La herencia oculta de la Izquierda del Capital: (I) Una falsa visión de la clase obrera

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Una de las lacras que afectan a las organizaciones revolucionarias de la Izquierda Comunista es que muchos de sus militantes han pasado antes por partidos y grupos de Izquierda y Extrema Izquierda del Capital (PS, PC, trotskismo, maoísmo, anarquismo oficial, la supuesta “nueva izquierda” de Syriza o Podemos). Esto es inevitable pues ningún militante nace con la claridad bajo el brazo. Sin embargo, ese paso deja un lastre de difícil identificación: se logra romper con las posiciones políticas de esas organizaciones (sindicalismo, defensa de la nación y del nacionalismo, participación en las elecciones etc.), sin embargo, resulta mucho más difícil desembarazarse de las actitudes, el modo de pensamiento, la forma de debatir, los comportamientos, las concepciones, que esas organizaciones inyectan en grado sumo y que constituyen su modo de vida.

Esa herencia, lo que llamamos la herencia oculta de la Izquierda del Capital contribuye a provocar dentro de las organizaciones revolucionarias tensiones entre camaradas, desconfianza, rivalidades, comportamientos destructivos, bloqueos del debate, posturas teóricas aberrantes etc., que combinados con la presión de la ideología burguesa y pequeña burguesa les hacen mucho daño. El objetivo de la Serie que iniciamos es identificar y combatir ese pesado lastre.

Izquierda del Capital: política capitalista en nombre del “socialismo”

Desde su primer congreso (1975) la CCI abordó el problema de esas organizaciones que dicen reclamarse del “socialismo” y practican una política capitalista.  La Plataforma[1] que adoptó dicho congreso en su punto XIII señala: “El conjunto de partidos y grupos que defienden, incluso condicionalmente o de manera “crítica”, ciertos Estados o ciertas fracciones de la burguesía contra otras sea en nombre del “socialismo”, de la “democracia”, del “antifascismo”, de la “independencia nacional”, del “frente único” o del “mal menor”; que participan, de la forma que sea, en el juego burgués de las elecciones, en la actividad anti obrera de los sindicatos o en la mistificación autogestionaria son órganos del aparato político del capital. Destacan entre ellos los partidos “socialistas” y “comunistas.

Nuestra Plataforma enfoca además el problema de los grupos y grupúsculos que se colocan “a la izquierda” de esos dos grandes partidos, que, a menudo, les hacen “críticas incendiarias”, y adoptan poses más “radicales”: “El conjunto de corrientes llamadas “revolucionarias”, tales como el maoísmo, el trotskismo o el anarquismo tradicional pertenecen al mismo campo que ellos, el campo del capital. El que tengan menos influencia o el que utilicen un lenguaje más radical no quita para nada el carácter burgués de su programa y su naturaleza que hace de ellos útiles recogedores o suplentes de los grandes partidos de izquierda.

Para comprender qué función cumplen la izquierda y la extrema del capital, hemos de recordar que, con la decadencia del capitalismo, el Estado “ejerce un control cada vez más potente, omnipresente y sistemático, sobre todos los aspectos de la vida social. A una escala muy superior a la decadencia romana o feudal, el Estado de la decadencia capitalista se ha convertido en una máquina monstruosa, fría e impersonal que ha terminado por devorar la sustancia de la sociedad civil (Punto IV de nuestra Plataforma). Esta naturaleza es aplicable tanto a los regímenes abiertamente dictatoriales de partido único (estalinistas, nazis, dictaduras militares) como a los democráticos.

En ese marco los partidos políticos no son los representantes de las distintas clases y capas de la sociedad, sino los instrumentos totalitarios del Estado para someter a los imperativos del Capital nacional al conjunto de la población y principalmente a la clase obrera. Igualmente se convierten en la cabeza de redes clientelares, grupos de presión y esferas de influencia, que mezclan la acción política con la económica y se transforman en el caldo de cultivo de una incontenible corrupción.

En los sistemas democráticos, el aparato político del Estado capitalista se estructura en dos alas: la derecha, enlazada con las fracciones clásicas de la burguesía y encargada del encuadramiento de los sectores más atrasados de la población[2], y la izquierda (junto con los Sindicatos y un abanico de organizaciones de extrema izquierda) consagrada esencialmente al control, la división y la destrucción de la conciencia de la clase obrera.

¿Por qué los antiguos partidos obreros se transformaron en partidos de izquierda del capital?

