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La multiplicación de los desastres climáticos, de las zonas contaminadas, de la destrucción de los bosques, de las mareas de lodo rojo, la contaminación atmosférica, la desaparición masiva de especies.... Todos los días, los desastres medioambientales ocupan los titulares. Cada uno de estos artículos termina invariablemente con un llamamiento a la "determinación" de los gobiernos para salvar el planeta o a la responsabilidad individual de los "ciudadanos del mundo" para que utilicen correctamente sus votos. O sea, nos piden que ¡salvemos el planeta mano a mano con el Estado burgués! Las recientes Marchas por el Clima, y las numerosas movilizaciones de jóvenes no se han apartado de esta regla: si la indignación de los jóvenes es palpable, también lo es la falta total de una solución real a los problemas ambientales[1].
El capitalismo destruye el planeta
Hace 170 años, Friedrich Engels ya señalaba que la industria inglesa hacía insalubre el medio ambiente para los trabajadores: "La alta tasa de mortalidad entre los hijos de los trabajadores, y en particular entre los trabajadores de las fábricas, es prueba suficiente de la insalubridad a la que están expuestos durante sus primeros años de vida. Estas causas también afectan a los niños que logran sobrevivir, pero sus efectos son, obviamente, un poco más atenuados. En el caso más benigno, conducen a una predisposición a la enfermedad o al retraso del desarrollo y, en consecuencia, a un vigor físico inferior al normal”[2].
Aun cuando permitiera el desarrollo de las fuerzas productivas, la industria generalizaba allá donde aparecía una contaminación cada vez más tóxica y peligrosa para la salud: "En estas cuencas industriales, las humaredas de carbón se convierten en una fuente importante de contaminación. (...) Muchos viajeros, investigadores sociales y novelistas describen el alcance de la contaminación causada por las chimeneas de las fábricas. Entre ellos Charles Dickens, en su célebre novela “Hard Times", que evocaba en 1854 el cielo de hollín de Coketown, una ciudad ficticia calcada de Manchester, donde todo lo que se ve son ‘monstruosas serpientes de humo’ que se arrastran sobre la ciudad"[3].
El principal responsable de una contaminación, que no ha aparecido ayer, es un sistema social que produce para acumular capital sin preocuparse por las consecuencias ni sobre el medio ambiente ni sobre las personas: el capitalismo.
El episodio de esmog que tuvo lugar en Londres en 1952[4] mostró hasta dónde podía llegar la contaminación atmosférica causada por la industria y la calefacción doméstica, pero hoy en día, todas las grandes ciudades del mundo se ven amenazadas por estos fenómenos que son cada vez más permanentes, y en primer lugar Nueva Delhi y Pekín[5]. Uno de los sectores más contaminantes es el transporte marítimo, cuya actividad y cuyos costes irrisorios son dos condiciones vitales para el funcionamiento de toda la economía mundial. La destrucción del medio ambiente, desde los bosques hasta los fondos marinos, así como las catástrofes industriales, responde a la misma lógica de rentabilidad y sobreexplotación a bajo costo.
No es un sector particular de la actividad humana, sino la sociedad capitalista en su conjunto la que contamina sin preocuparse por las consecuencias para el futuro.
Una realidad muy inquietante
Muy a pesar de los estragos ocasionados durante dos siglos por una explotación irresponsable de los recursos naturales que había de engendrar la destrucción de los entornos naturales y una creciente desaparición de especies y ecosistemas, los dictados de la economía capitalista y la ley del mercado siguen empujando al planeta a su agotamiento y a la atmósfera a plagarse de partículas nocivas convirtiéndose en irrespirable.
La contaminación del aire por sus efectos acumulativos alcanza hoy, según confiesan los propios científicos, niveles apocalípticos. Digan lo que digan los "escépticos sobre el cambio climático”, apoyados por toda la industria química y petrolera del planeta, las mediciones científicas del retroceso de los glaciares y los casquetes polares y del aumento del nivel del mar, apuntan en la misma dirección y no dejan lugar a dudas sobre la realidad del fenómeno: debido al aumento de la tasa de CO2 en la atmósfera, la temperatura promedio de la Tierra está aumentando de forma inexorable, dando lugar a una serie de fenómenos climáticos imprevisibles y cuyas consecuencias sobre las poblaciones humanas ya son dramáticas en algunas regiones.
