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Rev. Internacional nº 113, 2º trimestre 2003

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La responsabilidad de los revolucionarios ante la guerra

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La guerra siempre ha sido una prueba para la clase obrera y las minorías revolucionarias. Los obreros son los primeros en sufrir las consecuencias de la guerra, pagándola con su misma vida o una explotación feroz. Pero el proletariado sigue siendo en la sociedad la única fuerza capaz de acabar con la barbarie echando abajo al capitalismo que la engendra.

Esta nueva guerra del Golfo y la importante agravación de las tensiones imperialistas que expresa, vienen precisamente a recordar al mundo la amenaza que para la humanidad es, un sistema condenado por la historia y cuya huida ciega en la guerra y el militarismo es la única respuesta a la crisis de su economía.

Denunciar las mistificaciones burguesas

A pesar de que actualmente la clase obrera no posea la capacidad, mediante la lucha revolucionaria, de dar una respuesta al reto que la historia le plantea, es, sin embargo, de la mayor importancia que esta nueva irrupción de la barbarie pueda ser un factor de maduración de su conciencia. Ahora bien, la burguesía lo hace todo para que este conflicto, cuyo carácter imperialista no puede ocultar con pretextos humanitarios o del derecho internacional, no pueda ser aprovechado por el proletariado para desarrollar su conciencia Debe para eso apoyarse, en todos los paises, en su arsenal mediático e ideológico especializado en el lavado de cerebros.

Cualesquiera que sean los intereses imperialistas que oponen a las diversas fracciones nacionales de la burguesía, su propaganda tiene siempre dos temas en común: por un lado, que no es el capitalismo como un todo el responsable de la barbarie guerrera, sino tal o cual Estado en particular, o tal co cual régimen que lo dirige; por otro, que la guerra no es la expresión ineluctable del capitalismo, sino que existen posibilidades de pacificar las relaciones entre naciones.

Como la revolución, la guerra es un momento de la verdad para las organizaciones del proletariado que las obliga a tomar claramente posición en uno u otro campo.

Intervenir en la clase obrera de forma decidida

Ante esta guerra, su preparación y su acompañamiento por parte de la burguesía de un verdadero diluvio de propaganda pacifista, les incumbe a las organizaciones revolucionarias, las únicas en poder defender un verdadero punto de vista clasista, movilizarse para una intervención decidida en su clase. Era su obligación denunciar en voz alta y clara el carácter imperialista de esta guerra –como el de todas las guerras que han devastado a la planeta a lo largo del siglo XX–, defender el internacionalismo proletario, oponer los intereses generales del proletariado a los de cualquier fracción de la burguesía, sea cual sea, rechazar todo apoyo a cualquier unión nacional, subrayar la única perspectiva posible para el proletariado, el desarrollo de la lucha de clases en todos los paises, hasta la revolución.

En lo que a la CCI se refiere, hemos movilizado todas nuestras fuerzas para asumir lo mejor posible la responsabilidad que nos incumbía.

La CCI ha intervenido vendiendo su prensa en las manifestaciones pacifistas que se han multiplicado en todos los países desde el mes de enero, y la importancia de las ventas realizadas en ellas demuestra su determinación en convencer de sus posiciones. En ciertos paises, se han publicado suplementos a la prensa territorial, y se han hecho llamamientos a reuniones públicas extraordinarias. En ciertas ciudades, éstas han permitido que contactos o discusiones se desarrollen con nuevos elementos que hasta entonces no conocían a la CCI.

Al día siguiente de los primeros bombardeos de Irak, la CCI difundió masivamente (en la medida de sus escasas fuerzas) una hoja (que aquí publicamos a continuación) dirigida hacia la clase obrera en los catorce paises en los que tiene una presencia organizada, o sea en cincuenta ciudades de todos los continentes excepto África. En ciertos paises, como India, hubo que traducirlo al hindú y al bengalí. Muchos simpatizantes se han unido a nuestra labor de reparto, permitiendo así su ampliación. De forma más selectiva, la hoja también fue repartida en las manifestaciones pacifistas. Se tradujo al ruso para permitir la intervención en un país en que la CCI no tiene presencia. El mismo día en que empezaron los bombardeos, se difundió en inglés y francés en el sitio internet de la CCI. También podrá ser consultado en dicho sitio en todos los idiomas en que ha sido traducido, incluidas otras lenguas, como el coreano, el persa y el portugués, que se utilizan en paises en donde no está presente la CCI.

Llamar al medio revolucionario a sus responsabilidades

Otras organizaciones revolucionarias de la Izquierda comunista también han intervenido en las manifestaciones pacifistas, especialmente repartiendo hojas. Por su defensa de un internacionalismo intransigente contra la guerra, que no permite la menor concesión a uno u otro campo burgués, se distinguen radicalmente del fárrago izquierdista.

En conformidad con la concepción que tiene de un medio revolucionario precisamente constituido por estas organizaciones, y en conformidad también con la práctica que le es propia desde que existe, la CCI se dirigió a esas organizaciones para una intervención común ante la guerra, precisando, en una carta dirigida a estos grupos, lo que hubiese podido contener esta intervención : “redactar y difundir un documento común de denuncia de la guerra imperialista y de las campañas burguesas que la acompañan” o “realizar reuniones públicas comunes en las que cada grupo podrá defender tanto las posiciones comunes que nos unen como los análisis específicos que nos diferencian”.

Publicamos aquí el contenido de nuestro llamamiento, así como un primer análisis de las respuestas que se nos han hecho, todas negativas. Esta situación ilustra que el medio revolucionario como un todo no está a la altura de las responsabilidades que le incumben, ante la actual situación bélica pero también, y esto es lo más grave, frente a la perspectiva del necesario reagrupamiento de los revolucionarios con vistas a la constitución del futuro partido de clase del proletariado internacional.

CCI

Vida de la CCI: 

  • Intervenciones [1]

Noticias y actualidad: 

  • Irak [2]

¿Es posible una acción común de la Izquierda Comunista contra la guerra?

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Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra y respuestas a nuestro llamamiento

 A continuación publicamos dos cartas que enviamosa las organizaciones de la Izquierda comunista, proponiéndoles unas modalidades para una intervención común frente a la guerra. Al no haber recibido la menor respuesta por parte de estas organizaciones a nuestra primera carta, acordamos mandar una segunda con nuevas propuestas, más modestas y a nuestro parecer más fácilmente aceptables por ellas. Entre todas las organizaciones a quienes mandamos nuestro llamamiento (Buró internacional para el Partido revolucionario –BIPR–, Partito comunista internazionale –Il Comunista, le Prolétaire–, Partito comunista internazionale –Il Partito comunista–, Partito comunista internazionale –Il Programa comunista), sólo se dignaron contestarnos el BIPR y el PCI-le Prolétaire. Esto dice mucho sobre la autosuficiencia de las demás organizaciones.

 Nuestra carta del 11 de febrero

Camaradas,

El mundo está encaminándose hacia una nueva guerra con consecuencias trágicas: matanzas de poblaciones civiles y de proletarios en uniforme iraquí, intensificación de la explotación de los proletarios de los paises “democráticos” que van a ser los primeros en pagar el enorme incremento de los gastos militares de sus gobiernos... De hecho, esta nueva guerra del Golfo, cuyos objetivos son mucho más ambiciosos que los de la guerra del 91, amenaza con dejar a ésta muy por detrás tanto desde el punto de vista de las matanzas y sufrimientos que va provocar como del crecimiento de la inestabilidad que va acarrear en toda esta área de Oriente Medio, ya tan afectada por los conflictos imperialistas.

Como cada vez que se preparan las guerras, asistimos hoy a un brutal desencadenamiento de campañas de mentiras, cuyo objetivo es hacer aceptar a los explotados los nuevos crímenes que se disponde a cometer el capitalismo. Por un lado, se justifica la guerra en preparación, presentándola como una “necesidad para impedir a un dictador sanguinario que amenace la seguridad del mundo con sus armas de destrucción masiva”. Por el otro, se pretende que “la guerra no es inevitable y que hay que apoyarse en la acción de Naciones Unidas”. Saben perfectamente los comunistas lo que valen semejantes discursos: los principales poseedores de armas de destrucción masiva son precisamente aquellos paises que pretenden hoy garantizar la seguridad del planeta, cuyos dirigentes jamás han vacilado en utilizarlas cuando lo consideraban necesario para la defensa de sus intereses imperialistas. En cuanto a los Estados que hoy llaman a “la paz”, también sabemos perfectamente que no lo hacen sino para defender sus propios intereses imperialistas amenazados por las ambiciones de Estados Unidos, y que tampoco vacilarán mañana en desencadenar matanzas si lo exigen sus intereses. Los comunistas también saben que no hay nada que esperar de esa “ guarida de bandoleros” (como llamaba Lenin a la Sociedad de Naciones) llamada Organización de las Naciones Unidas sucesora de aquella.

Junto a estas campañas organizadas por los gobiernos y los media a sus órdenes, también vemos desarrollase unas campañas pacifistas sin precedente, sobre todo bajo la batuta de los movimientos antimundialización, mucho más masivas y ruidosas que las del 90-91 cuando la primera guerra del Golfo o que las del 99 cuando los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia.

La guerra siempre ha sido una cuestión central para el proletariado y las organizaciones que defienden los intereses de clase y la perspectiva histórica del derrocamiento del capitalismo. Las corrientes que tomaron una posición clara al respecto cuando las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, rotundamente internacionalista, fueron las mismas que se pusieron en la vanguardia de la Revolución de Octubre en 1917, de la oleada revolucionaria internacional y de la fundación de la Internacional comunista. La historia también demostró claramente durante aquel período que el proletariado es la única fuerza que puede realmente oponerse a la guerra imperialista, no alineándose tras las ilusiones pacifistas y democráticas pequeñoburguesas, sino entablando el combate en su propio terreno de clase contra el capitalismo como un todo y contra las mentiras pacifistas. En este sentido, la historia también nos ha enseñado que la denuncia por parte de las organizaciones comunistas de la matanza imperialista y de cualquier manifestación de chovinismo también ha de estar acompañada por la denuncia del pacifismo.

Fueron las Izquierdas de la IIª Internacional (y en particular los bolcheviques) quienes defendieron con la mayor claridad la verdadera posición inter­nacionalista cuando la primera carnicería imperialista. Y le incumbió a la Iz­quierda comunista de la IC (en particular la Izquierda italiana) el papel de defender la posición internacionalista contra las traiciones de los partidos de la IC, frente a la Segunda Guerra mundial.

Cara a la guerra que se está preparando y a todas las campañas de mentiras que se están hoy desencadenando, está claro que solo las organizaciones vinculadas a la corriente histórica de la Izquierda comunista son realmente capaces de defender una verdadera posición internacionalista.

1)  La guerra imperialista no es el resultado de una política “mala” o “criminal” de tal o cual gobierno en particular, o de tal o cual sector de la clase dominante; el capitalismo como un todo es el responsable de la guerra imperialista.

2)  En este sentido, frente a la guerra imperialista, la posición del proletariado y de los comunistas no puede en ningún momento ser la de alinearse, aunque sea de forma “crítica”, a una u otra de las fuerzas en conflicto; concretamente, denunciar la ofensiva norteamericana en Irak no significa de ningún modo apoyar a éste o a su burguesía.

3)  La única posición conforme a los intereses del proletariado es la lucha contra el capitalismo como un todo y, por lo tanto, contra todos los sectores de la burguesía mundial, con la perspectiva, no de un “capitalismo pacífico”, sino del derrocamiento del sistema y la instauración de la dictadura del proletariado.

4)  En el mejor de los casos, el pacifismo no es sino una ilusión pequeñoburguesa que tiende a desviar al proletariado de su estricto terreno de clase; lo más a menudo, no es sino un instrumento cínicamente utilizado por la burguesía para arrastrar a los proletarios hacia la guerra imperialista en defensa de los sectores “pacifistas” y “democráticos” de la clase dominante. En este sentido, la defensa de la posición internacionalista proletaria es inseparable de la denuncia sin concesión alguna del pacifismo.

Más allá de las divergencias existentes entre ellos, los actuales grupos de la Izquierda comunista comparten todas estas posiciones fundamentales. La CCI es consciente de esas divergencias y no intenta callarlas. Al contrario, siempre se ha esforzado en su prensa en señalar los desacuerdos que tiene con los demás grupos y luchar contra los análisis que considera falsos. Dicho esto, y conforme con la actitud de los bolcheviques en 1915 en Zimmerwald como con la de la Izquierda italiana en los años 30, la CCI considera que incumbe a los verdaderos comunistas la responsabilidad de presentar al conjunto de la clase las posiciones fundamentales del internacionalismo de la forma más amplia posible. Según nosotros, esto supone que los grupos de la Izquierda comunista no se conformen con su intervención propia aislada de los demás, sino que se asocien para expresar en común sus posiciones comunes. La CCI considera que una intervención común de los diferentes grupos de la Izquierda comunista tendría un impacto político en la clase obrera mucho más allá que la simple suma de sus fuerzas respectivas, que ya sabemos todos, son muy débiles actualmente. Por estas razones, la CCI propone a los grupos citados reunirse para discutir juntos de los medios posibles que permitirían a la Izquierda comunista hablar con una sola voz en favor de la defensa del internacionalismo proletario, sin prejuzgar o cuestionar la intervención específica de cada uno de los grupos. Concretamente, la CCI propone a los grupos citados:

–  redactar y difundir un documento común de denuncia de la guerra imperialista y de las campañas burguesas que la acompañan;

–  organizar reuniones públicas comunes en las que cada grupo podrá defender tanto las posiciones comunes que nos unen como los análisis específicos que nos distinguen.

Claro está, la CCI está dispuesta a cualquier otra iniciativa que permita difundir las posiciones internacionalistas.

En marzo de 1999, la CCI ya mandó un llamamiento de este tipo a estas organizaciones. Desgraciadamente, ninguna contestó favorablemente y ésta es la razón por la que consideramos inútil repetir el llamamiento cuando la guerra en Afganistán en 2001. Si hoy lanzamos de nuevo este llamamiento, es porque pensamos que todos los grupos de la Izquierda comunista, conscientes de la terrible gravedad de la situación actual y de la excepcional amplitud de las engañosas campañas pacifistas, tendrán empeño en hacerlo todo para que se haga oir lo mejor posible la posición internacionalista.

