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La revolución de 1905 se produjo cuando el capitalismo empezaba a entrar en su período de declive. La clase obrera se vio entonces ante la necesidad no de luchar por reformas en el seno del capitalismo sino de llevar a cabo una lucha contra el capitalismo para derribarlo, una lucha, pues, en la que más que concesiones en el plano económico, lo central era la cuestión del poder.
El proletariado respondió ante este reto creando las armas de su combate político: la huelga de masas y los soviets.
En la primera parte de este artículo (Revista internacional n°120), veíamos cómo se desarrolló la revolución a partir de una petición al Zar en enero de 1905 hasta llegar a poner en entredicho abiertamente el poder político de la clase dominante. Mostrábamos que se trató de una revolución proletaria que confirmó la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y que fue a la vez una expresión y un catalizador en el desarrollo de la toma de conciencia de la clase revolucionaria. Demostramos que la huelga de masas de 1905 no tuvo nada que ver con la visión confusa que de ella tenía la corriente anarcosindicalista que se estaba desarrollando en aquella misma época (ver los artículos en los nos 119 y 120 de la Revista internacional), una visión que consideraba la huelga de masas como un medio de transformación económica inmediata del capitalismo.
Rosa Luxemburg dejó claro que la huelga de masas unía la lucha económica de la clase obrera a la política y, de este modo, marcaba un desarrollo cualitativo en la lucha de clases, aunque en aquel entonces era imposible comprender plenamente las consecuencias del cambio histórico en el modo de producción capitalista:
“En Rusia, la población laboriosa y a la cabeza de ésta, el proletariado, llevan adelante la lucha revolucionaria sirviéndose de la huelga de masas como del arma más eficaz para conquistar precisamente esos mismos derechos y condiciones políticas cuya necesidad e importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera fueron demostradas por Marx y Engels, quienes las defendieron con todas sus fuerzas en el seno de la internacional, oponiéndose al anarquismo. De este modo, la dialéctica de la historia, la roca sobre la cual reposa toda la doctrina del socialismo marxista, tuvo por resultado que el anarquismo ligado indisolublemente a la idea de la huelga de masas haya entrado en contradicción con la práctica de la propia huelga de masas. Y esta última a su vez, combatida en otra época como contraria a la acción política del proletariado, aparece hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la conquista de los derechos políticos” (1).
Los soviets fueron también la expresión de un cambio cualitativo importante en el modo de organización de la clase obrera. De igual modo que la huelga de masas, los soviets no fueron un fenómeno específicamente ruso. Trotski, como Rosa Luxemburg, puso de relieve ese cambio cualitativo, aunque tampoco él, como Luxemburg, no dispusiera de los medios para captar plenamente lo que significaban:
“El soviet organizaba a las masas obreras, dirigía huelgas y manifestaciones, armaba los obreros y protegía a la población contra los pogromos. Sin embargo, hubo otras organizaciones revolucionarias que hicieron lo mismo antes, al mismo tiempo y después de él, y nunca tuvieron la misma importancia. El secreto de esta importancia radica en que esta asamblea surgió orgánicamente del proletariado durante la lucha directa, determinada en cierto modo por los acontecimientos, que libró al mundo obrero “por la conquista del poder”. Si los proletarios, por su parte, y la prensa reaccionaria por la suya dieron al soviet el título de “gobierno proletario” fue porque, de hecho, esta organización no era otra cosa que el embrión de un gobierno revolucionario. El soviet detentaba el poder en la medida en que la potencia revolucionaria de los barrios obreros se lo garantizaba; luchaba directamente por la conquista del poder, en la medida que éste permanecía aún en manos de una monarquía militar y policiaca.
“Antes de la aparición del soviet encontramos entre los obreros de la industria numerosas organizaciones revolucionarias, dirigidas sobre todo por la socialdemocracia. Pero eran formaciones “dentro del proletariado”, y su fin inmediato era luchar “por adquirir influencia sobre las masas”. El soviet, por el contrario, se transformó inmediatamente en “la organización misma del proletariado”; su fin era luchar por “la conquista del poder revolucionario”.
“Al ser el punto de concentración de todas las fuerzas revolucionarias del país, el soviet no se disolvía en la democracia revolucionaria; era y continuaba siendo la expresión organizada de la voluntad de clase del proletariado” (2).
El significado verdadero a la vez de la huelga de masas y de los soviets sólo podían percibirse a la luz de un contexto histórico correcto, comprendiendo cómo y por qué los cambios de las condiciones objetivas del capitalismo determinaban las tareas y los medios de acción tanto de la burguesía como del proletariado.
Un giro en la historia
En la última década del siglo xix, el capitalismo entró en un período de cambio histórico. El dinamismo que le había permitido extenderse a través del planeta seguía vivo gracias a la promoción económica de países como Japón y Rusia, pero ya habían empezado a aparecer en diferentes partes del mundo crecientes tensiones y desequilibrios en la sociedad.
El mecanismo de alternancia regular entre crisis y bonanza económica analizado por Marx a medidos del siglo xix, había empezado a alterarse con crisis más largas y profundas (3). Tras bastantes años de paz relativa, al final del siglo xix y principio del xx aparecieron tensiones crecientes entre los imperialismos rivales, pues la lucha por los mercados y las materias primas sólo empezaba a poder llevarse a cabo expulsando una potencia a la otra. Esto quedó ilustrado con los “empujones por África” (“Scramble for Africa”) cuando, en el plazo de 20 años, un continente entero se encontró repartido entre potencias coloniales y sometido a la explotación más brutal que se haya visto jamás. Los “empujones por África” llevaron a choques diplomáticos frecuentes y a enfrentamientos militares, como los incidentes de Fachoda en 1898, tras los cuales el imperialismo inglés obligó a su rival francés a cederle el Alto Nilo.
Durante ese mismo período, la clase obrera se había lanzado a una serie de huelgas cada vez más intensa y extensa. En Alemania, por ejemplo, la cantidad de huelgas pasó de 483 en 1896 a 1468 en 1900, volviendo a caer a 1144 y 1190 en 1903 y 1904 respectivamente (4). En Rusia en 1898 y en Bélgica en 1902, se desarrollaron huelgas de masas, signos anticipadores de las de 1905. El desarrollo del sindicalismo revolucionario y del anarcosindicalismo fue, en parte, una consecuencia de esa creciente combatividad. El desarrollo de estas formas de lucha se debía al oportunismo cada vez mayor de muchos sectores del movimiento obrero, como lo hemos expuesto en la serie de artículos que hemos empezado a escribir sobre ese tema (5).
Así, para cada una de las dos clases principales, el período era el de un inmenso cambio en el cual los nuevos planteamientos exigían nuevas respuestas cualitativamente diferentes. Para la burguesía, era el final de un período de expansión colonial y el principio de un período de rivalidades imperialistas cada vez más agudas que iba a llevar a la guerra mundial en 1914. Para la clase obrera, ese cambio significaba el fin de una época en la que las reformas podían ser conquistadas en un marco legal o semilegal establecido por la clase dominante, y el principio de otra época en la que sus intereses no podían defenderse si no era cuestionando el Estado burgués. Esta situación acabaría desembocando en última instancia en la lucha por el poder en 1917 y la oleada revolucionaria que le siguió. 1905 fue el “ensayo general” de ese enfrentamiento con lecciones válidas para aquella época pero válidas siempre hoy para quienes quieren verlas.
La situación en Rusia
Rusia no era una excepción en esa tendencia general, pero las características del desarrollo de la sociedad rusa debían llevar al proletariado a enfrentarse, más rápida y profundamente, a algunas consecuencias del nuevo período que se iniciaba.
Aunque más lejos consideraremos los aspectos peculiares de Rusia, es necesario primero dejar claro que la causa subyacente de la revolución eran las condiciones que afectaban a la clase obrera como un todo, como así lo subrayó Rosa Luxemburg:
“De igual modo hay mucha exageración en la idea que nos hacíamos de la miseria del Imperio zarista antes de la revolución. La categoría de obrero que es actualmente la más activa y ardiente, tanto en la lucha económica como en la política, la de los trabajadores de la gran industria de las grandes ciudades, tenía un nivel de vida apenas inferior al de las categorías correspondientes del proletariado alemán; en cierto número de oficios encontramos salarios iguales e incluso superiores a los existentes en Alemania. Del mismo modo, en lo que respecta a la duración del trabajo, la diferencia entre las grandes empresas industriales de los dos países es insignificante. La idea de un pretendido ilotismo material y cultural de la clase obrera rusa no reposa sobre nada sólido. Si se reflexiona un poco es refutada por el hecho mismo de la revolución y el papel eminente que en ella desempeñó el proletariado. Los obreros de la gran industria de San Petesburgo, de Varsovia, de Moscú y de Odesa que encabezaban el combate, están mucha más próximos del tipo occidental en el plano cultural e intelectual de lo que se imaginan los que consideran al parlamentarismo burgués y a la práctica sindical regular como la única e indispensable escuela del proletariado. El desarrollo industrial moderno de Rusia y la influencia de quince años de socialdemocracia dirigiendo y animando la lucha económica han logrado, incluso en ausencia de garantía exteriores del orden legal burgués, un trabajo civilizador importante” (6).
Es cierto que el desarrollo del capitalismo en Rusia se basaba en una explotación feroz de los obreros, con unas jornadas de trabajo largas y unas condiciones que recordaban las del siglo anterior en Inglaterra, pero las luchas obreras se desarrollaron rápidamente a finales del xix y principios del xx.
Ese desarrollo podía observarse en particular, en las factorías Putilov de San Petersburgo, donde se fabricaban armas y navíos. Las factorías empleaban a miles de obreros y en ellas podía producirse a una escala capaz de hacer la competencia a sus rivales más desarrolladas del extranjero.
Los obreros de esas factorías crearon una tradición de combatividad. Fueron un elemento central en las luchas revolucionarias del proletariado ruso tanto en 1905 como en 1917. Las factorías Putilov sobresalían por su tamaño, pero era ya una ilustración de la tendencia general en Rusia al desarrollo de grandes fábricas.
