sumario
Revueltas sociales en el Magreb y Oriente Medio, Catástrofe nuclear en Japón, guerra en Libia
Los últimos meses han sido abundantes en acontecimientos históricos. Las revueltas del Magreb no tienen ninguna relación con el tsunami que ha destrozado una parte importante de Japón ni con la crisis nuclear consecutiva, pero lo que sí hacen resaltar todos esos hechos es la alternativa ante la que se encuentra la humanidad: socialismo o barbarie. Mientras en numerosos países sigue resonando el eco de las insurrecciones, la sociedad capitalista se pudre lamentablemente junto a sus ascuas nucleares. Y a la inversa, el heroísmo de los obreros japoneses que están sacrificando sus vidas en torno a la central de Fukushima contrasta con la asquerosa hipocresía de las potencias imperialistas en Libia.
Desde hace varios meses, movimientos de protesta inéditos por su amplitud geográfica ([1]) están sacudiendo varios países. Las primeras revueltas del Magreb produjeron rápidamente una emulación, pues en unas cuantas semanas se vieron afectados por manifestaciones Jordania, Yemen, Bahrein, Irán, países del África subsahariana, etc. No puede establecerse una identidad entre todos esos movimientos, ni en contenido de clase ni en cómo ha replicado la burguesía, pero lo que sí es común es la crisis económica que hunde a la población en una miseria cada vez más insoportable desde 2008, lo que hace tanto o más insoportables esos regímenes corruptos y represivos de la región.
La clase obrera nunca ha aparecido como fuerza autónoma capaz de asumir la dirección de estas luchas que suelen tener la forma de revueltas del conjunto de las clases no explotadoras, desde el campesinado arruinado hasta las capas medias en vías de proletarización. Sin embargo, la influencia obrera en las conciencias era sensible tanto en las consignas como en las formas de organización de los movimientos. Ha emergido una tendencia a la autoorganización concretándose, por ejemplo, en unos comités de protección de los barrios, que surgieron en Egipto y Túnez, para hacer frente a la represión policiaca y a las bandas de matones oportunamente liberados de las cárceles para sembrar el caos. Y, sobre todo, muchas de esas revueltas intentaron abiertamente extender el movimiento mediante manifestaciones de masas, asambleas e intentos por coordinar y centralizar las tomas de decisión. La clase obrera, por otra parte, ha desempeñado a menudo un papel decisivo en el curso de los acontecimientos. Ha sido en Egipto, con la clase obrera más concentrada y más experimentada de la región, donde las huelgas han sido más masivas. La rápida extensión y el rechazo del encuadramiento sindical contribuyeron ampliamente a inducir al mando militar a que, bajo la presión de Estados Unidos, se echara a Hosni Mubarak del poder.
Las movilizaciones siguen siendo todavía numerosas, siguen soplando vientos de revuelta en otros países, y la burguesía parece tener grandes dificultades para apagar el incendio. En Egipto y en Túnez sobre todo, donde según dicen, la "primavera de los pueblos" ya habría triunfado, continúan las huelgas y los enfrentamientos contra "el Estado democrático". Todas esas revueltas, en su conjunto, son una experiencia formidable en el camino que conduce a la conciencia revolucionaria. No obstante, aunque esta oleada de revueltas, por primera vez desde hace mucho tiempo, ha conectado los problemas económicos con los políticos, la respuesta está todavía plagada de unas ilusiones que pesan en la clase obrera, especialmente los espejismos democrático y nacionalista. Esas debilidades han permitido a unas pseudo-oposiciones democráticas presentarse como alternativa a las camarillas corruptas gobernantes. En realidad, esos "nuevos" gobiernos están sobre todo formados por gente perteneciente al viejo régimen, hasta el punto de que la situación parece, a veces, una bufonada. En Túnez, la población ha tenido incluso que obligar a una parte del gobierno a dimitir dado a su enorme parecido con el régimen de Ben Alí. En Egipto, el ejército, apoyo histórico de Mubarak, controla todas las palancas del Estado y no para de maniobrar para que perdure su posición. En Libia, el "Consejo Nacional de Transición" está dirigido por... Abd al-Fattah Yunis, ¡el ex ministro del interior de Gadafi!, y una cuadrilla de ex altos cargos que, después de haber organizado la represión y haberse beneficiado de la generosidad pecuniaria de su dueño y señor, les ha entrado una repentina y apasionada comezón por los derechos humanos y la democracia.
Sobre la base de esas debilidades la situación en Libia ha evolucionado de una manera especial, pues lo que con toda justicia surgió al principio como un levantamiento de la población contra el régimen de Gadafi se transformó en guerra entre fracciones burguesas diversas, a la que han venido a injertarse las grandes potencias imperialistas en medio de una cacofonía desatinada y sangrienta. El desplazamiento del terreno de la lucha hacia los intereses burgueses, el control del Estado libio por una u otra de las facciones presentes, fue tanto más fácil porque la clase obrera en Libia es muy débil. La industria local es muy atrasada, reducida casi exclusivamente a la producción petrolera, directamente dirigida por la pandilla de Gadafi, la cual ni siquiera puede imaginarse el poner alguna vez, de paso, el "interés nacional" por encima de sus intereses particulares. La clase obrera en Libia suele estar compuesta por mano de obra extranjera, la cual, tras haber cesado el trabajo al iniciarse los acontecimientos, ha acabado por huir de las matanzas, sobre todo a causa de la dificultad de reconocerse en una "revolución" de cariz nacionalista. Lo que está ocurriendo en Libia ilustra trágicamente, por contrario, la necesidad de que la clase obrera ocupe un lugar central en las revueltas populares; su ausencia explica en gran parte la evolución de la situación.
Desde el 19 de marzo, tras varias semanas de masacres, so pretexto de intervención humanitaria para "salvar al pueblo libio martirizado", una coalición un tanto confusa, formada por Canadá, Estados Unidos, Italia, Francia, Reino Unido, etc., ha puesto en marcha sus fuerzas armadas para dar apoyo al Consejo Nacional de Transición. Cada día se lanzan misiles y despegan aviones para soltar bombas sobre todas las zonas donde haya fuerzas armadas fieles al régimen de Gadafi. Hablando claro: es la guerra. Lo que de entrada llama la atención es la increíble hipocresía de las grandes potencias imperialistas que, por un lado, agitan el apolillado estandarte del humanitarismo y, al mismo tiempo, permiten aceptar la matanza de las masas que se rebelan en Bahrein, Yemen, Siria, etc. ¿Dónde estaba esa misma coalición cuando Gadafi mandó asesinar a 1000 presos de la cárcel Abu Salim de Trípoli en 1996? En realidad, ese régimen encarcela, tortura, aterroriza, hace desaparecer y ejecuta con la mayor impunidad desde siempre. ¿Dónde estaba esa misma coalición cuando Ben Alí en Túnez, Mubarak en Egipto o Buteflika en Argelia mandaban disparar contra la muchedumbre durante los levantamientos de enero y febrero? Tras esa retórica infame, los muertos siguen amontonándose en los depósitos. Y ya la OTAN está previendo prolongar las operaciones durante varias semanas para así asegurarse del triunfo de "la paz y la democracia".
En realidad, cada potencia interviene en Libia por sus intereses particulares. La cacofonía de la coalición, ni siquiera capaz de establecer una cadena de mando, ilustra hasta qué punto esos países se han lanzado a esta aventura bélica en orden disperso para reforzar su propio espacio en la región, igual que buitres encima de un cadáver. Para Estados Unidos, Libia no representa un gran interés estratégico pues ya dispone de aliados de peso en la región, Egipto y Arabia Saudí sobre todo. Esto es lo que explica su indecisión inicial durante las negociaciones en la ONU. Estados Unidos es, sin embargo, el apoyo histórico de Israel, y por ello tiene una imagen catastrófica en el mundo árabe, una imagen aún más deteriorada con las invasiones de Irak y Afganistán. Ahora bien, las revueltas están haciendo emerger gobiernos más sensibles a la opinión antiamericana y si EEUU quiere asegurarse un porvenir en la región, le es obligatorio granjearse simpatías ante los nuevos dirigentes. El gobierno norteamericano no podrá dejar, en particular, las manos libres al Reino Unido y a Francia sobre el terreno. Estos dos países también tienen, de una u otra manera, una imagen que mejorar, sobre todo Gran Bretaña tras sus intervenciones en Irak y Afganistán. El gobierno francés, a pesar de sus múltiples torpezas, dispone todavía de algo de popularidad en los países árabes desde la época de De Gaulle, reforzada por su negativa a participar en la guerra de Irak en 2003. Una intervención contra un Gadafi demasiado incontrolable e imprevisible a gusto de sus vecinos, será apreciada por éstos, permitiendo reforzar la influencia de Francia. Detrás de los bellos discursos y de las sonrisas de fachada, cada fracción de la clase dominante interviene por sus propios intereses, participando, junto con Gadafi, en esta danza macabra de la muerte.
A miles de kilómetros de Libia, en territorios de la tercera potencia económica mundial, el capitalismo siembra también la muerte y demuestra que en ningún lugar, incluso en el corazón mismo de los países industrializados, la humanidad no está al resguardo de la irresponsabilidad y la incuria de la burguesía. Los medios de comunicación han vuelto a presentar, como siempre, el terremoto y el tsunami que han devastado una gran parte de Japón como una fatalidad de la naturaleza contra la que nada se puede hacer. Cierto que es imposible impedir que la naturaleza se desate, pero instalar a poblaciones en regiones con grandes riesgos en casas de madera, no es una "fatalidad", como tampoco lo es que haya centrales nucleares envejecidas en medio de lugares así.
La burguesía es en efecto directamente responsable de la amplitud mortífera de la catástrofe. Por las necesidades de la producción, el capitalismo ha concentrado a la población y las industrias de una manera disparatada. Japón es una caricatura de ese fenómeno histórico: decenas de millones de personas están amontonadas en costas que son poco más que franjas donde el riesgo de sismos y, por lo tanto de tsunamis, es muy elevado. Las estructuras de resistencia antisísmica se han construido, evidentemente, en edificios para los más pudientes o para oficinas y despachos; con una simple construcción de hormigón podría haber bastado, en algunos casos, para evitar la oleada, pero los trabajadores tuvieron que contentarse con jaulas de madera en unas comarcas cuyos grandes peligros son conocidos de todos. Lógicamente, la población podría haberse instalado más tierra adentro, pero Japón es un país exportador y para maximizar las ganancias, mejor es construir las fábricas cerca de los puertos. Y, por cierto, han habido fábricas que las aguas se llevaron por delante, añadiéndose así una catástrofe industrial de consecuencias inimaginables a la catástrofe nuclear. En tal contexto, una crisis humanitaria amenaza a uno de los centros del capitalismo mundial. Cantidad de equipamientos e infraestructuras están destruidos y decenas de miles de personas están abandonadas a su suerte, sin alimentos ni agua.
Se comprueba así que la burguesía es incapaz de limitar su irresponsabilidad y su sentimiento de impunidad; construyó 17 centrales nucleares en lugares peligrosos, unas centrales cuyo mantenimiento aparece, además, de lo más precario. La situación en torno a la central de Fukushima, victima de averías, es de lo más preocupante y la confusa comunicación de las autoridades deja presagiar lo peor. Parece evidente que se está produciendo una catástrofe nuclear comparable, como mínimo a la de Chernóbil, ante un gobierno impotente, reducido a hacer remiendos y chapuzas en sus instalaciones, sacrificando a muchos obreros. Ni la fatalidad ni la naturaleza tienen nada que ver aquí con la catástrofe. La construcción de centrales en costas sensibles no parece haber sido la idea más brillante, sobre todo cuando, además, llevan varias décadas en funcionamiento con un mantenimiento reducido a lo mínimo. Una ilustración de esto que deja pasmado es que en 10 años, en la central de Fukushima ha habido varios centenares de incidentes debidos a un mantenimiento caótico que acabó indignando y haciendo dimitir a algunos técnicos.
La naturaleza no tiene nada que ver en esas catástrofes; las leyes, que se han vuelto absurdas, de la sociedad capitalista son responsables de ellas, en los países más pobres como en los más ricos. La situación en Libia y lo ocurrido en Japón ilustran, cada suceso a su manera, hasta qué punto el único porvenir que nos ofrece la burguesía es un caos permanente y en constante aumento. Y ante esa situación, las revueltas en los países árabes, a pesar de todas sus debilidades, nos muestran el camino, el camino de la lucha de los explotados contra el Estado capitalista, la única que podrá atajar la catástrofe general que amenaza a la humanidad.
V. (27-03-2011)
[1]) De hecho, nunca desde 1848 o 1917-19, habíamos visto una marea de revueltas simultáneas tan extensa. Véase el artículo siguiente en esta Revista.
Los acontecimientos actuales en Oriente Medio y el Norte de África tienen una gran importancia histórica, cuyas consecuencias son todavía difíciles de dilucidar. Sin embargo, es importante elaborar sobre ellos un marco coherente de análisis. Los puntos que siguen no son ese marco en sí y aún menos una descripción detallada de lo que ha ocurrido, sino simplemente algunos puntos básicos de referencia para animar a la reflexión sobre este tema ([1]).
1. Nunca antes desde 1848 o 1917-19 habíamos visto una oleada simultánea de revueltas tan amplia. Aunque el epicentro del movimiento ha sido el Norte de África (Túnez, Egipto y Libia, pero también Argelia y Marruecos), también han estallado protestas contra los diferentes regímenes en Gaza, Jordania, Irak, Irán, Yemen, Bahrein y Arabia Saudí, y otros Estados represivos árabes, particularmente Siria, han estado en máxima alerta. Lo mismo puede decirse del régimen estalinista en China. También hay ecos claros de las protestas en el resto de África: Sudán, Tanzania, Zimbabue, Suazilandia... También podemos ver el impacto directo de las revueltas en las manifestaciones contra la corrupción del gobierno y los efectos de la crisis económica en Croacia, en las pancartas y consignas de las manifestaciones de los estudiantes en Gran Bretaña y en las luchas de los obreros de Wisconsin, y sin duda también en muchos otros países. Esto no es para decir que todos esos movimientos en el mundo árabe son idénticos, ni por su contenido de clase, ni por sus reivindicaciones, ni por la respuesta de la clase dominante; pero evidentemente hay un cierto número de rasgos comunes que hacen posible que hablemos de un fenómeno global.
2. El contexto histórico en el que se desarrollan estos acontecimientos es el siguiente:
3. La naturaleza de clase de estos movimientos no es uniforme y varía en los diferentes países y según las fases del movimiento. Sin embargo globalmente podemos caracterizarlos como movimientos de las clases no explotadoras, revueltas sociales contra el Estado. En general la clase obrera no ha asumido el liderazgo de estas revueltas, pero sin duda ha tenido una presencia significativa y una influencia que se ve tanto en los métodos de lucha como en las formas de organización puestos en práctica y en algunos casos, en el desarrollo específico de luchas obreras, como las huelgas en Argelia y sobre todo la gran oleada de luchas en Egipto, que ha sido un factor clave en la decisión de dar salida a Mubarak (sobre lo que volveremos más adelante). En la mayoría de estos países, el proletariado no es la única clase oprimida. El campesinado y otras capas derivadas de modos de producción aún más antiguos, aunque arruinados y ampliamente fragmentados por décadas de decadencia capitalista, aún tienen peso en las áreas rurales, mientras que en las ciudades, donde se han centrado todo el tiempo las revueltas, la clase obrera convive con una numerosa clase media que está en vías de proletarización, pero que aún tiene sus peculiaridades, y con una masa de chabolistas, una parte de los cuales son proletarios y otra pequeños comerciantes y elementos lumpenizados. Incluso en Egipto, donde está la clase obrera más concentrada y experimentada, testigos oculares en la plaza Tahrir insistían en que las protestas habían movilizado a "todas las clases", con la excepción de los escalones más altos del régimen. En otros países de la región, el peso de las capas no proletarias ha sido mucho mayor que en la mayoría de las luchas en los países centrales.
4. Al tratar de comprender la naturaleza de clase de estas revueltas, hemos de intentar evitar dos errores simétricos: por una parte, una identificación general de todas las masas que se han movilizado con el proletariado (una posición característica del Grupo Comunista Internacional), y por otra parte, un rechazo de las movilizaciones por no ser explícitamente de la clase obrera y que, por ello, no podrían tener nada de positivo. La cuestión que se plantea nos retrotrae a acontecimientos anteriores, como los de Irán a finales de la década de 1970, donde también vimos una revuelta popular en la que, por un tiempo, la clase obrera fue capaz de asumir el liderazgo; aunque al final esto no fue suficiente para impedir la recuperación del movimiento por los islamistas. Desde un punto de vista más histórico, el problema de la relación entre la clase obrera y las revueltas sociales más generales es también el problema del Estado en el periodo de transición, que surge del movimiento de todas las clases no explotadas, pero frente al cual la clase obrera necesita mantener su autonomía de clase.
5. En la Revolución Rusa, los soviets fueron engendrados por la clase obrera, pero también proporcionaron un modelo de organización para todos los oprimidos. Sin perder el sentido de la proporción -porque aún estamos lejos de una situación revolucionaria en la que la clase obrera sea capaz de asumir un liderazgo político claro frente a otras capas- podemos ver que los métodos de lucha de la clase obrera han tenido un impacto en las revueltas sociales en el mundo árabe:
- en las tendencias a la autoorganización que aparecieron más claramente en los comités de defensa de barrio que surgieron como respuesta a la táctica del régimen egipcio de emplear bandas criminales contra la población; en la estructura "de delegados" de algunas de las asambleas masivas en la plaza Tahrir en el proceso global de discusión colectiva y toma de decisiones;
- en la toma de espacios controlados normalmente por el Estado para proveerse de un foco central donde reunirse y organizarse a escala masiva;
- en cómo se ha asumido conscientemente la necesidad de una autodefensa masiva contra los matones y la policía enviados por el régimen, pero al mismo tiempo ha prevalecido un rechazo de la violencia gratuita, de la destrucción y del saqueo en beneficio propio;
- en los esfuerzos deliberados para superar las divisiones sectarias y de todo tipo que el régimen ha intentado manipular cínicamente: divisiones entre cristianos y musulmanes, sunníes y chiíes, religiosos y seglares, hombres y mujeres;
- en los numerosos intentos para fraternizar con los soldados rasos.
No es ninguna casualidad que esas tendencias se desarrollaran más fuertemente en Egipto, donde la clase obrera tiene una larga tradición de lucha y que en un momento crucial del movimiento, emergió como una fuerza destacada, desencadenando así una oleada de luchas que, como las de 2006-2007, hay que valorar como "germen" de la futura huelga de masas de la que contiene algunas de las características más importantes: la extensión espontánea de las huelgas y las reivindicaciones de uno a otro sector, el rechazo intransigente de los sindicatos estatales y ciertas tendencias a la autoorganización, la lucha por reivindicaciones económicas junto a reivindicaciones políticas. Ahí podemos ver a grandes rasgos, la capacidad de la clase obrera para emerger como portavoz de todos los oprimidos y explotados y plantear la perspectiva de una nueva sociedad.
6. Todas estas experiencias son importantes pasos firmes hacia el desarrollo de una conciencia genuinamente revolucionaria. Pero el camino en esa dirección es aún largo y está obstruido por muchas y obvias ilusiones y debilidades ideológicas:
7. La situación actual en el Norte de África y en Oriente Medio sigue estando en ebullición. En el momento en que escribimos, hay expectativas de protestas en Riad, a pesar de que el régimen saudí ya ha decretado que todas las manifestaciones van contra la Sharia. En Egipto y Túnez, donde la revolución supuestamente ha triunfado ya, hay continuos enfrentamientos entre los manifestantes y el Estado, ahora "democrático", que está administrado más o menos por las mismas fuerzas que actuaban antes de que los "dictadores" se fueran. La oleada de huelgas en Egipto, que obtuvo rápidamente muchas de sus reivindicaciones, parece haber ido extinguiéndose; pero ni la lucha obrera ni el amplio movimiento social han sufrido un retroceso en esos países, y hay signos de que se desarrolla una amplia discusión y reflexión, al menos, sin duda, en Egipto. Sin embargo, los hechos en Libia han tomado un giro muy diferente. Lo que parece haber empezado como una genuina revuelta de la población, con civiles desarmados asaltando con coraje cuarteles militares y quemando la sede de los llamados "Comités del Pueblo", especialmente en el Este del país, se ha trasformado rápidamente en una "guerra civil" en toda su dimensión y muy sangrienta, entre fracciones de la burguesía, con las potencias imperialistas como buitres olfateando la carroña. En términos marxistas, de hecho es un ejemplo de la transformación de una incipiente guerra civil -en su verdadero significado de una confrontación directa y violenta entre las clases- en una guerra imperialista. El ejemplo histórico de España en 1936 -a pesar de las diferencias considerables en el balance global de las relaciones de fuerzas entre las clases y del hecho de que la revuelta inicial contra el golpe de Franco era inequívocamente de naturaleza proletaria- muestra cómo la burguesía nacional e internacional puede intervenir en ese tipo de situaciones para defender sus intereses de facción, nacionales e imperialistas, y aplastar cualquier posibilidad de revuelta social.
8. El trasfondo de ese giro de los acontecimientos en Libia es el atraso extremo del capitalismo libio, que ha sido gobernado durante 40 años por la banda de Gadafi sobre todo gracias al aparato de terror directamente bajo su mando. Esta estructura ha atenuado el desarrollo del ejército como una fuerza capaz de poner el interés nacional por encima del interés de una facción particular o un líder, como vimos en Túnez y Egipto. Al mismo tiempo, el país está desgarrado por divisiones regionales y tribales, que han desempeñado un papel clave a la hora de decidir el apoyo o la oposición a Gadafi. Una forma "nacional" de islamismo también parece haber tenido un papel en la revuelta desde el principio, aunque originalmente la revuelta fue general y social más que meramente tribal o islámica. La industria principal en Libia es el petróleo, y la agitación en el país ha tenido un severo efecto sobre los precios mundiales del petróleo. Pero una gran parte de la fuerza de trabajo empleada en la industria del petróleo son inmigrantes europeos y el resto, de Oriente Medio, Asia y África; y aunque hubo al principio informes de huelgas en este sector, el éxodo masivo de obreros "extranjeros" es un signo claro de que tenían poco con lo que identificarse en una "revolución" que izaba la bandera nacional. De hecho ha habido informes de acosos a obreros negros por las fuerzas "rebeldes", puesto que se extendieron rumores de que algunos de los mercenarios pagados por el régimen para aplastar las protestas fueron reclutados en los Estados africanos de población negra, levantando así sospechas sobre todos los negros emigrantes. La debilidad de la clase obrera en Libia es pues un elemento crucial en el desarrollo negativo de la situación allí.
9. La apresurada deserción del régimen de Gadafi de numerosos altos cargos, incluyendo embajadores extranjeros, oficiales del ejército y la policía, es una clara evidencia de que la "revuelta" se ha transformado en una guerra entre burgueses. Los mandos militares en particular, han pasado a primer plano en la "regularización" de las fuerzas armadas anti-Gadafi. Pero quizás el signo más impactante de esta transformación es la decisión de una parte de la "comunidad internacional" de ponerse del lado de los "rebeldes". El Consejo Nacional de Transición, ubicado en Benghazi, ya ha sido reconocido por Francia como la voz de la nueva Libia y ya ha habido desde muy pronto una intervención militar a pequeña escala con el envío de "asesores" para apoyar las fuerzas anti-Gadafi. Habiendo intervenido diplomáticamente ya antes, para acelerar la salida de Ben Ali y Mubarak, Estados Unidos, Gran Bretaña y otras potencias, se envalentonaron al principio al ver tambalearse al régimen de Gadafi: William Hague, por ejemplo, anunció prematuramente que Gadafi estaba camino de Venezuela. A medida que las fuerzas de Gadafi empezaron a recuperar la iniciativa, crecieron los llamamientos a imponer una zona de exclusión aérea, o a usar otras formas de intervención militar. Cuando escribimos esto, sin embargo, parece que existen profundas divisiones en el seno de la UE y la OTAN, con Francia y Gran Bretaña más fuertemente a favor de una acción militar y EEUU y Alemania más reticentes. Por supuesto la administración de Obama no se opone por principio a la intervención militar; pero no le entusiasma la posibilidad de verse metida en otro complicado barrizal en el mundo árabe. También podría ser que algunas partes de la burguesía mundial estén valorando si la "cura" de terror de masas usado por Gadafi no podría servir para desanimar a otras expresiones de descontento en la región. Una cosa sin embargo es segura: los sucesos en Libia y en realidad todo el desarrollo de la situación en la región, han revelado la grotesca hipocresía de la burguesía mundial. Después de vilipendiar durante años la Libia de Gadafi como un foco del terrorismo internacional (como así era ciertamente), el reciente cambio de actitud de Gadafi y su decisión de deshacerse de las armas de destrucción masiva en 2006, enternecieron a los dirigentes de países como EEUU y Gran Bretaña, a los que tanto les había costado justificar su postura sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Tony Blair en particular, se dio una prisa indecente para ir a abrazar al "líder terrorista loco" de antes. Solo unos años después, Gadafi es de nuevo un jefe terrorista loco y todos los que le apoyaron tienen ahora que precipitarse con no menos celeridad para distanciarse de él. Y eso sólo es una versión de la misma historia: casi todos los recientes y actuales "dictadores árabes" han gozado del respaldo de EEUU y otras potencias, que hasta ahora han mostrado muy poco interés por las "aspiraciones democráticas" del pueblo de Túnez, Egipto, Bahrein, o Arabia Saudí. El estallido de manifestaciones contra el gobierno de Irak impuesto por Estados Unidos (incluyendo los actuales gobernantes del Kurdistán iraquí), provocadas por el aumento de precios y la escasez de productos básicos, que han sido violentamente reprimidas en algunos casos, ilustra igualmente las vacuas promesas del "Occidente democrático".
10. Algunos anarquistas internacionalistas de Croacia (al menos antes de que empezaran a participar en las protestas en Zagreb y en otras partes) intervinieron en libcom.org para argumentar por qué los acontecimientos en el mundo árabe les parecían una reedición de los de Europa del Este en 1989, cuando todas las aspiraciones de cambio se desviaron hacia la terminal "democracia" que no aporta absolutamente nada a la clase obrera. Una preocupación muy legítima, teniendo en cuenta el gancho evidente de las mistificaciones democráticas en este nuevo movimiento, pero que deja de lado la diferencia esencial entre los dos momentos históricos, sobre todo en lo que concierne a la relación de fuerzas entre las clases a escala mundial. En el momento del hundimiento del bloque del Este, la clase obrera en Occidente estaba alcanzando los límites de un periodo de luchas que no había sido capaz de desarrollarse a nivel político; el hundimiento del bloque del Este, con las campañas que desencadenó sobre la muerte del comunismo y el fin de la lucha de clases, y la incapacidad de la clase obrera del Este para responder en su propio terreno de clase, empujó a la clase obrera a escala internacional a un largo retroceso. Al mismo tiempo, aunque los regímenes estalinistas fueron en realidad víctimas de la crisis económica mundial, eso no era en absoluto obvio en ese momento, y había aún margen de maniobra para que las economías occidentales alentaran la ilusión de que se abría un brillante nuevo amanecer para el capitalismo mundial. La situación actual es muy diferente. La verdadera naturaleza global de la crisis capitalista nunca ha sido más clara, haciendo mucho más fácil para los proletarios en todas partes comprender que, en esencia, se enfrentan a los mismos problemas: desempleo, subida de precios, falta de perspectiva y futuro en este sistema. Y los últimos siete u ocho años hemos visto un lento pero genuino resurgir de las luchas obreras en todo el mundo; luchas conducidas por una nueva generación de proletarios, menos escaldados por los tropiezos de los años 1980 y 1990 y que está generando una creciente minoría de elementos politizados también a una escala global. Teniendo en cuenta esas profundas diferencias, hay una posibilidad real de que los acontecimientos en el mundo árabe, lejos de tener un impacto negativo en la lucha de clases en los países centrales, sean un estímulo para su futuro desarrollo:
- al reafirmar la fuerza de la acción masiva e ilegal en la calle, su capacidad para quitarles el sueño a los sátrapas que gobiernan el mundo;
- al destruir la propaganda burguesa que presenta a "los árabes" como una masa uniforme de fanáticos descerebrados y mostrar la capacidad de las masas de esta región para discutir, reflexionar y organizarse por sí mismas;
- al socavar aún más la credibilidad de los dirigentes de los países centrales, cuya venalidad y falta de escrúpulos han quedado patentes con su comportamiento oportunista hacia los regímenes dictatoriales del mundo árabe.
Estos y otros elementos serán inicialmente mucho más evidentes para la minoría politizada que para la mayoría de trabajadores en los países centrales, pero a largo plazo contribuirán a la unificación real de la clase obrera por encima de las fronteras nacionales y continentales. Nada de esto, sin embargo, disminuye la responsabilidad de la clase obrera en los países avanzados, que ha experimentado durante años las "delicias" de la democracia y del "sindicalismo independiente", y cuyas tradiciones históricas políticas están muy profundamente (aunque aún no muy ampliamente) arraigadas, y que está concentrada en el corazón del sistema imperialista mundial. La capacidad de la clase obrera en el Norte de África y en Oriente Medio de romper con las ilusiones democráticas y plantear una perspectiva distinta para las masas desheredadas de la población, aún está fundamentalmente condicionada por la capacidad de los obreros en los países centrales de plantear un ejemplo claro de luchas proletarias autoorganizadas y politizadas.
CCI, 11 de Marzo 2011
[1]) Este documento se redactó el 11 de marzo, es decir una semana antes del inicio de la intervención de la "coalición " en Libia. Por eso es por lo que no se hace aquí referencia a esa intervención, aunque sí la hace prever.
Durante muchas generaciones, África ha sido sinónimo de catástrofes, guerras, matanzas permanentes, hambrunas, enfermedades incurables, gobiernos corruptos, en resumen una miseria absoluta sin salida. Por mucho, cuando se evoca su historia (fuera de los "exotismos" y los folklores), se menciona a los "buenos y valientes" fusileros senegaleses o magrebíes, famosos soldados de complemento del ejército colonial francés de las dos guerras mundiales y para el mantenimiento del orden en las antiguas colonias. Pero nunca se pronuncian las palabras "clase obrera" y mucho menos se evocan sus luchas, esencialmente porque todo eso no ha entrado nunca en el imaginario de las masas ni a nivel mundial ni de la propia África.
Y, sin embargo, el proletariado mundial está muy presente en África y ya ha demostrado con sus luchas que forma parte de la clase portadora de una misión histórica. Pero la antigua burguesía colonial ocultó deliberadamente su historia y lo mismo hizo la nueva burguesía africana tras la "descolonización".
El objetivo principal de este texto es, por consiguiente, dar los elementos que certifican la realidad muy viva de la historia del movimiento obrero africano en sus combates contra la clase explotadora. Cierto es que se trata de la historia de una clase obrera en un continente históricamente subdesarrollado.
¿Cuál es la razón y la manera con la que se ha ocultado la historia del proletariado de África?
"¿Tiene África una historia? Hace no tanto, se contestaba que no a esa pregunta. En un pasaje que se hizo famoso, el historiador inglés Hugh Trevor-Roper comparaba la historia de Europa y la de África, concluyendo que, en el fondo, ésta no existía. El pasado africano no tenía el menor interés excepto "las tribulaciones de unas tribus salvajes en unos lugares del mundo, sin duda pintorescos, pero sin la menor importancia". A Trevor-Roper puede sin duda considerársele como un conservador, pero resulta que el marxista húngaro Endre Sik defendía el mismo enfoque en 1966: "Antes de entrar en contacto con los europeos, la mayoría de los africanos llevaban todavía una existencia primitiva y salvaje, y muchos de ellos ni siquiera habían superado el estadio de la barbarie más primitiva. (...) ¿Es pues realista hablar de su "historia" -en el concepto científico de la palabra- antes de la llegada de los invasores europeos?"
"Esas afirmaciones son duras, pero la mayoría de los historiadores de esos años podían firmarlas hasta cierto punto" ([1]).
Y así era cómo, con el desprecio racista de por medio, los pensadores de la burguesía colonial europea decretaron la no existencia de la historia del continente negro. Y, por consiguiente, la clase obrera tampoco tendría historia alguna allí.
Pero lo que además llama la atención de esas afirmaciones es comprobar cómo se dan la mano en sus prejuicios a-históricos sobre África, los "bien pensantes" de los dos bloques imperialistas que se repartían el mundo de entonces, o sea el bloque "democrático" del Oeste y el bloque "socialista" del Este. En efecto, el pretendido "marxista", Endre Sik, no es más que un estalinista de buenas maneras cuyos argumentos son tan falaces como los de su rival (o compañero) inglés Trevor-Roper. Con su negación de la historia de África (y de sus luchas de clases), esos señores, representantes de la clase dominante, tienen una visión de la historia todavía más obtusa y cerril que "las salvajes tribulaciones de las tribus africanas". Esos autores forman parte, en realidad, de los "sabios" que dieron su "bendición científica" a las tesis abiertamente racistas de los países colonizadores. No es ni mucho menos el caso del autor que reproduce esas afirmaciones, Henri Wesseling, marcando sus distancias con sus colegas "historiadores" con estas palabras: "(...) La verdad es muy diferente. Algunos africanos como el jedive de Egipto, el sultán de Marruecos, el rey zulú Cetwayo, el rey de los matabeles Lobengula, el almami Samori y el "makoko" (rey) de los batekes, ejercieron una influencia considerable en el curso de los acontecimientos."
Henri Wesseling se honra así al restablecer la verdad histórica contra los falsificadores bien pensantes. Pero hay otros "científicos" que incluso una vez que reconocen la realidad de una historia de África e incluso de la clase obrera del continente, persisten, sin embargo, en esa visión tan ideológica de la historia, especialmente sobre la lucha de clases. Excluyen la posibilidad de una revolución proletaria en el continente africano con argumentos tan dudosos como los que usan los historiadores racistas ([2]): "(...) Rebeldes, los trabajadores africanos también lo son hacia la proletarización: el testimonio de su resistencia permanente al salariado íntegro (...) hace que se tambalee la teoría importada de que la clase obrera es portadora de una misión histórica. África no es tierra de revoluciones proletarias, y las escasas copias catastróficas de ese modelo han tenido que enfrentarse violentamente, todas ellas, a la dimensión social viva del "proletariado"."
Precisemos de entrada que los autores de esa cita son sociólogos universitarios, un grupo compuesto por investigadores anglófonos y francófonos. Ya el propio título de su obra, Clases obreras del África negra, explicita perfectamente cuáles son sus preocupaciones de fondo. Y por otro lado, aunque ellos no nieguen la realidad de la historia del continente africano como lo hacen sus colegas historiadores, en cambio, como éstos, su método procede de la misma ideología con la pretensión de que su manera de ver es la "verdad científica" sin antes confrontarla a la historia real. Ya de entrada, cuando hablan de "las escasas copias catastróficas de ese modelo", confunden (¿involuntariamente?) la revolución proletaria, como la de 1917 en Rusia, con el golpismo al modo estalinista o las luchas de "liberación nacional" que pulularon por el mundo tras la Segunda Guerra mundial, bajo el apelativo de "socialista" o "progresista" y demás patrañas. Y fueron, sí, esos modelos contra los que tuvo que enfrentarse violentamente el proletariado que se les resistía, ya fuera en China, en Cuba, en los antiguos países del bloque soviético, en el "Tercer mundo" en general y en África en particular. Pero, sobre todo, esos sociólogos adoptan el enfoque claramente contrarrevolucionario cuando alertan contra la "teoría importada de una clase obrera portadora de una misión histórica", de lo que lógicamente se puede concluir que África no es tierra de revoluciones proletarias. Ese grupo de "sabios", al negar la posibilidad de cualquier lucha revolucionaria en territorio africano, excluye de hecho que pueda extenderse cualquier otra revolución ("exportada") a África. Y así, cierran el camino de salida de la barbarie capitalista de la que son víctimas las clases explotadas y la población africana en general. Al fin y al cabo tampoco aportan ningún esclarecimiento a la verdadera historia de la clase obrera.
Para nosotros, les guste o no a esos sociólogos, la clase obrera sigue siendo la única clase portadora de una misión histórica ante una quiebra del capitalismo que se agrava día tras día, la de África incluida como lo confirma el historiador Iba Der Thiam ([3]), el cual hace el siguiente balance de las luchas obreras de principios del siglo XIX hasta los primeros años de 1930: "En el plano sindical, el período entre 1790 y 1929 fue, como hemos visto, una etapa decisiva. Período de despertar y, después, de afirmación, fue para la clase obrera la oportunidad, repetida a menudo, de dar pruebas de su determinación y de su espíritu abnegado y luchador.
"Desde el surgimiento de una conciencia presindical, hasta la víspera de la crisis económica mundial, hemos seguido todas las fases de una toma de conciencia cuyo rápido proceso, comparado al largo camino de la clase obrera francesa en el mismo ámbito, parece excepcional.
"La idea de huelga, o sea de un medio de lucha, de una forma de expresión consistente en cruzarse de brazos e interrumpir provisionalmente el desarrollo normal de la vida económica para hacer valer sus derechos, obligar a la patronal a ocuparse de las reivindicaciones salariales por ejemplo, o aceptar la negociación con los huelguistas o sus representantes, hizo en menos de quince años, unos progresos considerables, adquiriendo incluso pleno derecho a pesar de una legislación restrictiva, siendo reconocida como una práctica quizá no legal pero sí legítima.
"(...) La resistencia patronal, excepto en algunos casos, dio escasas veces prueba de una rigidez extrema. Con un lúcido realismo, los propietarios de los medios de producción no ponían en general muchos inconvenientes en preconizar y entablar el diálogo con los huelguistas, incluso ocurría que presionaban al Gobernador para que acelerara los procedimientos de intervención, y cuando sus intereses estaban amenazados llegaban incluso a apoyar a los trabajadores, en conflictos como los que enfrentaban a éstos con el ferrocarril por ejemplo, en donde, cierto es, la parte del Estado en los capitales era importante".
Esta cita es casi ampliamente suficiente para definir a una clase obrera portadora de esperanzas, una clase con una historia en África, historia que comparte, además, con la burguesía a través de enfrentamientos históricos de clases, como así ocurrió a menudo en el mundo desde que el proletariado se constituyó como clase bajo el régimen capitalista.
Antes de proseguir con la historia del movimiento obrero africano, avisamos a nuestros lectores que nos enfrentamos a unas dificultades debidas a la denegación de la historia de África por los historiadores y demás pensadores de las antiguas potencias coloniales. Esto se concreta, por ejemplo, en que los administradores coloniales aplicaban una política de censura sistemática de los hechos y expresiones de la clase obrera, sobre todos los que ponían de relieve su fuerza. Por eso estamos limitados a apoyarnos en unas fuentes escasas de autores más o menos conocidos, pero cuyo rigor en sus obras nos parece globalmente probado y convincente. Por otra parte, aunque sí reconocemos la seriedad de los investigadores que transmiten las referencias, sin embargo, no compartimos ciertas interpretaciones de los acontecimientos históricos. Lo mismo ocurre con algunas nociones como cuando hablan de "conciencia sindical" en lugar de "conciencia de clase" (obrera), o, también, de "movimiento sindical" (por movimiento obrero). Lo cual no quita que, por ahora, confiamos en su rigor científico mientras sus tesis no choquen contra los acontecimientos históricos o impidan otras interpretaciones.
Senegal fue la más antigua colonia francesa en África. Francia estuvo ahí instalada oficialmente entre 1659 y 1960.
El historiador mencionado sitúa el comienzo de la historia del movimiento obrero africano a finales del siglo XVIII, de ahí el título de su obra: Historia del Movimiento sindical africano 1790-1929.
Los primeros obreros profesionales (artesanos carpinteros de obra, carpinteros, albañiles, etc.) eran europeos que se instalaron en San Luis de Senegal (antigua capital de las colonias africanas).
Antes de la Segunda Guerra mundial, la población obrera de las colonias del África Occidental Francesa (AOF) se encontraba sobre todo en Senegal, entre San Luis y Dakar, ciudades que fueron, respectivamente, capital de la AOF y capital de la federación que agrupaba la AOF, el África Ecuatorial Francesa (AEF), Camerún y Togo. Sobre todo en Dakar que era el "pulmón económico" de la colonia AOF, con su puerto, los ferrocarriles y, evidentemente, el grueso de los funcionarios y empleados de los servicios.
Numéricamente hablando, la clase obrera ha sido siempre históricamente escasa en África en general, debido, claro está, al débil desarrollo económico del continente, que a su vez se explica por la escasa inversión in situ de los países colonizadores. El gobernador de la colonia estimaba la población obrera en 1927 en 60 000 personas. Algunos dicen que la mitad de los obreros no constaba en esas cifras, los "jornaleros" permanentes y los aprendices.
Desde sus primeros combates hasta los años 1960, el proletariado estuvo siempre y sistemáticamente enfrentado a la burguesía francesa que poseía los medios de producción bajo la administración colonial. Esto significa que la burguesía senegalesa nació y creció a la sombra de su "gran hermana francesa", al menos hasta los años 1960.
"La historia del movimiento sindical africano sigue sin escribirse prácticamente hasta hoy. (...) La razón fundamental de esa carencia nos parece que estriba, por un lado, en la indigencia de investigaciones dedicadas a los diferentes segmentos de la clase obrera africana en una perspectiva que sea a la vez sincrónica y diacrónica; y por otro, a la ausencia de un estudio sistemático de los diferentes conflictos sociales que se han producido, unos conflictos sociales que encierran, cada uno de ellos, informaciones sobre las preocupaciones de los trabajadores, sus formas de expresión, las reacciones de la administración colonial y de la patronal, las de los políticos, y las consecuencias de todo tipo que esas experiencias tuvieron en la historia interior de las colonias en el cuádruple plano económico, social, político y cultural" ([4]).
Como lo subraya Iba Der Thiam, varios factores explican las dificultades para escribir la historia del movimiento obrero en África. Y sobre todo, el obstáculo más importante contra el que han chocado los investigadores que se debe, sin la menor duda, a que los verdaderos poseedores de las informaciones sobre la clase obrera, o sea, las autoridades coloniales francesas, impidieron durante mucho tiempo que se abrieran los archivos del Estado. Por la sencilla razón de que tenían el mayor interés en ocultar ciertos hechos.
En efecto con la apertura parcial de los archivos coloniales del AOF (¡después de la caída del muro de Berlín...!), nos enteramos de que no sólo existía una clase obrera en África desde el siglo XIX sino que, evidentemente, llevó a cabo unas luchas a menudo victoriosas contra su enemigo de clase. 1855 fue la primera expresión de una organización obrera, en San Luis del Senegal, donde un grupo de 140 obreros africanos (carpinteros de obra, albañiles, etc.) decidió luchar contra las vejaciones de los amos europeos que les imponían condiciones de trabajo inaceptables. Puede leerse también en esos archivos que hubo un sindicato clandestino de "Carpinteros de obra del Alto Río" en 1885. Hubo sobre todo un número importante de huelgas y enfrentamientos muy duros entre la clase obrera y la burguesía colonial francesa, como la huelga general con motines en 1914 en Dakar donde, durante 5 días, quedó totalmente paralizada la vida económica y social. El propio Gobernador federal del AOF, William Ponti, reconoció en sus notas secretas que "la huelga estuvo perfectamente organizada y obtuvo un éxito pleno". Hubo otras muchas huelgas victoriosas, especialmente la de abril de 1919 y la de 1938 realizadas por los ferroviarios (europeos y africanos unidos) y en la que el Estado acabó recurriendo a la represión policial antes de verse obligado a satisfacer las reivindicaciones de los huelguistas. Añadamos el ejemplo de la huelga general de 6 meses (entre octubre de 1947 y marzo de 1948) de los ferroviarios de toda la AOF, durante la cual los huelguistas tuvieron que sufrir los balazos del gobierno socialista (la SFIO) antes de salir victoriosos del combate.
Y, en fin, también se produjo allí el famoso "Mayo del 68" mundial que se extendió por África y en particular en Senegal, que vino a romper el "consenso nacional" o "patriótico" que entonces reinaba desde la "independencia" de los años 1960. Con sus luchas en un terreno de clase proletario, los obreros y los jóvenes escolarizados tuvieron que enfrentarse violentamente al régimen profrancés de Senghor, exigiendo una mejora de sus condiciones de vida y de estudios. El movimiento obrero reanudó así el camino de la lucha que había conocido desde principios del siglo XX, pero que había quedado cegado por la engañosa perspectiva de la "independencia nacional".
Esos son algunos ejemplos para ilustrar la existencia real de una clase obrera combativa y a menudo consciente de cuáles son sus intereses de clase, una clase que ha encontrado, sin duda, cantidad de dificultades de todo tipo desde su nacimiento.
Hay que precisar de entrada que se trata de un proletariado que emerge bajo un régimen de capitalismo colonial, habida cuenta de que, al no haber podido realizar su propia revolución contra el feudalismo, la burguesía africana, también ella, debe su propia existencia a la presencia del colonialismo europeo en su suelo.
En otras palabras, se trata del nacimiento del proletariado, motor del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el reino del capitalismo triunfador sobre el régimen feudal, el antiguo sistema dominante, cuyos residuos son todavía hoy muy visibles en muchos lugares del continente negro.
"Durante los siglos que precedieron la llegada de los colonizadores, las sociedades africanas, como todas las demás sociedades humanas, conocían el trabajo y usaban una mano de obra, en unas condiciones que les eran peculiares. (...)
"La economía era esencialmente agrícola; una agricultura sobre todo para el consumo inmediato, pues se usaban técnicas rudimentarias con las que no se lograba sino escasas veces, obtener sobreproductos importantes; una economía basada igualmente en actividades de caza, pesca, cosechas, a las que podían añadirse en ciertos casos, ya explotaciones de algunas minas, ya una artesanía local poco rentable, y, en fin, actividades de intercambio de una amplitud relativa que se desarrollaban en mercados de periodicidad regular y, a causa de lo módicos y escasos que eran los medios de comunicación, en el seno de cada grupo, región, raras veces de un reino.
"En tal contexto, los modos de producción solían estar vinculados a una estirpe y no solían segregar antagonismos lo bastante vigorosos para hacer surgir clases sociales verdaderas en el sentido marxista de la palabra.
"(...) Si la noción de "bienes" en las sociedades precoloniales del Senegal y de Gambia ya era diferente de su noción europea moderna, más lo era la noción de trabajo y de servicio. En efecto, si en las sociedades modernas basadas en el desarrollo industrial y el trabajo asalariado, se negocia el trabajo como un bien económico, y como tal está forzosamente sometido a los mecanismos ineluctables de las leyes del mercado, en el que las relaciones entre oferta y demanda determinan los precios de los servicios, en las sociedades precoloniales negro-africanas, senegalo-gambianas, el trabajo no nos parece que tuviera una función autónoma, independiente de la persona. Es una especie de actividad comunitaria derivada lógicamente de las normas de la vida colectiva, una actividad impuesta por el estatuto social y las necesidades económicas (...).
"La conquista colonial, basada esencialmente en la mentalidad de la potencia, de la búsqueda de la acumulación de la ganancia mediante la explotación de los recursos humanos, materiales y mineros, recurrió ampliamente a la mano de obra indígena, no vacilando en echar mano de los medios que el ejercicio del poder estatal ponía a su disposición para utilizar primero gratuitamente el trabajo de la población local, antes de introducir el salariado, creando así unas condiciones y relaciones nuevas tanto para el trabajo como para el trabajador" ([5]).
Esta exposición es, en su conjunto, bastante clara y pertinente en su enfoque teórico y en su descripción del contexto histórico del nacimiento del proletariado en África. Es convincente su argumentación para demostrar que el trabajo en las sociedades negro-africanas y, más en particular senegalo-gambianas, precoloniales no significaba lo mismo que en las sociedades modernas de tipo occidental. Respecto a lo que se afirma sobre el salariado, se puede afirmar efectivamente que la noción de trabajo asalariado la introdujo en Senegal el aparato colonial francés, el día en que éste decidió "asalariar" a las personas a las que explotaba para asegurarse una ganancia y extender su dominación por el territorio conquistado. Y así fue como se abrieron las primeras obras industriales, agrícolas, mineras, ferrocarriles, vías navegables, carreteras, fábricas, imprentas, etc. Así pudo el capitalismo colonial francés introducir nuevas relaciones de producción en su colonia africana creando así las condiciones para el surgimiento de la clase obrera. Al principio, los primeros trabajadores fueron explotados bajo el régimen del trabajo forzoso (el abominable sistema de la "corvée"). Lo cual quiere decir que en aquel tiempo ni siquiera pudieron negociar la venta de su fuerza de trabajo, como lo atestigua esta cita:
"A título de obras civiles, Blanchot, por ejemplo, exigió al alcalde que asegurara faenas forzosas a los trabajadores encargados de las obras de construcción de los muelles, a partir del 1º de enero de 1790, y, después, del embarcadero de San Luis. El personal exigido constaba originalmente de "20 personas con grilletes y un vecino encargado de reunirlos, llevarlos a la obra y allí vigilarlos". Se trataba primero de una requisición obligatoria, que nadie, una vez designado, podía evitar, so pena de sanción. Era un trabajo casi gratuito. Se escogía a los trabajadores, se les convocaba, se les ponía a trabajar bajo vigilancia, sin condición alguna de sueldo, sin el menor derecho a discutir las modalidades del uso que de ellos se hacía, ni siquiera protestar sobre las razones y circunstancias por las que se les había escogido. Esta dependencia del trabajador respecto a su empleador la certifica la orden nº 1 del 18 diciembre de 1789 que establece el trabajo forzado para la construcción de muelles y embarcaderos, pues no consta en ella ninguna duración, pudiéndose así aplicar mientras durara la obra que la originó. A lo más, se hace una mención a una "gratificación" de dos botellas de aguardiente. Y para que quedara claro que no se trataba de un salario a modo de compensación por el trabajo realizado, el texto daba claramente a entender que se trataba de un simple gesto debido a la buena voluntad de las autoridades, sin obligación ninguna ni de derecho ni por moral, de modo que ese trabajo forzado "podría realizarse sin ningún regalo si las obras se retrasaban por negligencia"" ([6]).
Requisición obligatoria sin negociación alguna, ni sobre sueldos, ni sobre condiciones de trabajo, en fin, una dependencia total del empleado respecto al empleador, al cual, a lo más, se le animaba a que ofreciera a su explotado como único "alimento", unas botellas de aguardiente. Ese era el estatuto y las condiciones en las que nació el proletariado, el futuro asalariado, bajo el capitalismo colonial francés en Senegal.
Cuatro años más tarde, en 1794, el mismo Blanchot (comandante entonces del Senegal) decidió una nueva "gratificación" dando la orden de que se proporcionara a los trabajadores requeridos "el cuscús". Cierto es que puede ahí apreciarse una "ligera mejora" de la gratificación, pues se pasaba de dos botellas de aguardiente al cuscús, pero seguía sin tratarse en absoluto de "compensación" y menos todavía de salario propiamente dicho. Hubo que esperar hasta 1804 para que existiera oficialmente la remuneración por el trabajo realizado, en ese año en el que la economía de la colonia vivió una fuerte crisis causada por el esfuerzo de guerra realizado por el aparato colonial para conquistar el imperio de Futa-Toro (región vecina de San Luis). En efecto, la guerra ocasionó el cese del comercio fluvial, escasearon los productos, apareció la especulación sobre los precios de los alimentos de primera necesidad, acarreando subidas del coste de vida y, por todo ello, se originaron fuertes tensiones sociales.
1804: instauración del salariado y primera expresión del antagonismo de clases
Para encarar la degradación del clima social, el Comandante de la ciudad de San Luis intervino con la orden siguiente: ""(...) como consecuencia de la ley del consejo de la colonia sobre las quejas debidas a la carestía de los obreros que han acabado aumentando sucesivamente los sueldos de sus jornadas de trabajo hasta precios exorbitantes e intolerables, (...) Los maestros, obreros, carpinteros de obra o albañiles, deberán a partir de ahora cobrar una barra de hierro por día ó 4 francos y medio; los maestros aprendices tres cuartos de barra ó 3 francos con 12 sols, los obreros simples un cuarto de barra ó 1 franco con 4 sols". Con esa ley, uno de los documentos escritos más antiguos que poseemos sobre el trabajo asalariado, nos enteramos de que en la ciudad de San Luis había entonces (1804), "obreros, carpinteros de obra, calafateadores y albañiles", empleados por particulares según unas normas y en circunstancias lamentablemente no indicadas, excepto, pues, el montante de los salarios entregados a ese personal" ([7]).
A través de un arbitraje del conflicto entre empleadores y empleados, el Estado decidió regular sus relaciones fijando el montante de los salarios según las categorías y los niveles de cualificación. Notemos de paso que esa intervención del Estado estaba ante todo orientada contra los empleados pues respondía a las quejas presentadas ante el jefe de la colonia por los patronos que se quejaban de los "costes exorbitantes" de las jornadas de trabajo de los obreros.
En efecto, para hacer frente a los efectos de la crisis, los obreros tuvieron que exigir que mejorara el precio de su trabajo para así preservar su poder adquisitivo deteriorado por el coste de la vida. Antes de esa fecha, establecer unas condiciones de trabajo era algo privado, exclusivamente en manos de negociadores socioeconómicos, o sea, sin ninguna legislación formal del Estado.
Esta intervención abierta de la autoridad estatal fue la primera de ese tipo en un conflicto entre obreros y patronos. Este período (1804) da cuenta de la primera expresión patente en la colonia de un antagonismo entre las dos clases sociales históricas principales que se enfrentan bajo el capitalismo, la burguesía y el proletariado. Esa fecha es un hito en la historia del trabajo en Senegal, pues fue entonces cuando quedó constancia oficial del salariado, un sistema que permitía por fin a los obreros poder vender "normalmente" su fuerza de trabajo y ser remunerados.
Sobre la "composición étnica" de los obreros (cualificados), éstos eran en su mayoría de origen europeo, de igual modo que los empleadores solían ser casi todos originarios de la metrópoli. Entre estos estaban los Potin, Valantin, Pellegrin, Morel, d'Erneville, Dubois, Prévost, etc., los primeros a los que se les llamó "la crema de la burguesía comerciante" de la colonia. Subrayemos, en fin, la debilidad numérica de la clase obrera (unos cuantos miles), consecuencia del bajo nivel de desarrollo económico del país, y esto un siglo y medio después de la llegada de los primeros colonos a aquellos territorios. Se trataba, además, de una "economía de factoría" (lo que en francés se llama "comptoir") basada esencialmente en el comercio de materias primas, incluida la del "ébano vivo", que en la jerga de los negreros era la trata de esclavos.
La economía de factoría en crisis de mano de obra
"Mientras Senegal fue una factoría de importancia secundaria cuya actividad principal era el comercio de "ébano vivo" y la explotación de productos tales como la goma, oro, marfil, cera amarilla, las pieles arrastradas por los comerciantes de San Luis o de Gorée por el río o a lo largo de la costa occidental de África, el problema [de la mano de obra] no fue muy importante. Para hacer frente a las escasas obras para un equipamiento y unas infraestructuras limitadas, el Gobernador podía requerir temporalmente una mano de obra entre la población civil o militar de las dos fábricas y, para las obras que no exigían una mano de obra especializada, a la mucho más frecuente de los trabajadores de condición servil, con normas que solían depender casi siempre de su voluntad.
"La supresión de la esclavitud modificó profundamente las circunstancias. Con la amenaza de agotamiento del recurso principal de la colonia, y al haber perdido Francia algunas de sus colonias agrícolas, al haber fracasado la experiencia de la colonización con europeos en Cabo Verde, el Gobierno de la Restauración ([8]) pensó que era necesario emprender ya el mejoramiento agrícola del Senegal implantando cultivos de una serie de productos coloniales susceptibles de alimentar la industria francesa, reconvertir las actividades comerciales de la colonia, y dar trabajo a la mano de obra indígena liberada" ([9]).
Hay que subrayar de entrada que la supresión de la esclavitud respondía, primero y antes que cualquier tipo de consideración humanitaria, a una necesidad económica. La burguesía colonial estaba falta de fuerza de trabajo porque una gran parte de hombres y mujeres en edad de trabajar eran esclavos sometidos a amos locales. Por otra parte, la supresión de la esclavitud se hizo en dos etapas.
En un primer tiempo, una ley de abril de 1818 prohibió el comercio marítimo del "ébano vivo" y su transporte hacia las Américas, pero no en el interior de las tierras, de modo que el mercado de esclavos siguió siendo libre para los comerciantes coloniales. Sin embargo pronto se dieron cuenta de que eso era insuficiente para remediar la situación de penuria de mano de obra. En ese contexto, el jefe de la colonia decidió aportar su contribución personal pidiendo al jefe del primer batallón que le proporcionara "hombres de faena obligatoria a las demandas que se les hicieran por parte de las diferentes partes del servicio". Gracias a esas medidas, las autoridades coloniales y los comerciantes pudieron solventar momentáneamente la falta de mano de obra. Por otro lado, los trabajadores disponibles tomaban conciencia del beneficio que podían sacar de la escasez de mano de obra, haciéndose cada vez más exigentes para con los empleadores. Esto provocó un nuevo enfrentamiento sobre los costes de la mano de obra, y por consiguiente una nueva intervención de las autoridades coloniales las cuales procedieron a "regular" el mercado a favor de los comerciantes.
En un segundo tiempo, en febrero de 1821, el Ministerio de Marina y Colonias, a la vez que estudiaba la posibilidad de recurrir a una política activa de población de origen europeo, ordenó el fin de la esclavitud bajo "cualquiera de sus formas".
Repitámoslo: para las autoridades coloniales, se trataba de encontrar los brazos necesarios para el desarrollo de la economía agrícola:
"Se trataba (...) de la compra por el Gobernador o particulares de individuos sometidos a esclavitud en comarcas vecinas de las posesiones del Oeste africano; de su liberación mediante acta certificada, a condición de que trabajasen para el contratista durante cierto tiempo. Sería (...) una especie de aprendizaje de la libertad, familiarizando al autóctono con la civilización europea, dándole el gusto por las nuevas culturas industriales, a la vez que se hacía disminuir la cantidad de cautivos. Se obtuvo así (...) mano de obra, y a la vez todo eso correspondía a las ideas humanitarias de los abolicionistas" ([10]).
O sea que se trataba sobre todo de "civilizar" para explotar mejor a los "libertos" y no liberarlos en nombre de una visión humanitaria. Y como si esto no bastara, la administración colonial instauró, dos años más tarde, en 1823, un "régimen de contratados por tiempo", o sea una especie de contrato que vinculaba el empleado a su empleador por una larga duración.
"Los contratados por tiempo eran utilizados por un período que podía llegar hasta 14 años en los talleres públicos, en la administración, en plantaciones agrícolas (eran 300 de un total de 1500 los utilizados por el barón Roger), en los hospitales, en donde servían de mozos de sala, enfermeros o de personal doméstico, en la seguridad municipal, y en los ejércitos; ya sólo en el Regimiento de Infantería de Marina, había 72 en 1828, 115 cuatro años más tarde, 180 en 1842, mientras que el número de las compras de libertos alcanzaba 1629 en 1835, 1768 en 1828, 2545 en 1839. En esta fecha, sólo ya la ciudad de San Luis contaba unos 1600 contratados por tiempo" ([11]).
Hay que subrayar la existencia formal de contratos de trabajo de larga duración (14 años) parecidos a un contrato fijo, de duración indeterminada, de nuestros días. Esto demuestra la necesidad permanente de mano de obra correspondiente al ritmo del desarrollo económico de la colonia. El régimen de los contratados por tiempo se concibió para acelerar la colonización agrícola. Esta política se plasmó en un arranque consecuente de desarrollo de las fuerzas productivas y de la economía local en general. El balance fue, sin embargo, muy contrastado, pues, aunque sí hubo un verdadero ímpetu en lo comercial (importación-exportación), que pasó de 2 millones de francos en 1818 a 14 millones en 1844, en cambio, la política de industrialización agrícola fue un fracaso. Los sucesores del barón Roger abandonaron, por ejemplo, el proyecto de desarrollo de la agricultura tres años después de haberse iniciado, a causa de las divergencias de orientación económica en el Estado. Otro factor que pesó en la decisión de anular el proyecto de desarrollo de la agricultura fue la negativa de muchos antiguos cultivadores, convertidos en empleados asalariados, a volver a la tierra. Sin embargo, los dos aspectos de esta política, o sea, el rescate de esclavos y el "régimen de contratos por tiempo", se mantuvieron hasta 1848, fecha en que se suprimieron por decreto.
"Así era la situación a mediados del s. XIX, una situación caracterizada por la existencia, ahora ya confirmada, del trabajo asalariado, que es lo propio de un proletariado sin defensa, y casi sin derechos, el cual, aunque ya conoce formas primarias de concertación y de coalición, si ya tenía, por lo tanto, una conciencia presindical, no se había atrevido nunca a mantener un conflicto con sus patronos, asistidos éstos por un gobierno autoritario" ([12]).
Así se constituyeron las bases de un proletariado asalariado, que evoluciona bajo el régimen del capitalismo moderno, precursor de la clase obrera africana y que, desde ahora en adelante va a hacer el aprendizaje de la lucha de clases a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
El surgimiento de la clase obrera
Según las fuentes disponibles ([13]), hubo que esperar a 1855 para ver surgir una primera organización profesional de defensa de los intereses específicos del proletariado. Se formó con ocasión de un movimiento lanzado por un carpintero de obra autóctono (vecino de San Luis) que se puso a la cabeza de 140 obreros para redactar una petición contra los maestros carpinteros europeos que les imponían unas condiciones de trabajo inaceptables. En efecto: "Los primeros artesanos que emprendieron grandes obras coloniales eran civiles europeos o militares del cuerpo de ingenieros a los que se atribuían auxiliares y mano de obra indígena. Eran carpinteros de obra, carpinteros, albañiles, herreros, zapateros. Formaban entonces el personal técnicamente más cualificado, con instrucción en algunos casos, más o menos básica, reinaban en los gremios existentes de los que eran la élite dirigente; eran ellos, sin duda, los que decidían sobre mercados, fijaban precios, repartían la faena, escogían a los obreros que contrataban y pagaban a una tarifa muy inferior a la que ellos pedían a los empleadores" ([14]).
En esta lucha lo que primero llama la atención es que la primera expresión de "lucha de clases" en la colonia oponía a dos fracciones de la misma clase (obrera) y no directamente a burguesía y proletariado. O sea, a una fracción de la clase obrera de base (dominada) en lucha contra otra fracción obrera llamada "élite dirigente" (dominante). Otro rasgo característico de ese contexto es que la clase explotadora era exclusivamente la burguesía colonial, en ausencia de una "burguesía autóctona". En resumen, había una clase obrera formándose bajo un capitalismo colonial en desarrollo. Por eso puede comprenderse por qué la primera expresión de lucha obrera no pudo soslayar la marca de la triple connotación: "corporativista", "étnica" y "jerárquica". Eso queda ilustrado en el ejemplo del líder de ese grupo de obreros indígenas, también él maestro carpintero de obra, y por ello formador de numerosos jóvenes obreros aprendices con él, mientras que a la vez ejercía bajo la dependencia tutelar de maestros carpinteros europeos que tomaban todas las decisiones ([15]).
En ese contexto, la decisión del líder autóctono de agruparse con los obreros africanos de base (menos cualificados que él) para enfrentarse a la actitud arrogante de los maestros artesanos occidentales es comprensible y debe ser interpretada como una reacción sana de defensa de los intereses proletarios.
Por otro lado, según otras fuentes (archivos), ese mismo maestro obrero indígena estuvo más tarde involucrado en la formación del primer sindicato africano en 1885 aún cuando la ley de 1884 de Jules Ferry que autorizaba la creación de sindicatos, había excluido su instauración en las colonias. Por esa razón es por la que el sindicato de obreros indígenas tuvo que existir y funcionar clandestinamente; por eso hay tan poca información sobre su historia, como así lo dice la cita siguiente: "La serie K 30 de los Archivos de la República de Senegal contiene un documento manuscrito, inédito, que nunca se había citado antes en ninguna fuente, clasificado en una carpeta en la que está escrito: "sindicato de carpinteros de obra del Alto Río". Lamentablemente, esa pieza de archivo de una importancia capital para la historia del movimiento sindical en Senegal no viene acompañada de ningún otro documento que pueda aclararnos mejor las cosas" ([16]).
De modo que, a pesar de la prohibición de todo tipo de organismos de expresión proletaria, a pesar de la práctica sistemática de la censura que impidió que se desarrollara una historia verdadera del movimiento obrero en las colonias, se ha podido hacer constar la existencia de las primeras organizaciones obreras embrionarias de lucha de la clase, de tipo sindical. Fue, es cierto, un "sindicato corporativista", de carpinteros de obra, pero, de todas maneras, el Estado capitalista prohibía en aquel tiempo toda agrupación interprofesional.
Eso es lo que las investigaciones sobre textos escritos sobre ese tema y ese período pueden darnos a conocer sobre el modo de expresión de la lucha de la clase obrera en el período de 1855 a 1885.
Los luchas de los emigrados senegaleses en el Congo belga en 1890-1892
"Recordemos primero que cuando se impuso en 1848 la supresión del régimen de los contratos por tiempo, este sistema no desapareció ni mucho menos, sino que se adaptó a la situación transformándose progresivamente. Pero esa solución no consiguió ni mucho menos resolver el espinoso problema de la mano de obra.
"Al no poder seguir comprando esclavos para hacerlos trabajar como tales, los ámbitos económicos coloniales, ante el riesgo de que las plantaciones se convirtieran en eriales por falta de brazos, presionaron a los dirigentes administrativos y las autoridades políticas para que autorizaran la emigración de trabajadores africanos recién liberados hacia regiones donde se apreciara su trabajo con un salario y en unas condiciones discutidas con los patronos. El Gobernador dio curso a ese requerimiento proclamando un decreto del 27 de marzo de 1852 para organizar la emigración de trabajadores en las colonias; el 3 de julio, por ejemplo, un navío de nombre "Les cinq frères" fletado para transportar 3000 obreros destinados a las plantaciones de la Guayana, echó anclas en Dakar y tomó contactos para contratar a 300 senegaleses. Las condiciones eran: "expatriación de seis años a cambio de un regalo valorado entre 30 a 50 francos, un salario de 15 F por mes, alojamiento, alimentación, cuidados médicos, disfrute de un jardinillo y repatriación gratuita al término de su estancia americana"" ([17]).
Se comprueba así, con el ejemplo de los 300 senegaleses destinados a las plantaciones de América (la Guayana francesa), que la clase obrera existía ya de verdad, hasta el punto de ser una "mano de obra de reserva", de la que echaba mano la burguesía para exportar una parte de ella.
Y así, tras haber dado pruebas de capacidad y eficacia al haber terminado, por ejemplo, en 1885, las duras obras del ferrocarril Dakar-San Luis, los obreros de esta colonia francesa suscitaron el especial interés de los medios económicos coloniales, ya fuera como mano de obra explotable in situ ya como fuerza de trabajo exportable hacia el exterior.
Y fue así, en ese marco y circunstancias parecidas, cómo se reclutó una gran cantidad de trabajadores senegaleses para ejercer en diferentes trabajos, en particular en el ferrocarril congoleño de Matadi.
Nada más llegar allá, los obreros inmigrados tuvieron que vérselas con unas condiciones de trabajo y de existencia durísimas, constatando inmediatamente que las autoridades belgas no tenían la menor intención de respetar el contrato. Como lo contaron ellos mismos en una carta de protesta enviada al Gobernador de Senegal, los obreros estaban "mal alimentados, mal alojados, peor pagados y, enfermos, mal curados", morían como moscas y tenían la impresión de que el cólera se había cebado con ellos pues "enterramos a 4 ó 5 personas por día". De ahí que dirigieran en febrero de 1892 una petición a las autoridades coloniales franco-belgas exigiendo con firmeza su repatriación colectiva a Senegal, concluyendo de la siguiente manera: "Ya ninguno de nosotros quiere permanecer en Matadi".
Los obreros eran así víctimas de una explotación particularmente odiosa por parte del capitalismo colonial, que les imponía unas condiciones tanto más brutales y salvajes porque, mientras tanto, los dos Estados coloniales se devolvían la pelota y eso cuando no hacían oídos sordos sobre la suerte de los trabajadores inmigrados: "Y así, gracias a la impunidad de que disfrutaban, las autoridades belgas no hicieron nada por mejorar la suerte de los desventurados reivindicadores. La distancia entre el Congo belga y el Senegal, la querella de preeminencia que impedía al Gobernador francés interceder a favor de aquéllos, las complicidades de las que se beneficiaba la compañía del ferrocarril del Bajo Congo ante el Ministerio francés de las Colonias, el cinismo de algunos ámbitos coloniales a quienes divertían las cuitas de los pobres senegaleses, todo ello dejó a los obreros senegaleses en un abandono casi total, transformándolos en una mano de obra medio desarmada, sin verdaderos medios de defensa, sometida por tanto a todo tipo de abusos" ([18]).
Sin embargo, gracias a su combatividad, al haberse negado a trabajar en las condiciones que se les imponían y por haber exigido con firmeza que se les evacuara del Congo, los emigrantes de la colonia francesa obtuvieron satisfacción. Y cuando volvieron a su tierra, pudieron contar con el apoyo de la población y de sus compañeros obreros, obligando así al Gobernador a acometer nuevas reformas de protección de los trabajadores, empezando por la instauración de un nuevo reglamento para le emigración. El drama sufrido en el Congo por los emigrantes suscitó debates y una toma de conciencia sobre la condición obrera. Y así, entre 1892 y 1912, se tomaron una serie de medidas en favor de los asalariados: descanso semanal, jubilaciones obreras, asistencia médica, en resumen, reformas de verdad.
Además, apoyándose en su "experiencia congoleña", los antiguos emigrantes se hicieron notar en una nueva operación de reclutamiento para las nuevas obras del ferrocarril de Senegal, mostrándose muy exigentes sobre las condiciones de trabajo. Y decidieron así crear, en 1907, una asociación profesional denominada "Asociación obrera de Kayes" con la que defender mejor sus condiciones de trabajo y de vida frente al insaciable apetito de las hienas capitalistas. La autoridad colonial, comprendiendo que la relación de fuerzas se le estaba yendo de las manos en ese momento, aceptó legalizar la asociación de los ferroviarios.
En realidad, no es de extrañar que el nacimiento de un agrupamiento así se realizara entre los ferroviarios, si se sabe que desde que se inició la red, en 1885, ese sector se había convertido en uno de los complejos industriales más importantes de la colonia, tanto por sus beneficios como por el número de sus empleados. Y como veremos más adelante, los obreros del ferrocarril estarán presentes en todos los combates de la clase obrera del África Occidental Francesa.
En general, el período siguiente al retorno de los emigrantes a Senegal (entre 1892 y 1913) estuvo marcado por una fuerte agitación social, especialmente en la función pública: los empleados de Correos organizaron protestas contra sus condiciones de trabajo y los bajos salarios. Los funcionarios y asimilados decidieron crear sus propias asociaciones para defenderse "por todos los medios a su disposición", inmediatamente secundados por los empleados del comercio, los cuales exigieron que se aplicara en su sector la ley del descanso semanal. Se asistía pues a una efervescencia de combatividad entre los asalariados del sector público y del privado con la consiguiente y creciente preocupación de las autoridades coloniales. No sólo no podían arreglarse los problemas sociales candentes al final del año 1913, sino que se incrementaron en el contexto de la crisis resultante de la Primera Guerra mundial.
Lassou (continuará)
[1]) Henri Wesseling, le Partage de l'Afrique (El reparto de África), 1991, Ediciones Denoel, 1996, versión francesa de este libro escrito originalmente en holandés (existe una versión en español).
[2]) M. Agier, J. Copans y A. Morice, Classes ouvrières d'Afrique noire, (Clases obreras del África negra), Karthala- ORSTOM, 1987.
[3]) Histoire du Mouvement syndical africain 1790-1929, Ediciones L'Harmattan, 1991.
[4]) Ibídem.
[5]) Ídem.
[6]) Ídem.
[7]) Ídem.
[8]) Se llama "Restauración" en Francia al período entre la caída de Napoleón y la Revolución de 1830 [2]. Se llama así porque volvió la monarquía aunque no ya "absoluta" como en el antiguo régimen, esta vez dominada por la burguesía.
[9]) Iba Der Thiam, op. cit.
[10]) Ídem.
[11]) Ídem.
[12]) Ídem.
[13]) Mar Fall, l'Etat et la question syndicale au Sénégal, ed. L'Harmattan, Paris, 1989.
[14]) Iba Der Thiam, op. cit.
[15]) Ídem.
[16]) Ídem.
[17]) Ídem.
[18]) Ídem.
Este artículo forma parte de la Serie sobre los Consejos Obreros, los artículos anteriores de la Serie son:
En el artículo anterior de la serie (Revista Internacional no 143) vimos cómo los Soviets, que habían tomado el poder en octubre de 1917, lo fueron perdiendo gradualmente hasta convertirse en una mera fachada, mantenida artificialmente en vida para ocultar el triunfo total de la contra-revolución capitalista que se instauró en Rusia. El objetivo de este artículo es comprender por qué se dio este proceso y sacar lecciones, cara a futuras tentativas revolucionarias.
Al analizar la experiencia de la Comuna de París en 1871, Marx y Engels habían sacado una serie de lecciones sobre la cuestión del Estado que podemos resumir en dos:
1) Es necesario destruir el Estado burgués hasta que no quede de él piedra sobre piedra;
2) Al día siguiente de la revolución, el Estado se reconstituye principalmente por dos razones:
a) la burguesía aún no ha sido total y completamente derrotada y erradicada;
b) en la sociedad de transición todavía persisten clases no explotadoras, pero que tienen intereses que no son coincidentes con los del proletariado: pequeña burguesía, campesinado, marginados urbanos...
No es objeto de este artículo analizar la naturaleza de ese nuevo Estado ([1]), sin embargo queremos destacar cara al tema que nos ocupa, que si bien ya no es un Estado como todos los anteriores que han existido en la historia sigue teniendo rasgos que lo hacen peligroso para el proletariado y sus consejos obreros, por lo que, como señaló Engels y como insiste Lenin en El Estado y la Revolución, el proletariado debe iniciar desde el mismo día de la revolución un proceso de extinción del nuevo Estado.
Una vez tomado el poder, el principal obstáculo con el que tropezaron los Soviets dentro de Rusia fue el Estado surgido de ellos. Este, "a pesar de la apariencia de su mayor potencia material (...) es mil veces más vulnerable al enemigo que los otros organismos obreros. En efecto, el Estado debe su mayor potencia material a factores objetivos que corresponden perfectamente a los intereses de las clases explotadoras pero que no tienen ninguna relación con la función revolucionaria del proletariado" ([2]).
En el artículo anterior describimos los hechos que propiciaron el debilitamiento de los Soviets: la guerra civil, las hambrunas, el caos general de toda la economía, el agotamiento y la progresiva descomposición de la clase obrera, etc. Cabalgando dicho proceso, la "conspiración silenciosa" del Estado soviético contra los Soviets tuvo tres vectores:
1) el peso creciente que fueron adquiriendo instituciones estatales por naturaleza: Ejército, Checa (policía política) y Sindicatos;
2) el "interclasismo" de los Soviets y la burocratización acelerada que provocaba;
3) la absorción gradual del Partido bolchevique. El primero lo abordamos en el artículo anterior de la serie. Veremos en este artículo los dos últimos.
El Estado de los Soviets excluía a la burguesía pero no era un Estado exclusivo del proletariado. Incluía capas sociales no explotadoras como los campesinos, la pequeña burguesía, las diferentes capas medias. Estas clases tienden a preservar sus estrechos intereses y ponen inevitablemente obstáculos a la marcha hacia el comunismo. Este "interclasismo" inevitable lleva al nuevo Estado a que, como denuncia la Oposición Obrera en 1921 ([3]) "la política soviética se haya roto en diversas direcciones y su configuración con respecto a la clase se ha desfigurado", y a constituirse en el caldo de cultivo de la burocracia estatal.
Muy poco después de octubre, los antiguos funcionarios zaristas comenzaron a recuperar posiciones en las instituciones soviéticas, en particular, cuando había que tomar decisiones improvisadas frente a los problemas que se iban presentando. Así por ejemplo, en febrero de 1918 y ante la imposibilidad de organizar el abastecimiento de productos de primera necesidad, el Comisariado del Pueblo tuvo que pedir ayuda a las comisiones que había puesto en funcionamiento el antiguo Gobierno Provisional. Sus miembros accedieron a condición de no depender de ningún bolchevique, lo que estos aceptaron. De la misma forma, la reorganización del sistema escolar para el curso 1918-19 tuvo que hacerse recurriendo a antiguos funcionarios zaristas que acabaron adulterando con mucha sutiliza los planes de enseñanza propuestos.
Además, los mejores elementos proletarios se fueron convirtiendo progresivamente en burócratas alejados de las masas. Los imperativos de la guerra absorbieron numerosos cuadros obreros como comisarios políticos, inspectores o jefes militares. Obreros capacitados pasaron a ser directivos de la administración económica. Los antiguos burócratas imperiales y los recién llegados de raíz obrera fueron cristalizándose en una capa burocrática identificada con el Estado. Pero este órgano tiene una lógica propia cuyos cantos de sirena lograron seducir a revolucionarios tan avezados como Lenin y Trotski.
Los portadores de esta lógica eran tanto los antiguos funcionarios como elementos procedentes de las élites burguesas que lograron penetrar en la fortaleza soviética por la puerta que les ofrecía el nuevo Estado: "millares de individuos, que estaban más o menos íntimamente ligados a la burguesía expropiada, por lazos de costumbre y de cultura, volvieron a desempeñar un papel (...) fusionados con la nueva élite político-administrativa, cuyo núcleo lo constituía el propio partido, los sectores más "abiertos" y mejor dotados técnicamente de la clase expropiada, no tardaron en volver a posiciones dominantes" ([4]), estos individuos, como señala el historiador soviético Kritsman, "en su trabajo administrativo hacían prueba de una desenvoltura y una hostilidad hacia el público" ([5]).
Pero el portador más peligroso era el propio engranaje estatal quien con su inercia lo desarrollaba de forma imperceptible haciendo que hasta los funcionarios soviéticos más abnegados tendieran a separarse de las masas, desconfiar de ellas, adoptar métodos expeditivos, imponer y no escuchar, despachar asuntos que involucraban a miles de personas como meros expedientes administrativos, gobernar a golpe de decreto.
"El partido, al cambiar sus tareas de destrucción por las de administración, descubre las virtudes de la ley, del orden y de la sumisión a la justa autoridad del poder revolucionario" ([6]).
La lógica burocrática del Estado le va como anillo al dedo a la burguesía que es una clase explotadora y puede delegar tranquilamente el ejercicio del poder en un cuerpo especializado de políticos y funcionarios profesionales. Pero es letal para el proletariado que no puede abandonarse a tales especialistas, que tiene necesidad de aprender por sí mismo, de cometer errores y corregirlos, que no sólo toma decisiones y las aplica, sino que se transforma a sí mismo al hacerlo. La lógica del proletariado no es la delegación del poder sino la participación directa en su ejercicio.
En abril de 1918 la revolución llegó a una encrucijada: mientras la revolución mundial tardaba en llegar, la invasión imperialista amenazaba con aplastar el bastión soviético. Todo el país estaba sumido en el caos, "la organización administrativa y económica declinaba en proporciones alarmantes. El peligro no venía tanto de la resistencia organizada como del derrumbamiento de toda autoridad. La apelación a destrozar la organización estatal burguesa que se incitaba en El Estado y la Revolución resultaba ahora singularmente anacrónica, puesto que esta parte del programa revolucionario había triunfado más allá de lo esperado" ([7]).
El Estado soviético se enfrentaba a cuestiones dramáticas: constitución a toda prisa del Ejército Rojo, garantizarle un suministro regular, organizar la red de transportes, relanzar la producción, asegurar el abastecimiento alimenticio a las ciudades hambrientas, organizar la vida social. Todo esto debía hacerse en medio del sabotaje total de empresarios y managers, lo que obligó a la confiscación generalizada de industrias, bancos, comercios, etc. Esto suponía un desafío adicional para el poder soviético. Un debate apasionado estalló en el Partido y en los Soviets. Había acuerdo en resistir militar y económicamente hasta el estallido de la revolución proletaria en otros países y principalmente en Alemania. La discrepancia se centró en cómo organizar esa resistencia: ¿desde el Estado reforzando sus mecanismos?, o ¿desde el desarrollo de la organización y la capacidad de las masas obreras? Lenin encabezó la primera postura mientras que las tendencias de izquierda dentro del Partido bolchevique encarnaron la segunda.
En el folleto Las tareas inmediatas del poder soviético, Lenin "argumentaba que la tarea primordial era reconstruir una economía exhausta, imponer la disciplina del trabajo e incrementar la productividad, asegurar una estricta contabilidad y control en el proceso de producción, eliminar la corrupción y el despilfarro, y, quizás por encima de todo ello, luchar contra una mentalidad pequeño burguesa muy extendida (...) No dudó en propugnar lo que él mismo había definido como métodos burgueses, incluyendo: la utilización de técnicos especialistas burgueses, el trabajo por piezas, la adopción del "taylorismo" (...) Lenin propuso la "Gerencia unipersonal" insistiendo en que: "la subordinación incontestable a una sola persona será absolutamente necesaria" ([8]).
¿Por qué Lenin defendió esta orientación? Una causa era la inexperiencia -el poder soviético hacía frente a tareas gigantescas y urgentes sin el respaldo de una experiencia y una reflexión teórica previas-; otra era la situación desesperada e insostenible que hemos descrito. Pero igualmente, debemos valorar que Lenin estaba siendo víctima de la lógica estatal y burocrática y gradualmente estaba convirtiéndose en su intérprete. Ello le empujaba a depositar su confianza en el concurso de los viejos técnicos, administradores y funcionarios, educados en el capitalismo, y, por otro lado, en los sindicatos, encargados, de disciplinar a los trabajadores, de volverlos pasivos, reprimir sus iniciativas y su movilización independiente, atándolos a la división capitalista del trabajo con la mentalidad corporativa y estrecha que ello comporta.
Los adversarios de Izquierda denunciaron esta concepción según la cual: "La forma de control estatal de las empresas va en el sentido de la centralización burocrática, del imperio de varios comisariatos, la eliminación de la independencia de los Soviets locales y el rechazo en la práctica del tipo de Estado-Comuna gobernado desde abajo (...) La introducción de la disciplina del trabajo junto con la restauración del liderazgo capitalista en la producción no va a incrementar la productividad del trabajo y reducirá la autonomía de los trabajadores, la actividad y el grado de organización del proletariado " ([9]).
Como denunció la Oposición Obrera: "en vista del estado catastrófico de nuestra economía que todavía descansa en el sistema capitalista (pago de trabajo con dinero, tarifas, categorías de trabajo, etc.) las élites de nuestro partido buscan la salvación del caos económico, desconfiando de la capacidad creadora de los trabajadores, en los sucesores del pasado capitalista-burgués, en gentes de negocios y técnicos, cuya capacidad creadora está corrompida en el terreno de la economía por la rutina, los hábitos y métodos de producción y dirección económica al modo capitalista" ([10]).
Lejos de avanzar hacia su extinción, el Estado se reforzaba de manera alarmante: "un profesor blanco que llegó a Omsk viniendo de Moscú en otoño de 1919 contaba que a la cabeza de muchos centros y de los glavki se encuentran los antiguos patronos, funcionarios y directores. Visitando los centros, quien conozca personalmente al viejo mundo de los negocios, comercial e industrial, se sorprenderá al ver a los antiguos propietarios de grandes industrias de la piel en los Glavkoh, a grandes fabricantes en las organizaciones centrales del textil" ([11]).
En el debate del Soviet de Petersburgo en marzo de 1919, Lenin reconoció que: "Hemos expulsado a los antiguos burócratas, pero han vuelto con la falsa etiqueta de comunistas cuando apenas saben deletrear esa palabra; se ponen una divisa roja en el ojal para asegurarse la sinecura" ([12]).
El crecimiento de la burocracia soviética acabó aplastando a los soviets. De 114.529 empleados en junio de 1918 se pasó a 529.841 un año después, ¡pero en diciembre de 1920, la cifra era de 5.820.000! La razón de Estado se imponía implacable a la razón del combate revolucionario por el comunismo, "las consideraciones estatales de carácter general comienzan a surgir en el trasfondo frente a los intereses de clase de los trabajadores" ([13]).
El Estado al reforzarse, acabó absorbiendo al Partido Bolchevique. Este en principio no pretendía convertirse en un partido estatal. Según datos de febrero de 1918, el Comité Central de los bolcheviques apenas tenía 6 empleados administrativos mientras que el Consejo de Comisarios tenía 65 y los Soviets de Petersburgo y Moscú más de 200.
"Las organizaciones bolcheviques dependían de la ayuda financiera que pudieran aportarles los Soviets locales y en conjunto su dependencia era completa. Bolcheviques destacados como Preobrajensky sugirieron que el Partido aceptara disolverse completamente para fundirse en el aparato soviético".
El autor anarquista Leonard Schapiro reconoce que "los mejores cuadros del partido se habían integrado en el aparato central y local de los Soviets". Muchos bolcheviques consideraban que "los comités locales del Partido no son más que las secciones de propaganda de los Soviets locales" ([14]). Los bolcheviques tuvieron dudas incluso sobre la idoneidad de ejercer el poder a la cabeza de los Soviets.
"En los días siguientes a la insurrección de Octubre, cuando se estaba formando el personal del gobierno de los Soviets, Lenin tuvo una vacilación momentánea sobre si aceptar el puesto de presidente del Consejo de Comisarios del pueblo. Su intuición política le decía que ello podría frenar su capacidad para actuar como "vanguardia de la vanguardia", o sea, la izquierda del partido revolucionario, como lo había sido claramente entre abril y octubre de 1917" ([15]).
Los bolcheviques tampoco buscaban el monopolio del poder puesto que el primer Consejo de Comisarios del Pueblo lo compartieron con los Socialistas Revolucionarios de Izquierda. Incluso ciertas deliberaciones del Consejo estaban abiertas a delegados de los mencheviques internacionalistas y anarquistas.
Si, a partir de julio de 1918, el gobierno es definitivamente bolchevique fue por la sublevación de los socialistas revolucionarios de izquierda opuestos a la creación de Comités de Campesinos pobres.
"El 6 de julio, dos jóvenes chequistas militantes del partido socialista revolucionario de izquierda asesinan al embajador alemán (...) Un destacamento chequista, comandado por el militante SR de izquierdas, Popov, procedió por sorpresa a varios arrestos, entre ellos los dirigentes de la Checa, Dzerjinski y Latsis, el presidente del Soviet de Moscú, Smidovitch, y el comisario del pueblo para Correos, Podbielsky. Se adueñó de los edificios centrales de la Checa y de Correos" ([16]).
Como consecuencia de ello, el Partido se vio invadido por toda clase de oportunistas y trepas, por antiguos funcionarios zaristas o dirigentes mencheviques reconvertidos. Noguin, un viejo bolchevique, "expresaba el horror que le inspiraban la embriaguez, el libertinaje, la corrupción, los casos de robo y de comportamiento irresponsable que encontramos entre muchos permanentes del Partido. Verdaderamente ante este espectáculo se erizan los cabellos" ([17]).
Zinoviev contó ante el Congreso del Partido de marzo 1918 la anécdota de un militante que recibe un nuevo adherente al que dice que vuelva al día siguiente para retirar el carné, a lo que éste le responde "no camarada, lo necesito enseguida para obtener una plaza en la oficina".
Como señala Marcel Liebman: "si tantos hombres que no tenían de comunista más que el nombre intentaban penetrar en las filas del partido, era porque éste se había convertido en el centro del poder, en la institución más influyente de la vida social y política, la que reunía a la nueva élite, seleccionaba los cuadros y los dirigentes y constituía el instrumento y el canal de ascensión social y el éxito", a lo que añade que, mientras un partido burgués todo eso lo mira sin el menor escrúpulo, en cambio, "para los bolcheviques era un rasgo de sorpresa y preocupación" ([18]).
El partido intentó combatir esta oleada realizando numerosas campañas de depuración. Pero eran medidas impotentes porque no atacaban la raíz del fenómeno por lo que la fusión del Partido con el Estado avanzó sin remedio. Ello corría paralelo a otra peligrosa identificación: la del Partido con la nación rusa. El Partido proletario es internacional y su sección en el país o países donde el proletariado ha ocupado un bastión no puede identificarse con la nación sino única y exclusivamente con la revolución mundial.
La transformación del bolchevismo en un Partido-Estado acabó siendo teorizada con la tesis de que el Partido ejerce el poder en nombre de la clase, Dictadura del Proletariado es igual a Dictadura del Partido ([19]), lo que lo desarmó teórica y políticamente y lo precipitó con más fuerza en los brazos del Estado. El 8º Congreso del Partido (marzo 1919) en una resolución acordó que le incumbe "asegurarse la dominación política completa en el seno de los Soviets y el control práctico de todas sus actividades" ([20]). Esto se concretó en los meses siguientes con la formación de células del Partido en todos los Soviets para controlarlos. Kamenev proclamó que "el partido comunista es el gobierno de Rusia. Son sus 600 mil miembros quienes gobiernan el país" ([21]). La guinda la pusieron Zinoviev en el IIº Congreso de la Internacional Comunista (1920): "todo obrero consciente debe comprender que la dictadura de la clase obrera no puede ser realizada más que por la dictadura de su vanguardia, es decir, por el partido comunista" ([22]) y Trotski en el Xº Congreso del Partido (1921) donde en respuesta a la Oposición Obrera exclamó "¡cómo si el partido no tuviera derecho a afirmar su dictadura aunque esa dictadura choque pasajeramente con el humor veleidoso de la democracia obrera!. El partido tiene derecho a mantener su dictadura sin tener en cuenta las vacilaciones temporales de la clase obrera. La dictadura no se funda en todo momento en el principio formal de la democracia obrera" ([23]).
El Partido Bolchevique se perdió como vanguardia del proletariado. No fue él quien utilizó el Estado en beneficio del proletariado sino que fue el Estado quien hizo del Partido el ariete contra el proletariado. Como denunció la "Plataforma de los 15", grupo de oposición dentro del Partido surgido a principios de 1920: "La burocratización del partido, el extravío de sus dirigentes, la fusión del aparato del partido con la burocracia gubernamental, la reducción de la influencia del elemento obrero del partido, la intromisión del aparato gubernamental en las luchas internas del partido... todo esto pone de manifiesto que el Comité Central ha traspasado ya, con su política, la etapa de amordazar el partido y ha empezado ya la de su liquidación, transformándolo en un aparato auxiliar del Estado. Esta liquidación significaría el final de la dictadura del proletariado en la URSS" ([24]).
¿Cómo podía el proletariado en Rusia dar un vuelco a la relación de fuerzas, revitalizar los Soviets, poner a raya al Estado surgido tras la revolución, abriendo la ruta hacia su extinción efectiva y avanzar en el proceso revolucionario mundial hacia el comunismo?
Esta pregunta solo podía responderse con el desarrollo de la revolución mundial.
"En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse" ([25]).
"Mientras que en Europa es muchísimo más difícil comenzar la revolución, en Rusia es inconmensurablemente más fácil comenzarla pero será más difícil continuarla" ([26]).
Dentro del marco de la lucha por la revolución mundial había en Rusia dos tareas concretas: Recuperar el Partido para el proletariado arrancándolo de las garras del Estado y organizarse el proletariado en Consejos Obreros capaces de enderezar a los Soviets. Tratamos aquí solamente el segundo punto.
El proletariado debe organizarse al margen del Estado transitorio y debe ejercer su dictadura sobre él. Esto puede parecer una tontería para los que se quedan en fórmulas fáciles y propias del silogismo según las cuales el proletariado es la clase dominante y el Estado no puede ser otra cosa que su órgano más fiel. En El Estado y la Revolución, reflexionando sobre la Crítica al programa de Ghota hecha por Marx en 1875, Lenin apunta: "En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del "estrecho horizonte del derecho burgués" bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel. De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!" ([27]).
El Estado del periodo de transición al comunismo ([28]) es un "Estado burgués sin burguesía" ([29]) o para hablar más precisamente es un estado que conserva importantes rasgos de la sociedad de clases y de la explotación: subsisten el derecho burgués ([30]), la ley del valor, persiste el influjo espiritual y moral del capitalismo, etc. La sociedad de transición recuerda en muchos aspectos a la vieja sociedad pero ha sufrido un cambio fundamental que es el que hay que preservar y desarrollar a toda costa pues es el único que puede llevar al comunismo: la actividad masiva, consciente y organizada de la gran mayoría de la clase obrera, su organización en clase políticamente dominante, la dictadura del proletariado.
La trágica experiencia rusa muestra que la organización del proletariado en clase dominante no puede vertebrarse en el Estado transitorio (el Estado soviético), "la clase obrera misma en cuanto clase, considerada unitariamente y no como una unidad social difusa, con necesidades de clase unitarias y semejantes, con tareas e intereses unívocos y con una política semejante, consecuente, formulada de modo claro y rotundo, juega cada vez un papel político de menos importancia en la república de los Soviets" ([31]).
Los Soviets eran el Estado-Comuna del que hablaba Engels como asociación política de las clases populares. Este Estado-Comuna cumple un papel imprescindible en la represión de la burguesía, en la guerra defensiva contra el imperialismo y en el mantenimiento de una mínima cohesión social, pero no tiene ni puede tener como horizonte la lucha por el comunismo. Esto ya fue vislumbrado por Marx. En el esbozo de La Guerra Civil en Francia, argumenta: "la Comuna no es el movimiento social de la clase obrera y por lo tanto de una regeneración general de la mentalidad de los hombres. La Comuna no se deshizo de la lucha de clases, a través de la cual la clase obrera empuja hacia la abolición de todas las clases, y por tanto de todas las dominaciones de clase" ([32]).
Además: "La Historia de la Comuna de París de Lissagaray, incluye muchas críticas de las dudas y confusiones y, en algunos casos, de las poses afectadas de algunos de los miembros del Consejo de la Comuna, muchos de los cuales, encarnaban efectivamente un radicalismo pequeño burgués obsoleto, y que fueron frecuentemente dados de lado por las asambleas de los barrios obreros. Al menos uno de los clubes revolucionarios declaró disuelta la Comuna ¡porque no era lo bastante revolucionaria!".
"El Estado se encuentra en nuestras manos, pero ¿ha cumplido nuestra voluntad? No. ¿Qué voluntad ha cumplido? El automóvil se desmanda; al parecer va en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guía el conductor, sino hacia donde lo lleva alguien, algo clandestino, algo que está fuera de la ley" ([33]).
Para remediar este problema, el partido bolchevique, propugnó una serie de medidas. Por una parte, la constitución soviética aprobada en 1918 dictaminó que: "El Congreso panruso de los soviets se halla formado por representantes de los soviets locales, estando representadas las ciudades a razón de un diputado por cada 25.000 habitantes y el campo a razón de un diputado por cada 125.000 habitantes. Este artículo consagra la hegemonía del proletariado sobre los elementos rurales" ([34]).
Por otro lado, el programa del Partido Bolchevique, adoptado en 1919, preconizaba que: "1) Cada miembro del Soviet debe asumir un trabajo administrativo; 2) Debe haber una continua rotación de puestos, cada miembro del Soviet debe ganar experiencia en las distintas ramas de la administración; Por grados, el conjunto de la clase trabajadora debe ser inducida a participar en los servicios administrativos" ([35]).
Estas medidas estaban inspiradas en las lecciones de la Comuna de París. Servían para poner coto a los funcionarios estatales pero el problema estaba en quién las ejecutaba: solamente la organización autónoma del proletariado estaba capacitada para ello, sus Consejos Obreros organizados al margen del Estado ([36]).
El marxismo es una teoría viva, necesita adoptar, a la luz de los hechos históricos, rectificaciones y nuevas profundizaciones. Siguiendo las lecciones sacadas por Marx y Engels sobre la Comuna de París de 1871, los bolcheviques comprendieron que los Soviets son la expresión del Estado-Comuna que debía irse extinguiendo. Pero, al mismo tiempo, lo habían identificado erróneamente como Estado Proletario ([37]) creyendo que su extinción podría realizarse desde su interior ([38]). La experiencia de la Revolución Rusa demuestra la imposibilidad de extinguir el Estado desde él mismo y hace necesario distinguir entre Consejos Obreros y Soviets, los primeros son la sede de la auténtica organización autónoma del proletariado que debe ejercer su dictadura de clase sobre el Estado-Comuna transitorio que se basa en los segundos.
Tras la toma del poder por los Soviets, el proletariado tenía que conservar y desarrollar sus organizaciones propias que actuaban de forma independiente dentro de los Soviets: Guardia Roja, Consejos de Fábrica, Consejos de Barrio, Secciones Obreras de los Soviets, Asambleas Generales.
Ya antes de la toma del poder vimos que los Consejos de Fábrica habían jugado un papel clave ante la crisis que sufrieron los Soviets en julio ([39])y como los habían recuperado convirtiéndolos en órganos de la insurrección de octubre ([40]). En mayo de 1917, la Conferencia de Consejos de Fábrica de Jarkov (Ucrania) había reclamado que éstos "se convirtieron en órganos de la revolución decididos a consolidar sus victorias" ([41]). El 7-12 de agosto de 1917, una conferencia de Consejos de Fábrica de Petersburgo decidió crear un Soviet Central de Consejos de Fábrica que se constituyó como Sección Obrera dentro del Soviet de la capital e inmediatamente coordinó a todas las organizaciones soviéticas de base e intervino activamente en la política del Soviet radicalizándola cada vez más. Deutscher en su obra Los sindicatos soviéticos reconoce que: "los instrumentos más poderosos y mortíferos de subversión eran los consejos de fábrica y no los sindicatos" ([42]).
Los consejos de fábrica junto con las demás organizaciones de base emanaban de la clase obrera de forma directa y orgánica, recogían con mucho más facilidad que los Soviets sus pensamientos, sus tendencias, sus avances, mantenían una profunda simbiosis con ella.
Como el proletariado sigue siendo una clase explotada en el periodo de transición al comunismo, no tiene ningún estatus de clase dominante en el terreno económico. Ello le impide -contrariamente a la burguesía- delegar el poder en una estructura institucional que ejerza su representación, es decir, en un Estado con su irresistible tendencia burocrática a alejarse de las masas e imponerse a ellas. La dictadura del proletariado no puede ser un órgano estatal sino una fuerza de combate, de debate y movilización permanentes, una configuración que refleje a las masas obreras a la vez que las modele, que expresa simultáneamente su auto-actividad y su proceso de transformación.
Mostramos en el artículo 4º de esta serie cómo tras la toma del poder, esas organizaciones soviéticas de base fueron desapareciendo. Ello constituyó un hecho trágico que debilitó al proletariado y aceleró el proceso de descomposición social que estaba sufriendo.
La Guardia Roja, nacida efímeramente en 1905, renació con fuerza en febrero impulsada y supervisada por los Consejos de Fábrica, llegando a movilizar unos 100 mil efectivos. Se mantuvo activa hasta mediados de 1918, pero el estallido de la guerra civil, la llevó a una grave crisis. La potencia enormemente superior de los ejércitos imperialistas puso en evidencia su incapacidad para hacerles frente. Las unidades del Sur de Rusia, comandadas por Antonov Ovsesenko, opusieron una heroica resistencia pero fueron barridas y derrotadas. Víctimas del miedo a la centralización, las unidades que intentaron funcionar carecían de suministros tan elementales como cartuchos. Eran más una milicia urbana, con limitada instrucción y armamento y sin experiencia de organización, que podían funcionar como unidades de emergencia o como auxiliares de un ejército organizado, pero que no podían hacer frente a una guerra en toda regla. La urgencia del momento obligó a formar a toda prisa el Ejército Rojo con su rígida estructura militar ([43]). Éste absorbió numerosas unidades de la Guardia Roja que acabaron disolviéndose. Hasta finales de 1919, hubo intentos de reconstituir la Guardia Roja, de hecho, hubo Soviets que ofrecieron coordinar sus unidades con el Ejército pero éste las rechazó sistemáticamente e incluso las disolvió por la fuerza.
La desaparición de la Guardia Roja otorgó al Estado soviético uno de los atributos clásicos del Estado -el monopolio de la fuerza armada-, con ello el proletariado quedaba completamente indefenso pues carecía de una fuerza militar propia.
Los Consejos de Barrio desaparecieron a fines de 1919. Integraban en la organización proletaria a los trabajadores de las pequeñas empresas y comercios, los desempleados, jóvenes, jubilados, familiares, que forman parte de la clase obrera como conjunto. Eran igualmente un medio esencial para obrar paulatinamente hacia la incorporación al pensamiento y la acción proletaria de capas de marginados urbanos, pequeños campesinos, artesanos, etc.
Pero la desaparición de los Consejos de Fábrica significó el golpe decisivo. Como vimos en el artículo 4º de esta serie, aquella tuvo lugar de forma bastante rápida de tal manera que a fines de 1918 ya no existían. Los sindicatos jugaron un papel clave en su destrucción.
El conflicto apareció claramente en una animadísima Conferencia Pan rusa de Consejos de Fábrica celebrada en vísperas de la insurrección de octubre. En los debates se manifestó que: "cuando se formaron los consejos de fábrica los sindicatos dejaron de existir, los consejos llenaron el vacío".
Un delegado anarquista dijo: "los sindicatos quieren tragarse a los consejos de fábrica, pero la gente no está descontenta de ellos aunque sí lo está de los sindicatos. Para el obrero, el sindicato es una forma de organización impuesta desde fuera mientras que el Consejo de Fábrica está muy cerca de ellos".
Entre las resoluciones aprobadas por la conferencia una decía: "el control obrero sólo es posible en un régimen donde la clase obrera tenga el poder económico y político (...) se desaconsejan las actividades aisladas y desorganizadas (...), el que los obreros confisquen las fábricas en provecho propio de los que en ellas trabajan es incompatible con los objetivos del proletariado" ([44]).
Sin embargo, los bolcheviques eran prisioneros del dogma: "los sindicatos son los órganos económicos del proletariado" y en el conflicto entre éstos y los consejos de fábrica tomaron partido por los primeros. En la conferencia antes mencionada, un delegado bolchevique defendió que: "los consejos de fábrica debían ejercer funciones de control en provecho de los sindicatos y que debían, además, depender financieramente de ellos" ([45]).
El 3 de noviembre de 1917, el Consejo de Comisarios del Pueblo sometió un proyecto de decreto sobre el control obrero, estipulando que las decisiones de los consejos de fábrica "podían ser anuladas por los sindicatos y por los congresos sindicales" ([46]). Esto produjo vivas protestas de los Consejos de Fábrica y de miembros del partido. Al final, el proyecto fue modificado y en el Consejo del Control Obrero se admitió una representación de 5 delegados de los Consejos de Fábrica ¡sobre 21 delegados, 10 de los cuales procedían de los sindicatos! Esto colocó a los Consejos de Fábrica en posición de debilidad además de encerrarlos en la lógica de la gestión productiva lo que los hacía aún más vulnerables a los sindicatos.
Aunque el Soviet de Consejos de Fábrica siguió activo durante algunos meses, llegando a intentar un Congreso General (ver el artículo 4º de nuestra serie), los sindicatos lograron su disolución. El 2º Congreso sindical, celebrado el 25-27 de enero de 1919, lo consagró reclamando que se diera: "estatuto oficial a las prerrogativas de los sindicatos en la medida en que sus funciones son cada vez más extensas y se confunden con las del aparato gubernamental de administración y control estatales" ([47]).
Con la desaparición de los Consejos de Fábrica, "en la Rusia soviética de 1920, los obreros estaban de nuevo sometidos a la autoridad de la dirección, a la disciplina del trabajo, a los estímulos del dinero, al "scientific management", a todas las formas tradicionales de organización industrial, a los viejos directores burgueses, con la diferencia de que el propietario ahora era el Estado" ([48]), los obreros se hallaban completamente atomizados como individuos, no poseían ninguna organización propia que les aglutinara, con ello, su participación en los Soviets se fue asemejando al electoralismo de la democracia burguesa y convertía a éstos en cámaras parlamentarias.
Tras la revolución, la abundancia no existe todavía y la clase obrera sigue siendo una clase explotada pero la marcha hacia el comunismo exige una lucha sin descanso por disminuir la explotación hasta hacerla desaparecer ([49]). Como decimos en la serie sobre el Comunismo: "Para poder mantener su carácter político colectivo la clase obrera necesita asegurar un mínimo de sus necesidades básicas materiales, para así poder disponer del tiempo y la energía que requiere su participación en la actividad política" ([50]),
Marx decía que: "Si [los proletarios] en sus conflictos diarios con el capital cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura" ([51]).
Si el proletariado, una vez tomado el poder, aceptara el incremento constante de la explotación, se incapacitaría para continuar el combate por el comunismo.
Esto es lo que sucedió en la Rusia revolucionaria, la explotación de la clase obrera aumentó hasta límites extremos, su desorganización como clase autónoma corrió en paralelo; al fracasar la extensión mundial de la revolución, este proceso se hizo irreversible, con ello, la lección que sacaba el grupo Verdad Obrera ([52]) expresaba claramente la situación: "la revolución ha acabado con una derrota de la clase obrera. La burocracia junto con los hombres de la NEP se ha convertido en la nueva burguesía que vive de la explotación de los obreros y aprovecha su desorganización. Con los sindicatos en manos de la burocracia, los obreros están más desamparados que nunca. El Partido Comunista, después de convertirse en partido dirigente, en partido de los dirigentes y organizadores del aparato de Estado y de la actividad económica de tipo capitalista, ha perdido irrevocablemente todo vínculo y parentesco con el proletariado" ([53]).
C. Mir 28-12-10
[1]) Ver los artículos publicados sobre el tema "El Periodo de Transición", Revista Internacional no 1; "El Estado y la Dictadura del proletariado", Revista Internacional no 11. Ver también los artículos de nuestra serie sobre "El comunismo", Revista Internacional nos 77, 78, 91, 95, 96, 99, 12 a 130, 132, 134 y 135.
[2]) Bilan, Órgano de la Fracción de la Izquierda Comunista de Italia. La cita procede de la serie "Partido-Estado-Internacional", capítulo 7, Bilan nº 18, p. 612. Bilan prosiguió los trabajos de Marx, Engels y Lenin sobre la cuestión del Estado y más concretamente sobre su papel en el periodo de transición al comunismo el cual consideró -siguiendo a Engels- "una plaga que hereda el proletariado ante la que guardaremos una desconfianza casi instintiva" (nº 26, p. 874). En el mismo sentido se pronuncia la Izquierda Comunista de Francia, continuadora de Bilan y predecesora de la CCI: "la temible amenaza de vuelta al capitalismo procederá esencialmente del sector estatificado. Tanto más cuanto que el capitalismo encuentra en éste su forma más impersonal, por así decirlo etérea. La estatalización puede servir para camuflar por largo tiempo un proceso opuesto al socialismo" (Internationalisme no 10)".
[3]) Tendencia de izquierda que surgió en el Partido Bolchevique en 1920-21. No es objeto de este artículo analizar las diferentes fracciones de izquierda que surgieron dentro del Partido Bolchevique en respuesta a su degeneración. Remitimos al lector a los numerosos artículos que hemos escrito sobre el tema. Entre otros: ‘La Izquierda Comunista en Rusia' (1ª [9] y 2ª [10] parte), Revista Internacional nos 8 y 9, , "Manifiesto del Grupo Obrero del Partido Comunista Ruso", Revista Internacional nos 142 y 143, /revista-internacional/201008/2908/la-izquierda-comunista-en-rusia-i-el-manifiesto-del-grupo-obrero-d [11]. La cita está tomada del libro Democracia de los Trabajadores o Dictadura del Partido, texto "¿Qué es la Oposición de los Trabajadores?", p. 179, edición española. Hay que subrayar que si bien la Oposición de Trabajadores constató de manera meritoria y lúcida los problemas que tenía la revolución, la alternativa que preconizaba no era la adecuada sino que la hundía más aún. Pretendía que los sindicatos tuvieran cada vez más poder. Partiendo de la idea justa de que "el aparato de los soviets es un compuesto de diversas capas sociales" (p. 177, op. cit.) concluye la necesidad de que "las riendas de la dictadura del proletariado en el terreno de la construcción económica deben ser los órganos que por su composición son órganos de clase, unidos por lazos vitales con la producción de un modo inmediato, es decir, los sindicatos" (ídem). Por un lado, restringe la actividad del proletariado al estrecho terreno de la "construcción económica" y, por otra parte, unos órganos burocráticos y negadores de las capacidades del proletariado, los sindicatos, tendrían la utópica misión de desarrollar su auto-actividad.
[4]) Del folleto Los bolcheviques y el control obrero, de M. Brinton, "Introducción", p. 17, edición española.
[5]) Cita tomada del libro de Marcel Liebman, El leninismo bajo Lenin, p. 167, edición francesa. Ver referencia de esta obra en el artículo IV de esta serie.
[6]) E.H.Carr, La Revolución bolchevique, Cap. VIII, "El ascendiente del partido", p. 203, edición española.
[7]) Idem, nota A, "La teoría de Lenin sobre el Estado", p. 264, edición española.
[8]) "La comprensión de la derrota de la Revolución Rusa" (1ª parte), Revista Internacional no 99, /revista-internacional/199912/1153/viii-la-comprension-de-la-derrota-de-la-revolucion-rusa-1-1918-la- [12].
[9]) Ossinski, miembro de una de las primeras tendencias de izquierda dentro del Partido, citado en el artículo antes mencionado.
[10]) Op. cit., p. 181.
[11]) Brinton, op. cit., ver nota 7, Capítulo dedicado a 1920, p. 121. Los Glavki eran los órganos económicos de gestión estatal.
[12]) Obras Completas, tomo 38, p. 17, edición española, "Intervenciones en la sesión del Soviet de Petersburgo", marzo 1919.
[13]) Oposición Obrera, op. cit., p. 213.
[14]) Marcel Liebman, op. cit., p. 109.
[15]) Artículo antes citado de la Revista Internacional no 99. Lenin temía, no sin razón, que si el partido y sus miembros más avanzados, se comprometían en el día a día del gobierno soviético acabarían atrapados en los engranajes de éste y perderían de vista los objetivos globales del movimiento proletario que no pueden estar atados a las contingencias cotidianas de la gestión estatal. Esta preocupación fue retomada por los comunistas de izquierda que "expresaron en 1919 el deseo de acentuar la distinción entre el Estado y el Partido. Les parecía que este tenía más que aquel una preocupación internacionalista que respondía a su propia inclinación. El Partido debía jugar en cierta medida el papel de conciencia del gobierno y del estado" (Liebman, op. cit., p. 112). Bilan insiste en el peligro de que el Partido se vea absorbido por el Estado. Con ello la clase obrera pierde su fuerza de vanguardia y los órganos soviéticos sus principales animadores. "La confusión entre ambos conceptos, partido y Estado, es contraproducente puesto que no existe posibilidad alguna de conciliación entre ambos órganos, ya que existe una oposición irreconciliable entre la naturaleza, la función y los objetivos del Estado, y los del partido. El calificativo de proletario no cambia en absoluto la naturaleza del Estado, que sigue siendo un órgano de coacción económica y política, mientras que el papel que, por excelencia, corresponde al partido es el de alcanzar, no por la coacción sino por la educación política, la emancipación de los trabajadores" (Bilan no 26, serie "Partido-Estado-Internacional", 5ª parte, p. 871).
[16]) Tomado del libro Trotski, de Pierre Broué, p. 255, edición francesa que cita el relato del autor anarquista Leonard Schapiro.
[17]) Marcel Liebman, op. cit., p. 149.
[18]) Ídem, p. 151.
[19]) Esta teorización hincaba sus raíces en confusiones que arrastraban todos los revolucionarios respecto al Partido, sus relaciones con la clase y la cuestión del poder, como señalamos en el artículo de nuestra serie sobre "El comunismo", Revista Internacional nº 91, "Los revolucionarios de la época, pese a su compromiso con el sistema de delegación de los Soviets que había convertido en obsoleto el viejo sistema de representación parlamentaria, se veían empujados hacia atrás por la ideología parlamentaria, hasta el punto que ellos consideraban que el partido que disponía de la mayoría en los soviets centrales, debía formar gobierno y administrar el estado". En realidad, las viejas confusiones se vieron fortalecidas y llevadas al extremo por la teorización de la realidad cada vez más evidente de la transformación del bolchevismo en un Partido-Estado.
[20]) Marcel Liebman, op. cit., p. 109.
[21]) Ídem, p. 110.
[22]) Ibídem.
[23]) Citado en el folleto de Brinton (ver nota 7), p. 138, capítulo "1921". Trotski tiene razón en que la clase pasa por momentos de confusión y vacilación y que, por el contrario, el Partido al dotarse de un riguroso marco teórico y programático logra una fidelidad a los intereses históricos de la clase que debe transmitirle. Pero esto no puede hacerlo mediante una dictadura sobre el proletariado que lo único que hace es debilitarlo y aumentar su división y vacilaciones.
[24]) La "Plataforma del Grupo de los 15" fue inicialmente publicada fuera de Rusia por la rama de la Izquierda Comunista Italiana que publicaba Réveil Communiste a fines de los años 20. Apareció en 1928, en alemán y francés, bajo el título En vísperas del Thermidor, revolución y contra-revolución en la Rusia de los Soviets, Plataforma de la Oposición de Izquierda en el Partido Bolchevique (Sapronov, Smirnov, Obhorin, Kalin, etc.).
[25]) Rosa Luxemburg, La Revolución Rusa.
[26]) Lenin, Obras Completas, tomo 36, edición española, p. 11, "Informe político del Comité Central ante el VIIº Congreso del Partido" (7 de marzo 1918).
[27]) Cap. V, parte 4ª, "La fase superior de la sociedad comunista", p. 375.
[28]) Lenin siguiendo a Marx emplea impropiamente el término "fase inferior del comunismo" cuando en realidad, una vez destruido el estado burgués, estamos todavía bajo "un capitalismo con la burguesía derrotada" por lo que vemos mucho más exacto hablar de "Periodo de transición del capitalismo al comunismo".
[29]) En La Revolución traicionada, Trotski reitera la misma idea hablando del carácter "dual" del Estado, "socialista" por un lado pero al mismo tiempo "burgués sin burguesía", por otro. Ver nuestro artículo de la serie sobre "El comunismo", Revista Internacional, no 105.
[30]) Como decía Marx en la Crítica del Programa de Ghota impera el principio de "a trabajo igual salario igual" que no tiene nada de socialista.
[31]) Alexandra Kollontai, "Intervención en el Xº Congreso del Partido", op. cit., p. 171, edición española. Va en el mismo sentido, Anton Ciliga, en su obra En el país de la gran mentira: "Lo que a la Oposición la separa de Trotski es qué papel atribuye al proletariado en la revolución. Para los trotskistas es el partido, para la extrema izquierda el verdadero agente de la revolución es la clase obrera. En las luchas entre Stalin y Trotski tanto en lo referente a la política del partido como respecto a la dirección personal de éste, el proletariado apenas ha representado el papel de un sujeto pasivo. A los grupos de comunistas de extrema izquierda, en cambio, lo que nos interesa son las condiciones reales de la clase obrera, el papel que realmente tiene en la sociedad soviética, y el que debería asumir en una sociedad que se plantee verdaderamente la tarea de la construcción del socialismo" (citado en Revista Internacional nº 102, ver nota 28).
[32]) Citado en el artículo "1871, la primera dictadura del proletariado", Revista Internacional, no 77.
[33]) Lenin, Obras Completas, tomo 45, p. 93, ed. española, "Informe político del Comité Central al XIº Congreso" (27 de marzo 1922).
[34]) Víctor Serge, El año 1 de la revolución rusa, p. 320, ed. española, capítulo 8o, apartado "La Constitución soviética".
[35]) Lenin, Obras Completas, tomo 38, p. 102, 23 febrero 1919, "Borrador del Proyecto de Programa del Partido Comunista Bolchevique", capítulo "Las Tareas fundamentales de la Dictadura del Proletariado en Rusia", punto 9.
[36]) En su carta a la República de Consejos Obreros de Baviera que duró apenas 3 semanas (fue aplastada por las tropas del gobierno socialdemócrata en mayo de 1919) Lenin parece apuntar hacia la organización independiente de los Consejos Obreros: "La aplicación con la mayor prontitud y en la mayor escala, de estas y otras medidas semejantes, conservando los consejos de obreros y braceros y, en organismos aparte, los de los pequeños campesinos, su iniciativa propia" (Obras Completas, tomo 38, p. 344, edición española, 27 de abril de 1919).
[37]) En esta cuestión, Lenin manifestó, sin embargo, dudas pues en más de una ocasión señaló con justeza que era un "Estado obrero y campesino con deformaciones burocráticas" y, por otro lado, en el debate sobre los sindicatos (1921) argumentó que el proletariado se organizara en sindicatos y tuviera derecho de huelga para defenderse de "su" Estado.
[38]) Para combatir el creciente alejamiento y antagonismo del Estado soviético respecto del proletariado, Lenin propugnó una Inspección Obrera y Campesina (1922) que rápidamente fracasó en su labor de control y se convirtió en una estructura burocrática más.
[39]) Ver /revista-internacional/201005/2865/que-son-los-consejos-obreros-2-parte-de-febrero-a-julio-de-1917-re [6]
[40]) Ver /revista-internacional/201008/2910/que-son-los-consejos-obreros-iii-la-revolucion-de-1917-de-julio-a- [7]
[41]) Brinton, op cit., ver nota 10, p. 32.
[42]) Citado por Brinton, op cit., p. 47.
[43]) Sin entrar en una discusión que deberá desarrollarse más a fondo sobre la necesidad o no de un Ejército Rojo en la fase del periodo de transición que podemos caracterizar de Guerra Civil Mundial (es decir, cuando el poder no ha sido tomado por el proletariado en todo el mundo), hay algo evidente en la experiencia rusa: la formación del Ejército Rojo, su rápida burocratización y afirmación como órgano estatal, la ausencia total de contrapesos proletarios de la que gozó, todo ello reflejó una relación de fuerzas muy desfavorable a escala mundial con la burguesía. Como señalamos en el artículo de la serie sobre "El comunismo" de la Revista Internacional no 96 "Cuanto más se extienda la revolución a escala mundial, más será dirigida directamente por los consejos obreros y sus milicias, más predominarán los aspectos políticos sobre los militares, y menos necesitará un "ejército rojo" que dirija la lucha".
[44]) Citado en Brinton, op. cit., p. 48. Entusiasmado por los resultados de la conferencia, Lenin exclamó "debemos trasladar el centro de gravedad a los Consejos de Fábrica. Ellos deben convertirse en los órganos de la insurrección. Debemos cambiar la consigna y en lugar de decir: "todo el poder para los soviets" decir "todo el poder a los consejos de fábrica" (ídem) .
[45]) Brinton, op. cit., p. 35.
[46]) Brinton, op. cit., p. 50.
[47]) Idem, capítulo "1919", p. 103. La experiencia rusa muestra de forma concluyente el carácter reaccionario de los sindicatos, su tendencia indefectible a convertirse en estructuras estatales y su antagonismo radical con las nuevas vías organizativas que desde 1905 y en respuesta a las condiciones del capitalismo decadente y de la necesidad de la revolución, el proletariado había desarrollado.
[48]) R.V. Daniels, citado por Brinton, op. cit., p. 120.
[49]) "Una política de gestión proletaria sólo tendrá un contenido socialista si la dirección económica tiene una orientación diametralmente opuesta a la del capitalismo, o sea si se dirige hacia un alza progresiva y constante de las condiciones de vida de las masas y no hacia su degradación" (Bilan, citado en la Revista Internacional, no 128).
[50]) Revista Internacional, no 95, "1919 el programa de la dictadura del proletariado".
[51]) Salario, precio y ganancia, ver https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm#xiv [13].
[52]) Formado en 1922, fue una de las últimas fracciones de izquierda que nacieron en el Partido Bolchevique en combate por su regeneración y su recuperación para la clase.
[53]) Citado en Brinton, op. cit., p. 140.
Decadencia del capitalismo
En el artículo anterior de esta serie vimos la rapidez con la que las esperanzas de una victoria revolucionaria inmediata suscitadas por los levantamientos de 1917-1919 dieron paso, en apenas dos años, a partir de 1921, entre los revolucionarios, a una reflexión más realista sobre el curso de la crisis histórica del capitalismo. Uno de los asuntos centrales que se planteó en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, fue el siguiente: es cierto que el sistema capitalista ha entrado en su fase de declive, pero ¿qué ocurrirá si el proletariado no responde a la nueva época echando abajo el sistema? ¿Y cuál es la tarea de las organizaciones comunistas en una fase en la que la lucha de clases y la comprensión subjetiva de la situación por el proletariado están en reflujo, aún cuando las condiciones históricas objetivas de la revolución siguen existiendo?
Esta aceleración de la historia que originó respuestas diferentes, a menudo conflictivas, por parte de las organizaciones revolucionarias, prosiguió durante los años siguientes, tras la degeneración de la revolución en Rusia causada por su aislamiento creciente, que abrió las puertas al triunfo de una forma sin precedentes de contrarrevolución. El año 1921 fue un giro funesto: ante un descontento muy extendido en el proletariado de Petrogrado y de Kronstadt y una oleada de revueltas campesinas, los bolcheviques tomaron la decisión catastrófica de reprimir masivamente a la clase obrera y, simultáneamente, prohibir las fracciones en el partido. La Nueva Política Económica (NEP), implantada justo después de la revuelta de Kronstadt, hizo algunas concesiones en lo económico, pero ninguna en lo político: el aparato del partido-Estado no permitió el menor aflojamiento de su dominio sobre los soviets. Y, sin embargo, un año después, Lenin se indignaba de que el Estado se escapara del control del partido proletario, arrastrándolo hacia un camino imprevisible. Ese mismo año, en Rapallo, el Estado "soviético" concluía un acuerdo secreto con el imperialismo alemán en un momento en que la sociedad alemana seguía en efervescencia: fue un síntoma evidente de que el Estado ruso empezaba a poner sus intereses nacionales por encima de los de la lucha de clases internacional. En 1923, en Rusia, hubo nuevas huelgas obreras y se formaron ilegalmente grupos comunistas de izquierda, como el Grupo Obrero de Miasnikov, al mismo tiempo que se creaba una oposición de izquierda "legal", agrupadora no sólo de antiguos disidentes como Osinski sino del propio Trotski.
Lenin murió en enero de 1924 y, en diciembre, Stalin lanzó la consigna del "socialismo en un solo país". En 1925-1926, acabó siendo la política oficial del partido ruso. Esa nueva orientación fue el símbolo de la ruptura decisiva con el internacionalismo.
Todos los comunistas que se habían agrupado en 1919 para formar la nueva International compartían la idea de que el capitalismo se había vuelto históricamente un sistema en declive, aunque no estuvieran de acuerdo con lo que implicaba políticamente el nuevo período ni qué medios necesitaba la lucha revolucionaria para desarrollarse - por ejemplo, sobre la posibilidad de utilizar los parlamentos como "tribuna" para la propaganda revolucionaria, o la necesidad de boicotearlos en beneficio de las acciones en la calle o en los lugares de trabajo. En cuanto a las bases teóricas para la nueva época, no habían dispuesto de mucho tiempo para discutirlas con sólida continuidad. El único análisis verdaderamente coherente sobre "la economía de la decadencia" lo hizo Rosa Luxemburg justo antes de que se iniciara la Primera Guerra mundial. Como ya vimos anteriormente ([1]), la teoría de R. Luxemburg sobre el desmoronamiento del capitalismo provocó cantidad de críticas por parte de los reformistas así como de los revolucionarios, pero esas críticas eran en su mayoría negativas, pues casi no hubo elaboración de un marco alternativo para comprender las contradicciones fundamentales que llevaban al capitalismo a su fase de declive. Sea como fuere, los desacuerdos sobre esa cuestión no se consideraban, con toda la razón, fundamentales. Lo esencial era aceptar la idea de que el sistema había entrado en una fase en la que la revolución se había vuelto posible y necesaria a la vez.
Pero volvería a reavivarse en 1924, en la International comunista, la controversia en torno al análisis económico de Rosa Luxemburg. Las ideas de Rosa siempre habían tenido una gran influencia en el movimiento comunista alemán, tanto en el Partido Comunista oficial (KPD) como en el Partido Comunista de izquierda (Partido Comunista Obrero, KAPD). Pero ahora, debido a la presión creciente para que los partidos comunistas fuera de Rusia se unieran con mayor firmeza a las necesidades del Estado ruso, se emprendió todo un proceso de "bolchevización" en toda la IC, con el objetivo de expulsar todas las divergencias indeseables tanto en teoría como en táctica. Y durante esa campaña de "bolchevización" llegó un momento en que la persistencia del "luxemburguismo" en el partido alemán se acabó considerando como fuente de muchas "desviaciones", en especial sus "errores" sobre la cuestión nacional y colonial y una visión espontaneísta respecto al papel del partido. En un plano más "teórico" y abstracto, esa orientación contra el "luxemburguismo" se plasmó en el libro de Bujarin El imperialismo y la acumulación del Capital, en 1924 ([2]).
La última vez que aquí mencionamos a Bujarin, era portavoz de la izquierda del Partido bolchevique durante la guerra. Su análisis casi profético del capitalismo de Estado y su defensa de la necesidad de destruir el Estado capitalista y de volver a Marx lo colocaban en la vanguardia del movimiento internacional; tenía además una posición muy cercana a la de Luxemburg por su rechazo de la consigna de la "autodeterminación nacional", lo cual no era del agrado, ni mucho menos, de Lenin. En Rusia en 1918, había sido uno de los promotores del Grupo Comunista de Izquierda que se opuso al Tratado de Brest-Litovsk y, mucho más significativo, se había opuesto a la temprana burocratización del Estado soviético ([3]). Pero en cuanto se disipó la controversia sobre la cuestión de la paz, la admiración de Bujarin hacia los métodos del comunismo de guerra ganó sobre sus capacidades críticas, poniéndose a teorizar esos métodos como la expresión de una forma auténtica de transición hacia el comunismo ([4]). Durante el debate sobre los sindicatos en 1921, Bujarin compartió la posición de Trotski que defendía la subordinación de los sindicatos al aparato de Estado. Pero cuando se implantó la NEP, Bujarin volvió a cambiar de postura. Rechazó los métodos extremos de coerción que se imponían gracias al comunismo de guerra, especialmente sobre el campesinado, y empezó a considerar la NEP como el modelo "normal" de la transición hacia el comunismo, con su mezcla de propiedad individual y propiedad estatal y su política de apoyo a las fuerzas del mercado más que a los decretos de Estado. Y al igual que se había embalado por el comunismo de guerra, Bujarin empezó a considerar la fase de transición dentro de un esquema nacional, contrariamente a lo que había defendido durante la guerra, cuando había subrayado el carácter globalmente interdependiente de la economía mundial. De hecho, puede considerarse en cierto modo a Bujarin como el inspirador de la tesis del socialismo en un solo país retomada por Stalin y utilizada por éste para acabar destruyendo a Bujarin, primero políticamente y, al final, físicamente ([5]).
Bujarin, con El imperialismo, se propuso explícitamente el objetivo de justificar teóricamente la denuncia de las "debilidades" del KPD sobre las cuestiones nacional, colonial y campesina, y así lo afirma sin tapujos al final del libro, pero sin establecer la menor relación entre los ataques contra la visión económica de Luxemburg y sus pretendidas consecuencias políticas. Sin embargo, algunos revolucionarios han considerado que el asalto desde todas las direcciones contra Luxemburg sobre la cuestión de la acumulación del capitalismo, no tendría nada que ver con los dudosos objetivos del libro.
Nosotros pensamos que no es así por diferentes razones. No se puede separar el tono agresivo y el contenido teórico del libro de Bujarin de su objetivo político.
El tono del texto indica con toda certeza que su finalidad es emprender una obra de demolición de Luxemburg para desprestigiarla. Como lo señala Rosdolsky: "Al lector de hoy puede parecerle algo insoportable el tono agresivo y a menudo frívolo de Bujarin cuando uno recuerda que Rosa Luxemburg había sido asesinada por matones fascistas solo unos cuantos años antes. La explicación es que ese tono venía impuesto por intereses políticos más que por un interés científico. Bujarin consideraba que su tarea consistía en destruir la influencia todavía muy grande del "luxemburguismo" en el Partido Comunista alemán (KPD), y por todos los medios" ([6]).
Hay que tragarse páginas de sarcasmos y digresiones condescendientes antes de que Bujarin admita de mala gana, al final de todo el libro, que Rosa había proporcionado un enfoque de conjunto excelente sobre cómo había tratado el capitalismo a los demás sistemas sociales que fueron el medio en el que fue creciendo. En esta "polémica" no hay la menor voluntad de referirse a los verdaderos problemas planteados por Rosa Luxemburg en su libro (el abandono por los revisionistas de la perspectiva de quiebra del capitalismo y la necesidad de comprender la tendencia al desmoronamiento del sistema inherente al proceso de acumulación capitalista). Al contrario, muchos de los argumentos de Bujarin dan la impresión de que da palos a diestra y siniestra, distorsionando totalmente las tesis de Luxemburg.
Por ejemplo, ¿qué decir de la acusación de que Luxemburg nos propondría una teoría según la cual el imperialismo viviría en armonía con el mundo precapitalista mediante un intercambio pacífico de valor equivalente?, algo que Bujarin describe así: "Las dos partes quedan muy satisfechas. Los lobos han comido, los corderos están a salvo". Hemos dicho antes que Bujarin mismo admite en otra parte que una gran cualidad del libro de Luxemburg es la manera con la que explica la "integración" por parte del capitalismo del medio no capitalista (por el saqueo, la explotación y la destrucción), denunciándola. Todo lo contrario de los lobos y los corderos viviendo en armonía. O los corderos son devorados, o, gracias a su crecimiento económico, se transforman en lobos capitalistas y su entrada en competencia reduce las partes del banquete...
Igual de burdo es el argumento de que, según la definición del imperialismo de Rosa Luxemburg, sólo las luchas por ciertos mercados no capitalistas arrastrarían a conflictos imperialistas y "una lucha por territorios que ya son capitalistas no sería imperialismo, lo cual es totalmente falso". En realidad, el objetivo del argumento de Luxemburg según el cual: "El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha por conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados" ([7])
es describir el conjunto de un período, un contexto general durante el cual se desarrollan los conflictos imperialistas. En La Acumulación se explica ya el retorno del conflicto imperialista al corazón del sistema, la evolución hacia rivalidades bélicas directas entre las potencias capitalistas desarrolladas y, en El folleto de Junius, todo eso se vuelve a exponer ampliamente.
También respecto al tema del imperialismo, Bujarin argumenta que, puesto que existen todavía cantidad de regiones de producción no capitalistas en el mundo, el capitalismo tendría un brillante porvenir: "es una realidad que imperialismo significa catástrofe, que hemos entrado en el período de hundimiento del capitalismo, nada menos. Pero también es una realidad que la mayoría de la población mundial pertenece a "la tercera persona"... no son los obreros industriales y de la agricultura quienes forman la mayoría de la población mundial actual... Incluso si la teoría de Rosa Luxemburg fuera sólo de una exactitud aproximada, la causa de la revolución estaría en muy mala situación."
Paul Frölich (uno de los "luxemburguistas" que permaneció en el KPD tras la expulsión de quienes formarían el KAPD) contesta muy bien a ese argumento en su biografía de Luxemburg, publicada en 1939 por primera vez: "Diversas críticas, la de Bujarin especialmente, creían poseer una baza contra Rosa Luxemburg cuando subrayaban las inmensas posibilidades de la expansión capitalista en zonas no capitalistas. Pero la autora de la teoría de la acumulación ya le había quitado su aguijón a ese argumento cuando insistía repetidamente que la agonía del capitalismo ocurriría mucho antes de que su tendencia inherente a ampliar sus mercados hubiera alcanzado sus límites objetivos. Las posibilidades expansionistas no se basan en un concepto geográfico: no es la cantidad de km2 lo que es decisivo. Como tampoco lo es un concepto demográfico: no es el cotejo estadístico entre poblaciones capitalistas y no capitalistas lo que expresa la madurez de un proceso histórico. Se trata de un problema socio-económico y debe tenerse en cuenta todo un conjunto complejo de intereses, de fuerzas y de fenómenos contradictorios" ([8]).
En resumen, Bujarin confundió claramente la geografía y la demografía con la capacidad real de los sistemas no capitalistas restantes de generar valor de cambio y, por lo tanto, ser un mercado efectivo para la producción capitalista.
Si examinamos ahora la manera con la que trata Bujarin el problema central de la teoría de Luxemburg -el problema planteado por los esquemas de la reproducción de Marx- comprobamos de nuevo que el enfoque de Bujarin está muy vinculado a su visión política. En un artículo en dos partes publicado en 1982 en la Revista Internacional nos 29 y 30, "Teorías de las crisis: la verdadera superación del capitalismo, es la eliminación del salariado (a propósito de la crítica de las tesis de Rosa Luxemburg por Nicolai Bujarin)" ([9]), se argumenta con razón que las críticas de Bujarin a Luxemburg hacen aparecer divergencias profundas sobre el contenido del comunismo.
La base de la teoría de Luxemburg es argumentar que los esquemas de la reproducción ampliada expuestos en el volumen II de El Capital, presuponen, para facilitar la argumentación, una sociedad que sólo estuviera compuesta de capitalistas y de obreros. Esos esquemas deben considerarse como tales, como algo abstracto y no como la demostración de la posibilidad real de una acumulación armoniosa del capital en un sistema cerrado. En la vida real, el capitalismo se ha visto siempre obligado a extenderse más allá de sus propias relaciones sociales. Para Luxemburg, siguiendo los argumentos de Marx en otras partes de El Capital, el problema de la realización se le plantea al capital como un todo, incluso si para unos obreros y capitalistas individuales, otros obreros y otros capitalistas pueden constituir perfectamente un mercado para toda su plusvalía. Bujarin acepta evidentemente que para que la reproducción ampliada pueda realizarse, se necesita una fuente constante de demanda adicional. Pero dice que esa demanda adicional la proporcionan los obreros; quizá no los obreros que absorben el capital variable adelantado por los capitalistas al iniciarse el ciclo de la acumulación, sino por obreros suplementarios: "El empleo de obreros suplementarios genera una demanda adicional, lo cual realiza precisamente la plusvalía que debe ser acumulada, para ser exactos, la parte que debe necesariamente ser convertida en capital variable adicional de funcionamiento."
A lo que contesta así nuestro artículo: "Aplicar el análisis de Bujarin a la realidad conduce a lo siguiente: ¿qué deben hacer los capitalistas para no tener que despedir a los obreros cuando sus empresas ya no encuentran salidas mercantiles? ¡Muy sencillo!: ¡Contratar a "obreros suplementarios"! ¡Idea genial! El problema es que el capitalista que siguiera tal consejo acabaría en quiebra rápidamente" ([10]).
La idea de Bujarin es del mismo nivel que la de Otto Bauer en su respuesta a Rosa Luxemburg, una idea que ésta desmonta en su Anticrítica: para Bauer, el simple crecimiento de la población constituye los nuevos mercados necesarios para la acumulación. El capitalismo sería hoy sin duda floreciente si el aumento de la población resolviera el problema de la realización de la plusvalía. Pero resulta que, curiosamente, durante estas últimas décadas, el incremento de la población ha sido constante, mientras que la crisis del sistema ha seguido profundizándose con porcentajes de vértigo. Como lo subrayaba Frölich, el problema de la realización de la plusvalía no es de demografía, sino de demanda efectiva, demanda sustentada por la capacidad de pagar. Y como la demanda de los obreros no puede absorber más que el capital variable adelantado por los capitalistas, contratar obreros suplementarios es una solución imposible si se contempla el capitalismo como un todo.
Hay otro aspecto en la argumentación de Bujarin, pues también dice que los capitalistas mismos constituyen un mercado adicional para la acumulación futura al invertir en la producción de medios de producción.
"Los capitalistas mismos compran los medios adicionales de producción, los obreros suplementarios, que reciben dinero de los capitalistas, compran los medios de consumo adicionales."
Esta parte de la argumentación satisface a quienes consideran, como Bujarin, que Luxemburg planteó un problema inexistente: vender medios de producción adicionales resuelve el problema de la acumulación. Luxemburg ya había criticado lo esencial de esa argumentación en su crítica a Tugan-Baranovski, el cual intentaba probar que el capitalismo no se enfrentaba a barreras insuperables durante el proceso de acumulación; aquélla apoyaba sus argumentos refiriéndose al propio Marx: "Por otra parte, como hemos visto (libro II, sección III), tiene lugar una circulación continua entre capital constante y capital variable (aún prescindiendo de la acumulación acelerada), que de momento es independiente del consumo individual, en cuanto que no entra nunca en éste, pero que se halla definitivamente limitada por él, en cuanto que la producción de capital constante no se hace nunca por sí misma, sino que viene de las esferas de producción cuyos productos entran en el consumo individual" ([11]).
Para Luxemburg, una interpretación literal de los esquemas de la reproducción como lo hace Tugan-Baranovski daría como resultado... "no una acumulación de capital, sino una producción creciente de medios de producción sin objetivo alguno" ([12]).
Bujarin es consciente de que la producción de bienes de producción no es una solución al problema, pues hace intervenir a "obreros suplementarios" para comprar las masas de mercancías producidas por los medios de producción adicionales. De hecho, ataca a Tugan-Baranovski porque éste no comprende que: "la cadena de la producción debe acabar siempre por la producción de medios de consumo... que entran en el proceso del consumo personal" ([13]).
Pero sólo usa ese argumento para acusar a Luxemburg de confundir a Tugan con Marx. Y para terminar, responde a Luxemburg, como tantos otros lo harán tras él, citando erróneamente a Marx como dando la impresión de que el capitalismo podría satisfacerse plenamente basando su expansión en una producción infinita de bienes de equipo: "Acumular por acumular, producir por producir: en esta fórmula recoge y proclama la economía clásica la misión histórica del período burgués" ([14]).
Es una cita de Marx, sin duda, pero la referencia que de ella hace Bujarin es engañosa. El lenguaje utilizado aquí por Marx es polémico e inexacto: es cierto que el capital se basa en la acumulación por sí misma, es decir, en la acumulación de riquezas bajo su forma histórica dominante de valor; pero no puede realizarla produciendo simplemente para sí mismo. Y esto por la sencilla razón de que sólo produce mercancías y una mercancía no obtiene la menor ganancia para los capitalistas si no es vendida. No produce para llenar simplemente sus almacenes o tirar lo producido (por mucho que éste sea a veces el resultado lamentable de su incapacidad para encontrar un mercado a sus productos).
Stephen Cohen, biógrafo de Bujarin, que cita los comentarios de éste sobre Tugan, anota otra contradicción fundamental en el enfoque de Bujarin.
"A primera vista, su valoración inflexible de los argumentos de Tugan-Baranovsky parece curiosa. En fin de cuentas, el propio Bujarin había insistido a menudo en el poder regulador de los sistemas capitalistas de Estado, teorizando incluso más tarde que bajo un capitalismo de Estado "puro" (sin mercado libre), la producción podría continuar sin crisis, mientras que el consumo quedaría rezagado" ([15]).
Cohen pone el dedo en lo crucial del análisis de Bujarin. Se refiere al pasaje siguiente de El imperialismo y la acumulación del Capital.
"Imaginemos tres formaciones socio-económicas: primero, el orden social colectivo capitalista (el capitalismo de Estado) en el que la clase capitalista está unida en un trust unificado, nos encontramos en una economía organizada, aunque al mismo tiempo, desde un punto de vista de clase, antagonista; luego, la sociedad capitalista "clásica" analizada por Marx; y, finalmente, la sociedad socialista. Sigamos (1) el desarrollo de la reproducción ampliada, o sea, los factores que hacen posible una "acumulación" (ponemos la palabra "acumulación" entre comillas, porque ese término supone, por su propia naturaleza, unas relaciones capitalistas únicamente; (2) ¿cómo, dónde y cuándo pueden surgir las crisis?
"1. El capitalismo de Estado. ¿Es posible en él una acumulación? Evidentemente. El capital constante crece porque el consumo de los capitalistas crece. Emergen continuamente nuevos ramos de la producción correspondientes a nuevas necesidades. Aunque conozca algunos límites, el consumo de los trabajadores aumenta. A pesar del subconsumo de las masas, no puede surgir ninguna crisis, pues la demanda mutua de todos los ramos de la producción como la demanda de los consumidores, tanto la de los capitalistas como la de los obreros, viene dada desde el principio. En lugar de "anarquía de la producción", hay un plan racional desde el punto de vista del Capital. Si han habido "malos cálculos" en los medios de producción, lo sobrante se almacena, y se aplicará una corrección en el período siguiente de producción. Si, por otra parte, han habido malos cálculos sobre el consumo de los obreros, ese excedente se usa como "forraje" distribuyéndolo entre los obreros, o se destruirá la porción correspondiente del producto. Incluso en el caso de malos cálculos en la producción de artículos de lujo, la "salida" es clara. De este modo, no puede existir ahí ninguna crisis de sobreproducción. El consumo de los capitalistas constituye una incitación para la producción y los planes de producción. Por eso mismo, no hay desarrollo especialmente rápido de la producción (los capitalistas son pocos)."
Frölich, como Cohen, subraya ese pasaje y hace el siguiente comentario: "La solución [de Bujarin] confirma su tesis central... Y esa solución es sorprendente. Se nos presenta un "capitalismo" que no es una anarquía económica sino una economía planificada en la que ya no hay competencia, sino que es más bien una especie de trust mundial global en el que los capitalistas no tienen por qué preocuparse de la realización de la plusvalía..."
El mencionado artículo nuestro también critica sin remisión esa idea de cómo deshacerse de la sobreproducción: "Bujarin pretende resolver teóricamente el problema, eliminándolo. El problema de las crisis de sobreproducción del capitalismo, son las dificultades para vender. Y Bujarin nos dice: basta con hacer... ¡"una distribución gratuita"! Si el capitalismo tuviera la posibilidad de repartir gratis lo que produce, en efecto, no conocería nunca crisis importantes, pues su contradicción principal estaría así resuelta. Lo que pasa es que semejante capitalismo sólo puede existir en la mente de un Bujarin sin argumentos. La distribución "gratuita" de la producción, o sea la organización de la sociedad para que los hombres produzcan directamente para sí mismos, es, sin la menor duda, la única solución para la humanidad. Ahora bien, esa solución no es un capitalismo "organizado", sino el comunismo."
Cuando vuelve a tratar sobre la sociedad capitalista "clásica" en el párrafo siguiente de su obra, Bujarin acepta que puedan producirse crisis de sobreproducción, pero no son más que el resultado de un desequilibrio temporal entre las ramas de la producción (una idea que ya había sido expresada por economistas "clásicos" y criticada por Marx como ya lo expusimos en el capítulo anterior ([16]), y después Bujarin dedica unas cuantas y escasas líneas al socialismo como tal, ofreciéndonos la evidencia de que una sociedad que produce únicamente para satisfacer las necesidades humanas no sufriría crisis de sobreproducción.
Pero lo que parece sobre todo interesar a Bujarin es el capitalismo ultraplanificado en el que el Estado allana todos los problemas de desproporción o de cálculos erróneos. O sea, lo equivalente a la sociedad que en la URSS, a mediados de los años 1920, él describía ya como socialismo... es cierto que el capitalismo de Estado de ciencia ficción de Bujarin acaba siendo una especie de trust mundial, un coloso que ya no está rodeado de ningún vestigio precapitalista y que no conoce conflicto alguno entre capitales nacionales. Y su visión del socialismo en la Unión Soviética era una utopía de pesadilla acongojante del mismo estilo, un trust prácticamente autosuficiente sin ninguna competencia interna y con sólo un campesinado dócil, parcial y temporalmente fuera de su jurisdicción económica.
Por eso, como decíamos antes, el artículo de la Revista International no 29 concluye con toda la razón que el ataque de Bujarin contre la teoría económica de Rosa Luxemburg hace aparecer dos visiones fundamentalmente opuestas del socialismo. Para Luxemburg, la contradicción fundamental de la acumulación capitalista procede de la contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio, y el valor inherente a la mercancía -y por encima de todo a la fuerza de trabajo, mercancía que posee la característica única de engendrar un valor adicional fuente de la ganancia capitalista pero también fuente de su problema de insuficiencia de mercados para realizar su ganancia. Por consiguiente, esa contradicción y todas las convulsiones resultantes de ella sólo podrán ser superadas por la abolición del trabajo asalariado y de la producción de mercancías -requisitos básicos del modo de producción comunista.
Por otro lado, Bujarin critica a Luxemburg porque ésta se habría facilitado las cosas al "haber escogido una contradicción", cuando, en realidad, hay muchas: la contradicción entre los ramos de la producción, entre la industria y la agricultura, la anarquía del mercado y la competencia ([17]). Todo eso es cierto, pero la solución capitalista de Estado de Bujarin muestra que, para él, existe un problema fundamental en el capitalismo: su ausencia de planificación. Si el Estado pudiera encargarse de la producción y la distribución, habría entonces una acumulación sin crisis.
Fueran cuales fueran las confusiones en el seno del movimiento obrero antes de la Revolución Rusa sobre la transición al comunismo, sus elementos más clarividentes siempre defendieron que el comunismo/socialismo no podría construirse sino a escala mundial, pues cada país, cada nación capitalista está inevitablemente dominada por el mercado mundial; y la liberación de las fuerzas productivas puestas en movimiento por la revolución proletaria sólo podrá ser real y efectiva cuando la tiranía del capital global haya sido derribada en todos sus centros principales. Al contrario de esa visión, la idea estalinista del socialismo en un solo país concibe la acumulación en un sistema cerrado -algo imposible bajo el capitalismo "clásico" y tanto o más imposible para un Estado totalmente regulado, por mucho que el enorme tamaño (y enorme también su sector agrícola) de Rusia permitiera temporalmente un desarrollo autárquico. Y si, como insistía Luxemburg, el capitalismo como sistema mundial no puede operar en el marco de un sistema cerrado, ocurre otro tanto con los capitales nacionales: la autarquía estalinista de los años 1930 -basada en el desarrollo frenético de una economía de guerra- fue esencialmente una preparación para su expansión imperialista militar inevitable que se concretó en el segundo holocausto imperialista y las conquistas que le sucedieron después.
Entre 1924, año en que Bujarin escribió su libro y 1929, año del gran crac, el capitalismo conoció una fase de estabilidad relativa y, en algunas regiones un crecimiento espectacular, sobre todo en Estados Unidos. Pero aquello sólo fue la calma precursora de la tempestad de la mayor crisis económica que el capitalismo hubiera jamás conocido hasta entonces.
En un próximo artículo de esta serie, examinaremos las tentativas de algunos revolucionarios para comprender los orígenes y las implicaciones de esa crisis y, sobre todo, su significado como expresión del declive del modo de producción capitalista.
Gerrard
[1]) Revista Internacional no 142.
[2]) Las citas de este libro para este artículo están sacadas de su versión inglesa Imperialism and the Accumulation of Capital, traducidas por nosotros.
[3]) La mayoría de los posicionamientos de Bujarin que acabamos de enunciar lo situaban, por lo tanto, en la vanguardia marxista de aquel tiempo, pero no es lo mismo con su actitud ante el Tratado de Brest-Litovsk. Leer al respecto: en nuestra serie "El comunismo no es un bello ideal, está a la orden del día de la historia", "VIII - La comprensión de la derrota de la revolución rusa (1ª Parte), 1918: la revolución critica sus errores", Revista Internacional no 99, IV/1999.
[4]) Ver en la serie citada: "VI - 1920: Bujarin y el periodo de transición", Revista Internacional no 96, I/1999.
[5]) En su biografía de Bujarin, Bukharin and the Bolshevik Revolution, Londres 1974, Steven Cohen hace remontar la versión inicial a 1922.
[6]) Roman Rosdolsky, The Making of Marx's Capital, Pluto Press, 1989 edition, vol 2, p. 458. Traducido del inglés por nosotros.
Como ya dijimos en un artículo anterior ("Rosa Luxemburg y los límites de la expansión del capitalismo", Revista International no 142), Rosdolsky también critica a Luxemburg, pero no oculta los problemas que plantea ella; sobre el modo con el que Bujarin trata los esquemas de la reproducción, aquél defiende que aunque Rosa Luxemburg cometió errores matemáticos, también los cometió Bujarin y, además, éste confundió la manera con la que Marx formuló el problema de la reproducción ampliada con su solución: "Bujarin se olvidó por completo que la reproducción ampliada del capital social global no sólo conduce al aumento de C y de V, sino también de A, o sea el aumento del consumo individual de los capitalistas. Y resulta que ese error elemental pasó desapercibido durante casi dos décadas, considerándose generalmente a Bujarin como la mayor autoridad en defensa de la "ortodoxia" marxista contra Rosa Luxemburg y los ataques de ésta contra "esas partes del análisis de Marx que el maestro incomparable nos transmitió como producto acabado de su genialidad" (Imperialism, p. 58, London edition 1972). Sin embargo, la formula general de Bujarin sobre el equilibrio es muy útil, aunque también él, al igual que muchos de los críticos de Rosa Luxemburg, tomó la simple fórmula del problema por su solución" (The Making of Marx's Capital, p. 450 - Traducido del inglés por nosotros).
[7]) La Acumulación del Capital, Cap. "El proteccionismo y la acumulación".
[8]) Traducido del inglés par nosotros.
[9]) Revista International nº 29 (1982).
[10]) Ídem.
[11]) Cita de El Capital, en La acumulación del capital, de Rosa Luxemburg, t. II, p. 26, ed. Orbis, Barcelona.
[12]) Ídem.
[13]) Traducido del inglés por nosotros. El imperialismo, citado por S. Cohen.
[14]) El Capital, I, sec. 7, cap. XXII-3, p. 501, FCE, México, 1975.
[15]) Cohen utiliza la expresión "a primera vista", porque después dice lo que de verdad tenía Bujarin en la mente, que era menos la antigua controversia con Tugan que la nueva controversia en el partido ruso, entre los "ultra-industrialistas" (al principio Preobrazhenski y la Oposición de Izquierda y, más tarde, Stalin) que se centraba en la acumulación forzada de los medios de producción en el sector estatal y su propio punto de vista, el cual (irónicamente, si se considera su rechazo a la importancia que otorgaba Rosa Luxemburg a la demanda no capitalista) subrayaba continuamente la necesidad de basar la expansión de la industria estatal en el desarrollo gradual del mercado campesino más que en una explotación directa de los campesinos y el saqueo de sus bienes, como lo preconizaban los ultra-industrialistas de una manera brutal.
[16]) Revista internacional nº 139, "Las contradicciones mortales de la sociedad burguesa".
[17]) Vale la pena recordar que Grossman critica también a Bujarin porque éste sólo menciona las contradicciones de una manera vaga, sin definir la contradicción esencial que lleva al hundimiento del sistema. Ver Grossman, The Law of Accumulation and Breakdown of the Capitalist System, Londres 1992, p 48-9.
Publicamos la cuarta y última parte del Manifiesto (las tres precedentes están publicadas en los números anteriores de esta Revista Internacional). Esta trata particularmente dos cuestiones: una es la organización de los obreros en consejos para la toma del poder y transformar la sociedad, y la otra el carácter de la política de oposición al Partido Bolchevique por parte de otros grupos constituidos en fracción contra su degeneración.
El Manifiesto distingue claramente al proletariado organizado en consejos de las capas no explotadoras de la sociedad que arrastra tras él: "¿En donde nacieron los consejos? En los talleres y las fábricas (...) Los consejos obreros se afirman en 1917 como guías de la revolución, no sólo en substancia sino también formalmente: soldados, campesinos, cosacos se subordinan a la forma organizativa del proletariado." Una vez acabada la guerra civil contra la reacción blanca internacional, el Manifiesto sigue otorgando al proletariado, organizado sobre sus propias bases, el papel de transformador de la sociedad. En ese marco, otorga una importancia de primer orden a la organización autónoma de la clase obrera, considerablemente debilitada durante los años de la guerra civil, hasta tal punto de que: "no se ha de hablar de mejorar a los soviets, sino de reorganizarlos. Organizar los consejos en todas las fábricas y empresas nacionalizadas para llevar a cabo una nueva tarea inmensa."
El Manifiesto es muy crítico con respecto a la actividad de otros grupos de oposición a la política del Partido Bolchevique, en particular con Verdad Obrera y con otro que no se puede identificar sino por las citas de sus escritos. El Manifiesto denuncia el radicalismo de fachada de las críticas de esos grupos (a los que llama "liberales") al Partido Bolchevique, hasta tal punto que, según él, éste podría retomar esas críticas por cuenta propia, hasta radicalizarlas y utilizarlas como tapadera de su política de asfixia de la libertad de palabra del proletariado (1).
Y, en fin, el artículo recuerda cómo se posiciona el Manifiesto con respecto al Partido Bolchevique, cuyas deficiencias amenazan con transformarlo "en una minoría de detentores del poder y de los recursos económicos del país, que se entenderán entre ellos para erigirse en casta burocrática: ejercer una influencia decisiva sobre la táctica del PCR(b), conquistando la simpatía de amplias masas proletarias, de forma que obligue al partido a abandonar su línea directriz."
De hecho, la NEP ([2]) ha repartido la economía entre el Estado (los trusts, los sindicatos, etc.) y el capital privado y las cooperativas. Nuestra industria nacionalizada ha tomado el carácter y el aspecto de la industria capitalista privada, en el sentido de que funciona según las necesidades del mercado.
Desde el IXo Congreso del PCR(b), la organización de la gestión de la economía se realiza sin la participación directa de la clase obrera, basándose en nombramientos puramente burocráticos. Los trusts se han formado según el mismo sistema adoptado para la gestión de la economía y la fusión de las empresas. La clase obrera no sabe por qué se nombra a tal o cual director, como tampoco sabe por qué razones una fábrica pertenece a un trust y no al otro. Debido a la política del grupo dirigente del PCR(b), la clase obrera no participa para nada en esas decisiones.
Es evidente que el obrero observa con inquietud lo que está pasando. A menudo se pregunta cómo ha podido ocurrir. Suele recordar el momento en que nació el Consejo de diputados obreros y cómo se desarrolló en su fábrica. Y se pregunta: ¿Qué habrá pasado para que su soviet, ese soviet que él mismo creó y en el que ni Marx, ni Engels, ni Lenin ni ningún otro habían pensado, qué habrá pasado para que se esté muriendo? Inquietantes ideas lo acosan... Todos los obreros se acuerdan de cómo se organizaron los consejos de diputados obreros.
En 1905, cuando aún nadie en el país hablaba de consejos obreros y que, en los libros, sólo se trataba de partidos, de asociaciones y de ligas, la clase obrera rusa realizó los soviets en las fábricas.
¿Cómo se organizaron esos consejos? En el momento de apogeo de la oleada revolucionaria, cada taller de la fábrica eligió a un diputado para presentar las reivindicaciones a la administración y al gobierno. Para coordinar las reivindicaciones, esos diputados de los talleres se reunieron en consejos y así constituyeron el Consejo de diputados.
¿Dónde nacieron los consejos? En los talleres y las fábricas. Los obreros de las fábricas y de las empresas, sean cuales fueran su sexo, religión, etnia, convicción u oficio, se unen en una organización, forman una voluntad. El Consejo de diputados obreros es, por lo tanto, la organización de los obreros de las fábricas de producción.
Así reaparecieron los consejos en 1917. Así están descritos por el programa del PCR(b): "El distrito electoral y núcleo principal del Estado es la unidad de producción (el taller, la fábrica) y ya no el distrito" (Programa del PCR(b)). Incluso tras la toma del poder, los consejos mantuvieron ese principio según el cual su base es el lugar de producción, y éste fue su signo distintivo con respecto a cualquier otra forma de poder estatal, su ventaja, puesto que una organización del Estado así, acerca el aparato estatal a las masas proletarias.
Los consejos de diputados obreros de todas las fábricas y talleres se reúnen en asambleas generales y forman consejos de diputados obreros de las ciudades, dirigidos por su Comité Ejecutivo (CE). Los congresos de los Consejos de gobierno y de las regiones forman Comités Ejecutivos de los consejos gubernamentales y regionales. Y, en fin, todos los consejos de diputados de las fábricas eligen a sus mandatarios para al Congreso Panruso de los Consejos, formando una organización panrusa de los consejos de diputados obreros, siendo su órgano permanente el Comité Ejecutivo panruso de los consejos de diputados obreros.
Desde los primeros días de la Revolución de Febrero, las necesidades impuestas por la guerra civil exigieron el compromiso de las fuerzas armadas en el movimiento revolucionario, por medio de la organización de consejos de diputados de soldados. Las necesidades de la revolución dictaban entonces la unión, y así se hizo. Y así se formaron consejos de diputados obreros y soldados.
En cuanto los consejos tomaron el poder, atrajeron a su lado al campesinado representado por consejos de diputados campesinos, y también a los cosacos. Así fue organizado el Comité Ejecutivo Central Panruso (CECP) de los consejos de diputados obreros, campesinos, soldados y cosacos.
Los consejos obreros se presentan en 1917 como los guías de la revolución, no sólo en su sustancia sino también formalmente: soldados, campesinos y cosacos se subordinan a la forma organizativa del proletariado.
Cuando los consejos tomaron el poder, se puso en evidencia que iban a estar obligados, y particularmente los de diputados obreros, a ocuparse casi totalmente de la lucha política contra los antiguos esclavistas rebeldes, fuertemente apoyados por "las fracciones burguesas con fraseología socialista oscura". Y los consejos se encargaron del aplastamiento de la resistencia de los explotadores hasta finales de 1920.
Mientras tanto, los consejos iban perdiendo su carácter vinculado a la producción y ya en 1920, el IXo Congreso del PCR(b) decretó la unidad de dirección de las fábricas y de las empresas. Según Lenin, fue porque lo único que se había hecho bien era el Ejército Rojo con una dirección única.
¿Y dónde están ahora los consejos de diputados obreros de las fábricas y de los talleres? Ya no existen y hasta se olvidaron (a pesar de que se siga hablando del poder de los consejos). No, ya no existen y nuestros consejos son hoy similares a los ayuntamientos o a los zemstvos ([3]) (eso sí, con un letrero en la puerta para avisar: "¡aquí hay un león, no un perro!").
Cualquier obrero sabe que los consejos de diputados habían organizado una lucha política para la conquista del poder. Luego de la toma del poder aplastaron la resistencia de los explotadores. La guerra civil que emprendieron los explotadores contra el proletariado en el poder, apoyados por los socialistas-revolucionarios y los mencheviques, fue tan áspera e intensa que toda la clase obrera tuvo que movilizarse a fondo; por ello los obreros se apartaron tanto de los problemas del poder de los soviets como de los problemas de la producción por los que habían combatido hasta entonces. Pensaban: gestionaremos más tarde la producción, primero hemos de arrancarla a los explotadores rebeldes. Y tenían razón.
Y la resistencia de los explotadores fue aniquilada a finales de 1920. Cubierto de heridas, desangrado, sufriendo hambre y frío, el proletariado va por fin a disfrutar del fruto de sus victorias. Ha retomado la producción. Y ante él se impone una nueva e inmensa tarea, la organización de esa producción, la organización de la economía del país. Es necesario producir el máximo de bienes materiales para demostrar las ventajas de ese mundo proletario.
El destino de todas las conquistas del proletariado está estrechamente ligado a su capacidad de apoderarse de la producción y organizarla.
"La producción es el objetivo de la sociedad y por ello los que la dirigen han gobernado y seguirán gobernando la sociedad."
Si el proletariado no logra tomar las riendas de la producción y ejercer su influencia sobre toda la masa pequeñoburguesa de los campesinos, artesanos e intelectuales corporativistas, todo se habrá vuelto a perder. Los ríos de lágrimas y de sangre, los montones de cadáveres, los sufrimientos indecibles del proletariado sólo servirán de abono al terreno donde se restaurará el capitalismo, donde de nuevo se levantará el mundo de la explotación, de opresión del hombre por sus semejantes; si el proletariado no recupera la producción, no conquista al elemento pequeñoburgués personificado en el campesino y el artesano, no cambiará la base material de la producción.
Los consejos de diputados obreros que antes forjaban una voluntad del proletariado en su lucha para conquistar el poder triunfaron sobre el frente de la guerra civil, en el frente político, pero su triunfo los debilitó tanto que ya no se ha de hablar de una mejora de los soviets, sino de su reorganización.
Organizar los consejos en todas las fábricas y empresas nacionalizadas para llevar a cabo una nueva tarea inmensa, crear ese mundo de felicidad por el que tanta sangre fue derramada.
El proletariado está debilitado. La base de su fuerza (la gran industria) está en un estado lamentable; pero cuanto más débiles sean sus fuerzas, más ha de mostrar el proletariado su unidad, cohesión, organización. El consejo de diputados obreros es una forma de organización que demostró su fuerza milagrosa y derrotó no sólo a los enemigos y adversarios del proletariado en Rusia, sino que también hizo temblar la dominación de los opresores en el mundo entero, siendo la revolución socialista una amenaza para toda la sociedad de opresión capitalista.
Si los nuevos soviets, se alzan a la cumbre dirigente de la producción, de la gestión de las fábricas, no solo serán capaces de llamar a las masas más amplias de proletarios y semiproletarios a resolver los problemas que se les plantean, sino que también utilizarán directamente en la producción todo el aparato estatal, no en palabras sino en actos. Cuando, a continuación, el proletariado haya organizado para la gestión de las empresas y las industrias a los soviets como células fundamentales del poder estatal, no podrá permanecer inactivo: pasará entonces a la organización de los trusts, de los sindicatos y de los órganos directores centrales, incluidos los famosos soviets supremos para la economía popular, y dará un nuevo contenido al trabajo del Comité Ejecutivo Central Panruso. Los soviets designarán a todos los miembros del CECP tomándolos de los soviets que combatieron en los frentes de la guerra civil, poniéndolos al frente de la economía del trabajo. Naturalmente, todos los burócratas, todos los economistas que consideran ser los salvadores del proletariado (del que sobre todo temen la palabra y la opinión), así como todos esos que ocupan mullidas poltronas en organismos diversos, pondrán el grito en el cielo. Afirmarán que eso significa el hundimiento de la producción, la bancarrota de la revolución social, porque muchos saben muy bien que no deben sus puestos a sus capacidades, sino a la protección, a los amigos, a las "buenas relaciones", y no a la confianza del proletariado en nombre del cual administran. Por lo demás, le temen más al proletariado que a los especialistas, a los nuevos dirigentes de empresa y a los Slastchovs.
La comedia panrusa con sus directores rojos está orquestada para llevar al proletariado a aceptar la gestión burocrática de la economía y a bendecir a la burocracia; es una comedia también porque los nombres de los directores de trusts, protegidos, nunca se publican en la prensa a pesar de su ardiente deseo de publicidad. Todos nuestros intentos para desenmascarar a un provocador que hasta hace poco recibía de la policía zarista 80 rublos -el sueldo más alto para ese tipo de faena- y que hoy dirige el trust del caucho, han tropezado con una resistencia insuperable. Hablamos del provocador zarista Lechava-Murat (hermano del Comisario del pueblo para el comercio interior -ndlr). Esto nos esclarece lo suficiente sobre el carácter del grupo que imaginó la campaña a favor de los directores rojos.
El Comité Ejecutivo Central Panruso de los Soviets, elegido por un año y que se reúne en conferencias periódicas, es el fermento de la podredumbre parlamentaria. Y se dice: camaradas, si se asiste, por ejemplo, a una reunión en la que los camaradas Trotski, Zinóviev, Kaménev, Bujarin hablan durante dos horas de la situación económica, ¿qué hacer sino abstenerse y aprobar rápidamente la resolución propuesta por el ponente? En realidad, el Comité Central Panruso no se ocupa de la economía, escucha de cuando en cuando alguna ponencia sobre el tema y luego se disuelve y cada cual se va por su lado. ¡Hasta ha ocurrido ese hecho sorprendente de que un proyecto presentado por los Comisarios del Pueblo sea aprobado sin ni siquiera haber sido leído previamente!. ¿Para qué leerlo previamente? Por lo visto, parece evidente que un cualquiera no puede tener más instrucción que el camarada Kurski... (Comisario de la Justicia). Se ha transformado el Comité Ejecutivo Panruso en instrumento para ratificar actos. ¿Y su presidente? Él es, dicho sea con permiso, el órgano supremo; pero debido a las tareas que se imponen al proletariado, se ocupa de fruslerías. A nuestro parecer, por el contrario, el CECP de los soviets debería más que cualquiera estar ligado a las masas, y ese órgano supremo legislativo debería decidir todo lo que toca a las cuestiones más importantes de nuestra economía.
Nuestro Consejo de los Comisarios del Pueblo es, según su propio jefe, el camarada Lenin, un verdadero aparato burocrático. Pero ve las raíces del mal en el hecho de que la gente que participa en la Inspección Obrera y Campesina está corrompida, de modo que propone, por lo tanto, cambiar los hombres que ocupan los puestos dirigentes, y después todo irá mejor. El artículo del camarada Lenin del 15 de enero de 1923 publicado en La Pravda es un perfecto ejemplo de "politiqueo". Los mejores entre los camaradas dirigentes enfrentan en realidad esa cuestión como burócratas, pues para ellos el mal es que sea Tsiuriupa (Rinz) y no Soltz (Kunz) quien preside la Inspección Obrera y Campesina. Esto nos recuerda un refrán: "nadie llega a ser músico por obligación". Están corrompidos a causa de la influencia del medio. Es el medio el que les ha hecho burócratas. Que se cambie el medio y esa gente trabajará bien.
El Consejo de los Comisarios del Pueblo está organizado como el Consejo de ministros de cualquier país burgués y tiene todos sus defectos. Hay que dejar de ir remendando todas las medidas sospechosas que toma y liquidarlo, guardando únicamente la Presidencia del CECP con sus diferentes departamentos, como se hace en los gobiernos, distritos o municipios. Transformar el CECP en órgano permanente con comisiones permanentes que se ocuparán de cuestiones diversas. Pero para que no se transforme en institución burocrática, se ha de cambiar el contenido de su trabajo y eso no será posible mas que cuando su base ("el núcleo principal del poder estatal"), los Consejos de Diputados Obreros, sean restablecidos en todas las fábricas y empresas, en donde los trusts, los sindicatos, las direcciones de las fábricas estarán reorganizados, basándose en la democracia proletaria, por los congresos de los consejos, desde el distrito hasta el CECP. Entonces ya no necesitaremos palabrerías sobre la lucha contra el burocratismo y los pleitos. Ya sabemos que los peores burócratas son los que más critican la burocracia.
Reorganizando de esta forma los órganos dirigentes, introduciendo en ellos los elementos realmente ajenos al burocratismo (y eso ira de por sí), resolveremos efectivamente la cuestión que nos preocupa en las condiciones de la Nueva Política Económica. Entonces, será la clase obrera la que dirigirá la economía y el país, y no un grupo de burócratas que amenaza con transformarse en oligarquía.
En cuanto a la Inspección Obrera y Campesina (la Rabkrin), más vale liquidarla que intentar mejorar su funcionamiento cambiando a sus funcionarios. Los sindicatos (por vía de sus comités) deberán encargarse del control de toda la producción. Nosotros (el Estado proletario) no tenemos por qué temer un control obrero y aquí no hay sitio para objeciones reales, si no es el temor que inspira el proletariado a los burócratas de todo pelaje.
Se ha de entender entonces, por fin, que el controlador ha de ser independiente del controlado; y para lograrlo, los sindicatos han de desempeñar el papel de dicha Rabkrin o del antiguo Control de Estado.
Así los núcleos sindicales locales en las fábricas y los talleres de Estado se transformarían en órganos de control.
Los comités de los gobiernos reunidos en consejos de los sindicatos gubernamentales se volverían órganos de control en los gobiernos y también el Consejo Central Panruso de los Sindicatos tendría una función semejante al centro.
Los consejos dirigen, los sindicatos controlan, ésta es la esencia de las relaciones entre ambas organizaciones en el Estado proletario.
En las empresas privadas (gestionadas por arrendamiento o por concesión), los comités sindicales desempeñan el papel de control estatal, vigilan el respeto de las leyes del trabajo, del cumplimiento de los compromisos del administrador, del concesionario, etc., hacia el Estado proletario.
Dos documentos que tenemos ante nuestros ojos, uno firmado por un grupo clandestino El Grupo Central La Verdad Obrera, el otro no tiene firma, son la expresión deslumbrante de nuestros malos días políticos.
Ni siquiera las inocentes diversiones literarias que siempre se permitió una parte liberal del PCR(b) (el supuesto Centralismo Democrático) pueden ya publicarse en nuestra prensa. Semejantes documentos, desprovistos de fundamentos teóricos y prácticos, de tipo liquidador como el llamamiento del grupo La Verdad Obrera, no tendrían la menor influencia en el medio obrero si fueran publicados legalmente, pero al ser prohibidos pueden atraer simpatías no sólo por parte del proletariado, sino también por la de los comunistas.
El documento, sin firma, sin duda realizado por los liberales del PCR, constata con razón:
¿Cómo luchar contra todo ello? Pues miren ustedes, es necesario:
Esas son las principales ideas de esos liberales.
Pero ¿quién del grupo dirigente del partido se opondría a estas propuestas? Nadie. Es más, ese grupo dirigente es campeón en ese tipo de demagogia.
Los liberales siempre han estado al servicio del grupo dirigente del partido desempeñando, precisamente, el papel de opositores "radicales" y engañando a la clase obrera así como a muchos comunistas que tienen realmente muchas razones para estar descontentos. Y ese descontento es tan grande que los burócratas del partido y de los consejos necesitan inventar una oposición para canalizarlo. Pero no tienen por qué cansarse en hacerlo, ya que los liberales siempre les ayudan con la grandilocuencia que les caracteriza, contestando a preguntas concretas con frases generales.
¿Quién, entre el personal actual del CC, protestará contra este punto, el más radical?: "Luchar en el partido a favor de tales condiciones para el desarrollo de los consejos y del partido, lo que facilitaría la eliminación de las fuerzas y de la influencia pequeñoburguesas y reforzaría la fuerza y la influencia de un núcleo comunista."
No sólo no protestarán, sino que lo formularán con más vigor todavía. Lean el último artículo de Lenin y verán que dice "cosas muy radicales" (desde el punto de vista de los liberales): excepto la Comisaría de Asuntos Exteriores, nuestro aparato de Estado es, por excelencia, un resto del pasado que no ha sufrido ninguna modificación seria. Luego les tiende la mano a los liberales, prometiendo hacerlos entrar en los CC y Comisiones Centrales de Control (CCC) ampliadas -y eso es lo que quieren. Es evidente que en cuanto estén en el CC la paz se universalizará. Perorando sobre la libertad de discusión en el partido, sólo se olvidan de un detallito, el proletariado. Porque sin libertad de palabra otorgada al proletariado, no ha habido ni habrá libertad de palabra en el partido. Sería singular que exista una libertad de opinión en el partido y que ésta se le prohíba a la clase cuyos intereses representa. En lugar de proclamar la necesidad de realizar las bases de la democracia proletaria según el programa del partido, cotorrean sobre la libertad para los comunistas más avanzados. Y no cabe duda de que los más avanzados son Saprónov, Maximovski y compañía, y si Zinóviev, Kaménev, Stalin y Lenin se consideran a sí mismos como los más avanzados, entonces se pondrán de acuerdo en que todos son "los mejores", aumentarán los efectivos del CC y de la CCC y todo irá viento en popa.
Nuestros liberales lo son a más no poder y lo que piden no va más allá que la libertad de asociación. Pero ¿por qué? ¿Qué nos quieren decir y explicar? ¿Sólo lo que han escrito en dos cortas páginas? ¡Enhorabuena! Pero si ustedes fingen ser inocentes oprimidos, perseguidos políticos, engañarán entonces a quienes quieran dejarse engañar.
Las conclusiones de esas tesis son totalmente "radicales", y hasta "revolucionarias": los autores quisieran que el XIIo Congreso haga salir del CC a uno o a dos (¡qué audacia!) de los funcionarios que han contribuido en la caída de los efectivos del partido, al desarrollo de la burocracia aún escondiendo sus proyectos con bellas frases (Zinóviev, Stalin, Kaménev).
¡Qué elegantes! En cuanto Stalin, Zinóviev, Kaménev dejen su sitio en el CC a Maximovski, Sapronov y Obolenski, todo irá bien, todo irá de lo mejor. Repetimos que no tienen ustedes nada que temer, camaradas liberales: entrarán en el CC en el XIIo Congreso y, lo que es esencial para ustedes, ni Zinóviev, ni Stalin, ni Kaménev lo impedirán. ¡Buena suerte!
Según sus propias palabras, el grupo La Verdad Obrera está compuesto por comunistas.
Como todos los proletarios a quienes se dirigen, nosotros lo creeríamos con mucho gusto, pero el problema está en que son comunistas de un tipo particular. Según ellos, el significado positivo de la Revolución Rusa de Octubre consiste en haber abierto perspectivas grandiosas de transformación rápida de un país como Rusia en capitalismo avanzado. Esa es sin duda una inmensa conquista de la Revolución de Octubre, como pretende ese grupo.
Pero ¿qué significa? Es ni más ni menos un llamamiento a volver hacia atrás, al capitalismo, renunciando a las consignas socialistas de la Revolución de Octubre. No es consolidar las posiciones del socialismo, las del proletariado como clase dirigente, sino debilitarlas no dejando a la clase obrera más que la lucha por "la plata".
En consecuencia, el grupo pretende que las relaciones capitalistas normales ya están restauradas. Aconseja entonces a la clase obrera deshacerse de sus "ilusiones comunistas", invitándola a luchar contra el "monopolio" del derecho de voto de los trabajadores, lo que significa que deben renunciar a él. Pero, señores comunistas, permítannos preguntar ¿a favor de quién?
Estos señores no son lo suficientemente estúpidos para decir abiertamente que es a favor de la burguesía. ¿Qué confianza tendrían entonces los proletarios en ellos? Los obreros entenderían inmediatamente que se trata del mismo refrán que se oyó en boca de los mencheviques, SR y CR ([4]), por mucho que no sean los objetivos del grupo. De modo que no dejan que se descubra su secreto, pues pretenden querer luchar contra la "arbitrariedad administrativa", aunque sea "con reservas": "mientras sea posible en ausencia de instituciones administrativas elegidas". El que los trabajadores rusos elijan a sus consejos y a su CE, eso no son elecciones, porque, ya ve usted, las verdaderas elecciones han de hacerse con la participación de la burguesía y de los comunistas de La Verdad Obrera, y no con la de los trabajadores. ¡Pues vaya "comunistas", vaya "revolucionarios"! ¿Por qué, estimados "comunistas", se quedan a mitad del camino y no explican que se trata del derecho de voto general, para todos, directo y secreto propio de las relaciones capitalistas normales, lo que sería una verdadera democracia burguesa? ¿O quieren pescar en aguas revueltas?
Señores "comunistas", ¿quieren disimular sus proyectos reaccionarios y contrarrevolucionarios repitiendo sin parar la palabra "revolución"? Estos seis años pasados, la clase obrera de Rusia ya ha visto demasiados ultrarrevolucionarios para comprender que la intención de ustedes es engañarla. Lo único que les puede permitir ganar es la ausencia de una democracia proletaria, el silencio impuesto a la clase obrera.
Dejamos de lado otras declaraciones demagógicas de ese grupo, apuntando solamente que el modo de pensar de esa "Verdad Obrera" no es otro que el de A. Bogdanov.
No cabe duda de que, aun ahora, el PCR(b) es el único partido que representa los intereses del proletariado y de la población laboriosa rusa, y a su lado siguen estando esos intereses. No hay otro. El programa y los estatutos del partido son la expresión más elevada de un pensamiento comunista. A partir del momento en que el PCR(b) organizó al proletariado para la insurrección y la toma del poder, se volvió un partido de gobierno y fue, durante la dura guerra civil, la única fuerza capaz de enfrentarse a los vestigios del régimen absolutista y agrario, a los socialistas-revolucionarios y mencheviques. Durante esos tres años de guerra, los órganos dirigentes del partido asimilaron métodos de trabajo adaptados a una terrible guerra civil que ahora extienden a una nueva fase de la revolución social en la que el proletariado plantea reivindicaciones totalmente diferentes.
De esa contradicción fundamental se desprenden todas las deficiencias del partido y del mecanismo de los soviets. Son tan importantes esas deficiencias que amenazan con anular toda la útil y buena labor realizada por el PCR(b) hasta ahora. Y lo que es peor todavía, amenazan con destruir ese partido como partido de vanguardia del ejército proletario internacional; amenazan -debido a las relaciones actuales con la NEP- con transformar el partido en una minoría de detentadores del poder y de los recursos económicos del país, que se entenderán entre ellos para erigirse en casta burocrática.
Sólo el propio proletariado puede arreglar esos defectos de su partido. Por débil que sea y a pesar de que sus condiciones de existencia sean difíciles, tendrá sin embargo la fuerza de reparar su barco naufragado (su partido) y alcanzar por fin la tierra prometida.
Ya no se puede defender hoy que sea realmente necesario para el partido seguir aplicando el régimen interno que valía en tiempos de la guerra civil. Por ello, para defender las metas del partido, hemos de esforzarnos por utilizar -aunque de mala gana- métodos que no son los del partido.
En la situación actual, es objetivamente indispensable organizar un Grupo Obrero Comunista que no esté orgánicamente ligado al PCR(b), pero que reconozca totalmente su programa y sus estatutos. Un grupo así está desarrollándose a pesar de la oposición obstinada del partido dominante, de la burocracia de los soviets y de los sindicatos. La tarea de ese grupo será la de ejercer una influencia decisiva sobre la táctica del PCR(b), conquistando la simpatía de las amplias masas proletarias, de forma que obliguen al partido a abandonar su línea directriz.
1. El movimiento del proletariado de todos los países, en particular el de los países de capitalismo avanzado, ha alcanzado la fase de la lucha para abolir la explotación y la opresión, la lucha de clases por el socialismo.
El capitalismo amenaza con hundir a la humanidad en la barbarie. La clase obrera ha de cumplir con su misión histórica y salvar a la especie humana.
2. La historia de la lucha de clases demuestra explícitamente que en situaciones históricas diferentes, las mismas clases predicaron tanto la guerra civil como la paz civil. Las propagandas de la guerra civil y de la paz civil por la misma clase fueron o revolucionarias y humanas o contrarrevolucionarias y estrictamente egoístas, defendiendo los intereses de una clase concreta contra los intereses de la sociedad, de la nación, de la humanidad.
Sólo el proletariado es siempre revolucionario y humano, tanto cuando preconiza la guerra civil como cuando lo hace por la paz civil.
3. La Revolución Rusa nos da ejemplos impresionantes de cómo clases diferentes se transformaron de partidarias de la guerra civil en partidarias de la paz civil, y a la inversa.
La historia de la lucha de clases en general y la de los 20 años pasados en Rusia en particular, nos muestra que las clases dirigentes actuales, que predican la paz civil, predicarán la guerra civil despiadada y sangrienta en cuanto el proletariado tome el poder; lo mismo se puede decir de las "fracciones burguesas con fraseología socialista oscura", de los partidos de la IIa Internacional y los de la Internacional 2 ½.
En todos los países de capitalismo avanzado, el partido del proletariado debe, con toda su fuerza y su vigor, preconizar la guerra civil contra la burguesía y sus cómplices, y la paz civil allí donde triunfe el proletariado.
4. En las condiciones actuales, la lucha por los salarios y por la disminución de la jornada laboral mediante huelgas, mediante el parlamento, etc., ha perdido su dimensión revolucionaria antigua y no sirve sino para debilitar al proletariado, desviándolo de su tarea principal, alimentando sus ilusiones sobre la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida en la sociedad capitalista. Se ha de apoyar a los huelguistas, ir al parlamento, no para preconizar la lucha por los salarios, sino para organizar las fuerzas proletarias para el combate decisivo y final contra el mundo de la opresión.
5. La discusión al estilo militar sobre un "frente unido" (pues así se discuten todos los problemas en Rusia) y la extraña resolución que se le ha dado, no han permitido, hasta ahora, abordar el problema de forma seria, porque en semejante contexto es totalmente imposible criticar lo que sea.
La referencia a la experiencia de la Revolución Rusa no sirve más que para convencer a los ignorantes. Esta experiencia no confirma nada, mientras permanezca como algo establecido para siempre en los documentos históricos (resoluciones de Congresos, Conferencias, etc.).
La visión dogmática de los problemas de la lucha de clases sustituye a la visión marxista y dialéctica.
La experiencia de una época concreta, sus objetivos y sus tareas, es automáticamente transportada a otra que tiene características propias, lo que inevitablemente conduce a imponer a los partidos comunistas del mundo entero una táctica oportunista de "frente unido". Esa táctica con la IIa Internacional y la Internacional 2 ½ contradice totalmente la experiencia de la Revolución Rusa y el programa del PCR(b). Es una táctica de concordia con enemigos declarados de la clase obrera.
Se ha de formar un frente unido con todas las organizaciones revolucionarias de la clase obrera que estén dispuestas (hoy y no mañana o no se sabe cuándo) a luchar por la dictadura del proletariado, contra la burguesía y sus fracciones.
6. Las tesis del Comité Central de la Internacional Comunista son un disfraz clásico de la táctica oportunista con frases revolucionarias.
7. Ni las tesis, ni las discusiones de los congresos de la Internacional Comunista abordaron nunca la cuestión del frente único en los países que han realizado la revolución socialista y en los que la clase obrera ejerce la dictadura. Esto se debe al papel que desempeña el Partido Comunista Ruso en la Internacional y en la política interna de Rusia. La singularidad de la cuestión del frente único en esos países se debe a que ésta se resuelve de forma diferente según las diferentes fases del proceso revolucionario: durante los periodos de represión de la resistencia de los explotadores y de sus cómplices es válida una solución. En cambio, se impone otra cuando los explotadores ya han sido vencidos y el proletariado ha progresado en la construcción del orden socialista, ya sea con la ayuda de la NEP y con las armas en la mano.
8. La cuestión nacional. Los múltiples nombramientos arbitrarios, la negligencia de la experiencia local, la imposición de tutores y los exilios (también llamados "permutaciones planificadas"), todo ese comportamiento del grupo dirigente del PCR(b) con respecto a los partidos nacionales de los países adheridos a la Unión de las Republicas Socialistas Soviéticas ha agravado, en las masas laboriosas de la mayoría de las pequeñas etnias, las tendencias chovinistas que están penetrando en los partidos comunistas.
Para deshacerse de esas tendencias de una vez por todas, han de realizarse los principios de la democracia proletaria en el terreno de la organización de los partidos comunistas nacionales, dirigidos cada uno por su Comité Central, adhiriéndose a la Tercera Internacional al igual que el PCR(b) y formando una sección autónoma. Para resolver las tareas que les son comunes, los partidos comunistas de los países de la URSS han de convocar su propio congreso periódico que elige un Comité Ejecutivo permanente de los partidos comunistas de la URSS.
9. La NEP es una consecuencia directa del estado de las fuerzas productivas en nuestro país. Se ha de utilizar para mantener las posiciones del proletariado conquistadas en Octubre.
Incluso en el caso de una revolución en un país capitalista avanzado, la NEP sería una fase de la revolución socialista que no se puede evitar. Si la revolución hubiera empezado en un país de capitalismo avanzado, ello hubiera tenido una influencia sobre la duración y el desarrollo de la NEP. En uno de esos países, la necesidad de una Nueva Economía Política, a cierto nivel de la revolución proletaria, dependerá del grado de influencia del modo de producción pequeñoburgués en una industria socializada.
10. La extinción de la NEP en Rusia está ligada a la mecanización rápida del país, a la victoria de los tractores sobre los arados de madera. Sobre esas bases de desarrollo de las fuerzas productivas es como se construye una nueva relación recíproca entre las ciudades y los campos. Contar con la importación de máquinas extranjeras para las necesidades de la economía agrícola no es justo. Es política y económicamente nocivo en la medida en que vincula nuestra economía agrícola al capital extranjero y debilita la industria rusa.
La producción de las máquinas necesarias en Rusia es posible, reforzará la industria y unirá la ciudad al campo de forma orgánica, hará desaparecer la diferencia material e ideológica entre ellas y pronto formará las condiciones que nos permitirán renunciar a la NEP.
11. La Nueva Política Económica contiene amenazas terribles para el proletariado. Gracias a la NEP, la revolución socialista experimenta un examen práctico de su economía, gracias a la NEP podremos quizá demostrar en la práctica las ventajas de las formas socialistas de vida económica con respecto a las formas capitalistas, pero todo eso no quita que debemos mantenernos agarrados a las posiciones socialistas sin transformarnos en una casta oligárquica que se adueñaría de todo el poder económico y político y que, sobre todo, acabaría teniéndole miedo a la clase obrera.
Para que la Nueva Política Económica no se transforme en "Nueva Explotación del Proletariado", éste ha de participar directamente en la resolución de las inmensas tareas que se le plantean en estos momentos, basándose en la democracia proletaria; eso dará a la clase obrera la posibilidad de poner a salvo las conquistas de Octubre de cualquier peligro, venga de donde venga, y modificar radicalmente el régimen interior del partido y sus relaciones con él.
12. La realización del principio de la democracia proletaria ha de corresponder a las tareas fundamentales del momento.
Tras haber resuelto las tareas político-militares (toma del poder y represión de la resistencia de los explotadores), el proletariado ahora ha de resolver la tarea más difícil e importante: la cuestión económica de la transformación de las viejas relaciones capitalistas en nuevas relaciones socialistas. Sólo tras haber cumplido esa tarea puede considerarse victorioso un proletariado, si no, todo habrá sido en vano una vez más, y la sangre y los caídos servirán únicamente de abono a la tierra en la que seguirá elevándose el edificio de la explotación y de la opresión, la dominación burguesa.
Para cumplir con esa tarea, es absolutamente necesario que el proletariado participe realmente en la gestión de la economía. "Quien está en la cumbre de la producción también está en la cumbre de la "sociedad" y del "Estado"".
Es entonces necesario:
También es necesario que la influencia del proletariado sea reforzada en otros planos. Los sindicatos, que han de ser verdaderas organizaciones proletarias de clase, han de constituirse como tales en órganos de control con derecho y medios para ejercer la inspección obrera y campesina. Los comités de fábrica y de empresa han de ejercer ese control en las fábricas y empresas. La secciones dirigentes de los sindicatos, unidas en la Unión dirigente central, han de controlar las direcciones mientras que las direcciones de los sindicatos, reunidas en una Unión central panrusa, han de ser los órganos de control en el centro.
Los sindicatos están cumpliendo hoy una función que no les incumbe en el Estado proletario, lo que obstaculiza su influencia y es contradictoria con su posición en el movimiento internacional.
El que tengan miedo a que los sindicatos asuman ese papel, muestra su miedo al proletariado y le hace perder todo lazo con él.
13. En el plano de la insatisfacción profunda de la clase obrera, varios grupos se han formado que proponen organizar al proletariado. Hay dos corrientes: la plataforma de los liberales de Centralismo Democrático y la de La Voz Obrera, que demuestran la ausencia de claridad política para los unos, y, para los otros, el esfuerzo de unirse con la clase obrera. La clase obrera está buscando una forma de expresar su insatisfacción.
Ambos grupos, a los que se adhieren muy probablemente elementos proletarios honrados, que consideran insatisfactoria la situación actual, se dirigen sin embargo hacia conclusiones erróneas (de tipo menchevique).
14. Persiste en el partido un régimen nocivo con respecto a las relaciones del partido con la clase proletaria y que, de momento, no permite plantear las preguntas que, de una u otra forma, molestan al grupo dirigente del PCR(b). De ahí ha surgido la necesidad de formar el Grupo Obrero del PCR(b) basado en el Programa y los estatutos del PCR(b), para presionar de forma decisiva sobre el propio grupo dirigente del partido.
Llamamos a todos los elementos proletarios auténticos (también a los de Centralismo Democrático, de La Verdad Obrera y de la Oposición Obrera), estén o no dentro del partido, a unirse sobre la base del Manifiesto del Grupo Obrero del PCR(b).
Cuanto más temprano reconozcan la necesidad de organizarse, menores serán las dificultades que tendremos que superar.
¡Adelante, camaradas!
¡La emancipación de los obreros será obra de los obreros mismos!
El Buró Central provisional
del Grupo Obrero del PCR(b)
Moscú, febrero de 1923
[1]) Sugerimos al lector que sitúe esa cuestión de la actividad de los grupos criticados por el Manifiesto en el contexto más amplio que proponemos en el articulo "La Izquierda Comunista en Rusia", Revista Internacional no 8 (en particular en lo que concierne al grupo Centralismo Democrático) y en la no 9 (sobre el grupo La Verdad Obrera).
[2]) Según las iniciales del nombre en ruso (Nóvaya ekonomícheskaya polítika).
[3]) Diputaciones provinciales de la época zarista.
[4]) SR : Socialistas Revolucionarios. CD : Cadetes. Ndlr.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/rint_145.pdf
[2] https://fr.wikipedia.org/wiki/1830
[3] https://es.internationalism.org/tag/geografia/africa
[4] https://es.internationalism.org/tag/21/487/contribucion-a-la-historia-del-movimiento-obrero-en-africa
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2769/que-son-los-consejos-obreros-i
[6] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201005/2865/que-son-los-consejos-obreros-2-parte-de-febrero-a-julio-de-1917-re
[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2910/que-son-los-consejos-obreros-iii-la-revolucion-de-1917-de-julio-a-
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3004/que-son-los-consejos-obreros-iv-1917-21-los-soviets-tratan-de-ejer
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197701/1996/la-izquierda-comunista-en-rusia-i
[10] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197705/1880/la-izquierda-comunista-en-rusia-ii-la-izquierda-comunista-y-la-con
[11] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2908/la-izquierda-comunista-en-rusia-i-el-manifiesto-del-grupo-obrero-d
[12] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199912/1153/viii-la-comprension-de-la-derrota-de-la-revolucion-rusa-1-1918-la-
[13] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm#xiv
[14] https://es.internationalism.org/tag/21/486/que-son-los-consejos-obreros
[15] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[16] https://es.internationalism.org/tag/21/492/decadencia-del-capitalismo
[17] https://es.internationalism.org/tag/personalidades/rosa-luxemburgo
[18] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[19] https://es.internationalism.org/tag/21/508/la-izquierda-comunista-en-rusia
[20] https://es.internationalism.org/tag/personalidades/miasnikov
[21] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[22] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[23] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/tercera-internacional
[24] https://es.internationalism.org/tag/5/456/grupo-obrero-del-posdrb