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A principios de 2020, la crisis mundial de Covid-19 aparecía como el producto de la descomposición del sistema capitalista, a la vez que la aceleraba en varios niveles: importante desestabilización económica, pérdida de credibilidad de los aparatos del Estado, acentuación de las tensiones imperialistas.
Hoy en día, la guerra en Ucrania expresa una etapa más de esta intensificación a través de una característica importante de la inmersión del capitalismo en su período de decadencia y, en particular, en la fase de descomposición, la exacerbación del militarismo.
La brutalidad de esta aceleración no había sido anticipada en los informes anteriores (cf. el informe y la resolución sobre la situación internacional de la 24ª Congreso Internacional de la CCI1) y, aunque el informe sobre las tensiones imperialistas de noviembre de 20212 subrayaba en su último punto la expansión del militarismo y de la economía de guerra (§ 4. 3.) y la propagación del caos, la inestabilidad y la barbarie bélica (§ 4.1.), su repentina aceleración en Europa a través de la invasión masiva rusa de Ucrania sorprendió a la CCI.
La guerra en Ucrania supone una aceleración brutal del militarismo
Desde un punto de vista general, hay que recordar que el desarrollo del militarismo no es propio de la actual fase de descomposición, sino que está inseparablemente ligado a la decadencia del capitalismo: “De hecho, el militarismo y la guerra imperialista constituyen la manifestación central de la entrada del capitalismo en su período de decadencia (...), hasta tal punto que, para los revolucionarios de la época, imperialismo y capitalismo decadente se convierten en sinónimos. Dado que el imperialismo no es una manifestación particular del capitalismo, sino su forma de vida para todo el nuevo período histórico, no es tal o cual Estado el que es imperialista, sino todos los Estados, como señala Rosa Luxemburgo. En efecto, si el imperialismo, el militarismo y la guerra se identifican tan estrechamente con el período de decadencia, es porque éste corresponde al hecho de que las relaciones de producción capitalistas se han convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas” (“Militarismo y descomposición”, Revista Internacional 64, 1991, pt33). En los 75 años transcurridos entre agosto de 1914 y noviembre de 1989, el capitalismo sumió a la humanidad en más de diez años de guerras mundiales y luego en casi 45 años de “guerra fría” y de “coexistencia” armada entre los bloques estadounidense y soviético, que se materializaron en enfrentamientos mortales en la periferia de las dos alianzas (Vietnam, Oriente Medio, Angola, Afganistán) y en una loca “carrera armamentística”, que finalmente resultó fatal para el bloque del Este.
En una situación en la que tanto la burguesía como el proletariado fueron incapaces de imponer una solución a la crisis histórica del capitalismo, el colapso del bloque soviético abrió la fase de descomposición caracterizada por una explosión total del cada uno para sí y del caos, producto de la ruptura de los bloques y de la desaparición de la disciplina que imponían. El militarismo se manifestó en un sin fin de conflictos bárbaros, a menudo en forma de guerras civiles, por la explosión de las ambiciones imperialistas y la desintegración de las estructuras estatales: Somalia, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria, Donbass y Crimea, el Estado Islámico, Libia, Sudán (del Norte y Sur), Yemen, Malí. Estos también tendieron a acercarse a Europa (Yugoslavia, Crimea, Donbass) y a tener un fuerte impacto en ella a través del flujo de refugiados.
Sin embargo, la guerra actual en Ucrania no es sólo una continuación del desarrollo del militarismo en descomposición, descrito anteriormente, sino que sin duda representa una profundización cualitativa extremadamente importante del militarismo y sus concreciones bárbaras por varias razones:
- es el primer enfrentamiento militar de esta magnitud entre Estados que tiene lugar a las puertas de Europa desde 1940-45, y está generando un caos económico y una avalancha de millones de refugiados en los países europeos, de modo que el corazón de Europa se está convirtiendo en el teatro central de los enfrentamientos imperialistas;
- esta guerra involucra directamente a los dos países más grandes de Europa, uno de los cuales tiene armas nucleares u otras armas de destrucción masiva y el otro es apoyado financiera y militarmente por la OTAN. Este enfrentamiento entre Rusia y la OTAN tiende a revivir el recuerdo de la confrontación de bloques de los años cincuenta a los ochenta y el terror nuclear que le siguió, pero se produce en un contexto mucho más imprevisible, precisamente por la ausencia de bloques constituidos y la disciplina de bloque que ello implica (más adelante se hablará de ello);
- la magnitud de los combates, las decenas de miles de muertos, la destrucción sistemática de ciudades enteras, la ejecución de civiles, el bombardeo irresponsable de centrales atómicas, las considerables consecuencias económicas para todo el planeta ponen de manifiesto tanto la barbarie como la creciente irracionalidad de los conflictos que pueden conducir a una catástrofe para la humanidad.
Los fundamentos del conflicto ucraniano
El desarrollo de la guerra en Ucrania sólo puede entenderse entendiéndolo como el producto directo de dos tendencias dominantes que marcan las relaciones imperialistas en el actual período de descomposición y que la CCI ha destacado en sus informes anteriores: por un lado, la lucha de Estados Unidos contra el irremediable declive de su hegemonía mundial, que se traduce en el estímulo al desarrollo del caos en el mundo, y por otro lado, la exacerbación de las ambiciones imperialistas de todos los países, que ha reanimado en particular la agresividad de Rusia, que pretende recuperar un lugar importante en la escena imperialista con un persistente espíritu de revancha.
La lucha de Estados Unidos contra el declive de su hegemonía
Desde la presidencia de Obama, la burguesía estadounidense se ha centrado cada vez más, desde el punto de vista económico y militar, en su principal contrincante, China. En este punto, hay una continuidad absoluta entre las políticas de las administraciones de Trump y Biden. Sin embargo, sobre cómo “neutralizar” a Rusia, las diferencias aparecen: Trump pretendía más bien contratar los servicios de Rusia contra China, pero esta opción encontró la resistencia y la oposición de amplios sectores de la burguesía estadounidense, así como de las estructuras del Estado (servicios secretos, ejército, diplomacia, ...), dados los turbios lazos que unían a Trump con la facción gobernante rusa, pero sobre todo por la desconfianza de una alianza con un país que ha sido el enemigo absoluto durante 50 años. La estrategia de la parte dominante de la burguesía estadounidense, representada hoy por la administración Biden, consiste más bien en asestar golpes decisivos a Rusia para que deje de ser una amenaza potencial para Estados Unidos: “Queremos que Rusia quede tan debilitada que ya no pueda hacer cosas como invadir Ucrania”, dijo el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, durante su visita a Kiev el 25 de abril4. Esta política de debilitamiento de Rusia también le permite lanzar una advertencia indirecta a China (esto es lo que tendrá si se decide invadir Taiwán) e imponerle un revés estratégico, ya que el conflicto reduce drásticamente el potencial militar de Putin y, por tanto, convierte su “alianza” con Xi Jinping en una carga para este último.
