Lucha de clases - El vigoroso retorno de los sindicatos contra la clase obrera

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Lucha de clases

El vigoroso retorno de los sindicatos contra la clase obrera

Cada día se verifica un poco más la barbarie sin nombre en la que se va hundiendo el mundo capitalista ([1]). Las huelgas y manifestaciones que han sacudido a Francia a finales del otoño del 95 vienen ilustrar esta realidad: por un lado la capacidad del proletariado para reanudar la lucha, y por otro las enormes dificultades que se alzan frente a él. En el precedente número de la Revista internacional, ya hemos hecho resaltar el significado de estos movimientos sociales:

 “En realidad, el proletariado de Francia ha sido el blanco de una maniobra de envergadura destinada a debilitarlo en su conciencia y en su combatividad, una maniobra dirigida también a la clase obrera de otros países para que saque lecciones falsas de los acontecimientos de Francia.

(...) Ante tal situación, los proletarios no pueden permanecer pasivos. No les queda otra salida que la de defenderse luchando. Sin embargo, para impedir que la clase obrera entrara en lucha con sus propias armas, la burguesía ha tomado la delantera, empujándola a lanzarse a la lucha prematuramente y bajo el control total de los sindicatos. No ha dejado tiempo a los obreros para movilizarse a su ritmo y con sus medios.

(...) El movimiento huelguístico que acaba de desarrollarse en Francia, si bien es verdad que ha evidenciado el profundo descontento que reina en la clase obrera, ha sido, ante todo, el resultado de una maniobra de gran envergadura de la burguesía con el objetivo de arrastrar a los obreros a una derrota masiva y, sobre todo, provocar entre ellos la mayor de las desorientaciones” ([2]).

La importancia de lo ocurrido en Francia a finales del 95

Que los movimientos sociales en Francia a finales del 95 sean fundamentalmente resultado de la maniobra de la burguesía no debe disminuir en nada su importancia ni significar que la clase obrera hoy sea una manada de borregos en manos de la clase dominante.

Estos acontecimientos vienen a desmentir rotundamente todas las teorías (que han vuelto a ponerse de moda desde que se hundió el estalinismo en los países del Este) sobre la “desaparición” de la clase obrera y sus variantes, tanto la que nos habla del “fin de las luchas obreras” como la que nos habla de la “recomposición” de la clase (es la versión “de izquierdas” de la copla) que conllevaría un perjuicio mayor a tales luchas ([3]).

La prueba de las potencialidades reales de la clase nos la da la misma amplitud de las huelgas y manifestaciones de noviembre-diciembre del 95: cientos de miles de obreros en huelga, millones de manifestantes. Sin embargo, no puede uno quedarse en esa simple constatación: durante los años 30 también hubo movimientos de gran amplitud (huelgas de mayo y junio del 36 en Francia o insurrección de los obreros en España contra el golpe fascista del 18 de julio del mismo año). La diferencia entre los años 30 y hoy, es que los acontecimientos de aquel entonces venían tras una larga serie de derrotas de la clase obrera tras la oleada revolucionaria que había puesto fin a la Primera Guerra mundial, derrotas que habían hundido al proletariado en la más profunda contrarrevolución de su historia. En semejante contexto de derrota física pero sobre todo política del proletariado, las manifestaciones de combatividad de la clase fueron fácilmente orientadas por la burguesía hacia el terreno podrido del antifascismo, o sea el terreno de la preparación a la Segunda Guerra mundial. No vamos a repetir aquí nuestro análisis sobre el curso histórico ([4]); de lo que se trata es afirmar claramente que no estamos en la misma situación que durante los años 30. Las movilizaciones actuales de la clase no son en nada momentos de la preparación hacia una guerra imperialista como en aquel entonces, sino que toman su significado en la perspectiva de enfrentamientos decisivos de clase contra el capitalismo hundido en una crisis mortal.

Dicho esto, lo que les da una importancia de primer plano a los movimientos sociales de finales del 95 en Francia no es tanto la huelga o las manifestaciones obreras en sí mismas, sino la amplitud de la maniobra burguesa que las hizo surgir.

