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“Vivimos en un mundo un poco desquiciado. Kosovo, donde se descubren cada día crímenes contra la humanidad; los demás conflictos, menos espectaculares, pero tan portadores de horrores en Africa y Asia; crisis económicas y financieras que estallan repentinamente, imprevistas, destructoras, la miseria que se incrementa en muchas partes del mundo…” (le Monde, 22/06/99). Diez años después de la “guerra fría”, el desmoronamiento del bloque del Este y la desaparición de la URSS, diez años después de las proclamas sobre la “victoria del capitalismo” y las declaraciones entusiastas sobre la apertura de una “era de paz y de prosperidad”, ésa es la conclusión un tanto desencantada, o más bien cínica, pero discreta, de uno de los principales dirigentes de la burguesía, el presidente francés, Jacques Chirac.
Otro político eminente de la burguesía, el ex presidente americano Carter hace el mismo balance sobre la realidad del capitalismo desde 1989. “Cuando se acabó la guerra fría hace 10 años, esperábamos una era de paz. Lo que hemos tenido en lugar de ésta, ha sido una década de guerra” (International Herald Tribune, 17/06/99). La situación del mundo capitalista es catastrófica. La crisis económica echa a millones de seres humanos en la mayor de las miserias. “La mitad de la población mundial vive con menos de 1,5 $ por día y mil millones de hombre y mujeres con menos de 1$” (le Monde diplomatique, junio de 1999). La guerra y su cortejo de atrocidades se ensañan en todos los continentes. Esta locura – con las propias palabras de Chirac – implacable, asoladora, sangrienta, asesina, es la consecuencia del atolladero histórico del mundo capitalista cuyas guerras en Kosovo y Serbia, entre India y Pakistán – dos países que poseen armas nucleares – son las más recientes y dramáticas ilustraciones.
En el momento en que la guerra aérea se acaba en Yugoslavia, en que las grandes potencias imperialistas claman otra vez victoria, en que los medios desarrollan enormes campañas sobre las bondades humanitarias de la guerra de la OTAN y sobre la causa noble que defendía, en el momento en que se habla de reconstrucción, de paz y de prosperidad para los Balcanes, vale la pena fijarse en las confidencias discretas – en un momento, quizás, de cansancio – de Carter y de Chirac. Desvelan la realidad de las campañas ideológicas que hay que soportar cada día y que no son más que mentiras.
A nosotros, comunistas, no nos enseñan nada. Desde siempre, el marxismo ([1]) ha defendido en el seno del movimiento obrero que el capitalismo sólo podía desembocar en un callejón económico, en la crisis, en la miseria y en conflictos sangrientos entre Estados burgueses. Desde siempre, y sobre todo desde la Primera Guerra mundial, el marxismo ha afirmado que “el capitalismo es la guerra”. Un tiempo de paz no es más que un momento de la preparación de la guerra imperialista; y cuanto más hablan de paz los capitalistas, más preparan la guerra.
En las columnas de esta Revista internacional, en los últimos diez años, hemos denunciado muchas veces los discursos sobre la “victoria del capitalismo” y el “fin del comunismo”, sobre la “prosperidad venidera” y la “desaparición de las guerras”. No nos hemos cansado de denunciar esas paces que en realidad preparan peores guerras. Hemos denunciado la responsabilidad de las grandes potencias imperialistas en la multiplicación de conflictos locales por el planeta entero. Fueron los antagonismos imperialistas entre los principales países capitalistas los que organizaron la dislocación de Yugoslavia, la explosión de las exacciones y de las matanzas de todo tipo llevadas a cabo por los gángsteres nacionalistas, y el desencadenamiento de la guerra. En esta Revista, hemos denunciado el irremediable desarrollo del caos bélico en los Balcanes.
“La carnicería que está llenando de muertos la antigua Yugoslavia desde hace ya tres años, no va a terminar pronto ni mucho menos. Demuestra hasta qué punto los conflictos guerreros y el caos nacidos de la descomposición del capitalismo se ven atizados por la actuación de los grandes imperialismos. En fin de cuentas, en nombre del “deber de injerencia humanitaria”, la única alternativa que unos y otros son capaces de proponer es: o bombardear a las fuerzas serbias o enviar más armas a los bosnios. En otras palabras, frente al caos guerrero que provoca la descomposición del sistema capitalista, la única respuesta que éste pueda dar, por parte de los países más poderosos e industrializados, es más guerra todavía” (Revista internacional nº 78, junio de 1994).
En aquel momento, la alternativa era o bombardear a los serbios o armar a los bosnios. Y acabaron bombardeando a los serbios y armando a los bosnios. Resultado: esa guerra hizo todavía más víctimas: Bosnia está dividida en tres zonas “étnicamente puras” y ocupada por los ejércitos de las grandes potencias, la población vive en la miseria, una gran parte son refugiados que nunca volverán a sus casas. En fin de cuentas: unas poblaciones que llevaban viviendo juntas desde hacía siglos y que ahora están divididas, desgarradas por la sangre y las matanzas.
