El mundo en vísperas de una catástrofe medioambiental (II) - ¿Quién es el responsable?

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En el primer artículo de esta serie sobre la cuestión del medio ambiente, publicado en la Revista internacional no 135, hacíamos un panorama, mostrando el tipo de riesgo al que está enfrentada la humanidad entera, poniendo en evidencia los fenómenos más amenazantes a nivel planetario:

  • la intensificación del efecto invernadero;
  • la producción masiva de desperdicios y los problemas para gestionarlos;
  • la difusión en constante aumento de productos tóxicos y el proceso de bioconcentración creciente de los mismos en la cadena alimentaria;
  • el agotamiento de los recursos naturales, amenazados, además, por la contaminación.

En este segundo artículo intentaremos demostrar cómo los problemas medioambientales no son cosa de unos cuantos individuos o empresas en particular que no respetarían las leyes, por mucho que haya responsabilidades individuales o de algunas empresas. El verdadero responsable es el capitalismo con su lógica de máxima ganancia.

Procuraremos pues ilustrar, con una serie de ejemplos, por qué son los mecanismos específicos del capitalismo los que generan los problemas ecológicos determinantes, independientemente de la propia voluntad de este o aquel capitalista. Combatiremos con firmeza, además, la idea muy extendida de que el desarrollo científico alcanzado hoy, que nos pondría más a resguardo de las catástrofes naturales, sería decisivo para evitar problemas medioambientales. En este artículo mostraremos, citando a Bordiga, cómo la tecnología capitalista moderna no es ni mucho menos, sinónimo de seguridad y cómo el desarrollo de las ciencias y de la investigación, al no estar vinculadas a la satisfacción de las necesidades humanas, sino subordinadas a los imperativos capitalistas de obtener el máximo de ganancia, está de hecho sometido a las exigencias del capitalismo y de la competencia en los mercados y, cuando es necesario, de la guerra. Le incumbirá al tercer y último artículo analizar las respuestas dadas por los diferentes movimientos de los Verdes, los ecologistas, etc., para mostrar su ineficacia total, a pesar de la mejor voluntad de quienes se reivindican de ellos y militan en su seno. La única solución posible es, a nuestro entender, la revolución comunista mundial.

Identificar el problema y sus causas

¿Quién es responsable de los diferentes desastres medioambientales? La respuesta a esa pregunta es muy importante no sólo desde un punto de vista ético y moral, sino también y sobre todo porque una identificación correcta o errónea del origen del problema puede llevar a una resolución correcta o, al contrario, al atolladero. Vamos primero a comentar una serie de tópicos, de respuestas falsas o medio verdades de las que ninguna logra explicar de verdad el origen y el responsable de la degradación creciente del entorno a la que asistimos día tras día, para demostrar, al contrario, cómo esa dinámica es también la consecuencia, ni voluntaria ni consciente, pero sí objetiva, del sistema capitalista.

El problema no sería tan grave como quieren hacérnoslo creer...

Ahora que todos los gobiernos se pretenden más "verdes" los unos que los otros, ese discurso - dominante durante décadas - ya no es, en general, el que se oye en boca de los políticos. Sigue siendo, sin embargo, una postura clásica en el mundo empresarial, el cual, ante el peligro que amenaza a los trabajadores, a la población o al medio ambiente, debido a una determinada actividad, tiende a minimizar la gravedad del problema sencillamente porque mantener la seguridad en el trabajo significa gastar más y sacar menos ganancias del obrero. Eso es lo que se vive cotidianamente con la cantidad de muertos en el trabajo por día en el mundo, simple golpe de la fatalidad según los empleadores, cuando en realidad se trata de una de las consecuencias de la explotación capitalista de la fuerza de trabajo.

"El problema existe, pero su origen es discutible"

La gran cantidad de residuos producidos por la sociedad actual se debería, según algunos, a "nuestro" frenesí consumista. Lo que en realidad está en entredicho es una política económica que para favorecer una comercialización más competitiva de las mercancías, tiende, desde hace décadas, a reducir costes con el uso masivo de embalajes no degradables ([1]).

Para algunos, la polución del planeta se debería a la falta de espíritu cívico frente a la cual habría que organizar campañas de limpieza de playas, de parques y demás, educando a la población. En el mismo sentido, se increpa a algún que otro gobierno por ser incapaz de hacer respetar las leyes sobre el transporte marítimo y demás. O, también, se culpa a la mafia y a sus tráficos de residuos peligrosos como si fuera la mafia la que los produce y no la industria que, para reducir costes, recurre a la mafia para que ejecute la parte sucia de sus negocios.

La responsabilidad sería, sí, de los industriales pero sólo de los malos, los avariciosos...

Cuando acaba ocurriendo algo como el incendio en la Thyssen Krupp de Turín en diciembre 2007, que costó la vida a 7 obreros a causa de la inobservancia completa de las normas de seguridad o de prevención de incendios, surge entonces una corriente solidaria, incluido el mundo de la industria, pero sólo para plantear la patraña de que si ocurren catástrofes es únicamente a causa de unos sectores económicos sin escrúpulos que se enriquecen a costa de otros.

¿Es ésa la realidad?, ¿habría de un lado unos capitalistas codiciosos y, del otro, los responsables y buenos gestores de sus empresas?