La crisis ucraniana ofreció a la administración Biden una oportunidad excelente para poner en práctica de forma maquiavélica esa estrategia para debilitar radicalmente a Rusia y atrapar a China.
Las exigencias imperialistas y las ambiciones de Rusia
La facción dominante de la burguesía rusa, por su parte, cometió el error crucial de confundir la debacle táctica estadounidense en Kabul con una derrota estratégica, cuando se trataba fundamentalmente de un reposicionamiento de las fuerzas estadounidenses contra su adversario central, China. Para acentuar el retorno del imperialismo ruso al primer plano desde el colapso de la URSS, pensó que era un buen momento para dar un golpe recuperando Ucrania (o al menos grandes zonas estratégicas de ella). Aunque la facción de Putin considera que Ucrania forma parte de la “Rusia histórica”, no sólo está cada vez más fuera de su esfera de influencia, sino que corre el riesgo de convertirse en la punta de lanza de la OTAN a menos de 500 km de Moscú.
Al hacerlo, Putin cayó en una trampa tendida por Estados Unidos. Ellos tendieron una trampa maquiavélica muy parecida a la que se tendió a Saddam en la primera Guerra del Golfo por su invasión de Kuwait: gritar a los cuatro vientos que las tropas rusas estaban a punto de invadir Ucrania a gran escala mientras especificaban que ellos mismos no intervendrían porque “Ucrania no forma parte de la OTAN”. En consecuencia, Putin no podía hacer menos sin que se interpretara como un retroceso de la línea dura de Biden, especialmente porque la respuesta de Estados Unidos parecía inicialmente probable que se limitaría al tipo de medidas de represalia aplicadas durante la ocupación de Crimea en 2014.
La invasión rusa beneficia a Estados Unidos a corto plazo
Al atraer con éxito a Rusia a una guerra a gran escala en Ucrania, la maquiavélica maniobra de Estados Unidos le ha permitido, sin duda, ganar a corto plazo importantes puntos en tres frentes cruciales:
1. Restauración de la OTAN
La guerra ha permitido obligar a los países europeos que hacían gala de cierta independencia a alinearse (mientras que esto no tuvo ningún éxito en el momento de la invasión de Irak en 2003). De hecho, la OTAN ha recuperado todo su esplendor bajo el control de Estados Unidos, mientras Trump pensaba incluso en retirarse de ella (en contra de los deseos de sus militares). Los “aliados” europeos contestatarios fueron llamados al orden: Alemania y Francia, por ejemplo, rompieron sus lazos comerciales con Rusia y se apresuraron a realizar las inversiones militares que Estados Unidos venía exigiendo desde hacía 20 años. Nuevos países, como Suecia y Finlandia, solicitan el ingreso en la OTAN y la UE llegará a depender parcialmente de Estados Unidos en materia de energía. En resumen, lo contrario de las ilusorias esperanzas de Putin de que los Estados europeos se dividan por la cuestión ucraniana.
2. Debilitamiento de Rusia
La guerra implica ya un considerable debilitamiento de Rusia, tanto militar como en lo económico, debilidades que se intensificaran en la medida que la guerra continúe. Los resultados ya son dramáticos para Rusia después de casi tres meses de la “operación especial”:
las fuerzas armadas rusas han sufrido aplastantes derrotas sobre el terreno, con el fracaso de la ofensiva relámpago sobre Kiev destinada a eliminar el régimen de Zelenski, la toma del espacio aéreo sobre toda Ucrania, la toma de Kiev y Járkov, la ofensiva hacia Odessa, el corte de las salidas marítimas de Ucrania y la conjunción con la república de Transnistria. La retirada de las tropas rusas del norte de Ucrania y la vuelta a objetivos más limitados en el Donbass y a una estrategia militar menos ambiciosa, pero igual de sangrienta, de ir mordisqueando el territorio kilómetro a kilómetro, pueblo a pueblo, con bombardeos intensivos de artillería (tipo Marioupol, como en Alepo en Siria), El nuevo planteamiento de la guerra muestra que Rusia se había planteado objetivos imposibles de alcanzar con sus capacidades militares actuales, en ese sentido se trata de una política más realista, pero aún más sangrienta y destructiva pues va a permanentizar los frentes militares.
El ejército ruso se encuentra con miles de tanques y vehículos blindados fuera de servicio, decenas de helicópteros y aviones derribados, el buque insignia de la flota del Mar Negro (el Moskva) hundido, y ataques cada vez más frecuentes a depósitos de combustible o de armas y centros logísticos en la propia Rusia. Más allá de estas cifras, es sobre todo la modernización del armamento ruso lo que está mostrando sus límites, con armas sofisticadas que están llenas de defectos en su funcionamiento y cuyas existencias se están agotando, y el caos organizativo en el seno del ejército, que está provocando problemas de abastecimiento de alimentos y combustible, que se ven agravados por la corrupción que reina en el ejército e incluso por el sabotaje en su seno.
Las tropas rusas han sufrido grandes pérdidas (según los analistas militares): más de 15,000 muertos y cerca de 40,000 soldados fuera de combate (muertos, heridos, prisioneros y desertores), es decir, cerca del 20% de las fuerzas inicialmente comprometidas, lo que equivale a las sufridas en 8 años en Afganistán en la década de 1980. La moral de los soldados es baja, pues no entienden por qué están allí, donde no son recibidos como liberadores, y la guerra no es popular. Por ello, la burguesía rusa evita enviar reclutas (de ahí que Rusia habla de “operaciones especiales” y no de guerra) y recurre masivamente a los mercenarios (organización Wagner o “Kadirovni” chechenos) o coloca miles de ofertas de trabajo en páginas web especializadas para “kontraktniki” (contratos cortos para soldados especializados), generalmente procedentes de las regiones más pobres de Rusia. Si los “crímenes de guerra” son, por definición, uno de los “efectos colaterales” de cualquier guerra, las masacres de civiles y la destrucción de ciudades enteras son especialmente destacadas en esta guerra, por un lado, por la desmoralización y la desesperación existentes en las unidades rusas y, por otro, por el tipo de guerra “urbana” que buscan los ucranianos dada la disparidad de poder militar entre los protagonistas.
Sin embargo, Putin no puede detener las hostilidades a estas alturas porque está desesperado por conseguir trofeos que justifiquen la operación a nivel interno y por salvar lo que queda del prestigio militar de Rusia, lo que provocará aún más pérdidas militares, humanas y económicas. Por otra parte, dado que cuanto más dure la guerra, más se erosionará el poder militar y la economía de Rusia, Estados Unidos, cínicamente, tampoco tiene interés en fomentar el cese de las hostilidades, aunque este suponga el sacrificio de personal militar, civiles y centros urbanos en Ucrania, porque quiere desangrar a Rusia. En este sentido, las actuales campañas en torno a la defensa de la Ucrania mártir, los crímenes de guerra rusos (Butcha, Kramatorsk, Marioupol, ... ) y la puesta en marcha de un “genocidio de ucranianos”, campañas orquestadas por Estados Unidos y Gran Bretaña en particular y que se dirigen personalmente a Putin (“Putin ha perdido la razón”; “Rusia no forma parte de nuestro mundo”), permiten contrarrestar cualquier perspectiva de negociación a corto plazo (auspiciada por Francia y Alemania o incluso por Turquía) y llevar al máximo el debilitamiento de Rusia, o incluso estimular un cambio de régimen. En resumen, en las condiciones actuales, la carnicería sólo puede continuar y la barbarie extenderse, probablemente durante meses o incluso años, y esto en formas particularmente sangrientas y peligrosas, como la amenaza de utilizar armas nucleares tácticas.
3. Llevar presión sobre China
Detrás de Rusia, los Estados Unidos apuntan fundamentalmente a China y mantiene la presiona porque el objetivo básico de la maniobra maquiavélica estadounidense es debilitar la pareja ruso-china y enviar una advertencia a China. Este último reaccionó de forma reservada a la invasión rusa deplorando “el regreso de la guerra al continente europeo” y pidiendo “el respeto de la soberanía” y “la integridad territorial de acuerdo con los principios de la ONU” (Xi Jinping, 08.03.22). De hecho, China también mantiene estrechos vínculos con Ucrania (14.4% de las importaciones ucranianas y 15.3% de las exportaciones) y ha firmado un “acuerdo de cooperación estratégica” con el presidente Zelensky “que consagra el papel fundamental de su país en los proyectos de las Nuevas Rutas de la Seda euroasiáticas” (Le monde diplomatique (LMD, abril de 2022, p.9). Sin embargo, el conflicto ucraniano está bloqueando varios ramales de la Ruta de la Seda, lo que sin duda es un objetivo importante de la maniobra estadounidense.
Por lo tanto, lejos de ganar la situación generada por la guerra en Ucrania, China se enfrenta a un dilema irresoluble: Rusia, está ya muy debilitada, se ve obligada a pedir ayuda a China, que sin embargo es cauta y ha evitado hasta ahora apoyar abiertamente la “operación especial” de su aliado, porque al ayudar a una Rusia debilitada se corre el riesgo de debilitar también a China: provocaría represalias económicas y la pérdida de rutas comerciales y mercados con Europa e incluso con Estados Unidos, que son mucho más importantes que su comercio (3% de sus importaciones y 2% de sus exportaciones) con Rusia. Por otra parte, el colapso del poder militar de Rusia y las inmensas dificultades de su economía harán de Rusia un aliado que ya no podrá contribuir con su punto fuerte (su experiencia militar) y que corre el riesgo de convertirse en una carga embarazosa para China.
Así que Pekín, aunque las desaprueba, está aplicando las sanciones de una manera más simbólica que incapacitantes para Rusia: la Banca Asiática de Inversión en Infraestructuras ha suspendido sus operaciones con Rusia y Bielorrusia, y las grandes refinerías estatales chinas han dejado de comprar petróleo a Rusia por temor a las represalias de los países occidentales. Asimismo, los principales bancos estatales se niegan a financiar acuerdos energéticos con Rusia porque son demasiado arriesgados. Sin embargo, entre bastidores, estas mismas empresas estatales están comprando a través de empresas de fachada y contratos a largo plazo en los mercados internacionales las reservas baratas de petróleo y gas natural licuado ruso no deseado.
Las consecuencias a largo plazo de la guerra
Si bien a corto plazo la guerra de Ucrania puede haber fomentado una atmósfera de bipolarización, sobre todo por la imagen propagada de un enfrentamiento entre el “bloque de la autocracia” y el “bloque de la democracia”, promovido intensamente por Estados Unidos, esta impresión debe reconsiderarse al analizar el posicionamiento de China (véase el punto anterior). Y a más largo plazo, las implicaciones de las actuales hostilidades bélicas, lejos de favorecer un reagrupamiento estable de los imperialismos, acentuarán, por el contrario, las oposiciones y tensiones entre buitres.
A pesar de la oposición estadounidense, una intensificación del cada uno para sí
Al llevar al límite el conflicto ucraniano, Estados Unidos está alimentando el desarrollo del cada uno para sí, a pesar de la unidad impuesta temporalmente a Europa. Durante la votación de la ONU sobre la exclusión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos, 24 países votaron en contra y 52 se abstuvieron: India, Brasil, México, Irán, pero también Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) desarrollan su propia posición imperialista sin alinearse detrás de Estados Unidos o Rusia y no participan en el boicot a estos últimos: “A diferencia de la mayoría de las naciones occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, los países del Sur adoptan una postura prudente ante el conflicto armado entre Moscú y Kiev. La actitud de las monarquías del Golfo, aliadas de Washington, es emblemática de esta negativa a tomar partido: denuncian tanto la invasión de Ucrania como las sanciones contra Rusia. Así, está surgiendo un mundo multipolar en el que, en ausencia de diferencias ideológicas, son los intereses de los Estados los que priman” (LMD, mayo de 2022, p.1). Japón, que ha iniciado su rearme y se muestra agresivo con Rusia y China, hace valer claramente sus propias ambiciones imperialistas al negarse a detener el proyecto de gasoducto con Rusia. Turquía, miembro de la OTAN, persigue sin embargo sus propios objetivos imperialistas manteniendo buenas relaciones con Rusia (aunque también hay disputas sobre Libia y la guerra entre Armenia y Azerbaiyán). Incluso los países europeos no cortan todos los contactos con Rusia (Francia o Italia se resisten a cerrar las filiales de sus empresas, el gasoducto Rusia-Europa a través de Ucrania sigue funcionando, aunque con reducciones ocasionales, y proporciona ingresos financieros a ambos beligerantes, Bélgica excluye al sector del diamante de las medidas de boicot, etc.) y Hungría incluso mira con envidia a la Transcarpatia ucraniana con sus minorías húngaras. Esta tendencia a la exacerbación de una actitud brutal del cada uno para sí se verá acentuada por las fuertes repercusiones imperialistas y económicas de la guerra en Ucrania.
Rusia se desangra
Para la Federación Rusa, las consecuencias de esta “operación especial” serán pesadas y corren el riesgo de constituir una segunda desestabilización profunda después de la fragmentación resultante de la implosión de su bloque (1989-92): en el plano militar, perderá probablemente su rango de segundo ejército del mundo; su economía, ya debilitada, caerá aún más en la decadencia (un descenso del 12% de la economía según el Ministerio de Finanzas ruso, la mayor caída desde 1994). La campaña en torno a los crímenes de guerra rusos y el establecimiento de estructuras internacionales de investigación y juicio tienen como objetivo final que Putin y sus asesores sean juzgados por un tribunal internacional por “crímenes de guerra” e incluso por “genocidio”. De este modo, las tensiones internas entre las facciones de la burguesía rusa sólo pueden intensificarse, mientras que la facción de Putin se ve obligada a luchar con la energía de la desesperación para sobrevivir. Los miembros de la facción gobernante (por ejemplo, Medvedev) ya están advirtiendo de las consecuencias: un posible colapso de la Federación Rusa y la aparición de varias mini Rusias con líderes impredecibles y armas nucleares.
China se enfrenta a una acumulación de problemas
Las consecuencias de la crisis ucraniana son peligrosamente desestabilizadoras para el principal rival de Estados Unidos, China. Se trata, en primer lugar, del dilema de su actitud hacia Rusia ante el temor de sanciones para su economía, pero también del bloqueo de importantes arterias de su Ruta de la Seda: “Por el momento, la gran obra del presidente chino -las rutas de la seda que se abren camino hacia Europa a través de Asia Central- está amenazado. Al igual que su esperanza de estrechar lazos con la Unión Europea como contrapeso a Estados Unidos" (LMD, abril de 2022, p.9). La guerra ruso-ucraniana llega en muy mal momento para Xi Jinping, a pocos meses del congreso del PCC en el que debería renovar su mandato para un tercer periodo, sobre todo porque la pandemia vuelve a hacer estragos y las perspectivas económicas son mediocres5.
La economía china sigue sufriendo mucho la pandemia, con los 27 millones de habitantes de su metrópolis industrial y comercial, Shangai, bloqueados en marzo y abril, y ahora también grandes partes de la capital, Pekín. La población está expresando cada vez más su pánico y descontento ante las semanas de encierro inhumano. Sin embargo, el gobierno difícilmente puede revisar su política de “cero Covid”: (a) por la bajísima tasa de vacunación entre las personas mayores y la mala calidad de las vacunas chinas frente a las variantes actuales; (b) y sobre todo por el impacto político que tendría el cambio de estrategia en vísperas del 20º Congreso del PCCh en la facción de Xi, que la ha defendido sin descanso. En Shanghái, por ejemplo, Xi impuso un drástico bloqueo contra el “sabotaje” de los cuadros locales, provocando un fuerte descontento entre la población. Envió a 50,000 miembros de la fuerza policial armada especial de Shandong, bajo la responsabilidad del gobierno central, para que “tomaran el control de la situación”. Para Xi, “la estrategia de ‘cero Covid’ funciona, hay que ‘limpiar’ Shanghái. Fracasar sería reivindicar, por defecto y al menos en parte, a la oposición que intenta oponerse a su reelección” (“Cero Covid en Shanghái: la batalla política de Xi Jinping”, A. Payette, Asialyst, 14.04.22). Y esto a toda costa: los expertos del banco de inversión japonés Nomura calcularon a principios de abril que 45 ciudades chinas, que representan el 40% del PIB de China, estaban sometidas a un bloqueo total o parcial. Estas medidas drásticas están causando grandes problemas en el transporte por carretera y en los puertos (a finales de abril había más de 300 barcos esperando a ser descargados en Shanghái, el triple que, en 2020, cuando la situación ya era crítica), así como interrupciones en la producción industrial y en las cadenas de suministro nacionales e internacionales.
La desaceleración de la economía, acentuada por los repetidos bloqueos de los dos últimos años en el marco de la política del “cero Covid” y por la guerra de Ucrania, es cada vez más evidente, y el crecimiento del PIB se estima actualmente en el 4.5% -el gobierno chino preveía un aumento del 5.5%, pero los pronósticos más pesimistas hablan del 3.5% (cf. “Cero covid en Shanghái: la batalla política de Xi Jinping”, A. Payette, Asianyst, 14.04.22) - y esto en el mismo año en que la Asamblea Popular se reunirá para elegir un nuevo presidente. A la burguesía china le preocupan especialmente las pésimas cifras del mes de marzo: las ventas al por menor cayeron un 3.5%, el desempleo aumentó un 5.8% (las cifras oficiales están subestimadas) y las importaciones se han paralizado prácticamente. Por último, el sector inmobiliario, que fue regulado radicalmente por el Estado el año pasado para acompañar el colapso de algunas grandes empresas, sigue hundiéndose: la venta de viviendas cayó un 26.7%, la mayor caída desde febrero de 2020. “Según un informe del Instituto Internacional de Finanzas de finales de marzo, los flujos financieros que salen de China no tienen precedentes”. Es probable que la invasión rusa de Ucrania sitúe a los mercados chinos bajo una nueva luz. “Esta fuga de capitales es ‘altamente inusual’, añade el informe. Los bonos chinos en manos de inversores extranjeros se redujeron en 80.3 millones de yuanes solo en febrero, la mayor caída desde enero de 2015, cuando se empezaron a registrar estas estadísticas. (...) Las sanciones occidentales contra su país provocarían una caída de la inversión extranjera, así como una fuga de capitales chinos. (...) Estas amenazas económicas y financieras son graves porque reflejan una creciente desconfianza de los inversores extranjeros hacia China” (“Guerra en Ucrania: el doble discurso de China podría costarle caro”, P.-A. Donnet, Asialyst, 16.04.22).
Por último, la difícil situación económica pesa sobre el mantenimiento del gigantesco financiamiento del proyecto de las Nuevas Rutas de la Seda, que también se ve gravemente obstaculizada por el bloqueo de varios de sus ramales a causa del conflicto ucraniano, pero también por el creciente caos ligado a la ruptura, como la desestabilización de Etiopía, que debía ser un “eje” central del ramal africano, o la incapacidad de los países endeudados con China para pagar sus deudas (Sri Lanka).
Estados Unidos no duda en acentuar estas dificultades y explotarlas en su enfrentamiento con Pekín, en un contexto difícil para la burguesía china, sometida a una creciente presión económica, política y social.
Afirmación de las ambiciones imperialistas de los países europeos a pesar de la presión de Estados Unidos
En Europa, la decisión de Alemania de rearmarse masivamente duplicando su presupuesto militar podría constituir un hecho imperialista de primer orden a medio plazo. Al principio del período de descomposición, nuestro análisis destacaba que el único polo capaz de enfrentarse a los Estados Unidos era Alemania (“Militarismo y descomposición”, Revista Internacional 64, 1991) y, aunque hoy haya que tener en cuenta el ascenso de China, que habíamos descuidado, el rearme masivo de Alemania debería representar un factor capital para la expansión de los futuros enfrentamientos imperialistas en Europa y en el mundo.
De hecho, este rearme debe verse en un contexto en el que, con la prolongación del conflicto ucraniano, las disensiones se expresan cada vez más claramente no sólo entre los países de Europa del Este (Polonia fanáticamente antirrusa frente a Hungría que permanece cerca de Moscú), sino también entre las potencias europeas (Francia, Alemania, Italia) y Estados Unidos en cuanto al mantenimiento de la política de extremismo bélico hacia Rusia. Ante la posibilidad de un retorno al poder de la facción Trump en Estados Unidos, y la constitución de un polo “intransigente” Estados Unidos-Gran Bretaña-Polonia hacia Rusia, la autonomía militar de las potencias europeas a través del desarrollo de un polo de la Unión Europea fuera de la OTAN se impone cada vez más como una necesidad imperiosa.
Intensificación por parte de la burguesía estadounidense de una política agresiva que estimula el caos a pesar de las divisiones que existen en su seno
Por último, la situación interna de Estados Unidos, y en particular las tensiones en el seno de la burguesía son en sí mismas un poderoso factor de impredecibilidad. ¿Cuánto margen de maniobra tendrá Biden después de las elecciones de mitad de mandato en noviembre y quién será el próximo presidente de EE.UU., quizás de nuevo Trump? De hecho, la popularidad de Biden ha caído en picado en los últimos meses a medida que los precios de bienes de consumo han alcanzado su nivel más alto en cuatro décadas, afectando a la gasolina, los alimentos, los alquileres y otros gastos. “Los índices de aprobación de Joe Biden rondan ahora el 42,2%, según las encuestas Five Thirty Eight. A siete meses de las elecciones de mitad de mandato, cada vez es más previsible que los demócratas electos pierdan su escaso control de una o quizás ambas cámaras del Congreso” (20 minutos y agencias, 15.04.22). Los europeos saben perfectamente que los compromisos de Biden y la “vuelta con fuerza” de la OTAN sólo son válidos para dos años como máximo6.
Pero sea cual sea la facción de la burguesía que esté en el gobierno, está claro que desde el comienzo del período de descomposición (véanse las guerras de Irak de 1991 y 2003), son los Estados Unidos, en su deseo de defender su decadente supremacía, los que han sido la principal fuerza en la propagación del caos a través de sus intervenciones y maniobras: han creado el caos en Afganistán, Irak y han fomentado el ascenso de Al Qaeda, así como del Estado Islámico. En el otoño de 2021, agitaron conscientemente las tensiones con China sobre Taiwán para que las demás potencias asiáticas les apoyaran, pero con un éxito más limitado que en el caso de Ucrania. Su política no es diferente hoy en día, aunque su maquiavélica maniobra les permita aparecer como una nación pacífica que se opone a la agresión rusa. Este fomento del caos bélico por parte de Estados Unidos es la barrera más eficaz para ellos contra el despliegue de China como contrincante: “Esta crisis no será ciertamente el último capítulo de la larga batalla de Washington para asegurarse una posición dominante en un mundo inestable” (LMD, marzo de 2022, p.7). Al mismo tiempo, la guerra en Ucrania está siendo aprovechada para lanzar una contundente advertencia a Pekín sobre una posible invasión de Taiwán.
Características de la actual exacerbación del militarismo
La fase de descomposición acentúa fuertemente una serie de características del militarismo y exige una mirada más atenta a las formas que adoptan los actuales enfrentamientos bélicos.
La irracionalidad de la guerra adquiere dimensiones alucinantes
La ausencia de cualquier motivación o ventaja económica para las guerras era obvia desde el principio de la decadencia del capitalismo: “La guerra fue el medio indispensable para que el capitalismo abriera las posibilidades de un mayor desarrollo, en el momento en que estas posibilidades existían y sólo podían abrirse por medio de la violencia. Del mismo modo, el colapso del mundo capitalista, habiendo agotado históricamente todas las posibilidades de desarrollo, encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de este colapso que, sin abrir ninguna posibilidad de desarrollo ulterior para la producción, no hace más que engullir las fuerzas productivas en el abismo y acumular ruina sobre ruina a un ritmo acelerado.” (“Informe a la Conferencia de julio de 1945 de la Izquierda Comunista de Francia”, reimpreso en el “Informe sobre el Curso Histórico” adoptado en el 3er Congreso de la CCI, Revista Internacional 18, 3er trimestre de 1979).
La guerra de Ucrania ilustra de manera sorprendente cómo la guerra ha perdido no sólo cualquier función económica, sino incluso sus ventajas a nivel estratégico: Rusia lanzó una guerra en nombre de la defensa del pueblo ruso, pero masacró a decenas de miles de civiles en las regiones esencialmente que hablan en ruso, al tiempo que transformaba estas ciudades y regiones en campos de ruinas y sufría ella misma considerables pérdidas materiales y de infraestructuras. Si, al final de esta guerra, captura el Donbass y el sureste de Ucrania, habrá conquistado un campo de ruinas, una población que le odia y sufrido el consiguiente revés estratégico en sus ambiciones de gran potencia. En cuanto a Estados Unidos, en su política de apuntar a China, se ve abocado a seguir (literalmente) una política de “tierra quemada”, sin más beneficios económicos o estratégicos que una inconmensurable explosión de caos económico, político y militar. La irracionalidad de la guerra nunca ha sido tan evidente.
Esta creciente irracionalidad de los enfrentamientos bélicos va de la mano de una creciente irresponsabilidad de las fracciones gobernantes que llegan al poder, como lo ilustra la irresponsable aventura de Bush hijo y los “neo conservadores” en Irak en 2003, la de Trump de 2018 a 2021 o la facción de Putin en Rusia. Son el resultado de la exacerbación del militarismo y de la pérdida de control de la burguesía sobre su aparato político, lo que puede conducir a un aventurerismo catastrófico a largo plazo para estas facciones, pero también peligroso para la humanidad.
La economía al servicio de la guerra
Más que nunca, la economía está al servicio de la guerra y es evidente la ineptitud de la magnitud del gasto militar en medio de una crisis económica y pandémica: “Hoy en día, las armas cristalizan lo último en perfección tecnológica. La fabricación de sofisticados sistemas de destrucción se ha convertido en el símbolo de una economía moderna y eficiente. Sin embargo, estas ‘maravillas’ tecnológicas que han demostrado su mortal eficacia en Oriente Medio no son, desde el punto de vista de la producción, de la economía, más que un gigantesco despilfarro. Las armas, a diferencia de la mayoría de las demás mercancías, tienen la particularidad de que una vez producidas son expulsadas del ciclo productivo del capital. En efecto, no pueden servir para ampliar o sustituir el capital constante (a diferencia de las máquinas, por ejemplo), ni para renovar la fuerza de trabajo de los obreros que ponen en funcionamiento este capital constante. Las armas no sólo sirven para destruir, sino que ya son en sí mismas una destrucción de capital, una esterilización de la riqueza” (“¿Dónde está la crisis? Economía, crisis y Militarismo”, Revista Internacional 65, 19917). Desde 1996, el gasto militar en todos los países se ha duplicado, mostrando una tendencia al alza en la militarización. Según el Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2021 se gastaron 2,000 billones de dólares en armamento, un nuevo récord. De este total, Estados Unidos gastó el 34%, China el 14% y Rusia el 3%. La guerra en Ucrania hará que se disparen los presupuestos militares en Europa, mientras que las crisis pandémica, económica y ecológica requieren inversiones masivas.
Además, el arma económica se utiliza masivamente al servicio del militarismo: China ya amenazó a Australia con represalias económicas porque este país criticó la política china en Hong Kong o en Sin-Kiang y Argelia, en conflicto con Marruecos, cortó los suministros de gas a este país, pero la guerra de Ucrania da otra dimensión a este tipo de política: EE.UU. y los países europeos lo utilizan para poner a Rusia de rodillas, y EE.UU. amenaza a China con tomar represalias si apoya a Rusia; esta última también lo utiliza para presionar a Europa (el gas estadounidense sustituye al ruso). El cáncer del militarismo afecta cada vez más a las políticas comerciales y económicas de los Estados.
Guerra local, consecuencias globales
Las consecuencias de la guerra para la situación económica de muchos países son dramáticas: Rusia es un importante proveedor de fertilizantes y energía, Brasil depende de los fertilizantes para sus cultivos. Ucrania es un gran exportador de productos agrícolas, y es probable que los precios de productos básicos como el trigo se disparen; Estados como Egipto, Turquía, Tanzania y Mauritania dependen al 100% del trigo ruso o ucraniano y están al borde de una crisis alimentaria; Sri Lanka y Madagascar, ya sobre endeudados, están en bancarrota. Según el Secretario General de la ONU, la crisis ucraniana corre el riesgo de “empujar hasta 1.700 millones de personas -más de una quinta parte de la humanidad- a la pobreza, la indigencia y el hambre” (ONU informe, 13 de abril de 2022); las consecuencias económicas y sociales serán globales e incalculables: empobrecimiento, miseria, hambre, revueltas, etc.
La expansión de los actuales enfrentamientos bélicos acentúa la imprevisibilidad
La importante aceleración del militarismo exige que los revolucionarios precisen la dinámica bélica actual y que se pronuncien sobre los retos y peligros del período actual. No se trata de disertar sobre el “sexo de los ángeles”, sino de captar todas las consecuencias de esta dinámica para la determinación de la relación de fuerzas, el vínculo entre la guerra y la lucha de clases y la dinámica de las luchas obreras hoy, así como para nuestra intervención en relación con ellas.
¿Qué importancia tiene la polarización en los enfrentamientos imperialistas?
Durante la última década, se ha producido una polarización entre Estados Unidos y China. Esta polarización es sobre todo el resultado de un cambio en la política de Estados Unidos que ha tenido lugar durante la administración Obama. “En 2011, los líderes estadounidenses habían llegado a la conclusión de que su obsesiva guerra contra el terrorismo -aunque todavía es popular en el Congreso y entre el público- había debilitado su estatus de superpotencia. En una reunión secreta celebrada ese verano, la administración Obama decidió invertir el rumbo y dar mayor importancia estratégica a la competencia con China que a la guerra contra el terrorismo. Este nuevo enfoque, conocido como el "pivote" asiático, fue anunciado por el presidente estadounidense en un discurso ante el Parlamento australiano en Canberra el 17 de noviembre de 2011” (LMD, marzo de 2022, p.7). Esta creciente toma de conciencia de que el rival más peligroso para la continuidad del liderazgo de Estados Unidos era China impulsó un reposicionamiento de los medios económicos y militares para hacer frente a este peligro principal. La resistencia de los talibanes en Afganistán y la aparición de la Organización Estado Islámico retrasaron y ralentizaron la aplicación de esta política por parte de la administración Obama, de modo que sólo se desplegó plenamente con la administración Trump y se formuló en la “Estrategia de Defensa Nacional” por el entonces secretario de Defensa, James Mattis.
Así, esta tendencia a la polarización emana principalmente de Estados Unidos y es la estrategia actual de la superpotencia en declive para mantener su hegemonía. Tras el fracaso de su posicionamiento como “policía mundial”, ahora se centra en una política para contrarrestar a su más peligroso contrincante. Para China, en cambio, esta polarización es muy preocupante en estos momentos8: a pesar de sus actuales inversiones masivas en su ejército, su retraso en el desarrollo de su equipamiento militar es inmenso y su desarrollo tecnológico y económico (Ruta de la Seda) requiere por el momento el mantenimiento de la globalización y la multipolaridad. Como ha sucedido desde 1989 con la política imperialista de Estados Unidos, la actual política de polarización sólo exacerbará el caos y el cada uno para sí imperialista. Esto se ve claramente hoy en la invasión rusa de Ucrania, el rearme masivo de Alemania, la creciente agresividad del imperialismo japonés, el posicionamiento específico de la India, las maniobras de Turquía, etc.
¿Esta polarización conduce a una dinámica de alianzas estables, o incluso a la reconstitución de bloques?
Recordemos en primer lugar la posición de la CCI sobre la formación de bloques después de 1990: “Si bien la formación de bloques es históricamente la consecuencia del desarrollo del militarismo y del imperialismo, la exacerbación de estos dos últimos en la fase actual del capitalismo constituye, paradójicamente, un obstáculo importante para la reforma de un nuevo sistema de bloques después del que acaba de desaparecer.” (“Militarismo y descomposición”, 1991, Revista Internacional 64, pt 9). ¿En qué medida los conflictos actuales favorecen los factores planteados para generar una dinámica hacia la constitución de bloques?
(a) Dado que la fuerza de las armas se ha convertido en un factor dominante para limitar el caos global y para establecerse como líder de un bloque, y dado que Estados Unidos tiene una fuerza militar equivalente a la fuerza militar total de las otras grandes potencias, ningún país tiene actualmente el “potencial militar para reclamar la posición de líder de un bloque que pueda rivalizar con el liderado por esa potencia”, como lo ilustra la guerra en Ucrania. En la medida en que “lo que está en juego y la escala de los conflictos entre bloques se hace cada vez más global y general (cuantos más gánsteres hay que controlar, más poderoso debe ser el ‘jefe’), (...) cuanto más estragos causa la crisis histórica, y su forma abierta, más fuerte debe ser el jefe de un bloque para contener y controlar las tendencias a su dislocación entre las diferentes fracciones nacionales que lo componen.” (“Militarismo y descomposición”, pt.11).
(b) Dado que “la constitución de los bloques imperialistas corresponde a la necesidad de imponer una disciplina similar entre las diferentes burguesías nacionales para limitar sus antagonismos recíprocos y reunirlas para la confrontación suprema entre los dos campos militares” (“Militarismo y descomposición”, pt.4), ¿vemos hoy una tendencia a reforzar esta disciplina? La imposición por parte de Estados Unidos a los Estados europeos de una disciplina en el seno de la OTAN en el contexto de la guerra de Ucrania es temporal y ya revela grietas: Turquía juega al “llanero solitario”, Hungría no corta sus lazos con Rusia, Alemania no muestra mucho interés, Francia impulsa la constitución de un polo europeo. Por su parte, la alianza entre China y Rusia tiene un alcance limitado y China se cuida de no implicarse demasiado con Rusia, mientras que otros países del mundo son muy reservados a la hora de implicarse con las potencias en conflicto.
En resumen, si existe efectivamente una voluntad de polarización por parte de la superpotencia estadounidense en particular; si, en este marco, pueden formarse alianzas ocasionales (Estados Unidos-Japón-Corea; Turquía-Rusia en Siria; China-Rusia) o reactivarse temporalmente antiguas alianzas (OTAN), las tendencias de los enfrentamientos imperialistas actuales no indican una dinámica hacia la constitución de dos bloques antagónicos, como la que pudimos observar antes de la Primera o la Segunda Guerra Mundial o durante la “Guerra Fría”: “(...) en la era de la posguerra fría, los Estados ya no tienen amigos o patrocinadores permanentes, sino aliados fluctuantes, vacilantes y de duración limitada” (DML, mayo de 2022, p. 8 ).
La formación de bloques fue una tendencia dominante hasta la fase de descomposición. En esta última, la tendencia es más bien, dadas las características exacerbadas durante esta fase, a intensificar la tendencia a la guerra sin la constitución de bloques: “En el nuevo período histórico en el que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo acaban de confirmarlo, el mundo se presenta como una inmensa batalla campal, en la que la tendencia del ‘cada uno para sí’ se desarrollará plenamente, donde las alianzas entre Estados no tendrán, ni mucho menos, el carácter de estabilidad que caracterizaba a los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sangriento en el que el policía estadounidense intentará mantener un mínimo de orden mediante el uso cada vez más masivo y brutal de su poder militar.” ("Militarismo y descomposición", pt 11).
¿La dinámica actual se orienta hacia una guerra mundial, es decir, un enfrentamiento generalizado entre grupos de países ordenados tras sus respectivos “jefes”?
Las guerras mundiales que hemos conocido en la decadencia capitalista estaban todas vinculadas a la existencia de coaliciones detrás de un “jefe”, cuya arquitectura estaba determinada mucho antes de la explosión del conflicto, que, por la lógica del bloque, conducía a enfrentamientos globales: dos grandes alianzas se opusieron en 1914: la Entente (la Triple Entente entre Inglaterra, Francia y Rusia, a partir de 1907, y más tarde la Cuádruple Entente tras la adhesión de Italia en 1915) contra la Triple Alianza (formada entre Alemania, Austria-Hungría e Italia, fundada en 1882, ampliada en 1887 y confirmada en 1891/1896); ambos ejes de alianzas se enfrentaron en 1914: El Eje Roma-Berlín-Tokio (concluido en 1936 y completado por el Pacto germano-soviético en agosto del 39) y el pacto de alianza entre Francia y Gran Bretaña se combinaron con dos alianzas tripartitas (Francia-Gran Bretaña-Polonia y Francia-Gran Bretaña-Turquía), así como con una “política de entendimiento” entre Gran Bretaña y Estados Unidos; finalmente, los dos bloques del Oeste y del Este (la OTAN y el Pacto de Varsovia) se enfrentaron entre 1945 y 1989. Además, estas guerras implicaban una movilización masiva de enormes ejércitos, mientras que las burguesías actuales evitan las movilizaciones masivas de poblaciones (salvo parcialmente en Ucrania) y los ejércitos de los grandes imperialismos se han reconfigurado desde los años 90 (reducción de su masividad, creación de fuerzas profesionales especializadas y desarrollo de tecnologías ligadas a la robótica y a la cibernética militar en el caso de los ejércitos estadounidense, chino, ruso y europeo) y recurren ampliamente a mercenarios y “contratistas” privados.
¿Conduce este análisis a subestimar el peligro de las guerras actuales?
El análisis anterior no debe tranquilizarnos en absoluto sobre el peligro de guerra en una fase de descomposición a pesar de la ausencia de dinámica de bloques. En efecto, debemos ser conscientes de que este contexto no significa en absoluto que se excluya un gran conflicto bélico, y que el peligro de un enfrentamiento militar directo entre las grandes potencias sería insignificante, sino todo lo contrario: “En efecto, no es la constitución de bloques imperialistas lo que está en el origen del militarismo y del imperialismo. Todo lo contrario: la constitución de bloques no es más que la consecuencia extrema (que en un momento dado puede agravar las causas mismas), una manifestación (que no es necesariamente la única) del hundimiento del capitalismo decadente en el militarismo y la guerra” (“Militarismo y descomposición”, Revista Internacional 64, 1991, pt 5).
La ausencia de bloques hace, paradójicamente, que la situación sea más peligrosa, en la medida en que los conflictos se caracterizan por una mayor imprevisibilidad: “Al anunciar que ponía en alerta a su fuerza de disuasión, el presidente ruso Vladimir Putin obligó a todos los estados mayores a actualizar sus doctrinas, en su mayoría heredadas de la Guerra Fría. La certeza de la aniquilación mutua -cuyas siglas en inglés MAD significan ‘loco’- ya no es suficiente para excluir la hipótesis de los ataques nucleares tácticos, supuestamente limitados. Con el riesgo de una escalada incontrolada” (LMD, abril de 2022, p.1). De hecho, paradójicamente, puede afirmarse que la agrupación en bloques limitó las posibilidades de derrapes,
- debido a la disciplina del bloque;
- debido a la necesidad de infligir previamente una derrota decisiva al proletariado mundial en los centros del capitalismo (véase el análisis del curso histórico en los años 80).
Así, aunque actualmente no hay perspectivas de constitución de bloques ni de una tercera guerra mundial, al mismo tiempo, la situación se caracteriza por un peligro mayor, ligado a la intensificación del cada uno para sí y a la creciente irracionalidad: la imprevisibilidad del desarrollo de los enfrentamientos, las posibilidades de que se les vaya de las manos, que es más fuerte que en los años 50 a 80, marcan la fase de descomposición y constituyen una de las dimensiones especialmente preocupantes de esta aceleración cualitativa del militarismo.
¿Qué impacto tiene sobre la clase trabajadora?
En conclusión, debemos comprender que las condiciones de la guerra entre la primera y la segunda guerra mundial, por un lado, y las de hoy, por otro, son fundamentalmente diferentes y, en consecuencia, también las perspectivas para el proletariado. Si el deslizamiento hacia la barbarie en Ucrania es destructivo y brutal, el significado de tales conflictos es también más difícil de entender para la clase obrera. Mientras que las confraternizaciones fueron técnica y políticamente posibles durante la primera guerra mundial -los trabajadores podían comunicarse a través de las trincheras-, hoy en día no existe ese potencial. Tampoco hay cientos de miles de personas agrupadas en los frentes, con posibilidades de discusión, reacciones masivas contra sus superiores y revueltas.
Así que no podemos esperar ninguna reacción de clase en el frente de guerra por el momento, incluso si los soldados rusos pueden desertar o negarse a ser reclutados para Ucrania. Hoy, la clase obrera no tiene la capacidad de ofrecer una resistencia de clase contra la guerra imperialista, ni en Ucrania, ni en Rusia, ni en este momento en Occidente. En cuanto a las perspectivas más generales para el desarrollo de la lucha de clases en la actualidad, éstas se abordan en el informe sobre la situación de la lucha de clases.
09.05.2022
1 Ver los Documentos del 24º Congreso Internacional de la CCI (https://es.internationalism.org/content/4765/documentos-del-24o-congreso-internacional-de-la-cci-2021 ) y más específicamente la Resolución sobre la situación internacional (https://es.internationalism.org/content/4720/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-xxiv-congreso-de-la-cci-2021 )
2 https://es.internationalism.org/content/4761/informe-de-noviembre-de-2021-sobre-los-conflictos-imperialistas
3 https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion
4 La facción de Biden también quiere “hacer pagar” a Rusia por su injerencia en los asuntos internos de Estados Unidos, por ejemplo, mediante sus intentos de manipular las recientes elecciones presidenciales
5 “Xi sólo tiene un 50% de posibilidades de ser reelegido para un tercer mandato como presidente porque ha cometido tres grandes errores, dice una fuente anónima citada por el periodista británico Mark O'Neill, conocedor de China desde Hong Kong. La primera es que ha arruinado las relaciones diplomáticas de China desde 2012. Cuando llegó al poder, China tenía buenas relaciones con la mayoría de los países del mundo. Ahora, por su culpa, sus relaciones están dañadas con muchos de estos países, especialmente en Occidente, así como con sus aliados en Asia. La segunda es la política del “cero Covid”, que ha hecho un gran daño a la economía china, que no alcanzará el 5.5% de crecimiento del PIB previsto para este año. Casi 50 ciudades están confinadas y no se ve el final. La tercera es su alineación con [Vladimir] Putin. Esto ha dañado aún más las ya malas relaciones con Europa y Norteamérica. A las empresas chinas se les ha dicho que no firmen nuevos contratos con empresas rusas, ya que esto podría dar lugar a sanciones. ¿Dónde está el beneficio para China?” (citado en “Cero Covid en China: Xi Jinping sordo a la alerta económica”, P.-A. Donnet, Asialyst, 07.05.22)
6 Ver Cumbre en Madrid de la OTAN: una cumbre por y para la guerra https://es.internationalism.org/content/4839/cumbre-de-la-otan-en-madrid-una-cumbre-por-y-para-la-guerra
7 https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1060/crisis-y-militarismo
8 Filtraciones del Pentágono revelaron que al final de la administración Trump, el alto mando militar chino se había puesto en contacto en secreto con el Pentágono para expresar su preocupación por el peligro de un ataque atómico contra China por parte de Trump