hasta ahora. No se podrán agotar por adelantado el importe total de las emisiones permitidas. Por ello, si se quieren lograr los objetivos de recalentamiento, todas las nuevas infraestructuras construidas a partir de 2017 no deberían producir ninguna emisión más” ([19]).
Un mes después de la publicación de este informe en noviembre de 2011, la Cumbre Internacional de Durban se presentaba como un paso adelante ya que, por primera vez, los Estados parecían haberse puesto de acuerdo sobre la necesidad de limitar legalmente las emisiones de gas carbónico. Pero sería en 2015 cuando esos niveles deberían fijarse para ser efectivos en 2020, demasiado tarde según las previsiones de la AIE y de muchos organismos medioambientales asociados a la Conferencia. Keith Allot, responsable del seguimiento del “cambio climático” en el WWF-Reino Unido (World Wide Fund: Fondo Mundial para la Naturaleza), declaró:
“Los Gobiernos han dejado una vía abierta para las negociaciones, pero no debemos hacernos ninguna ilusión: los resultados de Durban nos presentan la perspectiva de límites legales de 4° de recalentamiento. Sería una catástrofe para las poblaciones y la naturaleza. Los gobiernos se han pasado el tiempo, en un momento tan crucial, negociando en torno a algunas palabras en un texto, y han prestado poca atención a las advertencias repetidas de la comunidad científica que decía que era imprescindible y urgente una acción más vigorosa para reducir las emisiones” ([20]).
El problema de fondo de las ideas reformistas de los ecologistas, es que son incapaces de ver que el capitalismo vive estrangulado por sus propias contradicciones y por sus luchas cada vez más desesperadas por sobrevivir. En medio de la terrible crisis histórica que sufre, el capitalismo no puede convertirse en menos competitivo, más cooperativo, más racional. A todos los niveles, se lanza más y más a una competencia extrema, sobre todo en la competencia entre Estados nacionales que se asemejan a gladiadores que se pelean la arena por la menor posibilidad de supervivencia inmediata frente a sus contrarios. Por ello, están absolutamente obligados a conseguir beneficios a corto plazo, a sacrificarlo todo por el dios “del crecimiento económico”, es decir, por la acumulación del capital, aunque sea sobre la base de un crecimiento ficticio basado en unas deudas podridas como en las últimas décadas. Ninguna economía nacional puede permitirse el más pequeño impulso de sentimentalismo cuando se trata de explotar su “propiedad” nacional natural hasta el límite más absoluto. No puede existir tampoco, en la economía capitalista mundial, estructura legal ni de gobernanza internacionales capaz de supeditar los estrechos intereses nacionales a los intereses globales del planeta. Cualquiera que sea el verdadero plazo y resultados del recalentamiento climático, la cuestión ecológica en su conjunto es una nueva prueba de que la perpetuación de la soberanía de la burguesía y del modo de producción capitalista, son un peligro cada vez más terrible y real para la supervivencia de la humanidad. Examinemos una ilustración edificante de todo eso, una ilustración que muestra también que el peligro ecológico, al igual que con la crisis económica, no puede separarse de la amenaza de conflicto militar.
“Durante los últimos meses, las compañías petrolíferas comenzaron a hacer cola para obtener derechos de exploración en el mar de Baffin (región de la costa occidental de la Groenlandia rica en hidrocarburos que, hasta ahora, estaba demasiado bloqueada por los hielos para que se pueda perforar). Diplomáticos americanos y canadienses abrieron de nuevo una polémica sobre los derechos de navegación por una ruta marítima que cruza el Canadá ártico y que permitiría reducir el tiempo de transporte y los costes de los petroleros. Incluso la propiedad del Polo Norte se ha vuelto objeto de discordia, Rusia y Dinamarca pretenden ambas poseer la propiedad de los fondos oceánicos con la esperanza de reservarse el acceso a todos sus recursos, desde la pesca a los yacimientos de gas natural. La intensa rivalidad en torno al desarrollo del Ártico se reveló con la publicación de documentos diplomáticos editados la semana pasada por el sitio web “antisecreto” Wikileaks. Unos mensajes entre diplomáticos norteamericanos muestran cómo las naciones del Norte, incluidos Estados Unidos y Rusia, hacen maniobras con el fin de garantizar el acceso a las vías marítimas y a los yacimientos submarinos de petróleo y gas que se evalúan en 25 % de las reservas mundiales por explotar.
“En sus mensajes, los oficiales estadounidenses temen que las reyertas en torno a los recursos acaben llevando a la militarización del Ártico. “Aunque la paz y la estabilidad reinan por el momento en el Ártico, no se puede excluir que se verifique en el futuro una redistribución de poder e incluso una intervención armada”, se dice en un cable del Departamento de Estado en 2009, citando a un embajador ruso” ([21]).
O sea que una de las manifestaciones más graves del recalentamiento climático, el derretimiento de los hielos en los polos (que conlleva la posibilidad de inundaciones de dimensiones cataclísmicas y de un círculo vicioso de recalentamiento cuando los hielos polares, que rechazan el calor del sol fuera de la atmósfera terrestre, hayan desaparecido), se considera inmediatamente como una inmensa ocasión económica para la cual los Estados nacionales hacen cola (con la consecuencia subsiguiente de consumir más energías fósiles, viniendo a añadirse al efecto invernadero). Y al mismo tiempo, la lucha por los recursos naturales que se reducen (ya sean el petróleo o el gas, pero también el agua y las tierras fértiles) puede producir un “miniconflicto” imperialista entre cuatro o cinco naciones (de hecho Gran Bretaña también está implicada en ese tipo de disputas en algunas regiones del mundo). Esta terrible realidad es otra expresión del círculo vicioso de la locura creciente del capitalismo. Un artículo del Washington Post, pretendía dar “la buena noticia” de un modesto Tratado firmado entre algunos de los protagonistas de la cumbre del Consejo Ártico en Nuuk (Groenlandia). Ya sabemos hasta qué punto se puede confiar en los Tratados diplomáticos cuando se trata de prevenir la tendencia inherente del capitalismo hacia el conflicto imperialista. El desastre global que el capitalismo prepara no puede ser evitado más que mediante una revolución global.
4. En lo social
¿Cuál es el balance de la decadencia del capitalismo a un nivel social y, en particular, para la principal clase productora de riquezas en la sociedad actual, la clase obrera? Cuando, en 1919, La Internacional Comunista declaró que el capitalismo había entrado en la época de su desintegración interna, también hizo borrón y cuenta nueva sobre el período de la socialdemocracia durante el cual la lucha por reformas duraderas había sido posible y necesaria. La revolución mundial se había vuelto necesaria porque, en adelante, el capitalismo no podría sino aumentar sus ataques contra el nivel de vida de la clase obrera. Como hemos demostrado ampliamente en los anteriores artículos de esta serie, este análisis ha sido confirmado varias veces durante las dos décadas que siguieron a la hasta ahora mayor depresión de la historia del capitalismo (1930) y los horrores de la Segunda Guerra mundial.
Pero esa terrible realidad se puso en entredicho, incluso entre los revolucionarios, durante el boom de los años 1950 y 1960, cuando la clase obrera de los países capitalistas centrales conoció aumentos de salarios sin precedentes, una reducción importante del desempleo y una serie de ventajas sociales financiadas por el Estado: seguros de enfermedad, vacaciones pagadas, acceso a la educación, servicios de salud, etc.
La pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿estas mejoras de una época muy concreta, invalidan la idea mantenida por los revolucionarios que defendían la tesis según la cual el capitalismo estaba global e históricamente en declive y que las reformas duraderas ya no eran posibles? La cuestión planteada aquí no consiste en saber si esas mejoras fueron “reales” o significativas. Lo fueron y eso debe explicarse. Es una de las razones por las cuales la CCI, por ejemplo, abrió un debate sobre las causas de la prosperidad de posguerra, en su seno y, luego públicamente. Lo que es necesario comprender ante todo, es el contexto histórico en el cual aquellas “conquistas” tuvieron lugar. Solo así podrá comprenderse a nivel histórico que las mejoras de este período concreto del siglo xx, tienen muy poco que ver con la mejora regular del nivel de vida de la clase obrera a lo largo del siglo xix, mejoras que fueron permitidas, en su mayor parte, gracias a la buena salud del capitalismo así como a la organización y a la lucha del movimiento obrero.
• Si bien es cierto que se aplicaron muchas “reformas” en la posguerra para garantizar que la guerra no provocara una ola de luchas proletarias del tipo de las habidas entre 1917-23, en cambio, la iniciativa de medidas como el seguro enfermedad o para conseguir el pleno empleo vino directamente del aparato de Estado capitalista, y de su ala izquierda en particular. El efecto de tales medidas fue aumentar la confianza de la clase obrera en el Estado y disminuir su confianza en sus propias luchas.
• Incluso durante los años del boom, la prosperidad económica tenía límites importantes. Quedaban excluidas de estas ventajas gran parte de la clase obrera, en particular en el Tercer Mundo pero, también, partes importantes de la clase obrera de los países centrales (por ejemplo, los obreros negros y los blancos pobres en Estados Unidos). En todo el “Tercer Mundo”, la incapacidad del capital para integrar a millones de campesinos y personas de otras capas, arruinados, en el trabajo productivo, creó las bases para el desarrollo de los barrios de chabolas hipertrofiados actuales, de la desnutrición y la pobreza mundiales. Y estas masas fueron también las primeras víctimas de las rivalidades entre los bloques imperialistas, intermediarias en batallas sangrientas en una serie de países subdesarrollados (Corea, Vietnam, Oriente Medio, África del Sur y del Oeste, por ejemplo).
• Otra prueba de la verdadera incapacidad del capitalismo para mejorar la calidad de vida de la clase obrera se puede ver en la duración de las jornadas de trabajo. Uno de los signos de “progreso” en el siglo xix fue la disminución continua de la jornada de trabajo, de más de 18 horas al principio del siglo a la de 8 horas que era una de las principales exigencias del movimiento obrero al final del siglo y que formalmente se concedió en los años 1900 y en los años 1930. Pero, desde entonces –y eso incluye también el boom de posguerra– la duración de la jornada de trabajo siguió siendo más o menos la misma mientras que el desarrollo tecnológico, lejos liberar a los obreros del trabajo, los llevó a la pérdida de cualificación, al incremento del desempleo masivo y a una explotación más intensiva de los que trabajan, con tiempos de transporte cada vez más largos para llegar al puesto de trabajo y con el desarrollo del trabajo continuo fuera del lugar de trabajo gracias a los teléfonos móviles, los ordenadores portátiles o el uso continuo de Internet.
• Cualesquiera que hayan sido las mejoras aportadas durante el boom de posguerra, se han ido recortando más o menos continuamente durante los últimos 40 años y, con la depresión inminente, son ahora el objeto de ataques masivos y sin perspectiva de detenerse. Durante las cuatro últimas décadas de crisis, el capitalismo fue relativamente prudente en su manera de bajar los salarios, de imponer un desempleo masivo y de desmontar los subsidios sociales del llamado “Estado del bienestar”. Las violentas medidas de austeridad que se imponen hoy en un país como Grecia son un preludio brutal de lo que espera a los obreros en todas las partes del mundo.
A nivel social más amplio, el hecho de que el capitalismo haya estado en declive durante tan largo período de tiempo es una enorme amenaza para la capacidad de la clase obrera de convertirse y actuar como “clase para sí”. Cuando la clase obrera reanudó sus luchas a finales de los años 1960, su capacidad para desarrollar una conciencia revolucionaria estaba obstaculizada en gran parte por los traumatismos de la contrarrevolución que había vivido, una contrarrevolución que había sido presentada en gran parte con un ropaje “proletario”, el del estalinismo, y que por ello supuso que varias generaciones de obreros desconfiaran enormemente de sus propias tradiciones y sus propias organizaciones políticas. La identificación fraudulenta entre estalinismo y comunismo se promovió y se llevó al extremo cuando los regímenes estalinistas se hundieron a finales de los años 1980, minando aún más la confianza de la clase obrera en sí misma y en su capacidad para aportar una alternativa política al capitalismo. Y así, un producto de la decadencia capitalista –el capitalismo de Estado estalinista– fue utilizado por todas las fracciones de la burguesía para alterar la conciencia de clase del proletariado.
Durante los años 1980 y 1990, la evolución de la crisis económica hizo que las concentraciones industriales y las comunidades de la clase obrera en los países centrales se destruyeran, y se transfirió una gran parte de la industria a regiones del mundo donde las tradiciones políticas de la clase obrera no están prácticamente desarrolladas o acaso muy débilmente. La creación de extensas zonas de marginación donde el desempleo alcanza cotas brutales, en especial entre los jóvenes, en muchos países desarrollados, ha supuesto un debilitamiento de la identidad de clase y, más generalmente, la disolución de los vínculos sociales cuya contrapartida es la búsqueda de falsas comunidades que no son neutras ni mucho menos y que, al contrario, tienen efectos terriblemente destructores. Por ejemplo, sectores de la juventud blanca excluidos de la sociedad sufren la atracción de bandas de extrema derecha como el English Defence League en Gran Bretaña; otro, el de la juventud musulmana, que se encuentra en la misma situación material, con grupos atraídos por las políticas fundamentalistas islamistas y yihadistas.
De manera más general, se pueden ver los efectos corrosivos de la cultura de las bandas en casi todos los centros urbanos de los países industrializados, aunque sus manifestaciones conocen un impacto más espectacular en los países de la periferia, como por ejemplo en México, donde muchas regiones del país están sumidas en una especie de guerra civil casi permanente animada por bandas de narcotraficantes, algunas de las cuales están directamente vinculadas a fracciones del Estado central no menos corrupto.
Estos fenómenos –la pérdida espantosa de toda perspectiva de futuro, el incremento de una violencia nihilista– son un veneno ideológico que penetra lentamente en las venas de los explotados del mundo entero y obstaculiza enormemente su capacidad para considerarse como una única clase, una clase cuya esencia y principal alimento es la solidaridad internacional. Al final de los años 1980, se desarrollo en el seno de la CCI la idea de que las oleadas de luchas obreras de los años 1970 y 1980 avanzarían de forma más o menos lineal hacia una conciencia revolucionaria masiva de la clase obrera. Esa tendencia fue criticada abierta y profundamente por nuestro camarada Marc Chirik quien, basándose en un análisis de los atentados terroristas en Francia y de la implosión súbita del bloque del Este, fue el primero en desarrollar la idea de que estábamos entrando en una nueva fase de la decadencia del capitalismo a la que definimos como fase de descomposición. Esta nueva fase vendría a estar determinada básicamente por la idea de que nos encontramos en una especie de punto muerto, una situación donde ni la clase dominante, ni la clase explotada son capaces de aportar su propia alternativa para el futuro de la sociedad: la guerra mundial para la burguesía, la revolución mundial para la clase obrera. Pero como el capitalismo no es un modo de producción estático no puede permanecer nunca inmóvil y su crisis económica prolongada no va a detenerse en su caída hacia el abismo, en ausencia de toda perspectiva política clara, la sociedad se condena a descomponerse sobre sus propias raíces, aportando a su vez nuevos obstáculos al desarrollo de la conciencia de clase del proletariado.
Que se esté o no de acuerdo con el concepto de descomposición defendido por la CCI, no es en sí mismo lo más importante o esencial; lo fundamental es comprender que estamos en la fase terminal de la decadencia del capitalismo. Las pruebas de esta realidad histórica, el hecho de que estamos asistiendo a las últimas etapas de la decadencia del sistema, a su agonía mortal, se han multiplicado continuamente durante las últimas décadas hasta el punto de que el sentimiento general de “Apocalipsis” –reconocer que estamos al borde del abismo– se extiende cada vez más ([22]). Y con todo, en el movimiento político proletario, la teoría de la decadencia dista mucho de ser unánime. Examinaremos algunos de los argumentos contra este concepto en el próximo artículo.
Gerrard
[1]) Ver en el número 147 de la Revista Internacional el artículo “Decadencia del capitalismo : le boom de postguerra no invierte el declive del capitalismo”,
[2]) En respuesta al ensayo de Marcuse El hombre unidimensional – Ensayo sobre la ideología de la sociedad avanzada, 1964.
[3]) Ver en la Revista Internacional nº 146, "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [27]".
[4]) Marx y Keynes, los límites de la economía mixta, p. 188, capitulo XIV “La economía mixta”. Trad. de la versión francesa.
[5]) Ídem, p. 200.
[6]) Ídem, p. 315, capitulo XIX, “El imperativo imperialista”.
[7]) Ídem, p. 329.
[8]) Ídem, p. 330.
[9]) Ibidem.
[10]) Ídem, capitulo XXII, p. 383, “Valor y socialismo”.
[11]) Ídem, capitulo XX, p. 350, “Capitalismo de Estado y economía mixta”.
[12]) Ídem, capitulo XIX, p. 318, “El imperativo imperialista”.
[13]) Ídem, p. 200. Otro problema del libro Marx y Keynes es el desprecio que tiene Mattick a Rosa Luxemburg y al problema que ella planteó sobre la realización de la plusvalía. En su libro solo hay una referencia directa a Luxemburg: “Y, a principios del siglo actual, la marxista Rosa Luxemburg veía en ese mismo problema [la realización de la plusvalía] la razón objetiva de las crisis y de las guerras así como la desaparición final del capitalismo. Todo eso tiene poco que ver con Marx, el cual, aún estimando evidentemente que el mundo capitalista real era, al mismo tiempo, proceso de producción y proceso de circulación, defendía, sin embargo que nada puede circular si antes no ha sido producido, y por eso daba la prioridad a los problemas de la producción. Desde el momento en que únicamente la creación de plusvalía permite una expansión acelerada del capital, ¿qué necesidad hay de suponer que el capitalismo se verá sacudido en la esfera de la circulación?” (p. 116, cap. IX, “La crisis del capitalismo”).
A partir de la tautología “nada puede circular si antes no ha sido producido” y de la idea marxista de “que una creación adecuada de plusvalía permite una expansión acelerada del capital”, Mattick hace una deducción abusiva pretendiendo que la plusvalía en cuestión deberá necesariamente realizarse en el mercado. Ese mismo tipo de razonamiento lo encontramos también en un pasaje anterior: “La producción mercantil crea su propio mercado en la medida en que es capaz de convertir la plusvalía en capital adicional. Esa demanda concierne tanto a los bienes de consumo como a los de capital. Pero solo estos últimos son acumulables mientras que los productos de consumo están, por definición, destinados a desaparecer. Y sólo el crecimiento del capital en su forma material permite realizar la plusvalía fuera de las relaciones de intercambio capital-trabajo. En tanto en cuanto existe una demanda adecuada y continua de bienes de capital no hay nada que se oponga a que las mercancías que se ofrecen en el mercado se vendan” (p. 97, capítulo VIII, “La realización de la plusvalía”). Esto es contradictorio con el punto de vista de Marx de que “el capital constante no es producido nunca para sí mismo sino para su empleo creciente en las esferas de producción en las que los objetos entran en el consumo individual” (El Capital, Libro III). O dicho de otro modo, la demanda de medios de consumo es la que tira de la demanda de medios de producción, y no al contrario. El propio Mattick reconoce esta contradicción entre su propia concepción y ciertas formulaciones de Marx, como la precedente, y lo hace en el libro Crisis y Teorías de las crisis.
Peor no vamos a entrar aquí en ese debate. La cuestión principal es que a pesar de que Mattick considera que Rosa Luxemburg es una verdadera marxista y una autentica revolucionaria, tiende a creer que el problema que plantea Rosa respecto al proceso de acumulación es un sinsentido ajeno al marco de base del marxismo. Como hemos mostrado ese no era el caso de todos los críticos a Rosa, como por ejemplo Roman Rosdolsky (como puede verse en nuestro artículo de la Revista Internacional nº 142 “Rosa Luxemburg y los límites de la expansión del capitalismo”.
[14]) L’Internationale situationiste no 12.
[16]) Ver en la Revista Internacional no 132, “Decadencia del capitalismo – La revolución es necesaria y posible desde hace un siglo” (2008), /revista-internacional/200807/2192/decadencia-del-capitalismo-i-la-revolucion-es-necesaria-y-posible- [30]. Para más detalles y estadísticas sobre la evolución global de la crisis histórica, su impacto sobre la actividad productiva, el nivel de vida de los trabajadores, etc., leer el artículo en este misma revista: “¿Es el capitalismo un modo de producción decadente y, si lo es, por qué?”.
[17]) “Informe sobre la situación internacional”, julio de 1945, Izquierda Comunista de Francia (GCF), publicado parcialmente en la Revista Internacional no 59 (1989).
[18]) Eso no quiere decir que la humanidad esté más segura en un sistema imperialista que se vuelve cada vez más caótico. Al contrario, sin la disciplina que imponía el antiguo sistema de bloques, vemos cómo las guerras locales y regionales son aún más devastadoras y destructivas, al tiempo que se multiplican, y cuyo potencial de destrucción crece de manera exponencial con la proliferación de armas nucleares. Al mismo tiempo, habida cuenta que podrían estallar en zonas alejadas de los centros capitalistas, son menos dependientes de otro factor que ha frenado la marcha hacia la guerra mundial desde el inicio de la crisis a finales de los años1960: la dificultad para movilizar a la clase obrera de los países centrales del capitalismo en un enfrentamiento imperialista directo.
[21]) https://www.washingtonpost.com/national/environment/warming-arctic-opens-way-to-competition-for-resources/2011/05/15/AF2W2Q4G_story.html [33]
[22]) Ver por ejemplo The Guardian, "The news is terrible. Is the world really doomed? [34]", A. Beckett, 18/12/2011.
Cada día que pasa en Siria acarrea su nueva lista de masacres. Este país se ha añadido al campo de guerras imperialistas en Oriente Próximo y Medio. Tras Palestina, Irak, Afganistán y, en el Magreb, Libia, ahora le toca a Siria. Esta situación plantea inmediatamente una pregunta muy inquietante: ¿qué va a pasar en el periodo venidero? En efecto, Oriente Próximo y Medio en su conjunto parecen estar en vísperas de un estallido cuyas consecuencias son difíciles de prever. Detrás de la guerra en Siria, es Irán el país que fomenta hoy todos los miedos y apetitos imperialistas, y todos los bandidos imperialistas se están preparando también para defender sus intereses en la zona, una zona en pie de guerra, una guerra cuyas consecuencias dramáticas serian irracionales y destructoras para el propio sistema capitalista.
Para el movimiento obrero internacional como para todos los explotados de la tierra, la respuesta a esta pregunta solo puede ser: el solo y único responsable, es el capital. Así ya fue con las matanzas de las primera y segunda guerras mundiales. Y así fue también para las incesantes guerras que desde entonces han provocado más muertes que ambas guerras mundiales juntas. Hace poco más de 20 años, Georges Bush, entonces Presidente de Estados Unidos, mucho antes de que su propio hijo accediera a la Casa Blanca, declaraba triunfalmente “que le mundo entraba en un nuevo orden mundial”. El bloque soviético se acababa de derrumbar. La URSS desaparecía, y con ella iban a desaparecer todas las guerras y masacres. Gracias al capitalismo por fin triunfante y bajo la bondadosa mirada de EE.UU., iba al fin a reinar la paz por doquier. ¡Cuántas mentiras una vez más desmentidas inmediatamente por la realidad! Fue ese mismo Presidente, poco después de haber pronunciado ese discurso cínico e hipócrita, el que iba a desencadenar la primera guerra de Irak.
En 1982, el ejército sirio ahogó en sangre la población rebelde de la ciudad de Hama. El numero de víctimas nunca se precisó con exactitud, variando las estimaciones entre 10.000 y 40.000 muertos ([1]). Nadie entonces habló de intervenir para socorrer a la población, nadie exigió que se fuera Hafez Al-Assad, padre del actual Presidente sirio. ¡No es poco el contraste con la situación actual! Es que en 1982, el escenario mundial todavía estaba dominado por la rivalidad entre los dos grandes bloques imperialistas. A pesar del derrocamiento del Sah de Irán por el régimen de los ayatolahs a principios de 1979 y de la invasión rusa de Afganistán al año siguiente, la dominación norteamericana en la zona no se ponía en entredicho por parte de las demás grandes potencias imperialistas y tenia los medios de garantizar una estabilidad relativa.
Las cosas han ido cambiando mucho desde entonces: el desmoronamiento del sistema de bloques y el debilitamiento del “liderazgo” norteamericano liberaron los apetitos imperialistas de potencias regionales como Irán, Turquía, Egipto, Siria, Israel… La agudización de la crisis ha hundido en la miseria a las poblaciones y fomenta sus sentimientos de exasperación y de rebeldía frente a los regímenes gobernantes.
Hoy ningún continente puede evitar el incremento de las tensiones interimperialistas, pero es en Oriente Medio donde se concentran todos los peligros. Y en el epicentro, en primera línea, está Siria, tras muchos meses de manifestaciones en contra del paro y de la miseria que movilizan a explotados de todos los orígenes; drusos, suníes, cristianos, kurdos, hombres, mujeres y niños unidos en su protesta por una vida más decente. Pero la situación en el país ha tomado un rumbo más siniestro. La protesta social ha sido desviada, recuperada, hacia un terreno que nada tiene que ver ya con sus orígenes. En ese país, en el que la clase obrera es muy débil y muy fuertes son los apetitos imperialistas, esa triste perspectiva era prácticamente inevitable, dada la debilidad de las luchas obreras por el mundo.
Todas las fuerzas de la burguesía siria se han arrojado como aves de carroña sobre la población rebelde y desesperada. Para el gobierno y las fuerzas armadas pro Bashar Al-Assad, las cosas son claras. Se trata de conservar el poder cueste lo que cueste. Para la oposición, cuyos diversos componentes están dispuestos a matarse entre sí y a la que sólo une la voluntad de acabar con Bashar Al-Assad, se trata de echar mano de ese mismo poder. En unas reuniones de esas fuerzas de oposición en Londres y París, hace poco, ningún ministro o servicio diplomático ha aceptado precisar su composición. ¿Qué representan el Consejo Nacional Sirio, el Comité Nacional de Coordinación o el Ejército Sirio Libre? ¿Qué poder tienen en ellos los Kurdos, los Hermanos Musulmanes o los yihadistas salafistas? No son más que un revoltijo de camarillas burguesas rivales entre sí. Si el régimen de Assad todavía no ha sido derrocado, es porque ha sabido jugar con las rivalidades internas de la sociedad siria. Los cristianos ven con malos ojos el auge de los islamistas y temen sufrir el mismo destino que los coptos en Egipto; parte de los kurdos intentan negociar con el régimen; y éste tiene el respaldo de la minoría religiosa alauita de la que forma parte la camarilla presidencial.
De todos modos, el Consejo Nacional no tendría gran relevancia ni militar ni políticamente si no lo apoyaran fuerzas exteriores, haciéndolo todo cada una de estas fuerzas por sacar la mejor tajada. Entre ellas se han de señalar los países de la Liga Árabe (Arabia Saudí en especial), Turquía, pero también Francia, Gran Bretaña, Israel y Estados Unidos.
Todos esos carroñeros imperialistas toman pretexto de la inhumanidad del régimen sirio para preparar la guerra total en ese país. Según el medio ruso La Voz de Rusia, citando el canal de televisión pública iraní Press TV, existen informaciones de que Turquía se estaría preparando para atacar a Siria con ayuda norteamericana. El Estado turco estaría ya concentrando tropas y materiales en su frontera con Siria. Esta información también la han recogido los medios occidentales. En el bando opuesto, en Siria, se han apostado misiles balísticos tierra-tierra de fabricación rusa en las regiones de Kamechliyé y de Deir al Zur, en el este de Siria, cerca de la frontera con Irak. El régimen de Bashar Al-Assad está a su vez apoyado por potencias extranjeras, en particular por China, Rusia e Irán.
Esa feroz batalla entre los buitres imperialistas más poderosos en torno a Siria también se libra en esa asamblea de bandidos que se llama la ONU. Rusia y China ya opusieron dos veces su veto a propuestas de resolución sobre Siria, la última de las cuales apoyaba el proyecto de la Liga Árabe para salir de la crisis, proponiendo ni más ni menos que la retirada de Bashar Al-Assad. Tras varios días de sórdidas negociaciones, una vez más la hipocresía de todos se ha expuesto a plena luz. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con el acuerdo de Rusia y China, adoptó el pasado 21 de marzo una declaración para el cese de la violencia, cese que culminaría gracias a la presencia en Siria de un enviado especial muy conocido, Kofi Annan, sin que nada fuera de obligado cumplimiento, claro está. O sea algo que sólo compromete a quienes se lo creen. Todo ello es un poco siniestro.
La pregunta que podemos plantearnos es entonces muy diferente. ¿Cómo es posible que, de momento, ninguna potencia imperialista extranjera haya intervenido directamente –en defensa de sus propios intereses nacionales evidentemente- como así ocurrió, por ejemplo, hace unos meses en Libia? Pues principalmente porque las fracciones de la burguesía opuestas a Bashar Al-Assad lo rechazan oficialmente. No quieren una intervención militar masiva extranjera y lo hacen saber. Cada una de ellas teme, con razón, perder en tal situación la posibilidad de dirigir algún día el poder. Pero eso no es ninguna garantía de que la amenaza de guerra imperialista total, que ya está a las puertas de Siria, no irrumpa en ese país en el periodo que viene. De hecho, la clave de la situación esta ciertamente en otro lugar.
Uno se puede preguntar por qué ese país azuza hoy tantos apetitos imperialistas por el mundo. La respuesta a esa pregunta está unos cientos kilómetros más allá de Siria. Miremos hacia su frontera oriental para descubrir lo que sobre todo está en juego en esa pugna imperialista y el drama humano resultante: lo que está en juego es Irán.
El pasado 7 de febrero, el New York Times declaraba: “Siria ya es el principio de la guerra con Irán”. Una guerra que todavía no se ha desencadenado directamente pero que está ahí presente, agazapada en la sombra del conflicto sirio.
El régimen de Bashar Al-Assad es efectivamente el principal aliado regional de Teherán y Siria es una zona estratégica esencial para Irán. La alianza con Siria permite a Teherán tener una ventana abierta al espacio estratégico mediterráneo e israelí, con medios militares en contacto directo con el Estado hebreo. Pero esa guerra potencial, que avanza escondida, tiene sus raíces profundas en la importancia vital de Oriente Medio en un momento en que se desencadenan todas las tensiones guerreras contenidas en este sistema capitalista en putrefacción.
Esa región del mundo es la gran encrucijada entre Oriente y Occidente. Europa y Asia convergen en Estambul. Rusia y los países del Norte miran más allá del Mediterráneo hacia el continente africano y los vastos océanos. Pero sobre todo, desde que ya hace tiempo las bases de la economía mundial empezaron a tambalearse, el oro negro se ido convirtiendo cada día más en un arma económica y militar de importancia vital. Cada cual ha de controlar su flujo. Sin petróleo, la menor fábrica debe pararse, cualquier avión de caza se queda pegado al suelo. Esa realidad forma parte íntegra de las razones por las cuales todos los imperialismos están implicándose en esa región del mundo. Sin embargo, todas esas consideraciones no son los motivos más operantes y perniciosos que llevan a esa región hacia la guerra.
Desde hace ya varios años, Estados Unidos, Gran Bretaña, Israel y Arabia Saudí son los directores de orquesta de una campaña ideológica anti-iraní. Y tal campaña acaba de tener un violento acelerón. El reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) da a entender que existe una posible dimensión militar a las ambiciones nucleares de Irán. Un Irán que posea el arma atómica resulta insoportable para muchos países imperialistas por el mundo. El auge de un Irán nuclearizado, imponiéndose en toda la región, es totalmente insoportable para todos esos tiburones imperialistas, tanto más porque el conflicto palestino-israelí mantiene una inestabilidad permanente en la zona. Irán está militarmente cercado por completo. El ejército norteamericano está instalado cerca de todas sus fronteras. Y el golfo Pérsico, ¡rebosa de tantos buques de guerra de todo tipo y bandera que casi se podría atravesar sin tocar agua! El Estado israelí no deja de proclamar que jamás dejará que Irán posea el arma atómica y, según dicho Estado, Irán podría tenerla en el plazo de un año como máximo. La afirmación proclamada ante el mundo alta y claramente es espantosa por ser peligrosísimo ese pulso: Irán no es Irak, ni Afganistán. Es un país de más de 70 millones de habitantes dotado de un ejército “respetable”.
Económicas
La utilización del arma atómica por parte Irán no es, sin embargo, el único peligro, ni siquiera el más importante: últimamente, los dirigentes políticos y religiosos iraníes afirmaron que replicarían por cualquier medio a su disposición si su país fuera atacado. Irán dispone de unos medios para hacer daño cuya importancia nadie es capaz de medir hoy. Si Irán, por ejemplo, decidiera impedir la navegación por el estrecho de Ormuz, incluso hundiendo sus propios barcos, la catástrofe sería mundial.
Una parte considerable de la producción de petróleo ya no podría llegar a sus destinatarios. La economía capitalista en plena crisis de senilidad sería entonces vapuleada por un huracán de máxima fuerza. Los estragos serian inconmensurables en una economía ya muy enferma.
Ecológicas
Las consecuencias ecológicas pueden ser irreversibles. Atacar posiciones atómicas iraníes enterradas bajo miles de toneladas de hormigón y de metros cúbicos de tierra, exigiría un ataque aéreo táctico mediante bombardeos atómicos con objetivos bien determinados. Eso es lo que explican los expertos militares de todas las potencias imperialistas. Si tal fuera el caso, ¿qué será de toda la región de Oriente Medio? ¿Cuáles serían las consecuencias sobre las poblaciones y el ecosistema, y también a escala del planeta? No estamos hablando de elucubraciones enfermizas, producto del cerebro calenturiento de un científico estrafalario. Tampoco se trata de un guión para una de esas película de catástrofe. Ese plan de ataque forma parte íntegra de la estrategia estudiada y preparada por el Estado israelí junto con Estados Unidos, aunque, por ahora, EEUU sea más reservado al respecto. El estado mayor del ejército israelí estudia, en sus preparativos, la posibilidad de pasar al mencionado nivel de destrucción en caso de fracaso de un ataque aéreo más clásico. La locura está ganando a un capitalismo en total decadencia.
Humanitarias
Desde que se desencadenaron las guerras en Irak, Afganistán y Libia, el caos reina en esos países. La guerra prosigue en ellos interminablemente. Los atentados son diarios y mortíferos. Las poblaciones intentan desesperadamente sobrevivir día a día. La prensa burguesa afirma: “Afganistán vive en una postración general. Al cansancio de los afganos hace eco el cansancio de los occidentales” (Le Monde, 21 de marzo de 2012). Para la prensa burguesa, todos están cansados de la interminable continuación de la guerra en Afganistán pero para la población no se trata de cansancio, sino de exasperación y de abatimiento. ¿Cómo sobrevivir en semejante situación de guerra y de descomposición permanente? Y si se desencadena la guerra en Irán, la catástrofe humana tendría una amplitud mucho más considerable. La concentración de la población, los medios de destrucción que serían entonces utilizados dejan presagiar lo peor. Lo peor es un Irán a sangre y fuego, un Oriente Medio hundido en el caos más total. Ninguno de esos asesinos de masas que dirigen las instancias dirigentes civiles y militares es capaz de decir cómo se acabaría la guerra en Irán. ¿Qué sería de las poblaciones árabes de esas regiones? ¿Qué harían las poblaciones chiítas? Esa perspectiva es sencilla y humanamente espantosa.
El mismo hecho de entrever aunque solo sea una pequeña parte de esas consecuencias asusta a esos sectores de la burguesía que intentan guardar un mínimo de lucidez. El periódico kuwaití Al-Jarida acaba de filtrar una información que recoge, como suele hacerse, uno de esos mensajes que los servicios secretos israelíes quieren dar a conocer públicamente. Su último director, Meir Dagan, acaba de afirmar efectivamente que “la perspectiva de un ataque contra Irán es la idea más estúpida de la que jamás haya oído hablar”. Parece ser que esa es la opinión que prevalece en la otra agencia de las fuerzas secretas de seguridad externa israelí, el Shin Bet.
Es conocido que buena parte del estado mayor israelí no desea esa guerra. Pero también es sabido que parte de la clase política israelí, unida tras Netanyahu, quiere que estalle en el momento más propicio para el Estado hebreo. En Israel, por razones de política imperialista, la crisis política madura bajo las brasas de una posible guerra. En Irán, el jefe religioso Ali Jamenei también está enfrentado sobre ese tema con el presidente del país, Mahmud Ahmadineyad. Pero lo más espectacular es el pulso que enfrenta a Estados Unidos e Israel sobre esa cuestión. De momento, la administración norteamericana no quiere una guerra abierta con Irán. Hay que decir que la experiencia norteamericana en Irak y Afganistán no es de lo más convincente, de modo que la administración de Obama prefiere por ahora imponer unas sanciones cada día más duras. La presión de Estados Unidos sobre Israel para que este país sea paciente es enorme. Pero el debilitamiento del liderazgo de EEUU también se nota incluso en sus relaciones con su aliado tradicional en Oriente Medio. Israel afirma con contundencia que no dejará a Irán poseer el arma atómica, sea cual sea la opinión de sus aliados incluso los más próximos. La mano de hierro de la superpotencia americana sigue oxidándose e incluso Israel está poniendo hoy en entredicho su autoridad. Para ciertos comentaristas burgueses, podría estar produciéndose una primera ruptura en la hasta ahora indefectible alianza entre Estados Unidos e Israel.
El principal participante inmediato en este siniestro juego en la región es Turquía, que posee las fuerzas armadas más importantes de Oriente Medio (más de 600.000 efectivos en servicio activo). Aun cuando ese país ha sido antaño un aliado indefectible de EE.UU. y uno de los pocos amigos de Israel, la fracción más “islamista” de la burguesía turca está intentando jugar su propia baza con un islamismo “democrático” y “moderado”, tras la subida al poder de Erdogan. Por ello intenta aprovecharse de los levantamientos en Egipto y en Túnez. Y eso también explica el viraje en sus relaciones con Siria. Hubo un tiempo en que Erdogan se iba de vacaciones con Assad, pero se rompió esa alianza en cuanto el líder sirio se negó a obedecer a las exigencias de Ankara y a negociar con la oposición. Los esfuerzos de Turquía para exportar su “modelo” de Islam “moderado” se oponen por otro lado de forma directa con los intentos de Arabia Saudí de incrementar su influencia propia apoyándose en el wahhabismo ultraconservador.
La posibilidad de estallido de una guerra en Siria, quizá seguida por otra en Irán, es algo tan presente que los aliados de ambos países, China y Rusia, reaccionan cada día más fuerte. Irán es muy importante para China, porque ese país la abastece en torno al 11 % de sus necesidades energéticas ([2]). Desde que empezó a emerger industrialmente, China se ha convertido en un nuevo actor muy importante en la región. En diciembre pasado, ponía en guardia contra el peligro de conflicto mundial en torno a Siria e Irán. Así declaró por vía del Global Times ([3]): “Occidente sufre de recesión económica, pero sus esfuerzos por derribar gobiernos no occidentales por razones de interés político y militar están en su punto más álgido. China, como su vecino gigante Rusia, han de estar alertas al nivel más alto y adoptar las contramedidas que se imponen” ([4]). Aunque una confrontación directa entre las grandes potencias imperialistas del mundo sea hoy impensable en el contexto mundial actual, tales declaraciones ponen en evidencia lo seria que es la situación.
Oriente Medio es un polvorín y algunos están muy cerca de prenderle fuego. Ciertas potencias imperialistas proyectan fríamente el uso de ciertas categorías de armas atómicas en una eventual guerra contra Irán.
Los medios militares ya están listos y apostados estratégicamente para ello. Como lo peor siempre es posible en el capitalismo agonizante, no podemos descartar totalmente esa eventualidad. En cualquier caso, la huida ciega de un capitalismo ahora totalmente senil y caduco lleva siempre más allá la irracionalidad del sistema. Una vez llegada a ese nivel, la guerra imperialista se aparenta a una auténtica autodestrucción del capitalismo. Que desaparezca el capitalismo ahora que está condenado por la historia no es un problema ni para el proletariado ni para la humanidad. Por desgracia, tal autodestrucción conlleva la amenaza de destrucción total de la humanidad. El constatar el hundimiento del capitalismo en un proceso de destrucción de la civilización no debe llevarnos al desánimo, a la desesperación o la pasividad. En el número del primer trimestre de este año de esta Revista, escribíamos: “La crisis económica no es una historia sin fin. Anuncia el fin de un sistema y la lucha por otro mundo”. Esta afirmación se apoya en la evolución de la lucha de clases internacional. Esa lucha mundial para construir otro mundo está ya en sus comienzos. Eso sí, con dificultades y a ritmo todavía lento, pero sí que es ya algo muy presente y en desarrollo. Es esa fuerza otra vez en movimiento, cuya expresión más significativa sigue siendo de momento la lucha del verano pasado de los Indignados en España, la que nos permite afirmar que potencialmente existen las capacidades para acabar con toda esta barbarie capitalista y hacerla desaparecer de nuestro planeta.
Tino (11 de abril del 2012)
[3]) Periódico de actualidad internacional que pertenece al oficial Diario del Pueblo.
Mientras los Gobiernos de todos los países no dan tregua en planes de austeridad cada vez más violentos, la agitación de 2011 –el movimiento de indignados de España, Grecia etc., y de ocupaciones en Estados Unidos y otros países– ha seguido el primer trimestre de 2012. Sin embargo, las luchas tropiezan con una fuerte tutela sindical que logra poner serias trabas a la autoorganización y la unificación aparecidas con fuerza en 2011.
¿Cómo hacer frente a la tutela sindical? ¿Cómo recuperar y dar un nuevo impulso a las tendencias que vimos en 2011? ¿Qué perspectivas se abren? Tales son las preguntas a las que vamos a aportar algunos elementos de respuesta.
Empezaremos por una breve panorámica de las luchas vividas (para una crónica detallada remitiremos a nuestra prensa territorial).
En España, los violentos recortes sociales (en educación, sanidad y servicios básicos) y la adopción de una “Reforma Laboral” que hace aún más fácil el despido y que permite a las empresas reducciones salariales inmediatas han motivado grandes manifestaciones, especialmente en Valencia, pero igualmente Madrid, Barcelona, Bilbao.
En febrero, la tentativa de implantar un clima de terror policial callejero tomando como cabeza de turco a los estudiantes de enseñanza media en Valencia, provocó una sucesión de manifestaciones solidarias que acabaron en dos días de manifestaciones multitudinarias donde trabajadores de todas las edades salían a la calle codo con codo con los estudiantes. La protesta se extendió a todo el país con grandes manifestaciones en Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, muchas de ellas espontáneas o decididas por asambleas improvisadas ([1]).
En Grecia, además de una nueva huelga general, las protestas masivas se han extendido por todo el país. Participan empleados públicos y privados, jóvenes y ancianos, parados, mujeres, incluso policías se han sumado. Los trabajadores del hospital de Kilkis han ocupado las instalaciones, piden la solidaridad y la participación de toda la población y hacen un llamamiento a la solidaridad internacional ([2]).
En México, el gobierno ha dirigido el grueso de los ataques a los trabajadores de la enseñanza tomados como conejillo de Indias para luego ir agrediendo a otros sectores, todo en medio de una creciente degradación en un país supuestamente “blindado frente a la crisis”. Pese a verse aislados por un férreo cordón sindical, los maestros han tomado las calles de las principales ciudades ([3]).
En Italia, frente a la proliferación de despidos y contra las medidas adoptadas por el nuevo gobierno, han surgido bastantes luchas: en Milán una parte de los ferroviarios y en empresas como Jabil, Esselunga di Pioltello y Nokia; en FIAT de Termini Imerese, Cerámica Ricchetti de Mordano/Bolonia; la refinería de Trapani; los investigadores precarios del hospital Gasliani de Génova…; pero igualmente categorías próximas al proletariado como camioneros, taxistas, pastores, pescadores, campesinos… Ahora bien, estos movimientos se han dado de forma muy dispersa. Una tentativa de coordinación en la región de Milán ha fracasado debido al enfoque sindicalista ([4]).
En India, considerada junto a China “la gran esperanza del capitalismo”, hemos visto una huelga general el 28 de febrero convocada por más de 100 sindicatos que representan a unos 100 millones de trabajadores por todo el país (aunque no todos fueron convocados a la huelga por sus sindicatos, ni mucho menos). Esta movilización fue saludada como una de las más masivas del mundo hoy por hoy. Sin embargo, fue sobre todo una jornada de desmovilización, un “desfogue” en respuesta a una creciente oleada de luchas que arranca desde 2010 y cuya punta de lanza fueron los trabajadores del automóvil (Honda, Maruti Suzuki, Hyundai Motors). Recientemente, entre junio y octubre de 2011, también en las factorías automovilísticas, los trabajadores actuaron por propia iniciativa desoyendo las consignas sindicales, movilizándose con fuertes tendencias a la solidaridad y una voluntad de extensión de la lucha a otras fábricas. También se expresaron tendencias a la autoorganización y a la instauración de asambleas generales, como durante las huelgas en Maruti-Suzuki en Manesar, una ciudad nueva construida como consecuencia del boom industrial de la región de Delhi, durante la cual, los obreros ocuparon la factoría contra la opinión de “su” sindicato. La cólera obrera se hace oír y de ahí que los sindicatos se hayan puesto todos de acuerdo para hacer una convocatoria común a la huelga, para así, juntos, hacer frente… … a la clase obrera! ([5]) En ellas se ha manifestado la solidaridad de otros sectores y tentativas de autoorganización ([6]).
En las acciones de Indignados y Ocupantes de 2011 el motor eran los jóvenes, parados o precarios, aunque se sumaron trabajadores de todas las edades. La lucha tendía a organizarse de forma asamblearia acompañada de una fuerte denuncia de los sindicatos, no presentaba reivindicaciones concretas y parecía centrarse en la expresión de indignación y la búsqueda de explicaciones de lo que está pasando.
En cambio, las luchas de 2012, en respuesta a los ataques de los gobiernos, se presentan de modo distinto: el motor son trabajadores “acomodados” de edades de 40-50 años del sector público, frecuentemente acompañados por “usuarios” (padres de alumnos, familiares de enfermos etc.) aunque también se sumen parados y jóvenes. Las luchas se polarizan sobre reivindicaciones concretas y la tutela sindical está muy presente.
En apariencia se trataría de dos luchas “diferentes” y “opuestas” –como se esfuerzan en hacer ver los medios de comunicación–. La primera sería “radical”, “política”, protagonizada por gente “idealista” que “no tendría nada que perder”; en cambio, la segunda la encabezarían padres de familia, imbuidos de conciencia sindical y que no querrían perder “los privilegios adquiridos”.
Estas caracterizaciones sociológicas que parten de retratos individuales pero que ocultan tendencias sociales profundas, tienen la finalidad política de dividir y enfrentar dos respuestas nacidas del proletariado, producto de la maduración de su conciencia y de su respuesta a la crisis, que necesitan unificarse en el camino hacia luchas masivas. Se trata de dos piezas de un puzzle que tiende a encajar.