A menudo se puede evaluar la relación real de fuerzas entre las clases en la forma con la que la burguesía actúa contra el proletariado. La clase dominante dispone, en efecto, de varios medios para evaluar la relación de fuerzas: sondeos de opinión, investigaciones policiacas (en Francia por ejemplo, es una de las tareas de los Renseignements généraux, es decir la policía política, sondear a los sectores “problemáticos” de la población, y en primer lugar a la clase obrera). Pero el instrumento predilecto, claro está, son los sindicatos, mucho más eficaces que los sociólogos de los institutos de sondeo o los funcionarios de policía. Por ser su función por excelencia encuadrar a los explotados para defender los intereses capitalistas, por tener ya más de 80 años de experiencia de esta faena, los sindicatos son particularmente sensibles al estado de ánimo de los trabajadores, a su voluntad y capacidad de emprender luchas contra la burguesía. Ellos son quienes están encargados en permanencia de informar a los dirigentes de la burguesía y al gobierno cual es la importancia del peligro de la lucha de clases. Para eso sirven las reuniones regulares entre los responsables sindicales y la patronal o el gobierno: ponerse de acuerdo para elaborar la mejor estrategia que permita a la burguesía atacar a la clase obrera con la mayor eficacia. En el caso de los movimientos sociales de finales del 95 en Francia, la amplitud y la sofisticación de la maniobra utilizada contra la clase obrera bastan para poner en evidencia hasta qué punto la lucha de clases, la perspectiva de combates obreros de gran amplitud, es para la burguesía una preocupación central.

La maniobra de la burguesía contra la clase obrera

En el artículo que publicamos en el número precedente de la Revista internacional, describíamos en detalle los diferentes aspectos de la maniobra y de qué forma colaboraron en ella todos los sectores de la clase dominante, desde las derechas hasta los izquierdistas. Aquí solo recordaremos los aspectos esenciales:
- desde verano del 95, ataques de todo tipo (que van desde el aumento brutal de los impuestos hasta una revisión de los planes de jubilación de los trabajadores del sector público, pasando por la congelación salarial de éstos; y para rematar todas estas medidas, el plan de reforma de la Seguridad social (el “plan Juppé”) (apellido del Primer ministro francés), destinado a aumentar las cuotas de los asalariados y disminuir los reembolsos por los gastos de enfermedad);
- brutal provocación dirigida contra los ferroviarios, con un “contrato de plan” entre el Estado y la SNCF (Sociedad nacional de ferrocarriles) que prevé el incremento de 7 años de trabajo para los conductores y miles de supresiones de puestos;
- utilización de la movilización inmediata de los ferroviarios como “ejemplo” para los demás trabajadores del sector público: cuando los sindicatos nos habían acostumbrado a encerrar las luchas e impedir su extensión, de golpe parecían haber vuelto propagandistas activos de la extensión, logrando impulsar muchos trabajadores hacia la huelga, especialmente en los transportes urbanos, correos, gas y electricidad, educación, impuestos...;
- mediatización enorme de las huelgas, presentadas muy favorablemente en televisión; hasta se pudieron ver intelectuales firmar masivamente declaraciones favorables al “despertar de la sociedad” y contra el “pensamiento único”;
- contribución de los izquierdistas en la maniobra: apoyaron totalmente la acción de los sindicatos, a quienes lo único que criticaban es no haberla llevado a cabo antes;
- actitud intransigente en un primer tiempo del gobierno, que rechaza con desdén las propuestas de negociación de los sindicatos: la arrogancia y la soberbia del Primer ministro Juppé, individuo antipático e impopular, sirven admirablemente a los discursos “combativos y extremistas” de los sindicatos;
- luego, tras tres semanas de huelgas, el gobierno retira el “contrato de plan” en los ferrocarriles y las medidas en contra de los planes de jubilación de los funcionarios: los sindicatos claman victoria y alardean de haber hecho retroceder al gobierno; a pesar de las resistencias de algunos sectores “duros”, los ferroviarios paran la huelga y dan la señal del final del movimiento a los demás sectores.

