De la elección del presidente Nelson Mandela en 1994 a 2014

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En la introducción del artículo anterior[1], insistíamos ya en la importancia de unos temas que tratábamos así: “Si ante movimientos sociales nuevos, la burguesía sudafricana hubiera seguido utilizando sus armas tradicionales más brutales, o sea sus fuerzas militares y policiacas, cuando la dinámica del enfrentamiento entre les clases contenía aspectos inéditos en ese país, pues la clase obrera nunca antes había demostrado tal combatividad y desarrollo de su conciencia; tampoco antes la burguesía había usado maniobras tan sofisticadas, en particular la de recurrir al arma del sindicalismo de base, animado par la extrema izquierda del capital. En ese enfrentamiento entre las dos verdaderas clases históricas, la determinación del proletariado irá hasta provocar objetivamente el desmantelamiento del sistema de apartheid lo que se plasmó en la reunificación de todas las fracciones de la burguesía para hacer frente a la marea de luchas de la clase obrera.

Y luego pudimos mostrar en detalle el alcance de la combatividad y el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado sudafricano, expresada, por ejemplo, en la toma de control de sus luchas mediante los llamados comités "CIVICS" (Community Based Organisations) que se formaron por centenares. También ilustrábamos cómo la burguesía pudo acabar finalmente con la magnífica combatividad de la clase obrera sudafricana apoyándose en sus pilares principales, a saber, el "poder blanco" (bajo el apartheid), el ANC (African National Congress) y el sindicalismo radical. De hecho, la evaluación general de esta lucha entre la clase obrera y la burguesía muestra el papel dirigente desempeñado por el sindicalismo de base para desviar las luchas verdaderamente proletarias hacia el terreno burgués[2]:

Hablando de sindicalismo radical, decíamos: “Y su contribución principal fue sin duda el haber conseguido construir a sabiendas la trampa «democrática/unidad nacional» en la que la burguesía pudo hacer caer a la clase obrera. Y, aprovechándose de ese ambiente de «euforia democrática», debido, en gran parte a la liberación de Mandela y sus compañeros en 1990, el poder central tuvo que apoyarse en su «nuevo muro sindical» formado por el COSATU y su «ala izquierda» para desviar sistemáticamente los movimientos de lucha hacia reivindicaciones de tipo «democrático», de «derechos cívicos», «igualdad racial», etc.(…) De hecho, entre 1990 y 1993 cuando se formó precisamente un gobierno de «unión nacional de transición», las huelgas y las manifestaciones eran escasas y sólo encontraron oídos sordos en el nuevo poder. (…) Ese era el objetivo central del proyecto de la burguesía cuando decidió iniciar el proceso que llevó al desmantelamiento del apartheid y a la «reconciliación nacional» entre todas sus fracciones que se andaban a matar bajo el apartheid.

Ese proyecto será fielmente instaurado por Mandela y el ANC entre 1994 y 2014, incluso matando, si hacía falta, a muchos obreros que resistían a la explotación y la represión.

En este artículo, intentaremos mostrar cómo los sucesivos líderes del ANC implantaron metódicamente su proyecto, empezando por Nelson Mandela. Mostraremos, claro está, en qué medida fue capaz la clase obrera sudafricana de enfrentarse al nuevo "poder negro" después de haber luchado contra el antiguo "poder blanco", porque como veremos más adelante, el proletariado sudafricano no perdió su combatividad, aunque, eso sí, se enfrentara a muchas y grandes dificultades. Así, además de su lucha diaria por mejorar sus condiciones de vida, también tuvo y sigue teniendo que enfrentarse a enfermedades como el SIDA con sus terribles estragos, a la corrupción del poder gobernante, a las múltiples violencias sociales ligadas a la descomposición del sistema capitalista, en forma de asesinatos, pogromos, etc. Por otro lado, como antes de Mandela, sigue enfrentándose a un poder represivo y mortífero, ese poder que, entre otras cosas, mató a muchos mineros en Marikana en 2012. Eso no quita de que el proletariado sudafricano ya haya demostrado su capacidad para desempeñar un papel importante como fracción del proletariado mundial para la revolución comunista.

El ANC al frente del Estado sudafricano

Al final del período de "gobierno de transición", se celebraron elecciones generales en 1994, que fueron ganadas triunfalmente por el ANC, que de este modo accedió a todas las palancas de poder para gobernar el país siguiendo las orientaciones del capital nacional sudafricano con el apoyo, o la benevolencia, de los principales líderes blancos sudafricanos que habían luchado contra ese partido.

A partir de entonces, empezaron las cosas serias para Mandela, o sea la recuperación de la economía nacional, que se había visto gravemente afectada por la crisis económica de aquel entonces, pero también a causa de la resistencia de los trabajadores a la explotación. De hecho, en su primer año de funcionamiento en 1995, el gobierno de Mandela decidió una serie de medidas de austeridad, incluyendo un recorte del 6% en los salarios de los funcionarios públicos y del 10% en el presupuesto de Sanidad. A partir de ahí, se planteaba saber cómo iba a reaccionar la clase obrera ante los ataques del nuevo poder.

Primer movimiento de huelga bajo la presidencia de Mandela

Contra todo pronóstico y aunque aturdida por la propaganda en torno a la "unidad nacional" o la "nueva era democrática", la clase obrera no podía permitir que un ataque tan agresivo pasara sin reacción. Asistimos así al estallido de los primeros movimientos de huelga bajo el gobierno de Mandela en el transporte y en la administración pública sobre todo. Por su parte, como era de esperar, la nueva burguesía dominante pronto mostró su verdadero rostro como clase dominante reprimiendo violentamente a los huelguistas, de los cuales mil fueron arrestados, sin mencionar el número de heridos por mordiscos de perros policías. Además, paralelamente a la represión policial del gobierno, el Partido Comunista Sudafricano y el Congreso de Sindicatos de Sudáfrica (COSATU[3]), miembros ambos del gobierno, incapaces de evitar el estallido de huelgas, comenzaron a denunciar violentamente a los huelguistas acusándolos de sabotear las políticas de "recuperación" económica y "reconciliación" del país. Es importante señalar a este respecto que mientras los dirigentes sindicales de COSATU y el gobierno denunciaban y reprimían a los huelguistas, los sindicalistas de base seguían "pegados" a los trabajadores, alegando que los defendían contra la represión que se les estaba imponiendo. Es ésa una habilidad cierta del nuevo poder porque, al asociar a COSATU a la gestión de los asuntos del capital, no olvidaba la importancia de contar con un instrumento sólido para regular las luchas de los trabajadores, a saber, el "sindicalismo de base", del que muchos de los gobernantes habían tenido experiencia práctica[4].

El ANC despliega un nuevo dispositivo ideológico para desviar la combatividad obrera

A la vez que seguía aplicando sus medidas de austeridad, el nuevo equipo de gobierno emprendió maniobras ideológicas para que se aceptaran mejor esas medidas mediante la creación de estructuras con las que dar legitimidad a su orientación económica y política. Así, bajo la cobertura de la Comisión Verdad y Reconciliación (CVR), el gobierno de Mandela presentó un programa llamado "reconstrucción, negociación y reconciliación" en 1996, y otro al año siguiente llamado “Growth, Employment and Redistribution” (crecimiento, empleo y redistribución). De hecho, detrás de estos artilugios, había la misma orientación económica inicial cuya aplicación no podía sino empeorar las condiciones de vida de la clase obrera. Por lo tanto, para el poder gobernante, la cuestión era cómo hacer tragar la píldora a las masas obreras, algunas de las cuales acababan de expresar enérgicamente su rechazo a tales medidas de austeridad. Así, ante el temor de una reacción obrera contra el plan del gobierno, se asistió primero a la expresión abierta de divergencias (tácticas) en el seno del ANC:

“(...) ¿Sigue estando la línea política del ANC realmente al servicio de sus antiguos partidarios, al servicio del mayor número de personas, especialmente de los más desfavorecidos, como lo reivindica el ANC? La COSATU y el SACP (Partido Comunista Sudafricano) lo cuestionan cada vez más a menudo, aunque no lo digan directamente. Critican al ANC por no representar los intereses de los más pobres, especialmente de los obreros, por dejar de lado la creación de empleo y por no prestar suficiente atención en garantizar que todos los ciudadanos tengan acceso a condiciones de vida decentes. (...) Esta crítica ha sido ampliamente difundida por intelectuales de izquierda y a menudo de manera virulenta. (...) Sin embargo, esas divergencias suscitan preguntas y debates. ¿Es necesario un partido obrero que represente en exclusiva los intereses de los trabajadores? El SACP (Partido Comunista Sudafricano) evocó durante un tiempo la perspectiva de una candidatura autónoma en las elecciones y algunos de los miembros de COSATU incluso esbozaron un proyecto de partido obrero.[5]

En esa cita puede apreciarse cómo el gobierno expone en plaza pública sus divisiones. Pero se trata sobre todo de una maniobra o, más convencionalmente, de un reparto de trabajo entre derecha e izquierda en la cúspide del poder, cuyo objetivo principal era hacer frente a las posibles reacciones de obreras[6]. En otras palabras, las amenazas de escisión para crear un "partido obrero que represente los intereses de los trabajadores" eran sobre todo cinismo político engañoso destinado a desviar la reflexión y la combatividad de la clase obrera.

