Una espiral de caos, masacres y militarismo

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Tres años de guerra en Ucrania

Una espiral de caos, masacres y militarismo

La guerra en Ucrania es, hasta la fecha, la expresión más representativa del caos imperialista mundial que implica, a diferentes niveles, a las grandes potencias imperialistas, a los países de Europa Occidental, pero también a otros países como Corea del Norte, Irán... Varios expertos de la burguesía, así como todos los grupos del medio político proletario, con excepción de la CCI, ven en esta situación un momento de la marcha hacia la Tercera Guerra Mundial. Para ellos, asistimos actualmente a la formación de dos bloques imperialistas rivales en torno a las dos grandes potencias mundiales: Estados Unidos y China. En contraste con este análisis, la CCI lo considera como una ilustración de la incapacidad de las dos grandes potencias mundiales para imponerse a la cabeza de dos bloques imperialistas. El liderazgo mundial de la más poderosa de ellas, Estados Unidos, está cada vez más en entredicho, mientras que China ni siquiera ha sido capaz de reunir los inicios de un bloque imperialista. Además, Estados Unidos está especialmente debilitado políticamente por las crecientes divisiones entre republicanos y demócratas, y el líder de los republicanos se ha apresurado a confirmar, antes y después de su nueva elección, su incapacidad no sólo como líder de guerra sino también para dirigir los asuntos del país. Ejemplo de sus sutilezas son sus amenazas de anexionarse Groenlandia cuando, de hecho, Estados Unidos ya tiene el control efectivo de este territorio, gracias en particular a una base militar.

Pero la imposibilidad actual de una nueva guerra mundial no es en absoluto contradictoria, como ilustra la realidad que tenemos ante nuestros ojos, con el desencadenamiento de guerras que implican a los países centrales del capitalismo mientras que el proletariado, en sus principales concentraciones, no está derrotado ni dispuesto a alistarse para la carnicería imperialista, a pesar de sus dificultades actuales que le impiden plantear su propia perspectiva revolucionaria.
Producto de la descomposición del capitalismo, el caos mundial actual está plagado de todos los peligros y amenazas para la supervivencia de la humanidad. La gangrena del militarismo y la guerra está por todas partes, del Báltico al Mar Rojo, de Taiwán y Corea del Norte al Sahel. La pesadilla europea de la guerra nuclear durante la Guerra Fría se reaviva ahora con las amenazas de Moscú de una nueva nuclearización del continente y la escalada que supondría el envío de tropas de los países occidentales vecinos al frente ucraniano. No nos enfrentamos a una Tercera Guerra Mundial, sino a guerras que están escalando sin control en Ucrania y, en perspectiva, en todo el mundo. Tres años después de la «operación especial» de Rusia en Ucrania, la guerra en ese país muestra todos los signos de una carrera precipitada hacia un estancamiento ciego y destructivo regido por una política de tierra quemada.

Una guerra de descomposición que sólo puede entrañar la ruina de los beligerantes

Durante la expansión mundial del capitalismo en el siglo XIX, la guerra pudo ser un medio de consolidar las naciones capitalistas, como fue el caso de Alemania cuando la guerra franco-prusiana de 1871, o de contribuir por la fuerza a la ampliación del mercado mundial mediante guerras coloniales, abriendo nuevos mercados para las naciones más desarrolladas y favoreciendo así el desarrollo de las fuerzas productivas. Más tarde, estas guerras dieron paso a la guerra imperialista para repartirse el mundo, y la Primera Guerra Mundial de 1914 marcó la entrada del capitalismo en su fase decadente. La guerra permanente entre los diversos rivales imperialistas perdió así toda racionalidad económica y se convirtió en el modo de vida del capitalismo decadente. El horror y la destrucción de la Primera Guerra Mundial se repitieron y amplificaron en la Segunda Guerra Mundial, en la que cada uno de los imperialismos rivales trató de asegurarse una posición geoestratégica mundial mediante alianzas forzadas bajo la disciplina de los respectivos jefes de los bloques imperialistas, buscando constantemente alianzas en defensa de sus respectivos intereses: «Ante el callejón sin salida total en que se encuentra el capitalismo y el fracaso de todos los “remedios” económicos, por brutales que sean, el único camino que le queda a la burguesía para intentar aflojar las garras de este callejón sin salida es el de una huida hacia adelante utilizando otros medios (por cierto, también cada vez más ilusorios) que sólo pueden ser militares» [[1]]. Hasta aquí la evolución de la guerra en los dos últimos siglos.
Pero con el hundimiento del bloque soviético, las alianzas establecidas desde la última guerra mundial y la disciplina de los viejos bloques imperialistas se han roto, sin ser sustituidas por otras nuevas. Asistimos ahora a una rivalidad de todos contra todos, en la que cada bando trata de hacer valer sus intereses en detrimento de los de los demás, cueste lo que cueste. Se desencadenan guerras interminables (Libia, Siria, Sahel, Ucrania, Oriente Próximo), que masacran y devastan poblaciones, riquezas, medios de producción y fuentes de energía, por no hablar del impacto ecológico. La situación actual de Gaza en ruinas y su población exterminada es un ejemplo flagrante, al igual que la guerra en Ucrania. Prevalece la política de tierra quemada y «Después de mí,… el diluvio».


