Covid-19: Barbarie capitalista generalizada o revolución proletaria mundial

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¡Una hecatombe! Miles de muertos cada día, hospitales tambaleándose, una odiosa "selección" entre enfermos jóvenes y viejos, sanitarios agotados hasta el tuétano, muchos de ellos contaminados y a veces fallecidos. Por todas partes falta material médico. Lo que no falta es una competencia feroz entre Gobiernos en nombre de la "guerra contra el virus". Mercados financieros que naufragan, escenas surrealistas de rapiña con Estados que se roban unos a otros cargamentos de mascarillas. Decenas de millones de trabajadores arrojados al infierno del desempleo, todo ello adobado por los montones de mentiras proferidas por los Estados y sus medios de comunicación... ¡Así es el espantoso espectáculo que nos ofrece el mundo de hoy! La pandemia de Covid-19 es la catástrofe sanitaria mundial más grave desde la gripe española de 1918-19, y eso que la ciencia, desde entonces, ha realizado progresos extraordinarios. ¿Por qué tal catástrofe? ¿Cómo se ha llegado a esto?

Se nos dice que este virus es diferente, que es mucho más contagioso que los demás, que sus efectos son mucho más perniciosos y mortales. Puede que todo eso sea cierto, pero no explica la amplitud del desastre. La causa fundamental de este caos planetario, de los cientos de miles de muertes, es el propio capitalismo. La producción para la ganancia y no para las necesidades humanas, la búsqueda permanente de una mayor rentabilidad al precio de la explotación feroz de la clase obrera, los ataques cada vez más violentos a las condiciones de vida de los explotados, la competencia desenfrenada entre las empresas y entre los Estados, son todas ellas características del sistema capitalista que se han combinado para producir el desastre actual.

Negligencia criminal del capitalismo

Los que dirigen la sociedad, la clase burguesa con sus Estados y sus medios de comunicación, nos dicen con aire compungido que la epidemia era "impredecible". Eso es pura mentira, del mismo estilo que los escépticos del calentamiento climático. Los científicos llevan ya considerando desde hace tiempo la posible amenaza de una pandemia como la del Covid-19. Pero los gobiernos se han negado a escucharlos. Hasta se negaron a escuchar un informe de la CIA de 2009 ("Cómo será el mundo de mañana") que describe, con asombrosa precisión, las características de la actual pandemia. No se ha hecho nada por anticipar tal amenaza. ¿Por qué tanta ceguera por parte de los Estados y la clase burguesa a la que sirven? Por una razón muy sencilla: las inversiones deben producir ganancias, y cuanto antes mejor. Invertir por el futuro de la humanidad no rinde, no hace subir las cotizaciones en Bolsa. Y además las inversiones deben servir para fortalecer las posiciones de cada burguesía nacional frente a las demás en el ruedo imperialista. Si las sumas demenciales invertidas en gastos e investigación militar se hubieran dedicado a la salud y bienestar de la gente, tal epidemia nunca podría haberse desarrollado. Al contrario, en lugar de tomar medidas frente a tal catástrofe sanitaria anunciada, los gobiernos no han cesado de atacar implacablemente los sistemas de salud, tanto en lo que a investigación se refiere como en recursos técnicos y humanos.

Si hoy tanta gente se muere cayendo como moscas, en el corazón mismo de los países más desarrollados, es ante todo porque los gobiernos de todo el mundo no han parado de recortar los presupuestos para la investigación de nuevas enfermedades. Así, en mayo de 2018, Donald Trump suprimió una unidad especial del Consejo de Seguridad Nacional, compuesta por eminentes expertos, encargada de la lucha contra las pandemias. Pero la actitud de Trump es sólo una caricatura de la adoptada por todos los líderes. Por ejemplo, los estudios científicos sobre los coronavirus se abandonaron en todas partes hace unos 15 años porque se consideraba que desarrollar la vacuna ¡no era... “rentable”!

Repugnante es también el ver a los dirigentes y políticos burgueses, tanto de derechas como de izquierdas, andar lloriqueando por el hacinamiento en los hospitales y las condiciones catastróficas en las que se obliga a trabajar a los sanitarios, por mucho que sepan que sus respectivos Estados han aplicado una política metódica de “rentabilización” del sistema de asistencia sanitaria durante los últimos cincuenta años, sobre todo desde la gran recesión de 2008. Por todas partes, la norma ha sido limitar el acceso de la población a los servicios de salud, reduciendo el número de camas hospitalarias y aumentado la carga de trabajo y la explotación del personal sanitario. ¿Y qué decir de la escasez generalizada de máscaras y otros medios de protección, gel desinfectante y test de detección? En los últimos años, la mayoría de los Estados han dejado de almacenar esos productos vitales para ahorrar dinero. Y en estos últimos meses, no ha habido la menor anticipación del aumento de la propagación del Covid-19, que sin embargo se identificó ya en noviembre de 2019, llegando algunos de ellos a repetir durante semanas, para ocultar su irresponsabilidad criminal, que las mascarillas eran inútiles para los no sanitarios.

¿Y qué decir de las regiones del mundo con carencias crónicas como el continente africano o Latinoamérica? En Kinshasa (capital de la RD de Congo), los 10 millones de habitantes tendrán a su disposición…¡50 respiradores! En África Central, se están distribuyendo folletos con instrucciones sobre cómo lavarse las manos cuando la gente ni siquiera tiene agua para beber. En todas partes se oye el mismo grito de angustia: "¡Nos falta de todo para enfrentar la pandemia!".

El capitalismo es la guerra de todos contra todos...

La feroz competencia entre los Estados en la cancha mundial hace imposible incluso lograr un mínimo de cooperación para contener la pandemia. Cuando empezó, lo que más le importó a la burguesía china fue hacer todo lo posible por ocultar la gravedad de la situación, para proteger su economía y su reputación, no dudando el Estado en perseguir y luego dejar morir al primer médico que había dado la alarma. Incluso las apariencias de regulación internacional que la burguesía se había dado para gestionar la penuria han saltado por los aires, empezando por la impotencia de la OMS para imponer directivas hasta la incapacidad de la Unión Europea para poner en marcha medidas concertadas. Esta división ha agravado considerablemente el caos al causar la pérdida total del control sobre la evolución de la pandemia. La dinámica del “cada uno a la suya” y la agudización de la competencia general son claramente la característica dominante en las reacciones de la burguesía.

La "guerra de las mascarillas", como la llaman los medios de comunicación, es un ejemplo elocuente de la competencia cínica y desenfrenada entre todos los Estados. Hoy, cada Estado procura arrebatar a los demás ese material de supervivencia a base de pujar más e incluso robándolo. Estados Unidos ha arrebatado cargamentos de máscaras prometidos a Francia en las pistas chinas, a pie de avión. Francia confisca cargamentos de mascarillas que iban de Suecia a España en tránsito por sus aeropuertos. La República Checa confisca en sus fronteras aduaneras respiradores y mascarillas destinados a Italia. Alemania hace desaparecer de tapadillo máscaras destinadas a Canadá. E incluso se ha podido ver semejante “arrebatacapas” entre diferentes regiones del mismo país, como en Alemania y Estados Unidos. Ese es el verdadero rostro de las "grandes democracias": la ley fundamental del capitalismo, la competencia, la guerra de todos contra todos, ha engendrado una clase de filibusteros, de matones de la peor calaña.

Ataques sin precedentes contra los explotados

Para la burguesía, "sus ganancias valen más que nuestras vidas", como clamaban los huelguistas de la industria automovilística italiana. Por todas partes, en todos los países, la clase dominante ha retrasado al máximo la aplicación de medidas de contención y protección de la población a fin de preservar, a toda costa, la producción nacional. No fue la amenaza de un montón de muertos lo que finalmente acabó por hacerle decretar el confinamiento. Las múltiples masacres imperialistas durante más de un siglo, en nombre del mismo interés nacional, han demostrado definitivamente el desprecio de la clase dominante por la vida de los explotados. ¡No, no les importan nuestras vidas! Sobre todo, porque este virus tiene la "ventaja" para la burguesía de segar especialmente a los ancianos y los enfermos, o sea otros tantos "improductivos" para ella. Dejar que el virus se propagara y hiciera su trabajo "natural", so pretexto de "inmunidad colectiva", fue además la opción inicial de Boris Johnson y otros dirigentes. Lo que en todos los países pesó a favor de la contención generalizada fue el temor a la desorganización económica y, en algunos países, al desorden social, el aumento de la ira ante la incuria y la hecatombe. Además, aunque conciernen a la mitad de la humanidad, las medidas de contención son a menudo pura pantomima: ¡millones de personas se ven obligadas, cada día, a apiñarse en trenes, metros y autobuses, en fábricas y talleres y en supermercados!. Y ya, por todas partes, la burguesía está tratando de que el "desconfinamiento" se lleve a cabo lo antes posible, incluso con una pandemia que sigue golpeando con dureza, pensando ya en cómo hacer para evitar agitaciones y posibles protestas, planeando volver a poner a los obreros a trabajar sector por sector, empresa por empresa.

La burguesía perpetúa y prepara nuevos ataques, con condiciones de explotación aún más despiadadas. La pandemia ya ha dejado sin trabajo a millones de trabajadores: diez millones en tres semanas en Estados Unidos, muchos de ellos, con empleos irregulares, precarios o temporales, se han visto privados de todo tipo de ingresos. Otros, que sólo disponen de escasos subsidios o ayudas sociales para sobrevivir, corren el riesgo de no poder pagar el alquiler y verse privados de atención sanitaria. Los estragos económicos ya han comenzado con la inminente recesión mundial: explosión de los precios de alimentos, despidos masivos, recortes salariales, aumento de la inseguridad, etc. Todos los Estados están adoptando medidas de "flexibilidad" de una brutalidad sin precedentes, pidiendo la aceptación de estos sacrificios en nombre de la “unidad nacional en la guerra contra el virus”.

