Correspondencia de Rusia – La revolución proletaria está al orden del día desde el principio del siglo XX

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Pese a la supuesta muerte del comunismo, el cual habría desaparecido tras el hundimiento de la URSS, varios elementos y pequeños grupos han emergido en Rusia desde 1990 para cuestionar la patraña de la burguesía mundial según la cual el estalinismo sería lo mismo que el comunismo.

En la Revista internacional nº 92 hemos informado de dos conferencias en Moscú organizadas por algunos de esos elementos, sobre el patrimonio político dejado por León Trotski. Durante las conferencias, cierto número de participantes quiso estudiar otros análisis, más radicales, defendidos durante los años 20 y 30 por otros miembros de la Oposición, en torno a la degeneración de la Revolución de Octubre. Así es como se interesaron por la contribución de la Izquierda comunista sobre este tema, y la participación de la CCI en estas conferencias les ayudó en su cuestionamiento.

En ese mismo número de la Revista internacional publicamos una crítica profunda del libro de Trotski La Revolución traicionada, redactado por uno de los animadores de la conferencia.

Desde entonces, la CCI ha tenido una correspondencia con diversos elementos en Rusia. A continuación publicamos unos extractos de ésta para contribuir y enriquecer el debate internacional sobre el carácter de la organización y de las posiciones comunistas para la revolución proletaria venidera.

Como lo podrán comprobar nuestros lectores, la orientación adoptada por nuestro corresponsal –F. del Sur de Rusia– es cercana a las posiciones y tradición de la Izquierda comunista. Defiende el Partido bolchevique y reconoce el carácter capitalista e imperialista del régimen estalinista. En particular, defiende una posición internacionalista sobre la Segunda Guerra imperialista mundial, contrariamente a los trotskistas quienes han justificado su participación a ésta so pretexto de defender a la URSS y sus pretendidas conquistas proletarias.

Sin embargo, la visión de nuestro corresponsal sobre dos cuestiones esenciales – sobre las posibilidades de revolución mundial en 1917-23 por un lado, y por otro sobre las posibilidades de liberación nacional en la posguerra del 14, o sea sobre la posibilidad de un desarrollo capitalista durante este siglo – manifiestan un desacuerdo sobre el marco y el método con el que deben comprenderse esas posiciones revolucionarias internacionalistas.

Nos hemos permitido escoger extractos de diferentes cartas del camarada para ahorrar sitio y dedicarnos al fondo de la cuestión. También nos hemos permitido corregir el texto (redactado en inglés) original, no por pruritos gramaticales sino para facilitar la traducción en los diversos idiomas en los que publicamos la Revista internacional.

“ ... Los bolcheviques se equivocaban teóricamente en cuanto a las posibilidades de una revolución socialista mundial a principios del siglo XX. Estas posibilidades sólo serían reales hoy, a finales del siglo XX. Sin embargo tenían absolutamente razón en su acción y si pudiéramos, por milagro, transportarnos al año 1917, estaríamos con los bolcheviques y contra sus enemigos, incluidos los de “izquierdas”. Entendemos que es ésa una posición no habitual y contradictoria, pero es una contradicción dialéctica. Los actores de la historia no son alumnos de una clase, que contestan bien o mal a las preguntas del maestro. El ejemplo más común es el de Cristóbal Colon, el cual creía haber descubierto un nuevo derrotero para las Indias al descubrir América. Muchos sabios doctos no han cometido semejante error, ¡pero tampoco han descubierto las Américas!

¿Tenían razón los héroes de las guerras campesinas y de los primeros sublevamientos burgueses –Wat Tyler, John Ball, Thomas Munzer, Arnold of Brescia, Cola di Rienza, etc.– en su lucha contra el feudalismo, cuando no estaban aun maduras las condiciones para la victoria del capitalismo? Pues claro que sí: la lucha de clases de los oprimidos, aún derrotados, acelera el desarrollo del sistema de explotación existente y precipita el momento de su hundimiento. Tras las derrotas, los oprimidos pueden hacerse capaces de llegar a la victoria. Rosa Luxemburgo escribió magistralmente sobre ese asunto en su polémica con Bernstein en Reforma social o Revolución([1]).