El sistema de producción capitalista, único responsable de la catástrofe medioambiental

Todas las sociedades de explotación que precedieron al capitalismo aportaron su parte en la contaminación del planeta engendrada en particular por los procesos productivos. De igual modo, ciertas sociedades que se dedicaron a la explotación excesiva de los recursos a su alcance, como así ocurrió probablemente en la isla de Pascua ([2]), desaparecieron por el agotamiento de esos recursos. Sin embargo, los daños causados, en esas sociedades no representaban un peligro significativo, capaz de poner en peligro la supervivencia del planeta como así está ocurriendo con el capitalismo. Una razón evidente es que al haber hecho dar a las fuerzas productivas un salto prodigioso, el capitalismo también ha provocado un salto correspondiente a los daños resultantes que hoy afectan a todo el globo terráqueo, pues el capital lo ha conquistado en su totalidad. Pero no es ésa la explicación fundamental: el desarrollo de las fuerzas productivas no es en sí necesariamente significativo para explicar que se pierda su control. Lo que es, en efecto, esencialmente significativo es la manera como son utilizadas y gestionadas esas fuerzas productivas por la sociedad. Ahora bien, el capitalismo, precisamente, aparece como el resultado final de un proceso histórico que consagra el reino de la mercancía, un sistema universal de mercancías donde todo está en venta. Si la sociedad está sumida en el caos a causa del imperio de las relaciones mercantiles (lo cual no sólo acarrea el fenómeno de la contaminación, sino también el empobrecimiento acelerado de los recursos planetarios, la creciente vulnerabilidad a las calamidades llamadas "naturales", etc.), es por una serie de razones que pueden resumirse así:

  • la división del trabajo y, más todavía, la producción bajo el imperio del dinero y del capital dividen a la humanidad en una infinidad de unidades en competencia;
  • la finalidad no es la producción de valores de uso, sino, por medio de éstos, la producción de valores de cambio que hay que vender a toda costa, sean cuales sean las consecuencias para la humanidad y el planeta, para realizar ganancias.

Es esa necesidad la que, más allá de la mayor honradez de tal o cual capitalista, le obliga a adaptar su empresa a la lógica de la máxima explotación de la clase obrera.

Eso conduce a un despilfarro y a una expoliación enormes de la fuerza de trabajo humana y de los recursos del planeta como ya lo había puesto de relieve Marx en El Capital:
"Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento en las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad; (...). La producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre." ([3])

Colmo de lo irracional y lo absurdo de la producción bajo el capitalismo, no es raro encontrar empresas que fabrican productos químicos altamente contaminantes y, al mismo tiempo, sistemas de purificación del terreno y del agua contra dichos contaminantes; otros fabrican cigarrillos y productos para dejar el tabaco y, en fin, hay empresas que controlan sectores de producción de armas, pero que también se ocupan de productos farmacéuticos y material médico.

Se llega aquí a unos niveles inalcanzables en sociedades anteriores en las que los bienes se producían por su valor de uso (o eran útiles para sus productores, los explotados, o servían para el lujo y el boato de la clase dominante).

La naturaleza real de la producción de mercancías prohíbe al capitalismo interesarse por la utilidad, el tipo o la composición de las mercancías producidas. Lo único que debe interesar es saber cómo ganar dinero. Eso es lo que explica por qué hay cantidad de mercancías que tienen un uso limitado y eso cuando no son claramente inútiles.

La sociedad capitalista está esencialmente basada en la competencia, de modo que incluso cuando los capitalistas establecen acuerdos de circunstancia, siguen siendo básicamente competidores feroces: la lógica del mercado hace que, de hecho, la fortuna de uno corresponda al infortunio de otros. Eso significa que cada capitalista produce para sí, siendo cada uno de ellos rival de todos los demás, de suerte que no puede haber planificación real decidida por todos los capitalistas, ni local ni internacionalmente, sino únicamente una competencia permanente con ganadores y perdedores. Y en esta guerra, uno de los perdedores es precisamente la naturaleza.

De hecho, a la hora de escoger un lugar para implantar una nueva planta industrial o un terreno y unas modalidades de cultivo agrícola, el empresario sólo tiene en cuenta sus intereses inmediatos, sin que quede espacio para las consideraciones de tipo ecológico. No existe ningún órgano centralizado internacionalmente que tenga autoridad para orientar o imponer unos límites o criterios que respetar. En el capitalismo, las decisiones se toman únicamente en función de la obtención de la ganancia máxima, de modo que un capitalista particular pueda producir y vender de la manera más provechosa o en mayor cantidad, o que el Estado pueda imponer la mejor solución que vaya en el sentido de los intereses del capital nacional y, por lo tanto, globalmente, de los capitalistas nacionales.

Existen, sin embargo, leyes en cada país que son más o menos coercitivas. Cuando lo son demasiado no es raro que tal o cual empresa, para incrementar su rentabilidad, traslade una parte de su producción allá donde las normas son menos severas. La Union Carbide, por ejemplo, multinacional química estadounidense implantó una de sus factorías en Bhopal, India, sin instalar en ellas un sistema de refrigeración. En 1984, esa fábrica soltó una nube química tóxica de 40 toneladas de pesticidas que mató justo después y en los años siguientes a 16 000 personas como mínimo, causando además daños corporales irreversibles a un millón más ([4]).

En cuanto a las regiones y los mares del Tercer mundo, son a menudo un vertedero barato adonde, legalmente o no, las compañías establecidas en los países desarrollados envían sus desechos peligrosos o tóxicos, pues les saldría mucho más caro deshacerse de ellos en sus países de origen.

Mientras no haya una planificación agrícola e industrial coordinada y centralizada a nivel internacional, que tenga en cuenta la armonización necesaria de las exigencias de hoy y la protección del medio ambiente de mañana, los mecanismos del capitalismo seguirán destruyendo la naturaleza con todas las consecuencias dramáticas que hemos visto.

Suele echarse la culpa de esa situación a las multinacionales o a un sector particular de la industria, porque los orígenes del problema serían los mecanismos "anónimos" del mercado.

¿Podrían entonces los Estados poner fin a esos estragos demenciales mediante un mayor intervencionismo? No, en realidad, lo único que puede hacer el Estado es "reglamentar" esa anarquía: los Estados defienden los intereses nacionales, lo cual no hace sino reforzar la competencia. Las ONG (Organizaciones no gubernamentales) y los movimientos altermundialistas podrán reivindicar que el Estado intervenga cada día más: los Estados no pueden resolver los problemas de la anarquía capitalista por la sencilla razón que su intervención ya es permanente, por muchas apariencias de "liberalismo" en el pasado y que hoy aparece evidente frente a la aceleración de la crisis.

Cantidad contra calidad

La única preocupación de los capitalistas es, como ya hemos dicho, vender con el máximo de ganancia. No se trata de "egoísmo" de unos u otros, sino de la ley del sistema a la que ninguna empresa, grande o pequeña, puede sustraerse. El peso creciente de los costes de equipamiento en la producción industrial exige que las enormes inversiones solo puedan ser amortizadas gracias a ventas muy importantes.

