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1998 - 92 a 95

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Revista Internacional n° 92 - 1er trimestre 1992

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Crisis económica - De la crisis de los «países emergentes» asiáticos al nuevo descalabro de la economía mundial

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Crisis económica

De la crisis de los «países emergentes» asiáticos
al nuevo descalabro de la economía mundial

 

Publicamos más adelante el informe sobre la crisis adoptado en el XIIº Congreso de la CCI. Este informe fue redactado en enero de 1997 y su discusión en toda nuestra organización sirvió para adoptar en dicho Congreso la Resolución sobre la situación internacional que nuestros lectores han podido leer en el nº 90 de esta Revista. Desde que se redactaron esos documentos, el desarrollo de la crisis económica del capital ha quedado dramáticamente ilustrada por los sobresaltos financieros que han afectado primero a los ya no tan fieros «dragones» asiáticos a partir de 1997, para acabar por extenderse a todas las plazas financieras del mundo, desde América Latina hasta la Europa del Este, desde Brasil a Rusia, pasando por las grandes potencias industriales, Estados Unidos, Europa occidental y, sobre todo, Japón.

 

La teoría marxista contra las mentiras y la ceguera de los economistas burgueses

Esos dos documentos son capaces de anunciar la crisis abierta de los países asiáticos y, sobre todo, explicar sus razones fundamentales. No vamos ahora a ponernos a darnos autobombo porque se haya realizado, y de qué manera, lo que habíamos previsto en un tiempo tan corto. El que esas previsiones se hayan realizado tan rápidamente no es lo más importante. Aunque se hubieran verificado más tarde, la validez del análisis seguiría siendo la misma.

Es también, a nuestro parecer, secundario el hecho de que esas previsiones se hayan confirmado exactamente en los países asiáticos, pues lo único que estos expresan es la tendencia general que había quedado tan patente en México en 1994-95 o ahora mismo en Brasil o Rusia. Lo que importa es subrayar la verificación, tarde o temprano, de una tendencia que únicamente el marxismo es capaz de entender y de prever. Sea cual sea la zona o la rapidez de su concreción, viene a confirmar la validez, la seriedad y la superioridad de la teoría marxista sobre todas las sandeces, a menudo incomprensibles y siempre parciales y contradictorias, que nos sirven los economistas, los periodistas especializados, y los políticos de la burguesía.

Para cualquiera que se distancie un poco de los temas sucesivos de propaganda desarrollados por los medios, ya sea para ocultar la realidad del atolladero económico ya sea para tranquilizar a la gente ante las crisis abiertas, se quedará asombrado de la multitud de explicaciones diversas y contradictorias que da la burguesía a la evolución económica catastrófica desde finales de los años 60, o sea desde el final del período de reconstrucción de después de la Segunda Guerra mundial.

¿Qué queda de las explicaciones de la crisis, cuyas causas sería «la excesiva rigidez del sistema monetario»? ([1]) ahora que la anarquía en los tipos de cambio se ha convertido en factor de la inestabilidad económica mundial? ¿Qué queda de las tonterías sobre las «crisis petroleras»? ([2]) ahora que el precio del petróleo se ahoga en la sobreproducción? ¿Qué se hizo de los discursos sobre el «liberalismo» y los «milagros de la economía de mercado» ([3]) cuando el hundimiento económico está ocurriendo en medio de la guerra comercial más salvaje por un mercado mundial que se encoge a gran velocidad? ¿De qué sirven las explicaciones basadas en el descubrimiento tardío de «los peligros del endeudamiento» cuando ese endeudamiento suicida era el único medio de prolongar la supervivencia de una economía agonizante? ([4])

En cambio, el marxismo ha mantenido durante todos estos años, y ante cada nueva manifestación de la crisis, la misma explicación desarrollándola y precisándola cuando era necesario. Esa explicación sigue siendo la del «Informe» que publicamos más adelante. Ha sido retomada, defendida, desarrollada y precisada en la prensa revolucionaria y especialmente en nuestras publicaciones. La explicación marxista es histórica, continua y coherente.

«El sistema burgués se ha vuelto demasiado limitado para contener las riquezas creadas en su seno (...) Cada crisis destruye regularmente no sólo una masa de productos ya creados, sino además una gran parte de las propias fuerzas productivas existentes. Una epidemia que en cualquier otra época hubiese parecido absurda se abate sobre la sociedad, – la epidemia de la sobreproducción. (...) ¿Cómo podrá la burguesía superar esas crisis? Por un lado destruyendo por la violencia una masa de fuerzas productivas; por otro conquistando nuevos mercados y explotando más a fondo los antiguos. ¿Y en qué acaba todo eso? En la prepararación de crisis más generales y más espectaculares y en la disminución de los medios para prevenirlas.» ([5])

Esas características y esas tendencias definidas por Marx y Engels se han verificado a lo largo de la historia del capitalismo. Y se han reforzado incluso en el período de decadencia. Este período significa que se han acabado los «nuevos» mercados y se han agotado los antiguos. Característica dominante del capitalismo a lo largo del siglo XX, la tendencia a la destrucción masiva se ha ido agravando constantemente, y en especial durante las guerras mundiales. Durante este siglo se ha podido observar que el crédito se ha convertido en «El medio específico de hacer estallar (...) la contradicción entre la capacidad de extensión, la tendencia a la expansión de la producción por un lado y, por el otro, la capacidad limitada de consumo». Pero, para preparar «las crisis más generales y espectaculares» anunciadas por el Manifiesto, el crédito «en su calidad de factor de producción [contribuye] a provocar la sobreproducción; y como factor de intercambio, no hace, durante la crisis, sino colaborar en la destrucción radical de las fuerzas productivas que él mismo ha puesto en marcha» ([6]).

La caída de las Bolsas y de las monedas con la bancarrota de los países asiáticos ilustran a la vez el callejón sin salida del capitalismo –que se plasma en la sobreproducción mencionada en el Manifiesto y por el uso ilimitado del crédito– y la sima sin fin de la catástrofe económica y social en la que está cayendo el planeta entero. Confirma lo que afirmamos sobre la incapacidad, si no es la nulidad más completa, de los propagandistas y economistas burgueses. Confirma lo que afirmamos sobre la clarividencia y la validez del método marxista de análisis y de comprensión de la realidad social, sobre la crisis irreversible e insoluble del modo de producción capitalista. Baste con unas cuantas citas para ilustrar nuestro desprecio sin remisión por los charlatanes del capitalismo:

¿Tailandia? «Un Eldorado...un mercado en efervescencia» ([7]), ¿Malasia? «Un éxito insolente» ([8]), «una verdadera locomotora [que] pronto formará parte de las quince primeras potencias económicas mundiales» ([9]); el país proyecta «convertirse, como Singapur, en paraíso high tech» ([10]); «explosiva Malasia de amplias, muy amplias, miras (...) la plaza asiática más feliz» ([11]). «El milagro asiático no ha terminado» insiste, en febrero de 1997, un... experto ([12]).

Podríamos haber ido a buscar otras «perlas» del estilo y todavía más sabrosas. Son incontables y todas con el mismo sentido: negar u ocultar la realidad irreversible de la crisis. Podría pensarse que ya no volvería otro Bush a prometernos «la era de paz y prosperidad» que iba a traernos la caída del bloque del Este; que ya no volvería a haber otro Chirac que nos anunciara la «salida del túnel» como así lo hizo en... ¡1976! No, sigue existiendo evidentemente la legión de consoladores que nos aseguran que «la base de la economía sigue siendo buena» (Clinton) y que «la corrección [la caída de las Bolsas mundiales] es saludable» según Greenspan (presidente de la Reserva Federal Americana) o, también según éste último, que «las perturbaciones recientes en los mercados financieros podrían traer beneficios a largo plazo para la economía americana» y que «esto no es el fin del boom del crecimiento en Asia» ([13]). Sin embargo, este último empezaba a corregir sus propósitos optimistas quince días más tarde ante la evidencia de los hechos y la multiplicación de las bajas y de las quiebras, especialmente las que afectan a Corea del Sur y a Japón: «la crisis asiática tendrá consecuencias nada desdeñables». Aunque es cierto que las declaraciones que se hacen en lo más álgido de la caída de los mercados bursátiles tienen el objetivo inmediato de tranquilizarlos y evitar el pánico, eso no quita de que también pongan de manifiesto la ceguera y la impotencia de sus autores.

¡Qué mejor desmentido que la bancarrota asiática a todas las afirmaciones triunfantes sobre el modo de producción capitalista! ¡Qué mejor desmentido a las estruendosas declaraciones sobre el éxito de esos tan traidos y llevados «países emergentes»! ¡Qué mejor mentís a los supuestos méritos de la sumisión, de la disciplina, del sentido de sacrificio en aras de la economía nacional, de los salarios bajos y de la «flexibilidad» de la clase obrera de esos países como fuente de prosperidad y de éxito para todos!

La bancarrota asiática, producto de la crisis histórica
del modo de producción capitalista

Desde el mes de julio, los «tigres» y los «dragones» asiáticos se han ido hundiendo. El 27 de octubre, en una semana, la Bolsa de Hongkong había perdido 18%, la de Kuala Lumpur (Malasia) 12,9%, la de Singapur 11,5%, la de Manila (Filipinas) 9,9 %, la de Bangkok (Tailandia) 6 %, Yakarta (Indonesia) 5,8 %, Seúl (Corea) 2,4 %, Tokio 0,6 %. Desde hace un año, y siguiendo ese mismo orden de países, las caídas han sido: 22 %, 44%, 26,9 %, 41,4 %, 41 %, 23 %, 18,5 %, 12% ([14]). Desde entonces y por ahora, la caída sigue.

De inmediato, Wall Street y las Bolsas europeas, en contra de las declaraciones calmantes sobre la ausencia de repercusiones para la economía mundial, sufren un violento crash. Sólo la intervención de gobiernos y de bancos centrales y el reglamento bursátil (cortes automáticos de las cotizaciones cuando éstas bajan demasiado rápido) han permitido atajar el pánico. En cambio, los países sudamericanos veían espantados cómo también a ellos se les hundían las Bolsas y cómo eran atacadas sus monedas. Las peores inquietudes se centraban en Brasil. El mismo fenómeno se ha verificado también en los países europeos del antiguo bloque del Este, «países emergentes» también: Budapest bajaba un 16 %, Varsovia 20 %, Moscú 40 %. También aquí, como en Asia y Latinoamérica, la caída bursátil ha venido acompañada de debilitamiento de la moneda local.

«Los expertos temen que Europa del Este conozca una crisis financiera como la de Asia [lo cual sería] una de las amenazas principales contra la recuperación de las economías de la Unión Europea» ([15]). Los medios presentan las cosas como si el peligro de recesión viniera de la periferia. En realidad, la recesión golpea al capitalismo entero desde hace ya una década: «Pues, dejando de lado la euforia mundializante, es sin duda el estancamiento lo que, desde el crash de 1987, define mejor la situación de todas las regiones del planeta» (15). En realidad, la quiebra del capitalismo no tiene su origen en los países de la periferia, sino en el modo de producción mismo. El epicentro de la crisis está en los países centrales del capitalismo, en los países industrializados. Al final del período de reconstrucción de la posguerra mundial, a finales de los años 60, fueron los grandes centros industriales del mundo los afectados por el retorno de la crisis abierta. La burguesía utilizó entonces a fondo el endeudamiento interno y externo para crear artificialmente los mercados que le faltaban. A partir de los años 70 se asistió a una explosión de la deuda que desembocaría primero en la quiebra de los países sudamericanos y después en el desmoronamiento de los países de capitalismo de Estado de tipo estalinista de Europa del Este. Les toca ahora a los países asiáticos. La quiebra y la recesión, repelidos en un primer tiempo hacia la peri-feria del capitalismo, vuelven ahora con fuerza multiplicada hacia los países centrales cuando ya éstos han abusado del mecanismo de la deuda: los Estados Unidos están superendeudados y ningún país de Europa logra respetar de verdad los criterios de Maastricht.

Las cosas se están, pues, acelerando en esta crisis financiera. Le toca ahora, y con qué brutalidad, a Corea del Sur, undécima potencia económica mundial. Su sistema bancario está en quiebra total. Los cierres de bancos y empresas se multiplican y los despidos se cuentan ya por miles. Y eso sólo es el principio. La segunda potencia económica mundial, Japón, «se ha vuelto el país débil de la economía mundial» ([16]). También en este país empiezan los cierres de empresa y los despidos se disparan. ¿Dónde quedan aquellas declaraciones triunfales y definitivas sobre los «modelos» coreano y japonés?

¿Y qué es de las lamentables explicaciones frente a la multiplicación de los hundimientos bursátiles desde el verano?. Primero, la burguesía intentó explicarnos que el hundimiento de Tailandia era un fenómeno local... lo cual quedó desmentido por los hechos ; que era una crisis de crecimiento para los países asiáticos; que se trataba de un saneamiento necesario de la burbuja especulativa sin incidencia alguna sobre la economía real... afirmación inmediatamente desmentida por la quiebra de cantidad de establecimientos financieros fuertemente endeudados, por el cierre de decenas de empresas tan endeudadas como aquéllos, por la adopción de planes drásticos de austeridad que anuncian recesión, despidos y mayor empobrecimiento de la población.

El endeudamiento generalizado del capitalismo

¿Cuáles son los mecanismos de base de esos fenómenos? La economía mundial, especialmente durante las dos últimas décadas, funciona basada en el endeudamiento, en la deuda masiva. Especialmente, el desarrollo de las llamadas economías emergentes del Sureste asiático, al igual que las suramericanas o las de Europa del Este, se basan sobre todo en las inversiones de capitales extranjeros. Por ejemplo, Corea tiene una deuda de 160 mil millones de dólares cuya mitad deberá rembolsar en 1998 ahora que su moneda se ha hundido en un 20 %. O sea que esa enorme deuda nunca será reembolsada. Vamos a dejar de lado aquí el estado de la deuda de los países asiáticos –deudas gigantescas al igual que las de los demás «países emergentes» del mundo, con unas cantidades que ya no significan nada– y cuyas monedas tienden a la baja respecto del dólar. En su mayoría, tampoco serán reembolsadas esas deudas nunca. Esas deudas, púdicamente llamadas «dudosas», se han perdido para los países industrializados, lo cual agrava todavía más... su propia montaña de deudas ([17]).

¿Qué respuesta da la burguesía a sus quiebras colosales que corren el riesgo de provocar la bancarrota brutal y total del sistema financiero mundial a causa del endeudamiento general? Pues, ¡más deudas todavía! El FMI, el Banco mundial, los bancos centrales de los países más ricos se han puesto a escote para prestar 57 mil millones de dólares a Corea después de haber entregado 17 mil millones a Tailandia y 23 a Indonesia. Y estos nuevos préstamos se añaden a los anteriores «y ya se perfila el riesgo de hundimiento del sistema bancario japonés, acribillado de créditos dudosos, cuando no irrecuperables; y, entre éstos, los 300 mil millones de $ de préstamos otorgados a diez países del Sureste asiático y a Hong Kong. Y si Japón cede, serán Estados Unidos y Europa quienes se encontrarán en primera línea de fuego» ([18]).

En efecto, Japón está en el centro de la crisis financiera. Posee enormes deudas no reembolsables cuyo monto es más o menos equivalente –300 mil millones de $– al de sus activos en bonos del Tesoro estadounidense. Al mismo tiempo, la agravación del déficit del Estado, en estos últimos años, ha incrementado su endeudamiento general. Ni que decir tiene que, a pesar de la «política keynesiana» empleada, o sea el incremento de la deuda pública, la economía japonesa no ha conocido el más mínimo relanzamiento. En cambio, sí que se han multiplicado las quiebras de grandes instituciones financieras, ampliamente endeudadas. Para evitar una bancarrota total de tipo coreano, el Estado japonés ha echado mano de la cartera... agravando todavía más su déficit y su deuda. Y si Japón se encuentra escaso de dinero fresco –que es lo que está pasando– la burguesía mundial se inquieta y empieza a ceder al pánico: «El primer acreedor del planeta, el que financia sin contar desde hace años el déficit de la balanza de pagos norteamericana, ¿podrá seguir desempeñando ese papel con una economía enferma, corroída por deudas podridas y un sistema financiero exsangüe? La película de terror sería que las instituciones financieras niponas se pusieran a retirar en masa sus activos en obligaciones americanas» ([19]). Se cerraría entonces el grifo de la financiación de la economía estadounidense, o sea una brutal recesión abierta. La crisis económica repelida hacia la periferia del capitalismo en los años 70 con el uso masivo del crédito regresa ahora a golpear a los países centrales. Y lo peor de estos golpes está por llegar.

Es difícil decir hoy si esos préstamos suplementarios van a calmar la tempestad, dejando para más tarde la quiebra general, o si ha llegado la hora de saldar cuentas. En el momento en que escribimos esto, parece cada vez menos probable que los 57 mil millones de $ reunidos por el FMI para Corea sean suficientes para atajar la desbandada. Los gritos de socorro son tan fuertes que los fondos del FMI, recientemente incrementados por las grandes potencias, son ya insuficientes y esa institución ya está pensando seriamente en... ¡pedir préstamos! Sin embargo, independientemente de la salida puntual de esta crisis financiera, la tendencia sigue siendo la misma, una tendencia que se refuerza con la crisis económica misma. En el mejor de los casos se pospone el problema y las consecuencias serán todavía peores.

La crisis del capitalismo es irreversible

El incremento ilimitado del crédito es la ilustración de la saturación de los mercados: la actividad económica se mantiene basada en la deuda, o sea en un mercado creado artificialmente. Hoy, la trampa estalla. La saturación del mercado mundial ha impedido a esos «países emergentes» vender todo lo que necesitarían vender. La crisis actual va a hacer caer las ventas todavía más y agravar la guerra comercial. Una idea nos la dan las presiones estadounidenses sobre Japón para que no deje caer el yen y abra su mercado interior, y las condiciones impuestas a Corea por el FMI (al igual que a los demás países «ayudados»). La quiebra de Asia y la recesión que va a afectar a todos esos países, así como su mayor agresividad comercial, van a afectar a todos los países desarrollados que ya están calculando la caída del crecimiento que van a sufrir.

En eso también, la burguesía se ve finalmente obligada a reconocer los hechos e incluso, a veces, levantar un poco el velo con que tapa la realidad –en este caso, la de la saturación de los mercados– que el marxismo ha puesto de relieve sin tregua: «El Wall Steet Journal ha señalado, en agosto último, que numerosos sectores industriales estaban desde ahora enfrentados a un riesgo olvidado desde hace mucho tiempo: demasiada producción potencial y pocos compradores» cuando «según un artículo publicado el primero de octubre en el New York Times, la sobreproducción acecha hoy no sólo a América, sino al mundo entero. El “global gut” (la saturación global) sería incluso el origen profundo de la crisis asiática» ([20]).

Recurrir al crédito generalizado frente a la sobreproducción y la saturación de los mercados, lo único que consigue es posponer sus límites en el tiempo, volviéndose a su vez factor agravante de los mercados, como así lo ha explicado la teoría marxista. Incluso en el caso de que los créditos otorgados por el FMI, (sin comparación con los que otorgaba antes: más de 100 mil millones de $ en total hasta hoy) bastasen para calmar las cosas, la factura seguirá sin pagar, aumentada encima por esos nuevos préstamos. El callejón económico del capitalismo sigue sin salida. Y las consecuencias para la humanidad serán catastróficas. Ya antes de esta crisis, que va a echar a otros millones suplementarios de obreros al paro, a la miseria, a agravar más todavía las condiciones de vida de millones de individuos, la Organización internacional del trabajo (OIT) señalaba que «el desempleo afectará a cerca de mil millones de personas en el mundo, o sea casi la tercera parte de la población activa» ([21]). Ya antes de esta crisis, la UNICEF afirmaba que cuarenta mil niños mueren de hambre cada día en el mundo. El atolladero económico, político e histórico del modo de producción capitalista hace cada día más infernal la vida cotidiana de millones de personas, un infierno de explotación, de miseria, de hambrunas, de guerras y matanzas, de descomposición social. Los últimos hechos van a acelerar la caída en la barbarie en todos los continentes, en todos los países, ricos o pobres.

Esos acontecimientos dramáticos anuncian una agravación brutal de las condiciones de vida de la población mundial. Significan deterioro todavía más cruel de la situación ya miserable de la clase obrera, tenga ésta o no tenga trabajo, sea de países pobres, de Latinoamérica, del Este de Europa o de Asia, o sea de los países industrializados, de los batallones centrales del proletariado mundial, de Japón, de Norteamérica o de Europa occidental. La catástrofe que se está verificando ante nosotros y cuyos efectos están justo empezando a manifestarse en despidos masivos en varios países, entre ellos Corea y Japón, incita a una respuesta por parte del proletariado. El proletariado mundial deberá recordar los «modelos» japonés y coreano, citados como ejemplo durante más de una década para justificar los ataques contra sus condiciones de vida y de trabajo, y echarle a la cara de la clase dominante y de sus Estados: los sacrificios y la sumisión no llevan a la prosperidad sino a más sacrificios y más miseria todavía. Al único sitio adonde el mundo capitalista lleva a la humanidad es al desastre. Le incumbe al proletariado dar la respuesta mediante la lucha masiva y unificada contra los sacrificios y contra la existencia misma del capitalismo.

RL, 7 de diciembre de 1997

 

[1] Cuando Nixon decidió dejar que flotara el dólar en 1971.

[2] Como causa de la crisis en los años 70.

[3] Tema de moda en los años 80 bajo la dirección de Reagan y Thatcher.

[4] Revista internacional nº 69, marzo de 1992.

[5] Manifiesto de Partido comunista, 1848.

[6] Rosa Luxemburg, Reforma social o revolución, 1898.

[7] Investir (Francia) 3/02/97.

[8] Les Echos (Francia) 14/04/97.

[9] Usine nouvelle (Francia) 2/05/97.

[10] Far Eastern Economic Review (GB), 24/10/96.

[11] Wall Street Journal (USA), 12/07/96.

[12] «De Jardine Felming Investment Management» (Option Finance, nº 437), citados por le Monde diplomatique, 30/10/97.

[13] International Herald Tribune, 30/10/97.

[14] Cifras de Courrier international, 30/10/97.

[15] Le Monde, 14/11/97.

[16] Le Monde diplomatique, 12/95.

[17] Sobre el endeudamiento de los países industrializados, ver Revista Internacional nos 76, 77, 87.

[18] Le Monde diplomatique, 12/97.

[19] Le Monde, 26/11/97.16.

[20] Le Monde, 11/11/97.

[21] Le Monde diplomatique, 12/95.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [1]

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [2]

Perspective internationaliste campeones del disparate político

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“Perspective internationaliste”
campeones del disparate político

En el nº 28 de su revista, de mayo de 1995, el «grupo» Perspective internationaliste (PI) se descolgó con un panegírico sobre las multiplicadas capacidades del capitalismo desde principios de este siglo y, especialmente, en toda la región del Este asiático. Semejante discurso laudatorio, ni el informe más ideológico del Banco Mundial se habría atrevido a pronunciarlo: «el capitalismo ha seguido desarrollando sus fuerzas productivas todo a lo largo de su período de decadencia –y además a un ritmo rapidísimo– (...) las tasas más prodigiosas (sic) de crecimiento de la producción industrial se han verificado desde finales de los años 60 (...) La CCI habla también de desarrollo desigual en el espacio: ningún país recién llegado al mercado mundial puede, según su concepto de la decadencia, industrializarse y rivalizar con los antiguos (...) Y, sin embargo, Japón se ha convertido en la segunda potencia económica mundial; China se ha convertido rápidamente en gran potencia económica por cuenta propia; Corea del Sur, Taiwán, Singapur, etc. se han unido recientemente a las filas de los países industrializados (...) En 1962, el Pacífico occidental sólo pesaba 9 % en el PNB mundial; en 1982, su participación era de 15 % y a finales de siglo será, probablemente, 25% –proporción mayor que la de Europa occidental o América del Norte. Tal capitalización de Extremo Oriente, el ingreso en las filas del mundo industrializado de una región que antes de la IIª Guerra mundial era totalmente marginal desde el punto de vista industrial, no pueden sencillamente explicarse con el concepto de decadencia de la CCI». En el momento en que PI hacía elucubraciones sobre los horizontes radiantes del capitalismo, hacíamos nosotros el diagnóstico de su hundimiento en medio de sacudidas financieras cada vez más frecuentes y profundas, consecuencia del recurso constante al endeudamiento para repeler los efectos de la crisis en el tiempo ([1]). En esa misma ocasión analizábamos de manera histórica y profundizada la pretendida prosperidad del sureste asiático poniendo en solfa esas músicas celestiales que nos toca la burguesía sobre ese tema ([2]), partituras que ahora PI recoge y vuelve a tocar en tono mayor.

Sólo dos años han bastado para que los hechos den su veredicto: el Sureste asiático está en perfusión, el FMI ha tenido que movilizar toda su energía para imponer las medidas más drásticas nunca antes tomadas para intentar «sanear» una situación económica carcomida. Y para acompañar esas medidas que pueden desembocar en un desmoronamiento económico de amplitud, ha tenido que desbloquear el crédito más alto de toda su historia. En la otra punta del planeta, en los países occidentales desarrollados, sólo las manipulaciones al más alto nivel entre gobiernos y grandes instituciones financieras han podido limitar el desastre.

Al parecer a PI lo que le preocupa es llevarle la contraria a la CCI y no a la burguesía... a eso lleva el peor de los parasitismos: a hacerle el juego objetivamente al enemigo de clase, a propalar las mayores estupideces que producen los círculos de propaganda ideológica de la burguesía.

Con una regularidad de metrónomo, ese «grupo» nos hace entrega de ese tipo de, llamémosle, análisis que ganaría un premio en el concurso mundial de la sandez política. ¿De dónde le vienen sus lamentables pretensiones políticas? Recordemos aquí que los miembros de PI abandonaron la CCI en 1985 de una manera irresponsable, desertando el combate militante, arrastrados por rencores y recriminaciones personales ([3]). Desde entonces, acusan a nuestra organización de «traicionar su propia plataforma», de «degenerar al modo estalinista», de «despreciar la profundización de la teoría marxista». Su credo fue el de presentarse como los verdaderos defensores y continuadores de nuestra plataforma política con el propósito de ponerse seriamente a elaborar la teoría comunista, tareas que, según ellos, habríamos abandonado.

¿Qué es de todos esos propósitos hoy? PI, que pretendía defender con uñas y dientes la plataforma, ha acabado rechazándola, ¡intentando ahora elaborar una nueva...!, tarea emprendida desde hace varios años pero que parece estar muy por encima de sus fuerzas. Ha acabado yendo a buscar su «profundización teórica fundamental» en las elucubraciones sobre la «recomposición del proletariado» del «doctor en sociología» Alain Bihr, colaborador del Monde diplomatique y gran animador de la campaña antinegacionista con la que han intentado desprestigiar a la Izquierda comunista. También, usando un esquema de Marx que se aplicaba al siglo pasado antes del apogeo del modo de producción capitalista, PI «descubrió» que la Perestroika de Gorbachov se explicaba por el paso de la economía rusa de la «dominación formal» a la «dominación real» del capital. Este análisis «absolutamente crucial para explicar la evolución del mundo hoy», decía PI, no le impidió que necesitara dos años después de 1990 para comprender lo que todo el mundo sabía de sobra: que el bloque del Este había dejado de existir. Visiblemente preocupado por el brillo de su imagen de «crisol de la teoría», de «polo internacional de discusión por un marxismo vivo», PI ha emprendido la tarea de volver a definir el concepto marxista de decadencia del capitalismo. Puestos a redefinir, se ha dedicado más bien a liquidar la herencia teórica de los grupos de la Izquierda comunista y, en fin de cuentas, del marxismo. El capitalismo estaría, hoy, en su fase más dinámica y más próspera, en plena «tercera revolución tecnológica» (cuyos efectos habrían sido totalmente desdeñados por la CCI) que abriría la posibilidad, según PI, de un real desarrollo nacional burgués en la periferia ([4]). PI subraya las «capacidades de emergencia de burguesías locales periféricas capaces de industrializar y rivalizar con los antiguos países industriales».

En otras muchas cuestiones, PI no se queda atrás, pero resultaría un poco pesado hacer una lista exhaustiva. Vale, sin embargo, la pena poner de relieve otra de sus «hazañas teóricas» de la última década.

En el momento de la matraca ideológica más ensordecedora de las campañas burguesas tras el hundimiento de los regímenes estalinistas con la intención de identificar a Lenin con Stalin, a la Revolución rusa con el Gulag y el nazismo, PI aporta su ladrillito a ese montaje. En el editorial del nº 20 (verano de 1991), ilustrado por una cabeza de Lenin de la que salen cabecitas de Stalin, podía leerse lo siguiente: «Los revolucionarios (...) deben destruir sus propios iconos, las estatuas de los “jefes gloriosos” (...), deben abandonar la tendencia a considerar la revolución bolchevique como un modelo...». ¡Vaya contribución teórica fundamental de PI para desmontar las trampas de una campaña ideológica cuyo primer objetivo es desarraigar para siempre de la conciencia de la clase obrera toda su historia y su perspectiva histórica! (ver artículo en esta Revista). La constancia de PI en sus tomas de posición absurdas y nefastas para la toma de conciencia del proletariado, su insistencia en querer elaborar «teorías» tan incoherentes como pedantes se explican perfectamente por los orígenes y la naturaleza misma de ese grupo, auténtico producto concentrado del parasitismo político.

C. Mcl

 

[1] «Tormenta financiera, ¿la locura?», Revista internacional nº 81. «Resolución sobre la situación internacional», Revista internacional n º 82. «Una economía de casino», Revista internacional nº 87. «Resolución sobre la situación internacional», Revista internacional nº 90.

[2] «Los “dragones” asiáticos se agotan», Revista internacional nº 89.

[3] El lector podrá encontrar las posiciones de la CCI sobre PI (o «fracción externa de la CCI», según su antiguo nombre) en los nº 45, 64 y 70 de la Revista internacional.

[4] Lógicamente, PI debería abandonar pronto la posición de la Izquierda comunista, que es todavía la suya, sobre la imposibilidad de verdaderas luchas de liberación nacional.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [3]

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [2]

Informe sobre la crisis económica del XIIº congreso de la CCI - La prueba del triunfo del marxismo

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Informe sobre la crisis económica del XIIº congreso de la CCI

La prueba del triunfo del marxismo

 

Desde 1989, las proclamas de la burguesía sobre el final del comunismo no han cesado. Nos han dicho y repetido que el desmoronamiento de los regímenes «comunistas» es la prueba de la imposibilidad de crear una forma de sociedad superior al capitalismo. Se nos anima así a creer que las predicciones del marxismo sobre la desintegración inevitable de la economía capitalista son falsas y que sólo son justas para el marxismo mismo. En fin de cuentas, vienen a decir, la historia no ha sido testigo del hundimiento del capitalismo sino del socialismo.

Los marxistas deben combatir esas campañas ideológicas y es bueno recordar que esas cantinelas no son nuevas. Hace casi 100 años, los «revisionistas» en la IIª Internacional, deslumbrados por los éxitos de una sociedad burguesa en su apogeo, afirmaban que la teoría marxista de las crisis estaba caduca, negando así la necesidad de un derrocamiento revolucionario del capitalismo.

El ala izquierda de la socialdemocracia, con Rosa Luxemburg en primera línea, no tuvieron reparo en mantenerse en los «viejos» principios del marxismo y contestar a los revisionistas afirmando que el capitalismo no podía evitar la catástrofe; lo que ocurrió en las tres primeras décadas del siglo XX demostró, y de qué manera, la razón que tenía. La Guerra del 14-18 demostró la falsedad de las teorías sobre la posibilidad de un capitalismo que evolucionara pacíficamente hacia el socialismo; el período de reconstrucción de posguerra fue de corta duración y, esencialmente, sólo interesó a los Estados Unidos, dando poco tiempo a la burguesía para congratularse de los éxitos de su sistema. La crisis de 1929 y la profunda depresión mundial subsiguiente proporcionaron todavía menos bases a la burguesía para afirmar que las predicciones económicas de Marx eran falsas o, en el mejor de los casos, sólo válidas para el siglo XIX.

No ha ocurrido lo mismo en el período de reconstrucción de la segunda posguerra. Las tasas de crecimiento sin precedentes observadas durante este período permitieron el desarrollo de toda una industria, lo cual hizo que se pusieran de moda todas las teorías sobre el emburguesamiento de la clase obrera, la sociedad de consumo, el nacimiento de un nuevo capitalismo «organizado» y el fin definitivo de la tendencia del sistema a entrar en crisis. Una vez más se proclamó que el marxismo estaba superado con mayor aplomo todavía.

La crisis que se abrió a finales de los años 60 puso de relieve una vez más la vacuidad de esa propaganda. Pero no lo reveló de una manera evidente, de una manera que pudiera ser comprendida inmediatamente por la mayor parte de los proletarios. En efecto, el capitalismo, desde mediados de los años 30, y sobre todo desde 1945, se ha «organizado», en el sentido de que el poder del Estado ha tomado la responsabilidad de prevenir las tendencias al hundimiento. Y la formación de bloques imperialistas «permanentes» hizo posible el menagement (la gestión) del sistema a escala planetaria. Si ya las formas de organización capitalistas de Estado facilitaron el boom de la reconstrucción de posguerra, también permitieron cierto freno a la crisis, de tal modo que en lugar de asistir a un desmoronamiento espectacular como el de los años 30, lo que hemos podido observar, durante los treinta últimos años, es una caída irregular, puntuada con numerosas «recuperaciones» y «recesiones» que han servido para ir ocultando la trayectoria subyacente de la economía hacia la quiebra total.

Durante este último período, la burguesía ha utilizado a fondo la evolución lenta de la crisis para desarrollar toda una serie de «explicaciones» sobre las dificultades de la economía. En los años 70, las tensiones inflacionistas se explicaban por el alza de los precios del petróleo y por las reivindicaciones excesivas de la clase obrera. A principios de los 80, el triunfo del «monetarismo» y de las Reaganomics echó la culpa a los gastos de Estado excesivos por parte de los gobiernos de izquierda que habían dirigido en el período precedente. Al mismo tiempo, la izquierda pudo permitirse poner de relieve la explosión del desempleo que acarrearon las nuevas políticas, acusando a la mala gestión de Thatcher, Reagan y demás. Los dos argumentos se basaban en cierta realidad: la de un capitalismo que, en la medida en que pueda ser gestionado, sólo puede serlo por el aparato de Estado.

Lo que tanto unos como otros ocultaban es que la «gestión», el menagement, es fundamentalmente una gestión de crisis. El hecho es que prácticamente todos los «debates» económicos que nos ofrecía la clase dominante lo eran en torno al mismo tema: la gestión de la economía; o dicho en otras palabras, la realidad del capitalismo de Estado ha sido utilizada para ocultar la realidad de la crisis, puesto que la naturaleza incontrolable de la crisis no ha sido admitida nunca. Esa utilización ideológica del capitalismo de Estado conoció una nueva etapa en 1989 con el desmoronamiento del modelo estalinista de capitalismo de Estado, el cual, como ya lo hemos dicho nosotros, ha servido a la burguesía de «prueba» de que la principal crisis de la sociedad de hoy no sería la del capitalismo, sino la del... comunismo.

El desmoronamiento del estalinismo y las campañas sobre el «fin del marxismo» también han acarreado las más extravagantes promesas de una «nueva era de paz y de prosperidad» que, obligatoriamente, iba a abrirse. Los siete años transcurridos han dado al traste con todas esas promesas, empezando por las referentes a la «paz». Pero aunque en lo económico, los marxistas podemos poner en amplia evidencia que éstos han sido años de vacas flacas, no debemos subestimar la capacidad de la burguesía para ocultar, a la clase explotada, la naturaleza realmente catastrófica de la crisis, impidiéndole que desarrolle su conciencia de la necesidad de echar abajo el capitalismo.

Por eso, en el XIº congreso de la CCI, nuestra Resolución sobre la situación internacional tenía que empezar la parte sobre la crisis económica por una denuncia de las mentiras de la burguesía según las cuales se percibía ya el inicio de una recuperación económica, especialmente en los países anglosajones. Dos años más tarde, la burguesía sigue hablando de recuperación, aunque admita que hay muchas recaídas y excepciones. Queremos, pues, evitar aquí el error que a menudo cometen los revolucionarios (comprensible por el entusiasmo de ver el advenimiento de la crisis revolucionaria) de caer en una evaluación inmediatista de las perspectivas para el capitalismo mundial. Pero, al mismo tiempo, vamos a procurar utilizar las herramientas mejor afiladas de la teoría marxista para demostrar la vacuidad de las afirmaciones de la burguesía y subrayar la profundización significativa de la crisis histórica del sistema.

La falsa recuperación

La Resolución sobre la situación internacional del XIº congreso de la CCI (abril de 1995) analizaba las razones de las tasas de crecimiento más altos en ciertos países:

«Los discursos oficiales sobre la “recuperación” prestan mucha atención a la evolución de los índices de la producción industrial o al restablecimiento de los beneficios de las empresas. Si efectivamente, en particular en los países anglosajones, hemos asistido recientemente a tales fenómenos, importa poner en evidencia las bases sobre las que se fundan:

– la recuperación de las ganancias resulta a menudo, particularmente para muchas de las grandes empresas, de beneficios especulativos; y tiene como contrapartida una nueva alza súbita de los déficits públicos; en fin, es consecuencia de que las empresas eliminan las “ramas muertas”, es decir, sus sectores menos productivos;

– el progreso de la producción industrial resulta en buena medida de un aumento muy importante de la productividad del trabajo basado en una utilización masiva de la automatización y de la informática.

Por estas razones, una de las características esenciales de la “recuperación” actual es que no ha sido capaz de crear empleos, de hacer retroceder el desempleo significativamente, ni el trabajo precario, que al contrario, se ha extendido más, puesto que el capital vela permanentemente por guardar las manos libres para poder tirar a la calle, en cualquier momento, la fuerza de trabajo excedentaria.» ([1])

La Resolución seguía insistiendo en «el endeudamiento dramático de los Estados, que durante los últimos años se ha disparado» y «si estuvieran [los Estados capitalistas] sometidos a las mismas leyes que las empresas privadas, ya se habrían declarado oficialmente en quiebra». El recurso al endeudamiento permite medir la quiebra real de la economía capitalista y anuncia convulsiones catastróficas de todo el aparato financiero. Ya tuvimos un aviso con la crisis del peso mexicano: México, considerado como un modelo de «crecimiento» del Tercer mundo, necesitó una operación de auxilio de 50 mil millones de dólares al iniciarse el hundimiento de su moneda, para impedir el desastre en los mercados monetarios del mundo. El episodio del peso no sólo puso de relieve la fragilidad de un crecimiento tan pregonado como el de las economías del Tercer mundo (y entre éstas es la de los «dragones» asiáticos la más elogiada), sino también la fragilidad de la economía mundial entera.

Un año más tarde, en abril de 1996, la Resolución sobre la situación internacional del XIIº congreso de Révolution internationale (RI) recordaba las perspectivas trazadas en el XIº congreso de la CCI para la economía mundial. Este congreso había previsto nuevas convulsiones financieras y un nuevo hundimiento en la recesión. La resolución del congreso de RI enumeraba los factores que confirmaban este análisis global: problemas dramáticos en el sector bancario y una caída espectacular del dólar en el plano financiero; y en cuanto a las tendencias hacia la recesión, las dificultades crecientes de los grandes modelos de crecimiento económico, Alemania y Japón. Esas indicaciones de la profundidad real de la crisis del capitalismo han sido todavía más significativas durante el año 1996.

El endeudamiento y la irracionalidad capitalista

En diciembre de 1996, Alan Greesnpan, director del Banco central estadounidense, al marcharse de una cena elegante no se le ocurrió otra cosa que hablar de «la exuberancia irracional» de los mercados financieros. Tomando eso como el mal presagio de un crash financiero, los inversores, en pleno pánico, se pusieron a vender por todas partes en el mundo, liquidándose miles de millones en acciones (25 mil millones sólo en Gran Bretaña) en una sola vez, una de las mayores bajas en las bolsas desde 1987. Los mercados financieros se recuperaron pronto de ese minicrash, pero ese episodio es muy significativo de la fragilidad de todo el sistema financiero. En efecto, Greenspan no dejaba de tener razón al hablar de irracionalidad. Los capitalistas mismos se dan cuenta de la absurdez de una situación en la que la Bolsa de Wall Steet tiende hoy a irse abajo en cuanto baja el desempleo, pues esto reaviva el miedo al «recalentamiento» de la economía y de nuevas tensiones inflacionistas. Los propios comentaristas burgueses son capaces de percibir el divorcio creciente entre las inversiones especulativas masivas realizadas en todos los mercados financieros del mundo y la actividad productiva real y, también, la venta y la compra «reales». Como ya decíamos en nuestro artículo «Una economía de casino» (Revista internacional nº87) escrito justo antes del mini-crash de diciembre del 96, el New York Stock Exchange ha festejado recientemente su centésimo aniversario anunciando que con un crecimiento de 620 % durante los 14 últimos años, había batido todos los récords anteriores, incluido el de la «exhuberancia irracional» que había precedido a la crisis de 1929. Varios expertos capitalistas acogieron con temor esa noticia: «Las cotizaciones de las empresas americanas ya no corresponden en nada a su valor real» decía Le Monde. «Cuanto más dure esta locura especulativa, más alto será el precio a pagar más tarde» decía el analista BM Bigss (citado también en las Revista internacional nº 87) El mismo artículo de esa Revista señalaba también que mientras que el mercado mundial anual ronda los 3 billones ([2]) de dólares, los movimientos internacionales de capitales se calculan en 100 billones, o sea 30 veces más. O sea, que hay un divorcio creciente entre los precios de las acciones en el mercado financiero y su valor real. Esto la burguesía lo sabe perfectamente y tan preocupada está que bastan cuatro alusiones de un gurú dirigente de la economía norteamericana para que cunda la desconfianza en los mercados financieros mundiales.

Lo que evidentemente nunca comprenderán los capitalistas es que la «locura especulativa» es precisamente un síntoma del callejón sin salida en que está metido el modo de producción capitalista. La inestabilidad subyacente del aparato financiero capitalista está basada en el hecho de que la actividad económica de hoy no es, en una gran parte, «realmente» retribuida sino que se mantiene gracias a una montaña de deudas cada vez mayor. Los engranajes de la industria, y por lo tanto de todas las ramas de la economía, funcionan gracias a unas deudas que no serán nunca reembolsadas. Recurrir al crédito ha sido un mecanismo fundamental no sólo de la reconstrucción de la posguerra, sino también de la «gestión» de la crisis económica desde los años 60. Es una droga que ha mantenido al enfermo capitalista en vida durante décadas, pero como también lo hemos dicho a menudo, la droga también lo está matando.

En una respuesta a los revisionistas en 1889, Rosa Luxemburg explicó con gran claridad por qué el recurrir al crédito, aunque parezca mejorar las cosas para el capital a corto plazo, no hace sino agudizar la crisis del sistema a largo plazo. Vale la pena citarla enteramente en ese punto, pues esclarece vivamente la situación a la que se enfrenta hoy el capitalismo:

«El crédito aparece como el medio para fundir en un solo capital gran cantidad de capitales privados –sociedades por acciones– y asegurar a un capitalista la disposición de capitales ajenos –crédito industrial. En calidad de crédito comercial, acelera el intercambio de mercancías y, por consiguiente, el reflujo del capital en la producción, o, dicho de otro modo, todo el ciclo del proceso de producción. Es fácil darse cuenta de la influencia que ejercen esas dos funciones principales del crédito en la gestación de las crisis. Si las crisis nacen, como se sabe, como consecuencia de la contradicción existente entre la capacidad de extensión de la producción y la capacidad de consumo restringida del mercado, el crédito es precisamente, según queda dicho arriba, el medio específico para que estalle esa contradicción tantas veces como sea posible. Ante todo, incrementa enormemente la capacidad de extensión de la producción y es la fuerza motriz interna que la empuja constantemente a superar los límites del mercado. Pero golpea por ambos lados. Tras haber provocado la sobreproducción, en tanto que factor del proceso de producción, con la misma seguridad destruye, durante la crisis, en tanto que factor del intercambio, las fuerzas productivas que han emergido gracias a él. Al primer síntoma de la crisis, el crédito se derrite, abandona el intercambio allí donde sería, al contrario, indispensable y aparece, donde todavía se ofrece, como algo inútil y sin efecto, reduciendo así al mínimo, durante la crisis, las capacidades de consumo del mercado.

Además de esos dos resultados principales, el crédito actúa también de otras formas en la gestación de las crisis. No sólo es el medio técnico para poner a disposición de un capitalista capitales ajenos, pero es para él al mismo tiempo, el estimulante para el uso atrevido y sin escrúpulos de la propiedad ajena y, por consiguiente, para aventuradas especulaciones. No sólo agrava la crisis, en su calidad de medio oculto de intercambio de mercancías, sino que además facilita su formación y extensión, transformando todo el intercambio en un mecanismo muy complejo y artificial, con un mínimo de dinero en metálico como base real, provocando así, a la menor ocasión, trastornos en ese mecanismo.

Y es así como el crédito, en lugar de ser un medio de supresión o de atenuación de las crisis, no es, al contrario, sino un medio muy poderoso de formación de las crisis. Y no puede ser de otra manera. La función específica del crédito consiste, de hecho, y hablando muy en general, en eliminar lo que queda de firme en todas las relaciones capitalistas, en introducir por todas partes la mayor elasticidad posible y hacer lo más extensibles, relativas y sensibles, a todas las fuerzas capitalistas. Es evidente que lo que hace es facilitar y agravar las crisis, que no son otra cosa sino el choque periódico entre las fuerzas contradictorias de la economía capitalista.» ([3])

En muchos aspectos, Rosa Luxemburg predijo las condiciones que hoy prevalecen: el crédito como factor que parece atenuar la crisis pero que en realidad la agrava; el crédito como base de la especulación; el crédito como base de una transformación del intercambio en un proceso «complejo y artificial» que se separa cada vez más de todo valor monetario real. Pero, aunque Luxemburg, en 1898, ya había planteado las bases de su explicación de la crisis histórica del sistema capitalista, era aquél un momento en el que sólo podían esbozarse los grandes rasgos de la decadencia del capitalismo. En el proceso de conquista de las últimas áreas no capitalistas del globo como espacio para la extensión del mercado mundial, el capitalismo funcionaba según sus propios «estatutos» internos y no se había vuelto irracional y absurdo como lo es hoy. Esto se aplica tanto al crédito como a cualquier otro ámbito. La «racionalidad» del crédito para el capital, es pedir prestado o prestar dinero pues servirá para ampliar la producción y extender el mercado. Mientras el mercado se puede extender, las deudas pueden devolverse. El crédito «tiene sentido» en un sistema con porvenir. En la época decadente del capitalismo, sin embargo, el mercado, desde un punto de vista global, ha alcanzado los límites de su capacidad para extenderse y el propio crédito se vuelve mercado. Y es así como, en lugar de ver que los capitales más grandes prestan a los más débiles con la idea de encontrar nuevos mercados, sacar ganacias y recuperar los préstamos con sus intereses, lo que se ve es a grandes capitales distribuyendo gigantescas masas de dinero a capitales más pequeños para poderles vender a éstos los propios productos de aquéllos. Así es como, grosso modo, Estados Unidos financió la reconstrucción de posguerra: el plan Marshall sirvió para que EEUU otorgara enormes préstamos a Europa y a Japón para que éstos pudieran convertirse en mercado para las mercancías norteamericanas. Y en cuanto las principales naciones industrializadas, sobre todo Alemania y Japón, se convirtieron en rivales económicos de EEUU, la crisis de sobreproducción volvió a surgir y se ha mantenido desde entonces.

Pero ahora, contrariamente a lo que ocurría en la época en que escribía Rosa Luxemburg, el crédito ya no desaparece en una crisis eliminando a los capitales más débiles, a la manera darwiniana, y reduciendo los precios en relación con la baja de la demanda. Al contrario, el crédito se ha convertido en el único mecanismo que mantiene al capitalismo fuera del agua. Así, actualmente, estamos en esta situación inédita en la que no sólo los grandes capitales prestan a los pequeños para que éstos puedan comprar a aquéllos sus mercancías, sino que los principales acreedores del mundo se han visto obligados a hacerse deudores. La situación actual de Japón lo demuestra a la perfección. Como decíamos en nuestro artículo «Una economía de casino»: «País excedentario en sus intercambios exteriores, Japón se ha convertido en banquero internacional con haberes exteriores de más de 1 billón de dólares. (...) Japón [es] la caja de ahorros del planeta ya que sólo él asegura el 50 % de la financiación de los países de la OCDE».

Pero en el mismo artículo hacíamos resaltar que Japón «es sin duda uno de los países más endeudados del planeta. En el presente, la deuda acumulada de los agentes no financieros (familias, empresas y Estado) se eleva a 260 % del PNB y alcanzará 400 % dentro de diez años». El déficit presupuestario de Japón se eleva al 7,6 % para 1995 cuando es de 2,8 % en EEUU. Para las instituciones bancarias mismas: «la economía japonesa ya debe enfrentarse a la montaña de 460 mil millones de $ de deudas insolventes» Todo eso ha llevado a los especialistas en análisis de riesgos (Moody’s) a colocar a Japón en la categoría D; o sea, que hay allí un riesgo financiero equiparable al de países como China, México o Brasil.

Si Japón es el acreedor del mundo ¿de dónde saca sus créditos?. Es un ovillo que ni el mejor samurai businessman japonés practicante del zen sería capaz de desenredar. Podríamos hacernos la misma pregunta respecto al capitalismo estadounidense, el cual también es, al mismo tiempo, banquero del planeta y deudor del globo, por mucho que sus gobernantes hayan echado las campanas al vuelo por la reducción del déficit USA (y así, en octubre del 96, el gobierno y la oposición se precipitaron para exigir créditos puesto que el déficit presupuestario de EEUU era el más bajo desde hacía 15 años, 1,8 % del PIB).

El hecho es que esta situación absurda demuestra que, a pesar de toda esa palabrería sobre las economías sanas y equilibradas que tanto les gusta usar a gobiernos y oposiciones, el capitalismo ya no puede seguir funcionando según sus propias leyes. Contra los economistas burgueses de su época, Marx escribía páginas enteras para demostrar que el capitalismo no puede crear un mercado ilimitado para sus propias mercancías; la reproducción ampliada de capital depende de la capacidad del sistema para extender constantemente el mercado más allá de sus fronteras. Rosa Luxemburg hizo resaltar las condiciones históricas concretas en las que esta extensión del mercado ya no podía verificarse, hundiendo así al sistema en un declive irreversible. Pero el capitalismo, en nuestros tiempos, ha aprendido a sobrevivir a su agonía mortal, haciendo sin el menor escrúpulo poco caso de sus propias reglas. ¿Que no quedan mercados?, pues vamos a crearlos aunque eso signifique quiebra, en el sentido estricto, para cada uno, incluidos los Estados más ricos del planeta. De esta manera, el capitalismo ha evitado, desde los años 60, el tipo de crash brutal, deflacionista que conoció en el siglo XIX y que fue también la forma de la crisis de 1929. En el período actual, las recesiones periódicas y los tropiezos financieros tienen la función de soltar un poco del vapor que el endeudamiento global produce en la olla del capitalismo. Pero también presagian explosiones mucho más serias en el futuro. El hundimiento del bloque del Este debería haber servido de aviso a la burguesía de todas partes; no se puede andar sorteando indefinidamente la ley del valor. Tarde o temprano, ésta se va a reinstalar por sí misma y cuanto más trampas se hayan hecho con ella, más destructora será su venganza. En este sentido, como lo subrayó Rosa Luxemburg: «El crédito no es ni mucho menos un medio de adaptación del capitalismo. Es, al contrario, un medio de destrucción con unos efectos de lo más revolucionario» (idem).

Los límites del crecimiento: la crisis en Estados Unidos, en Gran Bretaña,
en Alemania y en Japón

La Resolución del XIº congreso de la CCI era pues perfectamente correcta cuando hablaba de la perspectiva de una inestabilidad financiera creciente. ¿Hasta qué punto, sin embargo, se ha verificado la perspectiva de un nuevo hundimiento en la recesión? Antes de mirar este punto en detalle, debemos recordar aquí que hay un peligro en creerse a pies juntillas los análisis y la terminología de la burguesía. Es evidente que para la clase dominante no existe en absoluto una crisis irreversible de su modo de producción. Toda visión histórica amplia le es totalmente ajena y su visión de la economía, incluso cuando habla de «macroeconomía», es necesariamente inmediatista. Cuando habla de «crecimiento» o de «recesión» sólo usa los indicadores más superficiales y no se plantea problemas ni sobre las bases reales del crecimiento que constata ni sobre el significado real de los momentos que ella describe como recesiones. Como ya hemos podido subrayar anteriormente, los períodos de crecimiento son generalmente expresión de una recesión oculta y no contradicen en modo alguno la tendencia general de la economía capitalista a ir hacia un irremediable callejón sin salida. Para demostrar la existencia de la crisis, no es necesario mostrar que cada país en el mundo tiene una tasa de crecimiento negativa. Además, las estadísticas económicas de la burguesía poco nos informan sobre las consecuencias reales de la crisis sobre millones de seres humanos. El «Bilan du monde» de 1995 del diario francés le Monde nos dice, por ejemplo, que los países africanos alcanzaron tasas de crecimiento de 3,5 % en ese año y que se esperaba un nuevo aumento al año siguiente. Tales datos no sirven sino para ocultar que en amplios territorios del continente africano, la sociedad se ha desmoronado en medio de una aterradora pesadilla de guerras, enfermedades y hambres, lo cual es, todo ello, resultado de la crisis económica en los países «subdesarrollados» pero que nunca entran en las consideraciones de los expertos «económicos» de la burguesía pues son consecuencias históricas y no inmediatas.

En la situación actual, es tanto más importante no olvidarse de ese dato pues aparecen muchos factores, en apariencia contradictorios. La «recuperación» centrada en los países «anglosajones» se ha tambaleado un poco según las propias palabras de la burguesía, mientras que la mayoría de sus pitonisos siguen «serenamente optimistas» sobre las perspectivas de crecimiento. Por ejemplo, el Sunday Times del 29 de diciembre de 1996 hacía un repaso de las previsiones que hacen los peritos de EEUU sobre la economía estadounidense para 1997, basándose en los resultados de 1996: «Nuestro repaso de pronosticadores americanos empieza con los 50 mejores practicantes de este arte del Business Week. Como media, esos profetas esperan que 1997 sea una repetición de 1996. Se prevé que el producto interior bruto se incremente regularmente con la tasa anual de 2,1 % y que los precios de consumo aumenten 3 %... la tasa de desempleo se mantendrá baja, en 5,4 % y el tipo de interés a treinta años debería mantenerse cerca del nivel actual, 6,43 %». En efecto, el principal debate entre los economistas norteamericanos hoy es el de saber si la continuación del crecimiento no va a engendrar una inflación excesiva; es un tema que veremos más lejos.

La burguesía inglesa, o al menos su equipo gubernamental ([4]), ha cambiado su estilo por el de los americanos y, en lugar de ser prudentemente optimista, carga las tintas en cuanto se le presenta la ocasión. Según el canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), la economía británica está «en su mejor forma para una generación». Hablando el 20 de diciembre del 96, citó los indicadores del servicio de Estadísticas nacionales que «prueban» que la renta real disponible se incrementó un 4,6 % en el año; los gastos de consumo aumentaron el 3,2 %; el crecimiento económico global alcanzó 2,4 % mientras que el déficit comercial disminuía. En el mismo mes, el desempleo oficial, en baja general desde 1992, pasó por debajo de dos millones por vez primera desde hacía 5 años. En enero del 97, diferentes organismos de previsión, como el Cambridge Econometrics y el Oxford Economic Forecasting preveían que 1997 sería un año más o menos parecido con tasas de crecimiento en torno al 3,3 %. En Gran Bretaña también, la preocupación de los expertos de la que más se habla es la posibilidad de «supercalentamiento» de la economía que podría provocar una subida de la inflación.

Como ya hemos visto, la CCI ya ha analizado las razones de los buenos resultados relativos de los países anglosajones en estos últimos años. Además de los factores citados en la resolución de nuestro XIº congreso, también subrayábamos que en el caso de Estados Unidos, «se debe a la brutalidad sin precedentes de los ataques contra los obreros que [la burguesía] explota (muchos se ven obligados a tener varios empleos para sobrevivir), y también a la aplicación de todos los medios que le da su estatuto de superpotencia, las presiones financieras, monetarias, diplomáticas y militares, al servicio de la guerra comercial que libra con sus competidores» ([5]). En el caso de Gran Bretaña, el informe del XIIº congreso de World Revolution (ver World Revolution nº 200) confirmó hasta qué punto esa «recuperación» está basada en la deuda, la especulación, la eliminación de las ramas muertas y el uso masivo de la automatización y de las tecnologías informáticas. Subraya también los avances específicos que Gran Bretaña ha obtenido al retirarse de la «serpiente monetaria europea» en 1992 y la devaluación de la libra que siguió, lo que incrementó sus exportaciones.

Pero el Informe detallaba también el empobrecimiento real de la clase obrera en el que se ha basado esa «recuperación» (incremento de la tasa de explotación, declive de los servicios sociales, aumento del número de personas sin techo, etc.) a la vez que dejaba en claro las mentiras de la burguesía sobre la baja del desempleo: desde 1979, la burguesía británica ha modificado los criterios de sus estadísticas de desempleo... 33 veces. La definición actual, por ejemplo, ignora a todos aquellos que se han vuelto «económicamente inactivos», o sea aquellos que han acabado abandonando toda idea de buscar trabajo. Este fraude ha sido reconocido incluso por el Banco de Inglaterra: «Casi todas las mejoras en los resultados referentes al paro en los años 90 en comparación con los años 80 se deben al incremento de la inactividad» ([6]). Y lo mismo para «los más altos niveles de vida desde hace una generación» cacareados por Mr. Clark.

Sin embargo, aunque una de las obligaciones de los marxistas siempre ha sido la de ser capaces de mostrar el coste real del crecimiento capitalista para la clase obrera, subrayar la miseria de los obreros no es suficiente en sí para demostrar que la economía capitalista se encuentra en mal estado. Si así fuera, el capitalismo no hubiera tenido nunca fase ascendente, puesto que la explotación de los obreros en el siglo XIX era, como todo el mundo sabe, una explotación sin límites. Para demostrar que las previsiones optimistas de la burguesía se asientan en la arena, debemos analizar las tendencias más profundas de la economía mundial. Para eso, debemos examinar aquellos países donde las dificultades económicas indican más claramente por dónde van las cosas. Como lo resaltaba la resolución del XIIº congreso de RI, la evolución más significativa a ese nivel, en los últimos años, ha sido el declive de las dos economías «locomotoras»: Alemania y Japón.

La última conferencia territorial de Welt Revolution (sección de la CCI en Alemania) ha identificado los factores que confirman ese declive en lo que respecta a Alemania. Son:

• El estrechamiento del mercado interno: durante décadas, la economía alemana ha sido un gran mercado para los europeos y la economía mundial. Con el empobrecimiento creciente de la clase obrera, ya no es lo mismo. En 1994, por ejemplo, el gasto por alimentación ha bajado entre 6 y 20 %. Más generalmente, las inversiones internas serán 8 % inferiores en este año de 1997; las inversiones en la construcción y bienes de equipo están a 30 % por debajo del «pico» de 1992. El movimiento de capitales real disminuyó en 2% en 1995. Pero lo más significativo es sin duda que el desempleo está hoy por encima de los 4 millones de parados. Según la Oficina de Trabajo de Alemania, podría alcanzar los 4,5 millones en los próximos meses. Es la demostración más clara de la pauperización de la clase obrera alemana y de su capacidad declinante para servir de mercado al capital alemán y mundial.

• El fardo creciente de la deuda: en 1995, el déficit del Estado (federal, länder y municipios) alcanzaba casi el billón y medio de DM; hay que añadir 529 000 millones de DM «ocultos», con una deuda que se acerca, por lo tanto, a 2 billones de marcos, que viene a ser el 57,6 % del PNB. En diez años, la deuda pública ha aumentado 162 %.

• El incremento del coste del mantenimiento de la clase obrera: el crecimiento del desempleo aumenta más todavía la insolvabilidad del Estado, enfrentado a una clase obrera que no está derrotada y que no puede dejar así como así que los parados se mueran de hambre. A pesar de todas las medidas de austeridad introducidas por el gobierno Kohl en 1996, el gobierno tiene todavía una cuenta enorme que pagar para indemnizar a los parados, a los jubilados, a los enfermos. Unos 150 mil millones de DM de un presupuesto federal de 448 mil millones son gastados en retribuciones sociales a la clase obrera. La Oficina Federal de Desempleo tiene un presupuesto de 105 mil millones de DM y ya está en quiebra virtual.

• El fracaso de la burguesía alemana en la construcción de un «paisaje industrial» en el Este: pese al inmenso gasto en los länder del Este después de la reunificación, la economía no ha despegado. Gran parte del dinero ha ido a las infraestructuras, telecomunicaciones y vivienda, pero poco a nuevas industrias. Al contrario, todas las fábricas antiguas, inadaptadas, han quebrado; y cuando las hay nuevas (se han instalado fábricas modernizadas), absorben menos del 10 % de la fuerza de trabajo. Siguen los batallones de desempleados, pero pueden «disfrutar» de telecomunicaciones sofisticadas y bonitas carreteras nuevas.

Todos esos factores son otras tantas trabas para la competitividad de Alemania en el mercado mundial, obligando a la burguesía a atacar de frente todos los aspectos de la vida de la clase obrera: salarios, ventajas sociales y empleos. El fin del «Estado social» alemán es también el fin de muchos mitos capitalistas: el de hacer creer que trabajar mucho y ser socialmente pasivo otorga a los obreros altos niveles de vida, el de la necesaria y provechosa colaboración entre patronos y obreros, en resumen, el fin del modelo alemán de prosperidad que pretendidamente iba a servir de modelo a los demás países. Pero también es el final de una realidad para el capital mundial: la capacidad de Alemania para servir de locomotora. Al contrario, es el declive mismo del capital alemán, y no la «recuperación» superficial de la que alardean las burguesías estadounidense y británica, lo que muestra la perspectiva real para el sistema entero.

El fin del «milagro» económico japonés es tan significativo. Ya se hizo visible a principios de los 90 cuando las tasas de crecimiento –que habían subido hasta el 10 % en los años 60– se desmoronaron hasta no superar el 1 %. Japón está ahora «oficialmente» en recesión. Hubo una ligera mejora en 1995 y 96, lo que llevó a a algunos comentaristas a agitarse con entusiasmo sobre las perspectivas para el año 97: un artículo en The Observer de enero del 96, subrayaba los resultados «imposibles de parar» de la exportación japonesa (un crecimiento de 10 % en 1994 que significaba que Japón había superado a EEUU como mayor exportador mundial de bienes manufacturados). Anunciaba con confianza que «Japón estaba de nuevo en el puesto de mando de la economía mundial».

Nuestro reciente artículo «Una economía de casino» enfriaba esas esperanzas. Ya hemos mencionado la montaña de deudas que pesa sobre la economía japonesa. El artículo proseguía insistiendo en que: «Todo esto relativiza mucho el anuncio hecho en Japón de un leve despertar del crecimiento tras cuatro años de estancamiento. Noticia sin duda calmante para los media de la burguesía, pero lo único que de verdad pone de relieve es la gravedad de la crisis, ya que ese difícil despertar sólo se ha conseguido gracias a la inyección de dosis masivas de liquidez financiera en la aplicación de nada menos que cinco planes sucesivos de relanzamiento. Esta expansión presupuestaria, en la más pura tradición keynesiana, ha acabado por dar algún fruto..., pero a costa de déficits todavía más colosales que los que habían provocado la entrada de Japón en una fase de recesión. Esto explica por qué la “recuperación” actual es de lo más frágil y acabará deshinchándose como un globo.»

El último informe de la OCDE sobre Japón (2 de enero de 1997) confirma plenamente ese análisis. Aunque el informe prevé un alza de las tasas de crecimiento para 1997 (en torno a 1,7 %), también insiste en la necesidad de enfrentar de cara la cuestión de la deuda: «La conclusión del informe es que, ahora que el estímulo fiscal del último año y medio ha sido crucial para compensar el impacto de la recesión, Japón debe, a medio plazo, controlar su déficit presupuestario para reducir la deuda acumulada por el gobierno. Esta deuda representa el 90 % del rendimiento anual de la economía» ([7]). La OCDE exige un aumento de los impuestos para las ventas, pero sobre todo reducciones drásticas del gasto público. Expone abiertamente su preocupación sobre la salud económica de Japón a más largo plazo. En resumen, ese «club de cerebros» dirigentes de la burguesía deja de lado el lenguaje diplomático y no oculta la fragilidad de toda «recuperación» japonesa, inquietándose sin rodeos al comprobar que esa economía se hundirá en problemas todavía más graves en el futuro.

Cuando los problemas son los de países como Alemania y Japón, las inquietudes de la burguesía se justifican. Fue, ante todo, la reconstrucción de esas economías destruidas por las guerras lo que sirvió de estimulante del gran boom de los años 50 y 60; fue el final de la reconstrucción en esos dos países lo que provocó el retorno de la crisis abierta de sobreproducción a finales de los años 60. Hoy, el fracaso cada vez más patente de esas dos economías representa un encogimiento significativo del mercado mundial y es el signo de que la economía global entra tambaleándose en una nueva etapa de su ocaso histórico.

Los «dragones» heridos

Decepcionada por las dificultades de Japón, la burguesía y sus medios han intentado crear nuevas y tan falsas esperanzas haciendo resaltar las hazañas de los «dragones» del Sureste asiático, o sea las economías de países como Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, cuyas tasas de crecimiento vertiginosas se ponen de ejemplo emblemático, así como la China futura, presentada como país que alcanzará el estatuto de «superpotencia económica» en lugar de Japón.

El problema es que, como en los anteriores «éxitos» de algunos países del Tercer mundo como Brasil o México, el crecimiento de los dragones asiáticos es un globo hinchado por la deuda que puede estallar en cualquier momento. Los grandes inversores occidentales lo saben: «Entre las razones que a los países industriales más ricos les han vuelto tan preocupados por duplicar la línea de créditos de socorro del FMI hasta 850 mil millones, está el temor a una nueva crisis de estilo mexicano, esta vez en el Sureste asiático. El desarrollo de las economías en el Pacífico ha favorecido un flujo enorme de capital en el sector privado que ha sustituido el ahorro interno, llevando a una situación financiera inestable. El problema es saber qué dragón de Asia será primero en caer.

La situación en Tailandia empieza a ser ya dudosa. El ministro de Finanzas, Bodi Chunnananda, ha dimitido mientras los inversores perdían confianza y la demanda en los sectores clave, incluida la construcción, los bienes raíces y la finanza, símbolos todos ellos de una economía de «burbuja», se reducía. Del mismo modo, cierta incertidumbre se ha centrado en Indonesia, pues la estabilidad del régimen de Suharto y su no respeto de los derechos humanos se han vuelto problemáticos». ([8])

Lo más llamativo es la situación económica y social en Corea del Sur. La burguesía, ahí, inspirándose en sus colegas europeas, ha metido a los obreros en una maniobra a gran escala: en diciembre de 1996, decenas de miles de obreros se pusieron en huelga contra las nuevas leyes laborales, presentadas, sobre todo, como un ataque contra la democracia y los derechos sindicales, lo cual permitió a los sindicatos y a los partidos de oposición desviar a los trabajadores de su propio terreno. Sin embargo, tras el ataque provocador del gobierno, hay una respuesta real a la crisis a la que se enfrenta la economía de Corea del Sur: el aspecto central de esta ley es que a las empresas les facilita los despidos de obreros y la imposición de horarios laborales; y ha sido claramente entendido por los obreros como una preparación para otros ataques contra sus condiciones de vida.

En cuanto a que China estaría convirtiéndose en una nueva potencia generadora de crecimiento económico, eso es, más que nunca, una farsa siniestra. Es verdad que la capacidad de adaptación y de supervivencia del régimen capitalista de tipo estalinista de ese país es notable, cuando otros regímenes del mismo tipo se han desmoronado por completo. No será, sin embargo, el grado de liberalización económica, ni de «apertura al oeste», ni la explotación de nuevas salidas mercantiles abiertas por la cesión de Hong Kong, lo que va a transformar las bases de la economía china, una economía atrasada sin remedio, en la industria, en la agricultura y en los transportes, abotargada por el lastre crónico, como en todos los regímenes estalinianos, de una burocracia hipertrofiada y del sector militar. Como en otros regímenes desestalinizados, la liberalización ha hecho que China realice hazañas de tipo occidental tales como... el desempleo masivo. El 14 de octubre del 96, el China Daily, diario a sueldo del gobierno, admitía que el número de desempleados podría aumentar en más de la mitad de la cantidad actual hasta alcanzar los 258 millones en 4 años. Con millones de emigrantes del campo que inundan las ciudades, con las empresas estatales en quiebra que procuran desesperadamente quitarse de encima el «excedente» de mano de obra, a la burguesía china le inquieta la posibilidad de una explosión social. Según cifras oficiales, el 43 % de empresas estatales perdieron dinero en 1995 y en el primer trimestre de 1996, el sector estatal entero funcionaba con pérdidas. Cientos de miles, cuando no millones de obreros en las empresas del Estado no han sido pagados desde hace meses ([9]).

Es cierto que la proporción creciente de la renta industrial de China procede de empresas privadas o mixtas, pero por más dinámicos que sean esos sectores, mal podrán compensar el enorme peso de la bancarrota del sector directamente estatal.

Cada vez que se desmorona un mito, amenazando con desvelar la quiebra de todo el sistema capitalista, la burguesía saca otros nuevos. Hace años eran los milagros alemán y japonés; después, tras el descalabro del bloque del Este, nos anunciaron radiantes futuros gracias a los «nuevos mercados» en Europa del Este y en Rusia. En cuanto se cayeron esos mitos ([10]), se pusieron a alabar a los «dragones» del Sureste asiático y a China. Hoy, esos nuevos reyezuelos de la finanza aparecen desnudos. Puede que ahora la nueva gran esperanza de la economía mundial sean las «performances» de la libra esterlina en el Reino Unido, vaya usted a saber. Al fin y al cabo, ¿no fue ese país el laboratorio del mundo capitalista en el siglo pasado? ¿No será capaz hoy el león británico de volver a empezarlo todo desde el principio? Todo podría valer cuando ya no sólo se trata de la quiebra del capitalismo mundial sino también de los mitos con los que es ocultada.

Perspectivas

1. Una guerra comercial más agudizada

Otro mito que sirve para dar la idea de un capitalismo repleto de vitalidad todavía, es la fábula de la globalización o mundialización. En el artículo «Tras la “globalización” de la economía, la agravación de la crisis del capitalismo» (Revista internacional nº 86) demostrábamos, para atacar algunas confusiones que afectan incluso al medio revolucionario, que la globalización, a pesar de los bonitos discursos de la burguesía, no es, en absoluto, una nueva fase en la vida del capitalismo, una era de «libertad de comercio» en la que el Estado nacional tendría cada vez menos papel que desempeñar. Al contrario, la ideología de la globalización (haciendo abstracción de su interés para agitar la cuestión del nacionalismo en la clase obrera) es, en realidad, una tapadera para una guerra comercial que se ahonda. Dábamos en ese artículo el ejemplo de la nueva Organización mundial del comercio (OMC) para mostrar cómo las economías más poderosas –Estados Unidos especialmente– utilizan esa institución para imponer niveles de vida y de bienestar que las economías más débiles no podrán alcanzar nunca, desventajándolas así como rivales económicos potenciales. El encuentro ministerial de diciembre de 1996 de la OMC siguió por el mismo camino. Los países más desarrollados sembraron la división entre los más débiles para sabotear un plan de acceso sin aranceles a los mercados occidentales a algunos países de entre los más pobres. Los estadounidenses hicieron concesiones sobre aranceles para el güisqui y otros licores para así realizar algo más lucrativo: la apertura de los mercados europeos y asiáticos a los productos de la tecnología de la información. Es una prueba patente de que la «mundialización», la nueva «libertad de comercio» quieren decir, sobre todo, «libertad» para el capital americano de penetrar en los mercados mundiales sin el inconveniente de que sus competidores más débiles protejan sus propios mercados con aranceles. Nuestro artículo de la Revista subrayaba ya que era una «libertad» de dirección única: «el mismísimo Clinton que consiguió en 1995 que Japón abriera sus fronteras a los productos americanos, que no se cansa de pedir a sus “socios” la “libertad de comercio”, dio ejemplo estrenando su mandato con la subida de aranceles en aviones, acero y productos agrícolas y limitando la adquisición de productos extranjeros a las agencias estatales».

Ya hemos puesto de relieve que la capacidad de EEUU para hacerse respetar a escala internacional ha sido un factor de la mayor importancia en la fuerza relativa de la economía norteamericana en los últimos años. Pero esto también esclarece otra característica de la situación actual: la relación cada vez más estrecha entre guerra comercial y competición interimperialista.

Evidentemente, esa relación es producto a la vez de las condiciones generales de la decadencia, en la que la competencia económica está cada vez más subordinada a las rivalidades militares y estratégicas y de las condiciones específicas que prevalecen desde la desaparición del viejo sistema de bloques. La época de los bloques ponía de relieve la subordinación de las rivalidades económicas a las rivalidades militares, puesto que las dos superpotencias no eran los rivales económicos principales. En cambio, las oposiciones imperialistas que se han abierto a partir de 1989 corresponden más exactamente a las rivalidades económicas directas. Sin embargo, las consideraciones estratégico-imperialistas siguen predominando. En realidad es la guerra comercial la que ha aparecido, cada día más, como un instrumento de aquéllas.

Eso ha quedado claro con la ley Helms-Burton dictada por Estados Unidos. Esta ley hace una incursión sin precedentes en los «derechos comerciales» de los principales rivales imperialistas y económicos de EEUU, prohibiéndoles comerciar con Cuba so pena de sanciones. Es una clara respuesta provocadora de EEUU a las potencias europeas que han lanzado un reto a su hegemonía mundial, no sólo en los países «lejanos» como los Balcanes u Oriente Próximo sino incluso en el «patio trasero» estadounidense, América Latina con Cuba incluida.

Las potencias europeas no se han quedado de brazos cruzados frente a esa provocación. La Unión Europea ha denunciado a EEUU ante el tribunal de la nueva Organización Mundial del Comercio (OMC) en Ginebra, exigiendo la retirada de la ley Helms-Burton. Esto confirma lo que decíamos en nuestro artículo sobre la globalización, que la formación de conglomerados comerciales regionales como la Unión Europea «obedece a una necesidad para grupos de naciones capitalistas de crear zonas protegidas desde las cuales hacer frente a los rivales más poderosos» ([11]). La Unión Europea es pues un instrumento de la guerra comercial y los avances actuales hacia una moneda única europea deben comprenderse en función de esa guerra. Pero no sólo tiene una función puramente «económica». Como hemos visto durante la guerra en Yugoslavia, puede servir de instrumento más directo de enfrentamiento interimperialista.

Naturalmente, la propia Unión Europea está corroída por divisiones nacional-imperialistas profundas, como lo han demostrado recientemente los desacuerdos entre Alemania y Francia por un lado y Gran Bretaña por otro, sobre la moneda única. En un contexto general de fuerzas centrífugas, las rivalidades tanto comerciales como imperialistas será cada día más caóticas, agravándose la inestabilidad de la economía mundial. Y como cada nación está obligada a proteger su capital nacional se acentuará así la contracción del mercado mundial.

2. Inflación y depresión

Sea cual sea el hilo del que quiere tirar la burguesía, el capitalismo mundial está al borde de caer en grandes convulsiones económicas, a una escala sin comparación posible con lo que hemos visto en los últimos treinta años. Esto es seguro. Lo único que no puede estar tan claro para los revolucionarios es ni el plazo exacto de esas convulsiones (no nos vamos a poner aquí en plan de adivinos) ni la forma precisa que tendrán.

Tras la experiencia de los años 70, la burguesía ha presentado la inflación como el monstruo que había que aniquilar a toda costa: las políticas masivas de desindustrialización y los recortes en el gasto público defendidos por Thatcher, Reagan y demás monetaristas se basaban en el argumento de que la inflación era el peligro número uno para la economía. A principios de los años 90, la inflación, al menos en los principales países industriales, parecía haber sido domada, hasta el punto de que algunos economistas empezaron a hablar de victoria histórica sobre la inflación. Podemos preguntarnos si, en realidad, no estamos asistiendo al retorno, al menos en parte, de una crisis de tipo deflacionista como así ocurrió a principios de los años 30: una crisis clásica de sobreproducción en la que los precios se desploman a causa de la contracción brutal de la demanda.

Hay que notar, por cierto, que esa tendencia empezó a invertirse después de 1936, cuando el Estado intervino masivamente en la economía: el despliegue de la economía de guerra y la estimulación de la demanda por los gastos de gobierno hicieron aparecer tensiones inflacionistas. Ese cambio fue todavía más patente cuando la crisis abierta a finales de los 60. La primera respuesta de la burguesía fue la de seguir con las políticas «keynesianas» de las décadas anteriores. Eso dio el resultado de aminorar el ritmo de la crisis pero también el de alcanzar niveles de inflación muy peligrosos.

El monetarismo se presentó como alternativa radical al keynesianismo, como un volver a los valores seguros del capitalismo, es decir, gastar sólo lo que realmente se ha obtenido, «vivir según lo que se tiene», etc. Se pretendía desmantelar un aparato de Estado hipertrofiado e incluso algunos revolucionarios se dejaron camelar y hablaron de «demolición» del capitalismo de Estado. En realidad, el capitalismo no puede volver a las formas y a los métodos de su juventud. El capitalismo senil ya sólo puede sostenerse con las muletas de un aparato de Estado hipertrofiado; y aunque los thatcherianos hicieron cortes y recortes en algunos sectores, especialmente en los que tenían algo que ver con el salario social, apenas si tocaron, en cambio, a la economía de guerra, a la burocracia o al aparato represivo. Es más, la tendencia a la desindustrialización ha hecho crecer el peso de los sectores improductivos en la economía considerada como un todo. En resumen, las «nuevas políticas» de la burguesía no han sido capaces de eliminar los factores subyacentes de las tendencias inflacionistas del capitalismo decadente a causa de la necesidad de mantener un enorme sector improductivo.

Otro factor, del que hemos hablado, de la mayor importancia en esa ecuación es la dependencia cada vez mayor del sistema respecto al crédito. El altísimo nivel alcanzado por el endeudamiento de los gobiernos demuestra lo incapaz que es la burguesía de romper con las políticas «keynesianas» del pasado. En realidad, es la falta de mercados solventes lo que hace que a la burguesía, sea cual sea el barniz ideológico de sus equipos en el gobierno, le sea necesaria la creación de un mercado artificial. Hoy, la deuda se ha convertido en el principal mercado artificial para el capitalismo, pero, en un principio, las medidas propuestas por Keynes llevaban todo recto a esa situación.

Con esa idea en la mente, algunos de los más recientes discursos de la burguesía se esclarecen. Da la impresión de que su confianza en la «victoria histórica» contra la inflación no sea tan radical, pues en cuanto ha percibido el menor signo de retorno al crecimiento en países como Gran Bretaña o EEUU, empieza a hablar del peligro de tensión inflacionista. Los economistas tienen opiniones diferentes sobre las causas: los hay favorables a la tesis de la inflación por los costes, con una insistencia especial en el peligro que representan las reivindicaciones salariales irrealistas. La idea es que si los obreros dejan de tenerle miedo al paro y se dan cuenta de las ganancias realizadas, se van a poner a exigir más dinero y eso acarreará inflación. La otra tesis es que la inflación viene «arrastrada por la demanda»: si la economía crece demasiado deprisa, la demanda va a superar la oferta y los precios se van a incrementar. No vamos a repetir aquí los argumentos que hemos desarrollado hace 25 años contra esas teorías ([12]). Lo que diremos es que el verdadero peligro del «crecimiento» que llevaría a la inflación estriba en otra cosa: en que todo crecimiento, toda pretendida recuperación se basa en un incremento considerable de la deuda, en un estímulo artificial de la demanda, o sea, en capital ficticio. Esa es la matriz que engendra la inflación, pues expresa una tendencia profunda en el capitalismo decadente: el divorcio creciente entre dinero y valor, entre lo que ocurre en el mundo «real» de la producción de bienes y un proceso de intercambio que se ha convertido en «un mecanismo tan complejo y artificial» que la propia Rosa Luxemburg se quedaría estupefacta si pudiera verlo.

Si queremos observar un modelo de desplome de una economía que había puesto patas arriba la ley del valor, o sea el hundimiento de una economía capitalista de Estado, fijémonos en lo que está ocurriendo en los países del antiguo bloque del Este. Lo que vemos es no sólo el desplome de la producción a una escala mucho mayor que durante la crisis de 1929, sino también una tendencia a una inflación incontrolable y a la gansterización de la economía. ¿Será esa la forma que tomará en el Oeste?.

CCI

 

[1] Revista internacional, no 82.

[2] Un billón es un millón de millones.

[3] Rosa Luxemburg, Reforma o Revolución.

[4] Cuando se redactó este Informe gobernaba el partido conservador de Primer ministro Major.

[5] «Resolución sobre la Situación internacional del XIIº congreso de la CCI», Revista internacional nº 86.

[6] Financial Times, 12/09/96.

[7] The Guardian, 03/01/97.

[8] The Guardian, 16/10/96.

[9] The Economist, 14-20/12/96.

[10] Sobre el estado catastrófico de esos países, ver el artículo en la Revista internacional nº 88.

[11] Revista internacional nº 86.

[12] Ver al respecto: «Sobreproducción e inflación», en World Revolution nº 2 y Révolution internationale nº 6, diciembre de 1973.

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Las falsificaciones contra la Revolución de 1917 - La mentira comunismo = estalinismo = nazismo

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Continuando los 8 años de la campaña de propaganda intensiva dedicada a la pretendida «muerte del comunismo», la burguesía mundial ha respondido al 80 aniversario de la revolución de Octubre con una exhibición de indiferencia y desinterés por los acontecimientos revolucionarios de aquel entonces. En muchos países, incluida la propia Rusia, ese aniversario fue tratado en los telediarios como un asunto de segunda o tercera categoría. Al día siguiente, los comentarios de la prensa subrayaban que la Revolución rusa había perdido relevancia en el mundo actual, interesando únicamente a los historiadores. Y los movimientos de protesta obrera que se estaban produciendo por las mismas fechas proporcionaron a los medios la ocasión de poner de manifiesto con notoria satisfacción que ahora «la lucha de clases se había liberado de las confusiones ideológicas y de la persecución de peligrosos ideales utópicos» ([1]).

En realidad, esa indiferencia aparente por la revolución proletaria, la cual sólo tendría interés para la «ciencia histórica» burguesa «desapasionada» es una nueva etapa cualitativamente superior en el ataque capitalista contra Octubre. Con la excusa de estudiar los resultados de las investigaciones de sus historiadores, la clase dominante ha lanzado, a través de «un debate público», una nueva campaña a escala mundial contra los «crímenes del comunismo». Este «debate» no solo culpa a los bolcheviques y a la propia Revolución rusa de los crímenes de la contrarrevolución capitalista del estalinismo, sino que les echa también la culpa, de forma indirecta, de los crímenes del nazismo dado que «el grado y las técnicas de violencia masiva fueron inaugurados por los bolcheviques y (…) los nazis se inspiraron en su ejemplo» ([2]). Para los historiadores burgueses, el crimen fundamental de la Revolución rusa fue la sustitución de la «democracia» por una ideología «totalitaria» que condujo a la exterminación sistemática del «enemigo de clase». El nazismo, nos dicen, apareció inspirándose en esta tradición no democrática de la Revolución rusa; lo único que hizo fue sustituir la «guerra de clases» por la «guerra de razas». La lección que extrae la burguesía de la barbarie de su propio sistema decadente es que la «democracia», precisamente porque no es un sistema perfecto, porque permitiría el juego de la «libertad individual», sería la más adecuada a la naturaleza humana y, por consiguiente, cualquier intento de desafiarla conduciría bien a Auschwitz bien al Gulag.

Desde 1989, el ataque burgués contra el comunismo y la Revolución rusa se fue desarrollado aprovechando el impacto del desplome de los regímenes estalinistas del Este y presentando dicho derrumbe como el hundimiento del comunismo. La burguesía no necesitaba encontrar argumentos históricos en defensa de sus mentiras. Hoy, el impacto de esas campañas ideológicas se vio progresivamente erosionado por el fiasco de la
pretendida victoria del «estilo occidental de capitalismo y democracia» desmentidos cotidianamente por el declive económico y la masiva pauperización tanto en el Oriente como en Occidente. Aunque la combatividad y sobre todo la conciencia del proletariado se vio negativamente afectada por los hechos y la propaganda en torno a la caída del muro del Berlín, la clase obrera no se adhirió masivamente a la defensa de la democracia burguesa, recuperando lentamente el camino de sus luchas y la combatividad contra los ataques capitalistas. Dentro de minorías politizadas en el proletariado renace un nuevo interés por la historia de la clase obrera en general y particularmente por la Revolución rusa y la lucha de las corrientes marxistas contra la degeneración de la Internacional en particular. Aunque la burguesía tiene la situación social inmediata relativamente controlada, su ansiedad e inquietud ante el progresivo colapso de su economía y la realidad de que el proletariado conserva intacto su potencial de combatividad y de reflexión le obligan a intensificar sus maniobras y sus ataques ideológicos contra su enemigo de clase. Esa es la razón por la que la burguesía ha montado maniobras como la huelga del sector público en diciembre de 1995 en Francia o la huelga de UPS (principal compañía privada de correos) en Estados Unidos en 1997 con el objeto específico de reforzar el control del aparato sindical. Esa es la razón, igualmente, por la cual la clase dominante ha respondido al 80º aniversario de la Revolución rusa con una riada de libros y artículos dedicados a falsificar la historia y a desprestigiar la lucha del proletariado.

Esas contribuciones no se han quedado encerradas en las universidades; muy al contrario, se han convertido en objeto de una intenso «debate» público y de intensas «controversias» con el propósito de destruir la memoria histórica de la clase obrera. En Francia, el Livre noir du communisme, que asimila las víctimas de la Guerra civil posrevolucionaria (impuesta al proletariado por la invasión de Rusia por los Ejércitos blancos contrarrevolucionarios) a las provocadas por la contrarrevolución estalinista (una contrarrevolución capitalista sufrida por el proletariado y el campesinado), en una lista indiferenciada de 100 millones de «víctimas de «crímenes del comunismo» ¡llegó a ser debatido incluso en la Asamblea nacional!. Junto a las tradicionales calumnias contra la Revolución rusa, tales como reducirla a un «golpe de Estado bolchevique», ese Livre noir ha sido utilizado para lanzar una calumnia cualitativamente nueva con un ruidoso debate, al plantear por primera vez, para ser sistemáticamente debatido, si el «comunismo» sería peor incluso que el fascismo. Los coautores de este libro pseudocientífico, en la mayoría de los casos antiguos estalinistas, exhiben ruidosamente el desacuerdo entre ellos en la respuesta a esa «pregunta». En las páginas de Le Monde ([3]) el arriba mencionado Courtois, acusa a Lenin de crímenes contra la humanidad declarando: «el genocidio de clase es lo mismo que el genocidio de raza: la muerte por hambre de los niños de los kulaks ucranianos deliberadamente abandonados al hambre por el régimen estalinista es igual a la muerte de niños judíos abandonados a la muerte en el gueto de Varsovia por el régimen nazi». Algunos de sus colaboradores, por otra parte, pero también el Primer ministro francés Jospin, consideran que Courtois ha ido demasiado lejos al poner en cuestión la «singularidad» de los crímenes nazis. En el parlamento Jospin defendió el «honor del comunismo» (identificado con el honor de sus colegas ministeriales del PCF estalinista) arguyendo que aunque el «comunismo» hubiera asesinado más gente que el fascismo, fue sin embargo menos demoníaco porque estaba motivado por «buenas intenciones». La controversia internacional provocada por este libro –desde la cuestión sobre si sus autores no han exagerado el número de víctimas para alcanzar la «cifra redonda» de 100 millones, hasta la difícil cuestión ética de si Lenin fue más demonio que Hitler– ha servido en su conjunto para desprestigiar la revolución de Octubre, el hito más importante en el camino hacia la liberación del proletariado y de la humanidad. Las protestas, en Europa, de los veteranos estalinistas de la resistencia contra Alemania en la IIª Guerra mundial no tienen otro objetivo que el de servir a la mentira según la cual la Revolución rusa fue responsable de los crímenes de su mortal enemigo: el estalinismo. Tanto el «radical» Courtois como el «razonable» Jospin, como el conjunto de la burguesía, comparten las mismas mentiras capitalistas que son la base del Livre noir. Estas incluyen la mentira, constantemente afirmada sin la menor prueba, según la cual Lenin fue el responsable del terror estalinista y la mistificación según la cual la «democracia» sería la única «salvaguarda» frente a la barbarie. En realidad toda esa exhibición masiva de pluralismo democrático de opiniones y de indignación humanitaria solo sirven para ocultar la verdad histórica que evidencia que todos los grandes crímenes de esta centuria comparten la misma naturaleza de clase burguesa, no solo los perpetrados por el estalinismo y nazismo sino también los cometidos por la democracia, desde Hiroshima y el bombardeo de Dresde ([4]) o el haber condenado a una cuarta parte de la población mundial al hambre por el capitalismo «liberal» decadente. De hecho, el debate moralista sobre cuál de los crímenes del capitalismo es más condenable es en sí mismo tan bestial como hipócrita. Todos los participantes de este pseudodebate pretenden demostrar lo mismo: todo intento de abolir el capitalismo, todo desafío a la democracia burguesa, por muy idealista o bienintencionado que sea en su origen, no lleva más que un terror sangriento.

Sin embargo, en realidad, las raíces del más grande y más largo reinado del terror en la historia y de la «paradójica tragedia» del comunismo, residirían, según Jospin o el historiador y canciller doctor Helmut Kohl, en la visión utópica de la revolución mundial del bolchevismo en el periodo original de la revolución de Octubre. La prensa burguesa alemana ha acogido el Livre noir defendiendo el carácter responsable del antifascismo estalinista contra el «loco marxismo utópico» de la revolución de Octubre del 17. Esta «locura» consistiría en intentar superar la contradicción capitalista entre trabajo asociado a escala internacional en un único mercado mundial y la competencia mortal entre Estados nacionales burgueses por el producto de este trabajo: ése sería el «pecado original del marxismo» que violaría la «naturaleza humana» en cuya defensa tanta energía pondría la burguesía.

La burguesía reproduce las viejas mentiras sobre la Revolución rusa

Mientras que en el período de la guerra fría muchos historiadores occidentales negaban la continuidad entre el estalinismo y la revolución de Octubre del 17, para así evitar que su rival oriental se aprovechara del prestigio de ese gran acontecimiento, hoy el blanco de todos sus odios ya no es el estalinismo sino el propio bolchevismo. Ahora que la amenaza de la rivalidad imperialista de la URSS ha desaparecido para siempre, no ocurre lo mismo con la amenaza de la revolución proletaria. Contra esa amenaza los historiadores burgueses dirigen hoy todas sus iras echando mano de las viejas mentiras producidas por el pánico que estremeció a la burguesía durante la Revolución rusa tales como que «los bolcheviques eran agentes pagados por los alemanes» y que Octubre fue un «golpe de Estado bolchevique». Estas mentiras propaladas en aquella época por los seguidores de Kautsky ([5]) se basaban en explotar la censura impuesta por la prensa burguesa sobre lo que realmente estaba ocurriendo en Rusia. Hoy, con más evidencias documentales a su disposición, esos prostituidos a sueldo de la burguesía arrojan las mismas calumnias que las del Terror blanco. Estas mentiras son propaladas actualmente no sólo por los enemigos declarados de la Revolución rusa sino también por sus pretendidos defensores. En el nº 5 de Anales sobre el comunismo editado por el historiador estalinista Hermann Weber y dedicado a la revolución de Octubre ([6]) la vieja idea menchevique según la cual la revolución fue prematura es resucitada por Moshe Lewin, quien acaba de descubrir que, en 1917, Rusia no estaba madura para el socialismo ni tampoco para la democracia burguesa dado el atraso del capitalismo ruso. Esta explicación alegando el atraso y la barbarie del bolchevismo es también servida en el nuevo libro A people's tragedy (Una tragedia del pueblo) del historiador Orlando Figes el cual ha creado un furor burgués en Gran Bretaña. En él se afirma que Octubre fue básicamente la obra de un hombre perverso y un acto dictatorial del partido bolchevique bajo la dictadura personal del «tirano» Lenin y de su acólito Trotski: «lo más notable en la insurrección bolchevique es que casi ninguno de los líderes bolcheviques deseaba que ocurriera unas horas antes de su comienzo» (pag. 481). Figes «descubre» que la base social de este golpe de Estado no fue la clase obrera sino el lumpen. Tras unas observaciones preliminares sobre el bajo nivel de educación de los delegados bolcheviques de los soviets (cuyos conocimientos sobre la revolución no habían sido evidentemente adquiridos en Cambridge u Oxford), Figes concluye: «fue más bien el resultado de la degeneración de la revolución urbana, y particularmente del movimiento obrero como una fuerza organizada y constructiva, con vandalismo, crimen, violencia generalizada y orgía de saqueos como principales expresiones de este estallido social (…) Los participantes en esta violencia destructiva no fue la clase obrera organizada sino las víctimas del estallido de dicha clase y de la devastación de años de guerra: el creciente ejército de desempleados; los refugiados de las regiones ocupadas, soldados y marineros que se congregaban en las ciudades; bandidos y criminales liberados de las cárceles y los jornaleros analfabetos procedentes del campo que habían sido siempre los más proclives a los disturbios y a la violencia anárquica en las ciudades. Eran los tipos semi campesinos a los que Gorki había culpado de la violencia urbana acontecida en la primavera y cuyo apoyo había atribuido a la creciente fortuna de los bolcheviques» (pag. 495). ¡Así es como la burguesía «rehabilita» a la clase obrera, lavándola de la acusación de haber tenido una historia revolucionaria!. ¡Se necesita cara dura para ignorar los hechos incontrovertibles que prueban que Octubre fue la obra de millones de trabajadores revolucionarios organizados en consejos obreros, los famosos Soviets!. Es evidentemente contra la lucha de hoy y de mañana contra la que están apuntando las falsificaciones de la burguesía.

Hoy más que nunca los líderes de la Revolución de octubre son objeto de los mayores odios y denigraciones por parte de la clase dominante. Muchos de los libros y artículos aparecidos recientemente son sobre todo requisitorios contra Lenin y Trotski. El historiador alemán Helmut Altricher, por ejemplo, empieza su libro Russland 1917 con las siguientes palabras: «En el comienzo Lenin no estaba allí». Su libro que pretende demostrar que los autores de la historia no son líderes sino las masas plantea una «apasionada defensa» de la iniciativa autónoma de los trabajadores rusos hasta que, desgraciadamente, cayeron seducidos por las «sugestivas» consignas de Lenin y Trotski que arrojaron la democracia a lo que éstos «escandalosamente» llamaban el basurero de la historia.

