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Rev. Internacional n° 154 - 1er semestre de 2015

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La lucha por los principios proletarios sigue estando de plena actualidad

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Hace cien años la guerra inicia un nuevo año de matanzas. Decían que en « Navidades estaría terminada », pero Navidad quedó atrás y la guerra, en cambio, ahí seguía.

El 24 de diciembre hubo confraternizaciones en el frente, la "Tregua de Navidad”. Fue iniciativa de soldados –obreros y campesinos en uniforme– en contra de sus oficiales, que salieron de las trincheras para intercambiar cerveza, tabaco y alimentos. Los Estados Mayores, sorprendidos, fueron incapaces de reaccionar de inmediato.

Las confraternizaciones plantean la pregunta: ¿qué habría ocurrido si hubiera existido un partido obrero, una Internacional, capaz de darles una visión más amplia, de hacerlas fructificar para que se transformaran en oposición consciente no sólo contra la guerra sino también contra sus causas? Pero los obreros habían sido abandonados por sus propios partidos: peor todavía, esos partidos se habían convertido en banderines de enganche de la clase dominante. Tras los pelotones de ejecución ante desertores y amotinados hay ministros "socialistas". La traición de los partidos socialistas en la mayoría de los países beligerantes hizo que se desmoronara la Internacional socialista, incapaz de aplicar las resoluciones contra la guerra adoptadas en el congreso de Stuttgart en 1907 y en el de Basilea de 1912: ese hundimiento es el tema de uno de los artículos de este número.

Comienza el año 1915. Ya no volverá a haber “Tregua de Navidad": los Estados Mayores, preocupados, harán que se aplique la disciplina y que truenen los cañones en la Navidad siguiente para cortar de raíz toda veleidad de acabar con la guerra por parte de los soldados y de los obreros.

Y, sin embargo, con muchas dificultades y sin plan de conjunto, resurge la resistencia obrera. En 1915 volverá a haber fraternizaciones en el frente, habrá grandes huelgas en el valle del Clyde en Escocia, manifestaciones de obreras alemanas contra el racionamiento. Hay pequeños grupos, como Die Internationale (en el que milita Rosa Luxemburg) o el grupo Lichtstrahlen en Alemania, supervivientes de la ruina de los partidos de la Internacional, que se organizan a pesar de la censura y la represión. En septiembre, algunos participarán en la primera conferencia internacional de socialistas contra la guerra, en Zimmerwald (Suiza). Esta conferencia, y las dos que le siguieron, deberán encarar los mismos problemas planteados a la IIª Internacional: ¿es posible realizar una política de “paz” sin pasar por la revolución proletaria? ¿Puede imaginarse una reconstrucción de la Internacional basada en la unidad de antes de 1914, que se reveló aparente y no verdadera?

Esta vez es la izquierda la que va a ganar la batalla, y la IIIª Internacional que será el resultado de Zimmerwald será explícitamente comunista, revolucionaria, y centralizada: será la respuesta a la quiebra de la Internacional, de igual modo que los Soviets en 1917 serían la respuesta a la quiebra del sindicalismo.

Hace casi 30 años (en 1986) celebrábamos el 70 aniversario de Zimmerwald em un artículo publicado en esta Revista. Seis años después del fracaso de las Conferencias Internacionales de la Izquierda Comunista[1] escribíamos: "Como en Zimmerwald, el agrupamiento de las minorías revolucionarias es hoy algo candente (...) Ante lo que hoy está en juego, se plantea la responsabilidad histórica de los grupos revolucionarios. Su responsabilidad está comprometida con la formación del partido mundial de mañana, cuya ausencia se hace hoy notar tan cruelmente (...) El fracaso de las primeras tentativas de conferencias (1977-80) no invalida la necesidad de tales ámbitos de confrontación. Ese fracaso es relativo: es el producto de la inmadurez política, del sectarismo y de la irresponsabilidad de una parte del medio revolucionario que sigue pagando el peso del largo período de contrarrevolución (...) Mañana se celebrarán nuevas conferencias de grupos que se reivindican de la Izquierda...".[2]

No queda más remedio que constatar que nuestras esperanzas, nuestra confianza de aquel entonces sufrieron una amarga decepción. De los grupos participantes en aquellas Conferencias, sólo quedan la CCI y la TCI (ex-BIPR, creada por Battaglia Comunista de Italia y la CWO de Gran Bretaña poco después de las Conferencias)[3]. Aunque la clase obrera no se haya dejado alistar tras las banderas en una guerra imperialista generalizada, tampoco ha sido capaz de oponer su propia perspectiva frente a la sociedad burguesa. Y fue así como la lucha de clases no impuso a los revolucionarios de la Izquierda comunista un mínimo de sentido de la responsabilidad: las Conferencias no volverían a celebrarse, y nuestros reiterados llamamientos para un mínimo de acción común de los internacionalistas (cuando las guerras del Golfo, por ejemplo, en los años 1990 y 2000) quedaron sin respuesta. El anarquismo no ofrece un espectáculo todavía más lamentable si fuera posible. Con las guerras en Ucrania y Siria, domina la precipitación en el la sima del nacionalismo y el antifascismo de la que pocos son capaces de salvarse con honor (el KRAS en Rusia es una excepción admirable).

En tal situación, característica de la descomposición social ambiente, tambien la CCI ha tenido probebleas. Una crisis profunda ha zarandeado nuestra organización, una crisis que nos exige una reflexión teórica y un cuestionamiento muy profundos para encararla. Es ése el tema del artículo sobre nuestra reciente Conferencia extraordinaria, publicada también en este número.

Las crisis nunca son una situación confortable, pero sin ellas no hay vida, y pueden ser a la vez necesarias y saludables. Como lo subraya nuestro artículo, si hay una lección que sacar de la traición de los partidos socialistas u del descalabro de la Internacional, es que la vía tranquila del oportunismo lleva a la muerte y a la traición, y que en la lucha política de la izquierda revolucionaria siempre hubo choques y crisis.

CCI, diciembre 2014

[1] Remitimos al lector desconocedor de estas conferencias a nuestro artículo de la Revista internacional n° 22 (1980), “el sectarismo, una herencia de la contrarrevolución que hay que superar”, https://es.internationalism.org/node/2829 [2]

[2] Revista internacional n°44, 1er Trimestre 1986.

[3] El GCI se pasó al campo de la burguesía al apoyar a Sendero Luminoso de Perú.

 

Rubric: 

100 años después de la Primera Guerra Mundial

Cómo se produjo la quiebra de la Segunda Internacional

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Desde hacía más de diez años, el eco lejano del estruendo de las armas se oía en Europa, el eco de las guerras coloniales de África y de las crisis marroquíes (1905 y 1911), el de la guerra ruso-japonesa de 1904, el de las guerras balcánicas. Los obreros de Europa confiaban en la Internacional para que la amenaza de un conflicto generalizado fuera lejana. Los contornos de la guerra venidera – prevista ya por Engels en 1887 [1] – se dibujaban con cada vez mayor claridad, año tras año, hasta el punto de que los Congresos de Stuttgart de 1907 y el de Basilea en 1912 la denunciaron claramente: no sería una guerra defensiva, sino una guerra de competencia imperialista, de pillaje y rapiña.

La Internacional y sus partidos miembros habían prevenido sin cesar a los obreros sobre el peligro, amenazando con derrocar a las clases dominantes si se atrevían a desafiar a la clase obrera, potente y organizada, dando rienda suelta a sus jaurías bélicas. Y, sin embargo, en agosto de 1914, la Internacional se desintegró, arrastrada cual hojarasca insignificante mientras, uno tras otro, sus líderes y diputados parlamentarios traicionaban sus solemnes promesas, votaban los créditos de guerra y convocaban a los obreros a la carnicería. [2]

¿Cómo pudo producirse semejante descalabro? Karl Kautsky, antes el teórico más conocido de la Internacional, hacía caer la responsabilidad sobre las espaldas en los obreros: "¿Quién se atreverá a afirmar que a 4 millones de proletarios alemanes conscientes les basta la orden de un puñado de parlamentarios para dar en 24 horas media vuelta a la derecha e ir totalmente en contra de sus objetivos de ayer? Si tal cosa fuera cierta, eso sería la prueba, naturalmente, de una horrible bancarrota no sólo de nuestro partido, sino también de las masas (subrayado por Kautsky). Si las masas fueran un rebaño de ovejas tan falto de carácter, podríamos dejar que nos enterrasen." [3] O sea, si cuatro millones de obreros alemanes se dejaron arrastrar por la fuerza a la guerra, lo fue por voluntad propia, y no tendría nada que ver con los parlamentarios que, con el apoyo de la mayoría de sus partidos, votaron los créditos de guerra y que, en Francia y Gran Bretaña se hicieron rápidamente un hueco en los gobiernos burgueses de unión nacional. A semejante excusa lamentable y cobarde, Lenin contestó sin rodeos: "Fíjense en esto: los únicos que podían expresar su actitud ante la guerra con cierta libertad (es decir sin ser inmediatamente detenidos) eran un "puñado de parlamentarios" (que votaron con toda libertad, haciendo uso de su derecho y que podían haber votado perfectamente en contra, por lo que ni siquiera en Rusia se maltrató, ni apaleó, ni siquiera se detuvo a ningún diputado), un puñado de funcionarios, de periodistas, etc.,.. Ahora, Kautsky, con toda nobleza, achaca a las masas su traición y la falta de carácter de esa capa social, de cuyos vínculos con la táctica y la ideología del oportunismo ¡ha escrito decenas de veces el propio Kautsky durante años y años!" [4]

Traicionados por sus dirigentes, ante unas organizaciones suyas de lucha por la defensa de los obreros, que se trasmutan del día a la mañana en banderines de enganche para la carnicería mundial, los obreros, como individuos, se encuentran aislados y solos para poder encarar al todopoderoso aparato militar del Estado. Como lo escribiría más tarde un sindicalista francés: "Sólo puedo hacerme un reproche (...) y es, aún siendo antipatriota, antimilitarista, el haberme ido al frente como mis compañeros al cuarto día de la movilización. No tuve, y eso que no reconocía ni fronteras ni patria, la fuerza de carácter para no ir. Tuve miedo, esa es la verdad, de pelotón de ejecución. Miedo, sí,... Pero, allá, en el frente, pensando en mi familia, escribiendo en el fondo de la trinchera el nombre de mi mujer y de mi hijo, me decía: "¿Cómo es posible que yo, antipatriota, antimilitarista, yo que sólo reconocía la Internacional, acabe disparando contra mis camaradas de miseria o quizás muriendo contra mi propia causa, contra mis propios intereses, por los enemigos?" ". [5]

Los obreros, por Europa entera, tenían puesta su confianza en la Internacional, se habían creído las resoluciones contra la guerra venidera, adoptadas en varias ocasiones durante sus congresos. Habían confiado en la internacional, la expresión más elevada de la fortaleza de la clase obrera organizada, para aferrar el brazo criminal del imperialismo capitalista.

En julio de 1914, cuando ya se hacía cada vez más inminente la amenaza de guerra, el Buró de la Internacional Socialista (BSI) – el órgano que podía considerarse como lo más parecido a un órgano central de la Internacional – convocó una reunión de urgencia en Bruselas. Antes de la reunión, a los dirigentes de los partidos presentes les costaba creerse que una guerra generalizada hubiera podido estallar de verdad, pero en el momento en que el Buró se reunió, el 29 de julio, Austria-Hungría había declarado la guerra a Serbia imponiendo la ley marcial. Víctor Adler, presidente del partido socialdemócrata de Austria, intervino parar decir que su partido estaba en situación de impotencia, pues no se había previsto nada para resistir ni a la movilización ni a la propia guerra. No se había establecido ningún plan para que el partido entrara en la clandestinidad y prosiguiera su actividad ilegalmente. La discusión se perdió en deliberaciones sobre el cambio de lugar para el próximo congreso de la Internacional que se había previsto en Viena. Y no se planteó ninguna acción práctica. Olvidándose de todo lo que se había dicho en congresos anteriores, los dirigentes siguieron otorgando confianza a la diplomacia de las grandes potencias para impedir que estallara la guerra: o eran incapaces de ver que, esta vez, todas las potencias se inclinaban hacia la guerra o no querían verlo.

El delegado británico, Bruce Glasier[6], escribió que "aunque el peligro espantoso de una erupción generalizada de la guerra fuese el asunto principal de las deliberaciones, nadie, ni siquiera los representantes alemanes, parecía plantearse que pudiera haber una ruptura verdadera entre las grandes potencias, mientras no se hubieran agotado todos los recursos de la diplomacia." [7] Hasta el propio Jaurès declaró "el gobierno francés quiere la paz y trabaja para que se mantenga. El gobierno francés es el mejor aliado de la paz de este admirable gobierno inglés que ha tomado la iniciativa de la mediación". [8]

Tras la reunión del BSI, se reunieron miles de obreros belgas para escuchar las palabras de los dirigentes de la Internacional contra la amenaza de guerra. Jaurès, aclamado por los obreros, hizo uno de sus mejores discursos contra la guerra.

Pero hubo una oradora que se quedó notoriamente silenciosa: Rosa Luxemburg, la combatiente más clarividente y más indomable de todos, se negó a hablar, muy quebrantada por la abulia insensible y la auto-ilusión de todo lo que veía en su entorno; sólo ella era capaz de ver la cobardía y la traición que acabaría arrastrando a los partidos socialistas en el apoyo a las ambiciones imperialistas de sus gobiernos nacionales.

En cuanto se declararon las hostilidades, los traidores socialistas de todos los países beligerantes proclamaron que se trataba de una guerra "defensiva": en Alemania, la guerra era para defender la "cultura" alemana contra la barbarie cosaca de la Rusia zarista, en Francia era para defender la república francesa contra la autocracia prusiana, en Gran Bretaña para defender a "la pequeña Bélgica"[9]. Lenin echó por los suelos tales pretextos hipócritas, recordando a los lectores las solemnes promesas que los dirigentes de la Segunda Internacional habían hecho en el Congreso de Basilea en 1912, de oponerse no sólo a la guerra en general sino a esta guerra imperialista en particular cuyos preparativos había comprendido el movimiento obrero desde hacía tiempo: "La resolución de Basilea no habla de la guerra nacional, de la guerra popular, de las que ha habido ejemplos en Europa y que incluso fueron típicas del período 1789-1871, ni de la guerra revolucionaria –a la que nunca han renunciado los socialdemócratas-, sino de la guerra actual, desplegada en el terreno del “imperialismo capitalista’’ y de los "intereses dinásticos", en el terreno de la "política de conquista" de ambos grupos de potencias beligerantes, tanto del austro-alemán como del anglo-franco-ruso. Plejánov, Kautsky y compañía engañan lisa y llanamente a los obreros cuando repiten las mentiras interesadas de la burguesía de todos los países, la cual hace denodados esfuerzos por presentar esta guerra imperialista, colonial y expoliadora como una guerra popular, defensiva (para quienquiera que sea), y cuando buscan para justificarla ejemplos históricos de guerras no imperialistas." [10]

Sin centralización no hay acción posible

¿Cómo fue posible que  la Internacional en la cual los obreros tenían puesta tanta confianza, se manifestara tan incapaz de actuar? En realidad, su capacidad de acción era más aparente que real: el BSI era un simple organismo de coordinación cuya función se limitaba en gran parte a organizar los congresos y servir de mediador en los conflictos posibles entre partidos socialistas o en el seno de éstos. Aunque el ala izquierda de la Internacional – en torno a Lenin y Luxemburg especialmente– consideraban que las resoluciones de los congresos contra la guerra eran compromisos de verdad, el BSI no tenía ningún poder para que se respetaran; no tenía la posibilidad de realizar una acción independiente de los partidos socialistas de cada país – menos todavía en contra de los deseos de éstos– y, en especial, de más poderoso de ellos: el partido alemán. De hecho, aunque la fundación de la Internacional fue en 1889, el BSI no se constituyó antes del Congreso de 1900: hasta entonces, la Internacional sólo existía de hecho durante las sesiones de los congresos. El resto del tiempo, no era mucho más que una red de relaciones personales entre los diferentes dirigentes socialistas, de entre los cuales muchos se conocían personalmente desde los años de exilio. Ni siquiera había una red formalizada de correspondencia. August Bebel incluso se había quejado a Engels en 1894 de que todos los lazos con los demás partidos socialistas estaban en manos de Wilhelm Liebknecht: "interesarse por las relaciones de Liebknecht en el extranjero es sencillamente imposible. Nadie sabe ni a quién escribe ni lo que escribe; de eso no habla con nadie". [11]

Es llamativo el contraste con la Primera Internacional (la Asociación Internacional de los Trabajadores, AIT). El primer acto de la AIT tras su fundación en 1864 en St Martin's Hall (Londres), una reunión compuesta en su mayoría de obreros británicos y franceses, fue formular un proyecto de programa organizativo y constituir un Consejo General – órgano centralizador de la Internacional. En cuanto se redactaron los estatutos, una gran cantidad de organizaciones en Europa (partidos políticos, sindicatos, cooperativas incluso) se unieron a la organización basándose en los estatutos de la AIT. A pesar de todas las intentonas de "La Alianza" de Bakunin por sabotear el Consejo General, elegido por los congresos de la AIT, ése poseía toda la autoridad de un verdadero órgano centralizador.

Ese contraste entre ambas Internacionales era producto de una situación histórica nueva y, de hecho, confirmaba las palabras premonitorias del Manifiesto comunista: "Aunque no por su contenido, en su forma la lucha del proletariado contra la burguesía es, por ahora, una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar en primer término con su propia burguesía"[12]. Después de la derrota de la Comuna de París en 1871, el movimiento obrero entró en un período de fuerte represión, y disminuyó sobre todo en Francia –donde fueron asesinados o exiliados a los presidios de las colonias miles de comuneros– y en Alemania donde el SDAP (antecesor del SPD) tuvo que trabajar clandestinamente bajo las leyes antisocialistas de Bismarck. Quedó claro que la revolución no estaba de inmediato al orden del día como lo habían esperado muchos revolucionarios, incluidos Marx y Engels, durante los años 1860. Económica y socialmente, los treinta años entre 1870 y 1900 [13] serían un período de expansión masiva del capitalismo, tanto en su interior, con el crecimiento de la producción de masas et de la industria pesada a expensas de las clases artesanas, como al exterior del mundo capitalista con la expansión hacia nuevos territorios, tanto en la propia Europa como allende los mares, y en Estados Unidos en especial, y en una cantidad creciente de posesiones coloniales de las grandes potencias. Esto implicó un incremento enorme del número de obreros: durante ese período, la clase obrera pasaría de ser una masa amorfa de artesanos y campesinos desplazados a ser la clase del trabajo asociado capaz de afirmar su propia perspectiva histórica y defender sus intereses económicos y sociales inmediatos. Ese proceso, de hecho, ya había sido anunciado por la Primera Internacional: ‘‘Pero los señores de la tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de contribuir a la emancipación del trabajo, continuarán oponiéndole todos los obstáculos posibles. (…) La conquista del poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera. Así parece haberlo comprendido ésta, pues en Inglaterra, en Alemania, en Italia y en Francia, se han visto renacer simultáneamente estas aspiraciones y se han hecho esfuerzos simultáneos para reorganizar políticamente el partido de los obreros’’.[14]

Por su naturaleza misma, debido a las condiciones de la época, la autoformación de la clase obrera tomaría formas específicas en el desarrollo histórico de cada país, estando determinada por éste. En Alemania, los obreros lucharon primero en las difíciles condiciones de clandestinidad impuestas por las leyes antisocialistas de Bismarck bajo las cuales la única acción legal posible lo era en el parlamento, y donde los sindicatos se desarrollaron bajo la protección del partido socialista. En Gran Bretaña, que era en aquel entonces la potencia industrial europea más desarrollada, la derrota aplastante del gran movimiento del Chartismo en 1848 había hecho retroceder la acción política; la energía organizativa de los obreros se dedicó en gran parte a la edificación de sindicatos; los partidos socialistas permanecieron pequeños e insignificantes en la arena política. En Francia, el movimiento obrero estaba dividido entre marxistas (el "Partido obrero" de Jules Guesde fundado en 1882), blanquistas inspirados en la tradición revolucionaria de la gran Comuna de París (el "Comité revolucionario central" de Édouard Vaillant), reformistas (conocidos por el nombre de "posibilistas") y sindicatos, agrupados en la CGT y muy influidos por las ideas del sindicalismo revolucionario. Inevitablemente, todas las organizaciones luchaban por desarrollar la organización y la educación de los obreros y por adquirir derechos políticos y sindicatos contra sus clases dominantes respectivas y, por lo tanto, dentro del marco nacional.

El desarrollo de organizaciones sindicales de masas y de un movimiento político de masas participó igualmente en la definición de las condiciones en las que trabajaban los revolucionarios. Se había superado la antigua tradición blanquista (la idea de un grupo conspirativo de revolucionarios profesionales que toman el poder con el apoyo más o menos pasivo de las masas), sustituida por la idea de la necesidad de construir organizaciones de masas, unas organizaciones que debían trabajar obligatoriamente en cierto marco legal. El derecho a organizarse, a celebrar asambleas, el derecho a la libre expresión, todo ello era de interés vital para el movimiento de masas: inevitablemente, todas esas reivindicaciones se planteaban, una vez más, en el marco específico de cada nación. Un solo ejemplo: mientras que los socialistas franceses podían tener diputados elegidos en el parlamento de la república, el cual poseía entonces un poder legislativo efectivo, en Alemania, el gobierno no dependía del Reichstag (el parlamento imperial), sino de las decisiones autocráticas del Káiser en persona. Era pues mucho más fácil para los alemanes mantener una postura de rechazo riguroso de alianza con los partidos burgueses, pues era poco probable que la ocasión se presentara de hacerlo; pero pudo comprobarse lo frágil que era esa posición de principio cuando se considera cómo la desdeñaba el SPD en la Alemania del Sur, cuyos diputados votaron regularmente a favor de los presupuestos presentados en los Landtags (parlamentos) regionales.

Sin embargo, a medida que los movimientos obreros en varios países emergían de un período de reacción y derrota, la naturaleza por definición internacional del proletariado fue reafirmándose. En 1887, se celebró el Congreso del Partido alemán en Saint Gallen, Suiza, donde se tomó la iniciativa de organizar un congreso internacional; el mismo año, la asamblea del Trade Unions Congress (TUC) británico en Swansea votó a favor de una conferencia internacional que defendiera la jornada de ocho horas[15]. Esto desembocó en una reunión preliminar, en noviembre de 1888 en Londres, a invitación del comité parlamentario del TUC, a la que asistieron delegados de varios países, pero ninguno de Alemania. Esas dos iniciativas simultaneas hicieron rápidamente aparecer una escisión fundamental en el seno del movimiento obrero, entre reformistas dirigidos por los sindicatos británicos y los posibilistas franceses, por un lado, y los marxistas revolucionarios, por otro, cuya organización más importante era el SDAP de Alemania (los sindicatos británicos se oponían de hecho a toda participación en iniciativas tomadas por organizaciones políticas).

En 1889 (100º aniversario de la Revolución Francesa, que había sido siempre une referencia para todos aquellos que aspiraban a derrocar el orden existente) hubo no uno sino dos congresos obreros internacionales en París: el primero convocado por los posibilistas franceses, el segundo por el Partido Obrero Marxista[16] de Jules Guesde. El declive sucesivo de los posibilistas hizo que el congreso marxista (llamado de “Petrelle”, por el lugar donde se celebró) se consideró después como Congreso de fundación de la Segunda Internacional. El Congreso estuvo marcado, inevitablemente, por la inexperiencia y mucha confusión: sobre la cuestión muy controvertida de la validación de los mandatos de los delegados, así como sobre las traducciones de las que se encargaban los miembros disponibles de aquella asamblea políglota[17]. Lo principal del Congreso no fueron pues sus decisiones prácticas sino, y ante todo, el que hubiera tenido lugar y, después, la personalidad de los delegados. De Francia acudieron los yernos de Marx, Paul Lafargue y Charles Longuet, y Edouard Vaillant, héroe de la Comuna; de Allemania, Wilhelm Liebknecht, August Bebel, Edouard Bernstein y Clara Zetkin ; de Gran Bretaña, el representante más conocido era William Morris, lo cual daba ya de por sí una idea del atraso del socialismo británico pues los miembros de la Socialist League sólo eran pocos cientos. Un momento fuerte del Congreso fue el abrazo entre los presidentes Vaillant y Liebknecht, concreción de la fraternidad internacional de los socialistas franceses y alemanes.

En su evaluación de la Internacional, escrita en 1948, la Izquierda Comunista de Francia tuvo razón en dar dos características. Primero, la IIª Internacional "marcó la etapa de diferenciación entre la lucha económica de los asalariados y la lucha política social. En aquel período de pleno florecimiento de la sociedad capitalista, la IIª Internacional fue la organización de la lucha por reformas y conquistas políticas, representó la afirmación política del proletariado" Y al mismo tiempo, el que la Internacional se fundara explícitamente como organización revolucionaria marxista “determinó una etapa superior en la delimitación ideológica en el seno del proletariado, precisando y elaborando las bases teóricas de su misión histórica revolucionaria"[18].

El Primero de Mayo y la dificultad de la acción unificada

Se fundó la Segunda Internacional, sí, pero no poseía todavía una estructura organizativa permanente. Sólo existía durante los congresos, de modo que no tenía medio alguno para hacer aplicar las resoluciones adoptadas en ellos. Ese contraste entre la unidad internacional aparente y la práctica de los particularismos nacionales se hizo evidente en la campaña por la jornada de ocho horas, centrada en la manifestación del Primero de Mayo, que era una de las principales preocupaciones de la Internacional en los años 1890.

