Trump 2.0: nuevos pasos en el caos capitalista

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Consecuencias del resultado electoral en EE. UU.

Trump 2.0: nuevos pasos en el caos capitalista

En recientes artículos escritos los primeros días de la segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, la CCI ya ha explicado que el peligroso caos y los estragos que ha desatado en el mundo desde que se instaló en la Casa Blanca no son una aberración individual en un sistema por lo demás estable, sino la expresión del colapso del sistema capitalista en su conjunto y de su principal potencia. El gangsterismo imprevisible de la administración de Trump refleja un orden social en ruinas. Además, la facción liberal democrática de la burguesía estadounidense que se resiste con uñas y dientes a la nueva presidencia es igualmente parte de este colapso y en ningún sentido un "mal menor" o una solución alternativa al movimiento populista MAGA (Make America Great Again) que debería apoyar la clase obrera.

Cualquiera que sea la forma política que adopte hoy el capitalismo, en su agenda sólo figuran la guerra, la crisis y la pauperización de la clase obrera. La clase obrera tiene que luchar por sus intereses de clase contra todos los sectores de la clase dominante. El resurgimiento de las luchas obreras para defender los salarios y las condiciones de vida, como ha ocurrido recientemente en Boeing y en los muelles de la costa este de EE. UU., junto con el de la combatividad en Europa, son la única promesa para el futuro.

En este artículo queremos ampliar la explicación de por qué y cómo Trump fue elegido para un segundo mandato,  y porqué es más extremo y peligroso que el primero, para mostrar más claramente el destino suicida del orden burgués que lo caracteriza y la alternativa proletaria al mismo.

La primera administración de Trump, un resumen

A finales de 2022, A mitad del mandato de Biden en la Casa Blanca, la CCI hizo este balance de la primera presidencia de Trump:

"La irrupción del populismo en el país más poderoso del mundo, coronada por el triunfo de Donald Trump en 2016, trajo cuatro años de decisiones contradictorias y erráticas, denigración de las instituciones y acuerdos internacionales, intensificando el caos global y conduciendo a un debilitamiento y descrédito del poder estadounidense y acelerando aún más su declive histórico."

La presidencia de Biden que siguió a la primera Administración de Trump no fue capaz de revertir este empeoramiento de la situación:

"...por mucho que lo proclame el equipo de Biden en sus discursos, no es una cuestión de deseos, son las características de esta fase final del capitalismo las que determinan las tendencias que está obligado a seguir, conduciendo inexorablemente al abismo si el proletariado no puede ponerle fin mediante la revolución comunista mundial."[[1]]

El principio rector del primer mandato de Trump y de su campaña electoral - "América primero"- ha continuado en su segundo mandato. Este lema rector significa que Estados Unidos solo debe actuar en su propio interés nacional en detrimento de otros, tanto "aliados" como enemigos, mediante el uso de la fuerza económica, política y militar. En la medida en que puede hacer "tratos" -en lugar de tratados- con otros países (que de todas formas pueden romperse en cualquier momento según la "filosofía" que subyace a este lema) significa que EE. UU. hace a los gobiernos extranjeros "una oferta que no pueden rechazar", según la famosa frase de la película de gángsters El Padrino. Como parece haber dicho Marco Rubio, nombrado por Trump secretario de Estado, a los gobiernos extranjeros: Estados Unidos ya no va a hablarles de intereses globales y del orden mundial, sino sólo de sus propios intereses. Sin embargo, "La Fuerza da la razón" no es un grito de guerra aglutinador para el liderazgo estadounidense.

“América Primero” fue el reconocimiento de una parte de la burguesía estadounidense de que en 2016 la política exterior que había seguido hasta entonces de ser el policía mundial para crear un nuevo orden mundial tras el colapso del bloque ruso en 1989 sólo había conducido a una serie de fracasos costosos, impopulares y sangrientos.