La compañía Airbus, por ejemplo, que fabrica aviones debe vender al menos 600 de sus gigantescos A-380 antes de obtener ganancias. Y las empresas automovilísticas deben vender cientos de miles de coches antes de compensar lo invertido en los bienes de equipo para su construcción. O sea que cada capitalista debe vender lo máximo y estar constantemente en busca de nuevos mercados. Y para ello debe poder oponerse a sus competidores en un mercado supersaturado, mediante un derroche en medios publicitarios, origen de un despilfarro enorme de trabajo humano y de recursos naturales como, por ejemplo, la cantidad de pasta de papel usada en producir miles de toneladas de folletos.

Las leyes de la economía, que obligan a reducir costes, lo cual significa disminución de la calidad de la producción y de la fabricación en serie, obligan al capitalista a preocuparse muy poco de la composición de sus productos y a preguntarse si ésa puede ser peligrosa. Los riesgos para la salud (cáncer) de los carburantes fósiles podrán ser de sobras conocidos desde hace mucho, pero la industria no toma la menor medida para poner remedio. Los riesgos sanitarios debidos al amianto eran más que conocidos desde hace años, pero sólo la agonía y la muerte de miles de obreros han obligado a la industria a reaccionar largo tiempo después. Muchos alimentos se enriquecen con azúcar y sal, en glutamato monosódico, para aumentar sus ventas a expensas de la salud. Una cantidad increíble de aditivos alimenticios se introducen en los alimentos sin saber a ciencia cierta cuáles son los riesgos resultantes para los consumidores, cuando es algo notorio que muchos cánceres se deben a la nutrición.

Irracionalidades notorias de la producción y de la comercialización

Uno de los aspectos más disparatados del sistema actual de producción es que las mercancías viajan alrededor de todo el planeta antes de llegar al mercado como producto terminado. Esto no se debe ni mucho menos a la naturaleza de las mercancías o a una exigencia de la producción, sino, exclusivamente, a que la subcontrata es más ventajosa en tal o cual país. Un ejemplo bien conocido es el de la fabricación de yogures: la leche es transportada a través de los Alpes de Alemania a Italia, donde es trasformada en yogur para luego ser devuelta en esa forma a Alemania. Otro ejemplo es el de los automóviles cuyos componentes proceden cada uno de un país del mundo antes de ser ensamblados en la cadena de montaje. En general, antes de que estén disponibles en el mercado, sus componentes ya han recorrido miles de kilómetros por los medios más diversos. Otro ejemplo, los aparatos electrónicos o los de uso doméstico se producen en China a causa de los ínfimos salarios que allí se pagan y la ausencia casi total de medidas de protección del medio ambiente, aunque, tecnológicamente hablando, habría sido fácil producir los aparatos en los países en los que se comercializan. Ocurre a menudo que el lanzamiento de un producto se hace, al principio, en el país consumidor para después ser deslocalizado a otro país donde los costes de producción, y sobre todo los salarios, son más bajos.

Otro ejemplo es el del vino, producido en Chile, en Australia o California y que se vende en los mercados europeos mientras que las uvas producidas en Europa se pudren a causa de la sobreproducción, o el de las manzanas importadas de África mientras los cultivadores europeos no saben qué hacer con sus excedentes.

Así, a causa de la lógica de la ganancia máxima en detrimento de la racionalidad y del recurso mínimo a los gastos humanos, energéticos y naturales, las mercancías se producen en un lugar del planeta para luego ser transportadas a otro lugar para ser vendidas allí. Y así ya no se extraña uno de que haya mercancías del mismo valor tecnológico, como los automóviles, producidos por diferentes fabricantes en el mundo, se hagan en Europa para luego ser exportados a Japón o a Estados Unidos y, a la vez, otros coches fabricados en Japón o Corea, se vendan en el mercado europeo. Esa red de transportes de mercancías - muchas veces casi idénticas - que cambian de país obedece a la lógica de la ganancia, de la competencia y del juego del mercado, es aberrante y origina consecuencias desastrosas en el medio ambiente.

Una planificación racional de la producción y de la distribución podrían hacer disponibles esos bienes sin que tuvieran que soportar esos transportes totalmente irracionales, expresión de la locura del sistema de producción capitalista.

El antagonismo de fondo entre campo y ciudad

La destrucción del medio ambiente resultante de la contaminación causada por la hipertrofia de los transportes no es un simple fenómeno contingente, pues hunde sus raíces más profundas en el antagonismo entre campo y ciudad. En su origen, la división del trabajo dentro de las naciones separó la industria y el comercio del trabajo agrícola. De ahí nació la oposición entre campo y ciudad con los antagonismos de intereses resultantes. Ha sido bajo el capitalismo cuando esa oposición ha alcanzado el paroxismo de sus aberraciones ([5]).

En la agricultura medieval, en tierras cuya producción solo servía para la subsistencia, no había necesidad de transportar mercancías. A principios del siglo xix, cuando los obreros solían vivir en las inmediaciones de la fábrica o la mina, era posible ir al trabajo a pie. Desde entonces, las distancias entre los lugares de trabajo y la vivienda no han hecho sino aumentar. Además, la concentración de capital en algunos lugares (como en el caso de empresas implantadas en ciertas zonas industriales u otras zonas deshabitadas para aprovecharse de desgravaciones fiscales o de precios del suelo muy bajos), la desindustrialización y la explosión del desempleo a causa de la desaparición de montones de puestos de trabajo, han modificado profundamente la fisonomía de los transportes.

Cada día, cientos de miles de obreros deben desplazarse en largas distancias para acudir al trabajo. Y muchos están obligados a usar el automóvil porque, muy a menudo, no hay transporte público que les permita ir hasta el lugar de trabajo.

Peor todavía: la concentración de enormes masas de individuos en el mismo sitio acarrea una serie de problemas que repercute también en el estado sanitario del entorno de ciertas zonas. El funcionamiento de una concentración de personas que puede alcanzar hasta 10 o 20 millones de individuos acarrea una acumulación de desperdicios (heces, basuras domésticas, gases de combustión de vehículos, industrias, calefacción...) en un espacio que por muy vasto que sea será siempre demasiado estrecho para destruirlos y digerirlos.