Putin lanzó su «operación especial» en Ucrania en 2022, después de haber ocupado ya Crimea en 2014, en un intento de defender su estatus de potencia imperialista global contra el cerco de la OTAN «hasta sus mismas puertas», que es lo que significaría que, tras Polonia, Hungría y la República Checa en 1999, Estonia, Letonia y Lituania en 2004, Ucrania se hubiera unido uniera al Tratado.

En aquel momento, la administración Biden hizo saber claramente que no habría respuesta estadounidense en forma de tropas terrestres (como se vislumbraba ya con la actitud estadounidense ante la invasión de Crimea) para incitar a Rusia a comenzar una guerra que, probablemente, dejaría por los suelos su ya frágil economía y poder militar, neutralizando así sus pretensiones imperialistas como potencial aliado de China, el principal adversario de Estados Unidos. En su discurso de despedida del Departamento de Estado el 13 de enero, Joe Biden se ufanaba de la trampa tendida a Rusia: «En comparación con hace cuatro años, [...] nuestros adversarios y rivales son más débiles [...] aunque Irán, Rusia, China y Corea del Norte trabajan ahora juntos, eso es más un signo de debilidad que de fortaleza »[[2]].

Y, en efecto, la posición de Rusia se ha debilitado considerablemente con la guerra, lo que refuta tajantemente las rebuscadas teorías que afirman que todos los protagonistas de la guerra pueden aprovecharse de posibles efectos «win-win»: una irreal expansión imperialista, mejor posición geoestratégica, ganancias económicas, control de las fuentes de energía... Pero nada de esto aparece tras las humeantes ruinas de Ucrania o la ruina y el debilitamiento de Rusia.
En las fronteras de la antigua URSS también hay signos de la pérdida de influencia de Rusia sobre sus «satélites». En Georgia, que desde 2022 es considerada por la Unión Europea candidata a la integración, la victoria del partido prorruso Sueño Georgiano (sic) fue calificada de fraude y desencadenó un Georgiamaidán (siguiendo el modelo del Euromaidán ucraniano de 2014) contra el intento de Rusia de recuperar influencia en el país. Este es el significado de las protestas contra las inversiones rusas que desembocaron en la toma del Parlamento georgiano de Abjasia[[3]]. La pérdida de posiciones en la estratégica región del Cáucaso se suma a la retirada de Armenia del conflicto del Alto Karabaj favoreciendo, en cambio, un acuerdo con su rival Azerbaiyán, que recientemente se ha visto frenado por los «daños colaterales» del derribo de un avión civil por misiles rusos[[4]].

