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Para el próximo 28 de abril se han vuelto a convocar nuevas elecciones generales en España. Cuando los políticos burgueses se encuentren en pleno cambalache de negociaciones para formar el gobierno tendrán lugar las elecciones autonómicas, municipales y europeas programadas para el 26 de mayo.
Estas convocatorias nos las presentan como la “gran fiesta de la democracia”, en la que, supuestamente, el pueblo decidiría su futuro. La verdad es que, como todas las elecciones, las próximas son la enésima demostración del cinismo de la clase explotadora, que prodiga las promesas que sabe que jamás cumplirá, que dice hablar en defensa de los sectores a los que luego machacará inmisericordemente esparciendo la miseria y la precariedad.
Lo que hay detrás de esta repetición de elecciones generales (¡van tres en tres años!) no es ningún ejercicio de “soberanía popular”, sino una creciente crisis del aparato político de la burguesía española, incapaz de encontrar una estabilidad, que se ve constantemente saboteada por la indisciplina de sus diferentes fracciones; por un peso creciente de los sectores más incoherentes y díscolos de la clase explotadora en el seno de los partidos políticos tradicionales del orden burgués; por la consiguiente dificultad para utilizar el mecanismo electoral para establecer la organización del aparato político que le conviene en cada momento al capital nacional.
Un problema mundial y no únicamente español
La crisis política que subyace en la sucesión de elecciones en España no es algo específico del capital español. Es un fenómeno que, en su raíz, aunque no en todas sus manifestaciones más externas, es idéntico, al que ha llevado a la burguesía británica, la más experimentada del planeta, a un enorme lío – el brexit – del que no saben, por el momento como salir. Es la misma lógica que ha puesto a la cabeza de la principal potencia mundial, a un individuo como el presidente Trump difícilmente adaptable a los intereses de conjunto de la burguesía norteamericana. Es esa misma tendencia a la indisciplina la que amenaza la estabilidad de la “gran coalición” entre democristianos y socialdemócratas en Alemania que ven acercarse peligrosamente por el retrovisor una formación como Alternativa para Alemania; la misma que ha encumbrado al gobierno en Italia – el tercer país más rico de la Unión Europea – una coalición de gamberros y “eurófobos”. Esta crisis política de la burguesía es la que se lleva por delante, ¡en meses!, el “prestigio” de nuevas “figuras políticas” como Macron, aupadas con el consenso de los principales sectores del capital francés. Y, también, la que impulsa meteóricos ascensos de personajes tan turbios como Bolsonaro en Brasil. Esta inestabilidad política en creciente expansión, en todo el mundo, es el resultado de la descomposición de la sociedad capitalista. Como ya señalamos en el año 1990, cuando analizamos las consecuencias de la entrada del capitalismo mundial en su fase terminal de descomposición de la sociedad:
«El atolladero histórico en que está metido el modo de producción capitalista, los fracasos sucesivos de las diferentes políticas instauradas por la burguesía, la huida ciega permanente en el endeudamiento con el cual va sobreviviendo la economía mundial, todos esos factores repercuten obligatoriamente en un aparato político incapaz, por su parte, de imponer a la sociedad, y en especial a la clase obrera, la “disciplina” y la adhesión que se requieren para movilizar todas las fuerzas y todas las energías para la guerra mundial, única “respuesta” histórica que la burguesía es capaz de “ofrecer”. La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza para su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda». (La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo. Revista Internacional nº 62[1]).
La crisis política en España
Como hemos venido analizando en nuestra publicación, en España se han producido sucesivas y cada vez más graves expresiones de esa crisis en el aparato político. Empezando por la crisis del PSOE en 2115-2016[2], cuando puso de manifiesto su incapacidad para jugar el papel de alternancia política con la derecha que se venía produciendo desde la transición democrática. Esa situación desembocó por un lado en una repetición de las elecciones (mayo 2016) que supuso un nuevo deterioro de su influencia electoral, y, sobre todo, con el estallido de toda suerte de querellas entre distintos sectores. La tentativa por parte de Pedro Sánchez de revertir esta situación forzando un gobierno que se apoyase en Podemos y los independentistas catalanes, desató la caja de los truenos en el seno del PSOE, cuyo Comité Federal defenestró a Sánchez y posibilitó con su abstención el gobierno de Mariano Rajoy. Este encumbramiento del PP por el PSOE permitió a Sánchez recabar el apoyo de las bases del PS hasta desalojar al anterior Comité Federal en su último Congreso[3].
