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Durante varias semanas, el proletariado de Europa ha soportado el frenesí mediático de las consultas electorales. Con su cinismo de costumbre, la burguesía, que controla todos los medios de información, ha sacado provecho de la situación para relegar a un segundo plano los horrores de la barbarie de su sistema. Así, las informaciones sobre Irak, país que se ha ido sumiendo en una ferocidad sin nombre cada día más exterminadora, sobre la hambruna que amenaza a la tercera parte de la población nigerina y tantas y tantas otras situaciones dramáticas del planeta, han cedido el sitio a una exhibición de varias puestas en escena del circo electoral.
Referendos sobre la Constitución europea, organizados por las clases dominantes francesa y holandesa, elecciones legislativas en Gran Bretaña, elecciones en Renania, región más poblada de Alemania, cada vez todas las fuerzas burguesas (partidos de izquierda, de derecha, extrema derecha, izquierdistas, sindicatos) se ponen frenéticas a dirigir la orquesta de la murga electoral.
Dramatizando lo que está en juego en el referéndum europeo (el porvenir de Europa exigiría el “voto popular”), llamando a votar a favor o en contra de la política de austeridad del gobierno de Schröder o a favor o en contra el gobierno de Blair que “ha mentido” sobre los objetivos de la guerra en Irak, la clase dominante, invariablemente, ofrece a los proletarios un desahogo al profundo malestar social.
Gracias a sus patrañeras campañas electorales la clase dominante puede evitar que se acuse al capitalismo, ocultando la quiebra de su modo de producción. Ante un angustiante porvenir, el miedo al desempleo, al hastío de una interminable austeridad y de la precariedad, preocupaciones hoy centrales en los medios obreros, la burguesía usa y abusa de sus citas electorales para destruir la reflexión de los obreros sobre esos problemas, explotando sus ilusiones, todavía muy fuertes en el proletariado, hacia la democracia y el juego electoral.
Negarse a participar en el circo electoral no es algo evidente para el proletariado, pues la mistificación electoral está estrechamente vinculada al corazón mismo de la ideología de la clase dominante, la democracia. Toda la vida social en el capitalismo está organizada por la burguesía en torno al mito del Estado “democrático” (1). Este mito se basa en la mentira de que todos los ciudadanos son “iguales” y “libres” de “escoger”, mediante el voto, a los representantes políticos que desean y el parlamento es presentado como el reflejo de la “voluntad popular” (2). Esta estafa ideológica es difícil de desmontar por la clase obrera, por el hecho de que la mistificación electoral se apoya en parte en algunas verdades que permiten destruir la reflexión sobre si es útil el voto o no lo es. La burguesía se apoya en la historia del movimiento obrero, recordando las luchas heroicas del proletariado por conquistar el derecho de voto, para así desarrollar aquélla su propaganda. Para ello, no vacila en mentir y falsificar los acontecimientos. Los partidos de izquierda y los sindicatos, por ejemplo, no paran de recordar los combates de la clase obrera del pasado por la obtención del sufragio universal. Los trotskistas, aunque relativicen a veces la importancia de las elecciones para el proletariado, no pierden una ocasión de participar en ellas reivindicándose de las posiciones de la IIIª Internacional sobre la “táctica” del “parlamentarismo revolucionario” o la utilización de las elecciones para, pretendidamente, hacer oír la voz de los intereses obreros y defender la política de una izquierda que se pretende “anticapitalista”. En cuanto a los anarquistas, unos participan y otros llaman a la abstención. Ante toda esa confusión ideológica, sobre todo la que pretende apoyarse en la experiencia y en las tradiciones de la clase obrera, es necesario volver a las verdaderas posiciones defendidas por el movimiento obrero y sus organizaciones revolucionarias sobre la cuestión electoral. Y no solo por sí mismas, sino en función de los diferentes períodos de la evolución del capitalismo y de las necesidades de la lucha revolucionaria del proletariado.