Pero el debilitamiento de la posición geoestratégica de Rusia también ha llevado a una expansión de la guerra imperialista a miles de kilómetros de Ucrania, en Siria. Moscú era (junto con Hezbolá e Irán) el principal sostén del régimen terrorista de el-Assad, que a su vez permitió el establecimiento de una base aérea y una base naval en Siria (de hecho el único acceso de Rusia al Mediterráneo) y el apoyo a su intervención en África[[5]]. Pero Rusia fue incapaz de continuar su apoyo al régimen de El-Assad, al que abandonó, según señaló el propio Trump, "porque los rusos eran demasiado débiles y estaban demasiado abrumados para ayudar al régimen en Siria porque “están demasiado ocupados con Ucrania”[[6]]. Tal declive de la autoridad del patrocinador imperialista, aún si pudiera mantener sus bases militares en Siria, o negociar nuevas relaciones en Libia, tendrá sin duda un impacto en la credibilidad del Kremlin frente a los Estados africanos que está tratando de seducir.
Rusia gasta actualmente unos 145.000 millones de dólares en Defensa, la cifra más alta desde la caída de la URSS. A finales de 2025 este gasto aumentará un 25%, es decir, un 6% del PIB. La guerra representa ya un tercio del presupuesto del Estado ruso. Putin alardea de su arsenal y sus misiles, desafiando a Estados Unidos tras haber lanzado su primer misil hipersónico «Orechnik», y no pierde ocasión de señalar que dispone de un arsenal nuclear estratégico, que se ha especulado que podría utilizarse como elemento disuasorio lanzando una bomba atómica sobre el Mar Negro. Pero tales amenazas reflejan en realidad los «aprietos» en que se ve el poder militar ruso, su debilitamiento y sus dificultades. Se calcula que el Kremlin ya ha utilizado el 50% de su capacidad militar en la guerra de Ucrania sin haber logrado aún ninguno de sus objetivos. Es más, «la mayor parte del equipo que Rusia está enviando al frente procede de arsenales de la Guerra Fría, que, aun importantes, se han visto considerablemente reducidos»[[7]]. Y gran parte de este equipamiento requiere tecnología occidental.
Uno de los principales problemas es el reclutamiento de carne de cañón entre la población, al igual que en Ucrania. Los informes sugieren que el ejército ruso está perdiendo 1.500 soldados al día en el frente. Putin ha tenido incluso que llamar a más de 10.000 soldados norcoreanos. Aunque la guerra ha pasado desapercibida en Moscú y otras grandes ciudades rusas, sus habitantes viven ahora con miedo a los ataques de drones o al reclutamiento forzoso.

Situación económica

La guerra en Ucrania está sin duda detrás del aumento de la producción y de las bajas tasas de desempleo. Pero la economía de guerra está consumiendo los recursos de todo el país y ya supone el doble del gasto social, por ejemplo. Dado que la finalidad de la producción bélica es la destrucción, es decir, la esterilización del capital que no puede reinvertirse ni reutilizarse, los aparentes beneficios económicos no impulsan la economía en su conjunto, sino que la hunden en la miseria.
En efecto, las previsiones de crecimiento para este año apenas se sitúan entre el 0,5% y el 1,5%, cerca de la recesión, lo que deja a la población ante una situación económica deplorable: "La economía civil se tambalea. El sector de la construcción es un buen ejemplo: debido a la caída de la demanda y al aumento de los costes (el precio de los materiales de construcción aumentó un 64% entre 2021 y 2024), el ritmo de construcción de nuevas viviendas se ha ralentizado considerablemente. Otros sectores en dificultades son el transporte de mercancías, agravado por la ralentización de la red ferroviaria, el transporte por carretera, con la subida del precio del combustible y la escasez de conductores, la extracción de minerales y la agricultura, que era el orgullo del Gobierno de Putin. En conjunto, las exportaciones han dejado de ser una fuente de crecimiento. El consumo interno se mantiene, pero las perspectivas se ensombrecen por la subida de los precios. Oficialmente, la inflación en Rusia en 2024 será del 9,52%"[[8]].

Y esto no puede en absoluto ser compensado con los supuestos beneficios económicos de la ocupación del este de Ucrania. En primer lugar, este país no tiene grandes riquezas que ofrecer. Las «joyas de la corona» de su economía, en particular la producción de electricidad, la agricultura, los yacimientos de tierras raras y el turismo, han sido aniquiladas por la guerra: « Aunque la guerra terminara mañana, harían falta años para reparar los daños y volver a los niveles de antes de la guerra »[[9]], afirman los propios ingenieros de las centrales eléctricas. Por otra parte, el bombardeo de las centrales nucleares estuvo a punto de provocar una catástrofe mayor que la de Chernóbil y puso de manifiesto el deplorable estado de las instalaciones. En cuanto al suelo, cuando no está directamente sembrado de minas o inundado por la explosión de presas, está muy contaminado[[10]], al igual que el Mar Negro.

Una guerra destructiva que condujo a la aniquilación de los adversarios y a la masacre de las poblaciones.