Los grandes y los pequeños imperialismos siembran terror y muerte
En Kosovo, “sacando las lecciones de Bosnia”, los grandes imperialismos han bombardeado inmediatamente a las fuerzas serbias, entregando armas a los kosovares del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK). Dan asco esa admiración y ese entusiasmo de los expertos militares y de los periodistas ante los 1100 aviones de la OTAN, las 35 000 misiones cumplidas, las 18 000 bombas con más de 10 000 misiles que han “tratado” – es la palabra que usan – 2000 objetivos. Resultado del terror de los grandes y pequeños imperialismos, por la OTAN, por las fuerzas serbias, por el UCK: decenas de miles de muertos, incontables desmanes por parte de la soldadesca de los gansterillos imperialistas, los paramilitares serbios y el UCK, un millón de kosovares y unos cien mil serbios obligados a abandonar sus casas en condiciones dramáticas, en llamas, tras haberles robado todo, chantajeados por unos o por otros. Las grandes potencias imperialistas son las primeras responsables del terror y de las matanzas perpetradas por las milicias serbias y el UCK: las poblaciones kosovares y serbias son las víctimas del imperialismo al igual que las bosnias, las croatas y las serbias lo fueron durante la guerra de Bosnia y lo siguen siendo. Desde 1991, los muertos son más de 250 000 y las “personas desplazadas” 3 millones, todo ello provocado por el reparto nacionalista e imperialista de Yugoslavia.
¿Qué dicen los Estados democráticos frente a un balance tan espantoso ?: “Debemos aceptar la muerte de algunos para salvar al mayor número” (Jamie Shea, 15 de abril, le Monde, suplemento del 19/6). Esa declaración del portavoz de la OTAN, justificando las muertes de civiles inocentes serbios y kosovares a causa de las “pérdidas colaterales”, no tiene nada que envidiar al fanatismo de los dictadores demonizados por la causa, de un Milosevic hoy como de un Sadam ayer o de un Hitler anteayer. Esa es la estricta realidad tras los bonitos discursos sobre la “injerencia humanitaria” de las grandes potencias. Democracia y dictadura pertenecen al mismo mundo capitalista.
Los imperialismos provocan la ruina de los Balcanes y la catástrofe ecológica
Como veíamos con Carter o Chirac, ocurre a veces que los burgueses no mienten. Les ocurre también que cumplen sus promesas. Los generales de la OTAN prometieron que destruirían Serbia y que la harían volver 50 años atrás. Y lo han cumplido. “Tras 79 días de bombardeos, la federación (yugoslava) ha vuelto a cincuenta años atrás. Las centrales eléctricas y las refinerías de petróleo han quedado sino ya totalmente destruidas, como mínimo incapaces de abastecer una producción de energía suficiente – en todo caso para este invierno –, las infraestructuras viarias y las telecomunicaciones están inutilizables, las vías navegables impracticables. El desempleo, que alcanzaba al 35 % de la población antes de los bombardeos, va seguramente a duplicarse. Según el experto Pavle Petrovic, la actividad económica se ha reducido 60 % con relación a la de 1998” (Le Monde, suplemento del 19/6). La ruina de Yugoslavia viene acompañada de una verdadera catástrofe económica también para los vecinos – ya entre los más pobres de Europa: Macedonia, Albania, Bulgaria, Rumania – de un flujo de refugiados y la parálisis de las economías, por el paro de los intercambios con Serbia y por el bloqueo del comercio por el Danubio y por carretera.
Los bombardeos han provocado una catástrofe ecológica en Serbia, al igual que en los países de su entorno: suelta de bombas no usadas en el Adriático para daño de los pescadores italianos, lluvias ácidas en Rumania, “tasas elevadas de dioxina” en Grecia, “concentraciones atmosféricas de dióxido de azufre y metales pesados” en Bulgaria, múltiples capas de petróleo en el Danubio. “En Serbia, los daños ecológicos parecen mucho más preocupantes (…) Pero, como dice un funcionario de Naciones Unidas, protegido por el anonimato, «en otras circunstancias, nadie dudaría en llamarlo desastre ambiental»” (le Monde, 26/95) Como lo dice este anónimo “en otras circunstancias” muchos se indignarían y, entre los primeros, los ecologistas. En estas circunstancias, en cambio, los Verdes en los gobiernos de Alemania y Francia, en particular, han sido los primeros belicistas, y ya comparten la responsabilidad de una de las mayores catástrofes ecológicas de nuestro tiempo. Han participado en la decisión de lanzar bombas de grafito que provocan polvos cancerígenos con consecuencias incalculables en los años venideros. Y lo mismo con las bombas de fragmentación – con los mismos efectos devastadores que las minas antipersonal – diseminadas ahora por Serbia, y, sobre todo, en… Kosovo, en donde ya empiezan a hacer estragos entre los niños (¡… y los soldados ingleses!). El pacifismo y la “defensa de la ecología” de esos Verdes están al servicio del capital y, de todos modos, subordinados a los intereses fundamentales de su capital nacional, sobre todo cuando éstos están en juego. O sea que son pacifistas y ecologistas cuando no hay guerra. En los hechos, en la guerra imperialista y por las necesidades del capital nacional, son belicistas y contaminadores a gran escala como todos los demás partidos de la burguesía.