La nueva política reflejaba la conciencia final de que la Pax Americana[[2]] establecida después de 1945 y que garantizó la hegemonía mundial de Estados Unidos hasta la caída del Muro de Berlín, no podía restablecerse de ninguna forma. Peor aún, en la interpretación de Trump, la continuación de la Pax Americana -es decir, la dependencia de sus aliados de la protección económica y militar de Estados Unidos- significaba que estos antiguos miembros de su bloque imperialista  se estaban aprovechado "injustamente" de Estados Unidos..

El primer mandato de Trump: antecedentes

La Operación Tormenta del Desierto, en 1990, fue el uso masivo de poder militar por parte de Estados Unidos en el Golfo Pérsico con el objetivo de contrarrestar el aumento del desorden mundial en la geopolítica tras la disolución de la URSS. Se dirigió especialmente contra las ambiciones independentistas de sus antiguos grandes aliados en Europa.

Pero sólo unas semanas después de esta horrible masacre, estalló un nuevo conflicto sangriento en la antigua Yugoslavia. Alemania, actuando por su cuenta, reconoció a la nueva república de Eslovenia. Solo con el bombardeo de Belgrado y los Acuerdos de Dayton de 1995, Estados Unidos consiguió imponer su autoridad en la situación. La Tormenta del Desierto había estimulado, no atenuado, las tendencias centrífugas del imperialismo. Por consiguiente, se desarrolló el yihadismo islámico, Israel empezó a sabotear el proceso de paz palestino minuciosamente diseñado por EE. UU., y el genocidio de Ruanda dejó un millón de cadáveres, en el que las potencias occidentales cómplices actuaron por sus diferentes intereses. La década de 1990, a pesar de los esfuerzos estadounidenses, ilustró, no la formación de un nuevo orden mundial, sino la acentuación del sálvese quien pueda en política exterior y, por tanto, el debilitamiento del liderazgo estadounidense.

La política exterior estadounidense de los "neoconservadores" liderados por George W. Bush, que llegó a la presidencia en 2000, condujo a fracasos aún más catastróficos. Después de 2001 se lanzó otra operación militar masiva en Oriente Medio con la invasión estadounidense de Afganistán e Irak en nombre de la "guerra contra el terror". Pero en 2011, cuando Estados Unidos se retiró de Irak, no se había logrado ninguno de los objetivos previstos. Las armas de destrucción masiva de Sadam Husein -un pretexto inventado para la invasión- resultó que no existían. En Irak no se instauraron la democracia y la paz en lugar de la dictadura. No hubo retroceso del terrorismo: al contrario, Al Qaeda recibió un importante estímulo que provocó atentados sangrientos en Europa Occidental. En los propios Estados Unidos las aventuras militares, costosas tanto en dinero como en sangre vertida, fueron impopulares. Sobre todo, la guerra contra el terrorismo no consiguió alinear a las potencias imperialistas europeas u otras con Estados Unidos. Francia y Alemania, a diferencia de 1990, optaron por no participar en las invasiones estadounidenses.

Sin embargo, el retorno al "multilateralismo" en lugar del "unilateralismo" de los neoconservadores, durante la presidencia de Barack Obama (2009-2016) tampoco tuvo éxito en la restauración del liderazgo mundial de Estados Unidos. Fue en este período cuando explotaron las ambiciones imperialistas de China, como ejemplifica su desarrollo geoestratégico de la Nueva Ruta de la Seda a partir de 2013. Francia y Gran Bretaña persiguieron sus propias aventuras imperialistas en Libia, mientras que Rusia e Irán aprovecharon la semi-retirada estadounidense de las operaciones en Siria. Rusia ocupó Crimea y comenzó su agresión en la región ucraniana de Donbass en 2014.

Tras el fracaso de la monstruosa carnicería de los neoconservadores vino el fracaso diplomático de la política de "cooperación" de Obama.

¿Cómo podrían empeorar las dificultades de Estados Unidos para mantener su hegemonía? La respuesta llegó en la forma del presidente Donald Trump.

Las consecuencias de la primera presidencia de Trump

En su primera presidencia, la política “America First” de Trump empezó a destruir la reputación de Estados Unidos como aliado fiable y como líder mundial con una política y una conducta moral fiables. Además, fue durante su Administración cuando surgieron serias diferencias dentro de la clase dominante estadounidense sobre la vandálica política exterior de Trump. Aparecieron divergencias cruciales en la burguesía estadounidense sobre qué potencia imperialista era un aliado y quién un enemigo en la lucha de EE. UU. por mantener su supremacía mundial.

Trump renegó del Pacto Transpacífico, del Acuerdo de París sobre el cambio climático y del Tratado Nuclear con Irán; Estados Unidos se convirtió en un caso atípico en política económica y comercial en el G7 y el G20, aislándose así de sus principales aliados en estas cuestiones. Al mismo tiempo, la negativa estadounidense a comprometerse directamente en Oriente Medio alimentó una batalla campal de imperialismos regionales en esa región: Irán, Arabia Saudita, Turquía, Israel y Rusia, Qatar, todos intentaron por separado sacar provecho del vacío militar y del caos.

La diplomacia de Trump tendió a exacerbar estas tensiones, como su traslado de la embajada estadounidense en Israel a la controvertida ciudad de Jerusalén, disgustando a sus aliados occidentales y enfadando a los líderes árabes que aún veían a Estados Unidos como un "intermediario honesto" en la región.

Sin embargo, al reconocer a China como el contendiente más probable para usurpar la primacía estadounidense, la Administración de Trump coincidió con la opinión del resto de Washington. El "pivote" hacia Asia ya anunciado por Obama iba a incrementarse, la guerra global contra el terrorismo se suspendía oficialmente y se daba paso a una nueva era de "competencia entre grandes potencias", según la Estrategia de Defensa Nacional de febrero de 2018. Se anunció un vasto programa de varias décadas para actualizar el arsenal nuclear estadounidense y "dominar el espacio".

Sin embargo, sobre la necesidad de reducir las ambiciones y capacidades militares de Rusia -y de debilitar el potencial de esta última para ayudar a las propias maniobras globales de China- apareció una divergencia entre la ambigua política de Trump hacia Moscú y la de la facción rival de la burguesía estadounidense que tradicionalmente había visto a Rusia como un enemigo histórico en lo que respecta a su amenaza a la hegemonía estadounidense en Europa Occidental.

Al mismo tiempo, en relación con la cuestión de la política rusa, surgió una actitud diferente hacia la importancia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la antigua alianza pieza central del bloque estadounidense, en particular sobre la obligación del tratado de que todos los miembros de la OTAN acudieran en ayuda de cualquiera de los otros que sufriera un ataque militar (es decir, Estados Unidos los protegería de la agresión rusa). Trump puso en duda esta estipulación crucial. Las preocupantes implicaciones que esto tenía para el abandono de los aliados de EE. UU. en Europa Occidental no pasaron desapercibidas en las cancillerías de Londres, París y Berlín.

Estas diferencias en política exterior se hicieron más evidentes durante la administración Biden, que siguió a la primera presidencia de Trump.

El interregno de Biden: 2020-2024

La sustitución de Trump por Joe Biden en la Casa Blanca supuestamente anunciaba una vuelta a la normalidad en la política estadounidense, en el sentido de que estaba marcada por el intento de volver a forjar viejas alianzas y crear tratados con otros países, para tratar de reparar los daños causados por las temerarias aventuras de Trump. Biden declaró: 'América ha vuelto'. El anuncio de un histórico pacto de seguridad entre EE. UU., Reino Unido y Australia en Asia-Pacífico en 2021, y el fortalecimiento del Diálogo de Seguridad Quad entre EE. UU., India, Japón y Australia, señalaron, entre otras medidas, la búsqueda de crear un cordón sanitario contra el ascenso del imperialismo chino en el Lejano Oriente.

La nueva Administración invocó una cruzada democrática mundial contra las potencias "revisionistas" y "autocráticas": Irán, Rusia, Corea del Norte y, especialmente, China.