Al existir la necesidad de la revolución, los revolucionarios debían actuar por ella aún si más tarde sus sucesores comprendieran que no se trataba de una revolución socialista. Todavía no estaban maduras las condiciones para la revolución socialista. Las ilusiones de los bolcheviques sobre la posibilidad de revolución socialista mundial en 1917-23 eran ilusiones necesarias, inevitables como lo fueron las de John Ball o de Gracchus Babeuf... Lenin, Trotski y sus camaradas realizaron un enorme trabajo progresivo y nos han dejado una valiosísima experiencia del proletariado, la de una revolución, por muy derrotada que hubiera sido. Con sus teorías, los mencheviques no fueron ni capaces de realizar una revolución burguesa, y terminaron su existencia a la cola de las izquierdas de la contrarrevolución de los burgueses y de los latifundistas...

Para ser marxistas, hemos de entender cuáles fueron las causas objetivas de las derrotas de las revoluciones proletarias del siglo XX, y qué causas objetivas hacen que la revolución mundial será posible en el siglo XXI. Las explicaciones subjetivas, tales como la “traición de los socialdemócratas y del estalinismo” utilizadas por Trotski, o la “debilidad de la conciencia de clase a nivel internacional” de la CCI, no son suficientes. Es verdad que el nivel de conciencia de clase del proletariado era y es bajo, ¿pero cuáles son las causas objetivas de ese fenómeno? Es verdad que los socialdemócratas y los estalinistas eran y siguen siendo unos traidores, pero ¿por qué siempre ganan estos traidores contra los revolucionarios? ¿Por qué triunfan Ebert y Noske contra Liebknecht y Rosa Luxemburgo, Stalin contra Trotski, Togliatti contra Bordiga? ¿Por qué la Internacional comunista, creada como ruptura definitiva con el oportunismo degenerado de la Segunda internacional, degenera en el oportunismo tres veces más rápidamente que ésta?. Hemos de contestar a esas preguntas”.

Sobre la decadencia del capitalismo: “Vuestra comprensión de este capitalismo como etapa decadente del capitalismo, en cierto modo como una monstruosidad (véase el articulo de Internationalisme sobre el hundimiento del estalinismo) no contesta a la pregunta: ¿por qué era progresista, en el marco capitalista claro está, en la URSS estalinista y demás países que enarbolaban la bandera roja?”.

Sobre la cuestión nacional: “Con respecto a vuestro folleto Nación o clase, sí estamos de acuerdo con las conclusiones, sin embargo disentimos con la parte que se refiere a los motivos y al análisis histórico. Estamos de acuerdo con que hoy, a finales del siglo XX, la consigna de derecho a la autodeterminación de las naciones ya no tiene nada de revolucionario. Es una consigna burguesa democrática. En cuanto se cierra la época de las revoluciones burguesas, también se cierra esta consigna para los revolucionarios proletarios. Sin embargo pensamos que la época de las revoluciones burguesas se cierra a finales del siglo XX, no a su comienzo. En 1915, Lenin tenía razón contra Luxemburgo, en 1952 Bordiga tenía razón sobre este tema contra Damen, sin embargo hoy la situación esta invertida. Y consideramos totalmente errónea vuestra posición según la cual diversos movimientos revolucionarios no proletarios del tercer mundo, que a pesar de no tener ningún contenido socialista eran objetivamente movimientos revolucionarios, no eran sino herramientas de Moscú y no eran objetivamente movimientos burgueses progresistas, como lo habéis escrito sobre Vietnam por ejemplo.

Nuestro sentimiento es que hacéis el mismo error que Trotski el cual no entendía la crisis del capitalismo más que como un callejón sin salida, y no como un largo y revuelto proceso de degeneración y degradación, en el que los elementos negativos y reaccionarios pesarían cada día más sobre los elementos progresivos. ¿Hubo progreso en la Unión soviética? Claro que sí. ¿Era un progreso socialista? Claro que no. No era sino la transición de un país agrario semifeudal hacia un país capitalista industrial, o sea un progreso burgués, en sangre y barro, como cualquier progreso burgués. ¿Y las revoluciones en China, Cuba, Yugoslavia, etc.? ¿No eran progresistas? Claro que sí, del mismo modo que ha habido transformaciones contradictoriamente progresistas en muchos más países. Podemos y debemos hablar del carácter contradictorio de todas esas revoluciones burguesas, pero no dejan de ser revoluciones burguesas. Están hoy más maduras las condiciones objetivas para la revolución proletaria en China que en los años 20, gracias a la revolución burguesa de los 40”.

