¿Por qué hoy un texto sobre ética? Desde hace más de dos años, la CCI está llevando un debate interno sobre la cuestión de la moral y de la ética proletaria partiendo de un texto de orientación del que publicamos a continuación amplios extractos. Si hemos considerado necesario abrir ese debate teórico, es esencialmente porque nuestra organización se enfrentó, cuando su crisis de 2001, a comportamientos particularmente destructores o totalmente ajenos a la clase portadora del comunismo. Semejantes comportamientos se concretaron en métodos propios de truhanes por parte de algunos elementos que iban a dar a luz a la pretendida Fracción interna de la CCI (FICCI) ([1]): robo, chantaje, mentiras, campañas de calumnia, chivatazos, acoso moral y amenazas de muerte contra compañeros. Partiendo entonces de un problema concreto muy grave que también es una amenaza para el conjunto del medio político proletario, hemos tomado conciencia de la necesidad de armar la organización sobre una cuestión que siempre ha preocupado al movimiento obrero desde sus orígenes, la de la moral proletaria. Hemos insistido siempre, en particular en los estatutos, en que la cuestión del comportamiento de los militantes es una cuestión política de pleno derecho. Pero hasta ahora, la CCI nunca había profundizado este tema hasta enlazarlo con el de la moral y de la ética del proletariado. Para entender los orígenes, los fines y las características de la ética en la clase obrera, la CCI ha debido examinar la evolución de la moral en la historia de la humanidad, reapropiándose los logros del marxismo que se han basado en los avances de la civilización humana, en particular en el terreno de la ciencia y de la filosofía. Este texto de orientación no pretende ser una elaboración teórica acabada, sino lanzar unas pistas de reflexión para permitir al conjunto de la organización profundizar varias cuestiones fundamentales (así como la de los orígenes y del carácter de la moral en la historia de la humanidad, la diferencia entre moral burguesa y proletaria, la degeneración de las costumbres y de la ética en el periodo de descomposición del capitalismo, etc.). En la medida en que no está aun acabado el debate interno, no publicamos aquí más que los extractos del texto de orientación que nos han parecido ser más accesibles a un lector poco entendido. Al ser un texto interno cuyas ideas son muy condensadas y hacen referencia a conceptos teóricos bastante complejos somos conscientes de que ciertos pasajes pueden ser difíciles para el lector. Sin embargo, en la medida en que ciertos aspectos de nuestro debate han llegado a su madurez, hemos considerado útil hacerlos conocer al exterior para que la reflexión iniciada por la CCI pueda proseguir en el conjunto de la clase obrera y del medio proletario.
Desde el principio, la cuestión del comportamiento político de los militantes, y por lo tanto de la moral proletaria, tuvo un papel central en la vida de la CCI. Nuestra visión sobre este tema tiene su concreción viva en nuestros estatutos (adoptados en 1982) ([2]). Hemos insistido siempre en que los estatutos no son una serie de reglas para definir qué es lo que está o no está admitido, sino una orientación para nuestras actitudes y nuestra conducta, incluyendo un conjunto coherente de valores morales (en particular en lo que a relaciones entre militantes y entre éstos y la organización se refiere). Por eso es por lo que se requiere un profundo acuerdo con estos valores a cualquiera que quiera ser miembro de nuestra organización. Los estatutos forman parte de nuestra plataforma, no se limitan a regular quién puede hacerse miembro de la CCI, y en qué condiciones. También condicionan el marco y el espíritu de la vida militante de la organización y de cada uno de sus miembros.
El significado que la CCI siempre ha dado a estos principios de conducta es ilustrado por el hecho de que nunca dejó de defender estos principios, incluso a riesgo de crisis organizativas. De este modo, la CCI se mantiene consciente e inquebrantablemente en la tradición de la lucha de Marx y Engels en la Primera Internacional, de los bolcheviques y de la Fracción italiana del Izquierda comunista. Y así ha sido capaz de vencer una serie de crisis y mantener los principios fundamentales de un comportamiento de clase.
Sin embargo, los conceptos de moral y de ética proletarias se defendían en la CCI más bien implícita que explícitamente; la CCI los puso en práctica de forma empírica más que desde un punto de vista teórico. Ante las enormes reservas que la nueva generación de revolucionarios surgida a finales de los años 1960 tenía hacia toda idea de moral, considerándola generalmente como algo reaccionario, la actitud desarrollada por la organización fue la de dar más importancia a adoptar las actitudes y comportamientos de la clase obrera más que a desarrollar un debate muy general cuando tal debate distaba mucho de su madurez para acometerlo con éxito.
Las cuestiones sobre la moral no fueron las únicas áreas donde la CCI procedió de esta manera. En los primeros días de la organización había reservas similares hacia la necesidad de la centralización, la indispensable intervención de los revolucionarios y el papel principal de la organización en el desarrollo de la conciencia de clase, la necesidad de luchar contra el democratismo o el reconocimiento de la actualidad del combate contra el oportunismo y el centrismo.
Efectivamente, en los grandes debates y las crisis se demostró que la organización fue siempre capaz, no solamente de elevar su nivel teórico, sino de clarificar los problemas sobre los que al principio había habido poca claridad. Y en concreto, respecto a las dudas organizativas, la CCI nunca dejó de responder al reto con una profundización y extensión de su conocimiento teórico sobre los problemas planteados.
La CCI ya ha analizado sus crisis recientes así como el peligro subyacente de la pérdida de las adquisiciones proletarias, una manifestación más, pero no menos importante, de la entrada del capitalismo en una nueva fase final, la de su descomposición. Así pues, la clarificación de este asunto crucial es una necesidad del periodo histórico que concierne a la clase obrera como un todo.
“La moral es el resultado del desarrollo histórico, es el producto de la evolución. Tiene sus orígenes en los instintos sociales de la especie humana, en la necesidad material de la vida social. Teniendo en cuenta que los ideales de la socialdemocracia van dirigidos hacia un orden superior de la vida social, esos ideales deben necesariamente ser ideales morales” ([3]).
Debido a la incapacidad de las dos clases más importantes de la sociedad, la burguesía y el proletariado, para imponer su solución, el capitalismo ha entrado en su fase final, la de descomposición, caracterizada por la disolución gradual, no sólo de los valores sociales sino también de la sociedad misma.
Hoy, frente a la tendencia de “cada uno para sí” de la descomposición capitalista, y la corrosión de todo valor moral, será imposible para las organizaciones revolucionarias –y más en general para la emergencia de nuevas generaciones de militantes– derrocar el capitalismo sin esclarecerse sobre esos asuntos morales y éticos. En el desarrollo consciente de la lucha de los revolucionarios, la lucha teórica específica por reasimilar el trabajo del movimiento marxista sobre estas cuestiones ha llegado a convertirse en un tema de vida o muerte para la sociedad humana. Esta lucha es indispensable, no solamente para la resistencia proletaria a la descomposición y al amoralismo ambiente, sino para la reconquista proletaria de la confianza en sí mismo para el futuro de la humanidad por medio de su propio proyecto histórico.
La forma particular que la contrarrevolución tomó en la URSS –la del estalinismo presentando como continuador y no como sepulturero de la Revolución de Octubre de 1917– minó la confianza en el proletariado y su alternativa comunista. A pesar del fin del período de la contrarrevolución en 1968, el hundimiento de los regímenes estalinistas en 1989 –que marcó la entrada en la fase histórica de la descomposición– ha debilitado la confianza de proletariado en sí mismo como protagonista de la liberación de toda la humanidad.
El debilitamiento de la confianza de la clase obrera en sí misma, de su identidad de clase y de su perspectiva revolucionaria, debido a las campañas de la burguesía sobre el pretendido “fracaso del comunismo”, han modificado las condiciones en las que hoy se plantea la cuestión de la ética. Los reveses de la clase obrera (en especial el retroceso debido a las consecuencias del hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas) han dañado su confianza, no solamente en una perspectiva comunista, sino en la sociedad como un todo.
Para los obreros conscientes, durante la fase ascendente del capitalismo (y más todavía durante la primera oleada revolucionaria de 1917-23), la aseveración de que básicamente la humanidad sería “mala” para “explicar” los problemas de la sociedad contemporánea, no provocaba sino desprecio y desdén. Y, al contrario, la ideología de que la sociedad sería incapaz de mejorar y desarrollar formas superiores de solidaridad humana, hoy se ha convertido en un factor de la situación histórica. En la actualidad, las profundas dudas arraigadas sobre las cualidades morales de nuestra especie no afligen solamente a las clases dirigentes o las clases intermedias, sino amenazan al proletariado mismo, incluyendo a sus minorías revolucionarias. Esa falta de confianza en la posibilidad de un enfoque más colectivo y responsable para la comunidad humana no es solamente el resultado de la propaganda de la clase dominante. La evolución histórica misma ha desembocado en esta crisis de confianza en el futuro de humanidad.
Estamos viviendo en un período caracterizado por:
La opinión popular parece estar confirmando la sentencia de Thomas Hobbes (1588-1679) de que el hombre sería, por naturaleza, un lobo para el hombre. El hombre es visto básicamente como destructor, predador, egoísta, irremediablemente irracional, y con un comportamiento social más bajo que muchas especies animales. Para el ecologismo pequeño burgués, por ejemplo, el desarrollo cultural es visto como un “error” o un “callejón sin salida”. La humanidad misma es vista como un cáncer creciente en la historia, sobre la cual la naturaleza va a –cuando no debe– recuperar sus “derechos”.
Por supuesto, el capitalismo en descomposición no ha hecho surgir ese tipo de ideas, pero sí las ha acentuado y afianzado.
En los siglos precedentes, la generalización de la producción de mercancías bajo el capitalismo fue disolviendo progresivamente las relaciones de solidaridad en la base de la sociedad, hasta el punto de que muchas de sus reminiscencias podrían desaparecer de la memoria colectiva.
La fase de declive de las formaciones sociales desde el comunismo primitivo se ha caracterizado por la disolución de los valores morales establecidos por la sociedad, y, mientras una opción histórica no haya empezado a afirmarse todavía, por una pérdida de la confianza en el futuro.
Pero la barbarie y la cruel deshumanización de la decadencia capitalista no tienen precedentes en la historia de la especie humana. No es fácil, después de Auschwitz e Hiroshima, y ante los genocidios y la destrucción permanente y general, mantener la confianza en la posibilidad de un progreso moral.
El capitalismo ha destrozado lo que existía previamente, el equilibrio rudimentario entre hombre y el resto de la naturaleza, minando también a largo plazo las bases de la sociedad humana.
A esas características de la evolución histórica del capitalismo, debemos añadir la acumulación de los efectos de un fenómeno más general del progreso de la humanidad en el contexto de las sociedades de clase: el retraso de la evolución moral y social respecto a la evolución tecnológica.
“Las ciencias naturales son consideradas como el campo en el que el pensamiento humano, en una serie continua de triunfos, ha desarrollado con mayor pujanza formas conceptuales de la lógica... Al contrario, en el otro extremo permanece el gran campo de las acciones y relaciones humanas en las que el uso de herramientas no tiene un papel inmediato y solo actúa a largo plazo como fenómenos muy desconocidos e invisibles. Aquí el pensamiento y la acción están determinados principalmente por la pasión y las impulsiones, por la arbitrariedad y la imprevisión, por la tradición y la creencia; aquí ninguna lógica metódica resulta de la seguridad del conocimiento (...) El contraste que aparece aquí, con la perfección por un lado y la imperfección del otro, quiere decir que el hombre controla los fuerzas de la naturaleza, y lo logrará cada vez más, pero que no controla las fuerzas de la voluntad y la pasión que le son inherentes. Donde sí ha permanecido quieto, quizás echándose incluso atrás, es en la falta manifiesta del control sobre su propia «naturaleza» (Tilney). Esta es, evidentemente, la razón por la que la sociedad va todavía tan lejos por detrás de la ciencia. Potencialmente el hombre posee el dominio sobre la naturaleza. Pero no posee todavía el dominio sobre su propia naturaleza.” ([4])
Después de 1968, la dinámica de las luchas obreras fue un poderoso contrapeso al escepticismo creciente en el seno de la sociedad capitalista. Pero, al mismo tiempo, la falta de la asimilación en profundidad del marxismo llevó a una idea común, dentro de la nueva generación de revolucionarios, de que no hay lugar para las cuestiones morales o de ética en la teoría socialista. Esa actitud fue ante todo producto de la ruptura en la continuidad orgánica causada por la contrarrevolución que siguió a la ola revolucionaria de 1917-23. Hasta entonces, los valores éticos del movimiento obrero pasaban de una generación a la siguiente. La asimilación de estos valores fue favorecida por el hecho de que formaban parte de una vida colectiva, organizada y, por lo tanto, práctica. La contrarrevolución borró en gran parte el conocimiento de esas adquisiciones, como había borrado casi por completo a las propias minorías revolucionarias que las expresaban.
Esa perversión de la ética del proletariado dio la impresión de que la moral, por su naturaleza propia, sería algo intrínsecamente reaccionario, propio de las clases dominantes y explotadoras. Y por supuesto es verdad que, durante toda la historia de la sociedad de clases, la moral dominante siempre ha sido la moral de la clase dominante. Eso es tan cierto que moral y Estado, pero también moral y religión, se han hecho casi sinónimos en la opinión popular. Los sentimientos morales de la sociedad siempre han sido utilizados por los explotadores, por el Estado y la religión para santificar y perpetuar la situación existente y que las clases explotadas se sometan a la opresión. El “moralismo” mediante el cual las clases dominantes han procurado siempre romper la resistencia de las clases de laboriosas, mediante la instilación de una conciencia culpable, es uno de los grandes azotes de humanidad. Es también una de las armas más sutiles y eficaces para asegurar la dominación de clase sobre la sociedad entera.
El marxismo siempre ha combatido la moral de las clases dominantes, como también ha combatido el moralismo tosco y filisteo de la pequeña burguesía. Contra la hipocresía de los virtuosos apologistas del capitalismo, el marxismo ha insistido siempre en que la crítica de la economía política debe estar basada en los conocimientos científicos, no en juicios éticos.
No obstante todo esto, la perversión de la moral del proletariado en manos del estalinismo no es razón para abandonar el concepto de moral proletaria, del mismo modo que el proletariado no debe rechazar el concepto de comunismo so pretexto de que fue recuperado y pervertido por la contrarrevolución en la URSS. El marxismo ha mostrado que la historia moral de humanidad, no es sólo la historia de la moral de la clase dominante. Ha demostrado que las clases explotadas tienen valores éticos propios, y que estos valores han tenido un papel revolucionario en el progreso de humanidad. Ha probado que la moral no es idéntica a la función de la explotación, al Estado o la religión, y que el futuro -si hay un futuro- pertenece a una moral más allá de la explotación, del Estado y de la religión.
“Las personas llegarán gradualmente a acostumbrarse a la observancia de reglas elementales de vida juntas -reglas sabidas por siglos y repetidas durante miles de años en todos los códigos de conducta- para su observancia sin la fuerza, sin la coacción, sin la subordinación, sin esos aparatos especiales para la coacción que llama Estado.» ([5])
El marxismo ha revelado que el proletariado es la única clase de la historia capaz, al liberarse de la alienación, de desarrollar su conciencia, su unidad y su solidaridad, liberar la moral, y por lo tanto la humanidad, del azote de la “mala conciencia” basada en el sentimiento de culpa y la sed de venganza y de castigo.
Además, al desterrar el moralismo pequeño burgués de la crítica de la economía política, el marxismo ha sido capaz de demostrar científicamente el papel de los factores morales en la lucha proletaria de clases. Puso al descubierto, por ejemplo, que la determinación del valor de la fuerza de trabajo –a diferencia de cualquier otra mercancía– contiene una dimensión moral: valor, determinación, solidaridad y dignidad de los trabajadores.
La resistencia al concepto de moral proletaria también expresa el peso de la ideología de la pequeña burguesía muy marcada por el democratismo. Esa resistencia es expresión de la aversión del pequeño burgués hacia los principios del comportamiento, los cuales, como todo principio, son otras tantas trabas a su “libertad” individual. La infiltración en el seno del movimiento obrero contemporáneo de esa ideología de una clase sin porvenir histórico es una debilidad que ha reforzado la inmadurez de la generación surgida del movimiento de Mayo del 68.
La moral es una guía indispensable del comportamiento en el ámbito de la cultura humana. Permite identificar los principios y las reglas que regulan la convivencia de los miembros de la sociedad. La solidaridad, la sensibilidad, la generosidad, el apoyo a los necesitados, la honradez, la simpatía y la cortesía, la modestia, la solidaridad entre generaciones, son tesoros que pertenecen a la herencia moral de la humanidad. Son cualidades, sin las cuales la vida en sociedad llegaría a ser imposible. Por eso los seres humanos han reconocido su valor, de igual modo que la indiferencia hacia los demás, la brutalidad, la codicia, la envidia, la arrogancia y la vanidad, la indignidad y la mentira siempre han provocado la desaprobación y la indignación.
Como tal, la moral cumple la función de favorecer las pulsiones sociales en contraste con los impulsos antisociales de la humanidad, en interés del mantenimiento de la comunidad. Canaliza la energía psíquica en el interés de todos. La manera en la que esta energía es canalizada varía de acuerdo con el modo de producción, el tejido social, etc.
Dentro de cada sociedad se han establecido normas de comportamiento y de evaluación, en base a la experiencia viva y en correspondencia con un modo de vida determinado. Este proceso es parte de lo que Marx llama en el Capital la emancipación relativa de la arbitrariedad y del simple azar, mediante el establecimiento del orden.
La moral tiene un carácter imperativo. Es una apropiación del mundo social a través de los juicios sobre el “bien” y el “mal”, sobre qué es y qué no es aceptable. Esta forma de acercarse a la realidad usa mecanismos psíquicos específicos, como la buena conciencia y el sentimiento de responsabilidad. Estos mecanismos influyen en la toma decisiones y en el comportamiento general, y, a menudo, los determinan. Las exigencias de la moral contienen una toma de conciencia sobre qué es la sociedad -una conciencia que ha sido absorbida e integrada a nivel emocional. De la misma manera que todos los medios de apropiación y transformación de la realidad, la moral tiene un carácter colectivo. A través de la imaginación, la intuición, y la evaluación, permite que el sujeto entre en el mundo mental y emotivo de otros seres humanos. Es, por lo tanto, fuente de la solidaridad humana, y medio de enriquecimiento y desarrollo espiritual mutuo. No puede desarrollarse sin la interacción social, sin transmisión de lo adquirido y de la experiencia entre los miembros de la sociedad, entre la sociedad y el individuo, y de una generación a otra.
Algo característico de la moral es que se apropia de la realidad mediante la escala de medición de lo que debería ser. Su enfoque es teleológico y no causal. La colisión entre lo que lo es, y lo que debe ser, es característica de la actividad moral, haciéndolo un factor activo y vital.
El marxismo nunca ha negado la necesidad o la importancia de la contribución de los factores no teóricos y no científicos en el progreso de la especie humana. Al contrario, siempre ha comprendido su carácter indispensable, e incluso su relativa independencia. Por eso ha sido capaz de examinar la interconexión entre ellos en la historia, y reconocer su esencia complementaria.
En las sociedades primitivas, pero también en la sociedad de clases, la moral se desarrolla de una manera espontánea. Mucho antes del desarrollo de la capacidad de codificar valores morales, o reflexionar sobre ellos, existieron los modos del comportamiento y su evaluación. En cada sociedad, cada clase o grupo social (incluso cada profesión, como Engels apuntó) y cada individuo posee su propio código de comportamiento moral. Como Hegel hizo notar, una serie de actos de un sujeto es el sujeto mismo. La moral es mucho más que la suma de reglas y costumbres de conducta. Es una parte esencial de la coloración que toman de las relaciones humanas en una sociedad determinada.
Es reflejo y a la vez factor activo de cómo se percibe el hombre a sí mismo, y de cómo logra comprender a los demás, penetrar en el universo mental del otro. La moral se basa en la empatía que está inscrita en el campo emocional propio de la especie humana. Es precisamente por eso por lo que Marx afirmaba: “Nada de lo que es humano me es ajeno”.
Las evaluaciones morales son necesarias no sólo en respuesta a los problemas cotidianos sino también como parte de una actividad planificada y conscientemente dirigida hacia un objetivo. No sólo controlan o guían decisiones singulares, sino la orientación de toda una vida o toda una época histórica.
Aunque lo intuitivo, lo instintivo y el inconsciente son los aspectos esenciales del mundo moral, con el progreso de humanidad el papel de la conciencia también se va haciendo más importante en esa esfera. Las cuestiones morales afectan muy profundamente la existencia humana. Una orientación moral es el producto de las necesidades sociales, pero también de la manera del pensar de una sociedad o grupo en particular. Exige una evaluación del valor de la vida humana, la relación del individuo con la sociedad, una definición de nuestro propio lugar en el mundo, de nuestras responsabilidades hacia el conjunto de la comunidad. Pero aquí, la evaluación ocurre, no tanto de una manera contemplativa, sino en la forma de comportamientos sociales. La orientación ética aporta su contribución específica –práctica, evaluadora, imperativa– para darle un sentido a la vida humana.
Aunque el desarrollo del universo sea un proceso que existe más allá e independientemente de cualquier meta o “significado” objetivo, la humanidad es, sin embargo, esa parte de la naturaleza que se propone objetivos y lucha por su realización.
En el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels demuestra que la moral hunde sus raíces en las relaciones sociales, económicas y en los intereses de clase. Pero también muestra su papel regulador, no sólo en la reproducción de las estructuras sociales existentes sino también en el surgimiento de las nuevas relaciones sociales. La moral o puede dificultar o puede acelerar el progreso histórico. La moral refleja frecuentemente, antes que filosofía o la ciencia, los cambios ocultos bajo la superficie de la sociedad.
El carácter de clase de una moral en particular no debe impedirnos ver el hecho de que cada sistema moral contiene elementos humanos generales, que contribuyen a la preservación de la sociedad en una etapa particular de su desarrollo. Como Engels apunta en Anti-Dühring, la moral proletaria contiene muchos más elementos de valor humano general, porque representa el futuro contra la moral de la burguesía. Engels insiste, con razón, en la existencia del progreso moral en la historia. A través de los esfuerzos, de generación a generación, por dominar mejor la existencia humana, y a través de las luchas de las clases, el acopio de experiencia moral de la sociedad se ha ido incrementando. Aunque el desarrollo ético del hombre es todo menos lineal, el progreso en esta esfera puede ser medido en la necesidad y la posibilidad de solucionar problemas humanos cada vez más complejos. Esto revela el potencial de enriquecimiento del mundo interior y social de la persona, que es, como Trotski señaló, uno de los criterios más importantes del progreso.
Otra característica fundamental de la esfera moral es que a la vez que expresa las necesidades de la sociedad como un todo, su existencia es inseparable de la vida personal, íntima del individuo, del mundo interior de su conciencia y su personalidad. Cualquier enfoque que subestime el factor subjetivo, se queda necesariamente en lo abstracto y pasivo. Es la identificación íntima y profunda del ser humano con valores morales, lo que, entre otras cosas, lo distingue del animal y lo que le da la fuerza de transformar la sociedad. Aquí, lo que llega a ser socialmente necesario, se vuelve voz interior de la conciencia, que permite vincular las emociones humanas con la dinámica del progreso social. La maduración moral del ser humano lo arma contra los prejuicios y el fanatismo, incrementando sus posibilidades de reaccionar consciente y creativamente ante los conflictos morales.
Es también necesario subrayar que, aunque la moral encuentra una base biológica en los instintos sociales, su evolución es inseparable de la participación en la cultura humana. El alejamiento de la especie humana del reino animal no depende únicamente del desarrollo del pensamiento, sino también de la educación y la mejora progresiva de lo emocional. Tolstoi tenía razón cuando subrayaba el papel del arte, en el sentido más amplio, al lado de la ciencia, en el progreso humano.
“Así como merced a nuestra facultad de expresar los pensamientos por palabras, cada hombre puede saber lo que ocurrió antes a la humanidad en el dominio del pensamiento…, así también, merced a nuestra facultad de poder trasmitir nuestros sentimientos a los demás por medio del arte, todos los sentimientos experimentados junto a nosotros pueden sernos asequibles, así como los sentimientos experimentados cien años antes de nosotros. Si no tuviéramos la capacidad de conocer los pensamientos concebidos por los hombres que nos precedieron y de trasmitir a otros nuestros propios pensamientos, seríamos como animales salvajes o como Gaspar Hauser, el huérfano de Nuremberg, que, criado en la soledad, tenía a los diez y seis años la inteligencia de un niño. Si no tuviéramos la capacidad de conmovernos con los sentimientos ajenos por medio del arte, seríamos casi más salvajes aún, estaríamos separados uno de otro, nos mostraríamos hostiles a nuestros semejantes.” ([6])
La ética es la comprensión teórica de la moral, con el objetivo de comprender mejor su papel, y de mejorar y sistematizar su contenido y su campo de acción. Aunque es una disciplina teórica, su objetivo siempre ha sido práctico. Una ética que no contribuye a mejorar el comportamiento en la vida real, es, por definición, inútil. La ética apareció y se ha desarrollado como una especie de ciencia filosófica, no solamente por razones históricas, sino porque la moral no es un objeto preciso, sino una relación que abarca toda la vida humana y la conciencia. Desde la filosofía griega clásica hasta Spinoza y Kant, la ética siempre fue considerada como un reto esencial que las mentes más preclaras de la humanidad han encarado.
A pesar de la multitud de enfoques y respuestas diferentes, un objetivo común que caracteriza la ética, sobre todo desde Sócrates, es responder a la pregunta: ¿cómo lograr construir la felicidad universal para la especie humana como un todo? La ética ha sido siempre un arma de lucha, en particular de la lucha de clases. La confrontación con la enfermedad y la muerte, con los conflictos de intereses, o con el sufrimiento moral, ha sido a menudo un poderoso estímulo para el estudio de la ética. Pero mientras que la moral, por rudimentarias que sean sus manifestaciones, es una condición antiquísima de la sociedad humana (ya existente en las primeras sociedades primitivas), la ética es un fenómeno mucho más reciente, surgida con la sociedad dividida en clases. La necesidad de orientar conscientemente la conducta y la vida de cada cual es el producto del carácter cada vez más complicada de la vida social. En la sociedad primitiva, la solidaridad entre sus miembros y el sentido de su actividad estaban directamente impuestos por la mayor de las penurias. La libertad de elección individual no existía todavía. Fue en el contexto de la contradicción creciente entre vida pública y vida privada, entre necesidades individuales y necesidades de la sociedad, cuando empezó a surgir una reflexión teórica sobre el comportamiento y sus principios. Esta reflexión es inseparable de la aparición de una actitud crítica hacia la sociedad, y la voluntad de cambiarla de una manera consciente y reflexiva. Por lo tanto, si la ruptura de la sociedad primitiva en clases es la condición previa para tal actitud, su surgimiento –como el de la filosofía en general– es estimulado en particular por el desarrollo de la producción de mercancías, como así fue en la Grecia antigua. No sólo la aparición sino también la evolución de la ética depende esencialmente del progreso material, en particular de la base económica de la sociedad.
Con la sociedad de clases, las exigencias morales y las costumbres cambian necesariamente, ya que cada formación social hace surgir una moral que corresponde a sus necesidades. Cuando las morales establecidas por las clases dominantes entran en contradicción con el desarrollo histórico, se convierten en fuente del peor de los sufrimientos, incrementándose el recurso a la violencia física y psíquica para imponerse, acabando en desorientación general, hipocresía latente, pero también en autoflagelación. Tales fases de declive de las sociedades plantean un reto muy especial a la ética, y ésta va a procurar formular los nuevos principios que solamente en una fase posterior las masas harán suyos y servirán de orientación.
Pero el desarrollo de la ética dista mucho de ser un reflejo pasivo y mecánico de las bases económicas de la sociedad. Posee una dinámica interna propia, como ya lo ilustró la evolución del primer materialismo, el de los materialistas griegos, cuyas contribuciones a la ética pertenecen todavía a la inestimable herencia teórica de la humanidad. Esta dinámica interna de la ética aparece en la continuada preocupación central: la aspiración a la felicidad para el conjunto de la humanidad. Ya Heráclito había planteado lo central de la ética: la relación entre individuo y sociedad, entre lo que las personas individuales realmente hacen y lo que deben hacer en el interés general. Pero esta filosofía “natural” era incapaz de dar una explicación materialista de los orígenes de la moral, y en particular de la conciencia. Además, su énfasis unilateral sobre la causalidad, en perjuicio del aspecto “teleológico” de la existencia humana (la actividad pensada hacia un objetivo consciente), le impidió dar respuestas satisfactorias a algunos de los problemas más profundos de la ética entre los más importantes para el porvenir de la especie humana (tales como la relación del hombre con su propia finitud, su propia muerte y la de sus semejantes, en particular ante la guerra y demás conflictos mortíferos).
Por eso fue por lo que no sólo la evolución social objetiva sino también la falta de soluciones a los problemas morales planteados, prepararon el terreno para el idealismo filosófico. Este apareció al mismo tiempo que una nueva creencia religiosa, el monoteísmo, basado en la credo de un único Dios, salvador de la humanidad y único capaz de abrir las puertas a la felicidad universal en el paraíso celestial. La aparición de la moral idealista ya no se basaba en la explicación de la naturaleza, sino en la exploración de la vida espiritual. Ese enfoque no consiguió liberarse totalmente del pensamiento animista y mágico de las sociedades primitivas y culminó en la visión según la cual la esencia humana estaría escindida en dos partes, una espiritual (moral) y la otra material (corporal). El hombre sería en cierto sentido mitad ángel y mitad animal.
Hasta el materialismo revolucionario de la burguesía ascendente de Europa occidental, no pudo ponerse en entredicho el idealismo ético. El nuevo materialismo afirma entonces que los impulsos naturales del hombre contenían el germen de todo lo que es bueno, haciendo responsables del mal al viejo orden social. Las armas teóricas de la revolución burguesa tuvieron sus raíces en esa escuela del pensamiento, pero también el socialismo utópico encontró sus armas teóricas en esa escuela (Fourier en el materialismo francés, Owen y el sistema “utilitarista” de Bentham).
Pero este materialismo de la burguesía era incapaz de explicar el origen de la moral. Las morales no pueden explicarse “naturalmente”, porque la naturaleza humana ya incluye la moral. Esa teoría revolucionaria tampoco podía explicar su propio origen. Si el hombre, al nacer, solo es una página en blanco, una tabla rasa, tal como lo afirma ese materialismo burgués, y si está únicamente determinado por su inclusión en el orden social existente, ¿de dónde vienen las ideas revolucionarias, y cuál es el origen de la indignación moral, precondiciones indispensables para una sociedad nueva y mejor? El hecho de que el materialismo burgués combatiera el pesimismo del idealismo (que niega la posibilidad del progreso moral en el mundo real del hombre), fue su gran contribución. Pero a pesar de su aparentemente ilimitado optimismo, ese materialismo demasiado mecánico y metafísico dio unas bases muy poco sólidas para construir una confianza verdadera en la humanidad. En definitiva, en la visión del mundo que se concretó en la filosofía de las Luces, era el hombre “ilustrado” el que debía aparecer como única fuente de la perfección ética de la especie humana.
El hecho de que el materialismo burgués no lograra explicar los orígenes de la moral contribuyó a que Kant acabara cayendo en el idealismo moral cuando quiso explicar el fenómeno de la buena conciencia. Al declarar que la “ley moral dentro de nosotros” es algo “en sí mismo”, existente a priori, fuera del tiempo y el espacio, Kant declaraba que no podemos conocer realmente los orígenes de la moral.
Y efectivamente, a pesar de todas esas contribuciones inestimables que se han ido sucediendo en la historia de la humanidad, formando, por así decirlo, piezas sueltas de un puzzle todavía por resolver, solo el proletariado será capaz, gracias a la teoría marxista, de dar una respuesta satisfactoria y coherente a ese interrogante sobre los orígenes de la moral.
Para el marxismo, el origen de la moral está ligado a la naturaleza social y colectiva de la especie humana. La moral es el producto, no solamente de unos instintos sociales profundos, sino de la dependencia de la especie del trabajo colectivo, asociado y planificado y del aparato productivo cada día más complejo que dicho trabajo exige. La base, el corazón de la moral es la conciencia de la necesidad de la solidaridad en respuesta a la fragilidad biológica del ser humano. Esta solidaridad (que los descubrimientos científicos recientes, en especial en antropología y paleontología han puesto más todavía en evidencia) es el denominador común de todo lo positivo y duradero que se ha producido en el transcurso de la historia de la moral. Como tal, la solidaridad es a la vez la escala del progreso moral y la expresión de la continuidad de esa historia, a pesar de todas las rupturas y retrocesos.
Esta historia se caracteriza por la conciencia de que las oportunidades de supervivencia son tanto más grandes cuanto más unificada esté la sociedad (o la clase social), cuanto más estable sea su cohesión y mayor sea la armonía entre sus partes. Pero el desarrollo de la moral no sólo es una cuestión de supervivencia para la especie. Condiciona la aparición de formas cada vez más acabadas y complejas de las colectividades humanas, condición previa, a su vez, del desarrollo de las potencialidades de la sociedad y de sus miembros. Solo mediante la relación con los demás el ser humano puede descubrir su propia humanidad. La búsqueda práctica del interés colectivo es el medio de la elevación moral de los miembros de la sociedad. La vida más fértil es la que más aferrada está en la sociedad.
La razón por la que solamente el proletariado puede responder a la cuestión del origen y la esencia de la moral, estriba en la perspectiva de una comunidad mundial unificada, una sociedad comunista, clave para comprender la historia de la moral. El proletariado es la primera clase en historia que tiene intereses particulares que defender y que está unificada gracias a una verdadera socialización de la producción, base material de un nivel cualitativamente superior de la solidaridad humana.
La ética materialista del marxismo, gracias a su capacidad para integrar los descubrimientos científicos (en especial los de Darwin, a quien Marx dedicó el Capital) permite, pues, comprender que el hombre, como producto de la evolución que es, no es una tabla rasa al nacer, sino que trae consigo “al mundo” una serie de necesidades sociales procedentes de sus orígenes animales (la necesidad de ternura y de afecto, por ejemplo, sin los cuales el recién nacido no podría desarrollarse, y ni siquiera sobrevivir).
Pero el progreso de la ciencia ha revelado que el hombre es también un luchador nato. Eso le permitió salir a la conquista del mundo, dominar las fuerzas de la naturaleza, transformándola al ir desarrollando su vida social por el planeta entero. La historia muestra así que el hombre no suele resignarse ante las dificultades. La lucha de la humanidad se basa necesariamente en una serie de instintos que heredó del reino animal: la autoconservación, la reproducción sexual, los instintos de protección de sus crías, etc. En el marco de la sociedad, esos instintos de preservación de la especie no pudieron desarrollarse sino compartiendo las emociones con sus semejantes. Aunque esas cualidades son el producto de la socialización, también es cierto que son esas cualidades las que, a su vez, hacen posible la vida en sociedad. La historia de la humanidad también ha mostrado que el hombre puede y debe movilizar un potencial de agresividad sin el cual no habría podido defenderse en un entorno hostil.
Pero las bases de la combatividad de la especie humana son mucho más profundas y están, por encima de todo, vinculadas a la cultura. La humanidad es la única parte de la naturaleza que, mediante el proceso del trabajo, se transforma constantemente a sí misma. Eso significa que a lo largo del proceso de humanización, de transformación del “mono en hombre”, la conciencia se convirtió en principal instrumento de la lucha de la humanidad por sobrevivir. Cada vez que el hombre ha alcanzado un objetivo, modifica su entorno y se da nuevos objetivos más elevados. Lo cual, a su vez, ha necesitado un nuevo desarrollo de su naturaleza de ser social.
El método científico del marxismo desveló los orígenes biológicos “naturales” de la moral y del progreso social. Al haber descubierto las leyes de la marcha de la historia humana y haber superado el enfoque metafísico, el marxismo ha resuelto problemas a los que el antiguo materialismo burgués era incapaz de contestar. Y al hacerlo demostró la relatividad, pero también la validez relativa, de los diferentes sistemas morales de la historia. Reveló su dependencia del desarrollo de las fuerzas productivas y, a partir de un período histórico determinado, de la lucha de clases. Y a partir de ahí puso las bases teóricas para la superación de lo que ha sido una de las peores calamidades de la humanidad hasta nuestros días: la tiranía fanática, dogmática de todo sistema moral.
Al haber demostrado que la historia tiene un sentido y forma un todo coherente, el marxismo ha superado la falsa alternativa entre el pesimismo moral del idealismo y el optimismo obtuso del materialismo burgués. Al haber demostrado la existencia de un progreso moral en la historia de la humanidad, ha ampliado las bases de la confianza del proletariado en el futuro.
A pesar de la noble sencillez de los principios comunitarios de la sociedad primitiva, sus virtudes estaban vinculadas a la realización ciega de ritos y supersticiones que no podían discutirse y que nunca fueron el resultado de una opción consciente. Solo con la aparición de una sociedad de clases (en Europa, en el apogeo de la sociedad esclavista) los seres humanos pudieron adquirir un valor moral independiente de los vínculos de sangre. Esta adquisición fue el producto de la cultura, de la rebelión de los esclavos y de otras capas oprimidas. Es importante observar que las luchas de las clases explotadas, por mucho que éstas no tuvieran perspectiva revolucionaria alguna, enriquecieron el patrimonio moral de la humanidad, mediante el cultivo de la mentalidad de rebelión y de indignación, de la conquista del respeto por el trabajo humano, de defensa de la dignidad de cada ser humano. La riqueza moral de la sociedad nunca es el simple resultado del conjunto de lo económico, lo social y lo cultural del momento. Es el producto de una acumulación histórica. Del mismo modo que la experiencia y el sufrimiento de una vida larga y difícil ayudan a hacer madurar a quienes no han salido quebrantados por ella, el infierno de la sociedad de clases contribuye al desarrollo de la nobleza moral de la humanidad, a condición de que esa sociedad pueda ser derribada.
Hay que añadir que el materialismo histórico disolvió la antigua oposición, que frenaba los progresos de la ética, entre instinto y conciencia, entre causas y objetivos. Las leyes objetivas del desarrollo histórico son también manifestaciones de la actividad humana. Si aparecen como algo exterior es porque los objetivos que se fijan los hombres dependen de las circunstancias que el pasado ha legado al presente. Considerada de manera dinámica, en el movimiento del pasado hacia el futuro, la humanidad es a la vez el resultado y la causa del cambio. Así, la moral y la ética son a la vez producto y factores activos de la historia.
Al haber descubierto la verdadera naturaleza de la moral, el marxismo ha sido capaz, por ello mismo, de influir en su devenir, preparándola como un arma de lucha de clase del proletariado.
La moral proletaria se desarrolla combatiendo los valores dominantes, sin quedarse al margen de ellos. El núcleo de la moral de la sociedad burguesa está contenido en la generalización de la producción de mercancías. Esto determina su carácter esencialmente democrático, que ha desempeñado un papel valiosamente progresista en la disolución de la sociedad feudal, pero que, con el declive del sistema capitalista, ha ido descubriendo cada día más su aspecto irracional.
El capitalismo ha sometido al conjunto de la sociedad, incluida la propia fuerza de trabajo, a la cuantificación del valor de cambio. El valor del ser humano y de su actividad productora ya no está en su calidad humana concreta ni en su contribución particular a la colectividad. Ya solo se mide de manera cuantitativa en comparación con los demás y en relación con una media abstracta que se impone a la sociedad como una fuerza independiente y ciega. Al introducir la competencia entre las personas, al obligarlas a compararse constantemente unas con otras, el capitalismo socava la solidaridad humana en la que se basa la sociedad. Al hacer abstracción de las cualidades reales de los seres humanos, incluidas sus cualidades morales, socava las bases mismas de la moral. Al sustituir la pregunta: “¿Qué contribución puedo yo aportar a la comunidad?” por “¿Cuál es mi propio valor en el seno de la comunidad?” (riqueza, poder, prestigio), pone en entredicho la posibilidad misma de que exista la comunidad humana.
La tendencia de la sociedad burguesa es socavar las adquisiciones morales de la humanidad que se han ido acumulando a lo largo de miles de años, desde la simple tradición de la hospitalidad y de respeto a los demás en la vida cotidiana hasta el reflejo elemental de dar asistencia a quienes lo necesitan.