Sea como fuere, el caso es que el gobierno de Mandela decidió continuar con su política de austeridad adoptando enérgicamente todas las medidas necesarias para reactivar la economía sudafricana. En otras palabras, se dejaba atrás la “lucha de liberación nacional", y sobre todo de "defensa de los intereses de los más pobres" que planteaba con la mayor hipocresía la izquierda del ANC. Inicialmente, esa política de austeridad económica, de represión e intimidación por parte del "nuevo poder popular" tuvo un impacto en la clase obrera acarreando gran desilusión y amargura en sus filas. Esto fue seguido por un período de relativa parálisis de la clase obrera frente a los persistentes ataques económicos del gobierno del ANC. Por un lado, una gran parte de los trabajadores africanos, que esperaban acceder rápidamente a los mismos derechos/ventajas que sus camaradas blancos, se cansaban de esperar. Por otro lado, éstos, con sus sindicatos racistas (muy minoritarios eso sí), amenazaron con tomar las armas en defensa de sus "adquisiciones" (algunos privilegios concedidos bajo el apartheid).

Tal situación no podía promover objetivamente la lucha y menos aún la unidad de la clase obrera. Afortunadamente, ese período duró poco, porque tres años después de su primera reacción contra las primeras medidas de austeridad del gobierno del ANC bajo Mandela, la clase obrera finalmente reaccionó de nuevo reanudando la lucha, e incluso mucho más masivamente que antes.

1998: primeras luchas masivas contra el gobierno de Mandela

Animado por la forma con que había controlado la situación ante el primer movimiento de huelga de su presidencia contra las primeras medidas de austeridad, el gobierno del ANC añadió nuevas medidas más duras todavía. Y así, lo que logró fue crear las condiciones para una respuesta obrera más amplia[7]:

- “(…) En 1998, se estima que se perdieron casi 2.825.709 de jornadas laborables desde principios de enero hasta finales de octubre. Las huelgas son principalmente por reivindicaciones económicas, pero también reflejan el descontento político de los huelguistas con el gobierno. De hecho, lejos de vivir mejor, muchos trabajadores sudafricanos vieron cómo se deterioraba su situación económica, contrariamente a los compromisos del RDP (Programa de Reconstrucción y Desarrollo). En cuanto a los desempleados, cuya cantidad no cesaba de aumentar, debido a la falta de creación de nuevos puestos de trabajo y a que muchas industrias (en particular la textil y la minera) cerraban o se deslocalizaban, su situación era cada vez más crítica. Por lo tanto, se puede suponer que, además de las demandas económicas expresadas por los sindicatos, las huelgas también fueron los primeros signos de una disminución del entusiasmo nacional por la política gubernamental.

El movimiento es amplio, ya que las huelgas afectan a sectores tan diversos como el textil, el químico, la industria automotriz, las universidades o las empresas de seguridad y comercio, son a menudo largas, de dos a cinco semanas de media, y a veces marcadas por la violencia policial[8] (una docena de huelguistas muertos) y por graves incidentes, y en casi todas ellas se exigen aumentos salariales. (...) Frente a las huelgas, los empleadores adoptaron inicialmente una "línea dura" y amenazaron con reducir su mano de obra o sustituir a los huelguistas por otros trabajadores, pero en la mayoría de los casos se vieron obligados a cumplir las demandas de los huelguistas. (Judith Hayem, ibíd.)

Como podemos ver, la clase obrera sudafricana no esperó mucho tiempo para reanudar sus luchas contra el poder del ANC, como lo hizo en el momento en que se había opuesto a los ataques del anterior régimen de apartheid. Esto es tanto más notable cuanto que el gobierno de Mandela procedió de la misma manera que su predecesor disparando a matar contra un gran número de huelguistas con el único objetivo (por supuesto no admitido) de defender los intereses del capital nacional sudafricano. Y esto sin provocar ninguna protesta pública por parte de los "humanistas demócratas". De hecho, es significativo notar que pocos medios de comunicación (como tampoco investigadores) comentaron, o simplemente mencionaron, los crímenes cometidos por el gobierno de Mandela entre los huelguistas. Claramente, para el gran mundo burgués y mediático, Mandela era a la vez "icono" y "profeta intocable", incluso cuando su gobierno mataba a trabajadores.

Por su parte, el proletariado sudafricano demostró su realidad de clase explotada luchando valientemente contra su explotador sin importarle el color de su piel. Y, con su combatividad, logró a menudo hacer retroceder a su enemigo, y a una patronal obligada a ceder a las reivindicaciones. En resumen, es la expresión de una clase internacionalista cuya lucha es una desmitificación patente de la mentira de que los intereses de los trabajadores negros se fusionarían con los de su propia burguesía negra, en este caso la camarilla del ANC.

Precisamente, al reunir al ANC, al PC y a la central sindical COSATU en un mismo gobierno, la burguesía sudafricana quería, por un lado, convencer a los trabajadores (negros) de que tenían sus propios "representantes" en el poder para servirles, mientras que al mismo tiempo planeaba dejar a la base sindical COSATU en la oposición si fuera necesario para controlar las luchas. O sea que el gobierno del ANC pensaba que había hecho todo lo posible para protegerse contra cualquier reacción significativa de la clase obrera. Pero al final, Mandela y sus colegas tuvieron que constatar que se habían topado con lo contrario.

1999: Mbeki, heredero de Mandela, lo sustituye, pero las luchas siguen.

Ese año, tras las elecciones presidenciales ganadas por el ANC, Mandela deja el sitio a su "cachorro" Thabo Mbeki, el cual decide continuar y ampliar la misma política de austeridad iniciada por su predecesor. Para empezar, forma su gobierno con los mismos de antes, a saber, el ANC, el PC y la central sindical COSATU. Y tan pronto como se formó su gobierno, decretó un paquete de medidas de austeridad que golpeó con toda su fuerza a los principales sectores económicos del país, plasmándose en recortes salariales y deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera. Pero también entonces, como con Mandela, al día siguiente, cientos de miles de trabajadores se pusieron en la huelga echándose a las calles en gran número y, como en la época del apartheid, el gobierno del ANC envió a su policía para reprimir violentamente a los huelguistas, matando a mucha gente. Pero sobre todo, es notable ver con qué rapidez la clase obrera sudafricana se da cuenta de la naturaleza capitalista y anti -obrera de los ataques que le asesta el equipo gobernante del ANC. Lo más significativo de la réplica obrera es que, en varios sectores industriales, los trabajadores decidieron hacerse cargo de sus propias luchas sin esperar a los sindicatos o, ya de entrada, contra ellos:

- “(...) la huelga en Autofirst, que comenzó fuera del sindicato y a su pesar, es un buen ejemplo; lejos de ser un caso aislado, este tipo de huelga ha tendido a generalizarse desde 1999, incluso en grandes fábricas donde los trabajadores se declaran en huelga a pesar de la opinión desfavorable del sindicato e incluso de su oposición formal al conflicto.” (Judith Hayem, Ídem.)

¡Demostración manifiesta del retorno de la combatividad!,  acompañada además de un intento de toma de control de las luchas que la clase obrera ya había experimentado bajo el régimen del apartheid. Como resultado, el ANC tuvo que reaccionar reajustando su discurso y su método.

El ANC se saca de la manga el viejo truco de la ideología "racial" ante la renovada combatividad obrera

Para contrarrestar una combatividad obrera tendente a desbordar a los sindicatos, el gobierno de Mbeki y el ANC decidieron utilizar las viejas artimañas ideológicas heredadas de la "lucha de liberación nacional", utilizando (entre otras cosas) el discurso "antiblanco" de la época:

- “El retorno de la cuestión del color en una forma renovada en el discurso político del gobierno, en particular en una serie de declaraciones críticas hacia los blancos -noción que debe ser examinada para ver si sirve (y en este caso cómo) de marcador racial, social, histórico o de otro tipo, y si también es operativa en la forma de pensar de la gente.