El hilo conductor de estos extractos es el de afirmar que no existieron las “condiciones objetivas” para la revolución proletaria durante la mayor parte del siglo XX, contrariamente a lo que defiende la CCI y que defendió el Primer congreso de la IC. Esta lógica conduce a decir que la revolución de Octubre era prematura y, en consecuencia, que eran posibles ciertas formas progresistas de desarrollo capitalista en los países de la periferia del capitalismo mundial –la liberación nacional.

Es una necesidad vital para los marxistas tener una compresión clara de las condiciones objetivas de la sociedad, o sea de su nivel de desarrollo económico en un momento histórico, puesto que entienden el socialismo, contrariamente a los anarquistas, no como un oscuro objeto de deseo sino como un nuevo modo de producción cuya posibilidad y necesidad están determinadas por el agotamiento económico de la sociedad capitalista. Esto es la piedra angular del materialismo histórico, y estamos seguros que está de acuerdo con ello el camarada.

Del mismo modo, es indiscutible que Marx veía esencialmente dos condiciones objetivas para el socialismo: “Jamás expira una sociedad antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener ; nunca se instauran unas relaciones superiores de producción, antes de que se hayan desarrollado las condiciones materiales de su existencia en el seno mismo de la vieja sociedad” (Prólogo a la Crítica de la economía política, 1859).

Como considera que no estaba económicamente agotado el capitalismo en 1917, el compañero saca la conclusión que en el plano económico, el inmenso levantamiento en Rusia no podía desembocar más que en una revolución burguesa. En el plano político, que no era sino una revolución proletaria destinada a fracasar al no corresponder en aquel entonces los objetivos comunistas con las reales necesidades materiales de la sociedad. Tanto el Partido bolchevique como la Internacional comunista no podían entonces sino ser perdedores heroicos que se equivocaron en cuanto a las condiciones objetivas, como también lo fueron en su tiempo John Ball, Tomas Munzer o Gracchus Babeuf al pensar que una nueva sociedad igualitaria era posible cuando no existían todavía las condiciones para ello.

El compañero dice que su posición sobre el análisis de Octubre es contradictoria en un sentido dialéctico. Esta afirmación contradice sin embargo uno de los conceptos básicos de la historia y por lo tanto del materialismo dialéctico, según el cual “... la humanidad solo se plantea las tareas que puede realizar: si se consideran bien las cosas, siempre se verificará que surge la tarea allí donde ya existen o están creándose las condiciones materiales de su realización” (ídem).

La conciencia de las clases sociales, sus metas y problemas, tienden a corresponder a sus intereses materiales en las relaciones de producción e intercambio. La lucha de clases no evoluciona más que sobre esa base. Para una clase explotada como lo es el proletariado, la conciencia de sí solo puede desarrollarse al cabo de largas luchas que la liberan del dominio de la conciencia de la burguesía. Durante este esfuerzo, las dificultades, incomprensiones, errores, confusiones, no hacen sino expresar el retraso de la conciencia con respecto al desarrollo de las condiciones materiales – este es otro aspecto del materialismo histórico que ve la vida social de forma esencialmente práctica, preocupada por la comida, el vestir, la vivienda –, y que, por lo tanto, son anteriores a los intentos del hombre de explicarse el mundo. Pero para el compañero, la conciencia revolucionaria del proletariado maduró a nivel mundial para una tarea que aun no era posible. Pone el marxismo patas arriba, imaginando que millones de proletarios puedan movilizarse equivocadamente en una lucha a muerte por una revolución burguesa. Y los imagina dirigidos por figuras ahistóricas –los revolucionarios– que no estarían motivadas por la clase para la cual luchan, sino por un deseo de revolución en general.

¿Será que la conciencia revolucionaria madura equivocadamente en una clase?

¿Habrá una tendencia histórica a que la conciencia revolucionaria madure antes de que haya llegado su hora? Si analizamos de cerca, por ejemplo, las circunstancias históricas de la revuelta de 1381 de los campesinos en Inglaterra (John Ball) o las de la guerra de los campesinos en 1525 (Tomás Munzer), constataremos que no es así: la conciencia de ambos movimientos sociales tiende a reflejar los intereses de sus protagonistas y las circunstancias materiales de su época.