Entre 1863 et 1891, la cantidad de fábricas en la Rusia europea pasó de 11 810 a 16 770, o sea 42 % de aumento, y el número de obreros de 357 800 a 738 100, o sea 106 % de incremento (7). En regiones como la de San Petersburgo, disminuía el número de fábricas, mientras que el de obreros se incrementaba, lo cual indica una tendencia mayor todavía a la concentración de la producción y, por lo tanto, del proletariado (8).
La situación de los ferroviarios en Rusia confirma el argumento de Rosa Luxemburg sobre la situación de los sectores más avanzados de la clase obrera rusa. En lo material, hubo adquisiciones significativas: entre 1885 y 1895, los salarios reales en los ferrocarriles se incrementaron en 18% de media, aunque esta media oculta grandes disparidades entre diferentes puestos de trabajo y regiones del país.
En el plano de la cultura proletaria, una tradición de lucha remontaba a los años 1840-1850, cuando los siervos fueron movilizados para construir los ferrocarriles. Pero fue en el último cuarto de siglo cuando los ferroviarios llegaron a ser la fracción central del proletariado urbano con una experiencia significativa de la lucha: entre 1875 y 1884, hubo 29 “incidentes” y en la década siguiente, 33.
Cuando, después de 1895, empezaron a degradarse las condiciones de trabajo, los ferroviarios reaccionaron:
“... entre 1895 y 1904 el número de huelgas ferroviarias fue tres veces superior al de los dos decenios precedentes juntos... Las huelgas de finales de los años 1890 eran más determinadas y menos defensivas... Tras 1900, los trabajadores respondieron al inicio de la crisis económica con una resistencia y una combatividad crecientes y los metalúrgicos de los ferrocarriles actuaban con frecuencia de manera concertada con los obreros de la industria privada; los agitadores políticos, la mayoría socialdemocratas, tenían una influencia significativa” (9).
En la revolución de 1905, los ferroviarios iban a desempeñar un papel de primer plano, poniendo su habilidad y experiencia al servicio de toda la clase obrera, impulsando la extensión de la lucha y el paso de la huelga a la insurrección. No fue una lucha de pordioseros que el hambre lleva a amotinarse ni una lucha de campesinos vestidos de obreros, sino la de una parte vital y dotada de una elevada conciencia de clase del proletariado internacional. Fue en esas condiciones, en ese contexto común a la clase obrera internacional, en el que tuvieron un fuerte impacto los aspectos particulares de la situación en Rusia, la guerra con Japón en el extremo oriente y la represión política en el interior.
La cuestión de guerra
La guerra entre Rusia y Japón de 1904-1905 fue una consecuencia de las rivalidades imperialistas entre esas dos nuevas potencias capitalistas de finales del siglo xix. El enfrentamiento se fue perfilando en los años 1890 en torno a la cuestión de sus influencias respectivas en China y Corea. A principios de la década de 1890 se iniciaron las obras del Transiberiano, línea que debía permitir a Rusia penetrar en Manchuria, a la vez que Japón desarrollaba intereses económicos en Corea. Las tensiones se fueron incrementando durante esa década pues Rusia obligó a Japón a retirarse de una serie de posiciones que tenía en el continente; y llegaron a su punto álgido cuando Rusia empezó a desarrollar sus propios intereses en Corea.
Japón propuso que se pusieran de acuerdo los dos para respetar cada cual la esfera de influencia del otro. Al no responder Rusia, Japón lanzó un ataque sorpresa sobre Port Arthur en enero de 1904.
La enorme disparidad entre las fuerzas militares de ambos protagonistas hacía prever el resultado de la guerra como algo ya resuelto de antemano. Al principio, su declaración fue saludada en Rusia por una explosión de fervor patriótico y la denuncia de esos “insolentes mongoles” en manifestaciones estudiantiles de apoyo a la guerra.
No hubo victoria rápida ni mucho menos. El Transiberiano no estaba terminado de modo que las tropas no podían ser trasladadas rápidamente al frente; el ejército ruso tuvo que retroceder; en mayo, la guarnición quedó aislada y la flota rusa mandada para relevarla fue destruida; y el 20 diciembre, tras un asedio de 156 días, caía Port Arthur.
En lo que a medios militares se refiere, no había precedentes para aquella guerra. Se enviaron millones de soldados al frente, en Rusia fueron llamados 1 200 000 reservistas; la industria se puso al servicio de la guerra, lo que desembocó en penurias y una agravación de la crisis económica. En la batalla de Mukdon en marzo de 1904, combatieron 600 000 hombres durante dos semanas, dejando 160 000 muertos.
Fue hasta entonces la mayor batalla de la historia y un signo anunciador de lo que iba a ser 1914. La caída de Port Arthur significó para Rusia la pérdida de su flota del pacífico y la humillación de la autocracia. Lenin extrajo de esos acontecimientos grandes lecciones:
“Pero aún es mayor la importancia que la catástrofe militar sufrida por la autocracia reviste como síntoma del derrumbe de todo nuestro sistema político. Los tiempos en que las guerras eran libradas por mercenarios o por representantes de una casta semiaislada del pueblo, han pasado para no volver (...) La guerras las libran ahora los pueblos, y esto hace que hoy se destaque con claridad una de las grandes cualidades de la guerra, a saber: la que pone de manifiesto de modo tangible, ante los ojos de decenas de miles de personas, la discordia existente en el pueblo y el gobierno, que hasta hoy sólo era evidente para una pequeña minoría consciente. La crítica que todos los rusos progresistas, la socialdemocracia y el proletariado de Rusia formulaban contra la autocracia se ve confirmada ahora por la critica de las armas japonesas, hasta el punto de que la imposibilidad de seguir viviendo bajo la autocracia la sienten ahora, cada vez más, inclusive quienes no saben lo que la autocracia significa, inclusive quienes, aún sabiéndolo, desearían con toda su alma mantener en pie el régimen autocrático. La incompatibilidad de la autocracia con los intereses de todo el desarrollo social, con los intereses de todo el pueblo (excepto un puñado de funcionarios y mangantes) se puso de manifiesto el día en que el pueblo se vio obligado a pagar con su sangre las cuentas del Gobierno autocrático. Su estúpida y criminal aventura colonialista ha metido a la autocracia en un callejón sin salida, del cual el pueblo podrá salir sólo por si mismo, y sólo derrocando al zarismo” (10).
En Polonia, el impacto económico de la guerra fue especialmente devastador: entre 25 y 30 % de los obreros de Varsovia fueron despedidos, para otros los salarios se redujeron hasta la mitad. En mayo de 1904, hubo enfrentamientos entre obreros y policía ayudada ésta por los cosacos. La guerra empezaba a provocar una oposición cada vez más fuerte. Durante el “domingo sangriento”, cuando las tropas empezaron a aplastar a los obreros que habían ido a presentarle una súplica al Zar,
“No en vano los obreros de Petesburgo gritaban a los oficiales –según informan todos los corresponsales extranjeros– que tenían más éxito en su lucha contra el pueblo ruso que contra los japoneses” (11).
Después, se rebelaron sectores del ejército contra la situación que se les imponía, poniéndose del lado de los obreros:
“La moral de los soldados se ha debilitado mucho con la derrota en Oriente y la incapacidad notoria de sus dirigentes. Después el descontento creció ante la resistencia del Gobierno a mantener su promesa de una rápida desmovilización. El resultado fueron motines en muchos regimientos y, en ciertos momentos, batallas campales. Los informes de tales desordenes veían de los sitios más recónditos como Grodno y Samara, Rostov y Kursk, desde Rembertow hasta Varsovia, de Riga a Letonia y Viborg en Finlandia, de Vladivostok a Irkutsk.
En otoño el movimiento revolucionario en la marina se había hecho más fuerte y, como consecuencia, se produjo un motín en Octubre en la base naval de Cronstadt, en el Báltico; motín que con el que se acabó empleando la fuerza.
Aún le siguió otro motín en la flota del Mar Negro, en Sebastopol, que estuvo en cierto momento a punto de controlar toda la ciudad” (12).
En su llamamiento a la clase obrera de mayo de 1905, los bolcheviques plantearon la cuestión de la guerra y de la revolución como un único problema:
“¡Camaradas! En Rusia nos encontramos ahora en vísperas de grandes acontecimientos. Nos lanzamos al furioso combate contra el Gobierno autocrático zarista y tenemos que llevar esta lucha hasta su victorioso desenlace. ¡Véase a qué extremos de desventura ha arrastrado a todo el pueblo ruso este Gobierno de verdugos y tiranos, de cortesanos venales y lacayos del capital! El Gobierno zarista ha arrojado al pueblo ruso a la insensata guerra contra el Japón. Cientos de miles de jóvenes vidas humanas le han sido arrebatadas al pueblo, para sacrificarlas en Extremo Oriente. No hay palabras para expresar todas las calamidades que esta guerra trae consigo. ¿Y por qué se combate? ¡Por la posesión de Manchuria, territorio que nuestro rapaz Gobierno zarista arrebató a China! Se derrama la sangre rusa y se arruina nuestro país en la disputa por un territorio ajeno. Cada vez es más dura la vida del obrero y del campesino, cada vez les aprietan más el dogal al cuello los capitalistas y los funcionarios, y mientras tanto el Gobierno zarista envía al pueblo a expoliar tierras ajenas. Los incapaces generales zaristas y los funcionarios venales han causado la pérdida de la flota rusa, dilapidado cientos de miles de millones del patrimonio del pueblo, sacrificado ejércitos enteros, pero la guerra sigue e inmola nuevas vidas. El pueblo se hunde en la ruina, la industria y el comercio se paralizan, el hambre y el cólera son inminentes, pero el Gobierno autocrático zarista, en su loca ceguera, sigue impertérrito su camino, dispuesto a que Rusia perezca con tal de que se salve el puñado de verdugos y tiranos. Y por si la guerra contra Japón no bastara, desencadenan ahora otra: la guerra contra todo el pueblo ruso” (13).
La opresión del Estado
La guerra también servía para desviar el movimiento creciente contra la política opresiva de la autocracia. Se mencionaban estas palabras de Plehve, ministro del Interior, en diciembre de 1903: “para impedir la revolución necesitamos una pequeña guerra victoriosa” (14).
El poder de la autocracia se había fortalecido tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881 por miembros de Voluntad del pueblo, un grupo que había decidido usar el terrorismo contra la autocracia (15).
Se tomaron nuevas “medidas de excepción” para poner fuera de la ley toda acción política, pero fueron en realidad la norma: ““Es cierto que ... entre la promulgación del Estatuto del 14 de Agosto de 1881 y la caída de la dinastía en Marzo de 1917, no hay un solo instante en que las “medidas de excepción” no hayan estado en vigor en alguna parte del país o en su mayor parte” (16).
El “nivel reforzado” de esas medidas permitía a los gobernadores de las regiones concernidas encerrar a las personas durante tres meses sin juicio, prohibir toda conversación privada o pública, clausurar fábricas y almacenes, deportar a individuos. Le “nivel extraordinario” era, en realidad, la ley marcial impuesta en una región, con detenciones arbitrarias, encarcelamientos y multas. El uso de soldados contra las huelgas y las manifestaciones era de lo más corriente y muchos obreros fueron matados en las luchas. La cantidad de obreros encarcelados o en presidios se incrementaba por toda Rusia, al igual que la de exilados hacia los confines extremos del país.
Durante aquel período se incrementó regularmente la proporción de obreros acusados de crímenes contra el Estado. En 1884-90, la cuarta parte de los acusados eran trabajadores manuales; en 1901-1903, eran ya las tres quintas partes. Esto refleja el cambio habido en el movimiento revolucionario, entre un movimiento dominado por los intelectuales a otro compuesto de obreros, como la decía un carcelero con este comentario:
“¿Por qué acuden cada vez más campesinos politizados? Antes eran caballeros, estudiantes y jovencitas, pero ahora son obreros campesinos como nosotros” (17).
Junto a esas formas “légales” de opresión, el Estado ruso empleó otros medios. Por un lado, alentaba el antisemitismo, cerrando los ojos ante los pogromos y las matanzas a la vez que aseguraba una protección del grupo que ejecutaba la labor, la Unión del pueblo ruso, más conocida por los Cien negros, abiertamente apoyada por el Zar. Se denunciaba a los revolucionarios como parte de un complot dirigido por los judíos para tomar el poder. Esta estrategia iba a ser utilizada contra los revolucionarios de 1905 y para castigar a los obreros y los campesinos.
Por un lado, el Estado intentaba apaciguar a la clase obrera creando una serie de “sindicatos policíacos” dirigidos por el coronel Zubatov. La labor de esos sindicatos consistía en atajar el ardor revolucionario de la clase obrera manteniéndolo dentro de las reivindicaciones económicas inmediatas, pero los obreros de Rusia empujaron esos límites al máximo y después, en 1905, acabaron saltándoselos. Lenin estimaba que la situación política en Rusia “... “incita” vivamente a los obreros que están llevando a cabo la lucha económica a ocuparse de cuestiones políticas” (18), y defendía que la clase obrera podía utilizar esos sindicatos si los revolucionarios sabían poner en evidencia las trampas que tendía la clase dominante.
“En ese sentido podemos y debemos decir a los Zubátov y a los Ozerov: ¡Trabajen ustedes, señores, trabajen!. Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros... nosotros ya nos encargaremos de desenmascararles. Por cuanto dan ustedes un paso efectivo hacia delante –aunque sea en forma del más “tímido zigzag” pero un paso hacia delante– les diremos: ¡Sigan, sigan!. Un paso efectivo hacia delante no puede ser sino una aplicación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y precipitará la aparición de asociaciones legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos” (19).
De hecho, cuando estalló la revolución, primero en 1905 y luego en 1917, no fueron los sindicatos los que salieron reforzados sino que se creó una nueva organización adaptada a la tarea que ante sí tenía el proletariado: los soviets.
Enfrentamiento armado con el Estado
Si bien los factores expuestos arriba permiten explicar por qué los acontecimientos de 1905 ocurrieron en Rusia, no por ello son solo significativos del contexto ruso. ¿Qué es lo significativo en 1905? ¿Qué lo define?
Un aspecto llamativo de 1905 fue el desarrollo de la lucha armada en diciembre. Trotski hizo una vehemente reseña de la batalla que hubo en Moscú cuando la clase obrera de la región levantó barricadas para defenderse contra las tropas zaristas mientras la Organización combatiente socialdemócrata estaba llevando a cabo una guerrilla por las calles y las casas:
“El siguiente relato dará una idea de lo que fueron los combate. Avanzaba una compañía de georgianos (20), que contaban con los hombres más intrépidos. Se componía su destacamento de veinticuatro tiradores, avanzando en perfecto orden, de dos en dos. Advertidos por la multitud de que dieciséis dragones, al mando de un oficial venían a su encuentro, la compañía se desplegó empuñando los máuseres y, en cuanto apreció la patrulla, ejecutó unos disparos simultáneos. El oficial cayó herido y los caballos, situados en primera línea, también heridos, se encabritaron. Se apoderó de la tropa una confusión tal, que los soldados fueron incapaces de disparar. Así, la compañía obrera no había hecho más de 100 disparos, mientras los dragones se daban a una fuga desordenada, dejando tras sí algunos heridos y muertos. “Marchaos ahora –decían apresuradamente los espectadores– la artillería estará aquí en un instante”. En efecto no tardó en aparecer y, con sus primeras descargas, comenzaron a caer personas, heridas o muertas, en medio de esa multitud desarmada que no se había imaginado que podría servir de blanco al ejército. Pero los georgianos se preparaban entretanto y volvieron a disparar contra las tropas. La compañía obrera era casi invulnerable, protegida por la simpatía general” (21).
No es sin embargo la lucha armada, por muy valiente que fuera, lo que define 1905. La lucha armada fue evidentemente una expresión de la lucha entre les clases por el poder, pero marcó la fase última, pues surge cuando el proletariado está enfrentado a los contraataques eficaces de la clase dominante. Los obreros, primero, intentaron ganarse a las tropas, pero los enfrentamientos se multiplicaron cada día más, volviéndose más y más sangrientos. La lucha armada fue un intento por defender unas zonas bajo control de la clase obrera y no una tentativa de extender la revolución. Doce años más tarde, cuando los trabajadores volvieron a enfrentarse a los soldados, su éxito fue haberse ganado a partes importantes de los ejércitos y de la marina, lo cual fue una garantía de supervivencia y de avance de la revolución.
Además, los enfrentamientos armados entre la clase obrera y la burguesía tenían ya una larga historia. Los primeros años del movimiento obrero en Inglaterra estuvieron marcados por choques violentos. Por ejemplo, en 1800 y 1801, hubo una oleada de motines contra el hambre, algunos de los cuales parecían haber sido planificados de antemano con documentos impresos llamando a los obreros a reunirse. Un año más tarde hubo informes diciendo que los obreros se estaban entrenando en el manejo de las picas y que había asociaciones secretas que conspiraban por la revolución. Durante la década siguiente, el movimiento “luddiste”, que a sí mismo se nombraba “Ejército de los enderezadores”, se desarrolló como reacción contra el empobrecimiento de miles de tejedores.
Unos años más tarde, los “Chartistas de la Fuerza física”, prepararon planes de insurrección. Las jornadas de junio de 1848 y sobre todo la Comuna de Paris en 1871 vieron cómo estallaba a la luz del día el violento enfrentamiento entre las clases. En Estados Unidos, la explotación feroz que había acompañado la acelerada industrialización del país provocó una violenta oposición, como fue el caso de los Molly Maquires que se habían especializado en el asesinato de patronos y transformaban las huelgas en conflictos armados (22). Lo que caracterizó 1905, no fue el enfrentamiento armado, sino la organización del proletariado con unas bases de clase para alcanzar sus objetivos generales. De ahí un nuevo tipo de organización, los soviets, con nuevos objetivos, y que, necesariamente, debían suplantar a los sindicatos.
El papel de los soviets
En uno de los primeros estudios y más importantes sobre los soviets, Oskar Anweiler afirma que:
“... Será más conforme a la realidad histórica mantener que éstos últimos (los soviets de 1905), al igual que los soviets de 1917, se desarrollaron durante largo tiempo sin deberle nada al partido bolchevique ni a si ideología y que, de entrada, no buscaban para nada conquistar el poder del Estado” (23).
Es una buena evaluación de la primera etapa de los soviets, pero deja de ser verdad para las siguientes cuando se da a entender que la clase obrera se habría contentado con seguir al cura Gapone y seguir rogando al “Padrecito” (el Zar). Entre enero y diciembre de 1905, algo cambió. Comprender qué cambió y cómo es la clave para entender 1905.
En el primer artículo de esta serie, subrayamos el carácter espontáneo de la revolución. Las huelgas de enero, octubre y diciembre, parecían haber surgido de no sé sabe dónde, haber prendido con la lumbre de unos acontecimientos en apariencia insignificantes como lo fue el despido de dos obreros de una fábrica. Las acciones desbordaron incluso a los sindicatos más radicales:
“El 30 de Septiembre, comenzó la agitación en los talleres de las líneas Kursk y Kazán. Estas dos vías estaban preparadas para abrir la campaña del primero de Octubre. El sindicato las retuvo. Fundándose en la experiencia de las huelgas de empalmes de febrero, abril y junio, preparaba la huelga general de los ferrocarriles para el momento de convocatoria de la Duma; en aquel momento, se oponía a toda acción separada. Pero la fermentación no se apaciguaba. El 20 de septiembre se había inaugurado en Petersburgo la Conferencia oficial de los representantes ferroviarios, en relación a las cajas de retiro. La Conferencia tomó sobre sí la ampliación de sus poderes y, con el aplauso de todos los ferroviarios, se transformó en un congreso independiente, sindical y político. De todas partes llegaron felicitaciones al congreso. La agitación crecía. La idea de una huelga general inmediata en los ferrocarriles comenzaba a abrirse paso en el radio de Moscú” (24).
Los soviets se desarrollaron con unas bases que iban más allá de la vocación del sindicato. El primer organismo que puede considerarse como soviet aparece en Ivanovo-Voznesensk en la Rusia central. El 12 de mayo estalla una huelga en una fábrica de la ciudad que era conocida como el Manchester ruso y, en unos cuantos días, se cerraron todas las fábricas y más de 32 000 obreros se pusieron en huelga. Tras una sugestión de un inspector de la fábrica, fueron elegidos delegados para representar a los obreros en las discusiones. La Asamblea de delegados, compuesta por unos 120 obreros, se reunió con regularidad durante las semanas siguientes. Su objetivo era conducir la huelga, impedir acciones y negociaciones separadas, asegurar el orden y organizar las acciones obreras y que el trabajo solo cesara tras una orden suya. El soviet emitió una gran cantidad de reivindicaciones, a la vez económicas y políticas, incluida la jornada de 8 horas, un salario mínimo más elevado, que se pagaran los días de baja por enfermedad o maternidad, libertad de reunión y de palabra. Creó después una milicia obrera para proteger a la clase de los ataques de los Cien Negros, impedir los enfrentamientos entre los huelguistas y los que todavía seguían trabajando, mantener el contacto con los obreros de las zonas más alejadas.
Las autoridades cedieron ante la fuerza organizada de la clase obrera pero empezaron a reaccionar hacia finales de mes prohibiendo la milicia. Una asamblea masiva a principios de junio fue atacada por los Cosacos, que mataron a varios obreros y detuvieron a otros. La situación se fue degradando más al final del mes: hubo motines y otros enfrenamientos con los Cosacos. Se lanzó una nueva huelga en julio, implicando a 10 000 obreros, pero fue derrotada al cabo de tres meses con la única conquista aparente de la reducción de la jornada de trabajo.
En ese primer esfuerzo podía ya percibirse la naturaleza fundamental de los soviets: unificación de los intereses económicos y políticos de la clase obrera, y al unir a los trabajadores con una base de clase más que corporativa, el soviet tendió a ser cada día más político, lo cual, irremediablemente, llevaba a un enfrentamiento entre el poder establecido de la burguesía y el poder emergente del proletariado. El que la cuestión de la milicia obrera fuera central en la vida del soviet de Ivanovo-Voznesensk no se debió a la amenaza militar inmediata que esa milicia presentaba, sino a que planteaba la cuestión del poder de clase.
Esa tendencia a crear poderes opuestos al oficial por todas partes está presente en todo el relato de Trotski sobre 1905. Eso es lo que se planteó explícitamente en 1917 con la situación de doble poder:
“Si el Estado es la organización de una supremacía de clase y la revolución la sustitución de la clase dominante, el paso del poder de unas manos a otras ha de crear necesariamente antagonismos en la situación del Estado, principalmente bajo la forma de una dualidad de poderes. La relación de fuerzas entre las clases no es un dato matemático que puede calcularse de antemano. Mientras que el viejo régimen ha perdido su equilibrio, una nueva relación de fuerzas sólo puede establecer como resultado de su verificación recíproca en la lucha. Y eso es la revolución” (25).
La situación de doble poder no se alcanzó en 1905, pero la cuestión se planteódesde el principio:
“El soviet, desde el momento en que fue instituido hasta el de su pérdida, permaneció bajo la poderosa presión del elemento revolucionario, el cual, sin perderse en consideraciones vanas, desbordó el trabajo de la inteligencia política.
“Cada uno de los niveles de la representación obrera estaba predeterminado, “la táctica” a seguir se imponía de manera evidente. No había que examinar los métodos de lucha, apenas se contaba con el tiempo de formularlos...” (26).
Esa es la cualidad esencial del soviet y eso es lo que lo distingue de los sindicatos. Los sindicatos son un arma de lucha del proletariado en el capitalismo, los soviets son un arma en su lucha contra el capitalismo, por su derrocamiento. En un principio no se oponen, por el hecho de que ambos surgen de las condiciones objetivas de la lucha de clase de su época y están en continuidad puesto que ambos luchan por los intereses de la clase obrera; pero acaban oponiéndose cuando la forma sindical sigue existiendo después de que su contenido de clase –su papel en la organización de la clase y en el desarrollo de su conciencia– se haya transferido a los soviets. En 1905, esa oposición no apareció todavía; los soviets y los sindicatos podían coexistir y, en cierto modo, reforzarse mutuamente, pero, implícitamente, esa oposición estaba inscrita en la manera con la que los soviets pasaban por encima de los sindicatos.
Les huelgas de masas que se desarrollaron en octubre de 1905 desembocaron en la creación de otros muchos soviets, con el de San Petersburgo a la cabeza. En total se han identificado entre 40 y 50 soviets así como también algunos soviets de soldados y de campesinos. Anweiler insiste en sus variopintos orígenes:
“Su nacimiento se produjo o bien de forma mediatizada, en el marco de organizaciones de viejo tipo –comités de huelga o asambleas de diputados, por ejemplo– o bien de forma inmediata, por iniciativa de las organizaciones locales del partido socialdemocrata, que en este caso tenían una influencia decisiva en el soviet. La linde entre el comité de huelga puro y simple y el consejo de diputados obreros realmente digno de ese nombre con frecuencia era difusa, y sólo en los principales centros de la revolución y de la clase trabajadora como (dejando aparte San Petesburgo) Moscú, Odessa, Novorossiisk y la cuenca del Donetz, los consejos tuvieron una forma organizativa netamente diferente” (27).
Por su novedad, seguían el flujo y el reflujo de la marea revolucionaria:
“La fuerza del soviet residía en el animo revolucionario, la voluntad de combate de las masas, frente a la debilidad del régimen imperial. En esos “días de la libertad”, las masas obreras, exaltadas, respondían con entusiasmo a los llamamiento del órgano que ellos mismos habían elegido; cuando se relaja la tensión y la indolencia y la decepción se abren paso, los soviets pierden su influencia y su autoridad” (28).
Los soviets y la huelga de masas surgieron a partir de las condiciones de existencia objetivas de la clase obrera exactamente como los sindicatos lo habían hecho antes que ellos:
“Los consejos de diputados obreros se formaron respondiendo a una necesidad práctica, suscitada por la coyuntura de entonces: había que tener una organización que gozara de una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que reagrupara de golpe a las masas diseminadas e inconexas; esta organización debía ser una punto donde confluir todas las corrientes revolucionarias dentro del proletariado; debía tener iniciativa y capacidad para controlarse ella misma de forma automática; y lo esencial, en fin, poder crearla en veinticuatro horas” (29).
Por eso es por lo que en el siglo xx, después de 1905, la forma del soviet, como tendencia o como realidad, volvió a aparecer en ciertos momentos cuando la clase obrera estaba en la ofensiva:
“El movimiento en Polonia, por su carácter masivo, por su rapidez, por su extensión por encima de las categorías y regiones, no solo confirma la necesidad sino también la posibilidad de una generalización y autoorganización de la lucha” (30).
“El habitual empleo masivo y sistemático de la mentira por parte de las autoridades, al igual que el control totalitario ejercido por el Estado sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida social, empuja a los obreros polacos a llevar la autoognaización de la clase mucho más lejos de lo que habíamos visto hasta ahora” (31).
North, 14/06/05
La continuación de este artículo aparecerá en el próximo número de la Revista internacional y podrá consultarse próximamente en nuestra página Web. Tratará, en particular de las cuestiones siguientes:
– Es el soviet de los diputados obreros de San Petersburgo el punto culminante de la revolución de 1905; es la más patente ilustración de lo que es esa arma de la lucha revolucionaria que el soviet es: una expresión de la lucha misma, para desarrollarla al máximo y masivamente, agrupando al conjunto de la clase.
– La práctica revolucionaria de la clase obrera clarificó la cuestión sindical mucho antes de que lo comprendiera teóricamente. Cuando se creaban sindicatos en 1905, tendían a desbordar el marco de su función pues eran arrastrados por la marea revolucionaria. Después de 1905, declinaron rápidamente y en 1917, fue en los soviets donde la clase obrera se organizó para entablar el combate contra el capital.
– La tesis según la cual la revolución de 1905 se debió al atraso de Rusia es un error que sigue hoy teniendo algún peso. En contra de semejante idea, tanto Lenin como Trotski dejaron claro que el capitalismo se había desarrollado en Rusia a un alto nivel).
1 Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
2 Trotski, 1905 - Resultados y perspectivas, capitulo “Conclusiones”.
3 Ver nuestro folleto la Decadencia del capitalismo.
4 The International Working class Movement, Progress Publishers, Moscow 1976.
5 Revista internacional no 118: “Historia del movimiento obrero. ¿Qué distingue al movimiento sindicalista revolucionario?”; Revista internacional n° 120: “Historia del movimiento obrero. El anarco-sindicalismo frente al cambio de época: la CGT francesa hasta 1914”.
6 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partidos y sindicatos.
7 Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia.
8 Lenin, Idem.
9 Henry Reichamn, Railways and revolution, Russia, 1905. University of California Press, 1987.
10 Lenin, “La caída de Port Arthur”, Obras completas.
11 Lenin, “Jornadas revolucionarias”, Obras completas.
12 David Floyd, Rusia en revuelta.
13 Lenin, “El Primero de Mayo”, Obras completas.
14 Un trabajo más reciente relativiza esa visión, diciendo que es evidente que “probablemente eso indica que… Plevhe no parecía poner objeciones a que Rusia entrara en guerra contra Japón, con la idea de que un conflicto bélico desviaría a las masas de las preocupaciones políticas” (Ascher, The revolución of 1905).
15 El hermano de Lenin formaba parte de un grupo que se inspiraba de la Voluntad del pueblo. Fue ahorcado en 1887 tras un intento de asesinato del zar Alejandro III.
16 Edward Crankshaw, The shadow of the Winter Palace.
17 Teodor Shanin, 1905-07. Revolution as a moment of truth.
18 Lenin, Que hacer.
19 Idem.
20 Era el nombre que se daba a las unidades combatientes individuales. Trotski las nombra colectivamente como los druzhinniki.
21 Trotski, 1905.
22 Ver Dynamite, de Louis Adamic, Rebel Press, 1984.
23 Los Consejos obreros.
24 Trotski, 1905.
25 Trotski, Historia de la Revolución rusa.
26 Trotski, 1905.
27 Los Consejos obreros.
28 Idem.
29 Trotski, op.cit.
30 Revista internacional no 23: “Huelgas de masas en Polonia 1980: el proletariado abre una nueva brecha”.
31 Revista internacional no 24: “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia”.