Los acontecimientos del año pasado pusieron en primer plano de la actualidad a la Autonomía Obrera (especialmente en Italia), nueva encarnación del demonio para la burguesía. Pero también pusieron en evidencia la manera en que ese “medio autónomo” ha perdido todo motivo para reclamarse de la clase obrera. Efectivamente, hoy se habla del “área de la autonomía” y no ya de la Autonomía Obrera. Esta se ha convertido en un espumoso montón de toda clase de franjas de la pequeña burguesía: desde estudiantes hasta actores callejeros, de las feministas a los profesores sin empleo fijo, todos unidos en la exaltación de su propia “especificidad” y en el rechazo asustado de la naturaleza de la clase obrera como única clase revolucionaria de nuestra época. En ese pantano, los autónomos “obreros” se distinguen por un radicalismo mayor sobre los principales problemas políticos de hoy: ¿Cómo se deben utilizar los cocktails molotov? ¿a la defensiva o a la ofensiva? ¿Hacia dónde se debe apuntar el P-38, esa mítica llave maestra del comunismo, a las piernas de los policías o más arriba? Existe, sin embargo, en esa degeneración total, una reacción en las tentativas críticas de las concepciones confusionistas e inter-clasistas, de elementos que han conservado una visión más clasista. Hay que saludar a esas tentativas pero hay que denunciar también los graves peligros que corren estos últimos al considerar esas desviaciones como “incidentes de recorrido” y concluir que es posible “volver a empezar”.
Los acontecimientos del año pasado pusieron en primer plano de la actualidad a la Autonomía Obrera (especialmente en Italia), nueva encarnación del demonio para la burguesía. Pero también pusieron en evidencia la manera en que ese “medio autónomo” ha perdido todo motivo para reclamarse de la clase obrera. Efectivamente, hoy se habla del “área de la autonomía”[1] y no ya de la Autonomía Obrera. Esta se ha convertido en un espumoso montón de toda clase de franjas de la pequeña burguesía: desde estudiantes hasta actores callejeros, de las feministas a los profesores sin empleo fijo, todos unidos en la exaltación de su propia “especificidad” y en el rechazo asustado de la naturaleza de la clase obrera como única clase revolucionaria de nuestra época. En ese pantano, los autónomos “obreros” se distinguen por un radicalismo mayor sobre los principales problemas políticos de hoy: ¿Cómo se deben utilizar los cocktails molotov? ¿a la defensiva o a la ofensiva? ¿Hacia dónde se debe apuntar el P-38, esa mítica llave maestra del comunismo, a las piernas de los policías o más arriba? Existe, sin embargo, en esa degeneración total, una reacción en las tentativas críticas de las concepciones confusionistas e inter-clasistas, de elementos que han conservado una visión más clasista. Hay que saludar a esas tentativas pero hay que denunciar también los graves peligros que corren estos últimos al considerar esas desviaciones como “incidentes de recorrido” y concluir que es posible “volver a empezar”.
Este artículo trata esencialmente de la Autonomía Obrera en Italia porque es fundamentalmente allí donde ese movimiento se ha desarrollado. Pero sus conclusiones se aplican igualmente a los partidarios de la búsqueda del nuevo “rollo” político, “la autonomía”, partidarios que han aparecido en el mundo. En esta contribución a la discusión, analizamos las bases teóricas mismas de la Autonomía Obrera, indicando como se fundan en realidad en el rechazo del materialismo marxista y dejan la puerta abierta a todas las degeneraciones que acabarían manifestándose más tarde.
Será también con la crítica más radical del movimiento de Autonomía Obrera y de todos sus errores que mañana el proletariado en su lucha volverá a encontrar el contenido político de su autonomía de clase.
Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, las manifestaciones de las luchas obreras se modifican profundamente, porque los largos combates que a veces duraron años para obtener mejoras como la jornada de 8 horas, etc, pierden su sentido a causa de la imposibilidad de obtener mejoras verdaderas en un sistema que ya no puede ofrecer nada. En el periodo de decadencia, las luchas obreras se caracterizan por explosiones imprevisibles y a menudo muy fuertes, seguidas por largos periodos de calma aparente mientras se preparan nuevas explosiones.
En Italia ha siso particularmente difícil comprender esa naturaleza discontinúa de la respuesta obrera a la crisis a causa de la extraordinaria continuidad de las luchas que abrió el “otoño caliente del 69” que continuó en 70-71 el “otoño rampante” y que terminó con los últimos sobresaltos del “otoño del 72 a marzo del 73” (ocupación de la Fiat-Mirafiori). En este último periodo de lucha, los grupos extra-parlamentarios se caracterizaron claramente como perros guardianes (sindicatos) del capital y perdieron gran parte de la influencia que habían ganado en los años 69 en los sectores obreros más combativos.
“Los convenios de 1972-73 son, desde ese punto de vista, el límite extremo tras el cual los grupos no hicieron sino ir sobreviviendo” (Potere Operaio n°50, noviembre del 73).
Los grupos autónomos de fábrica tienen su origen en la desconfianza que tienen a los grupúsculos, pero esa desconfianza no llega a ser una oposición a su contenido político. Por diferentes que sean los motivos de los grupos e individuos que se han reconocido en el medio de la autonomía, existe un punto común entre todos: la tendencia a centrar sus preocupaciones en el punto de vista obrero. Sin embargo, es justamente en ese punto - la concepción clasista de la lucha política - en él que el medio autónomo falla más claramente. Junto con la desaparición o, peor, la transformación en nombres sin sentido de la gran mayoría de los grupos autónomos obreros, se vio un desarrollo increíble de una autonomía que, lejos de ser obrera, posee una sola unidad: la de la negación de la clase obrera como eje fundamental de sus preocupaciones.
Feministas y homosexuales, estudiantes angustiados por la pérdida de la ilusión de encontrar empleo en la administración local o en el profesorado, artistas “alternativos” en crisis por falta de compradores, forman un frente único para reivindicar su “especificidad” y su preciosa autonomía con respecto a la asfixiante dominación obrera en los grupos extra parlamentarios (¿¡!!). Al contrario de lo que escriben los periódicos burgueses, esos movimientos marginales no representan las “cien flores” de la primavera revolucionaria sino algunas de las mil y una trampas purulentas de esta sociedad en degeneración. El año pasado, el proceso de degeneración llegó a tal nivel que ciertos elementos más “clasistas” se ven ahora obligados a tomar ciertas distancia con respecto al medio autónomo y comenzar un proceso de crítica de las experiencias pasadas. Aunque esas tentativas sean positivas, contienen en sí mismas profundos límites: denuncian solamente las posiciones del marginalismo que son más fácilmente criticables, para oponerles oposiciones “clasistas” como posiciones obreras, sin poner en tela de juicio ninguno de los fundamentos sobre los que se basa el área de la autonomía.
Este artículo se propone, pues, ajustarle las cuentas a las bases teóricas de la autonomía y mostrar cómo el marginalismo, aunque se diga “obrero”, no es solamente su hijo bastardo y degenerado sino que representa su conclusión lógica e inevitable. Con ese fin analizaremos la teoría de la “crisis de dirección” que se encuentra a la base de todas las posiciones políticas del “Área della Autonomía”
Si el largo periodo de prosperidad de finales del siglo XIX pudo dar raíz a toda una serie de teorías sobre el paso general del capitalismo al socialismo con la elevación de la conciencia de los trabajadores, la entrada del sistema en su fase decadente con la primera guerra mundial marca la confirmación histórica de las viejas fórmulas “catastróficas” de Marx sobre el colapso inevitable de la economía mercantil. Entonces se volvió claro que una sola alternativa se plantea a la humanidad: revolución o reacción y la revolución no es “lo que tiene que hacer tal o cual proletario o aun el proletariado entero en un momento dado sino lo que se verá obligado a hacer” (Marx). Es por eso que después de la derrota de la ola revolucionaria de los años 20 y el paso de la Internacional Comunista a la contrarrevolución, los grupos revolucionarios nacientes defendieron siempre el principio marxista de que “una nueva ola revolucionaria surgiría de una nueva crisis” (Marx). Sin embargo la ausencia de resurgimientos de la lucha proletaria después de la segunda guerra mundial según el esquema de Octubre Rojo y también el período de salud del capital debido a la reconstrucción después de la guerra, dispersó a esas pequeñas fracciones condenándolas en la mayoría de los casos a desaparecer.
Como producto de ese nuevo período, se vieron surgir nuevas teorías que pretendían superar la visión marxista de las crisis y, como lo hacía el grupo “Socialismo ou Barbarie”[2] en Francia, afirmaban que el capitalismo había superado sus contradicciones económicas. Las conclusiones anti-marxistas de “Socialismo ou Barbarie” se propagaron a través de toda una serie de grupos entre los cuales uno de los más conocidos fue sin duda la Internacional Situacionista.
Mayo del 68 fue el canto del cisne de esa posición: la reaparición del movimiento obrero en la escena de la historia, cuando la crisis no se había desplegado todavía con toda su amplitud, hizo creer a esos infelices que el movimiento no tenía base económica: “Respecto a los escombros del viejo ultra-izquierdismo no trotskista (…) ahora que han reconocido una crisis revolucionaria en Mayo, les queda probar que había allí, en la primavera del 68 esa crisis económica invisible. Tratan de hacerlo sin temer el ridículo, publicando curvas sobre el aumento del desempleo y de los precios”. Internationale Situationniste n° 12-Diciembre de 1969.
Efectivamente, para los teóricos de la “Sociedad del espectáculo”, sólo una crisis espectacular podía ser visible. Los marxistas, en cambio, no necesitan esperar que la evidencia de las cosas se imponga en las portadas de la prensa o llegue a penetrar en el cerebro de los notables de la burguesía, para reconocer y saludar la inminencia y la amplitud de la nueva crisis. Aunque estuviesen alejados del centro del mundo capitalista, un puñado de compañeros, en Venezuela, “ultra-izquierdistas” escribía en Enero de 1968 en su revista, Internacionalismo: “El año 67 nos dejó la caída de la libra esterlina y 68 nos trae las medidas de Johnson (…). No somos profetas y no pretendemos saber cuándo y de qué manera los acontecimientos futuros van a tener lugar. En cambio estamos seguros de que es imposible detener el proceso que atraviesa actualmente el capitalismo con reformas o devaluaciones, o con otro tipo de medidas económicas capitalistas y que inevitablemente, ese proceso lo conduce hacia la crisis. Así mismo, el proceso inverso, el del desarrollo de la combatividad de la clase, que esta surgiendo actualmente, va a conducir al proletariado a una lucha sangrienta y directa con vista a la destrucción de los Estados burgueses”.
La irrupción en la escena histórica de la clase obrera a partir de 1968 les quita a los partidarios de la “fiesta revolucionaria”, toda posibilidad de hablar en su nombre: en 1970, la Internacional Situacionista se disuelve en una orgía de exclusiones recíprocas; a partir de allí, las explosiones periódicas de revueltas que expresa la descomposición de la pequeña burguesía no lograron nunca constituir ni siguiera una Internacional Situacionista. Todas las expresiones posteriores sólo lograron ser puro folklore.
La entrada en la escena histórica de la clase, además de la desaparición de los situacionistas y de los diversos “contestatarios”, impone renovar las teorías sobre el control de la crisis para tomar en cuenta la nueva realidad. En vez de negar simplemente la posibilidad de la crisis (¿cómo se podría hacer eso ahora?) se revaloriza el lado activo de la tesis: puesto que el capitalismo controla la crisis económica, lo que le abre paso a la verdadera crisis económica es la crisis de eso control mismo con la ayuda de la acción obrera[3].
Ese tema, que ya estaba presente en los últimos textos de los situacionistas entre las cartas pastorales sobre la “crítica de vida cotidiana”, se convierte en el eje de las posiciones de nuestros nuevos “social-bárbaros” que serán pues “marxistas” y “obreros”. Es significativo que en Francia, la tentativa abortada de creación sobre esta base de una “izquierda marxista por el poder de los consejos de trabajadores” en 1971 haya surgido del grupo “Poder Obrero”, heredero “marxista” de “Socialismo ou Barbarie”.
En Italia, esas posiciones las expresaba fundamentalmente el grupo “Potere Operaio” y vamos a analizar esas concepciones[4].
El grupo parte del reconocimiento del carácter todo poderoso del “cerebro teórico del capital”, manipulador experimentado de una sociedad sin crisis: “después de 1929, el capital aprende a controlar el ciclo económico, a apoderarse de los mecanismos de la crisis, a no dejarse aplastar y a utilizarlos de manera política contra la clase obrera”, para proponer esta solución: “el objetivo estratégico de la lucha obrera más dinero y menos trabajo lanzado contra el desarrollo, ha verificado el teorema del cual partimos hace diez años: introducir un nuevo concepto de crisis del Estado del capital, ya no crisis económica espontánea por sus contradicciones internas, sino crisis política provocada por los movimientos subjetivos de la clase obrera, por sus luchas reivindicativas”[5].
Después de haber negado que “una nueva ola revolucionaria vendrá solamente después de una nueva crisis”, todavía queda por explicar por qué esta subjetividad obrera decidió despertarse en 1968-69 y no, por ejemplo, en 1954 o 1982. Las explicaciones sobre los orígenes del ciclo de las luchas revelan toda la incomprensión, o, mejor dicho, el desconocimiento, por parte de Potere Operaio, de la historia del movimiento obrero.
La derrota de los años 20, la expulsión y luego la exterminación de los compañeros por la Internacional pasada a la contrarrevolución, todo eso no existe según Potere Operaio, puesto que todo eso sale de los limites de la fábrica. Para PO, el hecho central es la introducción del trabajo en cadena, que “descalifica a todos los obreros, y hace retroceder la ola revolucionaria” y sería solamente en los años 30, por no haber comprendido la reestructuración del aparato productivo que se hizo en base a las teorías económicas de Keynes, cuando las organizaciones históricas se encontraron supuestamente “al interior del proyecto capitalista”. Después de haber planteado así el problema, después de haber rechazado la experiencia histórica de la clase, no vale la pena preguntar porqué fue solamente en 68 que los obreros aprendieron “(…) que una nueva sociedad y una vida nueva son posibles, que un mundo nuevo, libre, están al alcance de la lucha”. Bastará con responder: ”¿En dónde están esas condiciones objetivas si no es en la voluntad política subjetiva, organizada, de recorrer hasta el final la vía revolucionaria?” (PO n° 38-39 mayo de 1971). Sobre tal base, la proposición organizativa que PO le hace a todas las vanguardias no podrá más que fundarse en el desprecio más absoluto de toda la autonomía real de la clase obrera que se considera como cera blanda en las manos del partido que, para gran consolación, “se sitúa dentro de la clase”: “Hemos combatido siempre la basura oportunista que llamaba espontaneismo” a la espontaneidad, en vez de llamar impotencia a su propia incapacidad para dirigirla y a doblegarla a un proyecto organizativo, o una dirección de partido” (PO n° 38-39 pág.4,).
El centro de las contradicciones de PO es que, cuando habla del partido como fracción de la clase, no se refiere a la organización que se agrupa alrededor de un programa claro, una base política clara, a los elementos más concientes que se van a formar en las luchas obreras, independiente de su origen social; se refiere a una capa, a un porcentaje de la clase que, desde un punto de vista sociológico, es “el obrero-masa, la vanguardia de masa de la lucha contra el trabajo”. El menchevique Martov defendía contra el bolchevique Lenin la tesis de que “cada huelguista es miembro del Partido. Los “bolcheviques” de PO renovaron a Martov: “Cada huelguista duro es miembro del partido”. El Partido no es más que un gran comité de base y su único problema es el someter a la hegemonía del “obrero-masa” la pasividad y la resistencia de ciertas capas de la clase.
Para despertar a los obreros, hay que darles el plan organizativo ya listo: “¿Por qué (…) tiene el sindicato todavía en manos la gestión de las luchas? Solamente a causa de su superioridad organizativa. Se trata pues de un problema de gestión. Un problema de realización de un mínimo de organización a partir del cual la posibilidad de gestión del combate es creíble y aceptable”. Cuando se superpone el Partido a las fracciones combativas de la clase, es inevitable que, frente al reflujo progresivo del combatividad, el Partido se substituya cada vez más a la clase, en una progresión “completamente subjetiva de ascetismo y de militarización”.
Las luchas obreras del otoño del 72 que se terminaron con la ocupación de la Fiat-Mirafiori en marzo del 73 provocaron, por un lado, una pérdida de credibilidad de los grupúsculos izquierdistas entre los obreros (lo que condujo a la extensión de organismos autónomos) y, por otro lado a la crisis interna de PO. Se critica la línea hipervoluntarista y militarizada porque teoriza que: “la estructura militar es la única capaz de llevar acabo una labor revolucionaria, negando la lucha de la clase y el papel político de los comités obreros”. (PO n° 50, noviembre del 73).
Sin embargo, esa denuncia no llega a atacar las bases teóricas de esa degeneración y se presenta más bien como reafirmación de las tesis de PO que como una critica de éstas.
Efectivamente, a lo que se asiste es a una renovación de la vieja tesis para explicar en cierto modo por qué, en ausencia de luchas obreras, las crisis se va a agravar en todos los países: si antes, se insistía sobre la crisis provocada por las vanguardias, ahora la tesis que tiene más posibilidades de ganar, es la tesis de la crisis provocada “a propósito” por los capitalistas. “Los capitalistas gritan y eliminan la crisis económica cada vez que les parece necesario, siempre con el fin de derrotar a la clase obrera” (“De las luchas al desarrollo de la organización autónoma obrera” de las Asambleas autónomas Alfa-Romeo y Pirelli y Comité de lucha Sit-Siemens, mayo del 73).
Una vez más, se rehúsa sacar un balance de la experiencia histórica del proletariado conformándose con “reírse justamente de la forma del partido propia de la Tercera Internacional”. Cuando la clase reflexiona sobre su propio pasado, no lo hace para reírse de él o para llorar sino para comprender sus errores y, en base a sus experiencias, trazar una línea que sea de clase y de demarcación del enemigo de clase. El proletariado revolucionario no se “ríe” del “marxismo-leninismo trasnochado de Stalin” para glorificar mejor al “renovado” por Mao Tsé Tung: los denuncia a los dos como armas de la contrarrevolución. Es justamente eso lo que nuestros neo-autonomistas no quieren hacer: “Desde ese punto de vista, rechazamos la distinción dogmática (?!) entre leninismo y anarquismo: nuestro leninismo es el “Estado y la Revolución”, y nuestro marxismo-leninismo es el de la revolución cultural china” (PO n° 50, pág.3).
“Debemos ser capaces de reunir y organizar a la fuerza obrera, no substituirnos a ella”[6]. Esta frase representa el límite infranqueable que la Autonomía Operaia no pudo superar jamás, es decir, considerar substicionistas solamente a las concepciones según las cuales la revolución la hacen los diputados con reformas o los estudiantes “militarizados” con los cocktails molotov. En cambio, es substitucionista aquel que niega la naturaleza revolucionaria de la clase obrera, con todo lo que eso significa. Cuando se dice que la tarea de los revolucionarios es la de organizar a la clase, se niega justamente la capacidad de la clase para auto-organizarse con respecto a todas las otras clases de la sociedad. Los consejos obreros de la primera ola revolucionaria fueron creados espontáneamente por las masas proletarias; lo que Lenin hizo, después de 1905 no fue organizarlos, sino reconocerlos y defender en su seno las posiciones revolucionarias del Partido.
Si “la organización, el Partido, se basa hoy en la lucha”, una vez que la lucha se ha terminado, ¿Cómo se puede justificar la supervivencia de ese partido sin caer en el substitucionismo? Las vanguardias, los revolucionarios, no se agrupan alrededor de la lucha sino alrededor de un programa político y es sobre la base de éste que, como producto de las luchas, se convierten a su vez en factor activo de éstas, sin depender de los altibajos del movimiento, ni querer llenarlos con su obra “organizativa” llena de buena voluntad. La incapacidad de ver que clase y organización revolucionaria son dos realidades distintas pero no opuestas, se encuentra a la base de las concepciones substitucionistas que, todas, identifican partido y clase. Si los leninistas identifican la clase al partido, los autónomos (descendientes inconscientes del consejismo decadente) no hacen más que poner las cosas al revés al identificar el partido con la clase. Esta incapacidad es el síntoma de una ruptura incompleta con los grupos izquierdistas y eso se expresa de manera evidente en la Asamblea Autónoma de Alfa-Romeo, que llega a teorizar un reparto de tareas según el que, los grupos políticos hacen las luchas políticas (es decir: derechos políticos y civiles, anti-fascismo, en pocas palabras: todo el arsenal de mistificaciones anti-obreras) y los organismos autónomos, las luchas en las fábricas y las oficinas. Todo eso es lógico para aquellos que piensan que: “la capacidad de sacar de la cárcel a Valpreda mediante el voto se convertía en un momento de lucha victoriosa contra el Estado burgués (¡)” (Alfa-Romero; diario obrero de la lucha 1972-73, por la asamblea autónoma, Octubre de 1973).
Como lo hemos visto, la Autonomía Operaia partía de bases un poco más confusas que PO, cuando los cambios de situación le exigían que fueran mucho más claras. Todos esos empujes proletarios que expresaban, con confusión, una reacción sana a la práctica .. miserable de los izquierdistas, estaban destinados a dar vueltas sobre sí mismos y a perderse si se quedaban dentro de ese marco confuso.
“En Italia, las jornadas de Marzo de 1973 en Mirafiori son la sanción oficial del paso a la segunda fase del movimiento, de la misma manera que las jornadas de la Plaza de Estado fueron la primera fase. La lucha armada preconizada por la vanguardia obrera en el movimiento de masa constituye la forma superior de la lucha obrera… El deber del partido es el de desarrollar en una forma molecular, generalizada y centralizada, esta nueva experiencia de ataque”. (PO Noviembre del 73). Con esas palabras llenas de ilusiones beatas en la “formidable continuidad del movimiento italiano”, PO anunciaba su propia disolución en el “Área de la autonomía” y la inminente centralización de esta área como: “fusión de voluntad subjetiva, capacidad de combatir el ciclo de las luchas dominadas por la patronal y por los sindicatos, para imponer, al contrario, la iniciativa del ataque” (PO n° 50, 1973). Como se puede ver, la regla cambia pero las viejas ilusiones sobre la posibilidad de poner en pié ciclos de luchas obrera por pura voluntad mueren difícilmente. Pero para las ilusiones, Mirafiori 73 no fue el trampolín hacia la extensión de un nuevo nivel de la lucha armada sino el último sobresalto del movimiento antes de entrar en un largo periodo de reflujo. ¿Cómo explicar esa interrupción en la formidable continuidad del movimiento italiano? Recordando que es ésta una de las características típicas de las luchas obreras hoy en día, luchas que se desarrollan dentro del marco del capitalismo decadente, incapaz de mejorar en general las condiciones de vida de los trabajadores. Además, hasta las migajas que dieron durante el “boom” de la reconstrucción después de la segunda carnicería mundial, fueron recuperadas; la crisis económica abierta desde los años 60 vino a agudizar esta situación.
Con el primer hundimiento verdadero de la economía italiana, que ocurre justamente en 1973, el margen de maniobra, ya estrecho, de los sindicatos para pedir aumentos de salarios se estrecha de manera draconiana (es en ese momento que se derrumban las últimas ilusiones sobre un sindicalismo combativo, autónomo con respecto a los partidos, y sobre el papel de los consejos de fábricas). Cada vez más a menudo, las huelgas aunque sean largas y violentas se terminan sin que ninguna de las reivindicaciones de la clase obrera haya sido obtenida; en pocas palabras: los obreros descubren, derrota tras derrota, que para defender sus condiciones de vida, hay que atacar ahora directamente al Estado y que los sindicatos forman parte del mecanismo de éste. Para caracterizar esta fase que, con particularidades diferentes, se presentó en todos los países industrializados, hemos dicho a menudo que era como si la clase retrocediera frente a esos nuevos obstáculos para coger más vuelo. Esos años de pasividad aparente fueron años de maduración subterránea y el que creía que ese reflujo sería eterno, puede esperarse a tener algunas desilusiones. En realidad, la dificultad para defender victoriosamente sus propias condiciones de vida puede desorientar y desmoralizar a los obreros, pero, a la larga, los echará de nuevo a la lucha, con una rabia y una determinación cien veces mayor.
Frente al reflujo, las respuestas de la “autonomía” son esencialmente de dos tipos:
Sobre esta diferenciación progresiva entre los “duros” y los “alternativos”, titubea y se quiebra el proyecto de centralización del “Área de la Autonomía” que ambiciosamente sacaron en el momento en que PO se fundía dentro de la constitución de Coordinadora nacional. Esas dos líneas fueron, a grandes rasgos, el terreno sobre el cual se desarrollaron las dos desviaciones simétricas, el terrorismo y el marginalismo, que terminan siempre confundiéndose.
Sin tener la pretensión de analizar a fondo esos dos “filones”, sobre los cuales volveremos a hablar seguramente, es importante demostrar que son el desarrollo lógico de su origen obrerista y no su negación.
“Cuando la lucha obrera empuja al capital a la crisis, a la defensiva, la organización obrera debe de tener instrumentos técnicamente preparados (sub. nuestro), sólidos, con los cuales se podrá extender, reforzar y empujar la voluntad de ataque de la clase … provocar, organizar la revolución ininterrumpida contra el trabajo, determinar y vivir, ya momentos de liberación …Tal es la tarea de la vanguardia obrera y nuestra concepción de la dictadura”.
Como se ve ya, Potere Operaio expresa claramente las posiciones de fondo están a la base de su “línea terrorista”.
A medida que la oleada del 68 se deshilacha, se aumentan los “trucos” que un buen técnico de la guerrilla en fábricas tiene que conocer para conducir a sus compañeros de trabajo hacia la “tierra prometida”. Así nace y se desarrolla la mística de la “encuesta obrera”, es decir, del estudio, por parte de la vanguardia, de la estructura de la fábrica y del ciclo productivo para descubrir sus puntos débiles: bastará con tocarlos para bloquear el ciclo entero y “trancar” a los patronos. Pero, como de costumbre, lo que es bueno no es nuevo y lo que es nuevo no es bueno. La idea de golpear sin preaviso en el momento y en el lugar en donde causará más perjuicio a los patrones sin que haya muchas pérdidas para los obreros, esto no es una idea sino un descubrimiento práctico para la clase y tiene un nombre preciso: huelga salvaje. Lo que es nuevo es la idea y esto sí, no es más que una idea de que la huelga salvaje puede ser programada por las vanguardias, lo cual es una contradicción en los términos.
Se nos podría responder que todo eso es verdad pero que si no se conoce la fábrica, no se pueden unir las luchas de los diferentes servicios, se pierde uno, etc… Muy justo, pero no es seguro que sea con los “estudios” nocturnos de algunos militantes con lo que los obreros, los pintores de pistola, por ejemplo, aprenderán a orientarse en el taller de carrocería o en el de prensas. Es en el curso de la lucha en el que la clase resuelve prácticamente el problema de las rejas: arrancándolas.
Ese punto, que podría parecer secundario, muestra claramente que esa visión técnico-militarista considera la lucha de la clase bajo un ángulo erróneo. No es el hecho de tener en cada grupo a compañeros con planos de la fábrica en la mente lo que permite la unificación de las luchas; es la exigencia de unificarlas para salir de los callejones sin salida de las luchas sectoriales, lo que empuja a la clase a superar los obstáculos que se oponen a esa unificación. Para salir en manifestación y llamar a los obreros de otras fábricas, lo fundamental no es saber dónde está la salida sino haber comprendido que sólo la generalización de las luchas puede llevar a la victoria. En realidad, los obstáculos más temibles no son las rejas sino los que, dentro de la clase, se oponen con su demagogia a la maduración de la conciencia. El verdadero muro que hay que derrumbar es el que fabrican día tras día los delegados sindicales, los activistas de los partidos y de los grupúsculos “obreros”, es el muro invisible pero sólido que encierra al proletariado dentro del “pueblo italiano” y lo separa de sus hermanos de clase del mundo entero, es la cadena viscosa que lo liga a la suerte de la economía nacional en dificultad. Despojar esos obstáculos de sus disfraces demagogos y extremistas, denunciar su naturaleza contrarrevolucionaria, es ése el papel específico de los revolucionarios en la fábrica y fuera de ella, es ésa su contribución indispensable para forjar esa conciencia y esa unidad de clase que echarán abajo muchas otras puertas que las de Fiat (está claro que esto no tiene nada que ver con la idea que haría de los revolucionarios “consejeros” de la clase)
Se ha vuelto ahora tópico ver en las publicaciones de la Autonomía una crítica de las Brigadas Rojas porque “exageran” con su militarismo porque se cortan de las masas etc… lo que han hecho sencillamente las Brigadas Rojas es recorrer hasta el final la pendiente inclinada del voluntarismo en la tentativa imposible de responder con un “salto cualitativo” de las vanguardias a las nuevas dificultades del movimiento de clase.
El hecho de que todas las críticas de Autonomía Obrera a las Brigadas Rojas no hayan sido nunca sino las habituales lamentaciones oportunistas sobre el carácter prematuro de ciertas acciones, etc…, sin llegar nunca a lo esencial, no es pura casualidad; las raíces de esto se encuentran en las teorizaciones mismas de Autonomía Obrera: “Una teoría insurreccional ´Clásica´ ya no es aplicable a las metrópolis capitalistas; se revela superada así como está superada la interpretación de la crisis en términos de colapso …. La lucha armada corresponde a la nueva forma de crisis impuesta por la autonomía obrera así como la insurrección fue la conclusión lógica de la vieja teoría de la crisis como colapso económico”. (PO: Marzo de 1973)
No se puede rechazar el marxismo en nombre de la voluntad subjetiva de las masas y luego atreverse a criticar seriamente a aquéllos que, después de haberse autoproclamado “Partido combatiente” tratan de acelerar el curso de la historia aportando a las masas un poco de su propia “voluntad”. El militarismo de las Brigadas Rojas no es más que el desarrollo coherente y lógico del activismo obrerista de las demasiada célebres “encuestas obreras”.
Falta constatar que durante estos últimos meses tanta coherencia y previsión no impidió a las Brigadas Rojas el tener que perseguir, a golpes de comunicados y de llamados, a los jóvenes que sedujo el “partido del P.38” y a quienes no les pareció necesario pasar por las Brigadas Rojas para pasar a la lucha armada. Se podría hablar de aprendices de brujo incapaces de controlar fuerzas desencadenadas imprudentemente. Nada es más falso: esa incapacidad para controlar a los pistoleros metropolitanos es la prueba evidente de que no fue la “acción ejemplar” de las B.R. sino el proceso inexorable de la crisis económica lo que provocó la desesperación de amplias capas de la pequeña burguesía.
Los “destacamentos” de acero del “partido armado”, los “perros furiosos” del P.38 no pueden imponer nada, ni para bien ni para mal. Es la lógica de los hechos lo que los ha impuesto, será la lógica de los acontecimientos lo que los barrerá.
Mientras los “duros” se militarizan para substituirse al movimiento de reflujo en las fábricas, la mayor parte del movimiento autónomo anda en búsqueda de atajos más transitables hacia el comunismo. Dicho y hecho: el movimiento no está en reflujo, no señor. Lo que ocurre es que está atacando por otro flanco para despistar a los patronos. Y así, el “territorio” se convierte en el lugar “mágico”, “nueva dimensión de la Autonomía Obrera”.En realidad, el traslado de la lucha hacia el “nivel social” no facilita en absoluto el “desbordamiento de la iniciativa obrera de la fábrica hacia el territorio”. La lucha contra el aumento de los precios, de los alquileres y en general la lucha de los barrios, tiene que basarse en toda la población de los barrios. Efectivamente, sería absurdo y no podrían durar mucho tiempo que fueran solamente las familias obreras quienes practicaran la autoreducción del precio de la electricidad. Esto significa que la autonomía obrera, lejos de extenderse, va al contrario, a verse arrastrada por la pequeña burguesía e inmovilizada en medio y por la población. La tan alabada generalización de la lucha resulta ser el paso de la lucha por la defensa de las condiciones materiales de vida por los obreros a la lucha por derechos como ciudadanos.
La realidad histórica de las explosiones obreras es muy diferente: no hace surgir comités populares e interclasistas. Con su dinámica interna de clase, el proletariado, en los momentos cruciales de la lucha, encuentra en sí mismo la fuerza para superar los límites asfixiantes de la fábrica y de anunciar a sus patronos y servidores ese desbordamiento futuro al cual no podrá suceder ningún “regreso a la calma”. Petrogrado en 1917, Polonia en 1970, gran Bretaña en 1972, España en 1976, Egipto en 1977; es siempre en las grandes concentraciones obreras en donde se ha realizado la unificación del cuerpo colectivo del proletariado y la división del “pueblo unido” en dos campos distintos y opuestos.
Así pues, la lógica misma de esos diferentes movimientos “autónomos” ha sido la de una disolución progresiva del movimiento de las luchas en las fábricas, en las luchas pequeño burguesas y marginales.
Desde el territorio como “área de recomposición de Autonomía Obrera” a los círculos del proletariado joven, del poder obrero al poder de los “indios metropolitanos”, la trayectoria es conocida. Cada capa de la pequeña burguesía, atropellada por la crisis, se erige en “fracción de clase” y enarbola la bandera de su propia “autonomía”. Tomemos sólo un ejemplo, el del feminismo. En Italia, su “desarrollo de masas”, como el de todos los movimientos marginales, está ligado precisamente a la “crisis de los grupos” (izquierdistas), con la decepción que marca el reflujo de la lucha de clases, cuando el comunismo estilo “todo y en seguida” no vino a plantarse como el espíritu santo en las frentes voluntarias de los obreros de la Fiat-Mirafiori.
Al igual que todas las concepciones idealistas, el feminismo cree que son las ideologías las que determinan la existencia y no lo contrario. Es por eso que bastaría con negarse a efectuar las funciones impuestas para provocar la crisis de la sociedad burguesa. Cuando se trata de aplicar eso a la lucha de clase, lo que sale es simplemente una interpretación falsa (por ejemplo: es el rechazo del trabajo lo que determina la crisis económica) que se convierte en una ideología puramente reaccionaria. Es la afirmación por parte de cada capa “oprimida” de la sociedad de su propia autonomía lo que pondrá en tela de juicio la “dirección capitalista”.
No es por casualidad si la “nueva manera de hacer política” que descubrieron las feministas consistió principalmente en crear pequeños grupos de “auto-conciencia”!! Es ese el destino de cada “categoría” de la sociedad burguesa, jóvenes, homosexuales, etc): ser totalmente importantes frente a la historia y también incapaces de forjarse una conciencia histórica y terminar refugiándose en la “autoconciencia” de su propia miseria. Si el proletariado es la clase revolucionaria de nuestra época, no es porque fue convencido por los socialistas y que se acostumbró a esa idea, sino por su situación practica en el centro de la producción capitalista.
“Si los autores socialistas le atribuyen al proletariado ese papel histórico mundial, no es, como lo pretende la crítica, porque consideramos a los proletarios como dioses. Es más bien lo contrario… Lo que importa no es saber lo que piensa tal o cual proletario, o aun el proletariado entero… sino lo que se verá obligado históricamente a hacer, conforme a su ser”. (Marx y Engels “La Sagrada Familia”)
El que las mujeres no sean una capa social capaz de conducir la lucha de la clase viene, sencillamente, de que no son ni una clase, ni una fracción de clase, sino una de las numerosas categorías que el capital opone entre sí (división en razas, sexos, naciones, religiones, etc) para tratar de diluir la contradicción central que solamente el proletariado puede resolver.: “(El proletariado) no puede liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones inhumanas de existencia de la sociedad actual…” (Marx y Engels “La Sagrada Familia”).
Es precisamente porque se dirige a las mujeres, es decir, a una categoría que frente a la crisis se divide inexorablemente en dos, a lo largo de la frontera de clase por lo que el feminismo resulta ser para el capital una mistificación de segunda categoría, incapaz para desviar a una cantidad considerable de proletarios de la línea de combate de su clase. Para que tenga alguna utilidad, el feminismo debe ser solamente una simple carta bien barajada en el juego tramposo del capital con su mejor base. : “la alternativa popular y de izquierda”, la única capaz de desviar todavía al proletariado.
El destino de todos esos movimientos marginales está ya marcado. Durante la primera carnicería mundial, las sufragistas inglesas suspendieron toda agitación acudiendo al llamamiento del Estado burgués, para salvaguardar el interés superior de la patria, reemplazando como voluntarias a los hombres del frente. A las sufragistas modernas del capital no se los reserva una actitud menos repugnante.
Los acontecimientos de estos últimos meses han mostrado que el peligro de no ir hasta el final de la crítica no era producto de nuestra invención. En un texto distribuido en Milan que se llamaba, de manera muy significativa, “Comprender todo en seguida, volver a empezar! “, se leía:
“Si alguien tuvo ilusiones sobre el carácter inmediato y lineal del enfrentamiento, hoy eso se acabó. Muchos sectores del movimiento han enfrentado el choque de clase con una rudeza y con ilusiones insurreccionales, con formas de luchas tan rápidas y espontáneas como incapaces de plantear el problema real en el enfrentamiento. El Estado, su estructura, no se barren, como un fantasma, en un instante… Las masas compañeros ! no se movilizan en un mañana, a golpe de varita mágica.” (subrayado por nosotros) (octavilla firmada por diferentes comités obreros y comités maoístas).
Los hechos son testarudos decía Marx y esta evidencia así como la naturaleza de los perros guardianes de la “legalidad democrática” de los grupúsculos izquierdistas, ha comenzado a imponerse en el interior del movimiento. Pero el peligro está en la ilusión de que se puede comprender todo en seguida, y en volver a comenzar la misma cosa al día siguiente. “El peso de los muertos pesa en la cabeza de los vivos”. No es reconociendo simplemente que se cometieron algunos errores, sino haciendo una crítica radical, la manera como lo que queda vivo en la Autonomía obrera podrá quitarse de la cabeza y del corazón el fantasma obsesionante del obrerismo.
En las discusiones con militantes de la Autonomía Obrera, se llega siempre al mismo punto: “Está bien, tenéis razón, pero ¿qué se puede hacer?”. Compañeros, la ambigüedad cesa inmediatamente si, como elemento de la vanguardia se toman todas las responsabilidades frente a la clase. Y esto no se puede hacer más que con un programa claro y una organización militante. Pero un programa no es una plataforma sindical alternativa al “contrato social” del año. Es una plataforma política que delimita claramente las fronteras de clase que la experiencia histórica del proletariado ha evidenciado. ¿Comprender enseguida? Pero, durante mucho tiempo Autonomía Obrera apoyó a China roja, a la “lucha antiimperialista” etc. Y hoy que China se ha desenmascarado, que en Camboya “liberada” reina el terror, ¿cómo reacciona Autonomía Obrera? pues muy sencillamente, no habla más de eso. Compañeros, si no se comprende todo eso, si no se llega a integrar todos esos hechos “misteriosos” en un conjunto coherente de posiciones de clase sobre el capitalismo de estado, sobre las luchas de liberación nacional, sobre los países “ socialistas”, etc., se construye sobre arena y se engaña al proletariado.
