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Desde principios del mes de abril, el Covid-19 se ha extendido a gran velocidad por las cuatro esquinas del planeta. Si la situación parece estabilizarse un poco en Europa y retroceder en los Estados Unidos después de un gran brote de contaminaciones, América Latina y el subcontinente indio están ahora en una situación turbulenta. Países como Chile, cuya población ha sido tratada masivamente con vacunas chinas[1], se ven afectados por una explosión de contaminaciones. La situación es tan grave que incluso dentro de las autoridades chinas, se han visto obligadas a reconocer la eficacia “insuficiente” de las vacunas. Oficialmente, la pandemia ha cobrado la vida de más de 3.2 millones de personas en todo el mundo, y sin duda muchas más, considerando las cifras a veces descaradamente falsas de países como China[2].
Si un año de investigación ha permitido comprender mejor el virus, comprender mejor cómo se propaga y cómo luchar contra él, el abandono persistente de todos los Estados y la irresponsabilidad de la burguesía no permiten en absoluto la implementación de medidas coherentes y eficaces para limitar la propagación del virus a nivel internacional. Los Estados, enredados en una lógica de competencia, no han sido capaces de coordinarse un mínimo en la política de vacunas.
De frente a esta ausencia de descoordinación, cada Estado ha tenido que poner en marcha medidas sanitarias de corto alcance, con vaivenes en el confinamiento, semi confinamientos, estados de alerta o toques de queda, abriendo esto y cerrando aquello. Sin los medios adecuados para luchar contra la pandemia después de décadas de recortes presupuestales en los sistemas de salud impuestos por la crisis, preocupados por la “economía” y el riesgo de que los competidores los dejen atrás, los Estados han terminado por aceptar las muertes diarias y han seguido ajustando sus medidas sanitarias a fin de evitar una situación de caos en hospitales y cementerios (con diversos grados de éxito). Esto es lo que la clase dominante llama cínicamente “vivir con el virus”. El resultado: aunque algunos Estados han vacunado rápidamente y por todos lados, permitió que el virus se propagara a otros lugares, favoreciendo así la aparición de variantes de Covid-19 más resistentes a las vacunas.
India, Brasil ... una visión premonitoria del porvenir
Pero en esta danza de la muerte, probablemente fue en India y Brasil donde vimos las peores escenas de la catástrofe. En Brasil, “la epidemia está fuera de control”, en palabras de un científico brasileño: se abren nuevos cementerios por todas partes, los cadáveres se transportan en autobús, la enfermedad mata a varios miles de víctimas al día. Pronto el número de muertos llegará al medio millón[3], superando a Estados Unidos en esta carrera por el récord macabro. Los hospitales están llenos, la gente muere en camilla esperando una cama. Y todo esto en pleno avance de la nueva variante de Manaus, la gran ciudad amazónica donde, a fines de 2020, se había creído en el espejismo de la inmunidad colectiva, en el mismo momento en que una segunda ola se extendía en Brasil en una vorágine apocalíptica. Mientras tanto, Bolsonaro, el presidente del país, que afirmó que estábamos lidiando con una “gripezinha”, seguía repitiendo “que hay que volver al trabajo y dejar de quejarse”, mientras cambiaba de ministros como de camisa en una siniestra noria gubernamental.
En Brasil, el tráfico de animales amazónicos y la deforestación masiva están exponiendo a los humanos a virus que hasta ahora habían estado “encubiertos”. Según el biólogo Lucas Ferrante, investigador en Manaus: “Es en el Amazonas donde hay mayor riesgo de ver la aparición de un nuevo virus, y este riesgo es infinitamente mayor que el que hemos visto en Wuhan”[4]. La destrucción de la selva amazónica ha adquirido dimensiones catastróficas en los últimos años. La burguesía brasileña, que obtiene jugosos beneficios de la explotación de la selva amazónica, no está lista para detener la destrucción[5].
Pero durante 15 días, la situación en India ha estado en los titulares de la prensa. Es difícil describir con palabras el horror de la catástrofe sanitaria en este país. India es hoy el país más poblado del mundo. A pesar de su desarrollo económico, los servicios de salud ya estaban subdesarrollados antes de la pandemia. La salud no era una prioridad para el Estado. El presidente indio, Narendra Modi, una especie de alter ego mesiánico de Bolsonaro, se jactaba en febrero de “haber vencido la pandemia” y de que el país “era un ejemplo para el mundo”. Modi incluso se permitió hacer un poco como China y las otras grandes potencias poseedoras de una vacuna: usarla para su influencia imperialista. A partir de ahora está prohibida exportarla.
Desde enero, este gobierno, fuertemente marcado por el hinduismo fundamentalista, ha fomentado deliberadamente una peregrinación (la Kumbh Mela) de inmensas multitudes viniendo de todo el país. Durante las dos primeras semanas de abril, 2.8 millones de hindúes se sumergieron juntos sin cubrebocas, distanciamiento, control de temperatura, ni pruebas previas, en las aguas del Ganges infestadas por las cremaciones rituales de cadáveres infectados. ¡Verdaderas bombas de virus, sin olvidar las reuniones de campaña electoral!
La reacción de tanta arrogancia y desprecio no tardó en llegar. Las cifras de contagio y mortalidad se han disparado: 4,000 decesos y alrededor de 4 millones de contagios al día, “estadísticas muy por debajo de la realidad”, dicen los periódicos, confirmado por el angustioso espectáculo de la falta de oxígeno, camas ocupadas por varias personas, filas frente de los hospitales donde la gente muere sobre las camillas, ¡en el sidecar de su moto o en el suelo!
Todo esto es una vergüenza en un país que, como Brasil, pretende convertirse en un gigante económico. En la India, en lugar de imágenes de familias que buscan terrenos baldíos o parques para enterrar a sus seres queridos, las piras alineadas a lo largo de cientos de metros han brotado por todas partes para incinerar los cadáveres que se amontonan y darles un último homenaje, miserable e indigno. Como en Brasil y en otros lugares, los más desamparados, son el proletariado y las capas no explotadoras, que pagan el alto precio por tal abandono y por los traumas que engendra.
Cuando se piensa que esos dos países, junto con Sudáfrica[6] (3), habían sido clasificados con un potencial de desarrollo similar al de China, ¡presentado en alguna parte como la expresión del dinamismo de un capitalismo eterno!
El capitalismo se hunde en la descomposición
El Covid, como las otras pandemias y plagas que amenazan a la especie humana, no es solo un producto sino también un poderoso acelerador de la descomposición social a escala planetaria. La India de Modi y el Brasil de Bolsonaro, aunque están dirigidos por gobiernos populistas que los exponen a decisiones particularmente estúpidas e irracionales, son solo dos de las expresiones más extremas del estancamiento que representa el capitalismo para el futuro de la humanidad.
No equivocarse: Modi, Bolsonaro, Trump y muchos otros representantes del auge del populismo, junto con su administración errática y de mente estrecha, siguen siendo, a pesar de sus discursos “anti-élite”, defensores implacables del capital nacional y los relevos de las necesidades del capitalismo mundial: los países importadores de soya fomentan la brutal explotación y destrucción de la selva amazónica, así como la extracción de oro. Y del lado de Modi, se han implementado leyes para acabar con la agricultura “protegida” para abrir aún más el campo a las necesidades del capital. A pesar de la victoria de Biden sobre Trump en Estados Unidos, la tendencia hacia la autodestrucción y el cada uno para sí al seno de la clase dominante es inherente al mundo en el que vivimos ahora.
Como lo planteamos en nuestro “Informe sobre la pandemia de Covid-19 y el período de descomposición capitalista” (julio-2020): “La pandemia de Covid […] se ha convertido en un emblema indiscutible de todo este período de descomposición al reunir una serie de factores del caos que expresan la putrefacción generalizada del sistema capitalista, en particular:
- la prolongación de la crisis económica de larga duración iniciada en 1967 y la acumulación e intensificación de las medidas de austeridad derivadas de ella, precipitaron una respuesta inadecuada y caótica de la burguesía a la pandemia, que ha obligado a la clase dominante a empeorar masivamente la crisis económica al detener la producción durante un período significativo;
- los orígenes de la pandemia radican claramente en la destrucción acelerada del medio ambiente creada por la persistencia de la crisis capitalista crónica de sobreproducción;
- la rivalidad desorganizada de las potencias imperialistas, especialmente entre los viejos aliados, transformó la reacción de la burguesía mundial a la pandemia en un fiasco mundial;
- la ineptitud de la respuesta de la clase dominante a la crisis de salud reveló la creciente tendencia de la burguesía y su Estado a perder el control político sobre la sociedad al seno de cada nación;
- el declive de la competencia política y social de la clase dominante y su Estado ha estado sorprendentemente acompañado de una putrefacción ideológica: los dirigentes de las naciones capitalistas más poderosas lanzan mentiras ridículas y mensajes absurdamente supersticiosos para justificar su ineptitud.
Covid-19 ha reunido de manera más clara que antes en las principales áreas de dominio de la vida de la sociedad capitalista, todos los impactos por la descomposición: económica, imperialista, política, ideológica y social. La actual catástrofe sanitaria revela sobre todo una creciente pérdida de control de la clase capitalista sobre su sistema y su creciente pérdida de perspectiva para la sociedad humana en su conjunto. […] La tendencia fundamental a la autodestrucción que es la característica común a todos los períodos de decadencia ha cambiado su forma dominante en el período de descomposición capitalista, de la guerra mundial a un caos mundial que no hace sino incrementar la amenaza del capitalismo para la sociedad y la humanidad en su conjunto”[7].
Si el surgimiento de la pandemia frenó el desarrollo de las luchas obreras en el mundo, no ha alterado la reflexión sobre el carácter caótico en el que se baña la sociedad capitalista. La pandemia ofrece una prueba suplementaria de la necesidad de la revolución proletaria. Pero este resultado histórico dependerá ante todo de la capacidad de la clase obrera, única fuerza revolucionaria, para recuperar la conciencia de sí misma, de su existencia y de sus capacidades revolucionarias. Porque sólo el proletariado, movilizado y organizado en torno a la lucha por la defensa de sus intereses y de su autonomía de clase, tiene el poder de acabar con el yugo tiránico y mortal de las leyes del capital y dar a luz a otra sociedad.
Iñigo, 6-mayo-2021
[1] China y Rusia han aprovechado la oportunidad de inundar de vacunas los países africanos o de América Latina con fines abiertamente imperialistas. Respecto de la situación en Chile ver Chile: lo único que puede ofrecer el capitalismo es miseria y pandemia https://es.internationalism.org/content/4683/chile-lo-unico-que-ofrece-el-capitalismo-es-pandemia-y-miseria
[2] Los datos que a 19 de julio ofrece la John Hopkins University que parece tener una relativa seriedad son de más de 190 millones de contagios y 4 millones 89 mil muertos. Según esta estadística son ya 12 países que han sobrepasado la cifra de los 100.000 muertos.
[3] Actualmente según la John Hopkins, ver nota 2, en Brasil hay 542000 muertos y 20 millones de contagios.
[4] “Amazonie: point de départ d’une nouvelle pandémie?”, France Culture (19-abril-2021).
[5] Ver nuestra denuncia en Incendios en Amazonia y todo el mundo: El capitalismo abrasa el planeta https://es.internationalism.org/content/4463/incendios-en-amazonia-y-todo-el-mundo-el-capitalismo-abrasa-el-planeta
[6] Ver: “Covid-19 en Afrique: Du vain espoir de 2020 à la dure réalité de 2021”, Révolution internationale n° 487 (marzo-abril 2021), disponible solo en francés en: https://fr.internationalism.org/content/10421/covid-19-afrique-du-vain-e...