Como corolario de esta nueva política presidencial, las tensiones dentro de la triple alianza (ANC, COSATU, SACP - Partido Comunista Sudafricano), que sigue en pie después de numerosas amenazas de escisión, especialmente en vísperas de las elecciones de 2004, son cada vez más evidentes y agudas. Demuestran la dificultad del ANC, un antiguo partido de liberación nacional, para mantener su legitimidad popular una vez llegado al poder y a cargo de gobernar en beneficio, no sólo de los oprimidos de antaño, sino de todos los habitantes del país". (Judith Hayem, ibíd.)

Pero ¿por qué el gobierno "arco iris", "garante de la unidad nacional", que tiene todas las palancas del poder, se ve de repente obligado a recurrir a una de las viejas recetas del ANC de antaño, o sea fustigar el "poder blanco" (¿que impediría el poder negro?) El autor de la cita nos parece muy indulgente con los líderes del ANC, cuando intenta saber sobre esa "noción que debe ser examinada para determinar si actúa como un marcador racial, social, histórico o de otro tipo...". En realidad, esta "noción", detrás de la cual se esconde la idea de que "los blancos todavía tienen el poder en detrimento de los negros", fue utilizada por el ANC entonces en un enésimo intento de dividir a la clase obrera. En otras palabras, al hacerlo, el gobierno esperaba desviar las reivindicaciones para mejorar las condiciones de vida hacia cuestiones raciales.

Y, de hecho, una parte de la clase obrera, particularmente la base militante del ANC, no puede evitar sentirse "sensibilizada" por ese discurso anti-blanco, incluso "anti-extranjero". Sabemos también que el actual presidente Zuma, con su tono populista, usa con frecuencia la "cuestión racial", sobre todo cuando se encuentra en dificultades ante el descontento social.

La ideología altermundialista en ayuda al ANC

Para hacer frente al malestar social y a la erosión de su credibilidad, el ANC decidió en 2002 organizar una Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Johannesburgo (el "Durban Social Forum"), en la que participó toda la galaxia altermundista del planeta[9] y varias asociaciones sudafricanas, incluidas las calificadas de "radicales", como la TAC (Traitement Action Campaign) y el Landless People’s Movement (Movimiento de los Sin Tierra), muy activas en las huelgas de la década de 2000. O sea que fue en un contexto de radicalización de las luchas obreras en el que el aparato del ANC buscó la contribución ideológica del movimiento antiglobalización:

- “Además, se produjeron huelgas fuera del marco sindical, como la de Volkswagen en Port Elizabeth en 2002 o la de Engen en Durban en 2001. Algunas de estas acciones, como las de la TAC, logran regularmente victorias sobre la política del gobierno. Sin embargo, por un lado, ningún partido de la oposición sirve, por ahora, de trasmisor verdadero de esas opiniones en el ámbito parlamentario; por otro lado, la capacidad de esas organizaciones para influir en las decisiones estatales de manera sostenible sigue siendo frágil, apoyándose en sus propias fuerzas (sin institucionalizarse ni entrar en el gobierno)". (Judith Hayem, ibíd.)

Ahí se ve un problema doble para el gobierno del ANC: por un lado, ¿cómo prevenir o desviar huelgas que tienden a escapar al control de los sindicatos que le son cercanos? Y, por otro, ¿cómo encontrar una oposición parlamentaria "creíble" en su supuesta capacidad de "influir" en las decisiones del Estado de manera duradera? Con respecto a este último aspecto, veremos más adelante que el problema no se ha resuelto en el momento de escribir este artículo. Por otro lado, para el primer problema, el ANC, pudo confiar hábilmente en la ideología antiglobalización bien encarnada por algunos de los grupos que impulsan la radicalización de las luchas, en particular la TAC y el "Movimiento de los Sin Tierra".

En efecto, la ideología "altermundialista" llegó en el momento oportuno para el gobierno del ANC en busca de un nuevo "aliento ideológico", sobre todo porque ese medio estaba en alza en los medios de comunicación de todo el mundo. Cabe señalar también que, en el mismo contexto (en 2002), el ANC estaba haciendo campaña para la reelección de sus dirigentes, para quienes era de lo más oportuno mostrar su proximidad con el movimiento altermundialista. Pero esto no fue suficiente para restaurar la credibilidad de los líderes del ANC ante las masas sudafricanas. Y por una buena razón...

Una clase dominante surgida de la "lucha de liberación nacional" corrupta hasta los tuétanos.

La corrupción, la otra "enfermedad suprema" del capitalismo, es una característica ampliamente compartida entre los líderes del ANC. Ciertamente, el mundo capitalista es muy rico en ejemplos de corrupción, así que uno podría pensar que es inútil añadir éste. Es, en realidad muy útil pues sigue habiendo muchos "creyentes" en el "valor simbólico ejemplar" y en la "probidad" de los antiguos héroes de la lucha de liberación nacional, o sea los dirigentes del ANC.

Para introducir el tema, son de lo más elocuente los siguientes pasajes de un artículo titulado "Sistema de ‘corrupción legalizada’" de un diario burgués, a saber Le Monde diplomatique, uno de los más importantes y antiguos partidarios del ANC:

-“Desde la presidencia del Sr. Thabo Mbeki (1999-2008), la colusión entre el mundo de los negocios y la clase dominante negra ha sido evidente. Ese compadrazgo tiene su emblema en la persona de Cyril Ramaphosa, de 60 años, designado sucesor de Zuma, elegido Vicepresidente del Congreso Nacional Africano (African National Congress, ANC) en diciembre de 2012. En vísperas de la masacre de Marikana (...), el Sr. Ramaphosa envió un correo electrónico a la dirección de Lonmin, aconsejándoles que resistiera a la presión ejercida por los huelguistas, a quienes calificó de "criminales".

Propietario de McDonald's Sudáfrica y presidente de la empresa de telecomunicaciones MTN, entre otras, Ramaphosa es también ex Secretario General del ANC (1991-1997) y del Sindicato Nacional de Mineros (NUM-, 1982-1991). Actor central en las negociaciones sobre la transición democrática, entre 1991 y 1993, fue desalojado por Mbeki de la carrera para suceder al Nelson Mandela. En 1994, ahí lo tenemos reciclado en los negocios, propietario de New African Investment (NAIL), primera empresa negra cotizada en la Bolsa de Johannesburgo, y luego primer multimillonario negro en la "nueva" Sudáfrica. Ahora dirige su propia empresa, Shanduka, activa en minería, agroalimentación, seguros e inmobiliarias.

Entre sus cuñados están Jeffrey Radebe, Ministro de Justicia, y Patrice Motsepe, magnate minero, jefe de African Rainbow Minerals (ARM). Éste aprovechó el Black Economic Empowerment (BEE, Potenciación Económica Negra) organismo instalado por el ANC supuestamente para favorecer a las masas "históricamente desfavorecidas", según la fraseología del ANC, tal proceso de esa "potenciación económica negra" (BEE) en realidad ayudó a consolidar a una burguesía próxima al poder. Moeletsi Mbeki, hermano menor del ex jefe de Estado, profesor y director de la productora audiovisual Endemol en Sudáfrica, denuncia un sistema de "corrupción generalizada". Subraya los efectos perversos de la BEE: promoción "cosmética" de los gerentes negros (fronting) en grandes grupos blancos, altos salarios por capacidades limitadas, sentimiento de injusticia entre los profesionales blancos, algunos de los cuales prefieren emigrar.

La adopción de un reglamento BEE en el sector minero en 2002 puso el 26% en manos negras, pero sobre todo también colocó a muchos barones del ANC en importantes puestos de gestión. Así, al Sr. Mann Dipico, ex Gobernador de la Provincia del Cabo-Norte, lo han puesto de Vicepresidente de Operaciones Sudafricanas del grupo diamantista De Beers. El BEE también ha favorecido a los excombatientes antiapartheid, que han fortalecido su influencia en el poder. El Sr. Mosima ("Tokio") Sexwale, jefe del grupo minero Mvelaphanda, asumió la gestión del Ministerio de “human settlements” (Asentamientos Humanos) en 2009.

El Sr. Patrice Motsepe, por su parte, destaca en el ranking de Forbes 2012 como cuarta fortuna de Sudáfrica (2.700 millones de dólares). Hizo un gran servicio al ANC al anunciar el 30 de enero que donaría la mitad de su patrimonio familiar (unos 100 millones de euros) a una fundación que lleva su nombre, para ayudar a los pobres. Aunque no cunda su ejemplo, ya se no podrá echar en cara a la élite negra que no comparte su dinero…"[10].