Con la entrada del capitalismo en su fase terminal, la de la descomposición, esa tendencia inherente al capitalismo acaba imponiéndose. Lo irracional de esa tendencia, incompatible a largo plazo con la preservación de la sociedad, se revela en la necesidad para la propia burguesía, en interés de su sistema, de recurrir a investigadores que busquen y desarrollen estrategias contra, por ejemplo, el acoso moral, a pedagogos encargados de enseñar a los escolares cómo gestionar los conflictos. E igualmente, la cualidad cada vez más escasa de ser capaz de trabajar en equipo, es considerada como la cualificación más buscada en los contratos de muchas empresas hoy.
Lo propio del capitalismo, es la explotación basada en la “libertad” y la “igualdad” jurídica de los explotados. De ahí el carácter básicamente hipócrita de la moral burguesa. Además, esa peculiaridad modifica el papel que la violencia desempeña en el seno de la sociedad.
Contrariamente a lo que proclaman quienes hacen la apología del capitalismo, este sistema no sólo utiliza tanto como los demás modos de producción la fuerza bruta, sino mucho más todavía. Sin embargo, como el proceso de explotación mismo se basa ahora en las relaciones económicas y no en la coacción física, el capitalismo ha realizado un salto cualitativo en el uso de la fuerza indirecta, moral, psíquica. La calumnia, la destrucción de la personalidad, la búsqueda de chivos expiatorios, el aislamiento social, la aniquilación sistemática de la dignidad humana y de la confianza en sí, todo eso se ha hecho instrumento cotidiano de control social. Peor todavía, esa violencia se ha hecho la manifestación de la libertad democrática, el ideal moral de la sociedad burguesa. Cuanto más recurre la burguesía a esa violencia indirecta y a la dominación de su moral contra el proletariado, tanto más refuerza su dictadura.
La lucha proletaria por el comunismo es, con mucho, hasta ahora, la cumbre de la moral de la humanidad. Eso significa que la clase obrera ha heredado el cúmulo de los frutos de la civilización, los ha desarrollado a un nivel cualitativamente superior, salvándolos así de la liquidación por la descomposición capitalista. Uno de los objetivos principales de la revolución comunista es la victoria de los instintos sociales sobre las pulsiones antisociales. Como lo explicaba Engels en Anti-Dühring, una moral realmente humana, más allá de las contradicciones de clase, solo será posible en una sociedad en la que esas mismas contradicciones, pero también el recuerdo de ellas, hayan desaparecido en la práctica de la vida cotidiana.
El proletariado integra en su movimiento antiguas reglas de la comunidad así como también las expresiones más recientes y complejas de la cultura moral. Se trata tanto de reglas elementales como la prohibición del robo o del asesinato, que no solo son reglas de oro de la solidaridad y la mutua confianza para el movimiento obrero, sino una barrera contra una influencia moral que le es ajena, la de la burguesía y del lumpemproletariado.
El movimiento obrero se nutre también del desarrollo de la vida social, de la preocupación por la vida de los demás, de la protección de los niños, de los ancianos, de los más débiles que se encuentran en la indigencia. Aunque el amor de la humanidad no sea una prerrogativa del proletariado, como afirmaba Lenin, su apropiación por la clase obrera comporta necesariamente un elemento crítico con el que superar la inexperiencia, la mentalidad obtusa y el provincialismo de las capas y clases explotadas no proletarias.
El surgimiento de la clase obrera como portadora de progreso moral es una ilustración perfecta de la naturaleza dialéctica del desarrollo social. Al haber separado radicalmente a los productores de los medios de producción y haberlos sometido completamente a las leyes del mercado, el capitalismo creó por primera vez a una clase social desposeída de su propia humanidad. La génesis de la clase obrera moderna es pues la historia de la disolución de la antigua comunidad social y de sus adquisiciones. Esa dislocación de la comunidad humana originaria originó el desarraigo, el vagabundeo y la criminalización de millones de hombres, mujeres y niños. Expulsados fuera de la esfera de la sociedad, estaban condenados a un proceso sin precedentes de embrutecimiento y degradación moral. En los albores del capitalismo, los barrios obreros en las regiones industrializadas eran campo abonado para la ignorancia, el crimen, la prostitución, el alcoholismo, la indiferencia y la desesperanza.
En su estudio sobre la clase obrera en Inglaterra, Engels ya se dio cuenta de que los proletarios con conciencia de clase eran el sector de la sociedad más noble, más humano y el más susceptible de ser respetado. Más tarde, al hacer el balance de la Comuna de París, Marx puso de relieve el heroísmo, el espíritu de sacrificio y la pasión por aquella tarea de gigantes del París luchador, trabajador, pensante, en el lado opuesto al París parásito, escéptico y egoísta de la burguesía.
Esa transformación del proletariado, de la pérdida a la conquista de su propia humanidad, es la expresión de su naturaleza específica de clase a la vez explotada y revolucionaria. El capitalismo hizo nacer la primera clase de la historia que sólo mediante el desarrollo de la solidaridad puede afirmar su humanidad y expresar su identidad y sus intereses de clase. Como nunca antes, la solidaridad se convirtió en el arma de la lucha de clases y el medio específico con el que la apropiación, la defensa y el mayor desarrollo de la cultura humana serán posibles. Como lo declaró Marx en 1872;
“¡Ciudadanos! Recordemos el principio fundamental de la Internacional: la solidaridad. Solo cuando hayamos afianzado ese principio vital en bases seguras entre los trabajadores de todos los países, seremos capaces de realizar el objetivo final que nos hemos fijado. La transformación debe basarse en la solidaridad, eso es lo que nos enseña la Comuna de Paris.” ([7])
La solidaridad en el proletariado es el producto de la lucha de clases. Sin el combate permanente entre los propietarios de fábricas y los trabajadores, Marx nos dice que:
“la clase obrera de Gran Bretaña y de Europa entera sería una masa humilde, oprimida, débil de carácter, agotada y cuya emancipación gracias a su propia fuerza sería totalmente imposible como lo fue la de los esclavos de la antigua Grecia y Roma” ([8]).
Y Marx añade:
“para apreciar en su justo valor las huelgas y las coaliciones, no podemos permitirnos la decepción a causa de la apariencia insignificante de los resultados económicos, sino, por encima de todo, guardar en el ánimo las consecuencias morales y políticas”.
Esta solidaridad va emparejada con la indignación moral de los trabajadores ante la degradación de sus condiciones de vida. Esta indignación es una condición previa, no solo de su combate y de la defensa de su dignidad, sino también de la eclosión de su conciencia. Tras haber definido el trabajo en la fábrica como un medio de embrutecimiento del obrero, Engels concluye diciendo que si “los obreros no solamente han salvado su inteligencia, sino que además la han desarrollado y agudizado más que los demás” ([9]) ha sido gracias a la indignación ante su destino y ante la inmoralidad y la codicia de la burguesía.