La cuestión de las elecciones en el siglo XIX en la fase ascendente del capitalismo
El xix fue el siglo del pleno desarrollo del capitalismo durante el cual la burguesía utiliza el sufragio universal y el Parlamento para luchar contra la nobleza y demás fracciones retrógradas. Como lo subraya Rosa Luxemburg, en 1904, en su texto Socialdemocracia y parlamentarismo:
“El parlamentarismo, lejos de ser un producto absoluto del desarrollo democrático, del progreso de la humanidad y demás lindezas de ese estilo, es, al contrario, una forma histórica determinada de la dominación de clase de la burguesía, es el reverso de esa dominación, de su lucha contra el feudalismo. El parlamentarismo burgués será una forma viva mientras dure el conflicto entre la burguesía y el feudalismo”.
Con el desarrollo del modo de producción capitalista, la burguesía suprimió la servidumbre, extendiendo el salariado para las necesidades de su economía. El Parlamento es el ruedo en el que los diferentes partidos, representantes de los diferentes grupos que existen en la burguesía, se enfrentan para decidir la composición y las orientaciones del gobierno que asume el ejecutivo. El Parlamento es el centro de la vida de la burguesía, pero en ese sistema democrático parlamentario, solo los notables son electores. Los proletarios no tienen derecho a la palabra, ni derecho a organizarse. Con la impulsión de la Iª y después de la IIª Internacional, los obreros van a entablar luchas sociales de gran alcance, sacrificando a menudo sus vidas, por obtener mejoras en sus condiciones de vida (reducción de la jornada laboral, de 14 o 12 horas a 10, prohibición del trabajo infantil y de los trabajos duros para las mujeres). Al ser entonces todavía el capitalismo un sistema en plena expansión, su derrocamiento por la revolución proletaria no estaba al orden del día. Por eso la lucha reivindicativa en el terreno económico mediante los sindicatos y la lucha de sus partidos políticos en el parlamentario permitieron al proletariado arrancar reformas ventajosas en el seno del sistema.
“Esa participación le permitía, a la vez, presionar a favor de esas reformas y utilizar las campañas electorales como medio de propaganda y de agitación en torno al programa proletario y emplear el Parlamento como tribuna para denunciar la ignominia de la política burguesa. Por eso la lucha por el sufragio universal fue durante todo el siglo xix en muchos países una de las ocasiones más importantes de movilización del proletariado” (3).
Fueron estas posiciones defendidas por Marx et Engels a lo largo del período ascendente del capitalismo las que explican su apoyo a la participación del proletariado en las elecciones.
La corriente anarquista, en cambio, se opuso a esa política basada en una visión histórica y un concepto materialista de la historia. El anarquismo se desarrolló en la segunda mitad del siglo xix como expresión de la resistencia de las capas pequeño burguesas (artesanos, comerciantes, pequeños campesinos) al proceso de proletarización que les privaba de su “independencia” social del pasado. La visión de los anarquistas de la “rebelión” contra el capitalismo era puramente idealista y abstracta. No es pues casualidad si una gran parte de los anarquistas, entre ellos Bakunin, figura legendaria de esa corriente, no veía al proletariado como clase revolucionaria, tendiendo a sustituirlo por la noción burguesa de “pueblo”, que engloba a todos cuantos sufren, sea cual sea el lugar que ocupan en las relaciones de producción, sea cual sea su capacidad para organizarse, para ser conscientes de sí mismos como fuerza social. En esta lógica, para el anarquismo, la revolución es posible en cualquier momento y, por lo tanto, toda lucha por reformas es, básicamente, una obstáculo en la perspectiva revolucionaria. Para el marxismo, ese radicalismo de fachada es un ilusorio espejismo de corta duración, pues expresa
“... la incapacidad de los anarquistas para comprender que la revolución proletaria, la lucha directa por el comunismo no estaba al orden del día porque el sistema capitalista no había agotado todavía su misión histórica, y que para el proletariado era todavía necesaria su consolidación como clase, para arrancarle a la burguesía todas las reformas a su alcance para así fortalecerse para la lucha revolucionaria del futuro. En un período en que el Parlamento era un verdadero espacio de lucha entre fracciones de la burguesía, el proletariado tenía los medios de entrar en él sin tener que subordinarse a la clase dominante; esta estrategia se volvió imposible con la entrada del capitalismo en su fase decadente, totalitaria” (4).