Las organizaciones que se da el proletariado no están libres de degeneración. La presión de la ideología burguesa las corroe desde dentro y puede llevarlas al oportunismo el cual si no se le combate a tiempo acaba en la traición y en la integración en el Estado capitalista[3]. El oportunismo da el paso decisivo ante hechos históricos determinantes de la vida social capitalista: los dos momentos clave han sido hasta la fecha la Guerra Imperialista Mundial y la Revolución Proletaria. En la plataforma tratamos de explicar el proceso que conduce a ese paso fatal: los partidos socialistas, en un proceso de gangrena por el reformismo y el oportunismo, se vieron conducidas, con ocasión de la Primera Guerra Mundial, a comprometerse en la política de defensa nacional primero para después oponerse abiertamente a la oleada revolucionaria de posguerra hasta el extremo de jugar el papel de verdugos del proletariado como en Alemania en 1919. La integración final de cada uno de estos partidos en sus Estados nacionales respectivos tuvo lugar en diferentes momentos en el periodo que siguió al estallido de la Primera Guerra Mundial, sin embargo, este proceso se vio definitivamente terminado a comienzos de los años 20, cuando las últimas corrientes proletarias fueron eliminadas o salieron de sus filas para unirse a la Internacional Comunista.

Del mismo modo, los partidos comunistas pasaron a su vez al campo del capitalismo tras un proceso similar de degeneración oportunista. Este proceso que comenzó desde el principio de los años 20 continuó tras la muerte de la Internacional Comunista (marcada en 1928 por la adopción de la teoría del socialismo en un solo país) hasta desembocar, pese a la lucha encarnizada de sus fracciones de izquierda, en una completa integración en el Estado capitalista al principio de los años 30 con su participación en los esfuerzos de armamento de sus burguesías respectivas y su entrada en los Frentes Populares. Su participación activa en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y posteriormente en la reconstrucción nacional tras su finalización, los ha confirmado como fieles servidores del capital nacional y como la más pura encarnación de la contrarrevolución

En el lapso de 25 años -entre 1914 y 1939 - la clase obrera perdió primero los partidos socialistas, después en los años 20 los partidos comunistas y finalmente, a partir de 1939, los grupos de la Oposición de Izquierda de Trotski que apoyaron la barbarie aún más brutal de la Segunda Guerra Mundial. “En 1938, la Oposición de Izquierdas se constituye en IVª Internacional. Es una aventura oportunista pues no se puede constituir un partido mundial en una situación de marcha hacia la guerra imperialista y, por lo tanto, de profunda derrota del proletariado. Los resultados serán desastrosos: en 1939-40, los grupos de la sedicente 4ª Internacional toman posición a favor de la guerra mundial arguyendo los más variados pretextos: la mayoría el apoyo a la “patria socialista” rusa, pero hasta hubo una minoría que apoyó a la Francia de Pétain (satélite a su vez de los nazis).

Contra esta degeneración de las organizaciones trotskistas reaccionaron los últimos núcleos internacionalistas que todavía quedaban en su seno: especialmente la compañera de Trotski y el revolucionario de origen español Munis. Desde entonces las organizaciones trotskistas se han convertido en agencias radicales del Capital que tratan de embaucar al proletariado con toda clase de causas revolucionarias que generalmente corresponden a fracciones antiimperialistas de la burguesía (como actualmente el famoso sargento Chavez). Del mismo modo, recuperan a los obreros asqueados del juego electoral haciéndoles votar de forma crítica a los socialistas para, de esa manera, cerrar el paso a la derecha. Finalmente, les ilusionan con recuperar los sindicatos a través de candidaturas combativas[4].

La clase obrera es capaz de generar fracciones de izquierda dentro de los partidos proletarios cuando estos comienzan a verse afectados por la enfermedad oportunista. Así, dentro de los partidos de la 2ª Internacional se destacaron los bolcheviques, la corriente de Rosa Luxemburgo, el tribunismo holandés, los intransigentes italianos etc. La historia del combate que libraron estas fracciones es suficientemente conocida pues sus textos y contribuciones lograrían cristalizar en la formación de la 3ª Internacional.