Descripción feroz ésa de un sistema de corrupción introducido por los líderes del ANC en cuanto llegaron a la cima del poder sudafricano después del apartheid. Son como los gánsteres, se trata para ellos de compartir "ganancias" y "botines" de sus antiguos rivales blancos bajo el antiguo régimen, distribuyendo las posiciones de acuerdo con la relación de fuerzas y las alianzas dentro del ANC. De modo que pronto se olvidó aquello de la lucha por el "poder del pueblo negro", ahora toca echar a correr por los puestos que conducen al "paraíso capitalista", enriqueciéndose más y más hasta convertirse en multimillonarios en pocos años, como ese antiguo gran líder sindical y destacado miembro del ANC, el señor Ramaphosa.

-“La burguesía negra vive lejos de los ‘townships’, donde no reparte nada –o poco- de su riqueza. Sus gustos lujosos y su opulencia irrumpieron bajo la presidencia del Mbeki (1999-2008), gracias al crecimiento de la década de 2000. Pero desde que Zuma llegó al poder en 2009, el Arzobispo Desmond Tutu y el Consejo Sudafricano de las Iglesias han denunciado sistemáticamente un "deterioro moral" mucho más grave que los precios astronómicos de las gafas de sol de aquellos a los que se apoda de ‘revolucionarios Gucci’. Las relaciones pueden establecerse de un modo abiertamente venal, sonríe un abogado de negocios negro que prefiere guardar en el anonimato. Se habla de sexo a la mesa, ¡y no sólo de nuestro presidente polígamo! La corrupción se extiende… Tanto es así que cuando un ex ejecutivo de De Beer es acusado de corrupción por la prensa, dice: You get nothing for mahala’… (No sacas nada sin nada)”. (íbid, Le Monde diplomatique)

Impresiona lo que dice esa cita, en especial la implicación de los presidentes sucesores de Mandela en el montaje del sistema de corrupción bajo sus respectivas presidencias. Pero también hay que señalar que la corrupción en el ANC existe a todos los niveles y en todos los lugares, dando lugar a luchas turbias y violentas como las que hay en los grupos mafiosos. Así, Mbeki utilizó su presidencia del aparato estatal y del ANC para eliminar a su antiguo rival Cyril Ramaphosa en 1990 con "golpes bajos" y luego echó a Zuma, su vicepresidente, al cual procesaron por violación y corrupción. Obviamente, estos dos últimos, a la vez que luchaban entre sí, replicaron con represalias tan violentas como arteras contra su rival común. En particular, Zuma, que no cesó en hacerse pasar por víctima de la enésima conspiración urdida por su predecesor Mbeki "conocido por sus intrigas" (Le Monde, ibíd.). Además, cabe mencionar un acto de violencia característico que ocurrió en diciembre de 2012 en el Parlamento, donde, en plena preparación de su congreso, los miembros del ANC acabaron a puñetazos y sillazos para imponer a sus respectivos candidatos

Y mientras tanto, el "pueblo liberado" del apartheid sigue inmerso en la pobreza: uno de cada cuatro sudafricanos no tiene suficiente para comer y curarse. "Mientras tanto, el nivel de desesperación se observa a simple vista. En Khayelitsha, el dolor se ahoga en el gospel, una música popular que suena por todas partes, pero también en la dagga (cannabis), el mandrax o el tik (metanfetamina), una droga que está estragando el ‘township’."(Le Monde diplomatique, ibíd.)

¡Qué siniestra inmersión en el horror de un sistema económico moribundo que empuja así a sus diferentes poblaciones a abismos sin salida!

El SIDA se invita a la danza macabra en medio de la miseria y la corrupción del poder del ANC

Entre mediados de los 90 y principios de 2000, la clase obrera no sólo luchó contra la miseria económica, sino que también tuvo que enfrentarse a la epidemia del SIDA. Y encima, el entonces jefe de Gobierno, Thabo Mbeki, se dedicó a negar durante mucho tiempo la realidad de esa enfermedad, llegando incluso a negarse cínicamente a comprometerse realmente contra su desarrollo.

- “Otro elemento importante de la situación en Sudáfrica desde el año 2000 es precisamente el despliegue probado y devastador de la epidemia del VIH/SIDA, que finalmente ha sido reconocido públicamente. Sudáfrica tiene ahora el triste récord de país más contaminado del mundo. En diciembre de 2006, el informe de ONUSIDA/OMS indicaba que se calcula que 5,5 millones de personas vivían con el VIH en Sudáfrica, el 18,8% entre los adultos de 15 a 49 años y el 35% entre las mujeres - son las más afectadas- que acuden a las clínicas prenatales. La mortalidad total en el país por todas las causas aumentó en un 79% entre 1997 y 2004, debido principalmente al impacto de la epidemia.

(...) Más allá de ese desastroso balance sanitario, el SIDA se ha convertido en uno de los principales problemas del país. Diezma a la población, dejando huérfanos en generaciones enteras de niños, pero su impacto es tal que también amenaza la productividad y el equilibrio social del país. De hecho, la población activa es la franja más afectada por la enfermedad y la falta de ingresos generados por la incapacidad de un adulto para trabajar, incluso de manera informal, a veces sume a familias enteras en la pobreza, cuando la supervivencia depende únicamente de esos ingresos. En la actualidad, el Estado presta asistencia social a las familias afectadas por la enfermedad, pero sigue siendo insuficiente. (...) El SIDA ha invadido todas las esferas de la vida social y la vida cotidiana de todos: uno está infectado con la enfermedad y/o afectado por la muerte de un ser querido, un vecino, un colega….

(...) Me parece que el cierre de la secuencia de negociaciones que ya estaba tomando forma en 1999, con la publicación del GEAR (Growth Employement and Redistribution Program: Programa de Crecimiento, Empleo y Redistribución), fue confirmado por la negación por parte de Thabo Mbeki del vínculo entre VIH y SIDA en abril de 2000. No tanto por la inmensa controversia que esta declaración generó en el país y en todo el mundo, sino por la epidemia misma, que sin embargo era un gran desafío para la construcción del país y su unidad, marcando así que, a su juicio [de Mbeki], ya no debería ser la principal preocupación del Estado". (Judith Hayem, ibíd.,)

Como ilustra esa cita, por un lado, la epidemia de SIDA estaba (y sigue) causando estragos en las filas del proletariado sudafricano y en las poblaciones (especialmente los pobres) en general, mientras que, por otro lado, a los responsables del gobierno les importaba un bledo el destino de las víctimas, a pesar de que los informes oficiales (de la ONU) ilustraban ampliamente la presencia masiva del virus en el país. En realidad, el gobierno de Mbeki lo negaba todo al no querer ver que el SIDA había invadido todas las esferas de la vida social, incluyendo la vida diaria de las fuerzas productivas del país, en especial de la clase obrera. Pero la más cínica de este asunto fue la entonces Ministra de Sanidad:

- “Fiel al entonces Presidente Thabo Mbeki, le Ministra de Sanidad Manto Tshabalalala-Msimang (...) no tiene la menor intención de organizar la distribución de ARV [antirretrovíricos] en el sector público de salud. Ella argumenta que los ARV son tóxicos, o que puede uno curarse adoptando una dieta nutritiva basada en aceite de oliva, ajo y limón. El conflicto terminó en 2002 ante el Tribunal Constitucional: ¿se autoriza al hospital público administrar una pastilla de nevirapina a las madres seropositivas, lo que reduce drásticamente el riesgo de que el niño se infecte durante el parto? El gobierno fue condenado. Habrá otros juicios, que impondrán el inicio de una estrategia nacional de tratamiento en 2004". (Manière de voir, noviembre de 2015, suplemento de Le Monde Diplomatique).

Esa es la actitud abyecta de un gobierno irresponsable hacia los millones de víctimas del SIDA abandonados a su suerte y donde sólo después de la intervención del Tribunal Supremo se detuvo la locura criminal de los líderes del ANC y del gobierno de Mbeki ante el rápido desarrollo del SIDA, que contribuyó en gran medida a la caída de la esperanza de vida, que pasó de 48 años en el año 2000 a 44 años en el 2008 (en el que las personas infectadas morían por centenares cada día).

La descomposición del capitalismo agrava la violencia social

Los lectores de la prensa de la CCI saben que nuestra organización trata con regularidad las consecuencias de la descomposición, la fase final de la decadencia del capitalismo en todos los aspectos de la vida de la sociedad[11]. Estos son más evidentes en algunas áreas, particularmente en el que antaño se llamaba "Tercer Mundo", al que pertenecía Sudáfrica.

A pesar de su condición de primera potencia industrial del continente con un desarrollo económico relativo, Sudáfrica es uno de los países del mundo donde la gente muere más "fácilmente" por homicidio; los ataques violentos de todo tipo forman parte de la vida cotidiana y, por supuesto, de la clase obrera. Por ejemplo, en 2008 Sudáfrica hubo 18.148 asesinatos, una tasa de 36,8 por cada 100.000 habitantes, lo que coloca a ese país en el segundo lugar detrás de Honduras (con una tasa de 61 por cada 100.000 habitantes). En 2009, un estudio realizado por el Consejo Sudafricano de Investigaciones Médicas reveló que la tasa de homicidios de mujeres cometidos por hombres era cinco veces superior a la media mundial.

Los asesinatos se cometen en cualquier lugar, de día o de noche, en casa, en la calle o en el transporte, en terrazas de bares, en lugares de ocio (campos de deportes).

Además de los homicidios, hay una explosión de otras formas de violencia: la violencia sexual contra las mujeres y los niños ascendió a 50.265 en 2008.

Quizás lo más sórdido de esta situación es que el gobierno sudafricano es, en el mejor de los casos, impotente, y en el peor, indiferente o cómplice cuando se sabe que miembros de su propia policía están implicados en esa violencia. De hecho, en Sudáfrica, la policía es tan corrupta como las demás instituciones del país y por ello muchos policías están involucrados en asesinatos atroces. Cuando la policía no está directamente involucrada en los asesinatos, se comporta como las bandas que extorsionan y aporrean a la gente. Por eso quienes sufren diariamente la violencia no tienen la menor confianza en que las fuerzas del orden los proteja. En la gran burguesía, por su parte, muchos de sus miembros prefieren protegerse (en sus casas bien equipadas) por vigilantes y demás "agentes de seguridad” superarmados. Hay estadísticas que indican que su número supera con creces el de la policía nacional.

El pogromo, summum de la violencia

Pogromo: otro aspecto sanguinario de la violencia social. Ocurre episódicamente en Sudáfrica como así ha sido recientemente, en 2017. Esto es tanto más grave por cuanto es la clase obrera sudafricana, muy mezclada durante varias generaciones, la afectada directamente. Los medios de comunicación describen a los pogromistas como "excluidos", "delincuentes/traficantes", "precarios/desempleados...". En resumen, una mezcla de "desclasados", "nihilistas" y simples frustrados, sin esperanza y sin la menor conciencia proletaria. Como ejemplo, referimos aquí un hecho ocurrido en 2008. En junio de ese año, casi 100 trabajadores inmigrantes murieron de resultas de pogromos perpetrados por bandas armadas en los barrios pobres de Johannesburgo. Grupos armados con cuchillos y armas de fuego irrumpen por la noche en barrios destartalados en busca del "extranjero" y comienzan a golpear, matar, incluso quemar vivos a los vecinos y perseguir a miles más.

Las primeras masacres ocurrieron en Alexandra, en un enorme barrio marginal (township) situado al pie del distrito comercial de Johannesburgo, la capital financiera de Sudáfrica. Los ataques xenófobos se fueron extendiendo gradualmente a otras zonas afectadas de la región con una indiferencia total por parte de las autoridades del país. El gobierno del presidente Mbeki tardó 15 días en decidirse a actuar con cínica lentitud enviando a las fuerzas del orden a algunas localidades mientras permitía que las masacres continuaran en otros lugares. La mayoría de las víctimas proceden de países vecinos (Zimbabue, Mozambique, Congo, etc.). Hay casi 8 millones de inmigrantes en Sudáfrica, entre los cuales 5 millones de zimbabuenses que trabajan (o buscan trabajo), especialmente en oficios penosos como la minería. Otros son precarios y malviven del mercadeo de supervivencia. Lo más terriblemente inhumano de estos pogromos es que muchas de las víctimas estaban allí porque se morían de hambre en sus países de origen, como un zimbabuense (superviviente) citado por el semanario Courrier international del 29 de mayo de 2008: "Nos estamos muriendo de hambre y nuestros vecinos son nuestra única esperanza. (...) No tiene sentido trabajar en Zimbabue. Ni siquiera ganamos lo suficiente para vivir en los peores suburbios de Harare (la capital). (...) Estamos dispuestos a correr riesgos en Sudáfrica; es nuestra vida ahora. (...) Pero si no lo hacemos, moriremos. Hoy en día, el pan cuesta 400 millones de dólares zimbabuenses (0,44 euros) y un kilo de carne 2.000 millones (2,21 euros). Ya ni gachas de maíz hay en las tiendas, y la gente que trabaja ya no puede ganarse la vida con su salario".

Ese es el infierno en el que los políticos de Zimbabue y Sudáfrica han hundido a sus respectivas poblaciones, ésos, "panafricanistas" y antiguos campeones de "la lucha por la liberación nacional" y "la defensa de los pueblos oprimidos". De hecho, no sólo dejaron que los pogromos se desataran mucho antes de intervenir, sino que la intervención del gobierno del ANC consistió en expulsar masivamente a los "trabajadores ilegales" hacia sus países de origen, en particular a Zimbabue, donde son objeto de represión y víctimas de hambruna.

Estos episodios ilustran la destrucción de los lazos sociales y la solidaridad de clase entre los proletarios, característica de la descomposición del capitalismo. No hemos oído hablar de ninguna manifestación de solidaridad por parte de la clase obrera sudafricana hacia sus hermanos de clase que son víctimas de pogromos.

El peso de la crisis económica en las matanzas pogromistas y en Zimbabue

El gobierno sudafricano estaba sin duda con la vista puesta en la situación económica, y lo único que podía reconocer era su incapacidad para salir de la crisis, a pesar de sus múltiples y sucesivos planes de austeridad.

- “Sería un error pensar que esta explosión de xenofobia es simplemente una reacción frente a una inmigración incontrolada. También es el resultado de la subida de los precios de los alimentos, de la caída del nivel de vida, de una tasa de desempleo superior al 30% y de un gobierno que parece ciego ante la situación de los más pobres”. (Jeune Afrique, 25/05/2008)$

Fue en ese contexto, en el que los efectos de la crisis estaban causando estragos entre los trabajadores y la población sudafricana más pobre, en el que surgieron esas acciones de pogromos cometidas por gente embebida de odio al “extranjero”, incapaz en su ceguera de encontrar otra solución a su angustia moral y material sino la violencia indiscriminada contra chivos expiatorios.

Y, para empezar, ¿cómo se puede describir la situación económica del país vecino, Zimbabue? ¿Una simple crisis "económica" pasajera o la precursora del futuro de un sistema en vías de descomposición avanzada? Lo difícilmente descriptible de lo que ocurría en ese país en los años 2000 supera lo imaginable: ¡para comprar una barra de pan había que llenar una carretilla de billetes para conseguirla! Aunque la "hiperinflación" ha desaparecido, la pobreza está más presente que nunca. Como muestra el informe económico anual de 2017 del diario francés Le Monde: "Casi las tres cuartas partes de los zimbabuenses viven actualmente por debajo del umbral de la pobreza y el 90 por ciento de la población activa no tiene un empleo formal. Un tercio de los niños tienen un retraso de crecimiento. El SIDA afecta al 14,7% de la población, una cifra que, sin embargo, está disminuyendo".

En otras palabras, es un infierno para las poblaciones, la clase obrera en particular, ese infierno que ya dura desde hace décadas en un país totalmente arruinado.

Otra causa importante de la ruina de Zimbabue es el compromiso de sus dirigentes en la guerra de influencia a la que se libran las potencias imperialistas.

La importancia del factor imperialista en la situación

Porque el otro factor que afecta los presupuestos de esos dos Estados (Sudáfrica y Zimbabue) son las pretensiones de influencia imperialista por parte de sus dirigentes. Si nos referimos a la "cuestión imperialista" aquí, es sobre todo porque tiene un impacto en las relaciones entre las clases, puesto que la burguesía hace caer el peso de la economía de guerra sobre la clase obrera en el interior y en el exterior con sus masacres. Los gobiernos de Sudáfrica y Zimbabue han estado compitiendo con potencias imperialistas (grandes y pequeñas) que intentan controlar las regiones del sur de África y de los Grandes Lagos, autoproclamándose "gendarmes locales". Así, esos dos países se vieron inmersos en las guerras que asolaron esas regiones en los años 90 y 2000 y que causaron más de 8 millones de muertos. Con esa idea, el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, se embarcó en la guerra que duró años en la República Democrática del Congo, adonde envió a unos 15.000 hombres con un coste exorbitante estimado en un millón de dólares diarios (lo que representa el 5,5% del PIB en un año). Esa desastrosa aventura militar fue, sin duda, un factor acelerador de la ruina total de la economía de Zimbabue, y eso que se consideraba a este país hasta la década de 1990 como el "granero" del África austral. Además, entre las causas del deterioro de la situación económica de Zimbabue está también el embargo total impuesto por las potencias imperialistas occidentales contra el "régimen dictatorial" de Robert Mugabe. Éste se negó a ajustarse al "modelo occidental de gobernanza democrática" al haber hecho todo lo posible por aferrarse al poder del país que dirigió durante 37 años, hasta los 93 años, entre 1980 y finales de 2017, cuando se vio obligado a dimitir[12]. De hecho, el régimen de Mugabe sólo tenía a China (y en menor medida a Sudáfrica) de socio determinante, que los abastecía de todo y lo protegía militar y políticamente sin "interferir" en sus asuntos internos.