La pesadilla de la penuria alimenticia y del agua

Con el desarrollo del capitalismo, la agricultura ha sufrido los cambios más profundos de su vieja historia de 10 000 años. Esto ha ocurrido porque el capitalismo, contrariamente a los modos anteriores de producción, en los que la agricultura respondía directamente a necesidades directas, los agricultores deben someterse a las leyes del mercado mundial, o sea producir a menor coste. La necesidad de aumentar la rentabilidad ha tenido consecuencias catastróficas para la calidad de los suelos.

Esas consecuencias, relacionadas estrechamente con la aparición de un fuerte antagonismo entre campo y ciudad, ya fueron denunciadas por el movimiento obrero del siglo xix. Puede verse en las citas siguientes cómo señaló Marx el vínculo inseparable entre la explotación de la clase obrera y el saqueo del suelo: "... la gran propiedad de la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en descenso constante y le opone una población industrial en constante aumento y hacinada en las grandes ciudades: y de ese modo engendra condiciones que abren un abismo irremediable en la trabazón del metabolismo social impuesto por las leyes naturales de la vida, a consecuencia del cual se dilapida la fuerza de la tierra, y esta dilapidación es transportada por el comercio mucho más allá de las fronteras del propio país" ([6]).

La agricultura ha tenido que incrementar el uso de los productos químicos para intensificar la explotación del suelo y ampliar las áreas de cultivo. En la mayor parte del planeta, los campesinos practican cultivos que hoy serían imposibles sin el aporte de grandes cantidades de pesticidas y abonos, ni sin irrigación, cuando, en realidad, plantando en otros lugares podrían ahorrarse esos medios o, al menos, reducir su uso. Plantar hierbas medicinales en California, agrios en Israel, algodón a orillas del mar de Aral en lo que fue la Unión Soviética, trigo en Arabia Saudí o en Yemen, o sea cultivos en zonas que no poseen las condiciones naturales para su crecimiento, tiene como consecuencia un enorme despilfarro de agua. La lista de ejemplos es interminable, pues, hoy, en torno al 40 % de los productos agrícolas depende de la irrigación, con la consecuencia de que el 75 % del agua potable disponible en la Tierra se usa para la agricultura.

Por ejemplo, Arabia Saudí ha dilapidado una fortuna para bombear las aguas de una capa freática y hacer viables un millón de hectáreas de tierra para cultivar trigo candeal. Por cada tonelada de trigo cultivado, el gobierno abastece 3000 m3 de agua, o sea, más de tres veces que lo que necesita el cultivo de ese cereal. Y esa agua procede de pozos que no están alimentados con agua de lluvia. Una tercera parte de las empresas de irrigación del mundo usa agua de capas subterráneas. Y aunque esos recursos no renovables estén secándose, los cultivadores de la región india de Gujarat, sedienta de lluvia, siguen criando vacas lecheras: una cría que exige ¡2000 litros de agua para producir un solo litro de leche! En algunas regiones de la Tierra, la producción de un kilo de arroz requiere hasta 3000 litros de agua. Las consecuencias de la irrigación a ultranza y del uso generalizado de productos químicos son desastrosas: salinización, sobredosis de abonos, desertificación, erosión del suelo, fuerte descenso del nivel del agua en las capas y, por consiguiente, agotamiento de las reservas de agua potable.

El despilfarro, la urbanización, la sequía y la contaminación intensifican la crisis mundial del agua. Hay millones y millones de litros de agua que se evaporan en su paso por acequias abiertas. Las áreas que circundan las megalópolis sobre todo, pero también otras extensiones de territorios ven cómo disminuyen sus reservas de agua rápida e irreversiblemente.

Antaño, China era el país de la hidrología. Su economía y su civilización se desarrollaron gracias a su capacidad para regar tierras áridas y construir embalses para proteger el país de las inundaciones. En la China de hoy, en cambio, las aguas del caudaloso río Amarillo (Huang Ho), la gran arteria del Norte, no llegan al mar durante varios meses del año. A 400 de las 660 ciudades de China les falta agua. La tercera parte de los pozos de China están secos. En India, el 30% de las tierras cultivadas está amenazado por la salinización. En el mundo entero, en torno al 25 % de tierras de cultivo están amenazadas por esa plaga.

Pero el cultivo de productos agrícolas en regiones donde a causa del clima o la naturaleza del suelo, no se adaptan no es el único absurdo de la agricultura actual. Concretamente, a causa de la penuria de agua, el control de ríos y diques es un problema estratégico fundamental con intervenciones estatales inconsideradas a expensas de la naturaleza.

Más de 80 países han señalado su escasez de agua. Según una previsión de la ONU, la cantidad de personas que vivirán en condiciones de escasez de agua alcanzará 5400 millones en los 25 años venideros. Al no disponer de bastantes tierras de cultivo, las realmente cultivables disminuyen constantemente a causa de la salinización y otros factores. En las sociedades antiguas, las tribus nómadas tenían que desplazarse cuando el agua escaseaba. En el capitalismo, lo que falta son los alimentos de primera necesidad y eso en un sistema que está sometido a la sobreproducción. Por eso, a causa de los múltiples estragos causados a la agricultura, la penuria alimenticia es inevitable. A partir de 1984 por ejemplo, la producción mundial de cereales no ha seguido el crecimiento de la población mundial. En 20 años la producción se hundió, pasando de 343 kilos por año y persona a 303.

Y es así como el espectro que ha acompañado siempre a la humanidad desde sus orígenes, la pesadilla de la penuria alimentaria parece estar de vuelta, pero no por falta de tierras de cultivo, no por falta de herramientas para agricultura, sino a causa de la irracionalidad total en el uso de los recursos terrestres.

Una tecnología más avanzada no es garantía de mayor seguridad

El desarrollo de las ciencias y de la tecnología ha puesto a disposición de la humanidad unos instrumentos cuya existencia no podía ni imaginarse en tiempos pasados, que permiten prevenir accidentes y catástrofes naturales. Pero esas tecnologías resultan costosas y sólo se implantan si hay beneficios económicos. Queremos insistir una vez más que no se trata aquí de la actitud egoísta o codiciosa de tal o cual empresa, sino de la necesidad que se impone a cualquier empresa o país de reducir al mínimo los costes de producción de mercancías o de los servicios para poder competir a nivel mundial.

En nuestra prensa hemos abordado a menudo este problema, mostrando cómo las pretendidas catástrofes naturales no se deben a la casualidad o la fatalidad, sino que son el resultado lógico de la reducción de medidas preventivas y de seguridad para ahorrar gastos. Esto es lo que escribíamos sobre las catástrofes provocadas por el huracán Katrina en Nueva Orleans en 2005:
"El argumento de que este desastre no podía preverse es igualmente absurdo. Durante casi 100 años, los científicos, los ingenieros y los políticos, han discutido cómo abordar la vulnerabilidad de Nueva Orleáns ante los huracanes y las inundaciones. A mediados de la década de 1980, diferentes grupos de científicos e ingenieros presentaron distintos proyectos, lo que finalmente llevó en 1998 (durante la administración Clinton) a una propuesta llamada Coast 2050. Este plan proponía reforzar y rediseñar los diques construyendo un sistema de compuertas, y excavar nuevos canales que aportaran agua con sedimentos fluviales para restaurar el tampón que suponen las zonas pantanosas del delta. El coste de este proyecto era de 14 mil millones de dólares que tendrían que invertirse en un periodo de 10 años. Washington, sin embargo, no lo aprobó (bajo el mandato de Clinton, no de Bush).
"El año pasado, el ejército pidió 105 millones de dólares para programas contra huracanes e inundaciones en Nueva Orleáns, pero el gobierno sólo aprobó 42 millones. Al mismo tiempo, el Congreso aprobaba 231 millones de dólares para la construcción de un puente en una pequeña isla deshabitada de Alaska" ([7]).

También denunciamos el cinismo y la responsabilidad de la burguesía en la muerte de 160 000 personas cuando el maremoto ocurrido el 26 de diciembre de 2004.

Hoy se reconoce clara y oficialmente que no se dio la alerta por miedo a... ¡dañar el sector turístico!, o sea para defender unos viles intereses económicos y financieros se sacrificó a miles de seres humanos.

Esa irresponsabilidad de los gobiernos es una nueva ilustración del modo de vida de esa clase de buitres que gestiona la vida y la actividad productiva de la sociedad. Los Estados burgueses están dispuestos a sacrificar tantas vidas humanas como sea necesario con tal de preservar la explotación y las ganancias capitalistas.

Son siempre los intereses capitalistas los que dictan la política de la clase dominante, y en el capitalismo la prevención no es una actividad rentable como hoy lo reconocen incluso los medios de comunicación: "....Los países de la región han hecho hasta ahora oídos sordos sobre la necesidad de poner en pie un sistema de alerta por los altos costes financieros que ello supondría. Según los expertos, un dispositivo de alerta costaría decenas de millones de dólares, pero permitiría salvar decenas de miles de vidas humanas..." (Les Echos, diario económico francés, 30/12/2004) ([8]).

Puede también ponerse el ejemplo del petróleo que se vierte cada año en los mares (vertidos intencionados y accidentales, fuentes endógenas, aportes de los ríos, etc.): se calcula que se vierten entre 3 y 4 millones de toneladas de petróleo por año. Según un informe de "Legambiente": "Analizando las causas de esos incidentes, se puede estimar en 64 % de los casos los atribuibles al error humano, 16 % a averías mecánicas y 10 % a problemas derivados de la estructura de los barcos, mientras que el 10 % restante no pueden asignarse a causas bien determinadas" ([9]).

Cuando se habla de "error humano" - como en el caso de los accidentes de ferrocarril que se atribuyen a los ferroviarios - se habla de errores cometidos por el maquinista porque trabaja en condiciones de agotamiento intenso y de fuerte estrés. Además, las compañías petroleras suelen fletar petroleros viejos y decrépitos para trasportar el oro negro, pues si naufragan pierden a lo más el valor del cargamento, mientras que comprar un buque nuevo les costaría mucho más. De ahí que el siniestro espectáculo de un petrolero partido en dos cerca de las costas, que vierte todo lo que lleva dentro, se ha vuelto en las últimas décadas viscosamente repetitivo. Puede afirmarse, tomándolo todo en cuenta, que al menos el 90% de las mareas negras se deben a la falta total de vigilancia de las compañías petroleras, lo cual es, dicho sea una vez más, la consecuencia de sus intereses por reducir al mínimo los gastos e incrementar al máximo las ganancias.

A Amadeo Bordiga le debemos ([10]), en el período siguiente a la Segunda Guerra mundial, una condena sistemática, incisiva, profunda y argumentada de los desastres causados por el capitalismo. En el prefacio al libro Drammi gialli e sinistri della moderna decadenza sociale, una antología de artículos  de Amadeo Bordiga, puede leerse: "...a medida que se desarrolla el capitalismo y después se va pudriendo de raíz, prostituye cada día más esa técnica que podría ser liberadora, sometiéndola a sus necesidades de explotación, de dominación y de pillaje imperialista, hasta el punto de acabar transmitiéndole su propia podredumbre y retornándola contra la especie. (...) Es en todos los ámbitos de la vida cotidiana durante las fases "pacíficas" que tiene a bien otorgarnos entre dos matanzas imperialistas o dos operaciones represivas, cuando el capital, aguijoneado sin tregua por la búsqueda de una mejor cuota de ganancia, amontona, envenena, asfixia, mutila, masacra a los individuos humanos mediante su técnica prostituida. (...) El capitalismo tampoco es inocente en las catástrofes llamadas "naturales". Sin ignorar la existencia de fuerzas de la naturaleza que escapan a la acción humana, el marxismo muestra que muchos cataclismos han sido indirectamente provocados o agravados por causas sociales. (...) La civilización burguesa no sólo puede provocar directamente esas catástrofes por su sed de ganancia y por la influencia predominante de la ausencia de escrúpulos en la máquina administrativa (...), sino que, además, es incapaz de organizar una protección eficaz, pues la prevención no es una actividad rentable" ([11]).