El segundo factor que ha agravado las turbulencias en el seno de los partidos burgueses de la burguesía española ha sido, sin duda, la “crisis catalana” que, también hemos analizado[4], como una expresión de que los problemas históricos de soldadura entre distintos sectores del capital español se veían alimentados por el “cada uno a la suya” creciente en la descomposición de la sociedad capitalista. Que nacionalistas catalanes bastante fieles al Estado burgués español (sobre todo cuando había que aplastar la lucha obrera durante la 2ª Republica o en la transición de los años 1970), se adentraran en una sobrepuja delirante, en la que lo de menos es la viabilidad o no de la independencia, y lo que si se instala es un clima de fractura social entre posturas igualmente reaccionarias, un ambiente marcado por la búsqueda de chivos expiatorios en los que descargar todo el odio y el miedo al futuro que rezuma la sociedad actual. En ese clima, que ni la burguesía española ni la burguesía catalana han sido capaces de contener, quienes sacan más partido son los sectores más irresponsables, más apoyados en la visceralidad de unos valores caducos que reflejan una imposible vuelta a un pasado idealizado como oasis frente al derrumbe social.
Y esa es la tercera expresión de la crisis política de la burguesía en España. No sólo la persistencia de un bloqueo, de un estancamiento de la situación que cada vez se va pudriendo más y más, como corresponde a una descomposición social, sino que, en esas miasmas, pululan a sus anchas expresiones tan aberrantes como Puigdemont o VOX, hijas desde luego del capitalismo[5], cuyas taras son expresión de que hace años que este sistema solo puede engendrara monstruosidades. La creciente influencia social de estas formaciones es el resultado, no la causa, de la decrepitud del capitalismo como organización social.
El fracaso de la operación “moción de censura”
Las elecciones del próximo 28 de abril resultan del fracaso de la operación “moción de censura” que como explicamos era una tentativa por parte de sectores importantes de la burguesía española de desinflamar el conflicto catalán y dividir el frente independentista[6]. Esa tentativa ha sido, en realidad, saboteada por “fuego amigo”. Por sectores históricos del PSOE que, de nuevo, se han echado al monte contra las cesiones, más aparentes que reales, de Sánchez a los independentistas catalanes. Pero también de la propia ERC que ha temido que transigir con la aprobación de los presupuestos en pleno juicio por “rebelión” contra sus líderes, pudiera ser explotado por Puigdemont o la CUP para presentarla como “vendida al españolismo”. Como puede verse, todo un compendio de navajazos por la espalda, en plena “fiesta de la democracia”.
Desde que hace un siglo el capitalismo entrara en su fase de decadencia, la democracia burguesa es un espantajo de la dictadura del capital. En ese sentido las elecciones eran el medio para presentar como “resultado de la voluntad popular” lo que se había decidido de antemano en los despachos más importantes de la clase explotadora. Mediante toda una serie de estrategias de lo que se conoce como “marketing político”, o sea manipulación, la burguesía ha conseguido mantener más o menos esa farsa que, sin embargo, requiere que cada fracción acepte, disciplinadamente, el rol y la importancia que le toquen[7]. El problema es que esa disciplina cada vez está más erosionada. Y no estamos hablando únicamente de VOX o las “fake news” que publicitan día tras otro. Estamos hablando de como un partido centenario como el Partido Nacionalista Vasco dejó, tirado de un día para otro al PP. Estamos hablando de cómo el PSOE que acusa al PP de aprovecharse de fondos públicos para financiar sus campañas electorales, está haciendo poco más o menos lo mismo promulgando en los últimos consejos de ministros, toda una serie de decretos, con verdaderas migajas de limosnas, pero que quiere vendernos como demostración de su “sensibilidad social”, tratando de rentabilizarlo electoralmente, sin pudor alguno.
¿Quién va a ganar pues, estas elecciones? La impresión que causa el juego político de la burguesía española es que va a volver a barajar y repartir las cartas para ver si en una nueva jugada alguna de las fracciones consigue una posición de ventaja que le permita meter en cintura a sus contrincantes.
Quizá el PSOE aspire a aprovechar el derrumbe de Podemos para forzar el gobierno de los “guapos” entre Sánchez y Rivera – esta parece la opción con más bendiciones entre financieros e importantes capitalistas – como ya intentó en 2015 y que fracasó por el sabotaje de Podemos. Quizás Ciudadanos aproveche su relativo fracaso para liderar la derecha por el auge de Vox para aceptar humildemente ese nuevo giro de su política (¡y van ciento!). Quizás el auge de VOX sea tan espectacular que haga pensar que es mejor tenerlos domados en el gobierno (como hasta ahora consiguen en Andalucía) que encabritados en la oposición con una fuerza creciente. Pero también puede suceder que acabe imponiendo su discurso a todas las fracciones de la derecha. Quizás se vuelva al punto de partida anterior a esta convocatoria electoral y se reedite, aunque sea en la sombra, la coalición que respaldó la moción de censura. Quizás pase todo lo contrario y se asiente la coalición que respaldó la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña. Quizás no pase nada y entremos en un largo período en que no haya posibilidad de formar gobierno y haya que repetir las elecciones.