Nuestro propósito no es hacer citas, pontificar, sino trabajar con tenacidad en lo que es hoy la tarea fundamental de los revolucionarios: el reagrupamiento internacional para preparar la batalla futura y decisiva. Llevar a cabo ese papel no significa para nosotros ir a cazar militantes para reforzar nuestras filas, sino dar de manera organizada y militante nuestra propia contribución y estímulo al proceso todavía confuso y descontinuó de clarificación que está haciéndose en el movimiento de la clase. Es esa clarificación la que reforzará las filas de los revolucionarios. No tenemos atajos que ofrecer; no existen. Si alguien tiene todavía la ilusión de que es posible transformar cualquier coordinación de los comités de base en partido revolucionario, se le pasará rápido; ya se ha perdido demasiado tiempo.
BEYLE
(Publicado en RIVOLUZIONE INTERNAZIONALE, N° 8 de Abril 1977 y N° 10 de Septiembre de 1977)
[1] El área de la autonomía se puede comprender como la zona de influencia de las ideas autónomas en que se mueven sus diferentes elementos
[2] Escisión del trotskismo en los años 50.
[3] Para un análisis de la interpretación marxista de la crisis, ver el folleto “La decadencia del capitalismo”
[4] No queremos sostener que haya una descendencia directa entre “Socialismo ou Barbarie” y “Potere Operaio”; lo que es interesante, en cambio, es subrayar que las posiciones que los militantes y simpatizantes de PO han comprendido siempre como producto de la reanudación de la lucha de clases, no son más que versiones obreristas de las viejas posiciones en degeneración que florecieron sobre la derrota de la clase obrera. Por otra parte, hay que recordar que PO fue el único grupo italiano que expresó, aunque fuera de manera muy confusa, esa reanudación de la lucha obrera y que su infortunado fin no debe olvidar que los otros grupos terminaron en el parlamento.
[5] Las citas provienen del panfleto “Alle avanguardie per il Partito”, elaborado por el secretario nacional de PO en Diciembre de 1970.
[6] Las citas provienen del panfleto “Alle avanguardie per il Partito”, elaborado por el secretario nacional de PO en Diciembre de 1970.
Más de 10.000 muertos en un año. Cada día, durante meses y meses, la constante repetición de manifestaciones y de la represión; el país entero paralizado por la huelga casi general de los obreros petroleros; y además la de los hospitales y los bancos, los transportes y la prensa. Escuelas y Universidades cerradas. Advertencias amenazando con la intervención por parte de las grandes potencias. Evacuaciones de súbditos extranjeros. Vacilaciones y componendas del ejército y del Sha, de la oposición
Más de 10.000 muertos en un año. Cada día, durante meses y meses, la constante repetición de manifestaciones y de la represión; el país entero paralizado por la huelga casi general de los obreros petroleros; y además la de los hospitales y los bancos, los transportes y la prensa. Escuelas y Universidades cerradas. Advertencias amenazando con la intervención por parte de las grandes potencias. Evacuaciones de súbditos extranjeros. Vacilaciones y componendas del ejército y del Sha, de la oposición religiosa y del Frente Nacional. Estos son los acontecimientos que han revelado abiertamente la descomposición social, la crisis política y la parálisis del sistema, que no son sino la plasmación, en un país, de las características y las perspectivas de la situación actual del mundo capitalista en su conjunto.
Empezando por lo económico, el mito del Irán, que se ha puesto como ejemplo, durante años, de nación en desarrollo, a la que el Sha prometía el 5° puesto mundial para finales de siglo, se ha desmoronado cual castillo de naipes.
En 1973, por vez primera, el déficit exterior crónico de Irán quedaba anulado, y en 1974, las exportaciones superaban a las importaciones en un 52 %. Este salto hizo entonces creer en un "despegue" económico, lo cual también se decía del Brasil. Por fin, se decía, se ve a un país del Tercer Mundo con posibilidades de salir del subdesarrollo. Pero pronto se disipó la ilusión con un excedente comercial rebajado al 23% desde 1975. De hecho, al depender en un 96% del petróleo en la exportación, Irán no había hecho sino beneficiarse de la coyuntural multiplicación por cuatro del precio del petróleo. Esto no era en absoluto el resultado de las ganancias sobre un producto que hubiera escaseado de repente en el mercado, como así intentaron hacer creer con lo de la "penuria" petrolera, sino que fue resultado de un alza de precios procurada por los Estados Unidos y sus grandes compañías para poner orden, en su provecho, en el mercado supersaturado del oro negro. Con este alza, en efecto, los Estados Unidos, al ser también uno de los principales productores petroleros, presionaban con el racionamiento a sus aliados y a la vez, contrincantes, Europa y Japón, volviendo la producción americana más competitiva en el mercado mundial a la vez que les hacían pagar el armamento de los países petroleros, o sea con los Eurodólares pagados a la OPEP por el petróleo.
La "nueva riqueza" de los países productores de petróleo pronto iba a ceder ante la agresividad de una competencia encarnizada resultante de la sobreproducción mundial en todos los sectores y en particular el del petróleo, obligando a Irán a rebajar sus ambiciones de grandeza y a concentrar esfuerzos en los sectores vitales de la economía nacional. El "despegue" iraní ha sido humo de pajas. No tuvo el impulso juvenil de un capital nacional en plena salud, sino que fue un sobresalto en los estertores agónicos del capitalismo mundial. Ya no se trata ahora en Irán de prosperidad. Lo que está en el horizonte es una deuda exterior en aumento por las compras masivas de armamento ultrasofisticado y por la entrega de fábricas "llave en mano", fábricas que la burguesía ha sido incapaz de hacer funcionar de verdad.
En lo político también, la burguesía iraní, cuyo poder descansa por completo en el ejército, única fuerza capaz en un país subdesarrollado de mantener mínimamente cohesionado el Estado, dispone de un margen de maniobra cada vez más limitado. La monarquía del todopoderoso sha ya no era un feudalismo atrasado y anacrónico que la burguesía podía quitarse de encima para ir hacia adelante, sino una ejemplar forma de capitalismo de Estado concentrado, originado por la debilidad histórica y estructural del capital nacional. La evolución de Irán, marcada por los intentos de "modernización" y la separación de los sectores arcaicos del aparato productivo, únicos sectores del "desarrollo" y la ganancia, es algo irreversible.
Ninguna política de la burguesía puede hoy cuestionar el papel preponderante del ejército y la orientación de la economía nacional hacia el único y limitado recurso de que dispone en el marco de la economía mundial. En un régimen así, típico de los países subdesarrollados, todo tiene que importarse, y los "negocios" se hacen con el dinero de las exportaciones, con todo lo que eso acarrea: compadreos, malversaciones de fondos y tráficos diversos... De ahí surgen los enfrentamientos interburgueses, pero éstos no pueden realmente cuestionar la fuente de recursos y el funcionamiento del sistema. Ninguna política burguesa puede oponerse de verdad a la eliminación de los sectores no rentables del aparato productivo sin agudizar aún más la quiebra del sistema. Por estas razones, no hay ninguna alternativa estable real y a largo plazo, a la crisis que ha provocado el movimiento y revuelta de todas las capas y clases de la población. Lo único que es capaz de proponer la burguesía, en última instancia, es la metralla y las matanzas a repetición contra las masas pauperizadas y en revuelta. La oposición entre la Iglesia chiíta y el Frente Nacional sólo estriba en la manera cómo usar el Estado y el ejército para llevar a cabo lo único que les interesa en la situación actual, o sea, encontrar los medios adecuados para volver a poner en marcha al país.
La alternativa de una "Revolución de 1789" en Irán, planteada por toda una propaganda dispuesta a dar sus buenos consejos y su apoyo al poder burgués sacudido por la crisis no es más que patraña. En plena crisis mundial del sistema, ya no queda sitio para la prosperidad y el desarrollo en el marco del capitalismo. La historia de Irán de los 50 últimos años está totalmente marcada, no por el feudalismo al que podría oponerse la burguesía hoy con perspectivas progresistas, sino por la decadencia capitalista, por la contrarrevolución que siguió a la ola revolucionaria de los años 1917-23 y por el reparto del mundo surgido de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el general de cosacos Reza Jan, padre del Sha actual, tomó el poder en 1921 y se hizo coronar emperador en 1925, la era de revoluciones burgueses se había cerrado y el régimen se instauraba con la bendición de los "aliados" y sobre las ruinas de una guerra generalizada y la derrota del proletariado mundial. Tras haberse tambaleado durante la segunda carnicería mundial por su inclinación hacia las potencias del Eje, el régimen fue puesto en pie de nuevo por los vencedores occidentales tras el reparto de Yalta entre Este y Oeste, y más tarde el orden sería restaurado en provecho de aquéllos, apoyando al Sha contra Mosadegh, cuyo nacionalismo se adaptaba mal a sus intereses.
La crisis iraní queda totalmente enmarcada por sus características históricas, económicas y políticas, en la crisis mundial del sistema capitalista.
La crisis del sistema, al minar todos los medios de subsistencia de capas y clases que componen la sociedad, provoca la quiebra y la descomposición social. Al replegarse cada vez más en lo esencial que asegura el mantenimiento de su poder, la burguesía se incapacita para dar soluciones materiales a la situación. Al contrario, los salarios y el número de obreros, los subsidios y los míseros recursos de supervivencia de parados y sin trabajo, las salidas para estudiantes, las ganancias del pequeño comercio, las inversiones no rentables, todo va siendo irremediablemente laminado por la burguesía. Entonces las contradicciones sociales acaban apareciendo a las claras. Y para empezar, en la misma clase dominante, en la cual los métodos chanchullescos, los apaños y la corrupción sistemática de los que tienen las riendas del poder van a provocar la ira de los que quedan fuera. Por otro lado, la miseria aumenta y con ella la masa de individuos pauperizados, se acumula el descontento que lleva a la revuelta. Frente al poder estatal reducido e identificado a una pandilla de hampones, cuando convergen todas esas condiciones, el levantamiento de la población surge aún más amplio y más decidido. Pues cuanto más débiles y debilitados por la crisis son los cimientos de la dominación de clase tanto más esa dominación aparece arrogante y descaradamente impuesta. Como en Nicaragua contra el dictador Somoza, en Irán la ira y la indignación se cristalizaron contra el Sha, su familia, su policía política. Igual que en Nicaragua, contra "todo el pueblo" agrupado en manifestaciones contra el tirano, el régimen contestaba sistemáticamente con la represión y el ejército, dejando cada vez un montón de muertos por las calles (en Septiembre, en Teherán, de 3000 a 5000 muertos en un día). Pero cuando surgieron las huelgas, primero en las plantas petrolíferas y luego en los demás sectores, la burguesía tuvo que ceder a las reivindicaciones salariales de los trabajadores (hasta el 50% de aumento) para que volviera a arrancar la producción. Y para asegurarse de esto, el ejército ocupó los centros petroleros, implantó la ley marcial, prohibió los agrupamientos, detuvo a los "cabecillas" de la huelga. Y las huelgas volvieron esta vez contra la represión y el ejército, parando de nuevo la producción, dando así un nuevo impulso vigoroso al movimiento.
Esta vez, y esto no ocurrió en Nicaragua, al asalto al símbolo del poder capitalista, el ejército, se le añadía una parálisis de las bases mismas de ese poder. La reivindicación contra el Sha, al principio puras buenas intenciones utilizadas en sus maniobras por las oposiciones de la Iglesia Chií y del Frente Nacional, a lo cual el gobierno podía responder con la represión, se volvió un problema vital para la burguesía desde el momento en que sus beneficios quedaban cuestionados por las huelgas. La clase obrera, que aparecía bien diferenciada del "pueblo", demostraba ser una fuerza capaz para resistir a los ataques de la burguesía. En medio de reivindicaciones de capas y clases con motivaciones e intereses tan divergentes como los de los burgueses medio arruinados de los Bazares o abrumados por los abusos de la camarilla del Sha, los vagabundos en la miseria total, los estudiantes sin posibilidades de carrera, la pequeña burguesía indecisa y fluctuante, la clase obrera, en cambio, defendía colectivamente, apoyada en bases materiales, sus intereses, plasmando al mismo tiempo las aspiraciones de las capas arruinadas y pauperizadas de la sociedad.
Al revés que la pequeña burguesía y capas intermedias, las cuales, al dispersarse en una multitud de intereses particulares, sólo pueden llevar el movimiento hacia la sumisión o la revuelta desesperada, la clase obrera, por el contrario, agrupada en un cuerpo colectivo, en el centro mismo de la producción capitalista, puede ofrecer resistencia antes de ir construyendo la única y real alternativa histórica, la destrucción del capitalismo. Esta es la realidad de lo que está ocurriendo en Irán, detrás de las cortinas de humo de los llamamientos a Alá y a su profeta Jomeini para que intervengan, o de los trazos más o menos dudosos del Frente Nacional.
"La clase obrera no tiene ideal por realizar, sino únicamente liberar lo que de la sociedad nueva lleva en sus flancos la vieja sociedad burguesa que se está hundiendo" ( Tercer saludo del Consejo General de la A.I.T a la Comuna de París en 1871, Marx ).
Con el movimiento se han agudizado la crisis política y la ruptura del frágil equilibrio del Estado Iraní. Ante las primeras dificultades, el Estado contestó sin miramientos con la represión pura y simple. El Sha seguía teniendo el apoyo de los Estados Unidos y el presidente Carter tras las matanzas de Septiembre, demostrando él mismo que lo de los "derechos humanos" es puro cuento y humo, volvía a confirmar el carácter "liberal" del régimen. La URSS, por su parte, mantenía una "positiva y respetuosa" neutralidad. El ministro británico de Exteriores aportaba al Sha un firme apoyo. China también, con la venida de Huaguofeng, daba todos sus apoyos. Para todos, la única posibilidad estaba en el Sha y su ejército. Nadie tenía a alguien diferente a quien proponer, u otra alternativa que presentar. Pero, la extensión del "caos" tenía que empujar a la burguesía a preparar posibilidades de relevo. Ya Francia, sin duda el mejor auxiliar de la política exterior de Occidente, había recuperado y puesto en reserva bajo su ala protectora, a la oposición religiosa acogiendo al "refugiado" ayatolah Jomeini, heraldo de la oposición, "expulsado" de Irak en donde estaba instalado. El Sha encarcelaba a elementos del Frente Nacional. Las vacilaciones constantes desatadas por la necesidad de poner orden no podían acabar sin otro apoyo que el ejército, lo cual se tradujo en la entrega formal del gobierno a esa institución, y por parte de la oposición, en llamamientos repetidos para que el ejército cambiara de campo. Mientras tanto, la burguesía se agitaba para encontrar justificaciones frente a la población, procurando atraer a las fracciones burguesas y pequeño burguesas neutrales, pasivas u opuestas a la corrupción, buscando "hombres íntegros" y "no comprometidos" con el régimen. El Ayatollah Jomeini y el Frente Nacional mantenían el radicalismo de fachada necesario para evitar desbordamientos exigiendo cada vez más alto la marcha del Sha. A su vez, el Frente Nacional proporcionaba la persona que podría dar un primer paso, Bajtiar ("el hombre de los franceses") y Jomeini mandaban crear una comisión del petróleo para pedir a los obreros que volvieran al trabajo con la excusa del "consumo popular".
Esa tarea ya no es fácil cuando el "pueblo" está en la calle. Y cuando los obreros están movilizados y organizados, semejantes llamamientos de la oposición, incluso la más creíble y decidida, se vuelven contra sus intereses. Los obreros organizaron bajo su propio control el abastecimiento. El ejército tuvo que intervenir para interrumpirlo y el Ayatollah no abrió la boca sobre esta operación. Porque el "pueblo" sólo es para esas momias del pasado una palabra vacía que puede servir a los intereses nacionales. Si esa palabra tiene un significado para el proletariado, sólo puede ser el de su fuerza autónoma capaz de verdadera solidaridad con las inmensas masas pauperizadas. Nunca podrá ser el de los "humanistas", los "demócratas" o los "populistas", quienes, cuando proponen sus soluciones para la defensa del capital nacional, ven en el "pueblo" a una masa de maniobra en apoyo de sus ambiciones.
Esta ilustración de la crisis política muestra a la burguesía en Irán, como así ocurrirá cada vez más en el mundo, sin ninguna salida verdadera a su crisis. Los "hombres políticos" de la burguesía son hoy y cada vez más "hombres de transición", "técnicos", que ocultan o no, según las necesidades de la burguesía, a los verdaderos "hombres" de ésta, el ejército, la policía y de todos los cuerpos de represión del Estado. En Irán, la alternativa para la clase dominante no es Jomeini o el Ejército, o Sandjabi o el Ejército: Mientras exista un estado capitalista, el ejército estará presente, con un Jomeini, un Sandjabi o un Sha. Los "relevos" sólo son una nueva careta para el ejército y sus funciones de encuadramiento, pues es éste la única fuerza en la que la burguesía puede asentar su poder. Históricamente, pues las únicas fuerzas que se enfrentaran de manera decisiva son la burguesía y el proletariado, el ejército y los obreros.
Por el momento, la burguesía, para encarar a la clase obrera, intenta disolver los intereses de ésta en el conjunto de la población para desmovilizarla y seguir manteniendo la dictadura del capital. Lo básico en las discusiones y maniobras políticas de la burguesía, del gobierno y de la oposición y dentro del ejército mismo es cómo aplastar la revuelta y/o separar, en la mente de la población y de los obreros sublevados, el Sha del Estado, para, si hace falta, darles la cabeza del Emperador sin que el Estado quede afectado.
"La revolución hasta la marcha del Sha", gritaban los manifestantes de Teherán. Si la marcha del Sha es la condición para que pare el proletariado, la burguesía hará lo que pueda para conseguirlo, de manera a dar ilusiones de que la meta de la lucha es la caída del Sha, el final del movimiento y de la movilización.
Para la burguesía, no hay hoy ninguna perspectiva ni a corto ni a largo plazo. La marcha del Sha y un nuevo gobierno no son más que el mantenimiento y la aceleración de las mismas condiciones de crisis, de miseria, de guerra y de represión.
Para el proletariado, a largo plazo, por la extensión y generalización de su combate al mundo entero y sobre todo en las grandes concentraciones industrializadas del capital, la perspectiva es la de la destrucción de ese sistema por la revolución comunista. El combate de la clase obrera en Irán es un momento de ese combate general. No está limitado a Irán, sino que ha abierto nuevas experiencias de posibilidades de extensión y de generalización, por su propia organización y respecto a las masas pauperizadas de la sociedad; ha demostrado, para el proletariado del mundo entero, en un país situado en la línea de enfrentamientos interimperialistas, que era capaz de resistir a los ataques de la burguesía.
Para la clase obrera en Irán, el peligro a corto plazo es el de dejar que sus intereses se diluyan en los de la población entera, si acepta una unión antinatural... entre capital y trabajo con cualquier fracción de la burguesía, el peligro de una explotación y de una represión reforzada. Su fuerza está en su capacidad para mantenerse movilizada en su terreno de clase.
M.G. (enero de 1979)
En la primera quincena de Noviembre se reunió en Paris la Segunda Conferencia de grupos comunistas. La primera, de la cual es consecuencia, había tenido lugar en Mayo del 77 en Milán (Italia) por iniciativa del Partito Comunista Internacionalista (Battaglia Conmunista). No se trata en este artículo de dar una reseña detallada de los debates. Estos aparecerán en un folleto especial para que así los militantes revolucionarios puedan seguir los esfuerzos de clarificación que hacen los grupos revolucionarios que, confrontando sus posturas, participaron en la Conferencia. Lo que nos proponemos con este artículo es sencillamente y a grandes rasgos, despejar lo importante de tal conferencia, más todavía en la actual situación, y también contestar a la actitud tan negativa que algunos grupos decidieron adoptar respecto a ella.
Para empezar hay que subrayar que esta segunda conferencia fue mejor preparada y organizada que la anterior, y esto tanto desde el punto de vista político como organizativo. La invitación a grupos se hizo en base a criterios políticos precisos. Grupos que;
Ya sólo con enunciar esos criterios, cualquier obrero puede entender que no se trata de una cuerda de gente de “buena voluntad”, sino de grupos comunistas de verdad que se desmarcan claramente de la fauna izquierdista: maoístas, trotskistas, y por otro lado de los “modernistas” y demás consejistas del rollo “antipartido”.
Esos criterios, desde luego muy insuficientes para establecer una plataforma política de reagrupamiento, son, cuando menos, suficientes como para saber con quién se discute y en qué marco, de modo que la discusión sea fructífera y marque un punto positivo.
Además, para mejorar respecto a la primera, el orden del día de los debates quedó fijado con sobrada antelación para que así cada grupo pudiese presentar sus puntos de vista en textos escritos de antemano. El orden del día fue.
Un orden del día así da idea de que la conferencia no tuvo que nada que ver con uno de esos coloquios de sociólogos y sabios economistas que se masturba con “teorías”. Fue una preocupación militante lo que presidió la conferencia, procurado despejar la mayor comprensión de la situación mundial actual, de la crisis en que está el capitalismo mundial y de las perspectivas desde un punto de vista proletario, así como las tareas resultantes para los grupos revolucionarios en el seno de su clase.
Fue, pues, con esos criterios y con una preocupación militante como fueron invitados unos doce grupos de diferentes países. La mayoría contestaron favorablemente, aunque algunos no pudieran asistir a última hora por razones diversas. Así ocurrió con “Arbetarmakt” de Suecia, de “OCRIA” de Francia y “Il Leninista” de Italia. Y también hay que mencionar que cuatro grupos se negaron a participar. Fueron “Spartacusbond” de Holanda, P.I.C. de Francia y los dos “partidos” comunistas internacionales (PCInt. “Programa” y el PCInt “il Partito Comunista”) de Italia.
Vale la pena examinar de cerca los argumentos de cada uno de esos grupos y las verdaderas motivaciones de su negativa. Para “Spartakusbond” de Holanda, es bien sencillo: el grupo está en contra de cualquier idea de Partido. Se les pone el pelo de punta con solo oír la palabra “Partido”. Pero este grupo, surgido después de la segunda guerra mundial, en vano puede reclamarse de la tradición y como continuador de la izquierda comunista holandesa de la cual solo es una lamentable caricatura. A todo lo más, Spartakusbond podría reclamarse de Otto Rhule aderezado con Sneevliet, pero desde luego que no de Gorter y de Pannekoek, los cuales nunca negaron el principio de la necesidad de un partido comunista. Spartacus aparece como el final senil de la corriente Comunista Consejista convertida en secta, replegada en sí misma, aislándose cada día más del movimiento obrero internacional. Su negativa no hace sino confirmar el desgaste casi definitivo de la corriente consejista pura, para confundirse e integrarse más y más en las aguas putrefactas del izquierdismo. Triste final de una evolución irreversible fruto de un demasiado largo período de contrarrevolución.
De diferente manera aparece la actitud de P.I.C.. Tras haber dado su acuerdo de principio para la conferencia de Milán, cambia de decisión en vísperas de ésta, estimando que en las actuales circunstancias, sería un “dialogo de sordos”. Para la segunda conferencia, la negativa de principio la basa en que “no participa en conferencias “bordigo –leninistas”. También con el PIC, asistimos a una evolución precisa. Hace cinco o seis años, los compañeros que dejaron Revolution Internacionale para formar el grupo “Pour une Intervention Communiste”, basaban la separación en la intervención insuficiente de R.I. Dejando de lado el activismo verbal de P.I.C., que los ha llevado a toda clase de “conferencias” y “campañas” de toda calaña, cada una de ellas más artificial que la anterior, lo que hoy resulta evidente es lo que siempre hemos afirmado: que el verdadero debate no estriba en “intervenir o no intervenir”, sino en “cómo intervenir, en qué terreno, y con quién”. Por eso el P.I.C., que se dedica a menudo a “conferencias” con toda clase de grupos y elementos anarquizantes o grupos “autónomos” y sobre todo quiméricos, y que terminan en agua de borrajas, está bien situado para hablar de “dialogo de sordos”, cuando se trata de discusiones entre grupos verdaderamente comunistas. Y eso no es todo. De vuelta del fallido intento de formar una coriente anti-CCI, junto con “Revolutionary Perspectivas”, “Workers Voice”, y RWG (estos dos últimos se perdieron después en el paisaje sin dejar rastro), PIC, un poco escaldado por los grupos de la izquierda comunista, se conformó con elementos de la izquierda socialista, participando en el grupo iniciador que ha vuelto a lanzar la antigua revista socialista de izquierda “Spartacus”, bajo la sabia dirección de su fundador René Lefeuvre. En esta revista, en cuyas páginas pululan, entre otras cosas, la glorificación del ejército republicano de la guerra de España de 36-39, las hazañas del “antifascismo”, uno de los promotores activos de la segunda carnicería mundial, encendidos homenajes a Marceau Pivert y su PSOP (algo así como un PSU francés de antes de la guerra), al POUM, alabanzas y recuerdos enternecedores de la acción heroica trotskista en la Resistencia francesa durante la guerra, en esa revista, pues, PIC se encuentra tan a gusto, formando parte de la redacción. El delicado olfato de PIC que no aguanta el horrible hedor de los “borgigo-leninistas” parece recrearse con el perfumado incienso del Socialismo de izquierdas y el antiautoritarismo. En la pocilga de la Social-Democracia[1] PIC parece revolcarse a gusto, y encima puede darse el placer de hacer críticas “radicales” y hacer el número de “enfant terrible” ultrarrevolucionario. Cierto es que “Spartacus” es una revista muy amplia. Pero ser amplio no ha sido nunca de por sí una cualidad. Lo que de verdad da unidad y cimienta al equipo redactor de “Spartacus” es un antibolchevismo estreñido que confunden adrede y haciendo trampa con el estalinismo. Los socialistas de “izquierda” no estuvieron esperando al estalinismo para denigrar a los bolcheviques, a Lenin y demás, y combatir, en nombre del “socialismo democrático”, a la revolución de Octubre y al comunismo. Por antibolchevismo, los socialistas de izquierda siempre han andado al maloliente rabo de la Social Democracia, de los Scheideman-Noske, de los Turati y de los Blum, Esto no molesta a PIC para colaborar y andar con ellos. Y no es en las críticas y en la continuidad de la Izquierda Comunista en donde PIC va a buscar su crítica contra esta o aquellas posición de los bolcheviques o de Lenin, sino en las basuras de los consulados zaristas y de Kerenski o husmeando en el estercolero de la izquierda socialista. En su fiebre anti bolchevique, lo que PIC olvidó es que, cualesquiera que sean nuestras divergencias con los bolcheviques, éstas no pueden hacer cambiar nuestro juicio sobre la Social Democracia, sea de izquierda o de derecha, pues lo que separa a los comunistas de la Social Democracia es ese abismo infranqueable, el que pertenecen a las clases mortalmente enemigas, los comunistas al proletariado, la social democracia a la burguesía. Aunque sólo fuera esta lección, se la debemos por completo a Lenin y al partido bolchevique. No es pues por casualidad, sino por haber olvidado esta lección, si PIC desde las columnas de Spartacus en donde se ha hecho su nidito, se siente capaz para negarse a discutir con “bordigo-leninistas”. Uno puede preguntarse si es el “antileninismo” visceral lo que ha acercado el PIC a la izquierda socialista o, si al contrario, ha sido el acercamiento al socialismo de izquierda y al izquierdismo lo que lo ha transformado en duro anti bolchevique. Lo que si queda claro es que PIC está en un punto situado, por ahí, entre los socialistas de izquierda y Lenin, lo cual da como resultado un anti bolchevismo violento (o radicalismo de boquilla) en colaboración con los socialistas de izquierda (oportunismo en la práctica).
Lo cachondo de la historia, y no lo menos, son cosas como ese artículo publicado por el “Jeune Taupe” (Joven Topo, bimensual de PIC) sobre el grupo “Combat Communiste” por su no ruptura total con los trotskistas, recordándoles en esta ocasión (por una vez no es pecado): «Como decía Lenin en Zimmerwald respecto a los social demócratas, que estaban fuera del campo proletario y, por lo tanto en el de la burguesía y si nosotros somos un poco consecuentes, no podemos considerarlos como compañeros en el error y menos todavía militar con ellos»[2]. O sea que PIC no parece completamente amnésico, aunque a menudo se le vaya la cabeza. Cuando se trata de criticar a “Combat Comuniste”, se acuerda muy bien de que «para él (Lenin), los social demócratas eran enemigos de clase con los que había que cortar. De ahí que la Tercera Internacional se constituyera como oposición a los intentos de reconstitución de la segunda»[3] . Muy buena memoria tiene PIC, pero poco debe mirarse al espejo. A no ser que lo que les parece indispensable, o sea la ruptura con el trotskismo, se menos evidente cuando se trata de colaborar con la izquierda socialista. También estamos de acuerdo con la conclusión del artículo citado: «Los años venideros que tendrán que conocer el resurgir del proletariado en el escena histórica como sujeto de sus propio devenir, no tolerarán las más mínima confusión teórica. Lo que hoy es inconsistencia y fantasía se volverá mañana peligro mortal y teoría contrarrevolucionaria. Es ahora cuando hay que pronunciarse claramente, que hay que escoger su campo»[4].
Perfecto ¿Hay que concluir entonces que PIC, al negarse a venir a la Conferencia por miedo a contaminarse por los “bordigo.leninistas” y quedarse tranquilamente en las filas de Spartacus, ya ha escogido su campo?. El porvenir nos lo dirá.
En cuanto a los dos PCInt. Bordiguistas, estos no se dignaron dar a conocer directamente su negativa, sino que se contentaron con publicar cada uno sendos artículos en su prensa, de tono insultante y en plan despectivo. Cuando uno se autodenomina Partido Comunista Internacional, uno se queda en su rango y no se rebaja a contestar a otros que no son más que… simples grupos. Hay que mantener su dignidad, oiga, incluso cuando no se es en realidad más que un grupito, dividido, para más inri, y subdividido en unos tres o cuatro partidos comunistas internacionalistas, que se ignoran mutuamente.
Procedentes, tras la muerte de Bordiga, de una oscura escisión con la organización de Programma, el grupo de Florencia, siguiendo la estricta tradición del bordiguismo de que sólo puede haber un único partido en todo el universo, se autoproclamó, así de sencillo, nada menos que “Partido Comunista Internacional”. Este gran “Partido Internacional” de Florencia está, pues, bien situado para echar anatemas sobre las “miserias de los hacedores de Partido”[5]. ¿Cómo asegurarles a esos recelosos personajes que nadie en la Conferencia tenía pretensiones sobre lo que ellos consideran como su bien exclusivo?. A nadie en la Conferencia se le ocurrió plantear el problema de la constitución inmediata del Partido, ni siguiera el de la formación de una organización unificada y eso por la sencilla razón de que los grupos eran plenamente conscientes de la inmadurez de ese proyecto. Es no entender nada del problema del Partido de clase creer que se decreta con la simple voluntad de un puñado de militantes y en cualquier condición. Esa concepción voluntarista e idealista del Partido, de que se decreta en cualquier momento, independientemente del estado y desarrollo de la lucha de clases, no tiene nada que ver con la realidad que hace que el Partido es un organismo vivo de la clase que sólo surge y se desarrolla cuando las condiciones están dadas para que pueda asumir las tareas que le incumben. Los malabarismos bordiguistas sobre el partido formal y el Partido histórico sólo les sirven para tapar su ignorancia completa de la diferencia entre fracciones o grupos y el Partido y, por tanto, su incomprensión de cuando se forma efectivamente el partido.
La visión que se tiene de la naturaleza y del funcionamiento del Partido es el problema que más debates apasionados ha producido en la historia del movimiento marxista. Baste con recordar las divergencias que opusieran Rosa Luxemburgo a Lenin, entre el Partido bolchevique y la Izquierda Alemana, entre la fracción de Bordiga y la Internacional Comunista, y la fracción italiana de Bilan al PCInt., reconstituido al final de la segunda guerra. Y sigue siendo hoy un tema de discusiones y de necesarias precisiones en el movimiento de Comunistas de Izquierda. Allá ellos, si a grupos de cualquier ciudad más o menos provinciana, se les ocurre proclamarse un buen día “Partido único y mundial”; ninguna ley puede impedírselo. Otra cosa es que lo sean, y que haya que creérselo. Eso ya es megalomanía. Y, sin embargo, para la corriente bordiguista, ni hablar de poner entredicho sus conceptos sobre el Partido único y monolítico, el cual toma el poder y ejerce su dictadura en nombre del proletariado, incluso contra la voluntad de la clase. Pues, así amenaza “Il Partido”, «quien se opone a esa concepción o no acepta esta disciplina fuera del terreno de la Izquierda». No hace falta decir que esta concepción está muy lejos de ser la de Marx y Engels, quienes no andaban proclamando cada dos por tres el “Partido”, ni la de Rosa Luxemburgo, ni siquiera la de Lenin, ni la de “Bilan”, ni la de la Izquierda Italiana en general. Es algo que les pertenece a los bordiguistas. No hace falta decir, a riesgo de ser excomulgados, que tampoco es la nuestra.
Puede entenderse perfectamente que los bordiguistas eviten toda discusión con otros grupos comunistas y la confrontación de sus posiciones con las de ellos. ¡Ya ni siquiera discuten entre sí!, como así lo exige el “centralismo orgánico”. Pues es cierto que nunca se ha visto a una secta poner en entredicho los dogmas de su Biblia “invariante”. La única disputa que tienen es para saber cuál de entre sus numerosos partidos será el único, reconocido universalmente como tal. Es como un manicomio en el que cada quien se cree el verdadero el único Napoleón.
El último vástago de la antepenúltima escisión de los bordiguistas, el Partido florentino, no es por eso el menos fiero. Ofendido porque alguien se haya atrevido a invitarle a la Conferencia, lanza cual rayo su advertencia. «Los misioneros de la unificación, grupos políticos de diferentes tradiciones tienden, lo quieran o no, a formar una organización política objetivamente contra la “Izquierda y la Revolución”». Dejemos a un lado lo de “misioneros”, puesto así para ver si insulta, e insistamos una vez más que en ningún momento la Conferencia se había previsto con el objetivo de discutir acerca de la unificación de nadie con nadie. Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. No ha llegado todavía la hora para que se unifiquen en un único partido, los diferentes grupos comunistas que existen hoy. Pero sí que creemos que ha llegado la hora de que los grupos comunistas salgan de su aislamiento invernal que ya ha durado demasiado tiempo. Durante este período de 50 años, la contrarrevolución no sólo acabó con la clase, sino también o inevitablemente con el movimiento comunista internacional que quedó reducido a la más mínima expresión. Pocos grupos de la Izquierda Comunista aguantaron y han sobrevivido a la monstruosa avalancha contrarrevolucionaria. Y los que han sobrevivido han quedado profundamente marcados por el repliegue general, que provocó en ellos un reflejo de aislamiento, un encerrarse en sí, un espíritu de secta.
Otro reflejo fue el de liarse la manta a la cabeza, poniendo al mal tiempo buena cara, lo cual se plasmaba en la construcción artificial de Partidos, en lo cual los trotskistas se hicieron expertos antes de la segunda guerra sustituyéndoles los bordiguistas y superándolos en la faena, llevándola, según su costumbre, hasta el absurdo. En aquellas condiciones, la formación del partido bordiguista iba a contrapelo de la realidad, no pudiendo ir más que de fracaso en fracaso. Así como el despliegue de la lucha de clases es un poderoso factor en el proceso de homogeneización en la clase y por lo tanto la organización de los comunistas o sea el partido, así al contrario, un período de reacción y contrarrevolución es factor en un proceso de atomización en la clase y de dispersión en la organización de los comunistas. El partido bordiguista no podía escapar a esa ley, de ahí el proceso de escisiones en cadena en sus filas.
Bordiga tenía más reservas respecto a la oportunidad de la formación inmediata del partido. Y lo mismo Vercesi, quien dos años más tarde ponía claramente en tela de juicio esa formación, en acuerdo con la crítica que él mismo había hecho diez años antes contra las propuestas de Trotski. Pero, al menos en Trotski, la formación del Partido era una conclusión correcta, basada en un análisis erróneo de la situación. Trotski veía en la Francia del Frente Popular y en la guerra civil de España, el “principio de un resurgir revolucionario”, lo que implicaba la construcción inmediata del Partido. El Partido bordiguista ni siguiera puede invocar un análisis falso. Y por eso, se ha dedicado a desarrollar una teoría de lo más aberrante según la cual la formación del Partido está completamente desligada de la situación real de la lucha del proletariado. Incluso en Bordiga y su visión piramidal del Partido, éste, en lo alto de la pirámide, descansa, sin embargo, en una base de clase de la que es producto. Pero, en la dialéctica de los bordiguistas de hoy, el Partido está como colgado, allá arriba en el cielo, completamente despegado del movimiento real de la clase; se puede formar incluso cuando la clase está soportando las peores condiciones de la derrota y la desmoralización, pues la basta con el conocimiento teórico y la voluntad. Al dar así la espalda a toda la historia del movimiento obrero y de sus enseñanzas y al proclamarse cada grupito bordiguista Partido Mundial Único Reconstituido, no es de extrañar que no entiendan nada de los que es un período de resurgir de la lucha de clases y el proceso que necesariamente implica, la tendencia al reagrupamiento de revolucionarios. Y por eso los bordiguistas siguen yendo a contrapelo. Hace 20 años, clamaban en el desierto con llamamientos al reagrupamiento de revolucionarios. Hoy, cuando ya hay posibilidades, no paran de denigrar los esfuerzos y de encerrarse con “dignidad” en su capilla. Cualquier propuesta de discusión les parece una blasfemia; y no hablemos del agrupamiento, para ellos no puede ser otra cosa que “formar una organización política objetivamente contra la Izquierda y la revolución”. ¿Habrá que pensar que ignoran la historia, la verdadera y no la mítica, del movimiento revolucionario? La constitución de la Liga de los Comunistas, de la Primera, de la Segunda y Tercera Internacionales, de todos los partidos obreros… ¿no se hicieron por medio de encuentros discusiones, entre grupos dispersos que convergían hacia una unidad política y organizativa? ¡No era ese el proceso propuesto por la antigua Iskra de Lenin para salir de la dispersión en Círculo y que surgiera el Partido ruso?. ¿La constitución (tardía) del P.C. de Italia en Livorno no siguió acaso el mismo camino?. Y la reconstitución precipitada del PCInt., al final de la segunda guerra no fue también producto de encuentros entre varios grupos?
El PCInt de Florencia termina su articulo lamentándose: «Es penoso tener que “presenciar periódicamente tales miserias».
Poco diferentes es en cuanto a los argumentos, el artículo que le sirve de respuesta al segundo PCInt., el de “Programma”. Lo que les distingue fundamentalmente es la extremada finura de que hacen gala. El título del artículo: “La lucha entre Fottenti y Fottuti” (literalmente, algo así como entre “porculizadores y porculizados”) ya da idea de la “altura” a la que se sitúa el PCInt. “Programma”, altura que resulta a otros muy poco accesible. ¿Tendremos que suponer que “Programma” está tan impregnado de hábitos estalinistas que es incapaz de entender la confrontación entre revolucionarios si no es como “violadores” y “violados”?. Para “Programma”, ninguna discusión es posible entre grupos que se reclaman y se sitúan en el terreno del comunismo. Eso sí, pueden andar con trotskistas, maoístas y demás formando Comités-Fantasmas de soldados, o también firmar con esos y otra fauna izquierdista octavillas comunes para “la defensa de los obreros inmigrados”, pero nunca en la vida pensar en discutir con grupos comunistas, ni siquiera entre los numerosos partidos bordiguistas. Con estos sólo puede reinar la relación de fuerzas y si no pueden destruirlos, entonces hay que ignorar su existencia. Violación o prepotencia, ésa es la única alternativa en la que Programma quisiera encerrar al movimiento comunista y las relaciones entre grupos. Y como no tienen otra visión, ésa es la que ven por todas partes, atribuyéndola de buen grado a los demás. Para ellos, una Conferencia Internacional de grupos comunistas sólo puede ser y no tener más objetivo que el de “pervertir” a algún que otro elemento de otro grupo. Y desde luego, si Programma no vino a la Conferencia no fue por falta de ganas de “violar”, sino por temor a aparecer impotente.