La resolución más importante del Congreso de 1889 fue sin duda la propuesta por el delegado francés Raymond Lavigne: los obreros de todos los países debían comprometerse en la campaña por la jornada de ocho horas, decidida en San Luis (Misuri, EEUU) por el Congreso de la Federación Estadounidense del Trabajo (American Federation of Labor, AFL) en 1888, organizando manifestaciones de masas y un paro de trabajo cada año el Primero de Mayo. Apareció rápidamente, sin embargo, que los socialistas y los sindicatos tenían, según los países, una idea muy diferente del significado de las celebraciones del Primero de Mayo. En Francia, en parte a causa de la tradición sindicalista revolucionaria de los sindicatos, el Primero de Mayo se convertiría pronto en una fecha de manifestaciones masivas, que desembocaban en enfrentamientos con la policía: en 1891, en Fourmies, norte de Francia, las tropas dispararon contra una manifestación obrera, matando a diez personas entre las que había niños. En Alemania, en cambio, les difíciles condiciones económicas instigaban a los patronos a transformar las huelgas en lock-out, lo cual se combinaba con las reticencias de sindicatos y SPD a aceptar que una intervención exterior a Alemania dictaminara su acción, por mucho que tal resolución procediera de la Internacional; existía pues una fuerte tendencia a no aplicar la resolución y limitarse a organizar mítines al final de la jornada de trabajo. Y los sindicatos británicos compartían tales reticencias.

El que el Partido socialista más poderoso de Europea se echara atrás de esa manera, alarmó a franceses y austriacos, de modo que en el Congreso de la Internacional en 1893 en Zúrich, el dirigente socialista austriaco Víctor Adler, propuso una nueva resolución que insistía en que el Primero de Mayo debía ser la ocasión de un verdadero paro de trabajo: se adoptó la resolución contra los votos de la mayoría de delegados alemanes.

Sólo tres meses más tarde, el Congreso del SPD en Colonia redujo el alcance de la resolución de la Internacional, declarando que no debía aplicarse sino por las organizaciones que consideraban que era posible parar el trabajo.

La historia de cesar el trabajo el Primero de Mayo ilustra dos aspectos importantes que definieron la capacidad – o la incapacidad – de la Internacional para actuar como un cuerpo único. Por un lado, era evidente que lo que era posible en un país no lo era necesariamente en otro: el propio Engels tenía dudas sobre las resoluciones relativas al Primero de Mayo precisamente por esa razón, temiendo que los sindicatos alemanes se desprestigiaran comprometiéndose con acciones que no podrían cumplir. Por otro lado, la acción en el marco nacional, combinada con los efectos disolventes del reformismo y del oportunismo en el seno del movimiento, tendía a que los partidos y los sindicatos nacionales acabaran estando recelosos de sus prerrogativas: esto era especialmente cierto con las organizaciones alemanas, pues al ser el partido más importante de todos, tenía más reticencias todavía a que partidos más pequeños le dictaran sus orientaciones, los cuales partidos lo que deberían hacer es seguir el ejemplo del partido alemán, como así pesaban los dirigentes de éste.

Las dificultades habidas en este primer intento de acción internacional unida eran mal presagio para el futuro, cuando la Internacional habría de encarar situaciones mucho más importantes.

La ilusión de lo inevitable

En la reunión de la sala Pétrelle, no sólo se fundó la Internacional, también se fundó como organización marxista. En sus inicios, en el marxismo de la Segunda Internacional, dominado por el partido alemán, en particular, por Karl Kautsky, responsable de la revista teórica del SPD, Neue Zeit, había una tendencia muy marcada de un materialismo histórico que defendía que era inevitable la transformación del capitalismo en socialismo. Esto ya era evidente en la inesperada critica de Kautsky a la propuesta de programa del SPD hecha por le Vorstand (comité ejecutivo del Partido) que debía adoptarse en el Congreso de Erfurt de 1891. En un artículo publicado en Neue Zeit, Kautsky describía el comunismo como "una necesidad directamente resultante de la tendencia histórica de los métodos de producción capitalistas" y criticaba la propuesta del Vorstand (redactada por el dirigente más veterano de SPD, Wilhelm Liebknecht), haciendo proceder el comunismo "no de las características de la producción actual sino de las características de nuestro partido (…) La concatenación del pensamiento en la propuesta del Vorstand es la siguiente: los métodos actuales de producción crean condiciones insoportables; debemos pues eliminarlas. (…) A nuestro parecer, la concatenación correcta es: los métodos actuales de producción crean condiciones insoportables; pero también crean la posibilidad y la necesidad del comunismo." [19] Finalmente, la propuesta de Kautsky de insistir en la "necesidad inherente" del socialismo quedó integrada en el preámbulo teórico del Programa de Erfurt[20].

Es cierto que la evolución del capitalismo hace posible el comunismo. Es también una necesidad para la humanidad. Pero en la idea de Kautsky, también aparece como algo inevitable: el crecimiento de los sindicatos, las clamorosas victorias electorales de la socialdemocracia, todo aparecía como el fruto de una fuerza irresistible, previsible, con une precisión científica. En 1906, tras la revolución rusa de 1905, Kautsky escribía que ‘‘no debe preverse una coalición de potencias europeas contra la Revolución. (…) No habrá pues una coalición contra la Revolución” [21]. En su polémica con Pannekoek y Luxemburg, titulada La nueva táctica, argumenta así: "Pannekoek ve como una consecuencia natural de la exacerbación de los conflictos de clase que acaben siendo destruidas las organizaciones proletarias, a las que ni el derecho ni la ley ya no protegerán. (…) Sin duda, la tendencia, la aspiración a destruir las organizaciones proletarias aumenta en el adversario a medida que esas organizaciones se refuerzan y se hacen peligrosas para el orden existente. Pero también aumenta entonces la capacidad de resistencia de esas organizaciones, incluso, en muchos aspectos, su carácter irremplazable. Privar al proletariado de toda posibilidad de organizarse es algo que se ha hecho imposible en los países capitalistas desarrollados (…) De modo que hoy no puede destruirse la organización proletaria sino es provisionalmente…" [22]

Durante los últimos años del siglo XIX, cuando todavía el capitalismo era ascendente – beneficiándose de la gran expansión y prosperidad de lo que después se llamaría La Belle époque en contraposición al periodo de posguerra del 1914-18 – la idea de que el socialismo debería ser el resultado natural e inevitable del capitalismo fue sin lugar a dudas un manantial de pujanza para la clase obrera. Eso daba una perspectiva y un significado históricos a la meticulosa tarea de construir las organizaciones sindicales y el partido, proporcionando así a los obreros una gran confianza en sí mismos, en su lucha y en su porvenir – una confianza en el porvenir que es una de las diferencias más impresionantes en la clase obrera entre el principio del s. XX y el principio de este siglo XXI..

Pero la historia no progresa de manera lineal y lo que fue una fuerza de los obreros cuando estaban construyendo sus organizaciones, iba a transformarse en peligrosa fragilidad. La ilusión en lo inevitable del paso al socialismo, la idea de que pudiera alcanzarse de manera gradual mediante la edificación de organizaciones obreras hasta que, casi con toda facilidad, pudiera sencillamente ocupar el lugar dejado vacante por una clase capitalista cuya "propiedad privada de los medios de producción se ha hecho inconciliable con un empleo aceptable y con el pleno desarrollo de dichos medios de producción" (Programa de Erfurt), ocultaba el hecho de que en el capitalismo del s. XX se estaba produciendo una transformación profunda. El significado de ese cambio de condiciones, en especial para la lucha de clases, apareció de manera explosiva en la revolución rusa de 1905: surgieron, de repente, nuevos métodos de organizarse y de organizar la lucha – los soviets y la huelga de masas. Mientras que la izquierda del SPD –Rosa Luxemburg, sobre todo, en su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos – comprendió lo que significaban las nuevas condiciones e intentó estimular el debate en el partido alemán, la derecha y los sindicatos hicieron todo lo que pudieron por impedir que se discutiera sobre huelga de masas, y en el SPD, se hacía cada vez difícil publicar artículos en la prensa del partido sobre tal tema.

En el centro y la derecha del SPD, la confianza en el futuro se había transformado en una ceguera tal que en 1909, Kautsky escribía: "Ahora, el proletariado se ha vuelto tan poderoso que puede encarar una guerra con una confianza mayor. Ya no podemos hablar de revolución prematura, pues el proletariado ya ha adquirido una fuerza tan grande sobre la base legal actual que lo que se puede esperar es que la transformación de esa base legal cree las condiciones para un progreso subsiguiente.(…) Si, a pesar todo, estallara la guerra, el proletariado es la única clase que podría esperar tranquilamente su conclusión". (El camino del poder)

La unidad oscurece la división

En el Manifiesto comunista, Marx recuerda que "la condición natural" de los obreros bajo el capitalismo es la competencia entre ellos y la atomización de los individuos: sólo es en la lucha donde pueden realizar una unidad, la cual es, por sí misma, la condición previa vital para que la lucha obtenga resultados. No es casualidad si en la mayoría de las banderolas sindicales del s. XIX estaba inscrita la consigna "la unidad es la fuerza"; la consigna expresaba la conciencia que los obreros tenían de que la unidad era algo por lo que había que luchar, algo que había que proteger cuidadosamente una vez alcanzada.

El esfuerzo por buscar la unidad existe dentro de las organizaciones políticas y entre ellas, puesto que no tienen intereses distintos que defender, ni para sí mismas ni con relación a la clase misma. Es de lo más natural que ese esfuerzo por la unidad tenga su más alta expresión en los momentos históricos en los que la lucha de la clase se está desarrollando hasta el punto de que es posible crear un partido internacional: la AIT en 1864, la Segunda Internacional en 1889, la Tercera Internacional en 1919. Las tres Internacionales expresan la unificación política creciente en la clase obrera: mientras que la AIT tenía en su seno una amplia gama de posiciones políticas – desde proudhonianos y blanquistas hasta marxistas, pasando por los lassallianos– la IIª Internacional se declaró marxista y el objetivo de las 21 condiciones de adhesión a la Tercera Internacional era explícitamente restringir sus participantes a comunistas y revolucionarios corrigiendo precisamente los factores que habían causado la quiebra de la Segunda, en particular la ausencia de toda autoridad centralizadora capaz de tomar decisiones para el conjunto de la organización.

Todas las Internacionales fueron, sin embargo, auténticos espacios de debate y de lucha ideológica, incluida la Tercera: de ello es, por ejemplo, testimonio la polémica de Lenin contra el ala izquierda y su respuesta a Herman Gorter.

La IIª Internacional dedicó grandes esfuerzos a la unidad de los diferentes partidos socialistas, basándose en que había un solo proletariado en cada país, con los mismos intereses de clase, de modo que debía haber un único partido socialista. Hubo esfuerzos constantes por mantener la unidad entre mencheviques y bolcheviques rusos después de 1903, pero el problema principal durante los primeros años de la Internacional fue la unificación de los diferentes partidos franceses. Esto alcanzó su punto álgido en 1904 en el Congreso de Ámsterdam donde Jules Guesde presentó una resolución que no era en realidad sino una traducción de la adoptada el año anterior por el SPD en Dresde, que condenaba "las tácticas revisionistas [cuyo resultado] sería que en lugar de un partido que luchara por la transformación más rápida posible de la burguesa existente en un orden social socialista, o sea revolucionario en el mejor sentido de la palabra, el partido acabaría siendo un partido que se contentaría con reformar la sociedad burguesa"[23]. Era una condena explícita de la entrada de Millerand [24] en el gobierno e implícita del reformismo del Partido socialista francés de Jean Jaurès. La moción de Guesde fue adoptada por gran mayoría. El Congreso prosiguió adoptando por unanimidad una moción que exigía la unificación de los socialistas franceses: en abril siguiente, el Partido socialista y el Partido obrero se unieron formando la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO). Fue una marca de honradez por parte de Jaurès el haber aceptado el voto de la mayoría, dejando de lado sus convicciones profundas [25] en nombre de la unidad de la Internacional[26]. Fue en aquel momento cuando, sin duda, la Internacional fue más capaz de imponer el principio de unidad de acción sobre sus partidos miembros.

La unidad de acción, tan necesaria para el proletariado como clase, puede ser un arma de doble filo en momentos de crisis. Y la Internacional estaba precisamente entrando en un período de crisis con el aumento de las tensiones entre potencias imperialistas y la amenaza de guerra que se estaba acercando. Como escribía Rosa Luxemburg: "Al ocultar las contradicciones con la “unidad” artificial de enfoques incompatibles, lo único que ocurre es que las contradicciones acaban llegando a un punto álgido hasta que estallan violentamente tarde o temprano en una escisión (...) Quienes proponen divergencias de ideas, quienes combaten las opiniones divergentes, están trabajando por la unidad del partido. En cambio, quienes ocultan las divergencias están laborando por una escisión real en el partido." [27]

En ningún lugar aparece ese peligro con más evidencia que en las resoluciones adoptadas contra la amenaza inminente de la guerra. Los últimos párrafos de la resolución de Stuttgart de 1907 dicen: "Si hay amenazas de que estalle una guerra, el deber de las clases trabajadoras de los países implicados y de sus representantes en los parlamentos, apoyados por la acción coordinada del Buró Socialista Internacional, es unir todos sus esfuerzos por impedir el estallido de la guerra por los medios que les parezcan más eficaces, los cuales, naturalmente, varían según la intensidad de la lucha de la clase y la de la situación política general.

En caso de que, a pesar de todo, estallara la guerra, es su deber intervenir para ponerle fin rápidamente, y por todos los medios utilizar la crisis política y económica creada por la guerra para despertar a las masas y precipitar la caída de la dominación de clase capitalista."

El problema es que esa resolución no dice nada sobre los medios con los que los partidos socialistas deberían intervenir en la situación: solo se dice "los medios que les parezcan más eficaces", lo cual dejaba ocultas tres cuestiones de primera importancia.

La primera era la huelga de masas que la izquierda del SPD no cesó de plantear una y otra vez desde 1905 contra la oposición determinada, y lograda con creces, por parte de los oportunistas en el partido y en la dirección sindical. Los socialistas franceses, Jaurès en particular, eran fervientes defensores de la huelga general como medio de impedir la guerra, aunque lo que entendían como huelga general era la organizada por los sindicatos según un modelo sindical y no el surgimiento masivo de autoactividad del proletariado que defendía Rosa Luxemburg, en un movimiento que le Partido debía estimular pero no lanzar de manera artificial. Es de señalar que un intento conjunto del francés Edouard Vaillant y del escocés Keir Hardie en el Congreso de Copenhague de 1910 para que se adoptara una resolución que comprometía a la Internacional a lanzar una acción de huelga general en caso de guerra, fue rechazada por la delegación alemana.

La segunda era la actitud que los socialistas de cada país tenían que adoptar si su país era atacado: era un problema crítico, pues en la guerra imperialista, uno de los beligerantes aparece siempre como "el agresor" y el otro como "el agredido". La época de las guerras nacionales progresistas no era lejana y las causas nacionales como las de la independencia de Polonia o Irlanda seguían estando al orden del día socialista: el SDKPiL [28] de Rosa Luxemburg era muy minoritario, incluso en la izquierda de la Internacional, en su oposición a la independencia de Polonia. En la tradición francesa, la memoria de la Revolución Francesa y de la Comuna de París estaba todavía muy viva y se tenía tendencia a identificar la revolución a la nación: de ahí la toma de posición de Jaurès de que "la revolución es necesariamente activa. Y no puede serlo más que defendiendo  la existencia nacional que le sirve de base"[29]. Para los alemanes, el peligro de la Rusia zarista como apoyo “bárbaro” a la autocracia prusiana era también un artículo de fe; en 1891, Bebel escribía que "el suelo de Alemania, la patria alemana nos pertenece así tanto a las masas como a los demás. Si a Rusia, esa campeona del terror y de la barbarie, se le ocurriera atacar Alemania (…), estamos tan concernidos como quienes dirigen Alemania". [30]

Finalmente, a pesar de todas sus declaraciones sobre las acciones proletarias que realizarían contra la guerra, los dirigentes de la Internacional (con excepción de la izquierda) seguían creyendo en la diplomacia des clases burguesas para preservar la paz. De ahí que en el Manifiesto de Basilea en 1912 se declaraba: "Recordemos a los gobiernos que en las condiciones actuales en Europa y con el estado de ánimo de la clase obrera, no pueden desencadenar la guerra sin ponerse a sí mismos en peligro", y, al mismo tiempo, se podía "considerar que los mejores medios [para superar la hostilidad entre Gran Bretaña y Alemania] deben ser la conclusión de un acuerdo entre Alemania e Inglaterra sobre la limitación de armamentos navales y la abolición del derecho a botín de guerra". Se llamaba a las clases obreras a hacer agitación por la paz, no a prepararse para un derrocamiento revolucionario del capitalismo, única garantía para la paz: "¡El Congreso os llama a vosotros, proletarios y socialistas de todos los países, a hacer oír vuestra voz en esta hora decisiva! (…) a estar vigilantes para que los gobiernos estén siempre conscientes de la vigilancia y de la voluntad apasionada de paz del proletariado! Al mundo capitalista de la explotación y de la matanza de masas, opongamos el mundo proletario de la paz y la fraternidad de los pueblos!"

La unidad de la Internacional, de la que dependían todas las esperanzas de acción unida contra la amenaza de guerra, estaba así basada en una ilusión. La Internacional estaba en realidad dividida entre un ala derecha y un ala izquierda, lista la derecha, cuando no impaciente, para hacer causa común con la clase dominante en defensa de la nación, y la izquierda preparándose para una respuesta a la guerra con el derrocamiento revolucionario del capital. En el siglo XIX, era todavía posible para la derecha y la izquierda coexistir en el movimiento obrero y participar en la organización de los obreros como clase consciente de sus propios intereses; con el inicio de la "época de guerras y de revoluciones", tal unidad se había vuelto imposible.

Jens, diciembre de 2014


[1] "De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y devastarán toda Europa como nunca lo han hecho las plagas de langosta. La devastación causada por la guerra de los Treinta Años, reducida a un plazo de tres o cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre y las epidemias; el embrutecimiento general, tanto de las tropas como de las masas populares, provocado por la extrema miseria; el desorden irremediable de nuestro mecanismo artificioso en el comercio, en la industria y en el crédito que acabará en una bancarrota general; el derrumbamiento de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria, derrumbamiento tan grande que las coronas rodarán por docenas en las calles y no habrá  quién las recoja; es absolutamente imposible prever cómo acabará todo esto y quién será el vencedor en esta contienda; pero el resultado es absolutamente indudable: el agotamiento general y la creación des condiciones necesarias para la victoria definitiva de la clase obrera." Prólogo de Engels al folleto de Sigismund Borkheim, citado por Lenin en, "Palabras proféticas", Pravda n°133, 2 julio de 1918 (Obras escogidas en doce tomos, tomo VIII, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas08... [3]).

[2] La Socialdemocracia serbia, cuyos diputados se negaron a apoyar la guerra, a pesar de las bombas que caían sobre Belgrado, fue una notoria excepción.

[3] Citado por Lenin en La bancarrota de la IIª Internacional, c. VI (Obras completas, Tomo 21). Y en el vol. 5 de Obras escogidas [https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas05... [4]]

[4] Ídem.

[5] Citado por Édouard Dolléans, Histoire du mouvement ouvrier (1871-1936), tome II [5]. Versión electrónica (en francés) puesta en línea por la Biblioteca Paul-Émile-Boulet de la Universidad de Québec en Chicoutimi. p. 155.

[6] Miembro del Consejo nacional del Partido Laborista Independiente (Independent Labour Party), opuesto a la Primera Guerra mundial, cayó enfermo de un cáncer en 1915 y quedó incapacitado para desempeñar un papel activo contra la guerra.

[7] Citado por James Joll, The Second International, Routledge & Kegan Paul, 1974, p.165.

[8] Citado por James Joll, ídem., p. 165 et dormirajamais.org/jaures-1 [6]. Lo que Jaurès no sabía, pues regresará a París el 29 julio, es que el presidente francés, Raymond Poincaré, había viajado a Rusia en donde lo hizo todo por apoyar la determinación rusa de entrar en guerra; a su regreso a París, Jaurès cambió de punto de vista sobre las intenciones del gobierno francés, en los días que precedieron su asesinato.

[9] La clase dominante británica podría llevarse la palma de la hipocresía pues la invasión de Bélgica, para atacar Alemania, ¡formaba parte de sus propios planes!.

[10] La bancarrota de la IIª Internacional, ídem, c. I.

[11] Citado por Raymond H Dominick, Wilhelm Liebknecht, University of North Carolina Press, 1982, p.344.

[12] C. I, "Burgueses y proletarios". [Ed. bilingüe, Crítica]

[13] Tal expansión económica iba a seguir hasta la guerra.

[14]‘‘Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores’’, 1864.

[15] Joll, ob. cit., p. 28.

[16] Entre tanto, el partido había tomado el nombre de Partido Obrero Francés.

[17] Las dificultades de traducción recuerdan mucho las de los primeros congresos de la CCI…

[18] ‘‘Sobre la naturaleza y la función del partido político del proletariado” (Internationalisme – oct. de 1948), https://es.internationalism.org/revistainternacional/201410/4055/sobre-l... [7]

[19] Voir Raymond H. Dominick, Wilhelm Liebknecht, 1982, University of North Carolina Press, p361.

[20] Traducido de la versión francesa https://www.marxists.org/francais/inter_soc/spd/18910000.htm [8]

[21] Traducido de la versión francesa: "Ancienne et nouvelle révolution", 9 de diciembre de 1905, https://www.marxists.org/francais/kautsky/works/1905/12/kautsky_19051209... [9]

[22] Trad. de la versión francesa de "La nouvelle tactique", Neue Zeit, 1912 (en Socialisme, la voie occidentale, PUF 1983, p. 360)

[23] Citado por Joll, ob.cit., p. 122.

[24] Alexandre Millerand estaba asociado a Clémenceau y fue el árbitro del conflicto social de Carmaux de 1892 [localidad del Suroeste de Francia, conocido por las históricas huelgas mineras de 1892. Los obreros fueron defendidos por Jean Jaurès]. Millerand fue elegido en el parlamento en 1885 como socialista radical y se preveía que fuera el dirigente de la fracción parlamentaria del Partido Socialista de Francia de Jaurès. En 1899 entró en el gobierno de Waldeck-Rousseau del que se suponía que iba a defender la República francesa contra las amenazas de monárquicos y militares anti-Dreyfus – aunque, en realidad, esta amenaza era dudosa y merecía un debate como lo subrayó Rosa Luxemburg. Según Jaurès y el propio Millerand, éste entró en el gobierno por iniciativa propia, sin consultar al partido. Este caso causó un escándalo enorme en la Internacional, primero porque, como ministro, compartía la responsabilidad colectiva de la represión de los movimientos obreros y, además, porque uno de sus colegas ministros era el general Galliffet, el que había dirigido la matanza de la Comuna de París en 1871.

[25] Cuales quiera que fueran sus desacuerdos con la manera con la que Millerand entró en el gobierno, Jaurès era un reformista honrado, profundamente convencido de la necesidad para la clase obrera de utilizar la vía parlamentaria para arrancar reformas a la clase dominante.

[26] No fue así con A. Briand y R.Viviani que prefirieron dejar el partido a abandonar la perspectiva de una cartera ministerial.

[27] "Unser leitendes Zentralorgan", Leipziger Volkszeitung, 22.9.1899, Rosa Luxemburg in Ges. Werke, Bd. 1/1, p. 558 (citado en nuestro artículo sobre la degeneración del SPD).

[28]     Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania.

[29]     Citado por Joll, ídem, p. 115

[30]     Ídem., page 114

 

Acontecimientos históricos: 

  • Iª Guerra mundial [10]

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1914 - La Gran Guerra

Conferencia internacional extraordinaria de la CCI: la "noticia" de nuestra desaparición es un tanto exagerada

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En mayo pasado, la CCI mantuvo una conferencia internacional extraordinaria. Desde hacía algún tiempo, se había ido desarrollando una crisis cuyo foco se centraba en nuestra sección más antigua, la sección en Francia. La convocatoria de una conferencia extraordinaria, además de los congresos internacionales regulares de la CCI, se juzgó necesaria ante la necesidad vital de comprender a fondo la naturaleza de esta crisis y desarrollar los medios para superarla. 

La CCI ya convocó conferencias internacionales extraordinarias en el pasado, en 1982 y 2002, en acuerdo con nuestros Estatutos que las prevén cuando los principios fundamentales de la CCI se encuentran en peligro.[1]

Todas las secciones internacionales de la CCI mandaron delegaciones a esa 3ª Conferencia extraordinaria, participando activamente en los debates. Las secciones que no pudieron asistir a ella (debido al fortificación “Schengen” de la Unión Europea) enviaron a la Conferencia tomas de posición sobre informes y resoluciones discutidos.

Las crisis no son necesariamente mortales

Quizás los contactos y simpatizantes se hayan alarmado con tales noticias; quizás, sin duda, a los enemigos de la CCI les hayan producido un cosquilleo de contento. Algunos de éstos ya están incluso convencidos de que ésta es nuestra crisis “postrera”, signo anunciador de nuestra de desaparición. Ya habían hecho ese tipo de predicciones en las crisis anteriores de nuestra organización. Tras la crisis de 1981-82 (hace 32 años) ya respondimos a nuestros detractores, y lo volvemos a hacer hoy, recordando aquella frase de Mark Twain: "¡La noticia de nuestra muerte es un tanto exagerada!”

Las crisis no son necesariamente el signo de un hundimiento inminente o irremediable. Al contrario, la existencia de crisis puede ser la expresión de una resistencia sana a un proceso subyacente que se hubiera desarrollado lenta e insidiosamente hasta el momento en que estalla y que si hubiera seguido su curso podría haber acabado en naufragio. Las crisis pueden ser así el signo de una reacción frente al peligro y de lucha contra debilidades graves que llevarían al desmoronamiento. De modo que una crisis también puede ser saludable. Puede ser un momento crucial, una ocasión de ir a la raíz de las dificultades graves, identificar sus causas profundas para así poder superarlas. Lo cual permitirá, al fin y al cabo, que la organización se fortalezca, que sus militantes se forjen para batallas venideras.

En la Segunda Internacional, (1889-1914), al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) se le conocía por haber atravesado una serie de crisis de y de escisiones, por lo que los demás lo miraban con cierto desprecio, especialmente los partidos más importantes de la Internacional, como el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), el cual parecía acumular los éxitos con un incremento constante de miembros y de resultados electorales. Y sin embargo, las crisis del partido ruso y la lucha llevada a cabo por su ala bolchevique por superar esas crisis y sacar las lecciones, reforzaron la minoría revolucionaria preparándola para erguirse contra la guerra imperialista en 1914 y ponerse en la vanguardia de la revolución de octubre en 1917. Y, al contrario, la unidad de fachada y la "calma" en el SPD (que sólo ponían en entredicho algunos “perturbadores” como Rosa Luxemburg) acabó en hundimiento total e irrevocable en 1914 con la traición absoluta de sus principios internacionalistas frente a la Primera Guerra mundial.