Aunque la última gran lucha de la vida de Lenin fue contra Stalin y la capa social de burócratas que apoyaban a éste, llamando a su revocación en su famoso Testamento, se han llenado miles de páginas para probar que Lenin designó como «sucesor» a Stalin. Particularmente fuerte es la insistencia sobre la actitud «antidemocrática». Aunque el movimiento trotskista se unió a las filas burguesas con la IIª Guerra mundial, la figura histórica de Trotski es, en cambio, particularmente peligrosa para la burguesía. Trotski simboliza como pocos el mayor «escándalo» en la historia humana: que una clase explotada expulse del poder a la clase dominante (en octubre de 1917) y que intente extender su dominio por el mundo entero (fundación de la Internacional comunista) y organice la defensa militar del nuevo poder (el Ejército rojo durante la guerra civil), y que, encima, inicie la lucha marxista contra la contrarrevolución burguesa del estalinismo: son hechos que los explotadores temen por encima de todo y quieren erradicar a toda costa de la memoria colectiva de la clase obrera: el que el proletariado arrancara el poder a la clase burguesa y se convirtiera en la clase dominante en Octubre 1917; que el marxismo fuera el detonante de la lucha proletaria contra la contrarrevolución estalinista, apoyada por toda la burguesía mundial.

Fue gracias a los esfuerzos combinados de la burguesía occidental y de la contrarrevolución estalinista si la revolución alemana acabó siendo derrotada en 1923 y el proletariado aplastado en 1933. Fue gracias a aquellos si pudieron ser derrotadas la huelga general de 1926 en Gran Bretaña, la clase obrera china durante 1926-27 o la clase obrera española en 1936. La burguesía mundial apoyó la destrucción estalinista de todos los vestigios de la dominación del proletariado en Rusia y su aniquilación de la Internacional comunista. La burguesía actual esconde que los 100 millones de víctimas del estalinismo, la aterradora cifra compilada en la salsa de la obra capitalista el Livre noir du communisme, son crímenes de la burguesía, de la contrarrevolución capitalista de la que el estalinismo es parte íntegra y que los verdaderos comunistas internacionalistas fueron las primeras víctimas de esa barbarie.

Los intelectuales demócratas burgueses que se han puesto ahora en cabeza del ataque contra Octubre, además de servirles para trepar en su carrera y aumentar sus ingresos, tienen un interés específico en imponer una histórica tabla rasa. Tienen el mayor interés en ocultar el servilismo despreciable de los intelectuales burgueses que se pusieron a los pies de Stalin en los años 30. Y no sólo fueron escritores estalinistas como Gorki, Feuchtwanger o Brecht ([7]), sino toda la crema de historiadores burgueses demócratas y moralistas desde Webb al pacifista Romain Rolland quienes deificaron a Stalin defendiendo con uñas y dientes los procesos de Moscú y propiciando la caza del hombre contra Trotski ([8]).

Una ofensiva contra la perspectiva de la lucha del proletariado

La falsificación contra la historia revolucionaria de la clase obrera es en realidad un ataque contra su lucha de clase actual. Al tratar de demoler el objetivo histórico del movimiento de la clase, la burguesía declara la guerra al movimiento de clase mismo. «Pero como quiera que el objetivo final es precisamente lo único concreto que establece diferencias entre el movimiento socialdemócrata, por un lado, y la democracia burguesa y el radicalismo burgués, por otro; y como ello es lo que hace que todo el movimiento obrero, de una cómoda tarea de remendón encaminada a la salvación del orden capitalista, se convierta en una lucha de clases contra este orden, por la anulación de este orden» ([9]).

En su momento, la separación propiciada por Bernstein entre objetivo y el movimiento de la lucha de la clase obrera a finales del siglo pasado fue el primer intento a gran escala para liquidar el carácter revolucionario de la lucha de clase proletaria.

En la historia de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado, los periodos de crecimiento de la lucha y de desarrollo de la conciencia de clase han sido siempre períodos de difícil pero auténtica clarificación respecto al objetivo final del movimiento; mientras que los periodos de derrota llevan al abandono de dicho objetivo por la mayoría de las masas.

La época actual iniciada en 1968, se ha caracterizado, desde el principio, por el surgimiento de debates sobre el objetivo final de la lucha proletaria. La oleada de luchas internacional abierta por mayo-junio de 1968 en Francia se caracterizó por un cuestionamiento, por parte de una nueva generación de trabajadores que no había conocido la derrota ni la guerra, tanto del aparato de izquierdas del capital (sindicatos y partidos de «izquierda») como de la definición burguesa de socialismo ofrecida por estos aparatos. El final de 50 años de contrarrevolución estalinista se vio inevitable y necesariamente marcada por la aparición de una nueva generación de minorías revolucionarias.

La campaña de propaganda actual contra el comunismo y contra la revolución de Octubre, lejos de ser una cuestión académica constituye un tema central en la lucha de clases de nuestra época. Por ello requiere la respuesta más decidida de las minorías revolucionarias, de la Izquierda comunista en todo el mundo. Esta cuestión es aún más importante actualmente dado el proceso de descomposición del capitalismo. Este período de descomposición está determinado por encima de todo por el hecho de que desde 1968 ninguna de las clases decisivas de la sociedad ha sido capaz de dar un paso decisivo hacia su objetivo histórico: la burguesía hacia la guerra, el proletariado hacia la revolución. El resultado más importante de este empate histórico, que ha abierto una fase de horrorosa putrefacción del sistema capitalista, ha sido el desmoronamiento del bloque imperialista del Este gobernado por el estalinismo. Este acontecimiento ha proporcionado a la burguesía argumentos inesperados para desprestigiar la perspectiva de la revolución comunista calumniosamente identificada con el estalinismo.

En 1980, en el contexto de un desarrollo internacional de la combatividad y la conciencia iniciado en las filas del proletariado del Oeste, la huelga de masas en Polonia abrió la perspectiva de que el proletariado pudiera enfrentarse al estalinismo, destruyendo este obstáculo que entorpecía la perspectiva clasista de una revolución comunista. En lugar de ello, el hundimiento, en 1989, de los regímenes estalinistas en la descomposición ha entorpecido la memoria histórica y la perspectiva de combate de la clase, erosionando su confianza en sí misma, debilitando su capacidad para organizar su propia lucha hacia auténticas confrontaciones con los órganos controladores de izquierda del capital, limitando el impacto inmediato de la intervención de los revolucionarios en las luchas.

Ese retroceso ha hecho el camino hacia la revolución mucho más largo y más difícil que ya lo era de por sí.

Sin embargo, la ruta hacia la revolución sigue abierta. La burguesía no ha sido capaz de movilizar a la clase obrera tras objetivos capitalistas como lo hizo en los años 30. El hecho mismo de que tras 8 años celebrando la «muerte del comunismo», la burguesía se vea obligada a intensificar su campaña ideológica y a hacer más directo el ataque contra la revolución de Octubre, es una muestra de ello. La oleada de publicaciones sobre la Revolución rusa, aunque tiene como fin esencial la mistificación de los trabajadores, también expresa una advertencia de los ideólogos de la burguesía hacia su propia clase. Una advertencia para que no vuelva a subestimar nunca más a su enemigo de clase.

El capitalismo se está aproximando hoy, inexorablemente, a la crisis económica y social más grande de su historia –y de toda la historia de la humanidad en realidad– y la clase obrera sigue sin estar derrotada. ¡No es casualidad si esas eruditas publicaciones están repletas de advertencias!: «¡Nunca se debe permitir a la clase obrera dejarse llevar por tan peligrosas utopías revolucionarias!», vienen a decir.

La perspectiva revolucionaria sigue al orden del día

El impacto ideológico de las calumnias y de las mentiras contra la revolución proletaria es importante, pero no decisivo. Tras décadas de silencio la burguesía se ve obligada a atacar la historia del movimiento marxista y, por consiguiente, a admitir su existencia. Hoy los ataques no se limitan a la Revolución rusa y los bolcheviques, a Lenin y Trotski, sino que se extienden a la Izquierda comunista. La burguesía está obligada a atacar a los internacionalistas que optaron, en la IIª Guerra mundial, por el derrotismo revolucionario como Lenin durante la Primera. La acusación a los internacionalistas de hacer una apología del fascismo es una mentira tan monstruosa como las que se han arrojado sobre la Revolución rusa ([10]). El actual interés que ha surgido por la Izquierda comunista concierne solo a una pequeña minoría de la clase. Pero el bolchevismo, ese espectro que sigue recorriendo Europa y el mundo, ¿no fue acaso, durante años, más que una ínfima minoría de la clase?

El proletariado es una clase histórica dotada de una conciencia histórica. Su carácter revolucionario no es temporal, como sucedió con la burguesía revolucionaria frente al feudalismo, sino que nace del lugar decisivo que ocupa en el modo de producción capitalista. Décadas de lucha, de reflexión dentro de la clase obrera, nos respaldan. Sin embargo, necesitaremos años de tortuoso pero auténtico desarrollo de la cultura política del proletariado. En el avance de sus luchas contra los crecientes ataques a sus condiciones materiales de vida cada vez más insoportables, la clase obrera se verá obligada a confrontarse con la herencia de su propia historia y a reapropiarse la verdadera teoría marxista.

La ofensiva de la burguesía contra la Revolución rusa y el comunismo va a hacer ese proceso más largo y más difícil. Pero al mismo tiempo hace que ese trabajo de reapropiación sea más importante, más obligatorio para los sectores más avanzados de la clase.

La perspectiva abierta por Octubre 1917, la de la revolución proletaria mundial, no está muerta ni mucho menos. Esto es lo que motiva las campañas actuales de la burguesía.

Kr


[1] Declaración de los medios de comunicación alemanes sobre una manifestación de 150000 personas en Praga contra los salvajes ataques antiproletarios del gobierno de Klaus, nacido de la «revolución de terciopelo» checa de 1989.

[2] Stephane Courtois en Le Monde 9-10/11/97.

[3] Ídem.

[4] Ver «Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía», Revista internacional nº 83 y «Las matanzas y los crímenes de las «grandes democracias», Revista internacional nº 66.

[5] Los principales argumentos de Lenin (El renegado Kautsky) y de Trotski (Terrorismo y comunismo) contra Kautsky conservan toda su actualidad y su validez frente a la campaña burguesa de hoy.

[6] Jahrbuck für Historische Komunismusforsvhung 1997.

[7] Brecht, que entonces simpatizaba en secreto con Trotski, escribió su Galileo Galilei para justificar su propia cobardía para oponerse a Stalin. El martirio de Giordano Bruno, quien, contrariamente a Galileo, se niega a retractarse frente a la Inquisición, simboliza para Brecht la pretendida futilidad de la resistencia de Trotski.

[8] El caso del filósofo americano Dewey, quien presidió el tribunal de honor que juzgó el caso de Trotski, en lugar de redimir la vergüenza de los intelectuales demócratas burgueses de hoy, la hace, al contrario, más despreciable. Al ser capaz de juzgar y defender públicamente el honor de un revolucionario, Dewey demostró un mayor respeto y una mayor comprensión hacia el comportamiento proletario que las campañas pretendidamente objetivas, y en realidad histéricas, de la pequeña burguesía de hoy contra la defensa por la CCI del mismo principio del tribunal de honor. De hecho, con su protesta «antileninista», a los pies del anticomunismo de la burguesía occidental «triunfante» hoy, el envilecimiento de la intelligentsia pequeño burguesa ha alcanzado nuevas profundidades.

[9] Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución.

[10] Ver «Campañas contra el negacionismo», «El antifascismo justifica la barbarie» y «La corresponsabilidad de los aliados y de los nazis en el holocausto», Revista internacional nº 88 y 89.

 

Series: 

  • Rusia 1917 [5]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [6]

Conferencias de Moscú - Los comienzos del debate proletario en Rusia confirman la perspectiva revolucionaria marxista

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Conferencias de Moscú

Los comienzos del debate proletario en Rusia
confirman la perspectiva revolucionaria marxista

 

Tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas en Europa del Este, se constituyó un «Comité para el estudio del legado de León Trotski» que ha celebrado algunas conferencias en Rusia sobre diferentes aspectos del trabajo de este gran marxista revolucionario. Estudiando sus contribuciones llega a verse claro que el propio Trotski no fue ni el único, ni siquiera el más resuelto representante de la Oposición de Izquierdas «trotskista», sino que existieron otras corrientes de oposición, tanto dentro como fuera de Rusia, situadas mucho más a la izquierda que el propio Trotski. Entre estas destaca, sobre todo, otra corriente diferente dentro de la lucha proletaria contra el estalinismo: la Izquierda comunista, cuyos representantes siguen existiendo hoy.

A petición de miembros rusos del citado Comité, nuestra organización, la Corriente comunista internacional, fue invitada a participar en la conferencia celebrada en Moscú en 1996 destinada a analizar el libro de Trotski La Revolución traicionada. La CCI propuso entonces que también se invitara a otros grupos de la Izquierda comunista, pero éstos o bien no pudieron acudir –como le sucedió al Buró internacional por el partido revolucionario (BIPR)– o bien se negaron a hacerlo, como fue el caso de los «bordiguistas», debido a su arraigado sectarismo. Sin embargo la nuestra no fue la única expresión proletaria en esa Conferencia, como se demuestra en el texto que publicamos más lejos en este mismo número de la Revista Internacional, que fue presentado por un miembro ruso del Comité organizador de la Conferencia y en el que critica la negativa de Trotski a reconocer el carácter capitalista de la Rusia estalinista ([1]).

Un año más tarde, además, la presencia de grupos de la Izquierda comunista en la Conferencia de 1997 dedicada esta vez a Trotski y la revolución de Octubre, quedó enormemente reforzada por la participación, además de la CCI, de otro representante del medio proletario: la Communist Workers Organisation (CWO: Organización obrera comunista) que junto a Battaglia comunista forma el anteriormente mencionado BIPR.

El legado de Trotski y las tareas actuales

Las Conferencias sobre el legado de Trotski han sido una respuesta a acontecimientos de importancia histórica y mundial: el desmoronamiento de los regímenes estalinistas, del bloque del Este (y con ellos de todo el orden de Yalta que sucedió a la IIª Guerra mundial), y de la propia Unión soviética. La burda identificación que quiere hacer la burguesía entre estalinismo y comunismo obliga a las minorías proletarias que tratan de volver a encontrar las posiciones de clase y que rechazan tal identificación, a preguntarse: ¿qué corrientes políticas de la historia del movimiento obrero se opusieron, en nombre del comunismo, a la contrarrevolución estalinista?, y ¿qué parte de este legado puede servir de base a la actividad revolucionaria en nuestros días?.

De los miles de elementos revolucionarios que, a escala internacional, aparecieron impulsados por las luchas obreras masivas en 1968 y después, muchos de ellos desaparecieron sin dejar rastro, precisamente porque no consiguieron arraigarse en las posiciones y las tradiciones del movimiento obrero del pasado, puesto que la mayoría de ellos estuvieron marcados por la impaciencia y por una confianza en la «espontaneidad» de las luchas obreras, en detrimento de un trabajo teórico y de organización a largo plazo. Y si bien las condiciones para el desarrollo de minorías revolucionarias en la fase abierta por los acontecimientos de 1989 son, en muchos aspectos, mucho más difíciles (sobre todo por la falta del estímulo inmediato de las luchas obreras masivas que sí tuvo la generación posterior al 68), el hecho de que estos elementos proletarios se vean hoy abocados a buscar y a arraigarse en las tradiciones revolucionarias del pasado para poder resistir a la campaña burguesa sobre «la muerte del comunismo», abre la perspectiva de un redescubrimiento más amplio y más profundo del gran legado marxista de la Izquierda comunista.

En la propia Rusia, centro y principal víctima de la contrarrevolución estalinista, sólo desde que se produjo el derrumbe del estalinismo ha sido posible el surgimiento de una nueva generación de revolucionarios, casi 30 años después de que ese mismo proceso comenzara en Occidente. Es más, los efectos devastadores a escala mundial de ese medio siglo de larga contrarrevolución (destrucción de los vínculos orgánicos con las generaciones revolucionarias del pasado, enterramiento de la verdadera historia de ese movimiento bajo montañas de cadáveres y de mentiras...) pesan aún con especial dureza en el país de la revolución de Octubre. La actual emergencia de esos elementos proletarios en Rusia confirma, hoy, lo que el resurgimiento de las luchas obreras a finales de los años 60, no sólo en Occidente sino también en Polonia, Rumania, China, e incluso en la propia Rusia, habían mostrado ya: el final de la contrarrevolución estalinista. Pero si allí es especialmente difícil redescubrir la verdadera historia del movimiento obrero, resulta igualmente inevitable que en un país, en el que rara es la familia obrera que no ha perdido algún miembro víctima del terror estalinista, la búsqueda de la verdad histórica sea el punto de partida. Y aunque, desde la «perestroika», la «rehabilitación» de las víctimas del estalinismo se ha convertido en uno de las consignas favoritas de la oposición burguesa y pequeño burguesa disidentes, para los representantes de la clase obrera se plantea una tarea radicalmente diferente: la restauración de la tradición revolucionaria de de los mejores elementos, enemigos acérrimos y víctimas del estalinismo.

No es casualidad, pues, que las primeras tentativas de los revolucionarios por definir y debatir los intereses de su clase, y de establecer contactos con las organizaciones de la Izquierda comunista más allá de sus fronteras, estén relacionados con el legado histórico de la lucha obrera contra el estalinismo, y más particularmente con la herencia de Trotski, ya que entre todos los líderes de la oposición contra la degeneración de la revolución rusa y la Internacional comunista, Trotski es, con mucho, el más conocido. Su papel en la fundación de la IIIª Internacional, en la propia revolución de Octubre, y en la guerra civil ocurrida después, fue tan importante (comparable al del propio Lenin) que ni siquiera en la misma URSS, la burguesía estalinista consiguió borrar su nombre de los libros de historia o de la memoria colectiva del proletariado. Pero resulta también inevitable que el legado de Trotski se convierta en objeto de una confrontación política, entre clases; ya que Trotski, el combativo defensor del marxismo, fue también el fundador de una corriente política que, tras un proceso general de degeneración oportunista, acabó traicionando a la clase obrera al abandonar el internacionalismo proletario de Lenin y participar activamente en la Segunda Guerra mundial imperialista. La corriente trotskista que nació de esa traición se ha convertido en una fracción de la burguesía, con un programa claramente definido (la estatalización) para el capital nacional, con una política internacional burguesa (generalmente de apoyo al «imperialismo soviético» y el bloque del Este), y una tarea específica de sabotaje «radical» de las luchas obreras y de la reflexión marxista en los elementos que nacen del proceso de toma de conciencia del proletariado. No hay una, sino dos herencias de Trotski: el legado proletario del propio Trotski, y la tradición burguesa del «apoyo crítico» al estalinismo.

Los antagonismos en las Conferencias sobre el legado de Trotski

Por ello, desde sus inicios, el Comité Trotski no constituyó una verdadera unidad de intereses y de posiciones, sino que contenía en su interior dos tendencias completamente antagónicas. La primera de ellas es una tendencia burguesa, representada por miembros de las organizaciones trotskistas, así como algunos historiadores que simpatizan con su causa, principalmente procedentes de Occidente, y que buscan implantarse en Rusia, enviando incluso a algunos de sus miembros a vivir allí. Y por mucho que justifiquen su participación en las Conferencias pretendiendo servir la causa de la investigación científica, su verdadera intención es la falsificación de la historia (una «especialidad» del estalinismo, que sin embargo no es exclusiva de éste). Su objetivo es claro: presentar a la Oposición de izquierdas como la única corriente proletaria que se enfrentó al estalinismo, a Trotski como el único representante de la Oposición de izquierdas, y a los trotskistas actuales como los verdaderos herederos del legado de Trotski. Para conseguir tal falsificación se ven obligados a silenciar muchas de las contribuciones que, en la lucha contra el estalinismo, realizó la propia Oposición de izquierdas, incluso algunas de las que hizo el propio Trotski. En definitiva, falsifican el legado del mismísimo Trotski transformándolo, como siempre han hecho los trotskistas burgueses, en un icono inofensivo, un personaje de culto cuyos errores políticos pasan a convertirse en dogmas incuestionables, liquidando el espíritu crítico, la actitud revolucionaria, la lealtad al proletariado que caracterizó el marxismo de Trotski. En una palabra: desvirtuaban a Trotski del mismo modo que los estalinistas desvirtúan a Lenin, de tal manera que Trotski es asesinado dos veces: por los agentes de Stalin en México y por los trotskistas que tratan de liquidar la tradición revolucionaria que representa.

La segunda tendencia que aparece, tanto en el Comité como en las Conferencias, es una tendencia proletaria, opuesta casi desde el principio a estas falsificaciones de los trotskistas. Aunque debido a la contrarrevolución estalinista, esta tendencia no puede partir de posiciones programáticas totalmente definidas, ya muestra su raíz proletaria al interesarse en descubrir completamente, sin tabúes ni componendas, la verdadera historia de la lucha proletaria contra el estalinismo, poniendo encima de la mesa las diferentes aportaciones de esa lucha, para que puedan ser discutidas y criticadas abierta y francamente. Estos elementos insisten, especialmente, en que la tarea de las Conferencias no es la implantación del trotskismo en Rusia, sino examinar críticamente el legado de Trotski, comparándolo con otras contribuciones proletarias. Esta postura proletaria en el Comité, representada en particular por el autor de la contribución que publicamos en esta Revista internacional, encuentra dos bases de apoyo: una, la de jóvenes elementos anarcosindicalistas que se han volcado en un proceso de investigación del legado no sólo del anarquismo sino también de la Izquierda comunista; por otro lado la de algunos historiadores rusos que, aunque actualmente no estén comprometidos en actividad política alguna, siguen siendo leales a las mejores tradiciones de fidelidad al objetivo de la búsqueda de la verdad histórica. Es muy significativo que estos historiadores vean algunas de las maniobras de los trotskistas para silenciar, tanto en el Comité como en las Conferencias, las voces de los revolucionarios, como una reedición del mismo tipo de «presiones» estalinistas que ellos sufrieron antes en la URSS.

Es evidente que sabotear los primeros pasos de la clarificación proletaria en Rusia, y establecer una presencia trotskista allí para impedir una verdadera reapropiación de las lecciones de la lucha proletaria en ese país, es un objetivo muy importante para la burguesía. Para el trotskismo (y para la izquierda del capital en general), que durante décadas defendió a la URSS aún cuando su presencia y su prensa estuvieran allí prohibidas, implantarse en Rusia e impedir un verdadero debate en el proletariado es indispensable para mantener su imagen de genuinos y únicos herederos de la Revolución de Octubre ([2]).

Durante la perestroika, el PC estalinista empezó a permitir el acceso a los archivos históricos de Rusia. Esta medida, parte de la política de Gorbachov para ganarse a la opinión pública en su lucha contra las resistencias de la burocracia estatal a sus «reformas», se reveló en seguida como un síntoma de la pérdida de control y de la descomposición general del régimen estalinista. Tan pronto Yeltsin se hizo con el poder, reinstauró una política mucho más restrictiva de acceso a los archivos del Estado, en particular los concernientes a la Izquierda comunista y los de la oposición situada más a la izquierda de Trotski. Es lógico, pues aunque el gobierno de Yeltsin haya reintroducido la propiedad privada capitalista, junto a la ya existente propiedad estatal capitalista, ha entendido mucho mejor que Gorbachov, que todo cuestionamiento de sus predecesores (de Stalin a Brezhnev), y toda reivindicación de la lucha proletaria contra el Estado de la URSS, sólo puede conducir a minar su propia autoridad.

Por otro lado, hay sectores de la actual burguesía rusa que quieren explotar la imagen iconizada y falsificada por la burguesía de Trotski, como una especie de apoyo «crítico» a una Nomenklatura escasamente democratizada, con objeto de lavar su propia imagen. De ahí la presencia en la conferencia de disidentes del Partido estalinista, e incluso de un ex miembro del Comité Central de Zuganov. Y ¡qué curioso! a diferencia de la rabia que los trotskistas manifestaron contra la Izquierda comunista, la presencia de esos estalinistas, herederos de los asesinos de Trotski, no les molestó lo más mínimo.

La Conferencia de 1996 sobre el texto La Revolución traicionada

Este célebre estudio de Trotski sobre la naturaleza de la URSS bajo Stalin, en el que afirmó que «algunas conquistas de la Revolución de Octubre» aún existían en 1936, fue explotado por los trotskistas en la Conferencia de 1996 para «demostrar» que un «Estado obrero degenerado» con «elementos de economía socialista» existió allí ¡hasta los años 90!.

A mediados de los años 30, y a pesar del aplastamiento del proletariado alemán en 1933, Trotski fue incapaz de comprender que el período histórico era de derrota y contrarrevolución. Por el contrario, sobreestimó la fuerza de la oposición obrera rusa, tanto dentro como fuera del PC estalinizado, y creyó que la revolución mundial había comenzado ya y que reinstauraría el poder de la Oposición en el partido. El último párrafo de su libro señala: «En la península Ibérica, en Francia, en Bélgica, se está decidiendo el futuro de la Unión Soviética», y concluía que únicamente la victoria de la revolución en esos países podría entonces «salvar al primer estado obrero para el futuro socialista». Sin embargo, aunque los acontecimientos de España, Francia y Bélgica acabaron en una completa victoria de la contrarrevolución y en la movilización del proletariado de Europa Occidental para la Guerra mundial imperialista; aunque esta guerra y el terror que la precedió causaron la liquidación física definitiva de los últimos reductos de la oposición obrera organizada en Rusia y la total victoria de la contrarrevolución, no sólo en Rusia sino también en China y en el conjunto de Europa del Este, los trotskistas actuales convierten los errores de Trotski en un dogma religioso, de tal manera que la presunta «restauración del capitalismo» por parte de Yeltsin habría terminado por confirmar completamente las predicciones del «profeta Trotski».

Contra esta canonización burguesa de los errores de Trotski, la declaración de la CCI citó el comienzo de La Revolución traicionada, en la que Trotski afirmaba: «No hay necesidad de discutir con los refinados economistas burgueses: el socialismo ha demostrado que es capaz de vencer, y lo ha hecho no desde las páginas de El Capital, sino en un escenario económico que abarca una sexta parte del planeta; no a través del lenguaje de la dialéctica, sino a través del lenguaje del hierro, el cemento y la electricidad». Si tal cosa hubiera sido cierta, la desintegración de las economías estalinistas debería llevarnos a admitir la superioridad del capitalismo sobre el «socialismo», una conclusión que agradaría sobremanera a la burguesía mundial. De hecho, hacia el final de sus días, desesperado y atrapado por su errónea definición de la URSS, el propio Trotski empezó a tomar en consideración la hipótesis del «fracaso histórico del socialismo».

No es casualidad que una parte muy importante de la argumentación contenida en La Revolución traicionada esté destinada a tratar de negar que la Rusia de Stalin fuera capitalismo de Estado, una posición ésta, que defendían con cada vez más claridad no sólo desde las filas de la Izquierda comunista, sino desde dentro de la propia Oposición de izquierdas, tanto en Rusia como fuera de ella. La contribución del compañero G de Moscú, que aquí reproducimos, es una refutación fundamentada, desde una posición marxista revolucionaria, de la tesis de Trotski sobre la naturaleza de la URSS. Esta contribución no sólo demuestra el carácter capitalista de Estado de la Rusia estalinista, sino que también permite ver las principales debilidades de Trotski en su comprensión de la degeneración del Octubre rojo. Trotski esperaba que la contrarrevolución procediera del campesinado, y por ello veía en los bujarinistas (y no en los estalinistas) el principal peligro en los años 20. De ahí que considerara, en un primer momento, la ruptura de Stalin con Bujarin, como un movimiento hacia una política revolucionaria. Sin embargo no veía lo que, de verdad, era el principal instrumento de la contrarrevolución desde «dentro»: el propio Estado «soviético» que había aniquilado los consejos obreros. De hecho tal debilidad ya había quedado de manifiesto en el debate de Trotski con Lenin a propósito de la cuestión sindical. Mientras éste defendía el derecho de los trabajadores a luchar contra «su propio Estado», aquél lo negaba. Mientras Trotski mantenía una fe ciega en el «Estado obrero» Lenin señaló, ya en 1921, que ese Estado también representaba a otras clases antagónicas con el proletariado y que estaba «deformado burocráticamente». A esto debemos añadir otra importante incomprensión de Trotski: su creencia en las «conquistas económicas» y la posibilidad de que supusieran, como mínimo, un principio de transformación socialista en un sólo país, lo que, sin duda, contribuyó a preparar el camino a la traición del trotskismo que apoyó al imperialismo ruso en la IIª Guerra mundial.

Este debate no tenía nada de académico, ya que en la Conferencia los trotskistas llamaban a defender las «conquistas socialistas que aún persisten» en lucha contra el «capitalismo privado», una lucha que, según ellos, aún no está del todo resuelta. A través de este llamamiento lo que los trotskistas pretenden es que los obreros rusos se dejen la vida defendiendo los intereses de la parte de la Nomenklatura estalinista que ha salido perdiendo con el desplome de su régimen. Otro tanto sucede cuando presentan las guerras en la antigua Yugoslavia como instrumentos de la «restauración del capitalismo» en ese país. Con ello tratan de ocultar el carácter imperialista de ese conflicto, y por tanto llaman a los trabajadores a que apoyen al bando que se autoproclama «anticapitalista» (generalmente la fracción serbia prorusa que, a su vez, es apoyada por los imperialismos francés e inglés). En el foro abierto con el que se clausuró la Conferencia, la CCI intervino para denunciar el carácter imperialista de la URSS, de las guerras de Yugoslavia y Chechenia, y de la izquierda del Capital. Pero no fuimos la única voz que se alzó en defensa del internacionalismo proletario. Uno de los jóvenes anarquistas rusos intervino igualmente en primer lugar denunciando las maniobras de la rama rusa de la «Tendencia militante» trotskista y su colaboración con formaciones no sólo de izquierdas sino también de derechas; pero, sobre todo, este compañero denunció el carácter imperialista de la IIª Guerra mundial y de la participación de Rusia en ella, en la que probablemente haya sido la primera –y por ende histórica– declaración pública internacionalista de este tipo, por parte de una nueva generación de revolucionarios en Rusia.

La Conferencia de 1997 a propósito de Trotski y la Revolución de Octubre

Esta Conferencia estuvo fundamentalmente marcada por una confrontación mucho más abierta entre el trotskismo y la Izquierda comunista. La presencia de ésta resultó enormemente reforzada por la asistencia y la combativa intervención de la CWO, como también por una nueva contribución del compañero G que no sólo recordaba la existencia en Rusia de formaciones de la Izquierda comunista (como  el Grupo obrero comunista de Gabriel Miasnikov) que se opusieron, mucho antes y mucho más resueltamente que Trotski, a la degeneración estalinista; sino que también demostró, basándose en una documentada investigación histórica, la existencia en el seno de la propia Oposición de Izquierdas de un amplio malestar e incluso una hostilidad abierta frente a la timidez y las vacilaciones políticas de Trotski en un momento en el que, en realidad, se trataba de llamar a una revolución social que derribara a la burguesía estalinista.

La CWO y la CCI recordaron cómo la Internacional comunista había sido, esencialmente, fundada por los bolcheviques y la Izquierda comunista para extender la revolución mundial; cómo los miembros más conocidos de la Izquierda comunista holandesa (Pannekoek y Gorter) recibieron por parte de Lenin y Trotski el encargo de formar, en Amsterdam, el Buró de la Internacional para Europa Occidental; y cómo los principales partidos comunistas fueron fundados por comunistas de izquierda: el KPD por los espartaquistas y la izquierda de Bremen; el partido italiano por los camaradas en torno a Bordiga... Es más, la Comintern fue fundada, en 1919, basándose en las posiciones de la Izquierda comunista.

El Manifiesto del Congreso de fundación, escrito por Trotski, es la expresión más clara de esto que decimos, puesto que muestra cómo, en la época del decadente capitalismo de Estado, los sindicatos, la lucha parlamentaria, la liberación nacional y la defensa de la democracia burguesa ya no tienen sentido; que la Socialdemocracia se había convertido en el ala izquierda de la burguesía. Y si, contrariamente a la Izquierda comunista, Lenin y Trotski no siguieron fieles a esas posiciones, se debió, fundamentalmente, a que se enredaron en la defensa de los intereses del Estado de transición que surgió en Rusia después de 1917. Esto explica que la Izquierda comunista sea la verdadera defensora del gran legado revolucionario de Lenin y Trotski desde 1905 y 1917, como quedó totalmente demostrado cuando, ante la IIª Guerra mundial, la Izquierda comunista siguió siendo fiel a los postulados internacionalistas de Lenin, mientras que el trotskismo traicionaba al proletariado.

La CWO y la CCI defendieron la gigantesca contribución de Rosa Luxemburgo al marxismo, en contra de lo señalado por el neotrotskista británico Hillil Tiktin, el cual para tratar de desalentar a los militantes rusos de un estudio de los trabajos de aquella, se atrevió a decir que Luxemburg había muerto «porque carecía de concepción sobre el partido», como si ella misma fuera «culpable» de su asesinato por la contrarrevolución socialdemócrata ([3]).

Esta Conferencia dejó claro, sobre todo a los compañeros rusos, cómo el trotskismo es incapaz de tolerar la voz del proletariado. Durante la Conferencia trataron, repetidamente, de impedir las presentaciones y las intervenciones de la CWO y de la CCI. Después de la Conferencia pretendieron excluir a los «enemigos del trotskismo» de futuros encuentros, así como que se expulsara del Buró de organización de la Conferencia, a todos los miembros rusos que defendieran la participación de corrientes políticas no trotskistas en las Conferencias. Ya antes habían saboteado la publicación, en ruso, de las contribuciones de la CCI a la Conferencia de 1996, con el pretexto de que «carecían de interés científico».

Perspectivas

Es preciso insitir en la importancia internacional e histórica de este lento y difícil desarrollo de las posiciones de clase en el país de la revolución de Octubre. Es evidente que el desarrollo de ese proceso de clarificación tropieza con enormes obstáculos y peligros. Como consecuencia, sobre todo, del más de medio siglo de contrarrevolución estalinista que se ha sentido allí con especial virulencia, pero también de la manifestación extrema de la crisis capitalista que allí se vive, los elementos proletarios en búsqueda en Rusia, son aún inexpertos, se encuentran todavía aislados, y siguen privados de gran parte de la verdadera historia del proletariado y del movimiento marxista. Se enfrentan, además, a enormes dificultades materiales, con los consiguientes peligros de impaciencia y de desmoralización. A todo ello debe añadirse la certeza de que la izquierda del capital va a tratar, con todas sus fuerzas, de sabotear ese proceso, por el peligro que para ellos representa.

La verdadera tarea de los revolucionarios en la Rusia de hoy, tras décadas de la más terrible contrarrevolución que haya conocido la historia –que no sólo ha  aniquilado dos generaciones de revolucionarios proletarios, sino que les ha «robado» la historia de su propia clase–, es la de una clarificación política. El desarrollo de una perspectiva revolucionaria para el proletariado, sólo puede concebirse actualmente como una tarea muy difícil y a largo plazo. El proletariado no precisa revolucionarios que desaparezcan enseguida, sino organizaciones capaces de desarrollar un trabajo y una perspectiva históricos. Por ello incumbe a los revolucionarios, desarrollar, sobre todo, un máximo de claridad y firmeza en la defensa de las posiciones proletarias y las verdaderas tradiciones de la clase obrera.

La CCI se compromete a seguir apoyando todos los esfuerzos que vayan en esa dirección. En particular animamos a los camaradas rusos a que estudien las contribuciones de la Izquierda comunista, que ellos mismos ya reconocen como una genuina e importante expresión de la lucha histórica de nuestra clase.

En nuestra opinión, el tipo de Conferencias que se ha desarrollado hasta ahora, ha sido un momento importante para el debate y la confrontación; pero ya han producido un proceso de neta decantación, de manera que ya no es posible continuar esa clarificación en presencia del tipo de sabotaje y de falsificaciones que hemos visto por parte de los trotskistas. Creemos, sin embargo, que ese proceso de clarificación puede y debe continuar y que sólo puede llevarse a cabo en un marco internacional.

Ese proceso beneficiará no sólo a los revolucionarios en Rusia sino al conjunto del proletariado. El texto que publicamos a continuación es una clara demostración de la riqueza de tales contribuciones ([4]).

Kr

 

[1] Ver artículo siguiente en esta Revista: «La clase no identificada: la burocracia soviética según León Trotski».

[2] Así vimos al trotskista francés Krivine llegar a Moscú con un equipo de Arte –el canal francoalemán de TV–, y acudir a muy pocas sesiones de la Conferencia, lo justo para salir en pantalla.

[3] Los trotskistas (como los estalinistas) mienten. Que la revolución alemana fracasara porque Rosa Luxemburg, supuestamente, hubiese subestimado la necesidad del partido o no se hubiese preocupado por formarlo a tiempo, no fue la posición de Trotski, quien en cambio, sí dio una explicación marxista a la tardanza y la debilidad de la vanguardia política alemana de aquel entonces:

«La Historia muestra al mundo, de nuevo, una de sus contradicciones dialécticas: como la clase obrera alemana ha dedicado gran parte de sus energías, en el período anterior, a construcción de una organización independiente, destacando por ello en la IIª Internacional tanto el partido como el aparato sindical; y precisamente a causa de ello, en una nueva época, en el momento de su transición a la fase de lucha abierta por el poder, la clase obrera alemana manifiesta encontrarse en una posición muy vulnerable en el terreno organizativo» (Trotsky, «Una revolución progresiva», en Los cinco primeros años de la Internacional Comunista, traducido del inglés por nosotros).

La verdad es que el trabajo de fracción desarrollado por Luxemburgo y la Liga Spartacus dentro del partido alemán, para enfrentarse a la traición de sus dirigentes y para preparar el futuro partido de clase, es uno de los combates más encarnizados y tenaces por el partido de clase que se hayan visto en la Historia, y se sitúa, también, en la mejor tradición del trabajo de fracción de Lenin.

[4] Estamos de acuerdo, en líneas generales, con el análisis y los argumentos principales desarrollados en ese texto. Hay cosas, sin embargo, que no compartimos. Nos parece falsa, por ejemplo, la idea de que la clase obrera, en Rusia a principios de los años 1990, haya contribuido activamente en la abolición de la propiedad nacionalizada de la propiedad y del aparato estatal «comunista». En manera alguna, la clase obrera, como clase, ha sido agente de los cambios que han afectado a los países «socialistas» en esos años. El que una mayoría de obreros, víctimas de las ilusiones democráticas, se haya dejado llevar tras los objetivos de la fracción «liberal» de la burguesía contra la fracción estalinista no significa en absoluto que fuera la clase obrera la que actuara. Las guerras imperialistas han alistado a decenas de miles de obreros. Eso no significa, sin embargo, que la clase obrera haya contribuido activamente en las matanzas. Cuando se manifestó como clase, en 1917 en Rusia y en 1918 en Alemania, por ejemplo, lo hizo para luchar contra la guerra y ponerle fin. Dicho lo cual, a pesar de alguna que otra formulación discutible, este texto es excelente y como tal lo saludamos.

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Contribución desde Rusia - La clase no identificada : la burocracia soviética según León Trotski

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Contribución desde Rusia

La clase no identificada:
la burocracia soviética según León Trotski

¿Cuál era la naturaleza del sistema que existió en nuestro país durante el período soviético? Esta es una de las principales cuestiones de la historia y en cierto modo de las demás ciencias sociales. Y no tiene nada que ver con una cuestión académica: tiene lazos muy estrechos con el período contemporáneo pues no se pueden entender las realidades del día de hoy sin entender las de ayer.

Así se puede resumir esta cuestión: ¿cuál es la naturaleza del sujeto central del sistema soviético que ha determinado el desarrollo del país, o sea de la burocracia dirigente? ¿Cuáles eran sus relaciones con los demás grupos sociales? ¿Qué motivaciones y necesidades determinaban su actividad?.

Resulta imposible estudiar seriamente estos problemas sin estudiar la obra de León Trotski, uno de los primeros en haber intentado entender y analizar el carácter del sistema soviético y de su capa dirigente. Trotski dedicó varios trabajos a este problema, aunque su visión más general, más concentrada, sobre la burocracia está expuesta en su libro La Revolución traicionada, publicado hace 60 años.

La burocracia: principales características

Recordemos las principales características de la burocracia tales como las define Trotski en su libro.

El nivel superior de la pirámide social en la URSS está compuesto por « la única capa social privilegiada y dominante, en el pleno sentido de la palabra »; esta capa « que, sin proporcionar un trabajo productivo directo, manda, administra, dirige, distribuye castigos y recompensas ». Según Trotski, está compuesta por 5 a 6 millones de personas ([1]).

Esta capa que lo dirige todo está fuera de control de las masas que producen los bienes sociales. La burocracia reina, las masas trabajadoras « obedecen y se callan » ([2]).

Esta capa mantiene relaciones de desigualdad material en la sociedad: «descapotables para los “activistas”, perfumes franceses para “nuestras señoras” y margarina para los obreros, almacenes de lujo para los privilegiados y la imagen de las comidas finas expuesta en el escaparate para el plebe» ([3]). En general, las condiciones de vida de la clase dirigente son parecidas a las de la burguesía: «contiene todos los grados, desde la pequeña burguesía más provinciana a la gran burguesía de las ciudades» ([4]).

Esta capa no es dirigente únicamente en el plano objetivo: también se comporta subjetivamente como el dueño absoluto de la sociedad. Según Trotski, tiene «una conciencia específica de clase dirigente» ([5]).

Su dominación se mantiene mediante la represión y su prosperidad está basada en «la apropiación oculta del trabajo de los demás... (...) La minoría privilegiada vive en detrimento de la mayoría engañada» ([6]).

Existe una lucha social latente entre esta capa dirigente y la mayoría oprimida de los trabajadores ([7]).

Así va describiendo Trotski la sociedad rusa: existe una capa social bastante numerosa que controla la producción y por consiguiente su producto de forma monopolística, que hace suya gran parte de ese producto (es decir que ejerce una función de explotación), cuya unidad se basa en la comprensión de sus intereses materiales comunes y que se opone a la clase de los productores.

¿Cómo llaman los marxistas a una capa social que tiene semejantes características?. No existe más que una respuesta: es la clase social dirigente en el pleno sentido de la palabra.

Trotski lleva al lector hacia esa conclusión. Sin embargo él no llega hasta ahí, aunque note que en la URSS la burocracia «es algo más que una simple burocracia» ([8]). Algo más ¿pero qué?: Trotski no lo dice. Y no sólo se lo calla, sino que dedica un capítulo entero a negar una esencia clasista a la burocracia. Tras haber sabido decir «A», tras haber descrito a una burguesía dirigente explotadora, Trotski se hace el manso y se niega a decir «B».

El estalinismo y el capitalismo

Trotski también se echa atrás cuando trata otra cuestión, la comparación entre el régimen burocrático estalinista y el sistema capitalista. «Mutatis mutandis, el gobierno soviético se sitúa con respecto a la economía en su conjunto como el capitalista con respecto a una empresa privada», nos dice Trotski en el capítulo IIº de la Revolución traicionada ([9]).

En el capítulo IX escribe: «el paso de las empresas a manos del Estado no ha cambiado otra cosa sino la situación jurídica (subrayado por AG) del obrero; de hecho vive en la necesidad trabajando cierto número de horas para un sueldo determinado (...) Los obreros han perdido hasta la menor influencia en cuanto a la dirección de las empresas. Trabajando a destajo, viviendo en condiciones malísimas, sin libertad de desplazarse, sufriendo hasta en el taller el más terrible régimen policiaco, difícilmente el obrero puede sentirse un “trabajador libre”. El funcionario para él es un jefe, el Estado es un amo» ([10]).

En este mismo capítulo Trotski señala que la nacionalización de la propiedad no acaba con la diferencia social entre las capas dirigentes y la capa sometida: una disfruta de todos los bienes posibles y las demás sufren la miseria como antes y venden su fuerza de trabajo. Dice lo mismo en el capítulo IV: «la propiedad estatal de los medios de producción no transforma en oro el estiercol y no le da una aureola de santidad al “sweating system”, el sistema del sudor» ([11]).

Tales tesis parecen verificar claramente fenómenos elementales desde el punto de vista marxista. Marx siempre puso en evidencia que la característica principal de cualquier sistema social no se la daban sus leyes ni sus «formas de propiedad», cuyo análisis en sí no conduce más que a una metafísica estéril ([12]). El factor decisivo lo dan las relaciones sociales reales, y fundamentalmente el comportamiento de los grupos sociales con respecto al sobreproducto social.

Puede un modo de producción basarse en varias formas de propiedad, como lo demuestra el ejemplo del feudalismo. En la Edad Media, estaba basado en la propiedad feudal privada de las tierras en los países occidentales mientras que en los países orientales se basaba en la propiedad feudal de Estado. Sin embargo, en ambos casos, feudales eran las relaciones de producción, se basaban en la explotación feudal sufrida por la clase de los campesinos productores.

En el libro III de el Capital, Marx define como característica principal de cualquier sociedad «la forma económica específica con la que se extrae directamente el trabajo gratuito al productor». Lo que desempeña un papel decisivo son entonces las relaciones entre los que controlan el proceso y los resultados de la producción y los que la realizan; la actitud de los propietarios de las condiciones de producción con respecto a los mismos productores: «Aquí es en donde descubrimos el misterio más profundo, las bases escondidas de cualquier sociedad» ([13]).

Ya hemos recordado el marco de las relaciones entre la capa dirigente y los productores tal como la describe Trotski. Por un lado «los propietarios de las condiciones de producción» reales encarnados en el Estado (es decir la burocracia organizada) y por el otro los propietarios «de jure», los trabajadores desposeídos de sus derechos, los asalariados a quienes «se les extrae el trabajo gratuito». No se puede sino sacar una sola conclusión lógica: desde el punto de vista de su naturaleza, no hay ni la sombra de una diferencia fundamental entre el sistema burocrático estalinista y el capitalismo «clásico».

También aquí, Trotski tras haber dicho «A» y mostrado la identidad fundamental entre ambos sistemas se niega a decir «B». Al contrario, se niega categóricamente a identificar la sociedad estalinista con un capitalismo de Estado y avanza la idea de que en la URSS existiría una forma específica de «Estado obrero» en el cual el proletariado seguiría siendo la clase dirigente desde el punto de vista económico y no sufriría explotación, aunque esté «políticamente expropiado».

Para defender esa tesis, Trotski invoca la nacionalización de las tierras, de los medios de producción, de transporte y de cambio así como el monopolio del comercio exterior, o sea utiliza los mismos argumentos «jurídicos» que él mismo había refutado de forma muy convincente (véanse citas más arriba).

En La Revolución traicionada empieza negando que la propiedad estatal pueda «transformar el estiércol en oro» para afirmar más lejos que el hecho mismo de la nacionalización basta para que los trabajadores oprimidos se conviertan en clase dirigente.

El esquema que borra la realidad

¿Cómo explicar semejante cosa? ¿Por qué Trotski, el publicista, el despiadado crítico del estalinismo, el que cita los hechos demostrando que la burocracia es una clase dirigente y un explotador colectivo, por qué ese Trotski contradice a Trotski, el teórico que intenta analizar los hechos expuestos?.

Se pueden, evidentemente, avanzar dos causas principales que impidieron a Trotski superar esa contradicción. Son tanto de tipo teórico como de tipo político.

En La Revolución traicionada, Trotski intenta refutar en teoría la tesis de la esencia de clase de la burocracia proponiendo argumentos muy flojos, entre ellos el hecho de que ésta «no posee ni títulos ni acciones» ([14]). ¿Por qué tendría la clase dominante que poseerlas? Es una evidencia que la posesión de «acciones u obligaciones» en sí no tiene la menor importancia: lo importante está en saber si tal o cual grupo social se apropia o no de un sobreproducto del trabajo de los productores directos. Si es así, la función de explotar existe independientemente de la distribución de un producto apropiado, que puede ser apropiado ya sea como ganancia basada en acciones ya sea en pagas y privilegios del cargo. El autor de La Revolución traicionada no es más convincente cuando nos dice que los representantes de la capa dirigente no dejan su estatuto privilegiado en herencia ([15]). Es poco probable que Trotski hubiera pensado seriamente que los propios hijos de la élite pudieran volverse campesinos u obreros.

A nuestro parecer, no se ha de buscar en estas explicaciones superficiales la causa fundamental por la que Trotski se negó a considerar la burocracia como la clase social dirigente. Se ha de buscar en la convicción que tenía de que la burocracia no podía convertirse en elemento central de un sistema estable, únicamente capaz de «traducir» los intereses de otras clases, pero falsificándolos.

Durante los años 20, esta convicción ya era la base del esquema de los antagonismos sociales de la sociedad «soviética» adoptado por Trotski, para quien el marco de todos esos antagonismos se reducía a una dicotomía estricta: proletariado-capital privado. No queda en ese esquema ningún sitio para una «tercera fuerza». El auge de la burocracia fue considerado como el resultado de la presión de la pequeña burguesía rural y urbana sobre el Partido y el Estado. La burocracia fue considerada como un grupo vacilante entre los intereses de los obreros y los de los «nuevos propietarios», incapaces de servir correctamente ni a unos ni a otros. Tras el primer golpe serio contra su estabilidad, el régimen de dominación de tal grupo inestable «entre las clases», no podía sino hundirse y escindirse ese grupo. Esto es lo que Trotski predecía a finales de los años 20 ([16]).

Sin embargo, los acontecimientos se desarrollaron de otra forma en la realidad. Tras un conflicto de lo más violento entre el campesinado y la pequeña burguesía, la burocracia ni se hundió ni se escindió. Tras haber hecho capitular fácilmente a las «derechas» minoritarias en su seno, empezó a liquidar la NEP, «a los kulaks como clase», desarrollando una colectivización e industrialización forzadas. Esto sorprendió a Trotski y a sus partidarios, pues estaban seguros de que los «apparátchiki» centristas no serían capaces de hacerlo ¡por naturaleza!. No es de extrañar si el fracaso de las previsiones políticas de la oposición trotskista la arrastraron a un declive catastrófico ([17]).

En su vano intento de encontrar una puerta de salida, Trotski mandó de su exilio cartas y artículos en los cuales demostraba que se trataba de un desvío del aparato que «inevitablemente iba a fracasar sin alcanzar el menor resultado serio» ([18]). Incluso cuando pudo comprobar la inconsistencia práctica de sus ideas sobre el papel «dependiente» de la burocracia «centrista», el líder de la oposición continuó obstinadamente con su fracasado esquema. Sus reflexiones teóricas de la época de «el gran viraje decisivo» llaman la atención por su alejamiento de la realidad. Escribe por ejemplo a finales de 1928: «El centrismo es la línea oficial del aparato. El portador de ese centrismo es el funcionario del Partido... Los funcionarios no constituyen una clase. ¿Qué línea de clase representa el centrismo?». Trotski negaba, por lo tanto, a la burocracia incluso la posibilidad de tener una línea propia; llegó incluso a las conclusiones siguientes: «Los propietarios en alza tienen su expresión, aunque ligera, en la fracción derechista. La línea proletaria está formada por la oposición. ¿Qué le queda al centrismo?. Si se restan las cantidades mencionadas, le queda... el campesino medio...» ([19]). Y esto lo escribe Trotski mientras el aparato estalinista ¡está llevando a cabo una campaña de violencia en contra precisamente de esos campesinos medios y preparando la liquidación de su formación económica!.

Y Trotski siguió esperando la cercana desintegración de la burocracia en elementos proletarios, burgueses y «los que se quedarán apartados». Predijo el fracaso del poder de los «centristas» primero tras la imposible « colectivización total », luego como resultado de la crisis económica al final del primer plan quinquenal. En su Proyecto de plataforma de la oposición de izquierdas internacional sobre la cuestión rusa, redactado en 1931, llega incluso a considerar la posibilidad de una guerra civil cuando queden separados los elementos del aparato estatal y del Partido «por ambos lados de la barricada» ([20]).

A pesar de estas previsiones, no solo se mantuvo el poder estalinista y unificó la burocracia, sino que además fortaleció su poder totalitario. Sin embargo Trotski siguió considerando el sistema burocrático de la URSS como muy precario, y hasta pensó durante los años 30 que ese poder de la burocracia podía hundirse en cualquier momento. Por eso no pensaba que pudiera considerársela como una clase. Trotski expresó esta idea claramente en su artículo «La URSS en guerra» (septiembre del 39): «¿No nos equivocaremos si le damos el nombre de nueva clase dirigente a la oligarquía bonapartista unos pocos años o meses antes de que desaparezca vergonzosamente?» ([21]).

Vemos así cómo todos los pronósticos hechos por Trotski sobre el destino de la burocracia «soviética» fueron rebatidos uno tras otro por los hechos mismos. Nunca quiso sin embargo cambiar de opinión. Consideraba que la fidelidad a un esquema teórico lo valía todo. Pero esa no es la única causa, pues Trotski era más político que teórico y generalmente prefería abordar los problemas de forma «política concreta» más que de forma «sociológica abstracta». Y aquí vamos a ver otra de las causas importantes de su obstinada negativa a llamar las cosas por su nombre.

Terminología y política

Al examinar la historia de la oposición trotskista durante los años 20 y a principios de los 30, se puede apreciar que la base de su estrategia política estaba en apostar por la desintegración del aparato gobernante en la URSS. La condición necesaria para una reforma del Partido y del Estado era según Trotski la alianza de una hipotética «tendencia de izquierdas» con la Oposición. «El bloque con los centristas [la fracción estalinista del aparato –A.G.] es, en principio, admisible y posible, escribe a finales de 1928. Y será ese agrupamiento en el partido lo que podrá salvar la revolución» ([22]). Al desear ese bloque, los líderes de la Oposición intentaban atraer a los burócratas «progresistas». Esta táctica explica, en particular, la actitud como mínimo equívoca de los líderes de la Oposición con respecto a la lucha de clases de los trabajadores contra el Estado, su negativa a crear su propio partido, etc.

Trotski siguió alimentando sus esperanzas en una alianza con los «centristas» hasta después de su exilio. Su aspiración a aliarse con parte de la burocracia dirigente era tan grande que hasta estuvo dispuesto a transigir (en ciertas condiciones) con el secretario general del comité central del PC ruso. Un ejemplo clarísimo de esto lo da el episodio sobre la consigna «¡Dimitir a Stalin!». En marzo del 32, Trotski publicó una carta abierta al Comité ejecutivo central de la URSS en la que hacía este llamamiento: «Hemos de realizar por fin el último consejo insistente de Lenin: dimitir a Stalin» ([23]). Sin embargo, unos pocos meses después, en el otoño de ese mismo año, ya había dado marcha atrás justificándolo así: «No se trata de la persona de Stalin, sino de su fracción... La consigna “¡dimitir a Stalin!» puede y será entendida inevitablemente como un llamamiento a derribar la fracción actualmente en el poder y, en su sentido más amplio, del aparato. No queremos derribar el sistema, sino transformarlo...» ([24]). En su artículo-interviú inédito escrito en diciembre del 32, Trotski dejó las cosas claras sobre la actitud respecto a los estalinistas: «Hoy como ayer, estamos dispuestos a una cooperación multiforme con la actual fracción dirigente. Pregunta: por consiguiente, ¿están ustedes dispuestos a cooperar con Stalin?; respuesta: ¡sin la menor duda!» ([25]).

En aquel entonces, ya lo hemos visto más arriba, Trotski condicionaba la posibilidad de evolución de una parte de la burocracia estalinista hacia la «cooperación multiforme» con la Oposición a una próxima «catástrofe» del régimen, considerada como inevitable por lo «precario» de la posición social de la burocracia ([26]). Basándose en esa «catástrofe», los líderes de la Oposición no veían más solución que la alianza con Stalin para salvar de la contrarrevolución burguesa al Partido, a la propiedad nacionalizada y a «la economía planificada».

Y la «catástrofe» no se produjo: la burocracia era más fuerte y sólida de la que Trotski creía. El Buró político no contestó a los llamamientos para una «cooperación honrada de las fracciones históricas» en el PC ([27]). Por fin, durante el otoño del 33, tras un montón de vacilaciones, Trotski rechazó la esperanza utópica de reformas del sistema burocrático con participación de los estalinistas y llamó a la «revolución política» en Unión Soviética.

Sin embargo este cambio de consigna de los trotskistas no significó en nada una revisión radical de su punto de vista en cuanto al carácter de la burocracia, del Partido ni del Estado, ni tampoco como un rechazo definitivo de las esperanzas en una alianza con sus tendencias «progresistas». Al escribir La Revolución traicionada, consideraba, en teoría, la burocracia como a una formación precaria sometida a antagonismos crecientes. En el Programa de transición de la IVª Internacional (1938), declara que todas las tendencias políticas están presentes en el aparato gubernamental de la URSS, incluida la «bolchevique de verdad». A ésta la ve Trotski como una minoría en la burocracia, sin embargo bastante importante: no habla de unos cuantos «apparátchiki», sino de «la fracción» de esta capa que cuenta 5 ó 6 millones de personas. Según él, esta fracción «bolchevique de verdad» es una reserva potencial para la Oposición de izquierdas. Y además, el líder de la IVª Internacional pensó admisible la formación de un «frente unido» con la parte estaliniana del aparato en caso de intentos de la contrarrevolución capitalista que él pensaba que se estaban preparando «ya», en 1938 ([28]).

Cuando se analizan las ideas de Trotski sobre el carácter de la oligarquía burocrática y en general de las relaciones sociales en la URSS expresadas en La Revolución traicionada hemos de tener en cuenta esas orientaciones políticas : la primera (a finales de los años 20 y principios de los 30), la cooperación con los «centristas» o sea con la mayoría de la burocracia «soviética» dirigente ; la segunda (a partir de 1933), la alianza con su minoría «bolchevique de verdad» y del «frente unido» con la fracción dirigente estalinista.

Y en el caso de que Trotski hubiera visto en la burocracia «soviética» totalitaria una clase dirigente explotadora, enemiga encarnizada del proletariado, ¿cuáles hubiesen sido las consecuencias políticas? En primer lugar hubiera debido rechazar la menor idea de unión con parte de esta clase –la tesis misma de la existencia de semejante fracción «bolchevique de verdad» en la clase burocrática explotadora hubiese parecido tan absurda como la de su supuesta existencia en la misma burguesía, por ejemplo. En segundo lugar, en tal caso, una alianza supuesta con estalinistas para luchar contra la «contrarrevolución capitalista» hubiese sido entonces algo parecido a un «frente popular», política denunciada firmemente por los trotskistas pues hubiese sido un bloque formado entre clases enemigas, en vez de ser un «frente unido» en una misma clase, idea aceptable en la tradición bolchevique-leninista. En pocas palabras, constatar la esencia de clase de la burocracia hubiese sido fatal para la estrategia política de Trotski. Y naturalmente no quiso.

Así vemos cómo la cuestión de determinar el carácter clasista de la burocracia no es algo terminológico o abstracto, sino mucho más importante.

El destino de la burocracia

Se ha de hacer justicia a Trotski: al final de su vida empezó a revisar su visión de la burocracia estalinista. Se puede apreciar en su libro Stalin, su obra más madura aunque inacabada. Al examinar los acontecimientos decisivos de finales de los años 20 y principios de los 30, cuando la burocracia monopolizó totalmente el poder y la propiedad, Trotski ya considera entonces el aparato estatal y el Partido como fuerzas sociales principales en la lucha por disponer del «excedente de producción del trabajo nacional». Ese aparato estaba movido por la aspiración a controlar de forma absoluta ese sobreproducto y no por la presión del proletariado o de la Oposición (lo que Trotski había creído en otra época) que hubiesen obligado a los burócratas a entrar en guerra a muerte contra los «elementos pequeño burgueses» ([29]). Por consiguiente, los burócratas no «expresaban» intereses ajenos y no «vacilaban» entre dos polos, sino que se manifestaban en tanto que grupo social consciente de sus intereses propios. Ellos ganaron la lucha por el poder y por la ganancia tras haber derrotado a sus competidores. Ellos dispusieron del monopolio del sobreproducto (o sea la función de propietario real de los medios de producción). Tras haberlo confesado, Trotski ya no pudo seguir ignorando el problema del carácter clasista de la burocracia. Cuando habla de los años 20, nos dice: «La sustancia del Termidor (soviético) (...) era la cristalización de una nueva capa privilegiada, la creación de un nuevo substrato por la clase económicamente dirigente (subrayado por A.G.). Había dos pretendientes a esa función: la pequeña burguesía y la burocracia misma» ([30]). Así es como el substrato había nutrido a dos pretendientes para desempeñar la función de clase dirigente, sólo faltaba saber quién vencería: fue la burocracia. La conclusión aquí queda clara: la burocracia fue la que se convirtió en clase social dirigente. En realidad, tras haber preparado esa conclusión, Trotski prefiere no llevar hasta el final su reflexión. Sin embargo da un gran paso hacia adelante.

En su artículo «La URSS en guerra», publicado en 1939, Trotski dio un paso más hacia esta conclusión: admite como posible que teóricamente «el régimen estalinista (sea) la primer etapa de una nueva sociedad de explotación». Desde luego, sigue afirmando que tiene otra visión, que considera que tanto el sistema soviético como la burocracia gobernante no son sino un «episodio» en el proceso de transformación de una sociedad burguesa en sociedad socialista. Afirmó sin embargo su voluntad de revisar sus opiniones en caso de que sobreviviera a la guerra mundial el gobierno burocrático en la URSS, guerra que ya había empezado y se extendía a otros países ([31]).

Ya sabemos que así ocurrió todo. La burocracia (que, según Trotski, no tenía ninguna misión histórica, se situaba «entre las clases», era autónoma y precaria, no era sino una «episodio») cambió finalmente de forma radical la estructura social de la URSS a través de la proletarización de millones de campesinos y pequeño burgueses, realizó una industrialización basada en la sobre-explotación de los trabajadores, transformó el país en superpotencia militar, sobrevivió a la guerra más terrible, exportó sus formas de dominación a Europa Central y del Este, y a Asia del Sureste. ¿Hubiese Trotski revisado sus ideas sobre la burocracia tras esos acontecimientos? Es difícil afirmarlo: falleció durante la Segunda Guerra mundial y no pudo ver la formación de un «campo socialista». Sin embargo, durante las décadas posteriores a la guerra, la mayor parte de sus adeptos políticos han seguido repitiendo literalmente los dogmas teóricos de La Revolución traicionada.

La historia ha ido rebatiendo evidentemente los puntos principales del análisis trotskista sobre el sistema social en la URSS. Un hecho basta para probarlo: ninguna de las «realizaciones» de la burocracia citadas arriba está en conformidad con el esquema teórico de Trotski. Sin embargo incluso hoy, algunos investigadores (por no hablar de los representantes del movimiento trotskista) siguen pretendiendo que las ideas del autor de la Revolución traicionada y sus pronósticos sobre el destino de una «casta» dirigente han quedado confirmados por el fracaso del régimen del PCUS y los acontecimientos siguientes en la URSS y en los países del «bloque soviético». Se trata de la predicción de Trotski según la cual el poder de la burocracia está destinado a hundirse inevitablemente, ya sea bajo la presión de una «revolución política» de la masa de los trabajadores, ya sea tras un golpe social burgués contrarrevolucionario ([32]). Por ejemplo, el autor de la serie de libros apologéticos sobre Trotski y la oposición trotskista, V.Z. Rogovin ([33]), escribe: « la “variante contrarrevolucionaria” de las predicciones de Trotski se realizó con cincuenta años de retraso, pero de forma muy precisa » ([34]).

¿En donde está tan extrema precisión?

Lo esencial de la «variante contrarrevolucionaria» de los pronósticos de Trotski se basaba en sus predicciones sobre el hundimiento de la burocracia como capa dirigente. «La burocracia está vinculada inseparablemente a la clase dirigente en el sentido económico [se trata en este caso del proletariado –A.G.], se alimenta de sus raices sociales, se mantiene y cae con ella» (subrayado por A.G.) ([35]). Suponiendo que en los paises de la ex Unión Soviética haya habido una contrarrevolución social qua haya hecho perder su poder económico y social a la clase obrera, según Trotski, la burocracia se hubiese hundido con él.

¿Se ha hundido de verdad? ¿Ha dejado sitio a una burguesía venida de no se sabe dónde?. Según el Instituto de sociología de la Academia de ciencias de Rusia, más del 75% de la «élite política» rusa y más del 61% de su «élite de los negocios» tiene sus orígenes en la Nomenklatura del período «soviético» ([36]). Siguen siendo las mismas manos las que están agarradas a las mismas posiciones dirigentes de la sociedad, en lo social, lo económico y lo político. El origen de la otra parte de la élite tiene una explicación sencilla. La socióloga O. Krishtanovskaia dice: «Además de la privatización directa... cuyo principal actor fue la parte tecnocrática de la Nomenklatura (economistas, banqueros profesionales...) se han creado casi espontáneamente estructuras comerciales que parecían no tener ningún tipo de relaciones con la Nomenklatura. A su cabeza estaban hombres jóvenes cuya biografía no mostraba ningún lazo con la Nomenklatura. Sin embargo, su éxito comercial nos muestra que al no formar parte de la Nomenklatura eran sin embargo sus hombres de confianza, sus “agentes de trusts”, o sea plenipotenciarios» (subrayado por el autor –A.G.) ([37]). Esto demuestra claramente que no es un «partido burgués» cualquiera (¿de dónde iba a salir si se considera la supuesta ausencia de burguesía bajo el régimen totalitario?) el que ha tomado el poder y ha logrado utilizar como lacayos a unos cuantos elementos originarios de la antigua «casta» gobernante, sino que es la misma burocracia la que ha organizado la transformación económica y política de su dominación, siguiendo como dueña del sistema.

Contrariamente a las previsiones de Trotski, la burocracia no se hundió. ¿Hemos podido constatar sin embargo la realización del otro aspecto de sus pronósticos, el que se refiere a la escisión inminente de la «capa» social dirigente entre elementos proletarios y burgueses y la formación en su seno de una fracción «bolchevique de verdad»? Está claro que los líderes de los partidos «comunistas» formados por los escombros del PCUS pretenden todos actualmente desempeñar el papel de verdaderos bolcheviques, defensores auténticos de la clase obrera. Sin embargo ni el propio Trotski reconocería como «elementos proletarios» a Zuganov y Ampilov ([38]), pues la meta de su lucha «anticapitalista» no es sino la restauración del antiguo régimen burocrático bajo su fórmula estaliniana clásica o « estatal patriotera ».

En fin Trotski predijo la variante «contrarrevolucionaria» de la caída de la burocracia del poder en términos casi apocalípticos: «El capitalismo no podría (lo que es dudoso) ser reinstaurado en Rusia más que a través un golpe contrarrevolucionario cruel que haría diez veces más víctimas que la revolución de Octubre y la guerra civil. Si caen los Soviets, el poder será tomado por el fascismo ruso, en cuya comparación los regímenes de Musolini e Hitler parecerían instituciones filantrópicas» ([39]). No se ha de considerar semejante predicción como una exageración accidental, pues es resultado inevitable de todas las visiones teóricas de Trotski sobre la naturaleza de la URSS, y en particular de su convicción profunda de que el sistema burocrático soviético servía, a su manera, los intereses de las masas trabajadoras, garantizando sus «conquistas sociales». Admitía pues naturalmente que la transición contrarrevolucionaria del estalinismo al capitalismo se acompañaría del alzamiento de las masas proletarias para defender el Estado «obrero» y «su» propiedad nacionalizada. Y solo un régimen feroz de corte fascista sería capaz de vencer y derrotar la fuerte resistencia de los obreros contra la «restauración del capitalismo».

Claro está que Trotski no podía suponerse que en 1989-91 la clase obrera no defendería en nada la nacionalización de la propiedad ni tampoco al aparato estatal «comunista», ni que, al contrario, contribuiría activamente en su abolición. Porque los obreros no veían nada en el antiguo sistema que justificara su defensa ; la transición a la economía de mercado y la desnacionalización de la propiedad no han producido ningún tipo de luchas sangrientas entre clases, y ningún régimen de tipo fascista o fascistoide ha sido necesario. Así que, en ese plano, no se puede hablar de realización de las predicciones de Trotski.

Si la burocracia «soviética» no era una clase dirigente y, siguiendo a Trotski, no era sino el «gendarme» del proceso de distribución, la restauración del capitalismo en la URSS exigiría una acumulación primitiva del capital. En efecto, los publicistas rusos contemporáneos utilizan mucho esta expresión: «acumulación primitiva del capital». Sin embargo no la entienden en general más que como enriquecimiento de tal o cual persona, acumulación de dinero, de bienes de producción u otros bienes en manos de «nuevos rusos». Pero esto no tiene nada que ver con la comprensión científica de la acumulación primitiva del capital descubierta por Marx en el Capital. Al analizar la génesis del Capital, Marx subrayaba que «su acumulación llamada “primitiva” no es otra cosa sino un proceso histórico de separación del productor de los medios de producción» ([40]). La formación del ejército de asalariados mediante la confiscación de la propiedad de los productores es una de las condiciones principales para la formación de una clase dirigente. ¿Se habrá necesitado formar una clase de asalariados mediante la expropiación de los productores durante los años 90, en los países de la ex URSS? Evidentemente, no. Esa clase de asalariados ya existía, los productores no controlaban los medios de producción ni mucho menos y no había nadie a quien expropiar. Por consiguiente, el tiempo de acumulación de capital ya había pasado.

Cuando Trotski vincula la acumulación primitiva a la dictadura cruel y a la efusión de sangre, sin duda tenía razón. Marx también escribió que «el capital [viene al mundo] chorreando sangre y lodo por todos sus poros» y en su primera etapa necesita «una disciplina sanguinaria» ([41]). El error de Trotski no estriba en haber vinculado la acumulación primitiva a una próxima e hipotética contrarrevolución, sino en que no quiso ver cómo esa contrarrevolución (con todos sus atributos necesarios de tiranía política y matanzas en masa) se estaba verificando ante sus ojos. Los millones de campesinos esquilmados, muriéndose de hambre y de miseria, los obreros privados de todos los derechos y condenados a trabajar hasta el agotamiento y cuyas tumbas fueron los cimientos que sirvieron para construir los edificios previstos por los quinquenios estalinistas, los incontables prisioneros del gulag: ésas sí que son las verdaderas víctimas de la acumulación primitiva en la URSS. Los poseedores actuales de la propiedad no necesitan acumular el capital, les basta con redistribuirlo entre ellos mismos transformando el capital de Estado en capital privado corporativo ([42]). Pero esta operación no necesita un cambio de sociedad ni de las clases dirigentes, no necesita grandes cataclismos sociales. Si no se entiende esto, no se puede entender ni la historia «soviética» ni la actualidad rusa.

Concluyamos. La concepción trotskista de la burocracia, que sintetizó la serie de enfoques teóricos fundamentales y de las perspectivas políticas de Trotski, no fue capaz de explicar ni lo que era el estalinismo ni su evolución. Puede decirse otro tanto de otros postulados del análisis trotskista sobre el sistema social de la URSS (el Estado «obrero», el carácter «poscapitalista» de las relaciones sociales, la «doble» función del estalinismo...).

Sin embargo, Trotski logró al menos resolver el problema en otro sentido: hizo una señalada y fulminante crítica de las tesis sobre la construcción del «socialismo» en la Unión «Soviética». Lo cual no era poco en aquella época.

A.G.

 

[1] León D. Trotski, la Revolución traicionada.

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] Ídem.

[10] Ídem.

[11] Ídem.

[12] Marx, Miseria de la filosofía, cap. 2.

[13] Marx, el Capital, Libro III.

[14] León D. Trotski, la Revolución traicionada.

[15] Ídem.

[16] Artículo «Hacia la nueva etapa», Centro ruso de colecciones de documentos de la nueva historia (CRCDNH), fondo 325, lista 1, legajo 369, p.1-11.

[17] Hacia 1930, la Oposición perdió dos tercios de su efectivo, incluida casi toda su «dirección histórica» (10 personas de las 13 que firmaron la «Plataforma de los bolcheviques-leninistas» en 1927).

[18] CRCDNH, f. 325, l. 1, le. 175, p. 4, 32-34.

[19] Ídem, d. 371, p. 8.

[20] Boletín de la Oposición (BO), 1931, nº 20, p. 10.

[21] Ídem, 1939, nº 79-80, p. 6.

[22] CRCDNH, f.325, l.1, d.499, p.2.

[23] BO, 1932, nº 27, p.6.

[24] BO, 1933, nº 33, p. 9-10.

[25] Cf. P. Broué, « Trotski et le bloc des oppositions de 1932 », en Cahiers Léon Trotski, 1980, nº 5, p. 22. París.

[26] Trotski, Cartas y correspondencia, Moscú, 1994.

[27] Ídem.

[28] BO, 1938, nº 66-67, p. 15.

[29] Trotski, Staline, editions Grasset, Paris, 1948, p. 546 y 562.

[30] Idem, p.562.

[31] Trotski, la URSS en la guerra.

[32] Trotski, la Revolución traicionada.

[33] Vadim Rogovin era, en la época «soviética», uno de los principales propagandistas oficiales y comentadores de la política social del PCUS, profesor del Instituto ruso de sociología. Durante la Perestroika se convirtió en antiestalinista y admirador incondicional de Trotski. Es autor de una serie de libros en los que hace la apología de Trotski y de sus ideas.

[34] V.Z. Rogovin, La Neo-NEP estalinista, Moscú, 1994, p. 344.

[35] BO, 1933, nº 36-37, p. 7.

[36] Krishtanovskaia O. «La oligarquía financiera en Rusia», en Izvestia del 10/01/1996.

[37] Ídem.

[38] Zuganov es el jefe del Partido comunista «renovado» y rival principal del Yeltsin en la última elección presidencial. Viktor Ampilov es el dirigente principal del movimiento estalinista «duro» en Rusia, fundador del «Partido comunista obrero ruso». Aboga por la restauración del totalitarismo «clásico» de los años 30.

[39] BO, 1935, nº 41, p. 3.

[40] Marx, el Capital, Libro I.

[41] Ídem.

[42] Haciendo una conclusión analógica tras unos estudios sociológicos concretos, O. Krishtanovskaia escribe: «Si se analiza atentamente la situación en Rusia durante los años 90 (...) se comprueba que únicamente los físicos torpes que decidieron hacerse “brockers”, o los ingenieros en tecnología convertidos en propietarios de quioscos o de cooperativas comerciales, hicieron una “acumulación primitiva”. Su paso por esa acumulación ha acabado casi siempre en compra de acciones de “MMM” [una pirámide financiera], cuyos resultados son bien conocidos y han alcanzado escasas veces la etapa de “acumulación secundaria”» (Izvestia, 10/01/96).

Corrientes políticas y referencias: 

  • Stalinismo [10]
  • Trotskismo [8]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [6]

VIº Congreso del Partito comunista internacionalista - Un paso hacia delante para la Izquierda comunista

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VIº Congreso del Partito comunista internacionalista

Un paso hacia delante para la Izquierda comunista

En el nº 13 de Prometeo, el Partito comunista internazionalista-Battaglia comunista (PCInt) acaba de publicar los documentos elaborados por su VIº Congreso.

El Congreso es el acto más importante en la vida de una organización revolucionaria. Es el órgano soberano que decide colectivamente las orientaciones, los análisis y posiciones programáticas y organizativas. Son razones suficientes para que nos pronunciemos sobre las decisiones importantes adoptadas por el PCInt. Hay sin embargo una razón más para hacerlo : queremos poner de relieve el posicionamiento global del Congreso, cuya voluntad ha sido dar respuestas a los problemas y a los retos que la evolución de la situación histórica plantea al proletariado y a su vanguardia: «El congreso substancialmente ha servido para fijar e integrar en el patrimonio “histórico” del partido lo que ya habíamos examinado, y en la medida de nuestras fuerzas elaborado frente a los cambios repetidos de la situación ; señalar el principio de lo que nos inclinamos a definir como una nueva fase en la vida política del partido y más generalmente de la izquierda comunista» (Prometeo, nº 13).

Esta conciencia de una «nueva fase» en la vida política del PCInt y de la Izquierda comunista ha animado al PCInt a modificar ciertas partes de la plataforma programática y de los criterios de agrupamiento del BIPR ([1]), que a nuestro parecer van en el sentido de una clarificación para el conjunto del medio revolucionario. Por esto es por lo que pensamos que el congreso ha sido un fortalecimiento de toda la Izquierda comunista en su combate por su defensa y su desarrollo.

Es evidente que el saludo que hacemos y el apoyo a los elementos positivos del congreso no significan en ningún caso que dejemos de lado las divergencias y críticas de los documentos del congreso con los que estamos en desacuerdo. En este artículo vamos a señalar ciertas divergencias; pero haremos sobre todo hincapié en lo que consideramos como contribuciones para el conjunto de la vanguardia comunista, como reforzamiento de las posiciones comunes de la Izquierda comunista. Sólo en un marco así podremos desarrollar más adelante divergencias y críticas.

La denuncia de la mistificación democrática

La historia del movimiento obrero del siglo XX muestra claramente que la pretendida «democracia» es la principal arma de la burguesía contra el proletariado. La farsa democrática permite al Estado capitalista engañar y dividir a los obreros, desviándolos de su terreno de clase, lo que le permite, una vez rematada esa labor, organizar una represión implacable que, en general, no tiene nada que envidiar a la que ejercen las formas más brutales de la dictadura del capital, fascismo o estalinismo.

En la situación actual, a causa de la desorientación en la que está la clase obrera (como consecuencia del hundimiento de los regímenes falsamente llamados «comunistas» y de toda la campaña anticomunista que ha organizado desde entonces la burguesía mundial), la mistificación democrática está conociendo un nuevo auge y esto explica la propaganda constante que moviliza a todos los medios del Estado para desviar a los proletarios hacia el terreno podrido de la defensa de la «democracia».

En este aspecto, en lo referente a la denuncia de los mitos democráticos, la antigua Plataforma del BIPR de 1984 ([2]) contenía ambigüedades y silencios. El BIPR, por ejemplo, no decía en ella nada sobre las elecciones y el parlamentarismo. Además afirmaba que «la revolución democrática ya no es una vía practicable. Se la debe considerar (y ya desde hace mucho tiempo) definitivamente cerrada en los bastiones imperialistas, imposibles de repetir en otros lugares en el período de decadencia». Estamos plenamente de acuerdo con esto, pero aunque la «revolución democrática» está bien denunciada como algo imposible, el PCInt no se pronuncia claramente sobre la posibilidad o imposibilidad de dirigir una lucha «táctica» por la «democracia» ([3]) cuando, además, habla de «la posible asunción en la agitación política revolucionaria de la reivindicación de ciertas libertades elementales».

La clarificación es tanto más importante en la nueva versión de la plataforma:

– por un lado el BIPR no se limita a denunciar las «revoluciones democráticas», sino que ataca «la lucha por la democracia»: «la era de la lucha democrática se acabó hace tiempo y no puede plantearse durante la era imperialista»;

– el BIPR ha añadido además un párrafo que rechaza explícitamente las elecciones: «la táctica del partido revolucionario está dirigida hacia la destrucción del Estado y la instauración de la dictadura del proletariado. Los comunistas no se hacen la menor ilusión de que la libertad de los obreros pueda ser conquistada por la vía de una mayoría cualquiera en el parlamento»;

– y más concretamente, añade otro párrafo en el que afirma que la «democracia burguesa es el taparrabos que esconde las vergüenzas de la dictadura burguesa. Los verdaderos órganos del poder en la sociedad capitalista están fuera del parlamento».

El BIPR ha retomado las Tesis sobre la democracia del Ier Congreso de la Internacional comunista (IC) y a ella se remite con profundidad de análisis y de perspectivas. A nuestro parecer falta sin embargo una condena explícita del uso de las elecciones. Por ejemplo, el BIPR no denuncia la teoría del parlamentarismo revolucionario defendida por la IC. Aquella teoría también decía que el parlamento no era sino la hoja de parra de la dominación burguesa y que resultaba imposible tomar el poder por la vía electoral o parlamentaria. Sin embargo preconizaba la «utilización revolucionaria» del parlamento como tribuna de agitación y medio de denuncia. Semejante posición, claramente errónea en aquellos tiempos, es hoy contrarrevolucionaria y es utilizada por los trotskistas para hacer caer a los obreros a la trampa de las elecciones.

Por otro lado, el BIPR ha conservado el párrafo que se refiere «a la reivindicación de ciertos espacios de libertad (como parte) de la propaganda revolucionaria». ¿A qué se refiere el BIPR? ¿Quiere, como el FOR ([4]), defender la idea de que aunque sea necesario rechazar la democracia parlamentaria y las elecciones, existirían, sin embargo, ciertas «libertades elementales» de reunión, asociación, etc., que la clase obrera tendría que conquistar legalmente como primer paso de la lucha? ¿Defiende, como lo hacen ciertos grupos trotskistas radicales, la idea de que esas «libertades mínimas» son un elemento de agitación que, incluso cuando no pueden ser obtenidos en el capitalismo, servirían a la defensa de la clase obrera «para hacer avanzar la conciencia»?. Sería necesario que clarifique esta cuestión el BIPR.

La cuestión sindical

El PCInt ya defendía una posición bastante clara sobre la cuestión sindical en contra de la posición burguesa tradicional de que los sindicatos serían de alguna forma órganos «neutrales» cuya orientación hacia el proletariado o hacia la burguesía dependería de los dirigentes. Esa posición ya la criticaba la plataforma de 1984: «Resulta imposible conquistar o cambiar los sindicatos : la revolución proletaria tendrá que pasar necesariamente sobre sus cadáveres».

En las posiciones adoptadas por el congreso de 1997 había modificaciones que a primera vista parecían bastante mínimas. El BIPR ha suprimido un párrafo de la plataforma de 1984 que invalidaba en la práctica la claridad afirmada teóricamente: «en el marco de los principios [la negación, mencionada arriba, de toda posibilidad de conquistar o cambiar los sindicatos], la posibilidad de acciones concretas diferentes en la utilización del trabajo comunista en los sindicatos depende de la elaboración táctica del partido». Nos parece totalmente positivo el haber eliminado ese párrafo, en la medida en que metía en el santuario de la «estrategia» las afirmaciones de principio contra los sindicatos para dejar las manos libres a los elásticos imperativos «tácticos» del «trabajo en los sindicatos».

También en ese sentido, el BIPR ha modificado el siguiente párrafo de la plataforma de 1984: «el sindicato no es y no puede ser el órgano de masas de la clase obrera en lucha», suprimiendo «en lucha» que significaba, sin decirlo claramente, que el BIPR no rechazaba la idea de que los sindicatos pudieran ser órganos de masas de la clase obrera cuando ésta no lucha. Esta corrección está reforzada en el documento adoptado por el congreso de 1997 «Los sindicatos hoy y la acción comunista» al afirmar: «no es posible dotarse de una verdadera defensa de los intereses, incluso los inmediatos, de los trabajadores si no es fuera y en contra de la línea sindical» (Tesis 7, Prometeo nº 13). Al precisar esto el BIPR cierra las puertas a la mentira trotskista de «la doble naturaleza» de los sindicatos, por un lado supuestamente favorables a los trabajadores en los momentos de calma social y por otro reaccionarios en los momentos de lucha y de presión revolucionaria. Es ésta una argucia para volver a encerrar a los obreros en la cárcel sindical, argucia a la que tan sensible es la corriente bordiguista. Pensamos que si el BIPR ha eliminado esas palabras «en lucha» es porque condena esa posición, aunque podrían haberlo dicho con más claridad.

En este mismo documento, el BIPR también toma sus distancias con el sindicalismo de base, versión radicalizada del sindicalismo que no ataca a las centrales sindicales importantes más que para defender mejor la pretendida «naturaleza obrera» del sindicalismo. Este documento afirma que «los intentos de formar nuevos sindicatos se han ahogado en una multitud de siglas sindicalistas de base, de las que muchas andan en busca de poderes contractuales institucionalizados, del mismo modo que los sindicatos oficiales» (Tesis 8).

También saludamos la sustitución del párrafo «el sindicato es el órgano de mediación entre el capital y el trabajo» por la formulación «los sindicatos nacieron como instrumentos de negociación de las condiciones de venta de la fuerza de trabajo», mucho más clara. La frase anterior contenía dos peligros:

– por un lado concedía a los sindicatos un carácter intemporal de órganos de mediación entre el trabajo y el capital, tanto en el período ascendente como también en el decadente, y la formula «los sindicatos nacieron como instrumentos de negociación» distingue la posición del BIPR de la típica de los bordiguistas para quienes los sindicatos nunca han cambiado;

– por otro lado, la idea de «órganos de mediación entre capital y trabajo» es errónea pues abre las puertas a la idea de unos sindicatos como órganos situados entre las clases antagónicas de la sociedad. Durante el período ascendente del capitalismo, los sindicatos no eran órganos de mediación entre las clases sino instrumentos de la lucha proletaria, nacidos de la lucha de los obreros y perseguidos violentamente por la burguesía. Resulta entonces muchísimo más claro hablar de órganos «nacidos como instrumentos de negociación de las condiciones de la venta de la fuerza de trabajo», pues ésta era una de sus funciones en aquel período histórico, en el que existía para los obreros la posibilidad de obtener mejoras y reformas. El BIPR se olvida sin embargo de la otra función de aquellos sindicatos, la que Marx, Engels y demás revolucionarios ponían de relieve: la de ser «escuelas del comunismo», instrumentos de organización y, en cierto sentido, también de clarificación, de las capas más importantes de la clase obrera.

En fin, el BIPR también ha realizado una modificación significativa en lo que se refiere a la intervención de los comunistas en la lucha de clases. Se trata de la cuestión de los «grupos comunistas de fábrica». La Plataforma de 1984 decía que «la posibilidad de favorecer la evolución de las luchas, desde el nivel inmediato en que surgen hasta el nivel más general de la lucha política anticapitalista, depende de la presencia y eficacia de los grupos comunistas de fábrica»; en cambio, la redacción adoptada en 1977 dice: «la posibilidad de que las luchas se desarrollen desde lo cotidiano hasta el nivel más amplio de la lucha política anticapitalista está subordinada, de hecho, a la presencia y eficacia de los comunistas en las fábricas, que estimulan a los obreros e indican el camino que seguir». Compartimos plenamente la preocupación del BIPR en cuanto al desarrollo de los medios de intervención de los revolucionarios en el proceso concreto de la lucha y politización de la clase. Sin embargo, aunque sea justa la preocupación, nos parece muy restrictiva la respuesta.

Por un lado, el BIPR ha eliminado justamente la idea de que la politización de la lucha inmediata de los obreros dependa de «la presencia y eficacia de los grupos comunistas de fábrica» ([5]), pero por el otro mantiene que la politización anticapitalista de los obreros «esta subordinada, de hecho, a la presencia y eficacia de los comunistas en las fábricas».

La «posibilidad de que las luchas se desarrollen desde lo cotidiano hasta al nivel más amplio de la lucha política anticapitalista» no depende solamente de la presencia de comunistas «en las fábricas». Los revolucionarios han de desarrollar una presencia política en las luchas de la clase mediante una intervención de prensa, panfletos, tomas de palabra en las huelgas y manifestaciones, en las asambleas y reuniones, en cualquier sitio en donde sea posible tal intervención, y no solamente en las fábricas en las que ya hay presencia de revolucionarios, como parece dar a entender la formulación del BIPR.

Según el otro documento, Los sindicatos hoy y la acción comunista, los comunistas han de formar en su entorno «organismos de intervención en la clase», que pueden ser «de fábrica» o «territoriales».

También nos parece confusa esa formulación. Pueden surgir en el proletariado diferentes formas de organismos, según los diferentes momentos de la relación de fuerza entre las clases:

– en los momentos de desarrollo de las luchas, lo que llamamos comités de lucha, o sea organismos en los cuales se agrupan los elementos más luchadores, que se dan el objetivo de contribuir a la extensión y autonomización de las luchas por medio de asambleas y comités de delegados elegidos y revocables en cualquier momento; más allá del «taller», agrupan o tienden a agrupar a trabajadores de sectores diversos;

– en momentos menos cruciales o durante los retrocesos tras períodos de lucha intensa, hay minorías que crean entonces grupos obreros y círculos de discusión, que se definen más bien por la necesidad de sacar lecciones de la lucha y que se van orientando hacia problemas más generales de la lucha obrera.

Frente a estas tendencias de la clase, la posición de los revolucionarios rechaza el «espontaneismo» que consiste en «esperar que la clase por sí misma, aisladamente, los haga surgir». Los revolucionarios intervienen en estos organismos y no vacilan en proponer y suscitar su formación en cuanto están reunidas las condiciones para su aparición. Estos organismos no son por lo tanto «organismos de intervención de los comunistas», son organismos de y en la clase, cuya intervención es distinta de la de la organización política comunista. Por esto pensamos que la formulación del BIPR sigue con ambigüedades y deja abierta la puerta a la idea de posible existencia de organismos intermedios entre la clase obrera y las organizaciones comunistas.

El papel del partido y la lucha por su constitución en nuestra época

El partido comunista mundial es un instrumento indispensable para el proletariado. La Revolución de octubre de 1917 lo demuestra, el proletariado no puede conseguir la victoria del proceso revolucionario y tomar el poder si no es capaz de constituir en su seno el partido que interviene, dirige políticamente e impulsa su acción revolucionaria.

Tras la derrota de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23 y la degeneración de los partidos comunistas, los grupos de la Izquierda comunista intentaron sacar las lecciones concretas que esa experiencia dejó sobre el problema del partido:

– en primer lugar se dedicaron a la cuestión programática: la crítica y la superación de los puntos débiles del programa de la Internacional comunista que contribuyeron a su degeneración, en particular sobre las cuestiones sindical, parlamentaria, y la pretendida «liberación nacional» de los pueblos;

– en segundo lugar criticaron y superaron el concepto de partido de masas, producto de las tareas que debía cumplir el proletariado durante el período ascendente del capitalismo (organización y educación de la clase debido al peso de sus orígenes artesanos y campesinos; participación en el parlamento, por la posibilidad de luchas por mejoras y reformas).

Ese antiguo concepto llevó a la idea que ve al partido como el representante de la clase, el que la provee de dirigentes y toma el poder en nombre de ella, idea errónea que se reveló peligrosa y nefasta en el período revolucionario de 1917-23. Frente a ella, los grupos más avanzados de la Izquierda comunista dejaron claro que el partido es indispensable para la clase no como órgano de masas sino como fuerza minoritaria capaz de concentrarse sobre el objetivo de desarrollar la conciencia de la clase y su determinación política ([6]); no como órgano que toma el poder en nombre de la clase sino como el factor más dinámico y avanzado que contribuye, por su intervención y claridad, a que la clase ejerza colectiva y masivamente el poder por medio de los consejos obreros.

La posición que fue adoptada en la plataforma de 1984 por el BIPR, aunque muestra una clarificación sobre las posiciones programáticas (y que han sido profundizadas en este congreso de 1997, ya lo hemos visto en las partes precedentes de este artículo), expresaba sin embargo una ambigüedad hecha de afirmaciones generales vagas sobre la cuestión fundamental del partido, sus relaciones con la clase, su forma de organización y el proceso de su construcción. Los documentos del reciente congreso precisan sin embargo esas cuestiones y muestran una posición mucho más clara sobre el proceso de construcción del partido y sobre los pasos concretos que deben dar las organizaciones comunistas en el período actual.

En esa misma plataforma de 1984, el BIPR decía: «El partido de clase es el órgano específico e irremplazable de la lucha revolucionaria, pues es el órgano político de la clase». Estamos de acuerdo con que el partido es un órgano específico (al no poder confundirse o diluirse con el conjunto de la clase) y con que su papel es efectivamente irremplazable ([7]). Sin embargo, la formulación «es el órgano político de la clase» puede dar a entender que el partido es el órgano de toma del poder en nombre de la clase, sin afirmarlo abiertamente como lo hacen los bordiguistas.

La redacción de 1997 nos da una precisión importantísima, en el sentido de afirmar una posición más consecuente con la Izquierda comunista: «El partido de clase, o las organizaciones de las que surgirá, comprende la parte más consciente del proletariado organizada para defender el programa revolucionario». Por un lado, aunque esta cita no lo afirma más que indirecta e implícitamente ([8]), el BIPR rechaza a la visión bordiguista según la cual el partido es autoproclamado por una minoría, independientemente de la situación histórica y de la relación de fuerzas entre las clases, volviéndose el partido para siempre. Por otro lado, el BIPR ha remplazado la fórmula «órgano político de la clase» por otra más clara: «la parte más consciente del proletariado que se organiza para defender el programa revolucionario».

Es evidente que renunciar a la formulación de 1984 no significa negarle al partido su carácter político. El papel político del partido proletario no puede ser el mismo que el de los partidos burgueses, cuya función es la de ejercer el poder en nombre de los que representa. El proletariado, en tanto que clase explotada privada de toda forma de poder económico, no puede delegar el ejercicio de su poder político a una minoría, por fiel y clara que sea.

Por otro lado, el BIPR ha introducido en su cuerpo programático lecciones de la Revolución rusa de las que no se hacía ninguna referencia en sus documentos de 1984: «Las lecciones de la última oleada revolucionaria no son que la clase podría pasarse de una dirección organizada, como tampoco son que el partido en su conjunto es la clase (según la abstracción metafísica de los bordiguistas de estos tiempos), sino que la dirección organizada bajo su forma de partido es el arma más poderosa que pueda darse la clase. Su objetivo será luchar por una perspectiva socialista en la que los organismos de masas serán los que preceden a la revolución (soviets o consejos). Sin embargo, el partido no será sino una minoría en la clase obrera y no podrá serle un sustituto. El objetivo de construcción del socialismo le incumbe al conjunto de la clase y no puede ser delegado ni a la parte más consciente del proletariado».

El BIPR ha introducido explícitamente esta lección esencial de la Revolución rusa (que no es sino la confirmación de la consigna de la Primera internacional, «la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos») y desarrollado simultáneamente una reflexión sobre la forma que ha de tomar la relación entre los revolucionarios y la clase, el papel del partido, sus lazos con la clase.

Se puede leer en la plataforma de 1997: «la experiencia de la contrarrevolución en Rusia obliga a los revolucionarios a profundizar la comprensión de los problemas que tocan a las relaciones entre Estado, partido y clase. El papel desempeñado por lo que originalmente fue el partido revolucionario ha llevado a muchos revolucionarios potenciales a rechazar en bloque la idea misma de partido de clase». En vez de eludir el problema con frases declamatorias sobre la «importancia» del partido, el BIPR demuestra su capacidad en tratar la cuestión en términos históricos: «Durante la revolución, el partido obrará por conquistar la dirección política del movimiento, difundiendo y defendiendo su programa en los órganos de masas de la clase obrera. Del mismo modo que resulta imposible imaginar un desarrollo de la conciencia sin la presencia de un partido de clase, también resulta imposible imaginar que la parte más consciente del proletariado pueda mantener el control de los acontecimientos independientemente de los soviets. Estos son el instrumento por el cual se realiza la dictadura del proletariado, y su declive o marginalización de la escena política rusa contribuyeron al derrumbamiento del Estado soviético y a la victoria de la contrarrevolución. Los comisarios bolcheviques, al mantenerse aislados de una clase obrera agotada y hambrienta, tuvieron que gestionar el poder de un Estado capitalista y actuaron como todos los que gobiernan un Estado capitalista».

Y estamos totalmente de acuerdo con la conclusión que saca el BIPR: «En la revolución mundial de mañana, el partido revolucionario deberá intentar dirigir el movimiento revolucionario únicamente por medio de los órganos de masas de la clase, los cuales empujarán a su surgimiento. A pesar de que no exista receta alguna que nos garantice la victoria, por el hecho de que ni el partido ni los soviets mismos sean una defensa absoluta frente a la contrarrevolución, la única garantía de victoria está en la conciencia viva de las masas obreras».

El debate y el agrupamiento de los revolucionarios

Prosiguiendo esta clarificación, el BIPR ha añadido una serie de precisiones a los documentos de 1984 sobre la relación entre los grupos revolucionarios actuales y la forma concreta de contribuir hoy en el proceso que conduce a la constitución del partido revolucionario.