En vano “Programma” suelta una ristra de sarcasmos contra los criterios que servían de marco para la invitación de grupos. ¿Hubiera preferido la ausencia de criterios?. O hubiera preferido otros criterios? ¿Pero cuáles, por favor? Los criterios establecidos apuntaban a delimitar un marco que permitiera discutir entre grupos que se reclaman de la Izquierda Comunista, eliminando así a las tendencias anarquizantes, trotskistas, maoístas y demás izquierdistas. Esos criterios forman un todo orgánico, no puede separárseles unos de otros como le gusta hacer a Programma. No pretenden ser una plataforma para la unificación, sino, más modestamente, un marco para saber con quien se discute y qué orientación se lleva. Pero para Programma sólo puede uno discutir consigo mismo. Por temor a ser impotente en una confrontación de posiciones con otros grupos comunistas, Programma se consuela en el “placer solitario”. Esa es la virilidad de una secta y el único medio de darse satisfacción.
Ahuecando la voz, Programma amonesta severamente a aquellos que cuestionan “el modo con que el partido bolchevique… planteó la relación entre partido comunista y clase obrera”. Por mucho que se empeñé Programma ese “modo” no es un tabú intocable e indiscutible, como nunca lo fue en el movimiento comunista, y ese “modo” no ha salido precisamente muy bien parado con la caricatura esperpéntica que de él han hecho los bordiguistas. Y cuando Programma exclama: «Sí, la Internacional rompió con la Social Democracia, pero antes había roto con todas las versiones infantiles, espontaneistas, anti-partido, iluministas, y desde el punto de vista ideológico, burguesas», lo que hace es manipular la historia a sus conveniencias. Los grupos que fueron invitados al Primer Congreso, los que van a fundar la Tercera Internacional, eran mucho más heteróclitos que lo que Programma pretende. En ese Congreso había desde anarco-sindicalistas hasta Izquierdas socialistas apenas decantadas: Los únicos puntos precisos en medio de esa falta de cohesión son:
Será más tarde cuando empiecen las rupturas y lo cierto es que van dirigidos sobre todo contra la Izquierda (no siempre muy coherente), mientras que, por otro lado, se les abren las puestas a los oportunistas y demás izquierdas socialdemócratas. ¿Desde cuándo los bordiguistas se han puesto a exaltar y a aplaudir esa orientación de degeneración oportunista de la Internacional Comunista?. Las tesis del Segundo Congreso sobre el parlamentarismo revolucionario, sobre la conquista de los sindicatos, sobre la cuestión nacional y colonial, la política de conferencias con la Segunda y Segunda y media internacionales son otros tantos pasos que marcan la regresión de la Internacional Comunista. Esa es la orientación que los bordiguistas glorifican hoy desde que se proclamaron nuevo Partido Comunista Internacional. ¿No es eso “burlarse de sus propios afiliados” como así dice el propio artículo de Programma?.
Programma nos achaca con violencia que somos “anti-partido”. Eso es puro cuento bordiguista que es tan falso como el rollo del PIC, por ejemplo, cuando nos trata de “bordigo-leninistas”. Ninguno de los grupos presentes en la Conferencia cuestionaba la necesidad del Partido. Lo que sí hay que poner en discusión es qué tipo de Partido, cuál es su función y cuáles son y debe ser las relaciones entre Partido y la clase. Es totalmente falso que el primer Congreso de la I.C:, ni las 21 condiciones hayan dado una respuesta completa y definitiva a esos problemas. La historia de la I.C., la experiencia de la Revolución Rusa y la degeneración de ambas plantean hoy en día, con el resurgir de las luchas del proletariado, a los revolucionarios, la imperiosa tarea de contestar de la manera más precisa a esos problemas. La concepción bordiguista de un partido Infalible, omnisciente y todopoderoso nada tiene que ver con el marxismo y, en cambio, parece más una visión religiosa que otra cosa. En los bordiguistas, como en la religión monoteísta de los hebreos, todas las relaciones están invertidas. Todo funciona al revés. Dios (el Partido) no es un producto de la conciencia humana, sino que es Jehová (el Partido) quien elige a su pueblo (su clase) El Partido ya no es una manifestación de un movimiento histórico de la clase, sino que es el Partido quien hace que exista la clase. No es un “dios” a imagen del hombre, sino que es el hombre quien es imagen de Dios. Así se puede entender por qué en la Biblia (El Programa), ese Dios único (Partido) no habla a su pueblo, sino que “ordena, manda y exige” en todo instante. Es un dios celoso de sus prerrogativas. Puede, si lo quiere, otorgárselo todo a su pueblo, el paraíso o la inmortalidad; pero no admitirá nunca que el hombre pueda comer la fruta del árbol de la ciencia. La conciencia, toda la conciencia, es monopolio exclusivo del Partido. Por eso es por lo que ese dios (Partido) exige la plena confianza, el absoluto reconocimiento, la toral sumisión a su gran poder, y por la más pequeña duda o discusión se vuelve dios severo del rencor, del castigo y de la venganza de un Cronstadt, de cuyo aplastamiento se reivindican los bordiguistas para ayer y para mañana. Ese dios terrorífico -el del terror rojo- ése es el modelo del Partido bordiguista. Y ése es el tipo de Partido que nosotros rechazamos totalmente.
El bordiguismo no ha constituido el Partido Internacional. Lo que ha inventado es una mitología: el mito-partido. Su Partido verdadero tiene poca consistencia, pero el mito-partido es tanto más consistente. Lo que caracteriza más que nada a ese partido-mito, es su profundo desprecio de la clase, a la cual deniega toda conciencia y toda capacidad de toma de conciencia. Y esa concepción mitológica del Partido. Partido-espantajo, se ha convertido hoy en obstáculo real al necesario esfuerzo para la construcción del partido comunista mundial del mañana. Pensamos y decimos con sinceridad. Para no seguir con polémicas, los grupos bordiguistas se encuentran hoy en una encrucijada: o entran con honradez, sin ánimos de “fottenti y fottuti”, sin ostracismos, en el camino de la confrontación y discusión en el movimiento comunista revolucionario renaciente o quedarán en el aislamiento, convirtiéndose sin remedio en una secta esclerotizada e impotente.
La Conferencia tendría ocasión de ver otro de esos números circenses con el extraño comportamiento del grupo FOR. Este, tras haberse adherido plenamente a la primera Conferencia en Milán, y haber dado su acuerdo para venir a la segunda, presentando textos de discusión, resulta que se echó atrás en la apertura de esa última so pretexto de que estaba en desacuerdo con el primer punto del orden del día, es decir, sobre la evolución de la crisis y sus perspectivas. El FOR desarrolla la tesis de que le capitalismo no está en crisis económicamente. Para él, la crisis actual no es sino una crisis coyuntural como las que el capitalismo ha tenido y superado a lo largo de su historia. De ahí que la crisis no abre perspectivas nuevas, menos aún la de la reanudación de la lucha proletaria, sino todo lo contrario. El FOR mantiene, en cambio, una tesis de “crisis de civilización” totalmente independiente de la situación económica. Esta tesis huele bastante a modernismo, herencia del situacionismo. No vamos a entrar aquí en un debate para demostrar que para los marxistas resulta de lo más absurdo hablar de decadencia y hundimiento de una sociedad histórica basándose únicamente en manifestaciones superestructurales y culturales sin hacer referencia a la estructura económica y afirmando incluso que esta estructura, básica en cualquier sociedad, está reforzándose y en su mayor expansión. Esa manera de razonar se parece más a las divagaciones de un Marcase que al pensamiento de Marx. Por eso, FOR basa la actividad revolucionaria menos en un determinismo económico objetivo que en un voluntarismo subjetivo típico de contestatarios de toda calaña. Pero hay que preguntarse: ¿son semejantes aberraciones la razón fundamental que inspiró a FOR la retirada de la Conferencia?. Desde luego que no. En esa negativa a participar, retirándose del debate, lo que aparece más que nada es el espíritu de camarilla, de cada uno en su casa, que todavía sigue impregnando tanto a los grupos que se reclaman del comunismo de Izquierda, y que sólo será superado con el resurgir de la lucha de clase del proletariado y con la toma de conciencia de los grupos revolucionarios.
Romper con ese espíritu camarillista y de repliegue, herencia de cincuenta años de contrarrevolución, demostrar que es necesario y posible establecer contactos y discusiones entre grupos revolucionarios fue de lo más positivo de los trabajos de la Conferencia. Si en Milán sólo estábamos dos grupos, ésta vez, en la segunda Conferencia en París, éramos cinco grupos de diferentes países los que participamos en el debate. Esto nos parece ser un paso muy importante que hay que continuar. De la Conferencia no salió ni una hipotética unificación, ni un efímero partido, pues la Conferencia ni siguiera lo planteó como objetivo inmediato. Ni tan siguiera hubo resoluciones comunes, y pudimos constatar la cantidad de numerosas divergencias verdaderas, pero aún más numerosas las incomprensiones, los malentendidos que circulan en el ambiente revolucionario. Y esto no tiene que desanimarnos en absoluto, pues nunca sembramos ilusiones sobre una unidad de visión preexistente. Esa unidad de visión no va a caer del cielo. Habrá de ser el fruto, precisamente, de un largo período de discusiones, de confrontaciones entre los grupos revolucionarios en un curso ascendente de lucha del proletariado. Y por todo lo dicho, depende también de la capacidad y de la voluntad de los grupos para romper con el espíritu sectario, para saber comprometerse y perseverar en el difícil camino y en el esfuerzo hacia el reagrupamiento de revolucionarios.
Los debates de la Conferencia, que saldrán en una publicación de actas, mostraron bien las insuficiencias, lagunas y confusiones, tanto en las análisis como en la perspectiva. Pero también demostraron que los encuentros y las discusiones podrán plasmarse en resultados positivos aunque limitados. La Conferencia fue una demostración de lo que Engels no cesaba de repetir, de que era de la discusión de lo que Marx y él esperaban el desarrollo del movimiento obrero.
De la Conferencia se despejó la voluntad unánime de proseguir el esfuerzo, de preparar, mejor, nuevas conferencias, ampliándolas a otros grupos que se reclaman del comunismo de Izquierda y que entran en el marco de los criterios establecidos, Es éste un propósito muy limitado y somos conscientes de que no tenemos el éxito garantizado. La historia nos demuestra que no hay garantías absolutas. Pero de lo que sí estamos convencidos es que no hay otro camino para llegar al necesario reagrupamiento de revolucionarios, para la indispensable constitución del Partido Comunista Mundial, arma del triunfo de la revolución proletaria. Por ese camino, la CCI pretende ir sin reservas con toda su convicción y voluntad.
M.C. (Enero de 1979)
Este trabajo responde a la invitación para que se defienda el análisis de la economía hecho por la CCI, invitación que aparece en las páginas de Revolutionary Perspectives, revista de Communist Workers Organisation (CWO, Organización de Trabadores Comunistas, en Gran Bretaña)[1]. No es nuestra intención penetrar aquí en la compleja red de confusiones y de falsas concepciones que constituyen tal “crítica” de la CWO respecto al análisis económico de Rosa Luxemburgo y de la CCI. En efecto, respuestas más detalladas a los temas presentados aparecerán en futuros números de la REVISTA INTERNACIONAL. En esta oportunidad, nos concentraremos solamente en las principales acusaciones lanzadas por CWO contra la CCI y contra la “economía luxemburguista” en general.
Existe antes que nada la afirmación que constantemente reaparece en los textos de CWO, de que la teoría de Luxemburgo relacionada con la saturación del mercado, “abandona el marxismo y la teoría del valor”. Es posible que CWO crea que repitiendo tan asombrosa afirmación una y otra vez, pueda ésta convertirse en verdad. Sin embargo, el lenguaje autoritario con el cual CWO descarta a Luxemburgo del campo del marxismo no puede esconder el verdadero significado de estas alegaciones: la profunda falta de compresión de parte de CWO, respecto a la “teoría del valor” y de su papel dentro del análisis económico marxista.
CWO alega que Luxemburgo “abandonó la teoría del valor al afirmar que la caída de la cuota de ganancia no puede ser la causa de la crisis capitalista”[2]. El hecho es que tanto la inevitabilidad de la crisis como la necesidad histórica del socialismo deben ser explicados no simplemente por éstas o aquélla tendencia de la producción capitalista, (como lo es la caída de la cuota de ganancia), sino más bien por medio de la comprensión marxista de la producción del valor en sí.
La determinación del valor de las mercancías según el tiempo de trabajo contenido dentro de ellas, no es una determinación específica del marxismo. Es bien conocido que tal concepción constituyó uno de los rasgos centrales del trabajo de los más importantes economistas clásicos burgueses, hasta llegar al propio Ricardo. Pero la concepción marxista del valor es totalmente lo contrario de lo que señalan los economistas burgueses. Para estos últimos, el sistema capitalista de producción de mercancías, y el intercambio de las mercancías de acuerdo a su valor, representa nada menos que una relación social armónica reveladora de la igualdad de la humanidad, mediante el cambio entre individuos libres, del producto del trabajo humano. La producción del valor, por lo tanto, asegura la justa distribución de la riqueza de la humanidad. Bajo este criterio está la idea de que la producción del valor es la forma natural adoptada por el trabajo humano. Como dijo Luxemburgo, “del mismo modo en que la araña fabrica la tela a partir de su propio cuerpo, del mismo modo el hombre trabajador (según los economistas burgueses) produce valor”. La producción de valores de cambio (de mercancías para la venta en el mercado) es vista como idéntica a la producción de valores de uso (producción para la satisfacción de las necesidades humanas). Del mismo modo en que las sociedades del pasado están basadas en la producción del valor, asimismo lo estarán las del futuro.
Contra la visión burguesa no sólo de la “libertad, igualdad y fraternidad”, sino también de la “eternidad” de la sociedad capitalista, la comprensión marxista de la producción del valor está basada en la contradicción entre la producción de valor de cambio y la producción de valor de uso. Según el marxismo, la producción del valor de cambio no es una forma natural ni eterna de la producción humana. Es una forma histórica específica de producción que caracteriza a una sociedad cuyo fin es la producción por sí misma. Por lo tanto una producción opuesta y a expensas de la satisfacción directa de las necesidades humanas. La producción de valor de cambio, en la forma de producción generalizada de mercancías, es entonces un mecanismo no de intercambio igual sino necesariamente de intercambio desigual. Su función no es otra sino la expropiación del valor producido por la clase trabajadora (y también del valor que en diferente escala obtienen los pequeños capitalistas y los productores independientes, la pequeña burguesía) para llevar a cabo la acumulación de capital: la restricción del consumo a favor del desarrollo de los medios de producción.
Esto corresponde a las necesidades de la humanidad en una etapa determinada de su desarrollo. Pero hay cierto punto en el que la producción de valor de cambio, o sea, la concentración de las energías de la humanidad hacia un único fin, el desarrollo de los medios de producción, establece más y más restricciones sociales a la utilización racional de los medios de producción. Esto debe dar curso a una nueva sociedad: al socialismo, que es la producción directa para las necesidades humanas, en donde la abundancia potencial creada por el capitalismo es transformada en una realidad social: el bienestar material de la humanidad como un todo.
Pero no solamente la necesidad histórica del socialismo, sino también los medios por los cuales ésta debe de ser lograda, son aspectos fundamentales que se derivan directamente de la teoría marxista del valor: si el fin de la producción de valor es la restricción del consumo a favor del desarrollo de los medios de producción, entonces el medio como eso se logra no puede ser otro que el de la explotación de la clase trabajadora. En la concepción burguesa del valor, el intercambio de las mercancías permitiría a toda la humanidad beneficiarse del desarrollo de las fuerzas productivas. Marx demostró que lo opuesto es la realidad dentro del capitalismo, es decir que es la relación social y económica fundamental, la relación trabajo-capital, en la cual la fuerza de trabajo es convertida en mercancía, la relación que condiciona el permanente empobrecimiento de la clase trabajadoras. A medida que aumenta el desarrollo de las fuerzas productivas, también aumenta la explotación de la clase obrera, y tanto mayor es la limitación de que ésta pueda disfrutar de la abundancia potencial que es creada por el mismo proceso. La contradicción entre valor de uso y valor de cambio, entre el potencial material de la producción capitalista y las restricciones sociales para la realización de tal condición, se expresa en el incremento de los antagonismos de clase y, sobre todo, en la lucha entre el productor de la riqueza, el proletariado, y el representante del capital, la burguesía. La necesidad objetiva del socialismo se expresa en la necesidad subjetiva del proletariado para tomar control de los medios de producción de las manos de la burguesía. Sólo el proletariado, mediante su propia emancipación, pues liberar a la humanidad.
La “teoría marxista del valor” no es principalmente un modelo económico de la acumulación capitalista, sino antes que nada, una crítica social e histórica del capitalismo. En efecto, sólo el marxismo permite la elaboración de modelos de este tipo. Pero los principios socialistas no se derivan de tal modelo. Al contrario, tal modelo sólo puede derivarse de un análisis cuya premisa es el entendimiento de la necesidad histórica del socialismo, implícita en la teoría marxista del valor.
¿Cómo definimos entonces un análisis del valor en términos marxistas?. Los principios básicos de la teoría marxista del valor se encuentran, no en los análisis detallados que se presentan, por ejemplo, en El Capital Vol. III, sino en el programa revolucionario del proletariado establecido por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: estos son, ante todo, la naturaleza histórica transitoria del capitalismo y la necesidad histórica del socialismo a escala mundial y también la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
Definir el análisis del valor, tal como lo hace CWO, en términos de un modelo económico basado en la abstracción de un aspecto parcial del desarrollo capitalista (la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) no es otra cosa sino arrancar del marxismo su contenido revolucionario. Porque sustituye la crítica socio-histórica del capitalismo, incluida en la teoría marxista del valor, por una crítica puramente económica. La interacción de las clases sociales es sustituida por una interacción de categorías económicas, que por sí mismas no explican ni la necesidad histórica del socialismo, ni la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
La comprensión de Marx de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia se basa en la premisa de que el trabajo es la fuente de todo valor. La inversión capitalista se divide en dos categorías: capital variable, esto es, fuerza de trabajo humano; y, capital constante, o sea, materias primas, maquinarias y cualquier otro capital fijo. En efecto, mientras que el valor del capital constante simplemente se transfiere a las mercancías producidas, el capital variable crea un valor adicional que es lo que constituye la ganancia del capitalista. Sin embargo, con el desarrollo del mismo capitalismo; la composición orgánica del capital (la relación entre capital constante y variable) tiende a crecer, y por lo tanto la cuota de ganancia (relación de la ganancia con el total del capital invertido) tiende a disminuir. Al tanto que la productividad del trabajo aumenta con el desarrollo de la industria, una mayor proporción de la inversión capitalista es dirigido cada vez más hacia materias primas y maquinarias cada vez más sofisticadas. Con ello, el componente productor de valor incluido en la misma inversión, la fuerza de trabajo humano, disminuye en proporción.
En Revolutinary Perspectives (RP) N° 8, CWO intenta demostrar, siguiendo el análisis de Grossman y Mattick, que hay un punto en el que el valor global “del capital constante será tan grande que la plusvalía producida será insuficiente para realizar mayores inversiones”[3]. Este es el centro de todos los análisis que, como los de CWO, tratan de comprender la crisis capitalista únicamente en términos de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Tal análisis admite que la mencionada tendencia puede y de hecho confronta al capitalista individual con inmensos problemas, pero al mismo tiempo insiste en que tal aspecto es secundario respecto al problema principal de la rentabilidad del capital global. Como dice Mattick en su comentario del trabajo de Grossman, el cual es la base del análisis de CWO, “para comprender la acción de la ley del valor y de la acumulación tenemos primero que dejar de lado a los movimientos individuales y externos y considerar la acumulación desde el punto de vista del capital total ”[4].
Según este análisis, tal como lo sugiere la cita de RP, la causa de la crisis no es otra que la escasez absoluta de plusvalía a escala mundial. Esto demuestra, de una vez, las consecuencias de abstraerse del mundo real del desarrollo capitalista, así como también las de ver al capitalismo sólo en términos de relaciones entre categorías económicas abstractas, como capital constante y variable. El capitalista individual, en el mundo real, necesita cierta masa de plusvalía para invertir, si es que su inversión va a producir ganancias al nivel requerido de rentabilidad. Pero el nivel de rentabilidad y la masa de plusvalía requerida están enteramente determinados por la lucha competitiva con los demás capitalistas individuales. Si el capitalista no puede producir a niveles de productividad equivalentes o mayores que los de sus competidores, se ve abocado a su segura extinción. Con el desarrollo de la industria, la cuota de ganancia tiende a disminuir, mientras que la masa de plusvalía requerida para la inversión a niveles competitivos de rentabilidad aumenta constantemente. Sin embargo, si uno no toma en cuenta la lucha competitiva, ¿Cómo es posible determinar el punto en el que el capital global es incapaz de producir “suficiente” plusvalía para invertir al nivel requerido de rentabilidad?. En un mundo teórico capitalista, vacío de toda competencia, esta pregunta se vuelve un sin sentido: porque el factor que determina el “nivel requerido de rentabilidad”, la misma lucha competitiva, se encuentra ausente.
Dentro de este modelo abstracto de acumulación capitalista, Grossman supone que el nivel requerido de rentabilidad para el capital global, es aquél que permite al capital constante un crecimiento anual del 10% y, respecto al capital variable, de un 5% . Cuando la tasa de ganancia cae por debajo del 10%, tal crecimiento se vuelve imposible y por tanto, según Grossman, la crisis comienza.
Es evidente que una vez que la cuota de ganancia cae muy por debajo del 10% es imposible que se incremente el capital constante en un 10% y el capital variable en un 5% . No necesitamos una tabla estadística para comprenderlo. Pero la razón por la que tal situación presentaría un problema sin solución para el capital global, es un asunto que queda oscuro. A pesar del impresionante manejo estadístico de Grossman, éste no llega a demostrar en absoluto cual sería la terrible calamidad del capitalismo, en el caso de que el capital constante creciera sólo en un 9% y el capital variable en un 4%. Ni tampoco si los datos fueran un 8% y 3% o incluso un 3% y 1%...
Los datos incluidos en las tablas de Grosaman son, evidentemente, pura ficción. Sin embargo, sus tablas intentan explicar las “Leyes internas del capitalismo” al pretender demostrar que cuando la cuota de ganancia global y, por tanto, la de acumulación caen por debajo de un determinado nivel, todo el proceso de producción se interrumpe, y comienza todo un período de convulsiones económicas.
Por otro lado, según Mattick, existen dos razones por las cuales la caída de la cuota de acumulación lleva a la crisis del capital global. Primero y ante todo, porque causa desempleo: si la cuota de crecimiento del capital variable cae por debajo de un nivel determinado, ésta no puede seguir el ritmo de crecimiento de la población. Segundo, porque si la cuota de crecimiento del capital constante cae también por debajo de cierto nivel, “el aparato productivo no podrá renovarse ni expandirse de forma que mantenga el ritmo del progreso técnico”[5]. Esta obsesión con las categorías económicas conduce finalmente a la conclusión de que la causa de la crisis capitalista es una incapacidad técnica para satisfacer las necesidades de acumulación permanente y por lo tanto, para satisfacer las necesidades de la humanidad. Nada está más lejos del análisis de Marx, que ve la crisis en términos de las contradicciones sociales que surgen de un capitalismo técnicamente incapaz de satisfacer dichas necesidades.
En el nivel abstracto y global, divorciado de la realidad social del capitalismo, la cuota decreciente de ganancia no es una condición que por sí misma presente una amenaza para el capitalismo. La caída de la cuota de ganancia y, por tanto, de la cuota de acumulación, en términos de valores de cambio, simplemente refleja el crecimiento de la productividad del trabajo. Esto significa que a pesar de que la riqueza social crece cada vez con mayor rapidez, en términos de valores de uso (por ej. los elementos materiales de producción y consumo), éste crecimiento depende cada vez menos del aumento de trabajadores empleados, puesto que el trabajo humano es la única fuente de valor, la plusvalía extraída de la clase obrera, tanto como las cuotas de ganancia y acumulación tienden a caer, pese al crecimiento continuo de bienes materiales. La última consecuencia de esta tendencia es la de la producción automatizada en la que se excluye al trabajador del proceso productivo. Al llegar a este punto, no obstante el fantástico crecimiento de la producción de mercancías, la cuota de acumulación será sencillamente ZERO, esto es, la producción se estancará en términos de valores de cambio. Claro, este punto hipotético nunca será alcanzado. Pero nos sirve para demostrar el hecho de que la caída de la cuota de ganancia revela, no la incapacidad del capitalismo para producir suficiente plusvalía, sino más bien el hecho de que el crecimiento de la producción depende cada vez menos de la extracción de la plusvalía. Expresa, en otras palabras, la tendencia del modo de producción capitalista “Hacia el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas sin tomar en cuenta el valor ni la plusvalía que éstas contengan” (Marx, El Capital, vol. 3).
Baste esto para contestar a la supuesta incapacidad del aparato productivo “para mantener el ritmo del progreso técnico”. Si esta tendencia fuera la única “contradicción” del capitalismo, éste podría, mediante la distribución racional de plusvalía, continuar para siempre a pesar de la cuota decreciente de ganancia. El capitalismo contaría también con una capacidad siempre creciente para satisfacer las necesidades de la humanidad; y esto tanto en términos de abundancia de mercancías como respecto al bienestar físico de la humanidad. En tal situación, por tanto, el “crecimiento del desempleo” representaría nada menos que el aumento del tiempo de ocio, ya que el capitalismo se hubiera liberado de la necesidad del explotar trabajo humano en la producción de mercancías. ¡Y esto sería valido aunque la cuota de ganancia fuera de un 10% en términos globales, de un 5%, 1% y aun menos¡ En este sentido, Luxemburgo estaba perfectamente en lo correcto cuando dijo que ” … queda aun tiempo para que se derrumbe, por este camino (la cuota decreciente de ganancia), el rendimiento del capitalista; algo así como lo que queda hasta la extinción del sol” (R. Luxemburgo, “Una Anticrítica”).
De hecho, esta distribución racional de plusvalía es, en términos generales, el objetivo de la economía keynesiana; un análisis que se basa explícitamente en el reconocimiento de la cuota decreciente de ganancia:
“Según Keynes, el estancamiento del capital expresa la incapacidad o falta de voluntad del capitalista para aceptar una rentabilidad decreciente ….. Keynes llegó finalmente a la conclusión de que el deber de planificar el volumen corriente de inversión no puede dejarse con confianza en manos privadas …” (Mattick, “Marx y Keynes”).
Keynes no vio por qué la caída de la rentabilidad plantearía problemas insolubles al capitalismo. Sin embargo, la visión burguesa de Keynes no le permitió comprender cómo las bases sociales mismas del capitalismo impiden el tipo de distribución racional de plusvalía que él defendía. El objetivo del capitalismo tal como Marx lo afirmó no es otro sino el de “preservar la autoexpansión del capital existente y el de promover esta autoexpansión al más alto nivel posible” (Marx , ob. Cit.). Lo que importa, por lo tanto, no es la distribución racional de la plusvalía a nivel global, sino los intentos de cada capital individual de potenciar al máximo su propia plusvalía. El origen de la crisis debe buscarse no principalmente en la relación global entre el capital constante y el variable, sino en la relación social entre los capitales individuales, cuya lucha competitiva por la plusvalía les impide finalmente la realización de la plusvalía a escala global.
CWO, al tiempo que se obsesiona con la tendencia abstracta, y de hecho ficticia, hacia una escasez absoluta de plusvalía a nivel global, busca minimizar la lucha competitiva entre capitales individuales. En su lugar, CWO da énfasis a los diversos mecanismos que, como el crédito y los préstamos internacionales, permiten que el capitalismo mitigue en cierta forma los más duros efectos de la lucha competitiva[6]. Esa preocupación respecto a un posible desarrollo de un capital “supranacional”, que trasciende el marco del Estado es, como veremos, un rasgo común de los análisis que se basan exclusivamente en la cuota decreciente de ganancia y, al mismo tiempo, en la tendencia hacia la centralización del capital. Esta concepción lleva a creer que el hundimiento inevitable del capitalismo (determinado por la cuota decreciente de ganancia) se producirá en un futuro incierto y oscuro, al tanto que ignora, o niega, los principales factores que en el mundo real de la acumulación capitalista impulsan al sistema hacia la crisis y la decadencia: la lucha competitiva entre los capitales individuales.
El capital individual puede ser un gran “trust” así como una moderna economía de Estado capitalista. Hoy en día, parecería que con la integración de las diferentes economías nacionales en las amplias economías de los bloques imperialistas, se pueda ver surgir una unidad capitalista que trascienda la economía nacional. Pero en realidad, este fenómeno representa no tanto el surgimiento de una economía internacional planificada en el interior de los bloques imperialistas, sino más bien las relaciones de fuerza entre los diferentes capitales nacionales de cada bloque, y también, la dominación económica y militar de las dos economías más poderosas, esto es, URSS y EEUU. En todo caso, el hecho es que la centralización del capital a nivel de la nación, y aun a nivel del bloque imperialista, no representa en sentido alguno un movimiento hacia una real economía supranacional; todo lo contrario, teniendo en cuenta que los antagonismos imperialistas se proyectan hacia una escala de destrucción de enormes proporciones, tal tendencia representa la incapacidad del capitalismo para transformarse en una economía mundial unificada. Es esta incapacidad la que en último análisis conduce a la destrucción del capitalismo.
En este sentido, lo que Luxemburgo escribió en “¿Qué es la Economía Política?” tiene tanto valor o más en la época actual: “Mientras las innumerables partes - y una empresa privada actual, aun la más gigantesca, es sólo un fragmento de los grandes conjuntos de la economía que se extiende a lo largo de toda la tierra -, mientras que las partes están organizadas del modo más estricto, el conjunto de la llamada “economía política”, es decir de la economía mundial capitalista, es absolutamente inorgánico. En el conjunto, que se enrosca sobre océanos y continentes, no se hace valer ningún plan, ninguna conciencia, ninguna regulación; sólo la acción de fuerzas desconocidas e indómitas desarrolla con el destino económico de los hombres su caprichoso juego. Es cierto que un prepotente soberano gobierna hoy a la humanidad laboriosa: el capital. Pero la forma en que gobierna no es el despotismo, sino la anarquía. “(R. Luxemburgo, “¿Qué es la Economía Política?)
En el desarrollo histórico de esta “anarquía”, es posible determinar una tendencia constante: desde la absorción de los capitales individuales por los grandes “trusts” en la lucha competitiva, hasta la fusión de éstos en monopolios nacionales y la consolidación progresiva de todos los capitales nacionales en un solo capital estatal defendido por el poder militar del Estado. Al mismo tiempo que esto tomaba cuerpo, el capitalismo invadía todos los rincones lejanos del planeta, destruía las antiguas relaciones sociales precapitalistas y las reemplazaba con las suyas propias. En vísperas de la primera Guerra Mundial, los capitales “maduros” de Europa y América se habían repartido totalmente el mundo entre sí. La lucha de los poderes coloniales por controlar el mercado mundial y la competencia económica dio nacimiento a esa monstruosa criatura: la guerra imperialista.
Desde 1914 la era de crisis permanente y de guerra imperialista los poderes imperialistas más débiles quedaron destruidos en el holocausto de la guerra y hoy el capitalismo ya llegó a la culminación de su desarrollo: el enfrentamiento entre los dos principales poderes imperialistas y de los Estados guardianes que se agrupan alrededor de los bloques rivales. Mientras que el potencial productivo de la humanidad es más grande que nunca, los medios de producción están dedicados al desarrollo de nuevos y terribles medios de destrucción. No hay duda de que media humanidad se hunde cada vez más en el hambre y la necesidad. Para la clase obrera, incluso la miserable compensación alcanzada en forma de “bienes de consumo” por los largos años de crisis abierta y de guerra, por la siempre creciente intensidad de explotación, por la inseguridad continua de su diaria existencia y por la inhumanidad del trabajo bajo el capitalismo, incluso, pues, esa miserable compensación se pierde progresivamente a la vez que el desempleo y la austeridad se van poniendo al orden del día. La conclusión lógica de la anarquía de la producción capitalista acaba siendo la destrucción de la propia humanidad. ¿De qué manera pueden los revolucionarios y la clase obrera en general comprender este desarrollo y la situación en la que se encuentran hoy en día? Seguramente no a través de la estéril erudición de Hilferding, o de las tablas matemáticas de Grossman, ni siquiera en las certidumbres de CWO de que nuestro día llegará cuando la cuota de ganancia descienda a tal o cual nivel, aun cuando se diga que claro, “aun estamos muy lejos de tal situación”. ¡Sólo se comprenderá gracias al análisis histórico vivo de Rosa Luxemburgo! Cualesquiera que hayan sido los errores en el análisis de Rosa Luxemburgo, tiene este el gran mérito de basarse en la comprensión del análisis marxista; porque un análisis basado en la teoría marxista del valor es sobre todo un análisis social e histórico. Porque las leyes generales del desarrollo capitalista que fueron elaboradas por Marx no son el desarrollo del capitalismo en sí mismo, sino más bien un marco para comprender tal desarrollo en el mundo real. Un análisis que se encierra dentro de los límites estrechos de las categorías económicas es tan inadecuado para entender el desarrollo del capitalismo como lo es también para entender la general e histórica necesidad del socialismo.
Para ilustrar lo dicho basta tomar sólo un rasgo del capitalismo moderno, la característica más importante del capitalismo moderno para la clase obrera: la diferencia cualitativa entre las crisis de crecimiento del capitalismo del siglo pasado y las crisis de decadencia del capitalismo del siglo XX. Claro está, esto no surge de diferentes cuotas globales de ganancia durante esos dos períodos, sino de las diferentes condiciones históricas en que las crisis ocurren.
Evidentemente, un análisis basado en la tendencia de la cuota decreciente de ganancia no impide, por si mismo, un análisis histórico de este tipo. Es posible ver esta preocupación por el desarrollo histórico del capitalismo y por las restricciones sociales del desarrollo capitalista, en uno de los mejores análisis que siendo contemporáneo al de Rosa, se basaron en la mencionada tendencia, el de Bujarin, en su “Economía Mundial e Imperialismo”:
“Existe una creciente discrepancia entre las bases de la economía que se han vuelto mundiales, y la peculiar estructura de clases sociales de la sociedad, una estructura en la cual la clase dirigente, la burguesía, se encuentra dividida en grupos “nacionales” con intereses económicos contradictorios, grupos que, siendo opuestos al proletariado mundial, compiten entre si por dividirse la plusvalía que han creado a escala mundial…
El desarrollo de las fuerzas productivas se mueve dentro de los límites estrechos de las fronteras estatales al mismo tiempo que aquéllas ya han sobrepasado tales límites. En estas condiciones es inevitable que surja el conflicto, el cual, dada la propia existencia del capitalismo, se resuelve mediante la extensión de las fronteras estatales por medio de luchas sangrientas, una resolución que incluye la posibilidad de nuevos y mayores conflictos…
La competencia alcanza la más alta y última etapa concebible de su desarrollo. Ahora es una competencia de estados-trusts capitalistas dentro del mercado mundial. La competencia es reducida al mínimo dentro de las fronteras de las economías “nacionales”. Sólo para ensancharse en proporciones colosales, en una forma que hubiera sido imposible en épocas precedentes”.
En el análisis de CWO, y también en los de Mattick y Grossman, en los cuales las condiciones históricas del desarrollo capitalista son sólo un elemento periférico, constituyen claramente una regresión del análisis histórico y social realizado por Bujarin, el cual está, en fin de cuentas, muy cerca de la culminación de la anarquía de la producción capitalista en “¿Qué es la economía política?”. A pesar de todo, en el análisis de Bujarin se descubre cierta insuficiencia. Bujarin concibe la guerra imperialista como producto inevitable del desarrollo capitalista. Pero es también, hasta cierto punto, vista como una parte del proceso de desarrollo capitalista, una continuación de la expansión progresiva del capitalismo en el siglo XIX:
“La guerra sirve para la reproducción de determinadas relaciones de producción. La guerra de conquista sirve para reproducir estas relaciones en una escala mayor…La guerra (imperialista) no puede detener el curso general del capital mundial, sino que, al contrario, es la expresión de una expansión al máximo del proceso de centralización … La guerra recuerda, por su influencia económica, en muchos aspectos, las crisis industriales, de las que se distingue, desde luego, por una mayor intensidad en las conmociones y estragos que produce”. (Subrayado nuestro, Bujarin ibid)
En el análisis de Bujarin, la guerra constituye la tradicional crisis cíclica del capitalismo, expandida e intensificada a la enésima potencia. Pero la guerra imperialista es mucho más que eso: al contrario, ésta refleja la imposibilidad histórica del desarrollo capitalista. La Primera Guerra Mundial no fue simplemente una nueva forma histórica de la crisis cíclica; la guerra inauguró una nueva era de crisis permanente en la cual la guerra no es simplemente el resultado lógico del desarrollo capitalista, sino la única alternativa posible a la revolución proletaria.
Es posible percibir el error de Bujarin repitiéndose en el análisis de CWO: “Cada crisis conduce (mediante la guerra) a la devaluación del capital constante, lo que eleva la cuota de ganancia y permite que el ciclo de reconstrucción (el “boom”, depresión-guerra) se repita de nuevo”[7]. Para CWO, por lo tanto, las crisis del capitalismo decadente son vistas en términos económicos como si fueran las crisis cíclicas del capitalismo en ascendencia, pero repetidas a un más alto nivel.
Observemos este punto más de cerca. Si de hecho este fuera el caso, se encontraría que las mismas características aparecen tanto en los períodos de reconstrucción que siguen a las guerras mundiales, como en los de expansión económica que siguen a las crisis cíclicas del siglo pasado. Los niveles de producción, por ejemplo, han aumentado considerablemente, al menos en el período que le sigue a la Segunda Guerra Mundial. Y esto es porque la productividad del trabajo ha continuado creciendo durante el período de decadencia; el desarrollo técnico de los medios de producción no ha parado ni un instante, esto no podría ocurrir a menos que la producción capitalista llegara a detenerse por completo. Lo mismo puede decirse del proceso de concentración del capital, el cual ha seguido sin interrupción desde el primer día del capitalismo hasta hoy.
El hecho es que la producción capitalista no llega a un paro total con el inicio de la decadencia. Esta continúa y continuará hasta que la sociedad capitalista sea destruida por el proletariado. Tenemos que dar cuenta de la forma específica que adopta la producción capitalista durante este período de decadencia en ausencia de una revolución proletaria tal como, el carácter cíclico de las crisis, guerra-reconstrucción etc, y en particular, debemos dar cuenta del período de rápida producción creciente que tomó forma tras la Segunda Guerra Mundial. Pero antes que nada, nuestro análisis tiene que dar cuenta de la imposibilidad de cualquier desarrollo capitalista progresivo a lo largo del período de decadencia capitalista, no sólo durante las guerras y las crisis, sino también en los períodos de reconstrucción.
Para clarificar lo dicho, es necesario observar las más importantes características del período de expansión capitalista durante el siglo XIX:
1. Ante todo el crecimiento cuantitativo del proletariado: la absorción de una creciente proporción de la población mundial en el trabajo asalariado.