Ambos movimientos eran fundamentalmente una respuesta desesperada a las condiciones cada día más difíciles impuestas por la clase feudal decadente a los campesinos. En estos movimientos como también en cualquier movimiento de explotados en la historia, se desarrollaba el deseo de una nueva sociedad, sin explotación ni miseria, entre los explotados. Pero los campesinos jamás fueron ni serán una clase revolucionaria en el verdadero sentido de la palabra porque al ser esencialmente una capa de pequeños propietarios, no son portadores de nuevas relaciones de producción, o sea de una nueva sociedad. Los campesinos insurrectos no tenían el destino de ser herramientas del modo burgués de producción, que emergió de las ciudades de Europa en la decadencia del feudalismo. Como lo señaló Engels, los campesinos tenían el destino de acabar arruinados por las revoluciones burguesas triunfantes.

En las mismas revoluciones burguesas (en Alemania, Gran Bretaña y Francia entre los siglos XVI y XVIII), tanto los campesinos como los artesanos tuvieron un papel activo pero secundario, no lucharon por sus intereses propios. Cuando los intereses proletarios, por su parte, emergían diferenciados, entraban violentamente en conflicto incluso con el ala más radical de la burguesía, como lo demuestra la lucha entre Niveladores y Cromwell durante la revolución en Inglaterra en 1649 o la Conspiración de los Iguales de Babeuf contra los Montagnards en 1793([2]).

Los campesinos no tenían la cohesión o las metas conscientes de una clase revolucionaria. No podían desarrollar su propia visión del mundo, ni tampoco elaborar una estrategia real para derribar a la clase dominante. Debían tomar su teoría revolucionaria de los explotadores puesto que su visión del futuro estaba siempre encerrada en una religión, o sea en una forma reaccionaria. Si siguen inspirándonos hoy aquellos objetivos y batallas heroicas, fuera de su tiempo, es porque este último milenio (como los cuatro que lo precedieron) tiene una característica de la mayor importancia: la explotación de una parte de la sociedad por la otra. Por eso siguen grabados en nuestras mentes y en la memoria de los explotados, atravesando los siglos, los nombres de los dirigentes de aquellas batallas.

La idea socialista no aparece por primera vez con su fuerza real más que a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y no es una casualidad si este período coincide con el desarrollo embrionario del proletariado.

La maduración de la conciencia comunista refleja los intereses materiales de la clase obrera

Los proletarios son los descendientes de aquellos campesinos y artesanos despojados de sus tierras o de sus modos de producción por la burguesía. No les queda nada que los vincule a la antigua sociedad y no son una nueva forma de explotación. Al no tener para sobrevivir más que su propia fuerza de trabajo y al trabajar de forma asociada, no necesitan divisiones internas. Son clase explotada, pero contrariamente al campesinado, no solo tienen interés en acabar con cualquier forma de propiedad, sino que ese interés les lleva a crear una sociedad mundial en la que los medios de producción y de intercambio serán controlados en común: el comunismo.

Al crecer con el desarrollo amplio de la producción capitalista, la clase obrera tiene entre sus manos un potencial enorme. Al estar además concentrada por millones en las metrópolis del mundo y relacionada por medios modernos de transporte y comunicación, tiene medios para movilizarse hacia el asalto triunfador contra los baluartes del poder político de la burguesía.

Contrariamente a la conciencia del campesinado, la conciencia de clase del proletariado no está ligada al pasado sino que está en la obligación de mirar hacia el futuro sin ilusiones utópicas o aventuristas. Debe sacar sobriamente todas las consecuencias, por enormes que sean, del derrumbe de la sociedad existente y de la construcción de una nueva sociedad.

El marxismo, más alta expresión de esa conciencia, al ser capaz de evidenciar las leyes del cambio histórico, puede darle al proletariado una imagen real de sus condiciones y objetivos en cada etapa de su lucha y de su objetivo final. Esta teoría revolucionaria emergió en los años 1840 y, durante los decenios siguientes, eliminó los restos del utopismo que la clase obrera acarreaba en sus ideas socialistas. En 1914, el marxismo triunfaba en el movimiento de la clase obrera que tenía ya una experiencia de setenta años de lucha por sus intereses propios. Este período incluía la Comuna de París en 1871, la Revolución rusa de 1905 y la experiencia de las Primera y Segunda Internacionales.

