Lecciones de la Comuna de París

Printer-friendly version

El artículo que sigue ha sido escrito por un simpatizante muy próximo a la CCI. Realiza un esfuerzo notable de recuperación de la memoria histórica del proletariado. La Comuna de París fue una de las grandes experiencias de lucha proletaria que debe ser conocida y estudiada críticamente por las generaciones actuales. De esta manera encontrarán armas para hacer frente a la situación actual y las grandes dificultades que hoy padece la clase obrera.

CCI

Como ocurre con casi todos los acontecimientos históricos protagonizados por el proletariado, la Comuna de París es un acontecimiento sobre el que muchos pretendidos historiadores, de todas las ideologías, han vertido la tinta de sus plumas abundantemente.

La Comuna de 1871 no es sino otro de los tantos episodios de la historia de la clase obrera que ésta debe recuperar y comprender dentro del periodo histórico que la alumbró y por los protagonistas que tuvo. Al igual que ocurre con la revolución rusa o la alemana del periodo revolucionario de 1917-23, la experiencia de la Comuna supone una importante lección para el proletariado, si de verdad quiere repropiarse de su perspectiva histórica y despejar la niebla bajo la que la ha situado la contrarrevolución estalinista, a coro con la propaganda general del izquierdismo y las plumas a sueldo del Estado de los ''expertos'' marxólogos de academia.

Hace 145 años, el 28 de mayo de 1871, tenían lugar en las faldas de Belleville los últimos combates de los comuneros contra el ejército francés comandado por Thiers desde Versalles. ¿Qué importancia puede tener una insurrección, tan súbitamente sofocada (la Comuna apenas sobrevivió dos meses) para la perspectiva de los proletarios hoy día? La clave a esta pregunta está en las lecciones que extrajeron los revolucionarios contemporáneos a esa experiencia y sucesores del movimiento que la vertebró. Si algo supuso la Comuna, fueron dos cosas:

  • la confirmación de que el movimiento del proletariado tenía unas características y una iniciativa propias y específicas, más allá de como meros protagonistas “de ala izquierda” de las guerras nacionales revolucionarias de la burguesía contra la aristocracia feudal
  • la salida a flote de lecciones fundamentales sobre el Estado y lo que la lucha proletaria tiene que decir en cuanto al Estado

A lo largo de este artículo traeremos a colación los principales escritos de Marx, Engels, Lenin y las organizaciones de la Izquierda Comunista al respecto, para ayudarnos a contribuir en la clarificación de tan importante acontecimiento histórico, que supuso un genuino punto de inflexión en la comprensión que la teoría revolucionaria tenía del movimiento del proletariado y el futuro que este depara a la sociedad, en especial a la máquina del Estado.

Los antecedentes de la Comuna

En 1871, el proletariado francés ya había pasado por varias experiencias revolucionarias relativamente recientes en la primera mitad del siglo XIX. Aun profundamente marcadas por la gran revolución burguesa de 1789, las revoluciones francesas de 1830 y sobre todo de 1848, en cuyo mes de junio el proletariado entabló su primer combate masivo contra la burguesía de la cual había sido aliado político, hasta entonces, contra los vestigios sociales e históricos del feudalismo, marcaron la entrada en la historia del proletariado como una clase con iniciativa histórica y una perspectiva propias, aún imposibles de realizarse materialmente en su totalidad, en sus consecuencias directamente revolucionarias[1].

Es así como Engels describe lo que fue la señal de salida de la historia del último combate de clases entre las dos fuerzas principales de la naciente sociedad burguesa (los capitalistas y los proletarios), combate que antes sólo existía de forma solapada, latente: esto es, los inicios de la aparición del movimiento autónomo y consciente del proletariado, con sus reivindicaciones y características propias enfrentadas al resto de las clases de la sociedad burguesa, opuestas a los intereses de una joven burguesía con la que había mantenido una muy delicada alianza contra la reacción feudal:

Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830. Y, finalmente, cuando el levantamiento de París encontró su eco en las insurrecciones victoriosas de Viena, Milán y Berlín; cuando toda Europa, hasta la frontera rusa, se vio arrastrada al movimiento; cuando más tarde, en junio, se libró en París, entre el proletariado y la burguesía, la primera gran batalla por el poder; cuando hasta la victoria de su propia clase sacudió a la burguesía de todos los países de tal manera que se apresuró a echarse de nuevo en brazos de la reacción monárquico-feudal que acababa de ser abatida, no podía caber para nosotros ninguna duda, en las circunstancias de entonces, de que había comenzado el gran combate decisivo y de que este combate había de llevarse a término en un solo período revolucionario, largo y lleno de vicisitudes, pero que sólo podía acabar con la victoria definitiva del proletariado.”[2]

En la introducción a la misma obra antes citada, Marx también deja entrever una idea parecida cuando afirma que lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, resultado de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de febrero, sino sólo una serie de derrotas[3].

Sin embargo, era evidente que el proletariado no tardaría en manifestarse como una fuerza independiente dentro de la sociedad burguesa y que evidenciaba la existencia de intereses irreconciliables en el seno de ésta. La Comuna fue entonces una de las primeras experiencias que manifestaron, de forma llamativamente clara (tras el primer combate de la revolución de febrero de 1848), las premisas y características definitorias del movimiento del proletariado. Y este movimiento histórico sólo empezaba a definirse en sumo detalle, no como un complemento o un proveedor de carne de cañón para el movimiento revolucionario de la burguesía democrática, sino como el movimiento de una clase portadora de la destrucción de la sociedad de clases y su sustitución por la comunidad humana universal del comunismo.

El contenido de la Comuna

Engels subraya en el prefacio de 1872 de la edición alemana del Manifiesto Comunista:

Este programa ha quedado a trozos anticuado por efecto del inmenso desarrollo experimentado por la gran industria en los últimos veinticinco años, con los consiguientes progresos ocurridos en cuanto a la organización política de la clase obrera, y por el efecto de las experiencias prácticas de la revolución de febrero en primer término, y sobre todo de la Comuna de París, donde el proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en sus manos por espacio de dos meses. La comuna ha demostrado, principalmente, que la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines.

Estas palabras tienen un gran significado teniendo en cuenta que hasta el momento, la mayor parte del socialismo contemporáneo a las revoluciones de 1848 y 1871 estaba compuesto o bien por los socialistas utópicos owenianos y fourieristas, o bien por escuelas del socialismo como la alemana de Lasalle, de quien Engels decía que sus partidarios no pasaron más allá de su exigencia de cooperativas de producción con crédito del Estado[4]. Es el mismo Engels el que hace notar que fueron experiencias como la Comuna las que dejaron a estas expresiones del socialismo utópico[5], productos de una época anterior, en un estado agonizante que no se correspondía con un nuevo periodo en el que el proletariado empezaba a entrar en la escena de la historia con toda su fuerza, demostrando que el contenido de su movimiento era bien distinto de todas las recetas y cataplasmas sociales salidos de las ''geniales'' mentes de individuos que ya lo tenían todo resuelto en su propia cabeza.

¿Y qué fue lo que puso al proletariado en marcha a un nivel nunca visto hasta entonces, del que sólo se tuvo un reflejo en junio de 1848? La guerra. Aunque siempre hay que precaverse de análisis mecanicistas en este sentido, puesto que nunca hay un ''disparo de salida'' en las grandes revoluciones proletarias, sino que lo que conduce a ellas es un proceso acumulativo de experiencias, contradicciones y derrotas, es cierto que la miseria y la presión causadas por la invasión prusiana y el cerco de París pudieron ser un potente catalizador de las energías de los obreros. Al igual que ocurriría con la revolución rusa y la alemana en el periodo de 1917-23, el intento de la burguesía por embarcar a los obreros en sus conflictos inter-capitalistas no condujo sino a la explosión, en un determinado momento, de todas las frustraciones acumuladas en la clase por la explotación y la alienación de sus vidas y el recuerdo de las derrotas sangrientas a las que la burguesía los había sometido hacía un par de décadas[6].

Quiso la historia que fuera en marzo de 1871 que los obreros parisinos protagonizaran una rebelión masiva y plantaran una bandera roja en el Hôtel de Ville. A partir de aquí, surge la gran contradicción en torno a la que girará toda la experiencia histórica de la Comuna y que será el pilar maestro de este escrito:

  • Por un lado, el programa proletario, el movimiento específicamente por y para la clase de los obreros, se manifiesta dejando vislumbrar los métodos y formas específicos de disponer de su propia fuerza armada, física y políticamente, que la clase obrera habrá de asumir en sus luchas revolucionarias directas y que volverán a reproducirse en posteriores experiencias revolucionarias a un nivel mucho mayor (en 1905, en 1917...): destrucción de la burocracia estatal y el ejército permanente, organización masiva, permanente y consciente de los obreros armados, vertebración de un cuerpo de delegados elegibles y revocables en todo momento, responsables de sus decisiones ante todos los obreros y sin cobrar más por sus funciones que un obrero cualificado. Es decir: la primera experiencia de la dictadura revolucionaria del proletariado que en el futuro volvería a redefinirse a un nivel muy superior.
  • Por otro lado, la inevitable permanencia en las mentes de los obreros (que no era sino reflejo de la misma realidad histórica) de las reminiscencias del programa de la burguesía revolucionaria que no podía sino seguir presente en el periodo de ascendencia histórica del capitalismo, que llevarían a Marx a saludar a la Comuna como un organismo de instituciones verdaderamente democráticas y al proletariado que la articulaba como la verdadera fuerza realizadora de la unidad de la nación contra la reacción, y a Engels a reconocer, quizá más lúcidamente que su colega, que la Comuna no hizo en muchos ámbitos sino cumplir con las reformas que la burguesía francesa debía haber cumplido frente a los vestigios semi-feudales aún presentes en el tejido económico.

En cuanto a lo que la Comuna aportó en la definición del contenido del movimiento proletario, que fue mucho, encontramos lecciones cruciales en torno a las cuestiones del Estado y de la articulación de la dictadura del proletariado:

Los proletarios de París –decía el Comité Central en su manifiesto del 18 de marzo–, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos... han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el Poder''. Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines.

El Poder estatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura –órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo–, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como un arma poderosa en sus luchas contra el feudalismo. Sin embargo, su desarrollo se veía entorpecido por toda la basura medioeval: derechos señoriales, privilegios locales, monopolios municipales y gremiales, códigos provinciales. La escoba gigantesca de la Revolución Francesa del siglo XVIII barrió todas estas reliquias de tiempos pasados, limpiando así, al mismo tiempo, el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se alzaban ante la superestructura del edificio del Estado moderno, erigido en tiempos del Primer Imperio, que, a su vez, era el fruto de las guerras de coalición de la vieja Europa semifeudal contra la Francia moderna. [...] Al paso que los progresos de la moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, el Poder estatal fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del Poder del Estado. La Revolución de 1830, al dar como resultado el paso del Gobierno de manos de los terratenientes a manos de los capitalistas, lo que hizo fue transferirlo de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera. Los republicanos burgueses, que se adueñaron del Poder del Estado en nombre de la Revolución de Febrero, lo usaron para provocar las matanzas de Junio, para probar a la clase obrera que la República "social" era la República que aseguraba su sumisión social y para convencer a la masa monárquica de los burgueses y terratenientes de que podían dejar sin peligro los cuidados y los gajes del gobierno a los “republicanos” burgueses. Sin embargo, después de su única hazaña heroica de Junio, no les quedó a los republicanos burgueses otra cosa que pasar de la cabeza a la cola del Partido del Orden, coalición formada por todas las fracciones y fracciones rivales de la clase apropiadora, en su antagonismo, ahora abiertamente declarado, contra las clases productoras. La forma más adecuada para este gobierno de capital asociado era la República Parlamentaria, con Luis Bonaparte como presidente. Fue éste un régimen de franco terrorismo de clase y de insulto deliberado contra la vil muchedumbre. Si la República Parlamentaria, como decía el señor Thiers, era “la que menos los dividía” (a las diversas fracciones de la clase dominante), en cambio abría un abismo entre esta clase y el conjunto de la sociedad situado fuera de sus escasas filas. Su unión venía a eliminar las restricciones que sus discordias imponían al Poder del Estado bajo regímenes anteriores, y, ante el amenazante alzamiento del proletariado, se sirvieron del Poder estatal, sin piedad y con ostentación, como de una máquina nacional de guerra del capital contra el trabajo.[7]

Cuán diferentes son estas palabras y muchas que le siguen en el Manifiesto del Consejo General de la AIT[8] sobre la guerra civil en Francia, a las pantomimas programáticas, electoralistas o no, pero democráticas y nacionalistas en todo caso, de las organizaciones izquierdistas actuales, desde las estalinistas y maoístas a las ''reinventadas'' a lo Podemos o Syriza, pasando por las trotskistas y demás. El proletariado, aún sin poder desarrollar por entonces órganos propiamente suyos y radicalmente diferentes a los órganos de representación oficiales de la sociedad burguesa para el ejercicio consciente de su dictadura (como sí lo haría en la forma de los soviets y consejos obreros a partir de 1905), teniendo que ejercer su acción a través de la elección de los consejos municipales parisinos, dejaba claro, incluso con tales limitaciones, para Marx y sus contemporáneos, que su acción revolucionaria no iba orientada sino a la destrucción de esa máquina de guerra nacional del capital contra el trabajo que es el Estado. Y no se habla aquí del Estado como un gabinete de una legislatura particular presidido por un grupo de burgueses particulares, sustituibles por ''otro'' gobierno ''menos'' reaccionario o “menos” contrario a los intereses de la clase obrera, sino que como vemos y veremos, se habla del Estado en su más radical origen como forma de organización social histórica nacida en los últimos estertores del feudalismo (o mejor dicho, en los primeros albores de la joven burguesía) y que bajo el régimen del capital se potencia hasta sus últimas consecuencias como guardián y centinela de la explotación de clase.

El Poder del Estado, que aparentemente flotaba por encima de la sociedad, era, en realidad, el mayor escándalo de ella y el auténtico vivero de todas sus corrupciones. Su podredumbre y la podredumbre de la sociedad a la que había salvado, fueron puestas al desnudo por la bayoneta de Prusia, que ardía a su vez en deseos de trasladar la sede suprema de este régimen de París a Berlín. El imperialismo es la forma más prostituida y al mismo tiempo la forma última de aquel Poder estatal que la sociedad burguesa naciente había comenzado a crear como medio para emanciparse del feudalismo y que la sociedad burguesa adulta acabó transformando en un medio para la esclavización del trabajo por el capital.

La antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito de "República social", con que la Revolución de Febrero fue anunciada por el proletariado de París, no expresaba más que el vago anhelo de una República que no acabase sólo con la forma monárquica de la dominación de clase, sino con la propia dominación de clase. La Comuna era la forma positiva de esta República.[9]

Aún con todo, Marx es capaz de ver, aún de forma intuitiva y poco desarrollada, que la Comuna, entendiéndose en su más radical sentido como el movimiento consciente de los proletarios, más que como algo representado en instituciones permanentes, se distanciaba de las formas parlamentarias de proceder en la organización de los asuntos sociales, afirmando que la Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo, y que el régimen comunal habría devuelto al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito, que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento[10].

Engels tuvo la oportunidad de analizar el movimiento en retrospectiva, con varias décadas de distancia, lo que casi siempre permite hacer un balance más sesudo y que abarque todos los aspectos de los fenómenos históricos, sin verse el militante que se ha envuelto directamente en los tumultos que hacen avanzar o retroceder el acontecimiento que sea del movimiento obrero.

Fue así que, como mencionábamos anteriormente, Engels fue capaz, aún de forma no muy desarrollada, de delimitar dentro del levantamiento comunero el contenido netamente proletario y que se situaba en la línea de la perspectiva revolucionaria de la clase obrera, de aquéllos aspectos de la Comuna que no eran otra cosa sino la implantación de reformas que la burguesía sólo había aspirado a implantar, pero que no lo había hecho por “echarse en brazos de la reacción” al enfrentarse al nacimiento del movimiento autónomo del proletariado: “Así, el carácter de clase del movimiento de París, que antes se había relegado a segundo plano por la lucha contra los invasores extranjeros, apareció desde el 18 de marzo en adelante con rasgos enérgicos y claros.

Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos de los obreros, sus decisiones se distinguían por un carácter marcadamente proletario. Estas, o bien decretaban reformas que la burguesía republicana sólo había renunciado a implantar por cobardía pero que constituían una base indispensable para la libre acción de la clase obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto puramente privado; o bien la Comuna promulgaba decisiones que iban directamente en interés de la clase obrera, y en parte abrían profundas brechas en el viejo orden social. Sin embargo, en una ciudad sitiada, todo esto sólo pudo, a lo sumo, comenzar a realizarse. Desde los primeros días de mayo, la lucha contra los ejércitos del Gobierno de Versalles, cada vez más nutridos, absorbió todas las energías.”[11]

La importancia de estas palabras recobran su fuerza cuando el panorama político con el que casi todos los obreros suelen encontrarse de bruces es el de las organizaciones izquierdistas, cuya existencia deben y se debe al mantenimiento de un Estado en cuyo seno llaman a los obreros a buscar la laicidad, a buscar la elección de ''mejores'' representantes, etc. Y lo justifican con un sentido del pragmatismo y del ''realismo'' que no es otro que el del dirigente político burgués que debe velar más por el pago de las cuotas para mantener en alza, a toda costa, la actividad de su organización, que por la búsqueda honesta de principios y la indagación en la evolución verdadera de la teoría revolucionaria al calor de las grandes experiencias de lucha del proletariado.

Basta leer a un Marx y a un Engels con su pluma espoleada por uno de los primeros movimientos directamente revolucionarios de la clase obrera, animados a exprimir el jugo de tal experiencia, para darse cuenta de lo mucho que los separa de las organizaciones mencionadas.

Más adelante en el citado Preludio, Engels escribe: “La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento[12]. Cómo habrían de resonar estas palabras a la luz de experiencias históricas como la revolución rusa, es algo realmente impresionante de considerar. Engels afirma que la clase obrera debe precaverse contra sus propios funcionarios, a los que elige en sus organizaciones de masas de lucha directa contra el capital y el Estado en el periodo revolucionario. Esto no es otra cosa que afirmar que el corazón de los órganos de lucha de la clase en el momento de la revolución, los que utiliza para orientar su lucha contra la contrarrevolución armada y reorganizar la sociedad sobre nuevas bases, deben mantenerse independientes de ese aparato de Estado que inevitablemente surge entonces, cuya verdadera finalidad no es otra que la de disolverse a sí mismo, y que nace cuando la clase obrera organiza su dictadura revolucionaria. La fagocitosis que el aparato administrativo de los Soviets y el Partido Bolchevique realizaron hacia los consejos de fábrica, corazón y alma de la revolución rusa y mundial[13], son un buen ejemplo de la lucidez de Engels al escribir esas líneas[14].

Pero sigamos más adelante con las que son quizás las palabras más populares de este preludio.

Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.

Últimamente las palabras "dictadura del proletariado" han vuelto a sumir en santo terror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado![15].

La perspectiva del proletariado en la reconquista de su identidad y consciencia de clase, y en el acometimiento de su misión histórica de superación de la sociedad de clases y la articulación de la comunidad material humana mundial, no concibe otra tarea con respecto al Estado que su total destrucción y la toma de consciencia de que sus propios órganos de lucha revolucionaria, los consejos obreros de los que a continuación oiremos hablar a Lenin, son órganos que no están orientados sino a la disolución de toda forma de Estado posible, incluido el aparato administrativo que inevitablemente surgirá de ellos, y que intentará aglutinar a más clases a parte del proletariado en aras de amortiguar el choque entre las clases e impedir que continúe hasta sus consecuencias finales (y no hay tarea más definitoria del Estado que ésa). A esto se refiere Engels cuando afirma que el Estado no es sino una relación social cuyas manifestaciones vivas heredará el proletariado tras articular su dictadura, como un mal que seguirá pesando tras su victoria.

De esta forma, y cumpliendo con lo que decíamos antes con respecto a la distancia temporal con la que el mismo Engels sería capaz de hacer un balance de conjunto de la Comuna de París, el revolucionario Lenin, a la luz de las nuevas experiencias de lucha del proletariado en 1905, tendría los materiales necesarios a su alcance para desarrollar el enfoque sobre la cuestión sobre nuevas bases.

La época en la que Lenin acomete el análisis de la Comuna, en 1908, había conocido ya por vez primera y tan sólo 3 años antes el surgimiento de los órganos de lucha masivos de la clase obrera, articulados por y para ella: los consejos obreros. Más que correctamente, Lenin y los revolucionarios rusos son capaces de ver la enorme importancia de este fenómeno, que recobraría toda su fuerza en la oleada revolucionaria mundial de 1917, y de tenerlo en cuenta para sus análisis de las nuevas formas en la que se estaba desarrollando el movimiento del proletariado, de los que ya podemos encontrar alguna reminiscencia en la Comuna de París. Así de profunda fue una experiencia histórica que empezaba a marcar el camino para lo que sería un movimiento internacional revolucionario que la sucedería casi medio siglo después, y que compartiría, salvando las enormes distancias (sucesivas guerras de guerrillas entre las burguesías europeas, una guerra mundial, la entrada del capitalismo en su etapa histórica de decadencia...) rasgos comunes en cuanto a la acción libre, espontánea y autoorganizada de la clase obrera y la representación de los obreros en estos órganos asamblearios de masas que habían creado.

Como es debido en todo balance histórico de cualquier episodio en el que para bien o para mal se ve implicada la clase obrera, Lenin no teme señalar las limitaciones y defectos presentes en el momento, tanto los que imponía el momento histórico como los que cometen los protagonistas de esos actos de la historia. En esa línea, que recuerda a las precisiones hechas por Engels y en las que pusimos hincapié anteriormente, Lenin señala en su escrito sobre la Comuna: “Al sublevarse contra el viejo régimen, el proletariado asumió dos tareas, una nacional y la otra de clase: liberar a Francia de la invasión alemana y liberar del capitalismo a los obreros mediante el socialismo. Esta combinación de las dos tareas constituye el rasgo más peculiar de la Comuna[16].

Una vez más, la confrontación entre el inicio, el despertar de los primeros esbozos del programa del proletariado consciente y las reminiscencias de las nociones democrático-burguesas radicales de lucha contra la reacción feudal que aún perduraban en el seno de la clase. La crítica de Lenin a la pervivencia de esta ideología y del nacionalismo en las mentes de los proletarios no hace concesiones, como no había de hacerlas frente a la imperiosa necesidad de aclarar y de separar la paja del trigo de lo que pertenece genuinamente a la perspectiva revolucionaria de la clase obrera y de lo que no: “La burguesía formó entonces el "gobierno de la defensa nacional”, bajo cuya dirección tenía que luchar el proletariado por la independencia de toda la nación. Se trataba, en realidad de un gobierno “de la traición nacional”, el cual consideraba que su misión consistía en luchar contra el proletariado parisiense. Pero el proletariado, cegado por las ilusiones patrióticas, no se daba cuenta de ello. La idea patriótica arrancaba de la Gran Revolución del siglo XVIII; ella se apoderó de los cerebros de los socialistas de la Comuna, y Blanqui, por ejemplo, que era sin duda alguna un revolucionario y un ferviente partidario del socialismo, no hallo para su periódico mejor titulo que el angustioso grito burgués “¡La Patria esta en peligro!”

La conjugación de estas tareas contradictorias –el patriotismo y el socialismo– constituyó el error fatal de los socialistas franceses. En el Manifiesto de la Internacional, en septiembre de 1870, Marx puso ya en guardia al proletariado francés contra el peligro de dejarse llevar del entusiasmo por una falsa idea nacional. Profundos cambios se habían operado desde los tiempos de la Gran Revolución; las contradicciones de clase se habían agudizado, y si entonces la lucha contra la reacción de toda Europa unía a toda la nación revolucionaria, ahora el proletariado ya no podía fundir sus intereses con los intereses de otras clases, que le eran hostiles […] la misión del proletariado era luchar por la emancipación socialista del trabajo frente al yugo de la burguesía[...] Pero dos errores malograron los frutos de la brillante victoria. El proletariado se detuvo a mitad del camino: en lugar de proceder a la “expropiación de los expropiadores”, se puso a soñar con la entronización de la justicia suprema en un país unido por una tarea común a toda la nación[17]

Este internacionalismo intransigente fue el que caracterizaría a las fracciones de izquierda de la II Internacional frente a la guerra imperialista de 1914, impidiendo que las organizaciones de la clase obrera, ya profundamente gangrenadas anteriormente por el cretinismo parlamentario y sindical, pasaran en bloque al bando de la burguesía, por muy pequeñas que fueran las minorías que se despegaron de forma clara y concisa de los social-patriotas (los bolcheviques rusos, Luxemburgo, Gorter y Pannekoek en Alemania y Holanda, etc.).

Y este internacionalismo no es sólo un punto de vista desde el que criticar las limitaciones de los comuneros y de su acción en 1871, puesto que también fue una realidad patente en los días que precedieron a ese acontecimiento histórico. Con razón de la invasión prusiana de Francia, la AIT ponía de relieve en uno de sus manifiestos: “En Chemnitz, una asamblea de delegados, que representaban a 50.000 obreros de Sajonia, adoptó por unanimidad la siguiente resolución: ''En nombre de la democracia alemana y especialmente de los obreros que forman el Partido Socialdemócrata, declaramos que la actual es una guerra exclusivamente dinástica... Nos hallamos felices de estrechar la mano fraternal que nos tienden los obreros de Francia... Atentos a la consigna de la Asociación Internacional de los Trabajadores:¡Proletarios de todos los países, uníos! Jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países, nuestros enemigos.”[18].

Pero evidentemente no todo estuvo marcado por la pervivencia de las ilusiones nacionales de la burguesía en su época revolucionaria, aquí la contradicción ya señalada a lo largo de todo este escrito vuelve al primer plano, al percatarse uno de que la Comuna, cuyos miembros se consideraban parte de una República del trabajo mundial, describió trazos en sus declaraciones y acciones de una vocación internacionalista acorde a su naturaleza de clase.

“[...] la Comuna puso en conmoción el movimiento socialista de Europa, mostró la fuerza de la guerra civil, disipó las ilusiones patrióticas y acabo con la fe ingenua en los anhelos nacionales de la burguesía. La Comuna enseñó al proletariado europeo a plantear en forma concreta las taras de la revolución socialista”[19].

Si algo supuso la mera existencia de la Comuna, fue la confirmación de lo que Marx y Engels habían ya por entonces empezado a vislumbrar en la elaboración de su teoría, a la luz del surgimiento mismo del proletariado como clase internacional y de lo que éste dejaba entrever en el acometimiento de su movimiento histórico: que la sociedad burguesa no estaba libre de las contradicciones de los modos de producción a los que pretendía sustituir, sino que muy por el contrario, elevaba estas contradicciones continuamente y las hacía más intensas e insolubles en su interior cuanto más se desarrollaba. No hablamos ya de la existencia de clases, sino de lo irreconciliable de sus intereses, sus métodos y su perspectiva de lo que es o debería ser una sociedad humana en el pleno sentido de la palabra.

Dejamos a Lenin con uno de sus mejores apuntes, que evidencian lo que para el marxismo es una necesidad viva, de desarrollar las bases precedentes de la teoría al calor de la evolución histórica. Fue así que en la obra ya citada, insiste en la importancia de los consejos obreros como herederos del movimiento revolucionario y en la caducidad de las ideas nacionales y de cohesión nacional de la época revolucionaria de la burguesía contra el feudalismo, que el proletariado tuvo que defender para cohesionar su situación económica en una época en la que la revolución mundial no estaba aún a la orden del día:

La socialdemocracia supo acabar con los errores “nacionales” y “patrióticos” del joven proletariado y cuando se logró arrancar al zar el manifiesto del 17 de octubre, en lo que ella participó directamente, el proletariado comenzó a prepararse enérgicamente para la siguiente e inevitable etapa de la revolución: la insurrección armada. Libre de las ilusiones “nacionales”, fue concentrando sus fuerzas de clase en sus organizaciones de masa: los Soviets de diputados obreros y soldados, etc. Y pese a la gran diferencia que había entre los objetivos y las tareas de la revolución rusa y los de la francesa de 1871, el proletariado ruso hubo de recurrir al mismo método de lucha que la Comuna de París había sido la primera en utilizar: la guerra civil. Teniendo presente sus enseñanzas, sabía que el proletariado no debe despreciar los medios pacíficos de lucha, que sirven a sus intereses corrientes de cada día y son indispensables en el periodo preparatorio de las revoluciones. Pero el proletariado jamás debe olvidar que, en determinadas condiciones, la lucha de clases adopta la forma de lucha armada y de guerra civil; hay momentos en que los intereses del proletariado exigen un exterminio implacable de los enemigos en combates a campo abierto. El proletariado francés lo demostró por primera vez en la Comuna y el proletariado ruso le dio una brillante confirmación en el alzamiento de diciembre[20].

Esta cita da pie a un buen número de polémicas que podrían tratarse a posteriori y a las que no podemos dar el debido tratamiento aquí, desde qué tipo de organización es la que hoy día necesitan los revolucionarios hasta si es cierto que el proletariado necesita de un exterminio implacable de sus enemigos. Acusar a la Comuna de indulgencia e inocencia con respecto a sus enemigos, cuando dio buena cuenta de los más agresivos de entre ellos y tomó las armas contra sus intentonas invasoras, puede ser un arma de doble filo. Si bien es cierto que la Comuna no persiguió y puso fin al reagrupamiento de sus enemigos en Versalles, ¿acaso no se debía la debilidad de su acción armada a la débil respuesta de los obreros del resto de Francia y Europa? Como dijera Rosa Luxemburgo, el proletariado no necesita del terror como método de lucha y desprecia el asesinato. Los izquierdistas, que en sus obtusos análisis, faltos de toda perspectiva mínimamente seria, acusan a la Comuna de no haber sido más ''fiera'' y apuntan a la ausencia de un ''Partido obrero'' como causa de sus debilidades, no hacen más que echar estiércol sobre un acontecimiento que necesita ser aclarado mediante un debate sistemático y organizado, al igual que ocurre con experiencias como la revolución rusa o la alemana. Si la Comuna acabó pereciendo, fue por la todavía patente inmadurez histórica de la clase obrera y la debilidad de la respuesta internacional del proletariado, que impidieron que se rompiera el cerco asfixiante que aislaba a los obreros parisinos. Fue un auténtico anticipo de los principios morales del proletariado[21] el que ni los miembros de la Comuna a la cabeza de la AIT ni los obreros armados de la Guardia Nacional, opusieran a las brutalidades de los versalleses contrarrevolucionarios llamamiento alguno a la masacre generalizada de sus enemigos. No había en esto debilidad alguna sino una manifestación, aún no formulada, de la conciencia de los proletarios de que sus métodos no pueden ser alcanzados mediante la propulsión del odio, la venganza y el asesinato a sangre fría, por mucho que deba armarse para defender encarnizadamente y hasta sus últimas consecuencias sus intentos de tomar el cielo por asalto.

Tal y como se dice sobre los mejores avances de la ciencia, las experiencias revolucionarias y la misma teoría comunista también acaban siendo ''enanos a hombros de gigantes'', que avanzan a través de un balance y una crítica intransigente de las medias verdades y las vacilaciones traídas a la superficie por experiencias anteriores, desarrollando sobre nuevas bases sus plasmaciones en la teoría y en la misma historia viva de la sociedad humana. La experiencia de la Comuna fue el primer intento revolucionario de un proletariado joven, que encabezó la primera manifestación práctica de lo falsa en su raíz que es esa imagen de civilización armónica y equilibrada, albacea del desarrollo pacífico y de las artes y las ciencias con la que la sociedad burguesa pretende representarse a sí misma. De la misma forma que esta sociedad burguesa respondió ayer a la valiente Comuna con la carnicería más salvaje de sus protagonistas, hoy día aprueba la matanza indiscriminada para afianzar los intereses de uno u otro capital nacional, ya sea en Kobane o en Ucrania, representada fielmente en el Estado por las organizaciones izquierdistas y derechistas de todos los colores que responden a las denuncias de sus campañas ideológicas con la denigración continua de la verdadera perspectiva internacionalista del proletariado.