2. La emergencia de nuevos poderes capitalistas, como los EEUU, Rusia y Japón;
3. El crecimiento del comercio mundial, en el sentido de que las economías no capitalistas y las “jóvenes” economías capitalistas desempeñaban un papel de importancia creciente.
En resumen, el desarrollo del capitalismo en el siglo XIX, se expresaba en la internacionalización del capital: cada vez más la población mundial era integrada dentro del proceso del desarrollo de los medios de producción impulsado y creado por las relaciones de producción capitalistas. Es por esta razón que el movimiento revolucionario en el siglo XIX apoyó la lucha por establecer relaciones capitalistas de producción en las áreas subdesarrolladas, no solo en los países coloniales, sino también en países como Alemania, Italia y Rusia, en los cuales las arcaicas condiciones sociales y políticas amenazaban con frenar el propio proceso de desarrollo capitalista.
Podemos ver que en el capitalismo decadente, ninguna de estas características está presente[8]:
1) En las áreas desarrolladas el incremento del proletariado no ha ido parejo con el incremento de la población. En algunas áreas como Rusia, Italia y Japón, estratos no capitalistas han sido absorbidos en el proletariado. Sin embargo, este crecimiento ha sido insignificante comparado con la tendencia global hacia la exclusión de amplios sectores de la población mundial, de todo tipo de actividad económica. Esta tendencia se expresa en el incremento histórico sin precedentes de la penuria y la hambruna de masas durante los últimos 60 años.
2) Ningún nuevo poder capitalista ha surgido durante este período. Claro, algún que otro desarrollo industrial ha tomado cuerpo en los países subdesarrollados. Pero en general, el abismo económico entre las viejas economías capitalistas y las economías del “tercer-mundo”, aun los más afortunados en recursos naturales como China, ha ido aumentado constantemente. Por ejemplo, como lo demostramos en la “Decadencia del Capitalismo” “desde 1950-60 (punto culminante de la reconstrucción mundial) en Asía, África, y en América Latina, el número de nuevos asalariados por cada 100 habitantes era 9 veces menor que en los países desarrollados”
3) Paralelo a este fenómeno, tenemos que la parte en el comercio mundial de los países subdesarrollados no ha crecido, sino que ha tendido a bajar desde 1914.
Desde el punto de vista de la internacionalización de la producción capitalista, por lo tanto, el período transcurrido desde 1914 ha sido de estancamiento económico. Esta forma de ver el desarrollo capitalista tiene mucho más sentido, ya que lo importante es comprender por qué el desarrollo económico se ha limitado casi enteramente a un pequeño grupo de naciones que ya eran economías de peso antes de 1914 y de igual manera, pero en términos más generales, comprender la gran diferencia entre los niveles de acumulación que hubiesen sido posibles durante este período de tener únicamente en cuenta la cuota global de ganancia y los niveles que han sido alcanzados de verdad. Basta con considerar el grado en que las fuerzas productivas han sido dedicadas a diversas formas de producción de desperdicios (armamento, propaganda, planificación del desuso de material industrial…) que no contribuyen a la acumulación de capital. O también considerar la inmensa reserva de potencial productivo “escondido”, potencial que se manifiesta durante las guerras mundiales. Todo ello para tener una idea de la magnitud de aquella diferencia.
Si es que la guerra imperialista, tal como sostiene CWO, al elevar la cuota de ganancia, ofrece las condiciones para un nuevo período de desarrollo capitalista, ¿por qué es que todas las características de desarrollo capitalista progresivo han estado ausentes desde 1918? Si por otro lado, CWO reconoce, como es el caso, el cambio cuantitativo en la naturaleza del desarrollo capitalista desde 1914, ¿cuáles son las causas económicas que explican ese fenómeno?.
Ya hemos demostrado que la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, considerada como tendencia abstracta y global, no puede explicar las limitaciones históricas del desarrollo capitalista, como tampoco lo puede el análisis histórico presentado por los defensores de la “teoría de la cuota decreciente de ganancia”. Pues ésta ve al capitalismo decadente como continuación de las crisis cíclicas del siglo XIX, excepto que la competencia ya no se da entre capitalistas individuales, sino entre economías estatales rivales. Este análisis no puede explicar la restricción del desarrollo económico desde 1914. De hecho, una vez que hemos rechazado la errónea concepción de que la crisis es causada por una escasez absoluta de plusvalía, resulta muy claro que un análisis basado en la tendencia de la cuota decreciente de ganancia, nos lleva exactamente a una conclusión opuesta: la guerra debería, como Bujarin explica, conducir a un nuevo período de vigoroso crecimiento económico, a la creación de nuevas economías capitalistas desarrolladas, y a la integración de vastos sectores de los estratos no proletarizados a la producción capitalista. En el trabajo que Bujarin hiciera más tarde, El imperialismo y la acumulación de capital, se revela explícitamente la conclusión lógica de su anterior análisis: la visión del capitalismo dinámico de posguerra que “demuestra las asombrosas maravillas del progreso tecnológico” se la utiliza para justificar el abandono de la política revolucionaria por parte de la deteriorada III Internacional. CWO, que no quiere admitir que ésa es también la conclusión lógica de su análisis, sostiene por su parte que las “lamentables conclusiones políticas” de Bujarin son inconsecuentes respecto a su análisis económico. No obstante, fue Lenin quien había demostrado claramente las peligrosas consecuencias políticas de este tipo de análisis, en su introducción a la Economía mundial y el Imperialismo de Bujarin:
“¿Se puede, sin embargo, negar que una nueva fase del capitalismo después del imperialismo, a saber, una fase de superimperialismo, sea un abstracto concebible? No. Teóricamente puede imaginarse una fase semejante. Pero quien se atuviera en la práctica a tal concepción sería un oportunista que pretende ignorar los más graves problemas de la actualidad para soñar con problemas menos graves que se plantearían en el porvenir. En teoría, ello significa que en lugar de apoyarse en la evolución, tal como se presenta actualmente, se separa deliberadamente de ella para soñar. Está fuera de duda que la evolución tiende a la creación de un trust único, mundial comprendiendo a todas las industrias y a todos los Estados, sin excepción.”
Es aquí donde Lenin expresa la insuficiencia teórica de la “ortodoxa” economía marxista contemporánea la misma que estuvo a la base del análisis del mismo Lenin y Bujarin para explicar la realidad política que tenía que encarar el proletariado: la decadencia del capitalismo y la nueva era de guerras y revoluciones. Ofrecer una explicación teórica y económica de esta realidad política, fue la tarea que se impuso Rosa Luxemburgo en La Acumulación del capital. Pero ello requirió un análisis que tomaba en cuenta otra contradicción fundamental de la producción capitalista: la contradicción del mercado.
A medida que el capitalismo desarrolla las fuerzas productivas, la clase obrera sólo puede consumir una proporción cada vez menor de la creciente producción de mercancía. En los términos más sencillos, ésta es la “teoría del mercado” en que Luxemburgo basa su análisis. En este sentido, el análisis de Rosa surge directamente del concepto marxista de la producción del valor que hemos señalado al comienzo de este texto, que el “problema del mercado” se desprende directamente de la característica fundamental de la producción capitalista: “la restricción del consumo en función del desarrollo de los medios de producción”.
Ya hemos demostrado en otro lugar que “el problema del mercado” juega un papel importante en la teoría marxista[9]. De hecho, los dos aspectos de la crisis capitalista son reflejo de una misma tendencia subyacente: el aumento de la composición orgánica del capital. Ello no sólo conduce a la tendencia a disminuir de la cuota de ganancia, sino que también tiende a la contracción del mercado. Y esto, porque la clase obrera sólo puede consumir mercancías en proporción al valor total de sus salarios, y porque el crecimiento de la productividad del trabajo (o sea, el aumento de la composición orgánica del capital) significa que el total de los salarios equivale a una proporción siempre decreciente de la producción total.
Sin embargo, estas dos tendencias no son, al principio, problemas insolubles para el capitalismo. La baja de la cuota de ganancia dio impulso para la eliminación de los capitalismos atrasados y de poca entidad y su sustitución por capitales de cota elevada y alta tecnología. Este proceso compensaría la caída de la cuota de ganancia permitiendo una mayor masa de ganancias. La contracción del “mercado interno”, por otro lado, promovió la extensión “geográfica” del capitalismo. La búsqueda de nuevos mercados, a su vez, trajo consigo la destrucción de áreas precapitalista de producción y la apertura de nuevas áreas para el desarrollo del capitalismo.
Las dos tendencias están claramente interrelacionadas[10]. La caída de la cuota de ganancia impone a todo capitalista la necesidad de reducir los salarios de la fuerza de trabajo en lo máximo posible. Esta medida restringe aún más el mercado interno del capitalismo como un todo, impulsando su expansión hacia áreas externas de producción no capitalista. La saturación del mercado impone a cada capital la necesidad de vender sus mercancías a los precios más bajo posibles, lo que profundiza más el problema de la rentabilidad y estimula la concentración y racionalización del capital existente. En conjunto, estas tendencias son los rasgos característicos del capitalismo en su fase ascendente: el rápido desarrollo tecnológico de los medios de producción, y al mismo tiempo, la rápida expansión de las relaciones capitalistas de producción hacia los rincones más lejanos del globo.
No tenemos espacio aquí para describir el papel desempeñado por los mercados no capitalistas en el desarrollo del capitalismo. La importancia central de éstas áreas se basa en la oportunidad que ofrecieron al capitalismo para entrar en una relación de intercambio (de mercancías de todo tipo por materias primas estratégicas para la continua acumulación) con determinadas economías que, al no producir en base a la rentabilidad, ofrecieron una salida al excedente capitalista, sin poner en peligro al mercado interno. Es importante comprender que el capitalismo no pudo utilizar a cualquier comunidad campesina o tribal como “tercer comprador” de sus excedentes de mercancías. Sólo economías bien desarrolladas como India, China o Egipto, que podían ofrecer bienes en intercambio por el excedente capitalista, pudieron cumplir ese papel. Pero ese proceso (como lo demuestra Rosa Luxemburgo en la Sección Tercera de La Acumulación del capital) condujo inevitablemente a la transformación de estas economías en economías capitalistas, que ya no podían ofrecer una salida para la producción de excedentes de las metrópolis capitalistas. Al contrario, esas nuevas economías burguesas dependían a su vez de una mayor extensión del mercado para poder sobrevivir. Fue en esas circunstancias que el capitalismo prestó atención a las regiones no exploradas del mundo, como lo era África. Pero los nuevos mercados creados por la lucha colonial para captar tales territorios económicos fueron verdaderamente insignificantes, en comparación con los mercados que se requerían para un rápido crecimiento del capitalismo mundial.
Según Rosa Luxemburgo, es entonces cuando deja de haber áreas significantes de producción no capitalista capaces de ofrecer nuevos mercados que compensaran la contracción del mercado capitalista existente, que el período ascendente del desarrollo capitalista llega a su final y que comienza el período de decadencia o de crisis permanente. Las dos tendencias que habían dado el impulso necesario para la acumulación capitalista se vuelven círculo vicioso, que constituye una barrera al propio proceso de acumulación capitalista. La búsqueda de nuevos mercados se vuelve feroz lucha competitiva en la cual los capitalistas individuales se ven forzados a disminuir su margen de ganancias a un mínimo, de tal manera que puedan competir en un mercado mundial que se encoge. La producción rentable se hace cada vez más difícil, no sólo para los capitales más atrasados e ineficientes, sino para todos los capitales, cualesquiera que fueran sus niveles de productividad. Los salarios son brutalmente reducidos en la búsqueda de rentabilidad. Pero al tiempo que los salarios bajan y que la inversión declina, los mercados se contraen en relación creciente, reduciéndose más y más la posibilidad de producción rentable.
Los dos principales aspectos de nuestro análisis, que han sido resumidos arriba, son:
1) que es la saturación del mercado mundial la condición que constituye el punto histórico de división entre el período de ascendencia y el de decadencia del desarrollo capitalista;
2) que la crisis permanente del capitalismo decadente no puede ser entendida sin tomar en cuenta los dos aspectos interrelacionados de la crisis: la saturación del mercado y la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
Se podría decir que, sencillamente, todas las contradicciones causadas por la baja de la cuota de ganancia podrían ser resueltas por el alza de la cuota de explotación, como así lo explica Mattick cuando dice que “no existe una situación en la que la explotación no pueda ser aumentada lo suficiente para compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”[11]. Sí, podría ser así, si no fuera porque la crisis resultante a nivel del mercado agudiza aún más el problema de la rentabilidad.
Negar que la sobreproducción es una contradicción inherente al capitalismo significa, en efecto, proclamar la inmortalidad del sistema. Lo irónico es que este punto es presentado por Grossman, al escribir sobre Say, el economista burgués:
“La teoría de los mercados de Say, esto es, la doctrina de que cualquier oferta es simultáneamente una demanda y, consecuentemente, que toda la producción, al producir una oferta crea una demanda, condujo a la conclusión de que un equilibrio entre la oferta y la demanda es posible en cualquier momento. Pero esto implica la posibilidad de una acumulación de capital y de una expansión de la producción sin límites, ya que no existen obstáculos para el pleno empleo de los factores de producción”.(Grossman; Marx, la Economía política clásica y el problema de la dinámica, Segunda parte, en Capital and Class, N° 3).
Por otra parte, el problema del mercado puede ser resuelto por medio del incremento de la inversión, a fin de absorber lo que de otra manera serían excedentes invendibles. Al respecto Mattick mantiene que: “Mientras exista una demanda adecuada y continua para los bienes de capital, no hay razón para que las mercancías que entran al mercado no puedan ser vendidas”[12]. Podría ser así, no fuera porque la tendencia decreciente de ganancia impone a la nueva inversión aún más el problema del mercado.
Esta interrelación entre los dos aspectos de la crisis está implícita en el análisis de Luxemburgo. Porque a pesar de la afirmación que hace CWO de que Luxemburgo no toma en cuenta a la tendencia de la cuota decreciente de ganancia, todo su análisis se basa en la restricción del mercado causado por el aumento de la composición orgánica del capital (y por tanto en el descenso de la cuota de ganancia). Los diagramas de Marx de la reproducción ampliada (acumulación de capital), que se incluyen en el “Capital”, Vol. II, demuestran que cada año, toda la plusvalía producida en términos de bienes de producción y de consumo, es reabsorbida como nuevos elementos de la producción (capital constante y variable). Es en base a estos diagramas que CWO y otros afirman que no hay problemas de mercado mientras que la acumulación continúa a un ritmo suficiente. Pero estos diagramas no toman en consideración el aumento de la composición orgánica del capital. Luxemburgo demuestra que cuando se tiene en cuenta este aspecto, es el propio proceso de acumulación el que al reducir constantemente el capital variable en relación al capital constante crea el problema de la sobreproducción.
La permanente necesidad de reducir los gastos de capital variable significa que las nuevas inversiones, lejos de resolver el problema existente a nivel del marcado (al realizar la plusvalía existente), agrava el problema a una escala aún mayor.
CWO sostiene que Luxemburgo abandona a Marx y a la teoría del valor al “andar buscando fuera de la relación valor-trabajo, fuera del dominio de la suprema ley del valor, para encontrar sus famosos mercados saturados y sus fracasados consumidores…”[13]. Debe estar ya muy claro en vista de lo que hemos argumentado arriba, de que estas afirmación es o una mala interpretación o una deliberada falsificación de lo que Luxemburgo dijo. La expansión del capitalismo a las áreas precapitalistas de su periferia existió como una solución al problema de la saturación del mercado en las áreas existentes de producción capitalista. Fue mediante la extensión geográfica del capitalismo que nuevos mercados fueron creados para compensar la contracción del mercado interno.
En esto Luxemburgo siguió las propias concepciones de Marx, tal como ya lo hemos demostrado en el trabajo titulado: “Marxismo y Teoría de la Crisis” en la “Revista Internacional” N° 13. En donde Luxemburgo va más allá de Marx, es en la determinación de los límites históricos de este proceso de “expansión de los campos externos de producción”. De esta manera, ella también determina los límites históricos de la propia acumulación capitalista, esto es, la coyuntura histórica en la cual la tendencia de la cuota decreciente de ganancia y la contracción del mercado deja de ser un impulso al desarrollo capitalista. Coyuntura que, por tanto, transforma a esos aspectos gemelos de la crisis mortal en dos aspectos que condenan al capitalismo a un ciclo cada vez más profundo de baja de rentabilidad y de contracción de mercado. Su resultado ofrece una única alternativa: guerra o revolución, barbarie o socialismo.
Cuando CWO afirma que el análisis económico de Rosa Luxemburgo lleva a conclusiones políticas muy serias, que conducen eventualmente a posiciones “anticomunistas”, nosotros contestamos simplemente que ella ofreció no solo la primera, sino la más clara explicación económica para el más importante tema político que encara el proletariado desde hace 60 años: la decadencia histórica y global del capitalismo. La defensa de todas las posiciones defendidas por las minorías revolucionarias del presente depende de un claro entendimiento de la decadencia como realidad permanente del capitalismo contemporáneo.
Ninguno de los análisis que se basan únicamente en la cuota decreciente de ganancia han podido hasta el momento dar cuenta de esa realidad. Las tablas matemáticas de Grossman pretenden demostrar como, eventualmente, el momento tan esperado llegará, en el cual el capitalismo será incapaz de funcionar debido a una escasez absoluta de plusvalía. Pero Grossman ha sido totalmente incapaz de relacionar este modelo abstracto con el mundo real, en el cual otras fuerzas ya impulsaron al capitalismo a una época de decadencia irreversible. Mattick, quien en discusiones con la CCI ha mantenido que la crisis final del capitalismo podría no ocurrir antes de otros mil años, ha admitido finalmente en sus últimos trabajos (por ej. en su “Crítica a Marcuse”), que sus análisis económicos no llevan a ninguna conclusión definitiva sobre el futuro del capitalismo. Además, tanto Mattick como Grossman, mantienen que las economías de capitalismo de Estado de Rusia y China, son inmunes a los efectos de la crisis; Grossman fue un fervoroso partidario de la Rusia estalinista hasta el final de sus días. CWO, a pesar de su comprensión política de la decadencia, como fenómeno tanto global como permanente, tiene un análisis económico que, al mismo tiempo, deja el hundimiento del capitalismo para un futuro indefinido. Esto conduce a lo absurdo, a posiciones contradictorias que sostienen que el capitalismo es decadente y, sin embargo, “el final del capitalismo no está a la vista”[14].
No tenemos más espacio en este texto para seguir discutiendo los serios peligros políticos que acompañan a esa subestimación de la profundidad de la crisis presente. Todo esto nos recuerda extrañamente a los críticos contemporáneos de Rosa Luxemburgo. Los “pequeños expertos de Dresde” del marxismo ortodoxo del siglo XIX, quienes a medida que el capitalismo se echaba de cabeza a la Primera Guerra Mundial, especulaban sobre la posibilidad de una era de “capitalismo pacífico”.
Y se adherían a la ortodoxia marxista manteniendo que “eventualmente, algún día en el futuro, el capitalismo se derrumbará a causa de la caída de la cuota de ganancia”.
Claro está, no todos los que adhieren a la teoría de la cuota decreciente de ganancia siguen a aquellos renegados en las filas de la contrarrevolución. Como hemos demostrado, un análisis político correcto no surge directamente de un análisis económico; éste depende, al contrario, de mantener una firme comprensión de las premisas fundamentales del marxismo: la necesidad histórica del socialismo y la naturaleza revolucionaria de la clase obrera. Así mismo, los intereses de clase del proletariado no se derivan de un análisis económico, sino directamente de la experiencia y de las lecciones de la lucha de clases. Fue sobre esta base que Lenin y Bujarin pudieron, a pesar de las limitaciones de sus análisis económicos, defender los intereses de proletariado mundial en 1914. Por otro lado, un análisis “luxemburguista” no garantiza por si mismo la adhesión a posiciones políticas revolucionarias: dos “luxemburguistas” de la posguerra, por ejemplo, Sternberg y Lucien Laurant, fueron, políticamente, partidarios de la Social Democracia contrarrevolucionaria.
Pero si nosotros rechazamos la relación mecanicista entre el análisis económico y las posiciones políticas, ello no significa que veamos en el estudio de la economía una simple “añadidura decorativa de marxismo”, tal como lo afirma CWO. Todo lo contrario, reconocemos que un análisis económico coherente es un factor vital en la conciencia proletaria: al soldar las lecciones de la experiencia proletaria en una sola visión unificada del mundo, el proletariado podrá comprender y por tanto confrontar con mayor decisión, los numerosos problemas con que topará en el largo camino hacia el comunismo.
Claro, nosotros tenemos mucho que recorrer, antes de que podamos comprender todo el desarrollo del capitalismo desde 1914, y particularmente desde 1945. Como dijimos al comienzo del texto, estos temas serán abordados en el futuro, en esta “Revista Internacional”. Pero aquí volvemos a afirmar, en base a las razones expuestas arriba, que sólo un análisis “luxemburguista” puede dar una explicación coherente de la realidad política que enfrenta el proletariado de hoy.
Para resumir, rechazamos el análisis de CWO que se basa exclusivamente en la tendencia a disminuir de la tasa de ganancia, porque:
- es un análisis parcial que no puede por si mismo dar cuenta de las fuerzas económicas que llevan al colapso del capitalismo. Como teoría abstracta, lleva lógicamente a la conclusión de que la producción capitalista puede seguir indefinidamente;
- como consecuencia de lo anterior, aquélla conduce a una seria subestimación e incluso a la negación de la profundidad y consecuencias de la crisis presente.
Sugerimos seriamente a los compañeros de CWO que abandonen los intentos de demostrar lo lejos que estamos del final del capitalismo, que se separen por un momento de las páginas de “El Capital”, vol. III y de los análisis abstractos de Grossman y Mattick, y que en su lugar presten atención a la presente crisis que se está desenvolviendo en el mundo que rodea, que capten las implicaciones políticas de la crisis para la lucha del proletariado y el movimiento revolucionario.
Por nuestra parte, nos proponemos continuar el importante trabajo de análisis económico. Y en particular, nos hemos fijado las dos tareas siguientes:
- desarrollar nuestro análisis del capitalismo desde 1914 y particularmente desde 1945, a fin de situar la crisis actual dentro del marco de la crisis permanente del capitalismo desde 1914;
- desenmascarar a todas esas teorías, que han surgido tanto dentro como fuera del campo proletario, que niegan la realidad de la crisis contemporánea, posponen la crisis del capitalismo a un futuro lejano o afirman que las contradicciones del capitalismo pueden ser resueltas en el marco de las economías capitalistas de Estado o del “Estado Obrero”.
Y tomamos como guía la comprensión marxista de la economía que señalaba Rosa en 1916:
“En la teoría de Marx, la economía política halló su culminación, pero también su liquidación como ciencia. La continuación sólo será - aparte de ciertos desarrollos de detalle de la teoría marxista - la transposición de esta teoría a la acción, es decir la lucha del proletariado internacional por la realización del ordenamiento económico socialista. El fin de la economía política como ciencia entraña pues un hecho histórico mundial: la traducción a la práctica de una economía mundial organizada de acuerdo con un plan. El último capítulo de la teoría económica es la revolución social del proletariado mundial”. Rosa Luxemburgo: ¿Qué es la economía política?
R. Weyden
Revista Internacional nº 17 abril - junio 1979
El silencio de la prensa internacional sobre las contiendas violentas que desde
casi tres meses oponen burguesía y proletariado en Francia no nos debe extrañar: Los revolucionarios y los bolcheviques en particular denunciaron siempre la "abominable venalidad" de la prensa cuya función, en periodos de la mentira y, más eficazmente por medio del silencio, es impedir todo movimiento de solidaridad proletaria. Se hace mucho ruido sobre "la paz en Oriente Medio" y no se dice nada sobre las luchas violentas entre obreros y policía. La burguesía francesa e internacional teme con razón el despertar del fantasma de la lucha de clase internacional:
- Finales de 1978: durante varios meses, huelga total de los obreros iraníes; fue con mucha dificultad que Bazargan y Khomeiny lograron hacerles reanudar el trabajo;
- Noviembre - Diciembre: huelga de los obreros metalúrgicos en Alemania Federal,
- Enero - Febrero de 1979: huelga de los camioneros ingleses, seguida por otras huelgas de trabajadores de los hospitales, de los obreros metalúrgicos; los obreros obtienen hasta 20 a 30 % de aumento de salario; en el momento en que escribimos, el movimiento de huelgas no se ha apagado todavía;
- Febrero de 1979: huelgas de los obreros de Renault en Valladolid, España; en Marzo, huelga de los obreros metalúrgicos de Bilbao;
- Marzo de 1979: huelga que desbordan a los sindicatos en Sao Paulo, Brasil; más de 200.000 obreros metalúrgicos se reúnen en asambleas generales.
Se cometería un error grave si se viera en esas luchas simultáneas simples escaramuzas, prolongación de la oleada de luchas de 1968-73, por el hecho que a menudo los obreros no ponen en tela de juicio o muy poco - extender sus luchas.
Tenemos que saber reconocer en esa simultaneidad y combatividad los primeros signos de un movimiento más amplio que está madurando. El ataque violento y decidido de la burguesía contra el proletariado lo empuja a luchar. Como en Francia, los obreros sienten cada vez más que "no es hora de palabras sino de acción" frente al cinismo, la altivez de una clase dominante que se lanza a una guerra económica "feliz y contenta", despidiendo, reprimiendo abiertamente a los obreros, explotándolos en su trabajo y reservándoles la mutilación suprema: la carnicería imperialista.
Esa reanudación de la lucha de clases, esos síntomas de una nueva oleada de luchas, lo estamos viendo ya ante nuestros ojos. Cierto es que por el momento está solamente en gestación y no toma el aspecto de la explosión generalizada de 1968-69. Pero lo que pierde en espectacularidad lo gana en profundidad puesto que se arraiga en todos los estratos del proletariado. Ahora nadie puede negar que el proletariado es hoy la única llave de la situación histórica. Los sociólogos y periodistas tuvieron que enterrar el "movimiento estudiantil" y observar con terror que la clase obrera no es un mito sino una realidad bien viva. Claro, el surgimiento es lento y todavía subterráneo, pero decidido. El proletariado no se lanza ciegamente al combate. A una crisis lenta pero inexorable contesta todavía golpe a golpe esperando combates que serán mil veces más decisivos que las luchas actuales.
¿Cuáles son las lecciones de las luchas en Francia?
Antes los silencios y mentiras de la burguesía, es necesario dar una visión cronológica de las luchas en Lorena y en el Norte de Francia antes de destacar algunas lecciones y perspectivas para un futuro cercano.
¡ YA NO ES HORA DE PALABRAS SINO DE ACTOS!
Después de 1971, el proletariado francés fue cayendo en un estado de apatía. La izquierda del aparato político había prometido a los obreros las mil maravillas con su "programa común de gobierno". Durante años, los sindicatos pasearon a los obreros en manifestaciones sin futuro. De huelgas por categorías en huelgas de 24 horas, los encerraban en la fábrica con ocupaciones, secuestros de patrones, los divertían en acciones autogestionarías (LIP en 1973). Los sindicatos utilizaron cuidadosamente las válvulas de seguridad en espera de la famosa llegada al poder del PC y del PS. La crisis política en la izquierda, las declaraciones a favor de sacrificios después de 1975 fueron gastando poco a poco ciertas ilusiones. El fracaso de la izquierda en las elecciones de Marzo de 1978 fue el acta de defunción del "programa común de gobierno" y convenció poco a poco los obreros de que había que volver al camino de la lucha. Huelgas fuertes - aunque controladas por los sindicatos estallaron a partir del verano de 1978 en los arsenales, en las torres de control de la aviación civil, en Moulinex, en Renault Flins (esencialmente entre los obreros inmigrantes).
El "plan Barre", llamado de "despliegue industrial" fue un factor decisivo del descontento obrero que se había estado incubando desde hace años. Se prevén más de treinta mil desempleados por mes cuando ya el desempleo alcanza a un millón de trabajadores; bloqueo de los salarios, subida de precios, aumento brutal en Diciembre de 1978 de las cotizaciones obreras a la Seguridad Social, disminución y hasta supresión de ciertos subsidios de desempleo ... son todos, golpes económicos que dan a la clase obrera. El desempleo afecta a casi todas las capas del proletariado: los empleados de banca, de las compañías de seguros, técnicos, enseñantes... Pero, por primera vez, la ofensiva de la burguesía ataca directamente al meollo de la clase obrero: amenaza con despedir a 30.000 obreros el año próximo entre astilleros y siderurgia. Es a eso a lo que la burguesía llama cínicamente "política de desengrase de los efectivos".
En los últimos años, los obreros de sectores periféricos o poco concentrados reaccionaron débilmente o se quedaron aislados. El ataque contra los siderúrgicos, fuertemente concentrados en el Norte y en la Lorena, constituye un paso decisivo de la ofensiva burguesa contra la clase obrera. Los sindicatos aceptaron naturalmente las medidas del Estado capitalista negociando el desempleo. La burguesía francesa, arrogante y altanera, añadió entonces a la violencia económica la violencia política con un aporreamiento sistemático de los obreros en huelga, con expulsiones de los obreros que ocupaban las fábricas.
Poco a poco fue naciendo en la conciencia de los obreros la idea de que al dejar el terreno de la misma fábrica, fortín guardado con miradores sindicales, para echarse a la calle, ganarían la libertad, de que, para que cediera la burguesía, era necesario afrontar sin titubeos las fuerzas del Estado. Y aparecieron los desbordamientos violentos de clase. Sorprendido por su propia audacia, el proletariado fue cogiendo cada vez más seguridad en sí.
De Noviembre de 1978 a mitades de Enero de 1979, los enfrentamientos comienzan lentamente y se van endureciendo progresivamente.
17-11-78: en Caen[1] una manifestación paseo sindical se transforma en un enfrentamiento con la policía; los sindicatos denuncian elementos "autónomos" e "incontrolados".
20-12-78: secuestros de jefes en los astilleros de Saint-Nazaire (los mayores de Francia) ; la policía interviene y hay enfrentamiento.
21-12-78: En Saint - Chamond (cerca de Saint-Etienne), la policía asalta una pequeña fábrica que estaba ocupando por los obreros en huelga, expulsa al piquete y lo substituye con "policía de la patronal" (hombres pagados por la patronal para "vigilar" la empresa); en esa región, muy afectada por el desempleo, la noticia corre como reguero de pólvora; por la mañana, unos 5.000 trabajadores de Saint-Chamond, de Saint-Etienne, de Rive de Giers, amenazan con tomar por asalto la fabrica guardada por los vigilantes armados que se refugian en los tejados; lo que los salva es la intervención conjunta de la policía y de los sindicatos; los obreros vuelven entonces a ocupar la fábrica.
A partir de Diciembre de 1978, la situación empeora con el anuncio de los veinte mil despidos que prevé el "Plan Barre". Ya no queda esperanza: los primeros despidos deben cumplirse en Enero de 1979. La determinación de la burguesía va a aumentar la determinación de los obreros, a los cuales no les queda nada que perder en los centros de Lorena y del Norte ya que no hay alternativa a la siderurgia.
PRELUDIO.....
4-1-79: en Nancy, capital de la Lorena, la manifestación de 5.000 obreros se convierte en enfrentamiento violento con los CRS (policía entrenada especialmente para la represión). En Metz, el mismo día, los obreros son reprimidos por la policía.
17-1-79: En la región de Lyon, segunda concentración industrial de Francia, el director de PUK (Pechiney Ugine Kulmann) es secuestrado y liberado por los CRS. Al mismo tiempo, huelgas comienzan a extenderse en las compañías de seguros en Paris, Burdeos y Pau en el Suroeste.
DENAIN - LONGWY - PARIS
Denain et Longwy se convierten rápidamente en el símbolo de la contraofensiva obrera. El cierre de las fábricas de acero Usinor que dominan exclusivamente esas dos ciudades excluye toda posibilidad de volver a encontrar trabajo. Está previsto que las fábricas tienen que cerrar en las semanas siguientes; todo eso incita a los obreros a reaccionar y lo hacen rápidamente porque la represión policíaca se hace muy violenta.
26-1-79: los siderúrgicos de Usinor queman los expedientes en la oficina de recaudación de impuestos y son duramente apaleados por la policía (en Denain).
29,30-1-79: luchas violentas estallan en Longwy cerca de la frontera con Bélgica y Luxemburgo, región en donde los obreros se sienten poco "lorenos" (italianos, españoles, norteafricanos, belgas); todos trabajan en la industria local. A pesar de los llamados de la CGT para salvar al "país" del imperio de los trusts "alemanes", los obreros siderúrgicos van a desbordar esta vez a los sindicatos y asaltar la comisaría de policía, porque la policía había expulsado a los obreros de una fábrica que habían secuestrado a cuatro directores. Al alcalde (del Partido Comunista Francés) de la ciudad que declaró a los obreros: "no contestéis a la violencia con la violencia, regresad a vuestras empresas", los obreros contestaron: "la próxima vez traeremos "material". El mes de Febrero y principios de Marzo ven una serie casi ininterrumpida de enfrentamientos durante los cuales los sindicatos tratan de dividir el movimiento, desviarlo hacia objetivos nacionalistas (campaña del PCF contra "la Europa alemana", ataque de vagones cargados de hierro y de carbón "extranjeros" por comandos del PCF), denigrarlo, denunciando como "provocadores" e "incontrolados" a los obreros combativos que ellos no controlan.
2-2-79: en el puerto de Dinard en Bretaña, los bomberos en huelga se manifiestan y logran forzar el cordón de los CRS.
6-2-79: en la cuenca de las minas de hierro de Briey en Lorena (alcalde del PCF), los obreros ocupan la subprefectura tras una dura pelea contra la policía. En Denain, el mismo día, los sindicatos logran, con mucha dificultas, obtener la liberación de los jefes de Usinor secuestrados.
7-2-79: En Longwy, ocupación de la subprefectura, enfrentamientos con la policía.
8-2-79: En Nantes, -puerto del Atlántico, ciudad en donde comenzaron los primeros movimientos de ocupación de fábricas en Mayo de 1968- las manifestaciones se convierten en enfrentamientos con la policía al tratar de tomar por asalto la subprefectura.
9-2-79: Siguiendo una iniciativa sindical los obreros siderúrgicos de Denain van a Paris. Los sindicatos no logran impedir que se enfrenten los obreros con los CRS cerca del aeropuerto de Roissy.
Casi al mismo tiempo comienza la huelga en la "Societe Francaise de Production" (SFP) de los técnicos de la radio y de la televisión, entre los cuales iba a haber 450 despedidos. Esa huelga durará más de tres semanas. Los técnicos SFP tratan de tomar contacto con los obreros siderúrgicos de Lorena.
Ese mismo día, los sindicatos organizan una jornada "ciudad muerta" (se paraliza toda la actividad de la ciudad) en Hagondange (siderurgia Lorena).
3-2-79: secuestro de los jefes de Usinor en Denain; enfrentamientos entre los bomberos (en huelga) y la policía de Grenoble, en el Sureste de Francia.
Durante esos días, los sindicatos que tratan de controlar el movimiento lanzando consignas regionales para el 16 de Febrero no logran controlar sus propios adherentes.
Jóvenes obreros de la CGT declaran: «en este momento les cuesta mucho a los sindicatos controlar el terreno. Además, no nos sentimos, sindicados, actuamos por nuestra cuenta». «Se lo pedimos con insistencia a los sindicatos, pero no hubo nada que hacer», confiesa con amargura una militante del PCF de Longwy. La CGT, al contrario de la CFDT que, más sutil, sigue la corriente, no hace más que vomitar montones de basura nacionalista: "1870, 1914, 1940, ¡basta ya, no se venderá la Lorena a los trusts alemanes". ¿La respuesta de los obreros? Es la respuesta de los obreros de Nantes que manifiestan el 8 de Febrero gritando "Abajo la burguesía". Al ver que el movimiento se extiende a varias regiones, los sindicatos tratan de aislar a los obreros siderúrgicos del Norte y de Lorena llamando a una huelga general...regional; para el 16 de Febrero. Cuentan con que los otros obreros no se van a mover y que será un buen entierro. Pero se equivocaron:
16-2-79: la manifestación sindical "degenera" en Sedan (Lorena), los obreros levantan barricadas y pelean durante seis horas con la policía. En Roubaix, (Norte), hay enfrentamientos.
20-2-79: En Rouen, enfrentamientos entre huelguistas y policía. La CGT denuncia a los "elementos incontrolados".
¿Llegará a organizarse esta violencia obrera? se preguntan inquietos los sindicalistas. «Lo que tememos ahora es que algunos se organicen por su cuenta y preparen golpes sin avisarnos, porque sabrían que ya no pueden contar con nuestro apoyo». Ese temor de los sindicatos se va a justificar casa vez más.
20-2-79: Principio de las huelgas en Correos (PTT), en varios centros de Paris, de sus afueras y de otras ciudades. La huelga se extiende lentamente y dura solamente unos días en los centros que fueron afectados, pero se nota una gran combatividad y mucha desconfianza hacia los sindicatos. Por primera vez se ve a delegaciones de empleados de correos de la afueras de Paris ir por su propia cuenta a buscar la solidaridad de los demás centros y llamarlos a unirse a la huelga. El fracaso de la huelga de 1974 no se ha olvidado: la conciencia de los trabajadores ha madurado. Las consignas que surgen son: "Ayer en Longwy, hoy en Paris", "basta de lamentaciones, acciones eficaces". La idea de una coordinación de la huelga entre todos los centros va a aparecer. Los sindicatos van hacer todo lo que pueden para cortar de raíz cualquier coordinación de la lucha, independiente de su control. La huelga se acaba a principios de Marzo pero la idea de coordinación es una lección esencial de esa lucha.
21-2-79: los siderúrgicos del sindicato CFDT ocupan la emisora de televisión de Longwy. El que ésta funcione es para los obreros una provocación, puesto que los trabajadores de la SFP están todavía en huelga. Además, lo que sale de las salas de redacción son puras mentiras sobre las luchas. Secuestran a los periodistas que serán liberados gracias a la intervención de la Central CFDT. Es de notar el odio que le tienen los obreros a los "lacayos de la pluma". Pocos días después, un periodista se salvó por poco de una lección que le quería dar un obrero enfadado.
22-2-79: desde el 21 de Febrero, la emisora de Longwy, que ocupan los siderúrgicos, difunde informaciones sobre la crisis en Lorena. La policía ocupa entonces la emisora. Inmediatamente después; los obreros se reúnen durante la noche y la policía despeja la emisora; otros obreros vuelven a ocupar la televisión; la muchedumbre aumenta con la llegada de otros siderúrgicos avisados por el toque a rebato; cantando cantos revolucionarios, los obreros van por la mañana a atacar la comisaría de policía. Algunos hablan de hacerse con fusiles. El alcalde PCF, un tal Portu, denuncia a los grupos incontrolados.
Ante la amplitud de los acontecimientos, los sindicatos van a tratar de impedir todo enfrentamiento entre policía y obreros en el Norte en donde los siderúrgicos están dispuestos a tomar el relevo. "Longwy enseña el camino" es una consigna que tuvo mucho éxito.
28-2-79: saqueo de la patronal en Valenciennes (Norte). Los sindicatos tratan de evitar que los obreros ataquen la comisaría y los edificios públicos. Un sindicalista CFDT declara: "Los muchachos tiene que desahogarse; para eso hemos previsto un catálogo de acciones". Pero los sindicatos no habían previsto las brutalidades deliberadas de los CRS y de los "guardias móviles" contra los obreros de Denain.
