Enviado por Revista Interna... el
En los dos números anteriores de la Revista internacional publicamos los primeros artículos de Mitchell sobre los problemas del período de transición. Estos artículos pertenecen a una serie publicada en los años 30 en Bilan, revista teórica de la Izquierda comunista de Italia. Esos dos primeros artículos establecían el marco teórico del advenimiento de la revolución proletaria (el capitalismo “maduro” a nivel mundial y no en un país o región en particular). En ellos se examinaban las lecciones principales que deben extraerse del aislamiento y la degeneración de la revolución en Rusia, en especial sobre las relaciones entre proletariado y Estado de transición. Los dos artículos siguientes (el aquí publicado y otro más tarde) siguen con esa misma cuestión examinando el problema del contenido económico de la revolución proletaria.
El artículo publicado aquí abajo, que apareció en Bilan nº 34 (agosto-septiembre de 1934) se presenta como una polémica con otra corriente internacionalista de aquel entonces, el GIK de Holanda, cuyo documento Principios fundamentales de la producción y la distribución comunistas se publicó en los años 30. Bilan publicó en francés un resumen hecho por Hennaut, del grupo belga de la Liga de los comunistas internacionalistas. Publicar ese resumen y lanzar una discusión con la tendencia “comunismo de consejos” representada por el GIK pertenecía a la mentalidad, al espíritu de Bilan, el del comprometerse, por principio, en el debate entre revolucionarios. El artículo hace una serie de críticas al método adoptado por el GIK sobre el período de transición, pero nunca pierde de vista que se trataba de un debate en el seno del campo proletario.
Más tarde publicaremos nosotros, CCI, un artículo para tomar posición sobre ese debate. Lo que por ahora queremos subrayar, como ya lo hemos hecho muchas veces antes, es que, aunque no estemos siempre de acuerdo con todos los términos o conclusiones de Bilan, sí compartimos plenamente el fondo de su método: la necesidad de referirnos a las contribuciones de nuestros predecesores en el movimiento revolucionario, el esfuerzo constante de reexaminarlas a la luz de la lucha de clases, sobre todo de la experiencia gigantesca que la Revolución rusa aportó, y el rechazo de toda solución fácil y simplista a los problemas sin precedentes que la transformación comunista de la sociedad planteará. En este artículo, en particular, aparece una clara demarcación con el falso radicalismo que se imagina que la ley del valor y, más en general, toda herencia de la sociedad burguesa podrían abolirse por decreto, del día a la mañana, tras la toma del poder por la clase obrera.
Bilan nº 34 (agosto-septiembre de 1930)
Los estigmas del pasado que hereda la economía proletaria
«Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve (…) jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto» (“Prólogo a la 1ª edición” de el Capital, FCE, México).
De igual modo, el proletariado, tras haber hecho dar a la sociedad un “salto” gracias a la revolución política, deberá someterse a la ley natural de la evolución, a la vez que lo hará todo por acelerar el ritmo de la transformación social. Las formas sociales intermedias, “híbridas”, que surgen en la fase que va del capitalismo al comunismo, el proletariado deberá dirigirlas hacia su decaimiento si quiere realizar sus designios históricos, pero no podrá suprimirlas por decreto. La supresión de la propiedad privada –por muy radical que sea– no suprime ipso facto la ideología capitalista ni el derecho burgués: “la tradición de todas las generaciones muertas es como una pesadilla en el cerebro de los vivos” (K. Marx).
La persistencia de la ley del valor en el período transitorio
Vamos a tratar ampliamente, en esta parte de nuestro trabajo, sobre algunas categorías económicas (valor-trabajo, moneda, salario), que la economía proletaria hereda del capitalismo, y eso sin ventaja alguna. Esto es importante, pues algunos han intentado (aquí nos referimos sobre todo a los Internacionalistas holandeses, cuyos argumentos analizaremos) hacer de esas categorías agentes de la descomposición de la Revolución rusa, cuando, en realidad, las razones de la degeneración de ésta no son económicas sino políticas.
Y para empezar, ¿qué es una categoría económica?
