enero - abril 1980
El nuevo auge de combatividad obrera a que asistimos desde hace más de un año obliga a las organizaciones revolucionarias a desarrollar su intervención. Más que nunca, hay que saber comprender rápidamente la importancia de una situación e intervenir destacando "los fines generales del movimiento" de manera concreta y comprensible.
La intervención concreta en las luchas es un test, una manera de medir la solidez teórico-política y organizativa de un grupo revolucionario. En ese sentido, cualquier ambigüedad y vacilación a nivel programático, se traduce inevitablemente en intervenciones erróneas, vagas, dispersas e incluso en una parálisis frente a la realidad de un movimiento de auge de luchas. Por ejemplo, en las luchas actuales y venideras, la comprensión del papel de los sindicatos es un problema clave para el desarrollo de la autonomía del proletariado en su terreno de clase. Si un grupo revolucionario no ha comprendido que los sindicatos han dejado de ser órganos de la clase obrera y se han convertido, para siempre y sin esperanza de que cambien, en armas del Estado capitalista en medio obrero, ese grupo no puede contribuir a la evolución de la conciencia de clase.
La acción de la clase exige respuestas claras sobre todos los fundamentos teóricos de un programa de clase: tanto sobre la crisis económica como sobre las luchas de liberación nacional o sobre las diferentes expresiones de la descomposición del mundo burgués en general. Es por esa razón que la discusión y la reflexión en los grupos revolucionarios y entre los grupos a nivel internacional se da como fin clarificar, criticar, completar y actualizar las posiciones políticas del marxismo que hemos heredado y principalmente las de la última gran organización obrera internacional, la Internacional Comunista.
Pero la intervención concreta durante enfrentamientos de clase no sólo permite medir las capacidades "teóricas", programáticas, de una organización; permite igualmente medir las capacidades organizativas de un grupo político proletario. Durante los diez años que siguieron a la oleada de luchas de 1968, el medio revolucionario trabajó arduamente para tomar conciencia de la necesidad de trabajar de manera organizada e internacional, para mantener y desarrollar una prensa revolucionaria, para crear organizaciones dignas de llamarse así. En el período actual de resurgimiento de las luchas, un grupo que no es capaz de movilizarse, de hacer acto de presencia política, de intervenir enérgicamente cuando los acontecimientos se precipitan, está condenado a fracasar, a quedarse impotente. Por muy justas que puedan ser sus posiciones políticas, se convierten en pura palabrería, en frases huecas. Para una organización proletaria, la eficacia de su intervención depende de los principios programáticos así como de la capacidad para dotarse de un marco organizativo conforme a sus principios. Estas condiciones son necesarias pero no son suficientes. Así como la capacidad de crear una organización política apropiada no se desprende automáticamente de una comprensión teórica de los principios comunistas sino que requiere además una toma de conciencia específica del problema de la organización de los revolucionarios (comprender y saber adaptar las enseñanzas del pasado a las especificidades del período actual), asimismo la intervención eficaz en las lucha actuales no es el resultado automático de una comprensión teórica u organizativa. La reflexión y la acción forman un todo coherente, la praxis, pero cada aspecto de la totalidad aporta su contribución al conjunto y exige capacidades específicas.
En el plano teórico, hay que saber analizar la relación de fuerzas entre las clases pero en un lapso de tiempo suficientemente largo y a escala de las fases históricas. Las posiciones de clase, el programa comunista, evolucionan y se enriquecen lentamente, siguiendo el paso de la experiencia histórica, dejando a los que estudian esos problemas el tiempo de asimilarlos. Además el estudio teórico permite, si no de manera integra, al menos de manera adecuada, comprender el materialismo histórico, el funcionamiento del sistema capitalista y sus leyes fundamentales.
De la misma manera, respecto a la cuestión de la práctica organizativa, aunque un conocimiento teórico no puede sustituir a una continuidad orgánica que las convulsiones del siglo XX destruyeron, un esfuerzo de voluntad y la experiencia limitada pero real de nuestra generación pueden aportar clarificaciones. Muy diferentes es el problema cuando se trata de intervenir puntualmente en acontecimientos que se están desarrollando. En este caso se trata de analizar una coyuntura que no cubre un período de 20 años ni de 5, sino de poder comprender lo que está en juego a corto plazo, unos meses, unas semanas, a veces sólo unos días. Durante un conflicto entre clases, se asiste a fluctuaciones importantes muy rápidas ante las cuales hay que saber orientarse, guiándose con los principios y los análisis. Hay que estar en la corriente del movimiento, saber concretizar los "fines generales" para responder a las preocupaciones reales de una lucha, para poder apoyar y estimular las tendencias positivas que aparecen. En este caso el conocimiento teórico no puede sustituir a la experiencia. Las experiencias limitadas a las cuales han participado la clase obrera y los revolucionarios desde 1968 no son suficientes para adquirir un juicio certero.
La CCI, como la clase obrera, no descubre la intervención de repente, hoy. Pero queremos contribuir a una toma de conciencia de la envergadura que pueden tomar las luchas en los años venideros y que no serán comparables con las del pasado inmediato. Las explosiones actuales y, aun más las venideras, pondrán a los revolucionarios ante grandes responsabilidades y todo el medio obrero debe aprovechar las experiencias de unos y de otros para corregir mejor las flaquezas, para prepararse mejor. Es por eso que volvemos a tratar aquí sobre las luchas en Francia del invierno pasado y la intervención de la CCI desde el asalto a la comisaría de policía de Longwy en Febrero de 1979 por los obreros de la siderurgia hasta la marcha a Paris del 23 de marzo de 1979. Desde entonces, hubo otras experiencias importantes de intervención, particularmente en la huelga de los estibadores del puerto de Rótterdam en el otoño de 1979 (ver "Internationalisme", periódico de la sección de la CCI en Bélgica). Pero dedicamos este artículo a los acontecimientos en torno al 23 de Marzo porque hemos recibido muchas críticas por parte de grupos políticos; críticas hechas a veces "desde las alturas" (generalmente por aquellos que no intervinieron en absoluto) por grupos que, por lo visto, parecer querer darnos lecciones.
La CCI no ha pretendido jamás tener la ciencia infusa ni el programa acabado. Cometemos errores inevitablemente y nos esforzamos por reconocerlos y por corregirlos. Al mismo tiempo, queremos responder a "nuestros censores", esperando que así se clarificará una experiencia para todos y no con el propósito de lanzar luchas estériles entre los grupos políticos.
Si tomamos la manifestación del 23 de Marzo aparte, como acontecimiento asilado, no se comprende por que provocó tantas discusiones y polémicas. Una manifestación en París, conducida por la CGT no es algo nuevo. Una multitud de gente desfilando durante horas no tiene, en sí, nada de excitante. Tampoco la movilización excepcional de las fuerzas de policía ni el enfrentamiento violento de miles de manifestaciones con la policía son algo nuevo. Lo hemos visto en otras ocasiones. Pero la visión cambia radicalmente y adquiere otro significado cuando se deja de tener una óptica obtusa y se sitúa al 23 de Marzo en un contexto más general. Ese contexto indica un cambio profundo en la evolución de la lucha del proletariado. No es el 23 de Marzo lo que acarrea un cambio; es el cambio habido lo que explica el 23 de Marzo, el cual es sólo una de sus manifestaciones.
¿En qué consiste la nueva situación?
La respuesta es : en la ola de luchas fuertes y violentas de la clase obrera que se anuncia contra la agravación de la crisis y las medidas draconianas de austeridad que el capital impone al proletariado: despidos, inflación, disminución del nivel de vida, etc.
Durante cuatro o cinco años, de 1973 a 1978, el capitalismo logró contener el descontento de los obreros en Europa con el espejismo de un "cambio". La "izquierda al poder" fue la principal arma para mistificar a la clase obrera y permitió canalizar el descontento hacia el atolladero de las elecciones. Durante todos esos años, la izquierda puso todo su afán en minimizar la dimensión histórica y mundial de la crisis, explicándola como un producto de la mala administración de los partidos de derecha. La crisis dejaba de ser una crisis general del capitalismo para convertirse en una crisis propia de cada país y que, por lo tanto, era debida a los gobiernos de derecha. De esto se desprendía que la solución podía igualmente encontrarse dentro del marco nacional, con sólo cambiar la derecha por la izquierda en el gobierno. Ese tema embaucador fue de lo más eficaz para desmovilizar a la clase obrera en todos los países de Europa occidental. Durante años, la esperanza ilusoria de que mejorar las condiciones de vida era posible con la llegada de la izquierda al poder adormeció la combatividad de la primera ola de luchas obreras. Fue así como la izquierda pudo poner en práctica el "Contrato social" en Gran-Bretaña, el "Compromiso Histórico" en Italia, el "pacto de la Moncloa" en España, el "Programa común" en Francia, etc.
Pero, como escribía Marx: «no se trata de saber lo que tal o cual proletario, o hasta el proletariado entero se presentan momentáneamente como meta. Se trata de lo que es el proletariado y de lo que se verá históricamente obligado a hacer, conforme a su ser»[1]. El peso de la ideología y de las mistificaciones burguesas puede, momentáneamente calmar el descontento obrero, pero no puede detener indefinidamente el curso de la lucha de clases. En las condiciones históricas actuales, las ilusiones sobre "la izquierda al poder" no podían aguantar mucho tiempo ante la agravación de la crisis y eso tanto en los países en donde la izquierda estaba ya en el gobierno como en aquellos en donde estaba en camino. La barrera de "la izquierda al poder" se fue gastando y fue cediendo lentamente ante la acumulación de un descontento cada día más perceptible y más difícil de contener.
Los sindicatos, que son los que están presentes más directamente dentro de la clase, en los lugares de trabajo, en las fábricas, son los que se dan cuenta en primer lugar del cambio que se opera en la clase y de los peligros de una explosión de lucha. Toman conciencia de que, con la postura que han adoptado - apoyo a la izquierda al poder- no van a poder controlar esas luchas. Son ellos quienes presionan a los partidos políticos de izquierda (de los cuales son una prolongación), para hacer valer la necesidad de pasar urgentemente a la oposición, lugar más adecuado para descarrilar el tren del nuevo auge de luchas obreras.
Al no poder como antes oponerse e impedir que estallen luchas y huelgas, los partidos de izquierda y, en primer lugar, los sindicatos, se ven obligados a apoyarlas radicalizando su lenguaje para poder acribillarlas mejor desde dentro.
Los grupos revolucionarios tardaron mucho y tardan todavía en comprender plenamente esta nueva situación, que se caracteriza por la izquierda en la oposición con todas sus implicaciones. Al seguir repitiendo generalidades sin tomar en cuenta los cambios que han intervenido en la realidad concreta, sus intervenciones se quedan en el reino de lo abstracto y sus tiros yerran inevitablemente el blanco.
El 23 de marzo no es un acontecimiento aislado sino que forma parte del curso general de reanudación de las luchas. Lo preceden una serie de huelgas, en muchos lugares de Francia y, más particularmente en París: huelgas duras de fuertes combatividad. Es sobre todo el producto directo de las luchas de los obreros de la siderurgia de Longwy y de Denain que dieron lugar a enfrentamientos violentos con las fuerzas armadas del Estado. Fue a los obreros de Longwy y Denain, en lucha contra la amenaza de despidos en masa a quien se le ocurrió la idea de la marcha a Paris. ¿Debían los revolucionarios apoyar esa iniciativa y participar a esa acción? Todo titubeo en ese respecto es absolutamente inadmisible. El que la CGT (Confederación General de Trabajadores - PC), después de haber hecho todo lo posible por hacer fracasar ese proyecto y retrasarlo conjuntamente con las otras centrales sindicales, se decidiera a participar, encargándose de "organizar" la marcha, no podía de ninguna manera justificar la no participación de los revolucionarios. Sería estúpido que se pudieran a esperar luchas "puras" y que la clase obrera haya logrado deshacerse complemente de la presencia de los sindicatos para dignarse participar en sus luchas. Sí esa fuera una condición necesaria, entonces los revolucionarios no participarán nunca en las luchas de clase obrera, ni siguiera en la revolución. Al mismo tiempo, lo que se hace en ese caso es demostrar la inutilidad de la existencia de los grupos revolucionarios.
Al tomar la iniciativa FORMAL de la marcha del 23 de Marzo, la CGT demostró no tanto la inanidad de la manifestación sino su gran capacidad de maniobra y de recuperación para poder sabotear mejor y desviar las acciones del proletariado. Esta capacidad de los sindicatos para sabotear las luchas obreras desde el interior mismo de las luchas es el peligro más grande al que deberá enfrentarse en los meses venideros y por muchos tiempos la clase obrera; es también el combate más difícil que van a tener los revolucionarios contra esos agentes de la burguesía que son los peores. Los revolucionarios aprenderán a luchar contra esos órganos desde el interior de las luchas y no quedándose al margen. Y no es con generalidades abstractas sino en la práctica, con ejemplos concretos durante la lucha, comprensibles y convincentes para todo obrero, como los revolucionarios lograrán desenmascarar a los sindicatos y denunciar su papel anti-obrero.
Muy diferente es la manera de proceder de nuestros eminentes censores. No hablemos de los modernistas que están todavía preguntándose: ¿quién es el proletariado? Esos están todavía tratando de descubrir las fuerzas subversivas capaces de transformar la sociedad. Es pérdida de tiempo tratar de convencerlos. Nos los encontraremos, quizás, después de la revolución, ¡si sobreviven hasta ese entonces! Otros, los intelectuales, están, demasiado ocupados escribiendo sus grandes obras... No tienen tiempo que perder con pequeñeces como el 23 de Marzo. Existen también los "excombatientes", escépticos por naturaleza y que miran las luchas actuales encogiéndose de hombros. Cansados y desengañados por las luchas pasadas a las cuales participaron antaño, no le tienen mucha fe a las luchas presentes. Prefieren escribir sus memorias y sería inhumano molestarlos en su triste retiro. También están los espectadores de buena voluntad que, aunque a veces sufren con el mal de la escritura, son, sin embargo, "anti-militantes" furibundos. Su gran anhelo es dejarse convencer pero para eso esperan... los acontecimientos. Esperan... y no comprenden que otros formen parte de ellos.
Pero también hay grupos políticos para quienes la intervención militante es la razón de su existencia y que sin embargo critican nuestra intervención del 23 de Marzo.
El FOR (Fomento Obrero Revolucionario) por ejemplo. Activista y voluntarista más allá de lo común, ese grupo se niega a participar en la manifestación, probablemente porque era una manifestación contra el desempleo. El FOR, que sólo reconoce una "Crisis de civilización", niega que haya crisis económica del sistema capitalista. Despidos, desempleo, austeridad, son para él apariencias o fenómenos secundarios que no pueden servir de terreno de movilización para luchas obreras. Sin embargo, el FOR ha elaborado más de una vez reivindicaciones económicas tales como un aumento masivo de salarios, rechazo de horas extras, y, particularmente en 1968 pedía la semana de 35 horas. Hay que creer que era por puro gusto de sobrepuja y de radicalismo verbal. La presencia de la CGT y que ésta dirigiera la manifestación completaba las razones para denunciarla.
Otro ejemplo, el PIC (Pour une intervención comunista). Ese grupo, que había hecho de la intervención a todo gas su caballo de batalla, se distinguió por su ausencia precisamente durante esos meses tormentosos de luchas. El PIC empezó en 1974 -en el momento de estancamiento y de reflujo de las luchas- con un arranque a toda velocidad (pretendiendo "intervenir" en todas las huelgas, por pequeña y localizada que fuese, con el propósito de multiplicar hojas de fábrica, etc....) y tal un deportista de mala calidad, llega exhausto y sin aliento en el momento en que hay que saltar. Claro está, no se le ocurre al PIC preguntarse si la razón del fracaso, varias veces repetido de sus "campañas" artificiales (agrupación para apoyar a los obreros portugueses, conferencia de los grupos por la autonomía obrera, bloque anti-electoral, reuniones internacionales, etc....) no se encuentra en su incomprensión de lo que puede y debe ser una intervención, o en su declarada ignorancia de la relación que existe necesariamente entre la intervención comunista y el nivel de la lucha de clase. La intervención, para el PIC es un puro acto de voluntad, y aunque no comprenda la necesidad de nadar por la orilla cuando se quiere remontar un río, no comprende tampoco por qué se debe nadar en el medio cuando se quiere seguir la corriente del río. Todo ese razonamiento es chino para el PIC que prefiere inventar otras explicaciones para justificar su ausencia y para teorizarla, como es debido. Así pues, las intervenciones huecas, la ilusión de intervenir, se transforman hoy en ausencia efectiva de intervención.
Es precisamente cuando se manifiesta una nueva irrupción de la clase y de su voluntad combativa de plantarle cara a los ataques del capitalismo y de su política de austeridad y de despidos, cuando el PIC "descubre" que esa luchas, como las luchas por reivindicaciones económicas en general son reformismo. A esas luchas de resistencia, opone "la abolición del salariado" por la cual se propone lanzar otra campaña más.
Sabemos por experiencia qué hay detrás de esas "campañas" episódicas del PIC: burbujas de jabón que aparecen y desaparecen en seguida en el vacío. Lo que es más interesante, es el redescubrimiento que está haciendo el PIC del lenguaje de los modernistas y la recuperación de esa "fraseología revolucionaria" típica de la ex "Unión ouvriére" de la cual pretende quizás ocupar el puesto vacío. Pero regresemos a la definición del reformismo que el PIC identifica erróneamente con la resistencia obrera a los ataques inmediatos de la burguesía[2]. El reformismo en el movimiento obrero de antes de 1914 no consistía de ninguna manera en la defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera sino en la separación que operaba entre esta defensa de los intereses inmediatos y la meta final histórica del proletariado: sólo se puede llegar al comunismo con la revolución[3].
Los ideólogos de la pequeña burguesía radical, los restos del movimiento estudiantil, los continuadores anarquizantes de la escuela proudhonista, oponen al reformismo el aliento cálido de su fraseología pseudos-revolucionaria, pero comparten con él la separación artificial entre luchas inmediatas y meta final, entre reivindicaciones económicas y luchas políticas. Lo de que "el movimiento lo es todo, la meta no es nada" (Bernstein) del reformismo y lo de que "la meta lo es todo el movimiento no es nada" de la fraseología modernista no se oponen más que en apariencia; son en realidad el haz y el envés de una misma manera de proceder.
Los marxistas revolucionarios han combatido siempre tanto a unos como a otros. Se han elevado siempre enérgicamente contra toda tentativa de operar ese tipo de separación. Han demostrado siempre la unidad indivisible del proletariado, a la vez clase explotada y clase revolucionaria y la unidad indivisible de su lucha, a la vez por la defensa de sus intereses inmediatos y por su meta histórica. Así como en el período ascendente del capitalismo con la posibilidad de obtener mejoras duraderas- el abandono de la meta histórica revolucionaria equivalía a una traición del proletariado, así también en el período de decadencia, la imposibilidad de obtener mejoras no puede justificar la renuncia a la lucha de resistencia de la clase obrera ni el abandono de sus luchas por la defensa de sus intereses inmediatos. Tal abandono, por muy radical que sea la fraseología que lo defienda, significa pura y simplemente deserción y abandono de la clase obrera.
Es un abuso vergonzoso utilizar "la abolición del salariado" contra la lucha violenta de la clase obrera contra los despidos de los cuales es víctima hoy. Citar a tontas y a locas esa célebre afirmación que proviene de la exposición de Marx al "consejo general" de la AIT en 1865 contra el owenista J. Weston, conocida bajo el nombre "salario, precio y ganancia", pero separándola de su contexto, es una deformación sin escrúpulos del espíritu y de la letra del autor. Esa deformación que se arraiga en "un radicalismo falso y superficial" (Marx "salario ...") se basa en la separación y la oposición que se hace entre la defensa de las condiciones de vida de la clase obrera y la abolición del salariado. En esa excelente exposición, Marx se empeña en demostrar la posibilidad y la necesidad de que la clase obrera luche cotidianamente por la defensa de sus intereses económicos, no sólo porque es ese su interés inmediato sino, sobre todo, porque esa lucha es una de las condiciones principales de su lucha histórica contra el capital. Afirma esta advertencia: "si (el proletariado) se "contentara con admitir la voluntad, el "ukase del capitalismo como ley económica constante, compartiría toda la miseria del esclavo sin gozar de situación de seguridad de éste" (idem). Y, más lejos, después de haber demostrado que la "tendencia general de la producción capitalista no es a subir los salarios medios sino a bajarlos", Marx saca esta primera conclusión:
«Siendo esa la tendencia de las cosas en ese régimen, ¿quiere esto decir que la clase obrera deba renunciar a su resistencia contra los abusos del capital y abandonar sus esfuerzos por arrancar en las ocasiones que se presenten todo aquello que pueda aportar ciertas mejoras a su situación? Si así lo hiciera, se rebajaría a no ser más que una masa informe, aplastada, de seres famélicos a los cuales ya no se les podría aportar ninguna ayuda».
Y más lejos, sobre el mismo tema: «Si la clase obrera renunciara a su conflicto cotidiano con el capital, se privaría a sí misma de la posibilidad de emprender tal o cual movimiento de mayor amplitud» (ídem)
Nunca se le ocurrió a Marx la ridícula idea de oponer la consigna de abolición del trabajo asalariado a la lucha inmediata, considerada y rechazada como reformista, como lo quieren hacer creer los fanfarrones que se pavonean con la fraseología "revolucionaria". Al contrario, a la ilusión y la mentira de una armonía posible entre proletariado y capital, basada en una noción falsa y abstracta de justicia y de equidad, le opuso, textualmente, la consigna:
«En vez del lema conservador de "¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!", deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: "¡Abolición del sistema del trabajo asalariado!"».
¿Debemos también recordar la lucha de Rosa Luxembourg contra la separación entre programa mínimo y programa máximo, cuando reivindica (en su discurso al congreso de Fundación del Partido Comunista", a fines de 1918) la unidad del programa, la unidad entre la lucha económica e inmediata y la lucha política por la meta final, como dos aspectos de una única lucha histórica del proletariado? Es también en ese sentido que Lenin, tan aborrecido por el PIC, podía afirmar que "detrás de cada huelga se perfila el fantasma de la revolución".
Para el PIC, al contrario, la lucha contra los despidos equivale a reivindicarse... del trabajo salariado; así como para Proudhon, la asociación de los obreros y las huelgas significaban el reconocimiento del capital. ¡Así es como nuestros severos censores comprenden, interpretan y deforman el pensamiento marxista!
El PCI bordiguista (Partido Comunista Internacional), por su parte, no se queda atrás cuando se trata de minimizar la importancia de la manifestación del 23 de Marzo o aun de convertirla en otra cosa de lo que representaba realmente. Mientras que el "Le Prolétaire" n° 288 (órgano en Francia del PC Int) cubre la mayor parte de su primera página con un artículo sobre el 1° de Mayo, aunque ese día se haya convertido desde hace mucho tiempo en una celebración de la "fiesta del trabajo", en un carnaval siniestro dirigido por los peores enemigos de la clase obrera que son los partidos de izquierda y los sindicatos, al 23 de Marzo le consagran solamente algunos comentarios furtivos que convierten a esa manifestación en un "día de acción cualquiera de los que organizan los sindicatos".
Así, antes del 23 de Marzo, se puede leer en "Le Prolétaire" n° 285 (P.2): «Una vez que se han contenido las fuerzas, sólo queda convertirlas en una "gran acción" de tipo "día nacional" que, al dar la ilusión de solidaridad, mella su filo de clase y le deja como única salida una intervención en el terreno parlamentario».
Después del 23 de Marzo, el PCI vuelve a hablar de ese día y no ve más que: «un desperdicio previsible de energías obreras, una empresa de división y de desmoralización, una jornada de embrutecimiento a golpes de mugidos chovinistas, de pacifismo social y de cretinismo electoral...» (Le Prolétaire n° 287: unas cuantas lecciones de la marcha a Paris).
Así, púes, encerrado en sus esquemas del pasado, al PCI no le atañeron los enfrentamientos de clase del invierno pasado. Esto no le impidió denunciar (Le Prolétaire n° 285) «las nuevas formas más "románticas" de oportunismo que no dejarán de florecer en reacción al sabotaje reformista y centrista, saber las formas de sindicalismo, de consejismo, de autonomismo, de terrorismo, etc....». Sin tener complejos de persecución, nos podemos sentir aludidos por la referencia a los "consejistas", cuando se sabe que el PCI califica siempre así a nuestra organización y que sus militantes nos han llamado "oportunistas" y "seguidistas" más de una vez en reuniones públicas, refiriéndose a las lucha de principios del 79 en Francia.
¡Es como para creer que el PCI no se mira nunca al espejo!
Es el colmo que un "Partido" (Sic) que sigue defendiendo la "naturaleza proletaria de los sindicatos porque agrupan a obreros", argumento tan escolástico como la defensa trotskista de la naturaleza "todavía proletaria" del estado ruso, venga a hacernos reproches. No hace mucho tiempo, el PCI hacía todavía valer los títulos nobiliarios de la CGT, por sus orígenes proletarios que la distinguirían de las demás confederaciones sindicales de orígenes más dudosos. Y ¿qué se puede pensar de la lista de reivindicaciones inmediatas que elaboró el PCI en donde exigen entre otras cosas, que los desempleados puedan seguir siendo miembros de los sindicatos? Se puede recordar también la "equitativa" reclamación del derecho de voto... para los obreros inmigrados. No hemos olvidado el celo particular con el cual los miembros del PCI en el servicio de orden de la manifestación de las "Residencias Sonacotra"[4] prohibían, so pretexto de apoliticismo, la venta de periódicos revolucionarios. Y ¡Cómo hay que apreciar el apoyo que aportó el PCI al Comité de coordinación de las Residencias "Sonacotra" al encargarse de la difusión (durante la reunión pública que organizó la "Gauche Internationaliste") de un volante que llamaba a un mitin en Saint-Denis (junto a Paris) y que estaba firmado por las secciones sindicales y la unión local CFDT y que además contenía esta precisión: "Mitin apoyado por el Partido Socialista de Saint-Denis" ¡Se reconoce acaso el PCI cuando lee en ese volante: "Hoy, todos los demócratas de este país tienen que tomar posición, etc.....?
Estos castigadores terribles del oportunismo que están todavía preconizando la táctica -cuán "revolucionaria"! de un Frente Único sindical, táctica que la CGT y la CFDT aplican cotidianamente para encuadrar e inmovilizar mejor a los obreros en lucha, no son los más indicados para venir a dar lecciones a quien sea. Al identificar sindicatos EN GENERAL y reformismo, mantienen una terrible confusión entre los obreros. Efectivamente, los revolucionarios podían y debían participar en el movimiento sindical en el período ascendente del capitalismo, a pesar de que la orientación y la mayoría de ellos eran reformistas. No es lo mismo hoy en día, en el período de decadencia, cuando los sindicatos no podían sino volverse y se volvieron efectivamente- órganos del Estado capitalista en todos los países. En esas organizaciones no hay sitio para ninguna defensa de clase y por lo tanto tampoco para los revolucionarios.
Al no tomar en cuenta esa diferencia fundamental entre los sindicatos de HOY y el reformismo, al identificarlos, al calificar a esos sindicatos de reformistas, el PCI le hace un inmenso favor a la burguesía, al ayudarla a hacer creer a los obreros que esa organización es de ellos. Por otra parte, le hace un regalo -su aval revolucionario - muy apreciable: un taparrabo con el cual los sindicatos esconden su desnudez, su naturaleza y su función anti-obrera. Cuando el PCI hay comprendido esa diferencia, sabrá entonces quizás juzgar mejor que es una intervención revolucionaria y qué es oportunismo.
Para terminar de manera más detallada, examinemos el n° 15 de "Revolutionary perspectivas" en el cual la Communist Workers' Organization (CWO) de Gran-Bretaña diseca profesionalmente qué es lo que había que hacer, qué se hubiera debido hacer, qué se podía hacer, que se hubiera podido hacer el 23 de Marzo de 1979, y todo eso con un mínimo de información y un máximo de observaciones desmedidas con respecto a la CCI... todo por la polémica.
«A causa de la visión de ese grupo [la CCI], dominado por el espontaneismo y el economicismo; su intervención no fue más que una serie de esfuerzos incoherentes y confusionistas... Aunque la CCI haya intervenido muy pronto en las ciudades de la siderurgia denunciando a los sindicatos y llamando a los obreros a organizarse y a extender la lucha, rechazó todo papel de vanguardia para si mismo, fiel a sus tendencias consejistas. La CCI rehusó canalizar la aspiración de los obreros a favor de una marcha a Paris hacia una meta práctica, prefiriendo decirles a los obreros que se organicen ellos mismos. En ciertas ocasiones, la CCI ha logrado superar ese titubeo como por ejemplo en Dunkerque en donde los militantes de la CCI ayudaron a los obreros a transformar una reunión sindical en asamblea de masa. Pero eso fue hecho empíricamente, sin ir más lejos que sus concepciones espontaneistas y consejistas. La CCI, en su "viraje práctico" va a terminar en el oportunismo y no en una práctica coherente de intervención puesto que le falta toda compresión de la conciencia y del papel de la vanguardia "comunista...."»
La CWO, en cambio, que comprende perfectamente los caminos de la conciencia y del partido dirigente, lo comprendió todo del 23 de Marzo: «Con respecto al 23 de Marzo, está claro que sólo una acción de retaguardia era entonces posible». He aquí una claridad magnífica que viene, seis meses después de los acontecimientos, a decirnos que ¡no valía la pena tanto esfuerzo!
¿Qué análisis profundo le permitió a la CWO tener tan luminosa claridad? ¿Qué dice la CWO sobre la situación política y social en Francia? En el n° 10 de Revolutionary Perspectivas, cuando las elecciones de 1978 en FRANCIA, leíamos que la CWO constataba (al igual que el mundo entero) que «la iniciativa está del lado de la clase dominante» y que existe una paz social relativa en Francia desde hace cinco años. En el n°15, en octubre de 1979, la CWO vuelve a citar ese extracto, añadiendo: «Desde ese entonces, nos complace informarles que la situación ha cambiado». ¡Gracias por la noticia! Ver una realidad cuando salta a la vista no es una base para la intervención. La intervención no se prepara agitándose a destiempo para darse importancia sino afinando a tiempo sus análisis políticos. No es cosa fácil para cualquier organización revolucionaria. Sin embargo, a pesar de la dificultad de captar todos los matices de una realidad en movimiento, desde antes de las elecciones de Marzo de 1978, la CCI (en la Revista Internacional n° 13) llamó la atención sobre el hecho de que las condiciones del reflujo estaban comenzando a agotarse y que sobresaltos de combatividad obrera, contenida por mucho tiempo, se estaban preparando (lo cual iba a revelarse justo con las huelgas de la primavera de 1978 en Alemania). También desarrollamos el análisis que más tarde nos permitió evidenciar, ante la clase obrera, el peligro que representaba la izquierda en la oposición. Contentarse con comprobar una situación es sin duda mejor que la actitud de otros grupos revolucionarios que se niegan a reconocer el auge de las luchas, pero no es suficiente para orientarse rápidamente ante surgimientos bruscos.
Si la CWO no nos puede reprochar el no haber sabido armar la organización para dar cara a la lucha de clase, si nos reprocha en cambio el no haber sabido "ser la vanguardia" de un movimiento "condenado a ser una acción de retaguardia". Con esa noción de "vanguardia de la retaguardia" de la impresión de que a la CWO le gustan las contorsiones circenses.
Pero ¿En qué análisis genial se basa la CWO para poder decir, de lo alto de su cátedra, que el 23 de Marzo estaba de antemano condenado a ser un fracaso? ¿Cuál era realmente la situación?
La combatividad obrera estalló en Longwy con la movilización general de los obreros siderúrgicos contra los despidos, con el ataque de la comisaría de la policía, la destrucción de los expedientes en la sede patronal; una situación de lucha abierta que los sindicatos no lograba contener y que por lo tanto denunciaron. La agitación se extiende a Denain y a toda la siderurgia. Además, en París, varias huelgas estallan contra despidos contra la austeridad y las condiciones de trabajo: en la televisión francesa (SFP), en los bancos, las compañías de seguros, en correos y telecomunicaciones. ¿Qué hacer en esa situación cargada de potencialidades, en ese contexto de crisis? ¿'Contentarse con hablar de manera abstracta de la necesidad de generalizar la huelga, abandonar su carácter regional y de categoría? Los obreros mismos pensaron en concretizar esa idea de extensión de la lucha y comenzaron a hablar de una marcha a París: Paris, en donde el fulminante social ha sido siempre más eficaz, como lo demuestra toda la historia del movimiento obrero en Francia. ¿Cómo no apoyar esa necesidad de ir a Paris que expresaron y reivindicaron los obreros de las zonas en lucha? ¿Porqué los sindicatos se opusieron a ese proyecto obrero durante más de un mes posponiendo cada día su realización? ¿No era acaso que tenían la esperanza de poder anularlo completamente o, por menos, desarmarlo?
Pero aún antes de haber fijado la fecha de finales de Marzo (suficientemente tarde para permitir un condicionamiento ideológico de los obreros) los sindicatos estaban haciendo ya incansablemente su trabajo de zapa. Utilizaban la táctica de la división sindical para quebrar toda tendencia hacia la unidad de los obreros: la CGT (sindicato PC) se encargaba de la "organización de la marcha para sabotearla mejor desde dentro" mientras que la CFDT proclamaba muy fuerte que rechazaba las "jornadas nacionales asfixiantes".
Al principio, nadie podía afirmar con certeza qué amplitud podría tomar la manifestación del 23 de Marzo. Todo dependía de las potencialidades de las luchas que se desarrollaban en ese momento. Diez días antes de la manifestación era todavía posible que la marcha se convirtiera en catalizador concreto de la voluntad de extender las luchas y de unir los siderúrgicos y los obreros en huelga en Paris, hacer que la marcha desbordara a los sindicatos. Pero si los revolucionarios sintieron esa potencialidad (es decir aquellos que no creen que todo esté condenado a fracasar de antemano), la burguesía y su ejército sindical lo sintieron también. Los sindicatos pusieron mucho empeño y unos días antes del 23 de Marzo, pusieron fin a todas las huelgas de la región de Paris. Una por una, todas las luchas se fueron apagando bajo una presión sindical fuera de lo común. De todas maneras, es evidente que la fecha tardía de la manifestación había sido escogida por los sindicatos para aplicar esa táctica.
Habíamos distribuido panfletos a los huelguistas, llamándolos a la marcha, a la unidad en la lucha, al desborde sindical. Pero la presión de la burguesía venció esta primera tentativa de expresión de la combatividad obrera. Ya en las ciudades del norte, los obreros desconfiaban con razón de la CGT que lo había encuadrado todo. Al mismo tiempo que decíamos que no había que dejar venir a delegaciones sindicales, que los obreros tenían que venir en masa, lo cual constituía la única posibilidad de salvar la marcha, nos dábamos cuenta que la delegación de Denain por ejemplo, iba a ser mucho más reducida de lo que se hubiera podido creer.
¿Qué hacer? ¿Seguir lanzados como si nada? ¡Claro que no! En los días antes del 23 de Marzo, la CCI preparó un panfleto para la manifestación que decía que únicamente el desborde sindical podía dar a la marcha su verdadero contenido, el que los obreros habían esperado.
De paso, la CWO acuse a la CCI de haber difundido un panfleto calificando a la manifestación como "un paso adelante". Es fácil sacar una palabra de una frase para hacerlo decir lo contrario; lo que se dice en el panfleto: «Para que el día del 23 de Mayo sea un paso adelante en la lucha de todos nosotros...» y el contenido del panfleto no deja ninguna duda sobre la necesidad de romper el cordón sindical. Los sindicatos lo comprendieron tan bien que los elementos de su cordón rompían el panfleto y agredían a nuestros militantes que vendían el periódico n° 59, que llevaba el titular: "Sin desbordamiento de los sindicatos, no se extienden las luchas" y "Saludo a los obreros de Longwy".
¡Pero cuidado! La CWO hubiera hecho diferentemente. Nos da la lección: primero, hubiéramos debido "canalizar la marcha hacia un objetivo práctico" en vez de" decirle a los obreros que se organicen por sí mismo" ¿Qué significa exactamente "canalizar la marcha nosotros mismos"? «Antes de la manifestación, la CCI hubiera debido intervenir para denunciar la manifestación como maniobra para matar la lucha»... ¿Desde el principio de Febrero o sólo después de que la CGT cogiera el tren en marcha y hubiera saboteado las huelgas de Paris? La CWO no se digna aclararnos estos pequeños detalles. No parece comprender que un movimiento de clase es rápido y las relaciones de fuerza entre las clases hay que captarlas constantemente en el terreno. Pero «la CCI hubiera debido llamar a otra alternativa para la marcha: ir a las fábricas de Paris y llamar a huelgas de solidaridad». Llamamos a la solidaridad en las empresas de Paris. Pero para la CWO, según nos parece, la manifestación estaba condenada a fracasar de antemano. ¿Había que denunciarla y proponer otra? (¿En donde? ¿Por la televisión? ¿Sacando la liebre del sombrero? ¿Y durante esa manifestación alternativa, ir a otras fábricas? ¿Cuáles? Ninguna estaba en huelga en ese momento). La CWO debería ponerse de acuerdo: o bien una manifestación está condenada a fracasar de antemano y entonces si acaso se denuncia pero se inventan ideas sobre la posibilidad de "desviarla", o bien una manifestación contiene una potencialidad importante y entonces no se denuncia. Con respecto a una manifestación "alternativa", esa idea es tan absurda como la de un grupo de obreros de Longwy que nos pidió que los alojáramos en Paris si venían 3.000. Suponer que hubiéramos podido ofrecer tal alternativa hoy, es revolotear por las nubes de la retórica, es creerse en período casi insurreccional. La cuestión no era imaginar lo imposible con papel y tinta, sino realizar todo lo que era posible en la práctica.
La CWO piensa que le era posible a una minoría revolucionaria desviar la manifestación. Se le vuelve a olvidar precisarnos cómo y en qué circunstancias. Curiosa, esa concepción de la CWO que, en grandes rasgos, podría ver la revolución en cada esquina a partir del momento en que el partido infalible da las directivas convenientes, y eso independiente del grado de madurez de la clase.
Sin embargo, a pesar de un sabotaje de lo más refinado, de lo más sistemático, a pesar de un cordón sindical de 3.000 "gorilas" del PC para encuadrar a los obreros, a pesar de la dispersión de los obreros más combativos desde que llegaron a las afueras de Paris, a pesar de la dispersión "manu militari" por las calles vecinas de la Plaza de la Opera, el 23 de Marzo no fue una manifestación -paseo como las siniestras del 1° de Mayo. El 23 de Marzo, la combatividad obrera, al no poder encontrar por donde expresarse, estalló en una pelea en donde centenares de obreros se enfrentaron al cordón sindical, pero allí también la CWO tiene una versión muy suya de la verdad: «Seguir a esos obreros sin reflexionar en un combate fútil con los CRS/CGT era un acto desesperado».
La CWO inventa ahora que nuestra intervención "irreflexiva" se redujo a ir a pelear con la policía al lado de los obreros en un combate "fútil". ¡Si proviniera de otra publicación esa "acusación" nos dejaría pensativos! Necesitamos acaso precisar que nuestros camaradas no buscaron la pelea sino que se defendieron contra los ataques de los CRS como los demás obreros y con ellos. Retrocedieron con los manifestantes hasta la dispersión completa de la concentración continuando con distribuir panfletos y discutir. La CCI no ha exaltado nunca la violencia en sí, ni hoy, ni mañana, sino al contrario, como así lo atestiguan los textos que publicamos sobre el período de transición. La CWO nos reprocha ahora el habernos visto obligados a defendernos contra la policía mientras que en el n° 13 de R.P. se lee: «La CCI está bajo una influencia creciente de ilusiones liberales y pacifistas» (P.6). Hay que aclararse: los miembros de la CCI son "soñadores", "utópicos" porque están contra la violencia en el seno de la clase durante la revolución (mientras que la CWO, como un maestro de la revolución, se está ya frotando las manos preparando la buena lección de plomo que le destina a los obreros que no anden derecho); en cambio, cuando la CCI se enfrenta con la policía en una manifestación, entonces a la CWO le parece "Irreflexivo". Enfrentarse con la policía es "fútil" pero matarnos entre nosotros, ¡he ahí una "táctica" verdaderamente revolucionaria!
Dijimos que la marcha a Paris ofrecía una ocasión de concretar la necesidad y la posibilidad de la generalización de las luchas, una ocasión para mostrar la fuerza real de la clase obrera. Que esa potencialidad no haya podido realizarse no es culpa nuestra. Aunque hayamos tomado la palabra para tratar de lanzar la idea de un mitin, la rapidez del ataque de la policía, conjuntamente con la dispersión organizada por los sindicatos no permitió que los miles de proletarios que "no se dispersaban" hicieran un mitin.
El que la manifestación del 23 de Marzo no haya dado más de lo que los sindicatos querían, no significa en absoluto que no hay tenido ninguna potencialidad. A pesar de todo el sabotaje previo, a pesar de haber sido cuando ya no había más huelgas en la región parisina, hubiera podido ser diferente como lo demostró unos días más tarde el desbordamiento de la manifestación de Dunkerque en donde el mitin sindical que debía ponerle fin se transformó en asamblea obrera, donde muchos obreros denunciaron a los sindicatos. Con la lógica de la CWO, los revolucionarios no hubieran debido participar en esa manifestación puesto que estaba todavía más encuadrada por los sindicatos y que era, en cierto modo, más "artificial" que la del 23 de Marzo; en ese caso se hubiera privado de una intervención importante y relativamente eficaz, como se privó el PCI que tenía un análisis semejante al de la CWO.
Después de la marcha, la CCI difundió en todas las fábricas en donde intervenimos regularmente un panfleto analizado el éxito del sabotaje sindical. Se decía que la lección principal de esa lucha, en donde los sindicatos aparecieron claramente como defensores de la policía contra la ira de los obreros, es que no le queda más solución a la clase obrera que desbordar los sindicatos.
En la intervención de la organización durante todo ese período agitado por las luchas de los obreros siderúrgicos en Francia, la CWO no ve más que la «culminación de una larga serie de capitulaciones políticas de la CCI». Ese grupo no sabe medir sus palabras. Además de que sus comentarios sobre cómo se hubiera podido hacer una "verdadera ( ! ) Intervención revolucionaria" son absurdos, nada de lo que hizo la CCI puede justificar la acusación de "capitulación política". La CCI se portó fiel a sus principios y con una orientación coherente. La agitación es un arma difícil de manejar y se aprende en el terreno. No pretendemos que cada uno de los seis panfletos que distribuimos en seis semanas sea una obra de arte, pero en las críticas de la CWO, nada en absoluto puede probar que nos hayamos apartado de nuestros principios en lo más mínimo. Que estos señores aspirantes a futuros "dirigentes" de la clase obrera reconozcan que la intervención de la CCI no es del estilo substitucionista, está muy bien y nos felicitamos por ello, pero en la práctica, no tiene nada preciso que aportar como contribución y sus palabras, en fin de cuentas, se las lleva el viento.
La CWO concluye su ataque de mala fe contra la CCI diciendo que sobre problemas vitales del movimiento obrero de hoy, como ¿se debe o no favorecer la constitución de grupos de obreros desempleados? ¿Se deben o no favorecer núcleos obreros? ¿Se debe asistir o no a reuniones internacionales de obreros aunque estén todavía bajo una influencia sindical? «la CCI deja a sus miembros en plena oscuridad y los destina a caer en el oportunismo». Esto ya es demasiado. La CWO asistió al 3° congreso de la CCI en donde todos esos temas fueron planteados; pero o se volvió amnésica o estaba sorda. Hay que reconocer que cuando uno no está acostumbrado - como en caso de la CWO- a la elaboración de posiciones políticas en una organización internacional y cuando se cree en el monolitismo dentro de un armario, es difícil orientarse en un congreso en donde obligatoriamente se ven diferentes proposiciones y que diferentes ideas se enfrentan. Pero si la CWO se ahoga ya hoy en un vaso de agua, ¿qué hará en la tormenta de la lucha de clases el día en que todos los obreros se pongan a reflexionar?
No pretendemos tener respuesta para todo, no más que la CWO que, en un asalto de realismo, confiesa que «no tiene una claridad total sobre esas cuestiones». Pero sobre las cuestiones planteadas más arriba, la CCI ha respondido ya en la práctica (ver el comité de desempleados de Angers, la huelga de Rótterdam, la reunión internacional del estibadores en Barcelona). Apoyando siempre toda tendencia hacia la auto-organización de la clase obrera, debemos saber cómo orientarla, qué peligros hay que evitar, cómo contribuir en ese esfuerzo. Y para eso sólo se puede contar con los principios, y los aportes de la experiencia.
En ese sentido, afirmamos la necesidad de dar nuestro apoyo a todas las luchas del proletariado en un terreno de clase. Apoyamos las reivindicaciones que los obreros deciden por sí mismo, a condición de que sean conformes a los intereses de la clase obrera. Rechazamos el juego izquierdista del "quién da más" (o que cuando los sindicatos y la izquierda piden 18 céntimos, entonces los izquierdistas proponen 25 céntimos) así como la idea absurda del PCI (Partido Comunista Internacional - bordiguista) de hacer "cuadernos de reivindicaciones" en sustitución de los obreros.
En mayor obstáculo ante las luchas obreras hoy en día son los sindicatos. En un período de auge de luchas, nos esforzamos en denunciar a los sindicatos no sólo de manera general abstracta sino sobre todo concretamente, en la lucha, demostrar en lo cotidiano su sabotaje de la combatividad obrera.
Lo principal de toda lucha obrera hoy es un empuje hacia la extensión: más allá de las categorías, las regiones y las naciones, la unidad de la lucha obrera contra la descomposición del sistema capitalista en crisis. Una lucha que se deja aislar va hacia un fracaso. Una sola cosa hace retroceder al capital: la unidad y la generalización de las luchas. En eso, la situación presente se distingue de la del siglo pasado, cuando la duración de una lucha era un factor esencial de su éxito: frente a una patronal mucho más dispersa que hoy, el detener la producción durante un período largo podía crear pérdidas económicas catastróficas para la empresa y constituía por lo tanto un medio eficaz de presión. Hoy en día, en cambio, existe una solidaridad del capital nacional, de la cual se encarga principalmente el Estado, permitiendo a una empresa que aguante más tiempo (sobre todo en un período de sobreproducción y de reservas excedentes). Por eso, una lucha que se eterniza corre muchos riesgos de perder por causa de las dificultades económicas que provoca para los huelguistas y el cansancio que acaba por ganar. Es por eso que a los sindicatos no les molesta mucho presentarse como muy combativos y declarar "¡aguantaremos el tiempo que sea necesario!": saben muy bien que a la larga, la lucha se agotará. En cambio, no es por casualidad si sabotean todo esfuerzo de generalización: lo que teme por encima de todo la burguesía es tener que enfrentarse a un movimiento no sólo de tal o cual categoría de la clase obrera sino que tiende a generalizarse a toda la clase obrera, poniendo en la palestra a dos clases antagónicas y no a un grupo de obreros contra un patrón. En ese caso la burguesía corre el riesgo de verse paralizada tanto económica como políticamente y es por eso que una de las armas de la lucha es la tendencia a su extensión aún cuando ésta no se realice de un golpe. La burguesía teme mucho más a los huelguistas que van de fábrica en fábrica para tratar de convencer a sus camaradas de unirse a la lucha que a huelguistas que se encierran en su fábrica aunque tengan la voluntad de aguantar dos meses.
Es por esa razón y porque prefigura los combates revolucionarios que mañana abrazarán a toda la clase obrera, que la generalización de las luchas es la consigna permanente de la intervención de los revolucionarios hoy.
Para poder luchar fuera y contra los sindicatos, la clase obrera se organiza de manera vacilante al principio, pero deja ya entrever los primeros signos de la tendencia hacia la auto-organización del proletariado (ver la huelga de Rótterdam en Septiembre de 1979). Apoyamos con todas nuestras fuerzas las experiencias que enriquecen la conciencia de clase respecto a ese punto capital. Respecto a los obreros más combativos, apoyamos su agrupamiento, no para que constituyan nuevos sindicatos, ni para que se pierdan en un apoliticismo estéril por falta de confianza en sí mismos, sino en grupos obreros, comités de acción, colectivos, coordinaciones, etc...., lugares abiertos a todos los obreros para discutir sobre las cuestiones fundamentales ante la clase. Sin caer en un entusiasmo exagerado y sin farolear, afirmamos que la efervescencia en la clase obrera se anuncia ya en las minorías combativas que contribuyen al desarrollo de la conciencia de clase, no tanto por los individuos a que estos grupos conciernen directamente en un momento dado, sino por el hilo histórico que reanuda la clase al abrir la discusión y la confrontación en su seno.
Sobre cuestiones como la manifestación del 23 de Marzo, debemos afirmar que no existen recetas preparadas de antemano y válidas para cualquier caso. Mañana habrá otras múltiples manifestaciones de la combatividad obrera que concentrarán nuestra atención porque serán reveladoras de la fuerza del proletariado. Al igual que toda la clase, los revolucionarios se encuentran ante una labor de gran importancia: definir perspectivas, tomando en cuenta una situación precisa, saber cuando hay que pasar de la denuncia general a la denuncia concreta demostrada por hechos, cuando hay que pasar a un ritmo superior, evaluar el nivel real de la lucha, definir en cada etapa los fines inmediatos con respecto a la perspectiva revolucionaria.
No somos más que un puñado de militantes revolucionarios en el mundo; no hay que ilusionarse respecto a la influencia directa de los revolucionarios hoy en día, ni sobre la dificultad que tendrá la clase obrera para reapropiarse el marxismo. En ese torbellino de explosiones de lucha, en esa obra «de la conciencia, de la voluntad, de la pasión, de la imaginación que es la lucha proletaria», los revolucionarios jugarán un papel solamente «si no han olvidado que siempre hay que seguir aprendiendo».
JA/MC/JL/CG
[1] La Sagrada Familia
[2] En el periódico de PIC -Jeune Taupe nº 27- se reproduce una hoja de un grupo de obreros de Ericsson acompañada de un comentario del PIC donde les critica el oponerse a los despidos argumentando que «no se puede a la vez luchar por mantener el empleo y por destruir el trabajo asalariado y el capitalismo».
[3] Hay que evitar la identificación entre el reformismo y la actividad de los sindicatos actuales. El reformismo oponía a la lucha por la revolución la lucha por los intereses inmediatos de la clase basándose en la ilusión de que esta podía desarrollarse en el marco de la continua expansión del capitalismo. En cambio, los sindicatos de la decadencia del capitalismo no tienen esa ilusión que tenían los reformistas. Ellos se han opuesto siempre a la revolución, han abandonado igualmente la defensa de los intereses inmediatos de los obreros y se han convertido en órganos directos del Estado capitalista.
[4] Lucha en 1978 protagonizada por obreros argelinos emigrantes.
Para la mayoría de los grupos revolucionarios de la actualidad los sindicatos no pueden verse ya como organizaciones capaces de defender los intereses inmediatos de la clase trabajadora; sin hablar ya de sus intereses revolucionarios, históricos. Existe también un gran nivel de acuerdo en que la forma más eficaz para la organización y la extensión de la lucha se encuentran en las asambleas generales de trabajadores, y en los comités y organismos de coordinación elegidos y revocables que surgen de estas.
Pero estas formas de organización no pueden mantenerse de forma permanente cuando las luchas se apagan, lo que plantea un problema para los militantes proletarios que no quieren caer en la atomización y buscan tener un papel activo en luchas futuras. Es por esto que existe una tendencia, que normalmente sólo aparece en pequeñas minorías, entre estos trabajadores a formar grupos, círculos, comités y redes, fuera de los sindicatos oficiales y a veces abiertamente contra ellos. Pero entre las organizaciones revolucionarias existen diferentes enfoques hacia estos grupos: ¿son la base para una renovada forma de anarcosindicalismo? ¿Deberían verse como la base para la creación de intermediarios permanentes entre la organización política comunista y la clase como un todo?
Estas cuestiones han sido objeto de debate durante décadas, y todavía se siguen planteando en debates en foros de Internet, como por ejemplo en www.red-marx.com/icc-ict-and-the-icp-t695.html [4]. En un sentido más concreto y práctico, se plantean en numerosos centros de trabajo y lugares donde minorías militantes de trabajadores, estudiantes y parados buscan unirse para resistir a la ofensiva de austeridad del capital.
Hemos pensado que sería útil el publicar un número de artículos que recogen diferentes elementos de este debate y buscan extraer algunas perspectivas para la actividad futura. Comenzamos con un texto que fue adoptado en 1980 por el Tercer Congreso de la sección en Bélgica de la CCI, y publicado en la Revista Internacional nº 21. El texto es una buena base para empezar con la serie porque, tras establecer el marco general para la comprensión de la naturaleza de la lucha de clase en la era del declive del capitalismo, busca señalar las lecciones generales que pudieran extraerse de las experiencias de los grupos de trabajadores en los años 1970. En futuros artículos se abordarán otras experiencias de los 80 y de la última década, además de repasar algunos de los debates entre revolucionarios sobre esta cuestión.
Septiembre 2012
¿Qué hacer fuera de los períodos de luchas abiertas? ¿Cómo organizarse cuando la huelga ha terminado? ¿Cómo preparar las luchas por venir?
Ante estas cuestiones, y ante los conflictos planteados por la existencia de estos comités, círculos, núcleos, etc., que agrupan a pequeñas minorías de la clase obrera, no disponemos de recetas que dar. No podemos elegir entre dar lecciones morales (“organizaos por vosotros mismos de esta forma o aquella”, “disolveos”, “uníos a nosotros”) y adularles de forma demagógica. En cambio, nuestra preocupación es la siguiente: el entender estas expresiones minoritarias del proletariado como parte del conjunto de la clase. Si las situamos en el movimiento general de la lucha de clase; si las vemos estrechamente vinculadas a las fortalezas y debilidades de los diferentes periodos en la lucha entre clases, entonces, de esta forma, podremos entender a qué necesidad general responden. Pero no es ni manteniéndose políticamente imprecisos en relación a ellos, ni encerrándolos en rígidos esquemas, como seremos capaces de identificar sus aspectos positivos y de señalar los peligros que les acechan.
Nuestra primera preocupación al abordar esta cuestión debe ser el recordar el contexto histórico general en el que nos encontramos. Debemos señalar la naturaleza de este periodo histórico (el periodo de las revoluciones sociales) y las características de la lucha de clase en la decadencia. Este análisis es fundamental para permitirnos entender el tipo de organización de clase que puede existir en este periodo.
Sin entrar en detalles, recordemos simplemente que el proletariado en el siglo XIX existía como fuerza organizada de forma permanente. El proletariado se unificó como clase a través de las luchas económicas y políticas por reformas. El carácter progresista del sistema capitalista permitió al proletariado ejercer presión sobre la burguesía con el fin de obtener reformas, y de este modo grandes masas de la clase trabajadora se agruparon dentro de sindicatos y partidos.
En el periodo de senilidad del capitalismo las características y las formas de organización de la clase cambian. Una movilización casi permanente del proletariado alrededor de sus intereses inmediatos y políticos no es ya ni posible ni viable. De ahí en adelante, los órganos unitarios de la clase no pueden existir salvo en el curso de la lucha misma. Desde entonces, la función de estos órganos unitarios no puede limitarse ya simplemente a “negociar” una mejora en la condiciones de vida del proletariado (porque una mejora ya no es posible a largo plazo y porque la única respuesta realista es la revolución). Su tarea es prepararse para la toma del poder.
Los órganos unitarios de la dictadura del proletariado son los consejos obreros. Estos órganos poseen una serie de características que debemos dejar claro si queremos comprender todo el proceso que lleva a la auto-organización del proletariado.
Por tanto, debemos mostrar claramente que los consejos son expresión directa de la lucha de la clase obrera. Se erigen de forma espontánea (aunque no mecánica) desde la lucha. Es por eso que se encuentran íntimamente vinculados al desarrollo y maduración de la lucha. De ahí extraen su sustancia y vitalidad. No constituyen, por tanto, una simple “delegación del poder”, una parodia de parlamento, sino una expresión auténtica y organizada del conjunto de la clase obrera y su poder. Su tarea no es organizar una representación proporcional de los grupos sociales o de los partidos políticos, sino hacer posible que la voluntad del proletariado se lleve a la práctica. Es a través de ellos que se toman todas las decisiones. Es por esta razón que los obreros deben constantemente mantener el control sobre ellos (revocabilidad de los delegados) por medio de las Asambleas Generales.
Únicamente los consejos obreros son capaces de realizar la identificación viviente entre la lucha inmediata y la meta final. Por medio de este lazo entre la lucha por los intereses inmediatos y la lucha por el poder político, los consejos establecen la base objetiva y subjetiva de la revolución. Constituyen el crisol por excelencia de la conciencia de clase. La constitución del proletariado en consejos no es, pues, una simple cuestión de forma organizativa, sino el producto del desarrollo de la lucha y la conciencia de clase. La aparición de los consejos no es el fruto de recetas organizativas, de estructuras prefabricadas, de órganos intermedios.
La extensión y la centralización cada vez más consciente de las luchas, más allá de fábricas y fronteras, no puede ser un acto artificial, voluntarista. Como prueba de esto basta con recordar la experiencia de las AAUD y su intento artificial de unificar y centralizar las “organizaciones de fábrica” en un periodo de reflujo de las luchas[1].
Los consejos solo pueden mantenerse en la medida que lo haga una lucha permanente, abierta, que implique la participación de un número cada vez mayor de obreros en el combate. Su surgimiento es, esencialmente, producto del desarrollo de la lucha misma y de la conciencia de clase.
Sin embargo no nos encontramos aún dentro de un periodo de lucha permanente, en un contexto revolucionario que permita al proletariado organizarse en consejos obreros. La constitución del proletariado en consejos es producto de condiciones objetivas (profundidad de la crisis, curso histórico) y subjetivas (madurez de la lucha y de la conciencia de clase). Es el resultado de todo un aprendizaje y maduración, tanto organizativa como política.
Debemos ser conscientes de que esta maduración, esta fermentación política, no se desarrolla siguiendo una línea recta claramente trazada. Se expresa en cambio a través de un proceso ardiente, impetuoso y confuso, dentro de un movimiento que se expresa de forma errática y a trompicones, y que requiere la participación activa de las minorías revolucionarias.
Incapaz de desarrollarse mecánicamente siguiendo principios abstractos, planes preconcebidos, o por medio de esquemas voluntaristas apartados de la realidad, el proletariado debe forjar su unidad y conciencia a través de un doloroso aprendizaje. Incapaz de agrupar todas sus fuerzas un día “D”, concentra sus batallones y forma su ejército por medio del combate mismo. Pero en el curso de la lucha aparecen en sus filas elementos más combativos, la vanguardia más decidida. Estos elementos no se reagrupan necesariamente dentro de organizaciones revolucionarias (en ciertos periodos son virtualmente desconocidas). La aparición de estas minorías combativas dentro del proletariado, ya sea antes o después de luchas abiertas, no es un fenómeno que sea incomprensible o novedoso. Expresa realmente el carácter irregular de la lucha; el desarrollo desigual y heterogéneo de la conciencia de clase. Así, desde finales de los años 60 hemos sido testigos, tanto de forma separada como al mismo tiempo, del desarrollo de la lucha (en el sentido de su mayor auto-organización), de un reforzamiento de las minorías revolucionarias, y de la aparición de comités, núcleos, círculos, etc, tratando de reagruparse como una vanguardia de la clase obrera. El desarrollo de un polo político coherente de reagrupamiento, y la tendencia del proletariado a intentar organizarse por sí mismo fuera de los sindicatos, son ambos elementos de la misma maduración de la lucha.
La aparición de estos comités, círculos, etc, responde de forma genuina a una necesidad en el seno de la lucha. Si algunos elementos combativos sienten la necesidad de mantenerse reagrupados tras haber luchado juntos, lo hacen con la voluntad a la vez de “actuar juntos” (la preparación de una nueva huelga) y de sacar lecciones de la lucha (por medio de la discusión política). La cuestión que se le plantea a estos proletarios es tanto el reagruparse con la vista puesta en futuras acciones como la reagrupación en pos de la clarificación de las cuestiones planteadas en la pasada lucha y en aquellas por venir. Esta actitud es comprensible en el sentido de que la ausencia de luchas permanentes, el “fracaso” de los sindicatos y la gran debilidad de las organizaciones revolucionarias crean un vacío organizativo y político. Cuando la clase obrera vuelve al camino de su lucha histórica siente horror hacia ese vacío. Por tanto, busca responder a esa necesidad planteada por ese vacío organizativo y político.
Estos comités, estos núcleos, estas minorías proletarias que todavía no entienden claramente su propia función, son una respuesta a esta necesidad. Son a la vez una expresión de la debilidad general de la lucha de clase actual y de una maduración de la organización de la clase. Son la cristalización de todo un desarrollo subterráneo que tiene lugar en el seno del proletariado.
Es por esto que debemos tener cuidado en no encerrar estos órganos rígidamente en compartimentos estancos. No podemos pronosticar su aparición ni su desarrollo de una manera precisa. Además, debemos ser cuidadosos en no hacer separaciones artificiales en los diferentes momentos de la vida de estos comités, viéndonos atrapados en el falso dilema “acción o discusión”.
Dicho esto, esta situación no debería impedir una intervención hacia estos órganos por nuestra parte. Debemos también ser capaces de apreciar su evolución en relación al periodo, dependiendo de si nos encontramos en una fase de reanudación o de reflujo de la lucha. Debido a que son espontáneos, producto inmediato de la lucha, y a que su aparición se basa principalmente en problemas coyunturales (a diferencia de la organización revolucionaria, que está basada en las necesidades históricas del proletariado), estos órganos son muy dependientes del estado de la lucha de clases en el que aparecen. Son prisioneros de las debilidades generales del movimiento y tienden a seguir los altibajos de la lucha.
Debemos realizar una distinción en el desarrollo de estos núcleos entre el periodo de reflujo de la lucha (1973-77) y el de hoy, periodo de reaparición de la lucha de clase a nivel internacional. Aunque los peligros a los que se exponen son idénticos en ambos periodos, debemos ser capaces de señalar las diferencias en cuanto a su evolución.
Es así que al final de la primera oleada de luchas a finales de los años 60 fuimos testigos de la aparición de toda una serie de confusiones en el seno de la clase trabajadora. Podríamos medir la magnitud de esas confusiones examinando la actitud de algunos de los elementos combativos de la clase que trataron de mantenerse agrupados.
Vimos desarrollarse:
Todas estas debilidades fueron esencialmente una manifestación de las debilidades de la primera oleada de luchas a finales de los 60. Este movimiento se caracterizó por una desproporción entre la fuerza y la extensión de las huelgas por un lado, y la debilidad del contenido de las reivindicaciones por otro. Lo que sobre todo indica esta desproporción era la ausencia de perspectivas políticas claras en las luchas. El retroceso del movimiento, que tuvo lugar entre 1973 y 1977, fue el producto de sus debilidades, que fueron aprovechadas por la burguesía para desarrollar una labor de desmovilización y encuadramiento ideológico de las luchas. Cada uno de los puntos débiles de la primera oleada de huelgas fue “recuperado” por la burguesía para su propio provecho:
“Así, la idea de una organización permanente de la clase, a la vez económica y política, se transforma más tarde en la idea de “nuevos sindicatos”, para convertirse finalmente en sindicalismo clásico. La visión de una Asamblea General como forma independiente de cualquier contenido termina- vía mistificación con respecto a la democracia directa y el poder popular- reestableciendo la confianza en la democracia burguesa clásica. Ideas sobre la auto-gestión y el control obrero de la producción (confusiones que son comprensibles en un principio) fueron teorizadas en el mito de la “auto-gestión generalizada”, “islas de comunismo” o “nacionalización bajo control obrero”. Todo esto propició que los trabajadores confiaran en los planes de reestructuración de la economía, que supuestamente evitarían despidos, o que apoyaran pactos de solidaridad nacional presentados como una forma de “salir de la crisis”” (Informe sobre la Lucha de Clase presentado en el III Congreso Internacional de la CCI)
Con la reaparición de la lucha desde 1977 hemos visto el nacimiento de otras tendencias. El proletariado ha madurado gracias a sus “derrotas”. Ha sacado, aunque de una forma confusa, las lecciones del reflujo, y aunque los peligros representados por el “sindicalismo combativo”, el corporativismo, etc, se mantienen, se inscriben dentro de una evolución general diferente.
Desde 1977, hemos visto desarrollarse tímidamente:
Debemos insistir que los peligros del corporativismo, del “sindicalismo combativo”, y la limitación de la lucha a un terreno estrictamente económico continúan existiendo incluso dentro de este periodo.
Pero lo que debemos tener en cuenta es la importante influencia del periodo en la evolución de los comités y núcleos que aparecen antes y después de las luchas abiertas. Cuando el periodo es de combatividad y reaparición de la lucha de clase, la intervención de estas minorías toma un sentido diferente y nuestra actitud hacia ellas también. En un periodo de reflujo generalizado en la lucha, tenemos que insistir más en los peligros de que estos órganos se conviertan en semi-sindicatos, de caer en las garras de los izquierdistas, de tener alguna ilusión en el terrorismo, etc. En un periodo de reemergencia de clase insistiremos más en los peligros representados por el voluntarismo y el activismo (ver las ilusiones expresadas en este sentido en el manifiesto de co-ordinamento de Sesto San Giovanni), y en las ilusiones que algunos de los obreros combativos pudieran tener sobre la posibilidad de formar futuros comités de huelga, etc. En un periodo de reaparición de la lucha seremos también más abiertos hacia las minorías combativas que aparezcan y se reagrupen con la visión de convocar huelgas, formar comités de huelga, Asambleas Generales, etc.
El interés por situar los comités, los núcleos, etc, en el contexto de la lucha de clase, de entenderlos en relación al periodo en el que aparecen, no implica, sin embargo, que cambiemos nuestro análisis de forma radical, según las diferentes etapas de la lucha de clase.
Cualesquiera sea el momento en el que estos comités nacen sabemos que no constituyen más que una etapa de un proceso dinámico general; son un momento en la maduración de la organización y la conciencia de clase. Sólo pueden tener un papel positivo en la medida que se doten ellos mismos de un marco amplio y flexible en el que trabajar, con el fin de no paralizar el proceso general. Es por eso que estos órganos deben mantenerse atentos si no quieren caer en las siguientes trampas:
Es por eso que nuestra actitud hacia estos órganos minoritarios se mantiene abierta pero al mismo tiempo tratando de ejercer una influencia en la evolución de la reflexión política en el medio, en cualquier periodo en el que nos encontremos. Debemos esforzarnos por que estos comités, núcleos, etc, no se paralicen, ya sea en una dirección (creación de una estructura que imagine ser la prefiguración de consejos obreros) u otra (fijación política). Por encima de cualquier otra cosa, lo que debe guiar nuestra intervención no son los intereses o las preocupaciones coyunturales de estos órganos (ya que no podemos sugerirles ninguna receta organizativa ni respuestas perfectas), sino los intereses generales del conjunto de la clase. Nuestra preocupación será siempre el homogeneizar y desarrollar la conciencia de clase de forma que el desarrollo de la lucha de clase tenga lugar bajo la cada vez mayor participación de todos los trabajadores, y que la lucha sea tomada por los obreros mismos y no por una minoría, no importa de qué tipo. De ahí nuestra insistencia en la dinámica del movimiento y en poner en guardia a los elementos combativos contra cualquier intento de sustitucionismo o cualquier otra cosa que pudiera bloquear el posterior desarrollo de la lucha y la conciencia de clase.
Orientando la evolución de estos órganos en una dirección (reflexión y discusión política) en vez de en otra, podemos dar una respuesta que favorezca la dinámica del movimiento. Pero dejemos claro que eso no significa que condenemos cualquier forma de “intervención” o “acción” llevada a cabo por estos órganos. Es evidente que el momento en que un grupo de obreros combativos comprende que su tarea no es constituirse ellos mismo como un semi-sindicato, sino el extraer las lecciones políticas de las luchas pasadas, no se da en un vacío etéreo, en lo abstracto, sin consecuencias prácticas. La clarificación política llevada a cabo por estos elementos combativos también les empujará a actuar juntos dentro de su propia fábrica (y en el mejor de los casos incluso fuera de su propia fábrica). Sentirán la necesidad de darse una expresión política, material, para su reflexión política (panfletos, publicaciones, etc). Sentirán la necesidad de posicionarse ante asuntos concretos a los que debe hacer frente la clase obrera. Con el fin de defender y propagar sus posiciones tendrán que realizar una intervención concreta. En ciertas circunstancias propondrán medios concretos de acción (formación de Asambleas Generales, comités de huelga...) para hacer avanzar la lucha. En el curso de la lucha misma sentirán la necesidad de un esfuerzo común para dotar a la lucha de una cierta orientación; apoyarán las reivindicaciones que les permitan luchar por extenderse e insistirán en la necesidad de extensión, generalización, etc.
Aunque nos mantengamos atentos a estos esfuerzos y no tratemos de proponer esquemas rígidos para su lucha, está claro sin embargo que debemos continuar insistiendo en el hecho de que lo que más cuenta es la participación activa de todos los trabajadores en la lucha, y que los obreros combativos en ningún momento deben sustituir a sus compañeros en la organización y coordinación de las huelgas. Además, está también claro que cuanto mayor sea la influencia de la organización revolucionaria en las luchas mayor será el número de elementos combativos que se acerquen a ella. Y no porque la organización tenga una política de reclutamiento forzoso hacia estos elementos, sino simplemente porque los trabajadores más combativos se volverán conscientes de que una intervención política, que sea realmente activa y efectiva, puede darse únicamente en el marco de una organización internacional de este tipo.
No es oro todo lo que reluce. Señalar que la clase obrera en su lucha puede provocar que aparezcan más elementos combativos no significa afirmar que el impacto de estas minorías sea decisivo para el desarrollo posterior de la conciencia de clase. No debemos realizar una identificación absoluta entre una expresión de la maduración de la conciencia y un factor activo en el desarrollo de esta.
En realidad, la influencia que estos núcleos pueden tener en el posterior desarrollo de la lucha es muy limitada. Su influencia depende por completo de la combatividad general del proletariado y de la capacidad de estos núcleos de proseguir un trabajo de clarificación política. A largo plazo, este trabajo no puede proseguir más que en el marco de una organización revolucionaria.
Pero, de nuevo, no disponemos de mecanismos que garanticen el éxito. No es a través de un proceso artificial que la organización revolucionaria gana elementos. Contrariamente a las ideas de organizaciones como Battaglia Communista o el PIC, la CCI no busca rellenar de una manera artificial, voluntarista, el “hueco” entre el partido y la clase. Nuestra comprensión de la clase obrera como una fuerza histórica, y de nuestro papel, nos previene de querer paralizar estos comités en la forma de una estructura intermedia. Ni pretendemos crear “grupos de fábrica” como correas de transmisión entre la clase y el partido.
Se nos plantea entonces la cuestión de determinar cuál debería ser nuestra actitud hacia estos círculos, comités, etc. Incluso reconociendo su influencia limitada y sus debilidades, debemos mantenernos abiertos a ellos y atentos a su aparición. Lo más importante es que les propongamos abrirse a una discusión amplia. En ningún momento debemos adoptar hacia ellos una actitud de menosprecio o de condena bajo el pretexto de reaccionar contra su “impureza” política. Este es un elemento a evitar. El otro es el adularles o incluso centrar todas nuestras energías en ellos. No debemos ignorar a los grupos de trabajadores, pero de igual modo tampoco debemos obsesionarnos con ellos. Reconocemos que la lucha madura, y que la conciencia de clase se desarrolla como parte de un proceso.
Dentro de este proceso existen tendencias dentro de la clase que tratan de “elevar” la lucha al terreno político. En el curso de este proceso sabemos que el proletariado dará lugar a minorías combativas en su seno, pero no se agruparán necesariamente en organizaciones políticas. Debemos ser cuidadosos en no identificar este proceso de maduración en la clase hoy con el que caracterizó el desarrollo de la lucha en el último siglo. Esta comprensión es muy importante porque nos permite apreciar de qué forma estos comités o círculos son una expresión real de la maduración de la conciencia de clase, pero una expresión que es, sobre todo, temporal y efímera y no un paso organizativo estructurado y fijo en el desarrollo de la lucha de clase. La lucha de clase en el periodo de la decadencia capitalista avanza de forma explosiva. Aparecen erupciones repentinas que sorprenden incluso a los elementos más combativos de luchas anteriores, pudiendo superarlas en madurez y conciencia de forma inmediata. El proletariado sólo puede organizarse realmente a un nivel unitario dentro de la lucha misma, y en la medida que esta se vuelve permanente, las organizaciones unitarias de la clase crecen y se fortalecerse.
Esta comprensión es la que nos permite entender mejor el porqué no tenemos una política específica, una “táctica” especial, en relación a los comités obreros, incluso cuando en ciertas circunstancias podría ser muy positivo para nosotros el tener debates de forma sistemática con ellos y participar en sus encuentros. Reconocemos la posibilidad y la mayor facilidad para discutir con estos elementos combativos (especialmente cuando la lucha no es todavía abierta). También somos conscientes de que ciertos de estos elementos podrían querer unirse a nosotros, pero no centramos todos nuestros esfuerzos en ellos. Porque lo que es de importancia primordial para nosotros es la dinámica general de la lucha, y no establecemos ninguna clasificación rígida o jerarquía dentro de esta dinámica. Por encima de todo nos dirigimos a la clase obrera en su conjunto. Al contrario que otros grupos políticos que tratan de superar el problema de la ausencia de influencia de las minorías revolucionarias en la clase por medios artificiales y alimentándose de ilusiones sobre los grupos de trabajadores, la CCI reconoce que tiene un impacto muy pequeño en el periodo actual. No tratamos de incrementar nuestra influencia entre los trabajadores dándoles una “confianza” artificial en nosotros. No somos ni obreristas ni tampoco megalomaníacos. La influencia que progresivamente desarrollemos dentro de las luchas vendrá esencialmente de nuestra práctica política dentro de estas y no de nuestra actuación como pelotas, aduladores, o como “chicos para todo” que se limiten a asumir tareas técnicas. Además, dirigimos nuestra intervención política a todos los trabajadores, al proletariado como un todo, como clase, porque nuestra tarea fundamental es llamar a la máxima extensión de la lucha. Nosotros no existimos para sentirnos satisfechos ganándonos la confianza de dos o tres obreros con callos en las manos, sino para homogeneizar y acelerar el desarrollo de la conciencia de clase. Seamos conscientes de que únicamente en el proceso revolucionario mismo el proletariado nos otorgará su “confianza” política en la medida que se dé cuenta de que el partido revolucionario es realmente parte de su lucha histórica.
[1] AAUD: Allgemeine Arbeiter Union Deutschlands, “Unión General Obrera de Alemania”. Estas “Uniones” no eran sindicatos, sino intentos de crear formas organizativas permanentes para la agrupación de todos los trabajadores fuera y contra los sindicatos en Alemania en los años siguientes al aplastamiento de la insurrección de Berlín en 1919. Expresaban nostalgia por los consejos obreros, pero nunca consiguieron llevar a cabo la función de estos
[2] Grupos obreros en Bélgica
[3] El grupo francés PIC (Pour Une Intervention Communiste) durante varios meses estuvo convencido – y trató de convencer a todo el mundo- de que estaba participando en el desarrollo de una red de “grupos obreros” que constituiría una potente vanguardia del movimiento revolucionario. Basaba esa ilusión en la esquelética realidad de dos o tres grupos formados principalmente por ex-izquierdistas. No queda mucho de este “bluff” hoy
[4] Se trata de encuentros organizados reagrupando delegados de diferentes grupos obreros, colectivos y comités
Revista Internacional nº 22 julio - septiembre 1980
I
En el período anterior a la Primera Guerra Mundial y durante la guerra misma, los revolucionarios marxistas se esforzaron no sólo en denunciar el carácter imperialista de la guerra, sino demostrar el carácter inevitable de ésta mientras el capitalismo fuera el modo de producción mundialmente dominante.
En contra de los pacifistas que hacían votos por un capitalismo sin guerras, los revolucionarios afirmaban que era imposible impedir las guerras imperialistas sin al mismo tiempo destruir el capital. La acumulación del Capital y El Folleto de Junius de Rosa Luxemburg, así como "El Imperialismo, fase superior del capitalismo" de Lenin, fueron escritos esencialmente con ese objetivo. Los medios de análisis en estas obras, así como ciertas conclusiones son diferentes, pero la preocupación que las anima desde el principio hasta el final es la misma, o sea, la de la acción revolucionaria del proletariado internacional frente a la barbarie capitalista.
Hoy, cuando una crisis abierta del capitalismo vuelve a amenazar con una nueva guerra imperialista mundial y a la vez crea las condiciones para un nuevo asalto revolucionario del proletariado contra el capital a escala planetaria, los revolucionarios tienen que continuar ese trabajo, de análisis de la sociedad capitalista con el mismo ánimo de intervención militante.
En contra de lo que puedan pensar los catedráticos de marxismo de la Universidad, el marxismo no forma parte de la economía política, sino que es la crítica revolucionaria de ésta. Para los revolucionarios, cuando analizan la crisis actual del capitalismo, no se trata de especulaciones académicas en el mundo etéreo de los análisis económicos. No es sino un momento más de su intervención global con vistas a preparar las armas de la revolución proletaria. No es pura interpretación del mundo capitalista, sino un arma para destruirlo.
II
Frente a las convulsiones económicas crecientes que conoce actualmente el capitalismo, se trata, pues, para los revolucionarios de poner en evidencia cómo se verifican las perspectivas revolucionarias marxistas, demostrando:
III
Para llevar a cabo esas tareas, los revolucionarios deben ser capaces de expresar con términos claros, comprobables ampliamente en la realidad de la crisis tal como la vive el conjunto de la sociedad y en particular la clase obrera, los fundamentos principales del análisis marxista de las contradicciones internas del capitalismo. Defender la idea de la necesidad y de la posibilidad de destruir el capitalismo sin ser capaces de explicar clara y sencillamente los orígenes de la crisis del sistema, es condenarse a ser vistos como profesores de economía, o como utopistas iluminados. Esa necesidad es tanto más fuerte hoy por cuanto todo da a entender que, al contrario de los movimientos revolucionarios de 1871, de 1905 o de 1917-23, la próxima oleada revolucionaria proletaria estallará, no como consecuencia de una guerra, sino de una crisis económica. Cada día, más el debate sobre las causas de la crisis del capitalismo ya no tendrá lugar en revistas teóricas de unos cuantos grupos revolucionarios, sino en asambleas de desempleados, en asambleas de fábrica, el cogollo mismo de la clase obrera en lucha contra las crecientes agresiones de un capitalismo acorralado. La tarea de los comunistas es la de saber prepararse para ser, en las luchas, factores eficaces de claridad.
IV
Paradójicamente, la cuestión de los fundamentos de la crisis del capitalismo, piedra angular del socialismo científico, ha sido objeto sobre todo desde los debates sobre el imperialismo, de cantidad de desacuerdos entre marxistas.
Todas las corrientes comunistas comparten en general el concepto fundamental de que la instauración de una sociedad comunista es una necesidad y una posibilidad histórica desde el momento en que las relaciones de producción capitalistas dejan de ser factores indispensables para el desarrollo de las fuerzas productivas, transformándose en trabas, o dicho según la fórmula de El Manifiesto Comunista, cuando "las instituciones burguesas se han vuelto demasiado estrechas como para contener la riqueza que han creado".
Los desacuerdos surgen cuando se trata de precisar la manera como se concretiza esa contradicción general, cuando se trata de definir cuándo y cómo se caracteriza el fenómeno económico que transforma esas instituciones (salariado, ganancia, nación, etc.) en trabas definitivas para el desarrollo de las fuerzas productivas, precipitando al capitalismo en la crisis, la quiebra y la decadencia.
Esos desacuerdos siguen existiendo hoy, muchas veces con las mismas divergencias con que se opusieron los revolucionarios á principios de siglo[1] [10]. Lo que pasa es que con el terrible debilitamiento de las fuerzas revolucionarias, por los 50 años de contrarrevolución triunfante, con la ruptura orgánica casi completa respecto de organizaciones del pasado y el total aislamiento en que han vivido los grupos comunistas durante décadas, todo ello ha hecho que el debate entre revolucionarios sobre este tema ha sido casi inexistente.
Tras la reanudación de las luchas proletarias y el resurgir de nuevos grupos revolucionarios desde hace diez años, ha vuelto la discusión sobre el tema, discusión aguijoneada por la necesidad de entender las dificultades económicas crecientes que sufre el capitalismo mundial. Sin embargo, el debate se reanuda a menudo con bases que lo reducen en importancia y en posibilidades de que desemboque en resultados apreciables que enriquezcan el análisis.
Es lógico que el debate se haya reanudado sobre las discusiones no zanjadas por los teóricos marxistas de principios de siglo y que recogieron más tarde grupos como Bilan, Internationalisme o la revista Living Marxism. En el centro del debate estaba la oposición entre los análisis de Rosa Luxemburg y los de quienes se mantuvieron en defender el análisis de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia como explicación básica de las contradicciones del capitalismo. Por desgracia, el debate ha tenido hasta ahora una fuerte tendencia a limitarse a hacer exégesis de los escritos de Marx, unos esforzándose en demostrar que las tesis de Rosa Luxemburg son "algo totalmente fuera del marxismo" o por lo menos, una "malísima interpretación de los trabajos del fundador del socialismo científico" y los otros insistiendo en poner de relieve la continuidad marxista de la tesis de La acumulación del capital.
Por muy importante que sea la cuestión de situar cualquier análisis "marxista" con respecto a los trabajos de Marx, el debate acabaría en un callejón sin salida estéril si se limitara a eso. Una teoría no queda confirmada o invalidada más que si se encara a la realidad que pretende explicar. Un pensamiento sólo puede desarrollarse-positivamente y llegar a los medios para convertirse en fuerza material si se someta a la crítica de los hechos. Así pues, para que el debate actual sobre las causas básicas de la crisis del capitalismo pueda desenvolverse constructivamente, hay que:
· saber considerar los análisis de los marxistas del pasado, incluido Marx, no como libros sagrados cuyo estudio bastaría para darnos la explicación de todos los fenómenos económicos del capitalismo actual, sino como esfuerzos teóricos que deben, para ser comprendidos y recogidos, ser situados en las condiciones históricas en las que fueron elaborados.
Por todo eso, nos parece esencial:
M A R X
En plena crisis económica de 1847-48, y para intervenir en las luchas obreras resultantes, fue cuando Marx expuso en conferencias en la Asociación de Obreros Alemanes de Bruselas ("Trabajo asalariado y Capital") y luego en El Manifiesto Comunista, las bases para explicar las crisis del capitalismo. Con fórmulas sencillas pero precisas, Marx hace resaltar lo más específico de la crisis económica capitalista en relación con las crisis económicas de las sociedades pasadas. En las sociedades precapitalistas, el objetivo inmediato de la producción era el consumo. En cambio, el objetivo del capitalista es la venta y la acumulación de capital; siendo el consumo un "mal menor", y entonces, la crisis económica se traduce no en penuria de bienes, sino de sobreproducción: los bienes necesarios a la subsistencia o las condiciones materiales para producirlos existen, pero la masa de productores que solo recibe de sus amos el coste de la fuerza de trabajo, está privada de los medios y del dinero necesario para comprarlos. Y encima, al mismo tiempo que la crisis precipita a los productores en la miseria y el paro, los capitalistas destruyen los medios de producción que permiten paliar esa miseria.
Al mismo tiempo, Marx esboza la razón profunda de las crisis: al vivir en competencia permanente entre sí, los capitalistas no pueden vivir más que desarrollando su capital y no pueden desarrollar su capital más que disponiendo dé nuevas salidas mercantiles. Es así como la burguesía está obligada a invadir todo el planeta en busca de nuevos mercados. Pero al lanzarse a esa expansión, que es lo único que le permite superar las crisis, también está limitando al mismo tiempo el mercado mundial, creando así las condiciones para nuevas crisis todavía más fuertes.
Resumiendo, por la naturaleza misma del salariado y de la ganancia capitalista, el capital no puede dar a sus asalariados los medios para comprar todo lo que produce. Los compradores de lo que no puede vender a sus explotados: la burguesía los encuentra en los sectores y las naciones en las que no domina el capitalismo. Pero al vender su producción a esos sectores, los obliga a adoptar el modo de producción burgués, lo cual los elimina como tales mercados engendrando de nuevo la necesidad de nuevos mercados.
"Desde hace varios decenios (escribe Marx en El Manifiesto de 1848), la historia de la industria y del comercio no es otra cosa sino la rebelión de las fuerzas productivas, contra las relaciones de producción modernas, contra el sistema de propiedad que es la condición de "existencia de la burguesía y de su régimen"; "Basta recordar las crisis comerciales que, vueltas periódicamente, amenazan cada vez más la existencia de la sociedad burguesa. En estas crisis una gran parte no sólo de los productos ya creados, sino también de las fuerzas productivas existentes, son destruidos. Y aparece una epidemia social que en cualquier otra época, hubiera parecido absurda, la epidemia de la sobreproducción. De repente, la sociedad se encuentra hundida en un estado de barbarie momentáneo. Parecería como si el hambre o una guerra de destrucción universal la hubiera dejado sin víveres. La industria y el comercio parecen haber sido aniquilados. Y todo eso ¿por qué? Pues porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio..."
"... ¿Y cómo supera la burguesía esas crisis? Por un lado, imponiendo la destrucción de una masa de fuerzas productivas; por otro, apoderándose de nuevos mercados y explotando mejor los antiguos. ¿y qué significa esto? pues que prepara crisis más generales y profundas, reduciendo a la vez los medios para prevenirlas".
Que entienden Marx y Engels por "apoderarse de nuevos mercados": El Manifiesto contesta que “presionada por la necesidad de mercados cada vez más amplios para sus productos, la burguesía invade toda la superficie del globo. Por todas partes tiene que incrustarse, necesita construir por doquier, por todas partes establece relaciones. Los precios bajos de sus mercancías son la artillería pesada con la que derriba todas las murallas de China, obtiene la capitulación de los bárbaros más decididamente xenófobos. Obliga a todas las naciones, si no quieren ir a la ruina total, adoptar el modo de producción burgués, las obliga a importar lo que se llama civilización, o sea que hace naciones de burgueses. En resumen, la burguesía crea un mundo a su imagen... Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, somete a los países bárbaros y semibárbaros a los países civilizados, las naciones campesinas a las naciones burguesas, Oriente a Occidente".
¿De qué modo es esta conquista el medio para la burguesía de superar sus crisis y al mismo tiempo su condena a más generales y más profundas"?
En "Trabajo asalariado y Capital", Marx contesta:
"Resulta que la masa de productos y por lo tanto la necesidad de mercados aumenta, mientras que el mercado mundial se estrecha, y que cada crisis somete para el mundo comercial un mercado aun no conquistado o poco explotado, limitando así los mercados"
Esas fórmulas son, sin duda alguna, una síntesis magistral de la teoría marxista de las crisis. No es una casualidad si Marx y Engels las pusieron en documentos redactados con el objetivo de presentar a la clase obrera la quintaesencia de los análisis de los comunistas. Ni Marx ni Engels pondrían después, esas fórmulas en entredicho, sino al contrario. Sin embargo, no se encuentra en los trabajos posteriores económicos de Marx, una exposición sistemática y acabada de esa tesis. Hay dos razones básicas.
En efecto, el periodo histórico del siglo XIX es el del auge del movimiento de formación del mercado mundial: "La burguesía invade toda la superficie del globo..., y crea un mundo a su imagen..." comprueba Marx. Pero el movimiento de formación del mercado mundial no estaba realmente terminado. El movimiento que estaba descrito por Marx de que el capital somete para el mundo comercial un mercado aún no conquistado o poco explotado limitando así los mercados, ese movimiento por el que el mercado mundial se estrecha, ese movimiento histórico que hace que la burguesía prepara crisis más generales más profundas, reduciendo a la vez los medios para prevenirlas, ese movimiento, pues; no había alcanzado, en tiempos de Marx, el punto crítico en que el mercado mundial es, tan limitado que la burguesía ya no dispone de medios para prevenir y superar las crisis. El estrechamiento del mercado mundial, la limitación de mercados no había alcanzado un nivel tal que transformara la crisis del capitalismo en algo permanente.
Las crisis del siglo XIX que Marx describe lo son todavía de crecimiento, crisis de las que el capital sale reforzado. Las crisis comerciales de que habla Marx “que, vueltas periódicamente, amenazan cada vez más la existencia de la sociedad burguesa” no son todavía estertores de agonía (como el mismo Marx lo reconocerá años más tarde en el Prefacio a Las luchas de clases en Francia), sino crisis de desarrollo. En el siglo XIX, como también lo dice Marx, "la burguesía supera sus crisis apoderándose de nuevos mercados y explotando mejor los antiguos". Esto le es posible porque el mercado mundial está formándose aún. Tras cada crisis, quedan aún mercados nuevos por conquistar parca los países capitalistas.
Inglaterra, por ejemplo, entre, 1860 Y 1900, colonizaría todavía cerca de 7 millones de millas cuadradas de territorios poblados por 164 millones de personas, lo cual triplica la superficie y duplica la población de su imperio. Francia incrementa su imperio en 3,5 millones de millas cuadradas y 53 millones de habitantes (lo cual multiplica por 18 la extensión y por 16 la población de sus colonias).
Marx asiste al movimiento en que se repliegan las contradicciones del capitalismo y define la fundamental, la cual por un lado impulsa el movimiento y por otro lo condena al callejón sin salida. Marx descubre en el capitalismo en pleno auge de su potencia histórica la enfermedad que lo condenaría a muerte. Pero esta enfermedad no aparecía en aquella etapa de desarrollo, como mortal. Y por eso mismo, Marx no llegó a poder estudiar todos sus aspectos.
Para poder medir la resistencia de un material, hay que llevarlo hasta el punto de ruptura. Para conocer todas las funciones de una sustancia nutritiva en un ser vivo, hay que privarle a éste de aquella hasta que aparecen todas las consecuencias de su falta. De la misma manera, hacía falta que el mercado mundial se encogiera hasta el punto de bloquear de manera definitiva la expansión del capitalismo para que pudiera analizarse en toda su complejidad su contradicción fundamental.
Habría que esperar hasta principios del siglo XX y la exacerbación de los antagonismos entre países capitalistas por la conquista de nuevos mercados hasta llevar a la preparación de la guerra mundial, para que el análisis del problema superara una nueva etapa y alcanzara un nivel más elevado de comprensión. Y así sería con los debates sobre el imperialismo.
Marx no había dejado, sin embargo, los análisis de las contradicciones internas del capitalismo tras El Manifiesto. En El Capital, se encuentran en varios lugares estudios detallados de las condiciones de las crisis capitalistas. Pero en casi todos esos trabajos, hace explícitamente abstracción del mercado mundial, remitiendo al lector a hacerlo. Más que una visión total del mundo capitalista que no podía ser otra que la del mercado mundial, Marx analiza mecanismos internos del "proceso de conjunto del capital", haciendo abstracción de todos aquellos sectores de la economía mundial que son nombrados en El Manifiesto como "mercados nuevos".
Ese es el caso, en particular, de la conocida "ley de la tendencia decreciente de la cuota (o tasa) de ganancia". Esta ley, que Marx descubrió, pone en evidencia los mecanismos por los cuales, sin cierta cantidad de factores contrarios, la elevación de la composición orgánica del capital (es decir, el crecimiento de la productividad del trabajo con la introducción en el proceso productivo de una proporción creciente de trabajo muerto, las maquinas en particular, con respecto al trabajo vivo), lleva la cuota de ganancia del capitalismo a la baja.
Esta ley describe los mecanismos económicos que expresan, a nivel de la cuota de ganancia del capital, la contradicción entre, por un lado, el hecho de que la ganancia capitalista no puede ser extraída más que del trabajo vivo explotado (el capitalismo solo puede robar a los obreros, nunca a las máquinas) y, por otro lado, el hecho de que la proporción de trabajo vivo que contiene cada mercancía capitalista disminuye continuamente en provecho de la del trabajo muerto. En un mundo sin obreros, en el que solo las maquinas producirían, la ganancia capitalista es un absurdo. La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia describe como, al mecanizar y automatizar cada día más la producción, el capitalista está obligado a recurrir a una serie de medidas que impidan la tendencia a la baja a hacerse efectiva.
Marx hizo un estudio de esas medidas destinadas a frenar la baja y que hacen que la ley sea tendencial y no absoluta. Ahora bien, los factores principales que contrarrestan la tendencia dependen precisamente de la capacidad del capital para emplear la escala de la producción, y, por lo tanto, la capacidad para agenciarse mercados nuevos.
Ya sea por factores que compensan la baja de la cuota de ganancia por el aumento de la masa de ganancia, o por factores que impiden esta baja con el incremento del grado de explotación del obrero (elevación de la cuota de plusvalía) gracias a la elevación de la productividad social (baja de salarios reales, extracción creciente de plusvalía relativa), estos dos tipos de factores fundamentales solo pueden hacer su papel si el capitalista encuentra siempre nuevos mercados que le permitan incrementar la escala de su producción, y por lo tanto:
Por eso, Marx insiste tanto en lo tendencial, y no absoluto de dicha ley. Y por eso también, a lo largo de su exposición de la ley y de los factores que la contrarrestan, remite en varias ocasiones al lector a trabajos posteriores.
La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia describe en realidad la carrera entre dos movimientos paralelos en la vida del capitalismo: el movimiento hacia la mecanización y la automatización creciente del proceso de producción por un lado, y, por otro lado, el movimiento del capitalismo hacia una intensificación siempre mayor de la explotación del proletariado [2] [11]. Si la mecanización de la producción capitalista se desarrolla más rápidamente que la capacidad del capital para intensificar la explotación del proletariado, la cuota, de ganancia baja. Si, al contrario, la intensificación de la explotación se desarrolla más deprisa que el ritmo de mecanización de la producción, la cuota de ganancia tiende a aumentar.
Al describir esta carrera contradictoria, la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, esclarece un problema real. Pero no ella sola describe todos los elementos de la realidad de ese fenómeno, sus causas y sus frenos. A las preguntas esenciales ¿qué cosa determina la velocidad de cada uno de esos movimientos?, ¿qué es lo que engendra y mantiene la carrera a la modernización del proceso de producción?, ¿qué es lo que provoca permanentemente el movimiento de intensificación de la explotación?, la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia no contesta, ni pretende contestar por otra parte. La respuesta está en la especificidad histórica fundamental del capitalismo o sea, en que es un sistema mercantil y universal.
El capitalismo no es el primer modo de producción de la historia que conoce el intercambio mercantil y el dinero. En el modo de producción esclavista como también en él feudalismo, existía el intercambio mercantil, pero entonces solo regían unos aspectos siempre limitados de la vida productiva social. Lo específico del sistema capitalista, es su tendencia a universalizar el intercambio, no solo a todo el planeta, sino también y sobre todo, a todos los sectores de la producción social, y muy en particular, a la fuerza de trabajo. Ni el esclavo, ni el siervo vendían su fuerza de trabajo. La parte que les correspondía en la producción social dependía de la producción realizada por un lado y, por otro, de las reglas usuales para ese reparto.
En el capitalismo, el obrero vende su fuerza de trabajo. La parte que le corresponde en la producción social está determinada por la ley del salario, es decir por el valor de su fuerza de trabajo transformada por el capital en mercancía. Su "parte" no es más que lo equivalente del coste de su fuerza de trabajo para el capitalista, y eso sino está en paro (lo cual no se planteaba ni para el siervo ni para el esclavo). Es por eso por lo que el capitalista puede conocer esta situación, desconocida antes en la historia, de estar en sobreproducción, o sea, en una situación en la que los explotadores se encuentran con "demasiados" productos, "demasiadas" riquezas entre sus manos que no pueden reintroducir en el proceso de producción.
Este problema no se plantea al capital mientras este dispone de otros mercados además del que forman sus propios asalariados. Pero por esto mismo, la vida de cada capitalista es lo mismo que una carrera constante por mercados. La competencia entre capitalistas, característica esencial de la vida del capital, no es una competencia por honores o ideales, sino por mercados. Un capitalista sin mercados es un capitalista muerto. Incluso un capitalista que consiguiera realizar el milagro biológico de hacer trabajar a sus obreros gratis (realizando entonces una tasa de explotación sin límites y por lo tanto, una cuota de ganancia enorme), acabaría en quiebra si no consiguiera dar salida a las mercancías creadas por sus explotados. Por eso, la vida del capital está siempre ante una alternativa: o conquistar mercados o morir.
Así es la competencia capitalista, que ningún capital puede evitar. Es esa competencia, por mercados (tanto los existentes como los por conquistar) lo que obliga, cual divinidad, despiadada, al capitalista a agenciárselas para producir a menor coste cada vez. Los bajos precios de las mercancías no solo son la artillería pesada con la que el capital "derriba todas las murallas de China", acorralando los sectores extra capitalistas, sino también el arma económica esencial de la competencia entre capitalistas.
Es esta lucha por bajar los precios de sus mercancías con el fin de mantener o conquistar mercados, lo que es el motor de los dos movimientos cuya velocidad determina la tasa de ganancia. Los dos medios de que dispone el capital para rebajar costes de producción son, en efecto:
Un capitalista no moderniza sus fábricas por no se sabe que ideal modernista, sino porque está obligado, so pena de muerte, por la competencia de mercados. Y lo mismo es en cuanto a la exigencia de intensificar la explotación de la clase obrera.
Así pues, se mire la tendencia decreciente de la cuota de ganancia desde el punto de vista de las fuerzas que la provocan, o se mire desde los factores que la moderan y la contrarrestan, topamos con lo mismo, o sea, con un fenómeno que depende de la lucha del capital por, nuevos mercados. La contradicción económica que esa ley expresa, igual que todas las demás contradicciones económicas del sistema, acaban por reducirse siempre en la contradicción fundamental entre la necesidad para el capital de ampliar siempre más la producción, por un lado, y, por otro el hecho de que nunca podrá crear en su propio seno, dando, a sus asalariados el poder adquisitivo necesario, las salidas necesarias para esa ampliación.
Por eso, tras, haber expuesto la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, Marx escribe dos secciones más lejos en el mismo Libro III de El Capital: "... mientras que la capacidad de consumo de los obreros se halla limitado en parte por el hecho de que estas leyes sólo se aplican en la medida en que su aplicación sea beneficiosa para la clase capitalista.
“La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviese más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad” [3] [12].
Pero desde El Manifiesto hasta el Libro III de El Capital el enunciado de esa razón es siempre el mismo.
Para precisar mejor el contenido de lo que Marx formuló efectivamente y a riesgo de hacer concesiones a los debates de exegetas, hay que contestar aquí, a uno de los últimos argumentos desarrollado por uno de los más conocidos defensores de la idea de que la tendencia decreciente de la cuota de ganancia sería la única teoría de las crisis de Marx. Según Paul Mattick, en su libro Crisis y Teoría de las crisis, las fórmulas de Marx referentes a los problemas que provoca en el mercado el consumo inevitablemente limitado de los trabajadores, serían o "errores de escritura" o concesiones a las teorías subconsumistas en particular de Sismondi.
Marx criticó la teoría subconsumista de Sismondi. Pero lo que rechaza en esta teoría no es la idea de que el capitalismo esté confrontado a problemas de mercado por el hecho mismo de que al ampliar su campo de acción limita también y siempre el poder adquisitivo y el consumo de los trabajadores.
Lo que Marx rechaza de las teorías subconsumistas es:
En resumen, el fondo de la crítica de a los subconsumistas no es que niegue el problema económico que plantean, sino, primero, como lo plantean y segundo las respuestas que le dan.
La teoría de las crisis de Marx sitúa en el centro de su análisis el problema de la incapacidad para el capitalismo de crear todas las salidas necesarias para su expansión y por tanto, el del consumo limitado de las masas obreras. Pero no por eso, es una teoría subconsumista.
El último cuarto del siglo XIX fue sin duda alguna el del auge histórico del capitalismo. El colonialismo capitalista domina casi por completo el planeta. El capitalismo se desarrolla con ritmo sin precedentes, tanto en extensión como en productividad interna. Las luchas sindicales y parlamentarias del movimiento obrero consiguen arrancar reformas duraderas al capitalismo. Las condiciones de existencia del proletariado conocen en los países más desarrollados mejoras verdaderas al mismo tiempo que la expansión fulgurante del capital mundial parece haber dejado como recuerdo del pasado las grandes crisis económicas.
En el movimiento obrero se empieza a desarrollar entonces el "revisionismo", o sea las tendencias que ponen en entredicho la idea de Marx de que el capitalismo está condenado a soportar crisis mortales y proponiendo la posibilidad de pasar al socialismo de manera gradual y pacífica, por medio de reformas sociales progresivas. Lo que dijo Bernstein: "el movimiento lo es todo, la meta no es nada", es el contenido de esa revisión.
En 1901, uno de los principales "marxistas revisionistas", el profesor ruso Tugan-Baranovski, publica un libro que sostiene la idea de que las crisis del capitalismo vienen no de una falta de consumo solvente para la capacidad de extensión de la producción capitalista, sino de una simple desproporción entre los diferentes sectores que podría ser evitada gracias a intervenciones apropiadas de los gobiernos. De hecho, era una reposición de una de las tesis básicas de la economía burguesa, formulada por J. B. Say, según la cual el capitalismo no tendría nunca verdaderos problemas de mercados.
Esas tesis dieron lugar a un debate que llevó a la socialdemocracia a volverse a ocupar de las causas de las crisis. Le incumbió a Kautsky, que era todavía el portavoz más reconocido en todo el movimiento obrero de las teorías de Marx, contestar a Tugan-Baranovski. Citamos aquí un trozo del artículo de Kautsky, el cual pone en claro como en aquella época todavía no planteaba problema alguno en el movimiento obrero, el que la causa de las crisis del capitalismo estaba en su incapacidad para crear los mercados necesarios para su expansión.
"... Los capitalistas y los obreros por ellos explotados ofrecen con el crecimiento de los primeros y del número de los obreros un mercado que aumenta la riqueza de los primeros y del número de los segundo, pero no tan a prisa como la acumulación del capital y la productividad del trabajo. Este mercado, sin embargo, no es, por sí solo, suficiente para los medios de consumo creados por la gran industria capitalista. Esta debe buscar un mercado suplementario, fuera de su campo en las profesiones y naciones que no producen aún en forma capitalista. Lo halla también y lo amplía cada vez más, pero no con bastante rapidez. Pues este mercado suplementario no posee, ni con mucho, la elasticidad y la capacidad de extensión del proceso de producción capitalista. Desde el momento en que la producción capitalista se ha convertido en gran industria desarrollada, como ocurría ya en el siglo XIX, contiene la posibilidad de esta extensión a saltos, que rápidamente excede a toda ampliación del mercado. Así, período de prosperidad que sigue a una ampliación considerable del mercado se halla condenado a vida breve, y la crisis es su término irremediable. Tal es en breves rasgos la "teoría de la crisis fundada por Marx y en cuanto sabemos, aceptada en general por los marxistas ortodoxos".
Kautsky da la dimensión política al debate cuando escribe en el mismo artículo de 1902: "... No es una casualidad que el revisionismo combata con particular ardor la teoría marxista de las crisis (y que el revisionismo quiera transformar) la social-democracia, de un partido de la lucha de clases proletaria, en el ala izquierda de un partido democrático con un programa de reformas sociales".
Sin embargo, por mucho que esta teoría resumida en algunas palabras por Kautsky fuese generalmente adoptada por el movimiento obrero marxista, nadie se había puesto a desarrollarla de manera más sistemática, tal como Marx se lo había propuesto.
Eso es lo que se intentó en los debates sobre la naturaleza del imperialismo en la época de mera guerra mundial.
Los principios del siglo XX conocen el remate de las tendencias contradictorias descubiertas por Marx. El capital ha extendido su dominio al mundo entero. No queda prácticamente un solo kilómetro cuadrado en el planeta que no esté bajo las garras de una u otra metrópoli imperialista. El proceso de formación del mercado mundial, o sea la integración de todas las economías del mundo en un mismo circuito de producción y de intercambio, alcanza entonces un grado tal que la lucha por los últimos territorios no capitalistas se vuelve, problema vital para todos los países.
Nuevas potencias como Alemania, Japón o EE.UU. se han hecho capaces de competir con la toda poderosa Inglaterra en el plano industrial y, sin, embargo en el reparto colonial del mundo, están prácticamente ausentes. En las cuatro esquinas del globo los antagonismos entre todas las potencias se agudizan. De 1905 a 1913 en cinco ocasiones, los antagonismos estallan en conflictos en lo que se ve que la marcha hacia la guerra generalizada es la única solución que puede encontrar el capitalismo para repartirse el mercado mundial. Por fin, la explosión de la primera guerra mundial, vino a señalar con el mayor holocausto que la humanidad había conocido en su historia, que era imposible para el capitalismo seguir viviendo como hasta entonces. Las naciones capitalistas ya no pueden tener un desarrollo paralelo unas, con otras, dejando el intercambio libre y a los exploradores que sirvan de reguladores la extensión de cada dominio. No, ahora el mundo es demasiado limitado para tantos apetitos capitalistas. El libre intercambio deja el sitio a la guerra y los exploradores son substituidos por los cañones. El desarrollo de una nación capitalista no podrá llevarse a cabo más que a expensas de otra u otras. Ya no quedan verdaderas posibilidades de ampliar el mercado mundial.
La Tercera Internacional: se forma en 1919 con la base del reconocimiento y comprensión del cambio habido de la ruptura histórica cualitativa. De ahí que el primer punto de la plataforma de la Internacional Comunista diga:
"Las contradicciones del sistema mundial, que antes estaban ocultas, han aparecido con una fuerza inusitada, con una formidable explosión; la gran guerra imperialista mundial... una nueva época ha nacido. Época de desmoronamiento del capitalismo, de su hundimiento desde dentro. Época de la revolución comunista del proletariado".
Así reafirmaba la IC su ruptura con las tendencias reformistas y posteriores que se habían desarrollado en el seno de la II Internacional, tendencias que habían arrastrado al proletariado a la carnicería interimperialista en nombre de la posibilidad de un desarrollo continuo de las fuerzas productivas y de un paso pacífico del capitalismo al socialismo.
La IC afirmaba con claridad:
Toda la IC reconocía en la Primera guerra mundial la plasmación de que el desarrollo de las contradicciones internas del capitalismo había llegado a un punto sin vuelta atrás.
Pero si todos los revolucionarios marxistas compartían esas conclusiones, no era lo mismo en cuanto a los análisis sobre la naturaleza precisa de esas contradicciones y del desarrollo de éstas.
Entre los que habían formado la izquierda de la IIIª Internacional, se habían desarrollado dos teorías principales sobre el imperialismo y las contradicciones económicas del capitalismo que lo engendran. Por un lado, la de Rosa Luxemburg explicada en La Acumulación del Capital (1912) y luego en La crisis de la Socialdemocracia alemana que escribió en la cárcel, durante la guerra. Por otro, la de Lenin, expuesta en El imperialismo fase superior del capitalismo (1916).
Para ambas teorías, el análisis del imperialismo y el de las contradicciones básicas del capitalismo no eran sino dos aspectos del mismo problema. Ambos trabajos apuntan contra las concepciones socialdemócratas patrioteras, con su pacifismo vergonzante y la ilusión de que era posible impedir la guerra imperialista y el imperialismo, por medio de luchas parlamentarias legales con las que influenciar al gobierno. Para Rosa como para Lenin, es imposible impedir la guerra si no es destruyendo el capitalismo, pues el imperialismo no es más que la consecuencia de sus contradicciones internas. Contestar a la pregunta: ¿qué es el imperialismo? implica, pues, que haya que contestar a: ¿cuál es la contradicción básica que el capitalismo pretende paliar con su política imperialista?
La respuesta de Rosa pretende ser, y a nuestro parecer es, la continuación de los trabajos de Marx sobre el desarrollo del capitalismo, considerándolo no ya bajo la forma abstracta y simplificada de un sistema puro que funciona en un mundo en el que sólo habría obreros y capitalistas, sino bajo la forma histórica concreta, es decir como meollo y parte del mercado mundial. Su respuesta es el desarrollo sistemático del análisis de la crisis de Marx, apenas esbozada desde El Manifiesto hasta El Capital. En La Acumulación del Capital, aquella emprende un análisis del problema del crecimiento capitalista en relación con el resto del mundo, no capitalista, con un método marxista perfectamente dominado, las grandes etapas de ese crecimiento y también, los diferentes enfoques del problema.
La respuesta de Rosa al problema del imperialismo es la actualización de los análisis de El Manifiesto Comunista, 60 años más tarde. El capitalismo no puede crear en su propio seno los mercados necesarios para su expansión. Los obreros, los capitalistas y sus servidores directos, no pueden comprar más que una parte de la producción realizada. La parte de la producción que no consume o sea, la parte de la ganancia que debe ser reinvertida en la producción, el capital tiene que venderla a alguien fuera de los agentes que somete a dominio directo y a los que paga con sus propios fondos. A esos compradores no puede encontrarlos más que en los sectores que siguen produciendo según modos precapitalistas.
El capitalismo se desarrolló vendiendo excedentes de productos de sus manufacturas primero a los señores feudales, luego a los sectores artesanos y agrícolas atrasados y, por fin, a las naciones "salvajes" precapitalistas que colonizó.
Y paralelamente el capital eliminó a los señores, transformó los artesanos y campesinos en proletarios. Luego, en las naciones precapitalista ha proletarizado a una parte de la población, hundiendo al resto en la indigencia al destruir con los bajos precios de sus mercancías las antiguas economías de subsistencia.
Para Rosa Luxemburg el imperialismo es esencialmente la forma de vida que toma el capitalismo cuando los mercados extracapitalistas se vuelven demasiados estrechos para las necesidades de expansión de un número creciente de potencias cada vez más desarrolladas, abocadas a enfrentamientos permanentes cada vez más violentos por encontrar sitio en el reparto del mercado mundial.
"El imperialismo actual no es... el preludio de la expansión del capital, sino el último capítulo de su proceso histórico de expansión: es el período de la concurrencia general mundial de los Estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra" (R. Luxemburg, Una anticrítica– La acumulación del Capital, p.452.- E. Grijalbo).
La contradicción fundamental del capitalismo, o sea, la que en última instancia es determinante en su acción y en su vida, es la que forman por un lado la necesidad permanente de expansión del capital de cada nación bajo la presión de la competencia y, por otra, el hecho de que, al desarrollarse, al generalizar el salariado, restringe los mercados indispensables para dicha expansión.
De este modo, el capital va preparando su bancarrota por dos caminos. De una parte, porque, al expansionarse a costa de todas las formas no capitalistas de producción, camina hacia el momento en que toda la humanidad se compondrá exclusivamente de capitalistas y proletarios asalariados, haciéndose imposible, por tanto, toda nueva expansión y, como consecuencia de ello toda acumulación. De otra parte, en la medida en que esta tendencia se impone, el capitalismo va agudizando los antagonismos de clase y la anarquía política y económica internacional en tales términos que mucho antes de que se llegue a las ultima consecuencias del desarrollo económico, es decir, mucho antes de que se imponga en el mundo el régimen absoluto y uniforme de la producción capitalista, sobrevendrá la rebelión del proletariado internacional, que acabará necesariamente con el régimen capitalista.
"El término de esta contradicción no será alcanzado jamás, así lo precisa Rosa Luxemburg, puesto que la acumulación del capital no es sólo un proceso económico sino un proceso político".
El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente un término a su existencia. Con eso no se ha dicho que este término haya de ser tranquilamente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe.
(R. Luxemburg, La acumulación del Capital, p.346.- Grijalbo).
La agudización de los antagonismos interimperialistas para conquistar las colonias a finales del XIX y principios de este siglo, había obligado a Rosa, mucho más que a Marx, a preocuparse por analizar la importancia de los sectores no capitalistas en el crecimiento del capitalismo. La perspectiva histórica y lo específico del momento en que vivía con respecto al que Marx vivió, le dieron las bases que la convencieron para proseguir los análisis de aquel.
Sin embargo, al desarrollar su análisis, R. Luxemburg tuvo que criticar los trabajos de Marx sobre la reproducción ampliada (y, en particular los esquemas matemáticos) en el Libro II de El Capital. Esta crítica consistía sobre todo en mostrar, por un lado, el carácter inacabado de esos trabajos, que se tendía a presentar como algo definitivo y terminado, y, por otro, en dejar bien claro que los postulados teóricos en que se habían basado no permitían comprender el problema en su globalidad (el postulado de Marx era estudiar las condiciones de la ampliación de la reproducción capitalista haciendo abstracción del medio no capitalista que lo rodea, es decir, considerando al mundo como un mundo puramente capitalista).
La publicación de los trabajos de Luxemburgo en vísperas de la guerra mundial provocó en el aparato oficial de la Social Democracia alemana una reacción muy violenta y dura, pretextando muchas veces la "salvaguardia" de la obra de Marx. Para ellos, Rosa habría inventando un problema inexistente. El problema de los mercados seria un problema falso. Marx así lo habría "demostrado" con sus conocidos esquemas sobre la reproducción ampliada, etc., y, en fin de cuestas, como telón de fondo de las criticas "oficiales" estaba la tesis de los futuros patriotas, la de que el imperialismo es algo que se puede evitar en el capitalismo.
El análisis de Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en 1916, no hace referencia a los trabajos de mercados más que de modo accesorio. Para demostrar el carácter inevitable del imperialismo en el capitalismo "en descomposición", Lenin insiste en el fenómeno de concentración acelerada del capital durante las décadas anteriores a la guerra. En esto, sus análisis recoge la tesis de Hilferding ("El capital financiero", 1910), según la cual el fenómeno de concentración es esencial en la evolución del capitalismo en esta época.
"Si hubiera que definir el imperialismo con la mayor brevedad, escribe Lenin, habría que decir que es la fase monopolista del capitalismo".
Lenin define 5 rasgos fundamentales del imperialismo: Por eso, sin olvidar lo convencional y relativo de todas las definiciones en general, que jamás pueden abarcar en todos sus aspectos las relaciones de un fenómeno en su desarrollo completo, conviene dar una definición del imperialismo que contenga los cinco rasgos fundamentales siguientes: 1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, lo cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este "capital financiero", de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías adquiere una importancia particularmente grande; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes” (Cap. VII, El imperialismo..., p.765, Tomo I de "Obras escogidas". Ed. Progreso).
En esos "rasgos fundamentales", tres se refieren a la concentración creciente del capitalismo a nivel nacional e internacional. Para Lenin la contradicción fundamental del capitalismo, la que le lleva a la fase imperialista y "descomposición", es la que hay entre su tendencia al "monopolismo", el cual hace que la producción capitalista se vuelva cada vez más social, y las condiciones generales del capitalismo (propiedad privada, producción mercantil, competencia). "El capitalismo, en su fase imperialista, conduce de lleno a la socialización de la producción en sus más variados aspectos; arrastra, por decirlo así, a los capitalistas, en contra de su voluntad y consciencia, a un cierto nuevo régimen social, de transición entre la absoluta libertad de competencia y la socialización completa.
“La producción pasa a ser social, pero la apropiación continua siendo privada. Los medios sociales de producción siguen siendo propiedad privada de un reducido número de individuos. Se conserva el marco general de la libre competencia formalmente reconocida, y el yugo de unos cuantos monopolistas sobre el resto de la población se hace cien veces más duro, más insensible, más insoportable” (p. 709, Ídem).
Luego, en el capítulo sobre "El parasitismo y la descomposición del capitalismo": Según hemos visto, la base económica más profunda del imperialismo es el monopolio. Se trata de un monopolio capitalista, esto es, que ha nacido del capitalismo y se halla en el ambiente general de éste, en el ambiente de la producción mercantil, de la competencia, en una contradicción constante e insoluble con dicho ambiente general (p. 774, Ídem).
Esta contradicción entre el carácter cada vez mas "social" que toma la producción capitalista conforme se va extendiendo y concentrando y la continuación de la propiedad privada capitalista es una contradicción real del capitalismo, evidenciada por Marx en varias ocasiones. Pero ella sola es incapaz de dar cuenta realmente del porqué del imperialismo y de los hundimientos del capitalismo.
La tendencia hacia el "monopolismo" no explica por qué, a partir de cierto grado de desarrollo, los países capitalistas están abocados a la guerra a muerte por las colonias. Es, al contrario, la necesidad de hacer guerras cada vez más duras por las colonias lo que explica la tendencia en cada nación capitalista a unificar y concentrar todo el capital nacional. Las potencias que tuvieron las concentraciones mas rápidas y amplias no fueron precisamente las más pudientes en imperios coloniales (Inglaterra o Francia), sino las que tuvieron que hacerse un sitio en el mercado mundial (Alemania o Japón, por ejemplo).
Al no tener en cuenta el problema de los mercados para el capitalismo, Lenin acabó tomando como causa del imperialismo lo que en verdad, sólo era una consecuencia como lo es el imperialismo mismo de la lucha de los capitalistas por nuevos mercados. Así también, Lenin acabó por tomar la exportación de capitales, lo que no es sino una de las armas de la pelea entre potencias por los mercados en los que colocar sus mercancías (cosa que, por cierto, el mismo Lenin reconoce cuando dice: "la exportación de capitales pasa a ser un medio de estimular la exportación de mercancías", p.745, en el Cap. IV sobre "La exportación de capital" (Ídem)).
Al tomar como punto de partida de su análisis los trabajos de Hilferding sobre el monopolismo, difícilmente podrá llegar Lenin a conclusiones coherentes con semejantes premisas. Hilferding era uno de los teóricos del ala reformista de la IIª Internacional. Tras la importancia exagerada que otorgaba aquel al fenómeno de concentración del capital en el capital financiero, había la voluntad de demostrar la posibilidad del paso al socialismo por vías pacificas y progresivas. Según Hilferding, la concentración creciente impuesta por el monopolismo permitiría realizar dentro del capitalismo toda una serie de medidas que echarían progresivamente las bases del socialismo: se eliminaría la competencia, el dinero, las naciones y así, como quien no quiere la cosa..., hasta el comunismo. Todo el esfuerzo teórico de Hilferding tendía a demostrar la falsedad de la vía revolucionaria al comunismo. Todo el esfuerzo de Lenin iba en dirección totalmente contraria. Al recoger las base teóricas de Hilferding sobre el imperialismo, Lenin no podía sacar conclusiones revolucionarias mas que con forcejeos contradictorios con aquellas.
En su plataforma, la IC no se pronuncia realmente sobre el fondo del debate. La explicación esbozada de la evolución del capitalismo hacia su "hundimiento interno" se refiere explícitamente, sin embargo, al monopolismo y a la anarquía del capitalismo, mientras que el problema de los mercados solo es mencionado para explicar en parte el imperialismo.
El capitalismo ha intentado superar su propia anarquía con la organización de la producción. En lugar de muchas empresas en competencia, se han organizado vastas asociaciones capitalistas (sindicatos, cárteles, trust), el capital bancario se ha unido al capital industrial, toda la vida económica ha caído en poder de una oligarquía financiera capitalista que, por medio de una organización basada en ese poder, ha adquirido un predominio exclusivo. El monopolio substituye a la libre competencia. El capitalista aislado se convierte en miembro de una asociación capitalista. La organización sustituye a la anarquía.
Pero precisamente porque, en los Estados tomados uno por uno, los procedimientos anárquicos de la producción capitalista, era sustituidos por la organización capitalista, las contradicciones, la competencia, el desorden, alcanzaban en la economía mundial una mayor agudización. La lucha entre los mayores Estados conquistadores, llevaba, con inflexible necesidad, a una monstruosa guerra imperialista. El ansia de beneficios empujaba al capitalismo mundial a la lucha por conquistar nuevos mercados, nuevas fuentes de materias, mano de obra barata de esclavos de colonias. Los Estados imperialistas que se han repartido el mundo entero, que ha transformado a millones de proletarios y campesinos de África, Asia, América y Australia, en mulos de carga, tenían que dejar aparecer, tarde o temprano, en un gigantesco conflicto, la naturaleza anárquica del capital. Y así se produjo el mayor de los crímenes. La guerra mundial del bandidaje.
Es difícil sacar de entre estas expresiones, una idea clara sobre las cuestiones del imperialismo y de las contradicciones internas del sistema, la IC contesta, siguiendo a Lenin y por lo tanto bajo la influencia de Hilferding, con lo de la evolución del sistema hacia el monopolio. Y también como Lenin, afirma inmediatamente la imposibilidad de una evolución continua hasta eliminar las naciones por medio de concentraciones internacionales sucesivas. La concentración a nivel nacional lleva a que "las contradicciones, la competencia, el desorden alcancen en la economía mundial una mayor agudización", dando a entender como Lenin, que esa tendencia a la concentración es la causa y no la consecuencia de la agudización de "las contradicciones, competencias y desorden" internacionales.
En cuanto a las políticas imperialistas de conquista, la IC se limita a hablar del "ansia de beneficios" que "empujaba al capitalismo mundial a la lucha por conquistar mercados nuevos, nuevas fuentes de materias, mano de obra barata de esclavos de colonias". Todo esto es cierto, en particular por lo que significa como denuncia de las ideologías que presentaban al imperialismo como medio de "llevar la civilización", pero, a nivel económico queda como descripción simple que no permite comprender por qué el imperialismo está inscrito en la contradicción básica del capitalismo.
Y, en fin, en lo que se refiere a la Primera Guerra Mundial, y a las razones de su estallido, la IC se refiere, igual que Lenin y Rosa, a que "los Estados imperialistas se han repartido el mundo entero", pero sin decir por qué lleva inevitablemente a la guerra el que ese reparto se haya acabado, y por qué no podía estar acompañado, ese reparto, de una evolución paralela de las diferentes potencias.
En cuanto al problema de las crisis de sobreproducción, del mercado mundial, del estrechamiento de éste, etc. de los cuales hablaba el Manifiesto, la IC no dice nada.
La Internacional Comunista no consiguió, en su conjunto, ponerse de acuerdo sobre la cuestión. Los partidos comunistas, en 1919, tenían el poder en Rusia, el estallido de la revolución alemana había sido una confirmación de la visión de los comunistas de que la guerra generaría un movimiento revolucionario internacional. Pero la derrota inmediata de ese primer asalto revolucionario en Alemania planteaba el problema de la fuerza real del movimiento internacional. En esta situación, la cuestión de saber las razones teóricas del estallido de la guerra mundial pasaba a segundo término. La historia misma se había encargado de barrer, en la barbarie guerrera y con la fogata de la revolución, todas las teorías sobre el continuo desarrollo del bienestar en el capitalismo y del paso pacifico al socialismo.
La guerra, la forma más violenta de la miseria humana, estaba ahí, presente. Y había engendrado un movimiento revolucionario internacional. Y era inevitable que las cuestiones ligadas a la lucha revolucionaria estuvieran en primer término.
Pero esa no es la única razón por la que se explica que la IC no consiguiera llegar a un acuerdo sobre las bases de las crisis económicas del capitalismo. La Primera Guerra Mundial toma la forma de guerra total, es decir, la forma de una guerra que, por vez primera, exige la participación activa no sólo de soldados en el frente sino también de la población civil encuadrada por un aparato de Estado, vuelto organizador omnipresente de la marcha hacia la matanza general y de la producción industrial de artefactos mortíferos.
La monstruosa realidad de la guerra se hacía con fábricas que "funcionaban a pleno rendimiento", con un gasto de vidas humanas con o sin uniformes, que "eliminaba el desempleo". La realidad de la primera hecatombe mundial, que costó 24 millones de muertos a la humanidad, ocultaba, con el ruido de las fábricas produciendo destrucción, el hecho de que el capitalismo ya no era capaz de producir a secas. La subproducción de armamentos ocultaba la sobreproducción de mercancías... Las ventas a los Estados para la guerra ocultaba el hecho de que los capitalistas eran incapaces de vender otra cosa. Tenía que vender para destruir porque ya no podían seguir produciendo para vender.
Esa es sin duda la razón primera de que, sorprendentemente, la plataforma de la IC no recogiera la menor coma de las formulaciones de El Manifiesto, sobre la cuestión ya planteada 60 años antes, de las crisis de sobreproducción y de estrechamiento del mercado mundial.
Resumiendo, podemos decir que la necesidad de explicar el imperialismo permitió proseguir lo que Marx comprendió. Pero las condiciones mismas de la crisis de los años 14 o sea, los movimientos proletarios revolucionarios que hacen pasar a segundo plano las preocupaciones de tipo teórico-económico, lo reciente de la ruptura comunista con la IIª Internacional y, por ende, el peso de la influencia de los teóricos socialdemócrata sobre los revolucionarios, y, por fin, el que la guerra ocultara lo específico y básico de la crisis del capitalismo y en particular, la sobreproducción, todo ello, pues, vino a entorpecer que se llegara a un acuerdo de fondo sobre cómo analizar las causas de la crisis entre los revolucionarios, en la IC.
R.V.
[1] [13] Sobre este tema pueden leerse los artículos "Marxismo y teorías de las crisis", "Teorías económicas y lucha por el socialismo", "Sobre el imperialismo (Marx, Lenin, Bujarin, Luxemburg)", "Las teorías sobre las crisis en la Izquierda Holandesa" en la Revista Internacional nos 13, 16, 19 y 21 respectivamente.
[2] [14] Utilizando las fórmulas de Marx, la cuota de ganancia, es decir la relación entre la ganancia y el capital total gastado se escribe: …, en que pl representa la plusvalía; la ganancia, c el capital constante gastado, es decir el coste para el capitalista de las maquinas y de las materias primas, v el capital variable, es decir los costes salariales. Dividiendo el numerado y el denominador de esta fórmula por v, la cuota de ganancia resulta:, es decir la relación de la cuota de plusvalía o cuota de explotación (pl/v, o trabajo no pagado dividido por el trabajo pagado v) en la composición orgánica del capital (c/v, o gasto del capitalismo en trabajo muerto sobre gasto en trabajo vivo, expresión en valor de la composición técnica del capital en el proceso de producción).
[3] [15] El Capital, -Libro III, Sección 5ª, Ed. F.C.E.
Comentario de dos libros aparecidos sobre la Guerra de España de 1936
La nueva edición de los textos de "Bilan" sobre los acontecimientos de España del 36 al 38, en una colección de libros de bolsillo, es un acontecimiento importante. Durante mucho tiempo, ocultadas por la potencia de la ola contrarrevolucionaria, las posiciones internacionalistas resurgen poco a poco en la memoria proletaria. Desde hace algunos años, un interés creciente se manifiesta acerca de la Izquierda Comunista en general, y acerca de la verdadera Izquierda Italiana, encarnada sobre todo por "Bilan".
No debe sorprendernos que los pretendidos "herederos" de la Izquierda Italiana -la corriente bordiguista- no haya juzgado interesante publicar los textos de "Bilan". Su política de silencio no es casual. La izquierda Italiana de los años 30 es un "antepasado" molesto que habrían preferido enterrar en un olvido definitivo.
En realidad, los "bordiguistas" de hoy no tienen más que una relación muy lejana con "Bilan" y no pueden de ninguna manera reivindicarse de ellos. Nos proponemos, dentro de algunos meses, publicar una historia de la Izquierda Comunista Italiana de 1926 a 1945, en forma de libro con el fin de que sus aportaciones queden suficientemente vivas para las nuevas generaciones revolucionarias.
En el mes de Junio del 70, con gran interés y satisfacción hemos visto la publicación de un extracto de textos de "Bilan" sobre la guerra de España, publicados por J. Barrot. Este trabajo de reimpresión había sido hecho ya en parte por la CCI en su "Revista Internacional" (Nº 4, 6 y 7) y, referente a nuestro análisis de la importancia del trabajo realizado por la fracción italiana de la Izquierda Comunista, dirigimos al lector a las introducciones escritas en aquella ocasión.
Con la voluntad de situar a "Bilan" en la historia de las fracciones de Izquierda que lucharon contra la degeneración de la III Internacional, Barrot ha escrito una larga introducción donde, aun afirmando y recordando posiciones revolucionarias, el autor acaba ciertamente por despistar al lector poco documentado haciendo un revoltijo; consideraciones personales mezcladas con la de "Bilan", comparaciones históricas con el periodo actual, definición de conceptos, historia de otros grupos, polémicas contra la CCI y "Bilan". Si muchas de estas anotaciones son justas, y no negamos que sea necesario hacer críticas de "Bilan", que era producto como todo grupo de un periodo determinado, hay que constatar desgraciadamente que Barrot se sitúa como juez de la historia y que sus concepciones propias vienen a aumentar la confusión sobre las posiciones fundamentales para la emancipación de la clase obrera, sobre su vida y su papel histórico.
Medidas concretas y perspectivas revolucionarias
La experiencia española, la reacción espontánea de los proletarios dotándose de milicias contra el ataque fascista a pesar de los intentos de conciliación del Frente Popular, y después estos mismos obreros sometiéndose al encuadramiento de la burguesía de izquierdas, demuestra la naturaleza de las barreras políticas levantadas contra el proletariado y la derrota a la cual es llevado si no las supera.
Saludando las posiciones claras de "Bilan" sobre esto, y no pudiendo hacer otra cosa, pues él no inventa nada al respecto, J. Barrot se coloca sin embargo como observador desde lo alto de su tarima acerca de los acontecimientos de España. Bilan tiene tendencia a ver únicamente una derrota de los proletarios (lo que es cierto), y no la aparición de un movimiento social susceptible en otras condiciones de tener un efecto revolucionario.
Denunciar la contrarrevolución sin citar también las medidas positivas y de donde provienen en cada situación, es actuar de manera puramente negativa. El partido (o la fracción) no es una maquina de podar. (p.88)
Si J. Barrot entiende por movimiento social, la transformación inevitable de las instituciones burguesas en tiempo de crisis, como las huelgas y ocupaciones de tierra, esto es un hecho que "Bilan" no niega. Lo que dice "Bilan", es que tal transformación es insuficiente sin la caída del Estado burgués.
Cuando Bordiga decía que había que destruir el mundo capitalista antes de pretender construir la sociedad comunista, no era para anunciar un presagio mas, sino para demostrar como lo hacía Rosa, que los revolucionarios sólo disponen de algunos postes indicadores para llegar al comunismo. Pero J. Barrot tiene sin duda la pretensión, al igual de los utopistas, de definir con todos los detalles el seguimiento y la constitución de una sociedad que construirán millones de proletarios y sobre la cual sabemos muy pocas cosas, a grandes rasgos: que se verá la muerte del Estado, la abolición del salario y el final de la explotación del hombre por el hombre1.
J. Barrot parece haber olvidado la parte fundamental de la denuncia de la sociedad burguesa cuando retoma por su cuenta, con otras palabras, la acusación tradicional del burgués, según la cual los revolucionarios serian puramente nihilistas.
A propósito de la masacre de los trabajadores en España, el papel de la Fracción era y no podía ser otro que el de separar las ideas burguesas de las proletarias y sin ningún nihilismo, levantar la perspectiva de lucha autónoma de clase - que en tanto que tal no tiene nada que ver con la lucha sindical basada en las reivindicaciones de la izquierda - de afirmar la necesidad de oponerse a todo envío de armas sea para uno u otro campo imperialista, de poner en marcha la necesaria confraternización de los proletarios, sin lo que (es lo que pasó) serian masacrados en un guerra local primero, y después en el holocausto mundial. Tales eran las medidas concretas, políticas, a mantener, y "Bilan" las defendió.
¿Crisis del proletariado o necesaria reconstitución de su independencia de clase?
Olvidando medio siglo de contrarrevolución y desnaturalizando la afirmación de autonomía de clase por "Bilan", J. Barrot parece rebajar esta independencia de la acción del proletariado al nivel del peligro de que la lucha económica quede en un nivel puramente económico (más lejos niega la primacía de lo político cuando la acción de la clase engloba necesariamente lo político y lo económico): "... en estas condiciones, insistir sobre la autonomía de las acciones obreras, no basta. La autonomía no tiene por que ser un principio revolucionario, de igual manera que el dirigismo por una minoría: la revolución no se reivindica ni de la democracia ni de la dictadura."
Aunque recuerde la importancia del contenido para la autonomía, nos preguntamos que contenido le da Barrot a la dictadura del proletariado, a la democracia proletaria, a los órganos de masa del proletariado...
Comprendemos que para este autor, la autonomía no sea un principio, ya que así rechaza la afirmación del proletariado como clase distinta a las otras clases y que forma su experiencia a través de las múltiples luchas e incluso bajo la dominación del capital. Es él el quien hace la separación entre la lucha económica y política mientras que ni "Bilan" ni la CCI nunca han hecho preceder lo uno de lo otro de manera mecánica. Rosa y Lenin han demostrado ya bastantes veces que las fases de las luchas económicas y políticas se suceden ínter penetrándose hasta tal punto que se diluyen una en la otra, por que son momentos de una misma lucha de la clase obrera contra el capital.
Los revolucionarios siempre han puesto en primer lugar que los obreros se ven llevados a sobrepasar el estadio estrictamente reivindicativo, ya que si no ocurre esto, las luchas acaban en un fracaso. Por consiguiente, los fracasos de numerosas luchas en estos últimos años son el fermento de lucha decisiva en el futuro, pero J. Barrot ve ahí una contradicción: "...contradicción que engendra una verdadera crisis del proletariado reflejada entre otras cosas por la crisis de algunos grupos revolucionarios. Sólo una revolución podría sobrepasar prácticamente esta contradicción".
Para resolver lo que él comprende de esta aparente contradicción, Barrot sacude la palabra revolución como el cura mueve el incienso para ahuyentar al demonio. No es de mucho interés retener aquí las contradicciones de Barrot, pero sí por ejemplo, que de un lado reconoce que: "La experiencia proletaria tiene sus raíces en los conflictos inmediatos" ¿Cómo puede sostener la idea según la cual: "es la actividad reformista de los asalariados lo que los encadena al capital"?
¿Qué viene a hacer aquí el reformismo, mientras que los proletarios se pelean contra la agravación de sus condiciones de vida? A menos que Barrot - como todo izquierdista medio - identifique las clases con los partidos contrarrevolucionarios que pretenden representarla y que pasan por ser "reformistas".
Si los proletarios se encadenan por si solos al capital, esto equivale a decir que los partidos de izquierda en España (y en otras partes) no tienen ninguna responsabilidad en la guerra imperialista y que las ideas burguesas ya no son fuerzas materiales. Entonces, el proletariado ya no existe como clase revolucionaria y la sociedad comunista ya solo será una utopía más.
Pero Barrot puede decir aún que desnaturalizamos las cuestiones que él plantea - ciertamente, estaría hecho con mala idea - si Barrot no confirmaba la naturaleza de estas cuestiones por respuestas modernistas y juicios históricos.
Hemos aprendido sucesivamente que la autonomía de la clase no era un principio, que los proletarios se encadenaban al capital. Aprendemos después que la CCI sabe "mas o menos lo que la revolución debe destruir, pero no lo que debe de hacer para poder destruirlo" (p. 87); esto nos recuerda las medidas concretas tales como entran en el esquema de Barrot, y veremos como éste se hace el ignorante.
Ninguna modificación tangible de la estructura social es viable sin la destrucción del estado burgués
Hemos ya dejado constancia que la insuficiencia de algunas transformaciones sociales; que la clase obrera tiende a volver a poner en marcha la producción y que los campesinos sin tierra expropien a los propietarios no es un hecho revolucionario en sí mismo, sino mas al contrario un momento del proceso de intentos de la clase que: en sí mismo no son emancipadores si este control de la producción se convierte en autogestión y si los proletarios, como en España, están sometidos a una fracción de la burguesía en nombre del antifascismo. Barrot reconoce los límites de tales transformaciones, pero aun así las presenta como un inmenso avance revolucionario.
Aun reconociendo parcialmente que el Estado burgués republicano rechazaba (evidentemente) el empleo de métodos de lucha social para enviar a fin de cuenta a los proletarios al frente imperialista, Barrot piensa que: "la no destrucción del Estado impide a las socializaciones y a las colectividades de organizar una economía antimercantil al conjunto de toda sociedad."
Esto es cierto en un sentido pero para Barrot socializaciones y colectivizaciones son forzosamente la tendencia potencial al comunismo. Para nosotros, si hay una tendencia potencial al comunismo, se expresa en la capacidad de la clase obrera para generalizar sus luchas, para centralizar y coordinar su organización, para desmarcarse de los partidos burgueses, para armarse con el fin de acabar con la dominación capitalista, como condición primera de la transformación social, mas bien que un control de la producción dirigido a atenuar la derrota de la burguesía, o peor, pretendiendo antes de la destrucción del Estado, instituir relaciones de producción nuevas.
En Octubre del 17 en Rusia, este tipo de experiencia de autocontrol de las fábricas fue muy corto. Lo que se extrae primeramente y sobretodo, es la centralización de la lucha, una centralización que, o no existió en España, o fue tomada por el Estado burgués. Los proletarios en Rusia, después de la destrucción del Estado burgués, pudieron creer durante un corto espacio de tiempo, el organizar una economía antimercantil con todas las dificultades que sabemos: lo que se confirmó, es una imposibilidad de hacerlo en un cuadro nacional, incluso después de la destrucción del Estado burgués.
Está claro que los proletarios, ya antes del asalto contra el Estado, en el período de maduración, transforman la marcha de la explotación: ponen en marcha una reducción del tiempo de trabajo (las 8 horas), imponen decretos sobre la tierra y sobre la paz, pero estas medidas no son en sí mismas comunistas. Su aplicación no es más que la satisfacción en reivindicaciones que el capitalismo ya no es capaz de conceder. E incluso si el capital cede antes sobre alguna de estas medidas, el grado de conciencia conseguido por lo proletarios en el transcurso del proceso de la lucha no puede hacer que olviden la necesidad de la insurrección política.
Después de la insurrección, los proletarios de un área geográfica, continúan soportando el yugo de la ley del valor. Si no se reconoce esto, hay que negar entonces que el capitalismo impone su ley al conjunto del planeta en tanto que sigue existiendo y esto es la puerta abierta a la tesis estalinista del "socialismo en un solo país". Todo lo que sabemos, es que el proletariado no se verá con un método de producción fijo, sino que tendrá que transformarse constantemente en un sentido antimercantil.
El establecer hoy de manera precisa el cómo y el cuando se verá efectuada la distribución de las riquezas sociales según las necesidades a largo plazo (aparte de conceder las reivindicaciones mas inmediatas, la comida, el alojamiento, la supresión de las diferencias salariales, etc.), no seria mas que especulación o bricolaje político. ¡Sobre todo esto, nos encontramos en la sociedad de transición del capitalismo al comunismo, etapa inevitable como siempre lo ha afirmado el marxismo!
La lucha de clase bajo la dominación del capital a la afirmación del proletario
Es fácil para todos los novatos en teoría sociológica el teorizar las debilidades del movimiento obrero, el ver a los obreros recuperados por la sociedad de consumo o integrados al capital. La pretensión de estos fabricantes de ideas no es en realidad más que una tentativa para liquidar el marxismo en tanto que instrumento de combate que tiende a destruir la infraestructura de la clase a la que pertenecen, la burguesía. Tal es el camino en el que Barrot corre el peligro de enredarse.
Desgraciado el proletariado de España en el 36 que no obedece a las consideraciones de un gran observador por encima de la historia. Al principio, hay un comportamiento comunista bien narrado por Orwell y después no se organiza de manera comunista porque no actúa de manera comunista. Comprenda el que pueda. En realidad, Barrot pone el carro delante de los bueyes: "el movimiento comunista solo puede vencer si sobrepasa la simple revuelta (incluso armada) si no se atan al salario mismo. Los asalariados no pueden llevar la lucha armada mas que destruyéndose como asalariados". Barrot se lo toma a la ligera para extraer una lección de los sucesos en España, en Julio del 36 no se trata de un levantamiento armado contra el Estado. Después de ser incapaz de explicarnos como los obreros atomizados e individualizados pueden transformarse en proletariado afirmándose en la transformación del orden establecido, de otra manera que por formulas como la de "explosión de la teoría del proletariado", quiere hacernos creer en la simultaneidad absoluta de la abolición del salario y la caída del Estado burgués. Equivale a lo mismo que soñar en la constitución inmediata al comunismo.
Efectivamente, los proletarios insurrectos no son propiamente asalariados, pero "¿Cesarán por eso de producir en las fábricas, incluso con un fusil en bandolera? ¿Trabajarán gratuitamente para millones de parados? ¿Es posible en el seno del sector bajo control proletario el suprimir toda distribución en la anarquía legada por el capitalismo internacional, que en su intento material para arrasar la revolución impondrá por ejemplo una mayor producción de armas o de materiales de primera necesidad? ¿De todas maneras, quien puede decidir el modelo de retribución y la mejor manera de ir rápidamente hacia la abolición del salario en la división del trabajo aun existente, Marx y sus bonos de trabajo recogidos en "La critica del programa de Gotha"? ¿Barrot? ¿El partido? O mas bien la experiencia misma de la clase.
Lo que distingue hoy a los revolucionarios de todos los filósofos del comunismo imaginativo, es la afirmación de que todas las medidas económicas o de transformación social serán asumidas bajo la dictadura del proletariado, bajo el control político de esta clase y que no habrá medidas económicas adquiridas definitivamente: garantizando el avance hacia el comunismo, donde estemos seguros que no se volverá contra el proletariado, en tanto que la política burguesa no esté definitivamente vencida.
Barrot aun no ha empezado a ver la sociedad en transición hacia el comunismo cuando define ya la revolución como "la reapropiación de las condiciones de la vida y de la producción de las relaciones nuevas", tratando por encima del periodo insurreccional decisivo. Se comprende que reproche, como todos los modernistas, a la izquierda italiana "un formalismo obrero, parecido al economicismo". Incluso si se ve obligado a reconocer un papel clave a los obreros. Por la falta de claridad en todas estas formulaciones, creemos que la demostración implica el rechazo y la afirmación del proletariado como clase sujeto de la revolución.
Todos los que intentan hacer ver que el proletariado está en crisis porque no llegará a sobrepasar sus luchas triviales inmediatas que lo encadenan al capital, todos los que piensan en la desaparición de la clase obrera antes del asalto revolucionario, antes del comunismo, son inútiles para el proletariado, ya que borran de una vez todas las dificultades hacia el comunismo. Sus teorías acabaran en el basurero de la historia.
Lejos de ayudar a una apreciación justa del papel de las fracciones de izquierda y de sus aportaciones a nuestra generación, Barrot la desforma, acusando a la izquierda italiana de atrofiar la política, de quedarse en una concepción sucesiva de la revolución (política y después económica) y, aunque "Bilan" haya perfilado los caracteres generales de la revolución comunista futura, lo acusa de haber opuesto "el fin al movimiento".
Este tipo de comentarios nos llevan al parloteo. Al contrario de lo que intenta demostrar Barrot, hasta con leer los textos publicados para ver el cuidado que "Bilan" pone en el análisis de las relaciones de fuerza, en recordar los auges proletarios y los sacrificios de la clase, para mostrar donde vive esta y donde lucha, incluso mutilada por el peso del anarquismo en España, incluso desviada de la perspectiva comunista, en lo que las experiencias de lucha del 36 constituyen una parte irremplazable de le experiencia de la clase en la búsqueda de su meta final.
La guerra de España no ha bloqueado en ningún momento el desarrollo teórico de la izquierda italiana, al contrario, ha verificado los análisis de "Bilan", confirmando que no se puede abandonar ni una de las posiciones políticas proletarias. En cuanto al movimiento potencial del que habla Barrot para las necesidades de su teoría, las medidas concretas tales como las de socialización y colectivización han sido exageradas en su importancia y utilizadas por la burguesía para esconder el problema político fundamental: el ataque contra el estado burgués.
Para Barrot, el comunismo es para ahora o para nunca. Chilla a quien quiere oírle: "el comunismo teórico no puede existir mas que como afirmación positiva de la revolución". En estas condiciones, el lector que lee la introducción de los textos de "Bilan" puede preguntarse que reivindica la revolución de Barrot, si no es algo que no lleva y que no puede ir a ninguna parte.
El lector atento, ha comprendido que la revolución vendrá sola, un día, para resolver la crisis del proletariado por la negación pura y simple de esta clase, que no sobrepasaría de estos pequeños grupos revolucionarios que se parecen mas a casas editoras o grupos como la CCI que es lo que la revolución debe hacer. La fuerza de la pluma de Barrot elimina las adquisiciones programáticas del movimiento revolucionario, del debate sobre el periodo de transición, rechaza la conciencia de clase y la importancia de la actividad de los revolucionarios y da un gran salto en el vacío intersideral.
Barrot tiene un gran merito, el haber publicado los textos de "Bilan" sobre la guerra de España.
SOBRE LA PUBLICACION DE LOS TEXTOS DE "L' INTERNATIONALE" SOBRE LA GUERRA DE ESPAÑA
El medio de los revolucionarios de los años 30 en Francia constituía un verdadero microcosmos de las corrientes revolucionarias existentes. Mientras que el trotskismo perdía su carácter proletario para transformarse en una auténtica fuerza contrarrevolucionaria, algunos grupos se mantenían en el mismo periodo con posiciones de clase. La Izquierda Comunista Italiana fue la expresión más autentica de una coherencia y firmeza revolucionarias.
La confusión existe, en la cual cayó el grupo "UNION COMUNISTA", no iba desgraciadamente a permitirle pasar positivamente el test de los sucesos en España. Nacido en la confusión, desapareció en 1939 en la confusión, sin haber dado al proletariado una aportación substancial.
Uno de sus fundadores (Chazé), mas de 40 años después, ha reeditado con un prólogo, una selección de textos de su órgano ("L´Internationale"). Desgraciadamente, fijándose demasiado en posiciones que no han podido seguir adelante, consejismo y anarquismo, sembrando a veces pesimismo y amargura, algunos viejos militantes proletarios ilustran de manera trágica la ruptura entre las viejas generaciones revolucionarias gastadas y desmoralizadas por la contrarrevolución y las nuevas, que sufren una dificultad en reapropiarse de las experiencias pasadas. Que el balance crítico del pasado haga engrandecer la llama nueva del proletariado que no ha conocido el ambiente irrespirable de la contrarrevolución.
La guerra de España ha suscitado desde hace algunos años numerosos estudios, por desgracia a menudo bajo formas universitarias o de "memorias" de carácter equivoco. Es muy a menudo la voz "Frente Popular", poumistas, trotskistas, anarquistas, la que se hacia oír. Todas estas voces, estas visiones múltiples que se confundían en un mismo coro para cantar que si los meritos del Frente Popular, que si las colectivizaciones, que si el coraje de los "combatientes antifascistas"...
La voz de los revolucionarios, por el contrario, solo podía hacerse oír débilmente. La publicación en la Revista Internacional de la CCI y después la edición de libros en francés y castellano de los textos de "Bilan"2 consagrados a este periodo ha venido a llenar un vacío y hacer que se oiga, aunque débilmente, la voz de los revolucionarios internacionalistas. Este interés en las posiciones de clase expresadas en un total aislamiento, es un signo positivo. Poco a poco, aunque demasiado despacio todavía, se resquebraja la visión ideológica que la burguesía mundial ha fijado sobre el proletariado para aniquilar su capacidad teórica y de organización, para desenvolverse en su propio terreno, donde se expresa su verdadera naturaleza: la revolución proletaria mundial.
Ahora, con gran interés, el reducido medio revolucionario internacional ha visto aparecer en francés "Crónicas de la revolución española, selección de textos de la Unión Comunista", aparecidos entre 1933-39 y en el que H. Chazé era uno de los principales redactores.
Orígenes e itinerario político de la unión comunista
La UC nació en 1933. Bajo el nombre de Izquierda Comunista, en Abril de ese mismo año, habían reagrupado a las antiguas oposiciones del "15eme Rayón", de Courbevoie, de Bagnolet3 así como el grupo de Treint (antiguo dirigente del Partido Comunista Francés antes de su expulsión) que había escindido de la "Liga Comunista Trotskista" de Frank y Moliner. En diciembre, 35 expulsados de la Liga, casi todos salidos del grupo judío se fundían a la Izquierda Comunista para crear la Unión Comunista.
Este grupo se pronunciaba contra la fundación de una IV Internacional, contra el "socialismo en un solo país". Grupo revolucionario, la UC guardaba de su herencia trotskista muchas confusiones. No solo se decantaba por la defensa de Rusia, sino también sus posiciones no se desmarcaban del ideal antifascista. En Febrero de 1934, pediría milicias obreras, reprochando al PCF y a la SFIO (socialistas) el no querer constituir un "frente único" para combatir al fascismo. En Abril de 1934, verá con satisfacción a la "izquierda socialista" de Marceau Pivert «tomar una actitud revolucionaria», lanzada a plantear el problema de la conquista revolucionaria del poder ("L' Internationaliste" Nº 5). En 1935, tomará contracto con La Revolución Proletaria4 de los pacifistas, trotskistas, todos antifascistas, para preconizar el reagrupamiento de estas organizaciones. En 1936 participará a titulo de observador en la creación del nuevo partido trotskista (Partido Obrero Internacionalista).
En todo esto, se ve la enorme dificultad que tuvo la UC para definirse como una organización proletaria. En la confusión existente la clarificación de las posiciones de clase chocaba con miles de obstáculos. En la introducción a "Crónicas a la revolución española", Chazé lo reconoce y lanza una crítica del pasado: «Sobre la naturaleza y el papel contrarrevolucionario de la URSS, teníamos por lo menos 10 años de retraso en relación a nuestros camaradas holandeses (comunistas consejistas) y a los de la izquierda alemana».
Añade que este retraso iba a traer el abandono de militantes de la UC: «unos para buscar un auditorio en el grupo de Doriot entre el 34-35, otros porque en la UC no podían jugar a ser lideres, otros simplemente porque nuestra rápida evolución los asustaba. Salidas silenciosas o después de una discusión corta y amistosa. Algunos años después, casi todos estos camaradas estaban en la izquierda socialista de Marceau Pivert o en los "estalinistas de izquierda" del grupo que editaba. ¿Qué hacer?"5»
La UC se constituyó pues en medio de la más grande heterogeneidad política. A pesar de ello fue capaz, y este es su mérito, de aproximarse progresivamente a las posiciones de clase rechazando la defensa de la URSS y el Frente Popular definido muy justamente como "frente nacional".
¿Esta clarificaron se había realizado en su totalidad? Los sucesos de España tan determinantes por las masacres del proletariado español y la preparación de la guerra imperialista, ¿iban a llevar a la UC a romper definitivamente con las confusiones del pasado y ayudar firmemente a la construcción de la conciencia revolucionaria?.
Sobre esto, afirma Chazé en su prefacio: «Después de 40 años de franquismo, los trabajadores españoles han empezado a enfrentarse con la trampa de la democracia burguesa en un contexto de crisis económica y social mundial. (...) la lucha de clase no se deja entrampar durante mucho tiempo... con la condición de que tenga siempre en cuenta las enseñanzas de las luchas anteriores. Es para ayudarlos a romper la camisa de fuerza del encuadramiento que publicamos esta "Crónica de la revolución de 36-37».
¿De qué "ayuda" se trata?
LAS ENSEÑANZAS DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA; "EL INTERNACIONAL"
EN 1936 - 37
Leyendo los textos del "Internacional" es preciso constatar que las posiciones expresadas no ayudan a romper la camisa de fuerza del encuadramiento. El "Internacional" cree, al igual que los trotskistas que la revolución ha empezado en España. En Octubre de 1936, afirma, después de la insurrección del 18 de Julio de los obreros de Barcelona, después lo de Madrid; «el ejército, la policía, la burocracia estatal, han sido frenados y la intervención directa del proletariado ha pulverizado a las fracciones republicanas. El proletariado ha creado piedra sobre piedra y en sus pocos días sus milicias, su policía, sus tribunales y ha puesto las bases de un nuevo edificio económico y social» (Nº 23). La UC ve sobre todo en las colectivizaciones y en la fundación de las milicias, la base de la "revolución española".
Para apoyar esta "revolución", la UC funda al final del año 36 un comité para la revolución española en el cual participan trotskistas y sindicalistas. Como recuerda Chazé, este apoyo era también militar aunque la UC no participase formalmente en las milicias españolas; «algunos camaradas técnicos especializados en la fabricación de armamento, miembros de la Federación de ingenieros y técnicos, me pidieron informarme acerca de los responsables de CNT para saber si podían ser útiles. Estaban preparados para dejar su empleo en Francia para trabaja en Cataluña».
De esta manera, la UC hacia coro con los trotskistas y el PCF que pedían armas para España. El Internacional proclama: «la no intervención (del frente popular. Nota de la redacción) es el bloqueo de la revolución española», en resumen la UC veía en la CNT y el POUM organizaciones obreras de vanguardia. El POUM sobre todo, a pesar de grandes errores, le parecía llamado a jugar un papel importante en el reagrupamiento internacional de los revolucionarios, a condición de abandonar la defensa de la URSS. El Internacional, hasta su desaparición, se hizo el consejero del POUM y después, de su ala izquierda; veía en las juventudes anarquistas un potencial revolucionario y se felicitaba que su revista se leyese en España por jóvenes del POUM y anarquistas.
Todas estas posiciones sobre las cuales volveremos, eran por otra parte muy confusas. En el mismo artículo citado se puede leer en otro apartado, que el Estado republicano que había sido "pulverizado" existía en realidad: «queda mucho por derribar pues la burguesía democrática se agarra a los últimos pedazos de poder burgués que subsisten». Junto a una llamada por la intervención en España, se puede leer más adelante: la lucha por el apoyo efectivo a nuestros camaradas en España significa la lucha revolucionaria contra nuestra propia burguesía.
El entusiasmo que engendraba la revolución española iba a caer día a día. En Diciembre del 36, se podía leer en el nº 24 de "El Internacional": «La revolución española retrocede... la guerra imperialista amenaza... el fracaso del anarquismo frente el problema del Estado... El POUM se ve metido en una vía que puede llevarlo rápidamente a la traición de la revolución, si no modifica radicalmente su política».
La masacre de los obreros de Barcelona en Mayo del 37 llevará a "El Internacional" a denunciar la traición de los dirigentes anarquistas. Subrayará que la contrarrevolución ha triunfado. Sin embargo, seguirá viendo potencialidades revolucionarias en el ala izquierda del POUM y en "los amigos de Durruti".
Dos años después, con el comienzo de la guerra, la UC se disolverá.
LA CONTRARREVOLUCIÓN EN ESPAÑA
¿De qué revolución se trata entonces? Chazé solo cita a las colectivizaciones anarquistas y a los comités del frente popular en el 36. Atacando a "Révolution Internationale", órgano de la CCI en Francia, afirma que hablamos de contrarrevolución «negando que por lo menos hubo un conato revolucionario provocando esta contrarrevolución», y añade: «afirman que el proletariado español no se había organizado en consejos. ¿Pero que eran entonces estos comités de todas clases nacidos en el amanecer del 19 de Julio? La palabra consejos es muy a menudo, en Francia, utilizada por la burguesía para designar los órganos directores, jurídicos y políticos».
Si bien es cierto que el 19 de Julio del 36 expresó unas potencialidades revolucionarias del proletariado español, éstas se agotaron rápidamente. Fueron precisamente estos comités, fundados a menudo por la iniciativa de anarquistas y poumistas, los que iban a llevar al proletario tras la defensa del Estado republicano. Rápidamente, estos comités iban a enrolar a los obreros en milicias que los alejaban de las ciudades para transportarlos al frente militar. Es así, como la burguesía republicana conservaba casi intacto su aparato de Estado, y sobre todo a su gobierno, que no iba a tardar mucho en prohibir las huelgas, las manifestaciones, en nombre de la unidad nacional para la defensa de la revolución. Este papel abiertamente contrarrevolucionario del Frente Popular iba a ser ampliamente apoyado por la CNT y el POUM en los cuales Chazé después de 40 años, ve aún aspectos revolucionarios.
«Que existían revolucionarios lo sabíamos, y estos se manifestaron claramente en el transcurso del las jornadas de Mayo del 37». Esto es lo que afirma en su introducción. Pero que individuos siguiesen siendo revolucionarios, que siguiesen luchando con las armas en la mano contra el Gobierno republicano en Mayo del 37, no debe ser el árbol que nos impida ver el bosque. La lección fundamental de estos sucesos, es que anarquistas y poumistas, gracias a su política, llevaron al proletariado a la masacre. Fueron ellos los que pusieron fin en Julio del 36 a la huelga general; fueron ellos los que llevaron a los obreros fuera de las ciudades; fueron ellos los que mantuvieron a la Generalitat de Cataluña; fueron ellos los que hicieron de esos comités instrumentos que obligaban a los obreros a producir primero y reivindicar después.
Este es el triste balance de esta política revolucionaria en la que los comités fueron un instrumento en las manos del capitalismo. Nada tienen que ver con los consejos obreros, verdaderos órganos de poder que surgen de una revolución. No es cuestión de palabras.
Pero lo más grave en la posición de UC, que aún defiende hoy Chazé, es su petición de armas para España, la subestimación o la negación del carácter imperialista de la guerra de España. Chazé aún está orgulloso recordando que su organización se puso a disposición de la CNT para ayudar a fabricar armas. ¿Es que ignora que estas armas sirvieron para poder mandar a los obreros a la carnicería guerrera? Se queja de que el gobierno Blum no diese esas armas. La URSS sí que las dio. ¿Para que sirvieron, sino para fusilar a los insurrectos de Barcelona en Mayo del 37? De esto, ni una palabra. Prefiere esconder la naturaleza contrarrevolucionaria de esta política definiéndola como una «sociedad de clase con los trabajadores españoles en lucha».
Sólo podemos apenarnos cuando vemos a un viejo militante como Chazé conservar la misma confusión que "El Internacional" en 1936-37. Afirmando aún hoy que la posición de derrotismo revolucionario en la guerra de España era insensata, niega el carácter imperialista de aquella. Esta guerra es una guerra de clase, afirmaba "El Internacional" en Octubre del 36. Chazé lo reafirma hoy. Sin embargo, estos mismos artículos de "El Internacional" demuestran claramente el carácter imperialista de la guerra: «Por un lado Rosemberg, embajador soviético en Madrid es la eminencia gris de Caballero; por el otro lado, Hitler y Musolini toman en sus manos las operaciones... En el cielo de Madrid, los aviones y aviadores rusos combaten con los aviones y aviadores alemanes e italianos» (nº 24, 5/12/36). Esta cita tan clara no basta para aclarar a la UC (y a Chazé hoy) que se pregunta: «¿La guerra civil en España se transforma en guerra imperialista?». ¡Chazé solo ve la transformación en guerra imperialista después de Mayo del 37, como si esta masacre no fuera la consecuencia de la carnicería imperialista iniciada en Julio del 36.
¿MENTIRA, FALSIFICACIÓN, AMALGAMA?
La introducción de H. Chazé en "Las crónicas de la revolución española" es la ocasión para él de arreglar unas cuentas pendientes con "Bilan" y "Communisme", órganos respectivos en aquella época de las fracciones italiana y belga de la Izquierda Comunista, llamada "bordiguista". Afirma: «Un puñado de jóvenes bordiguistas belgas, ya en 1935 y por consiguiente antes de publicar Communisme practicaban alegremente la mentira, la falsificación de textos y amalgama... Continuaron a propósito de España en "Communisme" y fueron respaldados por la dirección de la organización italiana de los bordiguistas que publicaban "Bilan", y muy a menudo utilizando los mismos procedimientos indignos de militantes revolucionarios». Concluye: «la posición a priori de la dirección bordiguista la condujo a un monstruoso rechazo de solidaridad de clase con los trabajadores españoles en lucha» (p.8).
Se buscaría en vano argumentos para hacer acusaciones tan graves. Lo que está claro, es que "Bilan" y "Communisme", durante la guerra de España, defendieron sin dar concesión alguna a las corrientes "intervencionistas", las posiciones internacionalistas. Rehusaron defender un campo imperialista u otro y afirmaron incasablemente que sólo la lucha en los "frentes de clase" contra todas las fracciones burguesas, incluidas las anarquistas y poumistas, podía poner fin a la masacre de los frentes militares imperialistas. Al estribillo clásico de todos los traidores del proletariado "hacer primero la guerra y la revolución después", la corriente "bordiguista" oponía una sola consigna internacionalista: «hacer la revolución para transformar la guerra imperialista en guerra civil». Esta posición sin concesiones, sólo la izquierda italiana y belga con el grupo de los trabajadores de México6 la defendió firmemente contra la corriente de abandonos y traiciones que alcanzaron incluso a los pequeños grupos comunistas de izquierda, a la izquierda del trotskismo. Tal posición no podía más que aislar a las izquierdas comunistas italiana y belga. Estas lo escogieron deliberadamente para no traicionar al proletariado internacional.
Lo que se esconde detrás de las palabras falsificación, mentira, amalgama, es una intransigencia política que el grupo UC no ha sabido adoptar. La UC se situaba en un mar indefinido donde intentaba conciliar posiciones de clase y posiciones burguesas. Esto fue la razón de la ruptura definitiva con la izquierda italiana y la UC, que hasta entonces conservaban algunos contactos. La corriente "bordiguista" pensaba incluso que la UC había pasado al campo de la burguesía en la masacre de España7
La guerra de España, porque desde sus principios preparó la segunda masacre imperialista, ha sido un test definitivo para todas las organizaciones proletarias. Si la UC no se pasó el campo enemigo en 1939 como los trotskistas, por sus confusiones y su falta de coherencia política, estaba condenada a desaparecer sin haber podido dar verdaderas contribuciones al proletariado.
H. Chazé cree sin duda herirnos en lo más hondo presentándonos como los herederos de esos "falsificadores": «nuestros censores del 36 tienen herederos que siguen haciendo estragos en su periódico "Revolution Internationale». No nos metemos en lo referente a reducir a toda la CCI en RI, procediendo habitualmente empleado para negar la realidad internacional de nuestra corriente. Lejos de sentirnos insultados no podemos más que estar orgullosos de ser presentados como los herederos de los censores de la UC. La herencia de la izquierda italiana belga, que Chazé presenta como "monstruoso", es una rica herencia de fidelidad y de firmeza revolucionarias que le permitió durante la II guerra mundial afirmase como corriente proletaria. Lo que "Bilan" y "Communisme" denunciaron, era precisamente la mentira de una guerra imperialista presentada a los obreros españoles como una guerra de clase. Lo que denunciaron, es la mayor falsificación histórica que ha disfrazado la masacre obrera en los frentes militares en Mayo del 37, como una "revolución obrera". La peor amalgama era, y es, aún hoy en día, el confundir el terreno capitalista y terreno proletario ahí donde se excluyen, el terreno proletario era la destrucción del Estado capitalista, el terreno capitalista era el de enrolar al proletariado tras la causa enemiga en nombre de la "revolución".
Las lecciones de la izquierda comunista no son una herencia muerta. Ayer como hoy, los proletarios pueden ser llevados fuera de su terreno de clase y ser llamados a morir por la causa enemiga. En una situación tan difícil como la de España 36, es decisivo comprender - sean cuales sean las dificultades con las que se encuentre el proletariado en un terreno militar donde avanzan los ejércitos capitalistas- que los frente militares sólo pueden ser derrotados cuando el proletariado opone firme e irresolublemente su frente de clase. Tal frente sólo puede afirmarse elevándose contra el Estado capitalista y sus partidos "obreros". El proletariado no tiene alianzas momentáneas y tácticas que hacer con ellos: debe, por sí solo, con sus propias fuerzas, batirse contra sus pretendidos aliados que lo inmovilizan para la masacre y lo condenan a un nuevo Mayo 37. El proletariado de un país dado sólo tiene por aliado a su clase que es mundial.
¿LA VIA DEL DERROTISMO O LA VIA DE LA REVOLUCION?
Chazé explica que ha querido publicar de nuevo los textos de "El Internacional" para ayudar a "romper la camisa de fuerza del encuadramiento". Su intento, desgraciadamente, va en sentido opuesto. No sólo no se mueve ni un ápice en relación a las posiciones de la UC y muestra una incapacidad para hacer un balance serio de los sucesos de la época, sino que además, a lo largo de la presentación en "Crónicas", se aprecia un tono claramente derrotista. Mientras que hoy la actividad y la organización de los revolucionarios es una orientación fundamental que hay que comprender en la lucha del proletariado, un instrumento que será decisivo en la maduración de la conciencia de clase, Chazé preconiza la vía del "comunismo (o socialismo) libertario" que precisamente fracasó en España. Rechaza toda la posibilidad y necesidad de una organización proletaria de revolucionarios afirmando: «la noción de partido (grupo o grupúsculo) único portador de la verdad revolucionaria contiene el germen del totalitarismo». En cuanto al período actual, Chazé mantiene el más negro pesimismo afirmando no tener «demasiadas ilusiones en relación con el contexto internacional muy parecido a lo que rea en 1936, a pesar del número de huelgas salvajes, duras, largas, contra la política de austeridad, única premisa de los patronos de los países industrializados (...) las fuerzas contra-revolucionarias se han agrandado en el mundo entero». Si estamos aún en un período de contrarrevolución, ¿para qué servirán las lecciones que Chazé quiere dar a sus lectores?
H. Chazé forma parte de esos viejos militantes cuyo mérito ha sido resistir a la corriente contrarrevolucionaria. Pero como muchos que vivieron la época más negra del movimiento obrero, trágicamente impotentes, Chazé ha guardado una inmensa amargura, un desengaño frente a la posibilidad de una revolución proletaria, las lecciones que Chazé quiere dar, su pesimismo, no las nuestras8. Hoy, después de más de diez años, se cerró la larga fase de la contrarrevolución. El proletariado ha vuelto a surgir en el terreno de la lucha de clase. Frente a un capitalismo en crisis que quisiera llevarle al igual que en los años 30 a una carnicería imperialista, guarda una combatividad intacta, no está derrotado.
A pesar del peso de las ilusiones que caen sobre él, lo que subraya Chazé con mucha razón, hay una fuerza inmensa que espera a su hora para levantarse y proclamar al mundo capitalista: "era, soy, seré".
Roux-Chardin
1 Sobre el periodo de transición, ver los trabajos de "Bilan" y varios textos en la Revista Internacional
2Véase "Revista Internacional" número especial, Julio de 1977 (artículos de "Bilan"), para la edición en español. En francés e inglés, véanse los nº 4, 6 y 7 de la Revista. "La contre revolution en Espagne" ("Bilan"), EGE 1979; Paris, cuyo prefacio de Barrot criticamos en el otro artículo de esta Revista. Por su parte, la editorial "Etcétera" de Barcelona publicó en 1978 la traducción de algún texto de "Bilan" sobre España: "Textos sobre la revolución española, 1936-39".
3 Rayon: organización de base del PCF. Courbevoie, Bagnolet: barrios obreros de París
4 "La revolución proletaria": revista de sindicalismo revolucionario
5 "¿Qué hacer?", dirigido por Ferrat, era un escisión del PCF, partidario del "frente único" con la SFIO (socialista). Después de la guerra, Ferrat entro en el partido de Blum (nota nuestra).
6 Ver en Revista Internacional nº 10 Textos de la Izquierda Comunista Mexicana (https://es.internationalism.org/node/2064 [19] )
7 La cuestión española trajo consigo la ruptura entre "Bilan" y la "Liga de los comunistas internacionalistas" de Bélgica en 1937. De estos últimos salió la Fracción belga que publicó hasta el final de la guerra la revista "Communisme". La actitud cara a la guerra de España fue el origen de esta ruptura. Básicamente, la LCI tenía las mismas posiciones que la UC de Chazé y Lastérade
8 La colección de textos de "El Internacional" con el prologo de Chazé, ha encontrado admiradores entusiastas en el PIC (Por una Intervención Comunista) que publica "la Jeune Taupe" en París. En el "Joven Topo" nº 30 de Marzo del 80, se puede leer esta incitante invitación: "a leer para no morir tonto". Desde hace algún tiempo, el "Joven Topo" se ha especializado en volver a publicar textos de "El Internacional". Por desgracia, es a menudo con la intención de oponer la clarividencia de la UC frente a "Bilan", al que el PIC trata de leninista. ¿Significa esto que el PIC se reivindica de las posiciones de UC sobre la guerra de España y, en particular, el apoyo de las milicias, y que ve en la CNT y el POM a fuerzas auténticamente revolucionarias"?. En espera de aclararnos sobre este punto, podemos ya comprobar que el PIC prefiere hacer pinitos en el modernismo, cuando no conchabarse con "socialista de izquierda", en la revista "Spartacus" (París), grandes admiradores todos de la "resistencia" y de la "revolución española antifascista", en lugar de ponerse a hacer un trabajo revolucionario serio. Al verle en compañía tan brillante, podría creerse que el PIC abandona cierta cantidad de posiciones de clase y que está decidido a "morir tonto". Es lamentable observar tal evolución por parte de un grupo que hace aún algunos años manifestaba más firmeza revolucionaria
Revista Internacional nº 23 octubre - diciembre 1980
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Presentado en el 4º Congreso de Revolución Internacional, sección de la C.C.I. en Francia, el informe que publicamos aquí intenta identificar los primeros pasos del proletariado en la reanudación internacional de las luchas obreras.
Este informe está concebido en tres partes:
La razón por la que este informe fue concebido de esta manera fue que sentimos que permitía un enfoque global y dinámico de la lucha de clases y los problemas que plantea.
El desarrollo de las luchas obreras en Polonia parece confirmar este método de análisis y el contenido del informe. En efecto:
Antes de dejar que el lector juzgue por sí mismo, hay que precisar que este informe se ha dado sobre todo la tarea de poner de relieve el aspecto dinámico y positivo de la reanudación actual, sin intentar analizar la forma en que la burguesía intenta oponerse a ella (sobre todo con la actitud opositora de la izquierda).
La evolución de la lucha de clases, en sus formas y en su contenido, es siempre la expresión de los cambios y la evolución de las condiciones en las que se desarrolla. Cada acontecimiento que enfrenta al mundo del trabajo con el capital puede revelar, según la situación, tal o cual aspecto prometedor de un movimiento subterráneo que está madurando o, por el contrario, las últimas sacudidas de un movimiento que se está agotando. Por lo tanto, no se puede tratar la lucha de clases y su evolución sin considerar las condiciones que la preceden.
Por estas razones, es necesario examinar, en una primera parte, la evolución de las condiciones sociales generales en relación con la lucha de clases antes de considerar, en una segunda parte, los aspectos destacados de su evolución, su dinámica en los dos últimos años y las perspectivas que abre.
Debemos considerar los determinantes sociales de la situación actual desde sus diferentes ángulos: económico, político y de la sociedad en su conjunto.
La acentuación y generalización de la crisis económica está desarrollando las condiciones para la lucha de clases hoy. La tendencia a la igualación en el descenso y el estancamiento que caracteriza el destino de las naciones burguesas en el período de decadencia se exacerba en este período de crisis aguda. A diferencia de diez años atrás, todos los países están afectados por la crisis y los "modelos de desarrollo" alemán, japonés, estadounidense para los países desarrollados, coreano, iraní, brasileño para los países subdesarrollados, han sido equiparados al rango de los otros.
Dentro de cada economía nacional, también hay cada vez menos sectores industriales que ejerzan de locomotora para el conjunto. Las esperanzas que la burguesía podía poner en el desarrollo de unos en detrimento de otros, demasiado anacrónicas y poco rentables, se están derrumbando. Todos los sectores de la producción tienden a verse afectados.
Todos los trabajadores también. El fantasma de los despidos y el desempleo, la caída del nivel de vida, la perspectiva de un empeoramiento de las condiciones de vida cada vez más intolerable ya no es prerrogativa de ciertos sectores. Las dificultades de algunos se están convirtiendo en las dificultades de todos. Esta tendencia a la unificación, por la crisis, de las condiciones de existencia del proletariado desarrolla las condiciones para la generalización de sus luchas.
La profundización y generalización de la crisis económica constituye un aspecto fundamental de las condiciones necesarias para la generalización de las luchas en el período actual.
Pero otro aspecto de esta realidad, no menos fundamental para el desarrollo de estas condiciones, radica en el hecho de que la crisis económica se presenta hoy en día sin perspectiva, sin otra salida que la guerra, a la conciencia de las diferentes clases.
El lenguaje de "reestructuración", de "participación", de "autogestión" que la burguesía ha mantenido durante diez años ha dado paso a un lenguaje de austeridad. Ya no hablamos del "final del túnel". El final del túnel para la burguesía hoy es la guerra, y ella lo dice.
Así que nos tiene un "lenguaje de la verdad". Pero la verdad burguesa no siempre es buena para contarla, especialmente a los explotados.
Que la burguesía indica abiertamente que su sistema está en bancarrota, que no tiene nada más que proponer que la carnicería imperialista, contribuye a crear las condiciones para que el proletariado encuentre el camino de su alternativa histórica al sistema capitalista, a nivel político.
Todas las perspectivas ilusorias planteadas en los últimos diez años, y que la propia burguesía creía que eran soluciones, tienden a desvanecerse.
Así, la catastrófica situación económica del capitalismo, la conciencia que las diferentes clases tienen de él y las reacciones que determina en la clase obrera se encuentran y traducen en el plano político, no solo en cuanto a la lucha entre las diferentes fracciones de la burguesía (crisis política), sino sobre todo por la ausencia de una alternativa histórica a la lucha de clases.
El desgaste de la "izquierda gobernante", que había dominado la perspectiva social en los años anteriores, es un factor determinante de esta falta de alternativa. Por eso hemos asistido a la reorientación de la izquierda en la oposición, en los principales países europeos, frente y contra el desarrollo de la lucha de clases.
Sin embargo, en el plano político, la izquierda no puede presentar hoy en día su propia perspectiva. Su función consiste sobre todo en minimizar los riesgos de la situación. Frente al lenguaje de la "verdad" de los gobiernos en el poder, intenta “esconder las cartas”. Dice que esta verdad –la perspectiva de la guerra– es una mentira, pero tiene pocas mentiras que ofrecer como verdad. Por lo tanto, no es tanto en el campo de la perspectiva política donde la izquierda cumplirá actualmente su función anti -obrera, sino directamente en el campo de la lucha de clases.
Esencial y fundamentalmente, esta ausencia de alternativa política está hoy en el centro de la crisis política de la burguesía; desde este punto de vista, la posición de la izquierda en la oposición refleja una posición y una situación de debilidad para sí misma y para toda la burguesía.
En el plano social, el desarrollo de las condiciones en las que se desarrolla la lucha de clases se expresa y se funda en la posición del Estado en y con respecto a la sociedad. Tanto más cuanto que el Estado tiende, en el período de decadencia, a gobernar toda la vida social y a establecer su dominio sobre todas sus expresiones.
Si examinamos rápidamente la situación actual del Estado, podemos ver, en los efectos de la crisis y la respuesta de la burguesía para hacerle frente –con los diversos planes económicos de los últimos años–, que estos han tenido gravísimas consecuencias en el estado de sus finanzas, cuyos déficits alcanzan proporciones cada vez mayores y son, además, una de las principales fuentes de la inflación. Solo se ha aumentado el presupuesto del ejército y de la policía; para el resto –lo que la burguesía llama "presupuestos sociales"–, que en realidad forman parte de los salarios de los que es responsable el Estado, se han reducido fuertemente a la vez que han aumentado las cargas sociales.
En el mismo momento en que se ve obligado a ejercer la represión y desarrollar la militarización de la vida social, la sacudida económica del Estado debilita su poder ideológico y la apariencia "social" del Estado del Capitalismo de Estado tiende a desaparecer, dejando cada vez más a la vista su realidad como guardián del orden capitalista.
La posición en la que se encuentra el Estado hoy en día deja la puerta abierta a la expresión de las contradicciones que roen la sociedad, las que dividen las clases sociales y se expresan en la desobediencia al Estado, la revuelta y la lucha del proletariado.
Frente a este proceso, el Estado tiende a reforzar cada vez más su carácter represivo para evitar que salgan a la luz sus contradicciones. Por no hablar de los países subdesarrollados en los que la respuesta del Estado a estas contradicciones se refleja en masacres cada vez más frecuentes de las poblaciones, trabajadores, campesinos (masacre de trabajadores en la India, masacres en Irán, repetidos asesinatos en Turquía, Túnez, Ecuador, etc.), en los países desarrollados y hasta ahora con un rostro "democrático", el Estado se ve cada vez más obligado a proponer solo su "justicia" policial y de clase como respuesta a cualquier expresión social.
Las leyes elaboradas por todos los gobiernos de Europa en la actualidad, "antiterroristas" en Italia, "anti autónomas", "antidisturbios" en Francia, las prácticas judiciales de "delitos in fraganti", las muertes en enfrentamientos como en Córcega, Jussieu, Miami, los heridos en Bristol, Plogoff, los tanques blindados en las calles de Ámsterdam contra los "ocupas", esta es la respuesta de los Estados "democráticos" a las contradicciones de la sociedad.
En esta situación, también tienden a desaparecer las ilusiones que se habían mantenido sobre la posibilidad de cambio en el marco de las instituciones existentes y la "legalidad".
Pero el fortalecimiento de la represión estatal no es una expresión de la fuerza del Estado sino un fortalecimiento formal. En ausencia de perspectivas económicas y políticas, en ausencia de un alistamiento ideológico de la población detrás de los objetivos del Estado, la exacerbación de su represión expresa su debilidad.
Por otra parte, el fracaso del sistema no solo empeora las condiciones de vida de la clase obrera, sino que acelera el desarrollo de miles de desempleados excluidos de la vida económica, arroja al pavimento a miles de campesinos, empobrece a todos los estratos y clases sociales intermedias y determina una creciente revuelta de los estratos no explotadores contra el orden social existente. En los dos últimos años se ha producido un desarrollo acelerado de revueltas de poblaciones enteras (Irán, Nicaragua, El Salvador), movimientos campesinos, disturbios en los países desarrollados (Bristol, Miami, Plogoff) y revueltas estudiantiles (Jussieu en Francia, Corea, Sudáfrica).
El desarrollo del descontento social y la revuelta en la sociedad es una de las condiciones en las que se desarrolla la lucha de la clase obrera, una condición de la revolución proletaria. En efecto, los movimientos contra el orden social existente participan por una parte en el proceso de aislamiento del Estado y constituyen, por otra parte, el contexto social en el que el proletariado se desenvuelve y hacia el que se dirige como única fuerza capaz de presentar una alternativa.
No es solo contra la burguesía que el proletariado hace la revolución, sino que es frente al conjunto de la sociedad que puede abrir un nuevo camino y es frente a ella que desarrolla su conciencia.
Así pues, con el desarrollo de estos factores:
Pero dentro de las condiciones generales, el paso de la izquierda a la oposición responde a la necesidad de la burguesía de impedir que tal proceso tenga lugar. Incluso antes de que la reanudación de las luchas hubiera tomado una forma clara, la burguesía, armada con sus termómetros sindicales y sus "expertos laborales", comprendió la situación. En este sentido, y contrariamente al período anterior de luchas en el que el proletariado había sorprendido al mundo por su resurgimiento en la escena histórica, la burguesía conoce hoy el peligro de la lucha de clases y se ha preparado para ello.
Desde el punto de vista de la burguesía, el paso de la izquierda a la oposición no se corresponde con un plan maquiavélico y planificado de antemano. La influencia y la audiencia de los partidos de izquierda y sobre todo de los sindicatos se debilitan peligrosamente a lo largo de este período de lucha por el poder o de "responsabilidad" hacia los poderes establecidos (desindicalización, pérdida de influencia y “hemorragia” de afiliados son los signos reveladores de este debilitamiento), estos últimos se han visto obligados a adoptar otra posición para no perder lo que es la base de su realidad y su fuerza: el control de la clase obrera.
Aunque están haciendo de todo y seguirán en esta vía para "recuperar su prestigio" en la oposición tomando la "cabeza" en las luchas, también se están desgastando en la oposición porque la lucha de clases no es su verdadero terreno. Por eso dijimos más arriba que la posición de la oposición de la izquierda era una posición de debilidad; es el empuje de la lucha de clases lo que determina su actual posición de oposición y "radicalización verbal".
En nuestro trabajo dentro de la lucha del proletariado, y por lo tanto al enfrentar el problema de la izquierda en la oposición, debemos tener en cuenta este doble aspecto. Por un lado, obstaculiza el desarrollo de la lucha de clases, y, por otro lado, es una posición de debilidad debido al agotamiento del marco ideológico de la burguesía. En todo caso, la izquierda tendrá que vivir y trabajar para sabotear la lucha de clases con esta contradicción que se desarrollará necesariamente con la evolución de las luchas y que la desgastará de manera más radical que la carrera por el poder.
Después de haber examinado las condiciones objetivas de la lucha de clases en la actualidad, debemos tratar de evaluar el contenido de las luchas que hemos visto desarrollarse. Pero todavía es necesario recordar rápidamente las características generales de las luchas en el período de decadencia, las dinámicas que las animan y lo que la experiencia del proletariado nos ha enseñado.
1. A diferencia del siglo XIX, el proletariado ya no puede constituirse en fuerza frente a la sociedad sin cuestionar directamente a la propia sociedad. Mientras que en la época anterior el proletariado podía desarrollar sus luchas de manera limitada y hacer ceder el capital sin sacudir a toda la sociedad, el carácter obsoleto y decadente del capitalismo y la exacerbación de sus contradicciones en períodos de crisis aguda ya no pueden apoyar la constitución de una fuerza antagónica en su seno. Las luchas del proletariado solo pueden acentuar la crisis de la sociedad y plantear la cuestión de la sociedad misma.
Los objetivos del movimiento, de cuestionar las condiciones de la existencia, se extienden al cuestionamiento de esta misma existencia; las formas de lucha, de resistencia parcial y localizada de fracciones de la clase obrera, se extienden a la clase obrera en su conjunto. El desarrollo de la lucha requiere la participación masiva de la clase obrera.
2. A diferencia del movimiento obrero del siglo pasado, que, a pesar del carácter siempre clasista de la lucha de clases, pudo desarrollarse progresivamente en la sociedad, donde cada lucha de clases parcial reforzó la conciencia y la creciente unión de los trabajadores en sus organizaciones de masas, las luchas de hoy tienen un carácter explosivo, preparado e imprevisto.
A pesar de su carácter frontal y explosivo, el desarrollo de los movimientos de masas es un proceso y obedece a una lógica que constituye la dinámica de la lucha de clases, que se desarrolla a través de varios momentos de lucha, aunque no estén necesariamente vinculados entre sí de manera evidente.
Es completamente erróneo concebir la huelga de masas como un acto único, como una acción aislada. La huelga de masas es más bien la denominación, el concepto unificador de todo un período de años, quizás de decenios, de la lucha de clases.
Rosa Luxemburgo. Huelgas de Masas, Partido y Sindicatos[1]
Es en este marco, teniendo en cuenta las leyes generales y las características del movimiento revolucionario en la actualidad, podemos y debemos mirar los elementos que nos aporta la práctica de la clase en sus últimas luchas.
Hoy estamos en el comienzo de un proceso que llevará al desarrollo de huelgas de masas; un proceso en el que la clase encontrará la manera de constituir una fuerza que regenerará la sociedad liberándola de sus cadenas capitalistas.
Por eso, hemos de poner mucha atención para identificar, en este momento, en las luchas, los elementos dinámicos, portadores de posibilidades inmediatas, para participar con todas nuestras fuerzas y capacidades en la marcha histórica del proletariado hacia el futuro.
En el curso de estas últimas luchas, por embrionarias que sean, la actividad de la clase obrera ha planteado ya muchos problemas, muchos más de los que ha resuelto y no puede resolver en el futuro inmediato. Pero el hecho de que se hayan planteado en la práctica ya es un paso adelante en el movimiento. Se puede enumerar en bloque un cierto número de ellas que, si están todas vinculadas en y por el proceso de afirmación revolucionaria de la clase, aparecen todavía como elementos aislados, sin dar necesariamente una orientación clara en las luchas actuales:
En todas estas cuestiones, los trabajadores se han encontrado con las artimañas sindicales, en sus múltiples formas, de punta a punta, y con el espíritu sindicalista que todavía pesa sobre sus conciencias; han tenido que ir más allá de ellos, pasarlos por alto, enfrentarse a ellos, y muy a menudo se han dejado atrapar por ellos.
Si todos estos aspectos, estas preguntas, surgidas de la lucha, que encontrarán su respuesta en la lucha misma, no podemos contentarnos con generalidades esperando su resolución. Contrariamente a "Por una intervención comunista" que, en Longwy y Denain, pedían a la clase obrera inscribir la "abolición del trabajo asalariado" como su bandera; contrariamente al "Grupo Comunista Internacionalista" para el que la cuestión de la hora (¡y a cualquier hora!) en la cual las luchas deben consagrase en las luchas por la "confrontación"; a diferencia de "Fomento Obrero Revolucionario" que propugna la "insurrección", y a la "Communist Workers Organisation"[2] que "espera" que las masas rompan con los sindicatos (¿y se unan al partido?) para interesarse en ellos, debemos examinar concretamente las necesidades y posibilidades de la lucha actual, así como los peligros actuales que les esperan, si queremos participar activamente en su desarrollo. En la víspera del levantamiento, los problemas cruciales inmediatos no serán los mismos que hoy. Pero hoy, en el comienzo mismo de un proceso frágil, necesitamos observar cuidadosamente los diferentes aspectos de las luchas, por débiles y pequeños que sean, para entender en cada momento dónde está el proceso, cómo se está desarrollando, dónde está el futuro inmediato del movimiento, cuál es su potencial, y hacer nuestra contribución.
Nos limitaremos a estudiar algunos de los puntos entre los mencionados anteriormente, que nos parecen dominantes en la actualidad.
Una de las primeras cuestiones que plantea la lucha es la de su eficacia inmediata en relación con la burguesía y su Estado. Si tomamos el ejemplo de tres situaciones diferentes en las que sus trabajadores se encuentran en la producción, podemos ver que todos se enfrentan a este problema.
Además, en los movimientos que la clase obrera ha dirigido en los últimos meses, ha vuelto a experimentar la dificultad de imponer una presión económica que haga efectiva su lucha. Las reservas que dispone la burguesía, el alto tecnicismo del capital y su corolario, una fuerza de trabajo limitada, la organización mundial del capital, el control y la centralización económica por parte del Estado, en resumen el poder del capital en relación con el trabajo en el terreno económico, hacen que las huelgas en una fábrica, o incluso en una rama de la industria, tengan un efecto muy limitado.
Todo esto no es nuevo y es la expresión del Capitalismo de Estado y la militarización de la vida económica impuesta por la decadencia del sistema y reforzada por la crisis aguda actual. Pero lo que es "nuevo" en las luchas de los últimos meses es que la conciencia de esta situación ha sido el estímulo, la principal fuerza que ha empujado a los trabajadores a buscar otros caminos, a extender sus luchas.
En Gran Bretaña, los obreros pronto se dieron cuenta de que bloquear el tráfico de acero en los puertos, instalaciones de almacenamiento, etc., era prácticamente imposible de lograr y que había que encontrar otra manera para imponerse. Fue entonces cuando buscaron dirigir su movimiento hacia la búsqueda de la solidaridad activa de otros trabajadores.
En Francia, la lucha de los trabajadores de la industria siderúrgica se llevó a cabo contra los despidos. En este caso, más que en otros, la presión económica no podía tener ningún peso sobre la burguesía, y los obreros se dieron cuenta de ello desde el principio. En ningún momento se declararon en huelga, y fue en las calles donde emprendieron la lucha. Cuando la CGT, en Denain, propuso la ocupación de la fábrica, fue abucheada por los trabajadores.
En Rotterdam, el problema de la extensión del movimiento surgió al principio de la huelga. Los obreros hicieron varios intentos de extender el movimiento (llamando a los otros trabajadores portuarios a la huelga) y cuando, después de tres semanas de huelga, quisieron ir a buscar a los otros obreros al puerto, fue entonces cuando el Estado envió a la policía, expresando así claramente que ahí era donde estaba el peligro de esta lucha.
En estas luchas, la clase obrera comenzó a darse cuenta de la limitación objetiva del terreno categorial y estrictamente económico, terreno en el que la relación de fuerzas solo puede ser favorable a la burguesía. Si el proletariado apenas ha comenzado a vislumbrar la cuestión, la acentuación de la crisis económica y con ella, por un lado, el aumento de los despidos y, por otro, el esfuerzo rentabilización y militarización de los sectores clave de la economía, empujará cada vez más a la clase obrera a encontrar nuevos caminos y, atacando la fuerza del capital por todas partes, a transformarla en debilidad.
En la resolución que el CCI adoptó sobre los temas del desempleo y la lucha de clases, señalamos que "si los desempleados han perdido el terreno de la fábrica, han ganado el terreno de la calle al mismo tiempo". Las luchas del año pasado contra los despidos en la industria del acero confirmaron esta tesis.
Estas luchas nos han demostrado que la lucha contra los despidos en el "terreno de la calle" es un terreno muy propio para el desarrollo general de la lucha, su extensión y unificación, sobre todo porque el terreno de la calle va más allá de la fábrica y la corporación, que es el terreno privilegiado para el trabajo sindical.
Esta experiencia debe servir como guía e ilustración del lugar que la lucha de los desempleados puede ocupar mañana. En efecto, en una situación general de desarrollo de las luchas, la lucha de los desempleados, por estar de hecho libre de obstáculos corporativos y sectoriales y solo puede tener lugar en el "terreno de la calle", desempeñará necesariamente un papel importante en la extensión y unificación de la lucha de los trabajadores y será mucho más difícil de controlar y supervisar por los sindicatos.
Desde que hemos tenido nuestras discusiones sobre los temas del desempleo y la lucha de clases, el lento desarrollo de la crisis no nos ha dado la oportunidad de ver desarrollarse una lucha de desempleados, excepto en Irán. A pesar de la poca información a la que podríamos referirnos, todavía podemos argumentar que la cuestión del desempleo ha sido, en primer lugar, un tema central en la lucha de los trabajadores en Irán y, en segundo lugar, que ha sido una fuerza impulsora y unificadora.
Por todas estas razones, por lo tanto, en la actual situación de desarrollo extremadamente grave de la crisis y el consiguiente desempleo, no debemos disminuir nuestra atención a este asunto. Por el contrario, hay que prestar especial atención a su desarrollo, a las reacciones que provoca en la clase obrera y al modo en que la izquierda y los sindicatos intentan y tratarán de desactivar la bomba social que constituye.
Tan pronto como la clase obrera entra en lucha, en un sector u otro, surge la cuestión de la solidaridad, como una necesidad y exigencia.
En Francia, en los primeros ataques de los trabajadores de Longwy y Denain, contra los gobiernos locales –llamadas prefecturas–, las oficinas fiscales, los bancos, las cámaras patronales, y sobre todo en los primeros ataques a las comisarías en respuesta a los actos de represión de la policía, la solidaridad directa y espontánea de los otros obreros, los desempleados e incluso la población se realizó en la acción.
En Gran Bretaña, a pesar del estricto marco impuesto inicialmente por los sindicatos a la huelga y de las formas de lucha de los trabajadores del acero (piquetes para bloquear el tráfico de acero), los obreros expresaron su propia combatividad y orientación en sus intentos de dirigir la lucha hacia otros trabajadores, para buscar su solidaridad activa. Aunque los sindicatos consiguieron mantener el control de la expansión limitándola al marco corporativista que dominaban, fue bajo la presión de los trabajadores que buscaban su propio camino que lo hicieron, contra la oposición de las burocracias sindicales salientes, y esto es donde el peso y la fuerza del movimiento residió en Gran Bretaña, a pesar de todas las trampas cuidadosamente puestas por la burguesía.
En las dos luchas que tuvieron su propia organización, fuera de los sindicatos, en Rotterdam y en Sonacotra en Francia, se planteó constantemente el problema de la solidaridad. Desde el principio, como ya se ha mencionado, el comité de huelga de Rotterdam se preocupó por la extensión del movimiento y la solidaridad de otros trabajadores, que surgió, de forma embrionaria, en Ámsterdam. Durante toda la lucha de Sonacotra, la cuestión de la solidaridad de los trabajadores franceses estuvo en el centro de las preocupaciones del comité de coordinación. Los eslóganes dominantes de todas las manifestaciones de inmigrantes eran: "¡franceses, inmigrantes, mismos patrones, misma lucha!”; "Trabajadores franceses, inmigrantes: ¡solidaridad!".
Este esfuerzo de la clase obrera por buscar la solidaridad es una manifestación muy positiva de las luchas actuales y de los pasos que está empezando a dar para tomar conciencia de su naturaleza fundamentalmente unida por los mismos intereses.
Sin embargo, este esfuerzo, aún frágil, se enfrenta a muchos obstáculos. El primero es, por supuesto, el nivel general de la lucha de clases. Aunque la solidaridad es un acto voluntario y consciente, requiere, sin embargo, un desarrollo general de la combatividad y de las luchas obreras. Los trabajadores inmigrantes en Francia, por otra parte, han tenido la amarga experiencia de esto a lo largo del período de reflujo de la lucha de clases. Dicho esto, otro obstáculo para el desarrollo de la solidaridad obrera es una concepción confusa de la solidaridad, concepción que pesa tanto más en la conciencia del proletariado porque se refiere a la "solidaridad obrera" tal como se podía lograr en las luchas del siglo pasado.
Mientras que en el siglo XIX la solidaridad de la clase obrera podía expresarse en el apoyo material y financiero de las huelgas, a través de los fondos de huelga organizados por los sindicatos y que permitían a los trabajadores resistir hasta que los patrones cedían, hoy, como hemos visto anteriormente, la presión económica de la clase ya no puede ser ejercida en el marco de una fábrica o incluso de una rama de la industria. Hoy en día, muchos trabajadores han experimentado largas huelgas que, a pesar del apoyo material y la "popularización" organizada por los sindicatos, no solo no hicieron ceder a la burguesía, sino que condujeron a la desmoralización en el aislamiento.
Mientras que fundamentalmente, la búsqueda de la solidaridad de la clase obrera en lucha hoy en día se impone a través de la necesidad de romper el aislamiento, la burguesía trata de desviar esta orientación, cuando la lucha contiene demasiados peligros y potencialidades con respecto a su poder, utilizando la necesidad de solidaridad en su propio beneficio. Así, en Brasil, los trabajadores han pagado el precio del "apoyo" que les dieron la burguesía y los sacerdotes que, en nombre de ese apoyo, consiguieron encerrarlos en sus iglesias y desviar el movimiento a su propio terreno, el de la "democracia" (sindicalismo libre) y de la nación. De la misma manera, en Francia, pocas huelgas han tenido un "apoyo" tan masivo y "amplio" de todos los poderes establecidos, desde Chirac hasta la prensa, como la de los trabajadores de limpieza del metro: todos han puesto su dinero en nombre de la solidaridad, para llevar al aislamiento completo de los trabajadores.
La concepción burguesa de la solidaridad es la solidaridad de las clases, la unión de todos los ciudadanos detrás de una sola bandera, una "causa" en nombre de la cual se sacrifican por un momento los intereses particulares y divergentes. La solidaridad de la clase obrera es la solidaridad de clase: son sus intereses comunes los que los trabajadores logran en cualquier acción de solidaridad. Para la burguesía, la solidaridad es una noción moral; para la clase obrera, es su práctica.
Por las características de la lucha de clases en el período de la decadencia, la solidaridad de la clase obrera de hoy, la única forma en que puede expresarse, es a través de la solidaridad activa que significa, esencialmente, la participación de otros sectores en la lucha, la extensión de la lucha. La solidaridad es tanto un factor activo como un producto de la unificación de las luchas.
La cuestión sindical es la piedra de toque del futuro de la lucha de clases actual. Más que en la represión directa y brutal, es en la mistificación y desviación sindical donde residirá la ofensiva burguesa contra la clase obrera, paso previo a una represión posterior. Es en todos los frentes que la izquierda y los sindicatos atacarán la lucha de clases: aislamiento, desviación, provocación, etc.
La liberación de la camisa de fuerza sindical está lejos, por el momento, de expresarse de manera clara, sobre todo en los países donde tienen una larga tradición histórica, como Gran Bretaña. Si en Francia el movimiento de Longwy y Denain comenzó con excesos sindicales, si en Italia la CGIL, por todas sus acciones abiertamente anti -obreras, está particularmente desacreditada y los movimientos, como el de los trabajadores de los hospitales, tuvieron lugar directamente contra ella, el esclarecimiento de la cuestión sindical en la conciencia de los trabajadores requiere un mayor desarrollo de las luchas.
Es fundamentalmente correcto decir que la cuestión sindical es un asunto crucial, el brazo armado de la burguesía en las filas del proletariado, y mientras los sindicatos organicen las luchas y las mantengan en su seno, constituyen el obstáculo más poderoso para cualquier desarrollo ulterior.
Esta verdad general es indispensable reconocerla para poder contribuir verdaderamente al desarrollo de la lucha de clases y a la conciencia del proletariado, y en este sentido la resistencia de muchos grupos revolucionarios a reconocer esta cuestión es un obstáculo para el cumplimiento de su función.
Pero este reconocimiento general no es suficiente. Los trabajadores no responderán a la pregunta del sindicato siguiendo un razonamiento teórico, general, sino confrontándolo en la práctica. Y es en esta práctica donde debemos examinar cómo surge y cómo podemos contribuir a su verdadera aclaración. Repetir, como lo hacen el CWO, el FOR y el PIC, que los sindicatos son anti -obreros y que deben deshacerse de ellos, no arroja mucha luz sobre la forma concreta en que la clase obrera va a lograrlo. Siempre se puede magnificar el futuro y exorcizar los sindicatos en la imaginación, pero no explica el presente, y el camino del presente al futuro.
La presencia de los sindicatos en una lucha no significa que la lucha haya terminado. Contrariamente a lo que el FOR, el PIC o el CWO pueden pensar, detrás de la marcha sobre París convocada por la CGT, en los movimientos de huelga en Gran Bretaña y a pesar del control sindical sobre el movimiento, la clase obrera fue capaz de ejercer un verdadero empuje de clase y la lucha contenía potencialidades sin que aún rompiera con el marco sindical. Pero este impulso se expresa, de manera positiva, en otro lugar, y eso es lo que debemos ser capaces de reconocer.
La ruptura con el terreno sindical es una condición constante para un desarrollo real de la lucha, pero no es un "objetivo" de la misma. Su objetivo es su refuerzo que obedece a sus propias necesidades:
Y es precisamente cuando trata de responder a sus propias necesidades que la lucha puede realmente plantear la cuestión de la ruptura del sindicato.
En el centro de la dinámica de la lucha de clases, la cuestión de la extensión del movimiento a todos los estratos del proletariado más allá de las categorías y corporaciones, así como la cuestión de la autonomía y la autoorganización están indisolublemente ligadas.
Que una clase explotada, dominada económica e ideológicamente, intimidada y humillada diariamente, tome su lucha en sus manos, la organice y la dirija colectivamente constituye precisamente el primer acto revolucionario, pero esto es imposible sin la unidad de la clase más allá de las divisiones que el capitalismo determina.
Desde las primeras oleadas que anunciaron el período revolucionario de 1905, Rosa Luxemburgo expuso las características de masa de estos movimientos y llegó a la conclusión de que "no es la huelga de masas la que produce la revolución, sino la revolución la que produce la huelga de masas". Lenin, por otra parte, sacó la otra faceta de las enseñanzas de este período diciendo de los Consejos Obreros, que surgieron de estos movimientos, eran "la forma definitiva de la dictadura del proletariado".
Basándonos en la experiencia pasada, debemos plantear en las luchas actuales la unidad de estos dos aspectos que constituyen la autoorganización y la extensión de las luchas. En la medida en que los sindicatos pueden y serán cada vez menos capaces de oponerse abiertamente a las luchas de los trabajadores en todos sus aspectos, y aún menos capaces de mantener la iniciativa y la cabeza de cualquier lucha que surja repentinamente, uno de los aspectos esenciales de su trabajo de sabotaje será atacar y obstaculizar a la clase obrera en los aspectos más débiles de los movimientos. Así, en un caso, hará todo lo posible para impedir la extensión y la unificación de las luchas; en otro, impedir la autoorganización, el poder soberano de las asambleas generales, y esto porque solo la unidad de estos dos aspectos de la lucha permitirá a la clase obrera echar profundas raíces en el terreno de su práctica revolucionaria.
En este trabajo de sabotaje, el "sindicalismo de base" será el arma de los sindicatos en las luchas por venir. Y esta arma es tanto más perniciosa ya que parece adaptarse, en todo momento, a las necesidades del movimiento, responder a sus iniciativas y, en definitiva, expresar el propio movimiento. Su flexibilidad, su capacidad de adaptación, puede hacer que adopte nuevas formas que no esperábamos y en las que no se incluirá la palabra "sindicato".
El peligro del sindicalismo no solo reside en la forma sindical, sino también en su espíritu. El espíritu sindical pesa en la conciencia de los trabajadores, tanto como un peso del pasado como una mistificación del presente. Por lo tanto, debemos estar particularmente atentos a este peligro y detectar cómo se expresa en formas que parecen ser obreras. Las conferencias de los trabajadores portuarios extra -sindicales o los intentos del comité de huelga de Rotterdam de pedir solidaridad financiera nos han mostrado cómo el espíritu, las concepciones sindicales pueden pesar en las expresiones vivas de las luchas actuales.
El "vacío social" dejado por el fin de la perspectiva electoral y la "izquierda en el poder", ante el profundo descontento de la clase obrera, exacerbado por la aplicación de los planes de austeridad, explica en gran medida que de todas las luchas que hemos visto desplegar, en los dos últimos años, las de Longwy y Denain son las que más han avanzado y las que mejor han planteado los problemas de la lucha.
La radicalidad de estas luchas fue a la vez producto del fin de la perspectiva electoral y, como reacción, aceleró el paso de la izquierda y los sindicatos a la oposición.
Desde entonces y en diferentes países, hemos tomado conciencia del freno y del peso que la izquierda y los sindicatos en la oposición representan para el desarrollo de la lucha (y también para nuestra intervención).
Pero la situación actual, que la izquierda y los sindicatos parecen controlar bien, no debe llevarnos, a pesar de las dificultades que los trabajadores encuentran en sus luchas, a asimilar el período actual al período de regresión de los años pasados. Estamos en una fase en la que, después de haber vuelto al camino de la lucha, la clase obrera está de alguna manera digiriendo y experimentando la izquierda en la oposición.
La lucha de clases se ha reanudado a escala mundial; desde Irán hasta los Estados Unidos, desde Brasil hasta Corea, desde Suecia hasta la India, desde España hasta Turquía, las luchas del proletariado se han multiplicado en los últimos dos años.
En los países subdesarrollados, con la terrible profundización de la crisis, el reclutamiento de la "Liberación Nacional" tiende a disminuir. Tan pronto como Rhodesia (Zimbabwe) obtuvo su "independencia" y "autodeterminación de los negros", se produjeron huelgas para aumentar los salarios. A los ojos de toda América Latina, el mito del "hombre nuevo de Cuba" acaba de sufrir un último golpe mortal con el éxodo de la población. Las ilusiones sobre la Liberación Nacional que hicieron el apogeo de los izquierdistas y movilizaron la revuelta de la juventud de los años 60 en los países avanzados a los gritos de "Castro, Ho Chi Min y Che Guevara" han terminado.
En los países subdesarrollados se han desarrollado movimientos que contienen la ruptura con la ideología nacionalista de la guerra. En Irán, el enorme movimiento que llevó a la caída del Sha, en el que el proletariado ocupó un lugar decisivo, no se embarcó detrás de la bandera nacionalista de Jomeini y Bani Sadr. Las manifestaciones en las que las consignas decían: "Guardianes de la Revolución de Savak" son una expresión muy clara de esto. En Corea, este cerco interimperialista entre los dos bloques, los movimientos de los estudiantes y sobre todo de los trabajadores dan la espalda al "interés nacional" que quieren imponerles.
La no inscripción del proletariado detrás del proyecto de la nación y la guerra se expresa en zonas donde la guerra no se ha detenido en 30 años.
En ese contexto mundial, y ante la ausencia de fracciones de la burguesía de los países desarrollados que movilicen a la población y obtengan un consenso nacional, el bombo de los gobiernos sobre la Tercera Guerra Mundial puede convertirse en su contrario.
En efecto, la burguesía en el pasado no movilizó al proletariado para la guerra simplemente anunciando la guerra. Por el contrario, la socialdemocracia antes de la Primera Guerra Mundial la desarmó detrás de las banderas del pacifismo. Antes de la Segunda Guerra Mundial, el consenso nacional se construyó en torno al antifascismo, y la clase obrera no era consciente de que la Guerra de Etiopía y luego la Guerra de España eran momentos preparatorios para la Guerra Mundial.
Hoy, la burguesía, que no tiene nada más que proponer, busca presentar la guerra como un hecho ineludible, inscrito en la historia de la humanidad, con la esperanza de hacerla aceptar acostumbrando a la gente a la idea. Todo el mundo sabe que Afganistán es un paso hacia una tercera guerra mundial.
El nivel y el desarrollo de la lucha de clases se expresa en las propias luchas, y también en los grupos que surgen y manifiestan el esfuerzo de la conciencia de clase.
Hoy, la recuperación sigue siendo lenta y difícil. Contrariamente a la primera ola de luchas de hace diez años, que reavivó la idea de la revolución en la sociedad, esta perspectiva sigue siendo hoy, subyacente y no se expresa tan abiertamente como lo fue en su momento, cuando surgieron multitud de grupos que defendían una orientación revolucionaria. Pero el movimiento revolucionario de la época estaba fuertemente marcado por las inferencias pequeñoburguesas de la revuelta estudiantil, que se expresaba en todas las variantes de activismo, de obrerismo, de modernismo, que hemos conocido y que tenían en común una concepción fácil de la revolución.
Tales influencias e ilusiones tienen cada vez menos espacio hoy en día en el emergente movimiento proletario. La reflexión que comienza a tener lugar en la clase obrera se expresa en parte en los grupos y círculos que han surgido en Italia y que se desarrollarán desde las profundidades de la propia clase obrera.
El proceso de desarrollo de un medio revolucionario será más lento y difícil que hace diez años, a imagen del movimiento mismo, pero también será más profundo y estará más arraigado en la práctica de la clase obrera. Por eso una de nuestras orientaciones esenciales es estar atentos y abiertos a sus primeras manifestaciones, sean cuales sean sus confusiones.
Junio, 1980.
[1]Rosa Luxemburgo, Huelga de Masas, Partido y Sindicato (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), 53, https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos... [25].
[2] De estos grupos el primero ya desapareció hace mucho tiempo; el segundo, el GCI, tomó rápidamente un carácter parásito. Ver ¿Para qué sirve el GCI? https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/516/para-que-sirve-el-grupo-comunista-internacionalista-gci [26] ;FOR, en cambio, así como la CWO, son grupos proletarios, el primero ya desaparecido y el segundo integrado en la TCI.
La Tercera Conferencia Internacional de grupos de la Izquierda Comunista quedó varada en un banco de arena, formalmente a causa de la cuestión del Partido. No cabe duda que esa explicación fue tan solo un pretexto. La verdad es que desde la Segunda Conferencia "Battaglia Comunista" y el "Communist Workers Organisation" estaban inquietos, y desde luego más preocupados por los intereses inmediatos de su grupo -lo que es característico de aquellos grupos contaminados por el sectarismo- que por la
La Tercera Conferencia Internacional de grupos de la Izquierda Comunista quedó varada en un banco de arena, formalmente a causa de la cuestión del Partido. No cabe duda que esa explicación fue tan solo un pretexto. La verdad es que desde la Segunda Conferencia "Battaglia Comunista" y el "Communist Workers Organisation" estaban inquietos, y desde luego más preocupados por los intereses inmediatos de su grupo -lo que es característico de aquellos grupos contaminados por el sectarismo- que por la importancia que pueden tener, en el actual período de auge de la lucha de la clase obrera, las Conferencias internacionales de grupos comunistas; haciendo incluso todo lo posible para hacerlas fracasar.
Puede que esta situación complazca a los bordiguistas del "P. C. Internacional" que han insistido siempre en que no se puede esperar nada bueno de las conferencias entre grupos comunistas, sobre todo cuando existe, desde 1943, el Partido Internacional Único; es decir, su pequeño grupo. En total acuerdo lógico con ellos mismos, los bordiguistas, consideran que son el único grupo comunista del mundo. Siempre "lógicos" con su postulado, según el cual el "Programa" de la revolución comunista quedó definido en 1848 por Marx y desde entonces no se le puede cambiar ni una coma y afirmando además que el partido es único (como Dios) y monolítico (como el partido de Stalin)[1], los bordiguistas rechazan toda discusión y exigen, pura y simplemente, la adhesión individual a su Partido por parte de todos aquellos que quieren militar por el comunismo.
"Battaglia Comunista" (B. C.) parece más abierto a la discusión. Pero es más apariencia que realidad. Para B. C. la discusión no es una confrontación de posiciones sino la exigencia de ser reconocido como el partido VERDADERO, como el único habilitado para hablar en nombre de la Izquierda Italiana. Battaglia, como "Programa Comunista", no comprende el proceso de reagrupamiento de los grupos comunistas, dispersos por la presión de 50 años de contrarrevolución; proceso que comienza con el auge de la lucha de clase del proletariado y se desarrolla sobre la base de un nuevo examen crítico de las posiciones que fueron enunciadas, durante la última ola revolucionaria y la experiencia ulterior, de modo que permitieran superar tanto la inmadurez como los errores de antaño, y precisar una coherencia teórico-política capaz de dar mayor cohesión y unidad a un futuro partido comunista internacional.
Este artículo no tiene como objetivo volver a hablar de las incomprensiones de los numerosos "herederos" de lo que fue la corriente Izquierda Comunista respecto al inevitable proceso del reagrupamiento de las fuerzas comunistas y del lugar que ocupan en éste las Conferencias internacionales. Ya hemos tratado ese tema en numerosos artículos de nuestra prensa y, en particular, en el último número de la Revista Internacional. Nos limitaremos aquí a una cuestión concreta, pero de gran importancia: la cuestión del partido: su función, el lugar que ocupa en el desarrollo de la lucha del proletariado contra la burguesía y el sistema capitalista,...
EL COSEJISMO Y EL PARTIDO:
DIVERGENCIAS REALES Y FALSAS DIVERGENCIAS
Para poder avanzar en la discusión sobre el partido, ante todo hay que saber y querer establecer correctamente el marco del debate. El método más improductivo de llevar a cabo un debate es recurrir a la deslealtad y borrar los marcos distintivos, definitorios, de lo que se denomina consejismo y de quiénes son los partidarios convencidos de la necesidad del partido. Agitando a tontas y a locas el espantajo del consejismo contra todos aquellos que no comparten la concepción bolchevique del partido -y sobre todo la caricatura exagerada que de él hacen los bordiguistas-, se mantiene y desarrolla la confusión, tanto sobre lo que es el Consejismo como sobre la misma noción de partido.
El movimiento consejista surge en los tormentosos años de la oleada revolucionaria que siguió a la Primera guerra mundial. Comparte con la Izquierda Comunista (excepto la de Italia) la idea fundamental de que el movimiento sindical, tal y como existe, no sólo ha dejado de ser una organización de defensa de la clase obrera, sino que la estructura misma de la organización sindical no se corresponde con las necesidades de la lucha del proletariado en el nuevo período histórico que se abre con la guerra y que plantea y pone al orden del día la revolución comunista. Las tareas que se imponen a la clase obrera en este nuevo periodo exigen un nuevo tipo de organización que no esté basado en criterios particulares, individuales, profesionales, corporativistas y estrictamente de defensa económica sino que sea realmente unitario, abierto a la actividad dinámica de toda la clase, que no separe la defensa de sus intereses económicos inmediatos de su meta histórica: emancipación de la clase obrera y destrucción del capitalismo. Tal organización no puede ser otra que los Consejos de fábrica, coordinados y centralizados.
Lo que separa a los Consejistas de la Izquierda Comunista es que los primeros no sólo niegan toda utilidad a la existencia de un partido político, sino que consideran la existencia de todo partido como nociva para la lucha de clases. Los consejistas preconizaban la disolución de los partidos dentro de la organización unitaria: Los Consejos. Este punto fue lo que les separó de la Izquierda Comunista y les condujo a romper con el KAPD.
En sí, el Consejismo representa una actualización del anarco-sindicalismo de antes de la guerra. Si el anarcosindicalismo era una reacción epidérmica contra el electoralismo y el oportunismo de la socialdemocracia, el Consejismo es una reacción contra las tendencias ultra-partidistas en la organización comunista; tendencias que comienzan identificando y confundiendo la dictadura del proletariado con la dictadura del partido y terminan sustituyendo, pura y simplemente, la una por la otra.
Los ultra-partidistas o neo-bolcheviques esquivan la crítica de sus concepciones ultra-leninistas insistiendo firmemente en que la corriente Consejista proviene de una escisión de la Izquierda Comunista -en Alemania en particular-. Esta apreciación, que según ellos mancha para siempre la Izquierda Comunista (excepto la de Italia) con el pecado original del consejismo, es su principal argumento.
Este argumento tiene tanto valor como el que pueda tener reprochar a la Izquierda revolucionaria haber militado en las filas de la Segunda Internacional antes de la guerra; y no es menos estúpido que acusar a los bolcheviques de haber "engendrado" al estalinismo.
La Izquierda Comunista no es, por más que piensen y digan los ultra-partidistas, el seno materno del consejismo; porque de lo que se alimenta el consejismo es de concepciones erróneas, de la imagen que dan, ciertos revolucionarios, del partido y de la relación de éste con la Clase. Las aberraciones de unos alimentan y refuerzan las aberraciones de los otros y viceversa.
Cuando los bordiguistas nos acusan de consejismo, para justificar su causa, recurren a la polémica fácil y no responden coherentemente a la crítica que nosotros hacemos de sus aberraciones. En vez de hacer el esfuerzo de responder con argumentos les es, claro está, más fácil recurrir al método de "Si quieres matar a tu perro, di que tiene la rabia". Tal método, que consiste en inventar cualquier cosa y atribuírsela al adversario, puede ser eficaz momentáneamente pero resulta completamente ineficaz y negativo a largo plazo. No hace más que enredar la discusión, en vez de clarificarla y aclarar las posiciones de unos y otros.
Cuando Battaglia Communista, por ejemplo, critica al consejismo en una Conferencia de grupos comunistas, parece que haya que despachar la cuestión diciendo: ¡No pasa nada, los compañeros le están buscando los tres pies al gato! Pero cuando B. C. atribuye a la CCI lo de "consejista" para justificar su sabotaje de la Conferencia, se pregunta uno ¿qué se debe pensar de un grupo como B. C. a quién le costó diez años darse cuenta de que discutía con un grupo... consejista -y eso después de haber organizado durante cuatro años Conferencias Internacionales con él? Pues, en su poca perspicacia organizativa y en su escaso olfato político. Con el cuento del "consejismo de la CCI", B. C. en vez de convencer no hace más que desacreditarse a sí misma como grupo político serio y responsable.
No tenemos la intención de exculparnos aquí de la acusación de consejismo. Eso le toca demostrarlo a nuestros contradictores. Basta con conocer un poco la prensa de los grupos de la CCI, y en particular su Plataforma política, para saber que hemos rechazado y combatido siempre las aberraciones del consejismo.
¿No es cómico oír el mismo reproche por parte de CWO (Communist Workers Organisation) -con quien mantuvimos largos meses de discusión para convencerles de que su análisis de la Revolución rusa como revolución burguesa y del Partido bolchevique como partido burgués eran falsas; y a quien hubo que tirar de las orejas para sacarles del pantano modernista de Solidarity? Tras su permanencia en el ultra-anti-partidismo, la CWO se convierte ahora al ultra-partidismo y combate contra las concepciones de la CCI referentes al partido.
Dejemos a un lado todas esas tonterías sobre el consejismo de la CCI[2] y veamos las divergencias reales que nos separan en lo referente a la manera de concebir el Partido.
LA NATURALEZA DEL PARTIDO
Bastante les costó a muchos grupos deshacerse claramente de la tesis de Kautsky, adoptada y defendida por Lenin en "¿Qué hacer?". La tesis afirma que la lucha de clase del proletariado y la conciencia socialista emanan de dos premisas absolutamente diferentes. Según esa tesis: la clase obrera no puede elaborar más que una conciencia "trade unionista", es decir, limitada a la lucha por sus reivindicaciones económicas inmediatas en marco del capitalismo; la conciencia socialista del proletariado, la de la emancipación histórica de la clase, no puede ser obra sino de intelectuales que se interesan por los problemas sociales. De ahí resultaría, por deducción lógica formal, que el partido es la organización de esos intelectuales radicales que se dan como tarea: "APORTAR ESA CONCIENCIA A LA CLASE OBRERA". Tenemos así: no solamente un ser separado de su conciencia, un cuerpo separado de su espíritu; sino también un espíritu sin cuerpo, realizado en sí mismo. En fin, un galimatías. Una visión idealista del mundo proveniente de los neohegelianos, que Marx y Engels atacaron implacablemente en sendas obras: "La Sagrada Familia" y "La Ideología Alemana".
Con el Trotski del "Informe de la Delegación Siberiana"[3], con Rosa Luxemburgo y tantos otros revolucionarios, la CCI rechaza categóricamente esa teoría que no tiene nada que ver con el marxismo; en realidad lo contradice. El mismo Lenin reconoció públicamente diez años después que sobre ese punto había exagerado demasiado y se había dejado llevar por la polémica en contra del economicismo. Todas las contorsiones del PCInt (Programa) y todas las piruetas "dialécticas" del PCInt (B. C.) para justificar la teoría de Kautsky (y afirmar su "fidelidad" a Lenin) les conduce solamente a enredarse cada vez más en afirmaciones totalmente contradictorias. Ningún anatema contra el espontaneísmo, ni los exorcismos contra el "consejismo" pueden salvarles de la obligación de pronunciarse de una vez por todas acerca de ese punto fundamental. No se trata de una controversia entre leninismo y consejismo sino entre marxismo y kautskismo[4].
Las implicaciones políticas a las que lleva esa teoría son mucho más graves que los aspectos filosóficos y metodológicos: convierte al proletariado en una simple categoría económica. Muy al contrario, Marx reconoce en éste a una clase histórica que lleva en sí la solución de todas las contradicciones en que está atrapada la humanidad, con toda la sucesión de sociedades divididas en clases en la que ha estado prisionera.
¡Y es precisamente a la clase que contiene en su naturaleza la emancipación de toda la humanidad, junto con la suya propia, a quién se le niega la capacidad de tomar conciencia, en la lucha de clases, de sí misma y de su misión en la historia! Sólo ven en el proletariado sus aspectos heterogéneos y no ven que es la clase más homogénea, la más "socializada", la más concentrada y más numerosa de la historia. Ignoran el hecho de que es la clase menos alienada por los intereses de propiedad privada y que su miseria es, más que la suya propia, la miseria acumulada por toda la humanidad. No comprenden que es la primera clase de la historia capaz de tener una conciencia verdaderamente global y no alienada. Y es desde esa ignorancia y esa incomprensión de la naturaleza de la clase obrera desde donde pretenden "inyectarle la conciencia", precisamente a la clase de la conciencia... Esa teoría no es otra cosa que el producto de mentes megalómanas, de la intelectualidad pequeño burguesa.
¿Y el partido? ¿Y el programa comunista? Al contrario que para Kautsky y para Lenin, mal que les pese o no les guste a los bordiguistas de todo tipo, el partido y el programa comunista no son para nosotros ninguna revelación misteriosa sino, muy simplemente, el producto de la existencia, de la vida y de la actividad de la clase; y compartimos, sin temor a parecer espontaneístas, la crítica de R. Luxemburgo, la cual contrapone a la fórmula de Lenin: "el partido al servicio del proletariado", la de "el partido de clase". En otras palabras, un organismo segregado por la clase para responder a sus necesidades. El partido no es un Mesías delegado por la Historia al proletariado para salvarlo, sino un órgano que la clase se da en su lucha histórica contra el orden capitalista.
La discusión no va de saber si el partido es o no un factor de la toma de conciencia. Ese debate sólo tiene razón de ser en el enfrentamiento con los anarquistas o los consejistas, pero no entre grupos que se reclaman de la Izquierda Comunista. Seamos claros: si B. C. insiste tanto en debatir a ese nivel, es únicamente para no dar respuesta al problema de la naturaleza del partido: de qué y de quién es producto. La repetición obstinada de B. C. sobre el "partido-factor" aparece como lo que es: una escapatoria para no reconocer que, ante todo, el partido es un producto de la clase y que su existencia, al igual que su evolución están determinadas por la existencia y la evolución de la clase obrera.
Los bordiguistas "ortodoxos" de Programma no necesitan recurrir a los sofismas (llamados "dialécticos") de Battaglia y proclaman abiertamente que la clase no existe más que por obra y gracia del Partido. Si se les hace caso: la existencia del partido determina la existencia de la clase. Según ellos, el partido existe desde el "Manifiesto Comunista": antes de esa fecha no había partido y por consiguiente no había proletariado. Podemos admitir que así sea, pero entonces ese partido tendría la milagrosa virtud de hacerse invisible puesto que, según ellos, no ha dejado de existir desde 1848. Si vemos la historia, hay que reconocer que los hechos no concuerdan con sus postulados. La "Liga de los Comunistas" existió... cuatro años; La Primera Internacional... diez años; la Segunda Internacional quince y la Tercera ocho años, y eso contando con generosidad. O sea, en total, 37 años de 132. ¿Qué le paso al Partido durante cerca de un siglo? Esta pregunta no molesta a nuestros bordiguistas que se han inventado una teoría: la del "Partido real"/"Partido formal". Según esa "teoría", el partido "formal" es el hábito exterior, material visible, que puede desaparecer; pero el partido "real", espíritu puro, sigue existiendo, no se sabe bien dónde, invisible.
Aventura semejante le habría ocurrido al propio partido bordiguista, el cual (contando generosamente también) habría desaparecido desde 1927 hasta 1945 (¡justo el tiempo en que Bordiga estuvo durmiendo!) ¡Y son esos disparates vergonzosos lo que nos presentan como si fuera la quintaesencia del marxismo restaurado! En cuanto al "programa acabado e invariante" y el "partido histórico real" están hoy encarnados en cuatro partidos (!) todos P. C. Int. y que se proclaman todos monolíticos; todos grandes y meritorios espadachines que combaten... ¡el consejismo! Es difícil, muy difícil discutir seriamente con partidos de ese estilo.
Los bordiguistas creen poder apoyar su concepción del partido en citas de Marx y Engels que extraen arbitrariamente de su contexto. Al hacerlo, cometen tremendos abusos contra el fondo y el espíritu que animan la obra de esos grandes pensadores y fundadores del socialismo científico[5].
Es lo que sucede con la tan traída y llevada frase del Manifiesto Comunista: "La organización del proletariado en clase y por lo tanto en partido político". Sin querer hacer una exégesis sobre la validez literaria de la traducción[6], basta con leer todo el capítulo de donde se entresaca esa frase para convencerse de que no tiene nada que ver con la interpretación que le dan los bordiguistas al transformar la locución "por lo tanto" en una condición previa para la existencia de la clase; cuando para Marx significa: un resultado del proceso de la lucha de la clase obrera.
Lo que preocupa a Marx y a Engels en El Manifiesto es la necesidad ineludible de que la clase obrera se organice, y no la organización del partido en particular. El manifiesto trata de manera muy vaga el problema de la organización de un partido preciso. Tanto es así que hasta llegan a proclamar que "los comunistas no forman un partido distinto, opuesto a los demás partidos obreros" y a terminar el Manifiesto no con el llamamiento a la formación de un partido comunista, sino con: "¡Proletarios de todos los países, uníos!".
Se pueden citar centenares de páginas en donde Marx y Engels enfocan la organización bajo el ángulo de la organización general de la clase a quien atribuyen no sólo la función de defensa de los intereses inmediatos, económicos, sino igualmente el cumplimiento de la finalidad histórica del proletariado: la destrucción del capitalismo y la instauración de una sociedad sin clases.
Citemos solamente el siguiente extracto de una carta de Marx a Bolte del 23 de Noviembre de 1871:
"El movimiento político de la clase obrera tiene como objetivo, desde luego, la conquista del poder político por la clase obrera, y para eso es necesario, naturalmente, una organización de la clase obrera que tenga cierto grado de desarrollo previo, formada y hecha crecer en las luchas económicas de la misma clase.
Pero, por otra parte, cada movimiento en el cual la clase obrera se oponga como clase a las clases dominantes y trate de doblegarlas ejerciendo una presión desde el exterior, es un movimiento político. Por ejemplo, tratar de arrancar a capitalistas individuales, en una sola fábrica o un solo ramo industrial, por medio de huelgas etc., una reducción del tiempo de trabajo, es un movimiento puramente económico; en cambio, el movimiento que trata de obtener la ley de la jornada de 8 horas, etc., es un movimiento político. Y es de esa manera cómo de todos los movimientos económicos aislados de los obreros surge, en todas partes, un movimiento de la clase para hacer triunfar sus intereses de manera general, de forma que tenga fuerza de presión social general".
Marx añade:
"Si esos movimientos suponen cierta organización previa, son también, por su lado, "medios de desarrollar esa organización".
Todo ese movimiento se desarrolla sin la varita mágica del Partido. Hablando de la organización, Marx trata aquí de la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) en la cual los partidos propiamente políticos, como el de Bebel y Liebknecht en Alemania, son una parte más, entre otras. Es esa Internacional, la organización general de todos los obreros, a la que Marx considera: "constitución del proletariado en partido político, indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su meta final, la abolición de las clases"
Es tan evidente, que el texto continúa con las siguientes palabras: " (...) que es necesario que la unión de las fuerzas de la clase obrera que se ha realizado por las luchas económicas, sirva igualmente de palanca para la gran masa de la clase en su lucha contra el poder de sus explotadores".
Resolución de la Conferencia de Londres de la A.I.T. de Septiembre de 1871 "que recuerda a los miembros de la Internacional que, en el estado actual de luchas de la clase obrera, su actividad económica y su actividad política están inseparablemente ligadas".
Comparemos estos textos de Marx con algunas afirmaciones de los bordiguistas y compañía: "Mientras existan clases, será imposible, tanto a las clases como a los individuos, obtener conscientemente algún resultado. Solamente el partido lo puede" (Trabajo de grupo, nº 3. Pág. 38. Marzo-Abril de 1957). ¿De dónde le viene esa virtud "solamente al partido"? y ¿por qué exclusivamente a él?
"Ahora bien, el proletariado no es clase sino en la medida en que se agrupa tras un programa, es decir, un conjunto de reglas de acción determinadas por una explicación general y definitiva del problema propio de la clase y de la meta que debe alcanzar para resolverlo. Sin ese programa su experiencia no supera el aspecto más estrecho de la miseria que le impone su condición". (Trabajo de grupo, nº 4. Pág. 10. Mayo-Junio de 1957)[7]
¿De dónde le vienen esas "reglas de acción" que constituyen "el programa"? Según los bordiguistas ese programa no puede en absoluto provenir de la experiencia de la lucha de la clase obrera, por la sencilla razón de que esa "experiencia no supera el aspecto más estrecho de la miseria que le impone su condición". Entonces ¿de dónde le llega o puede llegarle al proletariado la conciencia de su ser? Los neobolcheviques contestan: "a través de una explicación general y definitiva del problema propio de la clase". Los bordiguistas no sólo afirman que por "su condición" la clase es absolutamente incapaz de "superar el aspecto más estrecho de la miseria"; aún más categóricamente pretenden que el ser mismo, el proletariado, no es clase y no puede tener existencia como tal, sin la primera condición: que exista previamente un Programma...: "una explicación general y definitiva" alrededor de la cual pueda agruparse para convertirse en clase.
Que hay de común entre esta visión y la de Marx, para quien:
"Las condiciones económicas primero transformaron a las masas del país en trabajadores. La dominación del capital le dio a esa masa una situación común, unos intereses comunes. Así pues, esa masa es ya una clase ante el capital pero no todavía para sí misma. En la lucha de la que hemos señalado sólo algunas de las fases, ésta masa se reúne y se constituye en clase para sí misma. Los intereses que defiende se transforman en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política". Esto, después de haber afirmado unos renglones más arriba: "En esa lucha, verdadera guerra civil, se reúnen y se desarrollan todos los elementos necesarios para una batalla venidera. Cuando alcanza ese punto, la asociación adquiere un carácter político". ("Miseria de la Filosofía. Capítulo II, punto 5: ‘Huelgas y coaliciones'")
Allí donde los bordiguistas, con Proudhon, sólo ven "la miseria" en la condición de la clase, nosotros vemos, con Marx, una clase en movimiento, que pasa de la resistencia a la coalición, de la coalición a la asociación, y de la lucha en un principio económica, a la lucha política por la abolición de la sociedad de clases. De igual modo, podemos firmar y hacer nuestro este otro pensamiento de Marx: "Se han hecho muchas investigaciones para describir las diferentes fases históricas que la burguesía ha recorrido... Pero cuando se trata de informar exactamente sobre las huelgas, de las coaliciones y las demás formas con las que los proletarios efectúan ante nuestros ojos su organización como clase, un temor real se apodera de unos, y otros exhiben un desprecio trascendental".
Lo que caracteriza a "neos" y "ultras" que se dicen "leninistas" es su profundo desprecio de la clase, de su movimiento real y de sus potencialidades. Es su profunda falta de confianza en la clase y en sus capacidades lo que les lleva a adoptar una postura que les dé seguridad: un nuevo Mesías; lo que son ellos mismos. Así transforman su propio sentimiento de inseguridad en un complejo de superioridad que raya en megalomanía.
PAPEL Y FUNCION DEL PARTIDO EN LA CLASE
Si el partido es un órgano producido por el cuerpo de la clase obrera, es necesariamente también un factor activo en la vida de la clase. Si es la manifestación del proceso de toma de conciencia de la lucha de la clase, tiene como principal función la de contribuir en ese proceso de toma de conciencia y ser el crisol indispensable de la elaboración teórica y programática, función para lo cual lo ha engendrado la clase. En la medida en que la clase proletaria en la sociedad capitalista en la que vive, no puede eludir ni la presión ni las trabas que impiden su homogeneización, el partido es el instrumento de su homogeneización; en la medida en que la ideología burguesa dominante obstaculiza y pesa como una losa en la toma de conciencia de la clase, el partido es el órgano encargado de destruir esas trabas, el antídoto contra las ideologías y mistificaciones de la clase enemiga que envenenan sin cesar el cerebro del proletariado. El alcance de su función evoluciona necesariamente con los cambios que ocurren en la sociedad y con la relación de fuerzas cambiantes entre proletariado y burguesía. Por ejemplo, si al principio de la existencia de la clase es un factor decisivo y directo de la organización del proletariado, esa tarea disminuye para el partido a medida que la clase se desarrolla, adquiere una larga experiencia y alcanza una madurez mayor. Si los partidos jugaron un papel preponderante en el nacimiento y el desarrollo de las organizaciones sindicales, no fue igual en la organización de los Consejos, que se hizo antes de que el partido comprendiese ese fenómeno, y, en parte, en contra de la voluntad explícita del partido.
Así pues, el partido no vive independientemente de la clase; crece y se desarrolla con el desarrollo de la misma; sufre la presión y la penetración en su seno de influencias de la clase enemiga. En el caso de una derrota grave de la clase, puede degenerar, pasarse al enemigo o desaparecer momentáneamente. Lo que es una constante es la necesidad que tiene el proletariado de ese órgano que le es indispensable. Como a una araña a la que se le destruye su tela, la clase sigue segregando los elementos para volver a constituir ese órgano que le sigue siendo necesario. Ese es el proceso de formación continua del partido.
El partido no es la única sede de la conciencia de la clase, como pretenden exageradamente que lo sea los epígonos que se autoproclaman leninistas. Tampoco es infalible ni invulnerable. Toda la historia del movimiento obrero lo atestigua, como también demuestra que la clase en su conjunto acumula experiencias y las asimila directamente. El reciente y formidable movimiento de la clase obrera en Polonia atestigua su capacidad admirable de acumular y asimilar sus experiencias de 1970 y 1976, de superarlas y eso a pesar de la cruel ausencia de un partido. La Comuna de París es otro ejemplo de las capacidades inmensas de la conciencia de la clase. Esto no le resta nada al papel del partido cuya actividad eficaz es una de las principales condiciones de la victoria final del proletariado. Una condición principal pero no única. El partido es el lugar principal para la elaboración de la teoría (no el único); eso no quiere decir que haya que considerarlo como un cuerpo independiente exterior a la clase. Es un órgano, la parte del todo que es la clase.
Cómo todo órgano encargado de una función específica dentro de un todo, el partido puede cumplir esa función bien o mal. Por ser parte de un cuerpo total vivo que es la clase y por ser él mismo un órgano vivo, está sujeto a flaquezas debidas a causas externas o a un mal funcionamiento propio. No es un cuerpo inmóvil, sentado encima de un programa acabado de una vez por todas e invariante; necesita estar constantemente atento y trabajar sobre sí mismo, tratar de darse los mejores medios de mantenimiento y desarrollo. En vez de exaltar en él al restaurador y conservador de museos, como lo hacen los neo-bolcheviques, tenemos que estar atentos ante una enfermedad particular que le acecha (y contra la cual R. Luxemburgo, en su lucha contra el "marxismo ortodoxo" de antes de 1914; Lenin, en lucha contra "los viejos bolcheviques" cuando regresó a Rusia en 1917 y Trotski en "Las elecciones de Octubre" pusieron en guardia a los revolucionarios): su tendencia al conservadurismo. El que no exista ninguna garantía ni receta previa es una razón de más para estar atento. El síntoma de esa enfermedad se manifiesta en la fidelidad estricta a la letra en vez de al método vivo del marxismo.
El partido acusa flaquezas, no sólo por el peso del pasado y su tendencia al conservadurismo, sino también porque se encuentra frente a situaciones nuevas, a problemas nuevos. Nada permite afirmar que, ante situaciones nunca vistas en el pasado, pueda dar siempre y enseguida una respuesta justa. La historia lo demuestra ampliamente: el partido puede equivocarse. Es más, las consecuencias de sus errores pueden ser muy graves y alterar mucho la relación existente entre la clase y él. El Partido bolchevique en el poder cometió bastantes errores y la Internacional Comunista lo mismo. Por eso el partido no puede pretender estar siempre en posesión de la verdad ni tratar de imponer a la clase su dirección y sus decisiones, utilizando todos los medios a su alcance, incluida la violencia. No es un "dirigente por derecho divino".
El partido no es un espíritu puro, una conciencia absoluta e infalible ante la cual la clase sólo puede y debe inclinarse. Es un cuerpo político, una fuerza material que actúa en la clase, que es responsable ante ella y a quien tiene siempre que rendir cuentas.
La CWO ironiza sobre el "miedo" que tendría la CCI del "mito" (sic) del "el peligro de sustitucionismo", en estos términos: «Al ser el partido la parte más consciente de la clase, ésta debe confiar en él, de manera que sea el partido quien tome con toda naturalidad y automáticamente el poder y lo ejerza». ¡Todo es muy sencillo para la CWO! ¡No hay razón para complicarse la vida con "mitos" sobre "sustitucionismos"!
Ante esto se pregunta uno ¿por qué Marx escribió "La guerra civil en Francia" -en donde insistía acerca de las medidas que tomó la Comuna de París para poder tener siempre controlados a quienes había delegado para realizar funciones públicas; y entre aquellas la más importante: "la posibilidad de ser revocado en cualquier momento"? ¿Será que Marx y Engels fueron consejistas antes de tiempo?
La CWO no se da cuenta de la diferencia que existe entre un delegado elegido y revocable y la delegación de todo el poder a un partido; que no es ni más ni menos que la diferencia que separa el funcionamiento del proletariado del de las estructuras burguesas. En el primer caso se trata de que una persona, encargada de la ejecución de una tarea, es responsable en todo momento ante aquellos que la delegaron y, por lo tanto, revocable; en el segundo caso se trata de delegar el poder, todo el poder, a un cuerpo político sobre el que no se tiene ningún control: sus miembros son responsables ante su partido, únicamente ante él. La CWO ve en nuestra preocupación por el peligro de sustitucionismo un simple formalismo; en realidad, el peor formalismo, es decir, el peor engaño: hacer creer que se ha cambiado algo al cambiar simplemente el nombre; por ejemplo, el de Comité central del partido por el de Comité ejecutivo de los consejos. Es, la clase quien controla directamente cada uno de sus delegados y no abandona ese control en otro, aunque sea su partido de clase.
El partido proletario no es, como los partidos burgueses, candidato al poder del Estado, un partido estatal. Su función no puede ser administrar el Estado, lo cual puede alterar su relación con la clase -relación que consiste en orientarla políticamente- convirtiéndola en una relación de fuerza. Al convertirse en un administrador del Estado, el partido cambiará imperceptiblemente su papel para convertirse en un partido de funcionarios; con todo lo que eso implica como tendencia a la burocratización. El caso Bolchevique es ejemplar al respecto.
Pero ese punto corresponde a otra investigación: la de la relación entre partido y Estado en el período de transición. Aquí hemos querido limitarnos a demostrar cómo, so pretexto de acabar con el consejismo, se llega al error de sobrevalorar exageradamente el papel y la función del partido. Se llega simplemente a una caricatura en la que se hace del partido una élite de derecho divino.
M. C.
[1] La historia del movimiento obrero no conoce ningún ejemplo de tal partido monolítico
[2] Recordemos, para terminar de una vez por todas con esas "críticas" inventadas de todo tipo, que en la exigencia de criterios políticos para participar en las Conferencias -que propusimos desde el principio-, figura el reconocimiento de la necesidad del partido. En la carta que enviamos al PCInt. (Battaglia Comunista), como preparación de la Primera Conferencia, el 15/7/76 escribíamos: "Los criterios políticos de participación a tal encuentro tienen que ser estrictamente delimitados por: ./... 6.- afirmación de que la "emancipación de la clase obrera será obra de la clase obrera misma y que eso implica la necesidad de que haya una organización de los revolucionarios de la clase." Igualmente, en el "Proyecto de Resolución sobre las tareas de los comunistas" que presentamos en la Conferencia el 11/11/78, escribíamos: "La organización de los revolucionarios es un órgano esencial de la lucha del proletariado, tanto antes como después de la insurrección y de la toma del poder; sin ella, sin el partido proletario, porque sería una expresión de inmadurez de su toma de conciencia, la clase obrera no puede realizar su tarea histórica: destruir el sistema capitalista y edificar el comunismo."
Y si la Segunda Conferencia demostró que existían divergencias sobre el papel y la función del partido, también aceptó unánimemente el "reconocimiento de la necesidad histórica del partido" como criterio de adhesión y participación a las futuras conferencias
[3] "Informe de la delegación siberiana", redactado por Trotski en 1904, y en donde critica a Lenin por su concepto sustitucionista del partido
[4]Ya va siendo hora de que borremos de nuestro vocabulario esta terminología de "leninismo" y "antileninismo", tras la que se oculta cualquier cosa y que no quiere decir nada. Lenin fue una gran figura del movimiento obrero y su aporte es enorme. No por eso fue infalible, y sus errores pesaron muy fuertemente en el proletariado. No se puede aceptar al Lenin de Kronstadt porque existió el Lenin de Octubre y viceversa
[5] Es decir, de un método científico y no, según la fórmula de Battaglia, de una ciencia marxista que no existe
[6] En la edición francesa de "La Pleiade", M. Rubel traduce ese pasaje de la manera siguiente: "esa organización de proletarios en clase y, consecuentemente, en partido político", traducción seguramente más fiel al pensamiento real de Marx que aparece en todo ese capítulo de "El Manifiesto"
[7] Revista teórica del PCInt. (Programa Comunista). Traducido por nosotros
"La huelga de masas no se fabrica artificialmente, ni se decide y propaga en una atmósfera inmaterial.
Es un fenómeno histórico que, en un determinado momento, resulta de una situación social que a su vez es consecuencia de una necesidad".
(Rosa Luxemburg, "Huelga de masas, Partido y Sindicatos").
Se ha abierto en la historia una brecha que ya no se volverá a cerrar ante los ojos del mundo entero, la clase obrera de Polonia ha salido del terreno vedado del Este para incorporarse a la lucha de clase de todos los obreros. Como en la Rusia de 1905, este movimiento ha surgido de las capas más profundas del proletariado, su carácter de clase salta a la vista. Por su amplitud, por su dimensión histórica, por su voz resueltamente obrera, la huelga de masas en Polonia es el acontecimiento más importante desde el resurgimiento de la lucha de clases en 1967/68.
El impacto de este movimiento rebasó mucho los jalones aún titubeantes del Mayo del 68 en Francia. Cuando se produjo aquel gran estallido que señalaba el fin del período de la contrarrevolución y el principio de un nuevo periodo de convulsiones sociales, el potencial del movimiento obrero seguía siendo incierto. En lugar de la clase obrera, hablaban otros, como los estudiantes por ejemplo, que sentían en sus vísceras el desmoronamiento de todos los valores de una sociedad que acusaba las primeras sacudidas de las crisis, sacudidas frente a las que no podían aportar soluciones. En el Este, la Checoslovaquia del 68 reflejaba la imagen de la época: un movimiento en el que la clase obrera no llevaba la voz cantante, un movimiento nacionalista dominado por una fracción del Partido que detentaba el poder, una "Primavera de Praga" de "reivindicaciones democráticas" sin el menor futuro. Aunque el movimiento de Polonia de 1970 daría pruebas de una mayor madurez del proletariado, no por ello dejó de ser poco conocido y limitado.
Hoy, por el contrario, la crisis económica del sistema es una realidad cotidiana que los obreros padecen en su propia carne, con lo que los acontecimientos de Polonia 1980 adquieren una dimensión muy distinta: el país entero está abrazado por el fuego de una huelga de masas, por la autoorganización generalizada de los obreros. El protagonista ha sido la clase obrera y se ha rebasado al ámbito de la simple defensa económica para situarse en el terreno social, y esto a pesar de las flaquezas. Al reaccionar así ante los efectos de la crisis económica, los obreros de Polonia han hecho la demostración palpable de que sólo hay un mundo -todos los gobiernos del mundo, sea cual sea su máscara ideológica, están atascados en la crisis, exigen el sacrificio de los explotados. Ninguna prueba mejor que Polonia 80 Para demostrar que el mundo no está dividido en dos sistemas diferentes, sino que el capitalismo, bajo una u otra forma, reina en todo el mundo gracias a la explotación de los trabajadores. Las huelgas de Polonia asestan un tremendo golpe irreversible a la credibilidad que para la clase podrían tener los mitos estalinistas o proestalinistas, los mitos sobre los "estados obreros" o el "socialismo" del Este.
Cada vez que los obreros en lucha se revuelvan contra las cadenas ideológicas y físicas del estalinismo, se recordará la voz obrera de Gdansk. Y la brecha seguirá ensanchándose. Los acontecimientos de Polonia solo pueden comprenderse en el contesto de la crisis del capitalismo (véase en este número el artículo sobre "La crisis en los países del Este") y como parte integrante del resurgimiento internacional de las luchas obreras.
En el Oeste, la lucha de clases ha surgido con mayor vigor desde hace unos años, confirmando la combatividad intacta de la clase obrera: la huelga de la siderurgia en Gran Bretaña, la lucha de los estibadores en Rotterdam, Longwy-Denain en Francia, los combates en Brasil son los ejemplos más notables.
En el Este, los recientes acontecimientos forman parte de toda una agitación obrera que se desarrolla desde hace varios meses, particularmente la huelga general que paralizó la ciudad de Lublin en Polonia en Julio de 1980 y las recientes huelgas en la URSS (la de los conductores de autobuses en Togliattigrado, apoyada por los obreros de las fábricas de automóvil). Estos acontecimientos desmienten, categóricamente a todos aquellos que propagan el mito de que la clase obrera está irremediablemente aplastada en el Este, donde toda lucha de clases sería imposible. .
Se ven hoy signos innegables de que existe una reacción generalizada cada vez más aguda a las manifestaciones de la crisis mundial. A este respecto, las huelgas de Polonia suponen un paso inmenso para la reanudación internacional de la lucha proletaria, para la demostración de esta unidad fundamental de la condición y de la solución de la clase obrera. ES EL NACIMIENTO DE NUESTRA FUERZA.
El que el resurgimiento internacional de las luchas de la clase obrera tenga su punto culminante en un país del Este es algo que tiene un significado muy particular para el proletariado. Este acaba de vivir un período en el que: la burguesía occidental no ha cesado de agitar machaconamente el espectro de la guerra que vendría del bloque del Este, que es el único "belicista" frente al bloque del Oeste "pacífico".
Sobre este punto, el proletariado polaco ha dado una magnífica lección desmintiendo irrefutablemente la patraña de un bloque guerrero, homogéneo y unido contra el que habría que movilizarse, en una gran amalgama de clases, para evitar que vuelva a producirse un nuevo Afganistán. Al rebelarse, el proletariado polaco le ha aguado la fiesta a la burguesía que se empeñaba en presentar como única posible, la alternativa de un campo imperialista contra otro. Los obreros de Polonia han vuelto a situar en primer plano la única verdadera alternativa que rebasa cualquier frontera nacional: OBREROS CONTRA PATRONOS, PROLETARIADO CONTRA CAPITAL. La burguesía de todos los países ha percibido esta amenaza obrera frente a la lucha de clases que tiende a romper la estructura de la sociedad capitalista, poniendo al descubierto el antagonismo proletariado-burguesía, la clase capitalista -en el momento álgido- ha dado pruebas de una especie de solidaridad internacional que sólo asombra a las mentes poco despiertas. Al contrario de Hungría o, incluso de Checoslovaquia, movimientos que la burguesía occidental aprovechó para intentar ganar un nuevo punto de apoyo, hemos visto esta vez el aleccionador espectáculo de todos los gobiernos del mundo -tanto del Este como del Oeste- cada uno con su "cubo de agua" para apagar el fuego obrero: los créditos que concede el Occidente a Polonia mediante la presión ejercida sobre los bancos alemanes y sobre el Fondo Monetario Internacional, el dinero enviado por los sindicatos occidentales o los créditos otorgados por la URSS. Ahí están todos, reunidos en torno a la "madre enferma" procurando por todos los medios que la colosal deuda de Polonia no le impida repartir algunas migajas a la clase obrera para poder calmar el movimiento. Todos tienen el mismo objetivo: mantener el status frente al peligro proletario y su tendencia a extenderse como mancha de aceite... No podemos conocer todos los detalles de la diplomacia secreta, pero las cartas "personales" de Giscard y Schmidt a Gierek, de Presidente a Presidente; las llamadas telefónicas, las consultas Carter-Breznev, muestran las preocupaciones comunes que han creado los obreros polacos en su enemigo de clase.
Desde este punto de vista, los acontecimientos de Polonia no hacen más que confirmar una ley histórica fundamental de este mundo dividido en clases antagónicas. Cuando los motines de los marineros de Alemania en 1918, guiados por el ejemplo de la revolución rusa, aterrorizaron a la burguesía de ambos lados de las trincheras, ésta se vio obligada a parar la guerra para no correr el riesgo de un desmoronamiento de todo el sistema. Asimismo, la lucha decidida y organizada de los obreros de Polonia contra la austeridad, aunque no haya sido insurreccional, ha postergado provisionalmente el problema de los conflictos interimperialistas para colocar la cuestión social en primer plano. Estos factores interimperialistas no desaparecen y sólo son apartados provisionalmente, porque la presión de la clase obrera es aún esporádica y no lo bastante madura como para permitir un enfrentamiento decisivo. Pero estos acontecimientos constituyen la prueba más clara de que el potencial de resistencia de la clase obrera representa hoy el único freno eficaz a la guerra. Los acontecimientos de Polonia demuestran que sólo la solidaridad proletaria en la lucha puede hacer retroceder las amenazas de guerra, al contrario de lo que claman la izquierda y otros sobre la supuesta necesidad de vencer primero al campo imperialista que se halla enfrente ("el enemigo Nº 1) para entablar la lucha después (recordemos la matraca organizada en torno a la guerra del Vietnam en los años 60).
Una enseñanza de este movimiento que no se podrá olvidar es que la lucha obrera puede hacer retroceder a la burguesía a escala internacional y nacional y establecer una relación de fuerzas que le sea favorable. La clase obrera no se encuentra desprovista de todo ante la fuerza represiva de su explotador, puede paralizar la mano de la represión mediante la generalización rápida del movimiento.
Resulta claro que los obreros de Polonia han sacado muchas lecciones de sus experiencias precedentes de 1956, 70 y 76. Pero, al revés de estas luchas y, concretamente, de las de Gdansk, Gdynia y Sczecin en 1970 que se caracterizaron sobre todo por los tumultos callejeros, la lucha de 1980 ha evitado conscientemente los enfrentamientos prematuros. No han dejado muertos. Se han dado cuenta de que su fuerza estriba ante todo en la generalización de la lucha, en la organización de la solidaridad.
No se trata de oponer "la calle" a "la fábrica", pues ambas forman parte de la lucha de la clase obrera, pero hay que comprender que "la calle" (ya se trate de manifestaciones o de enfrentamientos) y "la ocupación de la fábrica" como lugar de referencia y no como "cárcel" sólo serán medios eficaces para la lucha si la clase toma el combate en sus propias manos generalizando la lucha por encima de las divisiones del trabajo en categorías y organizándose con mucha decisión. En ello estriba nuestra fuerza, y no en una exaltación mórbida de la violencia por la violencia. Al contrario de los situacionistas, con sus consignas de "quemar y saquear los supermercados" o de los bordiguistas con su "terror rojo" de visionarios, la lucha ha franqueado hoy una etapa al superar la fase de las explosiones de cólera. Pero esto no significa que los obreros polacos se hayan vuelto pacifistas bajo la presión del KOR. En Gdansk, Szczecin y en otras partes los obreros organizaron inmediatamente grupos de defensa contra toda posible represión. Han sabido juzgar cuáles eran las armas adecuadas a su lucha en el momento actual. Está claro que no hay receta que sirva para cualquier circunstancia, pero ha quedado demostrado igualmente que lo que paralizó el Estado fue la extensión rápida del movimiento.
Mucho se ha hablado del peligro "de los tanques rusos". En realidad, los ejércitos rusos nunca intervinieron directamente en Polonia, ya sea en Poznan en 1956 o durante los movimientos del 70 y del 76. Esto no quiere decir que el Estado ruso no enviará en última instancia lo equivalente de los "marines" americanos si hay el menor riesgo de que el régimen se vaya a pique.
Pero hoy no estamos en plena "guerra fría" (como en Alemania del Este en 1953) donde la burguesía tenía las manos libres frente a un levantamiento aislado. Tampoco se trata de una insurrección históricamente prematura y rápidamente sofocada (como ocurrió en Hungría en 1956), ni de un movimiento nacionalista que tendía a abrirse hacia el bloque rival (Checoslovaquia 1968). La lucha de los obreros en Polonia 1980 se sitúa en una época de desarrollo del movimiento obrero en todos los países, tanto al Este como al Oeste. Y pese a la situación militar y estratégica de Polonia, el Estado ruso ha de ser sumamente prudente. No se podía hacer frente a la lucha desde un principio con una matanza de obreros. No se olvide que en 1970, en Polonia, lo que desencadenó la generalización inmediata de las luchas fue precisamente la respuesta a las primeras represiones brutales. Frente a un movimiento obrero de la índole del 1980, la burguesía ha cedido; la clase obrera ha tomado conciencia de su fuerza, tomando confianza en sí misma.
Partiendo de las mismas causas que provocan los movimientos obreros de huelga, la rebelión contra las condiciones de vida, los obreros polacos movilizados en un principio contra la penuria y el alza de precios de los productos alimenticios, especialmente la carne, extendieron el movimiento mediante huelgas de solidaridad, rehusando las exhortaciones del gobierno a negociar fábrica por fábrica, sector por sector, eludiendo así la trampa en la que tantas veces ha caído la lucha obrera en estos últimos años. Por encima, pues, de las particularidades de los ataques del capitalismo contra la clase obrera (aquí, despidos masivos, inflación; allá, racionamiento de los bienes de consumo, inflación igualmente), los mismos problemas fundamentales se presentan al conjunto del proletariado, cualesquiera que sean las modalidades de la austeridad, sea cual sea la burguesía nacional que tenga enfrente. La lucha de los obreros polacos sólo servirá verdaderamente a sus hermanos de clase si se asimilan paulatinamente todas estas enseñanzas.
En 1979, en Francia, los obreros siderúrgicos se movilizaron espontánea y violentamente contra el Estado capitalista que acababa de decretar una serie de despidos. Los sindicatos han tardado seis meses en atajar las posibilidades de expresión del movimiento -interrumpiendo las huelgas en la región parisina, concretamente- y en obligarlos a pasar por el aro capitalista y legalista de la negociación de los despidos. Los obstáculos que se encontró la clase obrera y que permitieron a la burguesía desmovilizar su combatividad para llevar a cabo sus planes fueron: la organización de la lucha que quedó en manos de los órganos de base de los sindicatos, la extensión que se redujo al sector siderúrgico y la violencia obrera que fue canalizada bajo la forma de "golpes de mano" nacionalistas[1].
En 1980, en Gran Bretaña, los sindicatos de base -los shop-stewards- tomaron la iniciativa de los comités de huelga bajo la presión general de los obreros. Cuando se perfilaban en el horizonte despidos masivos (más de 40000), las reivindicaciones se limitaron a los aumentos de salario; cuando otros sectores de la clase obrera estaban dispuestos a moverse, se sofocó la "generalización" reduciendo el movimiento a la siderurgia privada, menos combativa. Tres meses se necesitaron, sin embargo, para conseguir desmovilizar a los obreros... los tres meses que la burguesía necesitaba para dar salida a sus reservas.
En estas huelgas, la clase obrera experimenta su fuerza, pero también lo que significan como callejón sin salida, el corporativismo y la especialización de sus reivindicaciones por sector o por fábrica, de lo estéril que es la "organización" sindical. El movimiento en Polonia, por lo masivo, por lo rápido de su extensión por encima de categorías y regiones, confirma no sólo la necesidad sino la posibilidad también de que se generalice y se organice por sí misma la lucha yendo más lejos que las veces anteriores y dando una respuesta a las experiencias pasadas.
Los sindicalistas de toda calaña nos afirman que "sin sindicatos no hay lucha posible, sin sindicatos, la clase obrera está atomizada". Y resulta que los obreros polacos aportan un categórico mentís a esas patrañas. Los obreros, en Polonia, nunca antes habían sido tan fuertes, porque esta vez poseían sus propias organizaciones nacidas de la lucha, con delegados elegidos y revocables en todo momento. Sólo cuando se pusieron a confiar en las quimeras de los sindicatos libres fue cuando acabaron por entrar en el corsé del orden capitalista reconociendo el papel supremo del Estado, del partido en el Estado y del Pacto de Varsovia (Acuerdos de Gdansk). Los acontecimientos de Polonia nos dan muestras del potencial que contienen todas las luchas actuales y que desbordarían si no existieran esos amortiguadores sociales que son los sindicatos y los partidos de la "democracia" burguesa.
"La huelga de masas es un océano de fenómenos siempre nuevos y fluctuantes... A veces se divide en una infinita red de arroyuelos, otras, surge de la tierra cual vivo manantial, y otras veces se pierde en el subsuelo" (Luxemburg Rosa.- "Huelga de masas, Partido y Sindicatos")
La debilidad económica del capitalismo del Este le obliga a llevar una política de bestial austeridad contra la clase obrera. Y como no tiene paliativos para diferir gradualmente los efectos de la crisis sobre la clase obrera, día a día, paquete por paquete, industria por industria como así lo ha hecho hasta ahora la burguesía occidental, la burguesía del Este, al no poder seguir eternamente haciendo trampas con la ley del valor, ha provocado la rebelión contra ella y su política dirigista, del descontento acumulado de los obreros. La rigidez del capitalismo de Estado del Este lleva al aparato a fijar los precios alimenticios, y al aumentarlos de repente, bajando de golpe y porrazo el nivel de vida de la clase obrera, el Estado polaco provocó una respuesta obrera homogénea contra él, a pesar de las diferencias de sueldo que el régimen mantiene según los sectores profesionales. La unidad de la burguesía tras su Estado en el Este es también una realidad política y económica en el Oeste, a pesar del montón de patronos privados en sectores aparentemente separados. En realidad, todo lo que la rigidez del sistema estalinista hace más evidente y más fácil de entender también lo será en el Oeste con las duras experiencias a que van a someter a la clase obrera. Los acontecimientos de Polonia forman parte de esa experiencia. El auténtico rostro de la decadencia del sistema capitalista aparecerá, por todas partes, tras la careta "democrática y liberal".
El 1° de Julio de 1980, a resultas de fuertes aumentos del precio de la carne, estallan huelgas en Ursus, en las cercanías de Varsovia, en la fábrica de tractores que había sido el centro del enfrentamiento con el poder en junio de 1976; Y también en Tczew, en la región de Gdansk. En Ursus, los obreros se organizan en asambleas generales, redactan una lista de reivindicaciones y eligen un comité de huelga. Aguantan ante la amenaza de despidos y de represión y paran varias veces para mantener el movimiento.
Entre el 3 de Julio y el 10, la agitación prosigue en Varsovia (fábricas de material eléctrico, imprenta), en las factorías de aviones de Swidnick, en las automovilísticas de Zeran, en Lodz, en Gdansk...Por todas partes, los obreros forman comités de huelga. Las reivindicaciones son de aumentos de sueldo y para que se anulen las alzas de precios. El gobierno promete aumentos: el 10 % de media, en algunos casos el 20 %, aumentos que son acordados a los huelguistas y no tanto a los no huelguistas para así frenar el movimiento...
A mediados de mes, la huelga llega a la ciudad de Lublin. Los ferroviarios y los de transportes primero y luego todas las industrias de la localidad paran el trabajo. Las reivindicaciones son: elecciones libres en los sindicatos, seguridad con garantías para los huelguistas, fuera policía de las fábricas, aumentos salariales.
El trabajo se reanuda en algunas regiones, pero también estallan nuevas huelgas. Krasnik, la fundición de Skolawa Wola, la ciudad de Cheim cercana a la frontera con Rusia y Wroclaw son afectadas por huelgas durante el mes de Julio. La sección K-1 de los astilleros de Gdansk se para, y también el complejo siderúrgico de Huta en Varsovia. Por todas partes, las autoridades ceden aceptando aumentos salariales. Según el "Financial Times", el gobierno agenció, durante el mes de Julio, un fondo de 4 mil millones de zlotys para pagar los aumentos. Las oficinas estatales son obligadas a proporcionar inmediatamente carne "de primera" a las fábricas que están paradas. Hacia finales de mes, el movimiento parece estar en reflujo y el gobierno se cree que lo ha frenado negociando fábrica por fábrica. Y se engaña.
La explosión está, en realidad, madurando como así lo demuestra la huelga de basureros de Varsovia que dura una semana a principios de Agosto. El 14 de Agosto, el despido de una militante de los Sindicatos libres, provoca la explosión de una huelga en los astilleros "Lenín" de Gdansk. La asamblea general hace una lista de 11 reivindicaciones; las propuestas se discuten y se votan. La asamblea decide la elección de un comité de huelga que se compromete con las reivindicaciones: reintegro de militantes, aumento de subsidios familiares, aumento de sueldos en 2.000 Z1. (el salario medio es de 3.000 a 4500 Zl), disolución de los sindicatos oficiales, supresión de privilegios de la policía y los burócratas, construcción de un monumento a los obreros muertos por la milicia en 1970, la publicación inmediata de informes verídicos sobre la huelga.
La dirección cede en cuanto a la vuelta de Anna Walentinowisz y de Lech Walesa así como en lo de construir un monumento. El Comité de Huelga da cuenta de su mandato ante los obreros por la tarde y los informa sobre las propuestas de la dirección. La Asamblea decide que se forme una milicia obrera; las bebidas alcohólicas son recogidas. Hay una nueva negociación con la dirección. Los obreros instalan un sistema de altavoces para que todos puedan seguir las discusiones y pronto se instala un sistema para que los obreros reunidos en Asamblea puedan hacerse oír en el salón de negociaciones. Hay obreros que se apoderan del micro para dar precisiones sobre lo que exigen. Durante la mayor parte de la huelga, hasta el día antes de la firma del compromiso, miles de obreros intervienen desde fuera para exhortar, aprobar o desaprobar las discusiones del Comité de huelga, Todos los obreros despedidos del astillero desde 1970 pueden volver a sus puestos. La dirección cede sobre los aumentos y da garantías para la seguridad de los huelguistas.
El 15 de Agosto, la huelga general paraliza la región de Gdansk. Los astilleros "Comuna de Paris" de Gdynia paran. Los obreros ocupan los locales y obtienen 2.100 zl de aumento inmediato. Pero se niegan a volver al trabajo, pues "también Gdansk tiene que ganar". El movimiento en Gdansk está en un momento fluctuante; hay delegados de taller que dudan en ir más lejos y proponen que se acepten las propuestas de la dirección. Pero vienen obreros de otras fábricas de Gdansk y Gdynia y los convencen de que se mantengan solidarios. Se pide la elección de nuevos delegados más capaces de expresar el sentir general. Los obreros venidos de todas partes forman en Gdansk un Comité Interempresas en la noche del 15 de Agosto y elaboran una lista de 21 reivindicaciones.
El Comité de huelga tiene 400 miembros, 2 representantes por fábrica: días después serán 800 y luego 1.000. Las delegaciones van y vienen entre sus empresas y el Comité de huelga central, grabando casetes para dar cuenta de la discusión. Los Comités de huelga de cada fábrica se encargan de las reivindicaciones particulares y se coordinan entre sí. El Comité de los astilleros "Lenín" está formado por 12 obreros, uno por taller, elegidos a mano alzada tras debate. Dos de ellos son mandados al Comité de huelga central Interempresas y rinden cuentas de todo lo ocurrido dos veces por día.
El 18 de Agosto, el gobierno corta el teléfono de Gdansk. El Comité de huelga nombra una Mesa (Presidencia) en la que predominan los partidarios de los sindicatos libres y de la oposición. Las 21 reivindicaciones difundidas el 16 de Agosto empiezan con la petición de que se reconozca a los sindicatos libres e independientes v el derecho de huelga. Y lo que antes era el punto 2º de los 21, ocupa ahora el 7º lugar, o sea, los 2.000 zl para todos.
El 18 de Agosto, en la zona de Gdansk-Gdynia-Sopot, hay 75 empresas paralizadas y 100.000 huelguistas; hay movimientos en Szcecin y en Tarnow (esta ciudad está a 80 Km. al sur de Cracovia). El Comité de huelga organiza los abastecimientos; hay empresas de electricidad y alimentación que siguen trabajando a petición del comité de huelga. Las negociaciones se estancan y el gobierno se niega a discutir con el Comité interempresas. Los días siguientes llegan noticias de huelgas en Elblag, en Tczew, en Kolobrzeg y otras ciudades. Se calcula que hay 300.000 obreros en huelga el 20 de Agosto. El boletín del Comité de huelga de los astilleros "Lenín", "Solidaridad", es ya diario y obreros impresores ayudan a publicar octavillas y folletos.
El 26 de Agosto los obreros se muestran prudentes ante las promesas del gobierno e indiferentes a los discursos de Gicrek. Y se niegan a negociar mientras las líneas telefónicas sigan cortadas en Gdansk.
El 27 de Agosto el gobierno otorga salvo conductos a disidentes para que puedan trasladarse a Gdansk junto a los huelguistas y servirles de "expertos" y poder calmar ese mundo al revés en que se ha transformado la zona. El gobierno acepta negociar con la Mesa del Comité de Huelga central y reconoce el derecho de huelga. Hay negociaciones paralelas en Szczecin, en la frontera con la República Democrática Alemana. El cardenal Wyszynski lanza un llamamiento para que cese la huelga, del cual la televisión deja ver amplios extractos. Los huelguistas, por su parte, mandan delegaciones por el país entero para pedir solidaridad.
El 28, las huelgas se extienden, alcanzando las minas de cobre y carbón de Silesia, en donde están los obreros mejor pagados del país. Los mineros, antes incluso de hacer la lista de exigencias precisas, declaran que dejarán de trabajar inmediatamente "si alguien toca a los de Gdansk" y se ponen en huelga por "las reivindicaciones de Gdansk". 30 fábricas están en huelga en Wroclaw, en Poznam (las fábricas en donde empezó el movimiento de 1956), en las fundiciones de Nowa Huta. En Rzeszois la huelga se está desarrollando. Se forman comités interempresas por región. Ursus manda delegados a Gdansk. En pleno auge de la generalización, Walesa va y declara: "No queremos que las huelgas se extiendan porque acabarían por llevar el país al borde del abismo. Necesitamos calma para llevar a cabo las negociaciones". Las negociaciones entre la Mesa y el Gobierno se vuelven cosa privada. Los altavoces se "averían" cada vez más a menudo en los astilleros. El 29 de Agosto, las discusiones técnicas entre el gobierno y la Mesa del Comité llegan a un compromiso: los obreros tendrán sindicatos libres a condición de que acepten:
El acuerdo se firma el 31 de Agosto en Szczecin y en Gdansk. El gobierno reconoce los sindicatos "autogestionados", pues como dice su portavoz "la nación y el Estado necesitan una clase obrera bien organizada y consciente". Dos días después, los quince miembros de la mesa dimiten en las empresas en que trabajaban y se convierten en permanentes de los nuevos sindicatos. Luego, se verán obligados a matizar sus posiciones cuando se anuncia que tendrán sueldos de 8000 zl. Esta información será desmentida ante el descontento de los obreros.
Se necesitaron varios días para que los acuerdos quedaran firmados. Las declaraciones de muchos obreros de Gdnask muestran que desconfían o que están claramente decepcionados. Algunos, cuando se enteran de que el acuerdo no les aporta más que la mitad de los aumentos ya obtenidos el 16 de Agosto, gritan: "Walesa, nos has vendido", y muchos obreros están en total desacuerdo con el punto que reconoce el papel del Partido y del Estado.
La huelga de las minas de carbón, Alta Silesia y de las de cobre duran hasta el 3 de Septiembre, para que los acuerdos de Gdansk se extiendan a todo el país. Durante el mes de Septiembre siguen las huelgas: en Kielce, en Bialystok con las obreras de las fábricas de hilados de algodón, en el ramo textil, en las minas de sal de Silesia, en los transportes de Katowice. Un movimiento como el de este verano no se para así como así, de golpe. Los obreros intentan generalizar lo que les parece adquirido, y resistir a la caída de la lucha. Como se sabe, Kania fue a visitar los astilleros de Gdynia antes incluso que los de Gdansk, porque los obreros de aquí habían sido los más radicales. De esas discusiones, así como de las de cientos de otros lugares, no hay ni palabra en la prensa. Tendremos que esperar para poder medir la amplitud y la riqueza real que va mucho más lejos que una cronología limitada a unos cuantos puntos.
Los acontecimientos de Polonia se inscriben en la marcha difícil hacia la emancipación de la clase obrera, con la huelga de masas, la creatividad de millones de obreros, la reflexión y la conciencia como algo concreto, la solidaridad. Para todos nosotros, estos obreros han podido, durante bastante tiempo, respirar el aire de la emancipación, vivir la solidaridad, sentir el viento de la historia. Esta clase obrera tan despreciada y humillada está enseñando la vía a todos aquellos que confusamente esperan poder destrozar la cárcel que es el mundo burgués, uniéndose a lo único que aún está vivo en esta sociedad moribunda: la fuerza consciente de los obreros. A los que creen que enmiendan los errores del Lenin de "¿Qué hacer?", en donde éste afirma que la conciencia de clase es algo que viene de fuera de la clase obrera, diciendo como ,el PCInt -bordiguista-, que la clase ni siquiera existe sin el Partido, los obreros de Polonia les dan un nuevo mentís.