Total, la burguesía ha logrado imponer las medidas que atacan a todos los sectores de la clase obrera, tales como el aumento de los impuestos y la reforma de la Seguridad social, y también las que atacan a sectores específicos que se movilizaron, tales como el bloqueo de sueldo de los empleados del Estado. Pero la mayor victoria de la burguesía está en el plano político: los obreros que salen de tres semanas de huelga no van a movilizarse en otro movimiento cuando vengan nuevos ataques. Y sobre todo, estas huelgas y manifestaciones les han permitido a los sindicatos volver a darle brillo a su escudo: mientras que, hasta entonces, la imagen de los sindicatos era la de agentes de la dispersión de las luchas, de organizadores de lamentables jornadas de acción y de provocadores de la división, de golpe han aparecido a lo largo de este movimiento (principalmente los dos más importantes: la CGT, de obediencia estalinista, y FO dirigida por socialistas) como los aparatos indispensables para la extensión y la unidad del movimiento, para la organización de manifestaciones masivas, para obligar al gobierno a pretendidos “retrocesos”. Como ya lo decíamos en el número precedente de la Revista internacional: “Esta nueva credibilidad de los sindicatos ha sido para la burguesía un objetivo fundamental, una condición previa indispensable antes de asestar los golpes venideros que van a ser todavía más brutales que los de hoy. Sólo en un contexto así podrá la burguesía tener la oportunidad de sabotear las luchas que sin lugar a dudas surgirán cuando arrecien esos golpes”.

La importancia que le da la burguesía al reforzamiento del prestigio de los sindicatos ha quedado ampliamente confirmada tras el movimiento, por la importancia particular que la prensa ha dado al «come back» sindical, con la publicación de numerosos artículos. Resulta interesante señalar que en una de esas hojas confidenciales que la burguesía utiliza para “hablar claro” se dice: “Una de las manifestaciones significativas de la reconquista sindical es la volatilización de las coordinadoras. Fueron éstas percibidas como une testimonio de la ausencia de representatividad sindical. Que no hayan surgido esta vez muestra que los esfuerzos de los sindicatos para “pegarse al terreno” y restaurar un “sindicalismo de proximidad” no fueron vanos” ([5]).

Y la hoja sigue citando una declaración de un patrón del sector privado, presentada como un suspiro de alivio: “Por fin tenemos de nuevo un sindicalismo fuerte”.

Las incomprensiones del medio revolucionario

El hecho de constatar que los movimientos de finales del 95 en Francia son ante todo el producto de una maniobra muy elaborada y realizada por todos los sectores de la burguesía no puede en ningún momento entenderse como un cuestionamiento de las capacidades de la clase obrera para enfrentarse al capital en combates de gran amplitud, sino todo lo contrario. Es precisamente en la importancia de los medios que se ha dado la clase dominante para tomar la iniciativa cara a los combates venideros del proletariado en donde podemos comprobar hasta qué punto está preocupada por esa perspectiva. Claro está que para esto es necesario identificar previamente la maniobra realizada por la burguesía. Por desgracia, si la maniobra no ha sido desenmascarada por las masas obreras (y era lo suficientemente sofisticada para que así fuera), tampoco lo ha sido por quienes tienen la responsabilidad esencial de denunciar todas las maniobras que los explotadores organizan contra los explotados, o sea, las organizaciones comunistas. Los compañeros de Battaglia communista (BC), por ejemplo, son capaces de escribir, en su publicación de diciembre de 1995: “Los sindicatos cogidos de revés por la reacción decidida de los trabajadores contra los planes gubernamentales”.

Y aquí no se trata de un análisis apresurado de BC resultante de una información aún insuficiente pues en su número de enero del 96, BC nos repite la misma idea: “Los empleados del sector público se han movilizado espontáneamente contra el plan Juppé. Y es necesario recordar que las primeras manifestaciones de los trabajadores se han desarrollado en el terreno de la defensa inmediata de los intereses de clase, sorprendiendo a las propias organizaciones sindicales, demostrando una vez más que cuando el proletariado se levanta para defenderse contra los ataques de la burguesía, casi siempre lo hace fuera y contra las directivas sindicales. Sólo en una segunda fase los sindicatos franceses, y en particular la CGT y FO, se han subido al tren de la protesta para recuperar de esta forma su credibilidad ante los trabajadores. Pero la implicación aparentemente radical de FO y demás sindicatos en realidad escondía intereses mezquinos de la burocracia sindical, intereses difíciles de entender si no se conoce el sistema francés de protección social [en el que los sindicatos, sobre todo FO, son los gestores de los fondos, lo que precisamente ataca el plan Juppé]”.

Más o menos es la misma tesis la que enuncia la organización gemela de BC en el Buró Internacional para el Partido revolucionario (BIPR), la Communist Workers’ Organisation (CWO). En su revista Revolutionary Perspectives nº 1, 3ª serie, leemos: “Los sindicatos, y particularmente FO, la CGT et la CFDT ([6]) se oponían a esta transformación. Hubiese sido un golpe muy duro contra las prerrogativas de los dirigentes sindicales. Sin embargo, todos habían sido, en un momento u otro, favorables al diálogo con el gobierno o habían aceptado la necesidad de impuestos suplementarios. Sólo cuando la rabia obrera contra estas propuestas se hizo clara empezaron a sentirse amenazados los sindicatos por algo más importante que la pérdida de su control en ámbitos financieros de gran importancia”.