El marxismo manifestó entonces su capacidad para criticar sus propios errores, revisar sus análisis políticos y posiciones que se habían vuelto arcaicos con la evolución de los acontecimientos. La izquierda marxista con quien se identifica el compañero, en los principales partidos de la Segunda internacional, reconoció el nuevo período abierto por la Primera Guerra mundial y el fin del período de expansión “pacífico” del capitalismo. Esta misma izquierda marxista encabezó las insurrecciones revolucionarias que surgieron a finales de la guerra. Y es precisamente en este momento en que el compañero, que hubiese hecho lo que hicieron los bolcheviques en octubre 17 viéndolo como un punto de partida de la revolución mundial, empieza a repetir aquellos argumentos seudo marxistas sobre la inmadurez de las condiciones objetivas que utilizaron los oportunistas y centristas de la socialdemocracia –Kautsky en particular–, para justificar el aislamiento y la estrangulación de la Revolución rusa.

El fracaso de la oleada revolucionaria no fue el reflejo subjetivo de la insuficiencia de condiciones objetivas, sino el resultado de que la madurez de la conciencia no fue lo bastante profunda y rápida para ganarse al proletariado mundial durante el “período de oportunidad” relativamente corto que se abrió en la posguerra con sus dificultades contingentes, y esto sin tener en cuenta las dificultades específicas de la revolución proletaria con respecto a las revoluciones de las clases anteriores.

La época de revolución social, que resulta para el materialismo histórico de la maduración de los elementos de la sociedad nueva, es anunciada por el desarrollo de aquellas “formas ideológicas en las que toman conciencia los hombres de ese conflicto y lo llevan a cabo” (Marx, Prólogo a la Crítica de la economía política).

La Internacional comunista no era, como parece decir el compañero, una aberración precoz. En realidad, no hizo sino ponerse a la altura de los acontecimientos. Fue la expresión de la búsqueda de una solución al capitalismo ante la maduración de las condiciones objetivas. Afirmar que era inevitable su fracaso es transformar el materialismo histórico en una receta fatalista y mecánica, cuando es una teoría que afirma que “son los hombres quienes hacen la historia”.

1917-23: el capitalismo mundial merece su muerte

En 1914, ya habían madurado en la vieja sociedad los elementos de la nueva. Sin embargo, ¿se habían desarrollado en aquella todas las fuerzas productivas que era capaz de contener? ¿Se había vuelto el socialismo una necesidad histórica? El compañero responde por la negativa y ve la verificación de su respuesta en el desarrollo progresivo de la Rusia estalinista, en China, en Vietnam y otros países. A su parecer, los bolcheviques pensaban que estaban haciendo la revolución mundial cuando estaban realizando una revolución burguesa.

Ve la prueba de su posición en la industrialización de Rusia y su transición del feudalismo al capitalismo tras 1917, así como también la existencia de “elementos progresistas” en un período de declive creciente.

Para el materialismo histórico, cualquier modo de producción tiene períodos distintos de ascendencia y de declive. Siendo el capitalismo un sistema mundial, contrariamente a los modos de producción feudal, esclavista y asiático que lo precedieron, las condiciones objetivas de la revolución han de analizarse a escala internacional y no en base de tal o cual país que, de por sí, podría dar la ilusión de la posibilidad de un desarrollo progresista.

Si se consideran aparte ciertos períodos o ciertos países en el período de decadencia del capitalismo desde 1914, puede uno cegarse por el crecimiento aparente de un sistema, particularmente cuando se produce en un país subdesarrollado como resultado de la llegada al poder de una camarilla capitalista de Estado.

El capitalismo en su declive se caracteriza por la sobreproducción, contrariamente una vez más a las sociedades que lo precedieron. Mientras el declive de Roma o la decadencia del sistema feudal en Europa se plasmaban en estancamiento, una regresión y un declive de la producción, el capitalismo decadente por su parte sigue desarrollando su producción (aunque a un nivel menor: más o menos un 50 % de baja con respecto al período ascendente) a pesar de ahogar y destruir las fuerzas productivas de la sociedad. No compartimos el error de Trotski que veía un paro absoluto de la producción capitalista en la fase de decadencia del sistema.

El capitalismo no puede desarrollar las fuerzas productivas sino realizando la plusvalía contenida en la masa de mercancías creciente que lanza al mercado mundial.