A pesar de la perspectiva de una tregua anunciada por la nueva administración Trump, la guerra sólo puede continuar y agravarse. Tras los acuerdos de Minsk en 2014, tras la ocupación de Crimea, entre 2015 y la ofensiva rusa de 2022, se han sucedido cientos de negociaciones y acuerdos de alto el fuego sin que haya cambiado la dinámica de enfrentamiento ni se haya frenado la espiral de destrucción irracional. La propia Rusia corre el riesgo de derrumbarse. Además, para Putin, terminar la guerra sin haberla ganado significaría su propio fin, con un país sumido en el caos. Pero igualmente continuarla significaría aún más ruina y masacre. Para Zelensky y los dirigentes ucranianos, la guerra es una terrible catástrofe y, al mismo tiempo, una cuestión de supervivencia como clase dominante, ante la amenaza de que el país quede dividido entre Rusia y Polonia/Hungría, mientras que su continuación significa la desertización y despoblación del país.
En Ucrania, la guerra ha tenido consecuencias devastadoras[[11]], entre ellas una economía agotada y sometida a fuertes gastos militares. Sobrevive casi totalmente de la ayuda occidental, tanto financiera como militar. Esta dependencia se está pagando con penurias cada vez mayores para una población desmoralizada (más de 100.000 deserciones según Zelensky, hasta 400.000 según Trump) y exhausta, a la que cada año se le piden más sacrificios. En abril de 2024, el ejército ucraniano rebajó la edad de reclutamiento forzoso de 27 a 25 años. Y cuando Zelensky apeló a la «solidaridad» de las democracias occidentales para armar mejor a sus tropas, éstas le exigieron (en declaraciones de Rutte, secretario general de la OTAN, y Blinken, secretario de Estado de EE. UU.) que rebajara la edad de reclutamiento a los 18 años. ¡Sangre por acero!
Pero la ruina de esta guerra va más allá de las implicaciones directas de los dos beligerantes directos.

La guerra en Ucrania está acelerando el militarismo y el caos en los países de la Unión Europea.

Detrás de la trampa ucraniana, como hemos visto, lo que está en juego es el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. También ha tenido el efecto colateral de crear complicaciones a sus «aliados» europeos, al situar un gran conflicto militar a sus puertas, obligando a los países de la OTAN a seguir al patrocinador estadounidense, pero también sembrando la cizaña entre ellos.

Alemania en particular, arrastrada a regañadientes a un frente común con los estadounidenses, soportó todo el peso de las consecuencias de la guerra a pesar de no ser un beligerante directo. Se ha visto obligada a replantearse la diplomacia de décadas de «ostpolitik» (apertura de la RFA al Este) no sólo con Rusia sino también con otros países (Hungría, Eslovaquia, etc.) a los que había mimado económicamente en su expansión imperialista tras la reunificación alemana en 1990 y que ahora apoyan al régimen de Putin[[12]]. La guerra de Ucrania también ha tenido consecuencias desastrosas para la economía alemana por el encarecimiento de los suministros energéticos, que ha penalizado su competitividad industrial, profundizado la recesión y disparado una inflación que ha exacerbado el descontento social. Pero sobre todo por el coste de la guerra que debe asumir en parte. Alemania asumió la mayor porción de la ayuda financiera aportada por las instituciones europeas al régimen de Zelensky, pero sobre todo hizo la segunda mayor contribución en términos de ayuda militar[[13]]. Y lo hizo a regañadientes, como demostraron las tensiones (y finalmente la ruptura) del gobierno de coalición cuando el canciller Scholz abandonó su plan de reducir la ayuda militar de 7.500 millones de euros a 4.000 millones de euros de aquí a 2025.
Y a pesar de este despilfarro en una guerra que es un auténtico sumidero, lo cierto es que Alemania no consigue reforzar su posición imperialista. En efecto, el conflicto de Ucrania refuerza su imagen de gran potencia económica (sigue siendo la cuarta economía mundial), pero sigue siendo un auténtico enano militar. La burguesía alemana intenta reaccionar a esta situación por todos los medios posibles. Sólo tres días después de que las tropas rusas entraran en Ucrania en febrero de 2022, el canciller Scholz anunció en el parlamento un fondo especial de 100.000 millones de euros para gastos de defensa, en lo que los propios políticos denominaron «un punto de inflexión». Desde entonces, se ha embarcado en una carrera frenética para desarrollar la propia industria armamentística alemana y elaborar planes estratégicos que permitan a las tropas alemanas « no limitarse a la defensa nacional, sino ser operativas [...] en cualquier escenario, en cualquier parte del mundo »[[14]].
El fortalecimiento del militarismo alemán es expresión de una de las principales características de la descomposición capitalista, la actitud de «sálvese quien pueda» de cada Estado, la creciente desarticulación de las estructuras que, desde la Segunda Guerra Mundial, han tratado de disciplinarlos. Ante la guerra de Ucrania, Alemania y Francia, aparentemente en el mismo bando, el de las «democracias», tienen intereses contrapuestos. Incluso Macron, que intentó al inicio de la guerra mantener un canal especial de comunicación con Putin, optó por ser de los primeros en ofrecer la posibilidad de utilizar misiles contra territorio ruso, y de enviar soldados franceses a ocupar las zonas de fricción en caso de «alto el fuego». Esto es lo que Macron propuso a Zelensky y Trump en la reciente cumbre bajo las cúpulas benditas de Notre-Dame. Junto con Gran Bretaña, los países nórdicos y los Estados bálticos, Francia figura entre los más intransigentes en cuanto a las condiciones que deben imponerse a Putin para la «paz».