Hay una insistencia en el análisis de ambos grupos del BIPR sobre el hecho de que los sindicatos no buscaban más que defender “intereses mezquinos” al llamar a la movilización contra el plan Juppé sobre la Seguridad social. A pesar de que los dirigentes sindicales sean evidentemente sensibles a sus negocios, ese análisis de su actitud no ve la realidad más que exagerando los detalles. Es algo así como interpretar las peleas tradicionales de las centrales sindicales únicamente como manifestaciones de su competencia entre ellas, sin darle caso al aspecto fundamental que es la división de la clase obrera. En realidad, aquellos “intereses mezquinos” de los sindicatos no pueden sino expresarse en el marco de lo que es su papel en la sociedad capitalista: bomberos del orden social, policías del Estado burgués en las filas obreras. Y no vacilan en sacrificar cuando es necesario sus “intereses mezquinos” para asumir su papel, porque tienen un sentido perfecto de su responsabilidad en la defensa del capital contra la clase obrera. Al llevar la política que llevaron a finales del 95, los dirigentes sindicales sabían perfectamente que iban a permitir a Juppé realizar su plan aunque les cueste ciertas prerrogativas financieras, porque ya las habían sacrificado en nombre de los intereses superiores del capitalismo. En realidad, prefieren los aparatos sindicales dejar creer que maniobran en nombre de sus intereses particulares (siempre podrán refugiarse tras el argumento de que su propia fuerza contribuye a la fuerza de la clase obrera) a desenmascararse y dejar ver lo que realmente son: engranajes esenciales del orden capitalista.

En realidad, si los compañeros del BIPR están perfectamente claros en cuanto a la naturaleza capitalista de los sindicatos, subestiman considerablemente el nivel de solidaridad que los une al conjunto de la clase dominante y, en particular, su capacidad para organizar junto con la patronal y el gobierno las maniobras contra la clase obrera.

Tanto para la CWO como para BC existe la idea, aunque con matices ([7]) que los sindicatos fueron sorprendidos, cuando no desbordados, por la iniciativa obrera. Nada es más contrario a la realidad. El ejemplo de finales del 95 es el mejor ejemplo de la década de la capacidad de los sindicatos para prever y controlar un movimiento social. Más aun, es un movimiento que ellos mismos han suscitado sistemáticamente, como ya lo hemos visto más arriba y analizado en detalle en nuestro artículo de la Revista internacional. Y la mejor prueba que no hubo ni “desbordamiento” ni “sorpresa” para la burguesía y su aparato sindical está en la propaganda mediática que la burguesía de los demás países ha dado inmediatamente a los acontecimientos. Ya hace mucho tiempo, y más precisamente desde las grandes huelgas en Bélgica del otoño del 83 anunciadoras de la capacidad de la clase para salir de la desmoralización y desorientación consecutivas a la derrota de los obreros en Polonia del 81, que la burguesía se ha fijado como regla el observar un silencio total en lo que toca a las huelgas obreras. No es sino cuando estas luchas corresponden a una maniobra planificada por la burguesía, como fue el caso en Alemania durante la primavera del 92, que el «black out» desaparece para dejar el sitio a montones de informaciones. En este caso por ejemplo, las huelgas del sector público ya tenían como objetivo “presentar a los sindicatos, que habían organizado sistemáticamente las acciones manteniendo a los obreros en una total pasividad, como los verdaderos protagonistas contra la patronal” ([8]). Hemos asistido en Francia a finales del 95 a una nueva versión de lo que la burguesía ya había fomentado en Alemania más de tres años antes. De hecho, el intenso bombardeo mediático que ha acompañado al movimiento (hasta en Japón la televisión informó cada día de la evolución de la situación, con imágenes de las huelgas y manifestaciones) no solo demuestra que la burguesía y sus sindicatos lo controlaban perfectamente y desde su inicio, no solo que lo tenían previsto y planificado, sino también que ha sido a nivel internacional que la clase dominante había organizado esta maniobra para darle un golpe a la conciencia de la clase obrera en todos los países adelantados.