La cuestión de las elecciones en el siglo xx, en la fase de decadencia del capitalismo
Con la entrada en el siglo xx, el capitalismo terminó su conquista del mundo y, al chocar con los límites de su expansión geográfica, se encontró también con los límites objetivos de los mercados y de las salidas a su producción. Las relaciones de producción capitalistas se transforman en trabas para el desarrollo de las fuerza productivas. El capitalismo, como un todo, entra entonces en un período de crisis y de guerras a escala mundial (5).
Semejante trastorno, sin precedentes en la vida del capitalismo, va a provocar una modificación profunda en la vida política de la burguesía, en el funcionamiento de su aparato de Estado y en las condiciones y medios de lucha del proletariado. El papel del Estado se vuelve preponderante, pues solo él puede asegurar “el orden”, mantener la cohesión de una sociedad capitalista desgarrada por sus contradicciones. Es cada más evidente que los partidos burgueses acaban siendo instrumentos del Estado encargados de hacer aceptar la política de éste. Así, las exigencias de la Primera Guerra mundial y el interés nacional prohíben el debate democrático en el Parlamento, imponiendo una disciplina absoluta a todas las fracciones de la burguesía nacional. Y, después, esa situación se mantendrá y se reforzará. El poder político tenderá a desplazarse del legislativo al ejecutivo, y el Parlamento burgués acabará siendo una cáscara vacía sin prácticamente ningún poder decisorio. Fue esta realidad la que va a definir claramente la Internacional comunista en 1920, con ocasión de su IIº Congreso:
“La actitud de la IIIª Internacional hacia el parlamentarismo no viene determinada por una nueva doctrina, sino por el cambio de función del propio Parlamento. En la época anterior, el Parlamento como instrumento del capitalismo en vías de desarrollo, trabajó, en cierta manera, por el progreso histórico. En cambio, en las condiciones actuales, en esta época de barbarie imperialista, el Parlamento se ha convertido en instrumento de la mentira, de la engañifa, de la violencia y a la vez en una exasperante jaula de cotorras... Hoy, el Parlamento no podrá ser en ningún caso, para los comunistas, el teatro de una lucha por reformas y la mejora del vivir de la clase obrera, como así fue en el pasado. El centro de gravedad de la vida política se ha desplazado fuera del Parlamento, y eso de una manera definitiva” (6).
Desde entonces, imposible para la burguesía otorgar, sea cual sea el ámbito, económico o político, reformas reales y duraderas en las condiciones de vida de la clase obrera. Lo que la burguesía impone al proletariado es lo contrario: cada día más sacrificios, más miseria, explotación y barbarie. Los revolucionarios son entonces unánimes en reconocer que el capitalismo había alcanzado sus límites históricos y había entrado en su período de declive, de decadencia como quedó patente con el estallido de la Primera Guerra mundial. La alternativa ha sido desde entonces: socialismo o barbarie. La era de reformas quedaba definitivamente cerrada y los obreros ya nada podrían conquistar en el terreno electoral.
Va a desarrollarse, sin embargo, un debate central durante los años 1920 en la Internacional comunista sobre la posibilidad, defendida por Lenin y el partido bolchevique, de utilizar la táctica del “parlamentarismo revolucionario”. Ante la cantidad de problemas que planteaba la entrada del capitalismo en su período de decadencia, el pasado seguía pesando en la clase obrera y sus organizaciones.