Bordiga desmitifica la leyenda según la cual: "la sociedad capitalista contemporánea, con el desarrollo conjunto de las ciencias, de la técnica y de la producción pondría a la especie humana en las mejores condiciones para luchar contra las dificultades del medio natural" ([12]).

De hecho, añade Bordiga, "aunque es verdad que el potencial industrial y económico del mundo capitalista se incrementa sin cesar, también es verdad que cuanto mayor es su fuerza, peores son las condiciones de vida de las masas humanas frente a los cataclismos naturales e históricos" ([13]).

Para demostrar lo que plantea, Bordiga analiza toda una serie de desastres habidos en el mundo, evidenciando cada vez que no se debían a la casualidad o a la fatalidad, sino a una tendencia intrínseca del capitalismo a sacar la mayor ganancia con la menor inversión, como, por ejemplo, en el caso del Flying Enterprise.

"El nuevo y flamante buque de lujo que Carlsen mandaba frotar para que reluciera como un espejo y que debía hacer una travesía ultrasegura, era de quilla plana. (...) ¿Cómo es posible que los astilleros tan modernos de Flying hayan adoptado la quilla plana, o sea la de los barcos lacustres? Un diario lo dice claramente: para reducir los costes unitarios de producción. (...) ésa es la clave de toda la ciencia aplicada moderna. La meta de sus estudios, de sus investigaciones, de sus cálculos, de sus innovaciones es: reducir costes, aumentar los gastos de flete. De ahí la suntuosidad de los salones con sus espejos, las colgaduras para atraer al cliente acaudalado, y tacañería, en cambio, para unas estructuras en los límites de la cohesión mecánica, dimensiones y peso exiguos. Esta tendencia caracteriza toda la ingeniería moderna, desde la construcción a la mecánica, o sea cuidar una presentación que parezca para ricos y dejar patidifuso al burgués, unos complementos y adornos que cualquier imbécil pueda admirar (con, precisamente, una cultura de pacotilla adquirida en el cine o en las revistas de cotilleo) y sisar en cambio de manera indecente sobre la solidez de las estructuras portantes, invisibles e incompresibles para el profano" ([14]). 

El que los desastres analizados por Bordiga no tuvieran consecuencias ecológicas no cambia nada en el asunto. En efecto, con esos ejemplos y los expuestos en el prefacio de sus artículos en Especie humana y corteza terrestre del que citamos algunos de ellos, puede uno imaginarse fácilmente las consecuencias de esa misma lógica capitalista cuando se trata de ámbitos con un impacto directo y decisivo en el medio ambiente, como, por ejemplo, la concepción y el mantenimiento de las centrales nucleares:
"En los años 60, varios aviones "Comet" británicos, último grito de la técnica más sofisticada, estallan en pleno vuelo, matando a todos los pasajeros: la larga investigación revela finalmente que las explosiones se debían al desgaste del metal de la célula que era demasiado fino pues había que ahorrar en metal, en la potencia de los reactores, en todos los costes de producción, para incrementar las ganancias. En 1974, la explosión de un DC10 por encima de Ermenonville (región de París) causó más de 300 muertos: se sabía que el sistema de cierre de las bodegas tenía defectos, pero volverlo a hacer habría costado mucho dinero... pero lo más alucinante es lo que refiere la revista inglesa The Economist (24-9-1977) después de haber descubierto fisuras en el metal en diez aviones Trident y la explosión inexplicable de un Boeing. Según el "nuevo concepto" que rige en la construcción de aviones de transporte, no se les deja en tierra para la revisión tras cierta cantidad de horas de vuelo, sino que se les considera "seguros"... hasta la aparición de las primera fisuras causadas por la "fatiga" del metal: de modo que se pueden usar "hasta el final" de lo máximo, pues si se les paraba demasiado pronto para la revisión, ¡las compañías perdían dinero!" ([15]).

Ya hemos evocado nosotros, en el artículo anterior de esta serie, el caso de la central nuclear de Chernobil en 1986. En el fondo es el mismo problema mencionado arriba, y también fue ese problema cuando, en 1979, se produjo la fusión de un reactor nuclear en la isla de Three Mile Island, Pensilvania, Estados Unidos.

La ciencia al servicio del desarrollo de la sociedad capitalista

Comprender el lugar de la técnica y las ciencias en la sociedad capitalista es de la mayor importancia: hay que saber si sí o no, aquéllas pueden ser un punto de apoyo para prevenir el avance del desastre ecológico que está en marcha y luchar ya hoy eficazmente contra algunas de sus manifestaciones.

Si la técnica está, como hemos visto, prostituida por las exigencias del mercado, ¿ocurre lo mismo con el desarrollo de las ciencias y de la investigación científica? ¿Es posible que ese desarrollo permanezca ajeno a todo interés obtuso?

Para responder a esa pregunta, debemos primero reconocer que la ciencia es una fuerza productiva, que su desarrollo permite a una sociedad desarrollarse con más rapidez, y aumentar sus recursos. Controlar el desarrollo de las ciencias no es, pues, algo indiferente -y nunca podría serlo- a los gestores de la economía, a nivel estatal como a nivel de las empresas. Por esa razón, la investigación científica, y algunos de sus sectores en particular, disponen de una financiación importante. La ciencia no es -y no podrá serlo en una sociedad de clase como el capitalismo - un sector neutral en el que habría una libertad para investigar y sería ajeno a los intereses económicos, por la sencilla razón de que la clase dominante tiene todas las de ganar sometiendo a la ciencia y al mundo científico a sus propios intereses. Se puede afirmar que el desarrollo de las ciencias y del conocimiento - en la época capitalista - no se mueve por una dinámica propia e independiente, sino que está subordinado al objetivo de realizar el máximo de ganancia.