7 y 8-3-79: la CGT trata de arrastrar a los obreros hacia acciones de comando para bloquear el carbón y el hierro "extranjero" en las fronteras. Lo que no había previsto es que compañías de CRS van a detener los autobuses de siderúrgicos, romper cristales, tirar granadas lacrimógenas, aporrear y registrar a los obreros. Los trabajadores de Usinor-Denain hacen huelga, organizan un meeting y deciden atacar la comisaría de policía armados con tuercas, cocktails molotov, hondas y hasta una excavadora. Los enfrentamientos duran todo el día. Por la noche, la intersindical, que agrupa la CFDT y CGT, llama a los obreros a "regresar inmediatamente a la empresa para ocuparla". Los obreros se niegan a dejar la calle y pisotean sin leerlo el volante sindical, gritando "no es hora de discutir sino de ir adelante". Las peleas no paran, duran varias horas, algunos obreros armados con fusiles disparan a los CRS.
10-3-79: Después de los enfrentamientos, los sindicatos, el PC y el PS, deciden organizar un gran meeting de entierro de la lucha con el chundatachunda de los discursos electorales en Denain. Rápidamente, centenares de obreros se marchan del estadio en donde la izquierda reunió a los obreros con la consignas: "Basta de palabras, acciones!".
EL SABOTAJE DE LA MARCHA A PARÍS
Desde hace varias semanas centenares de huelgas estallan localmente en toda Francia. Los grandes centros, Paris (excepto Correos, empleados de los hospitales y empleados de las compañías de seguros y de la televisión) y Lyon han sido relativamente poco afectados por la ola de huelgas que corre de una fábrica a otra, de una región a otra. Los sindicatos saben que hay que impedir que el movimiento de descontento que se hace cada vez más explosivo se extienda hasta París, centro político y principal concentración proletaria. Los sindicatos deciden "días de acción" por sectores que, por cierto, son muy seguidos: maestros, enseñantes, ferroviarios.
Efectivamente, entre los obrero del Norte y de Lorena, ha surgido una idea que ha germinado en los combates: hay que ir a París, lo cual tiene un valor simbólico para todo el descontento acumulado por los obreros. Para impedir todo riesgo de explosión como en 1968, los sindicatos entran en acción. La CGT va a llamar a una marcha a Paris para el 23 de Marzo; CGT, CFDT y todos los demás sindicatos van a sabotear el movimiento de descontento en Paris. Van a poner todo su empeño para que termine la huelga de los empleados de banco, la de los técnicos de la SFP, la de Correos y, al igual que toda la prensa burguesa, mienten al pretender que cada movimiento de huelga se encuentra aislado. Minimizan la amplitud del descontento y de las huelgas y hacen reanudar el trabajo sector por sector.
Pero con respecto a los obreros del Norte y de Lorena, la estrategia sindical de desviación y agotamiento de la combatividad de los siderúrgicos lorenos y del Norte antes que reaccionen los obreros en París, lo cual podría "encender la pólvora". No es seguro que la marcha a París - en una fecha en la que ciertos sectores habían vuelto al trabajo- no provoque nuevas huelgas y que miles de trabajadores se unan a esa marcha.
La política de los sindicatos, en primer lugar de la CGT, va a ser una obra de arte de sabotaje de la manifestación. Se hace todo lo posible para impedir que los obreros de la región parisina, del Norte, de Lorena, se unan en la lucha. La CGT, llama desde el 10 de Febrero a una marcha a Paris, abandona pocos días después esa idea y habla de marcha regional. Deja subsistir la duda sobre si se hará esa marcha cuya idea nació espontáneamente entre los obreros lorenos y del Norte, que sienten de manera confusa que su fuerza sólo se puede desarrollar en estrecha unión con el principal centro industrial (Paris y sus afueras). Se va a hacer una división del trabajo minuciosa, planificada con los Estados Mayores de los sindicatos CGT y CFDT para asquear a los obreros de la idea de "subir" a Paris. La CFDT anuncia que no participará en la marcha. La CGT a su vez, anuncia que no llamará a la huelga general en la región parisina para el 23 de Marzo. La CGT espera probar con esa marcha su capacidad para controlar y demostrar en los hechos que bien merece las generosas subvenciones de la burguesía. Movilizan más de 3.000 matones del PCF, miembros de la CGT, más los empleados de los municipios comunistas para asegurar el orden junto con los cordones sindicales y para impedir toda solidaridad entre los obreros del Norte, de Lorena, de Paris. Hasta el último minuto no se sabrá cuándo y con qué medios (autobuses, trenes) vendrán los obreros del Norte y de Lorena a Paris. Meterán a los obreros en plena noche en autobuses PC-CGT y los recibirán a la llegada en cinco puntos diferentes de las afueras de Paris, en las alcaldías comunistas en donde los representantes locales los esperan adornados con su trapo tricolor, la boca llena de consignas nacionalistas.
Pero eso no es todo. La CGT va a modificar en el último momento el itinerario de la manifestación para evitar que los obreros contacten a los trabajadores que salen del trabajo. Se desvía la manifestación de la estación Saint-Lazare (por donde pasan cada día millares de trabajadores), hacia los barrios ricos de la Ópera.
Así, con la ira en las entrañas, los obreros más combativos del Norte y de Lorena van a ver cómo se les va de las manos su marcha de solidaridad con los obreros de París. La manifestación fue menos importante de lo que se preveía: a cien mil hay que restar los millares de policías del cordón sindical y todos los funcionarios del aparato del PCF. Cierto es que, a pesar del sabotaje, hay bastantes trabajadores, SFP, EDF (electricistas), ferroviarios, algunos obreros de Renault. A los obreros de Denain y de de Longwy los repartieron entre las comitivas sindicales para evitar toda contaminación de la manifestación e impedir que aparezcan como cuerpo unido. Sin embargo, la bofia sindical no logrará impedir que los obreros siderúrgicos de Longwy fuercen el cordón sindical y se pongan en cabeza de la manifestación.
Se establece una colaboración estrecha entre los CRS y los guardias móviles y la policía sindical para impedir que, en el momento de la dispersión, los obreros puedan organizar mítines. La policía está por todas partes; el cordón sindical dispersa inmediatamente a los obreros a penas llegan al final del recorrido, con el pretexto de que hay "autónomos" en la manifestación; la policía tira cantidad de bombas lacrimógenas mientras que los matones PC-CGT golpean brutalmente a jóvenes manifestantes y hasta entregan a algunos a la policía. Los sindicalistas terminan protegiendo de la ira de los siderúrgicos a los CRS que aporrean a los manifestantes. Nunca habrá sido tan manifiesta la colaboración entre policía sindical y policía a secas.
Pero lo más asqueroso para los luchadores de Longwy y de Denain, además de haber sido bombardeados con gases lacrimógenos por la policía, fue oír las incesantes consignas y letanías nacionalistas del PC y de la CGT, del estilo "salvar la independencia nacional" o "Protegerse de los trusts alemanes". Los obreros que fueron mandados a los trenes a golpes de bomba lacrimógena y de porras de la policía recordarán los llamamientos a la dispersión, la denuncia de los luchadores como "agentes del poder" ¡Esto provocará fricciones en el interior mismo del sindicato!
La lección es amarga pero necesaria: para ganar hay que romper el cordón sindical. Para los obreros que combatieron durante semanas contra la burguesía ésta gracias a los sindicatos pudo triunfar denunciando la "violencia de los autónomos" y exponer con regusto las fotos de cientos de CRS cargando a los manifestantes.
Señores del PC, del PS, del RPR, de la UDF, ceñidos con vuestras fajines tricolores, señores izquierdistas que trabajáis para la izquierda de la burguesía, señores anarquistas que os reclamáis de la "libertad, igualdad, fraternidad" de la justicia de clase capitalista, por más que digáis, los trabajadores que, por centenares, se enfrentaron ese día a la policía han ganado una experiencia que, sin vuestro poder y a pesar de él, sabrán añadir a la de todas las luchas obreras[2].
Aunque estén aislados, los obreros del Norte y de Lorena no han agotado su combatividad ni su voluntad de luchar. Los obreros de París fueron pocos en participar a la manifestación, es una lección: o se retrocede aceptando los despidos o se profundiza el movimiento, nos organizamos nosotros mismos fuera de los sindicatos. Los obreros han perdido el gusto a las manifestaciones sindicales-paseos, a las huelgas sectoriales y regionales. Sintieron su fuerza y su determinación al enfrentarse con el Estado fuera de los sindicatos.
UNAS CUANTAS LECCIONES
Al leer esta narración de los acontecimientos en Francia, acontecimientos que se han precipitado desde Febrero, hay que evitar a la vez:
- una subestimación: la amplitud de los enfrentamientos, el desbordamiento de los sindicatos, la violencia obrera están solamente empezando. Esas manifestaciones, esas peleas de calle tienen ya un color diferente. Se asiste a un movimiento ascendente que no ha alcanzado en absoluto su punto culminante.
- una sobrestimación: aunque fueron desbordados, los sindicatos no perdieron el control de los obreros. Para eso es necesario que la lucha proletaria pase a una fase cualitativamente superior: la organización de los obreros fuera de los sindicatos, en sus asambleas generales. Estas aparecieron solamente de manera embrionaria y puntual en la organización de la violencia obrera contra la policía. Todavía falta que los obreros organicen -un paso que tendrán que franquear- por sí mismos sus propias manifestaciones, vayan ellos mismos en masa a buscar la solidaridad de los obreros que no se atreven todavía a lanzarse a la acción. Esto exige que se tenga una conciencia clara sobre las metas y los medios de la lucha que se puede desarrollar no de manera abstracta sino en la experiencia misma. El proletariado está solamente empezando su combate, está lejos de haber comenzado la guerra de clase generalizada. Muchas ilusiones existen todavía sobre la izquierda y las elecciones (como lo demostró el triunfo del PS y del PC en las elecciones cantonales donde hubo una participación obrera fuerte).
Sin embargo, a pesar del peso de la izquierda sobre el proletariado, las ilusiones empiezan a derrumbarse poco a poco:
- los sindicatos, ligados al PC y al PS firmaron con la patronal y el Estado acuerdos que aceptan que los obreros licenciados por causa de quiebra de la empresa ya no cobren el 90% de su salario durante un año (¡ y ya no eran muchos los que lo cobraban!) sino solamente 65% con una disminución del subsidio de desempleo. "Una gran victoria" exclaman la CGT y la CFDT !.
-el gobierno Barre, a pesar de la combatividad obrera, no piensa echarse atrás en los despidos previstos. La burguesía está encerrada en las exigencias económicas. Espera ganar tiempo y cuenta sobretodo con la arrogancia y la represión, acostumbrada como está a una clase obrera controlada por los sindicatos y cloroformada por el "programa común de la izquierda". Desde un punto de vista económico, la burguesía no tiene muchas posibilidades: sus posibilidades se las impone la crisis que, lejos de permitirle cierta flexibilidad política, le impone al contrario más rigidez.
Frente a una derecha que no quiere ceder y frente al PS que, con la voz de Rocard, justifica las medidas de austeridad, al proletariado no le queda más recursos que contestar golpe por golpe a lo que se está haciendo. 11.000 despidos en la industria de teléfonos, desempleo a la vista en la industria del automóvil, 30.000 puestos de enseñanza suprimidos, ¡esa es la realidad de las promesas de reintegración que se les da a los siderúrgicos!
El proletariado en Francia se encuentra en una encrucijada. No es la combatividad la que sorprendió a la burguesía; desde el 68 ésta ha aprendido a temblar ante la facilidad con la que los obreros son capaces de luchar masivamente. Lo que la inquieta es ver que no solamente al Estado, sino, sobre todo, que desbordan los sindicatos. Eso no había sucedido ni siguiera en 1968.
"Hay un vacío político", exclaman todas las fracciones de la burguesía. "Hay un vacío sindical" responden a coro los trotskystas a quienes preocupa "un desafecto respecto a las organizaciones sindicales, puesto que 50% de los adherentes cegetistas de la metalurgia de la Moselle no habían vuelto a tomar su carné sindical en Marzo de 1978, y 20% en cuanto a los adherentes de la CFDT"[3].
Ese "vacío" que inquieta a la burguesía es la erosión de las ilusiones en el proletariado. Y bien lo demostró el proletariado con su energía feroz al resistir a la ofensiva de la burguesía, con su alegría, en Longwi y en Denain, al ver que puede hacer retroceder a la burguesía. Un proletariado que puede todavía creer en su fuerza no es una clase que se confiesa vencida. Sabe que ahora se trata de ir más lejos, que no es posible retroceder.
¡Sacrificarse hoy por la burguesía nacional en el terreno de su guerra económica es sacrificarse por su guerra real mañana!
El camino de la lucha de clase es lento, con avances bruscos seguidos por recesos brutales. Pero el proletariado aprende con su experiencia y no conoce otra escuela que la misma lucha:
1) La lucha vale
2) Cuanto más la lucha encuentra sus propios instrumentos más vale
Un estadio superior de la lucha no se encontrará jamás en la multiplicación de las acciones puntuales y aisladas de los sindicatos sino en la extensión de las acciones masivas organizadas de manera independiente frente a todos los aparatos sindicales y políticos de la burguesía.
Con este objetivo los obreros deben tomar la palabra en las Asambleas Generales, ir ellos mismos a buscar la solidaridad allí donde otros obreros están luchando. La clase obrera debe tomar confianza en si misma, debe tomar conciencia de que "la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores" (eslogan de la Primera Internacional).
La clase obrera duda aún, extrañada de su propia audacia. ¡Lo que debe hacer es redoblar aún más su audacia!
Chardin
[1] Caen es una ciudad normanda que anunció Mayo 68 cuando se produjo en enero de ese año una jornada de enfrentamientos con los CRS (policías especiales).
[2] Tras el 23 de marzo hubo un proceso contra los "agitadores", proceso en el cual los anarquistas se desolidarizaron de los actos de violencia cometidos en la manifestación
[3] IMPRECOR: revista teórica de la Liga Comunista Revolucionaria, una de las más importantes organizaciones trotskistas francesas. Número correspondiente al 15-3-79
1.- La crisis mundial del capitalismo se ha hecho hoy evidencia indiscutible, incluso para los sectores menos lúcidos de la clase dominante. Y si los economistas, esos propagandistas paniaguados del modo de producción capitalista, empiezan ya a no atribuir las dificultades actuales de la economía al alza del precio del petróleo o al desajuste del sistema monetario internacional instaurado en 1944, son sin embargo incapaces, por sus propios prejuicios de clase, de entender el significado real de esas dificultades.
2.- Únicamente el marxismo puede entender ese significado. El marxismo demuestra, como así lo dejó claro la Internacional Comunista que, desde la Primera Guerra Mundial imperialista, el sistema capitalista entró en su fase de decadencia. A las crisis cíclicas del siglo pasado, -pulsaciones de un cuerpo en plena salud-, siguió la crisis permanente, en la cual el sistema sólo sobrevive, gracias a un ciclo infernal -verdadero estertor de agonía- de crisis agudas, guerras, reconstrucción, nuevas crisis agudas...
3.- Hay que rechazar, pues, las teorías (incluso aquellas que se reclaman del marxismo) que consideran que la crisis es simplemente "cíclica" o de "reestructuración" o de adaptación" o de "modernización". El capitalismo es totalmente incapaz de superar la crisis actual; cualquiera de sus planes, estén destinados a frenar la inflación o a relanzar la producción, sólo pueden acabar en fracaso. La única "salida" del capitalismo, arrastrado a ésta por sus propias leyes, es una nueva guerra imperialista mundial.
4.- Si la experiencia muestra que la única perspectiva que el capitalismo abre a la humanidad es la guerra generalizada, también la historia ha demostrado, sobre todo en 1917 (Rusia) y en 1918 (Alemania), que en la sociedad hay una fuerza capaz de oponerse, de hacer retroceder y de anular esa perspectiva: La lucha revolucionaria del proletariado. La alternativa que plantea la agravación inexorable de las contradicciones económicas del capitalismo es, por tanto: guerra imperialista o resurgir revolucionario de la clase obrera; el resultado final será la plasmación de la relación de fuerza entre las dos clases principales de la sociedad: burguesía y proletariado.
5.- La burguesía consiguió imponer su "solución" a las contradicciones de su sistema económico en dos ocasiones: en 1914, gracias a la gangrena oportunista y a la traición de los grandes partidos obreros; y en 1939, gracias a la terrible derrota impuesta al proletariado en los años 20, rematada por la traición de sus Partidos Comunistas y por la terrible losa del fascismo y las mistificaciones antifascistas y democráticas.
La situación actual es muy diferente: el encuadramiento del proletariado por los partidos de izquierda -PC's y PS's- es mucho menos eficaz que lo fue, el que llevaron a cabo los partidos social-demócratas en 1914; los mitos democráticos o antifascistas y el poder embaucador del llamado "Estado obrero", aunque son frecuentemente agitados por la burguesía, están ya bastante gastados y demasiado vistos.
6.- Así pues, la perspectiva abierta por la agravación de las contradicciones capitalistas al final de los años 60 no es "guerra imperialista generalizada" sino "guerra de clases generalizada". Sólo después de haber escarmentado al proletariado con una gran derrota el capitalismo podría encaminarse -empujado por sus contradicciones- a una tercera guerra mundial; eso es lo que demostró la reacción proletaria del 68 en Francia, del 69 en Italia, 70 Polonia, y, en otros muchos países en el mismo periodo. Y si la burguesía pudo hacer que pararan momentáneamente las luchas gracias a una contraofensiva política e ideológica, animada principalmente por los partidos de izquierda, las reservas de combatividad del proletariado no están, ni mucho menos, agotadas. Con la agravación de la crisis, con la austeridad y el desempleo que comporta esta combatividad no dejará de plasmarse de nuevo en formidables combates contra el capitalismo; contrariamente a lo que espera la burguesía.
1.- En la base de la constitución de la Internacional Comunista (IC) estaba el reconocimiento de que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia, poniendo en el orden del día la revolución proletaria. Así de claro lo dejó la Internacional cuando dijo que, con la primera Guerra Mundial "se había abierto definitivamente la era de las guerras imperialistas y de las revoluciones". Hoy, cualquier formulación coherente de las posiciones de la clase proletaria descansa en el reconocimiento de esa característica esencial de la vida de la sociedad.
2.- El marxismo ha reconocido siempre -desde la aparición del "Manifiesto Comunista"- la tendencia del modo de producción capitalista a "unificar las leyes de la economía mundial", y la de la burguesía a "crear un mundo a su imagen". Por eso, está fuera del marxismo el considerar que pueda haber, cuando la revolución proletaria está al orden del día, áreas geográficas determinadas que escaparían a la evolución del capitalismo en su conjunto; lugares donde "revoluciones democráticas burguesas" o "luchas de liberación nacional" podrían tener vigencia.
3.- La experiencia de más de medio siglo ha demostrado que esas "luchas nacionales" no son sino momentos, más o menos espaciados en tiempo y territorio, de los diferentes conflictos interimperialistas que culminan en la guerra mundial; y que toda la propaganda para que los proletarios participen en esas luchas o las apoyen sólo sirve para desviarlos de sus verdaderas luchas y para embaucarlos en la preparación de la guerra imperialista mundial.
1.- Desde que el movimiento obrero existe, ha reconocido en la organización y en la conciencia las dos armas esenciales de su lucha de clase proletaria. Como cualquier actividad humana la revolución comunista es un acto consciente, claro que a un nivel considerablemente más elevado que las revoluciones del pasado. El proletariado se ha ido forjando la conciencia de su ser, de sus objetivos y de los medios para llegar a la revolución, a lo largo de su experiencia como clase independiente; en un proceso doloroso, con choques, heterogéneo, en el cual la clase obrera segrega organizaciones políticas que agrupan a sus elementos más conscientes, aquellos que "tienen, en relación a la masa proletaria, la ventaja de comprender las condiciones, el proceso y los resultados generales del movimiento" (El Manifiesto...), organizaciones que tienen como tarea participar activamente en la toma de conciencia, en la generalización de ésta y por tanto en los combates de la clase.
2.- La organización de los revolucionarios es un órgano esencial de la lucha del proletariado, tanto antes como después de la insurrección y de la toma del poder. Sin ésta, sin partido proletario -ya que su falta expresaría una inmadurez en la toma de conciencia- la clase obrera no puede realizar su tarea histórica: destruir el sistema capitalista y edificar el comunismo.
3.- Antes de la revolución y como preparación de la misma los comunistas intervienen activamente en las luchas de la clase obrera, animando y estimulando todas las expresiones y posibilidades que, apareciendo en la lucha, expresan la tendencia hacia la autoorganización y el desarrollo de la conciencia: asambleas generales, comités de huelga, comités de lucha y de acción, comités de parados, círculos de discusión o núcleos obreros. En cambio, para no contribuir a la confusión y al engaño mantenidos por la burguesía, los comunistas deben rechazar cualquier tipo de participación en la vida de los sindicatos, los cuales se han vuelto definitivamente órganos del capitalismo.
4.- Durante y después de la revolución, el partido proletario participa activamente en la vida del conjunto de la clase agrupada en organizaciones unitarias, los consejos obreros, con el fin de orientarla hasta la destrucción de las relaciones de producción capitalistas y la instauración de relaciones sociales comunistas. Aunque su acción es indispensable, el partido no puede sustituir al conjunto de la clase en la toma del poder y en el cumplimiento de su tarea histórica, al contrario de lo que es el esquema imperante en la revolución burguesa. En ningún caso, el partido será la delegación de la clase para la toma del poder; la naturaleza de la meta a alcanzar, el comunismo, es tal que únicamente el conjunto del proletariado, con su actividad y su experiencia, pueden realizar la toma del poder.
5.- Tras la más profunda contrarrevolución de la historia del movimiento obrero, una de las tareas más importantes que les toca a los revolucionarios es la de contribuir activamente en la reconstrucción del órgano fundamental de la lucha proletaria: el partido proletario.
Si bien el surgimiento de éste está condicionado por el desarrollo en profundidad de la lucha de la clase obrera, por la posibilidad abierta hacia la revolución comunista, no por eso surgirá mecánica y automáticamente, ni es algo que pueda improvisarse. La preparación de su surgimiento exige hoy:
1.- La unidad de los revolucionarios ha sido siempre, desde los albores del movimiento obrero, una preocupación fundamental para ellos. Esta exigencia fundamental de unidad entre los elementos más avanzados de la clase es una manifestación de la unidad profunda entre sus intereses inmediatos y sus intereses históricos y es un factor decisivo en el proceso que lleva a su unificación mundial, a la conquista de su propio ser. Ya fue así: en el intento de constitución en 1850 de una "Liga Mundial de Revolucionarios Comunistas" -que agrupaba a la "Liga de los Comunistas", a los "Blanquistas" y a los "Cartistas" de izquierda-; en la fundación de la AIT en 1864; en la Segunda Internacional en 1889 y en la Internacional Comunista en 1919. Cada etapa importante del movimiento obrero estuvo pues marcada por esa voluntad de reagrupamiento mundial de revolucionarios.
2.- Aunque sea la respuesta a una exigencia básica de la lucha de clases, la tendencia hacia la unidad de los revolucionarios, de igual forma que la tendencia hacia la unidad de la clase obrera en su conjunto, ha estado constantemente entorpecida por toda una serie de factores:
3.- La capacidad de los revolucionarios de tender hacia la unidad para superar esos obstáculos es, en general, la expresión fiel de la relación de fuerzas entre las dos clases antagónicas fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado.
Si a los periodos de reflujo de la lucha de clases les corresponde, en general, un movimiento de dispersión y aislamiento mutuo entre las diferentes corrientes y los distintos elementos revolucionarios; en los periodos de avance del proletariado se concreta la tendencia fundamental hacia la unidad de los revolucionarios. Este fenómeno se manifiesta de manera muy clara cuando se forman los partidos del proletariado, resultantes generalmente del agrupamiento de varias tendencias políticas proletarias, en una situación de desarrollo cualitativo de la lucha de clases; como así ocurrió:
Por muchas debilidades que tuvieran algunas de esas corrientes constitutivas y aunque, en general, la unificación se hiciera alrededor de una corriente políticamente mas sólida que las demás, el hecho es que la fundación del partido no es el resultado de una proclamación unilateral sino el producto de un proceso orgánico de agrupamiento de los elementos más avanzados de la clase.
4.- Que se produzca tal proceso de agrupamiento en los momentos de desarrollo histórico de la lucha de clases, se explica:
5.- La situación actual del medio revolucionario se caracteriza por su gran división, por sus grandes divergencias en cuestiones básicas, por el aislamiento de sus distintos componentes, por el peso del sectarismo, del espíritu de capilla, de la esclerosis de algunas corrientes y la inexperiencia de otras; manifestaciones todas ellas de la terrible presión de medio siglo de contrarrevolución.
6.-Si tal situación se mira de manera estática se puede concluir en la idea, que defiende en particular el grupo FOR (Fomento Obrero Revolucionario), de que no habría posibilidad alguna, ni presente ni futura, de acercamiento entre las diferentes posiciones y análisis del momento actual, de que ese acercamiento sólo podría venir por la adquisición de una coherencia y una claridad comunes, bases éstas indispensables para que se constituya una organización unificada. Esta manera de ver ignora dos elementos fundamentales:
7.- Hoy, el hundimiento del capitalismo en la fase aguda de la crisis y el resurgir mundial del proletariado ponen al orden del día, de manera apremiante, el agrupamiento de fuerzas revolucionarias. El conjunto de problemas que nuestra clase tendrá que encarar en la práctica, las enseñanzas que los revolucionarios se verán obligados a sacar de la experiencia concreta:
El que la exigencia de unidad esté al orden del día y el que como consecuencia de eso se abran debates entre revolucionarios, y que ambas cosas sean una necesidad absoluta, no por ello se plasman mecánicamente en una realidad; ésta exige la toma de conciencia de tal necesidad y la voluntad militante de asumir la intervención en los debates en un decidido esfuerzo por la clarificación. Los grupos que en el momento actual no han tomado conciencia de esa necesidad y se niegan a participar en el proceso de discusión y de agrupamiento están condenados, si no cuestionan sus posiciones, a convertirse en trabas para el movimiento y a desaparecer en tanto que expresiones del proletariado.
8.- Ha sido el conjunto de estas consideraciones lo que ha inspirado a la CCI a participar en los debates abiertos con la Conferencia de Milán en mayo de 1977 y la de París de Noviembre de 1978. Es fundamentalmente porque la CCI analiza el período actual como periodo de reanudación histórica de la lucha de la clase obrera, por lo que tiene tanto apego al esfuerzo de confrontación, por lo que condena con firmeza la actitud de los grupos que desdeñan o se niegan a ese esfuerzo y por lo que considera que esta actitud es una posición política por sí misma, cuyas implicaciones son por lo menos tan importantes como otras posiciones erróneas que siguen pesando sobre las corrientes comunistas. Por lo tanto, la CCI estima que esas discusiones son un elemento importantísimo en el proceso de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias que tiene que conducir a su unificación en el seno del partido mundial del proletariado, arma esencial de su combate revolucionario.
París, noviembre de 1978
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Dentro de la publicación en nuestra Web de artículos antiguos de nuestra Revista Internacional, sometemos a la consideración de nuestros lectores el texto El curso histórico adoptado por nuestro Tercer Congreso Internacional (1979). Este texto se planteó como respuesta los debates desarrollados por las Conferencias Internacionales de la Izquierda Comunista (1977-80)[1].
El documento resume los análisis del marxismo para considerar como evoluciona la relación de fuerzas entre las clases, es decir, como y cuando es posible para el proletariado lanzarse a hacer su revolución mundial. Estos análisis siguen siendo plenamente válidos.
No obstante, el texto fue escrito en un periodo histórico dominado por la confrontación imperialista entre los dos grandes bloques: el americano y el ruso. Esta situación cambió radicalmente a partir de 1989 con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición[2] y con la desaparición de los bloques imperialistas y la tendencia a un caos de confrontaciones imperialistas que, si bien ha hecho desaparecer de forma razonable la perspectiva de una Tercera Guerra Mundial (es decir, de lo que podría significar una destrucción generalizada del conjunto del planeta), a cambio estamos asistiendo a una sucesión interminable de guerras localizadas, de atentados terroristas en grandes ciudades, de barbarie sistemática[3], cuyas consecuencias pueden ser tanto o más letales que una guerra mundial. Todo esto ha modificado una serie de aspectos importantes de la lucha de clases que empezamos a tratar en un documento aprobado por nuestro 14º Congreso[4] y que hemos abordado de nuevo en la Resolución sobre la situación internacional de nuestro último congreso[5].
Como en otras ocasiones, estas traducciones de artículos las debemos a compañeros muy próximos a la organización que con su esfuerzo entusiasta permiten tener disponibles en lengua española textos de interés publicados por nuestra Corriente.
La segunda Conferencia Internacional de grupos de la Izquierda Comunista (noviembre 1978) puso en evidencia la confusión extrema que reina actualmente en filas revolucionarias sobre el problema del periodo histórico actual, más precisamente:
De manera más general, las incomprensiones giran sobre:
El presente texto intenta dar respuesta a este conjunto de preguntas.
La naturaleza misma de toda actividad humana supone el pronóstico: el proyecto. Por ejemplo, Marx escribe: “(…) una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera.”[6] Cada acto del ser humano procede de tal manera: de hecho, esta capacidad de prevenir, de proyectar, es un componente esencial de la conciencia humana. Esto es aún más cierto en el proceso científico; es de manera constante que utiliza el pronóstico: es únicamente transformando las hipótesis formuladas en predicciones a partir de una primera serie de experiencias y confrontando estos pronósticos con nuevas experiencias que el investigador puede verificar (o descartar) la veracidad de estas hipótesis y avanzar en el conocimiento.
Basándose en un enfoque científico de la realidad social, el pensamiento revolucionario del proletariado adopta necesariamente dicha forma con la única diferencia de que, contrariamente a los investigadores, los revolucionarios no pueden crear en un laboratorio las nuevas condiciones de experimentación. Es la práctica social, confirmando o invalidando las perspectivas que son definidas, quien viene a validar o invalidar su teoría. De hecho, son todos los aspectos del movimiento histórico de la clase obrera que se apoyan sobre el pronóstico: él permite adaptar las formas de lucha a cada época de la vida del capitalismo, pero, sobre todo, es sobre el pronóstico, y especialmente, sobre la perspectiva de una caída del capitalismo, que se basa el proyecto comunista. Como la celdilla del maestro albañil, el comunismo es primeramente concebido –evidentemente a grandes rasgos– en la cabeza de los seres humanos antes de que sea edificado en la realidad.
Contrariamente a lo que piensa, por ejemplo, Paul Matick, que dice que el estudio de los fenómenos económicos no puede desembocar en ninguna predicción utilizable par la actividad de los revolucionarios, el pronóstico, la definición de perspectivas, son una parte integrante y muy importante de esta actividad.
Esto establecerá la pregunta que se puede formular de la siguiente manera: “¿cuál es el campo de aplicación del pronóstico para los revolucionarios?”
La pregunta se puede formular más precisamente así: “En el marco de los pronósticos en la mediana duración, ¿se puede y se debe prevenir la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado?”, lo que supone que admitimos la posibilidad de una tal evolución y que se ha podido dar respuesta a la siguiente pregunta preliminar:
Puede parecer curioso que nos veamos empujados a plantearnos preguntas tan elementales. En el pasado, estas interrogantes ni siquiera llegaron a la mente de los revolucionarios ya que sus respuestas parecían evidentes. Si se planteaba una pregunta no era: “¿existe un curso en la lucha de clases?” o “¿es posible y necesario de analizar?”, sino únicamente “¿cuál es la naturaleza del curso?”. Y de eso se trataban en los debates entre los revolucionarios. Desde 1852, Marx podía describir el curso particularmente convulso de la lucha de la clase obrera: “las revoluciones proletarias (…) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo (...), parece que solo derriban a su adversario para que este saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines (...)”[7] Hace más de un siglo, la pregunta parecía clara. Pero está claro que la terrible contrarrevolución de la que salimos ha introducido tanta confusión en el medio revolucionario[8] que es necesario hoy reformular este tipo de preguntas.
En general, las confusiones en esta área se basan en un desconocimiento de la historia del movimiento obrero (pero, como dijo Marx, la ignorancia no es una excusa). Su estudio nos permite verificar lo que Marx había señalado, es decir, la alternancia de brotes, a menudo brillantes y deslumbrantes, de la lucha proletaria (1848-49, 1864-71, 1917-23) y de su retroceso (a partir de 1850, 1872 y 1923) que llevaron, cada vez, a la desaparición o degeneración de las organizaciones políticas que la clase se dio en el periodo de remonte de las luchas (Liga de los Comunistas: creación en 1847, disolución en 1852; AIT: Asociación Internacional de los Trabajadores: fundación en 1864, disolución en 1876; Internacional Comunistas fundación en 1919, degeneración y muerte en los primeros años de la década de 1920; la vida de la Internacional Socialista 1889/1914, sigue un curso similar pero menos claro). Es probablemente la duración extremadamente larga (medio siglo) de la contrarrevolución que sigue a la ola revolucionaria que culminó en 1917 y durante la cual la clase obrera permanece prácticamente uniforme en una posición de debilidad, lo que hace posible explicar que hoy hay revolucionarios incapaces de comprender que puede haber tal alternancia entre períodos de progreso y de retroceso de la lucha de clases. El estudio sin prejuicios (¡pero es mucho más cómodo no estudiar y no cuestionar!) de la historia del movimiento obrero y los análisis marxistas, hubieran permitido a estos revolucionarios superar el peso de la contrarrevolución, y les habría permitido, también, saber que los brotes de lucha de clases acompañan los periodos de crisis de la sociedad capitalista (crisis económica: 1848; o guerra: 1871, 1905, 1917) por:
La historia nos muestra que los revolucionarios pueden cometer errores considerables en esta área. Los ejemplos no faltan:
Sin embargo, la historia también ha demostrado que los revolucionarios tenían los medios para analizar adecuadamente el curso y hacer predicciones precisas sobre el futuro de las luchas de clases:
La experiencia ha igualmente demostrado que, en general, estas predicciones adecuadas no eran aleatorias, sino que se basaban en un estudio muy serio de la realidad social abarcando un análisis del capitalismo mismo, y en primer lugar, de la situación económica, pero también una evaluación de la dinámica de las luchas sociales tanto en el plano de la combatividad como de la conciencia. Es de esta forma que:
Pero, como condición necesaria para una reactivación obrera, la crisis del capitalismo no es suficiente, contrariamente a lo que pensaba Trotsky después de la crisis de 1929. De la misma forma, la combatividad obrera no es un indicio suficiente de la recuperación real y duradera si no se acompaña de una tendencia a romper con la mistificación capitalista: esto es lo que desconoce la minoría de la Fracción Comunista Italiana que ve en la movilización y el armamento de los trabajadores españoles en julio de 1936 el comienzo de una revolución cuando, de hecho, están políticamente desarmados por el "antifascismo" y, por lo tanto, incapaces de atacar realmente al capitalismo.
Por lo tanto, podemos constatar que es posible para los revolucionarios predecir la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado y que, lejos de abordar esta tarea como una lotería, tienen criterios extraídos de la experiencia que, sin ser infalibles, les permite caminar sin los ojos vendados. Pero otra objeción surge en algunos revolucionarios: "Aun cuando es posible hacer predicciones sobre el curso histórico, ellas no tienen ningún interés para la lucha de clases ni condicionan de ninguna manera la actividad de los comunistas. Todo eso es especulación intelectual sin impacto en la práctica". Son a estos argumentos a lo que se trata de responder.
Para responder a esta pregunta, casi se podría decir que los hechos hablan por sí mismos, pero la contrarrevolución ha hecho tantos estragos en algunos grupos revolucionarios que, bien ignoran totalmente estos hechos, o que ya no son capaces de leerlos. Solo hay que mencionar la difícil situación de la Izquierda Alemana –completamente desorientada, dislocada y finalmente destruida tras su error sobre el curso de la lucha de clases[10], a pesar del valor de todas sus posiciones programáticas– para convencerse de la necesidad para la organización de los revolucionarios de un análisis correcto de la perspectiva histórica. También vamos a recordar el triste vagar de la minoría de la Fracción Italiana alistándose en las milicias antifascistas, o el destino igualmente lamentable de la Unión Comunista practicando desde hace años una política de "apoyo crítico" a los socialistas de izquierda del POUM esperando que surja una vanguardia comunista que tome la delantera en la "revolución española", para constatar el impacto desastroso que puede haber sobre los revolucionarios una incomprensión del problema del curso de la historia.
De hecho, el análisis del curso de la lucha de clases afecta directamente el tipo de organización e intervención de los revolucionarios. Del mismo modo, que, para remontar la corriente de un río, nadamos sobre el borde, y para descender, se nada en el medio, igualmente las relaciones que establecen los revolucionarios con su clase son diferentes en función de si están a la cabeza de su movimiento cuando va hacia la revolución o que están luchando contracorriente en un movimiento que impulsa al proletariado al abismo de la contrarrevolución.
En el primer caso, su principal preocupación será no apartarse de la clase, de seguir cuidadosamente cada uno de los pasos y cada una de sus luchas con el fin de desarrollar, lo más posible, sus potencialidades. Sin descuidar nunca el trabajo teórico, el trabajo de participación directa en las luchas de la clase será, por lo tanto, privilegiado. En el plan organizacional, los revolucionarios tendrán una actitud segura y abierta hacia otras corrientes que puedan surgir en la clase. Si bien se mantienen, como en todas las circunstancias firmes en los principios, se apostará a una evolución positiva de estas corrientes, sobre las posibilidades de la convergencia de sus posiciones respectivas y se enfocará la máxima atención y esfuerzo en la tarea de reagrupamiento.
Muy diferente será el actuar de los revolucionarios en un período de reflujo histórico de las luchas. Se tratará, entonces, en primer lugar, de concentrar todos los esfuerzo en resistir este flujo adverso y así preservar sus principios de la influencia destructora de la mistificación capitalista que tiende a abrumar a toda la clase, y en segundo lugar, para preparar el futuro resurgimiento de ella, dedicando la mayor parte de sus escasas fuerzas a un trabajo de examen teórico y el balance de las experiencias pasadas y, en particular, las causas de la derrota. Está claro que este enfoque tiende a distanciar a los revolucionarios de la clase, pero debe asumir tal resultado desde el momento en que se ha constatado que la burguesía está por el momento victoriosa y que el proletariado se deja llevar en su terreno, de lo contrario, pueden ser arrastrados también. Del mismo modo, en cuanto al reagrupamiento revolucionario, y sin nunca darle la espalda a este esfuerzo, sería inútil en tales períodos apostar a una perspectiva muy positiva, la tendencia es más bien a un repliegue firme de la organización en torno a sus posiciones, al mantenimiento de los desacuerdos donde su resolución choca con la falta de experiencia viviente de la clase. Esto demuestra que el análisis del curso tiene un impacto en el modo de actividad y de organización de los revolucionarios y que no se trata de "especulaciones académicas." De hecho, como un ejército necesita en cualquier momento conocer la naturaleza precisa de la relación de fuerzas con el ejército enemigo con el fin de saber si debe atacar o retirarse en buen orden, la clase obrera necesita apreciar correctamente la relación de fuerzas con su enemigo: la burguesía. Y pertenece a los revolucionarios, como los elementos más avanzados de la clase proporcionarle el máximo de elementos para tal apreciación. Esta es una de sus razones esenciales de su existencia. Esta responsabilidad los revolucionarios la ejercieron, con diferentes grados de éxito, en el pasado, pero el análisis del curso histórico se vuelve aún más importante con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia en la medida que el desafío en sí de la lucha de clases adquiere una dimensión mayor.