La guerra imperialista, la revolución proletaria en Rusia y después el reflujo de la oleada de luchas proletarias a nivel mundial a partir de 1920, llevaron a Lenin y sus camaradas a creer que podría destruirse el Parlamento desde dentro, y utilizar la tribuna parlamentaria de manera revolucionaria, como lo había hecho Karl Liebknecht en el Parlamento alemán para denunciar la participación en la Primera Guerra mundial. De hecho, esa “táctica” errónea va a llevar a la IIIª Internacional hacia compromisos cada vez mayores con la clase dominante. Además, el aislamiento de la revolución rusa, la imposibilidad de su extensión hacia el resto de Europa tras el aplastamiento de la revolución en Alemania, van a llevar a los bolcheviques y a la Internacional, y, al cabo, a todos los partidos comunistas, hacia un oportunismo desenfrenado. Y será este oportunismo el que acabará arrastrándolos hasta poner en entredicho las posiciones revolucionarias del Primero y el 2º congresos de la Internacional comunista para acabar hundiéndose en la degeneración en los congresos posteriores, hasta la traición y el ascenso del estalinismo, punta de lanza de la contrarrevolución triunfante (7).
Fue contra esa degeneración, contra ese abandono de los principios proletarios contra lo que se rebelaron las fracciones más a la izquierda en los partidos comunistas. La Izquierda italiana, para empezar, con Bordiga a su cabeza, el cual, ya antes de 1918, preconizaba el rechazo de la acción electoral. Conocida primero como “Fracción comunista abstencionista”, se constituyó formalmente tras el congreso de Bolonia de octubre de 1919. En una carta enviada de Nápoles a Moscú, la Fracción afirmaba que un verdadero partido que se adhería a la Internacional comunista, sólo podría crearse con bases antiparlamentaristas (8). Las izquierdas alemana y holandesa desarrollarán a su vez la crítica del parlamentarismo, sistematizándola. Antón Pannekoek denuncia claramente la posibilidad de utilizar el Parlamento para los revolucionarios, pues semejante táctica solo podría llevarlos a hacer compromisos y concesiones a la ideología dominante. Sólo servía para inyectar una falsa vitalidad a esas instituciones moribundas, para incrementar la pasividad de los trabajadores cuando lo que necesita la revolución, para echar abajo al capitalismo e instaurar la sociedad comunista es la participación activa y consciente del proletariado entero.
En los años 1930, la Izquierda italiana, en su revista Bilan, mostrará de manera concreta cómo fueron desviadas las luchas de los proletarios españoles y franceses hacia el terreno electoral. Bilan afirmaba con razón que fue la “táctica” de los frentes populares en 1936 lo que permitió alistar al proletariado como carne de cañón en la IIª Guerra imperialista. Al terminar aquel espantoso holocausto, la Izquierda comunista de Francia publica la revista Internationalisme (de la que la CCI procede), y denunciará con claridad la “táctica” del parlamentarismo revolucionario:
“La política del parlamentarismo revolucionario fue de una gran ayuda en el proceso de corrupción de los partidos de la IIIª Internacional y las fracciones parlamentarias sirvieron de fortaleza al oportunismo, tanto en los partidos de la IIIª como, antaño, en los de la IIª Internacional. La verdad es que el proletariado no puede utilizar para su lucha emancipadora “el medio de lucha política” propio de la burguesía y destinado a someterlo… El parlamentarismo revolucionario como actividad real no existió nunca por la sencilla razón de que la acción revolucionaria del proletariado, cuando esa situación se presenta ante él, exige la movilización de clase en un plano fuera del capitalismo, y no la toma de posiciones en el interior de la sociedad capitalista” (9).
Desde entonces, el antiparlamentarismo, la no participación en las elecciones, es una frontera de clase entre organizaciones proletarias y organizaciones burguesas. En esas condiciones, desde hace más de 80 años, las elecciones han sido utilizadas, a escala mundial, por todos los gobiernos, sea cual sea su color político, para desviar el descontento obrero hacia un terreno estéril y prestigiar el mito de la “democracia”. No es además casualidad si, hoy, contrariamente al siglo xix, los Estados “democráticos” llevan a cabo una lucha sin cuartel contra el abstencionismo y la desafección hacia los partidos, pues la participación de los obreros en las elecciones es esencial para perpetuar las ilusiones democráticas. Eso es precisamente lo que, de manera flagrante, han ilustrado las recientes elecciones en Europa. En ese plano, éstas han sido un “ejemplo paradigmático”.
Las elecciones no son sino una mistificación y la “Europa social” una patraña
En contra de la propaganda indigesta que nos ha presentado la victoria del “No” a la Constitución europea, tanto en Francia como en Holanda, como una “victoria del pueblo”, dando a entender que serían las urnas las que gobiernan, hay que afirmar una vez más que las elecciones son una mascarada. Cierto que puede haber divergencias en el seno de las diferentes fracciones que componen el Estado burgués sobre cómo defender mejor los intereses del capital nacional, pero, básicamente, la burguesía organiza y controla el circo electoral para que el resultado sea conforme a sus necesidades de clase dominante. Por eso y para eso, el Estado capitalista organiza, planifica, manipula y utiliza unos medios de comunicación a sus órdenes. Puede haber, sin embargo, “accidentes”, como ocurre a menudo en Francia (hoy con la victoria del No en el referéndum, en 2002 con el partido de extrema derecha Frente Nacional en segunda posición en las elecciones presidenciales, en 1997 con la victoria de la izquierda en las legislativas anticipadas o, en 1981, con la de Mitterrand en las presidenciales), pero no tienen evidentemente nada que ver con no se sabe qué puesta en entredicho, por mínima que sea, del orden capitalista. Esa dificultad de la burguesía francesa para que las urnas digan lo que de ellas espera, revela una debilidad histórica y un arcaísmo de su aparato político (10), que no existen en países como Alemania o Gran Bretaña (11).
Esa debilidad no significa ni mucho menos que el proletariado pueda sacar provecho de ella para imponer otra orientación a la política de la burguesía. En efecto (y es algo que cada proletario podrá comprobar de su propia experiencia participativa en la mascarada electoral), desde finales de los años 1920 hasta hoy, sea cual sea el resultado de las elecciones, salga la derecha o la izquierda victoriosa de las urnas, es, al fin y al cabo, la misma política antiobrera la que se acaba aplicando.
Dicho de otra manera, el Estado “democrático” se las arregla siempre para defender los intereses de la clase dominante y del capital nacional, independientemente de las consultas electorales organizadas con cadencias aceleradas (12).
La focalización orquestada por la burguesía europea en torno al referéndum sobre la Constitución logró captar la atención de los obreros y persuadirles de que la construcción de Europa estaba en juego para su propio porvenir y el de sus hijos. ¡Vaya cuento! Nada más falso. Lo que se jugaba a través de la adopción de la nueva Constitución, era, para la clase dominante de los Estados fundadores de Europa, en el contexto de la ampliación a 25 países miembros, la capacidad para ejercer en el seno de las instituciones europeas una influencia equivalente a la que poseían antes del ingreso de los nuevos Estados miembros, pues el peso relativo de cada uno de ellos ha ido disminuyendo.
La clase obrera no tiene por qué tomar partido en las luchas de influencia entre fracciones de la burguesía. En realidad, esa Constitución europea lo único que hacía era asentar una política ya implantada hoy, una política ajena, de todas maneras, a los intereses de la clase obrera. La clase obrera seguirá estando tan explotada con el “No” como con el “Sí”.
La clase obrera debe rechazar tanto la ilusión de poder utilizar el Parlamento nacional en su lucha contra la explotación capitalista como la de creer que podría hacerlo en el Parlamento europeo (13).
En ese concierto de hipocresía y falsedad, la palma se la llevan, por un lado, las fuerzas de izquierda que se agruparon para decir No a la Constitución y que pretenden que se podría construir “otra Europa”, más “social” y, por otro, a los populistas de todo pelaje que explotan los miedos, la desesperanza, la incertidumbre sobre el porvenir que hay en la población y en buena parte de la clase obrera. Como en Francia y en Alemania, por ejemplo, en Holanda se ha agravado del desempleo (cuya tasa ha pasado de 2 % en 2003 a 8 % hoy) y se han incrementado los ataques contra la protección social.