Os pedimos que nos mandéis cuanto antes vuestra respuesta a esta carta, mandándola a las señas precisadas en el membrete. Para ganar tiempo, también os proponemos que mandéis una copia a las señas de nuestras secciones territoriales más cercanas de vuestra organización o a militantes de la CCI que conozcáis.

Con nuestros saludos comunistas.

Nuestra carta del 24 de marzo

Camaradas,

(...) Con toda evidencia, se puede suponer que consideráis que la adopción por parte de diversos grupos de la Izquierda comunista de un documento común que denuncie la guerra imperialista y las campañas pacifistas puede sembrar confusión y ocultar las divergencias existentes entre nuestras organizaciones. Ya sabéis que no es ésa nuestra opinión pero no vamos a intentar aquí convenceros. El objetivo esencial de esta carta es haceros la siguiente propuesta: organizar reuniones públicas en las que cada una de las organizaciones de la Izquierda comunista representadas, bajo su responsabilidad exclusiva, haría su propia presentación y aportaría sus propios argumentos a la discusión. Esta propuesta responde a vuestra preocupación de que no se confundan nuestra posiciones respectivas, y que sea imposible cualquier amalgama entre nuestras organizaciones. Esta fórmula permitiría a su vez hacer público con el máximo impacto (a pesar de que sea muy modesto) el hecho de que, contra las diversas posiciones burguesas (sean éstas favorables a un apoyo a tal o cual campo militar en nombre de la “democracia” o del “anti-imperialismo”, o se presenten como “pacifistas” en nombre de los “derechos de la ley internacional” u otras zarandajas) existe una posición internacionalista, proletaria y revolucionaria, que solo son capaces de defender los grupos vinculados a la Izquierda internacional. Y esta fórmula permitiría que un máximo de elementos que se van interesando por las posiciones de la Izquierda comunista puedan encontrarse y discutir entre ellos, así como con las organizaciones que defienden estas posiciones, y también podrían entonces profundizar lo más claramente posible los desacuerdos que las distinguen.

Para que las cosas queden claras: esta propuesta no tiene, ni mucho menos, el objetivo de que la CCI pueda ampliar sus auditorio al darse la oportunidad de tomar la palabra ante elementos que habitualmente frecuentan las reuniones públicas o permanencias de vuestras organizaciones. Como prueba de lo que decimos, hacemos la siguiente propuesta: las reuniones públicas que ha previsto hacer la CCI durante este período y que se dedicarán evidentemente a la cuestión de la guerra y de la actitud del proletariado al respecto, podrán ser transformadas, si estáis de acuerdo, en reuniones públicas del tipo de las que proponemos. Este tipo de fórmula es particularmente realizable en ciudades o paises en que hay militantes de organizaciones diferentes. Pero nuestra propuesta también se aplica a otras ciudades y otros paises: concretamente, sería con la mayor satisfacción si pudiéramos organizar, por ejemplo, una reunión pública común en Colonia o en Zurich con la presencia de militantes de la Izquierda comunista que viven en Inglaterra, Francia o Italia. Estamos naturalmente dispuestos a alojar a militantes de vuestra organización que participaran en estas reuniónes públicas así como a traducir, si es necesario, las presentaciones y sus intervenciones.

Si esta propuesta os conviene, rogamos que contestéis cuanto antes (eventualmente por Internet a las señas indicadas abajo) para que podamos tomar las disposiciones necesarias. En cualquier caso, hasta si rechazáis nuestra propuesta (lo que naturalmente lamentaríamos), vuestra organización y sus militantes están cordialmente invitados a participar a nuestras reuniones públicas, para defender sus posiciones.

Esperando vuestra respuesta, os mandamos nuestros saludos comunistas e internacionalistas (...).

La respuesta del BIPR del 28 de marzo

Estimados camaradas,

Hemos recibido vuestro “llamamiento” para la unidad de acción contra la guerra. Estamos en la obligación de rechazarlo por razones que ya deberéis conocer y que vamos a resumir.

Si casi treinta años después de la primera Conferencia de la Izquierda comunista, no solo no se han reducido las divergencias entre nosotros y la CCI sino que han aumentado, y que al mismo tiempo la CCI ha sufrido las escisiones que conocemos, esto significa - y está claro para cualquiera que observe el fenómeno en su esencia - que la CCI no puede ser considerada por nuestra parte como un interlocutor aceptable para definir una forma de unidad de acción.

No es posible “unir” a quienes consideran que un peligro gravísimo amenaza a una clase obrera que ha sufrido sin casi reaccionar ataques brutales contra su nivel de vida, el empleo y las condiciones laborales y que corre ahora el riesgo de ser encadenada al carro de la guerra con quienes –como la CCI– consideran que la guerra no se ha declarado todavía porque... la clase obrera no está derrotada y, por lo tanto, impide la guerra. ¿Qué podríamos decir juntos? Resulta evidente que los principios generales enunciados en el llamamiento no bastan para resolver la enormidad del problema.

Por otro lado, la unidad de acción –contra la guerra como sobre cualquier otro problema– puede realizarse sin confusiones entre interlocutores políticos definidos e identificables y que comparten posiciones políticas que consideran esenciales en común. Ya hemos visto que sobre un punto que consideramos esencial existen posiciones antitéticas, pero independientemente de las posibilidades o no de convergencias políticas futuras, es esencial que la hipotética unidad de acción organizada entre tendencias políticas diferentes vea la tendencia de todas los componentes en las que tales tendencias se entienden o se dividen. Esto significa que no tiene sentido la unidad de acción entre partes de diferentes corrientes políticas cuando las demás... partes quedan fuera, claro está con una actitud crítica y antagónica.

Bueno, pues vosotros (la CCI) formáis parte de una tendencia política que se reparte ahora en varios grupos que se reivindican todos de la ortodoxia de la CCI, como lo hacen todos los grupos bordiguistas a los que os dirigís, aparte de nosotros.

Todo lo que decís en vuestro “Llamamiento” en cuanto a cerrar las filas revolucionarias frente a la guerra tendría que aplicarse ante todo en vuestra propia tendencia, como así podría serlo en las tendencias bordiguistas.

Francamente, sería más serio que tal llamamiento se hiciera justamente a la FICCI o a la ex-FECCI, como sería igualmente responsable que Programa comunista o Il Comunista-Le Prolétaire hagan juntos un llamamiento similar a los numerosos demás grupos bodiguistas del mundo. ¿Por qué sería más responsable? Porque sería un intento de invertir la ridícula - cuando no dramática - tendencia a dividirse siempre más, a medida que van creciendo las contradicciones del capitalismo y los problemas que ello plantea a la clase obrera.

Pero es ahora evidente que en ambos casos, esta tendencia dramática ridícula caracteriza a ambas corrientes.

No es por casualidad, y volvemos a la otra cuestión esencial. La posición teórica y el método, las posiciones políticas, la concepción de la organización de la CCI (como la de Programa comunista en sus orígenes) tienen de toda evidencia... defectos, si sobre esa base se producen quiebras y escisiones cada vez que se exacerban los problemas del capitalismo y las relaciones entre las clases.

Si 60 años tras la creación del PC Internacionalista en Italia y 58 años después del final de la Segunda Guerra mundial se siguen dividiendo dos de las tres tendencias presentes en la Izquierda comunista, es que habrá una razón.

Insistimos: no se trata de una ausencia de crecimiento o de una carencia de arraigo en la clase obrera; ambas dependen de la enorme dificultad que tiene la clase para salir de la derrota histórica de la contrarrevolución estalinista. Aquí planteamos, por lo contrario, el problema de la fragmentación de estas tendencias políticas en una constelación de grupos que se reivindican todos de la ortodoxia. Las causas están –como hemos tenido ocasión de defenderlo en varias ocasiones– en la debilidad... de la ortodoxia, y, por lo tanto, en su incapacidad en entender y explicar la dinámica del capitalismo y elaborar las orientaciones políticas que corresponden. En conclusión, nos parece que el objetivo de recomponer la Izquierda comunista en un marco político unitario se ha vuelto inalcanzable, debido a que dos de sus componentes expresan una impotencia evidente para explicar los acontecimientos en términos coherentes con la realidad y, debido a esta impotencia, no logran más que dividirse siempre más.

Esto no significa evidentemente, por nuestra parte, un encierro en nosotros mismos y –de la misma forma como ya hemos sabido tomar las iniciativas adecuadas para romper el aislamiento durante los lejanos años 76 y lanzar una dinámica de debate en el campo político proletario– intentaremos hoy tomar iniciativas adecuadas para romper el viejo marco político, bloqueado ahora, y renovar la tradición revolucionaria e internacionalista en un nuevo proceso de arraigo en la clase.

La respuesta del PCI-le Prolétaire del 29 de marzo

Camaradas,

Hemos recibido vuestra carta del 24 de marzo, que también contenía vuestra carta precedente del 11 de febrero. Ya hemos tenido oralmente ocasión de contestar a la propuesta contenida en ellas durante una reunión de lectores y también lo haremos en las páginas de Le Prolétaire. Aunque parezca que abandonéis la idea de un texto común, vuestra nueva propuesta sigue el mismo frentismo político y no puede recibir más que una respuesta negativa por nuestra parte.

Con nuestros saludos comunistas,

Toma de posición sobre las respuestas

 No es la primera vez que la CCI hace un llamamiento a los gruposdel medio Político Proletario para una intervención común antela aceleración de la situación mundial. Como nuestra carta lo recuerda, ya hicimos un llamamiento así en marzo de 1999 anteel desencadenamiento de la barbarie bélica en Kosovo. Lo esencialde la argumentación que defendimos entonces en los artículos publicados sobre las respuestas negativas que ese llamamiento había suscitado (1) sigue estando perfectamente adaptado a la situación actual. Sin embargo, si nos parece necesario tomar brevemente postura sobre las respuestas negativas que hemos recibido es para dejar constancia de una actitud política que es, a nuestro entender, perjudicial paralos intereses históricos del proletariado. Es evidente que habremos de volver de modo más exhaustivo sobre este tema en próximos artículos. El PCInt (le Prolétaire), por su parte, ha anunciado también en su carta que iba a hacer lo mismo en su prensa.

Nos limitaremos, pues, aquí a considerar los argumentos dados por ambos grupos en su rechazo a nuestras dos propuestas: la difusión de un documento contra la guerra basado en nuestras posiciones internacionalistas comunes, y la organización de reuniones que permitieran a la vez realizar una denuncia común de la guerra y confrontar nuestras divergencias.

El PCInt y su mínimo denominador

La breve carta del PCInt (Le Prolétaire) considera que nuestro llamamiento es “frentismo”. Esta respuesta es la misma que se nos dio oralmente en una permanencia del PCInt en Aix-en-Provence (Sur de Francia) el 1º de marzo, en donde también se nos dijo que el método de la CCI era buscar el “mínimo común denominador” entre las organizaciones. Por lo demás, esos argumentos de lo más somero son coherentes con otros, más desarrollados sin por ello ser más convincentes, propuestos por el PCInt en una polémica contra nosotros en le Prolétaire nº 465. Ésta nos permite abordar brevemente las ideas organizativas del PCInt.

Hay que decir de entrada que este artículo es un paso adelante comparado con la actitud del PCInt en los años 70 y 80. Entonces solíamos confrontarnos a una organización que se consideraba ya como “el partido compacto y potente” y única guía de la revolución proletaria cuyo único programa debía ser el “invariable” de… 1848, ahora el PCInt nos dice:

“Lejos de nosotros creernos ‘los únicos en el mundo’, defendemos, al contrario, la necesidad de la crítica programática intransigente y de la lucha política contra las posiciones que consideramos falsas y las organizaciones que las defienden”

Le Prolétaire parece creer que nosotros queremos atraer a gente para ir hacia la formación del partido basándonos en el mínimo común denominador. A esto le opone él un método que considera que todas las demás organizaciones y sus posiciones deben combatirse por igual, o sea sin hacer la menor distinción entre las que mantienen posiciones internacionalistas y las trotskistas y estalinistas que abandonaron hace ya mucho tiempo el terreno de la clase obrera con su apoyo más o menos explícito a uno u otro campo en la guerra imperialista. Un método así sólo puede llevar a pensar que la de uno es la única organización que defiende el programa de la clase obrera y que, por lo tanto, es la única base para construir el partido y, al fin y al cabo del análisis, actuar como si uno fuera el único en el mundo en la defensa de las posiciones de clase.

El PCInt constata igualmente que la situación de hoy no tienen nada que ver con la de Zimmerwald y de Kienthal, considerando que nuestra referencia a los principios de Zimmerwald no es válida pues se basaría en una comparación abusiva. Lo cual significa que no ha entendido nada –o no quiere entender- de nuestra propuesta.

No es necesario ser marxista para comprobar que la situación actual no es idéntica a la de 1917, ni siquiera a la de 1915, año de Zimmerwald. Sin em­bargo, sí existen rasgos significativos comunes entre esos dos períodos: la guerra imperialista está presente en el proscenio de la historia, lo cual implica para los elementos más avanzados de la clase obrera que una cuestión es prioritaria sobre las demás: la del internacionalismo contra esa guerra. Es responsabilidad de esos elementos el hacer oír su voz contra el cenagal de la propaganda y de la ideología burguesas. Hablar de “frentismo” y de “mínimo común denominador”, no sólo impide que salgan a la luz las divergencias entre internacionalistas sino que es además un factor de confusión en la medida en que la verdadera divergencia, la frontera de clase que separa a los internacionalistas de toda la burguesía, desde la derecha a la extrema izquierda, se pone en el mismo plano que las divergencias entre internacionalistas.