Esto tiene consecuencias muy importantes que no suelen percibirse. Tomemos el ejemplo de la medicina moderna. El estudio y el tratamiento médico del ser humano se han fraccionado en decenas de especialidades diferentes, a las que les falta en última instancia una visión de conjunto del funcionamiento del organismo humano. ¿Por qué se ha llegado a esto? Porque el objetivo principal de la medicina, en el mundo capitalista, no es que cada persona viva bien, sino "reparar" la "máquina humana" cuando se avería y volverla a poner en pie lo antes posible para que vuelva al trabajo. En ese contexto, puede comprenderse mejor el recurso masivo a los antibióticos, los diagnósticos que buscan las causas de las enfermedades entre los factores específicos antes que en las condiciones genérales de vida de las personas examinadas.

Otra consecuencia de la dependencia del desarrollo científico respecto a la lógica del mundo capitalista es que la investigación está constantemente dirigida hacia la producción de materiales nuevos (más resistentes y menos caros) cuyo impacto toxicológico no acarrea ningún problema... en lo inmediato, permitiendo que se gaste muy poco en el plano científico para intentar eliminar o hacer inofensivo lo que amenaza la seguridad en los productos. Pero décadas más tarde hay que pagar la nota y muy, a menudo, en daños a los seres humanos.

El vínculo más estrecho es el que une la investigación científica a las necesidades del sector militar y de la guerra en especial. Podemos examinar algunos ejemplos concretos que interesan a varios ámbitos de la ciencia, especialmente el que podría aparecer como "el más puro" científicamente hablando, el de las matemáticas.

En las citas siguientes podrá comprobarse cómo el desarrollo científico está sometido al control del Estado y a las exigencias militares hasta el punto de que en la posguerra a partir de 1945, florecieron por todas partes "los comités" científicos que trabajaban secretamente para el poder militar dedicándole una parte importante de su tiempo, ignorando los demás científicos el objetivo final de las investigaciones llevadas a cabo de manera oculta:
"La importancia de las matemáticas para los oficiales de la marina de guerra y de artillería requería una formación específica en matemáticas; así, en el siglo xvii, el grupo más importante que podía reivindicar un saber en matemáticas, al menos de base, era el de los oficiales del ejército. (...) [En la Gran Guerra] se crearon y perfeccionaron nuevas armas durante la contienda: aviones, submarinos, sónares para combatir a esos, armas químicas. Tras algunas vacilaciones por parte de los mandos militares, se empleó a muchos científicos para que desarrollaran lo militar aunque no fuera para la investigación sino como ingenieros creativos al más alto nivel. (...) En 1944, demasiado tarde para resultar eficaces durante la Segunda Guerra mundial, se creó en Alemania el "Matematisches Forschunginstitut Oberwolfach". Esto no gustaba a los matemáticos alemanes, pero era una estructura muy bien concebida cuya finalidad era que todo el sector de las matemáticas fuera un sector "útil": el núcleo estaba formado por un pequeño grupo de matemáticos que estaban perfectamente al tanto de los problemas que se les planteaban a los militares, y, por lo tanto, capaces de detectar los problemas que podían resolverse matemáticamente. En torno a ese núcleo central había otros matemáticos, muy competentes y buenos conocedores del mundo de las matemáticas, debían traducir esos problemas en problemas matemáticos para que así fueran tratados por matemáticos especializados que no necesitaban saber cuál era el problema militar a que se referían. Después, una vez obtenido el resultado, la red funcionaba al revés.
"En Estados Unidos, una estructura semejante, aunque fuera un poco improvisada, funcionaba ya en torno a Marston Morse durante la guerra. En la posguerra, una estructura análoga y esta vez no improvisada se formó en el "Wisconsin Army Mathematics Research Center"
(...).
"La ventaja de ese tipo de estructuras es permitir que la máquina militar explote las competencias de muchos matemáticos sin necesidad de "tenerlos en casa" con todo lo que esto comportaría: contrato, necesidad de consenso y de sumisión, etc." ([16]).

En 1943, se formaron en Estados Unidos grupos de investigación operativa dedicados específicamente a la guerra antisubmarina, a dimensionar los convoyes navales, a escoger las dianas de las incursiones aéreas, a localizar e interceptar aviones enemigos. Durante la Segunda Guerra mundial, más de 700 matemáticos fueron empleados en total en Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos.

"Comparada a la británica, la investigación estadounidense se caracteriza desde el principio por el uso más sofisticado de las matemáticas y, especialmente, del cálculo de probabilidades y el recurso más frecuente a crear modelos matemáticos (...). La investigación operativa (que se convertirá en los años 50 en una rama autónoma de las matemáticas aplicadas) dio, pues, sus primeros pasos por los difíciles caminos de la estrategia, optimizando los recursos bélicos. ¿Cuál es la mejor táctica del combate aéreo?, ¿Cuál la mejor disposición de equis soldados en equis puntos de ataque? ¿Cómo repartir sus raciones a los soldados gastando lo menos posible y saciándolos al máximo?" ([17])
"(...) El proyecto Manhattan fue la señal de un gran viraje no sólo porque concentró la labor de miles de científicos de múltiples ámbitos en un único proyecto, dirigido y controlado por los militares, sino porque significó un salto enorme en la investigación fundamental, inaugurando lo que más tarde se llamaría "big science". (...) El alistamiento de la comunidad científica en un trabajo para un proyecto preciso, bajo control directo de los militares, había sido una medida de urgencia pero que no podía durar eternamente por diferentes razones (entre las cuales la "libertad de investigación" exigida por los científicos no era la menos importante). Sin embargo, el Pentágono no podía permitirse reanunciar a la cooperación valiosísima e indispensable de la comunidad científica, ni a una forma de control de su actividad: todo forzaba la necesidad de instaurar una estrategia diferente y cambiar los factores del problema. (...) En 1959, a iniciativa de unos científicos reconocidos, consultores ante el gobierno de EEUU, se creó un grupo semipermanente de peritos que mantenía reuniones regulares. A ese grupo se le bautizó con el nombre de "Division Jason", por el nombre, Jasón, del héroe griego mítico que fue en aventurera búsqueda del vellocino de oro con los Argonautas. Se trata de un grupo de élite de unos cincuenta científicos, entre los cuales varios premios Nobel, que se encuentran cada verano para examinar con toda libertad los problemas relacionados con la seguridad, la defensa y el control del armamento instaurados por el Pentágono, el Departamento de Energía y otras agencias federales; entregan informes detallados que permanecen en parte "secretos" e influyen en la política nacional. La División Jasón desempeñó un papel de primer plano con el secretario de Defensa Robert McNamara, durante la guerra de Vietnam, entregando tres estudios muy importantes que tuvieron un impacto en las ideas y la estrategia estadounidenses: en la eficacia de los bombardeos estratégicos para cortar las vías de aprovisionamiento del Viet Cong, en la construcción de una barrera electrónica a través de Vietnam y en las armas nucleares tácticas" ([18]).