¡Aprendamos lo que verdaderamente hay que aprender de la historia! La memoria de la Comuna perdura en el subconsciente colectivo de la clase y muy especialmente, como las grandes experiencias revolucionarias del proletariado, tienen su lugar y la crítica y desarrollo concretos de sus aspiraciones en las minorías revolucionarias que han sabido acometer seria y organizadamente el balance de todas las experiencias y la producción teórica del movimiento obrero[22].

R. Rakov, mayo 2016


[1] El capitalismo estaba, entonces, en lo que la CCI y otros sectores de la Izquierda Comunista consideramos la fase ascendente de su evolución histórica, en la que su conquista del mundo y la liquidación del feudalismo como modo de producción obsoleto estaban todavía pendientes. Esto impedía la posibilidad de la revolución proletaria mundial por el momento, aunque por supuesto no impedía, sino que impulsaba la agudización de la división entre proletariado y burguesía y la aparición del movimiento autónomo de la clase obrera, con sus características propias y definitorias. Para más información, consultar la siguiente serie de artículos de la Corriente Comunista Internacional: /revista-internacional/200407/174/la-teoria-de-la-decadencia-en-la-medula-del-materialismo-historico-.

[2] F. Engels, preludio a la edición de 1895 de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850

[3] K. Marx, Ídem

[4] Prefacio a la edición alemana de 1890 del Manifiesto Comunista

[5] Ver Del socialismo utópico al socialismo científico de Federico Engels: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/index.htm

[6] Nota de la CCI: Es cierto que las grandes luchas de 1871, 1905 y 1917 surgieron en respuesta a la guerra. De ahí, muchos revolucionarios de la Izquierda Comunista dedujeron –y todavía siguen sosteniendo– que la guerra sería el mejor fermento para la revolución proletaria. Sin embargo, la primera guerra mundial mostró como la guerra eliminó una parte importante de las fuerzas proletarias, creó una profunda desorientación política y una aguda crisis moral en las filas obreras y dividió a los obreros entre los de los países vencedores y vencidos, lo que dificultó la extensión del primer gran paso dado por el proletariado en Rusia 1917. La Segunda Guerra mundial vino a confirmar que la guerra no crea las mejores condiciones para la revolución. Ver “Tesis sobre la generalización” en Revista Internacional nº 26

[7] La guerra civil en Francia, cap. III.

[8]  AIT: Asociación Internacional de los Trabajadores, también conocida como Primera Internacional. Existió entre 1864 y 1876.

[9]  La guerra civil en Francia, cap. III.

[10] Ídem.

[11] Preludio de 1891 de La guerra civil en Francia.

[12] Íbid.

[13] Nota de la CCI: como puede verse en la Serie sobre los Consejos Obreros (ver nota 14), los Soviets eran organizaciones donde cabía toda las clases no explotadoras. En la Revolución Rusa, dentro de los Soviets convivían una multitud de organizaciones creadas por la propia clase obrera (Consejos de Fábrica, Consejos de Barrio, milicias obreras etc.). Los Soviets se vieron influidos por la presión de clases no explotadoras pero distintas de la clase obrera y con una ideología extraña al pensamiento y la conciencia proletarios. Esto dificultaba la orientación de los Soviets en un sentido acorde con las necesidades de la revolución. De ahí que en la clase obrera hubiera intentos de dotarse de Secciones Obreras de los Soviets con objeto de articular una auténtica política proletaria. Esta experiencia muestra la necesidad de que la clase obrera se dote de órganos autónomos para defender su propia política frente a las posibles desviaciones en los Soviets. Esta es un problemática muy importante frente al Estado del periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo. Se puede ver nuestra recopilación sobre el tema en https://es.internationalism.org/series/488

[15] Íbid.

[16] Enseñanzas de la Comuna, 1908.

[17] Íbid.

[18] Primer Manifiesto de la AIT sobre la guerra franco-prusiana, 1870

[19] Las enseñanzas de la Comuna, 1908.

[20] Idem.

[21] Consultar al respecto los artículos sobre “Marxismo y ética” de la Corriente Comunista Internacional: https://es.internationalism.org/book/export/html/1139

 

Historia del Movimiento obrero: 

Rubric: 

Historia del movimiento obrero