La acusación de “frentismo” se basa de hecho en un error profundo de cuál es la naturaleza real del frentismo, tal como lo entendieron y denunciaron nuestros predecesores de la Izquierda comunista. Este término hace referencia a las tácticas adoptadas por una IIIª Internacional que intentaba –aunque de un modo erróneo y oportunista– romper el aislamiento de la Revolución rusa. Después, y en el proceso de su degeneración, la Internacional comunista se fue convirtiendo cada vez más en instrumento de la política exterior del Estado ruso, el cual usó esa táctica del frentismo como instrumento de esa política. El frentismo –como “el frente único obrero en la base” defendido por la IC– fue, pues, un intento de crear una unidad de acción entre los partidos de la Internacional que habían permanecido fieles al internacionalismo proletario, y los partidos socialdemócratas, especialmente, que habían apoyado el esfuerzo de guerra del Estado burgués en 1914. O sea, el frentismo pretendía crear un frente único entre dos clases enemigas, entre las organizaciones del proletariado y las que irremediablemente se habían pasado al campo de la burguesía.

Refugiándose tras las diferencias del período histórico y el rechazo del frentismo, el PCInt esquiva los verdaderos problemas y las responsabilidades que a los internacionalistas incumben hoy. Cuando hacemos un llamamiento recordando al Lenin de Zimmerwald, es en el plano de los principios. Piense lo que piense el PCInt, estamos de acuerdo con él en la necesidad de la crítica programática y de la lucha política. También nosotros combatimos las ideas que consideramos erróneas, pero con una salvedad: una vez que se ha tenido en cuenta la diferencia de naturaleza que existe entre las organizaciones de la burguesía y las del proletariado, de éstas son las posiciones políticas lo que combatimos y no las organizaciones.

“El partido único que guiará mañana al proletariado en al revolución y la dictadura no podrá nacer de la fusión de organizaciones y por lo tanto, de programas heterogéneos, sino de la victoria muy precisa de un programa sobre los demás (…) deberá tener un programa también único, no equívoco, el programa comunista auténtico que es la síntesis de todas las enseñanzas de las batallas pasadas…”

Nosotros también estimamos que el proletariado no podrá hacer la revolución sin haber sido capaz de hacer surgir un partido comunista mundial basado en un solo programa (2) , síntesis de las enseñanzas del pasado. Pero la cuestión es saber cómo podrá surgir ese partido. Nosotros no creemos que vaya a surgir todo ya bien preparadito en el momento revolucionario, como Atenea de la cabeza de Zeus, sino que debe irse preparando ya. Fue precisamente esa preparación lo que le faltó a la Tercera internacional. Dos cosas son necesarias en esa preparación: primera, delimitar claramente las posiciones internacionalistas de toda la ganga izquierdista que acaba siempre defendiendo tal o cual fracción burguesa en la guerra imperialista; y, segundo, permitir que las divergencias existentes dentro del campo internacionalista puedan confrontarse en un debate contradictorio. Poner hoy la formación del partido mundial en el mismo plano que la defensa del internacionalismo contra la guerra imperialista, es dar prueba de idealismo, dando la espalda a una necesidad urgente de la situación actual en nombre de una perspectiva histórica que sólo podrá florecer gracias a un desarrollo masivo de la lucha de clases y de la labor previa de clarificación y de decantación en las minorías revolucionarias.

En cuanto al rechazo de “la fusión de organizaciones” por parte de Le Proletaire, lo único que éste hace es olvidarse de la historia: ¿habrá que recordar que el llamamiento a la IIIª Internacional no se dirigió únicamente a los bolcheviques, como tampoco únicamente a socialdemócratas que se habían mantenido fieles al internacionalismo como el grupo Spartakus de Rosa Luxemburg y de Liebnecht? Fue dirigido también a anarcosindicalistas, la CNT española por ejemplo, a sindicalistas revolucionarios como Rosmer y Monate en Francia y las IWW norteamericanas, a los “industrial unionist” del movimiento de los shop-stewards en Gran Bretaña, e incluso a “De Leonistas” como el SLP escocés de John Maclean. El Partido bolchevique mismo, solo unos meses antes de la revolución de Octubre, integraba en su seno a la organización de Trotski, que contaba con antiguos mencheviques internacionalistas. Es evidente que no se trataba de una especia de fusión “ecuménica”, sino de un agrupamiento de organizaciones proletarias fieles al internacionalismo durante la guerra en torno a las ideas de los bolcheviques cuya validez había quedado demostrada por evolución de los hechos y sobre todo la acción obrera. Esta experiencia histórica ilustra perfectamente la inexactitud de la idea del PCInt de que una fusión de organizaciones equivaldría a una fusión de programas.

Izar hoy bien alto el estandarte del internacionalismo y crear áreas de debate en el seno del campo internacionalista permitiría a los elementos en búsqueda de claridad revolucionaria aprender a desvelar todas las mentiras propagandísticas de la burguesía democrática, pacifista e izquierdista, aprender a forjarse en la lucha política. El PCint afirma querer combatir a la CCI, su programa, sus análisis, su política, y “llevar a cabo una política sin compromisos contra todos los confusionistas” (y entre ellos la CCI). Muy bien, aceptamos el reto. El problema es que para que exista ese combate (o sea, combate político dentro del campo proletario), las fuerzas opuestas deben encontrarse en un marco; no podemos sino lamentar que el PCInt prefiera “combatir” desde su sede pontifical y dogmática antes que encarar las asperezas y las realidades de un debate contradictorio, so pretexto de que éste sería una “unión democrática y ecuménica”(3). Rechazar nuestra propuesta, eso no es “combatir”; al contrario, eso es rehusar el combate real y necesario en favor de un combate ideal e irreal.

La respuesta del BIPR

El BIPR da cuatro razones para justificar su rechazo, resumidas aquí:

1.  La CCI cree que es la clase obrera la que impide el estallido de la guerra imperialista mundial, no puede, pues, ser considerada como “un interlocutor válido”.

2.  La Izquierda comunista está fraccionada en tres tendencias (o sea, los bordiguistas, el BIPR y la CCI), dos de los cuales (los bordiguistas y la CCI) se han roto en varios grupos que se reivindican todos ellos de la “ortodoxia” de origen. Para el BIPR no es posible considerar una acción común entre esas “tendencias” antes de que éstas se hayan reunido ellas mismas (la antigua “fracción externa” y la actual “fracción interna” de la CCI forman parte, según el BIPR, de “nuestra tendencia”)”es esencial que la hipotética unidad de acción organizada entre tendencias políticas diferentes vea la tendencia de todas los componentes en las que tales tendencias se entienden o se dividen” Por ello, “sería más serio que tal llamamiento se hiciera justamente a la FICCI y a la ex-FECCI” (ésta, según el BIPR, formarían parte de lo que el BIPR llama “nuestra tendencia”).

3.  El que la CCI tenga escisiones sería el resultado de sus debilidades teóricas, y de ahí su “incapacidad, pues, para comprender y explicar la dinámica del capitalismo y elaborar las orientaciones políticas necesarias”. De ahí que (ya que el BIPR nos pone en el mismo cesto que los grupos bordiguistas) el BIPR se considere hoy como único superviviente válido y capaz de la Izquierda Italiana.

4.  Como consecuencia de todo eso, sólo quedaría el BIPR para ser capaz de “tomar las iniciativas adecuadas” y “superar el viejo marco político, hoy bloqueado, y renovar la tradición revolucionaria e internacionalista en un nuevo proceso de arraigo en la clase”.

Cómo lograr no hacer un trabajo serio

Antes de tratar los problemas de fondo, hay que despejar el terreno sobre la cuestión de esas “fracciones” que, según el BIPR, deberían ser el primer objeto de nuestras preocupaciones. En lo referente a la antigua “Fracción externa” de la CCI, creemos que lo “serio” por parte del BIPR sería que prestara atención a las posiciones de ese grupo (conocido hoy con el nombre de Perspective internationaliste). Se daría así cuenta de que, tras haber abandonado por completo la base misma de las posiciones de la CCI, o sea la decadencia del capitalismo, PI ya no se reivindica de nuestra plataforma y ha dejado de llamarse “fracción” de la CCI. Pero no es eso lo esencial. Que ese grupo pertenezca o no políticamente a lo que el BIPR llama nuestra “tendencia”, si la CCI no le ha transmitido su llamamiento es por razones muy diferentes de los análisis políticos que defiende. Y el BIPR lo sabe muy bien. Ese grupo se fundó basándose en métodos de parásito, denigrando y calumniando a la CCI; y fue en base a ese juicio político(4) si la CCI no lo considera como parte de la Izquierda comunista. En cuanto al grupo que hoy se pretende “fracción interna” de la CCI, es todavía peor. Si el BIPR ha leído el boletín nº 14 de esa FICCI y nuestra prensa territorial (ver el artículo “los métodos policiacos de la FICCI” en Révolution internationale nº 330) sabrá perfectamente que las organizaciones revolucionarias no pueden realizar la menor labor conjunta con sujetos que se comportan como soplones en beneficio de las fuerzas de represión del Estado burgués. ¿O es que el BIPR no tiene opinión al respecto?

¿Cuáles son las condiciones para una labor común?

Veamos ahora un argumento que merece amplios comentario por nuestra parte: nuestras posiciones políticas serían muy distantes para poder actuar juntos. Ya hemos señalado que esa actitud está a mil leguas de la de Lenin y los bolcheviques en la conferencia de Zimmerwald, en la que éstos firmaron un Manifiesto común con las demás fuerzas internacionalistas, a pesar de que las divisiones entre los participantes en Zimmerwald eran sin lugar a dudas más mucho más profundas que las divisiones entre los grupos internacionalistas de hoy. Para dar un solo ejemplo, los socialistas-revolucionarios, que ni siquiera eran marxistas y que acabaron en su mayoría adoptando una postura contrarrevolucionaria en 1917, participaron en la conferencia de Zimmerwald.

No se entiende muy bien por qué nuestro análisis de la relación de fuerzas entre las clases a nivel global sería un criterio discriminatorio que impide una intervención común frente a la guerra y, en ese marco, un debate contradictorio sobre esa cuestión u otras. Ya hemos explicado amplia y frecuentemente las bases de nuestra posición sobre el curso histórico en las páginas de esta Revista. El método en que se basa nuestro análisis es el mismo que cuando las Conferencias internacionales de la Izquierda comunista iniciadas por Battaglia Comunista y apoyadas por la CCI a finales de los años 70. Nuestra posición no es, pues, un descubrimiento para el BIPR. Sobre esas Conferencias, el propio BIPR hacía explícitamente referencia a Zimmerwald y Kienthal:

“... no se alcanza una política de clase, ni la creación del partido mundial de la revolución, menos todavía una estrategia revolucionaria, si no se decide a hacer funcionar, desde ahora, un centro internacional de enlace y de información que sea una anticipación y una síntesis de lo que será la futura Internacional, como Zimmerwald y más todavía Kienthal fueron un esbozo de la IIIª Internacional” (Carta del “Llamamiento” de BC a la Primera Conferencia, 1976)

¿Qué ha cambiado desde entonces que justifique una menor unidad entre internacionalistas y el rechazo de nuestra propuesta, la cual no pretendía ni siquiera construir un “centro de enlace”?

En realidad, el BIPR debería ver la situación actual con un poco de perspectiva y relativizar la importancia que da a lo que a él le parece ser nuestro “análisis erróneo de la relación de fuerzas entre las clases”. En efecto, hay al menos algo que sí ha cambiado en varias ocasiones desde la época de las Conferencias, y es el análisis del BIPR sobre la relación de fuerzas entre las clases y sobre los factores que impidieron una nueva guerra mundial antes de 1989. En verdad, hemos leído toda clase de explicaciones al respecto por parte del BIPR: una vez era que la guerra no había estallado porque los bloques imperialistas no estaban lo suficientemente consolidados, y eso que nunca antes en la historia se habían visto dos bloques tan cimentados como lo estaban el bloque americano y el bloque ruso. Otra vez era el terror que inspiraba a la burguesía la idea de una guerra nuclear lo que la retenía. Y, en fin, el último hallazgo que el BIPR mantuvo hasta el desmoronamiento del bloque ruso ante los golpes de ariete de la crisis económica, fue que la tercera guerra mundial no podía estallar a causa… ¡del nivel insuficientemente profundo de la crisis económica!

Recordemos que dos meses antes de la caída del muro de Berlín, la CCI afirmó que el nuevo período que se abría estaría marcado por la disgregación de los bloques. Dos meses después, la CCI escribía que esta situación acabaría desembocando en un caos creciente, alimentado sobre todo por la oposición entre las potencias imperialistas de segundo y tercer orden a los intentos por parte de Estados Unidos para mantener y reforzar su papel de gendarme del mundo (ver sobre esto los nº 60 y 61 de esta Revista). El BIPR, en cambio, tras haber evocado durante cierto tiempo la hipótesis de una nueva expansión económica gracias a la “reconstrucción” de los países del Este(5), se puso a defender la noción de un nuevo bloque basado en la Unión Europea que entraría en competencia con Estados Unidos. Es hoy evidente que la “reconstrucción” de los países del antiguo bloque del Este es pólvora mojada, y, por otra parte, con la nueva guerra de Irak, la UE no ha estado nunca tan dividida, nunca había sido tan incapaz de actuar de un modo unitario en política exterior común, ni ha estado tan lejos de formar aunque solo sea una apariencia de bloque imperialista. La divergencia entre el plano económico (ampliación y unificación de Europa en lo económico: introducción del Euro, ingreso de nuevos países miembros) y el plano imperialista (impotencia total y evidente de Europa en ese ámbito) no hace sino subrayar el aspecto fundamental de la dinámica del capitalismo en su período de decadencia, lo cual el BIPR sigue negándose a reconocer: los conflictos interimperialistas no son el resultado directo de la competencia económica, sino la consecuencia del bloqueo económico en un plano más general de la sociedad capitalista. Sean cuales sean los desacuerdos entre nuestras organizaciones, debemos preguntarnos en qué basa el BIPR su apreciación de que él, contrariamente a la CCI, sí sería capaz de explicar “la dinámica del capitalismo”.

