Crisis económica
La caída en una recesión abierta, que será más profunda que las anteriores (algunos hablan incluso de «depresión»), está haciendo callar la boca a todos esos «especialistas» que prometían un crecimiento económico duradero. Según ellos, el hundimiento en cascada de los países del Sudeste asiático desde el verano de 1997 no debería haber sido sino un tropiezo sin mayores consecuencias para la economía de los países desarrollados. Desde entonces ha sonado la hora de las «dolorosas revisiones», pues lo que está ya golpeando el centro mismo de las grandes potencias capitalistas es una marea de fondo.
Entre julio y diciembre de 1998, 3,5 billones de $ como mínimo se han hecho humo con los desplomes de las Bolsas, pérdida irremediable, la mitad para EEUU y el resto para Europa y Asia, equivalente al 12% de la producción anual mundial. En Japón, el Estado ha decidido inyectar 520 mil millones de $ «en sus bancos para salvarlos del naufragio y reanimar la segunda economía mundial». Por todas partes, «los analistas revisan repentinamente a la baja las previsiones de beneficios para las empresas, a la vez que se anuncian los primeros planes de despidos en masa». Las felicitaciones mutuas en torno al lanzamiento del Euro no logran ocultar la inquietud profunda de las burguesías de los países de Europa occidental, que ya no afirman con tanta convicción que Europa estaría «protegida» contra las turbulencias de la crisis mundial. Por todas partes «cabe preguntarse si el crecimiento de 2% para 1999, considerado como muy bajo al principio, no acabará siendo difícil de realizar».
Las perspectivas
para los países principales
PIB en volumen – Crecimiento anual en %
1997 1998 1999
OCDE 3,2 2,0 1,2
Estados Unidos 3,9 3,3 1,0
Japón 0,9 – 3,0 – 1,0
Alemania 2,3 2,6 1,5
Francia 2,2 2,8 2,0
Italia 1,5 1,4 2,0
Reino Unido 3,3 2,3 0,8
España 3,4 3,6 3,1
Holanda 3,3 3,3 2,4
Bélgica 2,7 2,7 1,9
Suiza 0,7 1,8 1,9
Todo eso podría ser una divertida farsa, si no fuera que los primeros en pagar las consecuencias de esa nueva y dramática aceleración de la crisis económica son millones de trabajadores, desempleados y sin trabajo que van a seguir cayendo en una miseria sin perspectivas. Después de África, prácticamente dejada en el abandono estragada por hambres, matanzas y guerras «locales» sin fin, les ha tocado ahora el turno a los países del Sureste asiático ser arrastrados unos tras los otros por la espiral de una descomposición social que lo asola todo a su paso. En EEUU, las pérdidas bursátiles golpean directamente a miles de obreros cuyos fondos de pensión han sido invertidos en la Bolsa. En los países desarrollados, detrás de los discursos tranquilizadores, la clase dominante ha reanudado los ataques contra las condiciones de existencia de la clase obrera: bajas de salarios y de toda clase de subsidios, «flexibilidad», despidos y «reducciones de plantillas», recortes en los presupuestos de salud, alojamiento y educación; la lista sería larga de las pócimas amargas que está fabricando la burguesía de todos los países «democráticos» para intentar salvar las ganancias frente a la tormenta financiera mundial.
Lo que está ocurriendo no es ni «una purga saludable», ni un «reajuste» frente a los excesos de una especulación que bastaría con regular para evitar la catástrofe. La especulación desenfrenada no es la causa, sino la consecuencia del atolladero en que se encuentra la economía mundial. Es resultado de la imposibilidad de contrarrestar el cada vez mayor estrechamiento del mercado mundial y la baja de las cuotas de ganancia. En una guerra comercial sin descanso entre capitalistas de todas partes, los capitales, que resulta imposible colocar en inversiones productivas sin arriesgarse a perder con seguridad a causa de la ausencia de mercados solventes, se refugian en inversiones financieras de lo más arriesgado, al no corresponder a ninguna producción en la economía real y que únicamente se basan en una deuda masiva y general. La ruidosa quiebra del Long Term Capital Management (fondo de pensiones americano) es una perfecta ilustración de lo dicho: «A pesar de que el fondo especulativo sólo poseía 4,7 mil millones de $ de capital, se había endeudado hasta los 100 mil millones y, según algunas estimaciones, sus compromisos con el marcado eran en total de más de 1,3 billón de $, o sea ¡ casi el valor del PIB de un país como Francia! Compromisos de vértigo en los estaban implicados todos los grandes de las finanzas mundiales». En este caso, sin duda, se trata de una especulación desenfrenada, pero lo que no dicen quienes ahora se insurgen contra «semejantes prácticas», es que es el funcionamiento «normal» del capitalismo de hoy. «Todos los grandes de la finanza mundial» – bancos, empresas, instituciones financieras públicas o privadas – actúan del mismo modo, siguiendo directivas de los Estados que fijan las reglas del juego y de los organismos internacionales como el Banco Mundial, el FMI, la OCDE y demás, con sus «analistas», «consejeros» en inversiones lucrativas, cuyos consejos pueden resumirse sobre todo en: comprimir, exprimir, reducir el precio de la fuerza de trabajo por todos los medios.
Con la catástrofe en el corazón mismo del mundo industrializado, los «expertos» parecen haber descubierto de repente los estragos del «menos Estado» y de la «globalización» que han sido desde hace unos veinte años los temas de propaganda de un capitalismo «libre, rico y próspero». La clase obrera ha aprendido durante esos mismos años, en carne propia, en qué consistía esa propaganda: una patraña para justificar los ataques contra las condiciones de existencia de los asalariados, al mismo tiempo que una multiplicación de las medidas destinadas a mantener la competitividad de cada capital nacional frente a sus competidores en la guerra económica. Además de su función antiobrera, la defensa del «menos Estado» y de la «globalización» ha sido, sobre todo, un arma de los países más poderosos contra los más débiles. El pretendido «menos Estado» y la denuncia del proteccionismo propugnados por la burguesía norteamericana no le ha impedido incrementar de 20 a 30% la parte de importaciones que EEUU somete a un control draconiano, en nombre de la «seguridad», de la «polución» o de cualquier otra excusa con la que justificar… su propio proteccionismo. Aunque el Estado se haya quitado de encima toda una serie de responsabilidades en la gestión de las empresas, mediante las privatizaciones, eso no significa, ni mucho menos, que haya abandonado sus prerrogativas de control político del capital nacional o que el marco de gestión económica haya superado las fronteras nacionales. Todo lo contrario, el «menos Estado» no ha sido otra cosa sino la necesaria adaptación para cada capital nacional al incremento de la guerra económica, guerra en la que el Estado se reserva el papel principal mano a mano con las grandes empresas; la «globalización» son las reglas del juego para la guerra económica impuestas por las más grandes potencias capitalistas para abrirse camino contra sus rivales en el campo de batalla del mercado mundial. Hoy, el «más Estado» está volviendo con fuerza en la propaganda de la burguesía, especialmente por parte de los gobiernos socialdemócratas instalados en Europa occidental, porque la nueva aceleración de la inexorable quiebra del capitalismo mundial está haciendo volver al primer plano las duras y elementales necesidades del capital: cerrar filas en torno a cada capital nacional para hacer frente a la competencia y atacar las condiciones de existencia de la clase obrera.
Después de treinta años de sumirse en el abismo de la crisis económica (cuyas características y etapas principales de los años 70 recordamos en el artículo siguiente) hoy «el orden económico mundial» se tambalea en el centro del capitalismo. Tras la solidaridad internacional que se manifestó para encarar la «crisis asiática», detrás de la voluntad común de «revisar el sistema monetario internacional» o «inventar un nuevo Bretton Woods», las burguesías de los principales países industrializados se ven cada día más arrastradas por tendencias de «cada cual para sí» cada vez más fuertes, y un reforzamiento del capitalismo de Estado como política de defensa determinada de cada capital nacional y de la que la clase obrera es la víctima principal en todos los países, una huida ciega en la guerra de todos contra todos como testimonia la intensificación de las tensiones imperialistas, que también abordamos en este número.
MG, 4 de enero de 1999
Fuentes de las citas y los datos de este artículo: le Monde de l’économie, «Comment réinventer Bretton-Woods», octubre de 1998; l’Expansion, (www.lexpansion.com [1]) diciembre de 1998; Banco mundial (www.worldbank.org [2]), diciembre de 1998; le Monde diplomatique, «Anatomie de la crise financière», nov.-dic. 1998.
En el último artículo de esta serie ([1]) examinamos con detalle el programa de 1919 del Partido comunista de Rusia, considerándolo como un importante indicador de los niveles más altos de comprensión a los que habían llegado los revolucionarios de aquellos días sobre las formas, los métodos y los fines de la transformación comunista de la sociedad.
Pero el examen quedaría incompleto si ignorásemos el esfuerzo más serio de ese período para elaborar, junto a las medidas prácticas señaladas en el programa del PCR, un cuadro más general y teórico para analizar los problemas del periodo de transición. Este trabajo, igual que el propio Programa, fue obra de Nicolás Bujarin, a quien Lenin consideraba «el teórico más valioso del partido»; el texto en cuestión es Teoría económica del periodo de transición (en adelante: Teoría económica…), escrito en 1920.
Según el editor de la edición inglesa de 1971 de este libro, «Hasta la introducción del plan quinquenal en 1928, que coincidió con la caída de Bujarin como líder del Comintern, la Teoría económica del periodo de transición fue considerada como una de las adquisiciones de la teoría bolchevique cercana en importancia a la de El Estado y la revolución de Lenin» ([2]).
Como pondremos de manifiesto, el libro de Bujarin contiene algunas debilidades fundamentales que no le han permitido pasar el examen del tiempo, contrariamente a El Estado y la Revolución. Sigue siendo, sin embargo, una contribución muy importante a la teoría marxista.
Bujarin había empezado a destacar durante la gran guerra imperialista, cuando, junto con Piatakov y otros, militaba en un grupo de bolcheviques exiliados en Suiza (el llamado «grupo Baugy»), que se situaba en la extrema izquierda del partido. En 1915 publicó La Economía mundial y el Imperialismo donde mostraba que el capitalismo, precisamente al convertirse en un sistema global, en una economía mundial, había creado las condiciones para su propia suplantación; pero que, lejos de evolucionar pacíficamente hacia un orden mundial armonioso, esta «globalización» había arrojado el sistema a las fauces de un colapso violento. Esta línea de pensamiento era paralela a la del trabajo de Rosa Luxemburg. En su libro La acumulación del Capital (1913), Luxemburg, con una referencia más profunda a las contradicciones fundamentales del capitalismo, había demostrado por qué el periodo de expansión del capitalismo había llegado ahora a su fin. Como Luxemburg, Bujarin mostró que la forma concreta del declive capitalista era la exacerbación de la competencia interimperialista que culminaba en la guerra mundial. La Economía mundial y el Imperialismo fue también una referencia en el análisis marxista del capitalismo de Estado, el régimen totalitario político y económico que requiere la agudización de los antagonismos imperialistas «externamente» y de los antagonismos sociales «internamente». La subordinación relativa de la competencia en el interior de cada país capitalista, sólo había sido el corolario (enfatizaba Bujarin) de la acentuación de los conflictos entre «trusts capitalistas de Estado» por el dominio del mercado mundial.
En su artículo «Hacia una teoría del Estado imperialista» (1916) Bujarin fue más lejos en las implicaciones de estas premisas. La aparición de ese monstruo-Estado nacional capitalista, que extendía sus tentáculos a todos los aspectos de la vida social y económica, llevó a Bujarin (igual que Pannekoek había hecho unos pocos años antes) a releer los clásicos del marxismo y a volver a defender la opinión de que la revolución proletaria no podía conquistar ese Estado, sino que tendría que luchar por su «destrucción revolucionaria» y la creación de nuevos órganos de poder político. Otra conclusión igualmente radical de su análisis sobre la nueva etapa del capitalismo se resumía en las tesis que el grupo Baugy presentó a la conferencia bolchevique de Berna en 1915. Aquí, Bujarin y Piatakov, en línea con los argumentos que esgrimía Rosa Luxemburg al mismo tiempo, llamaron a que el partido rechazara las consignas de «autodeterminación nacional» y «liberación nacional»: «La época imperialista es una época de absorción de pequeños Estados por grandes unidades estatales... Es imposible por tanto luchar contra la esclavitud de las naciones de otra forma que luchando contra el imperialismo, sea luchando contra el capital financiero, o contra el capitalismo en general. Cualquier desviación de esa ruta, cualquier avance de tareas “parciales” de “liberación de naciones” en la esfera de la civilización capitalista, significa una diversión de las fuerzas del proletariado de la solución del problema» ([3]).
Inicialmente Lenin se puso furioso contra Bujarin por sus dos previsiones. Pero mientras que nunca cambió de opinión sobre la cuestión nacional, se fue convirtiendo paso a paso a lo que él inicialmente había llamado posición «semianarquista» de Bujarin sobre el Estado – y por su puesto fue a su vez acusado de «semianarquismo» cuando expuso su nueva visión en El Estado y la revolución en 1917.
Está claro pues que en esa etapa de germinación y florecimiento de la revolución proletaria provocada por la guerra mundial, Bujarin estaba en la misma punta de lanza del esfuerzo marxista por comprender las nuevas condiciones que planteaba la decadencia del capitalismo; y muchas de sus más importantes contribuciones teóricas, no sólo se enunciaban en Teoría económica del periodo de transición, sino se desarrollaban en dicho libro.
En primer lugar, el libro de Bujarin ha de verse junto a otras obras fecundas como La Revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin y Terrorismo y comunismo, de Trotski, que fueron la respuesta bolchevique al marxismo «adulterado» de Karl Kautsky, el cual había pasado de una posición centrista a una defensa cada vez más descarada del orden burgués contra la amenaza de la revolución, pero considerándose al mismo tiempo guardián de la ortodoxia marxista. Lenin había respondido principalmente a la defensa que hacía Kautski de la democracia burguesa contra la democracia proletaria de los soviets, mientras que el libro de Trotski se focalizaba en el problema de la violencia revolucionaria. Por su parte Bujarin ya había escrito La economía mundial y el imperialismo y otras obras similares, como una polémica contra la teoría del «superimperialismo» de Kautsky, que pretendía que el capitalismo avanzaba hacia un orden mundial unificado en el que la guerra sólo podía ser una aberración. En Teoría económica del periodo de transición, Bujarin emprendía la tarea de restablecer la concepción marxista de la transformación revolucionaria de la sociedad en oposición a la visión idílica de Kautsky de una transición pacífica y ordenada al socialismo. Haciéndose eco de Marx, Bujarin insiste en que, para que emerja un nuevo orden social, el viejo orden tiene que atravesar una fase de profunda crisis y de colapso – y en que esto es aún más cierto respecto al paso del capitalismo al comunismo: «... la experiencia de todas las revoluciones, que desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas tuvieron una poderosa influencia positiva, muestra que ese desarrollo se hizo al precio de una enorme depredación y destrucción de esas fuerzas... Si esto es así... entonces a priori ha de ser evidente que la revolución proletaria se acompaña inevitablemente de un fuerte declive de las fuerzas productivas, puesto que ninguna otra revolución ha experimentado una ruptura tan amplia y profunda de las viejas relaciones sociales y su reconstrucción de una nueva forma» ([4]). Teoría económica… es en gran parte una defensa de la Revolución rusa, a pesar de los considerables «costes» que supuso, y contra todos aquellos que se aprovechaban de esos «costes» para aconsejar a los obreros a que fueran buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes burguesas, cuya única esperanza de cambio social serían las urnas.
En segundo lugar, Teoría económica… reitera el argumento de que el capitalismo, aunque sea efectivamente una economía mundial, es incapaz de organizar las fuerzas productivas de la humanidad como sujeto consciente unificado, puesto que precisamente al alcanzar este desarrollo es cuando la competencia capitalista se ve empujada a sus extremos más catastróficos. Pero aquí Bujarin va más lejos y llega a una serie de anticipaciones brillantes sobre el modo de funcionamiento del capitalismo en su época decadente, por ejemplo la obligación de sobrevivir a costa de la esterilización y la destrucción completa de las fuerzas productivas, sobre todo a través de la economía de guerra y de la propia guerra. Aquí es donde Bujarin introduce su concepto de «reproducción ampliada negativa», expresión que puede cuestionarse, pero que sin duda explica una realidad fundamental. También cuando Bujarin muestra que la producción de guerra, a pesar del aparente crecimiento que comporta, no significa una expansión, sino una destrucción de capital: «La producción de guerra tiene un significado completamente diferente: un cañón no se transforma en un elemento del nuevo ciclo de producción; la pólvora estalla en el aire y de ningún modo aparece en un nuevo proyectil en el siguiente ciclo. Al contrario. El efecto económico de esos elementos es, de hecho, puramente negativo... Observemos los medios de consumo con los que se abastece el ejército. Aquí percibimos lo mismo. Los medios de consumo no producen fuerza de trabajo, puesto que los soldados no figuran en el proceso de producción; están fuera del proceso de producción, el proceso de reproducción asume con la guerra un carácter “deformado”, regresivo, negativo, literalmente: con cada ciclo sucesivo de producción, la base real de la producción se estrecha cada vez más, el “desarrollo” no va hacia una ampliación, sino hacia una espiral continua de reducción». En el capitalismo decadente, esta espiral que se estrecha cada vez más es la realidad esencial de la actividad económica, incluso fuera de los periodos de guerra global abierta, tanto por la tendencia a una economía de guerra permanente, como porque el capitalismo financia su «crecimiento» cada vez más por medio del estímulo totalmente artificial de la deuda. Las clarificaciones de Bujarin proporcionan una excelente refutación de todos esos adoradores del crecimiento económico, que se burlan de la noción de decadencia del capitalismo porque no pueden ver lo ficticio y decadente de ese crecimiento.
Sobre la cuestión del capitalismo de Estado, Teoría económica… repite las fórmulas anteriores sobre el capitalismo de Estado, mostrando que se trata de la forma característica de la organización política en la época de la decadencia. Bujarin recuerda su doble función: limitar la competencia económica dentro de cada capital nacional para así asumir lo mejor posible la competencia económica y sobre todo militar en el ruedo mundial; y preservar la paz social en una situación en que las miserias provocadas por la crisis económica y la guerra tienden a empujar al proletariado al enfrentamiento con el régimen burgués. Tiene un interés particular el reconocimiento de Bujarin de que la forma más importante en que el Estado guarda el orden existente es a través de la anexión de las viejas organizaciones obreras, de su incorporación al Leviatán estatal: «El método de transformación fue el de subordinarse al Estado burgués que todo lo abarca. La traición de los partidos socialistas y los sindicatos se expresa en el hecho mismo de que entren al servicio del Estado burgués, de que sean nacionalizados por ese Estado imperialista, que se transformen en “la sección obrera” de la máquina militar».
Esta lucidez sobre las formas y las características del capitalismo en la decadencia, se completaba con una perfecta comprensión de los métodos y los fines de la revolución proletaria. Teoría económica… muestra que una revolución que pretende sustituir las leyes ciegas mercantiles por la regulación consciente de la vida social por la humanidad liberada, tiene que ser una revolución consciente, fundada en la autoactividad y autoorganización del proletariado en sus nuevos órganos de poder político: los soviets y los comités de fábrica. Al mismo tiempo, la revolución engendrada por el colapso de la economía capitalista mundial, sólo puede ser una revolución mundial, y sólo puede llegar a sus objetivos finales a escala planetaria. Los párrafos de conclusión de Bujarin resumen las auténticas esperanzas internacionalistas del momento, anticipando un futuro en que «por primera vez desde que existe la humanidad, surge un sistema que se construye armoniosamente en todas sus partes; que no conoce jerarquías sociales ni de la producción. Aniquila de una vez por todas la lucha de los pueblos contra los pueblos, y unifica la raza humana en una comunidad que rápidamente se incauta los innumerables bienes de la naturaleza».
El reconocimiento de los auténticos fines y medios de la revolución no puede sin embargo quedar a nivel de generalidades; tiene que aplicarse y concretarse en el propio proceso revolucionario – una tarea muy difícil que, en el caso de la revolución rusa, requirió muchas experiencias dolorosas y muchos años de reflexión. Globalmente, este trabajo de sacar y profundizar las lecciones de la revolución rusa lo llevó a cabo la Izquierda comunista tras la derrota de la revolución. Pero incluso al calor de la revolución y dentro del propio partido bolchevique, surgieron voces críticas que ya estaban poniendo las bases para la reflexión futura. Sin embargo, aunque el nombre de Bujarin se relaciona con la oposición de Izquierda comunista en el partido en 1918, el Bujarin de Teoría económica…, por el año 1920 se había embarcado en una trayectoria que iba a alejarlo de la Izquierda comunista; y el libro refleja esto porque, junto a sus significativas contribuciones a la teoría marxista, tiene un cariz profundamente «conservador» en el que el autor se aleja de la crítica radical del statu quo – incluso del statu quo «revolucionario»- tendiendo a la apología de las cosas tal como eran. Para ser más exacto, Bujarin, y en esto no era el único, ni mucho menos, pero sí era quien proporcionaba el apuntalamiento teórico de una ilusión ampliamente difundida, tiende a confundir los métodos y exigencias del «comunismo de guerra», con la emergencia del comunismo propiamente dicho; observa una situación contingente – y muy difícil – para la revolución, y de ella deduce ciertas «leyes» o normas que serían universalmente aplicables a todo el periodo de transición. Antes de ir más lejos con esta línea argumental, es preciso señalar que Bujarin se defendió rápidamente contra eso. En diciembre de 1921 escribió un «epílogo» a la edición alemana, que empieza: «Desde que se escribió este libro ha transcurrido algún tiempo. Desde entonces en Rusia se ha introducido la llamada “nueva dirección en política económica” (NEP) : por primera vez, industrias socializadas, economía pequeño burguesa, negocios capitalistas privados, y empresas «mixtas», conviven en una relación económica correcta. Este cambio específicamente ruso, cuya premisa más profunda es el carácter agrario-campesino del país, provocó que algunos de mis ingeniosos críticos señalaran que debía volver a escribir mi trabajo desde el principio. Esta visión es achacable a la ignorancia total de esos listillos, quienes, en su sagrada simpleza, no captan la diferencia entre un examen abstracto, que se representa las cosas y los procesos en sus “relaciones transversales ideales” –según la expresión usada por Marx– y la realidad empírica, que es siempre y en toda circunstancia, infinitamente más complicada que su representación abstracta. Yo no he escrito una historia económica de la Rusia soviética, sino una teoría general del periodo de transición, para la cual no están preparadas las entendederas de los periodistas “par excellence” ni de los limitados “hombres prácticos”, que son incapaces de comprender los problemas generales» ([5]).
Sin duda las recriminaciones de Bujarin a sus críticos burgueses son válidas. Pero lo cierto es que el propio Bujarin, en Teoría económica..., también fracasa al intentar captar la diferencia entre la teoría general y la realidad empírica. Se pueden poner muchos ejemplos que ilustran lo que decimos, pero nos ceñiremos sólo a los más significativos.
Una de las grandes ilusiones del periodo del comunismo de guerra fue precisamente que se trataría realmente de comunismo, y una de las principales fuentes de esa ilusión fue la desaparición aparente de características de capitalismo como el dinero y los salarios. Fue esta misma ilusión – junto con la estatización de amplias ramas de la economía – lo que más tarde suscitó la idea de que la NEP de 1921 representaba un paso atrás hacia el capitalismo porque restauraba una considerable cantidad de propiedad privada formal y volvía a restablecer la economía mercantil abiertamente. De hecho, la desaparición del dinero y los salarios en el periodo 1918-20 no era para nada resultado de una política deliberada, planificada por el poder soviético, sino que más bien expresaba el colapso catastrófico de la economía frente al bloqueo económico, la invasión imperialista y la guerra civil interna. Fue mano a mano con la extensión del hambre y las enfermedades, la disminución de la población en las ciudades y la extenuación física y social de la clase obrera. Por supuesto este pesado «coste» de la revolución fue impuesto por el odio de toda la burguesía mundial; y el proletariado ruso lo aceptó de buen grado, haciendo los mayores sacrificios para asegurar el aplastamiento militar de las fuerzas de la contrarrevolución. Pero como veremos más tarde, el mayor «coste» de esta lucha fue el debilitamiento político muy rápido de la clase obrera y de su dictadura sobre la sociedad. Confundir esta terrible situación con la construcción consciente de la sociedad comunista es un error muy serio, y como muestra el siguiente pasaje, Bujarin cometió este error:
«Este fenómeno (la tendencia hacia la desaparición del valor) también está ligado por su parte al hundimiento del sistema monetario. El dinero representa el verdadero vínculo social, ese lazo con el que se anuda todo el sistema mercantil. Es concebible que en el periodo de transición, en el proceso de aniquilación del sistema mercantil como tal, ocurra un proceso de “autonegación” del dinero. Esto se expresa en primer lugar en la llamada «devaluación monetaria»; en segundo lugar en el hecho de que la distribución de símbolos monetarios se hace dependiente de la distribución de productos y viceversa. El dinero deja de ser un equivalente universal y se convierte en un símbolo convencional – y por tanto altamente imperfecto – de la circulación de productos.
Los salarios se convierten en una cantidad ilusoria sin contenido. Como la clase obrera es la clase dirigente, el trabajo asalariado desaparece. En la producción socializada no hay trabajo asalariado, y en la medida en que no hay trabajo asalariado, tampoco hay salarios como pago del precio de la fuerza de trabajo vendida a los capitalistas. Solo subsiste la forma externa de los salarios – la forma dinero, que junto con el sistema monetario se acerca a su autoaniquilación. En el sistema de la dictadura del proletariado, el “obrero” recibe un dividendo social (en ruso, “payok”), pero no salarios».
Es evidente que Bujarin confunde aquí muchas cosas. Primero, confunde el periodo de la guerra civil – el periodo de la lucha a vida o muerte entre el proletariado y la burguesía – con el verdadero periodo de transición, que sólo puede empezar su andadura propia y constructiva cuando se ha ganado la guerra civil a escala mundial. En segundo lugar, y consecuentemente, confunde el hundimiento del sistema monetario resultado del hundimiento económico – devaluación, pobreza – con la superación real de la economía mercantil, que solo puede completarse por la unificación comunista de la sociedad global y la emergencia de una sociedad de abundancia. De otro modo, la «abolición» del dinero o los salarios en una región determinada, queda bajo la dominación global de la ley del valor, y no garantiza en absoluto ninguna marcha hacia el comunismo. Y aún más, Bujarin da claramente a entender que en Rusia se habría alcanzado ese deseable estado de cosas (usa incluso una palabra rusa específica para ello, «payok», y escribe «obrero» entre comillas, como dando a entender que ya no pertenecería a los explotados). Y este es el error más peligroso de este pasaje: la idea de que en cuanto el proletariado ha ganado el poder político, ha establecido su dictadura política, y se ha desembarazado de la propiedad privada de los medios de producción, ya no habría trabajo asalariado, ni explotación. Bujarin lo afirma más explícitamente incluso en otra parte, cuando dice que «las relaciones capitalistas de producción son absolutamente inconcebibles bajo el gobierno político de la clase obrera». Por muy radicales que aparenten ser esas afirmaciones, para lo que de hecho servían era para justificar la creciente explotación de la clase obrera.
Antes de continuar con ese punto, sería instructivo dar otro ejemplo del error metodológico de Bujarin. El comunismo de guerra también se caracterizó por la aplicación de soluciones militares a áreas cada vez más amplias de la vida de la revolución, y, más insidiosamente, a áreas en las que es vital que los aspectos políticos se antepongan a los militares. Y una de estas áreas, de las más importantes, fue la extensión internacional de la revolución. Un bastión proletario que se ha establecido en una región, no puede extender la revolución imponiéndola militarmente a otros sectores de la clase obrera mundial; la revolución se extiende sobre todo por medios políticos, por la propaganda, por el ejemplo, llamando a los obreros del mundo a alzarse contra su propia burguesía. Y así fue como se extendió realmente la revolución en el momento culminante de la oleada revolucionaria que comenzó en 1917. En 1920 sin embargo, la revolución rusa ya estaba experimentando las consecuencias mortales del aislamiento, de la derrota de los asaltos revolucionarios en otros países. En esta situación – que iba pareja con un creciente éxito militar en la guerra civil interna – muchos bolcheviques empezaron a poner sus esperanzas en la extensión de la revolución a otros países a punta de bayoneta. El avance del Ejército rojo hacia Varsovia se alimentaba de esas esperanzas – y el fracaso de este «experimento» que sólo empujó a los obreros polacos a un frente común con su propia burguesía, iba a confirmar cuán infundadas habían sido esas esperanzas. Por otra parte Bujarin había sido un ferviente abogado de la «guerra revolucionaria» durante los debates de 1918 sobre el tratado de Brest-Litovsk; y su trabajo de 1920 contiene fuertes ecos de esta posición. Una vez más, toma una realidad contingente de la situación rusa – la necesidad de una guerra de frentes en el enorme territorio de Rusia y la inevitable formación de un ejército regular – y la convierte en una «norma» para todo el periodo de guerra civil: «A medida que el proceso revolucionario se convierte en un proceso revolucionario mundial, la guerra civil se transforma en una guerra de clases, que por parte del proletariado, es conducida por un ejército regular: el “ejército rojo”». De hecho es más probable que la verdad sea lo contrario. Cuanto más se extienda la revolución a escala mundial, más será dirigida directamente por los consejos obreros y sus milicias, más predominarán los aspectos políticos sobre los militares, y menos necesitará un «ejército rojo» que dirija la lucha. Una guerra de frentes no es en absoluto un punto fuerte para el proletariado. En términos estrictamente militares, la burguesía siempre dispondrá de mejor armamento. La fuerza del proletariado reside, en cambio, en su capacidad para organizarse, para extender sus luchas, en ir ganando a más y más sectores de la clase, en minar al ejército del enemigo mediante la fraternización y el desarrollo de su conciencia de clase. En otro pasaje se ve, más claramente aún, cómo esa identificación entre guerra de clases y conflictos militares entre Estados burgueses, llevó a Bujarin a una severa confusión:
«La guerra socialista es una guerra de clases que debe ser diferenciada de la simple guerra civil. Mientras ésta no es una guerra, en el verdadero sentido de la palabra, ya que no se trata de una guerra entre dos organizaciones estatales; en la guerra de clases, en cambio, ambos poderes se encuentran organizados como poderes estatales: por una lado el Estado del capital financiero, por otro el Estado del proletariado». Esta idea resulta aún más peligrosa que la posición (una guerra defensiva de resistencia mediante unidades de tipo guerrilla) defendida por Bujarin en 1919, pues es ahora la propia revolución mundial la que se transforma en una batalla apocalíptica entre dos tipos de poder estatal. Resulta muy significativo que Lenin, totalmente opuesto a Bujarin en los debates sobre Brest-Litovsk pero que apenas criticó Teoría económica..., perdiera la paciencia ante esta argumentación, y la calificara de «confusión total».
Una de las ironías de Teoría económica... es que Bujarin, que demostró comprender muy bien qué era el capitalismo de Estado, se mostrara, en cambio, incapaz de entender el peligro del capitalismo de Estado resultante de la degeneración de la revolución. Ya hemos visto antes cómo Bujarin negaba tozudamente que pudieran existir relaciones capitalistas bajo la dictadura política del proletariado. Más adelante Bujarin señala, explícitamente, que «puesto que el capitalismo de Estado es fruto del desarrollo combinado del Estado burgués y los trusts capitalistas, es evidente que no puede hablarse de ninguna clase de capitalismo de Estado en la dictadura del proletariado, que excluye por principio esa posibilidad». Y abunda aún más en ello con el siguiente argumento: «En el sistema del capitalismo de Estado, el sujeto económicamente activo es el Estado capitalista, el capitalista colectivo total. En la dictadura del proletariado el sujeto económicamente activo es el Estado proletario, la clase obrera colectivamente organizada, “el proletariado organizado como poder estatal”. En el capitalismo de Estado, el proceso de producción es un proceso de producción de un valor excedente, que va a parar a las manos de la clase capitalista, que tiende a transformar este valor en un producto excedente. En la dictadura del proletariado, el proceso de producción sirve como medio a la satisfacción sistemática de las necesidades sociales. El sistema del capitalismo de Estado es la forma más perfecta de explotación de las masas por un puñado de oligarcas. El sistema de la dictadura del proletariado hace impensable cualquier tipo de explotación ya que transforma la propiedad capitalista colectiva, y su forma capitalista privada, en ‘propiedad’ colectiva del proletariado. Así pues, en razón de su esencia, y a pesar de sus similitudes formales, son diametralmente opuestos». Y, por último: «si partimos de que – al contrario de lo que dicen los científicos burgueses – el aparato estatal no es una organización de naturaleza neutralmente mística, podremos entonces comprender que todas las funciones del Estado, también están sujetas a un carácter de clase. Por ello pueden diferenciarse perfectamente la nacionalización burguesa de la nacionalización proletaria. La nacionalización burguesa lleva al capitalismo de Estado. La nacionalización proletaria conduce a una forma estatal del socialismo. Del mismo modo que la dictadura del proletariado constituye la negación, la antítesis de la dictadura burguesa, podemos igualmente decir que la nacionalización proletaria es la negación, todo lo contrario de la nacionalización burguesa».
De los muchos errores que aparecen en esta argumentación hay dos que deben ser destacados. Para empezar tenemos, nuevamente, que Bujarin confunde el período de la guerra civil (cuando temporalmente pueden existir bastiones proletarios en determinados países o regiones) y el período de transición propiamente dicho que sólo puede comenzar cuando el proletariado ha conquistado el poder a escala mundial. Toda la experiencia de la Revolución rusa nos demuestra que la apropiación por el Estado de los medios de producción, incluso por parte del Estado soviético, no logró suprimir la explotación. Esto ni siquiera sería posible en una dictadura del proletariado que disfrutara de condiciones «óptimas» (un proceso revolucionario que se va extendiendo a escala mundial, máxima democracia obrera, etc.) ya que las exigencias globales de la ley del valor seguirían ejerciendo una implacable presión sobre los trabajadores, es más impensable aún en el caso de un bastión proletario que sufre el aislamiento y unas privaciones materiales extremas. En estas condiciones, que fueron las que se vivieron en Rusia, lo que aparece con toda claridad es una tendencia a la degeneración, y el peligro inminente que amenaza a los trabajadores es el de perder su autoridad política y su independencia, mientras padecen un brutal deterioro de sus condiciones de vida y trabajo. En esas circunstancias decir que «es imposible que exista la explotación» por el mero hecho de que los capitalistas privados hayan sido expropiados, sólo puede contribuir a debilitar la resistencia del proletariado tanto en el terreno económico como en el político.
En segundo lugar, la historia ha demostrado efectivamente, que el órgano en el que se manifiesta más nítidamente ese proceso de degeneración es, precisamente, el Estado «proletario». La simplista explicación de Bujarin, para quien el Estado sería una mera «herramienta» de la clase dominante, da la espalda a la comprensión más profunda del marxismo sobre el Estado. Partiendo de un análisis de sus orígenes históricos, el marxismo no plantea que el Estado «se creó de la nada» por una clase dominante, sino que se desarrolló a partir de los crecientes antagonismos de clase que amenazaban con desgarrar la sociedad. Eso no quiere decir que el Estado tenga una naturaleza «místicamente neutral», pero sí que al surgir para defender un orden social basado en la división de clases, sólo puede operar en favor de la clase económicamente dominante. Aunque tampoco pueda afirmarse que el Estado no sea más que un instrumento pasivo de esa clase. De hecho la aparición del capitalismo de Estado expresa, precisamente, que en su época de decadencia, el capital ha debido funcionar, cada vez más, «sin capitalistas». Incluso en las llamadas «economías mixtas», el capitalista privado – el «financiero» como los demás – es el que ha de subordinar sus intereses particulares a las impersonales necesidades del capital nacional en su conjunto, que se les impone, fundamentalmente, a través del Estado.
En el período de inestabilidad que sucede a la destrucción del viejo orden burgués, también emerge un nuevo estado, una vez más fruto de la necesidad de mantener la cohesión social y de evitar que los antagonismos sociales acaben por desgarrarla. Pero en este caso no existe una clase «económicamente dominante», ya que la nueva clase dominante es, a la vez, una clase explotada y que no posee ningún medio de producción. Por ello resulta aún más difícil creer que ese nuevo Estado actúe, automáticamente, en beneficio del proletariado. Esto sólo sucederá si el proletariado se mantiene organizado y consciente, e impone su dirección revolucionaria al nuevo poder estatal. Cuando la revolución retrocede, las fuerzas sociales conservadoras se reagrupan en torno al Estado para hacer de él un instrumento contra los intereses del proletariado. Por todo ello, el capitalismo de Estado sigue siendo muy peligroso, aún bajo la dictadura del proletariado.
Para que el proletariado pueda protegerse de tal peligro, es necesario que mantenga sus propios órganos de clase – tanto sus órganos unitarios (consejos obreros, comités de fábrica…), como su vanguardia política, el partido – al margen del Estado, y que se esfuerce por dotarles de una plena vitalidad. En su Teoría económica, en cambio, Bujarin propugna que tales órganos no sólo no eludan involucrarse directamente en el Estado, sino que, más aún, se fusionen completamente con él, es decir que se subordinen absolutamente a ese Estado: «Ahora debemos plantear la cuestión como principio general del sistema del aparato proletario, es decir, en lo referente a las relaciones entre las diferentes formas de las organizaciones proletarias. Está claro que tanto la clase obrera como la burguesía en el período del capitalismo de Estado aplican necesariamente el mismo método. Ese método consiste en la coordinación entre todas las organizaciones proletarias con una que las engloba a todas, es decir con la organización estatal de la clase obrera, con el estado soviético del proletariado. La “nacionalización” de los sindicatos y la eficaz nacionalización de todas las organizaciones de masas del proletariado es resultado de la lógica misma del propio proceso de transición. Hasta las células más minúsculas de la organización del trabajo deben transformarse en agentes del proceso general de organización, que es sistemáticamente dirigido y guiado por el interés colectivo de la clase obrera, que encuentra su más alta y más global organización en su aparato de Estado. De esta manera el sistema del capitalismo de Estado se transforma a sí mismo, dialécticamente, en su propia inversión en la forma estatal del socialismo obrero».
Siguiendo esa misma «dialéctica», Bujarin defenderá más adelante que el sistema de dirección por un solo hombre, es decir la designación desde arriba para las industrias – una práctica muy extendida en el período del comunismo de guerra, y que suponía un paso atrás, como resultado de la disgregación del proletariado industrial y de la pérdida de su autoorganización – expresaría, según él, una fase aún más avanzada de la maduración revolucionaria, ya que esta práctica «no se basa en un cambio fundamental en las relaciones de producción, sino en el descubrimiento de una forma de administración que garantiza la máxima eficacia. El principio de las más amplia elegibilidad, de abajo a arriba, práctica habitual incluso en los obreros fabriles, es reemplazado por el principio de una concienzuda selección del personal técnico y administrativo, en función de la competencia profesional y la confianza que inspiren los candidatos». Es decir que como las relaciones capitalistas habrían sido ya abolidas por el «Estado proletario», la concepción militar de la «máxima efectividad» podría suplantar el principio político de la autoeducación del proletariado a través de su participación colectiva y directa en la dirección de la economía y el Estado.
Aplicando esa misma «dialéctica» se llega a la conclusión de que la represión ejercida por el Estado contra el proletariado constituye, en realidad, la más alta expresión de la actividad autónoma de la clase: «Resulta obvio que esta imposición, que es en este caso la disciplina que la clase obrera se autoimpone, parte del núcleo más firme hacia una periferia cada vez más amorfa y dispersa. Se trata del poder consciente que cohesiona hasta las partes más pequeñas de la clase, que si bien es percibido subjetivamente por algunos sectores como una presión externa, supone, objetivamente, para el conjunto de la clase, una aceleración de su autorganización». Cuando Bujarin habla de esa «periferia amorfa», no se está refiriendo únicamente a las demás capas no explotadoras de la sociedad, sino a los sectores «menos revolucionarios» de la propia clase obrera, para los que predica «la necesidad de reforzar una disciplina, cuyo carácter forzoso es más palpable cuanto menor es la disciplina interna voluntariamente aceptada». Y es que si bien es cierto que en la revolución la clase obrera debe mostrar una alto grado de autodisciplina, asegurando el cumplimiento de las decisiones mayoritarias, no por ello cabe plantearse obtener «a la fuerza» la adhesión al proyecto comunista de los sectores más atrasados del proletariado. La tragedia de Cronstadt nos ha enseñado que tratar de solucionar, mediante el recurso a la violencia, incluso los conflictos más agudos en el seno de la clase, sólo conduce a debilitar el dominio del proletariado sobre la sociedad. La dialéctica de Bujarin, en cambio, aparece ya como una apología de una militarización cada vez más intolerable del proletariado. Llevada a su conclusión lógica, conduce directamente al terrible error de Cronstadt, cuando el «núcleo firme» (el aparato del partido-Estado, que se había ido separando de las masas) impuso la «disciplina forzosa» a quienes vio como esa «peri-feria amorfa» de las capas «menos revolucionarias» del proletariado, pero que en realidad luchaban por una más que necesaria regeneración de los soviets para que cesaran los excesos del comunismo de guerra.
Tras criticar inicialmente la NEP, Bujarin acabó convirtiéndose en su más acérrimo defensor. Si en Teoría económica... presentaba el comunismo de guerra como la vía «al fin, descubierta» a la nueva sociedad; en sus últimos escritos, Bujarin ve en la NEP, en su pragmatismo y sus cautelas, el modelo ejemplar para el período de transición. Esta repentina conversión de Bujarin a una especie de «socialismo de mercado», ha suscitado un renovado interés por su obra, entre los modernos economistas burgueses, tanto en los estalinistas arrepentidos como en otros. Lógicamente ese interés no se extiende a sus escritos auténticamente revolucionarios anteriores. En 1924 Bujarin iría más lejos todavía, afirmando que la NEP había conducido al socialismo, o sea al «socialismo en un solo país». Es entonces cuando Bujarin empieza a actuar como aliado de Stalin en el ataque contra la Izquierda, jugando el papel de teórico a su servicio. Aunque ni siquiera este servicio le evitó, pocos años más tarde, ser sacrificado por la bestia criminal estalinista.
Este flagrante «cambio de chaqueta» no fue tan sorprendente como podría parecer. De hecho tanto la defensa del comunismo de guerra, como más tarde de la NEP, estaban basadas en concesiones a la idea de que algún tipo de socialismo podría ser construido en los confines de Rusia, o que en última instancia algún tipo de «acumulación primitiva socialista» (un término que aparece en Teoría económica...) se estaba produciendo. De ahí a concluir que el socialismo ya había sido alcanzado no hay más que un paso, aunque para tal paso se necesitara el trampolín de la contrarrevolución.
Sin embargo la trayectoria de Bujarin, de la extrema izquierda del partido entre 1915 y 1919 a la extrema derecha a partir de 1921, necesita algunas explicaciones. En The tragedy of Buhharin (La tragedia de Bujarin), un trabajo muy sofisticado escrito por Donny Gluckstein en 1994 desde la óptica de la organización trotskista SWP, se vierten numerosas críticas a las teorías de Bujarin (incluidas las que aparecen en Teoría económica...) que coinciden, sólo formalmente, con las que le hiciera la Izquierda comunista. Pero el sesgo substancialmente izquierdista del libro de Gluckstein se pone en evidencia cuando para tratar de explicar la trayectoria de Bujarin se focaliza únicamente en el «método filosófico» de éste: su tendencia al escolasticismo y la lógica formal, su inclinación a plantear rígidamente las cuestiones en términos de «o blanco o negro», así como en sus simpatías por la filosofía «monista» de Bogdanov, y su afán por amalgamar marxismo y sociología.. O sea que pasar de defender acríticamente el comunismo de guerra, a defender con esa misma falta de crítica la NEP, se debería a un déficit de dialéctica, a una incapacidad para ver la complejidad y la naturaleza en constante cambio de la sociedad. Desde ese mismo punto de vista, el llamamiento de Bujarin a la guerra revolucionaria cuando el debate sobre la paz de Brest-Litovsk estaría igualmente basado en un conjunto de errores metodológicos, puesto que partiría de un análisis según el cual la Revolución rusa estaría abocada inmediatamente a una elección sin más alternativas que «venderse al imperialismo alemán» o realizar un gesto heroico y fatal ante los ojos del proletariado mundial. Y si Teoría económica... reducía la extensión de la revolución mundial a poco más que un dramático gesto final, tras la creación de relaciones comunistas en Rusia, así pues el Bujarin de 1918 había estado preparado para sacrificar completamente el bastión proletario en Rusia en aras de una revolución mundial que aún no era una realidad inmediata y que, por lo tanto, resultaba como una especie de ideal abstracto.
Es verdad que tanto Lenin como Trotski criticaron muchas veces enérgicamente el método de Bujarin (algunas de las críticas de Lenin aparecen en sus comentarios a Teoría económica...). Pero si Gluckstein pone tanto énfasis en esta cuestión, lo hace en realidad con otro objetivo: atribuir ese método esquemático de «o blanco o negro» al comunismo de izquierda. El trabajo de crítica de Bujarin pasa a convertirse así en una especie de «advertencia» sobre las consecuencias de enredarse con las posiciones políticas de la Izquierda comunista.
No pretendemos refutar aquí el ataque de Gluckstein a las «bases teóricas de la izquierda comunista». Sí debemos afirmar que si bien es cierto que los errores políticos de Bujarin están relacionados con algunas de las concepciones «filosóficas» que subyacen en su pensamiento, éstas no son, en absoluto, las que caracterizan a la Izquierda comunista, sino, muy a menudo, exactamente las contrarias. En cualquier caso es mucho más instructivo analizar el conjunto de la trayectoria de Bujarin como reflejo del curso general de la revolución. Se da frecuentemente el caso de que la trayectoria «personal» de un revolucionario guarda una relación casi simbólica con el curso general de la revolución. Lo vemos, por ejemplo, en Trotski, que fue expulsado de Rusia tras la derrota de la revolución de 1905, que regresó para dirigir la victoria de Octubre, y que de nuevo fue expulsado de ese país en 1929, cuando ya la contrarrevolución todo lo arrasaba. La trayectoria de Bujarin es diferente aunque igualmente significativa. Sus mejores contribuciones al marxismo datan de los años 1915-19, es decir cuando la oleada revolucionaria está en pleno desarrollo y alcanza su cima, y cuando el Partido bolchevique actúa como un verdadero laboratorio del pensamiento revolucionario. Pero aunque, como ya hemos visto, el nombre de Bujarin apareció asociado con el grupo de comunista de izquierda en 1918, lo cierto es que él siguió un camino diferente al que llevaron los comunistas de izquierda a partir de 1919. El principal motivo de discordia de Bujarin en 1918 fue su oposición al tratado de Brest-Litovsk. Pero una vez concluido este debate, otros comprometidos militantes de la izquierda concentraron su atención hacia los problemas internos del régimen, en particular el peligro del oportunismo y de la burocratización en el partido y en el Estado. Algunos de estos militantes – como Sapranov y Smirnov – mantuvieron y acentuaron sus críticas a lo largo de todo el proceso de degeneración y aún incluso en medio de la más profunda contrarrevolución. Bujarin, en cambio, fue convirtiéndose paulatinamente en un «hombre de Estado», en la «figura teórica del Estado», cabría decir. Ciertamente esa trayectoria explica las ambigüedades y las inconsistencias que aparecen en Teoría económica..., que mezcla una teoría radical con una defensa conservadora del status quo, ya que en el momento en que aparece Teoría económica..., la Revolución rusa se encuentra en una situación en la que el movimiento de ascenso revolucionario y el de declive y degeneración se contrarrestaban mutuamente. Desde 1921, en cambio, lo que domina claramente es el reflujo, y a partir de ese momento Bujarin se fue convirtiendo en una especie de «portavoz», de «justificador teórico» del proceso de degeneración, aún cuando él mismo acabara siendo otra más de sus víctimas. También detrás de ese declive intelectual de Bujarin, está la historia de un Partido bolchevique que cuanto más se funde con el Estado, menos capaz es de desempeñar el papel del verdadera vanguardia política y teórica. La historia de los elementos que, tanto en el Partido bolchevique como en el movimiento comunista internacional, fueron capaces de ver más lejos, resistiendo contra ese curso, nos ocupará en futuros artículos de esta serie.
CDW
[1] Revista internacional nº 95.
[2] Bergman Publishers, New York and Pluto Press, p 212.
[3] Citado en D. Gluckstein, La Tragedia de Bujarin, Pluto Press, 1994, pag. 15.
[4] Teoría económica del periodo de transición, traducido por nosotros. Todas las citas no señaladas se refieren a esta obra.
[5] Idem. En este epílogo Bujarin señala también que su libro ha sido erróneamente tomado como una justificación de la «teoría de la ofensiva» en cualquier circunstancia que tanto influyó en el partido alemán y que contribuyó al desastre de la Acción de Marzo en 1921. Sin embargo una cierta conexión sí existe por cuanto Teoría económica… tiende a presentar el declive del capitalismo, no como una época general, sino como una crisis final, definitiva, en la que «la reconstrucción de la industria con que sueñan los utópicos capitalistas, es imposible». La «teoría de la ofensiva» se basaba, precisamente, en la idea de que no existía perspectiva alguna de reconstrucción capitalista, y que la crisis económica solo podía ir a peor. Es probable, además, que esa visión apocalíptica que defiende Bujarin, alentara la identificación del colapso del capitalismo con emergencia del comunismo. Bujarin tenía razón al defender, en contra de la propaganda burguesa, que la revolución proletaria supone un cierto nivel de anarquía social y de colapso de las actividades productivas de la sociedad. Pero en Teoría económica… hay una subestimación absoluta del riesgo que para el proletariado significa que ese colapso se prolongue. Tal peligro se mostró en toda su crudeza en la Rusia de 1920, cuando la clase obrera resultó diezmada y hasta cierto punto desclasada, como consecuencia de los estragos de la guerra civil. Ciertos pasajes del libro dan la impresión de que cuanto más se desintegra la economía, más y mejor se acelera el desarrollo de las relaciones sociales comunistas.
Desde hace 30 años el capitalismo ha sufrido numerosas convulsiones económicas que han desmentido a cada paso los discursos de la clase dominante sobre la «buena salud» y la perennidad de su sistema de explotación. Recordemos, entre otras, las recesiones de 1974-75, 1980-82 o la especialmente severa de 1991-93, o bien, cataclismos bursátiles como el de octubre de 1987, el efecto «Tequila» de 1994 etc. Sin embargo, la sucesión de malas noticias económicas que se vienen acumulando desde agosto 1997 con el desplome de la moneda tailandesa, la debacle de los «tigres» y «dragones» asiáticos, la purga brutal de las bolsas mundiales, la bancarrota de Rusia, la delicada situación de Brasil y otros países «emergentes» de América Latina y sobre todo el estado de gravedad en el que se encuentra Japón, segunda potencia económica mundial, constituye el episodio más grave de la crisis histórica del capitalismo confirmando claramente los análisis marxistas y poniendo en evidencia la necesidad de derribar el capitalismo a través de la revolución proletaria mundial.
Ahora bien, en los últimos 30 años, la forma que ha tomado esta crisis no ha sido, sobre todo en los grandes países industrializados, la de una depresión brutal como ocurrió en los años 30. A lo que hemos asistido es a una caída lenta y progresiva, a un descenso a los infiernos del paro y la miseria, en escalones sucesivos, a la vez que los estragos más grandes se concentraban en la mayoría de países de la «periferia»: África, Sudamérica, Asia, hundidos irremediablemente en el marasmo total, la barbarie y la descomposición.
Esta forma inédita que toma la crisis histórica del capitalismo tiene la ventaja para la burguesía de los grandes países industrializados, aquellos que concentran a su vez las masas más importantes del proletariado, de enmascarar la agonía del capitalismo, creando la ilusión de que sus convulsiones serían pasajeras y responderían a crisis cíclicas como las del siglo pasado, seguidas por un período de desarrollo general intensivo.
Como instrumento de combate contra estas mistificaciones iniciamos aquí un estudio de la evolución del capitalismo durante los últimos 30 años que, por una parte, pone en evidencia que ese ritmo lento y escalonado de la crisis es el resultado de la «gestión» de la misma a través de trampas que los Estados hacen con las propias leyes del sistema capitalista (notablemente el recurso a un endeudamiento astronómico jamás visto en la historia de la humanidad) y por otro lado, que tales políticas no suponen ninguna solución a la enfermedad mortal del capitalismo sino que lo único que consiguen es aplazar en los países más importantes sus expresiones más catastróficas al precio de hacer más explosivas sus contradicciones y de agravar todavía más el cáncer incurable del capitalismo mundial.
El marxismo ha dejado claro que el capitalismo no tiene solución a su crisis histórica, crisis que se viene planteando desde la Primera Guerra mundial. Sin embargo, la forma y las causas de esta crisis ha sido objeto de debate entre los revolucionarios de la Izquierda comunista ([1]). Sobre la forma: ¿adopta la de una depresión deflacionista al estilo de las crisis cíclicas del período ascendente (entre 1820 y 1913)? O bien ¿se presenta como un proceso degenerativo progresivo en el curso del cual toda la economía mundial va hundiéndose en un estado de estancamiento y descomposición cada vez más agudos?.
En los años 20, en algunas tendencias del KAPD, se planteó la «teoría del derrumbe» según la cual la crisis histórica del capitalismo tomaría la forma de un hundimiento brutal y sin salida que pondría al proletariado ante la tesitura de hacer la revolución. Esta visión también se desprende de algunas corrientes bordiguistas para quienes la forma súbita de la crisis colocaría al proletariado en el disparadero de la acción revolucionaria.
No podemos entrar aquí en un análisis detallado de esta teoría. Sin embargo, lo que nos interesa dejar claro es que se ha visto desmentida tanto en el plano económico como en el plano político por la evolución del capitalismo desde 1917.
Lo que ha confirmado la experiencia histórica en el presente siglo es que la burguesía hace lo imposible por evitar el derrumbe espontáneo y súbito de su sistema de producción. El problema del desenlace de la crisis histórica del capitalismo no es estrictamente económico sino sobre todo y esencialmente político, depende de la evolución de la lucha de clases:
– bien el proletariado desarrolla sus combates hasta la imposición de su dictadura revolucionaria que saque a la humanidad del marasmo actual y la conduzca al comunismo como nuevo modo de producción que supera y resuelve las contradicciones insolubles del capitalismo.
– bien, la supervivencia de este sistema hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitivas, bien sea a través de una guerra mundial generalizada, bien sea por la pendiente de una lenta agonía, de una descomposición progresiva y sistemática ([2]).
Frente a la crisis permanente de su sistema, la burguesía responde con la tendencia universal al capitalismo de Estado. El capitalismo de Estado no es únicamente una respuesta económica, también es una respuesta política, tanto como necesidad para llevar a cabo la guerra imperialista como medio de enfrentar al proletariado. Pero desde el punto de vista económico el capitalismo de Estado es una tentativa no tanto de superación o solución de esa crisis sino de acompañamiento y ralentización de la misma ([3]).
La brutal depresión de 1929 mostró a la burguesía los graves riesgos que contenía su crisis histórica en el plano económico, de la misma forma que la oleada revolucionaria internacional del proletariado de 1917-23 le había puesto en evidencia las amenazas gigantescas en el plano decisivo, el político, por parte de la clase revolucionaria, el proletariado. La burguesía no se resignó en ninguno de los dos frentes, desarrolló su Estado de forma totalitaria como baluarte defensivo contra la amenaza proletaria y contra las contradicciones mismas de su sistema de explotación.
En los últimos 30 años, marcados, tanto por la reaparición en forma abierta de la crisis histórica del capitalismo como por la reanudación de la lucha del proletariado, hemos visto cómo la burguesía perfecciona y generaliza sus mecanismos estatales de acompañamiento y gestión de la crisis económica para evitar una explosión brutal y descontrolada de la misma, al menos en las grandes concentraciones industriales (Europa, Norteamérica, Japón), allí donde está el corazón del capitalismo, en donde se juega su porvenir ([4]).
La burguesía hace todas las trampas imaginables con sus propias leyes económicas para evitar una repetición de la experiencia brutal que supuso 1929 con una caída catastrófica de un 30% de la producción mundial en menos de 3 años y una explosión del paro del 4 al 28% en ese mismo lapso de tiempo. No solo lanza machaconas campañas ideológicas destinadas a enmascarar la gravedad de la crisis y sus verdaderas causas, sino que recurre a todas las artes de su «política económica» para mantener la apariencia de un edificio económico que funciona, que progresa, que podría tener no se sabe qué radiantes perspectivas.
Nuestra Corriente lo ha dejado claro desde su propia constitución. En la Revista internacional nº 1 señalábamos que «En algunos momentos la convergencia de varios factores puede provocar una depresión importante en ciertos países, tales como Italia, Inglaterra, Portugal o España. No negamos tal eventualidad. Sin embargo, aunque tal desastre quebrante de forma irreparable la economía mundial (las inversiones y acciones británicas en el extranjero alcanzan ya ellas solas los 20 billones de $), el sistema capitalista mundial podrá mantenerse todavía en tanto consiga un mínimo de producción en ciertos países avanzados tales como Estados Unidos, Alemania, Japón o los países del Este. Tales acontecimientos golpean al sistema en su conjunto y las crisis son inevitablemente crisis mundiales. Pero por las razones que hemos expuesto previamente pensamos que la crisis será aplazada, con convulsiones en dientes de sierra y su movimiento será más bien el del zigzagueo de una bala que el de una caída brutal y repentina. Incluso el hundimiento de una economía nacional no significará necesariamente que todos los capitalistas en quiebra se ahorquen como ponía en evidencia Rosa Luxemburg. Para que ello ocurra es preciso que la personificación del capital nacional, el Estado, sea destruido y esto sólo puedo hacerlo el proletariado revolucionario»([5]).
En la misma línea, tras las violentas sacudidas económicas de los años 80, poníamos de manifiesto que «la máquina capitalista no se ha derrumbado realmente. A pesar de los récords históricos de quiebras y bancarrotas; a pesar de los crujidos y grietas cada vez más profundos y frecuentes, la máquina de las ganancias sigue funcionando, concentrando fortunas gigantescas – fruto de la lucha mortal y carroñera que opone a los capitales entre si – pavoneándose con la más cínica arrogancia de sus discursos sobre las maravillas del liberalismo mercantil» ([6]).
Una clase dominante no se suicida ni cierra las puertas de su negocio dejando las llaves a la clase que viene después. No ocurrió con la clase feudal que tras una feroz resistencia pactó incluso con la burguesía para hacerse un hueco en el nuevo orden. Menos aún va a pasar con la burguesía que sabe con certeza que bajo el orden social que representa el proletariado no hay ningún resquicio para el mantenimiento de los privilegios de clase, en donde lo único que le queda es desaparecer.
Tanto para mistificar y derrotar al proletariado como para mantener a flote su sistema económico, la burguesía necesita que sus miembros no se desmoralicen y tiren la toalla y eso obliga al Estado a mantener a toda costa el edificio económico, a dar la máxima apariencia de normalidad y eficacia, a asegurar su credibilidad.
Sea como sea, la crisis es el mejor aliado del proletariado para el cumplimiento de su misión revolucionaria. Pero no lo es de una forma espontánea o mecánica, sino a través del desarrollo de su lucha y de su conciencia. Lo es si en el proletariado se desarrolla una reflexión sobre sus causas profundas y si, consecuentemente con ello, las organizaciones revolucionarias llevan a cabo un combate tenaz y obstinado mostrando la realidad de la agonía del capitalismo y denunciando todas las tentativas del capitalismo de Estado para aplazar la crisis, ralentizarla, enmascararla, desplazarla desde los centros neurálgicos del capitalismo mundial a las regiones más periféricas y en las que el proletariado tiene menos peso social.
El «acompañamiento de la crisis», o para emplear los términos del Informe de nuestro último Congreso internacional ([7]), la «gestión de la crisis», es la manera con la que, desde 1967, ha respondido el capitalismo mundial a la reaparición de forma abierta de su crisis histórica. Esa «gestión de la crisis» es clave para comprender el curso de la evolución económica de los últimos 30 años y entender el éxito que ha tenido la burguesía hasta la fecha para velar a los ojos del proletariado la gravedad y la magnitud de la crisis.
Esta política es la expresión más acabada de la tendencia histórica general al capitalismo de Estado. En realidad, y de forma progresiva a lo largo de los últimos 30 años, los Estados occidentales han desarrollado toda una política de manipulación de la ley del valor, de endeudamiento masivo y generalizado, de intervención autoritaria del Estado sobre los agentes económicos y los procesos productivos, de trampas con las monedas, el comercio exterior y la deuda pública, que dejan en pañales los métodos de planificación estatal de los burócratas estalinistas. Toda la cháchara de las burguesías occidentales sobre la «economía del mercado», el «juego libre de las fuerzas económicas», la «superioridad del liberalismo», etc., es en realidad una gigantesca mistificación: desde hace 70 años y como ha venido afirmando la Izquierda comunista, no existen dos «sistemas económicos», uno de «economía planificada» y otro de «economía libre», sino que existe un solo sistema, el capitalismo, que en su lenta agonía es sostenido por la intervención cada vez más absorbente y totalitaria del Estado.
Esa intervención del Estado para acompañar la crisis, tratar de adaptarse a ella y buscar su ralentización y aplazamiento, ha logrado evitar en los grandes países industrializados un hundimiento brutal, una desbandada general del aparato económico. Sin embargo, no ha conseguido ni solucionar la crisis ni solventar al menos algunas de sus expresiones más agudas como el desempleo o la inflación. Tras 30 años de esas políticas de paliativos su único logro es una especie de descenso organizado hacia el abismo, una suerte de caída planificada cuyo único resultado real ha sido prolongar de forma indefinida los sufrimientos, la incertidumbre y la desesperación de la clase obrera y de la inmensa mayoría de la población mundial. De un lado, la clase obrera de los grandes centros industriales ha sido sometida a un tratamiento sistemático de recorte sucesivo y gradual de sus salarios, sus empleos, sus condiciones de vida, su estabilidad laboral, su supervivencia misma. Por otra parte, la gran mayoría de la población mundial, la que malvive en la enorme periferia que rodea a los centros neurálgicos del capitalismo, ha sido, en su gran mayoría, sumida en una situación de barbarie, hambre y mortalidad que bien se puede calificar del mayor genocidio que jamás haya sufrido la humanidad.
Esta política es, sin embargo, la única posible para el conjunto del capitalismo mundial, la única que puede mantenerle a flote aún al precio de dejar caer en el abismo a partes cada vez más substanciales de su propio cuerpo económico. Los países más importantes y decisivos desde el punto de vista imperialista, económico y sobre todo de confrontación entre las clases, concentran todos sus esfuerzos en descargar la crisis sobre los países más débiles, con menos recursos frente a sus efectos devastadores y con menor trascendencia en la lucha contra el proletariado. Así, en los años 70-80 cayó gran parte de Africa, un buen pedazo de Sudamérica y Centroamérica y toda una serie de países asiáticos. Desde 1989 le tocó el turno a los países de Europa del Este, Asia Central, etc., sometidos hasta entonces a la férula soviética y a ese gigante con pies de barro llamado Rusia. Ahora ha sido el turno de los antiguos «dragones» y «tigres» asiáticos que contemplan la caída más brutal y más rápida de la economía desde hace 80 años.
Mucho nos han hablado políticos, sindicalistas o «expertos» de «modelos económicos», de «políticas económicas», de «soluciones a la crisis». La cruda realidad de la crisis a lo largo de los últimos 30 años ha convertido en insondables estupideces o en vulgares timos de saltimbanquis esos laureados «modelos»: el famoso «modelo japonés» ha tenido que ser apresuradamente retirado de la propaganda y los libros de texto, el «modelo alemán» ha sido discretamente arrinconado en el baúl de los recuerdos, el disco rayado sobre el «éxito» de los «tigres» y los «dragones» asiáticos se ha visto estrepitosamente derribado en el lapso de unos cuantos meses... En la práctica, la única política posible para todos los gobiernos, sean de derechas o de izquierdas, dictatoriales o «democráticos», «liberales» o «intervencionistas», es el acompañamiento y gestión de la crisis, el descenso planificado y lo más gradual posible a los infiernos.
Esa política de gestión y acompañamiento de la crisis no tiene como efecto encerrar el capitalismo mundial en una suerte de punto muerto, de situación estática donde la brutalidad de las contradicciones del régimen de explotación se pudiera contener y limitar de forma perpetua. Esa estabilidad es imposible por la propia naturaleza del capitalismo, por su propia dinámica que lo empujan sin cesar a intentar acumular cada vez más capital, a competir por el reparto del mercado mundial. Por esa razón, la política de aplazamiento, dosificación y ralentización de la crisis tiene como efecto perverso el de agravar y hacer más violentas y más profundas las contradicciones del capitalismo. El «éxito» de las políticas económicas del capitalismo durante los últimos 30 años se ha reducido a aplazar en parte los efectos de la crisis pero, entretanto, la bomba se ha ido cebando, se ha hecho más explosiva, más dañina, más destructiva:
Todas las trampas del capitalismo con sus propias leyes económicas han conseguido que la crisis no tome la forma de hundimiento repentino de la producción como ocurría con las crisis cíclicas del capitalismo ascendente en el siglo pasado o como pudo verse con la depresión del 29. Pero con ello la crisis ha tomado una forma mucho ampliada, más aniquiladora para las condiciones de vida del proletariado y del conjunto de la humanidad: la de un descenso en escalones sucesivos, progresivamente más brutales, hacia una situación de marasmo, y descomposición cada vez más generalizados.
Las convulsiones que se vienen produciendo desde agosto de 1997 marcan uno de esos escalones en el descenso al abismo. No nos cabe la menor duda de que está siendo el peor episodio de los últimos 30 años. Para comprender mejor el nivel de agravamiento de la crisis del capitalismo al que ese episodio corresponde y evaluar sus efectos sobre las condiciones de vida del proletariado lo que vamos a desarrollar es un análisis de las diferentes etapas hacia abajo en los últimos 30 años.
En la Revista internacional nº 8 señalamos que la política del capitalismo de «gestión y acompañamiento de la crisis» tenía tres ejes: «desplazar la crisis hacia otros países, hacerla recaer sobre las clases intermedias y descargarla sobre el proletariado». Esos tres ejes han definido las diferentes etapas de hundimiento del sistema.
En 1967 con la devaluación de la libra esterlina asistimos a una de las primeras manifestaciones de una nueva crisis abierta del capitalismo tras los años de prosperidad relativa otorgados por la reconstrucción de la economía mundial tras la enorme destrucción que supuso la Segunda Guerra mundial. Hay un primer sobresalto del desempleo que sube en países de Europa hasta un 2%. Los gobiernos responden con políticas de aumento del gasto público que rápidamente enmascaran la situación y permiten una recuperación de la producción durante 1969-71.
En 1971 la crisis toma la forma de violentas tormentas monetarias concentradas alrededor de la primera moneda mundial, el dólar. El gobierno de Nixon da un paso que aplazará momentáneamente el problema pero que tendrá graves consecuencias en la evolución futura del capitalismo: se desmontan los acuerdos de Breton Woods adoptados en 1944 y que desde entonces habían regido la economía mundial.
Con estos acuerdos se abandonó definitivamente el patrón oro y se sustituyó por el patrón dólar. Semejante medida ya supuso en su momento un paso adelante en la fragilización del sistema monetario mundial y un estímulo de las políticas de endeudamiento. En su periodo ascendente el capitalismo había vinculado las monedas al respaldo de reservas de oro o plata que establecía una correspondencia más o menos coherente entre la evolución de la producción y la masa monetaria en circulación evitando o al menos paliando los efectos negativos del recurso incontrolado al crédito. Por ello la vinculación de las monedas al patrón dólar eliminaba ese mecanismo de control y, además de dar un ventaja muy importante al capitalismo americano sobre sus competidores, suponía un riesgo considerable de inestabilidad monetaria y crediticia.
Ese riesgo permaneció latente mientras la reconstrucción dejaba un margen para la venta de una producción en continua expansión. Sin embargo, estalló claramente desde 1967 cuando ese margen se redujo dramáticamente. Con el abandono del patrón dólar en 1971 y su sustitución por unos Derechos Especiales de Giro que permitían a cada Estado emitir su moneda sin más garantía que la ofrecida por él mismo, los riesgos de inestabilidad y de endeudamiento descontrolado se hacían más tangibles y peligrosos.
El boom de 1972-73 ocultó una vez más esos problemas y aportó uno de esos espejismos con los que el capitalismo ha tratado de enmascarar su crisis agónica: en esos 2 años se batieron récords históricos de producción basados esencialmente en un impulso desenfrenado del consumo.
Apoyado en ese «éxito» efímero el capitalismo alardeó de la superación definitiva de la crisis, del fracaso del marxismo en su anuncio de la quiebra mortal del sistema. Pero estas proclamaciones se vieron rápidamente desmentidas por la crisis de 1974-75: los índices de producción cayeron en los países industrializados entre un 2 y un 4%.
La respuesta a esta nueva convulsión se polarizó sobre dos ejes:
Esas medidas consiguieron relanzar la producción aunque esta no llegó nunca a los niveles de 1972-73. Ahora bien, el coste fue la explosión de la inflación que en algunos países centrales superó la cota del 20% (en Italia llegó al 30%). La inflación es un rasgo característico del capitalismo decadente debido a la inmensa masa de gastos improductivos que el sistema arrastra para sobrevivir: producción de guerra, hipertrofia del aparato estatal, gastos gigantescos de financiación, publicidad etc. Esos gastos no son en nada comparables con los gastos de circulación y de representación típicos del periodo ascendente. Sin embargo, esa inflación permanente y estructural se convirtió, a mediados de los años 70, en inflación galopante debido a la acumulación de déficits públicos realizados mediante la emisión de moneda sin ninguna contrapartida ni control.
La evolución de la economía mundial oscila entonces de forma estéril entre el relanzamiento y la recesión. Cada tentativa de relanzar la economía provoca una llamarada inflacionaria (lo que llaman el «recalentamiento») que obliga a los gobiernos a operar un «enfriamiento»: aumento brusco de los tipos de interés, frenazo a la circulación monetaria, etc., lo cual lleva a la recesión, es decir, muestra el fondo del atolladero en que se encuentra la economía capitalista debido a la sobreproducción.
Tras esta breve descripción de la evolución económica durante los años 70 vamos a sacar unas conclusiones en dos planos:
Situación general de la economía
Media de la producción en los países de la OCDE
1960-70 .......................... 5,6%
1970-73 .......................... 5,5%
1976-79 ............................ 4%
2. Los préstamos masivos a los países del llamado «Tercer Mundo» permiten la explotación y la incorporación al mercado mundial de los últimos aunque muy poco relevantes reductos precapitalistas. Podemos decir que el mercado mundial (como sucedió igualmente con la segunda reconstrucción desde 1945) sufre una pequeña expansión.
3. El conjunto de sectores productivos crece, incluidos sectores tradicionales como la construcción naval, la minería y la siderurgia que experimentan una gran expansión entre 1972 y 1978. Sin embargo esta expansión es su canto del cisne: desde ese año los signos de saturación se acumulan obligando a las famosas «reconversiones» (eufemismo para encubrir despidos masivos) que comenzarán en 1979 y marcarán la década siguiente.
4. Las fases de relanzamiento afectan a toda la economía mundial de forma bastante homogénea. Salvo excepciones (un ejemplo significativo es el retroceso de la producción en los países del cono sur de América) todos los países se benefician del incremento de la producción no existiendo la situación de países «descolgados» que veremos en los años 80.
5. Los precios de las materias primas mantienen una tendencia constante al alza que culmina con el boom especulativo del petróleo (entre 1972-77) tras lo cual la tendencia empieza a invertirse.
6. La producción de armamentos se dispara en relación a la década de los años 60 y crece de forma espectacular a partir de 1976.
7. El nivel de endeudamiento sufre una fuerte aceleración desde 1975, aunque en comparación con lo que vendrá después resulta una minucia. Presenta las siguientes características:
– Es bastante moderado en los países centrales (aunque desde 1977 experimenta un aumento espectacular en Estados Unidos, durante la administración Carter);
– En cambio, su escalada es gigantesca en los países del «Tercer Mundo»:
Deuda países «subdesarrollados»
(fuente: Banco Mundial)
1970 ........... 70 000 millones $
1975 ......... 170 000 millones $
1980 ......... 580 000 millones $
8. El sistema bancario es sólido y la concesión de préstamos (de consumo y de inversión, a las familias, empresas e instituciones) es sometida a una serie de controles y avales muy rigurosa.
9. La especulación es un fenómeno todavía limitado aunque la fiebre especulativa con el petróleo (los famosos petrodólares) anuncia una tendencia que va a generalizarse en la década siguiente.
Situación de la clase obrera
Número de desempleados
en los 24 países de la OCDE
1968 ....................... 7 millones
1979 ..................... 18 millones
2. Los salarios crecen nominalmente de forma significativa (se alcanza hasta el 20-25% de incrementos nominales) y en países como Italia se instaura la escala móvil. Ese crecimiento es engañoso pues globalmente los salarios pierden la carrera frente a una inflación galopante.
3. Predominan masivamente los puestos de trabajo fijos y en los países más importantes crece fuertemente la contratación pública.
4. Las prestaciones sociales, subsidios, sistemas de Seguridad Social, subvenciones a la vivienda, sanidad y educación, crecen de forma bastante significativa.
5. En esta década, el descenso en las condiciones de vida es real pero bastante suave. La burguesía, alertada por el renacimiento histórico de la lucha de clases y gozando de un margen de maniobra importante en el terreno económico, prefiere cargar más los ataques a los sectores más débiles del propio capital nacional que a la clase obrera. La década de los 70 fue la de «los años de la ilusión», caracterizada por la dinámica de «Izquierda al Poder».
*
En el próximo artículo realizaremos un balance de los años 80 y 90 que nos permitirá por una parte evaluar la violenta degradación de la economía y de la situación de la clase y, por otro lado, comprender con más claridad las sombrías perspectivas el nuevo escalón hacia el infierno que ha supuesto el episodio abierto en agosto 1997.
Adalen
[1] Sobre las causas de la crisis se han planteado esencialmente 2 teorías: la de la saturación del mercado mundial y la de la tendencia a la baja de la cuota de ganancia. Ver sobre esta cuestión artículos en la Revista internacional números 13, 16, 23, 29, 30, 76 y 83.
[2] Ver en nuestra Revista internacional nº 62 «La descomposición del capitalismo».
[3] Ver en nuestra Revista internacional nº 21 «Sobre el capitalismo de Estado» y en Revista internacional nº 23 «El proletariado en el capitalismo decadente».
[4] Ver en nuestra Revista internacional nº 31 «El proletariado de Europa occidental en el centro de la lucha de clases».
[5] «La situación internacional: la crisis, la lucha de clases y las tareas de nuestra Corriente internacional», en Revista internacional nº 1.
[6] «¿ Por dónde va la crisis económica?: el crédito no es una solución eterna» en Revista internacional nº 56.
[7] Este informe lo publicamos en la Revista internacional nº 92.
Irak, Kosovo, Acuerdos de Wye Plantation
Durante cuatro días, del 16 al 19 de diciembre de 1998, a Irak le han caído más misiles que durante toda la guerra del Golfo de 1991. Tras las amenazas sin consecuencias de febrero y noviembre de 1998, Estados Unidos (EEUU) las han concretado esta vez con un nuevo infierno sobre una población irakí víctima ya de la guerra de 1991 y de unas « sanciones » sinónimo de hambres, enfermedades y de una miseria cotidiana que han superado los límites de lo soportable. En el momento del hundimiento del bloque ruso en 1989, el entonces presidente Bush había anunciado un « nuevo orden mundial de paz y prosperidad ». Desde entonces lo que hemos vivido es un desorden creciente, más guerras todavía y una extensión sin precedentes de la miseria en el mundo. Los recientes bombardeos sobre Irak lo han vuelto a confirmar. Confirman también lo que hemos escrito en el artículo de la página siguiente, escrito antes de esos bombardeos: « Una sangrienta espiral de destrucción en la que el empleo de la fuerza por parte de EEUU, en defensa de su autoridad, tiende a ser más frecuente y más masiva. Pero, al mismo tiempo, los resultados políticos de esas demostraciones de fuerza son cada vez menos palpables, mientras que sí son más ciertos la generalización del caos y la guerra, acentuándose el abandono de las reglas comunes del juego ».
Como lo analiza este artículo, EEUU actúa cada vez más por cuenta propia, sin andar entorpeciéndose con acuerdos de ese pretendido guardián de la «legalidad internacional», la ONU. Esta vez, los bombardeos han comenzado en la hora de mayor audiencia (el «prime time») de la televisión americana mientras el Consejo de Seguridad de la ONU estaba reunido para examinar el famoso informe redactado por Richard Butler, jefe de la Unscom, informe que precisamente ha servido de pretexto a la intervención estadounidense. Es de sobras sabido que ese informe está plagado de mentiras, en total contradicción con otro informe examinado al mismo tiempo y procedente de la Agencia internacional de la energía atómica cuya conclusión es que Irak ha ejecutado las decisiones de la ONU ([1]). La reacción tan poco entusiasta de los « aliados » de EEUU, excepto la de Gran Bretaña ([2]), incluida la de Kofi Annan, tras el ataque, ponen de relieve el hecho de que el gobierno americano ha adoptado una política defendida ya desde hace tiempo por una buena parte de la burguesía, especialmente la representada por el Partido republicano: olvidarse de obtener el asentimiento de las demás potencias o el de la ONU (transformándolas así en rehenes de EEUU), e intervenir unilateralmente en acciones que se consideren útiles para afirmar el liderazgo norteamericano. Es ese desacuerdo en el seno de la burguesía de EEUU sobre los medios de afirmar una hegemonía US en el mundo cada vez más cuestionada, lo que puede explicar el « monicagate ».
Sobre este tema, los « análisis » hechos a profusión en la prensa de muchos países, explicando que los bombardeos americanos de diciembre se debían a la voluntad de Clinton de aplazar su proceso por el Congreso no tienen otro objetivo que el de desprestigiar a Estados Unidos con la sospecha de que siembran la muerte con el único propósito de defender los mezquinos intereses personales de su presidente. En realidad, Clinton no ha decidido llevar a cabo el bombardeo unilateral sobre Irak a causa del « caso Lewinski ». Al contrario, éste se debe, en gran parte, a que Clinton no se había decidido antes a adoptar esa resolución, en febrero de 1998 en particular. Sin embargo, como lo deja claro el artículo que sigue, la afirmación de la nueva orientación de la política de EEUU tampoco será suficiente para cambiar lo esencial en las relaciones internacionales: un caos creciente, la continua pérdida de autoridad del gendarme norteamericano y, por parte de éste, el recurso a repetición a la fuerza de las armas. Ya hoy se puede comprobar que el único éxito real que haya obtenido el gobierno de EEUU es el de haber saboteado el acercamiento que se estaba desarrollando en el ámbito militar entre Gran Bretaña y otros países de Europa. Por lo demás, lo único que han logrado los bombardeos estadounidenses es fortalecer el régimen de Sadam Husein, mientras que el fracaso diplomático del viaje de Clinton a Israel y a Palestina ponían de relieve el limitado éxito de Wye Plantation.
Según los medios de comunicación de la burguesía, el año 1998 acaba con un importante fortalecimiento de la colaboración en pro de la paz mundial y la defensa de los derechos humanos en el mundo. En el golfo Pérsico, la amenaza de las fuerzas armadas norteamericanas y británicas – respaldadas esta vez por la comunidad internacional – ha impuesto a Irak la continuación de las inspecciones de su desarme, con objeto de evitar que un dictador sanguinario como Sadam Husein tenga en sus manos «irresponsables» armas de destrucción masivas. En Oriente Medio, el «proceso de paz» auspiciado por EEUU – y que se encontraba al borde mismo del colapso – ha sido salvado por los Acuerdos de Wye Plantation, en los que el presidente Clinton, dispuesto a «persuadir pacientemente durante el tiempo que haga falta», ha conseguido que Arafat y Netanyahu, hayan empezado a poner en marcha, al menos parcialmente, los Acuerdos de Oslo basados en la célebre fórmula de «paz por territorios». En los Balcanes, la OTAN – amenazando una vez más con una intervención militar – ha puesto fin a las operaciones militares entre Serbia y las fuerzas kosovares-albanesas, y ha impuesto una frágil tregua que deberá ser vigilada por «observadores de paz» internacionales. Y a finales del año, la diplomacia de EEUU y de Sudáfrica, han desencadenado una ofensiva que pretende poner fin a la guerra en el Congo, al mismo tiempo que el presidente francés, Chirac, se ha mostrado dispuesto incluso a estrechar la mano del «dictador congoleño» Kabila en la cumbre del Africa francófona de París, supuestamente con esos mismos loables objetivos.
¿ Acaso la burguesía – cuando finaliza el siglo en el que ha convertido el mundo en una gigantesca carnicería – gobernaría ya la sociedad según la carta de la paz de Naciones Unidas, o los principios «humanitarios» de Amnistía internacional?. La propaganda de la clase dominante alardea de la cruzada democrática contra Pinochet y la supuesta paz establecida en Oriente Medio o en los Balcanes, para tratar de ensombrecer, con estas luminarias, los conflictos imperialistas actuales. Pero la realidad de todos estos conflictos pone de manifiesto exactamente lo contrario, es decir la agravación de la barbarie militarista de una sistema capitalista agonizante, los sucesivos estallidos de pugnas imperialistas de todos contra todos, la necesidad creciente para Estados Unidos de recurrir a la fuerza militar para defender su autoridad mundial.
Tras el restablecimiento de la «autoridad de la ONU en Irak», como tras las negociaciones impuestas por la OTAN a Serbia y al Ejército de Liberación Kosovar (ELK), y la revitalización del proceso de «paz por territorios» entre las burguesías israelí y palestina, lo que se esconde en realidad es una auténtica contraofensiva del imperialismo norteamericano. Una contraofensiva para hacer frente al debilitamiento generalizado de su liderazgo. Si EEUU ha terminado por imponerse en Irak y Kosovo, ha sido precisamente saltándose las «reglas» y la «autoridad» de Naciones Unidas, que en los últimos años había sido cada vez más utilizada en contra de los intereses americanos.
Se ha producido un importante giro de la política norteamericana hacia el resto del mundo, un giro hacia una actitud mucho más agresiva y «unilateral» de EEUU en defensa de sus intereses nacionales. Fueron los propios Estados Unidos quienes, cuando prepararon un nuevo ataque militar contra Irak en Noviembre, arrojaron al basurero de la historia las mascaradas de la «unidad» y de la «legalidad internacional» de la ONU, tan ensalzadas por la propaganda burguesa. Pero ésta no ha sido la política tradicional de EEUU. Tras el desplome del «orden mundial» establecido en Yalta como consecuencia de la disgregación del bloque imperialista ruso, fue precisamente Estados Unidos – dada su autoridad al ser la única potencia mundial que persistía – el que usó la ONU, y su «Consejo de Seguridad» para imponer la Guerra del Golfo a todo el mundo. EEUU metió a Sadam Hussein en la trampa de la invasión de Kuwait y ello le permitió justificar la guerra de 1991 como un necesario ejercicio de defensa del «derecho internacional» (que en una sociedad dividida en clases ha sido siempre el derecho del más fuerte) legitimada por la «comunidad internacional». Sadam cayó en la trampa ya que no podía retirarse de Kuwait sin luchar, so pena de arriesgarse a la caída de su régimen. Pero también el resto de potencias del ya extinto bloque occidental cayeron en esa misma trampa, puesto que se vieron obligadas a participar o a sufragar una guerra que, en realidad, tenía como objetivo refrenar sus ambiciones de una mayor independencia respecto a EEUU.
Hace un año, Irak, con la lección bien aprendida, consiguió devolver la jugada a Estados Unidos, utilizando la ONU y su Consejo de seguridad contra el imperialismo estadounidense. En lugar de la ocupación de Kuwait, el «carnicero de Bagdag» jugó esta vez la carta de la obstrucción al trabajo de los inspectores de armamento de la ONU, una cuestión secundaria que le hacía difícil a EEUU el justificar una acción militar común, y que al mismo tiempo permitía a Irak retirar ese envite llegado el momento. Esta vez quien resultó atrapado no fue Irak, sino el propio EEUU, ya que los aliados y consejeros de Irak en el Consejo de seguridad, es decir Francia y Rusia, así como el secretario general de la ONU, Annan, impusieron la «solución diplomática», cuya principal consecuencia fue impedir el despliegue militar de los ejércitos norteamericanos y británicos, humillando con ello al líder mundial. Esta situación fue el punto más álgido del proceso de socavamiento del liderazgo de la superpotencia norteamericana, un proceso que ya venía manifestándose desde poco después de la Guerra del Golfo, cuando la recién reunificada Alemania apadrinó la independencia de Eslovenia y Croacia – propiciando con ello el estallido de Yugoslavia – en contra de los deseos de Washington.
Frente a esta creciente erosión de su liderazgo, los Estados Unidos han desatado la actual contraofensiva para sacudirse el farragoso estorbo que les supone la ONU. Y así Sadam, que buscaba un levantamiento del embargo contra Irak y beneficiarse del conflicto de intereses existente en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, volvió a repetir la jugada de la obstrucción a los inspectores de desarme, para volver a provocar una crisis de la que pudiera retirarse en el último momento, evitando el ataque militar de EEUU. Pero esta vez, Sadam ha debido dar marcha atrás tan rápidamente y en tan humillantes circunstancias, que el resultado de la crisis ha constituido, en cambio, un indudable fortalecimiento de la autoridad mundial de Estados Unidos. La diferencia, esta vez, ha consistido, precisamente, en que EEUU, al contrario de lo que sucedió en la guerra del Golfo o en la crisis de principios de 1998, no le ha importado un comino prescindir del permiso de la ONU para actuar. La «simpatía» y la «comprensión» que las demás potencias han mostrado ante el «final de la paciencia de Washington respecto a Sadam», presentada por la propaganda burguesa como una rememoranza del espíritu de unidad de las «grandes democracias», se explica verdaderamente por la impotencia del resto de potencias para frenar la actuación norteamericana. Una crítica airada de esas potencias a la agresividad de la política de EEUU, equivaldría, en estas circunstancias, es decir cuando carecen de los medios concretos para impedirla, a ahondar públicamente la humillación impuesta a Sadam.
Bastante antes de la crisis de Irak del pasado año, ya se había puesto de manifiesto la utilización de la ONU contra los intereses norteamericanos, especialmente a través de los sucesivos conflictos que estallaron en la ex-Yugoslavia desde principios de los años 90. Aquí, las principales potencias que apadrinan a Serbia (Gran Bretaña, Francia y Rusia) emplearon a la ONU, tratando de retrasar al máximo que EEUU jugara un papel capital, especialmente en lo referente al conflicto de Bosnia. Eso explica por qué, cuando EEUU consiguió finalmente (y aún momentáneamente) imponer su autoridad en Bosnia sobre la de sus rivales europeos, a través de operaciones militares y de los Acuerdos de Dayton, no lo hicieran a través de la ONU, sino mediante la OTAN, o sea, la organización militar específica del bloque imperialista USA, y la única que Estados Unidos es capaz todavía de controlar. Junto a la demostración de fuerza en el Golfo, la amenaza de una intervención militar por parte de la OTAN bajo liderazgo norteamericano en Kosovo y en el resto de Serbia, constituye el segundo pilar de esta contraofensiva americana en defensa de su liderazgo. El principal éxito de EEUU no ha sido tanto obligar a Milosevic a retirar sus tropas de Kosovo, ya que fueron los propios norteamericanos quienes permitieron que el ejército serbio permaneciera allí el tiempo necesario para aplastar prácticamente las milicias del ELK apoyadas por Alemania. La principal victoria de EEUU reside, en realidad, en haber obligado a los aliados de Serbia (Francia y Gran Bretaña), que a su vez son miembros de la OTAN, a alinearse tras el tío Sam en las amenazas a Serbia. Se trata pues de una reedición de su éxito en Bosnia y, en lo referente a Francia, otro revés como el de la Guerra del Golfo. Como Sadam Husein, Milosevic tuvo que dar marcha atrás, para evitar que los misiles de EEUU volaran sobre su cabeza. Y, de nuevo aquí como en Irak, la estrategia antinorteamericana, es decir las exigencias (en este caso más vehementes por parte de Rusia) de un mandato específico de las Naciones Unidas para realizar operaciones militares contra Serbia, fueron descaradamente desoídas por EEUU que abogó por una acción «unilateral», escudado esta vez, tal y como declaró compungido Clinton, en que los rigores invernales y las penurias de los refugiados de guerra de Kosovo, no permitían a los líderes mundiales esperar la «autorización» para atacar de parte de la ONU, lo pidiera Rusia o quien fuera.
Naciones Unidas, lo mismo que su predecesora la Sociedad de Naciones, no es una organización de salvaguarda de la paz en la que las potencias capitalistas se unen bajo una legalidad internacional común, sino una cueva de ladrones imperialista, cuyo papel está completamente determinado por la relación de fuerzas entre los principales rivales capitalistas. Por ello es muy importante la evolución de la política de EEUU frente a la ONU. Durante el período de la guerra fría, la ONU drásticamente dividida entre los dos bloques imperialistas rivales, sirvió, principalmente como instrumento de la propaganda pacifista de la burguesía, aunque a veces pudo ser rentabilizada por el bloque occidental que tenía una clara mayoría entre los miembros permanentes del Consejo de seguridad (compuesto, claro está, por la potencias victoriosas de la Segunda Guerra mundial). A partir de 1989, la capacidad de EEUU para explotar la ONU en su propio provecho no duró demasiado. La Guerra del Golfo, esa terrible demostración de superioridad militar de EEUU sobre el resto de países, dejó rápidamente paso a la tendencia «cada uno para sí» en las relaciones entre los diferentes Estados capitalistas, y por tanto al socavamiento del liderazgo estadounidense. Y dado que en un mundo en el que ya no existen bloques imperialistas, el caos y el «sálvese quien pueda» se convierten en la tendencia dominante a nivel planetario, la propia ONU inevitablemente ha empezado a servir de instrumento de erosión de esa autoridad norteamericana. Esto explica el creciente distanciamiento, que a lo largo de los años 90, ha manifestado la burguesía EEUU respecto a esta organización, negándose incluso a pagar su cuota de miembro. Sin embargo, hasta la actual contraofensiva norteamericana, la Administración Clinton aún vacilaba a la hora de desentenderse de la ONU como instrumento de movilización de las demás potencias. En efecto, el desasosiego de una importante parte de la burguesía americana frente a estas vacilaciones, explican, en parte, el hostigamiento a Clinton a través del famoso «caso Lewinski». A partir de la actual política de Washington ante Irak y Serbia, EEUU se ve obligado a ir mucho más «por libre» que cuando la guerra del Golfo, o incluso cuando los acuerdos de Dayton. En realidad esta política supone el reconocimiento por parte de la superpotencia mundial de que lo dominante no es el liderazgo norteamericano sino la tendencia a «cada uno para sí». Por supuesto cuando EEUU despliega su formidable maquinaria militar no hay potencia en el mundo capaz de resistirle. Pero actuando así, los propios Estados Unidos, si bien resaltan su papel de primera potencia del planeta, están contribuyendo a minar su propio liderazgo, al atizar el caos y las tendencias centrífugas.
Saltándose a la torera las reglas del juego de la ONU, EEUU relega a ese dinosaurio superviviente del final de la última guerra mundial a un papel poco menos que irrelevante. Pero esto no sólo beneficia a EEUU, sino también a sus más importantes rivales: los países derrotados en la Segunda Guerra mundial, es decir Alemania y Japón que estaban excluidos del Consejo de Seguridad. Y lo que aún es más importante. En lo sucesivo será la OTAN la que se transforme en el más importante terreno de disputas entre los antiguos aliados del bloque occidental. No es por tanto casual que en respuesta a las recientes imposiciones de EEUU en Kosovo, el nuevo ministro de Exteriores alemán, Fischer, realizase un llamamiento para que la OTAN renuncie a la doctrina conocida como «ataque nuclear inicial» ([3]). Tampoco es de extrañar que Blair haya reclamado en la reciente cumbre franco-británica de Saint-Malo, el «fortalecimiento del pilar europeo de la OTAN», en detrimento de EEUU, por supuesto. Todo esto representa una agudización de los conflictos entre las grandes potencias. La OTAN, como la ONU, es una reliquia de un orden mundial ya difunto. Pero lo importante es que sigue representando el principal instrumento de presencia militar norteamericana en Europa.
Del mismo modo que las amenazas de guerra contra Sadam y Milosevic no expresan la unidad sino la rivalidad entre las grandes potencias, tampoco los recientes acuerdos celebrados en Wye Plantation entre Clinton, Arafat y Netanyahu, pueden ser saludados por las potencias europeas como un triunfo de la persuasión pacifista. Al contrario, los Protocolos de Wye Plantation, por precarios que sean los acuerdos entre Israel y la OLP, suponen un nuevo triunfo del imperialismo EEUU. Lo de menos es que se haya encargado a la CIA la puesta en práctica de algunos de esos acuerdos. La persuasión desplegada por EEUU no tenía tanto de «pacífica». La reciente movilización militar norteamericana en el Golfo estaba destinada a ser un aviso tanto a Netanyahu y Arafat como al propio Sadam. Pero, sobre todo, constituye una advertencia a los rivales europeos de EEUU para que no anden metiendo sus narices en una zona de las más estratégicas e importantes del mundo, y en la que EEUU va a pelear con uñas y dientes para preservar su dominio.
Esta advertencia resulta más que necesaria, ya que a pesar de la actual ofensiva norteamericana, las tentativas de sus rivales por tratar de desestabilizar ese control americano van a acentuarse necesariamente. Precisamente porque EEUU es capaz de imponer, por la vía militar, sus intereses en perjuicio de las demás potencias, ninguna de éstas tiene el más mínimo interés en un mayor fortalecimiento de la posición norteamericana. Esto también sirve para Gran Bretaña, que, aunque comparta intereses con EEUU en lo referente a Irak, choca con los designios norteamericanos en Europa, África, y mucho más aún en Oriente Medio. Todas esas potencias imperialistas se ven abocadas a poner en entredicho el liderazgo estadounidense, lo quieran o no, y con ello lo que hacen es hundir aún más el mundo en el caos. EEUU, único país que pueda pretender ser la superpotencia de orden mundial capitalista, está, a su vez, condenado a imponer «su orden», empujando también con ello a un creciente abismo de barbarie en todo el planeta.
La raíz de esta contradicción es la ausencia de bloques imperialistas. Cuando tales bloques existían, el fortalecimiento de la posición del jefe del bloque reforzaba la posición de los demás países de ese bloque contra los del bloque rival. En ausencia de ese rival, es decir de bloques imperialistas, el fortalecimiento del líder está en contradicción con los intereses del resto de países. Esto explica que tanto las tendencias centrífugas como las contraofensivas de EEUU, sean un factor fundamental de la situación histórica actual. Hoy, como sucediera cuando la Guerra del Golfo, EEUU está a la ofensiva. Aunque no vuelen misiles americanos sobre Irak o Serbia, la situación actual representa, no una mera repetición de la que se vivió a comienzos de los 90, sino una escalada respecto a ésta. Una sangrienta espiral de destrucción en la que el empleo de la fuerza por parte de EEUU, en defensa de su autoridad, tiende a ser más frecuente y más masiva. Pero, al mismo tiempo, los resultados políticos de esas demostraciones de fuerza son cada vez menos palpables, mientras que sí son más ciertos la generalización del caos y la guerra, acentuándose el abandono de las reglas comunes del juego. Son las rivalidades entre las «democracias occidentales», entre los supuestos «vencedores del comunismo», las que constituyen la verdadera raíz de esta barbarie que amenaza, a largo plazo, la supervivencia misma de la humanidad aún sin que llegue a estallar una tercera guerra mundial. El proletariado debe comprender la esencia de esta barbarie capitalista, como parte de su toma de conciencia y de su determinación para acabar con el sistema capitalista.
Kr, 6 de diciembre de 1998
[1] De hecho, se ha podido saber después que el informe de Butler había sido redactado en estrecha colaboración con la Administración de EEUU. No es la primera vez que ésta fabrica documentos falsos para justificar sus acciones de guerra. Por ejemplo, el ataque del 5 de agosto de 1964 por la armada norvietnamita a dos navíos estadounidenses, después se supo que era puro invento. Es una técnica tan vieja como la guerra, uno de cuyos ejemplos más conocidos es el famoso « despacho de Ems », gracias al cual Bismark empujó a Francia a declarar a Prusia una guerra que ésta estaba segura de ganar.
[2] Cabe señalar que el apoyo de Blair a la acción americana no ha obtenido la unanimidad en la burguesía inglesa, y muchos diarios la han criticado duramente.
[3] La estrategia de la OTAN es la de recurrir, la primera, a los bombardeos atómicos.
La burguesía acaba de celebrar el 80 aniversario del final de la Primera Guerra mundial. Ha habido, claro está, emotivas declaraciones sobre la terrible tragedia que esa guerra fue. Pero en ninguna conmemoración, en ninguna declaración de los políticos, en ningún artículo de prensa, en ninguna emisión de televisión se han evocado los acontecimientos que obligaron a los gobiernos a poner fin a la guerra. Sí, se ha mencionado la derrota militar de los imperios centrales, Alemania y su aliado austrohúngaro, pero se ha omitido cuidadosamente el factor determinante que provocó la propuesta de armisticio por parte de esos imperios, o sea, el movimiento revolucionario que se desarrolló en Alemania a finales de 1918. Tampoco se han mencionado (y, la verdad, puede uno comprender a la burguesía) las verdaderas responsabilidades de tamaña matanza. Sí, los «especialistas» se han puesto a compulsar archivos de los diferentes gobiernos para concluir que fueron Alemania y Austria quienes más presionaban hacia la guerra. Los historiadores, también, han puesto de relieve que por parte de la Entente también había objetivos de guerra bien definidos. Sin embargo, en ninguno de sus «análisis» podrá encontrarse al verdadero responsable, o sea, el sistema capitalista mismo. Y sólo el marxismo permite explicar precisamente por qué no es la «voluntad» o la «rapacidad» de este o aquel gobierno lo que origina las guerras, sino las leyes mismas del capitalismo. Para nosotros, el aniversario del fin de la Primera Guerra mundial es una ocasión para recordar los análisis que de ella hicieron los revolucionarios de entonces y la lucha que llevaron a cabo contra ella. Nos apoyaremos especialmente en los escritos, posiciones y actitudes de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, que fueron asesinados pronto hará 80 años por la burguesía. Este es el mejor homenaje que podamos nosotros rendir a esos dos extraordinarios combatientes del proletariado mundial ([1]) ahora que la burguesía intenta por todos los medios acabar con su memoria.
La guerra que estalla en Europa en agosto de 1914 vino precedida de otras y numerosas guerras en el continente. Pueden recordarse, por ejemplo (limitándonos al siglo xix), las guerras napoleónicas y la guerra entre Prusia y Francia de 1870. Existen, sin embargo, entre el conflicto de 1914 y todos los anteriores, diferencias fundamentales. La más evidente, la que más traumatizó, fue evidentemente la carnicería y la barbarie en que sumió al continente pretendidamente «civilizado». Hoy, claro, tras la barbarie todavía mayor de la Segunda Guerra mundial, la de la primera puede parecer poca cosa. Pero en la Europa de principios de siglo, cuando ya el último conflicto militar de importancia remontaba a 1870, en los últimos brillos de la Belle époque, la época del apogeo del modo de producción capitalista que había permitido a la clase obrera mejorar significativamente sus condiciones de existencia, la brutal caída en las matanzas masivas, en el horror cotidiano de las trincheras y en una miseria desconocida desde hacia más de medio siglo, todo ello se vivió, sobre todo por parte de los explotados, como el abismo de la barbarie. En ambos lados, entre los principales beligerantes, Alemania y Francia, los soldados y la población en general habían oído hablar a sus mayores de la guerra de 1870 y de su crueldad. Pero lo que estaban viviendo ya no tenía nada que ver con aquélla. El conflicto de 1870 sólo había durado unos meses, había provocado una cantidad muchísimo menor de víctimas (unas cien mil) y en nada había arruinado ni al vencedor ni al vencido. Con la Primera Guerra mundial, los muertos, los heridos, mutilados e inválidos se van a contar por millones ([2]). El infierno cotidiano de quienes viven en el frente y en la retaguardia dura ahora cuatro años. En el frente, ese infierno es una supervivencia bajo tierra, en un inmundo lodazal, respirando el hedor de los cadáveres, con el miedo permanente a las bombas y a la metralla, en un mundo dantesco que amenaza a los supervivientes: cuerpos mutilados, destrozados, heridos que agonizan durante días y días en las pozas de los obuses. En retaguardia, es el trabajo aplastante para suplir a los movilizados y producir más y más armas; son subidas de precios que dividen por dos o por cinco los sueldos, colas interminables delante de comercios vacíos, el hambre; la angustia constante de enterarse de la muerte del marido, del hermano, del padre, del hijo; dolor y desesperación por doquier, vidas rotas cuando ocurre el drama y ocurre millones de veces.
Otra característica determinante e inédita de esta guerra, que explica la barbarie sin límites, es que es una guerra total. Todo el potencial industrial, toda la mano de obra, se ponen al servicio de un único objetivo: la producción de armas. Todos los hombres, desde el final de la adolescencia hasta el principio de la vejez son movilizados. Es total también por los estragos que provoca en la economía. Los países del campo de batalla son destruidos; la economía de los países europeos sale arruinada de la guerra: es el final de su poderío secular y el principio de su declive en beneficio de Estados Unidos. La guerra es, en fin, total, pues no se limita a los primeros beligerantes: prácticamente todos los países de Europa se ven inmersos en ella, alcanzando a otros continentes con frentes de guerra en Oriente Medio, con la movilización de las tropas coloniales y la entrada en guerra de Japón, de Estados Unidos y de varios países de Latinoamérica junto a los Aliados.
De hecho, ya solo en cuanto a la amplitud de la barbarie y de las destrucciones por ella engendradas, la guerra de 1914-18 es la trágica ilustración de los que habían previsto los marxistas: la entrada del modo de producción capitalista en su período de declive, de decadencia. Confirma con creces la previsión que Marx y Engels había hecho en el siglo xix: «O socialismo, o caída en la barbarie».
Pero también es el marxismo y los marxistas quienes van a dar una explicación teórica de esa nueva fase en la vida de la sociedad capitalista.
La identificación de esas causas fundamentales es el objetivo que se propone Lenin en 1916 con su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo. Pero será Rosa Luxemburg, ya en 1912, dos años antes del estallido de conflicto mundial, quien va a dar la explicación más profunda de las contradicciones que iban a golpear al capitalismo en este nuevo período de su existencia, en su obra La acumulación del capital.
«El capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas (…) Necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez fuentes de adquisición de sus medios de producción, y son reservas de obreros para su sistema asalariado. (…) El capitalismo no puede pasarse sin sus medios de producción y sus trabajadores, ni sin la demanda de su plusproducto. Y para privarles de sus medios de producción y sus trabajadores; para transformarlos en compradores de sus mercancías, se propone, conscientemente, aniquilarlos como formaciones sociales independientes. Este método es, desde el punto de vista del capital, el más adecuado, por ser, al mismo tiempo, el más rápido y provechoso. Su otro aspecto es el militarismo creciente (…)» ([3]).
«El imperialismo es la expresión política del proceso de acumulación del capital en su lucha para conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados (…) Dado el gran desarrollo y la concurrencia cada vez más violenta de los países capitalistas para conquistar territorios no capitalistas, el imperialismo aumenta su agresividad contra el mundo no capitalista, agudizando las contradicciones entre los países capitalistas en lucha. Pero cuanto más violenta y enérgicamente procure el capitalismo el hundimiento total de las civilizaciones no capitalistas, tanto más rápidamente irá minando el terreno a la acumulación del capital. El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente un término a su existencia. Con eso no se ha dicho que este término haya de ser alegremente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe» ([4]).
«Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto en el exterior como en el interior, el exterminio de las capas no capitalistas, y cuanto más empeore las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación del capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, aún antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma.
El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar a todas las demás formas económicas; que no tolera la existencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de qué alimentarse, y que al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo. Es una contradicción histórica viva en sí misma. Su movimiento de acumulación es la expresión, la solución constante y, al propio tiempo, la graduación de la contradicción. A una cierta altura de la evolución, esta contradicción sólo podrá resolverse por la aplicación de los principios del socialismo; de aquella forma económica que es, al propio tiempo, por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico, porque no se encaminará a la acumulación, sino a la satisfacción de las necesidades vitales de la humanidad trabajadora misma y a la expansión de todas las fuerzas productivas del planeta» ([5]).
Tras el estallido de la guerra, en 1915 en una «Anticrítica» a las que su libro había provocado, Rosa Luxemburg actualizaba su análisis:
«La característica del imperialismo, última lucha por el dominio capitalista del mundo, no es sólo la particular energía y omnilateralidad de la expansión, sino – y éste es un síntoma específico de que el círculo de la evolución comienza a cerrarse – el rebote de la lucha decisiva por la expansión de los territorios que constituyen su objeto, a los países de origen. De esta manera, el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, Africa, América y Australia a incesantes convulsiones y a aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista» ([6]).
Por su parte, el libro de Lenin insiste, para definir el imperialismo, en un aspecto particular, la exportación de capitales de los países desarrollados hacia los países atrasados para contrarrestar así la tendencia decreciente de la cuota de ganancia resultante del incremento de la proporción del capital constante (máquinas, materias primas) en relación con el capital variable (los salarios), único creador de ganancia. Para Lenin, son las rivalidades entre los países industriales para apoderarse de las zonas menos desarrolladas y exportar allí sus capitales, lo que conduce necesariamente al enfrentamiento.
Aunque existen diferencias en los análisis elaborados por Lenin y Rosa Luxemburg y otros revolucionarios de entonces, convergen, sin embargo, todas en un punto esencial: esta guerra no es la consecuencia de malas políticas o de la «maldad» específica de tal o cual camarilla gobernante; es la consecuencia inevitable del desarrollo del modo de producción capitalista. En esto, ambos revolucionarios denunciaban con la misma energía todo «análisis» tendente a hacer creer a los obreros que existiría en el seno del capitalismo una «alternativa» al imperialismo, al militarismo y a la guerra. Y así fue como Lenin echó por los suelos la tesis de Kautsky sobre la posibilidad de un «superimperialismo» capaz de establecer un equilibrio entre las grandes potencias y eliminar sus enfrentamientos guerreros. De igual modo, destruye todas las ilusiones sobre el «arbitraje internacional» que pretendidamente, bajo la batuta de gentes de buena voluntad y de sectores «pacifistas» de la burguesía, reconciliaría los antagonismos y pondría fin a la guerra. De igual modo se expresa Rosa Luxemburg en su libro:
«A la luz de esta concepción, la posición del proletariado frente al imperialismo adquiere el carácter de una lucha general con el régimen capitalista. La dirección táctica de su comportamiento se halla dada por aquella alternativa histórica [el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista].
Muy otra es la dirección del marxismo oficial de los “expertos”. La creencia en la posibilidad de la acumulación en una “sociedad capitalista aislada”, la creencia de que el capitalismo es imaginable también sin expansión, es la forma teórica de una tendencia táctica perfectamente determinada. Esta concepción se encamina a no considerar la fase del imperialismo como necesidad histórica, como lucha decisiva por el socialismo, sino como invención perversa de un puñado de interesados. Esta concepción trata de persuadir a la burguesía de que el imperialismo y el militarismo son peligrosos para ella desde el punto de vista de sus propios intereses capitalistas, aislando así al supuesto puñado de los que se aprovechan de este imperialismo, y formando un bloque del proletariado con amplias capas de la burguesía para “atenuar” el imperialismo, para hacerlo posible por un “desarme parcial”, para “quitarle el aguijón”. (…) La contienda general para resolver la oposición histórica entre el proletariado y el capital truécase en la utopía de un compromiso histórico entre proletariado y burguesía para “atenuar” las oposiciones imperialistas entre Estados capitalistas» ([7]).