Frente a la ofensiva actual de la burguesía contra la Izquierda comunista que se expresa, por ejemplo, por la campaña «antinegacionista», los revolucionarios han de realizar una línea común de defensa. Por otro lado, el desarrollo internacional de minorías de la clase en búsqueda de posiciones revolucionarias exige que los grupos comunistas abandonen de una vez el sectarismo y el aislamiento y propongan, por el contrario, un marco coherente a todos esos elementos, para darles la posibilidad de conocer el patrimonio común de la Izquierda comunista así como las divergencias que existen en su seno.

Al contestar correctamente a estas preocupaciones, el BIPR ha añadido un complemento a los criterios de las conferencias internacionales (véase la Pataforma de 1984) que afirma:

« Consideramos el Buró como una fuerza en el campo político proletario, campo que comprende a los que luchan por la independencia del proletariado frente al capital, que no tienen nada que ver con ningún nacionalismo sea cual sea su forma, que no reconocen nada de socialista en el estalinismo y la antigua URSS y que, al mismo tiempo, reconocen en Octubre del 17 el punto de partida de una revolución europea más amplia ».

El PCInt reconoce «las diferencias políticas importantes existentes en las organizaciones que constituyen dicho campo, entre ellas la cuestión de la naturaleza y la función de la organización revolucionaria», como la necesidad de comenzar una discusión sobre el tema. Este es el método correcto y sin duda alguna representa un cambio importante de actitud con respecto a la posición del BIPR en la IIIª conferencia internacional de la Izquierda comunista, que se mantuvo en sus documentos de 1984.

Recordemos que, apoyado por la CWO, el PCInt propuso durante la última sesión un criterio más sobre el papel de «dirección política» del partido, que no tenía, a nuestro parecer, más sentido que el de excluir a la CCI de las conferencias internacionales, como lo declaramos en aquel entonces ([9]), puesto que el PCInt se negó a discutir la contrapropuesta presentada por la CCI a ese criterio. Esta contrapropuesta exponía también el papel de dirección política del partido, colocándolo en el marco del ejercicio del poder por los consejos obreros. Esta es una cuestión que, afortunadamente como lo hemos puesto en evidencia, el BIPR desarrolla claramente en su plataforma de 1997. Además y sobre todo, el PCInt había rechazado un proyecto de resolución que planteaba una discusión amplia y profunda sobre su concepción del partido, su carácter y sus relaciones con el conjunto de la clase. Hoy, en cambio, el BIPR propone una discusión sistemática sobre el tema, lo que nos parece ser una apertura decidida para la clarificación programática en la Izquierda comunista. No podemos en el marco de este artículo tomar profundamente posición sobre los puntos enunciados por el BIPR. Sin embargo queremos poner de relieve el punto 2 (que compartimos totalmente como el punto 6 que hemos comentado): «El BIPR tenderá a la formación del Partido comunista mundial en el momento en que existan un programa político y las fuerzas suficientes para su constitución. El Buró se pronuncia a favor del partido sin pretender ser el único núcleo de su origen. El futuro partido no será simplemente el fruto del crecimiento de una sola organización».

De esta visión justa, el BIPR despeja el punto 3 que también compartimos: «antes de que se constituya el partido revolucionario, todos los detalles de su programa político han de ser clarificados a través de discusiones y debates entre las partes que lo constituirán » ([10]).

Se destaca de tal afirmación el compromiso por parte del BIPR de discutir rigurosamente con los demás grupos revolucionarios para lograr una clarificación del conjunto de la Izquierda comunista y de la nueva generación segregada por la clase que manifiesta su interés por sus posiciones. Saludamos este compromiso e incitamos a su concreción y desarrollo con actitudes y pasos prácticos. Por nuestra parte, contribuiremos con todas nuestras fuerzas a su desarrollo.

Adalen, 16/11/97

 

[1] BIPR: Buró internacional por el partido revolucionario, formado por el PCInt y la CWO (Communist Workers Organisation, Gran Bretaña).

[2] De hecho, el congreso del PCInt, en el que participaba una delegación de la CWO, fue la ocasión para modificar la plataforma del BIPR.

[3] Esa precisión era tanto más necesaria porque la extrema izquierda del capital, y más especialmente los trotskistas y otros «izquierdistas» reconocen que la «lucha por la democracia» no es «revolucionaria», pero la consideran «vital» por razones «tácticas» o «primer paso» para «avanzar hacia el socialismo».

[4] FOR: Fomento obrero revolucionario, grupo del medio político proletario, por desgracia desaparecido hoy, animado por G. Munis, procedente de una ruptura con el trotskismo en 1948.

[5] Esta posición era parecida a la del KAPD, el cual, en los años 20, preconizaba las Uniones (Unionen), órganos intermedios a medio camino entre la organización general de la clase y la organización política, dotados de una plataforma que recogía a la vez las posiciones políticas y lo cotidiano. De hecho, esas uniones fueron una barrera para la clase obrera a causa de sus concesiones al sindicalismo.

[6] Lenin, en su polémica de 1903 y en todo el combate de los bolcheviques desde el principio hasta en 1917, defendió una ruptura clara, aunque no la desarrollara hasta sus últimas consecuencias, con el concepto de partido de masas.

[7] Ver entre otros artículos: «La función de la organización revolucionaria», Revista internacional nº 29, «El partido y sus relaciones con la clase», Revista internacional nº 35.

[8] En la explicación que el BIPR añadió a los Criterios de las Conferencias internacionales, fue muchos más preciso: «la proclamación del partido revolucionario o de su núcleo inicial basándose únicamente en la existencia de pequeños grupos de activistas no representa un gran paso adelante para el movimiento revolucionario».

[9] Véase nuestra posición en las Actas (“Procès-verbaux”) de la IIIª Conferencia internacional que pueden obtenerse en nuestras direcciones y también el balance que hemos hecho de las Conferencias internacionales y de la actitud de Battaglia communista en la Revista internacional nº 22.

[10] Esa visión globalmente justa no debe llevar, claro está, a una interpretación esquemática según la cual habría que retrasar la formación del partido hasta el «esclarecimiento de todos los detalles». Por ejemplo, en marzo de 1919, la fundación de la IIIª Internacional (que ya llevaba retraso) era urgente y se formó siguiendo la opinión de Lenin frente a la del delegado alemán, el cual, invocando el hecho real de que quedaban puntos por aclarar, quería retrasarla.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Battaglia Comunista [11]

Revista Internacional n° 93 - 2° trimestre de 1998

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Desempleo - La burguesía toma sus precauciones contra una cólera obrera en aumento

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Desempleo

La burguesía toma sus precauciones contra una cólera obrera en aumento

En varias ocasiones, en este invierno, hemos podido presenciar en dos de los grandes países de Europa occidental movilizaciones sobre el problema del paro ([1]). En Francia, en varios meses se han ido sucediendo manifestaciones callejeras en las grandes ciudades del país así como ocupaciones de locales públicos (en particular los de los organismos encargados de los subsidios a los desempleados). En Alemania, el 5 de febrero hubo una serie de manifestaciones por todo el país, convocada por las organizaciones de parados y los sindicatos. La movilización no tuvo aquí la misma amplitud que en Francia pero sí fue ampliamente referida por los medios. ¿Habrá que ver en esas movilizaciones una manifestación auténtica de la combatividad obrera?. Veremos más adelante que no es así. La cuestión del paro es sin embargo fundamental para la clase obrera, puesto que ésta es una de las formas más importantes de los ataques que debe soportar del capital en crisis. Además, el incremento constante y la permanencia del desempleo es una de las mejores pruebas de la quiebra del sistema capitalista. Y es precisamente la importancia de esta cuestión lo que está en la base de las movilizaciones que hoy conocemos.

 

Antes de poder analizar el significado de estas movilizaciones, debemos situar la importancia del fenómeno del paro para la clase obrera mundial y las perspectivas de este fenómeno.

El desempleo hoy y mañana

El paro afecta hoy a amplísimos sectores de la clase obrera en la mayoría de los países del mundo. En el Tercer mundo, la proporción de la población sin empleo varía a menudo entre el 30 y el 50%. E incluso en un país como China, que en los últimos años los «expertos» presentaban como uno de los campeones del crecimiento, habrá como mínimo 200 millones de desempleados dentro de dos años ([2]). En los países de Europa del Este, los que pertenecieron al antiguo bloque ruso, el hundimiento económico ha echado a la calle a millones de trabajadores y aunque haya escasos países, como Polonia, en donde una tasa de crecimiento sostenida ha permitido, a costa de salarios de miseria, limitar los estragos, en la mayoría de ellos, especialmente en Rusia, a lo que se está asistiendo es a una transformación en pordioseros de masas enormes de obreros obligados para sobrevivir a hacer «chapuzas» sórdidas como vender bolsas de plástico en los pasillos del metro ([3]).

En los países más desarrollados, aunque la situación no es tan trágica como la de los mencionados, el desempleo masivo se ha convertido en llaga abierta de la sociedad. Así, para el conjunto de la Unión Europea, la tasa oficial de parados con relación a la población en edad de trabajar es del 11 % cuando era de 8 % en 1990, o sea cuando el presidente de EEUU, Bush prometía, con el hundimiento del bloque ruso, una «era de prosperidad».

Las siguientes cifras dan una idea de la importancia actual de la plaga que es el paro:

                                 Tasa                Tasa

    País                 de finales         de finales

                              de 1996            de 1997

Alemania                      9,3                 11,7

Francia                      12,4                 12,3

Italia                         11,9                 12,3

Reino Unido                  7,5                 5,0

España                      21,6                 20,5

Holanda                       6,4                 5,3

Bélgica                        9,5

Suecia                       10,6                 8,4

Canadá                        9,7                 9,2

Estados Unidos             5,3                 4,6

Fuentes OCDE y ONU.

Esas cifras exigen algunos comentarios.

Primero: se trata de cifras oficiales calculadas según criterios que ocultan una proporción considerable del desempleo. Entre otras cosas, no tienen en cuenta:

– a los jóvenes que prosiguen su escolaridad al no conseguir encontrar un empleo;

– a los desempleados a quienes se obliga a aceptar empleos infrapagados so pena de perder sus subsidios;

– a quienes se manda a capacitaciones y cursillos que deberían servirles para encontrar empleo, pero que, en realidad, no sirven para nada;

– a los trabajadores mayores, en jubilación anticipada a la edad legal de salida de la vida activa;

Tampoco esas cifras tienen en cuenta del paro parcial, o sea del de todos los trabajadores que no logran encontrar un empleo estable de plena jornada, por ejemplo los interinos cuya progresión en cifras es continua desde hace más de diez años.

Esa realidad, es, por cierto, bien conocida de los «expertos» de la OCDE, los cuales, en su revista para especialistas, se ven obligados a reconocer que «la tasa clásica de desempleo (...) no mide la totalidad del subempleo» ([4]).

Segundo: debe comprenderse el significado de las cifras relativas a los «primeros de la clase» que son Estados Unidos y Gran Bretaña. Para muchos expertos, esas cifras serían la prueba de la superioridad del «modelo anglosajón» sobre otros modelos de política económica. Por eso nos dan la tabarra con que en EEUU el paro estaría hoy en los niveles más bajos desde hace veinticinco años. Es cierto que la economía estadounidense conoce hoy una tasa de crecimiento de la producción superior a la de los demás países desarrollados y que ha creado durante los últimos cinco años 11 millones de empleos. Sin embargo, debe precisarse que la mayoría de ellos son empleos tipo «MacDonald», o sea toda clase de trabajillos precarios muy mal pagados, lo cual hace que la miseria se mantenga en niveles nunca antes vistos desde los años 30 con su séquito de cientos de miles de personas sin techo y millones de pobres sin la menor protección social.

Todo eso lo ha reconocido alguien de quien no puede uno sospechar de denigrar a EEUU, pues se trata del ministro de Trabajo del primer mandato de Clinton y amigo de siempre de éste: «Desde hace veinte años, gran parte de la población americana conoce el estancamiento o la reducción de salarios reales teniendo en cuenta la inflación. Para la mayoría de los trabajadores, la baja ha continuado a pesar de la recuperación. En 1996, el salario real medio estaba por debajo de su nivel de 1989, o sea antes de la última recesión. Entre mediados del 96 y mediados del 97, sólo aumentó en 0,3 % mientras que las rentas más bajas seguían cayendo. La proporción de americanos considerados pobres, según la definición y las estadísticas oficiales es hoy superior a la de 1989» ([5]).

Dicho esto, lo que los alabadores del «modelo» made in USA se olvidan de precisar también es que los 11 millones de empleos nuevos creados por la economía norteamericana corresponden a un aumento de 9 millones de la población en edad de trabajar. Así, una gran parte de los resultados «milagrosos» de esa economía en el desempleo procede del uso a gran escala de artificios, ya señalados, que permiten ocultarlo. En los propios Estados Unidos, por lo demás, ese hecho lo reconocen tanto las revistas económicas de mayor prestigio como las autoridades políticas: «La tasa de paro oficial en EEUU se ha hecho cada vez menos descriptiva de la verdadera situación que prevalece en el mercado de trabajo» ([6]). Este artículo demuestra que «en la población masculina de 16 a 55 años, la tasa de desempleo oficial consigue hacer constar como «desempleados» únicamente al 37 % de quienes están sin empleo; el 63 % restante, aún estando en la fuerza de la edad, son clasificados como «no empleo», «fuera de la población activa» ([7]).

Asimismo, la publicación oficial del ministerio de Trabajo de EEUU explicaba: «La tasa de paro oficial es cómoda y bien conocida; sin embargo, si nos concentramos demasiado en esa única medida, podremos obtener una visión deformada de la economía de los demás países comparada con la de Estados Unidos [...] Son necesarios otros indicadores si se quiere interpretar de manera inteligente las situaciones respectivas en los diferentes mercados de trabajo» ([8]).

En realidad, basándose en estudios que no tienen nada de «subversivos» puede considerarse que en EEUU una tasa de paro de 13% está más cerca de la verdad que la de menos del 5% de la que tanto se alardea como prueba del «milagro americano». ¡Cómo no va a ser así cuando sólo se considera como parados, según los criterios del BIT (Buró Internacional del Trabajo) a quienes:

– han trabajado menos de una hora durante la semana de referencia;

– han buscado activamente un empleo durante esa semana;

– están inmediatamente disponibles para un empleo!.

Así, en Estados Unidos, en donde la mayoría de los jóvenes tienen un pequeño «job», ya no será considerado como desempleado quien, por unos cuantos dólares, ha cortado el césped del vecino o le ha guardado los niños las semana anterior. Y lo mismo será para quienes acaban desanimados tras meses o años entre empleos hipotéticos y fracasos reales o de la madre soltera que no está «inmediatamente disponible» puesto que no existen prácticamente guarderías colectivas.

La «succes story» de la burguesía británica es todavía más falsa que la de su hermana mayor de ultramar. El observador ingenuo se ve ante una paradoja: entre 1990 y 1997, el nivel de empleo ha disminuido 4 % y, sin embargo, durante el mismo período, la tasa oficial de desempleo oficial ha pasado de 10 % a 5 %. En realidad, como lo reconoce en sordina una institución financiera internacional de lo más «seria»: «el retroceso del paro británico parece deberse en totalidad al incremento de la proporción de inactivos» ([9]).

Para comprender el misterio de esa transformación de los parados en «inactivos», puede leerse lo que dice un periodista de The Guardian, diario inglés que mal podría tildarse de revolucionario: «Cuando Margaret Thacher ganó su primera elección en 1979, el Reino Unido tenía 1,3 millones de desempleados oficiales. Si el método de cálculo no hubiera cambiado, habría hoy un poco más de 3 millones. Un informe de la Middland's Bank, publicado hace poco, estimaba incluso la cantidad en 4 millones, o sea 14 % de la población activa, más que en Francia o en Alemania.

[...] el gobierno británico ya no contabiliza a los subempleados, sino únicamente a los beneficiarios de un subsidio de paro cada vez más restringido. Después de haber cambiado 32 veces el método para hacer el censo de los parados, ha decidido excluir a cientos de miles de ellos de las estadísticas gracias a la nueva reglamentación del subsidio de paro, que suprime el derecho a él tras seis meses en lugar de doce.

La mayoría de los empleos creados son empleos a tiempo parcial y, para muchos de ellos, no escogidos. Según la Inspección de trabajo, 43 % de los empleos creados entre el invierno de 1992-93 y el otoño de 1996 serían de tiempo parcial. Casi una cuarta parte de los 28 millones de trabajadores son contratados para un empleo de ese tipo. La proporción es de un trabajador de cada seis en Francia y en Alemania» ([10]).

Las trampas a gran escala que permiten alardear a la burguesía de esos dos «campeones del empleo» anglosajones son cuidadosamente ocultadas por buena parte de los «especialistas», economistas y políticos de todos los signos, especialmente por los medios de comunicación de masas. Sólo en las publicaciones relativamente confidenciales se destapa la manipulación. La razón es muy sencilla: hay que meter en las mentes la idea de que las políticas practicadas en esos dos países en la última década, con una brutalidad sin descanso, para reducir los salarios y la protección social, para desarrollar la «flexibilidad», son eficaces para limitar los estragos del desempleo masivo. En otras palabras, hay que convencer a los obreros de que los sacrificios «rinden» y que es de su interés el aceptar los dictados del capital.

Y como la burguesía no se lo juega todo a la misma carta, como pretende, a pesar de todo, para sembrar más confusión todavía en las mentes obreras, darles algún consuelo diciéndoles que puede existir un «capitalismo de rostro humano», algunos de sus hombres de confianza se reivindican hoy del ejemplo holandés ([11]). Es pues conveniente decir algo sobre ese «buen alumno» de la clase europea que sería Holanda.

Tampoco en ese país las cifras oficiales de paro quieren decir nada. Como en Gran Bretaña, la baja de la tasa de desempleo ha venido acompañada de... una baja del empleo. Así, la tasa de empleo (porcentaje de la población en edad activa que ocupa un trabajo) ha pasado de 60 % en 1970 a 50,7 % en 1994.

El misterio desaparece cuando se comprueba que: «La parte de puestos a tiempo parcial en la cantidad total de empleos ha pasado en veinte años, de 15 % a 36 %. Y el fenómeno se está acelerando, pues [...] nueve de cada diez empleos creados desde hace diez años totalizan entre 12 y 36 horas por semana» ([12]). Por otra parte, una proporción considerable de la fuerza de trabajo excedentaria ha sido sacada de las cifras del paro para ser metidas en las de invalidez, más elevadas todavía. Eso es lo que constata la OCDE cuando escribe que: «Las estimaciones de ese componente “desempleo disfrazado” en la cantidad de personas inválidas varían enormemente, yendo de un poco más del 10 % al 50 %» ([13]).

Como lo dice el artículo de le Monde diplomatique citado arriba: «A no ser que hubiera una debilidad genética que afectara a la gente de aquí, y sólo a la de aquí, ¿cómo podrá explicarse que el país tenga más inadaptados para el trabajo que desempleados?». Evidentemente, un método así, que permite a los patronos «modernizar» con poco gasto sus empresas, echando a la calle a un personal maduro y poco «maleable», no ha podido aplicarse sino gracias a un sistema de seguro social entre los más «generosos» del mundo. Pero ahora que precisamente ese sistema se está poniendo en entredicho (como en el resto de los países avanzados), le será cada vez más difícil a la burguesía seguir disfrazando de esa manera el paro. Las nuevas leyes, por cierto, exigen que sean las empresas las que paguen durante cinco años las pensiones de invalidez, lo cual va a disuadirlas de declarar «inválidos» a los trabajadores que quieran echar a la calle. En realidad, desde ahora, el mito del «paraíso social» que sería Holanda está quedando malparado cuando se sabe que, según una encuesta europea (citada por The Guardian del 28 de abril de 1997), el 16% de los niños holandeses pertenecen a familias pobres, contra 12 % en Francia. En cuanto a Gran Bretaña, país del «milagro», esa cifra es de ¡32 %!.

No existe pues la menor excepción al incremento del desempleo masivo en los países más desarrollados. Desde ahora, en esos países, la tasa real de paro (que debe tener en cuenta, entre otras cosas, todos los tiempos parciales no deseados así como a quienes han renunciado a buscar trabajo) está entre el 13 y el 30 % de la población activa. Son cifras que se van acercando cada día más a las que conocieron los países avanzados cuando la gran depresión de los años 30. Durante este período, las tasas de desempleo alcanzaron cotas de 24 % en Estados Unidos, 17,5 en Alemania y 15 % en Gran Bretaña. Dejando aparte el caso de EEUU, se comprueba que los demás países no están lejos de alcanzar tan siniestros «récords». En algunos países, el nivel de paro ha superado incluso el de los años 30. Así ocurre con España, Suecia (8 % en 1933), Italia (7 % en 1933), Francia (5 % en 1936, cifra sin duda subestimada) ([14]).

En fin, tampoco hay que dejarse engañar por el ligero retroceso de las tasas de desempleo para 1997, hoy tan pregonado por la burguesía (ver cuadro más arriba). Como hemos visto, las cifras oficiales no significan gran cosa y, además, ese retroceso, que se explica gracias a la «recuperación» de la producción mundial de los últimos tiempos, va a cambiarse pronto en un nuevo incremento, en cuanto la economía mundial se vea de nuevo enfrentada a una nueva recesión abierta como la que conocimos en 1974, en 1978, a principios de los años 80 y a principios de los 90. Una recesión abierta inevitable, pues el modo de producción capitalista es totalmente incapaz de superar la causa de todas las convulsiones que conoce desde hace treinta años: la sobreproducción generalizada, su incapacidad histórica para encontrar mercados en cantidades suficientes para su producción ([15]).

El amigo de Clinton citado anteriormente lo deja muy claro: «La expansión es un fenómeno temporal. Estados Unidos se está beneficiando por ahora de un crecimiento muy elevado, que arrastra con él a buena parte de Europa. Pero las convulsiones ocurridas en Asia, al igual que el endeudamiento creciente de los consumidores americanos, dan a pensar que la vitalidad de esta fase del ciclo podría no durar mucho tiempo».

Efectivamente, ese «perito» señala, sin atreverse naturalmente a ir hasta el fondo de su razonamiento, los factores esenciales de la situación actual de la economía mundial:

– el capitalismo no ha podido proseguir su «expansión» desde hace treinta años más que a costa de una deuda cada vez más astronómica de todos los compradores posibles: las familias y las empresas, los países subdesarrollados en los años 70; los Estados, y especialmente el de Estados Unidos, durante los años 80; los «países emergentes» de Asia a principios de los años 90...;

– la quiebra de estos últimos, desde finales del verano de 1997, tiene un alcance que va mucho más allá de sus fronteras; es expresión de la quiebra del conjunto del sistema capitalista que a su vez ha venido a agravar.

Así, el paro masivo, resultado directo de la incapacidad del sistema para superar las contradicciones que le imponen sus propias leyes, ni podrá desaparecer, ni siquiera retroceder. Sólo podrá agravarse sin remedio, sean cuales sean los artificios que va a desplegar la burguesía para intentar ocultarlo. Va a seguir echando a masas cada vez mayores de proletarios a la miseria y a la más insoportable indigencia.

La clase obrera ante el problema del desempleo

El paro es una plaga para toda la clase obrera. No sólo afecta a quienes están sin empleo, sino a todos los obreros. Por un lado lleva al empobrecimiento radical de las familias obreras – cada vez más numerosas – que tienen un parado en su seno cuando no son más. Por otro lado, repercute en todos los salarios, con los aumentos de los descuentos para indemnizar a quienes están sin empleo. Y, en fin, los capitalistas lo utilizan para ejercer sobre los obreros un chantaje brutal sobre el salario y sobre sus condiciones de trabajo. De hecho, durante estas últimas décadas, desde que la crisis abierta acabó con la «prosperidad» ilusoria del capitalismo de los años que en algunos países llaman «los treinta gloriosos», ha sido sobre todo con el desempleo con lo que la burguesía de los países más desarrollados ha golpeado las condiciones de vida del proletariado. Sabía perfectamente, desde las grandes huelgas que sacudieron Europa y el mundo a partir de 1968, que las reducciones del salario directo provocarían inevitablemente reacciones violentas y masivas del proletariado. Así pues, ha concentrado sus ataques contra el salario indirecto que paga el llamado «Estado del bienestar», reduciendo cada día más todas las prestaciones sociales, a veces además en nombre de la «solidaridad con los desempleados», reduciendo radicalmente la masa salarial al echar a la calle a millones de obreros.

Pero el paro no es sólo la punta de lanza de los ataques que el capitalismo en crisis está obligado a asestar a quienes explota. En cuanto se instala de modo masivo y duradero y, sin remisión, expulsa de la situación asalariada a proporciones ingentes de la clase obrera, es el signo más evidente de la quiebra definitiva, del callejón sin salida de un modo de producción cuya tarea histórica había sido precisamente la de transformar una masa creciente de habitantes del planeta en asalariados. Por eso, aún cuando es para millones de proletarios una verdadera tragedia, en la que el desamparo económico se agrava con el moral en un mundo en el que el trabajo es el medio principal de integración y de reconocimiento social, el paro puede ser un poderoso factor de toma de conciencia para la clase obrera de la necesidad de derribar al capitalismo. Del mismo modo, aunque el desempleo priva a los proletarios de la posibilidad de usar la huelga como medio de lucha, no por eso están condenados a la impotencia. La lucha de clase del proletariado contra los ataques que le asesta el capitalismo en crisis es el medio esencial que le permite agrupar sus fuerzas y tomar conciencia para derribar el sistema. Y la lucha de clases puede usar otros medios además de la huelga. Las manifestaciones de calle en donde los proletarios se encuentran juntos por encima de sus empresas y sus divisiones sectoriales son otro de los más importantes, ampliamente utilizado en los períodos revolucionarios. Y ahí, los obreros en paro pueden ocupar plenamente su lugar. Y también pueden éstos, a condición de que sean capaces de agruparse fuera de los órganos que la burguesía posee para encuadrarlos, movilizarse en la calle para impedir expulsiones de domicilio o cortes de suministros, para ocupar alcaldías u otros espacios públicos, para exigir el pago de indemnizaciones de urgencia. Nosotros hemos escrito a menudo que «al perder la fábrica los parados ganan la calle» ([16]) y al hacer esto, pueden superar más fácilmente las categorías que la burguesía cultiva en el seno de la clase obrera, sobre todo gracias a los sindicatos. No se trata en absoluto aquí de elucubraciones abstractas, sino de experiencias ya vividas por la clase obrera, especialmente durante los años30 en Estados Unidos, en donde se formaron comités de desempleados fuera del control sindical.

Sin embargo, a pesar de la aparición de un paro masivo durante los años 80, en ninguna parte pudimos ver que surgieran comités de parados importantes (excepto algún que otro intento embrionario pronto vaciado de su contenido por los izquierdistas y que acabó en nada) y menos todavía movilizaciones de obreros en paro. Y eso que los 80 fueron años en los que hubo grandes luchas obreras que se iban haciendo cada día más capaces de quitarse de encima la garra sindical. La ausencia de verdadera movilización de obreros en paro, hasta hoy, contrariamente a lo vivido en los años 30, se explica por razones diferentes.

Por un lado, el incremento del desempleo a partir de los años 70 ha sido mucho más escalonado que cuando la «gran depresión». En los años 30, se asistió, con el desbarajuste típico de los inicios de la crisis, a una explosión nunca vista de la cantidad de parados (en EEUU, por ejemplo, la tasa de paro pasó del 3 % en 1929 al 24 % en 1932). En la crisis aguda actual, aunque asistamos a incrementos rápidos de esa plaga (especialmente a mediados de los años 80 y durante estos últimos años), la capacidad de la burguesía para aminorar el ritmo del hundimiento de su economía le ha permitido enfrentar el problema del desempleo más hábilmente que en el pasado. Por ejemplo, limitando los despidos «a secas», sustituidos por «planes sociales» que mandan durante algún tiempo a los obreros a una «reconversión» antes de mandarlos a la calle sin retorno, otorgándoles indemnizaciones temporales que les permitirán ir tirando al principio. La burguesía ha desactivado en buena parte la bomba del desempleo. Hoy, en la mayoría de los países industrializados, es sólo al cabo de seis meses o un año cuando el obrero que ha perdido su empleo se encuentra sin el menor recurso. En ese momento, tras haberse hundido en el aislamiento y la atomización, difícilmente podrá agruparse con sus hermanos de clase para llevar a cabo acciones colectivas. En fin, la incapacidad, a pesar de ser masivos, de los sectores de la clase obrera en paro para agruparse se debe al contexto general de descomposición de la sociedad capitalista que cultiva la tendencia de «cada uno para sí» y la desesperanza:

«Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso antes de que muchos hayan tenido ocasión, en lugares de producción, junto a los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en sí no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman en aspecto singular de la descomposición. Aunque, en general, sirve para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de «lumpenización» de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo» ([17]).

Cabe decir que la CCI no ha considerado en ningún momento que los desempleados no podrían integrarse nunca en el combate de su clase. En realidad, como ya lo escribíamos en 1993: «El despliegue masivo de los combates obreros va a ser un eficaz antídoto contra los miasmas de la descomposición, permitiendo superar progresivamente, mediante la solidaridad de clase que esos combates llevan en sí, la atomización, el “cada uno para sí” y todas las divisiones que lastran al proletariado entre categorías, gremios, ramos, entre emigrantes y “del país”, entre desempleados y quienes tienen un empleo. A causa de los efectos de la descomposición, los obreros en paro no pudieron, con pocas excepciones, entrar en lucha durante la década pasada, contrariamente a lo que sucedió en los años 30. Y contrariamente a lo podía preverse, tampoco podrán en el futuro desempeñar un papel de vanguardia comparable al de los soldados en la Rusia de 1917. Pero el desarrollo masivo de las luchas proletarias sí permitirá que los obreros en paro, sobre todo en las manifestaciones callejeras, se unan al combate general de su clase. Y esto será tanto más posible porque, entre ellos, la proporción de quienes ya han tenido una experiencia de trabajo asociado y de lucha en el lugar de trabajo será cada día mayor. Más en general, el desempleo ya no es un problema “particular” de quienes carecen de trabajo, sino que es algo que está afectando y que concierne a la clase obrera entera pues aparece como la trágica expresión de la evidencia cotidiana que es la bancarrota histórica del capitalismo. Por eso, los combates venideros permitirán al proletariado, como un todo, tomar plena conciencia de esa bancarrota» ([18]).

Y es precisamente porque la burguesía ha comprendido esa amenaza por lo que hoy está promocionando las movilizaciones de parados.

El verdadero significado de los « movimientos de desempleados »

Para entender lo que ha pasado en estos últimos meses, hay que decir de entrada algo que nos parece esencial: esos «movimientos» no han sido en absoluto la expresión de una auténtica movilización del proletariado en su terreno de clase. Para convencerse de ello, basta con comprobar cómo han tratado esas movilizaciones los media de la burguesía: un máximo de medios llegando incluso a inflar la importancia de aquellas. Y esto no sólo en el país en que ocurrían, sino también a escala internacional. Desde principios de los años 80, en particular cuando volvieron a reanudarse los combates de clase con la huelga del sector público en Bélgica en el otoño de 1983, la experiencia ha demostrado que cuando la clase obrera entra en lucha en su propio terreno de clase, o sea en combates que amenazan de verdad los intereses de la burguesía, ésta ejerce sobre ellos el silencio mediático total. Cuando se ve en los telediarios cuánto tiempo se ha dedicado a esas manifestaciones, cuando la televisión alemana muestra a parados franceses desfilando y la de Francia hace más o menos lo mismo con los alemanes, puede uno estar seguro de que la burguesía tiene interés en dar la mayor publicidad a esos acontecimientos. En realidad, hemos asistido durante este invierno a un pequeño «remake» de lo que ocurrió en Francia en el otoño de 1995 con las huelgas del sector público, las cuales también se beneficiaron de un amplio eco mediático en todos los rincones del mundo. Se trataba entonces de encarrilar una maniobra internacional con vistas a prestigiar a los sindicatos antes de que éstos tuvieran que intervenir de «bomberos sociales» en cuanto se desarrollen las luchas masivas de la clase. La realidad de la maniobra apareció rápidamente con la copia exacta de las huelgas del diciembre del 95 en Francia que los sindicatos belgas organizaron refiriéndose claramente al «ejemplo francés». Se confirmó unos meses después, en mayo-junio del 96 en Alemania, en donde los dirigentes sindicales también llamaron abiertamente, en el momento en que estaban preparando «la mayor manifestación de la posguerra» (15 de junio de 1996) a «hacer como en Francia» ([19]). Esta vez también, los sindicatos y organizaciones de desempleados de Alemania se han apoyado explícitamente en el «ejemplo francés» yendo a las manifestaciones del 6 de febrero de 1998 con... banderas tricolores.

Lo que se plantea no es saber si los movimientos de los desempleados habidos en Francia y Alemania corresponden a una verdadera movilización de la clase, sino cuál es el objetivo que busca la burguesía popularizándolos.

Pues es la burguesía quien está detrás de la organización de esos movimientos. ¿Una prueba? En Francia, uno de los principales organizadores de las manifestaciones es la CGT, central sindical dirigida por el Partido «comunista», el cual tiene tres ministros en el gobierno encargado de gestionar y defender los intereses del capital nacional. En Alemania, los sindicatos tradicionales, cuya colaboración con la patronal es abierta, también estaban en el asunto. A su lado había organizaciones más «radicales» como por ejemplo, en Francia, el movimiento AC (Action contre le chômage), controlada principalmente por la Ligue communiste révolutionnaire, organización trotskista que se presenta como oposición «leal» al gobierno socialista.

¿Cuál ha sido el objetivo de la clase dominante al patrocinar esos movimientos? ¿Se trataba de tomar la delantera frente a la amenaza inmediata de los obreros en paro? De hecho, como ya hemos visto, ese tipo de movilizaciones no están hoy al orden del día. En realidad, la burguesía tenía un doble objetivo.

Por un lado, frente a los obreros con empleo, cuyo descontento acabará manifestándose frente a los ataques cada vez más duros que deben soportar, se trataba de crear una diversión para culpabilizarlos ante los obreros «que no tienen la suerte de ocupar un trabajo». En el caso de Francia, esa agitación sobre el tema del desempleo ha sido un excelente medio para interesar a la clase obrera (que no acaba de creérselo) por los proyectos gubernamentales de las 35 horas por semana, que supuestamente habrían de crear cantidad de empleos, pero que sobre todo sí que permitirán congelar los salarios y aumentar la intensidad del trabajo.

Por otro lado, se trataba para la burguesía, como ya lo hizo en 1995, de tomar la delantera ante una situación que deberá enfrentar en el futuro. En efecto, aunque hoy no haya, como en los años 30, movilizaciones y luchas de obreros en paro, eso no significa que las condiciones del combate proletario sean menos favorables que entonces. Muy al contrario. Toda la combatividad expresada por la clase obrera en los años 30 (por ejemplo en mayo-junio de 1936 en Francia, en julio de 1936 en España) estaba en la imposibilidad de levantar la pesada losa de la contrarrevolución que se había abatido sobre el proletariado mundial. Esa combatividad estaba condenada a ser desviada al terreno del antifascismo y de la «defensa de la democracia» en que se estaba preparando la guerra mundial. Hoy, al contrario, el proletariado mundial ya salió de la contrarrevolución ([20]), y aunque haya sufrido tras el hundimiento de los pretendidos regímenes «comunistas», un retroceso político muy serio, la burguesía no ha logrado sin embargo infligirle una derrota decisiva que ponga en entredicho el curso histórico hacia enfrentamientos de clase.

Eso, la clase dominante lo sabe muy bien. Sabe que deberá encarar nuevos combates de clase en réplica a los ataques cada día más duros que deberá organizar contra los explotados. Y sabe que los futuros combates que van a entablar los obreros con empleo podrían arrastrar a los obreros desempleados. Y hasta ahora, este sector de la clase obrera está muy débilmente encuadrado por las organizaciones de tipo sindical. Es de suma importancia para la burguesía que cuando estos sectores entren en lucha, siguiendo los pasos de los sectores con empleo, en los movimientos sociales, no se salgan fuera del control de los órganos cuya función es encuadrar a la clase obrera y sabotear sus luchas, o sea, los sindicatos de todo pelaje, incluidos los «radicales».

Le importa, en particular, que el gran potencial de combatividad que albergan los sectores desempleados de la clase obrera, las pocas ilusiones que se hacen sobre el capitalismo (y que por ahora se plasma en un sentimiento de desesperación) no vengan a «contaminar» a los obreros con trabajo cuando éstos entren en lucha. Con las movilizaciones de este invierno, la burguesía ha empezado la política de desarrollo de su control sobre los desempleados por medio de los sindicatos y otras organizaciones más o menos nuevas.

Aunque sean el resultado de maniobras burguesas, esas movilizaciones son, sin embargo, un indicio suplementario no sólo de que la clase dominante misma no se hace la menor ilusión en cuanto a su capacidad para reducir el desempleo, menos todavía para superar su crisis, sino de que está anticipando combates cada día más fuertes de la clase obrera.

Fabienne

 

[1] «Paro» o «desempleo» es como «chômage» en francés o «unemployment» en inglés, la misma lacra del capitalismo con diferentes nombres. Sin entrar en disquisiciones de diccionario, nosotros usamos aquí indistintamente «desempleo» y «paro», «desempleado» y «parado», términos usados en los diferentes países de lengua castellana.

[2] «... la mano de obra sobrante en los campos oscila entre 100 y 150 millones de personas. En las ciudades entre 30 y 40 millones de personas están en paro, total o parcial. Sin contar, claro está, la muchedumbre de jóvenes que se preparan para entrar en el mercado de trabajo»  («Paradójica modernización de China», le Monde diplomatique, marzo de 1997).

[3] Las estadísticas del desempleo en esos países no quieren decir nada en absoluto. Así, la cifra oficial era de 9,3 % en 1996 cuando entre 1986 y 1996, el PNB de Rusia habría retrocedido un 45 %. En realidad, muchos obreros se pasan la jornada en su lugar de trabajo sin hacer nada (por falta de pedidos a las empresas) a cambio de unos salarios misérrimos (comparativamente mucho más bajos que los subsidios por desempleo en los países occidentales) que les obligan a ocupar otro empleo clandestino para poder sobrevivir.

[4] Perspectivas del empleo, julio de 1993.

[5] Robert B. Reich, «Une économie ouverte peut-elle préserver la cohésion sociale ?», en Bilan du Monde, edición de 1998.

[6] «Unemployment and non-employement», American Economic Review, mayo de 1997.

[7] «Les sans emploi aux Etats-Unis», L'état du monde, 1998, Ediciones la Découverte, París.

[8] «International Comparisons of Unemployment Indicators», Monthly Labor Review, Washington, marzo de 1993.

[9] Banco de Pagos Internacionales, Informe anual, Basilea, junio de 1997.

[10] Seumas Milne, «Comment Londres manipule les statistiques», le Monde diplomatique, mayo de 1997.

[11] «Francia debería inspirarse del modelo económico holandés» (Jean-Claude Trichet, gobernador del Banco de Francia, citado por le Monde diplomatique de septiembre de 1997). «El ejemplo de Dinamarca y el de Holanda demuestran que es posible reducir el desempleo aún con salarios relativos estables» (Banco de Pagos Internacionales, Informe anual, Basilea, junio de 1997).

[12] «Miracle ou mirage aux Pays-Bas» (Milagro o espejismo en Holanda), le Monde diplomatique, julio de 1997.

[13] «Pays-Bas 1995-1996», Etudes économiques de l'OCDE, París, 1996.

[14] Fuentes: Encyclopaedia Universalis, artículo sobre las crisis económicas y Maddison, Economic growth in the West, 1981.

[15] Ver Revista internacional nº 92, «Informe sobre la crisis económica del XIIº congreso de la CCI».

[16] Ver nuestro suplemento El capitalismo no tiene solución al paro, mayo de 1994.

[17] «La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo», Revista internacional nº 62.

[18] «Resolución sobre la situación internacional del Xº congreso de la CCI», punto 21, Revista internacional nº 74, 3º trimestre de 1993.

[19] Ver al respecto nuestros artículos en los números 84, 85 y 86 de la Revista internacional.

[20] Ver el artículo sobre Mayo de 1968 en este mismo número.

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [2]

Irak - Un revés de Estados Unidos que vuelve a incrementar las tensiones guerreras

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Irak

Un revés de Estados Unidos que vuelve a incrementar las tensiones guerreras

 

El 23 de febrero último, el acuerdo entre Sadam Husein y el Secretario general de la ONU sobre la continuación de la misión para el desarme de Irak, era la concreción del callejón sin salida en el que se había metido Estados Unidos. Clinton se veía obligado a dejar la operación «Trueno del desierto» cuyo mortífero objetivo era bombardear una vez más masivamente a Irak. Esta operación militar habría debido servir para reafirmar el liderazgo estadounidense ante el mundo entero, especialmente ante las demás grandes potencias imperialistas como Francia, Rusia, Alemania, etc. Ese revés norteamericano no debe extrañarnos.

«Frente a un mundo dominado por la tendencia a “cada uno para sí”, en el que los antiguos vasallos del gendarme estadounidense aspiran a quitarse de encima la pesada tutela que hubieron de soportar ante la amenaza del bloque enemigo [el bloque del Este regentado por la URSS], el único medio decisivo de EEUU para imponer su autoridad es el de usar el instrumento que les otorga una superioridad aplastante sobre todos los demás Estados: la fuerza militar. Pero en esto, EEUU está metido en una contradicción:

–  por un lado, si renuncia a aplicar o a hacer alarde de su superioridad militar, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;

– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a los adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana» ([1]).

Al intentar reeditar la guerra del Golfo de 1990-91, la burguesía americana se ha encontrado aislada. Excepto Gran Bretaña, ninguna potencia significativa ha venido a apoyar plenamente la iniciativa de Estados Unidos ([2]). En 1990, la invasión de Kuwait dio a EEUU un argumento aplastante para obligar a todos los demás países a apoyarle en la guerra. En 1996, Estados Unidos volvió a lograr imponer el lanzamiento de sus misiles sobre Irak, a pesar de la oposición de la mayoría de las demás potencias y de los principales países árabes. En 1998, la amenaza y los preparativos de los bombardeos han aparecido como algo totalmente desproporcionado en relación con las limitaciones irakíes a las inspecciones de la ONU. El pretexto era de fácil rechazo. Pero, además, Clinton y su equipo se ataron las manos dejando esta vez –contrariamente a 1990– un margen de maniobra considerable tanto a Sadam como a los imperialismos rivales. Aprovechándose del aislamiento americano, Sadam podía aceptar en el día y en las condiciones de su conveniencia la reanudación de la misión de desarme de los inspectores de Naciones Unidas. Antes incluso de la firma del acuerdo entre la ONU e Irak, ya había partes de la clase dominante americana que empezaban a darse cuenta del atolladero en que se había metido Clinton. Como así lo dijo la prensa de EEUU después del acuerdo: «Al presidente Clinton no le quedaba otra opción» ([3]).

No ha sido Sadam Husein quien ha infligido ese revés a EEUU. Ni mucho menos. Sin el apoyo interesado y los consejos prodigados a Sadam por Rusia y Francia, sin la actitud aprobadora de la mayoría de los países europeos, de China y de Japón a la política antiamericana de aquellas dos potencias, la población irakí –que ya tiene que soportar a diario el yugo de Sadam y entre la que cada seis minutos muere un niño a causa del embargo económico– ([4]) hubiera debido soportar una vez más el terror aéreo norteamericano y británico.

Las reacciones oficiales y de los medios, han sido reveladoras del revés de EEUU. En lugar de las declaraciones exaltadas sobre la salvaguarda de la paz y de lo bueno que es el mundo civilizado, hemos oído dos discursos: uno satisfecho y victorioso por parte de Francia y Rusia y el otro agrio y vengativo por parte de la burguesía norteamericana. A la autosatisfacción de la burguesía francesa, expresada en términos diplomáticos por un antiguo ministro gaullista, el cual decía que Francia «ha ayudado [a Clinton] a evitar un terrible traspiés, dejando abierta la opción diplomática» ([5]), ha respondido la amargura y las amenazas de la estadounidense: «si el acuerdo ha sido un éxito hasta el punto de que los franceses están sacando los beneficios de él, éstos tendrán una responsabilidad especial para asegurar que se aplique estrictamente en las semanas venideras» ([6]).

Esta vez la burguesía americana ha tenido que echarse atrás y abandonar sus «tempestades del desierto»: «La negociación [con el secretario general de la ONU, Kofi Annan] hace imposible para Clinton la continuación con bombardeos. Por eso, EEUU no quería que K. Annan fuera [a Bagdad]» ([7]). Por eso Francia y Rusia animaron y apadrinaron el viaje del secretario general de la ONU. Varios hechos significativos y muy simbólicos lo demuestran: los viajes de Kofi Annan entre Nueva York y París en el Concorde francés, entre París y Bagdad en el avión presidencial de Chirac y sobre todo, a la ida como a la vuelta, entrevistas «preferentes» de aquél con éste. Las condiciones de esa gira han sido como una bofetada para Estados Unidos y el acuerdo obtenido es un fracaso de la burguesía americana.

Esta situación lo único que va a provocar es una agravación de los antagonismos imperialistas y las tensiones guerreras, pues Estados Unidos no va a conformarse y aceptar que su autoridad sea puesta en solfa sin reaccionar.

Lo que acaba de ocurrir es la última ilustración de la tendencia a «cada uno para sí» propia del período histórico actual del capitalismo decadente, su período de descomposición. Si Sadam Husein ha sido esta vez capaz de hacer tropezar a EEUU ha sido sobre todo por la dificultad creciente de este país para mantener su autoridad y una disciplina tras su política imperialista. Esto no sólo pasa con los pequeños imperialismos locales – como los países árabes (Arabia Saudí, por ejemplo, se ha negado a que las tropas estadounidenses usen sus bases aéreas) o Israel, que está poniendo en peligro la Pax Americana en Oriente Medio, sino y sobre todo con las grandes potencias rivales.

La burguesía americana no va a dejar sin respuesta la afrenta. Está en peligro su hegemonía en todos los continentes, especialmente en Oriente Medio y el conflicto palestino-israelí. Ya está preparando la «próxima crisis» en Irak: «Pocos creen en Washington que se ha escrito el último capítulo de esta historia» ([8]). La rivalidad entre imperialismos en Irak se va a centrar en la cuestión de las inspecciones de la ONU, de su control, en si se va a levantar o no el embargo económico contra Irak. En este último aspecto, Rusia y Francia son duramente combatidas por un EEUU que basa su fuerza en el mantenimiento de su impresionante flota en el golfo Pérsico cual enorme cañón apuntando a la sien de Irak.

La burguesía estadounidense se está preparando ya para la «próxima crisis» en la ex Yugoslavia, en Oriente Medio y en África. Ya ha anunciado claramente que va a proseguir su ofensiva en este ya tan martirizado continente, ofensiva que va hacer tambalearse la presencia francesa en primer lugar y la influencia europea en general. Se propone no dejar a los europeos, sobre todo a Francia y Alemania, inmiscuirse más todavía en los conflictos de Oriente Medio. Se propone mantener su presencia militar en Macedonia ahora que las tensiones aumentan en el vecino Kósovo. En esta región, está claro que los recientes enfrentamientos entre la población albanesa y las fuerzas de policía serbias tienen unas repercusiones que sobrepasan con mucho los límites de la zona. Detrás de las camarillas nacionalistas albanesas está, naturalmente, Albania y, en cierta medida, otros países musulmanes como Bosnia y Turquía, país éste que ha sido siempre uno de los puntos de apoyo del imperialismo alemán en los Balcanes. Detrás de la soldadesca serbia está el «hermano mayor» ruso y, más discretos, los aliados tradicionales de Serbia, Francia y Gran Bretaña, una Serbia advertida solemnemente por el gendarme americano. Así, a pesar de los acuerdos de Dayton en 1995, la paz no podrá ser definitiva en los Balcanes. Esta región sigue siendo un polvorín en el que los diferentes imperialismos, y especialmente el más poderoso de ellos, no cesarán en su esfuerzo por imponer sus intereses estratégicos como lo vimos entre 1991 y 1995.

Así, el revés que ha sufrido EEUU lo único que anuncia es un incremento y una agudización de los diferentes conflictos imperialistas en todos los rincones del mundo.

Para todas esas regiones, eso significa el hundimiento irreversible en la barbarie guerrera y para sus poblaciones, más matanzas y más terror.

El atolladero histórico del capitalismo es la causa de los conflictos sangrientos que hoy se están multiplicando pero también de la intensificación de los que ya existían desde hace tiempo. Los discursos sobre la paz y las virtudes de la democracia sólo sirven para adormecer a las poblaciones y, sobre todo, para limitar al máximo la menor toma de conciencia en el proletariado internacional de la realidad guerrera del capitalismo. Y esta realidad es que cada imperialismo no cesa un instante en prepararse para la próxima crisis que no dejará de surgir.

RL
14 de marzo de 1998

 

[1] «Resolución sobre la situación internacional del XIIº Congreso de la CCI», en Revista Internacional nº 90.

[2] El que Kohl haya afirmado a principios de febrero, en la «conferencia sobre la seguridad» de Munich, que Alemania ponía sus bases aéreas a disposición de EEUU (lo cual, hace algunos años, ni necesitaba decirse) no debe comprenderse como un apoyo de verdad a este país. Por un lado, hacer despegar los aviones desde Alemania para ir a bombardear a Irak no es desde luego la solución más cómoda a causa de la distancia y los países «neutros» que tendrían que sobrevolar. La propuesta alemana era de lo más platónico. Por otro lado, la política del imperialismo alemán consiste en avanzar sus peones evitando desafiar abiertamente a Estados Unidos. Tras haberse opuesto al gran padrino durante la conferencia, dando su apoyo a la posición francesa sobre la cuestión de las industrias europeas de armamento (a las que los americanos son hostiles), la diplomacia alemana tenía que dar pruebas de «buena voluntad» sobre algo que no la comprometía mucho.

[3] International Herald Tribune, 25/02/98.

[4] Le Monde diplomatique, marzo de 1998.

[5] Idem.

[6] Le Figaro, citado por el International Herald Tribune del 25/02/98.

[7] The Telegraph, 24/02/98.

[8] New York Times, citado por el International Herald Tribune, 25/02/98.

Geografía: 

  • Irak [12]

Noticias y actualidad: 

  • Irak [13]

Mayo del 68 - El proletariado vuelve al primer plano de la historia

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Hace treinta años se desarrolló en Francia un gran movimiento de luchas que movilizó nada menos que diez millones de obreros durante casi un mes. Es difícil para los jóvenes compañeros que hoy se acercan a las posiciones revolucionarias saber exactamente lo que ocurrió durante aquel tan lejano Mayo del 68. No es culpa de ellos. En realidad, la burguesía siempre ha deformado el significado profundo de aquellos acontecimientos, y eso tanto por las derechas como por las izquierdas. Siempre los ha presentado como el producto de una  «revuelta estudiantil», cuando en realidad fueron la fase más importante de un movimiento que también se desarrolló en Italia, en Estados Unidos y en la mayoría de los países industrializados. No ha de extrañarnos si la clase dominante siempre intenta ocultar al proletariado las luchas pasadas de éste. Y cuando no lo logra, lo hace todo por desvirtuarlas, por disfrazar lo que son en realidad, o sea manifestaciones del antagonismo histórico e irreducible entre la principal clase explotada de nuestros tiempos por un lado y por el otro la clase dominante responsable de esa explotación. Hoy, la burguesía intenta proseguir su obra de mistificación de la historia intentando desvirtuar la Revolución de octubre, presentándola como un golpe de unos bolcheviques sedientos de sangre y de poder, cuando en realidad fue un intento grandioso de la clase obrera de  «asalto al cielo», tomando el poder político para empezar la transformación de la sociedad en un sentido comunista, es decir hacia la abolición de todo tipo de explotación del hombre por el hombre. La burguesía hace eso porque tiene que exorcizar el peligro que representa esa arma del proletariado que es su memoria histórica. Es precisamente porque la conciencia de sus propias experiencias pasadas le es indispensable a la clase obrera para preparar sus batallas de hoy y de mañana por lo que los grupos revolucionarios, la vanguardia de esta clase, tienen la responsabilidad de recordarlas permanentemente.

Los acontecimientos de Mayo del 68

Hace treinta años, el 3 de mayo, un mitin convocado por la UNEF (sindicato de estudiantes) y el  «Movimiento del 22 de marzo» (que se había formado en la facultad de Nanterre, en los alrededores de París, unas semanas antes) reunió unos cuantos cientos de estudiantes en la Sorbona, en París. Los discursos de los líderes izquierdistas no tenían nada de especialmente exaltante pero corría un rumor: «Occident nos va a atacar». Este movimiento de ultraderecha dio el pretexto que buscaba la policía para intervenir, para  «interponerse» entre manifestantes. Ante todo se trataba para ella de acabar con la agitación estudiantil que no cesaba en Nanterre desde hacía unas cuantas semanas y que no era sino una manifestación más del hastío estudiantil, con razones tan diferentes como el cuestionamiento de los profesores «mandarines» o la reivindicación de una mayor libertad individual y sexual en la vida interna de la universidad.

Sin embargo  «se realizó lo imposible»; durante varios días la agitación proseguirá en el Barrio latino (barrio estudiantil de París). E irá aumentando cada día. Cada manifestación, cada mitin reúnen más muchedumbres: diez, treinta, cincuenta mil personas. Los enfrentamientos con la policía también son cada día más violentos. Y se unen a los combates jóvenes obreros en la calle y a pesar de la hostilidad abierta del Partido comunista francés, el cual no cesa en sus críticas a los  «enragés» y al  «anarquista alemán» Daniel Cohn-Bendit, la CGT (sindicato estalinista) se ve obligada, para no verse totalmente desbordada, a  «reconocer» el movimiento de huelgas obreras que surge espontáneamente y se generaliza como un reguero de pólvora: diez millones de huelguistas zarandean a entumecida Vª República, dando, y de qué excepcional modo, la señal del despertar del proletariado mundial.

La huelga desencadenada el 14 de mayo en Sud-Aviation y que se extiende espontáneamente toma desde su principio un carácter radical con respecto a lo que hasta entonces habían sido las  «acciones» orquestadas por los sindicatos. En sectores esenciales de la metalurgia y del transporte, la huelga es casi general. Los sindicatos se ven sobrepasados por una agitación que se diferencia de su política tradicional y desbordados por un movimiento que adopta de entrada un carácter extensivo y a menudo bastante impreciso debido a la inquietud profunda que lo animaba, aunque poco  «consciente».

En los enfrentamientos, un papel importante fue el de los parados, a aquellos que la burguesía llamaba «desclasados». Sin embargo, aquellos «desclasados», aquellos  «extraviados» no eran sino proletarios. No son proletarios únicamente los trabajadores o los parados que han conocido la fábrica, sino también los que sin haber tenido la ocasión de trabajar, ya están en el paro. Son la consecuencia perfecta de la decadencia del capitalismo: en el paro masivo de la juventud vemos uno de los límites históricos del capitalismo, incapaz de integrar a las nuevas generaciones en el proceso de producción, a causa de la sobreproducción generalizada. Pero los sindicatos lo van a hacer todo para tomar el control de un movimiento iniciado sin ellos y en cierto modo contra ellos pues rompía con todos los métodos de lucha que habían preconizado hasta aquel entonces.

Ya desde el día viernes 17 de mayo, la CGT difunde una hoja en la que precisa los límites que quiere dar a su acción: por un lado las reivindicaciones tradicionales para llegar a acuerdos del tipo de Matignon en 1936, que garanticen la existencia de secciones sindicales en las fábricas, y por otro, el llamamiento a un cambio de gobierno, es decir a elecciones. Aun desconfiando de los sindicatos antes de la huelga, desencadenándola fuera de ellos y extendiéndola por iniciativa propia, los obreros actuaron sin embargo durante la huelga como si les pareciese normal que aquéllos se encargasen de conducirla hasta su conclusión.

Forzado a seguir el movimiento para poder controlarlo, el sindicato lo logra finalmente y realiza un trabajo doble con al ayuda del PCF: por un lado proseguir las negociaciones con el gobierno, y por otro llamar a los obreros a la calma, para no entorpecer la perspectiva de las nuevas elecciones que reclaman tanto el PCF como los socialistas, haciendo correr la voz sobre un posible golpe y movimientos del ejército en la periferia de la capital. Aunque sorprendida por el movimiento y espantada por su radicalismo, la burguesía, sin embargo, no tiene la menor intención de utilizar la represión militar. Sabe muy bien que las posibles consecuencias de ello serían las de dar nuevas alas al movimiento al poner fuera de juego a los  «conciliadores» sindicales y que un baño de sangre sería una respuesta inadecuada con graves consecuencias en el porvenir. En realidad, la burguesía ya ha desencadenado sus fuerzas represivas. Estas no son tanto los CRS (fuerzas de policía especializadas) que atacan y dispersan las manifestaciones y barricadas, sino la policía sindical de las empresas mucho más hábil y peligrosa, al realizar su sucia faena de división en las filas obreras.

Los sindicatos realizan su primera operación de ese tipo al llamar y favorecer la ocupación de fábricas, logrando encerrar a los obreros en las empresas, y, por lo tanto, quitándoles toda posibilidad de reunirse, discutir, confrontarse en la calle.

El día 27 de mayo, por la mañana, los sindicatos se presentan ante los obreros con un compromiso firmado con el gobierno (los acuerdos de Grenelle). En Renault, la mayor empresa del país y  «termómetro» de la clase obrera, los obreros abuchean al Secretario general de la CGT, acusándole de haber vendido su combate. Los obreros de las demás empresas hacen lo mismo. Aumenta el número de huelguistas. Muchos obreros rompen su carné sindical. Entonces es cuando sindicatos y gobierno se reparten la faena para acabar con el movimiento. La CGT denuncia inmediatamente unos acuerdos de Grenelle que acababa sin embargo de firmar, para declarar que  «las negociaciones se han de hacer por ramo para mejorarlas». Gobierno y patronal van en el mismo sentido, al hacer concesiones importantes en unos cuantos sectores, lo que permite que se inicie entonces un movimiento de vuelta al trabajo; De Gaulle (Presidente de la República en aquel entonces) disuelve la cámara de diputados el 30 de mayo y convoca elecciones. Ese mismo día, varias centenas de miles de sus partidarios manifiestan en los Campos Elíseos, una aglomeración heteróclita de todos aquellos que albergan un odio visceral contra la clase obrera y los  «comunistas»: burgueses de los barrios ricos y militares retirados, monjas y conserjes, modestos comerciantes y chulos desfilan tras los ministros de De Gaulle con André Malraux (conocido escritor «antifascista») a la cabeza.

Los sindicatos se reparten también el trabajo: a la CFDT (sindicato católico), minoritaria, le toca vestirse de  «radical» para guardar el control sobre los obreros más combativos. La CGT por su parte se distingue en su papel de rompehuelgas: en las fábricas, propone que se acabe la huelga con el falso pretexto de que los obreros de la fábrica vecina ya han vuelto al trabajo; en coro con el PCF, llama  «a la calma», a una  «actitud responsable» para no perturbar las elecciones que se han de celebrar los 23 y 30 de junio, agitando el fantasma de la guerra civil y de la represión por parte del ejército. Esas elecciones se concluyen por un maremoto de derechas, lo que acaba de asquear a los obreros más combativos que prosiguen la huelga hasta aquel entonces.

A pesar de sus límites, la huelga general contribuyó por su ímpetu inmenso a la reanudación mundial de la lucha de clases. Tras una serie ininterrumpida de retrocesos, después de la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23, los acontecimientos de mayo-junio del 68 significan el cambio decisivo no solo en Francia, sino también en Europa y en el mundo entero. Las huelgas no solo zarandearon el poder, sino también a sus representantes más eficaces y difíciles de derrotar: la izquierda y los sindicatos.

¿Un movimiento estudiantil?...

Tras la sorpresa y el pánico, la burguesía intentó explicarse unos acontecimientos que tanto perturbaron su tranquilidad. No hay por qué asombrarse entonces si las izquierdas han utilizado el fenómeno de la agitación estudiantil para exorcizar el espectro que se alza ante la burguesía acobardada – el proletariado –, o restringe los acontecimientos sociales a una pelea ideológica entre generaciones, presentando Mayo del 68 como el resultado de la ociosidad de una juventud frente a las inadaptaciones creadas por el mundo moderno.

Es muy cierto que Mayo del 68 estuvo marcado por una descomposición real de los valores de la clase dominante y sin embargo esa revuelta  «cultural» en nada puede verse como la causa real del conflicto. Marx ya señaló, en su Prólogo a la Crítica de la economía política, que  «los cambios en las bases económicas van acompañados de un trastorno más o menos rápido de todo ese enorme edificio. Al considerar estos trastornos, siempre se han de distinguir dos órdenes de cosas. Hay trastorno material de las condiciones de producción económicas. Se ha de constatar con el rigor propio de las ciencias naturales. Sin embargo también están las formas jurídicas, políticas, religiosas, en resumen, las formas ideológicas en las que los hombres toman conciencia de ese conflicto y lo llevan hasta sus últimas consecuencias».

Todas las manifestaciones de crisis ideológica tienen sus raíces en la crisis económica, no lo contrario. Es el estado de la crisis lo que determina el curso de las cosas, y el movimiento estudiantil fue entonces una expresión de la descomposición de la ideología burguesa, anunciador de un movimiento social de más amplitud. Pero por el lugar particular de la universidad en el sistema de producción, ésta no tiene ningún vínculo, si no es excepcionalmente, con la lucha de clases.

Mayo del 68 no es un movimiento de estudiantes y de jóvenes, ante todo es un movimiento de la clase obrera que resurge tras decenios de contrarrevolución. El movimiento estudiantil se radicaliza debido a la presencia de la clase obrera. Los estudiantes no son una clase como tampoco son una capa social revolucionaria. Al contrario, son específicamente los transmisores de la peor ideología burguesa. Si miles de jóvenes fueron en el 68 influenciados por las ideas revolucionarias, fue precisamente porque la única clase revolucionaria de nuestra época, la clase obrera, estaba en la calle.

Con aquel resurgir, la clase obrera también acabó con todas las teorías que habían decretado su «muerte» por «emburguesamiento», por su «integración» en el sistema capitalista. ¿Cómo explicar, si no, que todas aquellas teorías que hasta entonces eran ampliamente compartidas precisamente por el medio universitario en el que surgieron gracias a Marcuse, Adorno y compañía, fueran tan fácilmente rechazadas por los mismos estudiantes que se volcaron hacia la clase obrera como moscas?. Y ¿cómo explicar también que durante los años siguientes, aunque animados por la misma agitación, los estudiantes dejaran de proclamarse revolucionarios?.

¡No!, Mayo del 68 nunca fue una revuelta de la juventud contra «las inadecuaciones del mundo moderno», una revuelta de las conciencias, sino el primer síntoma de unas convulsiones sociales que tienen raíces mucho más hondas que el mundo de las superestructuras, raíces que profundizan hasta en la crisis misma del modo de producción capitalista. Lejos de ser un triunfo de las teorías marcusianas, Mayo del 68 al contrario firmó su sentencia, sepulturándolas en el mundo de fantasías de la ideología burguesa en la que habían nacido

... ¡No!, fue el principio de la reanudación histórica de la lucha de la clase obrera

La huelga general de diez millones de obreros en un país del centro del capitalismo significó el final del período de contrarrevolución que había empezado con la derrota de la oleada revolucionaria de los años 20, que prosiguió y se profundizó con al acción simultánea del fascismo y del estalinismo. A mediados de los sesenta se acaba el período de reconstrucción tras la Segunda Guerra mundial, y empieza una nueva crisis abierta del sistema capitalista.

Los primeros golpes de esta crisis caen sobre una generación obrera que no había conocido la desmoralización de la derrota de los años 20 y que había crecido durante el «boom» económico. Aunque la crisis golpea todavía ligeramente, la clase obrera empieza, sin embargo, a notar el cambio: «Un sentimiento de inseguridad en cuanto al porvenir se desarrolla entre los obreros y en particular los jóvenes. Ese sentimiento es tanto más vivo que los obreros en Francia lo desconocían prácticamente desde la guerra. (...) Las masas se dan cuenta cada día más de que la prosperidad se está acabando. La indiferencia y el “pasotismo” de los obreros, tan característicos durante las décadas pasadas, dejan el sitio a una inquietud sorda y creciente. (...) Se ha de admitir que una explosión semejante se basa en una larga acumulación de descontento real de la situación económica y laboral directamente sensible entre las masas, a pesar de que un observador superficial no lo viese» ([1]).

Y efectivamente un observador superficial no puede lograr entender lo que se está tejiendo en las profundidades del mundo capitalista. No es por casualidad si un grupo tan radical, y tan flojo en marxismo, como la Internacional situacionista escribe a propósito de Mayo del 68: «no se pudo observar la menor tendencia a la crisis económica (...) La erupción revolucionaria no vino de la crisis económica. (...) Lo que se atacó de frente en Mayo, fue la economía capitalista en buen funcionamiento» ([2]). La realidad era muy diferente y los obreros empezaban a vivirlo en carne propia.

Tras 1945, la ayuda de Estados Unidos había permitido el relanzamiento de la producción en Europa, que pagó en parte su deuda traspasando sus empresas a compañías norteamericanas. Después de 1955, EE.UU. cesó su ayuda «gratuita». La balanza comercial norteamericana era excedentaria, cuando la de los demás países seguía siendo deficitaria. Los capitales norteamericanos seguían invirtiéndose más rápidamente en Europa que en el resto del mundo, lo que permitió que se equilibrara la balanza de pagos de Europa pero desequilibrando la de Estados Unidos. Semejante situación condujo a un endeudamiento creciente del Tesoro norteamericano, puesto que los dólares invertidos en Europa o en el resto del mundo constituían una deuda con respecto al poseedor de esa moneda. A partir de los años 60, esa deuda exterior sobrepasaba las reservas de oro del Tesoro norteamericano, sin que tal ausencia de garantía del dólar bastase para poner en dificultad a Estados Unidos puesto que los demás países estaban endeudados con respecto a este país. Estados Unidos pudo entonces seguir apropiándose el capital del resto del mundo pagando con papel. Semejante situación cambia cuando se acaba la reconstrucción en los países europeos. Esta se manifiesta por la capacidad lograda por las economías europeas a proponer productos en el mercado mundial que compiten con los productos norteamericanos: a mediados de los 60, las balanzas comerciales de la mayoría de países asistidos se vuelven positivas, cuando después de 1964, la de Estados Unidos no cesa de deteriorarse. En cuanto se acaba la reconstrucción de la economía de los países europeos, el aparato productivo resulta pletórico y el mercado mundial aparece sobresaturado, lo que obliga a las burguesías nacionales a aumentar la explotación de su proletariado para poder enfrentarse con la competencia internacional.

Francia no escapa a tal situación y en 1967, su situación económica la obliga a encarar la inevitable reestructuración capitalista: racionalización, productividad mejorada, no pueden sino provocar un crecimiento del paro. Así es como a principios del 68, el número de parados sobrepasaba el medio millón, cifra muy importante en aquel entonces. El paro parcial aparece en varias fábricas y provoca reacciones obreras. Estallan huelgas que aunque limitadas y encuadradas por los sindicatos revelan un malestar evidente. Este fenómeno es tanto más evidente porque las nuevas generaciones nacidas de la explosión demográfica de posguerra están entrando en el mercado del trabajo.

La patronal se esfuerza por todos los medios de atacar a los obreros, un ataque en regla contra las condiciones de vida y de trabajo, llevado a cabo por la burguesía y su gobierno. En todos los países industrializados se incrementa sensiblemente el número de parados, se oscurecen las perspectivas económicas, se agudiza la competencia internacional. Para aumentar la competitividad de sus productos en el mercado, Gran Bretaña devalúa la libra a finales del 67. Esta operación no obtiene los resultados previstos porque una serie de países devalúan a su vez sus monedas. La política de austeridad impuesta por el gobierno laborista en aquel entonces es particularmente brutal: reducción masiva del gasto público, retirada de las tropas británicas de Asia, bloqueo de los sueldos, primeras medidas proteccionistas...

Estados Unidos, principal víctima de la ofensiva europea, reacciona evidentemente con brutalidad y, a principios de enero del 68, son anunciadas medidas económicas por el presidente Johnson y, para dar la respuesta a la devaluación de las monedas competidoras, el dólar también se devalúa. Este es el telón de fondo de la situación económica antes de Mayo del 68.

Un movimiento reivindicativo, pero que va más allá

Vemos entonces que los acontecimientos de Mayo del 68 se desarrollan en el marco de una situación económica deteriorada, que provoca una reacción de la clase obrera.

Claro está que otros factores contribuyen a la radicalización de la situación: la represión violenta contra los estudiantes y las manifestaciones obreras, la Guerra de Vietnam. Todos los mitos del capitalismo de posguerra entran en crisis simultáneamente: el mito de la democracia, de la prosperidad económica, de la paz. Esta situación es la que provoca una crisis social que conduce a la clase obrera a dar una primera respuesta.

Es una respuesta en el plano económico, pero va más allá. Los demás elementos de la crisis social, el desprestigio de los sindicatos y de las fuerzas tradicionales de izquierdas, hacen que miles de obreros y jóvenes se planteen problemas más generales, busquen respuestas a las causas profundas de su descontento y desilusión.

Así es como nació una generación de militantes en búsqueda de las posiciones revolucionarias. Leen a Marx, a Lenin, estudian el movimiento obrero del pasado. La clase obrera no demuestra solo su dimensión luchadora como clase explotada sino que muestra también su carácter revolucionario. Sin embargo, la mayor parte de esta generación de militantes es atraída por las falsas perspectivas propuestas por las fuerzas izquierdistas, perdiéndose para la clase obrera: si bien el sindicalismo es el arma con que la burguesía logra engañar al movimiento masivo de los obreros, el izquierdismo es el arma con la que se quema a la mayoría de militantes formados en la lucha.

Pero muchos otros logran reanudar con las organizaciones auténticamente revolucionarias, las que forman la continuidad histórica con el pasado del movimiento obrero, los grupos de la Izquierda comunista. Aunque ninguno de éstos logró entender en todas sus consecuencias el significado de los acontecimientos de Mayo, quedándose al margen del movimiento (y dejando el camino abierto al izquierdismo), aparecen núcleos que son capaces de agrupar las nuevas energías revolucionarias, formando a su vez nuevas organizaciones y poniendo las bases de un nuevo esfuerzo de agrupamiento de los revolucionarios, base del Partido revolucionario de mañana.

Una reanudación histórica larga y tortuosa

Los acontecimientos de Mayo de 68 son el comienzo de la reanudación histórica de la lucha de clases, son la ruptura con el período de contrarrevolución y la apertura de une nuevo curso histórico hacia los enfrentamientos decisivos entre ambas clases antagónicas de nuestra época: el proletariado y la burguesía. Una reanudación de gran alcance que momentáneamente se enfrenta a una burguesía impreparada, pero que rápidamente va a dar la cara y aprovecharse de la inexperiencia de la nueva generación obrera que ha vuelto al primer plano del escenario de la historia. Este nuevo curso histórico es confirmado por los acontecimientos internacionales que siguen el Mayo francés.

En 1969 estalla en Italia el gran movimiento de huelgas llamado «otoño caliente», una época de luchas que durará años, en la que los obreros irán quitando progresivamente la careta a los sindicatos y tenderán a dar vida a organismos con los que dirigir sus luchas. Una oleada de luchas cuya límite para la clase fue el haber quedado aislada en las fábricas, con la ilusión de que una lucha «dura» en las empresas podía «someter a la patronal». Esto permitió que los sindicatos volvieran a ocupar su lugar en la fábrica, disfrazados con nuevos collares de «organismos de base», en los que participaban todos los elementos izquierdistas que se las daban de revolucionarios durante el período ascendente del movimiento y que después acabaron colocándose de jefezuelos sindicales.

Otros movimientos de lucha obrera se manifiestan durante los 70 en el conjunto del mundo industrializado: en Italia (ferroviarios y hospitalarios), en Francia (Lip, Renault, metalúrgicos en Denain y Longwi), en España, Portugal..., los obreros ajustan sus cuentas a los sindicatos los cuales, a pesar de sus nuevos collares «más de base», siguen siendo vistos por lo que son, defensores de los intereses capitalistas y saboteadores de las luchas proletarias.

En Polonia en 1980, la clase obrera sabe sacar lecciones de la experiencia sangrienta de los enfrentamientos anteriores, los del 70 y del 76, organizando una huelga que paraliza el país. El formidable movimiento de los obreros polacos, que muestra al mundo entero la fuerza del proletariado, su capacidad para apropiarse de sus luchas, para organizarse por sí mismo en asambleas generales (los MKS) para extender la lucha al país entero, aquel formidable movimiento fue un aliento para la clase obrera mundial. La burguesía, con la ayuda de los sindicatos occidentales, hará surgir al sindicato Solidarnosc, especialmente creado para encuadrar, controlar y desviar a los obreros, sometiéndolos finalmente con las manos atadas a la represión del gobierno de Jaruzelski. La derrota provocó entonces una profunda desmoralización en las filas del proletariado mundial. Serán necesarios más de dos años para digerirla.

Durante los 80, los obreros sacan lecciones de todas las experiencias de sabotaje sindical de la década precedente. De nuevo estallan luchas en los principales países y los trabajadores empiezan a apropiarse de sus luchas, haciendo surgir órganos específicos. Los ferroviarios en Francia, los trabajadores de la enseñanza en Italia luchan organizados en órganos controlados por los obreros, mediante asambleas generales de huelguistas.

Frente a tal madurez en la lucha, la burguesía se ve obligada a renovar su arma sindical: durante esos años desarrolla una nueva forma de sindicalismo «de base» (Coordinadoras en Francia, Cobas en Italia), sindicatos disfrazados que recuperan los órganos creados por los obreros en lucha para volverlos a llevar hacia el terreno sindical.

No hemos sino esbozado lo que ocurrió durante las dos décadas que siguieron al Mayo francés. Es suficiente para poner en evidencia que no fue un accidente de la historia específicamente francés, sino verdaderamente el comienzo de una nueva fase histórica en la que la clase obrera rompió con la fase de contrarrevolución y se fue afirmando en la escena de la historia para volver al largo camino de enfrentamiento con el capital.

Una difícil reanudación histórica

Si por un lado las nuevas generaciones de la clase obrera de posguerra lograron romper con el período de contrarrevolución porque no habían conocido directamente la desmoralización de la derrota de los años 20, por otro carecían de experiencia y la reanudación histórica de la lucha sería larga y difícil. Ya hemos visto las dificultades para hacer la crítica de los sindicatos y de su papel de defensores del capital. Pero, sobre todo, un acontecimiento histórico de la mayor importancia, e imprevisto, va a hacer todavía más difícil la reanudación: el hundimiento del bloque del Este.

Manifestación de la erosión provocada por la crisis económica, ese hundimiento tendrá como consecuencia nefasta un reflujo en la conciencia del proletariado, que la burguesía sabrá explotar ampliamente para intentar ganar el terreno perdido los años precedentes.

Utilizando la identificación del estalinismo con el comunismo, la burguesía presenta el hundimiento del estalinismo como expresión de la «quiebra del comunismo», repitiendo este mensaje, simple pero eficaz, a la clase obrera: su lucha no tiene perspectiva, no existe alternativa posible al capitalismo. Éste tiene une montón de defectos, pero es lo único posible.

Esta campaña provoca en la conciencia de la clase obrera un reflujo de mayores consecuencias y más profundo que los que ya vividos tras las oleadas de luchas precedentes. No se trata efectivamente de la derrota difícil de un movimiento tras un sabotaje sindical, sino de un ataque contra la perspectiva misma a largo plazo de las luchas.

Sin embargo, la crisis que fue el factor detonante de la reanudación histórica de la lucha de clases ha seguido profundizándose, y con ella los ataques cada día más brutales contra las condiciones de vida de los obreros. Por esto en 1992 la clase obrera vuelve a la lucha abierta, como en las huelgas contra el gobierno de Amato en Italia, pero también en Bélgica, Alemania, Francia... Pero esta reanudación de la combatividad obrera sufre del retroceso en las conciencia, y no logra recuperar el nivel que había alcanzado a finales de los 80.

Desde entonces, la burguesía no desaprovecha la menor ocasión para impedir que el proletariado desarrolle sus luchas de forma autónoma y recupere la confianza en sí mismo. Al contrario, moviliza sus fuerzas y sus maniobras contra él, organizando en particular la huelga de la función pública durante el otoño 1995 en Francia: utilizándola en una gigantesca campaña internacional, intenta poner en evidencia la capacidad de los sindicatos para organizar la lucha obrera y defender sus intereses. Maniobra similar se desarrolla también en Bélgica y en Alemania, cuyo resultado es un nuevo prestigio internacional de los sindicatos para que éstos puedan cumplir con su papel, o sea, sabotear la combatividad obrera real.

La burguesía no limita sus maniobras a este plano. También lanza una serie de campañas para mantener a los obreros en el terreno podrido de la defensa de la democracia y del Estado burgués: «Mani pulite» en Italia, el caso Dutroux en Bélgica, las campañas antirracistas en Francia; cualquiera de estos acontecimientos es ampliado y utilizado por los «media» para convencer a los trabajadores del mundo entero que sus verdaderos problemas no son la defensa de vulgares intereses económicos, sino que han de apretarse el cinturón en sus respectivos Estados para defender la democracia, la justicia limpia y otras bobadas por el estilo.

Pero en estos dos años pasados se ha querido ir más lejos: intentar destruir la memoria histórica de la clase, desprestigiando la historia misma de la lucha de clases y a las organizaciones políticas que a ella se refieren. La burguesía ataca a la Izquierda comunista, presentándola como primera inspiradora del «negacionismo». También desvirtúa el significado profundo de la Revolución de octubre, presentándola como un golpe bolchevique, para borrar de las memorias la oleada revolucionaria de los años 20 en que la clase obrera demostró que era capaz de atacar al capitalismo como modo de producción y no solo de defenderse contra su explotación. Dos enormes libros escritos en Francia y Gran Bretaña han sido inmediatamente traducidos en varios idiomas, en los que se intenta identificar el estalinismo y el comunismo, atribuyéndole a éste los crímenes del estalinismo ([3]).

El porvenir sigue siendo el de la clase obrera

Si la burguesía está tan preocupada por desviar la lucha de la clase obrera, por deformar su historia, por desprestigiar a las organizaciones que siguen defendiendo la perspectiva revolucionaria de la clase obrera, es porque sabe que no ha vencido al proletariado y que, a pesar de sus actuales dificultades, la vía sigue abierta hacia enfrentamientos en los que la clase obrera podrá una vez más plantear su alternativa histórica contra el capitalismo. También sabe la burguesía que la agudización de la crisis y los sacrificios que impone a los obreros llevará a éstos a reanudar cada día más con sus luchas. Y es en éstas donde los proletarios recobrarán la confianza en sí mismos, criticarán radicalmente a los sindicatos y se organizarán de forma autónoma.

Una nueva fase se está abriendo, en la que la clase obrera volverá a emprender el camino abierto hace treinta años por el Mayo francés.

Helios


[1] Révolution internationale, antigua serie, no 2, 1969.

[2] Enragés et Situationnistes dans le mouvement des occupations, Internacional situacionista, 1969.

[3] Vease Revista internacional, no 92.

 

Geografía: 

  • Francia [14]

Series: 

  • Mayo de 1968 [15]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1968 - Mayo francés [16]

1848 : el Manifiesto comunista - Una brújula indispensable para el porvenir de la humanidad

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El Manifiesto comunista se escribió en un momento decisivo de la historia de la lucha de clases: el periodo en que la clase representante del proyecto comunista, el proletariado, comenzaba a constituirse en clase independiente en la sociedad. A partir del momento en que el proletariado desarrolló su propia lucha por sus condiciones de existencia, el comunismo dejó de ser un ideal abstracto elaborado por las corrientes utópicas, para convertirse en el movimiento social práctico que lleva a la abolición de la sociedad de clases y a la creación de una comunidad humana auténtica. Como tal, la principal tarea del Manifiesto comunista era la elaboración de la verdadera naturaleza del objetivo comunista de la lucha de clases así como los principales medios para alcanzarlo. Eso es lo que muestra la importancia del Manifiesto comunista en nuestros días frente a las falsificaciones burguesas del comunismo y la lucha de clases, su actualidad que la burguesía trata de ocultar. Hemos tratado el Manifiesto varias veces en nuestra prensa, recientemente en nuestros artículos «1848: el comunismo como programa político»([1]) en «El Manifiesto comunista de 1848, arma fundamental del combate de clase obrera contra el capitalismo» ([2]). En este artículo retomamos más particularmente un aspecto: el Manifiesto contiene ya la mayor parte de los argumentos para combatir el estalinismo.

«Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han reunido en una Santa Alianza para abatirlo: del Papa al Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los policías alemanes».

Estas líneas que abren el Manifiesto comunista escrito hace ahora exactamente 150 años, son hoy más verdad que nunca antes lo habían sido. Uno siglo y medio después que la Liga de los Comunistas hubiera adoptado la famosa declaración de guerra del proletariado revolucionario contra el sistema capitalista, la clase dominante sigue estando extremadamente preocupada por el espectro del comunismo. El Papa, codo con codo con su amigo estalinista Fidel Castro, sigue en cruzada por la defensa del derecho otorgado por Dios a la clase dominante de vivir de la explotación del trabajo asalariado. El Libro negro del comunismo, última monstruosidad de los «radicales franceses», que acusa de forma mentirosa al marxismo de los crímenes de su enemigo estalinista, está siendo traducido al inglés, el alemán y el italiano ([3]). En cuanto a la policía alemana, movilizada como siempre contra las ideas revolucionarias, ha recibido oficialmente, mediante un cambio de la constitución democrática burguesa, el derecho a realizar electrónicamente encuestas y escuchas contra el proletariado en cualquier lugar y en cualquier momento ([4]).

1998, año del 150 aniversario del Manifiesto comunista, constituye una nueva cumbre en la lucha histórica que libran las clases dominantes contra el comunismo. Aprovechando todavía ampliamente el hundimiento en 1989 de los regímenes estalinistas europeos que presentan como el «fin del comunismo» y siguiendo las huellas del 80 aniversario de la Revolución de octubre, la burguesía alcanza nuevos records de producción en su propaganda anticomunista. Podríamos imaginarnos que la cuestión del Manifiesto comunista ofrecería una nueva ocasión para intensificar esa propaganda.

Sin embargo ha ocurrido justo lo contrario. Pese al evidente significado histórico de la fecha de enero de 1848 – el Manifiesto es, con la Biblia, el libro más veces publicado a nivel mundial en el siglo XX – la burguesía ha escogido la política de ignorar prácticamente el aniversario del primer programa verdaderamente comunista revolucionario de su enemigo de clase. ¿Cuál es la razón de ese silencio ensordecedor?

El 10 de enero de 1998 la burguesía alemana ha publicado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung una toma de posición sobre el Manifiesto comunista. Tras proclamar que «los obreros del Este se habían desembarazado del comunismo» y de afirmar que «la dinámica flexibilidad del capitalismo permitirá superar todas las crisis», desmintiendo de esta forma a Marx, la toma de posición concluye: «150 años después de la aparición del Manifiesto no tenemos que tener miedo de ningún espectro».

Este artículo, relegado a la página 13 del suplemento económico y bursátil, no es una tentativa demasiado feliz de la clase dominante para acreditarse: junto a él, en la misma página, hay un artículo sobre la terrible crisis económica en Asia y otro sobre un nuevo récord oficial en la tasa de paro en Alemania rozando ya los 4,5 millones. Las páginas de la prensa burguesa demuestran por sí mismas la falsedad de la pretendida refutación del marxismo por la historia. En realidad, no existe hoy documento que perturbe más profundamente a la burguesía que el Manifiesto comunista, y ello por dos razones. La primera porque su demostración del carácter históricamente limitado del modo de producción capitalista, de la naturaleza insoluble de sus contradicciones internas que confirma la realidad presente, continúa inquietando a la clase dominante. La segunda porque, ya precisamente en la época, el Manifiesto fue escrito para disipar las confusiones existentes en la clase obrera sobre la naturaleza del comunismo. Desde un punto de vista actual, podemos leerlo como una denuncia moderna de la mentira según la cual el estalinismo habría tenido algo que ver con el socialismo. Esta mentira es hoy una de las principales cartas de la clase dominante contra el proletariado.

Por estas dos razones la burguesía tiene un interés vital en evitar todo tipo de publicidad que pudiera atraer la atención sobre el Manifiesto comunista y sobre lo que contiene realmente este célebre documento. En particular, no quiere que nada sea hecho o dicho que pudiera agudizar la curiosidad de los obreros y llevarlos a leerlo ellos mismos. Basándose sobre el impacto histórico del hundimiento del estalinismo, la burguesía va a seguir proclamando que la historia ha refutado el marxismo. Sin embargo, evitará prudentemente todo examen público del objetivo comunista, tal y como lo ha definido el marxismo, y del método materialista histórico utilizado con este fin. Como el Manifiesto comunista refuta por adelantado la idea del «socialismo en un solo país» (inventada por Stalin) y como ha estallado en mil pedazos su pretendida superación de la crisis del capitalismo, la burguesía continuará todo el tiempo que le sea posible ignorando la poderosa argumentación de este documento. Se sentirá más segura de sí misma combatiendo el espectro burgués del «socialismo en un solo país» de Stalin, presentado como la espantosa puesta en práctica del marxismo por la Revolución rusa.

En cambio para el proletariado, el Manifiesto comunista es la brújula para el porvenir de la especie humana que muestra la salida al callejón sin salida mortal en el cual el capitalismo decadente entrampa a la humanidad.

El «espectro del comunismo» burgués

La referencia al «espectro del comunismo» al comienzo del Manifiesto del Partido comunista de 1848 se ha convertido en una de las expresiones más célebres de la literatura mundial. Sin embargo no se sabe generalmente a qué hace referencia verdaderamente ese pasaje. En realidad, la atención del público de la época no se centraba tanto en el comunismo del proletariado sino sobre el comunismo falso y reaccionario de las otras capas sociales e incluso de la misma clase dominante. Lo que quería decir realmente es que la burguesía, no osando combatir abiertamente y por tanto reconocer públicamente las tendencias comunistas que estaban actuando entonces en la lucha proletaria, utilizaba esta confusión para luchar contra el desarrollo de una lucha obrera autónoma. «¿Qué partido de oposición no ha sido tildado de comunista por sus adversarios en el poder?» se pregunta el Manifiesto, «¿Qué partido de la oposición no ha lanzado la acusación oprobiosa de comunista al más oposicional que exista, lo mismo que contra sus adversarios reaccionarios?».

Ya en 1848 este «espectro del comunismo» impostor estaba en el centro de la controversia pública lo cual hacía particularmente difícil al joven proletariado tomar conciencia de que el comunismo, lejos de ser una cosa separada u opuesta a la lucha de clase cotidiana, no era otra cosa que su misma naturaleza, la significación histórica y el objetivo final de la misma. Eso es lo que permitía enmascarar que, como decía el Manifiesto, «las concepciones teóricas de los comunistas (...) no hacen sino expresar, en términos generales, las condiciones reales de una lucha de clases existente, un movimiento histórico que se desarrolla ante nuestros ojos».

Ahí reside la dramática actualidad del Manifiesto comunista. Hace siglo y medio, de la misma forma que hoy, muestra la vía al refutar todas las distorsiones antiproletarias del comunismo. Frente a un fenómeno histórico enteramente nuevo –el paro masivo y la pauperización de las masas en la Inglaterra industrializada y la alteración de Europa, todavía semifeudal, por crisis comerciales periódicas, la extensión internacional del descontento revolucionario de las masas en las vísperas de 1848– los sectores más conscientes de la clase obrera buscaban balbuceando una comprensión más clara del hecho de que al crear una clase de productores desposeídos, enlazados internacionalmente en el trabajo asociado por la industria moderna, el capitalismo había creado su propio sepulturero potencial. Las primeras grandes huelgas obreras colectivas en Francia y en otros lugares, la aparición del primer movimiento político proletario masivo en Gran Bretaña (el Cartismo) y los esfuerzos por elaborar un programa socialista por las organizaciones obreras, sobre todo alemanas (de Weitling a la Liga de los Comunistas) expresaban estos avances. Pero para que el proletariado estableciera su lucha sobre una base de clase sólida, era preciso aclarar ante todo el objetivo comunista de este movimiento y combatir por tanto conscientemente el «socialismo» de las demás clases. La clarificación de esta cuestión era urgente puesto que la Europa de 1848 estaba al borde de movimientos revolucionarios que iban a alcanzar su apogeo en Francia con el primer cara a cara masivo entre la burguesía y el proletariado durante las jornadas de junio de 1848.

Por ello el Manifiesto comunista dedica todo un capítulo a denunciar el carácter reaccionario del socialismo no proletario. Incluye especialmente las expresiones verdaderas de la clase dominante opuesta a la clase obrera:

– el socialismo feudal que tiene en parte como objetivo movilizar a los obreros detrás de la resistencia reaccionaria de la nobleza contra la burguesía;

– el socialismo burgués «una parte de la burguesía busca paliar las taras sociales a fin de consolidar la sociedad burguesa».

Era ante todo y sobre todo para combatir esos «espectros del comunismo» por lo que el Manifiesto fue escrito. Como declara a continuación «ha llegado el momento de que los comunistas expongan públicamente, ante todo el mundo, sus concepciones, sus objetivos y sus tendencias; que opongan a la leyenda del espectro un manifiesto del partido».

Los elementos esenciales de esta exposición eran la concepción materialista de la historia y de la sociedad comunista sin clases destinada a reemplazar el capitalismo. Es la resolución brillante de esta tarea histórica lo que hace hoy del Manifiesto comunista el punto de partida indispensable de la lucha proletaria contra los absurdos ideológicos de la burguesía legados por la contrarrevolución estalinista. El Manifiesto comunista, lejos de ser un producto caduco del pasado, estaba ya muy adelantado a su época en 1848. En el momento de su publicación se pensaba erróneamente que estaba próxima la caída del capitalismo y la victoria de la revolución proletaria, pero solo con la llegada del siglo XX el cumplimiento de la visión revolucionaria del marxismo se puso al orden del día. Al leer hoy el Manifiesto se tiene la impresión de que acaba de ser escrito por lo precisa que es su formulación de las contradicciones de la sociedad burguesa actual y la necesidad de su resolución por la lucha de clases del proletariado. Esta actualidad verdaderamente subyugante del Manifiesto es la prueba de que constituye una emanación de una clase auténticamente revolucionaria teniendo en sus manos el destino de la humanidad, dotada de una visión a largo plazo a la vez gigantesca y realista de la historia humana.

El Manifiesto: un arma inestimable contra el estalinismo

Evidentemente sería un error comparar el ingenuo socialismo feudal y burgués de 1848 con la contrarrevolución estalinista de los años 30 que, en nombre del marxismo, destruyó la primera revolución proletaria victoriosa de la historia, liquidó físicamente la vanguardia comunista de la clase obrera y sometió al proletariado a la explotación capitalista más bestial. Sin embargo, el Manifiesto comunista había desenmascarado el denominador común del «socialismo» de las clases explotadoras. Lo que Marx y Engels describen del socialismo «conservador y burgués» de la época se aplica plenamente al estalinismo del siglo XX.

«Por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende en manera alguna la abolición de las relaciones de producción burguesas, la cual no puede ser alcanzada más que por medios revolucionarios; pretende hacerlo únicamente por la implantación de reformas administrativas que se realizan sobre la base misma de esas relaciones de producción sin afectar, por tanto, las relaciones entre capital y trabajo asalariado y que, en el mejor de los casos, permiten a la burguesía disminuir los gastos de su explotación y aligerar el presupuesto estatal».

El estalinismo ha proclamado que pese a la persistencia de lo que ha llamado trabajo asalariado «socialista» el producto de su trabajo pertenecía a la clase productora porque la explotación personal por capitalistas individuales había sido sustituida por la propiedad del Estado. Como respuesta, el Manifiesto comunista se pregunta: «¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo de los proletarios, crea un determinado tipo de propiedad?» y responde: «En manera alguna. Crea el Capital, es decir, la propiedad que explota el trabajo asalariado y que no puede crecer más que a condición de producir un excedente de trabajo asalariado con el fin de explotarlo de nuevo. En su forma actual, la propiedad evoluciona en el antagonismo entre capital y trabajo (...) Ser capitalista es ocupar no solamente una posición personal sino sobre todo una posición social. El capital es un producto colectivo y no puede ser puesto en movimiento más que por la actividad común de un gran número de miembros de la sociedad, en última instancia, de todos sus miembros. Consecuentemente, el capital no es una potencia personal sino una potencia social».

Esta comprensión fundamental, a saber, que la sustitución jurídica de los capitalistas individuales por la propiedad del Estado no cambia para nada –contrariamente a la mentira estalinista– la naturaleza capitalista de la explotación del trabajo asalariado, fue formulada de forma aún más explícita por Engels.

«Sin embargo, ni la transformación en sociedades por acciones, ni la transformación en propiedad del Estado, suprimen la naturaleza como Capital de las fuerzas productivas (...) El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista: el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Cuantas más fuerzas productivas coloca bajo su propiedad, más se convierte en capitalista colectivo y más explota a los ciudadanos. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no es suprimida sino que es llevada a su colmo».

Sin embargo, al definir la diferencia fundamental entre capitalismo y comunismo, el Manifiesto anticipa claramente el carácter burgués de los antiguos países estalinistas.

«En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no más que un medio de aumentar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y estimular la vida de los trabajadores. En la sociedad burguesa el pasado domina al presente, en la sociedad comunista el presente domina al pasado».

Por ello el éxito de la industrialización estalinista en Rusia durante los años 30 a expensas de las condiciones de vida de los obreros y mediante una reducción drástica de las mismas, constituye la mejor prueba de la naturaleza de ese régimen. El desarrollo de las fuerzas productivas en detrimento del consumo de los productores es la tarea histórica del capitalismo. La humanidad ha debido pasar por el infierno de la acumulación del capital con el fin de que sean creadas las precondiciones materiales de una sociedad sin clases. El socialismo, por el contrario, en cada uno de sus pasos, en cada etapa hacia ese objetivo, se caracteriza ante todo y sobre todo, por un crecimiento cuantitativo y cualitativo del consumo, en particular de los alimentos, el vestido y la vivienda. Por ello, el Manifiesto identifica la pauperización absoluta y relativa del proletariado como la característica primordial del capitalismo: «La burguesía es incapaz de mantenerse como clase dirigente y de imponer a la sociedad, como ley suprema, las condiciones de vida de su clase. No puede reinar porque no puede asegurar la existencia del esclavo en el interior mismo de su esclavitud: se ve forzada a dejarla caer tan bajo que se ve obligada a alimentarlo en lugar de ser alimentado por ella. La sociedad no puede vivir bajo la burguesía: la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad se han hecho incompatibles».

Esto quiere decir dos cosas: el empobrecimiento lleva al proletariado a la revolución; este empobrecimiento significa que la expansión de los mercados capitalistas no puede seguir la de la producción. Resultado: el modo de producción se rebela contra el modo de intercambio; las fuerzas productivas se rebelan contra un modo de producción que han superado; el proletariado se rebela contra la burguesía; el trabajo vivo contra la dominación del trabajo muerto. El porvenir de la humanidad se afirma contra la dominación del presente por el pasado.

El Manifiesto : el aplastamiento del «socialismo en solo país» por el marxismo

De hecho, el capitalismo ha creado las precondiciones de una sociedad sin clases que puede dar a la humanidad, por primera vez en la historia, la posibilidad de superar la lucha del hombre contra el hombre por la supervivencia, produciendo una abundancia de medios materiales de subsistencia y de cultura humana. Pero estas precondiciones –particularmente, el proletariado mundial y el mercado mundial– no existen más que a escala mundial. La forma más alta de concurrencia capitalista (que no es más que una versión moderna de la lucha secular del hombre contra el hombre en condiciones de penuria) es la lucha económica y militar por la supervivencia entre Estados nacionales. Por ello la superación de la concurrencia capitalista y el establecimiento de una sociedad verdaderamente colectiva y humana no pueden realizarse más que mediante la superación del Estado nacional, a través de una revolución proletaria mundial. Solo el proletariado puede cumplir esa tarea puesto que, como dice el Manifiesto, «los obreros no tienen patria». La dominación del proletariado hará desaparecer cada vez más las demarcaciones y los antagonismos entre los pueblos. «Una de las primeras condiciones de su emancipación es la acción unificada, al menos de los trabajadores de los países civilizados».

Antes del Manifiesto comunista, en los Principios del comunismo, Engels había respondido a la cuestión ¿Esta revolución será posible en un solo país?.

«No. La gran industria, al crear el mercado mundial, ha unido tan estrechamente a los pueblos de la Tierra y sobre todo a los más civilizados que cada pueblo depende de lo que pasa en los demás (...) La revolución comunista, por consiguiente, no será una revolución puramente nacional; se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados, es decir, al menos en Gran Bretaña, América, Francia y Alemania».

He aquí el último golpe mortal del Manifiesto comunista a la ideología burguesa de la contrarrevolución estalinista: la llamada teoría del socialismo en un solo país. El Manifiesto comunista es la brújula que ha guiado la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Es la consigna gloriosa de «Proletarios de todos los países !Uníos!» que ha guiado al proletariado ruso y a los bolcheviques en su lucha heroica contra la guerra imperialista de la patria capitalista, en la toma del poder por el proletariado para comenzar la revolución mundial. Es el Manifiesto comunista el que ha servido de punto de referencia al famoso discurso de Rosa Luxemburgo sobre el programa, en el congreso de fundación del Partido comunista alemán (KPD), en el corazón de la revolución alemana, y en el congreso de fundación de la Internacional comunista. Del mismo modo, ha sido el internacionalismo proletario sin compromisos del Manifiesto y del conjunto de la tradición marxista lo que inspiró a Trotski en su lucha contra el «socialismo en un solo país» y el que inspiró a la Izquierda comunista en su lucha de más de medio siglo contra la contrarrevolución estalinista.

La Izquierda comunista rinde hoy homenaje al Manifiesto comunista de 1848 no como un vestigio de un pasado lejano, sino como un arma poderosa contra la mentira del estalinismo y como guía indispensable para el necesario porvenir revolucionario de la humanidad.

Krespel

 

[1] Serie «El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material», Revista internacional no 72, primer trimestre 1993.

[2] Révolution internationale no 276.

[3] El Libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión.

[4] Es lo que se llama «Grosse Lauschangriff», es decir, «Gran ataque de las escuchas», de la burguesía alemana el cual tiene como supuesto objetivo el crimen organizado pero que especifica 50 infracciones diferentes, incluidas formas diversas de subversión.

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1848 [17]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Liga de los Comunistas [18]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [19]

III - 1918: el programa del Partido comunista de Alemania

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La clase dominante no puede enterrar totalmente la memoria de la Revolución de octubre 1917 en Rusia, donde por primera vez en la historia la clase explotada tomó el poder en un inmenso país. En lugar de ello, como hemos tenido ocasión de mostrar en esta Revista en numerosas ocasiones ([1]) utiliza los considerables medios de que dispone para distorsionar el significado de ese acontecimiento histórico echando mano de una gigantesca artillería de mentiras y calumnias.

Las cosas son completamente diferentes respecto a la revolución en Alemania acontecida entre 1918-23. Sobre ella aplica una política de completa censura. Así por ejemplo, si tomamos una muestra de lo que se enseña en las escuelas en los libros de historia encontraremos que la Revolución de octubre tiene al menos un apartado (eso sí, insistiendo fuertemente en sus peculiaridades rusas). Sin embargo, la Revolución alemana se la restringe a unas poquitas líneas y es despachada como unas «revueltas del hambre» al final de la Primera Guerra mundial o, a lo sumo, nos hablan de los esfuerzos de una oscura banda llamada «los espartaquistas» para tomar el poder aquí y allá. El silencio será probablemente más espeso cuando este año se cumpla el 80º aniversario del derrocamiento del Káiser alemán por la revolución el 8 de noviembre. La mayoría de la clase obrera mundial jamás habrá oído que en Alemania hubo por esas fechas una revolución de la clase obrera y la burguesía está muy interesada en mantenerla en la ignorancia. Sin embargo, los comunistas no tenemos la menor duda en afirmar, como herederos de los «fanáticos espartaquistas», que esos acontecimientos «desconocidos» fueron muy importantes y determinaron de forma crucial la historia subsiguiente del siglo XX.

Escondida en la historia: la revolución alemana

Cuando los bolcheviques animaron a la clase obrera rusa a tomar el poder en octubre de 1917 no fue con la intención de hacer únicamente la revolución en Rusia. Ellos entendían que la revolución sería posible en Rusia únicamente como producto de un movimiento mundial de la clase obrera contra la guerra imperialista que abriría una época de revolución social a escala mundial. La insurrección en Rusia se consideró únicamente como el primer acto de la revolución proletaria mundial.

Lejos de ser una vaga perspectiva para un futuro distante, la revolución mundial se vio como inminente, madurando palpablemente en una Europa desgarrada por la guerra. Alemania fue vista desde el principio como la clave en la extensión de la revolución desde Rusia a la industrializada Europa occidental. Alemania era la nación industrial más poderosa de Europa. Su proletariado era el más concentrado. Las tradiciones políticas del movimiento obrero en Alemania estaban entre las más avanzadas del mundo. Era también el país donde el proletariado había sufrido más duramente los estragos de la guerra y donde, junto a Rusia, se habían producido las protestas más importantes desde las revueltas proletarias de 1916. No era por tanto un deseo piadoso que los bolcheviques vieran en la extensión de la revolución a Alemania la salvación de la revolución en Rusia. Cuando la revolución estalló en Alemania a partir de la revuelta de los marineros en la ciudad norteña de Kiel y la rápida formación de Consejos de obreros y soldados en numerosas ciudades, los obreros rusos lo celebraron con enorme entusiasmo, plenamente conscientes de que ello sería lo único que podía librarles del terrible asedio que todo el capitalismo mundial había organizado desde el momento mismo en que tomaron el poder.

La revolución en Alemania fue, por tanto, la prueba de que la revolución proletaria solo podía ser una revolución mundial. La clase dominante lo entendió muy bien: si Alemania caía en el «bolchevismo» la terrible epidemia se extendería por toda Europa. Fue la prueba de que la lucha de la clase obrera no conoce los límites impuestos por las fronteras nacionales y que es el mejor antídoto contra el nacionalismo y el frenesí imperialista que impone la burguesía.

El logro «mínimo» de la revolución en Alemania fue que acabó con la horrible carnicería que estaba constituyendo la Primera Guerra mundial, porque tan pronto como estalló el movimiento revolucionario, el conjunto de la burguesía mundial reconoció que era el momento de parar la guerra y unirse contra un enemigo mucho más peligroso, la clase obrera revolucionaria. La burguesía alemana detuvo rápidamente la guerra – aceptando a regañadientes los duros términos impuestos por el tratado de paz – obtuvo de las demás burguesías todos los medios para enfrentar a su enemigo dentro de casa.

Y al contrario, la derrota de la revolución en Alemania acreditó la tesis marxista –defendida de la forma más lúcida por los comunistas alemanes, tales como Rosa Luxemburgo– que en ausencia de una alternativa proletaria, el capitalismo decadente solo puede conducir a la humanidad a la barbarie. Todos los horrores que se abalanzaron sobre el mundo en las décadas siguientes fueron el resultado directo de la derrota en Alemania, la cual propició por un lado la degeneración de la revolución en Rusia y, de otro lado, el que la acción internacional de las fuerzas combinadas de la burguesía hiciera que el bastión proletario en Rusia fuera sustituido por un régimen contrarrevolucionario de nuevo tipo –el cual ahogó en sangre la revolución en nombre de la revolución, construyó una economía de guerra capitalista en nombre del socialismo y desarrolló una guerra imperialista en nombre del internacionalismo proletario. En Alemania la ferocidad de la contrarrevolución, encarnada por el terror nazi, estuvo a la altura, como en Rusia, de la amenaza revolucionaria que la había precedido. Tanto estalinismo como nazismo, con su militarización extrema de la vida social, fueron la expresión más obvia de que la derrota del proletariado abre la vía a la guerra imperialista mundial.

El comunismo era necesario y posible en 1917. Si el movimiento comunista hubiera triunfado entonces, no cabe la menor duda de que el proletariado mundial hubiera tenido ante sí gigantescas tareas que cumplir en la construcción de la nueva sociedad. Sin duda habría cometido errores que las posteriores generaciones proletarias habrían evitado a costa de su amarga experiencia. Sin embargo, se hubiera evitado vivir bajo los efectos acumulativos del capitalismo decadente, con su espantoso legado de terror y destrucción, de envenenamiento material e ideológico.

Una nueva sociedad humana habría podido emerger de las ruinas de la Primera Guerra mundial; en su lugar, la derrota de la revolución engendró un siglo de monstruosidades y pesadillas. Alemania fue el punto clave. Hace ahora 80 años, un lapso muy corto si se habla en términos históricos, obreros armados tomaron las calles de Berlín, Hamburgo, Bremen, Munich, proclamando su solidaridad con los obreros rusos y expresando su intención de seguir su ejemplo. Por unos breves pero gloriosos años, la clase dominante tembló de la cabeza a los pies ante el espectro del comunismo. Por ello no cabe cuestionarse por qué la burguesía se afana tanto en enterrar la memoria de aquellos hechos, en impedir a las actuales generaciones de proletarios comprender que forman parte de una clase internacional cuya lucha determina el curso de la historia; que la revolución proletaria mundial no es una utopía sino una posibilidad concreta que surge de la desintegración interna del modo capitalista de producción.

En el Congreso fundacional del KPD la cuestión era revolución sí, reforma no

La grandeza y la tragedia de la revolución alemana se resumen en el discurso de Rosa Luxemburgo ante el Congreso de fundación del Partido comunista de Alemania (KPD) celebrado a finales de diciembre de 1918.

En nuestra serie sobre la revolución en Alemania ([2]), hemos escrito sobre la importancia de este congreso sobre las cuestiones de organización que tenía que abordar el nuevo partido – sobre todo, la necesidad de una organización centralizada capaz de hablar con una sola voz en toda Alemania. También abordamos algunas cuestiones programáticas que fueron acaloradamente debatidas en el congreso, notablemente las cuestiones parlamentaria y sindical. También vimos que si bien Rosa Luxemburgo y el grupo Espartaco –el verdadero núcleo del KPD– no defendieron la posición más clara en esas cuestiones, seguían sin embargo una posición marxista en materia de organización, en oposición a las tendencias más de izquierdas que expresaban una postura de desconfianza hacia la centralización.

En el discurso de Rosa Luxemburgo –a propósito de la adopción del programa del partido– aparece esa misma claridad pese a debilidades secundarias que podemos encontrar en él. El contenido más profundo de su discurso es una reflexión sobre la fuerza del proletariado en Alemania como vanguardia de un movimiento mundial de su clase. Al mismo tiempo, el hecho de que ese magnífico discurso fuera el último que pronunciara y que el joven partido se viera decapitado como resultado del fracaso de la insurrección de Berlín apenas dos semanas después, también expresa la tragedia del proletariado alemán, su incapacidad para asumir la gigantesca tarea histórica que recaía sobre sus hombros.

Las razones de dicha tragedia no corresponden al objetivo de este artículo. Lo que pretendemos en esta serie es mostrar cómo la experiencia histórica de nuestra clase ha profundizado su comprensión tanto de la naturaleza del comunismo como del camino para alcanzarlo. En otras palabras, el propósito de la serie es trazar una historia del programa comunista. El programa del KPD, más generalmente conocido como Programa de Espartaco, desde que fuera originalmente publicado bajo el título de «¿Qué quiere la Liga Espartaquista?» en el periódico Die Rote Fahne (la bandera roja) el 4 de diciembre de 1918 ([3]) fue un hito muy significativo en esta historia y no fue accidental que la tarea de presentarlo al congreso fuera confiada a Rosa Luxemburgo dada su trayectoria como teórica marxista. Sus palabras iniciales afirman plenamente la importancia para el nuevo partido de adoptar un programa revolucionario claro en una coyuntura histórica que era claramente revolucionaria: «¡Camaradas! Hoy tenemos la tarea de discutir y aprobar un programa. Al emprender esta tarea no nos motiva únicamente el hecho de que ayer fundamos un partido nuevo y que un partido nuevo debe formular un programa. En la base de las deliberaciones de hoy están grandes acontecimientos históricos. Ha llegado el momento de fundar todo el programa socialista del proletariado sobre bases nuevas» ([4]).

Para establecer cómo deben ser esas «bases nuevas», Rosa Luxemburgo examina los esfuerzos anteriores del movimiento obrero para establecer dicho programa. Argumentando que «nos encontramos en una situación similar a la de Marx y Engels cuando escribieron el Manifiesto comunista hace 70 años» (ídem), recuerda que, en ese momento, los fundadores del socialismo científico habían considerado que la revolución proletaria era inminente pero que el desarrollo y expansión posteriores del capitalismo habían demostrado que tal pronóstico era erróneo y que, dado que se habían equivocado y que su socialismo era científico, Marx y Engels habían comprendido que un largo período de organización, de educación, de lucha por reformas, de construcción del ejército proletario, era necesario antes de que la revolución comunista pudiera estar a la orden del día de la historia. De esa comprensión vino el período de la socialdemocracia, en el cual se estableció una distinción entre el programa máximo de revolución social y el programa mínimo de reformas alcanzables dentro de la sociedad capitalista. Sin embargo, como la socialdemocracia se fue acomodando a una situación que aparecía como de ascenso perpetuo de la sociedad burguesa, el programa mínimo se separó primeramente del programa máximo y cada vez más se convirtió para la socialdemocracia en el único programa. Este divorcio entre los objetivos inmediatos e históricos del proletariado tuvo una expresión dentro del Programa de Erfurt de 1891 y –precisamente cuando las posibilidades de obtención de reformas dentro de la sociedad capitalista se iban reduciendo cada vez más– las ilusiones reformistas fueron ganando un espacio cada vez mayor dentro del partido obrero. Así, como hemos puesto de manifiesto en un artículo anterior de esta serie ([5]), en su discurso Rosa Luxemburgo demuestra que el mismo Engels no fue inmune a esa creciente tentación consistente en pensar que la conquista del sufragio universal supondría para la clase obrera la posibilidad de tomar el poder a través del proceso electoral burgués.

La guerra imperialista y el estallido de la revolución proletaria en Rusia y Alemania habían puesto fin a todas esas ilusiones sobre una transición gradual y pacífica entre el capitalismo y el socialismo. Esos fueron los «grandes acontecimientos históricos» que exigían que el programa socialista se estableciera sobre «nuevas bases». La rueda había dado una vuelta completa: «Permítaseme repetir que la evolución del proceso histórico nos ha conducido de vuelta a la ubicación de Marx y Engels en 1848, cuando enarbolaron por primera vez la bandera del socialismo internacional. Estamos donde estuvieron ellos, pero con la ventaja adicional de setenta años de desarrollo capitalista a nuestras espaldas. Hace setenta años, para quienes revisaron los errores e ilusiones de 1848, parecía que al proletariado le aguardaba un camino interminable por recorrer antes de tener la esperanza, siquiera, de realizar el socialismo. Casi no es necesario que diga que a ningún pensador serio se le ha ocurrido jamás ponerle fecha a la caída del capitalismo; pero después de las derrotas de 1848 esta caída parecía estar en un futuro distante... Estamos ahora en condiciones de hacer el balance y podemos ver que el lapso ha sido breve si lo comparamos con el curso de la lucha de clases a través de la historia. El desarrollo capitalista en gran escala ha llegado tan lejos en setenta años, que hoy podemos seriamente liquidar el capitalismo de una vez por todas. No sólo estamos en condiciones de cumplir esta tarea, no solo es un deber para el proletariado, sino que nuestra solución le ofrece a la humanidad la única vía para escapar a la destrucción... Las cosas han llegado a un punto tal que a la humanidad sólo se le plantean dos alternativas: perecer en el caos o encontrar su salvación en el socialismo. El resultado de la Gran guerra es que a las clases capitalistas les es imposible salir de sus dificultades mientras sigan en el poder. Comprendemos ahora la verdad que encerraba la frase que formularon por primera vez Marx y Engels como base científica del socialismo en la gran carta de nuestro movimiento, el Manifiesto comunista. El socialismo, dijeron, se volverá una necesidad histórica. El socialismo es inevitable, no solo porque los proletarios ya no están dispuestos a vivir bajo las condiciones que les impone la clase capitalista, sino también porque si el proletariado no cumple con sus deberes de clase, si no construye el socialismo, nos hundiremos todos juntos» ([6]).

El comienzo del capitalismo decadente, señalado por la gran guerra imperialista y por la respuesta del proletariado contra la misma, necesitaba una ruptura definitiva con el viejo programa de la socialdemocracia: «Nuestro programa se opone deliberadamente al principio rector del Programa de Erfurt: se opone tajantemente a la separación entre consignas inmediatas, llamadas mínimas, formuladas para la lucha económica y política, del objetivo socialista formulado como programa máximo. En oposición deliberada al Programa de Erfurt liquidamos los resultados de un proceso de 70 años, liquidamos, sobre todo, los resultados primarios de la guerra, declarando que no conocemos los programas máximos y mínimos; sólo conocemos una cosa, el socialismo; esto es lo mínimo que vamos a conseguir» (ídem).

En el resto de su discurso, Rosa Luxemburgo no entra en detalles acerca de las medidas a adoptar en el proyecto de programa. En vez de ello, se focaliza sobre la tarea más urgente de analizar: cómo el proletariado puede rellenar el lapso que hay entre la revuelta espontánea inicial contra las privaciones de la guerra y la elaboración consciente de un programa comunista. Ello requiere por encima de todo una crítica despiadada de las debilidades del movimiento revolucionario de masas de noviembre 1918.

Esta crítica no pretendía en modo alguno desconsiderar los esfuerzos heroicos de obreros y soldados que habían logrado paralizar la máquina guerrera imperialista. Rosa Luxemburgo reconoce la importancia crucial de la formación de Consejos de obreros y soldados a lo largo y lo ancho del territorio alemán en noviembre de 1918. Este hecho basta por sí mismo para incluir la Revolución de noviembre entre «las más destacadas entre las revoluciones socialistas del proletariado». El llamamiento a la formación de consejos de obreros y soldados fue tomado de los obreros rusos, su naturaleza internacional e internacionalista quedó patente porque «la Revolución rusa creó las primeras llamas de la revolución mundial». Contrariamente a lo que dicen muchos de sus críticos, incluso entre los camaradas que le eran más próximos, Rosa Luxemburgo distaba mucho de ser una adoradora de la espontaneidad instintiva de las masas. Sin una conciencia de clase clara, la resistencia espontánea inicial puede sucumbir bajo las maniobras y vilezas de la clase enemiga: «Pero es característico de los rasgos contradictorios de nuestra revolución, característico de las contradicciones que acompañan a toda revolución, que en el momento de lanzarse este poderoso, conmovedor e instintivo grito, la revolución era tan insuficiente, tan débil, tan falta de iniciativa, tan falta de claridad sobre sus propios objetivos, que el 10 de noviembre nuestros revolucionarios permitieron que escaparan de sus manos casi la mitad de los instrumentos de poder que habían tomado el 9 de noviembre» (idem).

Rosa Luxemburgo critica sobre todo las ilusiones obreras sobre la consigna de la «unidad socialista». Una idea según la cual el SPD, los Independientes y el KPD deberían enterrar sus divergencias para trabajar juntos por la causa común. Esta ideología oscurecía el hecho de que el SPD había sido colocado en el gobierno por la burguesía alemana precisamente porque había demostrado su lealtad al capitalismo durante la Primera Guerra mundial y era en realidad el único partido capaz de encarar el peligro revolucionario. También oscurecía el pérfido papel de los Independientes que servían en realidad como escudo radical del SPD y hacían todo lo posible para evitar una ruptura de las masas con este último. El resultado neto de esas ilusiones es que los consejos se vieron dominados por sus peores enemigos, los Ebert, Noske y Scheidemann, que se habían vestido con los rojos ropajes del socialismo y se habían proclamado como los más seguros defensores de los Consejos.

La clase obrera tenía que despertarse frente a tales ilusiones y aprender a distinguir entre sus amigos y sus enemigos. La política represiva y rompehuelgas del nuevo gobierno «socialista» resultó ser muy pedagógica en ese aspecto y dio paso a un conflicto abierto entre la clase obrera y el gobierno pretendidamente «obrero». Pero sería igualmente ilusorio pensar que el mero derrocamiento de ese gobierno aseguraba automáticamente la victoria de la revolución socialista. La clase obrera no estaba todavía preparada para asumir el poder político y tenía que pasar por un intenso proceso de autoeducación a través de su propia experiencia, a través de una tenaz defensa de sus intereses económicos, de movimientos masivos de huelga, de la movilización de las masas rurales, de la regeneración y la extensión de los Consejos obreros, de un tenaz y paciente combate para ganar a los obreros que creían en la nefasta influencia de la socialdemocracia y pensaban que era un instrumento del poder proletario. El desarrollo de esa maduración revolucionaria sería tan fuerte que: «la caída del gobierno Ebert-Schedidemann o de cualquier otro gobierno similar será el último acto del drama» (idem).

La parte del discurso de Rosa Luxemburgo sobre la perspectiva de la revolución en Alemania ha sido frecuentemente criticada por hacer concesiones al economicismo y al gradualismo. Estas críticas no carecen enteramente de fundamento. El economicismo –la subordinación de las tareas políticas a la lucha por los intereses económicos inmediatos– se evidenció como una debilidad real del movimiento comunista en Alemania ([7]) y puede verse su influencia en algunos pasajes del discurso de Rosa Luxemburgo, como por ejemplo cuando alega que en el desarrollo del movimiento revolucionario «las huelgas pasarán a ser el rasgo central y el factor decisivo de la revolución y las cuestiones puramente políticas pasarán a segundo plano» ([8]). Rosa Luxemburgo tiene razón cuando señala que la politización inmediata de las luchas de noviembre no había garantizado una auténtica maduración del proletariado y que su lucha debía retomar el terreno económico antes de alcanzar un nivel más alto en el terreno político. Sin embargo, la experiencia de la Revolución rusa había demostrado precisamente que cuando la cuestión de la toma del poder político se plantea claramente para los batallones más importantes del proletariado las huelgas «pasaban a un segundo plano» a favor de las cuestiones «puramente políticas». En este caso, Rosa Luxemburgo olvida su propio análisis sobre la dinámica de la huelga de masas, análisis según el cual el movimiento pasa del terreno político al económico y viceversa en un constante flujo y reflujo.

Más seria es la crítica que se le hace de gradualismo. En su texto Alemania: de 1800 a 1917-23, los años rojos, publicado en diciembre de 1997, Robert Camoin escribe que «el programa del KPD elude gravemente la cuestión de la insurrección; la destrucción del Estado es formulada en términos localistas. La conquista del poder es presentada como resultado de una acción gradual, poco a poco se irían ganando parcelas del poder de Estado». Y para ello cita una parte del discurso de Rosa Luxemburgo, quien señala que «para nosotros, la conquista del poder no será fruto de un solo golpe. Será un acto progresivo porque iremos ocupando progresivamente las instituciones del Estado burgués defendiendo con uñas y dientes las que tomemos» (ídem).

No puede negarse que se trata de una manera errónea de presentar la conquista del poder. Es evidente que los consejos obreros para romper la influencia y la autoridad del Estado no pueden realizar la toma del poder sin focalizarla en un momento clave planeado y organizado de una forma centralizada. De la misma forma, el desmantelamiento del Estado burgués no puede prescindir en manera alguna del momento crucial de la insurrección.

Sin embargo, Camoin y otros críticos de Rosa Luxemburgo se equivocan cuando alegan que ella «lo basaba todo en el concepto de espontaneidad de las masas» y que ignoraba el papel del partido. Si Rosa Luxemburgo va demasiado lejos en su insistencia sobre que la revolución no es un acto único sino que es un proceso, su intención fundamental es perfectamente válida: es necesario para la revolución que exista una maduración del movimiento de clase, es necesario que emerja una situación de «doble poder», es necesario que la conciencia revolucionaria se generalice. Sin esos requisitos el movimiento puede ser conducido a la derrota. Los acontecimientos probaron trágicamente que ella tenía razón. El fracaso de la insurrección de Berlín –que arrastró consigo el asesinato de Rosa Luxemburgo– fue precisamente el producto de la ilusión de que existían condiciones suficientes para derribar al gobierno en la capital sin haber construido primero la confianza, la autoorganización y la conciencia de las masas. Esta ilusión afectó poderosamente a la vanguardia misma, especialmente a un revolucionario de entre los primeros como Karl Liebchneck, quien cayó de lleno en la trampa tendida por la burguesía de empujar a los obreros a un enfrentamiento prematuro. Rosa Luxemburgo se opuso desde el principio a esta aventura y sus críticas a Liebchneck nada tienen que ver con el «espontaneismo». Todo lo contrario, ella había sacado lecciones de la experiencia de los bolcheviques que habían mostrado en la práctica cual es el papel del partido comunista en el proceso revolucionario: mantener sólidamente la brújula política del movimiento en sus diferentes etapas, actuando dentro de los órganos proletarios de masas con el propósito de ganarlos para el programa revolucionario, alertando a los obreros para no caer en las provocaciones burguesas, identificando el momento más apropiado para dar el golpe insurreccional. En la cumbre de la oleada revolucionaria, entre Rosa Luxemburgo y Lenin lo que destaca no son las diferencias sino una profunda convergencia.

Lo que Espartaco quería

Un partido revolucionario necesita un programa revolucionario. Un pequeño grupo comunista o una fracción, que no tienen un impacto decisivo en la lucha de clases, pueden definirse en torno a una plataforma que resume las posiciones generales de su clase. Aunque el partido necesita esos principios como cimiento de su política, le es necesario también un programa que traduzca esos principios generales en propuestas prácticas para el derrocamiento de la burguesía, el establecimiento de la dictadura del proletariado y los primeros pasos hacia la nueva sociedad. En una situación revolucionaria las medidas inmediatas del poder proletario adquieren una importancia primordial. Como Lenin escribió en su Saludo a la República soviética de Baviera en abril de 1919:

«Expresamos nuestro agradecimiento por el saludo recibido y, por nuestra parte, saludamos de todo corazón a la República de los consejos de Baviera. Les rogamos encarecidamente que nos comuniquen más a menudo y de modo más concreto qué medidas han adoptado para luchar contra los sicarios burgueses Scheidemann y cia, si han formado los Consejos de obreros, soldados y criados en los diferentes sectores de la ciudad, si han armado a los obreros, si han desarmado a la burguesía, si han aprovechado los almacenes de ropa y otros artículos y productos para ayudar inmediata y ampliamente a los obreros, sobre todo a los braceros y a los campesinos pobres, si han expropiado las fábricas y las riquezas a los capitalistas en Munich, asimismo las haciendas agrícolas de los alrededores, si han abolido las hipotecas y el pago de los arriendos para los pequeños campesinos, si han duplicado o triplicado los salarios de los braceros y los peones, si han confiscado todo el papel y todas las imprentas con objeto de editar octavillas populares y periódicos para las masas, si han implantado la jornada de seis horas para que los obreros dediquen dos o tres a la gestión pública, si han estrechado a la burguesía de Munich para alojar inmediatamente a los obreros en las casas ricas, si han tomado en sus manos todos los bancos, si han tomado rehenes de la burguesía, si han fijado una ración de comestibles más elevada para los obreros que para la burguesía, si han movilizado totalmente a los obreros para la defensa y para hacer propaganda ideológica por las aldeas de los contornos. La aplicación con la mayor prontitud y en la mayor escala, de estas y otras medidas semejantes, conservando los consejos de obreros y braceros y, en organismos aparte, los de los pequeños campesinos, su iniciativa propia, debe reforzar su situación. Es necesario establecer un impuesto extraordinario para la burguesía y conceder a los obreros, a los braceros y a los pequeños campesinos, enseguida y a toda costa, una mejoría real de su situación» ([9]).

El documento «¿Qué quiere la Liga Espartaco?», ofrece un proyecto de programa para el nuevo KPD y va en la misma dirección que las recomendaciones de Lenin. Es presentado por un Preámbulo que reafirma el análisis marxista de la situación histórica ante la clase obrera: la guerra imperialista obliga a la humanidad a elegir entre la revolución proletaria mundial, la abolición del trabajo asalariado y la creación del nuevo orden comunista, o el descenso hacia el caos y la barbarie. El texto no subestima la magnitud de la tarea que tiene ante sí el proletariado: «el establecimiento del orden socialista es la tarea más grande que jamás haya recaído sobre una clase y sobre una revolución en el curso de la historia humana. Esta tarea supone una completa reconstrucción del Estado y una reorganización de los fundamentos económicos y políticos de la sociedad». Este cambio no se puede realizar «por decretos emitidos por algunos políticos, comités o parlamentos». Las revoluciones anteriores en la historia podían ser conducidas por una minoría, pero «la revolución socialista es la primera que solo puede asegurar su victoria a través de la gran mayoría de los trabajadores mismos». Los trabajadores, organizados en consejos, han de tomar en sus propias manos esta inmensa transformación política, económica y social.

Además, aunque llama a actuar con «mano de hierro» a una clase obrera autoorganizada y en armas para abortar los complots y la resistencia de la contrarrevolución, el preámbulo señala que el terror es un método ajeno al proletariado: «La revolución proletaria no requiere el terror para la realización de sus objetivos: ve las carnicerías humanas con odio y aversión, no necesita semejantes medios porque su lucha no va dirigida contra los individuos sino contra las instituciones». Esta crítica del «Terror rojo» había sido muy criticada a su vez por otros comunistas y ahora, Rosa Luxemburgo, que escribió el proyecto de programa, realiza críticas similares al Terror rojo que en ese momento imperaba en Rusia, viéndose acusada de pacifismo, de abogar por unas políticas que podrían desarmar al proletariado frente a la contrarrevolución. Sin embargo, el Preámbulo no se hace la menor ilusión sobre la posibilidad de realizar la revolución sin enfrentar y, consiguientemente, suprimir, la feroz resistencia de la vieja clase dominante, la cual «preferiría convertir el país en un montón de ruinas humeantes antes de entregar voluntariamente el poder que detenta a la clase trabajadora». El proyecto de programa nos proporciona una clara distinción entre la violencia de clase –basada en la autoorganización masiva del proletariado– y el terror estatal, el cual necesariamente es ejecutado por cuerpos especializados minoritarios que, como tales, contienen siempre el peligro de volverse contra el proletariado. Volveremos sobre esta cuestión más adelante, pero lo que aquí queremos decir, en coherencia con los argumentos desarrollados en nuestro texto «Terrorismo, terror y violencia de clase» ([10]), es que la experiencia de la Revolución rusa ha confirmado la validez de esta distinción.

Las medidas inmediatas que siguen al Preámbulo son la concreción de esa perspectiva. Los publicamos en su integridad:

«I. Medidas inmediatas para asegurar la revolución:

1. Desarme de todas las fuerzas de policía, de todos los oficiales y soldados no proletarios

2. Expropiación de todos los depósitos de armas y municiones, así como de todas las industrias de guerra, por parte de los Consejos de obreros y soldados.

3. Armamento de toda la población masculina en una Milicia obrera. Formación de una Guardia roja de trabajadores como una parte activa de dicha milicia, para proporcionar una protección efectiva de la revolución contra los complots y amenazas;

4. Abolición del poder de mando de los oficiales y suboficiales. Sustitución de la brutal disciplina cuartelera por la disciplina voluntaria de los soldados. Elección de todos los jefes por la base, con el derecho incluido de revocarlos en cualquier momento. Abolición de las cortes marciales.

5. Expulsión de todos los oficiales y ex oficiales de los consejos de soldados

6. Sustitución de todos los órganos políticos y autoridades del viejo régimen por los representantes autorizados de los Consejos de obreros y soldados

7. Creación de un Tribunal revolucionario que investigue y determine los altos responsables de la guerra y su prolongación, entre otros, los dos Hohenzollerns, Ludendorff, Hindenberg, Tirpits y sus criminales compañeros de armas, así como todos los conspiradores de la contrarrevolución.

8. Inmediato control de los medios de subsistencia para asegurar el abastecimiento a toda la población.

II. Medidas en el campo político y social:

1. Abolición de todos los Estados regionales, creación de una República socialista alemana

2. Destitución de todos los parlamentos y ayuntamientos. Sus poderes deben ser ejercidos por los Consejos de obreros y soldados y por comités y órganos emanados de estos cuerpos;

3. Elección de Consejos obreros en toda Alemania a través de la participación de toda la población adulta de la clase trabajadora de ambos sexos, en todas las ciudades y distritos rurales, de todos los sectores industriales y elección de Consejos de soldados, excluyendo oficiales y ex oficiales. Derecho de todos los trabajadores y soldados a revocar a sus delegados en todo momento.

4. Elección en toda Alemania de delegados de los Consejos de obreros y soldados para la formación de un Consejo general de todos los Consejos de obreros y soldados; el Consejo central debe elegir un Consejo ejecutivo constituido como el órgano más elevado del poder ejecutivo y legislativo. Por el momento dicho Consejo central debe convocarse al menos cada 3 meses siendo los delegados reelegidos cada vez para asegurar el control constante de la actividad del Consejo ejecutivo y establecer un contacto vivo del conjunto de los Consejos de obreros y soldados con sus órganos más elevados de gobierno. Los Consejos de obreros y soldados tienen derecho a revocar a cualquiera de sus delegados si juzgan que no actúan de acuerdo a sus decisiones y a enviar nuevos delegados. Del mismo modo, el Consejo ejecutivo tiene derecho a confirmar o a destituir a los representantes del pueblo como autoridades centrales del territorio.

5. Abolición de todas las distinciones de clase, títulos y órdenes, completa igualdad legal y social de sexos

6. Legislación social radical, reducción de las horas de trabajo para evitar el desempleo y aliviar el agotamiento físico de los trabajadores ocasionado por la guerra; limitación de la jornada laboral a 6 horas.

7. Cambio inmediato de la política de alimentación, vivienda, salud y educación adecuándola al espíritu de la revolución.

III. Otras medidas económicas

1. Confiscación de todas las rentas de la corona en beneficio del pueblo

2. Anulación de todas las deudas del Estado y otras formas de deuda pública así como los arrendamientos de tierras, excepto aquellos suscritos con límites determinados, los cuales deben ser determinados por el Consejo central de los Consejos de obreros y soldados

3. Expropiación de la tierra detentada por los grandes y medianos propietarios; establecimiento de Cooperativas socialistas agrícolas bajo una administración central uniforme en todo el país. Los pequeños agricultores podrán conservar sus propiedades agrarias hasta que voluntariamente decidan adscribirse a las cooperativas socialistas.

4. Nacionalización por la República de los Consejos de todos los bancos, minas de oro así como de los grandes establecimientos industriales y comerciales

5. Confiscación de todas las propiedades que excedan un cierto límite, el cual deberá ser determinado por el Consejo Central

6. La República de los Consejos debe tomar en sus manos todos los medios públicos de transporte y comunicación

7. Elección de Consejos administrativos en las empresas. Estos consejos regularán los asuntos internos de las empresas de acuerdo con los Consejos obreros: condiciones de trabajo, control de la producción y, finalmente, control de la administración de la empresa

8. Establecimiento del Comité central de huelga quien, en constante cooperación con los consejos industriales, asegurará al movimiento de huelga en todo el país una administración uniforme, una dirección socialista y efectivo apoyo de los Consejos de obreros y soldados

IV. Problemas internacionales

   Establecimiento inmediato de cone-xiones con los partidos hermanos del extranjero con vistas a colocar la revolución socialista sobre bases internacionales y asegurar el mantenimiento de la paz a través de la fraternidad internacional y el impulso revolucionario de la clase obrera internacional».

Estas medidas, en lo esencial, son guías adecuadas para los períodos revolucionarios del futuro, cuando el proletariado se plantee de nuevo la toma del poder. El programa es perfectamente correcto al enfatizar la prioridad de las tareas políticas de la revolución y, entre ellas, el armamento de los trabajadores y el desarme de la contrarrevolución. Igualmente importante es la insistencia en el papel fundamental de los Consejos obreros como órganos del poder político proletario y en el carácter centralizado de dicho poder. Al llamar al poder de los Consejos y al desmantelamiento del poder burgués, el programa es el fruto directo de la gigantesca experiencia proletaria en Rusia; al mismo tiempo, en la cuestión del parlamento y los ayuntamientos, el KPD va más lejos que los bolcheviques en 1917, cuando existía dentro del partido una confusión sobre la posible coexistencia de los sóviets y la Asamblea constituyente y las «dumas» municipales. En el programa del KPD tales órganos del Estado burgués deben ser desmantelados sin dilación. Del mismo modo, el programa del KPD no adjudica ningún papel a los sindicatos, pues junto a los Consejos de obreros y soldados solo concibe la Guardia roja y los Comités de fábrica. Aunque dentro del partido existirán diferencias sobre esas dos cuestiones, el programa de 1918 era una emanación directa del impulso revolucionario que animaba el movimiento de clase en ese momento.

El programa es también muy claro sobre las medidas inmediatas sociales y económicas del poder proletario: expropiación del aparato básico de producción, distribución y comunicación; organización del abastecimiento de la población; reducción de la jornada de trabajo etc. Aunque estas tareas son eminentemente políticas, el proletariado victorioso es capaz de ir directamente al terreno económico y social para salvar a la sociedad de la desintegración y el caos que resultan del colapso del capitalismo.

Inevitablemente, algunos de los elementos del programa respondían a la forma específica que dicho colapso tomó en 1918: la guerra imperialista y la posguerra. Por ello tienen una importancia crucial las cuestiones de los Consejos de soldados y la reorganización del ejército etc. Estas cuestiones no tendrán el mismo significado en una situación en la que el movimiento revolucionario es resultado de la crisis económica.

De todas formas, era inevitable que el programa, formulado en los comienzos de una gran experiencia revolucionaria, tuviera debilidades y lagunas, precisamente porque muchas de las lecciones más cruciales podían ser aprendidas a través de la propia experiencia y, por otra parte, muchas de esas debilidades eran comunes al conjunto del movimiento internacional de los trabajadores y no, como muy frecuentemente se atribuye, limitadas al partido bolchevique, el cual se vio solo en la confrontación con los problemas concretos de organización de la dictadura del proletariado, sufriendo cruelmente las consecuencias de dichas debilidades.

Así, aunque el programa habla de «nacionalización» y el discurso introductorio de Rosa Luxemburgo da a entender que ese aspecto del Manifiesto comunista sigue siendo válido para el arranque de la transformación socialista ([11]), ello es ciertamente porque la amarga experiencia de la Revolución rusa aún no había desmentido la ilusión de que con el capitalismo de Estado se pudiera dar un paso válido hacia el socialismo. Tampoco el programa podía resolver el problema de la relación entre los Consejos obreros y los órganos del Estado en el período de transición. La necesidad de establecer una clara distinción entre ambos fue el producto de una reflexión de las fracciones comunistas de izquierda ante las lecciones de la degeneración de la revolución. Lo mismo en lo concerniente a la cuestión del partido. Contrariamente al aserto de Robert Camoin citado más arriba, el programa no ignora el papel del partido. Para empezar desde el lado más positivo se trata de un documento político del partido desde el principio hasta el fin, expresando un entendimiento real, práctico, del papel del partido en la revolución. Y desde el lado negativo, pese a que el programa repite con énfasis que la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo solo pueden ser obra de las masas mismas, la sección final del programa muestra que el KPD, como pasaba también con los bolcheviques, no había superado la noción parlamentaria según la cual el partido toma el poder en nombre de la clase: «La Liga Espartaco se niega a compartir el gobierno con los lacayos de la clase capitalista, los Scheidemann-Ebert y cía... La Liga Espartaco rechazará igualmente tomar el poder porque los Scheidemann-Ebert y cía se han desacreditado ellos mismos completamente y el Partido socialista independiente al cooperar con ellos se ha convertido en su más ciego aliado. La Liga Espartaco no tomará el poder más que a través de una clara manifestación de la incuestionable voluntad de la gran mayoría de la masa proletaria de Alemania. Solo tomará el poder bajo la consciente aprobación de la masa de los trabajadores de los principios, objetivos y tácticas de la Liga Espartaco».

Este pasaje está imbuido del mismo espíritu proletario que el que expresa Lenin entre abril y octubre de 1917: rechazo del golpismo, insistencia absoluta en que el partido no puede tomar el poder sin que las masas hayan sido convencidas por su programa. Pero tanto bolcheviques como espartaquistas comparten el mismo punto de vista erróneo según el cual cuando el partido gana la mayoría en los consejos se convierte en un partido de gobierno – una concepción que tiene graves consecuencias cuando la ola revolucionaria entre en un reflujo. Sin embargo, lo más sorprendente es la pobreza de la parte que aborda los «Problemas internacionales» casi tratada de pasada y extremadamente vaga acerca de la actitud del proletariado frente a la guerra imperialista y ante la extensión internacional de la revolución, dado que sin esa extensión todo avance revolucionario en un país es condenado a la derrota ([12]).

Pese a su importancia ninguna de esas debilidades era crítica y podía haber sido subsanada por la dinámica revolucionaria y su avance. Lo que fue crítico fue la inmadurez de la revolución en Alemania, el que fuera vulnerable a los cantos de sirena de la socialdemocracia y que cayera en una serie de insurrecciones aisladas en lugar de concentrar sus fuerzas en un asalto centralizado al poder burgués. Pero esta cuestión debe abordarse en otros documentos.

El próximo artículo de la serie abordará el año 1919, el cenit de la revolución mundial y examinará la plataforma de la Internacional comunista y el programa del Partido comunista de Rusia donde la dictadura del proletariado no era simplemente una aspiración sino una realidad.

CDW

 


[1] Ver, por ejemplo, «La gran mentira: comunismo = estalinismo = nazismo» en Revista internacional nº 92.

[2] Ver la serie «La Revolución alemana» en nuestra Revista internacional nºs 81, 82, 83, 85, 86, 88, 89, 90 y en este mismo número.

[3] El texto fue presentado como proyecto al congreso de fundación y adoptado formalmente por el de Berlín de diciembre de 1919.

[4] «Discurso ante el Congreso de fundación del Partido comunista alemán» en Obras escogidas de Rosa Luxemburgo, tomo II, edición en español.

[5] Ver «1895-1905: las ilusiones parlamentarias oscurecen la perspectiva de la revolución» en la Revista internacional nº 88.

[6] «Discurso ante el Congreso de fundación del Partido comunista alemán» en Obras escogidas de Rosa Luxemburgo, tomo II.

[7] Ver por ejemplo el libro que hemos escrito sobre la Izquierda comunista germano-holandesa (en francés e inglés).

[8] «Discurso ante el Congreso de fundación del Partido comunista alemán» en Obras escogidas de Rosa Luxemburgo, tomo II.

[9] Lenin, Obras completas, tomo 38, edición en español.

[10] Revista internacional nº 15.

[11] Para un análisis de las limitaciones, impuestas por la situación histórica, en ambos aspectos del Manifiesto comunista ver Revista internacional nº 72 el artículo de esta serie.

[12] Hay que subrayar que esa debilidad y otras fueron subsanadas en el programa de 1920 elaborado por el KAPD: su sección de medidas revolucionarias comienza con una propuesta de que la República de consejos de Alemania se fusione inmediatamente con la Rusia soviética.

 

Geografía: 

  • Alemania [20]

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [21]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [22]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [23]

IX - La Acción de marzo de 1921 o el peligro de la impaciencia pequeño burguesa

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En el artículo anterior de esta serie ([1]), que trataba del golpe de Kapp en 1920, decíamos de qué modo había vuelto la clase obrera a la ofensiva tras haber sufrido las derrotas de 1919. Sin embargo, en el plano internacional, el empuje revolucionario estaba declinando.

El final de la guerra había calmado ya en muchos países la fiebre revolucionaria. Había permitido sobre todo a la burguesía utilizar la división entre los obreros de los «países vencedores» y los de «los vencidos». Las fuerzas del capital están además logrando aislar cada día más el movimiento revolucionario en Rusia. Las victorias del Ejército rojo sobre los ejércitos blancos, fuertemente apoyados por las democracias burguesas, no impiden que la burguesía prosiga su contraofensiva a nivel internacional.

En Rusia misma, el aislamiento de la revolución y la creciente integración del Partido bolchevique en el Estado ruso empiezan a hacer notar sus efectos. En marzo de 1921, los obreros y los marinos de Cronstadt se rebelan.

Con ese telón de fondo, el proletariado en Alemania da pruebas de una mayor combatividad que en los demás países. Por todas partes, los revolucionarios se ven ante el problema siguiente: ¿cómo reaccionar frente a la ofensiva de la burguesía ahora que la oleada revolucionaria mundial está en reflujo?.

En el seno de la Internacional comunista (IC) está produciéndose un giro político. Las 21 condiciones de admisión adoptadas por el IIº Congreso de la IC de enero de 1920 lo expresan claramente. Éstas imponen, en particular, el trabajo en los sindicatos al igual que la participación en las elecciones parlamentarias. La IC vuelve así a los viejos métodos utilizados en el período ascendente del capitalismo, con la esperanza de tener una influencia más amplia en la clase obrera.

Ese giro oportunista se plasma en Alemania, entre otras cosas, en la Carta abierta dirigida por el KPD en enero de 1921, a los sindicatos, al SPD y a la FAU (anarco-
sindicalistas), al KAPD y al USPD, proponiendo «al conjunto de los partidos socialistas y de las organizaciones sindicales, llevar a cabo acciones comunes para imponer las reivindicaciones políticas y económicas más urgentes de la clase obrera». Este llamamiento, que se dirige más especialmente a los sindicatos y al SPD, va a engendrar «el frente único obrero en las fábricas». «El VKPD quiere dejar de lado el recuerdo de la responsabilidad sangrienta de los dirigentes socialdemócratas mayoritarios. Quiere dejar de lado el recuerdo de los servicios prestados por la burocracia sindical a los capitalistas durante la guerra y en la revolución» («Offener Brief», Die Rote Fahne, 8/01/1921). Mediante lisonjerías oportunistas, el Partido comunista intenta atraer a su lado a partes de la socialdemocracia. Simultáneamente, teoriza, por vez primera, la necesidad de una ofensiva proletaria: «Si los partidos y los sindicatos a los que nos dirigimos se negaran a entablar la lucha, el Partido comunista alemán unificado se consideraría entonces obligado a llevarla a cabo solo y está convencido de que las masas le seguirían» (Ibidem).

Con la unificación entre el KPD y el USPD, realizada en diciembre de 1920 y que permitió la fundación del VKPD, volvió a resurgir el concepto de partido de masas. Esto queda reforzado por el hecho de que ahora el partido cuenta con más de 500 000 miembros. Y es así como en VKPD se deja deslumbrar por el porcentaje de votos obtenidos en las elecciones del Parlamento regional de Prusia en febrero de 1921, casi el 30 % de sufragios ([2]).

Se extiende así en su seno la idea de que es capaz de «poner candente» la situación en Alemania. Muchos se ponen a imaginarse un nuevo golpe de la extrema derecha, como el se produjo un año antes, que provocaría un levantamiento obrero con perspectivas de toma del poder. Estos planteamientos se deben, en lo esencial, a la influencia reforzada de la pequeña burguesía en el partido tras la reunificación del KPD y del USPD. Éste, al igual que toda corriente centrista en el movimiento obrero, está muy influenciado por las ideas y los comportamientos de la pequeña burguesía. Además, el crecimiento numérico del partido tiende a acelerar el peso del oportunismo así como el del inmediatismo y la impaciencia típicos de la pequeña burguesía.

Es en ese contexto de reflujo de la oleada revolucionaria a nivel internacional, acompañado en Alemania de la mayor confusión en el seno del movimiento revolucionario, cuando la burguesía lanza una nueva ofensiva contra el proletariado en marzo de 1921. Son los obreros de la Alemania central los que van a ser el blanco principal del ataque. Durante la guerra, se había formado una gran concentración proletaria en esa región en torno a las factorías Leuna en Bitterfeld y de la cuenca de Mansfeld. La mayoría de los obreros son relativamente jóvenes y combativos pero no posee una gran experiencia organizativa. El VKPD, ya sólo él, cuenta en la zona con 66000 miembros, el KAPD con 3200. En las factorías Leuna 2000 de los 20 000 obreros forman parte de las uniones obreras.

La burguesía tiene la intención de pacificar la región, pues numerosos obreros, tras los enfrentamientos de 1919 y el putsch de Kapp, se han guardado las armas.

La burguesía intenta provocar a los obreros

El 19 de marzo de 1921, fuertes tropas de policía ocupan Mansfeld para llevar a cabo el desarme de los obreros.

Esa orden no procede del ala de extrema derecha de la clase dominante (presente en el ejército o en los partidos de derechas), sino del gobierno elegido democráticamente. Una vez más, va a ser la democracia la encargada de hacer de verdugo de la clase obrera, intentando aplastarla por todos los medios.

Para la burguesía se trata, mediante el desarme y la derrota de una fracción relativamente joven y muy combativa del proletariado alemán, de debilitar y desmoralizar a la clase obrera en su conjunto. Más particularmente, la clase dominante prosigue su objetivo de asestar un rudo golpe a la vanguardia de la clase obrera, a sus organizaciones revolucionarias. Obligar a entrar en una lucha decisiva prematura en la Alemania central dará la ocasión al Estado de aislar a los comunistas del conjunto de la clase obrera. Intenta desprestigiarlos para luego someterlos a la represión. Para el Estado se trata de quitarle al VKPD recién fundado toda posibilidad de consolidarse, así como impedir el acercamiento que se está produciendo entre el VKPD y el KAPD. Además de su propio interés, el capital alemán actúa en realidad en nombre de toda la burguesía mundial para acentuar el aislamiento de la revolución rusa y de la IC.

La Internacional, en esos momentos, espera impaciente que se produzcan movimientos de lucha que vengan a apoyar desde fuera la Revolución rusa. Se espera en cierto modo que se produzca una ofensiva de la burguesía para que la clase obrera, metida en una situación difícil, reaccione con fuerza. Atentados como el perpetrado por el KAPD contra la columna de la Victoria en Berlín el 13 de marzo se proponen claramente incitar a un desarrollo de la combatividad.

Paul Levi refiere así la intervención del enviado de Moscú, Rakosi, durante una sesión de la Central: «El camarada explicaba: Rusia está en una situación dificilísima. Sería de lo más necesario que Rusia sea aliviada por movimientos en Occidente y, en base a esto, el Partido alemán debería pasar inmediatamente a la acción. El VKPD tiene hoy 50 000 afiliados mediante los cuales se podrían alzar 1 500 000 proletarios, lo suficiente para echar abajo al gobierno. Era pues favorable a entablar un combate inmediato con la consigna de derribar al gobierno» (P. Levi, Carta a Lenin, 27/03/1921).

«El 17 de marzo se organiza una sesión del Comité Central del KPD durante la cual la impulsión o las directivas del camarada enviado de Moscú fueron adoptadas como tesis de orientación. El 18 de marzo Die Rote Fahne se alinea con la nueva resolución, llamando a la lucha armada sin decir previamente por qué objetivos y manteniendo el mismo tono durante algunos días» (Ibidem).

La tan esperada ofensiva del gobierno se entabla en marzo de 1921 con la entrada de las tropas de policía en la Alemania central.

¿Forzar la revolución?

Las fuerzas de policía enviadas el 19 de marzo a Alemania central por el ministro socialdemócrata Hörsing tenían la orden de hacer pesquisas en las casas para desarmar a toda costa a los obreros. La experiencia del golpe de Kapp ha disuadido al gobierno de alistar a soldados del ejército (Reichswehr).

La misma noche se decide la huelga general en la región a partir del 21 de marzo. El 23 de marzo se producen los primeros enfrentamientos entre las tropas de la policía de seguridad del Reich (SiPo) y los obreros. Ese mismo día, los obreros de la fábrica Leuna de Merseburg declaran la huelga general. El 24 de marzo, el KAPD y el VKPD lanzan un llamamiento conjunto a la huelga general en toda Alemania. Siguiendo ese llamamiento, se producen manifestaciones y tiroteos esporádicos entre huelguistas y la policía en varias ciudades de Alemania. Unos 300000 obreros participan en la huelga en todo el país.

La zona principal de enfrentamiento sigue siendo, sin embargo, la región industrial de la Alemania central, en donde unos 40000 obreros y 17000 soldados de la Reichswehr y de la policía se hacen frente. En las factorías Leuna se organizan 17 centurias proletarias armadas. Las tropas de policía lo hacen todo para asaltarlas. Sólo después de varios días lograrán conquistar la fábrica. Para ello, el gobierno ha echado mano incluso de la aviación que bombardea las fábricas. Todo vale contra la clase obrera.

Por iniciativa del KAPD y del VKPD se cometen atentados en Dresde, Freiberg,
Leipzig, Plauen y otros lugares. Los diarios Hallische Zeitung y Saale Zeitung, que actúan de manera especialmente provocadora contra los obreros son reducidos al silencio mediante explosivos.

Mientras que la represión en la Alemania central arrastra espontáneamente a los obreros a la resistencia armada, estos no logran, sin embargo, oponer una resistencia coordinada a los esbirros del gobierno. Los grupos de combate organizados por el VKPD y dirigidos por E. Eberlein están mal preparados tanto en lo militar como en el organizativo. Max Hölz, a la cabeza de una tropa obrera de combate de 2500 hombres, consigue llegar a unos kilómetros de la fábrica Leuna sitiada por las tropas gubernamentales e intenta reorganizar sus fuerzas. Sus tropas son exterminadas el 1º de abril, dos días antes de la toma por asalto de las factorías Leuna. Aunque no se ha expresado ninguna combatividad en otras ciudades, el VKPD y el KAPD llaman a la respuesta armada contra las fuerzas de policía: «Llamamos a la clase obrera a entrar en lucha activa por los objetivos siguientes:

1) el derrocamiento del gobierno (...)

2) el desarme de la contrarrevolución y el armamento de los obreros» (Llamamiento del 17 de marzo de 1921).

En otro llamamiento del 24 de marzo, la Central del VKPD dice a los obreros: «Pensad que el año pasado habéis derrotado en cinco días a los guardias blancos y a la chusma de los Cuerpos francos del Báltico gracias a la huelga general y a la sublevación armada. ¡Luchad con nosotros como el año pasado, codo con codo, para echar abajo la contrarrevolución! ¡Declarad por todas partes la huelga general! ¡Quebrad por la violencia la violencia de la contrarrevolución! ¡Desarme de la contrarrevolución, armamento y formación de las milicias locales a partir de las células de obreros, de empleados y de los funcionarios organizados!.

¡Formad inmediatamente milicias locales proletarias! ¡Aseguraos del poder en las fábricas! ¡Organizad el poder a través de los consejos de fábrica y de los sindicatos! ¡Cread trabajo para los desempleados!».

Sin embargo, localmente, las organizaciones de combate del VKPD así como los obreros que se han armado espontáneamente no solo están mal preparados, sino que las instancias locales del partido están sin contacto con la Central. Los diferentes grupos de combate, los más conocidos son los de Max Hölz y Karl Plättner, combaten en diferentes lugares de la zona de insurrección, aislados unos de otros. En ninguna parte existen consejos obreros que puedan coordinar las acciones. En cambio, las tropas gubernamentales de la burguesía ¡sí que se encuentran en estrecho contacto con el gran cuartel general que las dirige!

Tras la caída de las fábricas Leuna, el VKPD retira su llamamiento a la huelga general el 31 de marzo. El 1º de abril, los últimos grupos obreros armados de Alemania central se disuelven.

¡El orden burgués reina de nuevo! De nuevo, la represión se desencadena. De nuevo, cantidad de obreros son sometidos a las brutalidades de la policía. Cientos de ellos son pasados por las armas, más de seis mil son detenidos.

Se ha hundido la esperanza de la gran mayoría del VKPD y del KAPD, según la cual una acción provocadora por parte del aparato de represión del Estado desataría una dinámica y fuerte respuesta en las filas obreras. Los obreros de la Alemania central quedan aislados.

Parece evidente que el VKPD y el KAPD han llamado al combate sin haber tenido en cuenta el conjunto de la situación, distanciándose totalmente de los obreros vacilantes, de quienes no estaban todavía preparados para entrar en acción, creando una división en la clase obrera con la adopción de la consigna «Quien no está conmigo está en contra de mí» (editorial de Die Rote Fahne del 20 de marzo)

En lugar de reconocer que la situación no es favorable, Die Rote Fahne escribe: «No solo vuestros dirigentes, sino cada uno de vosotros es responsable cuando tolera, en silencio o protestando sin actuar, que los Ebert, Severing, Hörsing puedan ejercer el terror y la justicia blancos sobre los obreros. (...) Vergüenza e ignominia para el obrero que se queda al margen, vergüenza e ignominia para el obrero que no sabe cuál es su sitio».

Para provocar artificialmente la combatividad, se intenta alistar a desempleados como punta de lanza. «Los desempleados han sido enviados delante como destacamento de asalto. Han ocupado las puertas de las fábricas. Les forzaron a entrar al interior, apagaron los fuegos aquí y allá e intentaron hacer salir a los obreros a puñetazos fuera de las fábricas (...) ¡Qué espectáculo espantoso ver a los desempleados hacerse expulsar de las fábricas, llorando bajo los golpes recibidos y ver huir después a quienes los habían enviado allá».

Que el VKPD, desde el inicio de las luchas, hiciera una falsa apreciación de la relación de fuerzas y que después del estallido de las luchas no hubiera sido capaz de revisar su análisis es ya algo trágico. Por desgracia lo hace todavía peor cuando lanza la consigna «Vida o muerte» según el falso principio de que los comunistas no retroceden nunca...

«En ningún caso un comunista, incluso en minoría, debe acudir al trabajo. Los comunistas han dejado las fábricas. Por grupos de 200, de 300 hombres, a veces más, otras menos, han salido de las fábricas: la fábrica sigue funcionando. Hoy están sin trabajo, pues los patronos se han aprovechado de la ocasión para depurar las fábricas de comunistas en un momento en que tenían a una gran parte de los obreros a su lado» (Levi, ibídem).

¿Qué balance de las luchas de marzo?

Ahora que la clase obrera comprueba cómo la burguesía le ha impuesto esta lucha y que le era imposible evitarla, el VKPD «comete una serie de errores, y el principal fue que en lugar de hacer resaltar claramente el carácter defensivo de esta lucha, con su grito de ofensiva, da a los enemigos sin escrúpulos del proletariado, a la burguesía, al partido socialdemócrata y al partido independiente, un pretexto para denunciar al partido unificado como golpista. Ese error ha sido incrementado por cierto número de camaradas del partido, que han presentado la ofensiva como el método de lucha esencial del Partido comunista unificado de Alemania en la situación actual» («Tesis sobre la táctica», IIIer  Congreso de la IC, junio de 1921, Manifiestos, Tesis y Resoluciones de los cuatro primeros congresos de la Internacional comunista).

Que los comunistas intervengan para reforzar la combatividad es uno de sus primeros deberes. Pero no deben hacerlo a cualquier precio.

«En la práctica, los comunistas son pues la fracción más decidida de los partidos obreros de todos los países, la fracción que lleva tras sí a las demás: teóricamente, poseen sobre el resto del proletariado la ventaja de una comprensión clara de las condiciones, de la marcha y de los fines generales del movimiento proletario» (Marx y Engels, Manifiesto del Partido comunista, 1848). Por eso los comunistas deben caracterizarse respecto a su clase en su conjunto por su capacidad para analizar correctamente la relación de fuerzas entre las clases, para poner a la luz del día la estrategia del enemigo de clase. Animar a una clase débil o insuficientemente preparada para los combates decisivos así como hacerla caer en las trampas montadas por la burguesía, es de lo más irresponsable que los revolucionarios pueden realizar. Su primera responsabilidad es desarrollar su capacidad de análisis del estado de la conciencia y de la combatividad en la clase obrera así como de la estrategia adoptada por la clase dominante. Sólo así podrán desempeñar las organizaciones revolucionarias su verdadero papel dirigente de la clase.

Inmediatamente después de la Acción de marzo, se desarrollan fuertes combates en el seno del VKPD y del KAPD.

Los falsos conceptos organizativos,
un obstáculo en la capacidad del partido para hacer su autocrítica

En un artículo de orientación del 4-6 de abril de 1921, Die Rote Fahne afirma que «El VKPD ha inaugurado una ofensiva revolucionaria» y que la Acción de marzo es «el principio, el primer episodio de las luchas decisivas por el poder».

El 7 y 8 de abril su Comité central se reúne y en lugar de entablar un análisis crítico de la intervención, Heinrich Brandler intenta ante todo justificar la política del partido. Para él la debilidad principal reside en una falta de disciplina de los militantes locales del VKPD y en los fallos de la organización militar. Declara: «Nosotros no hemos sufrido ninguna derrota, era una ofensiva».

Paul Levi hace la crítica más virulenta contra la actitud del partido durante la Acción de marzo.

Tras haber dimitido del Comité central en febrero de 1921 junto a Clara Zetkin, a causa, entre otras razones, de las divergencias sobre la fundación del Partido comunista de Italia, Paul Levi será una vez más incapaz de hacer avanzar a la organización mediante la crítica. Lo más trágico «es que Levi tenía en el fondo razón en muchos aspectos de su crítica a la Acción de marzo de 1921 en Alemania» (Lenin, «Carta a los comunistas alemanes», 14 de agosto de 1921, Obras, T. 32). Pero en lugar de hacer su crítica en el marco de la organización, según las reglas y principios de ésta, él redacta un folleto el 3-4 de abril que publica en el exterior a partir del 12 de abril sin someterlo previamente a debate en el partido ([3]).

En ese folleto, no sólo conculca la disciplina organizativa, sino que expone también detalles referentes a la vida interna del partido. Al hacer esto, está rompiendo un principio proletario e incluso está poniendo en peligro la organización al exponer públicamente su modo de funcionamiento. Y es excluido del partido el 15 de abril por comportamiento peligroso para su seguridad ([4]).

Levi, quien tenía tendencia, como lo expusimos en un artículo precedente sobre el Congreso del KPD de Heilderberg en octubre de 1919, a concebir cualquier crítica como un ataque contra la organización e incluso contra su propia persona, ahora sabotea todo funcionamiento colectivo. Su punto de vista lo expresa bien: «O bien la Acción de marzo era válida y entonces es lógico que se me expulse [del Partido], o bien la Acción de marzo era un error y entonces mi folleto está plenamente justificado» (Levi, Carta a la Central del VKPD). Esta actitud perjudicial para la organización es criticada en varias ocasiones por Lenin. Tras el anuncio de la dimisión de Levi de la Central del VKPD en febrero, escribe al respecto: «¡¿Y la dimisión del comité central!? Ése es, en todos los casos, el mayor error. Si se toleran esa tipo de actitudes, como la de que los miembros del Comité central dimitan de éste en cuanto están en minoría, el desarrollo y la decantación en los partidos comunistas no seguirán nunca un curso normal. En lugar de dimitir, más vale discutir varias veces los problemas en litigio junto con el Comité ejecutivo. [...] Es imprescindible hacer todo lo posible e incluso lo imposible, pero, cueste lo que cueste, evitar las dimisiones y no agravar las divergencias» (Lenin, «Carta a Clara Zetkin y a Paul Levi», 16 de abril de 1921, Obras, tomo 45).

Las acusaciones, en parte exageradas, con que Levi carga al VKPD (al que ve casi como el único culpable, dejando de lado la responsabilidad de la burguesía en el estallido de las luchas de marzo) se basan en una visión bastante deformada de la realidad.

Tras su exclusión del partido, Levi edita durante un corto período la revista El Soviet que se convierte en portavoz de quienes se oponen al rumbo tomado por el VKPD.

Levi intenta exponer su crítica a la táctica del VKPD ante el Comité central, el cual se niega a admitirlo en sus sesiones. Es Clara Zetkin quien lo hace en su lugar. Defiende que «los comunistas no tienen la posibilidad (...) de emprender acciones en lugar del proletariado, sin el proletariado y, en fin de cuentas, incluso contra el proletariado» (Levi, ibídem) Clara Zetkin propone entonces una contrarresolución a la toma de posición del partido. Pero la sesión del Comité central rechaza mayoritariamente la crítica, subrayando que «Zafarse ante la acción (...) era imposible para un partido revolucionario y hubiera sido una renuncia pura y simple de su vocación para dirigir la revolución». El VKPD «debe, si quiere cumplir con su tarea histórica, mantenerse firme en la línea de la ofensiva revolucionaria, la cual es la base de la Acción de marzo y caminar por esa vía con decisión y  confianza» («Leitsätze über Märzaktion», Die Internationale nº 4, abril de 1921).

La Central persiste en la continuación de la ofensiva en la que se ha comprometido y rechaza todas las críticas. En una proclama del 6 de abril de 1921, el Comité ejecutivo de la Internacional comunista (CEIC) aprueba la actitud del KPD afirmando: «La Internacional comunista os dice: “Habéis actuado bien” (...) Preparaos para nuevos combates» (publicado en Die Rote Fahne del 14 de abril de 1921).

Y es así como en el IIIer Congreso mundial de la IC aparecen los desacuerdos sobre el análisis de los acontecimientos de Alemania. Especialmente, el grupo en torno a Zetkin en el VKPD es fuertemente atacado en la primera parte de la discusión. Serán las intervenciones y la autoridad de Lenin y Trotski las que darán una vuelta a los debates calmando los ánimos.

Lenin, ocupado por los acontecimientos de Cronstadt y la dirección de los asuntos del Estado, no ha tenido tiempo de seguir los acontecimientos en Alemania como tampoco los debates sobre el balance que debe sacarse de ellos. Empieza apenas a interesarse por ellos. Por un lado, rechaza la ruptura de la disciplina de Levi con la mayor firmeza, y por otro, anuncia que la Acción de marzo por «su importancia de significado internacional, debe ser sometida al IIIer Congreso de la Internacional comunista». La preocupación de Lenin es que la discusión en el partido sea lo más amplia posible y sin trabas.

W. Koenen, representante del VKPD en el CEIC, es enviado a Alemania por éste para que el Comité central del partido no tome una decisión definitiva contra la oposición. En la prensa del partido, las críticas a la Acción de marzo vuelven a poder publicarse. La discusión sobre la táctica prosigue.

Sin embargo, la mayoría de la Central sigue defendiendo la toma de posición adoptada en marzo. Arkadi Maslov exige una nueva aprobación de la Acción de marzo. Guralski, un enviado del CEIC declara incluso: «No nos preocupemos por el pasado. las próximas luchas políticas del Partido serán la mejor respuesta a la tendencia Levi». En la sesión del Comité central de los 3 y 4 de mayo, Thalheimer interviene para que se vuelva a la unidad de acción de los obreros. F. Heckert aboga por un reforzamiento del trabajo en los sindicatos.

El 13 de mayo, Die Rote Fahne publica unas Tesis que desarrollan el objetivo de acelerar artificialmente el proceso revolucionario. Se cita como ejemplo la Acción de marzo. Los comunistas «deben, en situaciones particularmente graves en las que los intereses esenciales del proletariado están amenazados, ir un paso delante de las masas e intentar, con su iniciativa, hacerlas entrar en lucha, aún a riesgo de no ser seguido más que por una parte de la clase obrera». W. Piek, quien en enero de 1919 se había lanzado a la insurrección con K. Liebknecht en contra de las decisiones del Partido, piensa que los enfrentamientos en el seno de la clase obrera «se volverán a producir con más frecuencia todavía. Los comunistas deben volverse contra los obreros cuando éstos no siguen nuestros llamamientos».

La reacción del KAPD

Si el VKPD y el KAPD han dado un paso adelante queriendo por vez primera emprender acciones comunes, por desgracia éstas se desarrollan en condiciones muy desfavorables. El denominador común de la actitud del VKPD y del KAPD en la Acción de marzo es la de ayudar a la clase obrera en Rusia. El KAPD todavía defiende en esa época la Revolución rusa. Los consejistas, surgidos de él, tomarán una posición opuesta.

Sin embargo, la intervención del KAPD sufre de contradicciones internas. Por un lado, la dirección lanza un llamamiento común a la huelga general con el VKPD y envía a dos representantes de la Central a Alemania central, F. Jung y F. Rasch, para apoyar la coordinación de las acciones de combate, y, del otro, los dirigentes locales del KAPD, Utzelmann y Prenzlow, basándose en su conocimiento de la situación de la cuenca industrial de la Alemania central, consideran insensato cualquier intento de alzamiento y no quieren que se vaya más lejos que la huelga general. Han intervenido, por otra parte, ante los obreros de Leuna para que permanezcan en las factorías y se preparen a entablar una lucha defensiva. La dirección del KAPD reacciona sin concertarse con las instancias locales del partido.

En cuanto termina el movimiento, el KAPD apenas si hace un principio de análisis crítico de su propia intervención. Desarrolla además un análisis contradictorio sobre su propia intervención. En una respuesta al folleto de P. Levi, pone de relieve la problemática errónea de los planteamientos de la Central de VKPD. H. Gorter escribe:

«El VKPD, con su acción parlamentaria (que en las condiciones del capitalismo en quiebra no es otra cosa que engaño a las masas), ha desviado al proletariado de la acción revolucionaria. Ha reunido a cientos de miles de no comunistas para convertirse en “partido de masas”. El VKPD ha apoyado a los sindicatos con su táctica de creación de células en éstos (...) cuando la revolución alemana, cada vez más impotente, retrocedió, cuando los mejores elementos del VKPD cada vez más insatisfechos, empezaron a exigir que se entrara en acción, el VKPD decidió entonces, de repente, intentar conquistar el poder político. ¿En qué consistió ese intento?: antes de la provocación de Hörsting y de la SiPo, el VKPD decidió una acción artificial desde arriba, sin impulso espontáneo de las grandes masas; o sea que adoptó la táctica del golpe.

El Comité ejecutivo y sus representantes en Alemania habían insistido desde hace tiempo para que el Partido golpeara y demostrara que era un partido revolucionario de verdad. ¡Como si lo esencial de una táctica revolucionaria consistiera solamente en golpear con todas sus fuerzas!. Al contrario, cuando en lugar de dar firmeza a la fuerza revolucionaria del proletariado, un partido mina esa misma fuerza y debilita al proletariado con su apoyo al parlamento y a los sindicatos y, después (¡de semejantes preparativos!) se decide de repente a golpear lanzando una gran acción ofensiva en favor de ese mismo proletariado que acaba de debilitar de esa manera, lo único de lo que se trata es de un putsch. Es decir, de una acción decretada desde arriba, que no se arraiga en las masas mismas y que por consiguiente está abocada al fracaso desde el principio. Y tal intento de golpe no tiene nada de revolucionario; es tan oportunista como el parlamentarismo o la táctica de las células sindicales. Sí, esa táctica es el envés inevitable del parlamentarismo y de la táctica de las células sindicales, del «enganche» fácil de elementos no comunistas, de la política de jefes que sustituye a la de las masas, o peor todavía, a la política de clase. Esa táctica débil, intrínsecamente corrompida, acaba fatalmente llevando al golpe» (Hermann Gorter, «Lecciones de la Acción de marzo», Conclusión a la carta abierta al camarada Lenin, Der Proletarier, mayo de 1921).

Este texto del KAPD señala con toda justicia la contradicción entre la táctica del frente único, que refuerza las ilusiones de los obreros hacia los sindicatos y la socialdemocracia y el llamamiento simultáneo y repentino al asalto contra el Estado. Pero, al mismo tiempo, en su propio análisis, se encuentran contradicciones: mientras que por un lado se habla de acción defensiva de los obreros, por otro lado, se caracteriza la acción de marzo como «la primera ofensiva consciente de los proletarios alemanes contra el poder del Estado burgués» (F. Kool, Die Linke gegen die Parteiherrschaft). A este respecto, el KAPD hace la misma constatación: «las amplias masas obreras se han mantenido neutrales, cuando no hostiles, respecto a la vanguardia combativa». En el Congreso extraordinario del KAPD de septiembre de 1921, no se irá más lejos en lo que a lecciones de la Acción de marzo se refiere.

Con ese telón de fondo, los virulentos debates en el VKPD y los análisis contradictorios del KAPD, tiene lugar, a partir de junio de 1921, el IIIer Congreso de la Internacional comunista.

La actitud de la Internacional comunista frente a la Acción de marzo

En la Internacional, el proceso de formación de tendencias se ha puesto en marcha. El propio CEIC no tiene, sobre los acontecimientos de Alemania, una posición unitaria y no habla con una sola voz. Desde hace tiempo el CEIC está dividido sobre el análisis de la situación en Alemania. Radek, sobre las posiciones y el comportamiento de Levi, hace numerosas críticas que han hecho suyas otros miembros de la Central. En el seno del VKPD, esas críticas no se expresan pública y abiertamente, ni en el congreso del partido ni en ningún otro sitio.

En lugar de debatir públicamente sobre el análisis de la situación, Radek ha causado profundos estragos en el funcionamiento del Partido. A menudo, las críticas no son expuestas de manera fraterna con la mayor claridad, sino solapadamente. A menudo, el centro del debate no son los errores políticos sino los individuos responsables de ellos. Se va imponiendo la tendencia a la personalización de las posiciones políticas. En lugar de construir la unidad en torno a una posición y a un método, en lugar de luchar como un cuerpo que funciona colectivamente, se va destruyendo de un modo totalmente irresponsable el tejido organizativo.

Más en general, ocurre que los comunistas en Alemania están profundamente divididos. Ya, de entrada, en esos momentos, hay dos partidos, el VKPD y el KAPD, que forman parte ambos de la IC, y que se enfrentan del modo más violento sobre el rumbo que debe tomar la organización.

Antes de la Acción de marzo, hay partes del VKPD que ocultan informaciones sobre la situación a la IC; ocurre también que las divergencias de análisis no se dan a conocer a la IC en toda su amplitud.

En la IC misma, no hay una reacción verdaderamente común ni de planteamiento unitario de la situación. El levantamiento de Cronstadt monopoliza totalmente la atención de la dirección del partido bolchevique, impidiéndole seguir más detalladamente la situación en Alemania. Además, la manera con la que se toman las decisiones en el CEIC es a menudo poco clara y lo mismo ocurre con los mandatos dados a las delegaciones. Por ejemplo, los mandatos dados a Radek y a otros delegados del CEIC para Alemania no parecen haber sido definidos con la suficiente claridad ([5]).

Así, en esa situación de división creciente, especialmente en el VKPD, los miembros del CEIC (especialmente Radek) han entrado oficiosamente en contacto con tendencias en el seno de los dos partidos, VKPD y KAPD, para acordar, sin saberlo los órganos centrales de ambas organizaciones, una serie de preparativos de tipo golpista. En lugar de animar a las organizaciones hacia la unidad, hacia la movilización y la clarificación, se favorece de ese modo su división, acentuando en su seno la tendencia a tomar decisiones fuera de las instancias responsables. Esta actitud, tomada en nombre del CEIC favorece en el KAPD y en el VKPD los comportamientos perjudiciales para la organización.

P. Levi critica así esa actitud: «Era cada vez más frecuente que los enviados del CEIC fueran más allá de sus plenos poderes y, después, apareciera que esos enviados, uno u otro de entre ellos, no habían recibido ningún pleno poder» (Levi, Unser weg, wider den Putschismus, 3 de abril de 1921).

Se evitan las estructuras de funcionamiento y decisión definidas en los estatutos, tanto en la IC como en el VKPD y el KAPD. En la Acción de marzo, en los dos partidos, el llamamiento a la huelga general se hace sin que el conjunto de la organización esté involucrada en la reflexión y en la decisión. En realidad son los camaradas del CEIC quienes han tomado contacto con elementos o algunas tendencias existentes en el seno de cada organización y han impulsado a pasar a la acción. Así, en realidad es... ¡el propio partido como tal el que es «evitado»!.

De ese modo es imposible llegar a un planteamiento unitario por parte de cada partido y menos todavía, a una acción común de ambos partidos.

En parte, el activismo y el golpismo se imponen en cada una de las dos organizaciones, acompañados de comportamientos individuales muy destructivos para el partido y la clase en su conjunto. Cada tendencia empieza a llevar su propia política y a crear sus propios canales informales y paralelos. La preocupación por la unidad del partido, por un funcionamiento conforme con los estatutos se ha ido perdiendo en gran parte.

Aunque la IC se ha ido debilitando a causa de la identificación creciente del partido bolchevique con los intereses del Estado ruso y por el viraje oportunista de la adopción de la táctica de Frente único, el IIIer Congreso mundial va a ser, sin embargo, un momento de crítica colectiva, proletaria, de la Acción de marzo.

Para el Congreso, el CEIC, por una preocupación política justa propugnada por Lenin, impone la presencia de una delegación de representantes de la oposición existente en el VKPD. Mientras que la delegación de la Central del VKPD sigue intentando amordazar todas las críticas a la Acción de marzo, el Buró político del PCR(b), por propuesta de Lenin, decide: «Como base a esta resolución, se debe adoptar un estado de ánimo de detallar lo mejor posible, hacer resaltar los errores concretos cometidos por el VKPD durante la Acción de marzo y estar tanto más alerta contra su repetición».

¿Qué actitud adoptar?

En el discurso introductorio a la discusión sobre «La crisis económica y las nuevas tareas de la Internacional comunista» Trotski subraya: «Hoy, por vez primera, vemos y sentimos que no estamos tan cerca de la meta, la conquista del poder, la revolución mundial. En 1919, decíamos: “Es cuestión de meses”. Hoy decimos: “Será, sin duda, cuestión de años” (...) El combate será quizás largo, no progresará tan febrilmente como sería de desear, será muy difícil y exigirá múltiples sacrificios» (Trotski, Actas del IIIer Congreso).

Lenin: «Por eso el Congreso debía acabar con las ilusiones de izquierda según las cuales el desarrollo de la revolución mundial iba a seguir a gran velocidad con su impetuoso ritmo inicial y sin interrupción íbamos a ser transportados por una segunda oleada revolucionaria y que la victoria depende únicamente de la voluntad del partido y de su acción» (C. Zetkin, Recuerdos de Lenin).

La Central del VKPD, bajo la responsabilidad de A. Thalheimer y de Bela Kun, envía para el Congreso, un proyecto de Tesis sobre la táctica que impulsa a la IC a entrar en una nueva fase de acción. En una carta a Zinoviev del 10 de junio de 1921, Lenin considera que: «Las tesis de Thalheimer y de Bela Kun son en el plano político, radicalmente falsas» (Lenin, Cartas).

Los partidos comunistas no han conquistado en ninguna parte a la mayoría de la clase obrera, no solo como organización sino también en cuanto a los principios del comunismo. Por eso, la táctica de la IC es la siguiente: «hay que luchar sin pausa y sistemáticamente para ganarse a la mayoría de la clase obrera, y primero en el interior de los viejos sindicatos» (Ibídem).

Frente al delegado Heckert, Lenin piensa que: «La provocación era clara como la luz del sol. Y en lugar de movilizar con un objetivo defensivo a las masas obreras para repeler los ataques de la burguesía y dar la prueba que teníais el derecho de vuestro lado, os habéis inventado vuestra “teoría de la ofensiva”, teoría absurda que brinda a todas las autoridades policiacas y reaccionarias la posibilidad de presentaros como los que han tomado la iniciativa de la agresión contra la que había que defender al pueblo!» (Heckert, «Mis encuentros con Lenin», en Lenin tal como era).

Aunque antes Radek había apoyado la Acción de marzo, en su informe presentado en nombre del CEIC, habla del carácter contradictorio de la Acción de marzo: encomia el heroísmo de los obreros que han combatido y critica por otro lado la política de la Central de VKPD. Trotski caracteriza la Acción de marzo como una tentativa totalmente desafortunada que «si se repitiera, acabaría llevando al partido a su perdición». Subraya que: «Es nuestro deber decir claramente a los obreros alemanes que nosotros consideramos esta idea de la ofensiva como el mayor de los peligros y que, en su aplicación práctica, es el peor de los crímenes políticos» (Actas del IIIer Congreso).

La delegación del VKPD y los delegados de la oposición en el VKPD, especialmente invitados, se enfrentan en el Congreso.

El Congreso es consciente de las amenazas que se ciernen sobre la unidad del partido. Por eso impulsa a un compromiso entre la dirección y la oposición del VKPD. Se obtiene el compromiso siguiente: «El Congreso estima que toda fragmentación de las fuerzas en el seno del Partido comunista unificado de Alemania, toda formación de fracciones, por no hablar de escisión, es un gran peligro para el conjunto del movimiento». Al mismo tiempo, la resolución adoptada pone en guardia contra toda actitud revanchista: «El Congreso espera de la dirección central del Partido comunista unificado de Alemania una actitud tolerante para con la antigua oposición, con tal de que ésta aplique lealmente las decisiones tomadas por el IIIer Congreso (...)» («Resolución sobre la Acción de marzo y sobre el Partido comunista unificado de Alemania», IIIer Congreso de la IC, junio de 1921, Manifiestos, Tesis y Resoluciones de los cuatro primeros congresos mundiales de la Internacional comunista).

Durante los debates del IIIer Congreso, la delegación de KAPD apenas si expresa una autocrítica sobre la Acción de marzo. Parece más bien concentrar sus esfuerzos sobre cuestiones de principio referentes al trabajo en los sindicatos y en el parlamento.

A la vez que el IIIer Congreso consigue ser muy autocrítico frente a los peligros golpistas aparecidos en la Acción de marzo, poniendo en guardia contra ellos y arrancando de raíz el «activismo ciego», en cambio, por desgracia, se mete por el camino trágico y nefasto del Frente único. Rechaza el peligro del golpismo, pero se confirma y acelera el viraje oportunista iniciado por la adopción de las 21 condiciones de admisión. No se han corregido los graves errores, puestos de relieve por Gorter en nombre del KAPD, de la vuelta atrás de la IC con lo del trabajo en los sindicatos y la vía parlamentaria.

Animado por los resultados del IIIer Congreso, el VKPD, en otoño de 1921, adopta la táctica del Frente único. Al mismo tiempo, ese Congreso plantea un ultimátum al KAPD: o fusión con el VKPD o exclusión de la IC. En septiembre de 1921, el KAPD abandona la IC. Una parte se precipita a la aventura de fundar inmediatamente una Internacional comunista obrera. Y unos cuantos meses más tarde se produce una escisión en su seno.

El KPD (que ha vuelto a cambiar de nombre en agosto de 1921) abre cada día más las puertas a los malos vientos del oportunismo. La burguesía, por su parte, ha alcanzado sus objetivos: otra vez, gracias a la Acción de marzo, ha logrado afianzar su ofensiva y debilitar todavía más a la clase obrera.

Si las consecuencias de la actitud golpista son ya asoladoras para la clase obrera en su conjunto, lo son todavía más para los comunistas: éstos vuelven a ser las primeras víctimas de la represión. Se refuerza más todavía la caza al comunista. Una ola de dimisiones golpea al KPD. Muchos militantes están desmoralizados tras el fracaso del alzamiento. A principios de 1921, el VKPD tenía entre 350 000 y 400 000 miembros. A finales de agosto, ya solo tiene 160 000. En noviembre, entre 135 000 y 150 000 militantes.

La clase obrera en Alemania ha vuelto a luchar sin tener tampoco esta vez con ella a un partido fuerte y consecuente.

DV

 

[1] Los artículos anteriores de esta serie se han publicado en las Revista Internacional nos 81, 82, 83, 85, 86, 88, 89 y 90.

[2] En las elecciones al Landtag de Prusia de febrero del 21, el VKPD obtuvo más de 1 millón de votos; el USPD, la misma cantidad; el SPD más de 4 millones. En Berlín el VKPD y el USPD obtuvieron juntos más votos que el SPD.

[3] C. Zetkin, que está de acuerdo con las críticas de Levi, le exhorta en varias cartas para que no adopte un comportamiento perjudicial para la organización. Así, el 11 de abril le escribe: «Debe usted retirar la nota personal del prefacio. Me parece políticamente benéfico que no pronuncie ningún juicio personal sobre la Central y sus miembros a quienes usted considera aptos para el manicomio y de quienes pedía la revocación, etc. Es más razonable que se atenga únicamente a la política de la Central, dejando fuera de juego a quienes sólo son sus portavoces (...) Solo los excesos personales deben ser suprimidos». Levi no se deja convencer. Su orgullo y su tendencia a querer llevar siempre la razón, al igual que su idea monolítica, tendrán consecuencias funestas.

[4] «Paul Levi no ha informado a la dirección del Partido de su intención de publicar un folleto, ni le ha dado a conocer los principales argumentos de su contenido.

Ha hecho imprimir su folleto el 3 de abril, en un momento en el que la lucha seguía en algunas partes del país, con miles de obreros ante los tribunales especiales, a los cuales Levi excita así para que dicten las condenas más duras. La Central reconoce el pleno derecho a la crítica al Partido antes y después de las acciones que lleva a cabo. La crítica en el terreno de la lucha y la completa solidaridad en el combate es una necesidad vital para el Partido y el deber revolucionario. La actitud de Paul Levi (...) no va en el sentido de reforzar al Partido, sino en el de su dislocación y destrucción» (central del VKPD, 16 de abril de 1921).

[5] La delegación del CEIC está compuesta por B. Kun, Pogany y Guralski. Desde la fundación del KPD, K. Radek desempeña la función de «hombre de enlace» entre el KPD y la IC. A menudo sin un mandato claro, Radek practica sobre todo la política de los canales «informales» y paralelos.

 

Series: 

  • Revolución alemana [24]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [22]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [25]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda germano-holandesa [23]

Debates entre grupos «bordiguistas» - Una significativa evolución del medio político proletario

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Debates entre grupos «bordiguistas»

Una significativa evolución del medio político proletario

 

La ofensiva desarrollada por la burguesía contra el comunismo y contra las minorías revolucionarias aún dispersas que existen hoy, es para la clase dominante cuestión de vida o muerte. La supervivencia de este sistema sometido a convulsiones internas siempre más profundas depende de la eliminación de toda posibilidad de maduración del movimiento revolucionario –en la reanudación de la lucha del proletariado– que tiende a destruirlo para instaurar el comunismo. Para alcanzar ese objetivo, la burguesía ha de desprestigiar, aislar y en consecuencia aniquilar política cuando no físicamente, a las vanguardias revolucionarias indispensables para el éxito del proyecto revolucionario del proletariado.

Para hacer frente a esa ofensiva y poder seguir defendiendo la perspectiva revolucionaria, el esfuerzo unitario de todos los componentes políticos que se reivindican auténticamente de la clase obrera es indispensable. En la historia del movimiento obrero, la existencia de varios partidos revolucionarios –hasta en el mismo país– no es una novedad; pero hoy, las vanguardias revolucionarias están llegando a la cita con la historia en una situación de dispersión organizativa, lo que no actúa a favor de la perspectiva revolucionara sino más bien a favor de los intereses de la burguesía. Tal dispersión no puede ser superada de forma voluntarista y oportunista, en agrupamientos en nombre de la «necesidad de construir el partido». Solo puede reabsorberse progresivamente mediante la discusión abierta entre las organizaciones revolucionarias actuales, en un debate que permita hacer salir a la luz las diferentes cuestiones y alcanzar una convergencia creciente, política primero y luego organizativa, de gran parte de esas organizaciones. Por otro lado, la existencia de un debate público entre las organizaciones revolucionarias, por la prensa o directamente en reuniones, es una necesidad imperiosa para la orientación de las nuevas fuerzas que están surgiendo en este período. Y, en fin, refuerza el campo revolucionario que, a pesar de todas las variedades posibles e imaginables, se presentaría ante los proletarios como una fuerza solidaria que combate a la burguesía.

Se han de notar al respecto avances importantes y significativos, realizados desde hace unos meses por varias formaciones políticas. Citaremos dos como ejemplo, aunque ya hemos hablado de ellos en nuestra prensa:

– la denuncia por parte de todos los componentes significativos del medio proletario de la campaña burguesa de mistificación contra el folleto Auschwitz ou le grand alibi, acusado de negar la realidad de las cámaras de gas cuando precisamente este folleto denuncia tanto al nazismo y a la democracia como las dos caras de una misma moneda ([1]);

– la defensa común de la Revolución rusa y de las lecciones que sacar de ésta en la reunión publica común de la CCI y de la CWO (Communist Workers Organisation) en octubre del 97 ([2]).

Aunque los grupos que se reivindican de Amadeo Bordiga y que son conocidos como bordiguistas ([3]) no reconozcan la existencia de un medio político proletario –a pesar de que implícitamente lo reconozcan de vez en cuando ([4])–, son, por su propia historia, un componente importante de aquél. Esa parte del campo revolucionario, la más importante hasta principios de los años 80, fue afectada en 1982 por una explosión totalmente inédita en la historia del movimiento obrero, dando origen a nuevas formaciones también de inspiración bordiguista que han venido a añadirse a las escisiones bordiguistas ya existentes, reivindicándose todas de la raíz original y que se llaman todas más o menos Partido comunista internacional. Semejante homonimia, añadida al hecho de que los grupos que surgieron de la explosión del antiguo Partido jamás han analizado seriamente las causas de la crisis del 82, es hasta hoy una debilidad importante para el conjunto del medio político proletario.

Pero esto ya está cambiando. Se va manifestando una apertura en el campo bordiguista, puesto que se han publicado, en sus prensas, sobre el tema de las razones de la crisis explosiva de 1982, varios artículos de polémica con otros grupos del campo proletario, en particular con grupos de la misma tendencia. Resulta esto muy importante puesto que rompe con la tradicional actitud de cerrazón sectaria típica del bordiguismo de posguerra según la cual había que adherirse al «Partido» por un acto de fe, ignorando cualquier otra formación proletaria. El hecho de existir hoy varios partidos con «denominación de origen» ha impuesto a cada uno la necesidad de demostrarlo en los hechos, de ahí la necesidad de hacer el balance de la historia reciente del bordiguismo y de las posiciones políticas defendidas por los demás grupos del mismo movimiento. Esto es positivo para esos mismos grupos como también para todos aquellos elementos en búsqueda de una referencia política y que se preguntarán desde hace tiempo cuáles pueden ser las diferencias entre Programma comunista, il Comunista, le Prolétaire, Programme communiste o il Partito comunista (llamado Partido de Florencia), para no hablar sino de los grupos más importantes entre los que forman parte de la Izquierda comunista. El debate franco y abierto actual, severo y riguroso cuando se realiza, es la única vía que por fin permitirá eliminar los errores del pasado y trazar perspectivas para el porvenir.

En este artículo, no nos meteremos en todos los elementos del debate que promete ser rico e interesante, pues hasta incluye un grupo exterior al movimiento bordiguista, el Partito comunista internazionalista (que publica Battaglia comunista), en la medida en que ese debate tiene su origen en los años 43-45, es decir antes de la escisión de 1952 entre el ala bordiguista propiamente dicha y el grupo que, siguiendo a Onorato Damen, se ha mantenido hasta hoy con el nombre de Battaglia Comunista ([5]). Resulta sin embargo importante señalar unos cuantos elementos que le dan todo su valor a este debate.

El primer aspecto es que la cuestión organizativa es el meollo mismo de la discusión: leer los diferentes artículos de estos grupos pone en evidencia hasta qué punto están animados por esta preocupación. Sin entrar en el fondo de la polémica entre Il Comunista-le Prolétaire y Programma Comunista, tema sobre el cual no podemos honradamente pronunciarnos categóricamente de momento, ambos grupos al evocar lo que ocurría en el viejo Programma comunista antes del 52 ponen en evidencia una confrontación entre un componente inmediatista y voluntarista por un lado ([6]), y por otro un componente más ligado al largo plazo de la maduración de la lucha de clases. Y ambos también ponen en evidencia la importancia central de la cuestión organizativa: organización de tipo «partidista» en contra de cualquier veleidad «movimentista» según la cual el movimiento propio de la clase sería en sí necesario y suficiente para que triunfe la revolución.

En su publicación de enero del 97, Programma comunista hace referencia a la necesidad de entender la importancia de la paciencia, de no caer en el inmediatismo, lo que no puede sino ser compartido como principio general.

Il Comunista-le Prolétaire contesta: «El partido de entonces (...) abrió las puertas a los impacientes y los apresurados, haciendo surgir secciones de la nada, animando a las secciones a que construyeran grupos comunistas de fábrica en todos los lugares así como comités por la defensa de los sindicatos de clase, buscando y aceptando el crecimiento numérico de las secciones a costa de un laxismo organizativo político y teórico». También insiste en la necesidad de defender la organización y el militantismo de cada compañero, que nosotros compartimos plenamente y con lo cual nos solidarizamos:

«¿De qué os sirve, ex camaradas del Partido, hablar tanto de una paciencia que jamás habéis tenido?. A la hora de defender política, teórica y prácticamente el patrimonio de las batallas de clase de la Izquierda comunista, cuando se trató de llevar a cabo un combate político en el terreno, en contra de los liquidadores de todo pelaje del partido, asumiendo la responsabilidad de esa batalla y siendo un polo de referencia para todos aquellos compañeros desorientados y aislados por la explosión del partido, tanto en Italia como en Francia, Grecia, España, Latinoamérica, Alemania, Africa o Medio Oriente, ¿en donde estabais?. Habíais desertado, habíais abandonado ese partido que os enorgullecéis hoy de representar y de cuya gloria os apropiáis. ¿Dónde estaba vuestra paciencia tan necesaria para seguir interviniendo dentro de la organización y explicar sin descanso a la mayoría de los camaradas cuáles eran los peligros en aquellos períodos de tan grandes dificultades?» (Il Comunista, no 55, junio de 1997).

El segundo aspecto que le da valor al debate es la tendencia a encarar, por fin, el problema de las raíces políticas de la crisis : «[hemos de trabajar] sobre el balance de la crisis del partido, sacando conclusiones de todas las cuestiones que dejó abiertas en particular la crisis explosiva pasada : la cuestión sindical, la cuestión nacional, la cuestión del partido y de sus relaciones con los demás grupos políticos y con la clase, la cuestión de la organización interna del partido, la cuestión del terrorismo, la cuestión de la reanudación de la lucha de clases y de las organizaciones inmediatas del proletariado (...), la cuestión del curso del imperialismo» (ibid.).

Sobre esta cuestión, el grupo Le Prolétaire-Il Comunista dedica una larga parte de su revista teórica en francés, Programme communiste, a la crítica de Programma comunista (el grupo italiano) en un artículo sobre la cuestión kurda, a propósito de un artículo escrito en 1994 sobre el tema y en el que Programma defiende al PKK, aunque sea de forma crítica : «Esta fantasía nos recuerda las ilusiones en las que cayeron muchos camaradas, incluidos miembros del centro internacional del partido, cuando la invasión de Líbano en 1982 y que fueron el detonador de la crisis que hizo estallar a nuestra organización (...) Programma llega a caer en el mismo error que cometieron en aquel entonces los liquidadores de nuestro partido, El Oumami o Combat. Si hubiese hecho un balance serio de la crisis del partido y de sus causas en vez de esconderse en la ilusión de que siempre tiene la razón, quizás Programma hubiese entonces tenido la ocasión histórica de hacer un verdadero salto cualitativo: superar su desorientación teórica, política y practica, para recobrar la intervención correcta y no hubiese conocido semejante desventura» (Programme communiste, no 95).

Resulta particularmente importante esta polémica, porque, además de defender una posición clara en cuanto a las luchas de liberación nacional, por fin se reconoce que esta cuestión fue la clave del estallido de Programme communiste en 1982 ([7]). Este reconocimiento nos permite ser optimistas en cuanto al porvenir, porque como lo pone en evidencia el carácter del debate, ya no les será posible a los bordiguistas seguir como si nada y tendrán que sacar las lecciones del pasado. No es posible, sin embargo, fecharlo arbitrariamente en un período determinado.

Ya hemos aludido al hecho de que, en la polémica, los diferentes grupos han retrocedido hasta la constitución de la primera organización en los años 1943-45. Así, Programma Communista nº 94 abordaba la cuestión: «el partido reconstituido (...) no salió indemne de la influencia de las posiciones de la Resistencia antifascista y de un antiestalinismo rebelde (...). Esas debilidades condujeron a la escisión de 1951-52; pero fue una crisis benéfica, de maduración política y teórica». Se encuentra ese tipo de críticas hacia el partido de los años 50 en la otra rama de la escisión de la época, es decir en Battaglia comunista (ver nuestro artículo sobre la historia de Battaglia comunista en la Revista internacional nº 91).

En el mismo número, Programme communiste se refiere también a las dificultades encontradas por el grupo después de mayo de 1968: «Los efectos negativos de después del 68 afectaron a nuestro partido (...) hasta hacerlo estallar (...) El partido sufría la agresión de posiciones que eran una mezcolanza de obrerismo, de guerrillerismo, de voluntarismo, de activismo (...) La ilusión se extendía de que el partido (después de 1975 y la previsión de Bordiga de una “crisis revolucionaria” para el año 1975) podría, en breve plazo, salir de su aislamiento y adquirir cierta influencia».

Programme communiste no se quedó ahí, y en un notable esfuerzo de reflexión sobre sus dificultades pasadas, volvía en otro artículo ([8]) sobre el mismo período, artículo que merece ser examinado: «Cuanto más se encontraba el partido frente a problemas políticos y prácticos diferentes por su naturaleza, su dimensión o su urgencia (como la cuestión femenina, del alojamiento, de los desempleados, la aparición de nuevas organizaciones fuera de los grandes sindicatos tradicionales o los problemas planteados por el peso de cuestiones de tipo nacional en ciertos países) tanto más aparecían las tendencias a atrincherarse en un marco o en declaraciones de principio, en una rigidez ideológica».

Hay que saludar esa observación, que es signo de una vitalidad política y revolucionaria que intenta dar una respuesta a los nuevos problemas de la lucha de clases. Esa reflexión sobre el pasado del viejo Partido comunista internacional y, en particular, sobre la cuestión de organización, hecha por los camaradas que siguieron con una actividad después del estallido de los años 80, es muy importante para la izquierda comunista.

No vamos a extendernos más en este artículo. Queremos simplemente saludar y subrayar la importancia de este debate que se está desarrollando en el campo bordiguista. En artículos anteriores hemos procurado analizar los orígenes de las corrientes políticas que hoy forman el medio político proletario, abordando dos cuestiones políticas fundamentales. Esos artículos son: «La fracción italiana y la Izquierda comunista de Francia» (en la Revista internacional nº 90) y «La formación del Partito comunista internazionalista» (Revista internacional nº 91). Estamos convencidos de que el conjunto del medio político proletario debe abordar estas cuestiones históricas y salir de repliegue que la contrarrevolución de los años 50 le impuso. El porvenir de la construcción del partido de clase y de la revolución misma dependen en gran parte de ello.

Ezechiele

 

[1] Véase por ejemplo «Frente a las calumnias de la burguesía, solidaridad con le Prolétaire», Révolution internationale, no 273, noviembre del 97.

[2] Véase «Reunión publica de la Izquierda comunista en defensa de la Revolución de octubre», Révolution internationale, no 275 (y en otras publicaciones territoriales de la CCI, en particular Word Revolution no 210), así como en el órgano de la CWO Revolutionary Perspectives no 9.

[3] Las principales formaciones bordiguistas que existen hoy y a las cuales nos referimos en este articulo son, con sus principales publicaciones : El Partido comunista internacional que publica le Prolétaire en Francia, Il Comunista en Italia ; el Partido comunista internacional que publica Il Programma Comunista en Italia, Cahiers internationalistes en Francia e Internationalist Papers en Gran Bretaña ; Il Partito Comunista Internazionale que publica Il Partito Comunista en Italia.

[4] Programme communiste nº 95 por ejemplo ha tomado la defensa de la Izquierda comunista cuando fue criticado nuestro libro La Izquierda comunista de Italia por una revista trotskista inglesa Revolutionary History.

[5] Existe un folleto de Battaglia comunista sobre la escisión de 1952 y otro, más reciente, titulado Entre las sombras del bordiguismo y de sus epígonos, que interviene explícitamente en el debate reciente entre grupos bordiguistas.

[6] Dos de los grupos que en cierto modo son asimilables a este componente del antiguo Programme communiste acabaron en el izquierdismo –Combate en Italia y El Oumami en Francia. Felizmente desaparecieron de la escena social y política.

[7] Véase los artículos que hemos dedicado a la crisis de Programme Communiste en 1982 y que la CCI analizó como la expresión de una crisis más general del medio político proletario, en particular en las Revista internacional del no 32 al 36.

[8] Programme Communiste nº 94, «A la mémoire d'un camarade de la vieille garde: Riccardo Salvador».

Corrientes políticas y referencias: 

  • Bordiguismo [26]

Revista Internacional n° 94 - 3er trimestre de 1998

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Editorial - Frente a la miseria y la barbarie capitalistas, una única respuesta...

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Editorial

Frente a la miseria y la barbarie capitalistas, una única respuesta:
la lucha internacional del proletariado

 

La dinámica catastrófica en la que se hunde el capitalismo mundial, y a la que arrastra a la humanidad entera, acaba de conocer un brusco acelerón desde el principio del año 1998. El atolladero histórico en que está metido el capitalismo ha aparecido con fuerza en todos los planos: multiplicación de los conflictos imperialistas, crisis económica y, en el plano social, un empobrecimiento y una miseria que se generalizan a millones de seres humanos.

La agravación de los antagonismos imperialistas entre grandes potencias, que quedó patente en el fracaso estadounidense frente a Irak en febrero último ([1]), se afirma ahora en la acelerada carrera del arma atómica entre India y Pakistán. Esta carrera escapa al control de las grandes potencias, especialmente de EEUU, las cuales no han sabido atajar las pruebas indias e impedir la réplica pakistaní. La dinámica de «cada uno para sí», característica principal del período de descomposición del capitalismo en el plano imperialista, estalla cada día un poco más en todos rincones del planeta. La amenaza de una guerra entre India y Pakistán, en la que el arma atómica sería utilizada, es muy real y ya es hoy un factor de inestabilidad suplementaria mundial y regionalmente por el juego mismo de la relaciones y oposiciones imperialistas. Las burguesías de las naciones mayores se inquietan... a la vez que participan en la agravación de las tensiones, tomando posición –más o menos abiertamente– por uno u otro país. En la región, China –presentada como enemigo principal por el gobierno indio– no va a dejar de reaccionar; ya ha reaccionado en realidad ([2]). De igual modo, esa agudización de la perspectiva guerrera en la región, plantea a la burguesía japonesa, con cada vez mayor fuerza, la cuestión de su propio armamento nuclear frente a sus vecinos; lo cual añade todavía más inestabilidad y acentúa las rivalidades imperialistas mundiales. Asia del sudeste es un verdadero polvorín, en gran parte atómico. La situación creada por India y Pakistán no hará sino reforzar más si cabe la carrera de todo tipo de armamentos que se vive en la región desde el hundimiento de la URSS y del bloque del Este.

El período histórico actual de descomposición del capitalismo se plasma pues en el trágico aumento de los antagonismos y de los conflictos imperialistas. Continentes enteros son presa de guerras y matanzas. Mientras escribimos este artículo, esa desquiciada espiral se acaba de plasmar en el estallido de la guerra entre Eritrea y Etiopía y en las filas de refugiados de Kosovo que huyen de los nuevos combates en Yugoslavia. Esos Estados forman parte de la interminable lista de países que han vivido las desgracias y destrucciones de la guerra. Ya nunca volverán a conocer «la paz» bajo el capitalismo. Sólo les espera una barbarie en la que los sátrapas locales y sus bandas armadas van a perpetrar matanzas sin parar, sometiendo a las poblaciones locales a sufrimientos que afganos, chechenos, pueblos de Africa, de la antigua Yugoslavia y de otras partes soportan desde hace años y años y que no podrán evitar. El capitalismo en putrefacción arrastra a la humanidad entera a guerras sin fin, cada vez más bestiales.

La agravación brutal de la crisis económica del capitalismo mundial acaba de golpear de un modo especialmente violento a las poblaciones del Sudeste asiático, las cuales, después de haber soportado una explotación feroz durante los años de «crecimiento» y de «éxitos» económicos, se ven ahora, del día a la mañana, en la calle y sin trabajo, víctimas de las subidas de los precios, de la miseria, el hambre y la represión. Las primeras consecuencias de la crisis en los países asiáticos son ya hoy dramáticas. Las quiebras de bancos y empresas, los cierres de fábricas o los ceses parciales de producción más o menos largos echan al desempleo a millones de obreros. En Corea del Sur, el desempleo se ha duplicado en cinco meses; un millón y medio de obreros expulsados, y muchos otros en paro parcial. El desempleo se dispara en Hongkong, Singapur, Malasia, Tailandia... De un día para otro, hay millones de obreros con sus familias que se quedan con lo puesto y eso cuando, por ser emigrantes, no son expulsados a punta de fusil hacia sus países de origen. El consumo se hunde, ¿ cómo no va a hundirse cuando, además de los despidos, la inflación se dispara a causa también del hundimiento de las monedas locales ?.

«Lo que parece vislumbrarse es una recesión profunda. En Malasia, el producto interior bruto (PIB) se ha contraído 1,8% en el primer trimestre. En Hongkong, el PIB ha bajado por primera vez desde hace trece años en 2% en los tres primeros meses del año» ([3]), mientras que Corea del Sur «está enfrentada a un “credit crunch” dramático que “amenaza con minar la industria y las exportaciones, último recurso de la recuperación económica”, ha declarado, el lunes, el ministro de Hacienda [coreano]. Se hace esta advertencia ahora que Corea del Sur ha registrado un crecimiento negativo de 2,6 % en mayo» ([4]).

Así, la prensa burguesa está hoy obligada a reconocer que no se trata solo de una «crisis financiera» que afecta a los antiguos «dragones» y a algún que otro «tigre», sino de un descalabro económico global para esos países. Este «reconocimiento» le permite en realidad ocultar una realidad mucho más grave: la situación dramática en la que se está hundiendo esa región del mundo no es ni más ni menos que una expresión espectacular de la crisis mortal del capitalismo como un todo ([5]). Esa situación se está volviendo a su vez factor de aceleración de la crisis general. Los recientes y violentos sobresaltos de las Bolsas de Hongkong, Bangkok, Yakarta, Taiwán, Singapur y Kuala-Lumpur a finales de mayo han desbordado ampliamente el marco del Sudeste asiático. En el mismo momento, efectivamente, las Bolsas de Moscú, de Varsovia y de países de Latinoamérica bajaban de manera muy considerable. De igual modo, las dificultades actuales de Japón (caída de su moneda, descenso importante del consumo interno, recesión abierta oficialmente prevista a pesar del aumento de los déficits presupuestarios) vienen a su vez a amenazar lo que queda de equilibrio financiero en la región, y anuncian una agudización de la guerra comercial. Una devaluación del yen acabará imponiendo una devaluación de la moneda china (cuya economía se está agotando), lo cual tendría consecuencias todavía más dramáticas para la región. Aunque a un nivel muy diferente, claro está, las dificultades japonesas van a tener consecuencias graves para toda la economía mundial.

La agravación de la crisis económica es mundial y afecta a todos los países

Todos los elementos que se han dado cita en el estallido asiático de finales de 1997, están reunidos ahora también en el caso de Rusia. Esta pide una ayuda de urgencia a los países del G7, los siete países más ricos del mundo, una ayuda de más de 10 mil millones de $, a la vez que los capitales huyen del país y el rublo, la moneda rusa, baja a pesar de unos tipos de interés de ¡150 %! Rusia se encuentra en la misma situación que los países asiáticos el invierno pasado, la de Corea en particular, con una deuda a corto plazo de 33 mil millones de $ a pagar en 1998, cuando sus reservas no llegan ni a 15 mil millones, y no permiten pagar los salarios obreros como lo acaban de recordar los mineros de Liberia ([6]). A diferencia de los países asiáticos, Rusia lleva ya en recesión desde hace 10años, con una economía sumida en el marasmo, en medio de un caos y una descomposición social que afecta a todos los sectores de la sociedad en una espiral sin fin.

Ésa es la única perspectiva que pueda hoy ofrecer el capitalismo a la inmensa mayoría de la población mundial. Miseria y hambre, desempleo o sobreexplotación en aumento, condiciones de trabajo que se degradan sin cesar, corrupción general, enfrentamientos entre bandas mafiosas, droga y alcoholismo, criaturas abandonadas cuando no son vendidas como esclavos, ancianos reducidos a la mendicidad y a morir en la calle, guerras sangrientas, caos y barbarie sin fin. No es esto un mal guión de ciencia ficción, sino la realidad cotidiana que conoce la inmensa mayoría de la población mundial y que ya se vive en Africa, en la ex URSS, en cantidad de países de Asia, en Latinoamérica, y que no hace sino acelerarse, afectando ahora a ciertas regiones europeas como lo muestra la ex Yugoslavia, Albania, y buena parte de los países del antiguo bloque del Este.

¿Qué alternativa a semejante barbarie?

Ante ese cuadro catastrófico, muy incompleto, ¿quedan soluciones o una alternativa? Solución en el marco del capitalismo, no hay. Las proclamas de políticos, economistas y periodistas y demás sobre la esperanza en un futuro mejor si se aceptan sacrificios hoy no sólo han sido desmentidas por la quiebra de los países asiáticos, incluido Japón, que nos presentaban como los ejemplos a seguir, sino, más ampliamente, por los treinta años de crisis económica abierta a finales de los años 60 y que han desembocado en el siniestro cuadro descrito.

¿Existe acaso una alternativa fuera del capitalismo? Y si sí, ¿cuál? Y sobre todo ¿quién es su portador? ¿Las grandes masas que se han rebelado en Indonesia?

La degradación repentina de las condiciones de vida en Indonesia, impuestas por las grandes democracias occidentales y el FMI del día a la mañana, iban a provocar, obligatoriamente, reacciones populares. En algunos meses, el PIB bajó 8,5 % en el primer trimestre de 1998, la rupia indonesia ha perdido 80 % de su valor desde el verano de 1997, la renta media ha bajado 40 %, la tasa de desempleo subió súbitamente al 17 % de la población activa, la inflación se dispara y alcanzará el 50 % en 1998. «La vida se ha vuelto imposible. Los precios no paran de aumentar. El arroz ha pasado de 300rupias antes de la crisis a 3000 hoy. Y pronto será peor» ([7]).

En esas condiciones era de lo más previsible la revuelta de una población ya miserable. Las grandes potencias imperialistas y los grandes organismos internacionales, como el FMI o el Banco Mundial, que han impuesto las medidas de austeridad a Indonesia, sabían que esas reacciones populares eran inevitables y se han preparado para ellas. Los días del presidente Suharto estaban contados desde el instante en que su autoridad estaba puesta en entredicho. La dictadura brutal instaurada por Estados Unidos en tiempos de la guerra fría con el bloque imperialista de la URSS, ha permitido desviar la revuelta y las manifestaciones hacia el nepotismo y la corrupción del dictador Suharto y su camarilla, evitándose así la más mínima puesta en entredicho del capitalismo. Ese desvío ha sido tanto más fácil porque el proletariado indonesio, débil y sin experiencia, no ha podido desplegar el menor movimiento en su terreno de clase. Las pocas huelgas o manifestaciones obreras –tal como han sido relatadas en la prensa burguesa– han sido rápidamente abandonadas. Los obreros se vieron pronto anegados en el interclasismo, o en los disturbios y el pillaje de almacenes junto a las grandes masas misérrimas y lumpenizadas con las que conviven en los barrios de latas, ya detrás de los estudiantes en el terreno de las «reformas», o sea en el terreno democrático contra la dictadura de Suharto. La sangrienta represión que ha hecho más de 1000 muertos en Yakarta y muchos más en provincias, ha permitido reforzar todavía más la mistificación democrática, dando todavía más peso a la «victoria» obtenida con la dimisión de Suharto. Dimisión fácilmente organizada y obtenida... por Estados Unidos.

En una situación de quiebra declarada del capitalismo, las burguesías de las grandes potencias imperialistas, y la estadounidense en primera fila, han logrado darle la vuelta a la situación en Indonesia, de la que son ellas las primeras responsables, en beneficio del capital y de la democracia burguesa. Y esto ha sido tanto más fácil al no haber sido capaz el proletariado de luchar como tal, en su terreno de clase, es decir contra la austeridad, el desempleo y la miseria, mediante huelgas o manifestaciones masivas.

La alternativa sólo puede ser la revolucionaria, anticapitalista. Y las portadoras de ella nunca podrán ser las grandes masas miserables sin trabajo, que se hacinan en inmensos suburbios de chabolas de las metrópolis de los países del «Tercer mundo». Sólo el proletariado internacional es portador de esa alternativa que implica la destrucción de los Estados burgueses, la desaparición del modo de producción capitalista y la marcha hacia el comunismo. Sin embargo, la réplica internacional del proletariado no se presenta de la misma manera por todas las partes del mundo.

Es verdad que, en Asia, todas las fracciones del proletariado no son tan débiles, no están tan faltas de experiencia como el de Indonesia. La clase obrera en Corea, por ejemplo, mucho más concentrada, tiene una experiencia de lucha más importante, y ha llevado a cabo, especialmente en los años 1980, luchas significativas ([8]). Pero también allí la burguesía se ha preparado. La «democratización» reciente de los sindicatos coreanos y del Estado –con la elección presidencial en diciembre último, en lo más álgido de la crisis–, al igual que las últimas elecciones locales, han reforzado las mentiras democráticas, dando a la burguesía una mayor capacidad para enfrentarse al proletariado y meterlo en falsas alternativas. En el momento en que escribimos, el Estado coreano, el nuevo presidente, Kim Dae Jung, antiguo oponente encarcelado durante largo tiempo, los dirigentes de las grandes empresas y los dos sindicatos, incluido el más reciente y «radical», están consiguiendo hacer tragar los millones de despidos, el paro parcial y los sacrificios gracias al juego democrático.

La responsabilidad histórica internacional
de la clase obrera de los países industrializados

El uso de las mistificación democrática, con la que se intenta atar a los obreros al Estado nacional, no podrá ser totalmente superado y aniquilado más que por el proletariado de las grandes potencias imperialistas «democráticas». Por su concentración y su experiencia histórica en la lucha contra la democracia burguesa, la clase obrera de Europa occidental y de Norteamérica es la única que pueda dar al proletariado mundial a la vez el ejemplo y el impulso de la lucha revolucionaria, y de darle la capacidad de afirmarse por todas partes como la única fuerza determinante y portadora de una perspectiva para todas las masas pauperizadas de la sociedad.

La burguesía lo sabe. Esta es la razón por la que acaba uniéndose momentáneamente para desplegar las maniobras y los ataques –económicos y políticos– más sofisticados contra la clase obrera. Esto lo pudimos comprobar en Francia en diciembre de 1995 y, después, en Bélgica y Alemania ([9]). Acabamos de volverlo a ver en Dinamarca.

Los 500 000 huelguistas del sector privado –para una población de 2 millones, lo que equivaldría a 5 millones de huelguistas en un país como Francia o Gran Bretaña– que han paralizado el país durante quince días del mes de mayo, son una ilustración de las potencialidades del descontento y de la combatividad obrera en Europa. No es por nada si la prensa ha presentado ese movimiento como un anacronismo, como una «huelga de ricos», para así limitar al máximo todo sentimiento de solidaridad, toda conciencia de la existencia de una misma lucha obrera.

Al mismo tiempo, el esmero que ha puesto la burguesía danesa en «resolver» el conflicto es una buena indicación del peligro proletario. El uso del juego democrático entre gobierno socialdemócrata, patronal, dirección del sindicato LO y sindicalismo de base, los «tillidsmand», así como el uso del referéndum sobre Europa para decretar el fin de la huelga, todo ha sido la expresión del armamento político sofisticado de la burguesía y de su pericia. Armamento político en el uso de la oposición entre dirección de LO y sindicalismo de base, para así asegurarse del control de los obreros. Habilidad en el «horario», en la planificación temporal de la huelga provocada entre las negociaciones sindicales y la fecha del referéndum sobre Europa que iba a «autorizar» –desde el punto de vista legal– al gobierno socialdemócrata a intervenir y «pitar» la vuelta al trabajo.

Pese al fracaso de la huelga y las maniobras de la burguesía, ese movimiento no tiene el mismo sentido que el de diciembre del 95 en Francia. Mientras que la vuelta al trabajo se hizo en Francia en medio de cierta euforia, con una especie de sentimiento de victoria que impidió que el sindicalismo fuera puesto en entredicho, el final de la huelga danesa se ha realizado en un ambiente de fracaso y de poca ilusión hacia los sindicatos. Esta vez, el objetivo de la burguesía no era lanzar una vasta operación de prestigio para los sindicatos a nivel internacional como en 1995, sino «mojar la pólvora», anticipándose al descontento y a la combatividad creciente que se están afirmando poco a poco tanto en Dinamarca como en los demás países de Europa y de otras partes.

Los esfuerzos y el esmero que ponen algunas burguesías, sobre todo las europeas, en su combate contra el proletariado contrastan vivamente con los métodos «primarios» represivos y brutales de sus colegas de los países de la periferia del capitalismo. El nivel de sofisticación, de maquiavelismo, utilizado es una clara señal del peligro histórico que hoy representa el proletariado de los países más industrializados para la burguesía. De este punto de vista, la huelga danesa es anunciadora de la réplica de clase y la perspectiva de luchas masivas que el proletariado experimentado de las grandes concentraciones de Europa occidental va a ofrecer a sus hermanos de clase de otros continentes. Anuncia también la perspectiva revolucionaria que el proletariado internacional debe ofrecer a las masas pobres y hambrientas que son hoy la inmensa mayoría de la población del planeta.

La alternativa al sombrío porvenir, a la siniestra perspectiva que el capitalismo nos «ofrece» en su descomposición, es ésta: una misma lucha revolucionaria del proletariado internacional cuya señal y dinámica serán dadas por las luchas de los obreros de las grandes concentraciones industriales de Europa y de América del Norte.

RL, 7 de junio de 1998

 

[1] Revista internacional nº 93.

[2] «El presidente chino Jiang Zenin ha acusado a India de “pretender desde hace tiempo la hegemonía en Asia del Sur” y que “India apunta a China” cuando reanuda sus pruebas nucleares» (Le Monde, diario francés, 4/6/98).

[3] Le Monde, 4/6/98.

[4] Le Monde, 3/6/98. «Credit crunch» es la súbita penuria de créditos.

[5] Ver la «Resolución sobre la situación internacional» del XXIº congreso de la CCI así como el artículo editorial de la Revista internacional nº 92.

[6] La huelga de mineros que exigían sus salarios no pagados desde hace meses. Ver Le Monde, 7/6/98.

[7] Le Monde, 4/6/98.

[8] «Las huelgas del verano de 1987», Revista internacional nº 51, otoño de 1987.

[9] Ver Revista internacional nos 84 y 85, 1996.

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [27]
  • Crisis económica [2]

Euro - La agudización de las rivalidades capitalistas

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Euro

La agudización de las rivalidades capitalistas
 

La cumbre de jefes de Estado de la Unión europea (UE) de principios de mayo del 98 tenía el objetivo de coronar dignamente la introducción de la moneda común, el euro. Fueron a Bruselas para celebrar su victoria sobre «el egoísmo nacionalista», nada menos. Anteriormente, el canciller alemán Kohl había asegurado que la nueva moneda encarna sobre todo la paz en Europa para el siglo que viene y, especialmente, la superación de la destructora rivalidad histórica entre Alemania y Francia.

Pero los hechos son tozudos y, en las ocasiones más inesperadas, hacen saltar por los aires las ideas falsas que las clases explotadoras inventan para encandilarse a sí mismas y sobre todo engañar a quienes explotan. En lugar de haber sido una demostración de confianza mutua y de colaboración pacífica entre Estados europeos, la cumbre de Bruselas y la celebración en ella del nacimiento del euro pronto acabó en pugilato en torno a un problema aparentemente secundario: cuándo tendría que sustituir el francés Trichet al holandés Duisenberg como presidente del nuevo Banco central europeo; y esto, dicho sea de paso, conculcando el propio tratado sobre el euro tan solemnemente adoptado.

Una vez acallados los ruidos de la batalla, una vez que el Presidente francés Chirac hubo terminado de alardear de la manera con la que había impuesto la sustitución de Duisenberg por Trichet dentro de cuatro años y el ministro de Finanzas alemán, Weigel, dejara de contestarle que el holandés, preferido por Bonn, podría quedarse los ocho años «si así lo deseaba», un silencio embarazoso cayó sobre las capitales europeas. ¿Cómo explicar esa repentina recaída en el espíritu nacionalista «de prestigio», tan anacrónico según dicen? ¿Por qué Chirac puso en peligro la ceremonia de introducción de la moneda común sin más razón que la de poner a un compatriota suyo en la dirección de un banco, un compatriota que tiene además fama de ser un «clónico» de Tietmeyer, presidente del Bundesbank?

¿Por qué tardó tanto Kolh en hacer una pequeña concesión sobre semejante problema? ¿Por qué lo han criticado tanto en Alemania por el compromiso que ha aceptado? ¿Y por qué las demás naciones presentes, las cuales, por lo visto, habían apoyado unánimemente a Duisenberg, aceptaron esa agria pendencia?

Tras haberse devanado los sesos, la prensa burguesa ha llegado a una explicación o más bien a varias explicaciones. En Francia, la responsabilidad del contratiempo de Bruselas se atribuye a la arrogancia de los alemanes. En Alemania se achaca al ego nacional abotargado de los franceses; en Gran Bretaña se imputa a la locura de los continentales, incapaces de contentarse con su sus buenas monedas de siempre.

¿No serán ya esas excusas y «explicaciones» la prueba de que lo que se jugaba en la cumbre Bruselas era un verdadero conflicto de intereses nacionales? La introducción de la moneda única no significa, ni mucho menos, que se vaya a limitar la competencia económica entre los capitales nacionales que participan en ella. Al contrario, se van a intensificar las rivalidades. El conflicto entre «esos grandes amigos» que son Kohl y Chirac expresa sobre todo la inquietud de la burguesía francesa ente el reforzamiento económico y político, frente a la agresividad del «compadre» alemán. El auge económico e imperialista de Alemania es una realidad brutal que no puede sino alarmar al «socio» francés, por muy prudente que sea la diplomacia de Kohl. En efecto, éste, previendo su probable retiro de canciller, ha hecho pasar el mensaje siguiente a sus sucesores: «La expresión «liderazgo alemán» en Europa debe ser evitada, pues podía llevar a la acusación de que estamos intentando ser hegemónicos» ([1]).

La agresividad creciente del capitalismo alemán

Mayo de 1998 ha sido testigo, de hecho, de dos concreciones importantes de la voluntad de Alemania de imponer medidas económicas con las que asegurar la posición dominante del capitalismo alemán a expensas de sus rivales más débiles.

La primera ha sido la organización de la moneda europea. El euro fue en su origen un proyecto francés impuesto a Kohl por Mitterrand a cambio del consentimiento francés a la unificación alemana. En aquella época, la burguesía francesa temía, con razón, que el Banco federal de Francfort no utilizara el papel dominante del marco, mediante una política de tipos de interés altos, para obligar a toda Europa a participar en la financiación de la unificación alemana. Pero cuando Alemania puso finalmente todo su peso en ese proyecto (y sin él, el euro no habría existido nunca), lo que surgió fue una moneda europea que corresponde a los conceptos y a los intereses de Alemania y no a los de Francia.

Como escribía el diario Frankfurter Allgemeine, portavoz de la burguesía alemana, tras la cumbre de Bruselas: «La independencia del Banco central europeo, su instalación en Francfort, el pacto de estabilidad de apoyo a la unión monetaria, el rechazo al “gobierno económico” como contrapeso político al Banco central... en última instancia, Francia ha sido incapaz de imponer ni una sola de sus exigencias. Hasta el nombre de la moneda única inscrito en el Tratado de Maastricht, el “ecu” –que recuerda el nombre de una moneda histórica de Francia– ha sido abandonado en el camino de Bruselas por el más neutro de “euro”. (...) Francia se encuentra así, en lo que a sus conceptos y prestigio políticos se refiere, con las manos vacías. Chirac ha hecho de malo en Bruselas para intentar borrar, al menos parcialmente, esa impresión» (5/05/98).

La segunda manifestación importante reciente de la agresividad de la expansión económica alemana está demostrada por las operaciones internacionales de compra de empresas realizadas por los principales constructores  de automóviles alemanes. La fusión de Daimler-Benz y Chrysler va a hacer de ellos el tercer gigante mundial del automóvil. Incapaz de sobrevivir como tercer constructor americano independiente frente a General Motors y Ford, habiendo ya sido salvado de la quiebra por el Estado americano durante la presidencia de Carter, a Chrysler no le quedaba otra opción que la de aceptar la oferta alemana, incluso a sabiendas de que eso proporciona a Daimler, que ya es la empresa principal alemana de armamento y aeronáutica, un acceso a los intereses de Chrysler en el armamento de EEUU y en los proyectos de la NASA. No estaba seca la tinta de esa firma cuando ya Daimler anunciaba su intención de comprar Nippon Trucks. Aunque Daimler es el primer constructor mundial de camiones, sólo posee el 8 % del importante mercado asiático. También aquí está la burguesía alemana en posición de fuerza. En efecto, aunque el Estado japonés sabe que el gigante de Stuttgart tiene la intención de utilizar esa compra para incrementar su parte en el mercado asiático de camiones hasta 25 % y... a expensas de Japón, le es difícil impedir ese acuerdo a causa de la quiebra irremediable que golpea a la que fue orgullosa compañía Nippon Trucks.

Y para completar ese cuadro, la pelea sobre la compra del británico Rolls Royce de Vickers lo es exclusivamente entre dos empresas alemanas, lo cual pone, sin duda, a los honorables accionistas de Vickers ante una «dolorosa» alternativa histórica. Venderse a BMW es casi casi un sacrilegio si se recuerda la batalla de Inglaterra de 1940, en la que la Royal Air Force, equipada con motores Rolls Royce, repelió la Luftwaffe alemana cuyo proveedor era ese mismo BMW. «La idea de que BMW posea Rolls Royce me rompe el alma» ha declarado uno de esos venerables gentlemen a la prensa alemana. Por desgracia, la otra opción era Volkswagen, empresa creada por los nazis, lo cual obligaría a la Reina de Inglaterra a desplazarse en el «coche del pueblo».

Todo eso no es más que el inicio de un proceso que no va a limitarse a la industria automovilística. El Gobierno francés y la Comisión europea de Bruselas acaban de ponerse de acuerdo sobre un plan de salvamento del Crédit lyonnais, uno de los primeros bancos franceses. Uno de los objetivos principales de ese plan es impedir que las partes más lucrativas de ese banco caigan en manos alemanas ([2]).

Durante la guerra fría, Alemania, nación capitalista importante, estaba dividida, ocupada militarmente y poseía una soberanía estatal parcial. No tenía la posibilidad política de desarrollar una presencia internacional de sus bancos y sus empresas, una presencia que hubiera correspondido a su poderío industrial. Con el desmoronamiento en 1989 del orden mundial surgido de Yalta, la burguesía alemana no vio ninguna razón para seguir soportando esa situación en todo lo referente a finanzas y negocios. Los acontecimientos recientes han confirmado que los tan demócratas sucesores de Alfred Krupp y Adolf Hitler son tan capaces como sus predecesores de abrirse paso a codazos entre sus rivales. No es de extrañar que sus «amigos» y «socios» capitalistas estén tan furiosos.

El euro, instrumento contra la tendencia a «cada uno para sí»

Kohl entendió antes que sus colegas alemanes que el hundimiento de los bloques imperialistas, pero también la inquietud producida por la unificación alemana podrían provocar una oleada de proteccionismo que había sido contenida gracias a la disciplina impuesta en el bloque occidental. Estaba claro que Alemania, principal potencia industrial de Europa y campeona de la exportación, corría el riesgo de volverse una de las principales víctimas de aquella posible tendencia.

Lo que hizo adherirse a la posición de Kohl a la mayoría de la burguesía alemana –tan orgullosa de su marco alemán y tan asustada por la inflación ([3])– fue la crisis monetaria europea de agosto de 1993, que, de hecho, ya se había iniciado un año antes cuando Gran Bretaña e Italia abandonaron el Sistema monetario europeo (SME). La crisis vino provocada por una importante especulación internacional sobre las monedas, la cual no es sino la expresión de la crisis de sobreproducción crónica y general del capitalismo. Esto casi desemboca en la explosión del SME que había sido instaurado por Helmut Schmidt y Giscard d'Estaing para impedir las fluctuaciones incontroladas e imprevisibles de las monedas con el riesgo de paralizar el comercio en Europa. Ese sistema apareció entonces como algo inadecuado ante el avance de la crisis. Además, en 1993, la burguesía francesa –a menudo más capaz de determinación que de sentido común– propuso, a espaldas de Alemania, sustituir el marco por el franco francés como moneda de referencia de Europa. Esta propuesta era, evidentemente, descabellada y obtuvo un sonado rechazo por parte de sus «socios», especialmente por parte de Holanda (o sea de... Duisenberg). Todo ese montaje convenció a la burguesía alemana del peligro que contenía la tendencia incontrolada de «cada uno para sí». Esto hizo que se pusiera del lado de su Canciller. La moneda común fue pues concebida como algo que hiciera imposibles las fluctuaciones monetarias entre los diferentes «socios comerciales» europeos y poder así atajar la tendencia hacia el proteccionismo y el hundimiento del comercio mundial. En fin de cuentas, Europa es, con EEUU, el centro principal del comercio mundial. Pero, contrariamente a Estados Unidos, Europa está dividida en múltiples capitales nacionales. Y como tal es, potencialmente, un eslabón débil del comercio mundial. Hoy, incluso los mejores abogados de la «Europa unida» como la CDU y el SPD en Alemania, admiten que «no existe alternativa a la Europa de las patrias» ([4]). Y sin embargo, se instaura el euro para limitar los riesgos a nivel del comercio mundial. Por eso es por lo que el euro es apoyado por la mayoría de los fracciones de la burguesía, y eso no sólo en Europa, sino también en Norteamérica.

Entonces, si ese apoyo general al euro existe ¿de dónde viene ese agudizamiento de la competencia capitalista? ¿Dónde estaría ese interés particular de la burguesía alemana? ¿Por qué la visión alemana del euro sería la expresión de su autodefensa agresiva a expensas de sus rivales? En otras palabras ¿por qué disgusta tanto a Chirac?

Euro: los más fuertes imponen sus reglas a los más débiles

Es un hecho de sobras conocido que en los últimos treinta años, la crisis ha afectado a la periferia del capitalismo más rápida y brutalmente que al corazón del sistema. No hay, sin embargo, nada de natural ni de automático en ese curso de los acontecimientos. La acumulación más importante y explosiva de las contradicciones capitalistas, se encuentra, precisamente, en el centro del sistema. Por eso, el que los dos países capitalistas más desarrollados, Estados Unidos y Alemania, fueran, tras lo de 1929, las primeras víctimas y las más brutalmente afectadas por la crisis mundial, es algo que se corresponde mucho más con el curso espontáneo y natural del capitalismo decadente. Durante las décadas pasadas, hemos podido ver, uno tras otro, el hundimiento económico de Africa, de Latinoamérica, de Europa de Este y Rusia y, más recientemente, del Sudeste asiático. El mismo Japón empieza a tambalearse. Norteamérica y Europa del Oeste, especialmente EEUU y Alemania, han sido, a pesar de todo, los más capaces en resistir. Y lo han sido porque, en cierta medida, han sido capaces de impedir la tendencia a «cada uno para sí», tendencia dominante en los años 30. Han resistido mejor porque han sido capaces de imponer sus reglas de conducta en la competencia capitalista, y esas reglas existen para asegurar la supervivencia de los más fuertes. En el naufragio actual del capitalismo, esas reglas permiten empezar a tirar por la borda a los «piratas» más débiles. La burguesía presenta esas reglas como la receta que permitirá civilizar, pacificar y hasta eliminar la competencia entre las naciones, cuando en realidad son los medios más brutales para organizar la competencia en beneficio de los más fuertes. Mientras existía su bloque imperialista, sólo EEUU imponía las reglas. Hoy, aunque Estados Unidos sigue dominando económicamente a nivel mundial, en Europa es Alemania la que dicta cada día más la ley, imponiéndose a expensas de Francia y de los demás. A largo plazo, esta situación llevará a Alemania a encontrarse frente a los propios Estados Unidos.

El conflicto europeo sobre el euro

Es cierto que la moneda común europea sirve los intereses de todos sus participantes. Pero eso es sólo una parte de la realidad. Para los países más débiles, la protección que ofrece el euro puede compararse a la generosa protección que la Mafia ofrece a sus víctimas. Frente a la potencia de exportación superior de Alemania, la mayoría de sus rivales europeos han solido recurrir, en los últimos treinta años, a devaluaciones monetarias, como así ocurrió con Italia, Gran Bretaña o Suecia, o, cuando menos, a una política de estímulo económico y de moneda débil como ha ocurrido con Francia. En este país, el concepto de política monetaria «al servicio de la expansión económica» no ha sido una doctrina de Estado de menor entidad que el «monetarismo» del Bundesbank. A principios de los años 30, esas políticas, especialmente las devaluaciones bruscas, estaban entre las armas favoritas de las diferentes naciones europeas a expensas de Alemania. Bajo la nueva ley germánica del euro esas políticas ya no son posibles. En el centro de ese sistema hay un principio que a Francia le cuesta mucho digerir. Es el principio de la independencia del Banco central europeo, lo cual significa dependencia de la política y del apoyo de Alemania.

Los países más débiles –Italia es un ejemplo clásico– tienen escasos medios para mantener un mínimo de estabilidad fuera de la zona Euro, sin acceso a los capitales, a los mercados o a los tipos de interés más baratos que ofrece el mercado. Gran Bretaña y Suecia, relativamente más competitivas que Italia, y menos dependientes de la economía alemana que Francia y Holanda, son capaces de mantenerse más tiempo fuera del euro. En el interior de las murallas protectoras del euro, los demás han perdido algunas de sus armas en beneficio de Alemania.

Alemania podía llegar a un compromiso sobre lo de Trichet y la presidencia del Banco central europeo. Pero sobre la organización del euro o sobre la expansión internacional de sus bancos y su industria, no ha aceptado ningún compromiso. Y no podía ser de otra manera. Alemania es el motor de la economía europea. Pero después de treinta años de crisis abierta, incluso Alemania es un «hombre enfermo» de la economía mundial. Su dependencia del mercado mundial es enorme ([5]). Su importante masa de desempleados se está acercando a la de los años 30. Y le queda un arduo problema más por resolver: los astronómicos costes, económicos y sociales, de la unificación. Es la crisis de sobreproducción irreversible del capitalismo decadente lo que está zarandeando el corazón mismo de la economía alemana, obligándola, como a los demás gigantes del capitalismo, a combatir despiadadamente por su propia supervivencia.

Kr, 25/05/1998

 

[1] Declaraciones de Kohl en una reunión de la comisión parlamentaria de la Bundestag sobre finanzas y negocios de la Unión europea, del 21/04/97.

[2] Vale la pena recordar el papel importante desempeñado por el tan respetable Trichet en el asunto del Crédit lyonnais: ocultar al público la bancarrota de ese banco durante varios años.

[3] La burguesía alemana no ha olvidado 1929, ni tampoco 1923 cuando el Reichsmark (el marco de entonces) no valía ni siquiera «un trozo de papel higiénico».

[4] La división del mundo en capitales nacionales competidores sólo podrá ser superada por la revolución proletaria mundial.

[5] Alemania ha exportado por valor de 511 mil millones de $ en 1997, segundo detrás de EEUU (688 mil millones) y bastante más que Japón con 421 mil millones de $ (OCDE).

Geografía: 

  • Europa [28]

XIIIo Congreso de Révolution internationale – Resolución sobre la situación internacional

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XIIIo Congreso de Révolution internationale

Resolución sobre la situación internacional
 

Transcurrido un año, la evolución de la situación internacional ha confirmado en lo esencial los análisis contenidos en la Resolución adoptada por el XIIº Congreso de la CCI, en abril de 1997. En ese sentido, la presente resolución es simplemente un complemento de la citada limitándose a confirmar, precisar o actualizar los elementos que lo requieren en la situación actual.

 

Crisis económica

1) Uno de los puntos de la resolución precedente confirmados con total claridad es el relativo a la crisis económica capitalista. Así, en abril de 1997 decíamos que: «... Entre las mentiras abundantemente propaladas por la clase dominante para hacer creer en la viabilidad, a pesar de todo, de su sistema, ocupa también un lugar especial el ejemplo de los países del Sudeste asiático, los “dragones” (Corea del Sur, Taiwan, Hongkong, Singapur) y los “tigres” (Tailandia, Indonesia, Malasia) cuyas tasas de crecimiento actuales (algunas de ellas de dos dígitos) hacen morir de envidia a las burguesías occidentales... La deuda de la mayoría de esos países, tanto la externa como la interna de los Estados, está alcanzando grados que los están poniendo en la misma situación amenazante que los demás países... En realidad, si bien hasta ahora aparecen como excepciones, no podrán evitar indefinidamente, como tampoco lo pudo su gran vecino Japón, las contradicciones de la economía mundial que han convertido en pesadilla otros “cuentos de hadas” anteriores, como el de México...» (Punto 7, Revista internacional nº 90).

No hicieron falta más que cuatro meses para que las dificultades de Tailandia inauguraran la crisis financiera más importante del capitalismo desde los años 30, crisis que se ha extendido al conjunto de países del Sudeste asiático y que ha requerido la movilización de más de 120 mil millones de dólares (mucho más del doble de la ya excepcional ayuda a México en 1996) para evitar que un gran número de Estados de la región no se declararan en quiebra. El caso más espectacular es evidentemente el de Corea del Sur, undécima potencia económica mundial, miembro de la OCDE (el club de los «ricos») que se ha encontrado forzada a declarar suspensión de pagos, con una deuda de cerca 200 mil millones de dólares. Al mismo tiempo, este hundimiento financiero ha hecho temblar al país más grande del mundo, China, del que nos han vendido igualmente el «milagro económico» y también, a la segunda potencia económica del planeta, el mismísimo Japón.

2) Las dificultades que encuentra actualmente la economía japonesa, «el primero de la clase» durante décadas, no están únicamente motivadas por la crisis financiera desatada en el Sudeste asiático a finales de 1997. De hecho, desde comienzos de los años 90 Japón «se encuentra enfermo» y prueba de ello es la recesión larvada que no han podido solucionar los numerosos «planes de relanzamiento» (5 desde octubre del 97 que continúan a más de 19 anteriores) y que hoy ya se ha convertido en recesión oficialmente abierta (la primera en los últimos 23 años). Al mismo tiempo el yen, moneda estrella durante años, ha perdido un 40% de su valor respecto al dólar en los últimos tres años. Además, el sistema financiero japonés ha revelado con toda crudeza su debilidad mostrando una proporción de créditos dudosos que alcanzan el 15% del PIB anual del país, al tiempo que sigue siendo «la caja de ahorros del mundo» en especial con sus propiedades de miles de millones de dólares en Bonos del Tesoro americano. De hecho la preocupación y la angustia que ha provocado en toda la burguesía la situación de Japón está más que justificada. Es evidente que un hundimiento de la economía japonesa causaría un cataclismo al conjunto de la economía mundial. Pero esta situación tiene además otro significado: el que la economía más dinámica de la segunda posguerra mundial se encuentre hundida desde hace ocho años en un marasmo económico, indica el nivel de gravedad alcanzado por la crisis capitalista en los últimos treinta años.

3) Ante esta situación, los marxistas, deben leer por detrás de los discursos de los «expertos» de la clase dominante. Si creyéramos en estos discursos, habría que considerar que la cosas, tras el susto, vuelven por buen camino para el capitalismo, ya que se vislumbra una recuperación del conjunto de la economía mundial y las recaídas de la crisis financiera de Asía son menos destructivas de lo que algunos habían creído o anunciado hace meses. De hecho, nos dicen, hoy se está viendo a todas las Bolsas del mundo, empezando por Wall Street, batir récords históricos. En realidad, los acontecimientos recientes no contradicen en modo alguno el análisis hecho por los marxistas sobre la gravedad y el carácter insoluble de la crisis actual del capitalismo. En última instancia, tanto tras el hundimiento financiero de los «dragones» y «tigres» como tras la larga enfermedad de la economía japonesa encontramos el endeudamiento astronómico en el que se hunde día tras día el mundo capitalista: «... En fin de cuentas el crédito no permite ni mucho menos superar las crisis, sino, al contrario, lo que hace es ampliarlas y hacerlas más graves, como lo demostró Rosa Luxemburg apoyándose en el marxismo. Las tesis de la izquierda marxista... del siglo pasado siguen siendo hoy perfectamente válidas. Hoy como ayer, el crédito no puede ampliar los mercados solventes. Enfrentado a la saturación definitiva de éstos (mientras que en el siglo pasado podía existir la posibilidad de conquistar nuevos mercados), el crédito se ha convertido en condición indispensable para dar salida a la producción, haciendo así las veces de mercado real... (punto 4, ídem). «... ha sido principalmente la utilización del crédito, el endeudamiento cada día mayor, lo que ha permitido a la economía mundial evitar una depresión brutal como la de los años 30...».

4) De hecho, la característica más significativa de las convulsiones económicas que afectan hoy a Asia no es el impacto que pueden producir sobre las economías de los países desarrollados (aproximadamente un 1% del crecimiento del PIB) sino el hecho de que revelan el callejón sin salida en el que se encuentra el sistema capitalista hoy en día, un sistema condenado a una perpetua huida hacia adelante en el endeudamiento (una situación que se ve aún más agravada por los prestamos realizados en Asía en los últimos meses). Por otra parte, las convulsiones que afectan a estos «campeones del crecimiento» son una prueba evidente de que no hay ninguna formula que permita a un país o grupo de países escapar de la crisis histórica y mundial del capitalismo. En fin, la amplitud que han tomado estos sobresaltos financieros, mayor que la de años pasados, revela la agravación continua del estado de la economía capitalista mundial.

Ante la quiebra de los «dragones», la burguesía ha movilizado medios enormes con la participación de los principales países de ambos lados del Atlántico y Pacifico, dando pruebas de que, a pesar de la guerra comercial en la que están inmersas sus diferentes fracciones nacionales, está decidida a evitar que no se reproduzca una situación similar a la de los años 30. En este sentido el «cada uno para sí» que implica el hundimiento de la sociedad capitalista en la descomposición encuentra sus limites en la necesidad para la clase dominante de evitar una desbandada general que hundiría brutalmente al conjunto de la economía mundial en un verdadero cataclismo. El capitalismo de Estado que se desarrolla con la entrada del sistema en su fase de decadencia, y que se desarrolló particularmente a partir de la segunda mitad de los años 30 tiene por objeto garantizar un mínimo de orden entre las diferentes fracciones del capital dentro de las fronteras nacionales. Tras la desaparición de los bloques imperialistas tras el hundimiento del bloque ruso, el mantenimiento de una coordinación de las políticas económicas entre los diferentes Estados permite mantener este tipo de «orden» a escala internacional ([1]). Este hecho no pone en entredicho la continuación y la intensificación de la guerra comercial, pero permite que ésta se pueda llevar a cabo con ciertas reglas que permitan sobrevivir al sistema. En particular, esta política ha permitido a los países más desarrollados exportar hacia la periferia (África, América Latina, países del Este...) las manifestaciones más dramáticas de una crisis que encuentra, sin embargo, su origen en el centro del sistema capitalista (Europa Occidental, Estados Unidos y Japón). Del mismo modo permite establecer zonas de una mayor estabilidad (relativa) como actualmente se propone hacer con la instauración del euro.

5) Sin embargo, la puesta en práctica de todas las medidas de capitalismo de Estado, de coordinación de políticas económicas entre los países más desarrollados, de todos los planes de «salvamento» no pueden evitarle al capitalismo una quiebra creciente, por mucho que consigan aminorar el ritmo de la catástrofe. El sistema se podrá beneficiar, como ha ocurrido en el pasado, de curaciones momentáneas de su enfermedad, pero después del «relanzamiento» habrá nuevas recesiones abiertas y siempre convulsiones económicas y financieras. Dentro de la historia de la decadencia del capitalismo, con su espiral de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis abierta, existe una historia de la crisis que comenzó a finales de los años 60. A lo largo de los últimos treinta años hemos asistido a una degradación ineluctable de la situación del capitalismo mundial que se manifiesta especialmente por:

– una caída de las tasas medias de crecimiento (para los 24 países de la OCDE, período 1960-70: 5,6 %; 1970-80: 4,1 %; 1980-90: 3,4 %; 1990-95: 2,4 %);

– un crecimiento espectacular y general del endeudamiento, particularmente el de los Estados (representa hoy, para los países desarrollados, entre un 50 y un 130% de toda la producción anual);

– una fragilización e inestabilidad crecientes de las economías nacionales con quiebras cada vez más sistemáticas y brutales de sectores industriales o financieros;

– la exclusión de sectores cada vez más importantes de la clase obrera del proceso de producción (en la OCDE 30 millones de parados en 1989, 35 millones en 1993, 38 millones en 1996).

Y ese proceso va a continuar sin remisión. En particular el desempleo permanente, que expresa la quiebra histórica de un sistema cuya razón de ser ha sido la extensión del trabajo asalariado, no podrá más que crecer incluso aunque la burguesía haga todas las contorsiones posibles para ocultarlo e incluso logre estabilizarlo por el momento. Junto a todo tipo de ataques contra los salarios, las prestaciones sociales, la sanidad, las condiciones de trabajo, el desempleo va a convertirse cada vez más en el principal medio que utilizará la clase dominante para hacer pagar a sus explotados el precio de la quiebra histórica de su sistema.

Enfrentamientos imperialistas

6) Si bien los diferentes sectores nacionales de la burguesía, con objeto de evitar una explosión del capitalismo mundial, llegan a imponer un mínimo de coordinación en sus políticas económicas, nada de esto es posible en el terreno de las relaciones imperialistas. Los acontecimientos del año confirman plenamente, también en este punto, la Resolución del XIIº Congreso de la CCI: «... esas tendencias centrífugas, del “cada uno para si”, de caos en las relaciones entre los Estados, con sus alianzas en serie circunstanciales y efímeras, no solo no han aminorado sino todo lo contrario...» (punto 10, idem).

«... La primera potencia mundial está enfrentada, desde que desapareció la división del mundo en dos bloques, a una puesta en entredicho permanente de su autoridad por parte de sus antiguos aliados...» (punto 11, idem).

Es por ello por lo que hemos visto agravarse hasta límites insospechados la indisciplina de Israel ante el patrón americano, indisciplina que se ha visto agravada por los sucesivos fracasos de las misiones a Oriente Medio del mediador Dennis Ross, quien no ha conseguido restablecer el más mínimo avance en el proceso de paz de Oslo, pieza maestra de la «paz americana» en Oriente Medio. La tendencia constatada en los años pasados se confirma plenamente: «... entre otros ejemplos de la contestación del liderazgo americano hay que destacar aún... la perdida del monopolio en el control de la situación en Oriente Medio, zona crucial...» (punto 12, idem).

Del mismo modo, hemos visto a Turquía tomar distancias respecto a su «gran aliado» alemán (a quien ha reprochado impedir su entrada en la Unión Europea), al mismo tiempo que intenta establecer por su cuenta y riesgo una cooperación militar privilegiada con Israel.

En fin, asistimos a la confirmación de lo que señalaba igualmente nuestro XIIº Congreso «... Alemania, en compañía de Francia, ha iniciado un acoso diplomático en dirección de Rusia, país del que Alemania es el primer acreedor y que no ha sacado grandes ventajas de su alianza con Estados Unidos...» (punto 15, idem). La cumbre de Moscú entre Kohl, Chirac y Yelstin ha sellado una especie de «troika», reuniendo a los dos principales aliados de Estados Unidos en tiempos de la «guerra fría» y al que, tras el hundimiento del Este, había manifestado durante años juramento de fidelidad al gran gendarme. Aunque Kohl ha señalado que esta alianza no está dirigida contra nadie, es más que evidente que es a expensas de los intereses americanos si esos tres compadres intentan entenderse.

7) La manifestación más evidente del cuestionamiento al liderazgo estadounidense ha sido el lamentable fracaso en febrero de 1998 de la operación «Trueno del desierto» orientada a dar un nuevo «toque de atención» a Irak y, más allá de ese país, a las potencias que lo apoyan, especialmente a Francia y Rusia.

En 1990-91, Estados Unidos tendió una trampa a Irak empujándolo a invadir otro país árabe, Kuwait. En nombre del «respeto al derecho internacional» consiguieron alinear tras sí, de buen o mal grado, a la casi totalidad de Estados árabes y a todas las grandes potencias, incluso a la más reticente, Francia. La operación «Tempestad del desierto» le permitió afirmar su papel de único «gendarme del mundo» a la potencia americana, lo que le permitió abrir, a pesar de las trampas que se le tendieron en la ex-Yugoslavia, el proceso de Oslo. En 1997-98, han sido Irak y sus aliados los que han tendido una trampa a Estados Unidos. Los impedimentos de Sadam Husein al control de los «palacios presidenciales» (que no contenían, como se ha visto más tarde, ningún tipo de armamento que contraviniera las resoluciones de Naciones Unidas) han conducido a la superpotencia a una nueva tentativa de afirmar su supremacía por la fuerza de las armas. Pero esta vez, ha debido renunciar a su empresa ante la resuelta oposición de la casi totalidad de Estados árabes, de la mayor parte de las grandes potencias y con el único y tímido apoyo de Gran Bretaña. El balance es evidente, el hermano pequeño de la «Tempestad del desierto» no ha sido el «Trueno» que se esperaba, ni mucho menos. Ha sido más un petardo mojado que ha obligado a la primera potencia mundial a sufrir la afrenta de ver viajar al Secretario general de la ONU a Irak en el avión del presidente francés y ver cómo éste y aquél se encontraban antes y justo después del viaje. Lo que debía constituir un «toque de atención» para Irak y Francia, se ha convertido en una victoria diplomática para estos dos países.

El contraste entre los resultados de la «Tempestad del desierto» y el «Trueno» del mismo apellido permiten calibrar la actual crisis de liderazgo de Estados Unidos, crisis que no ha desmentido el medio fracaso alcanzado por Clinton en su gira africana de finales de marzo, gira que se proponía consolidar el avance operado en detrimento de Francia con el derrocamiento del régimen de Mobutu en 1996. Lo que ha revelado este viaje sobre todo es que los Estados africanos y en especial el más potente de todos ellos, la República Sudáfricana, tienden a jugar cada vez más sus propias cartas procurando librarse de la tutela de las grandes potencias.

8) Así, los últimos meses han confirmado plenamente lo que se había visto en el pasado: «... En lo que a la política internacional de Estados Unidos se refiere, el alarde y el empleo de la fuerza armada no sólo forman parte de sus métodos desde hace tiempo, sino que es ya el principal instrumento de defensa de sus intereses imperialistas, como lo ha puesto de relieve la CCI desde 1990, antes incluso de la guerra del Golfo. Frente a un mundo dominado por la tendencia de “cada uno para si”, en el que los antiguos vasallos del gendarme estadounidense aspiran a quitarse de encima la tutela que hubieron de soportar ante la amenaza del bloque enemigo, el único medio decisivo de EEUU para imponer su autoridad es el de usar el instrumento que les otorga una superioridad aplastante sobre todos los demás Estados: la fuerza militar. Pero en esto, EEUU está metido en una contradicción:

– por un lado, si renuncia a aplicar o hacer alarde de su superioridad, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;

– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a sus adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana... por eso, los éxitos de la actual contraofensiva americana no deben ser considerados, ni mucho menos, como definitivos, como una confirmación de su liderazgo. La fuerza bruta, las maniobras para desestabilizar a sus competidores (como hoy en Zaire) con todo su cortejo de consecuencias trágicas, van a seguir siendo utilizadas por esa potencia, contribuyendo así a agudizar el caos sangriento en el que se hunde el capitalismo...» (punto 17, idem).

Estados Unidos no ha tenido ocasión, en el último período, de utilizar la fuerza de sus armas y de participar directamente en este «caos sangriento». Pero eso no podrá seguir así, pues EEUU no puede quedarse parado ante la derrota diplomática que han sufrido en Irak.

Por otra parte, el hundimiento del mundo capitalista, con el telón de fondo los antagonismos entre las grandes potencias, en la barbarie guerrera y las masacres, prosigue como vemos en Argelia y recientemente en Kosovo que viene a azuzar la chispa siempre candente en los Balcanes. En esta parte del mundo los antagonismos, entre de un lado Alemania y del otro Rusia, Francia y Gran Bretaña, tradicionales aliados de Serbia, no podrán dejar sobrevivir por mucho tiempo a la paz de Dayton. Incluso si la crisis de Kosovo no se convierte inmediatamente en crisis abierta, es un claro exponente de que no hay posibilidades de una paz estable y sólida en la actualidad, en particular en esta región que es uno de los principales polvorines del mundo por el lugar que ocupa en Europa.

Lucha de clases

9) «... Este caos general, con su cortejos de sangrientos conflictos, masacres, hambre y más generalmente la descomposición que va corroyendo todos los aspectos de la sociedad y que contiene la amenaza de aniquilarla, tiene su principal alimento en el callejón sin salida en el que está metida la economía capitalista. Sin embargo, al provocar necesariamente ataques permanentes y siempre más brutales contra la clase productora de lo esencial de la riqueza social, el proletariado, semejante situación también provoca la reacción de ésta y contiene entonces la perspectiva de su surgimiento revolucionario...» (punto 19, idem).

Provocada por las primeras manifestaciones de la crisis abierta de la economía capitalista, el resurgimiento histórico de la clase obrera a finales de los años 60 puso fin a cuatro décadas de contrarrevolución e impidió al capitalismo aportar su propia respuesta a la crisis: la guerra imperialista generalizada. A pesar de los momentos de retroceso en el combate, las luchas obreras se inscribían en una tendencia general a librarse del control de los órganos de encuadramiento del Estado, en particular de los sindicatos. Esta tendencia se interrumpió brutalmente con las campañas que acompañaron el hundimiento de los supuestos «países socialistas» a finales de los años 80. La clase obrera sufrió un retroceso importante, tanto a nivel de su combatividad como de su conciencia: «... en los principales países del capitalismo, la clase obrera ha vuelto a una situación comparable a la de los años 1970 por lo que respecta a sus relaciones con los sindicatos y el sindicalismo: una situación en la que la clase, globalmente, lucha tras los sindicatos, sigue sus consignas y propaganda y, en definitiva, vuelve a confiar en ellos. En este sentido, la burguesía ha conseguido de momento borrar de las conciencias obreras las lecciones adquiridas a lo largo de los años 80, extraídas tras repetidas confrontaciones con los sindicatos...» (punto 12 de la Resolución sobre la situación internacional, XIIº Congreso de Révolution internationale, sección en Francia de la CCI).

Desde 1992, el proletariado ha retomado el camino del combate de clases pero, por la profundidad del retroceso sufrido y por el peso de la descomposición general de la sociedad burguesa que dificulta su toma de conciencia, el ritmo de este relanzamiento de las luchas está marcado por la lentitud. Sin embargo, su realidad se confirma no tanto por el desarrollo de las luchas obreras, que, por el momento es aún muy débil, sino por todas las maniobras desplegadas durante años por la burguesía: «...para la clase dominante, totalmente consciente de que los ataques crecientes contra la clase obrera van a provocar necesariamente respuestas de gran amplitud, se trata de tomar la delantera mientras la combatividad todavía sigue embrionaria, mientras todavía siguen pesando fuertemente sobre las conciencias las secuelas del hundimiento de los regímenes pretendidamente socialistas, para así mojar la pólvora y reforzar al máximo su arsenal de mistificaciones sindicalistas y democráticas...» (punto 21, idem).

Esta política de la burguesía se ha confirmado una vez más, en el verano de 1997, con la huelga de UPS en los Estados Unidos que ha acabado con una «gran victoria» de... los sindicatos. Igualmente se ha confirmado con la continuación de las grandes maniobras que a propósito del problema del desempleo han organizado las burguesías de diferentes países europeos.

10) Una vez más, la clase dominante responde de forma coordinada en la respuesta política al descontento creciente que provoca el aumento inexorable del desempleo. De un lado, en países como Francia, Bélgica o Italia lanza grandes campañas ideológicas sobre el tema de las 35horas de trabajo semanal que teóricamente permitirían la creación de cientos de miles de empleos. Por otra parte vemos, en Francia y también en Alemania, desarrollarse, bajo el control de los sindicatos y de diferentes «comités»  inspirados por los izquierdistas, movimientos de parados, con ocupaciones de lugares públicos y manifestaciones en la calle. En realidad esas dos políticas son complementarias. La campaña sobre las 35 horas, y la puesta en práctica efectiva de esta medida como ha hecho el gobierno de izquierdas en Francia permite:

–  «demostrar» que se pueden hacer «algunas cosas» para crear empleos;

– poner en juego una reivindicación «anticapitalista» porque los patronos serían hostiles a tal medida;

– justificar toda una serie de ataques contra la clase obrera que serían la contrapartida de la reducción de los horarios (intensificación de la productividad y de los ritmos de trabajo, bloqueo de los salarios, mayor «flexibilidad» en particular con la anualización del tiempo de trabajo como base de cálculo del mismo).

Por otra parte, las movilizaciones de parados organizadas por diferentes fuerzas de la burguesía buscan otros tantos objetivos antiobreros:

– a corto plazo, crea una división entre los diferentes sectores de la clase obrera, y sobre todo intenta culpabilizar a los trabajadores en activo;

– a más largo plazo, y éste es el objetivo principal, intenta desarrollar órganos para el control de los obreros desempleados que hasta ahora estaban poco encuadrados por los órganos especializados del Estado en tales tareas.

De hecho, estas maniobras ampliamente mediatizadas, sobre todo a escala internacional, son la prueba de que la burguesía es consciente de:

– su incapacidad para resolver el problema del paro (lo que indica que no se hace demasiadas ilusiones sobre la «salida del túnel de la crisis»);

– que la situación actual de débil combatividad de los obreros con empleo y de gran pasividad de los desempleados no va a durar demasiado tiempo.

La CCI ha puesto de relieve que, debido al peso de la descomposición y a los métodos progresivos con los que el capitalismo ha llevado al paro a decenas de millones de obreros en las últimas décadas, los parados no han podido organizarse y participar en el combate de clase (contrariamente a lo que ocurrió en algunos países en los años 30). Pero, al mismo tiempo, habíamos señalado que si bien no podrían constituir una vanguardia de los combates obreros, estarían obligados a encontrarse en la calle con otros sectores de la clase obrera cuando ésta se movilizara masivamente aportando al movimiento una fuerte combatividad resultante de su situación miserable, su ausencia de prejuicios corporativos y de la falta de ilusiones sobre el «futuro» de la economía capitalista. En este sentido, la maniobra actual de la burguesía en dirección de los parados significa que espera y se prepara para combates de la clase obrera y que se preocupa de que la participación de los obreros desempleados en este movimiento pueda ser saboteada por órganos de encuadramiento apropiados.

11) En esta maniobra, la clase dominante utiliza los sindicatos clásicos pero también recurre a sectores más «a la izquierda» de sus aparatos políticos (anarquistas, trotskistas, «autónomos», «de base») porque ante los parados y a su inmensa cólera tiene necesidad de exhibir un lenguaje más «radical» que el que normalmente utilizan los sindicatos oficiales. Este hecho ilustra igualmente un punto contenido en la Resolución adoptada por el XIIº Congreso de la CCI: hoy día nos encontramos en un «momento clave» entre dos etapas del proceso de relanzamiento de la lucha de clases, un momento en el que la acción del sindicalismo clásico que tuvo gran eficacia alo largo de los años 94-96, debe comenzar, aunque no está desprestigiada, a ser completada de forma preventiva por la el del sindicalismo «radical», de «combate» o de «base».

12) En fin, la continuación por parte de la burguesía de campañas ideológicas:

– sobre el comunismo, fraudulentamente identificado con el estalinismo (sobre todo con el ruido originado en torno al Libro negro del comunismo traducido a varias lenguas) y contra la Izquierda comunista con la matraca antinegacionista,

– de defensa de la democracia como única «alternativa» ante las manifestaciones de la descomposición y de la barbarie capitalista,

son la prueba de que la clase dominante, consciente de las potencialidades que percibe en la actual y futura situación, se preocupa desde este mismo instante en sabotear las perspectivas a largo plazo de los combates proletarios, el camino hacia la revolución comunista.

Ante esta situación, es responsabilidad de los revolucionarios:

– señalar la verdadera perspectiva comunista luchando contra todas las falsificaciones abundantemente difundidas por los defensores del orden burgués;

– mostrar el cinismo de todas las maniobras de la burguesía que llaman al proletariado a defender la democracia contra los pretendidos peligros «fascistas», «terroristas», etc.;

– denunciar todas las maniobras desarrolladas por la clase dominante para credibilizar y reforzar los aparatos de naturaleza sindical destinados a sabotear las futuras luchas obreras;

– intervenir ante las pequeñas minorías de la clase que se plantean cuestiones respecto al callejón sin salida histórico del capitalismo y la perspectiva revolucionaria;

– reforzar la intervención en el desarrollo ineluctable de la lucha de clases.

 Abril 1998.

 

[1] Al principio de este período hubo una tendencia al boicot de los organismos internacionales de concertación y de regulación económicas, pero muy rápidamente la burguesía supo sacar las lecciones del peligro de la tendencia a «cada uno para sí».

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [1]

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [27]
  • Crisis económica [2]

China, eslabón del imperialismo mundial, III - El maoísmo : un engendro burgués

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China, eslabón del imperialismo mundial, III

El maoísmo : un engendro burgués

 

Después de haber esbozado y diferenciado, tanto el periodo de la revolución proletaria en China
(1919-1927), como el de la contrarrevolución y guerra imperialista que le siguió (1927-1949) ([1]), y de haber mostrado que, tras la derrota de la clase obrera, la llamada «revolución popular china» no fue sino una mistificación elaborada por la burguesía con el objetivo de enrolar a las masas campesinas chinas en la guerra imperialista, quedan por exponer unos aspectos centrales de esa mistificación: el de Mao Tsetung como «líder revolucionario» y el maoísmo como una «teoría revolucionaria» y «desarrollo del marxismo». En este artículo nos proponemos, pues, mostrar al maoísmo como lo que realmente ha sido: una corriente ideológica y política burguesa más, surgida de lo más profundo del capitalismo decadente.

Contrarrevolución y guerra imperialista: las parteras del maoísmo

La corriente política de Mao Tsetung dentro del Partido comunista de China (PCCh) se originó en los años 30, en el periodo de la contrarrevolución y cuando el PCCh se había convertido ya en un organismo del capital, tras su derrota y destrucción física. Mao formó una de las tantas camarillas que se constituyeron, precisamente como producto de la degeneración del partido, para disputarse el control del mismo. Es decir, el origen del maoísmo nada tiene que ver con la revolución proletaria, si no es el hecho de que brota a partir de la contrarrevolución que la aplastó.

Por otra parte, Mao no toma el control del PCCh, y el maoísmo no se vuelve la «doctrina» oficial del mismo, sino hasta 1945, después de haber liquidado a la camarilla, hasta entonces dominante, de Wang Ming, en el tiempo en que el PCCh participa completamente en el siniestro juego de la guerra imperialista mundial. En este sentido, el ascenso de la camarilla de Mao Tsetung depende directamente de su complicidad con los grandes bandidos imperialistas.

Estas afirmaciones pueden sonar de lo más extraño a cualquiera que conozca la historia de China del siglo XX sólo a través de las obras de Mao, o que haya leído los manuales burgueses de historia de China. Lo que sucede es que Mao llevó a un extremo tal el arte de falsificar la historia de China y del PCCh (arte inspirado en el estalinismo, e iniciado desde 1928 por las camarillas que le precedieron), que hoy todavía el relato llano de los acontecimientos puede parecer un producto de la imaginación.

Esta inmensa labor de falsificación tiene como fundamento el carácter burgués y profundamente reaccionario de la ideología de Mao Tsetung. Al reescribir la historia, de tal manera que él mismo apareciera como el «líder» infalible y eterno del PCCh, a Mao le animaba no solamente el interés de reforzar su propio dominio político, sino que, en la base de este interés particular se encontraba el interés de clase de la burguesía, expresado tanto en el intento a largo plazo de borrar para siempre de la conciencia del proletariado las lecciones de su experiencia histórica revolucionaria de los años 20, como a corto plazo el de arrastrar a las masas obreras y campesinas a la carnicería imperialista que se preparaba. Ambos objetivos los cumplió perfectamente el maoísmo.

La contribución de Mao Tsetung a la liquidación del partido proletario

La mistificación tejida alrededor de Mao Tsetung se inicia desde el ocultamiento púdico de su oscuro origen político. A los historiadores maoístas les gusta repetir que Mao fue uno de los «fundadores» del PCCh, sin embargo, se muestran reacios a exponer su actividad política durante el periodo de ascenso de la lucha de la clase obrera. Tendrían que revelar que en ese tiempo, Mao Tsetung formaba parte del ala oportunista del Partido Comunista de China, la que seguía ciegamente las orientaciones del comité ejecutivo de la Internacional comunista en proceso de degeneración. Más específicamente, también tendrían que revelar que Mao fue parte del grupo del partido que ingresó en 1924 en el Comité ejecutivo del Kuomingtang, el partido nacional popular de la gran burguesía china, con el falaz argumento de que éste no era un partido burgués sino un «frente de clases».

En marzo de 1927, la víspera del aplastamiento sangriento de la insurrección de Shanghai a manos del ejército del Kuomingtang, mientras el ala revolucionaria del Partido comunista de China exigía desesperadamente el rompimiento de la alianza con el Kuomingtang, Mao Tsetung, unido al coro del oportunismo, seguía reivindicando las acciones del Kuomingtang y deseaba salud al carnicero Chiang Kai-chek ([2]).

Pocos meses después, Qu Qiubai, que había sido compañero de Mao en el Kuomingtang, fue nombrado dirigente del PCCh a instancias de los esbirros de Stalin recién llegados a China. La misión de Qu era descargar la responsabilidad del aplastamiento de la insurrección proletaria sobre los hombros de Chen Tusiu ([3]) (quien se había pasado a la oposición de izquierda de Trotski, y simbolizaba la corriente que luchaba contra las decisiones oportunistas de la Internacional), con la acusación de que éste ¡había caído en el oportunismo y subestimado el movimiento campesino!. El corolario de esta política fue la serie de desastrosas aventuras, durante la segunda mitad de 1927, que únicamente aceleraron la dispersión y aniquilamiento del Partido comunista de China, en el que Mao participó activamente.

Según la historia reescrita por Mao en 1945, él habría criticado la «línea oportunista de izquierda» de Qu. Lo cierto es que Mao Tsetung era partidario de la política de Qu Qiubai, como lo muestra su «Informe sobre Hunán» donde predice sin parpadear el «levantamiento como una tempestad de centenares de millones de campesinos». Esta predicción se concretó en la «revuelta de la cosecha de otoño», uno de los fiascos más significativos de la política «insurreccionista» de Qu Qiubai. Con el eje de la revolución –la clase obrera– quebrantado, las tentativas de levantar a los campesinos eran un verdadero crimen. Y así, el «levantamiento de cientos de miles de campesinos» de Hunán, se redujo a la grotesca y sangrienta aventura de no más de cinco mil campesinos y lumpenproletarios encabezados por Mao, la cual terminó con la huida de los sobrevivientes a las montañas y la remoción de aquél al Buró político del partido.

Así es como, en el periodo de la revolución proletaria, Mao Tsetung participó en la política del ala oportunista del PCCh, contribuyendo a la derrota de la clase obrera y al aniquilamiento del partido comunista en tanto que organización del proletariado.

La conversión del PCCH en un partido burgués y la creación de la camarilla de Mao

En los artículos anteriores señalamos cómo el Partido comunista de China fue exterminado física y políticamente por las fuerzas combinadas de la reacción china y el estalinismo. A partir de 1928 los obreros dejaron de militar en masa en él. En cambio, se empezó a formar el «ejército rojo» mediante el alistamiento creciente de campesinos y lumpenproletarios, en tanto que, de comunista, al partido sólo le quedó el nombre. En el PCCh no solamente empezaron a sobresalir los elementos que desde el principio habían estado más alejados de la clase obrera y más ligados al Kuomingtang, sino que en adelante fue alimentado por todo tipo de deyecciones reaccionarias: estalinistas adoctrinados en la URSS, generales del Kuomingtang, «señores de la guerra» en búsqueda de territorio, intelectuales patriotas y hasta nobles «sensatos» y grandes burgueses. Con esta plétora, el interior de este otro PCCh se volvió una guerra a muerte permanente entre camarillas disputándose el control del partido y del «ejército rojo».

Como ocurrió con todos los partidos de la Tercera internacional, la degeneración del Partido comunista de China y su conversión en un instrumento del capital, no solamente marcó el triunfo de la contrarrevolución, sino que a la vez se convirtió en una fuente de terrible confusión para la clase obrera respecto a la función y la vida interna de las organizaciones revolucionarias, confusión que los ideólogos de la burguesía no hicieron sino repercutir, amplificando este trabajo de mistificación. Así, todos los historiadores oficiales presentan al PCCh de 1928 en adelante como modelo de partido «comunista», si bien existe una división del trabajo entre, por una parte los defensores de la «democracia occidental», para quienes la guerra de camarillas en el PCCh es una «prueba» de la «sordidez», de la «turbiedad» de los comunistas, y de la invalidez del marxismo; y, de otra parte, los defensores del maoísmo, para quienes esa misma guerra clánica era una lucha entre la «línea eternamente correcta del genial presidente Mao». Ambos campos ideológicos, aparentemente opuestos, se reparten en realidad la faena para ir en el mismo sentido: identificar falazmente a las organizaciones revolucionarias del proletariado con lo contrario de éstas, es decir, con las organizaciones del capital que surgieron de la decadencia del capitalismo y de la contrarrevolución burguesa.

Lo cierto, es que Mao Tsetung habría de desplegar todas sus «potencialidades» solamente en el medio putrefacto del PCCh pasado a la burguesía. Ya desde su mítica «retirada» – huida desastrosa – a las montañas de Xikang, Mao ensayó los métodos de gángster que finalmente le llevarían al control del partido y del ejército. Primero, hizo un pacto de alianza con los jefes de los bandidos que controlaban la zona. Poco después, esos jefes fueron eliminados, y Mao tomó el control completo de la zona. Fue en este tiempo, en la inseparable compañía de Chu Te –un general enemigo de Chiang Kai-chek– cuando Mao empezó a cimentar su propia banda.

Por otra parte, Mao sabía agacharse temporalmente ante los rivales de mayor jerarquía, hasta que los podía superar. Cuando Qu Qiubai fue sustituido por Li Lisan, Mao se volvió contra Qu, en favor de la «línea» de Li Lisan, la cual, por lo demás, no era otra cosa que la continuación de la política aventurera «golpista» de su predecesor. La historia reescrita por Mao nos dice que éste se opuso rápidamente a Li Lisan. Pero en realidad, Mao participó plenamente en uno de los fracasados intentos, impulsados por la IC del « tercer periodo », por Bujarin (carta de la IC de octubre de 1929) y por Li Lisan a mediados de 1930, de «tomar las ciudades» utilizando a los «guerrilleros» del campo.

Fue solamente después, a finales de 1930, cuando Mao Tsetung cambió nuevamente de bando, cuando la camarilla encabezada por Wang Ming denominada «los estudiantes retornados» (retornados de Moscú en donde fueron formados dos años) o los «28 bolcheviques », inició una «limpieza» en el partido para tomar las riendas de éste, y Li Lisan fue destituido. Entonces ocurrió el obscuro «incidente de Futian»: Mao Tsetung realizó su segunda acción punitiva, esta vez de mayor envergadura, y ahora contra los miembros del propio PCCh que controlaban la región de Fujian, acusados según diversas versiones de ser seguidores de Li Lisan, de formar parte de una «Liga antibolchevique», o hasta ser miembros de un «Partido socialista». Los indicios más veraces de esta acción fueron dados a conocer en occidente sólo años después de la muerte de Mao. Una revista china de 1982, por ejemplo, refería que «la purga en Fujian occidental, que duró un año y dos meses e hizo estragos en toda el área soviética, comenzó en diciembre 1930 con el incidente de Futian. Un gran número de dirigentes y masas del partido fueron acusados de pertenecer al Partido socialdemócrata y perdieron la vida. El número llegó a cuatro mil o cinco mil. De hecho, no existía ningún partido socialdemócrata en el área...» ([4]).

Como pago por esa «purga», Mao Tsetung logró, en parte, congraciarse con la camarilla de los «estudiantes retornados» pues, aunque él también había sido acusado de seguir la «línea» de Li Lisan y «haber cometido excesos» en Fujián, a diferencia de otros no fue «liquidado» ni «deportado» como tantos. Y si bien fue depuesto de su mando militar, Mao fue nombrado a cambio, durante el pomposamente llamado «Primer congreso de los soviets» de China realizado a fines de 1931, «Presidente de los soviets», un cargo «administrativo» supeditado al grupo de Wang Ming.

En adelante, Mao buscaría, a la vez que consolidar su propia banda, dividir calladamente a la camarilla dominante de los «estudiantes retornados». Por lo pronto, Mao quedó supeditado a ésta, como lo muestra el hecho de que, en 1933, la alianza con el «régimen de Fujian» (formado por generales que se habían rebelado contra Chiang Kai-chek) propuesta por él, fuera rechazada por Wang Ming, para no perjudicar los tratos entre la URSS y Chiang Kai-chek, y que, meses después, Mao tuviera que retractarse públicamente de esa propuesta acusando a ese mismo régimen de «engañar al pueblo»([5]). Y como lo muestra también el hecho de que, a pesar de que Mao fuera ratificado como Presidente en 1934, Chang Wentian –miembro de la camarilla de «los estudiantes retornados» y Primer ministro de los «soviets»– era el verdadero hombre fuerte del Partido.

En la Larga marcha con la banda estalinista

La mistificación de la «Revolución popular china» siempre ha presentado a la Larga marcha como la más grande epopeya «antiimperialista» y «revolucionaria» de la historia. Ya hemos señalado que el verdadero propósito de la Larga marcha era transformar a las guerrillas campesinas, dispersas en una decena de regiones por toda China y orientadas más bien hacia luchas locales contra los terratenientes, en un ejército regular, centralizado, apto para la guerra de posiciones, que sirviera como instrumento de la política imperialista de la URSS.

Por otra parte, la mistificación nos dice que la Larga marcha fue una obra inspirada y dirigida por el Presidente Mao. Esto no fue realmente así. En primer lugar, en el periodo de preparación e inicio de la marcha, Mao Tsetung se hallaba enfermo y aislado políticamente por la banda de Wang, por lo cual no «inspiraba» nada. En segundo lugar, la Larga marcha no pudo ser «dirigida» por Mao, sencillamente porque en ese periodo no existía aún un mando concentrado del Ejército rojo (era lo que se intentaba crear), éste se hallaba formado por una decena de destacamentos dispersos, con dirigentes más o menos independientes. En todo caso, lo que daba cohesión al PCCh y al «Ejército rojo» en ese periodo era la política imperialista de la URSS, encarnada en la banda de los «estudiantes retornados», la cual basaba su fuerza en el apoyo político, diplomático y militar que recibía del régimen de Stalin.

Por último, la mistificación «enseña» que fue durante la Larga marcha cuando la «línea correcta» de Mao se elevó por encima de las «líneas incorrectas» de Wang Ming y Chang Kuotao. Lo cierto es que la concentración de las fuerzas del «Ejército rojo» agudizó las pugnas entre camarillas, por la disputa del mando central. Y también es cierto que, en esas pugnas, Mao escaló algunos puestos, si bien lo hizo aún a la sombra de la banda de Wang. Al respecto hay que señalar dos acontecimientos.

El primero, es la reunión de Tsunyi, de enero de 1935. A esta reunión los maoístas la llaman «histórica», porque se supone que a partir de allí Mao dirigiría al «Ejército rojo». La dichosa reunión fue en realidad una conspiración de las bandas del destacamento en que viajaba Mao, en la que se acordó el nombramiento de Chang Wentian (de la banda de los «estudiantes retornados») como secretario del partido, mientras que a Mao se le concedía la recuperación de su cargo anteriormente perdido en el comité militar. Estos nombramientos serían poco después cuestionados por una parte importante del partido, con el argumento de que la reunión de Tsunyi no había sido un congreso, y serían una de las causas de la escisión del PCCh.

El segundo acontecimiento sucedió a mediados de 1935, en la región de Sechuán, donde se habían concentrado varios destacamentos del «Ejército rojo». Fue aquí donde Mao Tsetung, respaldado por la banda de los «estudiantes retornados» intentó tomar el mando total del ejército, a lo cual se opuso Chang Kuotao, quien era otro viejo miembro del PCCh que había estado al frente de una «base roja» y que para entonces dirigía un destacamento mayor y mejor conservado que el de Mao y Chang Wentian. En agosto, la feroz disputa terminó con una escisión dentro del Partido y el Ejército, formándose dos Comités centrales. Chang Kuotao permaneció en la región de Sechuán con la mayor parte de las fuerzas que se habían concentrado allí. Incluso compañeros de Mao, como Liu Pocheng y Chu Te (su secuaz desde la huída a Chingkang) se pasaron al lado de Chang Kuotao. Entonces, Mao y Chang Wentian, con su disminuido destacamento salieron precipitadamente hacia la región norteña de Shensi, hacia la «base roja» de Yenán, la cual estaba señalada como el punto de concentración definitivo de los destacamentos del «Ejército rojo».

Al transcurrir los meses, la fuerzas que permanecieron en Sechuán quedaron aisladas y fueron paulatinamente diezmadas, lo que finalmente las obligaría a marchar también a Yenán. Esto sellaría el destino de Chang Kuotao: al llegar allí sería depuesto de sus cargos y, en 1938 se pasaría al Kuomingtang. De aquí, la mistificación maoísta hizo surgir la leyenda del «combate contra el traidor Chang Kuotao». A decir verdad, al cambiar de partido, lo único que hacía Chang Kuotao era salvar su propio pellejo de las purgas que Mao emprendería en Shensi. Pero, en cuanto a intereses de clase, entre Mao Tsetung y Chang Kuotao no había diferencia alguna, como no la había entre el PCCh y el Kuomingtang.

Hay que señalar también que fue durante la concentración de tropas en Sechuán cuando se publicó, haciendo eco a la política imperialista de la URSS proclamada por el séptimo congreso de la Internacional estalinizada, el llamado al frente unido nacional contra Japón, es decir, el llamado para que los explotados se subordinaran a los intereses de sus explotadores. Con ello, el PCCh no solamente reafirmaba su naturaleza burguesa, sino que se destacaba como uno de los mejores reclutadores de carne de cañón para la guerra imperialista.

El control de Yenan y la alianza con el Kuomingtang

Fue en Yenán, entre 1936 y 1945, durante la guerra contra Japón, cuando Mao, desplegando todos sus recursos de astucia, sus maniobras y purgas, se levantó con el control del PCCh y el «ejército rojo». En la guerra de facciones de Yenán pueden distinguirse tres fases que marcan el ascenso de Mao: primera, la de la eliminación del grupo fundador de la base de Yenán; después la de la consolidación de la banda de Mao y los primeros enfrentamientos abiertos contra la de Wang Ming; y, finalmente la de la eliminación de esta última.

El maoísmo glorificó la expansión del «ejército rojo» en la región de Shensi como producto de una lucha revolucionaria de los campesinos. Ya hemos dicho que en realidad esta expansión se basó, por una parte, en el método de alistamiento de los campesinos adoptado por el PCCh (la alianza de clases, en la que los campesinos obtenían una pequeña disminución de impuestos, tan pequeña que no disgustara a los terratenientes, a cambio de servir como carne de cañón) y, por otra parte, en la alianza con los «señores de la guerra» regionales y con el Kuomingtang mismo. Sobre este aspecto, son reveladores los acontecimientos de 1936, los cuales también enmarcan la liquidación de la antigua dirigencia de Yenán.

Cuando el destacamento de Mao Tsetung y Chang Wentian llegó a Yenán, en octubre de 1935, se encontró con otra lucha de facciones en el lugar. Liu Shidan, quien había fundado y dirigido la base desde principios de la década, había sido «purgado», torturado y encarcelado. El destacamento recién llegado inclinó la balanza a su favor, y Liu fue liberado, pero a cambio quedó subordinado a Mao y Chang Wentian.

A principios de 1936 los destacamentos de Liu Shidan recibieron la orden de iniciar una expedición al Este, hacia Shansi, teniendo que enfrentar a un poderoso «señor de la guerra» (Yan Jishan) y en seguida a las tropas de Chiang Kai-chek que llegaron a reforzarlo. La expedición fue derrotada y durante ella murió Liu Shidan. Poco después, salió otra expedición al Oeste que también fue derrotada. Estos acontecimientos, y en particular la muerte de Liu, permitieron a Mao y Chang Wentian tomar el control de la base de Yenán. Esto recuerda, aunque ahora en escala mayor, la manera en que Mao tomó el control de las montañas de Chingkang años antes: llegó con fuerzas maltrechas a una zona controlada por otros; formó una alianza con los jefes de esa zona; y, finalmente esos jefes fueron pretendidamente muertos «desafortunadamente», gracias a lo cual Mao logró tomar el control.

Mientras las expediciones al Este y Oeste eran derrotadas, Mao, por su parte, establecía una alianza con otro «señor de la guerra». Hacia el sur de Yenán, la región de Sian estaba controlada por el soldadote Yang Hucheng, quien había dado asilo al gobernador de Manchuria Chang Hsueliang junto con sus tropas, tras haber sido derrotado por los japoneses. Desde diciembre de 1935, Mao entró en contacto con Yang Hucheng y unos meses después estableció una pacto de no agresión con éste. Fue sobre la base de ese pacto que ocurrió el «incidente de Sian» a finales de 1936 que ya relatamos en la Revista internacional 84: Chiang Kai-chek fue hecho prisionero por Yang Hucheng y Chang Hsueliang, pero en lugar de ser enjuiciado por colaborar con los japoneses como querían éstos, bajo la presión de Stalin se aprovechó su captura para negociar una nueva alianza entre el PCCh y el Kuomingtang.

Los maoístas han tratado de ocultar el carácter de las alianzas del PCCh con los jefes de guerra y con el propio verdugo de Shangai, en las que participó Mao, como una «hábil maniobra» para aprovechar las divisiones en las clases dominantes. Es cierto que la burguesía tradicional, los terratenientes y los militaristas estaban divididos, pero no debido a intereses de clase diferentes, ni siquiera a que unos fueran «progresistas» y otros «reaccionarios» o, como decía Mao a que unos fueran «sensatos» y los otros no. Su división obedecía solamente a intereses particulares, pues a unos les convenía la unidad de China bajo el dominio de Japón porque así conservaban u obtenían poder regional, mientras que a los otros habiendo sido desplazados por los japoneses (como el señor de Manchuria por ejemplo), les convenía buscar el apoyo de las potencias antagónicas a Japón.

En este sentido, la alianza entre el PCCh y el Kuomingtang tuvo un evidente carácter de clase burgués, imperialista, concretándose de manera precisa, en un pacto de ayuda militar de la URSS al ejército de Chiang Kai-chek que incluyó cientos de aviones de caza y bombarderos y el establecimiento de una ruta con 200 camiones, que fue la principal fuente abastecimiento del Kuomingtang hasta 1941. A la vez, se estableció una zona propia para el PCCh, la «mítica» Shensí-Kansú-Ningsia, que tuvo su complemento en la integración de los destacamentos principales del «ejército rojo» (bajo el nombre de «octavo ejército» y «cuarto ejército») en el propio ejército de Chiang Kai-chek, y en la participación de una comisión del PCCh en el gobierno del Kuomingtang.

En el plano de la vida interna del PCCh, hay que señalar que los comisionados para negociar, y posteriormente participar en el gobierno de Chiang, representaban tanto a los «estudiantes retornados» (Po Ku, el mismo Wang Ming) como a la banda de Mao (Chou Enlai), reafirmándose que Mao aún no tenía el control del partido y el ejército, y que aún se mantenía, por lo menos exteriormente, del lado de los esbirros declarados de Stalin.

Le derrota de Wang Ming y el coqueteo con Estados Unidos

La pugna de Mao contra «los estudiantes retornados» no se manifestó abiertamente por primera vez hasta octubre de 1938, durante el pleno del comité central de PCCh. Mao aprovechó el fracaso en la defensa de Wuhan (sede del gobierno del Kuomingtang atacada por los japoneses) ordenada por Wang Ming, para cuestionar el mando de éste sobre el partido. Sin embargo, Mao Tsetung aún tuvo que aceptar la ratificación de Chang Wentian como «secretario general» y debió esperar dos años más para lanzar un ataque definitivo contra Wang Ming, cuando la guerra imperialista volcó la situación en el PCCh contra la banda de «los estudiantes retornados».

En efecto, a mediados de 1941, el ejército alemán invadió la URSS, y el régimen estalinista, para evitar abrir un nuevo frente de guerra por su retaguardia, prefirió firmar un pacto de no agresión con Japón. Esto trajo como consecuencia, por una parte, el cese de la ayuda militar de la URSS al Kuomingtang y, por otra, la paralización y caída política de la camarilla estalinista de Wang Ming dentro del PCCh, al quedar ésta desvalida y en una posición «colaboracionista». Pocos meses después, en diciembre, el ataque a Pearl Harbor marcó la entrada de Estados Unidos en la guerra contra Japón por el control de la región del Pacífico. Estos acontecimientos provocaron una fuerte oscilación, no sólo del Kuomingtang, sino también del PCCh, y en particular de la camarilla de Mao Tsetung, hacia los Estados Unidos.

De manera inmediata, Mao se abalanzó contra la camarilla de «los estudiantes retornados» y sus acólitos. Tal fue el fondo de la famosa «campaña de rectificación», una acción punitiva más, que duró desde 1942 hasta mediados de 1945. Mao comenzó atacando a los dirigentes del partido, especialmente a los «estudiantes retornados» como «dogmáticos incapaces de aplicar el marxismo en China». Aprovechando las rivalidades en el interior de la camarilla de Wang, Mao logró poner de su lado a algunos miembros de ella, como a Liu Chaichi a quien otorgó el puesto de secretario general del partido, y a Kang Cheng quien se convirtió en el inquisidor, el del « trabajo sucio », tal como le había correspondido al propio Mao en 1930, en Fujián.

Las publicaciones de la camarilla de Wang fueron suspendidas, y se permitieron sólo las que estaban bajo el control de Mao. Asimismo, la banda de Mao tomó el control de las escuelas del partido y de las lecturas de los militantes. La «purga» tomó fuerza, y hubo enjuiciamientos y persecuciones, que, desde Yenán, se extendieron a todo el partido y el ejército. Los «convencidos» (como Chou Enlai) quedaban subordinados a Mao. Los «recalcitrantes» eran, o desterrados a las zonas de guerra donde caían en manos de los japoneses, o directamente eliminados.

La purga alcanzó su apogeo en 1943, coincidiendo con la disolución oficial de la Internacional y la mediación de Estados Unidos entre el PCCh y el Kuomingtang. Se dice que, como producto de la «purga», fueron liquidadas entre 50 mil a 60 mil personas. Los miembros más prominentes de la banda de los «estudiantes retornados» quedaron eliminados: Chang Wentian fue expulsado de Yenán, Wang Ming estuvo a punto de morir envenenado, Po Ku perdió su posición y murió en 1946 en un «accidente aéreo»...

La «campaña de rectificación», corresponde, en el plano de la guerra, al viraje del PCCh hacia los Estados Unidos. Ya hemos abordado este aspecto en la Revista internacional nº 84. Aquí sólo hay que subrayar que fue precisamente Mao Tsetung, junto con su camarilla, quien impulsó dicho viraje, tal como queda descrito en la correspondencia oficial de la misión estadounidense asentada en Yenán en esos años ([6]), y que no es casual que el combate contra la camarilla estalinista coincida con el acercamiento a los Estados Unidos. Evidentemente, esto no hace de Mao Tsetung un «traidor al campo comunista» (como posteriormente le acusaría Wang Ming y la camarilla gobernante rusa), solamente es otra muestra del interés de clase burgués que le anima. Al igual que para Chiang Kai-chek, y para toda la burguesía china en general, para Mao Tsetung, su sobrevivencia era una cuestión de calcular fríamente a la sombra de cuál de las dos potencias imperialistas –la URSS o EUA– era más conveniente acogerse.

En este sentido, tampoco es casual que el tono de la «rectificación» se hubiera moderado al volverse evidente que la URSS triunfaría sobre Alemania. De hecho, la purga terminó «oficialmente» en abril de 1945, dos meses después de la firma del pacto de Yalta en el que, entre otras cosas, las potencias imperialistas «aliadas» decidieron que la URSS declarara la guerra a Japón y cuando ésta se disponía a invadir el norte de China. Fue por ello por lo que el PCCh tuvo que ponerse nuevamente bajo las órdenes de la URSS. La vuelta temporal de Mao al redil de Stalin no fue voluntaria, sino forzada por la repartición imperialista del mundo.

A pesar de todo, como resultado de la «rectificación», Mao Tsetung con su banda pudo finalmente tomar el control del PCCh y el ejército. Creó para sí el título de «presidente del partido» y proclamó que el «maoísmo» o «pensamiento Mao Tsetung» era «el marxismo aplicado a China». A partir de entonces los maoístas difundirían la mistificación según la cual Mao habría ascendido al mando debido a su genio teórico y estratégico y al «combate» contra todas las «líneas incorrectas». ¡Pura mentira! Al escucharles, Mao habría fundado el «Ejército rojo», elaborado la reforma agraria, dirigido triunfalmente la Larga marcha, establecido las «bases rojas»... Y fue así como Mao Tsetung, el taimado arribista, se elevó al rango de mesías.

El maoísmo: un arma ideológica del capital

Como «teoría», el maoísmo se impuso, pues, durante la guerra imperialista mundial, en el seno de un partido que, aunque se hacía llamar comunista, pertenecía ya al campo del capital. En sus orígenes, el maoísmo buscaba justificar, y con ello solidificar, la toma del control de todos los hilos de ese partido por parte de Mao Tsetung y su camarilla. Al mismo tiempo, el maoísmo tenía que justificar la participación del partido, junto con el Kuomingtang, la nobleza, los militaristas, la burguesía y las potencias imperialistas, en la guerra imperialista. Esto implicaba el ocultamiento de los verdaderos orígenes del PCCh, de tal manera que, desde el principio, el maoísmo constituyó no sólo una «interpretación» particular de la guerra de camarillas dentro del partido, sino también una tergiversación completa de la historia, tanto del propio PCCh, como de la lucha de clases. La derrota de la revolución proletaria y la degeneración del Partido comunista de China quedaron borradas, y la nueva existencia del PCCh como un instrumento del capital encontró su justificación «teórica» en el maoísmo.

Sobre la base de esa tergiversación, el maoísmo se alzó como otro más de los instrumentos de propaganda ideológica de la burguesía utilizados para, tras la bandera de la «defensa de la patria», enrolar a los trabajadores –principalmente a las masas campesinas– en la carnicería imperialista. Por último, cuando el PCCh tomó el poder, el maoísmo se convirtió en la «teoría» oficial del Estado «popular», esto es, en la tapadera de la forma del capitalismo de Estado que se instauró en China.

Por lo demás, aunque se revista con un lenguaje seudo marxista, el «pensamiento Mao Tsetung» nunca oculta que sus fuentes son otras tantas «teorías» pertenecientes al campo de la ideología burguesa.

Por una parte, ya desde la época en que participaba en la coalición del PCCh con el Kuomingtang, Mao consideraba que la lucha campesina debería supeditarse a los intereses de la burguesía nacional, representada por Sun Yatsen: «Derribar a las fuerzas feudales es el verdadero objetivo de la revolución nacional... los campesinos han realizado lo que el Dr. Sun Yatsen quiso pero no logró cumplir en los cuarenta años que consagró a la revolución nacional» ([7]). Posteriormente, las referencias a los principios de Sun estarían en el centro de la propaganda maoísta para enrolar a los campesinos en la guerra imperialista: «En lo que concierne al Partido Comunista, toda la política que ha seguido en estos diez años corresponde fundamentalmente al espíritu revolucionario de los Tres Principios del Pueblo y las Tres Grandes Políticas del Dr. Sun Yatsen» ([8]). «Nuestra propaganda debe hacerse conforme al siguiente programa: hacer realidad el Testamento del Dr. Sun Yatsen despertando a las masas populares para la resistencia común al Japón...» ([9]).

En el primer artículo de esta serie ya hemos aclarado que, durante los «cuarenta años que consagró a la revolución nacional», Sun Yatsen nunca dejó de buscar pactos y alianzas con las grandes potencias imperialistas, incluso con Japón, que el «nacionalismo revolucionario» de Sun Yatsen era una mistificación detrás de la que se escondían los intereses imperialistas de la burguesía china, y esto desde la época de la «revolución» de 1911. El maoísmo no hizo sino reapropiarse de esa mistificación, es decir, se apuntaló con los viejos temas ideológicos de la burguesía china.

Por otra parte, el «genial» «pensamiento Mao Tsetung» es, en gran medida, sólo un calco de los toscos manuales estalinistas oficiales de la época. Mao adula a Stalin como el «gran continuador del marxismo», tan sólo para retomar por su propia cuenta la brutal falsificación del marxismo llevada a cabo por Stalin y sus ideólogos. La pretendida «aplicación del marxismo a las condiciones de China» del maoísmo es sólo la «aplicación» de los temas de la ideología contrarrevolucionaria e igualmente imperialista del estalinismo.

Una falsificación completa del marxismo

Pasemos revista tan sólo a algunos de los aspectos esenciales de la supuesta «aplicación del marxismo» según el «pensamiento Mao Tsetung».

Sobre la revolución proletaria

Quien estudie la historia de China a través de las obras de Mao Tsetung jamás tendrá la menor idea de que la oleada de la revolución proletaria mundial iniciada en 1917 alcanzó también a China. El maoísmo (y tras éste, la historia oficial, maoísta y no maoísta) sepultó llana y completamente la historia de la revolución proletaria en China.

Cuando Mao menciona el movimiento obrero, es únicamente para asociarlo con la supuesta «revolución democrático-burguesa»: «La revolución de 1924-1927 tuvo lugar gracias a la cooperación de los dos partidos –el PCCh y el Kuomingang– sobre la base de un programa definido. En dos o tres años apenas, se lograron enormes éxitos en la revolución nacional... tales éxitos fueron la creación de la base de apoyo revolucionaria de Kuangtung y la victoria de la Expedición al Norte» ([10]).

Aquí, cada aseveración de Mao es una mentira: el periodo de 1924-1927, como ya hemos visto, se caracterizó no por una «revolución nacional», sino, ante todo, por el ascenso de la lucha revolucionaria de la clase obrera de las grandes ciudades chinas, hasta la insurrección contra la clase capitalista. La cooperación entre el PCCh y el Kuomingtang, es decir la subordinación oportunista del partido proletario a la burguesía, no produjo «enormes éxitos» sino derrotas trágicas para el proletariado. Finalmente, la «expedición al Norte» no fue una «victoria» de la revolución sino el movimiento envolvente de la burguesía para controlar las ciudades y aplastar al proletariado; la culminación «victoriosa» de esa expedición fue precisamente la masacre del proletariado a manos del Kuomingtang.

En una obra de 1926, en plena efervescencia del movimiento obrero, al hablar del proletariado, Mao no podía dejar de referirse a las entonces recientes «huelgas generales de Shanghai y Hongkong a raíz del incidente del 30 de mayo» ([11]). Sin embargo, en 1939, cuando el maoísmo estaba ya fermentando, el llamado «Movimiento del 30 de mayo de 1925», es reducido por Mao a una manifestación de la pequeña burguesía intelectual, y nunca menciona siquiera a la histórica insurrección de Shangai de marzo de 1927, en la cual participaron casi un millón de trabajadores ([12]).

El haber enterrado metódicamente toda la experiencia, de importancia histórica y mundial, del movimiento de la clase obrera en China, es uno des los aspectos esenciales de la contribución «original» del maoísmo a la ideología burguesa, al oscurecimiento de la conciencia de clase del proletariado; aunque, por supuesto, no es la única.

El internacionalismo

Es este uno de los principios que fundamentan la lucha histórica de la clase obrera, y por ello mismo uno de los principios de base del marxismo, el cual contiene la destrucción de los Estados capitalistas, la superación de las barreras nacionales impuestas por la sociedad burguesa. «El internacionalismo ha sido una de las piedras angulares del comunismo. Desde 1848 quedó bien afirmado en el movimiento obrero que los obreros no tienen patria... si el capitalismo encontró el marco para su desarrollo en las naciones, el comunismo sólo podrá instaurarse a escala mundial. La revolución proletaria destruirá las naciones» (Introducción a nuestro folleto Nación o Clase).

Pues bien, en boca de Mao, este principio se convierte precisamente en lo contrario, en la defensa de la nación burguesa. Según Mao el internacionalismo es idéntico al patriotismo: «¿Puede un comunista, que es internacionalista, ser al mismo tiempo patriota? Sostenemos que no sólo puede, sino que debe serlo... en las guerras de liberación nacional el patriotismo es la aplicación del internacionalismo... Somos a la vez internacionalistas y patriotas, y nuestra consigna es “luchar contra el agresor en defensa de la patria”»([13]).

Recordemos, de paso, que la supuesta «guerra de liberación nacional» de la que habla Mao aquí, no es sino la segunda guerra mundial. Así que, al enrolamiento de los trabajadores para la guerra imperialista se le llama una ¡«aplicación del internacionalismo»! Fue detrás de mistificaciones tan monstruosas como ésta, que la burguesía arrastró a los trabajadores a masacrarse entre sí.

En este caso, Mao Tsetung ni siquiera tiene el mérito de haber formulado por primera vez la ingeniosa frase de que «un internacionalista puede ser al mismo tiempo patriota», pues tan sólo retoma el discurso de Dimitrov, uno de los ideólogos al servicio de Stalin: «El internacionalismo proletario debe, pudiéramos decirlo así, “aclimatarse” en cada país... Las “formas nacionales” de la lucha proletaria no contradicen el internacionalismo proletario... la revolución socialista significará la salvación de la nación» ([14]); quien, a su vez, emula las declaraciones de los socialtraidores, estilo Kautsky, que empujaron al proletariado a la primera carnicería imperialista mundial de 1914: «Todos tienen el derecho y la obligación de defender su patria; el verdadero internacionalismo consiste en reconocer este derecho para los socialistas de todas las naciones» ([15]). Así que, sobre este aspecto, sí debemos reconocer una evidente continuidad del maoísmo, aunque no con el marxismo, sino con todas las «teorías» que lo han deformado para servicio de la burguesía.

La lucha de clases

Hemos mencionado que, en sus obras, Mao enterró la experiencia del movimiento obrero. Es cierto que habla constantemente de la «dirección del proletariado en la revolución».

Pero el aspecto más importante del «pensamiento Mao Tsetung» sobre la lucha de clases es el que remarca que los intereses de las clases explotadas deben subordinarse a los de las clases explotadoras: «Es un principio establecido que, en la Guerra de Resistencia contra el Japón, todo debe estar subordinado a los intereses de ésta. Por consiguiente, los intereses de la lucha de clases deben estar subordinados a los intereses de la Guerra de Resistencia, y no en conflicto con ellos... hay que aplicar una política apropiada de reajuste de las relaciones entre las clases, una política que, por una parte, no deje a las masas trabajadoras sin garantías políticas y materiales, y, por la otra, tenga en cuenta también los intereses de los ricos » ([16]).

Tal es el discurso de Mao Tsetung, el de un funcionario burgués clásico, que detrás de las promesas de «garantías políticas y materiales», exige los mayores sacrificios, aún la vida, a los trabajadores, en aras del «interés nacional», es decir, en aras del interés de la clase capitalista. La única peculiaridad es el cinismo con el que el maoísmo califica a esos argumentos como un «desarrollo del marxismo».

El Estado

El famoso «desarrollo del marxismo» a cargo del maoísmo sería entonces la «teoría» de la «nueva democracia», «la vía revolucionaria» para los países subdesarrollados. Según ésta teoría «la revolución de nueva democracia... no conduce a la dictadura de la burguesía, sino a la dictadura de frente único de las diversas clases revolucionarias bajo la dirección del proletariado... también difiere de la revolución socialista; sólo procura derrocar la dominación de los imperialistas, los colaboracionistas y los reaccionarios en China, pero no elimina a ningún sector del capitalismo que pueda contribuir a la lucha antiimperialista y antifeudal».

Mao habría descubierto una nueva forma de Estado, en la que no dominaría una clase particular, sino que sería un frente o una alianza de clases. Esto puede ser una nueva formulación de la vieja teoría de la colaboración de clases, pero nada tiene que ver con el marxismo. La «teoría» de la «nueva democracia» es sólo una nueva edición de la gastada «democracia» burguesa que pretende ser el gobierno «de todo el pueblo», es decir de todas las clases, con la única diferencia de que Mao le llama «frente de diversas clases», y el propio Mao lo reconoce así: «La revolución de nueva democracia coincide en lo esencial con la revolución preconizada por Sun Yatsen con sus Tres Principios del Pueblo... Sun Yatsen declaraba: “En los Estados modernos, el llamado sistema democrático está en general monopolizado por la burguesía y se ha convertido simplemente en un instrumento de opresión contra la gente sencilla. En cambio, según el Principio de la Democracia sostenido por el Kuomingtang, el sistema democrático es un bien común de toda la gente sencilla y no se permite que sea propiedad exclusiva de unos pocos”» ([17]).

En la práctica, la teoría de la «nueva democracia» sirvió como medio de subordinar a las poblaciones mayoritariamente campesinas en las zonas controladas por el PCCh. Posteriormente, fue también la tapadera ideológica de la forma del capitalismo de Estado que se instauró en China cuando el PCCh tomó el poder.

El método materialista dialéctico

Durante décadas, las obras «filosóficas» de Mao han sido divulgadas en los círculos universitarios como «filosofía marxista». Sin embargo, la filosofía de Mao –a pesar del lenguaje pseudomarxista que maneja– no sólo no tiene nada que ver con el método marxista, sino que le es completamente antagónico. La filosofía de Mao Tsetung, inspirada en los manualitos estalinistas de la época, no es sino un medio para justificar las contorsiones políticas de su creador.

Para dar tan sólo un ejemplo, la retórica embrollada de Mao sobre «las contradicciones» se puede resumir en lo siguiente: «En el proceso de desarrollo de una cosa compleja hay muchas contradicciones y, de ellas, una es necesariamente la principal, cuya existencia y desarrollo determina o influye en la existencia y desarrollo de las demás contradicciones... En un país semicolonial como China, la relación entre la contradicción principal y las contradicciones no principales ofrece un cuadro complejo. Cuando el imperialismo desata una guerra de agresión contra un país así, las diferentes clases de éste, excepto un pequeño número de traidores, pueden unirse temporalmente en una guerra nacional contra el imperialismo. Entonces, la contradicción entre el imperialismo y el país en cuestión pasa a ser la contradicción principal, mientras todas las contradicciones entre las diferentes clases dentro del país (...) quedan relegadas temporalmente a una posición secundaria y subordinada (...) tal es también el caso de la actual guerra chino-japonesa».

En otros términos, la «teoría» maoísta de las «muchas contradicciones que cambian de lugar», quiere decir, sencillamente que el proletariado puede y debe supeditar su lucha de clase contra la burguesía en aras del «interés nacional»; que las clases antagónicas se pueden y se deben «unir» en aras de la guerra imperialista; que las clases explotadas pueden y deben subordinarse a los intereses de sus explotadores. ¡No es por nada si la burguesía se ha encargado de difundir en las universidades la filosofía maoísta a título de «marxismo»!

En suma: el maoísmo no tiene nada que ver, pues, ni con la lucha, ni con la conciencia, ni con las organizaciones revolucionarias de la clase obrera. No tiene nada que ver con el marxismo, no es ni «parte» ni «tendencia» ni «desarrollo» de éste como tampoco lo es de la teoría revolucionaria del proletariado. Por el contrario, el contenido del maoísmo es una falsificación completa del marxismo, su función es enterrar todos los principios revolucionarios, obscurecer la conciencia de clase del proletariado y sustituirla con la más tosca ideología nacionalista. Como «teoría», el maoísmo es sólo una de las formas que adoptó la ideología burguesa de la época de la decadencia del capitalismo, durante el periodo de la contrarrevolución y la guerra imperialista.

Ldo.

 

[1] Ver Revista internacional nº 81 y 84. [En estos artículos, los nombres propios chinos están transcritos al antiguo modo, el de antes de 1979].

[2] Informe sobre una encuesta del movimiento campesino de Hunán, Mao Tsetung, marzo de 1927.

[3] Vease cuadro a final del artículo.

[4] Citado por Lazlo Ladany, The Communist Party of China and Marxism, Hurst & Co., 1992, traducido por nosotros.

[5] Discurso de Mao durante el IIº congreso de los "soviets chinos", publicado en Japón. Citado por Lazlo Ladany, op. cit.

[6] Lost chance in China. The World War II despatches of John S. Service, JW Esherick (editor), Vintage Books, 1974.

[7] Informe sobre una encuesta del movimiento campesino de Hunán, Mao Tsetung, marzo de 1927.

[8] Las tareas urgentes tras el establecimiento de la cooperación entre el Kuomingtang y el Partido comunista, Mao Tsetung, setiembre de 1927.

[9] Problemas tácticos actuales en el frente único antijaponés, Mao Tsetung, setiembre de 1937.

[10] Ver el primer artículo de esta serie, Revista internacional nº 81.

[11] Análisis de las clases en la sociedad china, marzo de 1926.

[12] La revolución china y el PCCh, Mao Tsetung, diciembre de 1939.

[13] El papel del Partido comunista de China en la guerra nacional. Mao Tsetung, octubre 1938

[14] Informe presentado por Georgi Dimítrov, agosto 1935. En «Fascismo, democracia y frente popular. VIIº Congreso de la Internacional comunista». Cuadernos de Pasado y Presente 76, México: 1984.

[15] Citado por Lenin en El fracaso de la Segunda internacional, septiembre de 1915.

[16] El papel del PCCh en la guerra nacional, op.cit.

[17] La revolución china y el PCCh, op.cit.

Geografía: 

  • China [29]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Maoismo [30]

IV - La plataforma de la Internacional comunista

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Junto a los artículos de la serie «El Comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia», estamos publicando algunos de los documentos clásicos del movimiento revolucionario del siglo XXº, que tratan del significado y objetivos de la revolución proletaria. En esta ocasión, transcribimos la Plataforma de la Internacional comunista, adoptada en el Congreso de su fundación (marzo de 1919), como base para la adhesión al nuevo partido mundial, de todos los grupos y corrientes auténticamente revolucionarios.

La gran oleada revolucionaria que se alzó en respuesta a la guerra imperialista de 1914-18 alcanzó, precisamente en 1919, su punto culminante. La insurrección de Octubre en Rusia y la toma del poder por el proletariado organizado en consejos obreros, encendió una llamarada que amenazó con acabar con el capitalismo mundial. Entre 1918 y 1920, Alemania, el auténtico corazón del capitalismo mundial, se vio sacudida por varios levantamientos revolucionarios; mientras, al mismo tiempo, se sucedían luchas masivas en las principales ciudades industriales del planeta, desde Italia a Escocia, de Argentina a Estados Unidos. En el momento mismo en que tiene lugar el primer congreso de la IC, llegan las noticias de la proclamación de la República de los Soviets en Hungría...

Igualmente, sin embargo, otros acontecimientos que acababan de suceder ponían de manifiesto las terribles consecuencias que tendría, para ese creciente movimiento de masas, el hecho de no ser guiado por un partido comunista centralizado a escala internacional y dotado de un programa claro. La derrota del levantamiento de Berlín en enero de 1919, especialmente marcada por el asesinato de Luxemburgo y Liebknecht, fue, en gran parte, el resultado de la incapacidad del recién nacido KPD para alertar a los trabajadores sobre las trampas y provocaciones de la burguesía, y así guardasen sus energías para un momento más propicio. La fundación de la Internacional Comunista obedecía pues también a esta exigencia imperiosa de la lucha de clases. Representaba también la culminación del trabajo desarrollado por el ala izquierda revolucionaria desde el colapso de la IIª Internacional en 1914.

Pero lejos de suponer un liderazgo impuesto desde fuera, la Internacional comunista era, en sí misma, un producto orgánico del movimiento obrero, y la claridad de sus posiciones programáticas en 1919 es un reflejo de su estrecha vinculación con las tendencias más profundas de esa oleada revolucionaria. Del mismo modo la posterior degeneración oportunista de la IC, estuvo también estrechamente ligada al declive de esa oleada, y al aislamiento del bastión ruso.

El borrador de la Plataforma fue escrito por Bujarin, y por Eberlein, delegado del KPD. Ambos tenían también el mandato de presentar sus puntos principales ante el Congreso. Las puntualizaciones de Bujarin merecen ser recordadas, pues en ellas se pone de manifiesto cómo esta plataforma incorpora algunas de las aportaciones teóricas del movimiento comunista emergido del naufragio de la socialdemocracia:

«Lo primero que aparece es una introducción teórica que da una caracterización general de la época actual, desde un punto de vista concreto, que es el de la bancarrota del sistema capitalista. Anteriormente este tipo de introducciones se limitaban a una descripción general del sistema capitalista. En la actualidad, a mi parecer, esto resulta insuficiente, ya que no debemos contentarnos con describir las características generales del capitalismo y del imperialismo, sino igualmente, mostrar el proceso de desintegración y colapso de este sistema. Este es el primer aspecto de la cuestión. El segundo es que debemos examinar el sistema capitalista no en abstracto, sino concretamente, mostrando su carácter de capitalismo mundial, y por ello deberemos examinarlo como una única entidad, un conjunto económico. Y si miramos a este sistema económico capitalista mundial, desde el punto de vista de su colapso, entonces deberemos preguntarnos: ¿Cómo se ha llegado a este colapso?. Y para ello, debemos analizar, primeramente, las contradicciones del sistema capitalista» (Actas del Primer congreso de la Internacional comunista: Informe sobre la Plataforma, traducido del inglés por nosotros).

Bujarin sigue diciendo también que en esa época de desintegración «las anteriores formas del capital – disperso, desorganizado – ya han desaparecido. Este proceso ya se había puesto en marcha antes de la guerra pero se intensificó con ella. La guerra jugó un gran papel como organizador. Bajo su presión, el capitalismo financiero se transformó en una forma incluso superior: la forma del capitalismo de Estado».

La Internacional comunista partió pues, desde sus inicios, de una comprensión de que el desarrollo capitalista había alcanzado ya una extensión mundial, y que por tanto había topado ya con sus límites geográficos, iniciándose pues la era de su declive histórico. Esto pone en solfa a todos esos pensadores «modernos» que creen que la «globalización» es algo nuevo que, además, le conferiría al capitalismo un nuevo soplo de vida. Pero también es un recuerdo molesto para aquellos revolucionarios (en particular los de la tradición bordiguista) que se reclaman herederos de la Internacional comunista, pero que aún rechazan la noción de la decadencia capitalista como piedra angular de la política revolucionaria actual. Lo mismo sucede respecto al concepto del capitalismo de Estado, en cuya elaboración Bujarin tuvo también un papel clave, y sobre cuyo significado volveremos en esta serie sobre el comunismo. Aquí simplemente queremos dejar constancia de la importancia que le concedió la Internacional, hasta el extremo de incluirlo como rasgo fundamental de la nueva época.

Tras esa introducción general, la Plataforma se centra en las cuestiones capitales de la revolución proletaria: lo primero y principal: la conquista del poder político por la clase obrera; en segundo lugar la expropiación de la burguesía y la transformación económica de la sociedad. Sobre el primer punto, la Plataforma plantea las principales lecciones de la revolución de Octubre: la necesidad de una completa destrucción del viejo poder del Estado burgués, sustituyéndolo por la dictadura del proletariado organizada por medio de los soviets o consejos obreros. En esto, la Plataforma fue completada por las «Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado» escritas por Lenin y aprobadas por ese mismo congreso. La ruptura con la socialdemocracia, con su fetichismo sobre la democracia en general y el parlamentarismo burgués en particular se centró en torno a ese punto. En cuanto a la reivindicación del poder para los consejos obreros, era el simple pero irremplazable grito común del conjunto del movimiento internacional.

La parte sobre las medidas económicas es, lógicamente, más general, ya que, en aquel tiempo, sólo podía tener un sentido concreto en el caso de Rusia, pero, por otra parte, tampoco podía ser resuelto únicamente en Rusia. Planteaba eso sí las necesidades básicas de la transición hacia una sociedad comunista: la expropiación de las grandes empresas tanto privadas como estatales; los primeros pasos de la sustitución del mercado por la socialización de la producción, la paulatina integración de los pequeños productores en la producción socializada. En esta serie nuestra sobre el comunismo, examinaremos más adelante algunas de las dificultades y de los errores que fueron otras tantas trabas para los revolucionarios de esa época. Ello no obsta para ver que las medidas que se señalan en la Plataforma de la IC, constituyen, sin embargo, un punto de partida adecuado, y que sus debilidades hubieran podido ser superadas en el caso de un desa-rrollo victorioso de la revolución mundial.

El apartado «El camino a la victoria» es también muy general. Es muy explícito en cuanto a su insistencia en la necesidad del internacionalismo y del reagrupamiento internacional de las fuerzas revolucionarias, así como de una ruptura completa con los socialchovinistas y los kautskystas, en abierto contraste, por cierto, con la política oportunista del Frente único que imperó a partir de 1921. Sobre otras cuestiones sobre las que la IC expresó peligrosas confusiones (el parlamentarismo, la cuestión nacional, el sindicalismo) la Plataforma es extremadamente abierta. A decir verdad se menciona la posibilidad de utilizar el parlamento como una tribuna para la propaganda revolucionaria, pero sólo como una táctica subordinada a los métodos de la lucha de masas. En cuanto a la cuestión nacional no aparece mencionada en ningún punto, aunque en el Manifiesto del Congreso, la apreciación general es que la victoria de la revolución comunista en los países adelantados es la clave para la emancipación de las masas oprimidas en las colonias. Sobre la cuestión sindical, la apertura de la Plataforma es incluso más explícita, tal y como expone Bujarin en su presentación:

«Si hubiéramos escrito sólo para los rusos podríamos hablar del papel de los sindicatos en el proceso de reconstrucción revolucionaria. Sin embargo, a juzgar por la experiencia de los comunistas alemanes, esto resulta imposible ya que estos camaradas nos cuentan que allí, la posición que ocupan sus sindicatos es precisamente la contraria de la que ocupan los nuestros. En nuestro país los sindicatos juegan un papel vital en la organización del trabajo y constituyen un pilar del sistema soviético. En Alemania sucede todo lo contrario y esto fue debido, lógicamente, a que los sindicatos alemanes se encontraban en manos de los socialistas amarillos –los Legien y compañía– que dirigían su actividad contra los intereses del proletariado alemán. Eso continúa sucediendo aún hoy y por ello el proletariado en Alemania está disolviendo esos viejos sindicatos, levantando en su lugar nuevas organizaciones –los comités de fábrica y de planta– que intentan tomar el control de la producción en sus propias manos. Allí los sindicatos no juegan ya ningún papel positivo. No podemos, sin embargo, resolver esto de manera concreta y es por ello que decimos que, en términos generales, para gestionar las empresas deben crearse instituciones que dependan del proletariado, que estén estrechamente ligadas a la producción e insertadas en el proceso productivo».

Podemos no estar de acuerdo con algunas de las expresiones de Bujarin en este documento (en particular las que hacen mención al papel desempeñado por los sindicatos en Rusia), pero ese pasaje es muy revelador de la actitud receptiva de la Internacional en ese momento. Frente a las nuevas condiciones impuestas por la decadencia del capitalismo, la IC muestra una preocupación por expresar los nuevos métodos de lucha obrera adecuados a esa situación, y esto es una clara demostración de que su Plataforma fue el resultado del momento culminante de la oleada revolucionaria mundial, y que continúa siendo una referencia esencial para los revolucionarios de hoy.

CDW

Plataforma de la Internacional comunista

Las contradicciones del sistema mundial, antes ocultas en su seno, se revelaron con una fuerza inusitada en una formidable explosión: la gran guerra imperialista mundial.

El capitalismo intentó moderar su propia anarquía mediante la organización de la producción. En lugar de numerosas empresas competitivas se organizaron grandes asociaciones capitalistas (sindicatos, cárteles, trusts), el capital bancario se unió al capital industrial, toda la vida económica cayó bajo el poder de una oligarquía capitalista que, mediante una organización basada en ese poder, adquirió un dominio exclusivo. El monopolio suplanta a la libre competencia. El capitalista aislado se trasforma en miembro de una asociación capitalista. La organización reemplaza a la anarquía insensata.

Pero, en la misma medida en que, en los Estados considerados separadamente, los procedimientos anárquicos de la producción capitalista eran reemplazados por la organización capitalista, las contradicciones, la competencia,  la anarquía alcanzaban en la economía mundial una mayor acuidad. La lucha entre los mayores Estados conquistadores conducía inflexiblemente a la monstruosa guerra imperialista. La sed de beneficios impulsaba al capitalismo mundial a la lucha por la conquista de nuevos mercados, de nuevas fuentes de materia prima, de mano de obra barata de los esclavos coloniales. Los Estados imperialistas que se repartieron todo el mundo, que transformaron a millones de proletarios y de campesinos de Africa, Asia, América, Australia en bestias de carga, debían poner en evidencia tarde o temprano en un gigantesco conflicto la naturaleza anárquica del capital. Así se produjo el más grande de los crímenes: la guerra del bandolerismo mundial.

El capitalismo intentó superar las contradicciones de su estructura social. La sociedad burguesa es una sociedad de clase. Pero el capital de los grandes Estados «civilizados» se esforzó por ahogar las contradicciones sociales. A expensas de los pueblos coloniales a los que destruía, el capital compraba a sus esclavos asalariados, creando una comunidad de intereses entre los explotadores y los explotados, comunidad de intereses dirigida contra las colonias oprimidas y los pueblos coloniales amarillos, negros o rojos. Encadenaba al obrero europeo o americano a la «patria» imperialista.

Pero este mismo método de continua corrupción, originado por el patriotismo de la clase obrera y su sujeción moral, produjo, gracias a la guerra, su propia antítesis. El exterminio, la sujeción total del proletariado, un monstruoso yugo, el empobrecimiento, la degeneración, el hambre en el mundo entero, ese fue el último precio de la paz social. Y esta paz fracasó. La guerra imperialista se trasformó en guerra civil.

Una nueva época surge. Epoca de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Epoca de la revolución comunista del proletariado.

El sistema imperialista se desploma. Problemas en las colonias, agitación en las pequeñas naciones hasta el momento privadas de independencia, rebeliones del proletariado, revoluciones proletarias victoriosas en varios países, descomposición de los ejércitos imperialistas, incapacidad absoluta de las clases dirigentes de orientar en lo sucesivo los destinos de los pueblos, ese es el cuadro de la situación actual en el mundo entero.

La Humanidad, cuya cultura ha sido devastada totalmente, está amenazada de destrucción. Sólo hay una fuerza capaz de salvarla y esa fuerza es el proletariado. El antiguo «orden» capitalista ya no existe. No puede existir. El resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos, y ese caos sólo puede ser vencido por la mayor clase productora, la clase obrera. Ella es la que debe instituir el orden verdadero, el orden comunista. Debe quebrar la dominación del capital, imposibilitar las guerras, borrar las fronteras entre los Estados, trasformar el mundo en una vasta comunidad que trabaja para sí misma , realizar los principios de solidaridad fraternal y la liberación de los pueblos.

Mientras, el capital mundial se prepara para un último combate contra el proletariado. Bajo la cobertura de la Liga de las Naciones y de la charlatanería pacifista, hace sus últimos esfuerzos por reajustar las partes dispersas del sistema capitalista y dirigir sus fuerzas contra la revolución proletaria irresistiblemente desencadenada.

A este inmenso complot de las clases capitalistas, el proletariado debe responder con la conquista del poder político, volver ese poder contra sus propios enemigos, servirse de él como palanca para la transformación económica de la sociedad. La victoria definitiva del proletariado mundial marcará el comienzo de la historia de la humanidad liberada.

La conquista del poder político

La conquista del poder político por parte del proletariado significa el aniquilamiento del poder político de la burguesía. El aparato gubernamental con su ejército capitalista, ubicado bajo el mando de un cuerpo de oficiales burgueses y de junkers, con su policía, su gendarmería, sus carceleros y sus jueces, sus sacerdotes, sus funcionarios etc., es, en manos de la burguesía, el más poderoso instrumento de gobierno. La conquista del poder gubernamental no puede reducirse a un cambio de personas en la constitución  de los ministerios sino que debe significar el aniquilamiento de un aparato estatal extraño, la apropiación de la fuerza real, el desarme de la burguesía, del cuerpo de oficiales contrarrevolucionarios, de los guardias blancos, el armamento del proletariado, de los soldados revolucionarios y de la guardia roja obrera, la destitución de todos los jueces burgueses y la organización de los tribunales proletarios, la destrucción del funcionarismo reaccionario y la creación de nuevos órganos de administración proletarios. La victoria proletaria es asegurada por la desorganización del poder enemigo y la organización del poder proletario. Debe significar la ruina del aparato estatal burgués y la creación del aparato estatal proletario. Sólo después de la victoria total, cuando el proletariado haya roto definitivamente la resistencia de la burguesía, podrá obligar a sus antiguos adversarios a servirla útilmente, orientándolos progresivamente bajo su control, hacia la obra de construcción comunista.

Democracia y dictadura

Como todo Estado, el Estado proletario representa un aparato de coerción y este aparato está ahora dirigido contra los enemigos de la clase obrera. Su misión consiste en quebrar e imposibilitar la resistencia de los explotadores, que emplean en su lucha desesperada todos los medios para ahogar en sangre la revolución. Por otra parte, la dictadura del proletariado, al hacer oficialmente de esta clase la clase gobernante, crea una situación transitoria.

En la medida en que se logre quebrar la resistencia de la burguesía, ésta será expropiada y se trasformará en una masa trabajadora; la dictadura del proletariado desaparecerá, el Estado fenecerá y las clases sociales desaparecerán junto con él.

La llamada democracia, es decir la democracia burguesa, no es otra cosa que la dictadura burguesa disfrazada. La tan mentada «voluntad popular» es una ficción. al igual que la unidad del pueblo. En realidad, existen clases cuyos intereses contrarios son irreductibles. Y como la burguesía sólo es una minoría insignificante, utiliza esta ficción, esta pretendida «voluntad popular», con el fin de consolidar, en medio de bellas frases, su dominio sobre la clase obrera para imponerle la voluntad de su clase. Por el contrario, el proletariado, que constituye la gran mayoría de la población utiliza abiertamente la fuerza de sus organizaciones de masas, de sus soviets, para aniquilar los privilegios de la burguesía y asegurar la transición hacia una sociedad comunista sin clases.

La esencia de la democracia burguesa reside en un reconocimiento puramente formal de los derechos y de las libertades, precisamente inaccesibles al proletariado y a los elementos semiproletarios, a causa de la carencia de recursos materiales, mientras que la burguesía tiene todas las posibilidades de sacar partido de sus recursos materiales, de su prensa y de su organización, para engañar al pueblo. Por el contrario, la esencia del sistema de los soviets –de este nuevo tipo de poder gubernamental– consiste en que el proletariado obtiene la posibilidad de asegurar de hecho sus derechos y su libertad. El poder del soviet entrega al pueblo los más hermosos palacios, las casas, las tipografías, las reservas de papel etc., para su prensa, sus reuniones, sus sindicatos.  Sólo entonces es posible establecer la verdadera democracia proletaria.

Con su sistema parlamentario, la democracia burguesa sólo da el poder a las masas de palabra, y sus organizaciones están totalmente aisladas del poder real y de la verdadera administración del país. En el sistema de los soviets, las organizaciones de las masas gobiernan y por medio de ellas gobiernan las propias masas, ya que los soviets llaman a formar parte de la administración del Estado a un número cada vez mayor de obreros y de esta forma todo el pueblo obrero poco a poco participa efectivamente en el gobierno del Estado. El sistema de los soviets se apoya de este modo en todas las organizaciones de masas proletarias, representadas por los propios soviets, las uniones profesionales revolucionarias, las cooperativas etc.

La democracia burguesa y el parlamentarismo, por medio de la división de los poderes legislativo y ejecutivo y la ausencia del derecho de revocación de los diputados, termina por separar a las masas del Estado. Por el contrario el sistema de los soviets, mediante el derecho de revocación, la reunión de los poderes legislativo y ejecutivo y, consecuentemente, mediante la aptitud de los soviets para constituir colectividades de trabajo, vincula a las mismas con los órganos de las administraciones. Ese vínculo se consolida también por el hecho de que, en el sistema de los soviets, las elecciones no se realizan de acuerdo con las subdivisiones territoriales artificiales sino que coinciden con las unidades locales de la producción.

El sistema de los soviets asegura de tal modo la posibilidad de una verdadera democracia proletaria, democracia para el proletariado y en el proletariado, dirigida contra la burguesía. En ese sistema, se asegura una situación predominante al proletariado industrial, al que pertenece, debido a su mejor organización y su mayor desarrollo político, el papel de clase dirigente, cuya hegemonía permitirá al semiproletariado y a los campesinos pobres elevarse progresivamente. Esas superioridades momentáneas del proletariado industrial deben ser utilizadas para arrancar a las masas pobres de la pequeña burguesía campesina de la influencia de los grandes terratenientes y de la burguesía, para organizarlas y llamarlas a colaborar en la construcción comunista.

La expropiación de la burguesía
y la socialización de los medios de producción

La descomposición del sistema capitalista y de la disciplina capitalista del trabajo hacen imposible –dadas las relaciones entre las clases– la reconstrucción de la producción sobre las antiguas bases. La lucha de los obreros por el aumento de los salarios, aun en el caso de tener éxito, no implica el mejoramiento esperado de las condiciones de existencia, pues el aumento de los precios de los productos invalida inevitablemente ese éxito. La enérgica lucha de los obreros aumentos de salario en los países cuya situación no tiene evidentemente salida, imposibilitan la producción capitalista debido al carácter impetuoso y apasionado de esta lucha y su tendencia a la generalización. El mejoramiento de la condición de los obreros sólo podrá alcanzarse cuando el propio proletariado se apodere de la producción. Para elevar las fuerzas productoras de la economía, para quebrar lo más rápidamente posible la resistencia de la burguesía, que prolonga la agonía de la vieja sociedad creando por ello mismo el peligro de una ruina completa de la vida económica, la dictadura proletaria debe realizar la expropiación de la alta burguesía y de la nobleza y hacer de los medios de producción y de transporte la propiedad colectiva del Estado proletario.

El comunismo surge ahora de los escombros de la sociedad capitalista; la historia no dejará otra salida a la humanidad. Los oportunistas, en su deseo de retrasar la socialización por su utópica reivindicación del restablecimiento de la economía capitalista, no hacen sino aplazar la solución de la crisis y crear la amenaza de una ruina total, mientras que la revolución comunista aparece para la verdadera fuerza productora de la sociedad, es decir para el proletariado, y con él para toda la sociedad, como el mejor y más seguro medio de salvación.

La dictadura proletaria no significa ningún reparto de los medios de producción y de transporte. Por el contrario, su tarea es realizar una mayor centralización de los medios y la dirección de toda la producción de acuerdo con un plan único.

El primer paso hacia la socialización de toda la economía implica necesariamente las siguientes medidas: socialización de los grandes bancos que dirigen ahora la producción; posesión por parte del poder proletario de todos los órganos del Estado capitalista que rigen la vida económica; posesión de todas las empresas comunales; socialización de las ramas de la industria cuyo grado de concentración hace técnicamente posible la socialización; socialización de las propiedades agrícolas y su transformación en empresas agrícolas dirigidas por la sociedad.

En cuanto a las empresas de menor importancia, el proletariado debe, teniendo en cuenta su grado de desarrollo, socializarlas poco a poco.

Es importante, señalar aquí que la pequeña propiedad, no debe ser expropiada y que los pequeños propietarios que no explotan el trabajo de otros no deben sufrir ningún tipo de violencia. Esta clase será poco a poco atraída a la esfera de la organización social, mediante el ejemplo y la práctica que demostrarán la superioridad  de la nueva estructura social que libera a la clase de los pequeños campesinos y la pequeña burguesía del yugo de los grandes capitalistas, de toda la nobleza, de los impuestos excesivos (principalmente como consecuencia de la anulación de las deudas de Estado, etc.).

La tarea de la dictadura proletaria en el campo económico, es realizable en la medida en que el proletariado sepa crear órganos de dirección de la producción centralizada y realizar la gestión por medio de los propios obreros. Con este objeto será obligado a sacar partido de aquellas organizaciones de masas que estén vinculadas más estrechamente con el proceso de producción.

En el dominio del reparto, la dictadura proletaria debe realizar el remplazo del comercio por un justo reparto de los productos. Entre las medidas indispensables para alcanzar este objetivo señalamos: la socialización de las grandes empresas comerciales, la transmisión al proletariado de todos los organismos de reparto del Estado y de las municipalidades burguesas; el control de las grandes uniones cooperativas cuyo aparato organizativo tendrá todavía durante el período de transición una importancia económica considerable, la centralización progresiva de todos esos organismos y su transformación en un todo único para el reparto nacional de los productos.

Del mismo modo que en el campo de la producción, en el del reparto es importante utilizar a todos los técnicos y especialistas calificados, tan pronto corno su resistencia en el orden de lo político haya sido rota y estén en condiciones de servir, en lugar de al Capital, al nuevo sistema de producción.

El proletariado no tiene intención de oprimirlos. Por el contrario, sólo él les dará la posibilidad de desarrollar la actividad  creadora más potente. La dictadura proletaria reemplazará a la división del trabajo físico e intelectual, propio del capitalismo, mediante la unión del trabajo y la ciencia.

Simultáneamente con la expropiación de las fábricas, las minas, las propiedades, etc., el proletariado debe poner fin a la explotación de la población por parte de los capitalistas propietarios de inmuebles, pasar los locales de las grandes construcciones a los soviets obreros,  instalar a la población obrera en las residencias burguesas etc.

En el transcurso de esta gran transformación, el poder de los soviets debe por una parte, constituir un enorme aparato de gobierno cada vez más centralizado en su forma y además, debe convocar a un trabajo de dirección a sectores cada vez más vastos del pueblo trabajador.

El camino de la victoria

El período revolucionario exige que el proletariado ponga en práctica un método de lucha que concentre toda su energía, es decir la acción directa de las masas, incluyendo todas sus consecuencias: el choque directo y la guerra declarada contra la máquina gubernamental burguesa. A ese objetivo deben ser subordinados  todos los demás medios, tales como por ejemplo, la  utilización  revolucionaria del parlamentarismo burgués.

Las condiciones preliminares indispensables para esta lucha victoriosa son: la ruptura no solamente con los lacayos directos del capital y los verdugos de la revolución comunista –cuyo papel asumen actualmente los socialdemócratas de derecha– sino también la ruptura con el «Centro» (grupo Kautsky) que, en un momento crítico, abandona al proletariado y se une a sus enemigos declarados.

Por otra parte, es necesario realizar un bloque con aquellos elementos del movimiento obrero revolucionario que, aunque no hayan pertenecido antes al Partido socialista, se ubican ahora totalmente en el terreno de la dictadura proletaria bajo su forma sovietista es decir con los elementos correspondientes del sindicalismo.

El crecimiento del movimiento revolucionario en todos los países, el peligro para esta revolución de ser ahogada por la liga de los Estados burgueses, las tentativas de unión de los partidos traidores al socialismo (formación de la Internacional amarilla en Berna) con el objetivo de servir bajamente a la Liga de Wilson,  y finalmente la necesidad absoluta para el proletariado de coordinar sus esfuerzos, todo esto nos conduce inevitablemente a la creación de la Internacional comunista, verdaderamente revolucionaria y verdaderamente proletaria.

La Internacional que se revele capaz de subordinar los intereses llamados nacionales a los intereses de la revolución mundial logrará así la cooperación de los proletarios de los diferentes países, mientras que sin esta ayuda mutua económica, el proletariado no estará en condiciones de construir una nueva sociedad. Por otra parte, en oposición a la Internacional socialista amarilla, la Internacional sostendrá a los pueblos explotados de las colonias en su lucha contra el imperialismo, con el propósito de acelerar la caída final del sistema imperialista mundial

Los malhechores del capitalismo afirmaban al comienzo de la guerra mundial que no hacían sino defender su patria. Pero el imperialismo alemán reveló su naturaleza bestial a través de una serie de sangrientos crímenes cometidos en Rusia, Ucrania, Finlandia. Y ahora se revelan a su vez, aún a los ojos de los sectores más atrasados de la población, las potencias de la Entente que saquean el mundo entero y asesinan a1 proletariado. De acuerdo con la burguesía alemana y los socialpatriotas, con la palabra de Paz en los labios, se esfuerzan por aplastar con la ayuda de tanques y tropas coloniales ignorantes y bárbaras, la revolución del proletariado europeo. El terror blanco de los burgueses caníbales ha sido indescriptiblemente feroz. Las víctimas en las filas de la clase obrera son innumerables. La clase obrera ha perdido a sus mejores campeones: Liebchneck, Rosa Luxemburgo.

El proletariado debe defenderse por todos los medios. La Internacional comunista convoca al proletariado mundial  a esta lucha decisiva. ¡Arma contra arma! ¡Fuerza contra fuerza! ¡Abajo la conspiración imperialista del capital! ¡Viva la República internacional de los soviets proletarios!.

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [21]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [6]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [25]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [31]

Debate entre grupos «bordiguistas» - Marxismo y misticismo

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Debate entre grupos «bordiguistas»

Marxismo y misticismo

Como planteamos en la Revista internacional nº 93, la reciente apertura de debates entre grupos «bordiguistas» representa una evolución importante para todo el medio político proletario. Destacamos en particular el número de mayo 97 de Programa comunista (PC) ([1]) como una ilustración clara de ello, y de que ese grupo es de los que más se está moviendo hoy en este sentido. El virulento ataque de la burguesía contra las tradiciones comunistas de la clase obrera (contra la Revolución rusa, contra el partido bolchevique, y contra sus más consistentes defensores, las organizaciones de la Izquierda comunista) está forzando a éstas a reconocer, aunque sea provisionalmente, que son parte de un campo político proletario que tiene intereses comunes frente a la ofensiva del enemigo. Una expresión obvia de la existencia de ese campo proletario ha sido el trabajo conjunto muy fructífero que han llevado a cabo la CCI y la CWO ([2]). Pero el hecho de que algunos de los grupos bordiguistas hayan empezado, no sólo a reconocer la existencia de los otros grupos, sino a polemizar entre ellos, e incluso a reconocer el carácter proletario de otras corrientes en la tradición de la Izquierda comunista, es también muy significativo, teniendo en cuenta que hasta ahora, una de las características que distinguían a esa rama de la Izquierda italiana era su aislamiento sectario casi total.

PC nº 95 contiene una seria polémica con el grupo Programma comunista/Internationalist Papers sobre la cuestión kurda, criticándolo por hacer graves concesiones al nacionalismo; y lo que es particularmente notorio, el artículo argumenta que fueron errores exactamente del mismo tipo los que llevaron a la explosión del PCI a comienzos de los 80. Esta voluntad de discutir la crisis de la principal organización bordiguista en ese periodo supone un desarrollo nuevo y potencialmente fértil. El mismo ejemplar también contiene una respuesta a la reseña del libro sobre la Izquierda italiana de la CCI que publica el periódico trotskista Revolutionary History. Aquí PC muestra una conciencia de que el ataque a la CCI que contiene esta reseña, es también un ataque a toda la tradición de la Izquierda comunista de Italia.

Remitimos a nuestros lectores al artículo de la Revista internacional nº 93 para más comentarios sobre estos artículos. En este número queremos responder a otro texto en PC nº 95, una polémica con el grupo Il Partito comunista, de Florencia, que critica a éste último por caer en el misticismo.

Marxismo contra misticismo

A primera vista este podría parecer un tema extraño para una polémica entre grupos revolucionarios, pero sería un error pensar que las fracciones más avanzadas del movimiento proletario son inmunes a la influencia de las ideologías religiosas y místicas. En la lucha para fundar la Liga de los comunistas, Marx y Engels tuvieron que combatir las visiones sectarias y semireligiosas del comunismo que profesaban Weitling y otros. En el periodo de la Primera internacional, la fracción marxista tuvo que confrontar la ideología masónica de sectas como los Filadelfianos, y sobre todo la «Fraternidad internacional» de Bakunin.

Pero sobre todo fue cuando la burguesía dejó de ser una clase revolucionaria, y aún más cuando el capitalismo entró en su época de decadencia, cuando esta clase abandonó cada vez más la visión materialista de su juventud para revolcarse en visiones irracionales y semimísticas del mundo: el caso del nazismo es un ejemplo concentrado de ello. Y la fase final de la decadencia capitalista (la actual fase de descomposición) ha exacerbado esas tendencias todavía más, como demuestra, por ejemplo, el auge del fundamentalismo islámico y la proliferación de cultos suicidas. Estas ideologías cada vez son más omnipresentes y los proletarios no son inmunes a ellas por principio.

Que el propio medio político proletario actual tiene que estar en guardia contra estas ideologías se ha demostrado claramente en el periodo reciente. Podemos citar el caso de la London Psychogeographical Association (LPA) y el de otros «grupos» similares, que han confeccionado una infame pócima de comunismo y ocultismo que han intentado vender al medio político. En la CCI, hemos visto las actividades del aventurero JJ, expulsado por intentar crear una red clandestina de «interesados» por las ideas de la francmasonería.

Además, la CCI ya ha criticado brevemente los esfuerzos de Il Partito por crear un «Misticismo comunista» ([3]) y las críticas más detalladas de Programme communiste están perfectamente justificadas. Las citas de la prensa de Il Partito que contiene el artículo de PC, muestran que el deslizamiento de aquel hacia el misticismo llega a ser bastante claro. Para Il Partito, «la única sociedad capaz de misticismo es el comunismo» en el sentido de que «la especie es mística porque sabe cómo verse a sí misma sin contradicción entre el aquí y ahora... y su futuro». Más aún, puesto que el misticismo, en su significado original griego, se define aquí como «capacidad de ver sin ojos», el partido también «tiene su mística, en el sentido de que es capaz de ver... con los ojos cerrados, porque es capaz de ver más que los ojos individuales de sus miembros» (...) «la única realidad que puede vivir este modo de vida (místico) durante la dominación de la sociedad de clases es el partido». Y finalmente, «es únicamente en el comunismo donde la Gran filosofía coincide con el ser en un circuito orgánico entre la acción de comer (considerada hoy como trivial e indigna del espíritu) y la acción de respirar en el Espíritu, concebido y sublimado como verdaderamente digno del ser completo, es decir, Dios».

PC también es consciente de que la lucha del marxismo contra la penetración de las ideologías místicas no es nueva. Citan el libro de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, que libró un combate contra el desarrollo de la filosofía idealista en el Partido bolchevique en los años siguientes a 1900, y en particular contra los intentos de hacer del socialismo una nueva religión (la tendencia de los «Constructores de Dios» de Lunacharsky). El libro de Lenin –a pesar de ciertas debilidades importantes ([4])– trazó una línea divisoria, no sólo contra las recaídas en la religiosidad que acompañaron el retroceso en la lucha de clases tras la revolución de 1905, sino también contra el peligro concomitante de liquidar el partido, de su fractura en clanes.

Las críticas de PC a los errores de Il Partito están en continuidad con las luchas pasadas del movimiento obrero y son relevantes para la lucha contra los peligros reales que enfrenta el campo político proletario hoy. El gusto de Il Partito por el misticismo no es su única debilidad: su profunda confusión sobre los sindicatos, sus interpretaciones aberrantes sobre un pretendido «levantamiento proletario» en Albania, su extremo sectarismo, lo señalan como el grupo bordiguista con mayor riesgo de sucumbir a la ideología burguesa actualmente. La polémica de PC (que advierte explícitamente a Il Partito del peligro de «pasarse al otro lado de la barricada») debe verse como parte de la lucha por defender el medio político proletario, una lucha en la que la CCI está plenamente comprometida.

Raíces de la mística bordiguista

Para que una crítica sea radical sin embargo, tiene que ir a las raíces. Y una notable debilidad de la polémica de PC es su incapacidad para ir a las raíces de los errores de Il Partito. Cierto que se trata de una tarea difícil, puesto que esas raíces, en mayor o menor medida, son comunes a todas las ramas del árbol familiar bordiguista.

No hace mucho que PC censuraba a Il Partito porque éste se proclamaba «único verdadero continuador del partido». Pero si Il Partito es el más sectario de los grupos bordiguistas, el retiro sectario, la práctica de ignorar y apartar de sí a todas las demás expresiones de la Izquierda comunista ha sido siempre un rasgo distintivo de la corriente bordiguista, y ciertamente bastante antes de la aparición de Il Partito en la década de 1970. E incluso si podemos comprender los orígenes de ese sectarismo como una reacción defensiva frente a la profunda contrarrevolución que prevaleció en la época del nacimiento del bordiguismo en las décadas de 1940 y 50, eso no quita para que sea aún hoy una debilidad fundamental de esta corriente, que ha causado daños perdurables al medio político proletario. El mismo hecho de que estemos en presencia de tres grupos que proclaman ser cada uno el «Partido comunista internacional», es prueba más que suficiente de lo que decimos, puesto que tiende a desprestigiar la noción misma de organización comunista.

Pero incluso sobre la cuestión del misticismo y la religión, hay que admitir que Il Partito no saca sus ideas de la nada. De hecho podemos encontrar algunas raíces del «misticismo florentino» en el propio Bordiga... El siguiente pasaje es de los «Comentarios sobre los manuscritos de 1844» de Bordiga, un texto que apareció primero en Il Programma comunista en 1959 y se volvió a publicar en Bordiga et la passion du communisme, editado por Jacques Camatte en 1972:

«Cuando, en cierto momento, nuestro banal contradictor (...) nos diga que nosotros construimos nuestra propia mística, presentándose él, pobrecito, como el espíritu que ha superado todas las fes y las místicas, se burlará de nosotros tratándonos de adoradores de las tablas de Moisés o talmúdicas, de la Biblia o el Corán, los evangelios y catecismos, le respondemos que... no consideramos una ofensa la afirmación de que podemos atribuir a nuestro movimiento, mientras no haya triunfado en la realidad (lo que en nuestro método precede la conquista ulterior de la conciencia humana), el carácter de una mística, o si se quiere, un mito.

El mito, en sus innumerables formas, no era el delirio de mentes que tenían los ojos cerrados a la realidad –natural y humana de forma inseparable como en Marx– sino una etapa irreemplazable en la única vía de la conquista de la conciencia...»

Antes de seguir, es preciso poner este pasaje en su contexto.

En primer lugar, no pretendemos poner a Bordiga al mismo nivel que sus epígonos de Il Partito, y aún menos al de los ocultistas «comunistas» de hoy como la LPA. En tanto que marxista, Bordiga se cuida de situar estas afirmaciones en un contexto histórico; así en el párrafo siguiente, continúa explicando por qué los marxistas hemos de tener respeto y admiración por los movimientos de los explotados en las sociedades de clases anteriores, movimientos que no podían llegar a una comprensión científica de sus fines, y que se representaban sus aspiraciones de abolición de la explotación en términos de mitos y misticismos. Nosotros también hemos hecho notar ([5]), que la descripción de Bordiga de la conciencia humana en una sociedad comunista –una conciencia que va más allá del ego atomizado que se ve a sí mismo fuera de la naturaleza– se parece a las descripciones de la experiencia de iluminación de algunas de las más desarrolladas tradiciones místicas. Pensamos que Bordiga era lo suficientemente culto para haber tenido conciencia de estas conexiones; y, una vez más, es válido para los marxistas hacer esas conexiones, a condición de que no pierdan de vista el método histórico, que muestra que cualquiera de esas anticipaciones, inevitablemente, está limitada por las condiciones materiales y sociales en que emerge. Consecuentemente, la sociedad comunista las trascenderá. Il Partito ha perdido de vista claramente el método, y como muestran los extraños y embrollados pasajes citados antes, ha caído de cabeza en el misticismo – no sólo por la oscuridad de su prosa, sino sobre todo porque en lugar de ver el comunismo como la realización material y racional de las aspiraciones humanas pasadas, tiende a subordinar el futuro comunista a un gran proyecto místico.

En segundo lugar hemos de comprender el momento histórico en que Bordiga escribió estos pasajes. En efecto, polemizaba contra una versión de la ideología del «fin del marxismo» que estuvo muy presente en el periodo de reconstrucción de posguerra, en que el capitalismo daba la impresión de haber superado sus crisis y de negar así los fundamentos de la teoría marxista. Este ataque al marxismo como caduco, como si se hubiera convertido en una especie de dogma religioso, era muy similar a las risas tontas que se pueden oír hoy respecto a los comunistas tildados de «jurásicos», respecto a quienes seguimos defendiendo la revolución de Octubre y la tradición marxista. No sólo el inveterado sectarismo del bordiguismo, sino las concepciones de la «invariación», y del partido monolítico, íntimamente vinculadas a lo anterior, eran reacciones defensivas contra las presiones sobre la vanguardia proletaria en aquel entonces – presiones muy reales, como podemos comprobar en el destino de un grupo como Socialisme ou Barbarie, que sucumbió completamente a la ideología «modernista» del capitalismo. La defensa que hizo Bordiga del marxismo como de una especie de mística, la defensa del programa comunista como una especie de ley de Moisés, ha de verse en esta óptica.

Pero comprender no es excusar. Y a pesar del profundo arraigo de Bordiga en el marxismo, el hecho es que sobrepasó la línea que separa claramente el marxismo de cualquier otra clase de ideología religiosa mística. El concepto de invariación –«... La teoría marxista es un bloque “invariable”, desde sus orígenes hasta su victoria final. Lo único que espera de la historia es encontrarse a sí misma aplicada de modo cada vez más estricto y por consiguiente cada vez más profundamente arraigado con sus características “invariables” en el programa del partido de clase» (Programma comunista nº 2, marzo 1978)– es realmente una concesión a una idea ahistórica y semireligiosa del marxismo. Si es cierto que el programa comunista contiene un verdadero núcleo de principios generales invariables como son la lucha de clases, la naturaleza transitoria de la sociedad de clases, la necesidad de la dictadura del proletariado y del comunismo, el programa comunista dista mucho de ser «un bloque invariable» desde su elaboración. Efectivamente se ha desarrollado, concretado y elaborado por la experiencia viva de la clase obrera y las reflexiones de la vanguardia comunista; y el cambio de época que significó el período de decadencia del capitalismo (un concepto ampliamente ignorado e incluso rechazado en la teoría bordiguista), acarreó profundas modificaciones de las posiciones programáticas defendidas por los comunistas. Cuando la burguesía o la pequeña burguesía se burlan del marxismo comparándolo a la Biblia o el Corán, considerados como la palabra de Dios, precisamente porque no se puede cambiar ni un punto ni una coma, no es ni muy atinado y ni mucho menos marxista, contestar «Bueno, ¿y qué?». El concepto de «invariación» es el producto de una línea de pensamiento que ha perdido de vista el lazo dialéctico entre cambio y continuidad, y que por eso, tiende a hacer del marxismo, que es un método dinámico, una doctrina inmutable. En una polémica en la Revista internacional nº 14 «Una caricatura de partido: el partido bordiguista», la CCI subrayaba las similitudes entre la posición bordiguista y la actitud islámica de sumisión a una doctrina inmutable. Como señalamos igualmente en otra polémica, no menos «espiritual», ahistórica y no materialista es la distinción bordiguista básica entre el partido «formal» y el «histórico», inventada para explicar el hecho de que en la historia del movimiento obrero sólo han existido verdaderos partidos comunistas durante periodos de tiempo limitados. «Según esta “teoría”, el cuerpo formal, exterior, y por lo tanto material y visible del partido, puede desaparecer, mientras que el partido real vive, nadie sabe dónde, puro espíritu invisible» ([6]). Las corrientes de la Izquierda comunista no bordiguistas también criticaron las nociones de monolitismo interno y del «jefe genial» ([7]), y el uso de la teoría del «centralismo orgánico» para justificar prácticas elitistas dentro del partido ([8]) que aquellas desarrollaron en el periodo de posguerra y que están relacionadas con lo anterior. Estas concepciones son todas coherentes con la noción semireligiosa del partido como guardián de la revelación única, accesible sólo a una minoría selecta; con estas bases no es sorprendente que Il Partito plantee actualmente que la única forma de llevar una vida mística hoy es ¡adherirse al partido bordiguista! Finalmente, también queremos señalar, que todas esas concepciones del funcionamiento interno del partido están profundamente vinculadas al artículo de fe bordiguista de que la tarea del partido es ejercer la dictadura del proletariado en nombre, e incluso en contra, de la masa del proletariado. Y la Izquierda comunista –particularmente la rama italiana, a través de Bilan, pero también la tendencia de Damen, y la Gauche communiste de France– ha criticado ampliamente esta visión.

Pensamos pues que las críticas de Programma comunista a Il Partito tienen que ir más lejos, a las verdaderas raíces de sus errores, y al hacer esto, entroncarse así con la rica herencia de toda la Izquierda comunista. Estamos convencidos de que no predicamos en el desierto, como lo demuestra el nuevo espíritu de apertura en el medio bordiguista. Y PC además da algunas pistas de que algo se está moviendo sobre la cuestión del partido, porque al final del artículo, aunque mantienen su idea del partido como «estado mayor» de la clase, insisten en que «no hay lugar en el funcionamiento y la vida interna para el idealismo, el misticismo, el culto a jefes y autoridades superiores, como así ha ocurrido con los partidos que están a punto de degenerar y pasarse a la contrarrevolución». Sólo podemos estar de acuerdo con esas afirmaciones, y esperamos que los actuales debates en el medio bordiguista, permitan a sus componentes llevar estas reflexiones a su conclusión lógica.

Amos

 

[1] Revista teórica del Partido comunista internacional que publica Il Comunista en Italia y le Prolétaire en Francia.

[2] Ver « Réunion publique commune de la Gauche communiste. En défense de la Révolution d'octobre», en Révolution internationale nº 275, publicación de la CCI en Francia y World Revolution nº210, publicación de la CCI en Gran Bretaña. Véase también la publicación de la CWO, Revolutionary Perspectives nº 9.

[3] Sobre el comunismo como superación de la alienación, véase « El comunismo, verdadero comienzo de la sociedad humana » en Revista internacional nº 71.

[4] Programme communiste olvida mencionar que la Izquierda comunista histórica hizo críticas muy serias de ciertos argumentos «filosóficos» que contiene el libro de Lenin. En su Lenin filósofo, escrito durante la década de 1930, Pannekoek mostró que en sus esfuerzos por afirmar los fundamentos del materialismo, Lenin ignora la distinción entre materialismo burgués (que tiende a reducir la conciencia a un reflejo pasivo del mundo exterior) y la posición dialéctica marxista, que afirma la primacía de lo material, pero también insiste en lo activo de la conciencia humana, su capacidad para transformar el mundo exterior. A comienzos de la década de 1950, la Gauche communiste de France escribió una serie de artículos que reconocían la validez de estas críticas, pero a su vez, mostraban que el propio Pannekoek caía en una especie de materialismo mecánico cuando intentó probar que los errores del Lenin filósofo demostraban que los bolcheviques no eran mas que los representantes de la revolución burguesa en la atrasada Rusia. Ver al respecto: « Crítica de Lenin filósofo de Pannekoek (Internationalisme, 1948) » Revista internacional nos 25, 27, 28 y 30, (1981-82) y también nuestro libro sobre la Izquierda germano-holandesa, capítulo 7, 5ª parte.

[5] « El comunismo, verdadero comienzo de la sociedad humana », en Revista internacional nº 71.

[6] «El partido desfigurado: la concepción bordiguista», Revista Internacional nº 23.

[7] Ver la reedición de textos de la GCF (Internationalisme, agosto de 1947) en Revista internacional nos 33 y 34 « Contra el concepto del jefe genial » y « Contra el concepto de la disciplina en el PCInt ».

[8] Ver « Un chiarimento. Fra le ombre del bordighismo e dei suoi epigoni », suplemento a Battaglia comunista nº 11, 1997.

Series: 

  • La Religión [32]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Bordiguismo [26]

Cuestiones teóricas: 

  • Religion [33]

Construcción de la organización revolucionaria - Tesis sobre el parasitismo

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1) A lo largo de toda su historia, el movimiento obrero ha tenido que enfrentarse a la penetración en sus filas de ideologías ajenas procedentes tanto de la clase dominante como de la pequeña burguesía. Esa penetración se ha expresado en formas múltiples en las organizaciones obreras. Entre las más conocidas y extendidas pueden citarse, entre otras:

  • el sectarismo,
  • el individualismo,
  • el oportunismo,
  • el aventurismo-golpismo.

2) El sectarismo es una expresión típica de una visión pequeño burguesa de la organización. Se parece a la mentalidad del tendero, de «cada uno en su casa» y se expresa en la tendencia a hacer predominar los intereses e ideas propias de su organización en menoscabo del movimiento y su conjunto. En la visión sectaria, la organización «es única en el mundo» y practica un altanero desprecio hacia las demás organizaciones del campo proletario, a las cuales ve como «competidoras», cuando no «enemigas». Al sentirse amenazada por éstas, la organización sectaria se niega en general a entablar debates y polémicas políticas con ellas. Prefiere parapetarse en un «digno aislamiento» haciendo como si los demás no existieran, o, también, se dedica con obstinado empeño en insistir en lo que la distingue de las demás, dejando de lado lo que las acerca.

3) El individualismo está influenciado tanto por la pequeña burguesía como, directamente, por la burguesía a secas. De la clase dominante le viene esa ideología oficial de que los individuos son los sujetos de la historia, la ideología que valora al «self made man» y justifica la «lucha de todos contra todos».

Sin embargo, penetra en las organizaciones del proletariado por transmisión directa de la pequeña burguesía, especialmente a través de elementos recién proletarizados, procedentes de capas como el campesinado o los artesanos (esto ocurría sobre todo en el siglo pasado) o el ámbito intelectual y estudiantil, (como así ha sido especialmente desde la reanudación histórica de la clase obrera a finales de los años 60). El individualismo se expresa sobre todo en la tendencia a:

  • concebir la organización no como un todo colectivo sino como una suma de individuos en la que las relaciones entre personas tienen la primacía sobre las relaciones políticas y estatutarias;
  • hacer valer, frente a las necesidades de la organización, sus propios «antojos» e «intereses»;
  • resistir, por lo tanto, a la necesaria disciplina en su seno;
  • buscar en la actividad militante, una «realización personal»;
  • adoptar una actitud contestataria respecto a unos órganos centrales, cuya única función sería la de «aplastar a los individuos», actitud que se completa con la de la búsqueda de un «ascenso» para llegar a esos órganos centrales;
  • y, en general, adoptar unas ideas elitistas sobre la organización en la que se aspira a formar parte de los «militantes de primera clase» que desprecian a quienes consideran como «militantes de segunda».

4) El oportunismo, que históricamente ha sido el peligro más grave para las organizaciones del proletariado, es otra expresión de la penetración de ideologías que le son ajenas, la de la burguesía y sobre todo de la pequeña burguesía. Uno de sus motores es la impaciencia, sentimiento resultante de la visión de una capa de la sociedad condenada a la impotencia en ésta y que no tiene el menor porvenir a escala de la historia. Su otro motor es la tendencia a querer conciliar los intereses y las posiciones de las dos clases principales de la sociedad, la burguesía y el proletariado, entre las que se encuentra arrinconada.

Por eso, lo que distingue al oportunismo es la tendencia a sacrificar los intereses generales e históricos del proletariado en aras de ilusorios y circunstanciales «éxitos». Pero al no haber para la clase obrera oposición entre su lucha en el capitalismo y su lucha histórica por la abolición de éste, la política del oportunismo significa en fin de cuentas, sacrificar también los intereses inmediatos del proletariado al animarlo a contemporizar con los intereses y las posiciones de la burguesía. En fin de cuentas, en momentos históricos cruciales, como la guerra imperialista y la revolución proletaria, las corrientes políticas oportunistas acaban por irse al campo de la clase enemiga como así ocurrió con la mayoría de los partidos socialistas durante la Primera Guerra mundial y de los partidos comunistas en vísperas de la Segunda.

5) El golpismo ([1]) –igualmente llamado aventurismo ([2])– aparece como lo opuesto al oportunismo. So pretexto de «intransigencia» o de «radicalismo» se declara siempre dispuesto a lanzarse al asalto de la burguesía en combates «decisivos» aún cuando las condiciones para un combate así no existan en el proletariado. Puede incluso que llegue a tildar de oportunista, conciliadora y hasta de traidora a la corriente auténticamente proletaria y marxista que procura evitar que la clase obrera entable un combate perdido de antemano. En realidad, surgido de las mismas fuentes que el oportunismo (la impaciencia pequeño burguesa) ocurre a menudo que acaben convergiendo. La historia está llena de ejemplos de corrientes oportunistas que apoyaron a corrientes golpistas o se convirtieron al radicalismo golpista. Por ejemplo, a principios de siglo, la derecha de la socialdemocracia alemana daba su apoyo, en contra de su oposición de izquierdas representada, entre otros, por Rosa Luxemburgo, a los socialistas revolucionarios rusos adeptos del terrorismo. De igual modo, en enero de 1919, mientras que Rosa Luxemburgo se pronuncia en contra de la insurrección de los obreros de Berlín, tras la provocación del gobierno socialdemócrata, los independientes, que justo acababan de dejar ese gobierno, se lanzan a una insurrección que acabó en matanza de miles de obreros y de los principales dirigentes comunistas.

6) El combate contra la penetración de la ideología burguesa y pequeño burguesa en la organización de clase, al igual que contra las diferentes manifestaciones de esa penetración, es una responsabilidad permanente de los revolucionarios. De hecho es incluso el combate principal que haya debido llevar a cabo la corriente auténticamente proletaria y revolucionaria en el seno de las organizaciones de clase, pues es mucho más difícil que el combate directo contra las fuerzas oficiales y declaradas de la burguesía. El combate contra las sectas y el sectarismo fue uno de los primeros que tuvieron que entablar Marx y Engels, sobre todo en el seno de la AIT. De igual modo, el combate contra el individualismo, especialmente el anarquismo, movilizó tanto a aquéllos como a los marxistas de la IIª Internacional (Rosa Luxemburgo y Lenin, en particular). El combate contra el oportunismo fue sin duda el más constante y sistemático llevado a cabo por la corriente revolucionaria desde sus orígenes:

  • contra el «socialismo de Estado» de los lassalianos en los años 1860 y 1870;
  • contra todos los revisionistas y reformistas del estilo de Bernstein o de Jaurès al final del siglo;
  • contra el menchevismo;
  • contra el centrismo al modo de Kautsky en vísperas, durante y tras la Primera Guerra mundial;
  • contra la degeneración de la IC y de los partidos comunistas todo a lo largo de los años 20 y principios de los 30;
  • contra la de la corriente trotskista durante los años 30.

La lucha contra el aventurismo-golpismo no se impuso con la misma constancia que la anterior. Sin embargo, se llevó a cabo desde los primeros pasos del movimiento obrero (contra la tendencia inmediatista Willch-Schapper en la Liga de los comunistas, contra las aventuras bakuninistas en la «Comuna» de Lyón en 1870 y la insurrección cantonal de 1873 en España). Fue también importante durante la oleada revolucionaria de 1917-23; por ejemplo, fue gracias a la capacidad de los bolcheviques para llevar a cabo ese combate en julio de 1917 lo que hizo que la revolución de Octubre pudiese realizarse.

7) Los ejemplos mencionados ponen de relieve que el impacto de esas diferentes manifestaciones de la penetración de ideologías ajenas al proletariado depende estrechamente:

  • de los períodos históricos;
  • del momento de desarrollo de la clase obrera;
  • de las responsabilidades que le incumben en tal o cual circunstancia.

Por ejemplo, una de las manifestaciones más importantes y explícitamente combatidas de la penetración de ideologías ajenas al proletariado, el oportunismo, aunque se haya manifestado durante toda la historia del movimiento obrero, encuentra su terreno más idóneo en los partidos de la IIª Internacional, en un período:

  • propicio para las ilusiones de una posible conciliación con la burguesía, a causa de la prosperidad del capitalismo y de los avances reales en las condiciones de vida de la clase obrera;
  • en el que la existencia de partidos de masas favorece la idea de que la simple presión de esos partidos podría transformar progresivamente el capitalismo para desembocar en el socialismo.

También, la penetración del oportunismo en los partidos de la IIIª Internacional está muy determinada por el reflujo de la oleada revolucionaria. Este reflujo hace favorecer la idea de que es posible ampliar la audiencia en las masas obreras haciendo concesiones a las ilusiones que ésta alberga sobre cuestiones como el parlamentarismo, el sindicalismo o la naturaleza de los partidos socialistas.

La importancia del momento histórico sobre los diferentes tipos de expresiones de la penetración de ideologías ajenas a la clase obrera aparece todavía más claramente en lo que a sectarismo se refiere. Este está, en efecto, muy presente en los inicios mismos del movimiento obrero, cuando los proletarios apenas si estaban separándose del artesanado y de las sociedades gremiales y sus rituales y secretos corporativos. De igual modo, el sectarismo vuelve a surgir en lo más profundo de la contrarrevolución con la corriente bordiguista, la cual encuentra en el repliegue en sí misma un medio, erróneo evidentemente, para protegerse de la amenaza del oportunismo.

8) El fenómeno del parasitismo político, que es también esencialmente resultado de la penetración de ideologías ajenas en el seno de la clase obrera, no ha sido objeto, a lo largo de la historia del movimiento obrero, de la misma atención que otros fenómenos como el oportunismo. Y esto es así porque el parasitismo no afecta significativamente a las organizaciones proletarias más que en momentos muy específicos de la historia. El oportunismo es, por ejemplo, una amenaza constante para las organizaciones proletarias y se expresa especialmente en los momentos en los que tienen su mayor desarrollo. En cambio, el parasitismo no encuentra su sitio en los momentos más importantes del movimiento de la clase. Al contrario, es en un período de inmadurez relativa del movimiento en el que las organizaciones del proletariado tienen todavía un impacto débil y pocas tradiciones cuando el parasitismo encuentra en ellas su terreno más favorable. Esto está relacionado con la naturaleza misma del parasitismo, el cual, para ser eficaz, debe tener frente a sí a elementos en búsqueda de las posiciones de clase, a los que les cuesta diferenciar a las verdaderas organizaciones de clase de las corrientes cuya única razón de ser es vivir a expensas de aquéllas, sabotear su acción e incluso destruirlas. Al mismo tiempo, el fenómeno del parasitismo, también por naturaleza, no aparece en el momento en que empieza el desarrollo de las organizaciones de la clase, sino cuando éstas ya están formadas y ya han dado la prueba de que defienden de verdad los intereses proletarios.

Ésos son los factores presentes en la primera manifestación histórica del parasitismo político, o sea en la Alianza de la democracia socialista, la cual intentó minar el combate de la Iª Internacional (AIT) y destruirla.

9) Incumbió a Marx y Engels el haber identificado los primeros la amenaza que representa el parasitismo para las organizaciones revolucionarias:

«Ya ha llegado la hora, de una vez por todas, de acabar con las luchas internas provocadas día tras día en nuestra Asociación por la presencia de ese cuerpo parásito. Esas peleas sólo sirven para malgastar la energía que debería utilizarse para combatir el régimen de la burguesía. Al paralizar la actividad de la Internacional contra los enemigos de la clase obrera, la Alianza sirve admirablemente a la burguesía y a los gobiernos» (Engels, El Consejo general a todos los miembros de la Internacional, advertencia contra la Alianza de Bakunin).

La noción de parasitismo no es pues ni mucho menos una «invención de la CCI». Fue la AIT la primera en tener que enfrentarse a esa amenaza contra el movimiento proletario, una AIT que la identificó y la combatió. Fue la AIT, empezando por Marx y Engels, la que ya definió como parásitos a esos elementos politizados que, aun pretendiendo adherirse al programa y a las organizaciones del proletariado, concentraron todos sus esfuerzos en combatir, no contra la clase dominante, sino contra las organizaciones de la clase revolucionaria. Lo esencial de su actividad fue denigrar y maniobrar contra el campo comunista, por mucho que pretendieran pertenecer a él y estar a su servicio ([3]).

«Por primera vez en la historia de la lucha de clase, nos vemos enfrentados a una conspiración secreta en el corazón mismo de la clase obrera, una conspiración destinada a sabotear no ya el régimen de explotación existente, sino la Asociación misma, que es el enemigo más acérrimo de ese régimen» (Engels, Informe al Congreso de La Haya sobre la Alianza).

10) En la medida en que el movimiento obrero dispone con la AIT de una rica experiencia de lucha contra el parasitismo, es de la mayor importancia, para hacer frente a las ofensivas parásitas de hoy y armarse contra ellas, recordar las enseñanzas principales de esa lucha del pasado. Estas enseñanzas se refieren a varios aspectos:

  • el momento de surgimiento del parasitismo;
  • sus especificidades en relación con otros peligros a los que se enfrentan las organizaciones revolucionarias;
  • sur terreno de reclutamiento;
  • sus métodos;
  • los medios de una lucha eficaz contra él.

Como hemos de ver, existen en todos esos aspectos, una similitud sorprendente entre la situación que hoy tiene que encarar el medio proletario y la de la AIT.

11) Incluso si afectaba a una clase obrera todavía inexperimentada, el parasitismo, como ya hemos visto, sólo apareció históricamente como enemigo del movimiento obrero cuando éste alcanzó cierto grado de madurez, superando su fase infantil del sectarismo. «La primera fase en la lucha del proletariado contra la burguesía se caracterizó por el movimiento de las sectas. Se justificaba en el tiempo en el que el proletariado no estaba lo suficientemente desarrollado para actuar como clase» (Marx/Engels).

Fueron la aparición del marxismo, la maduración de la conciencia de clase proletaria y la capacidad de la clase y de su vanguardia para organizar su lucha lo que dio bases sanas al movimiento obrero.

«A partir de ese momento, cuando el movimiento de la clase obrera se hizo realidad, las utopías fantásticas desaparecieron (...) pues el lugar de esas utopías había sido ocupado por la compresión real de las condiciones históricas de ese movimiento, y porque las fuerzas de una organización de combate de la clase obrera empezaban reunirse cada día más» (Marx, La Guerra civil en Francia, primer proyecto).

De hecho, el parasitismo apareció históricamente como respuesta a la fundación de la Primera internacional, a la que Engels definía como «el medio de ir disolviendo y absorbiendo progresivamente a todas las pequeñas sectas» (Engels, Carta a Kelly/Vischnevertsky)

En otras palabras, la Internacional era un instrumento que obligaba a los diferentes componentes del movimiento obrero a entrar en un proceso colectivo y público de clarificación, y a someterse a una disciplina unificada, impersonal, proletaria, organizativa. Al principio, la declaración de guerra del parasitismo al movimiento revolucionario se expresó en esa resistencia a la «disolución y absorción» internacional de todas las particularidades y autonomías programáticas y organizativas no proletarias.

«Las sectas, que al principio habían sido palancas del movimiento, han acabado convirtiéndose en una traba al no estar ya al orden del día, volviéndose así reaccionarias. La prueba de ello son las sectas en Francia y en Gran Bretaña y últimamente los lassallianos en Alemania, los cuales, después de años de apoyo a la organización del proletariado, se han convertido sencillamente en armas de la policía» (Marx/Engels: Las Pretendidas escisiones en la Internacional).

12) Es ese análisis dinámico desarrollado por la Primera internacional lo que explica por qué el período actual, los años 80 y sobre todo los 90, ha sido testigo de un desarrollo del parasitismo sin precedentes desde los tiempos de la Alianza y de la corriente lassaliana. En efecto, estamos hoy confrontados a cantidad de agrupamientos informales, que actúan a menudo en la sombra, que pretenden pertenecer a la Izquierda comunista, pero que dedican toda su energía a combatir a las organizaciones marxistas existentes más que al régimen burgués. Como en los tiempos de Marx y Engels, esta oleada parasitaria reaccionaria tiene la función de sabotear el desarrollo del debate abierto y de la clarificación proletaria, impidiendo que se establezcan reglas de comportamiento que vinculen a todos los miembros del campo proletario. La existencia:

  • de una corriente internacional marxista como la CCI, que rechaza el sectarismo y el monolitismo;
  • de polémicas públicas entre organizaciones revolucionarias;
  • del debate actual sobre los principios organizativos marxistas y la defensa del medio revolucionario;
  • de nuevos elementos revolucionarios en búsqueda de verdaderas tradiciones marxistas, organizativas y programáticas;

están entre los elementos más importantes que suscitan actualmente el odio y la ofensiva del parasitismo político.

Como lo hemos visto con la experiencia de la AIT, sólo es en los períodos en los que el movimiento obrero pasa de un estadio de inmadurez fundamental a un nivel cualitativamente superior, específicamente comunista, cuando el parasitismo se convierte en su principal adversario. En el período actual, esa inmadurez no es el producto de la juventud del movimiento obrero en su conjunto, como en tiempos de la AIT, sino ante todo, el resultado de los 50 años de contrarrevolución que siguieron a la oleada revolucionaria de los años 1917-23. Hoy, esa ruptura de la continuidad orgánica con las tradiciones de las generaciones pasadas de revolucionarios es lo que explica, ante todo, el peso de los reflejos y de los comportamientos antiorganizativos de pequeño burgués de muchos elementos que se reivindican del marxismo y de la Izquierda comunista.

13) Junto a toda una serie de semejanzas entre las condiciones y características del surgimiento del parasitismo en tiempos de la AIT y del parasitismo de nuestros días, cabe señalar una diferencia notable entre dos épocas: en el siglo pasado, el parasitismo había tomado sobre todo la forma de una organización estructurada y centralizada Dentro de la organización de la clase, mientras que hoy toma sobre todo la forma de pequeños grupos, e incluso de elementos «no organizados» (aunque a menudo trabajan juntos). Esa diferencia no cambia la naturaleza básicamente idéntica del fenómeno del parasitismo en esos dos períodos. Se explica por los hechos siguientes:

  • uno de los campos abonados en que se desarrolla la Alianza es el de los restos de las sectas del período precedente. La Alianza recuperó incluso de las sectas su estructura estrechamente centralizada en torno a un «profeta» y su gusto por la organización clandestina; en cambio, uno de los elementos en los que se apoya el parasitismo actual son los restos de la «contestación» estudiantil que fue uno de los lastres de la reanudación histórica del combate proletario de finales de los años 60, especialmente en 1968, con toda su parafernalia de individualismo, de cuestionamiento de la organización o de la centralización, presuntas «negadoras del individuo» ([4]);
  • en el momento de la AIT, sólo existía una organización agrupadora del movimiento proletario, de modo que las corrientes cuya vocación era destruirla, por mucho que se reivindicaran de su combate contra la burguesía, estaban obligadas a actuar en su seno; en cambio, en una época histórica en la que quienes representan el combate revolucionario están dispersos entre las diferentes organizaciones del medio político proletario, cada grupo del ámbito parásito puede presentarse como perteneciente a ese medio del que sería un «componente» más junto a los demás grupos.

A ese respecto, debemos afirmar claramente que la dispersión actual del medio político proletario y todos los métodos sectarios que impiden o entorpecen el esfuerzo hacia un agrupamiento o el debate fraterno entre sus diferentes componentes, hacen el juego del parasitismo.

14) El marxismo, tras la experiencia de la AIT, puso de relieve las diferencias entre el parasitismo y las demás manifestaciones de la penetración de ideologías ajenas en las organizaciones de la clase. Por ejemplo, el oportunismo, aunque pueda manifestarse en un primer tiempo organizativamente (como ocurrió con los mencheviques en 1903), combate sobre todo el programa de la organización proletaria. En cambio, el parasitismo, para poder desempeñar su papel, no combate en principio el programa. Su acción la ejerce sobre todo en el plano organizativo, aunque, a veces, para poder «reclutar» se vea llevado a poner en entredicho algunos aspectos del programa. Así pudo verse a Bakunin aferrarse a la idea de la «abolición del derecho de herencia» en el Congreso de Basilea de 1869, porque sabía que podía reunir a bastantes delegados en torno a esa vacua y demagógica reivindicación, teniendo en cuenta la cantidad de ilusiones que sobre ese tema había entonces en la Internacional. Pero lo que pretendía, en realidad, era echar abajo al Consejo general influenciado por Marx, Consejo que combatía esa reivindicación, para así formar un Consejo general a su servicio ([5]).

Al combatir directamente la estructura organizativa de las formaciones proletarias, el parasitismo es, cuando las condiciones históricas permiten su aparición, un peligro mucho mayor que el oportunismo. Esas dos manifestaciones de la penetración de ideologías que les son ajenas, son un peligro mortal para las organizaciones proletarias. El oportunismo conduce a su muerte como instrumentos de la clase obrera al ponerse al servicio de la burguesía. Pero, como combate ante todo el programa, solo puede alcanzar ese resultado tras un proceso durante el cual la corriente revolucionaria, la Izquierda, puede, por su parte, desarrollar en el seno de la organización un combate por la defensa del programa ([6]).

En cambio, al estar la organización misma, como estructura, amenazada por el parasitismo, a la corriente proletaria le queda menos tiempo para organizar su defensa. El ejemplo de la AIT es significativo a ese respecto: la totalidad del combate en su seno contra la Alianza sólo dura cuatro años, entre 1868, cuando Bakunin entra en la Internacional, y 1872, cuando es excluido por el Congreso de La Haya. Esto pone de relieve la necesidad para la corriente proletaria de replicar rápidamente al parasitismo, de no esperar a que haya causado estragos antes de entablar el combate contra él.

15) Como ya hemos visto, debe distinguirse el parasitismo de las demás manifestaciones de la penetración en el seno de la clase de ideologías que le son ajenas. Sin embargo, utilizar esos otros tipos de manifestaciones es una de las características del parasitismo. Esto se debe a los orígenes del parasitismo, que es resultado de esa penetración de influencias ajenas al proletariado, pero también al hecho de que sus métodos, que lo que intentan en última instancia es destruir las organizaciones proletarias, hacen caso omiso del menor principio y de cualquier escrúpulo. Así, en el seno de la AIT y del movimiento obrero de la época, la Alianza se distinguió, como ya hemos dicho, por su capacidad por sacar provecho de los vestigios del sectarismo, empleando métodos oportunistas (como en el tema del derecho de herencia, por ejemplo) o lanzándose en movimientos totalmente aventuristas («Comuna» de Lyón e insurrección cantonalista de 1873 en España).

De igual modo, se apoyó fuertemente en el individualismo de un proletariado que estaba saliendo del artesanado y del campesinado (especialmente en España y en el Jura suizo). Las mismas características se encuentran en el parasitismo de hoy. El papel del individualismo en la formación del parasitismo actual ya ha sido puesto de relieve, pero vale la pena señalar también que todas las escisiones de la CCI que acabaron formando grupos parásitos (GCI, CBG, FECCI) se apoyaron en métodos sectarios al romper prematuramente y negarse a llevar hasta el final el debate por el esclarecimiento de las cosas. De igual modo, el oportunismo fue una de las marcas del GCI, el cual, tras haber acusado a la CCI, cuando sólo era una «tendencia» en su seno, de no imponer suficientes exigencias a los nuevos candidatos, se dedicó a la «pesca» sin principios, modificando su programa en el sentido de las patrañas izquierdistas de moda, como el tercermundismo, por ejemplo. Ese mismo oportunismo fue puesto en práctica por el CBG y la FECCI, quienes, a principios de los años 90, se metieron en un innoble regateo en un intento de agrupamiento. Y en fin, en lo que se refiere al aventurismo-golpismo, es de notar que, por no hablar de las serviles complacencias del GCI para con el terrorismo, todos esos grupos, sistemáticamente, se han metido de pies juntillas en todas las trampas que tiende la burguesía a la clase obrera, llamado a ésta a desarrollar sus luchas cuando el terreno había sido previamente minado por la clase dominante y sus sindicatos, como así ocurrió, en particular, en el otoño de 1995 en Francia.

16) La experiencia de la AIT puso de relieve la diferencia que podía existir entre el parasitismo y el «pantano», aunque esta palabra no se usara en aquella época. El marxismo define el pantano como una zona política en la que se encuentran posiciones de la clase obrera y posiciones de la pequeña burguesía. Esas zonas pueden aparecer como una primera etapa en un proceso de toma de conciencia de sectores del proletariado o de ruptura con posiciones burguesas. Pueden también ser vestigios de corrientes que, en un momento dado, expresaron un esfuerzo auténtico de toma de conciencia pero que han sido incapaces de evolucionar en función de las nuevas condiciones de la lucha proletaria y de la experiencia de dicha lucha. Esas zonas pantanosas no pueden, en general, mantenerse estables. La tirantez a que están sometidas entre las posiciones proletarias y las de las demás clases las hace desembocar o plenamente en posiciones revolucionarias o a unirse a las posiciones de la burguesía, o, también, a desgarrarse entre ambas tendencias. Este proceso de decantación está impulsado y acelerado generalmente por los grandes acontecimientos a que se ve enfrentada la clase obrera. En el siglo XX han sido sobre todo la guerra imperialista y la revolución proletaria. El sentido general de esa decantación depende en gran medida de la evolución de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado. Ante esas corrientes, la Izquierda en el movimiento obrero siempre ha tenido la actitud de no considerarlas como perdidas en bloque para el combate proletario, sino impulsar en su seno hacia una clarificación que permita a los elementos más sanos unirse plenamente a ese combate, pero denunciando con la mayor firmeza a quienes toman el camino de la clase enemiga.

17) En la AIT, existían, junto a la corriente marxista, que era su vanguardia, corrientes que podrían definirse con ese término de «pantano». Así era con algunas corrientes proudhonianas, por ejemplo, las cuales habían sido, en la primera parte del siglo XIX, una vanguardia auténtica del proletariado en Francia. En el momento del combate contra el cuerpo parásito que era la Alianza, esas corrientes habían dejado de ser esa vanguardia. Sin embargo, a pesar de todas sus confusiones, fueron capaces de participar en el combate por salvar la Internacional, especialmente en el Congreso de La Haya. La corriente marxista tuvo para con ellos una actitud muy diferente de la que tuvo con la Alianza. En ningún momento se planteó el excluirlos. Al contrario, debían ser asociados al combate de la AIT contra sus enemigos, no sólo por el peso que seguían teniendo en la Internacional, sino también porque ese combate era una experiencia que iba a permitir esclarecerse a esas corrientes. En la práctica, ese combate permitió verificar la diferencia fundamental entre el pantano y el parasitismo. Mientras que el pantano está animado de una vida proletaria que le permite, o a sus mejores elementos, unirse a la corriente revolucionaria, el parasitismo, en cambio, al ser su función la de destruir la organización de clase, nunca podrá evolucionar en ese sentido, aunque haya ciertos elementos que conscientes de haber sido engañados por el parasitismo, podrían seguir ese camino.

Es hoy importante seguir haciendo esa diferencia entre corrientes del pantano ([7]) y corrientes parásitas. Por un lado, los grupos del medio proletario deben hacerlo todo por hacer evolucionar a aquéllos hacia posiciones marxistas provocando en su seno la clarificación política, y, por otro, deben ser lo más intransigentes hacia el parasitismo, denunciando el sórdido papel que desempeñan en beneficio de la burguesía. Y esto es tanto más importante porque las corrientes del pantano, por sus confusiones (especialmente sus reticencias hacia la organización, como así ocurría con quienes se reivindicaban del consejismo), son muy vulnerables a los ataques del parasitismo.

18) Todas las manifestaciones de la penetración de ideologías ajenas en el seno de las organizaciones proletarias hacen el juego de la clase enemiga. Eso es especialmente evidente en lo que se refiera al parasitismo cuya finalidad es la destrucción de esas organizaciones, lo reconozcan o no. A este respecto, la AIT lo dejó muy claro al afirmar que incluso si no era un agente del Estado capitalista, Bakunin servía sus intereses mejor que si lo hubiera sido. Esto no significa, sin embargo, que el parasitismo sea de por sí un sector del aparato político de la clase dominante a imagen de las corrientes burguesas de extrema izquierda tales como el trotskismo hoy. De hecho, Marx y Engels no consideraban, ni siquiera a los parásitos mejor conocidos de la época como Bakunin o Lasalle, como representantes políticos de la clase burguesa. Este análisis es resultado de la comprensión de que el parasitismo no es como tal una fracción de la burguesía, al no tener ni programa ni orientación específica para el capital nacional, ni ocupar un lugar particular en los órganos estatales de control de la lucha de la clase obrera. Sin embargo, a causa de los servicios que el parasitismo hace a la clase capitalista, se beneficia de una solicitud muy especial por parte de ésta. Esta solicitud se expresa principalmente de tres maneras:

  • apoyo político a las maniobras del parasitismo. La prensa burguesa, por ejemplo, tomó la defensa de la Alianza y de Bakunin en su conflicto con el Consejo general;
  • infiltraciones y maniobras de agentes del Estado dentro de las corrientes parasitarias; la sección de Lyón de la Alianza estaba, por ejemplo, directamente dirigida por dos agentes bonapartistas, Richard y Blanc.
  • la creación directa por sectores de la burguesía de corrientes políticas con la función de hacer de parásito de la organización proletaria. Por ejemplo, se creó la Liga por la paz y la libertad (dirigida por Vogt, agente bonapartista), la cual, según dijo el propio Marx, «ha sido fundada en oposición a la Internacional» y que intentó, en 1868, «aliarse» con ésta.

A ese respecto, hay que decir que, aunque la mayoría de las corrientes parásitas hacen alarde de un programa proletario, éste no es indispensable para que una organización pueda llevar a cabo una función de parasitismo político, pues ésa no se define por las posiciones que proclama sino por su actitud destructora para con las organizaciones de la clase obrera.

19) En el período actual, ahora que las organizaciones proletarias no tienen ni mucho menos la notoriedad que tenía la AIT en su época, la propaganda burguesa oficial no se preocupa de aportar un apoyo a los grupos y elementos parásitos (lo cual tendría, además, la desventaja de desprestigiarlos ante quienes se acercan a las posiciones comunistas). Cabe señalar, sin embargo, que en las campañas burguesas específicamente dirigidas contra la Izquierda comunista, las que se refieren al «negacionismo» dejan un lugar importante a grupos como el ex Mouvement communiste, la Banquise, etc., presentados como representantes de la Izquierda comunista, cuando, en realidad, tenían más bien un comportamiento parásito.

Quien sí era un agente del Estado fue el denominado Chenier ([8]), el cual desempeñó un papel motor en la creación en 1981, en la CCI, de una «tendencia secreta», la cual, tras haber logrado hacer que desapareciera la mitad de la sección en Gran Bretaña, engendró a uno de los grupúsculos parásitos más típicos, el CBG.

En fin, los intentos de las corrientes burguesas por infiltrar el medio proletario y asumir en él una función parásita pueden observarse perfectamente con la acción del grupo izquierdista español Hilo rojo, el cual hizo toda clase de zalamerías durante años para atraerse las simpatías del medio proletario antes de lanzarse a un ataque en regla contra él. Otro ejemplo de ello es la OCI, grupo izquierdista italiano del que algunos elementos pasaron por el bordiguismo, presentándose hoy como el «auténtico heredero» de esa corriente.

20) La vocación fundamental de los círculos parásitos, que es luchar contra las verdaderas organizaciones proletarias, facilita evidentemente la penetración de agentes del Estado en ellos. De hecho, lo que abre las puertas del medio parásito de par en par a esa infiltración es el reclutamiento mismo de ese medio: son elementos que rechazan la disciplina de una organización de clase, desprecian su funcionamiento estatutario, se complacen en el informalismo, en las lealtades personales antes que la lealtad a la organización. Las puertas se abren también de par en par a esos auxiliares involuntarios del Estado capitalista que son los aventureros, elementos desclasados que intentan poner el movimiento obrero al servicio de sus ambiciones y de una notoriedad y de un poder que les niega la sociedad burguesa. En la AIT, el ejemplo de Bakunin es, evidentemente, el más conocido. Marx y sus camaradas nunca pretendieron que Bakunin fuera un agente directo del Estado. De lo que sí fueron capaces fue no sólo de identificar, sino también denunciar los servicios que estaba involuntariamente haciendo a la clase dominante, y también el método y los orígenes de clase de los aventureros en el seno de las organizaciones proletarias y el papel que desempeñaron como dirigentes del parasitismo. Así, respecto a las maniobras de Bakunin en la AIT, escribían que los «elementos desclasados» habían sido capaces «de infiltrarse y establecer, en su centro mismo, organizaciones secretas». Esta misma idea es recogida por Bebel respecto a Schweitzer, líder de la corriente lassaliana (la cual, además de su oportunismo, tenía un componente parásito importante): «Se unió al movimiento en cuanto vio que para él no había porvenir en la burguesía, que para él, cuyo modo de vida había desclasado muy pronto, la única esperanza era desempeñar un papel en el movimiento obrero, al que su ambición y sus capacidades le predestinaban» (Bebel, Autobiografía).

21) Dicho lo cual, aunque las corrientes parásitas están a menudo dirigidas por aventureros desclasados (eso cuando no son agentes directos del Estado), no reclutan únicamente en esa categoría. Hay también en ellas elementos que pueden estar al principio animados por una voluntad revolucionaria y cuyo objetivo no es destruir la organización, pero que:

  • impregnados de ideología pequeño burguesa, impaciente, individualista, afinitaria, elitista;
  • «decepcionados» por una clase obrera que no avanza lo bastante rápido a su gusto;
  • que soportan mal la disciplina organizativa, frustrados de no encontrar en la actividad militante las «gratificaciones» que de ella esperaban o de no alcanzar las «plazas» a que aspiraban;
  • acaban desarrollando una hostilidad básica contra la organización proletaria, por mucho que se disfrace esa hostilidad de pretensiones «militantes».

En la AIT pudo comprobarse ese comportamiento en algunos elementos del Consejo general como Eccarius, Jung y Hales.

Por otra parte, el parasitismo es capaz de reclutar elementos proletarios sinceros y militantes, pero que, con el lastre de las debilidades pequeño burguesas o la falta de experiencia, se dejan arrastrar, engañar y hasta manipular por elementos claramente antiproletarios. Esto fue lo que ocurrió, en la AIT, con la mayoría de los obreros que formaron parte de la Alianza en España.

22) En cuanto a la CCI, las escisiones que desembocaron en la formación de grupos parásitos se debieron en la mayoría de los casos a elementos animados por las mismas ideas pequeño burguesas descritas arriba. El impulso dado por intelectuales dolidos por la falta de «reconocimiento», la impaciencia por no lograr convencer a los demás militantes de la «exactitud» de sus posiciones o a causa de la lentitud en el desarrollo de la lucha de clases, las susceptibilidades contrariadas por la crítica a las posiciones defendidas o al comportamiento, el rechazo a una centralización vivida como «estalinismo», todo eso han sido los motores de la constitución de «tendencias» que han terminado en la formación de grupos parásitos más o menos efímeros y en deserciones que han acabado alimentando el parasitismo informal. Sucesivamente, la «tendencia» de 1979, que iba a acabar en la formación del «Groupe communiste internationaliste», la tendencia Chénier, uno de cuyos vástagos fue el difunto «Communist Bulletin Group», la «tendencia» McIntosh-ML-JA (formada, en gran parte, por miembros del órgano central de la CCI) que originó la FECCI (transformada más tarde en Perspective internationaliste) fueron ejemplos típicos de ese fenómeno. En esos episodios pudimos ver a elementos con preocupaciones proletarias indiscutibles dejarse arrastrar por fidelidad personal hacia los jefes de esas «tendencias» que no formaban parte de ellas pero sí de los «clanes» tal como la CCI los ha definido. El que todas las escisiones parásitas de nuestra organización aparecieran primero con la forma de clanes internos, no es casual. En realidad, hay un gran parecido entre los comportamientos organizativos en que se forman los clanes y los que alimentan el parasitismo: individualismo, marco estatutario vivido como una coacción, frustraciones hacia la actividad militante, lealtad hacia las personas en detrimento de la lealtad a la organización, influencia de «gurús» y demás personajes en búsqueda de un poder personal sobre otros militantes.

De hecho, lo que ya es la formación de clanes, o sea la destrucción del tejido organizativo, tiene en el parasitismo su expresión última: la voluntad de destruir las organizaciones proletarias mismas ([9]).

23) La heterogeneidad (marca del parasitismo, pues cuenta en sus filas tanto a elementos relativamente sinceros como a elementos impulsados por el odio a la organización proletaria y hasta aventureros políticos o agentes directos del Estado), es el terreno por excelencia de las políticas secretas que permiten a los elementos más hostiles a las preocupaciones proletarias arrastrar a aquéllos tras sí. La presencia de elementos «sinceros», sobre todo quienes han hecho esfuerzos auténticos por la construcción de la organización, es para el parasitismo una de las condiciones de su éxito pues puede así acreditar su etiqueta «proletaria» fraudulenta, del mismo modo que el sindicalismo necesita militantes «sinceros y entregados» para cumplir su función. Y, al mismo tiempo, el parasitismo y sus elementos más en punta no pueden ejercer su control sobre sus tropas si no es ocultando sus verdaderos fines. La Alianza en la AIT, por ejemplo, constaba de varios círculos en torno al «ciudadano B» y había estatutos secretos reservados a los «iniciados». «La Alianza divide a sus miembros en dos castas, iniciados y no iniciados, aristócratas y plebeyos, estando éstos condenados a ser dirigidos por aquellos por medio de una organización cuya existencia ignoran» (Engels, Informe sobre la Alianza) Hoy, el parasitismo actúa de la misma manera y es rarísimo que los grupos parásitos, especialmente los aventureros o intelectuales frustrados que los animan, anuncien claramente su programa. En esto, cabe decir que el llamado Mouvement communiste ([10]), que dice claramente que hay que destruir el medio de la Izquierda comunista, es a la vez una caricatura y el portavoz más patente de la naturaleza profunda del parasitismo.

24) Los métodos empleados por la Primera internacional y los eisenachianos contra el parasitismo son perfectamente comparables con los usados por la CCI hoy en día. Las maniobras del parasitismo fueron denunciadas en los documentos públicos de los congresos, en la prensa, en las reuniones obreras, incluso en el Parlamento. Se demostró con creces que eran las clases dominantes mismas las que estaban detrás de unos ataques cuya finalidad era acabar con el marxismo. Los trabajos del Congreso de La Haya así como los célebres discursos de Bebel contra la política secreta de Bismarck y Schweitzer pusieron de relieve la capacidad del movimiento obrero para dar una explicación global a la vez que denunciaban esas maniobras de un modo muy concreto. Entre las razones más importantes dadas por la Primera Internacional para explicar la publicación de las revelaciones sobre las maniobras de Bakunin, encontramos, ante todo, las siguientes:

  • desenmascararlas abiertamente era el único medio para acabar de una vez con esos métodos en el movimiento obrero; sólo la toma de conciencia por todos sus miembros de la importancia de esas cuestiones podía impedir que se repitieran en el futuro;
  • era necesario denunciar públicamente la Alianza de Bakunin para disuadir a quienes usaban los mismos métodos; Marx y Engels sabían perfectamente que seguía habiendo otros parásitos que estaban llevando a cabo una política secreta dentro y fuera de la organización (como los adeptos de Pyatt, por ejemplo);
  • solo un debate público podría quebrar el control de Bakunin sobre muchas de sus víctimas, animándolas a dar testimonio; por eso fueron puestos a la luz del día los métodos de manipulación de Bakunin, especialmente con la publicación del Catecismo revolucionario;
  • una denuncia pública era indispensable para impedir que se asociara a la Internacional con semejantes prácticas; así, la decisión de excluir a Bakunin de la Internacional se tomó tras haber tenido conocimiento de todo lo relativo al asunto Nechaiev y la comprensión del peligro de que este asunto fuera utilizado contra la Asociación;
  • las lecciones de esta lucha tenían una importancia histórica, no sólo para la Internacional, sino para el porvenir del movimiento obrero; con ese mismo estado de ánimo, Bebel dedicaría, años después, casi ochenta páginas de su autobiografía a la lucha contra Lassalle y Schweitzer.

En fin, en el centro de esta política estaba la necesidad de desenmascarar a los aventureros políticos, tales como Bakunin y Schwitzer.

No diremos bastante hasta qué punto esa actitud caracterizó toda la vida política de Marx, como puede verse en su denuncia de los secuaces de Lord Palmerston y de Herr Vogt. Comprendía perfectamente que ocultar ese tipo de asuntos bajo la alfombra sólo podía beneficiar a la clase dominante.

25) Es esa misma tradición del movimiento obrero la que hoy prosigue la CCI con sus artículos sobre su propia lucha interna, sus polémicas contra el parasitismo, el anuncio público de la exclusión unánime de uno de sus miembros por el XIº Congreso internacional, la publicación de artículos sobre la francmasonería, etc. La defensa de la CCI, en particular, de los tribunales de honor en casos de individuos que han perdido la confianza de las organizaciones revolucionarias, para defender al medio político como un todo, se inspira en el mismo método que el Congreso de La Haya y de las comisiones de encuesta de los partidos obreros en Rusia sobre personas de quienes se sospechaba que eran agentes provocadores.

La lluvia de protestas y de acusaciones, continuada por la prensa burguesa, tras la publicación de los principales resultados de la encuesta sobre la Alianza pusieron en evidencia que es ese riguroso método de denuncia pública lo que más molesta a la burguesía. De igual modo, la manera con la que la dirección oportunista de la IIª Internacional ignoró sistemáticamente, en los años antes de 1914), el famoso capítulo «Marx contra Bakunin» en la historia del movimiento obrero es muestra del mismo miedo por parte de todos los defensores de las ideas organizativas pequeño burguesas.

26) Hacia la infanteria pequeño burguesa del parasitismo, la política del movimiento obrero ha sido la de hacerla desaparecer del escenario político. En esto, la denuncia de las posiciones políticas absurdas y de las actividades políticas de los parásitos es de la mayor importancia. Engels en su célebre artículo «Los bakuninistas en acción», durante la sublevación de 1873 en España, apoyó y completó las revelaciones sobre el comportamiento organizativo de la Alianza. Hoy la CCI ha adoptado la misma política combatiendo la existencia de los adeptos de los variados centros organizados o «inorganizados» del medio parásito.

Por lo que se refiere a los elementos más o menos proletarios que se dejan más o menos engañar por el parasitismo, la política del marxismo ha sido siempre muy diferente. Esta ha consistido en meter una cuña entre esos elementos y la dirección parásita orientada o animada por la burguesía, demostrando que son víctimas de ella. La meta de esta política es la de aislar la dirección parásita alejando a sus víctimas de su zona de influencia. Hacia esas «víctimas», el marxismo siempre ha denunciado su actitud y sus actividades a la vez que lucha para reavivar su confianza en la organización y en el medio proletario. El trabajo de Lafargue y de Engels hacia la sección española de la Primera internacional es una perfecta plasmación de esa política.

La CCI prosigue también esa tradición, organizando confrontaciones con el parasitismo para volver a ganarse a los elementos manipulados. La denuncia de Bebel y Liebknecht a Schweitzer como agente de Bismark en un mitin de masas del partido lassaliano en Wuppertal es un ejemplo bien conocido de esa actitud.

27) En el movimiento obrero, la tradición de lucha contra el parasitismo se perdió después de los grandes combates en la AIT. Por las razones siguientes:

  • el parasitismo no fue un peligro importante para las organizaciones proletarias después de la AIT;
  • la largo duración y profundidad de la contrarrevolución.

Ese es un factor de debilidad muy importante del medio político proletario frente a la ofensiva del parasitismo. Ese peligro es tanto más grave porque la presión ideológica de la descomposición del capitalismo, presión que, como la CCI ha evidenciado, facilita la penetración de la ideología pequeño burguesa con sus características más extremas([11]), crea permanentemente un campo abonado para el desarrollo del parasitismo. Es pues una responsabilidad muy importante la que incumbe al medio proletario la de entablar una lucha determinada contra ese peligro. En cierto modo, la capacidad de las corrientes revolucionarias para identificar y combatir el parasitismo, será una señal de su capacidad para combatir las demás amenazas que pesan sobre las organizaciones del proletariado, especialmente la amenaza más permanente, la del oportunismo.

De hecho, en la medida en que el oportunismo y el parasitismo tienen ambos el mismo origen (la penetración de la ideología pequeño burguesa) y son un ataque contra los principios de la organización proletaria (principios programáticos aquél y principios organizativos éste), es de lo más natural que se toleren mutuamente y acaben convergiendo. Por eso no es ninguna paradoja si en la AIT se encontraron juntos los bakuninistas «anti-Estado» y los lassalianos «pro-Estado» (una variante del oportunismo). Una de las consecuencias de eso es que es a las corrientes de Izquierda de las organizaciones proletarias a las que incumbe llevar a cabo lo esencial de la lucha contra el parasitismo. En la AIT fueron directamente Marx y Engels y su tendencia quienes asumieron el combate contra la Alianza. No es por casualidad si los principales documentos redactados durante ese combate llevan su firma: la circular del 5 de marzo de 1872 «Las pretendidas escisiones en la Internacional» fue redactada por Marx y Engels, el informe sobre «la Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de los trabajadores» es fruto del trabajo de Marx, Engels, Lafargue y Utin.

Lo que era válido en tiempos de la AIT, lo sigue siendo hoy. La lucha contra el parasitismo es una de las responsabilidades esenciales de la Izquierda comunista. Se entronca plenamente con la tradición de sus empecinados combates contra el oportunismo. Es hoy uno de los componentes básicos en la preparación del partido de mañana y por ello mismo condiciona, en parte, tanto el momento en que podrá surgir como su capacidad para desempeñar su función en las luchas decisivas del proletariado.


[1] El término usado en el movimiento obrero es el de «putsch» que, en alemán, significa «intentona golpista». En castellano usamos los términos «golpe »-« golpismo», aunque estos términos parezcan evocar únicamente, en los ajustes de cuentas interburgueses de algunas regiones del mundo, la tradición de cambiar el curso de las cosas mediante la acción militar.

[2] Es necesario distinguir los dos sentidos que pueden atribuirse al término «aventurismo». Por un lado, existe el aventurismo de algunos elementos desclasados, los aventureros políticos, quienes, al no poder desempeñar un papel en la clase dominante y haber comprendido que el proletariado estaba destinado a ocupar el primer plano en la vida de la sociedad y en la historia, intentan conquistar su reconocimiento o el de sus organizaciones, un reconocimiento que les permitiría hacer ese papel que la burguesía les niega. Al volverse del lado de la lucha de la clase obrera, el objetivo de esos individuos no es ponerse al servicio de ella sino ponerla al servicio de sus ambiciones. Buscan la fama «yendo al proletariado» como otros la buscan recorriendo el mundo. Aventurismo también es la actitud política que consiste en lanzarse en acciones irreflexivas cuando no hay las mínimas condiciones para su éxito, o sea, la madurez suficiente de la clase. Una actitud así, aunque puede también deberse a aventureros políticos en busca de emociones fuertes, puede también ser la de obreros y militantes totalmente sinceros, entregados y desinteresados, pero que adolecen de juicio político o están cegados por la impaciencia.

[3] Marx y Engels no fueron los únicos en identificar y caracterizar el parasitismo político. A finales del siglo XIX, un gran teórico marxista como Antonio Labriola recogía el mismo análisis del parasitismo: «En este primer tipo de nuestros partidos actuales [se trata de la Liga de los comunistas], en esta célula primera, por decirlo así, de nuestro complejo organismo, elástico y muy desarrollado, no sólo había la conciencia de la misión que cumplir como precursor, sino también la forma y el método de asociación que convienen a los primeros iniciadores de la revolución proletaria. Ya no era una secta: esta forma ya había sido superada. La dominación inmediata y fantástica del individuo había sido eliminada. Lo que predominaba era una disciplina que tenía su origen en la experiencia de la necesidad y en la doctrina que debe ser precisamente la conciencia reflejo de esa necesidad. Lo mismo ocurrió con la Internacional, la cual sólo pareció autoritaria a quienes no pudieron imponer su propia autoridad. Debe ser lo mismo y deberá serlo así en todos los partidos obreros; y allí donde ese carácter no es fuerte, o no puede todavía serlo, la agitación proletaria todavía elemental y confusa, engendra únicamente ilusiones y sólo es un pretexto a las intrigas. Y cuando no es así, es entonces un cenáculo en el que el iluminado se codea con el loco o el espía; será una vez más la Sociedad de hermanos internacionales la que se agarró como un parásito a la Internacional y la desprestigió; (...) o, en fin, un agrupamiento de descontentos en su mayoría desclasados y pequeño burgueses que se ponen a especular sobre el socialismo como se pondrían a hacerlo sobre cualquier frase de la moda política» (Ensayo sobre la concepción materialista de la historia).

[4] Ese fenómeno se refuerza con el peso del consejismo, el cual es, como la CCI lo evidenció, uno de los precios que ha pagado y pagará el movimiento obrero renaciente a la influencia del estalinismo durante todo el período de la contrarrevolución.

[5] Fue, además, por esa razón por la que en ese Congreso, los amigos de Bakunin apoyaron la decisión de fortalecer muy sensiblemente los poderes del Consejo general, mientras que, después, van a exigir que su función no vaya más allá de la de un «buzón de correos».

[6] La historia del movimiento obrero es rica de esos largos combates llevados a cabo por la Izquierda. Podemos citar entre ellos:

  • el de Rosa Luxemburg contra el revisionismo de Bernstein a finales del siglo XIX;
  • el de Lenin contra los mencheviques a partir de 1903;
  • el de Rosa Luxemburg y Pannekoek contra Kautsky sobre la cuestión de la huelga de masas (1908-1911);
  • Pannakoek, Gorter, Bordiga y el conjunto de militantes de la Izquierda de la Internacional comunista (sin olvidar a Trotski, en cierta medida) contra la degeneración de ésta.

[7] En nuestros tiempos, el pantano puede, por ejemplo, estar representado por variantes de la corriente consejista (como las que la reanudación histórica de finales de los 60 hizo surgir y que, sin duda, volverán a aparecer en futuros combates de clase), por vestigios del pasado como los leonistas presentes en el ámbito anglosajón, o por elementos en ruptura con las organizaciones izquierdistas.

[8] No hay pruebas de que Chénier fuera un agente de los servicios de seguridad del Estado. En cambio, su rápida carrera, inmediatamente después de su exclusión de la CCI, en la administración del Estado y, sobre todo, en el aparato del Partido socialista, (que entonces dirigía el gobierno) demuestra que ya debía estar trabajando para ese aparato de la burguesía cuando se presentaba como un «revolucionario».

[9] A los análisis y preocupaciones de la CCI sobre el parasitismo, se le ha opuesto que ese fenómeno sólo concierne a nuestra organización, ya sea como diana ya como «abastecedor» de los círculos parásitos a través de sus escisiones. Es cierto que la CCI es hoy el blanco principal del parasitismo, lo cual se explica porque es la organización más importante y extendida del medio proletario. Por ello, es ella la que provoca más odio por parte de los enemigos de ese medio y no pierden una ocasión de intentar que las demás organizaciones proletarias le sean hostiles. Otra causa de ese «privilegio» que posee la CCI ante el parasitismo está en que nuestra organización es precisamente aquélla de la que han salido más escisiones que han acabado en grupos parásitos. Podemos dar varias explicaciones a ese fenómeno:

Primero, entre las organizaciones del medio político proletario que se han mantenido durante los treinta años que nos separan de 1968, la CCI es la única nueva, mientras que las demás ya existían entonces. De ahí que hubiera en nuestra organización un peso mayor del espíritu de círculo, campo abonado para los clanes y el parasitismo. En las demás organizaciones había, por otro parte, incluso antes de la reanudación histórica de la clase, una como «selección natural» que eliminaba a los aventureros o semiaventureros así como a los intelectuales en busca de público que no tenían la paciencia de llevar a cabo una labor oscura en las pequeñas organizaciones en un momento en que tenían un impacto mínimo en la clase a causa de la contrarrevolución. En el momento de la reanudación proletaria, los elementos de ese tipo juzgaron que podían «ocupar plazas» más fácilmente en una organización nueva, en vías de constitución, que en una organización antigua en la que «las plazas ya estaban ocupadas».

En segundo lugar, existe generalmente una diferencia fundamental entre las escisiones (igualmente numerosas) que han afectado a la corriente bordiguista (que era la más desarrollada internacionalmente hasta los años 70) y las escisiones que han afectado a la CCI. En las organizaciones bordiguistas, que se reivindican oficialmente del monolitismo, las escisiones son esencialmente la consecuencia de la imposibilidad de desarrollar en su seno desacuerdos políticos, lo cual significa que esas escisiones no tienen necesariamente una dinámica parásita. En cambio, las de la CCI no eran resultado del monolitismo o del sectarismo, pues nuestra organización no sólo permite sino que anima al debate y a la confrontación en su seno: las deserciones colectivas fueron el resultado necesariamente de la impaciencia, de frustraciones individualistas, de un comportamiento clánico, y por lo tanto estaban animadas por un espíritu y una dinámica parásitas.

Dicho esto, hay que subrayar que la CCI no es el único blanco del parasitismo, ni mucho menos. Por ejemplo, las denigraciones de Hilo Rojo, así como las del llamado Mouvement communiste van contra toda la Izquierda comunista. De igual modo, el blanco privilegiado de la OCI es la corriente bordiguista. En fin, incluso cuando los grupos parásitos concentran sus ataques contra la CCI, evitando, cuando no bailándoles el agua, a los demás grupos del medio político proletario (como así fue con CBG o como lo hace sistemáticamente Echanges et Mouvement) es en general con el objetivo de aumentar las divisiones y la dispersión entre esos grupos, debilidades que la CCI ha sido siempre la primera en combatir.

[10] Grupo animado por ex miembros de la CCI que después pertenecieron al GCI y por antiguos tránsfugas del izquierdismo, y al que no hay que confundir con el Mouvement communiste de los años 70 que fue uno de los predicadores del modernismo.

[11] «Al principio, la descomposición ideológica afecta evidentemente a la clase capitalista misma y, de rechazo, a las capas pequeño burguesas, que no tienen ninguna autonomía. Puede incluso decirse que éstas se identifican muy bien con la descomposición pues su situación específica, la ausencia de todo porvenir, es reflejo de la causa más importante de la descomposición ideológica: la ausencia de la menor perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Sólo el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y, por ello, es en sus filas donde existen las mayores capacidades contra la descomposición. Sin embargo, ni siquiera él puede evitarla, sobre todo porque la pequeña burguesía, con la que se mezcla, es precisamente su principal vehículo. Los diferentes elementos que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica:

  • la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, la tendencia a “cada uno para sí”, al “arreglo individual”;
  • la necesidad de organización se enfrenta a la descomposición social, a la destrucción de las relaciones en que se basa toda vida en sociedad;
  • la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas es permanentemente minada por la desesperación general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future”; la conciencia, la lucidez, la coherencia y la unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un camino difícil en medio de la huida hacia quimeras, la droga, las sectas, el misticismo, el rechazo de la reflexión, la destrucción del pensamiento, características de nuestra época" (Revista internacional nº 62, «La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo», punto 13).

La mezquindad, la falsa solidaridad de los clanes, el odio a la organización, la desconfianza, la calumnia, que son actitudes y comportamientos en los que se complace el parasitismo, encuentran en la descomposición social hoy un alimento de primera. El refrán dice que las flores más hermosas crecen en el estiércol. La ciencia nos enseña que muchos organismos parásitos se sustentan también en él. Y el parasitismo político, en su ámbito, respeta las leyes de la biología, al alimentarse de la putrefacción de la sociedad.

 

Series: 

  • Construcción de la organización revolucionaria [34]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [3]

Revista Internacional n° 95 - 4° trimestre de 1998

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Agravación de la crisis, matanzas imperialistas en África - Las convulsiones del capitalismo moribundo

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Agravación de la crisis, matanzas imperialistas en África

 

Las convulsiones del capitalismo moribundo

 

 

En los países industrializados, el verano es la época en la que, en general, la burguesía tiene a bien otorgar vacaciones a sus explotados para que así puedan recuperar mejor su fuerza de trabajo y ser más productivos el resto del año. También saben perfectamente éstos que desde hace ya mucho tiempo y a costa de ellos, la clase dominante se aprovecha de la dispersión, el alejamiento del lugar de trabajo y su menor vigilancia para acelerar sus ataques contra el nivel de vida. Así mientras los proletarios descansan, la burguesía y sus gobiernos no quedan inactivos. Sin embargo, desde hace ya varios años, el período estival se ha convertido en uno de los más fértiles en lo que a agravación de tensiones imperialistas se refiere.

Fue, por ejemplo, en agosto de 1990 cuando se inició, con la invasión de Kuwait por Irak lo que iba a ser la crisis y la guerra del Golfo. Fue en verano de 1991 cuando estalló en la antigua Yugoslavia una guerra en plena Europa por primera vez desde hacía casi medio siglo. Más recientemente, fue en el verano de 1995 cuando ocurrió el bombardeo de la OTAN y la ofensiva croata (apoyada por Estados Unidos) contra Serbia. Podríamos poner más ejemplos.

El verano de 1997 fue, en cambio, muy tranquilo en lo que enfrentamientos imperialistas se refiere. Pero la actualidad mundial fue, sin embargo, ruidosa; fue el verano del año pasado cuando se inició la crisis financiera de los países del Sudeste asiático, anunciadora de las convulsiones en las que está inmersa la economía mundial.

Por su parte, este verano de 1998 ha reanudado con la «tradición» de la agudización de los enfrentamientos imperialistas: guerra en el Congo, atentados contra las embajadas de EEUU en Africa, seguidos por los bombardeos estadounidenses en Afganistán y Sudán. Al mismo tiempo, ha estado marcado por la agravación considerable de las convulsiones de la economía mundial, especialmente el caos de Rusia, seguidas por un nuevo hundimiento de «países emergentes» como los de Latinoamérica y por una caída histórica de las Bolsas de los países más desarrollados.

El desencadenamiento reciente de esas convulsiones de todo tipo que conoce el mundo capitalista no son una casualidad. Expresan un nuevo avance de las contradicciones insuperables de la sociedad burguesa. No hay relación directa, mecánica, entre las convulsiones del ámbito económico y la agudización de los enfrentamientos guerreros. Pero todos tienen un mismo origen: el hundimiento de la economía mundial en una crisis sin salida. Y no hay salida porque no la tiene el modo de producción capitalista, el cual se halla en su fase de decadencia desde la Primera Guerra mundial.

Por eso es este siglo XX el que ha conocido las mayores tragedias de la historia. Sólo la clase obrera mundial mediante la realización de la revolución comunista, podrá impedir que el XXI sea peor todavía. Esa es la enseñanza principal que los proletarios deben sacar ante el hundimiento del mundo capitalista en una crisis y en una barbarie cada día más intensas.

 

Asia primero, ahora Rusia y Latinoamérica

La catástrofe económica
llega al corazón del capitalismo

 

La crisis financiera que se desató ahora hace más de un año en el Sudeste asiático está hoy desplegándose en toda su envergadura. Durante el verano ha conocido un nuevo sobresalto con el hundimiento de la economía rusa y las convulsiones sin precedentes en los «países emergentes» de Latinoamérica. Pero ahora ya son las principales metrópolis del capitalismo, los países más desarrollados de Europa
y Norteamérica los que están en primera línea: baja continua de los índices bursátiles, continuas correcciones a la baja de las previsiones de crecimiento. Lejos estamos de la euforia que embargaba a los burgueses hace escasos meses, una euforia que se plasmaba en las subidas vertiginosas de las Bolsas occidentales durante toda la primera parte del año 1998. Hoy, los mismos «especialistas» que se congratulaban de la «tan buena salud» de los países anglosajones y que preveían una recuperación en todos los países de Europa, ahora tienen que reconocer la recesión, cuando no la «depresión». Y tienen mucha razón en ser pesimistas. Los nubarrones que ahora se están acumulando en los cielos de las economías más poderosas no anuncian tormenta de verano. Lo que anuncian es un huracán resultante de la situación sin salida en el que se encuentra metida la economía capitalista.

Escenario de una nueva y brusca aceleración, el verano de este año ha sido mortal para la credibilidad del sistema capitalista: agudización de la crisis en Asia, en donde la recesión se ha instalado por largo tiempo y está ahora afectando a los dos «grandes», Japón y China; amenazas en Latinoamérica, hundimiento espectacular de la economía rusa y bajas que se acercan a los récords históricos en las principales plazas bursátiles. En tres semanas, el rublo ha perdido el 70 % de su valor (desde junio de 1991, el Producto interior bruto – PIB – ruso ha caído entre 50 y 80 %). El 31 de agosto, el famoso «lunes azul» según la expresión de un periodista que no se atrevió a llamarlo «negro», fue cuando Wall Street cayó 6,4 % y el Nasdaq, índice de valores en tecnología punta, 8,5 %. Al día siguiente, primero de septiembre, las Bolsas europeas estaban a su vez afectadas. Francfort empezaba la mañana con una pérdida de 2 % y París de 3,5 %. En el día, Madrid perdía 4,23 %, Amsterdam 3,56 y Zurich 2,15. En Asia, el 30 de agosto, la Bolsa de Hongkong bajaba más del 7 %, mientras la de Tokio se derrumbaba llegando a los niveles de hace 12 años. Desde entonces, las bajas de los mercados bursátiles no ha cesado hasta el punto que el 21 de septiembre (y es muy probable que cuando salga esta Revista internacional la situación sea peor todavía) la mayoría de los índices habían vuelto a los niveles de principios de 1998: + 0,32 en Nueva York, + 5,09 en Francfort y saldo negativo en Londres, Zurich, Amsterdam, Estocolmo.

Toda esa acumulación de desastres no se debe a la casualidad. Tampoco es, como pretenden hacérnoslo creer, la manifestación de una «crisis de confianza pasajera» hacia los países llamados «emergentes» o una «saludable corrección mecánica de un mercado sobrevalorado», sino que se trata de un nuevo episodio de la caída en picado del capitalismo como un todo, una caída de la que es una especie de caricatura el hundimiento de la economía rusa.

La crisis en Rusia

Durante meses, la burguesía mundial y sus «especialistas», que habían sufrido un buen susto con las crisis financieras de los países del Sudeste asiático hace un año, se habían consolado al ver que esa crisis no había arrastrado tras ella a los demás países «emergentes». Y la prensa insistía en el carácter «específico» de las dificultades que asaltaban a Tailandia, a Corea, a Indonesia, etc. Pero después sonó la alarma otra vez cuando un auténtico caos se apoderó de la economía rusa a principios del verano pasado (1). Después de muchas insistencias, la llamada «comunidad internacional», que ya había tenido que contribuir en Asia, acabó soltando una ayuda de 22 mil 600 millones de dólares en 18 meses acompañada, como de costumbre, por una serie de condiciones draconianas: reducción drástica de los gastos del Estado, aumento de los impuestos (especialmente para los asalariados para así compensar la impotencia patente del Estado ruso para cobrar los que deben las empresas), alzas de precios, aumento de las cuotas de jubilación. Todo eso cuando ya las condiciones de existencia de los proletarios rusos eran de lo más miserables y cuando la mayoría de los empleados del Estado y buena parte de los de empresas privadas no cobraban sueldo desde hace meses. Una miseria que se ha plasmado, por ejemplo, en la dramática estadística de que desde 1991 la esperanza de vida masculina ha retrocedido de 69 a 58 años y la tasa de natalidad de 14,7% a 9,5%.

Un mes más tarde, la evidencia está ahí: los fondos entregados no han servido para nada. Tras una semana negra en la que la Bolsa de Moscú cayó sin freno poniendo a cientos de bancos al borde de la quiebra, Yelsin y su gobierno se vieron obligados, el 17 de agosto, a abandonar lo poco que les quedaba de crédito: el rublo y su paridad con el dólar. De la primera serie de 4,8 mil millones de $ entregada en julio como ayuda del FMI, 3,8 ya habían sido tragados, en vano, en la defensa del rublo. En cuanto a los mil millones restantes, tampoco sirvieron, ni mucho menos, para poner en marcha las medidas de saneamiento de las finanzas estatales, menos todavía para pagar los atrasos de los sueldos obreros, por la sencilla razón de que se habían fundido para pagar los intereses de la deuda, que se traga más del 35 % de la renta del país, o sea en el simple pago de los intereses en su debido plazo. Y eso por no hablar de los fondos desviados que van a parar directamente a los bolsillos de una u otra facción de una burguesía gansterizada. El fracaso de esta política significa para Rusia, además de la quiebra en serie de bancos (más de 1500), el hundimiento en la recesión, la explosión de su deuda externa en dólares, el retorno de una inflación galopante. Ya hoy se estima que ésta podría alcanzar 200 o 300 % este año. Y lo peor está por llegar.

Ese marasmo ha provocado la desbandada en la cumbre del Estado ruso, acarreando una crisis política que, a finales de septiembre, parece no haber sido resuelta. La ruina de la esfera dirigente rusa, que la hace parecerse cada día más a la de una república de opereta, ha alarmado a las burguesías occidentales. Pero la burguesía podrá preocuparse por Yelsin y compañía, será ante todo la población rusa y la clase obrera las que están y seguirán pagando muy caro las consecuencias de la situación. Así, la caída del rublo ha encarecido en más del 50 % el precio de los alimentos importados, más de la mitad de los consumidos en Rusia. La producción no llega ni al 40 % de lo que era antes del derribo del muro de Berlín…

Hoy, la realidad está confirmando plenamente lo que nosotros decíamos hace nueve años en las «Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y los países del Este», redactadas en septiembre de 1989: «Ante su quiebra total, la única alternativa que puede permitir a la economía de esos países, no ya alcanzar una competitividad real, sino al menos irse manteniendo a flote, consiste en la introducción de mecanismos que permitan une responsabilización real de sus dirigentes. Esos mecanismos suponen una “liberalización” de la economía, la creación de un mercado interior que exista realmente, una mayor “autonomía” de las empresas y el desarrollo de un sector “privado” fuerte. (…) Sin embargo, aunque dicho programa se haga cada vez más indispensable, su puesta en aplicación tropieza con obstáculos prácticamente insuperables» (Revista internacional nº 60).

Unos meses después, añadíamos: “(…) algunos sectores de la burguesía responden que estaría bien un nuevo “Plan Marshall” que permitiera reconstruir el potencial económico de esos países (…) una inyección masiva de capitales en los países del Este hoy, para desarrollar su potencial económico y especialmente industrial, está fuera de lugar. Aún suponiendo que se pudiera poner en pie ese potencial productivo, las mercancías producidas no harían sino atascar todavía más un mercado mundial supersaturado. Con los países que están saliendo hoy del estalinismo ocurre lo mismo que con los subdesarrollados: toda la política de créditos masivos inyectados en éstos durante los años 70 y 80 ha desembocado obligatoriamente en la situación catastrófica bien conocida: una deuda de 1 billón 400 millones de $ y unas economías todavía más destrozadas que antes. A los países del Este, cuya economía se parece en muchos aspectos a la de los subdesarrollados, no les espera otro destino. (...) Lo único que podrán esperar es que les manden algún que otro crédito y ayuda urgente para que esos países eviten la bancarrota financiera abierta y hambres que no harían sino agravar las convulsiones que los están sacudiendo» («Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos», Revista internacional nº 61).

Dos años más tarde escribíamos: «También, para aliviar un poquito el estrangulamiento financiero de la ex URSS, los países del G-7 han decidido otorgar un plazo de un año para el reembolso de los intereses de la deuda soviética, la cual asciende hoy a 80 mil millones de dólares. Pero eso es como un esparadrapo en una pata de palo, pues los préstamos otorgados parecen caer en un pozo sin fondo. Hace dos años, nos habían cantado la coplilla de los “nuevos mercados” que quedaban abiertos gracias al desplome de los regímenes estalinianos. Ahora, cuando la crisis económica mundial se está plasmando, entre otras cosas, en una crisis aguda de liquidez, los bancos se hacen cada día más remolones para invertir sus capitales en esa parte del mundo» (Revista internacional nº 68).

Es así cómo la realidad de los hechos ha venido a confirmar, contra todas las ilusiones interesadas de la burguesía y de sus misioneros, lo que la teoría marxista permitía a los revolucionarios prever. Lo que hoy se está desplegando en las puertas mismas de lo aparece todavía como la «fortaleza Europa» es el desmoronamiento total, y el único desarrollo es el de una miseria espantosa.

Tampoco han tenido mucho éxito esos intentos por hacernos creer que, una vez amainado el vendaval de pánico bursátil, las consecuencias para la economía mundial en el plano internacional iban a ser mínimas. Es normal que los capitalistas intenten darse seguridades a sí mismos y sobre todo procuren ocultar a la clase obrera la gravedad de una crisis mundial que se enfrenta a la dura realidad. Para empezar son los acreedores de Rusia los que se encuentran en grandes dificultades. Los bancos occidentales han prestado a ese país más de 75 mil millones de dólares, los bonos del tesoro que aquéllos poseen ya han perdido 80 % de su valor y Rusia ha interrumpido todo reembolso de los extendidos en dólares. La burguesía occidental teme, además, que otros países de Europa del Este vivan la misma pesadilla. Y es muy posible: Polonia, Hungría y la República Checa han recibido 18 veces más inversiones occidentales que Rusia. Y a finales de agosto, se oyeron los primeros crujidos en las Bolsas de Varsovia (– 9,5 %) y de Budapest (–5,5%) lo cual significaba que los capitales empezaban a desertar esas nuevas plazas financieras. Además, y de una manera todavía más acelerada, Rusia arrastra en su hundimiento a los países de la CEI cuyas economías están muy vinculadas a la suya. De modo que, aunque Rusia no es, en fin de cuentas, sino un «pequeño deudor» del mundo en comparación con otras regiones, su situación geopolítica, el que sea, en plena Europa, un campo minado de armas nucleares y la amenaza de hundimiento en el caos provocado por la crisis económica y política, todo eso otorga una gravedad muy especial a la situación de ese país.

Por otra parte, el que la deuda de Rusia sea relativamente limitada en comparación con los créditos otorgados a otras regiones del mundo es un pobre consuelo. En realidad, esa constatación debe, al contrario, llevar la atención hacia otras amenazas que ya se están cerniendo, como la de que la crisis financiera se extienda a Latinoamérica, región que ha sido, en estos últimos años, el destino principal de las inversiones directas extranjeras entre los llamados países «en desarrollo» (45% del total en 1997, contra 20% en 1980 y 38% en 1990). Los riesgos de devaluación en Venezuela, el brutal descenso de los precios de materias primas desde la crisis asiática que afecta a todos los países americanos con mayor amplitud todavía que a Rusia, una deuda externa gigantesca, una deuda pública astronómica (el déficit público de Brasil, 7º PIB mundial, es superior al de Rusia) están haciendo de Latinoamérica una bomba de relojería que añadirá sus efectos destructivos a los del marasmo asiático y ruso. Una bomba colocada en las puertas mismas de la primera potencia económica mundial, Estados Unidos.

Sin embargo, la amenaza principal no viene de esos países sub o poco desarrollados. La amenaza principal está en un país hiperdesarrollado, segunda potencia económica del planeta, Japón.

La crisis en Japón

Antes del cataclismo de la economía rusa de junio 1998, jarro de agua fría para la burguesía de todos los países, un terremoto cuyo epicentro era Tokio había extendido sus ondas amenazantes a todo el sistema económico mundial. Desde 1992, a pesar de siete planes de «relanzamiento», que han inyectado lo equivalente entre 2-3 % del PNB anual y una devaluación del 50 % del yen en tres años, medidas que deberían haber sostenido la competitividad de los productos japoneses en el mercado mundial, la economía japonesa sigue hundiéndose en el marasmo. Por miedo a enfrentarse a las consecuencias económicas y sociales en un contexto ya muy frágil, el Estado japonés no hace más que ir retrasando las medidas de «saneamiento» de su sector bancario. El monto de las deudas incobrables equivale ¡al 15 % del PIB!, suficiente para hundir a la economía japonesa, e internacional de rechazo, en una recesión de una amplitud sin precedentes desde la gran crisis de 1929. Frente al progresivo atasco de Japón en la recesión y las dilaciones del poder para tomar las medidas que se imponen, el yen ha sido objeto de una importante especulación que amenaza a todas las monedas de Extremo oriente con una devaluación en cadena que sería la señal del peor guión deflacionista. El 17 de junio de 1998 fue el zafarrancho de combate en los mercados financieros: la Reserva federal de EEUU acabó por socorrer masivamente a un yen que se despeñaba. Sin embargo, eso solo fue diferir los problemas; ayudado por la «comunidad internacional», Japón pudo aplazar las cosas, pero a costa de un endeudamiento que está aumentando a la velocidad del rayo. Sólo ya la deuda pública alcanza lo equivalente a un año de producción (100 % del PNB).

Cabe señalar, a ese respecto, que son los mismos economistas «liberales», esos que ponen en la picota la intervención del Estado en la economía y que hoy mandan en las grandes instituciones financieras internacionales y en los gobiernos occidentales, los que exigen a voz en grito una nueva inyección masiva de fondos públicos en el sector bancario para salvarlo de la quiebra. Esta es la prueba de que, por detrás de todas palabrerías ideológicas sobre «menos Estado», los «peritos» burgueses saben perfectamente que el Estado es la última defensa contra la desbandada económica. Cuando hablan de «menos Estado» se trata sobre todo del llamado «Estado del bienestar», o sea de los dispositivos de protección social de los trabajadores (subsidios de desempleo y enfermedad, mínimos sociales). Lo único que sus discursos significan es que hay que atacar las condiciones de vida de la clase obrera más y más todavía.

Finalmente, el 18 de septiembre, el gobierno y la oposición firmaron un compromiso para salvar el sistema financiero nipón, pero, en lugar de relanzar los mercados bursátiles, esas medidas fueron acogidas por una nueva caída de ellos, prueba de la profunda desconfianza que ahora tienen los financieros hacia la economía de la segunda potencia económica del mundo, a la que durante décadas nos presentaron como «modelo» a seguir. El economista en jefe de la Deutsche Bank de Tokio, Kenneth Courtis, tipo serio si los hay, no se anda por las ramas: «Hay que invertir la dinámica en su base, más grave que después de las crisis petroleras de principios de los años 79 (consumo e inversiones en picado), pues hemos entrado ahora en una fase en la que estamos volviendo a crear nuevas deudas dudosas. Se habla de las de los bancos, pero apenas de las de las familias. Con la pérdida de valor de los alojamientos y el desempleo que se incrementa, el riesgo son los fallos en los reembolsos de los préstamos avalados por bienes inmobiliarios hipotecados por particulares. Esas hipotecas alcanzan la cifra impresionante de 7 500 000 000 000 (7,5 billones) de dólares, cuyo valor ha descendido un 60 %. El problema político y social es latente (…) No hay que engañarse: una purga de gran amplitud de la economía está en curso… y las empresas que sobrevivan serán de una fuerza increíble. Es en Japón donde puede concretarse el mayor riesgo para la economía mundial desde los años 30…» (diario francés le Monde, 23 de septiembre).

Las cosas son claras, para la economía de Japón, y para la clase obrera de este país, lo más duro está por llegar. Los trabajadores japoneses, ya duramente golpeados por estos diez últimos años de estancamiento, y ahora de recesión, van a tener que soportar más planes de austeridad, despidos masivos y una agravación de su explotación, pues ahora la situación es la de una crisis financiera acompañada del cierre de fábricas, entre las más importantes. Pero no es eso, en lo inmediato, lo que más preocupa a los capitalistas, pues la clase obrera mundial no ha acabado de digerir la derrota ideológica sufrida tras el hundimiento del bloque del Este. Lo que empieza a preocuparles cada día más es el fin de sus ilusiones y el descubrimiento día tras día de las perspectivas catastróficas de su economía.

Hacia una nueva recesión mundial

A cada alerta pasada, los «especialistas» nos sacaban las habituales declaraciones consoladoras: «los intercambios comerciales con el Sudeste asiático son poco importantes», «Rusia no pesa mucho en la economía mundial», «la economía europea está protegida por la perspectiva del Euro», «los bases económicas de Estados Unidos son buenas» y así. Pero, hoy, el tono ha cambiado. El mini krach de finales de agosto en todas las grandes plazas financieras del planeta ha venido a recordar que las ramas más frágiles del árbol son las que se quiebran en la tempestad, pero es ante todo porque el tronco encuentra cada vez menos energía en las raíces para alimentar sus partes más lejanas. El meollo del problema está en los países centrales, en eso los profesionales de la Bolsa no se han equivocado. A la velocidad con la que las declaraciones tranquilizadoras son desmentidas por los hechos llega un momento en que ya no pueden seguir ocultado la realidad. Se trata ahora para la burguesía de ir preparando las mentes para las consecuencias sociales y económicas dolorosas de una recesión internacional cada vez más segura: «una recesión a escala mundial no ha sido conjurada. Las autoridades americanas han tenido a bien hacer saber que seguían de cerca los acontecimientos (…) debe considerarse la probabilidad de un freno económico a escala mundial. Una gran parte de Asia está en recesión. En Estados Unidos, la caída de las cotizaciones podría incitar a las familias a incrementar el ahorro en detrimento de los gastos de consumo, provocando una desaceleración económica» (diario belga le Soir, 2 de septiembre).

La crisis en Asia oriental ya ha engendrado una desvalorización masiva de capital por el cierre de cientos de centros productivos, por la devaluación de los activos, la quiebra de miles de empresas y el hundimiento en una profunda miseria de millones de personas: «el desplome más dramático de un país desde hace cincuenta años», así es como el Banco mundial califica la situación en Indonesia. Además, lo que desató el retroceso de las Bolsas asiáticas fue el anuncio oficial de la entrada en recesión en el segundo trimestre de 1998 de Corea del Sur y Malasia. Tras Japón, Hongkong, Indonesia y Tailandia, casi toda el Asia del Sudeste, tan alabada antes, se está desplomando pues se prevé que incluso Singapur entre en recesión a finales de este año. Ya sólo quedan las excepciones de la China continental y Taiwán, pero ¿por cuánto tiempo?. En realidad lo que está pasando en Asia ya no se le nombra recesión, sino depresión: «Hay depresión cuando la caída de la producción y la de los intercambios se acumulan hasta el punto de que las bases sociales de la actividad económica resultadas afectadas. En esa fase, se hace imposible prever una inversión de la tendencia y difícil, y hasta inútil, emprender acciones clásicas de relanzamiento. Esa es la situación que conocen actualmente muchos países de Asia, de modo que la región entera está amenazada» (mensual francés le Monde diplomatique, septiembre de 1998). Si se combinan las dificultades económicas en los países centrales con la recesión de la segunda economía del mundo –Japón– y la de toda la región del Sudeste asiático, si se le añaden los efectos recesivos acarreados por el krach de Rusia en otros países del Este europeo y de Latinoamérica (especialmente con la disminución del precio de las materias primas, y, entre ellas, el petróleo), se desemboca inevitablemente en una contracción del mercado mundial que será la base de una nueva recesión internacional. El FMI lo tiene claro por lo demás, pues ya ha integrado los efectos recesivos en sus previsiones y la disminución es impresionante: la crisis financiera significará 2 % menos de crecimiento mundial en 1998 con relación a 1997 (4,3 %), y eso que se decía que sería 1999 el año que iba a soportar lo esencial del choque, ¡casi nada para lo que no iba a ser más que un detalle sin importancia!.

El tercer milenio, que iba a ser testigo de la victoria definitiva del capitalismo y del nuevo orden mundial, se iniciará sin duda ¡con un crecimiento cero!

Continuidad y límites de los paliativos

Desde hace unos treinta años, la huida ciega en un endeudamiento cada vez mayor así como la relegación de los efectos más destructores de la crisis hacia la periferia ha permitido a la burguesía internacional ir postergando los plazos. Esta política, que sigue hoy practicándose, empieza a dar claros signos de agotamiento. El nuevo orden financiero que fue sustituyendo progresivamente los acuerdos de Bretton Woods de la posguerra «aparece hoy costosísimo. Los países ricos (EEUU, Unión Europea, Japón) se han beneficiado de él, mientras que los pequeños son fácilmente sumergidos por una llegada incluso modesta de capitales» (John Llewellyn, economista jefe internacional en Lehman Brothers London). Igual que una vuelta de manivela, cada día es más difícil contener los efectos más destructores de la crisis en las márgenes del sistema económico internacional. La degradación y las sacudidas económicas son de tal amplitud que las repercusiones tienen que notarse inevitable y directamente en el corazón mismo de las metrópolis más poderosas.

Tras la quiebra del llamado Tercer mundo, la del bloque del Este y la del Sudeste asiático, le ha tocado ahora a la segunda potencia mundial, Japón, entrar en la danza. Y ya no se trata en ese caso de hablar de periferia del sistema, sino de uno de los tres polos que forman su corazón mismo. Otro signo inequívoco de ese agotamiento de los paliativos, es la incapacidad creciente de las instituciones internacionales, como el FMI o el Banco mundial, creadas para evitar que volvieran a producirse situaciones como la de 1929, para apagar los incendios que se multiplican a intervalos cada vez más cortos en todos los rincones del planeta. Eso se concreta en los medios financieros en «la incertidumbre del FMI prestador en última instancia».

Los mercados murmuran que al FMI ya no le quedan recursos suficientes para hacer de bombero: «Además, los últimos sobresaltos de la crisis rusa han mostrado que el Fondo monetario internacional (FMI) ya no está dispuesto –ya no es capaz dicen algunos– a desempeñar sistemáticamente la función de bombero. La decisión, la semana pasada, del FMI y del grupo de los siete países más industrializados de no dar a Rusia un apoyo financiero suplementario puede ser considerada como fundamental para el porvenir de la política de inversiones en los países emergentes (…) Traducción: nada dice que el FMI intervenga financieramente para apagar una crisis posible en Latinoamérica o en otra parte. Algo que es poco tranquilizador para los inversores» (le Soir, 25 de agosto). Cada vez más, a imagen del continente africano a la deriva, a la burguesía no le quedará más opción que la de abandonar trozos enteros de la economía mundial para así aislar los focos más gangrenados y preservar un mínimo de estabilidad en bases más restringidas.

Esa ha sido una de las razones principales en la creación acelerada de conjuntos económicos regionales (Comunidad europea, TLC de América del Norte, etc.). Así, de igual modo que desde 1995, la burguesía de los países desarrollados lo hace todo porque los sindicatos ganen mayor prestigio para así intentar encuadrar mejor las luchas venideras, con el Euro lleva preparándose para intentar resistir a las sacudidas financieras y monetarias procurando estabilizar lo que, en la economía mundial, sigue funcionando. Un cálculo cínico empieza a elaborarse; el balance para el capitalismo internacional se estima entre los costes de los medios que habría que usar para salvar a un país o a una región y las consecuencias de la propia bancarrota si no se intentara nada. Es decir que en el porvenir, habrá terminado la seguridad de que el FMI estará siempre ahí de «prestador en última instancia». Y esa incertidumbre va a desecar de capitales a los llamados países «emergentes», capitales en los que su «prosperidad» se había construido, haciendo muy difícil una posible recuperación económica.

La quiebra del capitalismo

Hace poco tiempo todavía, los términos «países emergentes» ponía excitadísimos a los capitalistas del mundo entero, que, en un mercado mundial saturado, andaban buscando desesperadamente nuevos espacios de acumulación para sus capitales. Era el tópico más manido de todos los ideólogos de servicio que nos los presentaban como la demostración de la eterna juventud del capitalismo, el cual habría encontrado en esos territorios un «segundo ímpetu». Hoy esas palabras evocan inmediatamente pánico bursátil, miedo de que una nueva «crisis» caiga sobre los países centrales procedente de no se sabe qué lejana región.

Pero la crisis no procede de esa parte del mundo en particular. No es una crisis de «países jóvenes», sino una crisis de senilidad de un sistema que entró en decadencia hace más de 80 años y que desde entonces se enfrenta sin cesar a las mismas contradicciones: la imposibilidad de encontrar siempre más mercados solventes para las mercancías producidas, para así poder asegurar la continuidad en la acumulación de capital. Dos guerras mundiales, destructoras fases de crisis abiertas, y entre ellas la que estamos viviendo desde hace treinta años, ése ha sido el precio. Para «aguantar», el sistema no ha cesado de hacer trampas con sus propias leyes. Y la principal de esas trampas es la huida ciega en un endeudamiento cada día más impresionante.

La absurdez de la situación en Rusia en donde los bancos y el Estado no «aguantaban» sino a costa de una insoportable deuda exponencial que los obligaba a endeudarse cada día más, aunque ya solo fuera para pagar los intereses de las deudas acumuladas, no es «típica» de Rusia. Es el conjunto de la economía mundial la que se mantiene en vida desde hace décadas a costa de la misma huida ciega delirante, mediante lo único de que dispone ante sus contradicciones, el único medio de crear artificialmente nuevos mercados para los capitales y las mercancías. Es el sistema entero el que está mundialmente construido encima de un castillo de naipes cada vez más frágil. Los préstamos y las inversiones masivas hacia los países «emergentes», también ellos financiados por otros préstamos, no han sido más que un medio de repeler la crisis del sistema y sus contradicciones explosivas del centro a la periferia. Los desplomes bursátiles sucesivos –1987, 1989, 1997, 1998– que son su resultante, expresan la amplitud creciente del hundimiento del capitalismo. Frente a este desplome brutal que tenemos ante nosotros no cabe preguntarse por qué se produce semejante recesión ahora, sino por qué no se produjo antes. La única respuesta es: porque la burguesía, a nivel mundial, lo ha hecho todo por postergar los plazos haciendo trampas con las leyes de su sistema. La crisis de sobreproducción, inscrita en las previsiones del marxismo desde el siglo pasado, no ha podido encontrar soluciones reales en esas trampas. Hoy, también es el marxismo el que puede poner en solfa tanto a esos especialistas del «liberalismo» como a los partidarios del «más estricto control» del ámbito financiero. Ni aquéllos ni éstos serán capaces de salvar un sistema económico cuyas contradicciones estallan por muchas trampas que se le apliquen. La quiebra del capitalismo, sólo el marxismo la ha analizado de verdad como algo inevitable, haciendo de esta compresión un arma para los explotados.

Y cuando hay que pagar la cuenta, cuando el frágil sistema financiero cruje, las contradicciones de fondo vuelven por sus fueros: hundimiento en la recesión, estallido del desempleo, quiebras en serie de empresas y de sectores industriales. En unos meses, en Indonesia y Tailandia, por ejemplo, la crisis ha hundido a decenas de millones de personas en una profunda miseria. La burguesía misma lo reconoce y cuando está obligada a reconocer tales hechos es que la situación es muy grave. Eso no es, ni mucho menos, típico de los países «emergentes».

La hora de la recesión ha sonado en los países centrales del capitalismo. Los países más endeudados del mundo no son ni Rusia ni Brasil, sino que pertenecen al centro más desarrollado del capitalismo, empezando por el primero de entre ellos, Estados Unidos. Japón ya ha entrado oficialmente en recesión tras dos trimestres de «creci-miento» negativo; está previsto que su PNB descienda 1,5% en 1998. Gran Bretaña, presentada como modelo no hace mucho, junto a Estados Unidos, de «dinamismo» económico, está obligada, ante las amenazas inflacionistas, a prever un «enfriamiento de la economía» y a un «incremento rápido del desempleo» (diario francés Libération, 13 de agosto). Los anuncios de despidos se están multiplicando ya en la industria (100000 supresiones de empleo de 1,8millones están previstas en las industrias mecánicas en los 18 próximos meses).

La perspectiva de la economía capitalista mundial es Asia la que nos la da. Los planes para salvar y sanear la economía iban a dar un nuevo vigor a esos países. Y lo que ocurre es lo contrario: la recesión se instala y la miseria y el hambre ganan terreno.

El capitalismo no tiene solución a su crisis y ésta no tiene límites dentro del sistema. Por eso, la única solución a la barbarie y la miseria que el capitalismo impone a la humanidad es su derrocamiento por la clase obrera. En esta perspectiva, el proletariado del corazón del capitalismo, el de Europa en particular, por su concentración y su experiencia histórica, tiene una responsabilidad decisiva para con sus hermanos de clase del resto del mundo.

MFP

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  • Crisis económica [2]

Conflictos imperialistas - Un nuevo paso en el caos

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Conflictos imperialistas

Un nuevo paso en el caos

 

Durante este verano pasado no ha habido pausa en las convulsiones del mundo capitalista. Antes al contrario, como ha ocurrido a menudo en los últimos años, el período veraniego ha estado marcado por una agravación brutal de los conflictos imperialistas y de la barbarie guerrera. Atentados contra dos embajadas de Estados Unidos en África, bombardeos americanos sobre Afganistán y Sudán tras esos atentados, rebelión en Congo (RDC), con amplia participación de los países vecinos, contra el recién instalado régimen de Kabila, etc. Todos esos nuevos acontecimientos han venido a añadirse a la multitud de conflictos armados que asolan el mundo, poniendo de relieve una vez más el caos sangriento en que se hunde cada día más la sociedad humana bajo la dominación del capitalismo.

En varias ocasiones, hemos insistido en nuestra prensa en que el desmoronamiento del bloque del Este a finales de los años 80, no había desembocado, ni mucho menos, en un «nuevo orden mundial» según las palabras del presidente estadounidense de entonces, Bush, sino, al contrario, en el mayor caos de la historia humana. Desde el final de la segunda carnicería imperialista (o sea la IIª Guerra mundial), el mundo vivió bajo la batuta de dos bloques militares que no cesaron de enfrentarse en guerras que durante cuatro décadas acarrearon más muertos que la guerra mundial misma. Sin embargo, el reparto del mundo en dos bloques imperialistas enemigos, aunque propiciara numerosos conflictos locales, también obligaba a las dos superpotencias, EEUU y la URSS, a ejercer cierta labor de «policía» para mantener esos conflictos dentro de un marco «aceptable», evitando así que degeneraran en un caos general.

El hundimiento del bloque del Este  y la consecuente desaparición del bloque adversario, no han hecho desaparecer los antagonismos imperialistas entre Estados capitalistas, sino todo lo contrario. La amenaza de una nueva guerra mundial se ha alejado por ahora, puesto que los bloques que se habrían enfrentado en ella ya no existen. Pero las rivalidades entre Estados, avivadas por el derrumbe de la economía capitalista en una crisis insuperable, se han incrementado y se han desarrollado de un modo cada vez incontrolable. A partir de 1990, provocando deliberadamente la crisis y la guerra del Golfo en la que pudieron hacer alarde de su enorme superioridad militar, los Estados Unidos han seguido intentando afirmar su autoridad sobre el planeta entero, especialmente sobre sus antiguos aliados de la guerra fría. Sin embargo, el conflicto en la antigua Yugoslavia vio a esos aliados enfrentarse y poner en entredicho la tutela estadounidense, unos apoyando a Croacia (Alemania), otros a Serbia (Francia y Gran Bretaña especialmente), mientras que EEUU, tras su apoyo a Serbia, acabó apoyando a Bosnia. Era el inicio de la tendencia «cada uno para sí»: las alianzas han perdido su perennidad y la potencia norteamericana, especialmente, tiene cada vez más dificultades para ejercer su liderazgo.

La ilustración más patente de esa situación pudimos verla el invierno pasado cuando EEUU tuvo que renunciar a sus amenazas guerreras contra Irak aceptando una solución negociada por el secretario general de la ONU con el apoyo total de países como Francia, la cual no ha cesado, desde principio de los años 90, de cuestionar abiertamente la hegemonía americana. (Ver en Revista internacional nº 93 «Un revés de Estados Unidos que vuelve a incrementar las tensiones guerreras»). Lo ocurrido en este verano ha sido una nueva ilustración, e incluso una especial agudización, de esa tendencia a «cada uno para sí».

La guerra en Congo

El caos que hoy define las relaciones entre Estados salta a la vista cuando se intenta desenmarañar las madejas de los diferentes conflictos que recientemente han sacudido el planeta. Por ejemplo en la guerra actual en el Congo (la RDC, ex Zaire), hemos visto a países, Ruanda y Uganda, que hace menos de dos años habían dado su apoyo total a la ofensiva de Kabila contra el régimen de Mobutu, y que ahora apoyan plenamente a la rebelión contre ese mismo Kabila. Aún más extraña, esos países que habían encontrado en Estados Unidos un aliado de primer orden contra los intereses de la burguesía francesa, se encuentran hoy del mismo lado que ésta, la cual aporta un apoyo discreto a la rebelión contre quien considera como enemigo desde que derrocó el régimen «amigo» de Mobutu. Más sorprendente todavía es el apoyo, decisivo, dado por Angola al régimen de Kabila, cuando éste estaba a punto de
derrumbarse. Hasta ahora, Kabila, que sin embargo había beneficiado al principio del apoyo angoleño (sobre todo en forma de entrenamiento y equipo a los «ex gendarmes katangueños»), permitía a las tropas de la UNITA, en guerra contra el régimen angoleño, replegarse y entrenarse en territorio congoleño. Parece que Angola no le ha reprochado esa infidelidad. Además para complicar las cosas, Angola, que permitió hace justo un año la victoria de la camarilla de Denis Sassou Ngesso, con el apoyo de Francia, contra la de Pascal Lissouba, para controlar el Congo Brazzaville, se encuentra ahora en el campo enemigo de Francia. Y, en fin, se puede observar que se ha quedado frenada la tentativa de Estados Unidos de desplegar su dominio en Africa, especialmente contra los intereses de Francia, a pesar de los éxitos de haber instalado un régimen «amigo» en Ruanda y, sobre todo haber eliminado a un Mobutu apoyado hasta el final por la burguesía francesa. El régimen que la primera potencia mundial había instalado en Kinshasa en mayo de 1997 ha logrado que se alcen contra él no sólo una parte importante de la población, que lo había recibido con laureles después de treinta años de «mobutismo», sino a buena parte de los países vecinos, especialmente los «padrinos» Uganda y Ruanda. En la crisis actual, la diplomacia americana parece muy silenciosa (se ha limitado a «pedir firmemente» a Ruanda que no se interfiera, suspendiendo la ayuda militar que aporta a ese país), mientras que su adversario francés, con la discreción apropiada, aporta un apoyo claro a la rebelión.

Lo que de verdad salta a la vista, en medio del caos en se está ahogando el África central, es el hecho de que los diferentes Estados africanos se zafan cada vez más del control de las grandes potencias. Durante la guerra fría, África era uno de los terrenos de la rivalidad entre los dos bloques imperialistas que se repartían el mundo. Las antiguas potencias coloniales, especialmente Francia, habían recibido el mandato del bloque occidental de ejercer labores de policía por cuenta de dicho bloque. Progresivamente, los diferentes Estados que, con la independencia, había intentado apoyarse en el bloque ruso (Egipto, Argelia, Angola, Mozambique, etc.) cambiaron de campo, convirtiéndose en fieles aliados del bloque americano, antes incluso del desmoronamiento de su rival soviético. Sin embargo, mientras este bloque, aún debilitado, se iba manteniendo, había una solidaridad fundamental entre potencias occidentales para impedir a la URSS volver a poner los pies en África. Y esa solidaridad se hizo pedazos en cuanto desapareció el bloque ruso.

Para la potencia norteamericana, el que Francia mantuviera un dominio sobre buena parte del continente africano, dominio sin proporción alguna con el peso económico y sobre todo militar de ese país en el ruedo mundial, era una anomalía y encima, Francia no desaprovechaba la menor ocasión de cuestionar el liderazgo americano. En este sentido, lo fundamental que hay detrás de los diferentes conflictos que han asolado África en los últimos años es la rivalidad creciente entre los dos antiguos aliados, Francia y Estados Unidos, con el intento de este país de expulsar por todos los medios a aquél de sus «cotos privados». La concreción más espectacular de la ofensiva americana ha sido, en mayo del 97, el derrocamiento del régimen de Mobutu que había sido durante décadas una pieza clave del dispositivo imperialista francés en África (y también norteamericano durante la guerra fría). Cuando Kabila subió al poder no anduvo con rodeos para declarar su hostilidad hacia Francia y su «amistad» por Estados Unidos, que acababa de ponerle el pie en el estribo. El año pasado todavía, por detrás de las diferentes camarillas, las étnicas en particular, que se enfrentaban en el terreno, eran visibles las líneas del conflicto entre esas dos potencias, de igual modo que lo habían sido antes con los cambios de régimen en Ruanda y Burundi en beneficio de los tutsis apoyados por EEUU.

Sería en cambio hoy difícil distinguir las mismas líneas de enfrentamiento en la nueva tragedia que ha vuelto a poner a Congo a sangre y fuego. De hecho, parece que los diferentes Estados implicados en el conflicto juegan cada uno su propia baza, independientemente del enfrentamiento fundamental entre Francia y EEUU que ha determinado la historia africana en los últimos tiempos. Y así es como Uganda, uno de los artífices principales de la victoria de Kabila, sueña, mediante la acción que está llevando a cabo contra el mismo Kabila, con ponerse a la cabeza de una especia de «Tutsilandia» que agruparía en torno a ella a Ruanda, Kenya, Tanzania, Burundi y las provincias orientales de Congo. Por su parte, Ruanda, con su participación en la ofensiva contra Kabila, intenta llevar a cabo una «limpieza étnica» de los santuarios congoleños de los milicianos hutus que siguen con sus incursiones contra el régimen de Kigali y, al cabo, apoderarse de la provincia de Kivu (uno de los jefes de la rebelión, Pascal Tshipata, la justificaba diciendo que Kabila había incumplido su promesa de ceder Kivu a los banyamulengues que lo habían apoyado contra Mobutu).

Por su parte, el apoyo angoleño al régimen de Kabila tampoco es gratuito. De hecho, ese apoyo se parece al del banquillo del ahorcado. Al hacer depender la supervivencia del régimen de Kabila de su ayuda militar, Angola está en posición de fuerza para dictarle sus condiciones: prohibir a los rebeldes de la UNITA refugiarse en territorio congoleño y derecho de paso por Congo al enclave de Cabinda cortado geográficamente de su propietario angoleño.

La tendencia general de «cada uno para sí» que expresaban cada vez más los antiguos aliados del bloque regentado por Estados Unidos y que apareció claramente en la antigua Yugoslavia, ha dado, con el conflicto actual en Congo, un paso suplementario: ahora son países de tercera o cuarta fila, como Angola o Uganda, los que afirman sus pretensiones imperialistas independientemente de los intereses de sus «protectores». Esa misma tendencia es la que puede observarse en los atentados del 7 de agosto contra las embajadas estadounidenses en África y la «réplica» de EEUU dos semanas después.

Los atentados contra las embajadas americanas y la réplica de EEUU

La preparación minuciosa, la coordinación y la violencia asesina de los atentados del 7 de agosto hacen pensar que no se deben a un grupo terrorista aislado, sino que han sido apoyados, cuando no organizados por un Estado. Por otro lado, al día siguiente mismo de los atentados, las autoridades norteamericanas afirmaban bien alto que la guerra contra el terrorismo era ahora un objetivo prioritario de su política, objetivo que el presidente Clinton volvió a reiterar con fuerza en la tribuna de Naciones Unidas.

En realidad, y el gobierno americano lo tiene muy claro, a quienes se dirigen las advertencias es a los Estados que practican o apoyan el terrorismo. Esta política no es nueva: hace ya años que Estados Unidos condena «los Estados terroristas» (han formado o forman parte de esta categoría Libia, Siria e Irán, entre otros). Es evidente que hay «Estados terroristas» que no son objeto de las iras estadounidenses: aquéllos que apoyan los movimientos que están al servicio de Estados Unidos, como es el caso de Arabia Saudí que financia a los integristas argelinos en guerra contra un régimen amigo de Francia. Sin embargo, el que la primera potencia mundial, la que pretende hacer el papel de «gendarme del mundo» dé tanta importancia al tema, no es sólo mera propaganda al servicio de intereses circunstanciales.

En realidad, el que el terrorismo se haya convertido hoy en un medio cada vez más utilizado en los conflictos imperialistas es una ilustración del caos que se está desarrollando en las relaciones entre Estados ([1]), un caos que permite a países de menor importancia cuestionar la ley de las grandes potencias, especialmente de la primera de ellas, lo cual contribuye, evidentemente, a minar un poco más su liderazgo.

Las dos réplicas de Estados Unidos a los atentados contra sus embajadas, el bombardeo con misiles de crucero de una fábrica de Jartum y de la base de Usama Bin Laden en Afganistán ilustra perfectamente la situación de las relaciones internacionales hoy. En ambos casos, el primer país del mundo, para reafirmar su liderazgo, ha vuelto a hacer alarde de lo que es su fuerza esencial: su enorme superioridad militar sobre todos los demás. El ejército estadounidense es el único que pueda provocar muertes tan masivamente y con una precisión diabólica a miles y miles de kilómetros de su territorio y eso sin correr el menor riesgo. Es una advertencia a los países que tuvieran la intención de apoyar a grupos terroristas, pero también a los países occidentales que mantienen buenas relaciones con ellos. La destrucción de una factoría en Sudan, aunque el pretexto –la fabricación de armas químicas en ella– resulta poco creíble, permite a EEUU golpear a un régimen islamista que tiene buenas relaciones con Francia.

Como en otras ocasiones, sin embargo, este alarde de la potencia militar se ha revelado poco eficaz para reunir a otros países en torno a Estados Unidos. Por un lado, la práctica totalidad de países árabes y musulmanes ha condenado los bombardeos. Por otro, los grandes países occidentales, incluso cuando hicieron como si dieran su aprobación, expresaron múltiples reservas en cuanto a los medios empleados por Estados Unidos. Ha sido un nuevo testimonio de las dificultades con que se encuentra hoy la primera potencia mundial para afirmar su liderazgo: en ausencia de una amenaza procedente de otra superpotencia (como así era en tiempos de la URSS y de su bloque), el alarde y el uso de la fuerza militar no logran afianzar las alianzas en torno a aquélla ni superar el caos que se propone combatir. Semejante política las más de las veces, lo único que hace es avivar los antagonismos contra Estados Unidos y agravar el caos y las tendencias centrífugas de «cada uno para sí».

El incremento de esas tendencias y las dificultades del liderazgo americano aparecen claramente en los bombardeos de las bases de Usama Bin Laden. No está dilucidado si fue él quien encargó los atentados de Dar es Salam y de Nairobi. Sin embargo, el que EEUU haya decidido enviar misiles de crucero contra sus bases de entrenamiento en Afganistán es la mejor prueba de que la primera potencia lo tiene por enemigo. Y precisamente ese mismo Bin Laden fue, en tiempos de la ocupación rusa, uno de los mejores aliados de Estados Unidos, generosamente financiado y armado por este país. Aún más sorprendente es que Bin Laden goce de la protección de los talibanes a quienes Estados Unidos no escatimó un apoyo (con la complicidad de Pakistán y de Arabia Saudí) que fue decisivo en su conquista de la mayor parte del territorio afgano. Así pues, hoy, talibanes y estadounidenses se hallan en campos opuestos. Existen varias razones para comprender el golpe que Estados Unidos ha dado a los talibanes.

Por un lado, el apoyo incondicional proporcionado por Washington a los talibanes es un obstáculo en el proceso de «normalización» de sus relaciones con el régimen iraní. Este proceso había conocido un avance mediático espectacular con las amabilidades intercambiadas entre los equipos de fútbol norteamericano e iraní en el último Mundial. Sin embargo, en su diplomacia hacia Irán, Estados Unidos van retrasados respecto a otros países como Francia, país que, en el mismo momento, enviaba su ministro de Exteriores a Teherán. La potencia americana no puede dejar de aprovecharse de la tendencia actual de apertura que se está manifestando en la diplomacia iraní y evitar que otras potencias se le adelanten.

Sin embargo, el golpe a los talibanes también es un aviso contra veleidades de distanciarse de Estados Unidos, ahora que su victoria casi total sobre sus enemigos los hace menos dependientes de la ayuda americana. O, en otras palabras, lo que la primera potencia mundial quiere evitar es que se vuelva a repetir, en mayor amplitud, lo que le pasó con Bin Laden, o sea que sus «amigos» se vuelvan sus enemigos. Pero en este caso como en muchos otros, no es seguro que el golpe americano sirva de algo. La tendencia a «cada uno para sí» y el caos que engendra no podrá ser nunca contrarrestado por el alarde de fuerza del «gendarme del mundo». Esos fenómenos son parte íntegra del período histórico actual de descomposición del capitalismo y son insuperables.

Por otra parte, la incapacidad fundamental en la que se encuentra la primera potencia mundial para resolver esa situación, repercute hoy en la vida interna de su burguesía. En la crisis que está hoy viviendo el ejecutivo estadounidense en torno al caso Lewinsky, hay, sin duda, causas de politiquería interna. También es cierto que ese escándalo, tratado sistemáticamente por la prensa, es aprovechado oportunamente para desviar la atención de la clase obrera de una situación económica que se está degradando, con ataques patronales en aumento, como muestra el incremento de la combatividad obrera (huelgas de General Motors y de Northwest). En fin, lo grotesco del proceso que se le hace a Clinton es también un testimonio más de la putrefacción de la sociedad burguesa, típica del período de descomposición. Sin embargo, una ofensiva así contra el presidente norteamericano, que podría desembocar en su destitución, pone de relieve el desasosiego de la burguesía de la primera potencia mundial, incapaz de afirmar su liderazgo sobre el planeta.

Pero poco tienen que ver esos problemas de Clinton, o los de toda la burguesía americana, que son, sin embargo, algo muy insignificante, frente al drama que se está representando hoy a escala mundial. Para una cantidad cada vez mayor de seres humanos, y es hoy especialmente lo que ocurre en Congo, el caos, que no hará sino incrementarse por el mundo entero, es sinónimo de matanzas, de hambres, epidemias, barbarie. Una barbarie que ha conocido durante el verano un nuevo avance y que seguirá agravándose más y más mientras el capitalismo no haya sido echado abajo.

Fabienne

 

[1] En el artículo «Cara al hundimiento en la barbarie, la necesidad y posibilidad de la revolución», Revista internacional, no 48, ya pusimos en evidencia que los atentados terroristas como los que se produjeron en París en 1986 no eran sino una de las manifestaciones de la entrada del capitalismo en una nueva fase de su decadencia, la de la descomposición. Desde entonces, las convulsiones que han ido sacudiendo al planeta, y en particular el hundimiento del bloque imperialista ruso a finales de los 80, han ilustrado de sobra el hundimiento de la sociedad capitalista en la descomposición y putrefacción.

Geografía: 

  • Africa [35]
  • Norteamérica [36]

Berlín, 1948 - En 1948, el puente aéreo de Berlín oculta los crímenes del imperialismo «aliado»

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En varias ocasiones hemos denunciado en nuestra prensa las matanzas de las «grandes democracias» y hemos puesto de relieve la responsabilidad tanto de los «aliados» como la de los «nazis» en el holocausto (Revista internacional, nos 66 y 89).

Al contrario de lo que proclama la propaganda engañosa de la burguesía –repitiendo sin descanso que la Segunda Guerra mundial fue une combate entre las «fuerzas del bien» «democráticas y humanistas», en contra del «mal absoluto» nazi y totalitario–, aquélla no fue sino en enfrentamiento sangriento entre intereses imperialistas rivales y antagónicos tan bárbaros y asesinos unos como otros.

En cuanto se acabó la guerra y fue vencida Alemania, fueron las tendencias naturales del capitalismo decadente y las nuevas rivalidades imperialistas entre «aliados» las que impusieron hambruna y terror a las poblaciones europeas, y en primer lugar a la población alemana. Y contrariamente a lo que pretende hoy la propaganda de las burguesías occidentales, tal política no se debió únicamente al estalinismo.

El episodio del puente aéreo a Berlín en 1948 fue una aceleración brutal de los antagonismos imperialistas que surgieron entre los bloques que se constituyeron entre la Rusia estalinista por un lado y Estados Unidos por el otro. Y significó un cambio en la política de éstos respecto a Alemania. Muy lejos de ser la expresión de su humanismo, el puente aéreo de los occidentales a Berlín no fue sino la de su contraofensiva ante las aspiraciones imperialistas rusas. De paso, les permitió ocultar la política de terror, de hambruna organizada, de deportaciones masivas y detenciones en campos de trabajo que impusieron a la población alemana en la posguerra.

No es de extrañar si los vencedores demócratas de la Segunda Guerra mundial –las burguesías norteamericana, británica y francesa–, se han aprovechado de la oportunidad y celebran el cincuenta aniversario del puente aéreo de Berlín que empezó el 26 de junio de 1948. Según la propaganda actual, este acontecimiento no solo demostró el supuesto humanismo de las grandes democracias occidentales y su compasión hacia una nación destruida, sino que dio además la señal de la resistencia contra las amenazas del totalitarismo ruso. Durante más de un año, más de 2,3 millones de toneladas de abastecimientos de socorro fueron transportados por 277 728 vuelos americanos y británicos a Berlín Oeste aislado por el bloqueo del imperialismo ruso. Según la prensa y los políticos, esta misma «pasión» por la paz, la libertad y la dignidad humana que se manifestó supuestamente en esa situación histórica, ¡seguiría hoy animando el corazón de los imperialismos occidentales!.

¡Nada puede ser tan ajeno a la verdad histórica!. Basta para convencerse de ello con analizar la historia de estos pasados cincuenta años, que multiplican las pruebas de su barbarie sanguinaria, o el mismo episodio del puente aéreo a Berlín y su significado real. En realidad, el puente aéreo no fue esencialmente sino un cambio en la política imperialista norteamericana: contrariamente a lo que se decidió en la conferencia de Postdam en 1945, Alemania ya no tenía que ser desindustrializada y transformada en país agrícola sino ser reconstruida y servir de baluarte, contra el bloque del Este, al bloque imperialista occidental nuevamente constituido. Nada tiene que ver la compasión con semejante cambio de política por parte del imperialismo occidental. Al contrario, lo que motivó esta orientación no fue sino la presión creciente de la hegemonía rusa que amenazaba con extenderse hacia Europa del Oeste, tras el marasmo económico y político que reinaba en dicha Europa tras las matanzas y destrucciones masivas de la Segunda Guerra mundial. Así es como el puente aéreo, al dar de comer a gran parte de la población hambrienta, sirvió de propaganda para hacerle olvidar la miseria negra de los años anteriores y aceptar la nueva orientación a las poblaciones alemanas y europeas occidentales que iban a ser rehenes de la guerra fría en gestación. Gracias a estos vuelos «humanitarios» de abastecimiento sobre Berlín, tres grupos de bombarderos norteamericanos B-29 pudieron ser basados en Europa, colocando a su alcance los objetivos rusos...

Sin embargo, la celebración del puente aéreo ha sido este año relativamente discreta, a pesar de la visita especial a Berlín del presidente norteamericano Clinton. Una de las explicaciones posibles de la discreción de la campaña en torno a este particular aniversario está en que una celebración más ruidosa hubiese planteado preguntas embarazosas sobre la verdadera política de los Aliados, en particular occidentales, con respecto al proletariado alemán durante e inmediatamente tras la Segunda Guerra mundial. Esas preguntas hubiesen podido revelar la enorme hipocresía de las «democracias», tanto como sus propios «crímenes contra la humanidad». También hubiese permitido hacer resaltar las posiciones de la Izquierda comunista, quien fue la primera en denunciar y sigue denunciando todas las manifestaciones de la barbarie del capitalismo decadente, sea democrática como estalinista o fascista.

Ha demostrado a menudo la CCI ([1]), junto con las demás tendencias de la Izquierda comunista, hasta qué punto los crímenes del imperialismo aliado durante la Segunda Guerra mundial no eran menos odiosos que los de los imperialismos fascistas. Fueron el fruto del capitalismo a cierto nivel de su declive histórico. Basta con considerar los bombardeos masivos de las principales ciudades alemanas o japonesas a finales de la guerra para saber lo que es en realidad el filantropismo de los aliados: una patraña gigantesca. Los bombardeos de todos los centros de alta densidad de población en Alemania no sirvieron para destruir objetivos militares, ni siquiera económicos. La dislocación de la economía alemana a finales de la guerra no fue llevada a cabo por esos bombardeos, sino por la destrucción del sistema de transportes ([2]). En realidad, semejantes bombardeos no tenían como objetivo específico más que diezmar y aterrorizar a la clase obrera e impedir que un movimiento revolucionario se desarrollase a partir del caos de la derrota, como así había ocurrido en 1918.

Sin embargo, 1945, «año cero», no fue el final de la pesadilla: «La conferencia de Postdam de 1945 y los acuerdos interaliados de marzo de 1946 formularon las decisiones concretas (...) de reducir las capacidades industriales alemanas hasta un nivel bajo, y de dar a la agricultura una mayor prioridad. Para eliminar toda capacidad de hacer una guerra a la economía alemana, se decidió prohibir totalmente la producción por Alemania de productos estratégicos tales como aluminio, caucho y benceno sintéticos. Además, Alemania estaba en la obligación de reducir sus capacidades siderúrgicas hasta un 50 % del nivel de 1929, y el equipamiento superfluo debía ser desmontado y transportado a los países vencedores, tanto del Este como del Oeste» ([3]).

No resulta muy difícil imaginarse cuáles fueron las decisiones concretas tomadas con respecto al bienestar de la población: «Tras la capitulación de mayo del 45, escuelas y universidades estaban cerradas, como también lo estaban las emisoras de radio, los periódicos, la Cruz roja nacional y Correos. También fue despojada Alemania de gran cantidad de su carbón, de sus territorios en el Este (que constituían 25 % de sus tierras cultivables), de sus patentes industriales, bosques, reservas de oro y de la mayor parte de su fuerza de trabajo. Los Aliados saquearon y destruyeron fábricas, oficinas, laboratorios y talleres (...). A partir del 8 de mayo, fecha de la capitulación al Oeste, los prisioneros alemanes e italianos en Canadá, Estados Unidos y Reino Unido, que hasta entonces eran alimentados en conformidad con la Convención de Ginebra, fueron de golpe sometidos a raciones muy reducidas. (...) Se impidió a las agencias de socorro internacionales mandar comida desde el extranjero; los trenes de la Cruz roja cargados de comida fueron reexpedidos a Suiza; se les negó a todos los gobiernos el permiso de mandar sustentos a los civiles alemanes; se redujo brutalmente la producción de abono; y, especialmente en la zona francesa, se confiscaron los alimentos. La flota pesquera se quedó en puerto, cuando la gente se estaba muriendo de hambre» ([4]).

Las potencias ocupantes rusa, británica, francesa y norteamericana transformaron efectivamente a Alemania en un enorme campo de la muerte. Las democracias occidentales capturaron al 73 % de todos los prisioneros de guerra alemanes en sus zonas de ocupación. Murieron muchos más Alemanes tras la guerra que durante las batallas, bombardeos masivos y campos de concentración de la guerra. Como resultado de la política del imperialismo aliado, entre 1945 y 1950 perecieron entre nueve y trece millones. Semejante genocidio tuvo tres fuentes principales:

  • primero entre los 13,3 millones de Alemanes de origen que fueron expulsados de las regiones orientales de Alemania, de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, etc., según los Acuerdos de Postdam; esta depuración étnica fue tan inhumana que no llegaron a destino –tras las nuevas fronteras alemanas de la posguerra–, más que 7,3 millones de ellos; los demás desaparecieron en las peores circunstancias;
  • luego, entre los prisioneros de guerra alemanes que murieron debido al hambre y a las enfermedades en los campos aliados: entre 1,5 y 2 millones;
  • por fin, entre la población en general que no tenía para sobrevivir más que raciones de 1000 calorías cotidianas, lo que no garantizaba sino una larga hambruna y epidemias –más de 5,7 millones murieron de enfermedades.

El número preciso de semejante barbarie sigue siendo un secreto de los imperialismos «democráticos». La propia burguesía alemana sigue escondiendo hoy en día hechos que sólo pueden ser descubiertos por investigaciones independientes, y que ponen de relieve las incoherencias de las cifras oficiales. Por ejemplo, se calcula el número de civiles muertos en aquel entonces, entre otros medios, partiendo de la enorme carencia de población registrada por el censo en Alemania en 1950. Sin embargo el papel de las democracias occidentales durante esta oleada de exterminación se aclaró tras el hundimiento del imperio «soviético» y el acceso a los archivos rusos. Gran parte de las atrocidades de que acusaban a la URSS en la propaganda de los occidentales se deben en realidad a éstos mismos. Por ejemplo, se constata que la mayor parte de los prisioneros de guerra murieron en los campos de las potencias occidentales. Los fallecimientos o no se registraban o se escondían en otras secciones. La dimensión de la matanza no tiene que sorprender si consideramos las condiciones de detención: abandonados sin comida ni techo, su número incrementado sin parar por los enfermos expulsados de los hospitales, hasta ocurrió que los ametrallasen por gusto; el simple hecho por parte de la población civil de darles de comer fue decretado «delito de muerte».

La amplitud de la hambruna en la población civil, de la cual 7,5 millones estaba sin techo tras la guerra, puede ser calculada partiendo de las raciones concedidas por los ocupantes occidentales. En la zona francesa, la de peores condiciones, la ración oficial en 1947 era de 450 calorías cotidianas, o sea la mitad de la que sufrían los detenidos del infame campo de concentración de Belsen.

La burguesía occidental sigue presentando aquel período como un periodo de reajuste para la población alemana, tras los horrores inevitables de la Segunda Guerra mundial, al ser las privaciones la consecuencia natural del desbarajuste de la posguerra. El argumento de la burguesía es que, de todos modos, la población alemana se merecía semejante trato por haber empezado la guerra y como castigo por los crímenes de guerra del régimen nazi. Este argumento asqueroso es particularmente hipócrita por muchas razones. La primera es que la destrucción total del imperialismo alemán ya era un objetivo de guerra para los Aliados antes de que se decidiera utilizar la «gran coartada» de Auschwitz para justificarla. El segundo es que los que fueron directamente responsables de la subida al poder del nacionalsocialismo y de sus ambiciones imperialistas –los grandes capitalistas alemanes– salieron relativamente indemnes de la guerra y de sus consecuencias. A pesar de que varias personalidades fueron ajusticiadas tras el juicio de Nuremberg, la mayoría de funcionarios y patrones de la era nazi ocupó puestos en el nuevo Estado instalado por los Aliados ([5]). Los proletarios alemanes, los que más sufrieron la política de los Aliados en la posguerra, no tenían la menor responsabilidad en la instalación del régimen nazi, sino que, al contrario, habían sido sus primeras víctimas.

Las burguesías aliadas, que ya habían ayudado a la represión de Hitler contra la clase obrera en 1933, castigaron a ésta además durante y tras la guerra no por vengarse de Hitler, sino para exorcizar el espectro de la revolución alemana que los obsesionaba desde la primera posguerra.

Cuando se alcanzó ese objetivo criminal y cuando el imperialismo norteamericano se dio cuenta de que el agotamiento de Europa tras la guerra hacía correr el riesgo de una dominación del imperialismo ruso en todo el continente, se modificó entonces la política elaborada en Potsdam.

La reconstrucción de Europa del Oeste necesitaba la resurrección de la economía alemana. Entonces la riqueza de Estados Unidos, aumentada además por el saqueo de Alemania, pudo ser canalizada por el plan Marshall para ayudar a reconstruir el bastión europeo de lo que acabaría siendo el bloque del Oeste. El puente aéreo de Berlín en 1948 fue el símbolo de este cambio de estrategia.

Bajo sus formas fascista o estalinista, los crímenes del imperialismo son bien conocidos. Cuando lo sean para la clase obrera los del imperialismo democrático, entonces será más claramente evidente para el proletariado la posibilidad de su misión histórica.

No hay por qué extrañarse si la burguesía quiere asimilar fraudulentamente la denuncia hecha por la Izquierda comunista sobre este tema con las mentiras de la ultraderecha y de los «negacionistas».

La burguesía quiere esconder que el genocidio, lejos de ser una excepción aberrante provocada por locos satánicos, es hoy en día la regla general de la historia del capitalismo decadente.

Como


[1] Revista internacional n° 83, «Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía»; Revista internacional no 88, «El antifascismo justifica la barbarie»; Revista internacional no 89, «La corresponsabilidad de los aliados como de los nazis en el Holocausto».

[2] Según The strategic air war against Germany 1939-45, the official report of the British bombing survey unit, que acaba de ser publicado.

[3] Herman Van der Wee, Prosperity and upheaval, Pelican 1987.

[4] James Bacque, Crimes and mercies, the fate of German civilians under allied occupation 1945-50, Warner Books.

[5] Vease Tom Bower, Blind eye to murder.

 

Geografía: 

  • Alemania [20]

Series: 

  • Fascismo y antifascismo [37]

Acontecimientos históricos: 

  • IIª Guerra mundial [38]

X - El reflujo de la oleada revolucionaria y la degeneración de la Internacional

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La conquista victoriosa del poder en Rusia por la clase obrera en octubre de 1917 encendió una antorcha que iba a iluminar el mundo entero. La clase obrera de los países vecinos recoge inmediatamente el ejemplo de los obreros en Rusia. Ya en noviembre de 1917, la clase obrera en Finlandia se une al combate. En 1918, se producen oleadas de huelga que hacen temblar a los regímenes respectivos en los territorios checos, en Polonia, en Austria, en Rumania y Bulgaria. Y cuando, a su vez, los obreros alemanes en noviembre de 1918 entran en escena, la marea revolucionaria alcanza entonces a un país clave, un país decisivo en el porvenir de las luchas, un país en donde se va a jugar la victoria o la derrota de la revolución.

La burguesía alemana logró, ante todo gracias a las fuerzas de la democracia, impedir la conquista victoriosa del poder por la clase obrera y que la revolución se generalizara. Y lo logró, tras haber puesto fin rápidamente a la guerra en noviembre de 1918, gracias, después, al sabotaje de las luchas dirigido por la socialdemocracia y los sindicatos –trabajando conjuntamente con el ejército– para vaciar de sentido al movimiento. Y, finalmente, provocando un levantamiento prematuro.

La burguesía internacional se une para poner fin a la oleada revolucionaria

La serie de levantamientos que se produjeron en 1919, tanto en Europa como en otros continentes, la fundación de la República de los soviets en Hungría en marzo, la de consejos obreros eslovacos en junio, la ola de huelgas en Francia en la primavera así como las fuertes luchas en Estados Unidos y Argentina, todos esos acontecimientos ocurrieron cuando la extensión de la revolución en Alemania acababa de sufrir un parón. Al ser el elemento clave de la extensión de la revolución y al no haber logrado la clase obrera en Alemania derrocar a la clase capitalista con un asalto repentino y rápido, la oleada de luchas empieza a perder ímpetu en 1919. Los obreros seguirán luchando heroicamente contra la ofensiva de la burguesía en una serie de enfrentamientos en Alemania misma (en el momento del golpe de Kapp en marzo de 1920) y en Italia en el otoño de 1920, pero esas luchas no van a conseguir hacer avanzar el movimiento.

Y, en fin, esas luchas no lograrán romper la ofensiva que la clase capitalista ha lanzado contra el bastión aislado de los obreros en Rusia.

En la primavera de 1918, la burguesía rusa, derrocada muy rápidamente y casi sin violencia, entabla una guerra civil con el apoyo de 14 ejércitos de Estados «democráticos». En esta guerra civil que va a durar tres años, acompañada de un bloqueo económico cuyo objetivo es hacer morir de hambre a los obreros, los ejércitos «blancos» de los Estados capitalistas agotan a la clase obrera rusa. Mediante una ofensiva militar de la que sale victorioso el «Ejército rojo», la clase obrera es llevada a una guerra en la que debe enfrentarse, aisladamente, a la furia de los ejércitos imperialistas. Tras años de bloqueo y asedio, la clase obrera en Rusia sale de la guerra civil, a finales de 1920, exangüe, agotada, con más de un millón de muertos en sus filas y, sobre todo, políticamente debilitada.

A finales de 1920, cuando la clase obrera vive un primera derrota en Alemania, cuando la de Italia está siendo llevada a una trampa a través de las ocupaciones de fábrica, cuando el Ejército rojo fracasa en su marcha sobre Varsovia, los comunistas empiezan a comprender que la esperanza de una extensión rápida, continua de la revolución no va a realizarse. Al mismo tiempo, la clase capitalista se empieza a dar cuenta de que el peligro principal, mortal, que significaba el levantamiento de los obreros en Alemania, se estaba alejando momentáneamente.

La generalización de la revolución es atajada ante todo porque la clase capitalista ha sacado rápidamente lecciones de la conquista victoriosa del poder por los obreros en Rusia.

La explicación histórica del desarrollo explosivo de la revolución y de su derrota rápida estriba en que surgió contra la guerra imperialista y no como respuesta a una crisis económica generalizada como Marx lo había esperado. Contrariamente a la situación que prevalecerá en 1939, el proletariado no había sido derrotado de modo decisivo antes de la Iª Guerra mundial: fue capaz, tras tres años de carnicería, de desplegar una réplica revolucionaria a la barbarie del imperialismo mundial. Poner fin a la guerra y acabar así con las matanzas de millones de explotados sólo puede llevarse a cabo de manera rápida y decisiva atacando directamente al poder. Por eso la revolución, una vez iniciada, se desarrolló y se extendió con gran rapidez. Y en el campo revolucionario todo el mundo preveía y esperaba una victoria rápida de la revolución, al menos en Europa.

Sin embargo, si bien la burguesía es incapaz de poner fin a la crisis económica de su sistema, sí que puede, en cambio, hacer cesar una guerra imperialista cuando tiene que hacer frente a una amenaza revolucionaria. Y es lo que hace cuando la marea revolucionaria alcanza el corazón del proletariado mundial en Alemania. Fue así cómo los explotadores pudieron empezar a darle la vuelta a la dinámica hacia la extensión internacional de la revolución.

El balance de la oleada revolucionaria de 1917-23 pone de relieve, de modo irrefutable, que la guerra mundial, ya antes de la era de las armas atómicas de destrucción masiva, proporciona un terreno poco favorable para la victoria del proletariado. Como lo subrayaba Rosa Luxemburgo en el Folleto de Junius, la guerra moderna global, al matar a millones de proletarios, incluidas sus vanguardias experimentadas y más conscientes, pone en peligro las bases mismas de la victoria del socialismo. Crea además condiciones de lucha diferentes para los obreros según sean de los países vencidos, neutrales, o vencedores. No es causalidad si la ola revolucionaria es más fuerte en el campo de los vencidos, Rusia, Alemania, Imperio austro-húngaro, pero también en Italia (la cual pertenecía, formalmente, al campo de los vencedores, pero salió «perdedora»). En cambio, la marea revolucionaria fue mucho más floja en países como Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Estos fueron no sólo capaces de estabilizar temporalmente la economía mediante las expoliaciones de guerra, sino de contaminar a muchos obreros con la euforia de la «victoria». La burguesía incluso, consigue hasta cierto punto, reavivar las brasas del chovinismo. Así, a pesar de la solidaridad mundial con la revolución de Octubre y la influencia creciente de los revolucionarios internacionalistas durante la guerra, la ponzoña nacionalista inoculada por la clase dominante sigue causando estragos en las filas obreras una vez comenzada la revolución. El movimiento revolucionario en Alemania da algún que otro ejemplo edificante: la influencia del nacionalismo extremista, pretendidamente «comunista de izquierda», de los nacional-bolcheviques, los cuales, durante la guerra, en Hamburgo, distribuyeron octavillas antisemitas contra la dirección de Spartakus a causa de la posición internacionalista de éste; los sentimientos patrióticos reavivados tras la firma del Tratado de Versalles; el patrioterismo antifrancés suscitado por la ocupación del Rhur en 1923, etc. Como lo veremos en la continuación de esta serie de artículos, la Internacional comunista, en su fase de degeneración oportunista, va a intentar cada vez más, subirse al carro nacionalista en lugar enfrentarse a él.

Pero la inteligencia y la perfidia de la burguesía alemana no sólo se expresan cuando pone inmediato fin a la guerra en cuanto los obreros empiezan a lanzarse al asalto del Estado burgués. Contrariamente a la clase obrera en Rusia, que hace frente a una burguesía débil e inexperimentada, la de Alemania se enfrenta al bloque unido de las fuerzas del capital, y a la cabeza de éste, a la socialdemocracia y a los sindicatos.

Sacando el máximo provecho de las ilusiones que sigue habiendo entre los obreros sobre la democracia, avivando y explotando sus divisiones nacidas de la guerra, sobre todo entre «vencedores» y «vencidos», mediante una serie de maniobras políticas y de provocaciones, la clase capitalista ha logrado coger a la clase obrera en sus redes y derrotarla.

La extensión de la revolución se para. Tras haber sobrevivido a la primera ola de las reacciones de los obreros, la burguesía puede ahora pasar a la ofensiva. Y va a hacerlo todo por dar la vuelta a la relación de fuerzas en su favor.

Vamos ahora a examinar cómo reaccionaron las organizaciones revolucionarias frente al parón de la lucha de clases y cuáles fueron las consecuencias para la clase obrera en Rusia.

La Internacional comunista del Segundo congreso al Tercero

Cuando la clase obrera empieza a moverse en Alemania, en noviembre de 1918, los bolcheviques, ya en diciembre, llaman a una conferencia internacional. En esos momentos, la mayoría de los revolucionarios piensan que la conquista del poder por la clase obrera en Alemania va a alcanzarse al menos tan rápidamente como en Rusia. En la carta de invitación a la conferencia, se propone que se organice en Alemania (legalmente) o en Holanda (ilegalmente) el 1º de febrero de 1919. Nadie prevé, en un primer tiempo, que la conferencia se verifique en Rusia. Pero el aplastamiento de los obreros en enero de 1919 en Berlín, el asesinato de los jefes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht y la represión organizada por los cuerpos francos, dirigidos por el propio Partido socialdemócrata (SPD), hacen imposible la reunión en la capital alemana. Sólo entonces se decide por Moscú. Cuando la Internacional comunista se funda en marzo de 1919, Trotski escribe en Izvestia el 29 de abril de 1929: «Si el centro de la Internacional está hoy en Moscú, mañana se desplazará –de ello estamos plenamente convencidos– al Oeste, hacia París, Berlín, Londres».

Para todas las organizaciones revolucionarias, la política de la IC está determinada por los intereses de la revolución mundial. Los primeros debates del Congreso están marcados por la situación en Alemania, sobre el papel de la Socialdemocracia en el aplastamiento de la clase obrera durante las luchas de enero y sobre la necesidad de combatir contra ese partido como fuerza capitalista que es.

Trotski escribe en el artículo mencionado arriba: «La cuestión del “derecho de progenitura” revolucionario del proletariado ruso es sólo algo temporal… La dictadura del proletariado ruso no será abolida de una vez por todas y transformada en una construcción general del socialismo más que cuando la clase obrera europea nos haya liberado del yugo económico y sobre todo militar de la burguesía europea» (Trotski, Izvestia, 29/04 y 1/05 de 1919). Y también «Si el pueblo europeo no se subleva y echa abajo al imperialismo, seremos nosotros los derrotados, de eso no cabe la menor duda. O la Revolución rusa abre las compuertas a la marea de las luchas en el Oeste, o los capitalistas de todos los países aniquilarán y estrangularán nuestra lucha» (Trotski en el IIº congreso de los Soviets).

Después de que varios partidos entraran en la IC en poco tiempo, en su IIº congreso de julio de 1920 se dice: «En ciertas circunstancias, puede haber el peligro para la IC de que se diluya en medio de grupos que se balancean entre convicciones políticas a medias y que no están todavía liberados de la ideología de la IIª Internacional. Por esta razón, el IIº Congreso mundial de la IC considera que es necesario establecer condiciones muy precisas para la admisión de nuevos partidos».

Aunque la Internacional comunista se funda en lo candente de la situación, establece límites claros sobre cuestiones tan centrales como la extensión de la revolución, la conquista del poder político, la delimitación más clara posible respecto a la Socialdemocracia, la denuncia clara de la democracia burguesa; en cambio, temas como los sindicatos o la cuestión parlamentaria, la IC los deja abiertos.

La mayoría de la IC adopta la orientación de participar en las elecciones parlamentarias, pero sin que ello sea una obligación explícita, pues una fuerte minoría (especialmente el grupo formado en torno a Bordiga, llamado, entonces, «la fracción abstencionista») se opone a ello totalmente. En cambio, la IC decide que es obligatorio que todos los revolucionarios trabajen en los sindicatos. Los delegados del KAPD (Partido comunista obrero), que han abandonado el Congreso antes de su comienzo, algo totalmente irresponsable, se impiden así defender su punto de vista sobre esas cuestiones, contrariamente a los camaradas italianos. El debate entablado antes del congreso con la publicación del texto de Lenin, la Enfermedad infantil del comunismo, va a evolucionar en torno a la cuestión de los métodos de lucha en la nueva época de decadencia del capitalismo. Es en esta batalla cuando aparece la Izquierda comunista.

Sobre el desarrollo venidero de la lucha de clases, en el IIº Congreso se manifiesta todavía el optimismo. Durante el verano de 1920, todo el mundo tiene puestas sus esperanzas en que se intensifiquen las luchas revolucionarias. Pero, tras la derrota de las luchas del otoño de 1920, la tendencia va a invertirse.

El reflujo de la lucha de clases, un trampolín para el oportunismo

En las Tesis sobre la situación internacional y las tareas de la Internacional comunista, ésta, en su IIIer congreso de julio de 1921, analiza la situación del modo siguiente: «Durante el año transcurrido entre el IIo y el IIIer congresos de la Internacional comunista, una serie de sublevaciones y de batallas de la clase obrera han terminado en derrotas parciales (la ofensiva del Ejército rojo sobre Varsovia en agosto de 1920, el movimiento del proletariado italiano en septiembre de 1920, el levantamiento de los obreros alemanes en septiembre de 1921). El primer período del movimiento revolucionario de la posguerra debe ser considerado como globalmente terminado, la confianza de la clase burguesa en sí misma y la estabilidad de sus órganos de Estado se han reforzado sin lugar a dudas (…) Los dirigentes de la burguesía (…) han llevado a cabo por todas partes una ofensiva contra las masas obreras (…) Frente a esta situación, la IC se plantea y plantea al conjunto de la clase obrera las cuestiones siguientes: ¿en qué medida las nuevas relaciones políticas entre el proletariado y la burguesía corresponden más profundamente a la relación de fuerzas entre los dos campos opuestos? ¿Es cierto que la burguesía está a punto de restaurar el equilibrio social trastornado por la guerra? ¿Hay bases que hagan suponer que la época de paroxismos políticos y batallas de clase está siendo superada por una nueva época prolongada de restauración y de crecimiento capitalista? ¿Exigirá todo esto revisar el programa o la táctica de la Internacional comunista?» (Tesis sobre la situación internacional y las tareas de la IC, IIIer congreso mundial, 4 de julio de 1921).

Y en las Tesis sobre la táctica, se sugiere que: «la revolución mundial (…) necesitará un período más largo de luchas (…) La revolución mundial no es un proceso lineal». La IC va a adaptarse a la nueva situación de diferentes maneras.

La consigna «Hacia las masas»: un paso hacia la confusión oportunista

En un reciente artículo ya hemos tratado de la falsa teoría de la ofensiva. Parte de la IC y parte del campo revolucionario en Alemania animan en efecto a la «ofensiva» y a «golpear» para apoyar a Rusia. Teorizan así su aventurismo en «teoría de la ofensiva» según la cual, el partido puede lanzarse al asalto del capital sin tener en cuenta ni la relación de fuerzas ni la combatividad de la clase, basta con que el partido sea lo suficientemente valiente y decidido.

La historia ha demostrado, sin embargo, que la revolución proletaria no puede provocarse artificialmente y que el partido no puede compensar la ausencia de iniciativa y de combatividad de las masas obreras. Incluso si la IC acaba finalmente rechazando las actividades aventuristas del KPD (Partido comunista) en julio de 1921, en su IIIer congreso preconiza ella misma medios oportunistas para incrementar su influencia entre las masas indecisas: «Hacia las masas, ésa es la primera consigna que el IIIer congreso envía a los comunistas de todos los países». En otras palabras, si las masas no se mueven, serán los comunistas los que tengan que ir a las masas.

Para aumentar su influencia entre las masas, la IC, en el otoño de 1920, anima a la organización de partidos de masas en varios países. En Alemania, el ala izquierda del USPD (Partido socialdemócrata independiente) centrista se une al KPD para formar en VKPD en diciembre de 1920 (lo que hace que los efectivos asciendan a 400 000 miembros). En ese mismo período, el Partido comunista checo, con sus 350 000 miembros y el Partido comunista francés con unos 120 000 son admitidos en la Internacional.

«Desde el primer día de su formación, la IC se propuso clara e inequívocamente el objetivo de no formar pequeñas sectas comunistas (…), sino, al contrario, el de participar en las luchas de la clase obrera, orientándolas en una dirección comunista y formar, en la lucha, grandes partidos comunistas revolucionarios. Desde el principio de su existencia, la IC ha rechazado las tendencias sectarias llamando a sus partidos asociados –cualquiera que sea su tamaño– a participar en los sindicatos para, desde dentro, derrotar a su burocracia reaccionaria y transformarlos en órganos revolucionarios de masas, en órganos de lucha. (…) En su IIº Congreso, la IC rechazó claramente las tendencias sectarias en su resolución sobre la cuestión sindical y la utilización del parlamentarismo. (…) El comunismo alemán, gracias a la táctica de la IC (trabajo revolucionario en los sindicatos, cartas abiertas, etc.) (…) ha llegado a ser un gran partido revolucionario de masas. (…). En Checoslovaquia, los comunistas han conseguido atraerse a la mayoría de los obreros organizados políticamente. (…) En cambio, los grupos comunistas sectarios (como el KAPD, etc.) no han sido capaces de obtener el mínimo éxito» (Tesis sobre la táctica, IIIer congreso de la IC).

En realidad, ese debate sobre los medios de la lucha y la posibilidad de un partido de masas en la nueva época del capitalismo decadente ya se había iniciado en el congreso de fundación del KPD en diciembre 1918-enero 1919. En esta época, el debate se centra en la cuestión sindical y en saber si se puede todavía utilizar el parlamento burgués.

Incluso si Rosa Luxemburgo, en ese congreso, se pronuncia todavía por la participación en las elecciones parlamentarias y por el trabajo en los sindicatos, lo que aparece es la visión clara de las nuevas condiciones de lucha que han surgido, condiciones en las cuales los revolucionarios deben luchar por la revolución con la mayor perseverancia y sin la crédula ilusión de «soluciones rápidas». Poniendo en guardia al Congreso contra la impaciencia y la precipitación, Rosa dice con mucha insistencia: «Si describo el proceso de este modo, ese proceso puede aparecer en cierta manera más largo que nosotros lo imaginábamos al principio». Incluso en el último artículo que escribió antes de su asesinato, afirma: «De todo eso, se puede concluir que no podemos esperar una victoria final y duradera en estos momentos» (El orden reina en Berlín).

El análisis de la situación y la evaluación de la relación de fuerzas entre las clases siempre ha sido una de las tareas primordiales de los comunistas. Si no asumen correctamente esas responsabilidades, si siguen esperando un movimiento ascendente cuando está retrocediendo, existe el peligro de caer en reacciones de impaciencia, aventuristas, e intentar sustituir el movimiento de la clase por intentonas artificiales.

Es la dirección del Partido comunista alemán la que, en una conferencia de octubre de 1919, tras el primer reflujo de luchas en Alemania, se propone orientar su trabajo hacia una participación en los sindicatos y en las elecciones parlamentarias para incrementar así su influencia en las masas trabajadoras, dando así la espalda a la vía mayoritaria de su congreso de fundación. Dos años más tarde, en el IIIer congreso de la IC, este debate vuelve a surgir.

La izquierda italiana, en torno a Bordiga, ya se había opuesto a la orientación del IIo congreso sobre la participación en las elecciones parlamentarias (ver Tesis sobre el parlamentarismo), advirtiendo en contra de esa orientación, campo abonado para el oportunismo, y aunque el KAPD no pudo hacerse oír en el IIo congreso, su delegación interviene, en contra de esa dinámica oportunista, en el IIIer congreso en circunstancias más difíciles.

Mientras que el KAPD subraya que «el proletariado necesita un partido-núcleo muy formado», la IC busca una puerta de salida en la creación de partidos de masas. La posición del KAPD es rechazada.

La orientación oportunista «Hacia las masas», va a facilitar, además, la adopción de la «táctica de frente único» que será adoptada unos meses después del IIIer congreso.

Lo que debe resaltarse en esta cuestión es que la IC se mete por ese camino en un momento en que la revolución en Europa ha dejado de extenderse y la marea de luchas está en reflujo. De igual modo que la Revolución rusa de 1917 fue la apertura de una oleada internacional de luchas, el declive de la revolución y el retroceso político de la IC son el resultado y una expresión de la evolución de la relación internacional de fuerzas. Son las circunstancias históricamente poco favorables para una revolución que emerge de una guerra mundial, junto con la inteligencia de una burguesía que puso fin a esa guerra a tiempo y jugó la carta de la democracia, lo que, impidiendo que se extendiera la revolución, ha creado las condiciones del oportunismo creciente en la Internacional.

El debate sobre la evolución en Rusia

Para comprender las reacciones de los revolucionarios hacia el aislamiento de la clase obrera en Rusia y el cambio en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado, debemos examinar la evolución de la situación en Rusia misma.

Cuando en octubre de 1917, la clase obrera, dirigida por el partido bolchevique, toma el poder, en Rusia a nadie se le ocurre pensar que pueda existir la menor posibilidad de construir el socialismo en un solo país. La clase entera tiene sus ojos puestos en el extranjero, en espera de una ayuda del exterior. Y cuando los obreros toman las primeras medidas económicas, tales como la confiscación de las fábricas y las dirigidas hacia el control de la producción, son precisamente los bolcheviques quienes ponen sobre aviso en contra de las ilusiones que esas medidas hicieran nacer. Los bolcheviques son muy claros sobre el carácter prioritario y vital de las medias políticas, o sea, las que van hacia la generalización de la revolución. Tienen muy claro que la conquista del poder por el proletariado en un país no significa, ni mucho menos, abolición del capitalismo. Mientras la clase obrera no haya derrocado a la clase dominante a escala mundial o en regiones decisivas, las primordiales y determinantes son las medidas políticas. En las zonas conquistadas, el proletariado sólo puede administrar, en el mejor interés propio, la penuria característica de la sociedad capitalista.

Más grave todavía, en la primavera de 1918, cuando los Estados capitalistas organizan el bloqueo económico y se lanzan a la guerra civil en apoyo de la burguesía rusa, la clase obrera y los campesinos rusos están inmersos en una situación económica desastrosa. ¿Cómo resolver los graves problemas de penuria alimenticia a la vez que hay que enfrentarse al sabotaje organizado por la clase capitalista? ¿Cómo organizar y coordinar los esfuerzos militares para replicar con eficacia a los ataques de los ejércitos blancos? Únicamente el Estado es capaz de hacer frente a ese tipo de tareas. Se trata sin lugar a dudas de un nuevo Estado el surgido tras la insurrección, pero, en bastantes niveles, siguen en él las categorías anteriores de funcionarios. Y para hacer frente a la amplitud de tareas como la guerra civil y la lucha contra el sabotaje desde dentro, las milicias del primer período no son suficientes; hay que crear un ejército rojo y órganos de represión especializados.

La clase obrera tiene las riendas del poder desde la revolución de Octubre y durante el período siguiente y las principales decisiones son tomadas por los soviets. Pero con bastante rapidez se va a abrir paso un proceso en el que los soviets van a ir perdiendo cada día más poder y sus medios de coerción en beneficio del Estado surgido tras la insurrección. En lugar de que sean los soviets los que controlan el aparato de Estado, los que ejercen su dictadura sobre el Estado, los que utilizan el Estado como instrumento para la clase obrera, es ese nuevo «órgano» –que los bolcheviques nombran, erróneamente, «Estado obrero»– el que empieza a minar el poder de los soviets y a imponerle sus propias directivas. El origen de esta evolución es la persistencia del modo de producción capitalista. El Estado postinsurreccional no sólo no ha empezado a extinguirse, sino que, muy al contrario, tiende a hincharse cada vez más. Esta tendencia va a acentuarse a medida que la marea revolucionaria va a dejar de extenderse, cuando no a retroceder, dejando cada día más aislada a la clase obrera de Rusia. Cuanta menos capacidad tenga el proletariado para presionar sobre la clase capitalista a escala internacional, menos capaz será de contrarrestar sus planes y, sobre todo, impedir las operaciones militares contra Rusia; así es cómo la burguesía va a disponer de un mayor margen de maniobra para estrangular la revolución en Rusia. Es en esa dinámica de la relación de fuerzas en la que el Estado postinsurreccional en Rusia va a desarrollarse. Es la capacidad de la burguesía para impedir la extensión de la revolución lo que hace que el Estado se vuelva cada vez más hegemónico y «autónomo».

Para hacer frente a la penuria creciente de bienes impuesta por los capitalistas, a las malas cosechas, al sabotaje de los campesinos, a las destrucciones causadas por la guerra civil, a las hambrunas y las epidemias resultantes, el Estado dirigido por los bolcheviques se ve obligado a tomar cada vez más medidas coercitivas de todo tipo, tales como la confiscación de las cosechas y el racionamiento de casi todo. Se ve también obligado a buscar lazos comerciales con los países capitalistas: esto no se plantea en un plano moral, sino de simple supervivencia. Sólo el Estado puede administrar directamente la penuria y el comercio, pero ¿quién controla al Estado?

¿Quién debe ejercer el control sobre el Estado?, ¿el partido o los consejos?

En aquella época, la idea de que el partido de la clase obrera debía tomar el poder en nombre de ella, el poder y por lo tanto los puestos de mando del nuevo Estado postinsurreccional es algo ampliamente compartido por los revolucionarios. Y es así como a partir de octubre de 1917, los miembros dirigentes del Partido bolchevique ocupan las más altas funciones del nuevo Estado y empiezan a identificarse con ese Estado mismo.

Esa idea hubiera sido puesta en entredicho y rechazada si, gracias a otras insurrecciones victoriosas, especialmente en Alemania, la clase obrera hubiera ido venciendo a la burguesía a nivel internacional. Tras una victoria así, el proletariado y sus revolucionarios habrían poseído los medios para poner en evidencia las diferencias y, en definitiva, los conflictos de intereses que existen entre Estado y revolución. Habrían podido criticar mejor los errores de los bolcheviques. Pero el aislamiento de la Revolución rusa hizo que el partido, a su vez, se planteara cada vez más como defensor del Estado en lugar de defender los intereses del proletariado internacional. Poco a poco la iniciativa se va de las manos de los obreros y el Estado va a desplegar sus tentáculos, volverse autónomo. El Partido bolchevique, por su parte, va a ser el primer rehén y el principal promotor de su desarrollo.

Durante el invierno de 1920-21, al final de la guerra civil, se agravan más todavía las hambres hasta el punto que la población de Moscú, de la que una parte intenta huir de la hambruna, desciende a la mitad y la de Petrogrado a la tercera parte. Se multiplican las revueltas campesinas y las protestas obreras. Una oleada de huelgas surge sobre todo en la región de Petrogrado, siendo los marineros de Cronstadt la punta de lanza de la resistencia contra la degradación de las condiciones de vida y contra el Estado. Establecen reivindicaciones económicas y políticas: junto al rechazo de la dictadura del partido, lo que plantean ante todo es la reivindicación de la renovación de los soviets.

El Estado, y a su cabeza el partido bolchevique, decide enfrentar violentamente a los obreros, considerándolos como fuerzas contrarrevolucionarias manipuladas por el extranjero. Por primera vez, el Partido bolchevique participa de manera homogénea en el aplastamiento violento de una parte de la clase obrera. Y esto ocurre en el momento en que se celebra el 50o aniversario de la Comuna de París y tres años después de que Lenin, en el congreso de fundación de la IC, escribiera la consigna de «Todo el poder a los soviets» en los estandartes de la Internacional. Aunque es el partido bolchevique el que asume concretamente el aplastamiento de Cronstadt, es todo el movimiento revolucionario el que está en el error sobre la naturaleza de esa sublevación. La Oposición obrera rusa, al igual que los partidos miembros de la Internacional, lo condenan claramente.

En respuesta a esa situación de descontento general creciente y para incitar a los campesinos a producir y a llevar sus cosechas a los mercados, se decide, en marzo de 1921, introducir la Nueva economía política (NEP), la cual no significa, ni mucho menos, un «retorno» al capitalismo por la sencilla razón de que éste no ha desaparecido, sino que es una adaptación a la penuria y a las leyes del mercado. Se firma al mismo tiempo un acuerdo comercial entre Gran Bretaña y Rusia.

Respecto a ese problema del Estado y de la identificación del partido con el Estado, existen divergencias en el partido bolchevique. Como lo hemos escrito en la Revista internacional nº 8 y nº 9, ya hay voces de comunistas de izquierda en Rusia que dan la alarma y advierten contra el peligro de un régimen capitalista de Estado. Ya en 1918, el periódico el Comunista protesta contra los intentos de disciplinar a la clase obrera. Aunque con la guerra civil la mayoría de las críticas quedan en un segundo plano, aunque bajo la agresión de los capitalistas extranjeros se cierran filas en el partido, se sigue sin embargo desarrollando una oposición contra el peso creciente de las estructuras burocráticas en el seno del partido. El grupo Centralismo democrático en torno a Osinski, fundado en 1919, critica la pérdida de iniciativa de los obreros y llama al restablecimiento de la democracia en el seno del partido, especialmente el la 9ª conferencia del otoño de 1920 en donde aquél denuncia la burocratización en auge.

El propio Lenin, quien sin embargo está asumiendo las más altas responsabilidades estatales, es quien mejor presiente el peligro que puede representar ese nuevo Estado para la revolución. Es a menudo el que más determinación expresa en sus argumentos, llamando y animando a los obreros a defenderse contra ese Estado.

En el debate sobre la cuestión sindical, por ejemplo, mientras que Lenin insiste en que los sindicatos deben servir para defender los intereses obreros, incluso contra el «Estado obrero» que sufre deformaciones burocráticas –prueba clara de que Lenin admite la existencia de un conflicto entre el Estado y la clase obrera–, Trotski reclama la integración total de los sindicatos en el «Estado obrero». Quiere terminar la militarización del proceso de producción, incluso después de la guerra civil. El grupo Oposición obrera, que aparece por vez primera en marzo de 1921 en el Xº congreso del partido, quiere que la producción esté controlada por los sindicatos industriales y éstos bajo el control del Estado soviético.

En el seno del partido, las decisiones se transfieren cada vez más de las conferencias del partido a las reuniones del Comité central y del Buró político recientemente constituido. La militarización de la sociedad que la guerra civil ha provocado se va extendiendo en profundidad desde el Estado hasta las filas del partido. En lugar de animar a la iniciativa de sus miembros en los comités locales, el partido somete la totalidad de la actividad política en su seno al control estricto de la dirección, a través de «departamentos» políticos, lo cual acaba plasmándose en la decisión del Xº congreso de marzo de 1921, de prohibir las fracciones en el partido.

En la segunda parte de este artículo, analizaremos la resistencia de la Izquierda comunista contra esas tendencias oportunistas y cómo la Internacional acabó siendo cada vez más el instrumento del Estado ruso.

D.V.

Geografía: 

  • Alemania [20]

Series: 

  • Revolución alemana [24]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [22]

V - 1919: El programa de la dictadura del proletariado

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El periodo 1918-20, la fase «heroica» de la oleada revolucionaria internacional inaugurada por la insurrección de octubre en Rusia, fue también el período en el que los partidos comunistas de entonces formularon el programa para superar el capitalismo e iniciar la transición hacia el comunismo.

En la Revista internacional nº 93 examinamos el programa del recién fundado Partido comunista de Alemania (KPD). Vimos que consistía esencialmente en una serie de medidas prácticas con el objetivo de guiar la lucha proletaria en Alemania para contribuir a que pasara del estadio de una revuelta espontánea a una conquista consciente del poder político. En la Revista internacional nº 94 publicamos «la Plataforma de la Internacional comunista» –escrita en su congreso fundacional como base para el reagrupamiento internacional de las fuerzas comunistas y como un bosquejo de las tareas revolucionarias ante los trabajadores de todos los países.

Casi exactamente al mismo tiempo, el Partido comunista de Rusia –el partido bolchevique– (PCR) publicaba su nuevo programa. El programa era muy próximo a la plataforma de la Internacional comunista (IC), entre otras cosas porque tenía el mismo autor, Nicolás Bujarin. En cierta medida, esta separación entre el programa de los partidos comunistas nacionales y la plataforma de la IC –y entre los propios programas entre sí– reflejaba la persistencia de concepciones federalistas heredadas del periodo de la socialdemocracia; y, como Bordiga subrayó más tarde, la incapacidad del partido mundial para sujetar a sus secciones nacionales a las prioridades de la revolución internacional, lo que tuvo serias consecuencias frente al retroceso de la oleada revolucionaria y el aislamiento y degeneración de la revolución en Rusia. Tendremos ocasión de volver sobre este problema particular. Sin embargo, es instructivo hacer un estudio específico del programa del PCR y compararlo con alguno de los arriba mencionados. El programa del KPD fue el producto de un partido que tenía como tarea dirigir a las masas hacia la toma del poder; la plataforma de la IC se concibió más como punto de referencia general para todos aquellos que pretendían reagruparse en la Internacional que como programa detallado de acción. De hecho, una de las ironías de la historia es que la IC no adoptara un programa formal y unificado más que en el VIº Congreso en 1928. Esta vez, también fue Bujarin el redactor del programa, pero en realidad dicho programa no fue sino el acta del suicidio de la Internacional pues había adoptado la infame teoría del socialismo en un solo país con lo que dejaba de existir como órgano del internacionalismo proletario.

El programa del PCR por su parte fue adoptado después de la destrucción del régimen burgués en Rusia y fue ante todo una precisa y detallada declaración de los objetivos y los métodos del nuevo poder. Dicho sucintamente, fue un programa para la dictadura del proletariado y como tal supone una valiosa indicación sobre el nivel de claridad programática alcanzado por el movimiento comunista de la época. No solo eso, a pesar de que no vacilaríamos en poner de relieve aquellas partes que la experiencia práctica ha puesto en cuestión o ha refutado definitivamente, también queremos subrayar que en lo esencial este documento permanece como un punto de referencia profundamente relevante para la revolución proletaria del futuro.

El programa del PCR se adoptó en el 8º Congreso del partido en marzo de 1919. La necesidad de revisar el viejo programa del partido que databa de 1908, se había acentuado desde 1917 cuando los bolcheviques habían abandonado la perspectiva de la «dictadura democrática» a favor de la conquista proletaria del poder y la revolución socialista mundial. En el momento del 8º congreso había numerosos desacuerdos dentro del partido acerca de qué vía debía tomar el poder soviético (volveremos sobre ello en un futuro artículo) y en algunos aspectos el programa expresaba un cierto compromiso entre las diferentes corrientes existentes en el partido; pero desde luego, del mismo modo que con la plataforma de la IC, el programa fue sobre todo el producto de las luminosas esperanzas y las prácticas radicales que caracterizaron la fase inicial de la revolución y fue capaz de satisfacer a la mayoría del partido. Incluso a aquellos que empezaban a sentir que el proceso revolucionario en Rusia no avanzaba con suficiente rapidez o que ciertos principios básicos estaban siendo puestos en cuestión.

El programa vino acompañado por un considerable trabajo de explicación y popularización – el ABC del Comunismo escrito por Bujarin y Preobrazhenski. Este libro se construyó alrededor de los puntos del programa pero es mucho más que un mero comentario; por sí mismo se convirtió en un clásico, una síntesis de la teoría marxista desde el Manifiesto comunista hasta la Revolución rusa, escrito en un estilo vivo y accesible que hizo de él un manual de educación política tanto para los miembros del partido como para las más amplias masas de trabajadores que apoyaban la revolución. Si este artículo va a focalizarse en el programa del PCR más que en el ABC del comunismo es porque un examen detallado de este último supera los límites de un único artículo y no por la importancia de este libro, que sigue siendo una lectura muy útil.

Es tan útil o más todavía por los numerosos decretos emitidos por el poder de los soviets durante las primeras fases de la revolución y hasta la Constitución de 1918, la cual define la estructura y el funcionamiento del nuevo poder. Esos documentos merecen ser estudiados como parte del « programa de la dictadura del proletariado » y eso tanto más porque, como Trotski escribió en su autobiografía, «durante esta fase, los decretos eran más propaganda que verdaderas medidas administrativas. Lenin estaba impaciente de decir al pueblo lo que era el nuevo poder, lo que sería más tarde y cómo se iba a proceder para alcanzar esos objetivos» (Mi vida). Esos decretos no sólo trataban de temas económicos y políticos urgentes –tales como la estructura del Estado y del ejército, la lucha contra la contrarrevolución, la expropiación de la burguesía y el control obrero sobre la industria, la conclusión de una paz separada con Alemania, etc.–, sino también muchos otros problemas sociales como el matrimonio y el divorcio, la educación, la religión, etc. Según palabras de Trotski también, esos decretos «quedarán para siempre en la historia como proclamas de un nuevo mundo. No sólo los sociólogos y los historiadores, sino también los futuros legisladores se habrán de inspirar en múltiples ocasiones de esas fuentes».

Pero, precisamente a causa de sus gigantescos objetivos, no podremos analizarlos en este artículo. Este artículo se centrará en el programa bolchevique de 1919 porque nos da la posición más sintética y concisa de las metas generales que el nuevo poder quería alcanzar y por el partido que las asumió.

La época de la Revolución proletaria

El programa comienza, como la plataforma de la IC, situándose en la nueva «era de la revolución proletaria comunista mundial», caracterizada, por una parte, por el desarrollo del imperialismo, la feroz lucha por la dominación mundial de las grandes potencias, y de esta forma, con el estallido de la guerra mundial imperialista, tenemos una expresión concreta del colapso del capitalismo; y, por otra parte, por la revuelta internacional de la clase trabajadora contra los horrores del capitalismo en declive, una revuelta que ha tomado la forma tangible de la insurrección de Octubre en Rusia y el desarrollo de la revolución en los países centrales del capitalismo, particularmente en Alemania y en Austria-Hungría. El programa mismo no trata de las contradicciones económicas del capitalismo que lo han dirigido al colapso; estas son examinadas en el ABC del Comunismo, aunque este último tampoco formula realmente una teoría coherente y definitiva sobre los orígenes de la decadencia del capitalismo. Pero al mismo tiempo y en sorprendente contraste con la plataforma de la IC, el programa no utiliza el concepto de capitalismo de Estado para describir la organización interna del régimen burgués en la nueva era; sin embargo, este concepto es elaborado en el ABC del Comunismo y en otras contribuciones teóricas de Bujarin sobre las cuales volveremos en un próximo artículo. Finalmente, de la misma forma que la plataforma de la IC, el programa insiste con firmeza en que la clase obrera no puede hacer la revolución «sin romper la relación y llevar una lucha sin piedad contra la perversión burguesa del socialismo que domina en los líderes de la socialdemocracia y de los partidos socialistas».

Habiendo afirmado su pertenencia a la nueva Internacional comunista, el programa se mueve a partir de ese momento hacia el tratamiento de las tareas prácticas de la dictadura del proletariado «tal y como tiene lugar en Rusia, una tierra cuya característica más notable es la predominancia numérica del estrato pequeño burgués de la población». Los intertítulos utilizados en este artículo corresponden al orden y los títulos de las secciones del programa del PCR.

Política general

La primera tarea de toda revolución proletaria –la revolución de una clase que carece de un poder económico en la vieja sociedad– debe ser la consolidación de su poder político y en línea con la Plataforma de la Internacional comunista y acompañando a las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, el programa del PCR en su sección «práctica» comienza afirmando la superioridad del sistema soviético sobre el sistema de la democracia burguesa. Frente a la pretendida universalidad de este sistema, aquél, basado en los lugares de trabajo más que en unidades territoriales de base, proclama abiertamente su carácter de clase ; en contraste con el parlamentarismo burgués, los soviets, basados en el principio de la movilización permanente mediante asambleas y la revocabilidad inmediata de los delegados, proporciona en consecuencia los medios para que la inmensa mayoría de la población explotada y oprimida ejerza un control auténtico sobre los órganos de poder del Estado y participe directamente en la transformación social y económica, todo ello sin distinción de raza, religión o de cualquier otro género. Al mismo tiempo, dado que en Rusia la inmensa mayoría de la población es campesina y que el marxismo solo reconoce una sola clase revolucionaria bajo la sociedad capitalista, el programa registra igualmente el papel dirigente del «proletariado urbano industrial» y subraya que «nuestra constitución soviética lo refleja asignando derechos preferenciales al proletariado industrial, a diferencia de las masas desunidas de la pequeña burguesía tanto del campo como de la ciudad». Concretamente como Victor Serge explica en su libro Un año de la Revolución rusa: «El Congreso panruso de los soviets se halla formado por representantes de los soviets locales, estando representadas las ciudades a razón de un diputado por cada 25000 habitantes y el campo a razón de un diputado por cada 125000 habitantes. Este artículo consagra la hegemonía del proletariado sobre los elementos rurales» (Edición en español de Siglo XXI, 1972).

El programa, y esto debe tenerse en cuenta, es un programa de partido y un verdadero partido comunista jamás puede satisfacerse con el status quo hasta haber alcanzado el objetivo último del comunismo en el cual ya no existe la necesidad del partido como un órgano separado. Esta es la razón por la que el programa insiste reiteradamente en la necesidad de que el partido luche por la participación creciente de las masas en la vida de los soviets, por elevar su nivel político y cultural, por combatir el chovinismo nacional y los prejuicios contra la mujer que todavía existen en el proletariado y en otras clases oprimidas. Hay que destacar que en el programa no hay ninguna teorización de la dictadura del partido. Eso vendrá después aunque desde el principio había una ambigüedad sobre si el partido toma o no el poder en nombre de la clase, tanto en los bolcheviques como en todo el movimiento revolucionario de la época. Más bien se desarrolla lo contrario: se manifiesta una clara conciencia de que dadas las difíciles condiciones a las que hace frente el bastión proletario ruso –retraso cultural, guerra civil– hay un serio peligro de burocratización del poder soviético, por lo cual insiste en toda una serie de medidas para combatir semejante peligro:

«1) Cada miembro del Soviet debe asumir un trabajo administrativo;

2) Debe haber una continua rotación de puestos, cada miembro del Soviet debe ganar experiencia en las distintas ramas de la administración;

    Por grados, el conjunto de la clase trabajadora debe ser inducida a participar en los servicios administrativos».

En realidad, estas medidas fueron ampliamente insuficientes dado que el programa subestimaba las verdaderas dificultades provocadas por el cerco imperialista y la guerra civil; las condiciones de asedio, de hambre, la terrible realidad de una guerra civil de increíble ferocidad, la dispersión de las capas más avanzadas del proletariado en el frente, los complots de la contrarrevolución y la necesidad subsecuente del terror rojo; todo ello engulló la sangre de los Soviets y de otros órganos de la democracia proletaria, hundiéndolos más y más en un vasto y atrofiado aparato burocrático. Cuando se estaba redactando el programa, el compromiso de las capas más avanzadas de la clase en las tareas de la administración estatal había tenido el efecto perverso de sacarlos de la vida de la clase y de convertirlos en burócratas. En lugar de la tendencia planteada por Lenin en el Estado y la Revolución hacia la extinción del Estado, lo que se produjo fue la extinción progresiva de la vida de los soviets y el aislamiento progresivo del partido que se convirtió en una máquina estatal crecientemente divorciada de la autoactividad de las masas. En tales circunstancias, el partido en lugar de actuar como el crítico más radical del status quo, tendió a fusionarse con el Estado y se convirtió en un órgano de conservación social (para profundizar más en las condiciones del bastión proletario en esa época ver «El aislamiento significa la muerte de la revolución» en Revista internacional nº 75).

La rápida y trágica negación de la visión radical que Lenin había propuesto en 1917 – una situación que había avanzado considerablemente en el momento en que el programa del PCR fue adoptado – ha sido aprovechada frecuentemente por los enemigos de la revolución para probar que semejante visión era, en el mejor de los casos, pura utopía y en el peor una argucia táctica para ganar el apoyo de las masas y propulsar a los bolcheviques al poder. Para los comunistas, sin embargo, lo que prueba esa trágica realidad es que el socialismo en un solo país es imposible, pero que no es menos verdad que la democracia proletaria es la condición previa para la creación del socialismo. Sin embargo, en el programa hay una debilidad que consiste en pensar que la mera aplicación de los principios de la Comuna de París sobre la democracia proletaria bastaría, en el caso de Rusia, para llegar a la desaparición del Estado sin una declaración nítida y sin ambigüedad de que ello solo puede ser resultado del éxito de una revolución internacional.

El problema de las nacionalidades

Mientras en muchas cuestiones, no menos que sobre la cuestión de la democracia proletaria, el programa del PCR se encontró sobre todo con una dificultad práctica para aplicar las medidas propuestas en las condiciones de guerra civil, la sección sobre el problema de las nacionalidades estaba mal planteado desde el principio. El punto inicial es sin embargo correcto – «la importancia primordial de una política de unión de los proletarios y semi-proletarios de las diferentes nacionalidades para unirse en una lucha revolucionaria por la destrucción de la burguesía». Reconoce, asimismo, la necesidad de superar los recelos engendrados por largos años de opresión nacional. Sin embargo, el programa adopta el punto de vista expresado por Lenin desde los días de la IIª Internacional: el «derecho a la autodeterminación de las naciones» como la mejor vía para superar tales sospechas y aplicable incluso bajo el poder soviético. En ese punto, el autor del programa, Bujarin, dio un significativo paso atrás desde la posición que había defendido junto con Piatakov y otros durante la guerra imperialista: a saber que la consigna de autodeterminación nacional es «primero que nada utópica (pues no puede realizarse bajo el capitalismo) pero al mismo tiempo es nociva por las ilusiones que disemina» (carta al Comité central bolchevique, noviembre 1915).

Y como Rosa Luxemburgo pone de manifiesto en su folleto la Revolución rusa, la política de los bolcheviques que permitía que las «naciones oprimidas» se emanciparan del poder soviético había conducido simplemente a que los proletarios fueran sobreexplotados por sus burguesías que se encontraron con esa «autodeterminación» recién estrenada y, sobre todo, dio pie a toda clase de maniobras por parte de las grandes potencias imperialistas. Los mismos resultados desastrosos se obtuvieron en los países «coloniales» como Turquía, Irán o China donde el poder soviético intentó aliarse con la burguesía «revolucionaria». En el siglo pasado Marx y Engels habían apoyado ciertas luchas de liberación nacional porque en ese período el capitalismo tenía un papel progresivo que desempeñar frente a los restos feudales y despóticos de eras anteriores.

En ese periodo de la historia la «autodeterminación» no significaba otra cosa que «autodeterminación para la burguesía». Pero en la época de la revolución proletaria, donde la todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias y constituyen un obstáculo para el progreso humano, la adopción de semejante política prueba que es extremadamente dañina para las necesidades de la revolución proletaria (ver nuestro folleto Nación o clase y el artículo sobre la cuestión nacional de la Revista internacional nº 67). La única forma que existe para luchar contra los enemigos nacionales dentro de la clase obrera es el desarrollo de su lucha de clase internacional.

Cuestiones militares

Esta es, inevitablemente, una sección importante del programa dado que fue escrito cuando la guerra civil interna seguía haciendo estragos. El programa afirma ciertas cuestiones básicas: la necesidad de la destrucción de los viejos ejércitos burgueses y que el nuevo Ejército rojo debe ser un instrumento para la defensa de la dictadura del proletariado. Ciertas medidas son propuestas para asegurarse que el nuevo ejército sirva realmente a las necesidades del proletariado: que «debe estar exclusivamente compuesto por los proletarios y los estratos semiproletarios cercanos al campesinado»; que el entrenamiento y la instrucción del ejército serán «efectuados sobre la base de la solidaridad de clase y la formación socialista», para cuyo fin «deben existir comisarios políticos escogidos entre los comunistas más fieles y abnegados, para cooperar con el mando militar», a la vez un nuevo estrato de oficiales compuesto de obreros y campesinos conscientes debe ser preparado y entrenado para los papeles dirigentes del ejército para asegurar una reducción efectiva de la separación entre el proletariado y el ejército; debe existir «la asociación más fuerte posible entre las unidades militares y las factorías y centros de trabajo, los sindicatos y las organizaciones de los campesinos pobres», mientras que el periodo de acuartelamiento debe ser «reducido al mínimo imprescindible». El uso de expertos militares heredados del antiguo régimen es aceptado a condición de que tales elementos sean supervisados estrictamente por los órganos de la clase obrera. Prescripciones de tal género expresan la conciencia más o menos intuitiva de que el Ejército rojo es particularmente vulnerable, pudiendo zafarse del control político de clase obrera; pero dado que se trata del primer Ejército rojo y del primer Estado soviético de la historia esa conciencia es inevitablemente limitada tanto a nivel teórico como práctico.

El último párrafo de la sección plantea sin embargo problemas cuando dice que «la petición de la elección de los oficiales, la cual tiene gran importancia como cuestión de principio en relación con el ejército burgués cuyos jefes eran especialmente entrenados para constituir un aparato de sumisión de clase sobre los soldados comunes (y a través de ellos del conjunto de las masas) deja de tener relevancia como cuestión de principio respecto al ejército de clase de los obreros y los campesinos. Una posible combinación de elección y nombramiento desde arriba puede ser un expediente adecuado para el ejército revolucionario de clase en el terreno práctico».

Es verdad que la elección y la toma de decisiones colectiva tiene sus limitaciones en el contexto militar – particularmente en el fragor de la batalla – pero el párrafo parece subestimar el grado con el que el nuevo ejército estaba reflejando la burocratización del Estado al revivir muchas de las viejas normas de subordinación. De hecho, una «Oposición militar», relacionada con el grupo Centralismo democrático, había surgido ya en el partido y había sido particularmente virulenta en la crítica de la tendencia a desviarse de «los principios de la Comuna» en la organización del Ejército. Estos principios no son solo importantes desde el punto de vista práctico sino sobre todo porque crean las mejores condiciones para que la vida política del proletariado se difunda en el ejército. Pero durante el periodo de la guerra civil ocurrió lo contrario: la imposición de los métodos militares «normales» ayudó a crear un clima a favor de la militarización de todo el poder soviético. El jefe del Ejército rojo, Trotski, se convirtió en portavoz de tal postura durante el periodo 1920-21.

El problema básico que abordamos aquí es el problema del Estado del periodo de transición. El Ejército rojo –lo mismo que la fuerza especial de seguridad, la Cheka, la cual no es ni siquiera mencionada en el programa– es un órgano estatal por excelencia y aunque puede ser utilizado para salvaguardar las posiciones de la revolución, no puede ser considerado en manera alguna como un órgano proletario y comunista. Incluso aunque estuviera únicamente compuesto de obreros (lo cual era totalmente imposible en Rusia) aparece inevitablemente como un órgano alejado de la vida colectiva de la clase. Resultó particularmente dañino que el Ejército rojo, así como otras instituciones del Estado, eludieran cada vez más el control de los consejos obreros; al mismo tiempo, la disolución de los Guardias rojos, basados en las factorías, privó a la clase de los medios de autodefensa propios contra el peligro de degeneración interna. Pero esas son lecciones que no podían aprenderse sino a través de la despiadada escuela de la experiencia revolucionaria.

La justicia proletaria

Esta sección complementa la dedicada a política general. La destrucción del viejo Estado burgués trae consigo la sustitución de los viejos tribunales burgueses por un nuevo aparato de justicia en el cual los jueces son elegidos entre los trabajadores y los jurados entre las masas de la población laboriosa; el nuevo sistema de justicia debe ser simplificado al máximo y hacerse más accesible a la población que el laberinto de los altos y tribunales y los tribunales ordinarios. Los métodos penales tienen que ser depurados de cualquier actitud de revancha y convertirse en constructivos y educativos. El objetivo a largo plazo es que «el sistema penal se transforme en un sistema de medidas de carácter educativo» en una sociedad sin clases ni Estado. En el ABC del comunismo se subraya no obstante que las exigencias urgentes de la guerra civil requieren que los tribunales populares sean completados por tribunales revolucionarios para tratar no los crímenes sociales «ordinarios», sino las actividades de la contrarrevolución. La justicia sumarísima que impusieron esos tribunales era el producto de una necesidad urgente, aunque se cometieron abusos y la introducción de métodos más humanos fue pospuesta indefinidamente. Así, la pena de muerte, abolida por uno de los primeros decretos del nuevo poder soviético en 1917, fue rápidamente restablecida para luchar contra el Terror blanco.

Educación

De la misma forma que las reformas penales, los esfuerzos del poder soviético por cambiar el sistema educativo se vieron afectados por las exigencias de la guerra civil. Además, dado el extremo retraso de las condiciones sociales en Rusia, donde el analfabetismo estaba muy extendido, muchas de las medidas propuestas se limitaban a capacitar a la población rusa para alcanzar un nivel de educación que ya habían alcanzado las más avanzadas democracias burguesas. Así, el llamamiento por una educación libre, para ambos sexos y obligatoria para todos los niños hasta los 17 años; la provisión de guarderías y escuelas maternales para liberar a las mujeres de la cárcel doméstica; eliminar la influencia religiosa en las escuelas; provisión de facilidades extra escolares tales como la educación de adultos, bibliotecas, cines etc.

Sin embargo, el objetivo a largo plazo era «la transformación de la escuela de un órgano para el mantenimiento de la dominación de clase de la burguesía en un órgano para la completa abolición de la división de clases de la sociedad encaminado a la regeneración comunista de la sociedad».

Con ese fin, la educación unificada con el trabajo fue un concepto clave, elaborado de forma más completa en el ABC del comunismo, su función era concebida como un comienzo de la superación de la división entre escuelas primarias, secundarias y de grado superior, entre escuelas comunes y escuelas de élite. Aquí, de nuevo, se reconocía que si bien la escuela era el ideal de la más avanzada educación, la escuela unificada con el trabajo fue vista como un factor crucial en la abolición comunista de la división del trabajo.

La esperanza estaba en que desde la más temprana etapa de la de la vida del niño no debía existir ninguna rígida separación entre la educación mental y el trabajo productivo, es decir que «en la sociedad comunista, no habrá corporaciones cerradas, no habrá gremios estereotipados, no habrá petrificados grupos de especialistas. El más brillante hombre de ciencia será a la vez un capacitado trabajador manual. Las primeras actividades del niño tomarán la forma de un juego y gradualmente pasará al trabajo en una imperceptible transición, eso quiere decir que el niño aprende desde el principio en relación con el trabajo manual, viéndolo no como una necesidad desagradable o como un castigo, sino como una expresión natural y espontánea de sus facultades. El trabajo será visto como una necesidad, de la misma forma que el deseo por comer o beber; esta necesidad debe ser instigada y desarrollada en la escuela comunista».

Estos principios básicos seguirán siendo válidos en una futura revolución. Contrariamente a ciertas tendencias del anarquismo, la escuela no puede ser abolida de la noche a la mañana, pero su aspecto como instrumento para imponer la disciplina y la ideología burguesa puede ser atacado directamente desde el principio, no solo respecto al contenido de lo que es enseñado (el ABC del comunismo insiste mucho en que en todas las áreas del saber la escuela debe desarrollar una visión proletaria) pero sobre todo en la forma en la que la enseñanza se imparte (el principio de la democracia directa debe sustituir en todo lo que sea posible la vieja jerarquía de la escuela).

Del mismo modo, el abismo entre trabajo manual y trabajo mental debe ser atacado desde el principio. En la Revolución rusa tuvieron lugar numerosos experimentos en esa dirección e incluso, aunque se vieron paralizados por la guerra civil, continuaron durante los años 20. Desde luego, uno de los signos del triunfo de la contrarrevolución fue que las escuelas volvieron a ser instrumentos de imposición de la ideología y jerarquía burguesas, aunque se les pusiera la etiqueta del «marxismo» estalinista.

Religión

La inclusión de una sección específica sobre la religión en el programa del partido era expresión del retraso de las condiciones materiales y culturales de Rusia. Ello obligó al nuevo poder a «completar» ciertas tareas que no había realizado el viejo régimen, en particular, la separación entre la Iglesia y el Estado y la abolición de la subvención estatal de la religión. Sin embargo, esta sección explica también que el partido no puede quedarse satisfecho con esas medidas «que la democracia burguesa incluye en sus programas pero que nunca es llevada hasta el final por los lazos evidentes que hay entre el capital y la propaganda religiosa». Había también objetivos a largo plazo guiados por el reconocimiento de que «sólo la conciencia completa y la plena actividad y participación de las masas en las actividades económicas y sociales pueden llevar a la completa desaparición de los prejuicios religiosos». En otras palabras, la alienación religiosa no puede ser eliminada sin eliminar la alienación social y ello solo es posible en una sociedad comunista plena. Eso no significa que entre tanto los comunistas adopten una actitud pasiva ante las ilusiones religiosas que puedan existir en las masas; al contrario, luchan contra ellas defendiendo activamente una concepción científica del mundo. Pero eso sólo puede realizarse a través de un trabajo de propaganda. Era totalmente ajeno a los bolcheviques abogar por la supresión forzosa de la religión. Otra marca del estalinismo fue atreverse a proclamar con arrogancia que habían construido el socialismo porque habían extirpado por la fuerza la religión. Al contrario, a la vez que defendían un ateísmo militante, los comunistas y el nuevo poder revolucionario deben «evitar todo lo que pueda herir el sentimiento de los creyentes, lo cual solo puede conducir a reforzar el fanatismo religioso». Esta postura es totalmente contraria a la del anarquismo que es partidario del método de la provocación directa y el insulto.

Estas prescripciones básicas no han perdido relevancia en la actualidad. La esperanza, expresada en los primeros escritos de Marx, de que la religión hubiera muerto para el proletariado, no se ha cumplido. Tanto la persistencia de enormes retrasos económicos y sociales en muchas partes del mundo como la decadencia y la descomposición de la sociedad burguesa, con su tendencia a volver hacia formas extremadamente reaccionarias de pensamiento y comportamiento, han asegurado a la religión y sus diferentes variantes un papel de poderosa fuerza de control social. Por consiguiente, los comunistas tienen todavía ante sí la tarea de luchar contra «los prejuicios religiosos de las masas».

Cuestiones económicas

La revolución proletaria comienza necesariamente como una revolución política ya que la clase obrera no dispone de medios de producción ni de propiedad social, por lo que necesita la palanca del poder político para poder empezar la transformación social y económica que conduce a una sociedad comunista. Los bolcheviques tenían especial claridad sobre el hecho de que esta transformación sólo podría ser llevada a su conclusión a escala global, aunque como ya hemos señalado, el programa del PCR, incluso en esta sección, contenía una serie de formulaciones ambiguas que hablan del establecimiento del comunismo completo como una especie de progresivo desarrollo dentro del «poder soviético», sin dejar claro si se refiere al poder soviético existente en Rusia o a una república mundial de los consejos obreros. En lo fundamental, sin embargo, las medidas económicas propugnadas en el programa eran relativamente modestas y realistas. Un poder revolucionario no puede evitar plantearse, desde el principio, las cuestiones económicas, ya que es precisamente el caos económico provocado por el capitalismo lo que impulsa al proletariado a actuar para que la sociedad pueda proporcionar como mínimo lo que necesita para subsistir. Este fue el caso en Rusia donde la reivindicación del «pan» fue uno de los principales factores de movilización. Sin embargo toda ilusión de que la clase obrera podría, tranquila y pacíficamente, enderezar la vida económica quedó rápidamente frustrada por el inmediato y brutal cerco imperialista a Rusia, y la contrarrevolución de los ejércitos blancos que, junto a los estragos de la guerra mundial «legaron una situación absolutamente caótica» al proletariado victorioso. En tales condiciones, los primeros objetivos del poder soviético en la esfera económica, fueron:

– completar la expropiación de la clase dominante, el control de los principales medios de producción por parte del poder soviético.

– centralizar las actividades económicas en todas las áreas bajo dominio soviético (incluidas las existentes en «otros» países) bajo un plan común. El objetivo de esa planificación era asegurar «un crecimiento generalizado en las fuerzas productivas del país», no por el bien del país, sino para asegurar «un rápido incremento de los bienes que urgentemente necesita la población»;

– integrar gradualmente la producción urbana a pequeña escala (artesanado) en el sector socializado a través del desarrollo de cooperativas así como otras formas más colectivas ;

– utilizar al máximo toda la fuerza de trabajo disponible, a través de «la movilización general, por parte del poder soviético de todos los miembros de la población, física y mentalmente aptos para el trabajo»;

– estimular una nueva disciplina del trabajo basada en un sentido colectivo de responsabilidad y solidaridad;

– aprovechar al máximo los beneficios de la investigación científica y la tecnología, incluyendo la utilización de especialistas heredados del antiguo régimen.

Estas líneas maestras siguen siendo fundamentalmente válidas, tanto en los primeros momentos del poder proletario cuando se necesita producir para cubrir las necesidades de un área determinada, como cuando verdaderamente comience la construcción comunista por la república mundial de los consejos obreros. El principal problema, se planteó en este terreno dada la dramática contradicción existente entre los objetivos generales y las condiciones inmediatas. La tentativa de aumentar la capacidad de consumo de las masas quedó rápidamente frustrada por las exigencias de la guerra civil, que llevaron a Rusia a una caricatura de economía de guerra. Tan grande fue el caos consiguiente a la guerra civil que «el desarrollo de las capacidades productivas del país» ni siquiera pudo arrancar. En vez de ello, las capacidades productivas de Rusia, ya brutalmente disminuidas por la guerra imperialista, resultaron aún más mermadas por los estragos de la guerra civil, y por la necesidad de vestir y alimentar al Ejército rojo que combatía la contrarrevolución. Que esta economía resultara firmemente centralizada y que, en las condiciones de caos financiero que existían, estuviera virtualmente privada de formas monetarias, llevó a lo que se conoció como «comunismo de guerra».

Pero esto no significa, en absoluto, que las necesidades militares no se impusieran cada vez más sobre los verdaderos objetivos y métodos de la revolución proletaria. Para poder mantener su carácter político colectivo la clase obrera necesita asegurar un mínimo de sus necesidades básicas materiales, para así poder disponer del tiempo y la energía que requiere su participación en la actividad política, Pero ya hemos visto cómo, en vez de esto, la clase obrera sufrió durante la guerra civil una penuria absoluta, y sus mejores elementos se dispersaron en el frente o quedaron anegados en la creciente burocracia «soviética», sujeta a un verdadero proceso de «desclasamiento». Mientras, otros huían al campo o trataban de sobrevivir trapicheando o robando; aquellos que permanecían en las escasas fábricas que aún se mantenían en pie, se vieron forzados a trabajar aún más horas que antes y a menudo bajo la vigilancia inquisidora de destacamentos del Ejército rojo. El proletariado ruso aceptó convencido tales sacrificios aunque, y dado que no fueron compensados por la extensión de la revolución, a la larga se vio profundamente perjudicado sobre todo en su capacidad de defender y mantener su dictadura sobre la sociedad.

El programa del PCR, como ya hemos visto, supo ver el peligro de la creciente burocratización en este período, y propuso toda una serie de medidas para combatirla. Pero si bien el apartado «político» del programa apuesta decididamente por la defensa de los soviets como el mejor medio para mantener la democracia proletaria; los apartados dedicados a las cuestiones económicas insiste en el papel de los sindicatos tanto en la gestión de la economía como en la defensa de los trabajadores frente a los excesos de la burocracia: «La participación de los sindicatos en la conducción de la vida económica, y su compromiso con las amplias masas populares en esa labor, les hará ser, al mismo tiempo, nuestra principal ayuda en la campaña contra la burocratización del poder soviético. Esto también facilitará el establecimiento de un control efectivo sobre los resultados de la producción».

Es completamente cierto que el proletariado, la clase políticamente dominante, necesita también ejercer al máximo un control directo sobre el proceso de producción y –comprendiendo que las tareas políticas no pueden ser subordinadas a las económicas, sobre todo en el período de la guerra civil– esto sigue siendo válido a través de todas las fases del período de transición. Si los trabajadores no logran «mandar» en las fábricas difícilmente serán capaces de sustentar el control político sobre toda la sociedad. Lo que sí es erróneo, en cambio, es que los sindicatos puedan cumplir esa tarea. Por el contrario y dada su verdadera naturaleza, los sindicatos fueron mucho más sensibles al virus de la burocratización, y no es por tanto casualidad si los sindicatos se convirtieron en los órganos del creciente Estado burocrático en las fábricas, aboliendo o absorbiendo a los comités de fábricas que habían sido un producto del impulso revolucionario de 1917, y que eran una expresión mucho más directa de la vida de la clase, y una base mucho más adecuada para resistir la burocratización y regenerar el sistema soviético en su conjunto. Pero los comités de fábrica ni siquiera aparecen mencionados en el programa. Es cierto que en esos comités pesaban frecuentemente incomprensiones de tipo localista y sindicalista, que entendían cada fábrica como si fuera propiedad privada de los trabajadores que en ella trabajaban: durante los desesperantes días de la guerra civil tales ideas alcanzaron su punto culminante en la práctica de los obreros que canjeaban sus «propios productos» por alimentos o combustibles. Pero la respuesta a tales errores no consistía en que tales comités fueran absorbidos por los sindicatos y el Estado, sino en asegurar que funcionaran como órganos de centralización proletaria vinculándolos mucho más estrechamente a los soviets obreros –lo cual era obviamente posible dado que eran las mismas asambleas obreras las que elegían sus representantes para el soviet local como para su comité de fábrica.

A estas observaciones debemos añadir las dificultades de los bolcheviques para comprender que los sindicatos se habían quedado caducos como órganos de la clase (lo que se confirmaba, precisamente, por el surgimiento de la forma soviética), lo que tuvo graves consecuencias en la Internacional, especialmente tras 1920, cuando la influencia de los comunistas rusos fue decisiva para impedir que la Internacional comunista adoptara una posición tajante sobre los sindicatos.

Agricultura

La base desde la que el programa del PCR se planteaba la cuestión campesina había sido señalada ya por Engels respecto a Alemania. Mientras que las grandes explotaciones capitalistas sí podrían ser socializadas con bastante rapidez por el poder proletario, no es posible obligar a los pequeños agricultores a unirse a ese sector, sino que deben ser ganados progresivamente, sobre todo merced a la capacidad del proletariado de demostrar en la práctica la superioridad de los métodos socialistas.

En un país como Rusia en el que las relaciones precapitalistas aún dominaban gran parte del campo, y en la que la expropiación de los grandes haciendas, durante la revolución, fragmentó la tierra en pequeñas propiedades campesinas, esto era aún más válido. Así pues, la política del partido sólo podía ser la de estimular, por un lado, la lucha de clases entre los pobres campesinos semiproletarios y los campesinos ricos y los capitalistas rurales, ayudando a crear organismos especiales para el campesinado pobre y el proletariado agrícola, que constituirían el principal apoyo a la extensión y la profundización de la revolución en el campo. Y, por otro lado, establecer un modus vivendi con los campesinos de pequeñas y medianas propiedades, ayudándoles materialmente con semillas, abonos, tecnología, etc. de manera que pudieran aumentar sus cosechas, al mismo tiempo que se fomentaban las cooperativas y comunidades, como pasos de una transición hacia una verdadera colectivización. «El partido aspira a separarlo (al campesinado medio) de los campesinos ricos, llevándolo al lado del proletariado, prestando una especial atención a sus necesidades. Intenta superar su atraso en materia cultural con medidas de carácter ideológico, evitando cuidadosamente medidas de tipo coercitivo. En todas aquellas ocasiones en que se afecte a sus intereses no deberemos dudar en llegar a acuerdos prácticos, haciéndoles concesiones y también promoviendo la construcción socialista».

Dada la terrible escasez que se abatió sobre Rusia tras la insurrección, el proletariado no podía ofrecer casi nada, en cuanto a mejoras materiales, a estas capas. Por otra parte, bajo el comunismo de guerra, se cometieron multitud de abusos contra los campesinos en las requisas de grano con el que alimentar al ejército y a las ciudades hambrientos. Aún así, esto está muy lejos de las colectivizaciones forzosas del estalinismo, que se basó en la una monstruosa identificación entre la expropiación violenta de la pequeña burguesía (impuesta, por otra parte, por la economía de guerra capitalista) y la consecución del socialismo.

Distribución

«En la esfera de la distribución, la tarea del poder soviético es hoy la de continuar, indefectiblemente, la sustitución del comercio por una decidida distribución de los bienes, a través de un sistema organizado por el Estado a escala nacional. El objetivo es alcanzar la organización del conjunto de la población en una red integral de comunidades de consumidores, capaces de distribuir las mercancías necesarias del modo más rápido, decidido y económico, con el menor gasto de trabajo; al mismo tiempo que se centraliza rigurosamente todo el aparato distributivo». Las asociaciones cooperativas que entonces existían, y que eran calificadas de «pequeño-burguesas», fueron en lo posible transformadas en «comunas de consumidores dirigidas por proletarios o semiproletarios».

Este pasaje expresa toda la amplitud y al mismo tiempo todas las limitaciones de la Revolución rusa. La colectivización de la distribución es desde luego parte íntegra del programa revolucionario, y este apartado muestra lo seriamente que se lo tomaron los bolcheviques. Pero los progresos que hicieron fueron enormemente exagerados durante el período del comunismo de guerra, precisamente por las circunstancias de ese momento. El comunismo de guerra no supuso más que la colectivización de la miseria, y fue en gran parte impuesto por una máquina estatal que se alejaba a pasos agigantados de las manos de los trabajadores. La fragilidad de las bases de esta colectivización de la distribución se puso de manifiesto cuando tras la guerra civil interna, se produjo rápidamente un retorno a la empresa y el comercio privados (lo que, en todo caso, ya había florecido en el período del comunismo de guerra bajo la forma de mercado negro),

Es verdad que el proletariado tendrá que colectivizar amplios sectores del aparato productivo tras la insurrección triunfante en una región del mundo, y que deberá hacer lo mismo con muchos aspectos de la distribución. Pero si bien tales medidas pueden tener una cierta continuidad con las políticas que desarrolle una revolución victoriosa a escala mundial, nunca lo primero puede identificarse con esto último. La verdadera colectivización de la distribución depende de la capacidad del nuevo orden social para «disponer de mercancías» más efectivamente que en el capitalismo (aún cuando la naturaleza de las mercancías difiera sensiblemente). La escasez material y la pobreza engendran unas nuevas relaciones mercantiles, la abundancia material, en cambio, es la única base sólida para el desarrollo de una distribución colectivizada y para una sociedad que «inscribe en su banderas: de cada cual según sus posibilidades; a cada cual según sus necesidades» (Marx, Crítica del Programa de Gotha, 1875).

Dinero y Banca

Otro tanto sucede con el dinero, el vehículo que «normalmente» utiliza la distribución bajo el capitalismo: dada la imposibilidad de instalar inmediatamente un comunismo total, todavía menos en un sólo país, el proletariado sólo puede adoptar una serie de medidas que tiendan hacia una sociedad sin dinero. Sin embargo, las ilusiones del comunismo de guerra –en el que el colapso de la economía se tomó por su reconstrucción comunista– llevó a un tono exageradamente optimista en éste como en otros aspectos ya mencionados. Igual de exageradamente optimista es la noción de que la simple nacionalización de la banca, y la fusión de las distintas entidades en un único banco estatal, serían los primeros pasos hacia «la desaparición de los bancos y su conversión en una central contable de la sociedad comunista». Resulta dudoso que órganos tan fundamentales para las operaciones del capital puedan ser arrebatados de ese modo, aún cuando la incautación física de los bancos será por supuesto necesaria como uno de los primeros objetivos revolucionarios para paralizar el brazo del capital.

Finanzas

«Cuando empieza la socialización de los medios de producción confiscados a los capitalistas, el poder estatal deja de ser un aparato parasitario que se alimenta del proceso productivo. De nuevo, aquí, comienza su transformación en una organización plenamente dedicada a la función de administrar la vida económica del país. A tal efecto, el presupuesto estatal será el presupuesto global de la economía nacional». Una vez más aunque las intenciones fueran laudables, la amarga experiencia mostró cómo, en las condiciones de aislamiento y estancamiento de la revolución, incluso el nuevo Estado-Comuna se transformó progresivamente en un cuerpo parásito que creció a expensas de la revolución y de la clase obrera. Aun ni siquiera en las mejores condiciones puede decirse que la mera centralización de las finanzas en manos del Estado lleve «naturalmente» desde una economía que antes funcionaba basada en la ley del beneficio, hacia otra basada en las necesidades humanas.

El problema de la vivienda

Esta sección del programa está mucho más implicada en las necesidades y posibilidades inmediatas. Una victoria del poder proletario debe dar los primeros pasos para eliminar la falta de viviendas y el hacinamiento, como así hizo el poder soviético después de 1917, cuando «expropió todas las casas pertenecientes a los señores capitalistas y las entregó a los soviets de las ciudades. Esto llevó a las masas obreras de los suburbios a las mansiones burguesas. Entregó las mejores viviendas a las organizaciones obreras, corriendo el Estado con los gastos de su mantenimiento, e igualmente proporcionó muebles, etc., a las familias obreras». Pero, una vez más, los objetivos más constructivos del programa – eliminar el chabolismo y facilitar una vivienda digna para todos – resultaron severamente frustrados en un país devastado por la guerra. Y cuando, más tarde, el régimen estalinista se embarcó en un masivo programa de viviendas, la pesadilla que resultó de ese programa (los infames barracones para obreros de estilo cuartelario de los países del antiguo bloque del Este) no fueron ciertamente la solución al «problema de la vivienda».

Evidentemente, la solución a largo plazo del problema de la vivienda pasa por una completa transformación de las condiciones de vida tanto urbanas como rurales, por la abolición de la antítesis entre la ciudad y el campo, la reducción del gigantismo urbano y la distribución racional de la población obrera en toda la faz de la Tierra. Y, por supuesto, estas grandiosas transformaciones no pueden ser llevadas a cabo hasta después de una derrota definitiva de la burguesía.

Protección al trabajo y bienestar social

Las medidas que se tomaron inmediatamente en este terreno, habida cuenta de las extremas condiciones de explotación que prevalecían en Rusia, fueron simplemente la satisfacción de unas reivindicaciones mínimas por las que el movimiento obrero llevaba luchando mucho tiempo: la jornada de 8 horas, los subsidios de enfermedad y desempleo, las vacaciones pagadas y las bajas por maternidad etc. Sin embargo, como reconoce el propio programa, muchas de estas adquisiciones debieron ser suspendidas o modificadas debido a las exigencias de la guerra civil. Sin embargo, el programa pide al partido que luche no sólo por esas reivindicaciones inmediatas, sino por algunas mucho más radicales –en particular la reducción de la jornada a seis horas, lo que proporcionaría más tiempo para ser dedicado a la formación no sólo en aspectos relacionados con el trabajo, sino sobre todo en la administración del Estado. Esto fue crucial ya que, como hemos señalado, una clase obrera agotada por el trabajo diario no tendrá el tiempo y la energía necesarios para la actividad política y el funcionamiento del Estado.

Higiene pública

Este es, una vez más, un aspecto en el que la lucha por «reformas» se vio seriamente dificultado por las terribles condiciones de vida del proletariado ruso (enfermedades relacionadas con el hacinamiento, inobservancia de medidas de higiene y seguridad en el trabajo). Así «el Partido comunista de Rusia se plantea como tareas inmediatas:

1) luchar decididamente por la extensión de medidas sanitarias en interés de los trabajadores tales como:

   a) la mejora de las condiciones sanitarias en todos los lugares públicos: la protección de la tierra, el agua, y el aire,

   b) la organización de cocinas comunitarias y de un suplemento alimenticio basado en criterios científicos e higiénicos,

c) medidas para prevenir la extensión de enfermedades contagiosas,

d) legislación sanitaria;

2) una campaña contra enfermedades sociales (tuberculosis, enfermedades venéreas, alcoholismo);

3) la prestación de asistencia y tratamientos médicos gratuitos para toda la población».

Muchas de estas medidas, aparentemente básicas, han sido ya conseguidas en numerosas regiones del planeta. Y, sin embargo, el problema no ha hecho más que incrementarse. Para empezar, la burguesía, enfrentada al desarrollo de la crisis, aplica en todas partes recortes a las prestaciones médicas, algo que empezaba a considerarse «normal» en los países capitalistas avanzados. En segundo lugar, la agravación de la decadencia capitalista ha ahondado muchos otros problemas, sobre todo los derivados de una «progresiva» destrucción del medio ambiente natural. Y aunque el programa del PCR mencione sólo brevemente la necesidad de «proteger la tierra, el agua y el aire», cualquier programa futuro deberá reconocer la enorme tarea que esto representa tras décadas de envenenamiento sistemático de la «tierra, el agua y el aire».

CDW

 

El programa del PCR se concentró especialmente en la elaboración de las medidas políticas inmediatas que el régimen proletario debe asumir para asegurar su supervivencia y para extender y profundizar la revolución. Pero durante ese período hubo también tentativas de desarrollar una comprensión más teórica y científica de las tareas del período de transición. El próximo artículo de esta serie examinará críticamente el más famoso de estos intentos: Cuestiones económicas del período de transición, de N. Bujarin.

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino que está al orden del día de la historia [21]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [6]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [19]

Izquierda comunista de Italia - Sobre el folleto Entre las sombras del bordiguismo y de sus epígonos (Battaglia comunista)

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Quienes se plantean cuestiones hoy sobre las perspectivas revolucionarias de la clase obrera se ven ante una dispersión importante del medio político proletario ([1]). El acercamiento a ese medio por parte de las nuevas fuerzas militantes que están surgiendo está entorpecido por varios factores. Primero hay que contar con la presión general de las campañas mediáticas en contra del comunismo. Luego con la confusión sembrada por las corrientes izquierdistas del aparato político de la burguesía así como de la retahíla de grupos y publicaciones parásitas que no se reclaman del comunismo sino para ridiculizar su contenido y su forma organizativa ([2]). Y, por fin, el hecho de que las diversas componentes organizadas de la propia Izquierda comunista casi siempre se ignoran mutuamente, no soportando la necesaria confrontación pública de sus posiciones políticas, tanto en el plano de los principios programáticos como en el de sus orígenes organizativos. Semejante actitud es una traba para esclarecer las posiciones políticas comunistas, para comprender tanto lo que comparten las diferentes tendencias de este medio como las divergencias que las oponen y explican su existencia organizativa separada. Por esto pensamos que todo lo que vaya en el sentido de romper con esta actitud es digno de ser saludado, desde el momento en que se trata de una preocupación política de clarificar pública y seriamente las posiciones y análisis de las demás organizaciones.

Esta clarificación es tanto más importante porque concierne a grupos que se presentan como los herederos directos de la Izquierda italiana. La Izquierda italiana está formada efectivamente por varias organizaciones y publicaciones que se reivindican todas ellas del mismo tronco –el Partido comunista de Italia en los años 20 (la oposición más consecuente a la degeneración estalinista de la Internacional comunista)–, y de la misma filiación organizativa –la constitución del Partito comunista internazionalista (PCI) en Italia en 1943. Éste iba a hacer surgir dos tendencias en 1952: el Partito comunista internazionalista (PCInt) ([3]) por un lado, y por el otro, animado por Bordiga, el Partito comunista internazionale (PCI) ([4]). Éste se fue dislocando a lo largo de los años para acabar dando a luz a nada menos que tres principales grupos (que se llaman todos PCI) y multitud de grupitos más o menos confidenciales, sin hablar del montón de individuos que pretenden ser todos «los únicos continuadores» de Bordiga. La denominación de «bordiguismo», a causa de la personalidad y notoriedad de Bordiga, es a menudo y abusivamente utilizada para calificar a los continuadores de la Izquierda italiana. La CCI, por su parte, no se reivindica del PCI de 1943; sin embargo, también se refiere a la Izquierda italiana de los años 20 –a aquella Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia que se transformó, durante los años 30, en Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional–, así como a la Fracción francesa de la Izquierda comunista que se opuso a la disolución de la Fracción italiana en el mencionado PCI, al considerar prematura y confusa la constitución del partido durante los años 40 ([5]).

¿Cuáles son los acuerdos y cuáles las divergencias?; ¿por qué semejante dispersión organizativa?; ¿por qué existen tantos «Partidos» nacidos de la misma filiación histórica?. Esas preguntas ha de hacérselas cualquier grupo responsable, para poder contestar a la necesidad de clarificación política en la clase obrera en su conjunto y entre las minorías en búsqueda que surgen en la clase.

En ese sentido hemos saludado las polémicas recientes internas del medio bordiguista, por ser un intento serio, a pesar de ser todavía tímido, de enfrentarse por fin a la cuestión de las raíces políticas de la crisis explosiva de Programma comunista en 1982 ([6]). También en este sentido hemos tomado brevemente posición en el artículo «Marxismo contra misticismo» ([7]) sobre el debate entre las formaciones bordiguistas que respectivamente publican le Prolétaire e il Partito. En ese artículo, mostrábamos que si bien le Prolétaire tiene toda la razón en criticar el deslizamiento de il Partito hacia el misticismo, también es cierto que un accidente así no llega por casualidad y tiene sus raíces en el mismo Bordiga, para finalmente concluir que «las críticas de le Prolétaire deben ir más lejos, hasta las verdaderas raíces históricas de aquellos errores y, de paso, reapropiarse el patrimonio del conjunto de la Izquierda comunista». Y por fin, en el mismo sentido queremos aquí saludar la publicación de un folleto de Battaglia comunista sobre el bordiguismo, titulado Entre las sombras del bordiguismo y de sus epígonos, balance crítico muy serio del bordiguismo de la segunda posguerra y que se presenta explícitamente como «Una clarificación», tal como está subtitulado el folleto.

Aunque resulte algo difícil de entender para quien no está acostumbrado a las posiciones bordiguistas y a las divergencias que oponen Battaglia comunista a esa corriente desde hace más de cuarenta años, este folleto es de la mayor importancia para aclararlas y situar el bordiguismo y sus especificidades en el marco más amplio de la Izquierda comunista ([8]).

Una buena crítica de las concepciones del bordiguismo

Compartimos lo esencial del análisis y de la crítica hecha por Battaglia comunista a las concepciones del bordiguismo sobre el desarrollo histórico del capitalismo: «(...) En suma, el riesgo es precisamente situarse de forma abstracta ante el “desarrollo histórico de situaciones”, situaciones – y en esto estamos de acuerdo con Bordiga – en las que “el Partido es tanto un factor como un producto”, precisamente porque las situaciones históricas nunca son simples fotocopias unas de otras, y sus diferencias han de ser estimadas desde un punto de vista materialista».

También compartimos globalmente la crítica de la visión del marxismo y del culto del «jefe genial» de los epígonos de Bordiga, la de un marxismo «invariable» que no admitiría el menor enriquecimiento debido a la experiencia y que no tendría más que ser restaurado partiendo únicamente de textos elaborados por Bordiga: «La restauración del marxismo está contenida en los textos elaborados por Bordiga, el único capaz – según sus epígonos – de aplicar el método de la Izquierda y de aportar el bagaje teórico necesario. Resulta absolutamente necesario volver a esos textos y partir de ellos, según los bordiguistas más... integristas. No solo sería la continuidad con la Izquierda lo que se estaría jugando, sino también la misma invariabilidad del marxismo. Por eso se plantea la necesidad imperiosa de hacer un repertorio de las obras del Maestro para poder entregarlas materialmente a los nuevos camaradas, puesto que estos textos están agotados, no se han vuelto a imprimir o están dispersos. La solución está en imprimir libros que contengan todas las tesis y “semiobras” dejadas por Bordiga y en examinarlas detenidamente. Resumiendo: la mitificación del pensamiento de Bordiga de la segunda posguerra mundial se basa en la convicción de que sólo en los trabajos teóricos de Bordiga puede basarse la “restauración” de la ciencia marxista y el “redescubrimiento” de la verdadera práctica revolucionaria».

También se puede subrayar la validez de la crítica hecha por Battaglia comunista a las implicaciones que tienen esas ideas sobre la incapacidad de la organización para ponerse a la altura de la situación: «Es una verdad materialista que también el Partido es un producto histórico; sin embargo existe el peligro de reducir este principio a una afirmación totalmente contemplativa, pasiva, abstracta, de la realidad social. Se corre el riesgo, entonces, de caer de nuevo en un materialismo mecanicista, que nada de dialéctico tiene ya en realidad, que desdeña los vínculos, las fases realizadas por el movimiento en las situaciones sucesivas. Se corre el riesgo de no entender las relaciones que interfieren recíprocamente en el desarrollo histórico, reduciendo entonces la preparación y actividad del Partido a una presencia “histórica” idealista, o a una apariencia “formal”«.

Uno de los puntos fuertes de la crítica hecha por Battaglia comunista al bordiguismo está en el que Battaglia comunista intenta ir hasta las raíces de las divergencias, volviendo hasta las posiciones que surgieron en el viejo Partito comunista internazionalista tras su constitución en 1943 y hasta 1952, cuando estalló la escisión entre «bordiguistas» por un lado y «battaglistas» por otro. Hemos de notar que Battaglia comunista ha hecho un esfuerzo particular de documentación y análisis de aquel período al publicar de nuevo dos Quaderni di Battaglia comunista: el nº 6, «El proceso de formación y el nacimiento del Partito comunista internazionalista», y el nº 3, «Documentos de la escisión internacionalista de 1952».

La valía de la crítica hecha por Battaglia comunista también se debe a que se refiere no sólo al funcionamiento y estructura de la organización revolucionaria sino también a las posiciones políticas programáticas que la organización ha de defender. En este artículo nos limitaremos a ciertos aspectos sobre el primer punto; sobre ese punto, Battaglia comunista hace una sólida crítica, y muy eficaz, del centralismo orgánico y del mito del «unanimismo» teorizados por Bordiga y defendidos por sus herederos políticos.

Centralismo orgánico y unanimismo en las decisiones

En oposición al centralismo democrático, a grandes rasgos, el centralismo orgánico corresponde a la idea de que la organización revolucionaria del proletariado no tiene por qué someterse a la lógica de la aprobación formal de sus decisiones por parte de la mayoría del partido; esta lógica democrática no sería sino una imitación de la democracia burguesa, para la que la posición dominante es la que obtiene más votos, independientemente del hecho de saber si responde o no a las esperanzas y perspectivas de la clase obrera: «La adopción o utilización general o parcial del criterio de consulta y deliberación sobre una base numérica y mayoritaria, cuando está prevista en los estatutos o en la praxis técnica, no tiene carácter de principio sino de medio técnico o para salir del paso. Las bases de la organización del partido no pueden entonces recurrir a reglas que son las de las demás clases y dominaciones históricas, tales como la obediencia jerárquica de soldados a jefes de grados diferentes heredadas de organismos militares o teocráticos preburgueses, o como la soberanía abstracta de electores de base delegada a asambleas representativas o a comités ejecutivos, propios de la hipocresía jurídica característica del mundo capitalista, siendo la crítica y la destrucción de semejantes organizaciones la tarea esencial de la revolución proletaria y comunista» ([9]).

Se puede entender la preocupación fundamental que animaba a Bordiga cuando intentó, tras su retorno a la política activa en la posguerra, oponerse a la ideología creciente de la burguesía y pequeña burguesía y al dominio que podían fácilmente tener éstas sobre una generación de militantes nuevamente integrados en el PCInt, siendo la mayoría de ellos inexperimentados, teóricamente poco formados y a menudo influenciados por ideologías contrarrevolucionarias([10]). La preocupación puede entenderse, pero no se puede compartir la solución que intentó darle Bordiga. Battaglia comunista contesta justamente: «Condenar el centralismo democrático como aplicación de la democracia burguesa a la organización política revolucionaria de la clase, es ante todo adoptar un método de discusión comparable al que utiliza a menudo el estalinismo», y recuerda que «Bordiga, a partir del 45, ridiculizó en varias ocasiones las “solemnes resoluciones de los congresos soberanos” (y la fundación en 1952 de Programa comunista tiene precisamente su origen en este desprecio hacia los dos primeros congresos del Partido comunista internacionalista)».

Para poder realizar el centralismo orgánico se va naturalmente a valorar el unanimismo, es decir que los cuadros del partido estén dispuestos a aceptar pasivamente las directivas (¡orgánicas!) del centro, haciendo abstracción de sus divergencias, escondiéndolas, o haciéndolas conocer discretamente en los pasillos de las reuniones oficiales del partido. El unanimismo no es sino la otra cara del centralismo orgánico. Y todo esto tiene como base la idea –que se desarrolló en una parte importante del PCInt de los años 40 (la que iba a formar Programma)– según la cual Bordiga era el único capaz intelectualmente de resolver los problemas que se planteaban al movimiento revolucionario de posguerra. Citemos este testimonio significativo de Ottorino Perrone (Vercesi): «el Partido italiano está formado, en su gran mayoría, por gente nueva, sin formación teórica y políticamente vírgenes. Los antiguos militantes mismos, han estado durante 20 años aislados, cortados de todo movimiento de pensamiento. En el estado actual, los militantes son incapaces de abordar los problemas de la teoría y de la ideología. La discusión sólo serviría para turbarles la visión y les haría más daño que beneficio. Por ahora, lo que necesitan es andar pisando tierra firme, aunque sea con las viejas posiciones ya caducas, pero ya formuladas y comprensibles para ellos. Por ahora, basta con agrupar las voluntades para la acción. La solución de los grandes problemas planteados por la experiencia de entre ambas guerras, exige calma y reflexión. Sólo un “gran cerebro” puede abordarlas con provecho y dar la respuesta que necesitan. La discusión general no haría otra cosa sino propagar la confusión. El trabajo ideológico no incumbe a la masa de militantes, sino a individuos. Mientras esos individuos geniales no hayan surgido, no podemos esperar un avance ideológico. Marx, Lenin, eran individuos así, en el pasado. Ahora hay que esperar la llegada de un nuevo Marx. Nosotros, en Italia, estamos convencidos de que Bordiga será ese nuevo genio. Ahora está trabajando en una obra de conjunto que contendrá las respuestas a los problemas que preocupan a los militantes de la clase obrera. Cuando esta obra aparezca, los militantes tendrán que asimilarla y el partido deberá alinear su política y su acción en función de esas nuevas orientaciones» ([11]).

Ese testimonio sí que es la expresión global de una idea del partido ajena a la tradición del marxismo revolucionario, y no las estupideces contra el centralismo democrático, en la medida en que aquí se introduce verdaderamente una concepción burguesa de la vanguardia revolucionaria. La conciencia, la teoría, el análisis, no serían sino la obra exclusiva de una minoría – cuando no de un cerebro, o de un único intelectual – y no le quedaría al partido más que esperar las directivas del jefe (¡imaginémonos cuanto tiempo tendría que esperar la clase obrera que tuviera un partido así como guía!). Ese es el verdadero significado del centralismo orgánico y del unanimismo ([12]). Pero ¿cómo hacer encajar eso con el Bordiga que fundó y animó la fracción abstencionista del PCI para defender las posiciones de la minoría, el camarada que dio pruebas de su valentía y de su combatividad al defender ante la Internacional comunista los puntos de vista de su Partido y que, debido a estos actos, fue el inspirador de todos los compañeros en el exilio que formaron la fracción del PCI durante los años del fascismo en Italia, con el objetivo de hacer el balance de la derrota para formar los cuadros del futuro partido?. Pues no hay problema, se borra a ese Bordiga, se afirma que la fracción ya no sirve y que ahora lo resuelve todo el jefe genial:

«El Partido considera la formación de fracciones y la lucha entre ellas en una misma organización política como un proceso histórico que consideraron útil los comunistas y lo aplicaron cuando ocurrió la degeneración irremediable de los viejos partidos y de sus direcciones, echándose entonces en falta un partido con carácter y función revolucionarios.

Una vez formado tal partido y que actúa, no contiene en su seno fracciones divididas ideológicamente y menos todavía organizadas...» ([13]). No hay entonces por qué extrañarse si tras la desaparición de Bordiga, sus herederos acabaron peleándose unos contra otros, cada cual agarrado a unos despojos políticos del gran jefe en un intento tanto más difícil como inútil para encontrar las respuestas a los problemas que se planteaban cada vez más crucialmente a la vanguardia revolucionaria. Todo esto poco tiene que ver con el partido compacto y potente tan ensalzado por las diversas formaciones bordiguistas. Pensamos que los camaradas bordiguistas, que ya han mostrado que eran capaces de rectificar los errores del pasado y que están adoptando una actitud cada vez menos sectaria, tendrían ahora que convencerse de volver a tratar sobre su concepto del partido, concepto que siguen hoy pagando políticamente caro.

Los límites de la crítica de Battaglia comunista

Ya lo dijimos, consideramos muy correcta la toma de posición crítica hecha por Battaglia comunista y estamos de acuerdo con buena parte de los puntos tratados. Sin embargo queda un punto débil en esta toma de posición, punto que ya fue varias veces tema de polémicas entre nuestras dos organizaciones, y que sería importante lograr clarificar. Este punto concierne el análisis de la formación del PCInt en 1943. Dicha formación, a nuestro parecer, obedecía a una lógica oportunista, análisis que, claro está, no comparte Battaglia comunista y que sin embargo debilita su crítica al bordiguismo. No es posible aquí volver a tratar cada uno de los aspectos del problema, que hemos expuesto recientemente en dos artículos titulados «Hacia los orígenes de la CCI y del BIPR» ([14]), sin embargo resulta importante recordar varios puntos:

  1. Contrariamente a lo que afirma Battaglia comunista que, de todos modos, nunca hubiésemos estado de acuerdo con la formación del partido en el 43, recordemos que «Cuando en 1942-43 se producen en el Norte de Italia grandes huelgas obreras que conducen a la caída de Mussolini y a su sustitución por el almirante proaliado Badoglio (...), la Fracción estima que, de acuerdo con su postura de siempre, “se ha abierto en Italia la vía de la transformación de la Fracción en partido”. Su Conferencia de agosto de 1943 decide reanudar el contacto con Italia y pide a los militantes que se preparen para volver en cuanto sea posible» (Revista internacional, nº 90).
  2. En cuanto fueron conocidas las modalidades de construcción de ese partido en Italia, consistentes en reagrupar a todos aquellos viejos camaradas del congreso de Livorno en 1921, cada cual con su historia y sus consecuencias, sin ni siquiera la mínima verificación de una plataforma común y por lo tanto tirando por los suelos todo el trabajo elaborado por la Fracción en el extranjero ([15]), la Izquierda comunista de Francia ([16]) desarrolló críticas muy duras sobre todos esos puntos esenciales.
  3. Esas críticas se referían, entre otras cosas, a la integración en el partido, y además en un puesto de gran responsabilidad, a un personaje como Vercesi, quien había sido excluido de la Fracción por haber participado, al final de la guerra, en el Comité antifascista de Bruselas. Vercesi no había hecho la menor crítica de su actividad.
  4.  La crítica también se refería a la integración en el partido de elementos de la minoría de la Fracción en el extranjero que se había escindido de ella para ir a hacer labor de propaganda política entre los partidarios de la República durante la guerra de España en 1936. Tampoco aquí se criticaba la integración en sí de aquellos elementos en el partido, sino el que se hubiera hecho sin discusión alguna sobre sus errores pasados.
  5. Y hay también una crítica que se refiere a la actitud ambigua del PCInt durante los años de resistencia antifascista respecto a las formaciones de partisanos.

Bastantes críticas que BC hace a la componente bordiguista del PCInt de los años 1943-52 se deben a esa unión sin principios sobre la que se formó el partido. De ello eran plenamente conscientes los camaradas responsables de ambos lados. Y la izquierda comunista de Francia (GCF) lo denunció sin concesiones ([17]). La ruptura posterior del partido en dos trozos, en una fase de gran dificultad a causa del reflujo de las luchas que habían estallado en mitad de la guerra, fue la consecuencia lógica del oportunismo con que se fundó el partido.

Es precisamente porque ése es el punto débil de su toma de posición por lo que BC hace extrañas contorsiones: a veces minimiza las diferencias entre los dos tendencias del PCInt de entonces; otras veces hace aparecer esas diferencias únicamente en el momento de la escisión, y otras, las atribuye a la propia Fracción en el extranjero.

Cuando BC minimiza el problema, da la impresión de que antes del PCInt no había nada, que no había habido toda la actividad de la Fracción primero y la de la GCF después, que proporcionaron un enorme trabajo de reflexión y las primeras conclusiones importantes: «Cuando se contemplan esos acontecimientos, hay que tener presente el corto pero intenso período histórico en el que se formó el PC Internacionalista: era, entre otras cosas, inevitable, tras dos décadas de dispersión y aislamiento de los responsables de la Izquierda italiana supervivientes, que aparecieran disensiones internas, basadas en su mayor parte en malentendidos y en balances diferentes de las experiencias  personales y locales» (Quaderno di Battaglia comunista nº 3, «La scissione internazionalista»).

Cuando BC hace aparecer las divergencias únicamente en el momento de la escisión, está cometiendo, sencillamente, una falsedad histórica para ocultar la responsabilidad de sus antepasados políticos en su política oportunista tendente a inflar el partido con la mayor cantidad posible de militantes: «Lo de 1951-52 ocurrió precisamente en el período en el que algunas de las características más negativas de esta tendencia – que habría seguido causando otros estragos, sobre todo gracias a la labor de los epígonos – se manifiestan por primera vez» (Idem, el subrayado es nuestro).

Y cuando BC atribuye a la Fracción divergencias que se habrían expresado después en el Partido, lo único que demuestra es que no ha entendido la diferencia entre las tareas de la Fracción y las del Partido. Las tareas de la Fracción es hacer un balance a partir de una derrota histórica y, de este modo, ir preparando los cuadros del futuro partido. Es normal que en ese balance se expresen puntos de vista diferentes y precisamente por eso, Bilan   defendía la idea de que, en el debate interno, debía desarrollarse la crítica más amplia posible sin ningún ostracismo. La tarea de un Partido es, al contrario, asumir, en base a una plataforma y un programa claros y admitidos por todos, la dirección política de las luchas obreras en un momento decisivo de los enfrentamientos de clase, de tal modo que se establezca una ósmosis entre el partido y la clase, un vínculo en el que el partido es reconocido como tal por la clase: «Pero en la Fracción antes y en el Partido después cohabitaban dos estados de ánimo que la victoria definitiva de la contrarrevolución (…) iban a separar» (Ibid.).

Es la incomprensión de lo que es el papel de la Fracción en relación con la del Partido lo que lleva a BC (como también a Programma mismo con sus variadas y sucesivas escisiones) a guardar los atributos de Partido a su organización después de 1945, cuando se había agotado totalmente el impulso obrero y que había que reanudar el trabajo paciente, pero no menos absorbente, de terminar el balance de las derrotas y de formar futuros cuadros. A este respecto, a pesar de la falsedad de ciertos argumentos de Vercesi mismo y por otros elementos del ala bordiguista, BC no puede calificar de «liquidacionista» la idea de que haya que volver a una labor de fracción una vez que la situación histórica ha cambiado. «Eran los primeros pasos que, después, habrían llevado a algunos a plantear la desmovilización del partido, a la supresión de la organización revolucionaria y a la renuncia a todo contacto con las masas, sustituyendo la función y la responsabilidad militante del partido por la vida de fracción, de un círculo que estudia el marxismo» (Ibid.).

Al contrario, fue precisamente la formación del partido y la pretensión de que se podía desarrollar una labor de partido en un momento en que no había condiciones para ello, lo que condujo y sigue llevando a BC a dar algunos pasos hacia el oportunismo, como ya hemos puesto de relieve en un artículo de nuestra prensa territorial sobre la intervención de ese grupo respecto a los GLP, una formación política surgida del ámbito de la autonomía: «Honradamente, nuestro temor es que BC, en lugar de hacer su papel de dirección política respecto a esos grupos empujándolos hacia la clarificación y la coherencia política, tienda, por oportunismo, a adaptarse a su activismo, cerrando los ojos ante sus aberraciones políticas, corriendo así el riesgo de dejarse arrastrar, BC también, hacia las tendencias izquierdistas de que son portadores los GLP» ([18]).

Eso es algo grave, pues, además del peligro de deslizarse hacia el izquierdismo, BC acaba limitando su intervención al reducir su papel al de grupo local con una intervención entre los estudiantes y los autónomos. BC, al contrario, tiene un papel que desempeñar de la primera importancia tanto en la dinámica actual del campo proletario como para su propio desarrollo y el del BIPR.

5 de septiembre de 1998,

Ezechiele


[1] Como ya lo hemos desarrollado varias veces en nuestra prensa, cuando hablamos de medio político proletario, estamos hablando de esa corriente que se reivindica o se acerca a las posiciones de la Izquierda comunista. Al haberse formado por grupos y organizaciones que fueron capaces de mantener los principios del internacionalismo proletario durante y tras la Segunda Guerra mundial, que siempre combatieron el carácter contrarrevolucionario del estalinismo y de la izquierda del capital, tanto la Izquierda comunista como aquellos que se reivindican de sus principios y se mantienen apegados a esta tradición son el único medio político auténticamente proletario.

[2] Véase Revista internacional no 95, «Tesis sobre el parasitismo».

[3] Este grupo publica Prometeo y Battaglia comunista, y formó en los años 80 el Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR) con la Communist Workers Organisation, de Gran Bretaña.

[4] El órgano teórico del Partido comunista internacional era Programma comunista en Italia, y Programme communiste en Francia, países en que estaba más desarrollado.

[5] Véase la polémica en la Revista internacional nº90 «Hacia los orígenes de la CCI y del BIPR», y en la Revista internacional nº91 «La formación del Partito comunista internazionalista».

Los grupos bordiguistas tienen esa originalidad de llamarse todos Partito comunista internazionale. Para diferenciarlos, los llamaremos por el título de publicación más conocido de cada uno de ellos a nivel internacional, aunque estén presentes en varios países. Así es como hablaremos de le Prolétaire (que también publica Il Comunista en Italia), de Il Partito (que también publica con este nombre), y de Programma comunista (italiano, no confundir con Programme communiste en francés).

[6] Véase Revista internacional nº 93.

[7] Vease Revista internacional no 94.

[8] El folleto existe actualmente en italiano, será traducido al francés a finales del 98 y al inglés el año que viene.

[9] Texto bordiguista publicado por el PCInt en 1949 y citado en el folleto de Battaglia comunista La escisión internacionalista.

[10] Véase sobre este tema esta cita extraída de una carta al Comité ejecutivo de marzo de 1951 (en plena escisión) firmada por Bottaioli, Stefanini, Lecci y Damen: «(...) en la prensa del partido se repiten formulaciones teóricas, indicaciones políticas y justificaciones prácticas que expresan la determinación del CE para formar cuadros del partido organizativamente poco seguros y políticamente no preparados, especie de cobayas para experiencias de diletantismo político que nada tiene que ver con la política de una vanguardia revolucionaria» (subrayado por nosotros).

[11] Extracto del artículo «Contra el concepto del “jefe genial”«, Internationalisme no 45, agosto del 47, publicado de nuevo en la Revista internacional no 33.

[12] La visión alternativa al centralismo orgánico no es, claro está, el anarquismo, la búsqueda obsesiva de una libertad individual, la ausencia de disciplina, sino asumir su responsabilidad militante en los debates de la organización revolucionaria y de la clase, aplicando formalmente las orientaciones y decisiones de la organización cuando éstas han sido adoptadas.

[13] Extracto de Notas sobre las bases de la organización del partido de clase, texto bordiguista publicado por el PCInt en 1949 y citado en el folleto de Battaglia comunista La escisión internacionalista.

[14] Ver también polémicas más antiguas sobre el tema: «El partido desfigurado: la concepción bordiguista», Revista internacional nº 23, «Contra la concepción de del jefe genial», nº 33, «La disciplina…fuerza principal», nº 34.

[15] Sobre el nivel tan bajo de los cuadros del partido, ya hemos citado al principio de este artículo los testimonios tanto de la componente Battaglia como la de Programma.

[16] La Izquierda comunista de Francia (GCF) se formó siguiendo las enseñanzas de la Fracción italiana en 1942. Al principio se llamó Núcleo (Noyau) francés de la Izquierda comunista.

[17] Así se expresa sobre el tema el grupo bordiguista le Prolétaire, en un artículo también dedicado a la escisión de 1952: «Otro punto de desacuerdo ha sido la forma de concebir el proceso de formación del Partido como proceso de agregación de núcleos de orígenes diversos y cuyas lagunas iban a compensarse mutuamente (fue en particular el famoso intento de “agrupamiento a cuatro” – cuadrifolio – por la fusión de diferentes grupos, hasta trotskistas, que tuvo varias reediciones siempre infructuosas a lo largo de los años, antes de acabar plasmándose en el famoso “Buró”, etc.)». Extracto de «El alcance de la escisión de 1952 en el Partito comunista internazionalista, in Programme communiste, no 93.

[18] Ver el artículo «Los Grupos de lucha proletaria (GLP): un intento inacabado para alcanzar la coherencia revolucionaria», Rivoluzione internazionale nº 106, artículo que aparecerá en el próximo Révolution internationale.

 

Series: 

  • La Izquierda Italiana - Bilan [39]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [40]
  • Bordiguismo [26]
  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [41]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda italiana [42]

Source URL:https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/199801/1181/1998-92-a-95

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