Inundaciones, sequías, incendios... ¡El capitalismo lleva la humanidad hacia un cataclismo global!

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En unas pocas semanas, las catástrofes climáticas se han producido a un ritmo alarmante en todo el mundo. En Estados Unidos, Pakistán, España y Canadá, las temperaturas se han acercado a los 50°C. En el norte de la India, el calor causó varios miles de muertes. 800.000 hectáreas de bosques siberianos, una de las regiones más frías del mundo, ya se han convertido en humo. En Norteamérica, la ya tradicional temporada de grandes incendios forestales ya ha comenzado: ¡sólo en la Columbia Británica ya han ardido más de 150.000 hectáreas! En el sur de Madagascar, una sequía sin precedentes ha sumido a 1,5 millones de personas en la hambruna. Cientos de miles de niños están muriendo, porque no tienen nada que comer ni beber, ¡en una indiferencia casi unánime! Kenia y otros países africanos están viviendo la misma situación dramática.

Pero mientras algunas partes del mundo se asfixian, las fuertes lluvias han afectado a Japón, China y Europa, provocando inundaciones sin precedentes y desprendimientos de tierra mortales. En Europa Occidental, sobre todo en Alemania y Bélgica, las inundaciones, en el momento de escribir este artículo, han causado más de 200 muertos y miles de heridos. Miles de casas, pueblos enteros, ciudades y calles han sido arrasados. En el oeste de Alemania, la red de carreteras, las líneas eléctricas, las tuberías de gas, las redes de telecomunicaciones y los ferrocarriles quedaron devastados. Muchos puentes de ferrocarril y de carretera se derrumbaron. Nunca antes esta región se había visto afectada por inundaciones de tal magnitud.

En China, en la ciudad de Zhengzhou, capital de la provincia central de Henan y poblada por 10 millones de habitantes, cayó el equivalente a un año de lluvias en tres días. Las calles se transformaron en furiosos torrentes, con alucinantes escenas de devastación y caos: carreteras derrumbadas, asfalto destrozado, vehículos arrastrados por el agua... Miles de usuarios del metro se encontraron atrapados en estaciones, trenes o túneles, a menudo con el agua hasta el cuello. Se informa de que al menos 33 personas han muerto y muchas han resultado heridas. 200.000 personas han sido evacuadas. Los suministros de agua, electricidad y alimentos se cortaron repentinamente. Nadie había sido advertido. Los daños agrícolas se cuentan por millones. En el sur de Henan, la presa del embalse de Guojiaju se rompió y otras dos amenazan con derrumbarse en cualquier momento.

Las terribles conclusiones del pre - informe del IPCC que se ha filtrado a la prensa son escalofriantes: "La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad no puede”. Los científicos llevan décadas advirtiendo de los peligros del cambio climático. ¡Estamos cada vez peor! Ya no se trata sólo de la extinción de especies o de catástrofes localizadas; los cataclismos son ahora permanentes... ¡y lo peor está por llegar!

La negligencia criminal de la burguesía ante las catástrofes

Desde hace años se multiplican las olas de calor, los incendios, los huracanes y las imágenes de destrucción. Pero si las carencias y la incompetencia de los Estados más pobres en la gestión de las catástrofes ya no sorprenden a nadie, la creciente incapacidad de los grandes países considerados “ricos” para hacerles frente es especialmente significativa del nivel de crisis en el que se está hundiendo el capitalismo. No sólo los fenómenos climáticos son cada vez más devastadores, numerosos e incontrolables, sino que los Estados y los servicios de emergencia, bajo el peso de décadas de recortes presupuestarios, están cada vez más desorganizados y suelen fracasar en sus operaciones.

La situación en Alemania es una clara expresión de esta tendencia. Aunque el Sistema Europeo de Alerta de Inundaciones (EFAS), creado tras las inundaciones de 2002, anticipó las inundaciones de los días 14 y 15 de julio, como ha declarado la hidróloga Hannah Cloke, "las advertencias no se tomaron en serio y los preparativos fueron inadecuados"[1]. El gobierno central se deshizo de los sistemas de alerta entregándolos a los estados federales, o incluso a los municipios, sin procedimientos estandarizados ni recursos sustanciales. Como consecuencia, mientras las redes eléctricas y telefónicas se habían colapsado, imposibilitando la alerta y la evacuación de la población, la protección civil sólo pudo hacer sonar las sirenas donde aún funcionaban. Antes de la reunificación, había unas 80.000 sirenas en Alemania Occidental y Oriental; ahora sólo 15.000 siguen funcionando[2]. Debido a la falta de comunicación y coordinación, las operaciones de las fuerzas de rescate también fueron desordenadas. En otras palabras, ¡la austeridad y la incompetencia burocrática han contribuido en gran medida a este fiasco!

Pero la responsabilidad de la burguesía no termina con los fallos de los sistemas de seguridad. En estas regiones urbanizadas y densamente pobladas, la permeabilidad del suelo se reduce considerablemente, lo que aumenta el riesgo de inundaciones. Desde hace décadas, para concentrar mejor la mano de obra en aras de la rentabilidad, las autoridades nunca han dudado en autorizar la construcción de muchas viviendas en zonas inundables.

La burguesía, impotente ante los retos del cambio climático

Una gran parte de la burguesía no podía dejar de admitir la relación entre el calentamiento global y el aumento de las catástrofes. Entre los escombros, la canciller alemana declaró solemnemente: "Debemos darnos prisa. Debemos avanzar más rápido en la lucha contra el cambio climático[3]¡Esto son buenos deseos! Desde los años setenta, casi todos los años se celebran cumbres internacionales y otras conferencias, con su cuota de promesas, objetivos y compromisos. Cada vez, los "acuerdos históricos" resultan no ser más que piadosas esperanzas, mientras las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando año tras año.

