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El nuevo presidente de la República ha sido por fin elegido, un hombre pretendidamente “nuevo” y “fuera del sistema”: Emmanuel Macron.
Macron promete “cambiar” Francia y “convocar a todos los franceses” en una nueva concordia nacional y fraternal. Promete relanzar la economía francesa y se presenta como el hombre de la renovación europea, promotor de una Zona Euro más democrática y económicamente dinámica. Todos aspectos de naturaleza exclusivamente burguesa. Es indudablemente la clase burguesa la única que puede celebrar los resultados y siempre son sus propios representantes los que ganan las elecciones. No hay nada nuevo. La democracia es la ideología detrás de la cual se esconde la dictadura del capitalismo, su estado totalitario y su dominación sobre la sociedad. Después de más de un siglo, el terreno electoral es una engañifa mistificadora potente contra el proletariado. Las elecciones burguesas son en efecto uno de los momentos privilegiados para la clase dominante para darse los gobiernos conformes a la defensa de sus intereses, desarrollando de manera intensiva y concentrada la ideología democrática para ocultar su codicia y la dictadura del sistema capitalista. A través de ellas, trata de hacer creer que es la mayoría de la población quien gobierna y decide. Esto es exactamente lo contrario de la realidad. La democracia es la dictadura más ideológicamente sofisticada que permite a la minoría explotadora dominar a la mayoría de la población y, sobre todo, al proletariado. Ella oculta los intereses antagónicos de clases aún así irreconciliables. Transforma al proletariado revolucionario en una suma de individuos, de “ciudadanos-electores” aislados, atomizados e impotentes.
Las elecciones marcadas por el peligro del populismo
Es un hecho evidente, la burguesía francesa y sus sectores más responsables desde el punto de vista de sus intereses objetivos estaba muy inquieta por la posibilidad de la llegada del Frente Nacional al poder, partido burgués y defensor también del interés nacional pero totalmente irracional e irresponsable. A este nivel, Ángela Merkel, la canciller alemana, y su tristemente célebre ministro de economía, el señor Schlaubel, estaban igualmente muy preocupados. Ellos no escatimaron su apoyo muy activo a la candidatura Macron. Merkel declaró entre las dos vueltas del escrutinio francés: “Yo no tengo ninguna duda sobre el hecho que Emmanuel Macron, si es elegido, que es lo que deseo, será un presidente fuerte”. Sin olvidar al anterior presidente americano Obama y a la Comisión Europea, que no han parado de hacer campaña para apoyar también esta candidatura. De hecho, la burguesía francesa apostó por dos candidatos juzgados los más aptos para gestionar mejor los intereses del capitalismo nacional, al mismo tiempo que poder frenar al Frente Nacional: los señores Juppé y Macron. Sin embargo la candidatura Juppé estaba desde el principio muy comprometida. Éste, antiguo primer ministro, miembro de un partido rechazado por la mayoría de los franceses (Los Republicanos) y un largo pasado de hombre del aparato, representaba un fuerte riesgo de fracaso. Lo que las primarias de la derecha confirmaron ampliamente con la victoria sorpresa de François Fillon. En realidad, sectores crecientes de la burguesía trabajaban ya cada vez más abiertamente en el éxito del “hombre nuevo” Macron. El apoyo activo del presidente saliente, François Hollande, se convirtió en un secreto a voces. Lo mismo ocurría para un cierto número de tenores dentro de un Partido Socialista en plena bancarrota. Este fenómeno estaba también presente dentro de la derecha igualmente en plena crisis. Apoyado por numerosos medios de negocios (financieros e industriales), exaltado por los medios de comunicación, BFM en cabeza, la campaña era extrema pero eficaz. ¡Había que promocionar a Macron a todo precio! ¿Por qué tal voluntad, tal determinación de parte de los sectores más responsables de la burguesía occidental y francesa? ¡Seguramente no para defender el interés del proletariado! Verdaderamente, todas estas fracciones de la clase dominante tenían miedo de ver al Frente Nacional acceder al poder, y tenía absolutamente que lanzar la ilusión de una “renovación”.