Con respecto al papel específico de Sudáfrica en las guerras imperialistas en África, nos remitimos a los números 155 y 157 de la Revista Internacional. Cabe recordar que, incluso antes de llegar al poder, Mandela y sus compañeros estaban plenamente involucrados en prácticas imperialistas. Luego continuaron, llegando, por ejemplo, incluso a cuestionar la influencia de Francia en la República Centroafricana y en la región de los Grandes Lagos en la década de 1990/2000.

Una mirada retrospectiva a las huelgas y demás movimientos sociales

Una de las principales características de Sudáfrica desde la época del apartheid es que, incluso en ausencia de huelgas, la tensión social conduce a manifestaciones u otros tipos de enfrentamientos violentos. Por ejemplo, según datos de la policía, el país experimentó tres disturbios por día (de promedio) entre 2009 y 2012. Según un investigador sudafricano citado por Le Monde diplomatique, eso representa un aumento del 40% con relación al período 2004-2009. Esta situación está indudablemente ligada a la violencia de las relaciones que ya existían entre los imperios coloniales y las poblaciones del país, y esto mucho antes del establecimiento oficial del apartheid, donde los sucesivos dirigentes a la cabeza del Estado sudafricano siempre recurrieron a la violencia para imponer su orden, el orden burgués por supuesto[13]. Esto se refleja ampliamente en la historia de la lucha de clases en Sudáfrica en la era del capitalismo industrial. De hecho, la clase obrera sufrió sus primeras muertes (4 mineros de origen británico) cuando lanzó su primera huelga en Kimberley, la "capital del diamante", en 1884.

Por su parte, la población, en este caso la parte negra muy mayoritaria de la clase obrera siempre ha sido forzada a la violencia, particularmente durante el apartheid, cuando su dignidad humana era simplemente negada por los repugnantes prejuicios heredados de las relaciones de esclavitud según los cuales pertenecería a una "raza inferior". Como resultado, en vista de todos estos factores, podemos hablar de una "cultura de la violencia" como elemento constitutivo de la relación entre la burguesía y la clase obrera en Sudáfrica. Y el fenómeno persiste y está creciendo hoy en día, es decir, bajo el dominio del ANC.

Represión sangrienta de la huelga en Marikana en 2012

Ese movimiento vino precedido por otras huelgas más o menos importantes, como la de 2010, en la que participaron los trabajadores de la construcción de los estadios para el Mundial de Fútbol. Los sindicatos del sector lanzaron un movimiento de huelga, amenazando con no terminar el trabajo antes del inicio oficial de las competiciones. Mediante ese "chantaje sindical", los trabajadores en huelga pudieron obtener aumentos salariales sustanciales (del 13% al 16%). Había una fuerte insatisfacción en todo el país por el deterioro de las condiciones de vida de la población y fue en ese contexto, dos años después del pitido final de la Copa del Mundo, cuando estalló la huelga en Marikana[14]. En efecto, desde el 10 de agosto de 2012, los mineros de fondo del pozo de Marikana se pusieron en huelga para apoyar a los menos pagados de entre ellos, exigiendo que el salario mínimo se elevara a 1250 euros. Esta reclamación fue rechazada por los empleadores mineros y por la NUM (el mayor de los sindicatos afiliados a Cosatu).

- "La tensión social es palpable desde que la policía mató a 34 mineros (y herido a 78) en una huelga en Marikana, una mina de platino cerca de Johannesburgo, el 16 de agosto de 2012. Para la población, ¡qué símbolo! Las fuerzas de un Estado democrático y multirracial, encabezadas desde 1994 por el Congreso Nacional Africano (ANC), disparaban a los manifestantes, como en los días del apartheid; a los trabajadores que constituían su base electoral, la abrumadora mayoría negra y pobre de Sudáfrica. En este país industrializado, el único mercado emergente al sur del Sáhara, los hogares pobres, 62% negros y 33% mestizos, representan más de 25 millones de personas, o la mitad de la población del país, según las cifras publicadas por las instituciones nacionales a finales de noviembre.

La onda expansiva es comparable a la de la masacre de Sharpeville, cuyo recuerdo fue reavivado por los acontecimientos de Marikana. El 21 de marzo de 1960, la policía del régimen del apartheid (1948-1991) mató a 69 manifestantes negros que protestaban en un municipio contra el "pase" exigido a los “no blancos” para ir a la ciudad. Cuando la noticia de la tragedia llegó a Ciudad del Cabo, la población de Langa, un municipio negro, redujo a cenizas los edificios públicos.

Las mismas reacciones en cadena están ocurriendo hoy. Tras lo de Marikana, los empleados de los sectores de la minería, el transporte y la agricultura están multiplicando las huelgas salvajes. (...) Resultado: viñedos quemados, tiendas saqueadas y enfrentamientos con la policía. Todo esto con el telón de fondo del despido de los huelguistas. (...) En Lonmin, después de seis semanas de acción, los mineros recibieron un aumento del 22% y una prima de 190 euros.

(...) Hoy, los sindicatos negros, con más de dos millones de miembros, exigen al gobierno una verdadera política social y mejores condiciones de trabajo para todos. Pero, una característica particular de Sudáfrica resulta que los sindicatos están... en el poder. Junto con el Partido Comunista Sudafricano y el ANC, han formado una alianza tripartita "revolucionaria" desde 1990 para trabajar por la transformación de la sociedad. Los comunistas y sindicalistas representan el ala izquierda del ANC, a la que este partido trata de controlar dándoles poder. Los líderes comunistas ocupan regularmente cargos ministeriales, mientras que los de Cosatu forman parte del comité ejecutivo nacional del ANC. Su puesta en entredicho de la gestión liberal de la economía por parte del ANC resulta así poco creíble.

(...) Por primera vez, en Marikana, el Sindicato Nacional de Mineros (NUM), afiliado a Cosatu y uno de los más grandes del país, se vio desbordado por un conflicto social[15]. (Según un empresario), "la politización de los conflictos sociales, que lleva al cuestionamiento del ANC o de sus dirigentes, asusta a los grandes grupos mineros”. (Le Monde diplomatique, ibíd.)

Es ése un relato implacable de los trágicos acontecimientos de Marikana. En esa huelga, fuimos testigos, una vez más, de una verdadera confrontación de clases entre la nueva burguesía dominante y la clase obrera sudafricana. De hecho, ya, sin hacer mucho ruido, durante un movimiento de huelga en 1998-99, el propio gobierno de Mandela había masacrado a una docena de trabajadores. Pero esta vez la tragedia de Marikana es de una escala sin precedentes y rica en lecciones de las que no podemos extraerlas todas en el marco de este artículo. Lo que queremos decir de entrada es que los mineros que murieron o resultaron heridos al levantarse contra la miseria impuesta por su enemigo de clase merecen el homenaje y el saludo más fraterno de sus hermanos de clase. Además, ninguno de los responsables de tal masacre fue condenado y el presidente del ANC, Jacob Zuma, se limitó a nombrar una comisión de investigación que esperó dos años para emitir su informe, proponiendo simple y cínicamente: "Una encuesta criminal bajo la dirección de la fiscalía contra la policía que demuestra las responsabilidades de Lonmin. En cambio, exonera a los responsables políticos de entonces”. (Manière de voir, suplemento de Le Monde Diplomatique)

Este conflicto nos muestra el anclaje profundo y definitivo del ANC en el capital nacional sudafricano, no sólo a nivel del aparato estatal, sino también de sus miembros individuales. Como ya lo demostramos arriba (véase el capítulo sobre la "corrupción"), muchos líderes del ANC estaban a la cabeza de grandes fortunas o empresas prósperas. Durante el movimiento Marikana, los mineros tuvieron que enfrentarse a los intereses de grandes empresarios, entre ellos Doduzane Zuma (hijo del actual jefe de Estado sudafricano), a la cabeza de los JLC Mining Services, muy presentes en ese sector. Por lo tanto, es más fácil entender por qué este jefe y su empresa rechazaron categóricamente admitir la validez de las reivindicaciones de los huelguistas, centrándose primero en la represión policial y en la labor de zapa por parte de los sindicatos cercanos al ANC para poner fin a la huelga. De hecho, en este conflicto, hemos visto el comportamiento abyecto y totalmente hipócrita de Cosatu y el Partido Comunista, pretendiendo "apoyar" el movimiento de huelga, mientras el gobierno del que son miembros decisivos estaba lanzando sus perros sanguinarios contra los huelguistas. La izquierda gubernamental, en realidad, estaba sobre todo preocupada por la aparición de una minoría radicalizada de su base sindical en el movimiento en un intento de escapar a su control.