Lo que sí es seguro es que esta tendencia al estancamiento, al caos y la inestabilidad va a ir en aumento. Los principales agentes de esa estabilidad desde la transición – el PSOE y el PP – se ven hoy abocados a cada vez mayores desgarros internos y a una erosión de su credibilidad ante sus mismos cofrades del aparato de Estado burgués. El PSOE que sirvió para amalgamar a las fracciones centrifugas de la burguesía, ve hoy puesta en entredicho esa capacidad de integración, por los arranques de furibundo españolismo de sectores históricos como los Felipe González, Guerra, los barones regionales, etc. EL PP, que con el arduo trabajo de todas las fracciones de la burguesía española consiguió un cierto pedigrí “democrático”, encapsulando en su seno a los sectores más añorantes del franquismo, ve como estos se han despertado y cabalgan con nuevos bríos. La pérdida de estos referentes es dramática para el capitalismo español, que mira aterrado el porvenir que se anuncia en situaciones como la italiana, donde bastiones del orden burgués desde la 2ª Guerra Mundial como la Democracia Cristiana o el PC, no han podido contener un gobierno populista.
Los trabajadores debemos mantener nuestra autonomía política de clase
Y ¿qué podemos hacer los trabajadores? Esta situación de estancamiento y pudrimiento de la vida política propicia la trampa de caer en una falsa alternativa: o el “voto de castigo” como expresión de hartazgo de toda esa cuerda de políticos corruptos y desilusionantes[8], o, el “voto responsable”, votar, aunque sea “con la nariz tapada” para “frenar a la Derechona” etc. Ambas reducen a los trabajadores a la impotencia de oscilar entre expresiones igualmente capitalistas y, por tanto, reaccionarias, de Guatemala a Guatepeor, renunciando a defender su autonomía de clase frente a todas las fracciones de la burguesía, atándose a una rueda que conduce por sí misma a la humanidad a una irreversible espiral de caos, barbarie y destrucción.
Es evidente que la propaganda de los llamados partidos “socialistas” o izquierdistas” aprovecha la vulnerabilidad del proletariado español a la mistificación “antifascista” por el peso de los traumatismos de la victoria del franquismo en la guerra española del 36, prolongada por una dictadura que llegó hasta los años 70. Agita ese pasado efectivamente tenebroso para hacer confiar a los trabajadores en “cualquier cosa menos la vuelta a ese infierno”. Lo que tratan con ello es que los trabajadores olvidemos que esa “cualquier cosa” es tan criminal como el fantasma que pretende exorcizar. Que, como se decía en el 15 M, violencia es no llegar a fin de mes (y hoy hay en España más de 2’5 millones de trabajadores con empleo y que no llegan a final de mes), que tan implacable son los tribunales franquistas como los que en el paraíso democrático dictan diariamente desahucios a decenas y, también en las ciudades gobernadas por mujeres tan progresistas como Carmena, Ada Colau, etc.; que el racismo de los fachas es, sin duda, denigrante, pero que el gobierno Sánchez, no ha variado -excepto un primer gesto inicial- la política de expulsiones, de encierros irregulares en los CIE’s, o en los guetos para menores, etc. que Rajoy prolongó a partir de las medidas de Zapatero.
Lo único que puede frenar el paso a esa barbarie es una erradicación del capitalismo del planeta. Y eso no puede hacerse votando en las urnas. Eso tiene que hacerse en una LUCHA. Y no es una lucha verdadera aquella que consiste en movilizarse como categorías ciudadanas del orden democrático: mujeres, negros, homosexuales, … Solo es una lucha la que se base en la oposición CLASE CONTRA CLASE, en la que la clase obrera posibilita una verdadera unidad de todos los explotados a escala internacional pues no está dividida por intereses contrapuestos, la clase que puede unir a ella a toda la humanidad pues no aspira a mantener ni a instaurar una nueva explotación.
Valerio, 20 de Marzo
[1] /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[4] Ver entre otros https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201709/4234/el-embrollo-catalan-muestra-la-agravacion-de-la-descomposicion-capitalen re Cataluña
[5] Hemos mostrado por ejemplo como Vox, Puigdemont y Podemos comparten el mismo veneno antiproletario del nacionalismo, en versiones más o menos atávicas o folklóricas. Ver https://es.internationalism.org/content/4370/contra-la-campana-de-vox-en-medios-obreros-los-obreros-no-tenemos-patria
[7] Hay numerosos ejemplos de esas manipulaciones en la historia. En Francia, por ejemplo, es sabido que fue el líder socialista Mitterand el verdadero creador del Frente Nacional para dividir el voto de la derecha. En la España de la transición, el único partido verdaderamente implantado- el PCE – se auto saboteo en los primeros comicios para permitir el desarrollo de la UCD o del PSOE, más asimilables por las democracias europeas que les doparon con todo tipo de apoyos.
[8] El espectáculo asqueante de los mangoneos en los “nuevos partidos” como Ciudadanos y sobre todo en Podemos, ha aumentado sin duda el peso de esta irritación