En otras palabras: la era industrial del sistema capitalista amenaza hoy a la civilización con una lenta pero inevitable caída en la destrucción y el caos. Ya en la actualidad algunas zonas del mundo son inhabitables para comunidades humanas debido a los efectos del calentamiento global y la destrucción del medio ambiente. Según un estudio del Banco Mundial, la agravación de los efectos del cambio climático podría empujar a más de 140 millones de personas a emigrar dentro de sus propios países desde ahora hasta 2050.
Esta siniestra realidad, enmascarada en gran parte por el hecho de que se dice que el problema está ligado a una simple "falta de voluntad política" y al "egoísmo de los consumidores”, insuficientemente "concienciados", está generando una preocupación generalizada y perfectamente comprensible. A la pregunta: "¿qué mundo dejaremos a nuestros hijos?”, no hay respuesta optimista. Es lógico pues que los principales afectados (niños y jóvenes) sean los primeros en preocuparse por haber de vivir toda su existencia en un medio ambiente cada vez más degradado, con consecuencias climáticas que se vislumbran aterradoras.
En este contexto, las "marchas por el clima", organizadas con una fuerte publicidad y una amplia cobertura mediática, han tratado de responder a esta inquietud. Cuando una joven estudiante de secundaria sueca dejó su escuela para manifestarse ante el Parlamento de Estocolmo, demostró la preocupación por la falta de futuro que le invadía. Invitada a la Cumbre por el Clima, en las Naciones Unidas, para que explicase su acción, Greta Thunberg es ahora la abanderada de una generación que está tomando conciencia de que su futuro está siendo gravemente dañado por la contaminación y el cambio climático resultante.
Un intento de dividir entre "jóvenes" y "viejos".
De entrada, podríamos haber acogido con agrado una movilización internacional que se plantease cuestiones sobre el futuro que esta sociedad puede depararnos. Pero, en realidad, se trata de todo lo contrario. Observamos, en efecto, que esta movilización está impulsada y encuadrada por un amplio sector de la clase dominante: desde antiguos ministros ecologistas franceses como Cécile Duflot y Nicolas Hulot hasta L'Humanité y Lutte Ouvrière; de Greenpeace a Secours catholique[6], etc. En definitiva: en toda Europa, toda la burguesía, desde la derecha hasta la extrema izquierda, ha apoyado o llamado a participar en la "Marcha del Siglo", como ocurrió el 16 de marzo en París y casi en todas partes en otras capitales o grandes metrópolis. En Francia, el sindicato SUD ya había convocado a la Marcha del 8 de diciembre de 2018, insistiendo en la relación entre clima y empleo: "luchar por el clima es luchar por el empleo", vinculando dos preocupaciones muy reales de los jóvenes y llamando a una "huelga en las escuelas" (inspirados por Greta Thunberg) por la "emergencia climática".
Pero donde este sindicato revela su habitual juego de división es en su comunicado de prensa ("Por un clima y una primavera social"), cuando nos explica que "ante la inacción de sus mayores, los/las escolares, los/las estudiantes de secundaria y estudiantes han lanzado para el viernes 15 de marzo un llamamiento a una huelga internacional por el clima". En otras palabras, reproduce, como la mayoría de las organizaciones burguesas, la patraña de que si el planeta se está calentando es porque los "viejos" no han "hecho nada" para impedirlo. La generación más joven sería pues mucho más "responsable", porque "actúa": ¡hace huelgas por el clima!
En realidad, no se trata de una responsabilidad particular de las "generaciones precedentes”, ni comportamientos individuales "irresponsables" en materia medioambiental, ni siquiera la "falta de voluntad" de los políticos ni la influencia de los grandes “grupos de presión", los que generan la catástrofe medioambiental que vemos emerger. Es el producto del capitalismo minado por sus propias contradicciones internas. El hecho de que este sistema esté basado en una brutal competitividad, en el cada uno a la suya, y el beneficio, obsesionado por la reducción de costes sin que esta lógica se cuestione abiertamente, empuja tanto a la vieja como a la nueva generación a sufrir las implacables leyes de este mismo sistema bárbaro. En otras palabras, que la clase dominante, en todas sus edades y generaciones, trata de blanquear el podrido sistema capitalista, levantando una cortina de humo con la que enmascarar su responsabilidad directa.
El objetivo es, por tanto, empujar a la población en brazos del guardián del orden dominante, el Estado capitalista, que debería escuchar a los ciudadanos y poner en marcha una política ecológica, "responsable", e incluso "anticapitalista".
En última instancia, este ataque ideológico, aunque global, se dirige, sobre todo, contra la generación más joven, ya que el objetivo es impedir toda solidaridad entre generaciones y, sobre todo, ocultar a sus ojos la verdadera causa de las catástrofes. Oponiendo “viejos” y "jóvenes" mediante el eslogan “nos están robando nuestro futuro", la propaganda capitalista opera subrepticiamente con el “dividir para ganar”.
Pero el sindicato SUD no se detiene ahí. El propósito de esta movilización estaría, nos dicen, muy claro: "Llamados por más de 140 organizaciones, el 16 de marzo, nos manifestaremos juntos para exigir un cambio en el sistema de producción y de consumo que limite el calentamiento global a 1,5°C". Para ello, son necesarias otras políticas públicas que involucren a los trabajadores en la construcción de una sociedad justa, solidaria y ecológica que responda a las necesidades sociales y preserve los límites del planeta”. El SUD nos pide, por tanto, que exijamos "otras políticas públicas" y, por supuesto, se dirige aquí al Estado para pedirle que escuche las quejas de los jóvenes en favor de "una sociedad justa, solidaria y ecológica".
Para este sindicato, como para todos los organizadores de la "Marcha del Siglo", la solución sólo puede encontrarse en el Estado. Bastaría con que éste escuchase a los ciudadanos. El llamamiento de Generaciones Futuras es aún más elocuente: "Debemos renovar la democracia y obligar a los/las decisores/as a proteger los intereses de todos/as y no sólo de unos pocos/as. Debemos distribuir la riqueza para lograr la justicia social, a fin de garantizar una existencia digna para cada uno/a”[7]. Cuando Greta Thunberg se manifiesta ante el Parlamento de Estocolmo, en realidad está pidiendo a los representantes electos del Estado capitalista sueco que hagan "su trabajo" pensando en la juventud y en su futuro. Se apela pues, en general, a votar. Cuando se pide la "renovación de la democracia" y "otras políticas públicas", no queda más salida que elegir a los "buenos" candidatos, los que se tomasen en serio las aspiraciones de la "juventud". Esto significa olvidar que los Estados son los defensores de su capital nacional, cuya frenética búsqueda de acumulación le convierte en absolutamente indiferente a las catastróficas consecuencias que ello supone para la naturaleza. ¡Acabáramos! Resulta que lo que está tratando la burguesía internacional es de instrumentalizar la legítima preocupación generada por el cambio climático para abocar a los jóvenes al callejón sin salida electoral. Cuando se ve como crece la abstención entre las generaciones más jóvenes, como resultado del creciente descrédito de las instituciones democrático-burguesas, se comprende fácilmente que la clase dominante está buscando una manera de revertir esta tendencia. Utiliza para ello la oportunidad que le brinda el temor al cambio climático.
La juventud, una preocupación vital para la burguesía
Si el movimiento contra el calentamiento global se dirige principalmente a los jóvenes estudiantes de secundaria y universitarios, es porque, para la burguesía, la juventud representa un objetivo particular. En todos los regímenes totalitarios, los jóvenes representan un envite fundamental, puesto que se movilizan con facilidad, porque sienten intensamente las amenazas para el futuro, porque carecen de experiencia y, por lo tanto, son más fáciles de manipular que las generaciones mayores.
La juventud representa pues una preocupación central, y por ello, en los países desarrollados trata de hacer de ella la “defensora” de los “principios democráticos". Ya sea en Estados Unidos con el movimiento "contra las armas", en Gran Bretaña con el movimiento "Extinction rebellion", o en Francia con la "Marcha del Siglo", la burguesía busca, sobre todo, movilizar a los jóvenes en torno a objetivos democráticos y separarlos de los viejos. Esta juventud que se alarma, justificadamente, por su futuro, se ve abocada así a la trampa democrática que pretende convertirlos en "ciudadanos responsables" e impedir que los jóvenes proletarios se movilicen en un terreno de clase: ¿para qué defender sus condiciones de vida y trabajo cuando lo que está amenazado es el futuro de la humanidad?
Este llamamiento a apoyar la democracia burguesa es, por supuesto, una completa mistificación. No es a través de una movilización de los "jóvenes" hacia las urnas (especialmente en beneficio de los partidos verdes o de izquierda), ni renovando el edificio del Estado u obligando a los “representantes” a hacer "su trabajo" como lograremos cambiar el futuro que se está configurando hoy.
La ecología es una máquina de guerra ideológica
Si bien es cierto que la burguesía misma está alarmada por el tema del calentamiento global, pero hay que tener en cuenta que su principal preocupación es siempre salvaguardar las condiciones para proseguir la explotación y no la protección del medio ambiente. La preocupación de la burguesía es, en primer lugar y ante todo, producir mercancías extrayendo plusvalía a través de la explotación de la mano de obra asalariada. Ya hemos visto el provecho que le ha sacado del gusto por la comida “bio” o el "veganismo", que contaminaría menos y preservaría mejor el medio ambiente: los precios de estos productos se elevan, y la brecha entre los ricos que comen más sano y los pobres condenados a la "comida basura" no hace más que aumentar. Y, además, se culpabiliza a quienes siguen comprando comida industrial, que es por supuesto la más barata.
Peor aún, la burguesía tiñe, cínicamente, de “verde” su estrategia industrial para justificar los ataques contra la clase obrera y reforzar la guerra económica. Dado que la contaminación atmosférica y el consiguiente calentamiento global son, en gran medida, el resultado del uso de motores de combustión interna, la burguesía europea ha planteado la cuestión de sustituir los coches que utilizan este modo de propulsión por vehículos eléctricos "no contaminantes". Se trata de una nueva estafa, porque la intención oculta tras de todo el escándalo del "diéselgate" no es ni ha sido nunca el futuro de la humanidad. De lo que se trata, más bien, es del beneficio de los fabricantes: según algunos escenarios, por ejemplo, en Alemania, la mano de obra en este sector industrial podría reducirse hasta en un 16%. Con ese capitalismo supuestamente "verde" aumenta la ganancia, aunque recurrir al litio para fabricar baterías tendrá graves consecuencias para el medio ambiente. Los riesgos de contaminación causados por las baterías, si se queman o se encuentran al final de su vida útil, no deben tomarse a la ligera.
Y lo mismo cabe decir de las “tasas ecológicas”, que suponen incrementos de impuestos en todo el mundo sirviendo a la guerra comercial entre Estados, o directamente de ataques directos contra la clase obrera. Ahí, como en otras partes, la ecología sirve para camuflar una pugna por el beneficio o como vía para hacer que los trabajadores acepten ataques en nombre de lucha contra la contaminación. Así, cuando la nueva musa joven del mundo, Greta Thunberg, se hace eco de lo que la propaganda le está machacando, a saber, que debemos abandonar nuestra "zona de confort" y por lo tanto hacer "sacrificios", ya que supuestamente la contaminación proviene de nuestro consumo excesivo, del despilfarro, en definitiva del "comportamiento irresponsable de cada uno de nosotros”, lo que está haciendo en realidad es proporcionar un arsenal suplementario a los discursos ideológicos de los Estados que preparan futuras medidas anti-obreras, fomentando no sólo un sentimiento de culpa, sino también un aislamiento de cada cual en la búsqueda de "soluciones" individuales totalmente estériles. El sistema capitalista produce como si no hubiera límite alguno a las necesidades, produce porque necesita plusvalía para acumular cada vez más capital. Es así como funciona, y pretender que funcione de otra manera es una pura ilusión. La única manera de actuar con eficacia, que también es una necesidad vital, es destruirlo para sentar las bases de una nueva sociedad en la que el trabajo en el seno de la sociedad se oriente hacia las necesidades de la humanidad sin ponerlas en contradicción con la naturaleza nuestro entorno. Esto sólo lograrlo la clase obrera a través de una revolución mundial.
HD, 20 de abril de 2019
[1] Ver nuestra hoja internacional El capitalismo amenaza el planeta y la supervivencia de la humanidad: Sólo la lucha mundial del proletariado puede acabar con la amenaza https://es.internationalism.org/content/4405/el-capitalismo-amenaza-el-planeta-y-la-supervivencia-de-la-humanidad-solo-la-lucha
[2] Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra (1844). https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/index.htm
[3] François Jarrige y Thomas Le Roux, La contamination du monde (2017).
[4] El 5 de diciembre de 1952 y durante cinco días, una niebla causada por un anticiclón sumado a los humos de carbón causó 12.000 muertes.
[5] "De Londres a Delhi, cómo el esmog ha emigrado hacia el Este", Le Monde (17 de noviembre de 2017).
[6] Organización similar a la Cáritas española.
[7] También podemos citar el llamamiento de la red Por la Acción Climática en Francia: "En su llamamiento conjunto, los signatarios piden a los responsables del desarreglo climático que tomen las medidas necesarias para limitar el calentamiento global a 1,5⁰ C, garantizando una justicia social.”