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Cuando el grupo “la Gauche Communiste en France” (GCF) decide traducir y publicar “Lenin Filósofo”, de A. Pannekoek, no es solo seudónimo de J. Harper, sino hasta el nombre de Pannekoek el que prácticamente se desconoce en Francia; esto no se puede explicar como algo “francés”. Aun teniendo en cuenta que Francia jamás se destacó por su prontitud en publicar obras del movimiento obrero y marxista, pues esto es verdad para todos los países de Europa y del mundo, este “olvido” no concierne a Pannekoek, en particular. En toda la izquierda comunista -empezando por Rosa Luxemburgo- la que estuvo en la avanzadilla de las luchas revolucionarias de la clase obrera al terminar la Primera Guerra Mundial, la totalidad de su obra teórica, de su acción política y sus apasionadas luchas las que están sepultadas en el “olvido”. Resulta difícil imaginarse que ha bastado con unos diez años de degeneración de la Internacional Comunista y de contrarrevolución estalinista para “borrar” de la memoria las lecciones de un movimiento revolucionario que, sin embargo, eran tan ricas, tan densas, de una generación que acababa de vivirlo ella misma. Parecía como si una epidemia de amnesia hubiera afectado de repente a estos millones de proletarios que habían participado activamente en aquellos acontecimientos y de hundirlos en un desinterés total para con todo lo que era pensamiento revolucionario. De aquella ola que por poco “trastorna el mundo”, solo subsisten unos cuántos rostros, representados por los escasos grupos esparcidos por el mundo, aislados unos de otros, y por lo tanto incapaces de asegurar la continuación de la reflexión teórica, a no ser por medio de revistas de tirada reducida al mínimo y a menudo ni siquiera impresas.
No ha de extrañar que el libro de Harper, Lenin Filósofo, publicado en alemán en 1938, en vísperas de la guerra, no encuentre ningún eco y pase totalmente desapercibido, aún en el medio tan reducido de los revolucionarios, y es el mérito de Internacionalisme, el haber sido el primero en traducirlo y publicarlo por entregas, en sus números 18 a 29 (febrero a diciembre del 1947), después de que pasara la borrasca de la guerra.
Tras saludar el libro de Harper “en tanto que contribución de primer orden, al movimiento obrero y a la causa de la emancipación del proletariado”, añade en su prefacio (nº 18, febrero del 1947) “se esté o no de acuerdo con todas las conclusiones que saca, nadie puede negar el enorme valor de su trabajo que hace de esta obra, de estilo sencillo y claro, uno de los mejores escritos teóricos de las últimas décadas”.
En este mismo prefacio, Internacionalisme expresa su preocupación fundamental al escribir: “La degeneración de la IC acarreó un inquietante desinterés en el medio de la vanguardia por la investigación teórica y científica. Exceptuando la revista Bilan publicada antes de la guerra por la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista y los escritos de los Comunistas de Consejos, de los cuales es parte el libro de Harper, el esfuerzo teórico del movimiento obrero europeo resulta casi inexistente. Y nada nos parece más terrible para la causa del proletariado que el embotamiento teórico que manifiestan sus militantes”.
Por esto es por lo que, Internacionalisme, aun considerando altamente su valor, no se conforma con simplemente publicar la obra de Pannekoek, sino que se propone y somete esta obra a la discusión y hace la crítica de la misma en una serie de artículos que van del nº 30 (enero del 48) al nº 33 (abril del 48). Si Internacionalisme acepta y comparte enteramente la demostración de Pannekoek de que Lenin, en su polémica contra las tendencias idealistas, cae en argumentos propios del materialismo burgués (mecanicista y positivista), Internacionalisme rechaza categóricamente las conclusiones políticas que Pannekoek se permite sacar, para hacer del Partido bolchevique un partido no proletario, una “intelligentsia” (¿), y para hacer de la revolución de Octubre una revolución burguesa.
Esta tesis servirá de base para todo un análisis de la revolución de Octubre y del Partido Bolchevique para la corriente consejista y que la diferencia claramente de la Izquierda Comunista y también del KPD, al menos en sus principios. El consejismo aparece, así como una regresión de la Izquierda Alemana a la que apela. Con algunas variantes, volvemos a encontrar esta tesis, tanto en “Socialismo ou Barbarie” como en “Socialismo des Conseils”, desde Chaulieu hasta Mattick, desde M. Rubel hasta K. Korscch. Lo que más sorprende en esta manera de ver y que tienen todos en común, incluyendo a los modernistas, consiste en la reducción de la revolución de octubre a un fenómeno estrictamente ruso, perdiendo totalmente de vista su significado internacional histórico. Una vez que se había llegado a esto, solo faltaba recordar el Estado atrasado del desarrollo industrial de Rusia para concluir con lo de la ausencia de condiciones objetivas para una revolución proletaria. La ausencia de una visión global de la evolución del capitalismo como un todo lleva al Consejismo por caminos que le son propios, a la postura del de siempre de los mencheviques; la no madurez de las condiciones objetivas y lo inevitable del carácter burgués de la revolución.
Evidentemente, lo que motivó el trabajo de Pannekoek no es tanto la rectificación teórica del procedimiento erróneo de Lenin en el dominio filosófico, sino fundamentalmente la necesidad política de luchar contra el partido bolchevique, al que consideraba, a priori, y por naturaleza, como un partido marcado por el carácter “medio burgués, medio proletario del bolchevismo y de la revolución rusa misma”1. “Es para elucidar la naturaleza del bolchevismo y de la revolución rusa”, como lo escribe P., Matic,” que Pannekoek emprendió un examen crítico de sus fundamentos filosóficos al publicar en 1938 su” Lenin en Filósofo”. Se puede poner en duda la validez de semejante procedimiento y su demostración está lejos de convencer. El deducir la naturaleza de un acontecimiento histórico tan importante como el de la revolución de octubre, o el papel desempeñado por el Partido bolchevique, partiendo de una polémica filosófica, -por muy importante que fuera-, está lejos de poder constituir la prueba de lo que se afirma. Ni los errores filosóficos de Lenin en 1938, ni tampoco el triunfo posterior de la contrarrevolución estalinista, son pruebas de octubre 17 no fuese una revolución proletaria, sino la revolución de una tercera clase. La inteligencia. (¿) Al basar artificialmente sus confusiones políticas erróneas sobre premisas teóricas justas, al establecer unos vínculos en un solo sentido entre causas y efectos, Pannekoek a su vez cae en el mismo procedimiento no marxista que acababa de criticar con razón a Lenin.
Con 1968 y la reanudación de la lucha de clases, el proletariado reanuda el hilo roto por casi medio siglo de contrarrevolución triunfante y se vuelve a apropiar los trabajos de esa izquierda que había sobrevivido al naufragio de la internacional comunista.
Hoy en día, los escritos y los debates de esta Izquierda que se ignoran durante mucho tiempo vuelven a salir y encuentran lectores cada vez más numerosos. Hoy, “Lenin Filósofo” de Pannekoek -- como tantas otras obras de otros autores- se ha podido publicar y lo han podido leer miles de militantes obreros. Pero para que esos trabajos teóricos políticos puedan servir verdaderamente al desarrollo del pensamiento y de la actividad revolucionaria, hoy se han de estudiar con espíritu crítico, manteniéndose alejado de medios universitarios que, al descubrir tal o cual autor, rápidamente lo transforman en una nueva moda, en una nueva idolatría, y se vuelven sus incondicionales apólogos.
Frente a un “neo anti-bolchevismo” de moda, hoy en algunos grupos y revistas como el PIC o el ex --Spartacus, que simplemente borra todo el movimiento socialista y comunista en Rusia, incluyendo la revolución de Octubre, de la historia del proletariado, podemos decir de nuevo lo que escribía “Internacionalisme” en su prólogo al libro de Harper:
“Esta deformación del marxismo, que debemos a los marxistas, tanto apresurados como ignorantes, hace pareja con los que, no menos ignorantes, hacen del “anti-marxismo”, su especialidad propia. El “anti marxismo”, se ha vuelto hoy día el atributo de toda una capa de intelectuales de medio pelo pequeño burgueses desarraigados, que han perdido su categoría social. Agriado y desesperados que, asqueados por el monstruoso sistema ruso proveniente de la revolución proletaria de octubre y sin ganas de hacer la labor ingrata y dura de investigación científica, se van por el mundo, con las cenizas de luto sobre la cabeza. En una cruzada sin cruz, en búsqueda de nuevos ideales, no para entenderlos sino para adoptarlos”
. Lo que ayer era para el marxismo, lo es hoy también para el bolchevismo y la revolución de Octubre.
M.C.
Resulta indiscutible, tras leer el documento de Harper sobre Lenin, que nos hallamos ante un estudio serio y profundo sobre la obra filosófica de Lenin y ante un esbozo muy claro y muy neto de la dialéctica marxista que Harper opone a la concepción filosófica Lenin.
El problema para Harper se planteó de la siguiente manera: en lugar de separar las concepciones del mundo de un Lenin de su actividad política, es preferible, para ver y comprender mejor lo que emprendió aquel revolucionario, discutir y entender sus orígenes dialécticos. La obra que, para Harper, mejor caracteriza a Lenin, a su pensamiento, es “Materialismo y Empiriocriticismo” en la cual, saliendo al ataque de un claro idealismo que se perfilaba en la “intelligentsia” rusa con la colección filosófica de un Mach, Lenin trata de volver a clarificar un marxismo que acababa de sufrir revisiones, no solo por parte de Bernstein, sino también por parte de ese Mach.
Harper introduce el problema con un análisis muy perspicaz y profundizado de la dialéctica en Marx y en Dietzgen. Más aún, todo a lo largo de su estudio, Harper tratará de hacer una profunda discriminación entre el Marx de los primeros estudios filosóficos y el Marx maduro por la lucha de la clase y que se desgaja de la ideología burguesa. A través de esta discriminación, despeja los fundamentos contradictorios del materialismo burgués de la época próspera del capitalismo al que caracteriza en las ciencias naturales, y del materialismo revolucionario, concretado en las ciencias del desarrollo y de la evolución social. Harper se esforzará en refutar algunas aserciones de Lenin que, a su parecer, no corresponden al pensamiento de Mach, sino que únicamente incumben a la polémica por parte de Lenin, que en este caso procuraba resolver “la unidad del partido socialista ruso más que refutar el verdadero pensamiento de Mach”.
Pero si el trabajo de Harper resulta interesante en su estudio sobre la dialéctica, así como en la corrección del pensamiento de Mach a la manera de Lenin, la parte más interesante por sus importantes consecuencias, es sin duda alguna el análisis de los orígenes del materialismo en Lenin, y su influencia sobre la obra y la acción de éste en la discusión socialista internacional y en la revolución de 1917 en Rusia.
La fase primera de la crítica empieza por el estudio de los antecesores filosóficos de Lenin. Desde d’Nolbach, pasando por algunos materialistas franceses como la Lametrie y hasta Avenarius, el pensamiento de Lenin se perfila claramente. Todo el problema se basa en la teoría del conocimiento. Ni siquiera Plejanov pudo evitar esta trampa del materialismo burgués. A Marx le precede Feuerbach. Y esto será una gran desventaja en el pensamiento social de todo el marxismo ruso, y de Lenin en primer lugar.
Harper, con mucha razón, delimita en la teoría del conocimiento, los orígenes del materialismo burgués que acabará hundiéndose por su carácter estático, y los del materialismo revolucionario que no sigue o supera la dialéctica burguesa, sino que tiene una naturaleza y una orientación diferentes.
Por una parte, la burguesía considera al conocimiento como un fenómeno puramente receptivo (Engels -según Harper- tendrá sobre este punto únicamente la misma concepción). Quien dice conocimiento dice percepción, sensación del mundo exterior, comportándose nuestro espíritu como un espejo que refleja con mayor o menor fidelidad el mundo exterior. Entonces se entiende que las ciencias naturales fueron el caballo de batalla del mundo burgués. La física, la química, la biología en sus primeras expresiones representan más una labor de traducción de fenómenos del mundo exterior que una tentativa de interpretación. La naturaleza parece un gran libro por medio del cual se trascriben manifestaciones naturales en signos inteligibles. En resumidas cuentas, la ciencia se vuelve una fotografía de un mundo cuyas leyes siempre son las mismas, independientes del espacio y del tiempo, pero dependientes del uno y del otro si se consideran por separado.
Esta primera tentativa de las ciencias ha de tener naturalmente como objeto lo que es exterior al hombre, pues es más fácil entender el mundo exterior sensible, que el enredado mundo humano cuyas leyes resisten ante los signos ecuacionales de dirección única, de las ciencias naturales. Pero también hemos de ver en ello sobre todo una necesidad para la burguesía en desarrollo de comprender rápida y empíricamente lo que, exterior a ella, pueda servir para el desarrollo de su fuerza social de producción. Comprender rápidamente, ya que los cimientos del sistema económico-social no son sólidos todavía; empíricamente, ya que la génesis del capitalismo se desarrolla en un terreno fértil, que, para los humanos hace resaltar sobre todo los resultados y las conclusiones, más que el camino recorrido para llegar a ellos.
Las ciencias naturales en el materialismo burgués debían influenciar el conocimiento de los demás fenómenos y originar las ciencias humanas, historia, psicología, sociología, en las que se aplicaban los mismos métodos de conocimiento.
Y resulta que el primer objeto del conocimiento humano que preocupa a las mentes es la religión, que se estudia por primera vez en tanto que problema histórico. Esto también expresa la necesidad para una burguesía joven de deshacerse de lo religioso, que niega la racionalidad natural del sistema capitalista. Esto se plasma en la aparición de eruditos burgueses, entre los cuales Renan, Strauss, Feuerbach, etc..; pero siempre es una disección metodológica lo que hacen, pues el hombre no ha de intentar criticar socialmente un cuerpo ideológico, como la religión, sino más bien volver a encontrar sus fundamentos humanos, para para reducirla al nivel de las Ciencias Naturales y con el bisturí científico permitir que aparezcan documentos antiguos y las alteraciones sufridas a lo largo de los siglos. En fin, el materialismo burgués normaliza un estado de hecho, fija para la eternidad un modo inmutable de desarrollo. Considera a la naturaleza como una repetición sin fin de causas racionales. El hombre reduce la naturaleza a un anhelo de estatismo conservador. Se da cuenta que domina la naturaleza de cierto modo y no ve que sus instrumentos de dominación se están liberando del hombre y volviéndose en su contra. El materialismo burgués es una etapa progresiva del conocimiento humano. Se vuelve conservador hasta verse rechazado por la burguesía misma cuando el sistema capitalista en su apogeo ya está prefigurando su hundimiento.
Harper ve en la toma de conciencia de la lucha de clases, en las masas trabajadoras, a través de las primeras contradicciones importantes del régimen capitalista, el camino que lleva el pensamiento de Marx desde aquella manera de pensar que se notaba aún en su obra de juventud hacia el materialismo revolucionario.
El materialismo revolucionario, insiste Harper., no es un producto racional; si el materialismo burgués nace en un medio económico-social específico, el materialismo revolucionario también necesita un medio económico-social específico. En aquellas dos épocas, Marx toma conciencia de una existencia que va modificándose. Pero en donde la burguesía solo vio racionalismo, repetición de causa a efecto, Marx nota, en el medio económico-social en evolución, un nuevo elemento que está introduciéndose en el dominio del conocimiento. Su conciencia no es una fotografía del mundo exterior, su materialismo está animado por todos los factores naturales, y, en primer término, el hombre.
La burguesía podía dejar de lado la parte del hombre en el conocimiento, pues su sistema, en sus principios, se desarrolla como las leyes de la astronomía, con la regularidad precisa, y además, su sistema económico dejaba al hombre fuera.
Se olvidó del sistema para con el hombre, empieza, a mediados del siglo XIX, a notarse en las relaciones sociales. Entonces está madurando la conciencia revolucionaria, su conocimiento no es tan solo un aspecto del mundo exterior, como lo pretende el materialismo burgués, sino que el hombre entra en el conocimiento del mundo, en tanto que factor receptivo y además como factor que actúa y modifica.
Entonces para Marx, el conocimiento se vuelve producto de la sensación del mundo exterior y de la idea-acción del hombre factor-motor del conocimiento.
Nacen las ciencias del desarrollo social y de la evolución social, eliminando las viejas ciencias humanas, expresando una progresión y un desarrollo en acción. Las mismas ciencias naturales salen de su marco estrecho. La ciencia del siglo XIX burgués se viene abajo a causa de su ceguera.
Es esa falta de praxis en el conocimiento lo que será específico de la naturaleza ideológica de Lenin. Pero, aunque Harper busca los orígenes filosóficos de Lenin, no por eso les atribuye una influencia decisiva en su acción.
La existencia social condiciona la conciencia. Lenin procede de un medio social atrasado, todavía existe el feudalismo, y la burguesía no es una clase fuerte y revolucionariamente capaz. El fenómeno capitalista en Rusia se presenta en un periodo en el que la burguesía desarrollada y madura de Occidente ya está trazando su curva de decadente. Rusia se convierte en territorio capitalista, no porque una burguesía nacional se oponga al absolutismo feudal del Zar, sino por la injerencia del capital extranjero, que de este modo, crea por completo el aparato capitalista en Rusia. Al hundirse el materialismo burgués a causa del desarrollo de su economía y de sus contradicciones, la “intelligentsia” rusa solo muestra para luchar contra el absolutismo imperial el materialismo revolucionario. Pero el objetivo de la lucha guiará al materialismo revolucionario contra el feudalismo y no contra el capitalismo que no representa ninguna fuerza efectiva. Lenin forma parte de esa “intelligentsia” que, queriendo basarse en la única clase revolucionaria, el proletariado, intenta realizar la transformación capitalista retrasada de la Rusia feudal.
Esta afirmación no es más que una interpretación de Harper, quien verá en la revolución rusa la madurez objetiva de la clase obrera y un contenido político burgués expresado por Lenin, el cual soporta en su conciencia el peso de las tareas del momento en Rusia, la existencia económico-social de este país que se comporta desde el punto de vista del capital como una colonia, en donde no existiría burguesía nacional y en donde las dos fuerzas en presencia serían el absolutismo y la clase obrera.
El proletariado se expresa entonces, en función de ese atraso que se caracteriza por la ideología materialista burguesa de un Lenin. Esta es la idea de Harper sobre Lenin y la revolución rusa. Veamos una de sus frases:
“Esta filosofía materialista era precisamente la doctrina que convenía perfectamente a la nueva masa de los intelectuales rusos que en las Ciencias físicas y en la técnica, no han tardado en reconocer con entusiasmo la posibilidad de administrar la producción y en tanto que nueva clase dominante de un imperio inmenso, han visto abrirse ante sí el porvenir, con la única resistencia del viejo campesinado religioso”. (Lenin Filósofo, cap. VIII).
El método de Harper, así como su modo de interpretar al problema del conocimiento, son dignos con “Lenin Filósofo” de figurar entre las mejores obras del marxismo. Sin embargo, en cuanto a sus conclusiones políticas, nos lleva hacia tanta confusión, que nos vemos obligados a examinarlo de cerca, para intentar disociar el conjunto de su formulación del problema del conocimiento de sus conclusiones políticas que nos parecen erróneas y hasta sin relación con el nivel general de la obra.
Nos dice Harper: “…el materialismo solo dominó la ideología de la clase burguesa durante muy poco tiempo...”. Lo cual, tras haber demostrado que la filosofía de Lenin en “Materialismo y Empiriocriticismo” era esencialmente materialista burguesa, le permite decir que la revolución bolchevique de octubre de 1917 fue una “revolución burguesa apoyada por el proletariado”.
Aquí se encierra Harper en su propia dialéctica y no nos explica este primer fenómeno de su pensamiento y de la historia y puesto que la revolución burguesa produce por sí misma su ideología propia, que es materialista, en el periodo revolucionario, ¿cómo es posible que en el momento en que empieza la crisis más aguda del capitalismo (entre 1914 y 1920), - crisis que no parece preocupar a Harper- una revolución burguesa haya sido exclusivamente propulsada por la parte más consciente de la vanguardia obrera y de los soldados rusos, con los que se solidarizaron obreros y soldados del mundo entero y, principalmente, del país (Alemania) en donde el capitalismo estaba más desarrollado? ¿Cómo es posible que precisamente en esa época, los marxistas, los dialecticos más experimentados de todos, los mejores teóricos del socialismo, que defienden también como Lenin sino mejor que él, la concepción materialista de la historia, como por ejemplo Plejánov y Kautsky, se encontrasen del lado de la burguesía contra los sombreros y los soldados revolucionarios del mundo entero en general, y contra Lenin y los bolcheviques en particular? Harper ni siquiera se plantea todas esas preguntas; ¿cómo podría responder? Pero es justamente el que no se les haya planteado lo que nos extraña.
Además, el largo desarrollo filosófico, aunque justo en su conjunto, comprende algunas afirmaciones que le quitan alcance, Harper tiende a hacer (entre los teóricos del marxismo) una separación entre dos concepciones fundamentalmente opuestas, en el seno de esa corriente ideológica, en cuanto al problema del conocimiento y de la manera de abordarlo. Esta separación, que remontaría a la obra y a la vida del mismo Marx, es algo simplista y esquemático. Harper ve por una parte en la ideología del mismo Marx, dos períodos:
Hasta 1848, Marx materialista burgués progresista: “La religión es el opio del pueblo...”; esta frase Lenin la recogería más tarde y ni Stalin ni la burguesía rusa juzgaron necesario quitarlo de los momentos de los monumentos oficiales ni siquiera en tanto que objetivo de propaganda del partido.
Después, el Marx de la segunda época, materialista y dialéctico revolucionario, el del ataque contra Feuerbach, el del “Manifiesto Comunista”, etc. “... la existencia condiciona la conciencia”.
Harper opina que no es una casualidad si la obra de Lenin, “Materialismo y Empiriocriticismo”, es esencialmente representativa del marxismo de la primera época, y de ahí llega a la idea según la cual la ideología de Lenin fue determinada por el movimiento histórico en el que participaba y cuya naturaleza profunda, según Harper, aparece dada por la naturaleza misma, materialista burguesa, de la ideología de Lenin. (Harper solo tiene en cuenta a “Materialismo y Empiriocriticismo”).
Esta explicación lleva a la conclusión de Harper, según la cual el “empiriocriticismo” sería hoy la Biblia de los intelectuales, técnicos y demás representantes de la nueva clase capitalista de Estado que está ascendiendo; la revolución rusa y los bolcheviques, en primer lugar, serían una prefiguración de un movimiento más general de evolución revolucionaria, del capitalismo al capitalismo de Estado, y de la mutación revolucionaria de la burguesía liberal en burguesía burocrática de Estado, de la cual el estalinismo sería la forma más acabada.
Esta concepción de Harper, dejar pensar que esta clase que en todas partes tendría como biblia el “empiriocriticismo” (que Stalin y sus compinches seguirán defendiendo) se apoyaría esencialmente en el proletariado para hacer su revolución capitalista de Estado y, según Harper, sería esta la razón que determinaría a esta nueva clase a apoyarse en el marxismo en esa revolución.
Esta explicación tendería pues a demostrar, que el marxismo de la primera época conduce directamente a Stalin pasando por Lenin, lo cual ya lo hemos oído en boca de anarquistas, en lo que se refiere al marxismo en general del que Stalin sería el resultado lógico (¿de la lógica anarquista?) y que una nueva clase revolucionaria capitalista apoyada en el proletariado surgiría en la historia justamente en el momento en que el capitalismo mismo entra en crisis permanente a causa del hiperdesarrollo de sus fuerzas productivas en el marco de una sociedad basada en la explotación del trabajo humano (la plusvalía).
Estas dos mismas ideas que tiende Harper a introducir en su Lenin Filósofo que se publicó antes de la guerra de 1949 45, las anuncian otros teóricos que vienen de medios sociales y políticos diferentes al suyo, y que se han puesto muy de moda después de la guerra. Actualmente las defienden, la primera muchísimos anarquistas y la segunda muchísimos burgueses reaccionarios del estilo de James Burnham.
El que los anarquistas lleguen a semejantes concepciones mecanicistas y esquemáticas, de que el marxismo estaría en la base del estalinismo y de “la ideología capitalista de Estado”, o de la nueva clase “ejecutiva” no ha de extrañar de parte de aquellos. Nunca han entendido nada de los problemas de filosofía como los plantean los revolucionarios; para ellos, Marx deriva de Auguste Comte, comparan esta asimilación con Lenin, y de ello hacen derivar “la ideología bolchevique estalinista” y con ella relacionan a todas las corrientes marxistas, sin excepción, tomando para sí mismos, en tanto que modo de pensar filosófico, todos los temas de moda, todos los idealismos, desde el existencialismo hasta el nietzscheismo, o desde Tolstoi hasta Sartre.
Pero resulta que esta afirmación de Harper, según la cual “Materialismo y Empiriocriticismo” de Lenin sería una obra filosófica cuya interpretación del problema del conocimiento no superaría el método de interpretación materialista burgués mecanicista, y que sobre esa constatación saca la conclusión de que los bolcheviques, el bolchevismo y la revolución rusa “no podían ir más allá” de la revolución burguesa; estas afirmaciones, como ya hemos visto, no nos conducen únicamente a las conclusiones de anarquistas y burguesas como Burnham; esta afirmación está ante todo en contradicción con otra de Harper mismo que es en parte justa: “El materialismo solo dominó la ideología de la clase burguesa durante muy poco tiempo. Mientras esta podía creer que la sociedad con su desarrollo a la propiedad privada, su libertad individual y su libre competencia podía resolver todos los problemas vitales de cada cual, gracias al desarrollo de la producción, bajo el impulso del progreso sin límites de la ciencia y de la técnica, podía aquella admitir que la ciencia había resuelto los principales problemas teóricos y ya no necesitaba recurso alguno a las fuerzas espirituales supra naturales. Pero el día que la lucha de clases reveló que el capitalismo no era capaz de resolver el problema de la existencia de las masas, su filosofía optimista y materialista del mundo desapareció. De nuevo apareció el mundo lleno de incertidumbres y de contradicciones insolubles, lleno de fuerzas ocultas y amenazadoras”.
Volveremos más tarde sobre el fondo de estos problemas, pero hemos de notar, sin querer hacer vana polémica, las insolubles contradicciones en las que él mismo Harper se ha metido; por una parte, al atacar el problema tan complejo que ha atacado de una manera algo simplista y por otra parte, las conclusiones a las que llegó en cuanto al bolchevismo y al estalinismo.
¿Cómo podemos explicarnos, repetimos, según las ideas de Harper, el que cuando la lucha de clases del proletariado apareció, la burguesía se volviera idealista y el que es justamente cuando la lucha de clases se desarrolla con una amplitud hasta entonces desconocida en la historia, cuando nace por parte de la burguesía una corriente materialista que origina una nueva clase burguesa capitalista? Aquí introduce Harper una idea según la cual, si la burguesía había de volverse absolutamente idealista, si se puede descubrir en Lenin una corriente materialista burguesa, Lenin “tenía que ser materialista para arrastrar tras sí a los obreros”. Nos podemos plantear la siguiente pregunta: ya sea los obreros los que adoptaron la ideología de Lenin, o sea Lenin quien se adaptó a las necesidades de la lucha de clases, según las conclusiones de Harper, o el proletariado seguía a una corriente burguesa, o un movimiento obrero segregaba una ideología burguesa. Pero, de todas formas, el proletariado no nos aparece aquí, con una ideología propia. Que pésimo materialista marxista podría firmar algo semejante: ¿el proletariado entra en acción independiente produciendo una ideología burguesa? A esta conclusión nos lleva Harper.
Además, no es enteramente exacto que la burguesía misma sea, en una época dada, totalmente materialista y en otra, totalmente idealista. En la revolución burguesa de 1789 en Francia, el culto de la Razón solo tomó el lugar del culto de Dios, y era típico del carácter doble de las concepciones a la vez materialista e idealista de la burguesía en lucha contra el feudalismo, la religión y el poder de la Iglesia (bajo la forma agudizada de persecuciones de curas, de incendios de iglesias, etc.…). También volveremos sobre este aspecto doble y permanente de la ideología burguesa que hasta en las horas más avanzadas de la “Gran Revolución” burguesa en Francia, no superó el estadio de “…la religión es el opio del pueblo”.
Sin embargo, aún no hemos sacado todas las conclusiones a las que nos conduce Harper; sacaremos algunas y recordaremos hechos históricos que pueden interesar a todos los que “echan” la revolución de Octubre al campo burgués.
Si esta primera ojeada a las conclusiones y teorías filosóficas de Harper nos ha llevado hacia reflexiones de las que se tratará más tarde, hay hechos que hemos de retener inmediatamente por tratarse de hechos históricos que Harper parece no haber querido ni siquiera tocar.
En efecto, Harper nos habla en decenas de páginas de la filosofía burguesa, de la filosofía de Lenin, y llega a conclusiones a lo menos atrevidas y que exigían como mínimo un examen serio y profundizado. Ahora bien, qué materialista marxista puede acusar a un hombre, un grupo político o un partido de lo que Harper acusa a Lenin, los bolcheviques y su partido, de haber representado a una corriente y una ideología burguesas “…que se apoya en el proletariado” sin haber examinado previamente -aunque solo fuera para recordarlo- el movimiento histórico en que tomaron parte: esa corriente, la socialdemocracia rusa e internacional, de la que proviene (igual que todas las demás fracciones de izquierda de la socialdemocracia) la fracción de los bolcheviques
¿Cómo se formó esta fracción? ¿Qué luchas hubo de emprender a nivel ideológico para conseguir formar un grupo aparte, más tarde un partido, y finalmente la vanguardia de un movimiento internacional?
La lucha contra el menchevismo, la Iskra y “Qué Hacer”, de Lenin y de sus compañeros, la revolución de 1905 y el papel de Trotski, su Revolución permanente (que lo llevaría a fusionar con el movimiento bolchevique entre febrero y octubre del 1917), la segunda revolución de Febrero a Octubre, ( socialdemócratas, socialistas, revolucionarios de derechas, etc.…, al poder) las “Tesis de Abril” de Lenin, la constitución de los soviets y del poder obrero, la postura de Lenin en la guerra imperialista, de todo esto Harper no dice ni media palabra. No podemos creer que sea una casualidad.
(Internationalisme 1948), Mousso y Philippe
(continuará)
1Lenin Filosofo, introducción de Paul Mattick, ed. Spartacus, 1978.
Hay quien dice que existe un antagonismo de clase dentro de la clase obrera misma, un antagonismo entre las capas "más explotadas" y las capas "privilegiadas"; que existe una "aristocracia obrera" que disfruta de buenos salarios, de mejores condiciones de trabajo, una fracción obrera que comparte con "su imperialismo" las migajas de las superganancias de la explotación colonial. Así pues, que existiría una parte de la clase obrera que en realidad no pertenecería a la clase obrera sino a la burguesía, una capa de "obreros-burgueses".
Esos son los trazos comunes a todas las teorías sobre la existencia de una "aristocracia obrera". Una argumentación teórica cuya principal utilidad es permitir que las fronteras que enfrentan a la clase obrera y al capital mundial, se esfumen en una neblina de confusión.
Estas teorías "permiten" calificar a fracciones enteras de la clase obrera (los obreros de los países más industrializados, por ejemplo) de "burguesas" y a los órganos burgueses (los partidos de "izquierda", los sindicatos,...) de "obreros".
Los orígenes de esta teoría se encuentran en las fórmulas empleadas por Lenin durante la I Guerra mundial, fórmulas que la III Internacional siguió utilizando más tarde. Hay ciertas corrientes políticas proletarias, empeñadas en autodefinirse con el extraño calificativo de "leninistas", que arrastran aun hoy ese disparate teórico que únicamente sirve para alimentar la confusión acerca de problemas que son de una importancia primordial en la lucha de clases. Como la contrarrevolución estalinista utilizan igualmente, desde hace años, esa teoría para tratar de aprovechar el prestigio de Lenin como justificación de su política.
Esa teoría también la utilizan otros grupos (con ciertas variantes y arreglos) procedentes del estalinismo -por la vía del maoísmo- que han dejado de defender muchas de las principales mentiras del estalinismo oficial (en particular el mito de los "Estados socialistas": Rusia, China,...). Grupos como "Operai e Teoria" en Italia, "Le Bolchevik" en Francia, "Marxist Worker's Committee" en EEUU, que tienen posiciones muy radicales contra los sindicatos y los partidos de izquierda y que a veces logran entrampar a obreros combativos, basan su radicalismo "ex˗tercermundista" en exaltar la DIVISIÓN de la clase obrera en dos categorías o capas socio-políticas: la "más baja" -el proletariado "verdadero", según ellos- y "la aristocracia obrera".
He aquí como "Operai e Teoria" teoriza la división de la clase obrera: «No reconocer la existencia de diferencias internas entre los obreros productivos, la importancia de la lucha contra la aristocracia obrera, la necesidad de que los revolucionarios trabajen para realizar una escisión, una ruptura neta entre los intereses de las capas bajas y los de la aristocracia obrera, significa no solo no haber comprendido un acontecimiento de la historia del movimiento obrero sino -y esto es lo más grave- dejar que la burguesía arrastre al proletariado» (Operai e Teoria, nº 7 -octubre noviembre 1980)[1].
No vamos a analizar en nuestro artículo los argumentos de estos grupos "leninistas" ni tampoco sus contradicciones teóricas sino a demostrar la nocividad política y la incoherencia teórica de la Teoría de la aristocracia obrera, tal y como la propagan los grupos ex-maoístas que siembran una confusión de lo más dañina entre aquellos trabajadores que creen haber descubierto en ella la explicación de la naturaleza contrarrevolucionaria de los sindicatos y de los partidos de "izquierda".
Por eso, lo dedicaremos a evidenciar:
1º) que esa teoría se basa en un análisis sociológico que ignora el carácter de CLASE HISTÓRICA del proletariado.
2º) que la definición, o más bien LAS definiciones de "aristocracia obrera" son tanto más borrosas y contradictorias en cuanto que el capitalismo ha multiplicado las divisiones dentro de la clase obrera.
3º) que el RESULTADO PRÁCTICO de ese tipo de concepciones no es otro que la DIVISIÓN DE LOS TRABAJADORES en la lucha, el aislamiento de las "capas más explotadas" del resto de su clase.
4º) que alimentan confusiones y ambigüedades sobre una cierta naturaleza "obrero-burguesa" de los sindicatos y de los partidos de "izquierda" (ambigüedad que ya existía dentro de la Internacional Comunista).
5º) que es un sinsentido que esa teoría se declare de "Marx, Engels y Lenin" cuyas formulaciones, más o menos precisas, sobre la existencia de una "aristocracia obrera" o sobre "el aburguesamiento de la clase obrera inglesa en el siglo XIX", no sostuvieron jamás la teoría de la necesidad de DIVIDIR A LOS OBREROS; al contrario.