En 1982, la CCI identificó su propia crisis (provocada por un desarrollo de confusiones izquierdistas y activistas que permitieron a un tal Chénier[2] causar estragos considerables en nuestra sección en Gran Bretaña). La CCI sacó entonces lecciones para restablecer más en profundidad sus principios sobre su función y su funcionamiento[3]. Fue precisamente tras esa crisis cuando la CCI adoptó sus Estatutos actuales.

El Partido Comunista Internacional "bordiguista" (Programa comunista) que era entonces el grupo más importante de la Izquierda comunista conoció dificultades similares aunque más graves todavía; en cambio ese grupo no fue capaz de sacar lecciones de tal situación acabando por derrumbarse cual castillo de naipes, perdiendo casi todas sus secciones y miembros (Ver Revista internacional n°32: "Convulsiones en el medio revolucionario").

Además de identificar sus propias crisis, la CCI se apoyó en otro principio legado por la experiencia bolchevique: dar a conocer las circunstancias y las lecciones de sus crisis internas para así contribuir en el esclarecimiento más amplio (contrariamente a los demás grupos revolucionarios que ocultan al proletariado la existencia de sus crisis internas). Estamos convencidos de que los combates para superar las crisis internas de las organizaciones revolucionarias permiten que emerjan más claramente verdades y principios generales de la lucha por el comunismo.

En el Prólogo de Un paso adelante, dos pasos atrás, en 1904, Lenin escribía: "[Nuestros adversarios] con muecas de alegría maligna siguen nuestras discusiones; procurarán, naturalmente, entresacar para sus fines algunos pasajes aislados de mi folleto, consagrado a defectos y deficiencias de nuestro partido. Los socialdemócratas rusos están ya lo bastante fogueados en el combate para no dejarse turbar por semejantes alfilerazos y para continuar, pese a ellos, su labor de autocrítica poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias, que de un modo necesario e inevitable serán corregidas por el desarrollo del movimiento obrero. ¡Y que ensayen los señores adversarios a describirnos un cuadro de la situación efectiva de sus “partidos” que se parezca, aunque sea de lejos, al que brindan las actas de nuestro II Congreso! [4]

Como Lenin, nosotros pensamos que, a pesar del gozo que nuestras dificultades provoca en nuestros enemigos (que ellos interpretan con sus cristales deformantes), los revolucionarios de verdad aprenden de sus errores y salen reforzados de ellos.

Por ello publicamos aquí, aunque sea algo breve, una presentación de la evolución de esta crisis en la CCI y del papel que ha tenido nuestra Conferencia extraordinaria para encararla.

La naturaleza de la crisis actual de la CCI

El epicentro de la crisis actual de la CCI fue el resurgimiento, en el seno de su sección en Francia, de una campaña de denigración, ocultada al conjunto de la organización, contra una camarada a la que se “demonizó” hasta el punto que un militante consideraba incluso que su presencia en la organización era un estorbo en su desarrollo). Es evidente que la existencia de tales prácticas de estigmatización de un chivo expiatorio – sobre el que recaería toda la responsabilidad de todos los problemas que haya tenido la organización – es algo intolerable en una organización comunista que debe rechazar por completo ese acoso endémico que existe en la sociedad capitalista resultante de la moral burguesa que consiste en cada uno para sí y dios para todos. Las dificultades de la organización son responsabilidad de toda la organización. La campaña oculta de ostracismo hacia un miembro de la organización pone en peligro el principio mismo de la solidaridad comunista en el que se ha fundado la CCI.

No podíamos contentarnos con poner fin a tal campaña cuando apareció a pleno día tras su puesta en evidencia por el órgano central de la CCI.

No es el tipo de acontecimiento que puede quitarse de encima como si fuera algo simplemente lamentable. Debíamos ir hasta la raíz y explicar por qué y cómo pudo volver a desarrollarse entre nosotros semejante lacra, una puesta en entredicho tan flagrante de uno de los principios comunistas básicos. La tarea de la Conferencia extraordinaria fue la de alcanzar un acuerdo común sobre dicha explicación y abrir perspectivas para erradicar tales prácticas en el futuro.

Una de las tareas de la Conferencia extraordinaria fue escuchar y pronunciarse sobre el informe final del Jurado de Honor que, a principios de 2013, había requerido la compañera denigrada sin que hasta entonces ella no supiera nada. No bastaba con que cada cual estuviera de acuerdo en que se habían propalado calumnias y usado métodos de estigmatización contra la camarada; había que probarlo con hechos. Había que examinar de manera minuciosa todas las acusaciones lanzadas contra la compañera identificando su origen. Había que desvelar las alegaciones y denigraciones ante toda la organización para así eliminar toda ambigüedad e impedir que se repitieran las calumnias en el futuro. Al cabo de un año de trabajo, el Jurado de Honor (formado por militantes de cuatro secciones de la CCI) impugnó una tras otra, sin base alguna, todas las acusaciones (en especial ciertas calumnias infamantes fomentadas por un militante)[5]. El Jurado ha podido poner de relieve que esa campaña de ostracismo se debía, en realidad, a la infiltración en la organización de prejuicios oscurantistas propios del espíritu de círculo (y a cierta "cultura del cotilleo" heredada del pasado y que algunos militantes no había conseguido quitarse de encima). Al poner fuerzas a disposición del Jurado, la CCI estaba concretando otra lección del movimiento revolucionario: todo militante que sea objeto de sospechas, acusaciones infundadas o calumnias debe pedir que se convoque un Jurado de Honor. Negarse a pedir ese procedimiento significaría reconocer implícitamente la validez de las acusaciones.

El jurado de honor es también un medio de "preservar la salud moral de las organizaciones revolucionarias” como escribía Víctor Serge[6] ya que las desconfianza entre sus miembros es un veneno que podría destruir rápidamente una organización revolucionaria.

Es algo que la policía conoce muy bien como lo ha puesto de relieve la historia del movimiento obrero, el uso privilegiado del método que consiste en cultivar o provocar la desconfianza para así destruir desde dentro las organizaciones revolucionarias. Se vio eso en especial en los años 1930 con las maniobras de la OGPU de Stalin contra el movimiento trotskista, en Francia y otros lugares. De hecho, señalar a militantes para someterlos a campañas de denigración y de calumnias ha sido un arma de primer orden de todas las burguesías para fomentar la desconfianza hacia el movimiento revolucionario y en el propio seno de éste.

Por eso es por lo que los marxistas revolucionarios dedicaron grandes esfuerzos para destapar tales ataques contra las organizaciones comunistas.

En la época de los juicios de Moscú en los años 1930, León Trotski en el exilio pidió que se celebrara un jurado de honor (conocido con el nombre de Comisión Dewey) para impugnar las repugnantes calumnias que el fiscal Vyshinski había fabricado contra él en esos juicios[7]. Marx interrumpió su labor sobre El Capital durante un año, en 1860, para preparar un libro entero de refutación sistemática de las calumnias de Herr Vogt con él.

A la vez que ese trabajo del jurado de honor se realizaba, la organización ha buscado las raíces profundas de la crisis armándose de un marco teórico. Después de la crisis de la CCI de 2001-2002, entablamos un esfuerzo teórico prolongado para entender cómo había podido aparecer en el seno de la organización una pretendida fracción que se hizo notar por unos comportamientos de rufián y de chivato: circulación secreta de rumores que acusaban a una de nuestras militantes de ser un agente del Estado, robo de dinero y de material de la organización (especialmente del fichero de nuestros militantes y suscriptores), chantaje, amenazas de muerte a militantes, publicación hacia el exterior de informaciones internas con el objeto deliberado de favorecer la labor policiaca, etc. Esa infame fracción y sus costumbres políticas gansteriles (que recordaban las de la tendencia Chénier en nuestra crisis de 1981) se la conoce con el nombre de FICCI (Fracción interna de la CCI).[8]

Tras esa experiencia, la CCI empezó a examinar con un enfoque histórico y teórico el problema de la moral. En las Revista internacional n°111 y 112, publicamos el “Texto de orientación sobre la confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado", y en los números 127 y 128 se publicó otro texto sobre "Marxismo y ética". En relación con esas reflexiones teóricas, nuestra organización ha realizado una investigación histórica sobre el fenómeno social del pogromismo[9], antítesis total de los valores comunistas, algo medular en la mentalidad de la FICCI y sus rastreras labores para destruir la CCI. Basándose en esos primeros textos y en el trabajo teórico sobre aspectos de la moral comunista, la organización ha ido elaborando su comprensión de las causas profundas de la crisis actual. La superficialidad, las desviaciones oportunistas y "obreristas", la falta de reflexión y discusiones teóricas en beneficio de la intervención activista e izquierdista en las luchas inmediatas, la impaciencia y la tendencia a perder de vista nuestra actividad a largo plazo, favorecieron esta crisis en el seno de la CCI. Se identificó pues esta crisis como crisis "intelectual y moral" junto con la pérdida de percepción y una transgresión de los Estatutos de la CCI[10].

Le combate por la defensa de los principios morales del marxismo

La Conferencia extraordinaria volvió más en profundidad sobre una comprensión marxista de la moral con el fin de ir preparando el núcleo teórico de nuestra actividad para el período venidero. Vamos a proseguir el debate interno y explorar esta cuestión como herramienta principal de nuestra regeneración frente a la crisis actual. Sin teoría revolucionaria no puede haber organización revolucionaria.

El proyecto comunista contiene una dimensión ética que le es inseparable. Y es esta dimensión la que está especialmente amenazada por la sociedad capitalista la cual prosperó sobre la explotación y la violencia, "sudando sangre y lodo por todos sus poros", como escribía Marx en El Capital. Esa amenaza ha prosperado en el período de decadencia del capitalismo cuando, progresivamente, la burguesía fue abandonando sus propios principios morales que defendía en su período liberal de expansión del capitalismo. La fase final de la decadencia capitalista, periodo de descomposición social cuya primera gran expresión fue el hundimiento del bloque del Este en 1989, ha agudizado más todavía ese proceso. Hoy, la sociedad burguesa es cada día más abiertamente, arrogantemente podría decirse, bárbara. Lo vemos en todos los aspectos de la vida social: la proliferación de guerras y la bestialidad de los métodos utilizados cuyo objetivo principal es humillar, degradar a las víctimas antes de aplastarlas; el incremento del gansterismo – con su celebración en el cine y la música; el incremento de pogromos a la busca de chivos expiatorios señalados como responsables de los crímenes del capitalismo y del sufrimiento social; el aumento de la xenofobia hacia los inmigrantes y el acoso en los lugares de trabajo (el llamado "mobbing"); el aumento de la violencia hacia las mujeres, del acoso sexual y la misoginia (incluso en las escuelas y entre las bandas juveniles de los barrios obreros). El cinismo, las mentiras y la hipocresía ya no se consideran como algo reprehensible sino que se enseñan en las escuelas de administración (de "management" como se dice). Los valores más elementales de toda vida social –sin hablar de los valores de la sociedad comunista – son envilecidos a medida que el capitalismo se va pudriendo.

Los miembros de las organizaciones revolucionarias no pueden evitar la influencia de ese ambiente social de pensamiento y comportamiento bestiales. No están para nada inmunizados contra este ambiente deletéreo de la descomposición de la sociedad burguesa, sobre todo cuando la clase obrera, como así ocurre hoy, permanece pasiva y desorientada y, por lo tanto, incapaz de ofrecer una alternativa de masas contra la agonía prolongada de la sociedad capitalista. Otras capas de la sociedad, aunque próximas al proletariado en sus condiciones de vida, son portadoras activas de tal putrefacción. La impotencia y la frustración tradicionales de la pequeña burguesía – esa capa intermedia sin porvenir histórico que está entre el proletariado y la burguesía – se incrementan desmesuradamente encontrado una salida en compartimentos de pogromo, en el oscurantismo de la "caza de brujas", que le proporcionan la cobarde ilusión de "acceder al poder" cazando y persiguiendo a individuos o minorías (étnicas, religiosas, etc.) estigmatizadas como " provocadores de disturbios".

Era de lo más necesario volver a tratar el problema de la moral en la Conferencia extraordinaria de 2014. En efecto, el carácter explosivo de la crisis de 2001-2002, los intrigas repugnantes de la FICCI, los comportamientos de aventureros nihilistas de algunos de sus miembros, tendieron a oscurecer, en el seno de la CCI, las incomprensiones subyacentes más profundas que habían servido de tierra fértil a la mentalidad pogromista en la que creció la pretendida "fracción"[11]. A causa de la brutalidad del choque provocado por las actuaciones innobles de la FICCI hace más de una década, hubo cierta tendencia en la CCI a querer volver a lo normal – a buscar un ilusorio momento de respiro. Se desarrolló un estado de ánimo tendente a evitar lo teórico e histórico en temas de organización focalizándose en cuestiones más prácticas de intervención inmediata en la clase obrera y de una construcción regular pero superficial de la organización. Aunque sí se realizó un esfuerzo considerable en la reflexión teórica para superar la crisis de 2001, esa labor se fue considerando cada vez más como una cuestión accesoria, secundaria, y no como crucial, de vida o muerte para el futuro de la organización revolucionaria.

La lenta y difícil reanudación de la lucha de clases en 2003 y la la mayor receptividad del medio político para la discusión con la Izquierda comunista tendieron a reforzar esa debilidad. Algunas partes de la organización empezaron a olvidarse de los principios y adquisiciones organizativos de la CCI y a desarrollar un desdén por la teoría. Hubo tendencia a ignorar les Estatutos de la organización que contienen principios de centralización internacionalista en beneficio de hábitos propios de la cerrazón localista y de círculo, del buen sentido común y de la "religión de la vida cotidiana" (como decía Marx en el libro 1 de El capital). El oportunismo empezó a medrar de manera insidiosa.

Pero sí hubo una resistencia contra esa tendencia al desinterés por las cuestiones teóricas, la amnesia y la esclerosis. Una compañera criticó abiertamente esa deriva oportunista y por ello se la consideró como alguien "problemático" y entorpecedor de un funcionamiento normal, rutinario, de la organización. En lugar de proponer una respuesta política coherente a las críticas y argumentos de la camarada, el oportunismo se expresó mediante la artera difamación personal. Otros militantes (en particular en las secciones de la CCI en Francia y Alemana) que compartían la opinión de la compañera contra esas derivas oportunistas fueron también "víctimas colaterales" de la campaña de difamación.

La Conferencia extraordinaria puso así en evidencia que hoy, al igual que en la historia du movimiento obrero, las campañas de denigración y el oportunismo van de la mano. En realidad, dichas campañas aparecieron en el movimiento obrero como expresión extrema del oportunismo. Rosa Luxemburg que, como portavoz de la izquierda marxista, era implacable en sus denuncias del oportunismo, fue sistemáticamente difamada por los dirigentes y burócratas de la socialdemocracia alemana. La degeneración del Partido bolchevique y de la Tercera Internacional estuvo acompañada por la calumnia y la persecución interminable a la vieja guardia bolchevique, sobre todo León Trotski.

La organización debía pues volver a tratar el concepto clásico de oportunismo organizativo en la historia del movimiento obrero incluyendo las lecciones de la propia experiencia de la CCI.

La necesidad de llevar a cabo el combate contra el oportunismo (y su expresión conciliadora con la forma de centrismo) ha sido el eje central de los trabajos de la Conferencia extraordinaria: la crisis de la CCI requiere una lucha prolongada contra las raíces de los problemas identificados y que pertenecen a cierta tendencia a buscar un cobijo en el seno de la CCI, a transformar la organización en una especie de "club de opiniones" y a instalarse en la sociedad burguesa en descomposición. De hecho, la naturaleza misma del militantismo revolucionario es el combate permanente contra el peso de la ideología dominante y de todas las ideologías ajenas al proletariado que se infiltran insidiosamente en el seno de las organizaciones revolucionarias. Es el combate lo que debe ser la norma de la vida interna de la organización comunista y de cada uno de sus miembros.

La lucha contra todo acuerdo superficial, el esfuerzo individual de cada militante por expresar sus posiciones políticas ante la organización entera, la necesidad de desarrollar sus divergencias con argumentos políticos serios y coherentes, la fuerza de aceptar las críticas políticas: todo eso es lo que se ha planteado en la Conferencia extraordinaria. Como lo subraya la Resolución de Actividades adoptada en la Conferencia: "6d) El militante revolucionario debe ser un combatiente por las posiciones de clase del proletariado y por sus propias ideas. Esto no es algo optativo en el militantismo, es el militantismo. Sin él no puede haber lucha por la verdad, la cual sólo puede emerger a partir de la confrontación de ideas y porque cada militante se yergue por defender su punto de vista. La organización necesita conocer las posiciones de todos los camaradas, el acuerdo pasivo es inútil y contraproducente (…) Tomar sus responsabilidades individuales, ser honrado es un aspecto fundamental de la moral proletaria."

La crisis actual no es la crisis "última " de la CCI

En vísperas de la Conferencia extraordinaria, la publicación en Internet de un "Llamamiento al Campo proletario y a los militantes de la CCI" anunciando "la crisis postrera" de la CCI puso especialmente de relieve la importancia del espíritu combativo por la defensa de la organización comunista y de sus principios, en particular frente a quienes intentan destruirla. Ese “llamamiento”, de lo más nauseabundo por cierto, emana de un pretendido "Grupo Internacional de la Izquierda Comunista" (GIGC), disfraz, en realidad, de la infame ex-FICCI, tras su matrimonio con elementos de Klabastalo de Montreal. Es un texto que suda odio por todos sus poros y convoca al pogromo contra algunos de nuestros compañeros. Ese texto anuncia a bombo y platillo que ese "GIGC" posee documentos internos de la CCI. Su intención es tan clara como siniestros son sus designios: intentar sabotear nuestra Conferencia extraordinaria, sembrar confusión y cizaña en la CCI esparciendo la sospecha general en nuestras filas justo en la víspera de la Conferencia internacional (haciendo pasar el mensaje de que hay un traidor en la CCI, un cómplice del "GIGC" al que comunica nuestros boletines internos[12].

La Conferencia extraordinaria tomó de inmediato posición sobre tal "Llamamiento" del GIGC: para todos los militantes, estaba claro que la ex-FICCI estaba realizando una vez más (y de modo más dañino) la labor de la policía tal como Víctor Serge lo describió tan elocuentemente en su libro Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión (redactado en base a los archivos de la policía zarista descubiertos tras la revolución de Octubre 1917)[13].

En lugar de encrespar a los militantes de la CCI unos contra otros, el asco producido por los métodos del "GIGC", propios de la policía política de Stalin y de la Stasi, sirvió para sacar a la luz lo que de verdad nos estamos jugando en nuestra crisis interna tendiendo a fortalecer la unidad de los militantes tras la consigna del movimiento obrero: “¡Uno para todos y todos para uno”!" (expresión que Joseph Dietzgen, a quien Marx llamaba el "filósofo del proletariado", retomaba en su libro La esencia del trabajo cerebral del hombre). Este ataque policiaco del GIGC (ex-FICCI) ha hecho tomar conciencia de manera más clara a todos los militantes de que las debilidades internas de la organización, la falta de vigilancia frente a la presión permanente de la ideología dominante en las organizaciones revolucionarias, la había hecho vulnerable a las maquinaciones de sus enemigos cuyas intenciones destructoras no dejan lugar a dudas.

La Conferencia extraordinaria saludó el trabajo muy serio y monumental del Jurado de Honor. Saludó también la valentía de la compañera que pidió su constitución y que había sido proscrita por sus divergencias políticas[14]. Solo los cobardes y quienes se sienten culpables se niegan a dejar las cosas claras delante de una comisión así, que es un legado del movimiento obrero. La nube que estaba encima de la organización se ha disipado. Y ya era hora.

La Conferencia extraordinaria no podía poner fin a la lucha de la CCI contra tal crisis “intelectual y moral”, pues la lucha debe seguir necesariamente, pero ha dotado a la organización de una orientación sin ambigüedad: la apertura de un debate teórico interno sobre las "Tesis sobre la moral" propuestas por el órgano central de la CCI. Más tarde en nuestra prensa daremos cuenta, evidentemente, de las eventuales posiciones divergentes cuando nuestro debate haya alcanzado un nivel suficiente de madurez.

Algunos lectores podrán quizá pensar que polarizar a la CCI sobre nuestra crisis interna y el combate contra los ataques de tipo policiaco de los que somos blanco sería la expresión de una "demencia narcisista" o de un "delirio paranoico colectivo". Preocuparse por la defensa intransigente de nuestros principios organizativos, programáticos y éticos sería, según eso, una escapatoria respecto a la tarea inmediata, práctica y "de sentido común" de desarrollar al máximo nuestra influencia en las luchas inmediatas de la clase obrera. Esas ideas no harían sino repetir en el fondo, aunque en un contexto diferente, el argumento de los oportunistas sobre el funcionamiento sin altibajos del Partido Socialdemócrata alemán contra el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia sacudido por crisis durante el período precedente a la Primera Guerra mundial. El procedimiento que consiste en esconder las divergencias, en rechazar la confrontación de argumentos políticos, para "preservar la unidad", y ello a cualquier precio, lo único para lo que sirve es para ir preparando la desaparición, tarde o temprano, de las minorías revolucionarias organizadas.

La defensa de los principios comunistas fundamentales, por muy alejada que parezca estar de las necesidades y de la conciencia actuales de la clase obrera, es, sin embargo la tarea primera de las minorías revolucionarias. Nuestra determinación en entablar un combate permanente por la defensa de la moral comunista – que es el corazón del principio de la solidaridad – es clave para preservar nuestra organización frente a los miasmas de la descomposición social capitalista que se infiltran inevitablemente en todas las organizaciones revolucionarias. Sólo el rearme político, el reforzamiento de nuestro trabajo de elaboración teórica, nos permitirá encarar ese peligro mortal. Además, sin la defensa implacable de la ética de la clase portadora del comunismo, la posibilidad de que el desarrollo de la lucha de clases lleve a la revolución y la construcción futura de una verdadera comunidad mundial unificada, estaría continuamente ahogada.

Algo que sí quedó claro en la Conferencia extraordinaria de 2014: no habrá retorno a la “normalidad” en las actividades internas y externas de la CCI.

Contrariamente a lo que ocurrió con la crisis de 2001, podemos ya alegrarnos de que los camaradas que se involucraron en una lógica de estigmatización irracional de un chivo expiatorio han tomado plena conciencia de la gravedad de su deriva. Estos militantes han decidido libremente permanecer leales a la CCI y a sus principios y están hoy comprometidos en nuestro combate de consolidación de la organización. Como el conjunto de la CCI, están hoy implicados en la labor de reflexión y profundización teórica ampliamente subestimada en el pasado. Apropiándose de la expresión de Spinoza "no reír no llorar, menos detestar, sólo comprender", la CCI se ha apegado a la tarea de reapropiarse esta idea fundamental del marxismo: la lucha del proletariado por la construcción del comunismo no sólo tiene una dimensión "económica" (como se lo imaginan los materialistas vulgares) sino también y sobre todo una dimensión "intelectual y moral" (en lo cual insistieron, por ejemplo, Lenin y Rosa Luxemburg).

Lamentamos pues hacer saber a nuestros detractores de toda calaña que no existe hoy en la CCI ninguna perspectiva inmediata de nueva escisión parasitaria, como así ocurrió en crisis anteriores. No existe ninguna perspectiva de constitución de una nueva "fracción" susceptible de unirse al "Llamamiento" a pogromo hecho por la GIGC contra nuestros camaradas ("Llamamiento" retransmitido frenéticamente por diversas "redes sociales" y por un tal Pierre "Hempel", que se las da, nada menos, de representante del "proletariado universal"). Muy al contrario: los métodos policiacos del GIGC (patrocinado por une tendencia "crítica" dentro de un partido reformista burgués, el NPA[15]) no han hecho sino reforzar la indignación de los militantes de la CCI y su determinación para llevar a cabo el combate por el fortalecimiento de la organización.

¡La "noticia" de nuestra desaparición es, por lo tanto, un tanto exagerada y prematura!

Corriente Comunista Internacional


[1] Como en la conferencia extraordinaria de 2002 (ver Revista Internacional n° 110 "Conferencia extraordinaria de la CCI: El combate por la defensa de los principios organizativos" [https://es.internationalism.org/Rint110%20-%20Ficci] [11]), la de 2014 tuvo lugar sustituyendo parcialmente el congreso regular de nuestra sección en Francia. Algunas sesiones se dedicaron a la conferencia internacional extraordinaria y otras al congreso de la sección en Francia del que nuestro periódico Révolution Internationale dará cuenta posteriormente.

[2] Chénier era miembro de la sección en Francia, excluido en el verano de 1981 por haber llevado a cabo una campaña secreta de denigración de los órganos centrales de la organización, de algunos de sus militantes más experimentados con el fin de enfrentar a unos militantes contra otros, unas acciones que recordaban las de los agentes de la OGPU (o sea la policía estalinista) en el seno del movimiento trotskista durante los años 1930. Unos meses después de su exclusión, Chénier ocupó funciones en el aparato del Partido Socialista que gobernaba Francia en aquel entonces.

[3] Ver Revista internacional n° 29: "Informe sobre la función de la organización revolucionaria [12]" y la Revista n° 33 : "[Informe sobre] Estructura y funcionamiento de la organización revolucionaria" (1983) (https://es.internationalism.org/node/2127 [13])

[4] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe3/lenin-obras-1-3.pdf [14]

[5] Paralelamente a esa campaña se propalaron chismorreos también en discusiones informales, en el seno de la sección en Francia, por parte de ciertos militantes de la "vieja" generación denigrando de manera escandalosa a nuestro camarada Marc Chirik, miembro fundador de la CCI sin el cual nuestra organización no existiría. Ese gusto por el chismorreo se ha identificado como la expresión del peso de la mentalidad de círculo y la influencia de la pequeña burguesía en descomposición que había marcado la generación surgida del movimiento estudiantil de Mayo del 68 (con toda su mezcolanza de ideologías anarcomodernistas e izquierdizantes).

[6] Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión. (1921-1925). En la traducción publicada en https://www.marxists.org/espanol/serge/represion/index.htm [15], se usa el término “jurado” que retomamos aquí (y no “tribunal”).

[7] El jurado de honor de la CCI se apoyó en el método científico de investigación y comprobación de los hechos de la Comisión Dewey. Sus trabajos (documentos, actas, grabaciones de entrevistas y testimonios, etc.) están debidamente conservados en los archivos de la CCI.

[8] Leer al respecto nuestros artículos “15 Congreso CCI: reforzar la organización frente a los retos del periodo” en la Revista internacional n° 114 (2003) https://es.internationalism.org/rint/2993/114_15congreso.html [16], y en francés “Les méthodes policières de la FICCI” en Révolution internationale n° 330 (https://fr.internationalism.org/ri330/ficci.html [17]) y “Calomnie et mouchardage, les deux mamelles de la politique de la FICCI envers le CCI” (https://fr.internationalism.org/icconline/2006_ficci [18])

[9] Desde ahora en adelante, con este término nos referimos a lo que podría llamarse también “mentalidad de pogromo”. “Pogromo” es la forma hispanizada de la palabra rusa “pogrom”.

[10] El órgano central de la CCI (al igual que el Jurado de Honor) ha demostrado claramente que no ha sido la compañera víctima de ostracismo la que no respetó los estatutos de la CCI, sino, al contrario, los militantes que se implicaron en la campaña de denigración.

[11] Las resistencias en nuestras filas a desarrollar un debate sobre la moral tienen su origen en una debilidad congénita de la CCI (que afecta, en realidad, a todos los grupos de la Izquierda comunista). La primera generación de militantes rechazó mayoritariamente esta cuestión que no pudo integrarse en nuestros estatutos, como así lo deseaba nuestro camarada Marc Chirik. Los jóvenes militantes de entonces consideraban la moral como un corsé, algo perteneciente a “la 'ideología burguesa", hasta el punto de que algunos, venidos del medio libertario, reivindicaban vivir “sin tabúes", lo cual revelaba una desoladora ignorancia de la historia de la especie humana y del desarrollo de su civilización.

[12] Ver nuestro "Comunicado a nuestros lectores: La CCI atacada por une nueva oficina del Estado burgués"(Mayo de 2014); https://es.internationalism.org/ccionline/201405/4021/la-cci-atacada-por... [19]

[13] Como para confirmar la naturaleza de clase del ataque, un tal Pierre Hempel ha publicado en su blog otros documentos internos que la ex-FICCI le había entregado. Él mismo ha afirmado fría y públicamente en su blog: "Si la policía me hubiera entregado un documento así, se lo habría agradecido en nombre del proletariado."! La "santa alianza" de enemigos de la CCI (formada, en gran parte, por una "peña de excombatientes de la CCI" reciclados) sabe perfectamente a qué campo pertenece.

[14] Ya había ocurrido lo mismo al principio de la crisis de 2001 cuando la misma compañera expresó un desacuerdo político con un texto redactado por un miembro del Secretariado Internacional de la CCI (sobre la centralización); ello provocó un obstruccionismo por parte de la mayoría de los miembros del SI, los cuales, en lugar de abrir un debate para responder a los argumentos políticos de la camarada, ahogaron el debate y entablaron una campaña de calumnias contra ella, organizando reuniones secretas, haciendo circular rumores en las secciones de Francia y México de que la camarada, a causa de sus desacuerdos políticos con miembros del órgano central de la CCI, era una "buscapleitos” y hasta "poli", según los chismes de dos elementos de la ex-FICCI (Juan y Jonás) que están en el inicio de la fundación del "GIGC".

[15] Cabe señalar que hasta hoy, el "GIGC" sigue sin dar explicaciones sobre sus relaciones y convergencias con esa tendencia que milita en ese Nouveau Parti Anticapitaliste (Nuevo Partido Anticapitalista) de Olivier Besancenot. ¡Quien calla otorga!

 

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [20]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [21]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [22]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [23]

Acontecimientos históricos: 

  • Conferencia extraordinaria de la CCI 2014 [24]

Rubric: 

Defensa de la organización

Voces disidentes dentro del movimiento anarquista

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En la primera parte de este artículo no solo examinamos el proceso que condujo a la integración de la organización oficial de los anarcosindicalistas (la Confederación Nacional del trabajo, CNT) en el Estado burgués republicano en la España de los años 1936-37 sino que tratamos también de explicar la vinculación de esta traición con las debilidades, programáticas y teóricas subyacentes en la visión anarquista del mundo. Sin embargo, esas capitulaciones tuvieron que enfrentarse al rechazo de las corrientes proletarias de dentro y de fuera de la CNT: las Juventudes libertarias, una tendencia de izquierda del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) en torno a Josep Rebull[1]; el Grupo Bolchevique Leninista (trotskista) en torno a Grandizo Munis; Camillo Berneri, anarquista italiano, que editaba Guerra di Clase y en particular la Agrupación Los Amigos de Durruti[2] animada, entre otros, por Jaime Balius. Todos estos grupos, estaban por lo general compuestos de militantes obreros que habían participado en las luchas heroicas de julio de 1936 a mayo de 1937 y que, sin alcanzar nunca la claridad de la Izquierda Comunista Italiana, como se señaló en la primera parte de este artículo, se opusieron a la política oficial de la CNT y del POUM de participación en el Estado burgués y a su acción de rompehuelgas durante las Jornadas de mayo de 1937.

Los amigos de Durruti

La Agrupación de Los Amigos de Durruti, quizás la más importante de todas esas tendencias, era la más numerosa de todas y fue capaz de llevar a cabo una importante intervención durante las Jornadas de mayo de 1937, distribuyendo el famoso folleto en que define sus posiciones programáticas:

“CNT-FAI. Agrupación "Los Amigos de Durruti".
¡TRABAJADORES! Una Junta revolucionaria. Fusilamiento de los culpables. Desarme de todos los Cuerpos armados. Socialización de la economía. Disolución de los Partidos políticos que hayan agredido a la clase trabajadora. No cedamos la calle. La revolución ante todo. Saludamos a nuestros camaradas del POUM que han confraternizado en la calle con nosotros.
¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIAL, ABAJO LA CONTRARREVOLUCIÓN!”

Este Comunicado, editado en forma de octavilla, es una versión abreviada de la lista de exigencias que Los Amigos de Durruti publicaron y difundieron en forma de cartel mural en abril de 1937:

“Agrupación de Los Amigos de Durruti. A la clase trabajadora:

1.- Constitución inmediata de una Junta Revolucionaria integrada por obreros de la ciudad, del campo y por combatientes.
2.- Salario familiar. Carta de racionamiento. Dirección de la economía y control de la distribución por los sindicatos.
3.- Liquidación de la contrarrevolución.
4.- Creación de un ejército revolucionario.
5.- Control absoluto del orden público por la clase trabajadora.
6.- Oposición firme a todo armisticio.
7.- Una justicia proletaria.
8.- Abolición de los canjes de personalidades.
Atención trabajadores: nuestra agrupación se opone a que la contrarrevolución siga avanzando. Los decretos de orden público, patrocinados por Aiguadé no serán implantados. Exigimos la libertad de Maroto y otros camaradas detenidos.
Todo el poder a la clase trabajadora.
Todo el poder económico a los sindicatos.
Frente a la Generalidad, la Junta Revolucionaria.”

Los demás grupos, incluidos los trotskistas, tendían a ver a Los Amigos de Durruti como una vanguardia potencial -el mismo Munis era optimista en cuanto a su evolución hacia el trotskismo- pero quizás el aspecto más importante de Los amigos de Durruti era que, si bien surgían de la CNT misma, reconocían la incapacidad de ésta para desarrollar una teoría revolucionaria y por lo tanto el programa revolucionario que requería, en su opinión, la situación en España.

Agustín Guillamón llama nuestra atención hacia un pasaje del panfleto “Hacia una nueva revolución”, publicado en enero de 1938, donde su autor, Balius, escribía:

“La CNT estaba huérfana de teoría revolucionaria. No teníamos un programa correcto. No sabíamos adónde íbamos. Mucho lirismo, pero en resumen de cuentas, no supimos qué hacer con aquellas masas enormes de trabajadores, no supimos dar plasticidad a aquel oleaje popular que se volcaba en nuestras organizaciones y por no saber qué hacer entregamos la revolución en bandeja a la burguesía y a los marxistas, que mantuvieron la farsa de antaño, y lo que es mucho peor, se ha dado margen para que la burguesía volviera a rehacerse y actuase en plan de vencedora.”[3]

Como se indica en nuestro artículo de la Revista Internacional, Nº 102: "Anarquismo y comunismo", la CNT tenía en realidad, sobre estas cuestiones, una teoría embrollada, que justificaba la participación en el Estado burgués, sobre todo en nombre del antifascismo. La posición de Los Amigos de Durruti era sin embargo correcta en el sentido más general de que el proletariado no puede hacer la revolución sin una comprensión clara y consciente del objetivo al que se dirige y de la dirección en que se mueve y de que la tarea específica de la minoría revolucionaria es elaborar y desarrollar una comprensión basada en la experiencia de la clase obrera como un todo.

En esta búsqueda de la claridad programática, la Asociación Los Amigos de Durruti se vio obligada a cuestionar algunos supuestos básicos del anarquismo, tales como el rechazo de la necesidad de la dictadura del proletariado y de la vanguardia revolucionaria luchando en el seno de la clase obrera por su realización. Guillamón, en particular en su análisis de los artículos que Balius escribió en el exilio, reconoce claramente los progresos realizados por Los Amigos de Durruti en este aspecto: “Hay que reconocer, –escribe Guillamón- tras la lectura de estos dos artículos, que la evolución del pensamiento político de Balius, basado en el análisis de las ricas experiencias desarrolladas durante la guerra civil, le ha conducido a plantearse cuestiones tabúes en la ideología anarquista: 1.- la necesidad de la toma del poder por el proletariado; 2.- la ineludible destrucción del aparato estatal capitalista para construir otro proletario; 3.- el papel imprescindible de una dirección revolucionaria.’’ [4].

Aparte de en las reflexiones de Balius, la noción de una dirección revolucionaria estaba implícitamente formulada en la actividad práctica de la Agrupación aunque no explícitamente; y no era, ciertamente, muy compatible con la idea que Los Amigos de Durruti tenían de sí mismos, es decir, un "grupo de afinidad" que, a lo sumo, implica una formación política limitada en el tiempo y a unos objetivos específicos y no una organización política permanente basada en un conjunto de principios programáticos y organizativos. Sin embargo, el reconocimiento por parte de la Agrupación de la necesidad de un órgano de poder, proletario, es más explícito y está contenido en la idea de la "Junta Revolucionaria", admitiendo que era, de alguna manera, una innovación para el anarquismo: “En nuestro programa introducimos una ligera variante dentro del anarquismo. La constitución de una Junta revolucionaria."[5]. En una entrevista con la revista trotskista francesa Lutte Ouvrière, Munis considera a la junta como equivalente a la idea de los soviets y sin duda “Este núcleo de obreros revolucionarios [Los Amigos de Durruti] representaba un comienzo de evolución del anarquismo hacia el marxismo. Habían sido impulsados a reemplazar la teoría del comunismo libertario por la de la "junta revolucionaria" (soviet) como encarnación del poder proletario, democráticamente elegido por los obreros.”[6].

Guillamón reconoce en su libro esta convergencia entre las "innovaciones" de Los Amigos de Durruti y el marxismo clásico, aunque se empeña en rechazar cualquier idea de la agrupación habría estado influida directamente por los grupos marxistas con los que estuvo en contacto, como era el caso de los Bolcheviques-leninistas. La propia Agrupación, irritada, habría impugnado que se la "acusase" de evolucionar hacia el marxismo, un marxismo que la Agrupación era apenas capaz de distinguir de sus caricaturas contrarrevolucionarias, como refleja el pasaje del folleto de Balius reproducido anteriormente. Y ya que el marxismo es una teoría revolucionaria del proletariado ¿es acaso extraño que los proletarios revolucionarios, cuando reflexionan sobre las lecciones de la lucha de clases, se sientan atraídos por las conclusiones fundamentales de los marxistas? La cuestión de la influencia específica en este proceso de los grupos políticos no es insignificante, pero es un elemento secundario.

Una ruptura incompleta con el anarquismo

Sin embargo, a pesar de estos avances, la Agrupación Los Amigos de Durruti nunca logró hacer una ruptura profunda con el anarquismo. Permanecían fuertemente apegados a las tradiciones y a las ideas anarcosindicalistas: para poder unirse a la Agrupación, se debía ser también miembro de la CNT. Como puede verse en los carteles del mes de abril y en otros documentos, el grupo considera todavía que el poder de los trabajadores podría expresarse no sólo mediante una "junta revolucionaria" o de los Comités de trabajadores creados durante la lucha, sino también, mediante el control sindical de la economía y la existencia de "municipios libres"[7] -fórmulas que revelan una continuidad con el programa de Zaragoza cuyas importantes limitaciones examinamos ya en la primera parte de este artículo. Así, el programa preparado por Los Amigos de Durruti no pudo basarse en la experiencia real de los movimientos revolucionarios de 1905 y de 1917 a 1923 durante los cuales, en la práctica, la clase obrera había ido más allá de la forma sindicato y los espartaquistas, por ejemplo, habían pedido la disolución de todos los órganos de Gobierno local existentes y su sustitución por los Consejos Obreros. A este respecto es significativo que, en las columnas de la revista de la agrupación, el Amigo del Pueblo, (que trató de extraer lecciones de los sucesos de 1936-37), se publicase una serie histórica sobre la experiencia de la revolución burguesa en Francia y nada sobre las revoluciones proletarias en Rusia o Alemania.

Los Amigos de Durruti consideraban sin duda a la "junta revolucionaria" como un instrumento del proletariado para tomar el poder, en 1937, pero ¿podemos decir que Munis tenía razón al decir que la "junta revolucionaria" equivalía a los soviets? Hay en esto poca claridad, debido sin duda a la aparente incapacidad de Los Amigos de Durruti para conectar con la experiencia de los Consejos Obreros fuera de España. Por ejemplo, la misma visión del Grupo sobre la manera en que la Junta debía constituirse no estaba nada clara. ¿Debía surgir directamente de las asambleas generales en las fábricas y en las milicias? o ¿debía ser el producto de los propios trabajadores más decididos? En un artículo publicado en el Nº 6 de el Amigo del Pueblo, la Agrupación se declara partidaria "de que en la Junta revolucionaria solamente participen los obreros de la ciudad, del campo y los combatientes que en los instantes decisivos de la contienda se hayan manifestado como paladines de la revolución social.."[8]. Guillamón no tiene ninguna duda en lo que se refiere a las implicaciones de esta visión: "La evolución del pensamiento político de Los Amigos de Durruti es ya imparable. Tras el reconocimiento de la necesidad de la dictadura del proletariado, la siguiente pregunta que se plantea es ¿quién ejercerá esa dictadura del proletariado? La respuesta es una Junta revolucionaria, que es definida acto seguido como la vanguardia de los revolucionarios. Y su papel, no podemos creer que sea diferente al atribuido por los marxistas al partido revolucionario."[9]. Pero, desde nuestro punto de vista, una de las lecciones fundamentales de los movimientos revolucionarios de 1917 a 1923 y de la revolución rusa en particular es que el partido revolucionario no puede continuar desempeñando su papel si se identifica a sí mismo con la dictadura del proletariado. Aquí Guillamón parece teorizar las mismas ambigüedades, propias de los amigos de Durruti, sobre este asunto. Nosotros insistiremos más adelante sobre este tema. En cualquier caso, es difícil no tener la impresión de que la Junta fue una especie de solución para salir del paso, en lugar de la "forma finalmente encontrada de la dictadura del proletariado" con la que marxistas como Lenin y Trotsky calificaron a los soviets. Por ejemplo, en “Hacia una nueva revolución”, Balius destaca que la propia CNT tendría que tomar el poder: "Cuando una organización se ha pasado toda la vida propugnando por la revolución, tiene la obligación de hacerla cuando precisamente se presenta una coyuntura. Y en julio había ocasión para ello. La CNT debía encaramarse en lo alto de la dirección del país, dando una solemne patada a todo lo arcaico, a todo lo vetusto, y de esta manera hubiésemos ganado la guerra y hubiéramos ganado la revolución."[10]. Además de subestimar el profundo proceso de degeneración que corroía a la CNT, desde ya bastante antes de 1936[11], esos propósitos muestran de nuevo una incapacidad para asimilar las lecciones de la oleada revolucionaria de 1917-23, que había aclarado por qué los soviets y no los sindicatos son la forma indispensable de la dictadura del proletariado.

La adhesión de Los Amigos de Durruti a la CNT tuvo también repercusiones importantes en el plano organizativo: en su manifiesto del 8 de mayo caracterizan, sin dudarlo, como una traición el papel desempeñado por las altas esferas de la CNT en el sabotaje de la revuelta de mayo de 1937; aquellos a quienes la Agrupación denunció como traidores habían atacado ya a Los Amigos de Durruti tratándolos de agentes provocadores, haciéndose eco así de las calumnias habituales de los estalinistas, y amenazado con su expulsión inmediata de la CNT. Este antagonismo feroz era sin duda un reflejo de la división de clase entre el campo político del proletariado y las fuerzas que se habían convertido en una agencia del Estado burgués. Pero, ante la inminente posibilidad de que ocurriese una ruptura definitiva con la CNT, Los Amigos de Durruti dieron marcha atrás y accedieron a abandonar la acusación de traición a cambio de evitar la orden de expulsión que les afectaba; un cambio que sin duda alguna perjudicó la capacidad la Agrupación para continuar funcionando con independencia. El apego sentimental a la CNT fue, simple y llanamente, demasiado fuerte para la mayoría de los militantes, aunque un número significativo de ellos -y no sólo los miembros de Los Amigos de Durruti y de otros grupos disidentes – había hecho trizas su carnet ante la Orden de desmantelar las barricadas y volver al trabajo, en mayo de 1937. Este apego está resumido en la decisión de Joaquín Aubi y Rosa Muñoz de dimitir de Los Amigos de Durruti ante la amenaza de expulsión de la CNT: “Sigo considerando a los compañeros pertenecientes a Los Amigos de Durruti como camaradas; pero repito lo que he dicho siempre en reuniones plenarias en Barcelona: "la CNT fue el vientre que me dio a luz y la CNT será mi tumba".”[12]

Las limitaciones "nacionales" de la visión de Los Amigos de Durruti

En la primera parte de este artículo, hemos demostrado que el programa de la CNT quedó atrapado en un contexto estrictamente nacional que veía el comunismo libertario como algo posible, en el contexto de un solo país autosuficiente. Algunos de Los Amigos de Durruti tenían una fuerte actitud internacionalista a un nivel casi instintivo -por ejemplo, en su llamamiento a la clase obrera internacional para ayudar a los insurgentes en mayo de 1937, pero ésta no se basaba en un análisis teórico serio de la relación de fuerzas entre las clases a escala mundial e histórica ni en la capacidad de desarrollar un programa basado en la experiencia internacional de la clase obrera, como ya hemos observado al referirnos a la vaguedad del concepto "junta revolucionaria". Guillamón es especialmente mordaz en su crítica de esta debilidad, tal como dicha debilidad se expresa en un capítulo del Folleto de Balius:

“El siguiente capítulo del folleto se dedica al tema de la independencia de España. Todo el capítulo está impregnado de concepciones falsas, miopes o propias de la pequeña burguesía. Se defendía un nacionalismo barato y chato, con argumentaciones pobres y simplistas de política internacional. Así, pues, daremos carpetazo a este capítulo diciendo que Los Amigos de Durruti sostenían concepciones burguesas, simplistas y/o retrógradas sobre el nacionalismo.”[13].

Las influencias del nacionalismo fueron particularmente determinantes en la incapacidad de Los Amigos de Durruti para entender la verdadera naturaleza de la guerra en España. Como lo escribimos en nuestro artículo de la Revista Internacional Nº102, “Anarquismo y comunismo”:

“De hecho las consideraciones de los amigos de Durruti sobre la guerra se hacían desde planteamientos nacionalistas estrechos y ahistóricos del anarquismo, teniendo que recurrir a una versión de los acontecimientos en España que estaba en continuidad con las tentativas ridículas de revolución que llevó a cabo la burguesía en 1808, contra la invasión napoleónica. Mientras que el movimiento obrero internacional debatía sobre la derrota del proletariado mundial y la perspectiva de una segunda guerra mundial, los anarquistas en España pensaban en Fernando VII y Napoleón:

‘Hoy se repite lo ocurrido en la época de Fernando VII. También en Viena se celebró una reunión de los dictadores fascistas para precisar su intervención en España. Y el papel que tuvo El Empecinado entonces es desempeñado hoy por los trabajadores en armas. Alemania e Italia carecen de materias primas. Necesitan hierro, cobre, plomo, mercurio. Pero estos minerales españoles están en manos de Francia e Inglaterra que a la vez intentan conquistar España. Inglaterra no protesta vigorosamente es más busca bajo mano negociar con Franco (...) La clase obrera ha de conseguir la independencia de España. No será el capital nacional quien lo logre, puesto que el capital internacional está estrechamente vinculado de un extremo al otro del mundo. Este es el drama de la España actual. A los trabajadores nos toca arrojar a los capitalistas extranjeros. Esto no es una cuestión patriótica. Es un caso de intereses de clase.” (Cita del artículo de Jaime Balius "Hacia una nueva revolución”. Centro de documentación histórico-social, Etcétera. Págs.: 32-33. 1997)’.

“Como se constata, se recurre a toda clase de triquiñuelas para convertir una guerra imperialista entre Estados, en una guerra patriótica, una guerra “de clases”. Esto es una manifestación del desarme político al que somete el anarquismo a los militantes obreros sinceros como Los Amigos de Durruti. Estos compañeros, que querían luchar contra la guerra y por la revolución, eran incapaces de encontrar el punto de partida para una lucha efectiva: el llamamiento a desertar a los obreros y campesinos (reclutados por ambos bandos, republicano y franquista), a apuntar sus armas contra los oficiales que les oprimían, a volver a la retaguardia y a luchar, con huelgas y con manifestaciones, en un terreno de clase contra el capitalismo en su conjunto.”

Y esto nos lleva a lo más importante de todo: la posición de Los Amigos de Durruti sobre naturaleza de la guerra de España. No hay duda, el nombre de la Agrupación significa algo más que una referencia sentimental a Durruti[14], cuya valentía y sinceridad fueron tan admiradas por el proletariado español. Durruti fue un militante de la clase obrera, pero era totalmente incapaz de hacer una crítica exhaustiva de lo que les sucedió a los obreros españoles tras la sublevación de julio de 1936, de cómo la ideología antifascista y la transferencia de la lucha del frente social a los frentes militares fue ya un paso decisivo en el alistamiento de los trabajadores en un conflicto imperialista. Durruti, como muchos anarquistas sinceros, quería ir “hasta el final del final”. Refiriéndose a la guerra afirmó que la guerra y la revolución, lejos de estar en contradicción la una con la otra, podrían reforzarse mutuamente siempre que la lucha en los frentes se combinara con transformaciones “sociales” en la retaguardia, algo a lo que Durruti identificaba con la instauración del comunismo libertario. Pero, como señaló Bilan: en el contexto de una guerra militar entre bloques capitalistas, las empresas industriales y agrícolas en autogestión no podrían funcionar sino como un medio para movilizar a los obreros para la guerra. En realidad era una especie de "comunismo de guerra" que alimentaba una guerra imperialista.

Los Amigos de Durruti nunca rechazaron la idea de que la guerra y la revolución debían llevarse a cabo simultáneamente. Como Durruti, llamaron a la movilización total de la población para la guerra, incluso cuando habían concluido que la guerra estaba perdida.[15]

La posición de Guillamón sobre la guerra y sus críticas a BILAN

Para Guillamón, en resumen, los acontecimientos en España fueron "la tumba del anarquismo como teoría revolucionaria del proletariado "[16]. Sólo podemos añadir que, a pesar del heroísmo de los amigos de Durruti y sus encomiables esfuerzos por desarrollar una teoría revolucionaria, el terreno anarquista en el cual intentaron cultivar esa flor demostró ser estéril.

Pero el propio Guillamón no está exento de ambigüedades sobre la guerra de España y esto es evidente en sus críticas a la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista que publicaba Bilan.

Sobre la cuestión central de la guerra la posición de Guillamón, como lo resume en su libro, aparece bastante clara:

"1.- Sin destrucción del Estado no hay revolución proletaria. El Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (CCMA) no fue un órgano de doble poder, sino de encuadramiento militar de los obreros, de unidad sagrada con la burguesía, en suma, un organismo de colaboración de clases.

2.- El armamento del pueblo no significa nada. La naturaleza de una guerra militar viene determinada por la naturaleza de la clase que la dirige. Un ejército que lucha en defensa de un Estado burgués, aunque sea antifascista, es un ejército al servicio del capital.

3.- La guerra entre un Estado fascista y un Estado antifascista no es una guerra de clases revolucionaria. La intervención del proletariado en uno de esos dos bandos significa que ya ha sido derrotado. Una lucha militar en un frente militar suponía además una insuperable inferioridad técnica y profesional del ejército popular o miliciano.

4.- La guerra en los frentes militares suponía el abandono del terreno de clase. El abandono de la lucha de clases suponía la derrota del proceso revolucionario.

5.- En España, en agosto de 1936, ya no existía una revolución, sólo había lugar para la guerra. Una guerra exclusivamente militar, sin carácter revolucionario de ningún tipo.

6.- Las colectivizaciones y socializaciones en el plano económico no son nada cuando el poder estatal está en manos de la burguesía.[17]

Esta posición se asemeja mucho a las posiciones defendidas por la Izquierda Comunista. Pero Guillamón, en realidad, rechaza algunas de las más importantes posiciones de Bilan, como vemos en otro documento: "Tesis sobre la guerra civil española y la situación revolucionaria creada el 19 de julio de 1936", publicado en 2001 por Balance [18]. Y aunque reconoce que ciertos aspectos del análisis de los acontecimientos en España, realizados por Bilan, eran brillantes, desarrolla sin embargo críticas fundamentales a este análisis y a las conclusiones políticas que de éste se deducen:

1 Bilan no vio que, en julio de 1936, había una "situación revolucionaria”.

 “Bilan reconoce por una parte el carácter de clase de las luchas de Julio y Mayo, pero por otra no sólo niega su carácter revolucionario, sino también la existencia de una situación revolucionaria. Visión que sólo puede ser explicada por la lejanía de un grupo parisino absolutamente aislado, que antepone la abstracción de sus análisis al estudio de la realidad española. No hay en Bilan ni una palabra sobre la auténtica naturaleza de los comités, ni sobre la lucha del proletariado barcelonés por la socialización y contra la colectivización, ni sobre los debates y enfrentamientos en el seno de las Columnas a causa de la militarización de las Milicias, ni una crítica seria de las posiciones de la Agrupación de Los Amigos de Durruti, por la sencilla razón de que prácticamente desconocían la existencia e importancia real de todo esto. Era sencillo justificar esa ignorancia negando la existencia de una situación revolucionaria. El análisis de Bilan quiebra al considerar que la ausencia de de un partido revolucionario (bordiguista) implica necesariamente la ausencia de una situación revolucionaria.”

2 El análisis que hace Bilan de los sucesos de Mayo es incoherente:

"La incoherencia de Bilan se pone de manifiesto en el análisis sobre las jornadas de mayo de 1937. Resulta que aquella "revolución" del 19 de Julio, que una semana después ya no lo era, porque se habían trocado los objetivos de clase por objetivos bélicos, ahora como nuevo Guadiana[19] de la historia se nos vuelve a aparecer como un fantasma que nadie sabía donde se escondía. Y ahora resulta que en mayo de 1937 los trabajadores están de nuevo "de revolución", y la defienden con barricadas. ¿No habíamos quedado que, según Bilan, no había revolución? Y es que Bilan se hace un lío. El 19 de Julio (según Bilan) hay una revolución, pero una semana después, ya no la hay, porque no hay partido (bordiguista); en mayo del 37 se da una nueva semana revolucionaria. Pero ¿desde el 26 de Julio del 36 hasta el 3 de Mayo del 37 qué había?: no se nos dice nada. La revolución se considera un Guadiana que surge al escenario histórico cuando interesa a Bilan para explicar unos acontecimientos que ni comprende, ni explica, ni entiende”.

3. La posición de Bilan, sobre el partido y la idea de que es el partido y no la clase quien hace la revolución, “está basada en una “concepción leninista, totalitario y sustitucionista del partido".

4. Las conclusiones prácticas de Bilan sobre la guerra eran "reaccionarias”:

“Según Bilan el proletariado se veía abocado a una guerra antifascista, esto es, se veía enrolado en una guerra imperialista entre una burguesía democrática y otra burguesía fascista. No cabía otra vía que la deserción, el boicot, o la espera de tiempos mejores en los que el partido (bordiguista) saliera a la palestra de la historia desde el escondrijo en que se hallara.” De esta manera, el negar la existencia de una situación revolucionaria en 1936 llevó a Bilan a “a defender (sólo en el plano teórico) posiciones políticas reaccionarias como eran la ruptura de los frentes militares, la confraternización con las tropas franquistas, el boicot al armamento de las tropas republicanas, etc...”.

Para responder en profundidad a las críticas que Guillamón dirige a la Fracción Italiana, sería necesario hacer otro artículo pero queremos, entre tanto, insistir en algunas observaciones:

- Es falso decir que Bilan desconocía totalmente el movimiento real de la clase obrera en España. Es posible que no conociera a Los Amigos de Durruti pero estaba en contacto con Camillo Berneri. Por eso, a pesar de sus duras críticas al anarquismo, fue capaz de reconocer que una resistencia proletaria podría surgir todavía de sus filas. Más importante aún: identificó, como reconoce Guillamón, el carácter de clase de los acontecimientos de julio de 1936 a mayo de 1937 y, simplemente, es erróneo pretender que no dijo una palabra sobre los Comités que surgieron de la insurrección de julio. En la primera parte de este artículo hemos citado un extracto del texto "La enseñanza de los acontecimientos de España" publicado en Bilan Nº 36, donde se mencionan esos comités considerándolos órganos proletarios, pero donde también se reconoce el rápido proceso de recuperación de que fueron objeto por la vía de las "colectividades". Bilan da a entender, en ese mismo artículo, que el poder estaba al alcance de los trabajadores y que el siguiente paso era la destrucción del Estado capitalista. Pero Bilan disponía de un marco de análisis histórico e internacional que le permitía tener una visión más clara del contexto general que había determinado el trágico aislamiento del proletariado español (la terrible contrarrevolución triunfante y un curso abierto hacia la guerra imperialista mundial, cuyo ensayo general fue precisamente el conflicto español. Guillamón apenas habla de esto, como tampoco se hablaba en los análisis de los anarquistas españoles de aquel tiempo;

- Los acontecimientos de Mayo no muestran las confusiones de Bilan, sino que, al contrario, confirman sus análisis. La lucha de clases, como la misma conciencia es, en efecto, comparable a un río que puede fluir bajo tierra durante una parte de su trayecto y salir más adelante a la superficie: el ejemplo más importante de esto fueron los acontecimientos revolucionarios de 1917-1918, posteriores a la terrible derrota ideológica de la clase en 1914. El hecho de que el ímpetu proletario inicial, de julio de 1936, fuese contrarrestado y desviado, no significa que el espíritu de lucha y la conciencia de clase del proletariado español estuviesen completamente destrozados; ambos reaparecieron en una última acción de retaguardia contra los ataques incesantes a la clase, impuestos sobre todo por la burguesía republicana. Pero esta reacción fue aplastada por las fuerzas combinadas de la clase capitalista, los estalinistas y la CNT. Una masacre de la que no se recuperó el proletariado español.

- Rechazar la posición de Bilan sobre el partido tratándola de “leninista y sustitucionista”, como lo hace Guillamón, es un ejemplo del recurso a dudosos atajos, algo que sorprende viniendo de un historiador normalmente tan riguroso. Guillamón sugiere que Bilan veía el partido como un “deus ex machina”, que espera entre bastidores a que le llegue su momento propicio. Esto podría decirse de los bordiguistas hoy, que pretenden ser el partido, pero Guillamón ignora totalmente el concepto que tiene Bilan de lo que es la Fracción, un concepto basado en el reconocimiento de que el partido no puede existir en una situación de contrarrevolución y de derrota, precisamente porque el partido es el producto de la clase y no lo contrario. Es cierto que la Izquierda Italiana no había roto aun con la idea sustitucionista del partido que toma el poder y ejerce la dictadura del proletariado -pero ya hemos demostrado que el propio Guillamón no tiene totalmente claro ese concepto y que Bilan en general había comenzado a desarrollar un marco integral para romper con el sustitucionismo[20]. En España, en 1936, Bilan explica la ausencia del partido como el producto de la derrota de la clase obrera a nivel mundial y, aunque no rechaza la posibilidad de levantamientos revolucionarios, fue capaz de precisar que “la suerte estaba ya echada” en contra del proletariado. Y, como el mismo Guillamón reconoce, no puede triunfar una revolución que no haga surgir un partido revolucionario. Por lo tanto, al contrario de lo que se dice a menudo falsamente, Bilan no tenía una posición idealista del tipo: "no hay revolución en España porque allí no hay partido", sino una posición materialista: "no hay partido porque no hay ninguna revolución".

Donde se puede ver más claramente la incoherencia de Guillamón es en el rechazo de la posición “derrotismo revolucionario” de Bilan sobre la guerra. Guillamón acepta la idea de que la guerra se transformó rápidamente en una guerra no revolucionaria y que la existencia de milicias armadas, colectivizaciones, etc., no aportó ningún cambio a todo eso. Pero su idea de una "guerra no revolucionaria" es ambigua: Guillamón parece reacio a aceptar la idea de que era una guerra imperialista y la de que la lucha de clases no podía reanimarse si no era volviendo al terreno de clase, al campo de la defensa de los intereses materiales del proletariado en contra de la disciplina en el trabajo y de los sacrificios impuestos por la guerra. Sin duda, de esta forma se habrían arruinado los frentes militares y saboteado el ejército republicano, y fue precisamente ése el motivo de la represión salvaje durante los sucesos de Mayo. Y sin embargo, cuando se tuercen las cosas, Guillamón argumenta que los métodos convencionales de lucha del proletariado contra la guerra imperialista -huelgas, motines, deserciones, confraternizaciones, huelgas en la retaguardia - eran reaccionarios, por mucho que se tratara de "una guerra no-revolucionaria". Esto es, en el mejor de los casos, una posición centrista que alinea a Guillamón con todos aquellos que se dejaron seducir por el canto de sirena de la participación en la guerra, desde los trotskistas a los anarquistas y a los propios partidos de la Izquierda Comunista. En cuanto al aislamiento de Bilan, éste mismo lo reconoció no como un producto de la geografía, sino del periodo sombrío que atravesaba, cuando todo a su alrededor no era más que traición a los principios del internacionalismo. Así lo describió en un artículo titulado específicamente “El aislamiento de nuestra fracción ante los acontecimientos en España" del nº 36 de su revista (octubre-noviembre 1936):

"Nuestro aislamiento no es fortuito: es consecuencia de una profunda victoria del capitalismo mundial que ha logrado gangrenar incluso a los grupos de la Izquierda Comunista cuyo portavoz, hasta hoy, ha sido Trotsky. No somos tan pretenciosos como para afirmar que en este momento somos el único grupo cuyas posiciones se hayan confirmado en todos los puntos por el desarrollo de los acontecimientos, pero a lo que sí aspiramos categóricamente es que, para bien o para mal, nuestras posiciones han sido una afirmación constante de la necesidad de una acción autónoma y de clase del proletariado. Y fue precisamente en este terreno donde se confirmó la derrota de todos los grupos trotskistas y semi-trotskistas."

Fue la fuerza de la tradición marxista italiana la que fue capaz de generar una Fracción tan clarividente como Bilan. Fue una grave debilidad del movimiento obrero en España, donde fue histórico el predominio del anarquismo sobre el marxismo, el hecho que ninguna fracción de este tipo pudiese surgir en ese país.

Berneri y sus sucesores

En el manifiesto que se publicó en respuesta al aplastamiento de la revuelta de los trabajadores en mayo de 1937 en Barcelona, las Fracciones italiana y belga de la Izquierda Comunista rindieron homenaje a la memoria de Camillo Berneri[21] cuyo asesinato, a manos de la policía estalinista, formó parte de la represión general del Estado republicano contra todos aquellos obreros y revolucionarios que habían desempeñado un papel activo durante las Jornadas de Mayo y que, con palabras o actos, se opusieron a la política de la CNT-FAI de colaboración con el Estado capitalista.

He aquí lo que escriben las Fracciones de Izquierda en la revista Bilan Nº 41, de junio de 1937:

“Los obreros de todo el mundo se inclinan ante todos los muertos y reclaman sus cadáveres en contra de todos los traidores: tanto los de ayer, como los de hoy. El proletariado del mundo entero saluda a Berneri, a uno de los suyos, y su inmolación por el ideal anarquista es una protesta contra una escuela política que se ha derrumbado durante los acontecimientos de España: ¡Bajo la dirección de un gobierno con participación anarquista, la policía ha reproducido en el cuerpo Berneri la hazaña de Mussolini en el cuerpo de Matteotti!”.

En otro artículo del mismo número, titulado "Antonio Gramsci - Camillo Berneri", Bilan señala que estos dos militantes, que murieron con unas semanas de diferencia, habían dado su vida por la causa del proletariado, a pesar de las graves carencias de sus posiciones ideológicas:

"Berneri, ¿líder de los anarquistas? No, porque, incluso después de su asesinato, la CNT y la FAI movilizan a los obreros contra el peligro de ser expulsadas de un Gobierno que está empapado con la sangre de Berneri. Éste pensaba que podía apoyarse en la doctrina anarquista para contribuir en la tarea de redimir socialmente a los oprimidos pero es ¡un gobierno del que los anarquistas forman parte el que ha dirigido el ataque contra los explotados de Barcelona!

Las vidas de Gramsci y Berneri pertenecen al proletariado, que se inspira en su ejemplo para continuar su lucha. La victoria comunista permitirá a las masas honrar dignamente a los dos desaparecidos y ayudará a comprender mejor los errores de los que fueron víctimas, errores que añaden a la sevicia del enemigo el tormento íntimo de ver cómo los acontecimientos contradicen trágicamente sus convicciones, sus ideologías."

El artículo concluye diciendo que en el número siguiente de Bilan se darán más detalles sobre estas dos figuras del movimiento obrero. En el número del que se habla (Bilan, Nº 42, julio-agosto de 1937), aparece, efectivamente, un artículo dedicado específicamente a Gramsci que, aunque de considerable interés, está fuera del tema de este artículo. A Berneri sí que se le menciona en el editorial, "La represión en España y Rusia", de dicho número, que examina las tácticas que la policía había utilizado para asesinar a Berneri y a su camarada Barbieri:

"También sabemos cómo ha sido asesinado Berneri. Dos policías se presentan en su casa. ‘Somos amigos’, dicen. ¿A qué vienen? Quieren informarse del paradero de dos fusiles. Regresan, registran la casa y se llevan las dos armas. Vuelven, y esta vez es para dar el golpe final. Están seguros de que Berneri y su compañero están desarmados, que no les queda ninguna posibilidad de defenderse. Los arrestan en virtud de una orden expedida legalmente por las autoridades de un gobierno del que forman parte los amigos políticos de Berneri, los representantes de la CNT y de la FAI. Las compañeras de Berneri y Barbieri se enterarán más tarde de que los cadáveres de sus camaradas se encuentran en el depósito. Sabemos que eso fue desde entonces sobradamente frecuente por las calles de Madrid y Barcelona. Patrullas armadas, a sueldo de los centristas[22], recorren las calles y matan a los obreros sospechosos de tener ideas subversivas. Y todo esto, antes de que el edificio de las socializaciones, las milicias, las cooperativas de ahorro y los sindicatos gestores de la producción, hubieran sido eliminados por una nueva reorganización del Estado capitalista."

De hecho hay diferentes referencias al asesinato: la de Augustin Souchy, contemporáneo de los acontecimientos, en "La semana trágica en mayo", publicado originalmente en Spain and the World (España y el mundo) y luego vuelto a publicar en The May Days Barcelona 1937 (Días de Mayo Barcelona 1937, en Freedom Press, 1998), que es muy similar a la narración de Bilan. También está la breve biografía, escrita por Toni, en Libcom[23], según la cual Berneri fue asesinado en la calle después de haber ido a las oficinas de Radio Barcelona para hablar de la muerte de Gramsci. Hay también otras variantes en la descripción de los detalles. Pero lo esencial, como decía Bilan, es la represión general que siguió a la derrota de la revuelta de mayo de 1937, que se convirtió en práctica corriente para la eliminación física de elementos incómodos, como Berneri, que tuvieron el coraje de criticar al Gobierno socialdemócrata/estalinista/anarquista y la política exterior contrarrevolucionaria de la URSS. Los estalinistas, que dominaban el aparato policial, estaban en cabeza de estos asesinatos. Aunque continuó utilizando el término “centrista” para nombrar a los estalinistas, Bilan los vio claramente como lo que eran: violentos enemigos de la clase obrera, policías y asesinos con quienes no era posible la cooperación. Esto contrasta totalmente con la posición de los trotskistas que continuaron caracterizando a los "PC" como partidos obreros con quien era aún deseable un frente unido y a la URSS como un régimen que debía ser defendido siempre contra el ataque imperialista.

¿Qué terreno es común a Berneri y Bilan?

Si algunos de los hechos sobre el asesinato de Berneri permanecen aún bastante confusos, tenemos aún menos claro lo referente a la relación entre la Fracción Italiana y Berneri. Nuestro libro sobre la Izquierda Italiana nos dice que, tras la marcha de la minoría de Bilan para combatir con las milicias del POUM, la mayoría envía una delegación a Barcelona para tratar de encontrar elementos con los cuales podía ser posible un debate fructífero. Las discusiones con los elementos del POUM resultaron infructuosas y "sólo la entrevista con el profesor anarquista Camillo Berneri tuvo resultados positivos" (p. 129). Pero el libro no especifica cuáles fueron esos resultados positivos. A primera vista, no hay ninguna razón evidente de que Bilan y Berneri habrían encontrado un terreno de entendimiento; por ejemplo, si observamos con detenimiento uno de sus textos más conocidos, la "Carta abierta a la compañera Federica Montseny"[24] fechada en abril de 1937, tras ser nombrada ministra en el gobierno de Madrid, no encontramos gran cosa que permita diferenciar la posición de Berneri de la de tantos otros antifascistas de “izquierda” de entonces. En la base de su planteamiento -que es más un diálogo con una compañera equivocada que la denuncia de una traidora- está la convicción de que está efectivamente en marcha una revolución en España y que no existe contradicción entre la profundización de la revolución y la continuación de la guerra hasta la victoria, a condición de utilizar métodos revolucionarios- pero estos métodos no excluían pedir al Gobierno que tomase medidas más radicales como la concesión inmediata de la autonomía política a Marruecos para debilitar el poder de las fuerzas franquistas sobre los reclutamientos en el Norte de África. El artículo es muy crítico con la decisión de los dirigentes de la CNT-FAI de participar en el Gobierno, aunque hay muchos elementos en ese artículo para apoyar la afirmación de Guillamón de que "La crítica de Los Amigos de Durruti era incluso más radical que la de Berneri, porque éste criticaba la participación de la CNT en el Gobierno, mientras la Agrupación criticaba la colaboración de la CNT con el Estado capitalista."[25] Entonces, ¿por qué la Fracción Italiana mantuvo conversaciones positivas con él? Pensamos que fue porque Berneri, como la Izquierda Italiana, estaba, ante todo y sobre todo, absolutamente comprometido en la defensa del internacionalismo proletario y de una perspectiva mundial; mientras que, como el mismo Guillamón señala, una agrupación como Los Amigos de Durruti aún mostraba signos de un pesado bagaje de patriotismo español. Durante la Primera Guerra Mundial, Berneri había tomado una posición muy clara: siendo aún miembro del Partido Socialista, trabajó estrechamente con Bordiga para excluir a los "intervencionistas"[26] del periódico socialista L’Avanguardia. En su artículo "Burgos y Moscú"[27], en el que se pronuncia sobre las rivalidades imperialistas subyacentes en el conflicto de España, publicado en Guerra di Classe, nº 6 (16 de diciembre de 1936), a pesar de que tiende a llamar a Francia a intervenir para defender sus intereses nacionales[28] se muestra totalmente claro en lo que se refiere a los objetivos contrarrevolucionarios e imperialistas de todas las grandes potencias, fascistas, democráticas y "soviética", en el conflicto en España. De hecho, Souchy defiende la idea de que fue especialmente esa denuncia del papel imperialista de la URSS en la situación de España la que firmaría la sentencia de muerte de Berneri.

En nuestro texto "Marxismo y ética", escribimos: "Una característica del progreso moral es la ampliación del ámbito de aplicación de las virtudes y pulsiones sociales hasta abarcar a toda la humanidad. La expresión más alta de la solidaridad humana, del progreso ético de la sociedad hasta el presente es, en gran medida, el internacionalismo proletario. Este principio es el medio indispensable de la liberación de la clase obrera, el que sienta las bases de la futura comunidad humana"[29]

Detrás de internacionalismo que unía a Bilan y a Berneri, hay una profunda adhesión a la moral proletaria -la defensa de los principios fundamentales cueste lo que cueste: el aislamiento, el ridículo o la amenaza física. Como Berneri escribió en su última carta a su hija Marie-Louise: "Puede uno perder las ilusiones en todo y todos pero no en lo que te dice tu conciencia moral" [30]

La posición de Berneri contra el "circunstancialismo" adoptado por muchos en el movimiento anarquista de la época –“los principios son muy bonitos pero, en estas particulares circunstancias, tenemos que ser más realistas y más pragmáticos” - sin duda habían pulsado una cuerda muy sensible en los camaradas de la Izquierda Italiana cuya negativa a abandonar los principios, ante la euforia de la unidad antifascista y el inmediatismo oportunista que afectaba a la casi totalidad del movimiento político proletariado en aquel momento, les estaba obligando a seguir en solitario su difícil camino.

Vernon Richards y las Enseñanzas de la revolución española

Como hemos indicado en otra parte[31], la hija de Camillo Berneri, Marie-Louise Berneri, y su compañero, el anarquista anglo-italiano Vernon Richards, formaban parte de esa clase de militantes que, en el movimiento anarquista en Gran Bretaña o en el extranjero, mantuvieron una actividad internacionalista durante la Segunda Guerra Mundial, por medio de su publicación “War commentary” [Comentarios de la Guerra]. Este periódico "denunció enérgicamente que la lucha ideológica entre la democracia y el fascismo era un pretexto para la guerra y que las denuncias por los aliados demócratas de las atrocidades nazis eran mera hipocresía, tras la que ocultaban su apoyo tácito a los regímenes fascistas y al terror estalinista, en la década de 1930. Además de destacar el carácter oculto de la guerra como una lucha de poder entre los intereses imperialistas de británicos, alemanes y americanos, War commentary denunció igualmente el empleo por los aliados "libertadores" de métodos fascistas y de medidas totalitarias contra la clase obrera en su propio país"[32]. Marie-Louise Berneri y Vernon Richards fueron detenidos, al final de la guerra, y acusados de fomentar la insubordinación entre las fuerzas armadas. Aunque Marie-Louise Berneri no fue juzgada, en virtud de una ley que estipula que no puede considerarse que ambos cónyuges hayan conspirado juntos, a Vernon Richards le tuvieron nueve meses en prisión. Marie-Louise Berneri dio a luz a un niño muerto, en abril de 1949, y murió poco después de una infección vírica contraída durante el parto; una pérdida trágica para Vernon Richards y para el movimiento proletario.

Richards también publicó un libro que es un referente: Enseñanzas de la Revolución Española[33], basado en los artículos publicados en la revista Spain and the World (España y el mundo) durante la década de 1930. Este libro, publicado primeramente en 1953 y dedicado a Camillo y a Marie-Louise, no posee la menor fisura en su denuncia del oportunismo y de la degeneración del anarquismo “oficial” en España. En su “Introducción” a la primera edición en inglés, Richards nos dice que algunos elementos del movimiento anarquista "se nos ha insinuado también que el presente estudio aporta materiales a los enemigos políticos del anarquismo"; a lo que él respondía: "Fuera del hecho que nuestra causa no puede recibir por un intento de establecer la verdad, la base de nuestra crítica no está en una supuesta ineficacia de las ideas anarquistas en el experimento español, sino en que los anarquistas y los sindicalistas españoles se abstuvieron de poner a prueba sus teorías, y, en cambio, adoptaron las tácticas del enemigo. Luego, no se nos alcanza cómo pueden esgrimir este argumento, sin que rebote contra ellos mismos, quienes tanto confiaron en el enemigo, vale decir, el Gobierno y los partidos políticos."[34].

Durante la II Guerra Mundial, una gran parte del movimiento anarquista había sucumbido a los cantos de sirena del antifascismo y de la Resistencia. Este es particularmente el caso de elementos significativos del movimiento español que han legado a la historia la imagen de carros blindados adornados con banderas CNT-FAI a la cabeza del desfile de la "Libération" en París en 1944. En su libro, Richards ataca la "mezcla de ingenuidad y de oportunismo político" que ha llevado a los dirigentes de la CNT-FAI a adoptar el punto de vista según el cual "no había que escatimar esfuerzos para prolongar la guerra a cualquier precio, hasta el estallido de las hostilidades entre Alemania e Inglaterra, que todo el mundo consideraba inevitable a corto plazo. Como hubo quienes esperaban la victoria cual resultado de la conflagración internacional, así también muchos revolucionarios españoles dieron su apoyo a la 2ª Guerra Mundial con la esperanza de que una victoria de las "democracias" (¡incluyendo a Rusia!) traería consigo automáticamente a la liberación de España de la tiranía Franco-fascista”[35]. Una vez más, esta fidelidad al internacionalismo estuvo plenamente ligada a la firme posición ética expresada, tanto intelectualmente como con su evidente indignación, por Richards ante la conducta repugnante y la auto-justificación hipócrita de los representantes oficiales del anarquismo español. En respuesta a los argumentos del ministro anarquista Juan Peiró, Richards señala el "circunstancialismo" que hay en estas declaraciones: "nos explican: todos esos compromisos, desviaciones, no son “rectificaciones” de los “principios sagrados” de la CNT sino simplemente acciones determinadas por las “circunstancias”; e insisten en que: una vez superadas, retornaremos a los “principios…”". En otro lugar, denuncia a los dirigentes de la CNT porque está "dispuesta a abandonar los principios por la táctica" y por su capitulación ante la ideología de "el fin justifica los medios": "el hecho fue que, tanto para los revolucionarios como para el Gobierno, todos los medios eran lícitos en el empeño de movilizar al país entero en pie de guerra. Y en circunstancias tales, lo primero que se sobreentiende es que todos debieran apoyar la “causa”. A los que no, se les fuerza a ello: a los que se resisten o no reaccionan del modo prescrito, se les persigue, humilla, castiga o liquida".[36]

En este ejemplo concreto, Richards habla de la capitulación de la CNT ante los métodos, utilizados tradicionalmente por la burguesía, para disciplinar a los presos y expresa, igual de lúcidamente, la misma cólera frente a las traiciones políticas de la CNT en toda una serie de campos. Algunas de estas son obvias y bien conocidas:

  • El rápido abandono de lo que había sido tradicional: la crítica de la colaboración, con el gobierno y los partidos políticos, a favor de la unidad antifascista.
    El ejemplo más conocido de este abandono fue la aceptación de cargos ministeriales en el Gobierno Central y la infame justificación ideológica del paso dado por los ministros anarquistas, quienes argumentaban que el Estado dejaría de ser un instrumento de opresión. Richards fustigó también la participación de los anarquistas en otros órganos del Estado, como el Gobierno Regional de Cataluña (la Generalitat) y el Consejo Nacional de Defensa- al que Camillo Berneri había reconocido como parte del aparato gubernamental, a pesar de su etiqueta "revolucionaria", y del cual rechazó una invitación para formar parte de él.
  • La participación de la CNT en la normalización capitalista de todas las instituciones que surgen de la sublevación de los trabajadores en julio de 1936: la incorporación de las milicias al ejército regular burgués y la institución del control de las empresas por el Estado, por mucho que se escondiera tras la ficción sindicalista de que los trabajadores eran ahora sus dueños. Su análisis del Consejo Nacional Económico ampliado, de enero de 1938, muestra hasta qué punto la CNT había adoptado totalmente los métodos de gestión capitalista, su obsesión por el aumento de la productividad y por el castigo de los absentistas. Pero la podredumbre había comenzado en realidad a desarrollarse desde hacía mucho más tiempo, como pone de manifiesto Richards denunciando lo que significaba para la CNT la firma del Pacto de "Unidad de acción" con el sindicato socialdemócrata Unión General de Trabajadores (UGT) y con el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) -estalinista-: aceptando la militarización de las empresas nacionalizadas, simulada con un ligero tinte de "control obrero"; y así sucesivamente[37].
  • El papel de la CNT en el sabotaje de las Jornadas de mayo de 1937. Richards analiza estos acontecimientos como una movilización, espontánea y potencialmente revolucionaria, de la clase obrera y como la expresión concreta de una creciente brecha entre la base de la CNT y su aparato burocrático, el cual utilizó todas sus capacidades de maniobra y puro engaño para desarmar a los trabajadores y volvieran al trabajo.
    Algunas de las declaraciones más reveladoras de Richards se refieren a cómo la degeneración política y organizativa de la CNT implicaba necesariamente una creciente corrupción moral, sobre todo por parte de los más implicados en este proceso; y a cómo se manifestó todo esto en las declaraciones de los líderes anarquistas y en la prensa de la CNT. Tres expresiones de esta corrupción suscitaron particularmente su furia:
  • Un discurso de Federica Montseny en una concentración masiva, el 31 de agosto de 1936, donde dice, de Franco y sus partidarios, que son "…este enemigo sin dignidad ni conciencia, sin sentido de españoles; porque si españoles fueran, si fueran patriotas, no habrían arrojado sobre España a los regulares y a los moros imponiendo la civilización del fascio, no como civilización cristiana, sino como civilización morisca, gente que hemos ido a colonizar para vinieran ahora a colonizarnos a nosotros con principios religiosos e ideas políticas que quieren mantener arraigadas en la conciencia de los españoles"[38]. Richards comenta amargamente: "así hablaba una revolucionaria española, uno de los elementos más inteligentes y capaces de la organización (y apreciada como tal todavía por la fracción mayoritaria de la CNT en Francia). En una sola frase se expresan sentimientos nacionalistas, racistas e imperialistas ¿Protestó alguien?"
  • El culto al liderato: Richards cita artículos de la prensa anarquista que, casi desde el comienzo de la guerra, están encaminados a crear un aura semi-religiosa en torno a figuras como García Oliver: "Los extremos a que llegaron los ‘hinchas’ quedan patentes en un reportaje publicado en Solidaridad Obrera (29 de agosto de 1936) con ocasión de la partida de García Oliver al frente de batalla; se le califica diversamente de “nuestro querido camarada”, “el destacado militante”, "el bravo camarada ", "nuestro entrañable camarada", y así sucesivamente. Richards agrega otros ejemplos de esta adulación servil y termina con el comentario: "Ciertamente, una organización que estimula el culto del líder, del “genio inspirado”, no puede estimular el sentido de responsabilidad entre sus miembros, que es fundamental para la integridad de cualquiera organización”[39]. Es importante destacar que ambos, el discurso de Montseny y la canonización de Oliver, provienen de la época anterior a su nombramiento como ministros.
  • La militarización de la CNT: "Una vez entregados a la idea de la militarización, los líderes de la CNT-FAI se dedicaron de lleno a la tarea de demostrarle a todo el mundo que sus militantes eran los componentes más disciplinados y valerosos de las fuerzas armadas. La prensa confederal está repleta de fotografías de sus líderes militares (¡por supuesto en sus uniformes de oficiales), a quienes entrevistaba y cuya exaltación al grado de coronel o mayor celebraba con ardientes expresiones laudatorias.

A medida que la situación militar empeoraba, el tono de la prensa confederal se hacía más agresivo y militarista; Solidaridad Obrera publicaba diariamente listas de nombres de individuos que habían sido condenados por los tribunales militares en Barcelona y fusilados por "actividades fascistas", "derrotismo" o "deserción". Leemos que un hombre fue sentenciado a muerte por haber facilitado a unos conscriptos la fuga a través de la frontera... ". Richards cita un artículo del Solidaridad Obrera, del 21 de abril de 1938, sobre el caso de otro hombre, ejecutado por haber dejado su puesto: "Tuvo lugar la ejecución de la sentencia en el pueblo…a donde fue trasladado y sentenciado para mayor ejemplaridad. Asistieron las fuerzas de la plaza, que desfilaron ante el cadáver dando vivas a la República” y concluye: "Esta campaña por la disciplina y la obediencia por la intimidación y el terror [...] no impidió las deserciones a gran escala desde los frentes (aunque no a menudo a las líneas de Franco) y un descenso de la producción en las fábricas"[40].

Ideología anarquista y Principio proletario

Estos ejemplos de la indignación de Richards, frente a la traición total de la CNT a los principios de clase, son un ejemplo de la indispensable moral proletaria para cualquier forma de militancia revolucionaria. Pero somos también conscientes de que anarquismo tiende a falsear esta moral con abstracciones ahistóricas; así, esta falta de método resalta, entre algunas otras, como una de las principales debilidades del libro.

El enfoque con el que Richards se aproxima a la cuestión sindical es una ilustración. Detrás de la cuestión de los sindicatos hay una categoría "invariante", básica: la necesidad de que el proletariado desarrolle formas de asociación para defenderse contra la explotación y la opresión del capital. Aunque el anarquismo se ha opuesto históricamente a los partidos políticos, ha aceptado generalmente que los sindicatos de oficio, los sindicatos de industria del tipo IWW y las organizaciones anarcosindicalistas, constituyen tal tipo de asociación. Pero al rechazar el análisis materialista de la historia, no puede entender que esas formas de asociación pueden cambiar profundamente según las diferentes épocas históricas. Lo que no es el caso de la posición de la izquierda marxista para la que, con la entrada del capitalismo en la época histórica de su decadencia, los sindicatos y los antiguos partidos de masas pierden su contenido proletario y se integran en el Estado burgués. El desarrollo, a principios del siglo XX, del anarcosindicalismo fue una respuesta parcial a ese proceso de degeneración de los antiguos sindicatos y de los viejos partidos pero, careciendo de las herramientas teóricas para explicar correctamente el proceso, se encontró atrapado en las nuevas versiones del viejo sindicalismo: el destino trágico de la CNT en España era la prueba de que, en la nueva época, no era posible mantener el carácter proletario y, menos aún, abiertamente revolucionario, de una organización de masas permanente. Influenciado por Errico Malatesta[41] (como lo estaba Camillo Berneri), Vernon Richards[42] era consciente de algunas de las limitaciones de la idea anarcosindicalista: la contradicción que supone construir una organización que, a la vez que proclama la defensa permanente de los intereses de los trabajadores y por tanto abierta a todos los trabajadores, está comprometida con la revolución social; un objetivo que no podrá ser compartido, dentro de la sociedad capitalista, más que por una minoría de la clase. Todo esto no hace sino favorecer las tendencias a la burocracia y al reformismo que surgieron brutalmente durante los sucesos de 1936-39 en España. Sin embargo, esta visión no basta para explicar el proceso por el cual todas las organizaciones de masas permanentes, que en el pasado constituyeron expresiones del proletariado, acabaron en esa época integradas plenamente en el Estado. De modo que Richards, a pesar de algunas intuiciones sobre el hecho de que la traición de la CNT no era simplemente una cuestión de “líderes”, es incapaz de reconocer que el propio aparato de la CNT, al final de un largo proceso de degeneración, se integró en el Estado capitalista. Esta incapacidad para comprender la transformación cualitativa de los sindicatos se percibe también en la manera con la que ve a la Unión General de Trabajadores (UGT) -"socialista": él, que consideraba que cualquier colaboración con los partidos políticos y el gobierno constituía una traición a los principios, estaba positivamente a favor de un frente unido con la UGT que, en realidad, no podría ser más que una versión más radical del Frente Popular.

Sin embargo, la principal debilidad del libro, compartida por una mayoría abrumadora de anarquistas disidentes y de grupos de oposición de la época, está en la idea de que hubo realmente una revolución proletaria en España, de que la clase obrera había llegado al poder o al menos establecido una situación de doble poder que se prolongó más allá de los primeros días de la insurrección en julio de 1936. Para Richards, el órgano de doble poder fue el Comité Central de Milicias Antifascistas; aunque él sabía que el CCMA acabó convirtiéndose en banderín de enganche de la militarización. De hecho, como lo decía Bilan y que nosotros señalamos en el artículo anterior, el CCMA desempeñó un papel crucial en la preservación de la dominación capitalista, casi desde el primer día de la insurrección. En base a este error fundamental, Richards es incapaz de romper con la idea, ya observada en las posiciones de Los Amigos de Durruti, de que la guerra de España sería esencialmente una guerra revolucionaria que podría, simultáneamente, repeler a Franco en el frente militar y establecer los cimientos de una nueva sociedad, en lugar de ver que los frentes militares y la movilización general para la guerra eran en sí mismos una negación de la lucha de clases. Aunque Richards critica muy lúcidamente la forma concreta en que se llevó a cabo la movilización para la guerra: la militarización forzosa de clase obrera, la destrucción de su autonomía y la intensificación de su explotación, es sin embargo ambiguo en lo referente a cuestiones tales como la necesidad de aumentar el ritmo y la duración del trabajo en las fábricas, para asegurar la producción de armas para el frente. Y al adolecer de una visión global e histórica de las condiciones de la lucha de clases en aquel periodo, un periodo de derrota de la clase obrera y de preparación de una nueva división imperialista del mundo, no capta la naturaleza de la guerra de España como un conflicto imperialista ni como un ensayo del holocausto mundial que se aproximaba. Su insistencia en que la 'revolución' cometió un error clave al no emplear las reservas de oro españolas para comprar armas en el extranjero demuestra (como Berneri con su llamamiento, más o menos abierto, a la intervención de las democracias) una profunda subestimación de que el momento había basculado del campo de la lucha de clases al campo militar metiendo el conflicto en la olla a presión de la cocina interimperialista mundial.

Para Bilan, la España del 36 fue para el anarquismo lo que 1914 fue para la socialdemocracia alemana: un acto de traición histórica que marcó un cambio en la naturaleza de clase de quienes traicionaron. Esto no significa que todas las diferentes expresiones del anarquismo se pasaran al otro lado de la barricada, pero -como a los sobrevivientes del naufragio de la socialdemocracia- esto exigía un proceso implacable de auto-examen, una reflexión teórica profunda por parte de quienes permanecieron fieles a los principios de clase. En general, las mejores tendencias dentro de anarquismo no es que fueran muy lejos en esa autocrítica (aunque ciertamente la Izquierda Comunista tampoco fue demasiado lejos en el análisis de los sucesivos fracasos de la socialdemocracia, ni de la revolución rusa ni de la Internacional Comunista). La mayoría -y esto fue sin duda el caso de Los Amigos de Durruti, Berneri y Richards - intentó preservar el núcleo duro del anarquismo cuando es precisamente éste el que refleja los orígenes pequeñoburgueses del anarquismo y su resistencia a la coherencia y la claridad del “partido de Marx” (en otras palabras, de la tradición marxista auténtica). El rechazo del método materialista histórico le impidió desarrollar una perspectiva clara en el período de ascendencia del capitalismo y comprender más tarde los cambios en la vida de la clase enemiga y en la lucha proletaria en la época de la decadencia capitalista. Le impidió siempre elaborar una teoría adecuada para explicar el modo capitalista de producción -sus fuerzas impulsoras y su trayectoria hacia la crisis y el hundimiento. Tal vez lo más crucial sea que el anarquismo es incapaz de desarrollar una teoría materialista del Estado -sus orígenes, su naturaleza y los cambios históricos que ha sufrido - y de las formas de organización del proletariado para derrocarlo: los consejos obreros y el partido revolucionario. En última instancia, la ideología anarquista es un obstáculo para la tarea de elaboración del contenido político, económico y social de la revolución comunista.

CDW

 

[1] Ver en Revista Internacional, Nº 104, "Documento (Josep Rebull, POUM): Las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona". https://es.internationalism.org/book/export/html/213 [25].

[2] Ver sobre este grupo la obra escrita por Agustín Guillamón, desde un punto de vista claramente proletario y con autoridad histórica: La agrupación de Los amigos de Durruti 1937-1939, Aldarull Ediciones, 2013. La paginación corresponde a esa edición.

Se ha traducido en inglés The Friends of Durruti Group 1937-39, AK Press, 1996, versión en la que se basa este artículo. Hablaremos de ese libro a lo largo de esta parte del artículo.

Véase también el artículo en la Revista Internacional, de la CCI, Nº 102, “Anarquismo y comunismo”: https://es.internationalism.org/Rint102/08.htm [26].

[3] Gullamón, La agrupación Los Amigos de Durruti, p. 65

[4] Ídem, p. 85.

[5] Ídem, p. 71, cita de Balius, cap 8 “El folleto de Balius: hacia una nueva revolución.”

[6] Ídem, p. 91, cita de Lutte Ouvrière, 24 de febrero y 03 de marzo de 1939.

[7] Ídem., p. 53

[8] Ídem. p. 56

[9] Ídem, p. 57

[10] Citado en Ídem, p. 66

[11] Consultar nuestros artículos sobre la historia de la CNT en la serie, más amplia, sobre anarcosindicalismo:

  • "Historia del movimiento obrero - la CNT: nacimiento del sindicalismo revolucionario en España (1910-1913)": https://es.internationalism.org/rint128cnt [27].
  • -"Historia del movimiento obrero: el sindicalismo frustra la orientación revolucionaria de la CNT (1919-1923)": https://es.internationalism.org/rint130cnt [28].
  • "La contribución de la CNT al establecimiento de la República Española (1921-1931)": https://es.internationalism.org/rint131cnt [29].

[12] Traducido del prefacio de la versión inglesa The friends of Durruri Group, p. VII.

[13] La Agrupación Los Amigos de Durruti, p. 69

[14] Buenaventura Durruti nace en 1896, hijo de ferroviario. A los 17 años, se implicó en las luchas obreras, primero en los ferrocarriles, luego en las minas y más tarde en los movimientos masivos de la clase obrera que recorrieron España en la oleada revolucionaria tras la Primera Guerra mundial. Se incorporó a la CNT en ese periodo. Durante el reflujo de la oleada revolucionaria, Durruti se enfrentó a los pistoleros que pagados por las patronales y el Estado, asesinaban a sindicalistas; fue acusado de la muerte de al menos una personalidad de alto rango. Exiliado en Europa y América del Sur, durante la mayor parte de la década de 1920, fue condenado a muerte en varios países. En 1931, tras la caída de la monarquía, regresó a España, convirtiéndose en miembro de la FAI y del grupo Nosotros, ambos constituidos para luchar contra las tendencias más reformistas de la CNT. En julio de 1936, en Barcelona, tomó parte muy activa en la respuesta de los trabajadores al golpe de Estado de Franco y formó la Columna de Hierro, una milicia específicamente anarquista que fue a combatir en el frente contra las tropas de Franco al mismo tiempo que propiciaba y apoyaba las colectivizaciones agrarias. En noviembre de 1936, se desplaza a Madrid, con un gran contingente de milicianos, en un intento de aliviar la ciudad sitiada, pero fue asesinado por una bala perdida. 500.000 personas asistieron a su funeral. Para estos y muchos otros trabajadores españoles, Durruti era un símbolo de valentía y entrega a la causa del proletariado.

[15] Ídem, p. 101

[16] Ídem, p. 100

[17] Ídem, p. 12

[18] Agustín Guillamón, « Tesis sobre la Guerra de España 2 », Balance. Cuadernos de historia del movimiento obrero internacional y de la Guerra de España Cuaderno nº 36. Barcelona, noviembre 2011, https://www.upf.edu/materials/bib/docs/acceslliure/Balance/Balance36.pdf [30]

[19] El Guadiana es un río del sur de la península Ibérica que según la leyenda « aparece y desparece » [NdR]

[20] En particular, la insistencia en que el partido no debe identificarse con el Estado de transición, un error que Bilan consideraba haber sido fatal para los bolcheviques en Rusia. Ver un artículo anterior, de esta serie, en Revista International Nº 127, "El comunismo (IV): Los años 1930: el debate sobre el período de transición": [https://es.internationalism.org/revista127-periodo] [31].

[21] Camillo Berneri nació en el norte de Italia en 1897, hijo de funcionario y profesora. Él mismo trabajó durante algún tiempo como profesor en una escuela de magisterio. Ingresó en el Partido Socialista Italiano en su adolescencia y, durante la guerra de 1914-18, con Bordiga y otros adoptó la posición internacionalista contra las fluctuaciones centristas del partido y contra la traición pura y simple de sus posiciones por parte de Mussolini. Pero al final de la I Gran Guerra, se hizo anarquista aproximándose a las ideas de Errico Malatesta. Obligado al exilio por el régimen fascista, continuó siendo un objetivo de las maquinaciones de la policía secreta fascista, la OVRA. Durante este período escribió una serie de contribuciones sobre la psicología de Mussolini, sobre el antisemitismo y sobre el régimen de la URSS. Al enterarse de la noticia de la sublevación de los obreros en Barcelona, se fue a España y luchó en el frente de Aragón. En Barcelona, criticó coherentemente las tendencias oportunistas y abiertamente burguesas dentro de la CNT; escribió para Guerra di Classe y tomó contacto con Los Amigos de Durruti. Como se relata en este artículo, fue asesinado por los matones estalinistas durante las Jornadas de mayo de 1937.

[22] Bilan llamaba “centristas” a los estalinistas que, en realidad, ya no eran sino una fracción más del capitalismo.

[23] Berneri, Luigi Camillo, 1897-1937, en libcom.org:

https://libcom.org/article/berneri-luigi-camillo-1897-1937 [32].

[24]. Guerra di Clase nº 12, 14 de abril de 1937. Reproducido en español "Carta abierta a la compañera Federica Montseny”, en [https://ia600409.us.archive.org/13/items/Entrelarevolucionylastrincheras... [33]

[25] Guillamón, La agrupación Los Amigos de Durruti, p. 69.

[26] Este término designa en Italia a los partidarios de la participación de este país en la Primera Guerra Mundial del lado de la Entente.

[27] También conocido con el título: "Entre la guerra y la revolución". En castellano: https://ia600409.us.archive.org/13/items/Entrelarevolucionylastrincheras... [34].

[28] Esta peligrosa situación aparece aún más explícita en otro artículo de Berneri publicado originalmente en Guerra di Classe Nº 7, 18 de julio de 1937, “No a la intervención ni a la participación internacional en la guerra civil española”; en inglés en la Web: https://struggle.ws/Berneri/International.html [35].

[29] Revista Internacional, Nº 127: "Marxismo y ética” (debate interno en la CCI) https://es.internationalism.org/revista127-etica [36].

[30]. Traducido de "Berneri’s last Letters to his family", en la Web "The struggle Site". https://struggle.ws/Berneri/last_letter.html [37].

[31] Ver nuestro artículo, en inglés, en: World Revolution Nº 270, diciembre de 2003, "Los revolucionarios en Gran Bretaña y la lucha contra la guerra imperialista, parte 3: la Segunda Guerra Mundial": https://en.Internationalism.org/WR/270_rev_against_war_03.html [38].

Ver también nuestro artículo en francés, "Notes sur le mouvement anarchiste Internationaliste en Grande-Bretagne”: https://fr.Internationalism.org/icconline/2011/notes_sur_le_mouvement_an... [39].

Ver también nuestro folleto en francés y en inglés: “La izquierda comunista británica”, p. 101.

[32] "Los revolucionarios en Gran Bretaña y la lucha contra la guerra imperialista", óp. cit.

[33] Vernon Richards, Enseñanzas de la Revolución española, 1ª edición castellana, París. Traducida en los años 50 por Laín Díez, de Lessons of the Spanish revolution, 1953. Hay una edición más reciente en castellano en la editorial Campo Abierto. Colección ensayo 1, Madrid 1977.

[34] Vernon Richards, Enseñanzas de la Revolución española, p. 14.

[35] Ídem, págs. 185-186

[36] Ídem, p. 260.

[37]. La preocupación por la verdad de Richards significa también que está lejos, en su libro, de hacer apología de los colectivos anarquistas que serían, para algunos, la evidencia de que la "revolución española" superaba a la rusa en su contenido social. Lo que Richards realmente demuestra es que, aunque la toma de decisiones de las asambleas y las experiencias de distribución sin dinero habían durado más tiempo en el campo, especialmente en las zonas más o menos autosuficientes, cualquier desafío a las normas de gestión capitalista había sido erradicado rápidamente de las fábricas, dominadas inmediatamente por las necesidades de producción de guerra. Una forma de capitalismo de Estado administrado por los sindicatos impuso rápidamente la disciplina en el proletariado industrial.

[38] Idem. pp. 258-259.

[39] Ídem, p. 221-222.

[40]Ídem, p. 196. Marc Chirik, miembro fundador de la Izquierda Comunista de Francia y de la CCI, formaba parte de la delegación de la mayoría de la Fracción que fue a Barcelona. Más tarde, habló de la dificultad extrema para discutir con la mayoría de los anarquistas y estima que algunos de ellos serían muy capaces de pegarles un tiro, a él y sus compañeros, por atreverse a cuestionar la validez de la guerra antifascista. Esta actitud es un claro reflejo de los llamamientos en la prensa de la CNT a la ejecución de los desertores.

[41] Malatesta, Sindicalismo y Anarquismo, 1925.

[42] Este problema es tratado en varios capítulos de Enseñanzas de la Revolución española (el XIX y otros).

 

Geografía: 

  • España [40]

Personalidades: 

  • Durruti [41]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Anarquismo internacionalista [42]
  • Anarquismo "Oficial" [43]

Acontecimientos históricos: 

  • Guerra de España del 1936 [44]

Rubric: 

La Guerra de España pone de relieve las lagunas fatales del anarquismo (IIª parte)

Del nacimiento del capitalismo a la víspera de la Segunda Guerra Mundial

  • 4327 lecturas

Después del África Occidental[1], empezamos aquí una segunda serie sobre la historia del movimiento obrero africano con una contribución sobre las luchas de clases en Sudáfrica. Es éste un país conocido sobre todo por dos aspectos: por un lado sus inmensas riquezas mineras (oro, diamantes, etc.) gracias a las cuales se ha desarrollado relativamente, y por otro lado, a causa de su monstruoso sistema del apartheid del que pueden observarse todavía secuelas importantes.

El apartheid también alumbró a un enorme "icono", Nelson Mandela, considerado como la víctima principal pero sobre todo el exutorio de ese sistema retrógrado, de donde le vienen los “títulos” de "héroe de la lucha anti-apartheid" y de hombre de "paz y de reconciliación de los pueblos de Sudáfrica" admirado en todo el planeta capitalista. La imagen mediática de Mandela oculta todo lo demás hasta el punto de que la historia y los combates de la clase obrera sudafricana de antes y durante el apartheid son totalmente ignorados o deformados al ser catalogados sistemáticamente en la rúbrica "luchas anti-apartheid" o "luchas de liberación nacional". Es evidente que, para la propaganda burguesa, esas luchas sólo Mandela podía simbolizarlas. Y esto incluso ahora que es notorio que, desde que llegó al poder Mandela y su partido, el African National Congress (Congreso Nacional Africano, ANC), nunca fueron tiernos con la clase obrera[2].

El objetivo principal de este artículo es restablecer la verdad histórica sobre las luchas que han enfrentado a las dos clases fundamentales, o sea, la burguesía (de la que el apartheid fue uno de los medios de su dominación) y el proletariado de la República de Sudáfrica, un proletariado que las más de las veces se lanzó a la lucha por sus propias reivindicaciones de clase explotada, primero en la época de la burguesía colonial anglo-holandesa y después bajo el régimen de Mandela/ANC. El sudafricano es un proletariado cuyo combate se inscribe totalmente en el del proletariado mundial.

Breve resumen de la historia de Sudáfrica

Según algunos historiadores, el África austral estaba habitada por los pueblos Xhosa, Tswana y Sotho, los cuales se instalaron allí entre los años 500 y 1000. Sobre esto, el historiador Henri Wesseling[3] nos da las aclaraciones siguientes: "Suráfrica ya estaba habitada cuando, alrededor del año 1500 se presentaron por primera vez barcos europeos en la Meseta. El territorio lo ocupaban diferentes etnias, mayoritariamente nómadas. Los colonos holandeses los dividieron en hotentotes y bosquimanos. Fueron considerados como dos pueblos muy distintos física y culturalmente. Los bosquimanos eran de estatura más pequeña que los hotentotes y hablaban un idioma distinto. Eran también más “primitivos” –cazadores y recolectores- mientras los hotentotes se dedicaban al pastoreo, lo que significaba un nivel superior de desarrollo. Durante mucho tiempo, esta división tradicional ha dominado la historiografía de la zona. Actualmente ya no utilizamos esos términos: hablamos de Khoi o Khoikhoi para referirnos a los hotentotes y San para los bosquimanos, empleando el término Khoisan para ambos a la vez. En la actualidad, las diferencias entre ellos se enfatizan menos, debido principalmente a que ambos pueblos se distinguen claramente de los pueblos vecinos bantúes. A éstos, antiguamente se les denominaba cafres, término derivado de la palabra árabe kafir (persona no creyente). Esta palabra también ha pasado de moda…”.

Como se ve, los colonos holandeses consideraban a los primeros pobladores de la región según la ideología colonial que establecía clasificaciones entre "primitivos" y "evolucionados". Por otra parte, el autor indica que el nombre Sudáfrica o África del Sur es un concepto político reciente y que gran cantidad de sus pueblos son históricamente originarios de los países vecinos, sobre todo de lo que se llama, geográficamente, África Meridional.

Por lo que se refiere a la colonización europea, fueron los portugueses los primeros en hacer escala en África del Sur en 1488, y después los holandeses que desembarcaron en la región en 1648. Estos decidieron quedarse definitivamente a partir de 1652, lo cual marca el inicio de la presencia “blanca” permanente en esta parte de África. En 1795, Ciudad del Cabo fue ocupada por los ingleses, los cuales, diez años más tarde, se apoderaron de Natal, mientras que los bóeres holandeses controlaban Transvaal y el Estado Libre de Orange logrando que Gran Bretaña reconociera su independencia en 1854. Los diferentes estados o grupos africanos, por su parte, resistieron durante largo tiempo mediante la guerra a la presencia de los colonos europeos en su suelo, pero acabaron siendo definitivamente vencidos por las potencias dominantes. Los británicos, al cabo de una serie de guerras contra afrikáners y zulús, unificaron en 1910 África del Sur con el nombre de Unión Sudafricana que se mantuvo hasta 1961 cuando el régimen afrikáner decidió simultáneamente abandonar la Commonwealth (comunidad anglófona) y cambiar el nombre del país.

El apartheid se estableció oficialmente en 1948 y quedó abolido en 1990. Volveremos sobre el tema en detalle más adelante.

Sobre las rivalidades imperialistas, Sudáfrica desempeñó en el África austral el papel de "gendarme delegado" del bloque imperialista occidental y con ese encargo Pretoria intervino militarmente en 1975 en Angola, país éste apoyado entonces por el bloque imperialista del Este por medio de tropas cubanas.

A la República de Sudáfrica se la considera hoy país "emergente", miembro del grupo BRIC (Brasil, Rusia India, China), e intenta hacerse un sitio en el ruedo de las grandes potencias.

Desde 1994, Sudáfrica está gobernada sobre todo por el ANC, el partido de Nelson Mandela, junto con el Partido Comunista y la central sindical COSATU.

La clase obrera sudafricana emergió a finales del s. XIX y es hoy el proletariado industrial más numeroso y experimentado del continente africano.

Nos parece útil explicar dos términos próximos y sin embargo diferentes que vamos a usar a menudo en este texto: "bóer" y "afrikáner" palabras de origen holandés.

Se llaman bóeres (o Trekboers) a los campesinos holandeses (predominaban los pequeños campesinos) que entre 1835 y 1837, emprendieron una vasta migración en África del Sur a causa de la abolición de la esclavitud por los ingleses en la Colonia del Cabo en 1834. Este término sigue usándose hoy para nombrar a los descendientes, directos o no, de aquellos campesinos (incluso se usa para obreros de fábrica).

En cuanto a la palabra “afrikáner”, remitimos a la explicación que da el historiador Henri Wesseling[4]: "La población blanca que había fijado su residencia en El Cabo era de variada procedencia. Aparte de los holandeses, también se habían establecido muchos alemanes y hugonotes franceses. Esta comunidad había desarrollado un modo de vida propio. Incluso se podría hablar de una identidad nacional, la de los Afrikáners. Estos consideraban al Gobierno británico como un dominio extraño."

Podemos pues decir que ese término se refiere a una especie de identidad revindicada por inmigrantes europeos de aquella época, una noción que se sigue empleando todavía en todo tipo de publicaciones recientes.

Nacimiento del capitalismo sudafricano

El capitalismo naciente estuvo marcado en cada región del mundo, como así fue en África del Sur, por características específicas o locales, sin embargo en general siguiendo tres etapas diferentes, como así lo explica Rosa Luxemburg[5] :

"En [el proceso de acumulación capitalista] hay que distinguir tres etapas: la lucha del capital contra la economía natural; su lucha contra la economía de mercancías y la competencia del capital en el escenario mundial en lucha para conquistar el resto de elementos para la acumulación.

El capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas. Pero no le basta cualquiera de estas formas. Necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez fuentes de adquisición de sus medios de producción, y son reservas de obreros para su sistema asalariado."

En el África austral, el capitalismo tuvo esas etapas. En el s. XIX existía allí una economía natural, una economía de mercancías y una mano de obra suficiente para que se desarrollase el asalariado.

“Hasta el sexto decenio del siglo pasado, en la colonia de El Cabo y en las repúblicas boers, reinaba una vida totalmente campesina. Los boers llevaron durante largo tiempo la vida de ganaderos nómadas, quitándoles los mejores pastos a los hotentotes y cafres, a los que exterminaban o expulsaban. En el siglo XVIII, la peste, transportada por los barcos de la Compañía de las Indias Orientales, les prestó excelentes servicios, extinguiendo tribus enteras de hotentotes y dejando libre el suelo para los inmigrantes holandeses.".

(…) En general, la economía de los boers siguió siendo de preferencia patriarcal y de economía natural durante el sexto decenio. Téngase en cuenta que hasta 1859 no se construyó en Sudáfrica ningún ferrocarril. Cierto que el carácter patriarcal no impidió en modo alguno que los boers dieran muestras de la dureza y brutalidad más extremas. Como es sabido, Livingstone se quejó mucho más de los boers que de los cafres. (…) En realidad, la lucha se hacía entre los campesinos, [los boers] y la política colonial gran capitalista [inglés] en torno a los hotentotes y cafres, esto es, por sus tierras y su capacidad de trabajo. El objeto de ambos competidores era exactamente el mismo: la expulsión o exterminio de las gentes de color, la destrucción de su organización social, la apropiación de sus terrenos y la utilización forzosa de su trabajo para servicios de explotación. Sólo los métodos eran radicalmente distintos. Los boers representaban la esclavitud anticuada, en pequeño, como base de una economía campesina patriarcal; la burguesía inglesa, la explotación capitalista moderna en gran escala.". (Rosa Luxemburg, Idem.)

La lucha entre bóeres y británicos por la conquista y la instauración del capitalismo en la región fue especialmente dura y, como en otros lugares, se hizo “entre sangre y fango”. Fue el imperialismo británico el que acabó dominando la situación, implantándose así el capitalismo en África del Sur como lo relata, a su manera, la investigadora Brigitte Lachartre[6] :

"El imperialismo británico, cuando apareció en el sur del continente en 1875, tenía otros objetivos: ciudadanos de la primera potencia económica de entonces, representantes de la sociedad mercantilista y después capitalista más desarrollada de Europa, los británicos impusieron en su colonia del África austral una política indígena mucho más liberal que la de los bóeres. Se abolió la esclavitud en las regiones por ellos controladas, mientras que los colonos holandeses huían hacia el interior del país para escapar al nuevo orden social y a la administración de los colonos británicos. Tras haber derrotado a los africanos por las armas (una decena de guerras "cafres" en un siglo), los británicos se dedicaron a “liberar” la fuerza de trabajo: primero agruparon a las tribus vencidas en reservas tribales cuyos límites restringían cada día más; se impidió a los africanos salir de las reservas sin autorización y el salvoconducto en regla. Pero el verdadero rostro de la colonización británica apareció cuando se descubrieron las minas de diamantes y de oro en torno a 1870. Se inició una nueva era que realizó una transformación profunda de todas las estructuras sociales y económicas del país: las actividades mineras acarrearon la industrialización, la urbanización, la desorganización de las sociedades tradicionales africanas, pero también de las comunidades bóeres, la inmigración de nuevas oleadas de europeos (…)".

Esta cita puede leerse como la prolongación concreta del proceso descrito por Rosa Luxemburg, de cómo surgió el capitalismo en África del Sur. En su lucha contra "la economía natural", la potencia económica británica tuvo que despedazar las antiguas sociedades tribales y deshacerse violentamente de las antiguas formas de producción como la esclavitud, que los bóeres representaban, viéndose obligados a huir para escapar al capitalismo moderno. Precisamente, fue en medio de esas guerras entre los defensores del antiguo y los del nuevo orden económico cuando el país aceleró el paso al capitalismo moderno gracias al descubrimiento de los diamantes, en 1871, y luego del oro, en 1886. La "carrera por el oro" se plasmó así en una aceleración fulgurante de la industrialización del país consecuencia de la explotación y comercialización de metales preciosos, atrayendo así masivamente a los inversores capitalistas de los países desarrollados. Hubo entonces que contratar ingenieros y obreros cualificados, y fue así como miles de europeos, norteamericanos y australianos vinieron a instalarse a África del Sur. La ciudad de Johannesburgo simbolizó ese dinamismo naciente por la rapidez con la que creció. En 20 años (de 1886 a 1913) la población europea de Johannesburgo pasó de unos cuantos miles a 250 000, de entre los cuales una mayoría de obreros cualificados, ingenieros y técnico. En poco menos de diez años, el producto interior bruto (PIB) pasó de 150 000 libras a unos cuatro millones. Así fue como Sudáfrica se convirtió en el primero y único país africano relativamente desarrollado en el plano industrial, lo cual no tardó, por otra parte, en abrir los apetitos de las potencias económicas rivales:

"El centro económico y político [de África del Sur] se desplazó de Ciudad del Cabo a Johannesburgo y Pretoria. Alemania, la potencia europea más poderosa, se estableció en el África Suroccidental, y había mostrado su interés por el África Suroriental. Si Transvaal no estuviese dispuesto a dejarse gobernar por Inglaterra, el futuro de Gran Bretaña en toda África del Sur se tambalearía.”[7].

Desde entonces, en efecto, podía verse ya que detrás de los intereses económicos se ocultaban intereses imperialistas entre las grandes potencias europeas que se diputaban el control de la región. La potencia británica lo hizo todo por limitar la presencia de su rival alemana al África Suroriental, en lo que hoy se llama Namibia (colonizada en 1883), y eso después de haber neutralizado a Portugal, otra potencia imperialista con medios mucho más limitados. A partir de entonces, el imperio británico podía ufanarse como único dueño de la economía sudafricana en plena expansión.

Sin embargo, el desarrollo económico de África del Sur, impulsado por los descubrimientos mineros, se enfrentó muy pronto con una serie de problemas, en primer término, los de orden social e ideológico:

"El desarrollo económico, estimulado por el descubrimiento de las minas, no tardará en poner a los colonos blancos ante una profunda contradicción (…). Por un lado, la instauración de un nuevo orden económico necesitaba la constitución de una mano de obra asalariada; por otro, la liberación de la fuerza de trabajo africana de sus reservas y de su economía de subsistencia tradicional ponía en peligro el equilibrio racial en el conjunto del territorio. Desde finales del siglo pasado [el XIX], las poblaciones africanas fueron así objeto de une multitud de leyes con efectos a menudo contradictorios. El objetivo de algunas de ellas era hacer emigrar a aquéllas hacia las áreas de actividades económicas blancas para someterlas al salariado. Otras tendían a mantenerlas, en parte, en las reservas. Entre las leyes destinadas a producir mano de obra disponible, las había que castigaban el vagabundeo y debían "arrancar a los indígenas de su afición por la ociosidad y la pereza, enseñándoles la dignidad del trabajo y haciéndoles contribuir a la prosperidad del Estado". Las hubo para someter a los africanos a los impuestos. (…) Entre otras leyes las referentes a los salvoconductos cuyo objetivo era filtrar las migraciones, orientándolas en función de las necesidades de la economía o impidiéndolas en caso de abundancia". (Brigitte Lachartre. Ídem.)

Puede observarse que las autoridades coloniales británicas se encontraron en contradicciones debidas al desarrollo de las fuerzas productivas. Puede decirse que la más fuerte de esas contradicciones en aquel tiempo lo era en lo ideológico cuando la potencia británica decidió considerar a la mano de obra negra bajo criterios administrativos segregacionistas, por ejemplo las leyes sobre los salvoconductos y el encierro de los africanos. Esta política estaba en contradicción flagrante con la orientación liberal que desembocó en la supresión de la esclavitud.

Hubo también otras dificultades debidas a las guerras coloniales. Tras haber sufrido derrotas y haber ganado guerras frente a los adversarios zulúes y afrikáners entre 1870 y 1902, el imperio británico tuvo que digerir los altísimos costes de sus victorias, en particular la de 1899/1902, tanto en lo humano como en lo económico. La Guerra de los Boers fue, en efecto, una carnicería: "… fue la mayor de todas las guerras que se libraron en la época del imperialismo moderno. Duró más de dos años y medio (11 de octubre de 1899-31 de mayo de 1902). Los británicos reunieron aproximadamente a medio millón de soldados, de los cuales 22 000 encontraron la muerte en África del Sud. La cifra total de muertos, heridos y desaparecidos ingleses ascendía a más de cien mil. Los boers emplearon casi cien mil hombres en la guerra. Ellos perdieron más de 7 000 combatientes y 30 000 personas más murieron en los campos de concentración. Un número indeterminado de africanos lucho en ambos bandos. Sus bajas tampoco se contabilizaron; probablemente ascienden a decenas de miles. El ministerio de Guerra británico calculó que además murieron en la guerra 400 346 animales, entre caballos, asnos y mulas. También resultaron muertos millones de cabezas de ganado de los boers. Esta guerra costó al contribuyente británico 200 millones de libras esterlinas, diez veces el presupuesto habitual por año del Ejército, el 14 % de los ingresos nacionales británicos del año 1902. Los costes del sometimiento de los futuros ciudadanos británicos de África ascendía como promedio a quince peniques por cabeza; en cambio, someter a los boers costó mil libras por persona". (H .Wesseling, Ídem, p.403.)

O sea una sucia guerra inauguraba la entrada del capitalismo británico en el siglo XX. Sobre todo ha de hacerse notar que los campos de concentración hitlerianos encontraron sin duda una fuente de inspiración: el capitalismo británico instaló en total cuarenta y cuatro campos para los bóeres donde encerraron a 120 000 mujeres y niños. Al final de la guerra, en 1902, 28 000 detenidos blancos habían perdido la vida en dichos campos, entre los cuales 20 000 niños de menos de 16 años.

Y fue sin el menor remordimiento que el general en jefe del ejército británico Lord Kitchener justificó las matanzas diciendo que los bóeres eran "una variante de salvajes producida por generaciones de vida en solitario en la selva" (citado por Wesseling, Ídem).

Términos cínicos dignos de un gran criminal de guerra. También es verdad que en esa carnicería, las tropas afrikáners no se quedaron atrás en materia de matanzas de masa y atrocidades diversas, y que hubo dirigentes afrikáners que se aliaron a los ejércitos alemanes durante la IIª Guerra Mundial sobre todo con la idea de ajustar cuentas con la potencia británica. "Vencidos por el imperialismo británico, sometidos al sistema capitalista, humillados en su cultura y tradiciones, el pueblo afrikáner (…) se organiza a partir de 1925-1930 en un fuerte movimiento de rehabilitación de la nación afrikáner. Su ideología revanchista, anticapitalista, anticomunista y profundamente racista designa a los africanos, mestizos, asiáticos y judíos, como otras tantas amenazas contra la civilización occidental que pretenden representar en el continente africano. Organizados a todos los niveles, escuela, iglesia, sindicato y en sociedades secretas terroristas (Broederbond es la más conocida de entre ellas), los afrikáners se mostrarán más tarde ardientes partidarios de Hitler, del nazismo y de su ideología". (Brigitte Lachartre, Obra citada.)

Los obreros afrikáners se vieron arrastrados en tal movimiento con semejantes posiciones. Eso ilustra el inmenso obstáculo que debía saltar la clase obrera en Sudáfrica para que se unieran las diferentes etnias en el mismo combate.

Ese conflicto configuró duraderamente las relaciones entre los colonialismos británico y afrikáner en el territorio sudafricano hasta la caída del apartheid. A las divisiones y odios étnicos entre blancos británicos y afrikáners, se añadían los de estas dos categorías contra los negros (y demás personas de color) y que la burguesía utilizó sistemáticamente para romper todo intento de unidad en las filas obreras.

Nacimiento de la clase obrera

El nacimiento del capitalismo acarreó la dislocación de muchas sociedades tradicionales africanas. A partir de los años 1870, el imperio británico emprendió una política colonial liberal, aboliendo la esclavitud en las regiones controladas por él con el propósito de "liberar" la fuerza de trabajo formada hasta entonces por trabajadores agrícolas bóeres y africanos. Cabe señalar que los colonos bóeres, por su parte, seguían explotando a los agricultores negros bajo el antiguo sistema de la esclavitud antes de que fueran vencidos por los británicos. Pero, en última instancia, fue el descubrimiento del oro lo que aceleró bruscamente a la vez el nacimiento del capitalismo y el de la clase obrera: “Capital no faltaba. Las bolsas de Londres y Nueva York se prestaban gustosamente a facilitar los fondos necesarios. La creciente economía mundial pedía oro a gritos. Los trabajadores también acudían masivamente. La minería atrajo grandes masas de población a Witwatersrand; aquí no se trataba de miles, sino de decenas de miles. Johannesburgo era la ciudad con mayor rapidez de crecimiento del mundo”[8].

En un plazo de 10 años la población europea de Johannesburgo pasó de unos miles a más de cincuenta mil, de entre los cuales un una mayoría de obreros cualificados, ingenieros y otros técnicos. Fueron ellos los que hicieron nacer la clase obrera sudafricana en el sentido marxista de la palabra, o sea de quienes, bajo el capitalismo, venden su fuerza de trabajo a cambio de una remuneración. El capital necesitaba, con urgencia, mano de obra más o menos cualificada y en gran cantidad, imposible de encontrar in situ, de ahí que se recurriera a inmigrantes procedentes de Europa y especialmente del imperio británico. Y a medida del incremento económico, el aparato industrial se vio obligado a reclutar cada vez más trabajadores africanos no cualificados tanto de dentro como de fuera del país, especialmente de Mozambique y el actual Zimbabue. A partir de entonces la mano de obra económica sudafricana "se internacionalizó" de hecho.

Como consecuencia de la llegada masiva a África del Sur de trabajadores de origen británico, la clase obrera fue organizada y encuadrada de entrada por los sindicatos ingleses. A principios de los años 1880, fueron muchas las sociedades y corporaciones que se crearon siguiendo el "modelo inglés" (trades unions). Así, los obreros de origen sudafricano, como grupos o individuos sin experiencia organizativa, podían difícilmente organizarse fuera de las organizaciones sindicales prestablecidas[9]. Hubo, sí, disidencias en el seno de los sindicatos como en los partidos que se reivindicaban de la clase obrera con intentos de desarrollar unas actividades sindicales autónomas por parte de proletarios radicales que ya no soportaran la "traición de los dirigentes". Pero fueron muy minoritarios.

Como por todas las partes del mundo en donde existen enfrentamientos de clases bajo el capitalismo, la clase obrera acaba siempre por hacer surgir minorías revolucionarias que reivindican, con mayor o menor claridad, el internacionalismo proletario. Y así fue también en África del Sur. Hubo obreros que, además de estar en el origen de luchas, también tuvieron la iniciativa de la formación de organizaciones proletarias. Entre ellos queremos aquí presentar a tres figuras de aquella generación haciendo un breve resumen de sus trayectorias.

  • Andrew Dunbar (1879-1964). Inmigrante escocés, fue secretario general del sindicato de los IWW (Industrial Workers of the World, Obreros industriales del Mundo) creado en 1910 en África del Sud. Era ferroviario en Johannesburgo y participó activamente en la huelga masiva de 1909 tras la cual fue despedido. En 1914, luchó contra la guerra, participando en la creación de la Liga Internacional Socialista (ISL), tendencia sindicalista revolucionaria. Luchó también contra las medidas represivas y discriminatorias contra los africanos, lo cual le recabó la simpatía de los trabajadores negros. Estuvo en el origen de la creación del primer sindicato africano "Unión Africana" según el modelo de IWW en 1917. Y su simpatía por la revolución rusa fue en aumento hasta decidirse, junto con otros camaradas, a formar el Partido comunista de África del Sur en octubre 1920, del que fue secretario, basado en una plataforma esencialmente sindicalista. En 1921, su organización decidió fusionarse con el Partido Comunista oficial que acababa de nacer. Pero unos años después fue excluido de él, abandonado tras ello, sus actividades sindicales.
  • TW Thibedi (1888-1960). Se consideró como un gran sindicalista, miembro de IWW al que se adhirió en 1916. Era natural de la ciudad sudafricana de Vereeniging, ejerció de profesor en una escuela que dependía de una iglesia de Johannesburgo. Propugnaba, en sus actividades sindicales, la unidad de clase y la acción de masas contra el capitalismo. Formaba parte del ala izquierda del partido nacionalista africano Congreso Nacional Indígena Sudafricano (SANNC). Thibedi, miembro, también él, de la ISL, durante un movimiento de dirigido por ese grupo en 1918 sufrió, junto a sus camaradas, una dura represión policiaca. Miembro del PC sudafricano desde el principio, lo excluyeron en 1928, pero, ante la reacción de muchos de sus compañeros, volvió a ser integrado antes de ser expulsado definitivamente del partido. Después simpatizó brevemente con el trotskismo antes de entrar en el anonimato total. Las fuentes de las que disponemos[10] no dan una idea de la cantidad de militantes trotskistas sudafricanos en aquel entonces.
  • Bernard Le Sigamoney (1888-1963). De origen indio, de una familia de agricultores, fue miembro activo del sindicato IWW indio y al igual que sus camaradas antes citados, fue también miembro de la ISL. Lo hizo todo por la unidad de los trabajadores de la industria en África del Sur, y, junto a sus compañeros de la ISL, estuvo a la cabeza de importantes movimientos de huelga en 1920/1921. No integró, sin embargo, el Partido Comunista, decidiendo abandonar sus actividades políticas y sindicales e irse a estudiar a Gran Bretaña en 1922. En 1927 volvió a África del Sud (Johannesburgo) de misionario anglicano a la vez que retomaba sus actividades sindicales en organizaciones cercanas a IWW. Las autoridades lo denunciaron entonces por "perturbador" y acabó desanimándose y contentándose con sus obras en la iglesia y de promoción de los derechos civiles de las personas de color.

Son esas tres unas semblanzas de militantes con trayectorias sindicales y políticas bastante parecidas aun siendo de origine étnico diferente (un europeo, un africano y un indio). Pero lo que sí comparten es algo común esencial: la solidaridad de clase proletaria y el espíritu internacionalista con una gran combatividad contra el enemigo capitalista. Fueron ellos y sus camaradas de lucha los precursores de los combatientes obreros actuales en Sudáfrica.

Otras organizaciones, de naturaleza y origen diferentes actuaron en la en el seno de la clase obrera, o sea de los partidos y organizaciones principales[11] que se reclamaban en su origen, más o menos formalmente, de la clase obrera o que pretendían defender sus intereses, dejando de lado al Partido Laborista que se mantuvo fiel a su burguesía desde que participó activamente en la primera carnicería mundial. Para ser más precisos, haremos aquí un esbozo[12] de la naturaleza y el origen del ANC y del PC sudafricano como fuerzas de encuadramiento ideológico de la clase obrera desde los años 1920.

  • El ANC. Esta organización se creó en 1912 por y para la pequeña burguesía indígena (médicos, juristas, docentes y demás funcionarios, etc.), gente que reivindicaba la democracia, la igualdad racial y el sistema constitucional inglés como lo ilustran las propias palabras de Nelson Mandela [13] : "Durante 37 años, o sea hasta 1949, el Congreso Nacional Africano luchó respetando escrupulosamente la legalidad (…) Creíamos entonces que las reclamaciones de los africanos podrían ser tenidas en consideración al término de discusiones pacíficas y que se iría lentamente hacia el pleno reconocimiento de los derechos de la nación africana".
    Así, desde su origen hasta los años 50[14], el ANC realizó sobre todo acciones pacíficas respetuosas del orden establecido, distando mucho de querer echar abajo el sistema capitalista. Así, Mandela se jactaba de su combate "anticomunista" como lo pone de relieve en autobiografía Un largo camino hacia la libertad. La orientación de la política estalinista, sin embargo, que propugnaba una alianza entre la burguesía ("progresista") y la clase obrera, permitió al ANC apoyarse en el PC para acceder al medio obrero, sobre todo por medio de los sindicatos, controlados por ambos partidos juntos desde entonces hasta hoy.
  • El Partido Comunista Sudafricano. El PC lo crearon personas que reivindicaban el internacionalismo proletario, siendo así miembro de la Tercera Internacional (en 1921). En sus inicios, el PC defendía la unidad de la clase obrera dándose la perspectiva del derrocamiento del capitalismo y la instauración del comunismo. Pero a partir de 1928, se convirtió en un simple brazo ejecutor de las instrucciones de Stalin en la colonia sudafricana. En efecto, a la teoría estaliniana del "socialismo en un solo país" se agregaba la idea de que los países subdesarrollados tenían que pasar obligatoriamente por "una revolución burguesa" y, por lo tanto, según tal planteamiento, el proletariado siempre podría luchar contra la opresión colonial, pero, ni mucho menos, instaurar un poder proletario del tipo que fuera en las colonias de entonces.
    El PC sudafricano aplicó esa orientación hasta la absurdez transformándose incluso en perro fiel del ANC en los años 1950, como lo ilustra lo siguiente: "El PC ofreció sus servicios al ANC. El secretario general del PC le explicó a Mandela: "Nelson, ¿qué tienes contra nosotros? Nosotros luchamos contra el mismo enemigo. No hablamos de dominar el ANC; nosotros trabajamos en el contexto del nacionalismo africano". En 1950 Mandela aceptó que el PC pusiera su aparato militante al servicio del ANC, poniéndole así en bandeja el control de una buena parte del movimiento obrero y una ventaja importante para que el ANC fuera hegemónico en el movimiento antiapartheid. A cambio, el ANC serviría de vitrina legal para el aparato de un PC prohibido."[15]

De ahí que esos dos partidos, claramente burgueses, se hicieran inseparables y se encuentren hoy a la cabeza del Estado sudafricano para la defensa de los intereses perfectamente entendidos por del capital nacional y contra la clase obrera a la que oprimen y, llegado el caso, aplastan sin miramientos como ocurrió con el movimiento de huelga de los mineros de Marikana en agosto de 2012.

El apartheid contra la lucha de la clase

Apartheid: término que significa una realidad inhumana aborrecida hoy en el mundo entero, incluso entre sus antiguos secuaces, pues ha simbolizado durante mucho tiempo la forma de explotación capitalista más infame contra las capas y las clases pertenecientes al proletariado sudafricano. Antes de ir más lejos, propongamos una definición, entre otras, de ese término: En la lengua afrikáans hablada por los afrikáners, apartheid significa "separación", y más precisamente separación racial, social, cultural, económica, etc... Detrás de una definición así, formal, de la palabra se oculta una doctrina acarreada por capitalistas y colonialistas "primitivos" que combina fines económicos e ideológicos: "El apartheid surgió a la vez del sistema colonial y del sistema capitalista; por estas dos razones ha marcado la sociedad sudafricana con las divisiones de razas características de aquél y las divisiones de clases inherentes a éste. Como muchos otros lugares del planeta, hay una coincidencia casi perfecta entre razas negras y clase explotada. En el otro polo, sin embargo, la situación es menos clara. En efecto, la población blanca no puede asimilarse a une clase dominante de manera tajante ni mucho menos. Está, sí, formada por un puñado de poseedores de medios de producción, pero también de la masa de quienes no poseen ninguno: obreros agrícolas y de la industria, mineros, empleados del sector terciario, etc. No hay pues identidad entre raza blanca y clase dominante. (…) Ahora bien, nada de eso [que la mano de obra blanca se relacione con la negra en un plano de igualdad] ha ocurrido ni ocurrirá nunca en Sudáfrica mientras el apartheid esté vigente. Pues la finalidad de tal sistema es evitar toda posibilidad de creación de una clase obrera multirracial.[16] Es ahí donde el anacronismo del sistema de poder sudafricano, con sus viejos mecanismos de otra época, vienen en ayuda del sistema capitalista que tiende generalmente a simplificar las relaciones en el seno de la sociedad. El apartheid – en su forma más plena – vino a consolidar el edificio colonial, en el momento en que el capitalismo podría haber echado abajo la omnipotencia de los blancos. El medio ha sido una ideología y una legislación cuyo objetivo es anular los antagonismos de clase en el seno de la población blanca, extirpando los gérmenes, difuminando los contornos y sustituyéndolos por antagonismos de razas.

Al desplazar las contradicciones de un terreno difícil de controlar (división de la sociedad en clases antagónicas) al más fácilmente controlable de la división no antagónica de la sociedad entre razas, el poder blanco ha alcanzado prácticamente el resultado esperado: constituir un bloque homogéneo y unido del lado de la etnia blanca - bloque tanto más sólido porque se considera históricamente amenazado por el poder negro y el comunismo – y por el otro lado dividir a las poblaciones negras entre ellas, en tribus distintas o en capas sociales con intereses diferentes.

Del lado blanco, se minimizan, se ignoran y se difuminan los antagonismos de clase, mientras que del lado negro se cultivan, se subrayan y se provocan. Tal labor de división, facilitada por la presencia en suelo sudafricano de poblaciones de orígenes muy diversos, se ha ido llevando a cabo sistemáticamente desde la colonización: ruptura tribal de una parte de las poblaciones africanas y mantenimiento en las estructuras tradicionales de otra parte; evangelización e instrucción de unos, privación de toda posibilidad educativa de los demás; instauración de pequeñas élites de jefes y de funcionarios, pauperización de las grandes masas; y, en fin, establecimiento, acompañado de gran ruido publicitario, de una pequeña burguesía africana, mestiza, india, compuesta de individuos-tampón listos para interponerse entre sus hermanos de razas y sus aliados de clase"[17].

Estamos globalmente de acuerdo con el marco de definición y análisis del sistema de apartheid de esa autora. Somos especialmente de su parecer cuando ella afirma que el apartheid es ante todo un instrumento ideológico al servicio del capital contra la unidad (en la lucha) de los diferentes miembros de la clase explotada, de los obreros de todos los colores, en el caso que nos ocupa. Dicho de otra manera, el sistema del apartheid es ante todo un arma contra la lucha de clases como motor de la historia, la única que sea capaz de echar abajo el capitalismo. Si bien el apartheid fue teorizado y aplicado a fondo, a partir de 1948, por la fracción afrikáner, la más retrograda de la burguesía colonial sudafricana, fueron, sin embargo, los británicos, portadores de la "civilización más moderna" los que pusieron los jalones de un sistema tan inmundo. "En efecto, ya desde principios del siglo XIX, los invasores británicos tomaron las medidas legislativas y militares para agrupar una parte de las poblaciones africanas en las "reservas", dejando u obligando a la otra parte a salir de ellas para emplearse a través del país en diferentes sectores económicos. La superficie de esas reservas tribales se fijó en 1913 siendo ligeramente aumentada en 1936 para acabar ofreciendo a la población (negra) únicamente el 13 % del territorio nacional. A esas reservas tribales construidas artificialmente por el poder blanco (…) se les puso el nombre de Bantustanes (…) "hogares nacionales para bantús", debiendo cada uno de ellos agrupar teóricamente a los miembros de una misma etnia". (Brigitte Lachartre. Ídem.)

Así, la idea de separar las razas y las poblaciones la puso en práctica primero el colonialismo inglés aplicando metódicamente su famosa estrategia de "divide y vencerás", implantando una separación étnica, no sólo entre blancos y negros, sino, con mayor cinismo si cabe, entre etnias negras.

Los celadores del sistema no pudieron, sin embargo, impedir que estallaran sus propias contradicciones generando inevitablemente el enfrentamiento entre las dos clases antagónicas. O sea que, aún bajo un sistema tan bárbaro, hubo muchas luchas obreras llevadas a cabo tanto por obreros blancos como por obreros negros (o mestizos e indios).

Cierto es que la burguesía sudafricana logró, las más de las veces y con maestría, hacer impotentes las luchas obreras, envenenando durablemente la conciencia de clase de los proletarios sudafricanos. Esto se plasmó en que hubo grupos obreros que se batían a menudo contra sus explotadores, y a la vez también contra sus compañeros de etnia diferente de la suya, cayendo así atrapados en la trampa mortal que les tendía el enemigo de clase. En resumen, fueron escasas las luchas que unieron a obreros de origines étnicos diferentes. También se sabe que hubo cantidad de organizaciones dizque "obreras", o sea sindicatos y partidos, que le facilitaron la tarea al capital avalando esa política de la "división racial" de la clase obrera sudafricana. Los sindicatos de origen europeo junto con el Partido Laborista Sudafricano, por ejemplo, defendían ante todo (o exclusivamente) los "intereses" de los obreros blancos. De igual modo, los diferentes movimientos negros (partidos y sindicatos) luchaban ante todo contra la destino reservado a los negros por el sistema de exclusión, exigiendo primero la igualdad y después la independencia. Fue el ANC el que representó principalmente esta orientación. Subrayemos aquí el caso particular del PC sudafricano, el cual, en un primer tiempo (principios de los años 1920), intentó unir a la clase obrera sin distinción en el combate contra el capitalismo, pero no tardó en abandonar el terreno del internacionalismo, decidiendo privilegiar "la causa negra". Fue el inicio de su "estalinización" definitiva.

Movimientos de huelga y otras luchas sociales entre 1884 y 2013
Primera lucha obrera en Kimberley

Como por casualidad, el diamante, que hizo nacer simbólicamente el capitalismo sudafricano, fue también el origen del primer movimiento de lucha proletaria. La primera huelga obrera estalló en Kimberley, "capital del diamante" en 1884, donde los mineros de origen británico decidieron luchar contra la decisión de las compañías mineras de imponerles el sistema de "compound" (campo de trabajo obligatorio) reservado hasta entonces a los trabajadores negros. En esta lucha, los mineros montaron piquetes de huelga para imponer una relación de fuerzas por la satisfacción de sus reivindicaciones. Los patronos, para doblegar a los huelguistas, contrataron a “esquiroles” y, por otra parte, acudieron tropas armadas que se pusieron de inmediato a disparar contra los obreros. Hubo 4 muertos entre los huelguistas, que, sin embargo, continuaron la lucha con fuerza, lo que obligó a la patronal a satisfacer sus reivindicaciones. Ese fue el primer movimiento de lucha que opuso a las dos fuerzas históricas bajo el capitalismo sudafricano que, aunque terminó con muertes, fue victorioso para el proletariado. Ahí se inició la verdadera lucha de clases en el África del Sur capitalista, plantando así un mojón indicador para los enfrentamientos siguientes.

Huelga contra la reducción de salarios en 1907

No contentos con los ritmos que imponían a los obreros para incrementar los rendimientos, los empleadores del Rand [18] decidieron, en 1907, bajar los sueldos un 15 %, en especial los de los mineros de origen británico, considerados como "privilegiados". Igual que cuando la huelga de Kimberley, la patronal contrató a esquiroles (afrikáners muy pobres) los cuales, sin ser solidarios de los huelguistas, se negaron, sin embargo, a hacer el trabajo sucio que se les mandaba. Pero la patronal logró doblegar a los huelguistas, especialmente gracias al desgaste. Cabe señalar que las fuentes de las que disponemos hablan, sí, de huelga de envergadura, pero no dan cifra alguna sobre la cantidad de participantes en el movimiento.

Huelgas y manifestaciones en 1913

Frente a la reducción masiva de salarios y la degradación de sus condiciones de trabajo, los mineros entraron masivamente en lucha. Durante el año 1913, los obreros lanzaron una huelga en una mina contra las horas extras que la empresa quería imponerles. Fue la chispa que hizo prender el movimiento a todos los sectores con manifestaciones de masas, que acabaron siendo aplastadas violentamente por las fuerzas del orden. Al final se contaron (oficialmente) unos veinte muertos y cien heridos.

Huelga de ferroviarios y de mineros de carbón en 1914

A principios de 1914 estalló una serie de huelgas en la minería de carbón y en los ferrocarriles contra la degradación de las condiciones de trabajo. Pero el movimiento de lucha se desarrollaba en un contexto particular, el de los terribles preparativos de la primera carnicería imperialista mundial. En aquel movimiento, se pudo notar la presencia de la fracción afrikáner, pero separada de la fracción inglesa, y, claro está, cada una de ellas bien encuadradas por sus sindicatos respectivos, defendiendo cada uno a sus propios "clientes étnicos".

Así las cosas, el gobierno se apresuró a instaurar la ley marcial para romper físicamente la huelga y a sus iniciadores, encarcelando o deportando a cantidad de huelguistas. Se ignora hoy todavía el número exacto de víctimas. Por otra parte, hay que señalar aquí el papel particular de los sindicatos en ese movimiento de lucha: fue en ese mismo tiempo de represión de las luchas en el que los dirigentes sindicales y del Partido Laborista votaron los créditos de guerra en apoyo a la entrada en guerra de la Unión Sudafricana contra Alemania.

Agitaciones obreras contra la guerra de 1914 e intentos de organización

Aunque, globalmente, se amordazó a la clase obrera durante la guerra 1914/18, algunos proletarios intentaron oponerse a ella propugnando el internacionalismo contra el capitalismo. "(…) En 1917, apareció un cartel por los muros de Johannesburgo, convocando a una reunión para el 19 de julio: ‘Venid a discutir puntos de interés común entre obreros blancos e indígenas’. Este texto lo publicó la International Socialist League (ISL), una organización sindicalista revolucionaria influida por los IWW norteamericanos (…) y formada en 1915 en oposición a la Primera Guerra mundial y a las políticas racistas y conservadoras del Partido Laborista sudafricano y de los sindicatos de oficio. Al principio contaba sobre todo con militantes blancos, pero la ISL se orientó rápidamente hacia los obreros negros, llamando en su semanario La Internacional, a construir ‘un nuevo sindicato superador de los límites de oficios, de colores de piel, de razas y de sexo para destruir el capitalismo paralizando a la clase capitalista’”[19].

A partir de 1917, los obreros de color se organizan en la ISL. En marzo de 1917, la ISL funda un sindicato de obreros indios en Durban. En 1918, funda un sindicato de trabajadores del ramo textil (que se declaran después también en Johannesburgo) y un sindicato de conductores de caballos en Kimberley, ciudad de la extracción de diamantes. En Ciudad del Cabo, una organización hermana, la Industrial Socialist League, funda el mismo año un sindicato de trabajadores de azucareras y confiterías.

La reunión del 19 de julio es un éxito y es la base de reuniones semanales de grupos de estudio llevados por miembros de la ISL (especialmente Andrew Dunbar, fundador de los IWW en Sudáfrica en 1910). En esas reuniones se discute sobre capitalismo, sobre lucha de clases y sobre la necesidad para los obreros africanos de sindicarse para obtener aumentos de sueldo y suprimir el sistema de salvoconductos. El 27 de septiembre siguiente, los grupos de estudio se transforman en sindicato, Industrial Workers of Africa (IWA, Obreros industriales de África), siguiendo el modelo de IWW. Su comité de organización está enteramente compuesto de africanos. Las demandas de los nuevos sindicatos, sencillas e intransigentes, se resumen en la consigna: “Sifuna Zonke!” ("¡Lo queremos todo!").

Surge ahí por fin la expresión del internacionalismo proletario en ciernes. Un internacionalismo portado por una minoría de obreros pero tan importante en aquel entonces, pues eso sucedía cuando tantos proletarios estaban maniatados y arrastrados a la primera matanza imperialista mundial por le Partido Laborista traidor junto con los sindicatos oficiales. Otro aspecto que ilustra la fuerza y la dinámica de esas pequeñas agrupaciones internacionalistas fue que de ellas (en especial de la Liga Internacional Socialista) salió gente para formar el Partido Comunista Sudafricano en 1920. Fueron esos grupos, dominados sin duda por los valedores del sindicalismo revolucionario, los que favorecieron activamente la emergencia de sindicatos radicales, en particular entre los trabajadores negros, mestizos, etc.

Ola de huelgas en 1918

Hubo huelgas, a pesar de la dureza de la época con leyes marciales contra cualquier reacción o movimiento de protesta: "En 1918, el país se vio sumido en una oleada de huelgas sin precedentes contra el coste de vida y por aumentos de sueldo, huelgas que agruparon a obreros blancos y de color. Cuando el juez McFie mandó a la cárcel a 152 obreros municipales africanos en junio de 1918, ordenándoles que siguieran "haciendo el mismo trabajo que antes" pero ahora desde la cárcel, vigilados por una escolta armada, los progresistas blancos y africanos lo consideraron insultante. El TNT (Transvaal Native Congres, antepasado del ANC) convoca a una manifestación de masas de obreros africanos en Johannesburgo el 10 de junio". (http//www-pelloutier.net).

Hay que poner aquí de relieve algo importante o simbólico: fue esa la única implicación (conocida) del ANC en un movimiento de lucha de la clase en sentido propio. Fue sin duda una de las razones que explica que esa fracción nacionalista haya tenido después una influencia entre la clase obrera negra.

Huelgas masivas en 1919/1920 reprimidas en la sangre

Durante el año 1919, un sindicato radical (Industrial and Commercial Workers Union, Unión de Trabajadores de la Industria y el Comercio) formado por negros y mestizos, sin blancos en sus filas, lanzó un amplio movimiento de huelga, en particular entre los estibadores de Puerto Elisabeth. Una vez más, la policía secundada por grupos de blancos armados quebró el movimiento por las armas, acarreando más de 20 muertos entre los huelguistas. Una vez más, vemos aquí a huelguistas aislados, con la derrota segura de la clase obrera en un combate tan desigual en el plano militar.

En 1920, fueron esta vez los mineros africanos los que iniciaron una de las mayores huelgas habidas en el país, que afectó a unos 70 000 trabajadores. Un movimiento que duró una semana, antes de que lo aplastaran las llamadas fuerzas del orden, cuyos disparos mataron a muchos huelguistas. A pesar de lo masivo del movimiento de los obreros africanos, no pudo contar con la menor ayuda de los sindicatos blancos que se negaron a convocar huelgas y acudir en ayuda de las víctimas de los disparos de la burguesía colonial. Por desgracia, esa falta de solidaridad por parte de los sindicatos fue sistemática en cada lucha.

En 1922, huelga insurreccional aplastada por un ejército fuertemente armado

A fines de diciembre de 1921, la patronal de las minas de carbón anuncia bajas masivas de sueldos y despidos para sustituir a 5 000 mineros europeos por indígenas. En enero de 1922, 30 000 mineros deciden luchar contra los ataques de la patronal minera. Frente a las dilaciones de los sindicatos, un grupo de obreros toma la iniciativa de la respuesta dotándose de un comité de lucha y llamando a la huelga general. Así los mineros forzaron a los dirigentes sindicales a seguir el movimiento, pero tal huelga no fue ni mucho menos "general" pues sólo concernía a los "blancos".

Frente a la pugnacidad de los obreros, el Estado y la patronal unidos deciden emplear mayores medios militares para atajar el movimiento. Para enfrentar la huelga, el gobierno declara la ley marcial, agrupando a unos 60 000 hombres equipados de ametralladoras, cañones, carros e incluso aviones.

Por su parte, ante la abundancia de armas en sus enemigos, los huelguistas empezaron a armarse con fusiles y escopetas y a organizarse en comandos. Se asistió entonces a una batalla campal como en una verdadera guerra. Al término del combate, se contó por parte obrera a más de 200 muertos y 500 heridos. Hubo 4750 detenciones y 18 condenas a muerte. Fue pues una verdadera guerra, como si el imperialismo surafricano, parte activa en la Primera Guerra Mundial, quisiera prolongar su acción bombardeando a los obreros de las minas como si se enfrentara a las tropas alemanas. Con esa acción, la burguesía colonial británica mostraba su odio rotundo hacia el proletariado sudafricano pero también el miedo que éste le infundía.

¿Qué lecciones extraer de ese movimiento?: tras su carácter tan militar, ese enfrentamiento sangriento fue sobre todo una verdadera guerra de clases, proletariado contra burguesía, aunque, eso sí, con medios muy desiguales. Esto no hace sino poner más aún de relieve que la fuerza primordial de la clase obrera no es militar sino, ante todo, la de su unidad más amplia posible. En lugar de buscar el apoyo del conjunto de los explotados, los mineros (blancos) cayeron en la trampa que les tendió la burguesía con su proyecto de sustituir a los 5 000 obreros europeos por indígenas. Esto se concretó en una tragedia, pues durante toda la batalla campal entre mineros europeos y fuerzas armadas del capital, los demás obreros (200 000, entre negros, mestizos e indios) acudieron al trabajo o se quedaron de brazos cruzados. Está claro también, que, desde el principio, la burguesía era claramente consciente de la debilidad de unos obreros que iban al combate tan profundamente divididos. De hecho, la repugnante receta de "divide y vencerás" se aplicó aquí con éxito, mucho antes de que se instaurara oficialmente el apartheid, cuyo objetivo principal, como decíamos antes, fue servir contra la lucha de clases. Y la burguesía se aprovechó además de su victoria militar sobre los proletarios sudafricanos para reforzar su control sobre la clase obrera. Organizó elecciones en 1924 de las que salieron vencedores los partidos populistas clientelistas que se presentaban como defensores de los "intereses de los blancos", o sea el Partido Nacional (bóer) y el Partido Laborista que formaron una coalición gubernamental. Fue esta coalición gubernamental la que promulgó las leyes que instauraron las divisiones raciales llegando incluso a considerar un crimen la ruptura de contrato de trabajo por parte de un negro; o, también, imponiendo un sistema de salvoconducto para los negros e imponiendo zonas de residencia obligatoria para los indígenas. Y "La barrera del color" ("color bar") era para reservar a los blancos los empleos cualificados asegurándoles un salario bastante más alto que el de negros o indios. A eso se añadieron otras leyes segregacionistas como la llamada "Ley de Conciliación Industrial" que permitía que se prohibieran organizaciones no blancas. Fue ese dispositivo ultra-represivo y segregacionista en el que se basó, en 1948, el gobierno afrikáner para instaurar jurídicamente el apartheid.

La burguesía consiguió así paralizar durablemente toda expresión de lucha de clase proletaria. Habrá que esperar hasta la víspera de la Segunda Guerra mundial para ver a la clase obrera levantar cabeza reemprendiendo el camino de sus combates de clase. De hecho, entre finales de los años 20 y 1937, el terreno de la lucha estuvo ocupado por el nacionalismo: por el PC sudafricano, el ANC y sus sindicatos, de un lado, y por el Partido Nacional afrikáner y sus satélites, del otro.

(Continuará)

Lassou, diciembre de 2013


[1]. Ver la serie "Contribución a la historia del movimiento obrero en África” (centrado, especialmente en Senegal, en Revista Internacional nos 145, 146, 147, 148 y 149.

[2]. Un ejemplo reciente: en agosto de 2012, la policía del gobierno del ANC asesinó a 34 huelguistas de las minas de Marikana.

[3]. Henri L. Wesseling, Divide y vencerás. El reparto de África, (1880-1914) Barcelona, Península, 2ª ed. 2011.

[4] Ídem.

[5]. Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, tomo 2, los tres capítulos: ‘‘La lucha contra la economía natural”, “La lucha contra la economía de mercancías” y “La lucha contra la economía campesina” ed. Orbis.

[6]. Brigitte Lachartre, Luttes ouvrières et libération en Afrique du Sud, Ediciones Syros, 1977.

[7]. Henri Wesseling, Ídem, p.154 .

[8]. Henri Wesseling, ídem, p. 353.

[9].El Estado sudafricano contribuyó ampliamente en esa labor mediante leyes con las que reprimir toda organización no blanca.

[10]. Lucien van der Walt (Bikisha media collective), https://www.zabalaza.net [45].

[11]. Volveremos más tarde sobre las organizaciones sindicales que se reclaman de la clase obrera.

[12]. En el próximo artículo detallaremos las funciones de los partidos/sindicatos que actuaban en el seno de la clase obrera.

[13]. Citado por Brigitte Lachartre, ídem.

[14]. Fue tras la instauración oficial del apartheid en 1948 cuando el PC y el ANC iniciaron la lucha armada.

[15]. Cercle Léon Trotski, Exposición del 29/01/2010, página Internet www.lutte-ouvri [46]ère.org

[16]. Subrayado nuestro.

[17] Brigitte Lachartre, Ídem.

[18]. Rand es la forma abreviada del nombre de la región llamada Witwatersrand, la región de Johannesburgo.

[19]. Une histoire du syndicalisme révolutionnaire en Afrique du Sud, página web: https://www.matierevolution.fr/spip.php?article1066 [47]. 

 

Geografía: 

  • Sudáfrica [48]

Personalidades: 

  • Nelson Mandela [49]
  • ANC [50]
  • Andrew Dunbar [51]
  • TW Thibedi [52]
  • Bernard Le Sigamoney [53]

Acontecimientos históricos: 

  • Lucha de clases [54]
  • apartheid [55]

Rubric: 

Contribución a una historia del movimiento obrero en África del Sur

URL de origen:https://es.internationalism.org/revista-internacional/2015/4099/abril/rev-internacional-n-154-1er-semestre-de-2015

Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint-154_net.pdf [2] https://es.internationalism.org/node/2829 [3] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas08-12.pdf [4] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas05-12.pdf [5] http://classiques.uqac.ca/classiques/dolleans_edouard/hist_mouv_ouvrier_2/hist_mouv_ouvrier_t2.pdf [6] http://dormirajamais.org/jaures-1/ [7] https://es.internationalism.org/revistainternacional/201410/4055/sobre-la-naturaleza-y-la-funcion-del-partido-politico-del-proletari [8] https://www.marxists.org/francais/inter_soc/spd/18910000.htm [9] https://www.marxists.org/francais/kautsky/works/1905/12/kautsky_19051209.htm [10] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/ia-guerra-mundial [11] https://es.internationalism.org/Rint110%20-%20Ficci] [12] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198204/135/informe-sobre-la-funcion-de-la-organizacion-revolucionaria [13] https://es.internationalism.org/node/2127 [14] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe3/lenin-obras-1-3.pdf [15] https://www.marxists.org/espanol/serge/represion/index.htm [16] https://es.internationalism.org/rint/2993/114_15congreso.html [17] https://fr.internationalism.org/ri330/ficci.html [18] https://fr.internationalism.org/icconline/2006_ficci [19] https://es.internationalism.org/ccionline/201405/4021/la-cci-atacada-por-une-nueva-oficina-del-estado-burgues [20] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos [21] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/parasitismo [22] https://es.internationalism.org/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [23] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional [24] https://es.internationalism.org/tag/5/645/conferencia-extraordinaria-de-la-cci-2014 [25] https://es.internationalism.org/book/export/html/213 [26] https://es.internationalism.org/Rint102/08.htm [27] https://es.internationalism.org/rint128cnt [28] https://es.internationalism.org/rint130cnt [29] https://es.internationalism.org/rint131cnt [30] https://www.upf.edu/materials/bib/docs/acceslliure/Balance/Balance36.pdf [31] https://es.internationalism.org/revista127-periodo] [32] https://libcom.org/article/berneri-luigi-camillo-1897-1937 [33] https://ia600409.us.archive.org/13/items/EntrelarevolucionylastrincherascCamiloBerneni/EntreLaRevolucionYLasTrincherasBerneri.pdf] [34] https://ia600409.us.archive.org/13/items/EntrelarevolucionylastrincherascCamiloBerneni/EntreLaRevolucionYLasTrincherasBerneri.pdf [35] https://struggle.ws/Berneri/International.html [36] https://es.internationalism.org/revista127-etica [37] https://struggle.ws/Berneri/last_letter.html [38] https://en.Internationalism.org/WR/270_rev_against_war_03.html [39] https://fr.Internationalism.org/icconline/2011/notes_sur_le_mouvement_anarchiste_internationaliste_en_grande_bretagne.html [40] https://es.internationalism.org/tag/geografia/espana [41] https://es.internationalism.org/tag/20/646/durruti [42] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/anarquismo-internacionalista [43] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/anarquismo-oficial [44] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/guerra-de-espana-del-1936 [45] https://zabalaza.net/ [46] http://www.lutte-ouvri [47] https://www.matierevolution.fr/spip.php?article1066 [48] https://es.internationalism.org/tag/geografia/sudafrica [49] https://es.internationalism.org/tag/20/613/nelson-mandela [50] https://es.internationalism.org/tag/20/661/anc [51] https://es.internationalism.org/tag/20/662/andrew-dunbar [52] https://es.internationalism.org/tag/20/663/tw-thibedi [53] https://es.internationalism.org/tag/20/664/bernard-le-sigamoney [54] https://es.internationalism.org/tag/5/410/lucha-de-clases [55] https://es.internationalism.org/tag/5/660/apartheid