La mejor prueba de esta afirmación está en la forma cómo ha maniobrado la burguesía belga tras los movimientos sociales en Francia:
- mientras prensa y televisión evocan hablando de Francia un “nuevo Mayo del 68”, los sindicatos lanzan a finales de noviembre del 95, como en Francia, un movimiento contra los ataques al sector público, y particularmente contra la reforma de la Seguridad social;
- entonces es cuando la burguesía organiza una verdadera provocación anunciando medidas de una brutalidad increíble en los ferrocarriles (SNCB) y los transportes aéreos (Sabena); como en Francia, los sindicatos se ponen resueltamente en cabeza de la movilización en ambos sectores presentados como ejemplares, y a los ferroviarios belgas se les pide hacer como sus colegas franceses;
- entonces la burguesía hace como si renunciara, maniobra que sirve para cantar la victoria de la movilización sindical y permite el éxito de una gran manifestación del conjunto del sector público el día 13 de diciembre; esta manifestación fue perfectamente controlada por los sindicatos y se puede notar la participación en ella de una delegación sindical de los ferroviarios franceses de la CGT; los titulares del periódico De Morgen del 14 de diciembre es: “Casi como en Francia”;
- a los dos días, nueva provocación del gobierno y la patronal en la SNCB y la Sabena, cuando la dirección anuncia el mantenimiento de las medidas; los sindicatos de nuevo lanzan huelgas “duras” (hasta hay enfrentamientos entre policía y huelguistas en el aeropuerto) e intentan ampliar la maniobra a otras empresas del sector público pero también del privado; delegaciones sindicales acuden a “aportar su solidaridad” a los trabajadores de Sabena y afirman que “la lucha es un verdadero laboratorio social para el conjunto de trabajadores”;
- finalmente, a principios de enero, la patronal de nuevo echa marcha atrás al anunciar la apertura de un “diálogo social” tanto en al SNCB como en Sabena, “bajo la presión del movimiento”; como en Francia, el movimiento se acaba en victoria y en nueva credibilidad de los sindicatos.

Francamente, compañeros del BIPR, ¿pensáis realmente que tan notable semejanza entre lo ocurrido en Francia y en Bélgica es una casualidad?, ¿que la burguesía no había previsto nada a escala internacional?

En realidad, el análisis de la CWO y de BC es la manifestación de una dramática subestimación del enemigo capitalista, de la capacidad de éste para adelantarse cuando sabe que los ataques siempre más brutales que va a lanzar contra la clase obrera van a provocar necesariamente por parte de ésta reacciones amplias, en que los sindicatos tendrán que mojarse el mono sin reservas para preservar el orden burgués. La posición adoptada por estas organizaciones dan la impresión de una increíble ingenuidad, de una vulnerabilidad desconcertante ante las trampas montadas por la burguesía.

Ya habíamos podido constatar en varias ocasiones esa ingenuidad, particularmente en BC. Así es como esta organización, cuando el hundimiento del bloque del Este, cayó en las trampas de la burguesía en cuanto a las perspectivas halagüeñas que tal acontecimiento representaría supuestamente para la economía mundial ([9]). También BC había caído en la trampa de la pretendida “insurrección” en Rumania (cuando se trataba en realidad de un golpe de Estado que iba a permitir acabar con Ceaucescu y sustituirlo por antiguos burócratas tales como Ion Illescu). No vaciló en esta ocasión BC al escribir: “Rumania es el primer país de las regiones industrializadas en que la crisis económica mundial ha hecho surgir una auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrumbamiento del gobierno (...) en Rumania, todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una real y auténtica revolución social”.

Camaradas de BC, cuando uno ha podido escribir semejantes tonterías, debe intentar sacar lecciones. En particular, la de desconfiar un poco más de los discursos de la burguesía. Si no, si uno se deja engatusar por los trucos de la clase dominante destinados a engañar a las masas obreras, ¿cómo se puede seguir pretendiendo ser la vanguardia de ellas?

La necesidad de un marco histórico de análisis

En realidad, las meteduras de pata de BC (como las del CWO que llamó en el 81 a los obreros polacos a “¡La Revolución ya!”) no se pueden reducir a características psicológicas o intelectuales, a la ingenuidad de sus militantes. Existen en ambas organizaciones compañeros con experiencia e inteligencia normal. La verdadera causa de los errores cometidos a repetición por estas organizaciones está en que siempre han rechazado tener en cuenta el único marco en el cual se pueda entender la evolución de la lucha del proletariado: el del curso histórico hacia los enfrentamientos de clases que sucedió, a finales de los años 60, al período de contrarrevolución. Ya pusimos en evidencia varias veces este grave error de BC al que se ha adherido el CWO ([10]). En realidad, BC cuestiona la noción misma de curso histórico: “Cuando nosotros hablamos de un “curso histórico” es para calificar un período... histórico, una tendencia global y dominante de la vida de la sociedad que sólo acontecimientos de la mayor importancia pueden poner en entredicho (...) En cambio para Battaglia (...) es una perspectiva que se puede poner en entredicho, tanto en un sentido como en otro, en cada momento ya que no está excluido que dentro mismo de un curso hacia la guerra pueda haber una “ruptura revolucionaria” (...) Las teorías de Battaglia son como cajones de sastre, en los que cada uno va guardando lo que le da la gana. La noción de curso histórico la interpreta cada uno a su manera. Podemos encontrar la revolución en un curso hacia la guerra como la guerra mundial en un curso hacia los enfrentamientos de clase. De ese modo, cada uno queda contento: en 1981, CWO que comparte la misma idea del curso histórico que BC, llamaba a los obreros polacos a la revolución a la vez que se suponía que el proletariado mundial no había salido de la contrarrevolución. Finalmente es la noción de curso la que desaparece totalmente; a eso llega BC, a eliminar totalmente la menor noción de perspectiva histórica. De hecho, la visión del PCInt (y del BIPR) tiene un nombre: inmediatismo” ([11]).

Es el inmediatismo lo que permite por ejemplo entender por qué, en 1987-88, los grupos del BIPR iban vacilando entre un total escepticismo y el mayor entusiasmo con respecto a las luchas obreras. La lucha del sector escolar, en Italia, BC les otorgó la misma consideración que la de los pilotos de línea o la de los magistrados, para después considerarlas como el inicio “de una fase nueva e interesante de la lucha de clases en Italia”. Se pudo ver en aquel entonces a CWO oscilar del mismo modo ante las luchas en Gran Bretaña ([12]).

Ese inmediatismo es el que le hace escribir a BC en enero del 96 que “la huelga de los trabajadores franceses, más allá de la actitud oportunista (sic) de los sindicatos, representa verdaderamente un episodio de importancia extraordinaria para la reanudación de la lucha de clases”. Para BC, lo que ha faltado cruelmente en estas luchas para evitar la derrota, es un partido proletario. Si al partido, que un día deberá efectivamente constituirse para que pueda el proletariado realizar la revolución comunista, se le ocurriera inspirarse del inmediatismo al que nunca ha renunciado BC a pesar de todos los errores que le ha hecho cometer, entonces sí que habría que temer por el destino de la revolución.

Sólo dándole la espalda firmemente al inmediatismo, con la preocupación permanente de situar cada momento de la lucha de clases en su contexto histórico, podemos darnos los medios de entender qué está ocurriendo y asumir entonces un verdadero papel de vanguardia de la clase obrera.

Este marco es evidentemente el del curso histórico, no nos vamos a repetir. Y más precisamente el que prevalece desde el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los años 80 y que hemos recordado brevemente al empezar este artículo. A finales del 89, dos meses antes de la caída del muro de Berlín, la CCI ya se dio como tarea elaborar el nuevo marco de análisis que permitiera entender la evolución de la lucha de clases:

“Cabe pues esperarse a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado (...). Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha, no por ello el resultado va ser, en un primer tiempo, el de una mayor capacidad de clase para avanzar en su toma de conciencia.

En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico -la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase-, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia” ([13]).