Marx contesta:
“las categorías económicas no son sino las expresiones teóricas, las abstracciones de las relaciones sociales de producción... Los mismos hombres que establecen las relaciones sociales en conformidad con su productividad material, también producen los principios, las ideas, las categorías en conformidad con sus relaciones sociales. Esas ideas, esas categorías son tan poco eternas como lo son las relaciones de las que son expresión. Son productos históricos y transitorios.” (Miseria de la Filosofía)
Podría uno deducir de esa definición que un nuevo modo de producción (o el afianzamiento de sus bases) trae consigo automáticamente las relaciones sociales y las categorías correspondientes: así, la apropiación colectiva de las fuerzas productivas eliminaría de entrada las relaciones capitalistas y las categorías que las plasman, lo que desde el punto de vista social significaría: desaparición inmediata de las clases. Ya lo precisó claramente Marx: en el seno de la sociedad...
“... hay un movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, de destrucción en las relaciones sociales, de formación de las ideas”,
o sea, que hay una interpenetración de dos procesos sociales, uno de decaimiento de las relaciones y categorías pertenecientes al sistema de producción en declive, y el otro de progresión de las relaciones y categorías que el nuevo sistema va engendrando: el movimiento dialéctico impreso en la evolución de las sociedades es eterno, tomando, eso sí, otras formas en una sociedad comunista plenamente alcanzada.
Y ese movimiento será, con mayor razón, más tormentoso y potente en un período de transición entre dos tipos de sociedad.
Y así, algunas categorías económicas, que habrán sobrevivido a la “catástrofe” revolucionaria, no desaparecerán sino cuando desparezcan las relaciones de clase que las habían engendrado, es decir cuando desaparezcan las clases mismas, cuando se abra la fase comunista de la sociedad proletaria. En la fase transitoria, la vitalidad de esas categorías de la antigua sociedad se mantendrá en relación inversa con el aumento del peso específico de los sectores “socializados” en el seno de la economía proletaria. Pero para que decaigan las antiguas categorías lo más importante será el ritmo con se vaya desarrollando la Revolución a escala mundial.
La categoría fundamental es el valor trabajo, parque es la base de todas las demás categorías capitalistas.
No disponemos de mucha literatura marxista sobre el devenir de las categorías económicas del período transitorio; tenemos algún que otro elemento disperso en el pensamiento de Engels en su Anti-Duhring y de Marx en El Capital; Marx también nos ha dejado su Crítica al programa de Gotha, en la cual cada palabra que se refiere al tema que nos ocupa, cobra, por esa misma escasez, una gran importancia cuyo verdadero sentido solo puede restituirse refiriéndose a la teoría del valor misma.
El valor posee esa extraña característica que, aunque se origine en la actividad de una fuerza física, el trabajo, no tiene por sí mismo ninguna realidad material. Antes de analizar la sustancia del valor, Marx, en el “Prólogo a la primera edición” de el Capital, antes citado, nos advierte de esa particularidad:
“La forma del valor, que cobra cuerpo definitivo en la forma dinero, no puede ser más sencilla y llana. Y sin embargo, el espíritu del hombre se ha pasado más de dos mil años forcejeando en vano por explicársela, a pesar de haber conseguido, por lo menos de un modo aproximado, analizar formas mucho más complicadas y preñadas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula. En el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en ese terreno, es la capacidad de abstracción”.
Y ya en el análisis sobre el valor en el capítulo 1º de El Capital, Marx añade:
“Cabalmente al revés de lo que ocurre con la materialidad de las mercancías corpóreas, visibles y tangibles, en su valor objetivado no entra ni un átomo de materia natural. Ya podemos tomar una mercancía y darle todas las vueltas que queramos: como valor, nos encontraremos con que es siempre inaprehensible. Recordemos, sin embargo, que las mercancías sólo se materializan como valores en cuanto son expresión de la misma unidad social: trabajo humano, que, por tanto, su materialidad como valores es puramente social…” (el Capital, “Mercancía y dinero”).
Además, por lo que se refiere a la sustancia del valor, o sea, al trabajo humano, para Marx, el valor de un producto expresa siempre cierta cantidad de trabajo simple, cuando afirma su realidad social. La reducción del trabajo complejo a trabajo simple es un hecho que se realiza constantemente:
“El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple... Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple” (ídem).