“… Cuanto más se desarrolla la producción capitalista, más obligada está a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de una extensión creciente del mercado mundial… Ricardo no ve que una mercancía debe transformarse necesariamente en dinero. La demanda de los obreros no puede ser suficiente para ello, puesto que la ganancia procede precisamente del hecho que la demanda por parte de los obreros es menor que el valor de lo que producen y mayor será esa ganancia cuanto relativamente menor sea esa demanda. Tampoco es suficiente la demanda de unos capitalistas de mercancías de otros… Decir que al final los capitalistas pueden solamente intercambiar y consumir mercancías entre ellos, es olvidar la naturaleza de la producción capitalista, y de que lo que se trata es de transformar el capital en valor” (Marx, El Capital, Libro IV, sección II y Libro III, sección I).

Mientras que el capitalismo amplía enormemente las fuerzas productivas –fuerza de trabajo, medios de producción y de consumo–, éstas no existen sino para ser compradas y vendidas puesto que poseen un doble carácter, de valor de uso por un lado y de cambio por el otro. El capitalismo necesita transformar en dinero los frutos de la producción.

Los beneficios del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo sigue siendo entonces para la población algo virtual, una promesa luminosa que siempre parece estar fuera de su alcance, debido al poder adquisitivo limitado. Esta contradicción, que explica la tendencia del capitalismo a la sobreproducción, no conduce más que a crisis periódicas durante la ascendencia del capitalismo y desemboca en una serie de catástrofes en cuanto el capitalismo ya no la puede compensar por la conquista continua de mercados precapitalistas.

La apertura de la época imperialista, en particular con la guerra imperialista generalizada de 1914-18, mostró que el capitalismo había ya alcanzado sus límites, incluso antes de haber eliminado en cada país todos los vestigios de las sociedades precedentes, antes de haber sido capaz de transformar cada productor en trabajador asalariado y de haber introducido la producción a amplia escala en cada rama de industria. La agricultura en Rusia seguía basada en normas precapitalistas, la mayoría de la población eran campesinos y la forma política del régimen todavía no era la de una democracia burguesa sino la del absolutismo feudal. Sin embargo, el mercado mundial ya dominaba la economía rusa y, en San Petersburgo, en Moscú así como en otras grandes ciudades, una cantidad enorme de proletarios ya estaba concentrada en unas cuantas de las mayores unidades industriales de Europa.

El atraso del régimen y de la economía agraria no impidió a Rusia integrarse en la red de las potencias imperialistas, con sus propios intereses y objetivos depredadores. El ascenso al poder político de la burguesía en el gobierno provisional después de Febrero del 17 no provocó el más mínimo cambio en la política imperialista.

El objetivo bolchevique de que la Revolución rusa fuera un punto de partida de la revolución mundial era entonces totalmente realista. El capitalismo ya había alcanzado los límites del desarrollo nacional. No fue el atraso relativo de Rusia lo que causó el fracaso de esta transición sino el de la revolución alemana.

La incapacidad, por parte del régimen soviético, a tomar medidas económicas socialistas tampoco fue debida al retraso de Rusia. La transición hacia un modo socialista de producción sólo podrá iniciarse seriamente, cuando la revolución internacional haya destruido el mercado capitalista mundial.

Si estamos de acuerdo con que es imposible el socialismo en un solo país como con que el nacionalismo no es un paso hacia el socialismo, sigue habiendo la ilusión de que la industrialización tras la victoria de Stalin fue un paso capitalista progresista.

¿Ha olvidado el compañero que esta industrialización no sirvió fundamentalmente más que a la economía de guerra y para preparar la Segunda Guerra mundial? ¿Que la eliminación del campesinado condujo al gulag a millones de personas? En pocas palabras, ¿que las tasas fantásticas de crecimiento de la industria rusa no pudieron realizarse más que a costa de una trampa permanente con la ley del valor, librándose momentáneamente de la sanción del mercado mundial y desarrollando una política artificial de precios?

El desarrollo del capitalismo de Estado, del que Rusia es un ejemplo de los más absurdos, ha sido sin embargo, para cada burguesía nacional en la decadencia capitalista, el medio característico de hacer frente a sus rivales imperialistas actuales y futuros. En el período de decadencia, el promedio de los gastos del Estado en la economía nacional alcanza más o menos el 50 %, cuando en la ascendencia a penas sobrepasaba el 10 %.