Con lo mismos términos explican Lenin y Rosa Luxemburg el que a Alemania le incumbiera el papel de provocadora en el estallido de la guerra mundial. Esto no tiene nada que ver, claro está, con esa «gran idea» de quienes andan buscando el país responsable de ese estallido, pues tanto Lenin como Luxemburg responsabilizan tanto a un campo como al otro:
«Contra el grupo anglo-francés se ha levantado otro grupo capitalista, el alemán, más codicioso todavía, todavía más capaz para la rapiña, que ha venido a sentarse a la mesa del banquete capitalista cuando ya todas los sitios estaban ocupados, aportando nuevos procedimientos de desarrollo de la producción capitalista, una mejor técnica y una organización incomparable en los negocios (…) Esa es la historia económica; ésa es la historia diplomática de estas últimas décadas que nadie puede desconocer. Sólo ella os indica la solución del problema de la guerra y os lleva a concluir que la guerra actual es, también ella, el producto (…) de la política de dos colosos que, mucho antes de las hostilidades, habían extendido por el ancho mundo los tentáculos de su explotación financiera y se habían repartido económicamente el mundo. Y tenían que acabar chocando, pues desde el punto de vista capitalista, un nuevo reparto de la dominación se había hecho inevitable» ([8]).
«Pero, además, cuando se quiere emitir un juicio general sobre la guerra mundial y apreciar su importancia para la política de clase del proletariado, el problema de saber quien es el agresor y quien el agredido, la cuestión de la “culpabilidad”, carece por completo de sentido. Si la guerra de Alemania es menos defensiva que la de Francia e Inglaterra, esto es solo aparente, pues los que estas naciones “defienden” no es su posición nacional, sino la que ocupan en la política mundial: sus antiguas dominaciones imperialistas amenazadas por los asaltos de la advenediza Alemania. Si las incursiones del imperialismo alemán y del imperialismo austríaco en Oriente han significado, sin duda alguna, la chispa, por su parte el imperialismo francés, con su explotación de Marruecos, y el imperialismo inglés con sus preparativos de pillaje en Mesopotamia y Arabia y con sus medidas para asegurar su despotismo en la India, y el imperialismo ruso con su política balcánica dirigida contra Constantinopla, poco a poco, han ido llenando el polvorín que la chispa alemana haría estallar. Los preparativos militares han jugado un papel esencial: el del detonador que desencadenaría la catástrofe, pero en realidad se trataba de una competición en la que participaban todos los Estados» ([9]).
Esta unidad de las causas de la guerra que se aprecia en los revolucionarios procedentes de países de campos opuestos, también se comprueba en la política que propugnan para el proletariado y la denuncia de los partidos socialdemócratas que lo han traicionado.
Cuando estalla la guerra, el papel de los revolucionarios, o sea de quienes se han mantenido fieles al campo proletario, es, evidentemente, el de denunciarla. En primer lugar, deben poner al descubierto las mentiras que la burguesía y quienes se han convertido en sus lacayos, los partidos socialdemócratas, dicen para justificarla, para alistar a los proletarios y mandarlos a la masacre. En Alemania, es en casa de Rosa Luxemburg donde se reúnen algunos dirigentes, entre los cuales Karl Liebknecht, que se han mantenido fieles al internacionalismo, y se organiza la resistencia contra la guerra. Mientras que la prensa socialdemócrata se ha pasado al servicio de la propaganda gubernamental, ese pequeño grupo va a publicar una revista, La Internacional, así como una serie de panfletos que acabará firmando con el nombre de Spartacus. En el Parlamento, en la reunión de la fracción socialdemócrata del 4 de agosto, Karl Liebknecht se opone firmemente al voto de los créditos de guerra, pero se somete a la mayoría por disciplina de partido. Es éste un error que no volverá a hacer cuando el gobierno pedirá créditos suplementarios. En la votación del 2 de diciembre de 1914, será el único en votar en contra y sólo en agosto y diciembre de 1915 adoptarán la misma actitud otros diputados socialdemócratas, los cuales, sin embargo, en diciembre, hacen una declaración basada en el hecho de que Alemania no hace una guerra defensiva puesto que está ocupando Bélgica y parte de Francia, explicación que Karl Liebknecht denuncia por su centrismo y cobardía.
A pesar de las enormes dificultades para la propaganda de los revolucionarios en un momento en que la burguesía ha instaurado el estado de sitio, impidiendo todas las expresiones proletarias, la acción de Rosa y de sus camaradas es esencial para preparar el porvenir. En 1915, escribe, en la cárcel, La crisis de la socialdemocracia, que «es la dinamita del espíritu que hace saltar el orden burgués» como escribirá Clara Zatkin, camarada de combate de Rosa, en su prefacio de mayo de 1919. El libro es una acusación sin concesiones contra la guerra misma y contra todos los aspectos de la propaganda burguesa. El mejor homenaje que podamos rendir a Rosa Luxemburg es publicar algunos, y demasiado cortos, extractos.
Mientras que en todos los países beligerantes, los portavoces de todos los matices de la burguesía pujan en histeria nacionalista, ella, en las primeras líneas del texto, empieza estigmatizando la histeria patriotera que se ha apoderado de la población:
«Se terminó con toda la población de una ciudad convertida en populacho, dispuesta a denunciar a no importa quien, a ultrajar a las mujeres, gritando ¡hurra!, y a llegar hasta el paroxismo del delirio propagando absurdos rumores. Se acabó el clima de crimen ritual, la atmósfera de pogromo en donde el único representante de la dignidad humana era el agente de policía en una vuelta de la calle» ([10]).
Después, Rosa Luxemburg desvela la realidad de esta guerra: «Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riquezas: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella. No es cuando, limpita y tan honesta, se viste con los oropeles de la cultura y de la filosofía, de la moral y del orden, de la paz y del derecho, sino cuando es como una alimaña feroz, cuando baila el aquelarre de la anarquía, cuando expande la peste sobre la civilización y la humanidad, es entonces cuando aparece como es de verdad, en toda su desnudez» ([11]).
De entrada, Rosa va directa al meollo del problema: contra las ilusiones del pacifismo de una sociedad burguesa «sin sus excesos», designa al culpable de la guerra: el capitalismo como un todo. E inmediatamente, denuncia el papel y el contenido de la propaganda capitalista, venga ésta de los partidos burgueses tradicionales o de la socialdemocracia: «La guerra es un asesino metódico, organizado, gigantesco. Para que unos hombres normalmente constituidos asesinen sistemáticamente, es necesario, en primer lugar, producir una embriaguez apropiada. Desde siempre, producir esta embriaguez ha sido el método habitual de los beligerantes. La bestialidad de los pensamientos debe corresponder a la bestialidad de la practica, debe prepararla y acompañarla» ([12]).
Buena parte del libro está dedicado a desmontar sistemáticamente todas esas mentiras, a quitarle la careta a la propaganda gubernamental destinada a alistar a las masas para la matanza ([13]). Rosa analiza pues los objetivos de la guerra de todos los países beligerantes, y en primer término Alemania, para así poner en evidencia el carácter imperialista de esta guerra. Analiza el engranaje que desde el asesinato el 28 de junio en Sarajevo del archiduque de Austria, Francisco Fernando, ha llevado a la entrada en guerra de los principales países de Europa, Alemania, Rusia, Francia, Inglaterra y Austria-Hungría. Deja bien en evidencia cómo ese engranaje no se debe ni mucho menos a la fatalidad o a la responsabilidad específica de no se sabe qué «malvado» como pretende la propaganda oficial y socialdemócrata de los países en guerra, sino que ya estaba en marcha desde hacía tiempo en el capitalismo: «La guerra mundial declarada oficialmente el 4 de agosto era la misma por la que la política imperialista alemana e internacional trabajaba incansablemente desde docenas de años, era la misma, pues, que desde hacía diez años la socialdemocracia alemana, también de manera incansable, profetizaba su proximidad cada año; era la misma que los parlamentarios, los periódicos y las publicaciones socialdemócratas estigmatizaron tantas veces como un crimen frívolo del imperialismo, y que nada tenía que ver con la civilización ni con los intereses nacionales, sino que, por el contrario, se trataba del enfrentamiento de ambos principios» ([14]).
Evidentemente, Rosa Luxemburg denuncia con fuerza a la Socialdemocracia alemana, partido faro de la Internacional socialista, cuya traición facilitó enormemente la maniobra del gobierno para enrolar al proletariado en Alemania, pero también en otros países. Y hace especial hincapié en el argumento de la socialdemocracia según el cual el objetivo de la guerra del lado alemán era defender «la civilización» y la «libertad de los pueblos» contra la barbarie zarista.
Denuncia especialmente las justificaciones del Neue Zeit, órgano teórico del partido, el cual nada menos que se saca una cita de un análisis de Marx sobre Rusia como «cárcel de los pueblos» y principal fuerza de la reacción en Europa: «El grupo [parlamentario] socialdemócrata había conferido a la guerra el carácter de una defensa de la nación y de la civilización alemanas; la prensa alemana proclamó su carácter liberador de los pueblos extranjeros. Hindenburg era el ejecutor testamentario de Marx y Engels» ([15]).
Al denunciar las mentiras de la Socialdemocracia, Rosa pone de relieve el verdadero papel que aquélla desempeña: «Al aceptar el principio de la Unión sagrada, la socialdemocracia renegó de la lucha de clase por toda la duración de la guerra. Pero con ello renegaba de los fundamentos de su propia existencia, de su propia política. (...) Ha abandonado la “defensa nacional” a las clases dominantes, limitándose a colocar a la clase obrera bajo el mando de éstas y a asegurar el orden durante el estado de sitio; es decir, que la socialdemocracia juega el papel de gendarme de la clase obrera» ([16]).
En fin, uno de los aspectos importantes del libro de Rosa es la propuesta de una perspectiva para el proletariado: la de poner fin a la guerra mediante su acción revolucionaria. Del mismo modo que afirma (y para ello cita a políticos burgueses que lo tenían muy claro) que la única fuerza que habría impedido el estallido de la guerra era la lucha del proletariado, también recuerda la Resolución del congreso de 1907 de la Internacional, resolución confirmada por el de 1912 (el extraordinario de Basilea): «en el caso en que, no obstante, estallase la guerra, el deber de la socialdemocracia es actuar para hacerla terminar lo antes posible, y aprovechar la crisis económica y política provocada por la guerra para movilizar al pueblo y apresurar la abolición de la dominación capitalista» ([17]).
Rosa se apoya en esa resolución para denunciar la traición de la Socialdemocracia, la cual hace exactamente lo contrario de lo que se había comprometido a hacer. Y llama al proletariado mundial a acabar con la guerra, insistiendo en el enorme peligro que tal guerra representa para el porvenir del socialismo: «Aquí se confirma que la guerra actual no es solamente un asesinato, sino también un suicidio de la clase obrera europea. Pues son los soldados del socialismo, los proletarios de Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, que desde hace meses se asesinan los unos a los otros por orden del capital; son ellos los que hunden en sus corazones el fuego asesino, enlazados en un abrazo mortal se arrastran mutuamente a la tumba.
Esta locura cesará el día en que los obreros de Alemania, de Francia, de Inglaterra y de Rusia despierten, al fin, de su embriaguez y se tiendan la mano fraternal, ahogando a la vez el coro bestial de los fautores de guerra y el ronco bramido de las hienas capitalistas, lanzando el viejo y poderoso grito de guerra del trabajo: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”» ([18]).
Hay que decir que en su libro, Rosa Luxemburg, como tampoco el resto de la izquierda del partido que se opone con firmeza a la guerra (contrariamente al “centro marxista» animado por Kautsky, el cual haciendo contorsiones justifica la política de la dirección), no lleva hasta sus últimas consecuencias la Resolución de Basilea proponiendo la consigna que Lenin sí expresó claramente: “Transformación de la guerra imperialista en guerra civil». Fue precisamente por eso por lo que, en la conferencia de Zimmerwald de septiembre de 1915, los representantes de la corriente agrupada en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht se quedaron en la posición “centrista» representada por Trotsky y no en la de la izquierda defendida por Lenin. Será en la conferencia de Kienthal, en abril de 1916, cuando aquella corriente se unirá a la izquierda zimmerwaldiana.
Sin embargo, aún con sus insuficiencias, hay que subrayar la enorme labor llevada a cabo por Rosa Luxemburg y sus camaradas durante aquel período, una labor que daría sus frutos en 1918.
Pero antes de evocar este último período, debíamos señalar el papel fundamental desempeñado por el camarada de Rosa, asesinado por la burguesía el mismo día, Karl Liebknecht. Este, que compartía las mismas posiciones políticas, no poseía la misma profundidad teórica que Rosa ni el mismo talento en los artículos que escribía. Por eso, a falta de espacio, no hemos citado aquí sus escritos. Pero su comportamiento, lleno de valentía y determinación, sus denuncias sin rodeos de la guerra imperialista, de todos aquellos que, abiertamente o haciendo contorsiones, la justificaban, al igual que sus denuncias a las ilusiones pacifistas hicieron de Karl Liebknecht, durante aquel período, el símbolo de la lucha proletaria contra la guerra imperialista. Sin entrar en los detalles de su acción ([19]) debemos recordar aquí un episodio significativo de su acción: su participación, el 1º de mayo de 1916 en Berlín, en una manifestación de 10 000 obreros contra la guerra, durante la cual tomó la palabra y exclamó: «¡Abajo la guerra!, ¡Abajo el gobierno!», lo que provocó su inmediata detención. Esta va a originar la primera huelga política de masas en Alemania que se inició a finales de mayo. Frente al tribunal militar que le juzga el 28 de junio, Karl Liebknecht reivindica plenamente su acción, a sabiendas de que su actitud agravará su condena, y aprovecha la ocasión para denunciar una vez más la guerra imperialista, el capitalismo responsable de ella y hacer un llamamiento a los obreros para el combate. Desde entonces, en todos los países de Europa, el nombre y el ejemplo de Liebknecht se convierten en estandarte de quienes, empezando por Lenin, luchan contra la guerra imperialista y por la revolución proletaria.
La perspectiva inscrita en la resolución del congreso de Basilea tiene su primera concreción en febrero de 1917 en Rusia con la revolución que echa abajo al régimen zarista. Tras tres años de matanzas y de una miseria indecible, el proletariado empieza a levantar con fuerza la cabeza hasta el punto de derribar al zarismo e iniciar el camino hacia la revolución socialista. No vamos a tratar aquí los acontecimientos de Rusia que ya hemos tratado en revistas recientes ([20]). Es sin embargo importante señalar que no sólo fue en ese país donde, en el año 1917, los proletarios en uniforme se rebelan contra la barbarie guerrera. Es poco después de la revolución de Febrero cuando se desencadenan en varios ejércitos de los diferentes frentes amotinamientos masivos. En los tres principales países de la Entente, Francia, Gran Bretaña e Italia, ocurren importantes motines que los gobiernos reprimen con brutalidad. En Francia, unos 40 000 soldados desobedecen colectivamente a las órdenes, intentando incluso algunos de ellos ir hacia París, donde, al mismo tiempo, se están produciendo huelgas obreras en las factorías de armamento. Esta convergencia entre lucha de clases en retaguardia y sublevación de soldados en el frente es, sin duda, una de las razones de la relativa moderación con la que la burguesía francesa reprime: de los 554 condenados a muerte por los tribunales militares, «sólo» fusilarán a cincuenta. Esa «moderación» no será tal por parte de ingleses e italianos en donde habrá, respectivamente, 306 y 750 ejecuciones.
En este noviembre de 1998, cuando las celebraciones del final de la Primera Guerra mundial, la burguesía, especialmente los partidos socialdemócratas que hoy gobiernan en la mayoría de los países europeos, nos han dado muestras, con lo de los motines de 1917, de su hipocresía y de su voluntad de descerebrar por completo al proletariado. En Italia, el ministro de Defensa ha hecho saber que había que «devolverles el honor» a los fusilados por amotinamiento y en Gran Bretaña se les ha rendido un «homenaje público». En cuanto al jefe del gobierno «socialista» francés, ha decidido «reintegrar plenamente en la memoria colectiva nacional» a los «fusilados para el ejemplo». En el campeonato de hipócritas, el «camarada» Jospin hubiera subido al podio, pues ¿quiénes eran los ministros de Armamento y de Guerra en aquel entonces? Los «socialistas» Albert Thomas y Paul Painlevé. Lo que se olvidan de decir esos «socialistas», que hoy se emocionan tanto con sus discursos pacifistas sobre las atrocidades de la Primera Guerra, es que en 1914, en los principales países europeos, fueron los primeros en encuartelar a los proletarios y mandarlos a la escabechina. Al querer «reintegrar en la memoria nacional» a los amotinados de la Primera Guerra mundial, la burguesía de izquierdas lo que intenta es que se olvide que pertenecen a la memoria del proletariado mundial ([21]).
En cuanto a la tesis oficial de los políticos, así como la de los historiadores a sus órdenes, que afirman que las revueltas de 1917 estaban dirigidas contra un mando incompetente, difícilmente se tiene de pie cuando se considera que las hubo en los dos campos y en la mayoría de los frentes; ¿habrá que pensar que la Primera Guerra mundial sólo estaba dirigida por inútiles? Es más, esas revueltas se produjeron cuando en los demás países empezaron a llegar noticias de la revolución de Febrero en Rusia ([22]). Es evidente: lo que la burguesía quiere ocultar es el contenido proletario indiscutible de los amotinamientos y el hecho de que sólo de la clase obrera podrá venir la verdadera oposición a la guerra.
Durante el mismo período, las sublevaciones afectan al país en donde vive el proletariado más fuerte y cuyos soldados están en contacto directo con los soldados rusos en el frente del Este, o sea, a Alemania. Los acontecimientos de Rusia levantan gran entusiasmo entre las tropas alemanas y en el Frente, los casos de confraternización son frecuentes ([23]). Es en la Marina en donde se inician los motines en el verano de 1917. El que sean los marineros quienes llevan a cabo esos movimientos, es significativo: casi todos son proletarios en filas, mientras que en Infantería el porcentaje de campesinos es mucho más alto. Entre los marineros, la influencia de los grupos revolucionarios, especialmente de los espartaquistas, es significativa y en pleno crecimiento. Estos plantean claramente la perspectiva para la clase obrera en su conjunto: «La revolución rusa victoriosa unida a la revolución alemana victoriosa son invencibles. A partir del día en que se desmorone el gobierno alemán – incluido el militarismo alemán – bajo los golpes del proletariado se abrirá una nueva era: una era en la que las guerras, la explotación y la opresión capitalistas deberán desaparecer para siempre» (octavilla espartaquista, abril de 1917)
«… sólo con la revolución y la conquista de la república popular se podrá acabar con el genocidio y podrá instalarse la paz general. Y sólo así podrá ser salvada la Revolución rusa.
Sólo la revolución proletaria mundial podrá acabar con la guerra imperialista mundial» (Carta de Spartakus nº 6, agosto de 1917).
Es ese programa el que va a animar cada día más los combates incesantes que ha entablado la clase obrera de Alemania. No podemos, en este artículo detallar todos esos combates ([24]), pero lo que sí cabe recordar es que una de las razones que animaron a los bolcheviques en octubre de 1917 a considerar que las condiciones estaban maduras para la toma del poder del proletariado fue precisamente el desarrollo de la combatividad de los obreros y los soldados en Alemania.
Y lo que hay que subrayar sobre todo es que la intensificación de las luchas obreras y los motines de los soldados con bases proletarias fueron el factor determinante en la petición de armisticio por parte de Alemania y, por lo tanto, del final de la guerra mundial.
«Aguijoneada por el desarrollo revolucionario en Rusia y después de varios movimientos anunciadores, una huelga de masas estalla en abril de 1917. En enero de 1918, un millón de obreros se echan a la calle en un nuevo movimiento huelguístico y fundan un consejo obrero en Berlín. Influenciados por los acontecimientos de Rusia, la combatividad en los frentes militares se va desmoronando durante el verano de 1918. Las fábricas están en efervescencia; cada día se reúnen más obreros en las calles para intensificar la respuesta a la guerra» ([25]).
El 3 de octubre de 1918, la burguesía cambia de canciller. El príncipe Max von Baden sustituye al conde Georg Hertling y hace entrar al Partido socialdemócrata alemán (SPD) en el gobierno. Los revolucionarios comprenden inmediatamente el nuevo papel que le toca desempeñar a la Socialdemocracia. Rosa Luxemburg escribe: «El socialismo de gobierno, por su entrada en el gabinete, se ha vuelto el defensor del capitalismo y está cerrando el paso a la revolución proletaria ascendente».
En este mismo período, los espartaquistas organizan una conferencia con otros grupos revolucionarios, conferencia de la que surge un llamamiento a los obreros:
«Se trata para nosotros de apoyar los motines de los soldados, de pasar a la insurrección armada, ampliar la insurrección armada hasta la lucha por todo el poder en beneficio de los obreros y los soldados, asegurando la victoria mediante huelgas de masas obreras. Ésa es la tarea de los días y las semanas venideras.»
«El 23 de octubre, Liebknecht es liberado de la cárcel. Más de 20 000 obreros vienen a saludarlo a su llegada a Berlín. (…)
El 28 de octubre empieza en Austria, pero también en las provincias checa y eslovaca y en Budapest, una oleada de huelgas que se termina con el derrocamiento de la monarquía. Por todas partes aparecen consejos obreros y de soldados, a imagen de los soviets rusos.
(…) El 3 de noviembre, la flota de Kiel debe zarpar para seguir la guerra, pero la marinería se rebela y se amotina. Se crean inmediatamente consejos de soldados, inmediatamente seguidos por la formación de consejos obreros. (…) Los consejos forman delegaciones masivas de obreros y de soldados que acuden a otras ciudades. Son enviadas grandes delegaciones a Hamburgo, Bremen, Flensburg, al Ruhr y hasta Colonia. Las delegaciones se dirigen a los obreros reunidos en asambleas, haciendo llamamientos a la creación de consejos obreros y de soldados. Miles de obreros se desplazan así de las ciudades del norte de Alemania hasta Berlín y a otras ciudades de provincias. (…) En una semana surgen consejos obreros y de soldados por todas las principales ciudades de Alemania y los obreros toman en sus propias manos la extensión del movimiento» ([26]).
Dirigido a los obreros de Berlín, los espartaquistas publican el 8 de noviembre un llamamiento en el que se puede leer: «¡Obreros y soldados!, Lo que vuestros camaradas han logrado llevar a cabo en Kiel, Hamburgo, Bremen, Lübeck, Rostock, Flensburg, Hannover, Magdeburgo, Brunswick, Munich y Stuttgart, también vosotros debéis conseguir realizarlo. Pues de lo que conquistéis en la lucha, de la tenacidad y del éxito de vuestra lucha, depende la victoria de vuestros hermanos aquí y allá y de ello depende la victoria del proletariado del mundo entero. (…) Los objetivos próximos de vuestra lucha deben ser:
(…)
– La elección de consejos obreros y de soldados, la elección de delegados en todas las fábricas y unidades de la tropa.
– El establecimiento inmediato de relaciones con los demás consejos obreros y de soldados alemanes.
– La toma a cargo del gobierno por los comisarios de los consejos obreros y de soldados.
– El vínculo inmediato con el proletariado internacional y, muy especialmente, con la República obrera rusa.
¡Viva la república socialista!
¡Viva la Internacional!»
El mismo día, un panfleto espartaquista llama a los obreros a ocupar la calle: «¡Salid de las fábricas! ¡Salid de los cuarteles! ¡Daos la mano! ¡Viva la república socialista!».
«A las primeras horas de la madrugada del 9 de noviembre empieza el alzamiento revolucionario en Berlín. (…) Cientos de miles de obreros responden al llamamiento del grupo Spartakus y del Comité ejecutivo [de los Consejos obreros], dejan el trabajo y afluyen en gigantescos cortejos de manifestaciones hacia el centro de la ciudad. A su cabeza van grupos de obreros armados. La gran mayoría de las tropas se une a los obreros manifestantes y fraterniza con ellos. Al mediodía, Berlín está en manos de los obreros y los soldados revolucionarios» ([27]).
Ante el palacio de los Hohenzollern, Liebknecht toma la palabra: «Debemos tensar todas nuestras fuerzas para construir el gobierno de los obreros y de los soldados (...) Nosotros damos la mano a los obreros del mundo entero y les invitamos a terminar la revolución mundial (...) Proclamo la libre república socialista de Alemania.»
Esa misma noche, los obreros y soldados revolucionarios ocupan la imprenta de un diario burgués, permitiendo así la salida del primer número de Die Röte Fahne (Bandera roja), diario de los espartaquistas, el cual, inmediatamente, advierte contra el SPD: «No existe la más mínima comunidad de intereses con quienes os han traicionado durante 4 años. ¡ Abajo el capitalismo y sus agentes! ¡Viva la revolución! ¡Viva la Internacional!».
El mismo día, frente a la revolución en auge, la burguesía toma sus disposiciones. Obtiene la abdicación del Káiser Guillermo II, proclama la República y nombra canciller a un dirigente del SPD, Ebert. Este recibe igualmente la investidura del comité ejecutivo de los consejos en el que han logrado hacerse nombrar muchos funcionarios socialdemócratas. Se nombra un «Consejo de comisarios del pueblo» compuesto por miembros del SPD y del USPD (o sea los “centristas» excluidos del SPD en febrero de 1917 al mismo tiempo que los espartaquistas). En realidad, tras esa denominación «revolucionaria» se oculta un gobierno perfectamente burgués que va a hacerlo todo por impedir la revolución proletaria y preparar el aplastamiento de los obreros.
La primera medida que toma el gobierno es la de firmar el armisticio al día siguiente de su nombramiento (aún cuando hay tropas alemanas que ocupan todavía territorios de países enemigos). Con la experiencia de Rusia, en donde la continuación de la guerra había sido un factor decisivo para la movilización y la toma de conciencia del proletariado hasta el derrocamiento del poder burgués en octubre de 1917, la burguesía alemana sabe perfectamente que debe parar inmediatamente la guerra si no quiere conocer el mismo destino que la rusa.
Aunque hoy, los portavoces de la burguesía ponen mucho cuidado en ocultar el papel de la revolución proletaria en el final de la guerra, es ésa una realidad que no evitan historiadores serios y con escrúpulos, aunque sus escritos sólo llegan a una minoría de lectores): «Decidido a proseguir la negociación, a pesar de Ludendorff, el gobierno alemán pronto va a verse obligado a ello. Primero, la capitulación austríaca crea una nueva y terrible amenaza sobre el sur del país. Además, y sobre todo, porque la revolución estalla en Alemania (…) [La delegación alemana] firma el armisticio el 11 de noviembre, a las 5 h 20 en el famoso vagón de Foch. Lo firma en nombre del nuevo gobierno que presiona para que se acelere la firma (…) La delegación alemana ha obtenido pocas ventajas, ventajas que, como dice Pierre Renouvin, “tenían el mismo objetivo: dejar al gobierno alemán los medios con los que luchar contra el bolchevismo”. El ejército, por ejemplo, entregará veinticinco mil ametralladoras en lugar de treinta mil. Podrá seguir ocupando el Rhur, foco de la revolución, en lugar de ser “neutralizado”» ([28]).
Efectivamente, una vez firmado el armisticio, el gobierno socialdemócrata va a desarrollar toda una estrategia para atajar el movimiento proletario y aplastarlo. Va a fomentar, en particular, la división entre soldados y obreros de vanguardia, al estimar aquéllos, en su gran mayoría, que no tenía sentido proseguir el combate puesto que la guerra había terminado. La Socialdemocracia va también a apoyarse en las ilusiones que aún suscita en buena parte de la clase obrera para aislar a los espartaquistas de las grandes masas obreras.
No podemos aquí repasar todos los detalles del período entre el armisticio y los acontecimientos que llevaron al asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht ([29]). Pero sí vale la pena citar los escritos publicados unos años después de esos hechos por el general Groener, comandante en jefe del ejército entre finales de 1918 y principios del 19, pues son edificantes sobre la política llevada a cabo por Ebert, quien estaba en constante enlace con él:
«Nos aliamos para combatir al bolchevismo. (…) Yo había aconsejado al Feldmarschall no combatir la revolución con las armas, pues era de temer que, a causa del estado de la tropa, ese medio sería un fracaso. Propuse que el alto mando militar se aliara con el SPD, en vista de que no había ningún otro partido que dispusiera de suficiente influencia en el pueblo y entre las masas para reconstruir una fuerza gubernamental junto con el mando militar (…) Se trataba en primer lugar de arrancar el poder de las manos de los consejos obreros y de soldados de Berlín. Ebert estaba de acuerdo. (…) Elaboramos entonces un programa que preveía, tras la entrada de la tropas, la limpieza de Berlín y el desarme de los espartaquistas. Esto también quedó convenido con Ebert, a quien estoy reconocido por su amor absoluto por la patria (…) Esta alianza quedó sellada contra el peligro bolchevique y el sistema de consejos» (octubre-noviembre de 1925, Zeugenaussage).
Fue en enero de 1919 cuando la burguesía dio el golpe decisivo a la revolución. Tras haber concentrado a más de 80 000 soldados en torno a Berlín, el 4 de enero monta una provocación al dimitir al prefecto de policía de Berlín, Eichhorn, miembro del USPD. A esta provocación le responden manifestaciones gigantescas. Aún cuando el congreso constitutivo del Partido comunista de Alemania, y a su cabeza Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, había estimado cuatro días antes que la situación no estaba madura para la insurrección, Karl Liebknecht cae en la trampa participando en un Comité de acción que precisamente llama a la insurrección. Fue un desastre total para la clase obrera. Son asesinados miles de obreros, especialmente los espartaquistas. Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, que se habían negado a abandonar Berlín, son detenidos el 15 de enero y ejecutados fríamente, sin juicio, par la soldadesca, con el pretexto de «intento de fuga». Dos meses más tarde, Leo Jogisches, antiguo compañero de Rosa y también dirigente del Partido comunista es asesinado en la cárcel.
Así se puede comprender hoy por qué la burguesía, y en especial sus partidos «socialistas» tienen el mayor interés en correr un tupido velo ante los acontecimientos que acabaron con la Primera Guerra mundial.
En primer lugar, los partidos «democráticos», y especialmente los «socialistas» no tienen ninguna gana de que aparezca a las claras su función de matarifes de la clase obrera, papel que en las fábulas contemporáneas, queda reservado para las dictaduras «fascistas» o «comunistas».
En segundo lugar, les es de la mayor importancia ocultar al proletariado que su lucha es el único verdadero obstáculo contra la guerra imperialista.
Mientras, por todas partes hoy en el mundo, prosiguen y se intensifican las matanzas, hay que mantener y fomentar los sentimientos de impotencia en la clase obrera. A toda costa hay que impedirles que tomen conciencia de que sus luchas contra los ataques crecientes provocados por una crisis sin salida son el único medio de impedir que esos conflictos se generalicen y acaben por someterlos a una nueva barbarie guerrera como la que ya han tenido que soportar dos veces en este siglo. Hay que seguir quitándoles la idea de revolución, a la que presentan como madre de todos los males de este siglo, cuando fue en realidad su aplastamiento lo que ha permitido que este siglo que se acaba haya sido el más sangriento y bestial de la historia, cuando en realidad es ella, la revolución, la única esperanza para la humanidad.
Fabiana
[1] Unas semanas después de su asesinato, la primera sesión del Primer congreso de la Internacional comunista se iniciaba con un homenaje a ambos militantes, cuya memoria, desde entonces, ha sido reivindicada por las organizaciones del movimiento obrero.
[2] Para un país como Francia, casi 17 % de los movilizados son matados. Poco menos para Alemania (15,4 %), peor en Bulgaria son 22 %, 25 % en Rumania, 27 % en Turquía, 37 % en Serbia. Algunas armas de combatientes sufren hecatombes aún más terroríficas: en Francia son el 25 % de la infantería y un tercio de los mozos de 20 años en 1914 desaparecen. En este país, habrá que esperar a 1950 para que la población alcance el nivel del 1º de agosto de 1914. Además, hay que recordar la tragedia humana de todos los inválidos y mutilados. Algunas mutilaciones son verdaderamente atroces: así, solo del lado francés, hay unos 20 000 «gueules cassées» (caras rotas), soldados totalmente desfigurados, que no pudieron reintegrarse en la sociedad, hasta el punto de que se crearon para ellos instituciones especiales, en las que vivieron como en un gheto hasta su muerte. Y eso por no hablar de los cientos de miles de jóvenes que volvieron dementes de la guerra y a quienes las autoridades prefirieron considerar como «farsantes».
[3] Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, «La lucha contra la economía natural».
[4] Idem, «Aranceles protectores y acumulación».
[5] Idem, «El militarismo como campo de la acumulación del capital».
[6] Idem, Apéndice «La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Una anticrítica».
[7] Idem.
[8] Lenin, «La guerra y la revolución», Obras.
[9] Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia.
[10] Idem.
[11] Idem, y en parte traducido por nosotros de la versión francesa.
[12] Rosa Luxemburg, idem.
[13] En todos los bandos, las mentiras burguesas rivalizan en grosería e infamia. «Ya desde agosto del 1914, los Aliados denunciaban las “atrocidades” cometidas por los invasores contra la población de Bélgica y del Norte de Francia: las “manos cortadas” de los niños, las violaciones, los rehenes fusilados y los pueblos quemados “para el ejemplo”... Por su parte, los periódicos alemanes barraban cada día las “atrocidades” que los civiles belgas habrían cometido contra soldados alemanes: ojos arrancados, dedos cortados, cautivos quemados vivos» («Réalité et propagande: la barbarie allemande», en l’Histoire, nov. de 1998).
[14] Rosa Luxemburg, op. cit.
[15] Idem.
[16] Idem.
[17] Idem.
[18] Idem.
[19] Ver, al respecto, nuestro artículo «Los revolucionarios en Alemania durante la Primera Guerra mundial» en la Revista internacional nº 81.
[20] Ver los números 88 a 91 de la Revista internacional.
[21] El primer ministro francés citó en su discurso un verso de la «Chanson de Craonne» compuesta sobre los amotinamientos. Pero se cuidó muy bien de citar los versos que dicen: «Quienes tienen dinero, esos volverán / pues es por ellos por quienes nosotros estamos reventando. / Pero se acabó, pues los soldaditos / se van todos a hacer huelga».
[22] Tras los amotinamientos en los ejércitos franceses, unos diez mil soldados rusos que combatían en los frentes occidentales al lado de los soldados franceses fueron retirados del frente y aislados hasta el final de la guerra en el campo de La Courtine (centro de Francia). Había que impedir que el entusiasmo que expresaban por la revolución que se estaba desarrollando en su país contaminara a los soldados franceses.
[23] Hay que señalar que las confraternizaciones habían empezado en el frente occidental justo unos meses después del comienzo de la guerra y de aquellas llamadas a filas con la flor en el fusil y alegres gritos de «¡A Berlín!» o «¡Nach Paris!» de un lado y del otro. «25 de diciembre de 1914: ninguna actividad por parte del enemigo. Durante la noche y el día 25, se establecen comunicaciones entre franceses y bávaros, de trinchera a trinchera (conversaciones, envío de mensajes de simpatía, de cigarrillos…, incluso visitas de algunos soldados a las trincheras alemanas)» (Diario de marcha y de operaciones de la brigada, nº 139). En una carta del 1º de enero de 1915 de un general a otro puede leerse: «Es de notar que los hombres que permanecen demasiado tiempo en el mismo sitio, acaban por conocer a sus vecinos de enfrente, cuyo resultado son conversaciones y a menudo visitas, lo cual puede tener al cabo consecuencias desagradables». Esos hechos ocurrirán durante toda la guerra, sobre todo en 1917. En una carta de noviembre de 1917 interceptada por el control postal, un soldado francés escribía a su cuñado: «Estamos a veinte metros de los “boches” [desp.: alemanes], pero son buena gente pues nos mandan puros y cigarrillos y nosotros les mandamos pan» (citas sacadas de l’Histoire de enero de 1988).
[24] Véase al respecto nuestra serie de artículos sobre la Revolución alemana en la Revista internacional 81 y siguientes.
[25] «La revolución alemana, II», Revista internacional nº 82.
[26] Idem.
[27] Idem.
[28] Jean-Baptite Duroselle, en le Monde del 12/11/1968. J-B Duroselle y P. Renouvin son dos conocidos historiadores franceses especialistas de la época.
[29] De la serie citada, ver los dos artículos de la Revista internacional nº 82 y 83.
Ya hemos publicado une serie de artículos sobre la China pretendidamente «comunista» en la que hemos hecho resaltar el carácter contrarrevolucionario del maoísmo ([1]). Si volvemos aquí a tratar del combate que llevó a cabo el proletariado chino durante los años 20, hasta la terrible derrota que sufrió en particular en Shangai y Cantón, no solo es porque esa lucha fue significativa de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado a nivel internacional, sino también porque tuvo un papel importante en el movimiento revolucionario debido a los combates políticos determinantes que suscitó.
Como lo escribía Zinoviev en 1927: «Los acontecimientos en China tienen tanta importancia como los de Alemania en octubre del 23. Y si en aquel entonces toda la atención de nuestro Partido se concentró en Alemania, hoy día ha de ser lo mismo con respecto a China, tanto más porque la situación internacional se ha vuelto más compleja e inquietante para nosotros» ([2]). Y es con toda la razón si Zinoviev subraya la gravedad de la situación, preocupación compartida por todos los revolucionarios del mundo. En aquel entonces, efectivamente, los acontecimientos en China eran la señal del fin de la oleada revolucionaria mundial, mientras se estaba imponiendo cada día más el estalinismo en la Internacional comunista (IC).
Sin embargo, es la situación en China una de las cuestiones que va a permitir tanto la estructuración de la Oposición de izquierdas como la afirmación política de la Izquierda italiana (Bilan) en tanto que corriente de mayor importancia en la oposición internacional, antes de que empiece a desarrollar una actividad y un trabajo de reflexión política de inestimable valor.
Los mediados años 20 fueron un período crucial para la clase obrera y sus organizaciones revolucionarias. ¿Podía desarrollarse y triunfar todavía la revolución a nivel mundial? En caso contrario, ¿podría la revolución rusa sobrevivir a su aislamiento?. Estas son las preguntas que se plantea el movimiento comunista, y el conjunto de la Internacional comunista (IC) está pendiente de las posibilidades de revolución en Alemania. Zinoviev, que sigue siendo su presidente, subestima totalmente la amplitud de la derrota en Alemania ([3]). Declara que es un episodio más y que nuevos asaltos revolucionarios están a la orden del día en varios países. Es evidente que la IC ya no dispone de une brújula políticamente fidedigna; y es así como al intentar paliar el reflujo de la oleada revolucionaria, no hace sino desarrollar cada día más una estrategia oportunista. A partir de 1923, Trotsky y la primera Oposición denuncian esos graves errores, con trágicas consecuencias, pero sin llegar a hablar de traición. La IC sigue degenerando y, a finales de 1925, se rompe la troika Zinoviev-Kamenev-Stalin; la IC la dirige entonces el dúo Bujarin-Stalin. A la estrategia «golpista» que predominaba con Zinoviev sucede una política basada en la «estabilización» prolongada del capitalismo. Entonces se abre el «curso derechista» con sus políticas de frente único con los «partidos reformistas» en Europa ([4]). La IC desarrolla en China une política incluso por debajo de la que defendían los mencheviques con respecto a los países económicamente poco desarrollados como Rusia. Sostiene que la política del Kuomintang hacia la revolución burguesa es la que está al orden del día, que la revolución comunista no podrá hacerse sino después. Semejante posición llevará a los obreros chinos a la matanza.
Fue durante su período golpista, de ultraizquierdismo, cuando la IC acosará al Partido comunista de China (PCC) hasta que entre en el Kuomintang, declarado «partido simpatizante» en el Quinto congreso (Pravda, 25 de junio del 24). Ese «partido simpatizante» ¡será el verdugo del proletariado!.
La IC estalinizada «consideraba al Kuomintang como órgano de la revolución nacional china. Los comunistas iban hacia las masas bajo la bandera del Kuomintang. En marzo del 27, esta política permite la entrada de comunistas en el gobierno na-cional. Recibieron la cartera de Agricultura (tras haberse pronunciado el Partido contra cualquier revolución agraria, y a favor de “frenar la acción demasiado vigorosa de los campesinos”) y la de Trabajo, para canalizar a las masas obreras hacia una política de compromiso y de traición. El Pleno de Julio del PCC se pronuncia contra la confiscación de las tierras, contra el armamento de los obreros y campesinos, o sea a favor de la liquidación del partido y de los movimientos de clase de los obreros y por la sujeción absoluta al Kuomintang, para evitar a toda costa la ruptura con éste. Todos estaban de acuerdo con esa política criminal, desde las derechas con Pen Chu Chek hasta la presunta izquierda de Tsiu Tsiu-Bo pasando por el centro de Chen Duxiu» ([5]).
Esa política oportunista, que Bilan analizó perfectamente unos años después, fue la que provocó prácticamente la disolución del PCC en el Kuomintang, con la terrible consecuencia que fue la derrota y el aplastamiento de los obreros chinos. «El 26 de marzo, Chiang Kai-chek intentó una primera prueba de fuerza al detener a muchos comunistas y simpatizantes. (...) Este hecho no se comunicó al Comité ejecutivo de la IC; en cambio, se dio mucha importancia a las declaraciones antiimperialistas de Chiang Kai-chek en el Congreso del trabajo, en 1926. Este mismo año, las tropas del Kuomintang empiezan su avance por el Norte. Esto sirve de pretexto para hacer cesar las huelgas en Cantón, Hong Kong, etc. (...) Al acercarse las tropas de Shanghai estallaron insurrecciones en al ciudad. La primera del 19 al 24 de febrero, y la segunda, que triunfó, el 21 de marzo. Las tropas de Chiang Kai-chek no entraron en la ciudad más que el 26 de marzo. El día 3 de abril, Trotsky escribió una advertencia contra el «Pilsudsky chino» ([6]). El día 5 de abril, Stalin declara que Chiang Kai-chek se ha sometido a la disciplina, que el Kuomintang es un bloque, algo así como un parlamento revolucionario» ([7]).
El día 12 de abril, Chiang Kai-chek provoca otra prueba de fuerza, reprimiendo una manifestación con ametralladoras, matando a miles de obreros. «Tras este acontecimiento, el 17 de abril, la delegación de la Internacional comunista apoya en Hunan al Kuomintang de izquierdas ([8]) en el que participan los ministros comunistas. Ahí se asiste el 15 de julio a la reedición del golpe de Shanghai. No cabe duda de que triunfa la contrarrevolución. Sigue un período de masacres sistemáticas, se considera que fueron asesinados unos 25 000 comunistas». Y en septiembre del 27, «la nueva dirección del PCC (...) fija la insurrección para el 13 de diciembre. (...) Un Soviet es designado desde arriba. La sublevación se adelanta al 10 de diciembre. El día 13, es totalmente reprimida. La segunda revolución china es definitivamente aplastada» ([9]).
Obreros y revolucionarios chinos van a sufrir un infierno, este es el precio pagado por la política oportunista de la IC. « A pesar de todas las concesiones, la ruptura con el Kuomintang sucede a finales del 27, cuando el gobierno de Hunan excluye a los comunistas del Kuomintang, ordenando su detención». Después, «... la conferencia del Partido en agosto del 27 desaprobó definitivamente lo que se llamó la línea oportunista de la precedente dirección de Chen Duxiu e hizo tabla rasa de los antiguos dirigentes. (...) Entonces se abrió el período golpista, que se expresó en particular en la Comuna de Cantón en diciembre del 27. Todas las condiciones eran contrarias a una insurrección en Cantón. (...) Claro está que no se trata de disminuir en nada el heroísmo de los comuneros de Cantón, quienes lucharon hasta la muerte. Cantón no fue, sin embargo, un ejemplo aislado. Cinco comités regionales (...) se pronunciaron durante el mismo período a favor de una sublevación inmediata». Y a pesar de la ofensiva victoriosa de la contrarrevolución, «... el VIo Congreso del PCC, de julio del 28, siguió manteniendo la perspectiva de “luchar por la victoria en una o varias provincias”» ([10]).
La derrota de la revolución china fue la condena más grave de la estrategia de la IC tras la muerte de Lenin, y más todavía de la IC estalinizada. Trotsky subraya en su Carta al VIo Congreso de la IC, el 12 de julio de 1928 ([11]), que la política oportunista de la IC debilitó primero al proletariado en Alemania en el 23, para seguir engañándolo y traicionándolo en Inglaterra y por fin en China. «Esas son las causas inmediatas e indiscutibles de la derrota». Y continúa: «Para entender lo que significa el giro actual hacia la izquierda ([12]), hemos de tener una visión global no solo de lo que fue el deslizamiento hacia el centro derecha que apareció a las claras en 1926-27, sino también de lo que había sido el período precedente de ultraizquierdismo en 1923-25, que preparó ese deslizamiento».
En 1924, la dirección de la IC no para de repetir que la situación revolucionaria sigue desarrollándose y que «batallas decisivas estallarán en un porvenir cercano». «Basándose en esa apreciación fundamentalmente errónea, el Vº Congreso establece toda su orientación, a mediados del 24» ([13]). La Oposición manifiesta su desacuerdo con esa visión y «da la alarma» ([14]). «A pesar del reflujo político, el Vº Congreso se orienta claramente hacia la insurrección (...) 1924 (...) es el año de las aventuras en Bulgaria ([15]) y Estonia» ([16]). Este ultraizquierdismo de 1924-25 «desorientado ante la situación, fue brutalmente sustituido por un desvío derechista» ([17]).
La nueva Oposición unificada ([18]) nace entonces, por la unión de la antigua Oposición de Trotsky con el grupo Zinoviev-Kamenev, etc. Varios temas animan en aquel entonces (1926) las discusiones en el Partido bolchevique, en particular la política económica de la URSS, la democracia en el Partido... Sin embargo, la cuestión china es la que provoca los principales debates, la mayor división en el Partido.
A la línea de «bloque con el Kuomintang» mantenida por Stalin y defendida por Bujarin y el ex menchevique Martinov se opone la de la Oposición de izquierdas. Los temas debatidos tratan del papel de la burguesía nacional, del nacionalismo y de la independencia de clase del proletariado.
Trotsky defiende su posición en un texto, Las relaciones de clase en la revolución china (3 de abril de 1927). En él desarrolla:
A este texto se añaden, el 14 de abril, las Tesis dirigidas por Zinoviev al Buró político del PCUS ([20]), en las que éste reafirma la posición de Lenin en cuanto a las luchas de liberación nacional, insistiendo en particular en que un PC no ha de subordinarse a ningún otro partido y en que el proletariado no debe meterse en el terreno del interclasismo. También reafirma la idea de que «la historia de la revolución ha demostrado que una revolución democrática burguesa, si no se transforma en revolución socialista, se encamina inevitablemente por la vía de la reacción».
Sin embargo, en esta situación en que el proletariado es derrotado no solo en China sino internacionalmente, la Oposición rusa ya no tiene la capacidad de invertir el curso degenerativo de la IC. Se puede afirmar que ya es derrotada en el mismo Partido bolchevique. «El proletariado conoce entonces su más terrible derrota» ([21]), en la medida en que los revolucionarios, los que hicieron la Revolución de octubre, poco a poco van a ser detenidos, mandados a presidio o asesinados. Pero hay más grave todavía: «el programa internacional es proscrito, las corrientes de la izquierda internacionalista son excluidas (...), una teoría reciente se afirma triunfalmente en la IC» (ídem): la del «socialismo en un solo país». Ya no tienen otro objetivo, Stalin y la IC, sino el de defender el Estado ruso. Al romper con el internacionalismo, la Internacional comunista desaparece entonces en tanto que órgano del proletariado.
A pesar de haber sido derrotada, el combate de la Oposición en la IC fue fundamental. Tuvo repercusiones importantísimas a nivel internacional, en todos los PC. Y sobre todo, es probable que no existirían hoy las corrientes de la Izquierda comunista si ese combate no se hubiera entablado. En China, en donde los estalinistas lograron sin embargo impedir que se conocieran los textos de la Oposición, Chen Duxiu logró mandar su Carta a todos los miembros del PCC (fue excluido en agosto del 29, y su Carta es del 10 de diciembre de ese mismo año) en la que toma claramente posición en contra del oportunismo estaliniano sobre la cuestión china.
En Europa y el resto del mundo, ese combate les permitió estructurarse y organizarse a los grupos oposicionistas excluidos de los PC. Sin embargo se dividen rápidamente y no logran pasar del estado de oposición al de verdadera corriente política.
En Francia por ejemplo, el grupo de Souvarine «Circulo Marx y Lenin», el grupo de Maurice Paz «Contra la corriente» y el de Treint «Restablecimiento comunista» publican cada uno por su lado los documentos de la Oposición de izquierdas rusa, y agrupan las energías revolucionarias. Este tipo de grupos va multiplicándose en un primer tiempo, sin lograr desgraciadamente alcanzar una colaboración mutua.
También nace un agrupamiento tras la expulsión de Trotsky de la URSS, la Oposición de izquierdas internacional, un agrupamiento que, sin embargo, va a desperdiciar muchas energías revolucionarias.
En 1930, los grupos:
se pronuncian a favor de las posiciones defendidas por Trotsky en 1927 y de las propuestas en su Carta al VIº Congreso de al IC en el 28. Firman, incluso, una declaración común «A los comunistas de China y del mundo entero» (12 de diciembre de 1930). Candiani ([22]) la firma en nombre de la Fracción italiana.
Esta declaración no contiene la menor concesión a ninguna política oportunista de colaboración de clases. «Nosotros, representantes de la Oposición de izquierdas internacional, bolcheviques-leninistas, siempre hemos sido adversarios de la entrada del Partido comunista en el Kuomintang, en nombre de una política proletaria independiente. Desde los inicios de la oleada revolucionaria, hemos exigido que los obreros tomen la dirección del sublevación campesina para llevar a cabo la revolución agraria. Nuestra posición fue rechazada. Nuestros partidarios han sido perseguidos, excluidos de la IC y, en la URSS, detenidos y exilados. ¿En nombre de qué? ¡en nombre de la alianza con Chiang Kai-chek!».
Aunque alcanza un buen nivel de claridad sobre las tareas del momento, la Oposición de izquierdas internacional – debido a su apego político sin la menor crítica a los cuatro primeros congresos de la IC – va a acabar cayendo en el oportunismo en cuanto se invierte por completo el curso revolucionario en los años 30. Eso no ocurre con la Fracción italiana, pues ésta se ha desmarcado claramente en los tres aspectos en discusión sobre los países coloniales: las luchas de liberación nacional, las consignas democráticas y la guerra entre potencias imperialistas en esos países.
La cuestión nacional y la revolución en los países de la periferia del capitalismo
Contrariamente a la resolución del IIº Congreso de la IC, la Oposición de izquierdas internacional en la Resolución sobre el conflicto chino-japonés (febrero del 32), la Fracción italiana plantea esta cuestión de forma radicalmente nueva en el movimiento comunista. En esta resolución rompe con la posición clásica sobre las luchas de liberación nacional ([23]).
«Punto 1. – En la época del imperialismo capitalista, ya no existen las condiciones para que se produzca una revolución burguesa en las colonias y países semicoloniales, que lleve al poder a una clase capitalista capaz de vencer a los imperialismos extranjeros (...).
Siendo la guerra el único medio para la liberación de los países coloniales (...), se trata de saber cuál es la clase llamada a dirigirla en la época actual del imperialismo capitalista. En el complicado marco de las estructuras económicas de China, el papel de la burguesía indígena es el de impedir que se desarrollen los movimientos revolucionarios de obreros y campesinos, de aplastar a los obreros comunistas precisamente cuando la clase obrera surge como la única fuerza capaz de llevar a cabo la guerra revolucionaria en contra del imperialismo extranjero».
Y sigue: «El papel de la clase obrera consiste en luchar por la instauración de la dictadura del proletariado (...).
Punto 4. – La Fracción de izquierda siempre ha mantenido que el eje central de las situaciones es el que se expresa en el dilema “guerra o revolución”. Los acontecimientos actuales en Oriente confirman esta posición fundamental (...).
Punto 7. – El Partido comunista chino tiene el deber de ponerse en primera línea en la lucha contra la burguesía indígena y sus representantes de izquierdas en el Kuomintang, los verdugos de 1927. (...) El Partido comunista chino debe reorganizarse basándose en el proletariado industrial, reconquistar su influencia sobre el proletariado de la ciudad, única clase capaz de arrastrar tras ella a los campesinos en la lucha consecuente y decisiva que llevará a la instauración de los verdaderos soviets en China».
Ni que decir tiene que se trata aquí, primero, de un rechazo a la política del Partido comunista chino estalinizado (que no tardará en ser, además, «maoizado»), pero también de una crítica abierta a las posiciones políticas de Trotsky, que lo llevarán más tarde a defender a China contra Japón en el conflicto imperialista que va oponer a ambos países.
Durante los años 30, la posición de la Fracción italiana se va precisando, como lo demuestra la «Resolución sobre el conflicto chino-japonés» de diciembre del 37 (Bilan, nº 45): «Los movimientos nacionales, de independencia nacional, que tuvieron una función progresista en Europa al expresar la función progresista que tenía en aquel entonces el modo de producción burgués, ya no pueden tener en Asia más que una función reaccionaria, la de oponer, durante la revolución proletaria, las conflagraciones de que son las únicas víctimas los explotados de los países en guerra (y) el proletariado de todos los países».
Las consignas democráticas
Con las consignas democráticas ocurre lo mismo que con la cuestión de la liberación nacional. ¿Siguen existiendo programas diferentes para el proletariado de los países desarrollados y para el proletariado de aquellos países en que la burguesía todavía no ha cumplido su revolución?.
¿Pueden seguir siendo «progresistas» las consignas democráticas, tal como lo defiende la Oposición de izquierdas internacional?. «En realidad, la conquista del poder por parte de la burguesía no coincide para nada con la realización de sus consignas democráticas. Al contrario, en la época actual asistimos al hecho de que en una serie de países no es posible el poder de la burguesía más que basándose en relaciones sociales e instituciones semifeudales. Sólo el proletariado puede destruir tales relaciones e instituciones, o sea realizar los objetivos históricos de la revolución burguesa». Es ésa, en cambio, una posición menchevique, en total oposición con la que Trotsky fue capaz de defender en los años 20 sobre las tareas de los comunistas en China (cf. cita de Trotsky).
La posición de la Izquierda italiana es radicalmente diferente, y su delegación la defiende a la Conferencia nacional de la Liga comunista en 1930 ([24]). Defiende la idea de que las consignas democráticas ya no están al orden del día en los países semicoloniales. El proletariado ha de luchar por la integridad del programa comunista, siendo la revolución comunista la que internacionalmente está al orden del día.
«Nosotros decimos que allí donde el capitalismo no dirige económica y políticamente la sociedad (por ejemplo en las colonias), existen las condiciones para una lucha del proletariado a favor de la democracia – durante un período determinado. Sin embargo (...) pedimos que se aclare, que se precise sobre qué bases de clase ha de desarrollarse esta lucha. (...) En la situación actual de crisis mortal del capitalismo, esto ha de precipitar la dictadura del partido del proletariado (...).
Pero en lo que toca a los países en que ya está hecha la revolución burguesa (...), esto conduce al desarme del proletariado ante las tareas que los acontecimientos permiten (...).
Se ha de empezar dando contenido político a la formula “consignas democráticas”. Pensamos que puede dársele éstas:
1) consignas ligadas directamente al ejercicio del poder político por una clase precisa;
2) consignas que expresen el contenido de las revoluciones burguesas y que no puede realizar el capitalismo debido a la situación actual;
3) consignas que conciernen a los países coloniales en los que se mezclan los problemas de lucha contra el imperialismo, los de la revolución burguesa y los de la revolución proletaria;
4) las “falsas” consignas democráticas, o sea las que corresponden a las necesidades vitales de las masas trabajadoras;
Al primer punto se refieren todas las fórmulas propias a la vida del gobierno burgués, tales como la “reivindicación de un parlamento y de su libre funcionamiento”, las “elecciones de administraciones territoriales y su libre funcionamiento”, “asamblea constituyente”, etc.
Al segundo punto se refieren en particular todas las obras de transformación social en el campo.
Al tercer punto los problemas de táctica en los países coloniales
Al cuarto las luchas parciales de los obreros en los países capitalistas».
La Fracción sigue tratando esos cuatro temas añadiendo que la táctica ha de adaptarse en función de las situaciones, manteniéndose firme sobre los principios.
Las consignas democráticas institucionales
(...) La divergencia política se ha revelado más claramente entre nuestra fracción y la izquierda rusa. Sin embargo, se ha de precisar que esta divergencia debe limitarse al campo de la táctica, como lo prueba el encuentro entre Lenin y Bordiga (...)».
En España, en Italia, como en China, la Fracción italiana se distingue claramente de la táctica utilizada por la Oposición de izquierdas.
«La transformación del Estado de monarquía en república, que antiguamente era el resultado de una batalla armada, se ha plasmado hoy en España en la comedia de la salida del rey tras los acuerdos entre Zamora y Romanones (...).
El hecho de que en España la Oposición adopte posiciones políticas a favor de la transformación supuestamente democrática del Estado anula toda posibilidad de desarrollo serio a nuestra sección a causa de los propios problemas de la crisis comunista.
El hecho de que en Italia el partido haya alterado el programa de la dictadura del proletariado y defienda el programa democrático de la revolución popular ([25]) ha contribuido en gran medida al fortalecimiento del fascismo.
Las consignas democráticas y la cuestión agraria
(...) una transformación (la liberación de la economía agraria de las relaciones sociales propias al feudalismo) de la economía de un país como España en economía del tipo de las que existen en otros países más avanzados no coincidirá sino con la victoria de la revolución proletaria. Esto no significa, sin embargo, que no tenga el capitalismo la posibilidad de poner en marcha esa transformación (...). La posición programática comunista ha de seguir siendo la de la afirmación íntegra de la «socialización de la tierra»».
La Fracción da muy poca importancia a las consignas intermedias referentes al problema del campo.
«Las consignas institucionales y la cuestión colonial
(...) Aquí queremos referirnos a aquellos países coloniales en que no existe todavía el capitalismo como clase gobernante, a pesar de la industrialización de parte importante de su economía».
Aunque sea necesario adaptar la táctica en ciertos países, no se trata para la Fracción italiana de dar consignas diferentes para el proletariado de China, de España o de países del centro del capitalismo.
«En China, ni cuando el manifiesto de 1930 ni tampoco hoy se trata de establecer un programa para la conquista del poder político (...), mientras que el centrismo ([26]) no cesa de hacer malabarismos políticos para hacer creer que son soviets sus falsedades sobre los fines y los movimientos de los campesinos.
Una vez más, no existe más que una clase capaz de llevar a cabo la lucha victoriosa, y es la clase obrera.
Las reivindicaciones parciales de la clase obrera
Los partidos burgueses y en particular la socialdemocracia insisten para orientar a las masas hacia la necesidad de defensa de la democracia y piden y obtienen – por culpa del partido comunista – el abandono de la lucha en defensa de los salarios y en general del nivel de vida de las masas, como ocurre por ejemplo actualmente en Alemania».
Aquí, la Fracción defiende la idea de que la clase obrera no ha de luchar sino es para defender sus intereses propios y debe quedarse firme en su terreno de clase, único terreno que permite avanzar a las masas hacia la lucha revolucionaria.
La guerra imperialista y los trotskistas chinos
Trotsky sobre este tema va a renegar las posiciones que había defendido en 1925-27, en La Internacional después de Lenin (así como en su declaración «A los comunistas chinos y del mundo entero» de 1930). Entonces defendía la idea de que para oponerse a la solución guerrera imperialista, el proletariado tenía que desarrollar sus propias luchas por sus intereses revolucionarios, puesto que «la burguesía había pasado definitivamente al campo de la contrarrevolución». Y dirigiéndose a los miembros del Partido comunista chino, añadía: «Vuestra coalición con la burguesía fue justa desde 1924 hasta finales de 1927, ahora ya no vale nada».
Sin embargo, durante los años 30, llama a los obreros chinos a «cumplir con su deber en la guerra contra Japón» (La Lutte ouvrière, nº 43, 23 de octubre de 1937). Ya afirmaba en el número 37 de esa publicación que «si hay una guerra justa, es la del pueblo chino en contra de sus invasores». Esta no es otra posición sino la de ¡los socialtraidores durante la Primera Guerra mundial!. Y añade: «Todas las organizaciones obreras, todas las fuerzas progresistas de China, sin ceder en nada en su programa e independencia política, cumplirán su deber hasta la muerte en esta guerra de liberación, independientemente de su actitud con respecto al gobierno de Chiang Kai-chek».
Bilan ataca con violencia la posición de Trotsky en su Resolución sobre el conflicto chino-japonés, en febrero del 32: «Trotsky, al defender en España y en China una posición de Unión sagrada cuando en Francia o Bélgica defiende un programa de oposición al Frente popular, es un eslabón de la dominación capitalista y no se puede llevar a cabo ninguna acción con él. Lo mismo vale para la Liga comunista internacionalista de Bélgica, que adopta una posición de Unión sagrada en España e internacionalista en China» ([27]).
La Fracción titulará incluso uno de sus artículos publicados en Bilan nº 46, en enero del 38: «Un gran renegado adornado con plumas de pavo real: León Trotsky» ([28]).
Esa regresión de Trotsky, que lo hubiese conducido (de haber vivido más tiempo y haber tomar posición sobre los conflictos guerreros con esa misma orientación política) al campo de la contrarrevolución, va a llevar a los trotskistas chinos primero y luego a toda la IVª Internacional a caer durante la Segunda Guerra mundial en brazos del patriotismo y del socialimperialismo.
El grupo que publica La Internacional, en torno a Zheng Chaolin y Weng Fanxi, es el único en mantener la posición de defensa del «derrotismo revolucionario», y por ello, algunos de sus miembros van a ser excluidos, y otros romperán con la Liga comunista de China (trotskista) ([29]).
Al concluir este artículo, es importante señalar que únicamente la Fracción italiana fue capaz de desarrollar argumentos para demostrar por qué ya no son progresistas las luchas de liberación nacional y que, al contrario, se han vuelto contrarrevolucionarias en al fase actual del desarrollo del capitalismo.
Le incumbirá luego a la Izquierda comunista de Francia y, tras ella, a la CCI, la tarea de reforzar esta posición dándole una base teórica sólida.
MR
[1] Revista internacional nos 81, 84, 94.
[2] Tesis de Zinoviev para el Buró político del PC de URSS, el 14 de abril de 1927.
[3] Cf. los artículos en números anteriores de esta Revista internacional sobre la Revolución en Alemania. Trotsky escribe que el fracaso de 1923 en Alemania es «una gigantesca derrota», en l’Internationale après Lénine, PUF, París.
[4] Así llamaban a los partidos socialistas o socialdemócratas que traicionaron durante la Primera Guerra mundial.
[5] Bilan no 9, julio del 34.
[6] Dictador polaco que acababa de reprimir a la clase obrera, fundador del Partido socialista polaco de tendencia reformista y nacionalista.
[7] Trotsky, l’Internationale après Lénine, op. cit.
[8] La existencia de un Kuomintang de izquierdas es una leyenda de la IC estalinizada.
[9] Harold Isaacs, la Tragedia de la revolución china – 1935-27, citado por Trotsky, l’Internationale après Lénine, op. cit.
[10] Bilan no 9, julio del 34.
[11] Cf. l’Internationale après Lénine, op. cit.
[12] Así nombraron el curso de la IC tras 1927.
[13] Subrayado de Trotsky.
[14] Trotsky.
[15] Sublevamiento que duró del 19 al 28 de septiembre antes de ser derrotado.
[16] En diciembre del 24 se organizó un sublevamiento. En él participaron unos 200 miembros del PC de Estonia que serán aplastados en unas cuantas horas.
[17] Trotsky, op. cit.
[18] A finales de 1925 se rompe la troica Stalin-Zinoviev-Kamenev. Entonces se forma un «bloque» de las oposiciones que se llamará Oposición unificada.
[19] Es sabido hoy que esa consigna no correspondía a la situación – y el mismo Trotsky cuestiona su validez (op. cit., p. 211) – puesto que el curso ya no era favorable a la revolución proletaria.
[20] Tesis que hubiesen debido ser discutidas en el VIIº Pleno de la IC y en el XVº Congreso del Partido comunista ruso.
[21] Bilan, nº 1, noviembre del 33. Esa derrota fue llamada por la Oposición rusa: el Termidor de la Revolución rusa.
[22] Enrico Russo (Candiani), miembro del Comité central de la Fracción italiana.
[23] Hoy todavía, a la componente bordiguista le cuesta recuperar la posición de la Fracción italiana y trata la posición de la CCI de «indiferentista».
[24] Bulletin d’information de la Fraction italienne, nº 3 y 4.
[25] Se trata de la política del «Aventino», que consistió para el PC en retirarse del parlamento dominado por los fascistas para reunirse en el Aventino con los centristas y socialdemócratas. Esta política fue denunciada por Bordiga como oportunista.
[26] Aquí se trata de la IC y de los partidos comunistas estalinizados.
[27] La única tendencia que adoptará la misma posición que la Fracción italiana y la Fracción belga de la Izquierda comunista estaba constituida por la Revolucionary Workers League (más conocida por el nombre de su representante, Oelher) y por el Grupo de trabajadores marxistas (también más conocido por el nombre de su representante, Eiffel).
[28] Nosotros no consideramos que Trotsky haya traicionado a la clase obrera, puesto que falleció antes de que estallara la Segunda Guerra mundial. Sin embargo, esto no vale para los trotskistas. Cf. nuestro folleto el Trotskismo en contra de al clase obrera.
[29] Cf. Revista internacional, no 94.
Desde finales de los 60, cuando se formaron los grupos políticos que iban luego a constituir la CCI en 1975, nos hemos enfrentado siempre a una doble crítica. Para unos, en general las diferentes organizaciones denominadas «Partido comunista internacional», venidas directamente de la Izquierda italiana, nosotros seríamos unos idealistas en lo que a conciencia de clase se refiere y unos anarquistas en cuanto a organización política. Para los otros, en general venidos del anarquismo o de la corriente consejista, la cual rechaza, o subestima, la necesidad de la organización política y del partido comunista, nosotros seríamos «partidistas» o «leninistas». Aquéllos basan su afirmación en nuestro rechazo de la posición «clásica» del movimiento obrero sobre la toma del poder por el partido comunista en la dictadura del proletariado y en nuestra visión no monolítica del funcionamiento de la organización política. Éstos rechazan nuestra visión rigurosa del militantismo revolucionario y nuestros esfuerzos incesantes por la construcción de una organización internacional unida y centralizada.
Hoy, otra crítica del mismo tipo que la de los consejistas, pero más virulenta, se está desarrollando: la CCI estaría en plena degeneración, se habría vuelto «leninista» ([1]) y estaría al borde de la ruptura con su plataforma política y sus posiciones de principio. Desafiamos a quien quiera a que pruebe esa mentira, que nada, ni en nuestras publicaciones, ni en nuestros textos programáticos, justifica. La exageración de la denuncia – porque eso ya no es crítica – es evidente para cualquiera que siga con seriedad y sin prejuicios la prensa de la CCI. Sin embargo cuando la crítica la hacen antiguos militantes de nuestra organización puede hacer dudar al lector menos atento y experimentado y hacerle decir aquello de que «si el río suena, agua lleva». En realidad, esos ex militantes se han unido a lo que nosotros denominamos «parasitismo político» ([2]). Este medio se opone a nuestra lucha de siempre por el agrupamiento internacional de fuerzas militantes y por la unidad del medio político proletario en la lucha contra le capitalismo. Con ese fin, el parasitismo procura minar y debilitar nuestra lucha contra todo tipo de diletantismo e informalismo en la actividad militante y por una defensa sin concesiones de una organización internacional unida y centralizada.
¿Nos habríamos vuelto leninistas como lo afirman nuestros críticos y denunciadores? Es esa una grave acusación a la que tenemos que contestar. Y para hacerlo con seriedad hay, primero, que saber de qué se está hablando. ¿Qué es el «leninismo»?, ¿Qué ha representado en el movimiento obrero?
El «leninismo» aparece al mismo tiempo que el culto a Lenin, nada más fallecer éste. Enfermo a partir de 1922, su participación en la vida política disminuye hasta su muerte en enero de 1924. El reflujo de la oleada internacional que había hecho parar la Primera Guerra mundial y el aislamiento del proletariado en Rusia son las causas fundamentales del auge de la contrarrevolución en el país. Las principales manifestaciones de ese proceso son la aniquilación del poder de los consejos obreros y de toda vida proletaria en su seno, la burocratización y el ascenso del estalinismo en Rusia y muy especialmente en el seno del Partido bolchevique en el poder. Los errores políticos, dramáticos a veces (especialmente la identificación del partido y del proletariado con el Estado ruso, que justificó la represión de Cronstadt por ejemplo) desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo de la burocracia y del estalinismo. Lenin no está libre de culpa, aunque fue muy a menudo el más decidido para oponerse a la burocratización como así ocurrió en 1920 contra Trotski y una gran parte de los dirigentes bolcheviques que propugnaban la militarización de los sindicatos, o como en el último año de su vida cuando denuncia el poder de Stalin y propone a Trotski, a finales de 1922, formar una alianza, un bloque como lo llama él, «contra el burocratismo en general y contra el comité de organización en particular [en manos de Stalin]» ([3]). Una vez anulada su autoridad política con su desaparición, la tendencia burocrática contrarrevolucionaria desarrolla el culto a la personalidad ([4]) en torno a Lenin: cambian el nombre de Petrogrado en Leningrado, momifican su cuerpo y sobre todo crean la ideología del «leninismo» y del «marxismo leninismo». Se trata para la troica formada por Stalin, Zinoviev y Kamenev de echar mano de la «herencia» de Lenin como arma contra Trotski en el seno del partido ruso y para apoderarse por completo de la Internacional comunista (IC). La ofensiva estalinista para controlar a los diferentes partidos comunistas, va a concentrarse en torno a la «bolchevización» de esos partidos y la exclusión de militantes que no se doblegan ante la nueva política.
El «leninismo» es la traición a Lenin, es la contrarrevolución
En 1939, en su biografía de Stalin, Boris Souvarine ([5]) subraya la ruptura entre Lenin y el «leninismo»: «Entre el antiguo «bolchevismo» y el nuevo «leninismo», no hay solución de continuidad, hablando con propiedad» ([6]). Y así es como define el «leninismo»: «Stalin se autoproclamó clásico [del leninismo] con su folleto Fundamentos del leninismo, serie de conferencias leídas a los «estudiantes rojos» de la universidad comunista de Sverdlov, a principios de abril de 1924. En esa trabajosa compilación en la que las frases subrayadas alternan con las citas, uno buscará en vano el pensamiento crítico de Lenin. Todo lo vivo, relativo, condicional y dialéctico en una obra utilizada se convierte en algo pasivo, absoluto, catequista y, además, plagado de contrasentidos» ([7]).
El «leninismo» es la «teoría» del socialismo en un solo país,
totalmente opuesta al internacionalismo de Lenin
La imposición del «leninismo» significó la victoria del rumbo oportunista que había tomado la IC desde su IIIer congreso, sobre todo mediante la táctica del Frente único y la consigna de «ir a las masas» en un momento en que el aislamiento de la Rusia revolucionaria se estaba viviendo cruelmente. Los errores de los bolcheviques fueron un factor negativo que favoreció ese rumbo oportunista. Hay que recordar aquí que la posición falsa de que «el partido ejerce el poder» era en aquel entonces la de todo el movimiento revolucionario, incluida Rosa Luxemburg y la izquierda alemana. Será al iniciarse los años 20 cuando el KAPD empiece a poner de relieve la contradicción que es para el partido revolucionario estar en el poder e identificarse con el nuevo Estado surgido de la insurrección victoriosa.
Fue contra esa gangrena, oportunista primero y luego abiertamente contrarrevolucionaria, contra la que surgieron y se desarrollaron las diferentes oposiciones. Entre éstas las más consecuentes fueron las diferentes oposiciones de izquierda, rusa, italiana, alemana y holandesa, que se mantuvieron fieles al internacionalismo y a Octubre de 1917. Por ir en contra del creciente rumbo oportunista de la IC, unas tras las otras fueron siendo excluidas de ella a lo largo de los años 20. Las que lograron mantenerse en ella, se opusieron con todas sus fuerzas a las consecuencias prácticas del «leninismo», es decir, a la política de «bolchevización» de los partidos comunistas. Combatieron, especialmente, la sustitución de la organización en secciones locales, es decir con una base territorial, geográfica, por otra en células de fábrica y empresa que acabó agrupando a los militantes en bases corporativistas y contribuyendo en vaciar a los partidos de toda vida realmente comunista hecha de debates y de discusiones políticas de tipo general.
La imposición del «leninismo» agudiza el combate entre el estalinismo y las oposiciones de izquierda. Viene acompañada del desarrollo de la ideología del «socialismo en un solo país», que es una ruptura total con el internacionalismo intransigente de Lenin y la experiencia de Octubre. Marca la aceleración del rumbo oportunista hasta la victoria definitiva de la contrarrevolución. Con la adopción en su programa del «socialismo en un solo país» y el abandono del internacionalismo, la IC – como tal internacional – muere definitivamente en su VIº congreso en 1928.
El «leninismo»: una ideología para establecer una división entre Lenin y Rosa,
entre la fracción bolchevique y las demás izquierdas internacionalistas
En 1925, el Vº congreso de la IC adopta las «Tesis sobre la bolchevización», que expresan el control creciente de la burocracia estalinista sobre los PC y la IC. Producto de la contrarrevolución estaliniana, la bolchevización es, en plano organizativo, el transmisor principal de la degeneración acelerada de los partidos de la IC. El incremento de la represión y del terror de Estado en Rusia y de las exclusiones en los demás partidos son expresión de la ferocidad de la lucha. Para el estalinismo, existe todavía, en ese momento, el peligro de que se forme una fuerte oposición en torno a la figura de Trotski, único entonces capaz de agrupar a la mayor parte de las energías revolucionarias. Esa oposición contrarresta con creces la política del oportunismo y puede disputarle al estalinismo, y con posibilidades de éxito, la dirección de partidos como los ejemplos de Italia o Alemania lo demuestran.
Uno de los objetivos de la «bolchevización» es pues el de levantar una barrera entre Lenin y las demás grandes figuras del comunismo pertenecientes a las demás corrientes de izquierda, especialmente entre Lenin y Trotski evidentemente, pero también con Rosa Luxemburg: «Una verdadera bolchevización es imposible sin vencer los errores del luxemburguismo. El leninismo debe ser la única brújula de los partidos comunistas del mundo entero. Todo lo que se aleje del leninismo, se aleja del marxismo» ([8]).
Reconozcámosle al estalinismo la primicia de haber pretendido romper el vínculo y la unidad entre Lenin y Rosa Luxemburg, entre la tradición bolchevique y las demás izquierdas surgidas de la IIª Internacional. Siguiendo los pasos del estalinismo, los partidos de la socialdemocracia participaron también en levantar una barrera infranqueable entre «la bondadosa y democrática» Rosa Luxemburgo y el «malvado y dictatorial» Lenin. Esta política pertenece hoy al pasado. Hoy, lo que siempre ha representado la unidad entre esos dos grandes revolucionarios es objeto de ataques. Los saludos hipócritas a la clarividencia de Rosa Luxemburg por… sus críticas a la Revolución rusa y al partido bolchevique son a menudo lanzadas por los descendientes políticos directos de sus asesinos socialdemócratas, o sea, los partidos socialistas de hoy. Y especialmente por el partido socialista alemán, quizás porque Rosa Luxemburg era… alemana. Una vez más queda confirmada la alianza de intereses comunes entre la contrarrevolución estaliniana y las fuerzas «tradicionales» del capital. Se comprueba, en particular, la alianza entre la socialdemocracia y el estalinismo para falsificar la historia del movimiento obrero y destruir el marxismo. Se puede apostar que la burguesía celebrará a su manera el aniversario del asesinato de Rosa Luxemburg y de los espartaquistas en 1919, en Berlín.
«Qué doloroso espectáculo para los militantes revolucionarios ver a los asesinos de los artífices de la revolución de Octubre [los estalinistas], convertidos en aliados de los asesinos de los espartaquistas [los socialdemócratas] atreviéndose a conmemorar la muerte de los dirigentes proletarios. No, no tienen ningún derecho a hablar de Rosa Luxemburg, cuya vida se construyó en la intransigencia, en la lucha contra el oportunismo, en la firmeza revolucionaria, aquellos que, de una traición a otra han acabado siendo hoy la vanguardia de la contrarrevolución internacional» ([9]).
¡Dejen en paz a Rosa Luxemburg y a Lenin, pues pertenecen al campo revolucionario!
Hoy, la mayoría de los del medio parásito ([10]), están contribuyendo con sus falsificaciones históricas y sobre todo porque merodean por ambientes anarquistas, especialistas también en ataques contra Lenin y lo que éste significó.
Por desgracia, la mayoría de las corrientes y grupos verdaderamente proletarios pecan por su falta de claridad política. Por sus debilidades teóricas y errores políticos, el consejismo aporta su ladrillito para intentar levantar una pared entre el partido bolchevique y las izquierdas alemana y holandesa, entre Lenin de un lado y Rosa del otro. Y lo mismo ocurre con los grupos bordiguistas, e incluso con el PCint Battaglia Comunista, los cuales, también a causa de sus debilidades teóricas (por no hablar de aberraciones como ocurre con la teoría de la «invariación» de los bordiguistas), son incapaces de percibir lo que está en juego en la defensa tanto de Lenin y Luxemburg como de todas las fracciones de izquierda surgidas (y salidas) de la IC.
Lo que importa saber de Lenin y de Luxemburg y, más allá de sus personas, del partido bolchevique y de las demás izquierdas en el seno de la Internacional, es la unidad y la continuidad de su combate. A pesar de los debates y de las divergencias, siempre estuvieron del mismo lado de la barricada frente a cuestiones esenciales cuando el proletariado se encontró en situaciones decisivas. Fueron los líderes de la izquierda revolucionaria en el congreso de Stuttgart de la Internacional socialista (1907), durante el cual presentaron juntos una enmienda a la resolución sobre la actitud de los socialistas, que los llamaba a «utilizar por todos los medios la crisis económica y política que provocaría una guerra para despertar al pueblo y acelerar así la caída de la dominación capitalista»; Lenin confió el mandato del partido ruso a Rosa Luxemburg en la discusión sobre ese tema. Fieles a su combate internacionalista en sus respectivos partidos, están en contra de la guerra imperialista: la corriente de Rosa Luxemburg, los espartaquistas, participan con los bolcheviques y Lenin en las conferencias internacionales de Zimmerwald y Kienthal (1915 y 1916). Y siguen juntos, con todas las izquierdas, entusiastas y unánimes en el apoyo a la revolución rusa:
«La revolución rusa es el acontecimiento más prodigioso de la guerra mundial (…) Al haber apostado a fondo sobre la revolución mundial del proletariado, los bolcheviques han dado la prueba patente de su inteligencia política, de la firmeza de sus principios, de la audacia de su política. (…) El partido de Lenin ha sido el único que ha comprendido las exigencias y deberes que incumben a un partido verdaderamente revolucionario para asegurar la continuidad de la revolución lanzando la consigna: todo el poder en manos del proletariado y del campesinado. [Los bolcheviques] han definido inmediatamente como objetivo a esa toma del poder el programa revolucionario más avanzado en su integridad; no se trataba de apuntalar la democracia burguesa, sino de instaurar la dictadura del proletariado para realizar el socialismo. Han adquirido así ante la historia el mérito imperecedero de haber proclamado por vez primera los objetivos últimos del socialismo como programa inmediato de política práctica» ([11]).
¿Quiere eso decir que no había divergencias entre esas dos grandes figuras del movimiento obrero? Claro que las había. ¿Significa eso que habría que ignorarlas? Ni mucho menos. Pero para abordarlas y poder sacar el máximo de lecciones, hay que saber reconocer y defender lo que los une. Y lo que los une es el combate de clase, el combate revolucionario consecuente contra el capital, la burguesía y todas sus fuerzas políticas. El texto de Rosa Luxemburg que acabamos de citar es una crítica sin concesiones a la política del partido bolchevique en Rusia. Pero pone cuidado en dibujar el marco en el que deben comprenderse esas críticas: el de la solidaridad con los bolcheviques. Ella denuncia violentamente la oposición de los mencheviques y de Kautsky a la insurrección proletaria. Y para evitar cualquier equívoco sobre su posición de clase, toda desvirtuación de su propósito, termina así: «En Rusia, sólo se podía plantear el problema. Pero no podía resolverse en Rusia. En este sentido, el porvenir pertenece al “bolchevismo”».
La defensa de esas figuras y de su unidad de clase es una tarea que la tradición de la izquierda italiana nos ha legado y que nosotros vamos a proseguir. Lenin y Rosa Luxemburg pertenecen al proletariado revolucionario. Así es cómo la Fracción italiana de la Izquierda comunista comprendía la defensa de ese patrimonio contra el «leninismo» estalinista y la socialdemocracia:
«Pero junto a la figura genial del dirigente proletario (Lenin) también se yerguen tan importantes como él las figuras de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Productos de una lucha internacional contra el revisionismo y el oportunismo, expresión de una voluntad revolucionaria del proletariado alemán, nos pertenecen a nosotros y no a quienes quieren hacer de Rosa la bandera contra Lenin y del antipartido; de Liebknecht el abanderado de un antimilitarismo que se expresa en el voto de los créditos militares en los diferentes países “democráticos”» ([12]).
Todavía no hemos contestado a la acusación de haber cambiado de posición sobre Lenin. Pero el lector podrá, concretamente, darse ya perfecta cuenta de que nosotros estamos en total oposición al «leninismo». Y que nos mantenemos fieles a la tradición de las fracciones de izquierda de las que nos reivindicamos, especialmente de la fracción italiana de los años 30.
Procuramos explicar cada vez que sea necesario el método que consiste en luchar por la defensa y la unidad de la continuidad históricas del movimiento obrero. Contra el «leninismo» y todos los intentos de dividir y oponer entre sí a las diferentes fracciones marxistas del movimiento obrero, nosotros luchamos por la defensa de su unidad. Contra la oposición abstracta y mecánica hecha basándose en unas cuantas citas sacadas de su contexto, nosotros restituimos las condiciones reales en las que se fraguaron las posiciones, siempre basándonos en los debates y polémicas en el seno del movimiento obrero. Es decir: en el mismo campo.
Ese es el método que el marxismo ha procurado aplicar siempre, método que es todo lo contrario del «leninismo», cuyos verdaderos discípulos contemporáneos rechazan. Porque es bastante jocoso ver que entre los continuadores del estalinismo, al menos en lo que a «método» se refiere, están precisamente quienes acusan a la CCI de haberse vuelto «leninista»...
¡Dejen en paz a la izquierda holandesa y a las figuras de Pannekoek y Gorter!
A los adeptos contemporáneos de la «metodología» del «leninismo», al menos en ese aspecto, se les identifica con facilidad en los diferentes ámbitos por los que merodean. Está de moda, en los círculos anarco-consejistas y entre los parásitos, el intentar apropiarse fraudulentamente de la Izquierda holandesa, oponiéndola a otras fracciones de izquierda, y a Lenin, evidentemente. A su vez, al igual que Stalin y su «leninismo» traicionaron a Lenin, esos elementos traicionan la tradición de la Izquierda holandesa y de sus grandes figuras como la de Anton Pannekoek, a quienes Lenin saluda con respeto y admiración en El Estado y la revolución, o la de Herman Gorter, quien traduce inmediatamente, en 1918, esa obra ya clásica del marxismo. Antes de haber desarrollado la teoría del comunismo de consejos en los años 30, Pannekoek fue uno de los militantes más eminentes del ala izquierda marxista en la IIª Internacional, junto a Rosa Luxemburg y Lenin y siguió siéndolo durante toda la guerra. Es más fácil sacar a Pannekoek del campo proletario, a causa de sus críticas consejistas contra los bolcheviques a partir de 1930, que a alguien como Bordiga, y por ello aquél sigue siendo hoy objeto de especial solicitud para acabar borrando todo de recuerdo de su adhesión a la IC, de su participación de primer plano en la constitución del Buró de Amsterdam para occidente y su entusiasmado y decidido apoyo a Octubre 1917. Tanto como las fracciones de izquierda italiana y rusa en el seno de la IC, las izquierdas holandesa y alemana pertenecen al proletariado y al comunismo. Y cuando nos reivindicamos de todas las fracciones de izquierda salidas de la IC, lo que hacemos es retomar también el método utilizado por la izquierda holandesa como por todas las izquierdas:
«La guerra mundial y la revolución que ha engendrado, han demostrado de manera evidente que sólo hay una tendencia en el movimiento obrero que lleve de verdad los trabajadores al comunismo. Sólo la extrema izquierda de los partidos socialdemócratas. Las fracciones marxistas, el partido de Lenin en Rusia, de Bela Kun en Hungría, de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht en Alemania han encontrado el único y buen camino.
La tendencia que ha tenido siempre como objetivo la destrucción del capitalismo por la violencia y que, en los tiempos de la evolución y del desarrollo pacíficos, usaba la lucha política y la acción parlamentaria para la propaganda revolucionaria y la organización del proletariado es la que ahora hace uso de la fuerza del Estado por la revolución. La misma tendencia que ha encontrado el camino de quebrar el Estado capitalista y transformarlo en Estado socialista, así como el medio mediante el cual se construye el comunismo: los consejos obreros, los cuales encierran en sí mismos todas las fuerzas políticas y económicas; es la tendencia que ha descubierto por fin lo que la clase ignoraba hasta ahora y lo ha establecido para siempre: la organización mediante la cual el proletariado puede vencer y sustituir al capitalismo» ([13]).
Incluso después de la exclusión del KAPD de la IC en 1921, intentan mantenerse fieles a sus principios y solidarios con los bolcheviques.
«Nos sentimos, a pesar de la exclusión de nuestra tendencia por el congreso de Moscú, totalmente solidarios con los bolcheviques rusos (…) permanecemos solidarios no sólo con el proletariado ruso sino también con sus jefes bolcheviques, aunque hayamos tenido que criticar de la manera más vehemente su conducta en el seno del comunismo internacional» ([14]).
Cuando la CCI se reivindica y defiende la unidad y la continuidad «de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas de Marx y Engels (1847-1852), de las tres Internacionales (la Asociación internacional de los trabajadores, 1864-1852, la Internacional socialista, 1889-1914, la Internacional comunista, 1919-1928), de las fracciones de izquierda que se fueron separando en los años 1920-30 de la Tercera internacional en su proceso de degeneración, y más particularmente de las Izquierdas alemana, holandesa e italiana» ([15]), lo que la CCI hace es mantenerse fiel a la tradición marxista en el seno del movimiento obrero, inscribiéndose en la lucha unida y permanente de la «tendencia» que definía Gorter, de las fracciones de izquierda en el seno de la IIª y IIIª Internacionales. Permanecemos así fieles a Lenin, a Rosa Luxemburg y a la tradición de las fracciones de izquierda de los años 30 y, en primer término, de Bilan.
Los «leninistas» de hoy no están en la CCI
Fieles también a las fracciones de izquierda que combatieron el estalinismo en unas condiciones dramáticas, rechazamos de plano toda acusación de «leninismo». Y denunciamos a quienes nos la lanzan: son ellos quienes retoman los métodos usados por Stalin y su teoría del «leninismo» asimilándolo a Lenin. Y siguiendo los métodos estalinistas, ni siquiera se preocupan de basar sus acusaciones en elementos reales, concretos – como, por ejemplo, nuestras tomas de postura escritas u orales –, sino en «se dice que…» y otras patrañas. Afirman que nuestra organizacion se ha vuelto una secta y que está en plena degeneración para así alejar de nosotros a todos aquellos que están en busca de una perspectiva política y revolucionaria consecuente. La acusación es tanto más calumniosa porque, detrás del término «leninismo» se oculta, cuando no lo afirman claramente, la acusación de estalinismo.
La acusación de nuestro «leninismo» supuesto se apoya esencialmente en chismes sobre nuestro funcionamiento interno, en particular sobre la pretendida imposibilidad de discutir en nuestro seno. Ya hemos contestado a esas acusaciones ([16]) y no vamos a volver aquí sobre ellas. Nos limitaremos a devolverles el cumplido después de haber demostrado quiénes son los verdaderos continuadores del método «leninista», no marxista, falsamente revolucionario.
Una vez rechazada la acusación de «leninismo», hay que responder a preguntas más serias: ¿habríamos abandonado nuestro espíritu crítico respecto a Lenin sobre la cuestión de la organización política? ¿Ha habido un cambio de posición de la CCI sobre Lenin, especialmente en materia de organización, sobre la cuestión del partido, de su papel y de su funcionamiento? Nosotros no vemos en dónde habría una ruptura en la posición de la CCI sobre la cuestión organizativa y respecto a Lenin, entre la CCI de sus principios, en los años 70, y la de 1998.
Seguimos manteniendo que estamos de acuerdo con el método utilizado y con la crítica argumentada y desarrollada contra el economismo y los mencheviques. Y seguimos diciendo que estamos de acuerdo con una gran parte de los diferentes puntos desarrollados por Lenin.
Mantenemos nuestras críticas en algunos aspectos planteados por Lenin en temas de organización. «Algunos conceptos defendidos por Lenin (especialmente en Un paso adelante, dos pasos atrás) sobre el carácter jerarquizado y “militar” de la organización, que han sido explotados por el estalinismo para justificar sus métodos, deben ser rechazados» ([17]). Tampoco, en esas críticas, hemos cambiado de opinión. Pero la cuestión merece una respuesta más profundizada para comprender al mismo tiempo la amplitud real de los errores de Lenin y el sentido histórico de los debates que tuvieron lugar en el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR).
Para poder tratar seriamente esta cuestión central para los revolucionarios, incluso los errores de Lenin, debe uno mantenerse fiel al método y las enseñanzas de las diferentes izquierdas comunistas tal como lo hemos subrayado en la primera parte de este artículo. Nos negamos a escoger entre lo que nos gustaría en la historia del movimiento obrero y lo que nos disgustaría. Una actitud así sería ahistórica y típica de quienes se permiten juzgar, cien u ochenta años más tarde, un proceso histórico hecho de tanteos, de éxitos y fracasos, de múltiples debates y contribuciones, a costa de enormes sacrificios y de duras luchas políticas. Esto es así para las cuestiones teóricas y políticas. También lo es en temas de organización. Ni el final menchevique de Plejánov y su actitud chovinista durante la Primera Guerra mundial, ni la utilización de Trotski por… el «trotskismo», ni la de Pannekoek por el anarco-consejismo, disminuyen en nada la enorme riqueza de sus contribuciones políticas y teóricas que siguen siendo actuales y de un gran interés militante. Ni las muertes vergonzosas de la IIª y IIIª Internacionales, ni el final del partido bolchevique en el estalinismo, disminuyen en nada lo que fue su papel en la historia del movimiento obrero y la validez de sus adquisiciones organizativas.
¿Hemos cambiado al respecto?. En absoluto: «Existe una adquisición organizativa, al igual que existe una adquisición teórica, condicionándose mutuamente de manera permanente» ([18]).
Así como las críticas de Rosa Luxemburg a los bolcheviques en La Revolución rusa deben situarse en el marco de la unidad de clase que la asocia a los bolcheviques, de igual modo, las críticas que podamos nosotros hacer sobre la cuestión organizativa deben situarse en el marco de la unidad que nos asocia a Lenin en su combate – antes y después de la formación de la fracción bolchevique – por la construcción del partido. Esta posición no es nueva y no debería sorprender. Hoy, una vez más, como ya lo «repetíamos» en 1991, «repetimos ([19]) que “la historia de las fracciones es la historia de Lenin” ([20]) y únicamente basándose en la labor por ellas cumplida será posible reconstruir el partido comunista mundial de mañana» ([21]).
¿Quiere decir eso que la comprensión sobre la organización revolucionaria que la CCI tenía desde su constitución ha permanecido exactamente la misma? ¿Quiere eso decir que esa comprensión no ha ido enriqueciéndose, profundizándose, a lo largo de los debates y de los combates organizativos que nuestra organización ha tenido que entablar? Si así fuera, podría acusársenos de ser una organización sin vida, ni debates, de ser una secta que se contenta con recitar las Santas Escrituras del movimiento obrero. No vamos ahora aquí a reproducir todos los combates y debates organizativos que han atravesado nuestra organización desde su fundación. Y cada vez hemos tenido que analizar las «adquisiciones organizativas» de la historia del movimiento obrero, volviendo a hacerlas nuestras, precisándolas, enriqueciéndolas. Y así tenía que ser si no queríamos correr el riesgo de debilitarnos, por no decir desaparecer.
Pero las reapropiaciones y los enriquecimientos que hemos llevado a cabo en materia de organización no significan, ni mucho menos, que hayamos cambiado de posición sobre esta cuestión en general, ni siquiera con relación a Lenin. Esa labor está en continuidad con la historia y las adquisiciones organizativas que nos ha legado la experiencia del movimiento obrero. Retamos a quien quiera a que nos demuestre que ha habido ruptura en nuestra posición. La organizativa es una cuestión plenamente política tanto como las demás. Afirmamos, incluso, que es la cuestión central, la que, en última instancia, determina la capacidad para abordar todas las demás cuestiones teóricas y políticas. Al decir esto, estamos en la misma longitud de onda que Lenin. Al afirmar eso, no estamos cambiando de posición en relación con lo que hemos afirmado siempre. Hemos defendido siempre que fue la mayor claridad sobre organización, especialmente sobre el papel de la fracción, lo que permitió a la izquierda italiana no sólo mantenerse como organización, sino también ser capaz de sacar las lecciones teóricas y políticas más claras y más coherentes, incluso recogiendo y desarrollando los aportes teóricos y políticos iniciales de la izquierda germano-holandesa: sobre los sindicatos, sobre el capitalismo de Estado, sobre el Estado en el período de transición.
La CCI se reivindica de Lenin en su combate contra el economicismo y los mencheviques
La CCI siempre se ha reivindicado de Lenin en materia de organización. De su ejemplo nos inspiramos cuando escribíamos que «la idea de que una organización revolucionaria se construye voluntaria, consciente y premeditadamente, lejos de ser una idea voluntarista, es, por el contrario, una de las consecuencias concretas de toda praxis marxista» ([22]).
Hemos afirmado siempre nuestro apoyo al combate de Lenin contra el economismo. De igual modo, siempre nos hemos reivindicado de su combate contra quienes iban a ser los mencheviques, en el IIº congreso del POSDR. Esto no es nada nuevo. Como tampoco lo es que consideráramos ¿Qué hacer? (1902) como una obra esencial en el combate contra el economicismo y Un paso adelante, dos pasos atrás (1903) como herramienta indispensable para comprender lo se estaba jugando y las líneas de ruptura en el seno del partido. Tomar esos dos libros como clásicos del marxismo en materia de organización, afirmar que las principales lecciones que sacaba Lenin en ellos, siguen de actualidad, todo eso no es nada nuevo para nosotros. Decir que estamos de acuerdo con el combate, con el método utilizado, y buena cantidad de argumentos de ambos textos, no relativiza nuestra crítica a los errores de Lenin.
¿Qué es lo esencial en ¿Qué hacer?, en la realidad del momento, es decir en 1902 en Rusia? ¿Qué es lo que permitía al movimiento obrero dar un paso adelante? ¿De qué lado había que ponerse? ¿Del lado de los economicistas porque Lenin recoge la idea falsa de Kautsky sobre la conciencia de clase? ¿O del lado de Lenin contra el obstáculo que representaban los economicistas para la constitución de una organización consecuente de revolucionarios?.
¿Qué es lo esencial en Un paso adelante, dos pasos atrás? Estar con los mencheviques porque Lenin, llevado por la polémica, defiende en algunos puntos conceptos falsos? ¿O estar al lado de Lenin en la adopción de criterios rigurosos de adhesión de los militantes, por un partido unido y centralizado y contra la pervivencia de círculos autónomos?
Aquí, plantear la pregunta es darle respuesta. Los errores sobre la conciencia y sobre la visión del partido «militarizado» fueron corregidos por el propio Lenin, en particular con la experiencia de la huelga de masas de 1905 en Rusia. La existencia de una fracción y de una organización rigurosa dio los medios a los bolcheviques para estar entre los primeros que mejor lograron sacar las lecciones políticas de 1905, y eso que, al principio, no eran los más claros, sobre todo comparados con Trotski o Rosa Luxemburg, Plejánov incluso, sobre la dinámica de la huelga de masas. Eso les permitió superar los errores anteriores.
¿Cuáles eran los errores de Lenin? De dos tipos: unos se deben a la polémica, otros a problemas teóricos, especialmente sobre la conciencia de clase.
Los «torcimientos de bastón» de Lenin en las polémicas
Lenin tenía los defectos de sus cualidades. El defecto de una de sus cualidades: gran polemista, tuerce el timón tomando a cuenta propia los argumentos de sus oponentes para volverlos contra ellos. «Todos nosotros, sabemos ahora que los economistas curvaron el bastón hacia un lado. Para enderezarlo era preciso curvarlo del lado opuesto, y yo lo he hecho» ([23]). Pero este método, muy eficaz en la polémica y en la polarización clara – indispensable en todo debate – tiene sus límites y puede acarrear fallos en otros aspectos. Al torcer el bastón, cae en exageraciones, deformando sus verdaderas posiciones. ¿Qué hacer? es un buen ejemplo de ello, como el propio Lenin lo reconoció en varias ocasiones:
«Tampoco en el 2º Congreso, pensé erigir en algo “programático”, en principios especiales, mis formulaciones hechas en ¿Qué hacer? Por el contrario, empleé la expresión de enderezar todo lo torcido que más tarde se citaría tan a menudo. En ¿Qué hacer?, dije que hay que enderezar todo lo que ha sido torcido por los “economicistas” (…) El significado de estas palabras es claro: ¿Qué hacer? rectifica en forma polémica el economismo, y sería erróneo juzgar el folleto desde cualquier otro punto de vista» ([24]).
Por desgracia, son muchos los que juzgan ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás con otro enfoque que se preocupa más por la letra que por el significado del texto. Muchos son los que toman las exageraciones al pie de la letra; y para empezar, sus críticos y oponentes de entonces, entre los cuales están Trotski y Rosa Luxemburg, la cual contesta en Cuestión de organización en la Socialdemocracia rusa (1904) al segundo texto. Después, 20 años más tarde y con consecuencias mucho más graves, sus aduladores estalinistas quienes, para justificar el «leninismo» y la dictadura estalinista, se apoyan en las torpes fórmulas empleadas en el fuego de la polémica. Cuando se le acusa de dictador, jacobino, burócrata, de preconizar la disciplina militar y una visión conspiradora, Lenin retoma y desarrolla los términos de sus oponentes, «torciendo el bastón» a su vez. Si se le acusa de tener una visión conspiradora de la organización cuando defiende unos criterios estrictos de adhesión de los militantes y la disciplina en condiciones de ilegalidad y de represión, así contesta el polemista:
«Por su forma, una organización revolucionaria de esa fuerza en un país autocrático puede llamarse también organización de “conjuradores” (…) y el carácter conspirativo es imprescindible en el grado máximo para semejante organización. Hasta tal punto es el carácter conspirativo condición imprescindible de tal organización, que todas las demás condiciones (número de miembros, su selección, sus funciones, etc.) tienen que coordinarse con ella. Sería, por tanto, extrema candidez temer que nos acusaran a los socialdemócratas de querer crear una organización de conjuradores. Todo enemigo del “economismo” debe enorgullecerse de esa acusación como la acusación de seguir a La Voluntad del Pueblo ([25]) » ([26]).
En su respuesta a Rosa Luxemburg (septiembre de 1904), cuya publicación rechazan Kautsky y la dirección del partido SD alemán, niega ser responsable de las fórmulas sobre las que él vuelve a tratar:
«La camarada Luxemburg declara que según yo, el “Comité central es el único núcleo activo del partido”. Eso no es exacto. Yo nunca he defendido esa opinión (…) La camarada Luxemburg escribe que yo preconizo el valor educativo de la fábrica. Eso es inexacto: no soy yo, sino mi adversario quien ha pretendido que yo asimilo el partido a una fábrica. Ridiculicé a ese contradictor como debe hacerse utilizando sus propios términos para demostrar que confunde dos aspectos de la disciplina de fábrica, lo cual, por desgracia, ocurre también con la camarada Luxemburg» ([27]).
El error de ¿Qué hacer? sobre la conciencia de clase
Es, en cambio, mucho más importante y serio poner de relieve y criticar un error teórico de Lenin en ¿Qué hacer?. ¿Cuál? Según él: «Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera» ([28]).
No vamos a repetir aquí nuestra crítica y nuestra posición sobre la cuestión de la conciencia ([29]). Evidentemente esta posición que Lenin retoma de Kautsky no sólo es falsa sino que es además muy peligrosa. Servirá de justificación para el ejercicio del poder por el partido después de 1917 en el lugar de la clase obrera. Servirá de arma letal al estalinismo después, especialmente para justificar las intentonas golpistas en Alemania en los años 20, y sobre todo para justificar la represión sangrienta de la clase obrera en Rusia.
¿Hará falta precisar que nosotros no hemos cambiado de postura sobre esa cuestión?
Las debilidades de la crítica de Rosa Luxemburg
Tras el IIª congreso del POSDR y la escisión entre bolcheviques y mencheviques, Lenin debe afrontar muchas críticas. Entre ellas, únicamente Plejánov y Trotski rechazan explícitamente la posición sobre la conciencia de clase «que debe ser introducida desde el exterior de la clase obrera». Es sobre todo conocida la crítica de Rosa Luxemburg, Cuestión de organización en la socialdemocracia rusa en la que se apoyan los anti-Lenin de hoy para…oponer a los dos eminentes militantes y probar que el gusano estaliniano estaba ya en la fruta «leniniana», lo cual viene a ser la misma mentira estalinista pero dándole la vuelta. En realidad, Rosa se fija sobre todo en los «torcimientos de bastón» y plantea conceptos justos en sí, pero que son abstractos, fuera del combate real práctico que se entabló en el mencionado congreso.
«La camarada Luxemburg ignora soberanamente nuestras luchas de Partido y se extiende generosamente sobre temas que no es posible tratar con seriedad (…) Esta camarada no quiere saber qué controversias he mantenido en el Congreso y contra quién iban dirigidas mis tesis. Prefiere gratificarme con un cursillo sobre el oportunismo… en los países parlamentarios!» ([30]).
Un paso adelante, dos pasos atrás pone bien de relieve lo crucial del congreso y la lucha que hubo en él, o sea la lucha contra el mantenimiento de los círculos en el partido y una delimitación clara y rigurosa entre la organización política y la clase obrera. A falta de haber comprendido bien tal como se plantearon las cosas en la lucha concreta, Rosa Luxemburg es, en cambio, muy clara en lo que a objetivos generales se refiere:
«El objetivo detrás del cual la socialdemocracia rusa se afana desde hace varios años consiste en el paso del tipo de organización de la fase preparatoria (cuando al ser la propaganda la forma principal de actividad los grupos locales y ciertos cenáculos pequeños se mantenían sin establecer ningún vínculo entre sí) a la unidad de una organización más vasta tal como lo requiere una acción política concertada sobre todo el territorio del Estado» ([31]).
Leyendo este pasaje, se da uno cuenta de que Rosa se encuentra en el mismo terreno que Lenin y con la misma finalidad. Conociendo la idea «centralista», y hasta «autoritaria» de Rosa Luxemburg y de Leo Jogisches en el seno del partido socialdemócrata polaco – el SDKPiL –, su postura no habría sido la misma si hubiera estado presente en el POSDR, en la lucha concreta contra los círculos y los mencheviques. A lo mejor Lenin se hubiera visto obligado a refrenar sus energías e incluso sus excesos.
Nuestra posición, hoy, casi un siglo más tarde, sobre la distinción precisa entre organización política y organización unitaria de la clase obrera nos viene de los aportes de la Internacional socialista, gracias especialmente a los avances de Lenin. En efecto, fue el primero en plantear – en la situación particular de la Rusia zarista – las condiciones del desarrollo de una organización minoritaria y reducida, contrariamente a las respuestas de Trotski y Rosa Luxemburg, quienes tenían todavía entonces la visión de los partidos de masas. De igual modo, fue en el combate de Lenin contra los mencheviques sobre el punto 1 de los Estatutos, en el 2º congreso del POSDR, de donde sacamos nosotros nuestra visión de la adhesión y pertenencia militante a una organización comunista: rigurosa, precisa y claramente definida. En fin, a nuestro parecer ese congreso y la lucha de Lenin fueron un momento importante de profundización política sobre la cuestión de la organización, especialmente sobre la centralización contra las ideas federalistas, individualistas y pequeño burguesas. Fue un momento en el que, aun reconociendo el papel histórico positivo de los círculos de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias en una primera etapa, quedó patente la necesidad de ir más allá de ese estadio para formar verdaderas organizaciones unidas y desarrollar relaciones políticas fraternas y de confianza entre todos los militantes.
No hemos cambiado de posición respecto a Lenin. Y nuestros principios organizativos de base, especialmente nuestros estatutos, que se apoyan y sintetizan la experiencia del movimiento obrero sobre el tema, se inspiran en muchos aspectos en el Lenin de sus combates por la organización. Sin la experiencia de los bolcheviques en materia de organización, faltaría una parte importante y fundamental de las adquisiciones organizativas en que se fundó y se ha basado la CCI y en las que deberá erigirse el partido comunista de mañana.
En la segunda parte de este artículo, volveremos sobre lo que dice ¿Qué hacer? y sobre lo que no dice, pues su finalidad y su contenido han sido y siguen siendo o muy ignorados, o desvirtuados a propósito. Precisaremos en qué medida la obra de Lenin es un clásico del marxismo y un aporte histórico al movimiento obrero, tanto en el plano de la conciencia como en el organizativo. En resumen, en qué medida, la CCI se reivindica también de ¿Qué hacer?.
RL
[1] Ver, por ejemplo, el texto de uno de nuestros antiguos militantes, RV, «Prise de position sur l’évolution récente du CCI», publicado por nosotros en nuestro folleto La prétendue paranoïa du CCI, tome I.
[2] Ver nuestras «Tesis sobre el parasitismo político» en Revista internacional nº 94.
[3] Citado por Pierre Broué. Trotski: Mi vida.
[4] Recordemos una vez más lo que decía el propio Lenin de las tentativas de recuperación de las grandes figuras revolucionarias: «Tras su muerte, se intenta hacer de ellas iconos inofensivos, canonizándolas por decirlo así, rodeando su nombre de cierta gloria, para “consolar” y embaucar a las clases oprimidas: y así se vacía de contenido su doctrina revolucionaria, envileciéndola (…) Y los sabios burgueses de Alemania, ayer todavía especialistas en la destrucción del marxismo, hablan cada día más de un Marx “nacional alemán”». Y podría añadirse que los estalinistas hablan de un Lenin «nacional gran ruso»…
[5] Boris Souvarine, Stalin, Editions Gérard Lévovici, París, 1985.
[6] Souvarine, idem.
[7] Idem.
[8] Tesis 8, Vº Congreso de la IC, segunda parte. Cuadernos del pasado y del presente.
[9] Bilan nº 39, boletín teórico de la fracción italiana de la Izquierda comunista, enero de 1937.
[10] Ver «Tesis sobre el parasitismo político», Revista internacional nº 94.
[11] Rosa Luxemburg, La Revolución rusa.
[12] Bilan nº 39, 1937.
[13] Herman Gorter, «La victoria del marxismo», publicado en 1920 en Il Soviet, recogido en Invariance nº 7, 1969.
[14] Artículo de Pannekoek en Die Aktion nº 11-12, 19 de marzo de 1921, citado en nuestro folleto La Izquierda holandesa.
[15] Del resumen de las posiciones de la CCI que aparece en cada una de nuestras publicaciones.
[16] Ver «El reforzamiento político de la CCI» (XIIº congreso de la CCI), Revista internacional nº 90.
[17] «Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de los revolucionarios», Conferencia internacional de la CCI, enero de 1982, Revista internacional nº 33.
[18] «Informe sobre la cuestión de la organización de nuestra corriente internacional», Revista internacional nº 1, abril de 1975.
[19] No podemos resistir a la tentación de citar a uno de nuestros antiguos militantes que hoy nos acusa de ser leninistas: «Debemos, en cambio, saludar la lucidez de Rosa Luxemburg (…) así como la capacidad de los bolcheviques para organizarse en fracción independiente con sus propios medios de intervención en el seno del Partido obrero socialdemócrata de Rusia. Por eso pudieron llegar a ser la vanguardia del proletariado en la oleada revolucionaria del final de la Iª Guerra mundial» (RV, «La continuidad de las organizaciones políticas del proletariado», Revista internacional nº 50, 1987).
[20] Intervención de Bordiga en el VIº comité ejecutivo ampliado de la Internacional comunista en 1926.
[21] Introducción a nuestro artículo sobre «La relación fracción-partido en la tradición marxista», 3ª parte, Revista internacional nº 65.
[22] «Informe sobre la cuestión de la organización de nuestra corriente», Revista internacional nº 1, abril de 1975.
[23] Lenin en Actas del IIº congreso del POSDR, Ediciones Era, 1977.
[24] Lenin, Prólogo a la recopilación En doce años, septiembre de 1907, ediciones Era, 1977.
[25] En ruso Norodnaia Volia, organización secreta y terrorista procedente del movimiento «populista» ruso de mediados del siglo XIX.
[26] «La organización de «conjuradores» y la «democracia»» en ¿Qué hacer?; el subrayado es de Lenin.
[27] Un paso adelante, dos pasos atrás, respuesta a Rosa Luxemburg, publicada en Nos tâches politiques de Trotski, ed. Pierre Belfond, París, 1970.
[28] Lenin, ¿Qué hacer?, «II. La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia, a) Comienzo de la marcha ascensional espontánea» (Ed. Progreso).
[29] Ver nuestro folleto Organizaciones comunistas y conciencia de clase.
[30] Lenin, Respuesta a Rosa Luxemburg.
[31] Rosa Luxemburg, Cuestión de organización…, cap. 1.
La guerra que acaba de estallar en Yugoslavia con los bombardeos de Serbia por la OTAN es el acontecimiento más grave ocurrido en el ámbito imperialista mundial desde el hundimiento del bloque del Este en 1989. Incluso si, por ahora, la amplitud de los medios empleados es bastante menor que en la guerra del Golfo de 1991, la dimensión del conflicto actual es, en cambio, muy diferente. La barbarie guerrera se desencadena hoy en el corazón de Europa, a una o dos horas de sus principales capitales. Ya era así a lo largo de los múltiples enfrentamientos que desde 1991 han asolado la antigua Yugoslavia y ha ido dejando miles de víctimas. Pero esta vez son las principales potencias del capitalismo, empezando por la primera de todas ellas, las protagonistas de esta guerra.
Si el hecho de que la guerra ocurra en Europa tiene tanta importancia es porque este continente, cuna del capitalismo y primera región industrial del mundo, ha sido el epicentro y lo que ha estado en juego en todos los grandes conflictos imperialistas del siglo XX, empezando por las dos guerras mundiales. Europa fue, durante la guerra fría misma que durante 40 años opuso el bloque ruso y el americano, lo esencial de lo que en esa guerra se jugaba, por mucho que el escenario de los episodios de guerra abierta fueran países de la periferia o antiguas colonias (guerras de Corea, Vietnam, Oriente Medio, etc.). El conflicto actual, además, se está desarrollando en una zona especialmente sensible del continente, los Balcanes, cuya posición geográfica (mucho más que la económica) los ha trasformado, ya desde antes de la Primera Guerra mundial, en uno de los lugares más reñidos del planeta. No hay que olvidar que la primera carnicería imperialista empezó en Sarajevo.
Otro factor está dando al conflicto toda su dimensión: la participación directa, activa, de Alemania en los enfrentamientos, y no de extra, sino con un papel importante. Es un retorno a la escena de importancia histórica, pues desde hace medio siglo, a causa de su estatuto de país vencido en la Segunda Guerra mundial, a ese país le estaba prohibido participar en toda intervención militar. El que la burguesía alemana vuelva a ocupar un sitio en los campos de batalla es significativo de la agravación general de las tensiones guerreras que el capitalismo decadente, enfrentado a una crisis económica insoluble, engendrará irremediablemente cada día más.
Los políticos y los medios de los países de la OTAN nos presentan esta guerra como una acción de “defensa de los derechos humanos” contra un régimen especialmente odioso, responsable, entre otros desmanes, de la “purificación étnica” que ha ensangrentado la antigua Yugoslavia desde 1991. En realidad, a las potencias “democráticas” les importa un comino el destino de la población de Kosovo exactamente igual que les importaba la suerte de la población kurda y de los shiíes de Irak cuando dejaron que las tropas de Sadam Husein los machacara a su gusto después de la guerra del Golfo. Los sufrimientos de las poblaciones civiles perseguidas por tal o cual dictador siempre han sido el pretexto para que las grandes “democracias” declaren la guerra en nombre de una “causa justa”. Así fue, en particular, con la Segunda Guerra mundial, en la que el exterminio de los judíos por el régimen hitleriano (exterminio contra el cual los Aliados no hicieron nada incluso cuando les fue posible) sirvió para justificar, a posteriori, todos los crímenes cometidos por las “democracias”, y, entre ellos, los 250 000 muertos de Dresde bajo los bombardeos aliados en la sola noche del 13 al 14 de febrero de 1945 o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945.
Si hoy los medios nos están inundando desde hace varias semanas con imágenes de la tragedia de cientos de miles de refugiados albaneses de Kosovo víctimas de la barbarie de Milosevic, es para justificar la campaña guerrera de los países de la OTAN, la cual, al iniciarse, encontraba un fuerte escepticismo, cuando no hostilidad, entre la población de esos países. También es para que se adhieran a la última fase de la operación “Fuerza determinada”, en caso de que los bombardeos no dobleguen a Milosevic, o sea la ofensiva terrestre que podría provocar cantidad de muertes no sólo del lado serbio sino también del de los aliados.
En realidad, la “catástrofe humanitaria” de los refugiados de Kosovo ha sido prevista y buscada por las “democracias” para justificar sus planes de guerra; exactamente como con la matanza de los kurdos de los shiíes de Irak, pues los aliados habían animado a esas poblaciones a sublevarse contra Sadam durante la guerra.
El verdadero responsable de esta guerra no hay que buscarlo en Belgrado, ni siquiera en Washington. Es el capitalismo como un todo el responsable de la guerra; y la barbarie guerrera, con su cortejo de matanzas, genocidios, atrocidades, sólo podrá acabarse mediante el derrocamiento de ese sistema por la clase obrera mundial. Si no, el capitalismo, agonizante, podría acabar arrastrando en su muerte al conjunto de la sociedad.
Frente a la guerra imperialista y todas sus abominaciones, los comunistas tienen el deber de solidaridad. Pero esa solidaridad no se dirige a ésta a aquella nación o etnia, en las cuales están mezclados explotadores y explotados, víctimas y verdugos, tengan éstos la cara de Milosevic o la de la camarilla nacionalista del UCK, que está alistando a hombres útiles sacándolos a la fuerza de los grupos de refugiados. La solidaridad de los comunistas es una solidaridad de clase que se dirige a los obreros y los explotados serbios o albaneses, a los obreros en uniforme de todos los países que se hacen matar o a los que se transforma en asesinos en nombre de la “patria” o de la “democracia”. Esta solidaridad de clase, a los primeros que les incumbe manifestarla es a los batallones más importantes del proletariado mundial, o sea, a los obreros de Europa y de América del Norte, no alineándose tras las pancartas del pacifismo, sino desarrollando sus luchas contra el capitalismo, contra quienes los explotan en su propio país.
El deber de los comunistas es denunciar con tanta energía a los pacifistas como a los predicadores de la guerra. El pacifismo es uno de los peores enemigos del proletariado. Se dedica a cultivar la ilusión de que la “buena voluntad” o las “negociaciones internacionales” podrían acabar con las guerras. Lo que así hacen es cultivar la patraña de que podría existir un “buen capitalismo” respetuoso de la paz y de los “derechos humanos” desviando así a los proletarios de la lucha de clase contra el capitalismo como un todo. Peor todavía, son o acaban siendo ojeadores de los militaristas, trovadores de las cruzadas guerreras, de esos que dicen: “Puesto que las guerras son provocadas por los “malos capitalistas”, “nacionalistas” y demás “sanguinarios” sólo liquidándolos obtendremos la paz, mediante…la guerra si es necesario”. Eso es lo que acabamos de ver en Alemania, en donde el líder de los movimientos pacifistas de los años 80, Joschka Fischer es hoy quien asume la responsabilidad principal en la política imperialista de su país. Y se felicita por ello declarando: “por vez primera desde hace mucho tiempo, Alemania hace la guerra por una buena causa”.
Desde los primeros días de la guerra, los internacionalistas han hecho oír, con sus medios todavía modestos, su voz contra la barbarie imperialista. El 25 de marzo, la CCI publicó una hoja repartida hasta hoy a los obreros de 13 países y cuyo contenido podrán conocer los lectores en nuestras publicaciones territoriales. Nuestra organización no ha sido, sin embargo, la única en actuar para defender la postura internacionalista. Ha reaccionado el conjunto de los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista, al mismo tiempo y planteando los mismos principios fundamentales ([1]). En el próximo número de la Revista trataremos más en detalle las posiciones y análisis desarrollados por esos diferentes grupos. Pero ya hoy queremos señalar todo lo que nos acerca (defensa de las posiciones internacionalistas, como las que se expresaron en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal durante la Ia Guerra mundial o en los primeros congresos de la Internacional comunista) y todo lo que nos opone al conjunto de organizaciones (estalinistas o trotskistas) que, por mucho que se reivindiquen de la clase obrera, lo único que hacen es inocular en su seno la ponzoña del nacionalismo y del pacifismo.
Evidentemente, el papel de los comunistas no se limita a defender los principios por muy importante y básica que sea esa tarea. También consiste en hacer un análisis que permita a la clase obrera comprender lo que está en juego, los principales elementos de la situación internacional. El análisis de la guerra en Yugoslavia, que acababa justo de empezar, ha sido uno de los ejes de los trabajos del XIIIº congreso de la CCI que acaba de verificarse a primeros de abril. En el próximo número de esta Revista volveremos a escribir sobre este congreso, pero ya ahora publicamos la «Resolución sobre la Situación internacional» que en dicho congreso fue adoptada y de la que una parte importante está dedicada a la guerra actual.
10 de abril de 1999.
[1] Las otras organizaciones son: Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR), Partito comunista internazionale-Il Programma comunista, Partito Comunista internazionale-Il Comunista, Partito comunista internazionale-Il Partito comunista.
El siglo XX ha visto la entrada del sistema capitalista en su fase de decadencia, marcada ésta por la Primera Guerra mundial y por la primera tormenta revolucionaria internacional del proletariado que puso fin a dicha guerra y abrió el combate por una sociedad comunista. En esa época, el marxismo había anunciado ya la alternativa para la humanidad – socialismo o barbarie – y había predicho que, si la revolución fracasara, a la Primera Guerra mundial le habría de seguir una segunda, así como la más importante y peligrosa regresión de la cultura humana en la historia de la humanidad. Con el aislamiento y estrangulación de la Revolución de Octubre en Rusia – a consecuencia de la derrota de la revolución mundial – la más profunda contrarrevolución de la historia triunfó durante medio siglo, encabezada por el estalinismo. Pero en 1968 una nueva generación no derrotada de proletarios puso fin a esta contrarrevolución y frenó el curso del proceso inherente al capitalismo hacia una tercera guerra mundial que implicaría la probable destrucción de la humanidad. Veinte años más tarde, el estalinismo se hundiría – aunque no bajo los golpes del proletariado, sino por la entrada del capitalismo decadente en su fase final de descomposición.
Diez años después, el siglo termina tal como empezó, esto es, en medio de convulsiones económicas, conflictos imperialistas y desarrollo de las luchas de clase. El año 1999, en particular, ha quedado marcado ya por la agravación considerable de los conflictos imperialistas que representa la ofensiva militar de la OTAN desencadenada a finales de marzo contra Serbia.
Actualmente, el capitalismo agonizante se enfrenta a uno de los periodos más difíciles y peligrosos de la historia moderna, comparable por su gravedad a los de ambas guerras mundiales, al del surgimiento de la revolución proletaria en 1917-1919 o también al de la gran depresión que se inició en 1929. Sin embargo, hoy, ni la guerra mundial, ni la revolución mundial se hallan en gestación en un futuro previsible. Más exactamente, la gravedad de la situación está condicionada por la agudización de las contradicciones a todos los niveles que se expresa en:
– las tensiones imperialistas y el incremento del desorden mundial;
– un periodo muy avanzado y peligroso de la crisis del capitalismo;
– ataques sin precedente desde la última guerra mundial contra el proletariado internacional;
– una descomposición acelerada de la sociedad burguesa.
En esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-1918. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista.
La responsabilidad que pesa sobre el proletariado actualmente es enorme. Unicamente desarrollando su combatividad y su conciencia éste podrá impulsar la alternativa revolucionaria, la única que puede asegurar la supervivencia y el desarrollo continuo de la sociedad humana. Pero la responsabilidad más importante recae en las espaldas de la Izquierda comunista, las organizaciones actuales del campo proletario. Ellas son las únicas que pueden transmitir las lecciones teóricas e históricas así como el método político sin los cuales las minorías revolucionarias que emergen actualmente no podrán contribuir en la construcción del partido de clase del futuro. De cierta manera, la Izquierda comunista se encuentra actualmente en una situación similar a la de Bilan de los años 30, en el sentido en que está obligada a comprender una situación histórica nueva, sin precedentes. Tal situación requiere a la vez, tanto un profundo apego al enfoque teórico e histórico del marxismo, como audacia revolucionaria, para entender las situaciones que no están totalmente integradas en los esquemas del pasado. Con el fin de cumplir esta tarea, los debates abiertos entre las organizaciones actuales del medio proletario son indispensables. En este sentido, la discusión, la clarificación y el agrupamiento, la propaganda y la intervención de las pequeñas minorías revolucionarias son una parte esencial de la respuesta proletaria a la gravedad de la situación mundial en el umbral del próximo milenio.
Más aún, frente a la intensificación sin precedentes de la barbarie guerrera del capitalismo, la clase obrera espera de su vanguardia comunista que asuma plenamente sus responsabilidades en defensa del internacionalismo proletario. Actualmente los grupos de la Izquierda comunista son los únicos que defienden las posiciones clásicas del movimiento obrero frente a la guerra imperialista. Sólo los grupos que se apegan a esta corriente, la única que no traicionó durante la Segunda Guerra mundial, pueden aportar una respuesta de clase a las preguntas que no dejarán de plantearse en el seno de la clase obrera.
Los grupos revolucionarios deben responder de la manera más unida posible, expresando con ello la unidad indispensable del proletariado ante el desencadenamiento del patrioterismo y de los conflictos entre naciones. Con ello, los revolucionarios tomarán a su cargo la tradición del movimiento obrero representada particularmente por las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal y por la política de la izquierda en esas conferencias.
1. La nueva guerra que ha estallado en la antigua Yugoslavia con los bombardeos de la OTAN sobre Serbia, Kosovo y Montenegro, es el acontecimiento más importante en el ruedo imperialista desde el hundimiento del bloque del Este a finales de los años 1980. Esto es debido a que:
– esta guerra concierne no ya a un país de la periferia, como fue el caso de la guerra del Golfo en 1991, sino a un país europeo;
– es la primera vez desde la Segunda Guerra mundial que un país de Europa –y especialmente su capital– es bombardeado masivamente;
– es también la primera vez desde esa época que el principal país vencido en aquella guerra, Alemania, interviene directamente mediante las armas en un conflicto militar;
– esta guerra es un paso más, de gran amplitud, en el proceso de desestabilización de Europa y tiene un impacto de primer orden en la agravación del caos mundial.
Después de la dislocación de Yugoslavia, en 1991, es ahora Serbia, el principal componente de aquélla, la que se ve amenazada de dislocación, al mismo tiempo que se perfila la eventualidad de la desaparición de lo que quedaba de la antigua Federación yugoslava (Serbia y Montenegro). Más ampliamente, la guerra actual, sobre todo con la llegada masiva de refugiados a Macedonia, es portadora de una desestabilización de este país, y contiene la amenaza de una implicación de Bulgaria y Grecia que, con sus propias pretensiones, se consideran como sus “padrinos”. Además, con la posible injerencia de Turquía, a partir del momento en que Grecia esté implicada, la crisis actual contiene el riesgo de que el conflicto acabe incendiando a toda la región de los Balcanes y una buena parte del Mediterráneo.
Por otra parte, la guerra que ha estallado implica el riesgo de provocar muy serias dificultades en el seno de toda una serie de burguesías europeas.
En primer lugar, la intervención de la OTAN contra un aliado tradicional de Rusia, es para la burguesía de este país una verdadera provocación que sólo puede desestabilizarla todavía más. De una parte, está claro que Rusia no dispone ya de los medios para pesar en la situación imperialista mundial cuando las grandes potencias, y particularmente los Estados Unidos, están implicadas. Al mismo tiempo, toda una serie de sectores de la burguesía rusa se manifiestan contra la impotencia actual de Rusia, particularmente los sectores ex estalinistas y los ultra-nacionalistas, lo que va a desestabilizar todavía más el gobierno de ese país. Por otra parte la parálisis de la autoridad de Moscú es una incitación a la impugnación del gobierno central para diferentes repúblicas de la Federación rusa.
En segundo lugar, si bien en la burguesía alemana existe una real homogeneidad en favor de la intervención, otras burguesías como la francesa podrían verse afectadas por la contradicción entre su alianza tradicional con Serbia y la participación en la acción de la OTAN. Igualmente, algunas burguesías como la italiana pueden temer las repercusiones de la situación actual desde el punto de vista de la amenaza de un nuevo aflujo de refugiados.
2. Uno de los aspectos que subraya con mayor fuerza la extrema gravedad de la guerra que se desarrolla actualmente es justamente el hecho de que tiene lugar en el corazón mismo de los Balcanes, lugar que desde comienzos del siglo ha sido considerado como el polvorín de Europa.
Desde antes de la Primera Guerra mundial, hubo ya dos “guerras balcánicas”, las cuales fueron unas de las premisas para la carnicería imperialista; sobre todo, la de que dicha guerra tuvo como punto de partida la cuestión de los Balcanes (la voluntad de Austria de someter a Serbia y la reacción de Rusia en favor de su aliado serbio). La formación del primer Estado yugoslavo después de la Primera Guerra mundial fue una de las expresiones de la derrota de Alemania y Austria. En este sentido quedó, con el conjunto de la paz de Versalles, como uno de los principales puntos de fricción que abrieron la puerta a la Segunda Guerra mundial. Mientras que durante la Segunda Guerra mundial los diferentes componentes de Yugoslavia se alinearon detrás de sus aliados tradicionales (Croacia del lado de Alemania, Serbia del lado de los Aliados), la reconstitución de Yugoslavia al término del segundo conflicto mundial basada aproximadamente en las fronteras del primer Estado yugoslavo, fue de nuevo la concreción de la derrota del bloque alemán y de la barrera que los aliados intentaban mantener frente a los apetitos imperialistas alemanes dirigidos hacia Oriente Medio.
En este sentido, la actitud a la ofensiva de Alemania en dirección a los Balcanes inmediatamente después del hundimiento del bloque del Este, cuando la solidaridad contra Rusia no tenía ya razón de ser (ofensiva que estimuló el estallido de Yugoslavia con la constitución de dos Estados independientes: Eslovenia y Croacia) ponían en evidencia que esta región volvía a ser uno de los focos de los enfrentamientos entre las potencias imperialistas en Europa.
Ahora, un factor suplementario de la gravedad de la situación es que, contrariamente a la Primera Guerra mundial o incluso a la Segunda, los Estados Unidos afirman una presencia militar en esa región del mundo. La primera potencia mundial no podía estar ausente en uno de los teatros principales de los enfrentamientos imperialistas en Europa y el Mediterráneo, lo cual da idea de su determinación de estar presente en todas las zonas cruciales en que se enfrenten los diferentes intereses imperialistas.
3. Aunque los Balcanes son uno de los epicentros de las tensiones imperialistas, la forma actual de la guerra (el conjunto de los países de la OTAN contra Serbia) no corresponde exactamente a los verdaderos intereses antagónicos que existen entre los diferentes beligerantes. Pero antes de mostrar los verdaderos objetivos de los participantes en la guerra, hay que rechazar tanto las justificaciones como las falsas explicaciones que se dan.
La justificación oficial de los países de la OTAN, es decir, la de una operación humanitaria en favor de las poblaciones albanesas de Kosovo, queda radicalmente desmentida por el simple hecho de que esta población jamás había sufrido una represión tan brutal por parte de las fuerzas armadas serbias como desde el inicio de los bombardeos de la OTAN; y esto estaba ya previsto por la burguesía americana y el conjunto de las de la OTAN mucho antes del inicio de la operación (tal como, por lo demás, algunos sectores de la burguesía americana lo recuerdan ahora). La operación de la OTAN no es la primera intervención militar que se adorna con los oropeles de la acción humanitaria, pero es una de esas en la que la mentira es más patente.
Además, hay que descartar también toda idea de que la acción actual de la OTAN sería como una reconstitución del campo occidental contra la potencia rusa. El que la burguesía de Rusia esté gravemente afectada por la guerra actual no significa que los países de la OTAN buscaran ese objetivo. Estos países, y especialmente los Estados Unidos, no tienen ningún interés en agravar el caos que de por sí ya existe en Rusia.
En fin, las explicaciones (que se encuentran incluso entre los grupos revolucionarios) para interpretar la ofensiva actual de la OTAN como una tentativa de controlar las materias primas de la región son una subestimación, por no decir una ceguera, ante el significado de lo que verdaderamente está en juego. Con la pretensión de ser materialista porque se da una explicación de la guerra por la búsqueda de intereses económicos inmediatos, esas explicaciones se alejan en realidad de una verdadera comprensión marxista de la situación actual.
La situación está determinada, en primer lugar, por la necesidad para la primera potencia mundial de afirmar y reafirmar permanentemente su supremacía militar, ya que desde el hundimiento del bloque del Este su autoridad sobre los antiguos aliados se ha desvanecido.
En segundo lugar, la presencia activa de Alemania por primera vez desde hace medio siglo en este conflicto expresa un nuevo paso dado por esta potencia con el objetivo de afirmar su condición de candidato a la dirección de un futuro bloque imperialista. Esta condición supone su reconocimiento como potencia militar de primer orden, capaz de desempeñar un papel directo en el terreno militar, y la cobertura que actualmente le ofrece la OTAN le permite eludir la prohibición implícita, que se le había impuesto desde su derrota en la Segunda Guerra mundial, de intervenir militarmente en los conflictos imperialistas.
Por otra parte, en la medida en que la operación actual ataca a Serbia, “enemigo tradicional” de Alemania en sus aspiraciones dirigidas hacia Oriente Medio, esta operación va en el sentido de los intereses del imperialismo alemán, sobre todo si llega hasta el desmembramiento de la Federación yugoslava y de Serbia misma – si es que ésta acaba perdiendo Kosovo.
Para las otras potencias implicadas en la guerra, especialmente Gran Bretaña y Francia, existe una contradicción, entre su alianza tradicional con Serbia (la que se manifestó de manera muy clara durante el periodo en que la extinta UNPROFOR estaba dirigida por esas potencias), y la operación actual. Para esos dos países, el no participar en la operación “Fuerza determinada” significaba quedar excluidos del juego en una región tan importante como la de los Balcanes; el papel que podrían desempeñar en una solución diplomática de la crisis yugoslava está condicionado por la importancia de su participación en las operaciones militares.
4. En este sentido, la participación de países como Francia o Gran Bretaña en la actual operación “Fuerza determinada” tiene similitudes con la participación militar directa (en el caso de Francia) o financiera (en los casos de Alemania y Japón) durante la operación “Tempestad del Desierto” de 1991. Sin embargo, más allá de estas similitudes, existen diferencias muy importantes entre la guerra actual y la de 1991.
Una de las principales características de la guerra del Golfo de 1991 fue la planificación, por parte de la burguesía americana, del conjunto del despliegue de la operación – desde la trampa tendida a Sadam Husein durante el verano de 1990 hasta el fin de las hostilidades plasmado en la retirada de las tropas iraquíes de Kuwait. Ello fue la expresión de que, justo después del haberse hundido el bloque del Este, que a su vez acarreó la desaparición del bloque occidental, Estados Unidos conservaba todavía un liderazgo muy fuerte en la situación mundial, lo que le había permitido conducir sin el menor error las operaciones tanto militares como diplomáticas; y ello aún si la guerra del Golfo buscaba acallar las veleidades de cuestionamiento de la hegemonía americana que ya se habían manifestado por parte de Francia y Alemania. En esa época, los antiguos aliados de Estados Unidos aún no habían tenido la oportunidad de desarrollar sus propios objetivos imperialistas en contradicción con los de Estados Unidos.
En cambio, la guerra que se despliega actualmente no corresponde a un guión escrito de la primera a la última línea por la potencia americana. Desde 1991, el cuestionamiento de la autoridad de Estados Unidos se ha manifestado en numerosas ocasiones, incluso por países de segundo orden tales como Israel, pero también por los más fieles aliados de la guerra fría como Gran Bretaña. Precisamente, fue en Yugoslavia donde se manifestó ese acontecimiento histórico inédito que fue el divorcio de los dos mejores aliados del siglo XX, Gran Bretaña y Estados Unidos, cuando la primera, al lado de Francia, jugó su propia baza. Las dificultades de Estados Unidos para afirmar sus propios intereses imperialistas en Yugoslavia habían sido por otra parte una de las causas de la sustitución de Bush por Clinton.
Además, la victoria finalmente obtenida por Estados Unidos, a través de los acuerdos de Dayton en 1996, no fue una victoria definitiva en esta parte del mundo, ni un freno a la tendencia general de pérdida de su liderazgo como primera potencia mundial.
Actualmente, aún cuando Estados Unidos se halla al frente de la cruzada anti-Milosevic, tiene que tener en cuenta mucho más que por el pasado las intenciones específicas de las demás potencias –especialmente de Alemania– lo que introduce un factor considerable de incertidumbre sobre el resultado del conjunto de la operación.
No existía, en particular sobre esto, un único guión escrito de antemano por la burguesía americana, sino varios. El primer guión, el preferido por la burguesía americana, consistía en un retroceso de Milosevic ante las amenazas de ataques militares, como así había ocurrido antes de los acuerdos de Dayton. Ese guión es el que Estados Unidos ha tratado de realizar hasta el final, con el envío de Holbrooke, incluso tras el fracaso de la conferencia de París.
En este sentido, si bien la intervención militar masiva de Estados Unidos en 1991 era la única opción prevista por este país durante la crisis del Golfo (y actuó de tal manera que no hubiera otras, impidiendo cualquier solución diplomática), la opción militar, tal como se está verificando actualmente, es el resultado del fracaso de la opción diplomática (con el chantaje militar), fracaso plasmado en las conferencias de Rambouillet y de París.
La guerra actual, con la nueva desestabilización que representa en la situación europea y mundial, es una nueva ilustración del dilema en el cual se encuentran encerrados actualmente los Estados Unidos. La tendencia al “cada uno para sí” y la afirmación cada vez más explícita de las pretensiones imperialistas de sus antiguos aliados, les obligan de manera creciente a hacer alarde y usar su enorme superioridad militar. Al mismo tiempo, esta política conduce únicamente a una agravación mayor todavía del caos que reina ya en la situación mundial.
Uno de los aspectos de este dilema se manifiesta en el caso presente, como por otra parte había sido el caso antes de Dayton cuando los Estados Unidos favorecieron las ambiciones croatas en Krajina, en el hecho de que su intervención militar le hace el juego, en cierto modo, a su rival principal en potencia, o sea Alemania. Sin embargo, la escala temporal en que se expresan los intereses imperialistas respectivos de Alemania y Estados Unidos es muy diferente. Alemania está obligada a prever a largo plazo su incorporación al rango de superpotencia, mientras que Estados Unidos ya ahora, y desde hace varios años, se enfrentan a la pérdida de su liderazgo y al aumento del caos mundial.
5. Por tanto, un aspecto esencial del desorden mundial actual es la ausencia de bloques imperialistas. En efecto, en la lucha por la supervivencia de todos contra todos en el capitalismo decadente, la única forma que puede asumir un orden mundial más o menos estable es una organización bipolar en dos campos guerreros rivales. Sin embargo, ello no significa que la ausencia actual de bloques imperialistas sea la causa del caos contemporáneo puesto que el capitalismo decadente ha conocido ya un periodo en que no había bloques imperialistas, el de los años 20, sin que ello implicara un caos particular de la situación mundial.
En este sentido, la desaparición de los bloques en 1989, y la dislocación del orden mundial que le siguió, son signos de que hemos alcanzado una etapa mucho más avanzada en la decadencia del capitalismo que en 1914 o 1939. Es la etapa de la descomposición, la fase final de la decadencia del capitalismo.
En última instancia, esta fase es el producto del peso permanente de la crisis histórica, de la acumulación de todas las contradicciones de un modo de producción en declive durante un siglo entero. Pero el periodo de descomposición se inició por un factor específico: el bloqueo del camino hacia una guerra mundial durante dos décadas gracias a una generación no derrotada del proletariado. El bloque del Este en particular, más débil, se hundió finalmente bajo el peso de la crisis económica porque, en última instancia, fue incapaz de cumplir con su razón de ser: la marcha hacia la guerra generalizada.
Esto confirma una tesis fundamental del marxismo respecto al capitalismo del siglo XX según la cual la guerra se ha convertido en su modo de vida en el periodo de declive. Ello no quiere decir que la guerra sea una solución a la crisis del capitalismo, al contrario. Lo que significa es que la marcha hacia la guerra mundial – y por tanto, en fin de cuentas, hacia la destrucción de la humanidad – se ha convertido en el medio mediante el cual se mantiene el orden imperialista.
El movimiento hacia la guerra global obliga a los Estados imperialistas a reagruparse y a aceptar la disciplina de los líderes de bloque. Ese mismo factor permite al Estado-nación mantener un mínimo de unidad entre la burguesía misma, lo que ha permitido hasta hoy al sistema limitar la atomización total de la sociedad burguesa agonizante imponiéndole una disciplina de cuartel; este mismo factor ha contrarrestado el vacío ideológico de una sociedad sin porvenir creando una comunidad de campo de batalla.
Sin la perspectiva de una guerra mundial, queda libre la vía para el desarrollo más completo de la descomposición capitalista: un desarrollo que, aún sin guerra mundial, tiene potencial suficiente para destruir a la humanidad.
La perspectiva actual es la de una multiplicación y una omnipresencia de guerras locales e intervenciones de las grandes potencias, guerras que los Estados burgueses pueden desarrollar hasta cierto punto sin la adhesión del proletariado.
6. Nada nos permite excluir la posibilidad de la formación de nuevos bloques en el porvenir. La organización bipolar de la competencia imperialista, que es una tendencia “natural” del capitalismo en declive, apareció ya en germen, al comienzo de la nueva fase de la decadencia del capitalismo en 1989-90 con la unificación de Alemania y continúa afirmándose con el fortalecimiento de este país.
Sin embargo, aunque sigue siendo un factor importante en la situación internacional, la tendencia a la formación de bloques no puede realizarse en un futuro previsible: las tendencias contrarias que operan contra aquélla son más fuertes que nunca en lo que se refiere a la inestabilidad creciente, tanto de las alianzas, como de la situación interna de la mayor parte de las potencias capitalistas. De momento, la tendencia a los bloques tiene como efecto principal el fortalecimiento de la tendencia dominante “cada uno para sí”.
De hecho, el proceso de formación de nuevos bloques no es fortuito sino que requiere cierto guión y ciertas condiciones de desarrollo, como los bloques de las dos guerras mundiales y de la guerra fría lo han mostrado claramente. En ambos casos, los bloques imperialistas han agrupado, por un lado, a una cantidad de países “desprovistos” que cuestionan la división existente del mundo y por ello asumen el papel “ofensivo” de “promotores de disturbios”, y, por otro lado, un bloque de potencias “provistas”, beneficiarias principales y defensoras del status quo, y, por lo tanto, defensoras de éste. Para llegar a formarse, el bloque retador de los insatisfechos requiere un líder que sea en el plano militar lo suficientemente fuerte como para desafiar a las principales potencias del statu quo, un líder detrás del cual las demás naciones “desprovistas” pudieran alinearse.
Actualmente, no hay ninguna potencia capaz, ni siquiera un poco, de desafiar militarmente a Estados Unidos. Ni Alemania, ni Japón, los rivales más sólidos de Washington, disponen aún de armas atómicas, atributo esencial de una gran potencia moderna. En cuanto a Alemania, el líder “designado” de un eventual futuro bloque contra Estados Unidos a causa de su posición central en Europa, no forma parte hoy de los Estados “desprovistos”. En 1933, por ejemplo, Alemania era casi una caricatura de tal Estado: estaba cortada de sus zonas de influencia estratégica próximas en Europa central y del sureste desde el Tratado de Versalles, financieramente en bancarrota y desconectada del mercado mundial por la gran depresión y la autarquía económica de los imperios coloniales de sus rivales. Actualmente, por el contrario, el fortalecimiento de Alemania en sus zonas de influencia de antaño se muestra irresistible, es el corazón económico y financiero de la economía europea. Es por ello que Alemania, contrariamente a su actitud anterior a las dos guerras, pertenece actualmente a las potencias más “pacientes”, capaz de desarrollar su poderío determinada y agresivamente pero también metódica y, hasta ahora, discretamente.
En realidad, la manera en que el orden mundial de Yalta ha desaparecido – una implosión bajo la presión de la crisis económica y de la descomposición y no con una nueva división del mundo mediante la guerra – ha dado nacimiento a una situación en la cual no existen ya zonas de influencia de las diferentes potencias claramente definidas y reconocidas. Incluso aquellas zonas que, hace diez años, aparecían como el patio trasero de algunas potencias (América Latina o el Oriente Medio para Estados Unidos, la zona francófona de Africa para Francia) están cayendo en el torbellino de lo que hoy impera, la tendencia a “cada uno para sí”. En tal situación, resulta muy difícil apreciar cuáles potencias pertenecerán finalmente al grupo de los países “provistos” y cuáles terminarán con las manos vacías.
7. En realidad, no ha sido ni Alemania ni cualquiera de los otros retadores de la única superpotencia mundial, sino los Estados Unidos mismos los que, en los años 90, han desempeñado el papel de potencia agresiva y ofensiva militarmente. Esto es a su vez la más clara expresión de que se ha alcanzado una nueva etapa en el desarrollo de la irracionalidad de la guerra en el capitalismo decadente, relacionada directamente con la fase de su descomposición.
La irracionalidad de la guerra es el resultado de que los conflictos militares modernos (contrariamente a los de la ascendencia capitalista: guerras de liberación nacional o de conquista colonial que ayudaban a la expansión geográfica y económica del capitalismo) lo único que persiguen es un nuevo reparto de las posiciones económicas y estratégicas ya existentes. En estas circunstancias, las guerras de la decadencia, con las devastaciones que ocasionan y su gigantesco costo, no son un estímulo sino un peso muerto para el modo de producción capitalista. Dado su carácter permanente, totalitario y destructivo, amenazan la existencia misma de los Estados modernos. En consecuencia, aunque la causa de las guerras capitalistas sigue siendo la misma (la rivalidad entre los Estados-nación), su objetivo ha cambiado. En lugar de guerras tras objetivos económicos, las guerras se han ido convirtiendo en guerras por ventajas estratégicas destinadas a asegurar la supervivencia de la nación en caso de una conflagración global. Mientras que en la ascendencia del capitalismo lo militar estaba al servicio de los intereses de la economía, en la decadencia es cada vez más la economía la que está al servicio de las necesidades de lo militar. La economía capitalista se transforma en economía de guerra. Como las demás expresiones principales de la descomposición, la irracionalidad de la guerra es por ello una tendencia general que se ha desplegado durante todo el capitalismo decadente; ya en 1915, el Folleto de Junius de Rosa Luxemburg reconocía la primacía de las consideraciones estratégicas globales sobre los intereses económicos inmediatos de los principales protagonistas de la Primera Guerra mundial. Y a finales de la Segunda Guerra mundial, la Izquierda comunista de Francia formulaba ya la tesis de la irracionalidad de la guerra.
Pero en estas guerras y durante la guerra fría que vino a continuación, un resto de racionalidad económica se expresaba todavía en el hecho de que el papel ofensivo era asumido principalmente no por las potencias del statu quo que sacaban ventajas económicas de la división existente del mundo, sino por los que estaban ampliamente excluidos de dichas ventajas. Actualmente, en cambio, la guerra en la antigua Yugoslavia, de la cual ninguno de los países beligerantes podrá esperar la menor ventaja económica, confirma lo que se había manifestado ya con claridad durante la guerra del Golfo en 1991: la absoluta irracionalidad de la guerra desde un punto de vista económico.
8. El hecho de que la guerra haya perdido toda racionalidad económica, que sea únicamente sinónimo de caos, no significa en modo alguno que la burguesía enfrente esta situación de manera desordenada o empírica. Por el contrario: esta situación obliga a la clase dominante a encargarse de manera particularmente sistemática y a largo plazo de los preparativos guerreros. Esto se ha expresado en el último periodo en:
– el desarrollo de sistemas armamentísticos cada vez más sofisticados y costosos particularmente en Estados Unidos, Europa y Japón, armamentos que las grandes potencias exigen ante todo para eventuales conflictos futuros de unos contra otros;
– el aumento de los presupuestos de “defensa”, con los Estados Unidos al frente (100 mil millones de dólares suplementarios destinados a la modernización de las fuerzas armadas para los próximos seis años) que han invertido cierta tendencia hacia la disminución de los presupuestos militares que hubo a finales de la guerra fría (los pretendidos “dividendos de la paz”).
En los planos político e ideológico, se perciben signos de seria preparación para la guerra en:
– el desarrollo de toda una ideología “humanitaria” y de defensa de los “derechos humanos”, para justificar las intervenciones militares;
– la llegada al gobierno en la mayor parte de los grandes países industrializados de los partidos de izquierda, los que representan mejor esa propaganda belicista humanitaria (de importancia particular en Alemania, donde la coalición SPD-Verdes tiene el mandato de superar los obstáculos políticos para su intervención militar fuera de sus fronteras);
– la orquestación de ataques políticos sistemáticos contra las tradiciones internacionalistas del proletariado contra la guerra imperialista (denigración de Lenin como agente del imperialismo alemán durante la Primera Guerra mundial, Bordiga como colaborador del bloque fascista durante la Segunda Guerra mundial, de Rosa Luxemburg, recientemente en Alemania – como precursora del estalinismo, etc.). Cuanto más se dirija el capitalismo hacia la guerra, más la herencia y las organizaciones actuales de la Izquierda comunista serán el blanco privilegiado de la burguesía.
De hecho, esas campañas ideológicas de la burguesía no sólo tienen el objetivo de preparar el terreno político para la guerra. El objetivo principal que quiere alcanzar la clase dominante es desviar al proletariado de su propia perspectiva revolucionaria, una perspectiva que la agravación incesante de la crisis capitalista pondrá cada día más al orden del día.
9. Aunque en la época de declive capitalista la crisis económica es permanente y crónica, es sobre todo al final de los periodos de reconstrucción que siguieron a las guerras mundiales cuando la crisis ha adquirido un carácter abiertamente catastrófico, con caídas brutales en la producción, en las ganancias y en las condiciones de vida de los obreros, así como en un aumento dramático y masivo del desempleo. Así fue desde 1929 hasta la Segunda Guerra mundial. Así es ahora.
Aunque desde finales de los años 60 la crisis se ha desarrollado de manera más lenta y menos espectacular que después del 29, la manera en que las contradicciones económicas de un modo de producción en decadencia se han ido acumulando durante tres décadas, es hoy cada vez más difícil de ocultar. Los años 90 en particular – a pesar de toda la propaganda sobre la “buena salud económica” y las “ganancias fantásticas” del capitalismo – han sido años de una aceleración enorme de la crisis económica, dominados por mercados tambaleantes, empresas en bancarrota y un desarrollo sin precedentes del desempleo y la pauperización.
Al inicio de la década, la burguesía ocultó este hecho presentando el hundimiento del bloque del Este como la victoria final del capitalismo sobre el comunismo. En realidad la quiebra del Este fue un momento clave en la profundización de la crisis capitalista mundial. Puso de relieve la bancarrota de un modelo burgués de gestión de la crisis: el estalinismo. A partir de entonces, un modelo económico tras otro ha ido mordiendo el polvo, comenzando por la segunda y tercera potencias industriales del mundo, Japón y Alemania. Después vendría el fracaso de los tigres y los dragones de Asia y las economías “emergentes” de América Latina. La bancarrota abierta de Rusia ha confirmado la incapacidad del “liberalismo occidental” para regenerar los países de Europa oriental.
Hasta ahora, la burguesía, a pesar de décadas de crisis crónica, ha estado convencida de que no podría haber convulsiones tan profundas como la de la “Gran depresión” que, a partir de 1929, sacudió los cimientos mismos del capitalismo. La propaganda burguesa intenta todavía presentar la catástrofe económica que ha engullido al Este y Sudeste asiáticos en 1997, a Rusia en 1998 y a Brasil a comienzos de 1999, como si fuera particularmente severa pero temporal, como una recesión coyuntural; pero lo que verdaderamente han sufrido estos países, es una depresión, en todos los aspectos tan brutal y devastadora como la de los años 30. El desempleo se ha triplicado, las caídas de la producción de 10 % o más en un año hablan por sí mismas. Además, otras regiones como la antigua URSS o Latinoamérica han sido golpeadas con una fuerza incomparablemente mayor que durante los años 30.
Cierto que los estragos a tal escala han quedado hasta ahora restringidos principalmente en la periferia del capitalismo. Pero esta “periferia” incluye no solamente a países productores agrícolas y de materias primas sino también a países industriales con decenas de millones de proletarios. Incluye a la octava y décima potencias económicas del mundo: Brasil y Corea del Sur. Incluye al país más grande de la Tierra, Rusia. Y pronto incluirá al país más poblado, China, donde, desde la declaración de insolvencia de la mayor compañía de inversiones (Gitic), la confianza de los inversores internacionales ha empezado a enfriarse.
Lo que muestran todas estas bancarrotas, es que el estado de salud de la economía mundial es mucho peor que en los años 1930. Contrariamente a 1929, en los últimos treinta años la burguesía no ha sido sorprendida ni ha quedado inactiva frente a la crisis, sino que ha reaccionado permanentemente con el fin de controlar su curso. Eso es lo que da a la crisis su carácter tan prolongado y despiadadamente profundo. La crisis se profundiza a pesar de todos los esfuerzos de la clase dominante. El carácter repentino, brutal e incontrolado de la crisis de 1929, por otra parte, se explica por el hecho de que la burguesía había desmantelado el control capitalista de Estado de la economía que se había visto obligada a introducir durante la Primera Guerra mundial, y que sólo volvió a introducir e imponer al iniciarse años 30. En otras palabras: la crisis golpeó tan brutalmente porque los instrumentos de la economía de guerra de los años 30 y la coordinación internacional de las economías occidentales establecida a partir de 1945 todavía no se habían desarrollado. En 1929 aún no existía una vigilancia permanente de la economía, de los mercados financieros y de los acuerdos comerciales internacionales, no existía un prestamista de última instancia, ni brigada internacional de bomberos para salvar a los países en dificultades. Entre 1997 y 1999, por el contrario, todas esas economías, de una importancia económica y política considerables para el mundo capitalista, se han hundido a pesar de la existencia de todos esos instrumentos capitalistas de Estado. El Fondo monetario internacional, por ejemplo, apoyó a Brasil con una inyección considerable de fondos desde antes de la reciente crisis, en continuidad con su nueva estrategia de prevención de crisis. Había prometido defender la moneda brasileña “a toda costa”... y ha fracasado.
10. Aunque los países centrales del capitalismo han evitado por ahora esa situación, están ya enfrentándose a su peor recesión desde la guerra, empezando por Japón. Ahora, la burguesía quiere cargar la responsabilidad de las acrecentadas dificultades de las economías de los países centrales sobre las crisis “asiática”, “rusa”, “brasileña”, etc. pero la realidad es lo contrario: es el atolladero creciente de las economías centrales, debido al agotamiento de los mercados solventes, lo que ha provocado el sucesivo hundimiento de los “tigres” y “dragones”, Rusia, Brasil, etc.
La recesión en Japón pone de relieve hasta qué punto se ha reducido el margen de maniobra de los países centrales: una serie de programas coyunturales “keynesianos” masivos del gobierno (receta “descubierta” por la burguesía en los años 30), han fracasado en sacar a flote la economía e impedir la recesión:
– la última operación de salvamento (520 mil millones de dólares para salvar los bancos insolventes) no ha logrado restaurar la confianza en el sistema financiero;
– la tradicional política de mantenimiento del empleo en el país, mediante ofensivas de exportación en el mercado mundial ha llegado a sus límites: el desempleo aumenta rápidamente, la política de tasas de interés negativas, para suministrar liquidez suficiente y mantener un Yen débil que favorezca las exportaciones, está agotada. Ahora está claro que estos objetivos, así como una reducción de la deuda pública, sólo pueden obtenerse mediante el retorno a una política inflacionista como la de los años 70. Esta tendencia, que va a seguir en otros países industriales, significa el principio del fin de la famosa “victoria sobre la inflación” y nuevos peligros para el comercio mundial.
En Estados Unidos, el pretendido “boom” de estos últimos años se ha logrado a expensas del resto del mundo mediante una verdadera explosión de su balanza comercial, de sus déficits de pagos, y mediante un extraordinario endeudamiento de las familias (el ahorro en los Estados Unidos es ahora virtualmente inexistente). Los límites de esta política están a punto de ser alcanzados, con o sin la “gripe asiática”.
En cuanto al “Euroland”, el único “modelo” capitalista que queda junto al de Estados Unidos, la situación tampoco es brillante: en los principales países europeos occidentales la más corta y débil reanudación de posguerra está llegando a su fin con la caída de las tasas de crecimiento y el aumento del desempleo en Alemania en particular.
Será la recesión en los países centrales la que, a comienzos del nuevo siglo, revelará toda la amplitud de la agonía del modo de producción capitalista.
11. Pero, si bien históricamente el atolladero del capitalismo es mucho más flagrante que en los años 30, y si bien la fase actual representa la aceleración más importante de las últimas tres décadas, ello no significa que se deba esperar un hundimiento abrupto y catastrófico del capitalismo como en los años 30. Como lo que había pasado en Alemania entre 1929-1932 cuando –según las estadísticas de la época– la producción industrial cayó 50 %, los precios 30 %, los salarios 60 % y el desempleo subió de 2 a 8 millones en el lapso de tres años.
Hoy, por el contrario, aunque muy profunda y en aceleración continua, la crisis mantiene su carácter más o menos controlado y diferido en el tiempo. La burguesía demuestra su capacidad para evitar una repetición del krach de 1929. Esto lo ha logrado no sólo mediante el establecimiento de un régimen capitalista de Estado permanente desde los años 30, sino sobre todo mediante un manejo de la crisis coordinado a escala internacional en favor de las potencias más fuertes. Esto lo aprendió a partir de 1945 en el marco del bloque occidental, el cual puso a Norteamérica, Europa occidental y Asia oriental bajo el liderazgo de los Estados Unidos. Desde 1989 ha demostrado su capacidad para mantener esa gestión de la crisis incluso tras la desaparición de los bloques imperialistas. Así, mientras que en el plano imperialista 1989 marcó el inicio de la ley de “cada uno para sí” y del caos mundial, en el plano económico no ha ocurrido todavía lo mismo.
Las dos consecuencias más dramáticas de la crisis de 1929 fueron:
– el colapso del comercio mundial bajo una avalancha de devaluaciones competitivas y medidas proteccionistas que condujeron a la autarquía de los años de preguerra;
– el hecho de que las dos naciones capitalistas más poderosas, Estados Unidos y Alemania, fueron las primeras y más afectadas por la depresión industrial y el desempleo masivo.
Los programas nacionales de capitalismo de Estado que fueron adoptados en los diferentes países – Plan quinquenal en la URSS, Plan cuadrienal en Alemania, el New Deal en EEUU, etc. – no alteraron de ningún modo la fragmentación del mercado mundial, sino que aceptaron este marco como punto de partida. Por el contrario, ante la crisis de los 70 y 80 la burguesía occidental actuó rigurosamente para prevenir un retorno al proteccionismo extremo de los años 30, ya que era una condición para asegurar que los países centrales no fueran las primeras víctimas como en el 29, sino las últimas en sufrir las consecuencias más brutales de la crisis. El resultado de este sistema ha sido que partes enteras de la economía mundial, Africa, la mayor parte de Europa oriental, de Asia y Latinoamérica han sido o están siendo eliminadas como actores de la escena mundial y están cayendo en una barbarie sin nombre.
En su lucha contra Stalin a mediados de los años 1920, Trotski demostraba que no solamente el socialismo, sino incluso un capitalismo altamente desarrollado es “imposible” en “un sólo país”. En tal sentido, la autarquía de los años 30 fue un gigantesco retroceso para el sistema capitalista. De hecho, fue posible únicamente porque el curso hacia la guerra estaba abierto, lo cual no es lo que está ocurriendo hoy.
12. La actual gestión capitalista de Estado a escala internacional de la crisis, impone ciertas reglas a la guerra comercial entre capitales nacionales – acuerdos comerciales, financieros, monetarios o de inversión –, reglas sin las cuales el comercio mundial en las actuales condiciones sería imposible.
Esta capacidad de las principales potencias (subestimada por la CCI a principios de los 90) no ha alcanzado sus límites. Esto queda demostrado por el proyecto de una moneda común europea, proyecto que nos muestra hasta qué punto la burguesía se ve obligada a tomar medidas cada vez más complicadas y audaces para protegerse ante el avance de la crisis. El euro es ante todo una gigantesca medida de capitalismo de Estado para contrarrestar uno de los puntos más débiles del sistema y de los más peligrosos en sus líneas de defensa: el que, de los dos centros del capitalismo mundial, Norteamérica y Europa occidental, ésta esté dividida en una serie de capitales nacionales, cada uno con su propia moneda. Dramáticas fluctuaciones entre las monedas, como la que zarandeó al Sistema monetario europeo (SME) a principios de los 90, o devaluaciones competitivas como en los años 30, amenazan con paralizar el comercio dentro de Europa. Así, lejos de representar un paso adelante hacia un bloque imperialista europeo, el proyecto del euro es apoyado por Estados Unidos, país que sería una de las principales víctimas en caso de que se hundiera el mercado europeo.
El euro, al igual que la Unión europea misma, ilustra asimismo cómo esa coordinación entre Estados no elimina, ni mucho menos, la guerra comercial entre ellos, sino que es un método para organizarla en favor del más poderoso. La moneda común es una agarradera para la estabilización de la economía europea, pero es al mismo tiempo un sistema diseñado para asegurar la supervivencia de las potencias más fuertes (ante todo, la del país que dictó las condiciones para su construcción, Alemania) a expensas de los participantes más débiles (por eso Gran Bretaña, debido a su fortaleza tradicional como potencia financiera mundial, puede aún darse el lujo de quedar fuera de la zona Euro).
Estamos frente a un sistema capitalista de Estado infinitamente más desarrollado que el de Stalin, Hitler o Roosevelt de los años 30, en el cual no sólo la competencia dentro de cada Estado-nación, sino, hasta cierto grado, el de los capitales nacionales en el mercado mundial tiene un carácter menos espontáneo, más regulado, de hecho más político. Es así como, tras el cataclismo de la “crisis asiática”, los líderes de los principales países industrializados insistieron que en adelante el FMI debía adoptar criterios más políticos al decidir qué países serían “rescatados” y a qué precio (e inversamente cuáles podrían ser eliminados del mercado mundial).
13. Debido a la aceleración de la crisis, la burguesía se ve obligada actualmente a modificar su política económica: este es uno de los significados del establecimiento de gobiernos de izquierda en Europa y Estados Unidos. En Inglaterra, Francia o Alemania, los nuevos gobiernos de izquierda han criticado la anterior política de “globalización” y “liberalización” lanzada en los años 80 bajo Reagan y Thatcher, y han llamado a una mayor intervención del Estado en la economía y a una regulación del flujo de capitales internacional. La burguesía se da cuenta de que hoy esa política ha alcanzado sus límites.
La “globalización”, mediante la disminución de las barreras al comercio y la inversión en favor de la circulación del capital, ha sido la respuesta de las potencias dominantes al peligro de un retorno al proteccionismo y la autarquía de los años 30: una medida capitalista de Estado para proteger a los competidores más fuertes a expensas de los más débiles. Sin embargo, actualmente esta medida requiere a su vez una mayor regulación estatal destinada, no a revocar, sino a controlar el movimiento “global” del capital.
La “mundialización” no es la causa de la demente especulación internacional de los años pasados, sino la que ha abierto las puertas de par en par a su incremento. El resultado es que, tras haber sido un refugio para el capital amenazado por la ausencia de verdaderas salidas de inversión rentable, la especulación se ha vuelto un enorme peligro para el capital. Si la burguesía reacciona actualmente, es no sólo porque ese incremento es capaz de dejar para el arrastre a la totalidad de la economía de naciones periféricas (Tailandia, Indonesia, Brasil, etc.) sino ante todo porque los principales grupos capitalistas de las grandes potencias podrían irse a la bancarrota. De hecho, el principal objetivo de los programas del FMI para estos diferentes países en los dos últimos años era salvar, no a los países directamente afectados, sino las inversiones especulativas de los capitalistas occidentales, cuya bancarrota habría desestabilizado las estructuras financieras internacionales mismas.
La “globalización” nunca ha sustituido la competencia entre las naciones-Estado por la de las empresas multinacionales, como la ideología burguesa lo ha pretendido, sino que ha sido la política de ciertos capitales nacionales. De igual modo, la política de “liberalización” nunca ha sido un debilitamiento del capitalismo de Estado, sino un recurso para hacerlo más eficaz, y en particular una excusa para justificar los enormes recortes en el presupuesto social. Sin embargo, la situación actual de agudización de la crisis, exige una intervención estatal mucho más directa y evidente (como la reciente nacionalización de los bancos japoneses ante su hundimiento, una medida solicitada públicamente por los Estados del G-7). Tales circunstancias no son ya compatibles con una ideología “liberal”.
Igualmente en este plano la izquierda del capital está en mejores condiciones para poner en marcha las nuevas “medidas correctivas” (cuestión que la resolución del X° Congreso de la CCI de 1993 había ya subrayado con la sustitución de Bush por Clinton en Estados Unidos):
– políticamente, porque la izquierda se halla históricamente menos ligada a la clientela de los intereses capitalistas privados que la derecha, y por ello tiene más capacidad para adoptar medidas contra grupos particulares a la vez que defiende al capital nacional como un todo.
– ideológicamente, porque la derecha había inventado y principalmente aplicado la política precedente que ahora se modifica.
Tal modificación no significa que la política económica llamada “neoliberal” será abandonada. De hecho, y como expresión de la gravedad de la situación, la burguesía se ve obligada a combinar las dos políticas, las cuales tienen efectos cada vez más graves sobre la evolución de la economía mundial. Tal combinación, de hecho un equilibrio en la cuerda floja entre las dos, a pesar de sus efectos positivos en lo inmediato si bien cada vez más débiles, a medio plazo no hará más que agravar la situación.
Esto no significa, sin embargo, que haya un “punto de imposible retorno” económico más allá del cual el sistema estaría condenado a desaparecer irrevocablemente, ni que haya un límite teórico definido al incremento de las deudas, la droga principal del capitalismo en agonía, que el sistema pueda administrarse sin hacer imposible su propia existencia. De hecho, el capitalismo ha superado ya sus límites económicos con la entrada en su fase de decadencia. Desde entonces, el capitalismo ha logrado sobrevivir solamente mediante una manipulación creciente de sus propias leyes, tarea que solamente el Estado puede llevar a cabo.
En realidad, los límites de la existencia del capitalismo no son económicos, sino fundamentalmente políticos. El desenlace de la crisis histórica del capitalismo depende de la evolución de la relación de fuerzas entre las clases:
– o el proletariado desarrolla su lucha hasta el establecimiento de su dictadura revolucionaria mundial;
– o el capitalismo, mediante su tendencia orgánica hacia la guerra, hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitiva.
14. En respuesta a las primeras manifestaciones de la nueva crisis abierta a finales de los años 60, el retorno de la lucha de clases en 1968, que puso término a cuatro décadas de contrarrevolución, detuvo el curso hacia la guerra mundial y abrió de nuevo una perspectiva para la humanidad. Durante las primeras grandes luchas de finales de los años 60 y comienzos de los 70, una nueva generación de revolucionarios comenzó a surgir de la clase obrera, y la necesidad de la revolución proletaria fue debatida en las asambleas generales de la clase. Durante las diferentes oleadas de luchas obreras entre 1968 y 1989, una experiencia de lucha difícil pero importante fue adquirida, y la conciencia en la clase se desarrolló en la confrontación con la izquierda del capital, particularmente los sindicatos, a pesar de los obstáculos colocados en el camino del proletariado. El punto más álgido alcanzado en todo este periodo fue la huelga de masas de 1980 en Polonia, que demostró que tampoco en el bloque ruso –históricamente condenado por su débil posición a ser “el agresor” en una guerra– el proletariado estaba dispuesto a morir por el Estado burgués.
Sin embargo, si bien el proletariado detuvo el curso hacia la guerra, no ha sido capaz de dar pasos significativos hacia la respuesta a la crisis del capitalismo: la revolución proletaria. Es este bloqueo en la relación de fuerzas entre las clases, en la que ninguna de las dos principales clases de la sociedad moderna puede imponer su propia solución, lo que ha abierto el periodo de descomposición del capitalismo.
En cambio, el verdadero primer acontecimiento histórico de envergadura mundial de este período de descomposición –el hundimiento de los regímenes estalinistas (llamados “comunistas”) en 1989– puso fin al periodo iniciado en 1968 de desarrollo de luchas y de la conciencia. El resultado de ese terremoto histórico fue el más profundo retroceso en la combatividad y sobre todo en la conciencia del proletariado desde el fin de la contrarrevolución.
Este revés no representa una derrota histórica de la clase, como la CCI lo señaló en la época. Desde 1992, con las importantes luchas en Italia, la clase obrera había ya reanudado el camino de la lucha. Sin embargo durante los años 90, este camino se ha revelado más arduo de recorrer que en las dos décadas precedentes. A pesar de esas luchas, la burguesía en Francia en 1995, y poco después en Bélgica, Alemania y Estados Unidos pudo aprovechar la combatividad vacilante y la desorientación política de la clase, y organizó movimientos espectaculares con el objetivo específico de restaurar la credibilidad de los sindicatos, lo que debilitó todavía más la conciencia de clase de los obreros. Mediante tales acciones, los sindicatos alcanzaron su más alto nivel de popularidad desde hacía más de una década. Después de las maniobras sindicales masivas en noviembre y diciembre de 1995 en Francia, la resolución sobre la situación internacional del XII° Congreso de la sección de la CCI en Francia de 1996 señalaba:
“... en los principales países capitalistas, la clase obrera ha sido llevada de nuevo a una situación comparable a la de los años 1970 en lo que concierne sus relaciones con los sindicatos y el sindicalismo... la burguesía ha logrado temporalmente borrar de la conciencia de la clase obrera las lecciones aprendidas durante los años 1980, es decir las repetidas experiencias de enfrentamiento contra los sindicatos.”
Todo este desarrollo confirma que desde 1989, el camino hacia los enfrentamientos de clase decisivos se ha vuelto más largo y más difícil.
15. A pesar de estas enormes dificultades, los años 90 han sido una década de nuevo desarrollo de las luchas de clase. Esto era ya visible a mediados de los años 90 a través de la estrategia misma de la burguesía:
– las maniobras sindicales anunciadas con gran despliegue publicitario trataban de reforzar a los sindicatos antes de que una acumulación importante de la combatividad obrera transformara esas movilizaciones a gran escala en algo demasiado peligroso;
– los “movimientos de desempleados” que les siguieron, también artificialmente orquestados en Francia, Alemania y otros países en 1997-98, destinados a crear una división entre obreros en activo y desempleados – buscando culpabilizar a aquéllos, creando estructuras sindicales para encuadrar en el futuro a éstos – reveló la inquietud de la clase dominante respecto al potencial radical del desempleo y de los desempleados;
– las enormes e incesantes campañas ideológicas –que frecuentemente se basan en hechos relacionados con la descomposición tales como la del asunto Dutroux en Bélgica, el terrorismo de ETA en España, la extrema derecha en Francia, Austria o Alemania– llamando a la defensa de la democracia, se han multiplicado para sabotear la reflexión de los obreros, probando que la clase dominante misma estaba convencida del inevitable incremento de la combatividad obrera con la agravación de la crisis y los ataques. Hay que hacer notar que todas las acciones preventivas fueron coordinadas a escala internacional.
La justeza del instinto de clase de la burguesía se ha hecho evidente con el aumento en las luchas obreras a finales de esta década.
Una vez más, la manifestación más importante del desarrollo de la combatividad ha venido de Bélgica y Holanda, con huelgas en diferentes sectores en 1997 en Holanda, especialmente en el puerto más grande del mundo, Rotterdam. Esta importante señal habría de ser confirmada rápidamente en otro pequeño país de Europa occidental, aunque altamente desarrollado, Dinamarca, cuando casi un millón de trabajadores del sector privado (la cuarta parte de los asalariados del país) se fueron a la huelga durante casi dos semanas en mayo de 1998. Este movimiento puso de relieve:
– una tendencia a la masividad de las luchas;
– la obligación para los sindicatos de volver a sus prácticas de control, aislamiento y sabotaje los movimientos de lucha, de tal manera que los obreros no salieron eufóricos del movimiento (como en Francia en 1995), sino totalmente desilusionados;
– la necesidad de la burguesía de reanudar internacionalmente su política de minimizar o, cuando es posible, ocultar las luchas con el fin de que no se extienda el “mal ejemplo” de la resistencia obrera.
Desde entonces, esta ola de luchas ha continuado en dos direcciones:
– con acciones a gran escala organizadas por los sindicatos (Noruega, Grecia, Estados Unidos, Corea del Sur) bajo la presión de un creciente descontento obrero;
– con una multiplicación de pequeñas luchas no oficiales, algunas veces incluso espontáneas en las naciones capitalistas centrales de Europa – Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania – luchas de las que se acaparan los sindicatos para encuadrarlas y aislarlas.
Son significativos estos hechos:
– la creciente simultaneidad de las luchas a escala nacional e internacional, especialmente en Europa occidental;
– la irrupción del combate en respuesta a los diferentes aspectos de los ataques capitalistas: despidos y desempleo, baja de los salarios reales, recortes en el “salario social”, condiciones insoportables de explotación, reducción de vacaciones, etc.;
– el embrión de una reflexión en el seno de la clase acerca de las reivindicaciones y cómo luchar, e incluso sobre la situación actual de la sociedad;
– la obligación para la burguesía -aunque los sindicatos oficiales no estén todavía seriamente desprestigiados en los recientes movimientos- de desarrollar con tiempo la carta del “sindicalismo de combate” o “de base” con fuerte implicación del izquierdismo.
16. A pesar de esos pasos adelante, la evolución de la lucha de clase desde 1989 sigue siendo difícil y no sin retrocesos debido sobre todo:
– al peso de la descomposición, un factor que se impone cada vez más contra el desarrollo de una solidaridad colectiva y de una reflexión teórica, histórica y coherente de la clase;
– a la verdadera dimensión del retroceso que comenzó en 1989, que va a pesar negativamente en la conciencia de clase y durante largo tiempo, ya que ha sido la perspectiva misma del comunismo la atacada.
Lo que subraya este retroceso, que hizo retroceder la lucha proletaria más de diez años, es el hecho de que en esta época de descomposición, el tiempo ya no juega a favor del proletariado. Aunque una clase no vencida pueda cerrar el camino hacia una guerra mundial, no puede impedir la proliferación de todas las manifestaciones de putrefacción de un orden social en descomposición.
De hecho, este mismo retroceso es la expresión de un retraso de la lucha proletaria, frente a una aceleración general del declive del capitalismo. Por ejemplo, a pesar de todo lo que significó Polonia 1980 para la situación mundial, nueve años más tarde, no fue la lucha de clases internacional lo que hizo caer al estalinismo en Europa oriental, estando la clase obrera completamente ausente en el momento de su hundimiento.
Sin embargo, la debilidad central del proletariado entre 1968 y 1989 no consistía en un retraso general (pues, contrariamente al rápido desarrollo de la situación revolucionaria que surgió de la Primera Guerra mundial, la lenta evolución desde 1968 en respuesta a la crisis tiene numerosas ventajas), sino ante todo la dificultad para la politización de su combate.
Esta dificultad es el resultado del hecho de que la generación que en 1968 puso fin a la más larga contrarrevolución en la historia, estaba separada de la experiencia de las generaciones anteriores de su clase y reaccionó a los traumatismos infligidos por la socialdemocracia y el estalinismo con una tendencia a rechazar la “política”.
Así, el desarrollo de una “cultura política” se ha ido convirtiendo en el problema clave de las luchas venideras. De hecho, ese problema contiene la respuesta a otra pregunta: ¿Cómo compensar el terreno perdido en los años anteriores para superar la amnesia actual de la clase respecto a las lecciones de sus luchas anteriores a 1989?
Es evidente que no se trata de repetir los combates de las dos décadas precedentes: la historia no permite tales repeticiones, aún menos actualmente cuando lo que le falta a la humanidad es tiempo. Pero sobre todo, el proletariado es una clase histórica. Aún si las lecciones de 20 años están ausentes actualmente de su conciencia, en realidad el proceso de “politización” no es otro que el de volver a descubrir las lecciones del pasado en la trayectoria de una nuevas perspectivas de lucha.
17. Tenemos buenas razones para pensar que el periodo que viene, a largo plazo, será en muchos aspectos particularmente favorable para tal politización. Estos factores favorables incluyen:
– el avanzado estado de la crisis misma, que impulsa a la reflexión proletaria sobre la necesidad de enfrentar y superar el sistema;
– el carácter cada vez más masivo, simultáneo y generalizado de los ataques, que plantea la necesidad de una respuesta de clase generalizada. Ello incluye la cuestión cada vez más grave del desempleo, la reflexión sobre la quiebra del capitalismo y también el problema de la inflación que es un medio empleado por la burguesía para exprimir a la clase obrera y a otras capas de la sociedad;
– incluye también el problema de la represión del Estado, que impulsa cada vez más a hacer ilegal cualquier expresión genuina de la lucha proletaria;
– la omnipresencia de la guerra, que destruye las ilusiones sobre un posible capitalismo “pacífico”. La guerra actual en los Balcanes, una guerra en el centro del capitalismo, va a tener un impacto significativo sobre la conciencia de los obreros, por muchas excusas humanitarias que pongan. Cualquiera que sea el impacto que pueda tener en la evolución de las luchas inmediatas, va a expresar de manera acrecentada la perspectiva catastrófica que el capitalismo ofrece a la humanidad. Además la marcha acelerada hacia la guerra, va a exigir el aumento de los presupuestos militares, y como consecuencia, de sacrificios cada vez más extremos para el proletariado, obligándole a defender sus intereses contra los del capital nacional.
Entre otros factores favorables hay que señalar:
– El incremento de la combatividad de una clase no derrotada contra la degradación de sus condiciones de vida. Solamente volviendo al combate los obreros podrán recuperar la conciencia de que forman parte de una clase colectiva, volver a recobrar la confianza en sí mismos, comenzar a plantear los problemas de clase en un terreno de clase y volver a entablar combate contra el sindicalismo y el izquierdismo.
– La entrada en lucha de una segunda y nueva generación de obreros. La combatividad de esta generación está aún plenamente intacta. Nacida ya en un capitalismo en crisis, no alberga ya ninguna de aquellas ilusiones propias de la generación posterior a 1968. Sobre todo, contrariamente a los obreros de esa época, los jóvenes proletarios de la hoy pueden aprender de la generación precedente, la cual posee ya una considerable experiencia de lucha que transmitir. Así, las lecciones “perdidas” del pasado pueden ser recuperadas en la lucha gracias a la coexistencia de dos generaciones de proletarios: ése es el proceso normal de acumulación de la experiencia histórica que la contrarrevolución había interrumpido brutalmente.
– Esta experiencia de reflexión común acerca del pasado, ante la necesidad de un combate generalizado contra un sistema agonizante, va a dar nacimiento a círculos de discusión o núcleos de obreros avanzados que van a tratar de volver a hacer suyas las lecciones de la historia del movimiento obrero. En tal perspectiva, la responsabilidad de la Izquierda comunista será mucho más grande que en los años 30.
Ese potencial no es un deseo piadoso. Lo confirma ya la propia burguesía, plenamente consciente de ese peligro potencial, por lo que ya está reaccionado preventivamente, mediante la denigración incesante del pasado y el presente revolucionario de su enemigo de clase.
Sobre todo, ante la degradación de la situación mundial, la burguesía teme que la clase descubra los acontecimientos que muestran la potencia del proletariado, que ponen de relieve que es la clase que tiene en sus manos las llaves del futuro de la humanidad: la oleada revolucionaria de 1917-1923, el derrocamiento de la burguesía en Rusia, el fin de la Primera Guerra mundial gracias al movimiento revolucionario en Alemania.
18. Esta inquietud de la clase dominante a propósito del peligro proletario se refleja asimismo en la llegada al poder de la izquierda en 13 de los 15 países de la Unión europea.
El retorno de la izquierda al gobierno en tantos países importantes, comenzando por los Estados Unidos después de la guerra del Golfo, se ha hecho posible gracias al golpe sobre la conciencia proletaria sufrido con los acontecimientos de 1989, tal como la CCI lo había señalado en 1990:
“En particular es por ello que debemos actualizar el análisis de la CCI sobre la “izquierda en la oposición”. Esta era una carta necesaria para la burguesía a finales de los años 1970 y a todo lo largo de los años 1980 debido a la dinámica general de la clase hacia combates cada vez más determinados y conscientes y su rechazo creciente a las mistificaciones democráticas, electoralistas y sindicales... En contraste, el actual retroceso de la clase significa que durante un tiempo esta estrategia no será ya una prioridad para la burguesía. Ello no significa necesariamente que estos países verán el retorno de la izquierda al gobierno: como ya lo hemos dicho en varias ocasiones... es sólo absolutamente necesario en periodos de guerra o revolución. Pero no debemos sorprendernos si ello se produce, ni considerarlo como “accidentes” o “debilidades específicas” de la burguesía en tales países” (Revista internacional n° 61).
La resolución del XII° Congreso de la CCI en la primavera de 1997, después de haber previsto correctamente la victoria de los laboristas en las elecciones generales de mayo de 1997 en Gran Bretaña, añadía:
“... es importante subrayar el hecho de que la clase dominante no va a volver a los temas de los años 1970 cuando la “alternativa de izquierda” con su programa de medidas “sociales”, y aún de nacionalizaciones, se estableció para frenar el impulso de la ola de luchas que había comenzado en 1968, desviando el descontento y la militancia hacia el atolladero de las elecciones.”
La victoria electoral de Schröder-Fischer sobre Khol en Alemania en el otoño de 1998 ha confirmado:
– que el retorno de los gobiernos de izquierda no es de ninguna manera una vuelta a los años 70. El SPD no ha vuelto al poder a causa de grandes luchas, como así ocurrió con Brandt. No hizo antes ninguna promesa electoral irrealista, y mantiene una política muy “moderada” y “responsable” en el gobierno.
– que en la fase actual de la lucha de clases, no es un problema para la burguesía poner a la izquierda, en particular a los socialdemócratas, en el gobierno. En Alemania, habría sido más fácil que en otros países dejar a la derecha en el gobierno. Contrariamente a la mayor parte de las demás potencias occidentales, donde los partidos de derecha se encuentran, ya sea en un estado de confusión (Francia, Suecia), ya sea divididos respecto a la política exterior (Italia, Gran Bretaña), o abrumados por tendencias retrógradas irresponsables (Estados Unidos), en Alemania, la derecha, aunque un poco gastada por 16 años de gobierno, se mantiene en orden y es perfectamente capaz de ocuparse de los asuntos del Estado alemán.
Sin embargo, el hecho de que Alemania, el país que tiene actualmente el aparato político más ordenado y coherente (lo que refleja su estatuto de líder de bloque imperialista potencial), haya puesto al SPD en el poder, revela que la baza de la izquierda en el gobierno no sólo es posible actualmente, sino que se ha vuelto una necesidad relativa (como la de la izquierda en la oposición en los años 80), o sea que sería un error para la burguesía el no jugar ahora esa baza.
Ya hemos mostrado qué necesidades, en el plano de la política imperialista y de la gestión de la crisis, abrieron la vía del gobierno a la izquierda. Pero en el frente social también, hay sobre todo dos razones importantes para un gobierno así en el día de hoy:
– Tras largos años de gobierno de derechas en países clave como Gran Bretaña y Alemania, la mistificación electoral exige la alternativa democrática ahora, tanto más por cuanto en el porvenir será mucho más difícil mantener a la izquierda en el gobierno. Contra la oleada revolucionaria de 1917-1923 y más aún desde la caída del estalinismo, la democracia burguesa es la mistificación antiproletaria más importante de la clase dominante y por ello debe ser alimentada permanentemente.
– Aunque la izquierda no es necesariamente la más adaptada para llevar a cabo los ataques contra la clase obrera actualmente, tiene la ventaja sobre la derecha de atacar de manera más prudente y sobre todo menos provocadora que la derecha. Esta es una cualidad muy importante en los momentos actuales en que es vital para la burguesía evitar tanto como sea posible luchas importantes y masivas de su enemigo mortal, ya que tales luchas son la primera condición y contienen actualmente un importante potencial para el desarrollo de la confianza en sí y de la conciencia política del proletariado como un todo.
CCI – 7/4/99
En el número anterior de la Revista internacional vimos que el capitalismo, enfrentado desde 1967 a la reaparición abierta de su crisis histórica, desplegaba los medios de intervención del Estado en la economía para tratar de frenarla y de descargar sus efectos más nocivos hacia los países más periféricos, los sectores más débiles del propio capital y, por supuesto, sobre el conjunto de la clase obrera. Analizamos la evolución de la crisis y de la respuesta del capitalismo durante los años 70. Vamos a ver ahora esta evolución a lo largo de los años 80. Este análisis nos permite comprender que toda la política que hacen los Estados de «acompañamiento de la crisis para provocar una caída lenta y escalonada» no resuelve nada, ni aporta ninguna salida sino que agrava más y más las contradicciones de fondo del capitalismo.
En el IIº Congreso internacional de la CCI, celebrado en 1977([1]), pusimos de relieve que las políticas de expansión que venía empleando el capitalismo eran cada vez menos eficaces y estaban llevando a un callejón sin salida. La oscilación entre el «relanzamiento» que provocaba inflación y el frenazo que ocasionaba la recesión conducía hacia lo que los economistas burgueses llamaban la «estanflación» (recesión e inflación a la vez) mostrando la gravedad de la situación del capitalismo y el carácter insoluble de sus contradicciones: el mal incurable de la sobreproducción que, a su vez, agravaba globalmente las tensiones imperialistas de tal forma que los últimos años de la década contemplaron una considerable agudización de las confrontaciones militares y y un incremento del esfuerzo armamentístico tanto a nivel nuclear como «convencional»([2]).
Los años 80 empiezan con una recesión abierta que se prolonga hasta 1982 y que en una serie de aspectos importantes es mucho peor que la anterior de 1974-75. Hay un estancamiento de la producción (tasas negativas en Gran Bretaña y en los países europeos), aumento espectacular del desempleo, (en 1982, Estados Unidos registra en un solo mes medio millón de desempleados más), la producción industrial cae en 1982 en Gran Bretaña al nivel de 1967 y, por primera vez desde 1945, el comercio mundial cae durante 2 años consecutivos ([3]). Se producen cierres de empresas y despidos masivos a un nivel jamás visto desde la depresión de 1929. Comienza a desarrollarse una tendencia que va a continuar creciendo desde entonces: es lo que se ha dado en llamar la desertificación industrial y agrícola. Por un lado, regiones enteras de rancia tradición industrial ven el cierre sistemático de fábricas y pozos mineros y el paro se dispara hasta índices del 30%. Ocurre así en zonas como Manchester, Liverpool o Newcastle en Gran Bretaña; Charleroi en Bélgica; Lorena en Francia, Detroit en Estados Unidos. Por otra parte, la sobreproducción agrícola es tal que en numerosos países los gobiernos o bien subvencionan el abandono de vastas extensiones o bien recortan bruscamente las ayudas a explotaciones agropecuarias, lo que causa la ruina en cascada de campesinos pequeños y medios y el desempleo de los trabajadores del campo.
Sin embargo, desde 1983 se produce una reactivación de la economía que en un primer momento quedará limitada a Estados Unidos y a partir de 1984-85 alcanzará a Europa y Japón. Este relanzamiento se consigue básicamente mediante el endeudamiento colosal de Estados Unidos que hace subir la producción y progresivamente permite que las economías de Japón y Europa Occidental se incorporen al carro del crecimiento.
En eso consistió la famosa «Reaganomics» que en su momento nos fue presentada como la gran solución a las crisis del capitalismo. Además, esta «solución» se ofrecía como una vuelta a las «esencias del capitalismo». Frente a los «excesos» de intervención estatal que caracterizaba la política económica de los Estados durante los años 70 (el keynesianismo) y que era tildado de «socialismo» o «proclividad» al socialismo, los nuevos teóricos de la economía se presentaban como «neoliberales» y vendían a los cuatro vientos las recetas del «menos Estado», el «libre mercado» etc.
En realidad, ni la Reaganomics solucionó gran cosa (a partir de 1985, como luego veremos, hubo que pagar la factura del endeudamiento de Estados Unidos), ni suponía una «retirada del Estado», un pretendido «menos Estado». Lo que hizo el gobierno Reagan fue lanzarse a un programa masivo de rearme (lo que se dio en llamar la «Guerra de las Galaxias» que contribuyó poderosamente a poner de rodillas al bloque rival) mediante el recurso clásico al endeudamiento estatal. La famosa locomotora no se alimentaba del combustible sano constituido por una expansión real del mercado sino a través de la energía adulterada del endeudamiento generalizado.
Lo único novedoso en la política de Reagan es la forma de realizar el endeudamiento. Durante los años 70 los Estados eran los responsables directos del mismo a través de déficits crecientes del gasto público financiados por el aumento de la masa monetaria. Esto suponía que era el Estado quien procuraba el dinero a los bancos para que estos prestaran a las empresas, los particulares o a otros Estados. Ello provocaba la depreciación continua del dinero y la explosión correlativa de la inflación.
Ya hemos visto el atolladero cada vez más cerrado en que se encontraba la economía mundial y especialmente la americana a finales de los años 70. Para salir al paso, en los dos últimos años de la administración Carter, el responsable de la Reserva Federal, Volker, cambia radicalmente de política crediticia. Cierra el grifo de la emisión de moneda, lo cual provocará la recesión de 1980-82, pero simultáneamente abre la vía de la financiación masiva mediante la emisión de bonos y obligaciones que se renuevan constantemente en el mercado de capitales. Esta orientación será retomada y generalizada por la administración Reagan y, más adelante, se extenderá a todos los países.
El mecanismo de «ingeniería financiera» es el siguiente: Por un lado, el Estado emite bonos y obligaciones para financiar sus enormes y siempre crecientes déficits que son suscritos por los mercados financieros (bancos, empresas y particulares). Por otra parte, empuja a los bancos a que busquen en el mercado la financiación de sus préstamos, recurriendo, a su vez, a la emisión de bonos y obligaciones y a sucesivas ampliaciones de capital (emisión de acciones). Se trata de un mecanismo altamente especulativo con el que se intenta aprovechar el desarrollo de una masa creciente de capital ficticio (plusvalía ociosa incapaz de ser invertida en nuevo capital).
De esta forma, el peso de los fondos privados tiende a ser mucho mayor que los fondos públicos en la financiación de la deuda (pública y privada):
Financiación deuda pública en USA
Fondos Fondos
públicos privados
1980 ………….……. 24 ………..…. 46
1985 …………….…. 45 ………..…. 38
1990 …………….…. 70 ………..…. 49
1995 …………….…. 47 …..……. 175
1997 …………….…. 40 …..……. 260
Fuente: Global Development Finance, en miles de millones de dólares.
Esto no quiere decir ni mucho menos una disminución del peso del Estado (como proclaman los «liberales») sino más bien responde a las necesidades cada vez más agobiantes de financiación (y particularmente de liquidez inmediata) que obligan a una movilización masiva de todos los capitales disponibles.
La puesta en marcha de esta política pretendidamente «liberal» y «monetarista» significa que la famosa locomotora USA es financiada por el resto de la economía mundial. Especialmente, el capitalismo japonés con un enorme excedente comercial suscribe masivamente los bonos y obligaciones del Tesoro americano así como las diferentes emisiones de empresas de ese país. El resultado es que Estados Unidos que desde 1914 era el primer acreedor mundial se convierte a partir de 1985 en deudor neto y, desde 1988, en el primer deudor mundial. Otra de las consecuencias es que a finales de los 80, los bancos japoneses poseen casi el 50% de los activos inmobiliarios americanos. Por último, esta forma de endeudamiento provoca que «mientras en el periodo 1980-82 los países industrializados versaron a los llamados países en desarrollo 49 000 millones de dólares más que lo que habían recibido, en el periodo 1983-89 son estos últimos los que han proporcionado a los primeros 242 000 millones de dólares más» (Prometeo nº 16, órgano de Battaglia comunista, «Una nueva fase en la crisis capitalista», diciembre 1998).
Para rembolsar los intereses y lo principal de los bonos emitidos lo que se hace es recurrir a nuevas emisiones de bonos y obligaciones. Ahora bien, esto significa más y más endeudamiento y se corre el riesgo de que los prestatarios abandonen la suscripción de las nuevas emisiones. Para seguir atrayéndolos, se suele recurrir a una continua apreciación del dólar mediante diferentes artificios de reevaluación de la divisa. El resultado es, por un lado, una enorme inundación de dólares sobre el conjunto de la economía mundial y, por otra parte, Estados Unidos cae en un gigantesco déficit comercial que año tras año bate nuevos récords. La misma tónica, más o menos matizada, siguen la mayoría de los Estados industrializados: juegan con la moneda como instrumento de atracción de capitales.
Todo ello conlleva una tendencia que se va a profundizar durante los años 90: la adulteración y manipulación completa de las monedas. La función clásica de la moneda bajo el capitalismo era la de medida de valor y patrón de precios, para lo cual la moneda de cada Estado debía estar respaldada por una mínimo proporcional de metales preciosos([4]). Esa reserva de metales nobles reflejaba de forma tendencial el incremento y desarrollo de la riqueza del país lo cual se traducía, también tendencialmente, en la cotización de su moneda.
Ya vimos en el artículo anterior cómo el capitalismo ha abandonado a lo largo del siglo xx esas reservas y ha dejado que las monedas circularan sin contrapartidas con los graves riesgos que ello conlleva. Sin embargo, los años 80 son un auténtico salto cualitativo hacia el abismo: al fenómeno, ya de por si grave, de monedas completamente separadas de la contrapartida en oro y plata, que se continúa agudizando a lo largo de la década, se añade, en primer lugar, el juego de apreciación/depreciación para atraer capitales lo cual provoca una tremenda especulación sobre las mismas y, en segundo lugar, el recurso, de forma más sistemática, a las llamadas «devaluaciones competitivas»: es decir, bajada por decreto de la cotización de la moneda con objeto de favorecer las exportaciones.
Esta «nueva» política económica cuyos pilares son, por una parte, la emisión masiva de bonos y obligaciones que se amplía constantemente cual bola de nieve, y, de otro lado, la manipulación fuera de toda lógica, de las monedas, conlleva un sofisticado y complicado «sistema financiero» que es en realidad una obra conjunta del Estado y las grandes instituciones financieras (bancos, cajas de ahorro y sociedades de inversión, las cuales a su vez guardan estrechos vínculos con el Estado). En apariencia es un mecanismo «liberal» y «no intervencionista», en la práctica es una construcción típica del capitalismo de Estado a la occidental, es decir, con una gestión basada en la combinación entre los sectores dominantes del capital privado y el Estado.
Esta política se nos presenta como la pócima mágica capaz de conseguir crecimiento económico sin inflación. El capitalismo durante los años 70 se había estrellado ante el dilema insoluble inflación o recesión, pero ahora, los gobernantes que, cualquiera que sea su coloración política («socialistas», de «izquierdas» o de «centro») se convierten al nuevo credo «neoliberal» y «monetarista», proclaman que el capitalismo ha superado ese dilema y que la inflación ha sido reducida a niveles del 2 al 5% sin menoscabo del crecimiento económico.
Esta política de «lucha contra la inflación» o de un pretendido «crecimiento sin inflación» se basa en las medidas siguientes:
La medida nº 4 no resuelve la inflación sino que simplemente la cambia de sitio (la traslada a los países más débiles). La medida nº 5 lo que consigue es aplazarla para más tarde cebando como contrapartida la bomba de la inestabilidad y el desorden a nivel financiero y monetario.
En cuanto a las medidas nº 1 a nº 3, aunque reducen realmente la inflación en el corto plazo, sus consecuencias son mucho más graves en el medio y largo plazo. En efecto, esas medidas constituyen una deflación encubierta, es decir, una reducción metódica y organizada por los Estados de las capacidades reales de producción. Como señalamos en la Revista Internacional nº 59 «La producción, que puede corresponder a bienes realmente fabricados, no es pues una producción de valor, que es lo único que interesa al capitalismo. No ha permitido una auténtica acumulación de capital. El capital global se ha reproducido sobre bases más exiguas. O sea, que el capitalismo no se ha enriquecido, al contrario se ha empobrecido»([5]).
Los procesos de desertificación industrial y agraria, la reducción enorme de costes, los despidos y empobrecimiento general de la clase obrera que se han venido operando sistemática y metódicamente por todos los gobiernos a lo largo de los años 80 y que han proseguido a una escala superior durante los 90 han supuesto un fenómeno de deflación encubierta y permanente. Mientras en 1929 se produjo una deflación brutal y abierta, el capitalismo se lanza desde los años 80 a una tendencia inédita: la deflación planificada y controlada, una especie de demolición gradual y metódica de las bases mismas de la acumulación capitalista, una suerte de desacumulación lenta pero irreversible.
La reducción de costes, la eliminación de sectores obsoletos y no competitivos, el incremento gigantesco de la productividad no son sinónimo por sí mismos de crecimiento y desarrollo del capitalismo. Es cierto que esos fenómenos acompañaron las fases de desarrollo del capitalismo en el siglo xix pero tenían sentido en la medida en que estaban al servicio de la extensión y la ampliación de las relaciones capitalistas de producción, del crecimiento y formación del mercado mundial. Su función a partir de los años 80 corresponde a un objetivo diametralmente opuesto: protegerse de la sobreproducción; y sus resultados son contraproducentes: la agravan aún más.
Por esa razón, esas políticas de «deflación competitiva» como púdicamente la llaman los economistas, en realidad si bien reducen en el corto plazo las bases de la inflación en realidad las estimulan y refuerzan en el medio y largo plazo, pues la reducción de la base de la reproducción global del capital solo puede compensarse con nuevas masas siempre crecientes de endeudamiento, por un lado, y de gastos improductivos (armamentos, burocracia estatal, financiera y comercial) de otro. Como señalamos en el Informe sobre la crisis económica de nuestro XIIº Congreso internacional, «el verdadero peligro se sitúa en que todo crecimiento, toda pretendida recuperación, está basada en un aumento considerable del endeudamiento, en un estímulo artificial de la demanda, es decir, en capital ficticio. Tal es la matriz que hace nacer la inflación porque expresa una tendencia profunda en el capitalismo decadente: el divorcio creciente entre el dinero y el valor, entre lo que ocurre en el mundo “real” de la producción de bienes y un proceso de cambio que se ha convertido en “un mecanismo tan complejo y artificial” que la misma Rosa Luxemburgo alucinaría al verlo» (Revista Internacional nº 92).
Así pues y en realidad, lo único que sostiene la baja inflación de los años 80 y 90 es el aplazamiento sistemático de la deuda mediante el carrusel de nuevos títulos de deuda que sustituyen a los anteriores y la expulsión de la inflación global hacia los países más débiles (que son cada vez más numerosos).
Todo esto se ve claramente ilustrado con la crisis de la deuda que desde 1982 estalla en los países del Tercer Mundo (Brasil, Argentina, México, Nigeria etc.). Estos Estados que con sus enormes deudas habían alimentado la expansión de los años 70 (ver la primera parte de este artículo) amenazan con declararse insolventes. Los países más importantes acuden rápidamente en su «ayuda» mediante planes de «reestructuración» de la deuda (Plan Brady) o mediante la intervención directa del Fondo monetario internacional. En realidad, lo que buscan es evitar un hundimiento brutal de esos Estados que desestabilizaría todo el sistema económico mundial.
Los remedios que emplean son una copia más de la «nueva política de endeudamiento»:
A partir de 1985 la locomotora americana comienza a renquear. Las tasas de crecimiento bajan lenta pero inexorablemente y se transmiten poco a poco a los países europeos. Políticos y economistas hablan de un «aterrizaje suave», o sea, tratan de detener un mecanismo de endeudamiento que se alimenta a sí mismo como bola de nieve en la pendiente y que provoca una especulación cada vez más incontrolable. El dólar tras años de reevaluación se devalúa bruscamente cayendo entre 1985 y 1987 en más de un 50 %. Esto alivia momentáneamente el déficit americano y logra reducir el pago de intereses de la deuda, pero la contrapartida es el hundimiento brutal de la Bolsa de Nueva York que en octubre de 1987 cae un 27%.
Esta cifra es cuantitativamente inferior a la caída registrada en 1929 (más del 30%), sin embargo un cuadro comparativo de la situación de 1987 y 1929 permite comprender que los problemas son mucho más graves en 1987 (véase página precedente).
La crisis bursátil de 1987 supone una purga brutal de la burbuja especulativa que había alimentado la reactivación económica de la Reaganomics. Desde entonces, esa reactivación hace aguas por todas partes, la última mitad de los años 80 muestra unos índices de crecimiento entre el 1 y el 3 %, en la práctica, un estancamiento. Pero al mismo tiempo, la década finalizará con el hundimiento de Rusia y sus satélites del bloque del Este, un fenómeno que si bien tiene raíces en las peculiaridades de esos regímenes es fundamentalmente una consecuencia de la agravación brutal de la crisis económica mundial.
Junto al fenómeno del hundimiento del bloque imperialista ruso una tendencia muy peligrosa aparece desde 1987: la inestabilidad de todo el aparato financiero mundial, este se va a ver sometido a cataclismos cada vez más frecuentes, auténticos sismos que muestran su fragilidad y vulnerabilidad cada vez mayores.
Vamos a sacar unas conclusiones del conjunto de la década. Las haremos, como en el artículo anterior, tanto sobre la evolución de la economía como sobre la situación de la clase obrera. La comparación con los años 70 permite constatar una fuerte degradación.
Evolución de la situación económica
1) Las tasas de incremento de la producción alcanzan un máximo en 1984: el 4,9 %. La media del periodo es de 3,4 % mientras que la media de la década anterior había sido del 4,1%.
2) Se produce una amputación importante en el aparato industrial y agrícola. Es un fenómeno nuevo desde 1945 que afecta claramente a los grandes países industrializados. El siguiente cuadro referido a tres países centrales (Alemania, Gran Bretaña y USA) pone en evidencia una caída muy fuerte en industria y minería y un desplazamiento del crecimiento hacia sectores no productivos y de carácter especulativo:
Evolución de la producción
por sectores entre 1974 y 1987 (en %)
Alemania Gran Bretaña Estados Unidos
Minería – 8,1 – 42,1 – 24,9
Industria – 8,2 – 23,8 – 6,5
Construcción – 17,2 – 5,5 12,4
Comercio y hostelería – 3,1 5,0 15,2
Finanzas y seguros 11,5 41,9 34,4
(Fuente: OCDE)
3) La mayoría de sectores productivos sufre un descenso en sus cifras de producción que se observa tanto en sectores catalogados como «tradicionales» (astilleros, acero, textil, minería) como en los sectores punta (automóvil, electrónica, electrodomésticos). Así, por ejemplo, en el automóvil el índice de producción de 1987 es el mismo que en 1978.
4) En la agricultura la situación es desastrosa:
6) Las fases de relanzamiento ya no afectan al conjunto de la economía mundial, son más cortas y se acompañan de fases de estancamiento (por ejemplo, entre 1987 y 1989):
7) Japón y Alemania logran mantener un nivel de crecimiento aceptable desde 1983. Este crecimiento es superior a la media y permite unos enormes excedentes comerciales que les transforman en importantes acreedores financieros. Sin embargo los índices de crecimiento no son tan altos como en las dos décadas anteriores:
Media de crecimiento anual del PIB
en Japón (en %)
1960-70 ………. 8,7 %
1970-80 ………. 5,9 %
1980-90 ………. 3,7 %
(Fuente: OCDE)
8) Los precios de las materias primas experimentan una caída a lo largo de toda la década (salvo el período 1987-88). Ello permite a los países industrializados aliviar el peso de la inflación subyacente a costa de que los países del «Tercer Mundo» (productores de materias primas) se hundan progresivamente en el marasmo total.
9) La producción de armamentos sufre el mayor incremento de la historia: entre 1980 y 1988 crece un 41 % en USA según cifras oficiales. Este aumento supone, como ya fue puesto de manifiesto por la Izquierda comunista, un debilitamiento a término de la economía, como comprueba el propio capitalismo americano en sus propias carnes: a la vez que crecía sin cesar su porcentaje en la producción mundial de armamentos, descendía la parte de sus exportaciones en el comercio mundial de sectores clave como se ve en el cuadro siguiente:
Porcentaje de las exportaciones
de EE.UU. en el comercio mundial
1980 1987
Máquinas herramientas 12,7 9
Automóviles 11,5 9,4
Informática 31 22
10) El endeudamiento sufre una explosión brutal tanto cuantitativa como cualitativamente.
• A nivel cuantitativo:
– Sigue creciendo de forma descontrolada en los países del «Tercer Mundo»:
Deuda total en millones de $ países subdesarrollados
1980 ………. 580 000
1985 ………. 950 000
1988 ………. 1 320 000
(Fuente: Banco Mundial)
– Se dispara de forma espectacular en EE.UU.:
Deuda total en millones de $ Estados Unidos
1970 ………. 450 000
1980 ………. 1 069 000
1988 ………. 5 000 000
(Fuente: OCDE)
Es, sin embargo, moderado en Japón y Alemania.
• A nivel cualitativo:
– USA se convierte en país deudor en 1985 tras haber sido durante 71 años un país acreedor.
– En 1988 Estados Unidos se transforma en el país más endeudado del planeta no solo de forma cuantitativa sino cualitativamente. Así en esa fecha, mientras la deuda externa de México representa 9 meses de su PNB y la de Brasil 6 meses, ¡la de USA significa 2 años del PNB!
– El peso de la devolución de intereses de préstamos alcanza en los países industrializados una media del 19% del presupuesto estatal
11) El aparato financiero, hasta entonces relativamente estable y saneado, empieza a sufrir desde 1987 trastornos cada vez más serios:
– quiebras bancarias significativas: la más grave es la de las cajas de ahorro norteamericanas en 1988 con un agujero de 500 000 millones de dólares;
– se inicia una sucesión de cracks bursátiles periódicos desde 1987: en 1989 habrá otro crack aunque más moderado debido a las medidas estatales de suspensión inmediata de las cotizaciones cuando se supera el 10%;
– la especulación se dispara de forma espectacular. En Japón, por ejemplo, la desmesurada especulación inmobiliaria provocará un crack en 1989 cuyas consecuencias se vienen arrastrando desde entonces.
Situación de la clase obrera
1) Asistimos a la peor oleada de despidos desde 1945. El desempleo se dispara brutalmente en los países industrializados:
Número de desempleados
en los 24 países de la OCDE
1979 ………. 18 000 000
1989 ………. 30 000 000
(Fuente: OCDE)
2) Aparece en los países industrializados desde 1984 la tendencia al subempleo (trabajo a tiempo parcial, eventual y precario) mientras que el subempleo se generaliza en los países del «Tercer Mundo».
3) Desde 1985 los gobiernos de los países industrializados adoptan medidas que favorecen los contratos eventuales so pretexto de «lucha contra el paro» de tal forma que en 1990 los contratos eventuales abarcan el 8 % de las plantillas en los países de la OCDE. El trabajo fijo comienza a descender.
4) Los salarios crecen nominalmente de forma muy modesta (media países de la OCDE entre 1980-88 del 3 %) no logrando compensar la inflación pese a su nivel muy bajo.
5) Las prestaciones sociales (subsidios, sistemas de Seguridad social, subvenciones a la vivienda, sanidad y enseñanza) sufren los primeros recortes importantes.
El descenso en las condiciones de vida de la clase obrera es brutal en los países «subdesarrollados» y bastante fuerte en los países industrializados. En estos últimos ya no es suave y lento como en la década anterior pese a que los gobiernos, para evitar la unificación de las luchas, organizan de forma gradual y planificada los ataques evitando que sean demasiado bruscos y generalizados.
Sin embargo, por primera vez desde 1945 el capitalismo es incapaz de incrementar la fuerza de trabajo total: el número de asalariados crece a un ritmo inferior al de la población mundial. En 1990 la OIT maneja una cifra de 800 millones de desempleados. Este es indicador más claro de la agravación experimentada por la crisis del capitalismo y el desmentido más rotundo de las mentiras burguesas sobre la recuperación de la economía.
Adalen
[1] Ver en Revista internacional nº 11 «De la crisis a la economía de guerra», informe del IIº Congreso sobre la situación económica mundial.
[2] La década se cerraba con la invasión rusa de Afganistán que provocaría una larga y devastadora guerra.
[3] Ver en Revista internacional nº 26 «Resolución sobre la crisis».
[4] «Todo país necesita tener un fondo de reserva, tanto para su comercio exterior como para su circulación interior. Las funciones de estas reservas obedecen, pues, en parte a la función del dinero como medio interior de circulación y de pago, y en parte a su función como dinero universal» (Marx: El Capital, Libro I, Sección 1ª, Capítulo 3º). Marx especifica más adelante que «los países en los que la producción ha alcanzado un alto grado de desarrollo limitan los tesoros acumulados en los bancos al mínimo que sus funciones específicas reclaman».
[5] Informe sobre la crisis del VIIIº Congreso de la CCI.
Con la publicación del programa del Partido comunista obrero de Alemania (KAPD) de 1920 terminamos la parte de esta serie dedicada a los programas de los partidos comunistas surgidos en el auge de la oleada revolucionaria([1]). Ya hemos estudiado además el trasfondo histórico de la formación del KAPD([2]). La escisión en el joven KPD fue en muchos aspectos una tragedia para el desarrollo de la revolución proletaria, pero no es éste el sitio para analizar las causas y las consecuencias de aquélla. Nuestro objetivo al publicar el programa del KAPD, es mostrar el grado de claridad revolucionaria que ese documento representa, pues no cabe la menor duda de que prácticamente las mejores fuerzas del comunismo de Alemania ingresaron en el KAPD.
Según la fábula izquierdista (basada en las ideas, falsas por desgracia, que la Internacional comunista adoptó después de 1920), el KAPD sería la expresión de una corriente insignificante, sectaria, semianarquista, que fue liquidada definitivamente tras la publicación del libro de Lenin El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. De hecho, como así lo hemos demostrado en otro lugar (por ejemplo en nuestra introducción a la plataforma de la IC), en el apogeo de la oleada revolucionaria las posiciones de la izquierda eran en gran medida las dominantes tanto en el KPD como en la IC misma. Cierto es que, a partir de 1920, en la IC y en los partidos que la componían, empezaron a hacerse notar los primeros efectos del estancamiento de la revolución mundial y del aislamiento de la Rusia soviética, provocando una reacción conservadora que iba a poner a la izquierda en situación de oposición. Pero incluso como oposición, los comunistas de izquierda no tenían nada que ver con una secta infantil o anarquista. En efecto, lo que ante todo resalta en su programa es hasta qué punto las posiciones características del KAPD (rechazo de las tácticas parlamentaria y sindical, que pronto serían adoptadas por la IC) estaban basadas en una verdadera asimilación del concepto marxista de la decadencia del capitalismo que se afirma en el párrafo introductorio de dicho programa. Este concepto había sido afirmado con la misma insistencia en el congreso fundacional de la IC, pero la Internacional, como un todo, iba después a ser incapaz de sacar todas sus implicaciones en el plano programático.
La posición del KAPD sobre el parlamento y los sindicatos no tenían nada que ver con el moralismo y el rechazo de la política preconizados por los anarquistas. Como así lo argumentó el portavoz del KAPD, Appel (Hempel) en el IIIer congreso de la IC en 1921, la posición se basaba en reconocer que la participación en el parlamento y en los sindicatos había sido una táctica perfectamente válida en el período ascendente del capitalismo, pero que se había vuelto caduca en el nuevo período de declive del capitalismo. El programa muestra, en particular, que la izquierda alemana había establecido ya las bases teóricas para explicar por qué los sindicatos se habían convertido en “uno de los principales pilares del Estado capitalista”.
También se acusó de sectarismo a lo que el KAPD proponía como alternativa a los sindicatos. En la Enfermedad infantil, por ejemplo, Lenin acusa al KAPD de intentar sustituir a las organizaciones sindicales de masas existentes por “sindicatos revolucionarios puros”. El método del KAPD era, en realidad, un método marxista, consistente, entre otras cosas, en hacer el enlace con el movimiento real de la clase. Como lo plantea Hempel en el IIIer congreso: “…como comunistas, como gente que quiere y debe tomar la dirección de la revolución, estamos obligados a examinar la organización bajo ese ángulo. Lo que nosotros, KAPD, decimos, no ha nacido, como lo cree el camarada Radek, en la cabeza del camarada Gorter en Holanda, sino a través de las luchas que hemos llevado a cabo desde 1919” ([3]). Es, en efecto, el movimiento real de la clase lo que ha hecho surgir a los consejos obreros o soviets en la primera explosión de la revolución, y ello en total oposición a la vez al parlamentarismo y al sindicalismo. Tras la disolución o la recuperación por la burguesía de los consejos obreros que habían surgido en Alemania, las luchas más combativas hicieron surgir “organizaciones de fábrica” a las que, en parte, se hace referencia en el programa. Es cierto que la insistencia sobre esas organizaciones en los lugares de trabajo, más locales, más que en los soviets centralizados era el resultado del carácter defensivo de la dinámica a la que estaba siendo arrastrada la clase. Al no comprender realmente lo que estaba ocurriendo, el KAPD tendía a desarrollar un enfoque falso según el cual las organizaciones de fábrica, agrupadas en “Unionen”, podrían existir algo así como núcleos permanentes de los futuros consejos. Pero también es cierto que en la época del programa, las “Unionen” agrupaban a más de 100 000 militantes obreros y, por lo tanto, nada tenían que ver con un montaje artificial del KAPD.
Otra acusación frecuentemente lanzada al KAPD es la de que era “antipartido”. Esto deforma totalmente la realidad compleja del movimiento revolucionario alemán de aquel entonces. En cierto modo, el KAPD expresaba realmente un alto nivel en el proceso de clarificación del papel del partido comunista. Ya hemos publicado las “Tesis sobre el papel del partido” del KAPD ([4]), papel basado en el reconocimiento (heredado en gran parte de la experiencia bolchevique) de que en la época de la revolución, el partido no podía ser una organización de “masas”, sino que era una minoría avanzada en lo programático cuya tarea esencial era, por su decidida participación en la lucha de la clase, la de elevar la “conciencia de sí del proletariado” como así lo afirma el programa. Este contiene también los primeros elementos críticos de la idea de que la dictadura del proletariado la ejerce el partido. Es una idea (o más bien una práctica, pues sólo sería teorizada más tarde) que habría de tener consecuencias desastrosas para los bolcheviques en Rusia.
No cabe duda de que había, sin embargo, otras tendencias en el KAPD de la época y algunas de ellas, sobre todo la corriente “consejista” en torno a Otto Rühle, estaban claramente influidas por el anarquismo.
Las concesiones a esta corriente queda reflejada en el prefacio al programa que contiene la noción federalista e incluso individualista según la cual: “la autonomía de los miembros es en cualquier circunstancia el principio de base del partido proletario, el cual no es un partido en el sentido tradicional”. Al haberse visto, en cierto modo, obligado a salirse del KPD a causa de las maniobras de la camarilla irresponsable en torno a Paul Levi, esa reacción contra los “jefes” incontrolados y la politiquería burguesa era algo comprensible. Pero también era la expresión de una debilidad sobre la organización, la cual, tras el reflujo posterior de la revolución, iba a tener consecuencias desastrosas para la supervivencia de la izquierda alemana.
La tendencia “consejista” expresaba también una tendencia a romper la solidaridad hacia la revolución rusa en unos momentos en que ésta estaba pasando por una situación muy difícil debida al aislamiento y a la guerra civil. Esa tendencia se plasmará más tarde en el rechazo abierto a toda la experiencia rusa diciendo de ella que no había sido sino una revolución burguesa tardía. Sin embargo, en el programa, no había la menor ambigüedad al respecto: la solidaridad al acorralado poder soviético es patente desde el principio; y la victoria de la revolución en Alemania es analizada como factor clave de la revolución mundial y, por consiguiente, de la salvación del bastión revolucionario de Rusia.
Una comparación con las “medidas prácticas” del programa del KPD de 1918 muestra la gran similitud con las del programa del KAPD, y esto no debería sorprender. El del KAPD es, sin embargo, más claro sobre las tareas internacionales de la revolución alemana. Va también más lejos en lo que a contenido económico de la revolución se refiere, insistiendo en la necesidad de tomar medidas inmediatas de orientación de la producción hacia las necesidades más que hacia la acumulación, aunque sea muy discutible la posibilidad de tal transformación rápida, como también es discutible la idea del programa de que un “bloque económico socialista” formado por Alemania y Rusia solas podría dar pasos significativos hacia el comunismo. Finalmente, el programa plantea algunas “nuevas” cuestiones que no estaban tratadas en el programa de 1918, como, por ejemplo, el enfoque de la revolución proletaria sobre el arte, la ciencia, la educación y la juventud. La preocupación del KAPD por esos temas es tanto más interesante porque demuestra que no era, como a menudo se ha dicho, una corriente puramente “obrerista”, incapaz de ver los problemas más generales planteados por la transformación comunista de la vida social.
CWD
[1] Ver Revista internacional nº 93 “El programa del KPD”; nº 94 “La plataforma de la Internacional comunista”; nº 95 “El programa del Partido comunista ruso”.
[2] Ver la serie de artículos sobre la revolución alemana, especialmente el publicado en la Revista internacional nº 89.
[3] “La gauche allemande”, en Invariance, 1973.
[4] Revista internacional nº 41, 1985.
En medio del torbellino de la revolución y de la contrarrevolución se acaba de verificar la fundación del Partido comunista obrero de Alemania (KAPD). Pero el nacimiento del nuevo partido no data de esta Pascua de 1920, momento en que la “Oposición”, que no estaba unida hasta entonces sino por contactos inciertos, encontró su conclusión organizativa. La hora del nacimiento del KAPD coincide con la fase de desarrollo del KPD (Liga Espartaco), fase durante la cual una pandilla de jefes irresponsables, poniendo sus intereses personales por encima de los de la revolución proletaria, pretendió imponer su concepción personal sobre la “muerte” de la revolución alemana a la mayoría del partido. Éste se opuso con energía a esa concepción personalmente interesada. El KAPD nació cuando esa camarilla, basándose en dicha concepción por ella elaborada, quiso transformar la táctica del Partido, hasta entonces revolucionaria, en una táctica reformista. Esta actitud traidora de los Levi, Posner y compañía, justifica una vez más que se reconozca que la eliminación radical de toda política de jefes debe ser la primera condición del progreso impetuoso de la revolución proletaria en Alemania. Esa es en realidad la raíz de las oposiciones que aparecieron entre nosotros y la Liga Espartaco, oposiciones de tal profundidad que el abismo que nos separa de la Liga [=KPD], es mayor que la oposición que existe entre los Levi, los Pieck, los Thaleimer, etc., de un lado, y los Hilferding, los Criespen, los Stamfer, los Legien ([2]) del otro. La idea de que la voluntad revolucionaria de las masas debe ser el factor preponderante en las tomas de posición tácticas de una organización realmente proletaria, es el tema central de la construcción organizativa de nuestro partido. Expresar la autonomía de los miembros en todas las circunstancias, es el principio básico de un partido proletario, que no es un partido en el sentido tradicional.
Es, pues, evidente para nosotros que el programa del partido que transmitimos aquí a nuestras organizaciones, y que fue redactado por la Comisión de programa designada por el Congreso, debe continuar como proyecto del programa, hasta que el próximo congreso ordinario se declare de acuerdo con la presente versión ([3]). El resto de las proposiciones de enmiendas relativas a las tomas de posición fundamentales y tácticas del Partido son muy improbables, en la medida en que el programa no hace sino formular fielmente, en un marco más amplio, el contenido de la declaración programática adoptada por unanimidad por el Congreso del Partido. Pero las eventuales enmiendas formales no cambiarán en nada el espíritu revolucionario que anima cada línea del programa. El reconocimiento marxista de la necesidad histórica de la dictadura del proletariado sigue siendo para nosotros una guía inmutable; permanece inquebrantable nuestra voluntad de librar el combate por el socialismo en el espíritu de la lucha de clase internacional. Bajo esta bandera, la victoria de la revolución proletaria está asegurada.
Berlín, mediados de mayo de 1920
La crisis económica mundial, surgida de la guerra mundial, con sus efectos económicos y sociales monstruosos, cuya imagen de conjunto produce la impresión fulminante de un único campo en ruinas de dimensiones colosales, no significa más que una cosa: que el crepúsculo de los dioses del orden burgués capitalista está quebrantado. No se trata hoy de una de las crisis económicas periódicas propias al modo de producción capitalista, sino de la crisis del capitalismo: sacudidas convulsivas del conjunto del organismo social, estallido formidable de antagonismos de clases de una dureza jamás vista, miseria general para las grandes capas populares. Todo eso es una advertencia fatal a la sociedad burguesa. Aparece cada vez más claro que la oposición entre explotadores y explotados aumenta día a día, que la contradicción entre capital y trabajo, de la cual cobran progresiva conciencia, incluso sectores del proletariado antes indiferentes a este problema, no puede resolverse. El capitalismo ha tenido la experiencia de su fracaso definitivo; él mismo se redujo históricamente a la nada en la guerra de pillaje imperialista, provocando un caos, cuya prolongación insoportable coloca al proletariado ante la alternativa histórica: recaída en la barbarie o construcción de un mundo socialista.
De todos los pueblos de la Tierra, sólo el proletariado ruso hasta ahora, ha tenido éxito en los combates titánicos para quebrar la dominación de su clase capitalista y apoderarse del poder político. Con una resistencia heroica, ha rechazado el ataque concentrado del ejército de mercenarios organizado por el capital internacional, teniendo que arrostrar ahora una tarea que por su dificultad deja atrás todo entendimiento: reconstruir, con bases socialistas, la economía totalmente destruida por la guerra mundial y la guerra civil que ha sucedido a aquella durante más de dos años. El destino de la República de los consejos rusos depende del desarrollo de la revolución proletaria en Alemania. Después de la victoria de la revolución alemana, nos encontraremos con un bloque económico socialista que, en medio del intercambio recíproco de productos industriales y agrícolas, quedará en condiciones de establecer un modo de producción verdaderamente socialista, sin estar obligado a hacer más concesiones económicas ni tampoco políticas al capital mundial. Si el proletariado alemán no cumple a muy corto plazo su tarea histórica, quedará en entredicho el desarrollo de la revolución mundial, se demorará por años o por décadas. De hecho es hoy Alemania la clave de la revolución mundial. La revolución en los países “ vencedores ” de la Entente, no podrá ponerse en marcha más que cuando se haya levantado la gran barrera en Europa central. Las condiciones económicas de la revolución proletaria son lógica e incomparablemente más favorables en Alemania que en los países “vencedores” de Europa occidental. La economía alemana saqueada despiadadamente después de la firma de la Paz de Versalles, ha hecho madurar una pauperización que empuja en breve plazo a la resolución violenta de una situación catastrófica. Por otro lado, la paz de los bandidos de Versalles no solo está pesando desmesuradamente sobre el modo de producción capitalista en Alemania, sino que impone al proletariado yugos insoportables; su aspecto más peligroso consiste en que mina los fundamentos económicos de la futura economía socialista en Alemania, y por lo tanto, condiciona el desarrollo de la revolución mundial. Solo el empuje impetuoso de la revolución proletaria alemana podrá sacarnos del dilema. La situación económica y política en Alemania está madura para el estallido de la revolución proletaria. En esta fase de la evolución histórica, ahora que el proceso de descomposición del capitalismo no puede seguir encubriéndose artificialmente, si no es mediante el espectáculo de unas posiciones de fuerza aparentes, todo debe tender a ayudar al proletariado a adquirir la conciencia de que sólo necesita una intervención enérgica para utilizar eficazmente el poder que ya posee de hecho. En una época de la lucha de clases revolucionaria como la de hoy, en esta última fase de la lucha entre el capital y el trabajo y en el combate decisivo mismo que se está produciendo, no puede haber compromisos con el enemigo mortal, sino únicamente un combate hasta su aniquilación. Hay que atacar, en particular, a las instituciones que tienden a poner un puente por encima de los antagonismos de clase y se orientan de este modo hacia una especie de “comunidad de trabajo” ([4]), política o económicamente, entre explotados y explotadores.
En un momento en que las condiciones objetivas para el estallido de la revolución proletaria están dadas, sin que la crisis permanente se agrave de manera definitiva; en un momento en que se produce una agravación catastrófica sin que el proletariado tome conciencia de ella y la explote, deberán existir razones de carácter subjetivo para frenar el progreso acelerado de la revolución. Dicho de otro modo, la ideología del proletariado sigue estando presa de las ideologías burguesas o pequeño burguesas. La psicología del proletariado alemán, en su aspecto actual, muestra claramente las huellas de la esclavitud militarista secular, a la que se añaden los signos característicos de una falta de conciencia de sí: esto es el producto natural del cretinismo parlamentario de la vieja socialdemocracia y del USPD de un lado, y del absolutismo de la burocracia sindical del otro. Los elementos subjetivos están desempeñando un papel decisivo en la revolución alemana. El problema de la revolución alemana es el problema del desarrollo de la conciencia de sí del proletariado alemán.
Al reconocer esta situación, así como la necesidad de acelerar el ritmo del desarrollo de la revolución en el mundo, y fiel al espíritu de la IIIª Internacional, el KAPD está combatiendo por la reivindicación máxima de la abolición inmediata de la democracia burguesa y por la dictadura de la clase obrera. El KAPD rechaza, en la constitución democrática, el principio doblemente absurdo e insostenible en el periodo actual que quiere conceder también a la clase capitalista explotadora los derechos políticos y el poder de disponer exclusivamente de los medios de producción.
Conforme a sus puntos de vista maximalistas, el KAPD también se declara a favor del rechazo de todos los métodos de lucha reformistas y oportunistas, en los cuales no ve sino una manera de esquivar las luchas serias y decisivas contra la clase burguesa. El KAPD no quiere rehuir esas luchas, al contrario, las provoca. En un Estado portador de todos los síntomas del período de decadencia del capitalismo, la participación parlamentaria también pertenece a los métodos reformistas y oportunistas. Exhortar en un período tal al proletariado a participar en las elecciones parlamentarias, significa despertar y alimentar en él la ilusión peligrosa de que la crisis podría ser superada mediante recursos parlamentarios; esto supone utilizar un medio que la burguesía utilizó en su propia lucha de clase; mientras que en la situación actual, sólo los medios de lucha de clase proletarios, aplicados de forma resuelta y sin contemplaciones, pueden tener una eficacia decisiva. La participación en el parlamentarismo burgués, en plena revolución proletaria, no significa, en fin de cuentas, más que el sabotaje a la idea de los Consejos.
La idea de los Consejos en el período de lucha de clase proletaria por el poder político, está en el centro del proceso revolucionario. El eco más o menos fuerte que la idea de los consejos suscita en la conciencia de las masas, es el termómetro que permite medir el desarrollo de la revolución social. La lucha por el reconocimiento de los consejos de empresa revolucionarios, y de consejos obreros políticos, en el marco de una situación revolucionaria determinada, nace lógicamente de la lucha por la dictadura del proletariado en contra de la dictadura del capitalismo. Esta lucha revolucionaria, cuyo eje político específico es la idea de los consejos, se orienta, bajo la presión de la necesidad histórica, contra la totalidad del orden social burgués, y por consiguiente contra su forma política, el parlamentarismo burgués. ¿Sistema de consejos o parlamentarismo?, es una disyuntiva de importancia histórica.
¿Edificación de un mundo comunista proletario o naufragio en el pantano de la anarquía capitalista burguesa?. En una situación totalmente revolucionaria, como la actual de Alemania, la participación en el parlamento significa no solo sabotear la idea de los consejos, sino, además, vivificar el mundo capitalista burgués en putrefacción y, por lo tanto, de manera más o menos consciente, detener el curso de la revolución proletaria.
Al lado del parlamentarismo burgués, los sindicatos forman el principal baluarte contra el desarrollo ulterior de la revolución proletaria en Alemania. Su actitud durante la guerra mundial es conocida: su influencia decisiva sobre la orientación táctica y de principios del viejo partido socialdemócrata, condujo a la proclamación de la “Santa alianza” con la burguesía alemana, lo que equivalía a una declaración de guerra al proletariado internacional. Su eficacia social traidora encontró su continuación lógica durante el estallido de la revolución de noviembre de 1918 en Alemania, contra la que mostraron sus intenciones contrarrevolucionarias, formando con los industriales alemanes en plena crisis una “comunidad de trabajo” por la paz social. Han conservado hasta ahora, durante el período de la revolución alemana, su tendencia contrarrevolucionaria. Ha sido la burocracia sindical la que se ha opuesto con mayor violencia a la idea de los consejos, idea que estaba echando raíces cada vez más profundas en la clase obrera alemana; es ella la que ha encontrado los medios para paralizar con éxito las tendencias políticas que se proponen la toma del poder por el proletariado, tendencias que resultan lógicamente de las acciones económicas de masas. El carácter contrarrevolucionario de las organizaciones sindicales es tan notorio, que numerosos patrones en Alemania no contratan sino a los obreros que pertenecen a un grupo sindical. Esto desvela ante el mundo entero que la burocracia sindical tomará parte activa en el mantenimiento futuro de un sistema capitalista que se está descoyuntando por todas sus articulaciones. Los sindicatos son, así, junto a los cimientos burgueses, uno de los principales pilares del Estado capitalista. La historia sindical de estos últimos 18 meses ha demostrado ampliamente que estos órganos contrarrevolucionarios no pueden transformarse desde dentro. No se trata de personas, pues el carácter contrarrevolucionario de esas organizaciones está en su propia estructura y sistema específico. De esto se deduce la conclusión lógica de que únicamente la destrucción misma de los sindicatos puede allanar el camino de la revolución social en Alemania. La edificación socialista necesita algo distinto de esas organizaciones fósiles.
En la lucha de masas surge la organización de empresas. Aparece como algo que nunca tuvo equivalente, pero en esto no reside su novedad; lo nuevo en ella es que surge por todas partes durante la revolución, como un arma necesaria de la lucha de clases contra el viejo espíritu y su fundamento; corresponde a la idea de los consejos, y por lo tanto no consiste, ni mucho menos, en una pura forma ni un nuevo juego organizativo, menos todavía un “sueño místico”. La organización de empresas nace orgánicamente en el futuro, es el futuro, es la forma de expresión de una revolución social que tiende hacia la sociedad sin clases. Es una organización de lucha proletaria pura. El proletariado no puede organizarse para la subversión inexorable de la vieja sociedad, si está dividido por oficios, separado de su terreno de lucha; por tanto, la lucha debe librarse en la empresa. Es ahí donde uno está al lado del otro como camarada de clase; es ahí donde todos están obligados a ser iguales, con los mismos derechos. Es ahí donde la masa es el motor de la producción y donde se ve empujada sin cesar a desentrañar su secreto y a dirigirlo ella misma.
Ahí la lucha ideológica, la revolución de la conciencia se hace dentro de un permanente remolino, de hombre a hombre, de masa a masa. Todo está orientado hacia el interés supremo de clase, no hacia la manía de fundar organizaciones, y el interés del oficio se reduce a la dimensión que le corresponde. Una organización tal, la espina dorsal de los consejos de empresa, se transforma en instrumento infinitamente más flexible de la lucha de clases, un organismo con sangre siempre fresca mediante la posibilidad permanente de nuevas elecciones, revocaciones, etc. Al ir creciendo mediante las acciones de masas, la organización de empresa deberá, naturalmente, hacer surgir el organismo central que corresponda a su desarrollo revolucionario. Su preocupación principal será el desarrollo de la revolución y no los programas, los estatutos y los planes en detalle. No es una caja de previsión ni un seguro de vida, aunque, llegado el caso, evidentemente podría hacer colectas si es necesario apoyar huelgas. Propaganda incesante por el socialismo, asambleas de empresa, discusiones políticas, etc., todo esto forma parte de sus tareas; es, en resumen, la revolución en la empresa.
Globalmente, el objetivo de la organización de empresa es doble. El primer propósito consiste en destruir los sindicatos, la totalidad de sus bases y el conjunto de ideas no proletarias que se concentran en ellos. Sin duda alguna, en esta lucha, la organización de empresas se enfrentará como a enemigos encarnizados a todas las formaciones burguesas; pero deberá hacer lo mismo con los partidarios del USPD y del KPD, ya sea porque éstos se mueven todavía inconscientemente en los viejos esquemas de la socialdemocracia (aunque adopten un programa político diferente, se quedan, en fin de cuentas, en una crítica político-moral de los “errores” de la socialdemocracia), ya sea porque son abiertamente enemigos en la medida en que el trapicheo político, el arte diplomático de mantenerse siempre “arriba” les importa más que la lucha gigantesca por lo “social” en general. Frente a estas pequeñas miserias, no debe haber escrúpulos. No cabe ningún acuerdo con el USPD ([5]) mientras este partido no reconozca, basándose en la idea de los consejos, la existencia justificada de las organizaciones de empresa, las cuales, sin duda, necesitan todavía transformarse y siguen siendo capaces de hacerlo. Una gran parte de las masas las reconocerá antes que el USPD como dirección política. Esto es un buen signo. La organización de empresa, al desencadenar huelgas de masas y al transformar su orientación política basándose cada vez más en la situación política del momento, contribuirá tanto más rápido y seguro en desenmascarar y aniquilar el sindicato contrarrevolucionario.
El segundo gran objetivo de tal organización de empresas, consiste en preparar la edificación de la sociedad comunista. Puede convertirse en miembro de la organización de empresa todo obrero que se declare a favor de la dictadura del proletariado ([6]). Además, debe rechazar resueltamente los sindicatos y liberarse de su orientación ideológica. Esta última condición debe ser la piedra de toque para ser admitido en la organización de empresa. Así se manifiesta la adhesión a la lucha de clases proletaria y a sus métodos propios. No se puede exigir la adhesión a un programa de partido más preciso. Por su carácter y su tendencia, la organización de empresa sirve al comunismo y conduce a la sociedad comunista. Su núcleo será siempre expresamente comunista, su lucha impulsa a todo el mundo en al misma dirección. Mientras que un programa de partido sirve y debe servir en gran parte a la actualidad (en el sentido amplio, naturalmente), mientras que se exigen serias cualidades intelectuales a los miembros del partido y que un partido político como el Partido comunista obrero (KAPD), al ir hacia delante y al modificarse rápidamente en conexión con el proceso revolucionario mundial, no podrá tener nunca una gran importancia cuantitativa (a no ser que retroceda y se corrompa), las masas revolucionarias, en cambio, están unidas en las organización de empresas por la conciencia de su solidaridad de clase, la conciencia de pertenecer al proletariado. Ahí se prepara orgánicamente la unión del proletariado; mientras que, basándose en un programa de partido, esa unión resulta imposible. La organización de empresa es el comienzo de la forma comunista y se convierte en el fundamento de la sociedad comunista del porvenir.
La organización de empresa resuelve sus tareas en estrecha unión con el KAPD (Partido comunista obrero).
La organización política tiene como tarea, reunir a los elementos avanzados de la clase obrera, sobre la base del programa del Partido.
La relación del partido con la organización de empresa resulta de la naturaleza de la organización de empresa. El trabajo del KAPD en el interior de esas organizaciones, consistirá en una propaganda incesante. Habrá que decidir las consignas de la lucha. Los cuadros revolucionarios dentro de la empresa se convierten en el arma móvil del partido. Además, es necesario, naturalmente, que el propio partido adopte un carácter cada vez más proletario, expresión proletaria de clase que satisfaga a la dictadura desde abajo. Lo que debe ser obtenido es que la victoria (la toma del poder por el proletariado) desemboque en la dictadura de la clase y no en la dictadura de unos cuantos jefes de partido y de su camarilla. Es la organización de empresa lo que lo garantiza.
La fase de la toma del poder político por el proletariado, exige la represión más encarnizada de los movimientos capitalistas burgueses, que se consigue estructurando una organización de consejos que ejerza la totalidad del poder político y económico. En esta fase, la propia organización de empresa se convierte en factor de la dictadura del proletariado, ejercida en la empresa por un consejo de empresa cuya base es la organización de empresa. Esta tiene, además, en esta fase, la tarea de ir transformándose en los cimientos del sistema económico de los consejos.
La organización de empresa es una condición económica para la construcción de la comunidad (gemeinwssen) comunista. La forma política de la organización de la comunidad comunista en el sistema de los consejos. La organización de empresa interviene para que el poder político no sea ejercido sino por el Ejecutivo de los consejos.
En consecuencia, el KAPD lucha por la realización del programa revolucionario máximo, cuyas reivindicaciones concretas contienen los puntos siguientes.
En particular, el KAPD estimula todas las empresas seriamente revolucionarias que permitan expresarse con autonomía a la juventud de ambos sexos. El KAPD rechaza toda sujeción de la juventud.
La lucha política impulsará a la propia juventud hacia un desarrollo superior de sus fuerzas, lo cual nos da la certidumbre de que cumplirá sus grandes tareas con una claridad y resolución totales.
En el interés de la revolución, el KAPD debe procurar que la juventud obtenga toda la ayuda posible en su lucha.
El KAPD tiene conciencia de que también después de la conquista del poder político por el proletariado, le incumbe a la juventud una actividad de amplio alcance en la construcción de la sociedad comunista: la defensa de la República de los consejos por el Ejército rojo, la transformación del proceso de producción, la creación de la escuela de trabajo comunista que dé soluciones a sus tareas innovadoras en estrecho vínculo con la empresa.
Este es el programa del Partido Comunista Obrero de Alemania. Fiel al espíritu de la IIIª Internacional, el KAPD se mantiene apegado a la idea de los fundadores del socialismo científico, según la cual la conquista del poder político por el proletariado significa el aniquilamiento del poder político de la burguesía. Destruir la totalidad del aparato burgués, –con su ejército capitalista bajo la dirección de oficiales burgueses y agrarios– con su policía, sus carceleros y sus jueces, con sus curas y sus burócratas- es la primera tarea de la revolución proletaria. El proletariado victorioso debe, por lo tanto, acorazarse contra los golpes de la contrarrevolución burguesa. Cuando le es impuesta por la burguesía, el proletariado debe esforzarse en acabar con la guerra civil con una violencia implacable. El KAPD tiene conciencia de que la lucha final entre el capital y el trabajo no puede llevarse hasta el final dentro de las fronteras nacionales. Así como el capitalismo no se detiene ante ninguna frontera ni escrúpulos nacionales en su saqueo a escala mundial, el proletariado tampoco puede perder de vista, bajo la hipnosis de las ideologías nacionales, la idea fundamental de la solidaridad internacional de clase. Cuanto más claramente comprenda el proletariado la idea de la lucha de clases internacional, tanta más fuerza pondrá para convertirla en consigna de la política proletaria mundial, y tanto más impetuosos y masivos serán los golpes de la revolución mundial que habrán de romper en pedazos el capitalismo mundial en descomposición. Muy por encima de todos los particularismos nacionales, muy por encima de todas las fronteras, de todas las patrias, brilla para el proletariado, con un resplandor eterno, la consigna que dice: Proletarios de todos los países, uníos.
Berlín, 1920
[1] Un segundo programa será redactado en 1923, después de que el KAPD se dividiera en dos y quedara reducido a una secta.
[2] Dirigentes políticos y sindicales socialdemócratas.
[3] Lo que se hizo efectivamente en el IIº Congreso del KAPD (llamado “Primer congreso ordinario) en agosto de 1920.
[4] En alemán “Arbeitsgemeinschaft”, nombre del acuerdo firmado en noviembre de 1918 entre sindicatos y patronal alemanes.
[5] El KPD, del que acababa de hacer escisión el KAPD, se unía constantemente a las consignas del USPD desde finales de 1919 y hasta diciembre de 1920 (momento en el que el resto del KPD y la mayoría del USPD fusionan para formar la sección alemana de la IIIª Internacional o VKPD).
Hay que recordar que durante todo ese período las relaciones entre las siglas de las organizaciones (KAPD-KPD-USPD-VKPD) ocultan totalmente las relaciones políticas reales: el KAPD es el continuador directo del KPD revolucionario del año 1919 (la casi totalidad del KPD se constituye en KAPD). Lo que se llama KPD en 1920 es únicamente la dirección derechista del KPD, sin la menor base. Esa dirección (Levi) sin tropas se funde a finales de 1920 en la masa del ala izquierda (la mayoría) del USPD, la cual va a formar lo esencial, la mayoría en 90% del VKPD o sección alemana de la IC. O sea que en lo que a mayoría se refiere el KPD formará el KAPD y el USPD el VKPD (ver presentación).
[6] Cf. programa de la AAUD (el conjunto de “organizaciones de empresa” formaba la AAUD).
[7] Organizaciones “fascistas” (por anticipación), similares a comités cívicos u otros organismos de ese estilo.
[8] En Alemania, ya entonces, había numerosos parlamentos regionales.
[9] En aquel tiempo, esencialmente: negativa a aplicar el tratado de Versalles, lo cual habría sido el pretexto para reanudar la guerra entre las potencias reaccionarias de la Entente y una Alemania convertida en revolucionaria (cf. en la Presentación lo referente a la teoría del “nacional-bolchevismo”).
En el artículo anterior de esta serie ([1]), hemos demostrado que la capacidad de la burguesía para prevenir la extensión internacional de la revolución, y el reflujo de la oleada de luchas, provocó una reacción oportunista de la Internacional comunista. Esta tendencia oportunista encontró la resistencia de las fuerzas que luego se llamarían Izquierda comunista. Si ya la consigna del IIº Congreso: “ir a las masas”, que fue rechazada por los grupos de la Izquierda comunista, concentró el debate en 1920, el IIIº Congreso de la Internacional comunista, celebrado en 1921, fue un momento esencial de la batalla de la Izquierda comunista en los primeros momentos de la sumisión de los intereses de la revolución mundial a los intereses del Estado ruso.
En el IIIº Congreso mundial de la Internacional comunista (IC), el KAPD intervino por primera vez directamente en los debates, desarrollando una crítica global a la postura de la IC. Tanto en sus intervenciones sobre “La crisis económica y las nuevas tareas de la IC”, como ante el “Informe de actividad del Comité ejecutivo de la Internacional comunista sobre la cuestión de la táctica y sobre la cuestión sindical” y, sobre todo, en sus intervenciones respecto a la situación en Rusia, el KAPD defendió siempre el papel dirigente de los revolucionarios que, contrariamente a las concepciones de la mayoría de la IC, no podían formar, ya en esa época, partidos de masas.
Y si los delegados italianos defendieron heroicamente en 1920 su posición minoritaria sobre el parlamentarismo frente al punto de vista de la IC, en ese IIIer Congreso no dijeron casi nada sobre el desarrollo de la situación en Rusia ni sobre las relaciones entre el Gobierno soviético y la IC. Correspondió pues al KAPD el mérito de suscitar esta cuestión en el IIIer Congreso.
Antes de abordar con más detalle las posiciones y la actitud del KAPD, queremos destacar que no tenía una homogeneidad completa frente al nuevo período y al rápido desarrollo de los acontecimientos. El KAPD tuvo la audacia de empezar a plantear las lecciones del nuevo período histórico sobre la cuestión parlamentaria y sindical, y comprendió que ya no era posible mantener un partido de masas. Pero, a pesar de toda esta audacia programática, al KAPD le faltó en cierta medida prudencia, circunspección, así como atención y rigor político para evaluar la relación de fuerzas entre las clases, e igualmente sobre la cuestión organizativa. Sin poner en práctica todos los medios de lucha para defender la organización, tendía a tomar decisiones precipitadas sobre cuestiones organizativas.
No nos debe extrañar que el KAPD compartiera muchas de las confusiones del movimiento revolucionario de aquella época. Al igual que los bolcheviques, los militantes del KAPD también pensaban que era el partido quien debía tomar el poder. Según el KAPD, el estado postinsurreccional debería ser un Estado-Consejo.
En el IIIer congreso, su delegación intervino sobre la relación entre el Estado y el Partido en los siguientes términos: “No nos olvidamos, ni por un momento, de las dificultades a las que se enfrenta el poder soviético debido al retraso de la revolución mundial. Pero también constatamos el peligro que, de esas dificultades, pueda surgir una contradicción, aparente o real, entre los intereses del proletariado revolucionario internacional y los intereses actuales de la Rusia soviética” ([3]).
“Pero la separación política y organizativa de la IIIª Internacional respecto al sistema de la política del Estado ruso, es un objetivo por el que hay que trabajar si queremos volver a encontrar las condiciones de la revolución en Europa occidental” (Actas del Congreso, traducidas del inglés por nosotros).
En el IIIer Congreso, el KAPD tendió a subestimar las consecuencias del éxito de la burguesía para prevenir la extensión de la oleada revolucionaria. En vez de ver las implicaciones del retroceso de la extensión de la revolución internacional, en lugar de retomar la argumentación de Rosa Luxemburgo que, ya en 1917, comprendió que “En Rusia el problema sólo podía ser planteado, no se podía resolver” y que sólo podría serlo internacionalmente; en lugar de basarse en el llamamiento de la Spartacusbund –noviembre de 1918– que advertía “si las clases dominantes de nuestros países consiguen estrangular la revolución proletaria en Alemania y en Rusia, entonces se volverán contra vosotros con mayor fuerza si cabe (...). En Alemania madura la revolución social pero el socialismo sólo puede ser alcanzado por el proletariado mundial” (traducido por nosotros). En vez de eso, el KAPD no prestó suficiente atención a las desastrosas consecuencias del fracaso de la extensión de la revolución. En su lugar, tiende a ver las raíces del problema en Rusia misma.
“La idea luminosa de la Internacional comunista está y sigue estando viva. Pero ya no está asociada a la existencia de la Rusia soviética. La estrella de la Rusia soviética ha perdido mucho de su fulgor ante los ojos de los obreros revolucionarios, hasta el extremo de que la Rusia soviética se ha convertido, cada vez más, en un Estado campesino, pequeño burgués y antiproletario. No nos gusta decir esto. Pero debemos saber que una comprensión nítida incluso de los hechos más duros, una franqueza implacable sobre esos hechos, es la única condición para poder ofrecer la atmósfera que la revolución necesita para seguir estando viva (...).
Debemos comprender que los comunistas rusos no tenían más elección que establecer una dictadura de partido, que era el único organismo disciplinado que funcionaba firmemente en el país, habida cuenta de las condiciones del mismo, de la composición de la población y del contexto de la situación internacional. Debemos comprender que la toma del poder por los bolcheviques fue absolutamente correcta a pesar de todas las dificultades y que son los obreros de Europa Occidental y de Europa Central los que tienen la principal responsabilidad de que hoy la Rusia soviética, dado que no puede contar con las fuerzas revolucionarias de otros países, tenga que apoyarse en las fuerzas capitalistas de Europa y de América (...)
Y como la Rusia soviética no tiene otra opción que la de contar con las fuerzas capitalistas en la política económica interna y externa ¿cuánto tiempo podrá la Rusia soviética seguir siendo lo que es? ¿cuánto tiempo y cómo seguirá siendo el partido comunista ruso, el mismo partido comunista que fue? ¿podrá seguir siéndolo permaneciendo como partido en el poder? Y, si para seguir siendo un partido comunista, ya no puede seguir siendo un partido en el poder, ¿cómo podrá ser el desarrollo futuro de Rusia?” (“Gobierno y Tercera Internacional”, Kommunistische Arbeiterzeitung, otoño de 1921, traducido por nosotros).
Aunque el KAPD era consciente de los peligros que amenazaban a la clase obrera no sabía explicarlos con total claridad. En vez de subrayar que la energía vital de la revolución (la actividad de los soviets) se estaba agotando porque la revolución estaba cada vez más aislada, y que eso reforzaba al Estado a expensas de la clase obrera (desarmando a los soviets, asfixiando las iniciativas obreras, con un Partido bolchevique cada vez mas absorbido por el Estado), el KAPD se inclinaba por una explicación determinista rayana en el fatalismo.
Afirmando, como hacía el KAPD, que los comunistas rusos no tenían más opción que establecer una dictadura de partido, “habida cuenta de las condiciones del país, de la composición de la población y del contexto de la situación internacional”, resulta imposible comprender cómo la clase obrera en Rusia, organizada en soviets, fue capaz de tomar el poder en octubre de 1917. La idea del ascenso de un “Estado campesino pequeño burgués” supone, también, una distorsión de la realidad, que subestima el peligro del retroceso de la extensión internacional de la revolución y el ascenso del capitalismo de Estado. Estas ideas, formuladas en este texto como una primera tentativa de explicación, serían más tarde afirmadas como explicación teórica acabada por parte de los comunistas de consejos.
La CCI ha demostrado lo erróneo y alejado del marxismo de las posiciones consejistas sobre el desarrollo de Rusia ([4]).
Estamos muy especialmente:
Vamos ahora a abordar el debate que tuvo lugar en ese momento, entrando más en detalle en las posiciones del KAPD, para demostrar hasta qué punto los grupos de la Izquierda comunista buscaban una clarificación.
En un momento en que la IC apoyaba incondicionalmente la política exterior del Estado ruso, la delegación del KAPD puso el dedo en la llaga: “Recordemos el impacto propagandístico de las notas diplomáticas de la Rusia soviética, cuando el Gobierno obrero y campesino no se plegaba a la necesidad de firmar acuerdos comerciales, ni a las cláusulas de los acuerdos ya firmados. El movimiento revolucionario en Asia, que es una gran esperanza para todos nosotros y una necesidad para la revolución mundial, no puede ser apoyado por la Rusia soviética ni oficial ni oficiosamente. Los agentes ingleses en Afganistán, en Persia y en Turquía trabajan de manera muy inteligente y cada avance revolucionario de Rusia sabotea la realización de los acuerdos comerciales. En esta situación ¿quién debe dirigir la política exterior de la Rusia soviética? ¿quién debe tomar las decisiones? ¿los representantes comerciales rusos en Inglaterra, Alemania, América, Suecia, etc.? Sean o no comunistas estos tienen que llevar a cabo una política de acuerdos.
Y en lo referente a la situación en Rusia los efectos son similares sino aún más peligrosos. En realidad el poder político está hoy en manos del Partido comunista (y no en la de los Soviets) (...) mientras las escasas masas revolucionarias del partido sienten que sus iniciativas encuentran trabas y ven las tácticas maniobreras con crecientes sospechas, sobre todo el enorme aparato de funcionarios. Estos ganan cada vez mas influencia y se suman al Partido comunista no porque se trate de un partido comunista sino por que es un partido de gobierno”.
Mientras que la mayoría de delegados apoyaba cada vez más, y sin crítica alguna, al Partido bolchevique que se integraba más y más en el aparato de Estado, la delegación del KAPD tuvo el valor de señalar la contradicción entre por un lado la clase obrera, y por otro el Partido y el Estado.
“ El Partido comunista Ruso (PCR) ha socavado la iniciativa de los trabajadores revolucionarios y la socavará aún más, ya que debe acomodarse al capital más que antes. A pesar de todas las medidas de precaución, ha empezado a cambiar de naturaleza ya que sigue siendo un partido de gobierno. De hecho ya no puede impedir que las bases económicas en la que se apoya como partido de gobierno, se encuentren cada vez más destruidas, por lo que las bases de su poder político se estrechan también más.
Lo que sucederá en Rusia y lo que le puede suceder al desarrollo revolucionario en el mundo entero, cuando el Partido ruso deje de ser un partido de gobierno, difícilmente puede ser previsto. Ya las cosas van en una dirección en que, si no estallan levantamientos revolucionarios en Europa que lo contrarresten, habrá que plantearse seriamente la siguiente pregunta: ¿No sería mejor abandonar el poder del Estado en Rusia en interés de la revolución proletaria, en lugar de aferrarse a él?.
El mismo PCR, que se encuentra hoy en esa situación crítica frente a su papel como comunista y frente a su papel como partido de gobierno, es también el partido dirigente de la IIIª Internacional. Aquí está el trágico dilema de esta cuestión. La IIIª Internacional ha quedado atrapada de tal forma que su aliento revolucionario se ha agotado. Bajo la influencia decisiva de Lenin, los camaradas rusos no pueden contrarrestar, en la IIIª Internacional, el peso de la política de retroceso del Estado ruso. En realidad se esfuerzan en poner en concordancia la política de la Internacional con esa pendiente regresiva (...). La IIIª Internacional es hoy, un instrumento de la política de los reformistas subordinados al Gobierno soviético.
Indudablemente Lenin, Bujarin, etc., son verdaderos revolucionarios de corazón, pero se han convertido, como todo el Comité central del Partido, en agentes de la autoridad del Estado y están inevitablemente sometidos a la ley del desarrollo de una politica necesariamente conservadora...” (Kommunistische Arbeiterzeitung, “La política de Moscú”, otoño de 1921, traducido por nosotros).
En el Congreso extraordinario del KAPD que tuvo lugar inmediatamente después – septiembre de 1921 – Goldstein decía lo siguiente: “¿Podrá el PCR conciliar esas dos contradicciones, de una manera u otra a largo plazo? Hoy el PCR tiene una doble naturaleza. Por un lado debe representar los intereses de Rusia como Estado ya que es, todavía, un partido de gobierno en Rusia. Por otro lado debe y quiere representar los intereses de la lucha de clases internacional”.
Los comunistas de izquierda alemanes tenían toda la razón al destacar el papel del Estado ruso en la degeneración oportunista de la Internacional comunista, y al explicar que era necesario defender los intereses de la revolución mundial contra los intereses del Estado ruso. Sin embargo, en realidad, como ya dijimos antes, la primera y principal razón del rumbo oportunista de la Internacional no estaba en el papel jugado por el Estado ruso, sino en el fracaso de la extensión de la revolución a los países occidentales y el consiguiente retroceso de la lucha de clases internacional. Así, mientras el KAPD tendía a culpar fundamentalmente al PCR por ese oportunismo, lo cierto es que la adaptación sin principios a las ilusiones socialdemócratas de las masas afectaba a todos los partidos obreros de la época. De hecho, bastante antes que los comunistas rusos, la dirección del KPD, que en ese momento desconfiaba de la política de la IC, fue la primera en imponer ese rumbo oportunista, tras la derrota de la insurrección de Berlín de enero 1919, excluyendo del partido a la Izquierda (precisamente lo que luego sería el KAPD).
En realidad, las debilidades del KAPD fueron sobre todo el producto de la desorientación provocada por la derrota y el reflujo subsiguiente del movimiento revolucionario, especialmente en Alemania. Privada de la autoridad de su dirección revolucionaria asesinada por la socialdemocracia en 1919, reaccionando con impaciencia frente a un retroceso de la revolución que tardó mucho tiempo en reconocer, partiendo de una
insuficiente asimilación de las tradiciones organizativas del movimiento obrero…, la Izquierda comunista alemana, una de las expresiones políticas mas claras y mas decididas de la oleada revolucionaria ascendente, fue incapaz (al contrario que la Izquierda comunista italiana) de hacer frente a la derrota de la revolución. Pero ¿qué factores agravaron estas debilidades del KAPD?.
Para analizar las razones de las debilidades en el KAPD sobre la cuestión organizativa, debemos volver atrás.
Hay que recordar que, a causa de la falsa idea sobre organización en el KPD, la Central de éste, dirigida por Paul Levi, expulsó –por sus posiciones sobre las cuestiones sindical y parlamentaria– a la mayoría del partido, en el congreso celebrado en octubre 1919. Tras su expulsión, esta mayoría fundó el KAPD en abril de 1920, tras las gigantescas luchas obreras que siguieron al “golpe de Kapp”. Esta escisión precipitada en los comunistas alemanes, provocaría un debilitamiento fatal para la clase obrera. Lo trágico es que esa corriente de izquierda expulsada del KPD “heredará” esa misma concepción errónea.
Pudimos ver una ilustración de esta debilidad cuando, unos meses más tarde, los delegados al IIº Congreso de la IC, Otto Rühle y P. Merges, se retiraron del congreso y “desertaron”. Un año más tarde y ante el ultimátum que les planteó el IIIer Congreso de la IC (integrarse en el partido resultante de la fusión entre el KPD y los Socialistas Independientes de Izquierda –el VKPD–, o ser expulsados), el KAPD mostró de nuevo sus flaquezas en la defensa de la organización, prefiriendo la exclusión. Esta expulsión provocó hostilidad y rencor en las filas del KAPD contra la IC.
Todo esto iba a debilitar la capacidad de las fuerzas recién nacidas de la Izquierda comunista para trabajar conjuntamente. La corriente holandesa y alemana de la Izquierda comunista no consiguió oponerse a la enorme presión del Partido bolchevique, y no pudo construir, junto a la Izquierda italiana agrupada en torno a Bordiga, una resistencia común en el seno de la IC contra su creciente oportunismo. Además, en ese mismo momento, el KAPD tendía a precipitarse tomando toda una serie de orientaciones imprudentes.
“En lo sucesivo, la Rusia soviética ya no será un factor de la revolución mundial sino que se convertirá en un bastión de la contrarrevolución internacional.
El proletariado ruso ha perdido ya el control sobre el Estado.
Esto significa que el gobierno soviético no tiene más salida que convertirse en el defensor de los intereses de la burguesía internacional... El gobierno soviético sólo puede convertirse en un gobierno contra la clase obrera después de haber pasado abiertamente al campo de la burguesía. El gobierno soviético es el Partido comunista de Rusia. Por consiguiente, el PCR se ha convertido en enemigo de la clase obrera, pues al ser el gobierno soviético debe defender los intereses de la burguesía a expensas del proletariado. Esto no durará mucho tiempo y el PCR deberá sufrir una escisión.
No pasará mucho tiempo antes de que el gobierno soviético se vea forzado a mostrar su verdadera cara como Estado burgués nacional. La Rusia soviética ya no es un Estado proletario revolucionario o, para ser más precisos, la Rusia soviética ya no tiene la posibilidad de transformarse en un Estado proletario revolucionario.
Pues sólo la victoria del proletariado alemán mediante la conquista del poder político, habría podido evitar al proletariado ruso su destino actual, habría podido salvarle de la miseria y la represión de su propio gobierno soviético. Unicamente una revolución en Alemania y una revolución en Europa Occidental habría podido dar una salida favorable de los obreros rusos en la lucha de clases entre los obreros y los campesinos rusos.
El IIIer Congreso ha sometido la revolución proletaria mundial a los intereses de la revolución burguesa en un solo país. El órgano supremo de la Internacional proletaria la ha puesto al servicio de un Estado burgués. La autonomía de la Tercera internacional ha quedado pues suprimida y sometida a la dependencia directa de la burguesía.
La Tercera internacional está hoy perdida para la revolución proletaria mundial. Al igual que la Segunda internacional, la Tercera internacional está hoy en manos de la burguesía.
En consecuencia, la IIIª Internacional demostrará su utilidad cada vez que sea necesario defender el Estado burgués de Rusia. Pero fracasará siempre que sea necesario apoyar la revolución proletaria mundial. Sus actividades serán una cadena de traición continua de la revolución proletaria mundial.
La Tercera internacional está ya perdida para la revolución proletaria mundial.
Después de haber sido la vanguardia de la revolución proletaria mundial, la Tercera internacional se ha convertido en su enemigo mas acérrimo (...) A causa de una desastrosa confusión entre la dirección del Estado – cuyo original carácter proletario se ha transformado en los últimos años en realmente burgués – y la dirección de la Internacional proletaria en las manos de un mismo órgano; la IIIª Internacional ha fracasado en su tarea originaria. Enfrentada a la disyuntiva entre una política de Estado burgués y la revolución proletaria mundial, los comunistas rusos han escogido lo primero, y han puesto a la Tercera internacional a su servicio” (Kommunistische Arbeiterzeitung, “El gobierno soviético y la Tercera internacional a remolque de la burguesía internacional”, agosto de 1921, traducido por nosotros).
Y si el KAPD tenía razón en denunciar el creciente oportunismo de la IC ya que, precisamente, había sido capaz de detectar el peligro de estrangulamiento de la organización por los tentáculos del Estado ruso al punto de poder convertirse en su instrumento; cometió, no obstante, el error de considerar estos peligros como inexorables, como un proceso terminado e irreversible. Es cierto que la relación de fuerzas ya se había invertido en 1921, y que la oleada revolucionaria estaba ya en su reflujo, pero el KAPD manifestó una peligrosa impaciencia y una enorme subestimación de la necesidad de desarrollar una lucha perseverante y tenaz para defender la Internacional. Esas ideas de base del KAPD sobre la IC: “instrumento de la política de los reformistas subordinados al gobierno soviético”, “que situando al KOMINTERN ([5]) a su lado, lo han colocado en manos de la burguesía”, “la IIIª Internacional se ha perdido para la revolución proletaria mundial. Después de haber sido la vanguardia de la revolución proletaria, se ha convertido en su enemigo más acérrimo”,… resultaban, en aquellos momentos, exageradas por prematuras, e hicieron que en el KAPD arraigara el sentimiento de que la batalla por ganar la Internacional había que darla por perdida.
Que el KAPD pudiera presentir lo que los hechos posteriores confirmarían, no obsta para que critiquemos su errónea estimación del nivel de las tendencias oportunistas y su valoración equivocada de la fase de degeneración en la que se encontraba la IC. Errores que le llevaron a rechazar, sin reflexionar con profundidad, la necesidad y la posibilidad de desarrollar la lucha contra el oportunismo en el seno de la IC.
Podemos comprender la reacción de cólera y rencor que sintió el KAPD ante el ultimátum del IIIer Congreso mundial, pero esto no debe ocultarnos lo que resulta más importante: esos compañeros se retiraron precipitadamente de la batalla y no cumplieron su deber de defender la Internacional.
Una vez más resulta trágico constatar que errores o una insuficiente incomprensión de las cuestiones organizativas, tienen consecuencias desastrosas y debilitan la eficacia de posiciones políticas correctas en otros ámbitos. Esto pone igualmente de relieve hasta qué punto una correcta posición sobre la organización política, puede ser decisiva para la supervivencia de una organización.
Podemos ver otro ejemplo de estas debilidades en la actitud de la delegación del KAPD en el IIIer Congreso. Mientras la delegación del KAPD al IIº Congreso mundial había abandonado “sin luchar”, la delegación en el IIIer Congreso sí hizo escuchar su voz como minoría, llamando, a continuación, a celebrar un Congreso extraordinario del KAPD.
La delegación del KAPD se quejó de que el IIIer Congreso comenzaba poniendo trabas al desarrollo del debate, tergiversando sus posiciones, limitando el tiempo de uso de la palabra, cambiando los órdenes del día y seleccionando la participación en las discusiones (en su balance informó de cómo fue excluida de los debates del Comité ejecutivo de la Internacional que se reunió durante el congreso para debatir los estatutos del KAPD). Sin embargo, la delegación del KAPD renunció a tomar la palabra en las sesiones plenarias que debatieron los estatutos, ya que en su opinión “quería evitar ser un participante, a su pesar, en una comedia”, por lo que se retiró del debate protestando pero sin proponer alternativas.
En vez de comprender que la degeneración de una organización es un proceso en el que es indispensable desarrollar una larga lucha que debe evitar siempre la precipitación, es decir desarrollar una lucha a largo plazo como hizo la Izquierda italiana, el KAPD condenó altiva y precipitadamente a la Internacional en lugar de desarrollar la lucha en su seno. La delegación declaró al Comintern y al PCR “perdidos para el proletariado”. Es verdad que el peso agobiante del PCR tuvo un papel determinante en los errores del KAPD en las tareas que le hubieran permitido reagrupar a otras delegaciones para formar una fracción. Debido a esa actitud y, aunque hubo contactos ocasionales y esporádicos, no pudo encontrar ninguna línea de trabajo común con los delegados italianos que manifestaban una disposición a luchar contra el oportunismo creciente en la IC, como pudo verse por ejemplo en su denuncia de la cuestión parlamentaria.
La expulsión del KAPD de la IC supuso un debilitamiento de la posición de la Izquierda italiana en el IVº Congreso, en el que el Partido comunista de Italia, bajo la dirección de Bordiga, fue obligado a fusionarse con el Partido socialista italiano. Así, las Izquierdas comunistas “alemana” e “italiana” se encontraron siempre aisladas en su lucha contra el oportunismo en el seno de la IC e incapaces de desarrollar una lucha común. Pero la corriente reagrupada en torno a Bordiga sí comprendió la necesidad de librar un combate político tenaz por la organización política. Este hecho se ve, por ejemplo, en la actitud de Bordiga que decidió retirar su Manifiesto de ruptura con la IC en 1923, pues comprendía con profundidad la necesidad de seguir combatiendo en el seno de la IC y del Partido italiano.
La Conferencia extraordinaria del KAPD de septiembre de 1921 apenas abordó un estudio de la relación de fuerzas entre las clases a nivel mundial.
Es verdad que el Partido (como dijo Reichenbanch en la Conferencia) vivía “en un momento en el que factores externos, factores debidos al (peso del) capital, o la confusión y falta de claridad en la clase, frenan el impulso de la revolución hasta el punto de hacer creer que la revolución decae y que el partido de combate que es portador de la idea de la revolución verá reducidos sus efectivos. Sin embargo esto no entraña su desaparición”, pero el KAPD no extrajo las conclusiones necesarias sobre las tareas inmediatas de la organización.
La mayoría de la organización creía que la revolución era posible de manera inmediata. La simple voluntad parecía más fuerte e importante que una evaluación de la relación de fuerzas. Por ello una parte del KAPD se lanzó a la aventura de fundar la Internacional comunista obrera (KAI) en la primavera de 1922.
Esta incapacidad para comprender el reflujo de la lucha de clases tuvo, finalmente, un papel decisivo en la incapacidad del KAPD para sobrevivir como organización cuando las luchas entraron en un período de retroceso, cuando apareció la contrarrevolución imponiendo nuevas condiciones.
Mientras que el KAPD, a pesar de sus limitaciones y errores, tuvo sin embargo el mérito de plantear crudamente el problema del conflicto creciente entre el Estado ruso y la clase obrera y la IC, aún cuando no pudiera aportar las respuestas adecuadas al problema suscitado; los comunistas en Rusia se encontraron de hecho con enormes dificultades para comprender la naturaleza misma del conflicto.
Habida cuenta de la creciente integración del partido en el aparato del Estado, apenas pudieron vislumbrar más que una visión muy limitada del problema. La actitud de Lenin que sintetizó muy claramente las lecciones del marxismo sobre la cuestión del Estado en su libro El Estado y la Revolución, y que al mismo tiempo formó parte de la dirección estatal tras Octubre de 1917, ponía al desnudo las contradicciones y dificultades crecientes.
Hoy en día, la propaganda burguesa se esfuerza en presentar a Lenin como el padre del capitalismo de Estado totalitario ruso. Pero la verdad es que Lenin, por su brillante intuición revolucionaria, fue, de todos los comunistas rusos de entonces, quién más lejos llegó en la comprensión de que el Estado transitorio que apareció tras la revolución de Octubre no representaba verdaderamente los intereses y la política del proletariado. Lenin concluyó que la clase obrera debía seguir luchando para imponer su política al Estado y que, por ello, debía tener derecho a defenderse del Estado.
En la XIª Conferencia del Partido en marzo de 1922, Lenin observó, con gran preocupación, que: “Un año ha transcurrido ya desde que el Estado está en nuestras manos, pero ¿actúa el Estado de acuerdo a lo que queremos? No, la máquina se escapa de las manos de quienes la conducen. Podría decirse que alguien guía la máquina, pero que ésta sigue una dirección contraria a la que le indica el conductor, pareciendo en cambio dirigida por una mano oculta” ([6]).
Lenin defendió esta preocupación sobre todo contra Trotski durante el debate que en 1921 hubo sobre los sindicatos. Y aunque aparentemente la discusión concernía al papel de los sindicatos en la dictadura del proletariado, lo que de verdad se discutía era si la clase obrera tenía o no derecho a desarrollar su propia política de clase para defenderse del Estado tradicional. Según Trotski y dado que el Estado era, por definición, un Estado obrero, la idea de que el proletariado pudiera defenderse contra ese Estado resultaba absurda. Por tanto, Trotski, al que al menos ha de otorgársele el mérito de defender la lógica de su posición hasta las últimas consecuencias, defendía abiertamente la militarización del trabajo. Por su parte Lenin, aunque aún no comprendía con total claridad que el Estado no era un Estado de los obreros (esta posición fue desarrollada y defendida por Bilan en los años 30) sí insistía, en cambio, en la necesidad de que los obreros se defendieran, por sí mismos, contra el Estado.
Aunque Lenin defendiera correctamente esta posición, lo cierto es que los comunistas rusos fueron incapaces de llegar a una verdadera clarificación sobre la cuestión. El mismo Lenin, como otros tantos comunistas de la época, seguía viendo en el enorme peso de la pequeña burguesía en Rusia, y no tanto en el Estado burocratizado, la principal fuente potencial de la contrarrevolución.
“En la actualidad, el enemigo no es el que solía serlo en el pasado. El enemigo no está tanto en los ejércitos blancos, sino en el macilento transcurrir cotidiano de la economía de un país dominado por pequeños campesinos y con la gran industria destruida. El enemigo es el elemento pequeño burgués, mientras el proletariado se ve fragmentado, diezmado, exhausto. Las “fuerzas” de la clase obrera no son ilimitadas (…) El aflujo de nuevas fuerzas obreras es débil, a menudo muy débil (…) Aún tendremos que asumir el inevitable descenso en el crecimiento de nuevas fuerzas de la clase obrera” ([7]).
Tras las derrotas que a escala internacional había sufrido la clase obrera en 1920, empeoraron considerablemente las condiciones para la lucha de la clase obrera en Rusia. Cada vez más y más aislados, los obreros en Rusia debían enfrentarse a un Estado dirigido por el Partido bolchevique que imponía, como se vio en Cronstadt, la violencia contra los obreros de forma sistemática. El aplastamiento de la revuelta de Cronstadt reforzó aún más a los sectores del partido que propugnaban un fortalecimiento del Estado a expensas de la clase obrera. Esas fuerzas eran las mismas que trataban de encadenar la IC al Estado ruso.
El Estado ruso fue así asimilándose al papel que desempeñaban los demás Estados capitalistas.
Ya en la primavera de 1921 la burguesía alemana había entrado en contacto con Moscú para explorar, mediante negociaciones secretas, la posibilidad de rearmar el ejército alemán (tras la firma de la Paz de Versalles) y modernizar la industria armamentística rusa una vez acabada la guerra civil. La industria pesada alemana que se había modernizado durante la Iª Guerra mundial estaba deseosa de cooperar con Rusia. Los planes consistían en que la Albatrosswerke fabricara aviones, Blöhm y Voss submarinos, y que Krupp fabricara munición y fusiles, al mismo tiempo que el ejército alemán adiestrara a los oficiales del Ejercito rojo. A cambio, las tropas alemanas podrían hacer prácticas en territorio ruso.
A finales de 1921 cuando ve la luz el proyecto soviético de una conferencia general para establecer relaciones entre la Rusia soviética y el mundo capitalista (en la que debían participar Estados Unidos y todas las potencias europeas) esas negociaciones secretas entre Rusia y Alemania se encuentran ya muy avanzadas. Obviamente quien lleva esas negociaciones por parte rusa no es la IC, sino los dirigentes del aparato del Estado. En la Conferencia de Génova, Chicherin, dirigente de la delegación rusa, ofrece los vastos recursos inexplotados de Rusia, a cambio de que los capitales occidentales cooperen en su explotación y puesta en funcionamiento. Mientras se terminaba la Conferencia de Génova, Alemania y Rusia sellaban ya por su cuenta, en Rapallo, un acuerdo secreto, que como señala E.H. Carr suponía que “por primera vez en un asunto diplomático, la Rusia soviética y la Republica de Weimar se reconocían mutuamente” ([8]). Pero Rapallo fue mucho más que eso. A diferencia del tratado de Brest-Litovsk, firmado en el invierno de 1917-18, tras la ofensiva alemana contra Rusia, y con objeto de salvaguardar el bastión proletario del imperialismo germánico, tratado aceptado después de un gran debate abierto en el seno del Partido bolchevique, Rapallo no respondía a ese mismo principio. El tratado firmado en Rapallo por representantes del Estado ruso, no sólo contenía acuerdos secretos sino que tal acuerdo no fue ni siquiera mencionado en el IVº Congreso mundial de noviembre de 1922.
Las instrucciones de la IC al PC turco y persa “para que apoyaran el movimiento de liberación nacional en Turquía (y en Persia)”, condujeron, en realidad, a una situación en que las respectivas burguesías nacionales pudieron masacrar a su antojo a la clase obrera. Lo que prevalecía, ante todo, eran los intereses del Estado ruso de mantener buenas relaciones con esos Estados. La IC fue sometida, paso a paso, a los intereses de la política exterior rusa. Mientras que en 1919, en la época de fundación de la IC, la orientación global era la de destruir los Estados capitalistas, a partir de 1921 la orientación era estabilizar el Estado ruso. La revolución mundial que había fracasado en su extensión, había cedido suficiente espacio al Estado ruso, y éste reivindicaba su posición.
En la Conferencia común de “Partidos obreros” que se celebró en Berlín a principios de abril de 1922, y a la que la IC invitó a los partidos de la IIª Internacional y de la Internacional “Dos y media”, la delegación de la IC se preocupó, sobre todo, de obtener apoyos para el reconocimiento de la Rusia soviética, y establecer relaciones comerciales entre Rusia y Occidente que ayudaran a reconstruirla. Mientras en 1919 se denunciaba a la IIª Internacional como carnicero de la clase obrera, y en 1921 el IIº Congreso establecía las “21 condiciones” de admisión para así delimitarse y combatir contra la IIª Internacional…, ahora la delegación de la IC se sentaba en la misma mesa que los partidos de la IIª Internacional, en nombre del Estado ruso. Resulta ya evidente que el Estado ruso no estaba interesado en la extensión de la revolución mundial sino en su propio fortalecimiento. Y cuanto más se ponía la IC a remolque de ese Estado, más le volvía la espalda al internacionalismo.
Esa voluntad del Estado ruso por ser “reconocido” por los demás Estados, se acompañó de un fortalecimiento del aparato del Estado en la misma Rusia.
A medida que se aceleran la degeneración y la integración creciente del partido en el Estado, se acelera también la concentración del poder en un círculo cada vez más reducido y concentrado de “fuerzas dirigentes” y la dictadura creciente del Estado sobre la clase obrera como resultado de tenaces y sistemáticos esfuerzos de esas fuerzas por expandir y reforzar el aparato del Estado a costa de la vida misma de la clase obrera.
En abril de 1922, el XIº Congreso del Partido nombra secretario general a Stalin. Desde ese momento Stalin ocupa, simultáneamente, tres puestos importantes: la cabeza de la Comisaría del pueblo para la cuestión nacional, la de la Inspección obrera y campesina, y es, además, miembro del Politburó (Buró político). Como secretario general, Stalin puede rápidamente hacerse con las riendas del Partido, arreglándoselas para que el Politburó dependa totalmente de él. Ya con anterioridad, en marzo de 1921, en el Xº Congreso del Partido bolchevique se había hecho con el control de las “actividades de depuración” ([9]), y ya poco antes, algunos miembros del “grupo de Oposición obrera” habían pedido al Comité ejecutivo de la Internacional comunista que “denunciara la falta de autonomía e iniciativa de los obreros, así como el combate contra aquellos miembros que tienen opiniones divergentes. (...) Las fuerzas unidas del partido y de la burocracia sindical se aprovechan de su poder y de su posición, lo que abre una brecha en el principio de la democracia obrera” (citado por Rosmer, traducido por nosotros). Pero la presión ejercida por el PCR sobre el Comité ejecutivo hizo que éste desestimara la queja de la “Oposición obrera”.
En vez de que las secciones locales tuvieran la iniciativa de nombrar a los delegados del partido, y a medida que el partido se integra en el Estado, esa elección recae cada vez más en el partido, es decir en el Estado. En ese partido cada vez escasean más las decisiones y votaciones sobre una base territorial, pues el poder de decisión está, cada vez más, en manos del Secretario general y del Buró de organización dominado por Stalin. Todos los delegados del XIIº congreso del Partido (abril de 1923) fueron nombrados por la dirección.
Si resaltamos aquí el papel de Stalin no es porque queramos reducir el problema del Estado a su sola persona, limitando y subestimando entonces el peligro derivado de la existencia misma de ese Estado. Lo que nos interesa es destacar cómo ese Estado surgido tras la insurrección de Octubre de 1917, que iba absorbiendo al Partido bolchevique en sus estructuras, y que extendía sus tentáculos sobre la IC, se fue convirtiendo en el centro de la contrarrevolución. Como también es verdad que esa contrarrevolución no es una actividad anónima y pasiva, fruto de fuerzas desconocidas e invisibles, sino que toma cuerpo concretamente en el partido y en el aparato del Estado. Stalin, Secretario general, era una fuerza importante que manejaba los hilos del partido a diferentes niveles: en el Buró político y en las provincias; que debía su poder a todas las fuerzas que luchaban contra los restos revolucionarios dentro del partido.
En el seno del Partido bolchevique, este proceso de degeneración provocó resistencias y convulsiones que hemos analizado, más detalladamente, en la Revista Internacional nº 8 y 9.
A pesar de las confusiones que hemos citado anteriormente, Lenin se convirtió en uno de los oponentes más determinados al aparato del Estado. Tras sufrir un primer ataque cerebral en mayo de 1922 y un segundo el 9 de marzo de 1923, redactó un documento –conocido más tarde como su testamento– en el que pedía la sustitución de Stalin como Secretario general. Y aunque Lenin había trabajado con Stalin durante años, rompió con él y quiso implicarse en un combate político contra Stalin. Sin embargo, Lenin tendido en su cama, luchando contra su propia agonía, no pudo conseguir jamás que su ruptura y su declaración fueran publicadas en la prensa del Partido, que ya por entonces estaba férreamente controlada por el Secretario general, es decir por el mismísimo Stalin.
En esos mismos momentos, y no por casualidad, Kamenev, Zinoviev y Stalin, defendían la típica concepción burguesa sobre la necesidad de encontrar un “sucesor” a Lenin. Según ellos la nueva dirección debía estar constituida por el triunvirato que ellos mismos formaban. Ni que decir tiene que en un organismo colectivo proletario jamás se plantea esa cuestión de los “sucesores”. Con ese trasfondo de la sórdida lucha de ese triunvirato por hacerse con el poder en el partido, apareció en el seno de éste un grupo de oposición a esa tendencia que publicó la “Plataforma de los 46” en el verano de 1923, criticando el estrangulamiento de la vida proletaria en un partido que, por vez primera desde Octubre de 1917 se había negado a hacer un llamamiento a favor de la revolución mundial con ocasión del 1º de Mayo de 1922. En el verano de 1923 un cierto número de huelgas estallaron en Rusia, particularmente en Moscú.
En el momento en que el Estado reforzó su posición en Rusia y hizo todo lo posible para ser reconocido por los otros Estados capitalistas, el proceso de degeneración de la IC, tras el giro oportunista del IIIer Congreso, se aceleró bajo esa presión del Estado ruso.
En diciembre de 1921, el Comité ejecutivo de la IC adoptó la política del “Frente único”, presentándola para su aprobación al IVº Congreso de la IC (noviembre de 1922). Con ella, la IC tiró por los suelos los principios de sus Iº y IIº Congresos, en los que tanto se había insistido en la necesidad de una decantación, lo más neta posible, en su combate contra la socialdemocracia.
Para justificar esta política, la IC explicaba que en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado “las grandes masas proletarias han perdido su fe en la capacidad de conseguir el poder en un futuro previsible. Están orientadas hacia una política defensiva (...), por tanto la conquista del poder, como tarea inmediata, no está al orden del dia” ([10]). Por ello, según la IC, era necesario unirse a los obreros que aún estaban bajo la influencia de la socialdemocracia: “La consigna del IIIer Congreso: “ir a las masas”, es hoy más válida que nunca (…) La táctica del frente único ofrece la posibilidad de que los comunistas luchen junto a todos los trabajadores pertenecientes a otros partidos o grupos (…) En determinadas circunstancias, los comunistas deben estar preparados para trabajar con partidos obreros no comunistas y con otras organizaciones obreras para poder formar un gobierno de los trabajadores” (“Tésis sobre la táctica de la IC”, IVº Congreso).
El Partido comunista alemán (KPD) fue el primero que apostó por esta táctica, como veremos en un próximo artículo de esta serie.
En la IC, este nuevo paso oportunista que empujaba a los obreros en los brazos de la Socialdemocracia encontró una firme resistencia por parte de la Izquierda italiana. Ya en Marzo de 1922, una vez adoptadas las tesis sobre el “frente único” Bordiga escribía en Il Comunista: “Respecto al gobierno obrero, preguntamos: ¿por qué queremos aliarnos con los socialdemócratas? ¿para hacer lo único que ellos saben, pueden y quieren hacer, o para pedirles que hagan lo que no saben, no pueden, ni quieren hacer? ¿es que se quiere que les digamos a los socialdemócratas que estamos dispuestos a colaborar con ellos incluso en el Parlamento o en ese gobierno que han bautizado como “obrero”? En ese caso, es decir si se nos pide que elaboremos, en nombre del Partido comunista, un proyecto de gobierno obrero en el que deben participar comunistas y socialistas, y presentar este gobierno a las masas como un “gobierno antiburgués”, nosotros respondemos asumiendo plenamente la responsabilidad de nuestra respuesta, que tal actitud se opone a todos los principios fundamentales del comunismo. Aceptar esa fórmula política significaría, en efecto, simplemente pisotear nuestra bandera, sobre la que está escrito: no puede existir gobierno proletario que no se haya basado en una victoria revolucionaria del proletariado” ([11]).
En el IVº Congreso mundial, el PC de Italia defendió que “el Partido comunista no aceptará, por tanto, formar parte de organismos comunes con diferentes organizaciones políticas (...) (el Partido) evitará igualmente aparecer como copartícipe de declaraciones comunes con otros partidos políticos, siempre que estas declaraciones contradigan en parte su programa y sean presentadas al proletariado como el resultado de negociaciones para encontrar una línea común de acción. (...) Hablar de Gobierno obrero (...) significa negar, en la práctica, el programa político comunista, es decir la necesidad de preparar a las masas en la lucha por la dictadura” ([12]).
Pero tras la expulsión del KAPD de la IC en el otoño de 1921, silenciada ya la voz más crítica contra la degeneración de la IC, una vez más, la Izquierda Italiana tuvo que defender en solitario sus posiciones de Izquierda comunista. En ese mismo momento, aparecía un nuevo factor agravante: en octubre de 1922, las tropas de Mussolini tomaron el poder en Italia, lo que dificultó enormemente las condiciones de la acción de los revolucionarios. El Partido italiano en torno a Bordiga tuvo que tomar posición ante el ascenso del fascismo. “Absorbida” por esta cuestión, la Izquierda italiana difícilmente podía tomar posición sobre la degeneración en curso de la IC y del Partido bolchevique.
Al mismo tiempo el IVº Congreso ponía las bases para la sumisión futura de la IC a los intereses del Estado ruso. Amalgamando los intereses del Estado ruso con los de la IC, el presidente de ésta, Zinoviev, afirmaba a propósito de la estabilización del capitalismo y el fin de los ataques contra Rusia: “podemos afirmar, ya ahora, sin ningún tipo de exageración, que la Internacional comunista ha sobrevivido a sus momentos más difíciles y que se ha consolidado, hasta tal punto, que ya no teme los ataques de la reacción mundial” (citado en La Revolución bolchevique de E.H. Carr).
Y, puesto que la perspectiva de la conquista del poder no era inmediatamente factible, el IVº Congreso mundial plantea como orientación no sólo la táctica del frente único, sino la exigencia de que la clase obrera se concentre en apoyar y defender a Rusia. La resolución sobre la revolución rusa pone de relieve hasta qué punto el enfoque de los análisis de la IC eran las necesidades del Estado ruso y no las de la clase obrera internacional, por lo que la construcción de Rusia pasaba a ocupar el primer plano: “El IVº Congreso mundial de la Internacional comunista expresa su más profunda gratitud y más alta admiración al pueblo trabajador de la Rusia de los soviets (...) pueblo que ha sido capaz de defender, hasta hoy en día, las conquistas de la revolución contra todos los enemigos del interior y del exterior defendiendo las conquistas de la revolución (...) El IVº Congreso mundial constata, con enorme satisfacción, que el primer estado obrero del mundo (…) ha demostrado sobradamente su fuerza y capacidad de desarrollo. El Estado soviético ha sido capaz de salir fortalecido de los horrores de la guerra civil. El IVº Congreso mundial constata con satisfacción que la política de la Rusia de los soviets ha asegurado y reforzado la condición más importante para la instauración y el desarrollo de la sociedad comunista: el régimen de los soviets, es decir la dictadura del proletariado. Porque sólo esa dictadura (…) puede garantizar la desaparición del capitalismo y abre la vía a la consecución del comunismo.
¡Fuera las manos de la Rusia de los soviets! ¡Reconocimiento de la Rusia soviética! Cada fortalecimiento de la Rusia soviética equivale a un debilitamiento de la burguesía mundial” (“Resolución sobre la revolución rusa”, IVº Congreso de la IC).
El grado de control de la IC por parte del Estado ruso, seis meses después de Rapallo, quedó igualmente en evidencia cuando, con el telón de fondo de un incremento de las tensiones imperialistas, se consideró la posibilidad de que Rusia estableciera un bloque militar con otro Estado capitalista. Por mucho que la IC presentara tal alianza destinada a la destrucción de un régimen burgués, lo cierto es que estaba concebida al servicio del Estado ruso: “Afirmo que ya somos bastante fuertes para concluir una alianza con una burguesía con objeto de que ese Estado burgués nos sirva para derrocar a otra burguesía (...) Si estableciéramos una alianza militar con otro Estado burgués, sería deber de los camaradas de todos los países, contribuir a la victoria de los dos aliados” ([13]).
Pocos meses más tarde la IC y el KPD alemán plantearon la perspectiva de una alianza entre la “oprimida nación alemana” y Rusia. En la confrontación entre Alemania y los países vencedores de la Iª Guerra mundial, la IC y el Estado ruso tomaron posición a favor de Alemania, presentándola como una víctima de los intereses imperialistas franceses.
En enero de 1922 en el “Ier Congreso de los trabajadores de Extremo Oriente”, la IC ya había definido como orientación central la necesidad de una cooperación entre los comunistas y los “revolucionarios no comunistas”. Y el IVº Congreso mundial insistió en sus tesis sobre la táctica en “el apoyo, al máximo de nuestras posibilidades, a los movimientos nacionalistas revolucionarios que se orienten contra el imperialismo”, al mismo tiempo que rechazaba enérgicamente “la resistencia de los comunistas de las colonias a integrarse en la lucha contra la opresión imperialista, con el pretexto de una supuesta “defensa” de los intereses autónomos del proletariado, que supone el peor tipo de oportunismo, y que únicamente puede revertir en el desprestigio de la revolución proletaria en Oriente” (“Orientaciones generales sobre la cuestión de Oriente”).
De esa manera, la IC, a lo único que contribuía era a un mayor debilitamiento y desorientación de la clase obrera.
Una vez alcanzado ya el punto culminante de la oleada revolucionaria en 1919, e iniciándose ya el reflujo que siguió al fracaso de la extensión internacional de la revolución, y una vez que el Estado ruso consiguió reforzar su posición y someter la Internacional comunista a sus intereses, la burguesía mundial se sintió lo suficientemente fuerte, a escala internacional, como para planear un golpe definitivo a los sectores de la clase obrera que seguían mostrándose más combativos, o sea, el proletariado en Alemania. Examinaremos, pues, los acontecimientos de 1923 en Alemania en un próximo artículo.
DV
[1] Revista internacional, nº 95, 1998.
[2] Ver artículo en esta misma revista sobre el programa del KAPD.
[3] En La Revolución bolchevique de E. H. Carr, capítulo sobre el repliegue de la IC.
[4] Ver nuestros artículos de la Revista internacional nº 12 y 13, nuestro folleto sobre la Revolución rusa y nuestro libro sobre la Izquierda holandesa).
[5] Comintern es la abreviatura de la Internacional comunista o Tercera internacional.
[6] Lenin en la XIª Conferencia del Partido, 1922, traducido por nosotros.
[7] Nuevos tiempos, viejos errores con formas nuevas, Lenin, agosto de 1921.
[8] En La Revolución bolchevique de E.H. Carr.
[9] Aún cuando el número de miembros del Partido bolchevique aumentó en 1920-21 hasta alcanzar los 600 mil, casi 150 mil de ellos fueron expulsados. Obviamente no se expulsó únicamente a arribistas, sino también a muchos obreros. La “comisión de depuraciones”, dirigida por Stalin, era uno de los organismos más poderosos de Rusia.
[10] Intervención de Radek citada por E.H. Carr en La revolución bolchevique.
[11] Il Comunista, 26 de marzo de 1922, “La defensa de la continuidad del programa comunista”, Ediciones Programa comunista.
[12] “Tesis sobre la táctica de la Internacional comunista”, presentadas por el PC de Italia al IVº Congreso mundial, 22 de noviembre de 1922, Ediciones Programme.
[13] Intervención de Bujarin en el IVo Congreso, citado por E.H. Carr en La revolución bolchevique.
En la primera parte de este artículo, contestábamos a la acusación de que nos habríamos vuelto “leninistas” y que habríamos cambiado de posición sobre la cuestión de la organización. Demostrábamos que el “leninismo” no sólo se opone a nuestros principios y posiciones políticas, sino que además tiene como objetivo la destrucción de la unidad histórica del movimiento obrero. El “leninismo” niega, en particular, la lucha de las izquierdas marxistas primero dentro y después fuera de la Segunda y Tercera Internacionales, oponiendo Lenin a Rosa Luxemburg, Pannekoek, etc. El “leninismo” es la negación del militante comunista Lenin. Es la expresión de la contrarrevolución estalinista de los años 1920.
Afirmábamos también que siempre nos hemos reivindicado del combate de Lenin por la construcción del partido contra la oposición del economicismo y de los mencheviques. Recordábamos, además, que mantenemos nuestro rechazo a sus errores sobre la cuestión de la organización, en especial sobre el carácter jerárquico y “militar” de la organización, así como, en el plano teórico, sobre la cuestión de la conciencia de clase que se habría de llevar al proletariado desde afuera, sin por ello dejar de situar estos errores en su marco histórico para poder comprender su dimensión y significado verdaderos.
¿Cuál es la posición de la CCI sobre ¿Qué hacer? y sobre Un paso hacia adelante, dos pasos atrás. ¿Por qué afirmamos que estas dos obras de Lenin representan experiencias teóricas, políticas y organizativas insustituibles? Nuestras criticas sobre puntos que no tienen nada de secundario – en particular sobre la cuestión de la conciencia tal y como la desarrolla en ¿Qué hacer? – ¿pondrían en entredicho nuestro acuerdo fundamental con Lenin?
“Resultaría falso y caricaturesco oponer el ¿Qué hacer? sustitucionista de Lenin a una visión sana y clara de Rosa Luxemburg y de Trotski (señalemos que éste será, en los años 20, un ardoroso defensor de la militarización del trabajo y de la todopoderosa dictadura del partido…).” ([1]). Como se puede ver, nuestra posición sobre ¿Qué hacer? lo primero que hace es basarse en nuestro método de comprensión de la historia del movimiento obrero. Este método se apoya en la unidad y la continuidad de este movimiento tal y como lo hemos presentado en la primera parte de este artículo. No es algo nuevo y ya estaba presente cuando la fundación de la CCI.
¿Qué hacer? (1902) consta de dos grandes partes. La primera se dedica a la cuestión de la conciencia de clase y del papel de los revolucionarios. La segunda se dedica directamente a las cuestiones de organización. El conjunto representa una crítica implacable de los “economicistas” que sólo consideran posible un desarrollo de la conciencia en el seno de la clase obrera a partir de sus luchas inmediatas. Tienden, así, a subestimar y a negar cualquier papel político activo de las organizaciones revolucionarias, cuya tarea se limitaría a “ayudar” en las luchas económicas. Como consecuencia natural de esta subestimación del papel de los revolucionarios, el economicismo se opone a la constitución de una organización centralizada y unida capaz de intervenir a gran escala y con una sola voz sobre todas las cuestiones, tanto económicas como políticas.
El texto de Lenin, Un paso hacia adelante, dos pasos atrás (1903), que es un complemento a ¿Qué hacer? en el plano histórico, da cuenta de la ruptura entre los bolcheviques y los mencheviques en el IIº congreso del POSDR que acaba de verificarse.
La principal debilidad – ya lo hemos dicho – de ¿Qué hacer? se encuentra en la cuestión de la conciencia de clase. ¿Cuál es la posición de los demás revolucionarios sobre esta cuestión? Hasta el II° congreso, sólo el “economicista” Martínov se opone. Es sólo después del congreso cuando Plejánov y Trotski critican la concepción errónea de Lenin sobre la conciencia aportada del exterior a la clase obrera. Son los únicos en rechazar explícitamente la posición de Kautsky retomada por Lenin según la cual “el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente y no se engendran mutuamente (y que) los portadores de la ciencia no es el proletariado, sino los intelectuales burgueses” ([2]).
La respuesta de Trotski sobre esta cuestión de la conciencia resulta bastante justa, aunque también quede muy limitada. No olvidemos que estamos en 1903 y Trotski escribió su respuesta, Nuestras tareas políticas, en 1904. El debate sobre la huelga de masas apenas ha empezado en Alemania y se va a desarrollar verdaderamente a raíz de la experiencia de 1905 en Rusia. Trotski rechaza claramente la posición de Kautsky y señala el peligro del sustitucionismo que conlleva. Sin embargo, aún siendo muy virulento en contra de Lenin sobre las cuestiones de organización, no se separa por completo sobre este aspecto particular. Comprende y explica las razones de esa posición:
“Cuando Lenin retomó de Kautsky la idea absurda de la relación entre el elemento “espontáneo” y el elemento “consciente” en el movimiento revolucionario del proletariado, lo único que hacía era definir a grandes rasgos las tareas de su época” ([3]).
Además de la clemencia de Trotski en esto, hay que señalar que ninguno de los nuevos oponentes a Lenin se levantó en contra de la posición de Kautsky sobre la conciencia antes del 2° Congreso del POSDR cuando estaban unidos en la lucha contra el economicismo. En el congreso, Martov, líder de los mencheviques, retoma exactamente la misma posición que Kautsky y Lenin: “Somos la expresión consciente de un proceso inconsciente” ([4]). Después del congreso, esta cuestión parece tan poco importante que los mencheviques siguen negando toda divergencia programática y atribuyen la división a las “elucubraciones” de Lenin sobre la organización: “Con mi débil inteligencia, no soy capaz de comprender lo que puede ser “el oportunismo sobre los problemas de organización”, planteado en el terreno como algo autónomo, fuera de un vínculo orgánico con las ideas programáticas y tácticas” ([5]).
La crítica de Plejánov, si bien es justa, es bastante general y se contenta con restablecer la posición marxista sobre la cuestión. La principal argumentación consiste en decir que no es verdad que “los intelectuales [han] “elaborado” sus propias teorías socialistas “de manera completamente independiente del crecimiento espontáneo del movimiento obrero” – esto jamás ha ocurrido y no podía ocurrir” ([6]).
Antes del congreso y en su transcurso, cuando aun sigue de acuerdo con Lenin, Plejánov se limita a nivel teórico a la cuestión de la conciencia. No aborda los debates del II° Congreso. No responde a la cuestión central: ¿qué partido y qué papel para este partido? Sólo Lenin da una respuesta.
Lenin tiene una preocupación central en su polémica contra el economicismo en el plano teórico: la cuestión de la conciencia de clase y su desarrollo en el seno de la clase obrera. Se sabe que Lenin abandonaría rápidamente la posición de Kautsky. Particularmente con la experiencia de la huelga de masas rusa de 1905 y la aparición de los primeros soviets. En enero del 1917, es decir antes del principio de la revolución en Rusia, en medio de los estragos de la guerra imperialista, Lenin vuelve a la huelga de masas de 1905. Pasajes enteros sobre “el enmarañamiento de las huelgas económicas y las huelgas políticas” pueden parecer escritos por Rosa Luxemburg o Trotski ([7]). Y dan una idea del rechazo por parte de Lenin de su error inicial en gran parte provocado por sus “torceduras de timón” ([8]).
“La verdadera educación de las masas jamás puede separarse de una lucha política independiente, y sobre todo de la lucha revolucionaria de las masas mismas. Sólo la acción educa a la clase explotada, sólo ella le da la medida de sus fuerzas, amplía su horizonte, desarrolla sus capacidades, ilumina su inteligencia y templa su voluntad” ([9]).
Lejos estamos de lo que dice Kautsky.
Pero ya en ¿Qué hacer? lo que se dice sobre la conciencia resulta contradictorio. Junto a la posición errónea, Lenin afirma por ejemplo: “Esto nos demuestra que el “elemento espontáneo” no es sino, en el fondo, la forma embrionaria de lo consciente” ([10]).
Estas contradicciones son la manifestación de que Lenin, como el resto del movimiento obrero en 1902, no tiene una posición muy precisa ni muy clara sobre la cuestión de la conciencia de clase ([11]). Las contradicciones de ¿Qué hacer? y las tomas de posición ulteriores demuestran que no está particularmente atado a la posición de Kautsky. Además, sólo hay tres pasajes bien delimitados en ¿Qué hacer? en los cuales escribe que “la conciencia ha de ser llevada desde el exterior”. Y de los tres, hay uno que no tiene nada que ver con lo que dice Kautsky.
Rechazando que fuera posible “desarrollar la conciencia política de clase de los obreros, por decirlo así, desde el interior de su lucha económica, es decir partiendo únicamente (o al menos, principalmente) de esta lucha, basándose únicamente (o al menos principalmente) en esta lucha ... (Lenin contesta que) ...la conciencia política de clase sólo se puede aportar al obrero del exterior, es decir del exterior de la lucha económica, del exterior de la esfera de las relaciones entre obreros y patronos” ([12]). La fórmula es confusa, pero la idea es justa. Y no corresponde a lo que defiende en los otros dos usos del término “exterior” cuando habla de la conciencia. Su pensamiento resulta aun más preciso en otro pasaje: “La lucha política de la socialdemocracia resulta mucho más amplia y compleja que la lucha económica de los obreros contra la patronal y el gobierno” ([13]).
Lenin rechaza muy claramente la posición desarrollada por los economicistas sobre la conciencia de clase en tanto que producto inmediato, directo, mecánico y exclusivo de las luchas económicas.
Nosotros estamos del lado de ¿Qué hacer? en el combate contra el economicismo. También estamos de acuerdo con los argumentos críticos usados contra el economicismo y decimos que aun hoy siguen siendo de actualidad en cuanto a su contenido teórico y político.
“La idea según la cual la conciencia de clase no surge de manera mecánica de las luchas económicas es completamente correcta. Pero el error de Lenin consiste en creer que no se puede desarrollar la conciencia de clase a partir de las luchas económicas y que ésta ha de ser introducida desde el exterior por un partido” ([14]).
¿Es ésa una nueva apreciación de la CCI? Son citas de ¿Qué hacer? que hacíamos nuestras, en 1989, en un articulo de polémica ([15]) con el BIPR, insistiendo ya entonces sobre lo que decimos hoy: “La conciencia socialista de las masas obreras es la única base que pueda garantizarnos el triunfo (...). El partido siempre ha de tener la posibilidad de revelar a la clase obrera el antagonismo hostil entre sus intereses y los de la burguesía. (La conciencia de clase a la que ha llegado el partido) ha de ser propalada en el seno de las masas obreras con un celo creciente. (...) hay que esforzarse al máximo por elevar el nivel de conciencia de los obreros en general. (La tarea del partido consiste en) sacar provecho de los destellos de conciencia política que la lucha económica ha hecho penetrar en la mente de los obreros para elevar a éstos al nivel de la conciencia socialdemócrata” ([16]).
Para los detractores de Lenin, las ideas de ¿Qué hacer? anuncian el estalinismo. Así pues, un vínculo uniría a Lenin y a Stalin incluso sobre la cuestión de organización ([17]). Ya hemos denunciado semejante patraña en la primera parte de este artículo a nivel histórico. Y también lo rechazamos en el ámbito político, incluidas las cuestiones de la conciencia de clase y de la organización política.
Hay una unidad y una continuidad entre ¿Qué hacer? y la Revolución rusa, pero ninguna en absoluto con la contrarrevolución estalinista. Esa unidad y continuidad existen con todo el proceso revolucionario que enlaza las huelgas de masas de 1905 con las de 1917, que va de febrero de 1917 hasta la insurrección de octubre de 1917. Para nosotros, ¿Qué hacer? anuncia las Tesis de abril en 1917: “Las masas engañadas por la burguesía son de buena fe. Resulta importante informarlas con cuidado, perseverancia, con paciencia sobre su error, enseñarles el vínculo indisoluble entre el capital y la guerra imperialista (...). Explicar a las masas que los soviets representan la única forma posible de gobierno obrero” ([18]). Para nosotros, ¿Qué hacer? anuncia la insurrección de octubre y el poder de los soviets.
Nuestros actuales detractores “antileninistas” dejan en silencio la preocupación central de ¿Qué hacer? sobre la conciencia, y de esta manera toman a cuenta propia uno de los elementos del método estalinista que hemos denunciado el la primera parte de este articulo. De la misma manera como Stalin hacía desaparecer de las fotos a los viejos militantes bolcheviques, hacen desaparecer lo esencial de lo que dijo Lenin y nos acusan con habernos vuelto “leninistas”, es decir estalinistas.
Para los que alaban a Lenin sin crítica, como la corriente bordiguista, nosotros seríamos idealistas incorregibles con nuestra insistencia sobre el papel y la importancia de “la conciencia de clase en la clase obrera” en la lucha histórica y revolucionaria del proletariado. Para quien se esfuerza en leer lo que escribió Lenin y para quien quiere sumergirse en el proceso real de discusiones y confrontaciones políticas de aquellos tiempos, ambas acusaciones resultan falsas.
En el plano político y organizativo, hay más aportaciones fundamentales en ¿Qué hacer?. Se trata particularmente de la distinción clara y precisa hecha por Lenin entre las organizaciones con las que se dota la clase obrera en sus luchas cotidianas, las organizaciones unitarias, y las organizaciones políticas. Veamos primero lo adquirido a nivel político.
“Estos círculos, asociaciones profesionales de los obreros y organizaciones resultan necesarias en todas partes; han de ser lo más numerosos posible y sus funciones lo más variadas posible; Pero resulta absurdo y nocivo confundirlos con la organización de los revolucionarios, borrar la demarcación que entre ellos existe (...) La organización de un partido socialdemócrata revolucionario ha de ser necesariamente de otro tipo que la organización de los obreros para la lucha económica” ([19]).
Esta distinción no es un descubrimiento para el movimiento obrero. La socialdemocracia internacional, particularmente la alemana, tenía clara esta cuestión. Pero ¿Qué hacer?, en su lucha contra la variante rusa del oportunismo en aquella época, el economicismo, y teniendo en cuenta las condiciones particulares, concretas, de la lucha de clases en la Rusia zarista, va más allá y avanza una idea nueva. “La organización de los revolucionarios ha de englobar ante todo y principalmente a hombres cuya profesión es la acción revolucionaria. Ante esta característica común a los miembros de una organización así, cualquier distinción entre obreros e intelectuales, y menos todavía entre las diferentes profesiones de unos y otros, ha de desaparecer. Necesariamente esta organización no debe ser muy extensa, y ha de ser lo más clandestina posible” ([20]).
Examinemos esto. Resultaría erróneo ver en este pasaje consideraciones tan sólo relacionadas con las condiciones históricas en las que los revolucionarios rusos debían actuar, particularmente las condiciones de ilegalidad, de clandestinidad y de represión. Lenin avanza tres puntos que tienen un valor universal e histórico. Y cuya validez no ha dejado de ir confirmándose hasta hoy. Primero, que el militantismo comunista es un acto voluntario y serio (utiliza la palabra “profesional” que también utilizan los mencheviques en los debates del congreso) que compromete al militante y determina su vida. Siempre hemos estado de acuerdo con ese concepto del compromiso militante que combate y niega toda visión o actitud diletante.
Segundo, Lenin defiende una visión de las relaciones entre militantes comunistas que supera la división obrero/intelectual ([21]), dirigente/dirigido diríamos hoy, una visión que supera toda idea jerárquica o de superioridad individual, en una comunidad de lucha en el seno del partido, en el seno de la organización revolucionaria. Y se opone a cualquier división en oficios o corporaciones entre los militantes. Rechaza de antemano las células de empresa que sí se organizarán, en cambio, con la bolchevización en nombre del leninismo ([22]).
Y, último punto, Lenin define una organización que “no debe ser muy extensa”. Es el primero en percibir que el período de los partidos obreros de masas está acabándose ([23]). Seguramente las condiciones de Rusia favorecían esa clarividencia. Pero son las nuevas condiciones de vida y de lucha del proletariado, que se manifiestan particularmente con la “huelga de masas”, las que determinan también las nuevas condiciones de la actividad de los revolucionarios, muy en particular el carácter “menos extenso”, minoritario, de las organizaciones revolucionarias en el período de decadencia del capitalismo que se está abriendo paso a principios de siglo.
“Pero sería (...) “seguidismo” pensar que bajo el capitalismo casi toda la clase o la clase entera pueda encontrarse un día en condiciones de elevarse hasta el punto de adquirir el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su Partido socialdemócrata” ([24]).
Si bien en esa misma época, Rosa Luxemburg, Pannekoek o Trotski son entre los primeros que sacan las lecciones de la aparición de las huelgas de masas y de los consejos obreros, siguen prisioneros de una visión de los partidos como organizaciones políticas de masas. Rosa Luxemburg critica a Lenin desde el punto de vista de un partido de masas ([25]). Hasta el punto en que ella también acaba desbarrando como cuando escribe que “en verdad, la socialdemocracia no está vinculada a la organización de la clase obrera, es el movimiento propio de la clase obrera” ([26]). Víctima ella también de la “torcedura de timón” en la polémica, víctima de su adhesión a los mencheviques en lo que está en juego durante el II° congreso del POSDR, se desliza inoportunamente a su vez hacia el terreno de los mencheviques y de los economistas, anegando la organización de los revolucionarios en la clase ([27]). Pero conseguirá volver más tarde – y con qué ímpetu – a una posición más clara. Sin embargo, sobre la distinción entre organización del conjunto de la clase y organización de los revolucionarios, las fórmulas de Lenin siguen siendo las más claras. Son las que más lejos van.
¿Qué hacer? y Un paso hacia adelante, dos pasos atrás son pues otros tantos pasos políticos esenciales en la historia del movimiento obrero. Estas dos obras fueron experiencias políticas “prácticas” a nivel organizativo. Al igual que Lenin, la CCI siempre ha considerado la cuestión de organización como una cuestión política plena. La organización política de la clase se diferencia de su organización unitaria, y esto tiene implicaciones prácticas. Entre ellas, la definición estricta de la adhesión y de la pertenencia al partido, es decir la definición del militante, de sus tareas, de sus obligaciones, de sus derechos, o sea de sus relaciones con la organización, resulta esencial. Bien se conoce la batalla del II° Congreso del POSDR en torno al artículo primero de los estatutos: es el primer enfrentamiento, en el mismo seno del congreso, entre bolcheviques y mencheviques. La diferencia entre las fórmulas propuestas por Lenin y Martov puede parecer completamente insignificante. Para Lenin, “es miembro del Partido aquél que reconoce el programa y defiende el Partido tanto con medios materiales como con su participación personal en una de las organizaciones del Partido.” Para Mártov, “se considera como perteneciente al Partido obrero socialdemócrata de Rusia, aquél que, reconociendo su programa, obra activamente para poner en aplicación sus tareas bajo el control y la dirección de los organismos del Partido”.
La divergencia se concentra en el reconocimiento de la calidad de miembro ya sea únicamente a los militantes que pertenecen al Partido y que éste reconoce como tales - la posición de Lenin –, ya sea a aquellos militantes que no pertenecen formalmente al Partido, pero que en tal o cual momento, en tal o cual actividad, dan su apoyo al Partido, o se declaran ellos mismos socialdemócratas. Así pues, la posición de Mártov y de los mencheviques resulta mucho más amplia, más “flexible”, menos restrictiva y menos precisa que la de Lenin.
Detrás de esta diferencia, se esconde una cuestión de fondo que rápidamente apareció durante el congreso y que las organizaciones revolucionarias siguen planteándose hoy: ¿quién es miembro del partido, y, aún más difícil de definir, quién no lo es? Para Mártov, resulta claro: “Cuanto más se generalice la apelación de miembro del partido, mejor. Hemos de alegrarnos si cada huelguista, cada manifestante, al hacerse responsable de sus actos, puede declararse miembro del Partido” ([28]).
La posición de Mártov tiende a diluir, a disolver la organización de los revolucionarios, el partido, en la clase. Se une al economicismo que anteriormente combatía junto a Lenin. La argumentación con la que defiende su propuesta de Estatutos equivale a liquidar la idea misma de partido de vanguardia, unido, centralizado y disciplinado en torno a un Programa político bien definido, bien preciso y con una voluntad de acción militante y colectiva aún más definida, precisa, rigurosa. También abre la puerta a políticas oportunistas de “reclutamiento” sin principios de militantes que hipotecan el desarrollo del partido a largo plazo en beneficio de resultados inmediatos. Quien tiene razón es Lenin: “Al contrario, cuanto más fuertes sean nuestras organizaciones del Partido que engloben a verdaderos socialdemócratas, menos vacilación e instabilidad tendremos en el seno del Partido, y más amplia, más variada, más rica y fecunda será la influencia del Partido sobre los elementos de la masa obrera que lo rodean y a los que dirige. Efectivamente, no se puede confundir el Partido, vanguardia de la clase obrera, con el conjunto de la clase” ([29]).
El gran peligro de la posición oportunista de Mártov sobre organización, reclutamiento, adhesión y pertenencia al partido aparece muy rápidamente en el mismo congreso con la intervención de Axelrod: “Uno puede ser un miembro sincero y fiel del partido socialdemócrata, pero resultar completamente inadaptado para la organización de combate rigurosamente centralizada” ([30]).
¿Cómo puede uno ser miembro del partido, militante comunista, y “resultar inadaptado para la organización de combate centralizada”? Aceptar semejante idea es tan absurdo como aceptar la idea de un obrero combativo y revolucionario pero “incapaz” de cualquier acción colectiva de clase. Cualquier organización comunista no ha de aceptar en su seno más que a los militantes capaces de la disciplina y la centralización que necesita su combate. ¿Cómo podría ser posible otra cosa? A no ser que se acepte que los militantes no respeten imperativamente las relaciones en la organización y las decisiones que ella adopta, así como de la necesidad del combate. A no ser, también, que se quiere ridiculizar la noción misma de organización comunista que ha de ser “la fracción más resuelta de todos los partidos obreros de todos los países, la fracción que impulsa a todas las demás” ([31]). La lucha histórica del proletariado es un combate de clase unido a escala histórica e internacional, colectivo y centralizado. Y, al igual que su clase, los comunistas llevan a cabo un combate histórico, internacional, permanente, unido, colectivo y centralizado que se opone a cualquier visión individualista. “La conciencia crítica y la iniciativa voluntaria tienen un valor muy escaso para los individuos, pero, en cambio, sí que se realizan plenamente en la colectividad del Partido” ([32]). Quien sea incapaz de involucrarse en ese combate centralizado es incapaz de actividad militante y no puede ser reconocido en tanto que miembro del partido. “Que el Partido admita únicamente a elementos capaces de al menos un mínimo de organización” ([33]). Esa “capacidad” es el fruto de la convicción política y militante de los comunistas. Se adquiere y se desarrolla participando en la lucha histórica del proletariado, particularmente en el seno de sus minorías políticas organizadas. Para cualquier organización comunista consecuente, la convicción y la capacidad “práctica” – no platónica – para “la organización de combate rigurosamente centralizada” de cualquier nuevo militante son a la vez condiciones indispensables para su adhesión y expresiones concretas de su acuerdo político con el Programa comunista.
La definición del militante, de la calidad de miembro de una organización comunista sigue siendo hoy día una cuestión esencial. ¿Qué hacer? y Un paso hacia adelante, dos pasos atrás ponen los fundamentos y las respuestas a cantidad de preguntas en materia de organización. Por eso es por lo que la CCI siempre se ha apoyado en la lucha de los bolcheviques en el II° Congreso para diferenciar con claridad, rigor y firmeza, a un militante, es decir a “quien participa personalmente en una de las organizaciones del Partido”, como lo defiende Lenin, y un simpatizante, un compañero de andadura, aquel que “adopta el programa, apoya al Partido con medios materiales y le aporta una ayuda personal regular (o irregular, añadiremos) bajo la dirección de una de sus organizaciones”, tal como lo expresa la definición del militante de Martov que fue finalmente adoptada en el II° Congreso. Igualmente, siempre hemos defendido que “en cuanto quieras ser miembro del Partido, has de reconocer también las relaciones de organización, y no sólo platónicamente” ([34]).
Nada de esto resulta nuevo para la CCI. Es la base misma de su constitución como lo demuestra la adopción de sus Estatutos ya en su primer congreso internacional en enero del 1976. Y sería un error pensar que esta cuestión ya no plantearía ningún problema hoy. Primero, la corriente consejista, aunque sus últimas expresiones políticas sean silenciosas, por no decir que están a punto de desaparecer ([35]) sigue siendo hoy una especie de heredero del economicismo y del menchevismo en materia de organización. En un período de mayor actividad de la clase obrera, no cabe duda de que las presiones consejistas para “engañarse a sí mismos, taparse los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir esas tareas (olvidando) la diferencia entre el destacamento de vanguardia y las masas que en su torno gravitan” ([36]) cobrarán un nuevo vigor. Pero también en el medio que se reivindica exclusivamente de la corriente bordiguista y el BIPR, la puesta en práctica del método de Lenin y de su pensamiento político en materia de organización dista mucho de ser algo asquierido. Basta con observar la práctica de reclutamiento sin principios del PCI bordiguista en los años 70. Su política activista e inmediatista acabó llevándolo a la explosión en 1982. No hay más que ver la ausencia de rigor del BIPR (que agrupa Battaglia communista en Italia y la CWO en Gran Bretaña) que a veces parece costarle decidir quién es militante ([37]) de la organización y quién es un simpatizante o contacto cercano; y eso a pesar de todos los riesgos que tal imprecisión organizativa conlleva. El oportunismo en temas de organización es hoy uno de los venenos más peligrosos para el medio político proletario. Y de nada sirven las cantinelas sobre Lenin y la necesidad del “Partido compacto y potente”.
¿Qué dice Rosa Luxemburg en su polémica con Lenin respecto al militante y a su pertenencia al partido?
“La idea expresada en el libro [Un paso adelante, dos pasos atrás] de una manera penetrante y exhaustiva es la de un centralismo aplastante; su principio vital exige, por un lado, que las falanges organizadas de revolucionarios declarados y activos salgan y se separen decididamente del medio que los rodea y que, aunque no organizado, no por eso deja de ser revolucionario; en él se defiende, por otra parte, una disciplina rígida” ([38]).
Sin pronunciarse explícitamente contra la definición precisa del militante que hace Lenin, el tono irónico que Rosa emplea cuando evoca “las falanges organizadas que salen y se separan del medio que las rodea” y… su silencio total sobre la batalla política en el congreso en torno al artículo primero de los estatutos, ponen de relieve la visión errónea de Rosa Luxemburg en ese momento, y su alineamiento con los mencheviques. Sigue estando presa de la visión del partido de masas, del que servía de ejemplo entonces la socialdemocracia alemana. No ve el problema o lo evita, equivocándose de combate. El que ella no diga nada sobre el debate en el congreso en torno al artículo primero de los estatutos acaba dando la razón a Lenin cuando éste afirma que aquélla “se limita a repetir frases vacuas sin procurar darles un sentido. Agita espantajos sin ir al fondo del debate. Me hace decir lugares comunes, ideas generales, verdades absolutas y se esfuerza en no decir nada sobre las verdades relativas que se apoyan en hechos precisos” ([39]).
Como en el caso de Plejánov y muchos otros, las consideraciones generales avanzadas por Rosa Luxemburg – incluso cuando son justas en sí – no contestan a las verdaderas cuestiones políticas planteadas por Lenin. “Es así como una preocupación correcta: insistir en el carácter colectivo del movimiento obrero, en que la «emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos» desemboca en conclusiones prácticas falsas”, como decíamos nosotros respecto a Rosa Luxemburg en 1979 ([40]). Rosa no se enteró de las conquistas políticas del combate de los bolcheviques. Y, de hecho, si no hubiera habido un debate en torno al artículo 1 de los Estatutos, la cuestión del partido claramente definido y diferenciado organizativa y políticamente, del conjunto de la clase obrera, no hubiera quedado definitivamente zanjado. Sin el combate llevado a cabo por Lenin sobre el artículo 1, la cuestión no sería una adquisición política de la primera importancia en materia de organización, base en la que deben apoyarse los comunistas de hoy para constituir su organización, no sólo para la adhesión de nuevos militantes, sino también y sobre todo para el esclarecimiento preciso y riguroso de las relaciones entre militante y organización revolucionaria.
¿Es esta defensa de la posición de Lenin sobre el artículo 1 de los estatutos algo nuevo para la CCI? ¿Habremos cambiado de postura?. “Para ser miembro de la CCI, hay que (…) integrarse en la organización, participar activamente en su trabajo y cumplir las tareas que se le confían” afirma el artículo de nuestros estatutos que trata de la cuestión de la pertenencia militante a la CCI. Está claro que recogemos, sin la menor ambigüedad, la idea de Lenin, el espíritu y hasta la letra del estatuto que él propuso en el IIº Congreso de POSDR y en absoluto la de Mártov o Trotski. Parece mentira que los ex miembros de la CCI que hoy nos acusan de habernos vuelto “leninistas” se hayan olvidado de lo que también ellos votaron hace años. Sin duda lo hicieron con la ligereza y la despreocupación del entusiasmo estudiantil de los años posteriores al 68.
Sea como sea, no son un dechado de honradez cuando acusan a la CCI de haber cambiado de posición como para dar a entender que serían ellos los fieles a la verdadera CCI de los orígenes.
Ya hemos presentado rápidamente nuestra concepción del militante revolucionario. Ya hemos mostrado por qué es heredera en buena parte del combate y de los aportes del Lenin de ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás. Ya hemos subrayado la importancia de plasmar lo más fiel y más rigurosamente posible en la práctica militante cotidiana, gracias a los estatutos de la organización, esa definición de militante. Y en esto también nos mantenemos fieles al método y las enseñanzas de Lenin en materia de organización. El combate político por establecer reglas precisas en las relaciones organizativas, o sea los estatutos, es algo fundamental. Al igual que el combate por que se respeten, claro está. Sin éste, las grandes declaraciones sobre el partido no son más que fantasmadas.
Por los propios límites de este artículo, no podremos presentar nuestra concepción sobre la unidad de la organización política y mostrar en qué la lucha de Lenin contra la pervivencia de los círculos, en el IIº Congreso del POSDR, fue un aporte teórico y político de la primera importancia. En lo que sí queremos insistir es en la importancia práctica que tiene el plasmar esa unidad en los estatutos de la organización: “El carácter unitario de la CCI se plasma también en estos estatutos”, como así se dice en éstos. Lenin expresa muy bien el porqué de esa la necesidad:
“El anarquismo señorial no comprende que hacen falta unos Estatutos formales precisamente para sustituir el estrecho nexo de los círculos con un amplio nexo del Partido. No se precisaba ni era posible revestir de una forma definida el nexo existente en el interior de un círculo, pues dicho nexo estaba basado en la amistad personal o en una “confianza” incontrolada y no motivada. El nexo del Partido no puede ni debe descansar ni en la una ni en la otra; es indispensable basarlo precisamente en unos estatutos formales, redactados “burocráticamente” ([41]) (desde el punto de vista del intelectual relajado), y cuya estricta observancia es lo único que nos garantiza de la arbitrariedad y de los caprichos de los círculos y calificado de libre «proceso» de la lucha ideológica” ([42]).
Y es lo mismo en cuanto a la centralización de la organización contra toda visión federalista, localista, o visión de la organización como una suma de partes y hasta de individuos revolucionarios, autónomos. “El congreso internacional es el órgano soberano de la CCI”, dicen nuestros Estatutos. También en este aspecto nos reivindicamos nosotros del combate de Lenin y de su necesaria concreción práctica en los Estatutos de la organización, tanto para el POSDR de entonces como para las organizaciones de hoy. “En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del partido y de dilución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el Congreso del partido, como órgano supremo del mismo” ([43]).
Y lo mismo en cuanto a la vida política interna: el aporte de Lenin concierne también y especialmente los debates internos, el deber – y no sólo el simple derecho – de expresión de toda divergencia en el marco de la organización ante la organización en su conjunto; y una vez zanjados los debates y tomadas las decisiones por el congreso (órgano soberano, verdadera asamblea general de la organización) las partes y los militantes se subordinan al todo. Contrariamente a la idea, extendida a mansalva, de un Lenin dictatorial, que habría intentado a toda costa ahogar los debates y la vida política en la organización, en realidad no cesa de oponerse a la idea menchevique que veía el congreso como “un registrador, un controlador, pero no un creador” ([44]).
Para Lenin y la CCI, el congreso es “creador”. Entre otras cosas, rechazamos radicalmente toda idea de mandatos imperativos de los delegados por parte de sus mandatarios al congreso, lo cual es contrario a los debates más amplios, dinámicos y fructíferos. Lo cual reduciría los congresos a no ser más que “registradores” como lo quería Trotski en 1903. Un congreso “registrador” consagraría la supremacía de las partes sobre el todo, el imperio de la mentalidad de “cada uno en su casa”, del federalismo y del localismo. Un congreso “registrador y controlador” es la negación del carácter soberano del congreso. Con Lenin, estamos a favor de congresos “organismo supremo” del partido, con poder de decisión y de “creación”. El congreso “creador” implica que los delegados no estén “imperativamente” limitados, con las manos atadas, prisioneros del mandato que sus mandatarios le han dado ([45]).
El congreso “órgano supremo” significa también precisamente “supremacía” en términos programático, político y de organización, sobre las diferentes partes de la organización comunista. “«El congreso es la instancia suprema del Partido» y, por tanto, falta a la disciplina del partido y al reglamento del Congreso precisamente todo el que en cualquier forma ponga obstáculos a que cualquiera de los delegados apele, directamente ante el Congreso, sobre todas las cuestiones de la vida del partido, sin excepción alguna. El problema en discusión se reduce de este modo a un dilema: ¿círculos o partido? O se limitan los derechos de los delegados al Congreso, en virtud de imaginarios derechos o estatutos de toda suerte de grupos y círculos, o se disuelven totalmente antes del Congreso, y no sólo de palabra, sino de hecho, todas las instancias inferiores y los viejos grupitos…” ([46]).
Sobre esos puntos también no sólo nos reivindicamos del combate de Lenin, sino que además los hemos plasmado en las reglas organizativas, o sea en los estatutos de nuestra organización, conceptos de los que somos herederos y de los que nos consideramos como verdaderos continuadores.
Ya vimos que ni Rosa Luxemburg ni Trotski, por no citar a otros, no contestan a Lenin sobre el artículo 1 de los estatutos. Desdeñan totalmente esta cuestión, así como también descuidan la de los estatutos en general. En esto también prefieren limitarse a generalidades abstractas. Y cuando se dignan evocar esa cuestión, es para subestimarla por completo. En el mejor de los casos, consideran los estatutos de la organización política como una protección, como límites que no se han de traspasar. En el peor de los casos, no los consideran sino como armas represivas que se han de utilizar en casos excepcionales y con muchas precauciones. Aquí se ha de notar que esta concepción de los estatutos también es la de los estalinistas, que también no ven en ellos más que medidas represivas, con la única diferencia de que éstos no andan con “precauciones”.
Para Trotski, la fórmula de Lenin en el artículo 1 habría dejado “la satisfacción platónica de haber descubierto el remedio estatutario en contra del oportunismo (...). No hay duda: se trata de una forma simplista, típicamente administrativa de resolver una cuestión práctica muy grave” ([47]).
La misma Rosa Luxemburgo le contesta sin saberlo a Trotski, al afirmar que en el caso de un partido ya constituido (caso de un partido socialdemócrata de masas como en Alemania), “una aplicación más severa de la idea centralista en el estatuto de organización y una formulación más estricta de
los puntos sobre la disciplina de partido son muy apropiados para servir de barrera contra la corriente oportunista” ([48]). O sea que ella está de acuerdo con Lenin en el caso de Alemania, es decir en general. Sin embargo, en lo que concierne a Rusia, empieza diciendo “verdades abstractas” (“Las desviaciones oportunistas no pueden ser prevenidas a priori, sino que han de ser superadas por el propio movimiento”) que no significan nada sino es justificar “a priori” la renuncia a luchar contra el oportunismo en materia de organización. Lo que ella acaba haciendo, siempre para el caso ruso, o sea en lo concreto, burlándose de los estatutos “párrafos de papel”, del “puro papeleo”, y considerándolos como medidas excepcionales: “El estatuto del Partido no habría de ser una arma en contra del oportunismo, sino un medio de autoridad externa para ejercer la influencia preponderante de la mayoría revolucionaria proletaria realmente existente en el Partido” ([49]).
Nunca hemos estado de acuerdo con Rosa Luxemburg sobre este punto: “Rosa sigue repitiendo que es el mismo movimiento de las masas el que ha de superar el oportunismo. (...) Lo que no logra entender Rosa Luxemburg, es que el carácter colectivo de la acción revolucionaria es algo que se ha de forjar” ([50]). En cuanto a la cuestión de los estatutos, estábamos y seguimos estando de acuerdo con Lenin.
Los estatutos son para Lenin mucho más que simples reglas formales de funcionamiento, algo al que referirse en caso de situaciones excepcionales. Contrariamente a Rosa Luxemburg o a los mencheviques, Lenin define los estatutos como una línea de conducta, el espíritu que anima la organización y sus militantes día a día. Contrariamente a la comprensión de los estatutos como medios de coerción o de represión, Lenin entiende los estatutos en tanto que armas que imponen la responsabilidad de las diferentes partes de la organización y de los militantes, con respecto al conjunto de la organización política; armas que imponen el deber de expresión abierta, pública, ante el conjunto de la organización, de las divergencias y dificultades políticas.
Lenin no considera la expresión de los puntos de vista, de los matices, discusiones, divergencias, como un derecho de los militantes, sino como un deber y una responsabilidad con respecto al conjunto del partido y de sus miembros. Los estatutos son herramientas al servicio de la unidad y de la centralización de la organización, o sea armas contra el federalismo, contra el espíritu de circulo, el “amiguismo”, contra la vida política y la discusión paralelas. Más que límites exteriores, más aún que reglas, los estatutos son para Lenin como un modo de vida político, organizativo y militante.
“Las cuestiones en litigio, en el seno de los círculos, no se resolvían según unos Estatutos, «sino luchando y amenazando con marcharse» […] Cuando yo era únicamente miembro de un círculo (…) tenía derecho a justificar, por ejemplo, mi negativa a trabajar con X., alegando sólo la falta de confianza, sin tener que dar explicaciones ni motivos. Una vez miembro del partido, no tengo derecho a invocar sólo una vaga falta de confianza, porque ello equivaldría a abrir de par en par las puertas a todas las extravagancias y a todas las arbitrariedades de los antiguos círculos; estoy obligado a motivar mi “confianza” o mi “desconfianza” con un argumento formal, es decir, a referirme a esta o a la otra disposición formalmente fijada de nuestro Programa, de nuestra táctica, de nuestros Estatutos; estoy obligado a no limitarme a un “tengo confianza” o “no tengo confianza” sin más control, sino a reconocer que debo responder de mis decisiones, como en general toda parte integrante del partido debe responder de las suyas ante el conjunto del mismo; estoy obligado a seguir la vía formalmente prescrita para expresar mi “desconfianza”, para hacer triunfar las ideas y los deseos que emanan de esta desconfianza. Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista de un partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza” ([51]).
Los estatutos de la organización revolucionaria no son meras medidas excepcionales o protecciones. Son la concreción de los principios organizativos propios a las vanguardias políticas del proletariado. Producto de estos principios, son a la vez un arma de combate contra el oportunismo en materia de organización y los fundamentos en los que va a construirse y levantarse la organización revolucionaria. Son la expresión de su unidad, de su centralización, de su vida política y organizativa, como también de su carácter de clase. Son la regla y el espíritu que han de guiar cotidianamente a los militantes en su relación con la organización, en su relación con los demás militantes, en las tareas que les son confiadas, en sus derechos y deberes, en su vida cotidiana personal que no puede estar en contradicción ni con su actividad militante ni tampoco con los principios comunistas.
Para nosotros como para Lenin, la cuestión organizativa es una cuestión totalmente política y fundamental. La adopción de estatutos y el combate permanente para su respeto y aplicación está en el centro mismo de la comprensión y la lucha por la construcción de la organización política. También los estatutos son una cuestión teórica y totalmente política. ¿Será un descubrimiento de nuestra organización? ¿un cambio de posición?. “El carácter unitario de la CCI se expresa en estos estatutos, que son válidos para toda la organización (...). Estos estatutos son una aplicación concreta de la concepción de la CCI en materia de organización. Como tales, forman parte íntegra de la plataforma de la CCI” (Estatutos de la CCI).
En la lucha del proletariado, este combate de Lenin fue uno de los momentos esenciales para la constitución de su órgano político, que finalmente se concretó con la fundación de la Internacional comunista en marzo del 19. Antes de Lenin, la Primera internacional (AIT) había sido un momento tan importante. Después de Lenin, el combate de la Fracción italiana de la Izquierda comunista por su propia supervivencia fue otro momento también importante. Entre estas diversas experiencias hay un hilo rojo, una continuidad de principios, teórica y política, en materia de organización. Los revolucionarios de hoy deben integrar su acción en esa continuidad y unidad históricas.
Ya hemos citado ampliamente nuestros propios textos, que recuerdan claramente y sin ninguna ambigüedad nuestra filiación y patrimonio en cuestiones de organización. Nuestro “método” de reapropiación de las lecciones políticas y teóricas del movimiento obrero no es para nada un invento de la CCI. Lo hemos heredado de la Fracción italiana de la Izquierda comunista y de su publicación Bilan en los años 30, así como de la Izquierda comunista de Francia y de su revista Internationalisme en los 40. Es el método del que siempre nos hemos reivindicado y sin el que la CCI no existiría en su forma actual.
“La expresión más acabada de la solución al problema del papel que ha de desempeñar el elemento consciente, el partido, para la victoria del socialismo, fue realizada por el grupo de marxistas rusos de la antigua Iskra, y más particularmente por Lenin que le dio una definición principial ya en 1902 al problema del partido en su destacada obra ¿Qué hacer?. La noción que tenía Lenin del partido iba a servir de espinazo al Partido bolchevique y será uno de los aportes mayores de éste en la lucha internacional del proletariado” ([52]).
Efectivamente y sin la menor duda, el partido comunista mundial de mañana no podrá constituirse sin las principios adquiridos, teóricos, políticos y organizativos legados por Lenin. La recuperación real, y no declamatoria, de estas adquisiciones, así como su aplicación rigurosa y sistemática a las condiciones de hoy en día, son una de las mayores tareas que han de asumir los pequeños grupos comunistas hoy si realmente quieren contribuir al proceso de formación de dicho partido.
RL
[1] Organisation communiste et conscience de classe (Folleto de la CCI en francés), 1979.
[2] Kautsky, citado por Lenin en ¿Qué hacer?.
[3] Trotski, Nos tâches politiques, cap. “Au nom du marxisme!”, Belfond, 1970, París.
[4] Actas del IIº Congreso del POSDR, ediciones Era.
[5] P. Axelrod, “Sobre el origen y el significado de nuestras divergencias en cuanto a organización”, carta a Kautsky, idem.
[6] G. Plejánov, “La clase obrera y los intelectuales socialdemócratas”, 1904, idem.
[7] Ver Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) y Trotski, 1905 (1908-1909).
[8] Ver la primera parte de este artículo en la Revista nº 96.
[9] Lenin, Informe sobre 1905 (enero de 1917).
[10] Lenin, ¿Qué hacer?.
[11] Karl Marx es mucho más claro sobre este tema en algunas de sus obras. Pero éstas son en gran parte desconocidas entre los revolucionarios de entonces, pues no estaban disponibles o sin publicar. Obra fundamental sobre el tema de la conciencia, La Ideología alemana, por ejemplo, sólo se publicará por vez primera en…1932.
[12] Lenin, ¿Qué hacer?
[13] Idem.
[14] Organisations communistes et conscience de classe, folleto (en francés) de la CCI, 1979, p. 37.
[15] Ese artículo no es de la CCI, sino de los camaradas del Grupo proletario internacionalista (GPI) que luego formarían la sección de la CCI en México. El objeto del artículo “antes de criticar a Lenin [hay que] defenderlo, procurar restituir su pensamiento, expresar claramente cuáles eran sus preocupaciones y sus intenciones en el combate contra la corriente «economicista»” contra la comprensión parcial de ¿Qué hacer? por parte del BIPR. El artículo opone los pasajes citados, “la preocupación, las intenciones” de Lenin a la posición del BIPR que considera que “admitir que toda o incluso la mayoría de la clase obrera, habida cuenta del dominio del capital, pueda adquirir una conciencia comunista antes de la toma del poder y la instauración de la dictadura del proletariado, es sencillamente idealismo” («La conciencia de clase en la perspectiva comunista», en Revista comunista nº 2, publicada por el BIPR).
[16] “Conciencia de clase y Partido”, Revista internacional nº 57, 1989.
[17] En medio de las mentiras de la burguesía, conviene resaltar la pequeña contribución de RV, ex militante de la CCI, el cual declara que “hay una verdadera continuidad y coherencia entre las ideas de 1903 y acciones como la prohibición de fracciones en el seno del partido bolchevique o el aplastamiento de los insurrectos de Cronstadt” (RV, “Prise de position sur l’évolution récente du CCI”, cuya publicación corrió a nuestro cargo en nuestro folleto, en francés, La prétendue paranoïa du CCI.
[18] Lenin, Tesis de Abril, 1917.
[19] Lenin, ¿Qué hacer?.
[20] Idem, subrayado por Lenin.
[21] No hace falta recordar aquí el bajo nivel “escolar” y el analfabetismo dominante entre los obreros rusos. Ello no impidió que Lenin pensara que podían y debían integrarse en la actividad del partido de igual modo que los “intelectuales”.
[22] Ver la primera parte de este artículo en la Revista nº 96.
[23] “También llevará a cabo una ruptura con la visión socialdemócrata del partido de masas. Para Lenin, las condiciones nuevas de la lucha hacían necesario un partido minoritario de vanguardia que debía laborar por la transformación de las luchas económicas en luchas políticas” (Organisation communiste et conscience de classe, CCI, 1979)
[24] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.
[25] “Esta militante, que había pasado por las “escuelas” del partido socialdemócrata, expresa un apego incondicional al carácter de masas del movimiento revolucionario” (Organisation communiste et conscience de classe, CCI, 1979).
[26] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa.
[27] El lector habrá notado que esa visión deja la puerta totalmente abierta a la postura sustitucionista del partido – el partido que sustituye la acción de la clase obrera… hasta ejercer el poder de Estado en nombre de ella o a realizar acciones “golpistas” como las que harían los estalinistas.
[28] Martov, citado por Lenin en Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.
[29] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.
[30] Actas del IIº congreso del POSDR, ediciones Era, 1977.
[31] K. Marx, Manifiesto del partido comunista.
[32] «Tesis sobre la táctica del Partido comunista de Italia», Tesis de Roma, 1922.
[33] Lénine, Un pas en avant, deux pas en arrière, souligné par Lénine, i) paragraphe premier.
[34] El bolchevique Pavlóvich, citado por Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás.
[35] Ver en nuestra prensa territorial los artículos contra el cese de la publicación de Daad en Gedachte, revista del grupo consejista holandés del mismo nombre.
[36] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás.
[37] Ya hemos criticado la imprecisión y el oportunismo de BC en Italia sobre esta cuestión a propósito de los militantes del GPL (ver, por ejemplo, en Révolution internationale, publicación territorial de la CCI en Francia, nº 285, diciembre de 1998). No es algo aislado: en el sitio Internet del BIPR ha aparecido un artículo titulado “¿Deben trabajar los revolucionarios en los sindicatos reaccionarios?”. En este artículo, sin firma, y en el que el autor parece ser miembro de la CWO, se responde a la pregunta del título: “los materialistas, no los idealistas, deben contestar que sí”, con dos argumentos principales: “Muchos obreros combativos están en los sindicatos” y “los comunistas no deben despreciar a esas organizaciones que agru-pan a los trabajadores en masa (sic)”. Esta posición está en total contradicción con la de BC – y por lo tanto, suponemos, con la del BIPR –, reafirmada en el último congreso en la que se dice que “no puede haber defensa real de los intereses obreros, ni los más inmediatos siquiera, si no es fuera y en contra de la línea sindical”. Y sobre todo, el problema es que no se sabe quién ha escrito el artículo: ¿un militante o un simpatizante del BIPR? Y en uno u otro caso, ¿por qué no hay ninguna toma de postura, ninguna crítica? ¿Es un olvido?, ¿Es oportunismo para reclutar un nuevo militante al que le siguen colgando los harapos del izquierdismo? ¿O es sencillamente subestimación de la cuestión organizativa? Una vez más, en los grupos del BIPR todo esto suena a Martov… Por lo que sabemos, desde entonces esta parte el texto ha sido retirado de Internet sin más explicaciones.
[38] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa.
[39] Lenin, «Respuesta a Rosa Luxemburg», publicada en Nos tâches politiques de Troski (Ediciones Belfond, Paris).
[40] Organisations communistes et conscience de classe, folleto de la CCI, en francés, p.40.
[41] Es otro ejemplo del método polémico de Lenin, el cual recoge las acusaciones de sus adversarios para volverlas contra ellos (ver la primera parte de este artículo en el número anterior de esta Revista).
[42] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, “La nueva Iskra”.
[43] Ibídem.
[44] Trotski, Informe de la delegación siberiana.
[45] El delegado del Partido comunista alemán, Eberlein a lo que al principio no iba a ser sino una conferencia internacional en marzo de 1919, tenía el mandato de oponerse a la constitución de la IIIª Internacional, la Internacional comunista (IC). Estaba claro para todos los participantes, en particular Lenin, Trotski, Zinoviev y los dirigentes bolcheviques que la fundación de la IC no podía llevarse a cabo sin la adhesión del PC alemán. Si Eberlein hubiera quedado “prisionero” de su mandato imperativo, sordo a los debates y a la dinámica misma de la conferencia, la Internacional, como Partido mundial del proletariado, no habría sido fundada.
[46] Lenin, Una paso adelante, dos pasos atrás, “Comienza el Congreso…”.
[47] Trotski, Informe de la delegación siberiana.
[48] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa.
[49] Idem, subrayado por nosotros.
[50] Organizaciones comunistas y conciencia de clase, folleto de la CCI, 1979.
[51] Lenin, Un paso hacia adelante, dos pasos atrás, “o). El oportunismo en materia de organización”.
[52] Internationalisme, nº 4, 1945.
“Vivimos en un mundo un poco desquiciado. Kosovo, donde se descubren cada día crímenes contra la humanidad; los demás conflictos, menos espectaculares, pero tan portadores de horrores en Africa y Asia; crisis económicas y financieras que estallan repentinamente, imprevistas, destructoras, la miseria que se incrementa en muchas partes del mundo…” (le Monde, 22/06/99). Diez años después de la “guerra fría”, el desmoronamiento del bloque del Este y la desaparición de la URSS, diez años después de las proclamas sobre la “victoria del capitalismo” y las declaraciones entusiastas sobre la apertura de una “era de paz y de prosperidad”, ésa es la conclusión un tanto desencantada, o más bien cínica, pero discreta, de uno de los principales dirigentes de la burguesía, el presidente francés, Jacques Chirac.
Otro político eminente de la burguesía, el ex presidente americano Carter hace el mismo balance sobre la realidad del capitalismo desde 1989. “Cuando se acabó la guerra fría hace 10 años, esperábamos una era de paz. Lo que hemos tenido en lugar de ésta, ha sido una década de guerra” (International Herald Tribune, 17/06/99). La situación del mundo capitalista es catastrófica. La crisis económica echa a millones de seres humanos en la mayor de las miserias. “La mitad de la población mundial vive con menos de 1,5 $ por día y mil millones de hombre y mujeres con menos de 1$” (le Monde diplomatique, junio de 1999). La guerra y su cortejo de atrocidades se ensañan en todos los continentes. Esta locura – con las propias palabras de Chirac – implacable, asoladora, sangrienta, asesina, es la consecuencia del atolladero histórico del mundo capitalista cuyas guerras en Kosovo y Serbia, entre India y Pakistán – dos países que poseen armas nucleares – son las más recientes y dramáticas ilustraciones.
En el momento en que la guerra aérea se acaba en Yugoslavia, en que las grandes potencias imperialistas claman otra vez victoria, en que los medios desarrollan enormes campañas sobre las bondades humanitarias de la guerra de la OTAN y sobre la causa noble que defendía, en el momento en que se habla de reconstrucción, de paz y de prosperidad para los Balcanes, vale la pena fijarse en las confidencias discretas – en un momento, quizás, de cansancio – de Carter y de Chirac. Desvelan la realidad de las campañas ideológicas que hay que soportar cada día y que no son más que mentiras.
A nosotros, comunistas, no nos enseñan nada. Desde siempre, el marxismo ([1]) ha defendido en el seno del movimiento obrero que el capitalismo sólo podía desembocar en un callejón económico, en la crisis, en la miseria y en conflictos sangrientos entre Estados burgueses. Desde siempre, y sobre todo desde la Primera Guerra mundial, el marxismo ha afirmado que “el capitalismo es la guerra”. Un tiempo de paz no es más que un momento de la preparación de la guerra imperialista; y cuanto más hablan de paz los capitalistas, más preparan la guerra.
En las columnas de esta Revista internacional, en los últimos diez años, hemos denunciado muchas veces los discursos sobre la “victoria del capitalismo” y el “fin del comunismo”, sobre la “prosperidad venidera” y la “desaparición de las guerras”. No nos hemos cansado de denunciar esas paces que en realidad preparan peores guerras. Hemos denunciado la responsabilidad de las grandes potencias imperialistas en la multiplicación de conflictos locales por el planeta entero. Fueron los antagonismos imperialistas entre los principales países capitalistas los que organizaron la dislocación de Yugoslavia, la explosión de las exacciones y de las matanzas de todo tipo llevadas a cabo por los gángsteres nacionalistas, y el desencadenamiento de la guerra. En esta Revista, hemos denunciado el irremediable desarrollo del caos bélico en los Balcanes.
“La carnicería que está llenando de muertos la antigua Yugoslavia desde hace ya tres años, no va a terminar pronto ni mucho menos. Demuestra hasta qué punto los conflictos guerreros y el caos nacidos de la descomposición del capitalismo se ven atizados por la actuación de los grandes imperialismos. En fin de cuentas, en nombre del “deber de injerencia humanitaria”, la única alternativa que unos y otros son capaces de proponer es: o bombardear a las fuerzas serbias o enviar más armas a los bosnios. En otras palabras, frente al caos guerrero que provoca la descomposición del sistema capitalista, la única respuesta que éste pueda dar, por parte de los países más poderosos e industrializados, es más guerra todavía” (Revista internacional nº 78, junio de 1994).
En aquel momento, la alternativa era o bombardear a los serbios o armar a los bosnios. Y acabaron bombardeando a los serbios y armando a los bosnios. Resultado: esa guerra hizo todavía más víctimas: Bosnia está dividida en tres zonas “étnicamente puras” y ocupada por los ejércitos de las grandes potencias, la población vive en la miseria, una gran parte son refugiados que nunca volverán a sus casas. En fin de cuentas: unas poblaciones que llevaban viviendo juntas desde hacía siglos y que ahora están divididas, desgarradas por la sangre y las matanzas.
En Kosovo, “sacando las lecciones de Bosnia”, los grandes imperialismos han bombardeado inmediatamente a las fuerzas serbias, entregando armas a los kosovares del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK). Dan asco esa admiración y ese entusiasmo de los expertos militares y de los periodistas ante los 1100 aviones de la OTAN, las 35 000 misiones cumplidas, las 18 000 bombas con más de 10 000 misiles que han “tratado” – es la palabra que usan – 2000 objetivos. Resultado del terror de los grandes y pequeños imperialismos, por la OTAN, por las fuerzas serbias, por el UCK: decenas de miles de muertos, incontables desmanes por parte de la soldadesca de los gansterillos imperialistas, los paramilitares serbios y el UCK, un millón de kosovares y unos cien mil serbios obligados a abandonar sus casas en condiciones dramáticas, en llamas, tras haberles robado todo, chantajeados por unos o por otros. Las grandes potencias imperialistas son las primeras responsables del terror y de las matanzas perpetradas por las milicias serbias y el UCK: las poblaciones kosovares y serbias son las víctimas del imperialismo al igual que las bosnias, las croatas y las serbias lo fueron durante la guerra de Bosnia y lo siguen siendo. Desde 1991, los muertos son más de 250 000 y las “personas desplazadas” 3 millones, todo ello provocado por el reparto nacionalista e imperialista de Yugoslavia.
¿Qué dicen los Estados democráticos frente a un balance tan espantoso ?: “Debemos aceptar la muerte de algunos para salvar al mayor número” (Jamie Shea, 15 de abril, le Monde, suplemento del 19/6). Esa declaración del portavoz de la OTAN, justificando las muertes de civiles inocentes serbios y kosovares a causa de las “pérdidas colaterales”, no tiene nada que envidiar al fanatismo de los dictadores demonizados por la causa, de un Milosevic hoy como de un Sadam ayer o de un Hitler anteayer. Esa es la estricta realidad tras los bonitos discursos sobre la “injerencia humanitaria” de las grandes potencias. Democracia y dictadura pertenecen al mismo mundo capitalista.
Como veíamos con Carter o Chirac, ocurre a veces que los burgueses no mienten. Les ocurre también que cumplen sus promesas. Los generales de la OTAN prometieron que destruirían Serbia y que la harían volver 50 años atrás. Y lo han cumplido. “Tras 79 días de bombardeos, la federación (yugoslava) ha vuelto a cincuenta años atrás. Las centrales eléctricas y las refinerías de petróleo han quedado sino ya totalmente destruidas, como mínimo incapaces de abastecer una producción de energía suficiente – en todo caso para este invierno –, las infraestructuras viarias y las telecomunicaciones están inutilizables, las vías navegables impracticables. El desempleo, que alcanzaba al 35 % de la población antes de los bombardeos, va seguramente a duplicarse. Según el experto Pavle Petrovic, la actividad económica se ha reducido 60 % con relación a la de 1998” (Le Monde, suplemento del 19/6). La ruina de Yugoslavia viene acompañada de una verdadera catástrofe económica también para los vecinos – ya entre los más pobres de Europa: Macedonia, Albania, Bulgaria, Rumania – de un flujo de refugiados y la parálisis de las economías, por el paro de los intercambios con Serbia y por el bloqueo del comercio por el Danubio y por carretera.
Los bombardeos han provocado una catástrofe ecológica en Serbia, al igual que en los países de su entorno: suelta de bombas no usadas en el Adriático para daño de los pescadores italianos, lluvias ácidas en Rumania, “tasas elevadas de dioxina” en Grecia, “concentraciones atmosféricas de dióxido de azufre y metales pesados” en Bulgaria, múltiples capas de petróleo en el Danubio. “En Serbia, los daños ecológicos parecen mucho más preocupantes (…) Pero, como dice un funcionario de Naciones Unidas, protegido por el anonimato, «en otras circunstancias, nadie dudaría en llamarlo desastre ambiental»” (le Monde, 26/95) Como lo dice este anónimo “en otras circunstancias” muchos se indignarían y, entre los primeros, los ecologistas. En estas circunstancias, en cambio, los Verdes en los gobiernos de Alemania y Francia, en particular, han sido los primeros belicistas, y ya comparten la responsabilidad de una de las mayores catástrofes ecológicas de nuestro tiempo. Han participado en la decisión de lanzar bombas de grafito que provocan polvos cancerígenos con consecuencias incalculables en los años venideros. Y lo mismo con las bombas de fragmentación – con los mismos efectos devastadores que las minas antipersonal – diseminadas ahora por Serbia, y, sobre todo, en… Kosovo, en donde ya empiezan a hacer estragos entre los niños (¡… y los soldados ingleses!). El pacifismo y la “defensa de la ecología” de esos Verdes están al servicio del capital y, de todos modos, subordinados a los intereses fundamentales de su capital nacional, sobre todo cuando éstos están en juego. O sea que son pacifistas y ecologistas cuando no hay guerra. En los hechos, en la guerra imperialista y por las necesidades del capital nacional, son belicistas y contaminadores a gran escala como todos los demás partidos de la burguesía.
¿No había que intervenir frente al terror del Estado serbio sobre la población kosovar? ¿No había que parar a Milosevic? Es el cuento del bombero pirómano: los incendiarios, quienes prendieron la pólvora a partir de 1991, vienen ahora a justificar su intervención con sus propias fechorías. ¿Quién, si no las grandes potencias imperialistas durante estos diez años, ha permitido a las peores camarillas y mafias nacionalistas croatas, serbios, bosnios y ahora kosovares que hayan desencadenado su histeria nacionalista sangrienta y la limpieza étnica en una vorágine infernal? ¿Quién, si no Alemania, animó y apoyó la independencia unilateral de Eslovenia y de Croacia, autorizando así y precipitando las oleadas nacionalistas de los Balcanes, las matanzas y el exilio de las poblaciones serbias y después bosnias? ¿Quién, si no Francia y Gran Bretaña, han avalado la represión, las matanzas de poblaciones croatas y bosnias y la limpieza ética de Milosevic y de los nacionalistas de la Gran Serbia? ¿Quién, si no Estados Unidos, ha apoyado y equipado después a las diferentes bandas armadas en función de la posición de su rival del momento? La hipocresía y la doblez de las democracias occidentales “aliadas” no tienen límites cuando se trata de justificar los bombardeos con lo de la “injerencia humanitaria”. Así como las rivalidades entre las grandes potencias, al provocar el estallido de Yugoslavia, liberaron y precipitaron la histeria y el terror nacionalistas, la intervención aérea masiva de la OTAN ha autorizado a Milosevic a agravar su represión antikosovar y a dar rienda suelta a su soldadesca. Incluso los expertos de la burguesía lo reconocen, discretamente claro está, haciendo como si se lo plantearan: “La intensificación de la limpieza étnica era previsible (…) ¿Se había previsto la limpieza étnica masiva al iniciarse los bombardeos? Si la respuesta es positiva, ¿cómo justificar entonces la débil cadencia de las operaciones de la OTAN en comparación con el ritmo que se les dio al cabo de un mes, después de la cumbre de Washington?” (François Heisbourg, presidente del Centro de política de seguridad de Ginebra, 3/05, Le Monde, suplemento del 19/06). La respuesta a la pregunta es clara: la vil utilización del millón de refugiados, de sus dramas, de las condiciones de su expulsión, de las amenazas, de las vejaciones de todo tipo que tuvieron que soportar de los milicianos serbios, para fines imperialistas, para conmover a la población de las grandes potencias y justificar así la ocupación militar de Kosovo (y una eventual guerra terrestre si hubiera sido “necesaria”) Hoy, el descubrimiento de las fosas y de su utilización propagandística sirve para seguir justificando la permanencia de una situación de guerra y ocultar las verdaderas responsabilidades.
Pero, al fin y al cabo, el éxito militar de la OTAN ¿ no ha permitido acaso que los refugiados vuelvan a sus casas y que haya vuelto la paz ? Una parte de los refugiados kosovares (“Es evidente que muchos refugiados kosovares no volverán jamás a su casa destruida”, Flora Lewis, International Herald Tribune, 4/06) van a volver a su casa para encontrarse con una región asolada y, en muchos casos, con las ruinas humeantes de sus casas. En cuanto a los habitantes serbios de Kosovo, les toca ahora a ellos ser refugiados, unos refugiados que la burguesía serbia rechaza e intenta expulsar hacia Kosovo, en donde son víctimas de todos los odios, cuando no son asesinados por el UCK. Al igual que en Bosnia, un torrente de sangre separa ahora a las diferentes poblaciones. Como en Bosnia, habría que reconstruirlo todo. Pero, al igual que en Bosnia, la reconstrucción y el desarrollo económicos sólo serán promesas propagandísticas de las grandes potencias imperialistas. Las pocas reparaciones que se hagan será en las carreteras y puentes para restablecer lo antes posible la mejor circulación para las fuerzas de ocupación de la KFOR. Los medios lo utilizarán para añadir otro capítulo en la propaganda sobre lo “humanitaria” que ha sido la intervención militar. Sin la menor duda, Kosovo, miserable ya antes de la guerra, no levantará cabeza. La situación de guerra, en cambio, no va a desaparecer. Los bomberos incendiarios de la OTAN han intervenido echando leña a un fuego y haciendo todavía más inestable la zona. Con la ocupación y el reparto de Kosovo por los diferentes imperialismos, bajo las siglas de la KFOR, se está reproduciendo la situación de Bosnia, que la IFOR y la SFOR siguen ocupando desde 1995 y los acuerdos de “paz” de Dayton. “Con Bosnia, el conjunto de la región va a estar militarizada por la OTAN durante veinte o treinta años” (W. Zimmermann, último embajador de EE.UU. en Belgrado, Le Monde, 1-7/06)
¿Y qué va a ser de la población? En el mejor de los casos, al principio, una paz armada en medio de un país en ruinas, la división étnica, la miseria, los desmanes de las milicias, el reino de las bandas armadas y de la mafia. Más tarde, nuevos enfrentamientos militares en la región y en los países del entorno (¿Montenegro, Macedonia…?) en donde volverán a concretarse las rivalidades imperialistas de las grandes potencias. Se acaba de inaugurar pues, en Kosovo, el reinado de los reyezuelos de la guerra, de los diferentes clanes mafiosos, con el uniforme del UCK muy a menudo, tras los cuales cada imperialismo – especialmente en su zona de ocupación – va a intentar ganar la partida a sus rivales.
Y por si alguien dudara de ese guión, ¿qué mejor ejemplo, casi caricaturesco, de la lógica implacable de los grandes capos imperialistas que el precipitado galope de los paracaidistas rusos por llegar los primeros a Prístina y ocupar el aeropuerto? No esperan, ni mucho menos, beneficios económicos, ni de “echar mano del mercado de la reconstrucción”, ni siquiera de controlar los escasos recursos mineros. No existe el más mínimo interés económico directo en la guerra de Kosovo, o es de una importancia tan mínima que no puede ser su causa, ni siquiera una de las razones de la guerra. Sería ridículo considerar que la guerra contra Serbia era para controlar los recursos económicos de ese país, ni siquiera controlar el Danubio, por muy importante que sea esta vía de comunicación comercial. En esta guerra, de lo que se trata para cada imperialismo es asegurarse un sitio, el mejor posible, en el desarrollo de las rivalidades entre grandes potencias para defender sus intereses imperialistas, o sea, estratégicos, diplomáticos y militares.
Una de las consecuencias del atolladero económico en que está la economía capitalista y de la competencia disparatada resultante, es la de trasladar esa competencia desde lo económico al plano imperialista para acabar en guerra total, como lo demostraron las dos guerras imperialistas mundiales de este siglo. Consecuencia histórica del atolladero económico, los antagonismos imperialistas tienen su dinámica propia: no son la expresión directa de las rivalidades económicas y comerciales como lo han demostrado los diferentes alineamientos imperialistas a lo largo de este siglo, especialmente durante y al cabo de ambas guerras mundiales. La búsqueda de ventajas económicas directas es una razón cada vez más secundaria en las motivaciones imperialistas.
Esta explicación del porqué de las estrategias de la guerra actual puede leerse en las explicaciones de algunos “pensadores” de la clase dominante, en publicaciones que no están, claro está, destinadas a las masas obreras, sino a una minoría “ilustrada”: “En cuanto a la finalidad, los objetivos reales de esta guerra, la Unión Europea y Estados Unidos persiguen, cada uno por su lado y por motivos diferentes, metas muy precisas, pero que no se han hecho públicas. La Unión Europea lo hace por consideraciones estratégicas” y para EE.UU. “Lo de Kosovo proporciona un pretexto ideal para cerrar un asunto que les preocupaba mucho: la nueva legitimidad de la OTAN (…) «a causa de la influencia política que a Estados Unidos otorga la OTAN en Europa y porque bloquea el desarrollo de un sistema estratégico europeo rival del de EE.UU.»” (Ignacio Ramonet, en le Monde diplomatique, junio de 1999, citando a William Pfaf, “What Good Is Nato if America Intends to Go It Alone”, en International Herald Tribune del 20/05)
Esa lógica implacable del imperialismo, hecha de rivalidades, antagonismos y conflictos cada vez más agudos, se ha plasmado en el estallido y en el curso de la guerra misma. La unidad misma de los aliados occidentales en la OTAN, era ya el resultado de una relación de fuerzas momentánea e inestable entre rivales. En las negociaciones de Rambouillet, bajo la égida de Gran Bretaña y Francia – con la ausencia de Alemania – fueron los representantes kosovares quienes empezaron rechazando las condiciones de un acuerdo bajo la presión de… Estados Unidos. Después, con la llegada, de improviso, de la secretaria de Estado, Madeleine Albright, ante la impotencia de los europeos, fueron los serbios quienes rechazaron las condiciones que EE.UU. quería imponerles con la exigencia, de hecho, de la capitulación completa y sin combate de Milosevic: derecho para las fuerzas de la OTAN de circular libremente, sin autorización, por todo el territorio de Yugoslavia ([2]) ¿Por qué semejante ultimátum inaceptable? “El tira y afloja de Rambouillet, dijo recientemente uno de sus colaboradores (de la Sra. Albright), tenía “un solo objetivo”: que la guerra se iniciara con los europeos, obligados a participar en ella”([3]). Una refutación más a las mentiras humanitarias de la burguesía. Y efectivamente, las burguesías inglesa y francesa, aliadas tradicionales de Serbia, no pudieron sustraerse del compromiso militar contra ese país. Negarse a alistarse en él hubiera significado para esas potencias quedarse fuera de juego al final del conflicto. A partir de ahí, todas las fuerzas imperialistas pertenecientes a la OTAN, de las mayores a las más chicas, estaban obligadas a participar en los bombardeos. Ausente de Rambouillet, Alemania encontró la ocasión “humanitaria” para entrar en el juego y participar por primera vez desde 1945 en una intervención militar. El resultado directo de esos antagonismos fue dar carta blanca a Milosevic y a sus secuaces para que se entregaran con fruición y si trabas a la limpieza étnica y fue el comienzo del infierno para millones de personas en Kosovo y Serbia.
Ocupación y reparto imperialista de Kosovo: un éxito para Gran Bretaña
Y hoy, de esas divisiones imperialistas, ha resultado el reparto de Kosovo en cinco zonas de ocupación – con una tropa rusa en medio – en las cuales cada imperialismo va a jugar sus bazas contra los demás. Cada uno está ahí para proteger y apoyar a sus aliados tradicionales contra los demás. El juego imperialista criminal va a poder jugar una nueva partida con nuevas cartas. Si Gran Bretaña y Francia no hubieran participado en los bombardeos contra Yugoslavia, ahora estarían a nivel de Rusia. Su participación en los bombardeos les ha otorgado cartas mucho mejores, sobre todo a los británicos, que están a la cabeza de la ocupación terrestre. El imperialismo inglés dirige la KFOR, ocupa el centro del país y su capital, está saliendo muy fortalecido tanto en lo militar como en lo diplomático. Hoy, en Kosovo, es él el que posee las mejores cartas, a la vez como aliado histórico de Serbia, a pesar de los bombardeos, y gracias a su mayor capacidad para enviar la mayor cantidad de soldados con la mayor rapidez y en tropas terrestres muy profesionales. A esto se deben los llamamientos incesantes de Tony Blair, durante toda esta guerra, a favor de la intervención terrestre. La burguesía estadounidense, dueña absoluta de la guerra aérea, ha intentado sabotear todo avance diplomático, procurando retrasar así un posible alto el fuego en el que perdería el control absoluto de la situación ([4]). Francia, en menor grado que Gran Bretaña, sigue en el juego, al igual que Italia, ésta más como vecino que como gran potencia determinante. Y, en fin, Rusia, que ha logrado que le ofrezcan un banquillo, desde el que no podrá sino seguir el juego de los demás, pero eso sí, con posibilidad de perturbarlo.
Un nuevo paso en las pretensiones imperialistas de Alemania
Pero sólo una potencia imperialista ha hecho verdaderos avances hacia sus objetivos en estos diez años sangrientos en los Balcanes, Alemania. Mientras que EE.UU., Gran Bretaña y Francia – por no citar más que a las más determinantes – se opusieron al desguace de Yugoslavia, Alemania, en cambio, ya desde el principio de 1991, haciendo de la cuestión yugoslava “su caballo de batalla” ([5]), tenía un objetivo opuesto, el de batallar contra el “cerrojo” serbio. Eso es lo que hoy sigue buscando con la financiación y el armamento oculto del UCK en Kosovo, a la vez que se asegura posiciones de fuerza en Albania. A lo largo de toda esta década, Alemania ha adelantado sus peones imperialistas. La desarticulación de Yugoslavia le ha permitido ampliar su influencia imperialista desde Eslovenia y Croacia hasta Albania. La guerra contra Serbia, con su aislamiento y su ruina, han permitido a Alemania participar por primera vez desde 1945 en operaciones militares aéreas o terrestres. Excluida de Rambouillet, ha sido en Bonn y en Colonia, bajo su presidencia, donde el G8 – los siete países más ricos y Rusia – ha discutido y adoptado los acuerdos de paz y la resolución de la ONU. Con 8 500 soldados es el segundo ejército de la KFOR. Calificada todavía a principios de los 90 de gigante económico y enano político, Alemania es la potencia imperialista que se ha ido afirmando y ha ido marcando puntos contra sus rivales desde entonces.
Helmut Kohl, ex canciller, expresa perfectamente las esperanzas y los objetivos de la burguesía germana: “El siglo XX ha sido durante mucho tiempo bipolar. Hoy, en Estados Unidos también, muchos son quienes se agarran a la idea de que el siglo XXI será unipolar y americano. Es un error” (Courrier international, 12/05). No lo dice, pero seguro que su esperanza es que el XXI sea un siglo también bipolar con Alemania de rival de Norteamérica.
El reparto de Kosovo agrava las rivalidades entre las grandes potencias
Ahora, pues, todas las grandes potencias están frente a frente en Kosovo, directa y militarmente en el terreno. Aunque hoy por hoy sean inimaginables los enfrentamientos directos entre grandes potencias, ese frente a frente no deja de ser una nueva agravación, un nuevo paso en el desarrollo y la agudización de los antagonismos imperialistas. Directamente in situ por “veinte años” como ha dicho el ex embajador de EE.UU. en Yugoslavia, unos y otros van a armar y excitar a las bandas armadas de sus protegidos locales, milicias serbias y bandas mafiosas albanesas, para entrampar y fastidiar a sus rivales. Van a multiplicarse los golpes bajos y las provocaciones de todo tipo. En resumen, millones de ex yugoslavos, por intereses geoestratégicos antagónicos, o sea intereses imperialistas opuestos, han vivido en un infierno y ahora van a seguir pagando con su miseria, sus dramas y su desesperanza la locura imperialista del mundo capitalista.
La guerra de Kosovo va a multiplicar los conflictos locales
La mecánica infernal de los conflictos imperialistas, de ello no cabe duda, va a agudizarse más todavía, yendo de un punto a otro del planeta. En esa espiral devastadora, todos los continentes, todos los Estados, grandes o pequeños, están afectados. Esto queda confirmado por el estallido del conflicto armado entre India y Paquistán, dos países que llevan ya años dedicándose a la carrera acelerada de armamentos nucleares, así como los recientes enfrentamientos entre las dos Coreas. La intervención armada de la OTAN ha añadido leña al fuego en el planeta entero y está ya anunciando las contiendas venideras: “El éxito de la colación multinacional dirigida por EE.UU. en Kosovo reforzará la difusión de misiles y de armas de destrucción masiva en Asia (…). Es ahora imperativo que las naciones posean la mejor tecnología militar” (International Herald Tribune, 19/06)
¿Por qué será “imperativo”? Pues, porque “en el período de decadencia del capitalismo, todos los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el periodo que acaba de terminar [la desaparición de la URSS y del bloque del Este] es que esas peleas, esos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del gendarme imperialista ruso, y la que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales “socios” de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil” (“Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos”, Revista internacional nº 61, 1990).
Esa toma de posición se ha confirmado desde principios de la década hasta hoy. Al menos en lo que se refiere a los conflictos imperialistas locales. Pero, en cuanto a nuestra posición sobre el papel y el lugar que para nosotros tiene el proletariado internacional en la evolución de la situación, ¿dónde estamos?
El proletariado internacional no ha podido oponerse al estallido de los conflictos imperialistas locales en esta década. Ni siquiera en Europa, en Yugoslavia, a dos pasos de las principales concentraciones obreras del mundo. La impotencia del proletariado a ese nivel se ha vuelto a poner de relieve en esta guerra de Kosovo. Ni el proletariado internacional, ni menos todavía el de Serbia, han expresado una oposición directa a la guerra.
Nosotros somos, claro está, solidarios de la población serbia que se ha manifestado a la llegada de los ataúdes de soldados. Como también somos solidarios de las deserciones colectivas que se han producido en esta ocasión. Han sido un claro mentís a la despreciable propaganda de las grandes potencias de la OTAN que lo han hecho todo para que todos los serbios aparezcan como asesinos, torturadores, todos unidos detrás de Milosevic.
Por desgracia, esas reacciones contra la guerra no han podido desembocar en una real expresión de la clase obrera, única capaz de ofrecer una respuesta real, por mínima que sea, a la guerra imperialista. Lo que ha empujado a Milosevic a firmar los acuerdos de paz ha sido fundamentalmente el aislamiento internacional de Serbia, el desaliento de fracciones significativas de la burguesía serbia ante las destrucciones del aparato económico, la perspectiva amenazadora de la intervención terrestre de la OTAN y el abatimiento que se iba apoderando de una población sometida día tras día a los bombardeos. “Estamos solos. La OTAN no va a hundirse, ni mucho menos. Rusia no ayudará militarmente a Yugoslavia, y la opinión internacional está contra nosotros” (declaraciones del 26/04 de Vuk Draskovic, vice-primer ministro de Milosevic, especialista en mudanzas, en le Monde, suplemento 19/06).
¿Significa eso que el proletariado ha estado totalmente ausente frente a la guerra de Kosovo? ¿Significa eso que la relación de fuerzas existente entre proletariado y burguesía, a nivel histórico e internacional, no influye para nada en la situación que estamos viviendo? No. Para empezar, la situación histórica actual surgida con el final de los bloques imperialistas, es el resultado de la relación de fuerzas entre las dos clases. La oposición del proletariado internacional, a lo largo de los años 1970 y 1980, a los ataques económicos y políticos también se expresó en su resistencia, especialmente en los países centrales del capitalismo, y su “insumisión” frente a la defensa de los intereses nacionales en el plano económico, y, todavía más, en el plano imperialista (ver Revista internacional nº 18, el artículo “El curso histórico”). Y el desarrollo mismo de la guerra de Kosovo ha vuelto a confirmar ese curso histórico, esa resistencia proletaria, aunque el proletariado no haya podido impedirla.
Durante esta guerra, la clase obrera ha sido una preocupación constante de la burguesía. Los temas de la campaña de propaganda, la intensidad de la matraca de los medios han necesitado tiempo y esfuerzos para lograr, tras mucho afán, que una corta mayoría “aceptara” la guerra – por defecto, podría decirse. Y eso… en los sondeos de los países de la OTAN, y no en todos los países. Y desde luego, al principio, no. Tuvieron que hacer pasar y pasar las imágenes dramáticas e insoportables de las familias albanesas hambrientas y agotadas para que la burguesía lograra obtener un mínimo de aceptación (y no de “adhesión”). Y, a pesar de ello, el síndrome del Vietnam, es decir las inquietudes ante la intervención terrestre y los riesgos de reacciones populares frente al retorno de los soldados muertos ha seguido frenando a la burguesía en el compromiso de sus fuerzas armadas.
“La opción aérea adoptada tiende a preservar lo más posible la vida de los pilotos, pues la pérdida o la captura de algunos podría tener efectos nefastos sobre el apoyo de la opinión pública a la operación” (Jamie Shea, 15/04, Le Monde, suplemento del 19/06). Y eso que se trata, en la mayoría de los ejércitos occidentales, de soldados de profesión y no de reclutas. No lo decimos nosotros, son los propios políticos burgueses los que se ven obligados a reconocer que el proletariado de las grandes potencias imperialistas es un freno a la guerra. Por mucho que eso de la “opinión pública” no sea idéntico al proletariado, éste es la única clase en la población capaz de tener un peso ante la burguesía.
Esa “insumisión” – latente e instintiva – del proletariado internacional se ha expresado también directamente en diferentes movilizaciones obreras. A pesar de la guerra, a pesar de las campañas nacionalistas y democráticas, ha habido huelgas significativas en algunos países. La huelga de los ferroviarios en Francia, fuera del dictamen de las grandes centrales sindicales, CGT y CFDT, en contra del incremento de flexibilidad con el paso a las 35 horas semanales; una manifestación organizada por los sindicatos que reunió a más de 25000 obreros en Nueva York: han sido las dos expresiones más significativas del progreso lento pero real de la combatividad obrera y de su “resistencia”, en el momento mismo en que se desencadenaba la guerra. Contrariamente a la guerra del Golfo, la cual había provocado un sentimiento de impotencia y de decaimiento en la clase obrera, la guerra en los Balcanes no ha provocado el mismo desconcierto.
Cierto es que la resistencia obrera queda por ahora limitada a lo económico, y el vínculo entre la situación económica sin salida del capitalismo, sus ataques, y la multiplicación de los conflictos imperialistas no se ha hecho. Ese vínculo deberá poder realizarse, pues será un elemento importante, esencial, para el desarrollo de la conciencia revolucionaria entre los obreros. Es alentador, desde este punto de vista, el interés y la acogida que hemos recibido en la difusión de nuestro volante internacional denunciador de la guerra imperialista en Kosovo, con las discusiones, por ejemplo, que suscitó su difusión en la manifestación obrera de Nueva York, cuando el objetivo de ésta era otro. Les incumbe a los grupos comunistas no sólo denunciar la guerra, y defender las posiciones internacionalistas, sino también favorecer la toma de conciencia del atolladero histórico en el que está metido el capitalismo ([6]). La crisis económica lleva las rivalidades y la competición económica a unos niveles críticos, impulsando irremediablemente a unos antagonismos imperialistas cada vez más tensos y a la multiplicación de las guerras. Las rivalidades económicas no se superponen necesariamente a las rivalidades imperialistas, pues éstas tienen su propia dinámica, pero las contradicciones económicas que se expresan en la crisis del capitalismo son la base y el origen de la guerra imperialista. Capitalismo equivale a crisis económica y a guerra. Es equivalente a miseria y a muerte.
Frente a la guerra, y en momentos de “bombardeo” propagandístico masivo, en medio de campañas ideológicas intensas, los revolucionarios no pueden contentarse con esperar a que se acaben, esperar días mejores, conservando sus ideas internacionalistas al calor de sus certidumbres (léase en este número “Acerca del llamamiento de la CCI sobre la guerra en Serbia”). Los revolucionarios deben hacer todo lo que pueden por intervenir y defender las posturas internacionalistas ante la clase obrera, con la mayor amplitud y del modo más eficaz, asentando su acción en el largo plazo. Deben demostrar que existe una alternativa a semejante barbarie, que esta alternativa requiere que se consolide y desarrolle la “insumisión” tanto en el plano económico como en el político. Requiere la oposición frontal a los sacrificios que se imponen en las condiciones de trabajo y de existencia, a los sacrificios por la guerra imperialista. Si la guerra imperialista es el fruto, en última instancia, de la quiebra económica del capitalismo, también es, a su vez, factor de agravación de la crisis económica y por lo tanto de incremento insoportable de los ataques económicos contra los obreros.
La intensidad de la guerra de Kosovo, su estallido en Europa, la participación militar sangrienta de todas las potencias imperialistas, las repercusiones de esta guerra en todos los continentes, la dramática agravación y aceleración de los conflictos imperialistas a escala mundial, la extensión, profundidad y actualidad de los retos históricos, ponen al proletariado internacional y a los grupos comunistas ante su responsabilidad histórica. El proletariado no está derrotado. Sigue siendo el portador del derrocamiento del capitalismo, único capaz de poner fin a sus calamidades. Socialismo o agravación de la barbarie capitalista sigue siendo la alternativa histórica.
RL, 25/06/99
[1] Recordemos una vez más por si falta hiciera que el marxismo y el comunismo no tienen nada que ver con el estalinismo, ni con los estalinistas en el poder en su tiempo en los países del ex bloque del Este – como Milosevic, por ejemplo –, no con los estalinistas de los PC occidentales, ni con los maoístas y los antiguos maoístas que, por cierto, hoy pululan en los ámbitos intelectuales más militaristas y jaleadores de la guerra. Histórica y políticamente, el estalinismo, al servicio del capitalismo de Estado ruso, fu y sigue siendo la negación misma del marxismo, y un notorio asesino de militantes comunistas.
[2] Esta condición solo se conoció después del estallido de la guerra y ha quedado confirmada en los acuerdos del alto el fuego: “Los rusos han obtenido para Milosovic importantes concesiones, según las autoridades, que mejoran la oferta final hecha a Belgrado en comparación con el plan occidental precedente impuesto a los serbios y a los albaneses en Rambouillet” (International Herald Tribune, 5/06). En particular, “queda ahora excluida la autorización para las fuerzas de la OTAN de circular libremente por el conjunto del territorio yugoslavo”; J. Eyal, le Monde, 8/06.
[3] International Herald Tribune, 11/06: “The showdown at Rambouillet, one of her (Mrs Albright) aides said recently, has “only one purpose”: to get the war started with the Europeans locked in”.
[4] Las potencias europeas poseen más medios políticos, diplomáticos y militares y una mayor resolución también debido a la historia y a la proximidad geográfica, para contrarrestar y negarse a que se les imponga el liderazgo americano, como ocurrió en la guerra del Golfo. La capacidad militar de “proyección” de las fuerzas militares en Europa – sobre todo de Gran Bretaña – debilita comparativamente el liderazgo estadounidense una vez terminada la guerra aérea y una vez iniciadas las operaciones militares de “paz”. Esto se ha concretado en el mando de la KFOR, con un general británico a su cabeza, en lugar del norteamericano que dirigía los bombardeos.
[5] Ya en 1991, nosotros analizamos el papel de Alemania en la dislocación de Yugoslavia. Léanse las Revista internacional nº 67 y 68. La burguesía también comprendió rápidamente esa política: “Alemania tuvo una actitud muy diferente. Mucho antes de que el propio gobierno tomara posición, la prensa y los círculos políticos reaccionaron de manera unánime, inmediata y como instintiva: fueron inmediatamente favorables, sin matices, a la secesión de Eslovenia y de Croacia (…) Es difícil no ver en esa actitud el resurgir de la hostilidad de la política alemana hacia la existencia misma de Yugoslavia desde los tratados de 1919 y a lo largo del período entre guerras. Los observadores alemanes (…) no podían ignorar (…) que la dislocación de Yugoslavia no iba a realizarse tranquilamente y que iba a originar fuertes resistencias. Y sin embargo, la política alemana iba a comprometerse a fondo a favor del desmembramiento del país” (Paul-Marie de la Gorce, le Monde diplomatique, julio de 1992).
[6] Los grupos del BIPR, que han rechazado nuestra propuesta de realizar algo en común contra la guerra, intentan ridiculizar nuestro análisis de la influencia del proletariado en la situación histórica actual. La CWO, en su carta, explica así su rechazo: “No podemos caminar juntos por una alternativa comunista si vosotros pensáis que la clase obrera es todavía una fuerza con la que se puede contar en la situación actual (…) nosotros no queremos que se nos identifique, ni en lo más mínimo, con quienes consideran que todo va bien para la clase obrera”. Aconsejamos a la CWO que ponga más atención y sea más seria a la hora de criticar nuestros análisis.
Una vez más, ha vuelto a estallar la guerra entre India y Pakistán en Cachemira. Una vez más, la burguesía ha enviado a trabajadores en uniforme a matar a unas alturas y en unas condiciones climáticas en medio de las cuales, los hombres mueren incluso sin guerra. Mientras los soldados se matan, los pobladores que viven en la frontera han tenido que huir, convirtiéndose así en refugiados. Condenados a la pobreza y a la miseria incluso sin guerras, se encuentran ahora en campos al aire libre a temperaturas por debajo de cero grados. Todo eso les trae sin cuidado a las camarillas en el poder, para las cuales la guerra en Cachemira es una nueva ocasión de enfrentar sus ambiciones imperialistas.
Hasta ahora, esta última guerra indo-paquistaní se limita a Cachemira. Pero India y Pakistán han movilizado sus respectivas maquinarias bélicas de ambos lados de una frontera de varios cientos de millas de largo. Ya, detrás de los ejércitos, las poblaciones civiles del Ran of Kuch hasta Chamb-Jammu están siendo «acantonadas» en preparación de la guerra. Teniendo en cuenta el chovinismo que la burguesía ha inoculado y los odios de las cuadrillas que dirigen en ambos países, una guerra abierta podría prender en cualquier momento a todo lo largo de la frontera entre los dos Estados.
No es la primera guerra entre India y Pakistán. Ambos Estados nacieron el 15 de agosto de 1947 cuando, en el mismo momento de la partida del imperialismo británico, éste dividió en dos partes el subcontinente indio, desencadenando una matanza mutua y un genocidio que causó varios millones de muertos y dejó decenas de millones de refugiados. Los dos Estados entraron inmediatamente en guerra en 1948. A pesar de la inmensa pobreza, de las permanentes hambrunas de los habitantes, los dos países volvieron a las andadas en 1965 y 1971. Además de esas guerras abiertas y declaradas, los dos países han estado en guerra permanente, organizando el terrorismo y alimentando el separatismo en el otro. En ese sentido, la guerra actual podría parecer algo así como la «rutina» entre las dos pandillas militaristas que mandan sobre unas poblaciones miserables.
Pero no es así. Esta guerra pone de relieve una agravación del conflicto y unas potencialidades de destrucción a unos niveles sin precedentes. Desde mayo de 1998, India y Pakistán poseen armas nucleares. Un conflicto entre ellos podría acabar en guerra nuclear, destruyendo los dos países y matando a millones de personas. La acentuación de la tendencia a «cada uno para sí» que hoy predomina a escala mundial entre todos los Estados desde la desaparición de los bloques imperialistas, es un factor de primer orden en la nueva dimensión que ha tomado el conflicto en el subcontinente. Ni siquiera la única superpotencia mundial, Estados Unidos, tiene los medios suficientes para contener el conflicto.
En esas condiciones, las tensiones entre los principales Estados que operan en el subcontinente se han agudizado. Ya en mayo y junio de 1998, India y China iniciaron una «guerra verbal» en la que India calificó a China de enemigo número uno. Al mismo tiempo, India y Pakistán se lanzaron a una carrera de explosiones nucleares. Y desde entonces, los conflictos entre ambos Estados se han ido intensificando permanentemente.
La guerra actual expresa la exasperación creciente de Pakistán contra su rival indio. Es también la expresión de la patada de China en el trasero del Estado indio, tras un año de duelo verbal entre ambos. La burguesía india, por su parte, también ha dejado estallar su rabia. La burguesía india está desarrollando una campaña de propaganda sobre la inevitable «guerra final» entre India y Pakistán.
Puede que la guerra actual no se extienda. Los actuales intereses de las grandes potencias podrían obligar a los Estados indio y paquistaní, agarrados por ahora uno al cuello del otro, a separarse. Pero eso solo sería un respiro momentáneo. La virulencia de las dos pandillas que gobiernan, tanto del lado indio como del paquistaní; la dureza del conflicto; la determinación de la burguesía china en hacer fracasar las ambiciones indias; las crecientes rivalidades y el desarrollo de la tendencia a «cada uno para sí» entre las principales potencias mundiales, todo ello estallará en otra guerra en la región, tarde o temprano. Y más bien pronto que tarde. Y con una cantidad de muertos y destrucciones mucho más alta.
La burguesía es incapaz de impedir la guerra. La guerra surge de la naturaleza misma del capitalismo, un sistema de explotación, de competición y de conflictos sin cuartel entre capitalistas y naciones. Las «discusiones de paz» entre pandillas burguesas no son más que subterfugios para preparar otras guerras más exterminadoras. La guerra actual entre India y Pakistán que ocurre tras un «principio» de paz entre los dos países tres meses antes, es ya buen ejemplo de la hipocresía de la propaganda de paz de la burguesía.
Sólo una clase que no tiene ningún interés en estas guerras, la clase obrera, podrá ponerles fin. Es la clase obrera la que paga por esta guerra. Los soldados que mueren en el frente son hijos de obreros, de campesinos pobres y de obreros agrícolas sin tierra. Y es a los obreros de las fábricas, de las minas y de las oficinas a quienes se les va a imponer la austeridad para financiar la guerra en nombre del nacionalismo.
Como en Iraq, como en la guerra de Kosovo, como en todas las guerras entre Estados capitalistas hoy, los obreros de India y de Pakistán no deben elegir campo en esta guerra de Cachemira. Ni nación que defender.
Como internacionalistas que somos, los comunistas afirmamos que esta guerra, como todas las de hoy, es una guerra imperialista. Rechazamos toda la histeria nacionalista que la burguesía inocula. Los internacionalistas llamamos a los obreros a que no se dejen arrastrar por el delirio nacionalista y a que defiendan los intereses de su propia clase; a que forjen sin cesar la unidad de clase más amplia, unidad que se extienda más allá de las fronteras nacionales, contra la burguesía de su propia nación y contra el capital mundial. Sólo desarrollando su lucha de clase, su conciencia de clase, los obreros podrán abrir la vía hacia la destrucción del capitalismo y acabar con todas las guerras.
4 de julio de 1999,
Communist Internationalist,
núcleo de la CCI en India.
De Communist Internationalist (publicación en lengua hindi). Escribir, sin otra mención, a: POB 25, NIT, Faridabad 121 00. HARYANA, INDIA.
Acaba de verificarse, a finales de marzo-principios de abril de 1999, el XIIIº congreso de la CCI. El Congreso de nuestra organización, como en todas las organizaciones del movimiento obrero, es un momento muy importante de su vida y de su actividad. Ha sido, por un lado, el último congreso del siglo XX, y por ello se había previsto que los informes preparatorios dieran, más que de costumbre, una dimensión histórica a los problemas tratados. Pero, además, más allá de las coincidencias de calendario, el Congreso ha tenido lugar en un momento marcado por la aceleración considerable de la historia, la guerra en Yugoslavia. Se trata de un acontecimiento histórico de la primera importancia, pues:
“– esta guerra concierne no ya a un país de la periferia, como fue el caso de la guerra del Golfo en 1991, sino a un país europeo;
– es la primera vez desde la IIª Guerra mundial que un país de Europa –y especialmente su capital– es bombardeado masivamente;
– es también la primera vez desde esa época que el principal país vencido en aquella guerra, Alemania, interviene directamente mediante las armas en un conflicto militar…” («Resolución sobre la situación internacional», adoptada por el Congreso).
Por todo ello, la guerra en Yugoslavia, su análisis, sus implicaciones para la clase obrera y las organizaciones comunistas, han sido preocupaciones centrales del Congreso, lo cual se plasmó concretamente en su decisión de publicar inmediatamente en la Revista internacional, la «Resolución sobre la situación internacional» que acababa de ser adoptada (ver Revista internacional nº 97).
Esa Resolución, síntesis de los informes presentados en el Congreso y de las discusiones sobre éstos, subraya que:
«Actualmente, el capitalismo agonizante se enfrenta a uno de los periodos más difíciles y peligrosos de la historia moderna, comparable por su gravedad a los de ambas guerras mundiales, al del surgimiento de la revolución proletaria en 1917-1919 o también al de la gran depresión que se inició en 1929. Sin embargo, hoy, ni la guerra mundial, ni la revolución mundial se hallan en gestación en un futuro previsible. Más exactamente, la gravedad de la situación está condicionada por la agudización de las contradicciones a todos los niveles que se expresa en:
– las tensiones imperialistas y el incremento del desorden mundial;
– un periodo muy avanzado y peligroso de la crisis del capitalismo;
– ataques sin precedente desde la última guerra mundial contra el proletariado internacional;
– una descomposición acelerada de la sociedad burguesa.» (Idem).
Todos esos aspectos están ampliamente tratados en la Resolución. Animamos, pues, a nuestros lectores a leerla por entero en el número anterior de esta Revista. Volvemos a tratar una vez más en este número sobre la cuestión candente del momento actual, la de los conflictos imperialistas, reproduciendo, más lejos, importantes extractos del Informe presentado en el Congreso.
Por otra parte, la Resolución constata que:
«En esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-1918. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista» (Idem).
El Congreso, en ese sentido, adoptó un texto de orientación titulado «Razones de la presencia actual de partidos de izquierda en la mayoría de los gobiernos europeos», que también publicamos más lejos, junto con algunos añadidos que sintetizan otros aspectos de la discusión de dicho texto.
La evolución de la crisis capitalista y de la lucha de clases también fueron objeto, evidentemente, de discusiones importantes del Congreso. En este número publicamos la tercera parte del artículo «Treinta años de crisis abierta del capitalismo» que el Informe presentado en el Congreso recogió en gran parte. En el próximo número de esta Revista, publicaremos el «Informe sobre la lucha de clases» que en dicho Congreso se adoptó y de cuyo contenido es expresión esta cita de la Resolución:
«La responsabilidad que pesa sobre el proletariado actualmente es enorme. Unicamente desarrollando su combatividad y su conciencia éste podrá impulsar la alternativa revolucionaria, la única que puede asegurar la supervivencia y el desarrollo continuo de la sociedad humana» (Idem).
Además del análisis de los diferentes aspectos de la situación internacional, de su extrema gravedad, la gran preocupación del Congreso consistió en examinar las responsabilidades de los revolucionarios frente a esa situación, como así lo deja patente la Resolución:
«Pero la responsabilidad más importante descansa en las espaldas de la Izquierda comunista, las organizaciones actuales del campo proletario. Ellas son las únicas que pueden transmitir las lecciones teóricas e históricas así como el método político sin los cuales las minorías revolucionarias que emergen actualmente no podrán incorporarse a la construcción del partido de clase del futuro. De cierta manera, la Izquierda comunista se encuentra actualmente en una situación similar a la de Bilan ([1]) de los años 30, en el sentido en que está obligada a comprender una situación histórica nueva, sin precedentes. Tal situación requiere a la vez, tanto un profundo apego al enfoque teórico e histórico del marxismo, como audacia revolucionaria, para comprender las situaciones que no están totalmente integradas en los esquemas del pasado. Con el fin de cumplir su tarea, los debates abiertos entre las organizaciones actuales del medio proletario son indispensables. En este sentido, la discusión, la clarificación y el agrupamiento, la propaganda y la intervención de las pequeñas minorías revolucionarias son una parte esencial de la respuesta proletaria a la gravedad de la situación mundial en el umbral del próximo milenio.
Más aún, frente a la intensificación sin precedentes de la barbarie guerrera del capitalismo, la clase obrera espera de su vanguardia comunista que asuma plenamente sus responsabilidades en defensa del internacionalismo proletario. Actualmente los grupos de la Izquierda comunista son los únicos que defienden las posiciones clásicas del movimiento obrero frente a la guerra imperialista. Sólo los grupos que se apegan a esta corriente, la única que no traicionó durante la IIª Guerra mundial, pueden aportar una respuesta de clase a las preguntas que no dejarán de plantearse en el seno de la clase obrera.
Los grupos revolucionarios deben responder de la manera más unida posible, expresando con ello la unidad indispensable del proletariado ante el desencadenamiento del patrioterismo y de los conflictos entre naciones. Con ello, los revolucionarios tomarán a su cargo la tradición del movimiento obrero representada particularmente por las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal y por la política de la izquierda en esas conferencias».
En ese contexto se llevaron a cabo las discusiones del XIIIº Congreso de la CCI sobre sus actividades.
El balance de actividades establecido por el XIIIº Congreso ha sido positivo. No es una especie de autosatisfacción, sino una valoración crítica y objetiva de nuestra actividad. El XIIº congreso de la CCI, el anterior, había hecho el diagnóstico de que la CCI debía volver a un equilibrio del conjunto de sus actividades, tras haber llevado a cabo un combate durante más de tres años para sanear el tejido organizativo. En acuerdo con el mandato del XIIº congreso, el «retorno a la normalidad» se concretó en:
– una apertura hacia el medio político proletario y hacia los contactos, a la vez que manteníamos firme nuestro combate contra los grupos y los elementos parásitos;
– un fortalecimiento teórico y político, con la capacidad para dar una dimensión histórica a nuestra propaganda, basándola en el marxismo y la propia experiencia de la clase;
– un fortalecimiento de la «conciencia de partido», única manera de reforzar la organización revolucionaria.
El fortalecimiento de la organización se ha concretado en la capacidad de la CCI en integrar nuevos militantes en siete secciones territoriales (y, en particular, en la de Francia). Así pues, el refuerzo numérico de la CCI (que va a proseguir como demuestra el que otros simpatizantes han presentado su candidatura a la organización) desmiente las patrañas del medio parásito que acusa a nuestra organización de haberse convertido en una «secta encerrada en sí misma». Al contrario de esas denigraciones, el combate llevado a cabo por la CCI por la defensa de la conciencia de partido, no ha hecho huir a quienes están en busca de posiciones de clase, sino que ha favorecido su acercamiento y su clarificación política.
La CCI ha desarrollado una intervención seria y serena, con una visión a largo plazo, hacia un acercamiento con los grupos del medio político proletario. Esta actividad se ha ampliado a los contactos y simpatizantes a cuyas preocupaciones hay que contestar con seriedad y profundidad, permitiéndoles superar las incomprensiones y la desconfianza hacia la organización. Esta orientación de la CCI no se debe a delirios megalómanos, sino a lo que la situación histórica requiere: que el proletariado y las minorías revolucionarias a su lado, asuman sus responsabilidades.
La defensa del medio político proletario ha llevado a la CCI a combatir la contraofensiva de elementos parásitos, sobre todo con la publicación de un folleto en dos partes titulado La pretendida paranoia de la CCI, y organizando en París una reunión pública «internacional» en defensa de la organización, actividad en la que se integraron varios contactos nuestros. La organización ha profundizado así la cuestión del parasitismo político, adoptando y publicando las «Tesis sobre el parasitismo» (ver Revista internacional nº 94), arma de comprensión histórica y teórica sobre esta cuestión para el conjunto de los grupos del medio. La defensa del medio proletario ha consistido también, para la CCI, en desarrollar una política de discusiones y de acercamiento, organizando con otros grupos de dicho medio intervenciones comunes frente a las campañas anticomunistas que montó la burguesía con ocasión del aniversario de la revolución de Octubre. De igual modo, ese método de trabajo ha continuado con el trabajo de intervención en dirección del medio político que ha surgido en Rusia.
En fin, desde los primeros días de la guerra en Yugoslavia, inmediatamente después de haber publicado el volante internacional ([2]), la CCI envió a los diferentes grupos de la Izquierda comunista una propuesta de llamamiento común para denunciar la guerra imperialista. El congreso aprobó por unanimidad esta iniciativa y hay que lamentar que los grupos concernidos no hayan dado una respuesta positiva o la callada por respuesta (ver en esta Revista internacional nuestra respuesta ante esa actitud de los grupos de la Izquierda comunista)
El XIIIº congreso ha decidido que la intervención hacia el llamado «pantano político» debe ser asumida con más determinación por la organización. Esa «tierra de nadie» indeterminada entre burguesía y proletariado es un lugar de paso obligado de todos aquellos elementos más o menos aislados de la clase que están en un proceso de toma de conciencia. Es un terreno privilegiado de acción del parasitismo, a quien hay que tomarle la delantera. Por eso, la organización no debe estar esperando a que las personas en búsqueda de posiciones de clase, la «descubran» para que ella se interese por éstas. Muy al contrario, la organización debe dirigirse a esas personas y entablar combate contra la burguesía en el propio «pantano».
Ese fortalecimiento de nuestra visión del medio político proletario es un resultado de un fortalecimiento político y teórico. El Congreso ha subrayado que éste no debe considerarse como una «actividad separada», «aparte» o «además» de las demás tareas. En la situación histórica actual y en la perspectiva a largo plazo en la que se inscribe la vida de las organizaciones revolucionarias, el fortalecimiento teórico y político debe inspirar nuestras actividades, reflexiones y decisiones y servirles de cimiento.
Así, el balance positivo de nuestras actividades se basa en una mejor comprensión de que las cuestiones de organización son determinantes frente a otros aspectos de las actividades. La CCI es, en esto, plenamente consciente de que debe seguir haciendo esfuerzos y proseguir su combate para adquirir «la conciencia de partido», en especial luchando contra los efectos de la ideología dominante en el compromiso militante. Durante sus veinticinco años de existencia, la CCI a pagado las consecuencias de la ruptura de la continuidad orgánica con las organizaciones revolucionarias del pasado. Aunque saquemos un balance positivo de esta experiencia, sabemos que lo adquirido en este ámbito no es algo definitivo, y sobre todo en el período actual de descomposición, cuando los esfuerzos por asegurar un funcionamiento animado por la «conciencia de partido» son permanentemente contrarrestados por las tendencias de la sociedad a «cada uno a la suya», al nihilismo, la irracionalidad, que, en la vida organizativa, se expresan en el individualismo, la desconfianza, la desmoralización, el inmediatismo, la superficialidad.
El decimotercer congreso ha inscrito la orientación de las actividades de la CCI (prensa, difusión, reuniones públicas y permanencias) en la perspectiva, primero, de una acentuación de los efectos de la descomposición, pero también de una aceleración de la historia, expresada en una agravación de la crisis del capitalismo y una tendencia al resurgir de la combatividad del proletariado. La CCI, y con ella el conjunto de medio proletario, sale de este congreso mejor armada para encarar ese reto histórico.
Corriente comunista internacional
[1] Bilan fue la revista de la Izquierda comunista de Italia en los años 30. Cf. nuestro libro la Izquierda comunista de Italia.
[2] «El capitalismo es la guerra, guerra al capitalismo», volante internacional publicado en primera plana de nuestras publicaciones territoriales y difundido en todos los países en donde hay secciones de la CCI, así como también en Canadá, Australia y Rusia.
Después de haber convertido al globo en un gigantesco matadero, infligiéndole dos guerras mundiales, el terror nuclear y los incontables conflictos locales sobre una humanidad agonizante, el capitalismo decadente ha entrado completamente en su fase de descomposición desde el hundimiento del bloque del Este en 1989. Durante la actual fase histórica, el empleo directo de la violencia militar por las grandes potencias, sobre todo por Estados Unidos, se ha convertido en algo permanente. En esta fase, la anterior disciplina rígida de los bloques imperialistas ha dejado el paso a una creciente indisciplina y caos, a una incontrolable extensión de los conflictos militares.
Al concluir el siglo, la alternativa histórica definida por el marxismo durante la Primera Guerra mundial socialismo o barbarie– no sólo ha quedado confirmada, sino que debe ser precisada y cambiada en «socialismo o destrucción de la humanidad».
(...) Aunque una tercera guerra mundial no está, por ahora, al orden del día, la crisis histórica del sistema lo ha metido en tal atolladero que sólo hacia la guerra puede moverse. No solamente porque la aceleración de la crisis ha sumido a regiones enteras en un estado de miseria e inestabilidad (como el sudeste de Asia el cual hasta hace poco aún conservaba cierta prosperidad), sino sobre todo porque las propias potencias están cada día más obligadas a emplear la violencia en defensa de sus intereses.
(…) Los revolucionarios sólo lograrán convencer al proletariado de la completa validez de la posición marxista, si son capaces de defender una visión histórica y teórica coherente de la evolución del imperialismo moderno. En particular, la capacidad del marxismo para explicar las causas y los efectos reales de las guerras modernas es una de las poderosas armas contra la ideología burguesa.
En este sentido, una comprensión clara del fenómeno de la descomposición del capitalismo y de toda la fase histórica que lleva su marca es un instrumento de primer orden para la defensa de las posiciones y de los análisis de los revolucionarios sobre el imperialismo y la naturaleza de las guerras actuales.
(...) El acontecimiento clave que determina el carácter de los conflictos imperialistas al concluir el siglo ha sido el desmoronamiento del bloque oriental.
(...) Todo el mundo quedó sorprendido por los acontecimientos de 1989. Incluida la CCI. Sin embargo, cabe precisar que la CCI logró muy rápidamente entender la dimensión de los acontecimientos (las «Tesis sobre la crisis en los países del Este», en las que se preveía el derrumbe del bloque ruso, fueron redactadas en septiembre 1989, dos meses antes de la caída del muro de Berlín). La capacidad de nuestra organización para reaccionar de esta manera no es el fruto de la casualidad. Era el resultado:
– del marco de análisis sobre las características de los regímenes estalinistas que la CCI hizo al principios de los 80 tras los acontecimientos de Polonia ([1]);
– de la comprensión del fenómeno histórico de la descomposición del capitalismo cuya elaboración inició a partir de 1988 ([2]).
Era la primera vez en la historia que un bloque imperialista desaparecía fuera de una guerra mundial. Tal fenómeno creó un desconcierto profundo, incluso en las filas de las organizaciones comunistas donde se intentó, por ejemplo, determinar su racionalidad económica. Para la CCI, el carácter inédito de tal acontecimiento que no tenía ninguna racionalidad, sino que era una catástrofe para el antiguo imperio soviético (y para la propia URSS que no iba a tardar en desmoronarse), fue una confirmación patente del análisis sobre la descomposición del capitalismo ([3]).
(...) Hasta 1989, la descomposición que doblegó a la segunda superpotencia mundial, había afectado poco a los países centrales del bloque del Oeste. Todavía hoy, diez años más tarde, las manifestaciones de descomposición localizadas en estos países aparecen casi insignificantes en comparación con las de los países periféricos. Sin embargo, al haber hecho estallar el orden imperialista existente, la descomposición, de haber sido un fenómeno, se ha convertido en periodo, poniendo a los países dominantes en el centro mismo de las contradicciones del sistema, y particularmente al primero de entre ellos, Estados Unidos.
La evolución de la política americana desde 1989 es la expresión misma del dilema actual de la burguesía.
Durante la guerra del Golfo, Estados Unidos podía aparecer, ante el desarrollo rápido de la tendencia «cada uno para sí», como un contrapeso capaz todavía, con el garrote en su mano, de arrastrar a las demás potencias tras aquel país. Y de hecho, gracias a su aplastante superioridad militar en Irak, la única superpotencia fue capaz de frenar decisivamente la tendencia hacia la formación de un bloque en torno a Alemania, tendencia abierta con la unificación de este país. Pero solamente seis meses después de la guerra del Golfo, el estallido de la guerra en Yugoslavia ya confirmaba que el «nuevo orden mundial» anunciado por Bush no estaría bajo el dominio estadounidense, sino bajo el dominio de esa tendencia «cada uno para sí» cada vez más fuerte. (...)
En febrero de 1998, la potencia americana, que durante la Guerra del Golfo había usado a las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad para hacer confirmar su liderazgo por la «comunidad internacional» había perdido el control de ese instrumento hasta el punto de ser humillada por Irak y sus aliados franceses y rusos ([4]).
Por supuesto, Estados Unidos fue capaz de superar este obstáculo tirando la ONU a la basura de la historia y llevando a cabo, a finales del año 1998, junto con Gran Bretaña la operación «Lone Ranger» («Zorro del Desierto»), dejando abiertamente de lado a las demás potencias, pequeñas o grandes.
Washington no necesita el permiso de nadie para golpear cuando y donde quiera. Pero al hacer una política así, Estados Unidos se convierte en factor activo de la tendencia «cada uno para sí», en vez de limitarla como lo habían logrado momentáneamente durante la Guerra del Golfo. Peor aún: la advertencia política que Washington quiso dar con el «Zorro del desierto» ha hecho gran daño a su propia causa. Por primera vez desde la guerra de Vietnam, la burguesía americana, en marcado contraste con su socio británico, ha sido incapaz de presentar un frente unido hacia el exterior aún estando en situación de guerra. Todo lo contrario, el proceso de «impeachment» contra Clinton se intensificó durante los acontecimientos: los políticos norteamericanos sumidos en un verdadero conflicto interno de política exterior, en vez de refutar la propaganda de los enemigos de América según la cual Clinton había decidido la intervención militar contra Irak por motivos personales (el famoso «Monicagate»), le dieron crédito. (...)
El conflicto subyacente sobre la política exterior entre ciertas fracciones de los partidos Republicano y Demócrata han demostrado ser muy destructivas precisamente porque ese «debate» pone de relieve una contradicción insoluble que la resolución del XIIº Congreso de la CCI formulaba así:
«– por un lado, si [Estados Unidos] renuncia a aplicar o a hacer alarde de su superioridad militar, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;
– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a los adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana.» ([5])
Paradójicamente, mientras existía el bloque imperialista de la URSS, Estados Unidos estaba protegido de los peores efectos de la descomposición sobre su política exterior. (...) Hoy no tiene ningún adversario lo bastante poderoso como para pretender formar su propio bloque imperialista contra EEUU. Por eso, no hay enemigo común y, por lo tanto, no hay razón para que las demás potencias acepten la «protección» y la disciplina estadounidense. (...)
Frente al crecimiento irresistible de la tendencia «cada uno para sí», Estados Unidos no tiene más solución que una política de ofensiva militar permanente. No es el enemigo débil, sino la potencia estadounidense misma la que está obligada a intervenir cada día más regularmente con la fuerza armada en defensa de sus posiciones (lo que, normalmente, caracteriza una potencia más débil y en una situación más desesperada).
La CCI ya puntualizaba esta tendencia en su IXº Congreso:
«... En algunos aspectos, la situación actual de EEUU se aparenta a la de la Alemania de antes de ambas guerras mundiales. Este país, en efecto, intentó compensar sus desventajas económicas (...) trastornando el reparto imperialista por la fuerza de las armas. Por eso, en las dos guerras, apareció como “agresor”, pues las potencias mejor dotadas no tenían el menor interés en poner en cuestión los equilibrios. (...) Mientras existía el bloque del Este, (...) EEUU no necesitaba, a priori, hacer uso importante de su armamento pues lo esencial de la protección dada a sus aliados era de carácter defensivo (aunque a principios de los 80, Estados Unidos había iniciado una ofensiva general contre el bloque ruso). Con la desaparición de la amenaza rusa, la “obediencia” de los demás grandes países adelantados no está ya garantizada, por eso el bloque occidental se ha disgregado. Para obtener esa obediencia, EEUU necesita adoptar un modo sistemáticamente ofensivo en lo militar (como hemos visto en la guerra del Golfo), que se parece al de la Alemania del pasado. La diferencia con el pasado, y es grande, es que hoy no es una potencia que quiere modificar el reparto del mundo la que toma la ofensiva militar, sino al contrario la primera potencia mundial, la que por ahora dispone de la mejor parte del pastel» ([6]).
(...) Sacando un balance de los dos años pasados, el detallado análisis de los acontecimientos concretos confirma el marco establecido por el informe y la resolución del XIIo Congreso de la CCI:
1) El desafío abierto que representa la posesión del arma nuclear por India y Pakistán, es un ejemplo que, con toda seguridad, será seguido por otras potencias y que incrementa considerablemente el riesgo de uso de bombas atómicas.
2) La creciente agresividad militar de Alemania, liberada del férreo cinturón de los bloques imperialistas, es un ejemplo que será seguido por Japón, la otra gran potencia frenada por el bloque americano después de 1945.
3) La terrorífica aceleración del caos e inestabilidad en Rusia es, hoy, la más caricaturesca expresión de la descomposición y el centro más peligroso de todas las tendencias hacia la disolución del orden burgués mundial.
4) La continua resistencia de Netanyahu a la «Pax Americana» en Oriente Medio y la transformación de Africa en un auténtico matadero son otros ejemplos que confirman:
– que la tendencia dominante en las tensiones imperialistas después de 1989, es el caos y «cada uno para sí»;
– que, en el centro de esta tendencia dominante, subyace la puesta en entredicho de la hegemonía de la única superpotencia americana y de sus acciones militares violentas cada vez más numerosas;
– que esta dinámica puede solamente ser comprendida en el contexto de la descomposición;
– que esta tendencia no anula en modo alguno la tendencia hacia la formación de nuevos bloques que hoy, como tendencia secundaria pero bien real, es uno de los principales factores que alimentan las hogueras de la guerra y el desarrollo del caos;
– que la agudización de la crisis económica del capitalismo decadente es en sí un poderoso factor en la agudización de las tensiones, sin, por ello, establecer una relación mecánica entre ambas, u otorgar a estos conflictos una racionalidad económica o histórica cualquiera (…)
Con la pérdida de todo proyecto concretamente realizable, excepto el de «salvar el equipaje» ante la crisis económica, la falta de perspectiva de la burguesía tiende a llevarla a perder de vista los intereses del Estado o del capital nacional en su conjunto.
La vida política de la burguesía (de diferentes fracciones o pandillas) en los países más débiles, tiende a ser reducida a la lucha por el poder o meramente para sobrevivir. Esto se convierte en un enorme obstáculo para el establecimiento de alianzas estables e incluso de una política exterior coherente, abriendo el paso al caos, a la imprevisión y aún a la locura en las relaciones entre los Estados.
El callejón sin salida del sistema capitalista lleva al estallido de algunos de esos Estados, los últimamente creados, ya en plena decadencia del capitalismo, y con bases poco sólidas (tales como la URSS o Yugoslavia) o con fronteras artificiales como en Africa, todo lo cual ha acarreado una explosión de guerras con vistas a delimitar nuevas fronteras.
A esto se debe agregar la agravación de tensiones raciales, étnicas, religiosas, tribales y otras, un aspecto muy importante de la actual situación mundial.
Una de las más progresivas tareas del capitalismo ascendente fue la sustitución de la fragmentación religiosa o étnica de toda la humanidad por grandes unidades centralizadas a escala nacional (el crisol americano –«the american melting pot»–, el logro de la unidad nacional entre católicos y protestantes en Alemania, o de las poblaciones de idioma francés, alemán e italiano en Suiza). Pero aún en la ascendencia, la burguesía fue incapaz de superar estas divisiones que venían de antes del capitalismo. Mientras que el genocidio, las divisiones y las leyes étnicas en las regiones no capitalistas donde el sistema se estaba extendiendo, tales conflictos han sobrevivido incluso en el corazón del capitalismo (Irlanda del Norte por ejemplo). A pesar de que la burguesía pretende que el holocausto contra los judíos fue único en la historia moderna, y mentirosamente acusa a la Izquierda comunista de «excusar» ese crimen, el capitalismo decadente en general y la descomposición en particular, son el periodo del genocidio y de las «limpiezas étnicas». Es solamente con la descomposición cuando todos esos antiguos y recientes conflictos, que aparentemente no tienen nada que ver con la «racionalidad» de la economía capitalista, llegan a estallar por todas partes, resultado de la ausencia total de perspectivas burguesas.
La irracionalidad es una de las características de la descomposición. Hoy, no solamente existen intereses estratégicos concretamente divergentes, sino también la insolubilidad de esos incontables conflictos. (...) El fin del siglo XX viene a confirmar lo afirmado por el movimiento marxista, el cual, a principios de siglo, contra el Bund en Rusia, demostró que la única solución progresiva a la cuestión judía en Europa era la revolución mundial, o los que más tarde mostraron que era imposible la formación progresista de Estados nación en los Balcanes. (...)
Además de la superioridad americana sobre sus rivales, hay otro factor estratégico, directamente ligado a la descomposición, que explica el actual imperio de «cada uno para sí»: el hundimiento del bloque ruso sin derrota militar. Hasta entonces, históricamente, la división del mundo mediante la guerra imperialista había sido la condición más favorable para la formación de nuevos bloques como quedó demostrado después de 1945. (...) Lo resultante de ese hundimiento sin guerra es que:
– una tercera parte del planeta, la del ex bloque del Este, se ha convertido en una zona sin dueño, una manzana de la discordia entre las potencias restantes;
– las principales posiciones estratégicas de las potencias del ex bloque occidental en el resto del mundo después del 89 en ninguna forma representan la verdadera relación de las fuerzas imperialistas entre ellas, sino que proceden de su anterior división de trabajo contra el bloque ruso.
Esta situación que deja completamente abiertas las zonas de influencia de las grandes y pequeñas potencias, y generalmente de manera no satisfactoria para ellas, incrementa la tendencia a «cada uno para sí», a una carrera desordenada por posiciones y zonas de influencia.
El principal alineamiento imperialista entre las potencias europeas mejor «dotadas» y las menos «dotadas» que dominó el mundo político entre 1900 y 1939, fue el producto de décadas, aún de siglos de desarrollo capitalista. El alineamiento de la guerra fría fue a su vez el resultado de una década de rápidas y más profundas confrontaciones bélicas entre las grandes potencias desde 1930 hasta 1945.
En oposición a esto, el hundimiento del orden de Yalta se produce de la noche à la mañana, y sin resolver ninguna de las grandes cuestiones de las rivalidades imperialistas planteadas por el capitalismo, excepto una: el declive irreversible de Rusia.
El único «orden mundial» imperialista posible en la decadencia es el de los bloques imperialistas con miras a la guerra mundial.
En el capitalismo decadente, hay une tendencia natural hacia la bipolarización imperialista del mundo, la cual puede solo ser relegada a un segundo plano en circunstancias excepcionales, normalmente ligadas a la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. Este fue el caso después de la Primera Guerra mundial hasta la llegada al poder de Hitler en Alemania. Esta situación era el resultado de la oleada revolucionaria mundial que obligó a la burguesía a parar la Primera guerra antes de que llegara a su conclusión (es decir la derrota total de Alemania, lo cual hubiera abierto el camino a nuevos bloques formados en el campo victorioso – presumiblemente encabezados por Gran Bretaña y Estados Unidos) y que entonces la obligó a colaborar para salvar su sistema después de la guerra ante la amenaza proletaria. Así, una vez que el proletariado fue derrotado y Alemania se recuperó de su derrota, la Segunda Guerra mundial fue básicamente una lucha entre los mismos campos que los de la Primera.
Obviamente, hoy, los factores que actúan en contra de la tendencia hacia la bipolaridad son más fuertes que en los años 20 cuando estos fueron tapados por la formación de los bloques en menos de una década. Hoy, no solo la gran supremacía americana, sino también la descomposición pueden muy bien prevenir para siempre la formación de nuevos bloques.
La descomposición es así un enorme factor que favorece a la tendencia «cada uno para sí». Pero eso no elimina la tendencia hacia la formación de bloques. Ni podemos teorizar que la descomposición como tal hace imposible la formación de bloques por principio. (...)
Esas dos consideraciones burguesas, el perseguir sus ambiciones imperialistas y el limitar la descomposición, no están siempre y necesariamente opuestas. En particular, los esfuerzos de la burguesía alemana por establecer una primera fundación para un eventual bloque imperialista en Europa del Este y para estabilizar varios de los países de la zona contra el caos, son más frecuentemente complementarios que contradictorios.
También sabemos que la tendencia «cada uno para sí» y la formación de bloques no son contradictorias en el absoluto, que los bloques no son sino la forma organizada de esa tendencia para canalizar la explosión de todas las rivalidades imperialistas reprimidas.
Sabemos que el objetivo a largo plazo de Estados Unidos, mantenerse como primera potencia mundial, es un proyecto eminentemente realista. Sin embargo, en su proyecto, está enredado en contradicciones insolubles. Con Alemania es lo contrario: mientras su proyecto a largo plazo de una Alemania dirigiendo un bloque tal vez nunca se realice, su política concreta en este sentido, se ve muy realista. Hemos hecho notar con frecuencia que Estados Unidos y Alemania son las únicas potencias que hoy pueden tener una política exterior coherente. A la luz de los recientes acontecimientos, esto parece ser más verdad para Alemania que para Estados Unidos. (...)
La alianza con Polonia, los avances en la península Balcánica, la reordenación de sus fuerzas armadas hacia intervenciones militares en el extranjero, son pasos hacia la formación de un futuro bloque alemán. Pasos pequeños, es verdad, pero suficientes para preocupar considerablemente a la superpotencia mundial.
Todas las organizaciones comunistas han tenido la experiencia común de cuán difícil se ha vuelto desde 1989 convencer a la mayor parte de los obreros de la validez del análisis marxista sobre los conflictos imperialistas. Hay dos razones principales para tal dificultad. Una es la situación objetiva de la tendencia «cada uno para sí» y el hecho de que el conflicto de intereses de las grandes potencias es hoy opuesto al del periodo de la guerra fría, todavía ampliamente ocultado. La otra razón es que la burguesía, como parte de su sistemática identificación del estalinismo con el comunismo, ha sido capaz de presentar como «marxista», una visión completamente caricaturesca de la guerra desencadenada únicamente para llenar los bolsillos de unos cuantos avaros capitalistas. Desde 1989, la burguesía se ha beneficiado enormemente de tal falsificación en el sentido de sembrar la más increíble confusión. Durante la guerra del Golfo, la propia burguesía propaló la mistificación seudo materialista de una guerra «por el precio del petróleo» para así ocultar el conflicto subyacente entre las grandes potencias.
En oposición a esto, las organizaciones de la Izquierda comunista (el BIPR y los grupos «bordiguistas») han afirmado claramente que lo que predomina son los intereses imperialistas de las potencias imperialistas, en la tradición de Lenin y Rosa Luxemburg. Pero esos grupos han desarrollado esta crítica sin armas suficientes, en particular con una exagerada visión reduccionista de los motivos económicos, inmediatos, de la guerra imperialista moderna. Esto debilita la autoridad de la argumentación marxista. (...)
Pero, además, esa explicación «economicista» lleva a caer en la propaganda de la burguesía, como es el caso de la CWO que, en base a ese planteamiento, cree en una cierta realidad tras el «proceso de paz» en Irlanda.
Todo el medio proletario comparte la comprensión de que la guerra imperialista es el producto de las contradicciones del capitalismo, con, en última instancia, una causa económica. Pero cada guerra que tiene lugar en una sociedad de clases tiene también, y es un aspecto importante, una dimensión estratégica con una dinámica interna propia. Aníbal marchó hacia el norte de Italia con sus elefantes, no para abrir una ruta comercial a través de los Alpes, sino como una maniobra estratégica en las guerras Púnicas «mundiales» entre Cartago y Roma por el dominio del Mediterráneo.
Con la aparición de la competencia capitalista es verdad que la causa económica de la guerra es más pronunciada: está claro con las guerras coloniales de conquista y las guerras nacionales de unificación del siglo pasado. Pero la creación del mercado mundial y la división del planeta entre naciones capitalistas también da a la guerra, en la época del imperialismo, un carácter global cada vez más político y estratégico que nunca antes en la historia. Esto es ya claramente el caso para la Primera Guerra mundial. La causa fundamental de esta guerra es estrictamente económica: los límites de la expansión del mercado mundial habían sido alcanzados en relación con las necesidades del capital existente acumulado, lo cual anunciaba la entrada del sistema en su fase de decadencia. Sin embargo, no es la «crisis cíclica de la acumulación» económica como tal (según la idea del BIPR) lo que provocó la guerra imperialista de 1914, sino el hecho de que todas las zonas de influencia estaban ya repartidas, de modo que los que «llegaron tarde» no podían extenderse sino a costa de las potencias ya establecidas. La crisis económica como tal era mucho menos brutal que la que hubo por ejemplo en los años 1870. En realidad, fue más bien la guerra imperialista la que anunció la llegada de la crisis económica mundial del capitalismo en decadencia en 1929 y no lo contrario.
De igual modo, la situación económica inmediata de Alemania, la principal potencia que presionaba por una nueva división del mundo, distaba mucho de la situación crítica en 1914 – entre otras razones porque tenía acceso aún a los mercados del Imperio británico y de otras potencias coloniales. Pero esta situación colocaba a Alemania, políticamente, a merced de sus principales rivales. La principal meta de Alemania no era la conquista de este o aquel mercado, sino acabar con la dominación británica en los océanos: por un lado, merced a una flota alemana de guerra y a la extensión de colonias y bases navales a través del mundo; y por otro lado, gracias a una ruta terrestre hacia Asia y Oriente Medio especialmente por los Balcanes. Ya en esa época, tropas alemanas fueron enviadas a los Balcanes para perseguir estos objetivos estratégicos globales mucho más importantes que el mero mercado yugoslavo. Ya en esa época, el combate por el control de ciertas materias primas fundamentales fue únicamente un momento en el combate general para dominar el mundo.
Muchos oportunistas en la IIª y IIIª Internacionales – los partidarios del «socialismo en un solo país» – utilizaron ese punto de vista parcial, y en última instancia nacional, para negar las «ambiciones económicas y, por lo tanto, imperialistas» de... su propio país. La Izquierda marxista, por el contrario, fue capaz de defender esta comprensión global porque entendió que la industria capitalista moderna no puede sobrevivir sin los mercados, materias primas, productos agrícolas, facilidad de transporte y fuerza de trabajo a su disposición. (...) En la época imperialista, donde la economía mundial en su conjunto forma un todo complicado, no solamente las guerras locales tienen causas globales sino que además forman parte de un sistema internacional de lucha por la dominación del mundo. Es por ello que Rosa Luxemburg estaba en lo correcto cuando escribió en el Folleto de Junius que todos los Estados, grandes o pequeños, se habían vuelto imperialistas. (...)
«La decadencia del capitalismo queda bien plasmada en el hecho de que mientras la guerra fue en su tiempo un factor para el desarrollo económico (periodo ascendente), hoy, en el periodo decadente, la actividad económica está encaminada esencialmente hacia la guerra. Esto no significa que la guerra sea el objetivo de la producción capitalista; esto significa que la guerra, al tomar un carácter permanente, se ha convertido en la vida normal de la decadencia del capitalismo» («Informe sobre la situación internacional de la Izquierda comunista de Francia», julio 1945).
Este análisis desarrollado en la Izquierda Comunista fue une profundización suplementaria fundamental de nuestra comprensión de los conflictos imperialistas: no solamente los objetivos económicos de la guerra imperialista son globales y políticos, sino que además ellos mismos acaban estando dominados por cuestiones de estrategia y de «seguridad» militares. Mientras que al principio de la decadencia, la guerra estaba más o menos aún al servicio de la economía, con el paso del tiempo, la situación es la contraria, la economía está cada vez más al servicio de la guerra. Una corriente como el BIPR, enmarcada en la tradición marxista, es muy consciente de ello: «... Debemos claramente reiterar un elemento básico del pensamiento dialéctico marxista: cuando las fuerzas materiales incrementan una dinámica hacia la guerra es porque esto se ha convertido en el punto de referencia central para los políticos y gobernantes. La guerra es emprendida para vencer: amigos y enemigos son escogidos sobre esas bases».
Y en otra parte del mismo artículo: «Queda entonces para el liderazgo político y las fuerzas armadas establecer la dirección política de cada Estado de acuerdo con un simple imperativo: una estimación de cómo alcanzar la victoria militar» («Fin de la guerra fría: una nueva etapa hacia un nuevo alineamiento imperialista», Communist Review n° 10).
Aquí estamos lejos del petróleo del Golfo y de los mercados yugoslavos. Pero desgraciadamente, esta comprensión no se ha arraigado en una teoría coherente de la irracionalidad económica del militarismo actual.
Por otra parte, la identificación entre las tensiones económicas y los antagonismos militares conduce a una miopía en cuanto al significado de la Unión Europea y de la moneda única considerada como el núcleo de un futuro bloque continental. (...)
Hasta los años 90, la burguesía no encontró otros medios para coordinar sus políticas económicas entre los Estados nación – en un intento por mantener la cohesión del mercado mundial frente a la crisis económica permanente – sino el marco de los bloques imperialistas. En este contexto, el carácter del bloque Occidental durante la Guerra fría, compuesto como estaba de todas las principales potencias económicas, era particularmente favorable a la gestión internacional de la crisis abierta del capitalismo lo que le permitió durante mucho tiempo impedir la dislocación del comercio mundial como el que se había producido en los años 30.
Las circunstancias del orden mundial imperialista posterior a 1945 que duraron medio siglo, podían dar la impresión de que la coordinación de la política económica y la contención de las rivalidades comerciales entre Estados gracias a ciertas reglas y límites, era la función específica de los bloques imperialistas.
Sin embargo, después de 1989, cuando los bloques imperialistas desaparecieron, la burguesía de los países principales fue capaz de encontrar nuevos medios de cooperación económica internacional hacia la gestión de la crisis, mientras a nivel imperialista, la lucha de todos contra todos pasó rápidamente al primer plano.
La situación está perfectamente ilustrada por la actitud de Estados Unidos. En el plano imperialista, resiste masivamente a todo movimiento hacia una alianza militar de los Estados europeos. Pero, en lo económico, (después de las vacilaciones iniciales) apoyan e incluso se benefician de la Unión Europea y del proyecto Euro.
Durante la Guerra fría, «el proceso de integración europea» era ante todo un medio para fortalecer la cohesión del bloque estadounidense en Europa occidental contra el Pacto de Varsovia. Si la Unión Europea ha sobrevivido a la quiebra del bloque Occidental fue sobre todo porque asumió un nuevo papel con una estabilidad arraigada en el corazón de la economía mundial.
En este sentido, la burguesía ha aprendido de los años pasados a operar una cierta separación entre la cuestión de la cooperación económica (gestión de la crisis) y la cuestión de las alianzas imperialistas. Y la realidad actual demuestra que la lucha de «cada uno para sí» domina en lo imperialista pero no en lo económico. Pero si la burguesía es capaz de hacer tal distinción, es únicamente porque los dos fenómenos son distintos, aunque no completamente separados: en realidad el «Euroland» ilustra perfectamente que esa estrategia imperialista y los intereses de comercio mundial de las naciones no son idénticos. La economía de Holanda, por ejemplo, es fuertemente dependiente del mercado mundial en general y de la economía alemana en particular. Por eso Holanda ha sido uno de los más fervientes apoyos en Europa a la política alemana hacia una moneda común. En el ámbito imperialista, por el contrario, la burguesía holandesa, precisamente por su proximidad geográfica a Alemania, se opone a los intereses de sus poderosos vecinos siempre que puede, y es uno de los más fieles aliados de Estados Unidos en el viejo continente. Si el «Euro» fuera ante todo la piedra clave de un futuro bloque alemán, La Haya sería la primera en oponerse. Pero en realidad, Holanda, Francia y otros países que temen el resurgimiento imperialista alemán, apoyan la moneda común precisamente porque ésta no amenaza su seguridad nacional, o sea, su soberanía militar.
Al contrario de una coordinación económica basada en un contrato entre Estados burgueses soberanos (bajo la presión de restricciones económicas y de las relaciones de fuerza actuales, por supuesto), un bloque imperialista es un férreo cinturón impuesto a un grupo de Estados por la supremacía militar del país líder y unidos por una voluntad común de destrucción de la alianza militar enemiga. Los bloques de la Guerra fría no surgieron de acuerdos negociados, sino que fueron el resultado de la IIª Guerra mundial. El bloque occidental nació porque Europa Occidental y Japón habían sido ocupados por Estados Unidos mientras que la Europa del Este había sido invadida por la URSS.
El bloque del Este no cayó en pedazos a causa de una modificación de sus intereses económicos y de sus alianzas comerciales, sino porque el líder que mantuvo el bloque a sangre y fuego, ya no era capaz de asumir la tarea. Y el bloque occidental – que era el más fuerte y no se desmoronó – simplemente murió porque el enemigo común había desaparecido. Como Winston Churchill lo escribió: «las alianzas militares no son el producto del amor, sino del temor: temor al enemigo común».
Europa y Norteamérica son los dos centros principales del capitalismo mundial. Estados Unidos, poder dominante en Norteamérica, fue destinado a ser la potencia líder en el mundo por su dimensión continental, por su situación a una distancia de seguridad de sus enemigos potenciales en Europa y Asia, y por su fuerza económica.
Por el contrario, la posición económica y estratégica de Europa la condenó a ser el foco principal de las tensiones imperialistas en la decadencia del capitalismo. Principal campo de batalla de las dos guerras mundiales y continente dividido por «el telón de acero» durante la Guerra fría, Europa nunca ha constituido una unidad y jamás podrá hacerlo bajo el capitalismo.
Por su papel histórico como lugar de nacimiento del capitalismo moderno y su situación geográfica como una casi península de Asia que se extiende hacia el norte de Africa, Europa ha sido en el siglo XX la clave de la lucha imperialista por el dominio mundial. Al mismo tiempo, entre otras causas por su situación geográfica, Europa es particularmente difícil de dominar militarmente. Gran Bretaña, aún en los días en que «reinaba en los mares», sólo logró vigilar Europa gracias un complicado sistema de «relación de fuerzas». En cuanto a la Alemania de Hitler, aún en 1941 su dominación del continente era más aparente que real, en la medida en que Inglaterra, Rusia y el Norte de Africa estaban en manos enemigas. Ni siquiera Estados Unidos, en el momento más tenso de la Guerra fría, jamás logró dominar más de la mitad del continente. Irónicamente, desde su «victoria» sobre la URSS, la posición de Estados Unidos en Europa se ha visto considerablemente debilitada con la desaparición del «imperio del mal». Aunque la superpotencia mundial mantiene una considerable presencia militar en el viejo continente, Europa no es un área subdesarrollada que pueda mantenerse en observación con unos cuantos cuarteles de «marines»: entre los países industrializados del G7, cuatro son europeos.
De hecho, mientras que Estados Unidos puede maniobrar militarmente casi a su gusto en el golfo Pérsico, el tiempo y los esfuerzos que Washington requiere para imponer su política en la antigua Yugoslavia, revela la dificultad actual para la única superpotencia que queda, para mantener una presencia decisiva a 5000 kilómetros de su territorio.
No solamente los conflictos en los Balcanes o en el Cáucaso están directamente relacionados con la lucha por el control de Europa, sino también los de Africa y del Oriente Medio. El norte de Africa es la orilla meridional de la cuenca del Mediterráneo, su costa noreste (particularmente el llamado «Cuerno») domina las cercanías al canal de Suez, el sur de Africa las rutas de navegación meridionales entre Europa y Asia. Si Hitler, a pesar de la dispersión de sus recursos militares en Europa, envió a Rommel a Africa, fue sobre todo porque sabía que de otra manera Europa no podía ser controlada.
Lo que es válido para Africa, es aún más válido para el Oriente Medio, el punto neurálgico donde Europa, Asia y Africa se encuentran. La dominación del Oriente Medio es uno de los principales recursos mediante el cual Estados Unidos puede mantenerse como potencia «europea» decisiva y global (de ahí la importancia vital de la «Pax Americana» entre Israel y los palestinos para Washington).
Europa es también la principal razón de por qué Washington, en estos ocho años, ha hecho de Irak el punto permanente de crisis internacional: es un medio para dividir a las potencias europeas. Mientras que Francia y Rusia son aliados de Irak, Gran Bretaña es el enemigo natural del actual régimen de Bagdad, mientras que Alemania. por su parte, está más próxima a los rivales regionales de Irak, tales como Turquía e Irán.
Pero si Europa es el centro de las tensiones imperialistas actualmente, es sobre todo porque las principales potencias europeas tienen intereses militares divergentes. No podemos olvidar que ambas guerras mundiales se iniciaron sobre todo como guerras entre potencias europeas, exactamente igual que las guerras en los Balcanes en estos años 90. (...)
[1] Ver «Europa del Este, las armas de la burguesía contra le proletariado», Revista internacional n° 34, 1983.
[2] Ver «La descomposición del capitalismo», Revista internacional n° 57, 1989.
[3] Ver «La descomposición, fase ultima de la decadencia del capitalismo», Revista internacional n° 62, 1990.
[4] Ver «Irak, un revés de Estados Unidos que refuerza las tensiones guerreras», Revista internacional n° 93, 1998.
[5] Revista internacional n° 90.
[6] Revista internacional n° 67, 1991.
1. De los 15 países que integran la Unión europea, 13 tienen hoy gobiernos socialdemócratas o gobiernos en los cuales los socialdemócratas participan (España e Irlanda son las únicas excepciones). Esta realidad ha sido objeto obviamente de análisis tanto por parte de periodistas de la burguesía como por algunos grupos revolucionarios. Así, para un «especialista» francés en política internacional como Alexandre Adler, «las izquierdas europeas tienen al menos un objetivo común: la preservación del Estado providencia, la defensa de una seguridad común europea» (Courrier international, n° 417). De igual modo, le Prolétaire de finales de octubre dedicó un artículo a este tema, arguyendo correctamente que la preponderancia actual de la socialdemocracia en la mayoría de los países corresponde a una política internacional deliberada y coordinada de la burguesía contra la clase obrera. Sin embargo, ambos, tanto en los comentarios de la burguesía como en el artículo de Le Prolétaire, es imposible ver lo específico de esta política comparada con la de periodos anteriores desde finales de los 60.
Se trata de un problema de comprensión de las causas de un fenómeno político que estamos presenciando a escala europea, e incluso a escala mundial (con los demócratas a la cabeza del ejecutivo en Estados Unidos). Dicho esto, aún antes de ir a las causas, tenemos que responder a una pregunta: ¿Podemos decir que el innegable hecho de que los partidos socialdemócratas tengan una posición hegemónica en casi todos los países de Europa occidental es el resultado de un fenómeno general con causas comunes para todos los países o es más bien una convergencia circunstancial de una serie de situaciones específicas y particulares en cada país?
2. El marxismo se diferencia del método empírico en que no saca sus conclusiones sólo de los hechos observados en un momento dado, sino que interpreta e integra estos hechos en una visión global e histórica de la realidad social. Dicho esto, como método vivo que es, el marxismo examina permanentemente esa realidad, y nunca teme criticar los análisis que ha elaborado previamente:
– ya sea porque se hayan revelado erróneos (el método marxista nunca se ha pretendido infalible);
– ya porque han surgido nuevas condiciones históricas, que hacen caducos los análisis anteriores.
De ninguna manera debe verse al método marxista como un dogma inmutable al cual la realidad tendría que sujetarse. Tal concepción del marxismo es la de los bordiguistas (o del FOR, el cual negaba la realidad de la crisis porque no correspondía a sus esquemas). No es el método que la CCI ha heredado de Bilan y el conjunto de la Izquierda comunista. Aunque el método marxista evita a toda costa el limitarse a los hechos inmediatos y rechaza supeditarse a las «evidencias» cacareadas por los ideólogos de la clase dominante, está siempre obligado, sin embargo, a tener en cuenta los hechos. Ante el fenómeno de la presencia masiva de la izquierda a la cabeza de los países de Europa, podemos obviamente encontrar dentro de cada país razones específicas que favorecen esa disposición particular de las fuerzas políticas. Por ejemplo, hemos atribuido el retorno de la izquierda al gobierno en Francia en 1997 a la extrema debilidad política y a las divisiones dentro de la derecha. Similarmente, vimos que las consideraciones de política exterior desempeñaron un papel importante en la formación del gobierno de izquierda en Italia (contra el «polo» de Berlusconi favorable a una alianza con Estados Unidos) o en el Reino Unido (donde los conservadores estaban profundamente divididos con respecto a la Unión europea y a Estados Unidos).
Sin embargo, tratar de derivar la situación política actual en Europa de la simple suma de situaciones particulares en diferentes países sería un ejercicio estéril contrario al espíritu marxista. De hecho, en el método marxista, ciertas circunstancias cuantitativas llegan a transformarse en una nueva cualidad.
Cuando consideramos que nunca, desde que se unieron al campo burgués, han estado tantos partidos de izquierda en el gobierno de manera simultánea (aún si todos ellos han estado en un tiempo u otro), cuando vemos también que en países tan importantes como Inglaterra y Alemania (donde la burguesía usualmente posee un fuerte control sobre su aparato político) la izquierda ha sido deliberadamente colocada en el gobierno por la burguesía, tenemos que considerar que esto es una nueva «cualidad», la cual no puede ser reducida a una mera superposición de «casos particulares» ([1]).
Y no razonamos otra manera cuando pusimos de relieve el fenómeno de la «izquierda en la oposición» a finales de los 70. Así, el texto adoptado por el IIIer congreso de la CCI, que proporcionaba el marco para nuestro análisis de la izquierda en la oposición, empezaba tomando en cuenta el hecho de que, en la mayoría de los países de Europa, la izquierda había sido separada del poder:
«Basta con observar muy rápidamente la situación para ver que... la llegada de la izquierda al poder no sólo no se ha verificado, sino que la izquierda ha sido en los últimos años sistemáticamente separada del poder en la mayoría de la países de Europa. Baste citar a Portugal, Italia, España, los países escandinavos, Francia, Bélgica, Inglaterra así como a Israel, para darse cuenta de ello. Existen prácticamente sólo dos países en Europa donde la izquierda permanece todavía en el poder: Alemania y Austria» («En la oposición como en el gobierno la “izquierda” contra los trabajadores», Revista internacional nº 18).
3. En los análisis de la causas de la llegada de la izquierda al gobierno en este o aquél país europeo, tenemos que tomar en cuenta algunos factores específicos (por ejemplo, en el caso de Francia, la extrema debilidad de «la derecha más estúpida del mundo», como se suele decir en ese país). Sin embargo, es vital que los revolucionarios sean capaces de dar una respuesta global a un fenómeno global, para dar una respuesta lo más completa posible. Eso fue lo que la CCI hizo en 1979, en su IIIer congreso, con respecto a la izquierda en la oposición y la mejor manera de realizar este trabajo es recordar con qué método analizamos ese fenómeno en aquel tiempo:
«Con la aparición de la crisis y los primeros signos de la lucha obrera, la “izquierda en el poder” fue la respuesta más adecuada del capitalismo en esos primeros años (…) de igual modo que una izquierda, presentándose como candidata al gobernar, realizaba efectivamente la tarea de contener, desmovilizar y paralizar al proletariado con todas sus mistificaciones sobre el “cambio” y el electoralismo.
La izquierda se tenía que mantener en esa posición, y lo hizo, durante el mayor tiempo posible, para cumplir esa función. No se trata, pues, por nuestra parte, de que hubiéramos cometido algún error en el pasado, sino de algo diferente y más sustancial que ha ocurrido en el alineamiento de las fuerzas políticas de la burguesía. Cometeríamos un serio error si no reconociéramos ese cambio a tiempo y continuáramos repitiendo el peligro de la “izquierda en el poder”. Antes de continuar el examen de por qué este cambio ha tenido lugar y lo que significa, debemos insistir particularmente en que no estamos hablando de un fenómeno circunstancial, limitado a este o aquél país, sino a un fenómeno general, válido a corto plazo y posiblemente a medio plazo para todos los países del mundo occidental.
Tras haber cumplido efectivamente su tarea de desmovilizar a los trabajadores durante estos años pasados, la izquierda, en el poder o encaminándose hacia el poder, no puede seguir cumpliendo esa tarea sino es colocándose en la oposición. Existen muchas razones para ese cambio, tenemos las condiciones específicas de varios países, pero estas son razones secundarias. Las principales razones son el debilitamiento de las mistificaciones de la izquierda, de la izquierda en el poder, y la gradual desilusión de las masas trabajadoras. La reciente reanudación y radicalización de la lucha obrera lo confirman.
Recordemos los tres criterios que hacíamos en análisis y discusiones anteriores como condiciones para la llegada de la izquierda al poder:
1. La necesidad de fortalecer las medidas de capitalismo de Estado,
2. Una integración más estrecha dentro del bloque imperialista occidental sometido al capital estadounidense;
3. encuadramiento efectivo de la clase obrera e inmovilización de sus luchas.
La izquierda reunía esas tres condiciones con más eficacia, y Estados Unidos, líder del bloque, apoyaron su llegada al poder, aunque con evidentes reservas hacia los PC (...) Pero mientras que Estados Unidos mantenían su desconfianza hacia los PC, daban, en cambio, su apoyo total al mantenimiento o al acceso de los socialistas al poder, allí donde era posible...
Volvamos a los criterios sobre la izquierda en el poder. Cuando los examinamos más de cerca, podemos ver que aunque la izquierda los cumple muy bien, no son todos patrimonio exclusivo de la izquierda. Los dos primeros, las medidas de capitalismo de Estado y la integración a un bloque, pueden ser cumplidos fácilmente, si la situación lo requiere, por otras fuerzas políticas de la burguesía: partidos de centro e incluso de derechas ([2]) (...) En cambio, el tercer criterio, el encuadramiento de la lucha obrera, es propiedad exclusiva de la izquierda, es su función específica, su razón de ser.
La izquierda no puede cumplir su función solamente, ni siquiera generalmente, cuando está en el poder... En regla general, la participación de la izquierda en el poder es absolutamente necesaria en dos situaciones precisas:
1. en la Unión sagrada para desviar a los trabajadores hacia la defensa nacional en la preparación directa de la guerra,
2. y en una situación revolucionaria para frenar el movimiento hacia la revolución.
Fuera de estas dos situaciones extremas cuando la izquierda no puede evitar exponerse abiertamente como defensor incondicional del régimen burgués enfrentándose directamente por la violencia a la clase obrera, debe tratar siempre de evitar que aparezca su verdadera identidad, su función capitalista, y mantener la mistificación de que su política está destinada a defender los intereses de la clase obrera (...) Así, aún si la izquierda como cualquier otro partido burgués aspira «legítimamente» al gobierno, hay que hacer notar una importante diferencia entre estos partidos y los demás de la burguesía en cuanto a su participación en el poder. Esto se debe a que aquellos partidos se proclaman partidos “obreros” y por ello están obligados a presentarse con caretas y fraseología “anticapitalistas”, como lobos disfrazados de corderitos. Su estancia en el poder los lleva en una situación ambivalente, más difícil que para la mayoría de los partidos francamente burgueses. Un partido abiertamente burgués hace en el poder lo que abiertamente dice que va a hacer: la defensa del capital, y no se desprestigia al hacer políticas antiobreras. Es exactamente el mismo en la oposición que en el gobierno. Es muy diferente para los partidos de izquierda, pues deben tener una fraseología obrera y una práctica capitalista, un lenguaje en oposición y una práctica opuesta cuando están en el gobierno (...)
Después de una explosión de descontento social y convulsiones que habían sorprendido a la burguesía, y que pudieron ser neutralizadas mediante la “izquierda en el poder”, la profundización de la crisis, las ilusiones en la izquierda empezaron a debilitarse, la lucha de clases empezó a reavivarse. Llegó a ser necesario para la izquierda estar en la oposición y radicalizar su fraseología, para ser capaz de controlar el resurgir de la lucha. Obviamente esto no podía ser algo absoluto y definitivo, pero hoy por hoy y para el futuro inmediato es un fenómeno general» ([3]) (idem).
4. El texto de 1979 como podemos comprobar, nos recuerda que es necesario examinar el fenómeno del desarrollo de las fuerzas políticas a la cabeza del Estado burgués desde tres ángulos diferentes:
– la necesidad de la burguesía de enfrentar la crisis económica,
– las imperativos imperialistas de cada burguesía nacional,
– la política hacia el proletariado.
También ese texto afirmaba que este último aspecto es, en última instancia, el más importante en el periodo histórico abierto por el resurgir proletario a finales de los 60.
En nuestros esfuerzos por entender la situación actual, la CCI tomó este factor en cuenta en enero de 1990, en el momento del desmoronamiento del bloque del Este y el retroceso en la conciencia que provocó en la clase obrera: «esto es por lo que, en particular, tenemos que adaptar los análisis de la CCI de la izquierda en la oposición. Esta fue una carta necesaria de la burguesía a finales de los 70 y durante los 80 debido a la dinámica general de la clase hacia el incremento de los combates y del desarrollo de la conciencia, y su creciente rechazo de las mistificaciones democráticas, electorales y sindicales (...) Por el contrario, el presente reflujo de la clase significa que por un tiempo esta estrategia no será una prioridad para la burguesía» (Revista internacional nº 61).
Sin embargo, lo que en esa época fue visto como una posibilidad está hoy imponiéndose como una regla casi general (aún más general que la de izquierda en la oposición durante los 80). Tras haber visto la posibilidad del fenómeno, es importante entender sus causas, teniendo en cuenta los tres factores mencionados arriba.
5. La búsqueda de las causas de la hegemonía de la izquierda en Europa debe estar basada en una consideración de las características específicas del periodo actual. Este trabajo se ha hecho en los tres informes sobre la situación internacional presentado al Congreso, y este no es el lugar para volver a los detalles. Sin embargo, es importante comparar la situación actual con la de los 70 cuando la izquierda jugó la baza de la izquierda en el gobierno o en dirección al gobierno.
En el plano económico, los años 70 fueron los primeros años de la crisis abierta del capitalismo. De hecho, fue principalmente después de la recesión de 1974 cuando la burguesía llegó a ser consciente de la gravedad de la situación. Sin embargo, a pesar de la violencia de las convulsiones de aquel periodo, la clase dominante todavía se agarraba a la ilusión de que podía haber una solución. Atribuyendo sus dificultades al alza de los precios del petróleo posterior a la guerra de Yom Kippur en 1973, esperaba superar los problemas mediante la estabilización de los precios del crudo e instalando nuevas fuentes de energía. También contaba con un relanzamiento alimentado con créditos considerables (los «petrodólares») otorgados a los países del Tercer mundo. Finalmente imaginó que las nuevas medidas de capitalismo de Estado de tipo neokeynesiano permitirían estabilizar los mecanismos de la economía en cada país.
En el plano de los conflictos imperialistas, hubo una agravación, debido en gran parte a un desarrollo de la crisis económica, aún si esa agravación fue menor que la ocurrida a principios de los 80. La necesidad de una disciplina mayor dentro de cada bloque fue un elemento importante en la política burguesa (así en un país como Francia, la subida al poder de Giscard d’Estaing en 1974 puso fin a las veleidades de «independencia», típicas del periodo gaullista).
En el plano de la lucha de clases, este periodo se caracterizó por la muy fuerte combatividad que se desarrolló en todos los países, tras la oleada de mayo 68 en Francia y el «mayo rampante» en Italia de 1969; una combatividad que inicialmente había tomado por sorpresa a la burguesía.
En esos tres aspectos, la situación hoy es muy diferente de la que fue en los 70. En el plano económico, la burguesía ha perdido, en gran parte, sus ilusiones sobre la «salida» de la crisis. A pesar de las campañas del periodo reciente sobre los beneficios de la «globalización», ya no pretende retornar a los «treinta gloriosos» años del período de reconstrucción, aunque todavía espere limitar los estragos de la crisis. E incluso esta última esperanza ha quedado severamente minada desde el verano de 1997 con el hundimiento de los «dragones» y «tigres» de Asia, seguido por la caída de Rusia y Brasil en 1998.
En lo que a conflictos imperialistas se refiere, la situación se ha alterado radicalmente: hoy ya no existen bloques imperialistas. Sin embargo, los enfrentamientos militares no han sido superados. Al contrario se han agudizado, multiplicado, acercándose cada vez más a los países centrales, especialmente las metrópolis de Europa occidental. También han estado marcados por una tendencia a la cada vez mayor participación directa de las grandes potencias, mientras que, en los años 70, en cambio, hubo cierto rechazo por parte de las grandes potencias a participar directamente, particularmente Estados Unidos, que se retiraba de Vietnam.
En el plano de las luchas obreras, el período actual está marcado por el retroceso de la combatividad y de la conciencia provocado por los acontecimientos de finales de los 80 (desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes «socialistas») y principios de los 90 (guerra en el Golfo, guerra en Yugoslavia etc.), aunque sí están apareciendo tendencias al resurgir de la combatividad y hay una profunda fermentación política en una, todavía, pequeña minoría.
Finalmente, es importante subrayar el nuevo factor que influye en la vida de la sociedad de hoy y que no existía en los años 70: la entrada en la fase de descomposición del período de decadencia del capitalismo.
6. Este último factor debe tenerse en cuenta si queremos entender el fenómeno actual de la izquierda en el poder. La descomposición afecta a toda la sociedad y en primer lugar a la clase dominante. Este fenómeno es particularmente espectacular en los países de la periferia y constituye un factor de inestabilidad creciente que frecuentemente alimenta enfrentamientos imperialistas. Hemos demostrado que en los países más desarrollados, la clase dominante está mucho mejor preparada para controlar los efectos de la descomposición pero no puede protegerse completamente de ellos. Uno de los ejemplos más espectaculares es sin duda la bufonada del «Monicagate» en el seno de la primera burguesía del mundo, que aunque debía servir para la reorientación de la política imperialista americana, al mismo tiempo ha acarreado una pérdida de su autoridad.
Entre los diferentes partidos burgueses, no todos los sectores están afectados por la descomposición de la misma manera. Todos los partidos burgueses, obviamente, tienen la misión de preservar, a corto y largo plazo, los intereses del capital nacional. Sin embargo, en el espectro de partidos, los que generalmente tienen una clara conciencia de sus responsabilidades, son los de izquierda, pues están menos atados a los intereses inmediatos de este o aquel sector capitalista, y también porque la burguesía en ocasiones ya les ha dado un papel dirigente en momentos decisivos de la sociedad (guerras mundiales y sobre todo, en períodos revolucionarios). Evidentemente, los partidos de izquierda están sometidos a los efectos de la descomposición, corrupción, escándalos, una tendencia a la escisión. De cualquier manera, el ejemplo de países como Italia o Francia muestra que por sus características, los partidos de izquierda están menos afectados que los de derechas. En todo caso, uno de los elementos que nos permite explicar la llegada de partidos de izquierda al gobierno en varios países es que esos partidos están más capacitados para resistir a los efectos de la descomposición y tienen una gran cohesión (esto es también válido para un país como Gran Bretaña donde los conservadores están mucho más divididos que los laboristas) ([4]).
Otro factor que permite explicar los «éxitos» actuales de la izquierda, relacionado con el problema de la descomposición es la necesidad de dar brillo a la mistificación democrática y electoral. El desmoronamiento de los regímenes estalinistas fue un factor importante en el resurgir de estas mistificaciones, particularmente entre los obreros que, mientras existió un sistema que se presentaba como diferente del capitalismo, podía alimentar la esperanza de que había una alternativa al capitalismo (aún si tenían pocas ilusiones sobre los llamados países socialistas). De cualquier manera, la guerra del Golfo del 91 fue un golpe contra las ilusiones democráticas. Más aun, el desencanto hacia los valores tradicionales de la sociedad, un rasgo característico de la descomposición, y que se expresa especialmente en la atomización y la tendencia a «cada uno para sí», iba a tener obligatoriamente consecuencias sobre las clásicas instituciones del Estado capitalista, y, en particular, los mecanismos democráticos y electorales. Y ha sido precisamente la victoria electoral de la izquierda en países donde, en conformidad con las necesidades de la burguesía, la derecha había gobernado durante un largo período (especialmente en países importantes como Alemania y Reino Unido) un factor muy importante en la restauración de las mistificaciones electoralistas.
7. El aspecto de los conflictos imperialistas (que también está vinculado a la descomposición: el derrumbe del bloque del Este y la tendencia a «cada uno para sí» a nivel internacional) es otro factor importante en la llegada de la izquierda al gobierno en muchos de países. Ya hemos visto que la necesaria reorientación de la diplomacia italiana, en detrimento de la alianza con EE.UU., fue un elemento central en la quiebra y desaparición de la Democracia cristiana, al igual que la caída del «polo» Berlusconi, más favorable a los EE.UU. Hemos visto también que la mayor homogeneidad de los laboristas en Gran Bretaña hacia la Unión Europea, fue una de las claves para la elección de Blair por la burguesía británica. Finalmente, la llegada al gobierno alemán de los sectores políticos más alejados del hitlerismo, y que incluso se habían hecho un traje de «pacifistas» (los socialdemócratas y sobre todo los Verdes) ha sido la mejor tapadera para las ambiciones imperialistas de un país que a largo plazo es el principal rival de Estados Unidos. Sin embargo, hay otro elemento que debe tenerse en consideración y que se aplica a países como Francia donde no hay diferencia entre la izquierda y la derecha en política internacional. Se trata de la necesidad, para cada burguesía de los países centrales, de participar cada día más en los conflictos bélicos que azotan el mundo y de la naturaleza misma de esos conflictos, frecuentemente presentados como horribles masacres de poblaciones civiles, frente a las cuales, la «comunidad internacional» debe aplicar la «ley» y enviar sus «misiones humanitarias». Desde 1990, casi todas las intervenciones militares de las grandes potencias (y particularmente en Yugoslavia) se han puesto ese disfraz humanitario y no el de los «intereses nacionales». Y para llevar a cabo guerras «humanitarias», está claro que la izquierda está mejor situada que la derecha (aunque ésta pueda también hacer esa faena), dado que su especialidad es precisamente la defensa de «los derechos humanos» ([5]).
8. En cuanto a la gestión de la crisis económica, también hay elementos que van a favor de la izquierda en el gobierno en la mayoría de los países. En particular, tenemos el fracaso patente de las políticas ultraliberales, de las que Thatcher y Reagan fueron los más notables representantes. Obviamente, la burguesía no tiene otra elección sino continuar los ataques económicos contra la clase obrera. Tampoco volverá atrás en sus privatizaciones, las cuales le han permitido:
– aliviar los déficits presupuestarios del Estado,
– hacer más rentables cierta cantidad de actividades,
– evitar la politización inmediata de conflictos sociales en situaciones en las que el propio Estado es el patrón.
Dicho lo cual, el fracaso de las políticas ultraliberales (plasmada claramente en la crisis asiática) da argumentos a quienes abogan por una mayor intervención del Estado. Esto es válido a nivel del discurso ideológico: la burguesía tiene que aparentar estar corrigiendo lo que elle misma presenta como resultado de sus errores – la agravación de la crisis – para impedir que ésta favorezca el desarrollo de la conciencia en el proletariado. Pero es igualmente válido a nivel de la política real: la burguesía esta tomando conciencia de los «excesos» de la política ultraliberal. En la medida en que la derecha ha estado fuertemente marcada por esta política del «menos Estado», la izquierda es, por el momento, la mejor situada para organizar tales cambios (aunque también la derecha puede tomar este tipo de medidas como vimos con Giscard d’Estaing en Francia en los años 70; e incluso si hoy es un hombre de derechas, Aznar en España, quien se identifica con la política del partido laborista de Blair). La izquierda no podrá restablecer el «Estado del bienestar» pero quiere dar la impresión de no traicionar completamente su programa restableciendo una mayor intervención del Estado en la economía.
Además, el fracaso de la «globalización a ultranza», que se concretó en la crisis asiática, es otro factor adicional que lleva agua al molino de la izquierda. Cuando la crisis abierta a principios de los 70, la burguesía entendió que no podía repetir los errores que agravaron la crisis en los años 30. Por ejemplo, a pesar de todas las tendencias en esta dirección, fue necesario combatir la tentación del repliegue de cada país en la autarquía y el proteccionismo, lo cual hubiera dado un golpe fatal al comercio mundial. Esto es por lo que la Comunidad económica europea pudo proseguir su desarrollo hasta desembocar en la Unión europea e instaurar el euro. Por eso también se instauró la Organización mundial del comercio para limitar los aranceles y favorecer los intercambios internacionales. Sin embargo, esa política de apertura de los mercados ha sido un factor importante en la explosión de la especulación financiera (que es el «deporte» favorito de los capitalistas en períodos de crisis cuando hay pocas oportunidades de ganancias en actividades productivas), peligro que quedó patente con la crisis asiática. Aunque la izquierda ni ha puesto ni pondrá nunca en tela de juicio lo esencial de la política de la derecha, sí está a favor de una mayor regulación de los movimientos financieros internacionales (una fórmula sería, por ejemplo, la «tasa Tobin»), que permita limitar los excesos de la globalización. Y al hacer eso, lo que hace es crear una especie de «cordón sanitario» en torno a los países más desarrollados, limitando al máximo los efectos de las convulsiones que golpean a los países de la periferia.
9. La necesidad de enfrentar el desarrollo de la lucha de clases es un factor esencial en la llegada de la izquierda al gobierno en el período actual. Pero antes de determinar las razones de ello, debemos ver las diferencias entre la situación actual y la situación en los años 70 en ese aspecto. En los 70, el argumento, ante las masas obreras, para la izquierda en el gobierno era:
– hay que hacer una política económica radicalmente diferente de la de la derecha, una política socialista que volverá a incentivar la economía y «hará pagar a los ricos» ([6]);
– para no comprometer esta política o permitir a la izquierda ganar las elecciones, hay que limitar las luchas sociales.
Para decirlo claramente, la «alternativa de izquierdas» tenía la función de canalizar el descontento y la combatividad de los obreros hacia las urnas.
Hoy, los diferentes partidos de izquierda que han llegado al gobierno tras ganar las elecciones, ya no usan, ni mucho menos, el lenguaje «obrero» que usaban en los 70. Los ejemplos más patentes son Blair, el apóstol de la tercera vía, y Schroeder el hombre del «nuevo centro». De hecho, no se trata de canalizar una débil combatividad hacia las urnas sino asegurar que en el gobierno, la izquierda no va a tener un lenguaje muy diferente del de la campaña electoral, desprestigiándose así rápidamente como en los 70 (por ejemplo, el partido laborista de Gran Bretaña llegó al poder tras la huelga de los mineros de 1974 teniendo que dejarlo en 1979 enfrentado a un nivel excepcional de combatividad). El que la izquierda tenga una cara mucho más «burguesa» que en los 70 es un reflejo del bajo nivel de combatividad de la clase obrera hoy. Esto permite a la izquierda sustituir a la derecha sin sobresaltos. Sin embargo, la generalización de los gobiernos de izquierda en los países más avanzados no es solo un fenómeno «por defecto» relacionado con la debilidad de la clase obrera. También desempeña un papel «positivo» para la burguesía ante a su enemigo mortal. Y esto tanto a medio como a corto plazo.
A medio plazo, la alternancia no solo ha vuelto a dar prestigio al proceso electoral, sino que ha permitido a los partidos de la derecha recuperar fuerzas en la oposición ([7]); así serán más capaces de asumir su papel cuando sea necesario volver a poner a la izquierda en la oposición con una derecha «dura» en el poder ([8]).
En lo inmediato, el lenguaje «moderado» de la izquierda para hacer pasar sus ataques hace posible evitar explosiones de combatividad favorecidas por las provocaciones y el lenguaje duro de una derecha del estilo de Thatcher, por ejemplo. Y este es efectivamente uno de los objetivos más importantes de la burguesía. Como lo hemos mostrado, el desarrollo de la lucha es una de las condiciones esenciales que permitirá a la clase obrera recuperar el terreno perdido con la caída del bloque del Este y recuperar su conciencia. Por eso, la burguesía hoy está tratando de ganar el mayor tiempo posible, aun si sabe que no podrá jugar durante mucho tiempo esa baza.
10. Así pues, los diferentes factores que hoy motivan que la burguesía juegue la baza de la izquierda en el gobierno son: la gestión de la crisis, los conflictos imperialistas y la política frente a la amenaza proletaria. Y entre esos tres factores, es este último el de mayor importancia. Es tanto más importante porque en lo que se refiere a la «gestión de la crisis», lo esencial de la política de la izquierda es su capacidad para tener un lenguaje diferente al de una derecha que acaba de dejar el gobierno y no tanto las medidas concretas que haya de tomar y que la derecha podría también adoptar. O sea que es su función ideológica la que le da toda su valía a la izquierda en la gestión de la crisis, una función ideológica dirigida a toda la sociedad, pero sobre todo a la fuerza principal que se enfrenta a la burguesía, el proletariado.
De igual modo, en lo referente a los conflictos imperialistas, lo esencial que la izquierda puede aportar a la política belicista de la burguesía, proporcionándole el disfraz «humanitario» más atractivo, pertenece a su discurso y a sus mentiras ideológicas, los cuales también se dirigen a la sociedad entera, pero fundamentalmente a la clase obrera, única fuerza capaz de ser un obstáculo a la guerra imperialista.
El papel esencial que, al fin y al cabo, desempeña el factor «hacer frente a la amenaza proletaria» en la política actual llevada por la burguesía de poner a sus izquierdas en los gobiernos, es una nueva ilustración del análisis desarrollado por la CCI desde hace más de treinta años: la relación de fuerzas general entre las clases, el curso histórico, no es favorable a la burguesía (contrarrevolución, curso hacia la guerra mundial), sino al proletariado (salida de la contrarrevolución, curso hacia enfrentamientos de clase). El proletariado ha sufrido un retroceso con el hundimiento de los regímenes estalinistas y las campañas incesantes sobre la «muerte del comunismo», pero este retroceso no ha puesto en entredicho, en lo esencial, el curso histórico.
11. La presencia masiva de los partidos de izquierda en los gobiernos europeos es un aspecto muy significativo de la situación actual. Esta baza no la juega cada una de las burguesías nacionales en su rincón. Ya durante los años 70, cuando la baza de la izquierda en o hacia el poder fue jugada por la burguesía europea, tenía el apoyo del presidente demócrata de Estados Unidos, Carter. En los años 80, la baza de la izquierda en la oposición y de una derecha «dura» encontró en Ronald Reagan (tanto como en Thatcher) su representante más eminente. En aquella época, la burguesía elaboraba sus políticas a nivel del bloque occidental. Hoy los bloques han desaparecido y las tensiones se han ido agudizado constantemente entre Estados Unidos y bastantes Estados europeos. En todo caso, enfrentadas a la crisis y a la lucha de clases, a las principales burguesías del mundo les interesa seguir coordinando sus políticas. Así, el 21 de septiembre en Nueva York hubo una cumbre del «centro izquierda internacional» en la que Tony Blair enalteció el «centro radical» y Romano Prodi el «Olivo mundial» ([9]). Bill Clinton, por su parte, expresó su júbilo de ver la «tercera vía» extendiéndose por el mundo ([10]). Sin embargo, estas expresiones de entusiasmo de los principales líderes de la burguesía no pueden ocultar la gravedad de la situación mundial que es lo que realmente se oculta detrás de la estrategia actual de la burguesía.
Es probable que la burguesía mantenga esa estrategia durante algún tiempo. Es especialmente vital que los partidos de derechas recobren su fuerza y cohesión, lo que eventualmente les permitirá ocupar su lugar en la cumbre del Estado. Además, el hecho de que la subida al gobierno de la izquierda en bastantes países (y particularmente en Gran Bretaña y Alemania) haya ocurrido «en frío», en un clima de débil combatividad de la clase obrera (al contrario de lo que ocurrió en Gran Bretaña en 1974 por ejemplo), con un programa electoral muy cercano a lo que tienen que realizar efectivamente, significa que la burguesía tiene la intención de jugar esa baza durante bastante tiempo. De hecho, uno de los elementos decisivos que determinará el momento de regreso de la derecha, será el retorno de las luchas masivas del proletariado al ruedo social.
En espera de ese momento, cuando todavía el descontento se siga expresando de manera limitada y sobre todo aislada, le incumbe a la «izquierda de la izquierda» canalizar el descontento. Como ya hemos visto, la burguesía no puede dejar el terreno social totalmente indefenso. Por eso estamos viendo cierto fortalecimiento de los izquierdistas (en Francia, en particular). Por eso, en ciertos países, los partidos de izquierda en el gobierno han procurado guardar distancias con los sindicatos para que éstos puedan así usar un lenguaje más «atrevido». De cualquier manera, el hecho de que en Italia todo un sector de Rifondazione Comunista haya decidido apoyar al gobierno y que en Francia la CGT haya decidido en su último congreso adoptar una política más «moderada» muestra que no hay urgencias, en ese aspecto, para la clase dominante.
[1] Cabe señalar que en Suecia, en donde la socialdemocracia, en las últimas elecciones, ha obtenido su peor resultado desde 1928, la burguesía ha puesto, a pesar de todo, a ese partido, con el apoyo del partido estalinista, para dirigir los asuntos del Estado.
[2] Esta es una idea que la CCI ha desarrollado en numerosas ocasiones «se puede ver que los partidos de izquierda no son los únicos representantes de la tendencia general hacia el capitalismo de estado, que en períodos de crisis esta tendencia se expresa fuertemente, que cualquier tendencia política que esté en el poder, no puede evitar tomar medidas de nacionalización, única diferencia entre derecha e izquierda es cómo alistar al proletariado: la zanahoria o el palo» (Révolution internationale n° 9, 1974). Como podemos ver, el análisis que desarrollamos en el tercer Congreso no cayó del cielo sino que fue desarrollado a partir del marco que habíamos desarrollado cinco años antes.
[3] La posibilidad para un partido de izquierdas de representar mejor su papel quedándose en la oposición que yendo al gobierno no es tampoco una idea nueva en la CCI. Cinco años antes escribíamos sobre España: «[El PCE] se ve cada día más desbordado en las luchas actuales y… corre el riesgo, en caso de que ocupe puestos de gobierno, no poder controlar la clase, lo cual es su función; su eficacia antiobrera sería mucho mayor quedándose en la oposición» (Révolution internationale nº 11, publicación de la CCI en Francia, septiembre de 1974).
[4] Es importante subrayar, sin embargo, lo que ya se afirma antes: la descomposición afecta de manera muy diferente a la burguesía según que se trate de un país avanzado o de un país atrasado. En los países de antigua burguesía, su aparato político, incluidos sus sectores de derecha más vulnerables, es capaz, en general, de controlar la situación, evitando convulsiones que sí afectan a los países del Tercer mundo o a algunos países del antiguo imperio soviético.
[5] Después de haber redactado este texto, la guerra en Yugoslavia ha venido a dar una ilustración patente de esa idea. Los bombardeos de la OTAN se han presentado como «humanitarios» y con ellos se protegería a la población albanokosovar contra los desmanes de Milosevic. Todos los días, el espectáculo televisivo de la tragedia de los refugiados albanokosovares venía a reforzar la repugnante tesis de la «guerra humanitaria». En esta campaña ideológica guerrera, esta izquierda de la izquierda que son los Verdes se ha ilustrado muy notablemente pues es el líder de los Verdes alemanes, Joshka Fischer, quien dirige la diplomacia de guerra alemana en nombre de los ideales «pacifistas» y «humanitarios» de los que tanto hacía gala en el pasado. Y en Francia, mientras que el Partido socialista dudaba sobre la intervención terrestre, han sido los Verdes quienes, en nombre de la «urgencia humanitaria» llamaban a tal intervención. La izquierda de hoy vuelve a encontrar el tono de sus antepasados de los años 30 cuando reclamaban «armas para España» y que no querían dejar a nadie la primera fila en la propaganda belicista en nombre del antifascismo.
[6] Era la época en que Mitterrand (¡y no un izquierdista cualquiera!) hablaba en sus discursos electorales de «ruptura con el capitalismo».
[7] En general, las «curas de oposición» son una buena terapia para fuerzas burguesas gastadas por una larga presencia en el poder. Sin embargo, esto no es válido en todos los países. Por ejemplo, el retorno a la oposición de la derecha francesa tras el fracaso electoral de la primavera de 1997, ha sido para ella una nueva catástrofe. Este aparato político burgués no ha cesado de mostrar sus incoherencias y sus divisiones, cosa que no habría podido hacer si se hubiera mantenido en el poder. Es cierto que se trata, según se dice en Francia, «de la derecha más estúpida del mundo». A este respecto, es difícil aceptar lo que da a entender le Prolétaire en un artículo sobre el tema: si Chirac decidió unas elecciones anticipadas en 1997 fue, deliberadamente, para dejar que el Partido socialista ocupara el gobierno. Cierto es que la burguesía es maquiavélica, pero tiene sus límites. Y Chirac, que ya de por sí es bastante «limitado», no habría deseado la derrota de su partido, derrota que ha hecho de éste un actor secundario en la política del país.
[8] [Nota añadida tras el Congreso de la CCI]. Las elecciones europeas de junio de 1999, en las que se ha visto en la mayoría de los países (especialmente en Alemania y Gran Bretaña) una subida muy sensible de las derechas, han sido la prueba de que la cura de oposición empieza a sentarle bien a ese sector del aparato político de la burguesía. El notorio ejemplo contrario es, evidentemente, el de Francia en donde esas elecciones han sido un nuevo varapalo para las derechas, no ya en cuanto a la cantidad de votos, sino en sus disensiones, que han alcanzado niveles grotescos.
[9] La coalición de centro izquierda que gobierna Italia se llama «el Olivo».
[10] Cabe señalar que la baza de la izquierda en el gobierno que hoy está jugando la burguesía en los países más avanzados tiene cierto eco, sin olvidar las peculiaridades locales, en algunos países de la periferia. La reciente elección de Chávez, ex coronel golpista, en Venezuela, por ejemplo, con el apoyo de la «Izquierda revolucionaria» (MIR) y de los estalinistas (PCV), en detrimento de la derecha (Copei) y de la Socialdemocracia (AD), muy desprestigiada, se aparenta a la fórmula «izquierda en el gobierno». De igual modo, estamos hoy asistiendo en México al auge del partido de izquierdas PRD de Cárdenas (hijo de un antiguo presidente), el cual ya hoy se ha apoderado del municipio de la capital a costa del PRI (en el poder desde hace ochenta años) y que ha obtenido recientemente el apoyo discreto del propio Clinton.
La tercera parte de esta historia de la crisis capitalista la dedicamos a la década de los 90. Esta década no se ha cerrado todavía pero sus últimos 30 meses están siendo especialmente graves en el plano económico([1]).
Hemos asistido a lo largo de la década al hundimiento de todos los modelos de gestión económica que el capitalismo presentaba como panacea y solución: en 1989 fue el modelo estalinista que la burguesía ha vendido como «comunismo» para mejor avalar la mentira del «triunfo del capitalismo». Tras él han ido cayendo, uno detrás de otro, aunque de forma más discreta, los alabados modelos alemán, japonés, sueco, suizo y, finalmente, el de los «tigres» y «dragones» asiáticos. Esta sucesión de fracasos muestra que el capitalismo no tiene solución a su crisis histórica y que tantos años de trampas y manipulaciones de las leyes económicas no la han sino empeorado considerablemente.
El derrumbe de los países del antiguo bloque ruso ([2]) es un auténtico descalabro: de 1989 a 1993, los índices de producción caen regularmente entre un 10 y un 30 %. Rusia ha perdido entre 1989 y 1997 ¡el 70 % de su producción industrial! Sí bien a partir de 1994 los ritmos de caída se moderan, el balance sigue siendo desolador: países como Bulgaria, Rumania o Rusia siguen presentando índices negativos mientras que únicamente Polonia, Hungría y la República checa ofrecen tasas positivas.
El desplome de estas economías que cubren más de la sexta parte del territorio mundial es el más grave de todo el siglo XX en tiempos de «paz». Se añade a la lista de damnificados durante los años 80: la mayoría de países africanos y un buen número de países asiáticos, caribeños, centroamericanos y sudamericanos. Las bases de la reproducción capitalista a escala mundial sufren una nueva e importante amputación. Pero el hundimiento de los países del antiguo bloque del Este no es un hecho aislado, es el anuncio de una nueva convulsión de la economía mundial: tras 5 años de estancamiento y tensiones financieras (ver nuestro artículo anterior), desde finales de 1990, la recesión se apodera de las grandes metrópolis industriales:
- en 1991, los 24 países de la OCDE eliminaron 6 millones de puestos de trabajo;
- entre 1991 y 1993, se destruyeron 8 millones de empleos en los 12 países de la Unión europea;
- en 1992, Alemania alcanza el nivel de paro de los años 30 y desde entonces, lejos de bajar, seguirá aumentando llegando a los 4 millones en 1994 y a los 5 millones en 1997.
Aunque en términos de caída de índices de producción, la recesión de 1991-93 parezca más suave que las anteriores de 1974-75 y 1980-82, hay una serie de elementos cualitativos que muestran lo contrario:
USA ................................................................. 6 %
Gran Bretaña .................................... 10,4 %
C.E.E. .......................................................... 6,1 %
Brasil ......................................................... 180 %
Bulgaria ..................................................... 70 %
Polonia ....................................................... 50 %
Hungría ...................................................... 40 %
URSS ............................................................ 34 %
La recesión de 1991-93 muestra la reaparición tendencial de la tan temida combinación que tanto asustaba a los gobernantes burgueses en los años 70: la recesión más la inflación, la estanflación. De forma general, evidencia que la «gestión de la crisis», que analizamos en el primer artículo de esta serie, no puede ni superar ni siquiera atenuar los males del capitalismo y no hace otra cosa que aplazarlos haciéndoles mucho peores de tal forma que cada recesión es peor que la anterior pero mejor que la siguiente. En ese sentido la de 1991-93 manifiesta 3 rasgos cualitativos muy importantes:
Desde 1994 y tras unos tímidos intentos en 1993, la economía de Estados Unidos, acompañada por las de Canadá y Gran Bretaña, comienza a presentar cifras de crecimiento que no superarán nunca el 5%. Ello permite a la burguesía cantar victoria y proclamar a los cuatro vientos el «relanzamiento» económico e incluso hablar de «años de crecimiento ininterrumpido» etc.
Esta «recuperación» se apoya sobre:
Los países europeos siguen el mismo camino que EE.UU. y a partir de 1995 participan también del «crecimiento» aunque en una medida mucho menor (índices que oscilan entre el 1 y el 3 %).
La característica más destacada de esta nueva «recuperación» es que se trata de una recuperación sin empleos, lo cual constituye una novedad frente a las anteriores. Así tenemos que:
Los nuevos empleos que se crean son más bien subempleos, pésimamente remunerados y a tiempo parcial.
Esta recuperación que aumenta el desempleo es un testimonio elocuente de la gravedad que está alcanzando la crisis histórica del capitalismo pues como señalamos en la Revista internacional nº 80 «cuando la economía capitalista funciona de manera sana, el aumento o el mantenimiento de las ganancias es el resultado del incremento de los trabajadores explotados, así como de la capacidad para extraer de ellos una mayor cantidad de plusvalía. Cuando la economía capitalista vive en una fase de enfermedad crónica, a pesar del reforzamiento de la explotación y de la productividad, la insuficiencia de los mercados le impide mantener sus ganancias, mantener su rentabilidad sin reducir el número de explotados, sin destruir capital» .
Al igual que la recesión abierta de 1991-93, la recuperación de 1994-97, por su fragilidad y sus violentas contradicciones, es un nuevo exponente de la agravación de la crisis capitalista pues a diferencia de las anteriores:
Podemos concluir que en la evolución de la crisis capitalista durante los últimos 30 años cada momento de recuperación es más débil que el anterior aunque más fuerte que el siguiente, mientras que cada fase de recesión es peor que la anterior aunque mejor que la siguiente.
Durante los años 90 hemos visto florecer la ideología de la «mundialización» según la cual la imposición en todo el orbe de las leyes del mercado, el rigor presupuestario, la flexibilidad laboral y la circulación sin trabas de capitales, permitirían la salida «definitiva» de la crisis (eso sí, tras una nueva carga de agobiantes sacrificios sobre la espalda del proletariado). Como todos los «modelos» que le han precedido, esa nueva alquimia es otra tentativa de los grandes Estados capitalistas de «acompañar» la crisis y tratar de frenarla. A ese respecto, esta política contiene tres elementos esenciales:
1) El incremento de la productividad
Durante los años 90 los países más industrializados han experimentado un importante incremento de la productividad. En este aumento podemos distinguir de un lado, la reducción de costes; de otro, el aumento de la composición orgánica del capital (la proporción entre capital constante y capital variable).
En la reducción de costes han intervenido varios factores:
El resultado general ha sido la reducción universal de los costes laborales (un aumento brutal tanto de la plusvalía absoluta como de la plusvalía relativa):
Tasa de variación anual
de los Costes laborales unitarios
1995 1996 1997 1998
Australia 3,8 2,8 1,7 2,8
Austria 2,4 -0,6 0,0 -0,2
Canadá 3,1 3,8 2,5 0,8
Francia 1,5 0,9 0,8 0,4
Alemania 0,0 -0,4 -1,5 -1,0
Italia 4,1 3,8 2,5 0,8
Japón 0,5 -2,9 1,9 0,5
Corea 7,0 4,3 3,8 -4,3
España 4,2 2,6 2,7 2,0
Suecia 4,4 4,0 0,5 1,7
Suiza 3,5 1,3 -0,4 -0,7
Gran Bretaña 4,6 2,5 3,4 2,8
Estados Unidos 3,1 2,0 2,3 2,7
(Fuente: OCDE)
Por lo que se refiere al aumento de la composición orgánica, ha seguido creciendo a lo largo del periodo de decadencia pues es imprescindible para compensar la caída de la tasa de ganancia. En los 90, la introducción sistemática de la robótica, la informática y las telecomunicaciones ha supuesto un nuevo acelerón.
Este incremento de la composición orgánica supone para tal o cual capitalista individual, o para una nación entera, una ventaja cierta sobre sus competidores, pero ¿qué significa desde el punto de vista del conjunto del capitalismo mundial?. En el periodo ascendente, cuando el sistema podía incorporar nuevas masas de trabajadores a sus relaciones de explotación, el aumento de la composición orgánica constituía un factor acelerador de la expansión capitalista. En el contexto actual de decadencia y de 30 años de crisis crónica, el efecto de esos aumentos de la composición orgánica es completamente diferente. Si bien son imprescindibles para cada capital individual al permitirle compensar la tendencia a la baja de su tasa de ganancia, tienen un efecto diferente para el capitalismo en su conjunto ya que agravan la sobreproducción y reducen la base misma de la explotación al empujar a la baja el capital variable, echando a la calle masas crecientes de proletarios.
2) La reducción de barreras aduaneras
La propaganda burguesa ha presentado como «el triunfo del mercado» la eliminación de barreras aduaneras que se ha operado a lo largo del decenio. No podemos hacer aquí un análisis detallado ([4]) pero, una vez más, es necesario despejar la realidad que se oculta tras las cortinas de humo ideológicas:
3) La globalización de las transacciones financieras
La década de los 90 supone una nueva escalada en el endeudamiento. La cantidad se transforma en cualidad, y podemos decir que el endeudamiento se convierte en sobreendeudamiento:
Es por tanto, ese sobreendeudamiento y la especulación exuberante e irracional que provoca, lo que lleva a la famosa «libertad en el movimiento » de capitales, la utilización de la electrónica y de Internet en las transacciones financieras, la indexación de las monedas respecto al dólar, la libre repatriación de beneficios... La complicada ingeniería financiera de los años 80 (ver artículo anterior) parece un juguete comparada con los artilugios sofisticados y laberínticos de la «mundialización» financiera de los 90.
Hasta mediados de los años 80 la especulación, que siempre ha existido bajo el capitalismo, no pasaba de ser un fenómeno temporal, más o menos perturbador. Pero desde entonces se ha convertido en un veneno mortal pero imprescindible que acompaña de forma inseparable al proceso de sobre-endeudamiento y que debe ser integrado al funcionamiento mismo del sistema. El peso de la especulación es enorme, según datos del Banco Mundial el llamado «dinero caliente» asciende a ¡30 BILLONES de dólares!, 24 de ellos corresponden a los países industrializados.
Ofrecemos unas conclusiones provisionales (para el período 1990-96, antes del estallido de lo que se ha dado en llamar «la crisis asiática») que, sin embargo, nos parecen bastante significativas.
I. Evolución de la situación económica
1. La tasa media de crecimiento de la producción sigue cayendo:
Tasa de incremento del PIB
(media para los 24 países de la OCDE)
1960-70 ....................................................... 5,6 %
1970-80 ....................................................... 4,1 %
1980-90 ....................................................... 3,4 %
1990-95 ....................................................... 2,4 %
2. La amputación de sectores industriales y agrícolas directamente productivos se convierte en permanente y afecta a todos los sectores, tanto «anticuados» como de «tecnología punta».
Evolución del porcentaje del PIB
de los sectores directamente productivos
(industria y agricultura)
1975 1985 1996
Estados Unidos 36,2 32,7 27,8
China 74,8 73,5 68,5
India 64,2 61,1 59,2
Japón 47,9 44,2 40,3
Alemania 52,2 47,6 40,8
Brasil 52,3 56,8 51,2
Canadá 40,7 38,1 34,3
Francia 40,2 34,4 28,1
Gran Bretaña 43,7 43,2 33,6
Italia 48,6 40,7 33,9
Bélgica 39,9 33,6 32,0
Israel 40,1 33,1 31,3
Corea del Sur 57,5 53,5 49,8
3. Para luchar contra la caída imparable de la tasa de ganancia, las empresas recurren a toda una serie de medios que sí bien a corto plazo alivian la caída, a medio plazo agravan los problemas:
– disminución de los costes laborales y aumento de la composición orgánica;
– descapitalización: enajenación masiva de activos (instalaciones, propiedades inmobiliarias, inversiones financieras, etc.) para maquillar los beneficios y reducir sensiblemente las tasas que pagar al Estado;
– concentración: las fusiones empresariales han experimentado un incremento espectacular:
Valor en miles de millones $
de las fusiones
Unión Estados
Europea Unidos
1990 260 1 240
1992 214 1 220
1994 234 1 325
1996 330 1 628
1997 558 1 910
1998 670 1 500
(Fuente: J.P.Morgan)
Mientras el gigantesco proceso de concentración del capital entre 1850 y 1910 reflejó un desarrollo de la producción y fue positivo para la evolución de la economía, el proceso actual expresa lo contrario. Se trata de una respuesta a la defensiva, destinada a compensar la fuerte contracción de la demanda, organizando la reducción de la capacidad de producción (en 1998 los países industrializados han reducido en un 10 % su capacidad productiva) y el recorte de plantillas: estimaciones prudentes cifran en un 11 % del total los puestos de trabajo eliminados por las fusiones realizadas en 1998.
4. Hay una nueva reducción de las bases del mercado mundial: una gran parte de Africa, un cierto número de países de Asia y América, participan muy débilmente en él, hundiéndose en una situación de descomposición, de lo que se ha dado en llamar «agujeros negros»: un estado de caos, de resurgimiento de formas esclavistas, de economía de trueque y saqueo...
5. Los países considerados «modélicos» caen en un estancamiento prolongado. Son los casos de Alemania, Suiza, Japón y Suecia donde:
Crecimiento del PIB en Suiza
1992 ........................................................ – 0,3 %
1993 ........................................................ – 0,8 %
1994 ........................................................ + 0,5 %
1995 ........................................................ + 0,8 %
1996 ........................................................ – 0,2 %
1997 ........................................................ + 0,7 %
6. El nivel de endeudamiento continúa su escalada imparable convirtiéndose en sobre-endeudamiento:
% Deuda pública sobre el PIB
1975 1985 1996
Estados Unidos 148,9 164,2
Japón 45,6 167,1 187,4
Alemania 24,8 142,5 160,7
Canadá 43,7 164,1 100,5
Francia 20,5 131,1 156,2
Gran Bretaña 62,7 153,8 154,5
Italia 57,6 182,31 123,7
España 12,7 143,71 169,6
Bélgica 58,6 122,11 130,1
(Fuente: Banco Mundial)
– Los países del Tercer mundo sufren una nueva sobredosis de deudas:
Deuda total países «subdesarrollados»
1990 ........................ 1 480 000 millones $
1994 ........................ 1 927 000 millones $
1996 ........................ 2 177 000 millones $
(Fuente: Banco Mundial)
7. El aparato financiero padece las peores convulsiones desde 1929 dejando de ser el lugar seguro que había sido hasta mediados de los 80. Su deterioro va unido a un desarrollo gigantesco de la especulación que afecta a todas las actividades: acciones bursátiles, inmobiliario, arte, agricultura etc.
8. Dos fenómenos que, aunque siempre han existido en el capitalismo, toman proporciones alarmantes en la década:
– la corrupción de políticos y gestores económicos lo cual es producto de la combinación de dos factores:
– la gangsterización de la economía, la interpenetración cada vez más fuerte entre estados, bancos, empresas, mafias y traficantes (de droga, armas, niños, emigrantes etc.) Los negocios más turbios son los más rentables y las instituciones más «respetables» tanto gubernamentales como privadas no pueden dejar pasar bocados tan apetitosos. Esto pone de manifiesto, a la vez que agudiza, una tendencia a la descomposición de la economía.
9. En línea con lo anterior aparece un fenómeno en los Estados industrializados, hasta entonces reservado a las repúblicas bananeras o a los regímenes estalinistas: la falsificación cada vez más descarada de los indicadores estadísticos y los trucos contables de todo tipo (la famosa «contabilidad creativa»). Esto constituye otra muestra de la agravación de la crisis pues para la burguesía siempre había sido necesario disponer de estadísticas fiables (en especial, en los países de capitalismo de Estado «a la occidental» que necesitan la sanción del mercado como veredicto final del funcionamiento económico).
En el cálculo del PIB, el Banco mundial, fuente de muchas estadísticas, incluye como parte del mismo el concepto de «Servicios no comercializables» donde mete el sueldo de los militares, los funcionarios o múltiples burócratas y los educadores. Otro medio de hinchar las cifras es considerar como «Autoconsumo» no solo actividades agrarias sino toda una serie de servicios. El tan ensalzado «excedente fiscal» del Estado americano es una ficción conseguida a base de jugar con los excedentes de los fondos de la Seguridad social ([5]). Pero es en las estadísticas del paro, por su gran trascendencia política y social, donde las trampas son más escandalosas logrando una minoración sustancial de las cifras reales:
II. Situación de la clase obrera
1. El desempleo sufre una aceleración muy violenta a lo largo de la década:
Parados en los 24 países de la OCDE
1989 .............................................. 30 millones
1993 .............................................. 35 millones
1996 .............................................. 38 millones
% Desempleo Países industrializados
1976 1980 1985 1990 1996
USA 7,4 7,1 17,1 16,4 15,4
Japón 1,8 2,9 12,7 12,1 13,4
Alem. 3,8 2,9 16,9 15,9 12,4
Francia 4,4 6,3 10,2 19,1 12,4
Italia 6,6 7,5 19,7 10,6 12,1
GB 5,6 6,4 11,2 17,9 18,2
(Fuente: OIT)
2. El subempleo que es crónico en los países del Tercer Mundo se generaliza en los países industrializados:
3. En el Tercer Mundo comienzan a desarrollarse masivamente formas de explotación tales como el trabajo de niños (unos 200 millones según estadísticas del Banco mundial para 1996); trabajo en régimen de esclavitud o el trabajo forzado; hasta en un país desarrollado como lo es Francia, diplomáticos han sido condenados recientemente por tratar en esclavos a personal doméstico traído de Madagascar o Indonesia.
4. Junto a la generalización de los despidos masivos (especialmente en las grandes empresas) los gobiernos adoptan políticas de «reducción del coste del despido»:
5. Los salarios sufren por primera vez desde los años 30 descensos nominales:
6. Las prestaciones sociales experimentan un recorte sustancial que además se hace permanente. Como contrapartida los impuestos, tasas y descuentos para la Seguridad social crecen constantemente.
7. Desde mediados de la década, el capital abre otro frente de ataque: la eliminación de los mínimos legales en las condiciones de trabajo. Ello redunda en una serie de consecuencias:
8. Otro aspecto y no desdeñable es que los trabajadores se ven empujados por la banca, las compañías de seguro etc. a poner sus míseros ahorros (o las ayudas de padres o abuelos) en la ruleta rusa de la Bolsa, constituyendo las primeras víctimas de sus continuos sobresaltos. Pero lo peor del problema es que, con la eliminación o la reducción a subsidios irrisorios de las pensiones de la Seguridad social, los trabajadores se ven forzados a hacer depender su jubilación de los Fondos de pensiones que invierten el grueso de sus capitales en la Bolsa lo cual provoca graves incertidumbres: así el principal Fondo de los trabajadores de la enseñanza en USA perdió un 11 % en 1997 (ver Internationalism nº 105).
La propaganda burguesa ha insistido hasta la náusea sobre la disminución de las desigualdades, sobre un proceso de «democratización» de la riqueza y del consumo. La agravación, a lo largo de los últimos 30 años, de la crisis histórica del capitalismo ha desmentido sistemáticamente esas proclamas y confirmado el análisis marxista de la tendencia que se agrava con la evolución de la crisis al empobrecimiento cada vez mayor de la clase obrera y de toda la población explotada. El capitalismo concentra en un polo cada vez más minoritario enormes y provocadoras riquezas y en el otro polo cada vez mayoritario terribles y lacerantes miserias. Así, en 1998 el informe anual de la ONU recogía unos datos muy significativos: mientras en 1996 los 358 individuos más ricos del mundo concentraban en sus manos tanto dinero como los 2500 millones de personas más pobres, en 1997 para alcanzar la misma equivalencia bastaba con los primeros 225 ricos.
Adalen
[1] Para un análisis en detalle de la nueva etapa en la crisis histórica del capitalismo abierta en agosto de 1997 con la llamada «crisis asiática», véase la Revista internacional nº 92 y sucesivos para un estudio específico.
[2] No es objeto de este artículo analizar las consecuencias en la lucha de clases, en las tensiones imperialistas y en la vida misma de los países sometidos al régimen estalinista. Para ello remitimos a todo lo que publicamos en la Revista internacional especialmente en los números 60, 61, 62, 63 y 64.
[3] Mientras la producción americana representa el 26,7% de la mundial, el dólar totaliza el 47,5 % de los depósitos bancarios, el 64,1 % de las reservas mundiales y el 47,6 % de las transacciones (Datos del Banco mundial).
[4] Ver en Revista internacional nº 86 «Tras la globalización de la economía la agravación de la crisis del capitalismo».
[5] Según análisis realizado por el New York Times de 9-11-98.
[6] Estos datos y los siguientes han sido tomados del Diario oficial de las Comunidades europeas (1997).
En los artículos anteriores de la Revista internacional vimos como tras el punto más alto de la oleada revolucionaria, en 1919, el proletariado ruso quedó aislado. Al tiempo que la Internacional comunista (IC) trata de reaccionar contra el retroceso de esa oleada de luchas con un giro oportunista que la conduce a un proceso de degeneración, el Estado ruso se hace cada vez más autónomo del movimiento obrero y trata de hacer que la IC dependa de él.
En ese periodo la burguesía comprende que, una vez acabada la guerra civil en Rusia, la ola revolucionaria comienza a retroceder y el proletariado ruso ya no representa el mismo peligro. Se da cuenta de que la IC no solo ya no combate con la misma energía a la socialdemocracia sino que trata de aliarse con ella a través de la política del frente único. El instinto de clase de la burguesía le hace percibir que el Estado ruso ya no es una fuerza al servicio de una revolución que trata de extenderse sino que se ha convertido en una fuerza que trata de asegurar su propia posición en tanto que Estado, como lo muestra claramente la conferencia de Rapallo. La burguesía siente que puede sacar provecho tanto del giro oportunista y de la degeneración de la IC como de la relación de fuerzas en el seno del Estado ruso. La burguesía internacional ve que es el momento para lanzarse a una ofensiva internacional contra la clase obrera cuyo epicentro es Alemania.
Además de Rusia, Alemania e Italia son los dos lugares donde el proletariado desarrolló luchas más radicales. En Alemania pese a las derrotas en el combate contra el golpe de Kapp en 1920 y la de marzo de 1921, la clase obrera sigue aún muy combativa aunque está relativamente aislada a escala internacional, pues los obreros en Austria, Hungría e Italia han sido ya derrotados y siguen sufriendo ataques violentos; en Polonia y Bulgaria se dejan arrastrar a acciones desesperadas, y en Francia e Inglaterra la situación es, en comparación, más estable. Para infligir una derrota decisiva a la clase obrera en Alemania y con ello debilitar a la clase obrera internacional, la burguesía cuenta con el apoyo internacional del conjunto de la clase capitalista que al mismo tiempo ha reforzado sensiblemente sus filas integrando a la socialdemocracia y a los sindicatos en el aparato estatal.
Ya vimos anteriormente cómo la expulsión de los «radicales de izquierda» (Linksradikalen), que más tarde fundarían el KAPD, debilitó al KPD y facilitó el oportunismo en sus filas. Mientras que el KAPD advierte contra el peligro del oportunismo, contra la degeneración de la IC y el desarrollo del capitalismo de Estado, el KPD reacciona de forma oportunista. Es el primer partido en hacer un llamamiento al frente único en una «Carta abierta a los partidos obreros».
«La lucha por un frente único lleva a la conquista de las viejas organizaciones de clase proletarias (sindicatos, cooperativas, etc.). Y vuelve a transformar esos órganos de la clase obrera, que a causa de las tácticas reformistas se han convertido en instrumentos de la burguesía, en órganos de la lucha de clase del proletariado». Mientras tanto los sindicatos alardean orgullosos de que «hay un hecho cierto, los sindicatos son la única línea sólida que hasta el momento protege a Alemania de la inundación bolchevique» (Hoja de correspondencia de los sindicatos, 1921).
Al Congreso de fundación del KPD no le faltaba razón cuando declaraba por boca de Rosa Luxemburgo: «los sindicatos oficiales han probado, durante la guerra y en la guerra, hasta qué punto son una organización del Estado burgués y de la dominación de clase capitalista». ¡Y resulta que ahora, ese partido está a favor de la transformación de esos órganos que se han pasado a la clase enemiga! Al mismo tiempo su dirección, bajo la autoridad de Brandler, es favorable a un frente único con la dirección del SPD. Dentro del KPD el ala en torno a Fischer y Maslow combate esta orientación y propugna la consigna de «gobierno obrero», declarando que «el apoyo de la minoría socialdemócrata al Gobierno (no significa) que el SPD esté en descomposición avanzada». Esta posición no solo mantiene las «ilusiones en las masas, como si un gabinete socialdemócrata pudiera ser un arma de la clase obrera», sino que va en el sentido de «acabar con el KPD si se considera que el SPD puede llevar a cabo una lucha revolucionaria».
Son, sobre todo, las corrientes de la izquierda comunista que acaban de surgir en Italia y Alemania las que toman posición contra la política oficial del KPD.
«Por lo que concierne al gobierno obrero preguntamos ¿por qué quieren aliarse con los socialdemócratas? ¿para hacer las únicas cosas que ellos saben, pueden y quieren hacer, o para pedirles que hagan lo que no saben, ni pueden ni quieren hacer? ¿quieren que les digamos a los socialdemócratas que estamos listos para colaborar con ellos en el Parlamento y en el Gobierno que han bautizado de “obrero”?. En ese caso, si se nos pide elaborar en nombre del Partido un proyecto de gobierno obrero en el que debieran participar comunistas y socialistas, y presentar a las masas ese gobierno como “gobierno antiburgués" respondemos, tomando enteramente la responsabilidad que ello implica, que tal actitud se opone a todos los principios fundamentales del comunismo» (Il Comunista nº 26, marzo de 1922).
En el IVº Congreso «el PCI no acepta formar parte de los organismos comunes de diferentes organizaciones políticas... evitando con ello participar en las declaraciones comunes con los partidos políticos cuando estas declaraciones contradigan su programa y se presenten a los obreros como el producto de negociaciones que intentan encontrar una línea de acción común. Hablar de gobierno obrero... significa en la practica negar el programa político del proletariado, es decir la necesidad de preparar a las masas para la lucha por la dictadura del proletariado» (Informe del PCI al IVº Congreso de la IC, noviembre de 1922).
El KPD, desoyendo las criticas de los comunistas de izquierda, ha propuesto ya formar un gobierno de coalición con el SPD en 1922 en Sajonia, propuesta que es rechazada por la IC. El mismo KPD que en su Congreso de fundación decía «Spartakusbund se niega a trabajar junto con los lacayos de la burguesía y compartir el poder del Gobierno con Ebert-Scheideman porque tal cooperación supondría una traición a los principios del socialismo, un fortalecimiento de la contrarrevolución y una paralización de la revolución», luego defiende lo contrario.
En la misma época, el KPD se deja engañar por la cantidad de votos que obtiene, creyendo que esos votos expresan una relación de fuerzas favorable o que incluso reflejarían la influencia del partido.
Miembros de la clase media y de la pequeña burguesía ponen en marcha las primeras organizaciones fascistas y muchos grupos armados de derechas empiezan a organizar entrenamientos militares. El Estado está perfectamente al corriente de sus actividades. La mayoría de ellos salía de los cuerpos francos que el Gobierno dirigido por el SPD había puesto en marcha contra los obreros en las luchas revolucionarias de 1918-1919. Ya el 31 de agosto de 1921, Die Rote Fahne, declara: «La clase obrera tiene el derecho y el deber de proteger a la República de la reacción». Un año después, en noviembre de 1921, el KPD firma un acuerdo con los sindicatos y el SPD (el acuerdo de Berlín) cuyo objetivo es «la democratización de la república» (protección de la república, eliminación de los reaccionarios de la administración, justicia y ejército). El KPD, en cierta forma alimenta las ilusiones de los obreros sobre la democracia burguesa, y su posición está en completo desacuerdo con la de la Izquierda italiana reunida en torno a Bordiga. La Izquierda italiana, en el IVº Congreso mundial de la IC, insiste en su análisis del fascismo en el hecho de que la democracia burguesa es sólo una faceta de la dictadura de la burguesía.
En un artículo anterior ya mostramos que la IC, a través de su representante Radek, critica la política del KPD empleando métodos organizativos poco ortodoxos que empiezan a debilitar a la dirección mediante un funcionamiento paralelo. Al mismo tiempo las influencias pequeño burguesas empiezan a penetrar en el partido. En lugar de expresar la crítica, cuando es necesaria, de manera fraterna, se desarrolla una atmósfera de sospecha y recriminaciones que debilita a la organización ([1]).
La clase dominante se da cuenta de que el KPD comienza a expandir la confusión en la clase en lugar de cumplir el papel de una verdadera vanguardia basado en la claridad y la determinación. Y percibe que puede utilizar esta actitud oportunista del KPD contra la clase obrera.
El cambio operado en la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado tras el retroceso de la oleada revolucionaria en 1920 se percibe también en las relaciones imperialistas entre los Estados. En cuanto la amenaza inmediata que representaba la clase obrera se aleja y se debilita la llama revolucionaria de la clase obrera en Rusia, las tensiones imperialistas vuelven por sus fueros.
Alemania trata por todos los medios de modificar la debilidad de su posición resultante de la Iª Guerra mundial y la firma del Tratado de Versalles. Respecto a los «países victoriosos» del Oeste su táctica consiste en enemistar a Francia y Gran Bretaña entre sí, ya que no es posible un enfrentamiento militar abierto entre ellos. Al mismo tiempo que Alemania trata de reanudar sus relaciones tradicionales privilegiadas con su vecino del Este. En anteriores artículos ya hemos descrito cómo la burguesía alemana, en el contexto de las tensiones imperialistas con el Oeste, suministra armas y firma acuerdos secretos de cooperación militar con el nuevo Estado ruso. Altos dirigentes militares alemanes como Seeckt reconocen que «la relación entre Alemania y Rusia es el primer y único reforzamiento, hasta el momento, que hemos hecho tras la firma de la paz. Que la base de esta relación sea económica es natural vista la situación en su conjunto; pero nuestra fuerza reside en el hecho de que ese acercamiento económico prepara la posibilidad de una relación política e igualmente un compromiso militar» (Carr, la Revolución bolchevique).
Al mismo tiempo el Estado ruso declara por boca de Bujarin: «Afirmo que estamos ya ampliamente preparados para concluir una alianza con una burguesía extranjera para, por medio de ese Estado burgués, ser capaces de derrocar a otra burguesía... En caso de concluir una alianza militar con un Estado burgués, el deber de los camaradas en cada país consiste en contribuir a la victoria de esos aliados» (Carr, ídem).
«Les decimos a esos Señores de la burguesía alemana... si realmente quieren ustedes luchar contra la ocupación, si quieren luchar contra los insultos de la Entente, no les queda otro remedio que buscar una acercamiento con el primer país proletario...» (Zinoviev, XIIº Congreso del Partido, abril de 1923).
La propaganda nacionalista habla de humillación y sumisión de Alemania al capital extranjero, francés en particular. Los dirigentes militares alemanes, así como los más importantes representantes de la burguesía alemana, no cesan de hacer declaraciones públicas diciendo que la única forma posible para que la nación alemana se libre del yugo del Tratado de Versalles es aliarse militarmente con la Rusia soviética y comprometerse en una «guerra del pueblo revolucionario» contra el imperialismo francés. La nueva capa de burócratas, capitalistas de Estado, que se desarrolla en el Estado ruso acoge esta política con gran interés.
Dentro de la IC y del PC ruso, los internacionalistas proletarios que se mantienen fieles al objetivo de la extensión de la revolución mundial están, en ese momento, ciegos ante estos seductores discursos. Pese a que es realmente impensable que el capital alemán establezca una alianza real con Rusia contra sus rivales imperialistas del Oeste, los dirigentes del Estado ruso y la dirección de la IC, contribuyen así activamente a empujar a la clase obrera hacia esa misma trampa.
La burguesía alemana, con la complicidad de toda la clase capitalista, urde un complot contra la clase obrera en Alemania. Por una parte trata de sustraerse de la presión del Tratado de Versalles retrasando el pago por las reparaciones de guerra a Francia y al mismo tiempo empuja a la clase obrera alemana a la trampa nacionalista amenazando con acabar con ese pago. Para ello es indispensable la «cooperación» del Estado ruso y de la IC.
La burguesía alemana toma conscientemente la decisión de provocar al capital francés negándose a pagar las reparaciones de guerra. Este reacciona ocupando militarmente, el 11 de enero de 1923, la región del Ruhr.
La burguesía alemana completa su táctica dejando correr deliberadamente la tendencia inflacionaria que se desarrolla por la crisis. Utiliza la inflación como un arma para reducir el coste de las reparaciones y aligerar el peso de los créditos de guerra, al mismo tiempo que trata de modernizar las empresas productivas.
La burguesía también sabe que el desarrollo de la inflación empujará a la clase obrera a luchar, pero espera poder desviar esas luchas defensivas al terreno nacionalista. La ocupación del Ruhr por el ejército francés sirve de cebo para la clase obrera y es un precio que la burguesía alemana está dispuesta a pagar por ello. La cuestión clave es la capacidad de la clase obrera y sus revolucionarios para desactivar esa trampa de la defensa del capital nacional. La clase dominante está dispuesta a desafiar nuevamente al proletariado pues siente que la relación de fuerzas a escala internacional le favorece, que el aparato de Estado ruso puede quedar seducido por esta política y que, incluso, la IC puede caer en la trampa.
Al ocupar el Ruhr, Francia espera convertirse en el mayor productor europeo de acero y carbón. En efecto, el Ruhr supone el 72 % de la producción de carbón, el 50 % de la de acero y el 25 % de la producción industrial total de Alemania. Está claro que desde que Alemania se vio privada de esos recursos la caída brutal de la producción supuso una penuria de mercancías y graves convulsiones económicas. Si la burguesía alemana está dispuesta a hacer tales sacrificios es porque lo que está en juego es muy importante. El capital alemán hace la apuesta de empujar a los obreros a la huelga para llevarlos a un terreno nacionalista. Los patronos y el Gobierno deciden el cierre patronal y amenazan a los obreros que trabajen bajo control francés con ser despedidos. El presidente del SPD, Ebert, anuncia el 4 de marzo graves multas contra los obreros que continúen trabajando en las minas o en los ferrocarriles. El 24 de enero la asociación de patronos y la federación de sindicatos alemanes (ADGB) lanzan un llamamiento a «recaudar fondos» para combatir a Francia. La consecuencia es que cada vez más empresas echan a la calle a su personal. Todo ello con el telón de fondo de una inflación galopante: mientras que el dólar aún vale 1000 marcos en abril de 1922, en noviembre alcanza los 6000 marcos, y tras la ocupación del Ruhr en febrero de 1923 llega a los 20 000 marcos, en junio a los 100 000, a finales de julio es de 1 millón, a finales de agosto de 10 millones, a mediados de septiembre de 100 millones, a finales de noviembre alcanza su punto culminante de 4 200 000 000 000 marcos.
Esto no penaliza demasiado a los patronos del Ruhr pues ellos pagan mediante trueque. En cambio para toda la clase obrera es una ruina. Con frecuencia los parados y los que aún conservan un trabajo se manifiestan conjuntamente para hacer valer sus reivindicaciones. Se repiten los enfrentamientos con las tropas de ocupación francesas.
La IC al caer en la trampa de los capitalistas alemanes, que llaman a una lucha común de Rusia y la «nación alemana oprimida», comienza a expandir la idea de que Alemania necesita un Gobierno para poder enfrentarse a las tropas de ocupación francesas sin que los obreros con sus luchas de clase lo apuñalen por la espalda. La IC sacrifica el internacionalismo proletario en beneficio de los intereses del Estado ruso ([2]).
Esta política se inaugura bajo el estandarte de «nacional-bolchevismo». Mientras que en otoño de 1920, la IC había reaccionado con gran determinación contra las tendencias «nacional-bolcheviques» y, en sus discusiones con los delegados del KAPD había insistido en que se expulsara del partido a los nacional-bolcheviques Laufenberg y Wolfheim, ahora resulta que preconiza la misma línea política que esas tendencias.
Ese viraje de la IC no se puede explicar sólo por las confusiones y el oportunismo de su Comité ejecutivo. Debemos ver en ello la mano invisible de esas fuerzas a las que no les interesa la revolución sino el reforzamiento del Estado ruso. El nacional-bolchevismo solo toma auge cuando la IC ha empezado a degenerar y está en las zarpas del Estado ruso, incluso ya absorbida por él. Radek lo argumenta así: «La Unión soviética está en peligro. Todas las tareas han de someterse a su defensa, con este análisis un movimiento revolucionario en Alemania sería peligroso y socavaría los intereses de la Unión soviética...
El movimiento comunista alemán no es capaz de derrocar al capitalismo alemán, y debe de servir de pilar a la política exterior rusa. Los países de Europa organizados bajo la dirección de un Partido bolchevique que utilice las capacidades militares del ejército alemán contra el Oeste, ésa es la perspectiva, ésa es la salida...».
En enero de 1923, Die Rote Fahne publica: «La nación alemana está abocada al abismo si el proletariado alemán no la salva. Si la clase obrera no lo impide, los capitalistas venderán y destruirán la nación. La nación alemana o muere de hambre y se disloca por culpa de la dictadura de las bayonetas francesas, o será salvada por el proletariado». «Hoy, sin embargo, el nacional-bolchevismo significa que todo está impregnado del sentimiento de que los únicos que pueden salvarnos son los comunistas. Hoy día somos la única salida. La gran insistencia sobre la nación, en Alemania, es un acto revolucionario como lo es la insistencia sobre la nación en las colonias» (Die Rote Fahne, 1 de abril de 1923).
Un delegado de la IC, Rakosi, elogia esta orientación del KPD: «... un partido comunista debe ponerse manos a la obra en la cuestión nacional. El partido alemán ha abordado esta cuestión de forma muy hábil y adecuada. Está en proceso de arrancar de las manos fascistas al ejercito nacional» (Schüddelkopf).
En un manifiesto a la Rusia soviética escribe el KPD: «La Conferencia del partido expresa su gratitud a la Rusia soviética por la gran lección que ha escrito para la historia, con ríos de sangre e increíbles sacrificios, que la preocupación de la nación continúa siendo la preocupación del proletariado.»
Talheimer declara, incluso, el 18 de Abril: «La tarea principal de la revolución proletaria sigue siendo no solo liberar a Alemania, sino terminar la obra de Bismarck integrando a Austria en el Reich. El proletariado tiene que cumplir esta tarea aliándose con la pequeña burguesía» (Die Internationale, volumen 8).
¡Menuda perversión de la posición comunista fundamental sobre la nación! ¡Menudo rechazo de la posición internacionalista desarrollada por los revolucionarios durante la Primera Guerra mundial, con Lenin y Rosa a su cabeza que combatieron por la destrucción de todas las naciones!.
Tras la guerra, las fuerzas separatistas de Renania y Baviera sienten que aumentan sus posibilidades de, con el apoyo de Francia, separar Renania del Ruhr. La prensa del KPD muestra, con orgullo, cómo el Partido ha ayudado al Gobierno de Cuno es su combate contra los separatistas: «Se movilizaron pequeños destacamentos en el Ruhr para marchar sobre Dusseldorf. Su tarea era impedir la proclamación de la “República de Renania”. A las 14 horas, los separatistas se reunieron en las granjas del Rin y cuando se aprestaban a comenzar su mitin, les atacaron algunos grupos de combate armados con granadas. Bastaron unas pocas granadas para que esa banda, presa del pánico, se diera a la fuga abandonando las orillas del Rhin. Las habíamos impedido que se reunieran y proclamaran la “República de Renania”» (W. Ulbricht, Memorias).
«No desvelamos ningún secreto si decimos abiertamente que los destacamentos de combate comunistas que dispersaron a los separatistas en el Palatinado, Eifel y Dusseldorf armados con granadas y fusiles, estaban bajo el mando de oficiales prusianos con mentalidad nacionalista» (Vorwärts).
Esta orientación no es sólo obra del KPD, es también resultado de la política del Estado ruso y de ciertas partes de la IC.
La dirección del KPD, tras haberse coordinado con el Comité ejecutivo de la IC, empuja a que el combate se dirija, en primera lugar, contra Francia, y únicamente después contra la burguesía alemana. Por eso la dirección del KPD proclama: «La derrota del imperialismo francés en la guerra mundial no era un objetivo comunista; en cambio la derrota del imperialismo francés en el Ruhr, sí es un objetivo comunista».
La dirección del KPD se alza contra las huelgas. Ya en la Conferencia de Leipzig, a finales de enero, poco tiempo después de la ocupación del Ruhr, la Dirección con el apoyo de la IC bloquea el debate sobre la orientación «nacional-bochevique» ante el riesgo de que sea rechazada, pues la mayoría del partido se opone a ella. En marzo de 1923 la Dirección del partido se pronuncia contra las orientaciones adoptadas por las secciones del Ruhr del KPD en su Conferencia regional. La Central declara: «Solo un Gobierno fuerte puede salvar a Alemania, un Gobierno conducido por las fuerzas vivas de la nación» (Die Rote Fahne, 1 de abril de 1923).
En el Ruhr, la mayoría de la Conferencia del KPD propone la siguiente orientación:
– paros en todas las zonas ocupadas por fuerzas militares;
– ocupación de las fábricas por los obreros utilizando el conflicto franco alemán y, si es posible, tomando el poder local.
Dentro del KPD se oponen dos orientaciones antagónicas. Una, la proletaria e internacionalista, toma partido por enfrentarse al Gobierno Cuno y por la radicalización del movimiento en el Ruhr ([3]).
Esta contradice la posición de la Central del KPD que, con ayuda de la IC, se opone enérgicamente a las huelgas y trata de entrampar a la clase obrera en el terreno nacionalista.
El capital puede estar contento con la política de sabotaje de las luchas obreras, de la que el Secretario de Estado, Malzahn, tras una discusión con Radek, informa el 26 de mayo en un memorándum estrictamente secreto a Ebert y a sus ministros más importantes: «Él (Radek) me ha asegurado que las simpatías rusas vienen de sus propios intereses de caminar junto al Gobierno alemán (...) Ha defendido enérgicamente y pedido expresamente, durante la semana pasada, a los dirigentes del partido comunista que tomen conciencia de la estupidez de su actitud precedente respecto al Gobierno alemán. Podemos estar seguros de que en los próximos días las tentativas de golpe de Estado por parte de los comunistas del Ruhr van a retroceder» (Archivos del Foreign Office, Bonn, Alemania 637 442 ff, en Dupeux).
Tras la posición sobre el Frente único con el SPD contrarrevolucionario y con los partidos de la Segunda internacional, se pasa a la política del silencio sobre el Gobierno capitalista alemán.
El 27 de mayo de 1923 Die Rote Fahne publica una toma de posición en la que deja claro hasta qué punto la Dirección del KPD está decidida a «no apuñalar por la espalda» al Gobierno: « El gobierno sabe que el KPD ha mantenido silencio sobre muchas cosas a causa del peligro procedente del capitalismo francés, pues de lo contrario el gobierno habría quedado con el culo al aire en cualquier negociación internacional. Hace ya tiempo que los obreros socialdemócratas no luchan con nosotros por un gobierno obrero, el Partido comunista no está interesado en sustituir este gobierno sin cabeza por otro gobierno burgués... O el gobierno abandona sus llamamientos a muerte contra el PC o rompemos el silencio» (Die Rote Fahne, 27 mayo, Dupeux, pag 1818).
En la medida en que la inflación también afecta a la pequeña burguesía y a las clases medias, el KPD piensa que puede proponer a estas capas una alianza. En vez de insistir en la lucha autónoma de la clase obrera como la única capaz de atraer hacia sí a las demás capas no explotadoras al desarrollar su fuerza y su impacto, les envía un mensaje zalamero y seductor diciéndoles que pueden aliarse con la clase obrera. « Debemos dirigirnos a las sufridas y confusas masas de la pequeña burguesía proletaria, y decirles que no pueden defenderse ni defender el futuro de Alemania si no se unen al proletariado en su combate contra la burguesía» (Carr, El Interregno).
«Es misión del KPD abrir los ojos a la importante pequeña burguesía y las masas de intelectuales nacionalistas, al hecho de que únicamente la clase obrera – una vez victoriosa – será capaz de defender el suelo alemán, los tesoros de la cultura alemana y el futuro de la nación alemana» (Die Rote Fahne, 13 de mayo de 1923).
Esta política de unidad sobre una base nacionalista no es exclusiva del KPD, cuenta con el apoyo de la IC. El discurso de Radek ante el Comité ejecutivo, el 20 de junio de 1923, lo prueba. En él elogia a un miembro del ala derecha separatista, Schlageter, arrestado y muerto a manos del ejército francés durante un sabotaje a los puentes ferroviarios cerca de Dusseldorf. Es el mismo Radek quien en las filas de la IC había pedido con insistencia al KPD y al KAPD, en 1919 y 1920, la expulsión de los nacional-bolcheviques de Hamburgo.
«Creemos sin embargo que la mayoría de las masas agitadas por sentimientos nacionalistas no pertenecen al campo del capital sino al del trabajo. Queremos buscar y encontrar el camino para llegar a esas masas, y lo haremos. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que hombres como Schlagter, dispuestos a dar su vida por una causa común, no se conviertan en peregrinos de la nada sino en peregrinos de un futuro mejor para la humanidad entera...» (Radek, 20 de junio de 1923, en Broué).
«Es evidente que la clase obrera alemana jamás conquistará el poder si no es capaz de inspirar confianza a amplias masas del pueblo alemán, pues se trata de un combate llevado por las mejores fuerzas para deshacerse del yugo del capital extranjero» (Dupeux).
En el 5º Congreso de la IC, en 1924, se defenderá abiertamente y sin la menor reserva la idea de que «el proletariado puede actuar como vanguardia y la pequeña burguesía nacionalista como retaguardia», es decir, la idea de que todo el pueblo puede estar por la revolución, de que los nacionalistas pueden seguir a la clase obrera. Aunque la oposición se pronuncia contra la «política de silencio» practicada por la dirección de la IC después de septiembre de 1923, eso no impide que la clase obrera sea llevada a callejones sin salida en un terreno nacionalista. Así, R. Fisher, propaga consignas antisemitas:
«Quien hable contra el capital judío... es ya por ello un combatiente de la clase, aunque aún no lo sepa... Combatir a los capitalistas judíos, aplastarlos... El imperialismo francés es hoy el mayor peligro del mundo, Francia es el país de la reacción... Solo estableciendo una alianza con Rusia el pueblo alemán podrá desalojar al capitalismo francés del Ruhr» (Flechtheim).
Mientras que la burguesía trata de atraer a la clase obrera alemana hacia un terreno nacionalista e impedir que defienda sus intereses de clase, aunque el Comité ejecutivo de la IC y la Dirección del KPD empujan a la clase obrera hacia el terreno nacionalista, la mayoría de los obreros del Ruhr y de otras ciudades no se dejan atrapar en ese terreno. Pocas son las empresas que no van a la huelga.
Se multiplican las pequeñas olas de protestas. El 9 de marzo 40 000 mineros van a la huelga en Alta Silesia, el 17 de marzo en Dortmund los mineros dejan el trabajo. Además, los parados se manifiestan junto a los activos, como el 2 de abril en Mulheim en el Ruhr.
Mientras que partes de la dirección del KPD son seducidas por las zalamerías nacionalistas, para la burguesía alemana está claro que ante las huelgas que surgen en el Ruhr es necesaria la ayuda de otros Estados capitalistas contra la clase obrera. En Mulheim los trabajadores ocupan varias fábricas. Toda la ciudad se ve afectada por la ola de huelgas, se ocupa el Ayuntamiento. Las tropas alemanas del Reichswehr no pueden intervenir por la ocupación del Ruhr por las tropas francesas; llaman entonces a la policía pero sus efectivos resultan insuficientes para reprimir a los obreros. El Alcalde de Dusseldorf pide por escrito el apoyo de las fuerzas francesas de ocupación a su general en jefe: «Debo recordarle que el Comandante supremo alemán ayudó, en todo momento, a las tropas francesas a aplastar el conjunto del movimiento en la época de la Comuna de París. Le pido su apoyo si usted quiere evitar que se reproduzca una situación similar» (D. Lutherbeck, «Carta al General De Goutte», en Broué).
En varias ocasiones se envía a la Reichswehr para aplastar las luchas obreras en diferentes ciudades como Gelsnkirchen y Bochum. Al tiempo que la burguesía alemana dirige su animosidad contra Francia, no duda lo más mínimo en mandar al ejercito contra los trabajadores que se resisten al nacionalismo.
La aceleración rápida de la crisis económica, y sobre todo de la inflación, aviva la combatividad obrera. Los salarios pierden, hora tras hora, su valor. El poder adquisitivo pasa a ser la cuarta parte del que era antes de la guerra. Cada vez más obreros pierden su trabajo. Durante el verano, el 60 % de la fuerza de trabajo se queda sin empleo. Incluso los funcionarios reciben salarios ridículos. Las empresas quieren acuñar su propia «moneda», las autoridades locales introducen una «moneda de emergencia» para pagar a los funcionarios. Los granjeros almacenan sus productos, en lugar de venderlos, ante el nulo beneficio que supone su venta. El aprovisionamiento de comida está prácticamente en punto muerto. Los trabajadores en activo y los parados se manifiestan juntos cada vez con más frecuencia. Por todas partes se informa de revueltas del hambre y saqueos de tiendas. Con frecuencia, la policía se queda pasiva ante las revueltas del hambre.
A finales de mayo, cerca de 400 000 obreros van a la huelga en el Ruhr, en junio 100 000 mineros y metalúrgicos en Silesia y 150 000 obreros en Berlín. En julio surge otra ola de huelgas que conduce a violentos enfrentamientos.
Estas luchas muestran una de las características que serán típicas en todas las luchas obreras en el periodo de decadencia del capitalismo: una gran cantidad de obreros abandonan los sindicatos. Los obreros, en las fábricas, se organizan en asambleas generales que cada vez más se hacen en la calle. Los obreros pasan más tiempo en la calle, discutiendo entre ellos, en manifestaciones, que en el trabajo. Los sindicatos, en la medida de sus posibilidades, se oponen al movimiento. Los trabajadores tratan espontáneamente de unirse en asambleas generales y comités de fábrica en la base. Hay una tendencia a la unificación. El movimiento gana en fuerza. Esa fuerza reside en la búsqueda de una orientación de clase, y no en un agrupamiento tras las consignas nacionalistas.
¿Dónde están las fuerzas revolucionarias?. El KAPD debilitado por el fracaso de la escisión entre las tendencias de Essen y Berlín, reducido numéricamente y debilitado organizativamente tras la fundación de la KAI (Internacional comunista obrera), no es capaz de llevar una intervención organizada pese a que expresa con brillantez su rechazo a la trampa nacional-bolchevique.
El KPD, que ha atraído cada vez más elementos (las cuatro quintas partes) ha fabricado él mismo la soga que tiene al cuello. Es incapaz de ofrecer a la clase una orientación clara. ¿Qué propone el KPD? ([4]). Rechaza intervenir para derrocar al Gobierno. De hecho, el KPD y la IC aumentan la confusión y contribuyen a debilitar a la clase obrera.
El KPD, por su parte, le hace la competencia a los fascistas en el terreno nacionalista. El 10 de Agosto (el mismo día que en Berlín surge una ola de huelgas) dirigentes del KPD, como Talheimer en Stuttgart, mantienen aún encuentros nacionalistas con los nacionalsocialistas. Al mismo tiempo el KPD llama a luchar contra el peligro fascista. Mientras que en Berlín el Gobierno prohíbe toda manifestación, y la Dirección del KPD está de acuerdo en aceptarla, el ala izquierda del partido por su parte quiere organizar a toda costa, el 29 de junio, ¡una movilización del frente único contra los fascistas!
El KPD es incapaz de tomar una decisión clara; el día de la manifestación 250 000 obreros esperan instrucciones en vano en la calle, ante las oficinas del partido.
En Agosto comienza una nueva ola de luchas. Casi todos los días se manifiestan los obreros, parados y activos conjuntamente. En las fábricas bulle la formación de comités de fábrica. La influencia del KPD está en su apogeo.
El 10 se agosto se ponen en huelga los obreros de la fábrica de la moneda nacional. En una situación en que el Gobierno no tiene más remedio que imprimir billetes en todo momento ante la inflación galopante, la huelga de los acuñadores de moneda tiene un efecto particularmente paralizador sobre la economía. En pocas horas desaparecen las reservas de papel-moneda. No se pueden pagar los salarios. La huelga, que ha comenzado en Berlín, se extiende como la pólvora a otros sectores de la clase. De Berlín se extiende a la Alemania del Norte, a Renania, a Wurtemberg, a la Alta Silesia, a Turingia, llegando hasta la Prusia oriental. Cada vez más sectores de la clase obrera se suman al movimiento. El 11 y 12 de agosto se producen violentos enfrentamientos en varias ciudades; más de 35 obreros mueren a manos de la policía. Como todos los movimientos que han surgido después de 1914, se caracteriza por hacerse al margen y contra los sindicatos. Los sindicatos comprenden lo serio de la situación. Una parte de ellos simula que apoya la lucha, para poder sabotearla desde dentro. Otra parte directamente se opone a la huelga. El propio KPD, una vez que las huelgas han comenzado a extenderse, toma posición: «por una intensificación de las reivindicaciones económicas, no a las reivindicaciones políticas». En cuanto la dirección sindical anuncia que no apoya la huelga, la dirección del KPD llama a los obreros a volver al trabajo. La dirección del KPD no quiere apoyar ninguna huelga que se desarrolle fuera del marco sindical.
Mientras que Brandler insiste en parar la huelga, porque la ADGB se opone a ella, las secciones locales del partido, por su parte, quieren extender las numerosas huelgas locales y unificarlas en un gran movimiento contra el Gobierno Cuno. El resto de la clase obrera es «llamada a unirse al potente movimiento del proletariado en Berlín y a extender la huelga general por toda Alemania».
El partido llega a un bloqueo. La Dirección se pronuncia contra la continuación y extensión de la huelga, porque implica el rechazo del terreno nacionalista en que el capital quiere entrampar a los obreros, al tiempo que es una crítica al Frente único con el SPD y a los sindicatos. El 17 de agosto, Die Rote Fahne publica que «Si ellos quieren, aliaremos nuestra fuerzas incluso con el pueblo que asesinó a Liebknecht y a Rosa Luxemburgo». La orientación del Frente único, la obligación de trabajar en los sindicatos con el pretexto de llegar a más obreros desde dentro, significa en realidad el sometimiento a la estructura sindical y contribuir a evitar que los obreros tomen las luchas en sus propias manos. Todo esto representa para el KPD un enorme conflicto: o reconoce la dinámica de la lucha de clases y rechaza la orientación nacionalista y el sabotaje sindical, o se vuelve contra las luchas y se deja absorber por el aparato sindical, convirtiéndose en última instancia en un muro protector del Estado que actúa como un obstáculo ante la clase obrera. Por primera vez en su historia el KPD llega a un conflicto abierto con la clase obrera en lucha, a causa de su orientación sindical y porque la dinámica de las luchas obreras empuja a los obreros a romper con el marco sindical. El enfrentamiento con los sindicatos es inevitable. La dirección del KPD, en lugar de asumir ese enfrentamiento, ¡discute sobre los medios de tomar la dirección de los sindicatos para apoyar la huelga!
El Gobierno Cuno dimite, el 12 de agosto, bajo la presión de la ola de huelgas. El 13 de agosto, la Dirección del KPD llama a terminar la huelga. Contra ese llamamiento reaccionan los delegados de base que se han radicalizado en las fábricas de Berlín. Además, se oponen las secciones locales del partido que quieren que continúe el movimiento. Esperan instrucciones de la Central. Quieren evitar los enfrentamientos aislados con el ejército en espera de que la Central distribuya las armas que posee.
El KPD es víctima de su propia política nacional-bolchevique y de su táctica de Frente único; la clase obrera es presa de una gran confusión y perplejidad, y no sabe qué hacer; por su parte la burguesía está preparada para tomar la iniciativa.
El SPD va a representar un papel decisivo en el descabezamiento del movimiento, como ya hizo en situaciones precedentes de desarrollo de la combatividad obrera. El Gobierno Cuno, próximo a los partidos de Centro, es sustituido por una «gran coalición» a cuya cabeza está el dirigente de Centro Gustav Streseman, apoyado por 4 ministros del SPD (Hilferding, se convierte en ministro de Finanzas). Que el SPD participe en el Gobierno no expresa ninguna incapacidad del capital para reaccionar, como equivocadamente cree el KPD. Se trata de una táctica consciente de la burguesía para contener el movimiento. El SPD no está, en manera alguna, dispuesto a ceder, como más tarde proclamará el KPD, ni tampoco la burguesía está dividida, ni es incapaz de nombrar un nuevo Gobierno.
El 14 de agosto, Stresseman, anuncia la introducción de una nueva moneda y la estabilización de los salarios. La burguesía consigue tomar el control de la situación y decide, conscientemente, terminar con la espiral de la inflación, de la misma manera que un año antes dejó conscientemente desarrollarse la inflación.
Al mismo tiempo, el Gobierno llama a los obreros del Ruhr a terminar la «resistencia pasiva»contra Francia y, después de haber «coqueteado»con Rusia, declara la «guerra al bolchevismo», uno de los principales objetivos de la política alemana.
Con el compromiso de dominar la inflación, la burguesía consigue invertir la relación de fuerzas. Aunque tras el final del movimiento en Berlín habrá una serie de huelgas en Renania y en el Ruhr, el 20 de agosto, el movimiento en su conjunto está acabado.
La clase obrera no ha podido ser arrastrada al terreno nacionalista, pero se muestra incapaz de llevar adelante su movimiento. Una de las razones reside en que el propio KPD es víctima de su propia política nacional-bolchevique, con lo que permite a la burguesía dar un paso hacia su objetivo de infligir una derrota decisiva a la clase obrera. La clase obrera sale desorientada de estas luchas y con una sensación de impotencia frente a la crisis.
Las fracciones de Izquierda de la IC, que se sienten aún más aisladas tras el abandono del proyecto de alianza entre la «Alemania oprimida»y Rusia, tras el fiasco del nacional-bolchevismo, se ven empujadas a intentar cambiar las cosas en una tentativa desesperada de insurrección. Esto es lo que analizaremos en la segunda parte de este artículo.
DV
[1] En su correspondencia privada, el Presidente del Partido en 1922, E. Mailler, insulta a la Central y a los dirigentes del Partido. Meller envía, por ejemplo, notas personales con la descripción de la personalidad de los dirigentes del Partido en su comportamiento con su mujer. Pide a su mujer que le haga llegar informaciones sobre la atmósfera que se vive en el partido durante su estancia en Moscú. Hay mucha correspondencia privada entre los miembros de la Central y de la IC. Diversas tendencias de la IC tienen relaciones particulares con las diferentes tendencias del KPD. La red de «canales de comunicación informales y paralelos» se extiende. Además la atmósfera en el Partido ya está muy envenenada. En el 5º Congreso de la IC, Ruth Fischer, que contribuyó considerablemente a ello informa que: «en la Conferencia del Partido de Leipzig (enero de 1923) se llegó a que a veces trabajadores de diferentes barrios se sentaran en la misma mesa, al final preguntaban ¿de dónde sois? y algún obrero decía ingenuamente: soy de Berlín. Los demás se levantaban de la mesa y evitaban al delegado de Berlín. Es una prueba del ambiente en el Partido».
[2] Hubo voces en el Partido Checo que se opusieron a esta orientación. Por ejemplo Neurath criticó las posiciones de Talheimer como expresión de la corrupción por sentimientos patrióticos. Sommer, otro comunista checo, escribió en Die Rote Fahne para pedir el rechazo a esta orientación: «no puede haber ninguna comprensión hacia el enemigo del interior» (Citado en Carr, El Interregno).
[3] Al mismo tiempo querían poner en marcha unidades económicas autónomas, una orientación que pone de manifiesto el fuerte peso del sindicalismo. La oposición del KPD quería una república obrera que se establecería en Renania-Ruhr para enviar un ejército a Alemania central que contribuyera a la toma del poder. Esta moción, propuesta por R. Fischer fue rechazada por 68 votos contra 25.
[4] Muchos obreros que carecían de una gran formación teórico política se sentían atraídos por el Partido. El partido abrió sus puertas a la adhesión en masa. Todos eran bienvenidos. En abril de 1922 el KPD anuncia: «en la situación política actual, el KPD tiene el deber de integrar a todo obrero que se quiera unir a nuestras filas». En el verano de 1923, muchas secciones provinciales cayeron en manos de elementos radicales jóvenes. Así elementos cada vez más impacientes e inexpertos se unieron al Partido que vio crecer sus efectivos de 225 000 a 295 000 entre septiembre de 1922 y septiembre de 1923, así como el número de grupos locales del Partido que pasaron de 2481 a 3321. En ese momento el KPD tenía su propia prensa y publicaba 35 diarios y un gran número de revistas. Al mismo tiempo numerosos elementos infiltrados se unieron al Partido para intentar sabotearlo desde dentro.
La guerra en Serbia ha desenmascarado a los falsos revolucionarios y ha evidenciado
la unidad de fondo de los grupos auténticamente internacionalistas
Las guerras, como las revoluciones, son hechos históricos de gran alcance para deslindar el campo de la burguesía del de los revolucionarios, dando la prueba fehaciente de cuál es la naturaleza de clase de las fuerzas políticas. Así ocurrió con la Primera Guerra mundial, la cual provocó la traición de la Socialdemocracia en el plano internacional, la muerte de la IIª Internacional y la emergencia de una minoría que iba a constituir los nuevos partidos comunistas y la IIIª Internacional. Y lo mismo fue con la IIª Guerra mundial, que vino a confirmar la integración de los diferentes partidos estalinistas en la defensa del Estado burgués con su apoyo al frente imperialista «democrático» contra el «fascismo», pero también de las diferentes formaciones trotskistas que llamaron a la clase obrera a defender el «Estado obrero» ruso contra la agresión de la dictadura nazi-fascista, y que también vio surgir la valerosa resistencia de una ínfima minoría de revolucionarios que supieron mantener el rumbo durante aquella prueba histórica. No estamos hoy ante una tercera guerra mundial, pues ni las condiciones están maduras, ni lo estarán, a nuestro entender, en un futuro próximo; sin embargo, la operación militar en Serbia es, sin duda alguna, el acontecimiento más grave desde finales de la IIª Guerra mundial, y ha provocado una polarización de las fuerzas políticas en torno a las principales clases de la sociedad: el proletariado y la burguesía.
Mientras que las diferentes formaciones izquierdistas han confirmado su función burguesa ya sea apoyando el ataque de la OTAN ya sea defendiendo a Serbia ([1]), hemos podido, en cambio, comprobar con gran satisfacción que los principales grupos políticos revolucionarios han asumido todos una posición internacionalista coherente defendiendo los puntos fundamentales siguientes:
1. La guerra actual es una guerra imperialista (como todas las guerras de hoy) y la clase obrera tiene todas las de perder si apoyara a uno u otro bando: «Armar a uno u otro campo – americano o serbio, italiano o francés, ruso o inglés – son siempre conflictos interimperialistas suscitados por las contradicciones de la economía burguesa (…) Ni un hombre, ni un soldado para la guerra imperialista: lucha abierta contra su propia burguesía nacional, serbia o kosovar, italiana o americana, alemana o francesa» (Il Programma comunista nº 4, 30 de abril de 1999).
«Para los comunistas auténticos, el apoyo a este o a aquel imperialismo, haciendo distinciones entre el más débil y el más fuerte porque entre dos males habría que escoger el menor, es erróneo, oportunista e indecente. Todo apoyo a un frente imperialista o a otro es un apoyo al capitalismo. Es una traición a todas las esperanzas de emancipación del proletariado a la causa del socialismo.
El único camino para salir de la lógica de la guerra pasa únicamente por la reanudación de la lucha de clase en Kosovo como en el resto de Europa, en Estados Unidos como en Rusia» (volante del BIPR, «Capitalismo equivale a imperialismo, imperialismo equivale a guerra», 25 de marzo de 1999).
2. La guerra en Serbia no tiene ni mucho menos objetivos humanitarios en favor de tal cual población, sino que es la consecuencia lógica del enfrentamiento interimperialista a nivel mundial: «Ni las advertencias y las presiones sobre Turquía, como tampoco la guerra contra Irak han hecho cesar la represión y la matanza de kurdos; como tampoco han hecho cesar la represión y muertes de palestinos las presiones sobre Israel. Las misiones de la ONU, las pretendidas fuerzas de interposición, los embargos ni han evitado ni han hecho cesar la guerra ayer en la ex Yugoslavia, entre Serbia y Croacia, entre Croacia, Serbia y Bosnia, de todos contra todos. Y la intervención militar de las burguesías occidentales organizada por la OTAN contra Serbia no evitará la “purificación étnica” contra los kosovares, del mismo modo que tampoco ha evitado el bombardeo de Belgrado y de Prístina.
Las misiones humanitarias de la ONU (…) lo único que han logrado es “preparar” el terreno a represiones y matanzas todavía más espantosas. Es la demostración de que la visión y la acción humanitarias y pacifistas son en realidad ilusorias y, por lo tanto, impotentes» («La verdadera oposición a las intervenciones militares y a la guerra es la lucha de clases del proletariado, su reorganización clasista e internacionalista contra todas las formas de opresión y de nacionalismo», suplemento a Il Comunista, nº 64-65, abril de 1999).
3. Esta guerra, detrás de la unidad de fachada, expresa el enfrentamiento entre las potencias imperialistas alistadas en la Alianza atlántica y, principalmente, entre Estados Unidos por un lado y Alemania y Francia del otro.
«La firme voluntad de Estados Unidos de crear un “casus belli” con la intervención directa contra Serbia apareció durante las negociaciones de Rambouillet: estas conversaciones, lejos de buscar una solución pacífica a la cuestión inextricable de Kosovo, debía servir, al contrario, para hacer caer la responsabilidad de la guerra en el gobierno yugoslavo (…) El verdadero problema de EE.UU. eran, en realidad, sus propios aliados y Rambouillet ha servido para acorralarlos e imponerles su aprobación a la intervención de la OTAN...» (Il Partito comunista, nº 266, abril de 1999).
«Para impedir que se consolide un nuevo bloque imperialista capaz de oponérsele, EE.UU. ejerce su presión para que se amplíe la OTAN al área entera de los Balcanes así como a Europa del Este (…) EE.UU. pretende (…), y quizá sea lo más importante, infligir un golpe a las aspiraciones europeas de desempeñar un papel imperialista autónomo.
Los europeos, a su vez, tampoco se quedan atrás en ese maldito juego, al apoyar la acción militar de la OTAN únicamente para no correr el riesgo de quedar totalmente excluidos de una región tan importante» (volante del BIPR, «Capitalismo equivale a imperialismo, imperialismo equivale a guerra», 25 de marzo de 1999)
4. El pacifismo, como siempre, ha demostrado una vez más que es el instrumento, no, desde luego, de la lucha de la clase obrera y de las masas populares contra la guerra, sino el medio para adormecerlas que usan los partidos de izquierda, pues es la función, una vez más confirmada, de ser los banderines de enganche de carnicerías habidas y por haber: «Eso quiere decir que hay que abandonar todas las ilusiones pacifistas y reformistas que desarman y orientarse hacia objetivos y métodos de lucha clasistas que siempre han pertenecido a la tradición proletaria…» (Il Programma comunista, nº 4, 30 de abril de 1999).
«El frente compacto (…) dirige el mismo llamamiento pacifista a todos aquellos cuyo capital les sirve para hacer la guerra: la Constitución, Naciones Unidas, los gobiernos (…) En fin, colmo del ridículo, piden a ese mismo gobierno que está haciendo la guerra… que sea bueno y que obre por la paz» (Battaglia comunista, nº 5, mayo de 1999)
Como puede verse, se trata de una plena convergencia en todas las cuestiones de fondo sobre el conflicto en los Balcanes, entre las diferentes organizaciones que forman parte del medio político revolucionario. Naturalmente que existen divergencias en cuanto al análisis del imperialismo en la fase actual y en cuanto a la relación de fuerzas entre las clases. Pero, sin subestimar esas divergencias, nosotros consideramos que los aspectos que unen a esas diferentes organizaciones son mucho más importantes y significativos que los que las distinguen, en relación con lo que está ahora mismo en juego. Basándonos en esto, lanzamos nosotros un llamamiento el 29 de marzo de 1999 al conjunto de esos grupos ([2]) para tomar una iniciativa común contra la guerra:
«Camaradas…
Hoy, los grupos de la izquierda comunista son los únicos en defender esas posiciones clásicas del movimiento obrero. Únicamente los grupos que se reivindican de esa corriente [la de la Izquierda comunista], la única que no traicionó durante la Segunda Guerra mundial, pueden dar una respuesta de clase a las preguntas que deberán plantearse obligatoriamente en la clase obrera. Su deber es intervenir lo más ampliamente posible en la clase para denunciar en su seno los montones de mentiras que están apilando todos los sectores de la burguesía y defender los principios internacionalistas que nos legó la Internacional comunista y sus Fracciones de izquierda. Por su parte, la CCI también ha publicado un volante del que os enviamos aquí un ejemplar. Pero pensamos que la gravedad de lo que se plantea merece que el conjunto de los grupos que defienden una postura internacionalista publique y difunda una toma de postura común en la que se afirmen los principios de clase proletarios contra la barbarie guerrera del capitalismo. Es la primera vez desde hace medio siglo que los principales bandidos imperialistas hacen la guerra en Europa misma, o sea en el escenario principal de las dos guerras mundiales y que es, además, la concentración proletaria principal del mundo. Esto da idea de la gravedad de la situación actual. Y exige de los comunistas la responsabilidad de unir sus fuerzas para hacer oír la voz de los principios internacionalistas lo más alta posible, dando así a la afirmación de esos principios el mayor impacto que nuestras pocas fuerzas permitan.
Es evidente para la CCI que una toma de posición así sería diferente en varios aspectos de la de un volante como el que hemos publicado, pues muy bien sabemos que hay, en el seno de la Izquierda comunista, desacuerdos en los análisis que hacemos unos u otros sobre tal o cual aspecto de la situación mundial. Estamos, sin embargo, plenamente convencidos de que el conjunto de los grupos de la Izquierda comunista podrían llegar a firmar un documento en el que se reafirmen los principios fundamentales del internacionalismo sin por ello tener que suavizarlos. Por eso os proponemos que nuestras organizaciones se encuentren lo antes posible para elaborar un llamamiento común contra la guerra imperialista, contra todas las mentiras de la burguesía, contra todas las campañas pacifistas y por la perspectiva proletaria para la destrucción del capitalismo.
Al hacer esta propuesta, nos sentimos fieles a la política propugnada por los internacionalistas, por Lenin en particular, en las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal en 1915 y 1916. Una política que fue capaz de superar o dejar de lado las divergencias posibles entre los diferentes sectores del movimiento obrero europeo, para afirmar claramente la perspectiva proletaria frente a la guerra imperialista. Evidentemente, nosotros estamos disponibles para otra iniciativa que vuestra organización pudiera tomar, para toda propuesta que permita que se oiga la voz proletaria frente a la barbarie y las mentiras de la burguesía. (…)
Saludos comunistas,
La CCI».
Las respuestas a nuestro llamamiento no han estado, por desgracia, a la altura de las circunstancias y de lo que nosotros esperábamos. Dos de los grupos bordiguistas, Il Comunista-Le Prolétaire e Il Partito comunista, todavía no han contestado al llamamiento, y eso que se les han enviado una segunda carta de propuesta el 14 de abril de 1999 solicitándoles una respuesta. El tercer grupo bordiguista, Programma comunista, nos prometió una respuesta escrita (negativa), pero no hemos recibido nada. En fin, el BIPR ha tenido a bien contestar a nuestra invitación con una fraterna negativa. Es evidente que no podemos sino lamentar el fracaso del llamamiento, pues confirma una vez más, si era necesario, las dificultades ante las que se encuentra el medio político proletario, muy afectado todavía por el entumecimiento sectario del ambiente contrarrevolucionario en el que tuvo que reconstituirse el medio. Pero en este momento, con relación al problema de la guerra, nuestra preocupación principal no es la de acentuar todavía más las fricciones existentes en el medio político proletario, desarrollando una polémica sobre la irresponsabilidad que es la respuesta negativa o la ausencia de respuesta a nuestro llamamiento, sino desarrollar a fondo los argumentos que van a favor de la necesidad y del interés para la clase obrera en que haya una iniciativa común del conjunto de grupos internacionalistas. Para ello, vamos a analizar los argumentos opuestos por el BIPR (¡el único en contestar!) ya sea por escrito ya en encuentros directos que hemos tenido con ese grupo, considerando que muchos de los argumentos aducidos por el BIPR podrían haber sido con mucha probabilidad, los aducidos por los grupos bordiguistas si éstos se hubieran dignado contestarnos. De este modo esperamos que avance nuestra propuesta de iniciativa común frente a todos los camaradas y todas las formaciones políticas de la clase obrera y recabar así mejores resultados en el futuro.
El primer argumento utilizado por el BIPR es que las posiciones de los grupos son demasiado diferentes, razón por la cual una toma de postura común sería obligatoriamente de un «perfil político muy bajo» y, por lo tanto, poco eficaz para que «se note el punto de vista proletario frente a la barbarie y las mentiras de la burguesía» (extracto de la carta de respuesta del BIPR a nuestro llamamiento).
Y, para apoyar esas afirmaciones, añade:
«Es cierto que “hoy los grupos de la izquierda comunista son los únicos que defienden las posiciones clásicas del movimiento obrero”, pero también es cierto que cada corriente lo hace de una manera radicalmente diferente. No vamos a indicar las diferencias específicas de las que cualquier atento observador puede darse cuenta; nos limitamos a señalar que esas diferencias marcan una decantación importante entre las fuerzas que se reivindican de una Izquierda comunista genérica…»
Es exactamente lo contrario de los que acabamos de demostrar. Las citas hechas al principio de este artículo podrían ser fácilmente intercambiables entre los diferentes grupos sin producir ninguna deformación política y, tomadas en su conjunto, servir de elementos políticos de base para una posible toma de posición común que tanto necesita la clase obrera en este momento.
¿Por qué habla entonces el BIPR de «divergencias radicales» que harían ineficaces los esfuerzos por una iniciativa en común?, pues porque el BIPR pone en el mismo plano las posiciones de base (la actitud derrotista frente a la guerra) y los análisis políticos de la fase actual (las causas de la guerra en Serbia, la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado…). Con esto, no andamos buscando ni mucho menos quitar importancia a las divergencias actuales en el medio político proletario en esos análisis. En un próximo artículo hemos de volver sobre esos argumentos, con nuestra crítica de lo que consideramos como una posición economicista la defendida por Battaglia comunista e Il Partito comunista. Lo que ahora consideramos como problema más importante es la subestimación que manifiesta el BIPR, y con él todos los grupos citados, sobre el eco que podría tener la iniciativa propuesta.
No es por casualidad si, para rechazarla, el BIPR se ve obligado a poner en entredicho lo que significaron las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal, subestimándolas en gran medida.
«Por ello, la referencia a Zimmerwald y Kienthal en vuestra carta-llamamiento no tienen nada que ver con la situación histórica actual.
Zimmerwald y Kienthal no fueron iniciativas bolcheviques o de Lenin, sino más bien de los socialistas italianos y suizos que allí se reunieron y, mayoritariamente, las tendencias “radicales” internas de los partidos de la IIª Internacional. Lenin y los bolcheviques participarán en ellas para animar a la ruptura con la IIª Internacional, pero:
a) la ruptura no era segura en ese momento, sino que, al contrario, Lenin siguió estando en la minoría absoluta en ambas conferencias;
b) no es seguro que el manifiesto de Zimmerwald «afirme claramente la perspectiva proletaria frente a la guerra imperialista», sino más bien las mociones de Lenin, rechazadas por las conferencias.
Así pues, presentar la participación de los bolcheviques a las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal como modelo al que haya que referirse en la situación actual, no tiene ningún sentido» (Carta de respuesta del BIPR a nuestro llamamiento).
En ese pasaje, tras haber recordado cosas sabidas, como que las conferencias fueron iniciativas de socialistas italianos y suizos y no de los bolcheviques (¿será algo indecente?), como que Lenin participó en ellas para animar a la ruptura con la IIª Internacional y que, por esto mismo, añadiríamos nosotros, Lenin quedó en minoría absoluta en ambas conferencias, se acaba lanzando el anatema contra quienes presentan «las conferencias de Zimmerwald y Kienthal como modelo al que hay que referirse en la situación actual».
Ahora bien, lo que el BIPR no entiende – evidentemente a causa de una lectura poco atenta de nuestro llamamiento – es lo que nosotros mismos afirmamos: «la política propugnada por los internacionalistas, por Lenin en particular, en las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal en 1915 y 1916, (una política capaz de) afirmar claramente la perspectiva proletaria frente a la guerra imperialista». El problema es que el BIPR parece ignorar la historia misma de nuestra clase. Los bolcheviques, en la «izquierda del movimiento obrero» de entonces, intentaron sin cesar llevar lo más lejos posible los resultados de esas conferencias, y nunca se les pasó por la cabeza permanecer fuera de ellas, porque comprendían la necesidad de reunirse en un momento de decantación política especialmente crítico y crucial como el de principios de siglo. Lenin mismo, llevó a cabo una labor muy importante animando lo que se llamó «izquierda de Zimmerwald», crisol en el que se forjarían las fuerzas políticas que iban a favorecer la construcción de la IIIª Internacional. Y respecto al hecho de que «Zimmerwald y Kienthal no habrían sido iniciativas bolcheviques», esto es lo que pensaba la izquierda revolucionaria de Zimmerwald:
«El manifiesto presentado por la conferencia no nos satisface del todo. En él no hay nada sobre el oportunismo declarado o sobre el que se oculta tras la frase radical, ese oportunismo que no sólo tiene la mayor responsabilidad del desmoronamiento de la Internacional, sino que además quiere mantenerse. El manifiesto no especifica claramente los medios para oponerse a la guerra (…).
Aceptamos el Manifiesto, porque lo concebimos como un llamamiento a la lucha y porque, en esta lucha, queremos caminar junto a los demás grupos de la Internacional (…)» (declaración de la Izquierda zimmerwaldiana en la conferencia de Zimmerwald, firmada por Lenin, Zinoviev, Radek, Nerman, Höglung y Winter y citada en les Origines de l’Internationale communiste, de Zimmerwald a Kienthal, de J. Humbert-Droz, ediciones Guanda)
Y esto es lo que decía Zinoviev al finalizar la conferencia de Kienthal: «Nosotros, zimmerwaldianos, tenemos la ventaja de habernos encontrado ya a escala internacional, mientras que los socialpatriotas no han podido hacerlo todavía. Debemos pues sacar provecho de esa ventaja para organizar la lucha contra el socialpatriotismo (…)
En el fondo, la resolución es un paso adelante. Quienes comparen esta resolución con el proyecto de la Izquierda zimmerwaldiana, en setiembre 1915, y con los escritos de las Izquierdas alemana, holandesa, polaca y rusa, tendrán que admitir que nuestras ideas iban entonces en el sentido de los principios aceptados por la Conferencia (…)
Cuando se saca balance, la segunda conferencia de Zimmerwald es un paso adelante. La vida trabaja en favor nuestro (…) La Segunda conferencia de Zimmerwald será política e históricamente un nuevo paso adelante hacia la IIIª Internacional» (G. Zinoviev, ídem)
O sea, que Zimmerwald y Kienthal fueron dos etapas cruciales en la batalla que los revolucionarios habían entablado a favor del acercamiento de los revolucionarios y de su separación de los social-patriotas traidores con vistas a la constitución de la IIIª Internacional.
Los bolcheviques y Lenin fueron capaces de comprender lo que significaba para los obreros, desesperados, aislados en los frentes, el manifiesto de Zimmerwald: una esperanza inmensa, la salida del infierno. Lástima que el BIPR no lo comprenda. Hay momentos en la historia en los que un avance de los revolucionarios es más importante que los programas más claros políticamente, parafraseando a Marx.
El BIPR ha tomado una serie de iniciativas comunes con nosotros desde hace algunos años, la última hace escasos meses. Las más significativas han sido:
– la participación coordinada e intervención a veces en nombre de ambas organizaciones, en la segunda conferencia sobre la herencia política de Trotski organizada en Moscú en 1997 por el movimiento trotskista;
– una reunión pública común en Londres sobre la revolución rusa con una introducción única para los dos grupos, una sola presidencia y la publicación de un mismo artículo de balance redactado conjuntamente por ambas organizaciones y publicado en nuestras prensas respectivas en lengua inglesa, Workers Voice y World Revolution;
– una intervención coordinada entre ambas organizaciones en la confrontación con los grupos parásitos en Gran Bretaña.
Por consiguiente, no acabamos de comprender, en lo que al BIPR se refiere, es cómo esta organización, que desde hace años ha tomado esas iniciativas comunes con nosotros se niega ahora a toda acción conjunta de ese tipo. Cuando les preguntamos esto a los camaradas de Battaglia comunista, nos contestaron que sobre la revolución rusa podíamos trabajar juntos porque «sus lecciones eran algo adquirido desde hace mucho tiempo», pues son análisis consolidados, asuntos del pasado, mientras que la guerra es un problema diferente, actual, con implicaciones sobre las perspectivas. Ahora bien, además de las reuniones públicas sobre la revolución de octubre, también ha habido la intervención hecha en las conferencias en Rusia que no eran cosas del pasado, sino por definición el presente y el futuro del movimiento obrero. Además, lo curioso es que se presente la discusión sobre Octubre de 1917 como arqueología política y no como un arma para la intervención en la clase obrera de hoy. En resumen, una vez más, los argumentos del BIPR son erróneos.
En realidad, si miramos de más cerca, esa vuelta del BIPR se explica pues ya ha sido anunciada y corresponde a lo que los camaradas han escrito en sus conclusiones de la «Resolución sobre el trabajo internacional» del VIº Congreso de Battaglia comunista, adoptados por todo el BIPR y transcritos en su respuesta a nuestro llamamiento:
«Es ahora un principio adquirido en nuestra línea de conducta política que, salvo circunstancias excepcionales, todas las nuevas conferencias y reuniones internacionales organizadas por el BIPR y sus organizaciones deben ir plenamente hacia la consolidación, fortalecimiento y extensión de las tendencias revolucionarias del proletariado mundial. El Buró internacional para el Partido revolucionario y las organizaciones que a él pertenecen se adhieren a ese principio. (…) Y está claro, a partir del contexto y del conjunto de documentos del Buró que nosotros entendemos por «tendencias revolucionarias del proletariado» todas las fuerzas que van a formar el Partido internacional del proletariado. Y, teniendo en cuenta el método político actual de vuestra organización y de las demás, no pensamos nosotros que vosotros podáis formar parte de aquél.»
Detrás de ese pasaje, más allá de la evidencia de su primera parte con la cual también nosotros estamos de acuerdo («todas las nuevas conferencias y reuniones internacionales (…) deben ir plenamente hacia la consolidación, fortalecimiento y extensión de las tendencias revolucionarias del proletariado mundial»), se oculta la idea de que el BIPR es hoy la única organización digna de crédito en el seno de la izquierda comunista ([3]), habida cuenta el «idealismo» de la CCI y la esclerosis de los bordiguistas, «teniendo en cuenta el método político actual de vuestra organización y de las demás, no pensamos nosotros que vosotros podáis formar parte del “Partido internacional del proletariado”», como dicen. O sea, mejor seguir directamente su propio camino con relación a las organizaciones hermanas, y no andar perdiendo el tiempo en conferencias o iniciativas comunes con resultados estériles y sin perspectiva.
Es ésa la única postura clara del BIPR, pero también es incoherente o, como mínimo, basada en razones de pura apariencia.
Habremos de volver sobre estos aspectos. Nosotros, por nuestra parte, sabemos perfectamente que el partido surgirá de la confrontación y de la decantación políticas que, inevitablemente, deberán producirse entre las organizaciones revolucionarias existentes.
Ezechiele
31 de mayo de 1999
[1] Puede leerse en nuestros diferentes órganos de prensa territorial de los meses de abril, mayo y junio de 1999 la denuncia de los grupos falsamente revolucionarios que actúan en los diferentes países.
[2] Esos grupos son: Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR, formado por el Partito comunista internazionalista, que publica Battaglia comunista en Italia, y el Communist Workers Organisation que publica Revolutionary Perspectives en Gran Bretaña); el Partito comunista internazionale (que publica il Partito comunista en Italia y le Prolétaire en Francia); el Partito comunista internazionale que publica il Programma comunista en Italia, Cahiers internationalistes en Francia, Internationalist Papers en Gran Bretaña).
[3] No sabemos de dónde procederá este nuevo tipo de autoproclamación totalmente desconocido en el movimiento obrero. Pero, a lo mejor, el BIPR, como el Papa, tiene línea directa con no se sabe qué cielo.
Después de Kosovo, Timor oriental; tras Timor oriental, Chechenia. Sin dar tiempo a que la sangre derramada en una matanza se haya secado, ya está chorreando en otros lugares del planeta. El continente africano, mientras tanto, sigue agonizando: a las guerras endémicas que desangran día tras día a Eritrea, Sudán, Somalia, Sierra Leona, Congo y otros países, se han venido a añadir nuevas matanzas en Burundi y enfrentamientos armados entre los dos «amigos» rwandeses y ugandeses, y prosigue la guerra a más y peor en Angola. Estamos realmente muy lejos de las profecías del presidente norteamericano Bush cuando anunciaba, hace exactamente diez años, un «nuevo orden mundial de paz y prosperidad» tras el hundimiento del bloque del Este. La única paz que ha ido progresando esta década es la de los cementerios.
Día tras día se va confirmando la realidad del hundimiento de la sociedad capitalista en el caos y la descomposición.
Las matanzas (que se cifran por miles de muertos) y destrucciones (en ciertas aglomeraciones, 80 a 90 % de viviendas fueron incendiadas) que acaban de devastar el Timor oriental no son algo nuevo en este país. Una semana apenas después de que Portugal le otorgara su independencia en mayo del 75, las tropas indonesias la invadieron para transformarla un año después en la provincia nº 27 de Indonesia. Ya entonces, las matanzas y la hambruna dejaron entre dos y trescientas mil personas, cuando la población no alcanzaba el millón de habitantes. Sería, sin embargo, un error considerar lo que acaba de ocurrir en la zona como una repetición de lo que ocurrió en el 75. En aquellos años ya había conflictos muy sangrientos (la guerra de Vietnam no se acabaría hasta finales del 75). Sin embargo, la exterminación sistemática de poblaciones civiles por su pertenencia étnica era una excepción, mientras que hoy se ha convertido en la regla. Las masacres de tutsis en el 94 en Rwanda no son una especialidad africana debida al subdesarrollo de aquel continente. Una tragedia similar se produjo hace unos pocos meses en la propia Europa, en Kosovo. Y si hoy se asiste en Timor a la repetición de semejantes actos de barbarie, es porque éstos son una manifestación de la barbarie actual del capitalismo, del caos en el que se está hundiendo este sistema, y de ninguna manera un problema específico del país debido a fallos de la descolonización de hace 25 años.
La diferencia evidente entre el período actual y el que precede al hundimiento del bloque del Este se ilustra perfectamente en la guerra que está devastando a Chechenia. Hace diez años, la URSS perdió en unas pocas semanas el bloque imperialista que había dominado durante cuatro décadas. En la medida en que el hundimiento del bloque resultaba en primer lugar de una crisis económica y política tan catastróficas de su potencia dominante que la paralizó, también conllevaba la explosión de la propia URSS: las repúblicas bálticas, caucásicas, de Asia central y hasta de Europa del Este (Ucrania, Bielorrusia) que quisieron imitar el ejemplo de Polonia, Hungría, Alemania del Este, Checoslovaquia, etc. En 1992 todo estaba terminado y la Federación de Rusia se quedo sola. Pero al contener varias nacionalidades, empezó a su vez a ser víctima de la misma disgregación, la que se concretó en la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Tras haber matado a más de 100 000 personas de ambos campos y destruido las principales ciudades del país, se concluyó en derrota de Rusia e independencia de hecho de Chechenia.
La entrada en el Daghestán, durante el mes de agosto, de las tropas islamistas del checheno Shamil Basaiev y de su compinche el jordano Jatab han sido el punto de partida de una nueva guerra en Chechenia. Este país es un resumen de las manifestaciones de descomposición que están minando al conjunto del capitalismo ([1]). Por un lado, es una consecuencia del desmoronamiento del bloque del Este, lo cual ha sido, hasta ahora, la mayor manifestación de la descomposición en la que se hunde la sociedad burguesa. Y por otro, pone en evidencia el auge del integrismo islámico que también revela, en varios países (Irán, Afganistán, Argelia, etc.), la descomposición de un sistema y cuya contrapartida, en los países industrializados, se puede ver en el aumento de la violencia urbana, de las drogas y de las sectas.
Si es verdad, como lo que afirman numerosas fuentes de información (y sería perfectamente posible), que Basaiev y su pandilla son financiados por el multimillonario mafioso Berezovski, eminencia gris de Yeltsin, o que las explosiones en Moscú estos meses pasados se deben a los servicios secretos rusos, estaríamos ante otras manifestaciones de la descomposición del capitalismo que, por desgracia, no se limitan a Rusia : la utilización cada vez más frecuente del terrorismo por los propios Estados burgueses (¡y no solo por grupos incontrolados!) y la corrupción cada vez más generalizada en su seno lo prueban. En cualquier caso, y aunque los «servicios» rusos no estuviesen implicados en los atentados, éstos han sido utilizados por las autoridades para crear un fuerte sentimiento xenófobo en Rusia, justificando esta nueva guerra en Chechenia. Esta guerra la desea el conjunto de sectores políticos rusos (excepto Liebed, que firmó los acuerdos de Kasaviurt en agosto del 96 con Chechenia), desde los estalinistas de Ziuganov hasta los «demócratas» del alcalde de Moscú, Luzhkov. Y que el conjunto del aparato político ruso, a pesar de que denuncie la corrupción y la impericia de la camarilla de Yeltsin, siga apoyando su huida ciega en una aventura que no podrá sino agravar la catástrofe económica y política en que se va hundiendo el país, es muy revelador del caos creciente que en él está imperando.
Unos meses atrás, vimos la ofensiva militar de los ejércitos de la OTAN en Yugoslavia justificada con la excusa de la «injerencia humanitaria». Fue necesarias andanadas intensivas de imágenes y reportajes sobre el desamparo de los refugiados kosovares y los montones de cadáveres descubiertos tras la retirada de las tropas serbias de Kosovo para hacer olvidar a las poblaciones de los países de la OTAN que había sido precisamente esa intervención militar la que había originado la «limpieza étnica» de las milicias de Milosevic contra los albaneses de esa provincia.
Con lo de Timor oriental se ha alcanzado el no va más de la hipocresía. Cuando esta región fue anexionada por la Indonesia de Suharto, en 1975-76, anexión que provocó la muerte de más de la tercera parte de la población, entonces ni los «media» ni menos aún los gobiernos occidentales se preocuparon por la tragedia. Aunque la Asamblea general de la ONU no hubiera reconocido la anexión, los grandes países occidentales apoyaron plenamente a Suharto a quien consideraban como garantizador del orden occidental en esa parte del mundo ([2]). Estados Unidos, entregándole armas y adiestrando las tropas de choque indonesias (las mismas que han organizado las milicias antiindependentistas reclutadas entre el hampa timorense) apoyó claramente al verdugo de Timor. Pero EEUU no era el único, puesto que tanto Francia como Gran Bretaña también siguieron entregando armas a Suharto (el «Secret Action Service» británico también adiestró a las tropas de élite indonesias). En cuanto al país presentado hoy como el «salvador» de las poblaciones timorenses, Australia, fue el único en reconocer la anexión de Timor oriental (de lo que fue recompensado en 1981 por una participación a la explotación de yacimientos de petróleo frente a las costas timorenses). Recientemente todavía, en 1995, Australia había firmado con Indonesia un tratado de cooperación militar contra el «terrorismo» en particular, o sea, también contra la guerrilla independentista de Timor oriental.
Hoy en día, todos los «media» se han movilizado para mostrar la barbarie de que son víctima las poblaciones de aquel país tras haber votado a favor de la independencia. No es ninguna casualidad si esta movilización mediática ha venido a apoyar la intervención de unas fuerzas armadas con mandato de la ONU bajo el mando de Australia. Como en Kosovo, las campañas sobre los «derechos humanos» han precedido la intervención armada. Una vez más, las organizaciones humanitarias (las multitudes de ONG) han llegado en las maletas de los militares, acreditando con su presencia la mentira de que el único objetivo de la injerencia armada es defender vidas humanas y, ni mucho menos, defender intereses imperialistas.
Sin embargo, si las matanzas de albaneses en Kosovo eran perfectamente previsibles (y deseada de hecho por los dirigentes de la OTAN para tener un pretexto de intervenir a posteriori), las del pueblo de Timor oriental no sólo eran también previsibles, sino que además estaban anunciadas de antemano por sus protagonistas, las milicias antiindependentistas. A pesar de todas las advertencias, la ONU patrocinó sin vacilar la preparación del referéndum del 30 de agosto, librando a los habitantes a la matanza anunciada.
Cuando se les preguntó a los responsables de la ONU cómo habían podido ser tan poco previsores, uno de los diplomáticos contestó tranquilamente que «la ONU no es más que la suma de sus miembros» ([3]). Y es porque efectivamente, para el principal país de la ONU, Estados Unidos, el descrédito en que ha caído la ONU no le viene mal. Es una manera de volver a poner las cosas en su sitio tras la conclusión de la guerra en Kosovo, en la que una operación militar empezada bajo el mando de EE.UU. con los bombardeos de la OTAN, acabó en retorno de la ONU, cuyo control se les va de las manos a los norteamericanos, a causa del peso que tienen en ella varios países que se oponen a la tutela estadounidense, en particular Francia.
La posición de EE.UU. ya se había afirmado a menudo claramente por la voz de sus principales responsables: «No se trata a corto plazo de mandar tropas de la ONU, los indonesios han de retomar ellos mismos el control de las diferentes facciones que existen en la población» (Peter Burleigh, embajador auxiliar norteamericano en Naciones Unidas) ([4]). Esto lo dijo cuando era evidentísimo que la «facción» antiindependentista estaba a las órdenes del ejército indonesio. «El haber bombardeado Belgrado no significa que vayamos a bombardear Dili» (Samuel Berger, jefe des Consejo nacional de seguridad de la Casa Blanca). «Timor oriental no es Kosovo» (James Rubin, portavoz del Departamento de Estado) ([5]). Son palabras que por lo menos tienen el mérito de poner en evidencia la hipocresía y el doble lenguaje de Clinton, cuando cacareaba, unos meses antes, al terminarse la guerra en Kosovo: «Si alguien quiere cometer crímenes contra la población civil inocente, en Africa, Europa central o donde sea, ha de saber que se lo impediremos en la medida de nuestras posibilidades» ([6]).
En realidad, la posición no-intervencionista de EE.UU. no se explica únicamente por la voluntad de bajarle los humos a la ONU. Más fundamentalmente, además de no querer «disgustar» a su fiel aliado de Yakarta (con la que había organizado maniobras conjuntas el 25 de agosto sobre le tema de ¡«actividades de socorro y humanitarias en situación de desastre»!), se trataba para la primera potencia mundial de manifestar su apoyo total a las operaciones policiacas indonesias, o sea las masacres fomentadas por las milicias. Para el ejército indonesio (que tiene lo esencial del poder), aun a sabiendas de que no podría guardar indefinidamente el control de Timor oriental (y por esto aceptó la intervención de las tropas nombradas por la ONU), las masacres organizadas tras el referéndum tenían el objetivo de dar una advertencia a todos aquellos que, en el inmenso archipiélago indonesio, tuviesen veleidades de independencia. Las poblaciones de Sumatra del Norte, de las Célebes, o de las Molucas que se están dejando encandilar por las sirenas de los movimientos nacionalistas, habían de ser advertidas de lo que les esperaba. Este objetivo de la burguesía indonesia es totalmente compartido además por las burguesías de los demás Estados de la zona (Tailandia, Birmania, Malasia) enfrentadas también a problemas de minorías étnicas. Y también es compartido totalmente por la burguesía norteamericana inquieta por la inestabilidad de esta zona del mundo que no haría sino añadirse a la de muchas otras.
En la operación de «restablecimiento del orden» en Timor oriental, operación que no podía dejar de hacerse, so pena de desprestigiar la ideología «humanitaria» derramada a chorros estos años pasados, EE.UU. delegó la tarea a Australia, lo que le permite no comprometerse directamente ante Yakarta, a la vez que deja el primer plano a su más fiel y sólido aliado en la zona. También es recíprocamente una excelente ocasión para Australia de concretar sus proyectos de consolidación de sus posiciones imperialistas en la región (aunque sea a precio de una enemistad momentánea con Indonesia). Para la primera potencia mundial, resulta de todos modos fundamental mantener una fuerte presencia en esa parte del mundo, aunque sea mediante sus aliados, puesto que sabe que el desarrollo de las tensiones imperialistas de la situación histórica actual contiene la amenaza de un aumento de la influencia de las dos mayores potencias que pretenden tener un papel en la región, Japón y China.
Este mismo tipo de preocupaciones geoestratégicas permite explicar la actitud de Estados Unidos y demás potencias con respecto a la guerra en Chechenia. Ahí también, los civiles están siendo machacados día tras día por los bombardeos de la aviación rusa. Los refugiados se cuentan por centenas de miles y en vísperas del invierno, son ya decenas de miles de familias las que se han quedado sin casa. Ante este nuevo «desastre humanitario» que ya dura varias semanas, los dirigentes occidentales se empiezan a dejar oír. Clinton confesa su «inquietud» por la situación en Chechenia y Laurent Fabius, presidente de la Asamblea nacional francesa, afirma rotundamente que hay que oponerse a cualquier veleidad de secesión en la Federación de Rusia: «Francia apoya la integridad territorial de la Federación de Rusia y condena el terrorismo, las operaciones de desestabilización, el integrismo, que son otras tantas amenazas para la democracia» ([7]).
Aunque los «media» sigan haciendo oír la cantinela humanitaria, existe un consenso, hasta entre países que se enfrentan en otras partes (como Francia y Estados Unidos), para no crear la menor dificultad en Rusia y dejar que prosiga las matanzas. De hecho, todos los sectores de la burguesía occidental están interesados en evitar una nueva agravación del caos en el que se hunde el país más extenso del mundo, situado en dos continentes, y que por otra parte sigue poseyendo miles de armas atómicas.
En ambas extremidades del inmenso continente asiático, el más poblado del planeta, la burguesía mundial está enfrentada a un caos cada día mayor. Durante el verano de 1997, este continente ya había sufrido los ataques brutales de la crisis que desestabilizaron todavía más la situación política de ciertos países, como lo podemos ver con Indonesia (que no forma parte de Asia propiamente dicha, pero que sin embargo está muy cerca de ella). Al mismo tiempo, los factores del caos se han ido acumulando, en particular con la radicalización de conflictos tradicionales como el que opone a India y Pakistán, a principios del verano de 1999. El riesgo que a la larga está corriendo el continente asiático entero, es el de una explosión de antagonismos como los que hoy sufre el Caucaso, el desarrollo de una situación similar a la del continente africano, con más consecuencias y mucho más catastróficas todavía para el conjunto del planeta.
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Un caos extendiéndose por el mundo es evidentemente una preocupación real para todos los sectores de la burguesía mundial, en particular para los dirigentes de las grandes potencias. Pero esta preocupación es estéril. La voluntad de garantizar un mínimo de estabilidad queda permanentemente anulada por los intereses contradictorios de los diferentes sectores nacionales de la clase dominante. De ahí resulta que los países avanzados, las «grandes democracias», se comportan casi siempre como «bomberos pirómanos» interviniendo para «poner orden» en una situación que ellos mismos han desestabilizado en gran parte (como lo hemos podido ver en la ex Yugoslavia, y hoy mismo lo vemos en Timor).
Este caos que se está generalizando en el terreno imperialista no es sino una expresión de la descomposición general de la sociedad burguesa. Una descomposición que resulta de la incapacidad por parte de la clase dominante para dar la más mínima respuesta (ni siquiera la que dio en 1914 o en 1939) a la crisis insoluble de su economía. Una descomposición que se expresa en la putrefacción desde sus raíces de la sociedad entera. Una descomposición que no está reservada a países atrasados, sino que también afecta a las grandes metrópolis burguesas. El accidente ferroviario del 5 de octubre en Londres, capital de la más antigua potencia capitalista del mundo (¡y no un país cualquiera del tercer mundo!), así como el accidente nuclear del 30 de septiembre en Tokaimura en Japón, país de la «calidad» y del «cero defectos», son manifestaciones cotidianas de esa descomposición. Una descomposición que no acabará sino con el capitalismo mismo, cuando el proletariado destruya ese sistema que hoy se ha vuelto sinónimo de caos y de barbarie.
Fabienne (10/10/99)
[1] Para un análisis de la descomposición del capitalismo, léase en particular «La descomposición del capitalismo», en la Revista internacional nº 57, y «La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo», en la Revista internacional nº 62.
[2] El golpe de Suharto, en 1965, contra Sukarno considerado como demasiado próximo a los países «socialistas», se realizó con el apoyo norte-americano. Las autoridades estadounidenses, por otro lado, habían apreciado que su ayuda al ejército indonesio lo hubieran «animado a actuar contra el Partido comunista en cuanto se presentó la ocasión» (según dijo Mac Namara, jefe del Pentágono en aquel entonces).
[3] Le Monde, 16 de septiembre.
[4] Libération, 5 de septiembre.
[5] Le Monde, 14 de septiembre.
[6] Le Monde, 16 de septiembre.
[7] Le Monde, 7 de octubre.
En este fin de 1999 reina una especie de euforia sobre el «crecimiento económico». En 1998, el hundimiento de los «tigres» y «dragones» del sudeste asiático, el de Brasil, de Venezuela y de Rusia provocaron el temor a una recesión, incluso a una «depresión», temor «injustificado» según lo que dicen hoy los grandes «media» de la burguesía. El milenio parece acabarse con una nota de optimismo que viene a alimentar la propaganda destinada a las grandes masas obreras: el elogio del capitalismo, «único sistema económico posible», siempre capaz de encarar sus crisis. Este es el mensaje: «el capitalismo está en buena salud y va seguir así».
Mientras que a primeros del 99, ciertas previsiones mostraban la perspectiva de una «recesión» en los países desarrollados, los resultados de hoy hacen ostentación de «tasas de crecimiento» importantes acompañadas del «retroceso del desempleo», según cifras oficiales, claro está. Nosotros escribíamos: «El hundimiento en una recesión abierta todavía más profunda que las anteriores – algunos hablan incluso de “depresión” – está haciendo callar los discursos sobre un crecimiento económico duradero prometido por los “expertos”» (Revista internacional nº 96) y también: «Aunque los países centrales del capitalismo han escapado a esta suerte hasta el presente, se encuentran en vías de enfrentar su peor recesión desde la guerra, comenzando por Japón» («Resolución sobre la situación internacional», Revista internacional nº 97).
¿Nos habríamos arriesgado demasiado con previsiones que no se han realizado?. ¿Dónde está la situación económica actual?.
Sobre la economía mundial, la burguesía nos está haciendo juegos de magia y contando mentiras. Según ciertas cifras oficiales, asistiríamos efectivamente a un frenazo de la economía mundial mucho menos fuerte que lo previsto, en particular en Estados Unidos, fenómeno falsamente calificado de «boom» por los plumíferos a la orden. La duración del crecimiento sin recesión desde hace siete u ocho años, aunque sea muy débil, es efectivamente la manifestación de cierta «prosperidad». Pero las cifras saben mentir.
Primero porque la burguesía dispone de artificios que le permiten esconder la disminución del crecimiento de la producción real, mediante manipulaciones financieras y monetarias. Y si es de buen tono proclamar «la prosecución del crecimiento ininterrumpido» en los mensajes que se dirigen al pueblo y en particular a la clase obrera, los discursos son ya mucho más matizados en aquellos círculos más restringidos de la burguesía que necesitan un conocimiento concreto y no mistificado del estado de la economía. Merece la pena citar algunos ejemplos: «En las proyecciones más optimistas, el crecimiento previsto en el mundo se reduce un 50 % con respecto a las perspectivas de hace un año, pero se mantiene sin embargo más o menos en un 2 % en 1999 como en 1998. En sus variantes más pesimistas, desaparece prácticamente. La amenaza de una recesión global parece entonces real en el año 2000. (...) El «boom» norteamericano frente a la depresión de los antiguos dragones: ¡increíble inversión!. Pero hemos de seguir siendo lúcidos: ha sido la hinchazón de la burbuja de Wall Street lo que ha permitido mantener la expansión en Estados Unidos, y, por consiguiente en el mundo. La “burbuja Greenspan”, dirán los historiadores. Para unos, el presidente de la Reserva federal es un mago. Para los demás, es un aprendiz de brujo, puesto que la rectificación será a la medida de los excesos cometidos. Esa rectificación está en primera fila de de los guiones «pesimistas» de los expertos: 13 % de caída en Wall Street según el FMI, 30 % según la OCDE. ¿Por qué? pues porque la subida de la Bolsa no tiene la menor justificación en las tendencias de la economía real, la cual está en declive» (L’Expansion, octubre del 99). Otro ejemplo: «Parece ser que las medidas de estímulo de la Reserva federal este pasado otoño habrían alejado una catástrofe inmediata. Economistas y políticos temen que el alivio de la política monetaria haya incrementado significativamente el enorme desequilibrio que está dominando la economía americana (...). Para los pesimistas ya es imposible impedir que el desequilibrio desemboque en desastre total. (...) Va a volver la inflación de forma acelerada y la Bolsa va a hundirse. Esto provocará una nueva fase de inestabilidad financiera global, perjudicará significativamente le demanda interna estadounidense, y también quizás precipitará la recesión mundial contra la cual tanto intervino el año pasado el G7 para evitarla» (Financial Times, octubre de 1999).
Quizás nos hayamos equivocado el año pasado al alinearnos con los pronósticos de «recesión» de la economía, pero esto no impide que mantengamos con firmeza lo dicho en cuanto a la agravación considerable de la crisis. Hasta los expertos de la burguesía se ven obligados de constatarlos a su manera: no existe la menor perspectiva duradera de mejoramiento de la situación económica. Al contrario, todo conduce a nuevas sacudidas cuyos efectos, una vez más, serán sufridos por la clase obrera.
La recesión no es sino una manifestación particular de la crisis capitalista, no es la única ni mucho menos. Ya hemos evidenciado el error que se comete al no tomar en cuenta más que a los indicadores de «crecimiento» suministrados por la burguesía, que se basan en «el crecimiento de las cifras brutas de la producción sin preocuparse de qué está hecha ni de quién va pagar» (Revista internacional, no 59, 1989). También señalamos en aquel entonces todos aquellos elementos significativos que permiten medir la gravedad de la crisis: «el crecimiento vertiginoso del endeudamiento de los países subdesarrollados (...), la aceleración de los procesos de desertificación industrial (...), la enorme agravación del paro (...), una agravación de las calamidades que aplastan a los países subdesarrollados» (Idem). No solo están presentes hoy todos estos elementos, sino que además se han agravado. Y factores como el endeudamiento (como, por cierto, las «calamidades» en lo que a seguridad o salud se refiere), no solo afectan a los países periféricos, sino también los que se sitúan en el mismo centro del capitalismo industrializado.
El déficit comercial de Estados Unidos, estimado oficialmente a 240 mil millones de dólares, está batiendo todos los récords, el «déficit de la balanza de pagos alcanza este año más de 300 mil millones de dólares, 3 % del producto interior bruto» (Financial Times, op. cit.). El consumo interno que se ha desarrollado y ha sido el factor más «espectacular» del «crecimiento» no está basado en un aumento de los sueldos, puesto que a pesar de los bonitos discursos la tendencia general estos años pasados ha sido su baja ([1]). Está sobre todo vinculada a los ingresos por acciones bursátiles, cuya distribución se ha «democratizado» (aunque sean, sobre todo, los ejecutivos de las empresas quienes se reparten los «stock options»). Estos ingresos han sido importantes porque están ligados a los «récords» permanentes de la Bolsa de Wall Street. Ese crecimiento del consumo es necesariamente muy inestable, puesto que se transformará en catástrofe para muchos trabajadores cuyos ingresos o pensiones están en acciones, en cuanto dé la vuelta la tendencia de la Bolsa. La «tasa de crecimiento» oculta esta fragilidad, como también oculta otra aberración histórica desde el punto de vista económico: que, hoy, los ahorros se han vuelto negativos en Estados Unidos, o sea ¡que las familias norteamericanas tienen globalmente más deudas que ahorros! Lo que constatan los especialistas: «... la industria norteamericana está en el filo de la recesión. Esto es incompatible con el nivel de los cotas de las acciones de Wall Street, cuya valoración está en una cumbre desde 1926; los beneficios anticipados son los más importantes desde la guerra. Esto es insostenible, aunque es esencial para el mantenimiento de la confianza de las familias y la difusión del efecto de riqueza que las incita a consumir siempre más a crédito. Su tasa de ahorros se ha vuelto negativa, fenómeno que no se había visto desde la Gran Depresión. ¿Como va a poder hacerse con cautela el aterrizaje inevitable?» (L’Expansion, op. cit.).
El indicador oficial de la manifestación abierta de la crisis, el estancamiento de la producción has sido una vez más ocultado, y la recesión ha vuelto a ser aplazada con los mismos paliativos: endeudamiento, huida ciega en el crédito y la especulación (compra de acciones en este caso) Y otro de los símbolos de la huida ciega que ya no tiene nada que ver con una producción real de riqueza es que los valores en bolsa que más han progresado en los últimos meses han sido los de las sociedades que ofrecen el acceso a Internet, o sea, grosso modo, los vendedores de aire. Por lo tanto, la situación de la economía mundial es cada día más frágil y portadora de las próximas «purgas» que volverán a dejar en la calle a otra buena cantidad de proletarios.
En fin, al ser la «recesión», o sea la tasa de crecimiento negativa, para la burguesía el símbolo mismo de sus crisis, es un factor de desestabilización e incluso de pánico en las esferas capitalistas, lo cual contribuye a ampliar más todavía el fenómeno. Es una de las razones que explican que la burguesía lo haga todo por evitar una situación así.
Otra razón, quizás más importante incluso, es la necesidad de ocultar la quiebra de su sistema anta la clase obrera; como lo dicen los especialistas: «es esencial para el mantenimiento de la confianza de las familias y la difusión del efecto de riqueza que las incita a consumir a crédito siempre más». Si se hunde la «tasa de crecimiento» es toda la propaganda sobre la validez del sistema capitalista la que se ve afectada; y es también una incitación a la lucha de la clase y, sobre todo, a la reflexión, y, por lo tanto, a la puesta en entredicho del sistema. Y eso es lo que la burguesía más teme.
Por lo demás, para los proletarios tirados definitivamente a la calle por millones, en los países que llaman «emergentes» (como los del Sureste asiático, que no volverán a recuperarse nunca del acelerón de la crisis de 1997-98) o para las inmensas masas empobrecidas de los países a los que pretenden en «vías de desarrollo» de la periferia del capitalismo (en Africa, Asia o Latinoamérica), sino también para los relegados del «crecimiento», cada vez más numerosos en los países industrializados, no se necesitan grandes demostraciones teóricas. Ya están sufriendo día tras día la quiebra de un sistema cada vez menos capaz de darles los medios más elementales de subsistencia.
Algunos verán una especie de fatalidad «natural», una ley según la cual únicamente los fuertes deben sobrevivir y arreglárselas, siendo así la miseria, y en fin de cuentas la muerte para los más «débiles», la consecuencia «normal» de esa pretendida ley. Es evidente que todo eso no son más que patrañas. Hoy, y eso desde la Primera Guerra mundial, el sistema capitalista se asfixia en una crisis de sobreproducción. La sociedad dispone hoy potencialmente, y eso desde principios del siglo XX, de todos los medios industriales y técnicos para que la humanidad entera pueda vivir holgadamente. Lo que sume en el desempleo y unas condiciones de vida degradadas a millones de trabajadores de los países industrializados, y en la miseria y la barbarie a causa de la multiplicación de guerras «locales» a millones de seres humanos en los países de la periferia del capitalismo, es que este sistema, basado en la acumulación de capital y de la ganancia, perdure.
El desarrollo del capitalismo, aunque ya se realizaba «en la sangre y el barro», todavía en el siglo XIX, venía a corresponder globalmente a un crecimiento de la satisfacción de las necesidades humanas. Entrado, con la Primera Guerra mundial, en su fase de decadencia, de declive histórico, ha arrastrado desde entonces al mundo a una espiral que se define así: crisis/guerra/reconstrucción/ nueva crisis más profunda/nueva guerra más mortífera/nueva crisis económica; esta última manifestación de la crisis dura ya desde hace más de 30 años ([2]) y la amenaza de destrucción del planeta es muy real, aunque no sea con una 3ª contienda mundial desde la desaparición de los dos grandes bloques imperialistas hace casi diez años.
El declive irreversible del sistema capitalista no significa, sin embargo, que la clase dominante que lo gobierna vaya a declararse en quiebra y dejarla llave en la puerta como puede ocurrir con una simple empresa capitalista. Toda la historia del siglo XX lo ha demostrado, especialmente con la «salida» que el capitalismo mundial dio a la gran crisis de 1929 hace 70 años, o sea, la guerra mundial. Los capitalistas están dispuestos a ir a mutuo degüello y a arrastrar a la humanidad entera en la destrucción con su lucha a muerte por el reparto del «pastel» del mercado mundial. Y si desde hace treinta años de crisis económica abierta no han podido arrastrar a las grandes masas proletarias en la guerra, no han cesado de hacer trampas con las propias leyes del desarrollo capitalista para mantenerlo en vida y no han cesado de hacer pagar a los trabajadores, activos o desempleados, el precio de la agonía de un sistema económico moribundo.
Contra los ataques cada día más duros a las condiciones de existencia, comprender la crisis económica, su carácter irreversible, su dinámica en el sentido de una agravación constante, es un factor esencial de la toma de conciencia de la imperiosa necesidad de la lucha de clase, no sólo para defenderse contra el capitalismo sino también para abrir la única verdadera perspectiva que le queda a la humanidad: la de la revolución comunista, la de verdad y no la de ese rostro repulsivo del capitalismo de Estado estalinista con el que la burguesía ha querido identificar el comunismo.
MG
Presentación
Hace exactamente 10 años se produjo uno de los acontecimientos más importantes de la segunda mitad del siglo XX: el hundimiento del bloque imperialista del Este y de los regímenes estalinistas de Europa, y del principal de entre ellos, el de la URSS.
Ese acontecimiento ha sido utilizado por la clase dominante para dar rienda suelta a una de las campañas ideológicas más masivas y perniciosas que haya lanzado contra la clase obrera. Al identificar mentirosamente una vez más el estalinismo que se hundía con el comunismo, al hacer creer que la quiebra económica y la bestialidad de los regímenes estalinistas serían la consecuencia inevitable de la revolución proletaria, la burguesía intentaba desviar a los proletarios de toda perspectiva revolucionaria y asestar un golpe decisivo a los combates de la clase obrera. El documento que volvemos a publicar aquí, que fue difundido en enero de 1990 como suplemento a nuestra prensa territorial, iba fundamentalmente dirigido a combatir esas campañas fraudulentas de la burguesía, unas campañas cuyos efectos se siguen soportando hoy.
Cuando escribimos el texto aquí publicado, el caos que estaba extendiéndose por la URSS y demás regímenes estalinistas no había alcanzado los niveles de hoy. La URSS, en particular, seguía existiendo formalmente, dirigida por el llamado partido comunista de Gorbachov, el cual, desde 1985, había intentado enderezar la situación instaurando la «perestroika» (reestructuración). Las cosas, sin embargo, se desbocaron a partir del verano de 1989 especialmente con la formación en Polonia de un gobierno dirigido por Solidarnosc, el incremento de las críticas a la autoridad soviética en varios partidos comunistas de Europa central (en Hungría, por ejemplo), el auge del nacionalismo en varias repúblicas de la URSS. Todo ello llevó a nuestra organización a movilizarse para analizar el significado y las perspectivas de esos acontecimientos. En la Revista internacional nº 59, publicada a finales del verano, escribíamos: «Las convulsiones que sacuden actualmente a Polonia… no deben ser consideradas como específicas de ese país. De hecho todos los países de régimen estalinista se encuentran en un atolladero. La crisis mundial del capitalismo se repercute con una brutalidad particular en su economía que es, no solamente atrasada, sino también incapaz de adaptarse en modo alguno a la agudización de la competencia entre capitales. La tentativa de introducir en esa economía normas “clásicas” de gestión capitalista para mejorar su competitividad, no hará más que provocar un desorden todavía mayor, como lo demuestra en la URSS el fracaso completo y rotundo de la “Perestroika” (…) La perspectiva para el conjunto de los regímenes estalinistas no es pues en absoluto la de una “democratización pacífica” ni la de un “enderezamiento” de la economía. Con la agravación de la crisis mundial del capitalismo, esos países han entrado en un período de convulsiones de una amplitud nunca vista en el pasado, pasado que ha conocido ya muchos sobresaltos violentos» («Convulsiones capitalistas y luchas obreras», 07/09/1989)
Una semana después se discutió en nuestra organización un texto, adoptado por el órgano central de la CCI el 5 de octubre, con el que analizábamos la situación con más detenimiento y extraíamos unas perspectivas:
«El bloque del Este nos está dando ya la imagen de una dislocación creciente (…) En esa zona, las tendencias centrífugas son tan fuertes que se desatan en cuanto se les deja la ocasión de hacerlo (…)
Fenómeno similar es el que se puede observar en las repúblicas periféricas de la URSS. (…) Los movimientos nacionalistas que, favorecidos por el relajamiento del control central del partido ruso, se desarrollan hoy (…) llevan consigo una dinámica de separación de Rusia.
En fin de cuentas, si el poder central de Moscú no reaccionara, asistiríamos a un fenómeno de explosión, no sólo del bloque ruso, sino igualmente de su potencia dominante. En una dinámica así, la burguesía rusa, clase hoy dominante de la segunda potencia mundial, no se encontraría a la cabeza más que de una potencia de segundo orden, mucho más débil que Alemania, por ejemplo (...).
Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo, de esa monstruosidad símbolo de la más terrible contrarrevolución que haya sufrido el proletariado.
En esos países se ha abierto un periodo de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular, el debilitamiento del bloque ruso que se va acentuar aun más, abre las puertas a una desestabilización del sistema de relaciones internacionales, de las constelaciones imperialistas, que habían surgido de la segunda guerra mundial con los acuerdos de Yalta» («Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este», en Revista internacional nº 60)
Un mes después, el 9 de noviembre de 1989, fue la caída del muro de Berlín, símbolo de la división del mundo entre el bloque del Oeste y el bloque del Este, lo que acabó rubricando la desaparición de este último y el trastorno total del orden de Yalta, lo cual implicaba, entre otras cosas, la desaparición al cabo del propio bloque occidental:
«La disgregación del bloque del Este, su desaparición como factor dominante de los conflictos interimperialistas, es una puesta en entredicho radical de los acuerdos de Yalta, y la generalización de una inestabilidad del conjunto de las constelaciones imperialistas formadas sobre la base de dichos acuerdos, incluido el bloque del Oeste dominado desde hace 40 años por Estados Unidos. Este último bloque, a su vez, no podrá evitar, al cabo, la puesta en tela de juicio de sus propios fundamentos. Si bien, durante los años 80, la cohesión de todos los países occidentales contra el bloque ruso ha sido un factor suplementario del hundimiento de este último, la base de esta cohesión ya no existe hoy. Si es imposible predecir el ritmo y las formas que tomará la situación, la perspectiva se orienta hacia el desarrollo de tensiones entre las grandes potencias del bloque occidental actual (…) («Hundimiento del bloque del Este, quiebra definitiva del estalinismo», Revista internacional nº 60, 19/11/1989).
Al mismo tiempo, en una impresionante reacción en cadena, los regímenes que habían gobernado durante cuatro décadas en los países del fortín soviético fueron barridos:
– el 10 de noviembre, es destituido Todor Zhivkov, en el poder desde 1954 en Bulgaria;
– el 3 de diciembre se autodisuelve la dirección del partido comunista de Alemania Oriental;
– el 22 de diciembre es derribado el régimen de Nicolae Ceausescu;
– el 29 de diciembre, Vaclav Havel, disidente desde hacía tiempo, es elegido presidente de Checoslovaquia.
Esa situación es la base del texto que publicamos aquí. Pero el proceso de descomposición del estalinismo no iba a detenerse ahí. Después de haberlo hecho su bloque, será la propia URSS la que va a desaparecer. Ya desde principios del 90, varios países bálticos se pronuncian a favor de la independencia. Más grave todavía, el 16 de julio, Ucrania, segunda república de la URSS, vinculada a Rusia desde hacía siglos, proclama su soberanía. Bielorrusia iba a seguirle los pasos y, después, les tocaría el turno a las repúblicas del Cáucaso y de Asia central.
Gorbachov hizo lo que pudo para que algo quedara en pie, proponiendo que se adoptara un tratado de Unión, con la firma prevista para el 20 de agosto de 1991, manteniendo así un mínimo de unidad política entre los diferentes integrantes de la URSS. El 18 de agosto, la vieja guardia del partido, apoyada en una parte del aparato militar y policiaco, intenta oponerse a esa puesta en entredicho de la URSS. El intento de golpe de Estado fracasa lamentablemente, provocando la inmediata declaración de independencia de casi todas las repúblicas federadas. El 21 de diciembre se constituye una Comunidad de Estados independientes, de unas estructuras muy imprecisas, que agrupa a unos cuantos componentes de la URSS. El 25 de diciembre de 1991, por boca de Gorbachov, su presidente cesante, declara su disolución. La bandera rusa sustituye a la bandera roja encima del Kremlin.
Al mismo tiempo que se iba descomponiendo la URSS, la situación creada por la desaparición de su bloque no estaba engendrando una «nueva era de paz y prosperidad» a escala mundial, como lo había anunciado el presidente estadounidense Bush. Todo lo contrario: lo que ha habido es una sucesión de convulsiones mortíferas, entre las cuales, las más importantes han sido la guerra del Golfo contra Irak, en enero de 1991 y las diferentes guerras en Yugoslavia, cuyo último capítulo, el de Kosovo, en esta primavera de 1999, ha sido un paso adelante suplementario en la barbarie guerrera, en el corazón de Europa, a una hora de distancia de las principales concentraciones industriales del continente.
Los trastornos ocurridos en el mundo desde 1989, tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas, las intensísimas campañas ideológicas que lo acompañaron (quiebra del «comunismo», y también las campañas «humanitarias» que se han montado para acompañar cada uno de los capítulos de una barbarie cada vez mayor), todo ello ha causado una desorientación y una pérdida de confianza en sí misma por parte de la clase obrera, un retroceso importante de su conciencia. Esto no cuestiona la perspectiva general del período histórico actual, el de los enfrentamientos de clase crecientes entre proletariado y burguesía, como así lo hemos puesto de relieve en el Informe sobre la lucha de clases adoptado en el XIIIº congreso de la CCI que publicamos en esta Revista. La reanudación de la marcha adelante del proletariado deberá, sin embargo, enfrentar las enormes mentiras que ha propalado la clase dominante desde 1989. Por eso publicamos aquí este documento nuestro de enero de 1990: para contribuir en ese necesario esfuerzo de la clase obrera.
FM, 15/09/1999
El año 1989 ha terminado con acontecimientos de un alcance histórico considerable. En pocos meses toda una parte de el mundo, la dominada por el bloque imperialista ruso, se ha descompuesto sellando la quiebra irremediable de un sistema que, durante casi medio siglo, se ha impuesto y se ha mantenido por medio del terror y la barbarie más sanguinaria que jamás ha conocido la humanidad.
Frente a estos acontecimientos que, desarrollándose a las puertas de Europa Occidental, han transformado toda la configuración del mundo surgida de la IIª Guerra mundial, asistimos hoy día al desencadenamiento de una ensordecedora campaña mediática acerca de la pretendida «quiebra del comunismo». Todas las fracciones de la burguesía «liberal» y «democrática», se reúnen como buitres hambrientos ante la carroña del estalinismo para perpetuar la odiosa mentira de identificar el estalinismo con el comunismo, en hacer creer que la dictadura estalinista estaba contenida en el programa de Lenin y los bolcheviques, y en definitiva que el estalinismo representa en el fondo la continuidad con la revolución proletaria de Octubre de 1917. En una palabra, se trata de hacer creer a los proletarios que tal barbarie ha sido el precio inevitable que la clase obrera debe pagar por haber osado desafiar y poner en cuestión, hace 70 años, el orden capitalista.
Así, reventando, el estalinismo presta actualmente un último servicio al capitalismo. Porque la burguesía más potente, más maquiavélica y más hipócrita es la que más partido saca de su agonía. En todas partes, no pasa un día sin que los media a las órdenes de la clase dominante exploten a fondo todas las convulsiones que sacuden a los países del bando soviético para vendernos mejor las virtudes de la «democracia», del capitalismo «liberal» presentándonoslo como el «mejor de los mundos», un mundo de libertad y abundancia, el único por el que vale la pena luchar, el único que puede aliviar todos los sufrimientos impuestos a los pueblos por el sistema «comunista».
La muerte del estalinismo constituye actualmente una victoria ideológica para la burguesía occidental. En el momento actual, el proletariado debe encajar el golpe. Pero, deberá comprender que el estalinismo no ha sido jamás otra cosa que la forma más caricaturesca de la dominación capitalista. Deberá comprender que la «democracia» no es más que la máscara más hipócrita con la que la burguesía siempre ha cubierto el horrible rostro de su dictadura de clase y que sería para el proletariado una tragedia dejarse llevar por sus cantos de sirena. Deberá comprender que en el Oeste, como en el Este, el capitalismo no puede ofrecer a las masas explotadas más que, miseria y barbarie crecientes, acompañadas, a largo plazo, de la destrucción del planeta.
Deberá comprender, en última instancia, que no hay futuro para la humanidad fuera del terreno de la lucha de clases del proletariado internacional, una lucha a muerte que, derrocando el capitalismo, permita la edificación de una verdadera sociedad comunista mundial, una sociedad liberada de crisis, guerras, y de todas las formas de barbarie y opresión.
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La ensordecedora propaganda que sufrimos hoy día a propósito del tema de la «victoria de la democracia» sobre el totalitarismo «comunista» no es gratuita. Insistiendo hasta la saciedad sobre la idea mentirosa de que el estalinismo ha sido la consecuencia inevitable de la revolución de Octubre, la burguesía persigue un objetivo muy preciso: busca el hacer desaparecer en los obreros toda idea de comunismo; se trata para el capitalismo acorralado de desviar al proletariado de objetivo último de sus combates de clase contra los ataques cada vez más graves del capitalismo en crisis.
La burguesía MIENTE DESCARADAMENTE cuando afirma a los cuatro vientos que la barbarie estalinista es la legítima heredera de la revolución de Octubre del 17, MIENTE afirmando que Stalin no hizo más que llevar a sus últimas consecuencias un sistema elaborado por Lenin. Todos los periodistas, todos los «historiadores» y otros ideólogos a sueldo del capitalismo saben pertinentemente que NO HAY ninguna continuidad entre el Octubre proletario y el estalinismo. Todos saben que la instauración de este régimen de terror no es más que la CONTRARREVOLUCIÓN que se instala sobre las ruinas de la revolución rusa tras la derrota de la primera oleada revolucionaria internacional de 1917-1923. Porque fue el aislamiento del proletariado ruso, tras el aplastamiento sangriento de la revolución en Alemania, lo que dio un golpe mortal al poder de los soviets obreros en Rusia.
La historia no ha hecho más que confirmar de manera trágica lo que, desde el nacimiento del movimiento obrero, el marxismo ha defendido siempre. La revolución comunista solo puede tener un carácter internacional. «La revolución comunista (...) no será una revolución puramente nacional. se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados (...) Ejercerá igualmente una repercusión considerable sobre todos los otros países del globo y transformará completamente y acelerará el curso de su desarrollo. Es una revolución universal; tendrá, en consecuencia, un terreno universal» (F. Engels, Principios del Comunismo, 1847).
Y es esa fidelidad a los principios del comunismo y del internacionalismo proletario lo que Lenin, a la espera de un relevo de la revolución en Europa, expresaba él mismo en los siguientes términos:
«La revolución rusa no es más que un destacamento del ejército socialista mundial, y el éxito y triunfo de la revolución que nosotros hemos cumplido, depende de la acción de este ejército. Esto es un hecho que ninguno de nosotros olvida (...) El proletariado ruso tiene conciencia de su aislamiento, y ve claramente que su victoria tiene por condición indispensable y como premisa fundamental la intervención unida de los obreros del mundo entero» (Lenin, «Informe a la Conferencia de los comités de fábrica de la provincia de Moscú», 23 de julio de 1918).
Así el internacionalismo ha sido siempre la piedra angular de los combates de la clase obrera y del programa de sus organizaciones revolucionarias. Es este programa el que Lenin y los bolcheviques defendieron constantemente. Armado con este programa el proletariado, tomando el poder en Rusia, obligó a la burguesía a poner fin a la Iª Guerra mundial y así afirmó su propia alternativa: contra la barbarie generalizada del capitalismo, transformación de la guerra imperialista en guerra de clases.
Toda puesta en cuestión de este principio esencial del internacionalismo proletario, ha sido siempre sinónimo de ruptura con el campo proletario, es decir, de adhesión al campo del capital.
Con el hundimiento desde dentro de la revolución rusa, el estalinismo constituyó precisamente esta ruptura, cuando, desde 1925, Stalin anunció su tesis de la «construcción del socialismo en un solo país», gracias a la cual pudo instalarse con todo su horror la contrarrevolución más espantosa de toda la historia de la humanidad. Desde entonces la URSS no tendrá de «soviética» más que el nombre: la dictadura del proletariado a través del poder de los «consejos obreros» (soviets) se transformará en una implacable dictadura del Partido-Estado sobre el proletariado.
El abandono del internacionalismo por Stalin, digno representante de la burocracia de Estado, firmará definitivamente la condena de muerte de la revolución. La política de la IIIª Internacional degenerada será, en todas partes, bajo la férula de Stalin, una política contrarrevolucionaria de defensa de los intereses capitalistas. Tanto es así que en China, el PC, siguiendo las directrices de Stalin se diluirá en el Kuomintang (partido nacionalista chino) y desarmará al proletariado insurgente en Shanghai y a sus militantes revolucionarios para entregarlos atados de pies y manos a la sangrienta represión de Chang Kai-chek, proclamado miembro de honor de la Internacional estalinizada.
Frente a la Oposición de Izquierda que se desarrollará entonces contra esta política nacionalista, la contrarrevolución estalinista desencadenará toda su rabia sangrienta: todos los bolcheviques que intentaban contra viento y marea defender los principios de Octubre serán excluidos del Partido en la URSS, deportados por millares, perseguidos, acosados por la GPU, y después salvajemente ejecutados tras los grandes procesos de Moscú (y todo ello contando con el apoyo y la bendición del conjunto de los países «democráticos»).
Así fue como pudo instalarse este régimen de terror: sobre los escombros de la revolución de Octubre el estalinismo pudo asegurar su dominación. Fue gracias a esta negación del comunismo constituida por la teoría del «socialismo en un solo país» por lo que la URSS se transformó en un Estado capitalista de los pies a la cabeza. Un Estado donde el proletariado será sometido, con el fusil en la espalda, a los intereses del capital nacional, en nombre de la defensa de la «patria socialista».
Así, en tanto que el Octubre proletario, gracias al poder de los Consejos obreros, había dado el golpe definitivo a la guerra imperialista, la instauración de la contrarrevolución estalinista, destruyendo toda idea revolucionaria, eliminando toda veleidad de lucha de clases, e instaurando el terror y la militarización en toda la vida social, anunció la participación de la URSS en la segunda carnicería mundial.
Toda la evolución del estalinismo en la escena internacional de los años 30 estuvo marcada, de hecho, por sus cambalaches imperialistas con las principales potencias capitalistas que, de nuevo, se preparaban para poner a Europa bajo los designios del fuego y la sangre. Tras haberse apoyado en una alianza militar con el imperialismo alemán para contrarrestar toda tentativa de expansión de Alemania hacia el Este, Stalin cambiará de chaqueta a mitad de los años 30 para aliarse con el bloque «democrático» (adhesión de la URSS a esa «alianza de bandidos» que fue la Sociedad de naciones, pacto Laval-Stalin en 1935, participación de los PC en los «frentes populares» y en la guerra de España, durante la cual los estalinistas no dudaron en utilizar métodos sanguinarios masacrando a los obreros y revolucionarios que contestaban su política). En vísperas de la guerra, Stalin volverá a cambiar de atuendo y venderá la neutralidad de la URSS a Hitler a cambio de un cierto número de territorios, antes de integrarse definitivamente en el campo de los «Aliados» e implicarse a fondo en la carnicería imperialista en la que el Estado estalinista sacrificará, el sólo, 20 millones de vidas humanas.
Tal fue el resultado de los turbios tratos del estalinismo con los diferentes bandidos imperialistas de Europa occidental. Sobre estas montañas de cadáveres pudo constituir la URSS estalinista su imperio, imponer el terror en todos los países que cayeron, con el tratado de Yalta, bajo su dominación exclusiva. Fue gracias a su participación en el holocausto imperialista al lado de las potencias imperialistas victoriosas por lo que, al precio de la sangre de sus 20 millones de víctimas, pudo acceder al rango de superpotencia mundial.
Pero, si Stalin fue «el hombre providencial» gracias al que el capitalismo mundial pudo deshacerse del bolchevismo, no fue la tiranía de un único individuo, por muy paranoico que fuera, la que impuso esta bárbara contrarrevolución. El Estado estalinista, como todo Estado capitalista, está dirigido por la misma clase dominante que en todas partes, la burguesía nacional. Una burguesía que se reconstituyó, con la degeneración interna de la revolución, no a partir de la antigua burguesía zarista eliminada por el proletariado en 1917, sino a partir de la burocracia parasitaria del aparato del Estado con la que se confundió más y más, bajo la dirección de Stalin, el Partido bolchevique. Fue esta burocracia del Partido-Estado la que, eliminando a finales de los años 20 a todos los sectores susceptibles de reconstituirse en burguesía privada, sectores a los que se alió para asegurar la gestión de la economía nacional (propietarios terratenientes y especuladores de la Nueva política económica, NEP), tomó el control de la economía. Tales son las razones históricas que explican que, contrariamente a otros países, el capitalismo de Estado en la URSS haya tomado esta forma totalitaria extrema. El capitalismo de Estado es el modo de dominación universal del capitalismo en el período de decadencia, en el cual el Estado asegura su confiscación de toda la vida social, y engendra por todas partes capas parasitarias. Pero en los otros países del mundo capitalista, este control estatal sobre el conjunto de la sociedad no es antagónico con la existencia de sectores privados y concurrentes que impidan la hegemonía total de estos sectores parasitarios.
Al contrario, en la URSS, la forma particular que toma el capitalismo de Estado se caracteriza por el desarrollo extremo de estas capas parasitarias salidas de la burocracia estatal cuyo objetivo y única preocupación no es hacer fructificar al capital según las leyes del mercado, sino muy al contrario llenarse los bolsillos individualmente en detrimento de la economía nacional. Desde el punto de vista del funcionamiento del capitalismo esta forma de capitalismo de Estado es por tanto una aberración que debía hundirse necesariamente con la aceleración de la crisis económica mundial. Y es este hundimiento del capitalismo de Estado ruso surgido de la contrarrevolución el que ha firmado la quiebra irremediable de toda la ideología bestial, que durante casi medio siglo, había cimentado el régimen estalinista haciendo pesar su placa de plomo sobre millones de seres humanos.
El estalinismo nació en el barro y la sangre de la contrarrevolución. Hoy, muere en el barro y en la sangre, como lo atestiguan los sucesos de Rumania y aún más claramente los que sacuden el corazón mismo del estalinismo, la URSS.
En modo alguno, a pesar de lo que digan y dirán la burguesía y todos los medias a sus ordenes, esta hidra monstruosa pertenece ni al contenido ni a la forma de la revolución de Octubre de 1917. Hace falta que ésta se hunda para que aquella se pueda imponer. Esta ruptura radical, esta antinomia entre Octubre y estalinismo, ha de ser tomada en plena conciencia por el proletariado si no quiere ser víctima de otra forma de dictadura burguesa, la del Estado «democrático».
El hundimiento espectacular del estalinismo no significa de ninguna manera que el proletariado se haya liberado al fin del yugo de la dictadura del capital. Si la burguesía decadente entierra hoy día con grandes pompas a su vástago más monstruoso, es para esconder mejor ante los ojos de las masas explotadas la verdadera naturaleza de su dominación de clase. Por ello, machaca la idea de que existiría una oposición irreducible entre las formas «totalitarias» y las formas «democráticas» del Estado burgués.
Todo esto no es más que una pura mistificación. La pretendida «democracia» no es más que la dictadura burguesa disfrazada. No es más que la hoja de parra con la que siempre la clase dominante ha recubierto la obscenidad de su sistema de terror y explotación. Es esta cínica hipocresía lo que siempre han denunciado los revolucionarios y particularmente Lenin cuando afirmó en el 1er Congreso de la Internacional comunista, que la burguesía se esfuerza siempre en encontrar argumentos filosófico-políticos para justificar su dominación. «... Entre estos argumentos se destacan en particular la condena de la dictadura y la defensa de la democracia. Ante todo, este argumento opera con el concepto de la “democracia en general” y “dictadura en general”, sin ver de qué clase social se trata. Este planteamiento de la cuestión al margen o por encima de las clases, supuestamente popular, equivale ni más ni menos que a un escarnio de la doctrina fundamental del socialismo, esto es, de la doctrina de la lucha de clases... Pues en ningún país capitalista civilizado existe la “democracia en general”, sino que solo existe una democracia burguesa, y no se trata de la “dictadura en general”, sino de la dictadura de la clase oprimida, es decir, del proletariado sobre los opresores y los explotadores, o sea sobre la burguesía, con el fin de vencer la resistencia que oponen los explotadores en la lucha por su dominación... Por eso, la actual defensa de la democracia burguesa en forma de discursos sobre la “democracia en general” y el actual vocerío y clamor contra la dictadura del proletariado en forma de gritos sobre la “dictadura en general”, son una traición directa al socialismo... la negación del derecho del proletariado a su revolución proletaria, la defensa del reformismo burgués precisamente en un momento histórico en que el reformismo ha fracasado en todo el mundo y en que la guerra ha creado una situación revolucionaria... La historia de los siglos XIX y XX nos mostró ya antes de la guerra qué es la práctica de la cacareada “democracia pura” bajo el capitalismo. Los marxistas han dicho siempre que cuanto más
desarrollada y “pura” sea la democracia, tanto más abierta, ruda e implacable será la lucha de clases, tanto más “puras” serán la opresión del capital y la dictadura de la burguesía...» (Lenin, «Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado», Primer Congreso de la Internacional comunista, 4 de marzo de 1919).
Desde sus orígenes la democracia burguesa se ha revelado como la forma más perniciosa de la dictadura despiadada del capital. Desde mediados del siglo XVII y antes incluso de que el proletariado pudiera afirmarse como la única clase capaz de liberar a la humanidad de la explotación capitalista, la primera revolución burguesa, la de Inglaterra, había anunciado de lo que es capaz la democracia cuando, frente a las expresiones embrionarias del movimiento comunista, la república democrática de Cromwell desencadenó en 1648 su sangrienta represión contra los «niveladores» que reivindicaban un reparto igual de los bienes entre todos los miembros de la sociedad. En Francia, la joven República establecida por la revolución de 1789, liquidará a Babœuf en 1797, representante junto con la Liga de los Iguales de las ideas proletarias. Y cada vez que la clase obrera intentará expresarse en su terreno de clase, que resistirá las intrusiones del capital, más la dictadura democrática se manifestara en toda su desnudez. El desarrollo del movimiento obrero a lo largo de todo el siglo 19 estuvo jalonado de masacres, de baños de sangre perpetrados por la burguesía más «progresista» de todos los tiempos. Debemos recordar el aplastamiento de la insurrección de los Canuts en Lyon (Francia) realizado por un ejército de 20 000 hombres enviados en 1841 por el Gobierno «democrático» de Casimir Perier. Debemos recordar las sangrientas jornadas de Junio de 1848 en las que los obreros de París fueron asesinados, por millares, bajo la metralla del general republicano Cavaignac mientras que los que sobrevivieron, fueron deportados, enviados a la cárcel y, además, fue condenada toda libertad de reunión, de prensa, para la clase obrera en nombre de la «defensa de la Constitución». Debemos recordar, en fin, el salvajismo con el que las tropas republicanas de Galliffet supieron defender los intereses de la clase burguesa desencadenando en mayo de 1871 una represión feroz contra los comuneros, esa «vil canalla», según los términos de Thiers: más de 20 000 proletarios asesinados en el transcurso de la «semana sangrienta». Casi 40 000 detenciones, centenares de condenas a trabajos forzados, varios miles de deportaciones a Nueva Caledonia, sin contar la represión de todos los niños separados de sus padres y llevados a «reformatorios».
He aquí lo que fueron las primeras obras de la democracia parlamentaria, con su «Declaración de los derechos humanos», con sus grandes principios de «Igualdad, Libertad y Fraternidad». En sus orígenes se nutrió de sangre obrera, y a lo largo de su decadencia, el capitalismo no cesa de revolcarse en sangre y lodo. Así, las grandes potencias democráticas desencadenaron la primera carnicería mundial en nombre de la «igualdad» y la «libertad», masacrando a decenas de millones de seres humanos para satisfacer los apetitos imperialistas de las «más libres» y «más civilizadas» repúblicas europeas. Y cuando el proletariado, insurgente contra la barbarie capitalista, trataba, como decía Lenin, de «arrancar las flores artificiales de la democracia burguesa» durante la primera oleada revolucionaria, quedó de nuevo al desnudo su verdadero rostro. Frente al peligro de la generalización de los soviets, todos los Estados, los muy democráticos Francia, Gran Bretaña, Alemania, USA, unen encarnizadamente sus fuerzas contra la Revolución rusa. Dando su apoyo militar a los ejércitos blancos durante todo el periodo de guerra civil en la URSS, la Santa alianza de los Estados democráticos más avanzados envió armas, buques de guerra y tropas, para armar hasta los dientes a las fuerzas contrarrevolucionarias, comprometiéndose en un combate sin tregua contra el primer bastión de la revolución proletaria en Rusia, y también en Polonia o Rumania. En todos los rincones del mundo burgués denuncian a voz en cuello la «dictadura del proletariado» en nombre de la «democracia amenazada», chillando «¡Abajo el bolchevismo!»
Hay que recordar que estos «demócratas» de buen corazón, que hoy hacen gala de un alma «humanitaria» y «filantrópica» llamando a la caridad con Rumania, fueron los que en 1920 organizaron el bloqueo económico a la Rusia de los soviets, desencadenando una terrible hambruna, impidiendo la solidaridad obrera y el envío de alimentos de primera necesidad, dejando morir de hambre a centenares de miles de hombres, mujeres y niños. ¡El cinismo y la infamia de esta burguesía «democrática» no tienen límites!
Cual fiera acorralada, la joven república parlamentaria alemana, una de las más «democráticas» de Europa, desencadenó su furia sanguinaria contra la revolución proletaria en enero de 1919 cuando el Gobierno socialdemócrata de los Noske, Ebert y Scheidemann masacraron a los obreros de Berlín e instigaron la ejecución sumaria de los dirigentes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Esos perros de presa usaron los peores métodos terroristas para alzar, sobre el cadáver aun caliente de la revolución y en nombre de la defensa de las libertades «democráticas», la dictadura de la muy «democrática» República de Weimar, que haría la cama al nazismo.
Hoy toda la propaganda burguesa trata de que nos creamos la idea de que la revolución proletaria solo puede engendrar la más sanguinaria barbarie, cuando tras la primera guerra mundial las peores expresiones de la barbarie fueron paridas por la democracia y sus instituciones parlamentarias. La subida al poder, como Jefe de Gobierno, de Musolini en 1922 fue auspiciada por las instituciones democráticas. En Alemania, la República democrática de Weimar, dirigida por Hindemburg, nombró Canciller a Hitler, abriendo desde 1933 la puerta al terror nazi. Y en España, también en nombre de la democracia amenazada por las hordas franquistas, el Frente popular alistó y masacró a decenas de miles de proletarios y, gracias a las mistificaciones antifascistas, preparó el terreno para el segundo holocausto mundial que causaría más de 50 millones de muertos. En plena orgía sanguinaria del capitalismo, y en nombre de la sacrosanta democracia burguesa, el bloque imperialista aliado lanzó sus bombas atómicas sobre la población de Hiroshima y Nagasaki, y bombardeó sistemáticamente las grandes concentraciones obreras de Alemania (Dresde, Hamburgo, Berlín) sepultando bajo los escombros a más de 3 millones de victimas civiles, so pretexto de «liberar» al mundo de la barbarie y de la dictadura.
Tras el final de la Segunda Guerra mundial, el mundo «libre» y «democrático» no ha cesado de derramar sangre y sembrar el horror por los cuatro costados del planeta. Todas las expediciones coloniales, desde Argelia a Vietnam, han sido hechas bajo la bandera de las democracias occidentales, bajo el estandarte de los «derechos humanos», es decir, el derecho a torturar, matar de hambre, asesinar a la población civil con la excusa de la «libertad», del «derecho los pueblos a disponer de sí mismos», etc. Y bajo el imperio de esos mismos «derechos humanos» el bloque «democrático» lanza su cruzada imperialista en Oriente Medio, perpetrando masacres indecibles en Iran-Irak, Líbano, o en nombre de la lucha contra el terrorismo, el fanatismo religioso o las dictaduras militares en Filipinas o Panamá. Y también en nombre de la defensa del «orden» y la «libertad» han reprimido salvajemente las revueltas del hambre a principios del 89 en países altamente «democráticos» como Venezuela o Argentina.
Estos son las únicas glorias de que puede vanagloriarse la democracia burguesa desde el nacimiento del capitalismo: haber bañado en sangre a toda la humanidad. Los «derechos humanos» siempre han sido un maquillaje hipócrita del capitalismo para justificar sus peores matanzas y carnicerías. Estos «derechos» no son otra cosa que el derecho de la burguesía a aplastar bajo su bota a las masas de oprimidos, para imponer por todos lados su Terror de Estado y su dictadura de clase. Por eso el proletariado hoy día, con la caída del estalinismo, no debe apoyar al campo democrático, pues solo puede ofrecerle «sangre y lágrimas» como dijo Churchill. La burguesía occidental, que arregla hoy sus cuentas con el estalinismo y echa flores sobre la victoria «democrática» contra el «totalitarismo», trata de que olvidemos sus propios crímenes. La furia con que las democracias occidentales echan cieno sobre esos regímenes no debe hacernos olvidar que esas mismas democracias fueron ayer los mejores cómplices con que contó el estalinismo para exterminar sistemáticamente a los últimos combatientes de Octubre del 17. Gracias a la bendición y el apoyo del conjunto del mundo «democrático» la contrarrevolución estalinista pudo imponer durante decenios una capa de plomo sobre millones de seres humanos. Democracia y estalinismo son dos placas de la misma moneda, como lo fueron fascismo y antifascismo. Dos ideologías complementarias que recubren una misma realidad, la dictadura implacable del capital, a la que el proletariado ha de oponer su propia dictadura de clase, única forma de lavar toda la sangre que el capitalismo ha esparcido sobre la humanidad a lo largo de su dominación.
Porque la revolución proletaria mundial es la única alternativa a la barbarie capitalista, la burguesía se empeña en desnaturalizarla, sirviéndose del cadáver del estalinismo para avalar la idea de que este régimen sería la prueba del fracaso del comunismo. En el coro unánime compuesto por todas las fracciones de la burguesía «liberal» y «democrática» descuellan los estalinistas reconvertidos como los mejores defensores del capitalismo, dedicándose a «probar» con argumentos falaces que «el gusano estaba ya en la manzana», que el germen del terror estalinista estaba ya en las teorías de Lenin y Marx, y por tanto en cualquier tentativa de emancipación del proletariado. Desde los años 30 la burguesía no había hecho gala de tal dosis de cinismo e hipocresía, de tan repugnante venalidad para verter tal tromba de mentiras con que minar la conciencia de clase del proletariado.
El hundimiento irremediable del bloque del Este no es resultado del fracaso del comunismo sino la manifestación más brutal del fracaso general de la economía capitalista, condenada a hundirse trozo a trozo bajo los golpes de una crisis crónica sin solución. La bancarrota completa de los países del Este anuncia lo que les espera a los países más industrializados del bloque occidental con la aceleración inexorable de la crisis. Los primeros signos de recesión en Inglaterra y Estados Unidos anuncian la recesión generalizada que va a golpear la economía mundial. Y que va a suponer para la clase obrera de los países industrializados austeridad y miseria redobladas con un aluvión de nuevos despidos, disminución de salarios, ritmos infernales; y en los países del Este, como ocurre ya en Polonia, las medidas de «liberalización» de la economía se van a saldar con la explosión del hambre y el paro aún más terribles. Lo que les espera a estos proletarios son sufrimientos como no se han conocido desde finales de la Segunda Guerra mundial. Y las ayudas «humanitarias» organizadas bajo el báculo de los gobiernos «democráticos» a modo de «solidaridad» solo sirven para echarnos tierra a los ojos alimentando la campaña democrática actual con la idea de que solo el capitalismo occidental puede llenar los escaparates vacíos y llevar la abundancia y la libertad a las masas explotadas. Su objetivo es alejar al proletariado de la verdadera solidaridad, la solidaridad de clase, la única que puede ofrecer un futuro a la humanidad que consiste en desarrollar por todas partes los combates contra la explotación capitalista, contra ese sistema generador de masacres, miseria y de una barbarie sin limite.
Hoy la burguesía se ha apuntado un tanto con la caída del stalinismo y su matraca incesante sobre la «victoria del capitalismo sobre el comunismo». Logrando provocar una situación de profunda desorientación en las filas obreras, y deteniendo momentáneamente su marcha hacia la afirmación de su propia perspectiva revolucionaria. Pero la clase dominante no podrá escapar indefinidamente al veredicto de la historia. La crisis y su aceleración siguen siendo el mayor aliado del proletariado, obligándolo a comprometerse de nuevo en combates en su propio terreno de clase, el terreno de la resistencia golpe a golpe a los ataques contra todas sus condiciones materiales de existencia. La agravación de la situación económica mundial va a poner al desnudo el atolladero histórico del capitalismo, obligando al proletariado a mirar la realidad cara a cara, a tomar conciencia por medio de sus luchas reivindicativas de la necesidad de acabar con este sistema moribundo y construir una auténtica sociedad comunista mundial.
Y en esos combates que han de llevarle a la victoria final, la clase obrera tendrá que enfrentarse abiertamente a todos los agentes del Estado «democrático», los sindicatos y sus apéndices izquierdistas, cuya única función consiste en desarmar al proletariado, dificultar el desarrollo de su conciencia de clase, tratando hoy de inocular en sus filas la ilusión reformista de mejorar el capitalismo para desviarlo de su propia perspectiva revolucionaria.
El proletariado no podrá ahorrarse el duro y difícil combate contra el capitalismo y sus diferentes manifestaciones. Para salvarse, y salvar con él al conjunto de la humanidad, está obligado a enfrentar y superar todos los obstáculos que la burguesía siembra a su paso, denunciando día a día todas las mentiras que la burguesía desencadena, tomando conciencia de los verdaderos retos de su combate y de la inmensa responsabilidad que recae sobre sus espaldas.
Corriente comunista internacional
24 de febrero de 1990
El objetivo de este Informe ([1]) era, ante todo, combatir las campañas ideológicas de la burguesía sobre el «final de la lucha de clases» y la «desaparición de la clase obrera» y defender que, a pesar de las dificultades actuales, el proletariado no ha perdido su potencial revolucionario. En las primeras partes de este Informe, no publicadas aquí por falta de espacio, demostrábamos que la negación por la burguesía de ese potencial se debe a su visión puramente inmediatista que concibe la situación de la lucha de clases en cualquier momento como la verdad esencial del proletariado en todo momento. A este método superficial y empírico, nosotros oponemos el método marxista que defiende que «el proletariado sólo puede existir como clase histórica y mundial, al igual que el comunismo, y su actividad sólo puede tener una existencia histórica y mundial» (Marx, La Ideología alemana). Este Informe se sitúa, pues, en el contexto histórico de la clase desde su primera tentativa épica de derrocar al capitalismo en 1917-23, y de las décadas de contrarrevolución que le siguieron. Publicamos aquí la parte del Informe en la que éste se centra en la evolución del movimiento desde la reanudación de los combates de clase a finales de los años 60. Algunos pasajes tratan de situaciones más recientes y a corto plazo que también hemos quitado o abreviado.
(...) Y ahí está todo lo que significaron los acontecimientos de mayo-junio de 1968 en Francia: la aparición de una nueva generación de obreros que no había sido aplastada ni desmoralizada por las miserias y las derrotas de las décadas precedentes, que se había acostumbrado a cierto nivel de vida durante los años del boom de posguerra, y que no estaba dispuesta a someterse a las exigencias de una economía nacional que iba directa a la crisis. La gran huelga general de 10 millones de obreros en Francia, unida a una gran fermentación política en la que las nociones de revolución, de transformación del mundo, volvían a ser temas serios de discusión, marcó la nueva entrada de la clase obrera en el ruedo de la historia, el final de la pesadilla de la contrarrevolución que la ha ahogado durante tanto tiempo. La importancia del «mayo rampante» italiano y del «otoño caliente» al año siguiente estribó en que esos hechos fueron la prueba formal de esa interpretación, sobre todo contra todos aquellos que sólo querían ver en Mayo del 68 una revuelta estudiantil. La explosión de la lucha en el seno del proletariado italiano, el más desarrollado políticamente del mundo, con su poderosa dinámica antisindical, demostró claramente que Mayo del 68 no había sido un acontecimiento aislado, sino que había significado la apertura de un período de luchas de clase en aumento a escala internacional. Los movimientos masivos que se produjeron después (Argentina 69, Polonia 70, España e Inglaterra 72, etc.) fueron una confirmación más de ello.
Las organizaciones revolucionarias existentes entonces no fueron todas ellas capaces de verlo: las más veteranas, especialmente en la corriente bordiguista, afectadas por una miopía cada día mayor a lo largo de los años, fueron incapaces de ver el cambio profundo que se estaba produciendo en la relación de fuerzas entre las clases; en cambio, las que lograron a la vez comprender la dinámica de ese nuevo movimiento y asimilar el «viejo» método de la izquierda italiana, la cual había sido un polo fundamental de clarividencia contra las siniestras sombras de la contrarrevolución, afirmaron que se abría un nuevo curso histórico, totalmente opuesto al que había prevalecido en plena contrarrevolución, el cual era un curso hacia la guerra. El retorno de la crisis mundial iba, sin lugar a dudas, a agudizar los antagonismos imperialistas, los cuales, por su propia dinámica, hubieran arrastrado a la humanidad a una tercera y quizás última, guerra mundial. Pero como el proletariado había empezado a replicar a la crisis en su propio terreno de clase, actuaba así como obstáculo fundamental contra esa dinámica; más aún, al desarrollar sus luchas de resistencia, podía hacer valer su propia dinámica hacia un segundo asalto revolucionario y mundial del sistema capitalista.
La naturaleza abierta y masiva de esta primera oleada de luchas, añadida al hecho de que había permitido que se planteara de nuevo la revolución, llevó a algunos impacientes a «tomar sus deseos por la realidad» y a pensar que el mundo estaba al borde de una crisis revolucionaria desde principios de los años 70. Esta forma de inmediatismo estaba basada en una incapacidad para comprender:
– que la crisis económica que había dado el impulso a la lucha solo estaba en su fase inicial; y que, contrariamente a los años 30, esta crisis iba a imponer a una burguesía aleccionada por la experiencia y con herramientas capaces de «gestionar» la caída en el abismo: el capitalismo de Estado, el uso de organismos constituidos a nivel del bloque, la capacidad para contener los efectos más nefastos de esta crisis recurriendo al crédito y haciendo que el impacto cayera en la periferia del sistema;
– que los efectos políticos de la contrarrevolución seguían teniendo un peso considerable sobre la clase obrera: la ruptura casi total de la continuidad con las organizaciones políticas del pasado; el bajo nivel de cultura política en el proletariado en su conjunto, con su desconfianza inveterada hacia la «política» resultante de su experiencia traumática del estalinismo y la socialdemocracia;
Esos factores indicaban con seguridad de que el período de lucha proletaria abierto en el 68 iba a ser necesariamente largo. En contraste con la primera oleada revolucionaria que había surgido como respuesta a una guerra y que, por lo tanto, se había elevado pronto a un plano político – demasiado rápidamente como así lo hizo notar Rosa Luxemburgo sobre la revolución de noviembre de 1918 en Alemania –, las batallas revolucionarias del futuro sólo podían prepararse con una serie de combates de defensa económica (y eso es de todas maneras una característica fundamental de la lucha de clases en general) que se verían obligados a seguir un proceso, difícil y desigual, de avances y retrocesos.
La respuesta de la burguesía francesa a Mayo 68 marcó la pauta de la contraofensiva de la burguesía mundial: la trampa electoral fue utilizada para dispersar la lucha de clases (después de que los sindicatos lograran sabotearla); se agitó ante los obreros la promesa de un gobierno de izquierda y la ilusión cegadora de que iba a resolverlo todo lo que se había originado la oleada de luchas, instituyendo un nuevo reino de prosperidad y de justicia, incluso algo de «control obrero». Los años 70 podrían pues calificarse como «años de la ilusión» en el sentido de que la burguesía, enfrentada a una crisis económica todavía limitada, podía aún ser capaz de vender fantasías a la clase obrera. Y, de hecho, la contraofensiva de la burguesía quebró el ímpetu de la primera oleada internacional de luchas.
El resurgir de las luchas no iba a tardar, habida cuenta de la incapacidad de la burguesía para llevar a los hechos la más mínima de sus promesas. Los años 1978-80 conocieron una explosión de importantes movimientos de clase: Longwy-Denain en Francia con su voluntad de extensión más allá del sector siderúrgico y el enfrentamiento a la autoridad sindical; la huelga de los estibadores de Rotterdam, en donde surgió un comité de huelga autónomo; en Gran Bretaña, «el invierno de descontento» que vio la explosión simultánea de luchas en múltiples sectores y la huelga en la siderurgia en 1980; en fin, en Polonia, en 1980, punto culminante de esa oleada y, en cierto modo de todo el período de reanudación.
Al final de esa década turbulenta la CCI había anunciado ya que los años 80 serían los «años de la verdad». Con esto no queríamos decir, como a veces nos han interpretado, que los 80 iban a ser la década de la revolución, sino que sería una década en la que en la que las ilusiones de los 70 iban a ser barridas por la aceleración brutal de la crisis y por los ataques drásticos contra las condiciones de vida de la clase obrera provocados por aquélla; una década durante la cual la propia burguesía iba a hablar el lenguaje de la verdad, el de las promesas de «sangre, sudor y lágrimas», como el de Thatcher cuando afirma arrogante: «No hay otra alternativa». Ese cambio de lenguaje correspondía también a un cambio en la línea política de la clase dominante, con la instalación de una derecha dura en el poder que dirigiría los ataques necesarios y una izquierda «radicalizada» en la oposición, encargada de sabotear desde dentro y desviar la réplica de los obreros. En fin, los 80 iban a ser los años de la verdad porque la alternativa histórica que se planteaba a la humanidad – guerra mundial o revolución mundial – no sólo iba a hacerse más clara, sino que además los propios acontecimientos de la década iban a plantearla. Y de hecho, los acontecimientos con que se iniciaron los 80 lo mostraron concretamente: por un lado, la invasión rusa en Afganistán, la cual planteaba crudamente la «respuesta» de la burguesía a la crisis, abriendo un período de tensiones muy agudas entre los bloques, ilustradas por las advertencias de Reagan contra el «Imperio del Mal» y los presupuestos militares astronómicos para programas como el proyecto de la «Guerra de las galaxias», y, por otro lado, la huelga de masas en Polonia, la cual hacía entrever la respuesta proletaria.
La CCI siempre ha reconocido la importancia crucial de ese movimiento: «En efecto, esta lucha ha dado una respuesta a toda una serie de cuestiones que las luchas precedentes habían planteado sin poder darles respuesta o sin hacerlo claramente:
– la necesidad de la extensión de la lucha (huelga de estibadores de Rotterdam);
– la necesidad de su autoorganización (siderurgia en Gran Bretaña);
– la actitud frente a la represión (lucha de los siderúrgicos de Longwy y Denain, en Francia);
En todos esos aspectos, los combates de Polonia han significado un gran paso adelante de la lucha mundial del proletariado y por eso han sido los combates más importantes desde hace más de medio siglo» (Resolución sobre la lucha de clases, IVº Congreso de la CCI, publicada en la Revista internacional nº 26).
El movimiento polaco mostró, en suma, cómo podía el proletariado aparecer como fuerza social unificada, capaz no sólo de resistir a los ataques del capital, sino también izar la perspectiva del poder obrero, un peligro que la burguesía identificó perfectamente, ya que dejó de lado sus rivalidades imperialistas para ahogar el movimiento, especialmente con la implantación del sindicato Solidarnosc.
Tras haber dado una respuesta al problema de cómo extender y organizar la lucha para unificarla. La huelga de masas de Polonia planteó otro: el de la generalización de la huelga de masas más allá de las fronteras nacionales como condición previa para el desarrollo de una situación revolucionaria. Pero, como así lo afirmaba la resolución que adoptamos entonces, eso no podía ser una perspectiva inmediata. La cuestión de la generalización se había planteado en Polonia, pero le incumbía al proletariado mundial, especialmente al de Europa occidental, darle una respuesta. Manteniendo las ideas claras sobre lo que significaron los acontecimientos de Polonia, debíamos combatir dos tipos de equivocaciones: por un lado, la de quitarle importancia a la lucha (por ejemplo, en la propia sección de la CCI en Gran Bretaña, entre los partidarios de los comités de lucha sindicales en la huelga de la siderurgia británica, que consideraban el movimiento polaco como menos importante que lo ocurrido en Inglaterra), y, por otro lado, el peligro inmediatista de quienes exageraban el potencial revolucionario a corto plazo del movimiento. Para combatir esos dos errores simétricos, acabamos desarrollando la crítica de la teoría del «eslabón más débil» ([2]).
Lo central en la crítica es reconocer que para abrir la brecha revolucionaria se requiere un proletariado concentrado y, sobre todo, políticamente experimentado o «cultivado». El proletariado de los países del Este tiene un pasado revolucionario glorioso, sí, pero totalmente borrado por los horrores del estalinismo, lo cual explica la enorme fosa entre el nivel de autoorganización y de extensión del movimiento en Polonia y su conciencia política (el predominio de la religión y sobre todo de la ideología democrática y sindical). El nivel político del proletariado de Europa del Oeste, que ha «disfrutado» durante décadas las «delicias» de la democracia, es mucho más elevado (un hecho ilustrado entre otras cosas, por la presencia en Europa de la mayoría de las organizaciones revolucionarias occidentales). Es, primero y ante todo, en Europa occidental donde debemos buscar la maduración de las condiciones para el próximo movimiento revolucionario de la clase obrera.
De igual modo, la profunda contrarrevolución que se abatió sobre el proletariado en los años 20 lo desarmó en su conjunto. Podría decirse que el proletariado de hoy tiene una ventaja comparado con la generación revolucionaria de 1917: hoy no existen grandes organizaciones proletarias que acaben de pasarse al campo de la clase dominante y que por ello sean capaces de generar una fuerte lealtad hacia ellas por parte de una clase que no ha tenido tiempo de asimilar las consecuencias históricas de la traición de aquellas. Esto había sido, con la Socialdemocracia, una razón de la primera importancia en el fracaso de la revolución alemana en 1918-19. Pero esta situación tiene también su reverso: la destrucción sistemática de las tradiciones revolucionarias del proletariado, la desconfianza hacia toda organización política, su creciente amnesia de su propia historia (un factor que se ha acelerado considerablemente durante la última década), cosas todas ellas que representan una gran debilidad en la clase obrera del planeta entero.
Desde todos los puntos de vista, el proletariado de Europa del oeste no estaba listo para recoger el reto planteado por la huelga de masas en Polonia. La segunda oleada de huelgas se había ido debilitando a causa de la nueva estrategia de la burguesía de colocar a su izquierda en la oposición; los obreros polacos, por su parte, acabaron encontrándose aislados en el momento mismo en que más necesitaban que la lucha estallara en otros sitios. Este aislamiento (construido conscientemente por la burguesía mundial) abrió las puertas a los tanques de Jaruzelski. La represión de 1981 en Polonia marcó el final de la segunda oleada de luchas.
Los hechos históricos de tal amplitud tienen siempre consecuencias a largo plazo. La huelga de masas en Polonia aportó la prueba definitiva de que la lucha de la clase es la única fuerza que pueda obligar a la burguesía a dejar de lado sus rivalidades imperialistas. Demostró, en particular, que el bloque ruso (históricamente condenado, por su posición de debilidad, a ser el «agresor» en cualquier guerra) era incapaz de contrarrestar la crisis económica creciente mediante una política de expansión militar. Quedaba claro que era imposible que los obreros del bloque del Este (y, probablemente, de Rusia misma) pudieran ser alistados como carne de cañón en una eventual guerra por la gloria del «socialismo». Así, la guerra de masas de Polonia fue un factor importante en la implosión posterior del bloque imperialista ruso.
Aunque incapaz de plantear la cuestión de la generalización, la clase obrera occidental no retrocedió durante mucho tiempo. Con una primera serie de huelgas en el sector público en la Bélgica de 1983, la clase se lanzó a una «tercera oleada» de lucha muy larga, que, aunque no arrancara a un nivel de huelga de masas, contenía una dinámica global hacia ella.
En nuestra resolución de 1980 citada antes comparábamos la situación de la clase de ese momento con la de 1917. Las condiciones de la guerra mundial hacían que cualquier resistencia de clase se veía obligatoriamente abocada a enfrentarse directamente con el Estado y por ello plantear la cuestión de la revolución. Al mismo tiempo, las condiciones de la guerra contenían numerosos inconvenientes (la capacidad de la burguesía para sembrar divisiones entre los obreros de los países «vencedores» y tomarle la delantera a la revolución haciendo cesar la guerra, etc.). En cambio, una crisis económica larga y mundial no sólo tiende a igualar las condiciones del conjunto de la clase obrera, sino que además da al proletariado más tiempo para desarrollar sus fuerzas, para desarrollar su conciencia de clase a través de una serie de luchas parciales contra los ataques del capitalismo. La oleada internacional de los años 80 poseía claramente esa característica; si ninguna de las luchas tuvo el carácter espectacular de 1968 en Francia o la de 1980 en Polonia, sin embargo, combinaron sus esfuerzos para dar importantes esclarecimientos sobre por qué y cómo luchar. Por ejemplo, el amplio llamamiento a la solidaridad por encima de los sectores, en Bélgica en 1983 y en 1986, o en Dinamarca en 1985, demostró concretamente cómo el problema de la extensión podía resolverse; los esfuerzos de los obreros por tomar el control de la lucha (asambleas de ferroviarios en Francia en 1986, asambleas de trabajadores de la enseñanza en Italia en 1987) mostraron cómo organizarse fuera de los sindicatos. También hubo ineficaces intentos por sacar las lecciones de derrotas como en Gran Bretaña por ejemplo, tras la derrota de las largas luchas combativas pero agotadoras y aisladas que entablaron los mineros y los impresores a mediados de los años 80; las luchas de finales de la década mostraron que los obreros no querían dejarse arrastrar a las mismas trampas (los obreros de British Telecom se pusieron en huelga y volvieron al trabajo enseguida antes de quedar totalmente aislados; las luchas simultáneas en numerosos sectores durante el verano de 1988). Al mismo tiempo, la aparición de comités de lucha obreros en diferentes países dieron respuesta a cómo pueden actuar los obreros más combativos respecto a la lucha en su conjunto. Todos esos hechos, sin aparente vínculo entre ellos, iban hacia un punto convergente que, si hubiera sido alcanzado, habría significado una profundización cualitativa de la lucha de clase internacional.
A cierto nivel, sin embargo, el factor tiempo empieza a jugar menos en favor del proletariado. Enfrentada a la profundización de la crisis de todo un modo de producción, de una forma histórica de civilización, la lucha de clases, aún siguiendo su avance, no logró mantener el ritmo de la aceleración de la situación, no llegando al nivel requerido para que el proletariado se afirmara como fuerza revolucionaria positiva. Sin embargo, la lucha de clases no seguía bloqueando la marcha hacia la guerra mundial. En fin de cuentas, para la gran mayoría de la humanidad y para la mayoría del propio proletariado, la realidad de la tercera oleada quedó más o menos oculta, a causa, sin duda, del black-out de la burguesía pero también debido a su progresión lenta y poco espectacular. La tercera oleada de luchas quedó incluso «oculta» para la mayoría de las organizaciones políticas del proletariado que tendían a sólo ver sus expresiones más patentes; y verlas, además, como fenómenos separados, sin conexión.
Esta situación, en la que, a pesar de una crisis sin cesar más profunda, la clase dominante tampoco era capaz de imponer su «solución», engendró un fenómeno de descomposición, que se fue haciendo cada vez más identificable durante los años 80, a diferentes niveles y en relación unos con otros: social (atomización creciente, gangsterismo, consumo de drogas, etc.), ideológico (desarrollo de ideologías irracionales y fundamentalistas), ecológico, etc. Al ser un resultado de la situación bloqueada, debida a que ninguna de las dos clases fundamentales de la sociedad ha conseguido imponer su «solución», la descomposición actúa a su vez debilitando la capacidad del proletariado para forjarse una fuerza unificada; al final de la década de los 80, la descomposición fue instalándose cada día más, culminando en los extraordinarios acontecimientos de 1989, que marcaron la apertura definitiva de una nueva fase en la larga caída del capitalismo en quiebra, una fase durante la cual todo el edificio social ha empezado a quebrarse y desmoronarse.
El hundimiento del bloque del Este se impuso, pues, a un proletariado que, aún manteniéndose combativo y desarrollando lentamente su conciencia de clase, no había alcanzado todavía el nivel para ser capaz de replicar en su terreno de clase a un acontecimiento histórico de tal importancia.
El derrumbe del estalinismo y la gigantesca campaña ideológica de mentiras sobre la «muerte del comunismo» que la burguesía montó con esa ocasión significó un parón para la tercera oleada y, excepto para una pequeña minoría politizada de la clase obrera, tuvo un impacto muy negativo sobre el factor clave que es la conciencia de clase, especialmente, en su capacidad para desa-rrollar una perspectiva, para proponer una meta final a la lucha, lo cual es más vital que nuca en una época en la que hay menos separación entre las luchas defensivas y el combate ofensivo y revolucionario del proletariado.
El hundimiento del bloque del Este fue un golpe para la clase en dos aspectos:
• Ha permitido a la burguesía desarrollar toda una serie de campañas en torno al tema de la «muerte del comunismo» y del «final de la lucha de clases» que ha afectado profundamente a la capacidad de la clase para situar sus luchas en la perspectiva de la construcción de una nueva sociedad, para presentarse como fuerza autónoma y antagónica al capital, con sus propios intereses que defender. La clase obrera, que no desempeñó el más mínimo papel específico en los hechos de 1989-91, quedó alcanzada profundamente en la confianza en sí misma. Su combatividad y su conciencia han sufrido ambas un retroceso considerable, sin duda el más profundo desde la reanudación de 1968. Los sindicatos han sacado el mayor provecho de esa pérdida de confianza, haciendo un retorno triunfal como «únicos y verdaderos medios que poseen los obreros » para defenderse.
• Al mismo tiempo, el hundimiento del bloque del Este ha abierto enteramente las compuertas a todas las fuerzas de la descomposición que ya estaban en su origen, sometiendo cada vez más a la clase a la infecta atmósfera de «cada uno para sí», a las influencias nefastas del gangsterismo, del fundamentalismo, etc. Además, la burguesía, aún estando ella también e incluso más afectada por la descomposición de su sistema, se ha mostrado capaz de volver contra la clase obrera sus manifestaciones. Un ejemplo típico de esa manera de actuar de la clase dominante ha sido, en Bélgica, el caso Dutroux, en el cual el vil comportamiento de las pandillas burguesas ha sido utilizado como pretexto para arrastrar a la clase obrera en una vasta campaña democrática por un «gobierno limpio». De hecho, el uso de las mentiras democráticas se ha hecho cada vez sistemático, porque es, a la vez, según la burguesía, «la conclusión lógica que debe sacarse del fracaso del comunismo» y que además es, hoy, el instrumento ideal para incrementar la atomización de la clase y encadenarla de pies y manos al Estado capitalista. Las guerras provocadas por la descomposición – la matanza del Golfo en 1991, la ex Yugoslavia – han permitido a una minoría ver más claramente la naturaleza militarista y brutal del capitalismo, pero sobre todo han provocado un sentimiento de impotencia en el proletariado, el sentimiento de vivir en un mundo cruel e irracional en que no quedaría más solución que esconder la cabeza en la arena.
La situación de los desempleados ha puesto en evidencia los problemas que hoy se le plantean a la clase obrera. A finales de los 70 y principios de los 80, la CCI consideraba a los desempleados como una fuente potencial de radicalización para el movimiento entero, con un papel comparable al de los soldados durante la primera oleada revolucionaria. Pero bajo el peso de la descomposición, se ha visto que era cada vez más difícil para los desempleados desarrollar sus propias formas colectivas de lucha y de organización, al ser ellos tan vulnerables a los efectos más destructores de aquélla (atomización, delincuencia, etc.) eso es cierto sobre todo para los desempleados de la joven generación que nunca han tenido la experiencia de la disciplina colectiva y de la solidaridad del trabajo. Al mismo tiempo, ese peso negativo se ha reforzado por la tendencia del capital a «desindustrializar» sus sectores «tradicionales» – minas, astilleros, siderurgia, etc. – en donde los obreros tienen una larga experiencia de la solidaridad de clase. En lugar de estar en situación de aportar su fuerza colectiva a la clase, esos proletarios han tenido tendencia a ahogarse en una masa inerte. Los daños en ese sector han tenido evidentemente efectos sobre el sector de los obreros con empleo, en el sentido de que han significado una pérdida de identidad y de experiencia de clase.
Los peligros del nuevo período para la clase obrera y el porvenir de sus luchas no pueden subestimarse. El combate de la clase obrera cerró claramente la vía a la guerra mundial en los años 70 y 80, pero, en cambio, no puede frenar el proceso de descomposición. Para desencadenar una guerra mundial, la burguesía tendría que infligir derrotas importantes a los batallones centrales de la clase obrera. Hoy, el proletariado está enfrentado a la amenaza a más largo plazo, pero no menos peligrosa de una especie de «muerte lenta», una situación en la que la clase obrera estaría cada vez más aplastada por ese proceso de descomposición hasta perder su capacidad de afirmarse como clase, mientras el capitalismo se va hundiendo de catástrofe en catástrofe (guerras locales, desastres ecológicos, hambres, enfermedades, etc.) Eso podría llegar incluso hasta la destrucción durante generaciones de las premisas mismas de una sociedad comunista y eso por no hablar de la posibilidad incluso de destrucción total de la humanidad.
Para nosotros, sin embargo, a pesar de los problemas planteados por la descomposición, a pesar del reflujo de la lucha de clases que hemos vivido en estos últimos años, la capacidad del proletariado para luchar, para responder al ocaso del sistema capitalista, no ha desaparecido y el curso hacia enfrentamientos masivos de clase sigue abierto. Para mostrar esto, es necesario examinar de nuevo la dinámica general de la lucha de clases desde el principio de la fase de descomposición.
Como la previó entonces la CCI, durante los dos o tres años que siguieron al hundimiento del bloque del Este, el retroceso de la clase obrera ha sido muy fuerte tanto en conciencia como en combatividad. La clase obrera recibió en plena cara la campaña sobre la muerte del «comunismo».
Durante el año 92, los efectos de esa campaña empezaron, si no ya a borrarse, al menos a disminuir y pudieron notarse los primeros signos de renacimiento de la combatividad, especialmente en las movilizaciones de los obreros italianos contra las medidas de austeridad del gobierno de D’Amato en septiembre de 1992. A estas movilizaciones les siguieron, en octubre, las manifestaciones de los mineros contra el cierre de las minas en Inglaterra. A finales de 1993 hubo nuevos movimientos en Italia, en Bélgica, en España, y, sobre todo, en Alemania con huelgas y manifestaciones en numerosos sectores, sobre todo la construcción y el automóvil. La CCI, en un editorial oportunamente titulado «La difícil reanudación de la lucha de clases» (Revista internacional nº 76), declaraba que: «la calma social que reina desde hace cuatro años se ha roto definitivamente». A la vez que saludaba esa reanudación de la combatividad en la clase, la CCI subrayaba las dificultades y obstáculos importantes que debía encarar: la fuerza renovada de los sindicatos; la capacidad de la burguesía para maniobrar contra ella, en particular su capacidad para escoger el momento y el tema con el que estallarían los movimientos más importantes; la capacidad de la clase dominante para utilizar plenamente el fenómeno de descomposición para reforzar la atomización de la clase (en ese momento, se explotaban a fondo los escándalos, cuyo ejemplo antológico fue la campaña «manos limpias» en Italia).
En diciembre de 1995, la CCI (y el medio revolucionario en general) sufrió una importante prueba. En la vía abierta por un conflicto en los ferrocarriles y tras un ataque muy provocador contra la protección social de todos los obreros, parecía como si Francia estuviera al borde de un movimiento de clase de primer orden, con huelgas y asambleas generales en muchos sectores, con consignas propuestas por los sindicatos y coreadas por los obreros que afirmaban que la única manera de conseguir lo exigido era «luchando todos juntos». Cierta cantidad de grupos revolucionarios, escépticos la mayoría de las veces sobre la lucha de la clase, se mostraron muy entusiasmados con ese movimiento. La CCI, en cambio, alertó a los obreros sobre el hecho de que ese «movimiento» era ante todo el resultado de una gigantesca maniobra de la clase dominante, consciente del descontento creciente en la clase y que lo que buscaba era hacer estallar preventivamente una cólera latente, antes de que ésta pudiera expresarse en una verdadera lucha, antes de que se transformara en una clara voluntad de entablar la lucha. Presentando a los sindicatos como los campeones de la lucha, como los mejores defensores de los métodos obreros de lucha (asambleas, delegaciones masivas hacia otros sectores, etc.), la burguesía quería reforzar la credibilidad de su aparato sindical, en preparación de enfrentamientos futuros más importantes. Por mucho que la CCI haya sido criticada por su visión «conspiradora» de la lucha de clases, nuestro análisis quedó confirmado en el período siguiente. Las burguesías alemana y belga, mediante sus sindicatos, organizaron una especie de calco del «movimiento francés», mientras en Gran Bretaña (la campaña de los estibadores de Liverpool) y en Estados Unidos (la de UPS) hubo varios intentos de mejora de la imagen de los sindicatos.
La amplitud de las maniobras no ha puesto en entredicho la realidad subyacente de la reanudación de la lucha de la clase. De hecho, podría decirse que esas maniobras, por el hecho de que la burguesía suele disponer de cierta delantera respecto a los obreros, al provocar movimientos en condiciones desfavorables e incluso con reivindicaciones falsas, dan la medida del peligro que para la burguesía representa la clase obrera. La gran huelga de Dinamarca a principios de 1998 dio la confirmación más importante de nuestros análisis. A primera vista, ese movimiento tenía muchas similitudes con lo de Francia en diciembre de 1995. Pero como escribíamos en el editorial de la Revista internacional nº 94, no fue así: «Pese al fracaso de la huelga y las maniobras de la burguesía, ese movimiento no tiene el mismo sentido que el de diciembre del 95 en Francia. Mientras que la vuelta al trabajo se hizo en Francia en medio de cierta euforia, con una especie de sentimiento de victoria que impidió que el sindicalismo fuera puesto en entredicho, el final de la huelga danesa se ha realizado en un ambiente de fracaso y de poca ilusión hacia los sindicatos. Esta vez, el objetivo de la burguesía no era lanzar una vasta operación de prestigio para los sindicatos a nivel internacional como en 1995, sino “mojar la pólvora”, anticipándose al descontento y a la combatividad creciente que se están afirmando poco a poco tanto en Dinamarca como en los demás países de Europa y de otras partes».
El editorial muestra también otros aspectos importantes de la huelga: su masividad (una cuarta parte del proletariado danés durante dos semanas), testimonio patente del nivel creciente de cólera y combatividad en la clase, y el uso intensivo del sindicalismo de base para recuperar la combatividad obrera y el descontento hacia los sindicatos oficiales.
Más que nada, lo que había cambiado era el contexto internacional: una atmósfera de combatividad ascendente que se expresaba en numerosos países y que prosiguió:
– en EEUU, durante el verano de 1998, con la huelga de casi 10 000 obreros de General Motors, la de 70 000 de la compañía telefónica Bell Atlantic, la de los trabajadores de la salud en Nueva York, y eso, sin olvidar los violentos enfrentamientos con la policía durante una manifestación masiva de 40 000 obreros de la construcción en Nueva York;
– en Gran Bretaña, con las huelgas no oficiales de los obreros de la salud en Escocia, de los de Correos en Londres, así como las dos huelgas de los obreros de las eléctricas en la capital, que mostraron una clara voluntad de luchar a pesar de la oposición de la dirección sindical;
– en Grecia, durante el verano, donde las huelgas en la enseñanza acabaron en enfrentamientos con la policía;
– en Noruega, en donde se produjo en otoño de 1998 una huelga comparable a la de Dinamarca;
– en Francia, donde se ha desarrollado toda una serie de luchas en diferentes sectores, en la enseñanza, en la salud, en Correos y en los transportes, con especial mención de la huelga de conductores de autobús de París en el otoño, huelga en la que los obreros replicaron en su terreno de clase a una de las consecuencias de la descomposición (el constante aumento de agresiones que deben soportar), reivindicando empleos suplementarios más que la presencia de policías en los autobuses;
– en Bélgica, en donde un lento pero evidente ascenso de la combatividad, ilustrado por las huelgas en la industria automovilística, los transportes, las comunicaciones, ha sido contenida por una campaña enorme en torno al «sindicalismo de combate». Este se dio una forma muy explícita con el fomento de un «movimiento por la renovación sindical», que usa un lenguaje de lo más radical y «unitario» y a cuyo líder, D’Orazio, le han puesto la aureola del radicalismo gracias a la acusación de «violencia» ante los tribunales;
– en el llamado Tercer mundo, con las huelgas en Corea, los rumores de un descontento social masivo y creciente en China y, más recientemente, en Zimbabwe en donde se declaró la huelga general para canalizar la cólera de los obreros no sólo contra las medidas de austeridad del gobierno sino también contra los sacrificios exigidos por la guerra en la República Democrática del Congo; esa huelga coincidió con deserciones y protestas entre las tropas.
Podrían darse otros ejemplos, aunque es difícil obtener informaciones por el hecho de que – contrariamente a las grandes maniobras sindicales ampliamente repercutidas por los medios en 1995 y 1996 – la burguesía ha usado la censura y el silencio como respuesta a la mayoría de esos movimientos, lo cual es una prueba suplementaria de que son la expresión de una verdadera y creciente combatividad que la burguesía, sin lugar a dudas, no tiene ningún interés en pregonar.
Ante el incremento de combatividad, la burguesía no va a quedar de brazos cruzados. Ya ha lanzado o intensificado toda una serie de campañas en el terreno mismo de la lucha, pero también en un plano político más general, y todo ello para minar la combatividad de la clase e impedir el desarrollo de su conciencia. Ya conocemos hoy el rebrote de los sindicatos de «combate» (como en Bélgica, Grecia o en la huelga de los electricistas británicos), a la vez que se desarrolla la propaganda sobre la «democracia» (la victoria de las izquierdas en las elecciones, el asunto Pinochet, etc.), las mistificaciones sobre la crisis (la «crítica» de la globalización, los llamamientos a una pretendida «tercera vía» en la que el Estado tendría que llevar las riendas de una «economía de mercado» desbocada) y continúan las calumnias contra la revolución de Octubre, el bolchevismo y la Izquierda comunista, etc.
Además de esas campañas, vamos a ver a la clase dominante usar al máximo todas las manifestaciones de la descomposición social para así agravar las dificultades que debe encarar la clase obrera. Todavía queda un largo camino entre el tipo de movimiento que hemos presenciado en Dinamarca y el desarrollo de enfrentamientos masivos de clase en los países del corazón del capitalismo, enfrentamientos que abrirán de nuevo la perspectiva de la revolución a todos los explotados y oprimidos de la tierra.
Sin embargo, el desarrollo de la lucha en el período reciente ha demostrado que, a pesar de todas las dificultades a las que se ha enfrentado la clase obrera durante esta década, no sale de ellas derrotada, conservando incluso un enorme potencial para luchar contra este sistema moribundo. En efecto, existen varios factores importantes que permitirán la radicalización de los movimientos actuales de la clase y alzarlos a un nivel superior:
El desarrollo cada vez más patente de la economía mundial. A pesar de todos los intentos de la burguesía por minimizar lo que eso significa, deformando sus causas, la crisis sigue siendo «la aliada del proletariado», pues pone al desnudo los límites reales del modo de producción capitalista. Ya asistimos, el año pasado, a una gran profundización de la crisis económica y sabemos que lo peor está por venir; ante todo, los grandes centros capitalistas empiezan sólo ahora a notar los efectos de la última caída;
La aceleración de la crisis significa aceleración de los ataques capitalistas contra la clase obrera. Pero también significa que la burguesía es cada vez menos capaz de escalonar esos ataques en el tiempo, de aplazarlos o de concentrados en algunos sectores. Cada día más, la amenaza será para toda la clase obrera y para todos los aspectos de sus condiciones de vida. De este modo, la necesidad de ataques masivos de la burguesía hará salir cada día más a la luz la necesidad de una respuesta masiva de la clase obrera.
Al mismo tiempo, la burguesía de los principales centros del capitalismo se verá también obligada a comprometerse más y más en aventuras militares; la sociedad estará cada día más impregnada de la atmósfera guerrera. Ya hemos hecho notar nosotros que en ciertas circunstancias (así ocurrió tras el hundimiento del bloque del Este), el desarrollo del militarismo puede incrementar el sentimiento de impotencia del proletariado. Al mismo tiempo también hemos notado, incluso durante la guerra del Golfo, que ese tipo de acontecimientos puede tener un efecto positivo sobre la conciencia de clase, especialmente en el seno de una minoría más politizada o más combativa. En cualquier caso, la burguesía sigue siendo incapaz de movilizar masivamente al proletariado para sus aventuras militares. Uno de los factores que explica la amplia «oposición» en el seno de la clase dominante a los recientes bombardeos sobre Irak ha sido la dificultad para «vender» esa política guerrera a la población en general y a la clase obrera en particular. Esas dificultades van a ir en aumento para la clase dominante, pues a nivel militar estará cada día más obligada a enseñar los dientes.