Más tarde, la CCI ha debido integrar en este marco los nuevos acontecimientos recientes de mucha importancia que se sucedieron: “Esas campañas (sobre “la muerte del comunismo” y el “triunfo del capitalismo”) han tenido un impacto nada desdeñable en los medios obreros, afectándoles en su combatividad y sobre todo en su conciencia. La combatividad obrera estaba viviendo un nuevo ímpetu en la primavera de 1990, como consecuencia, en particular, de los ataques debidos al inicio de la recesión. Pero la crisis del Golfo y la guerra volvieron a minar esa combatividad. Estos trágicos acontecimientos permitieron que apareciera claramente la mentira sobre el “nuevo orden mundial” que nos anunciaba la burguesía tras la desaparición del bloque del Este, el cual habría sido el principal responsable de las tensiones militares (...) Pero, al mismo tiempo, la gran mayoría de la clase obrera de los países avanzados, tras las nuevas campañas de mentiras de la burguesía, soportó esta guerra con un fuerte sentimiento de impotencia que ha acabado debilitando sus luchas. El golpe del verano de 1991 en la URSS y la nueva desestabilización que ha acarreado, así como la guerra civil en Yugoslavia, han venido a incrementar ese sentimiento de impotencia. El estallido de la URSS y la barbarie guerrera desencadenada en Yugoslavia son expresiones del grado de descomposición alcanzado hoy por la sociedad capitalista. Pero, gracias a todas las mentiras machacadas una y otra vez por los media, la burguesía ha conseguido ocultar las causas reales de esos acontecimientos, presentándolos como una nueva consecuencia de la muerte del comunismo e incluso de un problema de «derecho de los pueblos a la autodeterminación», hechos ante los cuales a los obreros no les quedaría otro remedio que el ser espectadores pasivos y confiar plenamente en la «sabia cordura» de sus gobernantes” ([14]).

Por su duración, su bestialidad y por desarrollarse tan cerca de las grandes concentraciones proletarias de Europa occidental, la guerra en Yugoslavia es uno de los elementos esenciales que nos permiten entender la importancia de las dificultades del proletariado actualmente. Esta guerra cumula en ella, por un lado, los estragos provocados por el hundimiento del bloque del Este (aunque a un nivel menor), es decir una gran confusión y muchas ilusiones en las filas obreras, y, por otro, los que provocó la guerra del Golfo, una gran sensación de impotencia, sin que por ello pudiera emerger con claridad la evidencia de los crímenes y de la barbarie de las grandes “democracias”, como, al menos, sí había ocurrido con la guerra del Golfo. Es una ilustración clarísima de cómo la descomposición del capitalismo, de la que es la guerra en Yugoslavia una de las más espectaculares manifestaciones, juega un papel de primer orden contra el desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado.

Otro aspecto que cabe señalar porque se trata del arma por excelencia de la burguesía contra la clase obrera, es decir los sindicatos, es el que ya señalamos en septiembre del 89 en nuestras Tesis: “La ideología reformista pesará muy fuerte sobre las luchas en el período que viene, favoreciendo así fuertemente la acción de los sindicatos”. Esto se explicaba no porque se hicieran todavía ilusiones los obreros sobre “el paraíso socialista”, sino porque la existencia de un tipo de sociedad que se presentaba como “no capitalista” podía significar que podía existir otra cosa que el capitalismo. La fin del estalinismo ha sido presentado como “el fin de la historia” (término utilizado muy seriamente por “pensadores” burgueses). Por ser precisamente la adaptación de las condiciones de vida del proletariado en el capitalismo el terreno privilegiado de los sindicatos y del sindicalismo, lo ocurrido en el 89, agravado por toda la serie de ataques soportados por los obreros desde entonces, no podía sino conducir a un vigoroso retorno de los sindicato; un retorno celebrado por la burguesía con los movimientos sociales de finales del 95.

Esa recuperación de los sindicatos no se hizo inmediatamente. Las organizaciones sindicales habían acumulado, y en particular durante los 80, tal desprestigio por su contribución permanente al sabotaje de las luchas obreras que tenían dificultades para cambiarse del día a la mañana en defensores intransigentes de la clase obrera. Por esto su vuelta al escenario se ha hecho en varias etapas, en las que ido apareciendo cada día más como instrumento indispensable para los combates obreros. Un ejemplo de esa retorno progresiva de los sindicatos nos lo da la evolución de la situación en Alemania, en donde, tras las grandes maniobras del sector público de la primavera del 92, pudieron todavía surgir luchas espontáneas y fuera de toda consigna sindical durante el otoño del 93 en el Rhur, hasta que en las luchas del 95 en la metalurgia se les vuelve a ver el plumero. Pero es en Italia en donde esta evolución es más significativa. Durante el otoño del 92, la explosión de rabia obrera contra el plan Amato también alcanzó a las centrales sindicales. Al año siguiente, son las “coordinadoras de consejos de fábrica”, o sea las estructuras del sindicalismo de base, las que animaron las grandes movilizaciones de la clase obrera y las manifestaciones que surgieron por todo el país. Por fin, la manifestación “monstruo” de Roma en la primavera del 94, la mayor desde la Segunda Guerra mundial, fue la obra maestra del control sindical.