Por su parte, ya desde 1919, la reacción proletaria a las dificultades, errores y posterior degeneración de la 3ª Internacional se expresó en las Izquierdas Comunistas (italiana, holandesa, alemana, rusa etc.) que llevaron -con muchas dificultades y desgraciadamente muy dispersas- un combate heroico y consecuente. La Oposición de Izquierdas de Trotsky nació más tardíamente y de forma mucho más incoherente. En los años 30, la fosa entre la Izquierda Comunista -principalmente de su grupo más consecuente, Bilan, exponente de la Izquierda Comunista italiana- y la Oposición de Trotski se fue haciendo más evidente. Mientras que Bilan supo ver las guerras imperialistas localizadas como expresiones de un curso hacia la guerra imperialista mundial, la Oposición se enredó en divagaciones sobre la liberación nacional y el carácter progresista del antifascismo. Mientras Bilan supo ver el alistamiento ideológico para la guerra imperialista y el interés del Capital tras la movilización de los obreros españoles hacia la guerra entre Franco y la República, Trostky vio en las huelgas de julio 1936 en Francia y en la lucha antifascista en España el principio de la revolución… Sin embargo, lo peor fue que si bien Bilan no tenía aún claro la naturaliza exacta de la URSS sí que tuvo bien claro que no se podía apoyarla de ninguna de las maneras y que la URSS era un agente activo de la contienda bélica que se preparaba. En cambio, Trotski con sus especulaciones sobre la URSS como “estado obrero degenerado” abría las puertas al apoyo a la URSS como medio de apoyar la segunda carnicería mundial de 1939-45.

El papel de la extrema izquierda del capital contra el resurgir de la lucha obrera en 1968

Desde 1968 la lucha proletaria renace en todo el mundo. El Mayo Francés, el Otoño Caliente italiano, el Cordobazo argentino, el octubre polaco etc. son expresiones de ese vigoroso combate. Esta lucha da lugar a una nueva generación revolucionaria. Muchas minorías obreras surgen por doquier y todo ello constituye una fuerza fundamental para el proletariado.

Sin embargo, es importante señalar el papel de destrucción de esas minorías que juegan los grupos de extrema izquierda del capital. El trotskismo del cual ya hemos hablado, el anarquismo oficial[5] y, finalmente, el maoísmo. Respecto a este último es preciso señalar que nunca ha sido una corriente proletaria. Los grupos maoístas nacen de las querellas de tinte imperialista y de guerras de influencia entre Pekín y Moscú             que llevaron a la ruptura entre ambos estados y a la alineación de Pekín con imperialismo norteamericano en 1972.

Se calcula que hacia 1970 había en el mundo más de cien mil militantes que, aunque con enormes confusiones, se pronunciaban por la revolución, contra los partidos de izquierda tradicionales (PS, PC), contra la guerra imperialista y buscaban como impulsar la lucha proletaria en ciernes. Una inmensa mayoría de ese importante contingente fue recuperado por esa constelación de grupos de extrema izquierda. La Serie que estamos escribiendo irá desmenuzando concienzudamente todos los mecanismos a través de los cuales ejercieron esa recuperación. Hablaremos no solamente del programa capitalista envuelto en banderas radicales y obreristas sino de los métodos organizativos, de debate, de funcionamiento, de moralidad, que emplearon.

Lo bien cierto es que su acción fue muy importante para destruir la potencialidad de que la clase obrera construyeron una amplia vanguardia para su combate. Los militantes potenciales fueron desviados hacia el activismo y el inmediatismo, encauzados a un combate estéril dentro de los sindicatos, los municipios, las campañas electorales etc.

Los resultados fueron concluyentes:

-          La mayoría abandonó la lucha profundamente decepcionado y cayendo en un escepticismo sobre la lucha obrera y la posibilidad del comunismo; una parte nada desdeñable de este sector cayó en la droga, la bebida, la desesperación más absoluta;

-          Una minoría quedó como tropa de base de sindicatos y partidos de izquierda, propagando una visión escéptica y desmoralizante de la clase obrera;

-          Otra minoría, más cínica, hizo carrera en sindicatos y partidos de izquierda, aunque una parte de estos “triunfadores” pasaron a formar parte de los partidos de derecha[6].

Los militantes comunistas son un activo vital para el proletariado y es tarea central de los grupos actuales de la Izquierda Comunista que hoy han heredado la trayectoria de Bilan, Internationalisme etc., el sacar todas las lecciones de lo que permitió esa enorme sangría de fuerzas militantes que sufrió el proletariado en su despertar histórico de 1968.

Una falsa visión de la clase obrera

Para realizar su sucia labor de encuadramiento, división y confusión, los partidos de izquierda y extrema izquierda propagan una falsa visión de la clase obrera. Esta impregna a los militantes comunistas deformando su pensamiento, su conducta y sus planteamientos. Es pues vital identificarla y combatirla.

Una suma de individuos ciudadanos

Para izquierda y extrema izquierda los obreros no forman una clase social antagónica al capitalismo sino una suma de individuos. Son la parte “de abajo” de la “ciudadanía”. Como tales, los obreros individuales tendrían que aspirar a una “situación estable”, a un “precio justo” de su trabajo, a un “respeto de sus derechos” etc.

Esto permite a la Izquierda esconder algo esencial: la clase obrera es una clase imprescindible para la sociedad capitalista pues sin su trabajo asociado esta no podría funcionar, pero al mismo tiempo es una clase excluida de la sociedad, extraña a todas sus reglas y normas vitales, y por tanto es una clase que solamente puede realizarse como tal aboliendo de arriba abajo la sociedad capitalista. En lugar de esta realidad aparece la idea de una clase “integrada”, que mediante reformas y la participación en las instituciones podría satisfacer sus intereses.

Seguidamente, esta visión disuelve la clase obrera en la masa amorfa e interclasista de “la ciudadanía”. En semejante magma el obrero aparece igualado al pequeño burgués que le tima, al policía que le reprime, al juez que lo condena al desahucio, al político que le engaña y hasta los “burgueses progresistas”. Las nociones de clase social y antagonismo de clases desaparecen para abrir paso a la noción de ciudadanos de la nación, la falsa “comunidad nacional”.

Borrada de las mentes obreras la noción de clase desaparece igualmente la noción fundamental de clase histórica. El proletariado es una clase histórica que, más allá de la situación por la que atraviesan sus diferentes generaciones o sus distintos sectores geográficos, tiene en sus manos un porvenir revolucionario, la instauración de una nueva sociedad que supere y resuelva las contradicciones que llevan al capitalismo a la destrucción de la humanidad.

Barriendo las nociones vitales y científicas de clase, antagonismo de clases y clase histórica, la Izquierda y la Extrema Izquierda del capital colocan la revolución como un buen deseo que habría que dejar en las manos “expertas” de políticos y partidos. Introducen la noción de delegación del poder, concepto perfectamente válido para la burguesía, pero absolutamente destructivo para el proletariado. En efecto, la burguesía, clase explotadora que detenta el poder económico, puede confiar la gestión de sus asuntos en un personal político especializado que forma una capa burocrática con intereses propios dentro del entramado del capital nacional.

No ocurre lo mismo para el proletariado, que es una clase explotada y revolucionaria a la vez, que no posee ningún poder económico, sino que su única fuerza son su conciencia, su unidad y su solidaridad, su confianza en sí mismo, es decir, factores que se ven radicalmente destruidos si se confían en una capa especializada de intelectuales y políticos.

Armados por esa delegación, los partidos de izquierda y extrema izquierda defienden la participación en las elecciones como medio de “cerrar el paso a la derecha”. Es decir, destruyen en las filas obreras la acción autónoma como clase para transformarse en una masa de ciudadanos votantes. Una masa individualizada, cada cual encerrado en sus “propios intereses”. La unidad y la autoorganización del proletariado son así machacadas.

Finalmente, los partidos de izquierda y extrema izquierda piden al proletariado que se ponga en manos del Estado para “conseguir una nueva sociedad”. Hacen la prestidigitación de convertir al verdugo capitalista que es el Estado en el “amigo de los obreros”.

Una masa de fracasados hundidos en un materialismo vulgar

Izquierda y sindicalistas propagan una visión materialista vulgar de los obreros. Según ellos, los obreros son unos individuos que solo piensan en su familia, en sus comodidades, en tener el mejor coche, la casa más lujosa, ahogados por ese consumismo no tienen “ningún ideal” de lucha, prefieren quedarse en casa para ver el futbol o ir al bar con los amigotes. Rizando el rizo afirman que los obreros están endeudados hasta las cejas para pagar sus caprichos consumistas y, por lo tanto, son incapaces de toda lucha[7].

Con estas moralinas convierten la lucha de los obreros en un Ideal voluntarista y no en una necesidad material. El comunismo, meta final de la clase obrera, es una necesidad material en respuesta a las contradicciones insolubles del capitalismo[8]. Separan y oponen la lucha reivindicativa con la lucha revolucionaria, cuando hay una unidad entre ambas pues la lucha de la clase obrera es, como decía Engels, unitariamente económica, política e ideológica.

Privar a nuestra clase de esa unidad lleva a la visión idealista de una lucha “sucia” y “materialista” por necesidades económicas y una lucha “gloriosa” y “moral” por la “revolución”. Esto desmoraliza profundamente a los obreros que se avergüenzan y se sienten culpables de preocuparse por las necesidades de su vida, la de sus hijos y sus prójimos, de ser individuos rastreros que solo pensarían en el euro. Con estos falsos planteamientos que siguen la línea cínica e hipócrita de la Iglesia Católica, la izquierda y la extrema izquierda minan desde dentro la confianza de los obreros en sí mismos como clase y tratan de presentarlos como la parte más “baja” de la sociedad.

Con ello convergen con la ideología dominante que presenta a la clase obrera como la clase de los fracasados. El famoso “sentido común” dice que un trabajador es un individuo que si se ha quedado en trabajador es porque no sirve para otra cosa o no ha luchado lo suficiente para avanzar en la escala social. Los trabajadores serían los holgazanes, los que no tienen aspiraciones, los torpes…

¡Es realmente el mundo al revés! La clase social que produce mediante su trabajo asociado las principales riquezas de la sociedad estaría compuesta por lo peor de ésta. Dado que el proletariado agrupa la mayoría de la sociedad, resultaría que ésta se compone fundamentalmente de vagos, fracasados, individuos sin cultura ni motivación.

La burguesía además de explotar al proletariado se burla de él. Ella que es una minoría que vive del esfuerzo de millones de seres humanos tiene la desfachatez de considerar a estos gente indolente, fracasada, inútil y sin aspiraciones.

La realidad social es radicalmente diferente: en el trabajo asociado mundial del proletariado se desarrollan elementos culturales, científicos, y, simultáneamente, lazos humanos profundos, solidaridad, confianza, espíritu crítico. Son la fuerza que, callada y silenciosamente, mueve la sociedad, la fuente del desarrollo de las fuerzas productivas.

La apariencia que presenta el proletariado es la de una masa anónima, anodina, silenciosa. Esta apariencia es fruto de una contradicción que sufre el proletariado como clase explotada y revolucionaria a la vez. Por un lado, es la clase del trabajo asociado mundial y como tal mueve los engranajes de la producción capitalista y tiene en sus manos las fuerzas y capacidades para cambiar radicalmente la sociedad. Pero de otro lado, la competencia, la mercancía, la vida normal de la sociedad donde impera la división y el todos contra todos, lo trituran como una suma de individuos, cada cual desamparado, con sentimiento de fracaso y culpa, separado de los demás, atomizado, obligado a luchar solamente por sí mismo.

La izquierda y la extrema izquierda del capital, en consonancia con la ideología burguesa, quieren que solo veamos esa masa amorfa de individuos atomizados. Con ello sirven al Capital y al Estado en su tarea de desmoralizar y excluir a la clase obrera de toda perspectiva social.

Aquí vemos lo que decíamos al principio: la concepción del proletariado como suma de individuos. Sin embargo, el proletariado es una clase y actúa como tal cada vez que con una lucha consecuente y autónoma logra desprenderse de las cadenas que lo oprimen y atomizan. Entonces no solamente vemos una clase en acción, sino igualmente vemos a cada uno de sus componentes transformados en seres que actúan, luchan, piensan, toman iniciativas, desarrollan una creatividad. Así se ha visto en los grandes momentos de lucha de clase, como, por ejemplo, los revoluciones rusas de 1905 y 1917. Como muy bien señaló Rosa Luxemburgo en Huelga de masas, partido y sindicatos, “en la tormenta del periodo revolucionario hasta el proletario se transforma; deja de ser un previsor padre de familia para convertirse en un “romántico revolucionario”, para quien, hasta el bien supremo, la misma vida, por no decir nada del bienestar material, significa muy poco en comparación con los ideales de la lucha

Como clase la fuerza individual de cada obrero se libera y se desata, desarrolla su potencial humano. Como suma de individuos, las capacidades de cada cual son aniquiladas, diluidas, despilfarradas para la humanidad. La tarea de la izquierda y la extrema izquierda del capital es mantener a los obreros dentro de las cadenas de la ciudadanía, es decir, de la suma de individuos.

Una clase con el reloj parado en las tácticas del siglo XIX

De manera general, en la ascendencia del capitalismo y más concretamente en su época de apogeo (1870-1914), la clase obrera podía luchar por mejoras y reformas dentro del marco del capitalismo, sin plantearse a nivel inmediato su destrucción revolucionaria. A ello correspondía, por un lado, la constitución de grandes organizaciones de masas (partidos socialistas, sindicatos, cooperativas, universidades obreras, asociaciones de mujeres y de jóvenes etc.) y, por otra parte, tácticas de lucha que incluían la participación en las elecciones, las acciones de presión, las huelgas planificadas por los sindicatos etc.

Esos métodos comenzaron ser cada vez más inadecuados desde principios del siglo XX. En las filas revolucionarias se produjo un amplio debate que opuso, por un lado, a Kautsky, partidario de ellos, y, por el otro, a Rosa Luxemburgo[9] que, sacando lecciones de la revolución rusa de 1905[10] mostró claramente que la clase obrera se orientaba hacia nuevos métodos de lucha que correspondían a la nueva situación que se avecinaba de guerras generalizadas, crisis capitalista etc., es decir, caída del capitalismo en su época de decadencia. Los nuevos métodos de lucha se basaban en la acción directa de masas, en la autoorganización del proletariado en Asambleas y Consejos Obreros, en la abolición de la vieja división entre el programa mínimo y el programa máximo. Esos métodos chocaban frontalmente con el sindicalismo, las reformas, la participación electoral, la vía parlamentaria.

La Izquierda y la extrema izquierda del capital centran su política en encerrar a la clase obrera en esos viejos métodos que hoy son radicalmente incompatibles con la defensa de sus intereses tanto inmediatos como históricos. Han parado el reloj de la historia de forma interesada en los años “dorados” de 1890 a 1910 con toda su rutina cada vez más desmovilizadora de participación electoral, acciones sindicales, asistencia pasiva a los actos del “Partido”, demostraciones programadas con antelación etc., una rutina que convierte a los obreros en “buenos ciudadanos trabajadores”, es decir, en seres pasivos y atomizados que se someten disciplinadamente a todo lo que necesita el capital: trabajar duro, votar cada cuatro años, romperse el calzado en las marchas sindicales, seguir sin rechistar a los líderes autoproclamados.

Esa política la defienden descaradamente los partidos socialistas y comunistas, mientras que sus apéndices “más a la izquierda” la reproducen con toques “críticos” y sobrepujas “radicales”. Unos y otros defienden una visión de la clase obrera como clase para el capital, que debería someterse a todos sus imperativos y conformarse con unas supuestas migajas que, de vez en cuando, aquel deja caer desde su mesa dorada.

C.Mir 18-12-17

 

[2] Los partidos clásicos de la derecha (conservadores, liberales, centro, progresistas, demócratas, radicales) complementan su control de la sociedad con partidos de extrema derecha (fascistas, neonazis, populistas de derecha etc.). La naturaleza de estos últimos es más compleja, ver al respecto Contribución sobre el problema del populismo, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201610/4178/contribucion-sobre-el-problema-del-populismo-junio-de-2016

[3] Para un estudio de cómo penetra el oportunismo y cómo destruye la vida proletaria de la organización, con todas sus nefastas consecuencias, ver "1914 – El camino hacia la traición de la socialdemocracia alemana".

[5] No hablamos aquí de los grupos más minoritarios del anarquismo internacionalista, el cual, pese a sus confusiones, se reclama de muchas posiciones de la clase obrera y se ha manifestado claramente contra la guerra imperialista y por la revolución proletaria.

[6] Los ejemplos son abundantes. Durao Barroso, presidente de la Unión Europea, fue maoísta en su juventud. Cohn Bendit es diputado del parlamento europeo; Lionel Jospin, antiguo primer ministro francés, fue trotskista en su juventud…

[7] Es preciso reconocer que el consumismo -impulsado desde los años 20 del siglo XX en Estados Unidos y tras la segunda guerra mundial extendido a otros países industrializados, ha contribuido a socavar la visión reivindicativa en las filas de la clase obrera pues las necesidades que todo obrero tiene para vivir se ven deformadas por el sesgo consumista, convirtiéndolas en un asunto individual de que “todo puede conseguirse mediante el crédito”.

[8] Ver nuestra Serie El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material. https://es.internationalism.org/series/365

[9] Ver el libro Debate sobre la huelga de masas, 2 tomos, Editorial Pasado y Presente.

[10] Ver su libro clásico Huelga de masas, partido y sindicatos, https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf

 

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