Sin embargo, esto no va a ser fácil. Se hace precisa una lucha activa especialmente de los sectores más conscientes y para ello la primera condición es una mirada lúcida sobre los puntos débiles que afectan a los movimientos vividos. Uno de ellos es el nacionalismo, más evidente en Grecia. La rabia que produce una austeridad insoportable es canalizada “contra el pueblo alemán” cuya supuesta “opulencia” ([7]) sería la causa de las desgracias del “pueblo griego”. Este nacionalismo es explotado para proponer “soluciones” a la crisis basadas en “la recuperación de la soberanía económica nacional”, planteamiento autárquico en el que rivalizan los estalinistas y los neofascistas ([8]).
El juego político entre Derecha e Izquierda es otra de las trampas con la que el Estado capitalista pretende debilitar al proletariado. Lo vemos de forma notable en Italia y España. En el primer país, la sustitución de Berlusconi, un personaje repugnante, ha permitido a la Izquierda crear una “euforia artificial” –¡nos hemos librado por fin!– la cual ha influido poderosamente en la dispersión de las respuestas obreras que constatábamos al principio frente a los planes de austeridad implantados por el Gobierno “técnico” de Monti ([9]). En España, el autoritarismo, y la brutalidad represiva que clásicamente han caracterizado a la Derecha, están permitiendo a sindicatos y partidos de izquierda atribuir la causa de los ataques a la “maldad” y la venalidad de la derecha y desviar el malestar hacia la “defensa del Estado social y democrático”.
La barrera sindical
Pero el obstáculo principal son los sindicatos. La burguesía se vio sorprendida por el movimiento de Indignados en España 2011 que con su rechazo a los sindicatos logró el desarrollo relativamente libre de los métodos clásicos de la lucha proletaria: las Asambleas masivas, las manifestaciones sin cabecera, los debates de masas, etc. ([10]).
Actualmente, lo que está a la orden del día en todos los Estados y principalmente en los europeos, es el lanzamiento de planes de austeridad que provocan un fuerte descontento y una combatividad creciente. Los Estados no quieren dejarse sorprender y para ello acompañan los ataques de un dispositivo político que dificulte la emergencia de una lucha unida, autoorganizada y masiva de los trabajadores que llevara más lejos las tendencias de 2011.
En este dispositivo los sindicatos son cruciales. Su papel consiste en ocupar todo el terreno social proponiendo movilizaciones que crean un laberinto donde las iniciativas, los esfuerzos, la combatividad y la indignación de masas crecientes de trabajadores no se expresan o se tropiezan con el terreno minado de la división.
Esto podemos verlo concretamente con una de sus herramientas preferidas: la huelga general. En Grecia, en 3 años se han convocado ¡16 huelgas generales!, en Portugal llevamos 3, se prepara otra en Italia, en Gran Bretaña para el 28 de marzo una huelga ¡limitada a la educación!, en India ya hemos hablado de la convocada a fines de febrero, en España tras la que hubo en septiembre de 2010 se prepara otra para el 29 de marzo.
Que los sindicatos se vean impelidos a convocar tantas huelgas generales es un indicio del malestar y la combatividad que domina a los trabajadores. Ahora bien, la huelga general no es un paso adelante sino una forma de soltar vapor en la olla a presión de la situación social y sobre todo un dique de contención ([11]).
El Manifiesto Comunista recuerda que «el verdadero resultado de las luchas no es el éxito inmediato sino la unión cada vez más extensa de los obreros», la principal adquisición de una huelga es la unidad, la conciencia, la capacidad de iniciativa y de organización, la solidaridad, los lazos activos que permite tejer.
Sin embargo, en las convocatorias de huelga general y en los métodos sindicales de lucha, esas adquisiciones son las más atacadas y socavadas.
Los líderes sindicales convocan la huelga general y cara al circo mediático de prensa y TV hacen grandes proclamas de “unidad” pero en el día a día de los centros de trabajo, la “preparación” de la huelga general constituye un intenso ejercicio de división, enfrentamiento y atomización.
La participación en la huelga general se plantea como la decisión personal de cada trabajador. En muchos centros de trabajo son los directivos de la empresa o de la administración pública los que les interrogan uno a uno para que comuniquen si van a hacer huelga con todo lo que eso tiene de chantaje e intimidación. ¡Tal es el derecho ciudadano y constitucional de la huelga!
Se reproduce fielmente el esquema engañoso de la ideología dominante según el cual cada individuo es autónomo y autosuficiente y debe decidir en su conciencia individual lo que tiene que hacer. Una huelga sería uno más de los mil dilemas angustiosos que diariamente nos plantea la vida bajo esta sociedad y frente a los cuales tenemos que responder solos en el mayor de los desamparos: ¿acepto este trabajo? ¿Aprovecho tal oportunidad? ¿Compro tal cosa? ¿A quién doy mi voto? ¿Voy o no voy a la huelga? Nos ata aún más al universo de competencia a muerte, de lucha de todos contra todos, de cada cual a la suya, que constituye esta sociedad.
Los días previos a la huelga general ven la proliferación de escenas de conflicto y tensión entre los trabajadores. Cada uno se enfrenta a angustiosos dilemas: ¿voy a la huelga aún sabiendo que no sirve para nada? ¿Voy a dejar en la estacada a los compañeros que hacen huelga? ¿Puedo permitirme el lujo de perder un día de salario? ¿Y si me despiden? Cada cual se ve prendido entre dos fuegos: en uno los sindicalistas que le hacen sentir culpable si no participa, en el otro, los jefes que le lanzan toda clase de amenazas. Es una pesadilla de enfrentamientos, divisiones y rencillas entre trabajadores que son exacerbados por la fijación de “servicios mínimos” que constituyen una nueva fuente de conflictos ([12]).
El mundo capitalista funciona como suma de millones de “libres decisiones individuales”. La realidad es que ninguna de esas decisiones es libre sino que es esclava de una tupida red de relaciones alienantes: desde la infraestructura de las relaciones de producción –la mercancía y el trabajo asalariado- hasta una inmensa superestructura de relaciones jurídicas, militares, ideológicas, religiosas, políticas, policiales…
Marx dijo que “la riqueza espiritual de un individuo depende de la riqueza de sus vínculos sociales”, esa “riqueza de vínculos sociales” constituye el pilar de la lucha proletaria y de la fuerza social que le puede permitir derribar el capitalismo mientras que las convocatorias sindicales lo devuelven al aislamiento, al encierro corporativo, a la pérdida de las condiciones que le permiten decidir conscientemente, lo cual solo puede hacerse formando parte de un cuerpo colectivo en lucha.
Lo que da fuerza a los trabajadores es discutir colectivamente los pros y contras de una acción tomando en cuenta los sentimientos, las dudas, las contradicciones, las reservas de cada cual, pero igualmente las iniciativas, las aclaraciones, la convicción o la decisión que cada cual madura. Esa es la forma de realizar una lucha donde se integra al máximo de gente contando con su responsabilidad y su convicción.
¡Pero todo eso es lo que se echa al cubo de la basura con el planteamiento sindical de “dejarse de debates” y “sentimentalismos” e invocando el señuelo de “ser fuertes paralizando la producción o los servicios en los que se trabaja”.
En un periodo de crisis como el actual y, de forma general, en el periodo histórico de decadencia del capitalismo, es el propio capital con su funcionamiento cada vez más caótico y contradictorio quien más paraliza la producción y los servicios sociales. Un paro de la producción -¡y además de un día!- es aprovechado por los capitalistas para eliminar stocks. En el caso de servicios como enseñanza, sanidad o transportes públicos su paralización es cínicamente utilizada por el Estado para enfrentar a los trabajadores usuarios contra sus demás compañeros.
El combate por una lucha unitaria y masiva
En los movimientos de 2011 masas de explotados pudieron actuar conforme a sus iniciativas y tendencias más profundas, se expresaron según los métodos clásicos de la lucha obrera que vienen de la Revolución Rusa de 1905 y 1917, del Mayo 68 etc.
En las luchas actuales, la imposición de la tutela sindical hace más difícil esa “expresión libre” pero ésta sigue su curso. Frente a la tutela sindical pugnan toda una serie de iniciativas obreras: por ceñirnos al caso de España ante la huelga general del 29 de marzo hemos tenido noticia de varias de ellas: en Barcelona, en Castellón, en Alicante, en Valencia, en Madrid: acudir con pancartas propias a la manifestación del 29, formar piquetes explicativos el día de la huelga, reclamar la toma de palabra en el mitin sindical, celebrar asambleas alternativas… Significativamente, estas iniciativas siguen la estela de las que tuvieron lugar en Francia en la lucha de 2010 contra la reforma de las pensiones ([13]).
Se trata de librar la batalla en ese terreno trampeado que se nos impone para abrir paso a la auténtica lucha proletaria. En apariencia la tutela sindical resulta incontestable pero las condiciones maduran en el sentido de su desgaste creciente e inversamente, en el crecimiento de la capacidad autónoma del proletariado.
La crisis, que dura ya 5 años y amenaza con nuevas convulsiones, va disipando las ilusiones sobre una “salida del túnel”, dando paso a una aguda preocupación por el futuro. Hoy se hace visible la quiebra creciente de un régimen social con todo lo que conlleva –modo de vida, formas de relación y de pensamiento, cultura, planteamientos vitales-. Mientras que en un período en el que la crisis no era tan aguda, los trabajadores parecían tener trazado un camino para hacerse “un lugar al sol”, a pesar de los sufrimientos a menudo terribles que depara la explotación asalariada, hoy esa perspectiva se ve cada vez más cerrada. Y esa dinámica es mundial.
Otra palanca de fuerza es una tendencia que ya se vio en 2011 con el movimiento de Indignados y Ocupaciones ([14]): la toma masiva de calles y plazas. En la vida cotidiana del capitalismo la calle es un espacio de alienación: colapsos de tráfico, multitudes solitarias que se afanan en compras, negocios, gestiones… Que las masas tomen la calle para “otro uso” –asambleas, debates, manifestaciones– puede convertir la calle en espacio de liberación. Esto hace que los trabajadores empiecen a atisbar la fuerza social que pueden adquirir si aprenden a actuar de manera colectiva y autónoma. Cara al futuro, arroja las primeras semillas de lo que podría ser el “gobierno directo de las masas” a través del cual éstas se educan, se liberan de todos los harapos que llevan pegados de esta sociedad y adquieren la fuerza para destruir la dominación capitalista y levantar otra sociedad.
Otra de las fuerzas que empujan hacia el futuro es la convergencia en la lucha de todas las generaciones obreras. Con ello se continúa algo que se vio anteriormente en luchas como la los estudiantes en Francia contra el CPE (2006) ([15]) o las revueltas de la juventud en Grecia (2008) ([16]). La capacidad para converger en una acción común de todas las generaciones obreras es una condición indispensable para levantar una lucha revolucionaria. En la revolución rusa de 1917 se veía juntos a proletarios de toda la gama de edades, desde niños llevados a hombros de padres o hermanos hasta ancianos de cabellos plateados.
Se trata de un conjunto de factores que no va a imponer su potencia de forma inmediata y fácil. Se requerirá para su plena eclosión de duros combates, de derrotas a menudo amargas, de una intervención perseverante de las organizaciones revolucionarias, de atravesar momentos difíciles de confusión y parálisis temporal. En ellas el arma de la crítica, de una autocrítica firme de los propios errores e insuficiencias, resulta fundamental.
“Las revoluciones burguesas, como la del siglo xviii, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias como las del siglo xix, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan:
Hic Rhodus, hic salta!” ([17])
C.Mir (27-3-12)
[1]) Para un conocimiento detallado de las luchas ver: “Por un movimiento unitario contra recortes y reforma laboral”.
(ver https://es.internationalism.org/node/3323 [40]); “Ante la escalada represiva en Valencia”
(ver https://es.internationalism.org/node/3324 [41])
[2]) Ver “El hospital de Kilkis en Grecia bajo el control de los trabajadores”:
[3]) Ver nuestra intervención en las movilizaciones del magisterio en México /cci-online/201203/3353/nuestra-intervencion-en-las-movilizaciones-del-magisterio-en-mexico [43]
[4]) Ver en nuestra Web en italiano https://it.internationalism.org/node/1147 [44]
[5]) Ver (en francés). “Jornada de manifestación en India: huelga general o cortafuegos sindical”;
https://fr.internationalism.org/ri431/journee_de_manifestation_en_inde_g... [45]?
[6]) Ver https://en.internationalism.org/icconline/201203/4755/all-india-workers-strike-28-february-2012-general-strike-or-union-ritual [46]
[7]) Se olvida los 7 millones de “minijobs” (empleos a 400 euros mensuales) que soportan los trabajadores alemanes.
[8]) Una minoría de trabajadores en Grecia toma conciencia de este peligro, así los trabajadores del hospital ocupado de Kilkis hacen un llamamiento a la solidaridad internacional y en el mismo sentido insisten los estudiantes y profesores de la facultad ateniense de Derecho ocupada.
[9]) ¡Que ni siquiera ha hecho la pantomima de “ser elegido por las urnas”!
[10]) La burguesía no dejó desde luego el campo libre sino que tuvo que recurrir a fuerzas “nuevas” más inexpertas como por ejemplo DRY: Democracia Real Ya,
[11]) Sí hacemos caso al “enfado” y a la “inquietud” que manifiestan los grandes gerifaltes empresariales o gubernamentales parecería que la huelga general les impacta mucho y constituiría poco menos que una “revolución”. Pero la historia ha demostrado que todo eso no es más que comedia, más allá de que tal o cual personaje de la clase dominante se lo crea realmente.
[12]) Esto viene de lejos pues como recordábamos en la Revista Internacional no 117
(ver /revista-internacional/200510/165/informe-sobre-la-lucha-de-clases-en-el-contexto-de-los-ataques-gene [48] ):
“En 1921, durante la llamada “Acción de marzo” en Alemania, las trágicas escenas de desempleados intentando impedir que los obreros entraran en las fábricas era una expresión de la desesperanza ante el reflujo de la oleada revolucionaria. Los llamamientos recientes de los izquierdistas franceses a impedir que los alumnos pasaran sus exámenes [durante el movimiento de la primavera de 2003 en Francia],, el espectáculo de los sindicalistas alemanes del Oeste [durante la huelga de los metalúrgicos en Alemania en 2003]queriendo impedir que los metalúrgicos del Este –que no querían hacer una huelga larga por las 35 horas– volvieran al trabajo, son ataques muy peligrosos contra la idea misma de clase obrera y de solidaridad. Son tanto más peligrosas porque alimentan la impaciencia, el inmediatismo, el activismo descerebrado que la descomposición genera. Estamos avisados: las luchas venideras pueden ser un crisol para la conciencia, pero la burguesía lo hará todo para transformarlas en tumbas de la reflexión proletaria”.
[13]) Ver Revista Internacional no 144 (/revista-internacional/201102/3054/francia-gran-bretana-tunez-el-porvenir-es-que-la-clase-obrera-desa [49]). De hecho, ese combate de 2010 preparó políticamente y en el terreno de la conciencia las luchas de 2011.
[14]) Para un balance de estos movimientos ver “De la indignación a la esperanza” https://es.internationalism.org/node/3349 [50]
[15]) Ver Revista Internacional no 125 https://es.internationalism.org/rint/2006/125_tesis [51]
[16]) Ver Revista Internacional no 136 /revista-internacional/200904/2483/las-revueltas-de-la-juventud-en-grecia-confirman-el-desarrollo-de- [52] en
[17]) Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte. La frase final, “Hic Rhodus, hic salta”, procede de una leyenda griega que habla de un individuo que presumía de poder saltar por encima del coloso de Rodas, su sorpresa fue cuando esta exhibición la hizo en la propia Rodas, ahí ya no tenía escapatoria.
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [53]
Publicamos la última parte de nuestra serie de cinco artículos sobre la lucha de clases en el África francesa, centrada en particular en Senegal. Esta serie cubre el periodo de finales del siglo xviii a 1968. El primer artículo fue publicado en la Revista Internacional no 145.
También hubo un “Mayo del 68” en África, particularmente en Senegal, con unas características muy parecidas a las del “Mayo francés” (agitación estudiantil anticipadora de la entrada en escena del movimiento obrero), lo que no es de extrañar habida cuenta de los vínculos históricos entre la clase obrera de Francia y la de la ex colonia africana.
El carácter mundial de “Mayo del 68” es algo admitido por todos, en cambio su expresión en algunas zonas del mundo es conocido muy parcialmente cuando no es simplemente ignorado: “Eso se explica en gran parte porque esos acontecimientos ocurrieron al mismo tiempo que otros del mismo tipo por muchas partes del mundo. Esto facilitó la tarea de los analistas y propagandistas que se ocuparon en difuminar el significado del Mayo del 68 senegalés, optando por una lectura selectiva que insistía en lo estudiantil y escolar de la crisis dejando de lado sus otras dimensiones” ([1]).
El “Mayo senegalés” es pues más conocido en el medio estudiantil: estudiantes del mundo entero mandaron mensajes de protesta al gobierno de Senghor que reprimía a sus camaradas africanos. Señalemos además que la universidad de Dakar había sido la única de las colonias del África Occidental Francesa (AOF) ([2]), y eso hasta después de las “independencias”, lo que explica que en ella hubiera una importante cantidad de estudiantes africanos extranjeros.
Los órganos de prensa burgueses dieron en aquel entonces explicaciones variadas de lo que causó el movimiento de Mayo en Dakar. Pora algunos, como Afrique Nouvelle (católico), se debió a la crisis de la enseñanza. Marchés Tropicaux et Méditerranéens (negocios) consideró que era la continuación del movimiento iniciado en Francia. Jeune Afrique, por su parte, propone la conjunción del descontento político de los estudiantes y el social de los asalariados.
Hay otro punto de vista que consiste en establecer un vínculo entre el movimiento y la crisis económica: es el de Abdoulaye Bathily, uno de los protagonistas de la famosa revuelta, siendo entonces estudiante; más tarde, como investigador, hará un balance global en Mai à Dakar (Mayo en Dakar). Daremos aquí ampliamente la palabra a su testimonio desde dentro del movimiento.
“El mes de mayo de 1968 ha quedado en la historia porque estuvo marcado en el mundo entero por una serie de movimientos y cambios de gran amplitud en los que los alumnos universitarios y los de secundaria sirvieron de punta de lanza. En África, Senegal fue el teatro muy marcado de la protesta universitaria y escolar. Muchos observadores de entonces concluyeron que lo de Dakar no era ni más ni menos que la prolongación del Mayo del 68 francés. (…) Habiendo participado yo al más alto nivel a la lucha de los estudiantes de Dakar, en mayo de 1968, esa tesis siempre me ha parecido errónea. (…) La explosión de Mayo del 68 vino preparada sin lugar a dudas por un clima social muy tenso. Fue la confluencia de una agitación sin precedentes de los asalariados de las ciudades, de los agentes económicos nacionales descontentos por el mantenimiento de la preponderancia francesa, de los miembros de la burocracia frente al control de los engranajes del Estado por la asistencia técnica. La crisis agrícola contribuyó también a agravar la tensión en las ciudades y en Dakar, intensificando el éxodo rural (…). El memorándum de la UNTS [Unión Nacional de Trabajadores de Senegal, NDLR] del 8 de mayo estimaba que la degradación del poder adquisitivo desde 1961 era de 92,4 %” ([3]).
Fue pues en ese contexto en el que Dakar vivió también un “Mayo 68”, entre el 18 de mayo y el 12 de junio, que casi hace tambalear el régimen profrancés de Senghor, con huelgas genérales ilimitadas del mundo estudiantil y luego del mundo del trabajo, antes de que el poder acabara con dicho movimiento mediante una represión policiaca y militar brutal, contando además con el apoyo decisivo del imperialismo francés.
El “Mayo senegalés” vino precedido por varios enfrentamientos con el gobierno de Senghor, sobre todo entre 1966 y 1968, cuando los estudiantes organizaban manifestaciones de apoyo a las luchas de “liberación nacional” y contra el “neocolonialismo” y el “imperialismo”.
En el ámbito escolar también hubo “huelgas de aviso”. Los alumnos del Liceo Rufisque (afueras de Dakar) desencadenaron una huelga de clases el 26 de marzo de 1968 tras unas sanciones disciplinarias impuestas a un alumno. El movimiento duró tres semanas, instaurándose así en los centros escolares de la región un clima de agitación y protesta hacia el gobierno.
Lo que desató, en lo inmediato, el movimiento de mayo de 1968 fue la decisión del gobierno del presidente Senghor de reducir el número de mensualidades de las becas de estudio de 12 a 10 por año, a la vez que se reducían considerablemente sus cantidades, invocando “la difícil situación económica por la que atraviesa el país”. “La nueva decisión del gobierno se extiende cual reguero de pólvora por la ciudad universitaria, causando inquietud por doquier e impulsando un sentimiento general de revuelta. Era el único tema de conversación por todo el campus. Nada más ser elegido, el nuevo comité ejecutivo de la UDES [Unión Democrática de Estudiantes Senegaleses, NDLR] se puso a desarrollar la agitación en el medio universitario sobre el tema de las becas, entre los alumnos de secundaria y ante los sindicatos” ([4]) ([5]).
En cuanto el gobierno lo anuncia, se instala la agitación y se intensifican las protestas contra el gobierno, especialmente en vísperas de unas elecciones que los estudiantes denuncian, como así lo expresa el título de una de sus hojas: “De la situación económica y social de Senegal en vísperas de la mascarada electoral del 25 de febrero…”. La agitación prosigue y, el 18 de mayo, los estudiantes deciden convocar una “huelga general de aviso” tras el fracaso de las negociaciones con el gobierno sobre las condiciones de estudios, huelga seguida masivamente en todas las facultades.
Galvanizados por el éxito de la huelga y encolerizados por la negativa del gobierno a satisfacer sus reivindicaciones, los estudiantes lanzan la consigna de huelga general ilimitada de clases y boicot de exámenes a partir del 27 de mayo. Ya en vísperas de esa fecha, se suceden los mítines en el campus y en el medio escolar en general; en resumen, se trata de un pulso con el poder. Por su parte, el gobierno echa mano de todos los medios de comunicación oficiales para amenazar con toda una serie de medidas represivas contra los huelguistas, a la vez que intenta oponer estudiantes, unos “privilegiados”, a trabajadores y campesinos. La Unión Progresista Senegalesa (el partido de Senghor) se puso a denunciar la “actitud antinacional” del movimiento estudiantil, pero tales peroratas no tuvieron ningún éxito; muy al contrario, les campañas del gobierno lo que hicieron fue agudizar más todavía la ira de los estudiantes, suscitando además la solidaridad de los asalariados y la población en general.
“Los mítines de la UED (Unión de Estudiantes de Dakar) eran los momentos culminantes de la agitación en el campus. Acudían a ellos una cantidad importante de estudiantes, alumnos, profesores, jóvenes desempleados, oponentes, y, claro está, muchos agentes de información. Al hilo de los acontecimientos, esos mítines fueron el barómetro que medía los movimientos de protesta política y social. Cada uno era una especie de ceremonia de la oposición senegalesa y de otros países presentes en el campus. Las intervenciones eran amenizadas por músicas revolucionarias del mundo entero” ([6]).
Hasta que un día se asiste a una verdadera vela de armas. El 27 de mayo a medianoche, los estudiantes, sobre aviso, oyen el ruido de botas y ven la llegada masiva de un cordón de policía que rodea la ciudad universitaria. Inmediatamente una muchedumbre de universitarios y alumnos de secundaria acude hacia las residencias para montar allí piquetes de huelga.
Lo que el poder intenta hacer, rodeando el campus universitario por las fuerzas del orden, es impedir todo movimiento desde dentro hacia fuera y a la inversa.
“Hubo así camaradas que se vieron privados de comida y otros de cama, pues, como la UED tuvo que explicarlo a menudo, las condiciones sociales son tales que muchos camaradas comen en la ciudad (no becarios) o duermen en ella por falta de alojamiento en la ciudad universitaria. Incluso los estudiantes de medicina que cuidaban de los enfermos en el hospital quedaron bloqueados en la C.U. así como otros estudiantes de medicina de urgencia. Fue el típico ejemplo de violación de los derechos universitarios” ([7]).
El 28 de mayo, en una entrevista con el rector y los decanos de la Universidad, la UED pidió que se levantara el cordón policial, mientras que las autoridades académicas exigían que los estudiantes hicieran una declaración en las 24 horas “certificando que el objetivo de la huelga no es derribar al gobierno Senghor”. Les organizaciones estudiantiles respondieron que no estaban vinculadas a ningún régimen concreto y que el tiempo que se les otorga no es suficiente para consultar las bases. El presidente del gobierno decide entonces la clausura total de los centros universitarios.
“El grupo móvil de intervención, con el refuerzo de la policía, lanzó una nueva carga ocupando los pabellones uno tras otro. Había recibido la orden de desalojar a los estudiantes por todos los medios. Así, a porrazos, culatazos, a la bayoneta o con granadas lacrimógenas e incluso ofensivas, echando abajo puertas y ventanas, los esbirros fueron a buscar a los estudiantes hasta sus habitaciones. Los guardias y los policías se portaron cual auténticos saqueadores. Robaban lo que podían, rompían lo que les molestaba, hacían trizas la ropa, los libros, los cuadernos. Maltrataron a mujeres embarazadas y zarandearon a trabajadores. En el pabellón de los casados, golpearon a mujeres y niños. Hubo un muerto y muchos heridos (unos cien) según las cifras oficiales” ([8]).
La brutalidad de la reacción del poder provocó un arrebato de solidaridad, fortaleció la simpatía hacia el movimiento des estudiantes. En todos los ámbitos de la capital surge una fuerte reprobación hacia el comportamiento brutal del régimen, contra los maltratos realizados por la policía y el encarcelamiento de muchos estudiantes. En la noche del 29 de mayo todos los ingredientes están reunidos para que estalle un movimiento social pues la efervescencia está al máximo entre los alumnos y los asalariados.
Son los alumnos de secundaria, ya presentes masivamente durante las “huelgas de aviso” del 26 de marzo y 18 de mayo, los primeros en declararse en huelga ilimitada. Ya se realiza ahí la unión entre el movimiento universitario y el de la secundaria. Unos tras otros, todos los centros de enseñanza secundaria se ponen en huelga total e ilimitada formando a la vez comités de lucha y llamando a manifestar junto con los estudiantes.
Inquieto por la amplitud de la movilización de la juventud, ese mismo 29 de mayo, el presidente Senghor manda difundir un comunicado en los medios con el anuncio de cierre sine die de todos los centros escolares (facultades, institutos, colegios) de la región de Dakar y de San Luis, incitando a los padres de alumnos a que guarden a sus hijos en casa. Tal llamamiento no obtuvo el éxito esperado.
“El cierre de la universidad y las escuelas no hizo sino aumentar la tensión social. Les estudiantes que habían escapado a las medidas de internamiento, los alumnos y los jóvenes en general, se pusieron a levantar barricadas en los barrios populares como la Medina, Grand Dakar, Nimzat, Baay Gainde, Kip Koko, Usine Ben Talli, Usine Nyari Talli, etc. Durante los días 29 y 30 imponentes desfiles de jóvenes ocupan las vías principales de la ciudad de Dakar. Se buscaban especialmente los vehículos de la administración y de jerarcas del régimen. Circulaba el rumor de que bastantes ministros tuvieron que renunciar a sus coches oficiales, los famosos Citroen DS 21. Este tipo de vehículo oficial simbolizaba para la población en general, y los estudiantes y alumnos en particular, el “tren de vida insolente de la burguesía político-burocrática y compradora”” ([9]).
Ante la combatividad ascendente y la dinámica del movimiento, el gobierno decide reforzar sus medidas represivas ampliándolas a toda la población. El 30 de mayo, un decreto gubernamental impone, hasta nueva orden, que todos los lugares públicos (cines, teatros, cabarets, restaurantes, bares) deben cerrar hasta nueva orden; y las reuniones, manifestaciones y agrupamientos de más de 5 personas quedan prohibidos.
Frente a esas medidas represivas y la continuación de la brutalidad policial contra la juventud en lucha, todo el país se agita, la revuelta se acentúa por todas partes y, esta vez, de una manera más extensa entre los asalariados. Los aparatos sindicales tradicionales, la Unión Nacional de Trabajadores de Senegal particularmente, que agrupa a varios sindicatos, deciden entonces entrar en escena para no ser desbordados por la base.
“La base de los sindicatos presionaba a las direcciones para la acción. El 30 de mayo, a las 18 horas, la UNTS de Cap-Vert (región de Dakar), tras una reunión conjunta con el dirección nacional de la UNTS, lanzó la consigna de huelga ilimitada a partir del 30 de mayo a las 12 de la noche” ([10]).
Ante tal situación explosiva para su régimen, el presidente Senghor decide dirigirse al país con un discurso amenazante a los trabajadores, exhortándoles a desobedecer a la consigna de huelga general, acusando a los estudiantes de estar “manipulados” desde “el extranjero”. A pesar de las amenazas del poder que se concretaron en órdenes de requisición de ciertas categorías de trabajadores, el movimiento de huelga es muy seguido tanto en el sector público como en el privado.
El 31 de mayo a las 10, se organizan asambleas generales en la sede de los sindicatos a las que se invita a delegaciones de los sectores en huelga para decidir cómo proseguir el movimiento.
“Pero las fuerzas del orden ya habían acordonado el barrio. A las diez, se dio la orden de cargar a los trabajadores dentro de la sede sindical. Echaron abajo puertas y ventanas, reventaron los armarios, destruyeron los archivos. Les bombas lacrimógenas y las porras acabaron venciendo a los trabajadores más temerarios. En respuesta a la brutalidad policiaca, los trabajadores a los que se mezclaron los estudiantes de secundaria y lumpen, atacaron vehículos y almacenes incendiando algunos de ellos. Al día siguiente, Abdoulaye Diack, secretario de estado de Información, anunciaba ante la prensa que 900 personas habían sido detenidas en la Bourse du Travail [Sede sindical] y sus alrededores. Entre ellas había 36 responsables sindicales, entre los cuales 5 mujeres. En realidad, durante la semana de la crisis, fueron detenidas unas 3000 personas. Algunos dirigentes sindicales fueron deportados (…). Lo único que se logró con todo eso fue que aumentara la indignación de la gente y la movilización de los trabajadores” ([11]).
Así, justo después de la conferencia de prensa en la que el portavoz del gobierno dio las cifras sobre las víctimas, se intensificaron las huelgas, manifestaciones y revueltas hasta que la burguesía decidió echarse atrás.
“Los sindicatos aliados del gobierno y la patronal percibieron que era necesario soltar lastre para evitar que el movimiento se profundizara entre los trabajadores que, durante las manifestaciones, habían podido tomar conciencia del peso que representaban” ([12]).
Entonces, tras una serie de reuniones entre gobierno y sindicatos, el 12 de junio, el presidente Senghor anuncia un acuerdo de fin de huelga basado en 18 puntos entre los cuales un 15 % de aumento de salarios. De modo que el movimiento termina oficialmente en esa fecha, lo que no impidió que el descontento prosiguiera y surgieran otros movimientos sociales, pues la desconfianza es requisito necesario entre los huelguistas cuando de promesas del poder se trata. Y de hecho al cabo de unas semanas después de que se rubricara el acuerdo de fin de huelga, vuelven a arrancar los movimientos sociales con episodios culminantes, y eso hasta principios de los años 70.
Es importante subrayar el desconcierto en que estuvo inmerso el poder senegalés en el momento más candente de su enfrentamiento con el “movimiento de mayo en Dakar”:
“Entre el 1o y el 3 junio, parecía como si el poder estuviera vacante. El aislamiento del gobierno se demostró con la inacción del partido en el poder. Ante la amplitud de la explosión social, las estructuras de la UPS (partido de Senghor) no reaccionaron. La federación de estudiantes UPS se limitó a repartir algunas hojas casi a escondidas contra la UDES al inicio de los acontecimientos. La situación era tanto más llamativa por cuanto la UPS había hecho alarde, tres meses antes, de haber sido plebiscitada en Dakar en las elecciones legislativas y presidenciales del 25 de febrero de 1968. Y resulta que ahora era incapaz de dar una réplica popular ante lo que estaba ocurriendo.
“Según rumores, los ministros se recluyeron en el edificio de la administración, sede del gobierno, y los altos responsables del partido y del Estado se escondieron en sus domicilios. Era ese un comportamiento de lo más singular de unos dirigentes de un partido que se decía mayoritario en el país. En un momento, circuló el rumor de que el presidente Senghor se habría refugiado en la base militar francesa de Ouakam. Tales rumores eran tanto más verosímiles porque en Dakar se conocían las informaciones sobre la “huida” del general De Gaulle a Alemania, el 29 de mayo” ([13]).
El poder senegalés se tambaleó sin duda alguna y es de lo más significativo ver la casi simultaneidad entre les momentos en que De Gaulle y Senghor buscaban apoyo o refugio de sus ejércitos.
Incluso otros “rumores” más insistentes decían claramente que fue el ejército francés, in situ, el que contuvo brutalmente a los manifestantes que se dirigían hacia el palacio presidencial causando varios muertos y heridos.
Recordemos también que para acabar con el movimiento, le poder senegalés no sólo echó mano de sus habituales perros guardianes, o sea las fuerzas de policía, sino también de las fuerzas más retrogradas: los jerarcas religiosos y los campesinos de las comarcas más remotas. En lo más candente del movimiento, el 30 y 31 de mayo, Senghor animó a los jefes de camarillas religiosas a que ocuparan los medios de información noche y día con declaraciones de condena de la huelga y de exhorto a los trabajadores para que volvieran al trabajo.
En cuanto a los campesinos, el gobierno intentó levantarlos contra los huelguistas, haciéndoles ir a la ciudad en apoyo a manifestaciones progubernamentales.
“Los reclutadores hicieron creer a aquellos pobres campesinos que Senegal había sido invadido a partir de Dakar por una nación llamada “Tudian” (“étudiant” ([14])) y que se les convocaba para defender el país. Se depositó a esos pobres campesinos en la avenida Du Centenaire (actual bulevar del General De Gaulle) con sus armas blancas (hachas, machetes, lanzas, arcos y flechas).
“Pero pronto se dieron cuenta de que les habían tomado el pelo. (…) Los jóvenes los dispersaron a pedradas y se repartieron los víveres. (…) Otros fueron apedreados al pasar por Rufisque. En fin de cuentas la revuelta mostró la fragilidad de las bases políticas de la UPS y del régimen en el medio urbano, en Dakar especialmente” ([15]).
El poder de Senghor utilizó sin ambages todos los medios, incluidos los más aviesos, para acabar con el levantamiento social contra su régimen. Sin embargo, para apagar definitivamente la hoguera, el arma más eficaz para el poder fue sin duda la labor de Doudou Ngome, jefe del sindicato principal de entonces, la UNTS. Fue él quien negoció las condiciones para acabar con la huelga general. Y para agradecérselo el presidente Senghor lo nombraría ministro unos cuantos años más tarde. Una ilustración suplementaria del papel de rompehuelgas de los sindicatos que, en compañía de la antigua potencia colonial, salvaron la cabeza de Senghor.
“Los liceos [institutos de E.M.] de la región de Cap-Vert, “caldeados” ya por la huelga del liceo de Rufisque del mes de abril, fueron los primeros en entrar en acción. Si los alumnos estaban tan dispuestos a ocupar la calle era porque se consideraban, como los universitarios, víctimas de la política educativa del gobierno y especialmente afectados por la política de fraccionamiento de las becas. Como futuros estudiantes de universidad, se consideraban parte interesada en la lucha iniciada por la UDES. De Dakar, el movimiento de huelga se extendió muy rápidamente por otros centros de secundaria del país a partir del 27 de mayo. (…) La dirección del movimiento de alumnos de instituto era muy inestable, de una reunión a otra los delegados, muy numerosos, cambiaban. (…) Un núcleo importante de huelguistas muy activas apareció también en la escuela normal de chicas de Thiès. Algunos dirigentes de secundaria se instalaron incluso en la Ciudad Universitaria y, desde ahí, coordinaban la huelga. Después se formó un comité nacional de liceos y colegios de enseñanza general de Senegal, convirtiéndose así en una especie de estado mayor del movimiento de secundaria” ([16]).
El autor describe el papel activo de los alumnos de secundaria en el movimiento masivo del Mayo del 68 local, en especial el control de su lucha mediante asambleas generales y coordinadoras. En cada liceo había un comité de lucha y asambleas generales con responsables que podían cambiar, elegidos y revocables.
El extraordinario compromiso de alumnos y alumnas fue tanto más significativo porque era la primera vez en la historia del país que esta parte de la juventud se movilizaba ampliamente como movimiento social reivindicativo frente a la nueva burguesía en el poder. Aunque el punto de partida del movimiento fue una reacción de solidaridad con un camarada víctima de un “castigo administrativo”, los estudiantes de la secundaria, al igual que los de universidad y los asalariados, tomaban conciencia de la necesidad de luchar contra los efectos de la crisis del capitalismo que el poder de Senghor quería hacerles pagar.
En el plano imperialista, Francia seguía muy de cerca la crisis provocada por sucesos de de 1968 por la sencilla razón de que Senegal era como su trastienda. Además de sus bases militares (navales, aéreas y terrestres) instaladas en la zona de Dakar, en cada ministerio y en la presidencia había un “consejero técnico” nombrado por París con el fin evidente de orientar la política del poder senegalés hacia los intereses galos evidentemente.
Recordemos que antes de ser uno de los mejores “alumnos” del bloque occidental, Senegal fue durante mucho tiempo el bastión principal histórico del colonialismo francés en África (de 1659 a 1960), y así participó, con sus “fusileros”, en todas las guerras que Francia llevó a cabo por el mundo desde la conquista de Madagascar en el siglo xix, pasando por las dos guerras mundiales hasta las de Indochina y Argelia. Es muy lógico, pues, que Francia, en su función de “gendarme delegado” para África otorgado por el bloque imperialista occidental, protegiera el régimen de Senghor por todos los medios a su alcance. “Justo después de los acontecimientos del 68, Francia intervino ante sus socios de la CEE para correr en auxilio del régimen senegalés. El Estado no poseía los medios para hacer frente a las sumas derivadas de las negociaciones del 12 de junio. En un discurso del 13 de junio, el presidente Senghor explicó que los acuerdos con los sindicatos alcanzaban la cifra de 2 mil millones de francos CFA. Una semana después de las negociaciones, el FED [Fondo europeo de desarrollo, NDLR] concedió a la Caja de Estabilización de Precios del Cacahuete un adelanto de 2 mil millones de francos CFA “para paliar las consecuencias de las fluctuaciones de los precios mundiales durante la campaña de 1967/68”. (…) Incluso los Estados Unidos, que apoyaron a Senghor durante los acontecimientos, participaron, junto con los demás países occidentales, en el restablecimiento del clima de paz social en Senegal. EEUU y Senegal firmaron unos acuerdos para construir 800 viviendas para rentas medias, por un total de 5 millones de dólares” ([17]).
Está claro que de lo que se trataba para el bloque occidental era de evitar que el régimen senegalés cayera en el campo enemigo (China y el bloque del Este).
De hecho, tras haber retomado el control de la situación, el presidente Senghor se fue de visita a “países amigos”; entre ellos Alemania que le acogió en Francfort, justo después de haber reprimido sangrientamente a los huelguistas senegaleses. Ese recibimiento en Francfort es revelador, pues Senghor fue allí para recibir ayuda y ser decorado por un miembro eminente de la OTAN. Por otra parte, la visita fue la ocasión para que los estudiantes alemanes, con “Dany el rojo” a la cabeza, se manifestaran en la calle en apoyo a sus compañeros senegaleses, como lo relata el diario francés Le Monde del 25/09/1968: “Daniel Cohn-Bendit detenido en Francfort en las manifestaciones hostiles a Leopold Senghor, Presidente de Senegal, ha sido inculpado (junto a 25 camaradas) el lunes por la tarde por un juez alemán de la ciudad por incitación a la revuelta y concentración prohibida (…).”
Los estudiantes senegaleses recibieron también el apoyo de camaradas en el extranjero que a menudo ocuparon embajadas y consulados de Senegal. Y el movimiento en Senegal tuvo naturalmente un eco en África misma: “En África, los acontecimientos de Dakar se prolongaron, gracias a la acción de las uniones nacionales (sindicatos estudiantiles). De vuelta a sus países, les estudiantes africanos expulsados de la Universidad de Dakar prosiguieron con una campaña de información. (…) Les gobiernos africanos de entonces desconfiaban de los estudiantes llagados de Dakar. Muchos de esos gobiernos mostraron cierta irritación por cómo habían sido expulsados sus ciudadanos, pero sobre todo mostraron el miedo al contagio de sus países por “la subversión llegada de Dakar y París”” ([18]).
En realidad fueron casi todos los regímenes africanos los que temían el “contagio” y la “subversión” de Mayo del 68. Empezando por el propio Senghor que tuvo que recurrir a una represión violenta contra la juventud estudiantil. Muchos huelguistas fueron encarcelados o forzados a hacer un servicio militar más parecido a una deportación en campos del ejército. Se expulsó a muchos estudiantes africanos extranjeros, de entre los cuales muchos fueron maltratados de vuelta a sus países.
Sin lugar a dudas, el “Mayo en Dakar” es uno de los eslabones de la cadena del Mayo-1968 mundial. La importancia de los medios desplegados por el bloque imperialista occidental para salvar al régimen senegalés da la medida de la fuerza del movimiento de lucha de obreros, estudiantes y jóvenes escolares.
Pero por encima del radicalismo de la acción estudiantil, el movimiento de Mayo de 68 en Senegal, con su componente obrero, vino a reanudar con el espíritu y la forma de lucha proletaria que la clase obrera de la colonia de la AOF había puesto en práctica desde principios del siglo xx, pero que la burguesía africana en el poder había logrado ocultar sobre todo durante los primeros años de “independencia nacional”.
Mayo del 68 fue más que nada una apertura hacia un mundo nuevo que rompía con el periodo contrarrevolucionario, fue un despertar para muchos de sus protagonistas, sobre todo entre los jóvenes. Con su compromiso total en la lucha contra las fuerzas del capital nacional, dejaron al desnudo muchos mitos y mentiras, especialmente la del “fin de la lucha de clases”, con el pretexto de que los antagonismos eran imposibles entre la clase obrera (africana) y la burguesía (africana).
Hay que hacer notar que para lograr vencer el movimiento social, la represión policial y el encarcelamiento de miles de huelguistas fueron insuficientes; a ello hubo que añadir las trampas sindicales y el apoyo decisivo de Francia y del bloque occidental a su protegido africano. Pero también tuvieron que satisfacer gran parte de las reivindicaciones estudiantiles y de los trabajadores con un fuerte aumento de salarios.
Y lo esencial fue que los huelguistas no se quedaron “dormidos” durante mucho tiempo por el acuerdo que dio término a la huelga, pues, al año siguiente, la clase obrera reanudaba su combate con más fuerza integrándose plenamente en la oleada internacional de luchas iniciada en Mayo del 68.
Y en dicho movimiento se recurrió a unos modos de organización auténticamente proletarios, los comités de huelga y las asambleas generales, expresión de la autoorganización; fue una clara voluntad de controlar las luchas por los propios huelguistas. Es ése un aspecto característico de la lucha de la clase obrera mundial, en este caso de una de sus fracciones que forma parte plenamente del combate venidero por la revolución comunista.
Lassou (fin)
[1]) Abdoulaye Bathily, Mai 1968 à Dakar ou la révolte universitaire et la démocratie (Mayo del 60 en Dakar o la revuelta universitaria y la democracia), ediciones Chaka, Paris, 1992.
[2]) Corresponde a los siguientes países de hoy : Mauritania [54], Senegal [55], Mali [56], Guinea [57], Costa [58] de Marfil, Níger [59], Burkina Faso [60] y Benín [61].
[3]) Bathily, Mai à Dakar.
[4]) Ídem.
[5]) Cabe recordar aquí lo que ya dijimos cuando publicamos la primera parte de este articulo en la Revista Internacional no 145 (2011): “Por otra parte, aunque sí reconocemos la seriedad de los investigadores que transmiten las referencias, sin embargo, no compartimos ciertas interpretaciones de los acontecimientos históricos. Lo mismo ocurre con algunas nociones como cuando hablan de “conciencia sindical” en lugar de “conciencia de clase” (obrera), o, también, de “movimiento sindical” (por movimiento obrero). Lo cual no quita que, por ahora, confiamos en su rigor científico mientras sus tesis no choquen contra los acontecimientos históricos o impidan otras interpretaciones.”
[6]) Bathily, op. cit.
[7]) Ídem.
[8]) Ídem.
[9]) Ídem.
[10]) Ídem.
[11]) Ídem.
[12]) Ídem.
[13]) Ídem.
[14]) Algo así como nación “tudiante” por “estudiante”.
[15]) Bathily, op. cit.
[16]) Ídem.
[17]) Ídem.
[18]) Ídem.
La sobreproducción, contradicción de base del capitalismo, se debe a la propia existencia del salariado. En esta segunda parte del artículo intentaremos dejar clara su definición y consecuencias para así contestar a las grandes cuestiones objeto de desacuerdos importantes con lo expuesto en el libro de Marcel Roelandts, Dynamiques, contradictions et crises du capitalisme ([1]) (citados como MR y DCC en el resto de este artículo): ¿por qué aumentar los salarios no resuelve el problema de la sobreproducción? ¿Cuál es el origen de la demanda exterior a la de los obreros y cuál es su papel y sus límites? ¿Existe una solución a la sobreproducción dentro del capitalismo? ¿Cómo se han de caracterizar las corrientes que defienden que las crisis se resuelven aumentando los salarios? ¿Está condenado el capitalismo a un hundimiento catastrófico?
La sobreproducción es la característica de las crisis del capitalismo, oponiéndose en eso a los modos de producción que lo precedieron cuya característica era la penuria.
La sobreproducción viene, en primer lugar, de la naturaleza misma de la explotación de la fuerza de trabajo propia del modo de producción capitalista, el salariado, que hace que los obreros deban producir siempre por encima de sus necesidades. El siguiente pasaje de Marx lo expresa de manera meridiana: “La simple relación asalariado-capitalista implica que (…) la mayoría de los productores (los obreros) (…) para poder consumir o comprar en los límites de sus necesidades, (…) deben ser siempre sobreproductores, producir siempre por encima de sus necesidades” ([2]).
Eso supone por lo tanto que existe una demanda exterior a la de los obreros, pues ésta nunca será, por definición, capaz de absorber la producción capitalista: “Se olvida que, según Malthus, “la existencia misma de una ganancia sobre cualquier mercancía presupone una demanda exterior a la del obrero que la ha producido”, y que, por consiguiente “la demanda del propio obrero no podrá ser nunca una demanda adecuada” (Malthus, Principles… p. 405)” ([3]).
Y en cuanto la demanda exterior a la de los obreros es insuficiente, la sobreproducción se hace patente: “si la “demanda exterior a la de los obreros mismos” desaparece o se reduce, estalla la crisis” ([4]).
La contradicción es tanto más violenta porque, por un lado, para el capital es obligatorio que el salario de los obreros sea el mínimo social necesario para reproducir su fuerza de trabajo y, por otro, las fuerzas productivas del capitalismo tienden a desarrollarse al máximo: “La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad” ([5]).
Existen varios procedimientos que permiten a la burguesía ocultar la sobreproducción:
1) Destruir la producción excedentaria, para evitar así que su puesta en el mercado haga caer los precios de venta. Eso ocurrió por ejemplo en los años 1970 y 80 con la producción agrícola en los países de la Comunidad Económica Europea. Ese procedimiento tiene, para la burguesía, el inconveniente de sacar a plena luz las contradicciones del sistema con la consiguiente indignación al considerar cómo se destruyen productos de primera necesidad cuando hay tantas personas en el mundo a las que les faltan.