La burguesía es la clase más maquiavélica de la historia
La burguesía es sin duda alguna la clase explotadora más inteligente de la historia. En tanto que clase, ella no puede jamás perder totalmente de vista sus intereses y como defenderlos. La historia del capitalismo lo puede demostrar, ya sea frente al proletariado revolucionario o en la defensa de sus propios intereses económicos e imperialistas. En este sentido, el desarrollo del populismo en muchos de los países occidentales no puede más que alarmarla e inquietarla. Esta gran inquietud, se transformó en preocupación permanente y prioritaria con la victoria del Brexit en Gran Bretaña y la de Trump en los Estados Unidos. No se trata de fenómenos que hayan tenido lugar en países pequeños, débiles y secundarios. Dos de las burguesías más poderosas del mundo habían sido incapaces de impedir la victoria electoral del populismo. La alarma no sólo ha estallado sino que el sonido se mantiene permanente y de manera estridente, tanto que amenaza hacer estallar en pedazos a la Unión Europea. Esto no debía reproducirse en Francia, lugar de existencia de una poderosa formación populista, que socava los fundamentos ideológicos mistificadores con lo que la burguesía mantiene todavía una cierta cohesión social (los “derechos del hombre”, el progreso universal, etc.). Este partido burgués (el Frente Nacional), retrógrado e irracional, es incapaz de encuadrar ideológicamente la sociedad desarrollando la “exclusión”, proclamando abiertamente que el mundo está en marcha hacia el hundimiento y que hay que salvar la nación y sus ciudadanos en detrimento del resto del planeta.
Lo que inquieta en primer lugar a las fracciones de la burguesía más lúcidas, es la incapacidad de estos partidos populistas para defender de manera eficaz y coherente los intereses generales del capital nacional. La propuesta de un referéndum de Marine Le Pen para salir de la Unión Europea o deshacerse del euro es una expresión muy clara. Los partidos populistas se caracterizan por una incapacidad para saber qué política deben llevar, un día proponen una cosa y al siguiente lo contrario; y esto es verdad tanto en materia económica, como imperialista. Impedir al Frente Nacional llegar al poder en Francia fue tan prioritario como igualmente necesario de mostrar al resto del mundo que la victoria del Brexit y de Trump no eran productos de un fenómeno irreversible. El resultado de las elecciones en Francia muestra igualmente un alivio para un gran número de cancillerías. En este sentido las elecciones, a pesar de la fragilidad histórica de la burguesía, son un éxito para ella no solamente en Francia sino igualmente en un plano internacional y particularmente en Europa
Las causas profundas de esta necesaria reacción
La necesidad de una reacción de la burguesía frente al crecimiento del populismo encuentra sus causas principales en el lento proceso de debilitamiento histórico que ella sufre, sobre todo en los países occidentales. En las raíces de este proceso históricamente irreversible se encuentra la profundización de la descomposición del sistema capitalista[1]. Esto se traduce sobre todo en una dificultad creciente para desarrollar una política a largo plazo, para garantizar la cohesión suficiente en la defensa de los intereses nacionales más allá de los intereses de camarillas, de grupos o de rivalidades personales. Esta dinámica afecta en primer lugar a los partidos tradicionales que están a la cabeza del estado burgués desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En Francia, son los partidos de la derecha tradicional y el Partido Socialista los que están particularmente afectados, hasta el punto de convertirse en marginales. Una gran mayoría de la población rechaza a estos partidos. En el gobierno de Francia durante decenios, no han hecho, más que turnarse, desarrollar una austeridad y una precariedad crecientes sin ofrecer ninguna perspectiva y un futuro muy poco creíble. Gangrenados por los escándalos, las peores peleas de clanes y rivalidades de jefes, únicamente suscitan asco y rechazo masivo. Ellos le han hecho la cama al populismo siempre muy presente y reforzado. Este debilitamiento de los partidos más responsables y más experimentados de la burguesía nacional es una realidad que se impone a toda la clase burguesa y que puede tener graves consecuencias, como lo vemos actualmente en Estados Unidos. Sin embargo, nuevos ataques a la clase obrera deben ser puestos en marcha lo más rápidamente posible. Frente a estos retos, a la gravedad y a la urgencia, los partidos tradicionales completamente desacreditados no pueden seguir asumiendo fácilmente sus tareas. Esto sería un factor acelerador del proceso de debilitamiento histórico de la burguesía.
Los grandes ataques en perspectiva contra las condiciones de vida
La burguesía establece de la mejor manera posible los medios operativos para desarrollar ataques sin precedentes a las condiciones de vida y de trabajo. Es lo que Macron acaba de repetir frente a toda Europa en su reciente conferencia de prensa en Berlín: “Yo estoy por la reforma profunda y rápida de Francia. Yo cumpliré mis promesas de campaña”. El proletariado es una vez más advertido. Macron va a actuar, legislar frontalmente y sin restricciones. Él propone también tomar sin retraso una serie de medidas donde el proletariado a la cabeza va a pagar los costes, a partir de este verano, etapa en que una parte de los obreros no están en su lugar de trabajo al lado de sus hermanos de clase.
La palabra clave al respecto es flexibilidad generalizada, el objetivo sería llevar mucho más lejos todavía la ley El Khomri: imponer, sobre cada puesto de trabajo, el nivel salarial, de tiempo de trabajo real y de condiciones de despido en nombre de la competitividad. Es el reforzamiento feroz de la explotación que prepara de este modo Macron. Pero esto no es suficiente. El seguro de paro igualmente va a recibir un fuerte ataque. La subida de la Contribución Social Generalizada y la vigilancia reforzada de los parados están en el programa. En cuanto a las jubilaciones, “las sumas cotizadas individualmente determinarán el nivel de la pensión de cada uno”. Esto está muy claro: habrá que trabajar muchos más años para conseguir unas jubilaciones aún más miserables, con la desaparición de algunas de las garantías todavía existentes. Y Macron se propone igualmente suprimir los regímenes especiales. ¡Esta es su política para “reducir”, como él ha dicho parafraseando al anterior presidente Chirac, la “fractura social”! Precarización y empobrecimiento generalizados para los que trabajan, los parados, los jóvenes y los jubilados. Es toda la clase obrera quien va a ser violentamente atacada por el estado capitalista francés.
No hay otra solución más que desarrollar la lucha de clases
Está claro que las elecciones no son más que un arma en manos de la burguesía. Ayer, Hollande y Sarkozy, actualmente, Macron… Pero para el proletariado, no hay otra perspectiva por delante que la explotación y la degradación de sus condiciones de vida. La burguesía no otorga ninguna dignidad al proletariado, ni a la vida humana. Sólo cuenta su dominación y su ganancia. Para esto, Macron puede contar con las otras fracciones de la burguesía nacional. Mélenchon y su movimiento ya han participado activamente para reforzar la ideología democrática y republicana. En el futuro, ellos tendrán probablemente un papel todavía más importante a jugar contra la lucha del proletariado. ¡Mélenchon, perro viejo del aparato de estado burgués lo sabe perfectamente bien! Como lo saben igualmente los izquierdistas y los sindicatos, CGT y FO a la cabeza, ya que preparan lo que ellos llaman un “tercer tour social”, es decir volver a jugar plenamente su papel de encuadramiento de las luchas para sabotearlas y desviarlas fuera de su terreno de clase.
Para una parte de la clase obrera, un error grave sería pensar que se puede contestar el orden capitalista y cuestionar esta oleada prevista de ataques cayendo en manos de una revuelta reaccionaria y populista, enfrentando a los obreros los unos contra los otros. También sería peligroso el apoyo a las “fuerzas democráticas” del antipopulismo. Los jóvenes poco numerosos en la calle gritaban después de la primera vuelta: “¡Ni Marine, ni Macron, ni patrie, ni patrón!”. Aunque pueda ser confuso este eslogan y a pesar de las grandes dificultades en las que se encuentra el proletariado actualmente desde el punto de vista de la combatividad y de su conciencia, un tal eslogan, llevado por algunos jóvenes, expresa en germen la idea de la lucha de clases y la necesidad de afirmar la perspectiva de otra sociedad. La revolución comunista es la única posibilidad realista para construir una sociedad realmente humana, sin clases sociales y sin explotación. Por todo esto, habrá que afrontar de manera consciente a la burguesía, su estado y su democracia.
Philippe, 19 de mayo 2017
[1] Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2123/la-des... [2]
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Los supervivientes del incendio de la torre Grenfell, los que viven bajo su sombra, aquellos que viven en bloques similares en todas partes, que decidieron expresar su solidaridad, cuya rabia les ha llevado a ocupar el ayuntamiento de Kensington y a marchar a Downing Street, estaban perfectamente convencidos de que este horror no fue una ''tragedia'' en abstracto, ni mucho menos un acto divino, sino como decía una de sus pancartas improvisadas, ''un crimen contra los pobres'', una cuestión de clase más obvia aún por el hecho de que el municipio de Kensigton y Chelsea presenta el arquetipo de los obscenos contrastes de riqueza que marcan este orden social, encarnándolos en la forma tan tangible y visible de la ''cuestión de la vivienda''.
Mucho antes de que estallara el incendio, un grupo organizado de residentes había advertido ya del peligroso estado del edificio Grenfell, pero estas advertencias fueron repetidamente ignoradas por el consejo local y su representante, la Organización de Gestión de Inquilinos de Kensington y Chelsea. Existe también la fuerte sospecha de que el revestimiento del edificio, que se está señalando como el principal causante de la rápida difusión del fuego, no fue instalado para los residentes de la torre sino para mejorar el aspecto del edificio de cara a los vecinos más ricos del municipio. De nuevo, es bien sabido que este municipio está infestado de esa nueva especie de caseros ausentes que, animados por la manía de la burguesía británica de favorecer la inversión extranjera, compra viviendas a un precio extremadamente caro y en muchos casos ni siquiera se molesta en alquilarlas, sino que las dejan vacías por razones puramente especulativas. De hecho, la especulación inmobiliaria – plenamente apoyada por el Estado – fue un elemento central en el crack de 2008, un desastre económico cuyo efecto neto ha sido profundizar aún más la brecha entre los que tienen y los que no. Y, sin embargo, mantener altos los precios inmobiliarios sigue siendo un pilar central de esta economía de casino actual impulsada por la deuda.
La profundidad y extensión de la indignación provocada por semejantes políticas fue tal, que los medios controlados por aquellos que se sientan en los escalones más altos de la escala económica no tuvieron más remedio que hacer como que se reclamaban de toda esa oleada de rabia. Algunos de los tabloides pro-Brexit empezaron intentando culpar del fuego a las regulaciones de la UE[1], pero tuvieron que retractarse rápidamente en vista del estado de ánimo general (y también cuando se hizo evidente que el revestimiento usado para ''regenerar'' Grenfell está prohibido en países como Alemania). El periódico London Metro, no conocido precisamente por su radicalismo, sacó el titular ''Arresten a los asesinos'', no como una cita sino más bien como una demanda, basada en la retórica del parlamentario de Tottenham David Lammy, uno de los primeros en describir el incendio como ''homicidio corporativo''. Casi todos, salvo una minoría de trolls racistas que pululan por Internet, evitaron usar términos despectivos con respecto al hecho de que la mayoría de las víctimas no eran solo pobres, sino que tenían un pasado como migrantes o incluso refugiados. Las abundantes expresiones de solidaridad que vimos a raíz del incendio – la donación de comida, ropa, mantas, ofertas de acomodación y trabajo en centros de emergencia – llegaron de vecinos de todos los trasfondos étnicos y religiosos, que nunca preguntaron por la historia personal de las víctimas como precondición para otorgarles su ayuda y apoyo.
Los manifestantes están en lo cierto al exigir respuestas sobre la causa del incendio, al presionar al Estado para que les provea de asistencia de emergencia y les procure viviendas nuevas en la misma área – algunos han recordado la catastrófica experiencia de los desplazados por el huracán Katrina, que fue aprovechada para llevar a cabo una especie de limpieza étnica y de clase de zonas ''apetecibles'' de Nueva Orleans. Los que viven en otros bloques cercanos, comprensiblemente, exigen inspecciones de seguridad y mejoras, a implementar cuanto antes posible. Sin embargo, también es necesario examinar las causas más profundas tras la catástrofe, entender que la desigualdad que ha sido tan ampliamente citada como elemento clave está enraizada en la estructura misma de la sociedad actual. Esto es particularmente importante debido al hecho de que la rabia existente se está canalizando hacia individuos o instituciones particulares – Theresa May, por rehuir el contacto directo con los residentes de Grenfell, el consejo local o la gestora de inquilinos – más que hacia un modo de producción que engendra estos desastres desde sus mismas entrañas. Si no se comprende esta cuestión, la puerta siempre seguirá abierta a las ilusiones en soluciones y alternativas capitalistas, particularmente aquellas promovidas por el ala izquierda del capital. Ya hemos visto como Corbyn volvía a adelantar a May en los sondeos de popularidad debido a su respuesta más ''sensible'' y ''realista'' a los residentes de Grenfell, y a su apoyo a soluciones aparentemente radicales como la requisa de casas vacías para proveer de hogares a los desplazados[2]
El capitalismo en la raíz de la cuestión inmobiliaria
Así es como Marx definió el problema, centrándose específicamente en la despiadada caza de beneficios en el proceso de producción:
''Puesto que el obrero pasa la mayor parte de su vida en el proceso de producción, las condiciones de este proceso son, en gran parte, condiciones de su proceso vital activo, condiciones vitales suyas, y la economía en esas condiciones de vida es un método para aumentar la tasa de ganancia, exactamente tal como ya hemos visto anteriormente que el trabajo excesivo, la transformación del obrero en una bestia de labor es un método para acelerar la autovalorización del capital, la producción de plusvalor. Esta economización se extiende a colmar locales estrechos e insalubres con obreros, cosa que en el lenguaje capitalista significa ahorro de instalaciones; amontonamiento de peligrosas maquinarias en los mismos locales y omisión de medios de protección contra el peligro; falta de medidas de precaución en procesos de producción que, por su índole, son insalubres o, como en la minería, implican peligro, etc. Y ni que hablar de la ausencia de todos los dispositivos destinados a humanizar el proceso de producción para el obrero, haciéndoselo agradable o siquiera soportable. Desde el punto de vista capitalista, esto sería un derroche totalmente carente de fin y de sentido'' (El capital, vol. 3, capítulo 5)
Este impulso por ahorrar espacio, por negar medidas de seguridad y reducir costes de producción para aumentar la tasa de ganancia, también aplica nada menos que a la provisión de vivienda para la clase explotada. Engels, en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), describió con gran detalle el hacinamiento, la suciedad, la polución y la ruina de las viviendas y las calles erigidas a toda prisa para acomodar a los trabajadores industriales en Manchester y otras ciudades; en su Contribución al problema de la vivienda (1872)[3], Engels pone énfasis en cómo estas condiciones acaban dando origen, inevitablemente, a enfermedades epidémicas.
''El cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la viruela y otras enfermedades devastadoras esparcen sus gérmenes en el aire pestilente y en las aguas contaminadas de estos barrios obreros. Aquí no desaparecen casi nunca y se desarrollan en forma de grandes epidemias cada vez que las circunstancias les son propicias. Estas epidemias se extienden entonces a los otros barrios más aireados y más sanos en que habitan los señores capitalistas. La clase capitalista dominante no puede permitirse impunemente el placer de favorecer las enfermedades epidémicas en el seno de la clase obrera, pues sufriría ella misma las consecuencias, ya que el ángel exterminador es tan implacable con los capitalistas como con los obreros.''
Es bien sabido que la construcción del sistema de alcantarillado londinense en el siglo XIX, una titánica obra de ingeniería que redujo en gran medida el impacto del cólera y que todavía funciona hoy, solo fue significativamente impulsada después de que la ''gran peste'' de 1858 que vino del contaminado Támesis atacara las fosas nasales de los políticos de Westminster. Las luchas obreras y sus exigencias de mejores viviendas también fueron, por supuesto, un factor a considerar en la decisión de la burguesía de demoler las áreas de casuchas y procurar un alojamiento mejor y más seguro a los esclavos asalariados. Para protegerse de las enfermedades y evitar la destrucción de la fuerza de trabajo, el capital se vio obligado a introducir estas mejoras – amén de por los sustanciosos beneficios que pudieron obtenerse de las inversiones en construcción y propiedades. Pero como Engels también señaló, incluso en aquellos días de reformas sustanciales hechas posibles por un modo de producción en ascendencia, la tendencia en el capitalismo fue siempre a, simplemente, desplazar los barrios bajos de un sitio a otro. En Contribución al problema de la vivienda, Engels muestra cómo tiene lugar este proceso dentro de los límites de Manchester. En la actualidad, marcada por la espiral descendente del sistema capitalista a escala mundial, este desplazamiento ha tenido lugar, más obviamente, de los países capitalistas ''avanzados'' a los inmensos guetos que rodean tantas ciudades de lo que suele denominarse el ''Tercer Mundo''[4].
El comunismo y el alojamiento humano
Fue por esto que, rechazando la utopía de Proudhon (posteriormente revivida en el proyecto thatcheriano de fomento de compra de vivienda pública [council house] que ha intensificado considerablemente el problema inmobiliario) en el que cada trabajador sería propietario de una casa pequeña propia, Engels insistió en que ''mientras exista el modo de producción capitalista, será absurdo querer resolver aisladamente la cuestión de la vivienda o cualquier otra cuestión social que afecte la suerte del obrero. La solución reside únicamente en la abolición del modo de producción capitalista, en la apropiación por la clase obrera misma de todos los medios de subsistencia y de trabajo'' (Contribución al problema de la vivienda).
La revolución proletaria de 1917 en Rusia nos ofreció una idea de lo que, en su etapa inicial, podía significar esta ''apropiación'': los palacios y mansiones de los ricos fueron expropiados para poder alojar a las familias más pobres. En el Londres actual, junto a auténticos palacios y mansiones, el vertiginoso aumento de la especulación inmobiliaria en las últimas décadas nos ha dejado con un gran stock de torres de lujo, parte de las cuales están habitadas por unos pocos residentes ricos mientras otras partes se utilizan para actividades comerciales parasitarias, habiendo otras tantas que siguen sin venderse ni usarse, mientras que, ciertamente, todas ellas tienen mejores sistemas antiincendios que la de Grenfell. Este tipo de edificios dan una razón de mucho peso a favor de la expropiación como una solución inmediata al escándalo de la vivienda de bajo estándar y la falta de vivienda.
Pero Engels, como Marx, defendió un programa mucho más radical que la simple apropiación de los edificios ya existentes. De nuevo, rechazando la fantasía proudhoniana de un retorno a la industria artesanal, Engels destacó el papel progresivo desempeñado por las grandes ciudades a la hora de concentrar grandes masas de proletarios capaces de actuar juntos y desafiar así al orden capitalista. Y aun con eso, siguió insistiendo en que el futuro comunista acabaría por superar la brutal separación del campo y la ciudad y que esto supondría el desmantelamiento de las grandes ciudades – un proyecto aún más grandioso en la época actual de hinchadas mega-ciudades que hacen que las grandes ciudades de la época de Engels parezcan pueblos mercantiles pequeños.
''Es evidente que la solución burguesa de la cuestión de la vivienda se ha ido a pique al chocar con la oposición entre la ciudad y el campo. Y llegamos aquí al nervio mismo del problema. La cuestión de la vivienda no podrá resolverse hasta que la sociedad esté lo suficientemente transformada para emprender la supresión de la oposición que existe entre la ciudad y el campo, oposición que ha llegado al extremo en la sociedad capitalista de hoy. Lejos de poder remediar esta oposición la sociedad capitalista tiene que aumentarla cada día más. Los primeros socialistas utópicos modernos, Owen y Fourier, ya lo habían comprendido muy bien. En sus organizaciones modelo, la oposición entre la ciudad y el campo ya no existe. Es, pues, lo contrario de lo que afirma el Sr. Sax: no es la solución de la cuestión de la vivienda lo que resuelve al mismo tiempo la cuestión social, sino que es la solución de la cuestión social, es decir, la abolición del modo de producción capitalista, lo que hace posible la solución del problema de la vivienda. Querer resolver la cuestión de la vivienda manteniendo las grandes ciudades modernas, es un contrasentido. Estas grandes ciudades modernas podrán ser suprimidas sólo con la abolición del modo de producción capitalista, y cuando esta abolición esté en marcha, ya no se tratará de procurar a cada obrero una casita que le pertenezca en propiedad, sino de cosas bien diferentes.'' (Contribución al problema de la vivienda)
En línea con esta tradición radical, el comunista de izquierda italiano Amadeo Bordiga escribió un texto en respuesta a esa moda de bloques de pisos y rascacielos de la post-guerra de la II Guerra Mundial, una moda que ha vuelto con fuerza en los últimos años a pesar de toda una serie de desastres y de todas las pruebas de que la vida en los grandes bloques intensifica la atomización de la vida urbana y genera toda una serie de dificultades sociales y psicológicas. Para Bordiga, los bloques de pisos eran un potente símbolo de esa tendencia en el capitalismo a amontonar tantos seres humanos como fuera posible en un espacio, a su vez, cuanto más limitado mejor, y dedicó duras palabras a los arquitectos ''brutalistas'' que cantaban sus alabanzas. ''Verticalismo, he ahí el nombre de esta deforme doctrina, el capitalismo es verticalista''[5].
El comunismo, por el contrario, sería ''horizontalista''. Más adelante en el mismo artículo, Bordiga explica el significado de esta expresión:
''Cuando, tras el aplastamiento forzoso de esta dictadura cada vez más obscena, sea posible subordinar cada solución y cada plan a la mejora de las condiciones del trabajo vivo, diseñar con este objetivo todo lo que proviene del trabajo muerto, del capital constante, de la infraestructura que la especie humana ha construido a lo largo de los siglos y sigue construyendo sobre la superficie de la Tierra, sólo entonces este verticalismo brutal de monstruos de cemento será ridiculizado y suprimido, y en las inmensas extensiones del espacio horizontal, una vez las gigantescas ciudades se hayan desinflado, la fuerza e inteligencia del animal humano tenderá progresivamente a uniformar la densidad de la vida y el trabajo sobre las zonas habitables de la Tierra; y estas fuerzas estarán de ahí en adelante en armonía, y dejarán de ser enemigos feroces como lo son en la deforme civilización actual, en la que solo son puestas en común por el espectro del servilismo y el hambre''.
Amos, 18/6/17
[2]Desde la perspectiva capitalista de Estado de Corbyn, la requisa de edificios no sería el resultado de iniciativas organizadas por la clase obrera, sino de medidas legales auspiciadas por el Estado, similares a la expropiación de edificios en tiempos de guerra.
[3] Para conocer nuestra toma de posición sobre el problema de la vivienda hoy, ver https://es.internationalism.org/book/export/html/410 [8] y "¿Qué lucha llevar ante el problema de la vivienda? [9]".
[5]''Espacio contra cemento'', en La especie humana y la corteza terrestre (Espèce Humaine et Croûte Terrestre) Petite Bibliotheque Payot, p. 168). Nuestra traducción; ver https://en.internationalism.org/international-review/201609/14092/1950s-... [11]
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/presidenciales_en_francia.pdf
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2123/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[3] https://es.internationalism.org/tag/geografia/francia
[4] https://es.internationalism.org/tag/2/31/el-engano-del-parlamentarismo
[5] https://es.internationalism.org/tag/6/706/presidenciales-francesas
[6] https://es.internationalism.org/files/es/grenfell.pdf
[7] https://www.express.co.uk/news/uk/817651/london-fire-grenfell-tower-block-cladding-latest-updates-european-union-regulations
[8] https://es.internationalism.org/book/export/html/410
[9] https://es.internationalism.org/cci-online/201212/3579/que-lucha-llevar-ante-el-problema-de-la-vivienda
[10] https://en.internationalism.org/worldrevolution/201301/6246/capitalism-produces-housing-crisis
[11] https://en.internationalism.org/international-review/201609/14092/1950s-and-60s-damen-bordiga-and-passion-communism
[12] https://es.internationalism.org/tag/geografia/gran-bretana
[13] https://es.internationalism.org/tag/21/481/medioambiente
[14] https://es.internationalism.org/tag/3/50/medio-ambiente