Falta por saber, sin embargo, cómo se realiza esa reducción. Pero Marx, hombre de ciencia, se limita a contestarnos:
“las diversas proporciones en que diversas clases de trabajos se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre” (ídem).
Es un fenómeno que Marx constata pero que no puede explicar porque sus conocimientos de entonces sobre el valor no se lo permiten. Lo único que sabemos es que, en la producción de mercancías, el mercado es el crisol en el que se funden todos los trabajos individuales, todas las cualidades de trabajo, en donde se cristaliza el trabajo medio reducido a trabajo simple:
“la sociedad no valora la torpeza fortuita de un individuo; no reconoce como trabajo humano general sino el trabajo realizado con una habilidad media y normal... sólo cuando es socialmente necesario el trabajo individual contiene trabajo humano general” (F. Engels, La revolución de la ciencia de E. Düring, “Anti- Düring”).
En todas las fases históricas del desarrollo social, el hombre ha tenido que conocer con mayor o menor precisión la cantidad de trabajo necesario en la creación de las fuerzas productivas y de los objetos de consumo. Hasta ahora, esta evaluación se ha hecho siempre de forma empírica y anárquica; con la producción capitalista, y sometida a la presión de la contradicción fundamental del sistema, la forma anárquica ha alcanzado sus límites extremos, pero importa señalar, una vez más, que la medida del tiempo de trabajo social no se establece directamente de una manera absoluta, matemática; es una medida relativa, en relación con el mercado, con ayuda de la moneda: la cantidad de trabajo social que contiene un objeto no se expresa realmente en horas de trabajo, sino en otra mercancía cualquiera que, en el mercado aparece empíricamente como si poseyera una misma cantidad de trabajo social: en cualquier caso, la cantidad de horas de trabajo social y simple que la producción de un objeto exige como término medio es algo que permanece desconocido. Engels hace notar que “La economía de la producción mercantil no es, en modo alguno, la única ciencia que tiene que contar con factores conocidos sólo relativamente”. Y establece un paralelo con las ciencias naturales que utilizan, en física, el cálculo molecular y en química, el cálculo atómico:
“Del mismo modo que la producción mercantil y su economía tienen una expresión relativa de los “quanta” de trabajo, para ellas desconocidos, que se encuentran en las diversas mercancías, al comparar esas mercancías según sus relativos contenidos en trabajo, así también la química se procura una expresión relativa de la magnitud de los pesos atómicos, por ella desconocidos, comparando los diversos elementos según sus pesos atómicos, es decir, expresando el peso atómico de uno por un múltiplo o una fracción de otro (azufre, oxígeno, hidrógeno). Y del mismo modo que la producción mercantil ha hecho del oro la mercancía absoluta, el equivalente general de las demás mercancías, la medida de todos los valores, así también la química hace del hidrógeno la mercancía dineraria química, al poner su peso atómico = 1, reducir los pesos atómicos de todos los demás elementos al del hidrógeno y expresarlos en múltiplos del peso atómico de éste” (ídem).
Nos referimos ahora a la característica esencial del periodo de transición. En este período todavía existe una deficiencia económica que exige un desarrollo mayor de la productividad del trabajo. Se deducirá sin dificultad que el cálculo del trabajo consumado seguirá imponiéndose, no solo en función de un reparto racional del trabajo social, necesario en todas las sociedades, sino sobre todo por la necesidad de un regulador de las actividades y de las relaciones sociales.
La ilusión de la abolición de la ley del valor mediante el cálculo del tiempo de trabajo
La pregunta central es, pues, la siguiente: ¿de qué manera se medirá el tiempo de trabajo? ¿Seguirá existiendo la forma “valor”?