Este aumento del militarismo no perdona a ningún país, desde el más pequeño al más grande. Y se acelerará con la acentuación del caos imperialista. El llamamiento de Trump para que los países de la OTAN aumenten sus presupuestos de defensa al 5% del PIB no es nada original (de hecho, ya han aumentado considerablemente desde la cumbre de Gales en 2014[[15]]). El secretario general de la OTAN ha declarado que «se equivocan quienes no creen que el camino hacia la paz pasa por el armamento»[[16]]. Y se espera que la próxima cumbre de la OTAN, que se celebrará en La Haya en junio, eleve el objetivo al 3%.
El «peligro» del oso ruso, que ha demostrado su torpeza y debilidad en la guerra contra Ucrania, se está utilizando para aumentar el gasto en armamento en todos los países, mientras que un reciente estudio de Greenpeace muestra que los países de la OTAN, excluyendo a Estados Unidos[[17]], ya gastan casi diez veces más en defensa que Rusia. El detonante de la carrera armamentística es precisamente el hecho de que la OTAN ya no es lo que era. Y esto significa que las grandes potencias están atrapadas en un doble aprieto: o ceden a la presión de Trump (cediendo y aumentando su contribución al presupuesto de la OTAN), o asumen por su cuenta la responsabilidad del gasto en «seguridad». El resultado: más crisis económica, más conflictos, más militarismo y más caos.

La misma tendencia a la fragmentación que se observa en el escenario imperialista mundial también se puede ver dentro de muchos Estados, con la aparición de formaciones populistas irresponsables que obstaculizan la defensa de los intereses del conjunto del capital nacional. Lo vimos en Gran Bretaña con el Brexit, lo vemos en Alemania con la AfD, y lo vemos en su apogeo en Estados Unidos con la elección de Trump.

Y ahora... Trump

Como hemos explicado en nuestras publicaciones, el recién reelegido presidente estadounidense no es una anomalía, sino una expresión del período histórico[[18]]: la etapa final de la decadencia, la de la descomposición capitalista, caracterizada por el auge de una tendencia a la fragmentación, al «cada uno a la suya», en el seno de la clase capitalista global. La expresión de esta tendencia a la dislocación es el declive del liderazgo estadounidense, consecuencia de la desaparición de la disciplina de los bloques imperialistas que habían «ordenado» el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
Ante el declive de su hegemonía, Estados Unidos ha intentado reaccionar[[19]] con guerras en Irak, Afganistán y ahora, como vemos, indirectamente en Ucrania. Pero estos intentos de «reorganizar» el mundo (en interés de Estados Unidos, por supuesto) se han traducido en más caos, más indisciplina, más conflictos y más derramamiento de sangre. Tratando de apagar el fuego de la disidencia de sus rivales, Estados Unidos se ha convertido de hecho en el primer y más peligroso pirómano. Esto no ha impedido que Estados Unidos pierda su autoridad, como se desprende de la reciente situación en Oriente Medio, donde potencias como Israel y Turquía (esta última también uno de los principales bastiones de la OTAN) juegan sus propias cartas, como hemos visto recientemente en Palestina y Siria.

Trump no es de una naturaleza diferente a Biden y Obama. Su objetivo estratégico es el mismo: impedir el ascenso del principal contrincante de esta hegemonía, a saber, China[[20]]. Donde sí existen diferencias dentro de la burguesía estadounidense es en cómo gestionar la guerra en Ucrania. Biden optó por invertir muchos recursos en agotar a Rusia económica y militarmente, privando así a China de un potencial aliado estratégico, tanto en términos de capacidad militar como de alcance geográfico. Por otro lado, Trump no ve el colapso mutuo de Rusia y Ucrania como un fortalecimiento de la posición de Estados Unidos en el mundo, sino más bien como una fuente de desestabilización que desvía los recursos económicos y militares estadounidenses de la confrontación principal, la que mantiene con China. Por eso se jactó durante meses de que sería capaz de poner fin a la guerra en Ucrania al día siguiente de su toma de posesión. Por supuesto, nunca dijo cómo lo haría. Pero todos estos planes de paz son en realidad las semillas de nuevas guerras más mortíferas. Incluso una «congelación» de la situación en las posiciones actuales sería percibida por los beligerantes como una humillación inaceptable. Rusia tendría que renunciar a parte del Donbass y Odessa, y Ucrania tendría que aceptar la ruina de su economía y la pérdida de territorio, sin contrapartida alguna. ¿Y con qué garantías, además, de que no tendrían que reanudar inmediatamente las hostilidades?
Más que un deseo de paz, lo que prima son los intereses imperialistas de cada nación. Rusia se niega a aceptar, ni ahora ni en el futuro, la ampliación de la OTAN para incluir a Ucrania. Zelensky, por su parte, pide una «fuerza de mantenimiento de la paz de 200.000 hombres en la línea de contacto». Pero las recientes experiencias de «fuerzas de mantenimiento de la paz» en los países del Sahel (donde Francia, Estados Unidos y España acabaron saliendo tras la presión de las guerrillas armadas por Rusia) o en el Líbano (donde la FINUL se contentó con mirar hacia otro lado ante la invasión israelí), demuestran precisamente que la mitología de los «cascos azules» como garantes de los acuerdos de paz pertenece a un pasado de disciplina y «orden» en las relaciones internacionales, la diplomacia, etc., que ha quedado obsoleto con el avance de la descomposición capitalista. En realidad, lo que Estados Unidos pretende es arrastrar a sus aliados de la OTAN, y sobre todo a los países europeos, al atolladero ucraniano[[21]] pero bajo la protección, en el sentido más gansteril de la palabra, de los recursos tecnológicos y la autoridad del ejército estadounidense. Las guerras actuales no dan lugar a situaciones en las que al menos una clara coalición de fuerzas a favor de uno de los beligerantes permitiría evitar la perspectiva de nuevos conflictos. Por el contrario, son guerras de posiciones insostenibles que generan nuevos conflictos, nuevos escenarios de caos y masacre.

El capitalismo es incapaz de detener la guerra. Sólo la revolución mundial ofrece una alternativa a la humanidad.

El escenario al que nos dirigimos no es ni la paz ni la Tercera Guerra Mundial. El futuro que puede ofrecernos el capitalismo es el caos generalizado, la multiplicación de focos de tensión y conflicto en todos los continentes, la invasión por el militarismo y la guerra de todas las esferas de la vida social, desde las guerras comerciales hasta el chantaje sobre los suministros mundiales, guerras que son una de las principales causas de la degradación del medio ambiente, guerras que invaden las comunicaciones (la desinformación es un arma de guerra), y sobre todo guerras y militarismo que exigen cada vez más ataques a las condiciones de vida de la población, especialmente del proletariado en las grandes concentraciones de Europa y América. Cuando se le preguntó al ilustre Mark Rutte de dónde pensaba sacar los miles de millones de euros necesarios para aumentar los gastos militares, su respuesta no pudo ser más arrogante y explícita: «Debemos preparar a la población para recortes en las pensiones, la sanidad y los sistemas de seguridad social, con el fin de aumentar el presupuesto de armamento al 3% del PIB de cada país»[[22]].