En Polonia, como en todas partes y más que en otras partes, la clase obrera debe ser un hervidero de discusiones. En su seno se deben estar cristalizando círculos políticos que acabarán engendrando organizaciones revolucionarias. A medida que se va desarrollando, la lucha plantea a la clase, con mayor fuerza, los problemas básicos de su combate histórico, cuyas respuestas son la razón de ser de las organizaciones revolucionarias. La huelga de los obreros de Polonia ilustra una vez más que las organizaciones no son una condición previa a las luchas sino que sólo se desarrollan verdaderamente como expresión de una clase que existe y que actúa antes que ellas si es preciso.
¿Cómo organizarse?, ¿cómo luchar?, ¿qué reivindicaciones plantear?, ¿qué negociación se puede llevar a cabo? A todas esas preguntas que se plantean en todas las luchas obreras, la experiencia y el valor de los obreros de Polonia son una enorme riqueza para el movimiento de la clase entero.
"La tradición de todas las generaciones muertas pesa terriblemente en los cerebros de los vivos. E incluso cuando éstos parecen ocupados en transformarse a sí mismos y a sus cosas, en crear algo totalmente nuevo, es precisamente entonces, en esas épocas de crisis revolucionarias, cuando invocan, con temor, los espíritus del pasado, poniéndose sus nombres, tomando sus consignas, sus hábitos y costumbres..." (Marx, "El 18 Brumario de Luis Bonaparte")
Cuando las primeras huelgas de masas de 1905, a los obreros les costó tiempo y esfuerzos para encontrar su propia vía de clase. En Rusia, empezaron desfilando y echándose a la calle detrás del cura Gapón y de los iconos de la iglesia ortodoxa ("iglesia conservadora de explotados") y no siguiendo las consignas de los socialdemócratas. Pero al cabo de seis meses, los iconos se habían transformado en banderas rojas. No sabemos el ritmo con que hoy maduran las luchas, pero sabemos que el proceso ya está iniciado. Cuando los obreros de Silesia se arrodillan ante la imagen de Santa Bárbara o cuando los de Gdansk reivindican la misa, por un lado están soportando el peso de las tradiciones y, por otro, expresan una especie de resistencia a la desolación de la vida moderna, una nostalgia desplazada, porque "se echan atrás una y otra vez ante la inmensidad de sus propias metas" (Marx, Idem). Pero ese envoltorio erróneo de sus aspiraciones, la iglesia, no es un envoltorio neutral, sino que es uno de los mayores pilares del nacionalismo, como así se ha podido comprobar tanto en Brasil como en Polonia. La iglesia ya ha aparecido sin tapujos ante los obreros más combativos; lo primero que hizo en su primera toma de postura legal desde hace 30 años fue llamar "al orden" y a la "vuelta al trabajo". Es una trampa que habrá .que destruir.
Algunos cortos de vista sólo verán en Polonia a obreros arrodillados o entonando el himno nacional. Pero la historia se juzga con algo más que instantáneas fotográficas. Los escépticos no ven la dinámica del movimiento que lo va a llevar más lejos. Los obreros se quitarán de encima los trapos nacionales y las imágenes. No caigamos en el tipo de explicaciones del PCInt (Programa Comunista), Battaglia Comunista y demás, los cuales en Mayo del 68 en Francia, sólo vieron cosas de estudiantes. Si los revolucionarios son incapaces de describir la realidad, si no aparece ésta de manera clara y diáfana, no estarán nunca a la altura de un trabajo como el de Marx, el cual, ya en el joven proletariado de 1848 veía el gigante de la historia.
Es indiscutible que en Polonia, la acción de los disidentes ha tenido desde 1976 una influencia en el movimiento obrero, sobre todo en los puertos bálticos. Resulta difícil valorar con exactitud el peso que tienen, pero parece ser que la revista "Robotnik" saca 20000 ejemplares creando por tanto un medio obrero a su alrededor. Hay a menudo obreros combativos que son recuperados por el movimiento de sindicatos libres para protestar contra la represión en los lugares de trabajo. La oposición católica, los reformadores y los intelectuales patriotas son tolerados por el régimen desde que éste se ha dado cuenta de que podían ser necesarios para quitarle ímpetu a los embates obreros de los últimos años. El KOR (Comité Social de Autodefensa) ha dejado muy claros sus fines: "La economía del país está en descomposición. Sólo un inmenso esfuerzo por parte de todos, esfuerzo acompañado de una reforma profunda, puede salvarla. Sanear la economía exigirá sacrificios. Protestar contra el alza de precios sería un serio golpe al funcionamiento de la economía. Nuestra tarea en tanto que oposición consiste en transformar las reivindicaciones económicas en políticas" (Kurón).
Cierto es que la dimensión política le es absolutamente indispensable a las luchas obreras. Las huelgas de masas plasman perfectamente esa unidad de lo económico y lo político de la lucha. Y es ahí en donde el KOR juega con las aspiraciones obreras de politizar los combates. Cuando el KOR habla de "política", cuando los Kurón y demás "expertos" venidos a Gdansk para las negociaciones hablan de "politizar", lo único que hacen es vaciar el contenido de clase de la lucha, para aparecer ellos, con el apoyo obrero, como oposición leal de la patria polaca. Para salvar la economía patria, los obreros perdieron más de la mitad de sus reivindicaciones económicas. Así se ve como la oposición, un ala de la burguesía polaca que quiere que existan estructuras más aptas para que los obreros acepten los sacrificios, "para que aparezcan interlocutores válidos". Pero, en su gran mayoría, ni la burguesía polaca, ni la rusa, están dispuestas a aceptar en su totalidad las tesis de la oposición, de tal modo que la situación sigue abierta, sobre todo si los nuevos sindicatos no son integrados rápidamente en el aparato estatal.
Tantos y tantos años de contrarrevolución han desorientado de tal modo la clase obrera que le resulta difícil permanecer en su terreno de clase. En Polonia, la clase obrera ha abierto una formidable brecha en las estructuras estalinianas, pero, para ello, se ha puesto "ropas" del pasado, reivindicando sindicatos libres, duros y de verdad como los del siglo pasado. En el ánimo de los trabajadores, esos sindicatos deberán plasmar el derecho a autoorganizarse, a defenderse Pero resulta que esas ropas están roídas y podridas, son una trampa que puede volverse contra la clase obrera. Para obtener el derecho a organizarse en sindicatos libres, hubo que reconocer, en las 21 condiciones de Gdansk, el Estado polaco, el poder del Partido y el Pacto de Varsovia. Y esto no se hizo así como así, de balde.
En nuestra época de decadencia del capitalismo, los sindicatos son parte integrante de la máquina estatal, ya sean como los de Polonia, ya tengan "tradición" del pasado. Todas las fuerzas de la burguesía están ya reagrupándose alrededor de los sindicatos libres; algunos miembros del comité de huelga se convierten en permanentes; con sus normas de funcionamiento, se está fabricando un nuevo corsé para los obreros. En los acuerdos de Gdansk está el compromiso de aumentar la productividad. Con la ayuda ofrecida por la principal central sindical norteamericana, la AFL-CIO, la burguesía internacional aporta su cuerda en las ataduras que quieren ponerle al gigante proletario.
La situación en Polonia no ha vuelto a sus cauces. El hervidero obrero es un notable freno a la instalación o renovación de la nueva maquinaria estatal. Pero las ilusiones se pagarán caras.
Los sindicatos libres no son un trampolín para saltar más lejos, sino un obstáculo que la combatividad obrera tendrá que rebasar. Es una verdadera encerrona. Los más combativos de los obreros ya se enteraron de lo que son cuando abuchearon los acuerdos de Gdansk. Pero no son éstos los que el movimiento hace salir por ahora, sino más bien los confusos, los más católicos, etc. Walesa es una expresión y símbolo de esa fase, y se verá obligado a doblegarse o será eliminado.
En el siglo XX únicamente la vigilancia y la movilización obrera pueden hacer que avancen los intereses de la clase. Es una verdad difícil de tragar la de que cualquier órgano permanente será inevitablemente absorbido por la maquinaria estatal, en el Este como en el Oeste, como ocurrió con los Comités obreros de 1969 en Italia, integrados en la constitución sindical ahora, como ocurre con cualquier intento de "sindicalismo de base".
En el siglo XX, haya estabilidad capitalista, o poder proletario, sólo en períodos de luchas prerrevolucionarios pueden formarse órganos permanentes del poder proletario, los Consejos Obreros, porque defienden los intereses inmediatos de la clase integrándolos en la cuestión, política, del poder. Fuera de las épocas de formación de Consejos, no puede haber organización permanente de lucha.
Hoy la putrefacción del sistema capitalista se acelera y la clase obrera aprovecha todas las experiencias de lucha y de maduración de las condiciones para la revuelta. Contrariamente a 1905, no tiene frente a sí a un régimen senil y enfermo como el zarismo en Rusia; los trabajadores se enfrentan por todas partes con un enemigo más sutil y sanguinario si cabe, el capitalismo de Estado.
La burguesía va a procurar sacar lecciones de lo ocurrido este verano en Polonia a su manera, claro está, pues no puede dejar que la realidad hable por su cuenta. La ideología burguesa va a intentar recuperar los movimientos de clase dando "una explicación oficial", una versión distorsionada destinada a desviar la atención de los demás obreros del mundo, los va a chupar hasta los tuétanos para intentar quitarles el jugo, Así, en el Este lo harán para demostrar que hay que doblegarse "razonablemente" ante las exigencias de austeridad del COMECON. En el Oeste, con la matraca de que los obreros polacos lo único que quieren es "libertades democráticas que tan felices hacen a los obreros de este "paraíso" occidental...
Los acontecimientos de Polonia no son ni la revolución ni una revolución fallida. Por su dinámica propia, aunque hubo una relación de fuerzas favorable al proletariado, no llegó a la fase insurreccional, lo cual hubiera sido por lo demás algo prematuro, teniendo en cuenta la situación actual del proletariado mundial. Todo un período de maduración de la internacionalización de las luchas es necesario al proletariado antes de que la revolución pueda estar al orden del día.
Y les toca a los revolucionarios denunciar las momias del pasado, las encerronas en que, puede encontrarse metida la lucha. Mientras que todos los agentes del capital, las derechas, los PC, los trotskistas, toda la izquierda y los izquierdistas, los vendedores de "derechos humanos" y demás se dedican a aplaudir lo que no son sino trabas de la conciencia de clase, a los revolucionarios les incumbe denunciarlas como tales, mostrando el camino para sortearlas.
Las luchas de Polonia 1980 son un esbozo para el porvenir, del cual contienen todas las potencialidades y promesas. A todos los escépticos, para quienes, por ejemplo, mayo del 68 no fue nada, para quienes ninguna lucha tiene porvenir, a los denigradores de profesión incluso dentro de las filas revolucionarias, el viento llegado de Polonia a lo mejor va a despertarlos. La historia camina hacia enfrentamientos de clase, la contrarrevolución se terminó y sólo con la valentía y la esperanza de los obreros de Polonia se puede luchar eficazmente.
Procurando entender y sacar todas las enseñanzas de esta lucha histórica (el capitalismo de Estado y la crisis económica mundial en el Este como en el Oeste, la ignominia "democrática" y la farsa electoralista, la integración de los sindicatos en el Estado, la creatividad y la autoorganización de la clase en la extensión de sus luchas, etc.) es el único modo como los combatientes de la clase obrera podrán decir cuando, en el futuro, vayan más lejos todavía. "todos somos obreros de Gdansk".
J. A.
25 de Septiembre de 1980
[1] Ver nuestro artículo Longwy - Denain nos marcan el camino en Revista Internacional nº 17, https://es.internationalism.org/node/2129 [31]
"La tradición de todas las generaciones muertas pesa terriblemente en los cerebros de los vivos e incluso cuando éstos parecen ocupados en transformarse a sí mismos y a sus cosas, crear algo totalmente nuevo, es precisamente entonces, en esas épocas de crisis revolucionarias, cuando, invocan, con temor, los espíritus del pasado, poniéndose sus nombres, tomando sus consignas, sus hábitos y costumbres..."
(Marx - El 18 Brumario de Luis Bonaparte)
En el presente período de reanudación histórica de las luchas del proletariado, no sólo se enfrenta éste con todo el peso de la ideología segregada directamente y a menudo de modo deliberado por la clase burguesa, sino también con todo el peso de las tradiciones de sus propias experiencias pasadas. La clase obrera, para llegar a su emancipación, tiene absoluta necesidad de asimilar estas experiencias; sólo así se forjará las armas para el enfrentamiento decisivo que acabará con el capitalismo. Sin embargo, corre el peligro de confundir lecciones de la experiencia y tradición muerta, de no saber distinguir lo que, en las luchas del pasado, en sus métodos y en sus medios, aún sigue vivo, lo que tenía un carácter permanente y universal, de lo que pertenece de modo definitivo a ese pasado, que sólo era circunstancial y temporal.
Como lo subrayó a menudo Marx, este peligro amenazaba a la clase obrera de su tiempo: la del siglo pasado. En una sociedad en rápida evolución, el proletariado ha arrastrado consigo, durante mucho tiempo la carga de las viejas tradiciones de sus orígenes, los vestigios de las sociedades gremiales, los de la epopeya de Babeuf o de sus luchas junto a la burguesía contra el feudalismo. Así es como la tradición de secta, conspirativa o republicana de antes de 1848 sigue marcando la Primera Internacional fundada en 1864. Sin embargo, a pesar de sus rápidas mutaciones, esa época se sitúa en una misma fase de la vida de la sociedad: la del período ascendente del modo de producción capitalista. Ese período determina para las luchas de la clase obrera condiciones muy específicas: la posibilidad de sacar mejoras reales y duraderas en sus condiciones de vida de un capitalismo próspero, pero la imposibilidad de destruir este sistema por el hecho mismo de su prosperidad.
La unidad de este marco da a las diferentes etapas del movimiento obrero del siglo XIX un carácter continuo; los métodos y los instrumentos de la lucha de la clase se elaboran y se perfeccionan progresivamente, particularmente la organización sindical. En cada una de estas etapas, las similitudes con la etapa anterior son mayores que las diferencias. En estas condiciones la tradición no pesa demasiado en los obreros de aquel tiempo: para una gran parte de ellos, el pasado muestra el camino a seguir.
Pero está situación cambia radicalmente al iniciarse el siglo 20, la mayoría de los instrumentos que la clase ha ido forjando durante decenios ya no le sirven para nada; peor, se vuelven contra ella y se hacen armas del capital. Así pasó con los sindicatos, los grandes partidos de masas, la participación a las elecciones y al Parlamento. Y eso porque el capitalismo entró en una fase totalmente diferente de su evolución: la de su decadencia. Por consiguiente, el marco de la lucha proletaria se halla completamente trastornado; desde entonces la lucha por mejoras progresivas y duraderas en el seno de la sociedad pierde su significado. No sólo ya no puede conceder nada un sistema capitalista con el agua al cuello, sino que sus convulsiones ponen en entredicho cantidad de conquistas proletarias del pasado. Frente a este sistema moribundo, la única verdadera conquista que puede obtener el proletariado es destruirlo.
Es la primera guerra mundial la que marca esa ruptura: entre los dos períodos de vida del capitalismo. Los revolucionarios, toman esa conciencia de la entrada del sistema en su fase de declive.
"Ha nacido una nueva época. La época de la disgregación del capitalismo, de su derrumbamiento interno. La época de la revolución comunista del proletariado" proclama en 1919 la Internacional Comunista en su plataforma. Sin embargo, en su mayoría, los revolucionarios siguen estando marcados por las tradiciones del pasado. A pesar de su inmensa contribución, la Tercera Internacional resulta incapaz de llevar a cabo lo que sus análisis mismos implican. Frente a la traición de los sindicatos no propone destruirlos sino reconstruirlos. Incluso tras haber comprobado "que las reformas parlamentarias han perdido toda importancia práctica para las clases laboriosas" y que "el centro de gravedad de la vida política ha salido completa y definitivamente fuera del Parlamento" (Tesis del 2° congreso), sigue sin embargo preconizando la Internacional. Comunista, la participación en esta institución.
Así se confirma de modo magistral la constatación que hizo Marx en 1852. Pero también de modo trágico. Tras haber producido en 1914 la desbandada del proletariado frente a la guerra imperialista, el peso del pasado es el principal responsable del fracaso de la oleada revolucionaria que empezó en 1917 y de la terrible contrarrevolución que siguió durante más de medio siglo.
Si ya era una desventaja para las luchas del pasado: la "tradición de todas las generaciones muertas" es un enemigo aún más temible para las luchas de nuestra época. En tanto que condición para la victoria, incumbe al proletariado arrancarse los viejos harapos que se le pegan a la piel con el fin de poder vestir el traje adecuado para las necesidades que la "nueva época" del capitalismo impone a su lucha. Le incumbe entender bien las diferencias que separan el período ascendente de la sociedad capitalista y su período de decadencia, tanto desde el punto de vista del capital como de los métodos y los fines de su propia lucha.
Período Ascendente del Capitalismo
Una de las características del siglo XIX es, la formación de nuevas naciones (Alemania, Italia, etc...) o la lucha encarnizada por formarse (Polonia, Hungría, etc...). No es esto únicamente un hecho fortuito, sino que corresponde al impulso por parte de la economía capitalista en pleno desarrollo que halla en la nación el marco más apropiado para su desarrollo. En esa época, la independencia nacional tiene verdadero sentido; acompaña al desarrollo de las fuerzas productivas y a la destrucción de los imperios feudales (Rusia, Austria), baluartes de la reacción.
Período de Decadencia del Capitalismo
En el siglo XX, la nación se ha vuelto un marco demasiado estrecho para contener las fuerzas productivas. Del mismo modo que las relaciones de producción capitalistas, se ha vuelto un verdadero corsé que impide su desarrollo. Por otra parte, la independencia nacional se ha vuelto un engaño desde el momento en que el interés de cada capital nacional le obliga a integrarse en uno de los dos grandes bloques imperialistas y por consiguiente renunciar a esta independencia. Las supuestas "independencias nacionales" del siglo XX se concretan en el paso de los países de una zona de influencia a otra.
I. Período ascendente del capitalismo
Uno de los fenómenos típicos de la fase ascendente del capitalismo consiste en el desarrollo desigual según los países y las condiciones históricas particulares que tuvo cada cual. Los países más desarrollados enseñan el camino a los países cuyo retraso no es necesariamente una desventaja insuperable. Al contrario, existe para estos la posibilidad de alcanzar y hasta superar a los primeros.
Esta es incluso una regla casi general:
En el marco general de este prodigioso ascenso, el aumento de la producción industrial adquirió en los diferentes países interesados proporciones muy variables. En los Estados industriales europeos más avanzados antes de 1860 es donde se nota durante el siguiente período el crecimiento menos rápido.
La producción inglesa sólo se triplicó, la producción francesa se multiplicó por cuatro, mientras que la producción alemana pasó de uno a seis y en los EEUU, la producción de 1913 fue más de doce veces superior a la de 1860. Estas diferencias de ritmos provocaron el derrumbamiento total de la jerarquía de las potencias industriales entre 1860 y 1913.
Hacia 1880, Inglaterra perdió el primer lugar en la producción mundial, en favor de EEUU. Al mismo tiempo Alemania rebasa a Francia. Hacia 1890, Inglaterra, adelantada por Alemania, retrocede al tercer puesto (Fritz Sternberg, "El conflicto del siglo").
En el mismo período, otro país alcanza el rango de potencia industrial moderna: Japón, mientras que Rusia tiene un proceso de industrialización, muy rápido pero que será frenado por la entrada del capitalismo en su fase de decadencia.
Esta aptitud para los países atrasados de recuperar su retraso proviene de las razones siguientes:
II. Período decadente del capitalismo
El período de decadencia del capitalismo se caracteriza por la imposibilidad de cualquier surgimiento de nuevas naciones industrializadas. Los países que no han logrado su "despegue" industrial antes de la 1ra guerra mundial se ven condenados a quedarse estancados en el subdesarrollo total; o a mantenerse en un estado de atraso crónico respecto de los países, "que tienen la sartén por el mango". Así ocurre con grandes naciones como India o China cuya "independencia nacional" o hasta la pretendida "revolución" (es decir la instauración de un draconiano capitalismo de Estado) no permiten la salida del subdesarrollo y de la escasez. Ni siquiera la URSS escapa a la regla, los sacrificios terribles impuestos al campesinado y sobre todo a la clase obrera de este país, el uso masivo de un trabajo prácticamente gratuito en los campos de concentración, la planificación y el monopolio del comercio exterior presentados por los trotskistas como "grandes conquistas obreras" y como indicio de "la abolición del capitalismo", el saqueo económico sistemático de los países de su bloque de Europa Central, todas estas medidas no han sido suficientes a la URSS para acceder al pelotón de los países plenamente industrializados para hacer desaparecer dentro de sus fronteras las imborrables marcas del subdesarrollo y del atraso (ver el artículo sobre "la crisis capitalista en los países del Este" en este número).
Esta incapacidad de surgimiento de, nuevas grandes unidades capitalistas se plasma, entre otras cosas, en que las seis mayores potencias industriales (USA, Japón Rusia, Alemania, Francia, Inglaterra) ya lo eran (aunque en orden diferente) en vísperas de la 1ª guerra mundial.
Esta incapacidad por parte de los países subdesarrollados para ponerse al nivel de los países más avanzados se explica por lo siguiente:
LAS RELACIONES ENTRE EL ESTADO Y LA SOCIEDAD CIVIL
I. Período ascendente del capitalismo
En el período ascendente del capitalismo, existe una separación muy clara entre la política, -dominio reservado a los especialistas de la función estatal- y lo económico que sigue siendo asunto del capital y de los capitalistas privados. En esa época el Estado, aunque ya trataba de ponerse por encima de la sociedad, sigue estando ampliamente dominado por grupos de intereses y por fracciones del capital que se expresan en gran parte a nivel legislativo. Este aún domina claramente al ejecutivo: el sistema parlamentario, la democracia representativa es una realidad, un terreno en el que se enfrentan los diferentes grupos de interés.
Al tener el Estado a cargo suyo el mantenimiento del orden social en beneficio del sistema capitalista se producen reformas a favor de la mano de obra, contra los excesos bárbaros de la explotación obrera de la que son responsables los apetitos insaciables de los capitalistas privados ("Decreto de las 10 horas" en Gran Bretaña, así como las leyes que limitan el trabajo de los niños, etc...).
II. Período decadente del capitalismo
El período de decadencia del capitalismo se caracteriza por la absorción de la sociedad civil por el Estado. Por esto el legislativo, cuya función inicial es la de representar a la sociedad pierde toda su importancia frente al ejecutivo que constituye la cumbre de la pirámide estatal.
Este período conoce una unificación de lo político y de lo económico, volviéndose el Estado la principal fuerza en la economía nacional y su verdadera dirección.
Sea a través de una integración gradual (economía mixta) o de un cambio repentino (economía enteramente estatalizada), el Estado deja de ser un órgano de delegación de los capitalistas y de los grupos de intereses, para volverse capitalista colectivo, sometiendo a todos los grupos de intereses particulares a su imperio.
El Estado, como unidad realizada del capital nacional, defiende los intereses de éste tanto dentro del bloque al que pertenece como en contra del bloque antagonista. Del mismo modo, toma directamente a cargo suyo el asegurar la explotación y la sumisión de la clase obrera.
I. Período ascendente del capitalismo
En el siglo XIX, la guerra tiene, en general, la función de asegurar a cada nación capitalista una unidad y una extensión territorial necesaria para su desarrollo. En este sentido, a pesar de las calamidades que lleva consigo, es un momento de la naturaleza progresiva del capital.
Así pues, por su naturaleza misma, las guerras están limitadas a 2 o 3 países por lo general limítrofes y tienen las siguientes características:
La guerra franco-alemana es un ejemplo típico de este tipo de guerra:
En lo que se refiere a las guerras coloniales, su meta es la conquista de nuevos mercados y de reservas de materias primas. Son resultado de una competencia entre países capitalistas, a causa de sus necesidades de expansión, para el reparto de nuevas zonas del mundo. Por consiguiente, se integran en el marco de la expansión del conjunto del capitalismo y del desarrol1o de las fuerzas productivas mundiales.
II. Período decadente del capitalismo
En un período en el, que ya no se trata de la formación de unidades nacionales viables, en el que la independencia formal de nuevos países proviene esencialmente de las relaciones entre las grandes potencias imperialistas, las guerras ya no son el resultado de las necesidades económicas del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, sino, esencialmente, de causas políticas: la relación de fuerzas entre los bloques. Han dejado de se "nacionales" como en el siglo XIX para volverse imperialistas. Ya no son momentos de la expansión del modo de producción capitalista, sino la expresión de la imposibilidad de su expansión.
No consisten en un reparto del mundo, sino en un continuo reparto de éste, en una situación en la que un bloque de países, ya no puede desarrollar la valorización de su capital, sino únicamente mantenerla a expensas de los países del bloque adverso con el resultado final de la degradación de la totalidad del capital mundial.
Las guerras son guerras generalizadas al conjunto del mundo y tienen como consecuencia enormes destrucciones de totalidad de la economía mundial yendo así hacia la barbarie generalizada.
Como la de 1870, las guerras de 1914 y de 1939 oponen a Francia y a Alemania, pero ya de entrada resaltan las diferencias existentes entre la naturaleza de las guerras del siglo XIX y la de las guerras del siglo XX:
De ningún modo son las guerras del siglo XX "curas de juventud" (como algunos lo pretenden), sólo son convulsiones de un sistema moribundo.
I. En un mundo con desarrollo desigual, con mercados internos desiguales, las crisis están marcadas por el desarrollo desigual de las fuerzas productivas en los diferentes países y en los diferentes ramos de producción.
Son la manifestación de que el mercado interno se halla saturado y necesita ampliarse de nuevo. Por consiguiente son periódicas (cada 7 a 10 años -duración aproximada de la amortización del capital fijo) y se resuelve con la apertura de nuevos mercados.
De ahí que tengan las crisis las siguientes características:
Así, por ejemplo:
4.- No se generalizan a todos los ramos: es esencialmente la industria del algodón la que soporta las crisis de 1825 y de 1830.Más tarde aunque los textiles también tienen crisis, la metalurgia y los ferrocarriles tienden a ser los sectores más afectados (particularmente en 1873). Igualmente, no resulta extraño ver ramos industriales con importantes "boom", mientras la recesión afecta a otros ramos.
5.- Desembocan en un nuevo impulso industrial (las cifras de crecimiento que da Sternberg más arriba son significativas a este respecto).
6.- No plantean crisis políticas del sistema, y, menos aún, el estallido de una revolución proletaria.
Sobre este último punto, resulta necesario constatar el error que hizo Marx, después de la experiencia de 1847-48, cuando escribió en 1850:
"Una nueva revolución solo era posible tras una nueva crisis. Pero resulta tan segura como ésta". (Neue Rheinische Zeitung).
Su error no está en reconocer la necesidad de una crisis del capitalismo para que sea posible la revolución, ni en haber anunciado que una nueva crisis iba a venir (la de 1857 es mucho más violenta aún que la de 1847) sino en la idea de que las crisis de esa época ya eran crisis mortales del sistema. Más tarde, Marx rectificó evidentemente este error, y es precisamente porque sabe que las condiciones objetivas no están maduras por lo que se enfrenta en la AIT con los anarquistas que quieren quemar etapas, y que el 9 de septiembre de 1870, pone en guardia a los obreros parisinos contra "todo intento de derribar al nuevo gobierno... (lo que) resultaría una locura desesperada" (Segundo llamamiento del Consejo General de la AIT sobre la Guerra Franco-alemana. Hoy en día, se ha de ser anarquista o bordiguista para imaginarse que "la revolución es posible en todo momento" o que sus condiciones materiales ya existían en 1848 o en 1871.
II. Desde el principio del siglo 20, el mercado es ya internacional y unificado. Los mercados internos han perdido parte de su importancia (particularmente por la eliminación de los sectores precapitalistas). En estas condiciones, las crisis no son la manifestación de mercados provisionalmente demasiado limitados, sino de la ausencia de cualquiera posibilidad de su ampliación mundial. De esto proviene su carácter de crisis generalizadas y permanentes.
Las coyunturas no están determinadas por la relación entre la capacidad de producción y el tamaño del mercado existente en un momento dado, sino causas esencialmente políticas, o sea el ciclo guerra-destrucción-reconstrucción-crisis. En este marco no son de ningún modo los problemas de amortización del capital los que determinan la duración de las fases del desarrollo económico sino, en gran parte la amplitud de las destrucciones sufridas durante la guerra anterior. Así se puede comprender que la duración de la expansión de la reconstrucción sea 2 veces más larga (17 años) tras la segunda guerra mundial que tras la primera (7 años).
Al contrario del siglo pasado caracterizado por el "laissez-faire" (dejar hacer), la amplitud de las recesiones en el siglo XX está limitada por medidas artificiales instauradas por los Estados y sus instituciones de investigación para retrasar la crisis general. Así ocurre con las guerras localizadas, con el desarrollo de los armamentos y de la economía de guerra, con el uso sistemático de la máquina de billetes y de la venta a plazos, con el endeudamiento generalizado, con toda una serie de medidas políticas que tienden a romper con el estricto funcionamiento económico del capitalismo.
En este marco, la crisis del siglo 20 tiene las siguientes características:
Mientras que en el siglo XIX, la máquina económica se impulsaba de nuevo por sus propias fuerzas, al terminar cada crisis, las crisis del siglo XX desde un punto de vista capitalista, no tienen solución sino en la guerra generalizada. Al ser estertores de un sistema moribundo, las crisis plantean al Proletariado la necesidad y la posibilidad de la revolución comunista.
El siglo XX es claramente "la era de las guerras y de las revoluciones" como lo indicaba, cuando se fundó, la Internacional Comunista.
La lucha de clases
I. Las formas que toma la lucha de clase en el siglo XIX se determinan a la vez por las características del capital de esa época y por las de la clase obrera misma:
En la clase obrera, se pueden observar las características siguientes:
II. La lucha de clases, en el capitalismo decadente, está determinada, desde el punto de vista del Capital, por las siguientes características
Por parte obrera, se pueden notar los rasgos siguientes:
I.- La organización de los revolucionarios, producto de la clase y de su lucha, es una organización minoritaria constituida sobre un programa. Su función comprende:
En cuanto a esto último, adquiere, en el siglo XIX una función de iniciación y de organización activa de los órganos unitarios, económicos de la clase a partir de cierto grado de desarrollo de los organismos embrionarios producidos por la lucha anterior.
Por ser ésta su función, y dado el contexto del período, la posibilidad de reformas y la tendencia a la propagación de ilusiones reformistas en el seno de la clase, la organización de los revolucionarios (los partidos de la Segunda Internacional) está también ella, marcada por el reformismo, y acaba echando por la borda el objetivo final revolucionario en favor de reformas inmediatas, llegando a considerar como tarea prácticamente única (el economicismo) la de mantener y desarrollar las organizaciones económicas (los sindicatos).
Sólo una minoría, dentro de la organización revolucionaria resistirá contra esa evolución y defenderá la integridad del programa histórico de la revolución socialista. Pero, a la vez una parte de esa minoría, por reacción contra la evolución reformista, tiende a desarrollar conceptos extraños al proletariado según los cuales el partido es el único sitio donde está la conciencia de clase, el poseedor de un programa terminado y cuya función sería (siguiendo el esquema de la burguesía y de sus partidos), la de "representar" a la clase, la de ser, por derecho propio e1 llamado a ser el órgano decisorio de aquélla y, en particular, para la toma del poder. Esta concepción, el sustitucionismo, si bien es la de la mayoría de los elementos de la Izquierda Revolucionaria de la Segunda Internacional, tiene en Lenin a su principal teórico ("¿Qué hacer?", "Un paso adelante, dos pasos atrás").
II. En el período de decadencia del capitalismo, la organización de los revolucionarios guarda las características generales del período anterior con lo nuevo de que la defensa de los intereses inmediatos ya no se puede separar de la meta final ya al orden del día de la historia desde entonces.
Y al contrario, según esto último, pierde la función de organizar la clase, que sólo puede ser obra de la clase misma en lucha, desembocando en un tipo de organización nueva, a la vez económica -y de defensa inmediata- y política, orientándose hacia la toma del poder: los Consejos Obreros.
Tomando a cuenta propia la vieja divisa del movimiento obrero: "la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos", no puede sino combatir toda concepción sustitucionista en tanto que concepción relacionada con una visión burguesa de la revolución. En tanto que organización, la minoría revolucionaria, no tiene a cargo elaborar previamente una plataforma de reivindicaciones inmediatas para movilizar a la clase. Tiene, en cambio, la posibilidad de mostrarse como el participante en las luchas más decidido, de propagar una orientación general denunciando los agentes y los ideólogos de la burguesía en el seno de la clase. En la lucha, insiste en la necesidad de la generalización, única vía que lleva a su término ineluctable: la revolución. La organización de revolucionarios no es ni espectadora ni la "recadera" de los obreros.
Su función es estimular la aparición de círculos o de grupos obreros y trabajar en su seno. Y para esto debe considerarlos como semillas que madurarán en la clase para darse la organización unitaria acabada: Los Consejos
A causa de la naturaleza de esos círculos, la organización de revolucionarios debe luchar contra cualquier intento de crearlos artificialmente, contra todo intento de transformarlos en correa de transmisión de partidos, o en embriones de consejos u otros organismos político-económicos lo cual no es sino paralizar el proceso de maduración de la conciencia y de la organización unitaria de la clase. Esos círculos sólo tienen valor y sólo cumplirán con su función, importante pero transitoria si evitan quedar encerrados en sí mismos con plataformas a medio hacer, si se mantiene como lugar de encuentro abierto a todos los obreros interesados por los problemas de nuestra clase.
Para terminar, en la situación de gran dispersión de los revolucionarios, tras un período de contrarrevolución que tanto ha pesado sobre el proletariado, la organización de revolucionarios tiene la tarea de trabajar activamente en el desarrollo de un medio político internacionalmente, organizar debates y discusiones que abran el camino hacia el proceso de formación del partido político internacional de la clase obrera.
Conclusiones
La más profunda contrarrevolución de la historia del movimiento obrero ha sido una dura prueba para la organización de los revolucionarios misma. Sólo han podido sobrevivir las corrientes que, contra viento y marea, han sabido mantener los principios básicos del programa comunista. Sin embargo, esta actitud indispensable, la desconfianza para con todas las "ideas nuevas" que, por lo general, eran el vehículo del abandono del terreno de la clase bajo la presión de la ideología burguesa triunfante, ha impedido a menudo a los revolucionarios comprender claramente los cambios ocurridos en la vida del capitalismo y en la lucha de la clase obrera. La forma más caricaturesca de este fenómeno está en la concepción que considera como "invariantes" las posiciones de clase, para la cual el programa comunista que "surgió de una vez para siempre en 1848, no necesita ser modificado en nada".
Aunque es cierto que, tiene que evitar constantemente concepciones modernistas que a menudo, lo único que hacen es proponer mercancías viejas en un nuevo envase, la organización de los revolucionarios, para estar a la altura de las tareas para las cuales ha surgido en la clase, ha de ser capaz de entender estos cambios en la vida de la sociedad y las implicaciones que tienen sobre la actividad de la clase y de su vanguardia comunista.
Frente al carácter manifiestamente reaccionario de todas las naciones, debe ésta combatir todo apoyo a los movimientos llamados "de independencia nacional". Frente al carácter imperialista de todas las guerras, debe denunciar toda participación en ellas bajo cualquier pretexto. Frente a la absorción por el Estado de la sociedad civil, frente a la imposibilidad de verdaderas reformas del capitalismo, ha de combatir toda participación en los Parlamentos y las mascaradas electorales.
Frente a las nuevas condiciones económicas, sociales y políticas, en las que se sitúa la lucha de la clase hoy en día, la organización de los revolucionarios debe combatir toda ilusión en la clase sobre la posibilidad de hacer revivir organizaciones que sólo pueden ser obstáculos en su lucha -los sindicatos- y proponer los métodos y modo de organización de las luchas ya experimentados por la clase cuando la primera oleada revolucionaria de este siglo: la huelga de masa, las asambleas generales, la unidad de lo político y de lo económico, los consejos obreros.
Y por fin, para ser capaz de cumplir totalmente con su papel de estímulo de las luchas, de orientación hacia su solución revolucionaria, la organización de los comunista ha de renunciar a tareas que ya no le incumben, las de "organizar" o de "representar" a la clase. Los revolucionarios que pretenden que "nada ha cambiado desde el siglo pasado" tienden a querer dar al proletariado el comportamiento de Babín ese personaje de un cuento de Tolstoi que repetía ante cualquier encuentro nuevo lo que le habían dicho que tenía que decir para el anterior, de tal modo que acababa siempre recibiendo una buena paliza. A los parroquianos de una iglesia, les echaba el discurso que tendría que haberle echado ante el Diablo y al oso le hablaba como si fuera un ermitaño. Y el infeliz Babín pagó su estupidez con la vida.
La "reactualización" de las posiciones y del papel de los revolucionarios no es en absoluto un "abandono" o una "revisión" del marxismo sino al contrario una verdadera lealtad a lo que constituye su esencia. Fue esta capacidad de comprender, contra los mencheviques las nuevas condiciones de la lucha y las exigencias que de ellas resultaban para el programa, lo que permitió a Lenin y a los bolcheviques contribuir activamente y de modo decisivo a la revolución de Octubre 17.
También R. Luxemburgo tiene ese mismo punto de vista revolucionario cuando escribe en 1906 contra los "ortodoxos" de su partido; "si bien es verdad que la revolución rusa obliga a revisar fundamenta1mente el viejo punto de vista marxista respecto de la huelga de masas, sólo el marxismo, sin embargo, con sus métodos y sus puntos de vista generales gana también esta partida con una: nueva forma".
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[24] https://es.internationalism.org/files/es/_la_lucha_de_clases_internacional.pdf
[25] https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf
[26] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/516/para-que-sirve-el-grupo-comunista-internacionalista-gci
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[34] https://es.internationalism.org/en/tag/21/534/la-decadencia-del-capitalismo-varios