Las cosas tampoco están muy claras sobre el análisis de la lucha de clases. El BIPR reprocha a la CCI que sobrevaloramos la fuerza del proletariado y nuestro análisis sobre el curso histórico. Y es, sin embargo, el BIPR el que tiene una deplorable tendencia a dejarse arrastrar por el entusiasmo del momento cada vez que percibe algo que se parece a una especie de movimiento “anticapitalista”. Sin entrar en detalles, recordemos sólo el saludo de Battaglia comunista a los movimientos en Rumanía en una artículo titulado “Ceaucescu ha muerto, pero el capitalismo sigue vivo”:

“Rumanía es el primer país en las regiones industrializadas en el que la crisis económica mundial ha hecho surgir una real y auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrocamiento del gobierno (…) En Rumanía, todas las condiciones subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una verdadera revolución social”.

Cuando los acontecimientos de Argentina de 2002, el BIPR ha seguido tomando unas revueltas interclasistas contra gobiernos corruptos por insurrecciones de clase y proletarias:

“[El proletariado] se ha echado espontáneamente a la calle llevando tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de la pequeña burguesía proletarizada y pauperizada como él. Todos juntos han lanzado su rabia contra los santuarios del capitalismo, los bancos, las oficinas y sobre todo los supermercados y otros almacenes asaltados como los hornos de pan en la Edad Media (…) La revuelta no ha cesado, extendiéndose a todo el país, adquiriendo características cada día más clasistas. Fue asaltada incluso la sede del Gobierno, monumento simbólico de la explotación y de la rapiña financiera.”(6)

En cambio, la CCI, a pesar de su “sobreestimación idealista” de las fuerzas del proletariado, no ha cesado de poner en guardia contra los peligros que la situación histórica global hace correr al proletariado en su capacidad para proponer sus perspectivas, sobre todo desde 1989, y contra las calenturas inmediatistas sin porvenir, provocadas por todo lo que se agita. Mientras el BIPR se entusiasmaba por las luchas en Rumanía, nosotros escribíamos:

“Frente a tales ataques, este proletariado [el de Europa del Este] va a luchar, va a intentar resistir, (…) Pero la cuestión es: ¿en qué contexto, en qué condiciones se van a desarrollar estas huelgas? La respuesta no debe contener la menor ambigüedad: una confusión extrema debida a la debilidad y la falta de experiencia política de la clase obrera en el Este, inexperiencia que la hace particularmente vulnerable ante todas las mistificaciones democráticas, sindicales y al veneno nacionalista. (…) No se puede excluir la posibilidad, para fracciones importantes de la clase obrera, de dejarse encuadrar y masacrar por intereses que le son totalmente opuestos, en las luchas entre las diferentes cuadrillas nacionalistas, o entre bandas «democráticas» y estalinistas” (Recuérdese Grozny en Chechenia o la guerra entre Armenia y Azerbaiyán…).

En cuanto a la situación en Occidente, nosotros escribíamos:

“En un primer tiempo, la caída del “telón de acero” que separaba en dos al proletariado mundial no va a permitir a los obreros del Oeste compartir con sus hermanos de clase del Este las experiencias adquiridas (…) Al contrario, serán las fuertes ilusiones democráticas de los obreros de Este (…) lo que va a caer en tromba en el Oeste…”(7).

 Difícilmente podrá decirse que esas perspectivas hayan sido desmentidas desde entonces.

No se trata de entrar en debates sobre la cuestión, pues ello exigiría un desarrollo más importante(8), menos todavía pretendemos decir que el BIPR se equivoque siempre o que la CCI poseería el monopolio en capacidad de análisis de la situación. Lo único que queremos mostrar es que la caricatura que hace el BIPR cuando presenta a una CCI irremediablemente “idealista” a causa de sus análisis erróneos porque no se basarían en un materialismo estrictamente económico, único capaz de “comprender y explicar la dinámica del capitalismo”, no tiene nada que ver con la realidad. Los camaradas del BIPR piensan que la CCI es idealista. Nosotros, por nuestra parte, pensamos que el BIPR está muy a menudo metido en un materialismo de lo más vulgar y romo. Lo que de verdad importa es que frente a lo que une a los internacionalistas frente a la guerra imperialista, frente a la responsabilidad que podrían asumir y el impacto que una intervención común podría tener, todo eso es algo verdaderamente secundario, algo que no debería impedir el debate, profundizar y esclarecer las divergencias teóricas que los separan, sino al contrario. Estamos convencidos de que hacer “la síntesis de todas las batallas del pasado” será una labor indispensable para la victoria del proletariado que permitirá que quede zanjada, y no sólo en la teoría, la validez de las tesis de sus organizaciones políticas. También estamos convencidos que para realizarlo, es necesario delimitar el campo internacionalista que permita la confrontación teórica dentro de dicho campo. Le Prolétaire rechaza esa confrontación por razones de principios, razones que hoy son secundarias. El BIPR la rechaza por razones coyunturales y de análisis. ¿Es serio todo eso?

¿Las escisiones son un criterio discriminatorio?

La tercera razón que da el BIPR para rehusar toda colaboración con nosotros es el hecho de que hemos tenido escisiones: “dos de las tres tendencias presentes en la Izquierda comunista se han roto en varios grupos [y] lo único que consiguen es fragmentarse todavía más”. El BIPR no da una visión objetiva de los que él llama la fragmentación de la “tendencia CCI”, no sólo sobre el método político responsable al que los agrupamientos parásitos que gravitan en torno a la CCI dan totalmente la espalda, sino igualmente sobre la importancia que éstos no tienen como presencia política organizada a escala internacional. En cambio, lo que sí es una realidad es la fragmentación de las organizaciones que pueden legítimamente reivindicarse de la herencia de la izquierda italiana. Y sobre la actitud que debe adoptarse ante tal situación, Battaglia comunista ha dado un giro de 180 grados en comparación con el llamamiento que lanzó esa organización para la primera Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista:

“La Conferencia deberá indicar también cuándo y cómo abrir un debate sobre los problemas (…) que actualmente dividen a la Izquierda comunista internacional, si queremos que se concluya positivamente y sea un primer paso hacia objetivos más amplios y hacia la formación de un frente internacional de grupos de la Izquierda comunista que sea lo más homogéneo posible, si queremos salir de una vez de la torre de Babel ideológica y política y de una posterior fragmentación de los grupos existentes”(9).

 También, en aquel tiempo, Battaglia consideraba que “la gravedad de la situación general (…) impone tomas de posición precisas, responsables, y, sobre todo, un acuerdo con una visión unitaria de las diferentes corrientes en cuyo seno se manifiesta internacionalmente la Izquierda comunista”. El giro de 180º se produjo ya durante las Conferencias mismas: Battaglia se negó a tomar posición incluso sobre las divergencias existentes entre nuestras organizaciones(10). El BIPR lo rechaza hoy también. Y eso que la situación es, como mínimo, tan grave.

Por otro lado, el BIPR debe explicar en qué el hecho de haber tenido escisiones implicaría una descalificación para una labor común entre grupos de la Izquierda comunista. Para dejar las cosas claras, y sin por ello pretender hacer comparaciones abusivas, puede recordarse que en la época de la IIª Internacional, entre todos los partidos miembros, había uno en particular que era muy conocido por sus “luchas internas”, sus “conflictos de ideas”, a menudo poco evidentes para los militantes externos, por sus escisiones, por una gran vehemencia en los debates por parte de algunas de sus fracciones, y por los debates llevados a cabo en su seno en torno a los estatutos. Había una opinión muy extendida de que “los rusos son incorregibles”, y que Lenin, por ser demasiado “autoritario” y favorable a la disciplina, era el primer responsable de la “fragmentación” del POSDR en 1903. Muy diferente era lo que ocurría en el partido alemán, el cual aparentemente iba de éxito en éxito gracias a la sabia cordura de sus dirigentes y del primero entre ellos, nada menos que “el papa del ­marxismo”, Karl Kautsky. Bien sabemos todos que sería después de aquéllos y de éstos…

¿Qué iniciativas exige la situación?

El BIPR piensa que es él la única organización de la Izquierda comunista capaz de “tomar iniciativas” y “superar el viejo marco político, ahora bloqueado”.

No podemos aquí y ahora desarrollar con detenimiento nuestro desacuerdo que al respecto tenemos con el BIPR. En todo caso, al haber sido BC la que tomó la responsabilidad de excluir a la CCI de las Conferencias internacionales, para después acabar con ellas, al ser ahora el BIPR el que se niega en redondo a todo esfuerzo común del medio político proletario internacionalista, nos parece un poco descarado venir ahora diciendo que “el viejo marco está bloqueado”.

Por parte nuestra, a pesar de haber desaparecido el marco formal y organizado internacionalmente de las Conferencias, nuestra actitud siempre ha sido la misma:

–  Intentar, sobre la base de posiciones internacionalistas, hacer un trabajo común entre los grupos de la Izquierda comunista (llamamiento a la acción común durante las guerras del Golfo de 1991, de Kosovo en 1999, reunión pública común con la CWO para el aniversario de Octubre, en 1997, etc.);

–  Defensa del medio proletario (en la medida de nuestros modestos medios) contra los ataques externos y contra la infiltración de la ideología burguesa. Citemos por ejemplo nuestra defensa del folleto del PCInt Auschwitz o la gran excusa contra los ataques de la prensa burguesa, nuestra denuncia contra los nacionalistas árabes del desaparecido El Umami, que reventaron el PCInt y se largaron con la caja, el anuncio que hicimos de la exclusión de nuestras filas de individuos que consideramos peligrosos para el movimiento obrero, nuestro rechazo a los intentos del LAWV(11) de darse una imagen “respetable” mediante unos cuantos arreglos de nuestra plataforma.

    En cambio, la historia del BIPR desde 1980 está sembrada de una serie de intentos por encontrar “un nuevo proceso de arraigo en la clase”. Intentos que, en su gran mayoría han acabado en fracaso:

–  las fuerzas “seriamente seleccionadas” por el BIPR e invitadas a la IVª “Conferencia” de la Izquierda comunista se limitaron en los hechos a los cripto-estalinistas iraníes del UCM;

–  El BIPR se entusiasmó por las grandiosas posibilidades de creación de partidos de masas en los países de la periferia del capitalismo; lo único que ese entusiasmo produjo fue el efímero y escasamente “arraigado” Lal Pataka indio;

–  Tras la caída del muro de Berlín, el BIPR se fue de pesca a los antiguos partidos estalinistas de los países del Este. Eso tampoco ha dado nada(12).

No tiene por qué enfadarse el BIPR por este recuerdo de ilusiones acabadas en decepción. Hubiéramos preferido no tener que hacerlo, porque creemos que la extrema debilidad de las fuerzas comunistas en el mundo de hoy es una razón suplementaria para cerrar filas en la acción y en la confrontación fraterna de nuestras divergencias en lugar de autoproclamarse únicos herederos de la Izquierda comunista.

Estaremos presentes

Una vez más, estamos obligados a constatar la lamentable incapacidad de los grupos de la Izquierda comunista para crear juntos el polo de referencia internacionalista que necesita urgentemente el proletariado y sus componentes avanzados o en búsqueda, en una época en la que el planeta se hunde en el caos bélico de un capitalismo en descomposición.

No por eso vamos a abandonar nuestras convicciones, pero el día que otras organizaciones de la Izquierda comunista hayan entendido la necesidad de la acción común, nosotros estaremos presentes.

Jens 7/04/03

 1)  Ver al respecto en la Revista internacional nº 98: “A propósito del llamamiento lanzado por la CCI sobre la guerra en Serbia; la ofensiva bélica de la burguesía exige une respuesta unida de los revolucionarios” y en la nº 99: “El método marxista y el llamamiento de la CCI sobre la guerra en la antigua Yugoslavia”.

 2) No entramos aquí en la discusión de la visión bordiguista del partido “único”; si la tendencia a la homogeneización del proletariado deberá, como lo ha demostrado la historia, desembocar en la creación de un solo partido, “decretarlo” como principio intangible, previo a toda actividad entre corrientes internacionalistas como lo hacen los bordiguistas es dar la espalda a la historia y hacer malabarismos con las palabras.

 3) No vamos aquí a tratar sobre nuestros pretendidos “métodos administrativos” que el PCInt recrimina en ese mismo artículo de una manera totalmente irresponsable además, tragándose sin más trámite lo que dicen nuestros detractores. El problema central es el siguiente: ¿hay comportamientos inaceptables en el seno de las organizaciones comunistas que las obliga a excluir a militantes que han quebrantado gravemente las reglas de funcionamiento, sí o no? Los camaradas del PCInt deberían recuperar los métodos de nuestros predecesores sobre esa cuestión.

 4) Ver las “Tesis sobre el parasitismo”, en la Revista internacional nº 94.

5) En diciembre de 1989, Battaglia comunista publicaba un artículo “Desmoronamiento de las ilusiones sobre el socialismo real” en el que podía leerse entre otras cosas: “La URSS debe abrirse a las tecnologías occidentales y el COMECON deberá hacer lo mismo, no, como algunos piensan [¿será la CCI?], en un proceso de desintegración del bloque del Este y de retirada total de la URSS de los países de Europa, sino para facilitar, revitalizando las economías del COMECON, la reanudación de la economía soviética”.

 6) Artículo “¡ O partido revolucionario y socialismo, o miseria general y guerra !”, publicado en www.ibrp.org [3].

 7) Revista internacional nº 60, 1990 “Hundimiento del bloque del Este: quiebra definitiva del estalinismo”, “Tesis sobre la crisis en los países del Este”, “Dificultades en aumento para el proletariado”.

8) Ver, entre otros, nuestros artículos “El curso histórico”, Revista internacional nº18, “El concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario”, nº 107.

9) Junio de 1976 (subrayado nuestro). Esa determinación inicial de BC duró poco tiempo durante las Conferencias. Ya denunciamos ampliamente su incoherencia en la Revista internacional nº 76 entre otras. Las citas son de la carta-llamamiento de Battaglia comunista a la primera conferencia, publicada en el folleto que contiene los textos y las actas de la misma.

10) Durante la IIª Conferencia, Battaglia Comunista se negó sistemáticamente a tomar cualquier posición común: “Estamos por principio en contra de hacer declaraciones comunes, pues no existe acuerdo político” (BC, intervención en la IIª Conferencia)

 

11) Los Angeles Workers’ Voice, grupo que hasta hace poco representaba al BIPR en los Estados Unidos.

12) Ver, para un análisis más detallado la Revista internacional nº 76

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [4]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Bordiguismo [5]
  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [6]

Noticias y actualidad: 

  • Irak [2]

La política extranjera de los Estados Unidos tras la 2ª Guerra Mundial

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Ha cambiado mucho el mundo desde que desapareció la división en dos polos que caracterizó la Guerra Fría durante 45 años. No ha aparecido nunca, claro está, la pretendida era de paz, de prosperidady de democracia que nos prometió la burguesía tras el hundimientodel bloque del Este, en 1989. Muy al contrario, la descomposiciónde la sociedad capitalista, consecuencia del bloqueo de la relaciónde fuerzas entre burguesía y proletariado, tras dos decenios de crisis económica abierta que acabó provocando el hundimiento del estalinismo, se ha agravado implacablemente, arrastrando a la humanidada una espiral infernal de hundimiento en el caos, la violenciay la destrucción, hacia un porvenir de barbarie cada vez más inminente. En el momento de escribir este artículo, el presidente George W. Bush acaba de anunciar que Estados Unidos estaba dispuesto a invadir Irak, aun cuando no estén apoyados internacionalmente, esté o node acuerdo el Consejo de Seguridad. Es palpable la brecha abiertaentre Washington y las capitales de los principales paises europeos, como también con China, sobre la cuestión de la guerra en Irak.En ese contexto, resulta necesario examinar las raices de la política imperialista norteamericana desde finales de la Segunda Guerra mundial para entender la situación actual.

Cuando en 1945 se acaba la Segunda Guerra mundial, la configuración imperialista está profundamente transformada.

“Antes de la Segunda Guerra mundial existían seis grandes potencias: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Unión Soviética, Japón y Estados Unidos. A finales de la guerra, EE.UU acabó siendo, con mucho, la nación más poderosa del mundo; su potencia creció enormemente gracias a su movilización en el esfuerzo de guerra, a la derrota de sus rivales y al agotamiento de sus aliados” (DS Painter, Encyclopedia of US Foreign Policy).

La guerra imperialista “había destruido el antiguo equilibrio entre potencias, dejando destrozados a Alemania y Japón, reduciendo a Gran Bretaña y Francia al papel de potencias de segundo o tercer orden” (GC Herring, Idem).

La posición dominante del imperialismo norteamericano a finales de la Segunda Guerra mundial

Durante la guerra, con más de 12 millones de hombres sirviendo en el ejército, EE.UU duplicó su producto nacional bruto (PNB), y a finales de la guerra poseía “la mitad de la capacidad manufacturera mundial, la mayor parte de sus excedentes en abastecimiento y la casi totalidad de sus reservas financieras. Estados Unidos era líder de una serie de tecnologías esenciales para la guerra moderna y la prosperidad económica. La posesión de grandes reservas petrolíferas interiores y el control de las de América Latina y de Oriente Medio contribuyeron a su posición dominante global” (DS Painter, op. cit.). EE.UU poseía la mayor potencia militar del mundo. Su armada dominaba los mares, sus fuerzas aéreas los cielos, su ejército ocupaba Japón y parte de Alemania, y para terminar no solo poseía el monopolio del armamento atómico sino que también había demostrado en Hiroshima y Nagasaki que no vacilaba en utilizarlo para defender sus intereses imperialistas. El poderío americano se vio favorecido por las ventajas debidas a su relativo aislamiento geográfico. Distante de los escenarios centrales de ambas guerras mundiales, la nación norteamericana no sufrió ninguna destrucción masiva de sus principales centros de producción como le ocurrió a Europa, y su población civil estuvo al margen del terror de las incursiones aéreas, los bombardeos, las deportaciones y los campos de concentración que provocaron la muerte de millones de civiles en Europa (se estima que sólo en Rusia perecieron más de 20 millones de civiles).

Destrozada por la guerra, Rusia sufrió unos 27 millones de muertos –civiles y militares–, la destrucción masiva de sus capacidades industriales, de su agricultura, de sus recursos mineros y de la infraestructura de su red de transportes. Su nivel de desarrollo económico apenas si alcanzaba la cuarta parte del de Estados Unidos. Pero sacó provecho de la destrucción total de Alemania y Japón, dos países que históricamente habían frenado su expansión hacia el Oeste y el Este. Gran Bretaña estaba esquilmada por los seis años de movilización bélica. Había perdido una cuarta parte de sus riquezas del período anterior a la guerra, estaba profundamente endeudada y “amenazada de perder su posición de gran potencia” (Idem). Francia, facilmente vencida apenas empezada la guerra, debilitada por la ocupación alemana y dividida por la colaboración con las fuerzas alemanas de ocupación, “ya no formaba parte de las grandes potencias” (Idem).

Aún antes del fin de la guerra, la burguesía americana se preparó para la formación de un bloque militar, anticipándose así a un futuro enfrentamiento con la Rusia estalinista. Algunos comentaristas burgueses (Painter, Herring), por ejemplo, han considerado que, en 1944, la guerra civil en Grecia ya anunciaba el futuro enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia. Esta preocupación de un futuro enfrentamiento con el imperialismo ruso se puede comprobar en las rencillas entre los aliados y los restrasos habidos sobre la cuestión de Europa, que debía servir para aliviar le presión sobre Rusia mediante la apertura de un segundo frente en el Oeste. Roosevelt había prometido el desembarco en 1942 o a principios del 43, pero no se realizó sino en 1944. Los rusos se quejaron de que los Aliados “han detenido a propósito sus auxilios para debilitar a la Unión Soviética, con vistas a poder así dictar los términos de la paz” (Herring, op. cit.). Esta preocupación también explica el uso de las armas nucleares contra Japón en agosto de 1945, aún cuando éste había dado muestras de firmar una capitulación negociada; el objetivo fue, primero, ganar la guerra antes de que el imperialismo ruso pudiera entrar en guerra en Oriente y exigiera territorios e influencia en la región y, segundo, advertir al imperialismo ruso, en vísperas de la posguerra, de cuál era la verdadera fuerza del potencial militar norteamericano.

Sin embargo, si Estados Unidos preveía un enfrentamiento con Moscú en la posguerra, sería un error pensar que tenía una comprensión completa y precisa de los contornos exactos del conflicto, como tampoco de las intenciones imperialistas de Moscú. Roosevelt, en particular, parecía tener las ideas ya trasnochadas del siglo XIX en lo referente a las esferas de influencia imperialista, contando con una cooperación de Rusia para construir un nuevo orden mundial en el período de posguerra, en el que Moscú hubiese tenido un papel de subordinado (Painter, op. cit.). En este sentido, Roosevelt pensaba, por lo visto, que otorgar a Stalin una zona amortiguadora en Europa del Este que sirviera de protección contra el adversario histórico de Rusia, Alemania, daría satisfacción a los apetitos imperialistas rusos. Sin embargo, incluso en Yalta, en donde quedó fijada la mayor parte de ese marco, hubo conflictos sobre la participación de británicos y norteamericanos en el futuro de las naciones de Europa del Este, en particular de Polonia.

Durante los 18 meses que siguieron la guerra, el presidente norteamericano Truman tuvo que enfrentarse a una imagen mucho más alarmante del expansionismo ruso. Estonia, Letonia y Lituania habían sido tragadas por Rusia en cuanto acabó la guerra, se instalaron gobiernos títere en Polonia, Rumanía, Bulgaria y en la parte de Alemania controlada por las fuerzas rusas. En 1946, Rusia retrasó su retirada de Irán, apoyando las fuerzas disidentes e intentando obtener concesiones petroleras. Presionó a Turquía para conseguir un mayor acceso al Mar Negro y, tras su fracaso en las elecciones, el partido estalinista griego, bajo influencia directa del Kremlin, adoptó la estrategia de reanudar la guerra civil en Grecia. En Naciones Unidas, Moscú rechazó el plan norteamericano de control de las armas atómicas, que hubiese permitido a Estados Unidos mantener su monopolio nuclear, poniéndose así en evidencia su propio proyecto de entrar en la carrera de armamentos nucleares.

Georges Keenan, joven experto del departamento de Estado US destinado en Moscú, redactó en febrero del 46 su famoso “largo telegrama” que presentaba a Rusia como un enemigo “irreductible”, propenso a una política expansionista para extender su influencia y potencia, todo lo cual iba a ser la base de la política norteamericana durante la Guerra Fría. La alarma que hizo sonar Keenan se confirmaba en la influencia creciente de Moscú por el mundo. Los partidos estalinistas en Francia, Italia, Grecia y Vietnam parecían tener pretensiones de alcanzar el poder. Las naciones europeas sufrían una presión enorme para descolonizar sus imperios de antes de la guerra, en particular en Oriente Próximo y Asia. La administración Truman adoptó una estrategia de contención destinada a bloquear cualquier intento de avance de la potencia rusa.

La contención del “comunismo”

En el periodo posterior a la guerra, la primera meta estratégica global del imperialismo americano fue la defensa de Europa, para prevenir que ninguna nación, excepto las que ya se habían cedido al imperialismo ruso en Yalta, cayera en manos del estalinismo. La doctrina fue llamada “containment” (contención) y fue diseñada para resistir el despliegue de los tentáculos del imperialismo ruso en Europa y en Oriente Próximo. La doctrina emergió como una medida para contrarrestar la ofensiva del imperialismo ruso de la posguerra. En 1945-46, el imperialismo ruso se puso a reivindicar agresivamente dos escenarios que él consideraba de interés tradicional en el este de Europa y en Oriente Próximo, lo cual alarmó a Washington. En Polonia, Moscú hizo caso omiso de lo que garantizaba Yalta sobre las elecciones “libres” e impuso un régimen títere; la guerra civil en Grecia fue reavivada; ejerció presión sobre Turquía y por fin se negó a retirar sus tropas del norte de Irán. Al mismo tiempo, Alemania y Europa occidental seguían inmersas en una confusión económica total, esforzándose por iniciar la reconstrucción y negociar una liquidación formal de la guerra que quedó en punto muerto debido a las rencillas entre potencias, mientras los partidos estalinistas disponían de una enorme influencia en los países devastados de Europa occidental, especialmente Francia e Italia. La Alemania derrotada fue otro punto primordial en la confrontación. El imperialismo ruso demandó reparaciones y garantías para que una Alemania reconstruida no significará nunca más una amenaza.

Para contener la influencia del “comunismo” ruso, la administración Truman respondió en 1946 con el apoyo al régimen iraní en contra de Rusia, asumiendo las responsabilidades hasta entonces asumidas por Gran Bretaña en el Mediterráneo oriental, proporcionando una ayuda militar masiva a Grecia y Turquía a principios del 47 e iniciando con el Plan Marshall, en junio de 1947, la reconstrucción de Europa occidental. No se trata en este artículo de entrar en detalles sobre la naturaleza y los mecanismos de la reconstrucción de Europa occidental; pero es, sin embargo, importante entender que la ayuda económica fue un factor esencial para combatir el imperialismo ruso y construir un baluarte contra él.

La asistencia económica fue completada por una política de ayuda en la reconstrucción de organizaciones e instituciones prooccidentales (proWashington), de sindicatos y organizaciones políticas “anticomunistas”, con ejecutivos de la AFL (gran central sindical de EE.UU) trabajando mano a mano con la CIA para que Europa occidental siguiera siendo un lugar seguro para el capitalismo norteamericano. El sindicato “Force ouvrière” en Francia y la revista de izquiedas New Statesman en Gran Bretaña son dos ejemplos famosos de la forma con la que Norteamérica financiaba a los “anticomunistas” en la Europa de la posguerra.

“La ayuda norteamericana permitió a gobiernos moderados dedicar enormes recursos a la reconstrucción y a la expansión de las exportaciones, sin tener que imponer programas de austeridad políticamente inaceptables y socialmente peligrosos que hubiesen sido necesarios sin la ayuda norteamericana. Esta ayuda también contribuyó a contrarrestar lo que los dirigentes norteamericanos consideraban como un alejamiento peligroso de la libre empresa hacia el colectivismo. Al favorecer ciertas políticas y oponerse a otras, no solo Estados Unidos influenciaba la forma con la que las élites europeas y japonesas definían sus ­intereses propios, sino que también modificaba la relación de fuerzas en los grupos de decisión. La política norteamericana facilitó el auge de partidos centristas tales como los democristianos en Italia y Alemania occidental, así como el Partido liberal democrático conservador en Japón” (Painter, op. cit.).

La revitalización económica del Oeste europeo fue seguida rápidamente por la creación de la OTAN que a su vez llevó al imperialismo ruso a cristalizar la dependencia de sus vasallos europeos en una alianza militar rival: el Pacto de Varsovia. Fue así y entonces cuando quedó establecido el enfrentamiento estratégico que dominará Europa hasta el hundimiento del estalinismo a finales de los 80. A pesar de que ambos pactos militares fuesen supuestamente alianzas de seguridad mutuas, cada uno de ellos estaba en realidad totalmente dominado por el líder del bloque.

La creación de un orden mundial bipolar

A pesar de los enfrentamientos descritos más arriba, la creación de un mundo imperialista bipolar como se manifestó en la Guerra Fría, no emergió instantáneamente al finalizar la Segunda Guerra mundial. A pesar de que Estados Unidos fuese claramente el líder dominante, Francia, Gran Bretaña y demás potencias europeas aún tenían ilusiones de independencia y de potencia. Mientras hablaban en privado de la creación de un imperio bajo su control, los dirigentes políticos norteamericanos mantenían en público la ficción de una colaboración y cooperación mutuas con Europa occidental. Por ejemplo, hubo cuatro cumbres entre los jefes de Estado de Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Francia durante los años 50, para finalmente caer en la nada a medida que el imperialismo norteamericano consolidaba su dominación. Desde finales de los 60 hasta el fin de la Guerra Fría, esas cumbres se limitaron a Estados Unidos y Rusia, siendo a menudo excluidos los “socios” europeos incluso de las consultas previas a esas reuniones.