Una teoría sociológica
A la clase obrera se la puede ver de dos maneras: simplemente COMO ES la mayor parte del tiempo; es decir, sometida, dividida y hasta atomizada en millones de individuos solitarios, sin relacionarse entre ellos. O se la puede ver también teniendo en cuenta SIMULTÁNEAMENTE lo que es HISTÓRICAMENTE; es decir, tomando en consideración el hecho de que se trata de una clase social que tiene un pasado de más de dos siglos de lucha y que tiene como porvenir el ser la protagonista del cambio radical más grande de la historia de la humanidad.
La primera visión, INMEDIATISTA, es la visión de una clase derrotada; la segunda es la de una clase en lucha. Aquella es la que usan los sociólogos de la burguesía para decirnos «ESO es la clase obrera». La segunda es la visión del marxismo, que comprende lo que es la clase obrera no sólo a partir de lo que es AHORA sino también y, sobre todo, de lo que SERÁ. El marxismo no es un estudio sociológico del proletariado vencido sino el esfuerzo para comprender cómo lucha el proletariado, algo que es radicalmente diferente.
La teoría según la cual existen ANTAGONISMOS FUNDAMENTALES DENTRO DE LA CLASE OBRERA es una concepción positivista que sólo tiene en cuenta la realidad inmediata de la clase obrera, vencida, atomizada. Cualquiera que conozca la historia de las revoluciones obreras sabe que el proletariado alcanzó los momentos más elevados de su combate a través de la máxima generalización de su unidad, únicamente así.
Decir que es imposible la unidad de la clase obrera, desde sus elementos más explotados a los menos, es ignorar toda la historia del movimiento obrero. La historia de todas las grandes etapas de la lucha obrera está animada por el problema de alcanzar la unión más amplia posible de los proletarios. Existe un sentido preciso en el movimiento que va desde las primeras corporaciones de obreros artesanos a los soviets, pasando por los sindicatos profesionales. Esa dirección es la búsqueda de la mayor unidad. Los CONSEJOS, creados por primera vez en Rusia en 1905 espontáneamente por los obreros, constituyen el sistema de organización más unitario que pueda ser concebido para lograr la participación del mayor número posible de obreros en un movimiento de clase proletario, ya que se basa en las asambleas generales.
Esa evolución no refleja solamente un desarrollo de la conciencia de la clase de los proletarios, de su unidad y de la necesidad de ésta; la evolución de esa conciencia encuentra su explicación en la evolución de las condiciones materiales en que trabajan y luchan los proletarios.
El maquinismo, al desarrollarse, destruye las especializaciones heredadas del antiguo artesanado feudal; UNIFORMIZA al proletario, haciendo de él una mercancía que puede producir lo mismo calcetines que cañones, sin por ello tener que ser tejedor o herrero.
Además, el desarrollo del capital acarrea el desarrollo de gigantescos centros urbanos industriales donde se amontonan los proletarios por millones. La lucha adquiere en esos centros un carácter explosivo por la rapidez misma con la que pueden organizarse esos millones de hombres y coordinarse para actuar de manera unida.
En el capítulo "Burgueses y proletarios" de El Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels, leemos «El desarrollo de la industria, no tiene como único efecto incrementar el proletariado sino también aglomerarlo en masas cada vez más compactas. El proletariado siente crecer su fuerza. Los intereses, las situaciones se nivelan cada vez más dentro del proletariado a medida que el maquinismo borra las diferencias en el trabajo y pone, en casi todas partes, el salario a un nivel igualmente bajo»
En las luchas en Polonia, donde los obreros mostraron capacidades de unificación y de organización que aun sorprenden al mundo, no se asistió a un enfrentamiento entre obreros especializados y no especializados sino a su unificación, en las asambleas por la lucha y en la lucha.
Para comprender esos "milagros" es necesario no fijarse únicamente, como hacen los sociólogos, en la realidad INMEDIATA de la clase obrera, En los momentos EN QUE NO LUCHA. Cuando el proletariado no lucha, cuando la burguesía puede satisfacer lo mínimo socialmente necesario para la subsistencia de los obreros, estos se encuentran, en efecto, totalmente divididos.
El proletariado -esa clase que sufre la última pero también la más absoluta explotación social que cualquier clase social explotada haya conocido en la historia- vive, desde su nacimiento, de manera totalmente diferente según se encuentre sometido y pasivo ante la burguesía o si alza la cabeza ante su opresor.
Esta separación entre esas dos formas de existencia (unido y en lucha, dividido y pasivo) no ha dejado de aumentar, con la evolución misma del capitalismo. Excepto en los últimos años del siglo XIX, cuando el proletariado logra imponer momentáneamente a la burguesía la existencia de verdaderos sindicatos y partidos de masa obreros, los obreros tienden a unificarse cuando el combate los une pero también encontrarse cada vez más divididos y atomizados en los periodos de "calma social".
La misma evolución de las condiciones materiales de vida y de trabajo, que lleva a la clase obrera a LUCHAR de manera CADA VEZ MÁS UNIDA lleva, fuera de periodos de lucha, a la competencia, a la división y hasta la atomización como individuos solitarios que conocemos hoy.
La competencia entre obreros, fuera de periodos de lucha, es una característica del proletariado desde su nacimiento aunque era MENOS fuerte a principios del capitalismo, cuando los obreros "tenían una profesión, un oficio, una instrucción específica", cuando la educación no se había generalizado y el saber de cada proletario era una herramienta de trabajo importantísima. "El tejedor no era un competidor del herrero". Pero desde entonces, gracias a los progresos de las máquinas y de la educación, el "Cualquiera puede producir lo que sea" se ha traducido, en el capitalismo, por: "Cualquiera le puede hacer el trabajo de otro".
Ante el problema de encontrar trabajo, el obrero en el capitalismo industrial sabe que la respuesta depende de la cantidad de candidatos al mismo empleo. EL DESARROLLO DEL MAQUINISMO TIENDE DE ESA MANERA, Y CADA VEZ MÁS, A OPONER INDIVIDUALMENTE A LOS OBREROS CUANDO NO ESTÁN LUCHANDO. Marx describía así este proceso: «El incremento del capital productivo implica la acumulación y la concentración de capitales. La concentración de capitales conduce a una mayor división del trabajo y a un mayor empleo de las máquinas. Una mayor división del trabajo reduce a la nada la especialización del trabajo y destruye la especialidad del profesional, colocando en lugar de esta especialidad un trabajo que todo el mundo puede hacer, aumenta la competencia entre los obreros». (Marx: "Miseria de la Filosofía: "Discurso sobre el librecambio"....)[2].
El desarrollo del maquinismo crea las condiciones materiales para la existencia de una humanidad unida y consciente pero al mismo tiempo, dentro del marco de las leyes capitalistas en donde la supervivencia del trabajador depende de que pueda vender su fuerza de trabajo, lo que resulta es una competencia más fuerte que nunca. Por tanto, pretender basar una teoría de lo que será el proletariado en lucha ignorando la experiencia histórica de las luchas pasadas, basándose sólo en un estudio INMEDIATISTA del proletariado derrotado, dividido, conduce inevitablemente a verlo como un cuerpo que no logrará nunca unificarse. Cuanto más se hace referencia a una visión AHISTÓRICA, INMEDIATISTA, so pretexto de que "hay que ser concreto", de que "hay que hacer algo que dé resultados inmediatos", más se da la espalda a una comprensión verdadera de lo que es realmente el proletariado.
Una concepción que niega la posibilidad de unidad de la clase obrera es, de entrada, una teorización de la derrota del proletariado, de los momentos en que no lucha; traduce la visión que tienen los burgueses de los obreros: individuos ignorantes, divididos, atomizados, vencidos. Es una concepción propia de la fauna sociológica.
Una concepción "obrerista"
Al no llegar a ver a la clase obrera como sujeto histórico, esta concepción la entiende como una SUMA DE INDIVIDUOS REVOLUCIONARIOS. EL "OBRERISMO" no es una manera de resaltar el carácter revolucionario de la clase obrera sino el culto sociológico de los INDIVIDUOS OBREROS como tales. Embebidos en este tipo de visión, las corrientes de origen maoísta le dan mucha importancia al origen social de los miembros de una organización política; hasta el punto de que gran parte de sus militantes de origen burgués o pequeño burgués abandonaron, sobre todo en el periodo que siguió a Mayo del 68, sus estudios para hacerse obreros de fábrica (lo cual no hizo sino reforzar el culto al obrero individual).
Por ejemplo, el "Marxist Worker's Commitee", un grupo que logró evolucionar hasta llegar a considerar hoy que no existe ningún Estado obrero y que Rusia es burguesa desde 1924 (año de la muerte de Lenin) escribe en el Nº 1 de su publicación "Marxist Worker's" (verano de 1979) en el artículo "25 años de lucha -nuestra historia" lo siguiente: «Nuestra experiencia en el viejo partido revisionista C. P. USA (Partido Comunista de los EEUU) y en el AWCP (American Worker's Communist Party -organización maoísta) nos condujo a concluir que los fundadores del Comunismo científico tenían razón al afirmar que un verdadero partido obrero debe desarrollar un marco de OBREROS TEÓRICAMENTE AVANZADOS, que no solo el conjunto de sus miembros sino también su dirección deben proceder en primer lugar de la clase obrera».
¿Qué concepción de la clase obrera se puede "aprender" en una organización burguesa estalinista? Recordamos aquí dos ocasiones, en la historia del movimiento obrero, en las cuales se quiso aplicar ese principio obrerista:
1) la lucha de "el obrero" TOLAIN, delegado francés en los primeros congresos de la AIT, contra la aceptación de Marx como delegado. Para Tolain había que rechazar a Marx, en nombre del principio de que "la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos", puesto que Marx no era un obrero sino un intelectual. Después de un debate la moción de Tolain fue rechazada. Unos años después, Tolain "el obrero" se encontraba del lado de los versalleses contra la insurrección obrera de la Comuna de París.
2) también la Socialdemocracia alemana logró impedir, en noviembre de 1918, que Rosa Luxemburgo tomara la palabra en el Congreso de los Consejos Obreros porque ella tampoco era obrera y la hizo asesinar unas semanas después por una partida de pistoleros que obedecían las órdenes de "el obrero" Noske y que aplastaron sangrientamente la Insurrección de Berlín en enero de 1919. NO ES CADA INDIVIDUO QUIEN ES REVOLUCIONARIO, ES LA CLASE OBRERA QUIEN LO ES.
"El obrerismo" no comprende esa diferencia y consecuentemente no comprende ni al obrero individual ni a la clase obrera como clase.
II La aristocracia obrera: una definición imposible
Que existen diferencias de salarios, de condiciones de vida y de trabajo entre los obreros es algo evidente. Que, por regla general, cuanto mejor es la situación social de un individuo más tendencia tiene a querer conservarla es igualmente una trivialidad. Pero de ahí a definir dentro del proletariado una capa estable cuyos intereses serían antagonistas a los del resto de su clase y la amarrarían a la burguesía o a querer establecer una relación mecánica entre explotación y conciencia y combatividad, hay una brecha particularmente peligrosa.
En las primeras etapas del capitalismo, cuando gran parte de los obreros eran todavía prácticamente artesanos con cualificaciones muy particulares, con prerrogativas de "corporación", se podía momentáneamente, durante los periodos de prosperidad económica, discernir más fácilmente partes de la clase obrera que gozaban de privilegios particulares.
Así, Engels reconocía circunstancialmente, en una correspondencia personal, una aristocracia obrera "en los mecánicos, los carpinteros, los obreros de la construcción"; los cuales, en el siglo XIX, constituía una serie de trabajadores organizados aparte que gozaban de ciertos privilegios por la importancia de su trabajo y el monopolio que tenían de su cualificación.
Pero con la evolución del capitalismo, que comportaba por un lado la descalificación del trabajo y por otro la multiplicación de las divisiones artificiales entre los trabajadores, tratar de definir una "aristocracia obrera" queriendo indicar en ella una capa precisa que goza de privilegios que la distingue de manera cualitativa del resto de los obreros, es condenarse a nadar en lo arbitrario. El capitalismo ha dividido sistemáticamente a la clase obrera, tratando siempre de crear situaciones en las que el interés de unos trabajadores se oponga al interés de otros.
Ya hemos destacado cómo el desarrollo del maquinismo conduce, en los periodos sin luchas proletarias, a través de la "Destrucción de la especialización del trabajador" al desarrollo de la competencia entre obreros. Sin embargo, el capitalismo no se contenta con las divisiones que puede engendrar el proceso de producción mismo. Al igual que las clases explotadoras del pasado, la burguesía conoce y aplica el viejo principio: DIVIDIR PARA REINAR. Y lo hace con una ciencia y con un cinismo sin precedentes en la historia.
El capitalismo ha recuperado, de las sociedades del pasado, el empleo de las divisiones -que él llama "naturales"- por el sexo y por la edad; veamos: aunque la fuerza física, "prerrogativa del varón adulto", desaparezca progresivamente con el desarrollo de las máquinas, el capital mantiene a conciencia esas divisiones con el único fin de dividir y de pagar menos la fuerza de trabajo de la mujer, del niño o del viejo.
También retoma del pasado las divisiones raciales o de origen geográfico:
En su génesis, el capital, que existía principalmente bajo la forma de capital comercial, se enriqueció, entre otras cosas, gracias al comercio de esclavos; en su forma acabada, el capital no ha dejado de utilizar las diferencias de origen o de raza para ejercer una presión permanente para bajar los salarios. De la situación de los trabajadores irlandeses, en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, a la de los obreros turcos o yugoslavos en la Alemania de 1980, se ha seguido la misma política de división por parte de la burguesía. El Capital sabe perfectamente cómo sacar provecho de las divisiones entre tribus en África, así como de las divisiones religiosas en Úlster, de las diferencias de castas en India o de las diferencias raciales en los EEUU o en las principales potencias europeas reconstruidas, después de la I Guerra mundial, con una importación masiva de trabajadores de Asia, África y de los países menos desarrollados de Europa (Turquía, Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, etc.).
Pero el capitalismo no se contenta con mantener y azuzar esas divisiones, "naturales", entre los trabajadores. Al generalizar el asalariado y la organización "científica" de la explotación en las fábricas (taylorismo, sistemas de bonificaciones -primas, destajos...), ha llevado la división de los obreros no cualificados al nivel de los profesionales, generalmente de educación universitaria: sociólogos, siquiatras, sindicalistas... que trabajan cogidos de la mano con los jefes de personal para concebir la mejor y más "rentable" organización de la producción y meter en los talleres y las oficinas la ley del "Cada uno a la suya", el interés de cada uno como antagónico al de todos los demás. Bajo el capitalismo es cuando el famoso refrán: "El hombre es un lobo para el hombre" se ha concretado mejor. Al hacer depender el salario de unos de la productividad de otros, al multiplicar las diferencias artificiales de salario para un mismo trabajo (lo cual se practica a fondo hoy en día gracias al empleo de la informática en la administración de las empresas) pone todo su empeño en crear antagonismos entre los explotados.
En esas condiciones es casi imposible no encontrar, para cada categoría de trabajadores, otra categoría que sea menos o más "privilegiada".
Si se tienen en cuenta los privilegios que le pueden conceder a un obrero en función de su edad, su sexo, su raza, su experiencia, el contenido de su trabajo (manual o no), su posición en el proceso de producción, las primas que recibe,..., se pueden multiplicar infinitamente las definiciones de lo que podría ser la "aristocracia obrera". Se habrá fraccionado a la clase obrera en rodajas sociológicas, como si fuera un salchichón, pero no se habrá dado un solo paso en la comprensión de su ser revolucionario.
Las elucubraciones de origen maoísta sobre la aristocracia obrera incluyen, además de la "antiaristocracia obrera", la necesidad de organizar al "verdadero proletariado", a "las capas más explotadas",... Estos grupos tienen pues que emprender una dura labor para encontrar no solamente una definición sociológica de lo que puede ser la "aristocracia obrera", sino también de lo que son las capas "puras" del proletariado. A eso dedican gran parte de su trabajo "teórico", cuyos resultados varían según el grupo, la tendencia, el país, el periodo, etc.
Así, en países como Inglaterra, Francia o Alemania, los trabajadores inmigrados serían los que constituyen el verdadero proletariado y el resto, los trabajadores blancos, la "aristocracia obrera". Según tal concepción, en EEUU toda la clase obrera se puede considerar aburguesada (el nivel de vida de un obrero negro en EEUU puede ser cien veces superior al de un obrero en India), pero también se puede, según esa misma idea, llegar a la conclusión de que son solo los obreros blancos los "aristócratas", puesto que los obreros estadounidenses negros son "aristócratas" desde un punto de vista pero "los más explotados" desde otro. Para "Operai e Teoria" los obreros que trabajan en las cadenas de montaje son la "verdadera clase obrera". Los obreros de la industria de los países subdesarrollados son igualmente catalogados por ciertos grupos como "aristócratas" al ser a menudo su nivel de vida mucho más elevado que el de las masas de "sin trabajo" que se amontonan en la periferia de las ciudades. Las definiciones de esa famosa "aristocracia" pueden variar de un grupo a otro, pasando alegremente del ciento por cien de los trabajadores al cincuenta o al veinte, según el humor de los teóricos de servicio.
III Una teoría para dividir a la clase
Mientras resuelven y precisan sus diferentes definiciones sociológicas de las distintas capas del proletariado, el trabajo de intervención entre los obreros de estas organizaciones consiste en actuar, a diferentes niveles, en favor de la DIVISIÓN que ellos mismos predican.
Actúan esencialmente creando organizaciones que agrupen únicamente a obreros de los cuales tienen la certeza de que no pertenecen a la "aristocracia obrera". Organizaciones de obreros negros, de obreros de las cadenas de montaje, de obreros emigrantes, parados, etc.,...
Es así cómo ciertos grupos desarrollan, entre los trabajadores inmigrantes en los países más industrializados de Europa, un racismo particular que sustituye al racismo, ya demasiado clásico, anti-blanco; un racismo "marxista-leninista" anti-aristocracia-obrera-blanca. En los países menos desarrollados, exportadores de mano de obra, los defensores de esa teoría se dedican a difundir y defender la noción: "antiobrero cualificado" entre los obreros menos instruidos.
En el seno de estas organizaciones se cultiva la desconfianza en la "aristocracia obrera" a la que se acaba atribuyendo rápidamente la causa de todos los males que sacuden a "las capas más explotadas".
Se pretenden hacer creer, en el mejor de los casos, que la unificación SEPARADA de los sectores más explotados de la clase obrera constituye un ejemplo y un factor hacia una unificación más amplia de la clase. Pero eso es ignorar totalmente cómo se hace la unificación de los obreros.
El ejemplo vivo de Polonia, en 1980, es claro en esta cuestión. La unificación de los obreros no fue resultado de una serie de unificaciones parciales acumuladas unas detrás de otra, un sector tras otro, después de haber hecho un paciente trabajo de hormiguita. Fue con la forma de explosión cómo se organizó esa unificación, en pocos días o en pocas semanas. El punto de partida de la lucha y el camino que sigue la generalización del combate, son imprevisibles y múltiples.
Polonia confirmó de nuevo lo que ya era evidente en todas las explosiones de lucha obrera desde 1905 en Rusia. Desde hace 75 años, el proletariado no se unifica más que en la lucha y para la lucha. Pero cuando lo hace lo hace de golpe, a la mayor escala posible. Desde hace setenta y cinco años, cuando los obreros luchan en su terreno de clase a lo que se asiste no es a una lucha entre fracciones de la clase obrera sino por el contrario a una unificación sin precedentes en la historia. EL PROLETARIADO ES LA PRIMERA CLASE EN LA HISTORIA QUE NO ESTÁ DIVIDIDO EN SU SENO POR ANTAGONISMOS ECONÓMICOS REALES. Al contrario que los campesinos, los artesanos,... el proletariado no es propietario de sus medios de producción; no posee nada más que su fuerza de trabajo y su fuerza de trabajo ES COLECTIVA.
La única arma del proletariado frente a la burguesía armada, es la CANTIDAD; PERO LA CANTIDAD SIN UNIDAD NO ES NADA. La conquista de esa unidad es el combate fundamental del proletariado para afirmar su fuerza. No es por casualidad que la burguesía se empeñe tanto en quebrar todo esfuerzo en ese sentido.
Es burlarse de la gente, como hace "Operai e Teoría", decir que la idea de la necesidad de la unidad de la clase obrera es una idea burguesa: «ninguna voz de la burguesía se eleva hoy para apoyar esa división (entre las capas más bajas y la aristocracia"); al contrario, hacen propaganda al unísono a favor de la necesidad de sacrificios porque "estamos todos en la misma barca"» (Operai e Teoría, nº 7; página 10).
No es de unidad de la clase obrera de lo que habla la burguesía en todos los países sino de UNIDAD DE LA NACIÓN. Lo que dice no es "Todos los obreros están en la misma barca" sino "Los obreros están en la misma barca que la burguesía de su país". Lo que no es la misma cosa. Pero eso es difícil comprenderlo para aquellos que han aprendido el marxismo de los nacionalistas estilo Mao, Stalin o Ho-chi -Mihn. Frente a todas esas elucubraciones de origen estalinista, los comunistas no pueden más que oponer las lecciones de la práctica histórica del proletariado. Y tal y como lo preconizaba ya el manifiesto Comunista en 1848: "PROPUGNAR Y VALORIZAR LOS INTERESES COMUNES DEL PROLETARIADO ENTERO". (Del Manifiesto Comunista: Proletarios y Comunistas. Resaltado por nosotros).
IV Una concepción ambigua de partidos y sindicatos
¿Cómo puede tener esa teoría el mínimo eco entre los trabajadores?
Probablemente la razón principal por la que esa concepción puede oírse decir en serio a ciertos trabajadores, es porque parece dar una explicación del cómo y el por qué del asqueroso trabajo de sabotaje que hacen las centrales sindicales llamadas "obreras".
Según esta teoría, los sindicatos y los partidos de izquierda son la expresión de intereses materiales de ciertas capas del proletariado, las más privilegiadas, "la aristocracia obrera". En tiempo de "paz social" para ciertos obreros, víctimas del racismo de los obreros blancos, del desprecio o del control de obreros más cualificados, asqueados por la actitud de "administradores del capital" de los partidos de izquierda y de sus sindicatos, tal teoría parece, por un lado, dar una explicación coherente de esos fenómenos y, por otro, dar una perspectiva INMEDIATA de acción: Organizarse aparte de los "aristócratas". Desgraciadamente esa concepción es teóricamente falsa y políticamente nefasta.
He aquí, por ejemplo, como Le Bolchevik (Organisation Comunista Bolchevik) en Francia formula esa idea: «El PCF no es un partido obrero. Por su composición, en gran parte intelectual, pequeño burguesa y sobre todo por su línea reformista, ultra chovinista, el PCF de Marchais y Seguy es un partido burgués. No es el representante político e ideológico de la clase obrera. Es el representante de las capas superiores de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera». (Le Bolchevik, nº 112 -febrero de 1980).
En otras palabras, los intereses de una fracción de la clase obrera -"la aristocracia"- serían los mismos que los de la burguesía, puesto que el partido que representa sus intereses es "burgués". Esa identidad de línea política entre los partidos de la "aristocracia obrera" y los de la burguesía tendría bases ECONÓMICAS: la aristocracia recibe las "migajas" de las superganancias arrancadas por el capital nacional a las colonias y semi-colonias.
Lenin formula una teoría análoga para tratar de explicar la traición de la socialdemocracia en la I Guerra mundial: «El oportunismo (es el nombre que Lenin da a las tendencias reformistas que dominaban las organizaciones obreras y que participaron en la I Guerra mundial) se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia, relativamente civilizadas y pacíficas, de una capa de obreros privilegiados los aburguesaba, les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y vivían en la miseria (...) La base económica del chovinismo y del oportunismo en el movimiento obrero es una y la misma: la alianza de unas pocas capas superiores del proletariado y de la pequeña burguesía -que aprovechan las migajas de los privilegios de su capital nacional- contra las masas proletarias, contra las masas trabajadoras y oprimidas en general". (Lenin: "La bancarrota de la II Internacional").
Crítica de la explicación que da Lenin de la traición de la II Internacional
Antes de hablar de las teorías de los epígonos, detengámonos un poco en la concepción definida por Lenin para dar cuenta de la nueva NATURALEZA DE CLASE de los partidos obreros socialdemócratas que acababan de traicionar al proletariado.
La situación histórica planteaba a los revolucionarios el problema siguiente: se sabía que durante decenios la Socialdemocracia europea, fundada en particular por Marx y Engels, formada con el sudor y la sangre de luchas obreras encarnizadas, había constituido un verdadero instrumento de defensa de los intereses de la clase obrera. Ahora, cuando la casi totalidad de la socialdemocracia, los partidos de masas y los sindicatos se habían unido a las filas de SU burguesía nacional en cada país CONTRA los obreros de las otras naciones ¿Cómo habría que calificar la naturaleza de clase de ese monstruoso producto histórico?
Para hacerse una idea de la conmoción que provocó esa traición en toda la minoría de elementos que se mantuvieron defendiendo posiciones revolucionarias internacionalistas, recordemos por ejemplo la sorpresa de Lenin cuando tuvo en sus manos el número del "VORWÄRTS" (órgano del Partido Social Demócrata de Alemania) que anunciaba el voto de los créditos de Guerra por los parlamentarios socialistas: creyó que se trataba de un periódico falsificado destinado a reforzar la propaganda a favor de la guerra. Recordemos también las dificultades de los espartaquistas alemanes, empezando por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, para cortar el cordón umbilical que les ligaba orgánicamente a la "organización madre", el partido socialdemócrata.
Cuando estalla la guerra, la política socialdemócrata es abiertamente burguesa pero la mayoría de los miembros de sus partidos y sindicatos sigue siendo obrera. ¿Cómo explicar esa contradicción?
Los socialdemócratas convertidos en patriotas decían: «He aquí la prueba de que el internacionalismo no es una idea verdaderamente obrera». Para rechazar ese análisis Lenin respondió -situándose en el mismo nivel- que no eran TODOS los obreros los que habían rechazado el internacionalismo, sino solamente "una minoría privilegiada" que "había escapado de la miseria, del sufrimiento y del estado de ánimo revolucionario de las masas miserables y arruinadas". La preocupación de Lenin es perfectamente justa: demostrar que si el proletariado europeo se había dejado reclutar para la guerra interimperialista ello no significaba que ese tipo de guerra respondiera a los intereses de la clase obrera de cada país. Pero los argumentos que emplea son erróneos y la viva realidad los desmiente. Lenin dice que los obreros "patriotas" son aquellos que tienen intereses económicos comunes con "su" capital nacional; éste lograría corromper a una "aristocracia obrera" a la que hace alguna concesión, una parte, "algunas migajas de ganancia".
¿Cómo es de grande esa parte corrompida de la clase obrera? Una "parte ínfima", responde Lenin en "La bancarrota de la II Internacional", "los jefes obreros y la capa superior de la aristocracia obrera". Dice en su Prefacio al "El imperialismo, fase suprema del capitalismo".
Pero la realidad demuestra:
1º) que no fue una minoría ínfima del proletariado la que se aprovechó, a finales del siglo XIX y a principios del XX, de la expansión del capital europeo sino el conjunto de los obreros de la industria. La prohibición de que los niños trabajen, la limitación del trabajo de las mujeres, la limitación de la jornada a diez horas, la creación de escuelas y hospitales públicos, etc.,..., todas esas medidas arrancadas por la lucha obrera, al capital en plena expansión, beneficiaron en primer lugar a las capas más "bajas", más explotadas de la clase obrera.
2º) que la visión de Lenin de una ínfima minoría de obreros corrompidos, aislados en medio de gigantescas masas de obreros miserables y animados por un "estado de ánimo revolucionario" es, en vísperas de la I Guerra mundial, un puro invento. Es la casi totalidad de los obreros, pobres y ricos, cualificados y no cualificados, sindicados o no, quienes en las principales potencias se van con la "flor en el fusil" a espachurrar al enemigo y a que los aplasten en defensa de "sus" amos nacionales.
3º) que "la explicación económica" de "las migajas de las ganancias" que los imperialismos comparten con sus obreros más cualificados, no tiene sentido. Primero, porque como hemos visto no es una minoría pequeñita de obreros a quien le mejora la situación con la expansión capitalista sino AL CONJUNTO de los obreros de los países industrializados y segundo, porque por definición los capitalistas no comparten sus ganancias ni sus superganancias con los explotados.
Los aumentos de salarios, las fuertes subidas del nivel de vida de los obreros de los países industrializados fue el resultado, no de la generosidad de capitalistas dispuestos a compartir sus beneficios sino de la presión que los obreros pudieron ejercer en aquella época sobre sus capitales nacionales con éxito. La prosperidad económica del capitalismo de finales del siglo XIX reduce en todas partes la masa de desempleados del "ejército de reserva" del capital. En el mercado en que se vende la fuerza de trabajo esta mercancía escasea tanto más cuanto que hay fábricas que funcionan a pleno rendimiento y se multiplican; por lo tanto se hace más cara. Esto es lo que sucede durante ese periodo. Los obreros logran así, organizándose aunque sea parcialmente (sindicatos y partidos de masas), vender su fuerza de trabajo más cara y obtener mejoras reales en sus condiciones de existencia.
La apertura del mercado mundial a los pocos centros industriales del planeta, localizados esencialmente en Europa y en América del Norte permitía al capital desarrollarse con una potencia fulminante. Las crisis periódicas de sobreproducción se superaban con una rapidez y una energía que parecía cada vez más potente. Los centros industriales se desarrollaban, en ciertas zonas, como manchas de aceite, absorbiendo una cantidad en constante aumento de campesinos y artesanos que se veían así transformados en obreros, en proletarios. La fuerza de trabajo de los obreros cualificados, aquellos que habían aprendido desde hacía mucho tiempo la profesión, se convertía en una mercancía de gran valor para los capitalistas.
Así pues, sí que existe una relación entre la expansión mundial del capitalismo y la elevación del nivel de vida de los obreros de la industria, pero esa relación no es la que describe Lenin. LA MEJORA DE LA CONDICION PROLETARIA NO AFECTA A UNA MINORIA -INFIMA-, SI NO AL CONJUNTO DE LA CLASE OBRERA. NO RESULTA DE LA CORRUPCIOIN DE LOS OBREROS POR LA MAGIA CAPITALISTA, SINO DE LA LUCHA OBRERA EN EL PERIODO DE PROSPERIDAD CAPITALISTA.
Si los obreros europeos y americanos, masivamente, identificaron sus intereses con los de su capital, encabezados por las organizaciones políticas y sindicales, es porque durante decenios les embriagó el periodo de mayor prosperidad material que la humanidad haya vivido. Si la idea de la posibilidad de un paso pacífico al socialismo hizo tantos estragos en el movimiento obrero[3] es porque a veces parecía que la prosperidad social estuviese dominada por las fuerzas conscientes de la sociedad. La barbarie de la Primera Guerra Mundial tiró al fango de las trincheras de Verdún todas aquellas ilusiones. Mientras tanto, esas ilusiones permitieron mandar a la escabechina imperialista a más de 20 millones de hombres.
La guerra mundial significa el final definitivo de toda posibilidad de cohabitación entre "reformistas" y revolucionarios dentro del movimiento obrero.
Al transformarse en banderines de enganche de los ejércitos imperialistas, las tendencias reformistas mayoritarias dentro de la social democracia pasaron al terreno de la burguesía.
DESDE ENTONCES, LAS QUE FUERON TENDECIAS OBRERAS, FUERTEMENTE INFLUENCIADAS POR LA IDEOLOGIA DE LA CLASE DOMINANTE, PASARON A SER ÓRGANOS DEL APARATO POLÍTICO DE LA BURGUESIA.
Los partidos socialdemócratas NO SON YA ORGANIZACIONES "OBRERAS ABURGUESADAS" sino ORGANIZACIONES BURGUESAS QUE TRABAJAN DENTRO DE LA CLASE OBRERA. Ya no representan los intereses del proletariado ni los de una fracción de éste sino que encarnan los intereses de todo el capital nacional.
La social democracia no es más "obrera" por el hecho de que encuadra a obreros. La masacre de los obreros alemanes por la Social Democracia alemana en el Gobierno, justo después de la guerra, confirmó con sangre en qué lado de la barricada se situaba desde entonces.
La teoría que afirma que los partidos de izquierda y sus sindicatos defienden los intereses de la "aristocracia obrera" mantiene, de un modo u otro, que se trata de organizaciones obreras, aunque sea parcialmente.
Este problema "teórico" cobra toda su importancia práctica cuando las masas obreras se encuentran ante el ataque de otra fracción de la burguesía contra estas organizaciones. En nombre de la defensa de esas organizaciones "obreras" es como las "democracias occidentales" arrastraron a los obreros a luchar "contra el fascismo", desde España de 1936 hasta Hiroshima.
Es esa "ambigüedad" la que los epígonos actuales reivindican. La corriente maoísta viene de los partidos comunistas surgidos, en los pedazos que se desprendieron del bloque estalinista, bajo los golpes del desarrollo de los conflictos interimperialistas (particularmente entre China y Rusia) y de la intensificación de la lucha de clases.
Muchos grupos de origen maoísta afirman que los PC's son organizaciones burguesas pero añaden, a renglón seguido, que puesto que se apoyan en la "aristocracia obrera" son por lo tanto organizaciones "obreras aburguesadas"... Se puede adivinar la importancia que adquiere ese "matiz" para grupos como el "Marxist Worker's Commitee", que reivindican con orgullo sus "25 años de lucha"[4] (4) de los cuales las tres cuartas partes lo hicieron con los estalinistas. No trabajaban para la burguesía... pero lo hacían para la "aristocracia obrera".
Toda ambigüedad sobre el saber de qué lado de la barricada se encuentran los partidos de "izquierda" y los sindicatos es letal para la clase obrera. Desde hace sesenta años, casi todos los movimientos obreros importantes fueron reprimidos por "la izquierda" o con su complicidad. La Teoría de la "aristocracia obrera", al cultivar esa ambigüedad, desarma a la clase, al mantener confuso lo que debe estar clarísimo en el momento de emprender una batalla: QUIÉN ESTÁ CON QUIÉN.
V Una vulgar deformación del marxismo
Hemos demostrado cómo la teoría de la aristocracia obrera, tal y como la defienden los grupos maoístas y ex-maoístas, traduce una visión sociológica de la clase obrera; visión que adquirieron esas corrientes durante su experiencia estalinista.
En tales grupos, que se proclaman proletarios, la incapacidad de concebir la verdadera dimensión histórica del proletariado va paralela con la ignorancia de toda la práctica histórica real de las masas obreras.
Sustituyen la comprensión de la experiencia proletaria por un estudio casi religioso de ciertos textos de los "evangelistas proletarios", de quienes se citan extractos como si fuera una prueba absoluta de la veracidad de lo que ellos mismos dicen -La evolución de los grupos maoístas se constata en la cantidad de rostros de santones que van eliminando de sus iconos: al principio estaban colocados Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao; poco después quitaron a Mao y, en una fase más avanzada, cuando algunos empezaron a abrir los ojos sobre lo que fue la contrarrevolución estalinista, eliminaron también a Stalin; con lo que de golpe los tres que quedaban vieron su valor religioso aun más reforzado.
Para saber si tal o cual idea política es justa o falsa, no se plantean si ha sido confirmada o no por la práctica real y viva de las luchas obreras del pasado; sino si se puede justificar o no con una cita de Marx, Engels o Lenin.
Asi que, para demostrar "científicamente" la validez de su teoría de la aristocracia obrera, estos grupos atiborran a sus lectores con toda clase de citas, escogidas hábilmente, de Marx, Engels o Lenin.
Esos ultraleninistas se refieren a los errores de Lenin sobre la aristocracia obrera pero «olvidan que Lenin no dedujo nunca de ellas las posiciones aberrantes de Operai e Teoria, según las cuales los revolucionarios no tienen que seguir propugnando y valorizando los intereses comunes a todo el proletariado -como dice el Manifiesto- sino trabajar con vistas a realizar una escisión, un ruptura neta, entre los intereses de las capas más bajas y los de la aristocracia obrera» (Operai e Teoria).
Lenin no "predica" nunca que los obreros se organicen independientemente y contra el resto de su clase; al contrario, de la misma manera que combatió a la socialdemocracia patriotera como corriente política, defendió la necesidad de la unidad de todos los obreros en sus organizaciones unitarias. La consigna "Todo el poder a los Soviets" es decir, todo el poder a las organizaciones más amplias y "unitarias" que la clase haya creado, consignas que defendió con todas sus fuerzas, no son un llamamiento a la división sino todo contrario, a una más fuerte unidad para la toma del poder.
Respecto a las referencias que hacen esas corrientes a ciertas frases de Engels, hay que decir que son simplemente una tentativa de hacer decir a frases aisladas algo que no han dicho nunca. Engels habla varias veces de "aristocracia" dentro de la clase obrera. Pero ¿De qué habla?
En algunos casos habla de una parte de la clase obrera -la clase obrera inglesa- que en su mayoría gozaba de condiciones de vida y trabajo muy superiores a las de los trabajadores de otros países; en otros, habla de ciertos obreros que, perteneciendo a la clase obrera inglesa, están más especializados y mantienen todavía conocimientos artesanales y estatus corporativos muy concretos (mecánicos, carpinteros, obreros de la construcción,...).
Si en cualquier caso habla de "aristocracia obrera" es para combatir las ilusiones que pudiera tener la clase obrera inglesa de ser efectivamente una "aristocracia" y para insistir en el hecho de que la evolución del capitalismo, y sobre todo las crisis económicas que está condenado a atravesar, igualan "por lo bajo" las diferencias entre obreros y destruyen las bases mismas de los "privilegios" de ciertas minorías, incluso las de la clase obrera en Inglaterra.
Engels dice, en un debate de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores, I Internacional): «Eso (o sea, la adopción de la moción de Halles sobre la Sección irlandesa de la AIT) no haría sino reforzar la opinión, que llevamos oyendo desde hace ya demasiado tiempo entre los obreros ingleses, que dice que con respecto a los irlandeses son seres superiores y representan una especie de aristocracia, como los blancos de los Estados esclavistas se imaginaban serlo respecto a los negros)». Y él mismo anuncia cómo es la crisis económica que se va a encargar de barrer esa opinión que ya se ha oído demasiado: "Con la ruina de la supremacía industrial, la clase obrera de Inglaterra va a perder su situación privilegiada. En su conjunto -incluso con su minoría privilegiada y dirigente- se verá rebajada al mismo nivel que los obreros del extranjero»[5].
Y hablando de los viejos sindicatos, que agrupaban exclusiva y celosamente a los obreros más especializados, Engels dice: «Finalmente (la crisis aguda del capitalismo) tendrá que estallar y hay que esperar que pondrá entonces fin a los viejos sindicatos».
La experiencia práctica de las luchas obreras en el siglo XX puso fin efectivamente, con sus "nuevas" formas de organización basadas en las asambleas generales y sus delegados organizados en comités o en consejos, no solo a los viejos sindicatos de obreros especializados sino también a los sindicatos de todo tipo basados inevitablemente en categorías estrictamente profesionales. Fue para reforzar el movimiento, con la indispensable unidad de la clase obrera, por lo que Engels hablaba de una "especie de aristocracia" obrera.
Querer deducir de ello la necesidad de dividir a la clase obrera es pura falsificación.
Para terminar con las referencias "marxistas" señalemos puntualmente el descubrimiento de "Operai e Teoria" que pretende hallar en Marx una explicación de los antagonismos que opondrían a los obreros entre sí: "Todos los obreros juntos orgánicamente producen plusvalía, pero no todos la misma cantidad, porque no están todos sometidos a la extracción masiva de plusvalía relativa".
Evidentemente, esta gente ni siquiera se ha tomado la molestia de saber lo que es la "plusvalía relativa". Con ese término Marx define el fenómeno del incremento del tiempo de trabajo robado por el capital a la clase obrera gracias al incremento de la productividad.
Contrariamente a la extracción de la plusvalía absoluta, que depende esencialmente de la DURACIÓN del tiempo de trabajo, la plusvalía relativa depende de la productividad SOCIAL del conjunto de los obreros.
El aumento de la productividad se traduce en que son necesarias menos horas de trabajo para producir igual cantidad de bienes. El incremento de la productividad social se traduce en que es necesario menos tiempo de trabajo social para producir los bienes de subsistencia.
Los productos necesarios para mantener la fuerza de trabajo, aquellos que el obrero tiene que comprar con su salario, contienen cada vez menos valor. Si ahora puede comprar dos camisas en vez de una, esas dos camisas costaron menos trabajo para ser producidas que antes una, gracias al aumento de la productividad. La diferencia entre el valor del trabajo suministrado por obrero y el valor de la contrapartida que recibe en forma de salario, o sea la plusvalía que se apropia el capitalista, aumenta incluso si la duración absoluta de su trabajo no cambia.
La plusvalía relativa es la explotación necesaria para reforzar la dominación del capital sobre TODA la vida social[6]. Es la forma de explotación "más colectiva que una sociedad de clases sea capaz de llevar a cabo" (es por eso por lo que es la última).
En ese sentido, TODOS los obreros la soportan con igual intensidad.
El recurso sistemático a la plusvalía relativa no conduce a un desarrollo de antagonismos económicos en el seno de la clase obrera, como pretende "Operai e Teoría", sino por el contrario a la uniformidad de su situación objetiva frente al capital.
Está claro que no se puede leer a Marx con los ojos del sociólogo estalinista.
Ciertas corrientes políticas procedentes del maoísmo se jactan de su antisindicalismo radical. Eso crea ilusiones porque parece ser un paso adelante hacia posiciones de clase; pero la teoría que sostiene esas posiciones así como las conclusiones políticas a las que conduce, convierten ese antisindicalismo en un nuevo instrumento de división de la clase obrera.
Lo que convirtió en caduca, históricamente, la forma de organización sindical para la lucha obrera fue precisamente su incapacidad para permitir una unificación verdadera de la clase. La organización por ramas de industria, por profesiones a un nivel estrictamente económico, ya no permite la indispensable unificación para hacer eficaz cualquier lucha en el capitalismo totalitario.
Rechazar los sindicatos para dividir de otra manera a la clase obrera es a lo que conduce el antisindicalismo basado en la noción "antiaristocracia obrera".
R.V.
[1] Se trata de un artículo de Operai e Teoria -https://www.operaieteoria.it/archivio.htm- [6] en el que intenta responder a la crítica de Battaglia Comunista (Partito Comunista Internazionalista) que, aun siendo "leninista", les reprocha:
- favorecer el proceso capitalista de división de la clase obrera;
-basar su teoría en "la falsedad objetiva de los privilegios" dentro de la clase;
-No comprender la "tendencia del capitalismo, en su frase de crisis, a provocar un empobrecimiento progresivo de las condiciones de vida de todo el proletariado y por lo tanto a su unificación económica".
Battaglia Comunista tiene razón en sus críticas pero no va hasta el fondo, por miedo a poner en tela de juicio las palabras del "maestro"
[2] .- https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm [7]
[3] Los "compromisos" que hizo la III internacional con los partidos socialdemócratas desde 1920 a expensas de las tendencias obreras calificadas de "ultraizquierdistas" encontraron una justificación teórica en la ambigüedad del término "obrero-burgués" empleado con respecto a esos partidos socialdemócratas patrioteros. La Internacional de Lenin llegó incluso a pedirles a los comunistas ingleses que se integraran en el Partido Laborista
[4] Marxist Worker, nº 1 -1979: "25 years of struggle"- Our history"
[5] Extracto de una intervención en la sesión del Consejo General de la AIT en mayo de 1872
[6] El predominio de la plusvalía relativa sobre la plusvalía absoluta constituye una de las características esenciales de lo que Marx llama "la dominación real del capital"
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“...Muy lejos de ser una suma de prescripciones ya listas que bastaría aplicar, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que se pierde completamente en las nieblas del futuro. En nuestro programa poseemos solamente algunas pocas indicaciones generales, que señalan la dirección en la que las medidas a tomar deben ser buscadas, indicaciones, por otra parte, sobre todo de carácter negativo. Nosotros sabemos aproximadamente lo que debemos suprimir en primer término para dejar libre el camino a la economía socialista; sin embargo ¿de qué naturaleza serán los primeros millares de medidas concretas, prácticas y precisas, grandes y pequeñas, apropiadas para introducir los principios socialistas en la economía, en el derecho, en todas las relaciones sociales?; sobre esto no hay programa de Partido ni manual socialista que puedan enseñarnos algo. Esto no es una falta, sino precisamente una ventaja del socialismo científico sobre el utópico...”[1].
Es así como planteó Rosa Luxemburgo la cuestión de las medidas económicas y sociales que debe asumir la dictadura del proletariado. Este planteamiento sigue siendo válido hoy en día. El proletariado debe ante todo asegurarse de haber destruido el aparato estatal capitalista. El poder político es la esencia de la dictadura del proletariado. Sin ese poder, le será imposible efectuar ninguna transformación económica, social o jurídica en el período de transición entre el capitalismo y el comunismo.
Es verdad que la experiencia de la contrarrevolución estalinista añade otras indicaciones de “carácter negativo”, muy concreto, por ejemplo, las nacionalizaciones no pueden ser identificadas con la socialización de los medios de producción. La nacionalización estalinista, y aún la del período del “comunismo de guerra” (1.918-1.920), consolidaron el poder totalitario de la burguesía estatal rusa, dándole acceso directo a la plusvalía de los trabajadores rusos. La nacionalización ha pasado a ser parte integral de la tendencia general del capitalismo de Estado. Esta es una forma decadente y archi- reaccionaria del capitalismo, basada en una economía de guerra creciente y permanente. En Rusia, la nacionalización estimuló la contrarrevolución directamente[2].
Sin embargo, hay tendencias en el movimiento revolucionario actual que, aunque dicen que defienden esa posición general del marxismo, lo deforman y “revisan” con todo tipo de recetas “económicas y sociales” añadidas al poder político de la dictadura del proletariado.
Entre todas las tendencias, pensamos que el FOR (Fomento Obrero Revolucionario que publica Alarma, Alarme y Focus, entre otras publicaciones) se destaca por sus peligrosas confusiones. Nuestra crítica está por tanto dirigida a su manera de enfocar el problema de las medidas políticas y económicas a tomar por la dictadura de la clase obrera.
Para el FOR, la experiencia de la Revolución Rusa recalca la necesidad de socializar los medios de producción desde el primer día de la Revolución. La revolución comunista según el FOR es tan social como política. Veamos: “...La Revolución Rusa constituye una advertencia, y la contrarrevolución estalinista que la ha suplantado un escarmiento decisivo para el proletariado mundial: la degeneración de aquella se vio facilitada por la estatalización, en 1.917, de los medios de producción que una revolución obrera ha de socializar. Únicamente la extinción del Estado, como el marxismo la concebía, habría permitido transformar en socialización la expropiación de la burguesía. La estatalización vino a ser un estribo de la contrarrevolución…”[3].
El FOR se equivoca al afirmar que en 1.917 hubo estatalización de los medios de producción. Pero necesita decir esto para después presentar el “comunismo de guerra” como una “superación” del proyecto inicial económico bolchevique. La verdad es que: “...Casi todas las nacionalizaciones que tienen lugar antes del verano de 1.918 se deben a razones punitivas, provocadas por la actitud de los capitalistas, que se niegan a colaborar con el nuevo régimen...”.[4]
En 1.917 el partido bolchevique no tenía ninguna intención de agrandar a gran escala el sector estatizado ruso. Este ya era un sector enorme, que exhibía todas las características burocráticas y militarizadas de la economía de guerra. Al contrario, lo que los bolcheviques deseaban era controlar políticamente este capitalismo de Estado, en espera de la revolución mundial. La desorganización del país y de la Administración eran tan profundos que prácticamente no existía presupuesto estatal alguno. Los bolcheviques contribuyeron sin querer a una inflación monstruosa ya que los bancos no les ayudaban, obligándoles a emitir su propio papel moneda (¡en 1.921 más de 80.000 rublos billete por un rublo de oro!).
Los bolcheviques no tenían ningún plan económico concreto en 1.917, sólo el mantener el poder obrero de los Soviets, en espera de la revolución mundial, especialmente la europea. El mérito de los bolcheviques, como decía Rosa Luxemburgo, es haberse “...colocado en la vanguardia del proletariado internacional con la conquista del poder político.”[5]. En el plano económico y social Luxemburgo les criticaba severamente, no porque defendiera una suma de prescripciones teóricas, sino porque muchas de las medidas del Gobierno soviético no eran acertadas, dentro de las circunstancias dadas. Les criticaba porque verá en estas medidas empíricas obstáculos para el futuro desarrollo de la Revolución.
El “comunismo de guerra”, que se desarrolló durante la guerra civil, marca sin embargo una teorización peligrosa de las medidas tomadas. Para el FOR, este período contenía “relaciones no capitalistas”[6]. El FOR románticamente ignora lo que era una economía de guerra, insinuando que era una producción y distribución “no capitalista”. Los bolcheviques Lenin, Trotsky, Bujarin, entre otros, llegaron a afirmar que esta “política económica” los adentraba en el comunismo. Bujarin en tono delirante, escribía en 1.920: “... La revolución comunista del proletariado va acompañada, por una disminución de las fuerzas productivas. La guerra civil, hay agudizada por las vastas proporciones de la moderna guerra de clases, puesto que no sólo la burguesía, sino también el proletariado está organizado como poder de Estado, significa una pérdida neta económicamente hablando...”. Pero no hay que temer esto, nos consuela Bujarin: “...Así, la Revolución y la guerra civil aparecen como una disminución temporal de las fuerzas productivas, pero a través de la cual queda echada la base para su formidable desarrollo, pues las relaciones de producción han sido reestructuradas según un nuevo plan fundamental...”[7]
El FOR observa: “ ...El fracaso de esa tentativa ( del “comunismo de guerra”) debido a la caída vertical de la producción (bajó al 3% de la de 1.913), provocó el retorno al sistema mercantil que recibió el nombre de NEP: Nueva Política Económica...”[8]. Pero el FOR no critica el “comunismo de guerra” de ninguna manera seria. Es más, basa su crítica contra la NEP, como si esa política hubiera marcado algo como “un retorno al capitalismo”. Ya que según FOR el “comunismo de guerra” era una política “no capitalista”, sería lógico suponer que la NEP era su contrario. Pero esto es totalmente falso.
Hay que decir abiertamente que el “comunismo de guerra” no tenía nada que ver con la “producción y distribución comunistas”. Identificar el comunismo con el comunismo de guerra es una monstruosidad, aunque se haga entre comillas. La Rusia soviética de 1.918-20 era una sociedad militarizada al máximo. La clase obrera perdió su poder en los Soviets durante ese período que el FOR idealiza. Es verdad, la guerra contra la contrarrevolución tenía que hacerse y ganarse, y sólo podía hacerse en conjunción con el desarrollo de la revolución mundial y la formación de un Ejército rojo. Pero la revolución mundial no llegó y toda la defensa de Rusia recayó sobre un Estado organizado como un cuartel. La clase obrera y los campesinos apoyaron de la manera más heroica y ferviente esa guerra contra la reacción mundial, pero no hay que idealizar ni pintar de manera diferente lo que en verdad pasó.
La guerra civil y los métodos sociales, económicos y policíacos que se sumaron a los militares, acrecentaron enormemente la burocracia estatal, infectando al partido y aplastando a los Soviets[9]. Este aparato represivo, que ya no tenía nada de “soviético” es el organizador de la NEP. Entre el “comunismo de guerra” y la NEP hay una continuidad innegable.
El FOR no responde a esto: ¿cuál era el modo de producción bajo el “comunismo de guerra”?. “No capitalista” no explica nada, al contrario, oscurece la cuestión. Una economía de guerra no puede ser sino capitalista. Es la esencia de la economía decadente, de la producción sistemática de armamentos, de la dominación total del militarismo.
El “comunismo de guerra” era un esfuerzo político y militar de la dictadura del proletariado en contra de la burguesía. Esto es lo que importa. El aspecto político de control y orientación proletaria, más que todo. Era este, un esfuerzo temporal y pasajero que iba haciéndose más peligroso a medida que la revolución mundial se atrasaba. Era un esfuerzo que contenía enormes peligros para el proletariado organizado ya en cuarteles y, casi sin voz propia. El contenido “no capitalista” no existe excepto al nivel político antes mencionado. ¡De no ser así, el imperio incaico y su producción y distribución “no capitalista” sería un buen precursor de la revolución comunista![10]
El “comunismo de guerra” ruso se basaba en estos procedimientos supuestamente “anticapitalistas”:
1) concentración de la producción y distribución a través de los departamentos burocráticos (los “glavki”).
2) la administración jerárquica y militar de toda la vida social.
3) un sistema “igualitario” de racionamiento.
4) la masiva utilización de la fuerza laboral a través de “ejércitos industriales”.
5) la aplicación de métodos terroristas de la Cheka en las fábricas, contra las huelgas y elementos “contrarrevolucionarios”.
6) el incremento enorme del mercado negro.
7) la política de requisas en el campo.
8) la eliminación de incentivos económicos y el uso desenfrenado de métodos de “choque” (udarnost) para eliminar diferencias en ramas industriales.
9) la nacionalización efectiva de todos los ramos que servían a la industria de guerra.
10) la eliminación de la moneda.
11) el uso sistemático de propaganda estatal para levantar la moral de la clase obrera y del pueblo.
12) servicios gratuitos de transporte, comunicación y alquiler de viviendas.
Si no consideramos el aspecto político del poder de la clase obrera existente aún – esta es una descripción de una economía de guerra, una economía de crisis. Es interesante hacer notar que el “comunismo de guerra” jamás pudo ser planificado. Semejante medida, que hubiera significado una consolidación rápida, permanente y totalitaria de la burocracia, hubiera sido resistida por la clase obrera. La planificación militar sólo era posible sobre un proletariado completamente agobiado y derrotado. Es por eso por lo que el estalinismo en 1.928 y en adelante, añade la planificación (decadente) a una economía que en todo lo demás se parecería al “comunismo de guerra”. La diferencia fundamental era que la clase obrera había perdido el poder en 1.928. Si en 1.918-20 pudo controlar en algo el “comunismo de guerra” (el cual, en fin, de cuentas expresaba necesidades pasajeras, aunque urgentes), y aún utilizarlo para derrotar a la reacción externa, durante los últimos años de la NEP ya ha perdido todo su poder político. Por tanto, bajo el “comunismo de guerra” como de la NEP y el plan quinquenal estalinista, la ley del valor seguía imperando. El salario se podía disfrazar, la moneda podía “desaparecer” pero el capitalismo no dejó de existir por eso. No se le puede destruir con medidas administrativas o puramente políticas dentro de un solo país.
Que el partido bolchevique ya burocratizado se dio cuenta de que el “comunismo de guerra” no podía sobrevivir al fin de la guerra civil, demuestra que este partido obrero todavía conservaba cierto control político sobre el Estado que surgió de la Revolución Rusa. Hay que decir “cierto” porque este control era relativo y cada vez menor. Tampoco hay que olvidar que la necesidad de acabar con el “comunismo de guerra” se la recordaron a los bolcheviques los obreros y marineros de Petrogrado y Kronstadt. Estos últimos pagaron muy caro su atrevimiento. En realidad, la rebelión de Kronstadt es contra la supuesta “producción y distribución no capitalista” y contra todo el aparato terrorista estatal y de partido único ya imperante en Rusia durante la guerra civil.
No tenemos que repetir incesantemente que todo esto se debió al aislamiento de la revolución mundial. Es verdad. Pero no basta. La manera cómo tal aislamiento se manifestó dentro de la revolución rusa es también importante, porque nos da ejemplos y lecciones concretas para la futura revolución mundial. El “comunismo de guerra” fue una expresión inevitable pero funesta de este aislamiento político de la clase obrera rusa frente a sus hermanos de clase en Europa.
Al teorizar el “comunismo de guerra” ciertos bolcheviques como Bujarin, Kritsman, etc implícitamente defendían una especie de comunismo en un solo país. Claro, a ningún bolchevique de 1.920 se le hubiera ocurrido decir eso abiertamente. Pero está contenido en la idea de “producción y distribución no capitalista” hecha en un país o “Estado proletario” (concepción también falsa en FOR que a veces parece defender y otras no).
El error interno fundamental de la Revolución Rusa fue él haber identificado dictadura de partido con dictadura del proletariado, que es la dictadura de los Consejos Obreros. Fue un error substitucionista fatal de los bolcheviques.
En un plano histórico más general, este error expresaba todo un período de práctica y teoría revolucionaria que ya no existe. En los bordiguistas se encuentran retazos caricatúrales de esta concepción, la substitucionista, hoy en día caduca y reaccionaria. Pero el error de los bolcheviques, o la limitación de la Revolución Rusa, si se prefiere, no es que no traspasaran el nivel “puramente político” de la revolución social. ¿Cómo iba a hacerse eso si la revolución se hallaba aislada? Lo que hicieron en el plano social y económico es lo que más se podía. Esto es verdad respecto al “comunismo de guerra” y aún la NEP. Estas dos políticas contenían peligros profundos y trampas insospechadas para el poder político del proletariado. Pero mientras el proletariado se conservaba en el poder, los errores económicos podían arreglarse y componerse, al mismo tiempo que se esperaba a la revolución mundial. Si no se podía llegar al comunismo “integral” (palabra hueca que utiliza el grupo CWO en Gran Bretaña) esto no era porque la clase obrera no quería o no tenía otras “grandes experiencias” (como las de 1.936 en España). La pobreza de Rusia, su bajísimo nivel cultural, el desastre causado por la guerra mundial y la guerra civil, todo esto evitó que la clase obrera conserve su poder político, y también la traición de los bolcheviques se debe añadir como razón interna fundamental.
Pero la falta de medidas “no capitalistas” como la desaparición de la ley del valor, del asalariado, de las mercancías, del Estado y aún de las clases (¿en un solo país?), ¿Puede esto explicar la derrota interna de la Revolución Rusa? Esto es lo que parece decir el FOR. Citemos: “....El capitalismo se abrirá brecha siempre, si desde el principio no se le seca su manantial: la producción y la distribución fundadas en el trabajo asalariado. Lo que debe contar para cada proletario es el nivel industrial del mundo, no el de ´su` nación únicamente.”[11].
Sin embargo, pese a lo que FOR sugiere aquí, el “manantial” del capitalismo mundial no existe en pequeños charcos, a secar país por país. El FOR parece que no toma en cuenta que el capitalismo, como sistema social, existe a escala mundial, como relación internacional. La ley del valor por lo tanto no puede ser eliminada más que a escala mundial. Ya que afecta a todo el proletariado mundial, es imposible pensar que un sector aislado del proletariado pueda evitar sus leyes. Esta es una mistificación típica del voluntarismo anarquista, que pensaba que el Estado y el capitalismo se pueden eliminar a través de un falso comunismo de aldea o de comarca. En la tradición anarco- sindicalista la idea adquiere su variante “industrial”, pero sigue siendo la misma mistificación localista, estrecha y egoísta.
En el artículo de Munis citado más arriba se nos advierte que el proletariado no debe contar “únicamente” con el nivel industrial de “su” país. Consejo sabio éste, pero poco clarificador. Si se refiere a la posibilidad de tomar el poder político en un país, sea el que sea, es un buen consejo, aunque en realidad no tan nuevo.
Es verdad que lo que importa es el nivel mundial, no el de cada país. Sin embargo, FOR, al plantear la idea de que se puede iniciar la producción y distribución comunista “inmediatamente”, entonces el nivel industrial de cada país sería de importancia primordial. Sería lo fundamental, lo decisivo. Claro que semejante afirmación colocaría al FOR dentro de la tradición chovinista de un Vollmar o un Stalin. Pero lo realmente trágico es que debería captar que el comunismo es imposible en un solo país. El FOR responderá iracundo que no defiende la idea del “socialismo en un solo país”. Eso está bien, pero no se puede negar que la manera que tiene de plantear la cuestión de las tareas económicas y sociales, tan importantes como las políticas a su modo de ver, sugiere una especie de “comunismo en un solo país”. ¿Qué otro significado puede tener el decir que el capitalismo se abrirá brecha siempre, a menos que se “seque” su “manantial”? Pero ya hemos dicho que no se puede “secar” en un solo país. Por tanto, volverá inevitablemente ahí donde el proletariado ha tomado el poder, ya que no pudo “secar su manantial” capitalista del trabajo asalariado. Pero ¿puede el trabajo asalariado ser eliminado en un solo país o región?
Según el FOR, parece que sí. He ahí la cuestión. Al aceptar eso, se acepta el socialismo en un solo país. O se es coherente o no.
En una polémica (excelente en otros aspectos) contra los bordiguistas “centinelistas” de “Le Proletaire” , Munis repite: “....En nuestro concepto,...es la más importante de las imposiciones de la dictadura del proletariado, y sin ella no existiría jamás período de transición al socialismo...”[12]. Se refiere a la necesidad de abolir el trabajo asalariado. La necesidad del poder político, la tilda Munis de “...lugar común más que centenario.”. Pero la abolición del salariado lo es también.
Ahora, es cierto, que sin la abolición del salariado no habrá comunismo. Lo mismo se aplica a las fronteras, Estado, clases. No es necesario repetir que el comunismo es un modo de producción basado en la liberación más completa del individuo, en la producción de valores de uso, en la desaparición completa de las clases y la ley del valor. En esto estamos de acuerdo con el FOR.
La diferencia aparece cuando nos topamos con la primacía dada a las medidas económicas y sociales cuando el proletariado toma el poder. Veremos aquí que la cuestión del poder político, lejos de ser un “lugar común”, es lo decisivo para la revolución mundial. No así para el FOR.
El enfoque de Munis está encerrado en toda la óptica (miope) de las oposiciones trotskystizantes y aún bujarinistas a la contrarrevolución estalinista. Piensa que las garantías contra la contrarrevolución van a dárnoslas medidas económicas o sociales de tipo “no capitalistas”. Pese a la importancia de muchos de los escritos de E. Preobrazhenski, Bujarin, y otros economistas bolcheviques, sus aportaciones no arrojan luz sobre los problemas reales que enfrentaba la clase obrera en 1.924-30. Preobrazhenski hablaba de “acumulación socialista”, de la necesidad de establecer un equilibrio económico entre el campo y la ciudad, etc. Bujarin, pese a sus divergencias políticas con la Oposición de izquierdas, usaba similares argumentos. Todos quedaron encerrados en la idea de que “se puede hacer algo económicamente en un solo país” para sobrevivir.
Este era un falso problema ya que surgía cuando la clase obrera había perdido su poder de clase, su poder político. Cuando esto sucedió, toda la discusión sobre la “economía” soviética pasó a ser charlatanería pura y mistificación tecnocrática. La canalla estalinista dio la contestación definitiva a estos falsos debates con sus bárbaros planes quinquenales, con su terror policíaco y su masacre final del ya vencido partido bolchevique.
Si es verdad que la revolución proletaria de hoy día se hallará en condiciones más favorables que en los años 1.917-27, no podemos consolarnos pensando que los tremendos problemas que deberá afrontar van a desaparecer. El proletariado heredará un sistema económico putrefacto y decadente. La guerra civil aumentará este desgaste con más destrozos. El delirio aclamador de Bujarin respecto a este declive hay que evitarlo a toda costa como todo tipo de razonamiento apocalíptico o mesiánico sobre una revolución comunista “inmediata”. No se trata de gradualismo. Se trata de llamar a las cosas por su nombre.
Es evidente que, si la clase obrera toma el poder, digamos, en Bolivia (aunque sea momentáneamente), su capacidad de “socializar” sería muy limitada. Es posible que para FOR este inconveniente no molestará. El proletariado boliviano podría, por ejemplo, resucitar el espíritu “comunista” aymará y hasta resucitar a Túpac Amaru como comisario del pueblo. En Paraguay, para dar otro supuesto ejemplo, el proletariado podría retornar a un tipo antiguo de “comunismo” jesuita del Tiempo de la Conquista. Siempre hay que poner al mal tiempo buena cara. ¿No hablaba el mismo Marx de un “comunismo bárbaro” basado en la miseria generalizada?, se podría argüir, ¿no era ése un tipo de “comunismo” ?, pero ¿aplicable a nuestros días? Que nos lo diga el FOR. Parece que su apego a las “colectividades” en España le ha transmitido una añoranza especial del “comunismo primitivo”[13].
Bromas aparte (que esperamos que el FOR no tome a mal), hay que decir que el proletariado toma el poder político con miras al éxito de la revolución comunista mundial. Por tanto, las medidas en el plano económico y social deben orientarse en esa dirección. Por eso están subordinadas a la necesidad de conservar el poder político de los Consejos Obreros libres, soberanos y autónomos en tanto que expresiones de la clase revolucionaria dominante. El poder político es condición previa a toda “transformación social” ulterior, inmediata, mediata o como se quiera llamar. La primacía es el poder político. Eso no se cambia. En el plano económico, hay mucho campo para experimentar (relativamente) y también para cometer errores que no tienen por qué ser fatales. Pero cualquier alteración en el plano político implica, rápidamente, el retorno completo del capitalismo.
La profundidad de las transformaciones sociales posibles en cada país dependerá, claro está, del nivel concreto material de ese país. Pero en ningún caso darán la espalda a las necesidades de la revolución mundial. En este sentido, se puede imaginar un tipo de “comunismo de guerra”, o sea, una economía de guerra bajo el control directo de los Consejos Obreros. No nacionalizaciones, sino la participación de un aparato de Gobierno soviético controlado por la clase obrera. ¿Piensa el FOR que esto es imposible?, ¿Es esto estar “demasiado apegados al modelo ruso”?
Dar primacía a la abolición del salariado, pensando que con eso se llega al “quebrantamiento inmediato de la ley del valor (intercambio de equivalentes) hasta su desaparición inmediata....”[14] es pura fantasía “modernista”. Es el tipo de ilusiones que en ciertos momentos ayudarían a desarmar al proletariado, aislándolo del resto de la clase obrera mundial. Al decirle que ha “socializado” “su” sector de la economía mundial, que ha “quebrado” la ley del valor de “su” región, se le dice que defienda ese sector “comunista” cualitativamente superior al capitalismo externo. Nada sería más falso que esa demagogia. Lo que defendemos es el poder político de la clase obrera.
Lo que derrotaría a cualquier sector de la clase obrera que ha tomado el poder es el aislamiento de la revolución, o sea, la falta de conciencia clara por parte del resto de la clase obrera mundial sobre la necesidad de extender la solidaridad y la revolución mundial. He ahí el problema real. El FOR no lo enfoca así, aunque a veces agacha la cabeza en esa dirección. El problema no es que el capitalismo va a “resurgir” allí en donde no se le ha “secado el manantial” sino que el capitalismo sigue existiendo a escala mundial pese que uno, o algunos de los Estados, hayan sido derrotados. Pensar que se lo puede destruir en un sólo país es pura charlatanería que implica una profunda ignorancia de la economía capitalista según la analiza Marx. O, se trata de una “revolución simultánea” en todos los países, capaz de acortar enormemente el período de guerra civil para pasar al período de transición propiamente dicho (a escala mundial, por supuesto). Esto sería ideal, pero probablemente no va a suceder de esta manera instantánea, pese a los esfuerzos del FOR. Tener esperanzas, estar abiertos a posibilidades inesperadas o ideales es una cosa. Pero otra, muy distinta, es basar la perspectiva revolucionaria en eso y hasta escribir un “Segundo Manifiesto Comunista” con ese espíritu. La verdadera libertad nos la da el reconocimiento de la necesidad, no los aspavientos voluntaristas.
Pese a sus confusiones básicas sobre lo que fue el “comunismo de guerra” en la Revolución de Octubre, al menos el FOR comprende que se trataba de una revolución proletaria, de un esfuerzo político de la clase por mantenerse en el poder. Pero veamos ahora que nos dice el FOR sobre España 1.936.
Según el FOR, la tentativa del “comunismo de guerra”, aunque introdujo relaciones “anticapitalistas”, no sobrepasó nunca el estadio del ejercicio del poder político por la clase obrera. Para mostrarnos un ejemplo aún mucho más profundo de medidas o relaciones “no capitalistas” el FOR presenta las colectividades de 1.936-37 en España. Munis las describe así: “...Las colectividades de 1.936-37 en España no son un caso de autogestión. Algunas organizaron una especie de comunismo local (¿???) sin otras relaciones mercantiles hacia el exterior, precisamente como las antiguas sociedades del comunismo primitivo. Otras eran cooperativas de oficio o de pueblo, cuyos miembros se distribuían los antiguos beneficios del capital. Todas abandonaron, más o menos, la retribución de los trabajadores según las leyes del mercado de la fuerza de trabajo, así como, unas más que otras, según el trabajo necesario y el sobre- trabajo de donde el capital saca la plusvalía y toda la substancia de su organización social. Además, las colectividades hicieron a las milicias de combate donaciones en especies tan abundantes como reiteradas. No se pueden definir a las colectividades sino por sus características revolucionarias (¡sic!!), en suma, por el sistema de producción y distribución en ruptura con las nociones capitalistas de valor (de cambio necesariamente) ...”[15].
En su libro “Jalones de derrota: promesa de victoria” (1.948), Munis es aún más entusiasta: “...Incautada la industria, sin más excepción que la de pequeña escala, los trabajadores la pusieron en marcha organizados en colectividades locales y regionales por rama de industria. Fenómeno que contrasta con el de la Revolución Rusa y evidencia la intensidad del movimiento revolucionario español, la gran mayoría, de los técnicos y hombres especializados en general, lejos de mostrarse renuentes a la integración en la nueva economía, colaboraron valiosamente desde el primer día con los trabajadores de las colectividades. La gestión administrativa y la producción resultaron beneficiadas; el paso a la economía sin capitalistas se efectuó sin los tropiezos y la pérdida de la productividad que el saboteo de los técnicos infligió a la Revolución Rusa de 1.917. Muy al contrario, la economía regida por las colectividades realizó rápidos y enormes progresos. El estímulo de una revolución considerada triunfante, el gozo de trabajar para un sistema que substituiría a la explotación del hombre por su emancipación del yugo de la miseria asalariada, la convicción de aportar a todos los oprimidos de la Tierra una esperanza, una oportunidad de victoria sobre sus opresores, realizaron maravillas. La superioridad productiva del socialismo sobre el capitalismo quedó iluminadamente demostrada por la obra de las colectividades obreras y campesinas, mientras que la intervención del Estado capitalista regida por los arrogantes políticos del Frente Popular no rehízo el yugo destruido en Julio (de 1.936) ...”[16].
No es ésta la ocasión de continuar una polémica sobre la llamada “guerra civil en España”. Nosotros ya hemos publicado bastantes artículos sobre ese capítulo trágico de la contrarrevolución, que abrió paso a la segunda masacre imperialista mundial[17]. Aquí diremos brevemente que Munis y el FOR siempre han defendido la errónea idea de que en España hubo tal “revolución”. Nada es más extraño a la realidad histórica. Si bien es cierto que la clase obrera en España desbarató al aparato burgués en 1.936, y que en mayo de 1.937 se alzó, ya muy tarde, contra el estalinismo y el Gobierno del Frente Popular, esto no niega que la lucha de clases fuera desviada y absorbida entre la República y el fascismo. La clase sucumbió ideológicamente bajo el peso de esta vil campaña antifascista, fue masacrada en la guerra y rematada por la dictadura franquista, una de las más bestiales del siglo.
Las colectividades fueron ideales para desviar la atención del proletariado de su verdadero objetivo inmediato: la destrucción total del aparato estatal burgués con todos sus partidos, de izquierda incluidos. Estos últimos, revivieron el aparato estatal disgregado en 1.936 por los obreros armados. Pero, una vez hecho esto, la clase fue seducida por la lucha del Frente Popular contra la sublevación franquista. Las colectividades y los comités de fábrica se doblegaron ante esta inmundicia. El aparato estatal se reconstituyó integrando a la clase obrera en su frente militar, desviando así la lucha obrera hacia la masacre inter- burguesa.
“BILAN” (órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista) se opuso a cualquier idea de apoyar la supuesta “revolución española”. Correctamente escribían: “...cuando el proletariado no tiene el poder – y este es el caso hoy en España – la militarización de las fábricas equivale a la militarización de las fábricas en cualquier Estado capitalista en guerra...”. BILAN apoyaba a la clase obrera en España en esas horas aciagas y le señalaba el único camino que podía seguir: “...En cuanto a los proletarios de la península ibérica, no tienen ahora más que una salida, la misma del 19 de Julio de 1.936: huelga en todas las empresas, sean de guerra o no, tanto del lado de Companys como de Franco; contra los jefes de sus organizaciones sindicales y del Frente Popular y por la destrucción del régimen capitalista...”.
¡Qué lejos están estas palabras de la palabrería sobre la “superioridad del socialismo sobre el capitalismo” demostrada por las colectividades! No, la verdad hay que decirla de frente: en España no hubo ninguna revolución social.
El capitalismo sobrevivió porque la clase obrera en España, aislada de toda perspectiva revolucionaria mundial, fue encaminada a “autogestionarse” la economía de guerra “colectivizada”, en aras del capitalismo español. En estas condiciones, afirmar que la “revolución española” fue más lejos que la rusa en el nivel de las relaciones “no capitalistas”, es una patraña ideológica.
Munis y el FOR revelan aquí una incapacidad para comprender qué fue la Revolución de Octubre y que fue la contrarrevolución de España. Error garrafal para una tendencia revolucionaria. Minimizar el contenido de la primera en aras de la segunda es simplemente increíble. En realidad, al defender las colectividades, Munis y el FOR “teorizan” el apoyo dado al Gobierno republicano por los trotskistas durante la guerra civil. Es que no hay otra manera de explicar este apoyo fanático a las “colectividades”, cepo de la burguesía republicana en 1.936-37. Ya sabemos que, según el FOR, la tradición troskistizante es revolucionaria, el FOR sigue siendo su heredero histórico. Pero, veamos de pasada, lo que decían los trotskistas de la sección bolchevique-leninista de España (por la IVª Internacional):
“... ¡Viva la ofensiva revolucionaria! Nada de compromisos. Desarme de la Guardia Nacional Republicana (Guardia Civil) y de la Guardia de Asalto reaccionarias. El momento es decisivo. La próxima vez será demasiado tarde. Huelga General de todas las industrias que no trabajen para la guerra. Sólo el proletariado puede asegurar la victoria militar. ¡Armamento total de la clase obrera! ¡Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM!, ¡Viva el frente revolucionario del proletariado!, ¡En los talleres, en las fábricas, barricadas: ¡Comités de defensa revolucionaria!”[18].
Salta a la vista la reaccionaria posición de los trotskistas: “asegurar la victoria militar”. ¿Y de quién? ¡De la República! Esta “victoria militar” no debía ser amenazada por las huelgas irresponsables en las industrias bélicas, según los trotskistas.
Sí, sin duda, ésta era – y es – una diferencia fundamental entre el trotskismo y el marxismo. Los primeros no sabían distinguir entre revolución y contrarrevolución, y los segundos, que no sólo sabían, confirmaron también la posición marxista sobre la primacía, la necesidad fundamental, de asegurar el poder político, previo a todo intento de “reorganizar” la sociedad. Si la guerra burguesa de España hizo algo para la teoría revolucionaria fue confirmar esa lección de la lucha histórica de la clase obrera.
En el capítulo XVII de Jalones, titulado “La propiedad”, Munis dice abiertamente que en España “Nacía un nuevo sistema económico, el sistema socialista”[19]. La revolución comunista futura, nos advierte, tendrá una obra a continuar y perfeccionar. No importa para Munis que todo ese esfuerzo “socialista” estuviera plegado a una guerra cien por cien capitalista, a una masacre y un degüello que preparaba la matanza de la Segunda Guerra Mundial y sus 60 millones de muertos. En el fondo Munis sigue apoyando la guerra antifascista de 1.936-39, y en este sentido, no ha roto con los mitos del trotskismo. La mistificación sufrida por el proletariado es admitida por Munis, pero sin saber qué decir: “...El proletariado seguía considerandos la economía suya y definitivamente ido el capitalismo...”[20].
En vez de criticar las mistificaciones del proletariado, Munis se adapta a ellas, las idolatra y las “teoriza”. He ahí lo negativo, lo retrógrado del FOR y sus cantinelas sobre la “Revolución Española”. Su crítica es puramente económica: sobre todo se refiere a la falta de planificación a escala nacional. Para Munis “... la incautación y puesta en marcha de los centros productores por los trabajadores respectivos era un primer paso obligado. Quedarse en él debía resultar funesto.”[21]. Habla después también del poder político, que era “decisivo” (¡¡!!) para la revolución. Pero es para decirnos que la CNT no estuvo a la altura de las circunstancias, aceptando así que la CNT era un organismo de los trabajadores, lo cual es otro embuste. Según el FOR, la CNT era una organización proletaria a la que se le “olvidó” el “lugar común” del poder político[22]. Es así como plantea la “revolución española” el claro y tajante FOR.
El libro de Munis apareció en 1.948. Puede que sus ideas hayan cambiado. Pero al menos en su Reafirmación de Marzo de 1.972 (al final del citado libro) no hace comentarios, ni críticas de las actividades trotskistas en España.
En este sentido Munis no ha cambiado de ideas sobre la “revolución española” en más de 45 años. Estar demasiado apegados “al modelo ruso” no es un crimen para los revolucionarios; “traba conservadora” puede ser, pero pertenece a la historia de nuestra clase y por eso debemos asimilar todas sus lecciones ya que se trata de una revolución proletaria. Lo que no es el caso de la supuesta “revolución española”. Ahí nuestra clase jamás tomó el poder político, al contrario, se le convenció, en parte a través de las colectividades, que eso era un “lugar común” que era mejor dejarlo en manos de los señores de la CNT-FAI-POUM. Así, la clase obrera fue movilizada y masacrada por los republicanos y por sus verdugos estalinistas, y para remate por los fascistas. Para Munis, esta matanza no empaña en nada la sublime obra redentora de las colectividades. Frente a semejante lirismo, nosotros decimos que estar apegados – siquiera un poquito- al “modelo español”, sí es un error monstruoso para los revolucionarios.
Para Munis y el FOR, el poder político de la clase aparece a veces como algo importante y decisivo, y a veces, como algo que puede (e incluso debe) venir después. Algo como un “lugar común” que no hay que discutir mucho puesto que “ya nos lo sabemos”. La experiencia en España muestra, de manera negativa, la primacía del poder político sobre tales medidas o relaciones “socialistas”. Munis y el FOR no se percatan que en la guerra de España poder político y mistificación “colectivista” existían en proporción inversa. Lo uno negaba a lo otro, no pudiendo ser de otra manera[23].
En su Reafirmación, Munis escribe: “Mientras más años contemplamos retrospectivamente hasta 1.917, mayor importancia adquiere la revolución española. Fue más profunda que la Revolución Rusa...en el dominio del pensamiento no pueden elaborarse hoy sino despreciables remedos de teoría si se prescinde del aporte de la revolución española, y precisamente en cuanto contrasta, superándolo o negándolo, con el aporte de la Revolución Rusa...”[24].
Por nuestra parte, preferimos basar nuestras orientaciones en las verdaderas experiencias del proletariado y no en “innovaciones” modernistas como las del FOR.
Como clase explotada y revolucionaria que es, la clase obrera expresa a través de sus luchas históricas esta naturaleza complementaria. Es así como utiliza sus luchas reivindicativas, para ayudarse a alcanzar la comprensión de sus tareas históricas. Esa comprensión revolucionaria halla su obstáculo inmediato en cada Estado capitalista, que debe ser derrocado por la clase obrera de cada país.
Pero no puede la clase disolverse como categoría explotada sino a escala universal, porque esa posibilidad está ligada íntimamente a la economía mundial, que sobrepasa los recursos encontrados en cada economía nacional. El concepto de Rosa Luxemburgo sobre el capital global es muy importante a este respecto. El Estado capitalista si puede ser derrocado en cada economía nacional. Pero el carácter capitalista de la economía mundial, del mercado mundial, sólo puede ser eliminado a escala universal. La clase obrera puede instaurar su dictadura (aunque no por mucho tiempo) en un solo país o en un puñado de países aislados, pero no puede crear el comunismo en un solo país o región del mundo. Su poder revolucionario se expresa por su orientación netamente internacionalista, encaminada sobre todo a ayudar a destruir el Estado capitalista en todas partes, a destruir ese aparato policiaco-terrorista en el mundo entero. Ese período puede tardar algunos años, y mientras no se termine será difícil, sino imposible, tomar medidas reales y definitivamente comunistas. La destrucción total de las bases económicas del modo de producción capitalista no puede ser sino tarea de toda la clase obrera mundial, centralizada y unida, ya sin naciones ni intercambio mercantil. En cierto modo hasta que la clase obrera alcance ese nivel, seguirá siendo una clase económica, teniendo en cuenta las condiciones de penuria y desequilibrio económico que todavía subsistirán. Es así como la naturaleza tanto de clase explotada como de clase revolucionaria – intrínseca al proletariado – se dan mutuamente la mano tendiendo a fusionarse conscientemente en el largo proceso histórico que es la dictadura del proletariado y la total transformación comunista.
No pretendemos dar por terminada esta discusión tan importante. Pero sí queríamos presentar nuestras críticas a las concepciones de FOR sobre estos problemas de la revolución proletaria. Nada de lo que defienden respecto al “comunismo inmediato” nos convence de que el planteamiento de Rosa Luxemburgo citado al comienzo de este artículo sea erróneo. Y menos aún la idea de que la Revolución Rusa no fue tan profunda como la “revolución española”. Las ideas del FOR sobre las “tareas de nuestra época”, están conectadas a esta visión de un socialismo que puede ser alcanzado en cualquier momento y cuando al proletariado le dé la gana. Esta concepción inmediatista, voluntarista, ya ha sido criticada varias veces en nuestras publicaciones[25].
Las peligrosas confusiones del FOR esconden su incapacidad para comprender qué es la decadencia del capitalismo y cuáles son las tareas de la clase obrera en este período histórico. Igualmente, no ha sido capaz nunca de comprender el significado de los cursos históricos que se han manifestado en este siglo después de 1.914. No comprendió jamás, por ejemplo, que la lucha del proletariado español en 1.936 no podía cambiar el curso hacia la segunda guerra imperialista. Confirmación crucial de esto fue la tremenda confusión política del proletariado en España, que, en vez de continuar su lucha contra el aparato del Estado y todos sus instrumentos políticos y sindicales, se dejó maniatar por estos últimos, abandonando su terreno de clase.
¡Esta es la real tragedia del proletariado mundial en España! Pero para el FOR, este “jalón de derrota” confirmó la “superioridad” del socialismo sobre el capitalismo.
Qué errónea es esta apreciación sobre la revolución comunista, incapaz de comprender en qué momento el movimiento por la liberación total de la humanidad se hundió en el más bárbaro abismo. Si el proletariado es incapaz de comprender cuándo y cómo se lucha, sus perspectivas y esfuerzos más abnegados, serán desplazados por la clase enemiga y recuperados por ella momentáneamente y jamás estará a la altura de su misión histórica. Su futura liberación mundial requiere constantemente un balance profundo de los últimos 50 años. Cuando el FOR se dé cuenta de esta necesidad, y más que todo de lo que fue el trotskismo y la tal “revolución española”, sólo entonces podrá realmente avanzar y realizar la promesa de toda esa enorme pasión revolucionaria contenida en sus publicaciones.
[1] Rosa Luxemburgo, “La Revolución Rusa”, Editorial Anagrama, Barcelona 1.969, paginas 75-76. Se puede encontrar en Internet en https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf [11]
[2] Podemos consultar a este respecto el texto La experiencia rusa: propiedad privada y propiedad colectiva. /revista-internacional/200711/2089/la-experiencia-rusa-propiedad-privada-y-propiedad-colectiva [12]
[3] FOR, “Pro-Segundo Manifiesto Comunista”, Losfeld, París 1.965, página 24.
[4] Citado en el interesante opúsculo de Juan Antonio García Diez, URSS 1.917-1.929: De la Revolución a la Planificación. Madrid 1.969, página 53. Esto también lo afirman otros historiadores económicos de la Revolución Rusa como Carr, Davies, Dobb, Erlich, Levin, Nove, etc.
[5] R. Luxemburgo, ídem., página 85
[6] FOR, ibídem, página 25
[7] Nikolai Bujarin, “Teoría económica del período de transición”, Ed Siglo XX, Buenos Aires 1.974, página 35
[8] FOR, ibídem, página 25
[9] Ver a este propósito la 5ª parte de nuestra Serie ¿Qué son los Consejos obreros?, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es [13]
[10] ´Ver sobre este tema la Introducción a la Economía Política [14] de Rosa Luxemburgo, capitulo Historia Económica (I).
[11] Grandizo-Munis “Clase revolucionaria, organización política, dictadura del proletariado”, en Alarma nº 24, 1er Trimestre de 1.973, página 9
[12] Munis, ibídem, Alarma nº 25, 2º Trimestre 1.973, página 13
[13] Ver El mito de las colectividades anarquistas, https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas [15]
[14] Munis, ibídem, Alarma nº 25, página 6
[15] Munis, “Carta de protesta a la revista ´Autogestión et socialisme”, Alarma nº 22 y 23, Tercer y cuarto Trimestre de 1.972, página 11
[16] Munis “Jalones de derrota, promesa de victoria” (España 1.930-39), México 1.948, página 340
[17] Ver nuestro libro 1936: Franco y la Republica masacran a los trabajadores, https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [16]
[18] Munis, “Jalones...”, página 305
[19] Munis, ibídem, página 339-340
[20] Munis, ibídem, página 346
[21] Munis, ibídem, página 345
[22] Ver nuestro Serie sobre la CNT: Nacimiento del sindicalismo revolucionario en España (1910-1913) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200703/1322/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-nacimiento-del-sindicalismo- [17] La CNT ante la guerra y la revolución (1914-1919) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200705/1903/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-ante-la-guerra-y-la-revoluci [18] El sindicalismo frustra la orientación revolucionaria de la CNT (1919-23) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200708/2002/historia-del-movimiento-obrero-el-sindicalismo-frustra-la-orientac [19] ; La contribución de la CNT a la instauración de la República española (1923-31) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2068/historia-del-movimiento-obrero-la-contribucion-de-la-cnt-a-la-inst [20] El fracaso del anarquismo para impedir la integración de la CNT en el Estado (1931-1934) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200802/2189/historia-del-movimiento-obrero-el-fracaso-del-anarquismo-para-impe [21] ; El antifascismo, el camino a la traición de la CNT (1934-36)
[23] Como ya hemos dicho, Munis, a veces, insiste en que el poder político es lo decisivo. Ver, por ejemplo, en “Jalones”, pagina 357-358. Es un dualismo del que no se escapa el FOR
[24] Munis, ibídem
[25] Ver, entre otros, Octubre de 1917, principio de la revolución proletaria (I) https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i [22] y Octubre 1917: Principio de la revolución proletaria (II) https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2362/octubre-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-ii [23]
Publicamos aquí un panfleto escrito y difundido por contactos ecuatorianos contra la guerra entre Perú y Ecuador, en Enero de 1981. Incluimos también nuestra respuesta.
LA GUERRA ENTRE ECUADOR Y PERÚ
Los acontecimientos bélicos que al momento ocasionan muerte y tensión entre las poblaciones del Perú y Ecuador no dejan de tener una explicación histórica y material. La paz, dentro capitalismo, no es otra cosa sino la continuación de la guerra por medios diplomáticos. Los Estados capitalistas se arman hasta los dientes para defender la base territorial y recursos sobre los que se genera el proceso acumulativo. En nombre de la soberanía nacional, las burguesías nacionales mandan al pueblo a que derrame su sangre para salvaguardar sus más claros intereses económicos.
No deja de ser una coincidencia que, a los pocos días que el imperio inicia el pilotaje del Estado con un gobierno conservador, se destapen los fuegos en estos países semicoloniales. La crisis del capitalismo es una crisis mundial que conduce localmente a las sociedades del capital hacia la guerra. Los EEUU de Norteamérica reciben el peso de la crisis con demasiada fuerza, pero tienen la capacidad política, el poderío militar y el poder económico para transferirlo hacia las sociedades dependientes de la periferia. Mucho hay de por medio. Las corrientes de democratización de los pueblos en América Latina, por mucho que se encubran bajo el manto de los derechos humanos, no dejan de constituir un desequilibrio para los planes y estrategias globales del imperio. Cuando las confrontaciones del capitalismo internacional, capitaneado por las dos grandes potencias, son enfrentamientos de bloque, el imperio yankee tratará de homogeneizar los gobiernos bajo regímenes militares títeres, que pueden responder al unísono, a la voz del patrón del Norte. Por otro lado, la revitalización de la economía yankee, que al momento sufre por todos los efectos de la crisis capitalista: estrechez de la base acumulativa, inflación, saturación del mercado, competencia en la esfera productiva y en la del mercado, dificultades de inversión productiva, masivos desempleo y tensión, necesita consolidarse a través del comercio bélico. Así, la balanza de pagos de los yankees puede tender hacia el equilibrio, bañada en sangre de obreros y campesinos del Ecuador y el Perú.
En tiempos de guerra no hay ni agresor ni agredido. Cada Estado tratará de justificar la racionalidad de su lucha a través de la irracionalidad del enemigo. Bajo el nacionalismo, logrará cobijar al proletariado y lo lanzarán a defender sus recursos, los recursos de la burguesía. El territorio ecuatoriano y el territorio peruano no son ni de los ecuatorianos ni de los peruanos. PERTENECEN A LA BURGUESIA. Los soldados del pueblo, ecuatorianos y peruanos, deben coger las armas y disparar hacia arriba. El enemigo es el capital.
La crisis del capitalismo mundial se manifiesta con profunda gravedad en los pueblos de los países periféricos y dependientes del imperio yankee. Tal crisis es relativamente más profunda en el Perú donde la gente, particularmente en los centros urbanos, se aglutina en las calles en busca de empleos y comida. La inflación y el alto costo de la vida en Perú llevan a un estado de descomposición y tensión social que difícilmente puede controlarse sino por la represión y las armas. La burguesía peruana, influenciada por una política continental formulada mucho antes de que Reagan tome el poder del imperio, opta por lanzar al ejército peruano a la invasión. Así, las contradicciones que provocan el capital, la miseria humana, hambruna, malnutrición, desempleo, pueden olvidarse temporalmente, en nombre de la UNIDAD NACIONAL.
La política del cowboy Reagan frente al Ecuador tiene también su explicación. Un gobierno social-demócrata de pañal, que se expresa débilmente en Roldos, contaminado por la democracia cristiana, aliada al imperialismo, llevó como bandera internacional, la bandera mistificadora de los derechos humanos. En el poco tiempo de vida democrática, los aliados externos del Ecuador son, en efecto, los países más débiles políticamente de Latinoamérica. El Salvador, Nicaragua, México no constituye un aliado directo, a pesar de que coinciden en algunas tesis con el gobierno capitalista ecuatoriano. Aislar al Ecuador, colocarlo en una situación de mayor dependencia, desestabilizar la falsa democracia que de todas maneras se coloca como barrera al plan de subordinación continental, es el plan del imperialismo. Así, el petróleo fluirá con mayor fluidez, las armas se venderán más, las transnacionales no tendrán ninguna relativa obstrucción al interior del Pacto Andino y, en lo político, el imperio podrá instaurar una democracia dictatorial capitaneada por los demócratas cristianos. El pueblo saldrá a las calles movilizado por los chinos y la derecha del capital. Se derramará mucha sangre si las negociaciones diplomáticas no resultan. En nombre del imperialismo, el nacionalismo y la bendición internacional del Papa, que sin duda alguna llamará a la paz de los pueblos.
Los proletarios del mundo no tienen patria, su verdadero enemigo es el capital. Este es el momento de tomarse las tierras y las fábricas, en Perú y en Ecuador.
RESPUESTA DE LA C.C.I.
Los amos de los medios de comunicación, en el Este como en el Oeste, airean sistemáticamente, desde hace años y años, el tópico publicitario de que en Latinoamérica, la revuelta contra la miseria es siempre e inevitablemente una revuelta patriótica, nacionalista. El artista más simbólico de este montaje parece que sigue siendo Guevara, impreso en camisetas y ceniceros.
Y sin embargo, si hay una parte del mundo en donde, desde 1968, la clase obrera ha empezado a levantar cabeza, situándose en su propio terreno de clase, oponiéndose no sólo al imperialismo yankee, sino también a "su" capital nacional, a los "patronos patriotas" y a los explotadores "autóctonos", esa parte es América del Sur. Las luchas masivas y violentas de los obreros del automóvil en Argentina en 1969, las huelgas de los mineros chilenos bajo el gobierno Allende (huelgas que, por cierto, Fidel Castro intentó parar con su presencia, en nombre de la "defensa de la patria"), las huelgas de los mineros bolivianos, las de los obreros del textil y del hierro en Venezuela, las luchas de los obreros petroleros y del hierro en Perú a principios de 1981, la reciente huelga masiva de los metalúrgicos de Sao Paulo en Brasil, he ahí algunos de los más fuertes movimientos de la clase obrera en ese continente.
Esas luchas proletarias han puesto en entredicho el nacionalismo, más de manera intrínseca, en los hechos (por la negativa a distinguir entre capitalismos del país y foráneos), que de manera explícita y clara. No existe por ahora la fuerza política proletaria con suficiente entidad para poder defender e impulsar de manera explícita el contenido internacionalista que llevan en sí las luchas obreras. Tanto más por cuanto es en las organizaciones políticas más especializadas en el encuadramiento de los trabajadores, en donde se reclutan los elementos más nacionalistas.
A finales de Enero de 1981, estalla una "guerra" entre Perú y Ecuador. La razón estriba en el control de territorios que podrían tener petróleo y, de puertas para dentro de cada país, en el intento de restablecer el "entusiasmo nacionalista" y el látigo de las leyes militares, un mínimo de unidad nacional, violentamente sacudida particularmente en Perú por las luchas obreras de finales de 1980. Como de costumbre, todas las fuerzas políticas "nacionalistas", desde los militares hasta los sindicalistas más radicales, llamaron, tanto en Perú como en Ecuador, a los proletarios y campesinos, a defender "su" patria.
En tal contexto, no hace falta resaltar la importancia que tiene la voz, por muy débil que sea, que se levanta en uno de los países beligerantes y grita: "En nombre de la soberanía nacional, las burguesía nacionales mandan al pueblo a que derrame su sangre para salvaguardia de sus intereses económicos....Los proletarios del mundo no tienen patria, su verdadero enemigo es el capital". Una voz así expresa el movimiento real y profundo que está madurando en las entrañas de la sociedad capitalista mundial y cuyo principal protagonista es el proletariado.
El panfleto que hemos reproducido fue redactado y difundido en Ecuador durante los acontecimientos. Fue firmado con el nombre C.C.I., pero no se trata de un panfleto de nuestra organización. Los camaradas que lo hicieron quisieron, sin duda, manifestar con esa firma la adhesión que tienen a nuestras ideas y, en ningún caso, porque pertenecen a la organización.
Pero, lo esencial del panfleto está en su clara postura internacionalista. El documento aborda también otras cuestiones, y entre ellas, la de la "democracia" en Latinoamérica y sus relaciones con el imperialismo USA. A este respecto, se puede leer "....desestabilizar la falsa democracia que de todas maneras se coloca como barrera al plan de subordinación continental, es el plan del imperialismo". Esta fórmula da entender que la instalación, en países de Latinoamérica, de mascaradas democráticas iría en contra de los "planes del imperialismo" USA en aquel continente.
En el período actual y en los países semicoloniales, el problema número uno para la metrópoli del imperio USA es el de asegurar un mínimo de estabilidad: del país bajo la bota del bloque, estabilidad social, entre otras cosas para disminuir el riesgo de "desestabilización" por infiltración de partidos prosoviéticos en los movimientos sociales.
En los países subdesarrollados, en donde el ejército es la única fuerza coherente y centralizada a escala nacional, las dictaduras militares son el medio más sencillo para formar una estructura de poder. Pero cuando se despliegan movimientos sociales, obreros, "incontrolados" ...., que ponen demasiado en peligro el orden social, entonces los EEUU también saben instalar regímenes "más democráticos", que permitan esencialmente que aparezcan a la luz del día verdaderos aparatos de encuadramiento de los trabajadores (partidos de "izquierda", sindicatos). En general, esas democracias no son más que decorados que tapan el poder real de los ejércitos. Los estrategas del capital del bloque USA responsables de la estabilidad de la región pueden arreglárselas tanto con los regímenes militares más duros como con las "democracias", por lo demás tan duras como aquéllos, desde el instante en que les parece que eso puede contribuir al mantenimiento del orden.
Quizás sólo sea sencillamente un problema de formulación poco preciso en el texto. Unas líneas más lejos, por ejemplo, se hablan de "democracia dictatorial capitaneada por los demócratas cristianos" como "plan del imperialismo". Pero entonces, ¿por qué todas esas explicaciones sobre los países "aliados" del Ecuador?.
Si el nacionalismo es una trampa para los obreros de Latinoamérica, la democracia burguesa lo es también. Los obreros chilenos conocen el precio que tuvieron que pagar por las ilusiones en Allende y sus llamamientos a que se mantuvieran fieles al ejército nacional "democrático"[1]
Por todo eso, es necesario que no quede ambigüedad alguna sobre esa cuestión.
[1] Tras la primera intentona fracasada de golpe de Estado, Allende convocó a mítines masivos, llamando a la población a que se mantuviera tranquilla y que obedeciera a las tropas fieles. En su propio discurso, en el balcón del Palacio de la Moneda, Allende pidió aplausos para el fiel Pinochet, entre otros...
(Internationalisme, 1948)[1]
Hay un fenómeno en el proceso del conocimiento, en la sociedad burguesa, del que Harper[2] habla en su libro. Se trata de la influencia que por un lado tiene la división del trabajo capitalista en la formación del conocimiento y de la síntesis de las ciencias de la naturaleza y, por otro, el proceso de la formación del conocimiento en el movimiento obrero.
Harper escribe en un pasaje del libro que la burguesía en cada revolución tiene que aparecer como diferente de lo que antes era y de lo que es en realidad en el momento mismo, ocultando así su objetivo final. Esto es verdad, pero Harper, al no hablarnos del proceso de formación del conocimiento en la historia y al no plantear el problema de modo explícito, lo plantea de manera tan mecanicista como la que él les echa en cara Pléjanov y a Lenin. El proceso de formación del conocimiento depende de las condiciones en que se producen los conceptos científicos y las ideas en general, condiciones que están estrechamente relacionadas con las de la producción en general, o sea a las aplicaciones prácticas.
La sociedad burguesa, a medida que va desarrollando sus condiciones de producción, o sea su modo de existencia económica, desarrolla al mismo tiempo su propia ideología, es decir, sus conceptos científicos y sus concepciones del mundo. La ciencia es una rama muy particular en la producción de las ideas necesarias a la vida de la sociedad capitalista, la continuación, la evolución y la progresión de su propia producción. El modo económico de producción, aplica en la práctica lo que elabora la ciencia, pero a su vez tiene una gran influencia sobre la manera como se elaboran prácticamente las ideas y las ciencias. La división del trabajo capitalista, de igual modo que obliga a la más extrema especialización en todos los dominios de la realización práctica de la producción, obliga también a la mayor especialización y división del trabajo en el dominio de la formación de las ideas y principalmente en el domino de las ciencias.
Las ciencias y los sabios confirman con su presencia y sus especializaciones, la división universal del trabajo capitalista y le son tan necesarios como los generales y especialistas militares, o como los administradores y directores generales. La burguesía es perfectamente capaz de hacer la síntesis en el dominio particular de las ciencias que no se refiere directamente a su modo de explotación. Pero en cuanto toca este dominio, la burguesía tiende inconscientemente a disfrazar la realidad en compartimientos: historia, economía, sociología, filosofía ... .Sólo puede llegar a hacer intentos de síntesis incompletos.
La burguesía se limita a aplicaciones prácticas, a investigaciones científicas y en esto, es esencialmente materialista. Pero como no puede llegar a una síntesis completa, como está obligada, inconscientemente, a ocultar el hecho de que su propia existencia va en contra de las leyes científicas del desarrollo de la sociedad (descubiertas, éstas, por los socialistas), no puede asimilar esa barrera psicológica de la realidad de su existencia histórico-social más que gracias al idealismo filosófico que impregna toda su ideología. Ese disfraz necesario a la sociedad burguesa en tanto que modo de existencia social, es capaz de elaborarlo la burguesía misma con su propia filosofía (en sus diferentes sistemas), pero también es propensa a coger de las antiguas filosofías e ideologías de la existencia social de modos de producción pasados, pues éstas no afectan a su propia existencia y en cambio pueden seguir sirviendo de cortina de humo, y también porque todas las clases dominantes de la historia, en tanto que clases conservadoras; acaban por tener necesidad de los antiguos modos de conservación que ellos adaptan, naturalmente, según sus propias necesidades, o sea, deformándolos.
Por todo eso es por lo que incluso los filósofos burguesas, al principio de la historia de esta clase, podían ser, en cierto modo, materialistas, en la medida en que insistían más en que era necesario el desarrollo de las ciencias naturales; y, en cambio, eran básicamente idealistas en cuanto se ponían a hacer razonamientos sobre la existencia de la burguesía misma y para justificarla. Los que ponían más el acento sobre aquellos aspectos del pensamiento burgués podían aparecer como más materialistas, y los que más bien intentaban justificar la existencia de la burguesía no podían ser sino idealistas.
Sólo los socialistas científicos desde Marx han sido capaces de hacer la síntesis de las ciencias y del desarrollo social humano. Y es que esta síntesis es condición previa para el punto de partida revolucionario. Eso es lo que Marx hizo. En la medida en que planteaban nuevos problemas científicos, los materialistas de la época revolucionaria de la burguesía se veían atraídos y obligados a hacer la síntesis de sus conocimientos y de sus concepciones sobre el desarrollo social, pero sin que eso cuestionase en nada la existencia social de la burguesía antes al contrario, procurando justificar su existencia. Fue así como pudieron surgir individualidades que intentaron hacer esa síntesis, desde Descartes hasta Hegel. Es, en realidad, muy difícil separar materialismo e idealismo en la filosofía de Descartes o de Hegel: su intento de síntesis quiso ser completo, quiso abarcar con un mirar dialéctico, la evolución y el movimiento del mundo y de las ideas, pero no pudieron hacer otra cosa sino plasmar total y absolutamente el comportamiento de la burguesía en sus aspectos contradictorios. Y además son excepciones.
Lo que llevó algunos individuos hacia una actividad así, es algo que está por esclarecer todavía, pues el conocimiento social histórico, económico y psicológico sigue estando en pañales. En cuanto a nosotros, solo podemos decir la banalidad de que obedecían a preocupaciones generales de su sociedad.
En el capitalismo, y aun tendiendo hacia la construcción de una nueva sociedad, los socialistas por un lado y el proletariado de otro, están forzados, por su existencia y desarrollo en el seno del capitalismo, a plegarse, en el dominio del conocimiento, a las leyes propias de éste. Los militantes comunistas acaban por especializarse en la política, y sin embargo no les vendría mal y les sería muy útil procurar tener conocimientos y una visión de síntesis mucho más universal. Esto es lo que hace que se produzca la división en el movimiento obrero entre las corrientes políticas por un lado y por otro, muy a menudo incluso, entre la política y los teóricos de dominios científicos de la historia, de la economía, de la filosofía. El proceso de formación de los teóricos de socialismo ha ocurrido casi de la misma manera que la de los sabios y los filósofos burgueses de la época revolucionaria.
La influencia ambiente de la educación y del medio burgués se sigue manteniendo fuertemente en el proceso de formación de las ideas en el movimiento obrero. El desarrollo de la sociedad misma, por un lado, y de las ciencias por otro, son factores decisivos en la evolución del movimiento obrero. Este puede considerarse como una repetición inútil y, sin embargo, no se repetirá nunca lo suficiente. Y esa constante evolución paralela a la evolución del proletariado y de los socialistas es para éstos una pesada traba.
Los restos de religiones, es decir de épocas históricas precapitalistas, son atavismos de la burguesía "reaccionaria", pero sobre todo de la burguesía en tanto que última clase explotadora de la historia. A pesar de esto, la religión no es lo que hay de más peligroso en la ideología de las clases explotadoras, sino que lo es esa ideología en su conjunto, en donde al lado de las religiones, el chovinismo y demás idealismos verbosos, hay un materialismo seco, corto y estático. Así pues, hay que poner juntos el aspecto idealista del pensamiento de la burguesía y su materialismo de las ciencias de la naturaleza, que forma parte integrante de su ideología. Estos diferentes aspectos de la ideología burguesa, aunque para esta clase no forma parte de un todo, pues tiende a disfrazar la unidad de su existir bajo la pluralidad de sus mitos, deben ser analizados como tales por los socialistas.
Es así como uno se da cuenta de lo que le cuesta al movimiento obrero liberarse de la de ideología burguesa en su conjunto, tanto de sus idealismos como de su materialismo incompleto. ¿No ha tenido acaso influencia Bergson[3] en la formación de corrientes en el movimiento obrero en Francia?.
La gran dificultad está en hacer de cada nueva ideología o formulación de ideas el objeto de un estudio crítico y no es el objeto de un dilema entre adopción o rechazo. También está en concebir todo progreso científico, no como progreso real, sino como un progreso o un enriquecimiento (en el dominio del conocimiento) que está sólo en potencia en la sociedad y cuyas reales posibilidades prácticas de aplicación dependen, en última instancia, de las fluctuaciones de la vida económica del capitalismo. En este sentido, los socialistas acaban por tener únicamente una postura crítica permanente, haciendo de las ideas el objeto de un estudio: cara a la ciencia, mantienen una postura de asimilación teórica de sus resultados cuya aplicaciones prácticas comprenden como algo que no podrá servir a la humanidad en sus necesidades reales más que en sociedad que va evolucionando hacia el socialismo.
El proceso del conocimiento en el movimiento obrero considera como adquisición propia el desarrollo teórico de las ciencias, pero lo integra en un conjunto de conocimientos cuyo eje es la realización práctica de la revolución social, eje de todo progreso real de la sociedad.
Esto es lo que da lugar a que el movimiento obrero, a causa de su experiencia social revolucionaria de lucha en el seno del capitalismo contra la burguesía, se encuentre especializado en el dominio estrictamente político, el cual es, hasta la insurrección (toma de conciencia) el terreno neurálgico clave de la lucha de clases entre burguesía y proletariado. Esto es lo que le da el doble aspecto al desarrollo del conocimiento en el movimiento obrero, por un lado diferenciado y por otro unificado, que tiene lugar a medida que se va produciendo la liberación REAL del proletariado. Conocimiento político, por un lado, al plantear los problemas inmediatos y candentes; conocimiento teórico, y científico, que va evolucionando más lentamente, que se mantiene sobre todo (y hasta el presente) en las épocas de retroceso del movimiento obrero y que aborda sin duda alguna problemas tan importantes y en relación con los problemas políticos, pero de manera menos inmediata y candente.
En la política queda marcada, conforme se va desarrollando la sociedad, la frontera inmediata de clase, a través de la lucha política del proletariado. Es pues en el desarrollo de la lucha política del proletariado en donde se sigue paso a paso la evolución de la lucha de clases y el proceso de formación del movimiento obrero revolucionario en oposición a la burguesía cuyas formas de lucha política evolucionan en función de la evolución constante de la sociedad capitalista. La política de clase del proletariado varía entonces de día en día e incluso, en cierta medida, localmente (ya veremos luego en que medida). Es en esta lucha cotidiana, en las divergencias de partidos y de grupos políticos, en la táctica del lugar y del momento, en donde quedan plasmadas inmediatamente las fronteras de clase. Vienen luego, de una manera más general, menos inmediata y planteando objetivos más lejanos, los fines de la lucha revolucionaria del proletariado, que están contenidos en los grandes principios de los partidos y los grupos políticos.
Es pues en los programas primero, y luego en su aplicación práctica, en la acción cotidiana, en donde se plantean las divergencias en cuanto a la acción política, que reflejan en su evolución, a la vez que la evolución general de la sociedad, la evolución de las clases, de sus métodos de lucha, de sus medios y de sus ideologías, de la teoría y de la práctica del movimiento de su lucha política. Al contrario, la síntesis de la dialéctica científica en el dominio puramente filosófico del conocimiento, se desarrolla no a la manera dialécticamente inmediata de la lucha de la clase como práctica política, sino de una manera dialéctica mucho más lejana, esporádica, sin lazo aparente ni con el medio local, ni social, de manera parecida a como se desarrollaban las ciencias aplicadas, ciencias de la naturaleza, de finales del feudalismo y del nacimiento del capitalismo.
Harper no hace esas diferencias. No ha sabido mostrarnos el conocimiento en sus diferentes manifestaciones del pensamiento humano, muy dividido en especializaciones, en el tiempo, en lo diferentes medios sociales, en su evolución, etc....El conocimiento humano se desarrolla, hablando sencillamente, en función de las necesidades que los distintos medios sociales tienen que encarar y los diferentes dominios del conocimiento se desarrollan en función de las aplicaciones prácticas. Cuando más inmediatamente y de cerca toca el conocimiento humano el terreno práctico, tanto más sensible es su evolución; y al contrario, cuando más nos interesamos en una tentativa de síntesis, tanto más difícil es seguir la evolución, púes la síntesis se hace según las leyes puramente accidentales del azar, es decir, leyes tan complicadas, que proceden de factores tan diversos y complejos, que es prácticamente imposible ponerse hoy a hacer estudios semejantes.
Además, la práctica engloba a grandes masas de la sociedad, mientras que la síntesis la hacen a menudo individualidades. Lo social entra en leyes generales que son más fácil y más inmediatamente definibles. Lo individual aparece bajo el ángulo de particularidades casi imperceptibles para lo que es hoy la ciencia histórica, que aun está dando sus primeros pasos.
Por esta razón destacamos, en primer lugar, un grave error en Harper, el de haberse metido en un estudio sobre el problema del conocimiento, hablando únicamente de la diferencia que hay entre la manera burguesa de abordar los problemas y la manera socialista y revolucionaria, dejando en la sombra el proceso histórico de formación de las ideas. Al operar de este modo, la dialéctica de Harper resulta impotente y vulgar. Harper escribe un pequeño estudio interesante, criticando la manera como Lenin aborda la crítica del empiriocriticismo, demostrando, y es verdad, la mezcla de mal gusto en la polémica, de vulgaridad y errores en lo científico, de materialismo burgués y de marxismo. Pero al lado de ese interés, Harper saca unas conclusiones de una banalidad todavía mayor que la dialéctica de Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo.
El proletariado se sacude de encima, revolucionariamente, el medio social capitalista, gracias a una lucha continua, pero solo adquiere totalmente una ideología independiente en el sentido pleno del término, cuando realiza en la práctica la insurrección generalizada que hace realidad viva a la revolución socialista, permitiéndole andar sus primeros pasos. A la vez que el proletariado consigue la independencia política e ideológica total, que alcanza la conciencia de la única solución revolucionaria ante el marasmo económico y social del capitalismo, o sea, la conciencia de la construcción de una sociedad sin clases, que se despliega la insurrección generalizada, entonces también deja de existir en tanto que clase para el capitalismo y, por medio de la dualidad de poder a favor suyo, está creando el terreno histórico y social favorable para su propia desaparición como clase.
La revolución socialista contiene, pues las dos acciones del proletariado, la de antes y la de después de la insurrección. No consigue desarrollar totalmente una ideología independiente más que cuando ha creado el terreno favorable para su desaparición, es decir, tras la insurrección. Antes de la insurrección, su ideología tiene como principal objetivo conseguir que se realice prácticamente la insurrección, o sea la toma de conciencia de la necesidad de realizarla y de las posibilidades y medios que hay para realizarla. Tras la insurrección se plantean inmediatamente, por un lado, la gestión de la sociedad y por otro, la desaparición de las contradicciones legadas por el capitalismo. Y entre las primeras preocupaciones se plantea, tras la insurrección, la de evolucionar hacia el socialismo y el comunismo, es decir, la de resolver en la práctica lo que debe ser el período transitorio. Sólo a partir de este período, la conciencia social, incluso la del proletariado, podrá estar totalmente liberada de la ideología burguesa. Hasta ese acto liberador por la violencia, todas las ideologías burguesas, la ciencia y el arte, toda la cultura burguesa, seguirá influenciando a los socialistas incluso en su manera de razonar. Con mucha lentitud aparece una síntesis socialista de la evolución del movimiento obrero y de su estudio.
En la historia del movimiento obrero, ha ocurrido a menudo que aquellos que son capaces de razonar y analizar en profundidad lo referente a las clases y a la evolución del capitalismo o sobre un movimiento insurreccional, han sido, fuera del movimiento real mismo, más bien observadores que actores. Este es el caso de Harper comparado con Lenin. Así mismo, puede producirse un desfase en el devenir del conocimiento desde el punto de vista del socialismo, desfase que hace que ciertos estudios teóricos sigan siendo válidos mientras que los hombres que los han formulado practican una política que ya no está adaptada a la lucha del proletariado. Y la inversa ocurre también.
En el movimiento que arrastró a la clase obrera de Rusia a tres revoluciones en doce años, las tareas prácticas de la lucha de clases eran tan atrayentes y absorbentes, tantas las necesidades de la práctica de la lucha y, después, de la toma del poder mismo, que llevaban más la formación de políticos del proletariado como Lenin o Trotski, de hombres de acción, de tribunos y polemistas, que de filósofos y economistas. Los que esto eran, en la segunda y tercera Internacionales, estaban a menudo fuera del movimiento práctico revolucionario y, en todo caso, lo eran durante períodos de retroceso del curso revolucionario.
Lenin, entre 1900 y 1924, empujado por la marea de la revolución en auge, escribe una obra que es toda ella palpitante, áspera a veces como la lucha misma, con sus altibajos, imagen plasmada de la tragedia histórica y humana. Su obra es sobre todo polémica y política, de combate. Lo esencial de su obra para el movimiento obrero es, sobre todo, el aspecto político y no la filosofía y sus estudios económicos, de dudosa calidad por faltarle profundidad de análisis, conocimientos científicos y posibilidades de síntesis teórica. Al lado de la tormentosa situación histórica de Rusia, la tranquila situación en Holanda, en margen de la lucha obrera de Alemania, permite el desarrollo ideológico de un Harper, en un período de reflujo de la lucha de clases.
Harper ataca violentamente a Lenin en el punto flaco de éste, dejando en la sombra la parte más importante y más viva de su obra y acaba falseando el razonamiento cuando quiere sacar, de ese punto flaco, conclusiones sobre el pensamiento de Lenin y sobre el alcance de su obra.
Incompletas y erróneas ya respecto a Lenin, las conclusiones de Harper caen en la ramplona vulgaridad periodística cuando intenta sacarlas de la revolución rusa en su conjunto. Respecto a Lenin, todo lo dicho demuestra que Harper no ha entendido nada de su obra principal y así se apega a Materialismo y empirocriticismo únicamente. Respecto a la revolución rusa, la cosa es mucho mas grave y sobre ello hemos de volver.
Philippe
Continuará....
[1] La primera parte de este artículo con su correspondiente presentación fue publicada en la Revista Internacional, n° 25
[2] "Harper" era el pseudónimo de Pannekoek - NDLR
[3] Henri Bergson (1859-1941), filósofo francés opuesto al racionalismo. NDRL
De 1920 a 1945: revolución y contra-revolución
No es por casualidad que la contrarrevolución desencadenada contra los levantamientos obreros después de la Primera Guerra Mundial y que mantuvo su siniestra opresión hasta finales de los 60, tomase su forma más viciosa precisamente en los países en los que la resistencia proletaria había sido más fuerte: en Rusia, Alemania, Bulgaria, Polonia y todos los países fronterizos desde Finlandia a Yugoslavia. Los obreros que vivían entre el Ural y el Rhin fueron los primeros y los más firmes en la revuelta contra la masacre imperialista del 14-18 y contra los sufrimientos cada vez más fuertes para su clase, debido a un capitalismo históricamente en decadencia. Por ello se convirtieron en el objetivo principal de una burguesía mundial momentáneamente unida contra un enemigo común. La burguesía de los países del Oeste victoriosos armó y reforzó a los gobiernos y los grupos armados tanto más cuanto más violentamente atacaban a los obreros. Incluso enviaron sus propios ejércitos para intentar ocupar la URSS, los Balcanes, el Rhur, etc... peleándose entre ellos por el botín, pero siempre unidos contra la resistencia proletaria.
Ya en 1919, después de la caída de la República de los Soviets, el terror blanco campará a sus anchas abiertamente en Hungría. De Budapest en 1919 a Sofía o Cracovia en 1923, todos los levantamientos revolucionarios fueron masacrados y los jóvenes partidos comunistas dramáticamente debilitados, a menudo al límite de la exterminación física. Este fue por ejemplo el caso de Yugoslavia, donde centenas y millares de militantes comunistas fueron asesinados o encarcelados.
La contrarrevolución nacionalista
Así, mientras que la derrota de la clase obrera en los países desarrollados del Oeste debía ser completada por la movilización ideológica para la guerra de los Estados "democráticos" en los años 30, el aplastamiento del proletariado en el Este se convirtió muy rápidamente en un aniquilamiento físico. Pero no fueron tanto las máquinas de guerra y las salas de tortura del terror de Estado las que doblaron el espinazo del proletariado en estos años terribles de después de la guerra, sino sobre todo el peso del nacionalismo en los países del Este y el de la social-democracia en Alemania y Austria. La creación de un mosaico de Estados nacionales en Europa del Este al finalizar la Primera Guerra Mundial cumplió inmediatamente el papel contrarrevolucionario de levantar una barrera nacional entre el proletariado ruso y la clase obrera alemana. Es por lo que los comunistas polacos, ya en 1917, se oponían a la independencia nacional para la burguesía polaca que proclamaban los bolcheviques en la URSS. Continuando el combate contra el nacionalismo polaco, en línea con Rosa Luxemburgo, declaraban efectivamente la guerra a los social-demócratas polacos, a esta podredumbre chauvinista de la cual encontraremos más tarde un último heredero con el KOR. Los bolcheviques tenían razón en insistir sobre los derechos culturales y lingüísticos de los obreros y de los oprimidos de las minorías nacionales y de insistir en este derecho sobre todo en Europa del Este. Pero tendrían que haber sabido que estos derechos nunca serían respetados por la burguesía. En efecto, el joven Estado polaco de posguerra, por ejemplo, empezó inmediatamente a establecer una discriminación insidiosa contra los lituanos, los rusos blancos y otras minorías culturales existentes en el interior de sus fronteras. Pero sobre todo, los bolcheviques se equivocaron en fijar a los obreros la meta de defender o de crear Estados nacionales lo que sólo puede ser un medio de someterse a la dirección política de la burguesía, y esto en una época en la que la revolución proletaria, la destrucción de todos los Estados nacionales estaba históricamente a la orden del día.
Cuando el Ejército Rojo intentó tomar Varsovia en 1920, los obreros polacos se alinearon tras su burguesía, haciendo retroceder la ofensiva. Esto muestra la imposibilidad de extender la revolución proletaria militarmente. Muestra asimismo la fuerza de la ideología nacionalista en los países donde el Estado acaba de ser creado recientemente, y donde la explotación se ha cumplido siempre con la asistencia de parásitos extranjeros, de tal manera que los parásitos autóctonos pueden darse más fácilmente una imagen popular. El nacionalismo, que en este siglo ha significado siempre una sentencia de muerte para nuestra clase, ha continuado pesando sobre la lucha para su liberación en los países del Este y hoy pesa todavía.
La unidad del proletariado
El hecho de que la revolución proletaria tan esperada, estallase en la Europa del Este y no en los centros de las potencias industriales, causó una gran confusión en los revolucionarios de la época. Así los bolcheviques, veían los acontecimientos de Febrero del 17 como una revolución burguesa en una cierta medida, e incluso posteriormente, existió en el partido ciertas posiciones que veían tareas burguesas a cumplir en la revolución proletaria. Pero si era justo el considerar que la Europa del Este era el eslabón más débil de la cadena imperialista, donde menos existía una tradición democrático-burguesa, sindicatos establecidos y una social-democracia fuerte, no era menos cierto que este joven proletariado numéricamente débil, era muy combativo.
Nada más finalizada la guerra, la preocupación del movimiento proletario era la de extender la ola revolucionaria hacia el Oeste, hacia los centros industrializados del capitalismo. En esta época al igual que hoy, la tarea central del proletariado internacional no podía ser otra que la de construir un puente por encima de la fosa que separaba al Oeste del Este, fosa ahondada por la división de Europa en naciones vencedoras y naciones vencidas, división debida a la ley de la guerra. En esta época, al igual que hoy en que toda la burguesía mantiene la mentira de que habría dos sistemas diferentes al Este y al Oeste, los revolucionarios debían combatir con uñas y dientes contra la idea de que habría cualquier cosa fundamentalmente diferente en las condiciones y principios de la lucha de los obreros en el Este y el Oeste. Este combate era necesario por ejemplo, contra las mentiras de la social-democracia alemana según la cual la dominación de clase era especialmente brutal y totalitaria en el Este, mentiras destinadas a justificar el apoyo del SPD a su gobierno en la guerra contra Rusia. Es necesario insistir sobre el hecho de que esta brutalidad particular era coyuntural, y que las democracias del Oeste son tan salvajes y dictatoriales como las otras. Esta guerra política llevada por los comunistas contra los que defendían el imperialismo democrático, contra los que derramaban lágrimas de cocodrilo por la masacre de los obreros en la lejana Finlandia o en Hungría mientras que ellos asesinaban tranquilamente a los proletarios en Alemania, debe ser aún llevada contra los social-demócratas, los estalinistas, los izquierdistas. En cualquier momento, la tarea de los comunistas es la de defender la unidad fundamental de la lucha internacional del proletariado, mostrar que el telón de acero no debe ser una barrera que impida la lucha colectiva de los obreros del mundo entero. Hoy, como durante la oleada revolucionaria, las tareas del movimiento son las mismas en todas partes. Hoy como ayer, la Europa del Este es el eslabón débil del capitalismo mundial y los obreros de estos países pueden durante algún tiempo convertirse en la vanguardia del proletariado mundial. Como en 1917, cuando los obreros del mundo debían de seguir el ejemplo de sus hermanos de clase rusos, hoy deben sacar las lecciones de la lucha de clases en Polonia. Pero deben ir más allá, como la Internacional Comunista comprendió, y convertirse en una fuente de inspiración y de clarificación para los obreros del Este.
La herencia de la contrarrevolución
El terror abierto que se abatió sobre la Europa del Este y Central en los años 20 y 30, asociado para siempre a nombres como Noske, Pilsudski, Hitler, Stalin, acabó por eliminar casi físicamente también a la social-democracia, puesto que las necesidades de los diferentes capitales nacionales cambiaron radicalmente en una región en la que la clase obrera había sido totalmente vencida y dominada por Alemania y Rusia. Pero esto no podía en nada producir un debilitamiento de las ILUSIONES social-demócratas en el seno de la clase, que no pueden ser sobrepasadas más que a través de la experiencia de la lucha de clases. PRECISAMENTE PORQUE el capitalismo decadente ha tomado tan rápidamente la forma de una dictadura abierta en estos países, pasando por refinamientos tales como el circo parlamentario o los "sindicatos independientes", el carácter de señuelo y de engaño de estos órganos que, en otros tiempos, en los inicios del capitalismo, hicieron avanzar las posiciones de la clase, se hace con el avance de la contrarrevolución cada vez más evidente. Ni el fascismo, ni el estalinismo podían borrar la nostalgia que tenían los obreros del Este de los instrumentos que hoy, en el Oeste, son los cuerpos de fuerza anti-proletarios. La herencia social-demócrata, la creencia en la posibilidad de transformar la vida de los obreros al interior del capitalismo, que no puede ofrecer hoy más que miseria y destrucción, y la herencia nacionalista del período que siguió a la primera guerra mundial son hoy la pesadilla que influye notablemente en la lucha por un nuevo mundo y la frena, en una época en la que la base material de estas ilusiones desaparece rápidamente. El golpe más mortal que la contrarrevolución ha traído contra el movimiento obrero ha sido el reforzamiento de esas ilusiones.
Los obreros no han soportado pasivamente las derrotas de 1930. Por toda la Europa Central y la Europa del Este encontramos ejemplos de batallas heroicas de retaguardia que no fueron sin embargo lo bastante fuertes como para cambiar el movimiento hacia la guerra. Podríamos hablar por ejemplo, de la encarnizada resistencia de los obreros en paro en Alemania a comienzos de los años 30 o de la ola masiva de huelgas salvajes y de ocupaciones que sacudió a Polonia en los años 30, movimiento que tuvo por centro al bastión de Lodz. En Rusia incluso, el proletariado continuó resistiendo a la contrarrevolución victoriosa hasta los años 30.
Pero todo esto no fueron más que tentativas desesperadas de autodefensa de una clase que en ese momento no era capaz de desarrollar una perspectiva propia. El carácter cada vez más desesperado de la situación había sido puesto ya en evidencia por la insurrección de Kronstadt en 1921, que intentó devolver el papel central a los Consejos Obreros en Rusia. El movimiento fue masacrado por el mismo partido bolchevique que había sido algunos años antes la vanguardia del proletariado mundial, pero después había sido engullido por el Estado llamado "obrero". La degeneración de toda la Internacional Comunista cara al retroceso y la derrota final de las luchas revolucionarias de la clase obrera, abrió la vía a un triunfo completo del estalinismo. El estalinismo fue la forma más perversa que tomó la contrarrevolución burguesa, porque destruyó las organizaciones, enterrando las adquisiciones programáticas del proletariado desde su interior, transformado los partidos de vanguardia del COMINTERN en organizaciones defensoras del capitalismo de Estado y el terror y represoras de la clase en nombre del "Socialismo". Así fueron borradas todas las tradiciones del movimiento obrero. Primero en Rusia y después en el resto de países del Este. Los nombres de Marx y Lenin, utilizados por los estalinistas para cubrir su naturaleza capitalista, fueron identificados con la explotación a los ojos de los obreros como Siemens y Krupp en Alemania. En 1956, los obreros húngaros sublevados empezaron incluso a quemar estos "libros sagrados" del gobierno en las calles. Nada simbolizaría mejor el triunfo del estalinismo.
De 1945 a 1968: la resistencia de los obreros
El aniquilamiento de la revolución de Octubre y de la revolución internacional, al igual que el del partido bolchevique y el de la Internacional Comunista desde su interior, la liquidación del poder de los consejos obreros: tales fueron las principales condiciones para el advenimiento del imperialismo "rojo" "soviético". Rojo de sangre de los obreros y de los revolucionarios que masacró simbolizando por el verdugo Stalin, que era el digno sucesor del zarismo y del imperialismo internacional contra el cual Lenin había declarado una guerra civil en 1914.
Los nazis proclamaban la consigna "libertad de trabajo", "el trabajo debe ser libre" sobre los barrotes de Auschwitz. Pero ellos gaseaban sus víctimas. En la Rusia estalinista, por otra parte, las palabras del nacional-socialismo fueron recogidas literalmente. En los campos de Siberia, fueron conducidos a la muerte por miles. León Trotski en los años 30, olvidando los criterios políticos de clase, olvidándose de los obreros, llamó a ese siniestro bastión de la contrarrevolución "Estado obrero degenerado", a causa de la manera específica con la que los explotadores organizaban su economía. Sus discípulos acabaron por saludar "las conquistas de la URSS en Europa del Este como una extensión de las adquisiciones de Octubre".
El final de la guerra del 39-45 llevó a una explosión de combatividad a los obreros en Europa, no sólo en Francia e Italia, sino también en Alemania, en Polonia, en Hungría, en Bulgaria. Pero los obreros no eran capaces de enfrentarse al capitalismo en tanto que clase autónoma o incluso de defenderse realmente. Por el contrario, la clase en su conjunto estaba cegada por el antifascismo y la fiebre patriótica y los comités que hizo surgir en esa época no sirvieron más que para apoyar el Estado antifascista y la reconstrucción de la economía bajo Stalin, Churchill, Roosevelt. Al final de la guerra hubo actos suicidas de rebelión contra el terror del Estado nazi. Por ejemplo, las huelgas en Lodz y en otras ciudades de Polonia, las revueltas en los ghetos judíos y en los campos de concentración, resistencia obrera armada, incluso en Alemania y motines y hasta fraternización entre proletarios de uniforme. Pero estos intentos de revuelta, que en su momento pudieron revivir las esperanzas de algunos revolucionarios que aún quedaban en Europa, los que no habían sido suprimidos por los Estados democráticos o estalinistas o fascistas, eran una excepción. La segunda guerra mundial fue de hecho la cima de la derrota más aplastante que el proletariado haya sufrido nunca. No hay más que ver la barbarie sin precedentes que fue el frente del Este, donde las clases obreras alemana y rusa fueron lanzadas una contra otra en un combate fratricida y sangriento que acabó con la vida de 25.000.000 de seres humanos.
La sublevación de Varsovia
Sin esperanza ni perspectiva propia, el proletariado podía ser llevado a actos complemente desesperados. El mejor ejemplo fue el levantamiento de Varsovia que comenzó en Agosto de 1944. La insurrección fue declarada por el "Consejo polaco de unidad nacional" que incluían a todas las fuerzas antialemanas de la burguesía, incluyendo al viejo general Pilsudski y al PS polaco, los cuales habían reprimido más de un movimiento obrero. Aunque los estalinistas estuvieron obligados a participar para no perder su última influencia en los obreros y su "sitio de honor" entre la burguesía de la posguerra, el levantamiento fue tan antirruso como antialemán. Suponían que era el último gran paso para que los polacos "se liberaran a sí mismos" antes de que lo hiciera Stalin. El ejército ruso acampaba a 30 kms de Varsovia. Los obreros no necesitaban la ayuda de nadie. Habían luchado contra la GESTAPO durante 63 días, apoderándose de los barrios durante largos períodos. Los instigadores burgueses del movimiento, que residían en Londres, sabían bien que la GESTAPO no dejaría la ciudad sin haber destruido antes la resistencia obrera. Lo que en realidad querían, no era una "liberación polaca de Varsovia", lo cual nunca ha sido puesto en entredicho, sino más bien un baño de sangre que confirmaría el honor nacional y la unidad para los años venideros. Y cuando la GESTAPO arrasó la menor resistencia, le dejó la ciudad a Stalin con un cuarto de millón de muertos detrás. Y el ejercito soviético que doce años después fue tan rápido para entrar en Budapest y aplastan al Consejo de obreros, esperó pacientemente a que sus amigos fascistas acabasen su trabajo ya que el Kremlin no quería saber nada con obreros armados y con fracciones populares pro-occidentales de la burguesía polaca.
El establecimiento del régimen estalinista
Para moderar las últimas hostilidades y la desmoralización y para no provocar demasiado pronto tensiones interimperialistas entre los aliados victoriosos, los estalinistas reunieron gobiernos de frente popular en los países del Este al final de la guerra, gobiernos de derechas, con socialdemócratas e incluso fascistas.
Por el hecho de la presencia de los ejércitos estalinistas en Europa del Este, la no puesta en marcha de un control absoluto del Estado por los estalinistas no fue un problema y se impuso casi "orgánicamente" en todas partes. En Checoslovaquia, el PC organizó manifestaciones con la ayuda de la policía de Praga en 1948, manifestaciones que se inscribieron en los libros de la historia estalinistas como "heroica insurrección checoslovaca". Solo la completa estatalización de la economía y la fusión entre el Estado y los PC en Europa del Este podían garantizar el paso definitivo de las "democracias populares" bajo influencia rusa; el principal problema al que se enfrentaron los nuevos dirigentes fue la implantación de regímenes que tuvieran cierta credibilidad en la población, particularmente entre los obreros.
En el período entre ambas guerras, en la Europa del Este, los estalinistas eran poco numerosos y estaban aislados en muchos de esos países e incluso en donde tenían más influencia como en Checoslovaquia, en Alemania o en Polonia, tuvieron que combatir en otro frente contra los socialdemócratas. Sin embargo, los estalinistas en Europa del Este eran capaces de ganar algunas bases de apoyo en la sociedad. No impusieron su reino desde el principio por medio del terror estatal, a diferencia de los regímenes estalinistas en la URSS. En ningún sitio, salvo en Rusia, los estalinistas fueron identificados como instrumentos directos de la contrarrevolución; hasta 1945, los estalinistas siempre habían sido un partido de oposición, no un partido de gobierno. Más aun, el racismo, el patrioterismo y el antifascismo de esa fracción del capital le recabó beneficios al principio de su reinado. El estalinismo en Europa del Este se benefició del hecho de haber llegado al poder en el período mas profundo de la contrarrevolución. Desde el principio, pudo utilizar el antigermanismo para dividir a la clase obrera, expulsar del bloque a millones de de campesinos y obreros siguiendo las teorías raciales mas "científicas".Más de 100.000 ocupantes de campos de concentración, de lengua alemana, que había resistido contra el terror nazi, fueron expulsados de Checoslovaquia. Pero incluso el antigermanismo no fue más que un complemento, no llegando a sustituir al ya tradicional antisemitismo del arsenal estalinista.
Después de 1948, hubo un aumento de las tensiones interimperialistas entre los dos bloques dominados por americanos y rusos, que se expresó principalmente en una competencia cada vez mayor a nivel militar. Pero además en esa época, el período de reconstrucción de la posguerra empezaba a estar en apogeo. Tanto en el Este como en el Oeste, eso significaba lo mismo para los obreros: mayor explotación, salarios reales más bajos, crecimiento de la represión estatal y una mayor militarización de la sociedad. Este proceso contribuyó a un fortalecimiento de la unidad en cada bloque, que en el territorio ruso no podía ser llevado a cabo más que con métodos terroristas, como por ejemplo los juicios antititistas.
Las luchas de 1953
En 1953, la resistencia obrera surge abiertamente por primera vez desde la guerra. En dos meses, tres estallidos de lucha de la clase hicieron que se tambaleara la confianza de la burguesía en sí misma. A principios de Junio, las revueltas en Pilsen en Checoslovaquia tuvieron que ser reprimidas por el ejército. En el campo de trabajo de Vorkuta, en Rusia, medio millón de prisioneros se sublevaron, encabezados por mil mineros, y declararon la huelga general. Y en Alemania del Este, el 17 de Junio hubo una revuelta obrera que paralizó las fuerzas nacionales de represión y que tuvo que ser aplastada por los tanques rusos.
El día en que los obreros de Alemania del Este se sublevaron, hubo manifestaciones y revueltas en siete ciudades polacas. La ley marcial fue promulgada en Varsovia, Cracovia y Silesia, y los tanques rusos tuvieron que participar en la represión de los desórdenes. Al mismo tiempo, las primeras grandes huelgas desde los años 40 surgieron en Hungría, en los grandes centros del hierro y del acero Matyas Rakosi y Csepel en Budapest. Las huelgas se extendieron a muchos centros industriales de Hungría, y hubo manifestaciones de masas campesinas en la gran llanura húngara[1].
El 16 de Junio, los obreros de la construcción de Berlín Este plantaron sus herramientas y dirigiéndose hacia los edificios gubernamentales, empezaron a convocar a una huelga general contra el aumento de las normas productivas y la baja de los salarios reales. 24 horas después, la mayoría de los centros industrializados del país se paralizaban, Comités de huelga espontáneamente creados, coordinando sus luchas en ciudades enteras, organizaron la extensión de la huelga. Los edificios del Estado y del Partido fueron atacados, los presos liberados, la policía vencida allí donde aparecía. Por primera vez, el intento de extender la lucha más allá de las fronteras de los bloques imperialistas se realizó. En Berlín, los manifestantes se dirigieron hacia el sector oeste de la ciudad, llamado a la solidaridad a los obreros del Oeste. Los aliados occidentales, que seguramente hubiesen preferido que el muro de Berlín ya estuviese construido en aquella época, tuvieron que cerrar su sector para evitar la generalización[2].
La revuelta en Alemania del Este, sumergida como estaba en ilusiones sobre la democracia occidental, el nacionalismo, etc..., no podía amenazar el poder de clase de la burguesía. Sin embargo, debilitó la estabilización de los regímenes estalinistas y la eficacia de la RDA como muralla del bloque ruso. Los sucesos de 1953 animaron a la burguesía del bloque a tomar iniciativas:
La muerte, curiosamente propicia, de Stalin, permitió a Kruschev introducir la iniciativa política y económica en esa dirección. Pero 1953 pareció amenazar la ejecución de este cambio político. La burguesía temió que este cambio pudiese ser interpretado como una señal de debilidad, tanto por los obreros como por los rivales imperialistas occidentales. En consecuencia, el estalinismo siguió un curso tortuoso durante 3 años oscilando entre el antiguo estilo y el nuevo. De hecho, la expresión clásica de una crisis política abierta en Europa del Este no son las purgas y juicios masivos, que no hacen más que revelar que una fracción ha tomado la delantera, sino sus oscilaciones indecisas entre diferentes fracciones y orientaciones.
El levantamiento de 1956
"!Atención¡ !Ciudadanos de Budapest¡ !Estad en guardia¡ Casi 10.000.000 de contrarrevolucionarios se han extendido por el país. En los viejos barrios aristocráticos como Csepel y Kirpest, más de 10.000 antiguos propietarios, generales y obispos se han atrincherado. A cauda de los destrozos de estas bandas, sólo 6 obreros han quedado con vida y han formado un gobierno bajo la presidencia de Janos Kadar" (cartel en una pared de Budapest, Noviembre de 1956).
En 1956, la lucha de clases estalló en Polonia y Hungría. El 28 de Junio, una huelga casi insurreccional estalló en Poznan, en Polonia, y debió ser reprimida por el ejército. Este hecho, que era el punto culminante de una serie de huelgas esporádicas en Polonia (centradas en Silesia y en la costa báltica), aceleró la subida al poder de la fracción "reformista" dirigida por Gomulka, nacionalista exaltado[3]. Gomulka comprendió la importancia del antiestalinismo y de la demagogia nacionalista en una situación peligrosa. Pero el Kremlin creía que su nacionalismo ultra animaría el crecimiento de tendencias antiestalinistas organizadas en Polonia y se opuso a los planes de Gomulka que quería aislar al proletariado haciendo concesiones al campesinado sobre la cuestión de la colectivización. Pero a pesar de la desaprobación de los rusos, que llegaron incluso a amenazar con una invasión militar, Gomulka estaba convencido de su papel mesiánico de salvador del capital polaco. De hecho, sabía que haciendo gala de su oposición a Moscú quedaría mejor asegurada la popularidad, ya bastante carcomida, de los estalinistas en Polonia. Ordenó pues al ejército polaco bloquear las fronteras con Rusia y amenazó incluso con armar a los obreros de Varsovia en la eventualidad de una invasión. Pero contrariamente a lo que hoy todavía dicen, por ejemplo, los trotskistas, que Gomulka había amenazado a los rusos con una sublevación popular, lo que hizo entonces el estalinismo polaco no fue más que intentar ADVERTIR a sus amigos del Kremlin del PELIGRO de tal sublevación.
Kruschev sabía muy bien que Polonia, encajonada como estaba entre Rusia y sus avanzadas militares en Alemania, no podía aliarse con el bloque americano, fuese gobernada por Gomulka o por otro. Los rusos fueron así persuadidos de ceder, y este "triunfo" nacional aumentó la aureola de las mentiras que hacían vivir a los partidarios de Gomulka. Aunque la policía polaca consiguiese de manera evidente impedir explosiones más fuertes, la situación siguió siendo crítica. El 22 de Octubre hubo violentos enfrentamientos entre los obreros y la policía en Wroclaw (Breslau). Al día siguiente, hubo manifestaciones tempestuosas en Gdansk, y las huelgas estallaron en diferentes lugares del país, incluido el sector clave del automóvil Zeran en Varsovia.
El mismo día, 23 de Octubre, una manifestación convocada por grupos de estudiantes estalinistas de oposición en Budapest, capital de Hungría, atrajo a cientos de miles de personas. La manifestación estaba comprendida como manifestación de apoyo a Gomulka y no a los obreros que estaban en huelga contra el gobierno. Su objetivo inmediato era el de llevar al poder al ala "reformista" de la burguesía húngara, conducida por Nagy. La manifestación acabó en violentos enfrentamientos entre jóvenes obreros y la policía política ayudada por unidades de tanques rusos. Los enfrentamientos callejeros duraron toda la noche. Los obreros habían comenzado a armarse[4].
Cuando las primeras dramáticas noticias de los sucesos de Budapest llegaron a Varsovia, Gomulka estaba a punto de dar un mitin a un cuarto de millón de personas. Advirtió a los obreros polacos que nos había que "meterse en los asuntos húngaros". La principal tarea en ese momento era la de "defender las conquistas del Octubre polaco" y asegurar que "ninguna disensión destrozase mas la patria".
24 horas después de los primeros enfrentamientos en Budapest, un gobierno "progresista" dirigido por Nagy subió al poder, y llamó inmediatamente a la vuelta al orden con la colaboración estrecha y constante de los generales rusos. La noche del mismo día, la revuelta se fue desarrollando hasta llegar a un nivel insurreccional. Dos días después, el país entero estaba paralizado por una huelga de masas de más de 4.000.000 de obreros. La extensión de la huelga de masas, la difusión de noticias y el mantenimiento de los servicios esenciales fueron tomados a su cargo por los Consejos Obreros. Estos últimos habían surgido por todas partes, elegidos en las fábricas y responsables ante las asambleas. Durante días, estos Consejos aseguraron la centralización de la huelga. En 15 días, la centralización se había implantado por todo el país.
Los regímenes del bloque del Este son rígidos como cadáveres, insensibles a las necesidades cambiantes de la situación. Pero cuando ven su existencia directamente amenazada, se vuelven sorprendentemente flexibles e ingeniosos. Algunos días después del comienzo de la lucha, el gobierno Nagy dejó de denunciar esta resistencia e intentó incluso encabezarla para evitar una confrontación directa con el Estado. Se anunció que los Consejos Obreros serían reconocidos y legalizados. Puesto que no era posible aplastarlos, era preciso estrangular el movimiento por la burocracia, integrándolos en el Estado capitalista. Y se prometió la retirada del ejército ruso.
Durante cinco días, las divisiones del ejército ruso, duramente afectadas, se retiraron. Pero durante estos cinco días, la posición política de los estalinistas húngaros empeoró peligrosamente. La fracción de Nagy, que había sido presentada como "el salvador de la nación", solamente UNA SEMANA después de su subida al poder, estaba a punto de perder rápidamente la confianza de la clase obrera. Ahora, con el tiempo que pasaba, no le quedaba otra alternativa que hacerse el falso representante del movimiento, utilizando plenamente todas las mistificaciones burguesas que podían impedir que la revuelta se convirtiese en una revolución. Las ilusiones democráticas y sobre todo nacionalistas de los obreros debían ser reforzadas, mientras el gobierno intentaba arrancar la dirección del movimiento a los Consejos Obreros. Para ello, Nagy declaró la neutralidad de Hungría y su intención de retirarse de la alianza militar del Pacto de Varsovia. Era una apuesta desesperada, un intento de hacer un nuevo Gomulka pero en circunstancias mucho mas desagradables. Y le salió mal. De una parte, porque Moscú no estaba dispuesto a retirar sus tropas de un país fronterizo con el bloque rival. Por otra parte, porque los Consejos Obreros, aunque en su mayor parte bajo el dominio del movimiento de Nagy, no querían perder el control de sus propias luchas.
Lo decisivo para la suerte de la revuelta proletaria en Hungría era pues la evolución de la situación en Polonia. Manifestaciones de solidaridad con Hungría habían tenido lugar en numerosas ciudades. En Varsovia, hubo un mitin de solidaridad masivo. Pero, fundamentalmente, los Gomulkistas tenían el control de la situación. La identificación de los obreros polacos con "la patria" era todavía fuerte. Una lucha internacional de los obreros polacos y sus hermanos de clase húngaros no estaba aun a la orden del día.
Con Gomulka y el veneno nacionalista que aseguraban el orden en Polonia, el ejército ruso tenía las manos libre para ocuparse del proletariado húngaro. Cinco días después de haber dejado Budapest, el ejército ruso volvió para aplastar a los soviets obreros. Arrasaron los barrios obreros, asesinando 30.000 personas según las estimaciones más optimistas. Pero a pesar de esta ocupación, la huelga de masas continuó durante semanas y los que defendían la posición de acabar la huelga en los Consejos eran revocados, incluso después de que la huelga de masas acabase, continuaron produciéndose regularmente actos de resistencia hasta Enero de 1957. En Polonia, los obreros se manifestaron en Varsovia y se enfrentaron con la policía en Bydgoszcz y Wroclaw, e intentaron saquear el consulado de Rusia en Sczecin. Pero los obreros en Polonia no habían identificado a sus propios explotadores con los verdugos del proletariado húngaro. E incluso en Hungría, los Consejos Obreros hasta su disolución, siguieron negociando con Kadar sin querer convencerse que él y su movimiento habían colaborado con el Kremlin para aplastar a la clase obrera.
1956: algunas conclusiones
Las huelgas de 1956 en los países del Este no inauguraban un surgimiento de la lucha de la clase a nivel mundial, ni tan siquiera un nuevo período de resistencia por parte de los propios obreros de los países del Este. Representaban más bien el último gran combate del proletariado mundial prisionero de la contrarrevolución. Y sin embargo, en la historia del movimiento de liberación del proletariado, fueron de la mayor importancia. Afirmaban el carácter revolucionario de la clase obrera, y mostraban claramente que los reveses que padecía la clase obrera en el mundo entero no eran eternos. Anunciaban ya el comenzar del surgimiento de la lucha proletaria que llegó diez años mas tarde. Empezaban a señalar el camino hacia el segundo asalto al capitalismo, asalto que hoy, por primera vez desde la primera guerra mundial, ha empezado a moverse, lento pero seguro. Las luchas de 1956 han demostrado:
¡Todo esto es falso! No hay diferencia CUALITATIVA entre el Oeste y el Este. Lo que podemos decir, es que la situación en el Este es un ejemplo extremo, en muchos aspectos, de las condiciones generales del capitalismo decadente en todo el mundo. Las manifestaciones y la evolución diferentes de la misma lucha de clases, que debemos analizar, nos muestra que la lucha de clases en el bloque ruso está por delante en algunos aspectos y por detrás en otros, con relación al Oeste. Y esto prueba solamente la necesidad de que el conjunto de la clase saque las lecciones de sus luchas sea cual sea el sitio donde tengan lugar.
Es vital que los obreros y los revolucionarios del Oeste saquen las lecciones de la forma en la que sus hermanos de clase del Este se enfrentan inmediatamente y a menudo violentamente al Estado por la huelga de masas extendiendo su movimiento a tantos obreros como es posible, y haciendo de esta generalización la preocupación mas sentida de todo el combate. Esta naturaleza particularmente explosiva de la lucha de clases en el Este es el resultado de varias circunstancias;
Estas condiciones existen también en el Oeste, pero con una forma menos viva. Pero lo importante es ver cómo la generalización de la crisis económica mundial sólo podrá acentuar inevitablemente estas condiciones en el Oeste. Así, la crisis internacional del capitalismo está creando hoy en día las bases de una resistencia internacional que se verá muy pronto. Abre ya las perspectivas de la internacionalización de las luchas.
De hecho no hay nada más natural para los obreros, que en todas partes tienen los mismos intereses a defender, que el unir sus fuerzas y luchar como una única clase. Es la burguesía, dividida en numerosos capitales nacionales en el seno de los cuales también existen numerosas fracciones, quien necesita orden en el Estado capitalista para defender sus intereses de clase comunes. Pero en el período en que el capitalismo se desintegra, el Estado no sólo tiene que mantener por la fuerza su sociedad y su economía, sino que también debe organizarse permanentemente para impedir la unificación de la clase obrera. Refuerza la división del proletariado en diferentes naciones, industrias, regiones, bloques imperialistas, etc., con toda su fuerza, ocultando el hecho de que estas divisiones representan conflictos de intereses dentro del campo de los explotadores. Es por esto que el Estado cuida tan celosamente sus armas, que van desde el nacionalismo hasta los sindicatos, que impiden la unificación del proletariado.
Los límites de las luchas obreras de los años 50 estaban determinados por el período contrarrevolucionario en el cual se situaban, incluso si estos límites a veces fueron superados. En Polonia e incluso en Hungría, el movimiento no fue más allá de un intento de presionar al partido estalinista o apoyar una fracción contra otra. En Alemania del Este, en 1953, las ilusiones democráticas y nacionalistas se quedaron igual que estaban expresando las simpatías de los obreros cara al "Oeste" y a la socialdemócrata alemana. Estas revueltas fueron dominadas por el nacionalismo y sobre la idea de que no es el capitalismo lo que hay que liquidar, sino a "los rusos". En última instancia, mientras que los Gomulka y Nagy se habían destapado demasiado, el nacionalismo era la única protección del Estado, desviando la cólera de los obreros hacia el ejército ruso culpable de todo. Eran movimientos obreros y no movimientos nacionalistas y es por esto que el nacionalismo los pudo destruir. Impidió la extensión de la lucha mas allá de las fronteras, y esto fue decisivo. En 1917, le fue posible al proletariado tomar el poder en Rusia mientras que la lucha de clase era subyacente en la mayoría de los países. Esto era debido al hecho de que la burguesía mundial estaba encerrada en el conflicto mortal de la Primera Guerra Mundial y los obreros de Petrogrado y de Moscú pudieron tomar en sus manos el derrocamiento de la burguesía rusa por sí solos. Pero ya en 1919, mientras la oleada revolucionaria empezaba a extenderse a otros países, la burguesía empezó a unirse contra ella. Hoy, igual que en 1919 y en 1956, los explotadores están unidos a nivel mundial contra el proletariado. Al mismo tiempo que se preparan para la guerra unos contra los otros, se ayudan mutuamente cuando su sistema está en peligro.
En Noviembre de 1956, el proletariado húngaro se enfrentaba a la realidad: incluso el reforzamiento del movimiento de los Consejos, el mantenimiento de un sólido frente de huelgas de millones de obreros, paralizando la economía, y la combatividad intacta de la clase obrera a pesar de la ocupación del ejército ruso, eran insuficientes. La clase obrera húngara, con su corazón de león, estaba desamparada, prisionera de sus fronteras nacionales, de la cárcel nacionalista.
Fue el asilamiento nacional, y no los panzers del imperialismo moderno, lo que los venció. Cuando la burguesía siente que su reino está en peligro, ya no se preocupa mucho por su economía, y podría haberse preparado para una huelga general de varios meses, si pensaba que de esta manera, podría vencer a su enemigo. Fue precisamente la ideología nacionalista, esta basura tragada y vuelta a vomitar por los obreros, sobre los "derechos del pueblo húngaro", fue esta podredumbre con la que los cebó el partido estalinista y también la BBC y Radio Europa Libre, la que libró al partido estalinista y al Estado capitalista de ser severamente zarandeados. A pesar de toda la potencia del movimiento, los obreros húngaros no consiguieron destruir el Estado o una de sus instituciones. Mientras que atacaban a la policía política húngara y a los tanques rusos, en los primeros días de la revuelta, Nagy estaba reorganizando la policía nacional y a las fuerzas armadas, algunas de las cuales se habían unido a él, a su cruzada nacional. Algunos Consejos parecen haber pensado que esas unidades habían vuelto a las filas proletarias pero de hecho solo fingían seguir la causa obrera mientras los obreros sirviesen los intereses nacionales. ¡Cuarenta horas después que Nagy hubiera reconstruido la policía y el ejército, ya eran enviados contra los grupos intransigentes de obreros insurrectos. Los Consejos Obreros, fascinados por el tambor patriótico, incluso quisieron participar en el reclutamiento de oficiales para este ejército. He aquí como el nacionalismo sirve para atar al proletariado a sus explotadores y al Estado.
La extensión de la lucha de la clase obrera más allá de las fronteras nacionales es hoy una condición previa absoluta para derribar al Estado en cualquier país. El valor de las luchas de los años 50 ha sido mostrar hasta qué punto la extensión era necesaria. Solo la lucha internacional puede hoy ser eficaz y permitir que el proletariado haga realidad el potencial que posee.
Como lo muestra 1956, con la generalización de la crisis y la simultaneidad de la lucha de clases en diferentes países, otra clave de la internacionalización del combate proletario es la toma de conciencia por parte de los obreros de que se están enfrentando a un enemigo unido a escala mundial. En Hungría los obreros hicieron retroceder al ejército, a la policía y a los carabineros de las regiones fronterizas, para hacer posible una ayuda exterior. Los burgueses rusos, checos y austriacos reaccionaran cerrando sus fronteras con sus ejércitos.
Las autoridades austriacas invitaron incluso a inspeccionar el buen desarrollo de la operación[5]. Cara al frente unido de la burguesía mundial, en el Este y en el Oeste, los obreros empezaron a romper la cárcel nacional y a lanzar llamadas a sus hermanos de clase de otros países. Los Consejos Obreros en varias zonas fronterizas, empezaron a pedir directamente el apoyo de los obreros en Rusia, en Checoslovaquia y en Austria, y la proclamación de los Consejos Obreros de Budapest en las última 48 horas de huelga general de los obreros en Diciembre, llamaba a los obreros del mundo entero a huelgas de solidaridad con las luchas del proletariado en Hungría[6]
Condenada por el período de derrota mundial durante la que se produjo, la oleada en Europa del Este de los años 50 fue aislada por la división del mundo industrial en dos bloques imperialistas, de los cuales uno, el bloque americano, conocía por entonces la "euforia" del boom de la reconstrucción de posguerra. Las condiciones objetivas para una internacionalización, sobre todo por encima de las fronteras entre los dos bloques, es decir, la generalización de la crisis y de la lucha de clases, no existía a escala mundial, lo que impidió la ruptura decisiva con el nacionalismo en Europa del Este. Sólo el combate abierto de los obreros en diferentes partes del mundo podrá demostrar a los obreros del mundo entero que no es este gobierno o este sindicato, sino que son todos los partidos y todos los sindicatos los que defienden la barbarie capitalista y que todos deben de ser destruidos. Ninguna perspectiva de la revolución puede ser defendida más que mundialmente.
La lucha de clases en Rusia
En este estudio de la lucha de la clase en la Europa del Este aun no hemos hablado de Rusia, cabeza de fila del bloque del Este. Como en todas partes del mundo, los años después de 1948 han visto en Rusia un ataque frontal contra el nivel de vida de los explotados; como en los países satélites, este ataque ha provocado una reacción decidida de los obreros. Pero si hablamos de Rusia separadamente es por algunas condiciones específicas que juegan en la situación del país:
Pero la fuerza de las ilusiones que los obreros pueden albergar cara a sus opresores en Rusia es muy poca. Es solo uno de los elementos que determinan la relación de fuerzas entre las clases. Otro elemento muy importante es la capacidad del proletariado de desarrollar una perspectiva propia, una alternativa de clase. Para los obreros de la Rusia estalinista, esta tarea es la más difícil que jamás se ha visto en la historia del movimiento obrero. Debemos añadir a esta situación la amplitud de la contrarrevolución en Rusia y también las enormes distancias que separan los centros obreros de la URSS entre sí y éstos de los centros de la Europa occidental. Este aislamiento geográfico es aumentado política y militarmente por el Estado.
A principios de los años 50, este proletariado ruso que 30 años antes había hecho temblar al mundo capitalista, empezó a reemprender de nuevo el camino de su lucha. Los primeros episodios de su resistencia han tenido lugar en los campos de concentración en Siberia: en Ekibadus en 1951; en gran número de campos: Pestscharij, Wochruschewo, Oserlag, Goxlag, Norilsk en 1952; en Retschlag Vorkuta en Julio del 53 y en Kengir y Kazakstan en el 54. Estas huelgas insurreccionales, que afectaron a millones de obreros, fueron salvajemente reprimidas por el KGB. Soljenitsyn, uno de los hombres mejor documentados sobre los campos de concentración, insiste sobre el hecho de que estas luchas no fueron en vano y que contribuyeron al cierre de algunas de estas instituciones del "realismo socialista".
La primera huelga de los obreros "libres" que conocemos en el período de posguerra es la de la fábrica Thalmans de Voroneschen en 1959. Esta huelga fue apoyada por la casi totalidad de la ciudad; se acabó con el arresto de todos los huelguistas por el KGB. Un año después, en un tajo en Temir-Tau en Kazakstan, una huelga violenta estalló contra "los privilegios" que detentan los obreros búlgaros. Este conflicto donde los obreros se dividieron unos contra otros, creó un terreno favorable a la represión del KGB que llenó camiones enteros de cadáveres.
En los años 1960-62 una serie de huelgas estallan en la metalurgia en Kazakstan y en la región minera de Dombass y Kuzbass. El punto culminante de esta huelga se alcanza en Novotschkesk donde una huelga de 20.000 obreros de la fábrica de locomotoras contra el aumento de los precios y de los ritmos, provoca una revuelta de toda la ciudad. El KGB es enviado por avión después de que la policía y el ejército local se hubieran negado a disparar contra los obreros. El KGB hizo una matanza; después mandó a todos los "cabecillas" a Siberia y fusiló a las tropas que habían rehusado tirar sobre los obreros. Era la primera vez que los obreros habían respondido a la violencia del KGB: intentaron tomar los cuarteles y las armas. Una de las consignas de esta huelga era "matar a Krutchev".
En los años 1965-69 se produjeron grandes huelgas por primera vez en los centros urbanos de la Rusia europea, en la industria química de Leningrado, en la metalurgia y los automóviles en Moscú. A finales de los años 60 hay muchos testimonios de huelgas en varios lugares de la URSS: en Kiev, en la región de Sverdlovsk, en Moldavia, etc...
La burguesía rusa, consciente del peligro de una generalización de las huelgas, responde siempre inmediatamente. En algunas ocasiones hace concesiones o envía al KGB o ambas cosas a la vez. La historia de la lucha de clases en Rusia en los años 50-60 es una serie de estallidos bruscos, espontáneos, violentos; a menudo las huelgas no duran más que algunas horas y no llegan casi nunca a romper el aislamiento geográfico. En todas las huelgas, sólo hemos mencionado algunas de ellas, no sabemos si hubo comités de huelga aunque sí hubo asambleas masivas. Estas luchas, de un coraje y determinación increíbles, también hacen aparecer un aspecto de desesperación, de falta de perspectiva de una lucha colectiva contra el Estado. Pero el solo hecho de que surgieran fue el anuncio de que el largo período de contrarrevolución mundial tocaba a su fin [7].
Checoslovaquia 1968
Otro signo del final de la contrarrevolución fue el desarrollo de las luchas obreras en Checoslovaquia en los años 60. Checoslovaquia en los años 40 y 50 tenía la economía más desarrollada y próspera de toda la Europa del Este. Era el motor de la reconstrucción de posguerra exportando capital a sus vecinos, tenía el nivel de vida más elevado de todo el COMECON. Pero en los años 60 empieza a perder su competitividad rápidamente. La mejor manera para la burguesía de contrarrestar esta tendencia era modernizar la industria a través de acuerdos comerciales y tecnológicos con Occidente, financiada por una baja real en los salarios. Pero el peligro de tal política apareció ya en los años 50 y fue confirmado por el estallido de huelgas en diferentes lugares del país entre 66-67.
Fue esta situación de crisis lo que llevó la fracción Dubcek del aparato del Partido Estado al poder. Esta fracción inauguró una política de liberalización con la esperanza de convencer a los obreros de aceptar la austeridad; en contrapartida los obreros tenían el "privilegio" de leer "palabras duras" de críticas contra algunos líderes en la prensa del partido. La "primavera de Praga" en 1968, se desarrolló bajo la vigilancia paterna del gobierno y de la policía, que daban rienda suelta al fervor nacionalista y regionalista de los intelectuales, estudiantes y pequeños funcionarios del partido que se sentían solidarios con el Estado. Pero este fervor patriótico, en el que aparecían partidos de oposición, con el único fin de dar credibilidad a un estalinismo "con rostro humano" y que venía acompañado por una apertura económica hacia el Occidente, fue demasiado lejos para Moscú y Berlín Este.
La ocupación de Checoslovaquia por las tropas del pacto de Varsovia era más una reafirmación de la unidad militar y política del bloque ruso que un golpe dado directamente contra el proletariado. Dubcek, que creía tener la situación controlada y que no se hacía ilusiones sobre la posibilidad de una separación del bloque ruso, estaba furioso contra esa invasión. Al mismo tiempo que utilizaba esta ocasión para reforzar los sentimientos nacionalistas, Dubcek se preocupaba por evitar una reacción obrera frente a la invasión. En realidad, el "dubcekismo" que inspiraba a tantos intelectuales tenía muy poco impacto entre los obreros. Durante la "primavera de Praga", una serie de huelgas salvajes surgían un poco por todas partes del país sobre todo en los sectores industriales y en el transporte. Se formaron comités de huelga para centralizar la lucha y para proteger a los huelguistas contra la represión del Estado. En todas las fábricas principales se reivindicó el aumento de los salarios en compensación de los años de penuria. En varias fábricas, los obreros votaron resoluciones condenando la piedra angular del "reformismo" a la Dubcek el cierre de las fábricas no rentables. Los obreros permanecieron indiferentes frente a los intentos del gobierno por formar "consejos obreros" de cogestión para comprometer a los obreros en la organización de su propia explotación. Cuando las elecciones de esos "consejos" tuvieron lugar, participaron menos de 20% de los obreros.
Esta respuesta clara de clase al "Dubcekismo" fue barrida por la invasión de Agosto del 68 que "por fin" reconducía a los obreros a la historia nacionalista, la lucha de clases también se vio cortada por la radicalización de los sindicatos. Después de haber apoyado el programa de austeridad de Dubcek se pasaron a la oposición, apoyando a los hombres de Dubcek en el gobierno (estos, a su vez, secundaron a las fuerzas armadas autóctonas e "invitadas" para establecer el orden). Mientras que los estudiantes y los de la oposición llamaban a los obreros a manifestaciones masivas muy bien encuadradas por el patriotismo y de condena a la traición de Dubcek (en relación con el capital nacional) los sindicatos amenazaban al mismo tiempo con empezar huelgas generales si los "dubcekistas" eran eliminados del gobierno. Pero el papel histórico de Dubcek se acabó, por el momento. Y cuando los lacayos de Dubcek desaparecieron tranquilamente del gobierno, los sindicatos dejaron de lado sus proyectos "combativos" teniendo más miedo de los obreros que podían escapar a su control, que a los rusos. Se adaptaron de nuevo a formas más apacibles de patriotismo.
Polonia 1970
La lucha de clase de los obreros checos en la primavera y verano del 68 es significativa no sólo por esa resistencia momentánea de los obreros frente a la barrera nacionalista y democrática de la burguesía (esta resistencia ha marcado efectivamente una brecha importante) pero sobre todo porque esta lucha se sitúa en un contexto de resurgimiento mundial de la lucha proletaria en respuesta a la crisis económica mundial al final del período de reconstrucción. Los obreros en Checoslovaquia no fueron tan lejos como sus hermanos de clase en Francia en mayo del 68, sobre todo porque el peso de las mistificaciones nacionalistas se mostró otra vez demasiado fuerte, en el Este. Hay muchos puntos comunes entre estas dos situaciones, lo que confirma la convergencia fundamental de las condiciones con las que chocan los obreros del Este y del Oeste en la crisis del capitalismo; por ejemplo:
Pero la confirmación definitiva y dramática del fin de la contrarrevolución es sin duda alguna Polonia de 1970-71.
En diciembre de 1970, la clase obrera polaca reaccionó masiva, total y espontáneamente, a un alza de los precios de más de un 30%. Los obreros destruyen las sedes del partido estalinista de Gdansk, Gdynia y Elblag. El movimiento se extiende desde la costa del Báltico a Poznan, a Katowice y a la alta Silesia, a Wroclaw y a Cracovia. El 17 de diciembre, Gomulka envía los tanques a los puertos del Báltico. Varios centenares de obreros son asesinados. Se desarrollan combates en las calles de Stettin y Gdansk. La represión no consigue parar el movimiento. El 21 de Diciembre, una oleada de huelgas estalla en Varsovia, Gomulka es expulsado. Su sucesor Gierek va de inmediato a negociar con los obreros de los puertos de Gdansk hasta Stettin. Gierek hace algunas concesiones pero se niega a anular la subida de los precios. El 11 de Febrero estalla una huelga general en Lodz lanzada por 10.000 obreros del textil. Gierek cede entonces y los aumentos de precios son anulados[8].
La generalización del movimiento a través del país tuvo como consecuencia la represión del Estado polaco. Pero ¿por qué las fuerzas del Pacto de Varsovia no intervinieron como dos años antes?
El surgimiento polaco fue el producto de un proceso de maduración de la clase en el transcurso de los años 50 y 60. Por una parte, el proletariado encuentra de nuevo su confianza en sí mismo y su combatividad a medida que una nueva generación de obreros crece con la promesa de posguerra por un mundo mejor, una generación que no está amargada por las derrotas del período de contrarrevolución, que no se resigna a aceptar la miseria. Por otra parte, estos años ven el debilitamiento de una serie de mistificaciones en el seno de la clase. El eco del antifascismo en la guerra y del período de posguerra se debilitó mucho cuando se dieron cuenta de que los "liberadores" emplearon campos de concentración, el terror policial y el racismo abierto para asegurar su dominación de clase. Y la ilusión en una especie de "socialismo" o en la abolición de las clases en el bloque ruso quedaba anulada por la información de la increíble riqueza en la que vive la "burguesía roja" y por el constante deterioro de las condiciones de vida de los obreros. Además, los obreros comprendieron rápidamente que la defensa de sus intereses de clase les lleva a confrontaciones violentas con el "estado obrero". Si Hungría 1956 mostró la futilidad de luchar en una perspectiva nacionalista, las luchas de 1970-71 en Polonia y en el noroeste de la URSS mostraron la vía a seguir. Desde Hungría en el 56 y Checoslovaquia en el 68, la idea de que había fracciones radicales del partido estalinista que se pondrían del lado de los obreros fue ampliamente desacreditada. Hoy en los países como Polonia, Checoslovaquia, Rumania o la URSS, sólo los oponentes fuera del PC pueden tener cierta influencia en los obreros. Es cierto que los obreros aun tienen que perder sus ilusiones en los disidentes pero por lo menos saben a qué atenerse con los estalinistas y esto es un gran paso adelante. En fin, la aceleración de la crisis destruye ilusiones sobre la posibilidad de "reformar" el sistema. La crisis actual actúa como catalizador en el proceso de la toma de conciencia revolucionaria del proletariado.
El debilitamiento de la ideología burguesa sobre el proletariado ha permitido el desarrollo de una autonomía obrera y Polonia 1970-71 fue el primer ejemplo con un nivel mucho mas elevado que en los años 50. La autonomía obrera no es nunca una cuestión puramente organizativa aunque la organización independiente de la clase obrera en sus asambleas de masas y comités de huelga sea absolutamente indispensable a la lucha proletaria. La autonomía está indisolublemente ligada a la orientación política que los obreros se dan. En el período de totalitarismo del capitalismo de Estado, la burguesía consigue inevitablemente infiltrarse en los órganos de lucha de los obreros, utilizando sus fracciones sindicales y radicales. Pero es precisamente ésa la razón por la que son vitales los órganos de masas que agrupan a los obreros independientes de las demás capas y clases de la sociedad. Con sus órganos autónomos, la lucha ideológica continua entre las dos clases, pero prosigue en un terreno favorable a la clase obrera. Este es el marco de la lucha colectiva, de la participación masiva de todos los obreros.
Es el camino que han seguido los obreros en 1970 en Polonia y en el cual se han quedado desde entonces. No es sólo el camino de la lucha generalizada, de la huelga de masas, sino que también es la condición primera para la politización de la guerra de clases, para la creación del partido de clase, con el fin de ser capaces de romper con la estructura ideológica burguesa. En 1970-71, la base radicalizada del partido estalinista y de los sindicatos, incluso de los funcionarios del Estado, podía entrar en los comités de huelga y asambleas para defender ahí los puntos de vista de la burguesía. Y sin embargo al final, fue el proletariado el que salió reforzado.
En 1970-71 tuvo lugar la primera lucha importante de la clase obrera en Europa del Este desde la revolución de Octubre, una lucha que la burguesía no ha conseguido canalizar ni reprimir inmediatamente. Esta brecha se produjo en cuanto la hegemonía de la ideología burguesa se debilitó. El Estado retrocedió provisionalmente porque su intento de aplastar a su enemigo falló. La violencia del Estado y el control ideológico no son dos métodos alternativos que la burguesía puede utilizar separadamente el uno del otro. La represión solo puede ser eficaz cuando va acompañada por el control ideológico que impide a los obreros defenderse y responder. La lucha de clases en Polonia, ya en 1970, ha demostrado que a la clase obrera no la intimida el Estado terrorista si es consciente de sus propios intereses de clase y si se organiza de forma autónoma y unida para defenderlos. Esta autonomía política y organizacional es el factor mas importante que favorece la generalización y politización de la lucha. Esta perspectiva revolucionaria, el desarrollo entre los obreros del mundo entero de la comprensión de la necesidad de una lucha unida e internacional contra una burguesía dispuesta a unirse contra el peligro proletario, he aquí la única perspectiva que los comunistas pueden ofrecer a sus hermanos de clase en el Este y en el Oeste.
Krespel
[1] Esos acontecimientos son descritos por Lomas en The working class inthe Hungarian revolution, en la revista "Critique" n° 12
[2] Véase en la "Revista Internacional", n° 15, La insurrección en Alemania del Este de Junio de 1953
[3] Veáse F. Lewis, The Polish volcano, y N. Bethell, Gomulka
[4] Sobre Hungría 1956, véase, por ejemplo, Pologne-Hongrie 1956, de J.J. Mairand, Nagy, de P. Broué; para tener documentación como las proclamaciones de los Consejos Obreros, etc, puede consultarse. Hungarian revolution, de Laski. Puede leerse también Hungary 1956, de A. Anderson, en "Solidarity" de Londres, o Der Ungarische Volksaufstand in augen zeugenberichten (existen traducciones en español de algunos de esos textos). En la prensa de la CCI apareció Hungary 1956: The spectre of the workers Council, en "World Revolution", n° 9 (órgano de la CCI en Gran Bretaña).
[5] "El gobierno austriaco ordenó que se creara una zona prohibida a lo largo de la frontera austro-húngara...El ministro de la defensa inspeccionó el área, acompañado por agregados militares de las cuatro grandes potencias incluida la URSS. Los militares podían así comprobar personalmente la eficacia de las medidas tomadas para proteger la seguridad de las fronteras austriacas y del neutralismo de este país". Extracto sacado de un memorando del gobierno austriaco, citado en Die Ungarische Revolution der Arbeiterräte (La revolución húngara de los consejos obreros), p. 83-84
[6] Reportaje del "Daily Mail" del 10/12/1956
[7] Véase por ejemplo: Arbeiteropposition in der Sowjetunion (La oposición obrera en la URSS), de A. Schwendtke; Workers against the goulag (obreros contra el GULAG); Politische Opposition in der Sowjetunion 1960-72 (La oposición política en la URSS, 1960-72; La URSS es un gran campo de concentración, de Sajarov; El archipiélago Gulag, de Solyenitsin; Capitalismo de Estado en Rusía, de T. Cliff; y en la prensa de la CCI: La lutte de classe en URSS, en "Révolution Internationale" n° 30 y 31 y "World Revolution" n° 10: Economía de guerra y lucha de clases en Rusia, en "Acción Proletaria" n° 33
[8] Véase Miseria y revuelta del obrero polaco, de Paul Barton: Pologne: le créspuscule des bureaucrates, "Cahiers Rouges" n° 3. La mejor fuente es: Capitalismo et lutte de classe en Pologne 1970-71, ICO. En la prensa de la CCI, véase "Révolution Internationale" n° 80: Pologne, de 1970 a 1980. Un renforcement de la classe ouvriere. En cuanto a los acontecimientos del último año, en relación con los del pasado en Polonia y las grandes perspectivas que habren, no podemos mas que invitar al lector a leer los numerosos artículos aparecidos en "Acción Proletaria" y también en "Internacionalismo" desde hace ya más de un año
La oleada de huelgas del verano del 80 en Polonia fue con mucha razón descrita como un ejemplo clásico del fenómeno de la huelga de masas que analizó Rosa Luxemburgo en 1906. Semejante claridad de correlación entre los recientes movimientos en Polonia y los sucesos descritos por Luxemburgo en su folleto Huelga de Masas, Partidos y Sindicatos (1) hace 75 años, impone a los revolucionarios reafirmar plenamente la validez del análisis de Luxemburgo que se puede aplicar a la lucha de clases hoy día.
Para proseguir en este sentido, en este artículo procuraremos ver hasta qué punto la teoría de Luxemburgo corresponde a la realidad de los combates actuales de la clase obrera.
Para Rosa Luxemburgo (RL), la huelga de masas era el resultado de una etapa particular en el desarrollo del capitalismo, la etapa que inicia este siglo. La huelga de masas “es un fenómeno histórico producido en un momento dado por una necesidad histórica que surge de las condiciones sociales”.
La huelga de masas no es algo accidental; no es el resultado ni de propaganda ni de preparativos que tendrían lugar de antemano; no se puede crear artificialmente; es el producto de una etapa definida de la evolución de las contradicciones del capitalismo. Aunque RL se refiera a menudo a huelgas de masas particulares, todo el sentido de su folleto consiste en mostrar que una huelga de masas no se puede ver de manera aislada; sólo toma su sentido como producto de un nuevo período histórico.
Este nuevo período era valido para todos los países. Al argumentar contra la idea de que la huelga de masas fuera particular al absolutismo ruso, RL demuestra que sus causas han de encontrarse no sólo en las condiciones de Rusia, sino también las circunstancias de Europa Occidental y de Norteamérica, es decir “en la industria a gran escala con todas sus consecuencias - divisiones de clase modernas, contrastes sociales agudos”. Para ella, la revolución rusa de 1905, en la cual tuvo tanta importancia la huelga de masas, no fue otra cosa sino la concretización, el “resultado general del desarrollo capitalista internacional en lo particular de la Rusia absolutista”. La revolución rusa era, según RL, el “preludio de una nueva serie de revoluciones proletarias en el Oeste”.
