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En el primer artículo esta serie, aparecido en el número 36-37 de la Revista Internacional en castellano, examinamos la actitud de los comunistas sobre la cuestión nacional en los albores de la decadencia del capitalismo, en especial los debates entre Lenin y Rosa Luxemburgo sobre la cuestión del apoyo de la clase obrera al "derecho de las naciones a la autodeterminación". Concluíamos que incluso, aun cuando ciertas luchas de liberación nacional pudieran haber sido todavía consideradas como progresistas desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera, semejante consigna debía ser rechazada.
Con el estallido de la guerra en 1914, toda una serie de nuevas cuestiones se plantean al movimiento obrero. En este artículo, nos proponemos examinar las primeras tentativas de los comunistas para debatirlas, y sus implicaciones en cuanto a la cuestión del apoyo a todas las luchas nacionalistas.
Una de las funciones propias de los revolucionarios consiste en mejorar los análisis de la realidad a la que se encuentra confrontada la clase obrera. En la primera guerra mundial, el debate en el seno de las fracciones de la 'Izquierda de Zimmerwald' sobre las luchas de liberación nacionales intentaba responder, en buena medida, a esa preocupación, con el fin de poner en evidencia las condiciones a la que se encontraba confrontada la clase obrera en su lucha, condiciones nuevas, sin precedentes, de la guerra capitalista mundial, del imperialismo desencadenado y del control masivo del Estado.
Sesenta años más tarde, el debate no es el mismo, los revolucionarios no deben repetir las inadecuaciones y los errores. La experiencia de la clase ha aportado respuestas, de la misma forma que ha planteado nuevos problemas. Y si las minorías políticas no adoptan el mismo espíritu de crítica implacable y de investigación práctica, permaneciendo atadas a las consignas propias del período ascendente del capitalismo, faltarían a sus deberes fundamentales, rechazando toda la metodología de Lenin, Luxemburgo y las fracciones de izquierda. Es esta metodología la que ha conducido a la CCI a rechazar las posiciones de Lenin sobre la cuestión nacional y a desarrollar la contribución hecha por Rosa Luxemburgo.
La cuestión nacional en la izquierda de Zimmerwald
Los revolucionarios que permanecieron fieles al espíritu del Manifiesto Comunista y a su grito de unión: ¡Los proletarios nos tienen patria. Proletarios de todos los países, uníos!, se reagruparon en el movimiento de Zimmerwald, compuesto por los oponentes a la guerra, pero se vieron obligados rápidamente a organizar un ala izquierda en el movimiento, con el fin de defender una posición de clase clara contra las tendencias reformistas y pacifistas de la mayoría. La izquierda de Zimmerwald se funda en 1915 sobre las siguientes bases de unificación:
- reconocimiento de la naturaleza imperialista de la guerra, contra la mentira de la "defensa de la patria";
- reconocimiento de la lucha por el poder político y la revolución del proletariado como única respuesta al imperialismo;
- reconocimiento del hecho de que el principio de la lucha sería una lucha activa contra la guerra.
Sin rechazar el viejo programa mínimo de la socialdemocracia ni la lucha por reformas en el seno del capitalismo, esta lucha, sin embargo, debía ser llevada «con vistas agudizar toda crisis política y social del capitalismo general, al igual que la crisis causada por la guerra, y transformar esa lucha en un ataque contra la fortaleza fundamental del capitalismo... Con la consigna de socialismo, esta lucha hará que las masas trabajadoras sean impermeables a la consigna de sojuzgamiento de un pueblo por otro» (Proyecto de Resolución de la Izquierda de Zimmerwald, 1915).
A pesar de la adhesión persistente al programa mínimo, apropiado para el período ascendente del capitalismo, las posiciones de la izquierda de Zimmerwald constataron la ruptura en el período histórico, y en el mismo movimiento obrero. En lo sucesivo, la cuestión para el proletariado no podía ser apoyar a los movimientos del nacionalismo burgués cara a hacer avanzar la lucha por la democracia en el marco del capitalismo todavía en plena expansión. La actitud del proletariado hacia la cuestión nacional era ahora inseparable de la necesidad de luchar contra la guerra, y más en general, contra capitalismo imperialista, con el objetivo de crear las condiciones para la toma del poder por el proletariado.
En la Izquierda de Zimmerwald, en Partido Bolchevique expresaba ya claramente la actitud general, histórica, de los revolucionarios frente las luchas de liberación nacional:
«Las guerras realmente nacionales que han tenido lugar, especialmente en el período 1789- 1871, eran la expresión de movimientos nacionales de masa, de una lucha contra el absolutismo y el sistema feudal, por la abolición de la opresión nacional y la creación de Estados sobre la base nacional, condición previa del desarrollo capitalista.
La ideología nacional engendrada por esta época ha dejado huellas profundas en la pequeña burguesía y en una parte del proletariado. Es esto lo que aprovechan actualmente, en una época totalmente diferente, la del imperialismo, los sofistas de la burguesía y los traidores al socialismo que se arrodillan ante ella con el fin de dividir a los obreros y desviados de sus tareas de clase y de la lucha revolucionaria contra la burguesía.
Las palabras del Manifiesto Comunista: "Los obreros no tienen patria" son hoy más justas que nunca. Sólo la lucha internacional del proletariado contra la burguesía puede salvaguardar sus conquistas y abrir a las masas oprimidas la vía de un porvenir mejor» (Resolución de la Conferencia de Berna de las secciones en el extranjero del POSDR, marzo de 1915).
Es este marco donde se sitúa el debate entre las diferentes fracciones de la izquierda de Zimmerwald sobre la cuestión nacional.
Este debate, llevado en especial entre los comunistas de Europa occidental y Lenin, se había focalizado el origen de la cuestión: ¿es posible todavía para el proletariado aportar su apoyo al "derecho de las naciones a la autodeterminación"?. Retomaba a grandes rasgos las líneas de la polémica anterior a la guerra entre Lenin y Rosa Luxemburgo; pero debía ampliarse y abrirse a dos cuestiones fundamentales planteadas por la entrada del capitalismo en su fase de decadencia:
- ¿era posible para el proletariado luchar por un "programa mínimo" en el seno del capitalismo que incluyera las reivindicaciones democráticas (incluido el "derecho a la autodeterminación")?;
- ¿eran posibles todavía guerras nacionales progresistas que justificaran el apoyo del proletariado a la burguesía?.
Mientras que a estas dos cuestiones Lenin respondía "si", otros, como la izquierda alemana, holandesa y polaca, junto con el grupo Kommunist en torno a Bujarin y Piatakov en el seno del partido bolchevique, comenzaron tímidamente a responder "no", rechazando definitivamente la consigna de autodeterminación y tendiendo a definir las tareas del proletariado frente las condiciones nuevas del capitalismo decadente. Estas fueron las fracciones (que tendían hacia posiciones coherentes alrededor de la teoría de Rosa Luxemburgo sobre el imperialismo), que mejor encararon la cuestión nacional en la decadencia, y no los combates de retaguardia de Lenin, que estaba en contra de que se criticara como caduco el programa mínimo, pretendidamente apto para jugar un papel vital en la revolución proletaria en Rusia y los países atrasados de Europa del Este y Asia[1].
¿Es posible todavía luchar por la "democracia"?
Cuando en la Conferencia de Berna del partido bolchevique en 1915, Bujarin se opone al derecho de las naciones a la autodeterminación en tanto que táctica proletaria, Lenin fue el primero en insistir en que no se podía rechazar un aspecto de la lucha por la democracia sin poner en cuestión esta última en su conjunto: si la reivindicación de la autodeterminación era imposible en la época del imperialismo, ¿por qué no rechazar todas las restantes reivindicaciones democráticas?.
Lenin planteaba el problema de la forma siguiente: ¿cómo relacionar el advenimiento del imperialismo con la lucha por reformas y la democracia?. De ahí que denuncie la posición de Bujarin que califica de "economismo imperialista", es decir, un rechazo de la necesidad de la lucha política y, por consiguiente, una capitulación ante el imperialismo.
Pero Bujarin no rechazaba la necesidad de la lucha política, sino su identificación a la lucha por el programa mínimo.
Bujarin y el grupo Kommunist planteaban el problema en términos de la necesidad del proletariado de romper de forma decisiva con los métodos del pasado y adoptar una nueva táctica y unas consignas que respondieran a la necesidad de destruir el capitalismo por la revolución proletaria. Si bien los comunistas habían defendido firmemente la lucha por la democracia, en adelante se negarían a hacerlo.
Como le expresa de forma más completa Bujarin en el desarrollo posterior de esta posición:
«Es perfectamente claro, a priori, que las consignas y los objetivos específicos del movimiento dependen enteramente del carácter de la época en la cual el proletariado en lucha debe actuar. El período pasado era el de la conjunción de las fuerzas y preparación para la revolución.
El período presente es el de la revolución, y esta distinción fundamental implica igualmente diferencias profundas en las consignas y los objetivos concretos del movimiento. En el pasado, el proletariado tenía necesidad de la democracia porque no estaba en la situación que le permitiera encarar la lucha por su propia dictadura. La democracia era válida en la medida en que ayudaba al proletariado a elevar un paso su conciencia, pero el proletariado estaba obligado a presentar sus reivindicaciones de clase en una forma 'democrática'... Sin embargo, no hay necesidad de hacer de la necesidad virtud... Ha llegado la hora del asalto directo de la fortaleza capitalista y la eliminación de los explotadores» (La teoría de la dictadura del proletariado, 1919)
Puesto que la época de la democracia burguesa progresista era ya caduca y que el imperialismo era inherente a la supervivencia del capitalismo, las reivindicaciones antiimperialistas que mantuvieran intactas las relaciones capitalistas de producción se convertían en utópicas y reaccionarias.
La única respuesta al imperialismo no podía ser más que la revolución proletaria:
«La socialdemocracia no debe proponer reivindicaciones 'mínimas' en las condiciones presentes de la política internacional... Toda propuesta de tareas 'parciales', de 'liberación nacional', el marco del sistema capitalista, significa un desvío de las fuerzas proletarias de la verdadera solución del problema y su fusión con las fuerzas de los grupos burgueses nacionales correspondientes. La consigna de autodeterminación de las naciones es ante todo utópica (no pueda ser realizada en los límites del capitalismo) y rechazable como consigna que siembra ilusiones. En este sentido, no difiere en nada de las consignas sobre los 'tribunales de arbitraje', sobre el 'desarme', etc., que presuponen la posibilidad de un pretendido capitalismo pacífico» (Tesis sobre el derecho a la autodeterminación, 1915)
Pero Bujarin iba más lejos en su rechazo del programa mínimo en la era del imperialismo y demostraba la necesidad de una táctica y unas consignas que expresen la necesidad para el proletariado de destruir el Estado capitalista.
Mientras que en el período ascendente del capitalismo el Estado garantizaba las condiciones generales de explotación por los capitalistas individuales, la época del imperialismo dio nacimiento a un aparato de Estado militarista explotador directo del proletariado, con el paso de la propiedad individual del capital a la propiedad colectiva mediante la unificación de estructuras y capitalistas (en trust, sindicatos, etc.) y la fusión de estas estructuras con el Estado. Esta tendencia al capitalismo de Estado se extiende del ámbito económico a toda la vida social:
«Todas estas organizaciones tienen tendencia a fusionarse entre sí, y a transformarse en una sola organización de los explotadores. Tal es la etapa más reciente del desarrollo, etapa que se ha hecho particularmente evidente durante la guerra... Así ha surgido una organización única, que absorbe todas las demás: el Estado imperialista pirata moderno, organización omnipotente de la dominación burguesa... y si sólo los Estados más avanzados han alcanzado hasta ahora esta etapa, cada día, y en particular cada día de guerra, tiende generalizar este Estado de hecho» (El Estado pirata imperialista, 1915)
La única fuerza capaz de afrontar esta unidad de las fuerzas de la burguesía no podía ser más que la acción de masas del proletariado. En estas condiciones nuevas, el movimiento revolucionario tenía necesidad, por encima de todo, de manifestar su posición al Estado, lo que implicaba la negativa a apoyar a cualquier país capitalista sea cual fuere[2]
Contra este implacable ataque al programa mínimo y contra la oposición a la autodeterminación expresada por la mayoría de las izquierdas de Europa occidental, Lenin escribió sus Tesis sobre la revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación, a comienzos de 1916.
Desde el principio, la necesidad de evitar todo apoyo a la democracia burguesa reaccionaria y al Estado democrático le reforzaba a adoptar una posición defensiva. Debía así estar de acuerdo con Bujarin sobre el hecho que:
- «La dominación del capital financiero como la del capital en general, no podría ser eliminada por alguna transformación, cualquiera que fuera en el terreno de la democracia política; ahora bien, la autodeterminación se relaciona entera y exclusivamente con este dominio» ("Tesis n° 2", Obras, T. 22);
- «todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política, que en la época del imperialismo no son 'realizables' mas que incompletamente, bajo un aspecto truncado y a título completamente excepcional (por ejemplo, la separación de Noruega de Suecia, el 1905)» (Ibid)[3];
- La formación de nuevas naciones (Polonia, India, etc.) en el futuro sería el producto de "un cambio insignificante" en la política y las relaciones estratégicas entre las principales potencias imperialistas.
La posición de Lenin estaba igualmente basada en el reconocimiento del hecho de que la naturaleza del nuevo período exigía una ruptura con los antiguos métodos reformistas de lucha:
« Es necesario formular todas estas reivindicaciones y darles resultados no reformistas, sino revolucionarios; no permaneciendo en el marco de la legalidad burguesa, sino rompiendo, arrastrando a las masas a la acción, ampliándola y fomentándola alrededor de cada reivindicación democrática fundamental hasta el asalto directo del proletariado contra la burguesía, es decir, hasta la revolución socialista, que expropia a la burguesía» (Ibid)
El capitalismo y el imperialismo no podían ser derribados más que por medio de una revolución política. Sin embargo:
«Sería un error capital creer que la lucha por la democracia es susceptible de desviar al proletariado de la revolución socialista o de eclipsarla, de esfumarla, etc. Al contrario, de la misma forma que es imposible concebir un socialismo victorioso que no realizara la democracia integral, por lo mismo el proletariado no puede prepararse a la victoria sobre la burguesía sino lleva una lucha general, sistemática y revolucionaria por la democracia." (Ibid)
Tal era, a grandes rasgos, toda la argumentación de Lenin, si se tienen en cuenta todos los argumentos avanzados contra él, en esa época, dos cuestiones quedaron sin respuesta:
- en la época del imperialismo, cuando la democracia burguesa se había vuelto reaccionaria, ¿cuál era el contenido de esta lucha por la democracia?;
- ¿Cómo podía proletariado en la práctica evitar el apoyo al aparato militarista e imperialista del estado?.
Lenin se daba cuenta de esos problemas, indudablemente, pero no podía resolverlos.
Estaba de acuerdo con eso de que el imperialismo había hecho de la democracia una ilusión, pero sin embargo continuaba apreciando las "aspiraciones democráticas" de las masas; por lo tanto, existía un antagonismo entre el imperialismo en tanto que negación de la democracia, y la lucha de las masas por la democracia. Lo que se condensaba en la posición de Lenin era que seguía siendo necesario, para la clase obrera, luchar no por destruir el Estado capitalista, - al menos no en lo inmediato -, sino utilizar en su seno sus instituciones para obtener reformas democráticas:
«La solución marxista al problema de la democracia consiste en la utilización por el proletariado de todas las instituciones democráticas en la lucha de clase contra la burguesía, con el fin de prepararse a su derrocamiento y asegurar su propia victoria» (Lenin, Respuesta a Kiewsky (Y. Piatakov), 1916)
Antes de la revolución de Febrero, Lenin defendía, en compañía de Kautsky, la idea según la cual la actitud marxista hacia el Estado consistía en impulsar al proletariado a apoderarse del poder del Estado y utilizarlo para construir el socialismo.
Criticaba la posición de Bujarin tachándolo de no marxista y semi anarquista, afirmando de nuevo que los socialistas estaban por la utilización de las instituciones estatales existentes.
Pero en la elaboración de su propia respuesta a Bujarin en 1916, cambia su posición recogiendo los escritos originales de Marx sobre la necesidad de destruir el Estado burgués, insistiendo en el significado real de la aparición de los Soviets en 1905, como forma específica de la dictadura del proletariado, alternativa al poder del Estado burgués. Su refutación de Bujarin la sustituyó por el folleto mejor conocido de El Estado y la Revolución en el cual propugna claramente la destrucción del Estado burgués.
Sin embargo, a pesar de esta clarificación esencial en su actitud hacia el Estado, a pesar de su lucha encarnizada por la realización de la consigna "Todo el poder a los Soviets" en octubre de 1917, Lenin nunca renunció a su concepción teórica de la revolución democrática. Así, por ejemplo, mientras que su Tesis de Abril concluía que en la medida de que poder del Estado había pasado entonces a manos de la burguesía, "la revolución democrática en Rusia está rematada", asimismo incluía en su programa de necesidad para el proletariado de acometer tareas burguesas, democráticas, incluido el derecho de autodeterminación en la lucha por el poder de los Soviets.
Según la expresión de Bujarin, su posición sobre la cuestión nacional era "pro estatal ", todavía influenciada ampliamente por las condiciones con que se había enfrentado el proletariado de los países subdesarrollados, y basada en conceptos caducos más propios del período ascendente del capitalismo que del periodo de la decadencia imperialista.
¿Son todavía progresistas las guerras nacionales?
Las guerras nacionales se desarrollan entre 1789 y 1871. Se planteaba entonces sí, primero, ese período se había terminado definitivamente con el estallido de la guerra en 1914 y, segundo, si teniendo en cuenta el carácter indiscutiblemente imperialista y reaccionario de esa guerra, si ése no era ya un carácter general e irreversible de las guerras del período que se iniciaba. Y, otra vez, mientras que las izquierdas europeas empezaban a responder afirmativa aunque tímidamente a estas preguntas, Lenin dudaba en admitir esas respuestas aunque las bases de acuerdo fueran importantes.
Esa cuestión en su totalidad era esencial, claro está, para el izquierda en Zimmerwald, la cual denunció, en plena guerra imperialista, las mentiras de la burguesía sobre la defensa de la patria y la necesidad de morir por el país; si ciertas guerras podía ser calificadas de progresistas y revolucionarias, los internacionalistas podrían entonces, en ese caso particular, llamar a los obreros a la defensa de la patria.
Bujarin plantea claramente que la guerra había hecho que esta cuestión fuera una frontera de clase:
«El problema táctico más importante de nuestros tiempos es el de la pretendida defensa nacional. Ésa cuestión enseña claramente donde está la línea que separa lo burgués de lo proletario. Eso de la defensa de la patria es pura patraña, pues no se refiere realmente al país como tal, o sea a la población, si no a su organización estatal..." (El Estado pirata imperialista)
Por consiguiente:
«La tarea de la socialdemocracia hoy consiste en hacer propaganda a favor de la indiferencia sobre lo de la 'patria', la 'nación' etc., lo cual implica que se plantee la cuestión no con enfoque 'pro estatal'... (Protesta contra una 'desintegración' del Estado), sino al contrario, con enfoque claramente revolucionario contra el poder de Estado y del sistema capitalista en su conjunto." (Tesis 7 de Tesis sobre el derecho a la autodeterminación, 1915)
Bujarin demostraba que si la consigna de la autodeterminación se aplicaba concretamente, o sea que garantizara la independencia y el derecho a la secesión, en las condiciones de la guerra imperialista, no sería ni más ni menos que una variante de la consigna de la "defensa de la patria", de que habría que defender concretamente las fronteras de nuevo Estado independiente en el ruedo imperialista; ¿qué otra cosa podría significar semejante reivindicación?.
En esa situación, se rompería las fuerzas internacionalistas el proletariado y su lucha de clases sería llevada al atolladero nacionalista:
«De eso resulta que en ningún caso y bajo ningún pretexto apoyaremos nosotros al gobierno de una gran potencia al reprimir el levantamiento de una nación oprimida; pero tampoco movilizaremos las fuerzas proletarias tras las consignas de 'derecho de las naciones a la autodeterminación'» (Tesis 8, Ibid)
La izquierda alemana basó sus análisis en la teoría de Rosa Luxemburgo, la cual, en el Folleto de Junius, había afirmado que:
« (hoy) la fraseología nacional... no sirve para otra cosa que enmascarar más o menos las aspiraciones imperialistas, y eso si no es utilizada como grito guerrero en los conflictos imperialistas, único y último medio ideológico para captar la decisión de las masas populares y hacerles desempeñar el papel de carne de cañón en las guerras imperialistas"; y la izquierda alemana se irguió con tanto ímpetu como aquella contra la idea de que pueda haber guerras nacionales progresistas en la era del imperialismo:
«En esta era del imperialismo desatado, ya no caben guerras nacionales. Los intereses nacionales no son sino la patraña para poner a las masas populares y trabajadoras al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo." (Tesis 5, "Sobre las tareas de la socialdemocracia internacional, 1916, que aparecen como apéndice al Folleto de Junius).
En su enérgica respuesta, Lenin retrocedió al hacer esta conclusión general sobre la naturaleza del periodo:
- el carácter indiscutiblemente imperialista de la guerra mundial no implicaba que las guerras nacionales fueran ya imposibles. Al contrario, eran a la vez inevitables y progresistas;
- aunque la defensa de la patria era algo reaccionario en caso de guerra entre potencias imperialistas rivales, en una guerra nacional "auténtica" los socialistas no tenían por qué negar el apoyo a la defensa nacional.
Lenin era incapaz de comprender que la entrada del capitalismo en su fase imperialista determinada la naturaleza reaccionaria de la guerra, y así hizo hincapié en que había que hacer una valoración concreta de cada guerra tomada por separado. Y se negó también a admitir que el carácter imperialista evidente de los países adelantados de Europa y América significaba que un cambio se había operado en el conjunto del sistema capitalista, cambio al que no podían escapar ni los países atrasados de Asia y África. Según Lenin, en los países capitalistas avanzados, el período de guerras nacionales había terminado hacía ya tiempo; el Europa del este y el los países semicoloniales y coloniales, en cambio, las revoluciones burguesas estaban al orden del día; en estos países, las luchas de liberación nacional contra las grandes potencias imperialistas no eran todavía letra muerta, y, por consiguiente, la defensa del Estado nacional seguir siendo progresista. En Europa misma, no podía considerarse como imposible (aunque Lenin lo considera improbable) que hubiera guerras nacionales de las pequeñas naciones anexionadas u oprimidas.
Lenin citaba el hipotético ejemplo de Bélgica anexionada por Alemania durante la guerra para ilustrar la necesidad para los socialistas de apoyar, incluso, el "derecho" de la burguesía belga oprimida a la autodeterminación.
Las dudas de Lenin en adoptar los argumentos, con mucho los más coherentes, de la izquierda alemana, sobre la imposibilidad de guerras nacionales, se debían principalmente a la preocupación de no rechazar movimientos o acontecimientos que pudieran acelera la crisis en el sistema capitalista, crisis que el proletariado podría aprovechar.
«La dialéctica de la historia hace que las pequeñas naciones, impotentes en tanto que factor independiente en la lucha contra imperialismo, tienen el papel de fermento, de bacilo que favorece la entrada en escena de la fuerza verdaderamente capaz de luchar contra imperialismo, o sea, el proletariado socialista. Seríamos unos revolucionarios lamentables, si, en la gran guerra liberadora del proletariado por el socialismo, no supiéramos aprovecharnos del menor movimiento popular dirigido contra tal o cual plaga del imperialismo, para que así se agrave y profundice la crisis» (Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación).
Lo que interesaba a Lenin no era el destino de los movimientos nacionalistas como tales, sino únicamente sus posibilidades para debilitar las grandes potencias imperialistas en plena guerra mundial; de ahí que pusiera el levantamiento irlandés de 1916 en el mismo plano que las revueltas coloniales en África y los motines en las tropas coloniales en India, en Singapur, etc., como otros tantos signos anunciadores de la crisis del imperialismo.
Tomemos como ejemplo concreto el del alzamiento nacionalista irlandés de 1916 para ilustrar algunos de los peligros de ese enfoque de Lenin. Para éste, esa rebelión era la prueba de la validez de su posición según la cual el animar las aspiraciones nacionalistas de las naciones oprimidas era un factor activo y positivo en la lucha contra el imperialismo, posición contraria a la de otros como Rosa Luxemburgo y Trotsky, quienes afirmaban que se trataba de un levantamiento desesperado sin apoyo serio y que demostraba, al contrario, que el período de luchas de liberación nacional estaba terminado.
Lenin no decía que hubiera en Irlanda un movimiento proletario de masas detrás de la rebelión, la cual no se presentaba a sí misma sino como "combate callejero llevado a cabo por un sector de la pequeña burguesía urbana y un sector de la clase obrera"; el problema real estaba en la naturaleza de clase de esas revueltas nacionalistas o, dicho de otra manera,: ¿ese tipo de movimientos participan en el reforzamiento de la "única fuerza antiimperialista, el proletario socialista" (Lenin) o de la burguesía imperialista?.
Lenin otorgaba, y eso era peligroso, un potencial anticapitalista a esas acciones nacionalistas, diciendo que, a pesar de sus sobresaltos reaccionarios, «atacarán objetivamente al capital» (ídem), y que el proletariado debía asociarse a ellas y dirigirlas para hacer avanzar el proceso de la revolución social.
Sin embargo, y sin entrar en la historia de la cuestión irlandesa, podemos decir brevemente qué hechos se produjeron que contradicen totalmente esa idea de Lenin. La revuelta irlandesa de 1916 marcó con su impronta nacionalista la lucha de clases del proletariado en Irlanda, debilitados ya por la derrota parcial de sus luchas de preguerra, al movilizar activamente a los obreros en la lucha armada del nacionalismo católico de Irlanda del Sur. A pesar de la poquísima simpatía que tuvo entre las masas obreras el golpe militar desesperado, las campañas de terror llevadas a cabo por el Estado británico consecutivas al golpe, acabaron por desorientar del todo a los obreros echándolos en brazos de los nacionalistas ultras; eso quedó plasmado en una matanza y en el sabotaje sistemático de la lucha autónoma de la clase obrera contra el capitalismo, sabotaje llevado a cabo tanto por los ingleses "negrigualdos", como por el IRA republicano. La derrota de esa fracción relativamente débil y aislada del proletariado mundial, derrota infligida por las fuerzas unificadas de la burguesía irlandesa y británica, no hizo sino expresar el reforzamiento del imperialismo mundial cuyo interés primero fue siempre la derrota de su mortal enemigo. La rebelión irlandesa era únicamente la prueba de que todas las fracciones de la burguesía, incluidas las de las naciones pretendidamente oprimidas, se ponen del lado del imperialismo cuando se encuentran ante la amenaza de destrucción del sistema de explotación, condición del mantenimiento de sus privilegios.
Los revolucionarios de hoy sólo pueden concluir diciendo que la historia demuestra que Lenin se equivocó, y que las izquierdas comunistas, a pesar de sus confusiones, tenían razón en lo esencial. La única lección que sacar de la revuelta irlandesa es comprender que el más mínimo apoyo al nacionalismo lleva en línea recta a la subordinación de la lucha de la clase a las guerras imperialistas del periodo de decadencia del capitalismo.
Lenin contra los "leninistas"
El llamamiento de Lenin al apoyo del todo levantamiento nacionalista ha sido utilizado por la burguesía como pretexto para ahogar a los obreros y a los campesinos en incontables carnicerías tras las banderas del nacionalismo y el "antiimperialismo". Sin embargo, hay un río de sangre entre los peores errores de Lenin y las "mejores" posiciones defendidas por los que presumen de ser sus herederos, o sea, los verdugos del proletariado, estalinistas, trotskistas, o maoístas.
También hay que salvar el verdadero contenido crítico de los escritos que Lenin de algunas deformaciones como las del PCInt (Programa Comunista) entre otros, el cual, aunque pertenece al campo revolucionario, prefiere mantenerse apegado a todos los errores del pasado, incluso cuando esos desembocan en la defensa de las fracciones capitalistas más reaccionarias so pretexto de "liberación nacional" (ver Revista Internacional, n° 32, para un análisis más desarrollado de los errores del PCInt y de su reciente descomposición).
Lenin fue siempre consciente de los peligros para los revolucionarios de apoyar al nacionalismo; insistía machaconamente en la necesidad para el proletariado de preservar su unidad y su autonomía frente a todas las fuerzas burguesas, aunque esto no haría sino volver su posición aún menos aplicable y más contradictoria la práctica.
Por eso, cada vez que animaba los revolucionarios a apoyar cada revuelta contra el imperialismo, añadía: "a condición de que no sea la rebelión de una clase reaccionaria". Lo que las izquierdas, como la izquierda a la que pertenece Rosa Luxemburgo, defendieron con mucho más coherencia, era el hecho de que lo nacionalista en todos los alzamientos contra la represión sangrienta de las grandes potencias imperialistas, era introducido por la clase reaccionaria, la burguesía, para eliminar la amenaza de rebelión de la clase obrera; los revolucionarios debían definir claramente los límites entre nacionalismo y lucha de la clase, ya que sólo la clase obrera puede abrir, en la era del imperialismo, la vía progresista a la humanidad.
A lo largo de sus escritos, Lenin fue matizando su postura para que se evitará el peligro siempre presente de que la lucha de la clase se subordinara a la lucha nacional, ya fuera capitulando ante el aparato de Estado democrático, ya ante la burguesía de las naciones oprimidas. La actitud marxista ante la cuestión nacional debía reconocer siempre la primacía de la lucha de clases:
«Al contrario de los demócratas pequeño burgueses, Marx concebía todas las reivindicaciones democráticas sin excepción no como algo absoluto, sino como expresión histórica de la lucha de las masas populares, dirigidas por la burguesía contra régimen feudal. Todas esas reivindicaciones sin excepción, en ciertas circunstancias, le han servido alguna vez a la burguesía para engañar los obreros. Es, pues, radicalmente falso desde un punto de vista teórico, el aislar, separándola y oponiéndola en las demás, una de las reivindicaciones de la democracia política, o sea, el derecho de las naciones a la autodeterminación. En la práctica, el proletariado no conservará su independencia sino es subordinando la lucha por todas las reivindicaciones democráticas, incluida la republicana, a su lucha revolucionaria por el derrocamiento de la burguesía» (La Revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación, Tesis V°, abril de 1916)
Por lo tanto, Lenin tenía que rectificar concretamente su postura acerca de la autodeterminación para así defender la necesaria unidad internacional para de la clase obrera y resolver la preocupación crucial para los revolucionarios de la división teórica que él hacía del proletariado en los campos: el de las naciones "oprimidas" y el de las naciones "que oprimen". Esto era para Lenin "la tarea más difícil y más importante".
Así, mientras que el proletariado de los países "opresores" debía reivindicar la independencia de las colonias y de las pequeñas naciones oprimidas por su "propio" imperialismo, «Los socialistas de las naciones oprimidas deben empeñarse en promover y realizar la unidad completa y absoluta, incluso en el plano organizativo, de los obreros de la nación oprimida con los de la nación opresora. Sin eso, es imposible salvaguardar una política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de los demás países, frente a las maniobras de todo tipo, las traiciones y los chanchullos de la burguesía» (ibidem) (Tesis IV°).
¡Cuántas veces hemos oído a los "leninistas" de hoy entusiasmarse con las luchas de liberación nacional, citando a Lenin!. Y éste lo dejó claro: si no hay unidad de clase proletaria, incluidas las expresiones concretas en organización, la clase obrera es incapaz de defender su autonomía de clase frente a su enemigo de clase. La lucha de clases no podía quedar subordinara a la lucha nacional, es decir, en realidad, a la lucha del imperialismo por una parte del mercado mundial; y en esta lucha, los obreros no podía servir sino de carne de cañón para su propio burguesía y las consignas del Manifiesto Comunista: "Los proletarios no tienen patria, Proletarios de todos los países, Uníos", transformadas en lo contrario: "Proletarios de las naciones oprimidas, defended la patria".
Lo que los izquierdistas de hoy ignoran u ocultan son esas condiciones del apoyo a la autodeterminación que están en las posiciones de Lenin; y esas son sin embargo algo central en la defensa del internacionalismo proletario de Lenin, pues, a pesar de las deformaciones se sitúan en la visión de los intereses generales de la clase obrera.
En otros lugares de sus textos, Lenin rechaza con firmeza todo tipo de enfoque abstracto y no crítico del apoyo a los movimientos nacionalistas:
«Ninguna reivindicación democráticas debe llevar a favorecer los abusos; no estamos obligados a apoyar ni cualquier lucha independentista, ni cualquier movimiento republicano o anticlerical» (Balance de una discusión...)
Los intereses generales de la lucha de la clase podían estar en contradicción con el apoyo a tal o cual movimiento nacionalista:
«Puede ocurrir que el movimiento republicano de un país sea instrumento de intrigas clericales, financieras o monárquicas de otros países: tenemos entonces el deber de no apoyar a ese movimiento concreto." (La Revolución socialista y el derecho...)
Si, siguiendo el ejemplo de Marx, que se negaba a apoyar el nacionalismo checo en el siglo XIX, Lenin sacaba esta conclusión: si la revolución proletaria estallara en ciertos países europeos más importantes, los revolucionarios serían favorables a "una guerra revolucionaria" contra las otras naciones capitalistas que podrían como baluartes de la reacción, o sea, favorables al aplastamiento de estas, sean cuales sean las luchas de liberación nacional que surgieran en su seno.
Así pues, para Lenin, era posible que movimientos nacionalistas actuasen como armas de las potencias imperialistas contra la lucha de clases,; para Luxemburgo y Bujarin, eso era un fenómeno general e inevitable de la fase imperialista del capitalismo. Aunque adolecía de entrada de la coherencia del enfoque teórico de estos, Lenin se vio obligado, por la solidez la de argumentación, a acercarse a su posición. Ya era significativo que se viera obligado a admitir que la consigna de independencia de Polonia era algo utópico y reaccionario en las circunstancias entonces, yendo hasta a afirmar que «Ni siquiera una revolución en Polonia cambiaría lo más mínimo y no haría sino desviar la atención de las masas en Polonia de la tarea principal, el lazo estrecho entre su lucha y la del proletariado de Rusia y de Alemania» (Balance de una discusión...).
Sin embargo, Lenin se seguía negando a sacar conclusiones generales de ese ejemplo.
Algunas conclusiones acerca del debate en la Izquierda de Zimmerwald
Aparte de su método fundamental, había algo con lo que todos los miembros de la izquierda de Zimmerwald estaban de acuerdo, algo que a menudo ignoran quienes se llenan la boca de palabrería hueca en los debates sobre si sí o no apoyar los movimientos nacionales, y es que sólo la lucha de la clase obrera es portadora de porvenir para las masas oprimidas y para la humanidad entera. En ningún sitio de sus escritos, incluso en las afirmaciones más confusas de Lenin, podrá darse supuesto el capitalismo decadente podrá ser destruido por otro medio que la violencia de la revolución proletaria. La preocupación de Lenin, Bujarin, Luxemburgo y los demás era la de saber si y hasta dónde podían contribuir las luchas nacionales a acelerar la crisis final del capitalismo, yendo así en favor de la lucha revolucionaria, participando en la labor de zapa del podrido edificio del imperialismo.
A pesar del indiscutible acuerdo con el marco básico del debate, un importante parte del movimiento obrero seguía pensando que una ruptura completa con la teoría y la práctica del pasado sobre esta cuestión no se justificaba todavía; Lenin creía que los obreros no tenían nada que perder al apoyar los movimientos nacionalistas, pues éstos iban todos hacia la destrucción del capitalismo.
Hoy, las incontables matanzas de obreros por parte de las fracciones nacionalistas nos han dado suficientes pruebas que nos permiten aportar nuestra propia contribución al debate, y concluir que la lucha de la clase obrera y el nacionalismo de cualquier forma y pelaje sólo convergen en un punto: que son enemigos mortales, que éste fue y sigue siendo una arma en manos del enemigo de clase de aquella.
Los revolucionarios que, aún con vacilaciones, tuvieron la valentía de afirmar que había llegado el tiempo de romper con claridad con el pasado estaban a la vanguardia de los esfuerzos del proletariado por comprender el mundo en que vivía y luchaba. Su contribución, y muy especialmente la de Rosa Luxemburgo sobre el imperialismo en su conjunto y la crisis mortal del capitalismo, siguen siendo clave en la labor de los revolucionarios en el periodo de decadencia. En la posición de Lenin sobre la cuestión nacional, en cambio, la burguesía ha entrado a saco para justificar toda clase de guerras fraccionarias de "liberación nacional". No es por casualidad si la izquierda capitalista, en su búsqueda de referencias marxistas que justifiquen su participación en las guerras imperialistas, se dedica a rumiar para luego servirnos recalentados los escritos de Lenin, que ya de por sí contienen bastantes debilidades peligrosas, aportando con ello una de las piedras clave marcar de la ideología burguesa de hoy.
Sin embargo, no se puede hacer responsable a Lenin de la manera con que la burguesía ha reformado su pensamiento tras la derrota de la revolución proletaria por la que aquél tanto luchó. En contra de anarquistas y demás libertarios y consejistas para los cuales Lenin no fue más que un político burgués que utilizó el marxismo para justificar su propia lucha por el poder, nosotros insistimos en que la contrarrevolución burguesa se vió obligada a desvirtuar todo aquel marco del debate en que participó Lenin, a ocultar, deformar o suprimir ciertos principios fundamentales que defendía, para sí vaciar su contribución a ese debate de todo contenido marxista revolucionario.
Dicho lo cual, y contrariamente a los bordiguistas, de nada sirve taparse los ojos ante los errores del pasado. Hay que afirmar que los escritos de Lenin había peligrosas debilidades y ambigüedades respecto a lo que hemos analizado, que hay que rechazar de modo definitivo y tajante si queremos mantenerlos en la defensa de las posiciones de clase.
En un próximo artículo, trataremos de las trágicas consecuencias prácticas que tuvieron las incomprensiones de los bolcheviques sobre la cuestión nacional a través de la política del Estado soviético.
S. Ray
[1] Otros argumentos de Lenin contra la postura de las izquierdas eran, hay que decirlo, de lo más flojo. Por ejemplo, según Lenin, Bujarin y Piatakov estarían "deprimidos" a causa de la guerra... y la causa de la oposición de las izquierdas holandesa y polaca a la autodeterminación se debería a la historia de sus pequeñas naciones respectivas. Lo cual no explica ni mucho menos por qué esa era la postura dominante de las fracciones europeas de la izquierda de Zimmerwald en aquel tiempo, incluida la izquierda alemana
[2] La postura Bujarin sobre la necesidad de destruir el poder de Estado burgués y su insistencia en la acción de masas de los obreros se debería en parte a los trabajos de Pannekoek y de la izquierda alemana con los cuales el grupo Kommunist en exilio había colaborado durante la guerra. En su polémica con Kautsky, antes de la guerra, Pannekoek había insistido en que «La batalla proletaria no es sólo una batalla contra la burguesía por la conquista del poder de Estado; es también una lucha CONTRA EL PODER DEL ESTADO» (La acción de masas y la Revolución, 1911). La respuesta proletaria a la represión del Estado burgués debía ser LA HUELGA DE MASAS.
[3] Hay que insistir en que la separación de Noruega de Suecia en 1905 era el ÚNICO ejemplo concreto que Lenin podía poner para justificar su política sobre la autodeterminación, razón por la cual procuró olvidarse de aludir a aquella en sus escritos sobre el tema. Pues, sin profundizar demasiado, se puede afirmar que es ejemplo tenía demasiadas particularidades que hacían frágiles las bases de una teoría general: aquella separación ocurrió en los albores de la decadencia capitalista, en una región periférica en relación con el centro del capitalismo, en un país con un proletariado relativamente débil. Además, la burguesía Noruega disfrutó siempre de cierta autonomía política, de modo que su independencia formal pudo ser rematada por la sencilla razón de que la burguesía sueca estaba dispuesta a aceptarla. Por eso lo primero que hicieron fue organizar un referéndum...