Tras la guerra, Gran Bretaña era la tercera potencia mundial –aunque bastante lejos de las primeras– pero había cierta tendencia a sobreestimar las capacidades británicas en los primeros días de la Guerra Fría. Seguían existiendo restos de rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña, quizás una tendencia por parte de EE.UU a utilizar a Rusia para contrarrestar a los británicos, pero al mismo tiempo la creencia de que se podía confiar en Gran Bretaña para defender la linea del frente europeo contra el expansionismo ruso. Al ser la potencia europea dominante en el Mediterraneo oriental, le tocó entonces a Gran Bretaña la responsabilidad de bloquear a los rusos en Grecia. Fue un difícil despertar cuando los británicos tuvieron que pedir auxilio a Estados Unidos. Se necesitó, pues, algún tiempo para que EE.UU viera claramente el papel preciso que iba a desempeñar en Europa y apareciera la división bipolar del mundo.

A pesar de su enorme poder militar y económico, los paises europeos fueron arrastrados a regañadientes hasta que su voluntad quedó sometida a su amo imperialista. Se puso en marcha todo tipo de presiones para que las reacias potencias europeas abandonaran sus colonias en África y Asia, en parte para borrarles todo vestigio de sus antiguas glorias imperialistas, en parte para cerrar el paso a Rusia en África y Asia, y en parte para dar al imperialismo americano más oportunidad para ejercer su influencia en esas antiguas colonias. Esto, naturalmente, no impidió para nada a los europeos intentar convencer a los norteamericanos de seguir unas orientaciones políticas mutuamente aceptables, como fue el caso por ejemplo en 1956, cuando los británicos intentaron aliarse a Estados Unidos en su política contra Naser en Egipto.

Los imperialismos francés y británico, actuando concertadamente con el israelí, intentaron la última baza abierta de imperialismo independiente cuando la crisis del Canal de Suez en 1956, pero Estados Unidos mostró que no se iba a dejar intimidar. Gran Bretaña entendió que no podía permitirse negociar ante una posición de fuerza norteamericana, exponiéndose a una acción disciplinaria rápida por parte de Estados Unidos. Francia, en cambio, trató obstinadamente de mantener la ilusión de su independencia con respecto a la dominación norteamericana, retirando sus fuerzas del mando de la OTAN en 1966 e insistiendo en que debía ser retirada del territorio francés cualquier representación de la OTAN a partir de 1967.

La unidad y la continuidad de la política imperialista norteamericana durante la Guerra Fría

Como corriente política seria en el seno de la clase dominante norteamericana, el aislacionismo quedó completamente neutralizado con los acontecimientos de Pearl Harbor en 1941, utilizados, cuando no provocados, por Rooselvelt para forzar a los aislacionistas, así como a los elementos favorables a Alemania de la burguesía norteamericana, a abandonar sus posiciones. Desde la Segunda Guerra mundial, las ideas aislacionistas quedaron esencialmente reservadas para la extrema derecha de la burguesía, y ya no son una fuerza seria en la definición de la política exterior. Resulta claro que la Guerra Fría contra el imperialismo ruso fue una política unificada de la burguesía. Las divergencias que aparecían formaban parte, en su mayoría, del espectáculo democrático, con excepción de las divergencias sobre la guerra de Vietnam después de l968, de lo cual hablaremos en la segunda parte de este artículo. La Guerra Fría comenzó bajo Truman, el demócrata que llegó al poder después de la muerte de Rooselvet en 1945. Fue Truman quien emprendió la fabricación de la bomba atómica, los esfuerzos para bloquear el imperialismo ruso en Europa y Oriente Medio, quien decidió el puente aéreo de Berlín, quien creó la Organización del Atlántico Norte (OTAN) e hizo entrar en acción a las tropas norteamericanas en la guerra de Corea.

En la campaña electoral de 1952, es cierto que los conservadores republicanos criticaron la política de “contención” de Truman como una concesión al “comunismo”, una forma de apaciguamiento que implícita o explícitamente, aceptaba la continuación de la dominación rusa en los países bajo su influencia o control y oponíéndose unicamente a la expansión de Rusia por más paises. Y a cambio, los conservadores propusieron el “rollback”, o sea, una política activa para hacer retroceder al imperialismo ruso hasta sus propias fronteras. Sin embargo, a pesar de que el republicano Eisenhower llegó al poder en 1952 y siguió en él hasta lo más álgido de la Guerra Fría en Europa, jamás hubo, en realidad, el menor intento de rollback por parte del imperialismo americano. Siempre siguió con la política de “contención”. Así que, en 1956, durante la sublevación en Hungría, el imperialismo americano no intervino, reconociendo de hecho la prerrogativa rusa de suprimir la rebelión en su propia esfera de influencia. Bajo Eisenhower, el imperialismo americano continuó claramente la estrategia de la contención, insinuándose en la brecha abierta en Indochina después de la derrota del imperialismo francés en la región, socavando así los Acuerdos de Ginebra para prevenir una posible unificación de Vietnam, apoyando el régimen del Sur; manteniendo la división de Corea y transformando a Corea del Sur en escaparate del capitalismo occidental en Extremo Oriente; y oponiéndose, en fin, al régimen de Fidel Castro y su inclinación hacia Moscú. La continuidad de esa política puede verse en el hecho de que fue la Administración conservadora republicana de Eisenhower la que preparó la invasión de Bahía de los Cochinos, pero fue la administración demócrata del liberal Kennedy la que la realizó...

Fue el demócrata liberal Johnson el primero en desarrollar la noción de distensión en 1966 –él lo llamaba “echar puentes” y “compromisos de pacificación”–, pero fue el conservador Nixon, un republicano, con Henry Kissinger a su lado, quien dirigió la política de distensión a principios de los 70. Y fue el demócrata Carter, y no Reagan, quien inició el desmantelamiento de la distensión y reavivó la Guerra Fría. Carter hizo de “los derechos humanos” la piedra angular de su política exterior, al imponer algunos cambios en unas dictaduras militares, inservibles entonces, que dominaban América Latina, también enfrió las relaciones con Moscú y reavivó la propaganda antirrusa. En 1977, la OTAN adoptó tres propuestas de Carter:

1)  La distensión con Moscú debía apoyarse en una posición de fuerza (basada en el Informe Harmel adoptado en 1967);

2)  Un compromiso para la normalización del equipamiento militar de la OTAN y una mayor participación de las fuerzas de la OTAN a nivel operativo;

3)  Reactivar la carrera armamentística, llegando a lo que sería conocido como el Programa de defensa de largo plazo (LTDP), el cual comenzaba por una llamada al reforzamiento de las armas convencionales en los países de la OTAN.

En respuesta a la invasión rusa de Afganistán en 1979, Carter adoptó una nueva orientación en la Guerra Fría, esencialmente terminando con la distensión, negándose a someterse al tratado SALT II y su ratificación en el senado y organizando el boicot americano de los juegos olímpicos de Moscú en 1980. En diciembre de 1979, bajo el liderazgo de Cárter, la OTAN adoptó la “doble vía” para el rearme estratégico (negociación con Moscú para reducir o eliminar los misiles de medio alcance, los SS 20, que apuntaban a Europa occidental en 1983), pero al mismo tiempo preparar el despliegue de los misiles de EE.UU (464 misiles de crucero en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica e Italia y 108 cohetes en Alemania Occidental) en caso de que el acuerdo con Moscú no fuera alcanzado.

En este sentido, el apoyo de Reagan a los muyaidines en Afganistán, a los cuales llamó “luchadores por la libertad”, aceleró la carrera armamentística, desplegando misiles de medio alcance en Europa entre 1983-84, lo cual provocó muchas protestas en el viejo contienente, todo en completa continuidad con la política americana asumida desde Carter. La meta estratégica de prevenir el aumento del poder rival en Asia o Europa capaz de desafiar a Estados Unidos, fue desarrollada al final de la administración del primer Bush, continuada por la administración Clinton y es ahora el centro de la política de Bush junior. La guerra de Bush contra Osama Bin Laden y Al Qaeda es una continuación de la política iniciada bajo la administración Clinton, pero ahora a unos niveles de guerra abierta cuya prioridad es establecer y dar solidez a la presencia norteamericana en Asia central. La necesidad para el imperialismo americano de estar preparado para emprender acciones militares unilaterales fue desarrollada bajo la administración Clinton y continuada por el actual gobierno de Bush. La continuidad en la política imperialista es un reflejo de la característica central de la política que hace el Estado capitalista en la decadencia, en el cual es la burocracia permanente, y no el poder legislativo, el ámbito del poder político. Por supuesto, no se trata de negar que algunas veces hay divergencias significativas políticas en el seno de la burguesía americana, en claro contraste con su unidad global. Los dos ejemplos más evidentes fueron la guerra de Vietnam y la política respecto a China de finales de los 90, política que desembocó en el intento de impeachment de Clinton. Esos dos ejemplos serán tratados en la continuación de este artículo.

La guerra de Corea: la estrategia de contención en acción en Extremo Oriente

Mientras que las tensiones Este-Oeste en Europa occidental, especialmente en Alemania y Berlín, y en Oriente Medio preocuparon a los estrategas de la política imperialista americana en el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra mundial, los acontecimientos de Extremo Oriente hicieron sonar inmediatamente la alarma. Con un gobierno militar americano en funciones en Japón y un régimen nacionalista chino amigo, y que era miembro permanente del Consejo de Seguridad, EE.UU había previsto desempeñar un papel dominante en Extremo Oriente. La caída del régimen nacionalista en China, en 1949, hizo aparecer el espectro de un expansionismo ruso en Extremo Oriente. Aunque Moscú lo había hecho todo por contrarrestar el liderazgo de Mao Zedong durante los años de guerra, manteniendo unas relaciones activas con los nacionalistas, Washington temía un acercamiento entre Pekín y Moscú, verdadero reto para los intereses de EE.UU en la región. El bloqueo del intento ruso de imponer un reconocimiento de la China roja por la ONU, llevó a Moscú a abandonar el Consejo de Seguridad, boicoteando ese organismo durante siete meses, hasta agosto de 1950.

El boicot al Consejo de Seguridad por Moscú tuvo un profundo impacto en junio de 1950, cuando las fuerzas de Corea del Norte invadieron Corea del Sur. Truman ordenó inmeditamente a las fuerzas americanas que lucharan para defender el régimen prooccidental de Corea del Sur, una semana antes de que el Consejo votara la autorización para la acción militar bajo el mando de Estados Unidos, lo cual muestra la predisposición del imperialismo americano para emprender acciones unilaterales (o sea que esto no es un invento reciente). No solamente las tropas americanas entraron en batalla en Corea antes de la autorización de la ONU, sino que, incluso después de que la ONU la otorgara y eviara tropas de otras 16 naciones para participar en la “acción de policía”, el mando norteamericano rendía cuentas directamente a Washington, y no a la ONU. Si Moscú hubiera estado presente en el Consejo de seguridad, podría haber vetado la intervención militar de la ONU bloqueándola, o sea que hubiera sido un lejano ensayo de la obra a la que hemos asistido en estos últimos meses, lo cual demuestra hasta dónde está dispuesta a ir la burguesía norteamericana cuando se trata de defender sus intereses imperialistas.

Algunos analistas burgueses sugieren que el boicot ruso estaba en realidad motivado por el deseo de evitar que el régimen de Mao fuera prematuramente aceptado por Naciones Unidas mediante una nueva votación, ganando así tiempo para cimentar las relaciones entre Moscú y Pekín. Zbigniew Brzezinski ha afirmado incluso que fue “un cálculo deliberado para estimular la hostilidad entre Estados Unidos y China…la orientación americana predominante antes de la guerra de Corea era buscar un acuerdo con el nuevo gobierno del territorio chino. De todas maneras, Stalin aprovechaba cualquier ocasión para estimular un conflicto entre EE.UU y China, y con razón. Los veinte años siguientes de hostilidad entre Estados Unidos y China fueron totalmente beneficiosos para la Unión Soviética” (“How the Cold War was Played”, Foreing Affairs, 1972).

La crisis de los misiles cubanos : al borde de la guerra nuclear

El derrocamiento por Fidel Castro, en 1959, del dictador apoyado por Estados Unidos plateó un serio dilema en el enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría, llevando a las superpotencias al borde de la guerra nuclear durante la crisis de los misiles cubanos, en octubre de 1962. Al principio, el carácter de la revolución castrista no era muy claro. Con una ideología de populismo democrático adobada con la salsa romántica de la guerrilla, Castro no era miembro del partido estalinista y sus lazos con éste eran muy tenues. Sin embargo, su política de nacionalización de los bienes estadounidenses desde su toma del poder chocó rápidamente con Washington. La hostilidad de Washington acabó echando a Castro, en su búsqueda de ayuda extranjera y de asistencia militar, en brazos de Moscú. La invasión de la Bahía de los Cochinos en abril de 1961, apoyada por la CIA (había sido prevista por Eisenhower y realizada por Kennedy) mostró a las claras que Washington estaba dispuesto a echar abajo un régimen apoyado por los rusos. Para EE.UU, la existencia de un régimen ligado a Moscú en su propio patio trasero era algo intolerable. Desde que se formuló la Doctrina Monroe en 1823, Estados Unidos siempre mantuvo la postura de que los países de América debían quedar fuera del alcance de los imperialismos europeos. Comprobar que el imperialismo adverso de la Guerra Fría había establecido una cabeza de puente a 150 km. de las costas norteamericanas de Florida, era, para Washington algo sencillamente inaceptable.

A finales de 1962, Castro y el imperialismo ruso consideraban inminente una invasión de EE.UU, y, de hecho, organizada por Robert Kennedy, Washington emprendió en noviembre de 1961 la operación Mongoose, que preveía acciones militares contra Cuba a mediados de octubre de 1962, inspiradas por Estados Unidos y llevadas a cabo en nombre de la Organización de Estados Americanos para excluir de ésta a Cuba y prohibir toda venta de armas a Castro. “El 1º de octubre, el secretario de Defensa, Robert McNamara, ordena los preparativos militares para un bloqueo, ataques aéreos, una ‘invasión con el máximo de preparación’, de modo que estas dos acciones estén terminadas el 20 de octubre” (B.J. Berstein, Ency­clopedia of US Foreing relations). En el mismo momento, EE.UU instala 15 misiles Júpiter en Turquía, cerca de la frontera sur de Rusia, apuntando a objetivos de este país, algo inaceptable para Moscú.