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El Manifiesto comunista describe la lucha de clases como una «guerra civil más o menos encubierta». La burguesía, a la vez que intenta crear la ilusión de un orden social en el que los conflictos de clase pertenecerían al pasado, está obligada a acelerar las condiciones mismas que polarizan la sociedad en torno a dos campos opuestos por antagonismos irreconciliables. Cuanto más se hunde la sociedad burguesa en su agonía mortal, más se desgarrará el velo que oculta esa «guerra civil». Enfrentada a unas contradicciones económicas, sociales y militares cada vez más tensas, la burguesía está obligada a apretar su tornillo político totalitario sobre la sociedad, prohibir todo lo que dañe su orden, exigir cada vez más sacrificios y dar cada vez menos a cambio. Como en el siglo pasado, cuando se escribió el Manifiesto, la lucha de los obreros está tendiendo a convertirse en lucha de una clase «fuera de la ley», una clase que no tiene ningún interés que defender en el sistema actual, cuyas revueltas y protestas están efectivamente prohibidas por la ley. En ello reside la importancia de tres aspectos esenciales de la lucha de la clase hoy:
• la lucha por construir una relación de fuerzas en favor de los obreros, es la clave para que la clase obrera sea capaz de reafirmar su identidad de clase contra todas las divisiones impuestas por la ideología burguesa en general y los sindicatos en particular y contra la atomización agravada por la descomposición del capitalismo. Es sobre todo una clave en la práctica, porque surge como necesidad inmediata en cada lucha: los obreros solo pueden defenderse si desarro-llan el frente de su lucha lo más ampliamente posible;
• la lucha por salir de la prisión sindical; son los sindicatos, en efecto, los que siempre ponen por delante la «legalidad» capitalista y las divisiones corporativistas en la lucha, los que lo hacen todo por impedir que los obreros organicen una relación de fuerzas que les sea favorable. La capacidad de los obreros para encarar a los sindicatos y desarrollar sus propias formas de organización será por lo tanto un criterio fundamental para valorar la verdadera maduración de la lucha en el período venidero, sean cuales sean las dificultades de ese proceso;
• el enfrentamiento con los sindicatos es, al mismo tiempo, un enfrentamiento con el Estado capitalista; y el enfrentamiento con el estado capitalista – asumido en permanencia por las minorías más avanzadas – es la clave de la politización de la lucha de clases. En muchos casos, es la burguesía la que toma la iniciativa de hacer de «cualquier lucha una lucha política» (El Manifiesto) porque no puede, en fin de cuentas, integrar la lucha de clases en su sistema. El enfrentamiento será cada día más el modo de actuar de la clase dominante. Y la clase obrera deberá replicar, no sólo en el terreno de la defensa inmediata, sino, ante todo, desarrollando una perspectiva general para sus luchas, situando cada lucha parcial en el contexto más amplio del combate contra todo el sistema. Esta conciencia estará necesariamente limitada, durante bastante tiempo todavía, a una minoría. Pero esta minoría irá creciendo y este crecimiento se manifestará en el aumento de la influencia de las organizaciones políticas revolucionarias en una cantidad cada día más importante de obreros radicalizados. De ahí viene la necesidad vital para esas organizaciones de seguir de muy cerca el desarrollo del movimiento de la clase y ser capaces de intervenir en su seno en la medida de sus posibilidades.
La burguesía puede intentar vendernos la mentira según la cual la lucha de clases ha muerto. Lo que sí es cierto es que se está preparando para la «guerra civil encubierta» que está sin lugar a dudas contenida en el futuro de un orden social acorralado. La clase obrera y sus minorías revolucionarias deben, también ellas, prepararse para aquélla.
28/12/1998
[1] Este informe fue redactado en diciembre de 1998, bastante antes de que estallara la guerra de Kosovo.
[2] La teoría del eslabón más débil, elaborada por Lenin, en particular, durante la Revolución rusa de 1917, afirmaba que la revolución proletaria tenía más posibilidades de triunfar primero en un país atrasado («eslabón más débil» de la cadena imperialista) que en los países plenamente desarrollados, a causa de la fuerza y de la experiencia de las clases dominantes de éstos.
La clase obrera vive aún bajo el peso de las consecuencias de la derrota de la revolución rusa. Primeramente porque tal derrota fue en realidad una derrota de la revolución mundial, de la primera tentativa de destrucción del capitalismo por parte del proletariado internacional, cuyo fracaso significó que la humanidad haya vivido el siglo más trágico de toda su historia. Pero también por la forma en que se produjo esa derrota, ya que la contrarrevolución que la sepultó se arropó con las vestiduras de Lenin y del bolchevismo. Eso es lo que ha permitido a la burguesía mundial propagar la descomunal mentira de que el estalinismo era lo mismo que el comunismo. Y esta patraña que, durante décadas, ya supuso un poderoso factor de profunda confusión y de desmoralización de los trabajadores, alcanzó su cima más aberrante en el momento del hundimiento final de los regímenes estalinistas a finales de los años 80.
Para las actuales organizaciones comunistas, combatir esa mentira sigue siendo una tarea primordial, y como reza uno de nuestros más firmes principios: «Los regímenes estatalizados que, con el nombre de “socialistas” o “comunistas”, surgieron en la URSS, o en los países del Este, en China, en Cuba, etc., no han sido sino otras formas, particularmente brutales, de la tendencia universal al capitalismo de Estado propia del período de decadencia» (posiciones políticas de la CCI que aparecen impresas en todas nuestras publicaciones). Pero llegar a conseguir esta claridad no fue tarea fácil, sino que fueron necesarias cerca de dos décadas de reflexión, de análisis y de debates en el medio revolucionario, antes de poder afirmar que se había resuelto, por fin, el llamado «enigma ruso». Antes de llegar ahí, cuando aún estaba viva la revolución en Rusia aunque mostrara claros signos de descarrilamiento, los revolucionarios afrontaron ya la tarea de, a la vez que la defendían de sus enemigos, criticar sus errores, alertar sobre los peligros que sobre ella se cernían – lo que, en cierta forma, resultaba incluso más difícil.
En los próximos artículos de esta serie analizaremos algunos de los momentos clave de esta larga y ardua lucha por la clarificación. Aunque exceda de nuestras pretensiones escribir una historia completa y sistemática de ese combate, es de todo punto imposible omitirla, en una serie cuyo objetivo declarado es mostrar cómo el movimiento obrero ha ido desarrollando progresivamente su comprensión sobre los objetivos y los métodos de la revolución comunista. Resulta evidente que comprender por qué y cómo cayó derrotada la Revolución rusa, es una guía indispensable que seguir en el camino de la revolución del futuro.
El marxismo es ante todo un método crítico ya que es el producto de una clase que puede únicamente emanciparse, a través de una crítica implacable de las condiciones existentes. Una organización revolucionaria que elude criticar sus errores, aprendiendo de sus fallos, se expone inevitablemente a la influencia de las tendencias conservadoras y reaccionarias de la ideología dominante. Y más aún en momentos revolucionarios, en los que, por la propia naturaleza de estos, debe adentrarse en terrenos prácticamente ignotos sin más brújula para orientarse que sus principios generales. Esto justifica que el partido revolucionario sea aún más indispensable tras el triunfo de la insurrección ya que entonces la revolución debe aferrarse, con más fuerza si cabe, a esas orientaciones basadas en la experiencia histórica de la clase obrera y en el método científico del marxismo. Pero si el partido renuncia a esa actitud crítica perderá entonces la capacidad tanto de poner en juego esas lecciones históricas, como de sacar nuevas enseñanzas de las convulsiones que acompañan el proceso revolucionario. Como veremos, una de las consecuencias de la identificación del Partido bolchevique con el Estado soviético fue, precisamente, una progresiva pérdida de su capacidad para examinarse críticamente a sí mismo y al curso general de la revolución. A pesar de ello, y dado que seguía siendo un partido proletario, continuó generando minorías que siguieron llevando adelante esta tarea. El heroico combate de estas minorías bolcheviques será objeto de una atención particular en próximos artículos, mientras que en éste empezaremos analizando la contribución de una militante revolucionaria que no pertenecía al Partido bolchevique, Rosa Luxemburgo, y que, escribió en 1918, y en las más condiciones más adversas, su ensayo La Revolución rusa. Un documento que proporciona el método más adecuado para analizar los errores de la revolución: una crítica implacable que parte, sin embargo, de una inquebrantable solidaridad con la revolución rusa frente a los ataques de la clase dominante.
La Revolución rusa fue escrito en prisión y justo antes del estallido de la revolución en Alemania. En ese momento, cuando aún rugía la guerra imperialista, resultaba prácticamente imposible conseguir informaciones verídicas de lo que estaba sucediendo en Rusia, ya que a los obstáculos materiales para las comunicaciones (agravados en el caso de Luxemburgo por su encarcelamiento), había que añadir la acción deliberada de la burguesía que, desde el inicio mismo de la revolución, hizo todo cuanto estuvo en su mano por ocultar la realidad de la revolución rusa tras una cortina de humo de falsificaciones y fabulaciones sanguinarias. Ese clima de intoxicaciones dio lugar a que este trabajo no fuese publicado en vida de Rosa Luxemburgo. En efecto, Paul Levi fue enviado por la Liga Spartacus para visitar a Luxemburgo en la cárcel y persuadirla de que, habida cuenta de la virulenta campaña desatada por la burguesía contra la Revolución rusa, la publicación de artículos que criticaran a los bolcheviques azuzaría el fuego de esa campaña. Luxemburgo estuvo de acuerdo con él, y le envió el ensayo con una nota que decía: «Escribo esto únicamente para ti, y si puedo convencerte a ti, entonces el esfuerzo no habrá sido en vano». El texto no se publicó por tanto hasta 1922, y hay que decir que las razones que impulsaron a Levi a hacerlo en ese momento distan mucho de una motivación auténticamente revolucionaria y sí tenían que ver con la progresiva ruptura de Levi con el comunismo (ver artículo «la Acción de marzo en Alemania», Revista internacional nº 93).
Sin embargo el método de crítica de La Revolución rusa es completamente justo. Desde la primera página, Rosa Luxemburgo defiende incondicionalmente la revolución de Octubre, contra las teorías de Kautsky y los mencheviques que decían que puesto que Rusia era un país atrasado, la revolución no debía sobrepasar la fase «democrática burguesa». Luxemburgo mostraba, por el contrario, que sólo los bolcheviques habían sido capaces de desvelar la verdadera alternativa: o contrarrevolución burguesa o dictadura del proletariado. Al mismo tiempo refutó la argumentación de la socialdemocracia que anteponía ganar formalmente la mayoría a emprender una política revolucionaria. Contra esta lógica propia del parlamentarismo moribundo, Rosa Luxemburgo aplaudía la audacia revolucionaria de la vanguardia bolchevique: «Como discípulos de carne y hueso del cretinismo parlamentario, estos socialdemócratas alemanes han tratado de aplicar a las revoluciones la sabiduría doméstica de la “nursery” parlamentaria: para hacer cualquier cosa, primero hay que contar con la mayoría. Lo mismo se aplica a la revolución: primero seamos “mayoría”. La verdadera dialéctica de las revoluciones, sin embargo, da la espalda a esta sabiduría de topos parlamentarios. El camino no va de la mayoría a la táctica revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a la mayoría. Sólo un partido que sabe dirigir, es decir, que sabe adentrarse en los acontecimientos, consi-gue apoyo en momentos de convulsión social. La resolución con que, en el momento decisivo, Lenin y sus camaradas ofrecieron la única solución que permitía avanzar (“todo el poder al proletariado y a los campesinos”), los convirtió, de la noche a la mañana, en dueños absolutos de la situación, cuando poco antes eran una minoría perseguida, calumniada, puesta fuera de la ley, y cuyo dirigente tenía que vivir, como un segundo Marat, escondido en los sótanos» (Rosa Luxemburgo, La Revolución rusa).
Al igual que los bolcheviques, Luxemburgo era plenamente consciente de que la audaz política insurreccional en Rusia sólo tenía sentido como primer paso de la revolución proletaria mundial. Este es el auténtico significado de las célebres palabras de conclusión de su texto: «suyo (se refiere a los bolcheviques) es el inmortal mérito histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político, y en la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema, No podía resolverse. Y, en ese sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”» (ídem).
La solución residía, pensaba Rosa, en algo muy concreto. Luxemburgo exigía que, sobre todo, el proletariado alemán asumiera sus responsabilidades y acudiera en ayuda del bastión proletario en Rusia, lanzándose él mismo a la revolución. Una explosión que estaba ya en ciernes, aunque su valoración en el citado documento sobre la relativa inmadurez política de la clase obrera en Alemania, constituyera una premonición sobre el trágico destino de esa tentativa.
Luxemburgo podía plantear una necesaria crítica a lo que ella veía como principales errores de los bolcheviques, ya que no se situaba desde la atalaya de un «observador» indiferente, sino como una camarada revolucionaria que reconocía que esos errores eran, ante todo, el producto de las inmensas dificultades derivadas del aislamiento impuesto al poder soviético en Rusia. Precisamente por esas dificultades la actitud que deben tener quienes de verdad desean el triunfo de la revolución, no es la «apología acrítica», ni un «estado de euforia revolucionaria», sino una «crítica penetrante y reflexiva»: «Nos vemos enfrentados a la primera experiencia de dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las condiciones más difíciles que se puedan concebir, en medio de la conflagración y el caos mundial y la masacre imperialista, atrapada en las redes del poder militar más reaccionario de Europa, acompañada por la más completa deserción de la clase obrera internacional). Sería una locura pensar que todo lo que se hizo o se dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales, representa el pináculo mismo de la perfección» (ídem).
La crítica de Luxemburgo a los bolcheviques se centró en tres temas fundamentales:
1. Los bolcheviques se ganaron el apoyo de los campesinos en la revolución de Octubre, invitándoles a repartirse las tierras de los grandes terratenientes. Luxemburgo reconoce que éste fue «un excelente movimiento táctico». Pero más allá de eso : « Desgraciadamente, sin embargo, esta cuestión tiene dos caras; y el reverso consiste en que la apropiación directa de la tierra por los campesinos no tiene nada en común con la economía socialista. (…) No sólo no es una medida socialista, es que además no permite encarar esas medidas; acumula obstáculos insuperables para la transformación socialista de las relaciones agrarias» (ídem). Luxemburgo señala que una política económica socialista sólo puede partir de una colectivización de las grandes propiedades agrarias, pero se da perfecta cuenta de las dificultades que están atravesando los bolcheviques, y por ello no les critica que no hayan sido capaces de hacerlo. Les dice, eso sí, que animar a los campesinos a dividir la tierra en una innumerable cantidad de pequeños lotes, lleva a una agravación posterior del problema, pues se creará un nuevo estrato de pequeños propietarios agrarios, que a la larga se mostraran, lógicamente, hostiles a cualquier intento de socializar la economía, como la propia experiencia confirmaría poco más tarde. En efecto, aunque estuvieron dispuestos a apoyar a los bolcheviques contra el régimen zarista, los campesinos «independientes» se convirtieron progresivamente en un contrapeso cada vez más conservador al poder proletario. Luxemburgo también alertó, muy certeramente, que la división de la tierra acabaría favoreciendo a los campesinos ricos a expensas de los pobres. La verdad es que la colectivización de la tierra no garantiza, por sí misma, la marcha hacia el socialismo, de la misma manera que tampoco lo asegura la colectivización de la industria. La solución sólo puede venir del triunfo de la revolución a escala mundial, y sólo esto podía resolver el problema de la parcelación de la tierra en Rusia.
2. El punto que más enérgicamente criticó Rosa Luxemburgo a los bolcheviques fue la cuestión de la «autodeterminación de las nacionalidades». Luxemburgo reconoce que si los bolcheviques enarbolan la consigna del «derecho de los pueblos a la autodeterminación», parten de preocupaciones legítimas: oponerse a todas las formas de opresión nacional, y ganarse, para la causa revolucionaria, a las masas de esos territorios del imperio zarista que habían estado bajo el yugo del chauvinismo gran ruso. Luxemburgo muestra, sin embargo, a qué condujo, en la práctica, ese «derecho », lo que significó en la práctica, y que se tradujo en que todas las «nuevas» unidades nacionales que optaron por separarse de la república soviética rusa, se convirtieron, sistemáticamente, en otras tantas aliadas del imperialismo contra el poder proletario: «Está claro que Lenin y sus camaradas esperaban que, al transformarse en campeones de la libertad nacional hasta el punto de abogar por la “separación”, harían de Finlandia, Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos, el Cáucaso, etcétera, fieles aliados de la Revolución rusa. Pero sucedió exactamente lo contrario. Una tras otra, estas “naciones” utilizaron la libertad recientemente adquirida para aliarse con el imperialismo alemán como enemigos mortales de la Revolución rusa y, bajo la protección de Alemania, llevar dentro de la misma Rusia el estandarte de la contrarrevolución» (ídem). Pero Rosa profundiza aún más y explica por qué no podía ser de otra forma, ya que en una sociedad de clases capitalista, no existe algo como la «nación» que pueda existir al margen de los intereses de la burguesía, y que en vez de estar sujeta a la dominación de otro imperialismo, pueda hacer causa común con la clase obrera revolucionaria: «Seguramente, en todos estos casos no fue realmente el «pueblo» el que impulsó esta política reaccionaria, sino las clases burguesas y pequeño burguesas. Estas, en oposición a sus propias masas proletarias, pervirtieron el “derecho nacional a la autodeterminación”, transformándolo en un instrumento de su política contrarrevolucionaria. Pero (y llegamos al nudo de la cuestión), aquí reside el carácter utópico y pequeñoburgués de esta consigna nacionalista: que en medio de las crudas realidades de la sociedad de clases, cuando los antagonismos se agudizan al máximo, se convierte simplemente en un instrumento de dominación de la burguesía. Los bolcheviques aprendieron, con gran perjuicio para ellos mismos y para la revolución, que bajo la dominación capitalista no existe la autodeterminación de los pueblos, que en una sociedad de clases cada clase de la nación lucha por “determinarse” de una manera distinta, y que para las clases burguesas la concepción de la liberación nacional está totalmente subordinada a la del dominio de su clase. La burguesía finesa, al igual que la de Ucrania, prefirió la dominación violenta de Alemania a la libertad nacional si ésta la ligaba al bolchevismo» (ídem).
Es más, la confusión de los bolcheviques sobre esta cuestión (aunque debe recordarse que existía una minoría dentro del Partido bolchevique – en particular Piatakov – que compartía enteramente la posición de Luxemburgo sobre este punto), tuvo igualmente un efecto negativo a nivel internacional, ya que la «autodeterminación nacional», constituía también la consigna predilecta de Woodrow Wilson (el entonces presidente de los USA) y de todos los grandes tiburones imperialistas, que la utilizaron para desalojar a sus rivales imperialistas de las regiones que ellos mismos codiciaban. Y toda la historia del siglo XX demuestra cómo ese supuesto «derecho de las naciones a disponer de sí mismas» se ha convertido, pura y simplemente, en la coartada de los apetitos imperialistas tanto de las grandes potencias como de los aspirantes a serlo.
Luxemburgo no elude el problema de las sensibilidades nacionales. Insiste, al contrario, en que no se trata de que un régimen proletario «integre» países a través, únicamente, de la fuerza de las armas, pero defiende, muy justamente también, que toda concesión a las ilusiones nacionalistas de las masas de esos países, sólo puede conducir a encadenarlas aún más a sus explotadores. Cuando el proletariado conquista el poder en cualquier región sólo puede ganarse a las masas a través de «la más compacta unión de las fuerzas revolucionarias», mediante una «auténtica política de clase internacional», encaminada a hacer romper a los trabajadores con la burguesía de su propio país.
3. En la posición que defendió Rosa Luxemburgo a propósito del tema «Democracia o dictadura», aparecen elementos profundamente contradictorios. Rosa es, en parte, víctima de una confusión real entre la democracia en general y la democracia obrera (es decir, las formas democráticas utilizadas en interés de la dictadura del proletariado). Esta confusión se pone en manifiesto en su firme defensa de la Asamblea constituyente disuelta por el poder soviético en 1918. Esa disolución fue una decisión completamente coherente ya que la realidad precisamente del poder soviético había dejado completamente obsoletas las viejas formas democráticas burguesas. Y, sin embargo, R. Luxemburgo creía ver, de alguna manera, que esta disolución amenazaba la vitalidad de la revolución. Por parecidas razones se mostraba reacia a admitir que, para excluir a las clases dominantes de la vida política, el «sufragio» en un régimen soviético debe basarse sobre todo en las votaciones en los centros colectivos de trabajo más que en el voto individual de los ciudadanos en sus domicilios. Es verdad que lo que le preocupaba era asegurar que los desempleados no quedaran excluidos por este criterio, pero esa no fue nunca la intención del régimen soviético. Estos prejuicios democráticos interclasistas estaban en completa contradicción con su argumentación contra la «autodeterminación de las nacionalidades» que no puede expresar más que la «autodeterminación de la burguesía». El mismo razonamiento debe aplicarse al análisis de las instituciones parlamentarias que tampoco pueden expresar, sea cual sea su apariencia, los intereses del «pueblo» sino los de la clase capitalista dominante. Hay que decir que la postura expresada por Luxemburgo en su documento es la contraria a la que, poco después, se estableció en el programa de la Liga Spartacus, en el que se exigía la disolución de todas las instituciones de tipo parlamentario, tanto nacionales como municipales, y su sustitución por consejos de delegados de obreros y soldados. Esto nos lleva a pensar que las debilidades de Luxemburgo respecto a la Asamblea constituyente – que pronto se convertiría en el estandarte precisamente de la contrarrevolución en Alemania – fueron rápidamente superadas al calor del proceso revolucionario.
Pero esos errores no deben llevarnos a menospreciar el resto de críticas de Rosa Luxemburgo a la postura de los bolcheviques sobre la cuestión de la democracia obrera. Rosa se daba perfecta cuenta de que en las condiciones de dificultad extrema que sufría un poder soviético asediado por todos lados, existía el peligro real de que la vida política de la clase obrera quedara subordinada a las necesidades de cerrar el paso a la contrarrevolución. Frente a ese peligro, Rosa tenía poderosas razones para estar muy sensibilizada ante cualquier signo que pusiera de manifiesto una violación de las normas de la democracia proletaria. Su defensa de la necesidad de un debate lo más amplio posible en el medio proletario, su oposición a toda supresión forzosa de cualquier tendencia política proletaria, estaban más que justificadas ante el hecho de que el Partido bolchevique había asumido el poder y tendía a monopolizarlo, lo que resultaba perjudicial tanto para ellos mismos como para la vitalidad del proletariado en general, especialmente tras la introducción del Terror rojo. Luxemburgo no se opone en absoluto a la noción de la dictadura del proletariado, pero como ella misma insiste: «Esta dictadura consiste en la manera de aplicar la democracia, no en su eliminación, en el ataque enérgico y resuelto a los derechos bien atrincherados y las relaciones económicas de la sociedad burguesa, sin lo cual no puede llevarse a cabo una transformación socialista. Pero esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir del creciente aprendizaje político de la masa popular» (ídem).
Luxemburgo fue particularmente intuitiva al advertir sobre el riesgo de que la vida política de los soviets fuera menguando paulatinamente y que el poder fuera concentrándose, cada vez más, en manos del partido. En el curso de los tres años posteriores, presionados por la situación de guerra civil, éste se convirtió en uno de los principales dramas de la revolución. Pero más allá de lo acertado o erróneo de sus críticas a tal o cual punto, lo que debe inspirarnos del trabajo de Rosa Luxemburgo es su manera de plantear los problemas, una actitud ejemplar para cualquier análisis que se quiera hacer tanto de la Revolución rusa como de su ocaso. Ese método parte de una defensa intransigente de su carácter proletario, y luego se critican sus debilidades y sus eventuales fracasos como un problema del proletariado y para que el proletariado saque lecciones. Desgraciadamente y con frecuencia el nombre de Luxemburgo ha sido usado, en cambio, para tratar de desprestigiar la verdadera memoria de Octubre, no sólo por parte de aquellas corrientes consejistas que se reclaman herederos de la Izquierda alemana pero que han perdido de vista las verdaderas tradiciones de la clase obrera, sino, y sobre todo, por parte de fuerzas burguesas que con el reclamo del «socialismo» de rostro «democrático», tratan de utilizar a Luxemburgo como un martillo con el que golpear a Lenin y el bolchevismo. En propagar esta innoble infamia se han especializado los continuadores políticos de aquellos que, en 1919, asesinaron a Rosa Luxemburgo para salvar a la burguesía. Nos referimos a los socialdemócratas, y en especial, a sus facciones más «izquierdistas». Nuestra intención, en cambio, al analizar los errores de los bolcheviques y la degeneración de la Revolución rusa es, ante todo, mantener nuestra fidelidad al método de Rosa Luxemburgo.
Casi al mismo tiempo que Luxemburgo escribía su crítica empezaron a aparecer también los primeros desacuerdos en el seno del Partido bolchevique, a propósito de qué orientación darle a la revolución. Este debate que surgió en primera instancia en torno a la firma del tratado de Brest-Litovsk – y que después se extendió a las formas y los métodos del poder proletario –, se desarrolló de manera abierta y franca en el partido. Es cierto que dio lugar a polémicas muy fuertes entre sus protagonistas, pero en ningún momento se silenciaron las posiciones minoritarias. De hecho, durante algún tiempo, pareció que la posición «minoritaria» sobre la firma del tratado, podría convertirse en la mayoritaria. En aquel momento, los militantes que se agrupaban para defender diferentes posiciones, lo hacían como tendencias y no como fracciones claramente organizadas para resistir. Es decir que se asociaban temporalmente para expresar diferentes orientaciones en la vida de un partido que, a pesar de la creciente identificación de sus estructuras con las del Estado, seguía siendo todavía un organismo muy vivo de vanguardia de la clase.
Sin embargo hay quien ha argumentado que la firma del tratado de Brest-Litovsk constituyó el principio del fin, si no el propio final, de los bolcheviques como partido proletario, ya que marcaría su abandono efectivo de la causa de la revolución mundial (ver el libro de Guy Sabatier Brest-Litovsk, coup d’arrêt a la révolution, Ediciones Spartacus, París). Algo parecido pensó la tendencia, relativamente numerosa, que más protestó en el partido contra ese tratado – los Comunistas de Izquierda agrupados en torno a Bujarin, Piatakov, Osinski y otros – que cuando los representantes del poder soviético firmaron ese acuerdo de paz claramente «desventajoso» con el rapiñador imperialismo alemán, en lugar de emprender una «guerra revolucionaria» contra él, sintieron que se estaba quebrantando un principio fundamental de la revolución. Este punto de vista no era muy diferente al de Rosa Luxemburgo, aunque la principal preocupación de ésta era que la firma del tratado podía retrasar el estallido de la revolución en Alemania, y en occidente.
En cualquier caso, simplemente comparando el tratado de Brest-Litovsk en 1918, con el que se firmó en Rapallo, cuatro años después, se aprecia la diferencia esencial que existe entre tener que guardarse los principios ante una superioridad aplastante del enemigo, y mercadear con los principios para allanar el camino de la integración de la Rusia soviética en el concierto mundial de naciones capitalistas. En el primer caso el tratado fue abiertamente debatido tanto en el partido como en los soviets, y en absoluto se ocultaron las draconianas condiciones impuestas por Alemania. El marco en el que se discutía la conveniencia o no de firmar el tratado era más el de las necesidades de la revolución mundial que el de la defensa de los intereses «nacionales» de Rusia. Rapallo, por el contrario, fue firmado en secreto, y entre sus cláusulas figuró incluso el suministro de armas al ejército alemán por parte del Estado soviético. Armas que fueron precisamente usadas por aquel para defender el orden capitalista contra los trabajadores alemanes en 1923.
El debate esencial en torno a Brest-Litovsk era de carácter estratégico: ¿Tenía el poder soviético – que se había hecho con el poder en un territorio ya exhausto por cuatro años de carnicería imperialista –, los medios económicos y militares para lanzarse inmediatamente a una «guerra revolucionaria» contra Alemania, aunque fuera una «guerra de guerrillas» como preconizaban Bujarin y otros Comunistas de Izquierda? Y, por otra parte ¿retrasaría seriamente la firma de ese tratado el estallido de la revolución en Alemania, bien fuera por la imagen de «capitulación» que se ofrecía al proletariado mundial, o bien porque proporcionaba un respiro en el frente oriental al imperialismo alemán? Frente a estas dos cuestiones, nos parece, tal y como planteó Bilan en los años 30, que Lenin tuvo razón cuando argumentó que la primera necesidad del poder soviético era la de obtener un respiro para reagrupar fuerzas, no para desarrollar el poder en la «nación» rusa, sino, sobre todo, para poder colaborar mejor a la revolución mundial (como así hizo, por ejemplo, al contribuir a la formación de la Tercera Internacional en 1919). Es evidente que esa contribución hubiera sido completamente imposible en unas condiciones de derrota, por muy heroica que ésta fuera. En cuanto a lo segundo, lo bien cierto es que esa retirada, lejos de retrasar el estallido de la revolución en Alemania, en realidad la aceleró, ya que cuando el imperialismo alemán pudo desentenderse de la guerra en el frente oriental, se lanzó a una ofensiva en el Oeste, que originó los motines en la armada que desencadenaron la revolución en Alemania en noviembre de 1918.
Si hay una lección que sacar de la firma del tratado es la que extrajo Bilan: «Las posiciones de la fracción dirigida por Bujarin, que defiende que la función del Estado proletario es la de liberar a los trabajadores de otros países mediante la “guerra revolucionaria”, están en contradicción con la verdadera naturaleza de la revolución proletaria y con el papel histórico del proletariado». A diferencia de las revoluciones burguesas que por supuesto podían ser exportadas a través de acciones militares, la revolución proletaria depende enteramente de la lucha consciente de los trabajadores de cada país contra su propia burguesía. «La victoria de un Estado proletario contra un Estado capitalista (en el sentido territorial de ese término), no significa de ninguna manera, una victoria de la revolución mundial» («Parti-Etat-Internationale: L’Etat prolétarien», Bilan nº 18, abril-mayo 1935, traducido del francés por nosotros). Esta posición ya se vio confirmada en 1920 con el desastre que supuso el intento de exportar la revolución a Polonia, mediante las bayonetas del Ejército rojo.
La posición de los Comunistas de Izquierda a propósito de Brest-Litovsk, especialmente la defendida por Bujarin: «la muerte antes que el deshonor», aunque sea la cuestión por la que más se les recuerda, no fue sin embargo su principal insistencia. Tras la conclusión de una «paz» con Alemania, y la supresión de la primera oleada de resistencia y sabotajes burgueses que estallaron inmediatamente después de la insurrección de Octubre, fue cambiando también el objeto de los debates. Se había obtenido ese respiro, y la preocupación esencial pasaba a ser entonces cómo podía consolidarse el poder soviético hasta que la revolución mundial le condujera a una nueva fase.
En abril de 1918, Lenin dirigió un discurso al Comité central de los bolcheviques, que fue posteriormente publicado con el título Las tareas inmediatas del poder soviético. En este texto Lenin argumentaba que la tarea primordial a la que se enfrentaba la revolución, partiendo – como hacían él y muchos otros – de que los peores momentos de la guerra civil ya habrían pasado, era «administrar», reconstruir una economía exhausta, imponer la disciplina del trabajo e incrementar la productividad, asegurar una estricta contabilidad y control en el proceso de producción, eliminar la corrupción y el despilfarro, y, quizás por encima de todo ello, luchar contra una mentalidad pequeño burguesa muy extendida, que él veía como el tributo pagado al gran peso del campesinado y de las supervivencias medievales.
Las partes más polémicas de ese texto son aquellas en las que Lenin se refiere a los métodos a emplear para conseguir tales fines, ya que no dudó en propugnar lo que él mismo había definido como métodos burgueses, incluyendo: la utilización de técnicos especialistas burgueses (lo que él mismo había descrito como un «paso atrás» respecto a los principios de la Comuna, ya que para «ganárselos» para el poder soviético debía sobornarlos con salarios muy superiores a los que cobraban como media los trabajadores), el trabajo por piezas, la adopción del «taylorismo», que Lenin había denunciado como «una combinación de la refinada brutalidad de la explotación burguesa y de algunos de los grandes avances científicos en el análisis de la mecanización del trabajo, la eliminación de procedimientos de trabajo superfluos o inconvenientes, la elaboración de métodos correctos de trabajo, la introducción del sistema más perfecto de contabilidad y control, etc.» (Lenin, Obras completas). Lo que suscitó más polémica fue su reacción contra un cierto grado de «anarquía» en los centros de trabajo, especialmente allí donde era más fuerte el movimiento de comités de fábrica que disputaban el control de las factorías a los antiguos, pero también a los nuevos gestores de estas. Lenin propuso contra ello la «Gerencia unipersonal» insistiendo en que: «la subordinación incontestable a una sola persona será absolutamente necesaria para el éxito de un proceso organizado bajo el modelo de una industria altamente mecanizada» (ídem). Este último pasaje es citado muy frecuentemente por consejistas y anarquistas que se afanan en demostrar que Lenin fue el precursor de Stalin. Pero esta cita debe ser leída en su contexto: la reivindicación que hace Lenin de la «dictadura individual» en la gestión no excluía, en absoluto, un extenso desarrollo de las discusiones democráticas y de la toma de decisiones colectivas, sobre el conjunto de las políticas a aplicar, en las reuniones de masas, y señalaba que cuanto más fuerte fuera la conciencia de clase de los trabajadores, más esa subordinación al «gestor» únicamente en el proceso de producción será «algo así como el apacible liderazgo de un director de orquesta» (ídem).
Sin embargo la orientación general de ese discurso alarmó a los Comunistas de Izquierda ya que además se vio acompañado de un aumento de la presión para predisponer a los trabajadores contra los comités de fábrica, a los que quería incorporar al aparato sindical, mucho más dócil.
El grupo de los Comunistas de Izquierda que tenía mucha influencia en las regiones de Moscú y Petrogrado, editaba su propio periódico (Comunista), en el que publicó dos polémicas especialmente importantes contra las posiciones defendidas por Lenin en su discurso: las «Tesis sobre la situación actual» del grupo (publicadas como folleto en 1977 en Critique, Glasgow) y el artículo de Osinski: «Sobre la construcción del socialismo».
El primero de estos documentos muestra que lo que animaba este grupo no era en absoluto una mentalidad de «infantilismo pequeño burgués» como Lenin les reprochará, sino que su actitud es profundamente seria y parte de una tentativa de establecer un análisis de la correlación de fuerzas entre las clases tras las secuelas del tratado de Brest-Litovsk. Es verdad que en esto se pone de manifiesto el lado débil de este grupo, es decir los supuestos de los que había partido durante el debate sobre el tratado.
El punto fuerte del documento es su crítica al uso de los métodos burgueses por parte del nuevo poder soviético. Debe subrayarse aquí que el texto no cae en la rigidez doctrinaria: acepta que los especialistas burgueses sean utilizados por la dictadura del proletariado y no descarta la posibilidad de establecer relaciones comerciales con las potencias capitalistas, aunque advierte contra el peligro de «que el Estado ruso se meta en el juego de las potencias imperialistas», incluyendo alianzas políticas y militares. También alerta sobre que tales políticas en el plano internacional podrían venir acompañadas de concesiones tanto al capital nacional como internacional. Estos peligros se hicieron más agudos con el reflujo de la oleada revolucionaria después de 1921. Sin embargo, lo más relevante de la crítica de la Izquierda se centró en el peligro de abandonar los principios del Estado-Comuna en los soviets, en el ejército y en las fábricas: «La política de dirección de las empresas basada en el principio de una amplia participación de los capitalistas y una centralización semiburocrática se enlaza naturalmente con la política de imponer a los trabajadores una disciplina disfrazada de autodisciplina, la introducción de la responsabilidad de los trabajadores – un proyecto de esta naturaleza ha sido propuesto por la derecha bolchevique (trabajo por piezas, prolongación de la jornada de trabajo etc.). La forma de control estatal de las empresas va en el sentido de la centralización burocrática, del imperio de varios comisariados, la eliminación de la independencia de los soviets locales y el rechazo en la práctica del tipo de Estado-Comuna gobernado desde abajo (...).
En el campo de la política militar es donde aparece y puede notarse ya una desviación hacia el restablecimiento a escala nacional (incluyendo la burguesía) del servicio militar. Con la implantación de cuadros militares para el adiestramiento y de oficiales para ejercer el liderato, la tarea de crear un cuerpo de oficiales proletarios a través de una adecuada y planificada organización de escuelas y cursos, se ha dejado de lado. Siguiendo por esta vía el viejo cuerpo de oficiales y las estructuras de mando del zarismo han sido reconstituidas».
Aquí, la Izquierda comunista veía tendencias preocupantes que estaban empezando a aparecer en el nuevo régimen soviético y que se aceleraron rápidamente en el periodo posterior al Comunismo de guerra. Estaba especialmente preocupada porque el partido se identificaba con esas tendencias lo que podría forzarlo a enfrentarse a los trabajadores como un poder hostil: «La introducción de la disciplina del trabajo junto con la restauración del liderazgo capitalista en la producción no va a incrementar substancialmente la productividad del trabajo y reducirá, sin embargo, la autonomía de los trabajadores, la actividad y el grado de organización del proletariado. Amenaza con llevar a la esclavización de la clase trabajadora y con espolear la insatisfacción tanto en las capas atrasadas como en la vanguardia del proletariado. Al poner en marcha este sistema con el odio agudo hacia los capitalistas y saboteadores que prevalece en la clase obrera, el partido podría dirigirse a buscar apoyo en la pequeña burguesía contra los trabajadores y con ello dejar de ser un partido del proletariado» (ídem).
La consecuencia final de esa evolución es para la Izquierda la degeneración del poder proletario en un sistema de capitalismo de Estado: «en lugar de la transición desde la nacionalización parcial a la socialización general de la gran industria, los acuerdos con los capitanes de la industria conducirán a la formación de grandes trusts que dominarían las ramas básicas de la industria y se convertirían en empresas estatales. Tal sistema de organización de la producción proporciona una base para la evolución en dirección del capitalismo de Estado y constituye una transición hacia él» (ídem).
Al final de las Tesis, la Izquierda comunista expone sus propias propuestas para mantener la revolución en la buena vía: la de continuar la ofensiva contra la política burguesa contrarrevolucionaria y contra la propiedad capitalista, control estricto sobre los industriales burgueses y los especialistas militares; apoyo a la lucha de los campesinos pobres en el campo y, lo más importante para los trabajadores: «... rechazar la introducción del trabajo por piezas y la prolongación de la jornada de trabajo, lo cual en las circunstancias de aumento del desempleo es un sin sentido. Por el contrario, preconizar la introducción por parte de los Consejos locales y los sindicatos de estándares de trabajo y reducción de la jornada de trabajo con un aumento en el número de turnos y poniendo en marcha la organización del trabajo productivo social.
Otorgar una mayor independencia a los Soviets locales no controlando sus actividades mediante comisarios enviados por el poder central. El poder soviético y el partido del proletariado deben apoyarse en la autonomía de clase de las más amplias masas y se deben desarrollar los mayores esfuerzos en esa dirección». Por fin, la Izquierda define su propio papel: «nuestra actitud ante el poder soviético es una posición de apoyo universal participando activamente en él... Esta participación sólo es posible sobre la base de un programa político definido que pueda impedir la desviación del poder soviético y de la mayoría del partido en la funesta vía de la política pequeño burguesa. En caso de tal desviación el ala izquierda del partido tomará la posición de una activa y responsable oposición proletaria».
En esos pasajes se puede percibir cierto número de debilidades teóricas. La primera es confundir la nacionalización total de la economía en las manos del poder soviético como equivalente a un proceso real de socialización y más aún como parte ya de la construcción de la sociedad socialista. En su respuesta a las Tesis, «El infantilismo de izquierdas y la mentalidad pequeño burguesa» (mayo 1918, Obras completas), Lenin ataca esa confusión. A la declaración de las Tesis según la cual «el aprovechamiento armónico de los medios de producción que han quedado solo es concebible con la socialización más decidida», Lenin responde: «Se puede ser decidido o indeciso en el problema de la nacionalización, de la confiscación. Pero la clave está en que la mayor “decisión” del mundo es insuficiente para pasar de la nacionalización y la confiscación a la socialización. La desgracia de nuestros izquierdistas consiste, precisamente, en que con ese ingenuo e infantil juego de palabras, “la socialización más decidida”, revelan su más plena incomprensión de la clave del problema, de la clave del momento actual. La desventura de los izquierdistas está en que no han observado la propia esencia del momento actual, del paso de las confiscaciones (durante cuya realización la cualidad principal del político es la decisión) a la socialización (para cuya realización se requiere del revolucionario otra cualidad). La clave del momento consistía ayer en nacionalizar, confiscar con la mayor decisión, en golpear y rematar a la burguesía, en acabar con el sabotaje. Hoy, hasta los ciegos podrán ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y acabado más de lo que hemos sabido contar. Y la socialización se distingue precisamente de la simple confiscación en que se puede confiscar solo con decisión, sin saber contar y distribuir acertadamente, pero es imposible socializar sin saber hacer eso» (Obras escogidas). Aquí Lenin tiene la habilidad de mostrar que hay una diferencia cualitativa entre la mera expropiación de la burguesía (especialmente cuando toma la forma de estatalización) y la auténtica construcción de nuevas relaciones sociales. La debilidad de la Izquierda en este punto llevó a muchos de sus miembros a confundir la casi total estatalización de la propiedad, e incluso de la
distribución, que tuvo lugar durante el Comunismo de guerra como auténtico comunismo. Como demostramos (ver Revista internacional nº 96), Bujarin en particular desarrolló esa confusión en una elaborada teoría con el libro La Economía del periodo de transición. Lenin, en cambio, era mucho más realista sobre la posibilidad de que el poder soviético, asediado y empobrecido, pudiera dar pasos reales al socialismo en ausencia de la revolución mundial.
Esta debilidad de la Izquierda le impide ver con entera claridad de dónde viene el mayor peligro de contrarrevolución. Para ella, el capitalismo de Estado es identificado como el principal peligro, lo que es verdad, pero aquel es visto como una expresión de lo que se considera como un peligro mucho mayor: que el partido acabe desviándose hacia una política pequeño burguesa, que confunda sus intereses con los de la pequeña burguesía en contra del proletariado. Esto era un reflejo parcial de la realidad: el «statu quo» del periodo posinsurreccional se caracterizaba por una situación donde el proletariado victorioso se enfrentaba no solo a la furia de la vieja clase dominante sino al peso mortal de las amplias masas campesinas que tenían sus propias razones para resistir a cualquier avance ulterior en el proceso revolucionario. Pero el peso de esos estratos sociales recaía sobre el proletariado a través del Estado, el cual en su interés de preservar el status social vigente tiende a convertirse en un poder autónomo movido por su propia dinámica. Como muchos de los revolucionarios de entonces, la Izquierda identificaba el capitalismo de Estado con un sistema de control estatal que dirigía la economía en interés tanto de la gran burguesía como de la pequeña burguesía. Pero todavía no podían imaginarse la emergencia de un capitalismo de Estado que, tras haber aplastado efectivamente a esas clases, siguiera funcionando con unas bases enteramente capitalistas.
Como hemos visto, la réplica de Lenin a la Izquierda, a través de «El infantilismo de izquierdas y la mentalidad pequeño burguesa» ataca al grupo en sus puntos débiles: su confusión acerca de las implicaciones de Brest-Litovsk, su tendencia a confundir nacionalización con socialización. Pero Lenin cae en un error muy grave cuando alaba el capitalismo de Estado presentándolo como paso necesario en la atrasada Rusia, incluso como un punto de partida del socialismo. Lenin había sostenido ese punto anteriormente en un discurso ante el Comité ejecutivo de los soviets celebrado a finales de abril. Aquí aborda la mejor intuición de la Izquierda comunista y se encamina completamente en la dirección errónea: «Cuando he leído estas referencias a tales enemigos en el periódico de los comunistas de izquierda, me he preguntado ¿cómo es posible que estas gentes hayan olvidado la realidad desviados por cuatro frases aprendidas en los libros? La realidad nos dice que el capitalismo de Estado puede ser un paso adelante. Sí pudiéramos en un corto espacio de tiempo implantar el capitalismo de Estado en Rusia habríamos alcanzado una gran victoria. ¿Cómo no son capaces de ver que el pequeño propietario, el pequeño capitalista, es nuestro enemigo? ¿Cómo pueden hacer del capitalismo de Estado el enemigo principal? No pueden olvidar que en la transición del capitalismo al socialismo, la pequeña burguesía es nuestro principal enemigo, por sus hábitos, sus costumbres y su posición económica. (...)
¿Qué es el capitalismo de Estado bajo el poder de los soviets? Lograr el capitalismo de Estado en la presente situación significa establecer una contabilidad y un control efectivos que las clases capitalistas no han llevado a cabo. Podemos ver el ejemplo del capitalismo de Estado en Alemania. Sabemos que en ello Alemania ha demostrado ser superior a nosotros. Pero si reflexionamos aunque sea un poco sobre lo que significaría el establecimiento del capitalismo de Estado en Rusia, en la Rusia soviética, cualquiera que no tenga su cabeza llena de pájaros por cuatro frases aprendidas en los libros tendrá que reconocer que el capitalismo de Estado sería nuestra salvación.
He dicho que el capitalismo de Estado sería nuestra salvación: si lo tuviéramos en Rusia, la transición al socialismo pleno sería fácil, la tendríamos al alcance de la mano, porque el capitalismo de Estado es algo centralizado, calculado, controlado y socializado, que es exactamente lo que nos falta; estamos amenazados por el elemento pequeño burgués retardatario, el cual, más que cualquier otra cosa, ha sido desarrollado por la historia de Rusia y su economía» (Obras completas).
En este discurso hay un rasgo de extraordinaria honestidad alertando contra esquemas utópicos que preconizan una construcción rápida del socialismo en Rusia, la cual apenas ha salido de la Edad media y no tiene la asistencia directa del proletariado mundial. Pero hay también un error serio que ha sido confirmado por toda la historia del siglo XX. El capitalismo de Estado no es un paso orgánico al socialismo. En realidad representa la última forma de defensa del capitalismo contra su colapso y la emergencia del comunismo. La revolución comunista es la negación dialéctica del capitalismo de Estado. Los argumentos de Lenin condenan los vestigios de la falsa idea según la cual el capitalismo evolucionaría pacíficamente hacia el socialismo. Ciertamente, Lenin rechaza la idea según la cual la transición al socialismo podría comenzar sin destrucción política del Estado capitalista, pero olvida que la nueva sociedad sólo puede emerger mediante una constante y consciente lucha del proletariado para abolir las leyes ciegas del capital y crear las nuevas relaciones sociales fundadas en la producción de valores de uso. La «centralización» de la estructura económica capitalista por el Estado, incluso aunque sea un Estado soviético, no acaba con las leyes del capital ni con la dominación del trabajo muerto sobre el trabajo vivo. Por esto, la Izquierda tiene razón, al decir, como subraya Osinski, que «si el proletariado mismo no es capaz de crear los supuestos necesarios para una organización socialista del trabajo, nadie lo hará en su lugar ni nadie podrá obligarle a hacerlo. El bastón, esgrimido sobre la cabeza de los trabajadores, se encontrará en manos de una fuerza social que o bien está bajo la influencia de otra clase social o bien está en manos de los Soviets. Pero, en ese caso, el poder soviético se verá obligado a buscar el apoyo de otra clase (por ejemplo, los campesinos) y con ello destruiría él mismo la dictadura del proletariado. El socialismo y la organización socialista del trabajo solo pueden ser establecidos por el proletariado mismo. De lo contrario, se estará estableciendo otra cosa diferente: el capitalismo de Estado» («Sobre la construcción del socialismo» en la recopilación Democracia de los trabajadores o dictadura de partido). Dicho de otra manera, el trabajo vivo solo puede afirmar su interés sobre el trabajo muerto mediante sus propios esfuerzos, a través de una lucha directa por tomar el control tanto sobre el Estado como sobre los medios de producción y distribución. Lenin se equivocó al ver en ello la prueba de la visión pequeño burguesa, anarquizante, de la Izquierda. Esta, a diferencia de los anarquistas, no se oponía a la centralización. Aunque estaba a favor de la iniciativa de los comités de fábrica y los soviets locales, preconizaba la centralización de estos órganos a través de consejos económicos y políticos de mayor nivel. Para ella no se trataba de elegir entre dos posibles formas de construir el socialismo: la de la centralización proletaria o la centralización burocrática. La segunda vía conducía a una dirección diferente que tenía que culminar inevitablemente en el enfrentamiento entre los trabajadores y ese poder que, si bien había nacido de la revolución, se alejaba cada vez más de ella.
Esto era una verdad general aplicable a todas las fases de un proceso revolucionario. Pero las críticas de la Izquierda tenían también una relevancia más inmediata. Como escribimos en nuestro estudio sobre la Izquierda comunista en Rusia publicado en la Revista internacional nº 8: «La defensa de los comités de fábrica, soviets y de la actividad propia de la clase obrera, hecha por Comunista era importante no porque diera soluciones a los problemas económicos de Rusia y menos aún porque diera fórmulas para la construcción inmediata del socialismo en Rusia; de todas maneras la Izquierda había expresado abiertamente que el “el socialismo no puede ser puesto en práctica en un solo país y menos aún en uno atrasado” (citado por L. Schapiro en El Origen de la autocracia comunista, 1955). La imposición de la disciplina laboral por el Estado, la incorporación de los órganos proletarios autónomos al aparato estatal, eran sobre todo golpes a la dominación política de la clase obrera rusa. Como ya lo ha dicho la CCI el poder político de la clase obrera es la única garantía real para el éxito de la revolución. Y este poder político solo puede ser ejercido por los órganos de masa de la clase – sus comités de fábrica y asambleas y sus consejos obreros y sus milicias. Al socavar la autoridad de estos órganos, la política de la dirección bolchevique presentaba un grave peligro para la revolución misma. Las señales del peligro observadas tan pertinentemente por los comunistas de izquierda se volverán mucho más serias durante el siguiente periodo de guerra civil».
En los días siguientes a la insurrección de Octubre, cuando se estaba formando el personal del gobierno de los soviets, Lenin tuvo una vacilación momentánea sobre si aceptar el puesto de presidente del Consejo de Comisarios del pueblo. Su intuición política le decía que ello podría frenar su capacidad para actuar como «vanguardia de la vanguardia», o sea, la izquierda del partido revolucionario, como lo había sido claramente entre abril y octubre de 1917. La posición adoptada por Lenin frente a la izquierda en 1918, aunque se movía firmemente dentro de los parámetros de un partido proletario vivo, reflejaba ya que las presiones del poder estatal sobre los bolcheviques, los intereses del Estado, de la economía nacional, de la defensa del status quo, estaban empezando a entrar en conflicto con los intereses de los trabajadores. En este sentido hay una cierta continuidad entre los falsos argumentos de Lenin contra la izquierda en 1918 y su polémica contra la Izquierda comunista internacional en 1920 a la que también acusaba de infantilismo y anarquismo. Sin embargo, en 1918 la revolución mundial estaba todavía en ascenso y se extendía más allá de Rusia, lo que hacía más fácil corregir los errores. En posteriores artículos examinaremos cómo la Izquierda comunista respondió al proceso real de degeneración de los bolcheviques y del poder soviético cuando la revolución internacional entró en su fase de reflujo.
CDW
En un artículo precedente hemos mostrado cómo el aislamiento internacional de la revolución rusa, debido al fracaso de la revolución en Europa occidental, había significado la degeneración de la IC y el auge del capitalismo de Estado en Rusia, que, a su vez, concurrieron para acelerar las derrotas obreras en Alemania.
Tras la firma del tratado secreto de Rapallo, la clase capitalista internacional se da cuenta de que el Estado ruso en degeneración está haciendo de la IC su instrumento. En Rusia se desarrolla, además, una fuerte oposición contra esta tendencia, lo que lleva a una serie de huelgas durante el verano de 1923 en la región de Moscú, pero sobre todo se expresa por una clamorosa oposición, cada vez más importante, en el partido bolchevique. En el otoño de 1923 Trotski, después de muchas vacilaciones, decide finalmente entablar una lucha más determinada contra la orientación capitalista de Estado. Aunque la IC, con su política de frente único y su apoyo al nacional-bolchevismo, se hace cada vez más oportunista y tiende a degenerar tanto más rápidamente cuanto que es estrangulada por el Estado ruso, en su seno subsiste una minoría de camaradas internacionalistas que continúa defendiendo la orientación de la revolución mundial. Tras el abandono del capital alemán de su promesa de una lucha común entre la «nación oprimida» y Rusia, esta minoría internacionalista está desorientada, porque está persuadida de que, debido a eso, la perspectiva de un «salvamento» exterior de la revolución de Octubre, así como la de una reanudación de la oleada revolucionaria mundial, se alejan cada vez más. Por temor al desarrollo del capitalismo de Estado en Rusia, y con la esperanza de un resurgimiento revolucionario, esta minoría se lanza desesperadamente a la búsqueda de una última chispa, de la última posibilidad de un asalto revolucionario.
«Podéis ver camaradas, que se trata por fin del gran asalto revolucionario que hemos esperado desde hace tantos años y que cambiará la imagen del mundo. Estos sucesos van a tener una importancia considerable. La revolución alemana significa el hundimiento del mundo capitalista». Convencido de que aún subsiste un potencial revolucionario y que el momento de la insurrección todavía no ha pasado, Trotski presiona a la IC para que haga todo lo que pueda por apoyar un alzamiento revolucionario.
Al mismo tiempo se acelera la situación en Polonia y en Bulgaria. El 23 de septiembre, los comunistas en Bulgaria, apoyados por la IC, se lanzan a una sublevación que fracasa. En octubre y noviembre, estalla en Polonia una nueva oleada de huelgas seguida por casi dos tercios del proletariado industrial del país. El propio partido comunista polaco se ve sorprendido por la combatividad de la clase. Esos alzamientos insurreccionales son aplastados en noviembre de 1923.
En el contexto del combate político que se lleva en el seno del partido ruso, Stalin se pronuncia contra el apoyo al movimiento en Alemania en la medida en que el éxito de éste podría constituir una amenaza directa contra el aparato de Estado ruso, cuyas posiciones más importantes controla: «Mi punto de vista es que los camaradas alemanes deben retirarse y que no debemos animarlos» (Carta de Stalin a Zinoviev, 5/8/1923).
Agarrado a la última esperanza de un resurgimiento de la oleada revolucionaria, el Comité ejecutivo de la IC (CEIC) decide por su cuenta, sin consultar con anterioridad al KPD, presionar al movimiento en Alemania y prepararse para la insurrección.
Cuando llegan a Moscú el 11 de septiembre las noticias del fin de la política de «resistencia pasiva» de Alemania contra Francia y del comienzo de las negociaciones franco-alemanas, el CEIC llama a la insurrección en Bulgaria para finales de septiembre, que debería continuarse poco después en Alemania. Moscú emplaza a los representantes del KPD a preparar la insurrección con el CEIC. Estas discusiones, en las que participan también representantes de los países vecinos de Alemania, duran más de un mes, desde principios de septiembre a principios de octubre.
La IC toma una nueva opción desastrosa. Tras la política de frente único con las fuerzas socialdemócratas contrarrevolucionarias, cuyas consecuencias destructivas aún se hacían sentir en ese momento, tras el flirteo con el nacional-bolchevismo, ahora se hace una huida adelante desesperada, la aventura de una tentativa de alzamiento sin que estén reunidas las condiciones para un posible éxito.
A pesar de que la clase obrera en Alemania seguía siendo la parte más fuerte y más concentrada del proletariado internacional, que, con el proletariado ruso, había estado en punta del combate revolucionario, en 1923 – cuando la oleada internacional de luchas estaba ya en una fase de reflujo – estaba relativamente aislada. El CEIC tiene una falsa apreciación de la relación de fuerzas respecto a esto, y no ve cómo la reorientación táctica del gobierno dirigido por el SPD en agosto de 1923 ha decantado esta relación a favor de la burguesía. Para tener un análisis correcto, para comprender la estrategia del enemigo, un partido organizado internacionalmente y centralizado tiene que ser capaz de apoyarse en una evaluación correcta de la situación hecha por su sección local. Pero el KPD está cegado por su política nacional-bolchevique, y no comprende la dinámica real del movimiento. El movimiento en Alemania pone al desnudo numerosas debilidades:
• Hasta agosto se limita sobre todo a reivindicaciones económicas. La clase obrera no plantea sus propias reivindicaciones políticas. Aún si el movimiento desarrolla más fuerza a partir de las fábricas, a pesar de que ocupa la calle, de que cada vez se unen más obreros en asambleas generales y se forman consejos obreros, no se puede hablar de periodo de doble poder. Muchos miembros del CEIC piensan que la formación de consejos obreros se aleja de lo que ellos consideran que es la tarea prioritaria del momento: la preparación militar de la insurrección; y que los consejos van a servir de pretexto para la represión del gobierno. El nuevo gobierno ha prohibido en efecto la formación de consejos de fábrica. La mayoría del CEIC propone de hecho que no se formen soviets hasta después de la toma del poder.
• En vez de sacar lecciones de la política desastrosa que se ha apoyado esencialmente en una «alianza nacional», una política de la que la estrategia del frente único no era mas que el primer paso, el KPD basa toda la preparación de la insurrección en la formación de un «gobierno obrero» con el SPD.
• En fin, la mayor debilidad consiste en que no se cumple la condición indispensable para una insurrección victoriosa: el KPD, dividido, minado y debilitado por su evolución oportunista, no representa un papel político verdaderamente decisivo en la clase.
En el CEIC se debaten muchas cuestiones.
Trotski insiste en la necesidad de fijar la fecha de la insurrección. Propone el 7 de noviembre, día del alzamiento victorioso de octubre en Rusia seis años antes. Al fijar una fecha, quiere descartar toda actitud «de esperar acontecimientos». El presidente del KPD, Brandler, se niega a fijar una fecha precisa. En fin, a finales de septiembre se toma la decisión de que la insurrección sea durante las 4 ó 6 semanas siguientes, es decir, los primeros días de noviembre.
Considerando la dirección del partido alemán demasiado inexperimentada, Brandler sugiere que Trotski, que tan importante papel desempeñó en la organización de la insurrección de Octubre 1917 en Rusia, vaya a Alemania para ayudar a organizar la insurrección.
Otros miembros del CEIC se oponen a esta propuesta. Zinoviev, como presidente de la IC, exige ese papel dirigente. No se puede entender esta pelea sin verla en el contexto de la lucha creciente por el poder en Rusia. Finalmente se decide que irá a Alemania un órgano colectivo, compuesto por Radek, Guralski, Skoblevski y Tomski. El CEIC decide igualmente aportar ayuda a 3 niveles:
Mientras prosiguen las discusiones en Moscú, los emisarios de la IC en Alemania comienzan ya los preparativos de la insurrección. A comienzos de octubre, numerosos dirigentes del KPD comienzan a pasar a la ilegalidad. Pero mientras en Moscú la dirección del KPD y el CEIC discuten los planes de la insurrección, en Alemania no parece haber discusiones en profundidad sobre estas cuestiones y sobre las perspectivas inmediatas.
Desde principios de 1923 y particularmente desde la Conferencia de Leipzig, el KPD había comenzado a organizar las unidades de combate Centurias rojas. Inicialmente estas tropas armadas tenían que servir de fuerzas de protección de las manifestaciones y de las asambleas obreras. Todos los obreros experimentados en el combate, cualesquiera que fueran sus convicciones políticas, podían unirse a ellas. Ahora las Centurias rojas se ocupaban en completar su entrenamiento militar, hacían simulacros de alertas y seguían cursos especiales de manejo de armas.
En comparación con Marzo de 1921, se dedica mucha más atención a ese aspecto y se invierten medios considerables en los preparativos militares. Además el KPD había organizado un servicio de información militar. Había el «M-Apparat», y el «Z-Gruppe» para infiltrar el ejército del Reich y el «T-Te-rrorgruppe» en la policía. Se habían instalado arsenales secretos y se recogían efectos militares de todo tipo.
Los consejeros militares rusos disponían de medio millón de fusiles. Esperaban ser capaces de movilizar rápidamente entre 50 000 y 60 000 hombres. Sin embargo, el ejército del Reich y las tropas de derecha que lo sostenían, representaban, junto con la policía, una fuerza 50 veces superior a las formaciones militares dirigidas por el KPD.
Como telón de fondo de estos preparativos, la IC elabora un plan basado en un golpe militar estratégico.
Si en ciertas regiones el KPD se une al SPD para formar un «gobierno obrero» en aplicación de la táctica de Frente único, eso sólo puede prender fuego a las brasas. Se eligen Sajonia y Turingia porque el SPD ya está en los puestos gubernamentales y porque el ejército dispone de menos unidades comparado con Berlín y con el resto del país.
La idea de base es que las «fuerzas fascistas» y el ejército van a percibir la formación de un gobierno obrero SPD-KPD como una provocación. Se suponía que los fascistas dejarían Baviera y Alemania del sur para ir a Sajonia y hacia Alemania central. Al mismo tiempo se esperaba una reacción del ejército, que se suponía que movilizaría sus tropas estacionadas en Prusia. Esta ofensiva de la burguesía podría combatirse con la movilización de enormes unidades de obreros armados. Incluso estaba previsto que el ejército y las unidades fascistas fueran derrotados atrayéndolos a una emboscada cerca de Kassel. Las Centurias rojas serían la base de la constitución de un ejército rojo, cuyas unidades de Sajonia marcharían sobre Berlín y las de Turingia sobre Munich. Finalmente estaba previsto que en el gobierno que se instaurara a nivel nacional estuvieran los comunistas, los socialdemócratas de izquierda, los sindicalistas y oficiales nacional-bolcheviques.
A partir pues, del momento en que el KPD se uniera al gobierno de Sajonia, tenía que producirse una situación crucial.
En agosto, el SPD se une al gobierno nacional para calmar la situación y para cortar el paso a un movimiento insurreccional haciendo un montón de promesas.
Pero cuando, el 26 de septiembre, el gobierno anuncia oficialmente el fin de la «resistencia pasiva» contra el ocupante francés y promete el pago de los atrasos salariales, el 27 de septiembre estalla una huelga en el Ruhr. El 28 de septiembre el KPD llama a una huelga general en todo el país y al armamento de los obreros para instaurar «un gobierno obrero y campesino». El 29 de septiembre se declara el estado de emergencia, mientras que el KPD llama a los obreros a detener su movimiento para el 1º de octubre. Como en el pasado, su objetivo no es buscar que se refuerce progresivamente la clase obrera a través de la lucha en las fábricas, sino centrarlo todo en un momento decisivo que se preveía para más tarde. Así, en lugar de hacer que aumentara la presión desde las fábricas, como señalaría después críticamente la IC, para desvelar el verdadero rostro del nuevo gobierno SPD, tendió al contrario a bloquear la iniciativa de los obreros en las fábricas. De esta forma, la combatividad de los obreros, su determinación para contrarrestar los ataques del nuevo gobierno, no sólo se ven socavadas por las promesas del SPD, sino también por la política del KPD. La IC concluirá en su 5º Congreso: «Tras la huelga de Cuno, se cometió el error de querer retrasar los movimientos elementales hasta las luchas decisivas. Uno de los mayores errores ha sido que la rebelión instintiva de las masas no se ha transformado en una voluntad revolucionaria consciente de combate basándose sistemáticamente en fines políticos... El partido ha fracasado en la misión de proseguir una agitación enérgica y viva por la constitución de consejos políticos. Las reivindicaciones transitorias y las luchas parciales tenían que ligarse lo mejor posible al objetivo final de la dictadura del proletariado. La negligencia del movimiento de los consejos de fábrica ha hecho imposible que los consejos de fábrica jueguen temporalmente el papel de consejos obreros, y así, durante los días decisivos no ha habido un centro de autoridad en torno al que las masas vacilantes de obreros puedan unirse y oponerse a la influencia del SPD.
Puesto que los otros órganos unitarios (comités de acción, comités de control, comités de lucha) no se utilizaban sistemáticamente para preparar la lucha políticamente, la lucha se ha visto principalmente como una cuestión de partido y no como una lucha unitaria del proletariado».
Al impedir que la clase obrera desarrolle sus luchas defensivas con el pretexto de que «tiene que esperar al día de la insurrección», el KPD le impedía de hecho desarrollar su propia fuerza frente al capital y ganar a los obreros todavía vacilantes debido a la propaganda del SPD. Así, la IC hará más tarde la crítica siguiente: «Sobrestimar los preparativos técnicos durante las semanas decisivas, polarizarse en acciones como una lucha de partido y esperar el “golpe decisivo” sin un movimiento de luchas parciales y movimientos de masa que las preparen, ha impedido la estimación de la verdadera relación de fuerzas y ha hecho imposible fijar una fecha real. (...) En realidad sólo era posible constatar que el partido estaba en un proceso de ganar la mayoría sin, por ello, tener la dirección de la clase» (Las lecciones de los acontecimientos de Alemania y las tácticas del frente único).
En esos momentos, los miembros de una «división negra del ejército del Reich» (una unidad simpatizante de los fascistas) organizan una revuelta el 1º de octubre en Küstrin. Pero su revuelta es aplastada por la policía prusiana. El Estado democrático manifiestamente no necesita todavía a los fascistas.
El 9 de octubre, Brandler vuelve de Moscú con la nueva orientación de una insurrección iniciada por la entrada del KPD en el gobierno. El 10 de octubre se decide la formación de un gobierno con el SPD en Sajonia y Turingia. Tres comunistas entran en el de Sajonia (Brandler, Heckert, Böttcher), dos en el de Turingia (K. Korsch y A. Tenner).
Mientras, en enero de 1923, la conferencia del partido afirmaba: «La participación del KPD en un gobierno de un land (región), sin poner condiciones al SPD, sin un fuerte movimiento de masas y sin un apoyo extraparlamentario suficiente, sólo puede tener un efecto negativo sobre la idea de un gobierno obrero y tener un efecto destructivo en el seno del partido»; unos meses más tarde, la dirección del KPD está dispuesta a seguir las instrucciones de la IC y a entrar en un gobierno SPD, prácticamente sin poner condiciones. El KPD cree así encontrar un punto de apoyo para la insurrección pues espera poder armar a los trabajadores desde el gobierno.
Pero si el partido se esperaba una violenta reacción por parte de fascistas y militares, fue Ebert, presidente del SPD quien, de verdad, destituyó los gobiernos de Sajonia y Turingia el 14 de octubre, ordenando al ejército que ese mismo día ocupase las dos regiones, sin importarle que esos gobiernos hubieran sido «elegidos democráticamente» y demostrando, una vez más, que era el mismo SPD el que, por cuenta del capital, preparaba y asumía la represión de los trabajadores, a través de toda una serie de trampas y maniobras. Fue entonces cuando las tropas fascistas se desplazaron de Baviera a Turingia.
El KPD respondió llamando a los trabajadores a tomar las armas, distribuyendo, la noche del 19 al 20 de octubre, 150 mil ejemplares de una hoja en la que pedía a los miembros del partido que se procurasen el máximo de armas posibles, y proclamando, al mismo tiempo, la huelga general que debía desencadenar la insurrección.
Para evitar que fuera el partido el que tomara directamente la proclamación de la insurrección y que, en cambio, fuera una asamblea obrera la que adoptara tal decisión, Brandler trató de convencer a la conferencia de obreros de Chemnitz para que votara la huelga. En esa conferencia se hallaban presentes cerca de 450 delegados, de los que 60 eran representantes oficiales del KPD, 7 del SPD, y 102 eran delegados sindicales.
Para tratar de «sondear el ambiente» Brandler sugirió votar la huelga general. En cuanto oyeron esta propuesta, los representantes sindicales especialmente pero también los delegados del SPD protestaron con todas sus fuerzas, amenazando con abandonar la conferencia. La cuestión de la insurrección ni siquiera se planteó. El ministro socialdemócrata que se hallaba presente en esta reunión se pronunció rotundamente contra la huelga general. La conferencia acabó sometiéndose a los dictados del SPD y los delegados sindicales, y hasta los propios representantes del KPD lo acataron sin rechistar. Así pues esa conferencia, que según los planes del KPD debía ser la chispa que encendiera un movimiento insurreccional al proclamar la huelga general decidió, por el contrario, posponerla.
Sin embargo, Brandler y la dirección del KPD seguían estando plenamente convencidos de que los delegados de esta asamblea reconsiderarían su decisión cuando supieran que el ejército se dirigía hacia Sajonia. Confiaban también en que renaciera el ardor revolucionario tras el cambio que «previsiblemente» habría de producirse en el gobierno de Berlín. Tras equivocarse, en agosto, en el análisis de la relación de fuerzas entre las clases, el KPD volvía a errar en la evaluación de esa relación, así como del estado de ánimo de los trabajadores.
En la asamblea de Chemnitz, que para el KPD debía ser un momento clave de la insurrección, la mayoría de los delegados se encontraban bajo la influencia del SPD. Ni en los comités de fábrica ni en las asambleas obreras, tenía el KPD una mayoría clara. A diferencia de los bolcheviques en 1917, el KPD ni supo valorar correctamente la situación, ni fue capaz de influir decisivamente en el curso de los acontecimientos. Para los bolcheviques la insurrección podía plantearse, únicamente, tras conquistar una mayoría de los delegados en los consejos obreros. Sólo así el partido podría desempeñar, efectivamente, un papel dirigente y determinante.
La conferencia de Chemnitz se disolvió sin decidir la huelga y, menos aún, la insurrección. Tras el fiasco de esta asamblea, la dirección del Partido, y no solamente Brandler sino también los miembros del «ala izquierda» de la Central así como los camaradas extranjeros que estaban entonces presentes en Alemania, votó unánimemente emprender la retirada, provocando una enorme decepción en las diferentes secciones del partido que, en todos los rincones del país, se encontraban preparadas con los fusiles en la mano.
Aunque existen múltiples versiones sobre lo que sucedió en Hamburgo, la más creíble es la que afirma que el mensaje de la anulación de la insurrección no llegó a tiempo. Convencidos de que el plan de la insurrección seguía su curso tal y como estaba previsto, los miembros del partido se pusieron en marcha sin esperar la confirmación por parte de la dirección. La noche del 22 al 23 de octubre los comunistas y las Centurias rojas empezaron a aplicar el plan insurreccional en Hamburgo, enfrentándose a la policía según los planes previstos con anterioridad.
Estos combates duraron varios días. Pero la mayoría de los trabajadores permanece pasiva, mientras un gran número de militantes del SPD se presenta voluntariamente en los cuarteles de la policía, para alistarse en el combate contra los insurrectos.
Aún cuando el 24 de octubre llega a Hamburgo la orden de detener los combates, ya no es posible una retirada ordenada. La derrota es inevitable.
El 23 de octubre las tropas del ejército marcharon sobre Sajonia. Una vez más, la represión se cebó con el KPD. Poco más tarde, el 13 de noviembre, Turingia es igualmente ocupada por el ejército. En el resto del país no hubo reacciones significativas de los trabajadores. En el propio Berlín, donde el «ala izquierda» del KPD tiene una influencia mayoritaria, apenas unos centenares de trabajadores se manifestaron en solidaridad con sus hermanos de Sajonia y Turingia. El partido sufre la deserción de numerosos militantes decepcionados.
El intento por parte de la Internacional Comunista de relanzar la oleada revolucionaria, y dar una salida a la situación en Rusia a través de una insurrección aventurera en Alemania fracasó. En 1923 la clase obrera alemana se encuentra aún más aislada que al comienzo de la oleada revolucionaria, en 1918-19. Además, la burguesía está mucho más preparada y ha cerrado filas, a escala internacional, contra el proletariado. Evidentemente no había condiciones para un levantamiento victorioso en Alemania. La combatividad que, sin embargo, aún manifestaban los trabajadores había sido ya contrarrestada por la burguesía en agosto. La presión que provenía de las fábricas, los esfuerzos por unirse en asambleas generales... todo eso había sufrido un importante retroceso. «Desde nuestro punto de vista, el criterio de nuestra influencia revolucionaria residía en los sóviets (…) Los sóviets ofrecían el marco político a nuestras actividades conspirativas; y también eran los órganos de gobierno tras la verdadera toma del poder» (Trotski: ¿Pueden determinarse para una fecha fija una contrarrevolución o una revolución?, 1924). En 1923, en Alemania, la clase obrera no consiguió constituir esos consejos obreros que son una de las primeras condiciones de la conquista del poder.
A la inmadurez de las condiciones políticas de la clase obrera en su conjunto, había que añadir la incapacidad del KPD para hacer su papel político dirigente. Sus políticas («nacional-bolchevismo» hasta agosto, frente único, defensa de la democracia burguesa) contribuyeron a sembrar una gran confusión en la clase obrera, y a desarmarla ideológicamente frente al enemigo. Una insurrección solo puede vencer si la clase trabajadora tiene una clara visión de sus objetivos políticos y si, en su seno, actúa un partido capaz de mostrarle claramente la dirección a seguir y de determinar, con precisión, el momento exacto de la acción. Sin un partido fuerte y sólido no puede triunfar la insurrección, ya que es el partido quien posee una visión de conjunto, quien puede establecer una correcta estimación de la relación de fuerzas entre las clases, extrayendo las consecuencias de todo ello. Comprender la estrategia de la clase enemiga, medir la temperatura entre los trabajadores y particularmente la de sus sectores más importantes, ejercer plenamente su papel en los momentos decisivos de la batalla, todas estas cualidades son las que, cuando se ponen en práctica, hacen del partido un instrumento indispensable.
La Internacional comunista se preocupó fundamentalmente de los preparativos militares. El camarada que en el KPD se encargaba de estas cuestiones – K. Retzlaw –, cuenta en sus memorias cómo los consejeros militares rusos discutían esencialmente de pura estrategia militar, sin jamás tomar en consideración la situación de las masas obreras. Por mucho que la insurrección exija una minuciosa planificación militar, es mucho más que una simple acción militar. Los preparativos militares no pueden abordarse más que cuando se ha consolidado el proceso de maduración y movilización políticas de la clase obrera, y no es posible pasar por alto ese proceso.
Eso implica que, al contrario de lo que proponía el KPD en 1923, la presión de los trabajadores en las fábricas no puede atenuarse ni diluirse. Mientras los bolcheviques sí supieron aplicar «el arte de la insurrección» en Octubre de 1917, el plan insurreccional de octubre de 1923 no fue más que una farsa que acabó en una tragedia. Los internacionalistas de la IC no sólo se equivocaron al evaluar la situación sino que se aferraron a una esperanza vana. En septiembre, el propio Trotski, manifiestamente mal informado sobre la situación, era el más convencido de que el movimiento aún estaba en auge y seguía defendiendo a capa y espada la posibilidad de la insurrección.
La crítica que, con posterioridad, hizo al KPD es, en gran parte, inexacta, pues le reprochó que en 1921 se hubiera lanzado a un «putsch» aventurero e impaciente, mientras que en 1923 habría caído en el extremo contrario, en una especie de espera, renunciando a hacer su papel: «La maduración de la situación revolucionaria en Alemania se ha comprendido muy tarde, (…) también se ha demorado la adopción de las medidas necesarias para el combate. El Partido comunista no puede adoptar, ante un movimiento revolucionario en alza, una actitud de espera. Esa es la actitud de los mencheviques: actuar como una traba a la revolución a lo largo de todo su desarrollo, cantar victoria ante el triunfo más pírrico y hacer todo lo posible por oponerse a ella» (Trotski, ídem).
Es verdad que Trotski acierta al insistir en la importancia de los factores subjetivos, y en que la insurrección requiere una intervención clara decidida y enérgica del partido, a pesar de todas las dudas y las indecisiones que puede haber en la clase. Es muy justa igualmente su denuncia del papel destructivo jugado por los estalinistas: «La dirección estalinista, (…) ha entorpecido y frenado a los obreros cuando la situación exigía un decidido asalto revolucionario; ha proclamado situaciones revolucionarias cuando su momento ya estaba superado; ha formado alianzas con los charlatanes de la pequeña burguesía; ha marchado sin reposo tras la socialdemocracia con la coartada de la política del frente único» (La tragedia del proletariado alemán, mayo de 1933).
Pero no es menos cierto que Trotski analiza estos hechos más aferrado a la vana esperanza de una reanudación de la oleada revolucionaria que guiado por un análisis correcto de la relación de fuerzas entre las clases.
La derrota de octubre de 1923 no supuso sólo un aplastamiento de los trabajadores alemanes, sino que, más allá de eso, implicó una profunda desorientación política para el proletariado internacional. La oleada de luchas revolucionarias que tuvo su punto culminante en 1918-19 muere, en efecto, en 1923. La burguesía ha conseguido infligir en Alemania una derrota decisiva a la clase obrera.
Las derrotas de las luchas en Alemania, en Bulgaria y Polonia, dejan al proletariado ruso aún más aislado. Aún cuando más tarde estallarán algunas luchas importantes, las de China en 1927 por ejemplo, la clase obrera irá retrocediendo cada vez más hasta adentrarse en un largo y terrible período de contrarrevolución, que no acabara hasta la reanudación de la lucha de clase en 1968.
La Internacional Comunista se mostrará, igualmente, incapaz de sacar las verdaderas lecciones de los acontecimientos en Alemania.
En su Vº Congreso mundial, en 1924, la IC (y en su seno, el KPD) concentró sus críticas en la mala aplicación por parte del KPD de las tácticas del «Frente único» y del «Gobierno obrero».
Esta última no se cuestionó en absoluto. El KPD afirmaba incluso, quitando así importancia a la responsabilidad del SPD en la derrota del proletariado, que: «puede decirse, sin exageración, que la socialdemocracia alemana es hoy, en realidad, una amalgama laxa de organizaciones con débiles vínculos entre ellas y con actitudes políticas muy diferentes». Y fía y porfía en una política oportunista y nefasta frente a la socialdemocracia traidora: «la presión comunista permanente sobre el gobierno de Zeigner (en Sajonia), y sobre la fracción de izquierdas que se ha formado en el SPD, van a llevar a éste a la dislocación. El punto (fundamental) es que bajo la dirección del KPD, la presión de las masas sobre el gobierno socialdemócrata debe acrecentarse y agudizarse, y que el grupo dirigente socialdemócrata de izquierdas que emerge bajo la presión de un gran movimiento debe enfrentarse a la siguiente alternativa: o entra en lucha junto a los comunistas y contra la burguesía, o se desenmascara a sí mismo, destruyendo así las últimas ilusiones de las masas socialdemócratas obreras» (IXº Congreso del Partido, abril de 1924).
Tras la Iª Guerra mundial, el SPD estaba totalmente integrado en el Estado burgués. Este partido, cuyas manos estaban manchadas de la sangre de los obreros enviados a la primera carnicería imperialista y del aplastamiento de las luchas obreras de la oleada revolucionaria, no se encontraba, en absoluto, a punto de dislocarse. Al contrario, integrado en el aparato de Estado continuaba ejerciendo una nefasta influencia sobre los trabajadores. El mismo Zinoviev debía admitir, en nombre de la IC que «un gran número de trabajadores confía aún en los socialdemócratas “de izquierdas”, (…) que en realidad sirven de coartada a la criminal política contrarrevolucionaria del ala derecha de la socialdemocracia».
La historia ha demostrado una y mil veces que la clase obrera no puede reconquistar un partido que le ha traicionado y que ha cambiado su carácter de clase. La política consistente en tratar de dirigir a la clase obrera con la ayuda del SPD expresaba ya la degeneración oportunista de la Internacional comunista. Mientras Lenin, en sus famosas Tesis de Abril de 1917, rechazó cualquier apoyo al gobierno Kerenski, y reivindicó la más completa separación de él, el KPD, en 1923, rechazó distanciarse del gobierno del SPD. Al contrario, entró, atado de pies y manos, en él. En lugar de favorecer una radicalización de la lucha, la participación del KPD en el gobierno tendía a desmovilizar a los trabajadores. La frontera de clase que separaba al KPD del SPD se diluyó. La clase obrera, cada vez más desarmada políticamente, fue cada vez más objetivo fácil para la represión del ejército. Una insurrección obrera sólo puede desarrollarse cuando los trabajadores consiguen desembarazarse de todas las ilusiones en la democracia burguesa. Y una revolución sólo puede triunfar si vence a las fuerzas políticas que defienden esta democracia, que acaban siendo el principal obstáculo. En 1923, el KPD no sólo no combatió la democracia burguesa, sino que incluso llamó a los trabajadores a movilizarse en su defensa.
La postura del KPD respecto al SPD se hallaba en completa contradicción con la que defendiera la IC en su congreso de fundación, denunciando al SPD como verdugo de la revolución alemana de 1919.
Además, el KPD, no contento en insistir en sus errores, se convirtió en el campeón del oportunismo, elevándose al rango del más fiel lacayo del estalinismo entre todos los partidos de la IC. No sólo fue el motor de las tácticas del «frente único» y del «gobierno obrero», sino que fue el primer partido en aplicar la política de células de fábrica y la «bolchevización» propuestas por Stalin. La derrota de la clase obrera en Alemania contribuyó igualmente a reforzar la posición del estalinismo. Tanto en Rusia, como a escala internacional, la burguesía pudo entonces intensificar su ofensiva e imponer a la clase obrera la peor contrarrevolución que jamás haya sufrido. Además, después de 1923, el Estado ruso fue reconocido por los demás países capitalistas y por la Sociedad de naciones.
En 1917, la conquista del poder en Rusia constituyó el acto inaugural de la primera oleada revolucionaria mundial. Sin embargo, el capital consiguió impedir el triunfo de la revolución, sobre todo en países clave como Alemania. Las lecciones de la toma del poder por el proletariado ruso en 1917, así como las enseñanzas de la derrota de la revolución en Alemania, y especialmente la comprensión de cómo la burguesía consiguió impedir la victoria de la revolución en ese país central y las consecuencias que de ello se derivaron para la dinámica internacional de las luchas, sobre la degeneración de la revolución en Rusia… todos estos elementos forman parte de una única oleada revolucionaria internacional, de una misma experiencia histórica de la clase obrera.
Para que la próxima oleada revolucionaria sea posible, para que la próxima revolución pueda triunfar, la clase obrera está obligada a hacer suya esa experiencia inestimable.
DV
Tras unas manifestaciones de reconocimiento mutuo y de debate estos años pasados entre los grupos que forman la Izquierda comunista, llegándose incluso a la realización en Gran Bretaña de una reunión pública común sobre la Revolución rusa entre el Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) y la Corriente comunista internacional, la reciente guerra de la OTAN en los Balcanes era una prueba para apreciar la capacidad de estos grupos en asumir una defensa común del internacionalismo lo más amplia y fuerte posible. Desgraciadamente, los grupos han rechazado el llamamiento de la CCI de hacer una declaración en común contra la matanza imperialista en Kosovo. Ya hemos hecho un primer balance de las reacciones a este llamamiento en nuestra Revista internacional nº 97.
En este artículo queremos contestar brevemente a la idea avanzada por el BIPR que afirma que el método político, supuestamente «idealista», de la CCI, justificaba dicho rechazo.
«Cuando escribís en vuestro volante que “es porque, desde la huelga masiva del 68 en Francia, la clase obrera mundial ha desarrollado sus luchas sin someterse a la lógica del capitalismo en crisis por lo que ha sido capaz de impedir el desencadenamiento de una tercera guerra mundial”, demostráis que seguís prisioneros de vuestros esquemas, que ya hemos caracterizado como idealistas e inoperantes, hoy, para las exigencias de claridad y de solidaridad teórica y política necesarias para la intervención en la clase» (carta del BIPR, 8 de abril de 1999, traducido del inglés por nosotros).
Es verdad que el idealismo sería un defecto profundo para una organización revolucionaria. El idealismo es un elemento importante de los cimientos filosóficos de la ideología burguesa. Al buscar la fuerza motriz primera de la historia en las ideas, la moral y las verdades, producto de la conciencia humana, el idealismo es una de las bases fundamentales de todas las ideologías de la clase dominante, para con ella esconder la explotación de la clase obrera y negarle a ésta toda capacidad real de emancipación. La división del mundo en clases y la posibilidad y necesidad de la revolución comunista para destruir esta sociedad sólo pueden ser entendidas mediante la concepción materialista de la historia. La historia del pensamiento se explica mediante la historia del ser, y no lo contrario.
Pero ¿por qué el concepto de curso histórico, que analiza la relación de fuerzas entre las clases en un período histórico determinado y saca la conclusión de que hoy no está abierta la vía hacia una guerra imperialista generalizada, sino que sigue abierta a grandes enfrentamientos entre las clases..., sería «idealista» ?. La carta que nos escribe la Communist Worker’s Organisation (el BIPR en Gran Bretaña) y que rechaza la idea de una reunión pública común en Gran Bretaña sobre la guerra intenta explicarlo: «A vosotros os puede parecer un detalle, pero para nosotros esto pone en evidencia hasta qué punto estáis alejados de la realidad. Estamos absolutamente aterrados por la ausencia de respuestas proletarias ante el rumbo tomado por la situación. “Socialismo o barbarie” es una consigna que tiene un sentido absoluto en esta crisis. ¿Cómo podéis mantener que la clase obrera impide la guerra cuando la evidencia de lo que ocurre en Yugoslavia muestra hasta qué punto los imperialistas (grandes y pequeños) tienen las manos libres? (...) La guerra actual se está desencadenando a 800 millas de Londres (en línea recta). ¿Tendrá que estallar en Brighton para que corrijáis sus perspectivas? La guerra es un paso serio hacia la barbarie generalizada. No podemos luchar juntos por una alternativa comunista si seguís sugiriendo que la clase obrera es una fuerza con la cual se ha de contar en el período actual» (carta de la CWO, 26 de abril de 1999, traducido del inglés por nosotros).
Así pues, el idealismo, nuestro idealismo, no estaría «inscrito en la realidad», al menos con la realidad tal como la entiende el BIPR. Para empezar, digamos que la acusación de idealismo, acusación grave, resulta difícilmente aceptable tal como la expresa el BIPR pues se limita a reducir una cuestión histórica a un problema de «sentido común».
La rápida exposición de la realidad tal como la entiende el BIPR sufre particularmente de ausencia de materialismo histórico y depende demasiado de un razonamiento basado en un «sentido común» ahogado por hechos recientes y locales. Nos afirma que la consigna «socialismo o barbarie» describe perfectamente la realidad, que las perspectivas históricas alternativas de las dos clases principales enemigas en la sociedad están en juego en los Balcanes. Y termina contradiciéndose unas líneas más bajo afirmando que el proletariado, y con él su perspectiva histórica, el socialismo, no cuentan para nada en la situación.
O sea que no quedaría nadie en el mundo, sino el BIPR, para empuñar la bandera de la alternativa comunista. Ese análisis contradictorio de la realidad, de la realidad «inmediata», «evidente», no tiene nada de dialéctico, mal que le pese al BIPR, puesto que fracasa precisamente cuando ha de ver cómo, en una situación precisa, se revelan las tendencias históricas fundamentales.
Mientras que la CCI ha intentado por lo menos entender cuál es el peso histórico del proletariado en la guerra de los Balcanes, sin minimizar de ningún modo la gravedad de la situación, el BIPR (expresándose precisamente al modo empírico de Bacon y Locke ([1])), prefiere valorar los acontecimientos partiendo de su proximidad geográfica con Londres o Brighton. El proletariado no es entonces aparentemente una «fuerza con la cual se ha de contar en el período actual», puesto que no existen hechos tangibles que prueben lo contrario, puesto que no se ha confirmado empíricamente en la realidad inmediata. El BIPR no logra ver al proletariado en la situación histórica actual, no lo siente, no lo huele, no lo saborea ni lo oye. Concluye entonces que no está presente. Y cualquiera que se atreva a pensar que sigue siendo una fuerza, por limitada que sea, que sigue estando presente, por débil que sea su presencia, entonces, ése, es un idealista.
Resulta entonces que las tendencias contrarias a la aparente ausencia del proletariado – en particular la ausencia de apoyo a la guerra por parte de las clases obreras de Europa occidental o de Norteamérica – son ignoradas como factores que tener en cuenta. Las tendencias latentes en los acontecimientos, que sólo pueden ser entendidas como signos negativos en la situación, como huellas en la arena, han de ser, sin embargo, tenidas en cuenta para conseguir un análisis serio de una realidad histórica más amplia.
El método que no ve los acontecimientos sino como simples hechos, sin considerar sus relaciones históricas, no es materialista más que en el sentido metafísico: «Por eso este método de observación, al transplantarse, con Bacon o Locke, de las ciencias naturales a la filosofía, provocó la estrechez especifica característica de estos últimos siglos: el método metafísico de especulación.
Para el metafísico, los objetos de investigación aislados, fijos, rígidos, enfocados uno tras otro, cada cual de por sí, como algo dado y perenne. Piensa sólo en antítesis sin mediatividad posible; para él, una de dos: “sí, sí, no, no; porque lo que va más allá de esto, de mal procede”. Para él una cosa existe o no existe; un objeto no puede ser al mismo tiempo lo que es y otro distinto. Lo positivo o lo negativo se excluyen en absoluto. La causa y el efecto revisten asimismo, a sus ojos, la forma de una rígida antítesis. A primera vista, este método discursivo nos parece extraordinariamente razonable, porque es el del llamado sentido común. Pero el mismo sentido común, personaje muy respetable de puertas adentro, entre las cuatro paredes de su casa, vive peripecias verdaderamente maravillosas en cuanto se aventura por los anchos campos de la investigación; y el método metafísico de pensar, por muy justificado y hasta por necesario que sea en muchas zonas del pensamiento, más o menos extensas según la naturaleza del objeto de que se trate, tropieza siempre, tarde o temprano, con una barrera franqueada, la cual se torna en un método unilateral, limitado, abstracto, y se pierde en insolubles contradicciones, pues, absorbido por los objetos concretos, no alcanza a ver su concatenación; preocupado con su existencia, no para mientes en su génesis ni en su caducidad; concentrado en su estatismo, no advierte su dinámica; obsesionado por los árboles, no alcanza a ver el bosque» (F. Engels, Del Socialismo utópico al socialismo científico).
El empirismo – el sentido común –, asimila el materialismo histórico y su método dialéctico al idealismo, al no entender que el marxismo se niega a ver los hechos en su apariencia inmediata.
El BIPR se opone a la historia del movimiento revolucionario cuando califica de idealista el «esquema» del curso histórico. El grupo de la Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia que publicaba Bilan en los años 30 ¿ acaso era culpable de idealismo cuando desarrollaba ese concepto para determinar si la historia iba hacia la guerra o hacia la revolución ? ([2]) Esta es una de las cuestiones a las que tendría que contestar el BIPR puesto que Bilan forma parte intrínseca de la historia de la Izquierda italiana de la que se reivindica.
Pero si el BIPR se cree capaz de utilizar de forma unilateral el materialismo histórico, proponiendo una supuesta verdad evidente de los hechos, también es culpable de utilizar esquemas mecánicos para inventar hechos inexistentes. En su hoja internacionalista en contra de la guerra en la ex Yugoslavia, defiende la idea de que uno de los motivos de la intervención de la OTAN era «asegurarse el control del petróleo del Cáucaso». ¿Cómo puede el BIPR alcanzar semejante grado de fantasía? Pues lo alcanza aplicando el esquema según el cual la principal fuerza motriz que empuja el imperialismo hoy es la búsqueda de beneficios económicos «para ganarse el control de los recursos petrolíferos, las rentas del petróleo y de los mercados comerciales y financieros».
Quizás sea eso un esquema materialista, lo que sí es, seguro, es materialismo mecánico. Aún cuando el principal factor del imperialismo moderno siguen siendo las contradicciones económicas fundamentales del capitalismo, este esquema ignora los factores políticos y estratégicos predominantes en el conflicto entre los Estados nación.
Si el BIPR adopta una actitud empírica cada vez que tiene que definir el papel de la clase obrera en cualquier acontecimiento histórico, también muestra que, sobre las cuestiones más generales y decisivas, es perfectamente capaz de analizar de forma marxista, y esto nunca lo podrá lograr el «sentido común». Su hoja sobre la guerra – como también las hojas de los demás grupos de la Izquierda comunista – revela que detrás de las metas aparentemente humanitarias de las grandes potencias unidas en el Kosovo se esconde un enfrentamiento más amplio e inevitable. También muestra que los pacifistas e izquierdistas, a pesar de las impresionantes declamaciones en contra de la violencia, no hacen sino alimentar las hogueras bélicas... Finalmente, aunque no pueda ver al proletariado como una fuerza en la situación actual, afirma, sin embargo, que la lucha de la clase obrera que desemboca en la revolución es el único medio de superar la creciente barbarie capitalista.
La posición proletaria internacionalista, común a los diversos grupos de la Izquierda comunista sobre la guerra, compartida tanto por la CCI como por el BIPR, es perfectamente marxista y fiel al método del materialismo histórico.
Al menos sobre este punto, la acusación de idealismo lanzada contra la CCI se derrumba del todo.
En su carta a Wilhem Bracke en 1875 que introduce la Crítica al programa de Gotha del Partido obrero socialdemócrata de Alemania, Carlos Marx dice que «cualquier paso hacia delante, cualquier progresión real importa más que una docena de programas». Esta frase famosa sigue siendo un punto de referencia para la acción unida de los revolucionarios. Es una aplicación perfecta de lo que ponían de relieve las no menos famosas Tesis sobre Feuerbach que demostraron que el materialismo histórico no es otra filosofía contemplativa más, sino un arma de la acción proletaria. «La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana o autotransformación no pueden ser comprendidas racionalmente sino como práctica revolucionaria» y «los filósofos no han hecho sino interpretar diversamente el mundo, lo que importa es transformarlo».
En su carta introductoria y en su texto, Marx critica severamente al programa de unidad del Partido socialdemócrata alemán por las concesiones hechas a los lasalianos ([3]). Considera que un «acuerdo en favor de la acción contra el enemigo común» es de la mayor importancia, y sugiere que hubiese sido preferible posponer la redacción del programa hasta «una época en la que esos programas hubiesen sido preparados por una larga actividad común» (carta a Bracke). Las divergencias extremas no eran entonces obstáculos a la acción unida, sino que, al contrario, iban a confrontarse en ese contexto.
Como ya pusimos en evidencia en nuestro llamamiento, Lenin y los demás representantes de la izquierda marxista aplicaron este mismo método en la conferencia de Zimmerwald en 1915, en la que firmaron su famoso manifiesto contra la Primera Guerra mundial. Y eso que aquellos había expresado críticas y desacuerdos a causa de las graves carencias de la Conferencia, poniendo a votación incluso su propia posición ([4]), que fue rechazada por la mayoría de la Conferencia.
El BIPR ya ha intentado hacer un sesudo trabajo para demostrar que ese ejemplo histórico de unidad de los revolucionarios en el pasado tuvo lugar en circunstancias diferentes y no puede entonces aplicarse en el período actual. En otras palabras, el BIPR no quiere ver los hilos que unen el pasado de Zimmerwald al presente. No ve en él más que un episodio acabado del pasado, que sólo a los historiadores podría interesar.
La diversidad de las circunstancias en las que se realizó la unidad de los revolucionarios en el pasado no es ni mucho menos la prueba de su imposibilidad para el movimiento revolucionario actual; esa diversidad pone, al contrario, en evidencia su total validez actual.
Y lo más convincente todavía en lo que se refiere a la defensa por parte de Marx o de Lenin del trabajo en común entre revolucionarios, es que las diferencias entre eisenachianos y lasalianos en el primer caso, en el segundo entre la Izquierda marxista (y en primera línea los bolcheviques) y los socialdemócratas en Zimmerwald, eran mucho más importantes que las diferencias existentes entre los grupos de la Izquierda comunista actual.
Marx preconizaba el trabajo en común, en un mismo partido, con una tendencia que defendía, nada menos, que el «Estado libre», los «derechos iguales», el «justo reparto del producto del trabajo», que hablaba de la «ley de bronce del salario» y demás prejuicios burgueses. En cuanto al Manifiesto de Zimmerwald, no era sino una oposición común a la Primera Guerra mundial imperialista entre internacionalistas intransigentes que llamaban a la guerra civil contra la guerra imperialista y a la constitución de una nueva Internacional por un lado y, por el otro, pacifistas, centristas y demás indecisos que hasta tenían como perspectiva la reconciliación para con los socialpatriotas y rechazaban las consignas revolucionarias de la izquierda. En el medio comunista actual, por el contrario, no existe ninguna concesión a las ilusiones democráticas o humanistas. Existe una denuncia común de la guerra como guerra imperialista, una denuncia común del pacifismo y del chovinismo de las izquierdas, y un compromiso común a favor de la «guerra civil», o sea, oponer a la guerra imperialista la perspectiva y la necesidad de la revolución proletaria.
Lenin firmó el Manifiesto de Zimmerwald, a pesar de todas sus inconsistencias e insuficiencias, para hacer avanzar el movimiento real. En su artículo «El Primer paso», redactado inmediatamente después de la primera conferencia de Zimmerwald, escribe: «Es un hecho que este manifiesto da un paso adelante hacia la lucha auténtica contra el oportunismo, hacia la ruptura con él y la separación de él. Sería sectarismo negarse a dar este paso adelante junto con la minoría de los alemanes, franceses, suecos, noruegos y suizos cuando conservamos la plena libertad y la plena posibilidad de criticar la inconsecuencia y conseguir más. Sería una mala táctica militar negarse a marchar junto con el creciente movimiento internacional de protesta contra el socialchovinismo por el hecho de que este movimiento sea lento, de que dé “únicamente” un paso adelante, de que esté dispuesto y desee dar mañana un paso atrás y reconciliarse con el viejo Buró socialista internacional» (Lenin, «El primer paso»).
Karl Radek llega a la misma conclusión en otro artículo sobre esta conferencia: «La izquierda ha decidido votar por el Manifiesto por las razones siguientes: sería doctrinario y sectario separarnos de las fuerzas que han empezado, en cierta medida, la lucha contra el socialpatriotismo en sus propios países cuando deben hacer frente a ataques furibundos por parte de los socialdemócratas» (La Izquierda de Zimmerwald, traducido por nosotros).
No cabe duda de que los revolucionarios de hoy han de actuar contra el desarrollo de la guerra imperialista con el mismo método que utilizaron Lenin y la Izquierda de Zimmerwald contra la Primera Guerra mundial. Los avances del movimiento revolucionario como un todo es la prioridad central. La diferencia principal entre los acontecimientos de aquel entonces y los actuales pone en evidencia la mayor convergencia política entre los grupos revolucionarios actuales comparados con la izquierda y el centro en Zimmerwald ([5]), y por consiguiente la mayor necesidad y justificación para una acción común.
Una declaración internacionalista común y otras expresiones de actividad unida en contra de la guerra de la OTAN, es evidente que hubiesen incrementado notablemente la presencia política de la izquierda comunista, comparada con el impacto de cada grupo por separado. Hubiese sido un antídoto material, real, a las divisiones nacionalistas impuestas por la burguesía. La intención común de hacer avanzar el movimiento real hubiese creado un polo de atracción más fuerte para aquellos militantes que actualmente están desorientados por la dispersión desconcertante de los diferentes grupos. Y la unión de fuerzas hubiese tenido un impacto más amplio sobre la clase obrera como un todo. Por encima de todo, hubiese sido un punto de referencia histórico para los revolucionarios de mañana, como lo fue el Manifiesto de Zimmerwald al lanzar una señal de esperanza para los futuros revolucionarios en las trincheras. ¿ Cómo caracterizar el método político que consiste en rechazar una acción común así?. La respuesta nos la dan Lenin y Radek: es doctrinario y sectario ([6]).
Si nos hemos limitado a dos ejemplos históricos, no es de ningún modo porque falten más ejemplos de acciones comunes por parte de los revolucionarios del pasado. Las Primera, Segunda y Tercera internacionales fueron formadas todas ellas con la participación de elementos que no aceptaban ni siquiera las premisas del marxismo, como los antiautoritarios en la AIT, o los anarcosindicalistas franceses y españoles que defendían el internacionalismo y la Revolución rusa y, por esa razón, fueron bienvenidos en la IC.
Tampoco podemos olvidarnos de que el espartaquista Karl Liebnecht, saludado por toda la izquierda marxista como el más heroico defensor del proletariado durante la Primera Guerra mundial, sí era un idealista en el pleno sentido de la palabra, puesto que rechazaba el método materialista dialéctico en favor de la filosofía de Kant.
La mayoría de los grupos actuales se imaginan que uniéndose, aunque solo sea para una actividad mínima, van diluir o hacer confusas las importantes divergencias que tienen con los demás. Esto es totalmente falso. Tanto después de la formación del Partido socialdemócrata alemán como después de Zimmerwald, no se produjo la menor disolución oportunista de las divergencias entre los participantes, sino todo lo contrario, se hicieron más vivas y, en la práctica misma, se evidenciaron las posiciones de las tendencias más claras. Los marxistas acabaron dominando totalmente el partido alemán y, después de 1875, también a los lasalianos en la Segunda internacional. Tras Zimmerwald, las posiciones intransigentes de la izquierda, que habían sido minoritarias, prevalecieron totalmente durante los años siguientes cuando la oleada revolucionaria que había empezado en Rusia en 17 confirmó la validez de su política en el propio curso de los acontecimientos, mientras los centristas, en cambio, caían en brazos de los socialpatriotas.
Si no hubieran puesto a prueba sus posiciones en el marco, limitado, de una acción común, su éxito futuro no hubiese sido posible. La Internacional comunista es efectivamente deudora de la izquierda de Zimmerwald ([7]).
Estos ejemplos de la historia del movimiento revolucionario también confirman otra de las famosas Tesis sobre Feuerbach: «La cuestión de la atribución al pensamiento humano de una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino una cuestión práctica. Es en la práctica donde el hombre tiene que dar la prueba de la verdad, o sea de la realidad y la fuerza de su pensamiento, la prueba de que éste pertenece al mundo. El debate sobre la realidad o la irrealidad del pensamiento aislado de la práctica no es sino una cuestión puramente escolástica».
Al rechazar un marco práctico para su movimiento común, en el que podrían enfrentarse sus divergencias, los grupos de la Izquierda comunista tienden a reducir a un nivel escolástico sus diferencias sobre la teoría marxista. Aunque tengan esos grupos la voluntad de probar la validez de su posición en la práctica de la lucha de clases, este objetivo seguirá siendo un objetivo vano si no son capaces de poner orden en su propia casa y verificar sus posiciones en una relación concreta con las demás tendencias internacionalistas.
El reconocimiento de un mínimo de actividad común es la base en la que pueden plantearse claramente las divergencias, confrontarse, dar sus pruebas y clarificarse, para todos aquellos militantes que emergen de las filas del proletariado, particularmente en los países en que la Izquierda comunista todavía no tiene presencia organizada. Esto es desgraciadamente lo que los grupos comunistas actuales se niegan a entender. Los grupos de la corriente bordiguista defienden el sectarismo como un principio. Sin llegar a esos extremos, el BIPR tiende a rechazar cualquier confrontación seria de posiciones políticas: «Criticamos a la CCI (...) por esperar que lo que llaman “medio político proletario” retome y debata de sus preocupaciones cada día más extrañas» ([8]) (traducido del inglés por nosotros) afirma en Internationalist Communist, nº 17, revista del BIPR, dedicada en parte a marcar sus divergencias con la CCI, en sus respuestas a elementos en búsqueda en Rusia y otros sitios que se preguntan sobre la responsabilidad de los internacionalistas y su acción común ante la guerra imperialista. Resulta particularmente desolador comprobar que el medio internacionalista rechaza cualquier debate serio por miedo de enfrentarse con ideas opuestas. El movimiento revolucionario necesita hoy recuperar la confianza que los marxistas del pasado tenían en sus ideas y posiciones políticas.
La acusación de idealismo hecha a la CCI no tiene ni pies ni cabeza. Esperamos, al menos, críticas más sólidas y desarrolladas sobre semejante afirmación.
Ante la situación internacional que va empeorando y las exigencias crecientes con que se enfrenta la clase obrera, tendría que quedar claro que el método materialista del movimiento revolucionario marxista exige una respuesta común. La Izquierda comunista no se ha puesto a la altura de todas sus responsabilidades durante esta guerra en Kosovo, pero los acontecimientos venideros la obligarán a ponerlas en el centro de sus preocupaciones.
Como, 11/9/99
[1] Francis Bacon (1561-1626) y John Locke (1632-1704) fueron dos filósofos materialistas ingleses.
[2] En un artículo titulado explícitamente «La carrera hacia la guerra», publicado en el número 29 de marzo del 36, Bilan plantea el problema del curso histórico de esta forma: «Los partidarios del gobierno actual (...) merecen el agradecimiento eterno del sistema capitalista por haber llevado a sus consecuencias últimas la obra de aplastamiento del proletariado. Sólo tras haber decapitado la única fuerza capaz de crear una sociedad nueva, han podido también abrir las puertas a lo inevitable, la guerra, punto extremo de las contradicciones internas del régimen capitalista. (...) ¿Cuándo ocurrirá la guerra? Nadie lo puede predecir. Lo que sí es cierto, es que todo está listo para ella». Y otro artículo del mismo número 29 vuelve sobre el tema, precisando las condiciones del curso a la guerra imperialista que se estaba afianzando en aquel entonces: «Estamos totalmente convencidos que con la política de traición socialcentrista que conduce al proletariado hacia la impotencia de clase en los países “democráticos”, con el fascismo que logra los mismos objetivos por medio del terror, se han construido las premisas indispensables para el desencadenamiento de una nueva matanza mundial. La trayectoria degenerativa de la URSS y de la IC es uno de los más alarmantes síntomas de la huida hacia el precipicio de la guerra».
Se ha de recordar al BIPR y a los grupos bordiguistas cuál era la perspectiva de acción que propuso entonces Bilan a las diversas fuerzas que se mantenían fieles al comunismo: «La única respuesta que podrían oponer los comunistas a los acontecimientos que acabamos de vivir, la única manifestación política que podría ser un jalón en la victoria de mañana, sería una Conferencia internacional que reúna las pocas membranas que quedan hoy del cerebro de la clase obrera mundial». Nuestra preocupación por determinar el curso histórico, y nuestro llamamiento a una defensa común del internacionalismo, están en perfecta continuidad con la tradición de la Izquierda italiana, por mucho que les desagrade a algunos ignorantes.
[3] El Partido socialdemócrata de Alemania se formó con la unificación de dos grandes corrientes, la de los lasalianos (del nombre de su dirigente, Lasalle) y la marxista, los eisenachianos, nombre que les viene de Eisenach, ciudad en que esa tendencia se transformó en Partido obrero socialdemócrata de Alemania, en 1869.
[4] Ya hemos puesto en evidencia la validez actual de la política unitaria de la Izquierda de Zimmerwald para el campo internacionalista en la Revista internacional nº 44, en 1986.
[5] En realidad, hasta podemos afirmar que las divergencias en la misma izquierda de Zimmerwald eran mayores que las del campo internacionalista actual. Había entonces, en particular, importantes divisiones sobre si la liberación nacional seguía siendo posible, y por consiguiente si la consigna del «derecho de las naciones a la autodeterminación» formaba todavía parte de la política marxista. Las posiciones zanjadas y opuestas entre Lenin por un lado y Trotski y Radek del otro sobre el levantamiento de Pascua de 1916 en Dublín sacaron a la luz de forma aguda las divergencias en la misma izquierda de Zimmerwald. En el mismo Partido bolchevique, existían en aquel entonces divergencias importantes sobre la cuestión de la autodeterminación nacional, con Bujarin y Piatakov que afirmaban su arcaísmo, y sobre la validez de la consigna de «derrotismo revolucionario» y de «Estados unidos de Europa».
[6] La política de Lenin de unidad internacionalista no se limitó al movimiento de Zimmerwald. También la aplicó en la misma socialdemocracia rusa animando al trabajo común con grupos no bolcheviques como el de Trotski, Nache Slovo. Si sus esfuerzos no lograron triunfar hasta la Revolución rusa, se debió, en aquel entonces, al sectarismo de Trotski.
[7] «Las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal tuvieron su importancia en la época el que era necesario unir a todos los elementos proletarios dispuestos de una forma u otra a protestar contra la matanza imperialista (...). El agrupamiento de Zimmerwald ha cumplido con su tarea. Todo lo que había en él de verdaderamente revolucionario se ha pasado y se ha adherido a la Internacional comunista» (Declaración hecha por los participantes a la Conferencia de Zimmerwald en el Congreso de la IC, firmada por Rakovski, Lenin, Zinoviev, Trotski y Platten).
[8] «We criticise the ICC (...) for expecting what call the “proletarian political milieu” to take up and debate their increasingly outlandish political concerns».
Links
[1] http://www.lexpansion.com
[2] http://www.worldbank.org
[3] https://es.internationalism.org/en/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica
[4] https://es.internationalism.org/en/tag/21/364/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-que-esta-al-orden-del-dia-de-la-historia
[5] https://es.internationalism.org/en/tag/21/520/crisis-economica
[6] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/irak
[7] https://es.internationalism.org/en/tag/noticias-y-actualidad/irak
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[12] https://es.internationalism.org/en/tag/3/47/guerra
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