Ha sido precisamente contra esos ataques si ha habido en ese país un principio de movilización social importante. El retorno del proletariado al escenario social (14) significa que en su seno se está abriendo camino una reflexión profunda sobre el porqué del desempleo masivo, sobre unos ataques que se repiten sin cesar, sobre el desmantelamiento del sistema de pensiones y de protección social. La política antiobrera de burguesía y la necesaria réplica proletaria contra ella, acabarán por provocar una toma de conciencia creciente en la clase obrera sobre la quiebra histórica del capitalismo. Es precisamente para sabotear ese principio de toma de conciencia si los vendedores de una Europa más “social” se agitan por doquier, pidiendo al Estado capitalista que arbitre el conflicto entre clases sociales antagónicas, exhortando a los obreros a movilizarse contra el liberalismo con el único objetivo de que se sometan más fácilmente a la mentira del Estado “social”, nueva mercancía adulterada tan vendida en fiestas, foros y salones del altermundialismo (15). El objetivo de toda esa propaganda ideológica es recuperar el descontento social para llevarlo hacia el terreno burgués de las urnas. Así, el referéndum en Francia ha sido presentado como un medio de rechazar una política, de expresar el hastío, hasta el punto de que parecía un desahogo para el descontento social que se ha ido acumulando desde hace años y años. Por eso, las fuerzas de izquierda “anticapitalistas” han gritado victoria, convocando ya a los obreros a mantenerse alerta para los próximos comicios electorales en los que “se tratará de transformar, una vez más en las urnas, la victoria del No en el referéndum”. Y esa misma política de desvío del descontento social se ha practicado en Alemania. Aquí a los obreros se les ha ofrecido para expresar su descontento social la posibilidad de sancionar a la coalición de Schröder en las recientes elecciones regionales de Renania.
En la fase decadente de los modos de producción anteriores al capitalismo, una táctica deliberada, perfecta y conscientemente asumida por las clases dominantes, consistía en proporcionar ocasiones a los explotados para que se desahogaran en fiestas de carnaval u otros festejos, en los que todo estaba permitido, o acudiendo a ruedos para contemplar combates hasta la muerte o justas deportivas.
Con la misma finalidad, la burguesía ha normalizado el embrutecimiento mediante competiciones deportivas bien reglamentadas y utiliza el circo electoral para que se desahogue la cólera obrera. No solo ya hunde la burguesía al proletariado en la pauperización total, sino que además lo humilla regalándole “juegos y circo electoral”. ¡El proletariado no debe participar en la fabricación de sus propias cadenas, sino que debe romperlas!
¡Contra el fortalecimiento del Estado capitalista, los obreros deben replicar con su voluntad de destruirlo!
Hoy como ayer, al proletariado no le queda otra alternativa. O se deja arrastrar al terreno electoral, al terreno de los Estados burgueses que organizan su explotación y su opresión, terreno en el que estará obligatoriamente desmembrado y sin fuerzas para resistir a los ataques del capitalismo en crisis. O, al contrario, desarrolla sus luchas colectivas de manera solidaria y unida, para defender sus condiciones de vida. Sólo de esta manera podrá volver a encontrarse con lo que siempre ha sido su fuerza como clase revolucionaria: su unidad y su capacidad para luchar fuera y contra todas las instituciones burguesas (Parlamento y elecciones) para echar abajo el capitalismo. Solo de esa manera podrá edificar, en el futuro, una nueva sociedad librada de la explotación, de la miseria y de las guerras.
La alternativa que hoy se plantea es la misma que la que despejaron las izquierdas marxistas en los años 1920: electoralismo y mistificación de la clase obrera o desarrollo de su conciencia de clase y extensión de las luchas hacia la revolución.
D.
(26/06/2005)
1 Léase nuestro artículo “La mentira del Estado democrático”, Revista Internacional n° 76.
2 Como contribución a la defensa de la democracia burguesa, citemos le Monde diplomatique, voz cantante del movimiento altermundialista, cuyo radicalismo ha acabado pariendo una nueva consigna “revolucionaria”: “Otra Europa es posible” escribe exultante su editorial del mes de junio, titulado “Esperanzas” (por la victoria del No en el referéndum y la movilización de la población). Según ese mensual, esa victoria “ya por sí sola ha sido un inesperado éxito para la democracia” lo que le permite afirmar que “El pueblo ha efectuado su gran retorno…”.
