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Hoy las calles de Madrid vivirán un escenario de ambulancias, caos de los servicios sanitarios y dolor como el de los atentados de Atocha en 2004 (193 muertos y más de 1400 heridos). Pero, en esta ocasión será un día más de los de esta pandemia que ha ocasionado ya los 2300 muertos y cerca de 35 mil contagiados (oficialmente) en España, propagándose a una velocidad superior a la alcanzada en Italia que, hace unos días, batió todos los récords en cuanto a muertes diarias (651), e impacto letal de la epidemia (más de 7000 fallecidos), en la que ya se considera la peor catástrofe sanitaria de ambos países desde la 2ª Guerra Mundial. Y esos países son un anuncio de lo que probablemente espera a las poblaciones de metrópolis como Nueva York, Los Ángeles, Londres, etc. Una realidad que quedará palidecida cuando se contabilice el impacto de esta epidemia en América latina, África, donde los sistemas sanitarios son aún mucho más precarios o directamente inexistentes.
Pero desde semanas atrás los gobernantes de estos países – y también de Francia, como hemos mostrado en el artículo de nuestra publicación[1] en Francia, y sin duda de otras potencias capitalistas – podían imaginarse los estragos que podía causar esta epidemia. Y, sin embargo, como los demás Estados capitalistas - y no solo los populistas Johnson en Gran Bretaña o Trump en USA, etc. -, decidieron anteponer las necesidades de la economía capitalista a la salud de la población. Ahora en sus histriónicos e hipócritas discursos, esos mismos gobernantes dicen estar dispuestos a todo para proteger la salud de sus ciudadanos, y echan la culpa al “virus”, al que le declaran la “guerra”. Pero el culpable no puede ser algo que no es ni siquiera un ser vivo. La responsabilidad de la mortandad causada por esta pandemia es enteramente atribuible a unas condiciones sociales, a un modo de producción que, en vez de aprovechar las fuerzas productivas, los recursos naturales, el progreso del conocimiento para favorecer la vida, inmola la vida humana y la naturaleza toda en el altar de las leyes capitalistas de la acumulación y la ganancia.
La clase explotada es también la principal damnificada de esta pandemia
Nos dicen a todas horas que esta pandemia afecta a todos sin distinguir ricos o pobres. Airean los casos de algunos “famosos” afectados o incluso fallecidos por Covid-19. Pero son anécdotas para esconder que son las condiciones de la explotación de los trabajadores las que explican el auge y la extensión de esta pandemia.
En primer lugar, por las condiciones de hacinamiento en barriadas insalubres en las que deben vivir los explotados, que son un caldo de cultivo que favorece la extensión de las epidemias. Esto es fácilmente comprobable viendo la mayor incidencia de esta pandemia en regiones industriales de alta concentración humana (Lombardía, Veneto y Emilia Romagna en Italia; Madrid, Cataluña y País Vasco en España), que en regiones más despobladas (Sicilia, Andalucía) por esas mismas necesidades de la explotación. La agravación del problema de la vivienda para los trabajadores acentúa aún más esta vulnerabilidad. En el caso de Madrid los hospitales que sufren la mayor saturación y cuyos servicios están colapsando, corresponden esencialmente a los que atienden a la población de las ciudades industriales del sur. También en estas infraviviendas es más difícil soportar la cuarentena decretada por las autoridades sanitarias. En los “chalets” de Somosierra o la villa de Niza en que se refugia Berlusconi con sus hijos, el confinamiento es más llevadero. Los explotadores quieren, ¡que cinismo!, presumir de “civismo”.
Y no digamos de las repercusiones sobre esta población con empleos precarios de tener que asumir el cuidado de los hijos pequeños o de los mayores que se han visto agolpados en infraviviendas. El caso de los ancianos es particularmente indignante, tras haber sido explotados durante toda su vida, y que hoy se ven hoy obligados a vivir solos, o desatendidos en residencias regidas por las mismas leyes del beneficio capitalista. Con un auxiliar por cada 18 pacientes en las salas de grandes dependientes, las residencias de ancianos se han convertido en uno de los principales focos de propagación de la pandemia, como se ha podido ver en España no sólo entre los llamados “usuarios” sino entre los propios trabajadores, que con contratos temporales y salarios de miseria se han visto obligados a cuidar a pacientes de riesgo, careciendo, en muchos casos de mínimas medidas de autoprotección[2]. Pero esa misma situación se puede ver en Francia, hasta hace poco presentada como el paradigma del Estado social. En España se ha llegado al caso de que pacientes ingresados deben permanecer aislados en sus habitaciones junto a cadáveres de sus compañeros, puesto que los servicios funerarios desbordados o carentes igualmente de medidas de autoprotección no dan a abasto para recoger los restos mortales. De igual modo se retrasan los traslados a los hospitales, que se encuentran en gran medida colapsados y donde el futuro que les espera es, en muchos casos, quedar relegados a pacientes de tercera o cuarta categoría, por las reglas de “triaje” que determinan el empleo de los recursos materiales y de personal en función de criterios de coste/beneficio, que constituyen auténticos atentados a la dignidad y la vida humanas, a los instintos sociales que han permitido a la humanidad llegar hasta nuestros días, y que hoy son puestos en marcha, sin tapujos, por las autoridades italianas, españolas[3], francesas, etc.
Y que podemos añadir a la conocida sobrexplotación y sobreexposición de los trabajadores sanitarios que concentran sobre ellos entre el 8 y el 12% de los contagios. Sólo en España más de 5000. Y estas estadísticas son bastante engañosas, por cuanto una buena parte de estos trabajadores aún no han sido testados si están o no contagiados por el coronavirus. Y aun así se ven forzados a trabajar sin los guantes, mascarillas y batas de protección necesarios, pero que han sido un gasto “prescindible” para la sanidad y la economía capitalistas. Como los hospitales, las camas de UCI, los respiradores, la investigación sobre los coronavirus y posibles remedios y vacunas… todo eso ha sido sacrificado en pro de la rentabilidad de la explotación.
Hoy las plañideras de los “media”, especialmente los coloreados de “izquierda”, tratan de concentrar las iras de la población contra las “privatizaciones” de la sanidad. Pero sea quien sea el titular del hospital, el dueño del laboratorio farmacéutico, o el propietario de la residencia de ancianos, lo cierto es que la salud de la población está sometida al imperio del beneficio de una minoría explotadora sobre toda la sociedad.
La defensa de la vida contra las leyes de la explotación.
Esa dictadura de las leyes del capital por encima de las necesidades humanas se ha puesto claramente de manifiesto en la ejecución de las cuarentenas en Italia, España y Francia que han impuesto restricciones draconianas para ir a comprar, para visitar a los mayores, para recluir a niños o pacientes con discapacidades, pero que sin embargo ha tenido manga ancha para mantener el que se vaya a las obras de la construcción, para estibar los barcos con contenedores de todo tipo de material, para mantener la producción en las fábricas textiles, de electrodomésticos, de automóviles. Y para “asegurar” esas condiciones de la explotación, mientras se persigue a unos cuantos “runners” o a trabajadores que cogen el coche en pequeños grupos para ir a trabajar (y ahorrar parte de los gastos de desplazamiento), se permite el uso de metro o cercanías para mantener en marcha el proceso “productivo”. Muchos trabajadores se indignan frente a este criminal cinismo de la burguesía, y expresan su cólera través de redes sociales, puesto que en las actuales condiciones es imposible hacerlo juntos en las calles, en asambleas, etc. Así frente a la campaña urdida por los principales “media” con el eslogan “Quédate en casa”, se puso en marcha un hastag igualmente muy popular #YoNoPuedoQuedarmeEnCasa en el que se expresan “riders” (Deliveroo, Uber), cuidadoras de hogar, trabajadores del amplísimo sector de la economía sumergida, etc.
Por también han estallado protestas, plantes y huelgas contra el mantenimiento del trabajo en esas condiciones que desprecian la vida y la seguridad de los trabajadores. Como se gritaba en las protestas en Italia. “Vuestros beneficios valen más que nuestras vidas”.