La respuesta es tanto más difícil porque nuestros maestros no desarrollaron plenamente su pensamiento sobre este tema, apareciendo incluso a veces contradictorio.En AntiDuhring, Engels empieza afirmando que:
“En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los utiliza en socialización inmediata para la producción, el trabajo de cada cual, por distinto que sea su específico carácter útil, se hace desde el primer momento y directamente trabajo social. Entonces no es necesario determinar mediante un rodeo la cantidad de trabajo social incorporada a un producto: la experiencia cotidiana muestra directamente cuánto trabajo social es necesario por término medio. La sociedad puede calcular sencillamente cuántas horas de trabajo están incorporadas a una máquina de vapor, a un hectolitro de trigo de la última cosecha, a cien metros cuadrados de paño de determinada calidad. Por eso no se le puede ocurrir expresar en una medida sólo relativa, vacilante e insuficiente antes inevitable como mal menor –en un tercer producto, en definitiva– los “quanta” de trabajo incorporados a los productos, “quanta” que ahora conoce de modo directo y absoluto, y puede expresar en su medida natural, adecuada y directa, que es el tiempo”.
Y añade Engels, para dar más fuerza a su afirmación sobre las posibilidades de calcular de una manera directa y absoluta, que:
“Tampoco se le ocurriría a la química expresar relativamente los pesos atómicos por el rodeo del peso atómico del hidrógeno si pudiera expresarlos de un modo absoluto con su medida adecuada, esto es, en peso real, en billonésimas o cuadrillonésimas de gramo. En el supuesto dicho, la sociedad no atribuirá valor alguno a los productos.”
Pero precisamente el problema es saber si el acto político que es la colectivización aporta al proletariado –incluso si esa medida es radical– el conocimiento de una nueva ley, absoluta, de cálculo de tiempo de trabajo, que sustituiría de entrada a la ley del valor. Ningún elemento positivo acreditaría esa hipótesis, pues sigue sin explicación el fenómeno de reducción del trabajo compuesto en trabajo simple (que es la verdadera unidad de medida). Por eso, la elaboración de un modo de cálculo científico del tiempo de trabajo que debería de tener necesariamente en cuenta esa reducción, es imposible. Incluso puede ocurrir que el día en que pueda aparecer una ley así, ésta será inútil, es decir, el día en que la producción pueda satisfacer todas las necesidades y, por consiguiente, la sociedad no tenga por qué molestarse en calcular el trabajo, pues la “administración de las cosas” sólo exigirá un simple registro. Y ocurrirá entonces en el ámbito económico un proceso paralelo y análogo al que se desarrollará en la vida política en la cual la democracia resultará superflua en el momento en que se haya realizado plenamente.
Engels, en una nota complementaria al texto citado, acepta implícitamente el valor cuando dice:
“la evaluación de lo útil y de la cantidad de trabajo en los productos será todo lo que podrá quedar, en una sociedad comunista, del concepto de valor de la economía política”.
Este correctivo de Engels podemos completarlo con lo que dice Marx en el Capital:
“tras la supresión del modo de producción capitalista, la determinación del valor, si se mantiene la producción social, seguirá estando en primer plano, pues, más que nunca antes, habrá que regular el tiempo de trabajo así como el reparto del trabajo social entre los diferentes grupos de producción, y tener su contabilidad.”
La conclusión que, por lo tanto, se saca del conocimiento de la realidad que va apareciendo ante un proletariado que tomará la sucesión del capitalismo, es que la ley del valor sigue subsistiendo en el período transitorio, aunque deberá modificarse profundamente para así hacerla desaparecer progresivamente.
¿Cómo y con qué formas actuará esa ley? Debemos partir, una vez más, de lo que hoy existe en la economía burguesa, en la que la realidad del valor que se materializa en las mercancías sólo se manifiesta en los intercambios. Sabemos que esa realidad del valor es puramente social, que sólo se expresa en las relaciones de las mercancías entre sí y únicamente en esas relaciones. Es en el cambio donde los productos del trabajo expresan, como valores, una existencia social, con una forma idéntica por muy distinta que sea su existencia material como valores de uso. Una mercancía expresa su valor por el hecho de que puede intercambiarse por otra mercancía, aparecer como valor de cambio. Solo de esta manera expresa su valor. Sin embargo, aunque el valor se expresa en la relación de cambio, no es el cambio lo que engendra el valor. Este existe independientemente del cambio.
En la fase transitoria solo podrá tratarse del valor de cambio y no de un valor absoluto “natural”, idea que Engels criticó con sarcasmo en su polémica con Dühring.