En la decadencia del capitalismo, resulta imposible para un país atrasado alcanzar a los países desarrollados, y esto tiene como consecuencia que la accesión a la independencia nacional con respecto a las potencias imperialistas por medio de supuestas revoluciones nacionales no es sino un sueño. Mientras el crecimiento del producto nacional bruto a finales del siglo XIX de los países menos desarrollados era una sexta parte del de los países de capitalismo avanzado, esa proporción en al decadencia es de la decimosexta parte. La consecuencia de esto es que la integración de la población en el trabajo asalariado de forma más rápida que el crecimiento de la población, una de las características de las verdaderas revoluciones burguesas des pasado, no se ha realizado en los países menos desarrollados durante la decadencia del capitalismo. Muy al contrario, cada vez más población es excluida totalmente del proceso de producción([3]).

En el siglo XX, el mundo capitalista como un todo pasa por fluctuaciones periódicas de su crecimiento, que hacen olvidar las crisis del siglo XIX. Las guerras mundiales, en lugar de ser medios para relanzar el crecimiento como así era en el siglo XIX (y comparadas a las de este siglo, parecían escaramuzas) son tan destructoras que conducen a la ruina económica tanto a los países vencidos como a los vencedores.

Nuestro rechazo a la posibilidad de un desarrollo progresista del capitalismo a lo largo del siglo XX no tiene entonces nada que ver con una pretendida “delicadeza” por nuestra parte frente a la “sangre” y al “barro” de las revoluciones burguesas, sino que se basa en el agotamiento económico objetivo del modo de producción capitalista. En la famosa fórmula de Lenin, el periodo de “horror sin fin” es sustituido después de 1914 por “el fin en el horror”.

Los ciclos de crisis, guerra, reconstrucción, nueva crisis del capitalismo a lo largo del siglo XX confirman que todas las fuerzas productivas que ha podido contener ese modo de producción han sido desarrolladas y que ese sistema ya merece la muerte. Es cierto que la decadencia del capitalismo está mucho más avanzada a finales del siglo XX que en su inicio ; ahora ya ha entrado en su fase de descomposición. Pero los compañeros no nos dan la menor prueba para demostrar que la decadencia del capitalismo ha empezado a finales de este siglo que termina, ni el menor argumento para situar un cambio cualitativo de tal importancia a finales más bien que al comienzo de más de dos ciclos de crisis permanente del sistema.

Consecuencias

Al negar que el declive del capitalismo se aplica a toda una época que comienza con la Primera Guerra mundial y en consecuencia se extiende al modo de producción como un todo, se tiende entonces a razonar para la lucha revolucionaria de la clase obrera más bien en base a un sentimiento que a una necesidad histórica.

Negar la necesidad objetiva de la revolución mundial en 1917-23 y considerar como inevitable a la derrota es efectivamente una posición extraña. Pero tiene consecuencias peligrosas puesto que aparta la necesidad imperiosa de sacar lecciones de la derrota de la oleada revolucionaria tanto a nivel político como teórico. Aunque el compañero se identifique con la Izquierda comunista, no utiliza el trabajo de ésta, que consistió en hacer la crítica fundamental de la experiencia revolucionaria, en particular en lo que toca a la cuestión nacional. Aunque niegue hoy cualquier posibilidad de liberación nacional, el compañero lo hace con bases contingentes en lugar de bases históricas. Considerar como desarrollos progresistas a movimientos imperialistas contrarrevolucionarios tales como el maoísmo en China, el estalinismo en Vietnam o en Cuba, contiene el peligro de abandonar las posiciones internacionalistas coherentes.

Como

 

[1] Ese mismo tipo de planteamiento se encuentra casi palabra por palabra en otros corresponsales.

[2] Así demuestra la historia que contrariamente a lo que dice el camarada, jamás una clase ha podido cumplir el destino histórico de otra, precisamente porque las revoluciones no surgen más que cuando todas las posibilidades del viejo sistema y de su clase dominante se han agotado, y cuando la clase revolucionaria portadora de los gérmenes de la nueva sociedad ha pasado un largo período de gestación en la vieja sociedad. Véase nuestro folleto en francés Rusia de 1917, comienzo de la revolución mundial, y en particular la refutación de la teoría de la revolución doble. Ya es suficientemente difícil la vida sin tener que hacer la revolución de otros, y tanto más cuanto la época ya no lo permite.

[3] Véase nuestro folleto La Decadencia del capitalismo y la Revista internacional no 54.

Series: 

Herencia de la Izquierda Comunista: