Rev. Internacional nº 104, 1er trimestre 2001

Crisis económica, Oriente Medio - Las aberraciones del capitalismo 'democrático'

A favor o en contra de la "globalización" o "mundialización", tranquilizadores o alarmantes, los discursos sobre la situación internacional y sus perspectivas son unánimes en una cosa: la democracia sería el único sistema que permitiría hacer progresar y prosperar a la sociedad, y el capitalismo sería la forma acabada de la organización económica, política y social de la humanidad: "El 2000 no ha sido el verdadero primer año del siglo XX. En términos sustanciales, el siglo XXI empezó en 1991 con la caída del comunismo soviético, el hundimiento del orden bipolar y el esplendor del capitalismo global como ideología incuestionable de nuestra era" (1).¿Y qué ocurre con la multiplicación de las guerras locales y de las matanzas? ¿Por qué aumenta incuestionablemente, por qué se generaliza la miseria en el mundo? ¿Por qué se incrementa el desempleo y la degradación de las condiciones de existencia del proletariado? ¿Cómo habrán de entenderse las hambrunas, el incremento de las epidemias, la corrupción y la inseguridad crecientes? ¿A qué se deben las catástrofes "naturales" y las amenazas sobre el medio ambiente a escala planetaria? Todo ello se debe a que el capitalismo sigue ahí, por las relaciones sociales y las relaciones de producción que impone, en las que las necesidades humanas importan un comino y que solo persiguen un único objetivo: la ganancia y "no simplemente la obtención de ganancias en oro contante y sonante, sino la obtención de ganancias en una progresión cada vez mayor" (2).

A estas objeciones nos encontramos con varias respuestas.

La "mundialización" o la fábula de la "democracia" para ocultar el caos capitalista

Todo eso no serían más que exageraciones de plañideras que se niegan a ver el bienestar que proporciona el sistema actual. Esta es en general la respuesta de los aduladores del capitalismo liberal. Para éstos, las consecuencias desastrosas de la perpetuación del capitalismo son el precio normal que hay que pagar en este sistema social, el resultado inevitable de una ley natural que implica la eliminación de los más débiles y la salvación únicamente para los más fuertes.

O también que esas plagas del mundo moderno en los albores del siglo XXI son reales, pero deben considerarse ante todo como excesos o imperfecciones resultantes de errores cometidos por dirigentes demasiado codiciosos y poco preocupados por el bien común. Sería el resultado del capitalismo "salvaje". Según estas ideas, se necesitaría un control, una regulación bien planteada, organizada por los gobiernos, por los Estados, por organismos locales, nacionales o internacionales idóneos (por ejemplo, a la manera de las célebres ONG, organizaciones pretendidamente no gubernamentales). Ese control podría amortiguar los efectos devastadores del sistema, transformándolo en una verdadera organización de "ciudadanos", convirtiéndolo en un paraíso de paz y prosperidad para todos o casi. Esta respuesta, con variantes, es en general la de la izquierda del aparato político de la burguesía, de la socialdemocracia y de los ex partidos estalinistas, de los ecologistas. Esas son las ideas del ámbito "antiglobalización". También hay en él corrientes izquierdistas que ponen en sordina su fraseología revolucionaria tradicional para aportar una contribución radical al concierto de la defensa de la democracia. Así ocurre con toda clase de camarillas trotskistas o ex maoístas, anarquistas o libertarias, corrientes todas ellas más o menos retoños del izquierdismo socialista, comunista, libertario de los años 70-80. Más allá de las diferencias, todo el mundo se reivindica hoy de la democracia, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda.

Los contestatarios que en el pasado criticaban el circo parlamentario se han quitado la careta desvelando su naturaleza de fervientes defensores de la democracia burguesa que antaño despreciaban. Muchos de ellos son hoy, en casi todos los países, dirigentes del Estado, están en puestos de responsabilidad, en honorables instituciones, organismos y empresas, muy bien integrados en el sistema. Los demás, los que se han mantenido en una oposición más o menos radical a los gobiernos y a esas instituciones (3) denuncian los excesos y errores del sistema, pero en el fondo nunca se plantean cuál es su verdadera naturaleza.

Uno de los mejores ejemplos de esa ideología nos lo da regularmente el mensual francés le Monde diplomatique. Así, el su número de enero del 2001, se puede leer: que "el nuevo siglo empieza en Porto Alegre [Brasil, donde se organiza el primer Foro social mundial a finales de enero 2001]. Todos aquellos que de una manera o de otra, cuestionan o critican la mundialización neoliberal van a reunirse [?] No ya para protestar como en Seattle, Washington, Praga u otros lugares, contra las injusticias, las desigualdades y los desastres que provocan por todas las partes del mundo los excesos del neoliberalismo. Sino para intentar, con ánimo positivo y constructivo esta vez, proponer un marco teórico y práctico que permita considerar una mundialización de nuevo tipo, afirmando que otro mundo, menos inhumano y más solidario, es posible" (4).

En el mismo número hay un artículo de Toni Negri, figura de Potere operaio (5), el cual explica la idea de que hoy ya no hay imperialismo, sino? ¡un "Imperio" capitalista!. Lo expuesto parece mantenerse fiel a la "lucha de clases" y a la "batalla de los explotados contra el poder del capital". Pero solo es apariencia. El artículo pretende sobre todo inventar una especie de nueva perspectiva para la lucha de clases. Y así acaba cayendo de cabeza en lo mismo de siempre: la necesidad de defender no se sabe qué democracia en lugar de la "revolución" e identificarse como ciudadanos en el lugar de la identidad de clase del proletariado. "Esas luchas exigen, además de un salario garantizado, una nueva expresión de la democracia en el control de las condiciones políticas de reproducción de la vida. [?] La mayoría de esas ideas nacieron durante las manifestaciones parisinas del invierno de 1995, aquella "Comuna de París bajo la nieve" [¡] que exaltaba [?] el auto-reconocimiento subversivo de los ciudadanos de las grandes ciudades".

Cualesquiera que sean las intenciones subjetivas de esos protagonistas de la contestación del sistema capitalista, de esos defensores de la perspectiva de la democracia, lo único para lo que sirve objetivamente todo eso, es para mantener las ilusiones de que se puede reformar el sistema o transformarlo gradualmente.

Lo que la clase obrera necesita comprender, en contra de esas viejas ideas reformistas que se han vuelto a poner de moda, es que el imperialismo esa "etapa suprema del capitalismo" como decía Lenin, sigue dominando el mundo, afectando a "todos los Estados, desde el más pequeño al más grande" como decía Rosa Luxemburg, causa básica de la multiplicación de las guerras locales y de la proliferación de las matanzas por el ancho mundo, en cantidad de regiones con conflictos militares. Ante las numerosas preguntas e inquietudes que se hacen frente la vacuidad y lo absurdo del mundo actual, ante la ausencia cada día más patente de perspectiva que impregna toda la sociedad, ante este ambiente abrumador de un vivir día a día, frente a la tendencia a "cada uno para sí", la descomposición del tejido social, la desintegración de la solidaridad colectiva, la clase obrera necesita comprender que la perspectiva del capitalismo no es la de un mundo de ciudadanos que una bonita democracia haría vivir en paz, en medio de la abundancia y la prosperidad. Lo que la clase obrera necesita entender es que la sociedad actual es y sigue siendo una sociedad de clases, un sistema de explotación del hombre cuyo motor es la ganancia y el funcionamiento dictado por la acumulación del capital; entender que la democracia es una democracia burguesa, la forma más elaborada de la dictadura de la clase capitalista.

Lo que ha cambiado desde 1991 no es que el capitalismo haya triunfado sobre el comunismo y que se habría impuesto como único sistema social viable. Lo que cambió fue que el régimen capitalista e imperialista del bloque soviético se desmoronó por los golpes de la crisis económica y frente a la presión militar de su enemigo, el bloque occidental. Lo que cambió fue la configuración imperialista del planeta que dominaba el mundo desde la Segunda Guerra mundial. No fue el comunismo o un sistema en transición hacia él lo que se desmoronó en el Este. En verdadero comunismo, que no ha existido nunca todavía, sigue estando al orden del día. Y no podrá ser instaurado más que mediante el derrocamiento revolucionario de la dominación capitalista por la clase obrera internacional. Es la única alternativa contra lo que augura la supervivencia de la sociedad capitalista: el hundimiento en un caos sin nombre que podría acarrear la destrucción definitiva de la humanidad.

La "nueva economía", el descalabro de la crisis que no cesa

Mientras que los festejos del año 2000 ce organizaron con los mejores auspicios en la euforia de la "nueva economía", el año 2001 ha empezado con una inquietud claramente afirmada en cuanto a la salud económica del capitalismo mundial. Las nuevas ganancias prodigiosas se han desvanecido. Al contrario, después de un año de sinsabores y desilusiones, los ases del e-business y de la net-economía han multiplicado las quiebras y despedido a mansalva en un contexto general apático. Unos ejemplos: "Con el enfriamiento de la nueva economía, ha habido un torbellino de anuncios de despidos. Más de 36000 empleos han sido suprimidos en los "puntocom" en la segunda mitad del año pasado, incluidos los 10000 del mes último" (6).

Ya hemos analizado en varias ocasiones la situación de la crisis económica (7). No vamos a volver a detallar esos análisis, cuyas conclusiones se han vuelto a confirmar hoy. En diciembre pasado, algunas revistas de la prensa internacional titulaban cosas como "Caos" (8), o "¿Aterrizaje brutal?" (9). Por detrás de una fraseología hueca y tranquilizadora, la burguesía necesita saber qué hay de las ganancias que puede esperar de sus inversiones; tiene que rendirse ante lo evidente: la "nueva economía" no es más que otro collar del mismo perro de la "vieja economía", o sea, no un producto del crecimiento sino de la crisis de la economía capitalista. El desarrollo de las comunicaciones por Internet no es la "revolución" prometida. El uso a gran escala de Internet, tanto en los flujos comerciales y las transacciones financieras y bancarias como en el seno de las empresas y las administraciones, en nada cambia las leyes inevitables de la acumulación del capital que exigen el beneficio neto, la rentabilidad y la competitividad en el mercado.

Como cualquier otra innovación técnica, la ventaja competitiva que otorga el uso de Internet desaparece muy rápidamente en cuanto se generaliza ese uso. Y, además, en el ámbito de la comunicación y de las transacciones, para que la técnica funcione y sea eficaz implica que todas las empresas estén conectadas, lo cual significa que la innovación que representa el uso de esa red destruye las ventajas que supuestamente proporciona.

Al principio, la gran "revolución tecnológica" de Internet iba a permitir un desarrollo colosal del "modelo B2C", siglas que significan "business to consumer", o sea una relación directa entre productor y consumidor. De hecho se trata simplemente de consultar catálogos y hacer pedidos por correspondencia electrónica por Internet y no por correo. ¡Vaya novedad! ¿Revolución tecnológica? Muy rápidamente el B2C ha sido abandonada en beneficio del B2B el "business to business", la relación directa entre las empresas mismas. El primer "modelo" apostaba por unas ganancias obtenidas mediante la correspondencia por correo electrónico, poco rentable en fin de cuentas al estar esencialmente dedicada al consumo de las familias. El segundo debía servir para poner en relación directa a las empresas. Las ganancias debían entonces venir de dos "salidas mercantiles". Por un lado las empresas podían ganar dinero, o más bien reducir sus gastos, mediante la reducción de los intermediarios en sus relaciones. ¡No es ya un verdadero mercado, sino una simple reducción de gastos! Por otro lado, íbamos a asistir a la apertura de un "mercado" fabuloso, el de la necesidad de proporcionar mediante Internet los servicios idóneos (anuarios, listas, catálogos, aplicaciones informáticas, medios de pago, etc.); o sea, vuelven a entrar por la ventana los? intermediarios expulsados por la puerta. ¡Gracias Internet!.

Es evidente que tampoco aquí las ganancias se han presentado y se han abandonado rápidamente esos "modelos" económicos. Ha desaparecido el 98% de las starts up de estos últimos años, esas empresas de la "nueva economía" que iban a ser el ejemplo del radiante porvenir del desarrollo capitalista. Y en las que han sobrevivido, a los asalariados les abruma la decepción después de la euforia del enriquecimiento (¡virtual!) de los dividendos de las stocks options generosamente regaladas, trabajando durante horas y horas. Es significativo que los sindicatos, que hasta ahora han dejado esa mano de obra de lado, estén ahora entrando con fuerza en el sector. Y no porque el sindicalismo se haya convertido como por ensalmo en defensor de los trabajadores(10), sino porque sería peligroso dejar que se desarrollara la libre reflexión entre unos trabajadores brutalmente despertados de sus dorados sueños.

La ideología de la net-economy es una clara ilustración del atolladero en que está la economía burguesa, del declive histórico de las relaciones capitalistas de producción. En esa ideología, la ganancia debía ahora obtenerse del desarrollo del comercio y ya no directamente de la producción. El comerciante debía, en cierto modo, cobrar más importancia que el productor. Pero ¿qué ideología es ésa, sino una especie de aspiración a volver a un capitalismo mercantil como el que existía a finales de? la Edad Media?. En aquel entonces, el capitalismo empezaba a desarrollarse gracias al auge del comercio, el cual iba a romper las trabas de las relaciones feudales de producción que encerraban las fuerzas productivas en la prisión del sistema de servidumbre. Hoy, y desde hace más de un siglo, el mercado mundial ha sido conquistado por el capitalismo y el mercado mundial rebosa de una sobreproducción generalizada incapaz de encontrar salidas suficientes. La salvación del capitalismo no vendrá de un nuevo auge del comercio, lo cual es imposible en las condiciones históricas de la época actual.

Hasta ahora solo hemos considerado en este artículo la net-economy, debido a que su hundimiento durante el año 2000 fue lo más comentado de la crisis de la economía capitalista. Pero como lo dice la revista citada arriba: "las supresiones de empleo fueron mucho más allá que el planeta "puntocom". Hubo más de 480000 despidos en noviem-bre. General Motors ha despedido a 15000 obreros con el cierre de Oldsmobile. Whirlpool ha reducido su plantilla en 6300 obreros y Aetna ha puesto en la calle a 5000" (11). En efecto, el año 2001 se ha abierto con una aceleración considerable de la crisis. En Estados Unidos, Greenspan, director de la Reserva federal, ha tomado medias de urgencia para intentar atajar el espectro de la recesión. La "nueva economía" está naufragando y la crisis de la "vieja economía" prosigue sin descanso. Endeudamiento gigantesco a todos los niveles, ataques cada día más duros contra las condiciones de vida del proletariado a escala internacional, incapacidad de integrar en las relaciones de producción capitalistas a masas crecientes de desocupados etc., ésas son las consecuencias principales de la economía capitalista. Los Estados, los bancos centrales, las Bolsas, el FMI, en general todas las instituciones financieras y bancarias y todos los "actores" de la política mundial no cesan de esforzarse por regular el funcionamiento caótico de esta "economía de casino" (12), pero los hechos son testarudos y las leyes del capitalismo acaban siempre imponiéndose.

Así como en el ámbito económico en el que los diferentes discursos sirven sobre todo para ocultar el declive histórico del capitalismo y la profundidad de la crisis, en el del imperialismo los discursos sobre la paz sirven para ocultar el caos y los antagonismos crecientes a todos los niveles. La situación actual en Oriente Medio es una clara ilustración de ello.

La paz encallada en Oriente Medio

Cuando salga esta Revista internacional, el plan que Clinton quería imponer a toda costa antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos será papel mojado como era de prever.

Ni siquiera los propios protagonistas de ese "proceso de paz" saben cómo hacer frente a la situación. Cada uno procura defender lo mejor posible sus posiciones sin que ninguna de las partes sea capaz de proponer una salida estable y un mínimo viable al embrollo de la situación de guerra endémica que no ha cesado nunca en esta parte del mundo. El Estado de Israel está dispuesto a soltar lo menos posible de sus prerrogativas y la Autoridad palestina bajo el mando de Arafat no podrá ceder nada que aparezca como una capitulación de sus ambiciones.

El Estado de Israel defiende una posición de fuerza adquirida desde su fundación en 1947 a través de varias guerras contra los Estados árabes vecinos (Jordania, Siria, Líbano, Egipto) con el apoyo indefectible de Estados Unidos. El Estado de Israel, baluarte de la resistencia del bloque imperialista occidental ante la ofensiva llevada a cabo por el bloque imperialista ruso desde los años 50 (mediante los Estados árabes que se sometieron a la URSS), se ha forjado un puesto de gendarme en la región que no está dispuesto a que se le discuta.

Pero la situación ha cambiado desde el desmoronamiento del bloque imperialista ruso hace diez años. Estados Unidos ha cambiado de orientación a su política en Oriente Medio. El objetivo de la guerra del Golfo de 1991 fue que se reconociera el estatuto de superpotencia mundial a Estados Unidos frente las pretensiones de sus aliados del bloque occidental, Gran Bretaña, Francia y, sobre todo, Alemania, de marcar distancias con un padrino percibido ahora como demasiado omnipresente. La disciplina de bloque ya no era necesaria, puesto que la amenaza adversa había desaparecido. La guerra del Golfo también tuvo otro objetivo, el de imponer el dominio total de Estados Unidos sobre Oriente Medio.

En la época de reparto del mundo en dos grandes bloques imperialistas, la administración de Estados Unidos toleraba que sus aliados ocuparan posiciones influyentes en el ruedo imperialista en ciertas partes del mundo. Incluso delegó en algunos de ellos la labor de llevar a cabo una política exterior que, aunque a veces apareciera como opuesta a a los intereses estadounidenses, estaba de todos modos obligada a insertarse en la órbita del bloque occidental. En Oriente Medio, Gran Bretaña pudo así gozar de una influencia preponderante en Kuwait, Francia en Líbano y Siria, Alemania y Francia en Irak, etc. En 1991, la guerra del Golfo dio la señal de la voluntad de Estados Unidos de encargarse por cuenta propia de la "pax americana". La Conferencia de Madrid de 1991, las negociaciones de Oslo a partir de 1993, desembocaron en la firma de la declaración de principio israelo-palestina en Washington de septiembre de 1993, bajo la autoridad única de Estados Unidos. En mayo de 1994, Arafat y Rabin firmaron en El Cairo el acuerdo de autonomía de Gaza - Jericó, iniciando el ejército israelí una retirada que iba a permitir la llegada triunfal a Gaza de Yasir Arafat en julio de 1994.

Pero esta evolución provocó en una parte de la burguesía israelí una verdadera ruptura con la política de Estados Unidos por primera vez en la corta historia de Israel. En noviembre de 1995, Rabin fue asesinado por "un extremista". La llegada al poder del Likud de Netanyahu empezó a entorpecer seriamente los planes de la diplomacia norteamericana. Estados Unidos volverían a coger las riendas en mayo de 1999 con la vuelta del partido Laborista y Ehud Barak de Primer ministro, rematándose en el acuerdo de Sharm el Sheij entre Arafat y Barak en noviembre de 1999. La cumbre de Camp David de julio de 2000, sin embargo, que supuestamente iba a ser la culminación de la capacidad estadounidense para imponer su paz en Oriente Medio, se torció y acabó sin acuerdo. En este episodio, la política de uno de sus antiguos aliados, Francia, fue claramente un intento de sabotaje de la de Estados Unidos, quien así la denunció sin rodeos. En Israel mismo se refuerza la resistencia al "proceso de paz" a la americana con la ya tan conocida visita de Ariel Sharon, viejo halcón del Likud, a la explanada de las Mezquitas en septiembre de 2000, lo que va a dar la señal de nuevos enfrentamientos violentos que se extienden rápidamente por Cisjordania y Gaza. En octubre de 2000, una nueva cumbre en Sharm El Sheij, que preveía el cese de las violencias, la creación de una comisión de encuesta y la reanudación de las negociaciones no llegó a nada en el terreno en donde siguen la Intifada y la represión.

Hoy la situación no es la misma que la de las guerras abiertas como la guerra de los Seis Días de 1967 o la del Kippur de 1973 cuando los ejércitos israelíes se enfrentaron directamente con los de los Estados árabes, en cuyo seno participaban los diferentes Frentes de liberación de Palestina. Tampoco es la misma situación que la de 1982, cuando Israel invadió Líbano e inspiró las matanzas en masa de refugiados en los campos palestinos de Sabra y Chatila a manos de las milicias cristianas, aliadas suyas (más de 20000 víctimas en unos cuantos días). Era entonces una situación en la que predominaba el corte fundamental entre los dos grandes bloques imperialistas, por encima de alguna que otra oposición circunstancial en el seno de un mismo bloque. E incluso si Yasir Arafat, desde que acudió por vez primera a la tribuna de Naciones Unidas en 1976, procuraba granjearse las simpatías de la diplomacia de Estados Unidos, seguía siendo para ésta sospechoso de connivencia con el "Imperio del Mal", según la expresión del presidente americano de entonces, Reagan, para calificar a la URSS.

Hoy lo que impera por todas partes es la división. La burguesía israelí ya no se considera indefectiblemente vinculada a la tutela de Estados Unidos. Ya cuando la guerra del Golfo, una parte significativa de ella, sobre todo en el ejército, se rebeló contra la prohibición a Israel de replicar militarmente a los misiles iraquíes lanzados sobre su territorio. Para el ejército israelí que era y sigue siendo el más eficaz y operativo de la zona fue una píldora amarga y humillante el verse obligado a quedar pasivo y dejar su defensa en manos del estado mayor norteamericano. Después, el "proceso de paz", que ha puesto en casi igualdad a israelíes y palestinos, que impone la retirada del ejército israelí del sur de Líbano, que prevé la cesión de del Golan, etc. no es un plato que aprecie la fracción más "radical" de la burguesía israelí. Y ese "proceso de paz" tampoco es aceptable tal como está para el partido Laborista de Barak. Aunque este partido es más cercano a Estados Unidos que el Likud y tiene, sobre todo, una visión a largo plazo más realista sobre la situación en Oriente Medio, no por ello deja de ser el partido de la guerra, el que ha dirigido los ejércitos y las campañas militares principales. Es, además, el partido bajo cuya autoridad se han desarrollado las famosas implantaciones de colonos en territorio palestino. Contrariamente a bastantes tópicos y mentiras, la izquierda, el partido Laborista, no tiene más inclinación hacia "la paz" que la derecha, el Likud. Matices habrá, pero divergencias fundamentales no hay entre esas dos fracciones de la burguesía israelí. Siempre ha habido unidad nacional en la guerra como en "la paz" (los acuerdos de paz con Egipto los firmó la derecha a finales de los años 70).

Pero no es Israel el único país que podría tener tendencias a hacer su propio papel, intentando quitarse de encima la tutela norteamericana. Siria pudo echar mano de Líbano vendiendo su comportamiento "neutral" hacia Israel en la guerra del Golfo de 1991. Sin embargo, desde su punto de vista, la anexión del Golan conquistado por Israel en 1967 es impensable. Otro asunto suplementario para alimentar la tensión. Y en el propio seno de la burguesía palestina, la organización Fatah de Arafat y las más radicales no están ni mucho menos de acuerdo entre ellas. Toda la región, a imagen de la situación mundial, es presa de la tendencia a que cada cual intente ir "por su cuenta". La influencia muy preponderante de la diplomacia estadounidense es, en realidad, muy superficial, sirviendo para tapar una gran cantidad de polvorines siempre listos para estallar en un contexto de sobrearmamento de todos los protagonistas de la región.

En cuanto a las demás potencias imperialistas, aunque no puedan abiertamente sabotear las iniciativas de Estados Unidos a riesgo de encontrarse fuera de juego, como ahora está ocurriendo con la diplomacia francesa, por mucho que todas ellas hayan aceptado apoyar el "proceso de paz", eso no quita de que, bajo mano, no emprendan acciones para hacer zozobrar el plan Clinton, o cualquier otro plan de la diplomacia norteamericana. El propio Arafat llama a veces a la Unión Europea para que se implique en las negociaciones, pues le gustaría no depender únicamente de Estados Unidos para su supervivencia política. Aunque, eso sí, a la hora de discutir, no acude a la Unión Europea, sino al poder estadounidense.

En esa tendencia "cada uno para sí" que hoy predomina, excepto Estados Unidos que lo hace todo por mantener su estatuto de única superpotencia militar del planeta y Alemania, la cual, en segundo plano, prosigue discretamente una disimulada política imperialista para incrementar su influencia, totalmente paralizada desde la Segunda Guerra mundial y durante la "guerra fría", ninguna otra de las grandes potencias puede tener una visión a largo plazo. Y todavía menos otros Estados menos poderosos. Cada cual procura defender sus intereses nacionales, defenderse donde lo atacan, sobre todo minando y sembrando el desorden en las posiciones del adversario. Ninguno de ellos es hoy capaz de instaurar una política constructiva y duradera. En Oriente Medio, la hora no es la de la estabilización de la situación. Ni siquiera una "paz armada" como la que pudo perdurar en Europa del Este durante la guerra fría es hoy posible.

En cuanto a la posibilidad de crear hoy un Estado palestino, el inconmensurable absurdo de la configuración del proyecto mismo haría casi aparecer la organización de los bantustanes de la Sudáfrica de la época del Apartheid como una estructura social racional. Están los territorios bajo el control exclusivo de la autoridad palestina: son, en el mapa, unas cuantas manchas en Cisjordania junto con la franja de Gaza, pero no entera. Después están los territorios bajo control mixto, en los que Israel es responsable de la seguridad: una cuantas manchas más en Cisjordania. Y todo ello rodeado de los Territorios de Cisjordania bajo control exclusivo de Israel, con carreteras específicas para proteger a los colonos israelíes? ¿Cómo podría hacerse creer que semejante aberración contiene el menor ápice de progreso, lo mínimo de satisfacción de las necesidades de la población, algo que tenga que ver con el pretendido "derecho de los pueblos a la autodeterminación"?

Toda la historia de la decadencia del capitalismo ya ha demostrado hasta qué punto los Estados nacionales que no lograron alcanzar su madurez durante la fase ascendente del modo de producción capitalista, no han podido constituir un marco económico y político sólido y viable a largo plazo, como la URSS y Yugoslavia lo han demostrado haciéndose añicos. Los Estados heredados de la colonización se hacen trizas en Africa. La guerra está infectando toda Indonesia. El terrorismo se ceba en el sur de India, en Sri Lanka. La tensión es extrema en las fronteras indo-pakistaníes, entre Tailandia y Birmania. En Sudamérica, en Colombia impera la inestabilidad. La guerra entre Perú y Ecuador vuelve una y otra vez. Por todas partes se discuten las fronteras, al carecer de la mínima solidez por no haber existido o no haber sido verdaderamente aceptadas y reconocidas desde el siglo XIX.

En el contexto actual, no solo "la patria palestina no será nunca más que un Estado burgués al servicio de la clase explotadora y opresora de esas mismas masas, con sus policías y sus cárceles" (13), sino que además ese Estado no podrá ser más que una aberración, un especie de Estado tampón, un símbolo no ya de la formación de una nación, sino de la descomposición que lleva en sí la persistencia del capitalismo en el período histórico actual. El reparto de soberanías en un entramado indescriptible de zonas, ciudades, pueblos, carreteras, atribuidos a unos u a otros, eso no es un "proceso de paz", sino un campo minado para hoy y para mañana en el cual cualquier conflicto puede estallar en cualquier momento. En una situación en la que la irracionalidad del mundo actual es llevada a su extremo.

oOo

El siglo XXI ha empezado con una nueva aceleración de las consecuencias dramáticas para la humanidad de la persistencia del modo de producción capitalista. La prosperidad prometida por la "nueva economía" al igual que la paz prometida en Oriente Medio no llegan nunca. Y nunca llegarán, pues el capitalismo es un sistema decadente, un cuerpo enfermo con perfusión, que no puede llevar en su descomposición actual más que al caos, a la miseria y la barbarie.

MG

1) "Ideas: No, Economics Isn't King", F. Zakaria, Newsweek, enero de 2001.

2) Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, "Apéndice. En qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Una anticrítica", Grijalbo, 1978, p. 369.

3) En realidad, muchos de ellos ocupan puestos "oficiosos" , como, en Francia, por ejemplo, Krivine de la Ligue communiste révolutionnaire, trotskista, o Aguiton, fundador del sindicato "de base" SUD-PTT, e incluso funciones de consejeros ocultos en las administraciones de la izquierda de la burguesía.

4) Le Monde diplomatique, enero de 2001, "Porto Alegre", I. Ramonet.

5) Grupo extraparlamentario italiano de extrema izquierda de los años 1960-70.

6) Time, 10 de enero de 2001, "This Time It´s Different".

7) Ver los artículos de la Revista internacional de los últimos años: "La nueva economía: una nueva justificación del capitalismo" (no 102), "La falsa buena salud del capitalismo" (no 100) "Detrás del 'crecimiento ininterrumpido', el abismo" (no 99), la serie de artículos "Treinta años de crisis abierta del capitalismo" (nos 96, 97 y 98).

8) Newsweek, 18/12/2000.

9) The Economist, 9-15/12/2000.

10) Ver nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera.

11) Time, íbidem.

12) Ver "Una economía de casino", en Revista internacional nº 87.

13) "Ni Israel, ni Palestina, los proletarios no tienen patria", toma de posición publicada en toda la prensa territorial de la CCI.

Geografía: 

Cuestiones teóricas: 

Al inicio del Siglo XXI - ¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo? (II)

El siglo que empieza será decisivo  para la historia de la humanidad. Si  el capitalismo prosigue su dominación sobre el planeta, lo sociedad se hundirá antes del 2100 en la barbarie más profunda, comparada con la cual la del siglo XX parecería una simple jaqueca, una barbarie que la hará volver a la edad de Piedra o que acabará, simplemente, destruyéndola. Por eso, si existe un porvenir para la especie humana, está totalmente en manos del proletariado mundial, cuya revolución es lo único que podrá derribar la dominación del modo de producción capitalista, responsable, a causa de sus crisis históricas, de toda la barbarie actual. Pero para ello el proletariado tendrá que ser capaz, en el porvenir, de encontrar en sí mismo la fuerza capaz de le ha faltado hasta ahora para realizar esa tarea.

En la primera parte de este artículo (Revista internacional no 103) intentamos comprender por qué el proletariado fracasó en sus intentos revolucionarios del pasado, sobre todo en el más importante de ellos, el que se inició en Rusia en 1917. En esa primera parte afirmábamos que la terrible derrota sufrida tras ese intento fue la causa de sus ausencias en las demás citas que no debía haber fallado en la historia: la gran crisis del capitalismo de los años 30 y la Segunda Guerra mundial. Subrayábamos en especial que al término de esta guerra: “El proletariado había tocado fondo. Lo que se le presenta, y que él interpreta, como su gran “victoria”, el triunfo de la democracia frente al fascismo, es en realidad su mayor derrota histórica. El sentimiento de victoria que experimenta, la creencia de que esa victoria viene de las “virtudes sagradas” de la democracia burguesa, esa misma democracia que le ha llevado a las dos‑carnicerías imperialistas y que aplastó la revolución a comienzos de los años 20, la euforia que lo embarga es la mejor garantía del orden capitalista”.

En Europa, es decir el principal campo de batalla de la revolución y también de la guerra mundial, la victoria aliada paralizó durante algunos años las luchas obreras. El vientre de los proletarios estaba vacío, pero sus mentes estaban llenas con la euforia de la “victoria”. Además, las políticas de capitalismo de Estado que instauran todos los gobiernos de Europa fue un medio suplementario de engaño de la clase obrera. Esas políticas correspondían básicamente a las necesidades del capitalismo europeo, cuya economía había salido destrozada por la guerra. Las nacionalizaciones, así como algunas medidas “sociales” (como la mayor toma a cargo por parte del Estado del sistema de salud) eran medidas perfectamente capitalistas. Permitían al Estado planificar mejor y coordinar la reconstrucción de un potencial productivo en ruinas y desorden total. Al mismo tiempo permitieron una gestión más eficaz de la fuerza de trabajo. Los capitalistas tenían, por ejemplo, el mayor interés en disponer de obreros en buena salud, sobre todo en un tiempo en que iba a pedírseles un esfuerzo excepcional de producción, en unas condiciones de vida de lo más precario y en situación de penuria de mano de obra. Esas medidas capitalistas serán, sin embargo, presentadas como “victorias obreras”, no sólo por los partidos estalinistas cuyo programa contiene la estatalización completa de la economía, sino también por los socialdemócratas  y especialmente el Partido laborista del Reino Unido. Esto explica por qué en todos los países de Europa, los partidos de izquierda, incluidos los estalinistas, forman parte de los gobiernos, ya sea en coalición con los partidos de la derecha “democrática” (como la Democracia cristiana en Italia) ya sea dirigiendo el gobierno (en el Reino Unido es el laborista Attlee quien sustituye a Churchill como Primer ministro, a pesar de la gran popularidad y el servicio inestimables que éste hizo a la burguesía británica).

Pero al cabo de dos años, al no haberse cumplido las promesas de un “porvenir mejor” que los partidos “obreros”, socialistas y estalinistas, les habían hecho para que aceptaran los sacrificios más insoportables, los obreros empezaron a llevar a cabo toda una serie de luchas. En Francia, por ejemplo, en la primavera de 1947, la huelga de la mayor factoría del país, Renault, obligó al partido estalinista, el PCF, cuyo jefe, Maurice Thorez, no había cesado de llamar a los obreros de todos los sectores a “trabajar primero, reivindicar después”, a salir del gobierno. A continuación, ese partido, mediante el sindicato que controla, la CGT, lanza toda una serie de huelgas para desahogar la cólera obrera antes de que ésta les tome la delantera, pero también, y sobre todo, para hacer presión sobre los demás sectores burgueses para que vuelvan a llamarlo a los ministerios. Los demás partidos burgueses, sin embargo, no hacen caso. No temen, ni mucho menos, que los estalinistas sean desleales en la defensa del capital nacional contra la clase obrera. Pero la Guerra fría ha empezado y en los países de Europa occidental, los sectores dominantes de la burguesía se han alineado detrás de Estados Unidos. En los demás países de Europa en los que los partidos estalinistas participaban en los gobiernos, una de dos: o echan mano del poder si pertenecen a la zona de ocupación rusa, o son expulsados de él si pertenecen a la zona de ocupación occidental.

A partir de entonces, en Europa occidental, las condiciones de vida de la clase obrera empiezan a conocer una ligera mejora. Esto nada tiene que ver, evidentemente, con una especia de generosidad de la burguesía. En realidad, los millones de dólares del plan Marshall han empezado a llegar para así vincular firmemente la burguesía de Europa occidental al bloque americano y minar la influencia de los partidos estalinistas, los cuales, desde entonces van a ponerse en cabeza de las luchas obreras.

En los países de Europa del Este, los cuales, por su parte, no se benefician del maná estadounidense, pues los partidos estalinianos lo han rechazado siguiendo órdenes de Moscú, la situación tarda bastante más tiempo en mejorar un poco. Sin embargo, en estos países, la cólera obrera no puede expresarse del mismo modo. En un primer tiempo, los obreros son llamados a apoyar a los partidos “comunistas” que les prometen el paraíso terrenal, tanto más por cuanto esos partidos no sólo participan en las gobiernos instalados desde la “Liberación” (como en la mayoría de los países occidentales), sino que además se ponen en cabeza de esos gobiernos gracias al apoyo del “Ejército rojo” y que eliminan a los partidos “burgueses”. La patraña que presentan a los obreros es la de la “edificación del socialismo”. Esta patraña alcanza cierto éxito, como en Checoslovaquia donde el “golpe de Praga” de febrero de 1948, o sea la toma de control del gobierno por los estalinistas se realiza con la simpatía de muchos obreros.

Pero muy rápidamente, en las “democracias populares”, el principal instrumento de control de la clase obrera es la fuerza bruta y la represión. Y así, el levantamiento obrero de junio de 1953 en Berlín Este y en numerosas ciudades de la zona de ocupación soviética es aplastado brutalmente por los tanques rusos ([1]). Aunque la cólera que empieza a expresarse en Polonia en la gran huelga de Poznan de junio de 1956 se reduce con la vuelta al poder de Gomulka (dirigente estalinista excluido del PC en 1949, acusado de “titismo”. Estuvo encarcelado de 1951 a 1955) el 21 de octubre de 1956, el levantamiento de los obreros húngaros, en cambio, que se inicia algunos días después fue reprimido bestialmente por los tanques rusos a partir del 4 de noviembre, provocando 25.000 muertos y 160.000 refugiados ([2]).

Las insurrecciones obreras de 1953 y 1956 en los países “socialistas” fueron la prueba evidente de que esos países de “obrero” no tenían nada. Y todos los sectores de la burguesía van a ir en el mismo sentido para impedir que los proletarios saquen las verdaderas lecciones de esos acontecimientos.

En los países del Este, la propaganda “comunista”, las referencias constantes al “marxismo”, al “internacionalismo proletario” de los dirigentes estalinistas son el mejor medio para desviar la cólera obrera de una perspectiva de clase e incrementar las ilusiones de los proletarios hacia la democracia burguesa y el nacionalismo. Y así, el 17 de junio de 1955, una inmensa manifestación de obreros de Berlín Este se dirige hacia el Oeste de la ciudad por la gran avenida Unter den Linden. El objetivo del cortejo era recabar la solidaridad de los obreros de Berlín Oeste, pero también expresaba la ingenuidad de que las autoridades occidentales podrían ayudar a los obreros del Este. Estas autoridades cerraron su sector, pero después, con ese cinismo que las caracteriza, cambiaron el nombre de Unter den Linden en “avenida del 17 de Junio”. De igual modo, las reivindicaciones de junio de 1956 de los obreros polacos, aunque tenían evidentemente aspectos económicos de clase, estaban fuertemente marcadas por las ilusiones democráticas y sobre todo nacionalistas y religiosas. Por eso Gomulka, que se presentaba como un “patriota” que se había opuesto a Rusia y que mandó, en cuanto llegó al poder, liberar al cardenal Wyszynski (ingresado en un monasterio desde septiembre de 1953) pudo recuperar el control de la situación a finales de 1956. De igual modo, en Hungría, la insurrección obrera, aunque fue capaz de organizarse en consejos obreros, estuvo muy marcada por las ilusiones democráticas y nacionalistas. Además, la insurrección se produjo como consecuencia de la represión sangrienta de una manifestación  convocada por los estudiantes que reivindicaban la puesta en marcha en Hungría de un rumbo “como el de Polonia”. De igual manera, la finalidad de las medidas decididas por Imre Nagy (viejo estalinista, retirado de su puesto de jefe del partido por la tendencia “dura” en abril de 1955), en su retorno, es la de aprovecharse de esas ilusiones para volver a apoderarse de las riendas: formación de un gobierno de coalición y anuncio de la retirada de Hungría del Pacto de Varsovia. Para la URSS esta última medida es inaceptable y decide enviar sus tanques.

La intervención de las tropas rusas es, evidentemente, más leña al fuego del nacionalismo en los países de Europa del Este. Y al mismo tiempo, es utilizada por la propaganda de los sectores “democráticos” y proamericanos de la burguesía de los países de Europa occidental, mientras que los partidos estalinistas de esos países utilizan esa misma propaganda para presentar la insurrección obrera en Hungría como un movimiento patriotero, hasta “fascista”, a sueldo del imperialismo americano.

Y así, durante toda la Guerra fría, e incluso cuando ésta fue sustituida por la “coexistencia pacífica” después de 1956, la división del mundo en dos bloques fue un instrumento de primer orden para mistificar a la clase obrera. En los años 1930, como ya hemos visto en la primera parte de este artículo, la identificación del comunismo a la URSS estalinista provocó una profunda desmoralización en ciertos sectores de la clase obrera que rechazaban una sociedad al estilo “soviético”, reanudando con los partidos socialdemócratas. Al mismo tiempo, la mayoría de los obreros que esperaban todavía una revolución proletaria siguieron a los partidos estalinistas que se reivindicaban de ella en su defensa de la “patria socialista” y de lucha “antifascista”, lo que les permitió encuadrarlos en la Segunda Guerra mundial. En los años 50, el mismo tipo de política siguió dividiendo y desorientando a la clase obrera. Una parte de ella no quiso ni oír hablar más de comunismo, identificado a la URSS, mientras que la otra parte siguió soportando la dominación ideológica de los partidos estalinistas y de sus sindicatos. Así, desde la guerra de Corea, el enfrentamiento Este-Oeste se aprovechó para oponer a diferentes sectores de la clase obrera y a alistar a millones de obreros tras los estandartes del campo soviético en nombre de la “lucha contra el imperialismo”. Por ejemplo, el Partido comunista francés y el Movimiento de la paz controlado por él, organizan una gran manifestación en París contra la venida del general estadounidense Ridgway, comandante de las tropas americanas en Corea. Como Ridgway es acusado (sin razón, en realidad) de utilizar armas bacteriológicas, la manifestación que agrupa a varias decenas de miles de obreros (sobre todo militantes del PC) denuncia a “Ridgway-la-Peste”, exigiendo la salida de Francia de la OTAN. Se producen enfrentamientos muy violentos con la policía y el número 2 del PCF, Jacques Duclos, es arrestado. La determinación del PCF en su enfrentamiento con la policía y la detención de su dirigente “histórico” le dan una imagen “revolucionaria” a un partido que solo 5‑años antes ocupaba los palacetes y los ministerios de la República burguesa. En la misma época, las guerras coloniales son una ocasión más para desviar a los obreros de su terreno de clase, en nombre, una vez más, de la “lucha contra el imperialismo” (y no de lucha contra el capitalismo), contra el que la URSS es presentada como la campeona del “derecho y la libertad de los pueblos”.

Ese tipo de campañas va a proseguir en muchos países durante los años 50 y 60, sobre todo cuando la guerra de Vietnam, en la que EEUU se comprometió masivamente a partir de 1961.

Si ha habido un país en el que la división del mundo en dos bloques antagónicos ha tenido un gran peso, un país en el que la contrarrevolución tuvo una amplitud sin parangón, ese país es Alemania. El proletariado de ese país fue durante décadas la vanguardia del proletariado mundial. Los obreros del mundo entero eran conscientes de que el destino de la revolución se dirimía en Alemania. Y eso fue exactamente lo que ocurrió entre 1919 y 1923. La derrota del proletariado alemán determinó la del proletariado mundial. Y la terrible contrarrevolución que sobre él se abatió después, con el rostro infame del nazismo, fue, junto con el estalinismo, la expresión más patente de que la contrarrevolución que se precipitó sobre los obreros de todos los países.

Después de la Segunda Guerra mundial, la división de Alemania en dos, cada uno de los dos trozos perteneciente a uno de los dos grandes bloques imperialistas, permitió, en ambos lados del telón de acero, una destrucción masiva en las masas obreras, haciendo del proletariado alemán, durante varias décadas no ya la vanguardia, sino la retaguardia del proletariado de Europa en el plano de la combatividad y de la conciencia.

Sin embargo, el elemento esencial que paralizó a la clase obrera durante todo ese período, permitiendo su sumisión ideológica al capitalismo, fue la “prosperidad” que conoció el sistema con la reconstrucción de las economías destruidas por la guerra.

Entre el final de los años 40 y mediados los 60, el capitalismo mundial conoció lo que los economistas y políticos burgueses llaman los “treinta gloriosos”, pues cuentan el período que va de 1945 a 1975 (año marcado por una fuerte recesión mundial), sin contar las dificultades que aparecieron en 1967 y 1971.

No vamos a examinar aquí las causas ni el crecimiento económico rápido de esos años ni los años finales de ese crecimiento, análisis que ha sido objeto de muchos artículos en esta Revista ([3]). Lo que sí importa señalar es que la crisis abierta que empieza a desarrollarse a partir del año 1967 (freno de la economía mundial, recesión en Alemania, devaluación de la libra esterlina, incremento del desempleo) fue una confirmación del marxismo, el cual siempre:

– ha anunciado que el capitalismo era incapaz de superar definitivamente sus contradicciones económicas, responsables, en última instancia, de las convulsiones del siglo XX y, muy especialmente, de las dos guerras mundiales;

– ha considerado que los períodos de prosperidad del capitalismo eran aquellos en los que este sistema poseía los cimientos políticos y sociales más sólidos ([4]);

– ha basado la perspectiva de una revolución proletaria en la quiebra del modo de producción capitalista ([5]).

En ese sentido, la sumisión ideológica de la clase obrera al capitalismo, el conjunto de mistificaciones que han logrado mantener a las masas obreras alejadas de toda perspectiva de una puesta en entredicho del capitalismo sólo podían ser superadas con el final del “boom” de la posguerra.

Y eso fue precisamente lo que ocurrió en 1968.

La salida de la contrarrevolución

A finales de 1967, cuando todos los ideólogos de la burguesía seguían celebrando los esplendores de la economía capitalista, mientras que algunos, que se reivindicaban, sin embargo, del marxismo e incluso de la revolución sólo hablaban de la capacidad de la sociedad burguesa par “integrar” a la clase obrera ([6]), mientras que incluso los grupos surgidos de la Izquierda comunista que se habían separado de la IIIª Internacional en degeneración, no veían la menor salida del túnel, la pequeña revista Internacionalismo (después convertida en publicación de la CCI en Venezuela) publicaba un artículo titulado: “1968, se inicia una nueva convulsión del capitalismo”, artículo que concluía así: “Profetas no somos, y no pretendemos adivinar cómo se van a desarrollar los acontecimientos futuros. Pero de lo que sí estamos seguros y conscientes, sobre el proceso en el que se está hundiendo actualmente el capitalismo, es que no es posible frenarlo con reformas, devaluaciones, ni con ningún otro tipo de medidas económicas capitalistas y que lleva directamente a la crisis. Y también estamos seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de clase, que hoy se está viviendo de manera general, va a conducir a la clase obrera a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués”.

El único y gran mérito de nuestros camaradas que publicaron ese artículo fue el haber permanecido fieles a las enseñanzas del marxismo, unas lecciones que iban a verificarse magistralmente unos meses después. En efecto, en mayo de 1968, estalló en Francia la mayor huelga de la historia, la huelga en la que mayor número de obreros (casi 10 millones) cesaron simultáneamente el trabajo.

Un acontecimiento de esa amplitud fue la señal de un cambio fundamental en la vida de la sociedad: la terrible contrarrevolución que había aplastado a la clase obrera a finales de los años 20 y que prosiguió durante dos décadas después de la Segunda Guerra mundial había llegado a su fin. Y esto se confirmó rápidamente por todas las partes del mundo en una serie de luchas de una amplitud desconocida desde hacía décadas:

  • el otoño caliente italiano de 1969, con sus luchas masivas en los principales centros industriales y una puesta en entredicho explícita del encuadramiento sindical;
  • el levantamiento de los obreros de Córdoba, en Argentina, ese mismo año;
  • las huelgas masivas de los obreros del Báltico en Polonia, durante el invierno de 1970-71;
  • y otras muchas luchas en los años siguientes en prácticamente todos los países europeos, en Inglaterra en particular (el más antiguo país capitalista del mundo), en Alemania (país más poderoso de Europa y país faro del movimiento obrero desde la segunda mitad del siglo XIX) e incluso en España, país sometido todavía en aquel entonces a la feroz dictadura franquista.

Al mismo tiempo que se producía el despertar de las luchas obreras, podía asistirse a un retorno de la idea misma de revolución, en discusiones entre numerosos obreros en lucha, especialmente en Francia e Italia, países que habían vivido los movimientos más masivos. También, ese despertar del proletariado se manifestó por un interés creciente por el pensamiento revolucionario, los textos de Marx, Engels, los escritos marxistas en general, Lenin, Trotski, Rosa Luxemburg, pero también de los militantes de la Izquierda comunista, Bordiga, Görter, Pannekoek. Este interés se concretó en el surgimiento de toda una serie de pequeños grupos que intentaban acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista y de inspirarse de su experiencia.

No vamos aquí a hacer un cuadro de la evolución las luchas obreras desde 1968 ni de los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista ([7]). Lo que sí vamos a intentar es explicar por qué no se ha hecho realidad todavía lo que preveían nuestros camaradas de Venezuela en 1967: la “lucha sangrienta y directa por la destrucción del estado burgués”.

Los obstáculos encontrados por el proletariado a lo largo de estos treinta últimos años han sido analizados por nuestra organización. Así la parte que sigue es un resumen de lo que ya hemos ido diciendo en otras ocasiones.

La primera causa del largo camino de la revolución comunista es objetiva. La ola revolucionaria que se inició en 1917 y se extendió después a muchos países era una respuesta a la agravación repentina y terrible de las condiciones de vida de la clase obrera: la guerra mundial. Menos de tres años bastaron para que el proletariado, que había entrado en la guerra con “la flor en el fusil”, totalmente cegado por las mentiras burguesas, empezara a abrir los ojos y a levantar cabeza frente a la barbarie que se vivía en las trincheras y la explotación despiadada que sufría en retaguardia.

La causa objetiva del desarrollo de las luchas obreras a partir de 1968 es la agravación de la situación económica del capitalismo, cuya crisis abierta le obliga a atacar cada día más las condiciones de vida de los trabajadores. Pero, contrariamente a los años 30, en que la burguesía perdió totalmente el control de la situación, la crisis abierta actual no se incrementa en un período de unos cuantos años sino en un proceso de varias décadas. El ritmo lento de la crisis se debe a que la clase dominante ha sabido sacar las lecciones de su pasada experiencia y que ha instaurado una serie de medidas que le permiten “gestionar” la caída en el abismo ([8]). Esto no pone ni mucho menos en entredicho el carácter insoluble de la crisis capitalista, pero sí permite a la clase dominante extender en el espacio y en el tiempo sus ataques contra la clase obrera a la vez que puede ocultar durante cierto tiempo, incluso para ella, el hecho de que esta crisis no tiene salida.

El segundo factor que permite explicar el largo camino hacia la revolución para la clase obrera es el despliegue por parte de la clase dominante de toda una serie de maniobras políticas para acabar agotando las luchas y atajar la toma de conciencia.

A grandes rasgos, pueden resumirse así las diferentes estrategias de la burguesía desde 1968:

  • frente al primer surgimiento de luchas obreras que la sorprendieron, la burguesía avanzó la baza de “la alternativa de izquierdas”, llamando a los obreros a renunciar a sus luchas para permitir a los partidos de izquierda instaurar otra política económica que tenía la pretensión de superar la crisis;
  • después de que esa política paralizara durante cierto tiempo la combatividad obrera, una nueva oleada de luchas a partir de 1978 (por ejemplo, en 1979, Gran Bretaña conoce, con 29 millones de jornadas de huelga, la mayor combatividad obrera desde 1926) lleva a la burguesía de los principales países avanzados (especialmente en el Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Italia) a jugar la baza de la izquierda en la oposición, en la que los partidos que se pretenden obreros y los sindicatos por ellos controlados se ponen a hablar un lenguaje más radical para sabotear desde dentro las luchas obreras;
  • esta política explica en gran parte el retroceso de las luchas obreras desde 1981, pero no puede impedir que se reanuden combates de envergadura desde el otoño de 1983 (sector público en Bélgica, después en Holanda, huelga de los mineros británicos en 1984, huelga general en Dinamarca, en 1985, huelgas masivas en Bélgica en 1986, huelgas ferroviarias en Francia a finales del 86, serie de huelgas en Italia en 1987, sobre todo en la Educación, etc.)

Lo más característico de esos movimientos, que expresa una toma de conciencia en profundidad en la clase obrera, es la dificultad creciente de los aparatos sindicales clásicos para controlar las luchas lo que se plasma en el uso cada vez más frecuente de órganos que se presentan no ya como sindicatos sino incluso antisindicales (como las “coordinadoras” en Francia y en Italia en 1986-88), y que no son sino las estructuras de base del sindicalismo.

A lo largo de ese período, la burguesía desplegó una cantidad considerable de maniobras destinadas a limitar la combatividad obrera y retrasar la toma de conciencia del proletariado. Pero en esta política antiobrera, se vio poderosamente ayudada por el desarrollo de un fenómeno, la descomposición de la sociedad capitalista. Esta es el resultado de que, aunque el surgimiento histórico del proletariado a finales de los años 60 impidió a la burguesía dar su propia respuesta a la crisis de su sistema (o sea una guerra mundial, como la crisis del 29 que desembocó en la Segunda Guerra mundial), no podía impedir, mientras no hubiera echado abajo el capitalismo, que todos los aspectos de la decadencia se desplegaran cada día más:

“Hay bloqueo momentáneo de la situación mundial, pero no por ello se para la historia. Durante dos décadas, la sociedad ha seguido soportando la acumulación de todas las características de la decadencia agudizadas por el hundimiento en la crisis económica, mientras que, cada día más, la clase dominante da prueba de su incapacidad para superarla. El único proyecto que esta clase sea capaz de proponer a la sociedad es el de resistir día a día, golpe a golpe y sin esperanza de éxito, al hundimiento irremediable del modo de producción capitalista.

“Privado del menor proyecto histórico capaz de movilizar sus fuerzas, incluso del más suicida, la guerra mundial por ejemplo, la clase capitalista lo único que ha podido hacer es pudrirse sobre sí misma cada día más, hundirse en la descomposición social avanzada, la desesperanza general” ([9]).

La entrada del capitalismo decadente en su última fase, la de la descomposición, ha sido un creciente peso negativo sobre la clase obrera a lo largo de los años 80:

“La descomposición ideológica afecta, evidentemente, en primer lugar a la clase capitalista misma y de rebote, a las capas pequeño burguesas, que carecen de la menor autonomía. Puede incluso decirse que estas capas se identifican muy bien con la descomposición, pues al dejarlas su propia situación sin la menor posibilidad de porvenir, se amoldan a la causa principal de la descomposición ideológica: la ausencia de toda perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Únicamente el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y por eso es en sus filas en donde existen las mayores capacidades de resistencia a la descomposición. Pero también le afecta ésta, sobre todo porque la pequeña burguesía con la que convive es uno de sus principales vehículos. Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica:

  • la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el “salvase quien pueda”, el “arreglárselas por su cuenta”;
  • la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad;
  • la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future”;
  • la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época.

“Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso ants de que muchos hayan podido tener ocasión, en los lugares de producción, en compañía de los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en si no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman en aspecto singular de la descomposición. Aunque en general sirva para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de “lumpenización” de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo. El que en pleno período de contrarrevolución, cuando la crisis de los años 30, el proletariado, en especial en Estados Unidos, hubiera sido capaz de darse formas de lucha da una idea, por contraste, del peso de las dificultades que hoy acarrea el desempleo en la toma de conciencia del proletariado, debido a la descomposición” ([10]).

En ese contexto de dificultades encontradas por la clase obrera en el desarrollo de su toma de conciencia iba a intervenir a finales de 1989 un acontecimiento histórico considerable, expresión también de la descomposición del capitalismo, el hundimiento de los regímenes estalinistas de Europa del Este, de esos regímenes que todos los sectores de la burguesía habían presentado como “socialistas”:

“Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso, la bancarrota patente y definitiva del estalinismo a nivel económico, político e ideológico, constituyen el hecho histórico más importante desde la Segunda Guerra mundial, junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60. Un acontecimiento de esa envergadura tendrá repercusiones, y ha empezado ya a tenerlas, en la conciencia de la clase obrera, y más todavía por tratarse de una ideología y un sistema político presentados durante más de medio siglo y por todos los sectores de la burguesía como “socialistas” y “obreros”. Con el estalinismo desaparece el símbolo y la punta de lanza de la más terrible contrarrevolución de la historia. Pero eso no significa que el desarrollo de la conciencia del proletariado mundial tenga ahora ante sí un camino más fácil, sino‑al contrario. Hasta en su muerte, el estalinismo está prestando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado. Para los sectores dominantes de la burguesía, el desmoronamiento definitivo de la ideología estalinista, los movimientos “democráticos”, “liberales” y nacionalistas que están zarandeando a los países del Este, son una ocasión pintiparada para desatar e intensificar aún más sus campañas mistificadoras. La identificación establecida sistemáticamente entre comunismo y estalinismo, la mentira repetida miles y miles de veces, machacada hoy todavía más que antes, de que la revolución proletaria no puede conducir más que a la bancarrota, va a tener con el hundimiento del estalinismo, y durante todo un período, un impacto creciente en las filas de la clase obrera. Cabe pues esperarse a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones se advierten ya, en especial, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social. Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha, no por ello el resultado va ser, en un primer tiempo, el de una mayor capacidad de clase para avanzar en su toma de conciencia. En especial, la ideología reformista habrá de pesar fuertemente en las luchas del período venidero, lo cual va a favorecer la acción de los sindicatos” ([11]).

Habíamos hecho esta previsión en octubre de 1989 y se verificó plenamente durante todos los años 90. El retroceso de la conciencia en la clase obrera se ha manifestado en una pérdida de confianza en sus propias fuerzas que ha provocado el retroceso general de su combatividad cuyos efectos se siguen notando hoy.

En 1989 definimos las condiciones para que la clase obrera saliera de ese retroceso:

“En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico – la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase –, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia. Sin embargo, no se puede prever de antemano su amplitud real ni su duración. En particular, el ritmo del hundimiento del capitalismo occidental, en el cual se percibe actualmente una aceleración con la perspectiva de una nueva recesión abierta y patente, va a determinar el plazo de la próxima reanudación de la marcha del proletariado hacia su conciencia revolucionaria. Al barrer las ilusiones sobre la “reactivación” de la economía mundial, al poner al desnudo la mentira que presenta al “capitalismo liberal” como una solución a la bancarrota del pretendido “socialismo”, al revelar la quiebra histórica del conjunto del modo de producción capitalista y no sólo de sus retoños estalinistas, la intensificación de la crisis capitalista obligará al proletariado a dirigirse de nuevo hacia la perspectiva de otra sociedad, a inscribir de manera creciente sus combates en esa perspectiva” ([12]).

Y precisamente, los años 90 han estado marcados por la capacidad de la burguesía mundial, especialmente por su parte principal, la de Estados Unidos, para frenar el ritmo de la crisis y dar la ilusión de una “salida del túnel”. Una de las causas profundas del grado débil de combatividad actual de la clase obrera, a la vez que sus dificultades para desarrollar su confianza en sí misma estriba sin lugar a dudas en las ilusiones que el capitalismo ha logrado crear sobre la “prosperidad” de su economía.

Pero también hay otro factor más general que explica las dificultades actuales para la politización del proletariado, una politización que permitiría comprender, aunque fuera de forma embrionaria, lo que está hoy en juego en los combates que está llevando a cabo para fecundarlos y ampliarlos:

“Para entender todos los datos del período actual y el venidero, hay que también tener en cuenta las características del proletariado que hoy está llevando a cabo el combate: está formado por generaciones obreras que no han vivido la derrota, como así ocurrió con las que habían llegado a su madurez en los años 30 y durante la Segunda Guerra mundial; por eso, en ausencia de derrotas sucesivas que la burguesía no ha conseguido asestarle hasta ahora, mantienen intactas sus reservas de combatividad.

“Estas generaciones se benefician de un desgaste irreversible de los grandes temas mistificadores (la patria, la civilización, la democracia, el antifascismo, la defensa de la URSS), que en su día habían servido para enrolar al proletariado en la guerra imperialista.

“Son esas dos características esenciales las que explican que el curso histórico actual va hacia enfrentamientos de clase y no hacia la guerra imperialista. Sin embargo, lo que da la fuerza al proletariado actual, ocasiona también su debilidad. El hecho mismo de que sólo las generaciones que no han conocido la derrota puedan volver a encontrar el camino de los combates de clase implica que existe entre estas generaciones y las que realizaron los últimos combates decisivos, en los años 20, un abismo enorme, que el proletariado de hoy está pagando caro:

  • con la ignorancia considerable de su propio pasado y de las enseñanzas de éste;
  • con el retraso en la formación de su partido revolucionario.

“Esos factores explican ese carácter que tiene el curso actual de las luchas obreras de “ir a trompicones” y permiten entender por qué hay momentos de falta de confianza en si mismo por parte de un proletariado que no tiene clara conciencia de la fuerza que él representa frente a la burguesía. Esos factores nos dicen también el largo camino que espera al proletariado, el cual sólo será capaz de llevar a cabo su revolución si asimila las experiencias del pasado y si se da su partido de clase.

“Con el resurgir histórico del proletariado a finales de los 60, se ha puesto a la orden del día la formación del partido de clase, pero sin que haya podido realizarse a causa:

  • del vacío de medio siglo que nos separa de los antiguos partidos revolucionarios;
  • de la desaparición o de la atrofia más o menos avanzada de las fracciones de izquierda que se salieron de aquellos;
  • de la desconfianza de muchos obreros para con cualquier organización política (sea ésta burguesa o proletaria), lo cual es una expresión del peligro consejista, tal como la CCI lo ha identificado, expresión de una debilidad histórica del proletariado frente a la necesaria politización de su combate” ([13]).

Puede así comprobarse cuán largo es para el proletariado el camino que lleva a la revolución comunista. Profunda y larga contrarrevolución, desaparición casi total de sus organizaciones comunistas, descomposición del capitalismo, hundimiento del estalinismo, capacidad de la clase dominante  para controlar la caída de su economía y sembrar ilusiones sobre ella. Parece como si todo, desde hace 30 años, e incluso desde los años 20, hubiera sido hecho contra la clase obrera en su progresión por ese camino.

La naturaleza profunda de las dificultades del proletariado
en el camino de la revolución

Al final de la primera parte de este artículo, evocábamos las diferentes citas con la historia falladas por el proletariado durante el siglo XX: la oleada revolucionaria que puso fin a la Primera Guerra mundial y que acabó en derrota, el hundimiento de la economía mundial a partir de 1929, la Segunda Guerra mundial. Veíamos que el proletariado no falló a la cita con la historia a partir de finales de los años 60, pero también hemos podido medir la cantidad de obstáculos que ante sí ha tenido y que han frenado su progresión en el camino hacia la revolución proletaria.

Los revolucionarios del siglo pasado, empezando por Marx y Engels, pensaban que la revolución podría verificarse durante su siglo. Se engañaron y fueron ellos los primeros en reconocerlo. En realidad solo sería al iniciarse el siglo XX cuando se reunieron las condiciones materiales de la revolución proletaria, lo que quedó confirmado  en la primera carnicería imperialista mundial. A su vez, los revolucionarios de principios del XX creyeron que merced a esas condiciones objetivas ya presentes, la revolución comunista tendría lugar en el siglo XX. También ellos se engañaron. Cuando se pasa revista a los acontecimientos históricos que han impedido que la revolución se haya verificado hasta hoy, podría albergarse el sentimiento de que “el proletariado no tiene suerte”, que ha estado enfrentado a una serie de catástrofes y hechos desfavorables, aunque no ineluctables cada uno en sí. Es cierto que ninguno de esos hechos estaba escrito de antemano y la historia podría haber evolucionado de otra manera. Por ejemplo, en Rusia, la revolución habría podido ser aplastada por los ejércitos blancos, lo cual habría evitado el desarrollo de la monstruosidad estalinista, el peor enemigo del proletariado en el siglo XX, punta de lanza de la peor contrarrevolución  de la historia, cuyos efectos negativos se siguen notando treinta años después de su término. De igual modo, tampoco estaba escrito que los Aliados ganaran la Segunda Guerra mundial, relanzando por largo tiempo la fuerza de la ideología democrática, que es, en los países más desarrollados, uno de los venenos más eficaces contra la conciencia comunista del proletariado. De igual modo, en otra configuración de la guerra, el régimen estalinista podría no haber sobrevivido al conflicto, lo cual habría evitado que el antagonismo entre los bloques apareciera como enfrentamiento entre capitalismo y socialismo. Tampoco habríamos conocido entonces el desmoronamiento del bloque “socialista” cuyas consecuencias ideológicas tanto pesan hoy en las espaldas de la clase obrera.

Sí, pero la acumulación de todos esos obstáculos ante el proletariado a lo largo del siglo XX no podrán nunca ser considerados como una simple sucesión de “infortunios”, sino que son básicamente la expresión de la inmensa dificultad que representa la revolución proletaria.

Un aspecto de esa dificultad viene de la capacidad de la clase burguesa para sacar provecho de las diferentes situaciones que ante ella se presentan, para volverlas sistemáticamente contra la clase obrera. Es la prueba de que la burguesía, a pesar de la prolongada agonía de su modo de producción, a pesar de la barbarie que está obligada a agravar cada día más por el mundo entero, a pesar de la putrefacción de raíz de su sociedad y la descomposición de su ideología, se mantiene vigilante y da pruebas de su inteligencia política cuando se trata de impedir que el proletariado avance hacia la revolución. Una de las razones por las cuales no se realizaron las previsiones de los revolucionarios del pasado sobre el advenimiento de la revolución fue que subestimaron la fuerza de la clase dirigente, especialmente su inteligencia política. Hoy, los revolucionarios no podrán contribuir de verdad al combate del proletariado por la revolución si no saben reconocer esa fuerza política de la burguesía, especialmente ese maquiavelismo que despliega cuando es necesario, si no saben prevenir a los obreros contra todas las trampas que les tiende la clase enemiga.

Pero también hay otra razón más fundamental todavía de la gran dificultad del proletariado para alcanzar la revolución. Es una razón que ya mostró Marx en un pasaje a menudo citado de El 18 de Brumario de Luís Bonaparte: “Las revoluciones proletarias… se critican a sí mismas constantemente, interrumpen a cada instante su propio andar, vuelven hacia atrás constantemente ante la infinita inmensidad de sus propios fines, y eso hasta que por fin se haya fraguado la situación que haga imposible toda vuelta atrás, y que las circunstancias mismas clamen: ¡Hic Rhodus, hic salta!”.

Efectivamente, una de las causas de la gran dificultad de la gran mayoría de los obreros para inclinarse hacia la revolución es el vértigo que les embarga cuando piensan que la tarea es imposible por lo inmensa que es. Efectivamente, la tarea que consiste en derrocar a la clase más poderosa que la historia haya conocido, el sistema que ha hecho dar a la humanidad pasos de gigante en la producción material y el dominio de la naturaleza, aparece como algo imposible. Pero lo que más vértigo produce en la clase obrera es la inmensidad de una tarea que consiste en edificar una sociedad totalmente nueva, por fin liberada de los males que abruman a la sociedad humana desde sus orígenes, la penuria, la explotación, la opresión, las guerras.

Cuando los prisioneros o los esclavos llevaban permanentemente cadenas en los pies, tanto se acostumbraban a esa traba que acababan teniendo el sentimiento que no podrían volver a andar sin sus cadenas y a veces se negaban a que les fueran retiradas. Es un poco lo que le ocurre al proletariado. Aun cuando lleva en sí la capacidad de liberar a la humanidad, todavía le falta la confianza para encaminar sus pasos conscientemente hacia ese objetivo.

Pero se acercará el momento en que “las circunstancias mismas clamen: ¡Hic Rhodus, hic salta!”. Si queda en manos de la burguesía, la sociedad humana no alcanzará el próximo siglo, si no es hecha trizas y ya sin nada que pueda llamarse humano. Mientras este extremo no se haya alcanzado, mientras haya un sistema capitalista, incluso hundido en la más profunda de sus crisis, habrá necesariamente una clase explotada, el proletariado. Y permanecerá por consiguiente la posibilidad de que éste, acuciado por la quiebra económica total del capitalismo, supere al fin sus vacilaciones para lanzarse a la tarea inmensa que la historia le ha confiado, la revolución comunista.

Fabienne.


[1] Ver nuestro artículo: “Alemania del Este: la insurrección obrera de junio de 1953” en la Revista internacional nº 15.

[2] Ver nuestro artículo: “Lucha de clases en Europa del Este (1920-1970)” en la Revista internacional nº 27.

[3] Puede también leerse nuestro folleto La Decadencia del capitalismo.

[4]  “Así, de los hechos mismos, él [Marx] extrajo un enfoque perfectamente claro de lo que hasta entonces no había hecho sino deducir, un poco a priori, materiales insuficientes: a saber, que la crisis comercial mundial de 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de Febrero [París] y de Marzo [Viena y Berlín] y que la prosperidad industrial vuelta poco a poco desde mediados de 1848 y llegada a su apogeo en 1849 y 1850, fue la fuerza vivificadora en la que la reacción europea encontró un nuevo vigor” (Engels, “Prefacio” de 1895 a Las Luchas de clases en Francia).

[5] Ese fue, en particular, el caso del ideólogo de las revueltas estudiantiles de los años 1960, Herbert Marcuse, el cual consideraba que la clase obrera ya no podía ser una fuerza revolucionaria y que la única esperanza de trastorno de la sociedad venía de sectores marginales de ella, como los negros o los estudiantes en Estados Unidos o los campesinos pobres del Tercer mundo.

[6] Ese cuadro ha sido objeto de numerosos artículos de esta Revista internacional. Señalemos, en particular, la parte del “Informe sobre la lucha de clases del XIII congreso de la CCI”, publicado en la Revista nº 99.

[7] Ese cuadro ha sido objeto de numerosos artículos de esta Revista internacional. Señalemos, en particular, la parte del “Informe sobre la lucha de clases del XIII congreso de la CCI”, publicado en la Revista nº 99.

[8] Ver nuestra serie de artículos: “Treinta años de crisis abierta del capitalismo”, en los números 96, 97 y 98 de esta Revista internacional.

[9] “Revolución comunista o destrucción de la humanidad”, Manifiesto del IXo Congreso de la CCI.

[10] “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional nº‑62, 1990.

[11] “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este”, y “Dificultades en aumento para el proletariado”, Revista internacional nº 60 (1990).

 [12] “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este” Revista internacional nº 60, 1990.

[13] “Resolución sobre la situación internacional del VIº congreso de la CCI”, Revista internacional nº 44, 1986. 

 

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Conferencia mundial de La Haya : Sólo la revolución proletaria salvará a la especie humana

No existe ni una organización  internacional de la burguesía,  OMC, Banco mundial, OCDE o FMI, que no haga alarde de sus preocupaciones de hacerlo todo por un “desarrollo duradero”, preocupada por el porvenir de las generaciones futuras. No existe ni un solo Estado que no proclame su preocupación de respetar el medio ambiente. No existe ni una sola organización no gubernamental (ONG) con vocación ecologista que no se entregue a fondo en manifestaciones, peticiones, memorándums de todo tipo. Y tampoco existe un periódico de la burguesía que no se descuelgue con su artículo pseudocientífico sobre el calentamiento global del planeta. Todo ese personal – ¡no dudemos de sus buenas intenciones! – se dio cita en La Haya del 13 al 25 de noviembre del 2000 para definir las modalidades de aplicación del protocolo de Kioto ([1]). Nada menos que 2000 delegados representantes de 180 países, rodeados de 4000 observadores y periodistas, tenían supuestamente la responsabilidad de elaborar por fin la milagrosa receta para acabar con los desarreglos climáticos. ¿Resultado? ¡Nada! Menos que nada, sino una prueba más de que para la burguesía, las consideraciones sobre la supervivencia de la humanidad pasan, muy lejos, por detrás de la defensa de cada capital nacional.

Hace ya diez años, publicamos un artículo “Ecología: Es el capitalismo quien contamina el planeta” (Revista internacional no 63, 1990) que afirmaba: “el desastre ecológico es ahora una amenaza tangible para el ecosistema del planeta”. Debemos afirmar que hoy el capitalismo ha concretado esa amenaza. A lo largo de los años 90, el saqueo del planeta ha proseguido con ritmo acelerado: deforestación, erosión del suelo, contaminación tóxica del aire que respiramos, de las corrientes subterráneas y de los mares y océanos, saqueo de los recursos fósiles naturales, diseminación de materias químicas o nucleares, destrucción de especies animales y vegetales, explosión de enfermedades infecciosas, y, en fin, subida continua del promedio de temperatura en la superficie del globo (7 de los años más cálidos ¡ del milenio ! pertenecen a la década de los 90). Los desastres ecológicos se combinan entre sí cada día más, son más globales, tomando a menudo un carácter irreversible, cuyas consecuencias a largo plazo son difícilmente previsibles.

Si la burguesía ha demostrado ampliamente que era totalmente incapaz de ni siquiera frenar un poco esa demencia destructora, sí ha demostrado, sin embargo, su capacidad para ocultar sus propias responsabilidades tras una multitud de tapaderas ideológicas. Se trata para ella – cuando no las ignora pura y simplemente – de presentar las calamidades ecológicas como ajenas a la esfera de las relaciones sociales capitalistas, ajenas a la lucha de clases. De ahí todas esas falsas alternativas, desde las medidas gubernamentales hasta los discursos “antimundialización” de las ONG, que tienen como objetivo oscurecer la única perspectiva que puede permitir a la humanidad salir de esta pesadilla: el derrocamiento revolucionario por la clase obrera del modo de producción capitalista.

Resulta claro para los revolucionarios que la causa está en la lógica productivista propia del capitalismo, como ya lo analizó Carlos Marx en El Capital: “Acumular para seguir acumulando, producir para seguir produciendo, ésa es la consigna de la economía política que proclama la misión histórica del periodo burgués. Y‑no se ha hecho la menor ilusión en‑cuanto a los dolores del parto de la‑riqueza: pero ¿ para qué sirven esos‑lamentos que no cambian nada a las‑fatalidades históricas ?” (Libro I – Cap.‑XXIV). Ahí están la lógica y el cinismo sin límites del capitalismo: la verdadera finalidad de la producción capitalista está en la acumulación del capital y no en la satisfacción de las necesidades humanas. Importa poco entonces el destino del planeta, de la humanidad y menos aún el de la clase obrera. Con la saturación global de los mercados, que se hizo efectiva en 1914, el capitalismo entró en su fase de decadencia. O sea que la acumulación del capital se ha vuelto cada día más conflictiva, más convulsiva. Desde entonces, “la destrucción del medio ambiente adquiere otra dimensión y otra cualidad […] Estamos en una época en la que todas las naciones capitalistas están obligadas a competir entre sí dentro de un mercado supersaturado, una época, en consecuencia, de permanente economía de guerra, con un crecimiento desproporcionado de la industria pesada. Una época caracterizada por la irracionalidad, por la multiplicación inútil de complejos industriales en cada unidad nacional, […] la aparición de megalópolis […] el desarrollo de tipos de agricultura que han sido tan dañinas ecológicamente como la mayoría de los tipos de industria” (Revista internacional no 63). Esta tendencia ha dado un salto al entrar el capitalismo en la fase terminal de su decadencia, la de la descomposición, que caracteriza desde hace unos veinte años la putrefacción de raíz del sistema en la medida en que ni el proletariado ni la burguesía han logrado hasta ahora imponer su solución, o sea, revolución proletaria o guerra generalizada.

El capitalismo ha puesto el caos y la destrucción en el orden del día de la historia. Las consecuencias para el medio ambiente son catastróficas. Es lo que vamos a ilustrar (aunque muy parcialmente porque innumerables son los destrozos), mostrando cómo la burguesía enciende sistemáticamente contrafuegos ideológicos para se extravíen hacia callejones sin salida todos aquellos que se plantean legítimamente qué habría que hacer para acabar con este bestial ciclo de destrucción.

El capitalismo estropea el ecosistema...

Tanto su carácter mundial como la dimensión de sus implicaciones dan a la cuestión de los trastornos climáticos una importancia de primer orden. No es por casualidad si la burguesía ha hecho de esta cuestión uno de los ejes mayores de sus campañas mediáticas. Pueden seguir pretendiendo los pedantes que “en lo que toca a la meteorología o la climatología, el hombre es de poca memoria” (le Monde, 10/9/2000) o ir acusando de terrores milenaristas; este tipo de actitud, al que nunca renuncia totalmente la burguesía, defiende implícitamente el statu quo, su posición dominante, el sentimiento de estar “protegido”. Pero no puede el proletariado permitirse semejante lujo. Físicamente, siempre son los obreros y las capas más miserables de la población mundial las que sufren en sus carnes las consecuencias espeluznantes de las perturbaciones globales en el ciclo de vida terrestre que son provocadas por el aprendiz de brujo capitalista.

El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), encargado de hacer la síntesis de los trabajos científicos sobre cuestiones climáticas, recuerda en su “Informe para responsables” del 22 de octubre del 2000, los datos fundamentales observados, que expresan todos ellos una ruptura cualitativa en la evolución del clima: “La temperatura media de la superficie ha subido de 0,6 ºC desde 1860 [...]. Recientes análisis indican que el siglo XX ha sufrido probablemente en el hemisferio Norte el recalentamiento más importante de todos los siglos desde hace mil años [...]. La superficie del manto de nieve ha disminuido un 10 % desde finales de los 60 y el período de hielo de lagos y ríos ha disminuido en el hemisferio Norte en unas dos semanas durante el siglo XX [...]. Disminución de la capa de hielo en el Ártico en un 40 % [...]. El nivel de los mares ha subido un promedio de 10 a 20‑centímetros durante el siglo XX [...]. El ritmo de aumento del nivel de los mares durante el siglo XX ha sido diez veces más importante que durante los pasados 3000 años [...]. Las precipitaciones han aumentado entre 0,5 y 1 % por década durante el siglo XX para la mayoría de los continentes de latitud media o alta en el hemisferio Norte. Las lluvias han disminuido en la mayoría de tierras intertropicales”.

La ruptura aun es más patente si se toman en consideración las concentraciones de gases llamados “de efecto invernadero” ([2]), puesto que “desde el principio de la era industrial, la composición química del planeta ha sufrido una evolución sin precedentes” ([3]), lo que no puede negar el informe del IPCC: “Desde 1750, la concentración atmosférica de gases carbónicos (CO2) ha subido un tercio. La concentración actual nunca había sido superada desde hace cuatrocientos veinte mil años y probablemente tampoco durante los veinte millones de años pasados [...]. El nivel de concentración de metano (CH4) en la atmósfera se ha multiplicado por 2,5 desde 1750 y sigue creciendo”. O sea que ha sido esencialmente durante el siglo XX, y más particularmente en las décadas pasadas y no desde 1750 cuando han sido observados estos cambios.

El simple hecho de poder poner en paralelo la duración del periodo de decadencia del capitalismo con periodos que cubren centenas de miles cuando no millones de años, ya es de por sí la más poderosa acta de acusación que se pueda lanzar a la cara de la dejadez e irresponsabilidad demencial del capitalismo como modo de producción, puesto que resulta incontestable que las alteraciones son el resultado directo de la actividad salvaje y anárquica de la industria y de los transportes de combustión fósil. No hace falta recordar aquí que, aunque durante este mismo periodo el capitalismo ha desarrollado considerablemente sus capacidades productivas, ni la clase obrera ni la mayoría de la población del planeta han disfrutado de esos progresos. Desde este punto de vista, el balance social y humano de la decadencia capitalista, hecho de guerras y de miseria, es peor aún que el balance “climático”, y en nada puede servirle a la burguesía como circunstancia atenuante ([4]).

Por otra parte, el que el Informe del IPCC señale que “las pruebas de una influencia humana sobre el clima global son mayores ahora que cuando el segundo Informe” de 1995 sólo sirve para disculpar a la burguesía, la cual no ha hecho más que manipular el discurso científico durante los años 90, planteando voluntariamente las malas preguntas. Así es como, tras haber admitido el recalentamiento (y con mucho retraso respecto a los estudios científicos), la pregunta de la burguesía fue: ¿qué prueba formal tenemos de que ese recalentamiento se debe a la actividad industrial y no a un ciclo natural?. Planteado así, resulta muy difícil contestar científicamente. Pero lo que siempre ha sido particularmente flagrante es la ruptura cualitativa en la evolución observada del clima descrita más arriba, cuando las tendencias cíclicas del clima (perfectamente conocidas y modeladas al estar dirigidas con parámetros astronómicos tales como las variaciones de la órbita terrestre, la inclinación del eje de rotación de la Tierra, etc.) nos colocan precisamente en un periodo de glaciación relativa iniciado hace mil años y que todavía debe durar unos 5000. Y por si no es suficiente, dos parámetros más van en el sentido del enfriamiento: el ciclo de actividad solar y el aumento de partículas en la atmósfera... aumento también debido a la contaminación industrial (y a las erupciones volcánicas...). Así queda patente la hipocresía de‑la burguesía que exige “pruebas”. Ahora que resulta difícil negar el origen capitalista del recalentamiento, la nueva pregunta que preocupa a los medios
burgueses es: ¿puede demostrarse formalmente el vínculo entre este recalentamiento y fenómenos observados recientemente (ciclón Mitch y Eline, tormentas en Francia, inundaciones en Venezuela, Gran Bretaña, etc.)? Una vez más, la comunidad científica tiene dificultades para contestar a esa pregunta tan poco... científica, cuyo único objetivo es sembrar la idea de que en fin de cuentas, el recalentamiento no tendría consecuencias sensibles: organismos oficiales como la Meteorología nacional francesa contestan con fórmulas jesuíticas de lo más alambicado:
“No está demostrado que los recientes incidentes extremos sean la manifestación de un cambio climático, pero cuando éste sea plenamente perceptible es verosímil que pueda venir acompañado de un aumento de incidentes extremos.”

Y los cambios climáticos venideros son de lo más inquietante, también según el IPCC: “el aumento promedio de la temperatura de la superficie se supone que será un 1,5 a 6 °C [...] este aumento no tendría ningún precedente durante los 10 000 años pasados”, mientras la subida de los mares alcanzaría unos 0,47 metros de promedio, “o sea entre 2 y 4 veces el aumento de nivel observado durante el siglo XX”. Hemos de añadir que estas previsiones no toman en cuenta el ritmo real de la deforestación (siguiendo con el ritmo actual, todos los bosques habrán desaparecido en 600 años). Por terribles y mortíferas que fueran las probables consecuencias de estas variaciones climáticas en términos de inundaciones, ciclones en ciertas áreas y sequía en otras, como también en términos de penuria de agua potable, de desaparición de especies animales, etc., para el director del Instituto francés de investigaciones médicas “ése no es el peligro principal. Es la dependencia del hombre respecto a su entorno. Las migraciones, la superconcentración humana en un ámbito urbano, la disminución de las reservas de agua, la contaminación y la pobreza siempre han sido condiciones propicias para la difusión de microorganismos infecciosos [pero ¡si es el capitalismo quien ha desarrollado las grandes concentraciones, la pobreza y la contaminación!]. Ahora bien, la capacidad reproductora e infecciosa de varios insectos y roedores, vectores de parásitos o de virus, depende de la temperatura y humedad del medio. En otros términos, una subida de la temperatura, por pequeña que sea, abre las puertas a una expansión de numerosos agentes patógenos tanto para el animal como para el hombre. Y así, enfermedades parasitarias tales como el paludismo, la esquistosomiasis o la enfermedad del sueño, infecciones vírales como el dengue, ciertas encefalitis y fiebres hemorrágicas, han ido ganando terreno estos años pasados. Han vuelto a zonas en que habían desaparecido, pero también afectan ahora a regiones que nunca habían estado afectadas [...]. Las proyecciones para el año 2050 muestran que 3 mil millones de seres humanos vivirán amenazados por el paludismo [...]. También del mismo modo se multiplican las enfermedades transmitidas por el agua. El recalentamiento de las aguas dulces favorece la proliferación de microbios. El de las aguas saladas – en particular cuando están enriquecidas por corrientes humanas – permite al fitoplancton, auténtico vivero de bacilos, reproducirse de forma acelerada. El cólera, que había desaparecido prácticamente de Latinoamérica a partir de los 60, mató a 1 368 053 personas entre 1991 y 1996. Al mismo tiempo, surgen nuevas infecciones o van más allá de los nidos ecológicos en que habían quedado relegadas [...]. La medicina está desarmada, a pesar de sus progresos, ante la explosión de varias patologías. La epidemiología de enfermedades infecciosas [...] puede tomar nuevos aspectos durante el siglo XXI, con la expansión en particular de zoonosis, infecciones transmisibles del animal vertebrado al hombre y viceversa” (Manière de Voir n°50, p. 77).

... y lo hace todo para disculparse

A tal nivel de responsabilidad histórica, la respuesta ideológica de la burguesía ha sido organizar descomunales verbenas hipermediatizadas, desde la Conferencia de la Tierra en Río en 1992 hasta La Haya, pasando por Kioto y Berlín, para hacernos tragar que la clase dominante habría tomado por fin conciencia de los peligros que amenazan el Planeta. El fraude funciona a varios niveles.

Para empezar, darnos la ilusión de que si se alcanzaran los objetivos decididos en Kioto sería un primer paso significativo. Ahora bien, no solo es evidente que no se alcanzarán esos objetivos, sino que, aunque así fuese, es tan ridículo el ritmo decidido que no disminuiría en nada la actual tendencia al recalentamiento. Esto deja patente que todas las ONG, al igual que todos los partidos ecologistas, que se comprometen a fondo en esas discusiones sobre la aplicación del protocolo de Kioto, forman parte de esta mistificación. En nada puede tratarse de un paso hacia adelante, en el mejor de los casos sería un paso de lado.

En segundo lugar, hacernos creer que si los Estados no siempre logran ponerse de acuerdo, es porque tienen una visión diferente de los medios para alcanzar el objetivo común de disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero. En realidad, cada capital nacional defiende sus intereses e intenta imponer en las negociaciones normas de producción que estén lo más cerca posible de las suyas propias, con sus capacidades tecnológicas, con su modo de abastecimiento energético, etc. Por ejemplo, ni Francia ni Estados Unidos respetan los compromisos de Kioto (las emisiones de gas carbónico han aumentado un 11 % en EEUU y un 6,5 % en Francia); sin embargo cuando el presidente francés Chirac declara que “la esperanza de una limitación eficaz de los gases de efecto invernadero está ahora en manos americanas” (le Monde, 20/11/2000), ha de traducirse: “en la guerra comercial que nos opone, nos gustaría ponerles unos grillos atados a los pies”. Lo mismo ocurre con la puesta en marcha de un sistema de “observación” exigido por la Unión Europea para multar a quienes sobrepasaran sus cuotas de contaminación (o sea que no se trata en absoluto, dicho sea una vez más, de impedirla). Ya puestos a ello, ¡que pidan a EEUU que financie Airbus y limite la producción de Boeing ! La cosa es todavía más sencilla para los países del Tercer mundo: el peso de la crisis, de la deuda y de la miseria han sistematizado el saqueo de los recursos naturales, dejando hacer lo que les dé la gana a las grandes compañías occidentales que alimentan la corrupción local. Se trata de una realidad que el capitalismo es incapaz, por definición, de superar. En el marco capitalista, todo apoyo a unas medidas con respecto a otras implica favorecer a unos Estados contra otros.

Y para terminar, la última falsificación tan del gusto de los reformistas de todo jaez: la idea de que hay que luchar a favor de un capitalismo limpio, respetuoso del medio ambiente, sin competencia, un capitalismo de ensueño. Esta santa cruzada se hace en nombre de la antimundialización y dirige sus súplicas desgarradas al Estado para que éste legisle, imponga tasas, presione a las malditas multinacionales. Ocurre como con la legislación del trabajo, la cual no cambia para nada ni la explotación capitalista, ni el desempleo, ni la miseria y ni siquiera impide no ser respetada cuando le interesa a la burguesía. No existe legislación, obligación fiscal o cualquiera que sea la medida con pretensiones ecologistas que no sea perfectamente asimilable por el capitalismo, y hasta favorable a la modernización del aparato productivo, cuando no se trata pura y sencillamente de una forma disfrazada de proteccionismo o de una justificación cómoda de medidas antiobreras (despidos por cierre en empresas contaminadoras, bajada de sueldos para absorber los costos de la normalización, etc.). Desde este punto de vista, los llamados “impuestos ecológicos” (contamino pero pago... un poquito) y el mercado de los permisos para emitir gases cuyo principio ha sido admitido, ¡demuestran el camino por el que va el realismo capitalista en materia de lucha contra la contaminación y el recalentamiento global!

Por eso los partidarios de la ecología política y las ONG más coherentes acaban justificando las medidas necesarias desde el punto de vista de la rentabilidad misma del capital y no es extraño verlos integrar, con función de consultantes, los centros de decisión de la burguesía. Resulta evidente en lo que concierne los partidos “verdes”, presentes en varios gobiernos de Europa (Francia, Alemania), pero también lo es para las ONG como el World Conservation Monitoring Centre, que se ha convertido en verdadera antena de Naciones Unidas, defendiendo que “las políticas y medidas referentes al cambio climático han de tener una relación eficacia/gastos para garantizar beneficios globales al menor costo posible”. En este mismo sentido, el distribuidor de la ideología antimundialización (o sea anti-EEUU) en Francia, le Monde diplomatique, se indigna de que “el impacto combinado de los costos sociales del transporte automóvil – ruido, contaminación del aire, consumo de espacio y ausencia de seguridad – podría alcanzar hasta el 5 % del producto nacional bruto (PNB)” (Manière de voir, no 50, p. 70). Esta conversión al realismo ecológico también puede manifestarse como una ayuda efectiva al Estado, como lo hemos podido ver con Greenpace que ofreció sus servicios tras el naufragio del carguero Ievoli-Sun frente a las costas francesas en noviembre del 2000.

Es una característica de todas las corrientes ecológicas, sean ONG o partidos, el hacer del Estado capitalista el garantizador de los intereses comunes. Su modo de acción es fundamentalmente a-clasista (puesto que todos estamos concernidos) y democrático (también son los campeones de la democracia local): sería la presión popular, la reacción ciudadana, la que debe imponer al Estado (lo suponemos sinceramente emocionado por semejante movilización) tomar las medidas a favor del medio ambiente. Ni falta hace decir que esa contestación, que ni cuestiona los fundamentos del modo de producción capitalista ni el poder político de la clase dominante, es totalmente asimilable por la burguesía. Y en cuanto a muchos que no se creen estos cuentos de hadas, pero que se desmoralizan también esto acaba siendo una victoria para la burguesía.

Ya hemos visto que es totalmente ilusorio pensar que puedan existir mecanismos integrados al capitalismo que permitan acabar con los desastres ecológicos ([5]), tanto más cuando estos son el resultado del funcionamiento más propio del capitalismo. Son las relaciones sociales capitalistas lo que hay que destruir para imponer una sociedad en la que la satisfacción de las necesidades del hombre, en el mismo cogollo del modo de producción, no se haga a costa del entorno natural, puesto que ambos, hombre y naturaleza, están indisociablemente vinculados. Solo el proletariado podrá llevar a cabo la instauración de esa sociedad, la sociedad comunista, pues es la única fuerza social capaz de desarrollar una conciencia y una práctica que tienden a “revolucionar el mundo existente” y a “trasformar prácticamente el estado de las cosas” (Marx, La Ideología alemana).

Desde su aparición como teoría revolucionaria del proletariado, el marxismo se afirmó opuesto a la ideología burguesa, incluso contra sus concepciones materialistas más avanzadas, que no veían en la naturaleza más que un objeto exterior al hombre y no una naturaleza histórica. El dominio de la naturaleza jamás ha tenido para el proletariado el sentido saqueo de la naturaleza: “A cada paso se nos recuerda que no reinamos en absoluto sobre la naturaleza como un conquistador sobre un pueblo extranjero, como alguien ajeno a la naturaleza – sino que nosotros, con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, existimos en ella, y que toda nuestra superioridad estriba en que tenemos la ventaja sobre las demás criaturas de ser capaces de entender sus leyes y aplicarlas correctamente” (Engels, Dialéctica de la naturaleza).

Sin embargo, es evidente que la toma de conciencia de la gravedad de los problemas ecológicos no puede ser por sí mismo un factor de movilización en las luchas que la clase obrera tendrá que librar hasta el triunfo de la revolución comunista. Como ya lo afirmábamos en la Revista internacional no 63, y los 10 años pasados no han hecho sino confirmarlo, “la cuestión como tal no le permite al proletariado afirmarse como fuerza social distinta. Al contrario, […] le ofrece a la burguesía un pretexto ideal para sus campañas interclasistas […]. La clase obrera no podrá dedicarse a solucionar la cuestión ecológica hasta que no se haya hecho con el poder político en todo el mundo”.

Sin embargo, las aberraciones del sistema capitalista en descomposición también afectan a los proletarios (salud, alimentación, vivienda...) y de esta forma pueden convertirse en factor de radicalización en la luchas económicas venideras.

Para todos aquellos que, aun no perteneciendo a la clase obrera pero sinceramente opuestos e indignados por la destrucción del planeta, la única perspectiva constructiva para su indignación es la de hacer la crítica de la ideología ecologista, y responder a la invitación del Manifiesto comunista alzándose hasta la comprensión general de la historia de la lucha de clases, incorporándose al combate del proletariado en sus organizaciones revolucionarias.

La destrucción del entorno no es un problema técnico sino político: el capitalismo es hoy más que nunca un verdadero peligro mortal para la humanidad, y hoy más que nunca el porvenir está en manos del proletariado. No se trata de una visión mesiánica o abstracta. Es una necesidad que tiene sus raíces en la misma realidad del modo de producción capitalista. Al proletariado no le queda mucho tiempo para cortar el nudo histórico entre socialismo o barbarie. Cuanto más pasa el tiempo, más apocalíptica será la herencia que dejará la descomposición acelerada de la sociedad capitalista y que la sociedad comunista tendrá que solucionar.

Bt


[1] El protocolo de Kioto (diciembre de 1997) es la petición de principio de los Estados que firmaron la convención sobre los cambios climáticos de Río de Janeiro (1992), comprometiéndose a reducir un 5,2 % de aquí a 2010 las emanaciones de gases de efecto invernadero respecto a 1990.

[2]  El efecto invernadero es un “proceso [que] da‑una función considerable a los gases minoritarios de la atmósfera (vapor de agua, dióxido de carbono, metano, ozono): al impedir que salgan libremente del planeta las radiaciones infrarrojas terrestres, éstas mantienen suficiente calor cerca del suelo para que el planeta sea habitable (si no, el promedio de temperatura sería –18 °C)” (Hervé Le Trent, director de investigaciones al laboratorio de Meteorología dinámica de París, le Monde, 7‑de agosto del 2000).

3) Hervé Le Trent, idem

[3] Hervé Le Trent, idem

[4] Véase el artículo “El siglo más sanguinario de la historia”, Revista internacional nº 101.

[5] No es aquí el lugar para desarrollar las otras caras del desastre ecológico: desertificación y deforestación incontroladas, desaparición de especies animales con todas las pérdidas medicinales potenciales que ello conlleva (de aquí a 2010, 20 % de las especies conocidas habrán desaparecido, una tercera parte de ellas animales domésticos), envenenamiento permanente por la dioxina, utilización masiva de pesticidas tóxicos, penuria de agua potable (cada 8 segundos se muere un niño por falta de agua o debido a su mala calidad), contaminación nuclear militar y civil, saqueo de regiones enteras por la explotación petrolera, agotamiento de los recursos oceánicos, guerras locales, etc. Así como para la cuestión del recalentamiento global, las “soluciones” de la burguesía consisten en disfrazar la realidad tanto como puede y en cualquier caso seguir agravándola. 

 

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Cuestiones teóricas: 

Documento (J. Rebull, POUM) - Sobre las Jornadas de mayo del 37 en Barcelona

Documento (J. Rebull, POUM)

Sobre las Jornadas de mayo del 37 en Barcelona

 

Presentación

El artículo de Josep Rebull sobre las  Jornadas de mayo del 37, que aquí  publicamos, forma parte de un trabajo serio e interesante de Agustín Guillamón sobre la Guerra de España que él nos ha comunicado. Este texto fue publicado en su origen en un Boletín interno de discusión para el Segundo congreso del Comité local de Barcelona del POUM, tras los acontecimientos de mayo del 37. Su publicación hoy participa de la reflexión indispensable que se ha de llevar a cabo sobre la Guerra de España ([1]). Contiene en particular importantes elementos de clarificación en cuanto a la actitud política de la corriente anarquista y del POUM ([2]) durante aquellos trágicos acontecimientos.

Las Jornadas de mayo del 37 fueron efectivamente otra dramática experiencia para la clase obrera. También fueron para los estalinistas y los anarquistas “oficiales” la ocasión de desencadenar una política antiobrera y mostrar que se habían convertido en defensores de los intereses del capitalismo. Durante esas luchas, no fueron sino unos pocos trotskistas en torno a G. Munis así como el grupo anarquista de Los amigos de Durruti los que se pusieron claramente del lado de los obreros de Cataluña.

El artículo de J. Rebull es de gran clarividencia en cuanto al resultado de las Jornadas de mayo y también en cuanto al curso general de la lucha de clases. También merece un homenaje el valor político que demostró, por haber desarrollado un militante del partido – desde el interior – una crítica así a la dirección del POUM.

Josep Rebull ([3]) fue miembro del POUM durante los años 30. Es necesario recordar aquí que este partido se constituyó en 1935 partiendo del BOC (Bloque obrero y campesino) ([4]) de Joaquín Maurín ([5]) al que se añadieron elementos como Andrés Nin ([6]). Éste rompió primero con la Oposición de izquierdas internacional y luego con Trotski en 1934. En el POUM, Maurín conservó el puesto de Secretario general mientras que Nin fue nombrado Secretario político ([7]). Durante la Guerra de España, mientras Maurín se pudría en las cárceles de Franco, Nin participó junto con la CNT y los partidos de la burguesía republicana y catalanista como Esquerra republicana de Lluís Companys y Josep Taradellas en el gobierno de la Generalitat de Cataluña, en tanto que ministro de Justicia. A pesar de sus desacuerdos profundos con la política del POUM durante la Guerra de España, y aunque fue capaz de acercarse un poco a las posiciones de la Izquierda comunista, Josep Rebull jamás fue capaz de romper formalmente con su partido.

Durante el período histórico que va de finales de los 30 a comienzos de los 40, las energías revolucionarias eran particularmente reducidas y aisladas de su clase. Entre ellas estaba la Izquierda italiana que tuvo en aquellos momentos el inmenso mérito de entender cuál era la verdadera dinámica de la situación. Por eso fue a contracorriente de todas las demás tendencias políticas revolucionarias. La Izquierda italiana supo, efectivamente, situarse en una visión histórica con una verdadera comprensión marxista de la realidad de la relación de fuerzas entre las clases y de su evolución; supo situar en el mismo centro de su análisis la noción de curso histórico. Así fue capaz de determinar que éste ya no era favorable a la clase obrera, que se había invertido a finales de los 20 y que, desde entonces, la contrarrevolución y la marcha hacia la guerra imperialista generalizada eran el marco de la situación política internacional.

Esta es la visión política de la que más carece Rebull, por la que su artículo tiene limitaciones políticas importantes. La más grave entre ellas es la ilusión de que la revolución proletaria era posible en España en 1936 y 1937. Defiende la idea de que si hubiese habido una verdadera dirección proletaria durante las Jornadas de mayo del 37, la situación habría podido evolucionar diferentemente. Pero más allá de esas importantes confusiones políticas, queremos saludar este artículo de Josep Rebull y poner de relieve los numerosos elementos de clarificación política, que van mucho más allá de la simple comprensión de los acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona.

¿Qué hemos de recordar de este artículo?

• En mayo del 37, la burguesía española e internacional ha logrado acallar definitivamente las últimas expresiones proletarias en España. Tras las Jornadas de mayo del 37, la represión está en marcha y puede abatirse sobre la clase obrera española antes de que se inicie la Segunda Guerra mundial. El artículo muestra que las Jornadas de mayo fueron una derrota gravísima para la clase obrera y “un triunfo para la burguesía pseudodemocrática”.

• Reanuda con una visión histórica de flujos y reflujos de la lucha de clases. Como Marx cuando la Comuna de París ([8]), como Lenin durante la Revolución rusa ([9]) o Rosa Luxemburg ([10]) durante la Revolución alemana, analiza en qué momento de la lucha de clases se enmarcan las Jornadas de mayo. Es uno de los pocos del POUM, pero también entre los demás revolucionarios españoles, que da la voz de alarma sobre la necesidad imperiosa de pasar a la clandestinidad tras las Jornadas de mayo. Esta evaluación, la más compleja de diagnosticar para un revolucionario, en qué momento de la lucha se está, es el honor de los marxistas. Es su papel y su función entender el ritmo de la lucha de clases y así decirlo ante su clase. Si ellos no lo asumen no lo asumirá nadie, y de nada servirían.

• No solo crítica al PC español y al PC catalán (el PSUC), sino también a la CNT que actúa apoyando el poder republicano dominado por los estalinistas y la fracción de izquierdas de la burguesía republicana. Sobre la dirección de la CNT, escribe que “el movimiento de Mayo ha demostrado el verdadero papel de los dirigentes anarcosindicalistas. Como todos los reformistas de todas las épocas han sido – consciente o inconscientemente – los instrumentos de la clase enemiga dentro de las filas obreras”.

• Saca lecciones sobre el verdadero papel de los Frentes populares: “En el futuro, la clase obrera no puede tener ya ninguna duda acerca del papel reservado al Frente popular en cada país”.

• Ofrece una perspectiva para la nueva situación creada por el fracaso de las Jornadas de mayo. Contrariamente al POUM que considera que estos acontecimientos son una victoria para la clase obrera, él los ve como una derrota y en este marco los revolucionarios han de prepararse, para poder sobrevivir, a vivir en la clandestinidad.

Rol

Las Jornadas de mayo ([11])

Preámbulo

Desaparecido el segundo poder en su forma organizada, es decir, desaparecidos los órganos nacidos en julio en oposición al Gobierno burgués, la contrarrevolución, representada actualmente por los partidos pequeñoburgueses y reformistas, ha atacado sucesivamente – primero con cautela y después en forma agresiva – las posiciones revolucionarias del proletariado, principalmente en Cataluña, por ser la región en que más impulso había recibido la revolución.

La potencia de la clase trabajadora estaba neutralizada, en parte, ante estos ataques; por un lado, por la dictadura contrarrevolucionaria de los dirigentes de la UGT en Cataluña, y, por otro lado, por la colaboración de la CNT en los gobiernos burgueses de Valencia y de Barcelona.

No obstante este handicap ([12]), el proletariado ha ido convenciéndose – diferenciándose de sus dirigentes reformistas, colaboradores de la burguesía – de que únicamente su acción enérgica en la calle podía cortar los avances de la contrarrevolución. Los choques armados producidos en diversos lugares de Cataluña durante el mes de abril, fueron el preludio de los sucesos de mayo en Barcelona.