“Querer suprimir la forma de producción capitalista por el procedimiento de restablecer el «verdadero valor» es, por tanto, lo mismo que querer suprimir el catolicismo por el procedimiento de restablecer al «verdadero» Papa; es querer fundar una sociedad en la que los productores dominen por fin a sus productos, mediante la realización consecuente de una categoría económica que es la más acabada expresión del sometimiento de los productores al producto”.
La supervivencia del mercado expresa la supervivencia del valor
El cambio basado en el valor, en la economía proletaria, es algo inevitable durante un período más o menos largo, pero eso no quita que haya que ir restringiéndolo hasta que desaparezca, en la medida en que el poder proletario logre esclavizar no los productores a la producción como en el capitalismo, sino, al contrario, la producción a las necesidades sociales. Evidentemente, “ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio entre individuos” (Engels, “La Génesis del Estado ateniense”, Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/index.htm).
Pero los intercambios no pueden suprimirse únicamente por voluntad de las personas, sino solo tras y a lo largo de un proceso dialéctico. Así veía Marx las cosas cuando escribió en su Crítica al programa de Gotha lo siguiente:
“En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de esos productos, como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino directamente”.
Esta evolución, Marx la sitúa ya evidentemente en “una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base” y no en “una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (ídem).
La apropiación colectiva, a una mayor o menor escala, permite transformar las relaciones económicas a un grado correspondiente al peso específico que el sector colectivo haya alcanzado en la economía en relación con el del sector capitalista, pero la forma burguesa de esas relaciones se mantiene, pues el proletariado no conoce otras formas con que sustituirlas y porque, además, no puede hacer abstracción de la economía mundial que sigue funcionando con bases capitalistas.
Respecto al impuesto alimenticio instaurado por la Nueva economía política (NEP), Lenin decía que era, “una de las formas de nuestro paso de una especie original de comunismo, el ‘comunismo militar’, que la guerra, la ruina y la extrema miseria hicieron necesario, al intercambio de productos que será el régimen normal del socialismo. Ese cambio, a su vez, no es sino una de las formas del paso del socialismo (con sus particularidades debidas al predominio del pequeño campesino en nuestra población) al comunismo”.
Y Trotski, en su Informe sobre la NEP, en el IVº Congreso de la Internacional Comunista (IC) hacía notar que, en la fase transitoria, las relaciones económicas debían regularizarse mediante el mercado y la moneda.
A esa respecto, la práctica de Revolución rusa ha confirmado la teoría: la supervivencia del valor y del mercado lo que traducen no es otra cosa que la imposibilidad del Estado proletario para coordinar inmediatamente todos los elementos de la producción y de la vida social y suprimir el “derecho burgués”. La evolución de la economía sólo podría orientarse hacia el socialismo si la dictadura proletaria hubiera extendido cada vez más su control sobre el mercado hasta someterlo totalmente al plan socialista, o sea, hasta abolirlo. O dicho de otra manera, si la ley del valor, en lugar de desarrollarse como lo hizo yendo de la producción mercantil simple a la producción capitalista, hubiera seguido el proceso inverso de regresión y extinción que va de la economía “mixta” al comunismo integral.
No vamos a extendernos sobre la categoría dinero o moneda, pues solo es una forma desarrollada del valor. Si admitimos la existencia del valor, debemos admitir la del dinero, el cual perdería (en una economía orientada hacia el socialismo), sin embargo, su carácter de “riqueza abstracta”, su poder de equivalente general capaz de apropiarse de cualquier riqueza. El proletariado aniquila ese poder burgués de la moneda mediante, por un lado, la colectivización de las riquezas fundamentales y de la tierra, que se hacen inalienables y, por otro lado, por su política de clase: racionamiento, precios, etc. El dinero pierde también, efectiva aunque no formalmente, su función de medida de los valores a causa de la alteración progresiva de la ley del valor; en realidad, sólo conserva su función de instrumento de circulación y de pago.
Los internacionalistas holandeses, en su ensayo sobre el desarrollo del comunismo ([1]) se han inspirado más del pensamiento idealista que del materialismo histórico. Así, su análisis de la fase transitoria (que no delimitan con la nitidez necesaria de la fase comunista) procede de una apreciación antidialéctica del contenido social de ese período.
Es verdad que los camaradas holandeses parten de una premisa justa cuando hacen la distinción, marxista, entre el período de transición y el comunismo pleno. Para ellos también sólo en la primera fase es válido medir el tiempo de trabajo ([2]). Pero donde sí abandonan la tierra firme de la realidad histórica es cuando, contra esa realidad, proponen una solución contable y abstracta de cálculo del tiempo de trabajo. En realidad, no contestan como marxistas a la pregunta fundamental: ¿Cómo, con qué mecanismos sociales se determinan los gastos de producción sobre la base del tiempo de trabajo durante el período de transición? Escamotean la respuesta mediante demostraciones aritméticas bastante simplistas. Dirán, claro, que la unidad de medida de la cantidad de trabajo que necesita la producción de un objeto es “la hora de trabajo social medio”. Pero con eso no arreglan nada. Lo único que hacen es constatar lo que constituye el fundamento de la ley del valor, trasponiendo la fórmula marxista “tiempo de trabajo socialmente necesario”. Sin embargo proponen una solución: “cada empresa calcula cuánto tiempo de trabajo está incorporado en su producción…” (página 56), pero sin indicar con qué procedimiento matemático el trabajo individual de cada productor se convierte en trabajo social, el trabajo cualificado o complejo en trabajo simple, que, como hemos visto, es la medida común del trabajo humano. Marx describe mediante qué proceso social y económico se reduce a esa medida todo el trabajo humano en la producción mercantil y capitalista; para los camaradas holandeses, la Revolución y la colectivización de los medios de producción parecen ser suficientes para que prevalezca una ley “contable” salida de no se sabe dónde y cuyo funcionamiento nadie nos explica. Para ellos, esa sustitución es, sin embargo, explicable: puesto que la Revolución deroga la relación social privada de producción, también deroga, al mismo tiempo, el cambio, que es una función de la propiedad privada (página 52).
“En el sentido marxista, la supresión del mercado no es otra cosa sino el resultado de las nuevas relaciones de derecho” (página 109).
Están sin embargo de acuerdo con que “la supresión del mercado debe entenderse en que aparentemente sobrevive el mercado en el comunismo, pero se modifica completamente el contenido social de la circulación de mercancías y productos, una circulación basada en el tiempo de trabajo, expresión de la nueva relación social” (página 110). Pero, precisamente, si el mercado sobrevive (aunque se modifiquen el fondo y la forma de los intercambios) es porque solo puede funcionar basado en el valor. Eso no lo perciben los internacionalistas holandeses, “subyugados” como están por su fórmula “tiempo de trabajo”, la cual, sustancialmente, no es otra cosa sino el valor mismo. Para ellos, además, no se excluye que en el “comunismo” se siga hablando de “valor”, pero evitan decir lo que eso implica desde el punto de vista del mecanismo de las relaciones sociales, resultante del mantenimiento del tiempo de trabajo. Salen del paso concluyendo que, puesto que el contenido del valor se modificará, habrá que sustituir la palabra “valor” por la expresión “tiempo de producción”, lo cual no modificará para nada la realidad económica. También dicen que no habrá intercambio de productos, sino paso de productos (páginas 53 y 54). Y también que:
“en lugar de la función del dinero, tendremos el registro de movimiento de los productos, la contabilidad social, basado, en la hora de trabajo social media” (p. 55).
Hemos de ver cómo el desconocimiento de la realidad histórica lleva a los internacionalistas holandeses a otras conclusiones erróneas, cuando examinan el problema de la remuneración del trabajo.
(continuará).
[1]) “Los fundamentos de la producción y de la distribución comunista”, artículo del que Bilan ha publicado un resumen del camarada Hennaut (nº 19, 20, 22).
[2]) A este respecto, hemos de señalar que en el resumen del camarada Hennaut se metió un lapsus. Dice: “Y contrariamente a lo que algunos se imaginan, esa contabilidad se aplica no sólo a la sociedad comunista que ha alcanzado un nivel de desarrollo muy elevado, sino que se aplica a toda sociedad comunista – o sea desde el momento en que los trabajadores hayan expropiado a los capitalistas – sea cual sea el nivel que haya alcanzado” (Bilan).