Tras la Internacional Comunista, la CCI siempre ha afirmado que con la decadencia del capitalismo se había abierto "la era de las guerras imperialistas y las revoluciones proletarias". La guerra no es una especificidad del capitalismo decadente, ya que no es una especificidad del capitalismo mismo. Pero la función y la forma de guerra cambia si este sistema es progresivo, o se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad:
"En la era del capitalismo en ascenso, las guerras (conquista nacional, colonial e imperialista) expresaron la marcha ascendente de fermentación, fortalecimiento y expansión del sistema económico capitalista. La producción capitalista encontró en la guerra la continuación de su política por otros medios. Cada guerra se justificaba y pagaba sus gastos abriendo un nuevo campo de mayor expansión, asegurando el desarrollo de una mayor producción capitalista.
En la época del capitalismo decadente, tanto la guerra como la paz expresan esta decadencia y contribuyen poderosamente a acelerarla.
Sería un error considerar la guerra como un fenómeno limpio, negativo por definición, destructivo y que se presenta como un obstáculo para el desarrollo de la sociedad, en oposición a la paz, que se presentaría como el curso normal positivo del desarrollo continuo de la producción y de la sociedad. Esto introduciría un concepto moral en un curso objetivo, económicamente determinado.
La guerra era el medio indispensable del capitalismo, abriéndole posibilidades para un mayor desarrollo, en la época en que estas posibilidades existían y solo podían abrirse por medio de la violencia. De manera similar, el colapso del mundo capitalista que históricamente agotó todas las posibilidades de desarrollo encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de este colapso que, sin abrir ninguna posibilidad de un mayor desarrollo para la producción, no hace más que sumergir las fuerzas productivas en el abismo y acumular, a un ritmo acelerado, ruina sobre ruinas.
No hay oposición fundamental en el régimen capitalista entre guerra y paz, pero hay una diferencia entre las dos fases ascendentes y decadentes de la sociedad capitalista y, por lo tanto, una diferencia en la función de la guerra (en la relación de la guerra y la paz) en las dos fases respectivas. Si en la primera fase, la guerra tiene la función de asegurar una ampliación del mercado, con miras a una mayor producción de bienes de consumo, en la segunda fase, la producción se dirige esencialmente hacia la producción de medios de destrucción, es decir, en miras de la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista encuentra su expresión impactante en el hecho de que, en las guerras para el desarrollo económico (período ascendente), la actividad económica se restringe principalmente con el propósito de la guerra (periodo decadente).
Esto no significa que la guerra se haya convertido en el objetivo de la producción capitalista, el objetivo siempre permanece para el capitalismo en la producción de plusvalor, pero eso significa que la guerra, tomando un carácter permanente, se ha convertido en la forma de vida del capitalismo decadente."
(Informe a la Conferencia de la Izquierda Comunista de Francia de julio de 1945)[11]
De este análisis de la relación entre el capitalismo decadente y la guerra imperialista, se pueden extraer tres conclusiones:
1 - Entregado a su propia dinámica, el capitalismo no puede escapar de la guerra imperialista: todos los chismes sobre la paz, todas las "Sociedades de Naciones" y "Organizaciones de las Naciones Unidas", toda la buena voluntad de algunos de estos "grandes hombres" no pueden hacer nada y los períodos de "paz" (es decir, cuando la guerra no está generalizada) son solo los momentos en que reconstituye sus fuerzas para enfrentamientos bárbaros y aún más destructivos.
2 - La guerra imperialista es la manifestación más significativa de la bancarrota histórica del modo de producción capitalista, ella pone en evidencia la necesidad e incluso la urgencia de sobrepasar este modo de producción antes de llevar a la humanidad al abismo o la destrucción definitiva, ese es el sentido de la fórmula citada de la IC.
3 - Contrariamente a las guerras del período ascendente, que afectaron solo áreas delimitadas del globo y no determinaron la vida social completa de cada país, la guerra imperialista implica una extensión mundial y una sumisión de toda la sociedad a sus requerimientos y en primer lugar, evidentemente, de la clase que produce la mayor parte de la riqueza social: el proletariado.
Es por esta razón que el proletariado lleva consigo el final de todas las guerras y el único futuro posible de la sociedad, el socialismo, pero también la clase que está a la vanguardia de los sacrificios impuestos por la guerra imperialista y que, excluidos de toda propiedad, es la única sin patria, la verdaderamente internacionalista, el proletariado tiene en sus manos el destino de toda la humanidad. Y más directamente de su capacidad de reaccionar en su terreno de clase a la crisis histórica del capitalismo, depende de la posibilidad o no de que este sistema traiga su propia respuesta –la guerra imperialista– y la imponga a la sociedad.
Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, las implicaciones de la naturaleza del curso histórico son, por lo tanto, casi desproporcionadas con respecto a lo que podrían haber sido en el siglo pasado. En el siglo XX, la victoria capitalista significaba barbarie sin nombre de la guerra imperialista y la amenaza de una desaparición de la especie humana; la victoria proletaria, por otro lado, significa la posibilidad de una regeneración de la sociedad, el "fin de la prehistoria humana y el comienzo de su verdadera historia", la "salida del reino de la necesidad y la entrada en el reino de la libertad". Esto es el meollo que los revolucionarios deben tener en cuenta cuando examinan la cuestión del curso. Pero este no es el caso de todos los revolucionarios, especialmente aquellos que se niegan a hablar de alternativas históricas (o, si hablan de ello, no saben de qué se trata), para quienes la guerra imperialista y la emergencia proletaria son simultáneas o incluso complementarias.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial se había desarrollado, en la Izquierda Italiana, la tesis de que la guerra imperialista ya no sería el producto de la división del capitalismo entre Estados y potencias antagónicas luchando, cada una, por la hegemonía mundial. Por el contrario, este sistema recurriría a este fin solo para masacrar al proletariado y obstaculizar el surgimiento de la revolución. Es a este argumento que la Izquierda Comunista Francesa respondió escribiendo:
"La era de las guerras y las revoluciones no significa que el desarrollo del curso de la revolución responda a un desarrollo del curso de la guerra. Sin embargo, estos dos cursos tienen su fuente en la misma situación histórica de crisis permanente del régimen capitalista, son, no obstante, de esencia diferente, no tienen relación recíproca directa. Si el transcurso de la guerra se convierte en un factor directo, precipitando las convulsiones revolucionarias, no es lo mismo con respecto al curso de la revolución que nunca es un factor en la guerra imperialista. La guerra imperialista no se desarrolla en respuesta al flujo de la revolución, pero es exactamente lo contrario que es verdad, es el reflujo de la revolución que sigue a la derrota de la lucha revolucionaria, fue el desalojo momentáneo de la amenaza de la revolución, que le permite a la sociedad capitalista evolucionar hacia el estallido de la guerra engendrada por las contradicciones y los desgarros internos del sistema capitalista".
También han surgido otras teorías más recientes según las cuales "con la agravación de la crisis del capitalismo, son los dos términos de la contradicción que se refuerzan al mismo tiempo: la guerra y la revolución no se excluirían entre sí, sino que avanzarían de manera simultánea y paralela sin que uno sepa cuál llegará a su fin antes que el otro". El principal error de tal concepción es que se descuida por completo el factor de lucha de clases en la vida de la sociedad. La concepción desarrollada por la Izquierda Italiana pecaba por una sobreestimación del impacto de este factor. Partiendo de la frase del "Manifiesto Comunista" siguiente: "la historia de toda sociedad hasta la actualidad es la historia de la lucha de clases", tuvo implicaciones mecánicas en el análisis del problema de la guerra imperialista considerándola como una respuesta a la lucha de clases, sin ver, por el contrario, que solo podría tener lugar en ausencia de ella o debido a su debilidad. Pero por falsa que fuera, esta concepción se basó en un esquema correcto, el error provenía de una delimitación incorrecta de su campo de aplicación. Por otro lado, la tesis del "paralelismo y simultaneidad del curso hacia la guerra y la revolución" ignora por completo este esquema básico del marxismo porque supone que las dos principales clases antagónicas de la sociedad pueden preparar sus respuestas respectivas a la crisis del sistema -la guerra imperialista para uno y la revolución para el otro- completamente independiente entre sí, de la relación entre sus fuerzas respectivas, de sus enfrentamientos. Si ni siquiera se puede aplicar a lo que determina toda alternativa histórica completa, la vida de la sociedad, el esquema del "Manifiesto Comunista" no tiene más razón de existir y podemos clasificar a todo el marxismo en un museo en el estante de los inventos "absurdos de la imaginación humana". En realidad, la historia es responsable de demostrar el error de tal concepción de "paralelismo". De hecho, a diferencia del proletariado que no conoce intereses contradictorios, la burguesía es una clase profundamente dividida por el antagonismo existente entre los intereses económicos de sus diferentes sectores: en una economía donde la mercancía es indiscutible, la competencia entre fracciones de la clase dominante es en general insuperable; ahí reside la causa profunda de las crisis políticas que se abaten en esta clase, así como de las tensiones entre países y entre bloques que se agravan a medida que la competencia aumenta con la crisis. El nivel más alto al que se le puede dar cierta unidad al capital es a nivel nacional, y uno de los atributos esenciales del Estado capitalista es imponer disciplina entre los sectores del capital nacional. En el límite podemos considerar la existencia de una cierta "solidaridad" entre naciones del mismo bloque imperialista: es la traducción del hecho de que, contra todos los demás, un capital nacional no puede hacer nada y que está obligado a ceder parte de su independencia para defender mejor sus intereses globales, pero esto no elimina:
- rivalidades entre países del mismo bloque,
- el hecho de que el capitalismo nunca se puede unir a escala mundial (contrariamente a lo que afirmaba la tesis del "superimperialismo" de Kautsky, por ejemplo), los bloques siempre se mantienen y sus antagonismos solo pueden ir agravándose.
El único momento en que la burguesía puede restaurar la unidad a escala mundial, donde puede hacer callar sus rivalidades imperialistas, es cuando se ve amenazada en su propia supervivencia por su enemigo mortal: el proletariado. Pero entonces, y la historia lo ha demostrado ampliamente, ella es capaz de mostrar esta solidaridad que falta en otras circunstancias. Esto se ilustra:
- ya en 1871, la colaboración entre Prusia y el gobierno de Versalles con respecto a la Comuna (liberación de los soldados franceses que iban a ser utilizados durante la "semana sangrienta");
- en 1918, la "solidaridad" del bloque imperialista de la Entente[12] con la burguesía alemana amenazada por la revolución proletaria (liberación de los soldados alemanes utilizados en la masacre de los Espartaquistas).
Por lo tanto, de una manera que no es paralela e independiente, sino antagónica y mutuamente determinante, se está desarrollando el curso histórico hacia la guerra y hacia la revolución. Además, no es solo en términos del futuro de la sociedad que la guerra y la revolución imperialista se excluyen mutuamente como respuestas de las dos clases históricamente antagónicas, sino que también en sus preparativos respectivos se manifiesta su oposición.
La preparación de la guerra imperialista presupone para el capitalismo el desarrollo de una economía de guerra, de la cual el proletariado, por supuesto, soporta la carga más pesada. Por lo tanto, es ya mediante la lucha contra la austeridad que obstaculiza estos preparativos y que muestra que no está listo para apoyar los sacrificios aún más terribles que la burguesía pediría durante una guerra imperialista. Prácticamente, la lucha de clases, incluso para fines limitados, representa, para el proletariado, una ruptura en la solidaridad con "su" capital nacional, una solidaridad que se le demanda que se manifieste en la guerra. También expresa una tendencia a romper con los ideales burgueses como la "democracia", la "legalidad", la "patria", el falso "socialismo", en defensa de los cuales los trabajadores serán llamados a hacerse masacrar y masacrar a sus hermanos de clase. Ella permite, en fin, que se desarrolle su unidad, condición indispensable de su capacidad para oponerse, a escala internacional, al arreglo de cuentas entre bandidos imperialistas.
La entrada del capitalismo, a mediados de la década de 1960, en una fase de aguda crisis económica significa la inminencia de la perspectiva definida por el IC: "guerra imperialista y revolución proletaria", como respuestas específicas de cada una de las dos clases principales de la sociedad a tal crisis. Pero esto no significa que los dos términos de esta perspectiva se desarrollarán simultáneamente. Es bajo la forma de una alternativa, es decir, de exclusión mutua, que estos dos términos se presentan a sí mismos:
- o el capitalismo impone su respuesta y eso significa que anteriormente ha superado la resistencia de la clase trabajadora,
- o el proletariado trae su solución y huelga decir que ha logrado paralizar la mano asesina del imperialismo.
La naturaleza del presente curso hacia la guerra imperialista o la guerra de clases es, por lo tanto, la traducción de la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. Como lo han hecho antes que nosotros la mayoría de los revolucionarios, especialmente Marx, son estas relaciones de fuerzas las que debemos estudiar. Pero esto supone que uno tiene criterios para tal evaluación que no son necesariamente idénticos a los utilizados en el pasado. La definición de tales criterios presupone, por lo tanto, tanto el conocimiento de los del pasado, la distinción entre los que siguen siendo válidos y los que se han vuelto obsoletos en vista de la evolución de la situación histórica, así como la toma de cuenta de nuevos criterios impuestos por esta evolución. En particular, no se puede aplicar mecánicamente los esquemas del pasado a pesar de que es necesario empezar desde el estudio de las condiciones que permitieron la ruptura, es decir, la guerra imperialista en 1914 y 1939.
Con la interrupción de la lucha de clases, o más precisamente, la destrucción del poder de clase del proletariado, la destrucción de su conciencia, la desviación de sus luchas, la burguesía consigue operar a través de sus agentes en el proletariado, vaciando sus luchas de su contenido revolucionario y enrumbándolos en los rieles del reformismo y el nacionalismo, que es la condición última y decisiva para el estallido de la guerra imperialista.
Esto debe entenderse no desde un punto de vista estrecho y limitado del proletariado de un país, sino internacionalmente.
De esta forma, la recuperación parcial, el resurgimiento de las luchas y huelgas observadas en 1913 en Rusia no disminuye nuestra afirmación. Mirando las cosas más de cerca, veremos que el poder del proletariado internacional en vísperas de 1914, las victorias electorales, los principales partidos socialdemócratas y los sindicatos de masas, la gloria y el orgullo de la Segunda Internacional, no eran más que una apariencia, una fachada, que esconde bajo su barniz la profunda decadencia ideológica. El movimiento obrero, socavado y podrido por el oportunismo reinante, debía derrumbarse, como un castillo de naipes, frente al primer soplo de guerra.
La realidad no se traduce como el fotógrafo cronológico de los eventos. Para entenderla, se debe comprender el movimiento interno subyacente, los cambios profundos que ocurrieron antes de que aparecieran en la superficie y sean registradas por fechas. Cometeríamos un grave error al querer permanecer fieles al orden cronológico de la historia y presentar la guerra de 1914 como la causa del colapso de la Segunda Internacional, cuando, de hecho, el estallido de la guerra estuvo directamente condicionado por la degeneración oportunista previa del movimiento obrero internacional. Las frases internacionalistas sonoras y bravuconas eran la apariencia externa que daba una falsa seguridad, en lo interno de los partidos de la 2ª Internacional triunfaba y dominaba la tendencia nacionalista. La guerra de 1914 no hizo más que poner en evidencia, a plena luz del día, el aburguesamiento de los partidos de la Segunda Internacional, la sustitución de su programa revolucionario inicial, por la ideología del enemigo de clase, su apego a los intereses de la burguesía nacional.
Este proceso interno de destrucción de la consciencia de clase ha manifestado su finalización, abiertamente, en el estallido de la guerra de 1914 que él ha condicionado.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial estuvo sujeto a las mismas condiciones.
Podemos distinguir tres etapas necesarias y sucesivas entre las dos guerras imperialistas.
La primera termina con el agotamiento de la gran ola revolucionaria posterior a 1917 y consiste en una serie de derrotas de la revolución en varios países, en la derrota de la Izquierda excluida de la Internacional Comunista donde triunfa el centrismo[13] y el compromiso de la URSS en una evolución hacia el capitalismo a través de la teoría y la práctica del "socialismo en un solo país".
La segunda etapa es la de la ofensiva general del capitalismo internacional llegando a liquidar las convulsiones sociales en el centro decisivo donde se juega la alternativa histórica del capitalismo/socialismo: Alemania, mediante el aplastamiento físico del proletariado y el establecimiento del régimen de Hitler jugando el rol de gendarme de Europa. En esta etapa corresponde la muerte definitiva del IC y la quiebra de la Oposición de Izquierda de Trotsky que, incapaz de reagrupar las energías revolucionarias, se compromete por la coalición y la fusión con grupos y corrientes oportunistas de la izquierda socialista y se orienta hacia prácticas de bluf y aventurerismos proclamando la formación de la Cuarta Internacional.
La tercera etapa fue la desviación total del movimiento obrero de los países "democráticos". Bajo la máscara de la defensa de las "libertades" y "conquistas" de los trabajadores amenazadas por el fascismo, en realidad se intentó y se logró que el proletariado se alistara a la defensa de la democracia, es decir, de la burguesía nacional, de su patria capitalista. El antifascismo era la plataforma, la ideología moderna del capitalismo, que los partidos traidores al proletariado usaban para envolver la mercancía putrefacta de la defensa nacional.
En esta tercera etapa opera el paso definitivo de los llamados partidos comunistas al servicio de su capitalismo respectivo, la destrucción de la conciencia de clase por el envenenamiento de las masas, por la ideología antifascista, la adhesión de las masas a la futura guerra imperialista a través de su movilización en los "frentes populares", las huelgas desnaturalizadas y desviadas de 1936.
La guerra antifascista española, la victoria definitiva del capitalismo de Estado en Rusia se manifestó, entre otras cosas, por la feroz represión y matanza física de cualquier intento de reacción revolucionaria, su adhesión a la Liga de las Naciones; su integración en un bloque imperialista y el establecimiento de la economía de guerra para la guerra imperialista. Este período también se registró la liquidación de muchos grupos revolucionarios y comunistas de Izquierda surgidos de la crisis de la IC y que, a través de la adhesión a la ideología antifascista, a la "defensa del Estado obrero" en Rusia, estaban atrapados en el engranaje del capitalismo y perdidos, definitivamente, en tanto como expresión de la vida de la clase. Nunca antes la historia había registrado tal divorcio entre la clase y los grupos que expresan sus intereses y su misión. La vanguardia estaba en un estado de aislamiento absoluto y se reduce cuantitativamente a pequeñas islas insignificantes.
La gran ola de la revolución que surgió a finales de la primera guerra imperialista sumió al capitalismo internacional en un tal temor, que ha hecho falta este largo período de desarticulación de las bases del proletariado para que se cumplan las condiciones para el estallido de la nueva guerra imperialista mundial". (ídem)
A estas líneas luminosas, podemos agregar, aún, los siguientes elementos:
- la evolución oportunista y la traición de los partidos de la II Internacional fue permitida por las características del capitalismo en su apogeo, que, por su progreso económico, por su aparente falta de convulsiones profundas, por las reformas que fue capaz de conceder a la clase trabajadora, había favorecido la idea de una transformación gradual, pacífica y legal hacia el socialismo desde la sociedad burguesa;
- uno de los elementos esenciales de la confusión proletaria entre las dos guerras era la existencia y la política de la URSS. Esta había ocasionado dos reacciones igualmente negativas en la inmensa mayoría de los trabajadores: o bien, les había asqueado sobre toda perspectiva socialista devolviéndolos a regazo de la socialdemocracia; o bien, los que seguían creyendo que Rusia era la “Patria del Socialismo” sometieron sus luchas a los imperativos de la defensa de sus intereses imperialistas.
Del análisis de las condiciones que llevaron al estallido de las dos guerras imperialistas, podemos extraer las siguientes lecciones comunes:
- la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado solo puede juzgarse de manera mundial y no puede tener en cuenta las excepciones que pueden afectar a las zonas secundarias: es esencialmente la situación de un cierto número de países grandes de lo que se puede deducir la verdadera naturaleza de esta relación de fuerzas;
- para que la guerra imperialista pueda estallar, el capitalismo necesita imponer previamente una profunda derrota al proletariado, sobre todo, una derrota ideológica y física, si el proletariado ha mostrado anteriormente una fuerte combatividad (caso de Italia, Alemania y España entre las dos guerras);
- para esta derrota no basta una pasividad de la clase, si no que se necesita la adhesión entusiasta de ella a ideales burgueses ("democracia", "antifascismo", "socialismo en un solo país");
- la adhesión a estos ideales supone:
(a) que ellas tengan una apariencia de realidad (posibilidad de un desarrollo infinito y sin problemas del capitalismo y la "democracia"; el origen obrero del régimen que se establece en la URSS),
(b) que ellas estén asociadas de una forma u otra con la defensa de intereses proletarios,
(c) que tal asociación sea defendida entre los trabajadores por organizaciones que tienen la confianza de haber sido en el pasado los defensores de sus intereses, es decir, que los ideales burgueses tienen como defensores a las organizaciones anteriormente proletarias que han traicionado.
Estas son, en términos generales, las condiciones que han permitido el estallido de guerras imperialistas en el pasado. No se dice a priori que una posible guerra imperialista futura necesite condiciones idénticas, pero en la medida en que la burguesía toma conciencia del peligro que podría representar para ella un brote prematuro de hostilidades (a pesar de todos estos preparativos preliminares, incluso la Segunda Guerra Mundial provoca una reacción de los trabajadores en 1943 en Italia y en 1944/45 en Alemania), no vamos demasiado lejos al considerar que se lanzaran en una confrontación generalizada solo si es consciente de controlar igual de bien la situación como en 1939, o al menos como en 1914. En otras palabras, para que la guerra imperialista sea posible nuevamente, debe haber al menos las condiciones enumeradas anteriormente y si no es el caso, debe haber otras capaces de compensar las que faltan.
En el pasado, el terreno principal en el que se decidió el curso histórico fue Europa, especialmente sus tres países más poderosos, Alemania, Inglaterra y Francia, y países en un segundo orden como España e Italia. Hoy, esta situación sigue siendo parcialmente similar en la medida en que es este continente el que sigue siendo el objetivo esencial del choque entre los dos bloques imperialistas. Cualquier evaluación del curso pasa por el examen de la situación de la lucha de clases en estos países, pero, al mismo tiempo, no podría completarse si no se tuviera en cuenta la situación en la URSS y en China.
Si examinamos todos estos países, podemos ver que, en ninguna parte, durante varias décadas, el proletariado ha sido derrotado físicamente; la última de las derrotas en este orden ha llegado a un país tan marginal como Chile. Del mismo modo, no podemos encontrar en ninguno de estos países una derrota ideológica comparable a la de 1914, es decir, permitiendo una adhesión entusiasta de los proletarios al capital nacional:
- las viejas mistificaciones como "antifascismo" o "socialismo en un país" han fracasado incluso si se enfrenta a la ausencia de un "fascismo aterrador" y la exposición de la realidad de este "socialismo",
- la creencia en un progreso permanente y pacífico del capitalismo ha sido severamente sacudida por más de medio siglo de convulsiones y barbarie, y las ilusiones que se desarrollaron con la reconstrucción de la segunda posguerra ahora son maltratadas por el desarrollo de la crisis,
- el chovinismo, incluso si se mantiene de manera no despreciable entre un cierto número de países del Tercer Mundo, no tiene el mismo impacto que en el pasado:
- sus fundamentos están siendo socavados por el desarrollo del capitalismo, que cada día suprime un poco más las diferencias y especificidades nacionales,
- con la excepción de las dos grandes potencias, la URSS y los EEUU, existe la necesidad de la movilización, no detrás de un país, sino detrás de un bloque,
- en la medida en que es en nombre del interés nacional que cada vez se exigen más sacrificios a los trabajadores frente a la crisis, este "interés nacional" aparecerá cada vez más como el enemigo directo de sus intereses de clase, de hecho, en la actualidad el chovinismo, disfrazado de independencia nacional, encuentra verdadero refugio solo en los países más atrasados.
- la defensa de la "democracia" y la "civilización", que hoy ha tomado la forma de campañas de Carter sobre "derechos humanos"[14] y tiene la ventaja de garantizar una unidad ideológica para el conjunto del bloque occidental, encuentra un éxito significativo solo entre las peticiones habituales del medio intelectual y de "nuevos filósofos", pero muy pocas entre las nuevas generaciones de proletarios que no ven mucho qué relación pueda existir entre sus intereses y esos "derechos humanos" que sus promotores burlan cínicamente,
- los antiguos partidos obreros socialdemócratas y "comunistas" han traicionado durante demasiado tiempo a su clase para que puedan tener un impacto comparable al del pasado: los primeros han sido, durante más de 60 años, gerentes leales del capitalismo, su función anti-proletaria es probada y reconocida por muchos trabajadores. Por último, son ellos quienes en los últimos años han tenido la tarea, en la mayoría de los países de Europa Occidental, de dirigir gobiernos que son sinónimo de austeridad y medidas antiobreras, y si ayuda a restaurar un poco su escudo, su cura de oposición actual, no puede darles un entusiasta apoyo de los proletarios. En cuanto a los partidos estalinistas, se puede decir que los proletarios no les muestran ninguna confianza dónde gobiernan: los odian, y en los países en donde la pertenencia al campo occidental los confina en la oposición y donde pueden tener un cierto impacto en la clase, este impacto no es directamente utilizable para una movilización detrás del bloque estadounidense presentado por ellos como "el principal enemigo del pueblo". Globalmente, para ser verdaderamente eficaz, la traición de un partido obrero debe ser reciente y servir, como los fósforos, solo una vez para una movilización masiva detrás de la guerra imperialista: este es el caso de la socialdemocracia, cuya abierta traición se remonta a 1914, en menor medida a los partidos "comunistas", que traicionaron en la década de 1920 antes de desempeñar su papel de promotores de la guerra en la década de 1930, el peso de la brecha entre las dos fechas se ven parcialmente compensadas por el hecho de que es precisamente, lo que reclaman bien fuerte, contra la traición socialdemócrata que se había formado. En la actualidad, la burguesía ya no tiene esta ventaja considerable que en el pasado había hecho la decisión: los izquierdistas, y especialmente los trotskistas, han solicitado su candidatura a la sucesión de los socialdemócratas y estalinistas para este trabajo sucio, pero enseguida, tienen dos limitantes importantes, por un lado, su impacto está lejos del de sus maestros, y por otro lado, antes de que este impacto pueda desarrollarse de manera significativa, revelan abiertamente su naturaleza burguesa al especializarse en el papel de gancho para los partidos de izquierda.
Como se puede ver, ninguna de las condiciones que permitieron el enrolamiento en los conflictos imperialistas del pasado existe hoy en día, y no vemos por cual nueva mistificación podría tomar el relevo en el futuro inmediato de aquellos que fracasaron. Es este análisis que ya estaba en la base de la toma de posición de los camaradas de Internacionalismo cuando ellos saludaron el inicio del año 68, que venía lleno de promesas de lucha de clases, frente a la crisis que se estaba desarrollando. Es este mismo análisis el que permitió a RI escribir en 68, antes del caluroso otoño italiano de 69, la insurrección polaca de los 70 y toda la ola de luchas que dura hasta 1974:
"El capitalismo tiene cada vez menos temas de mistificación capaces de movilizar a las masas y lanzarlas a la masacre... En estas condiciones, la crisis aparece desde sus primeras manifestaciones por lo que es: desde sus primeros síntomas, aparecerá en todos los países reacciones cada vez más violentas de las masas... Mayo de 68 aparece en toda su significación por ser una de las primeras y una de las reacciones más importantes de la masa de trabajadores frente a una situación económica global en vías de deterioro." (RI N ° 2, serie antigua)
Es este análisis, basado en las posiciones clásicas del marxismo (la inevitabilidad de la crisis y la provocación por ella misma, de confrontaciones de clase), así como sobre la experiencia de más de medio siglo, que ha permitido a nuestra corriente, mientras que muchos otros grupos hablaban solo de contrarrevolución y no veían nada venir, predecir la recuperación histórica de la clase a partir de 1968, así como el remonte actual, luego de un declive entre 1974 y 1978.
Pero hay revolucionarios que, más de 10 años después de 1968, aún no han entendido su significado y pronostican el curso hacia una tercera guerra imperialista. Veamos sus argumentos:
(a) La existencia actual de conflictos Inter imperialistas localizados:
Algunos revolucionarios han comprendido perfectamente que detrás de las llamadas luchas de liberación nacional están ocultos conflictos Inter imperialistas (cada vez peor, es cierto, hasta el punto de que incluso una corriente tan miope como el bordiguismo, de vez en cuando, está obligada a reconocerlo). De la persistencia de tales conflictos durante décadas, no han concluido cabalmente en un "aumento de la revolución", siguiendo la expresión trotskista. Los seguiremos en este punto. Pero van más lejos y concluyen que la mera existencia de tales conflictos y su reciente intensificación significa que la clase está golpeada mundialmente y no podrá oponerse a una nueva guerra imperialista. La pregunta que no plantean, lo que demuestra la naturaleza errónea de su enfoque, es: "¿por qué la multiplicación y el agravamiento de los conflictos locales no han degenerado en un conflicto generalizado?" A esta pregunta, algunos, como la Organización de Trabajadores Comunistas (OTC) (ver la Conferencia de noviembre de 78) responden: "porque la crisis aún no es lo suficientemente profunda", o "los preparativos militares y estratégicos no se han completado". La historia misma niega estas interpretaciones:
- en 1914, la crisis y los armamentos eran mucho más escasos cuando el conflicto de Serbia degeneró en una guerra mundial.
- en 1939, después del New Deal y la política económica nazi, que había restaurado parcialmente la situación de 1929, la crisis no se sintió más violentamente que hoy, del mismo modo, en ese momento, los bloques no estaban completamente constituidos ya que la URSS estaba prácticamente al lado de Alemania y los EEUU todavía eran "neutrales".
De hecho, las condiciones están más que maduras para una nueva guerra imperialista, el único dato militar que falta es la adhesión del proletariado ... Pero eso no es lo menos importante.
(b) Los nuevos datos tecnológicos del armamento:
Para algunos, siguiendo el ejemplo de los que habían declarado la guerra imposible en el pasado debido al gas venenoso o la aviación, la existencia del arsenal atómico prohíbe, en adelante, el recurso a una nueva guerra generalizada que significaría la amenaza de una destrucción total de la sociedad. Ya hemos denunciado las ilusiones pacifistas contenidas en tal concepción. Por otro lado, otros creen que el desarrollo de la tecnología prohíbe toda posibilidad para el proletariado, de intervenir en una guerra moderna porque utiliza armas, principalmente, sofisticadas manejadas por especialistas y muy pocas masas de soldados. La burguesía tendría las manos libres para conducir su guerra atómica sin temor a ninguna amenaza de motín, como fue el caso en 1917-18. Lo que ignora tal análisis es que:
- el armamento atómico no es, por mucho, el único disponible para la burguesía; el gasto en armas convencionales es aún mucho más elevado que el de las armas nucleares.
- si esta clase hace la guerra, no es a priori, para hacer un máximo de destrucción, sino para apoderarse de los mercados, los territorios y la riqueza del enemigo; en este sentido, incluso si este es el recurso extremo, no tiene ningún interés en utilizar el arma atómica desde el principio, y el problema de la movilización de los hombres para la ocupación de territorios conquistados continua formulándose: así, como en el pasado, se mantiene la necesidad de reclutar a decenas de millones de proletarios como condición de la guerra imperialista.
(c) La guerra-continente:
Está en el proceso de la generalización del conflicto imperialista un aspecto del engranaje involuntario que escapa a todo control de cualquier gobierno. Tal fenómeno hace que algunos digan que, sea cual sea el nivel de la lucha de clases, el capitalismo puede hundir a la humanidad en la guerra generalizada "por accidente", después de esa pérdida de control de la situación. Obviamente, no existe una garantía absoluta de que el capitalismo nunca nos sirva tal menú, pero la historia ha demostrado que es menos probable que este sistema vaya a este tipo de "inclinaciones naturales" que se sienta amenazada por el proletariado.
d) La insuficiencia de la reacción proletaria:
Algunos grupos, como "Battaglia Communista", creen que la respuesta proletaria a la crisis es insuficiente para constituir un obstáculo al curso hacia la guerra imperialista, creen que las luchas deben ser de "naturaleza revolucionaria" para que realmente puedan contrarrestar a este curso y basan su argumento en el hecho de que en 1917-18 fue solo la revolución la que puso fin a la guerra imperialista. De hecho, cometen un error al tratar de transponer un esquema en sí mismo en una situación que no encaja. Efectivamente, un ascenso del proletariado en y contra de la guerra toma desde el comienzo la forma de una revolución:
- porque la sociedad está entonces inmersa en la forma más extrema de su crisis, la que impone a los proletarios los más terribles sacrificios,
- porque los proletarios en uniforme se encuentran armados,
- porque las medidas excepcionales (ley marcial, etc.) que prevalecen hacen que cualquier enfrentamiento de clase sea más violento y frontal,
- porque la lucha contra la guerra adquiere inmediatamente una forma política de confrontación con el Estado que lidera la guerra sin pasar por la etapa de las luchas económicas que, ellas, son mucho menos frontales.
Pero todo lo demás es la situación cuando la guerra aún no se ha declarado.
En estas circunstancias, cualquier tendencia, incluso limitada al aumento de las luchas en el terreno de la clase, es suficiente para controlar el engranaje en la medida que:
- ella refleja una falta de adherencia de los trabajadores a las mistificaciones capitalistas,
- la imposición a los trabajadores de sacrificios mucho más grandes que aquellos que causaron las primeras reacciones puede desencadenar una respuesta proporcional de parte de ellos.
Así, mientras las amenazas de una guerra imperialista generalizada continúan surgiendo a principios del siglo XX, que las oportunidades de su estallido no faltan (guerra ruso-japonesa, enfrentamientos franco-alemanes sobre Marruecos, conflicto en los Balcanes, invasión de Tripolitania por Italia), el hecho de que hasta 1912 la clase obrera (manifestaciones masivas) y la Internacional (mociones especiales a los Congresos de 1909 y 1910, Congreso Extraordinario en 1912 sobre la cuestión de la guerra) se movilizan durante cada conflicto local no es ajeno a la no generalización de estos conflictos. Y es solo cuando la clase trabajadora, dormida por los discursos de los oportunistas, deja de movilizarse contra la amenaza de la guerra (entre 1912 y 1914), que el capitalismo puede desencadenar la guerra imperialista desde un incidente (el atentando en Sarajevo) aparentemente benigno en comparación con los precedentes.
En la actualidad, no es necesario que la revolución golpee la puerta antes de que se bloquee el curso hacia la guerra imperialista.
(e) La guerra, una condición necesaria para la revolución:
La observación de que, hasta el presente, las grandes oleadas revolucionarias del proletariado (la Comuna de 1871, Revoluciones de 1905 y 1917/18) surgieron como resultado de guerras, llevaron a ciertas corrientes, incluida la Izquierda Comunista de Francia, a considerar que solo de una nueva guerra podría surgir una nueva revolución. Si bien este enfoque, aunque falso, era defendible en 1950, su mantenimiento en la actualidad es un apego fetichista y no crítico al esquema del pasado. El papel de los revolucionarios no es recitar catecismos bien aprendido en los libros de historia al considerar que se repite de manera inmutable. En general, la historia no se repite y si es necesario conocerla bien para comprender el presente, el estudio de este presente, con todas sus especificidades, es aún más necesario. Tal esquema de revolución surgido únicamente de la guerra imperialista ahora es doblemente erróneo:
- hizo caso omiso de la posibilidad de un levantamiento revolucionario después de una crisis económica (de acuerdo con el esquema previsto por Marx, si esto puede tranquilizar a los fetichistas),
- se pone en una perspectiva que no tiene nada ineludible (como lo demostró el resultado de la guerra imperialista de 1939/45) y que presupone una etapa - una tercera guerra generalizada - que es muy probable, dado los medios actuales de destrucción, para privar permanentemente a la humanidad de cualquier posibilidad de realizar el socialismo o incluso de su existencia.
En fin, tal análisis puede tener consecuencias desastrosas para la lucha, como veremos.
Los errores en el análisis de los cursos tienen, como hemos visto, siempre consecuencias graves. Pero el nivel de esta gravedad es diferente según el tipo de rumbo: hacia el ascenso de la lucha de clases o hacia la guerra imperialista. Cometer errores cuando la clase retrocede puede ser catastrófico para los propios revolucionarios (por ejemplo, el KAPD) pero tiene poco impacto en la clase misma en la que, de todas formas, tienen poca audiencia. Por otro lado, un error en la reanudación de la lucha de clases, en un momento en que la influencia de los revolucionarios aumenta en su seno, puede tener consecuencias trágicas para toda la clase. En lugar de empujarla a la lucha, alentar sus iniciativas, de permitir el desarrollo de sus potencialidades, un lenguaje de "doctores asiduos" actuará en este momento como un factor de desmoralización y se convertirá en un obstáculo para la reanudación del movimiento.
Por eso, a falta de criterios decisivos que demuestren la realidad de un retroceso, los revolucionarios siempre han apostado por el término positivo de la alternativa, ante la perspectiva de un aumento de las luchas y no sobre una derrota: el terror del médico que abandona el cuidado de un paciente que aún tiene la oportunidad de vivir es mucho peor que el del médico que se esfuerza por tratar a un paciente que no tiene ninguno mal.
Es por eso que hoy no es tanto para los revolucionarios, que prevean un curso de reactivación, de aportar la prueba irrefutable de su análisis, sino para aquellos que anuncian un curso hacia la guerra.
En la hora actual, decir a la clase trabajadora, aunque no del todo seguro, que la perspectiva que tiene ante sí es "la de una nueva guerra imperialista” en la que, tal vez, pueda resurgir, es irresponsable. Si existe la posibilidad, incluso la más pequeña posible, de que sus luchas puedan evitar el estallido de un nuevo holocausto imperialista, el papel de los revolucionarios es apostar con todas sus fuerzas en esta oportunidad y alentar tanto como sea posible las luchas de clase al resaltar la apuesta por ella y por la humanidad.
Nuestra perspectiva no predice la inevitabilidad de la revolución. No somos charlatanes y sabemos muy bien, a diferencia de algunos revolucionarios fatalistas, que la revolución comunista no es "tan cierta como si ya hubiera tenido lugar". Pero cualquiera que sea el resultado final de estas luchas, que la burguesía intentará escalonar para infligir a la clase una serie de derrotas parciales, que preludia su derrota definitiva, el capitalismo no puede, a partir de ahora, imponer su propia respuesta a la crisis de sus relaciones de producción sin enfrentar directamente al proletariado.
Es en parte la capacidad de los revolucionarios para hacer sus tareas, y en particular para definir las perspectivas correctas para el movimiento de clase, que depende que estos combates sean victoriosos, y que conduzcan a la revolución y al comunismo.
[1] Publicamos un folleto en inglés y francés con documentos de estas conferencias. Para relaciones sobre su evolución ver Revista Internacional nº 16 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2065/segunda-conferencia-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista [12] , Revista Internacional nº 17 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197904/2289/resoluciones-presentadas-por-la-cci-a-la-2-conferencia-internacion [13] , Revista Internacional nº 22 https://es.internationalism.org/revista-internacional/201003/2829/el-sectarismo-una-herencia-de-la-contrarrevolucion-que-hay-que-sup [14]
[2] Ver nuestras "TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION [15]".