Estas largas citas nos hacen comprender que la ciencia, hoy, es una de las piedras clave del mantenimiento del statu quo del sistema capitalista y de la definición de las relaciones de fuerza en su seno. El papel importante desempeñado por ella durante y después de la Segunda Guerra mundial, como hemos visto, no ha hecho sino ser cada vez más importante con el tiempo, incluso si la burguesía tiende a ocultarlo sistemáticamente.

En conclusión, lo que hemos querido demostrar es cómo las catástrofes ecológicas y medioambientales, incluso cuando son desencadenadas por fenómenos naturales, se abaten cruelmente sobre las poblaciones, sobre todo las más desvalidas, y eso a causa de la opción consciente por parte de la clase dominante de cómo se reparten los recursos y cómo debe usarse la propia investigación científica. Debe rechazarse categóricamente la idea de que la modernización, el desarrollo de las ciencias y de la tecnología estarían automáticamente y por definición asociadas a la degradación del medioambiente y a una mayor explotación del hombre. Existen, al contrario, grandes potencialidades de desarrollo de recursos humanos, no sólo en el plano de la producción de bienes, sino, y eso es lo más importante, sobre la posibilidad de producir de otra manera, en armonía con el entorno y el bienestar del ecosistema del que forma parte el hombre. La perspectiva no es pues la vuelta atrás, invocando una fútil e imposible vuelta a los orígenes cuando el medio ambiente estaba más preservado. Se trata, al contrario, de ir hacia delante por otro camino, el de un desarrollo que esté verdaderamente en armonía con el planeta Tierra.

Ezzechiele, 5 de abril de 2009.


[1]) Ver la primera parte de este artículo: « El mundo en vísperas de una catástrofe medioambiental », Revista internacional no 135.

[2]) Ídem

[3]) Marx, El Capital, v. 1, Cap. XIII, "Maquinaria y gran industria", p. 10, "La gran industria y la agricultura", FCE, México (traducción de W. Roces).

[4]) Ídem.

[5]) El siglo xx conoció una explosión de las megápolis. A principios del siglo pasado, había seis ciudades  con más de un millón de habitantes; a mediados del siglo sólo había 4 ciudades que superaran los 5 millones de habitantes. Antes de la Segunda Guerra mundial, las megápolis sólo existían en los países industrializados. Hoy, la mayoría de esas "megaciudades" está concentrada en los países de la periferia. En algunas, la población se ha multiplicado por 10 en unas cuantas décadas. En la actualidad, la mitad de la población mundial vive en las ciudades y en 2020 serán las dos terceras partes. Pero ninguna de esas grandes ciudades que conocen un aflujo de inmigrantes de más de 5000 por día tiene las capacidades de hacer frente a ese aumento de población aberrante, lo cual hace que los inmigrantes, al no poder integrarse en el tejido social urbano, van a amontonarse en inmensos suburbios destartalados sin el menor servicio ni infraestructura.

[6])  Marx, El Capital, Vol.III, Cap. 47. "Génesis de la renta capitalista del suelo", p. 752, FCE1975, México, y en https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3847.)

[7]) "Huracán Katrina : El capitalismo es el responsable de la catástrofe social", Revista International n° 123 https://es.internationalism.org/rint123/katrina.htm

[8]) Citado en "Maremoto en el Sudeste Asiático, ¡La verdadera catástrofe social es el capitalismo!" Acción proletaria no 180, 2005. https://es.internationalism.org/ap/2005/180_Tsunami.

[9]) www.legambientearcipelagotoscano.it/globalmente/petrolio/incident.htm

[10]) Bordiga, líder de la corriente de izquierdas del Partido comunista de Italia en cuya fundación tanto contribuyó en 1921 y del que fue expulsado en 1930 como consecuencia del proceso de estalinización, participando activamente en la fundación del Partido comunista internacional en 1945.

[11]) Prefacio (anónimo) a Drammi gialli e sinistri della moderna decadenza sociale de Amadeo Bordiga, edición Iskra, p. 6, 7, 8 y 9. En francés, prefacio a Espèce humaine et croûte terrestre (Especie humana y corteza terrestre); Petite Bibliothèque Payot 1978, Prefacio, p. 7, 9 y 10)

[12]) Publicado en Battaglia Comunista n°23 1951 y también en Drammi gialli e sinistri della decadenza sociale, edición Iskra, p. 19.

[13]) Ídem.

[14]) A. Bordiga, Politica e "costruzione", publicado en Prometeo, serie II, no 3-4, 1952 y también en Drammi gialli e sinistri della decadenza sociale, edición Iskra, page 62-63. (en italiano)

[15]) Prefacio a la publicación, en francés, de Espèce humaine et croûte terrestre.

[16]) Jens Hoyrup, Universidad de Roskilde, Dinamarca. "Matemática y guerra", Conferencia en Palermo, 15 de mayo de 2003. Cuadernos de la investigación en didáctica, no 13, GRIM (Departamento de Matemáticas, Universidad de Palermo, Italia) http//math.unips.it/-grim/Horyup_mat_guerra_quad13.pdf.

[17]) Annaratone, http//www.scienzaesperienza.it/news.php?/id=0057.

[18]) Angelo Baracca, "Fisica fondamentale, ricerca e realizzazione di nuove armi nucleari" (italiano), http//people.na.infn.it-scud/documenti/2005Baraca-armiscienza.pdf.

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