La liberación del proletariado de la armadura paternalista del feudalismo le permitió desarrollar la dimensión global, política de esos “resultados morales” y, por lo tanto, tomarse a pecho su responsabilidad hacia la sociedad entera. En el libro sobre la clase obrera en Inglaterra, Engels recuerda cómo, en Francia la política y la economía en Gran Bretaña, liberaron a los trabajadores de su “apatía respecto a los intereses generales de la humanidad”, una apatía que hacía de ellos unos “muertos espirituales”.
Para la clase obrera, su solidaridad no es un instrumento entre otros más que usar cuando la necesidad lo exige. Es la esencia misma de la lucha y de la existencia cotidiana de la clase obrera. Y por eso, la organización y la centralización de sus combates son la expresión de esa solidaridad.
La elevación moral del movimiento obrero es algo inseparable de sus objetivos históricos. En sus estudios sobre los socialistas utópicos, Marx reconoció la influencia ética de las ideas comunistas con las cuales “se forja nuestra conciencia”. En su libro el Socialismo y las iglesias”, Rosa Luxemburg recordaba igualmente que las tasas de criminalidad habían bajado en los barrios industriales de Varsovia a partir del momento en que los obreros se hicieron socialistas.
La expresión más elevada, y con mucho, de la solidaridad humana, del progreso ético de la sociedad hasta nuestros días es el internacionalismo proletario. Este principio es el medio indispensable de la liberación de la clase obrera, el que pone las bases de la futura comunidad humana. El carácter medular de ese principio y el que la clase obrera sea la única en poder defenderlo, subraya toda la importancia de la autonomía moral del proletariado respecto a las demás clases y capas de la sociedad. Es indispensable para los obreros conscientes liberarse a sí mismos de la manera de pensar y de los sentimientos de la población en general, para poder así oponer su propia moral a la de la clase dominante.
La solidaridad no es únicamente un medio indispensable para realizar el objetivo comunista, sino que es la propia esencia de ese objetivo.
Las revoluciones siempre engendraron una renovación moral de la sociedad. Y no pueden surgir y salir victoriosas si ya antes las masas no se han apropiado de los nuevos valores y de las nuevas ideas que estimulen su espíritu combativo, su ánimo y su determinación. La superioridad de los valores morales del proletariado es uno de los medios principales para que pueda arrastrar tras él a las demás capas no explotadoras. Aunque es imposible desarrollar completamente una moral comunista en el interior de la sociedad de clases, los principios de la clase obrera establecidos por el marxismo ya anuncian el futuro y sirven para ir despejándole el camino. A través del propio combate, la clase obrera ajusta cada vez más su comportamiento y sus valores a sus propias necesidades y objetivos, adquiriendo así una nueva dignidad humana.
El proletariado no necesita ilusiones morales y no soporta la hipocresía. Su interés es limpiar la moral de todas las quimeras y los prejuicios. Al ser la primera clase en la sociedad con una comprensión científica de ésta, el proletariado es el único que puede plantear la otra preocupación de la moral, que es la verdad de las cosas. No es casualidad si el diario del partido bolchevique se llamó precisamente Pravda (“la Verdad”).
Como con la solidaridad, esa honradez cobra un sentido nuevo y más profundo. Frente al capitalismo, el cual no puede existir sin mentiras y engaños, que disfraza la realidad social haciendo que las relaciones entre las personas aparezcan como relaciones entre objetos, el objetivo del proletariado hace aparecer la verdad como el medio indispensable de su propia liberación. Por eso el marxismo nunca ha intentado minimizar la importancia de los obstáculos en el camino de la victoria, ni se ha negado a reconocer las derrotas. La prueba más dura de la honradez es la verdad para consigo mismo. Y lo que es válido para las clases lo es también para los individuos. Claro está que esa búsqueda por comprender su propia realidad puede ser dolorosa y no debe comprenderse como algo absoluto, pero la ideología y la automistificación están en contradicción completa con los intereses de la clase obrera.
De hecho, al poner la búsqueda de la verdad en el centro de sus preocupaciones, el marxismo es el heredero de lo mejor que ha producido la humanidad en ética científica. Para el proletariado, la lucha por la claridad es el valor más importante. La actitud que consiste en evitar y sabotear los debates, la clarificación, es un insulto a ese valor, pues esos métodos dejan las puertas abiertas a la penetración de ideologías y comportamientos ajenos al proletariado.
Por otra parte, el combate por el comunismo plantea al proletariado nuevos problemas que lo sitúan ante unas nuevas dimensiones de la acción ética. Por ejemplo, la lucha por al toma del poder plantea directamente el problema de las relaciones entre los intereses del proletariado y los de la humanidad en su conjunto, intereses que, en esta etapa de la historia, se corresponden mutuamente, pero no por ello son idénticos. Ante la alternativa socialismo o barbarie, la clase obrera debe asumir conscientemente sus responsabilidades hacia la humanidad como un todo. En septiembre-octubre de 1917, cuando las condiciones de la insurrección estaban maduras y ante el peligro de que fracasara la extensión de la revolución y eso acabara en terribles sufrimientos para el proletariado mundial, Lenin defendió que había que “arriesgarse”, pues lo que estaba en juego era la civilización misma. Y de igual modo, la política de transformación económica tras la toma del poder pondrá a la clase obrera ante la necesidad de desarrollar de manera consciente unas relaciones nuevas entre los hombres y el resto de la naturaleza, pues esas relaciones no podrán seguir siendo las de un “vencedor en tierra conquistada” (Engels, Anti-Dühring)
CCI
[1]) Para tener un idea de los comportamientos de los elementos de la Ficci, véase particularmente los artículos “Amenazas de muerte contra militantes de la CCI”, “Las reuniones publicas de la CCI prohibida a los chivatos”, “Los métodos policíacos de la FICCI” (en francés en Révolution internationale nos 354, 338 y 330), así como los de la Revista internacional nº 110: “Conferencia extraordinaria de la CCI: la lucha por la defensa de los principios organizativos”, y 122: “16º Congreso de la CCI: prepararse para los combates de clase y el surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias”.
[2]) Esta visión se desarrolla particularmente en el texto “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacional no 109).
[3]) Josef Dietzgen, The Religion of Social Democracy – Sermons, 1870, capítulo V.
[4]) Pannekoek. Antropogénesis: un estudio del origen de hombre, 1953.
[5]) Lenin, el Estado y la Revolución, 1917.
[6]) Tolstoi: ¿Qué es Arte? (1897). En una contribución en Neue Zeit, sobre este ensayo, Rosa Luxemburg declaró que, al formular tales opiniones, Tolstoi era mucho más socialista y materialista histórico que la mayor parte de lo que se había publicado en la prensa del partido.
[7]) Marx : “Discurso” en el Congreso de la Haya de la Asociación internacional de los trabajadores, 1872.
[8]) Marx: “La política rusa hacia Inglaterra”, el Movimiento obrero en Inglaterra, 1853.
[9]) Engels, la Situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845. Capítulo: “Las diferentes ramas industriales. Los obreros fabriles propiamente dichos”.