La mentira de “la guerra justa y humanitaria” de la OTAN
¿No había que intervenir frente al terror del Estado serbio sobre la población kosovar? ¿No había que parar a Milosevic? Es el cuento del bombero pirómano: los incendiarios, quienes prendieron la pólvora a partir de 1991, vienen ahora a justificar su intervención con sus propias fechorías. ¿Quién, si no las grandes potencias imperialistas durante estos diez años, ha permitido a las peores camarillas y mafias nacionalistas croatas, serbios, bosnios y ahora kosovares que hayan desencadenado su histeria nacionalista sangrienta y la limpieza étnica en una vorágine infernal? ¿Quién, si no Alemania, animó y apoyó la independencia unilateral de Eslovenia y de Croacia, autorizando así y precipitando las oleadas nacionalistas de los Balcanes, las matanzas y el exilio de las poblaciones serbias y después bosnias? ¿Quién, si no Francia y Gran Bretaña, han avalado la represión, las matanzas de poblaciones croatas y bosnias y la limpieza ética de Milosevic y de los nacionalistas de la Gran Serbia? ¿Quién, si no Estados Unidos, ha apoyado y equipado después a las diferentes bandas armadas en función de la posición de su rival del momento? La hipocresía y la doblez de las democracias occidentales “aliadas” no tienen límites cuando se trata de justificar los bombardeos con lo de la “injerencia humanitaria”. Así como las rivalidades entre las grandes potencias, al provocar el estallido de Yugoslavia, liberaron y precipitaron la histeria y el terror nacionalistas, la intervención aérea masiva de la OTAN ha autorizado a Milosevic a agravar su represión antikosovar y a dar rienda suelta a su soldadesca. Incluso los expertos de la burguesía lo reconocen, discretamente claro está, haciendo como si se lo plantearan: “La intensificación de la limpieza étnica era previsible (…) ¿Se había previsto la limpieza étnica masiva al iniciarse los bombardeos? Si la respuesta es positiva, ¿cómo justificar entonces la débil cadencia de las operaciones de la OTAN en comparación con el ritmo que se les dio al cabo de un mes, después de la cumbre de Washington?” (François Heisbourg, presidente del Centro de política de seguridad de Ginebra, 3/05, Le Monde, suplemento del 19/06). La respuesta a la pregunta es clara: la vil utilización del millón de refugiados, de sus dramas, de las condiciones de su expulsión, de las amenazas, de las vejaciones de todo tipo que tuvieron que soportar de los milicianos serbios, para fines imperialistas, para conmover a la población de las grandes potencias y justificar así la ocupación militar de Kosovo (y una eventual guerra terrestre si hubiera sido “necesaria”) Hoy, el descubrimiento de las fosas y de su utilización propagandística sirve para seguir justificando la permanencia de una situación de guerra y ocultar las verdaderas responsabilidades.
Pero, al fin y al cabo, el éxito militar de la OTAN ¿ no ha permitido acaso que los refugiados vuelvan a sus casas y que haya vuelto la paz ? Una parte de los refugiados kosovares (“Es evidente que muchos refugiados kosovares no volverán jamás a su casa destruida”, Flora Lewis, International Herald Tribune, 4/06) van a volver a su casa para encontrarse con una región asolada y, en muchos casos, con las ruinas humeantes de sus casas. En cuanto a los habitantes serbios de Kosovo, les toca ahora a ellos ser refugiados, unos refugiados que la burguesía serbia rechaza e intenta expulsar hacia Kosovo, en donde son víctimas de todos los odios, cuando no son asesinados por el UCK. Al igual que en Bosnia, un torrente de sangre separa ahora a las diferentes poblaciones. Como en Bosnia, habría que reconstruirlo todo. Pero, al igual que en Bosnia, la reconstrucción y el desarrollo económicos sólo serán promesas propagandísticas de las grandes potencias imperialistas. Las pocas reparaciones que se hagan será en las carreteras y puentes para restablecer lo antes posible la mejor circulación para las fuerzas de ocupación de la KFOR. Los medios lo utilizarán para añadir otro capítulo en la propaganda sobre lo “humanitaria” que ha sido la intervención militar. Sin la menor duda, Kosovo, miserable ya antes de la guerra, no levantará cabeza. La situación de guerra, en cambio, no va a desaparecer. Los bomberos incendiarios de la OTAN han intervenido echando leña a un fuego y haciendo todavía más inestable la zona. Con la ocupación y el reparto de Kosovo por los diferentes imperialismos, bajo las siglas de la KFOR, se está reproduciendo la situación de Bosnia, que la IFOR y la SFOR siguen ocupando desde 1995 y los acuerdos de “paz” de Dayton. “Con Bosnia, el conjunto de la región va a estar militarizada por la OTAN durante veinte o treinta años” (W. Zimmermann, último embajador de EE.UU. en Belgrado, Le Monde, 1-7/06)
¿Y qué va a ser de la población? En el mejor de los casos, al principio, una paz armada en medio de un país en ruinas, la división étnica, la miseria, los desmanes de las milicias, el reino de las bandas armadas y de la mafia. Más tarde, nuevos enfrentamientos militares en la región y en los países del entorno (¿Montenegro, Macedonia…?) en donde volverán a concretarse las rivalidades imperialistas de las grandes potencias. Se acaba de inaugurar pues, en Kosovo, el reinado de los reyezuelos de la guerra, de los diferentes clanes mafiosos, con el uniforme del UCK muy a menudo, tras los cuales cada imperialismo – especialmente en su zona de ocupación – va a intentar ganar la partida a sus rivales.
Y por si alguien dudara de ese guión, ¿qué mejor ejemplo, casi caricaturesco, de la lógica implacable de los grandes capos imperialistas que el precipitado galope de los paracaidistas rusos por llegar los primeros a Prístina y ocupar el aeropuerto? No esperan, ni mucho menos, beneficios económicos, ni de “echar mano del mercado de la reconstrucción”, ni siquiera de controlar los escasos recursos mineros. No existe el más mínimo interés económico directo en la guerra de Kosovo, o es de una importancia tan mínima que no puede ser su causa, ni siquiera una de las razones de la guerra. Sería ridículo considerar que la guerra contra Serbia era para controlar los recursos económicos de ese país, ni siquiera controlar el Danubio, por muy importante que sea esta vía de comunicación comercial. En esta guerra, de lo que se trata para cada imperialismo es asegurarse un sitio, el mejor posible, en el desarrollo de las rivalidades entre grandes potencias para defender sus intereses imperialistas, o sea, estratégicos, diplomáticos y militares.
Una de las consecuencias del atolladero económico en que está la economía capitalista y de la competencia disparatada resultante, es la de trasladar esa competencia desde lo económico al plano imperialista para acabar en guerra total, como lo demostraron las dos guerras imperialistas mundiales de este siglo. Consecuencia histórica del atolladero económico, los antagonismos imperialistas tienen su dinámica propia: no son la expresión directa de las rivalidades económicas y comerciales como lo han demostrado los diferentes alineamientos imperialistas a lo largo de este siglo, especialmente durante y al cabo de ambas guerras mundiales. La búsqueda de ventajas económicas directas es una razón cada vez más secundaria en las motivaciones imperialistas.
Esta explicación del porqué de las estrategias de la guerra actual puede leerse en las explicaciones de algunos “pensadores” de la clase dominante, en publicaciones que no están, claro está, destinadas a las masas obreras, sino a una minoría “ilustrada”: “En cuanto a la finalidad, los objetivos reales de esta guerra, la Unión Europea y Estados Unidos persiguen, cada uno por su lado y por motivos diferentes, metas muy precisas, pero que no se han hecho públicas. La Unión Europea lo hace por consideraciones estratégicas” y para EE.UU. “Lo de Kosovo proporciona un pretexto ideal para cerrar un asunto que les preocupaba mucho: la nueva legitimidad de la OTAN (…) «a causa de la influencia política que a Estados Unidos otorga la OTAN en Europa y porque bloquea el desarrollo de un sistema estratégico europeo rival del de EE.UU.»” (Ignacio Ramonet, en le Monde diplomatique, junio de 1999, citando a William Pfaf, “What Good Is Nato if America Intends to Go It Alone”, en International Herald Tribune del 20/05)
Las rivalidades imperialistas son las verdaderas causas de la guerra en Kosovo
Esa lógica implacable del imperialismo, hecha de rivalidades, antagonismos y conflictos cada vez más agudos, se ha plasmado en el estallido y en el curso de la guerra misma. La unidad misma de los aliados occidentales en la OTAN, era ya el resultado de una relación de fuerzas momentánea e inestable entre rivales. En las negociaciones de Rambouillet, bajo la égida de Gran Bretaña y Francia – con la ausencia de Alemania – fueron los representantes kosovares quienes empezaron rechazando las condiciones de un acuerdo bajo la presión de… Estados Unidos. Después, con la llegada, de improviso, de la secretaria de Estado, Madeleine Albright, ante la impotencia de los europeos, fueron los serbios quienes rechazaron las condiciones que EE.UU. quería imponerles con la exigencia, de hecho, de la capitulación completa y sin combate de Milosevic: derecho para las fuerzas de la OTAN de circular libremente, sin autorización, por todo el territorio de Yugoslavia ([2]) ¿Por qué semejante ultimátum inaceptable? “El tira y afloja de Rambouillet, dijo recientemente uno de sus colaboradores (de la Sra. Albright), tenía “un solo objetivo”: que la guerra se iniciara con los europeos, obligados a participar en ella”([3]). Una refutación más a las mentiras humanitarias de la burguesía. Y efectivamente, las burguesías inglesa y francesa, aliadas tradicionales de Serbia, no pudieron sustraerse del compromiso militar contra ese país. Negarse a alistarse en él hubiera significado para esas potencias quedarse fuera de juego al final del conflicto. A partir de ahí, todas las fuerzas imperialistas pertenecientes a la OTAN, de las mayores a las más chicas, estaban obligadas a participar en los bombardeos. Ausente de Rambouillet, Alemania encontró la ocasión “humanitaria” para entrar en el juego y participar por primera vez desde 1945 en una intervención militar. El resultado directo de esos antagonismos fue dar carta blanca a Milosevic y a sus secuaces para que se entregaran con fruición y si trabas a la limpieza étnica y fue el comienzo del infierno para millones de personas en Kosovo y Serbia.
Ocupación y reparto imperialista de Kosovo: un éxito para Gran Bretaña
Y hoy, de esas divisiones imperialistas, ha resultado el reparto de Kosovo en cinco zonas de ocupación – con una tropa rusa en medio – en las cuales cada imperialismo va a jugar sus bazas contra los demás. Cada uno está ahí para proteger y apoyar a sus aliados tradicionales contra los demás. El juego imperialista criminal va a poder jugar una nueva partida con nuevas cartas. Si Gran Bretaña y Francia no hubieran participado en los bombardeos contra Yugoslavia, ahora estarían a nivel de Rusia. Su participación en los bombardeos les ha otorgado cartas mucho mejores, sobre todo a los británicos, que están a la cabeza de la ocupación terrestre. El imperialismo inglés dirige la KFOR, ocupa el centro del país y su capital, está saliendo muy fortalecido tanto en lo militar como en lo diplomático. Hoy, en Kosovo, es él el que posee las mejores cartas, a la vez como aliado histórico de Serbia, a pesar de los bombardeos, y gracias a su mayor capacidad para enviar la mayor cantidad de soldados con la mayor rapidez y en tropas terrestres muy profesionales. A esto se deben los llamamientos incesantes de Tony Blair, durante toda esta guerra, a favor de la intervención terrestre. La burguesía estadounidense, dueña absoluta de la guerra aérea, ha intentado sabotear todo avance diplomático, procurando retrasar así un posible alto el fuego en el que perdería el control absoluto de la situación ([4]). Francia, en menor grado que Gran Bretaña, sigue en el juego, al igual que Italia, ésta más como vecino que como gran potencia determinante. Y, en fin, Rusia, que ha logrado que le ofrezcan un banquillo, desde el que no podrá sino seguir el juego de los demás, pero eso sí, con posibilidad de perturbarlo.
Un nuevo paso en las pretensiones imperialistas de Alemania
Pero sólo una potencia imperialista ha hecho verdaderos avances hacia sus objetivos en estos diez años sangrientos en los Balcanes, Alemania. Mientras que EE.UU., Gran Bretaña y Francia – por no citar más que a las más determinantes – se opusieron al desguace de Yugoslavia, Alemania, en cambio, ya desde el principio de 1991, haciendo de la cuestión yugoslava “su caballo de batalla” ([5]), tenía un objetivo opuesto, el de batallar contra el “cerrojo” serbio. Eso es lo que hoy sigue buscando con la financiación y el armamento oculto del UCK en Kosovo, a la vez que se asegura posiciones de fuerza en Albania. A lo largo de toda esta década, Alemania ha adelantado sus peones imperialistas. La desarticulación de Yugoslavia le ha permitido ampliar su influencia imperialista desde Eslovenia y Croacia hasta Albania. La guerra contra Serbia, con su aislamiento y su ruina, han permitido a Alemania participar por primera vez desde 1945 en operaciones militares aéreas o terrestres. Excluida de Rambouillet, ha sido en Bonn y en Colonia, bajo su presidencia, donde el G8 – los siete países más ricos y Rusia – ha discutido y adoptado los acuerdos de paz y la resolución de la ONU. Con 8 500 soldados es el segundo ejército de la KFOR. Calificada todavía a principios de los 90 de gigante económico y enano político, Alemania es la potencia imperialista que se ha ido afirmando y ha ido marcando puntos contra sus rivales desde entonces.
Helmut Kohl, ex canciller, expresa perfectamente las esperanzas y los objetivos de la burguesía germana: “El siglo XX ha sido durante mucho tiempo bipolar. Hoy, en Estados Unidos también, muchos son quienes se agarran a la idea de que el siglo XXI será unipolar y americano. Es un error” (Courrier international, 12/05). No lo dice, pero seguro que su esperanza es que el XXI sea un siglo también bipolar con Alemania de rival de Norteamérica.
El reparto de Kosovo agrava las rivalidades entre las grandes potencias
Ahora, pues, todas las grandes potencias están frente a frente en Kosovo, directa y militarmente en el terreno. Aunque hoy por hoy sean inimaginables los enfrentamientos directos entre grandes potencias, ese frente a frente no deja de ser una nueva agravación, un nuevo paso en el desarrollo y la agudización de los antagonismos imperialistas. Directamente in situ por “veinte años” como ha dicho el ex embajador de EE.UU. en Yugoslavia, unos y otros van a armar y excitar a las bandas armadas de sus protegidos locales, milicias serbias y bandas mafiosas albanesas, para entrampar y fastidiar a sus rivales. Van a multiplicarse los golpes bajos y las provocaciones de todo tipo. En resumen, millones de ex yugoslavos, por intereses geoestratégicos antagónicos, o sea intereses imperialistas opuestos, han vivido en un infierno y ahora van a seguir pagando con su miseria, sus dramas y su desesperanza la locura imperialista del mundo capitalista.
La guerra de Kosovo va a multiplicar los conflictos locales
La mecánica infernal de los conflictos imperialistas, de ello no cabe duda, va a agudizarse más todavía, yendo de un punto a otro del planeta. En esa espiral devastadora, todos los continentes, todos los Estados, grandes o pequeños, están afectados. Esto queda confirmado por el estallido del conflicto armado entre India y Paquistán, dos países que llevan ya años dedicándose a la carrera acelerada de armamentos nucleares, así como los recientes enfrentamientos entre las dos Coreas. La intervención armada de la OTAN ha añadido leña al fuego en el planeta entero y está ya anunciando las contiendas venideras: “El éxito de la colación multinacional dirigida por EE.UU. en Kosovo reforzará la difusión de misiles y de armas de destrucción masiva en Asia (…). Es ahora imperativo que las naciones posean la mejor tecnología militar” (International Herald Tribune, 19/06)
¿Por qué será “imperativo”? Pues, porque “en el período de decadencia del capitalismo, todos los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el periodo que acaba de terminar [la desaparición de la URSS y del bloque del Este] es que esas peleas, esos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del gendarme imperialista ruso, y la que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales “socios” de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil” (“Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos”, Revista internacional nº 61, 1990).
Esa toma de posición se ha confirmado desde principios de la década hasta hoy. Al menos en lo que se refiere a los conflictos imperialistas locales. Pero, en cuanto a nuestra posición sobre el papel y el lugar que para nosotros tiene el proletariado internacional en la evolución de la situación, ¿dónde estamos?
El proletariado frente a la guerra
El proletariado internacional no ha podido oponerse al estallido de los conflictos imperialistas locales en esta década. Ni siquiera en Europa, en Yugoslavia, a dos pasos de las principales concentraciones obreras del mundo. La impotencia del proletariado a ese nivel se ha vuelto a poner de relieve en esta guerra de Kosovo. Ni el proletariado internacional, ni menos todavía el de Serbia, han expresado una oposición directa a la guerra.
Nosotros somos, claro está, solidarios de la población serbia que se ha manifestado a la llegada de los ataúdes de soldados. Como también somos solidarios de las deserciones colectivas que se han producido en esta ocasión. Han sido un claro mentís a la despreciable propaganda de las grandes potencias de la OTAN que lo han hecho todo para que todos los serbios aparezcan como asesinos, torturadores, todos unidos detrás de Milosevic.
Por desgracia, esas reacciones contra la guerra no han podido desembocar en una real expresión de la clase obrera, única capaz de ofrecer una respuesta real, por mínima que sea, a la guerra imperialista. Lo que ha empujado a Milosevic a firmar los acuerdos de paz ha sido fundamentalmente el aislamiento internacional de Serbia, el desaliento de fracciones significativas de la burguesía serbia ante las destrucciones del aparato económico, la perspectiva amenazadora de la intervención terrestre de la OTAN y el abatimiento que se iba apoderando de una población sometida día tras día a los bombardeos. “Estamos solos. La OTAN no va a hundirse, ni mucho menos. Rusia no ayudará militarmente a Yugoslavia, y la opinión internacional está contra nosotros” (declaraciones del 26/04 de Vuk Draskovic, vice-primer ministro de Milosevic, especialista en mudanzas, en le Monde, suplemento 19/06).
¿Significa eso que el proletariado ha estado totalmente ausente frente a la guerra de Kosovo? ¿Significa eso que la relación de fuerzas existente entre proletariado y burguesía, a nivel histórico e internacional, no influye para nada en la situación que estamos viviendo? No. Para empezar, la situación histórica actual surgida con el final de los bloques imperialistas, es el resultado de la relación de fuerzas entre las dos clases. La oposición del proletariado internacional, a lo largo de los años 1970 y 1980, a los ataques económicos y políticos también se expresó en su resistencia, especialmente en los países centrales del capitalismo, y su “insumisión” frente a la defensa de los intereses nacionales en el plano económico, y, todavía más, en el plano imperialista (ver Revista internacional nº 18, el artículo “El curso histórico”). Y el desarrollo mismo de la guerra de Kosovo ha vuelto a confirmar ese curso histórico, esa resistencia proletaria, aunque el proletariado no haya podido impedirla.
Durante esta guerra, la clase obrera ha sido una preocupación constante de la burguesía. Los temas de la campaña de propaganda, la intensidad de la matraca de los medios han necesitado tiempo y esfuerzos para lograr, tras mucho afán, que una corta mayoría “aceptara” la guerra – por defecto, podría decirse. Y eso… en los sondeos de los países de la OTAN, y no en todos los países. Y desde luego, al principio, no. Tuvieron que hacer pasar y pasar las imágenes dramáticas e insoportables de las familias albanesas hambrientas y agotadas para que la burguesía lograra obtener un mínimo de aceptación (y no de “adhesión”). Y, a pesar de ello, el síndrome del Vietnam, es decir las inquietudes ante la intervención terrestre y los riesgos de reacciones populares frente al retorno de los soldados muertos ha seguido frenando a la burguesía en el compromiso de sus fuerzas armadas.
“La opción aérea adoptada tiende a preservar lo más posible la vida de los pilotos, pues la pérdida o la captura de algunos podría tener efectos nefastos sobre el apoyo de la opinión pública a la operación” (Jamie Shea, 15/04, Le Monde, suplemento del 19/06). Y eso que se trata, en la mayoría de los ejércitos occidentales, de soldados de profesión y no de reclutas. No lo decimos nosotros, son los propios políticos burgueses los que se ven obligados a reconocer que el proletariado de las grandes potencias imperialistas es un freno a la guerra. Por mucho que eso de la “opinión pública” no sea idéntico al proletariado, éste es la única clase en la población capaz de tener un peso ante la burguesía.
Esa “insumisión” – latente e instintiva – del proletariado internacional se ha expresado también directamente en diferentes movilizaciones obreras. A pesar de la guerra, a pesar de las campañas nacionalistas y democráticas, ha habido huelgas significativas en algunos países. La huelga de los ferroviarios en Francia, fuera del dictamen de las grandes centrales sindicales, CGT y CFDT, en contra del incremento de flexibilidad con el paso a las 35 horas semanales; una manifestación organizada por los sindicatos que reunió a más de 25000 obreros en Nueva York: han sido las dos expresiones más significativas del progreso lento pero real de la combatividad obrera y de su “resistencia”, en el momento mismo en que se desencadenaba la guerra. Contrariamente a la guerra del Golfo, la cual había provocado un sentimiento de impotencia y de decaimiento en la clase obrera, la guerra en los Balcanes no ha provocado el mismo desconcierto.
Cierto es que la resistencia obrera queda por ahora limitada a lo económico, y el vínculo entre la situación económica sin salida del capitalismo, sus ataques, y la multiplicación de los conflictos imperialistas no se ha hecho. Ese vínculo deberá poder realizarse, pues será un elemento importante, esencial, para el desarrollo de la conciencia revolucionaria entre los obreros. Es alentador, desde este punto de vista, el interés y la acogida que hemos recibido en la difusión de nuestro volante internacional denunciador de la guerra imperialista en Kosovo, con las discusiones, por ejemplo, que suscitó su difusión en la manifestación obrera de Nueva York, cuando el objetivo de ésta era otro. Les incumbe a los grupos comunistas no sólo denunciar la guerra, y defender las posiciones internacionalistas, sino también favorecer la toma de conciencia del atolladero histórico en el que está metido el capitalismo ([6]). La crisis económica lleva las rivalidades y la competición económica a unos niveles críticos, impulsando irremediablemente a unos antagonismos imperialistas cada vez más tensos y a la multiplicación de las guerras. Las rivalidades económicas no se superponen necesariamente a las rivalidades imperialistas, pues éstas tienen su propia dinámica, pero las contradicciones económicas que se expresan en la crisis del capitalismo son la base y el origen de la guerra imperialista. Capitalismo equivale a crisis económica y a guerra. Es equivalente a miseria y a muerte.
Frente a la guerra, y en momentos de “bombardeo” propagandístico masivo, en medio de campañas ideológicas intensas, los revolucionarios no pueden contentarse con esperar a que se acaben, esperar días mejores, conservando sus ideas internacionalistas al calor de sus certidumbres (léase en este número “Acerca del llamamiento de la CCI sobre la guerra en Serbia”). Los revolucionarios deben hacer todo lo que pueden por intervenir y defender las posturas internacionalistas ante la clase obrera, con la mayor amplitud y del modo más eficaz, asentando su acción en el largo plazo. Deben demostrar que existe una alternativa a semejante barbarie, que esta alternativa requiere que se consolide y desarrolle la “insumisión” tanto en el plano económico como en el político. Requiere la oposición frontal a los sacrificios que se imponen en las condiciones de trabajo y de existencia, a los sacrificios por la guerra imperialista. Si la guerra imperialista es el fruto, en última instancia, de la quiebra económica del capitalismo, también es, a su vez, factor de agravación de la crisis económica y por lo tanto de incremento insoportable de los ataques económicos contra los obreros.
La intensidad de la guerra de Kosovo, su estallido en Europa, la participación militar sangrienta de todas las potencias imperialistas, las repercusiones de esta guerra en todos los continentes, la dramática agravación y aceleración de los conflictos imperialistas a escala mundial, la extensión, profundidad y actualidad de los retos históricos, ponen al proletariado internacional y a los grupos comunistas ante su responsabilidad histórica. El proletariado no está derrotado. Sigue siendo el portador del derrocamiento del capitalismo, único capaz de poner fin a sus calamidades. Socialismo o agravación de la barbarie capitalista sigue siendo la alternativa histórica.
RL, 25/06/99
[1] Recordemos una vez más por si falta hiciera que el marxismo y el comunismo no tienen nada que ver con el estalinismo, ni con los estalinistas en el poder en su tiempo en los países del ex bloque del Este – como Milosevic, por ejemplo –, no con los estalinistas de los PC occidentales, ni con los maoístas y los antiguos maoístas que, por cierto, hoy pululan en los ámbitos intelectuales más militaristas y jaleadores de la guerra. Histórica y políticamente, el estalinismo, al servicio del capitalismo de Estado ruso, fu y sigue siendo la negación misma del marxismo, y un notorio asesino de militantes comunistas.
[2] Esta condición solo se conoció después del estallido de la guerra y ha quedado confirmada en los acuerdos del alto el fuego: “Los rusos han obtenido para Milosovic importantes concesiones, según las autoridades, que mejoran la oferta final hecha a Belgrado en comparación con el plan occidental precedente impuesto a los serbios y a los albaneses en Rambouillet” (International Herald Tribune, 5/06). En particular, “queda ahora excluida la autorización para las fuerzas de la OTAN de circular libremente por el conjunto del territorio yugoslavo”; J. Eyal, le Monde, 8/06.
[3] International Herald Tribune, 11/06: “The showdown at Rambouillet, one of her (Mrs Albright) aides said recently, has “only one purpose”: to get the war started with the Europeans locked in”.
[4] Las potencias europeas poseen más medios políticos, diplomáticos y militares y una mayor resolución también debido a la historia y a la proximidad geográfica, para contrarrestar y negarse a que se les imponga el liderazgo americano, como ocurrió en la guerra del Golfo. La capacidad militar de “proyección” de las fuerzas militares en Europa – sobre todo de Gran Bretaña – debilita comparativamente el liderazgo estadounidense una vez terminada la guerra aérea y una vez iniciadas las operaciones militares de “paz”. Esto se ha concretado en el mando de la KFOR, con un general británico a su cabeza, en lugar del norteamericano que dirigía los bombardeos.
[5] Ya en 1991, nosotros analizamos el papel de Alemania en la dislocación de Yugoslavia. Léanse las Revista internacional nº 67 y 68. La burguesía también comprendió rápidamente esa política: “Alemania tuvo una actitud muy diferente. Mucho antes de que el propio gobierno tomara posición, la prensa y los círculos políticos reaccionaron de manera unánime, inmediata y como instintiva: fueron inmediatamente favorables, sin matices, a la secesión de Eslovenia y de Croacia (…) Es difícil no ver en esa actitud el resurgir de la hostilidad de la política alemana hacia la existencia misma de Yugoslavia desde los tratados de 1919 y a lo largo del período entre guerras. Los observadores alemanes (…) no podían ignorar (…) que la dislocación de Yugoslavia no iba a realizarse tranquilamente y que iba a originar fuertes resistencias. Y sin embargo, la política alemana iba a comprometerse a fondo a favor del desmembramiento del país” (Paul-Marie de la Gorce, le Monde diplomatique, julio de 1992).
[6] Los grupos del BIPR, que han rechazado nuestra propuesta de realizar algo en común contra la guerra, intentan ridiculizar nuestro análisis de la influencia del proletariado en la situación histórica actual. La CWO, en su carta, explica así su rechazo: “No podemos caminar juntos por una alternativa comunista si vosotros pensáis que la clase obrera es todavía una fuerza con la que se puede contar en la situación actual (…) nosotros no queremos que se nos identifique, ni en lo más mínimo, con quienes consideran que todo va bien para la clase obrera”. Aconsejamos a la CWO que ponga más atención y sea más seria a la hora de criticar nuestros análisis.