En el pasado, la burguesía fue capaz de movilizarse sobre cuestiones específicas desde el punto de vista de su economía, como la reducción drástica de los gases fluorados responsables del "agujero" de la capa de ozono. Estos gases se utilizaban en acondicionadores de aire, frigoríficos y botes de aerosol. Se trata, sin duda, de un esfuerzo importante en vista de los riesgos que sigue planteando el deterioro de la capa de ozono, pero nunca ha exigido un trastorno drástico del aparato de producción capitalista. Las emisiones de CO2 son una cuestión mucho más importante en este sentido.

Los gases de efecto invernadero son los vehículos que transportan trabajadores y mercancías, la energía que hace funcionar las fábricas, la producción de metano y la destrucción de los bosques provocada por la agricultura intensiva. En resumen, las emisiones de CO2 van al corazón de la producción capitalista: la concentración del trabajo en grandes metrópolis, la anarquía de la producción, el intercambio de mercancías a escala mundial, la industria pesada... Por eso la burguesía es incapaz de encontrar soluciones reales a la crisis climática. La búsqueda del beneficio, la sobreproducción masiva de mercancías, así como el saqueo de los recursos naturales, no es una "opción" para el capitalismo: es la condición sine qua non de su existencia. La burguesía sólo puede promover el aumento de la producción ante la ampliación de la acumulación de su capital, sin la cual pone en peligro sus propios intereses y beneficios ante la exacerbada competencia globalizada. La esencia tácita de esta lógica es: "después de mi el diluvio". Los fenómenos climáticos extremos ya no sólo afectan a las poblaciones de los países más pobres, sino que ahora perturban directamente el funcionamiento del aparato productivo industrial y agrícola de los países centrales. ¡La burguesía está así atrapada en el vicio de las contradicciones insolubles!

Ningún Estado es capaz de transformar radicalmente su aparato productivo sin sufrir un brutal revés ante la competencia de otros países. La canciller Merkel puede afirmar que hay que "ir más rápido", pero el Gobierno alemán nunca ha querido oír hablar de normativas medioambientales demasiado estrictas para proteger sectores estratégicos como el acero, los productos químicos o los automóviles. Merkel también consiguió aplazar el abandono (muy gradual) del carbón durante años: la minería de carbón a cielo abierto en Renania y Alemania del Este sigue siendo uno de los mayores contaminantes de Europa. En otras palabras, el precio de la fuerte competitividad de la economía alemana es la destrucción descarada del medio ambiente. La misma lógica implacable se aplica a las cuatro esquinas del planeta: renunciar a emitir CO2 a la atmósfera o a destruir los bosques sería, tanto para el "taller del mundo" que es China como para todos los países industrializados, dispararse en el pie.

La "economía verde", una mistificación ideológica

Ante esta expresión flagrante del estancamiento del capitalismo, la burguesía utiliza las catástrofes para defender mejor su sistema. En Alemania, donde la campaña para las elecciones federales de septiembre está en pleno apogeo, los candidatos compiten entre sí para “demostrar” quien lucha más contra el cambio climático. Pero todo esto es sólo un escaparate. La "economía verde", que supuestamente creará millones de puestos de trabajo y promoverá el llamado "crecimiento verde", no representa una salida para el capital, ni económica ni ecológicamente. A los ojos de la burguesía, la "economía verde" tiene sobre todo un valor ideológico destinado a fingir la posibilidad de reformar el capitalismo. Si surgen nuevos sectores con sabor ecológico, como la producción de paneles fotovoltaicos, de biocarburantes o de vehículos eléctricos, no sólo no podrán servir nunca de verdadera locomotora para el conjunto de la economía, dados los límites de los mercados solventes, sino que su impacto catastrófico sobre el medio ambiente ya no es dudoso: destrucción masiva de bosques para extraer tierras raras, reciclaje deplorable de baterías, cultivo intensivo de colza, etc.

La "economía verde" es también un arma contra la clase trabajadora, que justifica los cierres de fábricas y los despidos, como demuestran las palabras de Baerbock, el candidato verde en las elecciones alemanas: "Sólo podremos eliminar progresivamente los combustibles fósiles [y los trabajadores que los acompañan] si contamos con un cien por cien de energías renovables"[4]. Hay que decir que cuando se trata de despidos y explotación de la mano de obra, los Verdes saben mucho, ya que contribuyeron activamente a las despreciables reformas del gobierno de Schröder durante siete años.

La impotencia de la burguesía ante los efectos humanos, sociales y económicos cada vez más devastadores del cambio climático no es, sin embargo, una fatalidad. Ciertamente, al estar atrapada en el círculo vicioso de las contradicciones de su propio sistema, la burguesía sólo puede llevar a la humanidad al desastre. Pero la clase obrera, a través de su lucha contra la explotación con vistas al derrocamiento del capitalismo, es la respuesta a esta contradicción evidente entre, por un lado, la obsolescencia de los métodos de producción capitalistas, su anarquía total, la sobreproducción generalizada, el saqueo insensato de los recursos naturales, y, por otro, la necesidad imperiosa de racionalizar la producción y la logística para responder a las necesidades humanas urgentes y no a las del mercado. Al librar a la humanidad del beneficio y la explotación capitalistas, el proletariado tendrá efectivamente la posibilidad material de llevar a cabo un programa radical de protección del medio ambiente. Si aún queda mucho camino por recorrer, ¡el comunismo es más necesario que nunca para la supervivencia de la humanidad!

EG 23-7-21

 

[1] "Alemania: tras las inundaciones, primeros intentos de explicación", Libération.fr (17 de julio de 2021).

[2] « Warum warnten nicht überall Sirenen vor der Flut ? », N-TV.de (19 juillet 2021).

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