La invasión rusa de Ucrania en 2022 proporcionó a Joe Biden los medios para imponer una vez más la autoridad militar estadounidense a las recalcitrantes potencias de la OTAN en Europa, obligándolas, en particular a Alemania, a aumentar los presupuestos de defensa y prestar apoyo a la resistencia armada de Ucrania. También ha contribuido a agotar el poder militar y económico de Rusia en una guerra de desgaste, y a mostrar la superioridad militar mundial de Estados Unidos en términos de armamento y logística que suministró al ejército ucraniano. Sobre todo, Estados Unidos, al ayudar a convertir gran parte de Ucrania en ruinas humeantes, ha demostrado a China el peligro de considerar a Rusia como un aliado potencial y las peligrosas consecuencias de su propio deseo de anexionarse territorios como Taiwán.

Sin embargo, fue evidente para el mundo que la burguesía estadounidense no estaba totalmente detrás de la política de Biden hacia Rusia, ya que el Partido Republicano en el Congreso, todavía bajo el talón de Donald Trump, dejó en claro su renuencia a proporcionar los miles de millones de dólares necesarios de apoyo al esfuerzo de guerra de Ucrania.

Si el apoyo prestado a Ucrania fue un éxito para la reafirmación del liderazgo del imperialismo estadounidense, al menos a corto plazo, su implicación en la guerra de Israel en Gaza después de octubre de 2023 empañó este proyecto. Estados Unidos quedó atrapado entre la necesidad de apoyar a su principal aliado israelí en Medio Oriente frente a los terroristas subrogados de Irán, y la temeraria determinación de Israel de jugar su propio juego y renunciar a una solución pacífica de la cuestión palestina, acentuando así el caos militar en la región.

La matanza de decenas de miles de palestinos indefensos en Gaza, cortesía de las municiones y los dólares estadounidenses, desmintió por completo la autoimagen de rectitud moral estadounidense que Biden promovió sobre la defensa de Ucrania.

Aunque el colapso del régimen de Assad en Siria y la derrota de Hezbolá en Líbano han infligido un duro golpe al régimen iraní, enemigo declarado de Estados Unidos, esto no ha disminuido la inestabilidad de la región, sobre todo en la propia Siria. Por el contrario, Estados Unidos ha tenido que seguir desplegando una parte considerable de su armada en el Mediterráneo oriental y el Golfo Pérsico, reforzar sus contingentes en Irak y Siria y hacer frente a la dramática oposición a la política estadounidense por parte de Turquía y los países árabes.

Sobre todo, la amenaza de nuevas convulsiones militares en Medio Oriente significa que el pivote hacia Asia, principal objetivo de Estados Unidos, se ha visto interrumpido.

Segundo mandato de Trump: 2025-

Hemos descrito cómo los problemas producidos por el caos imperialista que se desarrolló después de 1989 condujeron a divisiones dentro de la clase dominante estadounidense sobre la política a seguir, y trazaron el crecimiento de la política populista de “América Primero” contra un curso más racional que trató de preservar las alianzas del pasado. La reelección de Trump de nuevo al poder, incluso después de la debacle de su primera presidencia, es una señal de que estas divisiones internas no han sido dominadas por la burguesía y ahora están volviendo a afectar seriamente a la capacidad de los EE. UU. para llevar a cabo una política exterior coherente y consistente, incluso hasta el punto de poner en peligro su principal preocupación de bloquear o adelantarse al ascenso de China.

A la peligrosa incertidumbre del efecto boomerang del caos político sobre la política imperialista, se suma el hecho de que el margen de maniobra de EE. UU. en el escenario imperialista mundial ha disminuido sensiblemente desde el primer mandato de Trump, y su segundo mandato se produce mientras dos grandes conflictos asolan Europa del Este y Medio Oriente.

No vamos a entrar en las causas más profundas del descalabro político dentro de la burguesía estadounidense y su Estado que las primeras acciones de Trump han demostrado dramáticamente, esto se explicará en otro artículo.

Pero en menos de un mes Trump ha apuntado que la tendencia de su política “America Primero” a deshacer la pax americana que fue la base de la supremacía mundial de EE. UU. después de 1945, se va a acelerar mucho más rápida y profundamente que en su primer mandato, entre otras cosas porque el nuevo presidente está decidido a superar las medidas de contención que entonces limitaban su campo de acción en Washington nombrando a sus secuaces, competentes o no, al frente de los departamentos de Estado.

La principal preocupación de la burguesía estadounidense después de 1989 -evitar el fin de su dominación mundial en la batalla campal del mundo post-bloques- se ha puesto patas arriba: la "guerra de cada uno contra todos" se ha convertido, en efecto, en la "estrategia" de la nueva administración. Una estrategia que será más difícil de revertir por una nueva administración más inteligente de lo que fue incluso después del primer mandato de Trump.

El objetivo de recuperar el control de Panamá; la propuesta de "comprar" Groenlandia; la propuesta salvaje de limpieza étnica de los palestinos de la Franja de Gaza y de convertir esta última en una Riviera; todos estos primeros pronunciamientos del nuevo presidente van dirigidos tanto contra sus antiguos aliados como contra sus enemigos estratégicos. En el caso de la propuesta de Gaza, que beneficiaría a su aliado Israel en la eliminación de una solución de dos Estados para Palestina, no haría sino enardecer la oposición de otras potencias árabes y además de Turquía e Irán. Gran Bretaña, Francia y Alemania ya se han declarado en contra de la propuesta de Trump para Gaza.

Pero es posible que los Estados Unidos bajo Trump fuercen un acuerdo de paz en Ucrania, que probablemente cedería el 20% de su territorio a Rusia, a lo que las potencias de Europa Occidental ya se oponen vehementemente, lo que romperá aún más la alianza de la OTAN, anteriormente el eje de la dominación internacional de Estados Unidos. El nuevo presidente exige que las estancadas economías europeas de la OTAN dupliquen con creces el gasto en sus fuerzas militares para poder defenderse por sí solas, sin Estados Unidos.

Buena parte del llamado “soft power” del imperialismo estadounidense, que es  su pretensión moral de hegemonía, está siendo aniquilado casi de un plumazo: La USAID, la mayor agencia mundial de ayuda al "sur global", ha sido "echada a la trituradora" por Elon Musk. Estados Unidos se ha retirado de la Organización Mundial de la Salud, e incluso ha propuesto expedientes contra la Corte Penal Internacional por su sesgo contra Estados Unidos e Israel.

La guerra comercial proteccionista propuesta por la nueva Administración estadounidense también asestaría un golpe masivo a la estabilidad económica restante del capitalismo internacional que ha sustentado el poder militar de Estados Unidos, y sin duda repercutirá en la propia economía estadounidense en forma de una inflación aún mayor, crisis financieras y la reducción de su propio comercio. La deportación masiva de mano de obra inmigrante barata de Estados Unidos tendría consecuencias económicas negativas contraproducentes para su economía, así como para la estabilidad social.

En el momento de escribir estas líneas no es posible saber si la avalancha de propuestas y decisiones del nuevo presidente se llevarán a la práctica o si se trata de extravagantes herramientas de negociación que pueden desembocar en acuerdos temporales o algunas concesiones. Pero la dirección de la nueva política está clara. La propia incertidumbre de las medidas ya tiene el efecto de alarmar y poner en contra a antiguos y futuros aliados potenciales y obligarles a actuar por su cuenta y buscar apoyo en otra parte. Esto en sí mismo abrirá más posibilidades a los principales enemigos de EE. UU. El acuerdo de paz propuesto en Ucrania ya está beneficiando a Rusia. La guerra comercial mercantil es un regalo para China, que puede posicionarse como mejor socio económico que EE. UU.

Sin embargo, a pesar de la política autodestructiva a largo plazo de "América primero", EE. UU. no cederá la superioridad militar a su principal enemigo, China, que aún está lejos de poder enfrentarse directamente a EE. UU. en igualdad de condiciones. Y la nueva política exterior ya está creando una poderosa oposición dentro de la propia burguesía estadounidense.

La perspectiva es entonces una carrera armamentística masiva y un nuevo aumento caótico de las tensiones imperialistas en todo el mundo, con conflictos de grandes potencias que se desplazan hacia los centros del capitalismo mundial, además de exacerbar aún más sus puntos estratégicos globales.

Conclusión: Trump y la cuestión social

El movimiento MAGA de Donald Trump llegó al poder prometiendo al electorado más empleo, salarios más altos y paz mundial, en lugar de la bajada del nivel de vida y las "guerras interminables" de la administración Biden.

El populismo político no es una ideología de movilización para la guerra como lo fue el fascismo.

De hecho, el crecimiento y los éxitos electorales del populismo político de la última década aproximadamente, del que Trump es la expresión estadounidense, se basan esencialmente en el fracaso creciente de la alternancia de los viejos partidos de la democracia liberal en el gobierno para hacer frente a la profunda impopularidad del vertiginoso crecimiento del militarismo, por un lado, y a los efectos pauperizadores de una crisis económica irresoluble sobre las condiciones de vida de la masa de la población, por otro.

Pero las promesas populistas de mantequilla en lugar de armas han sido y serán cada vez más contradichas por la realidad, y chocarán con una clase obrera que empieza a redescubrir su combatividad y su identidad.

La clase obrera, en contraste con los desvaríos xenófobos del populismo político, no tiene patria ni intereses nacionales y es, de hecho, la única clase internacional con intereses comunes más allá de fronteras y continentes. Su lucha por defender hoy sus condiciones de vida, que es de alcance internacional -las luchas actuales en Bélgica proporcionan otra confirmación de la resistencia de clase en todos los países-, proporciona por tanto la base para un polo alternativo al futuro suicida del capitalismo de conflictos imperialistas entre naciones.

Pero en esta perspectiva de clase, la clase obrera tendrá que enfrentarse, tanto como a los populistas, a las fuerzas antipopulistas de la burguesía, que proponen a la población una vuelta a la forma democrática del militarismo y la pauperización. La clase obrera no debe dejarse atrapar por estas falsas alternativas, ni seguir a las fuerzas más radicales que dicen que la democracia liberal es un mal menor que el del populismo. Por el contrario, debe luchar en su propio terreno de clase.

El New York Times, que es el portavoz habitualmente sobrio de la burguesía liberal estadounidense, lanzó este radical llamamiento movilizador a la población para defender el Estado democrático burgués contra el Estado autocrático de Trump en una declaración editorial del 8 de febrero de 2025:

"No se distraigan. No se sientan abrumados. No se paralicen ni se dejen arrastrar por el caos que el presidente Trump y sus aliados están creando a propósito con el volumen y la velocidad de las órdenes ejecutivas; el esfuerzo por desmantelar el gobierno federal; los ataques contra los inmigrantes, los transexuales y el propio concepto de diversidad; las exigencias de que otros países acepten a los estadounidenses como sus nuevos señores y la vertiginosa sensación de que la Casa Blanca puede hacer o decir cualquier cosa en cualquier momento. Todo esto pretende mantener al país atónito para que el presidente Trump pueda avanzar a toda velocidad en su afán por conseguir el máximo poder ejecutivo, para que nadie pueda detener la audaz, mal concebida y frecuentemente ilegal agenda que está impulsando su Administración. Por el amor de Dios, no se desconecten"[[3]].

Esto no es más que una confirmación de que toda la burguesía está utilizando sus propias y graves divisiones para dividir a la clase obrera para que elija una forma de guerra y crisis capitalista frente a otra con el fin de hacerle olvidar sus propios intereses de clase.

La clase obrera no debe dejarse arrastrar a las guerras internas o externas de la clase dominante, sino luchar por sí misma.

Como

 

[[2]] La Pax Americana después de la Segunda Guerra Mundial nunca fue una era de paz sino de guerra imperialista casi permanente. Este término se refiere más bien a la relativa estabilidad de los conflictos imperialistas mundiales, con EE. UU. como la potencia mayor, en la preparación de dos bloques para la guerra mundial antes de 1989.

[[3]] En 2003, el New York Times, que tiene fama de informar objetivamente, repitió sin embargo la mentira de que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva como pretexto para la invasión estadounidense de Irak.

 

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