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La cuestión nacional según la leyenda bordiguista
Preámbulo
El 29 de agosto de 1953 (recuerden esta fecha) en Trieste, Amadeo Bordiga (1889-1970) presentó un informe a la reunión interregional de su grupo, que acababa de separarse del Partido Comunista Internacionalista (PCI) y que temporalmente conservó el mismo nombre. El acta de esta reunión, que se publicó bajo el título, Factores de raza y nación en la teoría marxista, incluye un pasaje entusiasta sobre el Congreso de los Pueblos de Oriente celebrado en Bakú en septiembre de 1920, poco después del II Congreso de la Internacional Comunista: «Fue el presidente de la Internacional Proletaria, Zinoviev (que no era en absoluto belicoso en su porte), quien leyó el último manifiesto del Congreso; Y a su voz responden los hombres de color con un solo grito, blandiendo sus espadas y sables. La Internacional Comunista llama a los pueblos de Oriente a derrocar a los opresores occidentales por la fuerza de las armas; él les grita: “¡Hermanos! ¡Les llamamos a la guerra santa, a la guerra santa en primer lugar contra el imperialismo británico![1]
Siete años más tarde, el 12 de noviembre de 1960, se inauguró en Bolonia una nueva asamblea general del mismo grupo político que ahora había tomado el nombre de Partido Comunista Internacional (PCInt), una reunión que confirmó totalmente esta orientación favorable a hacia los movimientos coloniales. El acta de esta reunión, pomposamente titulada El fulgurante despertar de los pueblos de color en la visión marxista, decía: «Desde la perspectiva marxista, los movimientos coloniales ocupan algo muy distinto de la posición de agente pasivo, por así decirlo, de la mecánica de la recuperación proletaria. La estrategia proletaria puede admitir, según la época histórica y la correlación concreta de fuerzas, que el proletariado de las metrópolis tiene, desde el comienzo de la crisis, la iniciativa del movimiento a escala mundial, o que la acción de las masas de los países “atrasados” lanza la agitación del proletariado de los “países desarrollados”. Pero en ambos casos, lo que importa es la soldadura que hay que realizar, y aquí es donde radica la dificultad».[2]
Después de un primer congreso que representó un inmenso paso adelante, el segundo congreso de la Internacional Comunista se caracterizó por una serie de regresiones programáticas. El Congreso de los Pueblos de Oriente confirmó la deriva oportunista en la que se había embarcado la Internacional. Aislada tras el fracaso del primer intento de revolución en Alemania, rodeada por los ejércitos blancos apoyados por fuertes contingentes procedentes de las naciones burguesas más desarrolladas, la Revolución Rusa se encontraba en una peligrosa situación. Era necesario encontrar oxígeno para los proletarios rusos. La confusión de Lenin sobre la cuestión nacional, y que provocó toda una discusión dentro del movimiento obrero -en particular con Rosa Luxemburgo-, se convirtió, a causa de ese aislamiento de la Revolución Rusa, en una fuerte inclinación oportunista de los bolcheviques en 1920. Lo que caracteriza el oportunismo es la búsqueda de “atajos”, de soluciones engañosas a problemas políticos fundamentales. Desde este punto de vista, el Congreso de los Pueblos de Oriente en Bakú, con su llamamiento a la “guerra santa”, ilustra la agravación del proceso de degeneración de la Revolución Rusa.
Lo que sucedió después demostró la naturaleza catastrófica del apoyo a las luchas de liberación nacional. En Finlandia, en Turquía, en Ucrania, en China, en los países bálticos o en el Cáucaso, en todas partes, los llamamientos de los bolcheviques a la autodeterminación nacional condujeron al estímulo del nacionalismo, al fortalecimiento de la burguesía local y a la masacre de las minorías comunistas[3].
Esta posición fue retomada por la corriente bordiguista cuando surgió en la década de 1950. Aquí la búsqueda de atajos es producto de la impaciencia, uno de los principales factores del oportunismo. En pleno período de la contrarrevolución – en el período de reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial-, los bordiguistas creyeron encontrar en las luchas armadas en la periferia del capitalismo un detonante para la revolución proletaria mundial. Confunden la descolonización y los enfrentamientos que, en ese marco, se produjeron entre los dos bloques imperialistas de Oriente y Occidente con las revoluciones burguesas nacionales del período ascendente del capitalismo. Luego se sumergieron en las peores ambigüedades como la defensa de los derechos democráticos y las peores aberraciones como la apología de las masacres perpetradas por los Jemeres Rojos en Camboya, consideradas como una manifestación del “radicalismo jacobino” y acabaron sumándose a los coros estalinistas y trotskistas de la variante Mandel que saludaban al Che Guevara como símbolo viviente de la “Revolución democrática antiimperialista”, cobardemente asesinado por “El imperialismo yanqui y sus lacayos pro norteamericanos[4].
Cegados por el oportunismo, y a la espera de la mencionada “difícil soldadura”, los bordiguistas ignoraron lisa y llanamente el resurgimiento histórico de la lucha de clases a finales de los años sesenta y siguieron obcecados en las llamadas luchas antiimperialistas. Tanto es así que no podían ver que todos los militantes que reclutaron en los países de la periferia capitalista seguían defendiendo las posiciones nacionalistas del maoísmo. Este polvorín explotó en 1982 y transformó al PCInt de la principal fuerza numérica de la Izquierda Comunista a escala internacional, en un minúsculo núcleo de unos pocos militantes.
Por qué la posición del PCInt es un factor divisorio en la clase obrera
El PCInt reaccionó brevemente a nuestro artículo sobre la aplicación catastrófica de la posición bordiguista sobre las luchas de liberación nacional a la dramática situación en Palestina, aparecido en Revolution Internationale nº 501 (mayo-agosto de 2024), “Guerra en Medio Oriente. El obsoleto marco teórico de los grupos bordiguistas[5]. Leemos, de hecho, en Le Proletaire nº 553 (mayo-julio 2024) que «la CCI defiende una concepción libresca de una revolución pura que enfrenta sólo a burgueses y proletarios entre sí». Es muy cierto que tratamos de permanecer fieles a los principios marxistas y a todas las obras en las que estos principios son defendidos por militantes comunistas. También es cierto que defendemos el marco fundamental del enfrentamiento de las dos clases históricas de la sociedad, el proletariado y la burguesía, de las que depende el futuro de la humanidad. Acabamos de ver que este no es exactamente el caso de los bordiguistas, para quienes el mundo ya no está esencialmente dividido en clases, sino en colores, de los que se espera un “despertar incandescente”.
Con las gafas coloridas y distorsionadas de la opresión nacional, el PCInt está fascinado por la desesperada revuelta de los palestinos, aplastados durante décadas por el imperialismo. Cree encontrar en ella una fuerza subversiva, un ejemplo para las luchas obreras en el mundo, o el camino hacia la proletarización para una masa de desempleados empujados a la miseria por un capitalismo que se ha vuelto senil. Al hacerlo, pierde de vista la posición de base internacionalista de los comunistas que llaman a la confraternización de los trabajadores reclutados para la guerra imperialista. Rechaza la única manera de obtener esta confraternización, esta unión de proletarios israelíes y palestinos: la ruptura con la cárcel del nacionalismo, incluso alienta este nacionalismo exigiendo el “Derecho a la Autodeterminación”: «Pedir en estas condiciones la unión de los proletarios palestinos e israelíes (judíos) sin tener en cuenta la opresión nacional de los primeros sólo puede sonar como una frase vacía: esta unión nunca será posible mientras los proletarios israelíes no se disocien de la opresión nacional ejercida en su nombre por “su” Estado, mientras no reconozcan el derecho de los palestinos a la autodeterminación».
El resultado de esta estrategia del PCInt no es la radicalización de la lucha o la unidad de los proletarios, sino su división. En todo el mundo, la burguesía se está aprovechando de esta baza y se dedica a agravar la división entre pro palestinos y los que se declaran anti palestinos, para exacerbar un nacionalismo que se alimenta mutuamente, en un contexto en el que la clase obrera mundial aún no tiene la fuerza para oponerse a las guerras imperialistas regionales de hoy, y sufre su impacto negativo con un sentimiento de perplejidad, impotencia y fatalismo.
El daño causado por esta política a los elementos politizados, especialmente a los de los países de la periferia, ha sido enorme. Por ejemplo, en una reunión del PCInt en la década de 1980, uno de sus simpatizantes respondió a nuestra intervención, que defendía el principio del internacionalismo: “Si nos dan armas, ¡sería muy estúpido rechazarlas!” Se trata de una terrible ignorancia de la naturaleza del imperialismo que sólo puede conducir al desastre. Así fue en todos los grandes acontecimientos de la posguerra. En 1949 en China y en 1962 en Argelia[6], la política del PCInt favoreció el enrolamiento de inexpertos proletarios tras las banderas de una fracción de la burguesía local que, para aplastar a sus facciones rivales, se veía obligada a aliarse con una u otra burguesía de las potencias occidentales o soviéticas. Todos estos conflictos militares y guerrilleros, dada su naturaleza imperialista, llevaron al aplastamiento del joven proletariado de estas regiones.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en particular durante la descolonización, los jefes de los dos bloques imperialistas, la URSS[7] y los Estados Unidos, afirmando que ellos nunca habían colonizado ningún país, pretendían imponer su orden después de haberse repartido el mundo. Los Estados Unidos delegaron en países subalternos el papel de policía en sus antiguas colonias. Solo el desarrollo de la lucha del proletariado de los países centrales pudo debilitar esta presión del imperialismo sobre el proletariado de los países de la periferia. Con el regreso de la crisis económica a finales de la década de 1960 la competencia imperialista entre los dos bloques imperialistas se volvió aún más sangrienta. La desaparición de los dos bloques no ha detenido esta competencia imperialista entre naciones grandes y pequeñas, sino que, por el contrario, le ha dado un giro aún más bárbaro con la aplicación en todas partes de una política de tierra arrasada, de matanza sistemática de la población civil. Los comunistas, por su parte, deben preparar el terreno para la futura unión de los proletarios de todo el mundo, llamando a la ruptura con la guerra imperialista y con el nacionalismo, como lo hizo Lenin frente a los social- chovinistas en 1914.
Es muy cierto que el PCInt no tiene una “concepción libresca de la revolución”, pero eso va en el sentido de que menosprecia los textos marxistas. Por ejemplo, el Manifiesto Comunista que dice: “Los obreros no tienen patria. No se les puede quitar lo que no tienen.”
Hemos entablado muchas polémicas con el PCInt, tanto en el plano teórico examinando el enfoque marxista de la cuestión nacional[8], como en el plano histórico, extrayendo las lecciones de las derrotas proletarias[9]. En este artículo, nos proponemos examinar cómo la trayectoria del PCInt explica cómo se dejó atrapar por una posición sobre la cuestión nacional que se ha vuelto obsoleta. Este entrampamiento se dio en dos etapas: la primera en 1943 y en 1944-1945 con la formación oportunista del Partito Comunista Internacionalista[10] del que luego surgiría el PCInt, y la segunda con la liquidación de la herencia de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista cuando propiamente se formó el PCInt.
1943, ruptura con la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia
Bordiga dio el primer paso hacia el abandono del trabajo de fracción al retirarse de la vida política apenas la izquierda perdió la dirección del Partido Comunista de Italia. A finales de 1926, después de que los fascistas saquearan su casa, fue arrestado y deportado durante tres años a Ustica y luego a Ponza. Hay algunas huellas de su actividad política en prisión, cuando se pronunció junto a una minoría de presos comunistas contra la campaña anti-Trotsky. En marzo de 1930 fue expulsado por la dirección estalinista del PC, que se había refugiado en París. Luego se retiró de la vida política para dedicarse a su profesión de ingeniero arquitecto. En una conversación en 1936, dijo: «Me alegro de vivir fuera de los acontecimientos mezquinos e insignificantes de la política militante, de las noticias, de los acontecimientos cotidianos. Nada de eso me interesa»”.[11] No volvería a aparecer hasta 1944, más de 15 años después, en el sur de Italia, en una Fracción de comunistas y socialistas italianos.
Cortó así los lazos con otros militantes de la izquierda que, perseguidos por la policía de Mussolini y Stalin, se exiliaron en su mayor parte, principalmente en Francia y Bélgica[12]. Estos últimos estaban decididos a continuar la lucha contra la deriva oportunista de la Internacional Comunista. En 1928 formaron la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia. Su gran fuerza consistió en esclarecer y profundizar dos cuestiones esenciales: el reflujo y la derrota de la oleada revolucionaria, es decir la apertura de un período de contrarrevolución que preparó el camino para una nueva guerra mundial, y, por otro lado, la naturaleza de las tareas de las organizaciones revolucionarias en tal situación, es decir, un trabajo de fracción como el que Marx y Lenin llevaron a cabo contra el oportunismo en otros períodos desfavorables del movimiento obrero.
La tarea principal de la Fracción fue extraer las lecciones de la oleada revolucionaria de los años veinte, determinar qué posiciones habían sido validadas por la experiencia histórica, cuáles habían sido erróneas, y cuáles perdían su validez con la evolución del capitalismo. A diferencia de la Oposición de Izquierda de Trotsky, que reivindicaba plenamente su participación en los cuatro primeros congresos de la IC, la Izquierda italiana rechazó algunas de las posiciones adoptadas en el III y IV Congresos, y en particular la táctica del “frente único”. Si, después de la disolución de la Internacional, el partido continuaba su curso degenerativo y acababa por pasarse al campo de la burguesía, significaba que la situación no estaba madura para el surgimiento de un nuevo partido. La Fracción tenía pues que continuar su trabajo para crear las condiciones del futuro partido, y éste sólo podía resurgir con dos condiciones: que la Fracción hubiera completado su trabajo de balance mediante la elaboración de un nuevo marco programático correspondiente a la nueva situación, y que apareciera una situación no sólo de ruptura con la contrarrevolución, sino de un nuevo período de ascenso hacia la revolución, como ya lo habían establecido las Tesis de Roma (1922)[13].
A lo largo de este período, la Fracción llevó a cabo una notable labor de elaboración programática y fue, junto a un puñado de comunistas de las izquierdas comunistas holandesa y mexicana, la única organización que mantuvo una posición de clase intransigente frente a la Guerra Civil Española, ensayo general de la Segunda Guerra Imperialista Mundial. Sin embargo, el peso de la contrarrevolución fue paulatinamente acentuándose y la propia Fracción entró en un período de degeneración. Bajo el impulso de Vercesi, su principal teórico y animador, comenzó a elaborar una nueva teoría según la cual las guerras locales ya no representaban los preparativos para una nueva carnicería mundial, sino que estaban destinadas a impedir, mediante masacres de trabajadores, una supuesta amenaza proletaria en ascenso. Para Vercesi el mundo se hallaba, por tanto, en puertas de una nueva oleada revolucionaria. Por mucho que una minoría de la Fracción luchase contra esta nueva orientación, ésta se encontró completamente desorientada al estallar la Segunda Guerra Mundial. Estaba totalmente desarticulada, excepto por esta minoría que logró reconstituir la Fracción en 1941, principalmente en Marsella.
Cuando en 1942-43 se desarrollaron grandes huelgas obreras en el norte de Italia[14] que condujeron a la caída de Mussolini, la Fracción reconstituida consideró que, de acuerdo con su posición tradicional, “el camino de la transformación de la Fracción en partido en Italia está abierto” (Conferencia de agosto de 1943). Pero en la Conferencia de mayo de 1945, al enterarse de la constitución en Italia del Partito Comunista Internacionalista con las prestigiosas figuras de Onorato Damen y Amadeo Bordiga, la Fracción decidió disolverse y propiciar la entrada individual de sus miembros en el Partido. Fue el golpe de gracia a una ya debilitada Fracción que se derrumbó a pesar de las advertencias de Marc Chirik[15] que pedía a la Fracción que primeramente verificara las bases programáticas de este nuevo partido del que carecía incluso de documentos.
La formación del Partido Comunista Internacionalista en 1943 se justificó por el resurgimiento de las luchas de clases en el norte de Italia, suponiendo que estas serían las primeras luchas de una nueva oleada revolucionaria que surgiría tras la guerra, como así había sucedido durante la Primera Guerra Mundial. Pero una vez constatada que tal perspectiva no se realizaría, el Partido Comunista Internacionalista debió haber recurrido al trabajo de una fracción, continuar el trabajo de la Izquierda Italiana en el exilio y prepararse para trabajar a contracorriente en el medio hostil de la contrarrevolución[16]. Pero el Partido Comunista Internacionalista hizo todo lo contrario y se embarcó en una deriva oportunista, reclutando a la ligera en los círculos trotskistas y estalinistas, para justificar contra viento y marea la formación del partido. Hizo todo lo posible para adaptarse a las crecientes mistificaciones de una clase obrera en retirada.
Por ejemplo, el Partido Comunista Internacionalista había sido muy claro desde el principio calificando a la Resistencia como instrumento de la guerra imperialista y como una trampa nacionalista, pero luego se dedicó a agitar en los grupos partisanos con la ilusión de transformarlos “en órganos de autodefensa proletaria, dispuestos a intervenir en la lucha revolucionaria por el poder” (Manifiesto distribuido en junio de 1944). Llegó a participar en las elecciones de 1946 cuando surgió como Fracción abstencionista. Esta política oportunista del Partido Comunista Internacionalista resultaba más flagrante aún en las agrupaciones del sur de Italia. La “Fracción de izquierda de comunistas y socialistas” formada en Nápoles alrededor de Bordiga y Pistone practicó el “entrismo” en el PCI (Partido Comunista Italiano) estalinista hasta principios de 1945, siendo particularmente ambigua en lo tocante a la naturaleza política de la URSS. El Partido Comunista Internacionalista les abrió sin embargo las puertas, obnubilados por la presencia de Bordiga y de elementos del POC (Partido Obrero Comunista) que había sido la sección italiana de la Cuarta Internacional trotskista. Todo esto sin verificación, sin una discusión profunda con estos elementos, sin un examen crítico.
En las filas del Partido Comunista Internacionalista figuraban algunos militantes de la Fracción que habían regresado a Italia al comienzo de la guerra. Esta influencia de las posiciones de la Fracción es notoria en los primeros números de Prometeo. Pero en la Conferencia de Turín, a finales de 1945, el Partido Comunista Internacionalista aprobó el proyecto de programa que acababa de enviar Bordiga – que ni siquiera era aún miembro del partido – y que desconocía las posiciones de la Fracción. Esto simboliza la ruptura con el entramado organizativo elaborado por la Fracción en el exilio. Empeñarse en mantener un trabajo de partido en un período contrarrevolucionario era abrir de par en par las puertas del oportunismo, era hacer imposible la lucidez cuando la ideología dominante penetraba en el corazón de la organización. Este es el punto común que une a la corriente de Damen, por un lado, y, por otro, el bordiguismo que surgiría unos años más tarde.
1952, ruptura con el marco programático desarrollado por la Fracción de Izquierda
Un agrupamiento tan heterogéneo no podía durar. La escisión tuvo lugar en 1952, una escisión que supuso el nacimiento de la corriente bordiguista. Tras haber sido uno de los niciadores de la ruptura con el marco de trabajo de la Fracción, Bordiga dio un paso más, el de la ruptura con el propio marco programático elaborado por la Fracción de la Izquierda italiana en el exilio. En el nuevo partido, que pronto tomó el nombre de Partido Comunista Internacional (PCInt), los tres años 1951, 1952 y 1953 fueron años de fiebre revisionista. El objetivo es claro: “Ya no se trataba sólo de volver a atar los hilos dispersos de una oposición marxista o estalinista, sino para reconstruirlo ex novo, empezando de nuevo, en todos los frentes, desde cer[17].Es decir, barriendo con todas las contribuciones de las tres Internacionales y de la Izquierda Comunista de los años 20 y 30. Así:
1. Bordiga procedió, en primer lugar, a liquidar la teoría de la decadencia capitalista defendida por la Tercera Internacional. El capitalismo, por el contrario, estaba en permanente expansión era posible encontrar capitalismos juveniles aquí y allá.
2. Bordiga descubre que el proletariado es incapaz de desarrollar su conciencia antes de la toma del poder. Hasta ese momento, sólo dentro del partido la conciencia era un factor activo, lo que él llamaba “la inversión de la praxis”. Se trataba de tirar a la basura otra obra fundamental del marxismo, la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky[18].
3. Por supuesto, la negación de la conciencia en el seno del proletariado permitió trasladar al partido -y sólo al partido- las tareas revolucionarias que correspondían a las masas del proletariado organizadas en los consejos obreros. De acuerdo con esta visión sustitucionista, el Partido organiza y dirige técnicamente a toda la clase. Es monolítico, único y jerárquico, como una pirámide donde la cima está ocupada por el comité central del partido[19].
4. Con el Partido, el Estado se ha convertido en el órgano revolucionario por excelencia de la dictadura del proletariado. Basa su poder en el Terror Rojo[20]. En estas dos cuestiones, Bordiga echó por tierra dos de los principales avances de la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia. No sólo se rompió la continuidad con el trabajo programático de la izquierda, sino toda la continuidad del movimiento marxista. Era un rechazo al método de análisis de las principales experiencias del proletariado tal como Marx y Engels lo habían inaugurado, por ejemplo en la época de la Comuna de París, que les había permitido concluir: “Lo menos que se puede decir, es que el Estado es un mal heredado por el proletariado victorioso en la lucha por la dominación de clase y del que, como la Comuna, deberá recortar todo lo posible de los aspectos más perjudiciales, hasta que una generación crezca en condiciones sociales nuevas y libres, en condiciones de deshacerse de toda esta baratija del Estado”.[21]
5. Para colmo, Bordiga decretó la invariancia del marxismo en una reunión en Milán en septiembre de 1952 (¡un año fatídico para el Partido Comunista Internacionalista!). Mientras el programa comunista y la teoría marxista que lo sustenta son un proceso acumulativo que avanza con las lecciones extraídas de las revoluciones y contrarrevoluciones, con las experiencias del proletariado y la profundización teórica llevada a cabo por los comunistas sobre ellas, Bordiga, en cambio, lo convierte en un dogma muerto, un catecismo. Así es como Bordiga pretende luchar contra los revisionistas y modernizadores, poniéndose él mismo los dos trajes: el del revisionista y el del sacerdote: “Aunque el patrimonio teórico de la clase obrera revolucionaria ya no es una revelación, un mito, una ideología idealista como ocurría en las clases anteriores, sino una “ciencia” positiva, necesita, sin embargo, una formulación estable de sus principios y reglas de acción, que desempeñe el papel y tenga la eficacia decisiva que los dogmas han tenido en el pasado, catecismos, tablas, constituciones, guías como los Vedas, el Talmud, la Biblia, el Corán o la Declaración de los Derechos Humanos”.[22]
Tras haber concluido este trabajo de destrucción sistemática del patrimonio de la clase obrera[23], el Partido Comunista Internacionalista se ve obligado a constatar amargamente que la CCI sigue siendo hoy la única heredera de las posiciones programáticas elaboradas por la Fracción italiana en los años treinta. Se vio obligado a reconocerlo públicamente en un artículo dedicado -muy tardíamente- a la historia de la “Fracción de Izquierda en el extranjero”, como la llamaban, reconociendo incluso una ruptura en la continuidad teórica de la Izquierda italiana: «Sobre la cuestión de la guerra, sobre la cuestión de la crisis mundial del capitalismo, sobre la cuestión colonial, sobre todos estos temas, la Fracción comenzó a partir de 1935 a adoptar posiciones que, no nos complace decirlo, son las que hoy profesa la Corriente Comunista Internacional. (…) De hecho, debemos decir abiertamente, sin la menor intención de presentar una demanda contra los camaradas -como es parte de nuestra tradición- que el Partido que nació en 1952 no se relaciona con el patrimonio teórico de la Fracción[24]
Aislado del movimiento obrero, atrapado en una espiral idealista, incluso mística, el Partido Comunista Internacionalista intentó restablecer una especie de continuidad política sobre la base de la continuidad individual, es decir, sobre la base de la concepción del “jefe genial”, concepción que ya fue criticada por la Izquierda Comunista de Francia (GCF) en 1947[25]. Esta concepción idealista sigue vigente en el Partido Comunista Internacionalista hoy en día, como puede comprobarse en el mismo artículo que acabamos de citar, cuando nos explica de manera erudita las causas de la escisión de 1952. Para constituir el verdadero Partido, el “líder genio” tendría que haber terminado de pensar: «En este período, que en Italia fue el año 1952 -por supuesto se puede cuestionar si pudo haber nacido en 1950 y no en 1952, pero eso no tiene importancia-, la reconstitución del partido fue posible, porque entonces y sólo entonces fue posible hacer este balance. El propio Amadeo [Bordiga] no podría haberlo hecho diez años antes. Hemos podido mostrar que en el pensamiento de Amadeo ciertas cosas que aún no estaban claras en 1945 se esclarecieron en 1952».[26]
La Izquierda Comunista y la Cuestión Nacional
Pero volvamos a nuestro punto de partida, la cuestión nacional, desvelando cuál es el método de la Izquierda Comunista. A través de esta cita de Bilan, el órgano de la Fracción Italiana, podemos medir fácilmente el abismo que la separa del método esclerótico de la corriente bordiguista:
«Nuestra época está dominada por un pasado de auge revolucionario y por las sombrías derrotas que el proletariado acaba de sufrir en todo el mundo. El pensamiento marxista que gravita en torno a estos dos ejes tiene dificultades para deshacerse de restos inútiles, de fórmulas caducas, para liberarse de las “garras de los muertos”, para avanzar en la elaboración del nuevo material, necesario para las batallas del mañana. El reflujo revolucionario determina más bien una reabsorción del pensamiento, un retorno a las imágenes de un pasado “victorioso”. Y así el proletariado, la clase del futuro, se transforma en una clase desesperada que consuela su debilidad con declamaciones, con un misticismo de fórmulas vacías, mientras el rigor de la represión capitalista se aprieta cada vez más».
«Hay que proclamar, una vez más, que la esencia del marxismo no es la adulación de los dirigentes proletarios o de las fórmulas, sino una prospección viva y en continuo progreso, del mismo modo que la sociedad capitalista avanza cada vez más en la dirección del encarcelamiento de la revuelta de las fuerzas productivas. No completar la contribución doctrinal de las fases anteriores de la lucha proletaria es dejar a los trabajadores impotentes frente a las nuevas armas del capitalismo. Pero esta contribución no viene dada ciertamente por una suma de posiciones contingentes, de frases sueltas, de todos los escritos y discursos de aquellos cuyo genio expresó el grado alcanzado por la conciencia de las masas en un período histórico dado, sino más bien por la sustancia de su trabajo, que fue fecundado por la dolorosa experiencia de los obreros. Si en cada período histórico el proletariado sube un nuevo peldaño, si esta progresión se registra en los escritos fundamentales de nuestros maestros, no es menos cierto que la suma de las hipótesis, de los esquemas, de las probabilidades planteadas frente a problemas todavía embrionarios, debe ser sometida a la crítica más severa por parte de quienes, al ver florecer estos mismos fenómenos, pueden construir teorías no sobre lo “probable”, sino sobre el cemento de las experiencias nuevas. Además, cada período contiene sus límites, una especie de terreno de hipótesis que, para ser válidas, deben ser verificadas por los acontecimientos. Pero incluso cuando los fenómenos sociales se presentan ante nuestros ojos, los marxistas a veces quieren tomar prestados argumentos para sus intervenciones del viejo arsenal de hechos históricos».
«Pero el marxismo no es una biblia, es un método dialéctico; Su fuerza reside en su dinamismo, en su tendencia permanente a la elevación de las formulaciones adquiridas por el proletariado en la marcha hacia la revolución. Cuando la agitación revolucionaria barre sin piedad las reminiscencias, cuando pone en escena profundos contrastes entre las posiciones proletarias y el curso de los acontecimientos, el marxista no conjura que la historia adopte sus fórmulas anticuadas, que retroceda: comprende que las posiciones de principio previamente elaboradas deben ser empujadas más allá, que el pasado debe dejarse para los muertos. Y es Marx rechazando sus fórmulas de 1848 sobre el papel progresista de la burguesía, es Lenin pisoteando, en octubre de 1917, sus hipótesis de septiembre sobre el curso pacífico de la revolución, sobre la expropiación con la compra de los bancos; ambos para ir mucho más allá de estas posiciones: para enfrentarse a las verdaderas tareas de su tiempo. (…).»
«Por lo que a nosotros respecta, no temeremos demostrar que la formulación de Lenin del problema de las minorías nacionales ha sido superada por los acontecimientos y que su posición aplicada en el período de posguerra ha demostrado estar en contradicción con los elementos fundamentales que su autor le había dado: ayudar al estallido de la revolución mundial».
«Desde un punto de vista general, Lenin durante la guerra tenía toda la razón al subrayar la necesidad de debilitar por todos los medios a los principales Estados capitalistas, cuya caída habría acelerado sin duda el curso de la revolución mundial. Apoyar a los pueblos oprimidos era, para él, determinar movimientos de revuelta burguesa de los que los obreros podrían haberse beneficiado. Todo esto habría sido perfecto con una condición: que la situación general del capitalismo, la época del imperialismo permitiera todavía guerras nacionales progresivas, luchas comunes de burguesía y proletariado. En cuanto al segundo aspecto del problema planteado por Lenin, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, la revolución rusa demostró que, si bien la revolución proletaria no coincidía con su proclamación, no representaba más que un medio de canalizar la efervescencia revolucionaria, un arma de represión que todos los imperialismos sabían esgrimir en 1919, desde Wilson hasta los representantes del imperialismo francés, italiano e inglés[27]
Los límites de la autocrítica de 1989
A lo largo de todo el proceso que llevó a la formación de la CCI en 1975 resultó fundamental retomar la herencia de la Izquierda Comunista que había sido abandonada por la ruptura orgánica. El trabajo principal de la CCI fue retejer esta continuidad política tras la ruptura del vínculo entre las sucesivas organizaciones comunistas. Gracias a la acción militante y a los comentarios de la Izquierda Comunista de Francia y de Internacionalismo, merced también al resurgir de la clase a finales de los años sesenta, se hizo posible sintetizar las aportaciones de las diferentes corrientes de la Izquierda Comunista en un todo coherente basado en el marco de la decadencia del capitalismo. En este trabajo, la contribución de la Izquierda italiana fue central. Como acabamos de ver el Partido Comunista Internacionalista reconoce, con una franqueza que la honra, que las principales lecciones de la oleada revolucionaria y de la contrarrevolución elaboradas por la Fracción que publicó Bilan en francés son hoy defendidas por la CCI. Por otra parte el Partido Comunista Internacionalista trata de sacar las lecciones de su crisis interna provocada por esta posición oportunista defendida sobre la cuestión nacional, pero lo hace con enorme timidez.
A partir de Le Proletaire nº 401 (de mayo-junio de 1989), es decir, 7 años después de su devastadora crisis interna, el Partido Comunista Internacionalista reconoció que «la complejidad de la situación y la evolución de la Resistencia palestina provocaron un cierto número de vacilaciones y falsas posiciones en el partido. Así ocurría, por ejemplo, con la esperanza de que los núcleos de la futura vanguardia proletaria en la región nacieran de las organizaciones de izquierda de la OLP (...) La crisis que golpeó al partido de ayer, a principios de los años ochenta, tuvo precisamente como detonante la “cuestión palestina». Entre estas falsas posiciones, cita la demanda de un «mini-Estado palestino que sería un gueto para los proletarios palestinos» y llega a proclamar: «Palestina no vencerá; ¡Es la revolución proletaria la que vencerá!».
Pero pronto tuvimos que desilusionarnos ya que rápidamente aparecieron los límites de esta autocrítica. Se nos dice, por ejemplo, que desde la Segunda Guerra Mundial «el “factor nacional árabe” ha agotado ahora todo potencial para el progreso histórico en la vasta área que se extiende desde el Cercano Oriente hasta el Atlántico, cubriendo el norte de África». Esto significa que el Partido Comunista Internacionalista sigue siendo prisionero de su teoría de las áreas geohistóricas, es decir, de la idea de que hay zonas aquí y allá, donde el capitalismo es todavía joven, a pesar de que los trabajos de Rosa Luxemburgo y Lenin sobre el imperialismo muestran la realización del mercado mundial desde 1914. A partir de ese momento, el capitalismo se hizo senil en todo el mundo y la tarea del proletariado es la misma en todas partes: destruir el capitalismo y establecer nuevas relaciones de producción. Aquí es a donde conduce esta ambigüedad sobre las áreas geohistóricas: a reintroducir los intereses nacionales en la lucha del proletariado: «Según el marxismo, la orientación correcta, especialmente para las áreas en las que la revolución burguesa ya no está en el orden del día (donde, por tanto, ya no puede haber dobles revoluciones) pero en los que la cuestión nacional no ha sido resuelta, es insertarla a ella y a la lucha nacional en la lucha de clases revolucionaria. El objetivo de este último es la conquista del poder político, no para establecer un Estado nacional, sino el Estado de la dictadura del proletariado, instrumento de la revolución proletaria internacional». Moraleja: la lucha de clases revolucionaria puede llevarse a cabo incorporando, en su método y en sus objetivos, la cuestión nacional, es decir, haciendo necesariamente concesiones a esta última.
Las grandes frases sobre “la revolución proletaria internacional” no podrán salvar la posición del Partido Comunista Internacionalista sobre la cuestión nacional. Para mantener su coherencia, se ve constantemente obligado a reintroducir la lucha por los derechos democráticos y la reivindicación de la autodeterminación nacional. Al hacerlo, provoca una reacción de defensa chovinista entre los proletarios israelíes, al tiempo que noquea a los proletarios palestinos con discursos teñidos (oportunismo una vez más) de nacionalismo: «Para romper con su burguesía, los proletarios judíos israelíes deben disociarse de la opresión nacional ejercida contra los palestinos. No hay peor desgracia para un pueblo que subyugar a otro, dijo Marx sobre la opresión inglesa de Irlanda. Para salir de su situación, que es lamentable desde el punto de vista de la lucha de clases, los proletarios judíos israelíes tendrán que situarse en el doble terreno de la lucha contra la discriminación de los proletarios palestinos y árabes en sus condiciones de vida y de trabajo (por lo tanto, contra el confesionalismo del Estado israelí) y la defensa del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino, es decir, el derecho de todos los palestinos a establecer su Estado en Palestina[28]
Así, el Partido Comunista Internacionalista todavía no se da cuenta de que nuestro período no es el mismo que el de Marx. No podrá clarificar su problema hasta que reconozca que en la época del imperialismo (o de la decadencia del capitalismo) el viejo programa democrático-burgués ha sido enterrado junto con el programa nacional, que la nación ya no puede servir de marco para el desarrollo de las fuerzas productivas. Como dijo Rosa Luxemburgo: «Por supuesto, la frase nacional se ha mantenido, pero su contenido y función reales se han transformado en su opuesto. Sólo sirve para enmascarar las aspiraciones imperialistas lo mejor que puede, a menos que se utilice como grito de guerra en los conflictos imperialistas, el único y último medio ideológico para captar el apoyo de las masas populares y hacerlas jugar su papel de carne de cañón en las guerras imperialista[29]
Cuando el proletariado inicie un nuevo ascenso hacia la revolución tendrá que enfrentarse a las trampas del democratismo y del nacionalismo. En ese momento, la presencia de un Partido Comunista, con una claridad acreditada durante años sobre estas dos cuestiones, será decisiva para orientar al proletariado hacia la insurrección. Pero el marco político en el que se basa la plataforma del Partido Comunista Internacionalista está obsoleto en la cuestión nacional y en muchos otros puntos. La razón hay que buscarla en la ruptura con la continuidad del trabajo que realizaba la Izquierda Comunista de Italia. Habiendo roto esta continuidad con el pasado, el Partido Comunista Internacionalista ya no está en condiciones de construir el futuro, es decir, de contribuir a la formación del futuro Partido Mundial, un Partido no sectario, no jerárquico, no monolítico, no sustitutivo, sino un Partido dirigente, en el sentido no de una dirección técnica de clase, sino de una dirección política, de una orientación defendida de manera militante en el seno de la clase. Una orientación basada en el objetivo final comunista y en un análisis completo de la situación histórica.
La importancia de las variantes de la cuestión nacional entre los grupos bordiguistas
El Partido Comunista Internacionalista, cuyas posiciones acabamos de examinar, es sólo una de las expresiones de la actual diáspora bordiguista. Después de la explosión de 1982, los pocos militantes franceses supervivientes se acercaron a los que en Italia habían publicado Il Comunista para reconstituir un nuevo Partido Comunista Internacionalista que pretendía continuar el trabajo del anterior. Sería tedioso contar la cantidad de Partidos Comunistas Internacionalistas dispersos por varios continentes y todos los que se reivindican del bordiguismo a partir de 1952. Mencionemos sólo la otra rama que se mantuvo en Italia en torno a Bruno Maffi (1909-2003) y que publicó Il Programma Comunista en italiano y Cahiers Internationalistes en francés.
Entre todos estos grupos, incluyendo sus divisiones y exclusiones, muchos han cuestionado la validez de la posición original del Partido Comunista Internacionalista sobre la cuestión nacional tan puesta en entredicho por la realidad. Redescubrieron, entonces, que “los obreros no tienen patria” y que la tarea del proletariado era la misma en todas partes, derrocar a la burguesía y tomar el poder. Pero era necesario explicar las razones de este cambio de posición. Todos los Partidos Comunistas Internacionalistas tenían una respuesta preparada bajo la manga: “El fin del ciclo de las revoluciones burguesas anticoloniales en Asia y África”, como proclamaba en un panfleto de septiembre de 2024 del grupo El Comunista, radicado en Madrid.
Pero tal proclamación no cambió sustancialmente nada. Ya hemos visto lo que sucedió con la autocrítica de 1989. La lucha contra la opresión nacional es para el Partido Comunista Internacionalista un dogma intocable. Ya a finales de los años 70 hubo una larga serie de asambleas generales del Partido Comunista Internacionalista que debían establecer “El cierre de la fase revolucionaria burguesa en el 'Tercer Mundo”, como anunciaba el título del artículo del El Programa Comunista nº 83 (1980). Esta fue la premisa de la falsa autocrítica de 1989 porque no se critican cuestiones esenciales como el llamado carácter burgués de las “revoluciones” chinas de 1949, y las “revoluciones” argelinas de 1962, ni de la llamada “doble revolución” de 1917 en Rusia. Este artículo afirma que el fin de las revoluciones burguesas se produjo en 1975, es decir, 61 años después de la apertura real del período de decadencia capitalista, como lo definió el Primer Congreso de la Internacional Comunista. Y este cambio de la situación histórica en 1975 vendría como consecuencia, nos dicen, de la retirada de los norteamericanos de Vietnam y al final del período revolucionario de la burguesía china que, como es bien sabido, prefirió aliarse con el “gran Satán americano”. ¡Todo un gran descubrimiento cuando sabemos que la burguesía maoísta china fue durante mucho tiempo la punta de lanza de la contrarrevolución estalinista!
La actitud del Partido Comunista Internacionalista recuerda la estrategia de las fracciones burguesas más hábiles de la historia: “Cambiar todo para que nada cambie”. Juzguemos: «Se trata ahora de delinear globalmente la fase en la que el proletariado, que ya vincula la realización de estas reformas, más favorables a las masas, a su propia revolución, se encuentra prácticamente solo en el avance de la historia y se convierte así en el heredero de las tareas burguesas aún no realizada[30] Expulsada por la puerta, la revolución burguesa regresa por la ventana. Por eso los Cahiers Internationalistes (Cuadernos Internacionalistas) pueden afirmar tranquilamente una vez más que la expropiación de los campesinos palestinos desde la creación del Estado israelí en 1948 evoca el período de la acumulación primitiva del capitalismo: «La historia de esta desposesión se asemeja a la de los campesinos ingleses de los que hablaba Marx: “La historia de esta desposesión está escrita en los anales de la humanidad con letras de fuego y sangre”»
La teoría de las áreas geohistóricas del Partido Comunista Internacionalista está en total contradicción con el marxismo, para el que la realidad debe ser abordada en su globalidad, en su totalidad. Y es, a partir de esta totalidad, como se pueden analizar sus diferentes partes. Lo mismo ocurre con el modo de producción capitalista. El método dialéctico que Marx reivindicó mil vences en su obra, parte del punto de vista del capital total. Tomemos un solo ejemplo de las Teorías de la plusvalía: «Es sólo el comercio exterior, la transformación del mercado en un mercado mundial, el que transforma el dinero en dinero mundial, y el trabajo abstracto en trabajo social. La riqueza, el valor, el dinero, de ahí [por lo tanto] el trabajo abstracto, se desarrolla en la medida en que el trabajo concreto evoluciona en la dirección de una totalidad de los diferentes modos de trabajo que abarcan el mercado mundial. La producción capitalista se basa en el valor, es decir, en el desarrollo como trabajo social del trabajo contenido en el producto. Pero esto solo se lleva a cabo sobre la base del comercio exterior y el mercado mundial. Es, por lo tanto, a la vez la condición y el resultado de la producción capitalista[31]
Una verdadera clarificación de la cuestión nacional, que tanto preocupa al Partido Comunista Internacionalista, exige en particular una reflexión sobre las siguientes cuestiones:
– El surgimiento de un capitalismo ampliamente desarrollado es una de las condiciones materiales indispensables para la realización del comunismo. Pero, en primer lugar, sus propias contradicciones hacen imposible extender ese desarrollo capitalista a todo el mundo. En segundo lugar, el capitalismo sigue siendo una economía de escasez porque está paralizado por las relaciones salariales y la competencia. Creó las premisas del comunismo, pero no el comunismo en sí. Con la revolución proletaria, las medidas económicas que el proletariado pueda tomar tendrán que estar orientadas hacia el comunismo, pero seguirán siendo, al principio, limitadas mientras no esté asegurado el poder internacional de los consejos obreros. Tanto más cuanto que la descomposición del capitalismo conllevará mucha destrucción, mayor incluso durante la guerra civil revolucionaria. Esta limitación será inevitable, tanto en los países desarrollados como en los países de la periferia del capitalismo, y no tiene nada que ver con las características de las revoluciones burguesas como pretende el Partido Comunista Internacionalista.
– Marx y Engels fueron los primeros en cuestionar la noción de “revolución permanente” defendida en el Discurso del Comité Central de la Liga de los Comunistas en marzo de 1850[32]. Se estaba en 1848, ya no en 1789, y la amenaza proletaria había enfriado por completo las pretensiones revolucionarias de la burguesía. De ahí que la hipótesis de la “revolución permanente[33] fuera errónea, y la de la “doble revolución” inventada por los bordiguistas, una caricatura[34]. Como demuestra la revista Bilan, citada más arriba, la Fracción italiana había comprendido perfectamente que las tareas históricas de una clase no pueden ser asumidas por otra clase. Pero eso se le escapa a los bordiguistas.
– No hay luchas antiimperialistas, como afirman los maoístas, solo hay conflictos inter imperialistas. Las luchas anticoloniales cesaron con la descolonización. El sometimiento colonial se ha transformado en el sometimiento imperialista que las potencias burguesas más desarrolladas imponen a los países más débiles, en su sangrienta competencia por el control de las zonas estratégicas del planeta. Todo esto en un contexto donde el imperialismo, la militarización, el capitalismo de Estado, el caos y la guerra se han convertido en la forma de vida de todas las naciones, grandes y pequeñas.
– Las tareas del proletariado son ahora las mismas en todas partes: tomar el poder e instaurar la dictadura del proletariado mediante su lucha como clase, su unificación internacional y la generalización de la revolución. Esta dinámica, en la que el Partido Comunista Mundial está llamado a desempeñar un papel decisivo, se basa en la capacidad del proletariado para arrastrar tras de sí, o neutralizar si es necesario, a las capas sociales no explotadoras -la masa de desempleados, el campesinado pobre y los pequeños comerciantes-, un proceso que sólo puede llevarse a cabo bajo el impulso de la clase obrera más experimentada, la de la vieja Europa.
Con este fin, los comunistas de todas partes deben enarbolar la bandera de la autonomía de clase y la del internacionalismo proletario, es decir, desenmascarar el horrendo rostro del chovinismo que se cobija bajo los bellos discursos sobre la opresión nacional.
A. Elberg
[1] El estudio de Bordiga, Factores de raza y nación en la teoría marxista, publicado en 1979 por PCInt, Prometheus. La cita está en la página 165.
[2] Esta reseña se publica en El programa comunista nº. 1, 2 y 3 (1961) y luego en El hilo del tiempo N.º 12 (1975). La cita proviene de esta última revisión, p. 216.
[3] Véase nuestro estudio histórico del fenómeno en el Revista Internacional nuestro 66, 68 y 69 (1991-1992), “Balance de 70 años de luchas de 'liberación nacional”.
[4]Programa comunista N.º 75 (1977), pág. 51.
[6] Todas estas nuevas naciones, lejos de ser la expresión de un capitalismo en expansión, eran puro producto del imperialismo. Revelan inmediatamente su verdadera naturaleza aplastando a sus proletarios y declarando la guerra a sus vecinos.
[7]Incluso hoy en día, Rusia presume ante los países africanos de ser inocente de cualquier colonialismo.
[8] Consultar, en particular, nuestro folleto Nación o clase.
[9] Véase, en particular, en la Revista Internacional, n°32 (1983), “El Partido Comunista Internacional (Programa Comunista) en un punto de inflexión de su historia”, No.64 (1991), “El medio político proletario frente a la guerra del Golfo”, n°72 (1993), Comprender el desarrollo del caos y los conflictos imperialistas, números 77 y78, El rechazo de la noción de decadencia conduce a la desmovilización del proletariado frente a la guerra.
[10]El primer número de Prometeo se publicó en noviembre de 1943. Gracias al movimiento huelguístico, el Partido se desarrolló rápidamente en el medio obrero y a finales de 1944 había formado varias federaciones, las más importantes de las cuales eran las de Turín, Milán y Parma. Ese mismo año publicó un esbozo del programa. En diciembre de 1945 y enero de 1946 celebró una primera conferencia de todo el Partido en Turín.
[11]La Izquierda Comunista de Italia, libro editado por la CCI, 1991, p. 36.
[12]Para esta parte resumimos algunos pasajes de nuestro artículo “En el origen de la CCI y del BIPR” publicado en el Revista Internacional números 90 y 91 (1997). Primera parte: La Fracción italiana y la Izquierda Comunista de Francia; segunda parte: La formación del Partito comunista internacionalista.
[13]Defendiendo la continuidad del programa comunista, editada por Programa comunista, 1972, págs. 43 y 44.
[14]En ellas estuvieron presentes y activos los últimos militantes internacionalistas expulsados en 1934 del PCI, porque traicionaban la causa del proletariado. Entre ellos se encontraban Onorato Damen en particular y otros que, en las cárceles de Mussolini, continuaron la actividad militante clandestina.
[15]Marc Chirik (1907-1990), militante de la Fracción Italiana, fue uno de los fundadores del Núcleo Francés de la Izquierda Comunista (NFGC) en 1942, que se convirtió en la Fracción Francesa de la Izquierda Comunista (FFGC) en 1944 y luego en la Izquierda Comunista de Francia (GCF) en 1945. También fue uno de los fundadores del grupo Internacionalismo en 1964, del grupo Revolución Internacional en 1968 y de la Corriente Comunista Internacional en 1975.
[16] Tras el fin de la agitación social en Italia y tras la pérdida de la mitad de los militantes, el segundo congreso del Partido Comunista Internacionalista en 1948 se planteó la posibilidad de reanudar el trabajo de fracción. Sin embargo, Damen interrumpió cualquier discusión asumiendo la clásica posición trotskista:: la muerte del viejo partido crea inmediatamente la condición para el surgimiento del nuevo. Ver el artículo de Internacionalismo (GCF) N.º 36 (1948), “El Segundo Congreso del Partido Comunista Internacionalista de Italia”, reeditado en el Revista Internacional N.º 36, (1984).
[17]“El alcance de la escisión de 1952 en el Partido Comunista Internacionalista”, Programa comunista n°93 (marzo 1993), p.64.
[18]La “inversión de la praxis” se explica en Programa comunista N.º 56 (1972). También encontraremos el diagrama de un capitalismo en constante expansión en la página 58.
[19]El diagrama de esta pirámide se puede encontrar en Programa comunista n°63 (1974), p.35. Es el acta de una reunión del partido del 1 de septiembre de 1951 en Nápoles.
[20]La reivindicación del “Terror Rojo” muestra una vez más que los bordiguistas confunden la revolución burguesa y la revolución proletaria. En cuanto al papel del Estado en la revolución, aparte de la organización de la lucha armada contra la resistencia de la clase derrotada, resulta que no desempeña ningún papel revolucionario dinámico ni siquiera en la revolución burguesa, como se muestra en nuestro estudio “El Estado y la dictadura del proletariado” Revista Internacional nº 11 (1977).
[21]F. Engels, Introducción a La Guerra Civil en Francia, París, Ediciones sociales, 1969, p. 25.
[22] “La 'invariancia' histórica del marxismo” en Programa comunista n°53-54 (1971-1972), p. 3.
[23]Profundamente marcado por el oportunismo, el Partido Comunista Internacionalista siguió siendo, sin embargo, una de las corrientes de la Izquierda Comunista, es decir, un grupo político proletario, porque en general mantenía una posición internacionalista frente a la guerra imperialista. La reivindicación de la autodeterminación de la nación palestina es, en efecto, una debilidad considerable, pero es de una naturaleza diferente de la posición izquierdista (trotskistas, maoístas, algunos anarquistas) que exige para los palestinos una “república de obreros y campesinos de Oriente Medio”. Recordemos que el oportunismo es una enfermedad dentro del movimiento obrero, que se enfrenta constantemente con el peligro de una penetración de la ideología dominante en su seno. Sólo en los períodos históricos excepcionales (guerra, revolución) el oportunismo pasa al campo de la burguesía, incluso antes de la traición del partido. En este caso, suele ser la mayoría de la dirección la que contribuye, en colaboración con las otras fuerzas de la democracia burguesa, a la transformación del partido en una fuerza al servicio del capitalismo. Tenemos la certeza de que, por el momento, la burguesía, aunque vigile de cerca a todos los grupos revolucionarios, no tiene intención de poner al Partido Comunista Internacionalista a su servicio, ya que la panoplia de grupos burgueses que se proclaman de la revolución proletaria (izquierdismo) es hoy suficientemente variada.
[24]“Elementos de la historia de la fracción de izquierda en el extranjero (de 1928 a 1935)”, en Programa comunista nº 97 (septiembre de 2000), 98 (marzo de 2003), 100 (diciembre de 2009) y 104 (marzo de 2017).
[25] “Problemas actuales del movimiento obrero”, Internationalisme n.º 25, de agosto de 1947, republicado en Revista Internacional N.º 33 (1983).
[26]“Elementos de la historia de la fracción de izquierda en el extranjero (de 1928 a 1935)” (4), Programa comunista n°104 (2017), p.49
[27] “El problema de las minorías nacionales”, Bilan n.º 14 (diciembre de 1934-enero de 1935). Los destacados son nuestros.
[28] Todas estas citas están tomadas del folleto de PCInt, El marxismo y la cuestión palestina. Los destacados son nuestros
[29]R. Luxemburgo, Folleto de Junius, capítulo VII: Invasión y lucha de clases.
[30] “El cierre de la fase revolucionaria burguesa en el 'Tercer Mundo'”, Programa comunista N.º 83 (1980), pág. 40.
[31] K. Marx, Teorías de la plusvalía, tomo III, París, Ediciones sociales, 1976, pág. 297.
[32] Cf. los Prefacios al Manifiesto del Partido Comunista y el Prefacio al libro de Marx, Luchas de clases en Francia, 1848-1850 donde Engels explica por qué “La historia nos ha demostrado que estábamos equivocados y a todos aquellos que pensábamos de manera similar”. La explicación más clara de que las tareas históricas de una clase no pueden ser asumidas por otra clase la da Marx en Revelaciones sobre el proceso de los comunistas en Colonia (Basilea, 1853).
[33]“Cuando Lenin escribió las Tesis de Abril en 1917, liquidó todas las nociones anticuadas de una etapa a medio camino entre la revolución proletaria y la revolución burguesa, todos los vestigios de concepciones puramente nacionales del cambio revolucionario. De hecho, las Tesis hacían superfluo el ambiguo concepto de revolución permanente y afirmaban que la revolución de la clase obrera es comunista e internacional, o no es nada. (El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material ... Las revoluciones de 1848: la perspectiva comunista se aclara. Revista Internacional No 73.
[34]De ninguna manera correspondía a la visión de Lenin para quien “Toda esta revolución (de 1917) sólo puede concebirse como un eslabón en la cadena de revoluciones socialistas proletarias provocadas por la guerra imperialista (Prefacio a El Estado y la Revolución, 1917). Leer sobre este tema “La Revolución Rusa y la corriente bordiguista: Graves errores... “, en nuestro folleto Rusia 1917: la mayor experiencia revolucionaria de la clase obrera. (en francés).