¡El interés nacional que la burguesía invoca hoy no es el nuestro! La misma defensa de la economía nacional y la misma competencia generalizada le han servido en el pasado para aplicar recortes presupuestarios y ataques a las condiciones de vida de los explotados. Y mañana nos querrá hacer tragar la misma mentira cuando, después de los estragos económicos causados por la pandemia, exigirá que los explotados se aprieten aún más el cinturón, ¡acepten aún más explotación y miseria!

Esta pandemia es la expresión del carácter decadente del modo de producción capitalista, una de las muchas manifestaciones del grado de desintegración y delicuescencia de la sociedad actual, como la destrucción del medio ambiente y la contaminación de la naturaleza, el cambio climático, la multiplicación de los focos de guerra y de masacres imperialistas, la inexorable caída en la miseria de una parte cada vez mayor de la humanidad, el incremento de las migraciones de refugiados, el auge de la ideología populista y el fanatismo religioso, etc. (ver en internet nuestras Tesis sobre la descomposición del capitalismo). Es un revelador del atolladero del capitalismo, un indicador de la única dirección hacia la que este sistema y su perpetuación amenazan con llevar y arrastrar a toda la humanidad: caos, miseria, barbarie, destrucción y muerte.

Sólo el proletariado puede transformar el mundo...

Algunos gobiernos y medios de comunicación burgueses afirman que el mundo nunca volverá a ser el mismo que antes de esta pandemia, que se sacarán las lecciones del desastre, que finalmente los Estados se van a orientar hacia un capitalismo más humano y mejor gestionado. Ya oímos la misma monserga cuando la recesión de 2008: con la mano en el corazón, los Estados y los líderes mundiales declararon la "guerra a las finanzas", prometiendo que los sacrificios necesarios para salir de la crisis serían recompensados. Basta con mirar las crecientes desigualdades en el mundo para ver que esas promesas de "regeneración" del capitalismo eran puras patrañas para hacernos tragar una enésima degradación de nuestras condiciones de vida.

La clase explotadora no puede cambiar el mundo para anteponer la vida y las necesidades sociales de la humanidad a las leyes despiadadas de su economía: el capitalismo es un sistema de explotación, en el que una minoría dominante obtiene sus beneficios y privilegios del trabajo de la mayoría. La clave del futuro, la promesa de otro mundo, verdaderamente humano, sin naciones ni explotación, reside sólo ¡en la unidad y la solidaridad internacional de los trabajadores en lucha!

El impulso de solidaridad espontánea que siente hoy toda nuestra clase ante la intolerable situación infligida a los trabajadores de la salud, los gobiernos y los políticos de todo el mundo lo desvían con campañas de aplausos en ventanas y balcones. Ciertamente, los aplausos dan ánimos a estos trabajadores quienes, con denuedo y entrega, en condiciones de trabajo dramáticas, cuidan de los enfermos y salvan vidas humanas. Pero la solidaridad de nuestra clase, la de los explotados, no puede reducirse a un aplauso de cinco minutos. Solidaridad es, ante todo, denunciar la negligencia de los gobiernos, en todos los países, ¡cualquiera que sea su color político! ¡Es exigir mascarillas y todos los medios de protección necesarios! Es, cuando es posible, ir a la huelga afirmando que mientras los sanitarios no tengan equipo, mientras se precipiten así hacia la muerte a cara descubierta, los explotados no hospitalarios ¡no trabajarán!

Hoy, confinados como estamos, no podemos librar batallas masivas contra este sistema asesino. No podemos reunirnos, expresar nuestra ira y mostrar nuestra solidaridad en nuestro terreno de clase, a través de luchas de masas, huelgas, manifestaciones, agrupamientos. Debido al confinamiento, pero no sólo por eso. También porque nuestra clase debe reapropiarse de una fuerza que ha poseído muchas veces en la historia pero que ha olvidado: la de unirse en la lucha, la de desarrollar movimientos masivos frente a las ignominias de la burguesía.

Las huelgas que estallaron en el sector del automóvil en Italia o en la gran distribución en Francia, o frente a los hospitales de Nueva York o los del norte de Francia, así como la enorme indignación de los trabajadores que se negaron a servir de "carne de virus", sólo pueden ser hoy por hoy reacciones dispersas porque están aisladas de la fuerza de toda una clase unida. Sin embargo, demuestran que los proletarios no se resignan a aceptar como una fatalidad la irresponsabilidad criminal de quienes los explotan.

Es esta perspectiva de combates de clase la que debemos preparar. Porque después de Covid-19, habrá una crisis económica mundial, desempleo masivo, nuevas "reformas" que sólo serán nuevos "sacrificios". Así que, de ahora en adelante, preparemos nuestras futuras luchas. ¿Cómo podemos hacerlo? Discutiendo, intercambiando información, en las redes sociales, los foros, por teléfono, siempre que sea posible. Entendiendo que la mayor plaga no es Covid-19, sino el capitalismo, que la solución no es unirse detrás del Estado asesino sino, por el contrario, oponerse a él, que la esperanza no está en las promesas de tal o cual político sino en el desarrollo de la solidaridad obrera en la lucha, que la única alternativa a la barbarie capitalista ¡es la revolución mundial!

¡EL FUTURO PERTENECE A LA LUCHA DE CLASES!

Corriente Comunista Internacional (10 de abril de 2020)

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