Para entender el porqué del poderoso retorno de los sindicatos, es importante subrayar que ha estado facilitado y permitido por el mantenimiento de la ideología sindicalista, de la cual son últimos defensores los sindicatos “de base”, “de combate” y demás. Fueron ellos quienes, por ejemplo, animaron en Italia la impugnación de los sindicatos oficiales (llevando a las manifestaciones tomates y tuercas para lanzarlos contra los jefes sindicales) antes de que abrieran el camino de la recuperación sindical del 94 con sus propias “movilizaciones” en el 93. En los combates futuros, en cuanto vuelvan a desprestigiarse los sindicatos oficiales debido a su indispensable faena de sabotaje, aún tendrá la clase obrera que emprenderlas contra el sindicalismo y la ideología sindical representada por el sindicalismo de base que tanto ha trabajado para sus mayores en estos últimos años.

Esto significa que le espera todavía mucho camino que hacer a la clase obrera. Y las dificultades que tiene ante sí no han de ser un elemento de desmoralización, sobre todo para los elementos de vanguardia. La burguesía conoce muy bien las potencialidades que el proletariado posee. Por eso organiza maniobras como la de finales del 95. Por eso en el coloquio de Davos, en el que tradicionalmente se reúnen los 2000 “altos responsables” más importantes del mundo en el terreno económico y social (y en el que participaba Blondel, jefe del sindicato francés FO), se les pudo ver preocupados por la evolución de la situación social. Así es como se han podido oír discurso de este tipo: “Hemos de crear la confianza entre los asalariados y organizar la cooperación entre las empresas para que las colectividades locales, las ciudades y las regiones se beneficien de la mundialización. Asistiremos sino al resurgimiento de movimientos sociales como nunca los hemos visto desde la Segunda Guerra mundial” ([15]).

Así, como siempre lo han puesto en evidencia los revolucionarios y como la burguesía misma nos lo viene a confirmar, la crisis de la economía capitalista sigue siendo la mejor aliada del proletariado. La crisis le abrirá los ojos ante el callejón sin salida del mundo actual, y le dará la voluntad de destruirlo a pesar de los múltiples obstáculos que todos los sectores de la clase dominante no vacilarán en ponerle en su camino.

F, 12/3/96

 

[1] “Resolución sobre situación internacional”, XIo Congreso de la CCI, punto 14, Revista internacional no 82.

[2] “Luchar tras los sindicatos lleva a la derrota”, Revista internacional no 84.

[3] Véase nuestro artículo “El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria”, Revista internacional no 74.

[4] Véase al respecto el “Informe sobre el curso histórico”, Revista internacional no 18.

[5] Suplemento al boletín (francés) Entreprise et personnel, titulado “El conflicto social de finales del 95 y sus consecuencias probables”.

[6] Esto es un error; la CFDT, sindicato socialdemócrata de origen cristiano, apoyaba el plan Juppé sobre la Seguridad social.

[7] Se ha de señalar el tono menos optimista de la CWO con respecto al de BC: “La burguesía confía tanto en su capacidad de controlar la rabia de los obreros que la Bolsa de París está en alza”. Añadamos nosotros que el Franco francés ha mantenido su cotización a lo largo del movimiento. Es una buena prueba de que la burguesía ha comprobado que el tal movimiento se desarrollaba satisfactoriamente.

[8] “Contra el caos y las matanzas, únicamente la clase obrera podrá aportar soluciones, Revista internacional no 70.

[9] Véase nuestro artículo “Las tormentas del Este y la respuesta de los revolucionarios”, Revista internacional no 61.

[10] Ver en particular nuestros artículos “Respuesta a Battaglia Comunista sobre el curso histórico” y “Las confusiones de los grupos comunistas sobre el período actual”, en las Revistas internacionales nos 50 y 54.

[11] Revista internacional no 54.

[12] Véase sobre este tema nuestro artículo “Decantación del medio político y oscilaciones del BIPR”, Revista internacional no 55.

[13] “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y los países del Este”, Revista internacional no 60.

[14] “Únicamente la clase obrera puede sacar a la humanidad de la barbarie”, Revista internacional no 68.

[15] Rosabeth Moss Kanter, antigua directora de la Harvard Business Review, citada por le Monde diplomatique de marzo del 96.

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