Francia: Las coordinadoras, vanguardia del sabotaje de las luchas

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Los movimientos sociales que están agitando a Francia desde hace varios meses, en casi todas las ramas del sector público son una diáfana ilustración de lo que la CCI viene afirmando desde hace años: frente a los ataques cada día más agresivos y masivos de un capitalismo hundido en una crisis infranqueable (véase en esta revista el artículo sobre la situación económica) la clase obrera del mundo no está resignada, sino todo lo contrario. El profundo descontento que ha ido acumulando se está transformando ahora en enorme combatividad, la cual obliga a la burguesía a desplegar maniobras de mayor amplitud y sutileza para no quedar desbordada. Y es así como en Francia, la clase dominante ha puesto en práctica un plan muy elaborado que no sólo ha puesto a trabajar a las diversas formas de sindicalismo (sindicalismo «tradicional» y sindicalismo de «base»), sino también y sobre todo, a órganos que se pretenden todavía más «de base» (puesto que pretenden apoyarse en las asambleas generales de trabajadores en lucha): las «coordinations», cuyo uso en el sabotaje de las luchas va, sin duda, para largo.

Nunca desde hace cantidad de años, la «rentrée» social en Francia había sido tan explosiva como la de este otoño de 1988. Ya desde la primavera estaba claro que se estaban preparando importantes enfrentamientos de clase. Las luchas que habían tenido lugar entre marzo y mayo de este año en las factorías de «Chausson» (constructor de camiones) y de la SNECMA (motores de aviones) eran la prueba de que se había terminado el período de pasividad obrera que siguió a la derrota de la huelga en los ferrocarriles de diciembre del 86 y enero del 87. El que esos movimientos estallaran y se hubieran desarrollado aun cuando había elecciones presidenciales y legislativas (no menos de 4 elecciones en dos meses) fue algo muy significativo en un país en el que tradicionalmente los períodos electorales son sinónimos de calma social. Y esta vez, el Partido socialista vuelto al poder, no podía esperarse ningún «estado de gracia» como el que pudo disfrutar en 1981. Por un lado, los obreros ya habían aprendido entre 1981 y 1986 que la austeridad «de izquierdas» no tiene mejor sabor que la «de derechas». Por otro lado, nada más instalado, el nuevo gobierno quiso dejar las cosas claras: queda excluida la menor puesta en entredicho de la política económica aplicada por las derechas durante los dos años precedentes. Y aprovechó el verano para agravar dicha política.

Por eso es por lo que la combatividad obrera, dormida un poco por el circo electoral de la primavera, no podía sino estallar en luchas masivas ya durante el otoño, y, en especial, en el sector público, en donde los salarios han bajado en un 10 % en unos cuantos años. La situación era tanto más amenazadora para la burguesía porque desde los años del gobierno PS-PC (81-84), los sindicatos se han granjeado un desprestigio considerable, incapaces en muchos sectores de controlar, ellos solos, los estallidos de la rabia obrera. Por todo ello, la burguesía se ha montado un mecanismo con el cual desbaratar los combates de clase, en el cual, naturalmente, los sindicatos ocuparían su lugar, pero cuyo papel principal sería desempeñado, durante toda la fase inicial, por órganos «novísimos», «no sindicales», «auténticamente democráticos»: las «coordinadoras».

Una nueva arma de la burguesía contra la clase obrera: las « coordinadoras »

Ese término de «coordinadora» ya ha sido empleado en varias ocasiones en estos últimos años y en diferentes países de Europa. Por ejemplo, a mediados de los 80, la «Coordinadora de Estibadores» en España,[1] la cual, con su lenguaje radical y su apertura (permitiendo en particular que los revolucionarios intervinieran en sus asambleas) podía dar el pego, pero que no era en realidad sino una estructura permanente del sindicalismo de base. También hemos podido ver en Italia la formación, durante el verano del 87, de un «Coordinamento di Macchinisti» (Coordinadora de maquinistas de tren), que pronto apareció como algo de la misma naturaleza que aquélla. Pero el país de predilección de las coordinadoras es, sin lugar a dudas y en estos tiempos, Francia («coordinations»), en donde, después de la huelga ferroviaria de diciembre del 86, todas las luchas obreras importantes han visto aparecer órganos con ese nombre:

- «Coordination» de los «agents de conduite» (Coordinadora de maquinistas; la llamada de París-Norte) y la «Intercatégorielle» (intercategorías; llamada de París-Sureste), durante la huelga en los ferrocarriles de diciembre 86[2];

- «coordinadora» de maestros durante la huelga de esta profesión en febrero del 87;

- «coordinadora Inter-SNECMA», durante la huelga en esta empresa aeronáutica en la primavera de este año[3].

Entre esas diferentes «coordinations», algunas son meros sindicatos, o sea estructuras permanentes que pretenden representar a los trabajadores en la defensa de sus intereses económicos. En cambio, otros de entre esos órganos no están en principio llamados a perpetuarse. Surgen o aparecen a la luz del día cuando hay movilizaciones de la clase obrera en un sector y con éstas desaparecen. Así ocurrió, por ejemplo, con las coordinadoras que surgieron cuando la huelga del ferrocarril en Francia a finales del 86. Es precisamente su carácter «pasajero» lo que las hace de lo más pernicioso, al dar la impresión de que son órganos formados por la clase obrera en y para la lucha.

En la realidad de los hechos, la experiencia nos demuestra que esos órganos, o ya estaban preparados con meses de antelación por determinadas fuerzas de la burguesía o estas fuerzas los dejaban caer «en picada» sobre un movimiento de luchas para así quebrarlo. Ya durante la huelga ferroviaria en Francia, pudimos comprobar cómo la «coordinadora de maquinistas», al cerrar por completo sus asambleas a quienes no eran maquinistas, había hecho una gran labor en el proceso de aislamiento del movimiento y en su derrota. Y eso que esa «coordinadora» se había formado basándose en los delegados elegidos por las asambleas generales de los depósitos. Sin embargo, inmediatamente cayó bajo el control de los militantes de la Liga Comunista (sección de la IVª Internacional trotskista), los cuales, evidentemente, se dedicaron a su papel natural de sabotaje de la lucha. En cambio, en las demás «coordinadoras» que se montaron después, y ya para empezar en la «coordinadora intercategorías de ferroviarios» (la cual pretendía luchar contra el aislamiento corporativista) y más todavía en la de los maestros aparecida unas semanas después, se pudo comprobar que esos órganos se formaban preventivamente antes de que las asambleas generales hubiesen empezado a mandatar delegados. Y en el nacimiento de esa formación siempre esta presente una fuerza burguesa de izquierdas o izquierdista, prueba de que la burguesía ha comprendido el jugo que le puede sacar a esos organismos.

La ilustración más clara de esa política de la burguesía nos la proporciona la constitución y los manejos de la «Coordination Infirmière» («Coordinadora» Enfermera), a la que la burguesía ha confiado el papel principal en la primera fase de su maniobra: el desencadenamiento de la huelga en los hospitales en octubre del 88. De hecho, esa «coordinadora» se había formado en Marzo del 88, en los locales del sindicato CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo, pro-partido socialista) y por militantes de dicho sindicato. De modo que fue directamente el Partido socialista, que se estaba preparando para su vuelta al gobierno, el padrino del bautizo de esa pretendida organización de lucha obrera. El inicio mismo de la huelga lleva la marca de los manejos del partido socialista y por lo tanto del gobierno. Para la burguesía (no ya sus fuerzas auxiliares como los izquierdistas, sino sus fuerzas dominantes, las que están en la cumbre del Estado) se trataba de lanzar un movimiento de lucha en un sector políticamente muy atrasado para así poder «mojar la pólvora» del descontento que se ha venido acumulando desde hace años en toda la clase obrera. Es evidente que las enfermeras y enfermeros que, involuntariamente iban a servir de infantería a esa maniobra de la burguesía, tenían y tienen razones de sobra de expresar su descontento: condiciones de trabajo insoportables y que no paran de empeorar junto a sueldos de los más míseros; pero la serie de acontecimientos ocurridos durante casi un mes ponen de relieve la realidad de ese plan de la burguesía destinado a abrir un cortafuegos contra el descontento obrero.

Los manejos de las «coordinations» durante la huelga de los hospitales en Francia

Al escoger a las enfermeras para llevar a cabo su maniobra, la burguesía sabía lo que hacía. Es un sector de lo más corporativista que pueda uno imaginarse, en el cual el nivel de diplomas y la cualificación exigidos han permitido que en él se hayan metido prejuicios profundos y cierto desprecio por el resto del personal hospitalario (auxiliares, personal de mantenimiento etc.), considerado éste como personal «subalterno». En Francia, además, la experiencia de lucha de ese sector es bajísima. Todos esos factores daban a la burguesía garantías suficientes de que iba a poder controlar globalmente el movimiento sin temor a desbordamientos significativos; más precisamente, las enfermeras no iban a poder ser en manera alguna la punta de lanza de una extensión de las luchas.

Esas garantías venían reforzadas por el carácter y la forma de las reivindicaciones planteadas por la «coordinadora enfermera». Y entre ellas, la reivindicación de un « estatuto » y de la « revalorización de la profesión», lo cual cubría en realidad la voluntad de insistir en lo «específico» y la «especial capacitación» de las enfermeras respecto al resto de trabajadores hospitalarios. Además, esa reivindicación contenía la repelente exigencia de no aceptar en las escuelas de enfermeras más que a alumnos con título de bachiller. Y, en la misma vena elitista, la reivindicación de un aumento de 2000 francos por mes (entre un 20 % y un 30 %) se relacionaba con el nivel de estudios de las enfermeras (bachillerato más 3 cursos escolares), lo cual quería decir que los demás trabajadores hospitalarios menos cualificados y todavía menos pagados, no tenían razón alguna para exigir lo mismo; y eso tanto más por cuanto la «Coordinadora» decía y dejaba decir, sin asumirlo oficialmente par supuesto. que las demás categorías no debían reivindicar aumentos de sueldo, pues éstos serían deducidos de los aumentos de las enfermeras.

Otro indicio de la maniobra es que ya en Junio el núcleo inicial de la « coordinadora » planifico el principio del movimiento para el 29 de septiembre con un día de huelga y una gran manifestación en la capital. Eso le daba tiempo para estructurarse bien y ampliar sus bases antes del bautismo de fuego. Este fortalecimiento de su capacidad de control sobre los trabajadores prosiguió con una asamblea de varios miles de personas en la que los miembros de la dirección se presentaron por primera vez en público. Esa asamblea fue una primera legitimización a posteriori de la «coordinadora», asamblea a la que manipuló por todos los medios para impedir que la huelga arrancara inmediatamente, antes de que ella lo tuviera todo atado y bien controlado. También le permitió afirmar a fondo su «especificidad enfermera», sobre todo «animando» a las demás categorías que habían participado en la manifestación (lo cual demostró claramente la exasperación que reina en la clase obrera), y que estaban presentes en la sala, a que crearan sus «propias coordinadoras». Es así como se estaba instalando el mecanismo que iba a permitir el desmenuzamiento sistemático de la lucha en los hospitales, así como el ais1amiento dentro de este sector. Las «coordinadoras» que se iban a formar tras el 29 de septiembre siguiendo los pasos a la «coordinadora enfermera» (no menos de 9 ya sólo en el sector de la salud) se iban a ocupar de rematar la labor de división de ésta entre los hospitalarios, mientras que a una llamada «coordinadora del personal de la salud» (creada y controlada por el grupo trotskista Lutte Ouvrière), que se pretendía «abierta» a todas las categorías, le incumbía el papel de encuadrar a los trabajadores que rechazaban el corporativismo de las demás «coordinadoras», paralizando el menor intento por parte de aquéllos de extender el movimiento hacia fuera de los hospitales.

El que haya sido una «coordinadora» y no un sindicato, la que lanzó el movimiento (aunque había sido formada por sindicalistas), no es, por supuesto, ninguna casualidad. Era, en realidad, el único modo para llevar a cabo una movilización de entidad, habida cuenta del considerable desprestigio que se han granjeado los sindicatos en Francia, sobre todo desde la época del gobierno de la «izquierda unida» de 1981 a 1984. Y así, las «coordinadoras» tienen esa función de proporcionar esa «movilización masiva» que todos los obreros sienten como algo necesario para que la burguesía y su gobierno retrocedan. Tal movilización masiva, hace ya tiempo que los sindicatos ya no la consiguen tras sus «llamamientos a la lucha». En realidad, en muchos sectores, basta a menudo que una «acción» sea convocada por éste o aquel sindicato para que cantidad de obreros la consideren como maniobra destinada a servir a los intereses de camarilla de ese sindicato, y decidan darle la espalda. Esta desconfianza y el débil eco que las convocatorias sindicales tienen, son por lo demás utilizados por la propaganda burguesa para que los obreros crean en la « pasividad » que predomina en su clase y así crezca entre ellos un sentimiento de impotencia y desmoralización. De ahí que únicamente un organismo sin etiqueta sindical pudiera ser capaz de conseguir, dentro de la corporación escogida por la burguesía como principal campo de maniobras, la «unidad», condición para una participación masiva tras sus llamamientos. Y esa «unidad» que la «coordinadora enfermera» pretendía ser única en garantizar contra las acostumbradas «trifulcas» entre los diferentes sindicatos no era sino el reflejo de la asqueante división que ella promovió y reforzó entre los trabajadores de los hospitales. El «antisindicalismo» de que hacía gala se adobaba con el Miserable argumento de que los sindicatos no defienden los intereses de los trabajadores porque están organizados no por profesión sino por sector de actividad. Uno de los grandes temas que la «coordinadora» argumentaba para justificar el aislamiento corporativista era que las reivindicaciones unitarias «diluían» y «debilitaban» las reivindicaciones «propias» de las enfermeras. Semejante argumento no es nuevo. Ya nos lo sacó a relucir la «coordinadora de maquinistas» cuando la huelga de ferrocarriles de diciembre del 86. También lo usaban en el discurso corporativista del «Coordinamento di Macchinisti» en los ferrocarriles italianos en 1987. En realidad, en nombre del «cuestionamiento» o de la «superación» de los sindicatos nos quieren hacer volver a una base organizativa que fue la de la clase obrera en el siglo pasado cuando empezó formando sindicatos de oficio de tipo gremial, pero que hoy no puede ser menos burguesa que los sindicatos mismos. Pues hoy, la única base en la que puede organizarse la clase obrera es la geográfica, más allá de las distinciones entre empresas y ramos de actividad (distinciones que los sindicatos están cultivando siempre en su labor de división y sabotaje de las luchas), pues un organismo que se forma específicamente con una base profesional no puede sino situarse en el terreno de la burguesía.

Así se ve la trampa en la que las «coordinadoras» quieren encerrar a los obreros: o «siguen» a los sindicatos (y en los países en los que existe el «pluralismo sindical» se convierten en rehenes de esas diferentes bandas que cultivan sus divisiones) o dan la espalda a los sindicatos, pero para dividirse de otra manera. En fin de cuentas, las «coordinadoras» no son sino el complemento de los sindicatos, el otro lado de la tenaza con la que pretenden ahogar a la clase obrera.

EI reparto de trabajo entre «coordinadoras» y sindicatos

Lo complementario entre la labor de los sindicatos y la de las «coordinadoras» ha aparecido de manera clara en los dos movimientos más importantes que han tenido lugar en Francia en estos dos últimos años: en los ferrocarriles y en los hospitales. En el primer caso, el papel de las «coordinadoras» se limitó a «controlar el terreno», dejando a los sindicatos la labor de negociar con el gobierno. En esa ocasión, incluso aquellas desempeñaron un papel muy útil de gancho para los sindicatos, afirmando muy alto que ellas no ponían en entredicho en absoluto la responsabilidad de «representar» a los trabajadores ante las autoridades (sólo reclamaron, sin éxito por cierto, que se les dejara un banquillo en la mesa de negociaciones). En el segundo caso, en el que los sindicatos fueron mas cuestionados, la «coordinadora» fue gratificada finalmente con un sillón de verdad en dicha mesa. Tras la primera negativa del ministro de la Salud a otorgarle una entrevista (después de la primera manifestación del 29 de septiembre), fue, en cambio, el propio primer ministro quien, el 14 de octubre, tras una manifestación de casi 100 000 personas en París, le otorgó ese favor. Era lo menos que podía hacer el gobierno para recompensar a gente que le estaba haciendo tan buen servicio. Pero también en esta ocasión funcionó el reparto de tareas: finalmente, ese 14 de octubre, los sindicatos, menos el más «radical» de ellos, la CGT, controlado por el PCF, firmaron un acuerdo con el gobierno mientras que la «coordinadora» seguía llamando a luchar. Cuidadosa en aparecer hasta el final como la «verdadera defensora» de los trabajadores, no ha aceptado nunca oficialmente las propuestas del gobierno. EI 23 de octubre enterró a su manera el movimiento, llamando a la «continuación de la lucha con otras formas» y organizando de vez en cuando alguna que otra manifestación en donde la cada vez menor concurrencia no hacía sino desmovilizar más a los trabajadores. Esta desmovilización fue también el resultado del hecho que el gobierno, que no había dado nada a las demás categorías hospitalarias y aunque se negó en redondo al más mínimo aumento de la plantilla de enfermeras (lo cual era una de las reivindicaciones más importantes), había otorgado a éstas aumentos de sueldo nada desdeñables (alrededor del 10 %) gracias a unas partidas de mil millones cuatrocientos mil francos que ya estaban previstas de antemano en los Presupuestos del Estado. Esa «semivictoria» de las enfermeras únicamente (prevista y planificada desde hacía tiempo por la burguesía: baste señalar la presencia del ex ministro de la Salud en las manifestaciones de la «coordinadora» y el mismísimo Miterrand declarar que las reivindicaciones de las enfermeras eran «legítimas») tenía la doble ventaja de agravar todavía más la división entre las diferentes categorías de trabajadores hospitalarios y dar crédito a la idea de que peleando en el terreno del gremio y más tras las pancartas de una «coordinadora», podía conseguirse algo.

Pero la maniobra de la burguesía para desorientar al conjunto de la clase obrera no cesó con la reanudación del trabajo en los hospitales. La última fase de la operación desbordó ampliamente el sector de la salud y fue de la plena incumbencia de los sindicatos, puestos otra vez en su sitio gracias a las «coordinadoras». Mientras que durante el ascenso y el auge del movimiento en la salud, los sindicatos y los grupos «izquierdistas» lo hicieron todo por impedir que se iniciaran huelgas en otros sectores, en especial en Correos en donde la voluntad de luchar era muy fuerte, a partir del 14 de octubre empezaron a convocar a movi1izaciones y huelgas por acá y por allá. El 18 de octubre, la CGT convoca una« jornada de acción intercategorías », el 20 de octubre los demás sindicatos, a los que se une la CGT en el ultimo momento, convocarán a una jornada de acción en el sector público. Luego, los sindicatos, y en primera línea 1a CGT, se han puesto a convocar sistemáticamente a huelga en las diferentes ramas del sector publico, unos detrás de los otros: correos, electricidad, ferrocarriles, transportes urbanos de ciudades de provincias y luego de París, trasportes aéreos, seguridad social... Se trata ahora para la burguesía de explotar a fondo la desorientación creada en la clase obrera por el movimiento de los hospitales en su reflujo, para así mojar la pólvora en un máximo de sectores. Estamos ahora en presencia de una «radicalización» de los sindicatos -con la CGT a su cabeza-, los cuales se dedican al juego del «quién da más» con relación a las «coordinadoras», llamando a la«extensión», que ellos organizan donde tienen influencia suficiente, montan huelgas «numantinas» y minoritarias, llevando a cabo «acciones de comando», como entre los conductores de camiones postales, que bloquearon los centros de distribución, lo cual no tuvo otro efecto que el de aislarlos todavía más. Incluso ocurre que los sindicatos no vacilan en vestirse de «coordinadora» cuando les conviene, como así ha hecho la CGT en Correos en donde se montó la suya.

Es así como el reparto de tareas entre «coordinadoras» y sindicatos cubre todo el campo social: a aquellas les incumbía lanzar y controlar en la base el movimiento «faro», el más masivo, el de la salud; a éstos, tras haber negociado de manera «positiva» con el gobierno en ese ramo, les toca ahora la responsabilidad de rematar la labor en las demás categorías del sector publico. Y cabe reconocer, en fin de cuentas, que la maniobra en su conjunto ha alcanzado sus objetivos, puesto que, hoy, la combatividad obrera o está dispersa en múltiples focos de lucha aislados que acabarán agotándola, o agarrotada en los obreros que se niegan a dejarse arrastrar en las aventuras de la CGT.

¿Qué lecciones para la clase obrera?

Mientras las huelgas, dos meses después de iniciarse el movimiento en los hospitales, prosiguen todavía en Francia en diferentes sectores, lo cual pone bien de relieve las enormes reservas de combatividad que se han ido acumulando en las filas obreras, los revolucionarios pueden ya ir sacando de ellas una serle de enseñanzas para toda su clase.

En primer lugar, es de suma importancia poner de relieve la capacidad de la burguesía para actuar de modo preventivo y, más en particular, para provocar el desencadenamiento de movimientos sociales de manera prematura cuando no hay todavía en la mayoría del proletariado una madurez suficiente que permita desembocar en una auténtica movilización. Esta táctica ya la ha empleado en el pasado la clase dominante, en especial en situaciones en las que los retos eran mucho más cruciales que los de estos momentos. EI ejemplo más revelador nos lo ofrece lo ocurrido en Berlín en enero de 1919 cuando, tras una provocación deliberada del gobierno socialdemócrata, los obreros de dicha capital se sublevaron mientras que los de provincias no estaban todavía listos para lanzarse a la insurrección. La matanza de proletarios así como los asesinatos de los dos principales dirigentes del Partido comunista de Alemania, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, consecuencia de aquello, fueron un golpe fatal para la Revolución en Alemania, en donde, más tarde, la clase obrera fue derrotada paquete a paquete.

Hoy y en los años venideros, esa táctica que consiste en tomar la delantera para luego derrotar a los obreros puñado a puñado será empleada sistemáticamente por la burguesía ahora que la generalización de los ataques económicos del capital exige una respuesta cada vez más global y unida por parte de la clase obrera. La imperiosa necesidad de unificar las luchas, sentida por la clase obrera de manera creciente se tendrá que enfrentar a una multitud de maniobras que exigirán un reparto de tareas entre todas las fuerzas de la burguesía, y en especial la de izquierdas, los sindicatos y las organizaciones de su extrema izquierda, para así dividir a la clase obrera y desperdigar su combate. Lo que los acontecimientos recientes de Francia nos confirman es que entre las armas mas peligrosas que la burguesía usa en esa política hay que contar con las «coordinadoras» cuyo uso será cada día mas frecuente a medida que vaya creciendo el desprestigio de los sindicatos y la voluntad obrera de tomar el control de sus propias luchas.

Frente a las maniobras de la burguesía por controlar las luchas obreras mediante las «coordinadoras» de marras, la clase obrera debe entender que su verdadera fuerza no está en esos pretendidos órganos de «centralización», sino, en primer lugar, en sus asambleas generales en la base. La centralización del combate es un factor importante de su fuerza, pero una centralización precipitada, cuando en la base no hay todavía un nivel suficiente de control de la lucha por el conjunto de los trabajadores, cuando no se manifiestan tendencias significativas hacia la extensión, no puede sino desembocar en el control del movimiento por fuerzas de la burguesía (y en particular las organizaciones izquierdistas) y en el aislamiento, o sea, en dos factores de derrota. La experiencia histórica demuestra que cuanto más alto se va en la pirámide de órganos creados por la clase obrera para centralizar su combate, tanto más lejos queda el nivel en el que el conjunto de los obreros puede estar implicado directamente en ese combate, tanto más fácil lo tienen las fuerzas de izquierda de la burguesía para establecer su control y desarrollar sus maniobras. Esta realidad ha podido verificarse incluso en períodos revolucionarios. En Rusia, durante la mayor parte del año 1917, el Comité ejecutivo de los soviets estuvo bajo control de los mencheviques y socialistas-revolucionarios, lo que indujo a los bolcheviques durante todo un período a insistir para que los soviets locales no se sintieran comprometidos por la política llevada por aquel órgano de centralización. En Alemania, igualmente, en noviembre de 1918, el Congreso de los Consejos Obreros no tuvo mejor idea que dejar todo el poder en manos de los socialdemócratas, o sea en manos de un partido pasado a la burguesía, pronunciando así su propia defunción como tales consejos.

La burguesía ha comprendido perfectamente esa realidad. Así que va a propiciar sistemáticamente la aparición de órganos de «centralización» que podrá controlar fácilmente si faltan la experiencia y la madurez suficientes en la clase obrera. Y para mayores garantías, se los va a fabricar de antemano cuando le sea posible, mediante sus fuerzas izquierdistas muy especialmente, para después darse una «legitimidad» por medio de asambleas generales, lo cual impedirá que estas puedan crear por sí mismas auténticos órganos de centralización, o sea, comités de huelga elegidos y revocables a nivel de empresas, comités centrales de huelga a nivel de ciudad, de región, etc.

Las recientes luchas en Francia, pero también en otros países de Europa, han sido la prueba de que, por mucho que digan los consejistas-obreristas que aún circulan por ahí, a los que se les cae la baba ante las «coordinadoras», la clase obrera no ha alcanzado todavía la madurez suficiente que le permita crear órganos de centralización de sus luchas a escala de todo un país tal como lo pretenden hacer las «coordinadoras». La clase obrera no encontrará atajos milagrosos; estará obligada a desmontar durante largo tiempo todavía todas las trampas y obstáculos que la burguesía va colocando en su camino. Y, en particular, tendrá que seguir aprendiendo cómo extender sus luchas, cómo ejercer un verdadero control sobre ellas mediante asambleas generales en los lugares de trabajo. El camino del proletariado es largo todavía, pero otro camino no hay.

FM - 22/11/88


[1] Ver Acción Proletaria, nº 72.

[2] Ver Révolution Internationale, nº 153.

[3] Ver Révolution Internationale, nº 168 y 169.

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