2) Reducir el uso de las capacidades productivas e incluso destruir una parte de ellas. Eso es lo que se hizo, por ejemplo, con la reducción drástica que significó el plan Davignon instaurado a partir de 1977 por la Comisión Europea para llevar a cabo la restructuración industrial (y sus decenas de miles de despidos) del sector siderúrgico, ante la sobreproducción mundial de acero. Se plasmó en la destrucción de una gran parte del equipamiento en altos hornos en varios países europeos y los despidos masivos de miles y miles de obreros siderúrgicos que acarrearon movimientos de lucha importantes, como en Francia, en 1978 y 1979.
3) Aumentar artificialmente la demanda, o sea generar una demanda no debida a las necesidades en inversiones que deberían ser rentabilizadas más tarde, sino directamente motivada por la necesidad de funcionamiento del aparato productivo. Así son las conocidas medidas keynesianas cuyo coste lo asume el Estado, lo cual repercute obligatoriamente en la competitividad de la economía nacional en la que se aplican. Por eso sólo pueden instaurarse en condiciones que permitan compensar, gracias a unas ganancias importantes en productividad, la pérdida de competitividad. Esas medidas pueden consistir tanto en aumentos de salarios como programas de obras públicas sin rentabilidad inmediata.
Esos tres procedimientos, aunque diferentes en la forma, son equivalentes en lo que al desarrollo del capitalismo se refiere y, en el fondo, pueden reducirse al primero de ellos, el más llamativo, la destrucción voluntaria de la producción. Puede parecer chocante, visto desde el punto de vista obrero, que se diga que un aumento de sueldo no justificado por las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo signifique despilfarro. Se trata evidentemente de despilfarro desde el punto de vista de la lógica capitalista (a la que le importa un bledo el bienestar del obrero), para la que pagar más caro el obrero no hará para nada aumentar su productividad.
MR piensa que el mecanismo usado durante los Treinta Gloriosos lo entendieron pocos marxistas ([6]), pero lo que seguro no ha entendido él en Marx, o no ha querido comprender, es que “la finalidad de la producción es la valorización del capital y no su consumo” ([7]) (citado explícitamente en el artículo), tanto si ese consumo lo es de la clase obrera o de burgueses.
Podrá llamarse a ese despilfarro “regulación”, como así hace MR sin reconocer que se trata de despilfarro; eso le permitirá sin duda hacer más presentables sus tesis, lo cual no quita que, en gran medida, la prosperidad de los Treinta Gloriosos es un despilfarro de una parte de las ganancias en productividad utilizadas para producir por producir.
Para MR, y contrariamente a Rosa Luxemburg cuya teoría de la acumulación MR critica, la demanda más allá de la del obrero puede proceder del propio capitalismo, y no necesariamente de sociedades basadas en relaciones de producción todavía no capitalistas y que han coexistido durante largo tiempo con el capitalismo.
Esta demanda, según Marx, no emana de los capitalistas mismos sino de los mercados que todavía no han accedido al modo de producción capitalista.
En su libro, MR menciona la opinión de Malthus al respecto: “Debe decirse que esa “demanda diferente de la que proviene del trabajador que la ha producido” recubre, en la pluma de Malthus, una demanda interna al capitalismo puro puesto que esta demanda se refiere a las capas sociales cuyo poder adquisitivo se deriva de la plusvalía y no de una demanda extracapitalista según la teoría luxemburguista de la acumulación” ([8]).
Marx, apoyando en eso a Malthus, es categórico en que esa demanda no puede proceder del obrero: “La demanda provocada por el trabajador productivo mismo no puede ser nunca una demanda adecuada, puesto que no corresponde en su cuantía total a lo que produce. Si fuese así, no habría ganancia alguna y no existiría, por tanto, motivo para emplear el trabajo de estos trabajadores” ([9]).
También es explícito en que, para Malthus, esa demanda procede de “capas sociales cuyo poder adquisitivo deriva de la plusvalía”, pero, al mismo tiempo, denuncia lo que motiva a Malthus que es la defensa de los intereses del “clero de la Iglesia y del Estado” : “Malthus no tiene interés en encubrir las contradicciones de la producción burguesa; por el contrario, está interesado en hacerlas resaltar, de una parte para poner de relieve como necesaria la miseria de la clases trabajadoras (dentro de ese modo de producción) y, de otra parte, para demostrar a los capitalistas de la necesidad de un clero de la Iglesia y del Estado bien cebado, para crear una demanda suficiente [adequate demand] con este fin. […] Por consiguiente, pone de relieve frente a los ricardianos la posibilidad de una sobreproducción general” ([10]).
Sin embargo, Malthus podría haber pensado que la demanda suficiente procede de “capas cuyo poder adquisitivo se deriva de la plusvalía” pero eso no significa que para Marx sería lo mismo. Al contrario, Marx dejó claro que esa demanda suficiente no puede proceder ni de los obreros ni de los capitalistas: “La demanda de los obreros no podría ser suficiente, pues la ganancia procede precisamente de que la demanda de los obreros es inferior al valor de su producto y que es tanto más grande cuanto menor es relativamente esa demanda. La demanda de los capitalistas entre ellos tampoco podría ser suficiente” ([11]).
A ese respecto, hay que poner de relieve la mala voluntad evidente por parte de MR para dar a sus lectores los medios de profundizar su reflexión cuando se trata de referir la idea de Marx sobre la necesidad de una demanda diferente a la que procede de los obreros y los capitalistas. ¿Cómo explicar si no que MR no mencione el pasaje siguiente de Marx en la que explicita la necesidad de “demandas lejanas” de “mercados extranjeros” para vender las mercancías producidas: “¿Cómo, de otro modo, podría faltar la demanda de las mismas mercancías de que carece la masa del pueblo, y cómo sería posible tener que buscar esa demanda en el extranjero, en mercados más distantes, para poder pagar a los obreros del propio país el promedio de los medios de subsistencia imprescindibles? Porque sólo en este contexto específico, capitalista, el producto excedentario adquiere una forma en la cual su poseedor sólo puede ponerlo a disposición del consumo en tanto se reconvierta para él en capital. Por último, si se dice que, en última instancia, los capitalistas sólo tienen que intercambiar entre sí sus mercancías y comérselas, se olvida todo el carácter de la producción capitalista, y se olvida asimismo que se trata de la valorización del capital, y no de su consumo” ([12]).
Cierto es que esa cita no nos da más precisiones que permitan caracterizar mejor la naturaleza de esos “mercados extranjeros”, de esa “demanda” hecha “desde lejos”. Dicha naturaleza está, sin embargo, explicitada, puesto que tal demanda no puede proceder de los propios capitalistas, pues la finalidad de la producción es la valoración del capital y no su consumo. A partir de ahí sí que se puede reflexionar. Tal demanda tampoco puede emanar de cualquier otro agente económico en el seno del capitalismo que viva de la plusvalía extraída y redistribuida por la burguesía. ¿Quién queda en fin de cuentas en la sociedad capitalista? Nadie, y por eso es por lo que hay que dirigirse a los “mercados lejanos”, o sea a los todavía no conquistados por las relaciones de producción capitalista.
Eso es exactamente lo que nos dice El Manifiesto comunista cuando describe la conquista del planeta por la burguesía, aguijoneada por la necesidad de salidas mercantiles cada vez más importantes: “La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones. (…) La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza” ([13]).
Marx nos da una descripción más detallada de cómo se realiza el intercambio con las saciedades mercantiles no capitalistas, por muy variadas que sean, gracias al cual el capital se beneficia a la vez de una salida mercantil y de una fuente de aprovisionamiento necesarias para su desarrollo: “Dentro del proceso de circulación del capital industrial, en el que éste actúa como dinero o como mercancía, el ciclo del capital industrial se entrecruza, ya como capital dinerario, ya como capital mercantil, con la circulación de mercancías de los modos sociales de producción más diversos, en la medida en que éstos son al mismo tiempo producción de mercancías.
“Lo mismo da que la mercancía sea producto de la producción que se basa en la esclavitud, o que sea producida por campesinos (chinos, raiatesl de la India), o por entidades comunitarias (Indias orientales holandesas), o por la producción estatal (como la que se dio, basada en la servidumbre, en épocas anteriores de la historia rusa), o por pueblos semisalvajes de cazadores, etc.: como mercancías y dinero se enfrentan al dinero y a las mercancías en los cuales se presenta el capital industrial, e ingresan tanto en el ciclo de éste como en el del plusvalor [plusvalía en otras trad.] encerrado en el capital mercantil, si este plusvalor se gasta como rédito, es decir, entran en los dos ramos de circulación del capital mercantil. El carácter del proceso de producción del que provienen resulta indiferente; en cuanto mercancías actúan en el mercado, en cuanto mercancías entran en el ciclo del capital industrial, así como en la circulación del plusvalor del que él es portador. Como vemos, es el carácter universal del origen de las mercancías, la existencia del mercado como mercado mundial, lo que distingue el proceso de circulación del capital industrial” ([14]).
El final de la fase de acumulación primitiva ¿modificó las relaciones del capital con su esfera exterior?
MR reproduce también la segunda parte de esa cita de El Manifiesto comunista, pero poniendo cuidado en subrayar que: “todos los resortes y límites del capitalismo definidos por Marx en El Capital no los estableció sino haciendo abstracción de las relaciones con su ámbito exterior (no capitalista). Más precisamente, Marx analiza esos límites únicamente en el marco de la acumulación primitiva, pues dejó el estudio de otros aspectos de “la extensión del campo exterior de la producción” para dos volúmenes específicos dedicados, uno al comercio internacional y el otro al mercado mundial” ([15]).
Prosigue afirmando que, para él, los “mercados extranjeros” dejaron de desempeñar un papel importante para el desarrollo del capitalismo, una vez terminada la fase de acumulación primitiva: “Sin embargo, una vez cimentadas esas bases gracias a tres siglos de acumulación primitiva, el capitalismo se desplegó esencialmente sobre sus propias bases. Respecto a la importancia y al dinamismo tomado por la producción capitalista, la contribución de su entorno exterior se volvió relativamente marginal para su desarrollo” ([16]).
El razonamiento de Marx demuestra, como hemos visto, la necesidad de un mercado exterior. La descripción que hace de esa esfera exterior en El Manifiesto comunista es la de unas sociedades mercantiles que no habían entrado todavía en las relaciones de producción capitalistas. Marx no explica evidentemente en detalle por qué ese ámbito debe ser exterior a las relaciones de producción capitalistas, pero sí hace claramente derivar esa necesidad de las características mismas de la producción capitalista. Si, como MR, Marx o Engels hubieran pensado que, desde la primera publicación de El Manifiesto, habría habido modificaciones importantes en las relaciones del capital con su ámbito exterior, o sea que los “mercados lejanos” habrían dejado de desempeñar el papel que hasta entonces había tenido durante la acumulación primitiva, puede uno imaginarse que habrían sentido la necesidad de mencionarlo en los prefacios de las ediciones sucesivas de El Manifiesto ([17]), cuando en realidad tanto uno como el otro fueron testigos, en períodos diferentes, de la marcha triunfal del capitalismo tras la fase de acumulación primitiva. Y desde luego no fue ése el caso: el Libro III se inició en 1864 y se “terminó” en 1875. Puede uno imaginarse que en esta fecha, Marx tenía la suficiente distancia respecto a la fase de acumulación primitiva (de finales de la Edad Media hasta mediados del siglo xix) y, sin embargo, sigue en esa obra con la idea de El Manifiesto comunista mencionando “la demanda lejana”, “los mercados extranjeros”.
MR persiste en su tesis, pretendiendo que corresponde a la visión de Marx : “Por eso nosotros pensamos como Marx que “la tendencia a la sobreproducción” no viene de una insuficiencia de mercados extracapitalistas, sino de la “relación inmediata del capital” en el seno del capitalismo puro:
“Es evidente que no tenemos la intención de analizar aquí en detalle la naturaleza de la sobreproducción; simplemente ponemos de relieve la sobreproducción que existe en la relación inmediata del capital. No podemos aquí dejar de lado todo lo que se refiere a las demás clases poseedoras y consumidoras, etc., que no producen sino que viven de sus rentas, o sea que realizan un intercambio con el capital y constituyen otros tantos centros de intercambio para él. Sólo hablaremos de esas clases cuando tienen una verdadera importancia, o sea en la génesis del capital” (Grundrisse, chapitre sur le capital [capítulo sobre el capital, trad. de la versión francesa], Ediciones 10/18. p. 226)” ([18]).
Lo que dice la cita de Marx es que para examinar la sobreproducción puede dejarse de lado el papel desempeñado por las clases pudientes en sus intercambios con el capitalismo, pues, desde ese punto de vista, sólo desempeñan un papel marginal. Ahora bien, las clases pudientes mencionadas en esa cita son las que subsisten del antiguo orden feudal. Lo que, en cambio, no dice la cita es lo que MR quiere que diga, o sea que los “mercados extranjeros”, las “demandas” llegadas “de lejos” ya sólo tienen un papel marginal frente a la sobreproducción. Y resulta que es eso lo que está en el centro de la polémica.
La teoría de la acumulación de Rosa Luxemburg puesta a prueba
Corresponde a Rosa Luxemburg el haber puesto de relieve que el enriquecimiento del capitalismo, como un todo, dependía de las mercancías producidas en su seno e intercambiadas con economías precapitalistas, o sea que vivían en un mundo de intercambio comercial pero sin que el modo de producción capitalista hubiera penetrado en ellos. Rosa Luxemburg no sólo desarrolló el análisis de Marx, también hizo su crítica en la acumulación del capital cuando era necesario, especialmente en lo que se refiere a los esquemas de la acumulación en los que hay algunos errores que según ella se deben a que en ellos no intervienen los mercados extra-capitalistas, indispensables, sin embargo, para la realización de la reproducción ampliada. Atribuye ella ese error a que El Capital fue una obra inacabada, pues Marx dejaba para trabajos posteriores el estudio del capital en relación con su entorno ([19]).
MR critica la teoría de la acumulación de Rosa Luxemburg. Para él, Marx, en su descripción de la acumulación por medio de esquemas, apartó deliberadamente y con razón desde un enfoque teórico, el ámbito de las relaciones extra-capitalistas: “Comprender el lugar que Marx atribuye a ese ámbito en el desarrollo histórico del capitalismo permite comprender por qué lo elimina de su análisis en El Capital: no sólo por hipótesis metodológica como lo piensa Luxemburg, sino porque representa una traba que el capitalismo tuvo que quitarse de en medio. Ignorando ese análisis, Luxemburg no entendió las razones profundas por las que Marx aparta ese ámbito en El Capital” ([20]).
¿En qué apoya MR tal afirmación? En el argumento que antes hemos rebatido, según el cual para él y Marx, los “mercados lejanos” sólo habrían tenido un papel marginal en el desarrollo del capitalismo tras su fase de acumulación primitiva. MR avanza tres argumentos más que según él van a apuntalar su crítica a la teoría de la acumulación de Luxemburg.
1) “Para Rosa Luxemburg, la fuerza del capital depende de la importancia del ámbito precapitalista, anunciando su muerte el agotamiento de dicho ámbito o esfera. Marx defiende una comprensión contraria: “Mientras el capital es débil, intenta apoyarse en las muletas de un modo de producción desaparecido o en vías de desaparición; en cuanto se siente fuerte, tira sus muletas y se mueve según sus propias leyes” (El Capital, p. 295, –en francés–, La Pléiade Économie II). Ese ámbito no es pues un medio del que debería nutrirse el capitalismo para poder ampliarse, sino de una muleta que lo debilita y que debe quitarse de encima para ser fuerte y moverse según sus propias leyes” ([21]).
Esta conclusión es, cuando menos, precipitada y descabellada ([22]). El Manifiesto contiene por lo demás, una idea muy cercana a la desarrollada en esa cita de Marx sacada de El Capital, pero expresada de tal manera que, contrariamente a lo que piensa MR, permite afirmar que el medio precapitalista fue un suelo nutriente para el capitalismo: “La gran industria ha instaurado el mercado mundial preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha dado origen a un desarrollo inconmensurable del comercio, la navegación, y las comunicaciones terrestres. A su vez este desarrollo ha repercutido sobre la expansión de la industria, y en la misma medida en que se expandían la industria, el comercio, la navegación, y los ferrocarriles, se desarrolló la burguesía, incrementó sus capitales y relegó a un plano secundario a todas las clases heredadas de la Edad Media” ([23]) (sub. nuestro).
Aquí puede verse que, mientras va creando el mercado mundial y se va desarrollando, lo que el capitalismo va relegando a un segundo plano no es el mercado mundial sino las clases heredadas de la Edad Media.
2) “Las mejores estimaciones de ventas con destino al Tercer mundo muestran que la reproducción ampliada del capitalismo no dependía de los mercados extra-capitalistas fuera de los países desarrollados: “Contrariamente a una opinión muy extendida, nunca hubo en la historia del mundo occidental desarrollado un período durante el cual las salidas ofrecidas por las colonias, ni tampoco el conjunto del Tercer mundo, hayan desempeñado un gran papel en el desarrollo de sus industrias. El Tercer mundo en su conjunto no es ni siquiera una salida mercantil importante [...] puede estimarse que el Tercer mundo sólo absorbía entre 1,3 % y 1,7 % del volumen total de la producción des países desarrollados, y de ese porcentaje sólo 0,6 a 0,9% para las colonias” (Paul Bairoch, Mythes et paradoxes de l’histoire économique, p.104-105). Ya muy débil, ese porcentaje lo es más todavía puesto que sólo una parte de las ventas al Tercer mundo está destinada al ámbito extra-capitalista” ([24]).
Trataremos esa objeción más globalmente teniendo en cuenta también esta otra: “Son los países que disponen de un vasto imperio colonial los que conocen tasas de crecimiento más débiles, mientras que los que venden en los mercados capitalistas ¡obtienen tasas muy superiores! Esto se verifica a todo lo largo de la historia del capitalismo, especialmente en los momentos en que las colonias desempeñan, o deberían hacerlo, su papel más importante. Así, en el siglo xix, que es cuando los mercados coloniales cuentan más, todos los países capitalistas no coloniales obtuvieron crecimientos mucho más rápidos que las potencias coloniales (71% más rápidos de media – media aritmética de tasas de crecimiento sin ponderarla con las poblaciones de los países). Basta con tomar las tasas de crecimiento del PIB por habitante durante los 25 años de imperialismo (1880-1913), que Rosa Luxemburg definía como el período más próspero y dinámico del capitalismo:
“Potencias coloniales: Gran Bretaña (1,06%), Francia (1,52%), Holanda (0,87%), España (0,68%), Portugal (0,84%);
“Países poco o no coloniales: EEUU (1,56%), Alemania (1,85%), Suecia (1,58%), Suiza (1,69%), Dinamarca (1,79%) (Tasas de crecimiento anual medio; fuente: www.rug.nl/ggdc [63])” ([25])
Bastan unas cuantas frases para dar una respuesta a lo anterior. Es erróneo identificar mercados extra-capitalistas y colonias, pues los mercados extra-capitalistas incluyen tanto los marcados internos como las colonias que todavía no han sido sometidas a las relaciones de producción capitalistas. Durante el período entre 1880-1913, todos los países citados arriba se aprovechan como mínimo del acceso a su propio mercado extra-capitalista interior, incluso al de otros países industrializados. Además, debido a la división internacional del trabajo, el comercio con el ámbito extra-capitalista puede también favorecer, indirectamente, a los países que no poseen colonias.
Estados Unidos, por su parte, es el ejemplo más patente del papel que desempeñan los mercados extra-capitalistas en el desarrollo económico e industrial. Con la destrucción de la economía esclavista de los estados del Sur tras la Guerra civil (1861-1865), el capitalismo se extendió durante los 30 años siguientes hacia el Oeste norteamericano según un proceso continuo que podría resumirse así: matanza y limpieza étnica de la población indígena; establecimiento de una economía extra-capitalista mediante la venta o concesión a colonos y pequeños ganaderos de territorios recién anexionados por el gobierno; destrucción de esta economía extra-capitalista mediante la deuda, el fraude y la violencia, y extensión de la economía capitalista. En 1898, un documento del Departamento de Estado de EEUU explicaba: “Aparece como algo cierto que cada año nos encontraremos ante una sobreproducción creciente de bienes que deberán depositarse en los mercados extranjeros si queremos que los trabajadores norteamericanos trabajen todo el año. El aumento del consumo extranjero de los bienes producidos en nuestras manufacturas y talleres se ha convertido ya en un problema crucial para las autoridades de este país así como para el comercio en general” ([26]).
Luego siguió una expansión imperialista rápida: Cuba (1898), Hawai (1898 también), Filipinas (1899), la zona del canal de Panamá (1903). En 1900, Albert Beveridge (un de los principales partidarios de una política imperialista estadounidense) declaraba al Senado: “Filipinas es nuestra para siempre (...). Y detrás de Filipinas están los mercados ilimitados de China (...). El Pacifico es nuestro océano (...) ¿Dónde encontrar consumidores para nuestros excedentes? La geografía nos da la respuesta. China es nuestro cliente natural”.
No hace falta echar mano de las “mejores estadísticas” para probar que la baza que permitió a EEUU convertirse en primera potencia mundial antes del final del siglo xix fue que dispusieran de un acceso privilegiado a amplios mercados extra-capitalistas.
3) Otro último argumento presente en el libro que requiere un corto comentario es el siguiente: “La realidad es pues perfectamente conforme con la idea de Marx, y exactamente opuesta a la teoría de Rosa Luxemburg. Esto se explica fácilmente por varias razones sobre las cuales no podemos extendernos aquí. Señalemos rápidamente que por regla general, toda venta de mercancías en un mercado extra-capitalista sale del circuito de la acumulación, tendiendo pues a frenar dicha acumulación. La venta de mercancías al exterior del capitalismo puro sí que permite a los capitalistas individuales vender sus mercancías, pero, en cambio, frena la acumulación global del capitalismo, pues esta venta corresponde a una salida de medios materiales del circuito de la acumulación en el seno del capitalismo puro” ([27]).
En realidad, la venta a los sectores extra-capitalistas no es, ni mucho menos, una traba a la acumulación, sino un factor que la favorece. Lo que se vende al ámbito extra-capitalista no se pierde para la acumulación gracias al dinamismo de un modo de producción que, por naturaleza, tiende siempre a producir de manera excedentaria; pero, además, permite al ámbito de las relaciones de producción capitalista recibir medios de pago (el producto de la venta) que podrán, de un modo u otro, acrecentar el capital acumulado.
El examen de los “argumentos” de MR de que la existencia de un importante sector extra-capitalista no fue la condición del importante desarrollo del capitalismo, muestra que no tienen consistencia. Estamos evidentemente dispuestos a tener en cuenta toda crítica sobre el método que hemos utilizado en nuestra propia crítica.
La abundante existencia de mercados extra-capitalistas en las colonias permitió que, hasta la Primera Guerra mundial, el excedente de la producción de los países industrializados principales pudiera dársele salida. Pero en todos estos países seguía existiendo en esa época, en cantidades más o menos importantes, mercados extra-capitalistas (Gran Bretaña fue la primera potencia industrial en los que se agotaron) que también sirvieron de salida a la producción capitalista. Durante aquella fase de la vida del capitalismo fue cuando les crisis fueron menos violentas. “Por muy diferentes que fueran en muchos aspectos, todas esas crisis presentan, sin embargo, un rasgo común: aparecen como irrupciones relativamente breves en un gigantesco movimiento ascendente que una visión de conjunto podría considerar como continuo” ([28]).
Pero los mercados extra-capitalistas no eran ilimitados como lo subrayó Marx: “Desde un punto de vista geográfico, el mercado es limitado: el mercado interior es restringido en relación con un mercado interior y exterior, el cual lo es con relación al mercado mundial, el cual –aunque susceptible de extensión – también está limitado en el tiempo” ([29]).
Alemania fue el país al que, en primer lugar, se impuso esa realidad.
La fase de desarrollo industrial más rápido de ese país se sitúa en una época en la que el reparto de las riquezas del mundo estaba prácticamente terminado y en el que las posibilidades de nuevos avances imperialistas se hacían más escasos. En efecto, el Estado alemán llegaba a un mercado mundial en una época en que unos territorios libres antaño de todo domino europeo se habían repartido casi todos y sometido como colonias o semicolonias de esos mismos Estados industriales más antiguos y que eran, precisamente, sus competidores más temibles. La sobreproducción y la necesidad de exportar a toda costa fueron factores que orientaron la política exterior de Alemania ya desde el principio del siglo xx ([30]). Las grandes potencias coloniales restringieron el acceso a los mercados extra-capitalistas transformándolos en auténticos cotos de caza. De tal modo que el incremento de las tensiones internacionales causadas por la expansión imperialista marcaron el inicio del siglo xx, unas tensiones que acabarían desembocando en la conflagración mundial de 1914, cuando Alemania tomó la iniciativa de una guerra por el reparto del mundo y sus mercados.
MR señala al respecto la gran disparidad en los análisis en el seno de la vanguardia revolucionaria para explicar la entrada en decadencia marcada por el estallido del primer conflicto mundial: “Si bien esta sentencia histórica [el capitalismo arrastra a una espiral de crisis y guerras] era algo compartido por más o menos el movimiento comunista en su conjunto, los factores que debían explicarlo distaban mucho de serlo” ([31]).
Se olvida sin embargo de poner de relieve la gran convergencia de Rosa Luxemburg y Lenin sobre el análisis de una guerra por el reparto del mundo, expresándose así Lenin sobre ese tema: “… el rasgo característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo de la Tierra, definitivo no en el sentido de que sea imposible repartirla de nuevo –al contrario, nuevos repartos son posibles e inevitables–, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez primera, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un “amo” a otro, y no el paso de un territorio sin amo a un “dueño” ([32]).
Necesidad de nuevo reparto del mundo para los países peor dotados en colonias, no significa insuficiencia de los mercados extra-capitalistas en relación con las necesidades de la producción. Es ésa una identificación que se ha hecho a menudo. De hecho existen todavía, al principio del siglo xx, mercados extra-capitalistas en abundancia (en las colonias y dentro mismo de los países industrializados), cuya explotación es todavía capaz de grandes e importantes impulsos para el desarrollo del capitalismo. Eso es lo que plantea Rosa Luxemburg en 1907 en su Introducción a la economía política: “Irresistiblemente, en cada paso de su propio avance y desarrollo, la producción capitalista se aproxima al momento en que sólo podrá expandirse y desarrollarse cada vez más lenta y difícilmente. Claro está que el desarrollo capitalista tiene por delante todavía un buen trecho de camino, puesto que el modo de producción capitalista, como tal, representa todavía la menor proporción de la producción mundial total. Incluso en los más antiguos países industriales de Europa subsisten todavía, junto a grandes empresas industriales, numerosos pequeños establecimientos artesanales y, ante todo, la mayor parte de la producción agraria (especialmente la de tipo campesino) no se lleva a cabo a la manera capitalista. Además, en Europa hay países donde la gran industria apenas se ha desarrollado, donde la producción local presenta predominantemente carácter campesino y artesanal. Y, finalmente, en los restantes continentes, con la excepción de la parte norte de América, los lugares de producción capitalista representan sólo pequeños puntos dispersos, mientras enormes extensiones de tierra no han llegado siquiera, en parte, a la producción mercantil simple (…) el modo de producción capitalista en sí podría lograr todavía una poderosa expansión si desplazase en todas partes todas las formas de producción atrasadas. Por lo demás, como lo hemos mostrado anteriormente, la evolución se da, en general, en esta dirección” ([33]).
Fue la crisis de 1929 la que dará la señal de la insuficiencia de los mercados extra-capitalistas subsistentes, no de manera absoluta, sino respecto a la necesidad para el capitalismo de exportar mercancías en cantidades cada vez más importantes. Esos mercados no estaban sin embargo agotados. Los progresos de la industrialización y de los medios de transporte realizados en las metrópolis capitalistas hicieron posible una explotación mejor de los mercados existentes, hasta el punto de que pudieron todavía representar un papel hasta principios de los años 1950, como factor de la prosperidad de los Treinta Gloriosos.
Pero ya en esa fase se planteaba según Rosa Luxemburg, la cuestión de la imposibilidad misma del capitalismo: “Pero justamente en esta evolución se atasca el capitalismo en la contradicción fundamental siguiente: cuanto más reemplaza la producción capitalista producciones más atrasadas, tanto más estrechos se hacen los límites de mercado, engendrado por el interés por la ganancia, para las necesidades de expansión de las empresas capitalistas ya existentes. La cosa se aclara completamente si nos imaginamos, por un momento, que el desarrollo del capitalismo ha avanzado tanto que, en toda la Tierra, todo lo que producen los hombres se produce a la manera capitalista, es decir sólo por empresarios privados capitalistas en grandes empresas con obreros asalariados modernos. La imposibilidad del capitalismo se manifiesta entonces nítidamente” ([34]).
¿Cómo iba a superarse esa imposibilidad? Volveremos sobre esto más adelante, al examinar el problema del hundimiento catastrófico del capitalismo.
Del mismo modo que no es posible, bajo el capitalismo, resolver las crisis de sobreproducción aumentando el salario de los obreros, ni aumentando indefinidamente la demanda solvente exterior a la de los obreros, tampoco puede evitarse la sobreproducción en el seno del capitalismo. De hecho, no puede serlo sino por la abolición del salariado y por lo tanto mediante la sustitución del capitalismo por la sociedad de productores libremente asociados.
A MR le es imposible aceptar esa lógica implacable e irremediable para el capitalismo y sus reformadores. En realidad, por mucho que cite a Marx en torno al tema de que “el obrero no puede representar una demanda adecuada”, se olvida rápidamente de ello, metiéndose en una contradicción con la idea de base de que “si la “demanda exterior a la de los obreros mismos” desaparece o se reduce, la crisis estalla”. Y es así como MR acaba afirmando que la crisis de sobreproducción está causada por la disminución de la masa salarial, lo que no es sino un refrito de los temas maltusianos contra los que combatió Marx: “la masa salarial en los países desarrollados se eleva hoy como media a dos tercios de la renta total y siempre representó un componente muy importante en la demanda final. Su disminución restringe los mercados y desemboca en una venta deficiente que es la base de las crisis de sobreproducción. Esa reducción del consumo afecta directamente a los asalariados, pero también indirectamente a las empresas pues la demanda se restringe. En efecto, el aumento correspondiente de las ganancias y del consumo de los capitalistas no compensa sino muy parcialmente la reducción relativa de la demanda salarial. Y menos todavía porque las reinversiones de las ganancias están limitadas por la contracción general de los mercados” ([35]).
Es innegable que la disminución de los salarios al igual que el desarrollo del desempleo, tienen un impacto negativo en la actividad económica de las empresas del sector de producción de bienes de consumo, empezando por las que producen lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero la causa de la crisis no es la reducción salarial. Es todo lo contrario. Si el Estado o los patronos despiden a la gente o bajan los salarios es porque hay crisis.
MR ha puesto patas arriba la realidad. Lo que él se plantea es que “si la demanda de los obreros mismos disminuye, entonces la crisis estalla”. De ahí que para él, la causa primera del crac bursátil que se produjo justo antes de que escribiera su libro (4o trimestre de 2010) estriba en que la compresión de la demanda salarial: “La mejor prueba es la configuración de lo que ha conducido al último crac bursátil: al haberse comprimido drásticamente la demanda salarial, el crecimiento sólo ha podido obtenerse estimulando el consumo (gráfico 6.6) mediante la subida explosiva del endeudamiento (que empieza precisamente en 1982: gráfico 6.5), una disminución del ahorro (que comienza también en 1982: gráfico 6.4) y un alza de las rentas patrimoniales” ([36]).
Eso es afirmar, ni más ni menos, que el tamaño actual del la deuda se debería a la compresión de los salarios.
De ahí a decir que la crisis es el resultado de la rapacidad de los capitalistas, sólo hay un paso.
Así, como acabamos de ponerlo de relieve y como debería quedar claro para cualquiera que aborde seria y lealmente este tema, MR defiende, sobre las causas fundamentales de las crisis económicas del capitalismo un análisis diferente del que defendieron Marx y Engels. Está en su perfecto derecho y es incluso su responsabilidad si estima necesario defenderlo. Pues por muy decisivas, valiosas y profundas que hayan sido sus aportes a la teoría del proletariado, Marx ni era infalible ni sus escritos deben considerarse como textos sagrados. Sería transformarlo en religión, algo totalmente ajeno al método marxista como de cualquier otro método científico por otra parte. Los propios escritos de Marx deben someterse a la crítica del método marxista. Así hizo Rosa Luxemburg en su trabajo La acumulación del capital (1913) cuando evidenció las contradicciones contenidas en el libro II de El capital. Dicho lo cual, cuando se pone en entredicho una parte de los escritos de Marx, la honradez política requiere que se asuma explícitamente y con la mayor claridad. Eso es lo que hizo Rosa Luxemburg en su libro, lo que le acarreó las andanadas de los “marxistas ortodoxos”, escandalizados porque alguien criticara abiertamente un escrito de Marx. No es eso lo que hace MR cuando se aparta del análisis de Marx aún pretendiendo permanecerle fiel. Nosotros, sobre este tema, retomamos los análisis de Marx, porque nos parecen justos, porque retratan bien la realidad de la vida del capitalismo.
Reivindicamos plenamente la visión revolucionaria que contienen, cerrando resueltamente la puerta a toda visión reformista. No ocurre lo mismo con MR, cuya afirmada fidelidad a los textos de Marx, al igual que sus juegos malabares, son el mejor medio para hacer pasar “con suavidad” una visión reformista. Es eso lo más lamentable de su libro.
Marx defendía la necesidad de la lucha por reformas, pero denunciaba con la mayor energía las tendencias reformistas que intentaban encerrar a la clase obrera, que “no veían en la lucha por los salarios más que unas luchas por los salarios” y no una escuela de lucha, en la que la clase se forja las armas de su emancipación definitiva. Marx criticaba a Proudhon que no veía “en la miseria sino la miseria” y a las tradeuniones que, “en general, fracasan por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado” ([37]).
La decadencia del capitalismo hizo imposible cualquier política realmente duradera en el seno del sistema y puso al orden del día la revolución proletaria. Desde entonces, el mayor engaño para intentar desviar al proletariado de su tarea histórica ha consistido en hacerle creer que podía hacerse un lugar en el sistema llevando al poder, entre otras cosas, a los equipos o las personas idóneas, pertenecientes la mayoría de las veces a la izquierda o a la extrema izquierda del aparato político del capital. Por eso, desde que la revolución proletaria está históricamente al orden del día, la defensa de la lucha por reformas no es sólo un programa con tendencias oportunistas en el seno del movimiento obrero, sino que es abiertamente contrarrevolucionario. Por eso, una de las responsabilidades de los revolucionarios es luchar contra todas las ilusiones transmitidas por la izquierda del capital para hacer creer en la posibilidad de reformar el capitalismo, y, a la vez, animar las luchas de resistencia de la clase obrera contra la degradación de sus condiciones de vida bajo el capitalismo; esas luchas son la condición para no acabar machacado por los continuos ataques del capitalismo en crisis y son una preparación indispensable para el enfrentamiento con el Estado capitalista.
A este respecto, conviene señalar, como lo hemos hecho antes, las amplias aberturas que ofrece al reformismo la teoría de MR. Su libro menciona su compromiso político. Permítasenos dudarlo un poco cuando se observan sus coqueteos con representantes del “marxismo”, también ellos comprometidos políticamente, sí, pero en la defensa de las tesis reformistas. Por eso nos ha parecido necesario subrayar el enfatizado homenaje que rinde a “algunos economistas marxistas”: “hay pocas reflexiones sobre la evolución de las tasas de plusvalía, los problemas de reparto, el estado de la lucha de clases y la evolución de la parte salarial. Gracias a algunos economistas marxistas (Jacques Gouverneur, Michel Husson, Alain Bihr, etc.) esas preocupaciones han podido volver a discutirse algo. Las compartimos y esperamos que se manifiesten otras” ([38]) ([39]).
El primero, Jacques Gouverneur, que “ha proporcionado” a MR “muchas claves para profundizar El Capital” ([40]) es autor de un “documento de trabajo” ([41]) de título evocador “¿Qué políticas económicas contra la crisis y el desempleo?”, en el que se hace el defensor, en contra las políticas neoliberales, del retorno a políticas keynesianas combinadas con “políticas alternativas” (“aumento de impuestos públicos – sobre todo de las ganancias – para financiar producciones socialmente útiles”). De Michel Husson, miembro del Consejo científico de Attac, que “ha enseñado mucho” a MR “por el rigor y la gran riqueza de sus análisis” ([42]), escuchemos sus reflexiones para luchar contra el desempleo y la precariedad: “Es pues en el terreno del empleo donde hay que discutir los proyectos de izquierda. Sobre esto, el programa del Partido socialista es muy flojo, aunque sí contenga propuestas interesantes (como todos los programas) (…) más que querer aumentar la riqueza, lo que hay que hacer es cambiar su reparto. Dicho de otra manera: no contar con el crecimiento, y sobre todo cambiar su contenido, lo cual es rigurosamente imposible con el reparto actual de las rentas. Lo cual quiere decir, en primer lugar, desinflar las rentas financieras y refiscalizar seriamente las rentas del capital” ([43]).
Y, en fin, Alain Bihr, menos conocido que los reformistas antes mencionados, aunque menos marcado hacia la derecha que Husson, no por ello se olvida de aportar su apoyo a la campaña que consiste en echar las culpas al “liberalismo” de los estragos causados por el capitalismo: “La adopción de políticas neoliberales, su empecinada implantación y su continuación metódica desde hace casi treinta años ha acarreado el primer efecto de crear las condiciones de una crisis de sobreproducción al haber comprimido demasiado los salarios: en suma, una crisis de sobreproducción causada por el subconsumo relativo de los asalariados.”
Todas esas personas han enseñado a MR, si no es lo que ya pensaba él antes, que en la raíz de las crisis del capitalismo lo que se encuentra no son sus contradicciones insuperables, sino las políticas neoliberales, el mal reparto de las riquezas, de modo que lo que hay que hacer es requerir al Estado para que instaure políticas keynesianas, retenga rentas del capital, aumente los salarios, en una palabra, que intente regular la economía.
MR parece también tener querencia a la idea, siguiéndole los pasos a Alain Bihr, de que el proletariado estaría en crisis a causa de la crisis del capitalismo y que el desapego a la sindicalización sería una expresión de la tal crisis de la clase obrera ([44]) cuando escribe: “el miedo a perder su trabajo destruye las solidaridades obreras y el porcentaje de sindicalización se invierte e inicia un declive rápido a partir de 1978-79. El aislamiento de la larga lucha de los mineros ingleses en 1984-85 fue significativo de ese fenómeno” ([45]).
¡Qué mejor contribución al discurso de la burguesía, cuando se sabe que el factor principal del aislamiento y la derrota de los mineros ingleses fue el sindicato y las ilusiones persistentes en la clase obrera hacia sus versiones radicales, “de base”!.
Llegado a cierta etapa de su historia, el capitalismo no puede sino sumir a la sociedad en convulsiones cada día peores, destruyendo los progresos que le había aportado anteriormente. En este contexto se está desplegando la lucha de clase del proletariado en la perspectiva de derrocamiento del capitalismo y de advenimiento de una nueva sociedad. Si el proletariado no logra alzar sus luchas a los niveles de conciencia y organización necesarios, las contradicciones del capitalismo no permitirán que llegue una nueva sociedad, sino que llevarán a “la destrucción de las clases beligerantes”, como así ocurrió en ciertas sociedades de clases del pasado: “… opresores y oprimidos, siempre estuvieron opuestos entre sí, librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes” ([46]).
Una vez planteado ese marco, importa ahora comprender si, más allá de la barbarie creciente inherente a la decadencia del capitalismo, las imposiciones económicas de la crisis acabarán desembocando en un momento dado en la imposibilidad para el sistema a seguir funcionado según sus propias leyes, llegando así a ser imposible la acumulación ([47]). Esa es efectivamente la opinión de cierta cantidad de marxistas que nosotros compartimos ([48]). Así, para Rosa Luxemburg, “La imposibilidad del capitalismo aparecerá claramente” en cuanto “el desarrollo del capitalismo esté tan avanzado que por toda la superficie del globo todo se producirá de manera capitalista” (Cf. citas anteriores de Introducción a la economía política) ([49]). Pero Rosa Luxemburg aporta la precisión siguiente: “Con eso no se ha dicho que este término haya de ser alegremente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe” ([50]).
Paul Mattick ([51]), que piensa también que las contradicciones del sistema acabarán en hundimiento económico, aunque considera que esas contradicciones se plasman sobre todo en una baja de la cuota (o tasa) de ganancia y no en la saturación de los mercados, recuerda cómo se planteó históricamente el problema:
“De la discusión en torno a la teoría marxiana de la acumulación y de la crisis resultaron dos posiciones enfrentadas y dentro de éstas diversas modificaciones de cada una de las tendencias. Una de las posiciones afirmaba que la acumulación de capital se enfrenta con la existencia de límites absolutos en su desarrollo, por lo que puede contarse con un derrumbe económico del sistema, mientras que la otra afirmaba que esto carecía de sentido y que el sistema no desaparecería por causas de naturaleza económica. Es evidente que el reformismo, aunque sólo fuese por justificarse a sí mismo, hizo suya la segunda concepción. Pero también desde una perspectiva radical de izquierda, como por ejemplo la de Anton Pannekoek, se consideraba que el derrumbe en tanto que proceso “puramente económico” era una falsificación de la teoría del materialismo histórico. (…) Para él las disfuncionalidades del sistema capitalista expuestas por Marx, así como las manifestaciones concretas de la crisis que se derivaban de la anarquía de la economía bastaban para inducir un desarrollo revolucionario de la conciencia del proletariado y, con éste, la revolución” ([52]).
MR no comparte esa idea de un capitalismo condenado por contradicciones fundamentales (saturación de los mercados, baja de las tasas de ganancia) a una crisis catastrófica. A esa idea, le opone él la siguiente: “En efecto, no existe un punto material alfa en el que el capitalismo se desmoronaría, ya sea un porcentaje X de cuota de ganancia, ya sea una cantidad Y de salidas mercantiles extra-capitalistas. Como lo decía Lenin en El imperialismo fase superior…: “¡no hay situación de la que no pueda salir el capitalismo!” ([53])” ([54]).
MR precisa su idea: “Los límites de los modos de producción son ante todo sociales, producidas por sus contradicciones internas, y por la colisión entre esas relaciones vueltas caducas y las fuerzas productivas. Será el proletariado quien abolirá el capitalismo, y no morirá el capitalismo por su propia muerte a causa de sus límites “objetivos”. Ese es el método propuesto por Marx: “La producción capitalista tiende constantemente a superar esos límites [NDLR: la depreciación periódica del capital constante que viene acompañada de crisis en el proceso de producción] inherentes; sólo lo consigue con otros medios que vuelven a levantar las mismas barreras ante ella, pero a una escala mucho mayor, y una y otra vez vuelven a levantarse las mismas barreras a una escala más importante todavía” (El Capital, trad. del francés, p. 1032, Ed. La Pléiade Économie II). No se ve aquí ninguna idea catastrofista, sino el desarrollo creciente de las contradicciones del capitalismo que alza los problemas a una escala cada vez más elevada. Está claro, sin embargo, que aunque le capitalismo no se hundirá por sí solo, no por ello podrá evitar sus antagonismos destructivos” ([55]).
Mal puede entenderse cómo podría el proletariado echar abajo al capitalismo si, como MR no para de querer demostrarlo en su libro, toda la historia del sistema desde la segunda mitad del siglo xx desmintiera la existencia de trabas al desarrollo de las fuerzas productivas.
Dicho lo cual, es perfectamente cierto que sólo el proletariado podrá abolir el capitalismo, lo cual no significa que el capitalismo no puede acabar desmoronándose bajo sus contradicciones fundamentales, lo cual no equivale ni mucho menos a su superación revolucionaria por parte del proletariado. En ningún lugar de su texto, MR demuestra formalmente que ese desmoronamiento sea imposible. En su lugar, lo que hace es calcar sobre la crisis del periodo de decadencia unas características de las crisis como las que aparecían en tiempos de Marx. Además para describir estas últimas, no se apoya en citas de Marx relativas a la saturación de los mercados, como la siguiente: “en el ciclo de su reproducción –un ciclo durante el cual no sólo hay reproducción simple, sino ampliada–, el capital describe no un círculo sino una espiral: llega un momento en que el mercado parece ser demasiado estrecho para la producción. Eso es lo que ocurre al final del ciclo. Pero lo que eso significa es, sencillamente, que el mercado está supersaturado. La sobreproducción es patente. Si el mercado se hubiera ampliado a la par con el crecimiento de la producción, no habría ni saturación en el mercado ni sobreproducción” ([56]).
MR prefiere los pasajes en los que Marx trata únicamente del problema de la baja de la cuota de ganancia. Eso le permite proclamar, escudándose tras la autoridad de Marx, que el capitalismo siempre se recuperará de sus crisis. Es cierto que la desvalorización del capital ocasionado por la crisis suele ser la condición para recuperar una cuota de ganancia que permita volver a acumular a una escala superior. El problema estriba en que explicar la crisis actual sobre todo por la contradicción consistente en la “baja de la cuota de ganancia”, es dejar de lado una realidad que ha generado el enorme endeudamiento que hoy conocemos. Hay otro problema en ese método que encierra a MR en las contradicciones de sus montajes especulativos, y es cuando afirma que: “Es totalmente incongruente afirmar –como suele ocurrir muy a menudo– que la perpetuación de la crisis desde los años 1980 se debería a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia” ([57]).
En realidad, la evolución misma del capitalismo, ya antes de la Primera Guerra mundial, ya no dejó caracterizar las crisis como un fenómeno cíclico. Engels señala esa evolución en una nota añadida a El Capital, en la que dice: “la forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que hasta entonces venía observándose parece haber cedido el puesto a una sucesión más bien crónica y larga (…) cada uno de los elementos con los que se hace frente a la repetición de las antiguas crisis lleva en sí el germen de une crisis futura mucho más violenta” ([58]).
Esta descripción de Engels del surgimiento de la crisis abierta prefigura la crisis de la decadencia del capitalismo, cuya expresión violenta, general y profunda no tiene nada de cíclica sino que viene preparada por una acumulación de contradicciones, como lo atestiguan las dos guerras mundiales, la crisis de 1929 y los años 1930, la fase actual de la crisis abierta a finales de los años 1960.
Decir, como lo hace MR, apoyándose en citas de Marx fuera de contexto, que se refieren todas a la baja de la cuota de ganancia “El mecanismo mismo de la producción capitalista elimina pues los obstáculos que tal mecanismo crea” ([59]), no hace sino minimizar la importancia de las contradicciones que socavan el capitalismo en su fase de decadencia. A lo único que eso lleva es a subestimar la gravedad de la fase actual de la crisis, pues poner en segundo plano esas contradicciones contándonos trolas de que el capitalismo puede regularse etc.