[3] Ver Militarismo y Descomposición, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion [16]
[4] Ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario [17]
[5] Ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/201711/4256/22-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional [18] especialmente el punto 11.
[6]Karl Marx, El Capital: Tomo I, vol.1 (México D.F.: Siglo XXI Editores, 2008), pág. 216.
[7]Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), 14.
[8] Ver la carta del grupo FOR (Fomento Obrero Revolucionario) aparecida en Révolution Internationale números 56 y 57. Révolution Internationale es el órgano de la CCI en Francia. Los textos correspondientes a los artículos mencionados puede encontrarse en francés en https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197901/9395/revolution-internationale-n-57-janvier [19] y https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197902/9396/revolution-internationale-n-58-fevrier [20]
[9] Ver nuestro libro 1936: Franco y la República masacran al proletariado, https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [21]
[10] Para un análisis global, que incluye la visión del curso histórico, del principal exponente de la Izquierda Comunista Alemana -el KAPD- ver Fundación del KAPD de nuestra Serie sobre la Revolución Proletaria en Alemania (1918-23). https://es.internationalism.org/revista-internacional/199704/2782/vii-la-fundacion-del-kapd [22]
[11] Publicado en Revista Internacional nº 59: Las verdaderas causas de la segunda guerra mundial, https://es.internationalism.org/revista-internacional/198910/2140/internationalisme-1945-las-verdaderas-causas-de-la-segunda-guerra- [23]
[12] Formado por Gran Bretaña y Francia al que se sumó desde 1917 Estados Unidos.
[13] El estalinismo se presentó como un “centro” entre la izquierda de la Oposición y las Izquierdas Comunistas (muy diferentes entre sí) y la derecha que propugnaba Bujarin.
[14] El presidente estadounidense Carter (1976-80) propugnó como ideología de preparación de la guerra imperialista generalizada la “defensa de los derechos humanos”, aunque no tuvo mucho éxito.
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La existencia, durante el periodo de transición, de una división de la sociedad en clases con intereses antagónicos hace surgir en ella un Estado, que tendrá como tarea garantizar las adquisiciones de la sociedad transitoria, tanto contra cualquier intento interior o exterior de restauración del poder de las antiguas clases explotadoras como para mantener la cohesión contra el peligro de desgarramiento resultante de las oposiciones entre las diferentes clases no explotadoras que siguen existiendo en ella.
El Estado del periodo de transición contiene varias diferencias con el de las sociedades anteriores:
– Por primera vez en la historia, es un Estado que no está al servicio de una minoría explotadora para oprimir la mayoría, sino que está al servicio de la mayoría compuesta de las clases y capas no explotadoras contra la minoría derrotada de las antiguas clases dominantes.
– no es la emanación de una sociedad y de relaciones de producción estables, sino de una sociedad cuya característica permanente es el trastorno constante en el que se producen las mayores transformaciones conocidas por la historia.
– No puede identificarse a ninguna clase económicamente dominante, al no existir clase de ese tipo en la sociedad del periodo de transición.
– Contrariamente al Estado en las sociedades pasadas, el Estado del periodo de transición al comunismo ya no tiene el monopolio de las armas. Por esas razones con sus implicaciones los marxistas han hablado siempre de semi-Estado a su respecto.
Pero el Estado conserva ciertas características de los del pasado. Sigue siendo el órgano des estatus-quo, encargado de codificar, legalizar un estado económico ya existente, sancionarlo, darle fuerza de ley para que su aceptación sea obligatoria por todos los miembros de la sociedad. Durante el periodo de transición, el Estado tendrá tendencia a conservar el estado económico existente y, por ello, seguirá siendo un órgano fundamentalmente conservador, con tendencias a:
– no a favorecer la transformación social, sino a oponerse a ella;
– mantener las condiciones que le dan vida: la división de la sociedad en clases;
– colocarse por encima de la sociedad, imponerse a ella y perpetuar su propia existencia y desarrollar sus prerrogativas;
– unir su existencia con la coerción, la violencia que utiliza necesariamente durante el periodo de transición, tendiendo a reforzar y mantener ese tipo de regulación de las relaciones sociales;
– ser un caldo para la formación de una burocracia, proporcionando un lugar de concentración a los tránsfugas de las antiguas clases y a los ejecutivos que había destruido la revolución.
Por ello el Estado del periodo de transición siempre ha sido considerado por los marxistas como una “calamidad”, un “mal necesario” del que se ha de “limitar los aspectos más nefastos” (Engels). Todas esas razones permiten deducir que, contrariamente a lo que ocurrió por el pasado, la clase revolucionaria no puede identificarse al Estado del periodo de transición.
Por otro lado, el proletariado no es una clase económicamente dominante. No lo es en el capitalismo, no lo será en la sociedad transitoria. No posee en ésta ninguna economía, ninguna propiedad aunque sea colectiva, sino que lucha a favor de la desaparición de la economía, de la propiedad. Por otro lado, el proletariado, como clase portadora del comunismo, motor del trastorno de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca contra el órgano que tiende por su lado a perpetuar esas condiciones. Por esto no se puede hablar de “Estado socialista”, como tampoco de “Estado obrero” o “proletario” durante el periodo de transición.
Ese antagonismo entre proletariado y Estado se manifiesta tanto sobre el plano inmediato como en el histórico.
En el plano inmediato, el proletariado tendrá que oponerse a las intrusiones y la presión del Estado como manifestación de una sociedad en la que perduran clases con intereses antagónicos.
En el plano histórico, la necesaria extinción del Estado en el comunismo, ya puesta en evidencia por el marxismo, no será el resultado de su propia dinámica sino el fruto de la presión del proletariado que lo despojará progresivamente de todos sus atributos a medida de la evolución hacia la sociedad sin clases.
Por todas esas razones, el proletariado debe servirse del Estado durante el periodo de transición, pero debe conservar su total independencia con respecto a él. La dictadura del proletariado no se confunde entonces con el Estado. Entre ambos existe una relación de fuerzas constante que el proletariado tendrá que mantener a su favor: el proletariado ejerce su dictadura por medio de sus organización general, unitaria, independiente y armada: los consejos obreros, que participan como tales en los soviets territoriales (en los que está representado el conjunto de la población no explotadora y de la que emana la estructura estatal) si confundirse con ellos, para afirmar una hegemonía de clase sobre todas las estructuras de la sociedad del periodo de transición.
Marzo 1979
La existencia, durante el periodo de transición, de una división de la sociedad en clases con intereses antagónicos hace surgir en ella un Estado, que tendrá como tarea garantizar las adquisiciones de la sociedad transitoria, tanto contra cualquier intento interior o exterior de restauración del poder de las antiguas clases explotadoras como para mantener la cohesión contra el peligro de desgarramiento resultante de las oposiciones entre las diferentes clases no explotadoras que siguen existiendo en ella.
El Estado del periodo de transición contiene varias diferencias con el de las sociedades anteriores:
– Por primera vez en la historia, es un Estado que no está al servicio de una minoría explotadora para oprimir la mayoría, sino que está al servicio de la mayoría compuesta de las clases y capas no explotadoras contra la minoría derrotada de las antiguas clases dominantes.
– no es la emanación de una sociedad y de relaciones de producción estables, sino de una sociedad cuya característica permanente es el trastorno constante en el que se producen las mayores transformaciones conocidas por la historia.
– No puede identificarse a ninguna clase económicamente dominante, al no existir clase de ese tipo en la sociedad del periodo de transición.
– Contrariamente al Estado en las sociedades pasadas, el Estado del periodo de transición al comunismo ya no tiene el monopolio de las armas. Por esas razones con sus implicaciones los marxistas han hablado siempre de semi-Estado a su respecto.
Pero el Estado conserva ciertas características de los del pasado. Sigue siendo el órgano des estatus-quo, encargado de codificar, legalizar un estado económico ya existente, sancionarlo, darle fuerza de ley para que su aceptación sea obligatoria por todos los miembros de la sociedad. Durante el periodo de transición, el Estado tendrá tendencia a conservar el estado económico existente y, por ello, seguirá siendo un órgano fundamentalmente conservador, con tendencias a:
– no a favorecer la transformación social, sino a oponerse a ella;
– mantener las condiciones que le dan vida: la división de la sociedad en clases;
– colocarse por encima de la sociedad, imponerse a ella y perpetuar su propia existencia y desarrollar sus prerrogativas;
– unir su existencia con la coerción, la violencia que utiliza necesariamente durante el periodo de transición, tendiendo a reforzar y mantener ese tipo de regulación de las relaciones sociales;
– ser un caldo para la formación de una burocracia, proporcionando un lugar de concentración a los tránsfugas de las antiguas clases y a los ejecutivos que había destruido la revolución.
Por ello el Estado del periodo de transición siempre ha sido considerado por los marxistas como una “calamidad”, un “mal necesario” del que se ha de “limitar los aspectos más nefastos” (Engels). Todas esas razones permiten deducir que, contrariamente a lo que ocurrió por el pasado, la clase revolucionaria no puede identificarse al Estado del periodo de transición.
Por otro lado, el proletariado no es una clase económicamente dominante. No lo es en el capitalismo, no lo será en la sociedad transitoria. No posee en ésta ninguna economía, ninguna propiedad aunque sea colectiva, sino que lucha a favor de la desaparición de la economía, de la propiedad. Por otro lado, el proletariado, como clase portadora del comunismo, motor del trastorno de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca contra el órgano que tiende por su lado a perpetuar esas condiciones. Por esto no se puede hablar de “Estado socialista”, como tampoco de “Estado obrero” o “proletario” durante el periodo de transición.
Ese antagonismo entre proletariado y Estado se manifiesta tanto sobre el plano inmediato como en el histórico.
En el plano inmediato, el proletariado tendrá que oponerse a las intrusiones y la presión del Estado como manifestación de una sociedad en la que perduran clases con intereses antagónicos.
En el plano histórico, la necesaria extinción del Estado en el comunismo, ya puesta en evidencia por el marxismo, no será el resultado de su propia dinámica sino el fruto de la presión del proletariado que lo despojará progresivamente de todos sus atributos a medida de la evolución hacia la sociedad sin clases.
Por todas esas razones, el proletariado debe servirse del Estado durante el periodo de transición, pero debe conservar su total independencia con respecto a él. La dictadura del proletariado no se confunde entonces con el Estado. Entre ambos existe una relación de fuerzas constante que el proletariado tendrá que mantener a su favor: el proletariado ejerce su dictadura por medio de sus organización general, unitaria, independiente y armada: los consejos obreros, que participan como tales en los soviets territoriales (en los que está representado el conjunto de la población no explotadora y de la que emana la estructura estatal) si confundirse con ellos, para afirmar una hegemonía de clase sobre todas las estructuras de la sociedad del periodo de transición.
Marzo 1979
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La proliferación de luchas de liberación nacional por todo el planeta, el creciente número de guerras locales entre Estados capitalistas, la carrera acelerada de preparativos de ambos bloques imperialistas para un postrer enfrentamiento, todos esos fenómenos que expresan la irreversible descomposición de la economía mundial capitalista hacen que sea cada día más importante para los revolucionarios, el explicar claramente lo que es el imperialismo. Los marxistas han afirmado que vivimos, desde hace 70 años, en la época de decadencia imperialista y han procurado sacar todas las consecuencias de ese hecho para la lucha de clases.
Sin embargo, y en particular con la contrarrevolución que cayó sobre el proletariado en los años 20, la tarea histórica de definir el imperialismo ha sido algo duramente entorpecido por el triunfo casi completo de la ideología burguesa bajo cualquiera de sus formas. Y de ahí que el significado del término IMPERIALISMO haya sido desvirtuado y vaciado de su contenido verdadero.
Esa labor embaucadora ha sido llevada a cabo en varios frentes. Primero, por los ideólogos burgueses tradicionales, quienes proclaman que el imperialismo se terminó con la transformación del “Imperio” británico en “Commanwealth” o con el abandono de las colonias por parte de las grandes potencias. También, por batallones de sociólogos, economistas y demás parlanchines de universidad, que se enfrentan a base de escritos, ensayos y otra literatura indigesta sobre el “Tercer Mundo”, sobre “Estudios para el desarrollo”, o sobre “el despertar del nacionalismo en las colonias”. Pero la palma de la patraña se la llevan los “marxistas” de la izquierda capitalista que protestan ruidosamente contra los crímenes del imperialismo americano, pretendiendo que Rusia y China son potencias antiimperialistas e incluso anticapitalistas. Y este lavado de cerebro concentrado y embrutecedor también ha alcanzado al movimiento revolucionario.
Así, algunos revolucionarios, quebrantados por los “descubrimientos” de los especialistas burgueses han acabado por dejar de referirse a las maquinaciones imperialistas del capitalismo, considerando al imperialismo como fenómeno trasnochado, superado en la historia del capitalismo. Otros, con sus esfuerzos por resistir a las trampas de la ideología burguesa, no han hecho sino transformar lo escrito por marxistas anteriores, en santas escrituras. Esto ocurre con los bordiguistas, por ejemplo, quienes aplican mecánicamente las “cinco características básicas del imperialismo” de Lenin al mundo de ahora, desdeñando toda la evolución que ha habido en los últimos sesenta años.
Y los marxistas no pueden ni ignorar la tradición teórica de la que han salido, ni transformarla en dogma. Lo que importa es asimilar de modo crítico a los clásicos del marxismo y explicar las contribuciones más importantes a un análisis de la realidad actual.
El propósito de este texto es el de aclarar el significado real y contemporáneo de la fórmula elemental de que en nuestra época el imperialismo domina el planeta entero y explicar el contenido de la afirmación de la Plataforma de la CCI: “el imperialismo se ha convertido en modo de supervivencia de cualquier nación sea esta grande o pequeña”, mostrar que, en el capitalismo moderno, todas las guerras tienen carácter imperialista, menos una : la guerra civil del proletariado contra la burguesía. Pero para todo eso, primero hay que volver a los debates sobre el imperialismo dentro del movimiento obrero.
En el periodo que acabó en la Primera Guerra Mundial, dentro de la Socialdemocracia, la cuestión “teórica” del imperialismo fue una frontera que separaba el ala revolucionaria, internacionalista, de todos los elementos reformistas y revisionistas del movimiento obrero. Y cuando la guerra se declara, la postura sobre el imperialismo será determinante para saber de qué lado de la barricada estaba cada uno. Era una cuestión fundamentalmente práctica, pues de ella dependía toda la actitud respecto a la guerra imperialista y respecto a las convulsiones revolucionarias que la guerra había provocado.
Había ciertos puntos clave sobre la cuestión, puntos sobre los cuales todos los marxistas revolucionarios estaban de acuerdo. Esos puntos siguen siendo hoy, la base de cualquier definición marxista del imperialismo.
1) Los marxistas, que definían el imperialismo como producto específico de la sociedad capitalista, atacaban duramente las ideologías burguesas más abiertamente reaccionarias que decían que el imperialismo era casi como una necesidad biológica, una expresión del deseo del hombre de territorios y conquistas, esa especie de teorías que hoy vuelven a florecer en nociones como la de “imperativo territorial” que “venden” zoólogos sociales del estilo de Robert Ardrey y Desmond Morris. Los marxistas luchaban con igual firmeza contra los temas racistas de “la tarea civilizadora del hombre blanco” y contra todas las confusas amalgamas para justificar las políticas de conquista y de anexión de todo tipo de formas sociales. Como decía Bujarin:
“(…) Una última “teoría”, ampliamente difundida, del imperialismo, lo define como una política de conquista en general. Desde este punto de vista se puede hablar tanto del imperialismo de Alejandro de Macedonia y de los conquistadores españoles como de Cartago y de Juan III, de la antigua Roma y de la América moderna, de Napoleón y de Hindenburg.
Cualquiera que sea su simplicidad, esta teoría no es menos falsa. Lo es porque ella “explica” todo, es decir, nada, en realidad.
(…) Es evidente que se puede decir otro tanto de la guerra. La guerra es un medio de reproducción de ciertas relaciones de producción. (nota: en el libro cursiva de Bujarin) La guerra de conquista es un medio de reproducción ampliada de estas relaciones. Ahora bien, dar a la guerra la simple definición de guerra de conquista es completamente insuficiente, por la sencilla razón de que lo esencial no queda indicado, es decir, cuáles son las relaciones de producción que esta guerra afirma y extiende y cuál es la base que está llamada a ampliar una política de “rapiña”.” (Bujarin.- La Economía mundial y el Imperialismo.- Editorial siglo XIX, Cuadernos del Pasado y del Presente, p. 143). (nota: La editorial es siglo XXI y son Cuadernos de Pasado y Presente, 2ª edición, 1973).
Aunque dijera Lenin que “la política colonial y el imperialismo existían ya antes de la fase última del capitalismo. Roma cuya sociedad se basaba en la esclavitud, mantuvo una política colonial y ejerció el imperialismo”, este, de acuerdo con Bujarin, añade: “Pero los razonamientos “generales” sobre el imperialismo, que olvidan o relegan a segundo término la diferencia radical entre las formaciones económico-sociales, se convierten inevitablemente en trivialidades vacuas o en jactancias…” (Lenin.- El Imperialismo, Fase superior del capitalismo.- Ed. Progreso, p. 759).
2) Los marxistas definen el imperialismo como necesidad para el capitalismo, como resultado directo del proceso de acumulación, de las leyes inherentes al capital. En una fase determinada del desarrollo del capital, era el único medio que permitía al sistema prolongar su existencia. Es decir que era algo irreversible. La explicación del imperialismo como plasmación de la acumulación del capital es más clara en unos marxistas que en otros (sobre esto hemos de volver), pero todos ellos rechazaban las tesis de Hobson, Kautsky y otros que consideraban al imperialismo como una simple “política” escogida por el capitalismo o, más bien, por ciertas fracciones del capitalismo. Estas tesis venían lógicamente acompañadas de la idea de que se podía probar que el imperialismo era una mala política, costosa y a corto plazo, y que se podía convencer al menos a los sectores “ilustrados” de la burguesía que era mejor llevar a cabo una política generosa y no imperialista. Todo eso abría el camino a todas clases de recetas reformistas, pacifistas, con la intención de hacer al capitalismo menos brutal y agresivo. Kautsky llegó incluso a desarrollar la idea de que el capitalismo evolucionaba gradual y pacíficamente hacia una fase de “ultra imperialismo”, que se fusionaría en un sólo y gran trust sin antagonismos y del que desaparecerían las guerras. Contra semejante visión utópica (que volvió a encontrar adeptos durante el boom que vino tras la Segunda Guerra Mundial, en Paul Cardan y gente por el estilo), los marxistas insistían en el hecho de que, lejos de representar una superación de los antagonismos capitalistas, el imperialismo expresaba la agudización cada vez mayor de ellos. La época imperialista era inevitablemente una época de crisis mundial, de despotismo político y de guerra mundial.
2) Enfrentado a esa perspectiva catastrófica, el proletariado solo puede contestar con la destrucción revolucionaria del capitalismo.
3) El imperialismo estaba por lo tanto considerado como una fase específica de la existencia del capital. Su última fase.
Aunque pueda hablarse de imperialismo británico y francés en la primera parte del siglo XIX, la fase imperialista del capital, en tanto que sistema mundial, no empieza verdaderamente antes de los años 1870, momento en que varios capitales nacionales fuertemente centralizados y concentrados empiezan a entrar en competencia por la posesión de colonias, por esferas de influencia y el dominio del mercado mundial. Como dijo Lenin: “Uno de los rasgos esenciales del imperialismo es la rivalidad entre grandes potencias por tener la hegemonía.” (Lenin. - Imperialismo…).
EL IMPERIALISMO es, por lo tanto y esencialmente, una RELACIÓN DE COMPETENCIA ENTRE LOS ESTADOS CAPITALISTAS EN DETERMINADO ESTADIO DE LA EVOLUCIÓN DEL CAPITAL MUNDIAL.
Y yendo más lejos, la evolución de esta relación puede también ser separada en dos fases distintas que están directamente ligadas a los cambios del medio mundial en el que se sitúa la competencia imperialista.
“El primer periodo del imperialismo comprende el último cuarto del siglo XIX y viene después de las guerras nacionales por medio de las cuales se había cimentado la constitución de grandes Estados nacionales, y de las cuales, la franco-prusiana marcó el último extremo.
Si ya el largo período de depresión económica que vino después de la crisis de 1873 llevaba en germen la decadencia del capitalismo, éste pudo, sin embargo, usar las cortas reanudaciones que marcaron aquella depresión para, en cierto modo, rematar la explotación de los territorios y de los pueblos atrasados.
El capitalismo en su búsqueda enfebrecida de materias primas y de compradores que no fuesen ni capitalistas, ni asalariados, esquilmó, diezmó y asesinó a las poblaciones de las colonias. Fue la época de la penetración y extensión en Egipto y África del Sur, de Francia en Marruecos, Túnez y Tonkín, de Italia en el este africano, en las fronteras de Abisinia, de la Rusia zarista en Asia central y Manchuria, de Alemania en África y Asia, de los EE.UU. en Filipinas y Cuba y, por fin, del Japón en el continente asiático.
Pero una vez terminado el reparto entre esos grandes agrupamientos capitalistas de las mejores tierras, de las riquezas explotables, de las zonas de influencia, en fin, de todos los rincones del mundo en donde se pudiera robar trabajo que, transformado en oro, iría a engordar las arcas de los bancos nacionales de las metrópolis entonces también se terminaba la misión progresiva del capitalismo… y es indudable que entonces tendría que abrirse la crisis general del capitalismo”. (“El problema de la Guerra”. Escrito por Jehan, militante de la Izquierda Comunista en Bélgica).
La fase inicial del imperialismo, aun dando ya una idea de lo que sería la decadencia del capitalismo, al llevar miseria y matanzas a las poblaciones de las regiones coloniales, tenía cierto aspecto progresivo en la medida en que establecía la dominación del capital a escala mundial, condición previa a la revolución comunista. Pero una vez ese dominio del mundo cumplido, el capitalismo deja de ser un sistema progresivo, y la barbarie que hicieron soportar a los pueblos colonizados vuelve de rebote al corazón del sistema, lo cual queda plasmado en la Primera Guerra Mundial.
“El imperialismo actual no es, en el esquema de Bauer, el preludio de la expansión del capital, sino el último capítulo de su proceso histórico de expansión: es el período de la concurrencia general mundial de los Estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra. En esta fase última, la catástrofe económica y política es un elemento vital, una forma normal de existencia del capital lo mismo que lo era en la “misma acumulación primitiva” de su fase inicial. De la misma manera que el descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia la India no sólo significaron un avance prometeico del espíritu y de la civilización humanos tal como aparece en la leyenda liberal, sino también, inseparablemente, una serie incontable de matanzas de los pueblos primitivos del Nuevo Mundo, y una interminable trata de esclavos en los pueblos de África y Asia. En la última fase imperialista, la expansión económica del capital es inseparable de la serie de conquistas coloniales y guerras mundiales que tenemos ante nosotros. La característica del imperialismo, última lucha por el dominio capitalista del mundo no es solo la particular energía y la expansión multilateral, sino –y éste es el síntoma específico de que el círculo de la evolución comienza a cerrarse- el rebote de la lucha decisiva por la expansión de los territorios que constituyen su objeto, a los países de origen. De esta manera, el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, África, América y Australia a incesantes convulsiones y aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista.” (Rosa Luxemburgo. - La Acumulación del Capital Editorial Grijalbo, México 1967, Pág. 452l.- En el apéndice “Una Anticrítica. La acumulación del capital o en que han convertido los epígonos la teoría de Marx”)).
El capitalismo en su fase imperialista final entra en “la era de guerras y revoluciones”, como así lo afirmó la Internacional Comunista, una era en que la humanidad está enfrentada a la estricta alternativa de socialismo o barbarie. Para la clase obrera, esta época significa erosión de todas las reformas ganadas en el siglo XIX y principios del XX, y una agresión creciente contra su nivel de vida por la austeridad y la guerra. Políticamente, esta época significa destrucción o recuperación de las organizaciones de la clase y la opresión despiadada del Estado-monstruo imperialista, Estado obligado por la lógica de la competencia imperialista y por la descomposición del edificio social, a tomar a cargo todos los aspectos de la vida social, económica y política. De ahí que, encarada al desastre de la Primera Guerra Mundial, la Izquierda Revolucionaria sacará la conclusión de que el capitalismo había agotado definitivamente su papel en la historia y que, por lo tanto, la tarea inmediata de la clase obrera era la de “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, de derribar al capitalismo al único nivel apropiado: el sistema capitalista mundial. Eso implicaba, claro está, la ruptura total con los traidores de la Socialdemocracia quienes, tal como Scheideman, Millerand y demás ralea, se habían convertido en abogados patrioteros de la guerra imperialista, también con los “social pacifistas” como Kautsky, quienes seguían propalando la ilusión de que el capitalismo podía existir sin imperialismo, sin dictadura, terror o guerra.
Hasta ese punto no podía haber desacuerdo entre los marxistas y, de hecho, esos puntos básicos eran suficientes para el agrupamiento de la vanguardia revolucionaria en la Internacional Comunista.
Pero los desacuerdos de entonces y que sigue habiendo hoy en el movimiento revolucionario, surgieron cuando los marxistas se pusieron a analizar más precisamente las fuerzas motrices del imperialismo y de sus manifestaciones concretas, y cuando sacaron las consecuencias políticas de ese análisis. Los desacuerdos tendían a corresponder a las diferentes teorías de la crisis del capitalismo y del declive histórico del sistema, puesto que el imperialismo era, y en eso todos estaban de acuerdo, la tentativa del capital para superar sus mortales contradicciones. Bujarin y Rosa Luxemburgo, por ejemplo, insistieron, en sus teorías de las crisis, en contradicciones diferentes y por lo tanto diferían en cuanto a la fuerza motor de la expansión capitalista. Este debate se complicó aún más por el hecho de que el grueso de los trabajos de Marx sobre cuestiones económicas se había escrito antes de que el imperialismo estuviera asentado, de manera que esa “laguna” en su trabajo acarreó interpretaciones diferentes de cómo había que aplicar lo escrito por Marx al análisis del imperialismo. No podemos tratar en este artículo sobre todos los debates acerca de la crisis y del imperialismo, muchos de los cuales ya han quedado resueltos. Lo que sí abordaremos, aunque sea brevemente son las dos grandes definiciones de imperialismo que se desarrollaron en esa época: la de Lenin-Bujarin, y la de Rosa Luxemburgo, y analizaremos como se adaptan tanto a aquella situación, como a la actual. Trataremos igualmente de precisar nuestro propio concepto del imperialismo hoy.
Para Lenin, los rasgos esenciales del imperialismo eran:
1) Concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica.
2) La fusión del capital bancario con el industrial y la creación sobre la base de este “capital financiero” de la oligarquía financiera.
3) La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande
4) La formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, que se reparten el mundo y
5) La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
(Lenin, «El Imperialismo: Fase superior del capitalismo»,
Aunque la definición que hace Lenin del imperialismo tiene indicaciones importantes, su principal debilidad consiste en que describe más bien algunos efectos del imperialismo, pero no analiza las raíces de éste en el proceso de acumulación. La evolución orgánica o intensiva del capital hacia unidades cada vez más concentradas y el desarrollo geográfico o extensivo del campo de actividad del capital (es decir la búsqueda de colonias, el reparto territorial del planeta) son, básicamente, expresiones de su proceso interno de acumulación. Lo que obligan al capital nacional a buscar nuevas salidas que sean rentables para la inversión del capital y a ampliar constantemente el mercado para sus mercancías, es la creciente composición orgánica del capital con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el estrechamiento del mercado interior.
Y aunque la dinámica profunda del imperialismo no cambia en lo sustancial, las manifestaciones externas de dicha dinámica si se van modificando, por lo que muchos aspectos de los referidos por Lenin en su definición del imperialismo no se ajustan hoy a la realidad, y podemos decir incluso que tampoco lo hacían cuando elaboró su concepción. Así, por ejemplo, en el período en que el capitalismo parecía dominado por una “oligarquía financiera” y por “grupos de monopolios internacionales”, se estaba entrando, con la 1ª Guerra Mundial, en una nueva fase: la era del capitalismo de Estado, de la economía de guerra permanente. En la época de las rivalidades ínter imperialistas crónicas en el mercado mundial, el conjunto de cada capital nacional tiende a concentrarse en torno al aparato de Estado, el cual subordina y disciplina a todas las fracciones particulares del capital para hacer posible su supervivencia militar y económica.
Bujarin tuvo más claridad que Lenin para comprender que el capitalismo había entrado en una nueva etapa de luchas violentas entre «los trust capitalistas de Estado» nacionales (ver «La Economía Mundial y el Imperialismo» de Bujarin en Editorial Siglo XXI), pero aún seguía prisionero de la idea de la relación entre imperialismo y capital financiero, por lo que sus “trust capitalistas de Estado” aparecen como meros instrumentos de la oligarquía financiera, cuando la realidad es que es el Estado quien se constituye en el órgano dirigente supremo en nuestra época. Es más, como señaló Bilan:
«Definir el imperialismo como “producto del capital financiero” tal y como hace Bujarin, supone establecer una falsa filiación y, sobre todo, perder de vista el origen común de esos dos procesos del proceso capitalista: la producción de plusvalía » (Bilan nº 11, pág. 387).
Las incomprensiones de Lenin sobre el significado del capitalismo de Estado iban a acarrear graves consecuencias políticas en muchos terrenos: ilusiones a propósito del carácter supuestamente progresista de ciertos aspectos del capitalismo de Estado que fueron aplicados, con consecuencias desastrosas, por los bolcheviques en la Revolución rusa; la incapacidad para ver la integración de las antiguas organizaciones obreras en el Estado, dejándose en cambio llevar por interpretaciones como la teoría de la “aristocracia obrera”, o la de los “partidos obreros-burgueses” y los “sindicatos reaccionarios” a los que veía sin embargo separados de la maquinaria estatal. El verdadero problema entonces no era que esas organizaciones tuvieran jefes traidores que fueran corrompidos por las “súper ganancias imperialistas”, sino que el conjunto de esos aparatos se había incorporado al coloso que es el aparato de Estado. Las conclusiones tácticas derivadas de esas teorías erróneas son bien conocidas: Frente Único, trabajo en los sindicatos, …
Asimismo, la insistencia de Lenin en que las posesiones coloniales eran un rasgo distintivo e incluso indispensable del imperialismo tampoco ha resistido el paso del tiempo. Sus previsiones de que la pérdida de las colonias, acelerada por las revueltas nacionales en esas regiones, sacudiría hasta sus cimientos el sistema imperialista se han demostrado erróneas. Lo cierto es que éste se ha adaptado muy fácilmente a la “descolonización”, que lo único que ha plasmado ha sido el declive de las antiguas potencias imperialistas y el triunfo de gigantes imperialistas que, precisamente, no estaban lastrados por un gran número de colonias cuando la 1ª Guerra Mundial. Por ello, tanto EE.UU. como Rusia, pudieron desarrollar una política cínica de “anticolonialismo” para llevar a cabo sus propios objetivos imperialistas, apoyándose en movimientos nacionales, trasformado estos rápidamente en guerras ínter imperialistas en la que los “pueblos” de estas regiones eran meros peones.
La teoría del imperialismo de Lenin se hizo posición oficial de los bolcheviques y de la Internacional Comunista, sobre todo en cuanto a la cuestión nacional y colonial, dónde precisamente, estos errores teóricos tendrían más graves consecuencias. Dado que la definición del imperialismo se basa en sus manifestaciones superestructurales, es lógico dividir el mundo entre naciones imperialistas, opresoras, y naciones no imperialistas y oprimidas. E incluso, para ciertas potencias imperialistas, “dejar de serlo”, cuando desaparecen algunas de esas características. Al mismo tiempo se desarrolló la tendencia a borrar las diferencias de clase en las “naciones oprimidas” y a defender que el proletariado, en tanto que “adalid de la nación” de todos los oprimidos, debía aliarse precisamente con las naciones oprimidas tras su estandarte revolucionario. Es verdad que esta posición se aplicaba, sobre todo, a las colonias, pero no es menos cierto que Lenin, en su crítica al «Folleto de Junius» de Rosa Luxemburgo, defendió la idea que incluso los países capitalistas desarrollados de la Europa moderna podrían, en determinadas circunstancias, mantener una guerra legítima por la independencia nacional.
Durante la 1ª Guerra Mundial esta idea ambigua no tuvo consecuencias, gracias a la correcta valoración por parte de Lenin de que el contexto imperialista global de la guerra impedía al proletariado apoyar políticas de independencia nacional de ninguno de los contendientes. Pero las debilidades de esta teoría se pusieron en seguida de manifiesto tras la guerra y, sobre todo, con el declinar de la oleada revolucionaria y el aislamiento del Estado ruso. La idea de que las “naciones oprimidas” luchaban contra el imperialismo quedó desmentida por los hechos mismos en Finlandia, Europa Oriental, en Persia, en Turquía y en China[1], países estos en los que los intentos de llevar a cabo políticas de “autodeterminación nacional”, y de “frentes únicos antiimperialistas” resultaron impotentes para impedir que las burguesías locales se aliaran con potencias imperialistas y que aplastaran toda tentativa de revolución comunista. Sin duda alguna la aplicación más grotesca de las ideas presentadas por Lenin en su «Acerca del Folleto de Junius», fue la experiencia “nacional bolchevique” en Alemania en 1923, basada en la peregrina idea de que Alemania había dejado de ser, de repente, potencia imperialista pues había perdido sus colonias y estaba siendo saqueada por la Entente, por lo que sí convendría una alianza con ciertos sectores de la burguesía. Está claro que no hay continuismo alguno entre las debilidades teóricas de Lenin y esas traiciones absolutas. Entre ambas, media todo un proceso de degeneración. Es importante, sin embargo, que los comunistas demostremos que son precisamente los errores de los revolucionarios del pasado, los que pueden servir a los partidos en degeneración o contrarrevolucionarios para justificar su traición. No es casualidad que la contrarrevolución -tanto en su forma estalinista, maoísta o trotskista- se refieran continuamente a las teorías de Lenin sobre el imperialismo o la liberación nacional, para “probar” que Rusia o China no son imperialistas, o el sempiterno discurso de los izquierdistas escudándose en el ¿dónde están los monopolios y las oligarquías financieras en la URSS? También lo utilizan para reivindicar su apoyo a muchas camarillas de los países subdesarrollados en su “lucha antiimperialista”. Está claro que esos grupos deforman y corrompen gran cantidad de aspectos de la teoría de Lenin, pero también es verdad que los comunistas no deben tener reparo en admitir que hay muchos elementos en los conceptos de Lenin que pueden ser tomados por esas fuerzas de extrema izquierda de la burguesía sin cambiarles una coma. Y que son precisamente esos elementos los que tenemos que ser capaces de criticar.
En la teoría de Lenin se encuentra prácticamente implícito que la expansión imperialista tiene sus raíces en el proceso de acumulación, en la necesidad de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia mediante la obtención de mano de obra barata y materias primas en las regiones coloniales. Esto lo deja más claro Bujarin, y no es casualidad por ello que el análisis más riguroso del imperialismo por parte de éste estuviera acompañado, al menos al principio, de una posición también más clara sobre la cuestión nacional. Durante la 1ª Guerra Mundial y los primeros años de la Revolución Rusa, Bujarin estuvo en contra de la posición de Lenin sobre la autodeterminación nacional, aunque luego cambió de posición. Fue por tanto la tesis de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional, enlazada estrechamente con su teoría del imperialismo, la que acabó siendo más consistente[2].
Sin duda la necesidad de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia fue un factor de primer orden en el imperialismo, ya que este empieza precisamente cuando un gran número de capitales nacionales de elevada composición orgánica entran en el mercado mundial. Pero pensamos, aunque no podamos tratar este tema extensamente aquí[3], que las explicaciones del imperialismo referidas más o menos exclusivamente a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, adolecen de dos grandes dificultades:
1).- Tales explicaciones dan una idea del imperialismo como si este sólo concerniera a los países muy desarrollados, países de elevada composición orgánica del capital, obligados a exportar capital para compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esta idea ha alcanzado en el grupo CWO (Communist Worker´s Organisation – Organización Comunista de los Trabajadores – que publica “Revolutionary Perspectives”) cotas verdaderamente caricaturescas, ya que la CWO asimila imperialismo con independencia política y económica, concluyendo por tanto que hoy en día no hay más que dos potencias imperialistas en todo el mundo: los EE.UU. y la URSS, puesto que son los únicos verdaderamente “independientes”, mientras los demás países sólo tendrían tendencias imperialistas que nunca llegarían a materializarse. Esto es resultado de examinar el problema desde el punto de vista y no desde el del capital global. Como ya subrayaba Rosa Luxemburgo:
«La política imperialista no es propia de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede entenderse más que en sus relaciones recíprocas y que ningún Estado puede evitar» (“La crisis de la socialdemocracia”, conocido también como “Folleto de Junius”).
Con esto no queremos decir que las conclusiones que saca la CWO sean la consecuencia inevitable de su explicación del imperialismo a partir de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Si tomamos el punto de vista del capital global, resulta claro que, si la tasa de ganancia de los países más adelantados es lo que determina la tasa de ganancia global, las acciones imperialistas resultantes de los países adelantados tendrán también repercusiones en los capitales más débiles. Pero si se considera, de verdad, el problema desde el punto de vista del capital global aparece otra contradicción del ciclo de acumulación: la incapacidad del capital global para extraer toda la plusvalía en el interior de sus propias relaciones de producción. Este problema, planteado por Rosa Luxemburgo en “La Acumulación de Capital”, fue negado tanto por Lenin y Bujarin como por sus seguidores, que lo consideraron como una herejía para el marxismo. Lo cierto, sin embargo, es que no es difícil demostrar la preocupación de Marx por ese mismo problema[4]:
«Cuanto más se desarrolla la producción capitalista tanto más está obligada a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de una continua expansión del mercado mundial. Ricardo recurrió al postulado, rebatido por Say, de que los capitalistas no producen para sacar ganancia, plusvalía, sino que producen valores de uso directamente para el consumo, para su propio consumo. Aquel se olvida de que la mercancía tiene que convertirse en dinero. El consumo de los obreros no es suficiente, puesto que precisamente la ganancia tiene su origen en que el consumo obrero es menor que el valor de su producto, y que aquella es tanto mayor cuanto más pequeño es, relativamente, el consumo. El consumo de los capitalistas mismos es también insuficiente» (En “Historia crítica de la teoría de la plusvalía – 2ª parte, cap. XVIº: La Teoría de Ricardo sobre la ganancia”).
Por tanto, cualquier análisis serio del imperialismo, tendrá que tomar en cuenta esa necesidad de “expansión constante del mercado mundial”. Una teoría que no tenga en cuenta ese problema no puede explicar por qué fue precisamente en la época en que el mercado mundial fue incapaz de seguir expansionándose, tras la integración de los sectores más importantes de la economía precapitalista en la economía capitalista mundial, es decir a principios del siglo XX, cuando el capitalismo se sumió en la crisis capitalista de su período de crisis imperialista final. La simultaneidad histórica de esos dos fenómenos ¿puede despreciarse como simple coincidencia? Si bien es cierto que todos los análisis marxistas del imperialismo vieron en la búsqueda de materias primas y de fuerza de trabajo barata, un aspecto central de la conquista colonial, sólo los análisis de Luxemburgo entienden la importancia decisiva de los mercados extra capitalistas que suponen las colonias y semi colonias, y que ofrecen el terreno para “una expansión continua del mercado mundial” hasta los primeros años del siglo XX. Y, precisamente, este elemento es la “variable” en el análisis. El capital puede seguir encontrando fuerza de trabajo y materias primas baratas en las regiones subdesarrolladas. Esto es cierto tanto antes como después de la integración de las colonias y semi colonias en la economía capitalista mundial, tanto en la fase de auge como en la de declive capitalista.