El presidente Jacob Zuma no viajó hasta unos días después de los hechos. Y no se encontró con los mineros, sino con la dirección de Lonmin. Su enemigo político, Julius Malema, de 31 años, ex presidente de la Liga Juvenil del ANC, expulsado del partido en abril por "indisciplina", aprovechó la oportunidad para ocupar el terreno. Como portavoz de la decepcionada base, se puso del lado de los huelguistas. Los acompañó ante los tribunales, donde fueron acusados por primera vez de asesinato en virtud de una antigua ley antidisturbios de la época del apartheid. Esta ley permitía acusar de asesinato a simples manifestantes, acusándolos de haber provocado a las fuerzas de seguridad. Ante las protestas que eso provocó, se retiró finalmente la acusación contra doscientos setenta mineros y se nombró una comisión de investigación. Malema aprovechó esa oportunidad para hacer un nuevo llamamiento a la nacionalización de las minas y denunciar la colusión entre el poder, la burguesía negra, los sindicatos y el "gran capital". (Le Monde diplomatique, ibíd.)

En otras palabras, por un lado, vemos al presidente Zuma sin piedad contra los huelguistas e incluso evitando reunirse con ellos, por otro lado, vemos al joven Malema[16] aprovecharse de su exclusión del ANC para radicalizarse a fondo con el único objetivo de recuperar a los obreros escandalizados y soliviantados por la actitud de las fuerzas gubernamentales en el conflicto. Para ello, impulsó la creación del nuevo sindicato minero (AMCU) en oposición radical al NUM (vinculado al gobierno). Esto explica la actitud tan maniobrera y acrobática del ala izquierda del ANC, que al mismo tiempo quería asumir sus responsabilidades gubernamentales y preservar su "credibilidad" ante los huelguistas sindicados, en particular su base militante. Esencialmente se trata de una "división del trabajo" entre líderes del ANC para quebrar el movimiento en caso de que los muertos no fueran suficientes.

Y ¿qué decir de lo que representa esa matanza? Como se ha señalado en la cita anterior, ¡qué símbolo para la población! ¡Las fuerzas de un Estado democrático y multirracial disparando contra los manifestantes como durante el apartheid! Pues, como lo muestra un testigo (obviamente un sobreviviente de la carnicería): “Recuerdo a uno de nuestros muchachos diciéndonos: ‘Rindámonos’ poniendo manos arriba, dice un testigo. Una bala le dio en dos dedos. Cayó al suelo. Luego se levantó y repitió: ‘Señores, rindámonos’. Una segunda vez, la policía le golpeó en el pecho y cayó de rodillas. Intentó levantarse de nuevo, y una tercera bala le dio en el costado. Entonces se desplomó, pero todavía intentaba moverse... El hombre que estaba detrás de él, que también quería rendirse, recibió un balazo en la cabeza y se derrumbó al lado del otro". (Manière de Voir-Le Monde diplomatique)

Así es la policía del ANC, frente a la clase obrera en lucha, usando los mismos métodos, la misma crueldad que el régimen del apartheid.

Para nosotros, revolucionarios marxistas, lo que el comportamiento de los actuales dirigentes sudafricanos en esta carnicería demuestra es que antes de ser de un color u otro, los opresores de los huelguistas son ante todo feroces capitalistas que defienden los intereses de la clase dominante, razón por la cual Mandela y sus amigos fueron puestos a la cabeza del Estado sudafricano por todos los representantes del gran capital del país. Este trágico acontecimiento para la clase obrera también puede verse como otro aspecto mucho más simbólico (en este antiguo país del apartheid): el hecho de que el jefe de policía que dirigió las sangrientas operaciones contra los huelguistas era una mujer negra. Esto nos muestra, una vez más, que la verdadera brecha no es ni racial ni de género, sino de clase, entre la clase obrera (de todos los colores) y la clase burguesa. Y eso les guste o no a aquellos que afirmaban (o todavía creen) que los líderes del ANC (incluyendo Mandela) tendrían y defenderían los mismos intereses que la clase obrera sudafricana negra.

La clase obrera, negra o blanca, debe saber que antes y después de la tragedia de Marikana, tiene y tendrá en su camino ante ella al mismo enemigo, o sea, la clase burguesa que la explota, la golpea y no duda en asesinarla si es necesario. Eso es lo que están haciendo los actuales líderes del ANC y eso es lo que hizo Nelson Mandela cuando él mismo gobernaba el país. Aunque este último falleció en 2014, su legado está bien asegurado y es asumido por sus sucesores. En otras palabras, hasta su muerte, Mandela fue la referencia y la autoridad política y "moral" de los líderes del ANC. También fue el icono de todos los regímenes capitalistas del planeta, que lo honraron y premiaron concediéndole el "Premio Nobel de la Paz", además de otros títulos como "héroe de la lucha contra el apartheid y hombre de paz y reconciliación para los pueblos de Sudáfrica". En consecuencia, fue todo este gran mundo capitalista (desde el representante de Corea del Norte hasta el presidente norteamericano Obama y pasando por el Vaticano) el que estuvo presente en su funeral para rendirle un último homenaje por "servicios prestados".

Al final de este artículo, pero también de la serie de cuatro, se trata ahora de concluir lo que queríamos que fuera una "contribución a una historia del movimiento obrero".

¿Qué conclusiones se pueden sacar?

Dada la amplitud de lo planteado y abordado en esta serie, se necesitaría al menos un artículo adicional para extraer todas las lecciones necesarias. Nos limitaremos aquí a presentar brevemente sólo algunos elementos del balance, tratando de destacar los más importantes.

La pregunta inicial era: ¿hay una historia de lucha de clases en Sudáfrica?

Creemos que así lo hemos evidenciado profundizando en la historia del capitalismo en general y del capitalismo sudafricano en particular. Para ello, utilizamos de entrada las ideas de la revolucionaria marxista Rosa Luxemburgo sobre las condiciones de nacimiento del capitalismo sudafricano (cf. La acumulación de capital, volumen 2), y luego nos apoyamos en varias fuentes de investigadores cuyo trabajo nos pareció coherente y creíble. El capitalismo ya existía en Sudáfrica en el siglo XIX creando así dos clases históricas, la burguesía y la clase obrera, que nunca han dejado de enfrentarse durante más de un siglo. El segundo problema era que nunca se oía hablar de luchas de clases, sobre todo a causa del monstruoso sistema de apartheid al que Nelson Mandela y sus compañeros se opusieron en nombre de la "lucha por la liberación nacional". Y esto escribíamos en el primer artículo de la serie[17]: La imagen mediática de Mandela oculta todo lo demás hasta el punto de que la historia y los combates de la clase obrera sudafricana de antes y durante el apartheid son totalmente ignorados o deformados al ser catalogados sistemáticamente en la rúbrica "luchas anti-apartheid" o "luchas de liberación nacional"

Los lectores que hayan leído toda esta serie habrán podido constatar la evidencia de unas verdaderas luchas de clase, numerosos combates victoriosos o memorables de la clase obrera en Sudáfrica. Queremos destacar en particular dos momentos principales de la lucha de clases realizada por el proletariado sudafricano: por un lado, durante y contra la Primera Guerra Mundial y, por otro, sus batallas decisivas en el momento de la reanudación internacional de la lucha de clases en los años sesenta y setenta tras el largo período contrarrevolucionario.

En aquel, una minoría de la clase obrera demostró, nada más estallar la guerra de 1914-18, su espíritu internacionalista y su actividad al llamar a aponerse a aquella carnicería imperialista[18]. "En 1917, apareció un cartel por los muros de Johannesburgo, convocando a una reunión para el 19 de julio: ‘Venid a discutir puntos de interés común entre obreros blancos e indígenas’. Este texto lo publicó la International Socialist League (ISL), una organización sindicalista revolucionaria influida por los IWW norteamericanos (…) y formada en 1915 en oposición a la Primera Guerra mundial y a las políticas racistas y conservadoras del Partido Laborista sudafricano y de los sindicatos de oficio”. Fue un acto ejemplar de solidaridad de clase frente a la primera hecatombe mundial. Aquel gesto proletario e internacionalista fue tanto más importante porque se sabe que aquella misma minoría fue el origen de la creación del Partido Comunista Sudafricano, un partido verdaderamente internacionalista antes de ser definitivamente "estalinizado" a finales de la década de 1920.