Se nos podría objetar que las previsiones de Rosa Luxemburg se revelaron inexactas puesto que el agotamiento de los últimos mercados extra-capitalistas importantes en los años 1950 no hizo que el capitalismo se volviera “imposible”. Es una evidencia que en aquella fecha el capitalismo no se desmoronó. Sin embargo, si bien pudo proseguir su desarrollo fue gracias a hipotecar su futuro mediante dosis cada vez más masivas de créditos imposibles de reembolsar. El problema insuperable al que está enfrentada la burguesía hoy, sean cuales fueren las curas de austeridad que imponga a la sociedad, en ningún caso podrán mejorar la situación de un endeudamiento descomunal. Además, las suspensiones de pagos y las quiebras de cantidad de agentes económicos, incluidos los Estados, acarrearán una situación equivalente en sus asociados, agravando más si cabe las condiciones para que acabe derrumbándose el castillo de naipes. Y al no poder relanzar la economía lo suficiente mediante nuevas deudas o la máquina de billetes, el capitalismo no puede evitar una caída en la recesión. Y, contrariamente a las fascinantes fórmulas que aparecen en ese libro, esa caída no preparará, gracias a la desvalorización del capital que la acompañará, una futura recuperación. Lo que sí prepara, en cambio, es el terreno de la revolución.
Silvio (diciembre 2011)
[1]) Ediciones Contradictions. Bruselas, 2010.
[2]) Marx, traducido de Matériaux pour l’Économie – “Les crises”, p. 484, Éd. La Pléiade Économie II.
[3]) Marx. Traducido de la versión francesa, Principes d’une critique de l’économie politique, p. 268. Éd. La Pléiade Économie II.
[4]) Íbidem.
[5]) Marx, El Capital. Vol. III, cap. XXIX, p. 455. FCE, México.
[6]) “El en campo marxista sólo escasas veces se ha comprendido este análisis de las bases de la regulación keynesiano-fordista. Por lo que nosotros sabemos, no será sino en 1959 cuando se enuncie, por primera vez, una comprensión coherente de los Treinta Gloriosos” (DCC p. 74). MR cita un extracto del artículo publicado en octubre 1959 en el Boletín interno del grupo Socialisme ou Barbarie. Resulta que el grupo Socialismo o Barbarie entendió tan bien los Treinta Gloriosos que acabó deslumbrado por el boom de los años 1950 y, como consecuencia de su ceguera, acabaría poniendo en entredicho las bases de la teoría marxista. Leer al respecto, para más explicaciones, el articulo "Decadencia del capitalismo (XI) - El boom de la posguerra no cambió el curso en el declive del capitalismo [64]", en la Revista internacional, no 147. MR cita a Paul Mattick porque éste habría sabido también comprender el fenómeno de los Treinta Gloriosos. Dudamos que MR comparta realmente lo que Mattick dice en el pasaje siguiente: “Los economistas no distinguen entre economía a secas y economía capitalista, no son capaces de ver que la productividad y lo que es “productivo para el capital” son dos cosas diferentes, que los gastos tanto los públicos como los privados, sólo son productivos si generan plusvalía, y no sólo porque son bienes materiales u otros placeres de la vida”. (Crisis y teoría de las crisis, Paul Mattick, versión francesa de Éditions Champ Libre. Subrayado nuestro) En otras palabras, las medidas keynesianas, no productoras de plusvalía acaban esterilizando capital.
[7]) El Capital. Libro III, sección III.
[8]) DCC, p. 27.
[9]) Teorías sobre la plusvalía (o Tomo IV de El Capital), III, p. 46. FCE, México (1980) (Tomo 14 de Obras fundamentales de Marx y Engels).
[10]) ídem, p47.
[11]) Marx, trad. del francés de Le Capital livre IV, tome 2. p. 560. Éd sociales.
[12]) Marx, El Capital. Libro III, sec. III: “Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia” (en otras ediciones: Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia), cap. XV “Desarrollo de las contradicciones internas de la ley”, 3. Exceso de capital con exceso de población, https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3615.htm [65]
[13]) Marx. El Manifiesto comunista; “Burgueses y proletarios”, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm [66].
[14]) Marx, El Capital. L. II, “El proceso de circulación del capital”, Sec. I, “Las metamorfosis del capital…”, https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital2/MRXC2404.htm [67]
[15]) DCC p. 36, subrayado nuestro
[16]) DCC p. 38.
[17]) Como así hicieron en el prefacio de la edición de 1872 señalando las insuficiencias reveladas por la experiencia de la Comuna de París, y lo que hizo Engels en la edición de 1890 señalando las evoluciones habidas en la clase obrera desde la primera edición de El Manifiesto.
[18]) DCC, p. 38.
[19]) Sobre estos temas, recomendamos la lectura de “Rosa Luxemburg y los límites de la expansión del capitalismo” y “La Comintern y el virus del “luxemburguismo” en 1924” en las Revista internacional nos 142 y 145.
[20]) DCC, p. 36
[21]) Ibídem.
[22]) Reproducimos in extenso el contexto de la cita de Marx, en la que, de hecho, éste trata de la relación entre el capitalismo y la libre competencia: “El reino del capital es la condición de la libre competencia, del mismo modo que el despotismo de los emperadores romanos era la condición del libre derecho de Roma. Mientras el capital es débil, intenta apoyarse en las muletas de un modo de producción desaparecido o en vías de desaparición; en cuanto se siente fuerte, tira sus muletas y se mueve según sus propias leyes. De igual modo, en cuanto empieza a notarse y a ser notado como una traba para el desarrollo, busca refugio en formas que, a la vez que parecen rematar el reino del capital, anuncian también, por el freno que imponen la disolución del capital y del modo de producción en que se basa la libre competencia”.
[23]) Marx y Engels, El Manifiesto comunista; “Burgueses y proletarios”, ed. bilingüe, Grijalbo, Barcelona.
[24]) DCC p. 39.
[25]) DCC p. 39 et 40.
[26]) Citado en Howard Zinn, Una historia popular de Estados Unidos.
[27]) DCC p. 40.
[28]) Fritz Sternberg, Le conflit du siècle (El conflicto del siglo), p. 75. Éditions du Seuil.
[29]) Marx. Traducido del francés, Matériaux pour l’Économie, p. 489. La Pléiade, Économie II.
[30]) Ver al respecto las explicaciones del libro le Conflit du siècle, pp. 51, 53 y 151.
[31]) DCC p. 47.
[32]) El imperialismo, fase superior del capitalismo.
[33]) Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política [68], “6. Las tendencias de la economía capitalista”.
[34]) Párrafo siguiente de la cita anterior.
[35]) DCC p. 14.
[36]) DCC p. 106.
[37]) Marx, Salario, precio y ganancia, “La lucha entre el capital y el trabajo, y sus resultados”.
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm#xiv [69].
[38]) DCC p. 86.
[39]) Michel Husson es, según Wikipedia, un antiguo militante del Partido socialista unificado (PSU, socialdemócrata), de la Liga comunista revolucionaria (LCR, trotskista) de cuyo comité central ha formado parte. Es miembro del Consejo científico de Attac y apoyó la candidatura de José Bové (altermundista) a la elección presidencial francesa de 2007. Alain Bihr, también según la misma fuente, se reivindica del comunismo libertario y es conocido como especialista de la extrema derecha francesa (especialmente del Frente nacional) y del negacionismo.
[40]) DCC p. 8.
[41]) https://www.capitalisme-et-crise.info/telechargements/pdf/FR_JG_Quelles_politiques_économiques_contre_la_crise_et_le_chômage_1.pdf [70]
[42]) DCC p. 8.
[43]) Cf. “Chronique du 6 mai 2001”. https://regards.fr/nos-regards/michel-husson/la-gauche-et-l-emploi [71]
[44]) Ya criticamos esta idea en un artículo de la Revista internacional no 74, "El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria [72]".
[45]) DCC p. 84.
[46]) Marx y Engels, Manifiesto comunista; “Burgueses y proletarios”, Ed. Grijalbo.
[47]) Ver el artículo "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [27]", Revista internacional no 144. .
[48]) MR avanza la idea de que la imposibilidad económica objetiva del capitalismo que está en la visión luxemburguista habría sido responsable del inmediatismo que habría manifestado en el IIIer Congreso de la Internacional Comunista cuando “el KAPD (escisión opositora del Partido Comunista alemán) defiende una teoría de la ofensiva a toda costa, apoyándose en la visión luxemburguista de que el proletariado estaría ante “la imposibilidad económica objetiva del capitalismo” y ante “el hundimiento económico inevitable del capitalismo... “ (Rosa Luxemburg, La Acumulación del capital)” (DCC, p. 54).
Cuando Rosa Luxemburg defiende efectivamente la perspectiva de una imposibilidad del capitalismo, tal perspectiva no se aplica claramente al futuro inmediato. Y ocurre que, justamente, MR o sus allegados atribuyen fraudulentamente a Rosa Luxemburg semejante perspectiva como inmediata, habida cuenta de la insuficiencia de los mercados extra-capitalistas en relación con las necesidades de la producción. Eso lo que explicamos en la nota siguiente. Para una idea más exacta de las causas del inmediatismo que se manifestó en el movimiento obrero sobre la perspectiva, remitimos al lector al artículo: "Decadencia del capitalismo (VIII) - La edad de las catástrofes [73]", Revista internacional no 143 (2010).
[49]) “Para una buena explicación y critica de la teoría de la acumulación de Rosa Luxemburg” (DCC p. 36), MR nos dirige hacia el articulo siguiente: “Teoría de las crisis: Marx-Luxemburg (I)” (https://www.leftcommunism.org/spip.php?article110 [74]).
En la página web recomendada, leemos el artículo “La acumulación del capital en el s. XX-I” (https://www.leftcommunism.org/spip.php?article223 [75]) y nos llevamos la sorpresa de que, según Rosa Luxemburg, citada à partir de su obra La acumulación del capital, “el capitalismo había alcanzado “la fase última de su carrera histórica: el imperialismo” pues “el campo de expansión que se le ofrece aparece mínimo en comparación con el alto nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas…”.” Incrédulos, volvimos a abrir la obra citada y nos encontramos con algo muy diferente. Lo que para Rosa Luxemburg es mínimo (comparado con el alto nivel alcanzado por desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas), no es, como dice el artículo, el campo de expansión que se ofrece al capitalismo, sino los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados. La diferencia es importante pues en aquel entonces, las colonias poseían todavía una proporción importante de mercados extra-capitalistas vírgenes o no agotados, mientras que tales mercados eran efectivamente mucho más escasos fuera de las colonias y de los países industrializados. La restitución exacta de lo que realmente dice Rosa Luxemburg evidencia el truco realizado por los amigos de MR. En esa cita, subrayamos lo que está en el artículo que denunciamos y hemos puesto en negrita una idea importante dejada de lado por el autor de dicho artículo: “El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha para conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados. Geográficamente, estos medios abarcan, aún hoy, los más amplios territorios de la Tierra. Pero (…) comparados con el grado elevado de las fuerzas productivas del capital, el campo parece todavía pequeño para la expansión de éste…”, La acumulación del capital, cap. XXXI : “Aranceles protectores y acumulación”, vol. II, Ed. Orbis, Barcelona, 1985.
[50]) La acumulación del capital, op. cit.
[51]) Para más información sobre las posiciones políticas de Paul Mattick leer el artículo "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [27]", Revista internacional no 146 (2011).
[52]) Paul Mattick. Crisis y teoría de la crisis, cap. 3 « Los epígonos », ediciones Península (1975).
[53]) NDLR : no hemos logrado encontrar esa cita en dicho libro. En cambio, hay otra parecida de Lenin en el Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la IC: “Situaciones absolutamente sin salida no existen”. Sin embargo, no se refiere a la crisis económica sino a la crisis revolucionaria.
[54]) DCC p. 117 et 118.
[55]) DCC p. 53.
[56]) Trad. de la ver. francesa: Matériaux pour l’Économie, “Les crises”. p. 489, La Pléiade, Économie II.
[57]) DCC p. 82.
[58]) Nota de Engels añadida a El Capital, vol. III, cap. XXX “Capital-dinero y capital efectivo”, p. 459 de la edición del F.C.E. (México)
[59]) La referencia que da MR es esta: Le Capital (vers. francesa), Livre I, 4e edición alemana; Éditions sociales 1983, p. 694. No hay más precisiones sobre qué sección del libro. No hemos encontrado una frase equivalente en marxists.org. Sí existe, en cambio, un pasaje de Marx que corresponde más o menos a la idea de la cita en el libro de El Capital. Es éste: “Es decir, que el propio mecanismo del proceso de de producción capitalista se encarga de vencer los obstáculos pasajeros que él mismo crea” (Libro I, s. VII, c. XXIII: “La ley general de la acumulación capitalista”, p. 523, El Capital, FCE, México).
En el artículo anterior de esta serie ([1]), demostramos cómo la “teoría de la decadencia”, que una minoría intransigente persistimos en defender pese al aparente triunfo del capitalismo durante el boom de la posguerra, ha ganado nuevos adeptos al proporcionar un marco histórico coherente a las posiciones revolucionarias que la nueva generación ha adquirido de una forma más o menos intuitiva: oposición a sindicatos y al reformismo, rechazo de las luchas de liberación nacional y alianzas con la burguesía, con la comprensión de que los países supuestamente “socialistas” fueron o son una forma de capitalismo de Estado y así sucesivamente.
A finales de los 60 y principios de los 70, la crisis abierta del capitalismo apenas estaba comenzando; durante las cuatro décadas siguientes se hizo más evidente que era insuperable. Por ello cabría esperar que la mayoría de elementos atraídos por el internacionalismo en estos tiempos se convencieran más fácilmente de que el capitalismo es realmente un sistema social obsoleto y decadente. Pero este no fue el caso, podríamos hablar incluso de un rechazo persistente de la teoría de la decadencia, y especialmente en las nuevas generaciones de revolucionarios que comenzaron a surgir en la primera década del siglo xxi y, simultáneamente, de una tendencia a cuestionarla o rechazarla abiertamente, por parte de muchos elementos que antes la compartían.
Respecto al rechazo por parte de las nuevas generaciones de revolucionarios, estamos hablando esencialmente de los elementos internacionalistas influidos por diferentes tipos de anarquismo. El anarquismo reverdeció en los 2000, y es fácil comprender su capacidad de atracción hacia jóvenes deseosos de luchar contra el capitalismo y al mismo tiempo muy críticos frente a izquierda “oficial”, muchos de entre los cuales consideraron que fue una catástrofe el hundimiento del “socialismo realmente existente” en el bloque del Este. Pero, a menudo, a la nueva generación le atrae el anarquismo porque lo ve como una corriente que no ha traicionado la causa del socialismo a diferencia de los socialdemócratas, estalinistas y trotskistas.
Analizar por qué en los países centrales del capitalismo las diversas corrientes anarquistas atrajeron tanto a la nueva generación y no lo hizo la Izquierda Comunista que es sin duda la corriente más coherente de entre las corrientes políticas que se mantuvieron fieles a los principios proletarios tras la terrible derrota que va desde finales de los años 20 hasta finales de los 60 del siglo xx, daría para otro artículo. El problema de la organización de los revolucionarios –la cuestión del “partido”– manzana de la discordia tradicional entre marxistas y elementos revolucionarios del anarquismo, es sin duda una cuestión central. Pero en este artículo, nuestra principal preocupación es la cuestión concreta de la decadencia del capitalismo. ¿Por qué la mayoría de anarquistas, incluyendo a aquellos que verdaderamente se oponen a las prácticas de reformistas y abogan por la necesidad de una revolución internacional, rechazan con tal vehemencia esa noción?
Es cierto que algunos de los mejores militantes anarquistas no siempre han tenido esa reacción. En una serie anterior ([2]), mostramos cómo compañeros anarquistas como Maximoff no tuvieron ningún reparo en explicar que tanto la crisis económica mundial como la marcha hacia la guerra imperialista eran expresión de unas relaciones sociales que se habían convertido en obstáculo para el progreso de la humanidad, que correspondían a un modo de producción en declive.
Ese punto de vista siempre ha sido, sin embargo, minoritario dentro del movimiento anarquista. A un nivel más profundo, aunque muchos anarquistas reconocen que la contribución de Marx a la comprensión de la política económica es irremplazable, su punto de vista sobre el método histórico que subyace tras la crítica de capital que hace Marx es mucho más severo. Desde Bakunin, siempre hay en los anarquistas una fuerte tendencia a considerar el “materialismo histórico” (o, si se prefiere, el enfoque materialista de la historia) como una forma de determinismo duro que subestima y rebaja el elemento subjetivo en la revolución. Bakunin en particular consideró que era un pretexto del “Partido de Marx” para llevar una práctica fundamentalmente reformista que defendía que en aquella época el capitalismo aún no había agotado su utilidad histórica para la humanidad, que la revolución comunista no estaba aún al orden del día y que la clase trabajadora debía desarrollar sus fuerzas y confianza en sí misma dentro de la sociedad burguesa; en eso se basaba para Marx la defensa del trabajo sindical y la creación de partidos obreros que, entre otras cosas, debían participar en las elecciones burguesas. Para Bakunin, el capitalismo siempre estuvo maduro para la revolución. Por extensión, como los marxistas de hoy en día defienden que las viejas tácticas ya no son válidas, esta posición es a menudo ridiculizada por los anarquistas actuales como una justificación retrospectiva de los errores de Marx y una manera de evitar la desagradable conclusión de que los anarquistas siempre habrían tenido razón.
Aquí solo vamos a evocar el tema; volveremos a él al tratar de una versión más elaborada de ese mismo argumento que es la que defiende el grupo Aufheben en una serie de artículos en los que critican la noción de decadencia y que muchos en el entorno comunista libertario consideran como la última palabra sobre la cuestión. Pero hay otros factores que considerar cuando se trata de saber por qué la generación actual rechaza lo que es para nosotros hoy la piedra angular teórica de una plataforma, factores que están menos ligados a la tradición anarquista.
Nos enfrentamos a la siguiente paradoja: mientras que para nosotros, el capitalismo parece descomponerse más y más, hasta el punto que podemos hablar de la fase final de su decadencia, para muchos otros, la capacidad del capitalismo para alargar ese proceso de declive es la prueba para rechazar el propio concepto de declive. En otras palabras, para ciertos revolucionarios cuanto más dura un capitalismo senil y cuando más se acerca a su final catastrófico mayor es su capacidad para renovarse casi infinitamente.
Es tentador hacer aquí un poco de psicología. Ya hemos observado ([3]) que la perspectiva de su propio final es un elemento del rechazo por la burguesía no sólo del marxismo sino incluso de sus propios intentos por comprender científicamente el problema del valor, ya que ello implicaría comprender que el capitalismo es un sistema fugaz condenado a morir por sus propias contradicciones internas. Sería sorprendente que esta ideología de negación no afectara también a aquellos que intentar romper con la visión burguesa del mundo. De hecho, a medida que la burguesía se aproxima a su final real más tentada está de huir desesperadamente de la realidad y cabe esperar que este mecanismo de defensa cale en todas las capas de la sociedad incluyendo a la clase obrera y sus minorías revolucionarias. Al fin y al cabo ¿qué hay más aterrador?, ¿que nos puede impulsar más a huir o a meter la cabeza en la arena que la realidad de un capitalismo agonizante que puede acabar con todos nosotros en sus últimos estertores?
Pero el problema es más complejo. En primer lugar está conectado con la forma en que ha evolucionado la crisis en los últimos cuarenta años, que ha hecho más difícil diagnosticar la gravedad real de la enfermedad mortal del capitalismo.
Como hemos observado, las primeras décadas tras 1914 pusieron muy claramente en evidencia que el capitalismo estaba en declive. En los años 50 y 60 del siglo xx, durante el boom de la posguerra, algunos elementos del movimiento político proletariado empiezan a manifestar dudas profundas de que el capitalismo esté realmente en su fase de decadencia. El retorno de la crisis –y la lucha de clases– a finales de los 60 permitieron ver la naturaleza efímera de ese boom y redescubrir las bases de la crítica marxista de economía política. Pero al mismo tiempo que se confirmaba el carácter “permanente” de la crisis desde finales de la década de los 60 y, sobre todo, con la explosión más reciente de todas las contradicciones acumuladas en aquel periodo (la “crisis de la deuda”), la duración de la crisis ponía de manifiesto la extraordinaria capacidad del capitalismo para adaptarse y sobrevivir a costa de manipular sus propias leyes y acumular problemas cada vez más devastadores a largo plazo. Es cierto que la CCI, en algunas ocasiones ha subestimado esas capacidades: algunos de los artículos publicados en los años 1980 –decenio en que el desempleo volvió a formar parte de la vida diaria– no previeron el boom (o más bien los auges, puesto que también fueron muchas las recesiones) de los años 1990 y 2000, y es cierto que no habíamos previsto la posibilidad de que un país como China se industrializase al ritmo frenético en que lo ha hecho, grosso modo, en los 2000. Para una generación nacida en esas condiciones donde el consumismo desenfrenado de los países desarrollados deja por los suelos a la sociedad de consumo de la década de los 50 y 60 del siglo xx, es comprensible que hablar de decadencia del capitalismo pueda parecer algo arcaico. La ideología oficial de la década de 1990 y principios del 2000, fue que el capitalismo había triunfado en toda regla y que el neoliberalismo y la globalización abrían la puerta a una nueva era de prosperidad sin precedentes. En Gran Bretaña, por ejemplo, Gordon Brown portavoz económico del Gobierno de Tony Blair, proclamó, en su discurso sobre el presupuesto de 2005, que el Reino Unido era consciente de que se asistía al periodo de crecimiento económico más largo desde que, en 1701, empezaron a recogerse esos datos. No es sorprendente que las versiones “radicales” de estas ideas se repitan, incluso entre los defensores de la revolución. Después de todo, la clase dominante sigue peleándose en su propio seno sobre si finalmente ha logrado zafarse del ciclo “expansión-recesión”. Muchos “prorrevolucionarios”, que son capaces de citar a Marx sobre las crisis periódicas del siglo xix y explicar que aun puede haber crisis periódicas que sirven para limpiar la economía de sus ramas muertas y que la economía crezca de nuevo, también se hacen eco de ese discurso.
Todo esto es muy comprensible, pero lo es mucho menos cuando proviene de las filas de la Izquierda comunista, sabedora del carácter enfermizo de crecimiento capitalista en su periodo de declive. Y sin embargo, desde la década de 1970, hemos tenido una serie de deserciones a la teoría de la decadencia en las filas de la Izquierda comunista y de la CCI en particular, a menudo con severas crisis organizativas.
Aquí no es el lugar para analizar el origen de esas crisis. Podemos decir que en las organizaciones políticas proletarias las crisis son momentos inevitables de sus vidas, basta una ojeada a la historia del partido bolchevique o de las izquierdas alemana o italiana para confirmarlo. Las organizaciones revolucionarias son una parte de la clase obrera, que es una clase constantemente bajo la inmensa presión de la ideología dominante. La vanguardia también sufre esa presión y se ve obligada a llevar una lucha permanente contra ella. Crisis organizativas en general ocurren en momentos en que una parte o incluso toda la organización se enfrenta –o sucumbe– a una dosis especialmente fuerte de ideología dominante. Muy a menudo, estos ataques son iniciados o exacerbados por la necesidad de hacer frente a nuevas situaciones o crisis más amplias en la sociedad.
En la CCI las crisis casi siempre se han centrado en cuestiones organizativas y de comportamiento político. Pero también es significativo que casi todas las escisiones importantes que hemos vivido también han puesto en entredicho nuestra visión de la época histórica.
En 1987, en la Revista Internacional 48, comenzamos la publicación de una nueva serie titulada “Comprender la decadencia del capitalismo”. Fue una respuesta al hecho de que, cada vez más elementos, dentro o alrededor del movimiento revolucionario, fueron cambiando de opinión sobre el concepto de decadencia. El primero de los tres artículos de la serie ([4]) fue una respuesta a las posiciones del grupo comunista internacionalista (GCI), que originalmente fue una escisión de la CCI a finales de la década de 1970. Algunos de los elementos que inicialmente formaron el GCI pretendían ser los continuadores del trabajo de la Fracción italiana de la Izquierda comunista y que se oponían a las supuestas “desviaciones consejistas” de la CCI. Pero tras las nuevas escisiones del GCI, el propio grupo evolucionó hacia lo que en la Revista Internacional calificamos de “bordiguismo anarco-punk”: una extraña combinación de conceptos sacados del bordiguismo como el de la “invariación” del marxismo y una regresión hacia una visión voluntarista al estilo de Bakunin. Estos dos elementos llevaron al GCI a oponerse enérgicamente a la idea de que el capitalismo hubiera tenido una fase ascendente y una fase decadente, tesis defendida principalmente en el artículo “¿Teorías de la decadencia o decadencia de la teoría?” (El comunista no 23, 1985).
El artículo de la Revista internacional refuta una serie de acusaciones que nos hace el GCI. Entre ellas el burdo sectarismo del GCI que mete en el mismo saco a los grupos que defienden que el capitalismo está en decadencia y a los Testigos de Jehová, la secta Moon o los neonazis, el GCI demostró su ignorancia al hacer afirmaciones como que el concepto de decadencia nació después de la derrota de la ola revolucionaria de 1917-23 y que “algunos productos de la victoria de la contrarrevolución comenzaron a teorizar un “período” de estancamiento y de “declive”” ; sobre todo, el artículo muestra que lo que subyace tras la “anti-decadencia” del GCI, es su abandono del análisis materialista de la historia en favor del idealismo anarquista.
Lo que el GCI rechaza realmente del concepto de decadencia, es la idea de que el capitalismo hay sido en su tiempo un sistema ascendente que desempeñó un papel progresista para la humanidad: de hecho el GCI rechaza la noción misma de progreso histórico. Para él, es simple ideología para justificar la “civilización” del capitalismo: “la burguesía presenta todos los modos de producción que precedieron como “salvajes” y “bárbaros” que con la evolución de la historia se irían “civilizando” progresivamente. El modo de producción capitalista es, por supuesto, la encarnación más alta y final de la civilización y el progreso. La visión evolutiva corresponde, por tanto, al “ser social capitalista” y no es por nada que esta visión se ha aplicado a todas las Ciencias (es decir, a todas interpretaciones parciales de la realidad desde el punto de vista burgués): Ciencias de la naturaleza (Darwin), Demografía (Malthus), lógica, historia, filosofía (Hegel)...” (Ídem).
El que la burguesía tenga una determinada visión del progreso en la que todo culmina con el dominio del capital, no implica, ni mucho menos, que todo concepto de progreso sea falso: por eso Marx no rechaza los descubrimientos de Darwin sino que los toma en consideración –interpretándolo correctamente a través de una visión dialéctica y no lineal– como un argumento adicional para su visión de la historia.
Esto no significa que la visión marxista del progreso histórico suponga adherir ni cerrar filas con la clase dominante, como presupone el GCI: “los decadentistas están por la esclavitud hasta determinada fecha, por el feudalismo hasta otra… por el capitalismo hasta 1914!, Debido a su culto del progreso, se oponen a cada etapa de la guerra de clases protagonizada por los explotados, se oponen a los movimientos comunistas que han tenido la desgracia de estallar en el “periodo inapropiado”” (ídem). El movimiento marxista al tiempo que reconoce que en el siglo xix el capitalismo aún no había creado las condiciones de la revolución comunista, siempre considera su papel de defensa intransigente de los intereses de clase del proletariado en la sociedad burguesa y reconoció “retrospectivamente” la importancia vital de las revueltas de los explotados en las sociedades de clases anteriores aun a sabiendas que esas revueltas no podrían conducir a la sociedad comunista.
A menudo ese radicalismo superficial del GCI lo encontramos también en maridaje con concepciones abiertamente anarquistas a las que dan una justificación pseudomarxista más “sofisticada” para mantener sus viejos prejuicios. Mientras que los anarquistas pueden reconocer que Marx hizo algunas contribuciones teóricas (crítica de la economía política, concepto de alienación, etc.), no toleran su práctica política de construir partidos obreros que participasen en el Parlamento, de desarrollar los sindicatos e incluso, en ciertos casos, de apoyar determinados movimientos nacionales. Para ellos, todas esas prácticas (con la excepción quizás del desarrollo de sindicatos) ya eran burguesas en su momento (o autoritarias) y siguen siendo burguesas (o autoritarias) hoy.
Este rechazo categórico de una parte del pasado del movimiento obrero no garantiza, ni mucho menos, que sus posiciones actuales sean radicales. Como concluye el segundo artículo de la serie: “…para los marxistas, las formas de lucha del proletariado dependen de las condiciones objetivas en que se desarrollan y no de principios abstractos de rebelión eterna. La manera para juzgar la validez de una estrategia, de una forma de lucha, es basándose en un análisis objetivo de la relación de fuerzas entre las clases visto en su dinámica histórica. Fuera de esta base materialista, cualquier toma de posición sobre los medios de la lucha proletaria se apoya en arenas movedizas, lleva a la desorientación en cuanto aparecen las típicas y superficiales formas de la ‘rebelión eterna’ como la violencia en sí, la antilegalidad, etc.” ([5]). Y el articulo lo prueba al poner en evidencia el coqueteo del GCI con Sendero Luminoso en Perú. El GCI ha defendido más recientemente esa misma posición respecto a la violencia de la yihad en Irak ([6]).
La serie que publicamos en la década de los 80 contenía también una respuesta a otro grupo nacido de una escisión de la CCI en 1985: la Fracción Externa de CCI (FECCI) que publicó la revista Perspective Internationaliste (PI). La FECCI, que mentía al afirmar que sus miembros habían sido excluidos de la CCI, dedicó gran parte de sus primeras polémicas a dar “pruebas” de la “degeneración de la CCI”, de su “estalinismo”, y que la FECCI se había fundado para defender la plataforma de la CCI contra la propia CCI, de ahí su nombre. Finalmente abandonó la denominación “FECCI” para adoptar el nombre de su publicación.
Sin embargo PI, a diferencia del CGI, nunca dijo que rechazase la noción de ascenso ni de decadencia del capitalismo: explicó que quería profundizar y aclarar esos conceptos. Es, sin duda, un proyecto loable. El problema es que sus innovaciones teóricas añaden muy poco a un análisis profundo y diluyen lo más básico.
PI desarrolla, por un lado, una periodización “paralela” del capitalismo basada en lo que ellos llaman la transición de la dominación formal a la dominación real del capital que, en la versión de PI, corresponde más o menos al mismo marco histórico en que el capitalismo “tradicional” entra en su período de decadencia a principios del siglo XX. En la visión de PI, la creciente penetración global de la ley del valor en todos los ámbitos de la vida económica y social constituye la dominación real de capital, y esto es lo que nos da la clave para comprender las fronteras de clase que para la CCI se basan en la noción de decadencia: el fracaso de la labor sindical, el parlamentarismo y el apoyo a la liberación nacional, etc.
Es cierto que la aparición del capitalismo real como una economía global, su “dominación” efectiva del mundo corresponde a la apertura del período de decadencia; y, como lo subraya PI, este período se caracterizó por incrementar la penetración de la ley del valor en casi todos los rincones de la actividad humana. Pero como defendemos en nuestro artículo de la Revista Internacional nº 60 ([7]), la definición que da PI a la transición entre la dominación formal y la dominación real parte de un concepto elaborado por Marx y lo saca del significado que ésta le daba. Para Marx, la transición en cuestión era el paso del periodo de la manufactura –cuando el trabajo artesanal fue agrupado por capitalistas individuales sin transformar realmente los antiguos métodos de producción– al del sistema fabril basado en el trabajo colectivo. Fundamentalmente, este cambio ya había tenido lugar en la época de Marx, cuando el capitalismo no “domina” todavía todo el planeta: su expansión posterior estaría basada en la “dominación real” del proceso de producción. Nuestro artículo mostraba que el punto de vista de los bordiguistas de Communisme ou Civilisation era más coherente cuando defendía la posibilidad del comunismo en 1848, ya que, para ese grupo, esta fecha marca de hecho la transición a la dominación real.
Además, PI, al poner en entredicho el concepto de decadencia heredado de la CCI, desarrolló otro argumento: la acusación de “productivismo”. En una de sus primeras arremetidas (PI nº 28, otoño de 1995), Mac Intosh dijo que todos los grupos de la Izquierda comunista desde Bilan hasta los grupos actualmente existentes, como la CCI o el BIRP, sufren de la misma enfermedad: están “desesperada e inextricablemente sumidos en el productivismo, que es el caballo de Troya del capital dentro del campo marxista. Este productivismo toma como medida del progreso histórico y social el desarrollo de la tecnología y de las fuerzas productivas; desde esta perspectiva teórica, en tanto que un modo de producción garantice el desarrollo tecnológico, debe ser considerado como históricamente progresivo.” El folleto de la CCI, La decadencia del capitalismo ([8]), es objeto de su crítica más furibunda. Nuestro folleto rechaza la idea de Trotski expresada en el documento programático de 1938: Programa de transición – La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional ([9]), de que las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer; nuestro folleto define la decadencia como un período en el que las relaciones de producción actúan como un obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas, pero no como una barrera absoluta y hace una simulación tratando de mostrar cómo podría haber sido el desarrollo del capitalismo si no hubiera estado limitado por sus contradicciones internas.
Mac Intosh se focaliza en ese pasaje, contradiciéndolo con diversas cifras que mostrarían, según él, tasas de crecimiento tan fenomenales en el periodo decadente que cualquier noción de decadencia, vista como desaceleración en el desarrollo de las fuerzas productivas debería sustituirse por la idea de que es precisamente el crecimiento del sistema lo que es profundamente inhumano –como pone en evidencia, por ejemplo, la expansión de la crisis ecológica.
Otros miembros de PI continuaron en la misma dirección, por ejemplo en el artículo: “For a Non-productivist Understanding of Capitalist Decadence” escrito por E.R. en PI 44 ([10]). Pero ya había habido una respuesta suficientemente profunda a Mac Intosh en el no 29 de PI ([11]) escrita por M. Lazare (ML). Si hacemos caso omiso de la caricatura ocasional de las pretendidas caricaturas de la CCI, ese artículo muestra cómo la crítica del productivismo que hace Mac Intosh está precisamente encerrada en una lógica productivista ([12]). Pone primero en cuestión el uso que hace Mac Intosh de las cifras que demostrarían que el capital habría crecido multiplicándose por 30 entre 1900 y 1980. ML muestra que esta cifra es mucho menos impresionante si la medimos en términos de tasa anual lo que nos da un crecimiento promedio del 4.36 % anual. Pero, sobre todo, defiende la idea de que, hablando en términos cuantitativos, a pesar del impresionante crecimiento que el capitalismo decadente haya podido conocer, si miramos el enorme desperdicio de fuerzas productivas que se pierde en burocracia, armamento, publicidad, finanzas, una multitud de “servicios” innecesaria y la crisis económica casi permanente o recurrente, la expansión propiamente dicha de la actividad productiva real podría haber sido mucho mayor. En este sentido, la idea de que el capitalismo es una traba que frena pero no paraliza totalmente el desarrollo de las fuerzas productivas, incluso en términos capitalistas, sigue siendo plenamente válida. Como escribió Marx, el capital es una contradicción viva y “el verdadero freno de la producción capitalista es el propio capital” ([13]). Sin embargo y muy acertadamente, ML no se queda ahí. La cuestión de la “calidad” del desarrollo de las fuerzas productivas en el período de decadencia se plantea en cuanto incluimos en la ecuación factores tales como el despilfarro o la guerra. A diferencia de algunas insinuaciones de ML, la visión que tiene la CCI de la decadencia nunca ha sido puramente cuantitativa, siempre ha tenido en cuenta el “costo” humano de la supervivencia prolongada del sistema. Y no hay nada en nuestra visión de la decadencia, excluyendo la idea, también emitida por ML, de que necesitamos una concepción mucho más profunda de lo que significa exactamente el desarrollo de las fuerzas productivas. Las fuerzas productivas no son intrínsecamente capital - ilusión mantenida tanto por los primitivistas que consideran el progreso técnico como la fuente de todo mal, como por los estalinistas que miden el avance hacia el “comunismo” en términos de cemento y acero. En la base de las fuerzas productivas de la humanidad está su poder creativo, y el movimiento hacia el comunismo puede medirse por el grado de liberación de la capacidad de creatividad humana. La acumulación de capital –”producción por la producción”– fue un paso en esa dirección, pero una vez que ha establecido los requisitos previos para una sociedad comunista, ha dejado de desempeñar un papel progresivo. En ese sentido, al contrario de una visión productivista, la izquierda comunista italiana fue uno de los primeros en criticar abiertamente tal visión, pues ya había rechazado las loas de Trotski a los milagros de la producción “socialista” en la URSS estalinista, insistiendo en que los intereses de la clase obrera (inclusive en un “Estado proletario”) eran forzosamente antagónicos a las necesidades de la acumulación (ML plantea lo mismo, a diferencia de las acusaciones que Mac Intosh lanza contra la tradición de la Izquierda Comunista).
Para Marx, como para nosotros, la “misión progresista” del capital se mide por el grado de su contribución a la liberación del poder creativo humano, hacia una sociedad donde la medida de la riqueza ya no es el tiempo de trabajo sino el tiempo libre. El capitalismo es un paso inevitable hacia ese horizonte, pero su decadencia señala precisamente que este potencial solo puede lograrse mediante la abolición de las leyes de la capital.
Es crucial considerar este problema en toda su dimensión histórica que abarca tanto el futuro como el pasado. El capital intenta mantener la acumulación dentro del corsé de los límites globales y con ello crea una situación donde no sólo el potencial humano está constreñido sino que la supervivencia de la humanidad está en peligro a medida que las contradicciones de las relaciones sociales capitalistas se expresan cada vez más violentamente, provocando la ruina de la sociedad. Esto es sin duda a lo que se refiere Marx en los Grundrisse cuando habla de desarrollo como declive ([14]).
Una ilustración actual: China, cuyas tasas de crecimiento vertiginoso obsesionan tanto a los antiguos incondicionales de la teoría de la decadencia. ¿El capital chino desarrolla las fuerzas productivas? Desde sus propios criterios, sí, pero ¿en qué contexto histórico se da? Es cierto que la expansión del capital chino ha incrementado la cantidad del proletariado industrial mundial, pero esto ha ocurrido a través de un amplio proceso de desindustrialización en el Oeste y la pérdida de muchos sectores centrales del proletariado en sus países de origen, perdiendo con ellos gran parte de sus tradiciones de lucha. Al mismo tiempo, el coste ecológico del “milagro” chino es enorme. Las necesidades de materias primas para el crecimiento industrial de China conducen a un saqueo acelerado de los recursos mundiales y la producción resultante lleva consigo un gran aumento de la contaminación global. En el plano económico, China depende totalmente del mercado de consumo occidental. Tanto desde el punto de vista del mercado interno como de las exportaciones, las perspectivas a medio plazo para China son a la baja, al igual que para los países europeos o para Estados Unidos. La única diferencia es que este país caerá desde más arriba ([15]). Pero bien podría perder su liderazgo, o al menos una parte de él si, a su vez, acaba siendo sacudida por quiebras en serie ([16]). China tarde o temprano se verá envuelta en la dinámica recesiva de la economía mundial.
En el siglo xix Marx pensaba que no era necesario el desarrollo capitalista en Rusia pues a nivel mundial las condiciones para el comunismo ya se habían dado a escala mundial. ¿No será eso hoy más válido todavía?
En 2003-04, iniciamos una nueva serie de artículos sobre la decadencia, en respuesta a una serie de ataques contra ese concepto, sobre todo a causa de unos indicios preocupantes procedentes del Buró Internacional por un Partido Revolucionario (BIPR) – llamado ahora Tendencia Comunista Internacionalista (TCI) – cuyas posiciones se basaban fundamentalmente en una noción de decadencia, y parecía estar influido ahora por las presiones “antidecadentistas” dominantes.
En una toma de posición “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI” de febrero de 2002 y publicado en la revista Internationalist Communist no 21, el concepto de decadencia es criticado así: “tan general como confuso”, “ajeno a la crítica de la economía política”, “ajeno al método y al arsenal de la crítica de la economía política”. Se nos pregunta además: “¿Qué papel desempeña el concepto de de decadencia en el terreno de la economía política militante, o sea en el del análisis profundizado de los fenómenos y dinámicas del capitalismo en el período que estamos viviendo? Ninguno. Hasta el punto de que la palabra misma no aparece nunca en los tres tomos que componen El Capital” ([17]).
Un texto publicado en italiano en Prometeo n° 8, Serie VI (diciembre de 2003) y en francés en la web del BIPR, “Para una definición del concepto de decadencia” ([18]) contenía una serie de afirmaciones inquietantes. Ahí, aparentemente, se considera la teoría de la decadencia como une noción fatalista de la trayectoria del capitalismo y del papel de los revolucionarios: “La ambigüedad reside en que la idea de decadencia o de declive progresivo del modo producción capitalista, viene de una especie de proceso de autodestrucción ineluctable debido a su propia esencia. (…) [la] desaparición y [la] destrucción de la forma económica capitalista [sería] un acontecimiento históricamente fechado, económicamente ineluctable y socialmente predeterminado. Además de ser un enfoque infantil e idealista, eso acaba por tener repercusiones negativas en el plano político, pues alimenta la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo, basta con sentarse para verla pasar o, en el mejor de los casos, intervenir en una situación de crisis, y sólo en este caso, los instrumentos subjetivos de la lucha de clases se consideran como un último empuje en un proceso irreversible.”
La decadencia no parece ya desembocar en la alternativa “socialismo o barbarie” puesto que el capitalismo es capaz de renovarse sin fin: “Lo contradictorio de la forma capitalista, las crisis económicas que de ella se derivan, la renovación del proceso de acumulación momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recobra nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de medios de producción excedentarios, no lo ponen automáticamente en peligro de desaparición. Si no interviene el factor subjetivo, cuyo eje material e histórico es la lucha de clases, y cuya premisa económica determinante son las crisis, el sistema económico se reproduce, llevando a un nivel superior todas sus contradicciones, sin por ello crear las condiciones de su propia destrucción.”
Como en la toma de posición de 2002, ese nuevo artículo defendía la idea de que el concepto de decadencia tiene poco que ver con una crítica seria de la economía política: sólo podía ser útil si se consigue “probar” económicamente examinando las tendencias de la tasa de ganancia: “La teoría evolucionista según la cual el capitalismo se caracteriza par una fase progresista y otra decadente no vale para nada si no se da una explicación económica coherente. (…) La investigación sobre la decadencia lleva, una de dos, o a identificar los mecanismos que hacen frenar el proceso de valorización del capital con todas las consecuencias que eso conlleva, o a quedarse en una perspectiva errónea, vanamente profética (…) Pero la enumeración de los fenómenos económicos y sociales una vez identificados y descritos, no es tampoco por sí sola la demostración de la fase de decadencia del capitalismo, pues esos fenómenos sólo son sus efectos y la causa primera que los impone es la ley de la crisis de las ganancias.”
Los dos artículos de la Revista internacional con que respondíamos ([19]) demostraban que, aunque ya el Partido Comunista Internacionalista (PCInt: Battaglia Comunista, sección del BIPR/TCI en Italia) que redactó el texto original, siempre fue bastante inconsecuente en su adhesión a la noción de decadencia, dicho texto expresaba una auténtica regresión hacia las ideas bordiguistas. La noción de decadencia fue uno de los factores que había llevado a la escisión de 1952 con el PCInt de Bordiga. La posición de éste que afirmaba que la “teoría de la curva descendente” era fatalista a la vez que negaba todo límite objetivo al crecimiento del capital, fue muy combatida por Damen como vimos en un artículo anterior de esta serie ([20]). En cuanto a la idea de demostrar “económicamente” la decadencia, el hecho de que 1914 abrió una nueva fase cualitativa en la vida del capital fue defendido por marxistas como Lenin, Luxemburg y la Izquierda Comunista, basándose, ante todo, en factores sociales, políticos y militares: como todo buen médico diagnosticaron la enfermedad a partir de sus síntomas más evidentes: ante todo la guerra mundial y la revolución mundial ([21]).
No sabemos cómo fue la discusión en BIPR/TCI después de la publicación de ese artículo por Battaglia comunista ([22]). En todo caso, lo que sí es cierto es que esos dos artículos mencionados reflejan un rechazo de la coherencia de la izquierda italiana, expresan esa tendencia en el seno de uno de los grupos más sólidos de esta tradición.
La regresión respecto a la teoría de la decadencia por parte de gente de la Izquierda comunista podría interpretarse como una liberación de un dogmatismo rígido y una apertura hacia un enriquecimiento teórico. En este caso somos nosotros los primeros que afirmamos la necesidad de elucidar y profundizar el problema de la ascendencia y del declive del capitalismo ([23]), aunque nos parece más bien que estamos asistiendo sobre todo a un retroceso en la claridad de la tradición marxista y a una concesión ante el enorme peso de la ideología burguesa, que se basa obligatoriamente en la fe en la naturaleza eterna y en constante renovación del orden social capitalista.
Como hemos dicho al inicio de este artículo, ese problema (el no ser capaces de ver el capitalismo como una forma transitoria de organización social que ya ha demostrado su caducidad) predomina en la nueva generación de minorías politizadas muy influidas por el anarquismo. Como tal, el anarquismo tiene poco que proponer a nivel teórico, sobre todo cuando se trata de crítica de la economía política, y suele echar mano del marxismo cuando quiere darse la apariencia de profundidad. Ese, en cierto modo, es el papel del grupo Aufheben en el medio comunista libertario en Gran Bretaña e internacionalmente. Muchos esperan con impaciencia la aparición anual de la revista Aufheben que propone análisis sólidos sobre los temas del momento desde el punto de vista del “marxismo autonomista”. A la serie sobre la decadencia en particular, “Decadence: The Theory of Decline or the Decline of Theory?” (Decadencia: ¿teoría del declive o declive de la teoría?) que comenzó en el n° 2 de Aufheben, en el verano de 1993, se la considera como la refutación definitiva del concepto de declive del capitalismo, un concepto heredado de la IIª Internacional cuyo enfoque es “objetivista” sobre la dinámica del capitalismo, subestimando totalmente la dimensión subjetiva de la lucha de clases.
“Para los socialdemócratas de izquierda, insistir en que el capitalismo está en declive, que se acerca a su desplome, es algo esencial. El sentido del “marxismo” es la idea de que el capitalismo está en quiebra y que, por tanto, la acción revolucionaria es necesaria. Los marxistas se comprometen así en la acción revolucionaria pero, como ya dijimos, porque lo centran todo en las contradicciones objetivas del sistema, siendo la acción subjetiva revolucionaria una reacción contra tales contradicciones; para ellos, no cuentan para nada los verdaderos requisitos necesarios para acabar con el capitalismo, o sea el desarrollo concreto del sujeto revolucionario. Los miembros más revolucionarios del movimiento tales como Lenin y Luxemburgo creían que una posición revolucionaria era una posición que creía en el desplome, cuando en realidad, esta posición fue la que permitió que existiera la postura reformista en los albores de la IIª Internacional. El problema es que la teoría del declive del capitalismo, la teoría de su hundimiento a causa de sus propias contradicciones objetivas, presupone un estado de ánimo sobre todo contemplativo ante el carácter objetivo del capitalismo, mientras que lo que se requiere de verdad para la revolución, es acabar con tal actitud contemplativa” ([24]).