Moscú intenta contrarrestar esas dos amenazas con el despliegue de misiles nucleares en Cuba apuntando a Estados Unidos. La administración Kennedy hizo una estimación errónea de las intenciones de Moscú, considerando el despliegue de misiles como una acción ofensiva y no defensiva. Exigió el desmantelamiento inmediato y la retirada de los misiles ya desplegados y la vuelta a Rusia de los navíos que se dirigían con más misiles hacia Cuba. Como el bloqueo de las aguas cubanas hubiera sido un acto de guerra según la ley internacional, la administración Kennedy anunció la “cuarentena” de las aguas cubanas y se preparó para interceptar en alta mar y en aguas internacionales a los barcos rusos sospechosos de transportar misiles. Toda la crisis se desarrolló en plenas elecciones al Congreso de noviembre de 1962, en las que Kennedy tenía miedo de que la derecha republicana triunfara si él aparecía débil en su enfrentamiento con Jruschov. Pero es difícil creerse, por mucho que lo afirmen algunos historiadores, que Kennedy estuviera más motivado por consideraciones de política interior que por la estrategia de defensa y la política exterior. La proximidad de Estados Unidos hacía que la presencia de los misiles rusos en Cuba incrementara en 50 % la capacidad de Moscú de golpear el conteninente norteamericano con cabezas nucleares, lo cual era un cambio de la mayor importancia en el equilibrio del terror de la Guerra Fría. En ese contexto, la Administración fue muy lejos llevando al mundo al borde de un enfrentamiento nuclear directo, sobre todo cuando los rusos derribaron un avión espía U2, en plena crisis, lo cual hizo que los jefes de Estado Mayor exigieran un inmediato ataque a Cuba. En ese momento, Robert Kennedy “sugirió que había que buscar un pretexto, ‘Hundir un Maine o algo así’ y entrar en guerra contra los soviéticos (1). Más vale ahora que más tarde, concluyó” (Berstein). Finalmente, los americanos llegaron a un acuerdo secreto con Jruschov, ofreciéndole la retirada de los misiles Júpiter de Turquía contra la retirada de los misiles rusos de Cuba. Al mantenerse secreta la concesión norteamericana, Kennedy pudo reivindicar una victoria total por haber hecho retroceder a Jruschov. Es posible que el enorme golpe propagandístico de EE.UU acabara socavando la autoridad de Jruschov en los medios dirigentes rusos, siendo un factor importante de su retiro algún tiempo después. Los miembros del círculo más próximo a Kennedy mantuvieron esa ficción durante casi dos décadas como puede leerse en sus diferentes libros de “Memorias”. No será sino en los años 80 cuando los hechos de la crisis de los misiles cubanos y el acuerdo con el que se le puso fin, aparecerán a la luz (Berstein, op. cit.). Tras haber llegado tan cerca de una guerra nuclear, Moscú y Washington se pusieron de acuerdo para tender una “línea roja” de comunicación entre la Casa Blanca y el Kremlin y firmar un tratado de prohibición de los ensayos nucleares, concentrando sus fuerzas más en los enfrentamientos por intermediarios durante la etapa siguiente de la Guerra Fría.

Las guerras por intermediarios durante la Guerra Fría

Durante toda la Guerra Fría, las burguesías americana y rusa no se enfrentaron nunca directamente en conflictos armados, sino a través de una serie de guerras “por delegación”, concentradas en los países periféricos, unos conflictos que nunca involucraron a las metrópolis del mundo capitalista, sin llegar a ser nunca un peligro de espiral incontrolada en una guerra nuclear mundial, excepto, como hemos dicho, durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. La mayoría de las veces, esos conflictos “por delegación de poder” involucraban a dos potencias, de un lado un gobierno con el respaldo de Washington contra un movimiento de liberación nacional apoyado por Moscú. Era menos frecuente que esos conflictos involucraran directamente a Rusia o a Estados Unidos contra un país tercero apoyado por uno de los dos, como así fue en Corea o en Vietnam para Estados Unidos, o Rusia contra los muyaidines apoyados y armados por EE.UU en Afganistán. En general, los insurgentes estaban apoyados por el bloque más débil como, por ejemplo, todas las guerras de pretendida liberación nacional apoyadas por los estalinistas durante toda la Guerra Fría. Angola o Afganistán, donde los rebeldes estuvieron apoyados por EE.UU fueron excepciones. En general, los avances realizados en ese ajedrez macabro del imperialismo por quienes estaban apoyados por Moscú provocaban una respuesta mucho mayor y devastadora de quienes tenían el apoyo de EEUU. Un ejemplo es la guerra en Oriente Próximo, en donde Israel repelió las ofensivas árabes, apoyadas por Moscú, repetida y masivamente. A pesar de las numerosas luchas de liberación que apoyó durante cuatro décadas, la burguesía estalinista rusa logró muy escasas veces establecer una cabeza de puente estable para salir de su baluarte europeo. Varios Estados del Tercer mundo quisieron utilizar a un bloque contra el otro, coquetearon con Moscú aceptando su apoyo militar, pero nunca integraron por completo o definitivamente su órbita. En ningún otro sitio como en Latinoamérica, en donde no pudieron nunca ir más allá de Cuba, la incapacidad de Rusia para ampliar de manera permanente su influencia apareció de manera tan flagrante. Incapaz de extender el estalinismo hacia Latinoamérica, la burguesía castrista se vio obligada a devolver la ayuda prestada por Rusia enviando tropas de choque a Angola al servicio de Moscú.

(continuará)

JG, febrero de 2003.

 1) El Maine era el navío US que estalló en 1898 en el puerto de La Habana y provocó la declaración de guerra de Estados Unidos a España, potencia colonial en Cuba. Se sabe perfectamente que fue una provocación por parte de EE.UU para justificar esa declaración. Una provocación que se cobró 400 muertos entre los marinos US. Buen ejemplo del maquiavelismo de la burguesía, que siempre anda buscando pretextos que ella misma se fabrica para justificar sus maniobras imperialistas. Ver el artículo “Las Torres Gemelas y el maquivelismo de la burguesía” en la Revista internacional nº 108.

Geografía: 

  • Estados Unidos [7]

Series: 

  • La política extranjera de los Estados Unidos tras la 2ª Guerra Mundial [8]

Cuestiones teóricas: 

  • Imperialismo [9]

Nazismo y Democracia: todos culpables de la masacre de los judíos

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Hace 60 años tuvo lugar la revuelta del ghetto de Varsovia; e, ironía de la historia, hace exactamente 100 años, en 1843, Karl Marx publicaba La cuestión judía, texto que marcaba significativamente la evolución de Marx, de la democracia radical al comunismo. Volveremos sobre este texto en otro artículo; aquí baste decir que Marx, aún apoyando la abolición de todas las trabas feudales impuestas a los judíos en su participación en la sociedad civil, señalaba los límites inherentes a una emancipación únicamente “política” fundada en el ciudadano atomizado, y mostraba que la verdadera libertad no podía cumplirse más que a nivel social, por la creación de una comunidad unificada que supere las relaciones mercantiles, origen subyacente de la división de los hombres en diferentes unidades en competencia.

En aquella época, en 1843, el capitalismo ascendente planteaba de manera inmediata la cuestión de acabar con todas las formas de discriminación feudal contra los judíos, incluyendo su encierro en el ghetto. En 1943, los pocos judíos de Varsovia que quedaban, se sublevaron, no sólo contra la restauración del ghetto, sino también contra su exterminación física –trágica expresión del paso del capitalismo de su fase ascendente a la de su decadencia.

En 2003, cuando el declive capitalista llega a su fase más avanzada, parece que el capitalismo no ha resuelto aún la cuestión judía; los conflictos imperialistas Oriente Medio y el resurgir de un islam radical han resucitado viejos mitos antisemitas, y el sionismo, que se presentaba como el libertador de los judíos, además de encerrar a millones de ellos en una nueva trampa mortal, se ha convertido él mismo en una fuerza de opresión racial, dirigida esta vez contra la población árabe de Israel y Palestina.

 Pero aquí queremos examinar una forma de tratar el holocausto en el plano artístico, en la película de Polansky, El pianista, que ha recibido recientemente muchas alabanzas, además de la Palma de Oro en el festival de Cannes del 2002, el premio a la mejor película durante las ceremonias artísticas (BAFTA) de Londres, y varios óscars en Hollywood.

Un holocausto capitalista

Polanski es él mismo un refugiado del ghetto de Cracovia, y está claro que esta película constituye una toma de posición que tiene una dimensión personal. El pianista es un retrato notablemente fidedigno de las Memorias de un superviviente del ghetto de Varsovia, el pianista Vladislav Szpilman, que las escribió inmediatamente tras la guerra, y que acaban de ser reeditadas recientemente por Victor Gollanz en 1999, y han aparecido después en formato “libro de bolsillo” en el 2002. A pesar de ciertos adornos, el escenario se mantiene muy parecido a la presentación simple y no sentimental que hizo Szpilman de los horrible hechos que vivió; a veces hasta en los más pequeños detalles.

Nos cuenta la historia de una familia judía cultivada que decidió vivir en Varsovia al principio de la guerra, y por eso se vio sometida a la marcha forzada, gradual pero inexorable, hacia las cámaras de gas. Empezando por pequeñas humillaciones, como el decreto sobre la obligatoriedad de llevar la Estrella de David, se nos muestran todas las etapas, desde el momento en que toda la población judía de la ciudad se concentra en un ghetto reconstituido, donde la mayoría vive en condiciones sanitarias y laborales atroces, hasta la muerte lenta por hambre. Sin embargo, la aparición de una clase de aprovechados y la formación de una fuerza de policía judía y de un Consejo judío completamente sometidos a la ocupación, muestran que, incluso en el ghetto, las divisiones de clases continuaban existiendo entre los mismos judíos. La película, igual que el libro, muestra cómo, durante ese periodo, los actos aparentemente aleatorios y de una crueldad inimaginable de las SS(1) y de otros órganos de la domina­ción nazi, tenían una “racionalidad”: la de inculcar el terror y destruir toda voluntad de resistencia. Al mismo tiempo, el lado más “suave” de la propaganda nazi, alienta todo tipo de falsas esperanzas y sirve igualmente para impedir cualquier idea de resistencia. Esto se ve muy claramente cuando co­mien­za el proceso final de las deportaciones, y se embarca a miles de personas en vagones de ganado que tienen que llevarlos a los campos de la muerte: mientras esperan que lleguen los trenes, aún discuten para saber si serán exterminados o utilizados para trabajar; se dice que esas discusiones se produjeron en las mismas puertas de las cámaras de gas.

Es cierto que el Holocausto fue uno de los acontecimientos más terribles de toda la historia de la humanidad. De hecho, se ha desarrollado toda una ideología con el fin de defender la segunda guerra imperialista mundial como una guerra “justa” a partir del carácter pretendidamente único de la “Shoah”, ideología según la cual, frente a una monstruosidad sin igual, era ciertamente necesario apoyar el mal menor que constituía la democracia. Los apologistas de izquierda de la guerra pretenden incluso que el nazismo, al haber introducido el esclavismo y volver a las ideologías paganas precapitalistas, constituía una especie de regresión respecto al capitalismo, el cual, en comparación, sería pues progresista. Pero lo que resalta claramente de todo este periodo, es que el holocausto nazi contra los judíos no fue en absoluto único. No solamente los nazis asesinaron a millones de personas de “razas inferiores” como los eslavos o los gitanos, etc, así como oponentes políticos de toda clase, burgueses o proletarios; sino que su Holocausto se produjo al mismo tiempo que el holocausto estalinista, que no fue menos devastador, y que el holocausto democrático en forma de bombardeos de las ciudades alemanas, de ataques nucleares en Hiroshima y Nagasaki, y del hambre deliberadamente impuesta a la población alemana tras la guerra. El trabajo esclavista tampoco ha sido característico del nazismo; el estalinismo en particular lo empleó enormemente en la construcción de su maquinaria de guerra. Todo esto era expresión de una degeneración extrema del capitalismo, en particular en una fase en que había vencido a la clase obrera y tenía las manos libres para dejarse llevar por sus pulsiones más profundas a la autodestrucción. Pero siempre había una lógica capitalista tras eso, como lo demuestra el folleto Auschwitz ou le grand alibi (Auschwitz la gran coartada), publicado por el Partido comunista internacional.

Este folleto desenmascara la razón material más elemental de la “elección” de los judíos por los nazis –la necesidad de sacrificar una parte de la pequeña burguesía arruinada para movilizar su otra parte “aria” tras el capital y la guerra– y la descripción que hace de la economía del Holocausto, refleja fielmente los acontecimientos del ghetto de Varsovia:

«En tiempos “normales”, y cuando se trata de poca cantidad, el capitalismo puede dejar que revienten sólos los hombres que rechaza del proceso de producción. Pero le era imposible hacerlo en plena guerra y tratándose de millones de personas: un “desorden” semejante lo habría paralizado todo. Era necesario que el capitalismo organizara su muerte.

Además, no los mató enseguida. Para empezar, los retiró de la circulación, los agrupó, los concentró. Y les hizo trabajar subalimentándolos, es decir, sobreexplotándolos a muerte. Matar a las personas con el trabajo es un viejo método del capital. Marx escribía en 1844: «Para que tenga éxito, la lucha indistrial exige numerosos ejércitos, que podemos concentrar en un momento dado, o diezmar copiosamente». Era preciso que toda esa gente pagara por los gastos de su vida, mientras vivían, y después por los de su muerte. Y que produjeran plusvalía tanto tiempo como pudieran. Puesto que el capitalismo no puede ejecutar a los hombres que ha condenado, si no saca beneficios incluso de matarlos».

La sublevación de Varsovia y la indiferencia de las grandes potencias

Al principio de la película –estamos en septiembre de 1939– vemos a la familia Szpilman escuchando la radio, que anuncia que Francia y Gran Bretaña han declarado la guerra a Alemania. La familia festeja el acontecimiento, porque piensan que su liberación está al alcance de la mano. A lo largo de la película, el abandono total y completo de los judíos de Varsovia y de hecho, de Polonia misma, queda cada vez más claro, y las esperanzas puestas en las potencias democráticas se revelan totalmente sin fundamento.

En Abril de 1943, la población del ghetto ha pasado, de prácticamente medio millón, a 30000; muchos de los que quedan son jóvenes seleccionados para cumplir trabajos pesados. En ese momento, ya no queda ninguna duda desde hace tiempo, de la “solución” nazi al problema judío. La película muestra los contactos de Szpilman con ciertos personajes en la clandestinidad; uno de ellos, Jehuda Zyskind, se describe en el libro como un “socialista idealista” que, muchas veces, casi convence a Szpilman de la posibilidad de un mundo mejor (el libro revela que Zyskind y toda su familia fueron asesinados en su casa, después de haber sido descubiertos mientras seleccionaban literatura clandestina en torno a una mesa). Szpilman era un artista, y no un personaje profundamente político; nos lo muestran transportando armas clandestinamente en sacos de patatas, pero él escapó del ghetto antes de la sublevación. Ni él ni la película abordan con mucho detalle las corrientes políticas que operaban en el ghetto. Parece que principalmente estaban compuestas de antiguas organizaciones proletarias que ahora se situaban esencialmente en un terreno nacionalista radical, de una u otra forma –el ala extrema izquierda del sionismo y de la socialdemocracia, los bundistas, y el Partido comunista oficial. Estos grupos son los que organizaron los lazos con la resistencia “nacional” polaca y consiguieron proporcionar clandestinamente armas al ghetto, preparando la sublevación de finales de abril de 1943 bajo los auspicios de la organización judía de combate. A pesar del número irrisorio de armas y municiones a su disposición, los insurgentes consiguieron tener en jaque al ejército alemán durante un mes. Esto no hubiera sido posible sin el apoyo de una gran proporción de la población hambrienta que se sumó de una u otra forma a la revuelta. En este sentido, la sublevación tuvo un carácter popular, y no puede reducirse a las fuerzas burguesas que lo organizaron; pero tampoco fue una acción con un carácter proletario, y no podía de ninguna manera poner en cuestión la sociedad que genera ese tipo de opresión y de horrores. De hecho era, muy conscientemente, una revuelta sin perspectivas, en la que la motivación preponderante de los rebeldes, era morir al principio, antes que ser llevados como ganado a los campos de la muerte. Sublevaciones similares ocurrieron en otras ciudades como Vilno, e incluso en los campos de concentración hubo sabotajes y motines armados. Esas revueltas sin esperanza son el producto clásico de una evolución en la que el proletariado ha perdido la capacidad de actuar en su terreno de clase. Toda la tragedia se repitió el año siguiente a gran escala, durante la revuelta general de Varsovia, que se terminó con la destrucción de la ciudad, igual que el ghetto había sido completamente arrasado tras la revuelta de los judíos.

En ambos casos, se puede demostrar la hipocresía y la doblez de las fuerzas de la democracia y de la “patria del socialismo”, que proclamaban que su único objetivo al implicarse en la guerra, era liberar a los oprimidos por la dominación nazi.

En su libro While Six million Died (Secker and Warburg, Londres 1968) Arthur Morse cita una de las últimas proclamaciones de los protagonistas de la revuelta del ghetto:

«Sólo la fuerza de las naciones aliadas puede aportar una ayuda inmediata y activa ahora. En nombre de millones de judíos quemados, asesinados y quemados vivos. En nombre de los que luchan y de los que están condenados a morir, llamamos al mundo entero... Nuestros aliados más próximos, deben comprender al menos el grado de responsabilidad producto de semejante apatía frente al crimen sin precedente cometido por los nazis contra toda una nación, cuyo epílogo trágico está ahora a punto de jugarse. La sublevación heroica, sin precedente en la historia, de los hijos condenados del ghetto, tiene al menos que despertar al mundo para actuar conforme a la gravedad del momento».

Este pasaje ilustra muy claramente, al mismo tiempo, la comprensión que tenían los protagonistas de la revuelta de que estaban condenados y sus ilusiones sobre las buenas intenciones de las potencias aliadas.

¿Qué hacían en realidad los Aliados contra los crímenes nazis cuando ardía el ghetto de Varsovia? En el mismo momento –el 19 de Abril de 1943– Gran Bretaña y América habían organizado en las Bermudas una conferencia sobre el problema de los refugiados. Como Morse muestra en su libro, las potencias democráticas habían sido directamente informadas del memorándum de Hitler de Agosto 1942, que formalizaba el plan de exterminio de toda la población judía europea. Sin embargo sus representantes fueron a la Conferencia de las Bermudas con un mandato que debía asegurar que no se haría nada sobre ese tema.

«El departamento de Estado ha establecido un memorandum para la orientación de los delegados a la Conferencia de las Bermudas. Los americanos fueron instruidos para no limitar la cuestión a la de los refugiados judíos, para no suscitar cuestiones de fe religiosa o de raza llamando a un apoyo público, ni prometiendo fondos americanos; para no comprometerse en lo que concierne al transporte por barco de refugiados; para no retrasar el programa marítimo militar proponiendo que los transportes de vuelta vacíos carguen refugiados en ruta; para no transportar refugiados del otro lado del océano si se les encontraba emplazamiento en los campos de refugiados de Europa; para no esperar un solo cambio en las leyes americanas de inmigración; para no ignorar las necesidades del esfuerzo de guerra y las necesidades de la población americana en dinero y alimentación; para no establecer nuevas agencias de apoyo a los refugiados, puesto que el Comité intergubernamental estaba ya para eso.

El delegado británico, Richard Kidston Law, añadió algunas negativas a la larga lista aportada por sus amigos americanos. Los británicos no considerarían hacer ningún llamamiento directo a los alemanes, no cambiarían prisioneros por refugiados, y no levantarían el bloqueo de Europa para enviar aprovisionamiento de socorro. Mr Law añadió el peligro que supondría para los aliados el “desembarco” de un gran número de refugiados, algunos de los cuales podrían ser simpatizantes del Eje, ocultos bajo la máscara de personas oprimidas».

Al final de la Conferencia, la “continuación” de sus actividades se puso en manos de un Comité Intergubernamental –el precursor de la ONU– que ya era bien conocido por... no hacer nada.

Esto no fue una expresión aislada de inercia burocrática. Morse cuenta otros espisodios, como la oferta que hizo Suecia de recoger a 20000 niños judíos de Europa, oferta que pasó de oficina en oficina en Gran Bretaña y América y fue finalmente enterrada. Y el folleto Auschwitz… cuenta la historia, aún más impactante, de Joel Brandt, el líder de la organización judía húngara, que negoció con Adolf Eichman la liberación de un millón de judíos, a cambio de 10 000 camiones. Pero como dice el folleto: «¡No sólo los judíos, sino también las SS, se habían tragado la propaganda humanitaria de los Aliados! ¡Los aliados no querían ese millón de judíos! Ni por 10 000 camiones, ni por 5 000, ni por nada». El mismo género de ofertas de parte de Rumanía y de Bulgaria fue rechazado igualmente. Según palabras de Roosvelt, «transportar tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra».

Este breve repaso del cinismo total de los aliados, sería incompleto si no mencionáramos cómo el Ejército Rojo, que había llamado a los polacos a sublevarse contra los nazis, mantuvo sus tropas en los accesos a Varsovia durante la sublevación de 1944, dejando a los nazis la tarea de aplastar a los insurgentes. Ya hemos explicado las razones en nuestro artículo, “Las masacres y los crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional nº 66:

«De hecho Stalin decidió, ante la amplitud de la insurrección (...) “dejar Varsovia cocerse en su propia salsa”, con el objetivo evidente de tragarse Polonia sin encontrar obstáculos serios por parte de la polblación polaca. En caso de éxito de la insurrección de Varsovia, el nacionalismo se habría reforzado considerablemente y habría podido poner serios obstáculos contra los designios del imperialismo ruso. Al mismo tiempo inauguraba su papel de gendarme antiproletario, frente a la amenaza potencial obrera en Varsovia».

Y si se piensa que semejante crueldad sería específica del odioso dictador Stalin, el artículo señala que esa táctica de “dejar cocerse en su propia salsa” había sido antes adoptada por Churchill, en respuesta a las huelgas obreras masivas que se produjeron el mismo año en el norte de Italia; una vez más, los Aliados dejaron que los carniceros nazis hicieran el trabajo sucio en su lugar. El artículo, que se escribió en 1991, muestra después que “los países occidentales” emplearon una táctica completamente idéntica después de la guerra del Golfo frente a las sublevaciones Kurdas y chiitas contra Sadam.

La supervivenvia de la solidaridad humana

El hecho de que Szpilman haya sobrevivido a esta pesadilla, es desde luego, notable; en gran parte se debe a la combinación de una suerte extraordinaria, y al respeto que la gente tenía por su arte musical. Fue alejado involuntariamente de los vagones de ganado por un policía judío compasivo, mientras sus padres, su hermano y sus dos hermanas fueron embarcados y llevados a su destino. Después de ser sacado clandestinamente del ghetto, fue acogido por músicos polacos relacionados con la resistencia. Sin embargo, al final quedó totalmente solo, debiéndole la vida a un oficial alemán, Wilm Hosenfeld, que lo alimentó y lo escondió en un granero en el mismo cuartel general de las fuerzas de ocupación alemanas, que estaban a punto de desintegrarse. El libro contiene un apéndice con extractos del diario de Hosen-

feld. Nos cuenta que era un católico idea­lista asqueado por el régimen nazi y que salvó algunos otros judíos y víctimas del terror.

Hubo muchos pequeños actos de valentía y de humanidad de este tipo durante la guerra. Los polacos, por ejemplo, tienen una espantosa reputación de antisemitas, particularmente porque los combatientes judíos que se escapaban del ghetto, también fueron asesinados por los milicianos de la resistencia nacional polaca. Pero el libro señala que los polacos salvaron más judíos que cualquier otra nación.

Fueron actos individuales, no expresiones de un movimiento proletario colectivo como lo fue la huelga contra las medidas antijudías y las deportaciones, que comenzó en los astilleros de Amsterdam en Febrero de 1941 (cf. nuestro libro sobre la Izquierda Holandesa –sólo en francés e inglés). Sin embargo dan una pequeña muestra de que, incluso en medio de las más horribles orgías de odio nacionalista, existe una solidaridad humana que puede elevarse por encima de eso. Al final de la película, tras la derrota del ejército alemán, vemos a uno de los amigos músicos de Szpilman pasar ante un grupo de prisioneros de guerra alemanes. Va a la barrera para insultarlos; pero queda desconcertado cuando uno de ellos corre hacia él y le pregunta si conoce a Szpilman y le pide ayuda. Es Hosenfeld. Pero el músico es apartado por los guardias antes de que pueda saber el nombre y los detalles respecto a Hosenfeld. Avergonzado de su actitud inicial, el músico cuenta a Szpilman –que ha recuperado su trabajo de pianista en la radio de Varsovia– lo que ha pasado. Szpilman pasó años buscando el rastro de su salvador, sin éxito, aunque proporcionó ayuda a los miembros de su familia. Y nos enteramos de que Hosenfeld murió en un campo de trabajo ruso a principios de los años 50 –un último recuerdo de que la barbarie no se limitaba al imperialismo perdedor.

No cabe duda de que la burguesía continuará explotando el Holocausto para reforzar el mito de la democracia y justificar la guerra. Y en la situación actual, si las mejores expresiones artísticas pueden dar una apreciación profunda de las verdades sociales e históricas, muy raramente están armadas de un punto de vista proletario que les permita resistir las tentativas de recuperación. El resultado es que la burguesía tratará de utilizar las tentativas honradas de describir los hechos, para servir a sus fines deshonrosos. Hoy asistimos a las tentativas asqueantes de presentar la nueva ofensiva imperialista en el Golfo, como una batalla para salvarnos de las atrocidades que prepara el “nuevo Hitler”, Sadam Husein. Pero los preparativos de guerra actuales revelan con una claridad creciente que es el capital como un todo el que prepara un nuevo holocausto para la humanidad y que son las grandes potencias democráticas las que empujan hacia el abismo. Un nuevo holocausto superaría con mucho todo lo que ocurrió en la década de 1940, puesto que implicaría la destrucción de la humanidad. Pero contrariamente a 1940, hoy el proletariado mundial no ha sido pulverizado ni es incapaz de actuar en su propio terreno de clase; por eso no es tarde para impedir que el capitalismo imponga su “solución final” y para reemplazar su sistema putrefacto por una sociedad auténticamente humana.

Amos (Febrero 2003)

 1) El libro, y la película, muestran cómo Szpilman y su familia son testigos de una redada en el apartamento de enfrente del suyo. Otra familia acaba de sentarse a cenar, cuando aparecen las SS y piden que se levante todo el mundo. Un anciano paralítico no puede, y dos soldados de las SS lo cogen de la silla de ruedas y lo tiran por la ventana. A los niños no se les trataba mejor, como señala friamente este pasaje del libro: «Salimos, escoltados por dos policías, en dirección a la puerta del ghetto. Habitualmente estaba guardada por oficiales de policía judíos, pero hoy toda una unidad de la policía alemana verificaba al detalle los papeles de todos los que salían del ghetto para ir al trabajo. Un niño de 10 años llegó corriendo por el callejón. Estaba muy pálido, y tan asustado que olvidó quitarse la gorra ante un policía alemán que venía en su dirección. El alemán se paró, sacó su revolver sin decir una palabra, apuntó a la sien del niño y disparó. El niño cayó a tierra, agitó los brazos, quedó rígido y murió. El policía enfundó tranquilamente su pistola en la cartuchera, y siguió su camino. Yo lo miraba: no presentaba siquiera características particulares de brutalidad y no parecía enfadado. Era un hombre normal, plácido, que venía de cumplir una de sus numerosas pequeñas obligaciones cotidianas y después la había apartado de su cabeza para atender otros asuntos más importantes que le esperaban».

Series: 

  • Fascismo y antifascismo [10]

Acontecimientos históricos: 

  • IIª Guerra mundial [11]

Cuestiones teóricas: 

  • Fascismo [12]

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/836/rev-internacional-n-113-2-trimestre-2003

Enlaces
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