3 Plataforma de la CCI.
4 Leer nuestro artículo “Anarquismo o comunismo” en la Revista internacional n°79.
5 Léase nuestro folleto la Decadencia del capitalismo.
6 Ver La cuestión parlamentaria en la Internacional comunista, Ediciones “Programa comunista” del P.C.I. (Partido comunista internacional).
7 Ver nuestro folleto (en francés) El terror estalinista: un crimen del capitalismo, no del comunismo.
8 Fue de hecho el apoyo implícito de la IC, en el IIº Congreso mundial, a la tendencia intransigente de Bordiga lo que iba a sacar a la Fracción comunista abstencionista de su aislamiento minoritario en el partido. Léase al respecto nuestro libro la Izquierda comunista de Italia.
9 Internationalisme n°36, julio de 1948, reproducido en Revista Internacional n°36.
10 Las debilidades congénitas de la derecha en Francia tienen sus raíces en la historia misma del capitalismo francés, marcado por el peso de la pequeña y mediana empresa, del sector agrícola y del comercio. Ese arcaísmo siempre ha estado presente como una tara, en el aparato político, el cual nunca ha logrado hacer surgir un gran partido de derechas vinculado a la gran industria y las finanzas, como lo está el partido conservador en Gran Bretaña o el partido cristianodemócrata en Alemania. Al contrario, tras la IIª Guerra mundial irrumpe el “gaullismo” (De Gaulle) que va a marcar en profundidad la vida de la burguesía francesa y cuya última escoria es la UMP, partido gobernante en Francia. Para más explicaciones sobre el referéndum en Francia puede leerse la publicación de la CCI en ese país, Révolution internationale n° 357.
11 La reelección de Blair se ha hecho con la anuencia de toda la clase política, incluidos los sindicatos. Ese “socialdemócrata” ha salido reelegido porque ha sido capaz de practicar, tanto en el plano económico como en el imperialista, la política deseada al más alto nivel por el Estado británico. La controversia en torno a las “mentiras” de Blair sobre las armas de destrucción masiva en Irak permitió movilizar al electorado popular dándole la ilusión de que era posible protestar mediante las urnas, lo cual obligaría al jefe laborista a contar con la opinión de su pueblo. De hecho, como se vio cuando se desataron las hostilidades en Irak y hasta hoy, la “democracia” capitalista es perfectamente capaz de absorber la oposición pacifista a la guerra manteniendo el compromiso militar que estima necesario para preservar sus intereses. Para Alemania también, la derrota de Schröder en las elecciones regionales de Renania (1/3 de la población alemana) y la victoria de la CDU corresponden a las necesidades del capital alemán. Esa derrota ha provocado la convocatoria de elecciones anticipadas en otoño, lo que permitirá al nuevo gobierno, gracias a la legitimidad que le dará la “voluntad popular”, proseguir con la política de “reformas”, pues, para el capital alemán, es necesario que prosigan. Si, como es muy probable hoy por hoy, gana la CDU, el SPD podrá hacerse una cura de oposición, pues la coalición rojiverde en el gobierno desde 1998 está muy desprestigiada ante la clase obrera a causa del desempleo masivo (más de 5 millones de personas) y de las medidas de austeridad draconianas resultantes del “Agenda 2010”.
12 Nuestros camaradas de Internationalisme denunciaban con mucha clarividencia en mayo de 1946 en su periódico l’Etincelle (la Chispa), el referéndum en Francia por la Constitución de la IVª Republica : “Para desviar la atención de las masas hambrientas de las causas de sus miserias, el capitalismo monta la escena de la comedia electoral y las divierte con refrendos. Para engañar los retortijones de estómagos vacíos les dan papeletas de voto para que tenga algo que digerir. En lugar de pan, les tiran la “Constitución” para que mordisqueen”.
13 Leer nuestro artículo “La ampliación de la Unión Europea”, Revista internacional n° 112.
14 Leer nuestra “Resolución sobre la situación internacional del XVIº congreso de la CCI” en esta misma Revista.
15 Léase nuestro artículo “Altermundialismo, un trampa ideológica contra el proletariado”, Revista internacional n° 116.