La condiciones económicas que generaron la huelga de masas, según RL, no se circunscribían a un país, sino que tenían un significado internacional. Esas condiciones habían hecho surgir un tipo de lucha con dimensiones históricas, una lucha que era un aspecto esencial del surgimiento de las revoluciones proletarias. En resumidas cuentas, según los propios términos de RL, la huelga de masas “no es sino la forma universal de la lucha de clases proletaria resultado de la presente etapa del desarrollo capitalista y de sus relaciones de producción”.
Esa “etapa presente” consistía en que el capitalismo estaba viviendo sus últimos años de prosperidad. El desarrollo de los conflictos interimperialistas y la amenaza de la guerra mundial, el fin de cualquier mejora gradual de las condiciones de vida de la clase obrera, resumiendo, la creciente amenaza contra la misma existencia de la clase obrera en el capitalismo, esas eran las nuevas circunstancias históricas que acompañaban el advenimiento de la huelga de masas.
RL vio claramente que la huelga de masas era un producto del cambio en las condiciones económicas a un nivel histórico, condiciones que hoy día sabemos son las del final de la ascendencia capitalista, condiciones que prefiguraban las de la decadencia capitalista.
Ya existían entonces las fuertes concentraciones de obreros en los países capitalistas avanzados, acostumbrados a la lucha colectiva, y cuyas condiciones de vida y de trabajo eran las mismas en todas partes. Y, consecuencia del desarrollo económico, la burguesía se iba volviendo una clase más concentrada y se iba identificando de manera creciente con el aparato de Estado. Igual que el proletariado, los capitalistas habían aprendido a hacer frente juntos a su enemigo de clase.
De la misma manera que las condiciones económicas hacían más difícil para los obreros el obtener reformas a nivel de la producción, también las “ruinas de la democracia burguesa” que menciona RL en su folleto, hacían cada vez más difícil para el proletariado la consolidación de lo ganado a nivel parlamentario. Así púes, el contexto político, igual que el contexto económico de la huelga de masas, no era el contexto del absolutismo ruso sino el de la decadencia creciente de la dominación burguesa en todos los países.
En lo económico, en lo social, en lo político, el capitalismo había puesto las bases para grandes enfrentamientos de clase a escala mundial.
En la huelga de masas no se plasmó un objetivo nuevo de la lucha proletaria. En ella quedó plasmado más bien el “viejo” objetivo de la lucha de manera apropiada a las nuevas condiciones históricas. La motivación que está detrás de cada combate de la clase obrera siempre seguirá siendo la misma: tratar de limitar la explotación capitalista en el seno de la sociedad burguesa y acabar con la explotación al mismo tiempo que con la sociedad burguesa misma. En el período ascendente del capitalismo, la lucha obrera estaba dividida entre su aspecto defensivo e inmediato por un lado y, por otro un aspecto de ofensiva revolucionaria que implicaba y que, a la vez, dejaba para el futuro.
Pero la huelga de masas, por las causas objetivas ya mencionadas (relacionadas con la imposibilidad para la clase de defenderse dentro del sistema) unió en la lucha esos dos aspectos del combate proletario. Por esto es por lo que, según RL, cualquier lucha pequeña aparentemente defensiva puede estallar en confrontaciones generalizadas, “en contacto con el vendaval de la revolución”. Por ejemplo, “el conflicto de los dos obreros despedidos de los talleres Putilov se transformó en prólogo de la mayor revolución de los tiempos modernos”. Y, recíprocamente, el surgimiento revolucionario, cuando no avanza, puede diseminarse en numerosas huelgas aisladas, que más tarde, fertilizarán un nuevo asalto general contra el sistema.
Igual que los combates ofensivos, las luchas generalizadas han fusionado con los combates localizados, defensivos, causando de este modo una reacción mutua entre los aspectos económicos y políticos de la lucha obrera en el período de huelga de masas. En el período parlamentario (es decir cuando el apogeo de la ascendencia capitalista) los aspectos económicos y políticos de la lucha estaban separados de manera artificial, también por determinadas razones históricas. La lucha política no “La dirigían las masas mismas en la acción directa, sino en correlación con la forma del Estado burgués, de modo representativo con la presencia de diputados”. Pero, “en cuanto las masas aparecen en escena”, todo esto cambia, porque “en una acción revolucionaria de masas, la lucha política y económica constituye una unidad”. Bajo estas condiciones, la lucha política de los obreros se vuelve lucha íntimamente ligada a la lucha económica, particularmente porque el combate político indirecto (por medio del parlamento) ya no es realista.
Al describir el contenido de la huelga de masas, RL pone en guardia sobre todo contra la separación de sus diferentes aspectos. La razón de esta advertencia está en que la característica del período de la huelga de masas es la convergencia de las diferentes facetas de una lucha proletaria: ofensiva-defensiva, generalizada-localizada, política-económica, siendo el movimiento en su conjunto el que lleva a la revolución. La verdadera naturaleza de las condiciones a las que responde el proletariado en la huelga de masas crea una interconexión indisociable entre estos diferentes aspectos de la lucha de la clase obrera. El querer disecarlos, querer por ejemplo encontrar “la huelga de masas política pura”, llevaría, “como en otro caso cualquiera, no a percibir el fenómeno en su esencia, sino a… matarlo”.
La meta de la forma de organización sindical (obtener mejoras en el seno del sistema) resulta cada vez más difícil de realizar en las condiciones que hacen surgir la huelga de masas. Como lo decía RL en su polémica con Kautsky, en este período, el proletariado no emprende una lucha con la perspectiva segura de ganar verdaderas mejoras. Demuestra con estadísticas que una cuarta parte de la huelgas no obtenían nada en absoluto. Pero los obreros hacían huelga porque no había otro medio para sobrevivir; situación que inevitablemente abría a su vez la posibilidad de una lucha ofensiva generalizada. Consecuentemente, lo obtenido con la lucha no consistía tanto en una mejora económica gradual, sino en el desarrollo intelectual, cultural del proletariado a pesar de las derrotas en lo económico. Por esto es por lo que, RL dice que la fase de insurrección abierta “no puede venir de ningún otro camino que el que enseñan las series de ´derrotas´ en apariencia”.
En otras palabras, la verdadera victoria o la derrota de la huelga de masas no las determina ninguno de sus episodios sino su punto culminante, el sublevamiento revolucionario mismo. Así púes, no era una casualidad el que las realizaciones económicas y políticas de los obreros en Rusia, obtenidas por el vendaval revolucionario de 1905 y antes, hayan vuelto a ser arrancadas tras la derrota de la revolución.
Por consiguiente el papel de los sindicatos, obtener mejoras económicas en el seno del sistema capitalista, desaparecía. Hay otras implicaciones revolucionarias derivadas de la dislocación de los sindicatos por la huelga de masas:
Cuando más se imponían las nuevas formas de lucha sobre las formas típicas de los sindicatos, más iban apoyando los mismos sindicatos el orden capitalista contra la huelga de masas. La oposición de los sindicatos a la huelga de masas se expresó de dos maneras según RL. Una era la hostilidad directa de los burócratas como Bomelberg, además acentuada por la negativa del Congreso de los sindicatos en Colonia de ni siquiera ponerse a discutir sobre la huelga de masas. El hacerlo era, según los burócratas, “andar jugando con fuego”. La otra forma de esta oposición consistía en el aparente apoyo de los sindicalistas radicales y de los sindicalistas franceses e italianos. Estaban mucho más a favor de un “intento” de huelga de masas, como si esta forma de lucha se pudiera plegar a la voluntad del aparato sindical.
Pero tanto los que se oponían como los que la apoyaban compartían sobre la huelga de masas el punto de vista de que no es un fenómeno que emerge de lo más profundo de la actividad de la clase obrera, sino que emerge de los medios técnicos de lucha decididos o rechazados según la voluntad de los sindicatos. Inevitablemente, los representantes de los sindicatos a todos los niveles no podían comprender un movimiento cuyo impulso no sólo no podían controlar sino que exigía nuevas formas antagónicas a los sindicatos.
La respuesta del ala radical y de la base de los sindicatos o de los sindicalistas a la huelga de masas era sin duda alguna un intento de estar a la altura de las necesidades de la lucha de clases. Pero era la forma y la función del sindicalismo mismo cualquiera que fuera la voluntad de sus militantes la que estaba superada por la huelga de masas.
El sindicalismo radical expresaba una respuesta proletaria en el seno de los sindicatos. Pero tras la traición definitiva de los sindicatos durante la primera guerra mundial y durante la ola revolucionaria que siguió, el sindicalismo radical también fue recuperado y se convirtió en un arma valiosa para castrar la lucha de clases.
No decimos que era ésta la concepción de RL en su folleto sobre la huelga de masas. Para ella, la quiebra del método sindicalista aún se podía corregir y esto aún se podía comprender entonces, cuando los sindicatos aún no se habían convertido en los simples agentes del capital que son hoy. El último capítulo del folleto surgiere que la subordinación de los sindicatos a la dirección del partido socialdemócrata podía frenar las tendencias reaccionarias. Pero estas tendencias eran incorregibles.
RL también veía el surgimiento en masa de sindicatos durante las huelgas de masas en Rusia como un resultado sano y natural de la ola de luchas. Pero hoy, cuando ya sólo la autoorganización es capaz de desarrollar verdaderas luchas, podemos darnos cuenta de que esa visión comprensible era, en los hechos, la repetición de una tradición rápidamente superada. Además, RL considera al soviet de Petrogrado de 1905 como una organización complementaria de los sindicatos. En realidad, la historia ha demostrado que estas dos formas eran antagónicas. Los consejos obreros iban a ser expresión de la época de huelgas de masas y de revoluciones. Los sindicatos eran los órganos de la era de las luchas obreras defensivas y localizadas. No es una casualidad si el primer consejo obrero surge en los surcos abiertos por las huelga de masas en Rusia. Estos órganos, creados por y para la lucha, con delegados elegidos y revocables, además de poder reagrupar a todos los obreros en lucha, podían centralizar todos los aspectos del combate económico y político, ofensivo y defensivo, en la ola revolucionaria. Fue el consejo obrero, anticipando la estructura y la meta de los futuros comités de huelga y asambleas generales, lo que por naturaleza, estaba más en conformidad con la dirección y los objetivos de la huelga de masas en Rusia.
Aunque resultaba indispensable para RL el sacar todas las lecciones para la acción de la clase obrera en el nuevo período abierto con el nuevo siglo, los revolucionarios hoy día le deben la comprensión de las consecuencias para la organización de la huelga de masas. La de mayor importancia es que la huelga de masas y los sindicatos son, por esencia, antagónicos, consecuencia implícita aunque no esté explícita en el folleto de RL.
Hemos de tratar de comprender cómo aplicar al análisis de RL para el período actual de la lucha de clases, para ver hasta qué punto la lucha proletaria en el período de decadencia del capitalismo, confirma o contradice las líneas generales de la huelga de masas tales y como las analizó ella.
El período desde 1968 expresa el punto de culminación de la crisis permanente del capitalismo, la imposibilidad de expansión del sistema, la aceleración de los antagonismos interimperialistas; cuyas consecuencias amenazan a toda la civilización humana.
En todas partes, el Estado, con la terrible extensión de su arsenal represivo, toma a cargo suyo los intereses de la burguesía. Frente a él, encuentra a una clase obrera que aunque debilitada numéricamente con relación al resto de la sociedad desde los años 1900, está aún más concentrada, y cuyas condiciones de existencia se han ido igualando en todos los países hasta un grado sin precedentes. A nivel político, la “ruina de la democracia burguesa” es tan evidente que apenas si puede ocultar su verdadera función de cortina de humo del terror de Estado capitalista.
¿De qué modo corresponden las condiciones objetivas de la actual lucha de clases a las condiciones de la huelga de masas descritas por RL?. Su identidad reside en que las características del actual período constituyen el punto más agudo alcanzado por las tendencias del desarrollo capitalista, que empezaban a prevalecer en los años 1900.
Las huelgas de masas de los primeros años de este siglo eran una respuesta al final de la era de ascendencia capitalista y al amanecer de las condiciones de la decadencia del capitalismo.
Si se tiene en cuenta que estas condiciones han llegado a ser absolutamente patentes y crónicas hoy día, se puede pensar que lo que objetivamente impulsa hacia la huelga de masas es mil veces más amplio y fuerte hoy que hace 80 años.
Los “resultados generales del desarrollo capitalista internacional” que, para RL, eran la raíz del surgimiento histórico de la huelga de masas, no han dejado de madurar desde principios del siglo. Hoy día, resultan más evidentes que nunca.
Claro está, las huelgas de masas que describió RL no se producían estrictamente en el período de decadencia capitalista definido, en general, por los revolucionarios. Sabemos que la fecha de 1914 marca la época vital de la entrada del capitalismo en su fase senil para las posiciones políticas que de ello derivan, que el estallido de la primera guerra mundial fue la confirmación del callejón sin salida económico de los 10 años anteriores. 1914 fue una prueba irrefutable de que las condiciones económicas, sociales y políticas de la decadencia capitalista, estaban, a partir de entonces, plena y verdaderamente reunidas.
En este sentido, las nuevas condiciones históricas que hicieron surgir la huelga de masas al primer plano siguen estando vigentes hoy. De lo contrario, habría que demostrar en qué las condiciones con las que se enfrenta la infraestructura del capitalismo son diferentes de la que existían hace 80 años. Y resultaría muy difícil demostrarlo, pues las condiciones del mundo en 1905 (agudización de las contradicciones interimperialistas y despliegue de los enfrentamientos generalizados de clase) están hoy más presentes que nunca. ¡La primera década del siglo XX no fue, ni mucho menos, el apogeo del capitalismo! . El capitalismo ya era algo superado y se estaba encaminando hacia el ciclo crisis-guerra mundial-reconstrucción-crisis: “…la presente revolución rusa ocurre en un punto histórico que ya ha pasado la cumbre, que está DEL OTRO LADO del punto álgido de la sociedad capitalista”.¡Cuánta perspicacia en cuanto a las fases de ascendencia y de decadencia del capitalismo por parte de ésta revolucionaria en 1906!
Así pues, la huelga de masas es el resultado de las circunstancias del capitalismo en decadencia. Pero, para RL, las causas materiales que en última instancia fueron responsables de la huelga de masas no son completamente suficientes para explicar porqué este tipo de combate surgió en ese momento. Para ella, la huelga de masas es el producto del período revolucionario. El período de decadencia abierta del capitalismo ha de coincidir con el movimiento ascendente y no derrotado de la clase, para que ésta sea capaz de utilizar la crisis como palanca para poner por delante sus propios intereses de clase gracias a la huelga de masas. Y a la inversa, tras una serie de derrotas decisivas, las condiciones de la decadencia van a tender a reforzar la pasividad del proletariado más que a engendrar huelgas de masas.
Esto permite explicar por qué el período de huelga de masas desaparece a mediados de los años 20 y por qué sólo ha vuelto a surgir recientemente, en el período actual, desde 1968.
¿Entonces, lleva el período actual a una revolución como en los años 1896-1905 en Rusia?. Sí, sin lugar a dudas.
1968 marcó el fin de la contrarrevolución y abrió una época que desemboca en enfrentamientos revolucionarios, no sólo en un país, sino en el mundo entero. Se puede decir que, a pesar de que 1968 marcó el final de la era de la derrota proletaria, sin embargo, todavía no estamos en un período revolucionario. Esto es verdaderamente cierto si por “período revolucionario” se entiende únicamente el período de doble poder y de insurrección armada. Pero RL daba a “período revolucionario” un sentido mucho más amplio. Para ella, la revolución rusa no empezó en la fecha oficial del 22 de Enero de 1905; traza sus orígenes a partir de 1896 (nueve años antes) es decir partir del año de las grandes huelgas de San Petersburgo. La época de la insurrección abierta de 1905 era para RL el punto de culminación de un largo período de revolución de la clase obrera rusa.
En realidad, es la única manera de interpretar de manera coherente el concepto de “período revolucionario”. Si una revolución consiste en que una clase ejerce el poder a expensas de la antigua clase dominante, entonces el hundimiento subterráneo de la antigua relación de fuerzas entre clases a favor de la clase revolucionaria es una parte vital del período revolucionario en el momento de la lucha abierta, de los choques militares, etc… Esto no significa que estos dos aspectos del período revolucionario sean exactamente lo mismo (1896 – 1905), sino que no se les puede separar arbitrariamente y oponer la fase de insurrección abierta a la fase preparatoria.
De hacerlo, seriamos incapaces de explicar por qué RL data el principio del movimiento de huelgas de masas en Rusia en 1896, o por qué da numerosos ejemplos de huelgas de masas en países en donde ninguna insurrección se produjo entonces.
Y además, la muy conocida afirmación de RL que dice que la huelga de masas era “la idea de adhesión” a un movimiento que había de “durar décadas” resultaría incomprensible si sólo se considera el período de insurrección en sí mismo como responsable de la huelga de masas.
Claro está, en el momento del derrumbamiento de la antigua clase dominante, las huelgas de masas llegarán a su máximo desarrollo, pero esto no contradice en absoluto el que el período de huelga de masas empieza cuando se abre por vez primera la perspectiva de la revolución. Para nosotros, esto significa que la época actual de huelgas de masas se inicia en 1968.
Ya hemos dicho que el contenido fundamental de la lucha proletaria sigue siendo el mismo pero que se expresa diferentemente según el período histórico. La tendencia de los diferentes aspectos de esta lucha (la tentativa de limitar la explotación y la de abolirla) a fundirse en las huelgas de masas, tendencia que describió RL, está hoy impulsada por las mismas necesidades materiales que hace 80 años. La naturaleza que caracteriza a la lucha de estos 12 últimos años (es decir lo que diferencia la lucha desde 1968 de la lucha de los 40 años anteriores) consiste en la constante interacción de la defensiva y de la ofensiva, fluctuación entre enfrentamiento económico y político.
No se trata de que sea necesaria la existencia de un plan consciente por parte de la clase obrera; es el resultado del hecho de que tratar, aunque sólo sea, de preservar el nivel de vida, es algo cada día más imposible hoy. Por eso es por lo que todas las huelgas tienden a convertirse en una batalla por sobrevivir, “huelgas que van ampliándose, cada vez más frecuentes, que en su mayor parte se acaban sin victoria definitiva de ningún tipo, pero que, a pesar de ello o a causa de ello, tienen mayor significado en tanto que explosiones de intensas y profundas contradicciones que surgen en el terreno político” (“Theory and Practice”, panfleto de News and Letters).
Son las condiciones de crisis abierta las que, como en los años 1900, ponen en primer plano la dinámica de la huelga de masas y empiezan a concentrar los diferentes aspectos de la lucha de la clase obrera.
Pero quizás, al describir la fase actual como un período de huelgas de masas, estemos en un error. ¿No han sido la mayoría de las luchas de estos doce últimos años convocada, llevada y acabadas por los sindicatos? ¿no significa esto que las luchas actuales son sindicales, que las motivan intereses estrictamente defensivos y económicos sin vínculo con el fenómeno de la huelga de masas?. Además de que las más significativas luchas de estos últimos años han quebrantado el encuadramiento sindical, semejante conclusión no conseguiría tomar en cuenta una característica básica de la lucha de clases en el período de decadencia del capitalismo: en cada huelga que parece controlada por los sindicatos, hay DOS fuerzas de clase en acción. En todas las huelgas controladas por los sindicatos hoy día, es un combate verdadero, aunque quede todavía oculto, el que se está llevando entre los obreros y sus mal llamados representantes, los burócratas sindicales de la burguesía. Así pues, bajo el capitalismo decadente, los obreros tienen una doble mala suerte: no solo sus adversarios patentes como patronal y los partidos de derechas son sus enemigos, sino que también lo son sus supuestos amigos, los sindicatos y todo los que a éstos apoyan.
Hoy día, los obreros están impulsados por la crisis y la confianza que están tomando en sí mismos en tanto que clase invicta, a plantearse el problema de las limitaciones de la pura defensa económica y sectorial que quieren imponerles en sus luchas. La tarea de los sindicatos consiste en mantener el orden en la producción y acabar con las huelgas. Las organizaciones capitalistas procuran sin cesar desviar a los obreros hacia los callejones sin salida del sindicalismo. La lucha entre los sindicatos y el proletariado, a veces lucha abierta, pero más a menudo aún oculta, no es fundamentalmente una consecuencia de planes conscientes por parte de los obreros o de los sindicatos, sino un resultado de causas económicas objetivas que, en último, les obligan a actuar a uno en contra de los otros.
Por consiguiente, el motor de la lucha de clases actual no se ha de buscar en la cantidad de ilusiones que los obreros tienen puestas en los sindicatos en un momento dado, ni en las más radicales acciones de los sindicatos para ajustarse a la lucha en un momento dado, sino en la dinámica de los intereses de clase antagónica de los obreros y de los sindicatos.
Este mecanismo interno del período que conduce a enfrentamientos revolucionarios, con la fuerza y claridad crecientes de la intervención comunista, revela a los obreros la naturaleza de la lucha que ya han emprendido, mientras que la tentativa de los sindicatos para a la vez mistificar a los obreros y defender la economía capitalista que se hunde cada día más en la bancarrota, llevará a los obreros a destruir en la práctica esos órganos de la burguesía.
Resultaría un desastre para aquel que se dice revolucionario el juzgar la dinámica de la lucha de los obreros según su apariencia sindicalista, como lo hacen todas las variantes de la opinión burguesa. La condición previa para resaltar y clarificar las posibilidades revolucionarias de la lucha obrera reside evidentemente en reconocer que estas posibilidades existen verdaderamente. No es pura casualidad si el verano polaco de 1980, momento más álgido en el período actual de huelgas de masas desde 1968, ha revelado claramente la contradicción entre la verdadera fuerza de la lucha de los obreros y la del sindicalismo.
La oleada de huelgas en Polonia ha abarcado literalmente a la masa de la clase obrera en ese país, afectando a todas las industrias y actividades. A partir de puntos dispersos y de causas diferentes al principio, el movimiento se ha ido fundiendo, a través de huelgas de apoyo y acciones de solidaridad, en una huelga general contra el Estado capitalista. Los obreros empezaron a tratar de defenderse por sí mismo contra el racionamiento y la subida de precios. Frente a un Estado brutal, intransigente y a una economía nacional en quiebra total, el movimiento pasó a la ofensiva y desplegó objetivos políticos. Los obreros rechazaron los sindicatos y crearon sus organizaciones propias: las asambleas generales y los comités de huelga para centralizar su lucha, encaminando así la enorme energía de la masa proletaria. Es un ejemplo sin comparación de la huelga de masas.
El que la reivindicación de los sindicatos libres haya llegado a ser predominante en los objetivos de la huelga, el que los MKS (comités de huelgas interempresas) se hayan autodisuelto para abrir el camino al nuevo sindicato “Solidaridad”, no pueden ocultar la verdadera dinámica de millones de obreros polacos que hicieron temblar a la clase dominante.
Históricamente, el punto de partida para la actividad revolucionaria en 1981 consiste en reconocer que la huelga de masas en Polonia es anunciadora de futuros enfrentamientos revolucionarios, al mismo tiempo que se reconocen las inmensas ilusiones que aún tienen hoy los obreros en el sindicalismo. Los acontecimientos de Polonia le han atizado un duro palo a la teoría según la cual la lucha de clases de nuestra época es sindicalista, a pesar de las impresiones producidas por apariencias superficiales.
Pero, si una teoría pretende que la lucha de la clase, por naturaleza, es una lucha trade-unionista, hasta en sus más altos momentos, otra teoría consiste en que estos momentos más altos que se expresan en la huelga de masas, son un fenómeno excepcional, totalmente distinto en sus características de los episodios menos dramáticos de la lucha de clases. Según esta suposición, en la mayoría de los casos, la lucha de los obreros es simplemente defensiva y economicista y por ello cae orgánicamente bajo la égida de los sindicatos, mientras que, otras veces, en casos aislados como Polonia, los obreros pasan a la ofensiva, poniendo en primer plano reivindicaciones políticas, reflejando un objetivo que sería diferente. Además de su incoherencia -al implicar que la lucha proletaria puede ser sindicalista (es decir capitalista), o proletaria en diferentes momentos –esta visión cae en la trampa de la separación entre los diferentes aspectos de la huelga de masas – ofensiva-defensiva, económica-política y así, como lo decía RL, socava la esencia viva de la huelga de masas y la vacía de su contenido global. En el período de huelga de masas cualquier lucha defensiva, aunque sea modesta, contiene el germen o la posibilidad de un movimiento ofensivo, y cualquier lucha ofensiva se basa en la constante necesidad para la clase de defenderse. La interconexión entre lucha económica y política es idéntica.
Pero la visión que separa estos aspectos interpreta la huelga de masas de manera aislada –como una huelga con masas de gente que surgen de un golpe –como resultado fundamentalmente de circunstancias coyunturales, tales como la debilidad de los sindicatos en tal país o la mejora de tal o cual economía. Esta visión solo ve la huelga de masas como una ofensiva ligada a un asunto político, subestimando el hecho de que este aspecto de la huelga de masas se nutre de las huelgas defensivas, localizadas y económicas. Ante todo, este punto de vista no ve que hoy estamos viviendo en un período de huelga de masas, provocado no por condiciones locales o temporales, sino por la situación general de la decadencia capitalista que existe en cualquier país.
Sin embargo, el que algunos de los ejemplos de huelga de masas más significativos tuvieran lugar en países atrasados y del bloque del Este, parece acreditar la idea de la naturaleza excepcional de este tipo de luchas, igual que el surgimiento de la huelga de masas en Rusia en los años 1900 parecía justificar la visión según la cual no se vería surgir en Occidente.
La respuesta que dio RL a la idea de exclusividad rusa de la huelga de masas, aún sigue siendo perfectamente válida para hoy día. Admitía que la existencia del parlamentarismo y del sindicalismo por el Oeste podía por cierto tiempo frenar el impulso hacia la huelga de masas, pero no eliminarlo, porque ésta ha surgido de las bases mismas del desarrollo capitalista internacional. Si la huelga de masas en Alemania y otra partes tomó más un carácter “oculto y latente”, que un carácter práctico y activo como en Rusia, esto no puede ocultar que la huelga de masas es un fenómeno histórico e internacional. Este argumento se aplica hoy a la idea de que la huelga de masas no puede surgir en el Oeste. Es verdad que Rusia en 1905 representó un enorme paso cualitativo en el desarrollo de la lucha de clases igual que la Polonia de 1980 hoy.
Pero también es verdad que esos puntos fuertes, como en Polonia, están íntimamente ligados a las manifestaciones “oculta y latentes” de la huelga de masas en el Oeste, porque surge a raíz de la mismas causas y se enfrenta con los mismos problemas. Así pues, aunque el parlamentarismo y los sofisticados sindicatos del Oeste puedan reprimirla, esas tendencias que estallan en enormes huelgas de masas como en Polonia no han desaparecido. Al contrario, las huelgas de masas a cielo abierto que, hasta hora, han sido contenidas en Occidente, habrán acumulado tanta más fuerza en cuanto se hayan derribado los obstáculos. En resumidas cuentas, es el nivel de las contradicciones del capitalismo lo que determinará la amplitud de la futura huelga de masas: “(… )cuanto más desarrollado esté el antagonismo entre capital y trabajo, más efectivas y decisivas habrán de ser las huelgas de masas”.
Más que por una ruptura total y brutal con las luchas económicas y defensivas contenidas por los sindicatos, los saltos cualitativos de la conciencia, de la autoorganización de la huelga de masas progresarán en una espiral acelerada de las luchas obreras. Las fases ocultas y latentes de la lucha, que a menudo ocurrían después de confrontaciones abiertas, como pasó en Polonia, seguirán fertilizando los futuros estallidos. El movimiento fluctuante de avances y retrocesos, de ofensiva y de defensiva, de dispersión y de generalización, se irán volviendo más intensos, en relación con el creciente impacto de la austeridad y de la amenaza de guerra. Finalmente, “(…) en la tormenta del período revolucionario, el terreno perdido se vuelve a ganar, las desigualdades se igualan y el paso de conjunto del progreso social cambia, duplica de golpe su avance”.
Sin embargo, si hemos presentado la posibilidad objetiva de la evolución de la huelga de masas, no se debe olvidar que los obreros tendrán que volverse más y más conscientes de la lucha que han emprendido para llevarla a su victoriosa conclusión. Resulta especialmente vital en lo que se refiere a los sindicatos, que se han ido adaptando durante este siglo para contener la huelga de masas. No es aquí donde se van a examinar todos los medios de adaptación que pueden utilizar los sindicatos; mencionaremos que generalmente toman las formas de falsos sustitutos para las verdaderas cuestiones: apariencia de generalización de las luchas, tácticas radicales sin la menor eficacia, reivindicaciones políticas para apoyar al payaso de turno en el circo parlamentario.
El desarrollo victorioso de la huelga de masas dependerá en última instancia de la capacidad de la clase obrera para vencer a la “quinta columna” que son hoy los sindicatos, igual que a sus enemigos “abiertos” como la policía, la patronal, los políticos, etc….
Pero el objetivo de este texto no consiste en definir los obstáculos de la conciencia en el camino que lleva hacia la cumbre victoriosa de la huelga de masas. Consiste más bien en trazar las posibilidades objetivas de la huelga de masas hoy, a escala de la necesidad y de la organización económica.
El período de huelgas de masas tiende a quebrantar los sindicatos a largo plazo. La forma aparente de la lucha de clases moderna –la forma sindicalista- sólo es eso, una apariencia. La verdadera meta de la lucha no corresponde a la función de los sindicatos sino que obedece a causas objetivas que impulsan a la clase en la dinámica de la huelga de masas. Entonces, ¿cuál es la forma adecuada, la más apropiada a la huelga de masas en nuestra época?: es la asamblea general de los obreros en lucha y sus comités elegidos y revocables.
Sin embargo, esta forma, que está animada del mismo espíritu que los soviets mismos, es la excepción y no la regla de la organización de la mayoría de las luchas de obreros hoy. Sólo es en el nivel más alto de la lucha que surgen asambleas generales y comités de huelga fuera del control sindical. Y hasta en estas situaciones, como en Polonia 1980, las organizaciones de los obreros a menudo acaban por sucumbir ante el sindicalismo. Pero no se pueden explicar estas dificultades de las presentes luchas afirmando que, a veces, son trade-unionistas, y otras que están llevadas a cabo por la dirección de la autoorganización proletaria. La única interpretación coherente de los hechos consiste en que es difícil el surgimiento de la verdadera autoorganización obrera.
En este dominio, la burguesía tiene las siguientes ventajas: todos sus órganos de poder, económicos, social, militares, político e ideológicos ya están instalados de manera permanente, probados y comprobados desde hace décadas y décadas. Particularmente los sindicatos tienen la ventaja de desviar la confianza de los obreros gracias al recuerdo histórico de su naturaleza obrera, antaño. Los sindicatos también tienen una estructura organizativa permanente en el seno de la clase obrera. El proletariado sólo ha surgido hace poco de la más profunda derrota de su historia, sin ninguna organización permanente para protegerle. !Cuán difícil es entonces para el proletariado encontrar la forma más apropiada a su lucha! .Apenas el descontento ha levantado la cabeza, ya están los sindicatos para “encargarse de él” con la complicidad de todos los representantes del orden capitalista.
Además, los obreros no se ponen a luchar hoy para realizar ideales, para combatir deliberadamente a los sindicatos, sino por objetivos muy prácticos e inmediatos –para tratar de preservar sus medios de vida. Por eso es por lo que, en la mayoría de los casos hoy día, los obreros aceptan la autoproclamada “dirección” de los sindicatos. No ha de extrañar el que es principalmente cuando los sindicatos no existen o cuando están abiertamente en contra de las huelgas cuando surge la forma de la asamblea general.
Es únicamente después de repetidos enfrentamientos con lo sindicatos, en el contexto de una crisis económica mundial y con el desarrollo en fuerza de la huelga de masas, el modo como la forma de la asamblea general se convertirá verdaderamente en la característica general y no en la excepción que sigue siendo aún en la presente etapa de la lucha de clases. En Europa del Oeste, esto significará el comienzo de los enfrentamientos con el Estado.
A pesar de esto, los obreros se enfrentarán con otros problemas aún cuando el control consciente elemental de su lucha ya haya dado un enorme impulso en el amino de la revolución. La presencia permanente de los sindicatos a nivel nacional seguirá siendo una enorme amenaza permanente para la clase.
Al no ser la huelga de masas un simple acontecimiento, sino la idea de adhesión a un movimiento que se extiende durante años, su forma, en tanto que resultado, no surgirá inmediatamente, a la perfección, de manera completamente madura. Tomará formas que responderán al ritmo acelerado del período de huelgas de masas, salpicado de saltos cualitativos en la autoorganización, así como de retrocesos parciales y recuperaciones, sometidos al fuego constante de los sindicatos, pero ayudados por la intervención clara de los revolucionarios. Más que cualquier otra, la ley histórica del movimiento de la lucha de clases hoy día no reside en su forma sino en las condiciones objetivas que la impulsan. La dinámica de la huelga de masas “no reside en la huelga de masas misma ni en sus detalles técnicos, sino en las dimensiones sociales y políticas de las fuerzas de la revolución”.
¿Significa esto que la forma de la lucha de clases no tiene importancia hoy, que no tiene importancia sí los obreras se quedan dentro del marco sindical? En absoluto. Aunque el motor de estas acciones sigue siendo el interés económico, estos intereses sólo se pueden analizar gracias al necesario nivel de conciencia y de organización. Y el interés económico de la clase obrera - acabar con la explotación - requiere un grado de autoorganización y de conciencia jamás realizado por cualquier otra clase en la historia. Por consiguiente, armonizar su conciencia subjetiva con sus intereses económicos es la tarea primordial del proletariado.
Este artículo ha tratado de demostrar que el movimiento de Polonia en el verano de 1980 no era un ejemplo aislado del fenómeno de la huelga de masas, sino más bien la más alta expresión de una tendencia internacional general en la lucha de clases proletaria cuyas causas objetivas y dinámica esencial fueron analizadas por RL hace 75 años.
F.S.
Las luchas obreras en Polonia representan el mayor movimiento del proletariado mundial desde hace más de medio siglo. Tras un año de combates, el balance es rico de enseñanzas para la clase obrera de todos los países y también para sus sectores más adelantados, los grupos revolucionarios. El objetivo de este artículo es el de hacer resaltar unos elementos para ese balance, así como despejar perspectivas. ¿Por qué limitarnos a "unos" elementos?. La razón es que
Las luchas obreras en Polonia representan el mayor movimiento del proletariado mundial desde hace más de medio siglo. Tras un año de combates, el balance es rico de enseñanzas para la clase obrera de todos los países y también para sus sectores más adelantados, los grupos revolucionarios. El objetivo de este artículo es el de hacer resaltar unos elementos para ese balance, así como despejar perspectivas. ¿Por qué limitarnos a "unos" elementos?. La razón es que esta experiencia del proletariado tiene tanta importancia y riqueza que no se puede tratar totalmente en el marco de un único artículo. Por otro lado, la situación creada en Polonia es tan nueva en ciertos de sus aspectos y sigue evolucionando con tal rapidez, que exige por parte de los revolucionarios la mayor apertura intelectual, mucha prudencia y humildad en cuanto a los juicios concernientes al porvenir del movimiento.
La historia del movimiento obrero es muy larga. Cada una de sus experiencias es un paso más en el camino empezado ya hace más de dos siglos. En ese sentido, si cada nueva experiencia se confronta a condiciones y circunstancias inéditas, una de las características del movimiento es que necesita en cada una de sus etapas para poder ir más allá, volver a descubrir los métodos y enseñanzas que ya fueron suyos en el pasado.
En el siglo pasado y en los primeros años del nuestro, estas enseñanzas del pasado formaban parte de la vida cotidiana de los proletarios, gracias en parte a la actividad y propaganda de sus organizaciones, sindicatos y partidos obreros. La entrada de capitalismo en una nueva fase de su existencia su decadencia obligó al movimiento de la clase a adaptarse a las condiciones recién creadas: la revolución de 1905 en el imperio ruso es la primera experiencia de la nueva época de la lucha de clases, la que debe concluirse por el derrumbamiento violento del capitalismo y por la toma del poder por parte del proletariado mundial. Ese movimiento de 1905 fue rico de enseñanzas para los combates siguientes, más particularmente para la ola revolucionaria que va de 1917 a 1923. Hizo descubrir al proletariado dos instrumentos esenciales de su lucha en el período de decadencia del capitalismo: la huelga de masas y la autoorganización en Consejos Obreros.
Por desgracia, si las enseñanzas de 1905 estaban presentes en la memoria de los obreros rusos en 1917, si el ejemplo de Octubre 1917 iluminó los combates del proletariado en Alemania, en Hungría, en Italia y en cantidad de países entre 1918 y 1923, hasta en China en 1927, el período que siguió atravesó una situación bien diferente. En efecto, la ola revolucionaria que acabó con la primera guerra mundial dejó sitio a la más profunda y larga contrarrevolución de toda la historia del movimiento obrero. Todas las enseñanzas de las luchas del primer cuarto del siglo XX han sido progresivamente olvidadas, salvo por unos pequeños grupos que han sido capaces de conservar y defenderlas contra viento y marea: los grupos de la izquierda comunista (la Fracción de izquierdas del partido comunista de Italia, el KAPD, los Comunistas internacionalistas de Holanda y los núcleos que políticamente se han acercado a esas corrientes).
Lo que más se destaca de los acontecimientos de Polonia, es decir de la mayor experiencia del proletariado mundial desde la reanudación histórica de sus combates a finales de los años 60, es la deslumbrante confirmación de las posiciones defendidas por la izquierda comunista durante decenas de años. Ya se trate de la naturaleza de los países llamados "socialistas", del análisis del período actual de la vida del capitalismo, del papel de los sindicatos, de las características del movimiento obrero en este período y del papel de los revolucionarios en ese movimiento, las luchas obreras en Polonia han sido una viva verificación de la exactitud de esas posiciones progresivamente elaboradas por las diferentes corrientes entre las dos guerras y que iban a encontrar su formulación más sintética y completa con la Izquierda comunista de Francia (quién publicó "Internationalisme" hasta 1952) y hoy en día con la CCI.
1. La naturaleza de los países llamados "Socialistas"
No todas las corrientes de la izquierda comunista han sabido analizar con la misma lucidez y prontitud la naturaleza de la sociedad que se estableció en URSS tras la derrota de la ola revolucionaria de la primera posguerra, y la degeneración del poder surgido de la revolución de Octubre en Rusia. La izquierda italiana habló durante años de "Estado obrero", mientras que ya desde los años 20, las izquierdas alemanas y holandesas habían analizado esa sociedad como "capitalismo de Estado". Pero el mérito común a todas las corrientes de la izquierda comunista ha sido afirmar claramente que el régimen político de la URSS era contrarrevolucionario, explotador del proletariado como cualquier otro capitalismo, que no había nada que defender en él y que la consigna de "defensa de la URSS" no era ni más ni menos que una bandera de adhesión a la participación a una nueva guerra imperialista; lo tuvieron que afirmar a pesar y en contra del estalinismo, claro está, y también del trotskismo.
Desde entonces, para el conjunto de las corrientes de la izquierda comunista, queda perfectamente claro el carácter capitalista de la sociedad en Rusia y en los demás países llamados "socialistas". Esta idea se generaliza tan rápidamente hoy en la clase obrera mundial que hay socialdemócratas que ni vacilan ya en atreverse a hablar de "capitalismo de Estado" cuando hablan de esos países, con el fin de ganarle la partida a los estalinistas e intentar preparar a los obreros para la defensa del Occidente capitalista ¡cómo no!, pero democrático y en contra del bloque del Este capitalista y totalitario.
En contra de las mistificaciones que estalinistas y trotskistas siguen alimentando en cuanto a la verdadera naturaleza de clase de esos gobiernos, la lucha de la clase obrera en Polonia es un arma decisiva. Esa lucha deja bien patente para los obreros del mundo entero que en el "socialismo real" del Este, como en todas partes, la sociedad está dividida en clases irreconciliables, que también existen explotadores que gozan de privilegios semejantes a los que tienen los explotadores en Occidente y también explotados que sufren una miseria y opresión crecientes a medida que va hundiéndose la economía mundial; denuncian con violencia las pretendidas "conquistas" obreras, que jamás vieron los obreros, salvo en los discursos de la propaganda oficial; demuestran la triste realidad de los "méritos" de la "economía planificada" y del "monopolio del comercio exterior" tan cantados por los trotskistas: esas grandes "conquistas" no han impedido la desorganización y el endeudamiento de la economía polaca. Y además, por sus métodos, y objetivos, esas luchas prueban prácticamente que la lucha proletaria es la misma en todos los países, porque se enfrenta en todas partes al mismo enemigo: el capitalismo.
La estocada aplicada por los obreros polacos a las mistificaciones en cuanto a la verdadera naturaleza de los llamados "países socialistas" es de grandísima importancia para la lucha del proletariado mundial, aunque la "estrella del socialismo real" haya perdido bastante de su brillo estos últimos años. En efecto, la mentira de la "URSS socialista" fue básica en la ofensiva contrarrevolucionaria del capitalismo antes y después de la Segunda Guerra Mundial, ya fuera para desviar las luchas proletarias hacia la "defensa de la patria socialista", ya con el fin de asquear a los obreros y hacerles dar la espalda a cualquier lucha o perspectiva revolucionaria.
Para poderse concluir, el movimiento revolucionario, cuyos signos precursores aparecen hoy, tendrá que tener muy claro que se enfrenta al mismo enemigo en todos los países, que no hay la más mínima traza de "bastión obrero", aún degenerado, por el mundo. Las luchas de Polonia le han permitido dar un gran paso adelante en ese sentido.
2. El actual período de la vida del capitalismo
La izquierda comunista, que se desprendió de la Internacional Comunista (IC) a lo largo de los años 20; siguió analizando el período abierto por la primera guerra mundial como el de la decadencia del capitalismo, en el cual sólo puede sobrevivir el sistema a través de un círculo infernal de crisis aguda, guerra, reconstrucción, nueva crisis .....
A pesar de todas las ilusiones en un "capitalismo ya liberado de las crisis" que los premios Nóbel de economía y compadres han podido propalar gracias a la reconstrucción de la última posguerra, la crisis golpea desde hace ya diez años a todos los países, permitiendo que tome cuerpo la Posición clásica del marxismo. La tesis de la estatalización de la economía como remedio a la crisis, sin embargo, ha sido durante largo tiempo defendida por los ideólogos de la izquierda, y ha tenido cierto éxito en sectores de la clase obrera. Pero ese remedio puede ser peor que la enfermedad misma, eso es lo que demuestran también las luchas obreras en Polonia, poniendo en evidencia el deterioro de la economía nacional. La quiebra en la cual se hunde el modelo capitalista oriental no tiene nada que ver con "la jugadas de los grandes monopolios" y demás "multinacionales". La quiebra de los modelos totalmente estatalizados es la prueba evidente que no es tal o cual forma, de capitalismo la que es caduca y podrida. Es el modo de producción capitalista global lo que se descompone y ya es hora de que deje el sitio a otro de producción.
3. La naturaleza de los sindicatos
Una de las más importantes lecciones de las luchas en Polonia se refiere al papel y naturaleza de las organizaciones sindicales que ya hicieron resaltar las izquierdas alemana y holandesa.
Esa luchas demostraron que la clase obrera no necesitan sindicatos para emprender el combate masivo y determinadamente. Los sindicatos que existían en Agosto de 1980 en Polonia no eran más que los auxiliares serviles del Partido gobernante y de la policía. Fue desde fuera y en contra de los sindicatos que la clase obrera emprendió la lucha en Polonia, dotándose de órganos de lucha, los MKS (comités de lucha basados en las asambleas generales y sus delegados elegidos y revocables), durante la lucha y no de manera previa.
Todo el trabajo de "Solidaridad" desde su principio demuestra que, aunque "Libre", "independiente" y beneficiando de la confianza de los trabajadores, los sindicatos no son más que los enemigos de la lucha de la clase. La experiencia que viven hoy en día los obreros polacos está preñada de enseñanzas para el proletariado mundial. Prueba de manera viva que no es solo a causa de la burocratización o de los dirigentes sospechosos por lo que la clase obrera se enfrenta a los sindicatos en todos los países del mundo. Desmiente que la clase obrera tenga que inventar nuevos sindicatos para escapar a las taras de los viejos, y destruye la idea que afirma que la lucha de clases les puede dar una vida proletaria. Recién nacidos en la lucha, teniendo a su cabeza a los principales dirigentes de la huelga de Agosto del 1980, el nuevo sindicato es incapaz de ir más allá que los antiguos y hace lo que hacen todos los sindicatos del mundo: sabotean las luchas, desmovilizan y asquean a los obreros, arrinconan el descontento en mitos "autogestionarios" y demás defensas de la economía nacional. Y aquí no se trata de "dirigentes sospechosos" o "incapaces" ni de "ausencia de democracia": la estructura sindical, es decir la organización permanente basada en la defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores, no puede mantenerse al lado de la clase obrera. En el capitalismo decadente, época en la cual ya no son posibles las reformas duraderas en un sistema en putrefacción en el cual el estado tiende a integrarlo todo en su seno, a semejante estructura no le queda otro remedio que ser aspirada por el Estado, haciéndose un instrumento de su defensa y del capital nacional. Esa estructura se da los dirigentes y resortes que mejor corresponden a su función. El mejor militante obrero se transformará en un jefe sindical cualquiera en cuanto acepte ejercer un puesto en el aparato. La mayor democracia formal, tal como la que en principio se practica en "Solidaridad", nunca podrá impedir que un Walesa negocie directamente con las autoridades sobre las condiciones y modalidades de sabotaje de las luchas, pasándose la vida yendo de "bombero volante" por toda Polonia, en cuanto se prende cualquier incendio social.
El balance de un año de luchas en Polonia es claro. Nunca la clase obrera ha podido ser tan fuerte como antes de la llegada de los sindicatos, cuando eran las asambleas obreras quiénes tenían la entera responsabilidad del movimiento, quienes elegían, controlaban y hasta revocaban los delegados mandados a los órganos centralizadores del movimiento.
Desde entonces, la creación y el desarrollo de "Solidaridad" han permitido que los obreros sean incapaces de organizar una réplica fuerte y unificada contra la agravación de sus condiciones de existencia mucho más tremenda que la que provocó las huelgas del verano 1980. "Solidaridad" ha logrado hacer aceptar lo que los sindicatos del régimen estalinista no podían; ha logrado imponer: el alargamiento de la semana laboral (renunciando a los "sábados libres"), la triplicación del precio del pan, aumentos masivos de los precios de otros productos de primera necesidad y una penuria cada día menos soportable. "Solidaridad" ha logrado conducir a los obreros polacos hacia el atolladero de la autogestión que rechazaban éstos el año pasado, lo cual los llevará a nombrar ellos mismos aquellos que se encargarán de organizar su explotación (siempre y cuando sea compatible con las orientaciones del partido en el poder). "Solidaridad", por fin, al desmovilizar la menor lucha, ha preparado la actual ofensiva de las autoridades, la represión que están desencadenando y la censura sobre las luchas que están aplicando.
El proletariado polaco está hoy mucho más débil con su organización sindical "libre" en la cual "tiene confianza" que ayer, cuando no contaba con ningún sindicato que defendiera sus intereses. Y por muchas posibles "renovaciones" del sindicato que intenten hacer elementos más radicales que Walesa, eso no va a cambiar nada del asunto. El sindicalismo "de base" o "de lucha" ha dado sus pruebas en el mundo entero: su única función objetiva, sean cuales sean las intenciones de sus militantes, es la de volver a darle onda al nombre de un tipo de organización que no puede más que servir los intereses del capitalismo.
Esto es lo que ya afirman desde hace años las corrientes más lúcidas de la izquierda comunista. Esto es lo que tendrán que acabar por entender las corrientes comunistas que mantienen ilusiones dentro del proletariado sobre la posibilidad de dotarse de organizaciones de tipo sindicato, con explicaciones del tipo de "asociacionismo obrero" y demás parloteos.
Las luchas en Polonia, aunque hoy los obreros de este país estén bastante encerrados en la trampa de "Solidaridad", y precisamente por eso, han puesto el dedo en la llaga, en una de las patrañas más tenaces y peligrosas para el proletariado, la mistificación sindical. Les toca ahora a los proletarios y a los revolucionarios del mundo entero sacar las enseñanzas de ello.
4. Las características de las luchas actuales y el papel de los revolucionarios
En esta revista ya hemos tratado ampliamente ese tema (Huelgas de masas en Polonia 1980, n° 23; Notas sobre la huelga de masas, ayer y hoy, en este mismo número; El papel de los revolucionarios a la luz de los acontecimientos de Polonia n° 24), Por esta razón solo vamos a hacer resaltar dos puntos en este artículo:
Fue Rosa Luxemburgo (véase artículo en este número[1]) quien en 1906, por primera vez, puso en evidencia las nuevas características del combate proletariado, y analizó en profundidad el fenómeno de la huelga de masas. Basaba su análisis en la experiencia de la revolución de 1905-1906 en Rusia y Polonia, donde ella vivía en aquellos momentos[2].
Por ironía de la historia, ha vuelto a ser en Polonia, y en el bloque imperialista ruso, en donde el proletariado ha vuelto a reanudar, con la mayor decisión, con ese método de lucha. No es totalmente debido a la casualidad. Como en 1905, el proletariado de esos países es de los que más sufren las contradicciones del capitalismo. Como en 1905, no existen en esos países estructuras sindicales o "democráticas" capaces de servir de tope ante el descontento y la combatividad obrera.
Más allá de estas analogías, sin embargo, es necesario poner en evidencia la importancia del ejemplo polaco de huelgas de masas, y en particular el hecho de que la lucha proletaria en la época actual no es resultado de una organización previa, al contrario de lo que ocurría en el siglo pasado y de lo que pensaban "los jefes sindicales" contra quienes polémico Rosa Luxemburgo; Hoy en día, la luche surge espontáneamente de la carne misma de la sociedad en crisis, su organización no le es previa, sino que se hace en la lucha.
Este hecho fundamental les da una función muy diferente a las organizaciones revolucionarias, con respecto al papel que jugaban en el siglo pasado. Cuando la organización sindical todavía era una condición para la lucha (véase La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo, "Revista Internacional", n° 23[3]), el papel de los revolucionarios era participar activamente en la construcción de estos órganos de lucha. Se puede considerar, en cierto modo, que en aquella época, los revolucionarios "organizaban" a la clase obrera en función de las necesidades de la lucha cotidiana en contra del capital. Pero cuando la organización es un producto de la lucha, cuando surge espontáneamente a partir de las convulsiones que sacuden a la sociedad capitalista, ya no se puede tratar de "organizar" la clase o de preparar sus movimientos de resistencia contra los ataques crecientes del capital. El papel de las organizaciones revolucionarias se sitúa entonces en un plano muy diferente: ya no es la preparación de las luchas económicas inmediatas, es la preparación de la revolución proletaria por la defensa en estas mismas luchas de sus perspectivas mundiales, globales e históricas, y más generalmente por la defensa del conjunto de las posiciones revolucionarias.
La experiencia de las luchas obreras en Polonia, las lecciones que están sacando de ella sectores importantes del proletariado mundial (ya a principios del año manifestaron los obreros de la FIAT en Turín al grito de ¡Gdansk!¡Gdansk!), son la viva ilustración de la manera como evoluciona el desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase obrera. Ya lo hemos dicho, varias lecciones de la lucha polaca ya formaban parte desde hace décadas del patrimonio programático de la izquierda comunista. Pero toda la propaganda paciente y pertinaz de los grupos de esa corriente durante décadas no ha tenido ni la menor influencia si se la compara a estos meses de lucha en Polonia, con respecto a la asimilación de estas mismas lecciones por parte del proletariado mundial. La conciencia del proletariado no precede a su ser, sino que acompaña su desarrollo. Este desarrollo solo se realiza por la lucha contra el capitalismo y por su autoorganización en el combate y para el combate.
El proletariado solo puede sacar todas las lecciones de su lucha pasada y presente cuando lucha masivamente, cuando empieza a actuar como clase. Eso no significa que las organizaciones revolucionarias no tengan ningún papel que jugar en este proceso. Su función es precisamente la de sistematizar estas enseñanzas, integrarlas en un análisis global y coherente, relacionarlas con toda la experiencia pasada de la clase y a las perspectivas de su combate. Sin embargo, su intervención y propaganda en la clase solo pueden encontrar un eco en las masas obreras cuando se enfrentan, en la práctica, por experiencia viva, a las cuestiones fundamentales planteadas por esa misma práctica.
Las organizaciones revolucionarias serán capaces de hacerse oír por la clase, de fertilizar su combate, si saben apoyarse en los primeros elementos de una toma de conciencia, de las cual ellos son por otra parte, una plasmación.
Aunque los movimientos importantes del proletariado sean generalmente la ocasión para volver a descubrir métodos y lecciones que sirvieron ya en la historia del proletariado, no se ha deducir que la lucha de clases es una sencilla y monótona repetición del mismo guión. Al desarrollarse en condiciones constantes de evolución, cada movimiento de la clase enriquece con sus propias aportaciones su experiencia general. En momentos cruciales de la vida de la sociedad, tales como las revoluciones o los períodos clave entre dos épocas de éstas, ocurre que las luchas particulares aportan elementos nuevos tan fundamentales para el proletariado mundial que toda la perspectiva está afectada por ellos. Ese fue el caso de la Comuna de París, de las revoluciones de 1905 y 1917 en Rusia. La Comuna hizo descubrir al proletariado la necesidad de destruir de arriba abajo el aparato estatal de la burguesía. La revolución de 1905, que se situó entre la fase ascendente y la fase de decadencia del capitalismo, permitió a la clase inventar los instrumentos que necesitaba en el nuevo período, tanto para resistir a los ataques del capital como para ir al asalto del poder, o sea, la huelga de masas y los consejos obreros, Octubre de 1917 permanece como la única experiencia seria de toma del poder político en un país por el proletariado, experiencia que debe permitirle hoy enfrentar mucho más armado que en el pasado los problemas de la dictadura del proletariado, de sus relaciones con el Estado del período de transición y del papel del partido proletario en el conjunto del proceso revolucionario.
A pesar de su importancia, la lucha obrera en Polonia no ha aportado a la experiencia del proletariado elementos tan fundamentales como los que acabamos de evocar. Es necesario señalar no obstante unos problemas que ya se plantearon desde hace tiempo en el plano teórico, que nunca han sido resueltos decididamente por la práctica y que las luchas en Polonia vuelven a poner hoy en el primer plano de las preocupaciones de la clase.
En primer lugar, las luchas de Polonia son la ilustración de un fenómeno general que ya señalamos en nuestra prensa, una novedad en la historia del movimiento obrero: no se desarrolla la ola revolucionaria del proletariado a partir de una guerra (tal como se produjo en 1905 y 1917 en Rusia, en 1918 en Alemania y el resto de Europa), sino a partir del hundimiento económico del capitalismo, tal como Marx y Engels lo pensaron en el siglo pasado. Ya hemos analizado ampliamente en varios textos las características que las condiciones imponen a la ola actual de luchas obreras: movimientos duraderos, movilizados a partir de reivindicaciones esencialmente económicas (mientras que en 1917, por ejemplo, la reivindicación esencial -la paz - era directamente política). No volveremos a tratarlo aquí sino para constatar que esas nuevas circunstancias exigen por parte de los revolucionarios vigilancia, modestia, inteligencia crítica, estar lo bastante despiertos para no enredarse en viejos esquemas hoy en día caducos. En estos esquemas rígidos se han encerrado los grupos que siguen considerando que el próximo movimiento revolucionario surgirá de la guerra imperialista como en el pasado. Las luchas de Polonia son precisamente la demostración que no será capaz el capitalismo de dar sus soluciones propias a la crisis general de su economía, si no pone al paso a la clase obrera. Mientras las diferentes fracciones nacionales de la burguesía estén amenazadas en tanto que clase por la combatividad obrera, nunca, dejarán que sus propias luchas internas por la hegemonía mundial degeneren en una confrontación general que las debilitaría ante su enemigo común y mortal: el proletariado. Eso es lo que ha demostrado el año 1980: aunque su primera parte está marcada por una agravación sensible de las tensiones entre los dos bloques imperialistas, estas mismas tensiones - sin dejar de existir- pasan al segundo plano en las preocupaciones de la burguesía mundial tras las huelgas del mes de Agosto. Lo que más le importa hoy es coordinarse para hacer todo lo posible con el fin de ahogar la combatividad obrera. Y ninguno de sus sectores ha faltado a la lista. URSS y compinches mezclan maniobras militares y promesas de "ayuda fraternal" para intimidar a los obreros polacos, sin olvidar de denunciar a Walesa y Kurón cada vez que incesantes operaciones antihuelgas de éstos tienden a deshonrar sus apellidos. Los países occidentales otorgan créditos a fondo perdido y reparten productos alimenticios de primera necesidad baratísimos; mandan a sindicalistas con material propagandístico y buenos consejos a "Solidaridad"; hacen lo posible para acreditar la tesis de la intervención de las tropas del pacto de Varsovia si las cosas no se calman, delegan al canciller "socialista" austriaco Kreisty y al presidente de la Internacional Socialista Brandt para exhortar "al trabajo" a los obreros polacos.
En resumen, aunque los diferentes gángsteres que se reparten el mundo no dejan pasar la más mínima ocasión de liarse a tiros, están decididos a realizar la "unión sagrada" en cuanto se manifiesta el enemigo proletario. Tal como se ha iniciado, la lucha de la clase obrera es hoy el único obstáculo frente a una nueva guerra generalizada. Los acontecimientos de Polonia demuestran una vez más que la perspectiva no es la guerra mundial, sino la guerra de clases. La revolución venidera no surgirá de la guerra interimperialista, porque en realidad, ésta sólo podrá realizarse sobre el cadáver de la revolución.
El otro problema planteado por los acontecimientos de Polonia se refiere más específicamente a la naturaleza de las armas burguesas que tendrá que enfrentar la clase obrera en los países del bloque del Este.
Se ha podido constatar en Polonia que la burguesía del Este tuvo que adoptar, a pesar de sus pesares, la táctica corriente utilizada en Occidente: repartirse la faena entre equipos gubernamentales, por un lado, a quienes les toca "hablar claro" el lenguaje de la austeridad, de la represión y de la intransigencia (estilo Reagan o Thatcher), y por el otro lado, equipos de oposición con lenguaje obrero que se encargan, por su parte, de paralizar las réplicas obreras contra los ataques capitalistas. Pero mientras las burguesías occidentales tienen decenas de años de experiencia de este tipo de reparto de responsabilidades y disponen para ello de un sistema "democrático", las burguesías del bloque del Este, cuyo modo de dominación se basa en la existencia del partido-Estado dueño absoluto de todos los resortes de la sociedad, tiene dificultades mayores para hacer la misma jugada.
Ya sacábamos a relucir esta contradicción en 1980: "(...) Pero el régimen estalinista sigue sin poder tolerar, sin daños y riesgos, la existencia de esas fuerzas de oposición. Su fragilidad y su rigidez congénita no han desaparecido por tanto, por la gracia del estallido de la luchas obreras. ¡Muy al contrario!. Obligado a tolerar en sus entretelas a un cuerpo extraño, del que tiene necesidad para sobrevivir, ..., pero "que rechaza con todas las fibras de su organismo, el régimen está sumido hoy en las convulsiones más dolorosas de su historia" (esta revista n° 24, pág.5).
Desde entonces, al partido ha logrado estabilizar su situación interna en torno a Kania gracias a su IX Congreso y una vez más a la colaboración de las grandes potencias y también ha logrado estabilizar un modus vivendi con "Solidaridad". Tal modus vivendi no está exento de ataques y denuncias acerbas. Forman parte de la jugada que les permite ser creíbles en su papel respectivo, como en Occidente enseñando los dientes, el "malo" quiere demostrar que no nos vacilarán en reprimir si es necesario, y de este modo atraer la simpatía del público hacia el "bueno", quien se da un aire heroico desafiando al "malo".
Claro está que los enfrentamientos, entre "Solidaridad" y el POUP no son puro teatro como tampoco es puro teatro la oposición entre izquierdas y derechas en los países occidentales. En éstos, el marco institucional permite generalmente la "gestión" de estas oposiciones para que no amenacen la estabilidad del régimen y también para que las luchas por el poder sean contenidas y se solucionen con la fórmula más apropiada para enfrentar al enemigo proletario. En cambio, si la clase dominante ha logrado instaurar mecanismo de este estilo en Polonia, a través de mucha improvisación pero por ahora con éxito, nada prueba que se trate de una fórmula definitiva exportable hacia otros "países hermanos". Las mismas invectivas que sirven para dar créditos a un socio-adversario cuando éste es indispensable para el mantenimiento del orden pueden ser utilizadas para aplastarlo en cuanto ha perdido su utilidad (véase las relaciones entre fascismo y democracia entre las dos guerras mundiales).
Al obligar a las burguesías de Europa del Este a repartirse los papeles de un modo al cual son estructuralmente refractarias, las luchas obreras en Polonia han creado una contradicción viva. Todavía es demasiado temprano para prever como se resolverá. La tarea de los revolucionarios cara a una situación históricamente nueva ("una época de lo nunca visto", dijo Gwiazda, leader de Solidaridad) es estar atentos a los hechos con modestia.
Prever detalle por detalle como se desarrollará la situación es una tarea que escapa a la competencia de los revolucionarios. Pero en cambio, partiendo de la experiencia, han de ser capaces de despejar las perspectivas más generales del movimiento e identificar de antemano cada paso que ha de cumplir el proletariado en su avance hacia la revolución. Ese próximo paso, ya lo hemos definido en los días que siguieron las luchas del Agosto 1980 (Véase el panfleto internacional difundido por la CCI, Polonia, en el Este y el Oeste una misma lucha obrera contra la explotación capitalista, 6/9/80), es la generalización de las luchas a nivel mundial.
El internacionalismo es una de las posiciones básicas del programa proletario, incluso la más importante. Ya se expresó con fuerza en el lema de la "liga de los Comunistas" de 1847 y en el himno de la clase obrera. Sirve de frontera de clase entre las corrientes proletarias y las burguesas en las Segunda y Tercera Internacionales en degeneración. Esta importancia del internacionalismo no viene de un principio general de fraternidad humana, sino que expresa una necesidad vital de la lucha del proletariado. Ya podía escribir Engels en 1847: "La revolución comunista no será una revolución puramente nacional. Sucederá en todos los países civilizados al mismo tiempo..." ("Principios del Comunismo").
Los acontecimientos de Polonia evidencian esta afirmación. Demuestran la necesidad de la unidad mundial del proletariado frente a una burguesía quien por su lado, es muy capaz de concertarse y ser solidaria por encima de todos sus propios antagonismos imperialistas en cuanto ha de enfrentarse a su enemigo mortal. A este respecto, no podemos más que denunciar la consigna totalmente absurda de la "Communist Worker's Organisation", la cual, en el n° 4 de Worker's Voice llama a los obreros polacos a "la revolución ya". En ese artículo, la CWO pone cuidado en precisar que "llamar a la revolución hoy no es aventurismo típico de un botarate" diciendo que: "(como) el enemigo de clase ha tenido doce meses para preparar el aplastamiento de la clase y que los obreros polacos no han creado todavía la dirección revolucionaria consciente que la situación, exige, las posibilidades de victoria son mínimas".A pesar de su inconsciencia, la CWO se da por lo menos cuenta de que la URSS no dejaría que el proletariado hiciera la revolución ante sus mismas narices, pero encontró la solución: "Llamamos a los trabajadores de Polonia a emprender el camino de la lucha armada contra el Estado capitalista y fraternizar con los trabajadores de uniforme que sean mandados para aplastarlos". ¡Mira que bien! Vaya genialidad: basta con fraternizar con los soldados rusos. Cierto es que no hay que excluir esa posibilidad. Es una de las razones que explican por qué la URSS no ha intervenido en Polonia para meter en cintura al proletariado. Pero de ahí, a pensar que el Pacto de Varsovia ya no podría encontrar medios para ejercer una represión es hacerse increíbles ilusiones en cuanto a la madurez actual de las condiciones de la revolución en toda la Europa del Este y en el mundo entero. Pues de eso se trata: el proletariado no podrá hacer la revolución en un país más que si por todas las demás partes ya están en marcha. Y no será alguna que otra huelga que haya habido en Checoslovaquia, en Alemania del Este, en Rumania y hasta en Rusia desde Agosto de 1980 lo que puede permitir decir que la situación está madura en esos países para los enfrentamientos generalizados de clase.
El proletariado no podrá hacer la revolución "por sorpresa". Una conmoción así será el resultado y el punto culminante de una marea de luchas internacionales de las que hasta ahora hemos visto un tímido principio. Cualquier tentativa del proletariado en tal o cual país de echarse al asalto del poder sin tener en cuenta el nivel de las luchas en los demás países estaría condenada a un fracaso sangriento. Y los que, como la CWO, llaman a los proletarios a lanzarse a semejantes intentos son imbéciles irresponsables.
La internacionalización de las luchas no es solamente indispensable en tanto que etapa hacia la revolución proletaria, como medio de parar el brazo asesino de la burguesía contra los primeros intentos de toma del poder por el proletariado. Es una condición para que los proletarios polacos y de los demás países puedan superar las patrañas que los mistifican y los paralizan en su combate. Efectivamente, si se miran de cerca las causas del actual éxito de las maniobras de "Solidaridad", se puede comprobar que se debe esencialmente al aislamiento en que se encuentra todavía el proletariado en Polonia.
Mientras el proletariado de los demás países del bloque del Este, y particularmente el de Rusia, no se haya puesto a luchar, el chantaje de la intervención de los "países hermanos" podrá seguir funcionando, y el nacionalismo antiruso y la religión que le acompaña seguirán teniendo gran peso.
Mientras la práctica misma de una lucha mundial no haya hecho comprender a los proletarios que no tienen "economía nacional" que defender, que no hay posibilidad de mejora de la gestión de esa en el marco de un país y en las relaciones de producción capitalistas, los sacrificios en nombre del "interés nacional" serán aceptados, las patrañas sobre la "autogestión" encontrarán eco.
En Polonia, como por todas partes, el siguiente paso cualitativo de las luchas depende de su generalización a escala mundial. Eso es lo que deben decir los revolucionarios claramente a su clase, en lugar de presentar las luchas obreras en Polonia como resultado de condiciones históricas específicas de ese país, A este respecto, un artículo como el de "Programme Communite", n° 86 (revista teórica del PCInt), que se remonta a los repartos de 1773, 1792 y 1795 y al "heroísmo de Kosciuszko" para explicar las luchas actuales en lugar de ponerlas en el marco de la reanudación mundial de los cambares de clase, un artículo que pone al proletariado polaco como heroico heredero de la burguesía polaca revolucionaria del siglo pasado y desprecia la burguesía polaca de hoy por su sumisión a Rusia, semejante artículo, a pesar de las frases internacionalistas que contenga, no contribuye en nada en la toma de conciencia de la clase obrera.
Más que nunca, de lo que se trata es de afirmar claramente como ya lo hicimos nosotros en Diciembre de 1980: "En Polonia, el problema solo podía ser planteado, le toda al proletariado mundial resolverlo" (Revista Internacional, n° 24).
Es el propio capitalismo mundial el que, con la generalización de su hundimiento económico, está creando las condiciones de ese surgimiento mundial de la lucha de la clase.
F.M 3/10/81
[1] Ver Notas sobre la huelga de masas: /revista-internacional/198110/928/notas-sobre-la-huelga-de-masas [32]
[2] Ver el folleto de Rosa Huelga de masas, partido y sindicatos. Se puede encontrar en formato PDF en: https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf [33]
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/critica_de_lenin_filosofo_de_pannekoek_i_0.pdf
[2] https://es.internationalism.org/en/tag/series/lenin-filosofo
[3] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/comunismo-de-consejos
[4] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/izquierda-comunista-francesa
[5] https://es.internationalism.org/en/tag/3/51/partido-y-fraccion
[6] https://www.operaieteoria.it/archivio.htm-
[7] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm
[8] https://es.internationalism.org/en/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[9] https://es.internationalism.org/en/tag/3/41/alienacion
[10] https://es.internationalism.org/files/es/las_confusiones_del_for_sobre_octubre_1917_y_espana_1936.pdf
[11] https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf
[12] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2089/la-experiencia-rusa-propiedad-privada-y-propiedad-colectiva
[13] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es#_ftnref2
[14] http://grupgerminal.org/?q=system/files/IntroduccionalaeconomiaRosaLuxemburgFORMATEADO.pdf
[15] https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas
[16] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[17] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200703/1322/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-nacimiento-del-sindicalismo-
[18] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200705/1903/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-ante-la-guerra-y-la-revoluci
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200708/2002/historia-del-movimiento-obrero-el-sindicalismo-frustra-la-orientac
[20] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2068/historia-del-movimiento-obrero-la-contribucion-de-la-cnt-a-la-inst
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200802/2189/historia-del-movimiento-obrero-el-fracaso-del-anarquismo-para-impe
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i
[23] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2362/octubre-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-ii
[24] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[25] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/america-central-y-sudamerica
[26] https://es.internationalism.org/en/tag/3/47/guerra
[27] https://es.internationalism.org/en/tag/2/24/el-marxismo-la-teoria-revolucionaria
[28] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-germano-holandesa
[29] https://es.internationalism.org/en/tag/2/28/el-estalinismo-el-bloque-del-este
[30] https://es.internationalism.org/en/tag/21/544/la-huelga-de-masas
[31] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1905-revolucion-en-rusia
[32] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198110/928/notas-sobre-la-huelga-de-masas
[33] https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf
[34] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200805/2265/la-lucha-del-proletariado-en-el-capitalismo-decadente
[35] https://es.internationalism.org/en/tag/21/543/las-luchas-en-polonia-de-los-80
[36] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1980-huelga-de-masas-en-polonia