En Italia estallaron desde la semana de 10 de marzo en la FIAT de Pomigliano donde trabajan diariamente 5 mil obreros, se pusieron en huelga para protestar contra las condiciones de inseguridad en que se les hacía trabajar. En otras fábricas del sector del metal, en Brescia, por ejemplo, se planteó un ultimátum a las empresas para que adecuaran la producción a las necesidades de protección de los trabajadores o se pondrían en huelga. Finalmente, las empresas decidieron cerrar las plantas. Y cuando, más recientemente, el 23 de marzo, un posterior decreto del primer ministro Conte, abrió las puertas a la continuación del trabajo en industrias no necesariamente esenciales, de nuevo estallaron huelgas espontáneas, que han llevado al sindicato CGIL a “amagar” con la convocatoria de una “huelga general” (¿?).
En España, se vieron inicialmente en la Mercedes de Vitoria, tras la aparición de un compañero contagiado de covid19 cuando los trabajadores decidieron que se paraba inmediatamente el trabajo. Lo mismo sucedió en la fábrica de electrodomésticos Balay de Zaragoza (1000 trabajadores) o en la Renault de Valladolid. Hay que decir que, en muchos casos, es la propia empresa la que ha propiciado el cierre patronal (Airbus en Madrid, SEAT en Barcelona o la FORD en Valencia en esas fechas y después la PSA de Zaragoza o la Michelin de Vitoria) para que sean las arcas del Estado – o sea plusvalía extraída al conjunto de la clase obrera - las que se encarguen de pagar parte de los salarios de sus trabajadores, cuando la realidad es que antes de la pandemia ya existían planes de despidos (en la FORD o en la Nissan de Barcelona).
Pero hay también manifestaciones abiertas de combatividad de clase como la huelga salvaje, es decir al margen y contra los sindicatos, que se ha producido en los autobuses de Lieja (Bélgica) contra la irresponsabilidad de la empresa de hacer trabajar a sus empleados en condiciones completamente expuestas al contagio, cuando Bélgica había sido uno de los primeros países en decretar un cierre de país. Otro tanto cabe decir por ejemplo del plante de los trabajadores de la factoría panadera Neuhauser y en los astilleros en Nantes o de la empresa SNF en Andrézieux (Francia)[4]. En Francia ha habido expresiones muy duras de protesta en los astilleros de Saint Nazare. Así se expresaba ante la televisión un obrero de dichos astilleros: “Me obligan a trabajar en espacios reducidos con 2 o 3 compañeros en cabinas de apenas 9 metros cuadrados y sin ninguna protección. Luego debo volver a mi casa donde están confinados mi mujer y mis hijos. Y me preguntó con mucha preocupación si yo no represento un peligro para ellos. No puedo aceptarlo”.
Conforme se va extendiendo la epidemia y sus efectos nefastos sobre los trabajadores van surgiendo focos, aún minoritarios, de protestas obreras a esta imposición de la lógica y las necesidades de la explotación capitalista: Lo hemos visto en la FIAT Chrysler en las plantas de Tripton (Indiana/USA) que protestaron por el hecho de tener que entrar a trabajar cuando está prohibido juntarse fuera de las factorías. Reacciones similares pudieron verse en las plantas de la empresa Lear en Hammond también en Indiana, en las factorías de Fiat en Windsor (Ontario/Canadá), o en la fábrica de camiones Warren en la periferia de Detroit. Los conductores de bus de la ciudad de Detroit también detuvieron su trabajo hasta que la empresa les asegurara un mínimo de seguridad en sus condiciones de trabajo. Es muy significativo que, en estas luchas en Estados Unidos, los trabajadores hayan debido imponer su decisión de parar el trabajo a la directriz marcada por el sindicato – en este caso la UAW – que alentaba continuar trabajando para no perjudicar a la empresa.
Y también en el puerto de Santos (Brasil) ha habido protestas de los trabajadores contra las imposiciones de las autoridades de mantener el trabajo. Y también en ese país crece también la inquietud en los trabajadores de las factorías de Volkswagen, Toyota, GM, etc. contra la continuación de la producción como si no existiera una pandemia.
Por muy limitadas que hayan sido esas protestas son una parte importante de la respuesta de clase del proletariado a la pandemia que tiene un carácter indudablemente de clase capitalista. Aún en un terreno meramente defensivo, los explotados rechazan aceptar ser la carne de cañón de los explotadores.
La respuesta de la burguesía: hipocresía y totalitarismo estatal
La propia burguesía es consciente del potencial de desarrollo de la combatividad y de toma de conciencia del proletariado que encierra esa acumulación de inquietud, indignación y sacrificios que se exigen a los trabajadores. Ahora hasta los principales protagonistas del “austericidio”[5] (como Merkel, o Berlusconi, o el español Luis de Guindos) se llenan la boca de promesas de ayudas sociales. Pero las armas de la clase explotadora siguen siendo las tradicionales de toda la historia de la lucha de clases: el engaño y la represión.
La hipocresía de las campañas de aplausos programados a los trabajadores del sector sanitario. Por supuesto que estos compañeros se merecen todo el reconocimiento y solidaridad porque son ellos, esencialmente, los que con su esfuerzo y apoyo están manteniendo mínimamente a flote la asistencia sanitaria. Llevan años haciéndolo contra los recortes de personal y el deterioro de los recursos materiales. Lo que es de un cinismo repugnante es ver como las autoridades que han propiciado precisamente esas condiciones de sobrexplotación e impotencia de estos compañeros, quieran sumarse a esa “solidaridad” con eso de que estamos todos en el mismo barco, cantando el himno nacional y exaltando los valores patrios como remedio (¿?) frente a la propagación de la pandemia. El nacionalismo repugnante de muchas de estas “movilizaciones” promovidas desde las propias instancias del Estado trata de ocultar que no puede haber comunidad de intereses entre explotadores y explotados, entre beneficiarios y perjudicados por la degradación de las infraestructuras sanitarias, entre quienes mantener la producción y la competitividad del capital nacional, y quién antepone la vida y las necesidades humanas. La patria es una patraña para los trabajadores, lo diga Salvini y Vox, o lo diga Podemos, Macron o Conte
Invocando precisamente esa “solidaridad nacional” se apela a la ciudadanía a delatar a quien supuestamente se “salta” la cuarentena, propiciando un clima de “caza de brujas” que a veces pagan madres con hijos autistas, parejas de ancianos que van a comprar o incluso trabajadores sanitarios que se dirigen a los hospitales. Resulta especialmente cínico responsabilizar de la extensión de la pandemia, de los muertos causados por ella, o del stress que sufren los trabajadores sanitarios a unos cuantos “infractores”. No hay nada más antisocial – es decir contrario a la comunidad humana - que el Estado capitalista que defiende precisamente los intereses de clase de la minoría explotadora, y eso lo esconde precisamente con la hoja de parra de esa supuesta solidaridad. Y doblemente hipócrita y criminal es intentar utilizar el desastre causado por la negligencia del Estado que defiende los intereses de la clase enemiga, como vía para enfrentar a unos trabajadores con otros. Si los trabajadores de los hospitales se niegan a aceptar trabajar sin medios de protección se les califica de insolidarios[6] y se les amenaza con sanciones, como se ha puesto recientemente de manifiesto con la destitución de la directora médica del hospital de Vigo (Galicia) por osar denunciar el “bla bla bla” de los políticos burgueses respecto a las medidas de protección. El gobierno de Valencia (mismos partidos que la coalición “progresista” que rige España) amenaza censurar las imágenes que muestren el estado calamitoso de la atención sanitaria[7] en esa región, invocando el derecho a la “intimidad” de los pacientes cuando estos ¡están amontonados en servicios de urgencia, etc!
Si los trabajadores de la Empresa Funeraria municipal de transportes se niegan a trabajar sin protección con cadáveres de fallecidos por el Covid-19 se les imputa que sean ellos quienes impidan poder hacer el duelo por las pérdidas, de familiares, amigos… Como en las infraviviendas, como cuando nos acarrean como animales en transportes públicos hacia los centros de trabajo, como en los centros de trabajo en los que la ergonomía está pensada en función de la productividad y no de la fisiología de los trabajadores, también los muertos por el coronavirus son hacinados en mortuorios masivos como el Palacio de Hielo de Madrid.
Toda esta brutalidad inhumana es presentada, sin embargo, como el summum de la unión de toda la sociedad. No es casual que en las ruedas de prensa del Gobierno español en que miente sin remordimiento alguno (¿Cuándo llegaran los test? ¿Y las mascarillas? ¿Y los respiradores? Respuesta perenne del ministro de Sanidad: “en los próximos días”) aparezcan generales del Ejército, Policía, Guardia Civil, con todas sus medallas. Se trata de imbuir en la población el conocido espíritu castrense: “Obedecer sin rechistar”. Se trata también de inducir un acostumbramiento de la población a todo tipo de restricciones de las propias libertades ciudadanas a discreción de la Autoridad, con efectos la aplicación de efecto muy discutible pero que fomentan la autodisciplina social y la delación como veíamos antes y que se venden como el único dique frente a las enfermedades y el caos social. Tampoco es casualidad que la burguesía occidental exprese hoy una indisimulada admiración por el control que determinadas tiranías, como la del capitalismo chino[8], ejercen sobre la población. Si hoy se deshacen en elogios por el éxito de la “vía china” contra el coronavirus es para camuflar su admiración por los instrumentos de ese control totalitario del Estado (reconocimiento facial, rastreo y seguimiento de los desplazamientos y las reuniones de la gente, utilización de esas informaciones para clasificar a la población en categorías de su ¿peligrosidad social?), y de poder presentar estas vías de un mayor control totalitario del Estado explotador como la vía para “proteger a la población” de epidemias y otras resultados del caos capitalista actual.
Y ¿cuál es la alternativa? Llamadle comunismo
Hemos mostrado como ante una crisis social resultado se pone de manifiesto la existencia de dos clases antagónicas: proletariado y burguesía. La primera es quien está protagonizando lo mejor de los esfuerzos de la humanidad para tratar de frenar el impacto de esa epidemia. Es esencialmente ese trabajo de los sanitarios, los transportistas, los trabajadores de los supermercados y la industria alimentaria lo que ha constituido el salvavidas al que agarrarse en plena debacle del Estado. Se ha demostrado una vez más que el proletariado es, a nivel, mundial, la clase productora de la riqueza social, y que la burguesía es una clase parásita que se aprovecha de ese despliegue de tenacidad, creatividad, trabajo en equipo para agrandar su capital. Cada una de estas clases antagónicas ofrece una perspectiva complemente diferente al caos mundial en que ha sumido hoy el capitalismo a la humanidad: el régimen de explotación capitalista hunde a la humanidad en más guerras, epidemias, miseria, desastre ecológico; la perspectiva revolucionaria libera a la especie humana de su sojuzgamiento a las leyes de su apropiación privada por una minoría explotadora.
Pero los explotados no pueden escaparse individualmente de esa dictadura. No pueden eludir a través de acciones particulares las directrices caóticas de un Estado que actúa en efecto en provecho de un modo de producción que domina el mundo entero. El sabotaje o la desobediencia individual es el sueño imposible de clases que no tienen ningún futuro que ofrecer al conjunto de la humanidad. La clase obrera no es una clase de víctima impotentes. Es una clase que lleva consigo la posibilidad de un mundo nuevo liberado precisamente de la explotación, de las divisiones entre clases y naciones, del sometimiento de las necesidades humanas a las leyes de la acumulación.
Un filósofo (Buyng Chul Han) muy de moda por su descripción del caos de las actuales relaciones sociales capitalistas ha afirmado recientemente que “no podemos dejar la revolución al virus”. Es cierto. Sólo la acción consciente de una clase mundial para erradicar conscientemente las raíces de la sociedad de clases puede constituir una verdadera revolución.
Valerio 24 de marzo de 2020
[1] Ver en RI: La incuria criminal de la burguesía
[2] https://elpais.com/espana/madrid/2020-03-21/el-dano-del-coronavirus-en-las-residencias-de-mayores-sera-imposible-de-conocer.html
[3] https://www.elespanol.com/espana/20200320/criterios-decidir-prioridad-falten-camas-uci/475954325_0.html
[4] Ver el mencionado artículo de Revolution Internationale
[5] Nombre por el que se conoció popularmente a las medidas decretadas por la Unión Europea ante la crisis de 2008 y que supusieron, entre otras, un desmantelamiento de las estructuras sanitarias.
[6] https://www.elconfidencial.com/espana/2020-03-24/sanitarios-ramon-cajal-plante-mascarillas_2513959/
[8] Obviamente para el verdadero comunismo, Rusia, China, Cuba, y sus variantes no son sino expresiones de una versión del capitalismo: el capitalismo de Estado.