Aufheben considera tanto a trotskistas como a comunistas de izquierda de hoy como herederos de esa tradición socialdemócrata (de izquierda): “Nuestra crítica es que su teoría se dedica a contemplar el desarrollo del capitalismo; las consecuencias prácticas son que les trotskistas salen corriendo detrás de todo lo que se mueve para reclutar con vistas al enfrentamiento final, mientras que los comunistas de izquierda se quedan apartados a la espera del ejemplo puro de acción revolucionaria de los obreros. Tras esa aparente oposición en la manera de enfocar la lucha, comparten ambos la idea del desmoronamiento del capitalismo lo cual implica que no aprenden nada del movimiento real. Aunque tomen posiciones que se decantan por la idea de que el socialismo es inevitable, en general, para los teóricos de la decadencia su advenimiento no es inevitable, pero el capitalismo se derrumbará. Esta teoría puede también asociarse con la construcción de una organización leninista ya o, si no, como para Mattick, se puede esperar al momento del derrumbe y entonces será posible crear una verdadera organización revolucionaria. La teoría del declive y de la crisis la defiende y la entiende el partido, y el proletariado debe ponerse detrás de sus banderas, algo así como: “Nosotros entendemos la Historia, sígannos”. La teoría del declive va muy bien con la teoría leninista de la conciencia, la cual se inspiró mucho de Kautsky quien terminó su comentario sobre el Programa de Erfurt con la previsión que les clases medias iban a ingresar “en el Partido socialista y, mano a mano con el proletariado que avanza irresistiblemente, seguirán su bandera hasta la victoria y el triunfo”.
En esta afirmación de que la teoría de la decadencia lleva lógicamente a la teoría “leninista” de la conciencia de clase puede comprobarse cómo la visión global de Aufheben estuvo influida por Socialisme ou Barbarie (SoB), cuyo abandono de la teoría marxista de la crisis en los años 1960 examinamos en un artículo anterior de esta serie ([25])) y, más todavía, por el autonomismo italiano ([26]). Estas dos corrientes compartían la crítica del “objetivismo” en Marx, proponiendo una lectura según la cual el estudiar constantemente las leyes económicas del capital minimizaría el impacto de la lucha de clases en la organización de la sociedad capitalista, incapaz de captar la importancia de la experiencia subjetiva de la clase obrera frente a su explotación. Y al mismo tiempo, Aufheben es consciente de que la teoría de la alienación de Marx está basada, precisamente, en la subjetividad y critica a Paul Cardan/Cornelius Castoriadis (el teórico principal de SoB) por haber construido una crítica de Marx sin tener en cuenta ese elemento clave de su pensamiento: “La “contradicción fundamental” de SoB es no haber captado plenamente el radicalismo de la crítica de la alienación hecha por Marx. En otras palabras, presentaba como innovación lo que en realidad era un empobrecimiento de la crítica de Marx” ([27]).
Los autónomos fueron también más allá de la idea superficial de Cardan según la cual Marx había escrito “una obra monumental [El Capital] en la que se analiza el desarrollo del capitalismo, obra de la que la lucha de clases está totalmente ausente” ([28]). El libro de Harry Cleaver, Reading Capital Politically, publicado en 1979 y que se identifica explícitamente con la tradición del “marxismo autonomista”, demuestra muy bien que, en el método de Marx, le capital se define como una relación social que, como tal, incluye obligatoriamente la resistencia del proletariado a la explotación, resistencia que a su vez modifica la manera con la que se organiza el capital. Es evidente, por ejemplo, con la lucha por la reducción del tiempo laboral, en el paso de la extracción de la plusvalía absoluta a la plusvalía relativa (en el siglo xix) y en la necesidad creciente de una planificación del Estado para enfrentarse al peligro proletario (en el siglo xx).
Eso corrige con razón la visión mecanicista “kautskysta”, que en efecto sí se desarrollo en la época de la IIª Internacional, según la cual las leyes inexorables de la economía capitalista implicaban más o menos que el poder caería “como una fruta madura” en manos de un partido socialdemócrata bien organizado. Además, subraya Cleaver, la visión que subestima el desarrollo subjetivo de la conciencia de clase también es una especie de ultra-leninismo que sitúa al partido como único factor de subjetividad, como en la famosa fórmula de Trotski según la cual “La crisis histórica de la humanidad se reduce à la crisis de la dirección revolucionaria” (Programa de Transición: “La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional” ([29])). El partido sí es un factor subjetivo, pero su capacidad para crecer e influir en el movimiento de la clase depende de un gran desarrollo de la conciencia y del combate proletarios.
También es exacto decir que la burguesía debe tener en cuenta la lucha de la clase obrera en su gestión de la sociedad y no sólo en lo económico, sino también en lo político y militar. Y evidentemente, los análisis de la CCI sobre la situación mundial siempre han tenido en cuenta ese aspecto. Valgan de muestra algunos ejemplos: cuando interpretamos cómo se escogen los equipos políticos que deben dirigir el Estado “democrático”, siempre consideramos la lucha de clases como factor de la primera importancia; por eso durante los años 1980 afirmábamos que la burguesía prefería mantener a sus partidos de izquierda en la oposición para así enfrentar en mejores condiciones las reacciones proletarias frente a las medidas de austeridad; de igual modo, la estrategia de privatización no sólo tiene una función económica dictada por las leyes abstractas de la economía (generalizando la sanción del mercado en cada etapa del proceso del trabajo) sino también una función social cuyo fin es fragmentar la réplica del proletariado ante los ataques contra sus condiciones de vida, que ya no aparecen como los de un solo patrón, el Estado capitalista. Nosotros siempre hemos defendido que la lucha de clases, sea abierta o potencial, desempeña un papel primordial en la definición del curso histórico hacia la guerra o hacia la revolución. No hay ninguna relación lógica entre defender una teoría del declive del capitalismo y negar el factor subjetivo que representa la clase obrera cuando se trata de determinar la dinámica general de la sociedad capitalista.
Pero a los autónomos se les va totalmente la cabeza cuando concluyen que la crisis económica, que volvió a emerger a finales de los años 1960, era, por sí misma, nada menos que el resultado de la lucha de clases. Por mucho que en ciertos momentos las luchas obreras puedan agudizar las dificultades económicas de la burguesía y poner freno a sus “soluciones”, también conocemos perfectamente las cotas catastróficas que puede alcanzar la crisis económica en tiempos durante los cuales la lucha de la clase obrera está en un gran reflujo. La Gran Depresión de los años 1930 es el ejemplo más claro. La idea de que las luchas obreras provocan la crisis económica podía parecer aceptable en los años 1970 debido a la coincidencia de ambos fenómenos, pero el propio Aufheben se da cuenta de los límites de tal idea en el artículo de la serie sobre la decadencia dedicado especialmente a los autónomos: “La teoría de la crisis provocada por la lucha de clases empezó a fallar en los años 1980. Mientras que en los años 1970 la ruptura de las leyes objetivas del capital aparecía claramente, con el éxito parcial del capital, el sujeto [la clase obrera] que estaba emergiendo fue rechazado. Durante les años 1980, hemos visto cómo las leyes objetivas del capital daban rienda suelta a su locura furiosa en nuestras vidas. Una teoría que establecía una relación entre la crisis y el comportamiento concreto de la clase no encontró muchas luchas ofensivas en las que apoyarse y, sin embargo, la crisis sigue. Esta teoría se ha vuelto menos adaptada a la situación” ([30]).
¿Qué queda entonces de la pretendida ecuación entre la teoría de la decadencia y el “objetivismo”? Decíamos antes que Aufheben criticó con razón a Cardan porque éste desestimaba lo que de verdad implica la teoría de la alienación de Marx. Pero, por desgracia, Aufheben hace el mismo error cuando amalgama la teoría del declive del capitalismo con la visión “objetivista” del capital como si fuera una máquina dirigida como un reloj por leyes inhumanas. Para el marxismo, el capital no es un ente que planee por encima de la humanidad como Dios; al contrario, como Dios, es algo engendrado por la actividad humana. Es, sin embargo, una actividad alienada, lo cual quiere decir que acaba siendo algo independiente de sus creadores tanto de la burguesía como, en fin de cuentas, del proletariado, puesto que ambos son arrastrados por las leyes abstractas del mercado hacia el abismo del desastre económico y social. Ese objetivismo del capital es precisamente lo que la revolución proletaria quiere abolir, no mediante la imposible “humanización” de sus leyes, sino sustituyéndolas por la subordinación consciente de la producción a las necesidades humanas.
En World Revolution no 168 (octubre 1993) ([31]), publicamos una primera respuesta al primer articulo de Aufheben sobre la decadencia. El argumento central de nuestra respuesta es que al criticar la teoría de la decadencia, Aufheben está rechazando el método histórico de Marx. Al lanzar la acusación de “objetivismo”, ignoraba el avance fundamental realizado por el marxismo al rechazar a la vez el método materialista vulgar y el método idealista, superando así la dicotomía entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la libertad y la necesidad ([32]).
Es importante notar que en los primeros artículos sobre la decadencia, Aufheben no sólo reconoce que la explicación que los autónomos dan sobre la crisis es errónea, también admite, en una introducción muy crítica de la serie que ha sido publicada en Internet (libcom.org) ([33]), que no ha logrado comprender con precisión la relación entre los factores objetivos y los subjetivos en algunos pensadores marxistas (incluida Rosa Luxemburg que defendía claramente la noción de declive del capitalismo), admitiendo que la crítica que nosotros le hicimos sobre unos cuantos aspectos de esta cuestión clave era perfectamente válida. Tras la publicación del tercer artículo, Aufheben se dio cuenta de que toda la serie estaba yéndose por mal camino, de modo que acabaron por dejarla. Esta autocrítica es bastante desconocida, mientras que la serie de origen sigue siendo la referencia como si fuera el no va más contra la teoría de la decadencia.
Saludamos dicho autoexamen, pero no estamos convencidos de que sus resultados sean muy positivos. La indicación más evidente es que precisamente en un período en que aparece cada día más patente el atolladero económico en que está metido el sistema capitalista, las últimas publicaciones del grupo muestran que se ha puesto a realizar una obra gigantesca que recuerda la fábula de la montaña que parió un ratón: la “crisis de la deuda” que estalló en 2007 no es, según el grupo Aufheben la expresión de un problema subyacente del proceso de acumulación, sino que se debe sobre todo a los errores del sector financiero...; además, esa crisis podría muy bien desembocar en un nuevo y amplio “restablecimiento” parecido a los precedentes de los años 1990 y los 2000 ([34]). No podemos explayarnos aquí sobre este tema, pero nos parece que el antidecadentismo está llegando a la fase final de su… declive.
Cesamos aquí esta polémica, aunque el debate sobre este tema debe proseguir. Y es tanto más urgente porque cada vez más gente, sobre todo entre las jóvenes generaciones, es consciente de que el capitalismo no tiene porvenir alguno y que la crisis en sin lugar a dudas una crisis terminal. Es esta una cuestión que va a ser cada día más discutida en las batallas de la clase obrera y en las revueltas sociales que provoca la crisis por el planeta entero. Es cada día más vital proporcionar un marco teórico claro para comprender lo histórico del atolladero en el que está inmerso el sistema capitalista, insistir en que es un modo de producción incontrolado que va todo recto hacia su autodestrucción, y, por lo tanto, recalcar la imposibilidad de todas las soluciones reformistas que pretendan hacer que el capital sea más humano o más democrático. En resumen, demostrar que la alternativa “socialismo o barbarie”, anunciada alto y claro por los revolucionarios en 1914, es hoy más válida que nunca. Ese lema es todo lo contrario de un llamamiento a aceptar pasivamente la ruta que sigue la sociedad. Es un llamamiento a que el proletariado actúe, se haga cada día más consciente y abra el camino a un porvenir comunista que es posible y necesario, pero que en modo alguno está garantizado.
Gerrard (primavera de 2012)
[1]) Revista Internacional no 148, “Decadencia del capitalismo – 40 años de crisis abierta ponen de manifiesto que el capitalismo decadente no tiene cura”,
[2]) Revista Internacional no 146, "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [27]".
[3]) Revista Internacional no 134, “Decadencia del capitalismo – Qué método científico debe usarse para comprender el orden social existente...”
[4]) [Revista internacional en francés]
https://fr.internationalism.org/rinte48/decad.htm [78], https://fr.internationalism.org/french/rinte49/decad.htm [79], https://fr.internationalism.org/french/rinte50/decadence.htm [80]
[9]) https://www.marxists.org [83]
[10]) internationalist-perspective.org/IP/ip-archive/ip_44_decadence-2.html; en francés: “Une contribution au débat sur la décadence” con algunas variantes respecto a la versión inglesa, internationalist-perspective.org/PI/pi-archives/pi_44_decadence-2.html.
[11]) internationalist-perspective.org/IP/ip-archive/ip_29_decadence.html.
[12]) Mac Intosh no es ni el primero ni el último de los ex miembros de la CCI en quedarse patidifuso ante las tasas de crecimiento del capitalismo, acabando por poner en entredicho el concepto de decadencia del capitalismo. A finales de los años 1990, tras una grave crisis centrada una vez más en la cuestión de la organización, unos cuantos antiguos camaradas formaron el Círculo de París, entre ellos RV, redactor del folleto La decadencia del capitalismo y de los articulo de respuesta a la crítica del GCI al “decadentismo”. Aunque el tema de la decadencia nunca fue objeto de debate en la crisis interna, el Círculo de París publicó rápidamente un texto importante negando el concepto de decadencia, siendo su argumento principal el desarrollo considerable de las fuerzas productivas desde 1914 y sobre todo desde 1955 (cercledeparis.free.fr/indexORIGINAL.html [84]).
[13]) El Capital, Libro III, Tercera sección.
[14]) Leer al respecto nuestro artículo: “El estudio de El Capital y los Principios del comunismo” (VIIª parte de la serie “El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material”), https://es.internationalism.org/rint75comunismo [85]
[15]) De hecho una estimación del FMI prevé que “la economía china podría ver su crecimiento dividido por dos si se agrava la crisis en la zona euro” (diario francés les Echos.
www.lesechos.fr/entreprises-secteurs/finance-marches/actu/0201894521951-... [86]).
[16]) Para mantener su crecimiento, a pesar del freno de la coyuntura económica mundial, China apuesta por su mercado interior mediante un incremento del endeudamiento de las administraciones locales. Pero tampoco ahí será posible el milagro. Nadie puede endeudarse al infinito sin riesgos de quiebra, en este caso la de los bancos comerciales de China. Y, precisamente, “para evitar las suspensiones de pagos en cascada”, los bancos “han dejado para más tarde los plazos para que las administraciones locales paguen sus deudas”, o se están preparan para dicha eventualidad” (les Echos).
[19]) /revista-internacional/200410/195/la-teoria-de-la-decadencia-en-la-medula-del-materialismo-historico- [89] y /revista-internacional/200501/202/la-teoria-de-la-decadencia-en-la-medula-del-materialismo-historico- [90]
[20]) Revista Internacional no 147, "Decadencia del capitalismo (XI) - El boom de la posguerra no cambió el curso en el declive del capitalismo [64]".
[21]) El artículo de la Revista Internacional n° 120 también denuncia las afirmaciones hipócritas de un grupo de individuos excluidos de la CCI por su comportamiento indigno: la “Fracción interna de la CCI”, que había publicado un artículo adulador sobre la contribución de Battaglia Comunista. La tal Fracción atacó a la CCI porque ésta habría “abandonado” el concepto de decadencia con la teoría de la descomposición (que evidentemente no es un concepto ajeno al de la decadencia), de modo que su proyecto político (o sea atacar a la CCI a la vez que le hacía la pelota al BIPR) quedaba así al desnudo.
[22]) Por lo visto, el artículo de Prometeo no 8 era un documento de discusión y no una posición del BIPR o de uno de sus afiliados, de modo que el título de nuestra respuesta (“Battaglia Comunista abandona el concepto marxista de decadencia”) no es el idóneo.
[23]) Por ejemplo, el debate sobre la base económica del boom de posguerra “Debate interno en la CCI – Las causas del período de prosperidad consecutivo a la Segunda Guerra mundial” (https://es.internationalism.org/rint133-debate [91], y los artículos de los números siguientes) en donde se analiza que la decadencia tiene una historia, lo cual nos lleva al concepto de descomposición, fase final del declive del capitalismo.
[24]) https://libcom.org/library/decadence-aufheben-2 [92] (todas las citas han sido traducidas del inglés por nosotros)
[25]) Revista Internacional no 147, "Decadencia del capitalismo (XI) - El boom de la posguerra no cambió el curso en el declive del capitalismo [64]".
[28]) Cornelius Castoriadis. folleto no 10: Le mouvement révolutionnaire sous le capitalisme moderne [95]. Cap. II: “La perspective révolutionnaire dans le marxisme traditionnel”.
[29]) Revista Internacional no 146, "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [27]".
[31]) Publicación de la CCI en Gran Bretaña. Ver: https://en.internationalism.org/wr/168_polemic_with_aufheben [96]
[32]) Ver también el artículo de esta serie en la Revista Internacional no 141 “Decadencia del capitalismo - La teoría del declive del capitalismo y la lucha contra el revisionismo”, https://es.internationalism.org/rint141-decadencia [97],
que contiene una crítica de la idea de Aufheben de que la noción de decadencia tiene su origen en la Segunda Internacional.
[33]) https://libcom.org/article/aufheben-decadence [98]. En esta introducción, Aufheben dice que al principio los escritos de la CCI fueron una referencia importante para el grupo. Pero también dice que nuestros métodos dogmáticos y sectarios respecto a ellos (por ejemplo en una reunión en Londres sobre el futuro de la Unión Europea) los convencieron de que no era posible discutir con nosotros. Es cierto que la CCI pudo sin duda comportarse de manera sectaria para con Aufheben, y esto se refleja en un artículo de 1993, por ejemplo al escribir al final que lo mejor sería que ese grupo desapareciera.
[34]) Estos son los últimos párrafos de un artículo de 2011: “no hay gran cosa que pueda sugerir que hayamos entrado en una larga cuesta abajo o que el capitalismo esté ahora enfangado en el estancamiento, si no es la propia crisis financiera. En realidad, la rápida reanudación de las ganancias y de la confianza de la mayor parte de la burguesía en las perspectivas a largo plazo de una renovada acumulación de capital parecen sugerir lo contrario. Pero si el capitalismo en su conjunto está todavía a medio camino de una larga recuperación, con elevadas tasas de ganancia históricamente, ¿cómo explicar la imprevista crisis financiera de 2007-2008?
“Como lo hemos defendido desde hace mucho tiempo contra la ortodoxia del “estancamiento”, la teoría de la “recuperación” se ha revelado correcta al haber comprendido que la reestructuración de la acumulación global del capital ocurrida en le última década, en especial gracias a la integración en la economía mundial de China y de Asia, ha llevado a la restauración de las tasas de ganancia y, por consiguiente, a una recuperación económica sostenida. Pero como hoy lo reconocemos, el problema es que la teoría de la recuperación no ha conseguido captar la importancia de los bancos y de la finanza a nivel global, ni el papel que han desempeñado en esa reestructuración.
“Así, para superar los límites de las teorías “estancacionista” y “recuperacionista” sobre la crisis, era necesario examinar las relaciones entre la emergencia y el desarrollo de los sectores bancario y financiero a nivel global y la reestructuración de la verdadera acumulación del capital ocurrida durante los treinta últimos años. En base a este examen, hemos podido concluir que la crisis financiera de 2007-08 ni ocurrió por casualidad a causa de una política errónea ni fue una crisis del sistema financiero que lo único que reflejaba era una crisis subyacente de estancamiento de la acumulación real del capital. Al contrario, la causa subyacente de la crisis financiera fue una demasiada cantidad de capital-moneda para préstamos en el sistema bancario y financiero en su conjunto que se desarrolló a finales de los años 1990. Esto, a su vez, fue el resultado de desarrollos en la acumulación real de capital – como el auge de China, el despegue de la “nueva economía” y la liquidación continua de la “vieja economía” – que han sido centrales para sostener ese largo ascenso.
“De todo eso podríamos intentar concluir que la naturaleza y el significado de la crisis financiera no significan un viraje decisivo que lleve a un bajón económico o al final del neoliberalismo como muchos lo han supuesto, sino, más bien, a un punto de inflexión que marca una nueva fase a largo plazo. El significado de esta fase y lo que implica para el desarrollo futuro del capitalismo y de la lucha contra él son temas que no tenemos sitio para desarrollar aquí.” Aufheben n° 19, « Return of the crisis: Part 2 - the nature and significance of the crisis”, https://libcom.org/article/return-crisis-part-2-nature-and-significance-crisis [99]
En la mañana del 29 de junio de 2012 como por ensalmo, una dulce euforia se apoderó rápidamente de políticos y dirigentes de la zona Euro. Los media burgueses y los economistas no se quedaron a la zaga. La reciente Cumbre europea acababa de tomar, al parecer, unas “decisiones históricas”, al contrario de tantas otras cumbres anteriores de los últimos años, todas fracasadas. Según muchos comentaristas, se acabaron los fracasos; la burguesía de la zona, por una vez unida y solidaria, acababa de adoptar las medidas necesarias para salir del túnel de la crisis. Era como Alicia en el país de las maravillas. Pero, mirando más de cerca y una vez disipadas las brumas matutinas, aparecen los verdaderos problemas: ¿Cuál ha sido el contenido real de esa Cumbre?, ¿Qué alcance tiene?, ¿Aportará una solución duradera a la crisis de la zona Euro y por ende a la economía mundial?
Si la cumbre del 29 de junio ha sido considerada como “histórica” es porque pretenden que ha sido un giro en la manera con la que las autoridades encaran la crisis del Euro. Por un lado, en cuanto a la forma, según los comentaristas, esa cumbre, no se limitó por primera vez a ratificar las decisiones tomadas de antemano por “Merkozy”, o sea el tándem Merkel-Sarkozy (en realidad, se trata de la posición de Merkel ratificada por Sarkozy) ([1]), sino que en ella se tuvieron en cuenta las demandas de otros dos países importantes de la zona, España e Italia, demandas apoyadas por el nuevo presidente francés, François Hollande. Por otro, la cumbre debía iniciar una nueva orientación en la política económica y presupuestaria en la zona: después de bastantes años en que la única política propuesta por la dirigencia del Euro era una austeridad cada vez más implacable, se tenía por fin en cuenta una de las críticas a esa política (defendida sobre todo por economistas y políticos de izquierda): sin reactivación de la actividad económica, los Estados, sobreendeudados, serían incapaces de obtener recursos fiscales para pagar sus deudas.
Por eso el presidente francés “de izquierdas”, Hollande, que fue a esa cumbre para “exigir un pacto por el crecimiento y el empleo”, alardeaba en escena cual protagonista de comedia, orgulloso por lo obtenido. Le acompañaban en su contento otros dos hombres, de derechas no obstante, Monti y Rajoy jefes de los gobiernos italiano y español respectivamente, los cuales también presumían ante micros y cámaras de que, como sus propuestas habían dado por lo visto sus frutos, se iba a aflojar el nudo financiero que ahogaba a sus países. La situación real era demasiado grave para que esos señores se pusieran en plan triunfal, pero se relajaron con una de esas retorcidas declaraciones como la hecha por el jefe del gobierno italiano: “se puede esperar ver el principio del fin de la salida del túnel de la crisis en la zona euro”.
Antes de correr el velo de esa mañana que se anunciaba tan radiante, volvamos un poco atrás. Recordemos: desde hacía seis meses, la zona Euro estuvo dos veces en una situación de casi quiebra de sus bancos. La primera vez la situación engendró lo que llamaron LTRO (Long Term Refinancing Operation): el Banco Central Europeo (BCE) acordó un poco más de 1 billón (1+12 ceros) de créditos a dichos bancos. En realidad ya se habían anticipado 500 000 millones. Unos meses después, resulta que los bancos vuelven a pedir auxilio. Vamos ahora a contar una historia nimia que ilustra lo que está ocurriendo realmente en las finanzas europeas. A principio de este año 2012 estallan las deudas soberanas (las de los Estados). Los mercados financieros, por su parte, hacen subir los tipos con los que aceptan prestar dinero a esos Estados. Algunos de éstos, España en particular, ya no pueden vender deuda pidiendo préstamos en los mercados. Demasiado caros. Mientras tanto, los bancos españoles se van quedando sin aliento. ¿Qué hay que hacer en España, Italia, Portugal y demás? Y entonces una idea genial iluminó las mentes preclaras del BCE: vamos a prestarles masivamente a los bancos, los cuales, por su parte, van a financiar las deudas soberanas de su Estado nacional y la economía “real” mediante créditos a la inversión y al consumo. Esto ocurrió el invierno pasado, el Banco central europeo puso “barra libre y bebidas a voluntad”. Y ahí está el resultado: a principios de junio todos con cirrosis. Los bancos no prestaron a la economía “real”. Pusieron el dinerito de lado, y luego lo devolvieron al Banco central contra un pequeño interés. ¿Y en qué consistió el reembolso?: en obligaciones de Estado que habían comprado con el dinero de ese mismo Banco central. Juegos malabares que sólo pueden aguantar el tiempo de un espectáculo por lo demás bastante grotesco.
En junio, los “médicos economistas” vuelven a gritar: nuestros enfermos se están muriendo. Son urgentes medidas radicales tomadas conjuntamente por los hospitales de la zona Euro. Estamos ahora en el momento de la cumbre del 29 de junio. Tras toda una noche de negociaciones, parece haberse llegado a un acuerdo “histórico”. Estas son las decisiones adoptadas:
Durante algunos días se oyen los mismos discursos. La zona Euro, por fin, ha tomado las decisiones idóneas. Alemania ha logrado mantener su “Regla de oro” para los gastos públicos (que impone a los Estados que inscriban en sus leyes fundamentales la erradicación de los déficits presupuestarios), pero, a cambio, ha aceptado ir hacia la mutualización de las deudas de los Estados de la zona Euro y su monetización, o sea la posibilidad de reembolsarlas emitiendo moneda.
Como siempre ocurre con ese tipo de acuerdo, la realidad se esconde tras el calendario y la realización práctica de las decisiones tomadas. Pero ya esa misma mañana saltaba algo a la vista. Un problema esencial parecía haberse aparcado: el de los medios financieros y sus fuentes reales. Todo el mundo parecía estar de acuerdo en sobrentender que Alemania acabaría pagando, pues sólo ella posee, al parecer, los medios para ello… Y, luego, durante el mes de julio, sorpresa, todo parece ponerse en entredicho. Gracias a una serie de maniobras jurídicas, se retrasa la aplicación de los acuerdos para no antes de noviembre. Porque resulta que hay un problemilla y es que el 16 de julio las cuentas de Alemania se habían vuelto sencillamente insoportables. Si se suman todos los compromisos en garantías más o menos ocultas y líneas de crédito, la exposición total de ese país a unos vecinos europeos acorralados se eleva a 1,5 billones de euros. El PNB de Alemania es de 2,65 billones de euros y eso antes de que se haya tenido en cuenta la contracción de su actividad iniciada ya hace unos cuantos meses. Es pues una cantidad inaudita que equivale a más de la mitad de su PNB. Las últimas cifras anunciadas para la deuda de la zona Euro ascienden a unos 8 billones de los que una gran parte son activos llamados “tóxicos” (o sea pagarés de deudas que nunca serán pagados). No es difícil comprender que Alemania no puede mantener semejante nivel de endeudamiento. Tampoco es capaz de caucionar con duración y solvencia suficientes, gracias únicamente a su firma y rúbrica, semejante murallón de deuda ante los mercados financieros. Y existe la prueba efectiva de esa realidad, la cual se plasma en una paradoja cuyo secreto se debe a una economía en pleno desconcierto. Alemania coloca su deuda a corto y medio plazo a interés negativo. O sea que los compradores de esa deuda aceptan cobrar unos intereses ridículos con los que pierden capital a causa de la inflación. La deuda soberana germana parece ser un refugio de alta montaña capaz de enfrentar todas las tempestades, pero, al mismo tiempo, el precio de los seguros firmados por los compradores para cubrir la parte de la deuda que poseen asciende a los niveles de los de… ¡Grecia!, de modo que ese refugio resulta ser bastante vulnerable. Los mercados saben muy bien que si Alemania sigue financiando la deuda de la zona Euro, acabará siendo también ella insolvente y por eso cada prestamista procura asegurarse lo mejor posible en caso de caída brutal.
Queda entonces la tentación de sacar el arma última. Es la que consiste en decirle al Banco Central Europeo que haga como en Reino Unido, Japón o Estados Unidos: “Imprimamos billetes y más billetes sin fijarnos en el valor de lo que recibimos a cambio”. Los bancos centrales podrán transformarse, ellos también, en bancos “podridos”, ése no es el problema, ya no es ése el problema. El problema hoy es ¡evitar que todo se pare! Ya veremos que será mañana, el mes que viene, el año próximo… Ése ha sido el avance de la última cumbre europea. El BCE, sin embargo, no está de acuerdo. Cierto es que ese banco central no tiene la misma autonomía que otros bancos centrales del mundo pues está vinculado a los diferentes bancos centrales de cada nación de la zona. ¿Es ése el problema de fondo? Si el BCE pudiera actuar como el Banco central del Reino Unido o de Estados Unidos, por ejemplo, ¿se resolvería la insolvencia del sistema bancario de los Estados de la zona Euro? ¿Qué ocurre en esos otros países, en Estados Unidos por ejemplo?
Ahora que se están acumulando nubes amenazantes sobre la economía estadounidense, ¿por qué Estados Unidos no se ha sacado de la manga un tercer plan de reactivación, una nueva fase de monetización de su deuda?
A Ben Bernanke, presidente del Banco Central de EEUU (o Reserva Federal, FED) le llaman “don Helicóptero”. Ya ha habido en cuatro años en Estados Unidos dos planes de creación monetaria masiva, los famosos “quantitative easings”. Ese señor parece andar circulando sin parar por los cielos norteamericanos echando dinero a espuertas, inundándolo todo a su paso. Una marea de billetes sin interrupción, ¡y allá cada cual si quiere emborracharse con tanta liquidez! Pues no, las cosas no funcionan así. Desde hace algunos meses para Estados Unidos es indispensable una nueva creación monetaria masiva. Pero no llega y se hace esperar. Porque un “quantitative easing” no 3 es a la vez indispensable, vital… e imposible, como lo son la mutualización y la monetización global de la deuda de la zona Euro. El capitalismo se ha metido en un callejón sin salida. Ni siquiera la primera potencia económica mundial puede sacar dinero de la nada indefinidamente. Toda deuda debe financiarse un día u otro. El Banco Central estadounidense, como cualquier otro banco central, tiene dos fuentes de financiación relacionadas, en realidad, entre sí e interdependientes en un momento u otro. La primera consiste en captar el ahorro de fuera o de dentro del país, ya sea a un costo tolerable ya sea mediante un reforzamiento de la fiscalidad. La segunda consiste en fabricar dinero en contrapartida de reconocimiento de deudas, sobre todo vendiendo lo que se llama obligaciones que representan la deuda pública o de Estado. El valor de esas obligaciones esté determinado en última instancia por la estimación que hacen los mercados financieros. Alguien vende un vehículo de ocasión. El vendedor pone el precio en el parabrisas. Los compradores potenciales observan en qué estado está. Se hacen ofertas y el vendedor escogerá la más ventajosa para él, es de suponer. Si el carro está muy estropeado el precio será muy bajo y acabará siendo chatarra. Este ejemplo ilustra el peligro que entraña una nueva creación monetaria en EEUU… y en otras partes. Desde hace cuatro años se han inyectado cientos de miles de millones de dólares en la economía norteamericana sin que se haya producido la menor reactivación duradera. Peor todavía: la depresión económica ha seguido su camino sin mayores problemas. Estamos aquí en el meollo del problema. La estimación del valor real de la deuda soberana está, en realidad, vinculado a la solidez de la economía. Igual que el valor del coche en su estado real. Si un banco central (sea el de Estados Unidos, de Japón o de la zona Euro) imprime billetes para comprar obligaciones o reconocimientos de deuda que no podrán ser reembolsados nunca (pues los deudores son insolventes), lo único que hace dicho banco es inundar el mercado de papeles que no corresponden a ningún valor real pues no tienen contrapartida efectiva en ahorro o nuevas riquezas confirmadas. O dicho de otra manera: fabrican falsa moneda.
Una afirmación como la precedente podrá parecer un poco exagerada o arriesgada. Léase, sin embargo, lo que escribe el boletín Global Europe Anticipation de enero de 2012: “Para generar un dólar de crecimiento suplementario, EEUU debe a partir de ahora pedir prestados unos 8 dólares. O dicho, si se prefiere, a la inversa: cada dólar emprestado sólo genera 0,12 $ de crecimiento. Esto ilustra lo absurdo del medio-largo plazo de las políticas practicadas por la FED y el Tesoro US en los últimos años. Es como una guerra en la que sería necesario dejar que se mate a cada vez más y más soldados para ganar cada vez menos terreno”. La proporción no es sin duda la misma en todos los países del mundo. Pero la tendencia general sigue el mismo camino. Por ejemplo, los 100 mil millones de euros previstos por la cumbre del 29 de junio para financiar el crecimiento serán tan útiles como una cataplasma en una pata de palo. Las ganancias realizadas son insignificantes comparadas con el murallón de la deuda. Un conocido film cómico se titulaba según qué países: “¿Y dónde está el piloto?” o “¡Aterriza como puedas!”. En la economía mundial, cabe ahora preguntarse: “¿Pero hay motor?”. Ahí tenemos un avión y sus pasajeros en muy mala situación.
Ante la desbandada de los países más desarrollados, algunos, para minimizar la gravedad de la situación del capitalismo, intentan oponer el ejemplo de China y de los países “emergentes”. Sólo hace unos meses, nos “vendían” a China como la próxima locomotora de la economía mundial, acompañada en ese papel por India y Brasil. ¿Qué realidad hay en ello? Esos “motores” también están teniendo fallos muy serios. China anunció oficialmente, el viernes 13 de julio, una tasa de crecimiento de 7,6 %, o sea la más baja para este país desde que comenzó la fase actual de la crisis. Se acabó el tiempo de tasas de dos dígitos. Pero incluso cifras como un 7 % ya no interesan a los especialistas. Todo el mundo sabe que son falsas. Los expertos prefieren fijarse en otros datos que les parecen más fiables. Esto decía ese mismo día una emisora francesa especializada en economía (BFM): “Si nos fijamos en la evolución del consumo eléctrico, puede deducirse que el crecimiento chino está en realidad en torno a 2 y 3 %. O sea, menos de la mitad de las cifras oficiales.” A principios de este verano todos los indicadores de la actividad andan de capa caída. Bajan por todas partes. El motor funciona al ralentí, cerca de cero. El avión de la economía mundial parece a punto de caerse.
Frente a la recesión mundial y el estado financiero de bancos y Estados, se va a enconar la guerra económica entre los diferentes sectores de la burguesía. La reactivación mediante una política keynesiana clásica (que presupone un endeudamiento del Estado) ya no podrá ser, como hemos visto, realmente eficaz. En este contexto de recesión, bajará necesariamente la cantidad de dinero recolectado por los Estados y, a pesar de la austeridad generalizada, su deuda soberana seguirá incrementándose como en Francia o ahora en España.
La pregunta que va a desgarrar a la burguesía será: “Habrá que tomar otra vez el riesgo insensato de volver a alzar el techo de la deuda?” Al dinero le atrae cada vez menos la producción, la inversión o el consumo. Ya no es rentable. Pero los intereses y los reembolsos de las deudas a plazos siguen ahí. El capital necesita fabricar moneda nueva y ficticia para retrasar, cuando menos, una suspensión de pagos general. Bernanke, director del Banco Central de EEUU y su homólogo Mario Draghi de la zona Euro, al igual que todos sus colegas del planeta, están atrapados por el estado de la economía capitalista. O no hacen nada y entonces la depresión y las quiebras tomarán a corto plazo aires de cataclismo. O inyectan dinero en masa y entonces se irá al garete el valor de la moneda.
Algo sí es cierto: aún percibiendo ahora el peligro, la burguesía, dividida irremediablemente sobre esos temas, sólo reaccionará en situaciones de urgencia absoluta en el último momento y en proporciones cada vez más insuficientes. La crisis del capitalismo, a pesar de todo lo que ya hemos tenido que vivir desde 2008, está sólo empezando.
Tino, 30-07-2012
[1]) Nótese que desde que escribimos este artículo, el gobierno francés se ha vuelto más cooperativo todavía con la canciller alemana. Pronto habrá que hablar, sin duda, de “Merkhollande”. En todo caso, en septiembre de 2012, el nuevo presidente Hollande y la dirección del Partido socialista lo hacen todo por imponer a los diputados de su mayoría que voten a favor del Pacto de estabilidad (la “regla de oro”) que Hollande, cuando era candidato, prometió que se renegociaría. Como decía un viejo político francés conocido por su cinismo: “las promesas electorales sólo comprometen a quienes se las creen”.
[2]) Fondo europeo de estabilidad financiera y Mecanismo europeo de estabilidad.
La prensa y telediarios del mundo presentan regularmente información e imágenes de México en las que aparecen en primer plano enfrentamientos, corrupción y muerte motivada por “la guerra contra el narcotráfico”. Pero suelen presentar todo ese escenario como un fenómeno anómalo y ajeno al capitalismo, cuando toda esa realidad está enraizada en la dinámica que sigue el actual sistema de explotación que hace ver en toda su extensión la manera con la que actúa la clase dominante por la competencia y las diferencias políticas exacerbadas entre sus diferentes fracciones. Ese proceso de barbarie, que ya es plenamente dominante en algunas de las regiones de México, es la representación de la descomposición que sufre el capitalismo.
Al inicio de la década de los noventa definíamos que “entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político” ([1]). Este fenómeno se resalta en mayor dimensión en la última década del siglo xx y está tendiendo a convertirse en tendencia dominante.
No es solo la clase dominante la afectada por la descomposición. El proletariado y las demás capas explotadas soportan sus efectos más perniciosos. En México, los grupos mafiosos y el propio gobierno enrolan para la guerra que están llevando a individuos pertenecientes a los sectores más pauperizados de la población. Los enfrentamientos entre esos grupos arrasan sin distinción a la población, dejando cientos de víctimas, a las que tanto gobierno como mafia denominan “bajas colaterales”. Lo que todo eso genera es un ambiente de temor, que la clase dominante ha sabido utilizar para evitar y contener las protestas sociales contra el golpeo continuo a las condiciones de vida de los trabajadores.
La droga en el capitalismo es una mercancía más que requiere para su producción y mercadeo el uso de trabajo, por mucho que éste sea usado de forma un tanto singular. Es común el uso de trabajo esclavizado, pero también usan el trabajo voluntario o remunerado que ofrece el lumpen por sus servicios criminales, aunque también ofertan su fuerza de trabajo jornaleros y otro tipo de trabajadores como albañiles (usados en la construcción de casas o lugares de almacenaje), que ante la miseria que ofrece el capitalismo se ven obligados a servir a un capitalista productor de mercancías ilegales.
Lo que hoy se vive en México, aunque toma inusuales magnitudes, en otras partes del planeta ya ha sucedido (o viene sucediendo). De manera que el primer aspecto que las mafias aprovechan para su actuación es la miseria y su colusión con las estructuras de Estado que le permiten “proteger su inversión” y su actuación general. En Colombia en los años 90, el investigador H. Tovar-Pinzón ofrece los siguientes datos que explican la razón de por qué los campesinos pobres se convierten en las primeras víctimas de las mafias del narcotráfico: “Un predio producía, por ejemplo, 10 cargas de maíz al año que dejaban un ingreso bruto de 12 000 pesos colombianos. Ese mismo predio podía producir 100 arrobas de coca, que representaban para el dueño un ingreso bruto de 350 000 pesos al año. ¿No es tentador entonces cambiar un cultivo por otro cuando las ganancias son 30 veces más?” ([2]).
Ese esquema descrito para Colombia es el mismo para gran parte de América Latina, asimilando hacia el narcotráfico no solamente a los campesinos propietarios, sino también a una gran masa de jornaleros que no cuentan con tierras y venden su fuerza de trabajo en los cultivos. Esa gran masa de asalariados se vuelve presa fácil de las mafias porque los salarios que reciben en la economía “legal” son ínfimos. Por ejemplo, en México, un jornalero en el corte de la caña de azúcar recibe por cada tonelada 27 pesos (un poco más de 2 dólares); en cambio, laborando en la producción de una mercancía ilegal sus ingresos mejoran; sin embargo lo peligroso es que una gran porción de estos trabajadores pierden su condición de clase, fundamentalmente por sumergirse en el mundo del crimen, en el que mantienen una convivencia diaria y de forma directa con gatilleros, transportistas de droga y donde el asesinato es asunto cotidiano. Viviendo en el contagio de ese ambiente suelen ser llevados paulatinamente, hacia la lumpenización. Ese es uno de los efectos nocivos del avance de la descomposición que afecta directamente a la clase trabajadora reciente.
Existen cálculos que indican que las mafias del narco en México ocupan un 25 % más de personas de las que emplea McDonald’s en todo el mundo ([3]). Pero, además de la utilización de agricultores, hay que incorporar en la actividad de la mafia la extorsión y la prostitución que imponen como vida a cientos de jóvenes. La droga en la actualidad es una rama más de la economía capitalista y como en cualquier otra actividad, la explotación y el despojo están presentes, aunque en esta rama, por su condición de ilegalidad, aparece la competencia y la disputa de mercados de forma más violenta.
Grandes son los millones que se disputan y por eso grande es la violencia por ganar mercados e incrementar sus ganancias. Ramón Martínez Escamilla, miembro del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), considera que, “el fenómeno del narcotráfico representa entre 7 y 8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en México…” ([4]). Si consideramos que la fortuna de Carlos Slim, el mayor magnate del mundo, representa poco más del 6 % del PIB mexicano, se puede tener un referente de la magnitud de la importancia que ha tomado el narcotráfico en la economía y la explicación de la barbarie que viene generando. Como cualquier otro capitalista, el narcotraficante no tiene más objetivo que la ganancia. Las palabras del sindicalista Thomas Dunning (1799-1873) citadas por Marx, sirven bien para explicar las razones de este proceso: “… Si la ganancia es adecuada, el capital se vuelve audaz. Un 10 % seguro y se lo podrá emplear dondequiera; un 20 % y se pondrá impulsivo; 50 %, y llegará positivamente a la temeridad; por 100 %, pisoteará todas las leyes humanas; el 300 %, y no hay crimen que lo arredre, aunque corra el riesgo de que lo ahorquen. Cuando la turbulencia y la refriega producen ganancia, el capital alentará una y otra…” ([5]).
Esas inmensas fortunas construidas sobre vidas humanas y sobre la explotación, encuentran colocación, claro está, en los “paraísos fiscales”, pero también en la utilización directa por parte de los capitales “legales”, que hacen el trabajo de “lavado”. Son casos emblemáticos las prácticas del empresario Zhenli Ye Gon y más recientemente el del Instituto financiero HBSC. En ambos casos se ha sacado a la luz las inmensas fortunas que estos personajes e instituciones manejaban y usaban en nombre de los cárteles de la droga, lo mismo para la promoción de proyectos políticos (en México y en otras partes del mundo), que de “respetables” inversiones.
Edgardo Buscaglia (coordinador del Programa Internacional de Justicia y Desarrollo del Instituto Tecnológico Autónomo de México, ITAM), afirma que empresas de diversos giros han sido “señaladas como sospechosas por las agencias de inteligencia de Europa y de EUA ([6]), entre ellas la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro estadunidense) [pero] no se les ha querido tocar en México, fundamentalmente porque muchas de ellas pueden estar financiando campañas electorales” ([7]).
Hay otros procesos marginales (pero no menos significativos) que dan soporte a la integración de la mafia en la economía, como lo son el despojo de propiedades y grandes extensiones de tierra, alcanzando tal magnitud que en algunas zonas ha llevado a la creación de “pueblos fantasmas”. Datos que se presentan sobre ese aspecto, calculan que en el último lustro se ha desplazado por efecto de la “guerra entre el narco y el ejército”, a un millón y medio de personas ([8]).
Debe afirmarse que es imposible que los proyectos de los mafiosos que operan con la droga se encuentren fuera del área de dominio de los Estados. Porque son éstos la estructura que no sólo protege y ayuda a mover los recursos hacia los gigantes financieros, sino que lo esencial es que los equipos de gobierno de la burguesía y los cárteles de la droga tienen sus intereses fundidos. Es evidente que las mafias no podrían tener una vida tan activa sin recibir el apoyo de sectores de la burguesía asentados en los gobiernos. Como lo adelantábamos en nuestras “Tesis sobre la descomposición”: “… resulta cada día más difícil distinguir al aparato de gobierno y al hampa gansteril” ([9]).
Son cerca de 60 mil muertos los que a partir del 2006 hasta el presente han caído abatidos, lo mismo por las balas de los ejércitos de la mafia o por el ejército oficial; gran parte de ellos son producto de las pugnas que llevan entre sí los cárteles de la droga, pero eso no deslinda, como lo pretende el gobierno, de la responsabilidad del Estado. Y no es posible separar la responsabilidad porque existe un tejido entre los grupos de la mafia y el mismo Estado. Justamente, si las dificultades han crecido en torno a estos asuntos es porque las fracturas y diferencias en el seno de la burguesía se han ensanchado y todo momento y todo lugar se vuelve arena de combate entre las diversas fracciones y por supuesto, la propia estructura del Estado no deja de ser lugar privilegiado para llevar a cabo sus disputas. Cada grupo de la mafia surge bajo el cobijo de una de las fracciones de la burguesía, pero la propia competencia económica y la disputa política hacen que el conflicto crezca y se recrudezca día con día.
A mediados del siglo xix, durante la fase de ascenso del capitalismo, el impacto que tenía el negocio del narcotráfico (como por ejemplo el del opio) ya creaba dificultades políticas que conducían a guerras que revelaban, por una parte, la esencia bárbara del sistema, y por otra, la participación directa del Estado en la producción, distribución e imposición de mercancías del tipo de las drogas. No obstante, estas actuaciones podían estar bajo una vigilancia estricta de los Estados, y en tanto la clase dominante mantenía una disciplina que permitía llegar a acuerdos políticos para mantener la cohesión de la burguesía ([10]). Por eso podemos entender que aunque en el siglo xix está presente la “guerra del opio” –desatada centralmente por el Estado británico– no es un fenómeno que domine durante esa etapa, aún cuando se pueda reconocer que marca un referente del comportamiento del capital.
La importancia de la droga y la formación de grupos mafiosos, se tornan más relevantes en la fase de decadencia del capitalismo. Es cierto que en las primeras décadas del siglo xx la burguesía trata de limitar y ajustar con leyes y reglamentos el cultivo, la preparación y el tráfico de algunas drogas, pero sólo es por la búsqueda de controlar mejor el comercio de esa mercancía.
La evidencia histórica muestra que la “rama de la droga” no es una actividad repudiada por la burguesía y su Estado. Por el contrario, es esta misma clase la que se encarga de extender su uso, aprovecharse de las ganancias que produce y, al mismo tiempo, extender los estragos que acarrea en el ser humano. Son los Estados en el siglo xx los que han distribuido masivamente la droga en sus ejércitos. Los EUA son el mejor ejemplo del uso de las drogas como instrumento de aliento a los soldados en guerra; la guerra de Vietnam fue un gran laboratorio para esa práctica, por eso no es extraño que fuera el Tío Sam quien alentara la demanda de droga durante la década de los setenta, y es el mismo gobierno norteamericano quien lo solucionó impulsando la producción de drogas en los países de la periferia.
Al entrar la mitad del siglo xx en México, la importancia que tiene la producción y distribución de la droga aún no es relevante, no obstante se mantiene un estricto control por parte de las instancias gubernamentales. Es a través de la policía y el ejército que se cierra el mercado para controlarlo mejor. Pero es durante los años ochenta que el Estado norteamericano alienta el incremento de la producción y consumo de la droga en México y toda América Latina.
A partir del “caso Irán-contras” (1986), sale a la luz que el gobierno de Ronald Reagan al ver limitado el presupuesto para apoyar a los grupos militares opositores al gobierno de Nicaragua (conocidos como los “contras”), utiliza recursos provenientes de la venta de armas en Irán, pero sobre todo, a través de la CIA y la DEA, obtienen recursos que provienen de la droga. En este enredo, el gobierno de EUA empuja a las mafias colombianas a ampliar su producción, al tiempo que asegura el apoyo militar y logístico de los gobiernos de Panamá, México, Honduras, El Salvador, Colombia y Guatemala para dar paso libre a tan codiciada mercancía. La propia burguesía norteamericana para “ampliar el mercado” produce derivados de la cocaína, que resultan más baratos y por tanto más fácil de comercializar, pero además mucho más destructivos.
Esa misma práctica que el gran capo norteamericano utiliza para obtener recursos para llevar a cabo sus aventuras golpistas, se repite en América Latina para llevar a cabo la lucha contra la guerrilla. En México la denominada “guerra sucia”, es decir la guerra de exterminio que lleva el Estado, durante los setenta y ochenta, en contra de la guerrilla fue sustentada con ingresos que provenían de la droga –esta “guerra” fue encabezada por el ejército y por grupos paramilitares (como la Brigada Blanca y el Grupo Jaguar), los cuales contaban con carta blanca para asesinar, secuestrar y torturar. Proyectos militares como la “Operación Cóndor” que se presentaban como acciones contra la producción de droga, eran usadas para enfrentar a la guerrilla y al mismo tiempo proteger los cultivos de amapola y mariguana.
En este período la disciplina y cohesión de la burguesía mexicana le permitían mantener bajo orden el mercado de la droga. Investigaciones periodísticas recientes señalan que no había carga de droga que no estuviera bajo el control y vigilancia del ejército y la policía federal ([11]). El Estado aseguraba la unidad de forma férrea de todos los sectores de la burguesía y cuando algún grupo o capitalista individual presentaba desacuerdos era sometido pacíficamente mediante el ofrecimiento de canonjías y cuotas de poder. Esa era la forma de mantener unida a la llamada “familia revolucionaria” ([12]).
Al derrumbarse el bloque imperialista comandado por la URSS, se rompe también la unidad del bloque opositor dirigido por EUA, reproduciéndose y extendiéndose al interior de cada país (con matices particulares) los efectos de esa fractura. En el caso de México esta ruptura se expresa mediante la disputa abierta de las fracciones de la burguesía en todos los planos: partidos, clero, gobiernos locales, federal... cada fracción busca obtener una porción mayor del poder e incluso no hay pocos sectores de la burguesía que se arriesgan a poner en cuestión su disciplina histórica hacia EUA.
En ese contexto de disputa general, se llega a una distribución del poder pero un tanto forzada. Estas presiones internas son las que llevan a probar el cambio de partido en el poder y así “descentralizar” los mandos de orden, tal que los poderes locales, representados en los gobernadores de estados y presidentes municipales, declaran su control regional, lo que desata aún más el caos, en tanto que el gobierno federal, lo mismo que cada gubernatura o municipalidad para fortalecer su dominio económico y políticos se asocian con diferentes bandas mafiosas. Cada fracción en el poder protege y empuja al crecimiento de un cártel según su interés, por eso la actuación de la mafia es con tanta impunidad y con tanta animosidad.
La magnitud de estas disputas se puede ver en el ajuste de cuentas que se llevan a cabo entre personajes de la política, por ejemplo, se contabiliza que en los últimos cinco años se han asesinado a 23 alcaldes y 8 presidentes municipales, además de existir un sinnúmero de amenazas a secretarios de estado y candidatos. Ante estos hechos, la prensa burguesa suele construir una imagen de víctima de esos personajes, pero la mayoría de las veces lo que está en la base de esos crímenes y amenazas, son ajustes de cuentas por pertenecer a un bando rival o las más de las veces, por haber traicionado a los intereses del grupo con el que inicialmente mantenían pactos.
Analizado ese escenario, es posible comprender que los problemas de la droga no tienen solución dentro del capitalismo. La única “solución” que la burguesía tiene para limitar lo más explosivo de la barbarie es buscar que sus intereses se unifiquen y puedan cohesionarse en torno a un solo grupo de la mafia, de manera que se aísle al resto de ellos y se les mantenga en una existencia marginal.
La salida pacífica de tal situación es muy improbable habida cuenta de la división tan aguda de la burguesía en México, de modo que resulta difícil creer que pueda alcanzar por lo menos una cohesión temporal que permita la pacificación. Es el avance de la barbarie lo que parece ser la tendencia dominante…
Buscaglia, en una entrevista en junio de 2011, valoraba la magnitud que el narco va tomando en la vida de la burguesía: “… cerca del 65 % de las campañas electorales en México están contaminadas con dinero proveniente de la delincuencia organizada, principalmente del narcotráfico” ([13]).
Son los trabajadores las víctimas directas del avance de la descomposición capitalista expresada en fenómenos como la “guerra contra el narco” y al mismo tiempo son el blanco de los ataques económicos que la burguesía le impone ante la agudización de la crisis. Es sin duda una clase que carga grandes penurias, pero no es una clase contemplativa, es un cuerpo social capaz de reflexionar, tomar conciencia de su condición histórica y responder colectivamente.
La droga y la muerte son la noticia sobresaliente al interno y al exterior de México, y tal es su magnitud que es bien utilizada por la burguesía para cubrir los efectos que la crisis económica tiene en el país.
La crisis que sufre el capitalismo no tiene su origen en el sector financiero, como los “expertos” burgueses suelen decir. Es una crisis profunda y general del capitalismo, que no deja un solo país sin afectarlo. La presencia activa de las mafias en México, aunque ya es una tremenda carga contra los explotados, no opaca los efectos que la crisis genera, por el contrario, lo que hace es magnificarlos.
La causa principal de las tendencias a la recesión que afecta actualmente al capitalismo es la insolvencia generalizada, pero sería un error suponer que el peso de la deuda soberana es el indicativo único para definir que la crisis avanza. En algunos países como México el peso de la deuda no causa aún dificultades mayores y no significa que está fuera de la tendencia recesiva que sacude al mundo, aún cuando en el último lustro la deuda soberana se ha incrementado, según el Banco de México, en 60 % y prevén que al fin del 2012 representará el 36.4 % del PIB. Este monto es minimizado cuando lo comparan con los niveles que la deuda tiene en países como Grecia (que representa el 170 % del PIB), pero, ¿eso significa que en México no se expone la profundización de la crisis? Definitivamente no.
En primer lugar el que la deuda no sea tan importante en México como en otros países no significa, ni mucho menos, que no lo será nunca. Los aprietos de la burguesía mexicana para relanzar la acumulación de capital se ilustran en el estancamiento de la actividad económica. El PIB no ha logrado ni siquiera alcanzar los niveles que tenía en 2006 (como se ve en el gráfico 1), pero además la base de los breves incrementos de esta variable se deben al sector de servicios, en particular al comercio (como lo explica la propia institución del Estado encargada de la estadística, INEGI). Por otro lado, se debe de tomar en consideración que si se ha animado el comercio interno (y así ensanchar las tasas de crecimiento del PIB) es porque se han incrementado los créditos al consumo, no es fortuito que al cierre del 2011, se reporte que el uso de las tarjetas de crédito se ha incrementado en un 20 % con relación al año anterior.
Los mecanismos que la clase en el poder busca para enfrentar la crisis no son ni exclusivos para México ni novedosos: elevar los niveles de explotación y dopar a la economía con crédito. La aplicación de medidas de este tipo, permitieron en la década de los 90 en EUA, dar la ilusión de crecimiento. Anwar Shaikh, estudioso de la economía norteamericana lo explica así: “El principal ímpetu para el boom vino de la dramática caída en la tasa de interés y la caída igualmente espectacular de los salarios reales en relación con la productividad (aumento de la tasa de explotación), que en conjunto elevó considerablemente la tasa de ganancia de la empresa. Las mismas dos variables jugaron diferentes roles en distintos lados…” ([14]).
Conforme avanza la crisis estas medidas se repiten, y aunque su efecto es cada vez es más limitado, no tienen más remedio que seguir recurriendo a ellas, degradando cada vez la vida de los trabajadores. Los propios datos oficiales, por más maquillaje que se les quiera poner, dan cuenta de la precariedad a la que han orillado. No es fortuito que la alimentación de los trabajadores mexicanos tenga como base las calorías más baratas, que provienen del azúcar y el cereal; y si esto no fuera cierto, cómo explicar que este país ocupe el segundo lugar en el mundo en el consumo de gaseosa (rebasado sólo por EUA): 150 litros de gaseosa por año consume en promedio cada mexicano.
Como consecuencia de ello, es el país con la mayor población infantil y adulta con problemas de obesidad y agudización de enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión. La degradación de las condiciones de vida llega a tales extremos que cada vez hay un número mayor de niños en una edad de entre 12 y 17 años que se ven obligados a laborar. Según declaraciones de Alicia Athié, oficial de la OIT en México, son tres millones 14 mil 800 los infantes a los que la miseria obliga a trabajar y de ese número el 39.6 % no asiste a la escuela ([15]).
Al aplastar los salarios, la burguesía logra apropiarse del fondo antes destinado para consumo de los obreros, intentando incrementar así la masa de plusvalía que se apropia el capital. Esta situación es tanto más grave para las condiciones de vida de la clase obrera porque, como lo muestra el gráfico 2, los precios de los alimentos crecen más rápido que el índice general de precios que utiliza el Estado para afirmar que el problema de la inflación se encuentra bajo control.
Los voceros de los gobiernos en América Latina suponen que por el hecho de que los mayores conflictos económicos se han centrado en los países centrales (Europa y EUA) el resto del mundo se encuentra fuera de esa dinámica, incluso por el hecho de que el FMI y el BCE solicitan liquidez a los gobiernos de estas regiones (entre ellos México) pareciera que lo confirmara. Pero no es que estas economías se encuentren alejadas de la crisis. Durante los años 80 en América Latina esos mismos procesos de insolvencia que se viven hoy en Europa, se expresaron y junto ello la presencia de severas medidas de austeridad sustentadas en los planes de choque (que dieron forma a lo que se denominó el Consenso de Washington).
La profundidad y extensión que ha tomado la crisis, se manifiesta de manera diferente según los países, pero la burguesía recurre a estrategias similares en todos los países, incluidos los que están menos estrangulados por el crecimiento de la deuda soberana.
Los planes de recorte de gasto que paulatinamente va aplicando la burguesía, los despidos masivos y el aumento de la explotación, no podrán, en ningún caso, favorecer una reactivación.
Los niveles de desempleo y de pauperización que se manifiestan en México nos ayudan a comprender más adecuadamente cómo la crisis se extiende y se profundiza en todas partes. La propia asociación patronal, COPARMEX, calcula que en México el 48 % de la Población Económicamente Activa “se encuentra en el subempleo” ([16]), lo que en un lenguaje más adecuado diríamos que se emplean en trabajos precarios, con la característica de tener los salarios más bajos, contratos temporales, largas jornadas y sin prestaciones médicas. Esta masa de desempleados y asalariados precarios son producto directo de la “flexibilización laboral” que la burguesía ha venido instrumentando como estrategia para ampliar la explotación y hacer cargar una porción mayor de la crisis sobre las espaldas de los asalariados.
La vida que los explotados sufren en México es de verdadera zozobra, no son pocas las regiones (sobre todo en las zonas rurales) en las que se imponen toques de queda y retenes custodiados por militares, policías y/o sicarios, que en cualquiera de los casos disparan a matar por cualquier pretexto. Y a todo ello se le añaden de forma sistemática golpes y más golpes… Iniciado el año 2012 la burguesía mexicana se ha apresurado a anunciar la ampliación de ataques mediante la profundización de la “reforma laboral”, con la que, como en diversas partes del mundo, se pretende asegurar que la compra de la fuerza de trabajo se lleve a cabo en condiciones más favorables para los capitalistas, y así rebajar los costos de la producción y ampliar aún más los niveles de explotación.
Eso quiere decir que la “reforma laboral” tiene como objetivo aumentar los ritmos y cadencias de la jornada laboral, pero además disminuir el salario, comprimiendo al pago directo, pero también eliminando partes sustanciales que conforman el salario indirecto y luego dar nuevos pasos (en el proyecto ya iniciado) sobre la extensión de los años de labor para obtener la jubilación…
En México, esta nueva oleada de ataques se ha iniciado con los trabajadores de educación básica. El Estado se ha precavido en elegir a los profesores para intentar hacer pasar en ellos la punta de la lanza, porque se trata de un destacamento numeroso de trabajadores con tradición de combate, pero al mismo tiempo cuentan con un férreo control por parte de la estructura sindical, tanto oficialista (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, SNTE), como por la estructura “democrática” (Coordinadora Nacional, CNTE), lo cual le posibilita al gobierno jugar una estrategia que vemos ya va avanzando: primero genera un descontento al anunciar la “Evaluación universal” ([17]) pero, a la par de ello empuja toda una serie de trampas (caravanas larguísimas, mesas de discusión por estados…) a través del SNTE y CNTE para desgastar, aislar y presentar como ejemplo de que la lucha es inviable, buscando con ello desmoralizar y atemorizar al conjunto de asalariados.
Pero aunque se define un proyecto específico para los profesores, las “reformas” van aplicándose gradualmente y de forma callada a todos los trabajadores. Por ejemplo, los mineros sufren ya esas medidas que abaratan su fuerza de trabajo y precarizan las condiciones de labor. La burguesía presenta como “normal” que en los socavones de las minas los trabajadores cubran largas e intensas jornadas (en muchas ocasiones más de 8 horas) en condiciones de seguridad deterioradas, equivalentes a las aplicadas en el siglo xix y todo ello por un salario mísero (el nivel salarial máximo de un minero es aproximadamente de 455 dólares al mes). Por ello puede entenderse que la masa de ganancia que obtienen los empresarios de las minas en México sea de las más altas, pero también eso explica el crecimiento de los “accidentes” en las minas, dejando un importante saldo de muertos y heridos. Tan solo considerando Coahuila, el estado con mayor actividad minera, se registra oficialmente que del año 2000 al presente han muerto, por derrumbes o explosiones, 207 trabajadores.
Toda esta miseria, aunada al hartazgo de la actuación criminal de gobiernos y mafias, va creando un descontento creciente entre los explotados y oprimidos que va expresándose pero con muchas dificultades. En otros países en que las calles han sido ocupadas con manifestaciones, como España, Inglaterra, Chile o Canadá, el coraje contra la realidad que impone el capitalismo se ha hecho patente, aunque no fuera todavía claramente como la fuerza de una clase de la sociedad, la clase obrera.
En México las manifestaciones masivas convocadas por estudiantes del movimiento denominado “#yo soy 132”, aunque desde el inicio han sido acotadas por la campaña electoral de la burguesía no dejan de ser un producto de ese malestar social que se percibe. Al hacer esta valoración no estamos intentando consolarnos y suponer que la clase obrera avanza sin tropiezos en su clarificación y lucha, de lo que se trata es de entender la realidad. Hay que tomar en cuenta que el desarrollo de las movilizaciones por el planeta no avanza de forma homogénea, y la clase obrera como tal no ha logrado asumir une posición dominante, a causa de sus dificultades para reconocerse como clase de la sociedad con capacidad para ser una fuerza en su seno. Esta situación favorece que en esos movimientos, la influencia de las ilusiones burguesas con soluciones reformistas como alternativas posibles a la crisis del sistema. Es esa misma tendencia la que se percibe en México.
Sólo teniendo una comprensión de las dificultades que enfrenta la clase obrera es posible entender que el movimiento que animó a la creación de la agrupación “#yo soy 132” también fue expresión del hartazgo hacia los gobiernos y partidos de la clase dominante, pero de forma muy rápida la burguesía logró encadenarla a la esperanza de las elecciones y la democracia, hasta llevarlo a ser un órgano hueco, inútil para el combate de los explotados (que se habían acercado a él creyendo encontrar un medio para el combate), pero muy útil para la clase dominante, que sigue utilizando a ese grupo para mantener maniatada la combatividad de los jóvenes obreros descontentos ante lo que el capitalismo le ofrece.
La clase en el poder tiene claro que la agudización de los ataques conduce inevitablemente a una respuesta de los explotados. En una declaración del 24 de febrero de este año, José A. Gurría, actual secretario general de la OCDE, advierte: “¿qué pasa cuando ponemos en una coctelera el bajo crecimiento, alto desempleo y una creciente desigualdad? Esto da como resultado la Primavera Árabe, los indignados de la Puerta del Sol y los indignados en Wall Street”. Por eso ante el descontento latente, la burguesía en México, al permitir que se presente como consigna aglutinadora la impugnación de Peña Nieto, sabe que esteriliza todo coraje, en tanto que más allá de las declaraciones radicales de López Obrador y del “#132” todo habrá de quedar reducido a la defensa de la democracia y de sus instituciones.
La crisis capitalista, agudizada por los efectos nocivos de la descomposición ha incrementado las penurias de los proletarios y demás explotados, pero también ha logrado que se desnude la realidad y exponga en toda su amplitud el hecho de el capitalismo sólo puede ofrecer hambre, desempleo, miseria y muerte.
La crisis aguda que vive el capitalismo y el avance destructivo de la descomposición, anuncian ya el peligro que representa la existencia del capitalismo, por ello es que es una necesidad imperiosa destruirlo y la única clase capaz de enfrentar esa tarea sigue siendo el proletariado.
Rojo, agosto del 2012
[1]) “La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 9, Revista Internacional no 62, junio-septiembre 1990.
[2]) “La Economía de la Coca en América Latina. El paradigma colombiano”, en Nueva Sociedad no 130, Colombia 1994.
[3]) Datos tomados de: https://www.cnnexpansion.com/expansion/2009/07/17/narco-sa [103]
[4]) La Jornada, 25 de junio de 2010.
[5]) Citado en El Capital, Tomo I, Volumen 3. Capítulo XXIV. Editorial Siglo XXI, página 951.
[6]) En México se usan estas siglas para Estados Unidos de América. En otros países EE.UU.
[7]) La Jornada, 24 de marzo de 2010
[8]) En estados del norte del país como Durango, Nuevo León y Tamaulipas, hay zonas que se consideran como “pueblos fantasmas” por encontrarse abandonados. Los pobladores dedicados al campo se han visto obligados a huir, en el mejor de los casos, rematando sus tierras o simplemente dejándolo todo. La condición para los asalariados ha sido aún más grave en tanto su movilidad se ve más restringida por falta de recursos, por eso cuando logran huir a otra región, llegan a vivir las peores condiciones de precariedad, cargando por ejemplo con las deudas de los créditos de la vivienda que se han visto obligados a abandonar.
[9]) Revista Internacional nº 62, punto 8.
[10]) Aún hoy, en países como los Estados Unidos, el control de la droga por parte del Estado permite que, aún siendo el mayor consumidor de enervantes las disputas y el mayor número de muertes se concentren fuera de sus fronteras.
[11]) Ver: Anabel Hernández. Los Señores del narco. Editorial Grijalbo. México 2010.
[12]) Se le denominaba así a la unidad que la burguesía logró con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR, 1929) y que se consolidara con su transformación en Partido Revolucionario Institucional (PRI); en el 2000 deja el gobierno para dejar 12 años al Partido Acción Nacional y el 1 de diciembre de este año el PRI retorna al gobierno.
[13]) Ver entrevista en: https://nuestraaparenterendicion.com/index.php?option=com_k2&view=item&i... [104]
[14]) “The first great depression of the 21st century”. Colocado en https://homepage.newschool.edu/~AShaikh/ [105]
[15]) La Jornada, 15 de julio de 2012.
[16]) Mientras que la institución oficial (INEGI) calcula que existe un porcentaje del 29.3 % de trabajadores en la informalidad.
[17]) La “Evaluación Universal” es una parte del proyecto “Alianza por la Calidad de la Educación” (ACE). Esta medida no sólo pretende imponer un sistema de evaluación para llevar a los docentes a competir entre sí y restringir las plazas, sino además busca incrementar cargas de trabajo, aplastar los salarios, adecuar las formas para asegurar despidos rápidos con “bajos costos” y afectar las jubilaciones. Para saber más sobre esto, recomendamos ver Revolución Mundial no 126, enero-febrero de 2012 (https://es.internationalism.org/RM126-maestros [106])
Esta es la respuesta de la CCI al artículo “Consejos obreros, Estado proletario, dictadura del proletariado” del grupo Oposição Operária (Opop) ([1]) de Brasil, publicado en el no 148 de esta Revista Internacional [2].
La posición expuesta en el artículo de Opop se reivindica íntegramente de la obra de Lenin El Estado y la revolución, enfoque a partir del cual esta organización rechaza una idea central de la posición de la CCI. Aunque reconociendo la contribución fundamental de esa obra para la comprensión de la cuestión del Estado durante el período de transición, la CCI saca provecho de la experiencia de la Revolución Rusa, de las propias reflexiones de Lenin durante ese período y de los escritos fundamentales de Marx y Engels para extraer lecciones que llevan a poner en entredicho la relación, hasta entonces profesada por las corrientes marxistas, de identidad entre Estado y dictadura del proletariado.
En su artículo, Opop también desarrolla una posición que le es propia en cuanto a lo que ella llama el “pre-Estado”, o sea la organización de los consejos obreros antes de la revolución, llamada a derrocar a la burguesía y su Estado. Volveremos sobre esa cuestión ulteriormente, pues consideramos que es previamente prioritario aclarar nuestras divergencias con Opop en lo que al Estado y el período de transición se refiere.
Para evitarle al lector idas y vueltas incesantes con el artículo de Opop de la Revista Internacional no 148, reproduciremos sus pasajes que consideramos más significativos.
Para Opop, “la separación antinómica entre el sistema de consejos y el Estado posrevolucionario” “se aleja del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y (…) refleja cierta influencia de la ideología anarquista sobre el Estado”, lo cual acaba por “romper la unidad que debe existir y persistir en el ámbito de la dictadura del proletariado”. En efecto, “tal separación pone de un lado al Estado como una estructura administrativa compleja, que debe ser gestionada por un cuerpo de funcionarios –un absurdo en la concepción de Estado simplificado de Marx, Engels y Lenin– y de otro, una estructura política, en el ámbito de los consejos, que debe ejercer presión sobre la primera (el Estado como tal)”.
Según Opop, eso sería un error que se explicaría por estas incomprensiones sobre el Estado-comuna y sus relaciones con el proletariado:
Para terminar, Opop explica las lecciones supuestamente erróneas sacadas por la CCI de la Revolución Rusa sobre el carácter del Estado de transición por otro factor: el no tomar en cuenta las condiciones desfavorables que tuvo que enfrentar el proletariado:
“una incomprensión de las ambigüedades que resultaron de unas circunstancias históricas y sociales específicas que bloquearon no sólo la transición sino también el inicio de la dictadura del proletariado en la URSS. Aquí se deja de comprender que los rumbos tomados por la Revolución Rusa, a menos que optemos por la interpretación fácil pero poco consistente según la cual las desviaciones del proceso revolucionario fueron implantadas por Stalin y su camarilla, no obedecieron a la idea de la revolución, del Estado y del socialismo de Lenin, sino a las restricciones que emanaban del terreno social y político de donde emergió el poder en la URSS; entre ellas, sólo para recordar, la imposibilidad de la revolución en Europa, la guerra civil y la contrarrevolución dentro de la URSS. La dinámica resultante era ajena a la voluntad de Lenin, una dinámica sobre la que reflexionó y plasmó en formulaciones reiteradamente ambiguas presentes en sus escritos posteriores hasta su muerte.”
La diferencia entre marxistas y anarquistas no está en que éstos concebirían el comunismo como una sociedad sin Estado y aquellos con él. Estamos todos totalmente de acuerdo en que el comunismo solo puede ser una sociedad sin Estado. Es entonces más bien en los pseudomarxistas de la socialdemocracia, herederos de Lassalle, en los que se plasmó esa diferencia fundamental, ya que para éstos es el Estado el motor de la transformación socialista de la sociedad. Fue contra ellos contra quienes Engels redactó este pasaje del Anti-Dühring:
“En cuanto deja de haber clase que mantener en opresión, en cuanto desaparecen el dominio de clase y la lucha por la existencia individual, condicionada por la anarquía anterior de la producción, desaparecen también las colisiones y los excesos dimanantes de todo ello, no hay ya nada que reprimir y que haga necesario un poder represivo especial, un Estado. El primer acto en el cual el Estado aparece realmente como representante de la sociedad entera –la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad– es al mismo tiempo su último acto independiente como Estado. La intervención de un poder estatal en relaciones sociales va haciéndose progresivamente superflua en un terreno tras otro, y acaba por inhibirse por sí misma. En lugar del gobierno sobre personas aparece la administración de cosas y la dirección de procesos de producción. El Estado no “se suprime”, sino que se extingue. De acuerdo con ese principio hay que calibrar la fraseología que habla de un “Estado libre popular” ([3]), y tanto desde el punto de vista de su justificación temporal para la agitación cuanto desde el de su definitiva insuficiencia científica, y también con ese criterio puede estimarse la exigencia de los llamados anarquistas, que quieren suprimir el Estado de hoy a mañana” ([4]).
El verdadero debate con los anarquistas versa sobre su desconocimiento total de un período inevitable de transición y sobre su voluntad de dictar a la historia un brinco a pies juntillas inmediato y directo del capitalismo a la sociedad comunista.
Sobre la necesidad del Estado durante el período de transición, estamos totalmente de acuerdo con Opop. Por eso nos sorprende que afirme que la CCI “se aleja del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y (…) refleja cierta influencia de la ideología anarquista sobre el Estado”. Desde un punto de vista marxista, ¿puede estar cerca nuestra posición de la de los anarquistas que piensan que se puede abolir el Estado del día a la mañana?
Si nos referimos a lo escrito por Lenin en El Estado y la revolución sobre la crítica marxista al anarquismo acerca del Estado, se puede ver que no confirma para nada la visión que tiene Opop:
“Marx subraya intencionadamente –para que no se tergiverse el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo– la “forma revolucionaria y transitoria” del Estado que el proletariado necesita. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. Nosotros no discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al problema de la abolición del Estado, como meta final. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de los medios, de los métodos del Poder del Estado contra los explotadores, como para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida” ([5]).
La CCI está totalmente de acuerdo con esa formulación, excepto una palabra: se trata de la calificación de “revolucionaria” a esa forma pasajera del Estado. ¿Puede ser aparentado este matiz con una variante de las concepciones anarquistas, como pretende Opop, o más bien abre un debate mucho más profundo sobre la cuestión del Estado?
Efectivamente, sobre la cuestión del Estado, nuestra posición difiere de la de El Estado y la revolución y de la Crítica del programa de Gotha para el cual, durante el período de transición “no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” ([6]). Ese es el fondo de nuestro debate: ¿por qué no puede haber identidad entre la dictadura del proletariado y el Estado del período de transición que surge tras la revolución? Es ésa una idea que choca a muchos marxistas: ¿de dónde sacará la CCI su posición sobre el Estado del período de transición? Pues no la saca de su imaginación sino de la historia, de las lecciones que sacaron generaciones de revolucionarios, de reflexiones y elaboraciones teóricas del movimiento obrero. Y más precisamente:
Con ese método la Izquierda comunista de Italia realizó un trabajo de balance de la oleada revolucionaria mundial ([7]). Según ella, la toma del poder por el proletariado no impide que sigan existiendo clases sociales, y, por lo tanto, que siga subsistiendo un Estado, que fundamentalmente es un instrumento de conservación de la situación adquirida y nunca un instrumento de transformación de las relaciones de producción hacia el comunismo. En esas condiciones, la organización del proletariado como clase, por medio de los consejos obreros, ha de imponer su hegemonía sobre el Estado pero nunca identificarse con él. Ha de ser capaz, si es necesario, de oponerse al Estado, como ya lo empezó a entender parcialmente Lenin en 1920-21. Y al apagarse la vida en los soviets (lo que era inevitable debido al fracaso de la revolución mundial) el proletariado perdió esa capacidad de actuar e imponerse al Estado, de modo que éste pudo desarrollar las tendencias conservadoras que le son propias hasta ser el sepulturero de la revolución en Rusia, absorbiendo en sus engranajes al propio Partido bolchevique, hasta convertirlo en instrumento de la contrarrevolución.
El Estado y la revolución de Lenin fue en sus tiempos la síntesis más acabada de lo que el movimiento obrero había elaborado sobre el Estado y el ejercicio del poder por parte de la clase obrera ([8]). Esa obra es una ilustración excelente de cómo se ha ido aclarando, gracias a la experiencia histórica, la cuestión del Estado. Basándonos en ella, vamos a recordar ahora las precisiones sucesivas que ha ido haciendo el movimiento obrero sobre la comprensión de esas cuestiones.
La Revolución de 1917 no dejó a Lenin tiempo para escribir en El Estado y la revolución los capítulos dedicados a los aportes de las revoluciones rusas de 1905 y de febrero de 1917. Se conformó con identificar a los soviets como herederos naturales de la Comuna de París. Se puede añadir que aunque ninguna de ambas revoluciones permitió al proletariado tomar el poder político, la de 1917 suministra lecciones suplementarias respecto a la experiencia de la Comuna de París en lo que al poder de la clase obrera se refiere: los soviets de diputados obreros basados en las asambleas en los lugares de trabajo están más adaptados a la expresión de la autonomía de clase que lo estuvieron las unidades territoriales de la Comuna.
El Estado y la revolución no sólo es la síntesis de lo mejor que el movimiento obrero había escrito hasta entonces sobre el tema, sino que además contiene adelantos propios de Lenin. Cuando sacaron las lecciones esenciales de la Comuna de París, Marx y Engels dejaron sin embargo ambigüedades sobre la posibilidad para el proletariado de llegar pacíficamente al poder mediante el proceso electoral en ciertos países, precisamente en aquellos que disponían de instituciones parlamentarias más desarrolladas y del aparato militar menos importante. Lenin no tuvo reparo alguno en corregir a Marx, utilizando para ello el método marxista y situando el problema en el marco histórico idóneo:
“Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta limitación hecha por Marx no tiene razón de ser. (…) Hoy, también en Inglaterra y en Norteamérica es “condición previa de toda revolución verdaderamente popular” el romper, el destruir la “máquina estatal existente” ([14]).
Sólo una visión dogmática podría acomodarse con la idea de que El Estado y la revolución de Lenin sería la última y suprema etapa en la clarificación de la noción de Estado en el movimiento marxista. Si existe una obra que sea la antítesis de tal visión, es precisamente esa: Ni la propia Opop teme apartarse de la letra de Lenin llevando a su extremo la idea de la cita precedente:
“Hoy, la tarea de establecer los consejos como forma de organización estatal se sitúa en la perspectiva, no de un sólo país, sino a escala internacional, siendo ése el reto principal de la clase obrera” ([15]).
Redactado en agosto-septiembre de 1917, El Estado y la revolución sirvió muy rápidamente de arma teórica con el estallido de la Revolución de Octubre, para la acción revolucionaria por el derrocamiento del Estado burgués y la instauración del Estado-Comuna. Las lecciones sacadas de la Comuna de París fueron así sometidas a la prueba de la historia durante unos acontecimientos, los de la Revolución Rusa y de su degeneración, de una magnitud mucho más considerable.
Opop responde por la negativa a esa pregunta en la medida en que, según ella, las condiciones en Rusia eran tan desfavorables que no permitieron la instauración de un Estado obrero tal como lo describe Lenin en El Estado y la revolución. Nos reprocha que identifiquemos “el Estado surgido en la URSS posrevolucionaria –un Estado necesariamente burocrático– con la concepción del Estado-Comuna de Marx, Engels y del propio Lenin”. Y añade:
“Se olvida así que el rumbo tomado por la Revolución Rusa (…) no obedecía a la idea de la revolución, del Estado y del socialismo de Lenin, sino a unos límites que se debían al terreno social y político de donde emergió el poder en la URSS” ([16]).
Estamos de acuerdo con Opop para afirmar que la primera lección que debe extraerse de la degeneración de la Revolución Rusa es que fue producto del aislamiento del bastión proletario debido a la derrota de los demás intentos revolucionarios en Europa, en particular en Alemania. En efecto, no sólo es imposible en un solo país la transformación de las relaciones de producción hacia el socialismo, sino que tampoco es posible que se mantenga en él un poder proletario aislado en un mundo capitalista. Sin embargo, ¿no habrá otras lecciones de gran importancia que sacar de esa experiencia?
¡Claro que sí! Y Opop saca una de ellas, a pesar de que contradiga explícitamente un pasaje de El Estado y la revolución que concierne la primera fase del comunismo: “…ya no será posible la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc.” ([17]). En efecto, lo que demostraron la Revolución Rusa y, sobre todo, la contrarrevolución estalinista es que la simple transformación del aparato productivo en propiedad de Estado no acaba con la explotación del hombre por el hombre.
De hecho, la Revolución Rusa y su degeneración son acontecimientos de tal magnitud que es imposible no sacar lecciones de ellas. Por primera vez en la historia, expresión mas avanzada de una oleada revolucionaria mundial, el proletariado toma el poder político en un país y surge un Estado llamado en aquel entonces Estado proletario. Posteriormente ocurre ese acontecimiento también totalmente inédito en la historia del movimiento obrero, la derrota de una revolución que no ocurre de una forma clara, o sea abiertamente aplastada y salvajemente reprimida por la burguesía como así fue con la Comuna de París, sino como consecuencia de un proceso de degeneración interna que acabó tomando el ignominioso rostro del estalinismo.
Ya en las semanas que siguen la insurrección de Octubre, el Estado-Comuna es otra cosa que “los obreros armados” tal como lo describe El Estado y la revolución ([18]). Por encima de todo, con el aislamiento creciente de la revolución, el nuevo Estado se ve cada día más infectado por la gangrena de la burocracia, alejándose más y más de los órganos elegidos por el proletariado y los campesinos pobres. Muy lejos de empezar a decaer, el nuevo Estado está invadiendo toda la sociedad. Muy lejos de doblegarse ante la voluntad de la clase revolucionaria, se convierte en eje central de una especie de degeneración y de contrarrevolución internas. Mientras tanto los soviets se vacían de su impulso vital, transformándose en apéndices de los sindicatos en la gestión de la producción. Así es como la misma fuerza que hizo la revolución y hubiera debido controlarla fue perdiendo su expresión política autónoma y organizada. El vector de la contrarrevolución fue nada menos que el Estado, y cuantas más dificultades sufría la revolución y más se iba debilitando el poder de la clase obrera, tanto más manifestaba el Estado-Comuna su carácter no proletario, conservador cuando no reaccionario. Vamos a explicarnos sobre esa caracterización.
Sería un error limitarse a la formulación de Marx en la Crítica del programa de Gotha sobre la caracterización del Estado del periodo de transición, identificándolo a la dictadura del proletariado. Existen otras caracterizaciones del Estado hechas por los mismos Marx y Engels, y más tarde por Lenin y por la Izquierda Comunista, que contradicen en el fondo la formula “Estado-Comuna = dictadura del proletariado” para confluir hacia la idea de un Estado naturalmente conservador, incluyendo el Estado-Comuna del periodo de transición.
El Estado de transición es la emanación de la sociedad, no la del proletariado
¿Cómo explicamos el surgimiento del Estado? Engels no deja la menor ambigüedad:
“Así pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; tampoco es “la realidad de la idea moral”, “ni la imagen y la realidad de la razón”, como afirma Hegel ([19]). Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del “orden”. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado” ([20]). Lenin recoge ese pasaje de Engels en El Estado y la revolución. A pesar de todos los acondicionamientos aportados por el proletariado al Estado-Comuna de transición, éste conserva, como todos los Estados de las sociedades de clase del pasado, ese carácter de ser un órgano conservador al servicio del mantenimiento del orden dominante, es decir de las clases económicamente dominantes. Eso tiene implicaciones, a nivel teórico y práctico, que nos llevan a hacernos unas cuantas preguntas: ¿Quién ejerce el poder durante el período de transición: el Estado o el proletariado organizado en consejos obreros? ¿Cuál es la clase económicamente dominante de la sociedad de transición? ¿Cuál es el motor de la transformación social y del decaimiento del Estado?
Por su carácter, el Estado de transición no puede estar
al servicio únicamente de los intereses de clase del proletariado
Allí donde ha sido derrocado el poder político de la burguesía, las relaciones de producción siguen siendo relaciones capitalistas incluso si la burguesía ya no está presente para apropiarse de la plusvalía producida por la clase obrera. El punto de partida de la transformación comunista está condicionado por la derrota militar de la burguesía en una cantidad suficiente de países decisivos, lo que permite darle una ventaja política a la clase obrera a nivel mundial. Es entonces el periodo en el que se van desarrollando lentamente las bases del nuevo modo de producción en detrimento del antiguo, hasta suplantarlo y volverse modo dominante de producción.
Tras la revolución y mientras no esté realizada la comunidad humana mundial, o sea que se integre la inmensa mayoría de la población mundial en el trabajo libre y asociado, el proletariado sigue siendo la clase explotada. Contrariamente a las demás clases revolucionarias del pasado, el proletariado no está destinado a convertirse en clase económicamente dominante. Por eso el Estado que surge durante ese periodo como garante del nuevo orden económico, a pesar de que el orden impuesto por la revolución ya no sea el de la dominación política y económica de la burguesía, no puede intrínsecamente estar al servicio del proletariado. Al contrario, éste ha de forzar al Estado para que actúe en el sentido de sus intereses de clase.
El papel del Estado de transición: integración de la población
no explotadora en la gestión de la sociedad y la lucha contra la burguesía
En El Estado y la revolución, el mismo Lenin dice que el proletariado necesita un Estado no solo para acabar con la resistencia de la burguesía, sino también para orientar al resto de la población no explotadora en la dirección del socialismo:
“El proletariado necesita el Poder del Estado, organización centralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de “poner en marcha” la economía socialista” ([21]).
Apoyamos este punto de vista de Lenin según el cual el proletariado ha de poder arrastrar con él a la inmensa mayoría de la población pobre y oprimida, en la que él puede ser minoritario, para poder derrocar a la burguesía. No existe otra alternativa a esa política. ¿Cómo se concretó en la Rusia revolucionaria? Durante la revolución, surgieron dos tipos de soviets: por un lado los soviets basados esencialmente en los centros de producción y que agrupaban a la clase obrera, también llamados consejos obreros; por otro lado, los soviets basados en unidades territoriales (soviets territoriales) en los que participaban activamente en la gestión local todas las capas no explotadoras de la sociedad. Los consejos obreros organizaban al conjunto de la clase obrera, o sea la clase revolucionaria. Los soviets territoriales ([22]), por su parte, elegían delegados revocables destinados a formar parte del Estado-Comuna ([23]), cuya función es la gestión de la sociedad en su conjunto. En período revolucionario, las capas no explotadoras, aún siendo favorables al derrocamiento de la burguesía y contrarias a que se restaure dominación, no son en principio favorables a la idea de la transformación socialista de la sociedad. Hasta pueden serle hostil. En efecto, la clase obrera es a menudo minoritaria. Eso es lo que explica por qué, durante la Revolución Rusa, se tomaron medidas cuyo sentido era reforzar el peso de la clase obrera en el seno del Estado-Comuna: 1 delegado por 125 000 campesinos, 1 delegado por 25 000 obreros de las ciudades. Eso no quita que la necesidad de movilizar a una población ampliamente campesina en la lucha contra la burguesía y de integrarla en el proceso de gestión de la sociedad originó, en Rusia, un Estado que no estaba compuesto únicamente de los delegados obreros de los consejos, sino también de delegados de soldados y de campesinos pobres.
Las advertencias del marxismo en contra del Estado,
incluso el del periodo de transición
En su “Introducción” de 1891 a La guerra civil en Francia redactado con ocasión del vigésimo aniversario de la Comuna de Paris, Engels no tuvo reparos en insistir en los rasgos comunes a todos los Estados, sean los clásicos Estados burgueses o el Estado-Comuna del periodo de transición:
“En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado” ([24]).
Considerar al Estado como “un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase” es una idea que prolonga perfectamente la demostración de que el Estado es una emanación de la sociedad entera y no del proletariado revolucionario. Esto tiene implicaciones importantísimas en cuanto a las relaciones entre ese Estado y la clase revolucionaria. A pesar de que no pudieron ser clarificadas totalmente antes de la Revolución Rusa, Lenin en El Estado y la revolución sabrá inspirarse de ellas insistiendo tozudamente en que los obreros sometan a los miembros del Estado a una supervisión y un control constantes, en particular esos elementos del Estado que encarnan lo más claramente una continuidad con el antiguo régimen, como lo son los “expertos” técnicos y militares que los soviets tendrán que utilizar.
Lenin también elabora unas bases teóricas sobre la necesidad de una sana desconfianza del proletariado hacia el nuevo Estado. En el capitulo “Las bases económicas de la extinción del Estado”, explica que, al tener el papel de salvaguardar ciertos aspectos del “derecho burgués”, se puede definir al Estado del periodo de transición como “Estado burgués, ¡sin la burguesía!” ([25]). Aunque esa expresión sea más una llamada a reflexionar que una clara definición del carácter del Estado de transición, Lenin entendió lo esencial: en la medida en que el Estado tiene la tarea de salvaguardar un estado de cosas que todavía no es comunista, el Estado-Comuna revela su carácter fundamentalmente conservador y es lo que lo hace particularmente vulnerable a la dinámica de contrarrevolución.
Una intervención de Lenin en 1920-21 que pone en evidencia
la necesidad para los obreros de poder defenderse contra el Estado
Esas perspicacia teórica favoreció cierta lucidez en Lenin sobre lo que estaba ocurriendo en Rusia, especialmente durante el debate de 1920-21 sobre los sindicatos ([26]), debate que lo opuso entre otros a Trotski que era partidario de la militarización del trabajo y para quien el proletariado tenía que identificarse con el “Estado proletario” y hasta subordinarse a él. Aunque el propio Lenin estaba también encerrado en la espiral del proceso degenerativo de la revolución, defiende, sin embargo, que los obreros necesitan poder mantener órganos de defensa de sus propios intereses ([27]), incluso contra el Estado de transición, a la vez que repite sus advertencias sobre el incremento de la burocracia de Estado. Así plantea Lenin el marco del debate sobre la cuestión, en un discurso en una reunión de delegados comunistas a finales de 1920:
“… el camarada Trotski (…) pretende que la defensa de los intereses materiales y espirituales de la clase obrera no es misión de los sindicatos en un Estado obrero. Eso es un error. El camarada Trotski habla de “Estado obrero”. Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: “¿Para qué defender, y frente a quien defender, a la clase obrera si no hay burguesía y el Estado es obrero?” No del todo obrero; ahí está el quid de la cuestión. En esto consiste cabalmente uno de los errores fundamentales del camarada Trotski. (…) El Estado no es, en realidad, obrero, sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas cosas. (Bujarin: “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”) Y aunque el camarada Bujarin grite desde atrás “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”, no le responderé. Quien lo desee, puede recordar el Congreso de los Soviets que acaba de celebrarse y en él encontrará la respuesta.
“Pero hay más. En el programa de nuestro Partido –documento que conoce muy bien el autor de El ABC del comunismo– vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle –¿Como decirlo?– esta lamentable etiqueta, o cosa así. Ahí tenéis la realidad del periodo de transición. Pues bien, dado este género del Estado, que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender?, ¿se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? Esto es falso por completo desde el punto de vista teórico (…) Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan a nuestro Estado” ([28]).
Consideramos que esta reflexión es muy esclarecedora y de la mayor importancia. Arrastrado en la dinámica degenerante de la revolución, Lenin no estuvo desgraciadamente en condiciones para profundizarla (al contrario, volverá luego sobre la caracterización del Estado obrero-campesino). Por otro lado, su intervención tampoco provocó (y eso a causa del propio Lenin) una reflexión ni un trabajo en común con la Oposición Obrera encabezada por Kolontái y Shliápnikov, que en aquél entonces expresaba una reacción proletaria tanto contra las teorías burocráticas de Trotski como contra las verdaderas distorsiones burocráticas que estaban carcomiendo el poder proletario. Sin embargo esa valiosa reflexión no se echó a perder por parte del proletariado. Como ya lo hemos señalado, fue el punto de partida de una reflexión más profunda por parte de la Izquierda Comunista de Italia sobre el carácter del Estado del periodo de transición, transmitida a las nuevas generaciones de revolucionarios.
El proletariado es la fuerza
de transformación revolucionaria de la sociedad, no el Estado
Una de las ideas fundamentales del marxismo es que la lucha de clases es el motor de la historia. No es pues por casualidad si esta idea está expresada ya en la primera frase, justo después de la introducción de El Manifiesto comunista: “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de la lucha de clases” ([29]) no el Estado cuya función histórica es precisamente la de “amortiguar el choque, mantenerlo en los límites del “orden” ([30]). Esa característica del Estado de las sociedades de clase también se aplica a la sociedad de transición, en la que la clase obrera sigue siendo la fuerza revolucionaria. El mismo Marx ya distinguió claramente, hablando de la Comuna de París, la fuerza revolucionaria del proletariado y el Estado-Comuna:
“… la Comuna no es el movimiento social de la clase obrera y, por tanto, de una regeneración general de humanidad, sino los medios organizados de acción.
“La Comuna no suprime las luchas de clases, a través de las cuales las clases obreras se esfuerzan por la abolición de todas las clases y, por consiguiente, de cualquier dominación de clase (…) pero ella ofrece el contexto racional en que esa lucha de clases puede recorrer sus diferentes fases del modo más racional y humano” ([31]).
La característica del proletariado tras la revolución, a la vez clase dominante políticamente y todavía explotada económicamente, induce que sea tanto en el plano económico como en el político en donde Estado-Comuna y dictadura del proletariado sean por esencia antagónicos:
Para poder asumir su misión histórica de transformación de la sociedad y acabar con la dominación económica y política de una clase sobre otra, la clase obrera asume su dominación política sobre el conjunto de la sociedad por medio del poder internacional de los consejos obreros, el monopolio del control de las armas y ser la única clase armada en permanencia. Su dominación política también se ejerce sobre el Estado. Ese poder de la clase obrera es por otro lado inseparable de la participación efectiva e ilimitada de las inmensas masas de la clase, de su actividad y organización y solo se acabará cuando cualquier tipo de poder político se vuelva superfluo, cuando hayan desaparecido las clases.
Esperamos haber contestado de forma suficientemente argumentada a las críticas que nuestra posición sobre el Estado de transición suscitaron en Opop. Somos conscientes de no haber contestado específicamente a varias objeciones concretas y explicitas (por ejemplo, “las tareas organizativas y administrativas que impone la revolución son tareas políticas ineludibles, cuya ejecución debe ser directamente asumida por el proletariado victorioso”). Si no lo hemos hecho en este articulo, es porque nos ha parecido necesario presentar previa y prioritariamente las grandes líneas históricas y teóricas de nuestro marco de análisis pues éstas ya son en parte una respuesta explícita a las objeciones de Opop. Podremos volver a desarrollarlas en otro artículo.
Por fin, consideramos que, aún siendo esencial, esa cuestión del Estado en el periodo de transición no es, sin embargo, la única cuya clarificación teórica y práctica haya avanzado considerablemente tras la experiencia de la Revolución Rusa: lo mismo ocurre sobre el papel y el lugar del partido proletario. ¿Su papel es ejercer el poder? ¿Está su sitio en el Estado en nombre de la clase obrera? ¡No! Según nosotros, ésos son errores que, entre otros, contribuyeron en el proceso de degeneración del Partido Bolchevique. Esperamos poder volver sobre ese tema en un próximo debate con Opop.
Silvio, 9/8/2012
[1]) Opop, Oposição Operária (Oposición obrera), existe en Brasil. Véase su publicación en revistagerminal.com. Hace años que la CCI mantiene con Opop relaciones fraternas y de cooperación que ya sean plasmado en discusiones sistemáticas entre ambas organizaciones, panfletos o declaraciones firmadas en común (“Luchas obreras en Brasil – Represión contra la huelga de trabajadores bancarios en Brasil [112]”, https://es.internationalism.org/taxonomy/term/260 [113]) o intervenciones públicas comunes (“Dos nuevas Reuniones Públicas conjuntas en Brasil –OPOP-CCI–, a propósito de las luchas de las futuras generaciones de proletarios”, https://es.internationalism.org/book/export/html/1042 [114]) y la participación reciproca de delegaciones a los congresos de nuestras organizaciones.
[2]) Revista Internacional no 148, “El Estado en el periodo de transición del capitalismo al comunismo (I)”,
[3]) Nota de Engels presente en la edición francesa (traducida por nosotros): “El Estado popular libre, reivindicación inspirada por Lassalle y adoptada en el Congreso de unificación de Gotha, fue objeto de una crítica fundamental de Marx en Critica del programa de Gotha.”
[4]) Friedrich Engels, La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring (“Anti-Dühring”), Sección tercera: “socialismo”, capítulo II : “Cuestiones teóricas”.
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/ad-seccion3.htm#264 [116]
[5]) Lenin, El Estado y la revolución, Capítulo IV, “Continuación: explicaciones complementarias de Engels”, Apartado 2, “Polémica con los anarquistas”, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja5.htm [117].
[6]) Marx, Critica del programa de Gotha [118].
[7]) Izquierda Comunista Italiana: de la misma manera que el oportunismo en la Segunda Internacional provocó una respuesta proletaria que se plasmó en las de corrientes de izquierda, también hubo corrientes de la izquierda comunista que resistieron a la marea del oportunismo en la Tercera Internacional. La izquierda comunista fue esencialmente una corriente internacional con expresiones en muchos países, desde Bulgaria hasta Gran Bretaña y desde Estados Unidos hasta Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraron precisamente en los países donde la tradición marxista alcanzó su mayor solidez: Alemania, Italia y Rusia.
En Italia, por el otro lado, la Izquierda Comunista –que había ocupado inicialmente una posición mayoritaria dentro del Partido Comunista de Italia- fue particularmente clara sobre la cuestión de la organización y le permitió no sólo entablar una valerosa batalla contra el oportunismo dentro de la Internacional en declive, sino además engendrar una fracción comunista que fuese capaz de sobrevivir al desastre del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la sombría noche de la contrarrevolución. A principios de los años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo contra la participación en parlamentos burgueses, en contra de fusionar la vanguardia comunista con grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia de masas”, en contra de los eslóganes de Frente Unido y “gobierno de los trabajadores”, se basaron también en una profunda comprensión del método marxista. Véase para más detalles “La Izquierda Comunista y la continuidad del marxismo”, /cci/200510/156/la-izquierda-comunista-y-la-continuidad-del-marxismo [119].
[8]) Léase en particular sobre el tema nuestro articulo “II – El Estado y la revolución (Lenin) – Una brillante confirmación del marxismo”, de la serie “El comunismo no es un bello ideal, está a la orden del día de la historia”, Revista internacional no 91, /revista-internacional/199712/1217/ii-el-estado-y-la-revolucion-lenin-una-brillante-confirmacion-del- [120]. Muchos de los temas abordados en nuestra respuesta a Opop están más desarrollados en ese artículo.
[9]) Marx y Engels, El Manifiesto del partido comunista, “Proletarios y comunistas”,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm [66].
[10]) Marx, El Dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Capítulo VII,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum7.htm [121]
[11]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo III, “La experiencia de la Comuna de París – 1. ¿En qué consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?”. En realidad, la expresión aquí utilizada por Lenin es una adaptación de una cita de Marx en una carta a Bracke del 5 de mayo de 1875 sobre el programa de Gotha [122]: “Cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas”.
[12]) Marx y Engels, “Prólogo a la edición alemana de 1872” de El Manifiesto, op.cit.,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm [66]
[13]) Ibídem.
[14]) Lenin, El Estado y la revolución, Capítulo III, op. cit.
[15]) Opop, “El Estado en el período de transición…”, op. cit.
[16]) Ibidem.
[17]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo V, “Las bases económicas de la extinción del Estado – 3. Primera fase de la sociedad comunista”.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja6.htm [123].
[18]) Esa fórmula es extraída de esta cita : “No hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los obreros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la máquina burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre del “parásito” y perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos éstos, como el de todos los funcionarios del “Estado” en general, con el salario de un obrero” (Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Cap. III – 3. La abolición del parlamentarismo).
[19]) Nota presente en el pasaje citado de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado – “Hegel: principios de la filosofía del derecho”.
[20]) Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado – “IX: Barbarie y civilización”,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap9.htm [124]
[21]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo II, “La experiencia de los años 1848-1851 – 1. En vísperas de la revolución”.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja3.htm [125]
[22]) En nuestra serie de cinco artículos de la Revista Internacional “¿Qué son los consejos obreros?”, ponemos en evidencia las diferencias sociológicas y políticas existentes entre consejos obreros y soviets territoriales. Los consejos obreros son los consejos de fábrica. A su lado hay también consejos de barrio, incluyendo éstos a los trabajadores de las pequeñas fábricas y de los comercios, los desempleados, los jóvenes, los jubilados, las familias que forman parte de la clase obrera como un todo. Los consejos de fábrica y de barrios (obreros) desempeñaron un papel decisivo en varios momentos del proceso revolucionario (véase los artículos de la serie publicados en la Revista, nos 141 y 142). No es entonces por casualidad si con el proceso de degeneración de la revolución, los consejos de fábrica desaparecieron a finales de 1918, y los consejos de barrio a finales de 1919. Los sindicatos desempeñaron un papel decisivo en la destrucción de los consejos de fábrica, (véase el artículo de la Revista no 145).
[23]) Participaron también de hecho en ese Estado, y de manera cada vez más importante, los expertos, los dirigentes del Ejército Rojo y de la Checa, etc.
[24]) Engels, “Introducción” de 1891 a La guerra civil en Francia,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/intro.htm [126]
[25]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo V, “Las bases económicas de la extinción del Estado – 4. Fase superior de la sociedad comunista”. Este es el contexto de la cita de Lenin: “En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del “estrecho horizonte del derecho burgués” bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel. “De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!”
[26]) Sobre este tema puede leerse, entre otras cosas, nuestro articulo “Comprender la derrota de la Revolución Rusa”, de la serie “El comunismo no es un bello ideal, está a la orden del día de la historia”, Revista Internacional no 100.
[27]) Se trata en aquel entonces de unos sindicatos que considerados todavía por todos como auténticos defensores de los intereses del proletariado. Esto se explica por el atraso de Rusia, al no haber desarrollado la burguesía un aparato estatal sofisticado capaz de reconocer la utilidad de los sindicatos como instrumentos de la paz social. Por ello, todos los sindicatos que se formaron antes e incluso durante la Revolución de 1917, no eran obligatoriamente enemigos de clase. Hubo en particular una fuerte tendencia a la creación de sindicatos industriales que seguían expresando cierto contenido proletario.
[28]) Lenin, “Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotski”, 30 de diciembre de 1920.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas11-12.pdf [128]
[29]) Manifiesto comunista, “I. Burgueses y proletarios”, Ed. Critica (bilingüe)
[30]) Engels, El origen de la familia… – “IX”, op. cit.
[31]) Marx, La Comuna de París y la supresión del Estado (extractos de los borradores de La Guerra Civil en Francia).
[32]) Engels, El origen de la familia…, op. cit.
¿Por qué escribir hoy sobre el comunismo primitivo? Ahora que la caída abrupta en una crisis económica catastrófica y que las luchas se despliegan por el mundo entero planteando nuevos problemas a los trabajadores del planeta, ahora que el futuro del capitalismo se ensombrece y que con tantas dificultades aparece la perspectiva de un mundo nuevo, puede uno preguntarse qué interés podrá tener el estudio de la sociedad de nuestra especie desde su aparición, hace unos 200 000 años, hasta el período neolítico (hace más de 10 000), sociedad en la que todavía viven hoy algunas poblaciones humanas. Seguimos convencidos, no obstante, de que esa cuestión es tan importante para los comunistas de hoy como lo fue para Marx y Engels en el siglo XIX, a la vez por sus interés científico general, en tanto que elemento de estudio de la humanidad y su historia, como para comprender la perspectiva y la posibilidad de una sociedad comunista futura que podría sustituir a la sociedad capitalista moribunda.
Por eso podemos celebrar la publicación en 2009 de un libro titulado le Communisme primitif n’est plus ce qu’il était (el comunismo primitivo ya no es lo que era) de Christophe Darmangeat; también es reconfortante que el libro esté ya en su segunda edición, lo cual da una idea del interés por tal tema en el público ([1]). A través de la lectura crítica del libro, procuraremos en este artículo tratar sobre los problemas planteados por todo lo referente a las primeras sociedades humanas; aprovecharemos la ocasión para explorar las tesis expuestas hace ahora 20 años por Chris Knight ([2]) en su libro Blood Relations ([3]), libro, que sepamos, no está traducido al castellano.
Antes de entrar en el tema, precisemos primero que la cuestión de la naturaleza del comunismo primitivo, y de la humanidad como especie, no son cuestiones políticas sino científicas. Por eso no puede haber una “posición” de una organización política sobre, por ejemplo, la naturaleza humana. Estamos convencidos de que la organización comunista debe estimular los debates y la pasión por las cuestiones científicas entre sus militantes y, más en general, en el seno del proletariado, aunque nuestro modesto objetivo es alentar el desarrollo de una visión materialista y científica del mundo basada en la medida de lo posible, para la mayoría de nosotros que no somos científicos, en el conocimiento de las teorías científicas modernas. Las ideas presentadas en este artículo no son pues “posiciones” de la CCI y sólo implican a su autor ([4]).
¿Por qué es importante para los comunistas la cuestión de los orígenes de la especie y de las primeras sociedades humanas? Los factores del problema han cambiado sensiblemente desde el siglo xix cuando Marx y Engels se entusiasmaron por la obra del antropólogo norteamericano Lewis Morgan. En 1884, cuando Engels publica El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, apenas si se había salido de una época en la que se estimaba la edad de la Tierra y de la sociedad humana basándose en los cálculos bíblicos del obispo Ussher, para quien la creación ocurrió en 4004 antes de Cristo. Engels escribió en su prefacio de 1891: “Hasta 1860 ni siquiera se podía pensar en una historia de la familia. Las ciencias históricas hallábanse aún, en este dominio, bajo la influencia de los cinco libros de Moisés. La forma patriarcal de la familia, pintada en esos cinco libros con mayor detalle que en ninguna otra parte, no sólo era admitida sin reservas como la más antigua, sino que se la identificaba –descontando la poligamia- con la familia burguesa de nuestros días, de modo que parecía como si la familia no hubiera tenido ningún desarrollo histórico” ([5]). Y lo mismo era para las nociones de propiedad, de modo que la burguesía podía oponer al programa comunista de la clase obrera la objeción de que la “propiedad privada” estaba inscrita en la naturaleza misma de la sociedad humana. La idea de que existió un estadio de comunismo primitivo de la sociedad era algo tan desconocido en 1847 que El manifiesto del partido comunista empieza su primer capítulo con la frase “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de lucha de clases” (afirmación que Engels creyó necesario rectificar mediante una nota en 1884).
El libro de Morgan, Ancient Society, fue una gran contribución en el desmantelamiento de la visión a-histórica de la sociedad humana basada para toda la eternidad en la propiedad privada, por mucho que lo que Morgan aportó haya sido a menudo ocultado por la antropología oficial, la inglesa en especial. Como lo dice Engels, en ese mismo “Prefacio”, “Y como si tantos crímenes no fuesen aún suficientes para que la escuela oficial diese fríamente la espalda a Morgan, éste hizo desbordarse la copa, no sólo criticando, de un modo que recuerda a Fourier, la civilización y la sociedad de la producción mercantil, forma fundamental de nuestra sociedad presente, sino hablando además de una transformación de esta sociedad en términos que hubieran podido salir de la boca de Marx”.
Mucho ha cambiado la situación hoy, en 2012. Los descubrimientos sucesivos han ido remontando sin pausa cada día más lejos los orígenes del Hombre, hasta el punto de que hoy sabemos que la propiedad privada no sólo no es un fundamento eterno de la sociedad, sino que es, al contrario, un invento relativamente reciente puesto que la agricultura y por lo tanto la propiedad privada y la división de la sociedad en clases sólo existe desde hace unos 10 000 años. Cierto es que, como Alain Testart lo ha demostrado en su libro les Chasseurs-cueilleurs ou l’Origine des inégalités (los cazadores-recolectores o el origen de las desigualdades), la formación de las clases y de las riquezas no se realizó del día a la mañana. Tuvo que pasar un largo período antes de que surgiera la agricultura propiamente dicha en la que el desarrollo del almacenamiento favoreció que apareciera el reparto desigual de las riquezas acopiadas. Queda pues claro hoy que la parte más larga, y con mucho, de la historia humana no es la de la lucha de clases, sino la de una sociedad sin clases, comunista: es lo que se llama comunismo primitivo.
La objeción que hoy se oye contra la idea de una sociedad comunista ya no es pues que violaría los principios eternos de propiedad privada sino, más bien, que sería contraria a la “la naturaleza humana”. “No se puede cambiar la naturaleza humana” suele decirse y con ello se quiere decir naturaleza pretendidamente violenta, competitiva y egocéntrica del hombre. No se trata de afirmar que el orden capitalista sería eterno, sino que sería sencillamente el resultado lógico e inevitable de una naturaleza inmutable. Esta argumentación no es sólo propia de los ideólogos de derechas. Hay científicos humanistas que llegan a conclusiones parecidas, creyendo, con la misma lógica en fin de cuentas, que la naturaleza humana está determinada por la genética. La New York Review of Books (revista intelectual más bien orientada a la izquierda) nos da un ejemplo de ello en un número de octubre de 2011: “Los seres humanos compiten por los recursos, el espacio vital, su pareja y casi todo lo demás. Cada ser humano se encuentra en la cumbre de un linaje de competidores triunfantes que remonta hasta los orígenes de la vida. La pulsión competitiva está prácticamente en todo lo que hacemos, se reconozca o no. Y es a los mejores competidores a los que mayor gratitud se muestra. Basta con mirar lo que ocurre en Wall Street para encontrar un ejemplo patente (...) El dilema humano de superpoblación y sobreexplotación de los recursos está determinado sobre todo por los impulsos primordiales que permitieron a nuestros antepasados lograr un éxito reproductivo por encima de la media” ([6]).
Semejante argumento podría parecer hoy a priori inatacable: no hace falta ir muy lejos para encontrar ejemplos a montones de codicia, de violencia, de crueldad y de egoísmo en la sociedad humana de hoy o en su historia. Pero, ¿es eso la prueba de que esas taras serían el resultado de una naturaleza humana determinada –diríamos hoy- genéticamente? Ni mucho menos. Valga el símil: un árbol que crece en un acantilado barrido por los vientos marinos crecerá sin duda enclenque y retorcido, pero no por ello lo que aparece de su estructura está íntegramente inscrito en sus genes, pues en condiciones más favorables el árbol crecería fuerte y recto.
¿Puede decirse lo mismo para los seres humanos?
Es una evidencia, que hemos mencionado a menudo en nuestros artículos, decir que la resistencia del proletariado mundial está muy por debajo del nivel de los ataques que está soportando por parte de un capitalismo en crisis. La revolución comunista nunca ha podido parecer más necesaria y, al mismo tiempo, tan difícil. Y una de las razones es sin duda, a nuestro parecer, que a los proletarios les falta confianza no sólo en sus propias fuerzas, sino en la posibilidad misma del comunismo. “Hermosa idea”, se nos dice, “pero, ya sabéis, la naturaleza humana”...
Para recobrar la confianza en sí, el proletariado debe encarar no sólo los problemas inmediatos de la lucha; también debe encarar problemas más amplios, históricos, problemas que plantea el enfrentamiento revolucionario potencial con la clase dominante. Uno de esos problemas es precisamente el de la naturaleza humana; y debemos tratarlo con mentalidad científica. No se trata de probar que el hombre es “bueno”, sino de alcanzar una comprensión mejor de cuál es precisamente su naturaleza, para así poder integrar esos conocimientos en el proyecto político del comunismo. No hacemos depender el proyecto comunista de la “bondad natural” del Hombre: la necesidad del comunismo está hoy inscrita en las propias circunstancias de la sociedad capitalista, como única solución a la parálisis de una sociedad que acabará llevando a la humanidad sin lugar a dudas a la catástrofe si la revolución comunista no destruye el capitalismo.
Lo precedente nos lleva, antes de entrar de lleno en el tema, a unas consideraciones sobre el método científico aplicado al estudio de la historia y del comportamiento humano. Un pasaje del principio del libro de Knight, relativo al lugar de la antropología en las ciencias, nos parece que plantea el problema muy justamente: “Más que cualquier otro ámbito del saber, la antropología tomada en su conjunto tiene un pie de cada lado del abismo que ha separado tradicionalmente las ciencias naturales de las humanas. En potencia, si no es siempre en la práctica, ocupa pues un lugar central entre las ciencias en su conjunto. Los elementos decisivos que, si pudieran solamente reunirse, podrían unir las ciencias naturales a las humanas atraviesan la antropología más que cualquier otro ámbito. Es aquí donde los dos cabos se unen; es aquí donde el estudio de la naturaleza se termina y empieza el de la cultura. ¿En qué momento de la evolución los principios biológicos dejaron el sitio a nuevos principios dominantes, más complejos? ¿Dónde está precisamente la línea de separación entre la vida animal y la vida social?, ¿es una diferencia de naturaleza, o, sencillamente, de grado? Y, a la luz de esa pregunta, ¿es realmente posible estudiar los fenómenos humanos con la misma objetividad desinteresada con la que un astrónomo puede trabajar sobre galaxias, o un físico sobre partículas subatómicas?
“Si ese dominio de las relaciones entre las ciencias parece confuso para muchos, es sobre todo debido a las dificultades reales que implica. En un cabo la ciencia se arraiga en la realidad objetiva, pero, en el otro, se arraiga en la sociedad y en nosotros mismos. En fin de cuentas, es por razones sociales e ideológicas por lo que la ciencia moderna, fragmentada y distorsionada por presiones políticas fortísimas y sin embargo ampliamente no reconocidas, se ha topado con su mayor problema y su mayor reto teórico: reunir las ciencias humanas y las ciencias naturales en una sola ciencia unificada sobre la base de una comprensión de la evolución de la humanidad, y el lugar de ésta en el universo” (pp. 56-57).
El problema de la “línea divisoria” entre el mundo animal no humano, cuyo comportamiento está determinado sobre todo por el patrimonio genético, y el mundo humano cuyo comportamiento depende mucho más del entorno, especialmente social y cultural, nos parece en efecto ser el problema crucial para comprender la “naturaleza humana”. Los primates son capaces de aprender, inventar y transmitir, hasta cierto punto, comportamientos nuevos, pero eso no quiere decir que posean una “cultura” en el sentido humano de la palabra. Esos comportamientos aprendidos son “periféricos respecto a la continuidad social y estructural del grupo” ([7]). Lo que permitió que la cultura se impusiera, en una “explosión creativa” ([8]), fue el desarrollo de la comunicación entre grupos humanos, el desarrollo de una cultura simbólica basada en el lenguaje y el rito. Knight compara la cultura simbólica y el lenguaje, que permitieron comunicar y transmitir ideas y por lo tanto la cultura universal, y la ciencia, basada también en un simbolismo basado en un acuerdo universal a nivel del planeta entre científicos y, potencialmente al menos, entre todos los seres humanos. La práctica de la ciencia es inseparable del debate y de la capacidad de cada cual para verificar las conclusiones a las que llega la ciencia; por eso es la enemiga de toda forma de esoterismo que sólo vive gracias al conocimiento secreto, cerrado a los no iniciados.
Al ser una forma de conocimiento universal, la ciencia, que desde la Revolución industrial es también plenamente una fuerza productiva que requiere el trabajo asociado de científicos en el tiempo y el espacio, supera el marco nacional por naturaleza. Por eso, el proletariado y la ciencia son aliados naturales ([9]). Esto no quiere decir, ni mucho menos, que pueda existir una “ciencia proletaria”. En su artículo “Marxismo y ciencia”, C. Knight cita estas palabras de Engels: “cuanto más avanza la ciencia de manera implacable y desinteresada, con tanta mayor armonía se encuentra con los intereses de los obreros”. Y así prosigue Knight: “La ciencia, por ser la única forma de conocimiento universal, internacional, unificador de la especie que posee la humanidad, debe estar en primer lugar. La ciencia debe arraigarse en los intereses de la clase obrera, pero es así porque debe arraigarse en los intereses de la humanidad entera, y en la medida en que la clase obrera encarna esos intereses en nuestra época”.
Hay otros dos aspectos del pensamiento científico, que Carlo Rovelli pone de relieve en su libro sobre el filósofo griego Anaximandro de Mileto ([10]), y que recogemos nosotros aquí pues nos parecen fundamentales: el respeto por sus predecesores y la duda.
Rovelli muestra que la actitud de Anaximandro hacia su maestro Tales rompió con las actitudes características de su época, ya fuera el rechazo total para establecerse como nuevo “maestro” en el lugar del antiguo, ya fuera tomar devotamente al pie de la letra las palabras del “maestro” momificándolo. La actitud científica, al contrario, es basarse en la obra de los “maestros” qui nos han precedido a la vez que se critican sus errores, procurando ir más lejos en el conocimiento. Esa es la actitud que hay que elogiar en Knight respecto a Lévi-Strauss, y en Darmangeat respecto a Morgan.
La duda –lo contrario del pensamiento religioso que busca siempre la certidumbre y el consuelo en la verdad invariable y establecida para siempre– es fundamental para la ciencia. Como dice Rovelli ([11]), “La ciencia ofrece las mejores respuestas precisamente porque no considera sus respuestas como verdaderas con seguridad; por eso es por lo que siempre es capaz de aprender, de recibir nuevas ideas”. Eso lo es más todavía para la antropología y la paleoantropología, con sus datos dispersos y a menudo inciertos, y cuyas teorías más actuales pueden verse puestas en entredicho y hasta negadas del día a la mañana por nuevos descubrimientos.
¿Pero se puede tener una visión científica de la historia? Karl Popper ([12]), una referencia entre la mayoría de los científicos, decía que no, pues consideraba la historia como un “acontecimiento” único, no reproducible, y la verificación de una hipótesis científica depende de la reproducibilidad de las experiencias o de las observaciones. Popper, por las mismas razones, había considerado, al principio, que la teoría de la evolución no es científica y, sin embargo, hoy aparece evidente que el método científico ha logrado poner en evidencia los mecanismos fundamentales de la evolución de las especies hasta el punto de permitir a la humanidad manipular el proceso de la evolución gracias a la ingeniería genética. Sin seguirle los pasos a Popper, es evidente que usar el método científico para hacer previsiones basándose en el estudio de la historia es un ejercicio de lo más azaroso: primero porque la historia humana (al igual que la meteorología por ejemplo) incorpora una cantidad incalculable de variables, y además y sobre todo, porque –como decía Marx– “los hombres hacen su propia historia”; la historia está pues determinada no sólo por leyes sino también por la capacidad o no de los seres humanos para basar sus acciones en el pensamiento consciente y en el conocimiento de esas leyes. La evolución de la historia está siempre sometida a unos límites: en un momento dado, ciertas evoluciones son posibles, y otras no. Pero la manera en que evolucionará una situación dada está también determinada por la capacidad de los hombres para hacerse conscientes de esos límites y actuar en consecuencia.
Resulta entonces muy audaz por parte de Knight aceptar el máximo rigor exigido por el método científico, y someter su teoría a la prueba de la experiencia. No es posible evidentemente, “reproducir” la historia experimentalmente. A partir de sus hipótesis sobre los inicios de la cultura humana, Knight hace previsiones (en 1991, fecha de la publicación de Blood Relations) sobre los descubrimientos paleontológicos venideros, especialmente que las huellas más antiguas de la cultura simbólica en el Hombre incluirían el uso importante del ocre rojo. En 2006, 15 años más tarde, pareció que esas previsiones se confirmaban gracias a los descubrimientos en los cuevas de Blombos (Sudáfrica) de los primeros vestigios conocidos de la cultura humana (véanse los trabajos de la Conferencia de Stellenbosch reunidos en The cradle of language, OUP, 2009, o el artículo publicado en la página Web de la revista la Recherche en noviembre de 2011) ([13]); allí se ha encontrado ocre rojo y colecciones de conchas aparentemente usadas de decoración corporal, lo cual se integra en el modelo evolutivo propuesto por Knight (volveremos más lejos). Evidentemente, eso no es en sí una “prueba” de su teoría, pero nos parece innegable que sí le da mayor consistencia.
Esa metodología científica es muy diferente de la seguida por Darmangeat. Éste, a nuestro parecer, se queda limitado a una lógica inductiva que parte de una reunión de hechos observados para extraer de ellos sus rasgos comunes. El método no deja de ser válido para el estudio histórico y científico: al fin y al cabo, toda teoría debe atenerse a los hechos observados. Darmangeat parece además muy reticente hacia toda teoría que pretenda ir más allá. Esto nos parece un modo de hacer empírico más que científico: la ciencia no avanza por inducción a partir de los hechos observados, sino por hipótesis que deben sin duda estar en conformidad con lo observado, pero que también deben proponer un método (experimental si es posible) a seguir para avanzar hacia nuevos descubrimientos, por lo tanto hacia nuevas observaciones. En física, la teoría de cuerdas es un ejemplo patente: aún correspondiendo, en la medida de lo posible, a hechos observados, no puede verificarse de manera experimental, puesto que los elementos cuya existencia plantea son inaccesibles, a causa de su ínfimo tamaño, a los aparatos de medidas de los que por ahora disponemos. La teoría de cuerdas es pues una hipótesis especulativa, pero sin ese tipo de especulación audaz, tampoco habría avances científicos.
Otro inconveniente del método inductivo es que, a la fuerza, tiene que hacer una selección previa en la inmensidad de la realidad observada. Es lo que hace Darmangeat cuando se basa únicamente en observaciones etnográficas, dejando de lado toda consideración evolucionista o genética, lo cual nos parece poco pertinente en una obra que intenta dejar claro “el origen de la opresión de las mujeres” (subtítulo de libro de que se trata).
Tras esas consideraciones, muy limitadas en realidad, sobre la metodología, volvamos ahora al libro de Darmangeat que ha motivado este artículo.
La obra está dividida en dos partes: la primera, examina la obra del antropólogo Lewis Morgan en la que basó Engels su Origen de la familia, de la propiedad privada, y del Estado; la segunda parte retoma el problema planteado por Engels sobre el origen de la opresión de las mujeres. En esta parte, Darmangeat pone en entredicho la idea de que hubiera existido un comunismo primitivo, hoy desaparecido, que se habría basado en el matriarcado.
La primera parte del libro nos parece especialmente interesante ([14]) y por nuestra parte compartimos plenamente cuando el autor se alza contra la idea, pretendidamente “marxista” que otorga a la obra de Morgan (y de Engels) el estatuto de textos religiosos intocables. Nada más ajeno al espíritu científico del marxismo. Les marxistas deben tener una visión histórica de cómo ha surgido y se ha desarrollado la teoría social materialista y, por lo tanto, tener en cuenta teorías anteriores, por eso es de lo más evidente que no podemos tomar los textos del siglo xix como el no va más de la historia ignorando el impresionante acopio de conocimientos etnográficos realizado desde entonces. Conviene, eso sí, mantener un espíritu crítico sobre el uso de tales conocimientos: Darmangeat, al igual que Knight por otra parte, tiene perfecta razón en insistir en que la lucha contra las teorías de Morgan dista mucho de la ciencia “pura” y “desinteresada”. Cuando los adversarios coetáneos y posteriores a Morgan señalaban sus errores o exponían descubrimientos que no cuadraban con su teoría, el objetivo de aquéllos no era, en general, neutral. Atacar a Morgan, era atacar la visión evolucionista de la sociedad humana intentando restablecer esas categorías “eternas” de la sociedad burguesa que son la familia patriarcal y la propiedad privada como las bases de toda sociedad humana pasada, presente y futura. Esto es totalmente explícito en Malinowski, uno de los más grandes etnógrafos de la primera mitad del siglo xx, de quien Knight ([15]) cita lo que dijo en una emisión de radio: “Creo que lo más perturbador de las tendencias revolucionarias modernas es la idea de que la parentalidad ([16]) pueda llegar a ser colectiva. Si algún día nos deshiciéramos de la familia individual como elemento esencial de nuestra sociedad, nos veríamos enfrentados a una catástrofe social que comparada con ella, los trastornos políticos de la revolución francesa y los cambios económicos del bolchevismo serían insignificantes. Saber si la maternidad de grupo existió alguna vez como institución, saber si fue una relación compatible con la naturaleza humana y el orden social tiene, por lo tanto, un interés práctico considerable”. Cuando se hacen depender sus conclusiones científicas de un prejuicio político, se está lejos de la objetividad científica...
Pasemos pues a la crítica que de Morgan hace Darmangeat. Es, a nuestro parecer de gran interés, aunque solo sea porque comienza por un resumen bastante detallado de su teoría, haciéndola así accesible a un lector poco versado en estos temas. Se aprecia especialmente el cuadro que establece un paralelo entre las definiciones de la antropología de Morgan (las fases de la evolución social: “salvajismo”, “barbarie”, etc.) y las usadas hoy (paleolítico, neolítico, etc.), lo que permite situarse mejor en el tiempo, y los diagramas explicativos de los diferentes sistemas de parentesco. Todo ello acompañado de explicaciones claras y didácticas.
El fondo de la teoría de Morgan es relacionar el tipo de familia, sistema de parentesco y desarrollo técnico, en una evolución progresiva que va del “estado salvaje” (primera etapa de la evolución social humana, que correspondería al paleolítico), a la “barbarie” (el neolítico y la edad de los metales) y, en fin, a la civilización. Esta evolución estaría determinada por la evolución de la técnica, y las contradicciones aparentes que Morgan observaba en numerosos pueblos (sobre todo en los iroqueses) entre el sistema de parentesco y el sistema familiar, representarían precisamente etapas intermedias entre, por un lado, una economía y una técnica más primitivas y, por otro, una técnica más evolucionada. Sin embargo, desafortunadamente para la teoría, cuando se miran de cerca las cosas no son así. Baste un ejemplo entre los múltiples que propone Darmangeat, el del sistema “punaluano” (Hawai) de parentesco, el cual, según Morgan, representa una de las etapas sociales y técnicas más primitivas, una sociedad que conoce riquezas, desigualdades sociales, una capa social aristocrática, y que estaría a punto de atravesar los límites hacia una sociedad estatal. La familia, los sistemas de parentesco estarían en esa sociedad determinados por necesidades sociales, pero no en línea recta desde los más primitivos a los más modernos.
¿Quiere eso decir que habría que tirar a la basura el evolucionismo social marxista? Ni mucho menos, dice el autor. Lo que sí hay que hacer, en cambio, es disociar lo que Morgan, y Marx y Engels tras él, intentaron asociar: la evolución de la técnica (y por lo tanto de la productividad) y los sistemas de familia. “... Les modos de producción, aunque diferentes desde un enfoque cualitativo, poseen todos una cantidad común, la productividad, que permite ordenarlos en un serie creciente, que además corresponde globalmente a la cronología (...) [Para la familia] no existe ninguna cantidad con la que pudieran cotejarse las diferentes formas y a partir de la cual podría constituirse une serie creciente” ([17]). Es evidente que la economía es determinante “en última instancia”, retomando las palabras de Engels: si no hubiera economía (o sea, la reproducción de todo lo necesario para la vida humana), tampoco habría entonces vida social. Esa “última instancia”, sin embargo, deja mucho sitio a las demás influencias, geográficas, históricas, culturales, etc. Las ideas, la cultura –en su sentido más amplio– también determinan la evolución de la sociedad. El propio Engels lamentó, hacia el final de su vida, que la necesidad para él y Marx de establecer el materialismo histórico en sólidas bases, y luchar por defenderlo, los llevara a veces a dejar poco sitio en sus análisis para otros factores históricos determinantes ([18]).
En la segunda parte de su libro, Darmangeat expone sus propias reflexiones. Hay, por decirlo así, dos tramas en su exposición: por un lado, una crítica histórica de las teorías antropológicas sobre el lugar de la mujer en las sociedades primitivas; por otro, la exposición de sus propias conclusiones al respecto. Esa crítica histórica se centra en la evolución de lo que Darmangeat considera la visión marxista, o sus avatares, del comunismo primitivo, desde el punto de vista del lugar de la mujer en la sociedad primitiva, y es una denuncia en regla de los intentos de proponer una visión “feminista” que defiende la idea de un matriarcado original en las primeras sociedades humanas.
Esa opción es de recibo, pero, a nuestro parecer, no siempre es acertada, llevando al autor a ignorar a algunos teóricos del marxismo que deberían haberse incluido e incluir a otros que no tienen por qué estarlo. Tomando solo unos ejemplos, Darmangeat dedica varias páginas a criticar las ideas de Alexandra Kollontái ([19]), mientras que casi ni habla de Rosa Luxemburg. Cualquiera que haya sido el papel de Kollontái en la revolución rusa y en la resistencia contra su degeneración (fue una figura importante de la Oposición obrera tras la revolución), nunca desempeñó un papel importante en el desarrollo de la teoría marxista, y menos todavía en antropología. Luxemburg, en cambio, no sólo fue una teórica de primer plano, también fue la autora de la Introducción a la economía política que otorga un lugar importante a la cuestión del comunismo primitivo, basándose en lo mejor de los conocimientos de entonces. El único motivo que justifica ese desequilibrio es que Kollontái estuvo muy implicada en el movimiento socialista en la Rusia soviética después, en la lucha por el derecho de las mujeres, mientras que Luxemburg no se interesó mucho por el feminismo. Otros dos autores marxistas que escribieron sobre sociedades primitivas ni siquiera son mencionados: Karl Kautsky (La ética y la concepción materialista de la historia), y Anton Pannekoek (Antropogénesis).
En la lista de las “inclusiones” desacertadas, tomemos el ejemplo de la de Evelyn Reed: militante del Socialist Workers’ Party norteamericano (organización trotskista que apoyó de manera “crítica” la participación en la Segunda Guerra mundial) encuentra su sitio en la obra por haber escrito en 1975 un exitoso libro en ámbitos de izquierda, Feminismo y antropología. Pero como dice Darmangeat, fue prácticamente ignorado por los antropólogos, en gran parte a causa de la debilidad de su argumentación, señalada incluso por algunas críticas benevolentes.
Y las mismas ausencias de antropólogos: a Claude Lévi-Strauss, una de las figuras más importantes del siglo xx en ese ámbito, que basó su teoría sobre el paso de la naturaleza a la cultura en la noción del intercambio de mujeres entre los hombres, sólo se le menciona de paso, y a Bronislaw Malinowski ni siquiera se le menciona.
La ausencia más sorprendente es, quizás, la de Knight. El libro de Darmangeat está especialmente centrado en la situación de las mujeres en las sociedades comunistas primitivas y en la crítica de las teorías que se sitúan en cierta tradición marxista, o al menos “marxistizante”, sobre este tema. Ahora bien, en 1991 Blood Relations de Chris Knight, que reivindica explícitamente la tradición marxista, trata precisamente del problema que preocupa a Darmangeat. Cabría imaginarse que éste le prestara mayor atención, tanto más porque él mismo reconoce la “gran erudición” de Knight. Pero nada de nada, muy al contrario: Darmangeat no le dedica sino una página ([20]), en la que nos dice, entre otras cosas, que la tesis de Knight “reitera los mayores errores de método presentes en [Evelyn] Reed y Briffault (Knight no dice nada sobre aquélla, pero cita abundantemente a éste)”, lo cual parece hacer creer al lector que no haya podido leer el libro Blood Relations sólo disponible en inglés, que su autor no hace sino seguirle los pasos a gente cuya falta de seriedad ya habría demostrado Darmangeat ([21]). Basta, sin embargo, con echar una ojeada a la bibliografía del libro de Knight para demostrar que éste cita, sí, a Briffault, pero menciona mucho más a Marx, Engels, Lévi-Strauss, Marshall Sahlins..., por sólo citar a éstos. Y si ya uno se fija en las referencias a Briffault, se da cuenta en seguida de que para Knight el libro de aquél ([22]) “ha quedado anticuado en sus fuentes y su metodología” ([23]).
En resumen, nuestro sentimiento es que la manera de hacer de Darmangeat nos deja un poco entre dos aguas: todo termina con una narración crítica que no es ni una verdadera crítica de las posiciones defendidas por los marxistas, ni una verdadera crítica de las teorías antropológicas, y eso nos produce a veces la impresión de ser testigos de un torneo contra molinos de viento. Nuestra impresión es que ese punto de partida tiende a oscurecer una argumentación, por otra parte muy interesante.
Continuará
Jens, agosto 2012
[1]) Ediciones Smolny, Toulouse 2009. Cuando estábamos terminando este artículo, nos hemos enterado de que ha salido la 2ª edición de este libro (Smolny, Toulouse 2012). Nos planteamos, claro está, si no deberíamos revisar por completo nuestra crítica. Cuando consultamos esta nueva edición, nos pareció que podíamos dejar lo esencial del artículo tal como está. El propio autor dice en su prefacio que no ha “modificado las tesis esenciales del texto y los argumentos que las sostienen”. Nos hemos limitado pues a elaborar algunos argumentos basándonos en esa segunda edición. Si no se indica lo contrario, las citas y referencias a tal o cual página se refieren a la primera edición.
[2]) Chris Knight es un antropólogo inglés, miembro del “Radical Anthropology Group”. Participó en los debates sobre ciencia en el XIX Congreso de la CCI, y hemos publicado una traducción de su artículo “Marxismo y ciencia” en nuestra página web: /cci-online/201112/3287/chris-knight-marxismo-y-ciencia-1-parte [131]
y también “La solidaridad humana y el gen egoísta” en https://es.internationalism.org/node/3454 [132]. .
[3]) Yale University Press, New Haven and London, 1991.
[4]) Dicho lo cual, habría sido imposible desarrollar estas ideas sin que previamente se hubieran estimulado las discusiones sobre estos temas con los compañeros en el seno de la organización.
[6]) https://www.nybooks.com/articles/archives/2011/oct/13/can-our-species-escape-destruction/?page=2 [134]
[7]) Ídem, p. 11. Puede hacerse aquí una analogía con la producción mercantil y la sociedad capitalista. Aunque la producción mercantil y el comercio existen desde el principio de la civilización e incluso desde antes, sólo bajo el capitalismo se vuelven determinantes.
[8]) Ídem, p. 12.
[9]) Lo mismo es para la ciencia como para las demás fuerzas productivas bajo el capitalismo: “En su dominación de clase apenas secular, la burguesía ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones pasadas juntas. El sojuzgamiento de las fuerzas de la naturaleza, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, los ferrocarriles, los telégrafos eléctricos, la urbanización de continentes enteros, la navegabilización de los ríos, poblaciones íntegras como surgidas de la tierra, ¿qué siglo anterior sospechaba que dormitasen semejantes fuerzas productivas en el seno del trabajo social? […] Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han tornado demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben; y en cuanto superan esta inhibición, ponen en desorden toda la sociedad burguesa, ponen en peligro la existencia de la propiedad burguesa”, Marx y Engels, Manifiesto comunista, (ed. bilingüe) I. Burgueses y proletarios. Ed. Crítica, Grijalbo.
[10]) Anaximandre de Milet, ou la naissance de la pensée scientifique, ediciones Dunod, junio de 2009.
[11]) Citado en nuestro artículo en francés: “La place de la science dans l’histoire humaine”, Revolution internationale no 422,
https://fr.internationalism.org/ri422/la_pensee_scientifique_dans_l_hsto... [135]
[12]) Karl Popper (1902-1994) fue uno de los filósofos de las ciencias más influyentes en el siglo xx y una referencia ineludible para todo científico que se interese por la metodología. Popper insiste en especial en la noción de “refutabilidad”, la idea de que toda hipótesis, para ser científica, debería permitir la elaboración de experiencias que permitieran refutarla: sin la posibilidad de tales experiencias u observaciones, una hipótesis no podría ser calificada como científica. En eso se basó Popper para considerar que el marxismo, el psicoanálisis y –en un primer momento– el darwinismo, no podían pretender ser ciencias.
[13]) Se trata de restos de ocre rojo grabado y de conchas agujereadas. El artículo de la Recherche (en francés) indica incluso el descubrimiento de un “neceser de pintura” de 100 000 años de antigüedad
(ver https://www.larecherche.fr/content/recherche/article?id=30891 [136]).
[14]) Sin duda por ironía del destino, Darmangeat, en su 2ª edición, ha preferido desplazar toda la parte sobre Morgan en apéndice, quizás por temor a disgustar al lector no especialista a causa de su “aridez”, según la expresión del autor.
[15]) En “Early Human Kinship was Matrilineal”, artículo publicado en Early Human Kinship: From Sex to Social Reproduction, 2008, Blackwell Publishing Ltd.
[16]) Este neologismo adaptado del francés se refiere a “ser madre o padre”.
[17]) P. 136.
[18]) “El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de exponer una época histórica y, por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba la cosa, y ya no había posibilidad de error. Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos «marxistas» y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado....” (Carta de Engels a J Bloch, 21-22 septiembre de 1890 :
https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e21-9-90.htm [137])
[19]) En la 2e edición, incluso le dedica a Kollontái un subcapítulo.
[20]) P. 321.
[21]) La crítica de Knight no es más sólida en la 2ª edición que en la 1ª, con un pequeña excepción: el autor cita una crítica del libro hecha por Joan M Gero, antropóloga feminista y autora de Engendering archaeology. Esta crítica nos parece bastante superficial con prejuicios políticos incluidos. He aquí una muestra: “Lo que Knight propone como perspectiva “de género” de los orígenes de la cultura es une visión paranoica y retorcida de la “solidaridad femenina”, que presenta a (todas) las mujeres como explotadoras sexuales y manipuladoras de (todos) los hombres. Las relaciones hombres-mujeres están caracterizadas en todo lugar y tiempo como relaciones entre victimas y manipuladoras: las mujeres explotadoras se las supone haber querido siempre entrampar a los hombres de una manera u otra, y sus conspiración para llevarlo a cabo es la base fundamental misma del desarrollo de nuestra especie. Lo lectores pueden igualmente sentirse ofendidos por la idea de que los hombres siempre fueron volubles y que sólo una actividad sexual agradable, distribuida con cicatería y coquetería por unas mujeres calculadoras, pudo retenerlos en casa y hacerles guardar interés por su progenitura. Este guión no es sólo improbable y no demostrado, repugnante tanto para feministas como para no feministas, sino que además el razonamiento sociobiológico barre de un manotazo todas las versiones matizadas de la construcción social de las relaciones entre sexos, de las ideologías y de las actividades que son hoy centrales y fascinantes para los estudios de género” (traducido por nosotros). En resumen, ya no sólo es que Gero no haya entendido casi nada de los argumentos que pretende criticar, sino, y eso es todavía peor, nos invita a rechazar una tesis científica, no porque sea falsa –lo cual Gero ni siquiera intenta demostrar– sino porque es “repugnante” para (entre otros) los feministas.
[22]) Briffault, The Mothers: A Study of the Origins of Sentiments and Institutions.
[23]) P. 328.
El artículo precedente daba una idea de los esfuerzos de la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania por defender una posición internacionalista contra la guerra de 1914-18. La Unión Libre de los Sindicatos Alemanes (Freie Vereinigung Deutscher Gewerkschaften – FVDG) había sobrevivido a la guerra con unos cuantos cientos de miembros en la clandestinidad y, en las tremendas condiciones de represión brutal durante la guerra, quedaron casi siempre condenados al silencio. A finales de 1918, se precipitan los acontecimientos en Alemania. Con la activación de las luchas en noviembre de 1918, el estallido de la Revolución Rusa de Octubre de 1917 acabó prendiendo en el proletariado de Alemania.
Durante la primera semana de noviembre de 1918, la revuelta de los marinos de la flota de Kiel pone de rodillas al militarismo alemán. La FCDG escribe: “El gobierno imperial ha sido derribado, no por la vía parlamentaria y legal, sino por la acción directa; no por la papeleta sino por la fuerza de las armas de los obreros en huelga y de los soldados amotinados. Sin esperar las consignas de los jefes, han aparecido consejos obreros y consejos de soldados por doquier espontáneamente y de inmediato han empezado a quitar de en medio a las antiguas autoridades. ¡Todo el poder a los consejos de obreros y de soldados! Esta es ahora la consigna” ([1]).
Con el estallido de la oleada revolucionaria se abre para el movimiento sindicalista alemán un periodo turbulento de afluencia rápida de militantes. Eran unos 60 000 entre la revolución de noviembre de 1918 y mediados de 1919, son más de 110 000 al acabar el año. La gran radicalización política de la clase obrera a finales de la guerra empuja hacia el movimiento sindicalista revolucionario a muchos obreros que se separan de los grandes sindicatos socialdemócratas por el apoyo que éstos dieron a la política de guerra. El movimiento sindicalista revolucionario es incontestablemente el lugar de agrupación de los trabajadores íntegros y combativos.
La FVDG hace de nuevo oír su voz con la publicación de su nuevo periódico, Der Syndikalist, a partir del 14 de diciembre de 1918: “Desde primeros de agosto [de 1914] nuestra prensa fue prohibida, nuestros compañeros más destacados puestos “en detención preventiva”, fue imposible para los agitadores y uniones locales tener cualquier tipo de actividad pública. Y sin embargo, las armas del sindicalismo revolucionario son utilizadas hoy en cualquier rincón del Imperio alemán, las masas sienten instintivamente que se acabaron los tiempos de las reivindicaciones y de las peticiones para dejar paso a los tiempos en los que nosotros somos los que arrebatamos” ([2]).
Los días 26 y 27 de diciembre, Fritz Kater organiza en Berlín una conferencia en la que participan 43 sindicatos locales de la FVDG que se reorganizan tras el periodo de clandestinidad de la guerra.
La FVDG conoce su crecimiento numérico más importante en las aglomeraciones industriales y mineras de la región del Ruhr. La influencia de los sindicalistas revolucionarios es particularmente fuerte en Mülheim, obligando a los sindicatos socialdemócratas a retirarse de los consejos de obreros y de soldados el 13 de diciembre de 1918, cuando éstos rechazaron claramente su papel de representantes de los obreros para tomarlo directamente en sus manos. Partiendo de las minas de la región de Hamborn, estallan huelgas masivas de mineros dirigidas por el movimiento sindicalista revolucionario entre noviembre del 18 y febrero del 19 ([3]).
Frente a la guerra de 1914, el movimiento sindicalista revolucionario en Alemania pasó la prueba histórica: defender el internacionalismo contra la guerra a la inversa de la gran mayoría de los sindicatos que se alistaron tras los objetivos bélicos de la clase dirigente. El estallido de la revolución en 1918 plantea entonces un reto enorme: ¿cómo se organiza la clase obrera para echar abajo a la burguesía y pasar a la acción revolucionaria?
Como ya lo había hecho en Rusia en 1905 y en 1917, la clase obrera hace surgir los consejos obreros en Alemania en noviembre de 1918, marcando el nacimiento de una situación revolucionaria. El periodo que va desde la constitución de los “Localistas” en 1892 y la fundación formal de la FVDG en 1901 no se caracterizó por levantamientos revolucionarios. Contrariamente a Rusia en donde nacieron los primeros consejos obreros en 1905, la reflexión sobre los consejos fue muy abstracta en Alemania hasta 1918. Durante el entusiasmante pero breve “invierno de los consejos” de 1918-19 en Alemania, la FVDG seguía considerándose como un sindicato y como sindicato aparece en la escena de la historia. La FVDG responde sin embargo con gran entusiasmo a la situación inédita de surgimiento de los consejos. El corazón revolucionario de la mayoría de los miembros de la FVDG palpita por los consejos obreros, hasta tal punto que Der Syndikalist no 2 (21/12/1918) reivindica claramente: “¡Todo el poder a los consejos obreros y de soldados revolucionarios!”.
Pero a menudo la conciencia teórica va atrasada respecto a la intuición proletaria. A pesar de la emergencia de los consejos obreros y como si nada nuevo hubiera ocurrido, Der Syndikalist no 4 escribe que la FVDG es la única organización obrera “cuyos representantes y órganos no necesitan ponerse al día”, expresión que resume la presunción de la conferencia de reorganización de la FVDG en diciembre de 1918 y que se convirtió en lema de la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania. Se había abierto sin embargo una era de grandes cambios en la que precisamente había muchas cosas que poner al día, ¡particularmente en lo que se refiere a las formas de organización!
Para explicar las vergonzosas políticas de los principales sindicatos en apoyo a la guerra y de oposición a los consejos obreros, la FVDG tenía tendencia a satisfacerse con una media verdad y a ignorar la otra mitad. Sólo se cuestionaba la “educación socialdemócrata”. En cambio, se dejaban de lado las diferencias fundamentales entre la forma sindical y la de los consejos obreros.
Sin la menor duda, la FVDG y la organización que la sucedió, la FAUD, fueron organizaciones revolucionarias. Pero no veían que su organización procedía de gérmenes idénticos a los de los consejos obreros: la espontaneidad, la aspiración a la extensión y el espíritu revolucionario –características que van mucho más allá de la tradición sindical.
En las publicaciones de 1919 de la FVDG, resulta imposible encontrar un intento de tratar la contradicción fundamental entre tradición sindical y consejos obreros, instrumentos de la revolución. Por el contrario, veía los “sindicatos revolucionarios” como la base del movimiento de consejos: “Los sindicatos revolucionarios han de expropiar a los expropiadores […] Los consejos de obreros y los consejos de fábrica han de hacerse cargo de la dirección socialista de la producción. El poder a los consejos obreros; los medios de producción y los bienes producidos al cuerpo social. Ese es el objetivo de la revolución proletaria: el movimiento sindicalista revolucionario es el medio para lograrlo.”
Pero ¿surgía efectivamente el movimiento de los consejos en Alemania del movimiento sindical?
“Eran obreros que se habían reunido en “comités de fábrica” que actuaban como los comités de fábrica de las grandes empresas de Petrogrado en 1905, sin conocer la actividad de éstos. En julio de 1916, la lucha política no podía hacerse con los partidos políticos ni los sindicatos. Los dirigentes de esos aparatos eran enemigos de esa lucha; tras la lucha, incluso contribuyeron en la entrega a la represión de las autoridades militares de los líderes de esa huelga política. Esos ‘comités de fábrica’, aunque el término no sea totalmente exacto, pueden ser considerados como los precursores de los consejos obreros revolucionarios actuales en Alemania […] Esas luchas no fueron apoyadas ni dirigidas por los partidos y sindicatos existentes. Ahí estaban las primicias de un tercer tipo de organización, los consejos obreros” ([4]).
Así describe Richard Müller, miembro de los “Revolutionäre Obleute” (hombres de confianza revolucionarios) el “medio para lograrlo”.
Los sindicalistas de la FVDG no eran los únicos en no cuestionar la forma sindical de organización. En aquel entonces, resultaba muy difícil a la clase obrera sacar plenamente y con toda claridad todas las consecuencias que implicaba la irrupción del periodo de guerras y revoluciones. Las ilusiones sobre la forma de organización sindical, su descalabro ante la revolución habrían de ser todavía inevitable, dolorosa y concretamente sometidas a la experiencia práctica. Richard Müller, que acabamos de citar, escribía poco después, cuando los consejos obreros fueron desposeídos de su poder: “Si reconocemos la necesidad de la lucha reivindicativa cotidiana –y nadie puede ponerla en entredicho– entonces también tenemos que reconocer la necesidad de preservar a las organizaciones cuya función es llevar a cabo esas luchas, los sindicatos […] Si reconocemos la necesidad de los sindicatos existentes […] entonces hemos de examinar más adelante si los sindicatos pueden ocupar un lugar en el sistema de los consejos. En el periodo en que se pone en marcha el sistema de consejos, se ha de responder incondicional y positivamente a esa pregunta” ([5]).
Los sindicatos socialdemócratas se habían desprestigiado ante amplias masas de trabajadores y crecían las dudas sobre si podían seguir representando los intereses de la clase obrera. En la lógica de la FVDG, el dilema de la capitulación y de la quiebra histórica de la vieja forma de organización sindical se resolvía en la perspectiva de un “sindicalismo revolucionario”.
Al iniciarse la era de la decadencia del capitalismo, la imposibilidad de la lucha por reformas acaba planteando la siguiente alternativa a las organizaciones permanentes de masas de la clase obrera: o el capitalismo de Estado las integra en su aparato (como así fue tanto para las organizaciones socialdemócratas como también para sindicatos sindicalistas revolucionarios como la CGT en Francia) o las destruye (como así fue para la FAUD sindicalista revolucionaria). Entonces se plantea la cuestión de saber si la revolución proletaria no exige otras formas de organización. Con la experiencia de que hoy disponemos, sabemos que es imposible dar nuevos contenidos a formas antiguas como los sindicatos. La revolución no es únicamente una cuestión de contenido, sino también de forma. Es lo que formulaba muy justamente en diciembre de 1919 el teórico de la FAUD, Rudolf Rocker, en su aproximación contra las falsas visiones del “Estado revolucionario”: “La expresión ‘Estado revolucionario’ no puede satisfacernos. El Estado siempre es reaccionario y quien no lo entiende no ha entendido la profundidad del principio revolucionario. Cada instrumento posee una forma adaptada al fin que contiene, y así es también para las instituciones. Las pinzas del herrero no sirven para arrancar dientes y con las pinzas del dentista no se pueden fabricar herraduras” ([6]).
Es exactamente lo que, por desgracia, no puso en práctica de forma consecuente el movimiento sindicalista revolucionario sobre la forma de organización.
Para castrar políticamente el espíritu del sistema de los consejos obreros, los socialdemócratas y sus sindicatos al servicio de la burguesía empezaron hábilmente a socavar desde el interior los principios de organización autónoma de la clase obrera. Eso fue posible porque los consejos obreros, que habían surgido de las luchas de noviembre de 1918, ya habían perdido su fuerza y su dinamismo con el primer reflujo de la revolución. El primer Congreso de los Consejos del 16 al 20 de diciembre de 1918, influenciado hábilmente por el SPD que se apoyaba en las ilusiones persistentes de la clase obrera sobre la democracia, se desarmó totalmente al abandonar su poder proponiendo la elección de una Asamblea Nacional.
Tras la oleada de huelgas en el Ruhr durante la primavera de 1919, se propuso, a iniciativa del gobierno SPD, instaurar “comités de empresa” en las fábricas –representantes de hecho de la mano de obra que cumplían ni más ni menos las misma función de negociación y de colaboración con el Capital que los sindicatos tradicionales. Con el apoyo de los responsables del Partido Socialdemócrata y de los sindicatos, Gustav Bauer y Alexander Schlicke, los comités de empresa fueron definitivamente legalizados por la constitución burguesa del Estado alemán en febrero de 1920.
Había que inculcar en la clase obrera la ilusión de que su espíritu combativo dirigido hacia los consejos se podía encarnar en esa forma de representación directa de los intereses obreros.
“Los comités de empresa están concebidos para gestionar cualquier problema relacionado con el empleo y los asalariados. Les incumbe asegurar el crecimiento de la producción en la empresa y eliminar cualquier obstáculo que pueda impedirlo […] Los comités de distrito, en colaboración con las direcciones, rigen y supervisan la productividad del trabajo en el distrito, así como el reparto de las materias primas” ([7]).
Después de la represión sangrienta contra la clase, la integración democrática en el Estado debía rematar la faena de la contrarrevolución. De forma aún más directa que con los sindicatos y vinculados más estrechamente a las empresas, esos comités venían a completar in situ la colaboración con el Capital.
Durante la primavera de 1919, la prensa de la FVDG tomó posición con valentía y claridad contra esa maniobra de comités de empresa: “El Capital y el Estado ya sólo admiten a los comités obreros que ahora se llaman comités de empresa. El comité de empresa no pretende representar únicamente los intereses de los trabajadores, sino también los de la empresa. Y como esas empresas son la propiedad de capital privado o de Estado, los intereses de los trabajadores deben someterse a los intereses de los explotadores. O sea que el comité de empresa defiende la explotación de los trabajadores, los anima a proseguir dócilmente el trabajo como esclavos asalariados […] Los medios de lucha de los sindicalistas revolucionarios son incompatibles con las funciones de los comités de empresa” ([8]).
Esa actitud la comparten ampliamente los sindicalistas revolucionarios, porque por un lado los comités de empresa aparecen de forma evidente por lo que son, o sea instrumentos de la socialdemocracia, y por otra parte porque la combatividad del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania todavía no había sido quebrantada. La ilusión de “haber ganado algo” y de “haber superado una etapa concreta” tenía poco peso en 1919 en las fracciones mas determinadas del proletariado, ya que la clase obrera todavía no había sido derrotada ([9]).
Más adelante, tras el declive del movimiento revolucionario a partir de 1921, no es sorprendente, por lo tanto, que surgieran, en la FAUD sindicalista revolucionaria, debates animados durante todo un año sobre la participación en las elecciones de los comités de empresa. Una minoría defendió que ya era hora de establecer “un vínculo con las masas laboriosas para provocar luchas masivas en las situaciones más favorables” ([10]) participando en los comités de empresa legalizados. La FVDG, como organización, se negó a comprometerse en “la vía muerta de los comités de empresa destinados a neutralizar la idea revolucionaria de los consejos”, según la expresión del militante August Beil. Es la posición que predominó hasta noviembre de 1922 cuando, debido a la impotencia nacida de la derrota de la revolución, el XIV Congreso de la FAUD la atenuó, dándoles a sus miembros el derecho de participar en las elecciones de los comités de empresa.
El levantamiento de la clase obrera en Alemania provocó espontáneamente un impulso solidario en la clase obrera, como en Octubre de 1917. La solidaridad con la lucha de la clase obrera en Rusia había sido, sin lugar a dudas, una referencia importante para el movimiento sindicalista revolucionario en Alemania, compartida internacionalmente con otros revolucionarios. La Revolución Rusa, debido a los levantamientos revolucionarios en otros países, todavía contenía una perspectiva revolucionaria en 1918-19 y no había sucumbido a su degeneración interior. Para defender a sus hermanos de clase en Rusia y en contra de la política del SPD y de los sindicatos socialdemócratas, la FVDG denunció en su segundo número de Der Syndikalist, “que ningún medio les era demasiado asqueroso, ningun arma demasiado innoble para seguir calumniando a la Revolución Rusa y sus consejos de obreros y de soldados” ([11]).
A pesar de las muchas reservas sobre las ideas de los bolcheviques, muchas de ellas con fundamento, los sindicalistas revolucionarios seguían siendo solidarios con la Revolución Rusa. Hasta el mismo Rudolf Rocker, teórico influyente en la FVDG y crítico vehemente de los bolcheviques, llamó en diciembre de 1919, en su famoso discurso pronunciado cuando la presentación de la declaración de principios de la FAUD, a manifestar la solidaridad con la Revolución Rusa: “Apoyamos unánimes a la Rusia soviética en su defensa heroica contra las potencias Aliadas y los contrarrevolucionarios, y eso no porque seríamos bolcheviques, sino porque somos revolucionarios”.
A pesar de que los sindicalistas revolucionarios en Alemania tuvieran sus reservas tradicionales con respecto al “marxismo” que “quiere conquistar el poder político”, cosa que también sospechaban de la Liga Espartaco, defendían claramente, sin embargo, la acción común con todas las organizaciones revolucionarias: “El sindicalismo revolucionario considera entonces inútil la división del movimiento obrero, quiere la concentración de las fuerzas. De momento, recomendamos a nuestros miembros actuar en común sobre las cuestiones económicas y políticas con los grupos más de izquierdas del movimiento obrero: los Independientes y la Liga Espartaco. Advertimos sin embargo contra cualquier tipo de participación en el circo de las elecciones en la Asamblea Nacional” ([12]).
La revolución de noviembre de 1918 no fue obra de una organización política particular, como la Liga Espartaco o los Revolutionnäre Obleute (los delgados sindicales revolucionarios), a pesar de que éstos adoptaron en las jornadas de noviembre la posición más clara y la mayor voluntad de acción. Fue un levantamiento del conjunto de la clase obrera que expresó, durante un corto tiempo, su unidad potencial. Una de las expresiones de esa unidad fue el fenómeno bastante corriente de la doble afiliación a la Liga Espartaco y a la FVDG: “En Wuppertal, los militantes de la FVDG se afiliaron en un primer tiempo al Partido Comunista. Una lista hecha en abril 1919 por la policía sobre los comunistas de Wuppertal contiene los apellidos de todos los futuros miembros principales de la FAUD” ([13]).
En Mülheim se publicó a partir del primero de diciembre de 1918 el periódico Die Freheit, “Órgano de defensa de los intereses del conjunto del pueblo del trabajo. Órgano de publicación de los Consejos de obreros y de soldados”, editado en común por sindicalistas revolucionarios y miembros de la Liga Espartaco.
En el movimiento sindicalista revolucionario existía desde principios de 1919 una tendencia pronunciada a la unión con otras organizaciones de la clase obrera: “No están siempre unidos, siguen divididos, no son todos todavía verdaderos socialistas en pensamiento y actitud honrada y siguen sin estar unitaria e indisociablemente asociados por la maravillosa cadena de solidaridad proletaria. Siguen divididos entre socialistas de derechas y de izquierdas, espartaquistas y demás. La clase obrera ha de acabar con la grosera absurdez del particularismo político” ([14]).
Esta amplitud de miras reflejaba la situación de gran heterogeneidad política, cuando no de confusión, que reinaba en una FVDG que acababa de conocer un crecimiento numérico muy rápido. Su cohesión interna reposaba más sobre las bases de la solidaridad obrera, como lo ilustra la caracterización que hace sin discriminación de todos los “socialistas”, que sobre una clarificación programática o una demarcación con respecto a las demás organizaciones proletarias.
La actitud solidaria con la Liga Espartaco se desarrolló en las filas de los sindicalistas revolucionarios tras el asesinato de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg durante la guerra y prosiguió hasta el otoño de 1919. Pero no permitió sin embargo asentar una historia común. Más bien predominó una desconfianza recíproca hasta el periodo de la Conferencia de Zimmerwald en 1915. Lo que favoreció principalmente el acercamiento fue la clarificación política, madurada en el seno de la clase obrera en su conjunto y en sus organizaciones revolucionarias durante la revolución de noviembre, sobre el rechazo de la democracia burguesa y del parlamentarismo. El movimiento sindicalista revolucionario en Alemania, que ya había rechazado desde hacía mucho tiempo el sistema parlamentario, consideraba esa posición como su patrimonio propio. La Liga Espartaco, que tomó muy claramente posición contra las ilusiones de la democracia, consideraba por su parte a la FVDG como la organización más cercana a ella en Alemania.
De vuelta del internamiento en Inglaterra durante la guerra, Rudolf Rocker, anarquista sindicalista revolucionario fuertemente influido por las ideas de Kropotkin, se afilió a la FVDG en marzo de 1919. Él fue quien iba a encargarse de la orientación política del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania después de diciembre de 1919, y desde un principio “no compartía los llamamientos lanzados a los camaradas para apoyar el ala izquierda del movimiento socialista, los independientes, los espartaquistas, como tampoco la intervención del periódico en favor de la ‘dictadura del proletariado’” ([15]).
A pesar de las divergencias respecto a la Liga Espartaco entre Rocker y la tendencia en torno a Fritz Kater, Carl Windhoff y Karl Roche, tendencia que tenia la mayor influencia en la FVDG durante los primeros meses de la Revolución de 1918-19, no sería exacto hablar de lucha de tendencias en la FVDG en aquel entonces como sí que las habrá en el futuro, particularmente en la FAUD a partir de 1920, como síntoma de la derrota de la Revolución alemana. En aquel entonces no existía ninguna tendencia significativa entre los sindicalistas revolucionarios que quisiera a priori desmarcarse del KPD. Al contrario, la búsqueda de una unidad de acción con los espartaquistas es el fruto de la dinámica hacia la unidad de las luchas obreras y de la “presión de la base” de ambas corrientes durante las semanas y los meses durante los cuales la revolución parecía estar al alcance de la mano. Fueron las dolorosas derrotas del levantamiento prematuro de enero del 19 en Berlín y el aplastamiento consecutivo de la oleada de huelgas de abril en el Ruhr, apoyada por los sindicalistas revolucionarios, el KPD y el USPD que, debido al sentimiento inducido de frustración, provocó recriminaciones mutuas y emocionales que expresaban la inmadurez en ambos lados.
La “alianza formal” con Espartaco y el Partido Comunista acabaría pues rompiéndose a partir del verano de 1919. La responsabilidad la tuvo menos la FVDG que la actitud agresiva que empezó a adoptar el KPD con respecto a los sindicalistas revolucionarios.
La FVDG publicó durante la primavera de 1919 un folleto redactado por Roche, ¿Qué quieren los sindicalistas revolucionarios?, que sirvió de programa y de texto de orientación hasta diciembre. Resulta difícil juzgar el movimiento sindicalista revolucionario considerando un solo texto, debido a la coexistencia de ideas diferentes en su seno. No obstante, ese programa es de por sí un jalón, y en varios aspectos una de las tomas de posición más acabadas del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania. A pesar de las dolorosas experiencias pasadas en su historia con los socialdemócratas y de la consiguiente y permanente demonización de la política ([16]), acaba concluyendo: “La clase obrera ha de hacerse dueña de la economía y de la política” ([17]).
La fuerza de las posiciones defendidas por la FVDG con ese programa en la clase obrera de Alemania durante esa primavera está en otro aspecto: su actitud respecto al Estado, a la democracia burguesa y al parlamentarismo. Hace específicamente referencia a la descripción que hace Friedrich Engels del Estado como producto de la sociedad dividida en clases: “Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; […] es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables […]. Así pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad”, ni un instrumento de la clase dirigente creado arbitrariamente por ella. La FVDG llama consecuentemente a la destrucción del Estado burgués.
Al tomar esa posición en una época en que la socialdemocracia era el arma más insidiosa de la contrarrevolución, la FVDG ponía el dedo en un punto neurálgico. En contra de la farsa del SPD que quería someter a los consejos obreros integrándolos en el parlamento burgués, su programa afirmaba: “El socialismo socialdemócrata sí necesita un Estado. Y un Estado que podría utilizar otros medios contra la clase obrera que los del Estado capitalista […] Será fruto de una revolución proletaria hecha a medias y el blanco de la revolución proletaria total. Porque hemos entendido el carácter del Estado y porque sabemos que la dominación política de las clases poseedoras tiene sus raíces en su potencia económica también sabemos que no hemos de luchar para conquistar el Estado, sino para eliminarlo”.
Karl Roche también intentó formular en el programa de la FVDG las lecciones fundamentales de las jornadas de noviembre y diciembre de 1918, que fueron mucho más lejos que el rechazo rebelde o individualista del Estado que se presta equivocadamente a los sindicalistas revolucionarios, desenmascarando claramente en su esencia el sistema de la democracia burguesa: “La democracia no es la igualdad, sino la utilización demagógica de una comedia de igualdad […] Cuando enfrentan a los obreros, los poseedores siempre tienen los mismos intereses […] Los trabajadores sólo tienen intereses comunes entre ellos, nunca con la burguesía. En eso, la democracia es un absurdo total […] La democracia es una de las consignas más peligrosas en boca de los demagogos que cuentan con la pereza y la ignorancia de los asalariados […] Las democracias modernas en Suiza, Francia y Norteamérica no son sino una hipocresía capitalista democrática bajo su forma más repugnante”. Frente a las trampas de la democracia, esa formulación sigue siendo tan pertinente hoy como entonces.
Podemos hacer muchas críticas al programa del FVDG de la primavera de 1919, en particular varias ideas sindicalistas revolucionarias clásicas que no compartimos tales como “la autodeterminación entera” o “el federalismo”. Pero en cuanto a puntos que en aquel entonces fueron cruciales, como el rechazo del parlamentarismo, el programa redactado por Roche fue sin concesiones: “Pasa con el parlamentarismo lo mismo que con la socialdemocracia: si la clase obrera quiere luchar por el socialismo, ha de rechazar la burguesía como clase. No ha de dejarle ningún derecho al poder, no ha de votar ni tratar con ella. Los consejos obreros son los parlamentos de la clase obrera […] No son parlamentos burgueses, sino la dictadura del proletariado que impondrá el socialismo”.
Y era en aquel momento en que el Partido Comunista retrocedía en sus claras posiciones iniciales contra el parlamentarismo y el trabajo en los sindicatos socialdemócratas, empezando a irse dramáticamente hacia posiciones anteriores a su congreso fundador.
Unos meses después, en diciembre de 1919, la declaración de principios de la FAUD insistía en puntos diferentes. Karl Roche, que había influido determinantemente en el programa de la FVDG desde principios de la guerra, se afiliaba a la AAU en diciembre de 1919.
Durante la revolución de noviembre de 1918, muchos puntos comunes acercaron a los revolucionarios de la FVDG sindicalista revolucionaria con la Liga Espartaco: la referencia al levantamiento de la clase obrera en Rusia del 17, la reivindicación de todo el poder a los consejos obreros, el rechazo de la democracia y el parlamentarismo, así como un evidente rechazo de la socialdemocracia y de sus sindicatos. ¿Cómo explicar entonces que durante el verano de 1919 empezara un ajuste de cuentas entre ambas corrientes que habían compartido tantas cosas?
Varios factores pueden determinar el fracaso de una revolución: la debilidad de la clase obrera y el peso de sus ilusiones o el aislamiento de la revolución. En Alemania de 1918-19, fue sobre todo su experiencia lo que permitió a la burguesía, mediante la socialdemocracia, sabotear el movimiento desde el interior, fomentar ilusiones democráticas, precipitar a la clase obrera en la trampa de sublevaciones aisladas y prematuras como en enero del 19 y eliminar, asesinándolos, tanto a sus revolucionarios más esclarecidos como a miles de sus miembros más comprometidos.
Tras el aplastamiento de la huelga de abril de 1919 en el Ruhr, las polémicas entre sindicalistas revolucionarios y KPD muestran de ambos lados el mismo intento de buscar las razones del fracaso de la revolución en los demás revolucionarios. Roche ya había caído en esa tendencia desde abril cuando, en la conclusión del programa de la FVDG, afirmaba “… no dejar a los espartaquistas dividir a la clase obrera”, metiéndolos confusamente en el mismo saco que los “socialistas de derechas”. A partir del verano de 1919, en un ambiente de frustración debido a los fracasos de la lucha de clases, se vuelve de moda en la FVDG hablar de los “tres partidos socialdemócratas” –o sea el SPD, el USPD y el KPD–, ataque polémico que ya no hacía la menor distinción entre las organizaciones contrarrevolucionarias y las organizaciones proletarias.
El Partido Comunista (KPD) publicó en agosto un folleto sobre los sindicalistas revolucionarios cuya argumentación es igual de lamentable. Ahora consideraba la presencia de sindicalistas revolucionarios en sus filas como una amenaza para la revolución: “Los sindicalistas -revolucionarios empedernidos han de entender por fin que no comparten con nosotros lo fundamental. Ya no podemos consentir que nuestro partido se convierta en campo de juego para gente que propaga todo tipo de ideas ajenas a las del partido” ([18]).
La crítica del Partido Comunista de los sindicalistas revolucionarios tiene tres ejes: la cuestión del Estado y de la organización económica tras la revolución, la táctica y la forma de organización –o sea retoma los debates clásicos con la corriente sindicalista revolucionaria–. Aunque el Partido Comunista tenga razón cuando concluye: “Durante la revolución, la importancia de los sindicatos para la lucha de clases va decayendo. Los consejos obreros y los partidos políticos se convierten en los protagonistas y dirigentes exclusivos de la lucha”.
La polémica con los sindicalistas revolucionarios saca sobre todo a la luz las debilidades del Partido Comunista dirigido por Levi, o sea tanto una fijación sobre la conquista del Estado: “pensamos que necesariamente utilizaremos el Estado tras la revolución. La revolución significa precisamente en primer lugar la toma de poder en el Estado”, como la idea errónea que la coerción puede ser un medio para llevar a cabo la revolución: “Repitamos con la Biblia y los rusos: quienes no trabajan no comen. Los que no trabajan sólo recibirán lo que los activos no necesiten”, el coqueteo con la actividad parlamentaria: “nuestra actitud hacia el parlamentarismo demuestra que planteamos la cuestión de la táctica de forma diferente que los sindicalistas revolucionarios […] Y como la vida del pueblo existe, cambia, o sea que es un proceso que toma en permanencia nuevas formas, toda nuestra estrategia también ha de adaptarse permanentemente a las nuevas condiciones”, para acabar considerando el debate político permanente, en particular sobre cuestiones fundamentales, como algo que no tiene nada de positivo: “Hemos de tomar medidas contra los que dificultan la planificación de la vida del partido. El partido es una comunidad unida de lucha y no un club de discusiones. No podemos continuamente tener discusiones sobre las formas de organización y demás.”
El Partido Comunista intentaba de esta forma librarse de los sindicalistas revolucionarios miembros de sus filas. En junio de 1919, en su ¡Llamamiento a los sindicalistas revolucionarios del Partido Comunista!, a pesar de presentarlos como gente “con aspiraciones revolucionarias honradas”, define sin embargo su combatividad como un peligro de tendencia al golpismo y les plantea un ultimátum: o se organizan en partido estrictamente centralizado, o “el Partido Comunista de Alemania –que no puede tolerar en sus filas miembros que, en su propaganda por la palabra, lo escrito y la acción, actúan contrariamente a sus principios– se verá obligado de excluirlos.” Habida cuenta que las confusiones y la dilución de las posiciones del Congreso de fundación del Partido Comunista se estaban abriendo paso en su seno, ese ultimátum sectario revela más bien la impotencia ante el reflujo de la oleada revolucionaria en Alemania, un ultimátum que alejó al Partido Comunista del contacto vivo con las partes más combativas del proletariado. La pugna entre el KPD y los sindicalistas revolucionarios durante el verano de 1919 también pone de relieve que la atmosfera de derrota y las tendencias reforzadas al activismo forman una mezcla desfavorable para la clarificación política.
El ambiente del verano de 1919 en Alemania se caracterizaba tanto por la gran desilusión debida a la derrota como por la radicalización de ciertas partes de la clase obrera. Los sindicatos socialdemócratas sufrieron la deserción de masas de obreros que iban hacia la FVDG, que por su parte duplicó el número de sus miembros.
También empezó a desarrollarse, además del sindicalismo revolucionario, otra corriente en contra de los sindicatos tradicionales. En la región del Ruhr nacieron la Allgemeine Arbeiter Union-Essen (AAU-E : Unión General de Trabajadores – Essen) y la Allgemeine Bergarbeiter Union (Unión General de Mineros), influidos por fracciones de Radicales de izquierda del Partido Comunista de Hamburgo, y apoyados por la propaganda activa de grupos cercanos a los International Workers of the World (IWW) norteamericanos en torno a Karl Dannenberg, en Brunswick. Contrariamente a la FVDG sindicalista revolucionaria, las Uniones querían abandonar el principio mismo de organización sindical por ramas de industria para agrupar a la clase obrera por empresas enteras en “organizaciones de lucha”. Desde su punto de vista, eran ahora las empresas las que ejercían su fuerza y poseían un poder en la sociedad, de modo que era de las fábricas de donde podía sacar la clase obrera su fuerza cuando se organiza adecuadamente según esa realidad. Las Uniones buscaban entonces una mayor unidad y consideraban a los sindicatos como una forma históricamente obsoleta de la organización de la clase obrera. Se puede decir que las Uniones eran en cierto modo una respuesta de la clase obrera a la pregunta sobre las nuevas formas de organización: precisamente la misma pregunta que la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania procuraba y sigue procurando no hacerse hoy ([19]).
Resulta imposible en este texto desarrollar debidamente la naturaleza de las Uniones, que no eran ni consejos obreros, ni sindicatos, ni partidos. Habrá que hacer un texto específico sobre el tema.
Durante esa fase, resulta a menudo difícil distinguir precisamente las corrientes unionista y sindicalista revolucionaria. En ambas corrientes existen reticencias con respecto a los “partidos políticos”, a pesar de que las Uniones estaban en resumidas cuentas mucho más cerca del Partido Comunista. Ambas tendencias eran expresión directa de las fracciones más combativas de la clase obrera en Alemania, luchaban contra la socialdemocracia y preconizaron, por lo menos hasta finales de 1919, el sistema de consejos obreros.
Durante la primera fase, que va desde el invierno 1919-20, la corriente unionista en la región del Ruhr se incorporó al movimiento sindicalista revolucionario, más potente, en la Conferencia “de fusión” de los 15-16 de septiembre en Dusseldorf. Fue así como los Unionistas participaron en la fundación de la Freie Arbeiter Union (FAU) de Renania-Westfalia. Esa Conferencia fue la primera etapa hacia la creación de la FAUD, que se concretó tres meses después. La FAU Renania-Westfalia, en su contenido, era una mezcla de sindicalismo revolucionario y de unionismo. Las líneas directrices adoptadas afirmaban que: “… la lucha económica y política ha de ser asumida con firmeza y decisión por los trabajadores” y que: “como organización económica, la FAU no tolera la menor política de partido en sus reuniones, dejando a cada uno de sus miembros la apreciación de alistarse en los partidos de izquierdas y de comprometerse en ellos si lo consideran necesario” ([20]).
La Allgemeine Arbeiter Union-Essen y la Allgemeine Bergarbeiter Union se saldrán en gran parte de la alianza con los sindicalistas revolucionarios poco antes de la fundación de la FAUD en diciembre.
El crecimiento rápido de la FVDG durante el verano y el otoño de 1919, la propagación del movimiento sindicalista revolucionario por Turingia, Sajonia, Silesia, Sur de Alemania, las regiones costeras de los mares del Norte y Báltico, exigían una estructuración del movimiento a nivel nacional. El XIIº Congreso de la FVDG, que se celebró del 27 al 30 de diciembre en Berlín y en el que participaron 109 delegados, se transformó en Congreso de fundación de la FAUD.
Ese Congreso es a menudo citado como el Congreso del “giro” del sindicalismo revolucionario alemán hacia el anarcosindicalismo, o como el inicio de la era Rudolf Rocker –etiqueta que utilizan en particular los adversarios categóricos del sindicalismo revolucionario que ven en él un “paso adelante en sentido negativo”. Se tiende a señalar con el dedo ese Congreso de fundación de la FAUD como el de la apología del federalismo, de la despedida a la política, del rechazo de la dictadura del proletariado y del retorno al pacifismo. Esa visión no hace sin embargo justicia a la FAUD de diciembre del 19. “Alemania es El Dorado de las consignas políticas. Se echan discursos a bombo y platillo, emborrachándose con el ruido sin darse cuenta de lo que significan”, comenta Rocker (que citamos más abajo) en su discurso sobre la Declaración de Principios hablando de las acusaciones contra los sindicalistas revolucionarios.
Es evidente que las ideas de Rocker, anarquista que se mantuvo en su internacionalismo durante la guerra y fue redactor de la Declaración de Principios, tuvieron una notable influencia en la FAUD, reforzadas por su presencia física en sus filas. Pero la fundación de la FAUD expresa ante todo la popularidad de las ideas sindicalistas revolucionarias en la clase obrera en Alemania e indican una clara demarcación con respecto al Partido Comunista y al unionismo recién nacido. Las posiciones fuertes que había propagado la FVDG desde finales de la guerra, la expresión de su solidaridad con la Revolución Rusa, el rechazo explícito de la democracia burguesa y de cualquier forma de actividad parlamentaria, el rechazo de todas “las fronteras políticas y nacionales trazadas arbitrariamente”, estaban reafirmadas en la Declaración de Principios. La FAUD se situaba así en el terreno de las posiciones revolucionarias.
Si se compara con el programa de la FVDG de la primavera de 1919, el Congreso toma más distancia crítica respecto al entusiasmo de la perspectiva de los consejos obreros. El debilitamiento de los consejos obreros en Rusia era para el Congreso la marca del peligro global latente contenido en los “partidos políticos” y era la prueba de que la forma de organización sindical era más resistente y defendía mejor la idea de los consejos ([21]). La pérdida de su poder por parte de los consejos obreros en Rusia en aquel entonces era efectivamente una realidad y los bolcheviques habían contribuido trágicamente en ello. Pero lo que no veía la FAUD en su análisis, era sencillamente el obstáculo del aislamiento internacional de Rusia que iba a conducir inevitablemente a la asfixia de la vida de la clase obrera.
“Se nos combate principalmente, a nosotros los sindicalistas revolucionarios, porque somos partidarios declarados del federalismo. Se nos dice que los federalistas crean división en las luchas obreras”, dice Rocker. La aversión de la FAUD al centralismo y su compromiso en favor del federalismo no se fundaban en una visión fragmentada de la lucha de clases. La realidad y la vida del movimiento sindicalista revolucionario tras la guerra muestran con creces su compromiso en favor de la unidad y la coordinación de la lucha. El rechazo exagerado de la centralización tenía sus raíces en el traumatismo provocado por la capitulación de la socialdemocracia: “Los comités centrales mandaban desde arriba, las masas obedecían. Luego vino la guerra. El partido y los sindicatos se confrontaron a un hecho consumado: debían defender la guerra para salvar a la patria. Desde entonces, la defensa de la patria fue un deber socialista, y las mismas masas que protestaban contra la guerra una semana antes estaban ahora a favor de la guerra, obedeciendo a sus comités centrales. Eso demuestra las consecuencias morales del sistema de la centralización. La centralización, es la extirpación de la conciencia del cerebro del hombre, y nada más. Es la muerte del sentimiento de independencia”.
Para muchos compañeros de la FAUD, el centralismo era en su esencia un método heredado de la burguesía en “la organización de la sociedad de arriba hacia abajo, para mantener los intereses de la clase dominante”. Estamos totalmente de acuerdo con la FAUD de 1919 cuando dice que son la vida política y la iniciativa de la clase obrera “desde abajo” las portadoras de la revolución proletaria. La lucha de la clase obrera ha de ser llevada de forma solidaria, y en ese sentido siempre engendra espontáneamente una dinámica a la unificación del movimiento, o sea a su centralización por medio de delegados elegidos y revocables. “El Dorado de las consignas políticas” llevó a la mayoría de los sindicalistas revolucionarios de la FAUD a adoptar la consigna del federalismo, una etiqueta que no representaba la verdadera tendencia existente cuando se fundó.
¿Rechazó efectivamente el Congreso de fundación de la FAUD la idea de “dictadura del proletariado”?: “Si cuando se habla de dictadura del proletariado se entiende el control de la máquina estatal por un partido, si sólo se entiende la aparición de un nuevo Estado, entonces los sindicalistas revolucionarios son los enemigos declarados de semejante dictadura. Si al contrario significa que la clase obrera va a obligar a las clases dominantes a renunciar a sus privilegios, si no se trata de una dictadura de arriba abajo sino de la repercusión de la revolución de abajo hacia arriba, entonces los sindicalistas revolucionarios son partidarios y representantes de la dictadura del proletariado” ([22]).
¡Estamos totalmente de acuerdo! La reflexión crítica sobre la dictadura del proletariado, asociada entonces a la situación dramática en Rusia, era una cuestión legítima a causa de los riesgos de degeneración interna de la revolución en Rusia. Todavía no era posible sacar el balance de la Revolución Rusa en diciembre del 19. Las aserciones de Rocker fueron como un indicador de las contradicciones ya perceptibles y el inicio de un debate que durará años en el movimiento obrero sobre las razones del fracaso de la oleada revolucionaria mundial tras la Primera Guerra Mundial. Esas dudas no aparecieron por casualidad en una organización como la FAUD, que iba a fluctuar con los altibajos de la vida misma “en la base” de la clase obrera.
Tampoco corresponde a la realidad la acusación que se hace del Congreso de fundación de la FAUD como “etapa hacia el pacifismo”, lo que sí hubiera significado sin duda alguna un sabotaje de la determinación de la clase obrera. Al igual que en la discusión sobre la dictadura del proletariado, los debates sobre la violencia en la lucha de clases fue más bien el indicador de un verdadero problema al que se enfrentaba la clase obrera a nivel internacional. ¿Cómo se puede mantener el impulso de la oleada revolucionaria cuando ésta marca el paso y cómo romper el aislamiento de la clase obrera en Rusia? Tanto en Rusia como en Alemania, fue inevitable para la clase obrera la necesidad de tomar las armas para defenderse contra los ataques de la clase dominante. Pero la extensión de la revolución por medios militares, incluso la famosa “guerra revolucionaria” era imposible, si no absurda. En Alemania particularmente, la burguesía intentaba con perfidia provocar militarmente al proletariado. Rocker argumenta, contra Krohn, un defensor del Partido Comunista: “La esencia de la revolución no reside en la utilización de la violencia, sino en la transformación de las instituciones económicas y políticas. En sí, la violencia no tiene nada de revolucionario sino que es reaccionaria al grado más álgido […] Las revoluciones son la consecuencia de una gran transformación espiritual en las opiniones de los seres humanos. No pueden realizarse arbitrariamente por la fuerza de las armas […] Sin embargo se ha de reconocer que la violencia es un medio de defensa, cuando las mismas condiciones nos niegan las demás posibilidades”.
Los acontecimientos trágicos de Kronstadt en 1921 confirmaron que la actitud crítica contra la idea de que las armas podrían salvar la revolución no tiene nada que ver con el pacifismo. La FAUD, tras su Congreso fundador, no tuvo nada que ver con el pacifismo. Los sindicalistas revolucionarios componían una gran parte del Ejército Rojo del Ruhr que se levantó contra el golpe de Kapp durante la primavera de 1920.
Hemos hecho resaltar en este artículo los puntos fuertes de los sindicalistas revolucionarios en Alemania en 1918-19 dejando de lado deliberadamente las críticas. La historia del movimiento sindicalista revolucionario durante la Revolución Alemana muestra que del destino de las organizaciones proletarias no depende fundamentalmente de la influencia de miembros carismáticos, sino del curso de la lucha de clases del que es producto. Es lo que nos mostrará el periodo que va desde finales de los años 20 hasta el triunfo de Hitler en 1933 y la destrucción de la FAUD.
Mario, 16 de junio del 2012
[1]) Der Syndikalist no 1: “Was wollen die Syndikalisten? Der Syndikalismus lebt!”, 14 de diciembre de 1918.
[2]) Ibídem.
[3]) Véase Ulrich Klan, Dieter Nelles, Es lebt noch eine Flamme, Ed. Trotzdem Verlag.
[4]) Richard Müller, 1918: Räte in Deutschland.
[5]) Richard Müller, Hie Gewerkschaft, hie Betriebsorganisation!‘, 1919.
[6]) R. Rocker, Discurso de presentación de la Declaración de Principios de la FAUD.
[7]) Protokoll der Ersten Generalversammlung des Deutschen Eisenbahnerverbandes en Jena, 25-31 de mayo de 1919, p. 244.
[8]) Der Syndikalist no 36, “Betriebsräte und Syndikalismus“, 1919.
[9]) Además de que seguía existiendo la ilusión de que los comités de fabrica podían ser “socios de negociación” con el capital, también existía la de la posibilidad de “socialización” inmediata, o sea la nacionalización de las minas y de las fabricas, que emanaba del Ruhr en Essen y que también estaba presente en las filas de los sindicalistas revolucionarios. Esa debilidad, común en el conjunto de la clase obrera en Alemania, era ante todo la expresión de su impaciencia. El gobierno Ebert creó a nivel nacional el 4 de diciembre 1918 una comisión para la socialización compuesta por representantes del Capital y conocidos socialdemócratas como Kautsky e Hilferding. Su objetivo declarado era el mantenimiento de la producción mediante las nacionalizaciones.
[10]) Véase sobre el tema los debates del XV Congreso de la FAUD en 1915.
[11]) Der Syndikalist no 2, “Verschandelung der Revolution“, 21 diciembre 1918.
[12]) Der Syndikalist no 1, “Was wollen die Syndikalisten? Der Syndikalismus lebt!”, 14 diciembre 1918.
[13]) Ulrich Klan, Dieter Nelles, Es lebt noch eine Flamme, Ed Trotzdem Verlag, p. 70.
[14]) Karl Roche, in Der Syndikalist no 13, “Syndikalismus und Revolution”, 29 marzo 1919
[15]) Rudolf Rocker, Aus den Memoiren eines deutschen Anarchisten, Ed Suhrkamp, p. 287.
[16]) Roche escribe: “La política de partido es el método burgués de lucha para acapararse el producto del trabajo arrebatado a los obreros […] Los partidos políticos burgueses y los parlamentos son complementarios, ambos son una traba para la lucha de clase del proletariado y generan confusión”, como si no fuera posible la existencia de partidos revolucionarios de la clase obrera. ¿Qué pasa entonces con el compañero de lucha, la Liga Espartaco, que era un partido político?
[17]) Was wollen die Syndikalisten? Programm, Ziele und Wege der “Freien Vereinigung deutscher Gewerkschaften”, marzo de 1919.
[18]) Syndikalismus und Kommunismus, F. Brandt, KPD-Spartakusbund, agosto de 1919.
[19]) En realidad, las secciones de la FAU en Alemania tal como existen hoy desempeñan más bien desde hace décadas un papel de grupo político que de sindicato, expresándose sobre cantidad de cuestiones políticas sin limitarse para nada a la “lucha económica”, lo que nos parece muy positivo mas allá de saber si estamos o no de acuerdo con el contenido de sus tomas de posición.
[20]) Der Syndikalist, no 42, 1919.
[21]) A pesar de su desconfianza con respecto a los partidos políticos existentes, Rocker afirmaba claramente que “la lucha no es únicamente económica, sino que ha de ser una lucha política. Decimos lo mismo. Solo rechazamos la actividad parlamentaria, de ninguna forma la lucha política en general […] Hasta la huelga general es una arma política así como la propaganda antimilitarista de los sindicalistas revolucionarios, etc.”. El rechazo teorizado de la lucha política no predominaba en la FAUD de entonces, a pesar de que su forma de organización estuviese claramente concebida para la lucha económica.
[22]) Rocker, Der Syndikalist, no 2, 1920.
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint148_web.pdf
[2] https://es.internationalism.org/rint147-editorial
[3] https://fr.internationalism.org/node/5030
[4] https://es.internationalism.org/taxonomy/term/346
[5] https://fr.internationalism.org/ri373/bresil.html
[6] https://es.internationalism.org/ccionline/2006_dosrpbrasil
[7] https://fr.internationalism.org/rint11/periode_de_transition.htm
[8] https://fr.internationalism.org/rinte15/pdt.htm
[9] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja2.htm
[10] https://es.internationalism.org/en/tag/21/488/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[11] https://es.internationalism.org/en/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado
[12] https://www.regards-citoyens.com/
[13] https://www.imf.org/~/media/Websites/IMF/imported-flagship-issues/external/french/pubs/ft/weo/2011/01/pdf/_textfpdf.ashx
[14] https://fr.wikipedia.org/wiki/Financiarisation
[15] https://es.internationalism.org/ap/2000s/2010s/2012/222_crisis
[16] https://www.lexinter.net/JF/financiarisation_de_l&
[17] https://www.piie.com/publications/chapters_preview/6222/01iie6222.pdf
[18] https://www.persee.fr/doc/reco_0035-2764_1959_num_10_2_407351
[19] https://www.insee.fr/fr/statistiques
[20] http://www.ihs.cgt.fr/IMG/pdf_Guy_Caire_-_La_rupture-_les_decennies_1960-1980_des_trente_glorieuses_aux_trente_piteuses.pdf
[21] https://www.google.fr/publicdata/explore?ds=z8o7pt6rd5uqa6_&met_y=unemployment_rate&idim=country:fr&fdim_y=seasonality:sa&dl=fr&hl=fr&q=taux+de+chômage+en+france
[22] https://www.latribune.fr/actualites/economie/france/20100813trib000538586/comment-reconcilier-les-menages-francais-avec-l-insee.html
[23] https://es.internationalism.org/en/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[24] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/africa
[25] https://es.internationalism.org/en/tag/21/487/contribucion-a-la-historia-del-movimiento-obrero-en-africa
[26] https://fr.internationalism.org/rint147/decadence_du_capitalisme_le_boom_d_apres_guerre_n_a_pas_renverse_le_cours_du_declin_du_capitalisme.html
[27] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201108/3170/decadencia-del-capitalismo-x-para-los-revolucionarios-la-gran-depr
[28] https://es.internationalism.org/rint142-rosa
[29] https://fr.internationalism.org/brochures/decadence
[30] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200807/2192/decadencia-del-capitalismo-i-la-revolucion-es-necesaria-y-posible-
[31] https://www.nationalgeographic.com/
[32] https://www.theguardian.com/environment/2011/dec/11/global-climate-change-treaty-durban
[33] https://www.washingtonpost.com/national/environment/warming-arctic-opens-way-to-competition-for-resources/2011/05/15/AF2W2Q4G_story.html
[34] https://www.theguardian.com/culture/2011/dec/18/news-terrible-world-really-doomed
[35] https://es.internationalism.org/en/tag/21/534/la-decadencia-del-capitalismo-varios
[36] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint-149_web.pdf
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