El texto que sigue a continuación fue redactado hace treinta años. Hoy, cincuenta años después del levantamiento de Hungría, mantiene aun su actualidad. Veinte años después de la revuelta obrera que sacudió Hungría en 1956, los buitres de la burguesía “celebran” este aniversario con su habitual estilo. La prensa burguesa tradicional vierte una lágrima nostálgica sobre la «heroica resistencia del pueblo húngaro contra los horrores del comunismo», mientras, en el lado opuesto del espectro de la burguesía, los trotskistas rememoran también con añoranza la insurrección que ellos califican de «revolución política por la independencia nacional y los derechos democráticos» (New Line, octubre 1976). Todos estos recordatorios no describen más que la apariencia de la revuelta y escamotean, por tanto, su significado real. La revuelta de 1956 en Hungría, como las huelgas que estallaron el mismo año y más recientemente, en 1970 y 1976 en Polonia, no expresan la voluntad de los “pueblos” de Europa oriental de transformar el “comunismo” o de transformar los “Estados obreros degenerados”. Son, al contrario, el resultado directo de las contradicciones irresolubles del capitalismo en Europa del Este y en el mundo entero.