Pero, por un lado, la demanda global de esas regiones deja de ser “extra capitalista”; y, por otro, esa demanda es integrada en las relaciones de producción capitalistas. Al capital global no le quedan pues nuevos mercados donde realizar la fracción de la plusvalía destinada a la acumulación. Ha perdido su capacidad para extenderse continuamente en el mercado mundial. Ahora, las “regiones coloniales” son también productoras de plusvalía en competencia con la metrópoli. La fuerza de trabajo y las materias primas de esas regiones seguirán siendo baratas, seguirán siendo provechosas áreas de inversión, pero ya no pueden servirle al capital mundial para resolver los problemas de realización, ya que ellas también forman parte del problema. Y, además, esa capacidad de extender el mercado mundial en el grado exigido por el desarrollo de la productividad anula para la burguesía precisamente una de las tendencias contra restantes de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, esto es el crecimiento de la masa de ganancias mediante la producción y venta de una cantidad siempre creciente de mercancías. Quedan así confirmadas las previsiones del “Manifiesto Comunista”:
«Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence la burguesía estas crisis? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis, más extensas y violentas, y disminuyendo los medios de prevenirlas» (Marx y Engels: “Manifiesto del Partido Comunista”).
Y es la teoría de Rosa Luxemburgo, la que mejor continúa la obra de Marx.
«El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha por conquistar los medios no capitalistas que no estén aún agotados. Geográficamente, estos medios abarcan, todavía hoy, los más amplios territorios del planeta. Pero comparados con la potente masa del capital ya acumulado en los viejos países capitalistas, que pugna por encontrar mercados para su plus producto, y posibilidades de capitalización para su plusvalía; comparados con la rapidez con que hoy se transforman en capitalistas, territorios pertenecientes a culturas precapitalistas, o en otros términos, comparados con el grado elevado de las fuerzas productivas del capital, el campo parece pequeño para la expansión de éste. ¿Es esto lo que determina el juego internacional del capital en el escenario mundial? Dado el gran desarrollo y la concurrencia cada vez más violenta de los países capitalistas para conquistar territorios no capitalistas, el imperialismo aumenta su agresividad contra el mundo no capitalista, agudizando las contradicciones entre los países capitalistas en lucha. Pero cuanto más violenta y enérgicamente procure el capitalismo el hundimiento total de las civilizaciones no capitalistas, tanto más rápidamente irá minando el terreno a la acumulación del capital. El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente final a su existencia. Con eso no se ha dicho que ese final se alcance plácidamente. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe» (Rosa Luxemburgo: “La Acumulación del Capital”.- pág 346. Ed. Grijalbo).
Como puede verse en este pasaje, la definición luxemburguista del imperialismo se centra en las bases del problema, es decir, en el proceso de acumulación y, más particularmente, en una fase de ese proceso como es el de la realización, y no tanto en las ramificaciones superestructurales del imperialismo. Por otra parte, demuestra que el resultado político de la expansión capitalista es la militarización de la sociedad y el fortalecimiento del Estado. De ahí el desgaste de la democracia burguesa y el desarrollo de formas claramente despóticas de la dominación capitalista, la bestial degradación del nivel de vida de los obreros para mantener el sector militar hipertrofiado de la economía. Aunque en “La Acumulación del Capital” aparecen ideas contradictorias sobre el militarismo, al que se le ve como parte del proceso de acumulación, lo cierto es que Luxemburgo acertaba al ver la economía de guerra como característica indispensable del capitalismo imperialista decadente.
Pero el análisis fundamental de la fuerza motor del imperialismo, en el análisis de Rosa Luxemburgo, fue objeto de numerosas críticas. La más importante es la que escribió Bujarin en su texto: “Imperialismo y Acumulación de Capital” (1924). Lo esencial de esta crítica ha encontrado recientemente eco en la CWO (véase el artículo “La Acumulación de las Contradicciones” en RP nº6). Vamos a contestar aquí a dos de las críticas más importantes de las realizadas por Bujarin. Para éste, la teoría de Rosa, según la cual el motor del imperialismo es la búsqueda de nuevos mercados, no distingue entre la época del imperialismo y otros períodos del capital:
«El capitalismo comercial y el mercantilismo, el capitalismo industrial y el liberalismo, el capitalismo financiero y el imperialismo, todas estas fases del desarrollo capitalista aparecen confundidas en el capitalismo como tal» (Bujarin: “Imperialismo y Acumulación,…”).
Y, para la CWO:
«(…) y su análisis del imperialismo basado en la “saturación de los mercados” es muy flojo e inadecuado. Si, tal como decía Rosa, (…) las metrópolis capitalistas contuvieran aún enclaves precapitalistas (siervos, campesinos) ¿por qué necesitaría el capitalismo extenderse hacia el exterior, lejos de las metrópolis capitalistas desde el principio de su existencia? ¿Por qué no integró desde sus inicios a esas capas en la relación capital-trabajo asalariado, si lo único que buscaba eran nuevos mercados? La explicación está no en la búsqueda de nuevos mercados, sino en la búsqueda de materias primas y máxima ganancia. Segundo, la teoría de R. Luxemburgo, implica que el imperialismo sería una característica permanente del capitalismo. Como el capitalismo, según Rosa, ha procurado siempre extender el mercado para acumular, su teoría no puede distinguir entre la expansión originaria de las economías del comercio y del dinero en los albores del capitalismo en Europa, y su posterior expansión imperialista (…) el capital mercantil era necesario para la acumulación originaria, pero es un fenómeno cualitativamente diferente de la manera como el capitalismo acumula una vez que se ha establecido como modo dominante de producción.» (RP nº 6, págs. 18 y 19).
En este pasaje la diatriba de la CWO contra el “luxemburguismo” supera incluso la acerba polémica de Bujarin. Antes de proseguir queremos aclarar algunos aspectos. En primer lugar, Rosa Luxemburgo jamás dijo que la expansión imperialista se debiera únicamente a la búsqueda de nuevos mercados, y sí describió claramente la búsqueda de nuevos mercados, pero también de mano de obra barata y de materias primas, como hace notar la propia CWO en esa misma página de ese mismo número de RP. En segundo lugar, es chocante que se quiera presentar la necesidad que tiene el capitalismo de «extender sus mercados para acumular», como si fuera un “descubrimiento” de Rosa, cuando fue una posición defendida ya por Marx contra Say y Ricardo, como hemos visto en la cita anterior. El mismo Bujarin, por otra parte, jamás negó que el imperialismo buscara nuevos mercados, sino que por el contrario lo consideró como una de las fuerzas motoras de la expansión imperialista:
«Hemos descrito los tres móviles fundamentales de la política de conquista de los Estados capitalistas modernos: la competencia creciente en el mercado de venta, en el mercado de las materias primas y en la esfera de inversión de capital (…) Esas tres raíces de la política del capital financiero representan, sin embargo, tres facetas de un mismo fenómeno, fenómeno que no es otra cosa que un conflicto entre el crecimiento de las fuerzas productivas y los límites “nacionales” de la organización de la producción» (Bujarin: “La Economía Mundial y el Imperialismo”).
Para Lenin, Bujarin y otros, lo que distingue la fase imperialista de la fase anterior, es que la exportación es de capitales y no de mercancías. Cabe preguntarse entonces ¿Ignoró Rosa esa distinción de lo que se deduciría que el imperialismo habría sido una característica del capitalismo desde sus orígenes?
Si nos referimos a los pasajes de Rosa Luxemburgo que hemos destacado y en particular a la larga cita de “Una Anticrítica” podemos comprobar que Rosa sí hacía una neta distinción entre la fase de acumulación primitiva y la fase imperialista, que es presentada, sin lugar a dudas, como una fase determinada del desarrollo capitalista.
No hay contradicción, de hecho, en el análisis de Rosa. El imperialismo propiamente dicho empieza a partir de 1870, cuando el capital llega a una nueva configuración significativa, o sea, un período en el que la formación de Estados nacionales en Europa y América del Norte ha terminado, y en el cual, en lugar de una Gran Bretaña “fábrica del mundo”, hay varias “fábricas” capitalistas nacionales desarrolladas que compiten entre sí por el dominio del mercado mundial, y no sólo por los mercados internos de los demás, sino también por el mercado colonial. Esta situación es la que provoca la depresión de los años 1870, «gérmenes de la decadencia capitalista», precisamente porque el declive del sistema es sinónimo de la división del mercado mundial entre capitales concurrentes y la transformación del capitalismo en un “sistema cerrado” en el cual el problema de la realización de la plusvalía se vuelve insoluble. Pero, desde luego, en los años 1870, seguía habiendo posibilidad de romper ese círculo cerrado y eso es lo que, en gran parte, explica la desenfrenada carrera por la expansión imperialista de aquella época.
Es cierto, como señala la CWO, que el capital ha buscado siempre mercados coloniales, pero esto no es ningún misterio, puesto que los capitalistas han tratado siempre de conseguir zonas de explotación rentables y de consecución de ventas, incluso cuando los mercados “domésticos” no estaban aún saturados. Sería absurdo pensar que el capitalismo ha seguido un curso de desarrollo regular como si los capitalistas se hubieran reunido y se hubiesen dicho: “ahora, primero, vamos a agotar todos los sectores precapitalistas de Europa, y luego nos vamos a extender a Asia, África luego, etc.” Sin embargo, en el desarrollo caótico del capitalismo, sí puede apreciarse una característica bien determinada. Primero, el saqueo de las colonias por el capitalismo naciente, y la utilización de ese saqueo para acelerar la revolución industrial en la metrópoli. Después, sobre la base del capitalismo industrial, un nuevo empuje en las regiones coloniales. Naturalmente, el primer período de expansión colonial no era una reacción a una sobreproducción interna, sino que se correspondía a las necesidades de la acumulación primitiva. No podemos empezar a hablar de imperialismo más que cuando la expansión colonial resulta ser una reacción a las contradicciones de una producción capitalista plenamente desarrollada. Así, podemos situar los comienzos del imperialismo en la época en que las crisis comerciales de mediados del siglo XIX actúan como aguijones de la expansión del capital británico hacia las colonias y semi colonias. Pero, como ya hemos dicho, el imperialismo, en el pleno sentido del término, implica relación de competencia entre Estados capitalistas. Y cuando el mercado de las metrópolis se ha dividido, de manera decisiva, entre varios gigantes capitalistas; entonces la expansión imperialista se convierte en necesidad inevitable para el capital. Esto es lo que explica la transformación rápida de la política colonial británica en la última parte del siglo XIX.
Con anterioridad a la depresión de los años 1870, antes de sufrir la creciente competencia por parte de USA y Alemania, los capitalistas británicos se preguntaban si las colonias existentes realmente valían lo que costaban, y dudaban si echarle o no mano a nuevas colonias. En esos años acabaron por convencerse de que Gran Bretaña necesitaba mantener y extender la política colonial. La carrera por las colonias de los finales del siglo XIX, no fue el resultado de una locura repentina de la burguesía, o de una orgullosa búsqueda de “prestigio nacional”, sino que fue una respuesta a una brutal contradicción del ciclo de acumulación: la concentración creciente del capital y el reparto del mercado en las metrópolis, lo que acentuaba a su vez, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el desfase entre la productividad y los mercados con solvencia, es decir la realización de plusvalía.
Que la mayor parte del comercio mundial de aquella época se diese entre metrópolis capitalistas no contradice la idea de que la tendencia a abrir nuevos mercados fuese un factor de la expansión imperialista, contrariamente a lo que afirma la CWO (RP nº 6, pág. 19). Como Rosa Luxemburgo ya destacó:
«Y, al paso que, con el desarrollo internacional del capitalismo, la capitalización de la plusvalía se hace cada vez más apremiante y precaria, resulta que la amplia base del capital constante y variable, como masa, es cada vez más potente en términos absolutos, así como en relación a la plusvalía. De aquí un hecho contradictorio: los antiguos países capitalistas constituyen mercados cada vez mayores entre sí, y son cada vez más indispensables los unos para los otros, mientras, al mismo tiempo, pelean cada vez más fieramente, como competidores, en sus relaciones con los países no capitalistas».
Los mercados “exteriores” suponían para el capital global como un lugar con aire fresco en una cárcel cada vez más fuerte y más poblada. Cuanto menos aire fresco hay en relación a la superpoblación de la cárcel, tanto más desesperadamente se lanzan los presos en su busca.
Que también durante ese período hubiese un claro crecimiento de las exportaciones de capital no significa que la expansión imperialista no tenga nada que ver con el problema de los mercados. La exportación de capital a las colonias era necesaria no sólo porque permitía al capitalismo producir con una mano de obra más barata, aumentando así la cuota de ganancia; sino también porque así ampliaba el mercado mundial:
a) porque la exportación de capitales incluye la exportación de bienes de producción, que son también una mercancía que hay que vender.
b) porque la exportación de capital ya sea como capital monetario para la inversión o como bienes de producción, servía para ampliar el conjunto del mercado para la producción capitalista, instalándose en nuevas regiones e integrando cada vez más compradores en su órbita. El ejemplo más patente fue el de la construcción de ferrocarriles, los cuales sirvieron para extender la venta de mercancías capitalistas a millones y millones de nuevos compradores.
El problema del mercado es básico para explicar una de las características más evidentes de la manera como el imperialismo ha extendido la producción capitalista por el mundo, o sea la “creación” del subdesarrollo, pues lo que querían los imperialistas era un mercado sumiso, es decir un mercado de compradores que no acabaran compitiendo con la metrópolis, al convertirse también ellos en productores capitalistas. De ahí ese fenómeno contradictorio por el cual el imperialismo exportó el modo de producción capitalista, destruyendo sistemáticamente todas las formas económicas precapitalistas, pero, a la vez, frenando el desarrollo del capitalismo indígena, saqueando despiadadamente las economías de las colonias, subordinando su desarrollo industrial a las necesidades específicas de la economía metropolitana, y apoyándose para ello en el personal más reaccionario y sumiso de las clases dominantes indígenas. Por ello, y contradiciendo las previsiones de Marx, el capitalismo no creó un reflejo de sí mismo en las regiones coloniales. En las colonias y semi colonias no iban a prosperar capitales nacionales independientes, plenamente formados con su propia revolución burguesa y su base industrial sana; sino más bien burdas caricaturas de los capitales metropolitanos, debilitadas por el peso de jirones descompuestos de modos de producción anteriores, industrializados de forma caótica y aberrante al servicio de capitales foráneos, y con burguesías débiles y caducas de nacimiento tanto en lo económico como en lo político. El imperialismo fabricó el subdesarrollo que ya, para siempre, será incapaz de abolir, al mismo tiempo que se aseguraba definitivamente la imposibilidad de revoluciones burguesas en los países atrasados.
En gran parte pues, las repercusiones profundas del desarrollo del imperialismo, que hoy son demasiado evidentes en un “Tercer Mundo” que se hunde en la barbarie, tienen sus orígenes en la política imperialista de utilizar las colonias y semi colonias para resolver el problema de los mercados.
2.- Según Bujarin, la definición que Rosa Luxemburgo hacía del imperialismo implicaba que éste dejaría de existir en cuanto ya no quedaran vestigios de sectores no capitalistas que disputarse:
«(…) se deduce de esa definición que la lucha por territorios ya capitalistas no es imperialismo, lo cual es absurdo (…) se deduce de la misma definición que la lucha por territorios ya “ocupados” tampoco es imperialismo. La falsedad de ese momento de la definición también salta a la vista (…) Vamos a citar un ejemplo típico que va a permitirnos ilustrar lo insostenible de la concepción luxemburguista del imperialismo. Pensemos en la ocupación del Ruhr por los franceses en 1923.
Desde el punto de vista de la definición de Rosa Luxemburgo, en ello no habría nada de imperialismo, puesto que:
1.- Aquí no hay “últimos territorios”.
2.- No hay ningún “territorio no capitalista”.
3.- El territorio del Ruhr tenía ya antes de la ocupación un propietario imperialista» (Bujarin: “Imperialismo y Acumulación,”).
Este argumento lo volvió a emplear la CWO en una pregunta un tanto simple que formuló cuando la 2ª Conferencia internacional en París: «¿Dónde están los mercados extra capitalistas, o los que sean, en la guerra entre Etiopía y Somalia, por el desierto del Ogadén?».
Semejante pregunta revela una comprensión muy superficial de lo que dijo Rosa Luxemburgo, y también una tendencia a ver el imperialismo no como «un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable», sino como «algo propio de un país o de un grupo de países». O sea, a ver la cuestión desde la óptica parcial e individual de los capitales nacionales.
Si Bujarin se hubiera tomado la molestia de citar algo más que la primera frase del extenso pasaje de “La Acumulación de Capital” que hemos expuesto anteriormente, habría comprobado que, para Rosa, la desaparición progresiva de medios no capitalistas no supondría el final del imperialismo, sino, al contrario, la acentuación de los antagonismos Inter imperialistas entre Estados capitalistas mismos. Es lo que Rosa quería decir cuando escribía que:
«El imperialismo está volviendo a traer su catástrofe desde la periferia de su campo de acción a su punto de partida». (“Una Anticrítica”). En la fase final del imperialismo el capital se ha hundido en una serie horrible de guerras, en la que cada capital o bloque de capitales, incapaz de extenderse “pacíficamente” hacia nuevas zonas, se ve obligado a apoderarse de mercados y territorios de sus rivales. La guerra ya no es “la continuación de la política” sino el modo de supervivencia de todo el sistema.
Rosa Luxemburgo pensaba, claro está, que la revolución acabaría con el capitalismo mucho antes de que el medio no capitalista quedara reducido a la insignificancia que es hoy. La explicación de cómo el capitalismo decadente ha prolongado su existencia, a pesar de la falta de ese medio no capitalista, no es el objeto de este texto[5]. Pero mientras se siga considerando al imperialismo como «producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración», «un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable», podemos ver la validez de la definición de Luxemburgo. Solo debe ser modificada precisamente porque hoy, las políticas imperialistas de conquista y dominio están determinadas por la casi completa desaparición de un mercado exterior, en lugar de ser una lucha directa por vestigios precapitalistas. Es importante subrayar el cambio global en la evolución del capitalismo mundial (el agotamiento de los mercados externos) que obliga a cada fracción particular del capital a comportarse de forma imperialista.
Volvamos a las objeciones de Bujarin. No hay porque andar buscando “medios no capitalistas” en cada conflicto imperialista, pues es el capital como un todo, el que necesita un mercado exterior para su expansión. Para el capitalista individual, los demás capitalistas y los obreros son un mercado perfectamente válido para sus mercancías. Y lo mismo cabe decir para un capital nacional: una nación rival puede servir para invertir su plusvalía. No todos los mercados que se han disputado los Estados imperialistas han sido siempre precapitalistas, y cada vez menos, puesto que esos mercados se han ido integrando en el mercado mundial. Cada lucha Inter imperialista no es tampoco una lucha directa por mercados, ni mucho menos. En la situación actual, la rivalidad global entre los EEUU y la URSS está determinada por la imposibilidad de extender progresivamente el mercado mundial. En cambio, muchos, sin duda la mayoría, de los aspectos de las políticas exteriores de los EEUU y la URSS están dedicados a la consolidación de ventajas estratégico-militares sobre el otro bloque. Israel no es, por ejemplo, más mercado para los EEUU que lo es Cuba para la URSS. Esas posiciones se mantienen sobre todo por su valor estratégico y político, a costa de fuertes gastos por parte de sus valedores. A una escala menor, el saqueo por parte de Vietnam de los arrozales camboyanos no es más que lo dicho, un saqueo. Camboya no es un “mercado” para la industria vietnamita. Vietnam se ve obligado a saquear los arrozales camboyanos porque el estancamiento industrial del sector agrícola le impide producir lo suficiente para poder alimentar a su población. Y su estancamiento industrial está determinado por el hecho de que el mercado mundial no puede extenderse, ya está repartido y, no admite recién llegados. Repitámoslo, en todos esos aspectos, sólo tienen sentido si se consideran desde un punto de vista global.
Las implicaciones políticas del debate teórico sobre el imperialismo siempre se han centrado en una cuestión: ¿ha vuelto la época del imperialismo, más probables las guerras nacionales revolucionarias, como afirmaba Lenin, o las ha vuelto imposibles como afirmaba Luxemburgo? Para nosotros, la historia ha confirmado de manera categórica lo que decía Rosa Luxemburgo:
«La tendencia general de la política capitalista actual domina la política de los Estados particulares como una ley ciega y todopoderosa, de la misma manera que las leyes de la competencia económica determinan con rigor las condiciones de producción para cada empresario particular» (“La Crisis de la Socialdemocracia” ó Folleto de Junius, Rosa Luxemburgo).
Y, por lo tanto: «En esta época del imperialismo desenfrenado, ya no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales no son más que una pura patraña cuyo fin es poner a las masas laboriosas al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo» (Ídem.).
La primera cita tiene las siguientes aplicaciones concretas en nuestra época y, confirma de modo patente e inequívoco la segunda cita:
a) «Cualquier nación, cualquier burguesía particular, está obligada a alinearse tras uno de sus bloques imperialistas dominantes y, por lo tanto, a conformarse y doblegarse ante los imperativos del capital mundial». Y también según las palabras de Luxemburgo: “…las pequeñas naciones, cuyas clases dirigentes son marionetas y cómplices de sus camaradas de clase de los grandes Estados, no son más que peones en el tablero imperialista de las grandes potencias e igual que las masas obreras de las grandes potencias, sirven de instrumento durante la guerra para ser sacrificadas después de la guerra a los intereses capitalistas» (Rosa Luxemburgo, obras citadas).
Contra la esperanza de Lenin de que las revueltas de las “naciones oprimidas” iban a debilitar al imperialismo, en realidad todas y cada una de las luchas nacionales de nuestra época han acabado en guerras imperialistas a causa del irreversible predominio de las grandes potencias. Como el mismo Lenin reconocía, el imperialismo significa un mundo dividido entre los grandes Estados capitalistas:
«(…), de tal modo que, en el porvenir, únicamente un nuevo reparto será posible, o sea que los territorios no podrán hacer más que pasar de un “dueño” a otro, en lugar de pasar del estadio de territorio libre al del “dueño”» (“El Imperialismo…” Lenin).
La experiencia de los últimos 60 años ha demostrado que lo que Lenin aplicaba a los territorios puede aplicarse también a cualquier nación. Eso es más que evidente hoy, cuando el mundo ha quedado repartido, desde 1945 en dos bloques imperialistas constituidos de manera permanente. Cuando la crisis se ahonda y los bloques se fortalecen, aparece cada vez más claramente que incluso gigantes capitalistas como Japón o China tienen que someterse humildemente a los dictados de su dueño, los EEUU. En una situación así, ¿Cómo puede seguir teniéndose ilusiones en cuanto a la posibilidad de “independencia nacional” de países de debilidad crónica como son las excolonias?
b) Cualquier nación[6] está obligada a actuar de manera imperialista contra sus competidores. Incluso subordinada a un bloque dominante, cualquier nación está obligada a procurar someter a otras más pequeñas a su hegemonía. Rosa Luxemburgo ya notó este fenómeno durante la Primera Guerra Mundial, al referirse a Serbia:
«Formalmente, Serbia está llevando a cabo una guerra de defensa nacional. Pero su monarquía y clases dominantes están hinchadas de veleidades expansionistas como las de cualquier Estado moderno (…) De ahí que Serbia esté avanzando hoy hacia las costas adriáticas en donde se ha metido en un conflicto imperialista con Italia, a costa de los albaneses…” (Rosa Luxemburgo, Obra citada)[7].
El estado de asfixia del mercado mundial hace que la decadencia sea una época de guerras de cada uno contra todos los demás. Y, lejos de poder evitar esta realidad, las naciones pequeñas están obligadas a adaptarse a ella sin remisión. La enorme militarización de los capitales más atrasados, la frecuencia de las guerras locales entre los Estados de las regiones subdesarrolladas, son concreciones permanentes del hecho de que «ninguna nación puede mantenerse al margen» de la política imperialista hoy.
Según la CWO, “La idea de que todos los países son imperialistas está en contradicción con la de los bloques imperialistas…” (Revolutionary Perspectives, nº 12 pag. 25). Pero eso sólo es verdad si ya de entrada se limita la discusión afirmando que únicamente las potencias “independientes” son imperialistas. Es verdad que toda nación debe estar integrada en uno u otro bloque imperialista, pero porque esa es la única manera que tiene de defender sus propios intereses imperialistas. Los conflictos y conflagraciones dentro de cada bloque no por eso quedan eliminadas e incluso pueden acabar en guerra abierta como la de Grecia y Turquía en 1.974. Lo que ocurre es que quedan subordinados a un conflicto que prevalece por encima de todos los demás. Los bloques imperialistas como cualquier alianza burguesa no pueden ser armoniosos ni estar realmente unificadas sus partes. Creer que no son imperialistas, que no están inmersos en el imperialismo, o considerar a las naciones débiles sólo como meros muñecos en manos de las potencias dominantes, impide entender las contradicciones de la realidad y los conflictos que surgen en el seno del mismo bloque, no sólo entre las naciones débiles, sino también entre las necesidades de las naciones más débiles y las de la potencia dominante. El que los conflictos acaben casi siempre a favor del Estado dominante, no los hace menos reales. Así mismo, ignorar las acciones imperialistas de las pequeñas naciones imposibilita comprender y explicar la realidad de la guerra entre esos Estados. El que esas acciones sean sistemáticamente utilizadas a favor de los intereses de los bloques no significa que sólo sean producto de decisiones secretas de Moscú o Washington. Proceden de tensiones y dificultades reales a nivel local, dificultades que acarrean inevitablemente una respuesta imperialista por parte de los Estados locales. En ese sentido, no es cierta la idea de que las naciones pequeñas sólo tienen tendencias imperialistas cuando se ve a países como Vietnam invadir Camboya, derribar al Gobierno, instalar un régimen adepto, saquear su economía y, hacer llamamientos para formar una “Federación Indochina” bajo hegemonía vietnamita. Vietnam no sólo tiene apetitos imperialistas, además los satisface chupándose a sus vecinos.
A quienes rechazamos la idea de que esa política sea la de un Estado “obrero” que está llevando a cabo una guerra revolucionaria, a quienes consideramos que el clan dominante en Vietnam no es el actor principal de una lucha burguesa históricamente progresista, sólo nos queda una palabra para definir las acciones de esa calaña: Imperialismo.
Si todas las “luchas nacionales” sirven a los Estados imperialistas grandes o pequeños, entonces es imposible seguir hablando de guerra de defensa nacional, de liberación nacional, o de movimientos revolucionarios en nuestra época. Hay que rechazar cualquier intento por reintegrar la posición de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y colonial. Como por ejemplo hace el “Núcleo Comunista Internacionalista” al sugerir que sería posible aplicar las tesis de la Internacional Comunista a las regiones subdesarrolladas si existiera un verdadero partido comunista: “(…)en las zonas extra metropolitanas, la misión de un partido comunista pasa, obligatoriamente, por el cumplimiento de tareas que no son “suyas” (en términos “inmediatos”), que son incluso “democrático burguesas”(constitución de un Estado nacional independiente, unificación territorial y económica, reforma agraria, nacionalización,…)…”[8].
La preocupación del NCI es que el proletariado y su vanguardia no se pueden quedar indiferentes ante los movimientos sociales de las masas oprimidas en esas regiones, que tienen que ponerse a la cabeza de las revueltas uniéndolas a la revolución comunista mundial, todo lo cual es perfectamente correcto. Pero para eso, el proletariado tiene que reconocer también que lo “nacional” no viene de las masas oprimidas y explotadas sino de sus opresores y explotadores. Desde el instante en que esas revueltas so arrastradas a la lucha por tareas “nacionales”, entonces son desviadas al terreno de la burguesía. En el contexto histórico actual, nacional quiere decir imperialista: “…Desde entonces el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa democrático burgués: la expansión más allá de las fronteras nacionales (cualesquiera que sean las condiciones nacionales de los países anexionados) se han convertido en plataforma de la burguesía en todos los países. Claro está, la fraseología nacional se ha mantenido, pero su contenido real y su función se ha convertido en todo lo contrario. Sólo sirve para tapar más o menos las aspiraciones imperialistas , si no es utilizada claramente como grito de guerra, en los conflictos imperialistas, como único y último medio ideológico para captar la adhesión de las masas populares y que así hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas…” (Rosa Luxemburgo, “La crisis de la socialdemocracia”).
Este planteamiento de Rosa Luxemburgo ha sido confirmado por todos los llamados “movimientos de liberación nacional” desde Vietnam hasta Angola, pasando por Líbano y Nicaragua. Antes y después de su llegada al poder, las fuerzas burguesas de la liberación nacional actúan siempre y, sin excepción, como agentes de una u otra de las grandes potencias imperialistas. Desde el momento en que se apoderan del Estado, empiezan a querer llevar a cabo sus propios fines imperialistas. Así pues, de lo que se trata para los revolucionarios, no es de dirigir las revueltas de las masas oprimidas en un “momento” de la lucha nacional democrático-burguesa, sino de sacar a esas masas fuera del terreno nacional burgués llevándolas al terreno proletario de la guerra de clases. “Transformar la guerra imperialista en guerra civil “es el grito de unión del proletariado en todas las partes del mundo hoy en día.
El carácter imperialista actual de todas las fracciones de la burguesía y de todos sus proyectos políticos no puede ser detenido, ni siquiera momentáneamente, ni por el mejor partido comunista del mundo. Es esta una realidad histórica profunda, basada en una evolución social objetivamente determinada.
“…La era de las guerras imperialistas y de las revoluciones proletarias ya no opone a Estados reaccionarios contra Estados progresistas en guerras en las que se forjan, con el concurso de las masas populares, la unidad nacional de la burguesía, en las que se construye la base geográfica y política que va a servir de trampolín al desarrollo de las fuerzas productivas. Tampoco enfrentan ya esas guerras, a la burguesía con las clases dominantes de las colonias, en guerras coloniales que dan aire y espacio a las fuerzas capitalistas de producción ya muy desarrolladas. Esta época, al contrario, enfrenta a todos los Estados capitalistas entre sí, entidades económicas que se reparten y vuelven a repartirse el mundo, incapaces, sin embargo, de reducir los contrastes de clase y las contradicciones económicas, si no es llevando a cabo, gracias a la guerra, una gigantesca destrucción de fuerzas productivas y aniquilando a innumerables proletarios expulsado de la producción.
Desde el punto de vista de la experiencia histórica se puede afirmar que el carácter de las guerras que sacuden periódicamente a la sociedad capitalista, así como la política proletaria correspondiente tiene que estar determinadas, no ya por el aspecto particular y a menudo equívoco bajo el cual esas guerras pueden presentarse, sino por su contexto histórico surgido del desarrollo económico y del grado de madurez de los antagonismos de clase…” (“El problema de la guerra”, 1.935. Jehan, miembro de la Izquierda Comunista de Bélgica).
Cuando concluimos que, en el contexto histórico actual, todas las guerras, todas las políticas de conquista, todas las relaciones concurrentes entre los Estados capitalistas tienen un carácter imperialista, no estamos en contradicción con lo que afirmaba Bujarin, con razón, es decir que había que juzgar el carácter de una política de guerras y de conquistas a partir de la pregunta: ¿Qué relaciones de producción se refuerzan o se extienden con la guerra? Nosotros no debilitamos la precisión del término Imperialismo precisamente porque ampliamos su empleo. Pues, si bien los marxistas identificaban las guerras nacionales como guerras al servicio de una función progresiva, a causa de la extensión de las relaciones de producción, en una época en las que estas servían todavía de base para el desarrollo de las fuerzas productivas, también oponían las guerras de este tipo a las guerras imperialistas, guerras históricamente reaccionarias, precisamente porque sirven para mantener las relaciones de producción capitalistas cuando estas se han vuelto una traba para cualquier desarrollo posterior. Hoy, todas las guerras de la burguesía y todas las políticas exteriores lo único que pretenden es preservar un modo de producción decadente, podrido; así que podemos calificarlas a todas, y con razón, de imperialistas. Pues, efectivamente, “uno de los rasgos más definitorios de la decadencia del capitalismo es que, mientras en su fase ascendente, “…la guerra tiene como función asegurar una ampliación del mercado con vistas a una mayor producción de medios de consumo, en la fase decadente, la producción está centrada básicamente en la producción de medios de destrucción, es decir, con vistas a la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista tiene su expresión más patente en el hecho de que mientras en el período ascendente las guerras contribuían al desarrollo económico, hoy, en cambio, es la actividad económica la que se dedica casi exclusivamente a la guerra…” (“Informe sobre la Situación Internacional, Izquierda Comunista de Francia, 1.945”[9]).
Aunque la finalidad de la producción capitalista sigue siendo la extracción de plusvalía, la subordinación creciente de toda la actividad económica a las necesidades de la guerra, representa una tendencia del capital a negarse a sí mismo. La guerra imperialista, surgida por la carrera de la burguesía por las ganancias, asume una dinámica durante la cual las leyes de la rentabilidad y el intercambio van desapareciendo. Los cálculos de las ganancias y pérdidas, los informes de compraventa quedan marginados en la alocada carrera del capital hacia su autodestrucción. Hoy, la “solución” que ofrece el capital a la humanidad, en la lógica de su auto canibalismo, es un holocausto nuclear que podría destruir a la especie humana por completo. Esta tendencia a la autonegación del capital que es la guerra viene acompañada por una militarización universal de la sociedad. Es un proceso que aparece con toda su amplitud en el “Tercer Mundo” y en los regímenes estalinistas, pero que, si la burguesía consigue tener la vía libre, se convertirá pronto en una realidad para los obreros de las “democracias” occidentales también. La subordinación total de la vida económica, política y social a las necesidades de la guerra, ésa es la terrible realidad del imperialismo de todos los países hoy en día.
Más que nunca, la clase obrera mundial se encuentra ante la alternativa planteada por Rosa Luxemburgo en 1.915: “… O triunfa el imperialismo y la destrucción de toda cultura como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la degeneración, en suma, un inmenso cementerio. O la victoria del socialismo, o sea, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo…” (Rosa Luxemburgo, “La crisis de la socialdemocracia”).
C.D.Ward.
Diciembre de 1.979
[1] Ver la primera parte de la Serie Balance de 70 años de liberación nacional Balance de 70 años de luchas de "liberación nacional" (Primera parte) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [29]
[2] Para una argumentación más detallada ver el folleto de la CCI: «Nación o Clase» https://es.internationalism.org/cci/200606/968/nacion-o-clase [30]
[3] Para ello remitimos a los lectores al artículo. “Teorías económicas y lucha por el socialismo” Publicado en Revista Internacional nº 16. https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/949/teorias-economicas-y-lucha-por-el-socialismo [31]
[4] Ver “Marxismo y Teorías sobre la crisis” en Revista Internacional nº 13 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197803/2363/marxismo-y-teorias-sobre-las-crisis [32]
[5] Ver el folleto de la CCI: “La Decadencia del Capitalismo”
[6] Cuando afirmamos que «Toda nación es imperialista» está claro que hacemos una generalización y que, por lo tanto, se pueden encontrar excepciones en este o aquel Estado que, al parecer, no han cometido nunca actos imperialistas criminales. Pero eso no desmiente la regla. Como tampoco puede evitarse el problema con preguntas tontas del estilo «¿Dónde está el imperialismo de las Islas Seychelles o de Andorra? Lo que nos interesa no son los paraísos fiscales o las anécdotas históricas, sino los capitales nacionales que, aunque no sean independientes, si tienen una existencia palpable y una actividad en el mercado mundial.
[7] Hemos de corregir un malentendido de la CWO cuando rechaza la idea de que «la visión de Luxemburgo sobre la cuestión nacional tiene por base su visión económica, puesto que la primera precede a la segunda en más de diez años» (Revolutionary Perspectives nº 12, pág. 25). Es evidente que la CWO no está al tanto de lo que escribió Rosa en 1898, en la edición de «Reforma o Revolución», donde señala que: «Cuando examinamos la situación económica actual, hemos de admitir que todavía no hemos entrado en la fase de plena madurez capitalista que está inscrita en la teoría de Marx sobre las crisis periódicas. El mercado mundial se encuentra aún en fase expansiva. Por tanto, aunque ya no estemos en el estadio de súbitas apariciones de nuevas zonas de apertura para la economía, como sucediera de vez en cuando hasta los años 1870 acarreando las primeras “crisis de juventud” del capitalismo, no por ello podemos decir que hemos entrado en ese nivel de desarrollo, de plena expansión del mercado mundial que conllevará colisiones periódicas entre las fuerzas productivas y los límites del mercado, o, en otras palabras, las crisis verdaderas de un capitalismo plenamente desarrollado. (…) Una vez que el mercado mundial este totalmente extendido, más o menos, de tal manera que ya no pueda haber aperturas repentinas de mercados, el crecimiento incesante de la productividad del trabajo producirá entonces, tarde o temprano, esas colisiones periódicas entre las fuerzas productivas y los límites del mercado, que se harán cada vez más violentas y agudas por su repetición». (traducido del inglés por nosotros. Citado en el libro de Sternberg: «Capitalismo y Socialismo»).
[8] Partito e Clase : c/o P.Turco Stretta Matteoti 6, 33043 Cividale, Italie
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/21/485/el-otono-caliente-italiano-de-1969
[2] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/obrerismo
[3] https://es.internationalism.org/tag/geografia/asia
[4] https://es.internationalism.org/tag/21/542/conferencias-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista
[5] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[6] https://es.internationalism.org/tag/3/51/partido-y-fraccion
[7] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia
[8] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/lucha-de-clases-1
[9] https://es.internationalism.org/tag/geografia/francia
[10] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/area-de-influencia-de-la-izquierda-comunista
[11] https://es.internationalism.org/files/es/el_curso_de_la_historia.pdf
[12] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2065/segunda-conferencia-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista
[13] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197904/2289/resoluciones-presentadas-por-la-cci-a-la-2-conferencia-internacion
[14] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201003/2829/el-sectarismo-una-herencia-de-la-contrarrevolucion-que-hay-que-sup
[15] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[16] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion
[17] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario
[18] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201711/4256/22-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional
[19] https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197901/9395/revolution-internationale-n-57-janvier
[20] https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197902/9396/revolution-internationale-n-58-fevrier
[21] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199704/2782/vii-la-fundacion-del-kapd
[23] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198910/2140/internationalisme-1945-las-verdaderas-causas-de-la-segunda-guerra-
[24] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[25] https://es.internationalism.org/tag/3/44/curso-historico
[26] https://es.internationalism.org/files/es/resolucion_iiier_congreso_de_la_cci_rint_18.pdf
[27] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado
[28] https://es.internationalism.org/files/es/acerca_imperialismo.pdf
[29] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201707/4221/balance-de-70-anos-de-luchas-de-liberacion-nacional-primera-parte
[30] https://es.internationalism.org/cci/200606/968/nacion-o-clase
[31] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/949/teorias-economicas-y-lucha-por-el-socialismo
[32] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197803/2363/marxismo-y-teorias-sobre-las-crisis
[33] https://es.internationalism.org/tag/21/547/imperialismo
[34] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[35] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo