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Jueves 11 de marzo, siete de la mañana, estallan unas cuantas bombas en un barrio obrero de Madrid. Tan a ciegas como el 11 de septiembre, tan a ciegas como los bombardeos de la Segunda Guerra mundial o de Guernica, las bombas de la guerra capitalista han golpeado a una población civil indefensa. Las bombas se “dejaron” sin mayor miramiento matando a hombres, mujeres, niños, jóvenes, emigrantes incluidos algunos procedentes de países “musulmanes” o de otros cuyas familias –colmo de la desgracia– ni se atrevían a ir a identificar los cuerpos por miedo a que se les detuviera y expulsara a causa de su situación irregular.
Como cuando el ataque contra las Torres Gemelas, esta matanza ha sido un acto de guerra. Hay, sin embargo, una diferencia importante entre ambas: al contrario del 11 de septiembre, en donde el blanco era un gran símbolo de la potencia capitalista norteamericana (aunque también allí la intención evidente era matar al máximo para reforzar los efectos del horror y del terror), esta vez, en cambio, no se trató de un acto simbólico, sino de un golpe directo contra la población civil como si fuera partícipe de la guerra. El 11 de septiembre fue un acontecimiento de alcance mundial, una matanza sin precedentes en suelo norteamericano cuyas primeras víctimas fueron obreros y oficinistas neoyorquinos. Dio un pretexto al Estado norteamericano, que éste se fabricó de arriba abajo, dejando deliberadamente que se preparara y se perpetrara un atentado del que estaba perfectamente informado, para así iniciar un nuevo período en el despliegue y el uso de su potencial imperialista. Para llevar a cabo su “guerra contra el terrorismo”, Estados Unidos proclamó alto y fuerte que desde ahora en adelante golpearía solo, en cualquier parte del mundo, en defensa de sus intereses. El atentado del 11 de marzo no ha significado la apertura de un nuevo período, sino la normalización del horror. Ya no se trata de buscar un efectismo propagandístico atacando dianas con valor simbólico, sino golpear directamente la población obrera. En lo alto de los lujosos despachos de las Torres Gemelas murieron algunos patronos y gente poderosa, pero en los trenes de cercanías de Madrid no había ni uno a las siete de la mañana.
Denunciar los crímenes del nazismo y del estalinismo está en la onda. Lo que a muchos no les gusta recordar es que durante toda la Segunda Guerra mundial, las potencias democráticas bombardearon poblaciones civiles –y sobre todo población obrera– con el fin de sembrar el terror, incluso hacia el final de la guerra, asolar barrios obreros poniendo así fin a toda posibilidad de levantamiento proletario. Los bombardeos cada día más masivos, día y noche, de las ciudades alemanas al final de la guerra fueron ya otras tantas sentencias sin remisión contra la maloliente hipocresía de las declaraciones gubernamentales que denuncian en los demás lo que ellos hicieron sin vacilar (Irak, Chechenia, Kosovo son ejemplos recientes de otros tantos momentos en los que las rivalidades entre las grandes potencias transformaron en blanco a la población civil). Podría decirse que los terroristas que atacaron en Madrid han tenido buenos maestros (1).
En las elecciones que siguieron al atentado de Atocha, el gobierno de derechas de Aznar fue derrotado, contrariamente a todas las previsiones que se hacían antes del 11 marzo. Según la prensa, la victoria del socialista Zapatero estuvo sobre todo favorecida por dos factores: la participación mucho más importante que anteriormente de obreros y jóvenes, la profunda rabia contra las torpes maniobras del gobierno de Aznar para culpar de todo a la organización terrorista vasca ETA, procurando así que no apareciera por ningún lado el tema de la guerra en Irak.
Ya pusimos de relieve que, tras los atentados de las Torres Gemelas, en los barrios obreros de Nueva York se expresaron gestos espontáneos de solidaridad y de rechazo a la propaganda bélica y vengativa (2). Pero, al no poderse expresar de manera autónoma, esas reacciones de solidaridad no fueron suficientes para hacer surgir una acción de clase, pudiendo ser desviadas hacia un apoyo al movimiento pacifista contra la intervención en Irak. De igual modo, al votar contra Aznar, muchos han querido así oponerse a las vergonzosas manipulaciones intentadas por el gobierno, cuando, en realidad, el hecho mismo de votar es una victoria para la burguesía, al acreditar así la idea de que se puede “votar contra la guerra”.
¿Por qué ese crimen?
Para la clase obrera revolucionaria, comprender la realidad es imprescindible para cambiarla. Es pues una responsabilidad primordial de los comunistas analizar el acontecimiento, esforzarse al máximo en una comprensión que todo el proletariado revolucionario debe llevar a cabo si quiere llegar a ser capaz de oponer una verdadera resistencia que esté a la altura del peligro que lo amenaza y que la descomposición de la sociedad capitalista entraña.
El acto de terror en Madrid ha sido efectivamente un acto de guerra, pero se trata de una guerra de un nuevo tipo, en la que las bombas no van marcadas con la propiedad de tal país o interés imperialista particular. Lo primero que debemos plantearnos es: ¿A quién beneficia el crimen de Atocha?
Puede primero decirse – por una vez– que la burguesía norteamericana no parece haber tenido nada que ver con él. Si, en cierto modo, el atentado mismo parece dar crédito a la tesis central de la propaganda estadounidense de una “guerra mundial contra el terrorismo” en la que están implicados todos los Estados, en cambio desprestigia totalmente sus afirmaciones de que la situación en Irak estaría mejorando hasta el punto de poder entregar pronto el poder a un Estado iraquí debidamente constituido. Lo importante, sin embargo, es que la llegada al poder de la fracción socialista de la burguesía española pone en peligro los intereses estratégicos de Estados Unidos. En primer lugar, si España retira sus tropas de Irak, eso será un rudo golpe para EE.UU en el plano, no ya militar evidentemente, sino político y un golpe importante asestado a su pretensión de dirigir una “coalición de buenas voluntades” contra el terrorismo.
Los socialistas españoles forman el ala de la burguesía que siempre ha estado mucho más inclinada hacia Francia y Alemania y que quiere jugar la baza de la integración europea. Su llegada al poder ha abierto inmediatamente toda una serie de sigilosas entrevistas de las que resulta hoy difícil saber cuál será su resultado preciso. Al haber declarado que tras su victoria electoral serían retiradas de Irak las españolas, Zapatero dio enseguida marcha atrás para anunciar que las tropas permanecerían, pero a condición de que la ocupación de Irak pasara bajo mando de la ONU. En todo caso, se está poniendo en entredicho la participación de España en la coalición americana en Irak, y también su papel de caballo de Troya en Europa y en todo el juego de alianzas en el seno mismo de la Unión Europea. Hasta ahora, España, Polonia y Reino Unido –cada país por razones propias– han formado una coalición “proamericana” contra las ambiciones franco-alemanas de unir a los demás países europeos a su política de oposición a EE.UU Para Polonia, mandar tropas a Irak servía para granjearse el apoyo estadounidense contra las presiones de Alemania, en estos críticos momentos de la entrada de Polonia en la Unión Europea.
Se plantea pues ahora (en caso de que España abandone definitivamente la coalición norteamericana inclinándose hacia Europa con una orientación proalemana, lo cual es de lo más probable) saber si Polonia será lo suficientemente sólida para seguir oponiéndose a Alemania y Francia sin el apoyo de su aliado español. Las últimas declaraciones “privadas” –inmediatamente desmentidas, claro está– del Primer ministro polaco, según las cuáles EE.UU le “habría estafado” dejan la cuestión abierta.
Ha sido pues un duro golpe para EE.UU que puede así perder no solo un aliado en Irak –y hasta dos– sino y sobre todo, un punto de apoyo en Europa (3). Con la retirada de España y de Polonia, la capacidad de la burguesía estadounidense para hacer de gendarme del mundo podría quedar bastante debilitada.
EE.UU y la fracción de Aznar son los perdedores del atentado, pero ¿quiénes han salido ganando? Son evidentemente Francia y Alemania así como la fracción “prosocialista” de la burguesía española, más predispuesta a una alianza con esos dos países. ¿Podría imaginarse un montaje, mediante unos islamistas salafíes, de los servicios secretos franceses o españoles?
Empecemos quitando de en medio ese argumento según el cual “esas cosas no se hacen en democracia”. Ya hemos demostrado (4) cómo los servicios secretos pueden ser llevados a desempeñar un papel directo en los conflictos y los ajustes de cuentas en el interior de la burguesía nacional. El ejemplo del rapto y asesinato de Aldo Moro en Italia es de lo más edificante en ese plano. Presentado como un crimen cometido por los terroristas izquierdistas de las Brigadas rojas, el asesinato de Aldo Moro fue en realidad una labor de los servicios secretos italianos, ampliamente infiltrados en ese grupo: Aldo Moro fue matado por la fracción dominante y proamericana de la burguesía italiana porque proponía que el Partido comunista italiano (infeudado entonces a la URSS) participara en el gobierno (5). Sin embargo, intentar influir en los resultados de una elección, o sea en las reacciones de una parte importante de la población- poniendo bombas en un tren de cercanías es una operación de otras dimensiones que el asesinato de una única persona para eliminar a alguien inoportuno en el seno de la burguesía. Son demasiados incertidumbres e imponderables. Sobre todo porque el resultado esperado (la derrota del gobierno de Aznar, y su sustitución por un gobierno socialista) dependía en gran parte de la reacción del propio gobierno de Aznar: los especialistas electorales están de acuerdo para decir que el resultado de las elecciones se ha visto ampliamente influido por la increíble estupidez en los esfuerzos más y más desesperados del gobierno para culpar a ETA. Ahora bien se puede imaginar un resultado muy diferente si Aznar hubiera sabido aprovecharse del acontecimiento para intentar exaltar y reunir el electorado en un combate por la democracia y contra el terror. Además, los riesgos de una operación de tal envergadura eran muy importantes. Cuando se observa la incapacidad de la DGSE (espionaje) francesa para llevar a cabo operaciones de poco alcance sin hacerse notar (baste recordar el sabotaje del “Rainbow Warrior”, barco de Greenpeace, o el estrepitoso fracaso en el intento por recuperar a Ingrid Betancourt en la selva de Brasil) mal puede uno imaginarse que el gobierno francés se permitiera llevar a cabo semejante operación en un país europeo “amigo”.
¿Qué guerra?
Hemos dicho que el atentado de Atocha, al igual que el ataque contra las Torres Gemelas, ha sido un acto de guerra. Pero, ¿de qué guerra?. En el primer período de la decadencia del capitalismo, las guerras imperialistas aparecían claramente: la grandes carnicerías imperialistas de 1914 y 1939 enfrentaron a Estados de grandes potencias, con todo su arsenal nacional, militar, diplomático, ideológico. En el período de los bloques imperialistas (1945-89), los bloques rivales se enfrentaban por peones interpuestos, y ya era más difícil entonces identificar a los verdaderos comanditarios de unas guerras que a menudo se presentaban como “movimientos de liberación nacional”. Con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición, hemos identificado varias tendencias que hoy aparecen enredadas en los atentados terroristas:
“– el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados, en detrimento de las “leyes” que el capitalismo se había dado en el pasado para “reglamentar” los conflictos entre fracciones de la clase dirigente ;
“– el aumento del nihilismo, del suicidio de los jóvenes, de la desesperanza, como así lo expresaba el “no future” de las revueltas urbanas en Gran Bretaña, del odio y de la xenofobia que animan a “skinheads” y “hooligans”, para quienes los encuentros deportivos son una ocasión de desahogarse y sembrar el terror ;
“– la imparable marea de la drogadicción, fenómeno hoy de masas, poderosa causa de la corrupción de los Estados y de los organismos financieros (...) ;
la profusión de sectas, el resurgir del espíritu religioso, incluso algunos países avanzados, el rechazo hacia un pensamiento racional, coherente, construido (...).”
Esas tesis fueron publicadas en 1990, cuando la utilización de los atentados (por ejemplo en los de Paris en 1986-87) se debían sobre todo a países de tercer o cuarto orden como Siria, Libia o Irán: el terrorismo era, por decirlo así, “la bomba atómica de los pobres”. Casi 15 años más tarde, veíamos en el terrorismo llamada “islamista” la aparición de un fenómeno nuevo: la disgregación de los propios Estados, la aparición de “señores de la guerra” que utilizaban a jóvenes kamikazes, cuya única perspectiva en la vida es la muerte, para avanzar sus intereses en el tablero internacional.
Sean cuales sean los detalles –que siguen permaneciendo oscuros- del atentado de Madrid, es evidente que está estrechamente relacionado con los acontecimientos y la ocupación norteamericana de Irak. Se podrá pensar que la obsesión de los comanditarios del atentado ha sido la de “castigar” a la población de los “cruzados” españoles por su participación en la ocupación de Irak. En cambio, la guerra de Irak dista hoy mucho de ser un simple movimiento de resistencia a la ocupación que habrían organizado unos cuantos irreductibles fieles a Sadam Husein. Al contrario, esta guerra está entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificultades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas. En Europa misma, han vuelto los conflictos entre albaneses y serbios en Kosovo, señal de que las guerras en la antigua Yugoslavia no se han acabado, sino que sólo quedaron más o menos ocultadas por la presencia masiva de los ejércitos de ocupación.
Ya no estamos aquí en presencia de una guerra imperialista “clásica”, sino de una disgregación general de la sociedad en bandas armadas. Podría hacerse la analogía con la situación en la China entre los siglos xix y xx. La fase de descomposición capitalista se caracteriza por el bloqueo en la relación de fuerzas entre la clase reaccionaria capitalista y la clase revolucionaria proletaria. La situación de China, por su parte, se caracterizó por el bloqueo entre, por un lado, la vieja clase dominante feudal-absolutista y la casta de mandarines, y, por otro, una burguesía ascendente, pero demasiado débil a causa de lo específico de su evolución, como para echar abajo el régimen imperial. Por eso, el Imperio chino se descompuso en múltiples feudos, dominado cada uno de ellos por su “señor de la guerra”, en conflictos sin tregua sin la menor racionalidad desde el punto de vista del desarrollo histórico.
Esa tendencia a la desintegración de la sociedad capitalista no va a frenar, ni mucho menos, la tendencia al reforzamiento del capitalismo de Estado, menos todavía a transformar a los Estados imperialistas en protectores de la sociedad. Contrariamente a lo que la clase dominante de los países desarrollados quiere hacernos creer –por ejemplo, cuando llama a la población española a las urnas “contra el terror” o “contra la guerra”– las grandes potencias no son en absoluto “baluartes” contra el terrorismo y la descomposición social. Son en realidad las principales responsables de todo ello. No olvidemos que el “Eje del Mal” de hoy – Bin Laden y demás siniestros personajes por el estilo– fueron los “combatientes de la libertad” contra “el Imperio del Mal” soviético de ayer, financiados y armados por el bloque occidental. Y eso no acaba ahí ni mucho menos: en Afganistán, EE.UU utilizó a los poco recomendables señores de la guerra de la Alianza del Norte, y en Irak, a los peshmergas kurdos. Contrariamente a lo que quisieran hacernos creer, el Estado capitalista se va a blindar cada vez más frente a las tendencias bélicas exteriores y las tendencias centrífugas interiores, y las potencias imperialistas –sean de primero, de segundo o de cualquier orden– no vacilarán nunca en usar en beneficio propio a los señores de la guerra o las bandas armadas terroristas.
La descomposición de la sociedad capitalista, por el hecho mismo de que la dominación del capitalismo sea mundial y por el dinamismo del sistema en la transformación de la sociedad, infinitamente superior al de otros tipos de sociedad anteriores, cobra aspectos mucho más terribles que en el pasado. Señalemos un solo aspecto aquí: la obsesión por la muerte que pesa abrumadoramente sobre las generaciones jóvenes. Le Monde del 26 de marzo cita a un psicólogo de Gaza : “la cuarta parte de los muchachos de más de 12 años tienen un único sueño: morir mártires “. El artículo sigue: “El kamikaze se ha hecho imagen respetada y en las calles de Gaza, hay niños que se disfrazan con correas de explosivos falsas imitando así a los mayores”.
Como escribíamos en 1990 (“Tesis sobre la descomposición”) :
“Es de la mayor importancia que el proletariado, y en su seno los revolucionarios, sean capaces de captar la amenaza mortal que la descomposición es para la sociedad entera. En un momento en el que las ilusiones pacifistas pueden desarrollarse a causa del alejamiento de una posible guerra generalizada, hay que combatir con el mayor ahínco toda tendencia en la clase obrera a buscar consuelos, a ocultarse la extrema gravedad de la situación mundial”.
Desde entonces, lamentablemente, este llamamiento ha quedado ampliamente incomprendido, cuando no tratado con desdén, entre las flacas fuerzas de la Izquierda comunista. Por eso iniciamos en este número de la Reviista internacional una serie de artículos sobre las bases marxistas de nuestro análisis de la descomposición.
Una clase de hienas
La burguesía española no ha sido directamente responsable de los atentados de Atocha. En cambio sí que se ha echado sobre los cadáveres de los proletarios cual bandada de zopilotes. Incluso en la muerte, los obreros han servido a la clase dominante para alimentar su maquinaria de propaganda por la nación y la democracia. A los gritos de “España unida jamás será vencida “, toda la clase burguesa, derechas e izquierdas juntas, ha utilizado la emoción provocada por los atentados para llevar a los obreros a unas urnas que muchos de ellos hubieran desdeñado en otras circunstancias. Independientemente de los resultados, la alta participación electoral ya es una victoria para la burguesía, pues significa que, al menos por ahora, una gran parte de los obreros españoles creen que hay que dejar al cuidado del Estado burgués su protección contra el terrorismo, y, para ello, tenían que defender la unión democrática de la nación española.
Más grave todavía, y más allá de la unidad nacional entorno a la defensa de la democracia, las diferentes fracciones de la burguesía española han querido usar los atentados para granjearse el apoyo de la población, y de la clase obrera, a sus opciones estratégicas e imperialistas. Al acusar, contra lo que pronto apareció como inverosímil, al separatismo vasco de ser el responsable, el gobierno de Aznar intentaba asociar al proletariado al fortalecimiento policiaco del Estado español. Al denunciar la responsabilidad del alistamiento de Aznar junto a Bush, y la presencia de tropas españolas en Irak, les socialistas han querido imponer otra opción estratégica, la de la alianza con el dúo franco-alemán.
Comprender la situación que genera la descomposición capitalista es pues algo de lo más necesario para el proletariado, si quiere volver a encontrar y defender su independencia de clase política frente a la propaganda burguesa que quiere transformar a los proletarios en simples “ciudadanos” tributarios del Estado democrático.
Las elecciones pasan, la crisis permanece
La burguesía se ha llevado una victoria con estas lecciones, pero no por ello va a atajar la crisis económica que golpea su sistema. Los ataques de hoy ya no sitúan únicamente a nivel de tal o cual empresa, o, incluso de tal cual industria, sino que afectan al proletariado entero. En este sentido, los ataques contra las pensiones y la seguridad social en todos los países europeos (y también en los Estados Unidos, donde se han ido al garete cantidad de sistemas de pensiones tras las catástrofes bursátiles como la de Enron) están creando una nueva situación a la que la clase obrera deberá responder. En el Informe sobre la lucha de clases publicado en esta Revista, exponemos cómo entendemos nosotros esa situación, que es el marco global en el que se basa nuestro análisis sobre las luchas.
Frente a la barbarie de la guerra y la descomposición social capitalista, la clase obrera mundial puede y debe ponerse a la altura de los peligros que la amenazan, no sólo en el plano de su resistencia inmediata a los ataques económicos, sino sobre todo en la compresión general y política de la amenaza mortal que el capitalismo hace planear sobre toda la especie humana. Como lo decía Rosa Luxemburg en 1915 “La paz mundial no puede ser mantenida por unos planes utópicos o básicamente reaccionarios, tales como unos tribunales internacionales de diplomáticos capitalistas, unas convenciones diplomáticas sobre el «desarme», (…) etc. No se podrá eliminar, ni siquiera frenar el imperialismo, el militarismo y la guerra mientras las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase de manera incontestada: El único medio de resistirle con éxito y conservar la -paz mundial, es la capacidad de acción política del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo su peso en la balanza” (6).
Jens, 28/03/04
1) Ver el artículo “Matanzas y crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional n° 66. Los demócratas que hoy denuncian los crímenes de Stalin no hacían tantos ascos durante la Segunda Guerra mundial cuando “el padrecito de los pueblos” les era un valioso aliado contra Hitler. Otro ejemplo mucho más cercano nos lo da el tan cristiano san Tony Blair, que acaba de visitar a eso otro tan conocido benefactor de la humanidad, Muammar el Gaddafi. Ya importa ahora poco que a éste se le haya considerado como responsable del monstruoso atentado de Lockerbie en Escocia, y menos todavía el carácter represivo y torturador de su régimen. En Libia hay mucho petróleo y una posibilidad para el Reino Unido de ocupar una posición estratégica en África del Norte, mediante acuerdos militares con el ejército libio.
2) Ver Revista international n° 107.
3) Este artículo no es para analizar la configuración de las rivalidades entre las burguesías nacionales de la Unión Europea. Sin embargo, puede decirse que la reorientación del gobierno español también es un palo para los intereses de Gran Bretaña. No sólo pierde ésta su aliado contra Francia y Alemania, en los múltiples conflictos solapados que hay en el seno de la Unión Europea, sino que además su otro aliado, Polonia, se encuentra también debilitada tras la defección ibérica.
4) “¿Cómo está organizada la burguesía?”, en Revista internacional n° 76-77.
5) Puede también recordarse el atentado del 12 de diciembre de 1969 contra el Banco de Agricultura de Milán que provocó 15 muertos. La burguesía acusó inmediatamente a los anarquistas Para dar crédito a esa tesis, hicieron incluso “suicidarse” al anarquista Pino Pinelli (que había sido detenido justo después del atentado), haciéndolo “volar” por la ventana de la comisaría de Milán. En realidad, aunque claro está ninguna versión oficial lo confirmará nunca, el atentado fue ejecutado por fascistas vinculados a los servicios secretos italianos y norteamericanos.
6) Rosa Luxemburg, La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius), “Apéndice, Tesis sobre las tareas de la Socialdemocracia internacional”, Anagrama, 1976.