La principal víctima de este torbellino de caos, guerras, militarismo, desastres medioambientales y enfermedades es la clase trabajadora mundial. Como principal suministradora de carne de cañón para los ejércitos de los países directamente en guerra, pero también como principal víctima de los sacrificios, la austeridad y la miseria que exige el mantenimiento del militarismo. En el artículo que publicamos en el segundo aniversario de la guerra en Ucrania[[23]], subrayábamos: «La burguesía ha exigido enormes sacrificios para alimentar la máquina de guerra en Ucrania. Frente a la crisis y a pesar de la propaganda, el proletariado se levantó contra las consecuencias económicas de este conflicto, contra la inflación y la austeridad. Es cierto que a la clase obrera todavía le cuesta establecer el vínculo entre militarismo y crisis económica, pero se ha negado a hacer sacrificios: en el Reino Unido con un año de movilizaciones, en Francia contra la reforma de las pensiones, en Estados Unidos contra la inflación y la precariedad laboral».

Este clima de no resignación ante el deterioro progresivo de sus condiciones de vida sigue expresándose, como hemos visto recientemente en huelgas en Canadá, Estados Unidos, Italia y más recientemente en Bélgica[[24]], donde volvieron a oírse expresiones de hartazgo incluso antes de que se aplicaran los nuevos planes de austeridad. Por supuesto, esta ruptura con la pasividad de años anteriores no implica que el proletariado en su conjunto haya tomado conciencia del vínculo entre el deterioro de sus condiciones de vida y la guerra, y menos aún de sus posibilidades de impedir el destino bélico hacia el que el capitalismo nos conduce inexorablemente.


Pero también es cierto que existen minorías en la clase que sí se plantean muchas preguntas, que son numéricamente muy pequeñas pero políticamente muy importantes, y que hay un desarrollo de la reflexión sobre las perspectivas que puede ofrecer el capitalismo y también sobre el desarrollo de una alternativa revolucionaria del proletariado. Ya lo hemos visto, a pesar de todas sus limitaciones, durante la Semana de Acción de Praga[[25]]. Pero también lo vemos, por ejemplo, en la creciente participación en nuestras reuniones públicas y en los francos y fructíferos debates que tienen lugar en ellas. Las armas con las que el proletariado puede derrotar al capitalismo son su lucha, su unidad y su conciencia. En la situación actual, asistimos ciertamente al avance del capitalismo hacia la destrucción, arrastrando a la humanidad entera a la barbarie, pero asistimos también a un lento y difícil desarrollo hacia el otro polo, el de la revolución.


Hic Rodas/Valerio.

30.01.2025

 

 

 

[[1]] Guerra , Militarismo y bloques imperialistas (2º Parte). Revista Internacional 53.

[[2]] Extracto de Le Monde, 15 de enero de 2025.

[[3]] «Incluso los satélites rusos de toda la vida se han convertido en un quebradero de cabeza para Putin. Tomemos el pequeño pero espectacular caso de Abjasia, la región separatista de Georgia: en noviembre, ante un plan que habría dado a Rusia una influencia aún mayor sobre su economía, los abjasios asaltaron su parlamento y derrocaron a su gobierno». La guerra fría que quiere Putin, Andrei Kolesnikov, en Foreign Affairs 23 ene. 2025

[[4]] «Armenia -un país bajo la protección de Moscú y fuertemente dependiente de Rusia en varios sectores económicos-, otrora «socio estratégico» de Rusia en el Cáucaso, ha quedado en cenizas de su reciente guerra con Azerbaiyán: en otoño de 2023, Rusia sólo pudo quitarse de en medio cuando fuerzas azerbaiyanas bien armadas tomaron el enclave armenio del Alto Karabaj y, aparentemente de la noche a la mañana, expulsaron de allí a más de 100. 000 armenios. Hoy, Armenia está concluyendo un tratado de asociación estratégica con Estados Unidos e intentando ingresar en la Unión Europea». La guerra fría que Putin quiere, Andrei Kolesnikov, en Foreign Affairs 23 de enero de 2025

[[5]] «Rusia ha proporcionado [...] apoyo material y diplomático que ha permitido a oficiales militares tomar el poder por la fuerza en Mali en 2021, Burkina Faso en 2022 y Níger en 2023 [...] también está enviando armas a Sudán, prolongando la guerra civil del país y la crisis humanitaria resultante, y ha proporcionado apoyo a las milicias Houthi en Yemen» Putin's Point of No Return, Andrea Kendall-Taylor y Michael Kofman, en Foreign Affairs, 18 de diciembre de 2024.

[[6]] America Needs a Maximum Pressure Strategy in Ukraine, Alina Polyakova, en Foreign Affairs, 31 de diciembre de 2024.

[[7]] La seguridad de Ucrania depende ahora de Europa, Elie Tenenbaum y Leo Litra, en Foreign Affairs, 3 de diciembre de 2024

[[8]] «El 95% de todos los componentes extranjeros encontrados en las armas rusas en el campo de batalla ucraniano proceden de países occidentales», The Russian Economy Remains the Putin's Greatest Weakness, Theodore Bunzel y Elina Ribakova, Foreign Affairs, 9 de diciembre de 2024.

[[9]] Véanse los artículos de la Revista Internacional 171 y 172.

[[10]] Véase el artículo de la Revista Internacional 172.

[[11]] Véase en la Revista Internacional 170 el «Informe sobre las tensiones imperialistas».

[[12]] Véase en la Revista Internacional 170 el «Informe sobre las tensiones imperialistas».

[[13]] En febrero de 2024, Estados Unidos había aportado 43.000 millones de euros y Alemania 10.000 millones (el doble que Gran Bretaña y casi cuatro veces más que Francia).

[[14]] Discurso del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ante los jefes del Comité Militar de la OTAN el 12 de diciembre.

[[15]] El muy «pacifista» gobierno español ha aumentado su presupuesto militar en un 67% en la última década.

[[16]] «Para evitar la guerra, la OTAN debe gastar más». Una conversación con el Secretario General de la OTAN, Mark Rutte. carnegieendowment.org 12.12.2024

[[17]] Christopher Steinmetz, Herbert Wulf: ¿Cuándo es suficiente? Una comparación del potencial militar de la OTAN y Rusia. Publicado por Greenpeace. Véase también «Think big and do big». Citado en Le Temps de la mentalité de guerre.

[[18]] Ver Triunfo de Trump: Un paso gigantesco en la descomposición del capitalismo, donde explicamos por qué es también un factor activo en la acentuación de este proceso autodestructivo.

[[19]] «Nuestro primer objetivo es impedir la aparición de un nuevo rival» (Extracto de un documento secreto del Departamento de Defensa estadounidense de 1992 atribuido a Paul Wolfowitz -subsecretario neoconservador de Defensa de 2001 a 2005- publicado por el New York Times y por supuesto negado por todos los funcionarios de la administración). En La géopolitique de Donald Trump, Le Monde Diplomatique, enero de 2025.

[[20]] Véase el «Informe sobre las tensiones imperialistas» en la Revista Internacional 170.

[[21]] «El despliegue militar de la coalición europea requeriría un importante componente terrestre de al menos cuatro o cinco brigadas de combate multinacionales combinadas bajo una estructura de mando permanente. Las tropas se estacionarían en el este de Ucrania y tendrían que estar preparadas para el combate, ser móviles y adaptarse a las condiciones ucranianas. Se necesitaría un fuerte componente aéreo que incluyera patrullas aéreas de combate, radares aerotransportados para detectar aviones o misiles, defensas aéreas terrestres y capacidades de reacción rápida para impedir los bombardeos y ataques aéreos rusos. Algunos de estos sistemas podrían operarse desde bases aéreas fuera de Ucrania. Por último, un componente marítimo podría ayudar a asegurar las líneas de comunicación de ultramar, pero en virtud de la Convención de Montreux, que rige el paso por los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, Turquía tendría que permitir primero el acceso al Mar Negro de un número limitado de buques de guerra occidentales» («Ukraine's security now depends on Europe», Elie Tenenbaum y Leo Litra en Foreing Affairs, 3 de diciembre de 2024). En otras palabras, la ocupación rusa del Donbás habría conducido finalmente a una ocupación por parte de los países europeos... de la OTAN.

[[22]] «Le temps de la mentalité de guerre» en https://www.german-foreign-policy.com/fr/news/detail/9801

Acontecimientos históricos: 

Cuestiones teóricas: 

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Tres años de guerra en Ucrania