El segundo ejemplo es el de las luchas masivas de los años setenta y ochenta que lograron zarandear el sistema del apartheid, con su punto culminante: el movimiento de Soweto de 1976[19]. “Los sucesos de Soweto, de junio de 1976, iban a confirmar el cambio político en curso en el país. La revuelta de los jóvenes de Transvaal se añadió al renacimiento del movimiento obrero negro desembocando en los grandes movimientos sociales y políticos de los años ochenta. Tras las huelgas de 1973, los enfrentamientos de 1976 cierran así el periodo de la derrota».

Fue un momento en el que el nivel de combatividad y de conciencia de los trabajadores empezó a mover las líneas de la relación de fuerzas entre las dos clases históricas. Y la burguesía tomó nota de ello cuando decidió desmantelar el sistema del apartheid, plasmándose en una reunificación de todas las fracciones del capital para hacer frente a la embestida de la lucha de la clase obrera. Muy concretamente, para alcanzar esa etapa de desarrollo de su combatividad y de su conciencia de clase, la clase obrera tuvo que apoderarse de sus propias luchas dotándose, por ejemplo, de comités de lucha (los tumultuosos CIVICS) por centenas en los que su unidad de clase y solidaridad se expresaron durante la lucha superando, de facto y en gran medida, la "cuestión racial" en su seno. Estos CIVIC, alta expresión del movimiento de Soweto, fueron el resultado de un proceso de maduración que se inició a raíz de las luchas masivas de 1973-74.

Para enfrentar esta extraordinaria lucha obrera, la burguesía pudo contar, en particular, con la temible arma del "sindicalismo de base", sin olvidar nunca su arsenal represivo.

Aunque geográficamente lejos de los batallones más experimentados y concentrados del proletariado mundial en los antiguos países capitalistas, el proletariado sudafricano ha demostrado, en la práctica, su capacidad para asumir un papel muy importante en el camino que conduce al derrocamiento del capitalismo y al establecimiento del comunismo. Ciertamente, sabemos que el camino será largo y caótico y que las dificultades serán enormes. Pero no hay otro.

Lassou (finales de 2017)

 

[1] Revista Internacional n° 158, ‘‘Lucha de clases en Sudáfrica (III): Del movimiento de Soweto [1976] a la subida al poder de la ANC [1993]”, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201705/4209/lucha-de-clases-en-sudafrica-iii-del-movimiento-de-soweto-a-la-sub

[2] Ídem.

[3] Congress of South African Trade Unions, ver la Revista Internacional nº 158

[4] Entre ellos se encuentran dirigentes o miembros de COSATU procedentes de la Federación Sudafricana de Sindicatos (FOSATU), como ya explicábamos en la Revista Internacional Nº 158: “En efecto, la FOSATU usó su «ingenio» perniciosamente eficaz hasta el punto de hacerse oír a la vez por el explotado y el explotador consiguiendo así «gestionar» arteramente los conflictos entre los dos verdaderos protagonistas, pero al servicio, en última instancia, de la burguesía. (…) ‘Esa corriente sindical ha desarrollado a principios de los años 80 un proyecto sindical original y ello sobre la base de un concepto de independencia explícita respecto a las principales fuerzas políticas; se formó a partir de redes de intelectuales y universitarios’ (…) esa corriente sindical se propulsó queriendo ser a la vez «izquierda sindical» e «izquierda política» y en el que muchos de sus dirigentes fueron influidos por la ideología crítica trotskista y estalinista»

[5] Judith Hayem, La figure ouvrière en Afrique du Sud, Ediciones Karthala, 2008, París. Según su editor, Judith Hayem es antropóloga, profesora de la Universidad de Lille (Francia) y miembro del Centro de Investigaciones Científicas (CNRS). Especialista en cuestiones laborales, ha realizado estudios en fábricas en Sudáfrica, pero también en Inglaterra, Estados Unidos y Francia. Entre otras cosas ha hecho investigaciones en Sudáfrica sobre las movilizaciones en favor de la atención sobre el VIH/SIDA en las minas.

[6] De hecho, 10 años después de ese episodio, los diferentes componentes del ANC siguen juntos a la cabeza del gobierno sudafricano, al menos cuando escribíamos estas líneas en otoño de 2017.

[7] Judith Hayem, Ídem.

[8] Es en una nota a pie de página donde la autora citada especifica así el número de víctimas: "Se estima que entre 11 y 12 personas perdieron la vida, y que muchos otros, huelguistas o no huelguistas, y mano de obra de sustitución resultaron heridos". Y todo eso sin más comentarios, como si tratara de minimizar la importancia de la masacre o de preservar la imagen del jefe del ejecutivo Mandela, "icono de los demócratas".

[9] Para una denuncia del movimiento altermundialista ver El altermundialismo - una trampa ideológica para el proletariado https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1872/el-altermundialismo-una-trampa-ideologica-para-el-proletariado

[10] Le Monde diplomatique, marzo de 2013

[12] Hoy todavía (principios de agosto de 2018), en el momento de su publicación y, por lo tanto, después de la redacción de este artículo, durante las elecciones parlamentarias, Zimbabue se encuentra sometido a un nuevo estallido de violencia y de represión mortífera por parte del ejército contra manifestaciones de oponentes a los “dignos” sucesores del régimen sanguinario de Mugabe.

[13] Véase el primer artículo de esta serie en la Revista Internacional, Nº 154, (/content/4080/del-nacimiento-del-capitalismo-la-vispera-de-la-segunda-guerra-mundial) que muestra (entre otros ejemplos) que para acabar con las huelgas mineras en 1922, el gobierno sudafricano promulgó la ley marcial y reunió a unos 60.000 hombres equipados con ametralladoras, armas, tanques e incluso aviones. Durante la represión de esta huelga, 200 trabajadores fueron asesinados y miles más fueron heridos o encarcelados.

[14] Véase los números artículos que hicimos sobre esta y otras luchas en Sudáfrica: Después de la masacre de Marikana, Sudáfrica ha sido sacudida por huelgas masivas https://es.internationalism.org/cci-online/201211/3555/despues-de-la-masacre-de-marikana-sudafrica-ha-sido-sacudida-por-huelgas-masi ; Lecciones de la experiencia sudafricana https://es.internationalism.org/cci-online/201209/3468/lecciones-de-la-experiencia-sudafricana ; Matanza en Sudáfrica: la burguesía lanza a sus sindicatos y su policía contra la clase obrera https://es.internationalism.org/cci-online/201209/3453/matanza-en-sudafrica-la-burguesia-lanza-a-sus-sindicatos-y-su-policia-contra- ; Debate sobre la huelga “salvaje” (o de masas) sudafricana y el camino a seguir para resolver proletariamente esta crisis capitalista /content/3547/debate-sobre-la-huelga-salvaje-o-de-masas-sudafricana-y-el-camino-seguir-para-resolver

[15] El NUM se vio desbordado por una nueva organización independiente, La AMCU (Association of Mineworkers and Construction Union (Asociación del sindicato de Mineros y obreros de la Construcción), creada por un tal Malema, un sindicato de base que tomó la iniciativa de la huelga en oposición frontal al NUM y al gobierno del ANC y demostró ser muy combativo, incluso en enfrentamientos armados con la policía.  Al principio, era un grupo de trabajadores que no sólo ya no podía tolerar el deterioro de sus condiciones de trabajo, sino tampoco y sobre todo la complicidad entre la NUM y la patronal minera y, al hacerlo, fueron seguidos masivamente por sus compañeros mineros, incluso por miembros del sindicato oficial.

[16] Ese mismo Julius Malema ha creado desde entonces su propio movimiento político llamado "Fighters for Economic Freedom" (Combatientes por la Libertad Económica), una mezcla de populismo radical, nacionalismo (negro) y "socialismo" (estalinista) que plantea nacionalizar la economía en "beneficio de los pobres". A menudo está a la cabeza de las manifestaciones contra el gobierno de Zuma, como la celebrada el 12 de abril de 2017 en Pretoria, que reunió a más de 100.000 personas (según la prensa), "una gran multitud dominada por gente negra vestida de rojo, el color de la EFF".

[17] “Del nacimiento del capitalismo a la víspera de la Segunda Guerra Mundial”Revista internacional nº 154.

[18] Íbid., Revista internacional n° 154.

[19] “La lucha de clases en Sudáfrica (III): “Del movimiento de Soweto a la subida al poder del ANC”, Revista Internacional n° 158. https://es.internationalism.org/revista-internacional/201705/4209/lucha-de-clases-en-sudafrica-iii-del-movimiento-de-soweto-a-la-sub

Geografía: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Rubric: 

Lucha de clases en Sudáfrica (IV).