La lucha estaba planteada (y sigue planteada), en términos generales, entre la revolución y la contrarrevolución, en las siguientes condiciones, por lo que respecta a Cataluña:

Los sectores revolucionarios CNT-FAI y POUM contaban con la mayor parte del proletariado en armas, pero han carecido, desde julio acá, de objetivos concretos y de una táctica eficaz. La revolución perdió por eso su iniciativa.

Los sectores contrarrevolucionarios PSUC-Esquerra, sin tener una base tan amplia – casi inexistente en Julio –, han seguido, desde el primer momento, objetivos bien determinados y han llevado una táctica en consecuencia. Mientras la CNT – fuerza numéricamente decisiva – se ha ido enmarañando en el laberinto de las instituciones burguesas, hablando al mismo tiempo de nobleza y lealtad en el trato, sus adversarios y colaboradores han venido preparando cuidadosamente y ejecutando por etapas todo un plan de provocación y desprestigio, cuya primera fase era la eliminación del POUM. Tanto éste como la dirección de la CNT, ante estos ataques – primero solapados y después descaradamente al descubierto –, se han situado a la defensiva. Han permitido, pues, a la contrarrevolución, que tomara la ofensiva.

Es en estas condiciones que se producen los acontecimientos de mayo

La lucha

La lucha iniciada el [lunes] 3 de mayo fue provocada, episódicamente, por las fuerzas reaccionarias del PSUC-Esquerra, al tratar de apoderarse de la Telefónica en Barcelona. La parte más revolucionaria del proletariado respondió a la provocación tomando posesión de la calle y fortificándose en ella. La huelga se extendió como reguero de pólvora y con una amplitud absoluta.

A pesar de nacer decapitado, este movimiento no puede en manera alguna calificarse de “putsch”. Se puede afirmar que casi todas las armas en manos de los obreros estuvieron presentes en las barricadas. El movimiento fue acogido, durante los dos primeros días, con simpatía por la clase obrera en general – prueba de ello la amplitud, rapidez y unanimidad de la huelga – y sumió a la clase media en actitud de expectante neutralidad, influida, naturalmente, por el terror. Los obreros pusieron en juego toda su combatividad y entusiasmo, hasta constatar la falta de coordinación y objetivo final del movimiento, en cuyo momento cundió la vacilación y la desmoralización en varios sectores combatientes. Únicamente a base de estos factores psicológicos, puede comprenderse que los mismos obreros dejaran de llegar, contra las órdenes de sus dirigentes, hasta el mismo Palacio de la Generalidad, del cual estaban a pocos metros.

Al lado del Gobierno sólo se encontraban una parte de las fuerzas de Orden público, los estalinistas, Estat Català, Esquerra – fuerzas estas últimas escasamente combativas. Algunas compañías de Orden público se declararon neutrales; negándose a luchar contra los obreros, y otras se dejaron desarmar. Las Patrullas de control estuvieron en su aplastante mayoría al lado del proletariado.

No existió un centro director y coordinador por parte de las organizaciones revolucionarias. Sin embargo, la ciudad quedó en tal forma en manos del proletariado que desde el martes podían hacerse perfectamente los enlaces entre los diferentes focos obreros. Únicamente alguno de estos quedó aislado; pero hubiese bastado una ofensiva concentrada sobre los centros oficiales para quedar, sin gran esfuerzo, la ciudad completamente en poder de los obreros ([13]).

La lucha se mantuvo, en general, a la expectativa por ambas partes. Las fuerzas del Gobierno por no contar con efectivos para llevar la iniciativa. Las fuerzas obreras por carecer de dirección y de objetivos.

Como factores ajenos a la ciudad y que podían de un momento a otro incorporarse a la lucha, estaban las fuerzas del frente, dispuestas a venir sobre la capital – fuerzas de los sectores revolucionarios que habían empezado ya por cortar el camino a la División Carlos Marx – y las fuerzas que enviaba el Gobierno de Valencia, las cuales no tenían ciertamente la llegada muy segura. A partir del miércoles había frente a Barcelona varios buques franceses e ingleses, probablemente dispuestos para la intervención.

Las fuerzas proletarias fueron dueñas de la calle cuatro días y medio: del lunes tarde hasta el viernes. Los órganos de la CNT asignaron al movimiento la duración de un día – el martes. Los órganos del POUM le asignaron la duración de tres días. Es decir, cada uno hace terminar el movimiento coincidiendo con su respectiva orden de retirada. Pero, en realidad, los obreros se retiraron DESPUÉS de las órdenes, por falta de una dirección que les señalara una salida progresiva, y, sobre todo, ante la traición de los dirigentes confederales: unos, declarando patéticamente desde la radio; otros colaborando con Companys, según propia declaración de éste: “El Gobierno disponía de pocos medios de defensa, de muy pocos, y no porque no lo hubiera previsto, pero no podía remediarlo. A pesar de ello, ha contenido sin vacilaciones la subversión, con estas únicas fuerzas, asistidas por el fervor popular y con conversaciones iniciadas en la Generalidad con diferentes delegados sindicales, y con la asistencia de algunos delegados de Valencia, iniciándose el retorno a la normalidad” (Hoja oficial, 17 de mayo).

Tal fue, pues, en líneas generales, la insurrección de mayo.

Los dirigentes de la CNT

El proletariado llegó a este movimiento de una manera espontánea, instintiva, sin una dirección firme, sin objetivo positivo concreto para avanzar decisivamente. La CNT-FAI, al no explicar a la clase trabajadora claramente el significado de los hechos de abril, dejaron ya decapitado el movimiento al nacer.

No todos los dirigentes confederales estuvieron al principio contra el movimiento. Los Comités de la localidad de Barcelona, no sólo lo apoyaron, sino que intentaron coordinarlo desde el punto de vista militar. Pero esto no podía hacerse sin tener previamente objetivos de carácter político a realizar. La duda y la vacilación de estos Comités se tradujeron, en la práctica, en una serie de instrucciones ambiguas y equívocas, término medio entre la voluntad de la base y la capitulación de los comités superiores.

Únicamente éstos – Comités nacional y regional – expresaron una decisión firme: la retirada. Esta retirada, ordenada sin condiciones, sin obtener el control del Orden público, sin la garantía de batallones de seguridad, sin órganos prácticos de frente obrero, y sin una explicación satisfactoria a la clase trabajadora, poniendo en el mismo saco a todos los elementos en lucha – revolucionarios y contrarrevolucionarios – queda como una de las mayores capitulaciones ante la burguesía y como una traición al movimiento obrero.

Dirigentes y dirigidos no habrán de tardar en tocar las graves consecuencias, si la formación del Frente obrero revolucionario no se lleva a la realidad ([14]).

La Dirección del POUM

Fiel a su línea de conducta desde el 19 de julio, la Dirección del POUM fue a remolque de los acontecimientos. A medida que éstos iban produciéndose, nuestros dirigentes iban suscribiéndolos, a pesar de no haber tomado parte ni arte ni en la declaración del movimiento ni en su encauzamiento ulterior. No puede titularse como encauzamiento la consigna – con retraso y en malas condiciones de difusión – de Comités de defensa, sin decir ni una palabra acerca del papel antagónico de estos Comités frente a los Gobiernos burgueses.

Desde el punto de vista práctico, todo el mérito de la acción queda en favor de los comités inferiores y de la base del partido. La dirección no editó ni un solo manifiesto, ni una sola octavilla, en los primeros días, para orientar al proletariado en armas.

Cuando – lo mismo que los que luchaban en las barricadas – nuestros camaradas dirigentes se dieron cuenta de que el movimiento no iba concretamente a la consecución de ningún objetivo final, dio la orden de retirada ([15]). Después del curso de los acontecimientos, sin la decisión de dirigirlo desde el principio, y ante la capitulación de los dirigentes confederales, la orden de retirada tendía evidentemente a evitar la masacre.

Con todo y esta falta de orientación por parte de nuestros dirigentes, la reacción les presenta como directores e impulsores del movimiento. Es, desde luego, un honor que se les hace, del todo inmerecido, a pesar de que ellos lo rechacen apelando a que se trata de una calumnia ([16]).

El Frente popular

Para todos aquellos que creían en el Frente popular como la salvación de la clase trabajadora, este movimiento ha sido altamente aleccionador. Movimiento provocado precisamente por los componentes del Frente popular y aprovechado por ellos para reforzar el aparato represivo de la burguesía, ha quedado como la prueba más contundente de que el Frente popular es un frente contrarrevolucionario que, al impedir el aplastamiento del capitalismo – causa del fascismo – prepara el camino a éste, mientras reprime por otro lado todo intento de llevar la revolución hacia adelante.

La CNT, apolítica hasta el 19 de julio, cayó – al entrar en la arena política – en la trampa del Frente popular, habiendo de costar esta desgraciada experiencia, nuevos ríos de sangre proletaria.

Para las posiciones políticas del POUM anteriores al 19 de julio, esta diferenciación brutal del Frente popular, constituye un triunfo teórico, puesto que lo había previsto y prevenido.

Con respecto al estalinismo, por primera vez se ha desenmascarado como enemigo abierto de la revolución proletaria, habiéndose situado al otro lado de la barricada, luchando contra los obreros revolucionarios y en favor de la burguesía del Frente popular, del cual es el estalinismo el creador y principal valedor.

{En el} futuro, la clase obrera no puede tener ya ninguna duda acerca del papel reservado al Frente popular en cada país.

El peligro de intervención

El temor de ciertos sectores durante el movimiento de mayo sobre el peligro de intervención armada de parte de Inglaterra y Francia, indica una falta de comprensión del papel jugado hasta la fecha por dichas potencias.

La intervención anglo-francesa contra la revolución proletaria española ya existe desde hace meses, de forma más o menos encubierta. Esta intervención consiste en el dominio ejercido por dichos imperialismos, a través del estalinismo, sobre los gobiernos de Valencia y Barcelona; consiste en la reciente lucha – siempre a través del estalinismo – dentro del gobierno de Valencia, que terminó con la eliminación de Largo Caballero y de la CNT, consiste, en fin, en los acuerdos de “no-intervención” sólo observados y cumplidos cuando de favorecer al proletariado hispano se trata. La intervención abierta mediante envíos de buques de guerra y tropas de ocupación sólo cambiaría la forma de intervención. Esta intervención, abierta o encubierta, habrá que vencerla o nos vencerá.

Al igual que cualquiera revolución obrera, la nuestra no sólo tiene y tendrá necesidad de eliminar a nuestros explotadores nacionales, sino también la ineludible de luchar por la derrota de toda tentativa intervencionista del capitalismo internacional. No puede haber revolución victoriosa sin afrontar y vencer este aspecto de la guerra. Pretender soslayarlo, equivale a renunciar a la victoria, pues nunca los imperialistas dejarán voluntariamente de tratar de intervenir en nuestra revolución.

Una justa política internacional por parte de los revolucionarios españoles puede despertar en nuestro favor al proletariado de aquellos países que quieran movilizarlo contra el proletariado español, e incluso revolverlo contra su propio gobierno. Tal es el ejemplo de la Revolución rusa de 1917.

Discusión del movimiento

Planteado el movimiento espontáneamente, podían tomarse principalmente dos posiciones sobre la marcha [excluimos la inhibición]: a) Considerarlo como un movimiento de protesta, en cuyo caso había que señalar rápidamente un plazo corto y tomar las medidas en consecuencia para evitar sacrificios inútiles. En julio de 1917, los dirigentes bolcheviques se esforzaron en detener el movimiento prematuro del proletariado de la capital y no por eso mermó su prestigio, pues supieron justificar la resolución tomada.

b) Considerar el movimiento como decisivo para la conquista del poder, en cuyo caso el POUM, en tanto que único partido marxista revolucionario, había de haberse puesto de una manera resuelta, firme, inquebrantable, a la dirección del movimiento para coordinarlo y dirigirlo. Para ello no bastaba, naturalmente, esperar encontrarse por casualidad constituido en Estado mayor de la revolución, sino que era preciso actuar rápidamente, ampliar el frente de lucha, extenderlo por todo Cataluña, proclamar sin rodeos que el movimiento iba dirigido contra el Gobierno reformista, aclarar desde el primer momento que los Comités de defensa y su Comité central debían constituirse sin dilación, constituirlos, fuese como fuese, para pasar a ser los órganos de poder FRENTE AL GOBIERNO DE LA GENERALIDAD, y atacar sin demora los lugares estratégicos aprovechando las largas horas de desconcierto y de pánico que atravesaron nuestros adversarios.

Pero si el temor manifestado en la dirección del Partido a enfrentarse con los dirigentes confederales desde el comienzo –después era tarde –, es un caso de renuncia a costa del partido, es decir, contrario a las primeras medidas adoptadas al estallar el movimiento y contrario a la independencia política del POUM, la posible excusa de que el partido no estaba en condiciones de asumir la dirección no es menos contraria a los intereses del mismo, puesto que el POUM solamente podrá jugar el papel de verdadero partido bolchevique, tomando la dirección y no precisamente declinando por “modestia” la orientación resuelta de los movimientos de la clase trabajadora. No es suficiente para el partido que se llama de la revolución estar al lado de los trabajadores en lucha, sino que es preciso situarse en vanguardia.

De no haber titubeado, de no haber esperado una vez más el criterio de los elementos trentistas de la dirección confederal, el POUM, aun en el caso de derrota, de persecución y de ilegalidad hubiese salido enormemente fortalecido de esta batalla.

El único grupo que intentó tomar una posición de vanguardia fue el de los Amigos de Durruti, que sin adoptar consignas totalmente marxistas, tuvieron y tienen el indiscutible mérito de haber proclamado que luchaban – e invitaron a luchar – CONTRA EL GOBIERNO DE LA GENERALIDAD.

Los resultados inmediatos de esta insurrección obrera representan una derrota para la clase trabajadora y un nuevo triunfo para la burguesía seudodemocrática ([17]). Pero una actuación más eficaz, más práctica en la dirección de nuestro partido, podría haber resultado una victoria cuando menos parcial de los obreros. En el peor de los casos se podría haber organizado un Comité central de defensa, a base de las representaciones de las barricadas. Para esto hubiese bastado celebrar primero una asamblea de delegados de cada barricada del POUM y alguna que otra de la CNT-FAI, para nombrar un Comité central provisional. Este Comité provisional, mediante un pequeño manifiesto podría haber luego convocado a una segunda reunión invitando a delegaciones de grupos que no estaban representados en la primera asamblea, a fin de establecer un organismo central de defensa. En el caso de haber estimado también una retirada, habría sido posible conservar este Comité central de defensa, como órgano embrionario del doble poder, es decir, como un Comité provisional del Frente obrero revolucionario, que mediante su democratización por medio de la creación de Comités de defensa en los lugares de trabajo y en los cuarteles, habría podido continuar la lucha con más ventaja que ahora contra los gobiernos burgueses ([18]).

Pero no podemos excluir una variante infinitamente más favorable. Una vez constituido el Comité central de defensa, en la forma indicada, habría sido quizás posible la toma del poder político. Las fuerzas burguesas – desmoralizadas y rodeadas en el centro de Barcelona – podrían haber sido vencidas mediante una ofensiva rápida y organizada.

Naturalmente, este poder proletario en Barcelona, habría repercutido en todo Cataluña y muchos lugares de España. Todas las fuerzas del capitalismo nacional e internacional se habrían aprestado para destrozarlo. Su destrucción habría sido inevitable, sin embargo, si no se hubiese fortalecido inmediatamente por los medios siguientes:

a) la rápida resolución del POUM para actuar como vanguardia marxista revolucionaria, capaz de orientar y dirigir el nuevo poder en colaboración con los otros sectores activos de la insurrección;

b) la organización del nuevo poder a base de los Consejos de obreros, campesinos y combatientes, o lo que es lo mismo, a base de Comités de defensa democráticamente constituidos y debidamente centralizados;

c) la extensión de la revolución por toda España, mediante una rápida ofensiva en Aragón;

d) la solidaridad de los obreros de los demás países. Sin estas condiciones la clase obrera catalana no habría podido mantenerse por mucho tiempo en el poder.

Digamos, para finalizar este apartado, que las hipótesis aquí formuladas tienden a aportar datos a la discusión general que las Jornadas de mayo están destinadas a suscitar durante largo tiempo en los medios revolucionarios.

Conclusiones

1. La clase obrera continúa en una situación defensiva en condiciones peores que antes de la insurrección de mayo. Podría haber iniciado su ofensiva en mayo, si la traición y la capitulación no hubiesen determinado una derrota parcial, que no significa [aún] una derrota definitiva para la actual revolución. Los trabajadores poseen más armas que antes de las Jornadas de mayo, y si no se dejan arrastrar a una lucha prematura por la provocación, podrán estar nuevamente en condiciones de tomar la ofensiva al cabo de unos meses.

2. El no haber sabido tomar el poder en julio, planteó una segunda insurrección: la de mayo. La derrota sufrida ahora, hace ineludible una nueva lucha armada ante la cual tenemos el deber de prepararnos. Mientras no sea derrocado el Estado burgués, contra el cual tenemos que dirigir nuestra lucha revolucionaria, la insurrección armada del proletariado continúa siendo una cosa del futuro.

3. El movimiento de mayo ha demostrado el verdadero papel de los dirigentes anarcosindicalistas. Como todos los reformistas de todas las épocas han sido – consciente o inconscientemente – los instrumentos de la clase enemiga dentro de las filas obreras. La revolución en nuestro país sólo puede triunfar a través de la lucha simultánea contra la burguesía y contra los dirigentes reformistas de todos los matices, incluso CNT-FAI.

4. Se ha visto que no existe un verdadero partido marxista de vanguardia en nuestra revolución y que queda todavía por forjarse este instrumento indispensable para la victoria definitiva. El partido de la revolución no puede tener una dirección vacilante y en continua expectativa, sino una dirección firmemente convencida de que hay que ir delante de la clase obrera, orientarla, impulsarla, vencer con ella ([19]). No puede situarse solamente a base de los hechos consumados, sino que debe tener una línea política revolucionaria que sirva de base a su acción e impida las adaptaciones oportunistas y las capitulaciones (10). No puede basar su acción en el empirismo y la improvisación, sino que debe utilizar en su favor los principios de la técnica y organización modernas. No puede permitirse las más leves ligerezas en la cima, porque éstas se proyectan dolorosamente amplificadas en la base, siendo el germen de la indisciplina, de la falta de abnegación, de la pérdida de fe en los menos fuertes, en el triunfo de la revolución proletaria.

5. Queda demostrada una vez más, la necesidad ineludible del Frente obrero revolucionario, que sólo puede constituirse a base de una lucha a fondo contra la burguesía y su Estado simultáneamente a la lucha contra el fascismo en los frentes. Si las direcciones de las organizaciones obreras revolucionarias no aceptan dichas bases ([20]) – que ciertamente pugnan con su actuación de julio acá – entonces deberá promoverse la formación mediante la presión desde abajo.

6. Ninguna de las lecciones aprendidas podrá ser útil, si el proletariado, y sobre todo el partido marxista revolucionario, no se entrega a un intenso trabajo práctico de agitación y organización. Hasta la misma lucha contra las amenazas y restricciones de la clandestinidad requiere una actividad incansable si no queremos ser aplastados irremediablemente. El criterio de que el Partido no será sumido en la clandestinidad solamente puede admitirse como el propósito de una nueva adaptación y una nueva renuncia a la lucha revolucionaria en estos momentos, quizás decisivos ([21]).

J. Rebull

 


[1] Cf. el libro que la CCI acaba de publicar, España 36, Franco y la República masacran a los trabajadores, Valencia, abril 2000, 159 p.

[2] Véase por ejemplo Historia del POUM, Víctor Alba, Ed. Champ libre, París, 1975. Historia escrita por una antiguo miembro del POUM.

[3] Cf. el trabajo realizado sobre J. Rebull por A.‑Guillamón, in Balance nos 19 y 20, octubre 2000.

[4] El Bloque obrero y campesino nació en marzo del 31 en Terrassa, ciudad de la cercanía industrial de Barcelona.

[5] Nacido en 1896 en Bonanza (provincia de Huesca), es influenciado por el anarcosindicalismo y de la Revolución rusa. En 1919, es miembro de la CNT, participa en su Segundo congreso en el que conoce a Nin con el que se pronuncia a favor de la adhesión a la Internacional comunista. El Congreso aprobó esta adhesión. Luego fue miembro y uno de los dirigentes del Partido comunista español hasta su expulsión junto con la Federación comunista catalano-balear en 1930, que representaba una tercera parte del Partido.

[6] Nacido en 1892 en Vendrell, en Cataluña. Tiene el mismo recorrido político que J. Maurín, luego es uno de los secretarios de la Internacional sindical roja en Moscú hasta 1928. Es dimitido de sus responsabilidades por haber manifestado su simpatía hacia Trotski. Cuando logra irse de la URSS y volver a España en 1930, participa en la Oposición de izquierdas internacional, perteneciendo al grupo que se nombra Izquierda comunista. La propuesta de fusión propuesta por Nin fue rechazada en 1934 por el BOC y no se realizó hasta el 29 de setiembre del 35, cambiándose el nombre por el de POUM. Nin fue asesinado en 1937 por sicarios del NKVD de Stalin.

[7] No es Secretario general para que quede claro que esta función se reserva para J. Maurín.

[8] Marx fue capaz de saludar la lucha y sin embargo afirmar que estaba perdida y no podía resolverse más que en un fracaso sangriento debido a su aislamiento. Según Marx, los proletarios se lanzaban "al asalto del cielo".

[9] Durante las Jornadas de julio del 17, Lenin fue capaz de decir que no era favorable el momento para la clase obrera, y también fue capaz de favorecer la preparación de la insurrección a partir del mes de setiembre.

[10] {Se trata de una crítica directa al CE del POUM}.

[11] Existen dos versiones del texto de Josep Rebull. La primera fue publicada en el Boletín del Comité local del POUM, y está fechada el 29 de mayo del 37. La segunda fue publicada en el Boletín de discusión editado por el Comité de defensa del congreso [del POUM], París, 1 de julio de 1939. Cuando exista un añadido, que corresponda al texto de 1939, aparecerá entre corchetes: [ ]. Las modificaciones más relevantes están indicadas en notas a pie de página. Las escasas indicaciones del compilador de este trabajo aparecerán entre los signos: { }.

[12] En el texto de 1939 se sustituye la palabra inglesa "handicap" por la española "desventaja".

[13] {Nota número 1 de Rebull, que fue suprimida en la versión publicada en 1939}: La cél. 72 posee un plano de Barcelona con las barricadas y posiciones de ambos lados durante la lucha. Su examen es altamente interesante. Está a disposición de todos los camaradas.

[14] {Es notable la diferenciación que hace Josep Rebull entre los comités locales de Barcelona y los comités superiores: nacional y regional. En el seno de la CNT, en Barcelona, se daba la organización informal de los comités de fábrica y de defensa de los barrios, coordinados por Manuel Escorza. Cf. la coincidencia con Abel Paz: Viaje al pasado (1936-1939. Ed. Autor, Barcelona, 1995.}.

[15] ["Faltos los trabajadores que luchaban en la calle de unos objetivos concretos y de una dirección responsable, el POUM no podía hacer otra cosa que ordenar y coordinar una retirada estratégica..." (Resolución del CC ante las jornadas de mayo, punto 3)]. {Esta nota no aparecía en la versión de 1937}.

[16] [“por parte de cierta prensa nacional y extranjera, se hacen los esfuerzos más extraordinarios – ya se necesita que lo sean – para presentarnos como los “agentes provocadores” de los sucesos acaecidos la semana pasada en Barcelona... Si nosotros hubiésemos dado la orden de empezar el movimiento el día 3, no tendríamos por qué ocultarlo. Siempre hemos respondido de nuestras palabras y de nuestros actos... Lo que hizo nuestro partido – eso lo hemos dicho ya varias veces y lo repetimos hoy sencillamente – fue sumarse a él. Los trabajadores estaban en la calle y nuestro partido tenía que estar al lado de los trabajadores...” (Editorial de La Batalla, 11 de mayo 1937. El subrayado es nuestro). {Nota que no fue publicada en la versión de 1937}.

[17] {Nota añadida por Rebull en 1939}: [En la orden de retirada, la dirección del POUM interpretó, por lo contrario, que la victoria pertenecía a los obreros. Una sangrienta represión vino como epílogo de esta “victoria obrera”.].

[18] {Nota que existía ya en el primer texto publicado en 1937}: [Durante la tarde del martes se trabajó en el C{omité} L{ocal} de Barcelona para esta coordinación, pero faltó el entusiasmo de la dirección para llegar hasta el final.].

[19] {Josep Rebull constata que el POUM no es un partido revolucionario, ni podrá llegar a serlo jamás con la estrategia política del actual CE}.

10) {Se trata de una crítica directa al CE del POUM}.

[20] {Nota añadida por Rebull en 1939}: [Bases que forman parte de la Contratesis política que mencionamos al principio].

[21] {Nota añadida por Rebull en 1939}. [En efecto, la dirección no tomó las medidas necesarias en orden al trabajo ilegal y organización clandestina. Desgraciadamente, los mismos dirigentes, como hemos visto, fueron las primeras víctimas de su imprevisión.]

{Esta es la única advertencia manifestada por un dirigente poumista sobre la inminencia de la represión contra los revolucionarios, y por lo tanto la urgente necesidad de prepararse para la clandestinidad, que se cumplió a partir del 16 de junio con la ilegalización del POUM, la detención de sus dirigentes, el secuestro y asesinato de Nin, y la persecución de sus militantes.}

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Entender Cronstadt

El 21 de marzo hará 80 años que el Partido bolchevique, cuatro años después de que la clase obrera tomara el poder durante la Revolución rusa en octubre de 1917, acabó por la fuerza con la insurrección de la guarnición de la flota del Báltico en Cronstadt, situada en la pequeña isla de Kotlin, en el Golfo de Finlandia y a 30 kilómetros de Petrogrado.

Durante varios años, en la guerra civil, el partido bolchevique tuvo que librar un sangriento combate contra los ejércitos contra-rrevolucionarios de las burguesías rusa y extranjera. Pero la revuelta de la guarnición de Cronstadt fue algo nuevo y diferente: se trataba de una revuelta de unos obreros, partidarios del régimen de los soviets, que habían estado en la vanguardia de la Revolución de octubre. Y eran esos mismos obreros los que, ahora, ponían por delante sus reivindicaciones para corregir los numerosos abusos y desviaciones intolerables del nuevo poder.

Desde entonces, el aplastamiento violento de esa lucha ha quedado como una referencia para poder comprender el sentido del proyecto revolucionario. Esto es aún más cierto hoy en día cuando la burguesía se afana en probar a la clase obrera que hay un hilo histórico ininterrumpido que va de Marx y Lenin a Stalin y el gulag.

Nuestra intención, en este artículo, no es entrar en todos los detalles históricos. Ya hemos publicado otros artículos en la Revista internacional que tratan los acontecimientos con mayor precisión (Revista internacional nº 3, "Lecciones de Cronstadt", y nº 100 "1921: el proletariado y el Estado de transición").

Aprovechamos la ocasión de este aniversario para concentrarnos, de manera polémica, en dos tipos de argumentos sobre la revuelta de Cronstadt: en primer lugar, el empleo por los anarquistas de estos sucesos para probar la naturaleza autoritaria y contrarrevolucionaria del marxismo y de los partidos que de él se reclaman; en segundo, la idea de que todavía existe en el campo proletario de que el aplastamiento de la rebelión fue una "trágica necesidad" para defender los logros de Octubre.

La visión anarquista

Según Volin, historiador anarquista: "Lenin nada comprendió; más bien, nada quiso comprender del movimiento del Cronstadt. Lo esencial, para él y para su partido, era permanecer en el poder a toda costa (...) Como marxistas (autoritarios y estatalistas, pues) los bolcheviques no podían admitir la libertad de las masas, la independencia de su acción. No tenían confianza alguna en las masas libres. Estaban persuadidos de que la caída de su dictadura significaría la caída de toda la obra emprendida y poner en peligro la revolución, con la que ellos se indentificaban (...).

Cronstadt fue la primera tentativa popular enteramente independiente para librarse de todo yugo y realizar la revolución social, tentativa directa, resoluta y audaz de las masas mismas, sin pastores políticos, jefes ni tutores. Fue el paso inicial para la Tercera revolución. Cronstadt cayó. Pero el deber quedó cumplido, y eso fue lo esencial. En el laberinto tenebroso de los cambios que se ofrecen a las masas humanas en revolución, Cronstadt es un faro que ilumina la buena ruta. Poco importa que, en las circunstancias que afrontaron, los rebeldes hablaran aún de un poder (el de los soviets), en lugar de desterrar para siempre la palabra y la idea de poder, para hablar de coordinación, de organización, de administración. Es el último tributo al pasado. Una vez conquistada definitivamente por las masas laboriosas mismas la amplia libertad de discusión, de organización y de acción; una vez emprendido el verdadero camino de la actividad popular independiente, el resto vendrá forzosamente" (Volin, La Revolución desconocida, volumen II, pág. 156 y 157, Campo Abierto Ediciones).

Como explica brevemente Volin, para los anarquistas era natural la represión de la revuelta de Cronstadt. Fue la consecuencia lógica de las concepciones marxistas de los bolcheviques. El sustitucionismo del partido, la identificación de la dictadura del proletariado con la dictadura del partido, la creación de un Estado de transición fueron la expresión de las grandes ansias de poder, de autoridad sobre unas masas en las que los bolcheviques no tenían ninguna confianza. Para Volin, bolchevismo significa el cambio de una opresión por otra.

Pero para él, Cronstadt no es una simple revuelta sino un modelo para el futuro. Si el Soviet de Cronstadt se hubiera limitado a las tareas económicas y sociales (coordinación, organización y administración) y olvidado las tareas políticas (sus propósitos respecto al poder de los soviets) habría dado la imagen de lo que debe ser una verdadera revolución social: una sociedad sin líder, sin partido, sin Estado, sin ningún tipo de poder, una sociedad de libertad inmediata y total.

Desgraciadamente para los anarquistas la primera de sus lecciones coincide al milímetro con la ideología dominante de la burguesía mundial, según la cual la revolución comunista solo puede conducir a un nuevo tipo de tiranía.

Esta coincidencia entre los anarquistas y la burguesía no es casual. Ambos miden la historia con abstracciones tales como la igualdad, la solidaridad, la fraternidad, contra la jerarquía, la tiranía y la dictadura. La burguesía utiliza cínica e hipócritamente esos principios morales contra la Revolución de octubre para justificar la brutalidad de las intervenciones armadas de sus fuerzas contrarrevolucionarias, y el bloqueo económico, contra Rusia entre 1918 y 1920. Por otro lado, la alternativa concreta que los anarquistas oponen al bolchevismo, no es más que una ingenua utopía donde desaparecen misteriosamente todas las enormes dificultades históricas a las que se enfrentó la revolución, y con las que se volverá a enfrentar en el futuro.

Pero como confirmaron los acontecimientos de España en 1936, después de haber rechazado la concepción histórica marxista de la revolución, la ingenuidad anarquista les obliga a capitular en la práctica ante la contra revolución burguesa.

Si, como dice Volin, lo que movía a los bolcheviques era su pasión por el poder absoluto, el anarquismo es - en cambio - incapaz de responder a toda una serie de cuestiones que emergen de la realidad histórica. ¿Si el objetivo último de los bolcheviques era la toma del poder, por qué, contrariamente a la mayoría de la social-democracia, se condenaron a sí mismos a un periodo de ostracismo entre 1914 y 1917 al denunciar la guerra imperialista y llamar a su transformación en guerra civil? ¿Por qué, contrariamente a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios, rechazaron unir-se al Gobierno provisional con la burguesía liberal rusa tras la Revolución de febrero 1917 (1) y, en su lugar, lanzaron la consigna de "todo el poder a los Consejos obreros"?.

¿Por qué muestra su confianza en las capacidades de la clase obrera rusa para dar inicio a la revolución proletaria mundial en Octubre, contrariamente a los partidos de la socialdemocracia internacional que la consideran demasiado atrasada y poco numerosa para derrocar a la burguesía?. ¿Por qué, por el contrario, dan su confianza a la clase obrera obteniendo de ella su apoyo para hacer los sacrificios necesarios para sobrevivir al bloqueo de los Aliados y para resistir, con las armas en la mano, a los ejércitos contrarrevolucionarios durante la Guerra civil?.

¿Cómo se puede entender que ellos lograran inspirar a la clase obrera internacional a que siguiera la vía rusa en sus tentativas revolucionarias en Europa y en el resto del mundo?. ¿Cómo pudo el Partido bolchevique impulsar la creación de una nueva internacional, la Internacional comunista, a escala mundial?.

En fin, ¿por qué el proceso de integración del partido en el aparato del Estado y la usurpación del poder obrero de los órganos de masas (los consejos obreros y los comités de fábrica) y, finalmente, el empleo de la fuerza contra la clase obrera, no ocurrió de la noche a la mañana sino tras un periodo de varios años?.

La historia de la malicia inherente a los bolcheviques no explica ni, en general, la degeneración de la Revolución rusa, ni, en particular, el episodio de Cronstadt.

En 1921 la Revolución rusa y el Partido bolchevique que la dirige, se enfrentan a una situación muy difícil. La extensión de la revolución a Alemania y otros países parece mucho menos probable que en 1919. La situación económica mundial es relativamente estable, y el alzamiento de los obreros en Alemania ha fracasado.

En Rusia, pese a la victoria en la guerra civil, la situación es dramática a causa de los repetidos asaltos de los ejércitos contrarrevolucionarios y la asfixia del país, organizada científicamente por la burguesía internacional. La infraestructura industrial estaba en ruinas, y la clase obrera diezmada por los sacrificios en los campos de batalla de la guerra mundial y después la guerra civil, en la que se vio obligada a abandonar masivamente las ciudades para tratar de sobrevivir en los pueblos.

La impopularidad creciente del régimen afecta a los bolcheviques, no solo de parte de los campesinos que desencadenan una serie de insurrecciones en las provincias, sino sobre todo en la clase que lanzó una ola de huelgas en Petrogrado a mediados de febrero de 1921. Entonces ocurre lo de Cronstadt. ¿Cómo podía Rusia mantenerse como un bastión de la revolución mundial, sobrevivir a esa situación de la clase obrera y a la desintegración económica, esperando un apoyo revolucionario de la clase obrera de otros países, en particular de Europa, que tardaba en llegar?.

Los anarquistas no dan ninguna explicación sobre la degeneración de la revolución. Cierran los ojos ante el problema de la supremacía política del proletariado, de la centralización del poder, de la extensión internacional de la revolución, y del periodo de transición hacía la sociedad comunista. Eso no impide reconocer que los bolcheviques cometiesen un error catastrófico al dar una respuesta militar a la revuelta de Cronstdat y al considerar la resistencia de la clase obrera hacia ellos como un acto de traición contrarrevolucionario.

Pero el Partido bolchevique no se puede beneficiar de la sapiencia retrospectiva y de la distancia que da la historia sobre los acontecimientos, que hoy debemos tener los revolucionarios. No puede apoyarse en las adquisiciones de un movimiento obrero que en aquella época no se había enfrentado con anterioridad a la inmensa y difícil tarea de mantenerse en el poder en un mundo capitalista hostil. La relación entre los soviets y el partido de la clase obrera, tras la victoriosa toma del poder, no es clara, como tampoco lo es la relación entre esos órganos de la clase obrera y el estado de transición que surge inevitablemente tras la destrucción del Estado burgués.

El Partido bolchevique, al tomar el poder del Estado e incorporar gradualmente los consejos obreros y los comités de fábrica, se mueve en lo desconocido. Según la opinión que imperaba en esa época en el seno del movimiento obrero, el principal peligro para la revolución viene del exterior del nuevo aparato del Estado: de la burguesía internacional, de la burguesía rusa en el exilio y de los campesinos.

En ese momento no hay ninguna tendencia en el movimiento comunista, ni siquiera las corrientes de "izquierda", que tenga una perspectiva alternativa pese a que ciertos revolucionarios, incluso dentro del Partido bolchevique, protestan contra la burocratización del régimen. Pero las orientaciones de esos revolucionarios son limitadas y contienen otros peligros. La Oposición obrera de Kolontai y Chliapnikov llama a los sindicatos a defender a los obreros contra los excesos del Estado olvidando que los consejos obreros han pasado a ser los órganos de masas del proletariado revolucionario.

Otros, en el seno del Partido bolchevique, se oponen al aplastamiento de la revuelta: los miembros del partido en Cronstadt se unen al movimiento, y elementos como Miasnikov forman, inmediatamente, el Grupo obrero y se oponen a la solución militar. Pero las tendencias de "izquierda" existentes en el partido y en la Internacional Comunista, a pesar de sus críticas al régimen bolchevique, sin embargo apoyan que se emplee la violencia. La Oposición obrera rusa se ofrece voluntaria para el asalto a Cronstadt. El Partido comunista obrero alemán, el KAPD, que está en contra de la dictadura del partido, apoya igualmente la acción militar contra la rebelión de Cronstadt (eso no impide que ciertos anarquistas de hoy, como la Federación anarquista de Gran Bretaña, se reivindiquen del KAPD y ¡ lo presenten como su antepasado !).

Finalmente, las reivindicaciones del Consejo obrero de Cronstadt, contrariamente a lo que opina Volin, no forman parte de una perspectiva alternativa ya que se sitúan principalmente en un contexto inmediato y local que no toma en cuenta las cuestiones más amplias planteadas por el bastión proletario y por la situación mundial. En particular, no dan respuestas sobre el papel de vanguardia que ha de tener el partido (2).

Más tarde, bastante más tarde, cuando los revolucionarios tratan de sacar todas las lecciones de la derrota de la Revolución rusa y de la oleada revolucionaria de 1917-23, es cuando están en condiciones de señalar las verdaderas enseñanza de ese trágico episodio.

"Hay circunstancias en que un sector proletario -- concedamos, incluso, que haya sido presa inconsciente de las maniobras del enemigo - pasa a la lucha contra el Estado proletario. ¿Qué hacer en esa situación?. Partir del principio de que el socialismo no se impone al proletariado por la fuerza. Habría sido mejor perder Cronstadt que conservarlo desde el punto de vista geográfico ya que, substancialmente, esa victoria solo podía tener un resultado: alterar las bases mismas, la substancia de la acción llevada por el proletariado" (Octubre nº 2, marzo 1938, Organo del Buró internacional de las Fracciones de la Izquierda comunista).

La Izquierda comunista pone el dedo en la llaga respecto al problema esencial: al emplear la violencia del Estado contra la clase obrera el Partido bolchevique permite que la contrarrevolución penetre en su seno. La victoria sobre Cronstadt acelera la tendencia del Partido bolchevique a convertirse en un instrumento del Estado ruso contra la clase obrera.

La Izquierda comunista, partiendo de esa concepción, fue capaz de sacar otra importante conclusión. El Partido comunista, para poder mantenerse como vanguardia del proletariado, debe mantener su autonomía respecto al Estado posrevolucionario, que representa la tendencia inevitable a la preservación del statu quo y, que impide el avance del proceso revolucionario.

La visión bordiguista

Sin embargo, hoy en día en el seno de la Izquierda comunista esta conclusión está lejos de ser compartida por todos. De hecho, una parte de la izquierda, particularmente la corriente bordiguista, retoma las justificaciones de Lenin y Trotsky sobre la represión de Cronstadt, en franca contradicción con la posición de la Fracción italiana en 1938:

"Sería vano discutir las terribles exigencias de una situación como la que obligó a los bolcheviques a aplastar Cronstadt con cualquiera que rechaza por principio que un poder proletario naciente o que se está consolidando pueda disparar contra los obreros. El examen del terrible problema que el Estado proletario tuvo que enfrentar refuerza, a su alrededor, la crítica de una visión de la revolución como un camino de rosas y permite comprender porque el aplastamiento de esa rebelión fue, según Trotsky, "una trágica necesidad", una necesidad e incluso un deber" ("Cronstadt: una trágica necesidad", Programa comunista nº 88, Organo del Partido comunista internacional, mayo de 1982).

La corriente bordiguista, bien defiende el internacionalismo intransigente del Partido bolchevique aunque defiende con la misma vehemencia, y pasando por alto la tradición a la que dice pertenecer, sus errores. Por eso es incapaz de comprender todas las lecciones de la degeneración del partido y de la revolución (3).

Para esta corriente la relación entre el partido, la clase obrera y el Estado posrevolucionario en el contexto de un periodo revolucionario, no presenta ningún problema de principio, únicamente de oportunidad, de táctica, sobre cómo la vanguardia asume su función, de la mejor manera, en cada situación: "Esta lucha titánica no puede más que provocar, en el seno mismo del proletariado, terribles tensiones. En efecto, si es evidente que el partido no hace la revolución ni dirige la dictadura contra ni sin las masas, la voluntad revolucionaria de la clase no se manifiesta en las consultas electorales o en los "sondeos" que reflejan una "mayoría numérica" o, lo que es más absurdo, una unanimidad. Se expresa en un crecimiento y una orientación cada vez más precisa de las luchas en las que las fracciones más determinadas arrastran a los indecisos y vacilantes, barriéndolos si se oponen. En el curso de las vicisitudes de la guerra civil y de la dictadura pueden cambiar las posiciones y las relaciones entre las diversas capas. Lejos de reconocer el mismo peso y la misma importancia a todas las capas obreras, semi obreras o pequeño burguesas, en virtud de no se sabe qué "democracia soviética", como explica Trotsky en Terrorismo y comunismo, su propio derecho para participar en los soviets, es decir en los órganos del Estado proletario, depende de su actitud en la lucha.

"Ninguna "regla constitucional", ningún "principio democrático" permite entonces armonizar las relaciones en el seno del proletariado. No hay ninguna receta que permita resolver las contradicciones entre las necesidades locales y las exigencias de la revolución internacional, entre las necesidades inmediatas y las exigencias de la lucha histórica de la clase, contradicción que se expresa en la oposición entre diversas fracciones del proletariado. Ningún formalismo permite codificar las relaciones entre el partido, fracción más avanzada de la clase y órgano de su lucha revolucionaria, y las masas que siguen, en diversos grados, la presión de las condiciones locales e inmediatas. Incluso el mejor partido, el que sabe 'observar el estado de ánimo de las masas e influir en él' como dice Lenin, puede en ocasiones pedir lo imposible a las masas. Más exactamente, solo encontrará el "limite" de lo posible tratando de ir lo más lejos" (ídem).

El Partido bolchevique elige en 1921 la mala senda, sin ninguna experiencia anterior y sin parámetros de referencia que le permitan orientarse. Hoy, de forma absurda, los bordiguistas cometen los mismo errores que hicieron los bolcheviques invocando el principio de "no hay principios". Para ellos el problema del ejercicio de poder por parte del proletariado desaparece al presentar como formalistas y abstractos los medios con que la clase llega a una posición común. Incluso si es cierto que no hay un medio ideal para establecer un consenso ante una situación extrema y cambiante, los consejos obreros han demostrado ser el medio más adecuado para expresar la voluntad revolucionaria del proletariado como un todo, pese a la experiencia de 1918 en Alemania que muestra cómo pueden ser vulnerables a su recuperación por parte de la burguesía. Aunque los bordiguistas tengan la "generosidad" de admitir que el partido no puede hacer la revolución sin las masas, para ellos éstas no disponen de ningún otro medio para expresar su voluntad revolucionaria, como clase en su conjunto, que el partido contando con su permiso. El partido puede, si es necesario, corregir al proletariado fusil en mano como en Cronstadt. Según esta lógica, la revolución proletaria tiene dos consignas contradictorias: antes de la revolución "todo el poder a los soviets", y después de la revolución "todo el poder al partido".

Los bordiguistas, contrariamente a Octubre, olvidan que las tareas de la revolución proletaria, a diferencia de la revolución burguesa, no puede delegarse en una minoría. Solo pueden realizarse por medio de una mayoría consciente. La emancipación de los obreros será obra de los propios obreros.

Los bordiguistas rechazan a la vez la democracia obrera y la democracia burguesa como si de la misma superchería se tratara. Pero, los consejos obreros - los medios con los que el proletariado se moviliza para derrocar al capitalismo - deben ser los órganos de la dictadura del proletariado, que reflejan y regulan las tensiones y diferencias en su seno, que ejercen el poder armado sobre el Estado de transición. El partido, indispensable vanguardia, por muy claro y avanzado que esté respecto al conjunto de la clase en tal o cual momento, no puede sustituir al conjunto de la clase obrera organizada en consejos obreros para ejercer el poder.

Sin embargo los bordiguistas, tras haber demostrado el derecho - en la práctica ya que no en "los principios" - a disparar sobre los obreros, ante el horror que implica tal conclusión, acaban por negar cualquier carácter revolucionario a la revuelta de Cronstadt. Retoman una de las definiciones de Lenin: Cronstadt es una "contrarrevolución pequeño burguesa" que abre la puerta a la reacción de los guardias blancos.

No cabe la menor duda de que los obreros de Cronstadt tienen toda una serie de ideas confusas e, incluso, contrarrevolucionarias. Algunas de ellas aparecen en su plataforma. También es cierto que las fuerzas organizadas de la contrarrevolución tratan de utilizar, en su provecho, la rebelión. Pero los obreros de Cronstadt siguen considerándose parte integrante del movimiento proletario a escala mundial y continuadores de la Revolución de octubre: "Que los trabajadores del mundo entero sepan que nosotros, los defensores del poder de los soviets, protegemos las conquistas de la revolución social. Venceremos o moriremos en las ruinas de Cronstadt batiéndonos por la justa causa de las masas proletarias" (Pravda de Cronstadt).

Sean cuales fueran las confusiones que tenían, es incuestionable que sus reivindicaciones reflejaban los intereses del proletariado frente a las terribles condiciones de existencia, a la opresión creciente de la burocracia estatal y la pérdida de su poder político por la atrofia de los consejos. Las tentativas infructuosas de los bolcheviques de estigmatizarlos tachándolos de pequeño burgueses y agentes potenciales de la contrarrevolución son solo un pretexto para salir airosos de una situación terriblemente peligrosa y compleja.

Con la ventaja que da la distancia histórica y el trabajo teórico hecho por la Izquierda comunista, hoy podemos ver los errores de base del razonamiento de los bolcheviques: los comunistas que aplastan la revuelta de Cronstadt acabarán siendo masacrados por una dictadura antiproletaria, el estalinismo (poder absoluto de la burocracia capitalista). De hecho los bolcheviques, al aplastar los esfuerzos obreros de Cronstadt por regenerar los consejos, al identificarse con el Estado, abren sin saberlo el camino al estalinismo. Así, participan en acelerar el proceso contrarrevolucionario cuyas consecuencias serán mucho más terribles y trágicas para la clase obrera que lo hubiera sido la restauración de los Blancos. En Rusia triunfa una contrarrevolución que se autoproclama comunista. La idea de que la Rusia estalinista es la encarnación viva del socialismo y la continuidad con la Revolución de octubre siembra una terrible confusión y una incalculable desmoralización en las filas de la clase obrera en todas partes del mundo. Aún vivimos las consecuencias de esa distorsión de la realidad con la identificación de la muerte del estalinismo y la del comunismo que desde 1989 hace la burguesía.

Pero los bordiguistas, a pesar de toda esa experiencia, continúan identificándose con el error trágico de 1921. ¡ Para ellos apenas si es una "trágica" necesidad y sí un deber comunista que habrá de repetirse !.

Los bordiguistas, al igual que los anarquistas, no ven ninguna contradicción entre el partido bolchevique de 1917 que dirige, pero también se atiene y subordina a la voluntad armada del proletariado revolucionario organizado en los consejos obreros; y el partido bolchevique de 1921 que ha vaciado a los consejos obreros de su poder anterior y ha lanzado la violencia del Estado contra la clase obrera. Pero, mientras los anarquistas ayudan a la burguesía en sus campañas que presentan a los bolcheviques como unos maquiavélicos traidores, los bordiguistas presentan esa imagen como el punto culminante de la intransigencia revolucionaria.

Una Izquierda comunista digna de esa nombre, que se reclama de la herencia del Partido bolchevique, debe ser capaz de criticar sus errores. El aplastamiento de la revuelta de Cronstadt es uno de los mayores y más dramáticos.

Como

 

 

 

1) Revolución en la que las masas obreras y populares echaron abajo al zarismo.

2) Respecto a la plataforma de la revuelta de Cronstadt ver la Revista internacional n º3.

3) El BIPR, Buró Internacional por el Partido revolucionario, es otra rama de la Izquierda Comunista que tiene una posición ambigua sobre Cronstadt. Un artículo publicado en Revolutionary Perspectives nº 23 (1986) reafirma el carácter proletario de la Revolución de octubre y del Partido bolchevique que la dirigió. Rechaza las idealizaciones anarquistas sobre la revuelta de Cronstadt señalando que la revuelta reflejaba las condiciones profundamente desfavorables para la revolución y contenía muchos elementos confusos y reaccionarios. El artículo, al mismo tiempo, critica la idea bordiguista de que era necesario el asalto a Cronstadt para preservar la dictadura del partido. Afirma que una de las lecciones esenciales de Cronstadt es que la dictadura del proletariado debe ejercerla la propia clase obrera por medio de sus consejos obreros (los soviets) y no el partido. El artículo también muestra cómo los errores de los bolcheviques sobre la relación entre partido y clase, en un contexto general de aislamiento de la Revolución rusa, aceleraron la degeneración interna tanto del partido como del Estado soviético.

Sin embargo, el artículo no caracteriza de proletaria la revuelta ni responde a una cuestión fundamental: ¿es posible que la dictadura proletaria emplee la violencia contra el descontento de la clase obrera?. Más aún, dice que la represión de la revuelta está más que justificada porque ésta era el producto de las maniobras de la contrarrevolución, a pesar de que esta represión abrió el paso a una lenta agonía del movimiento obrero.

 

Series: 

Historia del Movimiento obrero: 

El papel imprescindible de las fracciones de izquierdas en la tradición marxista

Correspondencia de Rusia

El papel imprescindible de las fracciones de izquierdas en la tradición marxista

Hemos saludado en varias ocasiones  el resurgir de individuos y grupos revolucionarios en Europa oriental y particularmente en Rusia. Este fenómeno se inscribe claramente en una tendencia internacional. Los grupos políticos proletarios, que representan la tradición de la Izquierda comunista, han establecido contactos estos años pasados en todos los continentes. Se puede entonces considerar que existe a medio plazo una tendencia característica del período actual. Desde el desmoronamiento de la URSS y de su bloque imperialista, la burguesía no ha parado de proclamar triunfalmente la quiebra del comunismo y la fin de la lucha de clases. La clase obrera, ya desorientada por estos acontecimientos, retrocedió ante las constantes andanadas de esas campañas ideológicas de la burguesía. Pero excepto en los períodos de contrarrevolución, una clase histórica siempre reacciona ante los ataques que ponen profundamente en entredicho su ser y su perspectiva propia. Aunque todavía no lo pueda hacer generalizando sus luchas reivindicativas, sí se defiende reforzando su vanguardia política. Los elementos aislados, los círculos de discusión, los núcleos y pequeños grupos que surgen situándose en la perspectiva revolucionaria, no han de buscar su razón de ser en sí mismos o en lo inmediato. Son una secreción de la clase obrera internacional. Su responsabilidad es muy importante. Han de entender primero el proceso histórico del que son producto, y luego llevar hasta sus últimas consecuencias, sin temor, la lucha por la conciencia, por la clarificación política.

En los países de la periferia de las ‑grandes potencias capitalistas, estas ‑minorías se enfrentan a mil dificultades: la dispersión geográfica, los problemas de idioma, la situación de retraso económico. A las dificultades materiales se añaden las dificultades políticas debidas a la debilidad del movimiento obrero y la débil presencia, cuando no es sencillamente la ausencia, de una tradición del marxismo revolucionario. En Rusia, país en donde la contrarrevolución estalinista fue más terrible, “país de la gran mentira”‑([1]) como lo llamó Anton Ciliga, se realizó hasta sus máximos límites la labor de destrucción y de mentira sobre el programa comunista. Las potencialidades contenidas en estas nuevas energías revolucionarias se pueden medir en la forma con la que intentan superar sus dificultades:

–  por la afirmación del internacionalismo proletario, como lo muestra su denuncia de la guerra y de todos los campos imperialistas en Chechenia y en ex Yugoslavia;

–  por la búsqueda de contactos internacionales;

–  por el descubrimiento de corrientes políticas que, durante los años 20, fueron las primeras en lanzarse en nombre del comunismo en el combate contra la degeneración del movimiento comunista, contra el auge del oportunismo y del estalinismo.

Ese es el terreno ocupado desde siempre por el marxismo revolucionario: es internacional, internacionalista y desarrolla una visión histórica.

La delimitación con respecto al izquierdismo

Un signo del carácter auténticamente proletario de esos grupos es el haberse enfrentado rápidamente con la necesidad de diferenciarse del trotskismo actual, el cual siempre ha encontrado las mejores razones para animar a los obreros a participar en la guerra imperialista, así como del maoísmo, puro retoño del “nacional-comunismo” estalinista. Esta es una frontera de clase que separa la Izquierda comunista internacionalista del “izquierdismo” ([2]).

Es evidente que todos esos grupos o individuos, aún siendo productos de una misma situación, no dejan de ser muy heterogéneos. Rechazar la confusión entre comunismo y estalinismo, denunciar las afirmaciones más vulgares de la propaganda enemiga no es lo más difícil, pues el contenido burgués de esos discursos se deja ver rápidamente. «Fue Lenin quien estableció los cimientos del futuro régimen nombrado “estalinista”». La prueba está, prosiguen los periodistas más obtusos, en que “Lenin fundó la Internacional comunista, cuya meta era la “revolución socialista mundial”. Según sus propias declaraciones, Lenin emprendió la Revolución de octubre porque tenía la convicción de lo ineluctable que era una revolución europea, empezando por la de Alemania” (l’Histoire, no 250, p. 19). Uno se da muy rápidamente cuenta de las mentiras transmitidas por la cerrilidad nacional de nuestros curtidos universitarios. Pero la ofensiva de la burguesía no se limita a semejante caricatura. Queda por identificar y defender el significado profundo de la Revolución rusa y de la obra de Lenin. Aquí tropezamos no solo con un envilecimiento de la teoría marxista efectuado de forma más sutil por los izquierdistas, sino también con toda una serie de confusiones peligrosas o de cuestiones programáticas que todavía animan encarnizadas discusiones en el propio medio político proletario.

Hay pues un largo proceso de clarificación que todos estos elementos todavía no han llevado a cabo. Para entender el fenómeno estalinista, es necesario enfrentarse al análisis trotskista del “Estado obrero degenerado”, al de los anarquistas que ven en el estalinismo el producto natural del “socialismo autoritario”, el de los consejistas que, con una visión marxista perfectamente mecanicista, no ven en el bolchevismo más que un instrumento adaptado a las necesidades del capitalismo en Rusia. Tras estas cuestiones se plantea el problema de la filiación histórica y de la coherencia del programa comunista. Rechazar la impaciencia activista y enfrentarse a este problema es la condición para alistarse en las filas de todos los militantes anónimos que han luchado y hoy luchan por el comunismo, el comunismo que Marx y Engels presentaron al proletariado internacional hace 150 años por primera vez con el Manifiesto.

Pero ¿qué hilo une la lucha proletaria de ayer con la de hoy y la de mañana? Sólo partiendo de la última experiencia revolucionaria del proletariado se puede encontrar. O sea, hoy en día, partiendo de la Revolución de octubre del 17. No se trata de un respeto religioso hacia el pasado. Se trata de hacer un balance crítico de la Revolución, de sus magníficos avances pero también de sus errores y de su derrota. La Revolución rusa no hubiese sido posible sin las enseñanzas sacadas de la Comuna de París. Sin el balance crítico de la Comuna hecho por la Fracción marxista, sin los Llamamientos del Consejo general de la AIT y la magnífica síntesis de Lenin en el Estado y la revolución, el proletariado ruso jamás habría podido vencer.

Ésa es la profunda unidad entre práctica y teoría, entre acción y programa comunista. Y son precisamente las fracciones de le Izquierda comunista las que asumieron la labor de hacer balance de la Revolución rusa. Del mismo modo que fue vital en el pasado, este balance será vital para la próxima revolución.

Por esto saludamos con entusiasmo y apoyamos con todas las fuerzas de que disponemos, los esfuerzos por recuperar ese balance. Nos hemos comprometido en entregar todos los documentos de la Izquierda comunista que necesiten estos compañeros. También en dar conocimiento de sus tomas de posición, una vez resueltos los problemas de traducción, en alimentar las discusiones sobre las cuestiones políticas principales animados con un espíritu militante, con la voluntad de apertura y de solidaridad que ha de caracterizar la discusión entre comunistas.

Ya hemos comentado la evolución del medio político proletario en Rusia en la Revista internacional nos 92 y 101, así como en nuestra prensa territorial. Queremos hoy dar cuenta de nuestra correspondencia con el Buró Sur del Partido obrero marxista. El POM (también Marxist Labour Party) tiene la voluntad de situarse en la continuidad del movimiento obrero y, por eso, la palabra obrero hace referencia al Partido obrero socialdemócrata de Rusia. En esta correspondencia, los compañeros se expresan como Buró Sur puesto que no pueden comprometer la responsabilidad del POM sobre ciertos detalles de sus tomas de posición, en la medida en que la discusión prosigue en el Partido. Pero vamos a dejar a ellos mismos presentar sus luchas políticas desde el primer congreso de marzo del 90 en donde se decidió la constitución del “POM – El Partido de la dictadura del proletariado”.

“En un ambiente de buen humor se creó el nuevo partido comunista, algo que ya de por sí se oponía al PCUS de Gorbachov que entonces existía en la URSS. Pero al ser la composición ideológica de los participantes a este Congreso tan diversa como inestable se produjo una primera ruptura. Un pequeño grupo de 12 personas (que pensaban que Rusia era un “Estado feudal” con industria desarrollada a gran escala, y que la revolución burguesa era entonces una necesidad para pasar a una revolución socialista) se instaló en una habitación vecina tras haber escisionado y formó un comité para la creación de un “Partido democrático del trabajo” (marxista). Pero no llegaron a nada y se disolvieron” (Carta del 10 de julio del 99).

“No participaron trotskistas en ese primer Congreso; sin embargo, sí quedaban algunos estalinistas y los partidarios del “feudalismo industrial” que pensaban, contrariamente a los les escisionistas, que no era necesaria una revolución burguesa. Los participantes encontraron, sin embargo, una unidad en las consignas: “la clase obrera debe organizarse” y “el poder de los soviets (consejos) es el poder de los obreros”. El segundo Congreso también tuvo lugar en Moscú, en setiembre del 90. Varios textos del Partido fueron adoptados, y entre ellos el Programa. También se pronunció sobre el carácter capitalista de Estado de la URSS. Es evidente que los partidarios del “feudalismo industrial en Rusia” salieron del Partido para constituir su propio “Partido de la dictadura del proletariado (bolchevique)”. Los estalinistas, poco numerosos, también salieron del Partido” (ídem).

“La primera conferencia del POM en febrero del 91 abandonó la frase “el Partido de la dictadura del proletariado” en la denominación del grupo. En 1994-95 se formó en el Partido una pequeña fracción que pensaba que había habido un modo de producción neo-asiático en la URSS. Esta fracción escisionó a primeros de enero del 96 y se unió a los trotskistas morenistas (Argentina) del International Workers Party que son bastante activos en Rusia y Ucrania” (ídem).

“En el programa adoptado por el Segundo congreso figuran esencialmente los principios de base siguientes:

–  la necesidad de la dictadura del proletariado para la transición al comunismo (socialismo) y la necesidad de dicha transición;

–  la dictadura de la clase obrera urbana, para ser más precisos, es una necesidad, pero no la del partido de la dictadura del proletariado, ni la de “todos los trabajadores”, ni la “del pueblo”;

–  el fracaso del partido ruso del proletariado durante los años 20 y la necesidad de su creación hoy;

–  el reconocimiento de que la “dictadura del proletariado” y la “dictadura del partido” no es lo mismo”.

Los compañeros acaban precisando que: “Aunque estén ausentes del programa de 1990 la crítica de la teoría del "socialismo en un solo país" y la necesidad de la revolución mundial, son, para nosotros, una evidencia y como tal evidencia son entendidas” (ídem).

Aquí se puede constatar cuán áspera ha sido la lucha en Rusia, y hasta qué punto era necesario separarse de los ex estalinistas “exclaustrados” y que siguen dándoselas de revolucionarios. También se puede constatar la presión de todo un abanico de sectas trotskistas que intentan vender sus propias recetas revolucionarias. En 1980, algunos sindicatos occidentales (la CFDT francesa, la AFL-CIO americana...) acudieron a toda prisa a dar a Solidarnosc su apoyo logístico contra los obreros polacos. Hoy son los trotskistas los que van a todo correr hacia el Este, con sus buenos consejos y subsidios, para impedir el renacimiento de un medio político proletario. En estas condiciones, es normal que ese renacimiento solo pueda interesar a una minoría frente a las múltiples expresiones de la ideología dominante, omnipresente por definición.

La cuestión de la filiación histórica

En sus cartas del 15 (que llamaremos [A]) y del 20 de marzo (que llamaremos [B]) del 2000, los compañeros se pronuncian sobre la polémica que tuvimos con el BIPR y que publicamos en la Revista internacional no 100 (“La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”), y sobre todo desarrollan una serie de posiciones oficiales del Buró Sur del POM.

El redactor de ambas cartas precisa: “Los demás miembros del BS del POM están de acuerdo con las posiciones esenciales de este comentario. Podéis considerarlo entonces como nuestra posición común” [B].

Precisemos para empezar que los compañeros están un poco desconcertados por la polémica entre el BIPR y la CCI, al no haber tenido todavía los medios para examinar las posiciones fundamentales de ambos. Por esto tienen algunas dificultades cuando se trata de identificar realmente las divergencias, que ven más bien como enredos en los que se insiste más en un aspecto de la realidad que en otro, “puesto que a menudo son dos aspectos de una misma unidad dialéctica”, según sus términos. Finalmente, “tenéis todos razón”, todo depende de qué punto de vista se sitúa uno. Nosotros creemos que la experiencia y la discusión les permitirán hacerse una opinión más precisa sobre lo que es común y sobre las divergencias en el campo proletario. Escriben los compañeros:

“A nuestro parecer, esta es la debilidad de la Izquierda comunista en Europa occidental: en lugar de cooperar con éxito y de igual a igual, o se ignoran unos a otros, o “les quitáis la careta” a los demás “arrimando cada uno el ascua a su sardina” (“tirar la manta para sí”, como se dice en Rusia) [...] A nuestro parecer, el BS del POM, todos los comunistas de Izquierdas, los “capiestatalistas” [los que reconocen el carácter capitalista de Estado de la URSS], ¡ han de obrar como colaboradores científicos de un centro de investigación, de un centro único !” [A].

No tenemos miedo a la ironía polémica tan del gusto de los grandes revolucionarios, pues de lo que se trata, partiendo de las posiciones reales de nuestros adversarios, es de mostrar a qué consecuencias conducen y defender firmemente lo que creemos que son los principios intangibles del marxismo. No atacamos a tal o cual persona o grupo, sino una posición que revela una lógica oportunista o un error teórico que se pagaría muy caro en el mañana. Por esto la intransigencia revolucionaria no se contradice en nada con la necesaria solidaridad entre comunistas.

Partiendo de esta primera impresión, los compañeros concluyen hablando de debilidad de la Izquierda comunista en tanto que corriente histórica. Esta idea la queremos criticar. Tras haber constatado que la CCI y el BIPR están en desacuerdo sobre la cuestión del imperialismo y de la decadencia del capitalismo, consideran que ello se debe a un error de método, y que no se trata de decir “o esto... o aquello...” sino de decir “y... y...”. De hecho, ése es un reproche que ha sido a menudo hecho a la Izquierda comunista. Es evidente que no compartimos todas las tomas de posición de la Izquierda comunista que empezó a separarse en el propio seno de la Internacional comunista. Sin embargo, se la acusó sin razón de ser antipartido, de impaciencia activista, de radicalismo barato al rechazar las concesiones por principio, de deslizamiento hacia el anarquismo y por fin de purismo estéril que no ve las cuestiones más que en términos de oposición zanjada, en blanco o negro. Todos los líderes de la izquierda comunista eran profundamente marxistas e incondicionales a la noción de partido. Su objetivo era precisamente el de defender el partido contra el oportunismo. Esa era la tarea del momento. “Camarada, escribía Gorter a Lenin en su Respuesta a Lenin, la fundación de la Tercera internacional no ha hecho desaparecer de ninguna manera el oportunismo de nuestras filas. Lo constatamos ya en todos los partidos comunistas, en todos los países. Habría sido de todos modos un milagro, contrario a todas las leyes del desarrollo, que la enfermedad que se llevó a la Segunda internacional no estuviera presente en la Tercera!” (Ediciones Spartacus, 1979, p. 85). “Resulta absurdo y peligrosísimo, añadía Bordiga, pretender que el partido y la Internacional están misteriosamente protegidos contra toda recaída en el oportunismo o toda tendencia a hacerle concesiones!” (Proyecto de tesis de la Izquierda en el Congreso de Lyon, 1926).

Por no haber entendido que el trabajo de fracción estaba al orden del día, y no el simple trabajo de oposición, la corriente de Trotski se fue hacia un callejón sin salida y acabó en quiebra. Porque lo había entendido, la Izquierda se afirmó como la verdadera heredera de la corriente marxista en la historia del movimiento obrero. Reanudó la labor de fracción que Lenin había emprendido desde 1903 contra el oportunismo en la Segunda internacional, labor que permitió a los bolcheviques denunciar a todos los campos imperialistas en 1914, seguir fieles a los principios del comunismo. Permitió también al partido desempeñar plenamente su papel en la insurrección de Octubre. Era una labor a favor del partido y no contra él. Había que luchar hasta las últimas consecuencias, a pesar de las exclusiones y de todas las trabas de la disciplina formalista de la dirección. Éste era el verdadero espíritu de Lenin del que se inspiró la Izquierda. En 1911, Lenin sistematizó la noción de fracción partiendo de la experiencia adquirida por los bolcheviques desde su constitución en fracción en la Conferencia de Ginebra en 1904. “Una fracción es una organización en el seno del partido, unida no por el lugar de trabajo, el idioma o cualquier otra condición objetiva, sino por un sistema de conceptos comunes sobre los problemas que se plantean al partido” (“Sobre una nueva fracción de conciliadores, los virtuosos”, Obras completas, tomo XVII, Ediciones de Moscú). La intransigencia revolucionaria no se opone en nada al realismo, ella sola permite realmente tener en cuenta las situaciones concretas. ¿Qué puede haber de más realista que el rechazo por parte de la Izquierda comunista de Italia a la posición de Trotski, cuando éste veía abrirse un nuevo período revolucionario en 1936?

La fracción es, pues, algo central en cuanto se habla de filiación histórica. Ella es la que enlaza el antiguo con el nuevo partido, con la condición de que sepa sacar las lecciones de la experiencia de la clase obrera, concretándolas en un enriquecimiento del programa. Los revolucionarios, por ejemplo, habían comprobado que el papel de parlamento burgués se había transformado desde la Primera Guerra mundial. Es la Izquierda comunista quien saca las consecuencias plasmándolas en principios: rechazo del parlamentarismo revolucionario y de la participación en las elecciones de la democracia burguesa. Otra condición es también necesaria para la formación del nuevo partido: las relaciones de fuerza entre las clases han de modificarse en favor de la clase obrera, para que el partido pueda influir realmente en la lucha de clases. Ahora bien, esa influencia y la función de orientación que incumbe al partido no son posibles más que cuando avanza la sociedad hacia una situación revolucionaria. La formación del partido anticipa la apertura de un periodo revolucionario. Fue la Izquierda comunista de Italia, la que enunció con más profundidad cuál es la función de la fracción y cuándo la fracción debe transformarse en partido. Así lo expresaba Bilan:

“La transformación de la fracción en partido está condicionada por dos elementos íntimamente relacionados:

“1. La elaboración por parte de la fracción de nuevas posiciones políticas capaces de proporcionar un marco sólido a las luchas del proletariado hacia la revolución en su nueva fase más avanzada [...].

“2. El derribo de las relaciones de clase del sistema actual [...] con el estallido de movimientos revolucionarios que puedan permitir que la fracción tome la dirección de las luchas hacia la insurrección” (Bilan, no 1).

El materialismo dialéctico nos muestra que el movimiento real es algo complejo, actuando en él múltiples factores. Es lo que nos recuerdan los compañeros del POM. Pero se olvidan de que el sistema de contradicciones que produce la realidad desemboca en ciertos momentos en una alternativa zanjada y clara. Es entonces o una cosa u otra, o socialismo o barbarie, o política proletaria o política burguesa. La inclinación centrista de la dirección de la Internacional, a partir de la consigna de conquista de las masas, está directamente relacionada con la búsqueda de atajos inmediatistas que alteraban profundamente la política de clase: no solo los consejos sino también los sindicatos, no solo la lucha fuera del parlamento sino también el parlamentarismo revolucionario, no solo el internacionalismo sino también el nacionalismo... Y queriendo combinarlo todo, ocurrió el desastre. Cada innovación política significaba un paso adelante hacia la derrota. En vez de reforzar los partidos y núcleos comunistas, las alianzas con la socialdemocracia lo único que consiguieron fue desgastar esas fuerzas, que sólo sobre la base de un programa claramente comunista hubiesen podido desarrollarse realmente. El libro de Lenin, La Enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo, simboliza ese giro centrista. Lenin parte de la idea de criticar lo que considera como errores momentáneos e inevitables de una corriente auténticamente revolucionaria. “Evidentemente, el error del doctrinarismo de izquierdas en el movimiento obrero es, actualmente, mil veces menos peligroso y grave que el error representado por el doctrinarismo de derechas...”. Pero termina confundiendo las posiciones de la Izquierda con las del anarquismo, realzando el prestigio de la derecha con el pretexto que ésta sigue ejerciendo su predominio sobre amplias capas del proletariado. Eso es el centrismo. Y la derecha va a utilizar ampliamente la autoridad que se le concede para aislar a la izquierda.

Trabajo asalariado y mercado mundial, dos rasgos fundamentales del capitalismo

Los compañeros escriben: “Pensamos que el siglo XXI verá nuevas batallas por la independencia nacional. A pesar de la potencia (y según vosotros la decadencia) del capitalismo en los países altamente desarrollados, el capitalismo en los países atrasados sigue desarrollándose, creciendo a su propio ritmo, si así puede decirse. Y no se trata de un problema de principios, ¡ se trata de la realidad objetiva !” [A].

Es ésa en verdad una divergencia importante en el medio político proletario. Ya saben los compañeros que pensamos que Lenin se equivocó cuando contestó a Rosa Luxemburg: “No son solamente probables las guerras coloniales, sino que son inevitables en una época de imperialismo, por parte de las colonias y semicolonias” (Respuesta al Folleto de Junius). Importa aquí decir que esta posición no significó en absoluto que Lenin abandonara el internacionalismo proletario, pero, a nuestro parecer, sí que contribuyó en debilitarlo. La preocupación es definir cuáles son las condiciones para una unidad del proletariado internacional, no la de andar utilizando a Lenin para disfrazar su apoyo a una u otra potencia imperialista como suelen hacerlo los izquierdistas.

“Habréis notado que somos muy poco leninistas. Sin embargo, pensamos que la posición de Lenin fue la mejor sobre el tema. Cada nación (¡ojo! nación, y no nacionalidad o grupo nacional, étnico, etc.) tiene totalmente derecho a disponer de sí misma en el marco de su territorio étnico-histórico, hasta la separación y la fundación de un Estado independiente [...]. Lo que les interesa a los marxistas es la cuestión de la libre disposición para el proletariado de su autodeterminación en tal o cual nación, o sea, la posibilidad de disponer libremente de sí mismo cuando ya existe como clase para sí, o la posibilidad para elementos pre-proletarios de constituirse como clase en el marco de ese nuevo Estado burgués nacional. Este es el caso de Chechenia. Chechenia-Ingushia estaba industrializada bajo el poder soviético, pero más del 90 % de los obreros eran de origen ruso, mientras que los chechenos eran campesinos pequeñoburgueses o intelectuales, funcionarios, etc. En cuanto la nueva burguesía chechena haga surgir un proletariado checheno nacional, en cuanto empiece a explotar a su proletariado nacional, sus familias, sus nativos (los obreros rusos no volverán por miedo a ser asesinados por los nacionalistas) ¡ ya veremos entonces que será de la “firme unidad de la nación chechena !” Entonces será posible la unión real y objetiva entre proletarios rusos y chechenos, no antes” [A].

Esta posición desemboca en una serie de contradicciones que no resuelven los compañeros cuando declaran que “según nosotros, el reconocer la objetividad de una lucha nacional no significa “justificarla” (¿ pero qué sentido tiene la palabra “justificar” ?) ni tampoco llamar a una alianza con fracciones de la burguesía nacional” [B].

Toda la cuestión está en saber cuál es esa realidad objetiva que se invoca. Tal realidad corresponde a una época pasada, la de la formación de naciones burguesas contra el feudalismo. ¿ Han analizado realmente los compañeros las motivaciones nacionalistas de la burguesía chechena ? Si lo hubiesen hecho, se habrían dado cuenta de que sus reivindicaciones nacionales ya no tienen el mismo contenido que cuando correspondían a una etapa anterior del desarrollo social. Los marxistas a menudo han descrito esa etapa. Rosa Luxemburg la resume de esta forma: “Durante la Gran revolución, la burguesía francesa tenía derecho a hablar en nombre del “pueblo francés”, en tanto que tercer Estado, e incluso la burguesía alemana podía hasta cierto punto considerarse, en 1848, como representante del “pueblo alemán” [...]. En ambos casos, esto significaba que la causa revolucionaria de la clase burguesa, en el nivel de desarrollo de entonces, coincidía con la del pueblo entero puesto que éste, junto con la burguesía, era todavía una masa indiferenciada opuesta al feudalismo dominante” (“La cuestión nacional y la autonomía”, de la edición francesa de Les marxistes et la question nationale, edición l’Harmattan, 1977, p. 195). Lo que no ven los compañeros, es que el nivel de desarrollo social no está definido por la situación local en Chechenia, sino por el ámbito social, por la situación general. Embarcada en el juego sangriento del imperialismo, totalmente dependiente del mercado mundial, Chechenia ya perdió hace mucho tiempo las principales características de una sociedad feudal.

Según los compañeros, existe una burguesía progresista en cierto número de países “porque el capitalismo nacional sigue en ascenso espontáneamente a partir de los sectores tradicionales, según las leyes generales del desarrollo de los pueblos en la época de la segunda superformación social, la de la propiedad privada. Esas formaciones son tres: la formación de la comunidad primitiva (no 1), luego la de la propiedad privada: el sistema de esclavitud antiguo, el feudalismo y el capitalismo (no 2), y por fin la formación del comunismo auténtico (no 3). Ésas son las tres formas según Marx (véase los esbozos de su “Carta a Vera Zasúlich”, 1881). Pero pocos son los países (y cada día hay menos) en que predomina un capitalismo nacional que se está autodesarrollando. En donde esto ocurre, la burguesía progresista puede conquistar el poder y el pueblo (incluidos los obreros, ¡tanto más al estar todavía en una situación de pre-proletarios!) la apoyará. Pero esto es momentáneo, puesto que, cada día más, las cosas van a depender de la burguesía imperialista mundial, como lo hemos podido ver en Afganistán [...]. Al capitalismo se le puede comparar a una ola en el “mar” de la segunda superformación social (véase arriba), y más que a una ola, a oleadas sucesivas. La segunda superformación (a la que Marx también llamó “económica”) genera esas olas desde el interior. Pero los límites, las orillas de este “mar” de la “superformación económica” son los mismos límites que los del capitalismo, son esas orillas sobre las que sus olas acaban rompiéndose.

“La característica esencial de ese “mar” de la formación social económica (la segunda de las tres) es la ley del valor. Pero las “oleadas sucesivas” son propulsadas, animadas por... el pequeño productor propietario. Éste ha sido, es y será el agente de la ley del valor en toda la extensión de la formación social económica (la “segunda”, la de la propiedad privada). Ésa es la razón por la que el capitalismo no puede destruir al pequeño productor. Por eso el monopolio estatal no puede ser total y de larga duración. ¡ La oleada se volverá hacia atrás ! Si los comunistas de izquierdas hubiesen analizado las cosas desde ese punto de vista, ¡ cuántos problemas hubiesen evitado, incluso en sus relaciones mutuas ! Y serían mucho más comprensibles el lugar y la función de la revolución social proletaria mundial [B].

¿ Cómo explicar esta perspectiva de una regresión del capitalismo de Estado, tal como la defienden los compañeros ? Podemos comprobar cómo se confirma cada día más la tendencia hacia une gestión de la economía por un capitalista colectivo, anunciada ya por Engels en El Anti-Dühring. En cualquier país, es el Estado quien reglamenta las fusiones de las grandes empresas y les impone sus orientaciones. Un Estado que abandonara ese control estaría inmediatamente en situación de debilidad en la guerra comercial. Es, sin duda, el desmoronamiento de la URSS lo que explica esa toma de posición. Si así fuera, los compañeros harían generalizaciones a partir de una situación específica. La URSS estaba marcada por la debilidad de su economía y, con ella, no fue el capitalismo de Estado lo que se hundió, sino su versión más caricaturesca en la que la nacionalización afectaba a la inmensa mayoría de la economía. El que el Estado sea directamente propietario de las empresas siempre ha sido un signo de debilidad. En los países más desarrollados, el capitalismo de Estado es tan real como lo era en la URSS, pero posee sobre todo esa flexibilidad que le proporciona su participación en el capital de las empresas, o mejor todavía, si se limita a promulgar la reglamentación económica que deben acatar todas las empresas.

Se entiende por qué los compañeros ven el capitalismo de Estado como un fenómeno pasajero, puesto que para ellos es el pequeño productor quien mejor simboliza la propiedad privada y la ley del valor. Es justo decir que el capitalismo florece en una sociedad caracterizada por la propiedad privada y el intercambio de mercancías; es incluso su remate lógico, su apogeo, una vez que las mercancías han sido transformadas en capital. También es verdad que nunca podrá el capitalismo hacer desaparecer totalmente a los pequeños productores. Pero también es verdad que la pequeña propiedad está atacada permanentemente por la competencia. Ahora que la sobreproducción es un fenómeno generalizado y permanente, una parte de la burguesía cae en la pequeña burguesía, y un número incalculable de pequeño burgueses son arruinados y transformados en desocupados, o sobreviven en comercios a menudo ilícitos. El pequeño propietario no es entonces una característica del capitalismo sino más bien una herencia de las sociedades precapitalistas o de la primera etapa del desarrollo del capitalismo. En la mitología burguesa, siempre se presenta al capitalista como un pequeño productor que ha logrado gracias a sus esfuerzos convertirse en gran productor. El artesano de la Edad Media se habría convertido en gran industrial. La realidad histórica no es ésa, ni mucho menos. En el feudalismo en descomposición, no son los artesanos de las ciudades los que emergen como clase capitalista, sino más bien los comerciantes. Es más, los primeros proletarios a menudo fueron esos artesanos, sometidos en un primer tiempo a la dominación formal del capital. Los compañeros se olvidan de que antes de ser productor, el capitalista es ante todo un comerciante, cuyo principal comercio es el de la fuerza de trabajo.

Los compañeros parecen estar influenciados por un pasaje de La Enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo (1920), en donde Lenin explica que la potencia de la burguesía “consiste no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y solidez de los vínculos internacionales de la burguesía, sino además en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, por desgracia, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa” (Obras escogidas, tomo III, p. 353). Recordemos el contexto. Estamos en 1920 y desde 1918 se está desarrollando, en el Partido bolchevique, la controversia entre Lenin y los Comunistas de izquierda que publican Kommunist. Bujarin, principal líder de la Izquierda, se incorpora a la mayoría del Partido tras haber sido minoritario sobre la cuestión de Brest-Litovsk. Pero el grupo prosigue la controversia sobre la cuestión del capitalismo de Estado presentado por Lenin como una etapa preparadora del paso al socialismo, o sea como un progreso. Es verdad que el proletariado victorioso no solo se enfrentaba a la furia de las viejas clases dominantes, sino también al peso muerto de amplias capas campesinas que tenían sus razones para resistir ante los avances del proceso revolucionario. Pero el peso de estas capas sociales se ejercía era sobre el proletariado ante todo por medio del órgano estatal que, en su tendencia natural en preservar el statu quo social, tenía tendencia a convertirse en poder autónomo para sí mismo. Todos los revolucionarios sabían que el aislamiento de la Revolución rusa acabaría con ella. El problema estaba en saber si la restauración de la burguesía sería el resultado de una derrota militar contra los ejércitos blancos o de la enorme presión de la pequeña burguesía. Enfrentado a esa problemática, el partido era incapaz de ver el proceso que conducía al renacimiento de una burguesía rusa mediante la formación de una burocracia estatal. La Izquierda manifestaba bastantes debilidades en sus críticas (pero ¿hubiese sido posible de otra forma en medio de los acontecimientos?) y Lenin supo, con razón, poner muchas de ellas en evidencia. Pero la Izquierda comunista muestra, sin embargo, toda su capacidad cuando denuncia los peligros del capitalismo de Estado. Es el mismo método que después se volverá a ver en la Izquierda alemana, la primera en definir y analizar la Rusia estalinista como capitalismo de Estado. En la cita de arriba, Lenin expresa profundas confusiones sobre el carácter del capitalismo, que ya había manifestado en el folleto El Imperialismo, fase superior del capitalismo, en 1916. Es posible hoy sintetizar sobre ese punto todos los aportes de la Izquierda comunista, a pesar de su diversidad y sus tomas de posición contradictorias en ocasiones, porque están animadas en el fondo por el método marxista y los principios comunistas: “El capitalismo de Estado no es un paso orgánico al socialismo. En realidad representa la última forma de defensa del capitalismo contra su colapso y la emergencia del comunismo. La revolución comunista es la negación dialéctica del capitalismo de Estado” (Revista internacional no 99, p. 21).

Es un error a nuestro parecer presentar al pequeño productor independiente como el agente de la ley del valor. En realidad, no son los capitalistas quienes hacen el capitalismo, sino todo lo contrario: es el capitalismo quien engendra capitalistas. Si aplicamos este planteamiento marxista a Rusia, podemos entonces entender por qué “no funciona el Estado como esperábamos”, según la frase de Lenin. El poder que imponía en realidad su orientación era mucho más fuerte que “los hombres de la NEP”, que el capitalismo privado o la pequeña propiedad: fue el enorme poder impersonal del capital mundial lo que determinó inexorablemente el curso de la economía rusa y del Estado soviético. Si los camaradas no consiguen entender la naturaleza profunda del capitalismo, ni el capitalismo de Estado como expresión de un capitalismo decadente, se debe, sin duda, a que en esto se sitúan en el largo plazo, el que Marx utilizó en los borradores de su carta a Vera Zasúlitch, al dividir la historia de la humanidad en tres períodos: la formación social arcaica (comunismo primitivo), la formación social segunda (las sociedades de clases) y el comunismo moderno que restablece la producción y la apropiación colectivas a un nivel superior. El ejemplo de las sociedades primitivas era para Marx una prueba más de que familia, propiedad privada y Estado no son inherentes a la humanidad. Estos textos son también una denuncia de la interpretación fatalista de la evolución económica y del progreso lineal, sin contradicciones, como lo ven los burgueses. Si quedamos en ese terreno, resulta entonces imposible expresar precisamente lo que contiene de específico el capitalismo y sobre todo que posee una historia propia, que de sistema progresista se ha transformado en traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. Y las bases de este análisis están presentes en estos textos de Marx, tanto como en el Manifiesto. Tras la Comuna de París y el fin de las grandes luchas nacionales del siglo XIX, Marx había constatado que la burguesía de los principales países capitalistas ya no tenía ningún papel revolucionario en el escenario de la historia, aunque el capitalismo tuviese todavía ante él un enorme campo de expansión. Se abría una nueva etapa, la de las conquistas coloniales y del imperialismo. Gracias a ese planteamiento, el marxismo fue capaz de anticipar la evolución histórica y prever la entrada en el período de decadencia. Esto está muy claro en el segundo borrador: “El sistema capitalista ha superado su apogeo en el Oeste, acercándose al momento en que ya solo será un sistema social regresivo”(citado en Marx maduro y el camino de Rusia, Théodore Shanin, Nueva York, 1983, p. 103).

Los interrogantes de Marx sobre la comuna rural rusa han sido desfigurados por ciertos izquierdistas. El norteamericano Shanin, por ejemplo, veía en ellas la prueba de que el socialismo podría ser el resultado de revoluciones campesinas en la periferia del capitalismo. Sin compartir su admiración por Hô Chi Minh o Mao, Raya Dunayewskaya y el grupo News and Letters consideraban más o menos lo mismo. Concluyen que Marx en los años 1880 está buscando otro sujeto revolucionario diferente a la clase obrera. Así es como buena parte del izquierdismo va a terminar considerando a la clase obrera como un sujeto revolucionario entre otros: las tribus primitivas, las mujeres, los homosexuales, los negros, los jóvenes, los pueblos del “Tercer mundo”.

Octubre del 17, producto de la situación mundial

Esas aberraciones nada tienen que ver con las tesis de los compañeros de Rusia. Pero sin embargo, ya veremos que la defensa de la posibilidad de guerras nacionales actualmente los lleva a un análisis bastante original de la Revolución de octubre de 1917.

"Nosotros (el BS del POM) pensamos que es la historia la que ha rebatido esa concepción angular del leninismo del “eslabón más débil”. Pero ¡cuidado! muy originalmente: demostró que era posible romper la “cadena imperialista” y hasta “construir el socialismo” en países retrasados (o “atrasados” como decís vosotros, aunque aquí distinguiría: no solo se ha empezado a “construir el socialismo” en países capitalísticamente atrasados – Rusia por ejemplo –, sino también en Mongolia, en Vietnam, etc., que están realmente retrasados). Y decimos que sí, se puede romper la cadena, es posible construir una “revolución socialista”, hasta es posible construir el socialismo en países separados y edificarlo (o sea “acabar de construirlo”)... pero ¡en ningún caso puede llevar al comunismo! ¡Never and in no way! ¿Por qué, desde un punto de vista teórico, pudieron los bolcheviques tomar ese camino, engañarse a sí mismos y a muchos otros, inclusive a los Comunistas de izquierda? La causa es... una sola palabra (y aquí no se trata de mi subjetivismo: esta palabra falsa esconde una concepción falsa, no marxista en el fondo), una consigna, ¡la “revolución socialista”! Cuando Marx, y sobre todo Engels, ¡aceptaron semejante disfraz del concepto de “revolución social del proletariado”, de la revolución comunista mundial! En cuanto a la “revolución socialista”, tarde o temprano acaba “construyendo el socialismo”, y nos encontramos con que este “socialismo”, aunque sea "de Estado" o "de mercado" o “nacional”, etc., ¡no rompe en realidad con el capitalismo!” [A].

“Allí donde existe el sector exógeno del capitalismo, la burguesía progresista tiene un papel y una influencia inversamente proporcionales al grado de madurez de este sector: la burguesía del sector capitalista importado pesa sobre la burguesía nacional progresista y la corrompe, ¡y qué decir de la burguesía imperialista mundial (transnacional)! Ambos sectores estaban presentes en Rusia a principios del siglo XX, y el marxismo ruso era la expresión, en el interior, de las relaciones en el sector capitalista exógeno. Pero los bolcheviques decidieron hacerse los portavoces de todos los explotados: en el sector del capitalismo desarrollado importado, en el del capital nacional (hasta en el sector agrícola con su comunidad rural preservada). ¡ Y así se volvieron “social-jacobinos” y proclamaron la “revolución socialista !” [B].

“Tratáis de la cuestión de lo objetivo y lo subjetivo en la revolución proletaria mundial, y es correcto. Pero ¿por qué no tenéis la menor duda en cuanto a que “la revolución era objetivamente posible desde la guerra imperialista del 14”, etc.? ¿Acaso Marx y Engels no habían creído, en sus tiempos, que la “revolución era objetivamente posible”? ¡Recordad las categorías de la dialéctica: lo posible y lo real, lo necesario y lo eventual! Ya sabemos que es necesario distinguir la posibilidad abstracta (formal) de la practicable (concreta). La posibilidad abstracta se caracteriza por la ausencia de obstáculos principales para el devenir del objeto, sin que existan, no obstante, todas las condiciones necesarias para su realización. La posibilidad practicable posee todas las condiciones necesarias para su realización: de realidad latente, se transforma en nueva realidad en ciertas circunstancias. La transformación del conjunto de las condiciones determina la transición entre la posibilidad abstracta y la practicable, transformándose ésta en realidad. La medida numérica de esta posibilidad está expresada en la noción de probabilidad. Como se sabe, la necesidad es el modo de la transformación de la posibilidad en realidad, en el que no existe más que una posibilidad en cierto objeto, la que se transforma en realidad. Y por el contrario, la eventualidad no es sino el modo de transformación de la posibilidad en realidad, en el que existen varias (o muchas) posibilidades diferentes en tal objeto (claro está en ciertas circunstancias) para que se transformen en realidad, aunque una sola se realice” [A].

No entendemos por qué habría que afirmar que la construcción del socialismo en un solo país es a la vez posible e imposible al no romper en modo alguno con el capitalismo. Preferimos limitarnos a la afirmación de que el socialismo en un solo país ha sido una mistificación sin relación alguna con la realidad, ha sido un arma de la contrarrevolución. Parece que lo que los compañeros nos quieren decir, es que los bolcheviques dejaron en cierto momento de representar los intereses del proletariado. Efectivamente, eso es lo que se llama contrarrevolución estalinista. La dificultad del problema, contra el que muchos revolucionarios en los años 30 se rompieron la cabeza, está en que la contrarrevolución triunfa tras un largo proceso de degeneración y de deriva oportunista. En un proceso así, largo y a menudo imperceptible, ocurre en cierta forma una transformación de la cantidad en calidad. Lo que no era en un primer tiempo más que un problema en el seno de la clase obrera se transforma en contrarrevolución burguesa. El cambio en cuanto a la ruptura en la naturaleza del régimen soviético, sí que queda muy claro: ocurre cuando Stalin elimina a toda la vieja guardia bolchevique, cuando la perspectiva de la revolución mundial se cambia por la defensa del capital nacional ruso. La debilitación del poder de los consejos obreros y la del Partido bolchevique socavado por el oportunismo siguieron curvas paralelas hasta el establecimiento del poder de la burguesía de Estado rusa. Recordar lo que fue el movimiento real de los enfrentamientos de clase a finales de los 20 en Rusia no solo nos fortalece contra la propaganda burguesa, sino también contra cualquier debilitamiento de la teoría revolucionaria que vería una continuidad, objetiva o subjetiva, entre Lenin y Stalin.

Al introducir la idea de que “los bolcheviques decidieron ser los portavoces de todos los explotados”, los compañeros se olvidan de la contrarrevolución estalinista y caen en este debilitamiento. Pero ¿cuándo y por qué se tomó esa decisión?; las palabras “todos los explotados” ¿ significa el conjunto de los trabajadores, o sea varias clases y entre ellas, además del proletariado, las capas no explotadoras tales como el campesinado y lo que queda de la pequeña burguesía, que son clases oprimidas bajo el capitalismo ? Si este es el caso, los compañeros confunden los discursos de Stalin, y también los de Mao y su “bloque de las cuatro clases”, con la realidad. En cualquier caso, no podemos estar de acuerdo cuando afirman que Marx y Engels “aceptaron” el concepto de una revolución socialista que “no rompe en realidad con el capitalismo”. Es cierto que ciertas fórmulas de Marx y Engels pueden sembrar cierta confusión entre estatalización del capital y socialismo. Esto se puede fácilmente entender en aquellos tiempos, cuando el proletariado podía apoyar, en ciertas condiciones, a la burguesía progresista contra los vestigios del feudalismo. La conciencia como el programa son el resultado del combate permanente contra la ideología de la clase dominante. Por eso, cuando los revolucionarios profundizan la letra del programa siguen fieles, y han de seguir siéndolo, al espíritu que animaba a la generación marxista precedente. La corrección definitiva de los errores “capitalistas de Estado” que permanecían en la doctrina marxista se debió a la experiencia de la Revolución rusa del 17. Pero ya en Marx aparecen las premisas de esa corrección, en su definición del capital como relación social y del capitalismo como sistema basado en el trabajo asalariado, la extracción y la realización de la plusvalía. En esa relación, la transformación de la propiedad individual del capital en propiedad colectiva del Estado no cambiaba para nada el carácter de la sociedad. Más aún, la crítica del carácter progresista de la propiedad colectiva estatal ya estaba en germen en la lucha de Marx y Engels contra el socialismo de Estado de Lassalle, quien animaba a los obreros a utilizar el Estado contra los capitalistas, o el de la corriente de Liebknecht y Bebel en la socialdemocracia alemana que dejó fórmulas lassallianas en el Programa de Gotha.

Así resumiríamos la idea de los compañeros: el bolchevismo fue una corriente marxista en sus orígenes; expresaba los intereses del proletariado en el marco de relaciones capitalistas desarrolladas, pero éstas eran de origen extranjero, también existía en Rusia un joven capitalismo que necesitaba una revolución antifeudal. De este modo los bolcheviques no sucumbieron a la contrarrevolución estalinista, ya habían sido conquistados mucho antes por los encantos del capitalismo nacional y habían decidido hacerse “social-jacobinos”. Aquí se evidencia la diferencia política con la visión consejista. Ésta considera que la Revolución rusa fatalmente desembocaría en capitalismo de Estado, siendo los bolcheviques, desde el principio, el reflejo de ese destino. Este descubrimiento fue muy tardío, pues fue en los años 30 cuando a Pannekoek, que se volvió consejista en aquel momento, no se le ocurrió mejor cosa que revelarnos el carácter original del bolchevismo a partir del libro escrito por Lenin en 1908, Materialismo o empiriocriticismo: “Es clara y exclusivamente a la imagen de la Revolución rusa a la cual tiende con todas sus fuerzas. Esta obra es tan conforme al materialismo burgués que si hubiese sido conocida e interpretada correctamente en Europa occidental... habríamos podido prever que la Revolución rusa desembocaría de una u otra forma en un tipo de capitalismo basado en la lucha obrera” (Lenin filósofo, Ediciones Spartacus, París, 1970, p. 103).

El método marxista se basa en el concepto de totalidad y a partir de ese concepto se “eleva” hasta las situaciones más concretas. Partiendo del pequeño productor independiente o de una situación local, los compañeros se alejan del método marxista y acaban confundiendo algunos vestigios del feudalismo con la característica general. Es entonces útil recordar que en 1917, Rusia es la quinta potencia industrial del mundo y que en la medida en que el desarrollo del capitalismo pasó en gran parte por encima de la etapa del desarrollo del artesanado y de la manufactura, ese modo de producción tenía allí sus formas más modernas y concentradas. Putilov, con más de 40 000 obreros, era la mayor empresa del mundo. Esto es la clave de la comprensión de la situación en Rusia, y no la oposición entre capitalismo exógeno y endógeno. La mutua relación de las relaciones económicas había llegado a tal extremo que nada tenía que ver con la época de las revoluciones burguesas de los siglos XVII o XVIII.

"Desde la guerra de Crimea y su modernización mediante las reformas, el aparato de estado ruso no se mantiene en gran parte sino gracias a los capitales extranjeros, esencialmente franceses. (...) Los capitales franceses sirven, desde hace décadas, sencillamente, para dos fines: la construcción de ferrocarriles con la garantía del Estado y los gastos militares. Para dar respuesta a esos dos fines, ha surgido en Rusia una poderosa gran industria, desde los años 1870, protegida por un sistema reforzado de aranceles. El capital francés ha hecho surgir en Rusia un joven capitalismo que necesita, a su vez, estar constantemente apoyado por grandes importaciones de maquinaria y otros medios de producción procedentes de los países industriales de primera línea, Inglaterra y Alemania” (Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política).

También es significativo el ejemplo de Polonia: “Al ser la burguesía polaca, en su gran mayoría, de origen extranjero (se había instalado en Polonia a principios del siglo XIX), siempre se mostró hostil a la idea de independencia nacional.. Tanto más por cuanto, durante los años veinte y treinta del siglo XIX, la industria polaca se centró en la exportación antes incluso de que se creara un mercado interior. La burguesía del reino, en lugar de desear una reunificación nacional con Galitzia y el Principado, siempre andaba buscando sus apoyos en el Este, pues era la exportación masiva de sus textiles hacia el Este la base del crecimiento del capitalismo polaco” (Rosa Luxemburg, La cuestión nacional y la economía).

La formación del mercado mundial es una de las principales características del modo de producción capitalista, pues en su proceso destruye las relaciones precapitalistas. Este proceso dinámico es el que crea las condiciones de la unidad del proletariado internacional, y no el autodesarrollo de un capital nacional. La Revolución de 1905 fue la primera demostración práctica de este fenómeno. A la inversa, la consigna del “derecho de los pueblos a la autodeterminación”, que por desgracia hicieron suya los bolcheviques, aumentó la división del proletariado. ¿Acaso no aportaron los años 20 la confirmación práctica de ello?

La decadencia de una formación social

No se pueden comparar con los jacobinos ni a los bolcheviques de ayer ni a la burguesía de ningún país de hoy. En cuanto quedó terminada la formación del mercado mundial, las crisis de sobreproducción han anulado toda posibilidad de desarrollo real. La burguesía chechena jamás hará surgir un proletariado nacional. ¿Dónde iba a encontrar mercados para sus mercancías? Sólo la revolución proletaria podrá poner las bases de la industrialización de los países atrasados. El Manifiesto comunista describe muy bien cómo la burguesía creó un mundo a su imagen, mediante la exportación de mercancías a bajo precio y la extensión de sus relaciones comerciales. Pero alcanzó sus límites antes de haber industrializado el conjunto del planeta. Marx y Engels ya habían puesto de relieve que las contradicciones insolubles resultantes de la relación salarial no podían sino conducir a la decadencia del capitalismo. La crítica perspicaz de Charles Fourier ya lo había esbozado: “Como vemos, Fourier maneja la dialéctica con tanta capacidad como su contemporáneo Hegel. Con una dialéctica parecida, hace resaltar que contrariamente a las charlatanerías sobre el hombre perfectible, todas las fases históricas tienen su fase ascendente y también su fase decadente, aplicando esa idea al porvenir de la humanidad en su conjunto” (Engels, El Anti-Dühring). Fue Marx quien dio su explicación al fenómeno. A cierto nivel del desarrollo, al estar saturado el mercado mundial, la tendencia decreciente de la cuota de ganancia ya no puede compensarse con el aumento de la masa de plusvalía. “Ahora bien, el capitalismo tiene tanta más necesidad de encontrar salidas mercantiles porque su producción se ha ido incrementando, mientras los medios de producción más poderosos y más costosos que ha puesto a funcionar le permiten vender más barato, pero también le obligan a vender más, a conquistar para sus mercancías, mercados muchísimo más amplios [p. 223] (...). En fin, a medida que ese movimiento irresistible obliga a los capitalistas a explotar los enormes medios de producción ya existentes a una escala mucho mayor todavía, y a hacer funcionar para ese fin todos los mecanismos del crédito, se van multiplicando los terremotos que sacuden el mundo comercial, no dejándole más que una salida: sacrificar a los dioses de los Infiernos una parte de la riqueza, de los productos, de las fuerzas productivas incluso, en una palabra: aumentar las crisis. Estas aumentan en frecuencia y en violencia. Y es porque la masa de productos crece y por lo tanto la necesidad de salidas mercantiles, a la vez que el mercado mundial se estrecha; Y es porque cada crisis somete al mundo comercial un mercado todavía no conquistado o poco explotado, restringiendo así las salidas [p. 228]” (Trabajo asalariado y capital). Les incumbió a las Fracciones de izquierda, con Lenin y Rosa Luxemburgo en su vanguardia, demostrar más tarde que la Primera Guerra mundial fue la manifestación de que el capitalismo ya había empezado su fase de declive. La revolución comunista no solo era necesaria, sino que, por fin, ya era posible.

Al terminar esta primera respuesta a los compañeros del POM, y lamentando no haber podido traducir sus textos políticos del ruso (3), hacemos un llamamiento para que el debate y la reflexión sigan desarrollándose.

Deseamos que prosigan la discusión y las críticas mutuas. Y también animamos a que este debate no se quede limitado a nosotros, sino que se abra a otros compañeros en Rusia y a otros grupos del medio proletario del mundo entero.

Pal

 

3) Los documentos que tenemos, en francés o inglés, son en su gran mayoría correspondencia

 


[1] En el país de la gran mentira, de Antón Ciliga. La versión completa se tituló Diez años en el país de la mentira desconcertante.

[2] Desde Mayo del 68, “izquierdismo” ha pasado al lenguaje común para designar no ya a quienes se opusieron al centrismo de la Internacional comunista, criticados como camaradas que eran por Lenin, y que formaban la Izquierda comunista, sino a todas las corrientes capitalistas extraparlamentarias, como los trotskistas o los maoístas (habría que distinguir aquí a los maoístas de los países occidentales, incluidos en lo que se ha dado en llamar “izquierdistas”, de Mao, teórico de una especie de “nacional comunismo campesino” que nunca tuvo nada que ver con el movimiento obrero, sino que fue un “estalinista oriental”), que traicionaron el internacionalismo apoyando “de forma crítica” a los partidos de izquierdas de la burguesía (partidos socialistas y comunistas estalinistas) así como a los sindicatos. Ese término designa, pues, hoy, a una tendencia política que pertenece claramente al aparato político de la burguesía

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