Contra las mistificaciones del Foro social europeo - Solo otro mundo es posible: el comunismo

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Entre el 12 y el 15 de noviembre, se desarrolló en París el “Foro social europeo”, una especie de filial europea del Foro social mundial que desde hace varios años tiene lugar en Porto Alegre, Brasil (el FSE de 2002 fue en Florencia, Italia, y el de 2004 será en Londres). El acontecimiento ha tenido una amplitud considerable. Unos 40 000 participantes, según los organizadores, llegados de todos los países de Europa, desde Portugal hasta los países del Europa central; un programa de casi 600 seminarios y talleres en locales de lo más variado (teatros, ayuntamientos, prestigiosos edificios del Estado) repartidos en cuatro lugares en torno a París; y para concluir, una gran manifestación con 60 a 100 000 personas por las calles de Paris, con los impenitentes estalinistas de Rifondazione comunista de Italia delante y los anarquistas de la CNT atrás.

Con menos cartel en los media, hubo otros dos “foros europeos” en el mismo período: uno para los diputados y otro para los europeos. Y por si tres “foros” no fueran suficientes, lo anarquistas organizaron un “Foro Social Libertario” en las afueras de París, simultáneo con el FSE y presentado abiertamente como “alternativa” a éste.

“Otro mundo es posible”. Este era uno de los grandes lemas del FSE. No cabe ninguna duda de que muchos de los manifestantes del 15 de noviembre, especialmente quizás entre los jóvenes que empiezan a politizarse, existe una verdadera y acuciante necesidad de luchar contra el capitalismo y por “otro mundo” diferente del mundo en que vivimos hoy con su miseria sin fin y sus guerras tan horribles como interminables. Sin duda, algunos se habrán sentido inspirados por esa gran reunión unitaria. El problema es saber no solo que “otro mundo es posible” –y necesario– sino también, y sobre todo, de qué otro mundo se trata y cómo se logrará edificarlo.

Es difícil imaginarse cómo podría el FSE dar una respuesta a esas preguntas. En vista de la cantidad y variedad de organizaciones participantes (sindicatos de ejecutivos y de “jóvenes dirigentes”, organizaciones cristianas, trotskistas tipo LCR y SWP, estalinistas del PCF, hasta los anarquistas de “Alternative libertaire”), mal puede uno imaginarse cómo iba a salir de ahí una respuesta coherente, incluso una respuesta a secas. Todos tenían algo que decir, de ahí la gran variedad de temas en las hojas volantes, en los debates, en los eslóganes. En cambio, cuando se miran de cerca las ideas surgidas del FSE, en el plano precisamente de los grandes temas, se da uno cuenta de que, primero, de nuevas no tienen nada y, segundo, de “anticapitalistas” menos todavía.

La fuerte movilización en torno al FSE, la propuesta por otras tantas fracciones de la izquierda y de la extrema izquierda de una multitud de temas del ámbito “altermundialista”, decidieron a la CCI llevar a cabo una intervención, en función de sus fuerzas pero determinada, en esas reuniones. A sabiendas de que los pretendidos “debates” del FSE ya estaban amañados de antemano (lo cual nos fue confirmado por algunos participantes), nuestros militantes, procedentes de varios países de Europa, favorecieron la venta de nuestra prensa, editada en gran parte de lenguas europeas, y la participación en discusiones informales en torno al acontecimiento. También estuvimos en el FSL para defender, en los debates, la perspectiva comunista contra la del anarquismo.

¿Un mundo librado del comercio y del tráfico?

“El mundo no está en venta” es el eslogan de moda, con varias versiones para cuando hay que ser “realista”: “la cultura no está en venta” para artistas y eventuales del espectáculo, “la salud no está en venta” para enfermeros y trabajadores de la salud pública o también “la educación no está en venta” cuando se trata del personal docente.

¿A quién no le conmueven tales consignas? ¿Quién estaría dispuesto a vender su salud o la educación de sus hijos?

Pero cuando uno se pone a mirar de cerca la realidad que hay detrás de esos lemas, pronto empieza a olerse la trampa. Para empezar, la propuesta no es acabar con la venta del mundo, sino solo de “limitarla”: “Sacar los servicios sociales de la lógica mercantil”. ¿Y qué quiere decir eso en concreto?. Sabemos perfectamente que mientras exista el capitalismo, habrá que pagarlo todo, incluso los servicios como la salud y la educación. Esas partes de la vida social que los “altermundialistas” pretenden “sacar de la lógica mercantil” son de hecho parte del salario global del obrero, gestionado en general por el Estado. El nivel de salario del obrero, la proporción de la producción que le corresponde a la clase obrera no solo no se puede “sustraer”, ni mucho menos, de la lógica mercantil, sino que es el meollo mismo del problema del mercado y de la explotación capitalista. El capital pagará siempre su mano de obra lo menos posible, o sea, lo que es necesario para reproducir la fuerza de trabajo o la próxima generación de obreros. Ahora que el mundo se hunde en una crisis cada día más profunda, cada capital nacional necesita menos brazos, y a los que necesita debe pagarles menos, si no quiere ser eliminado por sus competidores en el mercado mundial. En tal situación, solo gracias a su propia lucha podrá la clase obrera resistir a las reducciones de salario –por muy “social” que éste sea– y ni mucho menos haciendo llamadas al Estado capitalista para que “sustraiga” los salarios de las leyes del mercado, de lo cual sería totalmente incapaz, incluso si, por no se sabe qué locura, le dieran ganas de hacerlo.

En la sociedad capitalista, el proletariado puede, en el mejor de los casos, imponer mediante sus luchas un reparto del producto social más favorable para él, reduciendo la plusvalía extraída por la clase capitalista a favor del capital variable, el salario. Pero eso, en el contexto actual, exige en primer lugar un alto nivel en las luchas (como hemos podido comprobar con la derrota de las luchas de mayo de 2003 en Francia tras el chaparrón de ataques contra el salario social) y, segundo, las ganancias no podrán ser sino temporales (como pudo comprobarse tras el movimiento de 1968 en Francia)

No, esa idea de que “el mundo” no está en venta es una miserable patraña. Lo propio del Capital es que todo se vende y eso el movimiento obrero lo sabe desde 1848; “[la burguesía] ha reducido la dignidad personal al valor de cambio, situando, en lugar de las incontables libertades estatuidas y bien conquistadas esa única y desalmada libertad de comercio (…) La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades que hasta el presente eran venerables y se contemplaban con piadoso respeto. Ha convertido en sus obreros asalariados al médico, al jurista, al cura, al poeta y al hombre de ciencia”. Así se expresaron Marx y Engels en el Manifiesto comunista: bien se ve hasta qué punto sus análisis de entonces siguen vigentes.

¿Un comercio equitativo?

“¡Comercio equitativo, no al librecambio!”, ése es otro gran tema del FSE, con el decorado de pequeños campesinos franceses y sus productos “naturales”. Y, en efecto, ¿quién no va a conmoverse con la esperanza de ver a los campesinos y artesanos del Tercer mundo vivir decentemente del fruto de su trabajo? ¿Quién no va a querer parar de una vez la apisonadora del agrobusiness que expulsa a los campesinos de sus tierras para que se amontonen por millones en villas miseria de México o Calcuta?

Aquí también, sin embargo, los buenos sentimientos son el peor guía.

Para empezar, el movimiento del “comercio equitativo” no es nada nuevo. Las asociaciones de las llamadas obras de caridad (como la inglesa Oxfam, presente, claro está, en el FSE) practican el “comercio equitativo” vendiendo artesanías en sus tiendas de beneficencia desde hace más de 40 años, lo cual no ha impedido que se hundan en la miseria millones de millones de seres humanos en África, Asia, Latinoamérica…

Además, esa consigna en boca de los altermundialistas es doblemente hipócrita. José Bové, por ejemplo, presidente del sindicato francés Confederación Campesina, podrá hacer de superestrella de la altermundialización echando pestes contra el agrobusiness y el malvado McDonald. Eso no impide a los militantes de ese sindicato manifestar para exigir que se mantengan las subvenciones de la PAC europea ([1]). La PAC, al bajar artificialmente los precios de los productos franceses, es precisamente uno de los medios principales que mantienen la desigualdad en el comercio a favor de unos y en detrimento, claro está, de otros. Igual que para los sindicalistas que se manifestaron en 1998 en Seattle durante la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC), para los cuales “comercio equitativo” significaba imponer aranceles a la importación de acero “extranjero” producido más barato por obreros de otros países. Al fin y al cabo, cuando se empieza a hacer comercio equitativo se acaba siempre en guerra comercial.

Hablar de “equidad” en el capitalismo es de todas una engañifa. Como lo dijo Engels ya en 1881([2]) en un artículo en el que criticaba la noción de “salario equitativo”: “La equidad de la economía política, por el hecho de que es la economía la que dicta las leyes que regentan la sociedad actual, esa equidad siempre está del mismo lado, el lado del capital”.

El colmo de la engañifa de ese cuento del “comercio equitativo” es la idea de que las presencia de manifestantes “altermundialistas” en Seattle o Cancún, cuando la cumbre de la OMC, habría dado “ánimos” a los negociadores de los países del Tercer mundo para resistir a las exigencias de los “países ricos”. No vamos a extendernos aquí sobre el hecho de que la cumbre de Cancún acabó en fracaso total para los países más débiles, pues los europeos no van a desmantelar la PAC y Estados Unidos va a seguir subvencionando a mansalva su agricultura, contra la penetración en sus mercados de productos más baratos procedentes de los países pobres. Lo más repugnante es que quieran hacer creer que esos dirigentes y burócratas de corbata y cartera del Tercer mundo irían a negociar para defender a los campesinos y a los pobres. Todo lo contrario. Baste un ejemplo: cuando el brasileño Lula denuncia los aranceles impuestos por Estados Unidos para proteger la industria norteamericana de zumos de naranja, no está ni mucho menos pensando en los campesinos pobres sino en las gigantescas plantaciones capitalistas de cítricos en Brasil, donde los obreros se dejan la piel como se la dejan en Florida.

¡No al apoyo al Estado burgués!

El hilo que une todos esos temas es éste: contra los “neoliberales” de las grandes empresas “transnacionales” (las malvadas “multinacionales” denunciadas en los años 70), se nos propone que tengamos confianza en el Estado, más todavía, que lo fortalezcamos. Los “altermundialistas” pretenden que serían las empresas las que habrían “confiscado” el poder de un Estado “democrático” para imponer su ley “mercantil” al mundo, de modo que el objetivo de la “resistencia ciudadana” debe ser recuperar el poder del Estado y de los “servicios públicos”.

¡Menudo embuste! Nunca antes había estado tan presente el Estado en la economía, Estados Unidos incluidos. Es el Estado el que regula los intercambios mundiales, fijando los tipos de interés, barreras aduaneras, etc. Ya es por sí solo un actor ineludible de la economía nacional, con un gasto público que alcanza el 30-50% del PIB según los países, y con déficits presupuestarios cada vez mayores. Cuando los obreros se empeñan de verdad en defender sus condiciones de vida ¿con quién se topan primero en su camino si no es con las policías del Estado? Exigir, como lo hacen los altermundialistas, el fortalecimiento del Estado para protegernos de los capitalistas es una patraña monumental: el Estado burgués está para defender a la burguesía contra los obreros, y no lo contrario ([3]).

No es por nada si ese llamamiento a apoyar el Estado, y en especial a sus fracciones de izquierda presentadas como los mejores defensores de la “sociedad civil” contra el “neoliberalismo”, procede del FSE. Como dice un refrán inglés: “he who pays the piper calls the tune” (solicita la canción quien paga al músico). Y es en efecto de lo más instructivo fijarse en quién ha financiado el FSE hasta la cantidad de 3,7 millones de euros:
– Primero, los Consejos generales de los departamentos de Seine-Saint-Denis, Val-de-Marne y Essonne contribuyeron con más de 600 000 euros, a la vez que el ayuntamiento de Saint-Denis largó 570 000 euros ya él solo ([4]). El Partido “comunista” francés, esa pandilla de redomados canallas estalinistas, intenta fabricarse una virginidad política después de haber sido el cómplice de los peores crímenes cometidos por el Estado estalinista en Rusia y haber sido el especialista en sabotajes de luchas obreras desde hace décadas.
– El Partido socialista francés, sumamente desprestigiado tras sus ataques antiobreros durante su último paso por el gobierno, y es cierto que los asistentes al FSE no se privaron de burlarse de Laurent Fabius (conocido dirigente del PSF) cuando se atrevió a acudir a algunos debates. Podría uno imaginarse que el PSF vería con malos ojos al FSE ¡Ni mucho menos! El ayuntamiento de París (gobernado por el PSF) ¡pagó 1 millón de euros para los gastos del FSE!
– ¿Y el gobierno francés? Un gobierno de derechas, neoliberal a matar, denunciado por todas las paredes y carteles, en artículos de toda la izquierda reunida, desde los anarquistas hasta los estalinistas, ¿se sintió molesto al comprobar que acudía tanta gente a ese Foro? Al contrario: por orden personal del presidente Chirac el ministerio de Exteriores desembolsó 500 000 euros para cualquier gasto.

¡Quien paga se aprovecha! Ha sido toda la burguesía francesa, de derechas como de izquierdas, la que ha financiado con liberalidad el FSE, la que le ha prestado sus locales. Y será toda la burguesía, de derechas como de izquierdas, la que piensa sacar tajada del éxito innegable del FSE, sobre todo en dos planos:

  • Primero, el FSE ha sido un medio para la izquierda del aparato político estatal de mudarse de piel, tras el desprestigio debido a los años en el gobierno arreando golpe tras golpe a las condiciones de vida de la clase obrera y asumiendo la responsabilidad de la política imperialista del capitalismo francés. Al ya no estar de moda los partidos políticos, a causa de la gran desconfianza que provocan, ahora se maquillan en “asociaciones” para darse aires más “ciudadanos”, más “democráticos”, más “de red”: para el PCF, su Espace-Karl-Marx, para el PSF sus fundaciones Léo-Lagrange y Jean-Jaurès. Hay que decir que no sólo a la izquierda le interesa que se olviden sus atropellos pasados, eso lo reconoce todo el mundo. Toda la burguesía está interesada en que el frente social no esté desguarnecido y que las luchas obreras, y más generalmente que la aversión y los cuestionamientos que provoca la sociedad capitalista sean desviados hacia las viejas recetas reformistas cerrando el camino hacia una conciencia de la necesidad de derrocarla y acabar con las calamidades que genera.
  • Segundo, la burguesía francesa entera tiene el mayor interés en que se extienda y se refuerce el ambiente netamente antiamericano del FSE. Las destrucciones de las dos guerras mundiales, las terribles pérdidas humanas y además, y sobre todo, el resurgir de la lucha de clases y el fin de la contrarrevolución después de 1968, todo ello ha contribuido en desprestigiar el nacionalismo que la burguesía utilizó para meter a la población en la escabechina de 1914 y, después, la de 1939. Ahora que, aun no existiendo un “bloque europeo” y menos todavía una “nación europea” en los que enraizar un patriotismo “europeo” belicoso, las burguesías de algunos países europeos, especialmente la francesa y la alemana, tienen el mayor interés en jalear el sentimiento antiamericano, más difusamente “proeuropeo”, con el fin de presentar la defensa de sus propios intereses imperialistas contra el imperialismo americano como si fuera la defensa de una visión del mundo “diferente”, incluso “altermundialista” si cabe. De igual modo, el apoyo altermundialista a la prohibición de importar OGMs norteamericanos, presentada como medida “ecológica” y “de defensa de la salud pública”, no es sino un episodio más de la guerra económica para dar tiempo a la investigación francesa para alcanzar a EE.UU. en ese ámbito ([5]).

La gente del marketing moderno ya no intentan vendernos directamente los productos, sino que usan un método más sutil y eficaz: venden “una visión del mundo” a la que adosan los productos que la simbolizarían. Los organizadores del FSE lo han hecho exactamente igual: nos proponen una “visión del mundo” irreal, en la que el capitalismo ya no sería el capitalismo, en la que las naciones ya no serían imperialistas, en donde se puede construir “otro mundo” sin hacer ninguna revolución internacional comunista. Y en nombre de esa “visión” nos quieren vender una serie de viejos productos adulterados que son los partidos pretendidamente “socialistas” y “comunistas”, disfrazados para la ocasión en “redes ciudadanas”.

Teniendo en cuenta que ha sido la burguesía francesa la que, en esta ocasión, ha entregado los fondos, es lógico que sean sus partidos políticos los que saquen la primera tajada del FSE. No hay que creer, sin embargo, que el tinglado lo ha montado la burguesía francesa sola, ni mucho menos. De hecho, ese esfuerzo por dar nuevo prestigio a su ala izquierda, mediante los “foros sociales” favorece ampliamente a toda la burguesía mundial.

¿”Otro mundo” libertario?

El “Foro social libertario” se presentaba deliberadamente como alternativa al Foro más “oficial” organizado por los grandes partidos burgueses. Podemos preguntarnos hasta qué punto la oposición entre ambos foros era real: al menos uno de los grupos principales que organizaron el FSL (Alternative libertaire) participó también activamente en el FSE, y además la manifestación organizada por el FSL se unió, tras un corto recorrido “independiente”, a la del foro mayor, el FSE.

No vamos a tratar aquí exhaustivamente lo que se dijo en el FSL. Veremos solo algunos temas principales.

Empecemos por el “debate” sobre los “espacios autogestionados” (squatts –okupas–, comunas, redes de intercambio de servicios, cafés “alternativos”, etc.). Si ponemos “debate” entre comillas, es porque los animadores lo hicieron todo por limitarlo a unas cuantas reseñas descriptivas de sus “espacios” respectivos, evitando toda evaluación crítica incluso las procedentes del campo anarquista. Nos dimos pronto cuenta que eso de la “autogestión” es algo muy relativo: un participante inglés explicó que tuvieron que comprar su “espacio”… por la bonita cantidad de 350 000 libras (unos 500 000 euros); otro cuenta la creación de un “espacio”… en Internet, que como todo el mundo sabe es una creación del DARPA ([6]) estadounidense.

Más revelador todavía es el programa de acción de los diferentes “espacios” descritos: farmacia gratuita y “alternativa” (herboristería), servicios de consejo jurídico, café, intercambio de servicios. O sea, el pequeño comercio asociado a servicios sociales abandonados por un Estado que hace recortes en los presupuestos. O sea, el no va más del radicalismo anarquista es suplir los servicios del Estado haciendo del trabajo de éste, pero gratis.

Un debate sobre la gratuidad de los servicios públicos puso de relieve la vacuidad del anarquismo oficial y bienpensante. Pretenden que los “servicios públicos” pueden significar una oposición a la sociedad mercantil, respondiendo gratuitamente a las necesidades de la población –de manera “autogestionada, eso sí– con comités de consumidores, de las colectividades locales, y de los productores. Eso se parece como dos gotas de agua a los “comités de barrio” instalados hoy por el Estado francés para los habitantes de las barriadas de las afueras de París. Todo se plantea como si pudiera introducirse una oposición institucional a la sociedad capitalista, incluso dentro de ella, instaurando, por ejemplo, la gratuidad de los transportes.

Otra característica del anarquismo, muy clara en todos los debates del FSL, es su visión profundamente elitista y educacionista. El anarquismo ni se imagina que “otro mundo” pudiera surgir de las entrañas mismas de las contradicciones del mundo actual. El paso del mundo actual al del futuro y “otro” solo podrá pues hacerse mediante “el ejemplo” dado por los “espacios autogestionados”, mediante una acción educativa sobre los quebrantos del “productivismo” actual. Pero, como lo decía ya Marx hace más de un siglo, si una nueva sociedad debe aparecer gracias a la educación del pueblo, lo que se plantea es saber quién va a educar a los educadores. Pues quienes se pretenden educadores están también ellos formados en y por la sociedad en la que vivimos, y sus ideas de “otro mundo” permanecen en realidad sólidamente amarradas al mundo actual.

En efecto, ambos foros “sociales” no nos sirvieron, a modo de ideas nuevas y revolucionarias, sino viejas ideas que ya revelaron hace mucho tiempo su inadecuación cuando no su carácter claramente contrarrevolucionario.

Los “espacios autogestionados” recuerdan así las empresas cooperativas del siglo XIX, por no hablar de todos los “colectivos obreros” de tiempos más recientes (desde Lip en Francia a Triumph en Gran Bretaña), los cuales o quebraron o permanecieron cual simples empresas capitalistas, precisamente porque deben producir y vender en la economía mercantil capitalista. Recuerdan también todos los intentos “comunitarios” de los años 70 (squats, comités de barrio, escuelas “libres”) que se integraron en el Estado burgués como servicios sociales o educativos.

Todas las ideas de una transformación radical introducidas a través de la “gratuidad” de los servicios públicos recuerdan el reformismo gradualista que ya era un señuelo en el movimiento obrero de 1900 y que quebró definitivamente en la carnicería de 1914 poniéndose del lado de su Estado para defender lo “adquirido”, contra el imperialismo “invasor”. Esas ideas recuerdan la instauración del “Estado del Bienestar” por la burguesía tras la Segunda Guerra mundial para así racionalizar la fuerza de trabajo y mistificarla (en especial dando así “la prueba” de que los millones de muertos habían servido para algo).

Nuestro mundo es portador de un mundo nuevo

Es totalmente inevitable, en el capitalismo como en toda sociedad de clases, que las ideas dominantes de la sociedad sean las de la clase dominante. Si es posible comprender la necesidad y la posibilidad material de una revolución comunista, solo es porque en la sociedad capitalista existe una clase social que encarna ese porvenir revolucionario: la clase obrera. En cambio, si intentamos simplemente “imaginar” lo que podría ser una sociedad “mejor”, basándonos en nuestros deseos e imaginaciones actuales tal como se han formado en y por la sociedad capitalista (y con el modelo de nuestros “educadores” anarquistas), lo único que podemos hacer es “reinventar” el mundo capitalista actual, cayendo ya sea en el sueño reaccionario del pequeño productor que no ve más allá de su “espacio autogestionado”, ya sea en el delirio megalo-monstruoso de un Estado mundial y benefactor al estilo de George Monbiot ([7]).

Para el marxismo, al contrario, se trata de descubrir en el seno mismo del mundo capitalista de hoy las premisas del mundo nuevo que la revolución comunista debe hacer surgir, eso si la humanidad no acaba perdiéndose. Como lo decía el Manifiesto comunista en 1848: “Las tesis de los comunistas no se basan ni mucho menos en ideas, principios inventados o descubiertos por este o aquel reformador del mundo.

Sólo son la expresión general de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está realizando ante nosotros” ([8]).

Podemos distinguir tres elementos importantes, íntimamente relacionados, en ese “movimiento histórico que se está realizando ante nosotros”.

El primero es la transformación, ya realizada por el capitalismo del proceso productivo de toda la especie humana. El menor objeto de uso cotidiano ya no es obra de un artesano que se basta a sí mismo o de una producción local, sino del trabajo común de miles, cuando no decenas de miles de mujeres y hombres que participan en una red que cubre el planeta entero. Librada por la revolución comunista mundial de las trabas que le imponen las relaciones capitalistas mercantiles de producción y de apropiación privada de sus frutos, esa destrucción de todos los particularismos locales, regionales y nacionales, será la base para constitución de una sola sociedad comunidad humana a escala planetaria. A medida que se va realizando la transformación social y la afirmación de todos los aspectos de la vida social de esta comunidad mundial, desaparecerán también las distinciones (arteramente cultivadas hoy por la burguesía como un medio para dividir a la clase obrera) entre etnias, pueblos, naciones. Podemos imaginarnos que las poblaciones y las lenguas se mezclarán hasta el día en que dejará de haber europeos, africanos o asiáticos (menos todavía bretones, vascos o catalanes), sino una sola especie humana cuya producción intelectual y artística se expresará en una lengua comprensible por todos, mucho más rica, precisa y armoniosa que las lenguas en las que hoy se expresa la cultura limitada y cada día más deteriorada de hoy ([9]).

El segundo factor de primera importancia, indisociable del anterior, es la existencia en el seno de la sociedad capitalista de una clase que encarna, y que expresa en el grado más alto, esa realidad del proceso productivo unificado e internacional. Esa clase es el proletariado internacional. El obrero, sea siderúrgico norteamericano, desempleado inglés, empleado de banca francés, mecánico alemán, programador indio o albañil chino, todos ellos tienen algo en común: estar explotados cada día más duramente por la clase capitalista y no poder quitarse de encima esa explotación si no es derribando el orden capitalista mismo.

Hay que señalar dos aspectos de la propia naturaleza de la clase obrera:

  • Primero, contrariamente a los campesinos o pequeños artesanos, el proletariado fue creado por el capitalismo y éste no puede deshacerse de él. El capitalismo trituró al campesinado y a los artesanos, los ha ido reduciendo al estado de proletarios, o más bien al estado de desempleados en el período de decadencia. Mientras exista el capitalismo existirá el proletariado. Y mientras exista el proletariado llevará en sí el proyecto revolucionario comunista de derrocamiento del orden capitalista y de construcción de otro mundo.
  • Otra característica fundamental de la clase obrera es la mezcla y el movimiento de poblaciones para las necesidades de la producción capitalista. “Los obreros no tienen patria “ como decía el Manifiesto, no sólo porque no poseen propiedades sino porque están siempre a la merced del capital y de sus necesidades de mano de obra. La clase obrera es por naturaleza una clase de inmigrados. Y basta para convencerse observar la población de cualquier ciudad de los países industrializados: en ellas se cruzan hombres y mujeres llegados del mundo entero. Pero también es así en los países subdesarrollados: en Costa de Marfil muchos obreros agrícolas son burquinabes, en Sudáfrica los mineros proceden de Zimbabwe o de Botswana como de otras partes de toda Sudáfrica, en el golfo Pérsico los obreros son palestinos, indios, filipinos, en Indonesia hay en las fábricas obreros extranjeros por millones. Esta existencia real de la clase obrera –que prefigura la mezcla de poblaciones mencionada antes– muestra la futilidad de ese ideal que tanto aprecian los anarquistas y demás demócratas de defensa de una “comunidad” local o regional. Por poner un ejemplo, ¿qué puede ofrecer el nacionalismo escocés a la clase obrera en Escocia, compuesta como está en una parte importante por inmigrados asiáticos? Nada, evidentemente. La única comunidad real que podrán un día alcanzar los obreros que han sido o serán arrancados de sus raíces, es la planetaria que podrán construir después de la revolución.

El tercer factor que vamos a exponer aquí lo describe bien la estadística: en todas las sociedades de clase que precedieron el capitalismo, el 95 % de la población, más o menos, trabajaba la tierra el excedente en alimentos que producía bastaba lo justo para alimentar al 5% restante (señores y religiosos, pero también artesanos, mercaderes, etc.). Hoy, esa proporción es la contraria. Y, en los países más desarrollados, una parte cada vez más baja de la población está directamente involucrada en la producción de bienes materiales. Es decir que, potencialmente, a nivel de las capacidades físicas del proceso productivo, la humanidad ha alcanzado un estadio de abundancia prácticamente sin límites.

Ya ahora en el capitalismo, las capacidades productivas de la especie humana han creado una situación cualitativamente nueva en relación con toda la historia precedente: mientras que, antaño, la penuria que sufría la mayor parte la población, por no hablar de los períodos de hambrunas, se debía sobre todo a los límites naturales de la producción (nivel bajo de productividad de los suelos, malas cosechas, etc.), en el capitalismo, en cambio, la única causa de la penuria son las propias relaciones de producción capitalista. La crisis que echa a los obreros a la calle no es causada por la insuficiencia de producción, sino que es, al contrario, el resultado directo de que lo producido no puede ser vendido ([10]). Es más, en los países llamados “adelantados”, una parte cada día mayor de la actividad económica no tiene la menor utilidad fuera del sistema capitalista mismo: la especulación financiera y bursátil de todo tipo, los presupuestos militares, los objetos de moda, los productos “con caducidad incorporada” con el único fin de sustituirlos, la publicidad, etc. Si se mira más lejos, es evidente que el uso de los recursos naturales terrestres está dominado por un funcionamiento cada día más irracional –salvo desde el enfoque de la rentabilidad capitalista– de la economía: migración cotidiana de varias horas para millones de seres humanos para acudir a su trabajo, transporte de mercancías por carretera en lugar de la vía férrea para responder a los imprevistos de una producción anárquica, por ejemplo. En resumen, hay un vuelco completo en la relación entre la cantidad de tiempo para producir lo estrictamente necesario (comer, vestirse, alojarse) y el tiempo para producir “más allá de lo necesario”, valga la expresión ([11]).

Nacimiento de una comunidad planetaria

En nuestras intervenciones –manifestaciones, lugares de trabajo, ventas públicas– nos vemos a menudo confrontados a la pregunta: “bueno, ya que decís que el comunismo no ha existido nunca ¿qué es entonces?” En tales situaciones, intentando dar una respuesta a la vez rápida y global, solemos contestar: “el comunismo es un mundo sin clases, sin naciones y sin dinero”. Por muy resumida que sea (y, en cierto modo, en negativo: “sin”), esa definición contiene, sin embargo, características fundamentales de una sociedad comunista:

  • Será sin clases, pues el proletariado no podrá liberarse si se convierte en una nueva clase explotadora; la reaparición de una clase explotadora tras la revolución significaría, en realidad, derrota de la revolución y mantenimiento de la explotación ([12]). La desaparición de las clases es el resultado natural del propio interés de la clase obrera victoriosa por emanciparse. Uno de los primeros objetivos de ésta será reducir el tiempo de trabajo, integrando en el proceso productivo a los desempleados, a las masas sin trabajo en el Tercer Mundo, pero también de la pequeña burguesía, el campesinado e incluso a miembros de la burguesía depuesta.
  • Será sin naciones, porque el proceso productivo ha superado ya con creces el marco nacional y ha hecho de la nación algo caduco como marco organizativo de la sociedad humana. El capitalismo, al haber creado la primera sociedad humana a escala planetaria, superó ya el marco nacional en el que había nacido. Del mismo modo que la revolución burguesa destruyó todos los particularismos y fronteras feudales (concesiones, aranceles, fueros de una ciudad o región), la revolución proletaria pondrá fin a la última división de la sociedad humana en naciones.
  • Será sin dinero, pues la noción de intercambio ya no tendrá sentido en el comunismo por el hecho de que la abundancia permitirá que se satisfagan las necesidades de todos los miembros de la sociedad. El capitalismo creó la primera sociedad humana en la que el intercambio de mercancías se ha hecho general para todo tipo de producción (mientras que en las sociedades anteriores, el intercambio prácticamente sólo lo era de productos de lujo, así como una serie muy limitada de productos que no podían fabricarse in situ, como la sal, por ejemplo). Pero hoy está estrangulado por la imposibilidad de dar salida mercantil a todo lo que es capaz de producir. El propio hecho de comprar y de vender se ha convertido en traba para la producción. Con el capitalismo desaparecerá la noción misma de mercancía, incluida la primera mercancía entre todas: la fuerza de trabajo asalariada.

Esos tres principios chocan directamente contra los lugares comunes que difunde toda la ideología de la sociedad burguesa, según la cual la “naturaleza humana” sería codiciosa y violenta, la cual determinaría para siempre las divisiones entre explotadores y explotados, o entre naciones. Semejante idea de la “naturaleza humana” le viene pintiparada, claro está, a la clase dominante, pues justifica su dominación de clase e impide a la clase obrera identificar claramente al verdadero responsable de la miseria y de las matanzas que abruman hoy a la humanidad. No tiene, sin embargo, nada que ver con la realidad: contrariamente a las demás especies animales, cuya “naturaleza” (es decir el comportamiento) está determinado por su entorno natural, la “naturaleza humana” se ha ido determinando, cada vez más a medida que su dominio de la naturaleza ha ido avanzando, no por su entorno natural sino por su entorno social.

Relaciones transformadas entre el hombre y la naturaleza

Los tres factores mencionados antes no son sino un esbozo muy sucinto. Sin embargo tienen grandes repercusiones en la sociedad comunista del futuro.

Los marxistas siempre han resistido a la tentación de elaborar “recetas para el mañana”, primero porque será el movimiento real de las grandes masas de la humanidad el que creará el comunismo y, segundo, porque podemos imaginar lo que será una sociedad comunista con menos precisión todavía que un campesino del siglo XI podía imaginarse el mundo capitalista. Esto no nos quita, sin embargo, de poder despejar (muy sumariamente) algunas grandes líneas resultantes de lo que acabamos de decir.

El cambio más radical se deberá probablemente a la desaparición de la contradicción entre ser humano y trabajo. La sociedad capitalista ha llevado a su punto más elevado la contradicción –que siempre existió en las sociedades de clase– entre trabajo, o sea la actividad que se ejerce obligado, y el ocio, es decir el tiempo en que uno es libre (de manera muy limitada) de escoger su actividad ([13]). La obligación se debe, por un lado, a la penuria impuesta por los límites de la productividad del trabajo y, por otro, por la parte del fruto del trabajo que es acaparada por la clase explotadora. En el comunismo esa coerción ya no existirá: por primera vez en la historia, el ser humano podrá producir en toda libertad, y la producción estará enteramente centrada en la satisfacción de las necesidades humanas. Podría considerarse la posibilidad de que las palabras “trabajo” y “ocio” desaparecerán del lenguaje, puesto que ninguna actividad será emprendida por coerción. La decisión de producir o no producir algo dependerá no sólo de la utilidad de la cosa en sí, sino del grado de placer o interés que podrá aportar el proceso mismo de producción.

La idea misma de la “satisfacción de las necesidades” cambiará. Las necesidades de base (alimentarse, vestirse, protegerse, tomadas en su sentido más elemental) ocuparán un lugar cada vez menos importante en proporción, mientras que se irán afirmando cada día más las necesidades determinadas por la evolución social de la especie. Se pondrá así fin a la distinción entre trabajo “artístico” y el que no lo es. El capitalismo es la sociedad que ha llevado más lejos la distinción entre “el arte” y lo que “no es arte”. La inmensa mayoría de los artistas de la historia quedó anónima, sólo con el auge del capitalismo el artista empieza a firmar su obra y el arte empieza a ser una actividad específica separada de la producción cotidiana. Hoy esa tendencia ha llegado a su paroxismo, con una separación prácticamente total entre las “bellas artes” por un lado (incomprensibles para la gran mayoría de la población y reservadas a una minoría intelectual) y la producción artística industrializada en la publicidad y la “cultura pop” por otro, ambas, de todos modos, reservadas para el “ocio”. Todo esto no es más que el fruto de la contradicción en el capitalismo entre el ser humano y su trabajo. Con la desaparición de esa contradicción, desaparecerá también la contradicción entre la producción “útil” y la producción “artística”. La belleza, la satisfacción de los sentidos y del espíritu serán necesidades básicas del ser humano y el proceso productivo deberá tenerlas en cuenta ([14]).

También la educación cambiará totalmente de naturaleza. En cualquier sociedad, la meta de la educación de los jóvenes es permitirles que ocupen su lugar en la sociedad adulta. Bajo el capitalismo, “ocupar su sitio en el mundo adulto” quiere decir ocupar su lugar en un sistema de explotación brutal, en el cual quien no sea rentable no encontrará nunca su sitio. El objetivo de la educación (que los altermundialistas nos aseguran que “no está en venta”) es sobre todo dar a las nuevas generaciones capacidades que puedan ser vendidas en el mercado, y, más generalmente en esta época de capitalismo de Estado, hacer de tal modo que la nueva generación sea capaz de reforzar el capital nacional frente a sus competidores en el mercado mundial. Es evidente que el capital no tiene el menor interés en promover un espíritu crítico para con su propia organización social. La educación, en resumen, no tiene otro objetivo que el de someter las jóvenes mentes, meterlas en el molde de la sociedad capitalista y de sus necesidades productivas; no es de extrañar que las escuelas se parezcan cada vez más a fábricas y los profesores a obreros en la cadena.

En el comunismo, al contrario, integrar a un joven en el mundo adulto no podrá hacerse sin el estímulo más profundo posible de todos los sentidos, físicos e intelectuales. En un sistema de producción completamente liberado de las exigencias de la rentabilidad, el mundo adulto se irá abriendo al niño a medida que se desarrollen sus capacidades, y el joven adulto no se verá expuesto a la angustia de dejar la escuela y encontrarse en medio de la competencia desenfrenada del mercado del empleo. Y del mismo modo que no habrá contradicción entre “trabajo” y “ocio”, entre “producción” y “arte”, ya no habrá contradicción entre la escuela y “el mundo del trabajo”. Las palabras “escuela”, “fábrica”, “oficina”, “galería de arte”, “museo” ([15]) desaparecerán o cambiaran de sentido, pues todas las actividades humanas se fundirán en un esfuerzo armonioso de satisfacción y de desarrollo de las necesidades y de las capacidades físicas, intelectuales y sensitivas de la especie.

La responsabilidad del proletariado

Les comunistas no son unos utopistas. Hemos intentado hacer aquí un esbozo muy breve y necesariamente limitado de lo que deberá ser la nueva sociedad humana que surgirá de la sociedad capitalista actual. En ese sentido, el slogan de los altermundialistas “otro mundo es posible” (incluso “otros mundos son posibles”) no es más que pura mistificación. Solo hay otro mundo posible: el comunismo.

Sin embargo, el nacimiento de ese nuevo mundo no es, ni mucho menos, algo indudable. En eso, el capitalismo es como las otras sociedades de clase que lo precedieron, en donde: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, maestros y oficiales, en suma, opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí, librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o por la destrucción de las clases beligerantes” ([16]). Así pues, la revolución comunista, por muy necesaria que sea, no por ello es irrevocable. El paso del capitalismo a un mundo nuevo no podrá evitar la violencia de la revolución proletaria, partera inevitable ([17]). La alternativa, en las condiciones actuales de descomposición avanzada de la sociedad actual, sería no solo la destrucción de las dos clases en lucha, sino la de la humanidad entera. De ahí la inmensa responsabilidad que pesa sobre los hombros de la clase revolucionaria mundial.

Ante la situación de hoy, el desarrollo de la capacidad revolucionaria del proletariado podrá parecer un sueño tan lejano que grande es la tentación de ponerse a “hacer algo ya”, aunque sea junto a esos viejos canallas socialistas y estalinistas, o sea junto al ala izquierda del aparato estatal de la burguesía. Para las minorías revolucionarias, el reformismo no es un mal menor, “a falta de algo mejor”, sino la componenda mortal con el enemigo de clase. El camino hacia la revolución que podrá crear “otro mundo” será largo y difícil, pero es el único que existe.

Jens


[1] Política agrícola común (PAC), enorme y costoso sistema de mantenimiento artificial de los precios pagados a los productores agrícolas europeos, en perjuicio de sus competidores de otros países exportadores.

[2] Ver https://www.marxists.org/archive/marx/works/1881/05/07.htm – artículo escrito en el Labour Standard.

[3] Es particularmente jocoso leer en las páginas de Alternative libertaire, grupo anarquista francés “queremos que sea la manifestación más importante para que se oiga una vez más que no queremos una Europa capitalista y policíaca” (Alternative libertaire n° 123, noviembre 2003), cuando todo el FSE está financiado por el Estado y coquetea con la mistificación del reforzamiento de los Estados europeos para, pretenden, proteger a los “ciudadanos” contra la gran industria. Por lo que parece no son incompatibles el anarquismo y la defensa del Estado…

[4] Todos esos departamentos (provincias) y ciudades están controlados por el Partido comunista francés.

[5] Como decía Bismarck: “Siempre he oído la palabra ‘Europa’ en boca de esos políticos que exigían algo de las demás potencias que no se atrevían a pedir en su nombre propio” (citado en The Economist du 3/1/04).

[6] Defence Advanced Research Projects Agency.

[7] Gran manitú del movimiento altermundialista, autor de un Manifesto for a new world.

[8] Nunca está de más volver a insistir en la fuerza extraordinaria y capacidad de anticipación del Manifiesto comunista, que puso los cimientos para una comprensión científica del movimiento hacia el comunismo. El propio Manifiesto forma parte del esfuerzo del movimiento obrero desde sus inicios, y que prosiguió tras él, para percibir con la mayor profundidad la naturaleza de la revolución hacia la que con todas sus fuerzas se dirigía. Hemos hecho la crónica de esos esfuerzos en nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material”, que hemos publicado en esta Revista.

[9] “El sitio de la antigua autosuficiencia y aislamiento locales y nacionales, se ve ocupado por un tráfico en todas direcciones, por una mutua dependencia general entre las naciones. Y lo mismo que ocurre en la producción material ocurre asimismo en la producción intelectual. Los productos intelectuales de las diversas naciones se convierten en patrimonio común. La parcialidad y limitación nacionales se tornan cada vez más imposibles, y a partir de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal” (el Manifiesto comunista).

[10] “En las crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han vuelto demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben” (el Manifiesto comunista).

[11] No podemos entrar aquí en detalles, digamos simplemente que es una noción que hay que usar con precaución, pues las necesidades “de base” están socialmente determinadas: las necesidades en alojamiento y nutrición de un hombre de Cromagnon y las de un hombre de hoy, por poner un ejemplo, no se satisfacen evidentemente ni de la misma manera ni con las mismas herramientas.

[12] Es la imagen de lo que pasó con la derrota de la revolución rusa de octubre 1917: el que muchos de los nuevos dirigentes (Brezhnev por ejemplo) hubieran sido obreros o hijos de obreros pudo dar crédito a la idea de que una revolución comunista que llevara la clase obrera al poder no haría sino instalar una nueva clase dirigente, “proletaria” o algo así. Es una idea alimentada por todas las fracciones de la burguesía, de derechas como de izquierdas, la de hacer creer que la URSS era “comunista” y que sus dirigentes eran diferentes de lo que en realidad eran: una fracción de la burguesía mundial. La realidad fue que la contrarrevolución estalinista volvió a instalar en el poder a una clase burguesa; el que muchos miembros de esta nueva burguesía procedieran del proletariado o del campesinado no cambia nada como tampoco el que un hijo de obrero llegue a ser patrón de empresa.

[13] Es significativo que la palabra “trabajo” venga de la palabra latina tripalium que designaba un instrumento de tortura.

[14] En el FSL, un anarquista quiso, en plan doctoral, darnos una lección sobre la diferencia entre los marxistas, que privilegiarían el “homo faber” (“el hombre que fabrica”) y los anarquistas que privilegiarían el “homo ludens” (“el hombre que juega”). Por mucho que se diga con expresiones latinas, una estupidez sigue siéndolo igual.

[15] Y, con mayor razón, “cárcel”, “presido”, o “campo de concentración”.

[16] El Manifiesto comunista, in “Burgueses y proletarios”.

[17] Para tener una perspectiva mucho más amplia, ver nuestra serie sobre el comunismo mencionada antes, especialmente la parte publicada en la Revista internacional, n° 70.

 

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