Si creyéramos los discursos pronunciados cuando Trump hizo acto de presencia en la Knesset (parlamento) israelí justo después de que se firmara el último «alto al fuego» en Oriente Medio, estaríamos siendo testigos de uno de los mayores acuerdos de paz de la historia, que abre una nueva era de paz y prosperidad en esa región hasta ahora devastada por la guerra. Los elogios a los logros de Trump no tuvieron límites: incluso se le comparó con el monarca persa Ciro el Grande en la antigüedad, quien liberó a los judíos del cautiverio babilónico y permitió la construcción del Segundo Templo en Jerusalén. Antes de Trump, Ciro era el único no judío que se había ganado el título de Mesías.
Los comentaristas burgueses informados se mostraron más cautelosos. Aunque acogieron con satisfacción el alto al fuego y la perspectiva de reanudar la ayuda humanitaria a la devastada y hambrienta Gaza, señalaron que el plan de veinte puntos de Trump ofrecía muy pocos pasos concretos hacia el desarme de Hamás y la reconstrucción de Gaza bajo una nueva administración «tecnocrática»; que ofrece una vaga perspectiva de la creación de un Estado palestino, pero no menciona la ocupación y la anexión virtual de Cisjordania por parte de Israel, ni la obstinada oposición del Gobierno israelí a la idea misma de un Estado palestino independiente. Y, de hecho, la violencia apenas ha disminuido desde que se firmó el acuerdo. Hamás ha ejecutado públicamente a opositores a su régimen en la ciudad de Gaza, Israel ha reanudado los ataques aéreos —con la justificación de «proteger» el alto al fuego contra las violaciones de Hamás— y está bloqueando el paso fronterizo de Rafah, que permitiría el paso de convoyes de ayuda a Gaza. También ha llevado a cabo incursiones en el Líbano, con más de un centenar de víctimas mortales. En otras palabras, incluso la continuidad a corto plazo del alto al fuego y el suministro de alimentos, medicinas y otros productos de primera necesidad están en duda, por no hablar de un horizonte más lejano de «paz» en Oriente Medio.
Los otros acuerdos de alto al fuego de Trump, que según él justifican el título de «presidente de la Paz», son igualmente vacíos.
Poco después de la firma del alto al fuego en Gaza, se canceló la reunión prevista en Hungría entre Trump y Putin. Esta guerra, que Trump presumió alguna vez poder resolver en 24 horas una vez fuera presidente, se prolonga, con armas cada vez más destructivas acumuladas y desplegadas por ambas partes: la posibilidad de un final viable para la guerra en Ucrania también sigue siendo remota. El alto al fuego en el Congo se incumple continuamente y las tensiones entre Pakistán e India, ambos países con armas nucleares, siguen aumentando a pesar del acuerdo de alto al fuego. Pakistán acogió con satisfacción la intervención de Trump en este conflicto y lo nominó para el premio Nobel de la Paz, pero India restó importancia al papel de Trump, insistiendo en que el acuerdo fue esencialmente obra de los ejércitos de los dos Estados. Mientras tanto, se está produciendo una nueva ronda de masacres en Sudán, y un grupo islamista cercano a Al Qaeda está a punto de tomar el control de la capital de Mali.
Pero la retórica de paz de Estados Unidos también queda en evidencia como un fraude por las posturas militares y políticas reales que está adoptando el régimen de Trump, especialmente en su patio trasero: inmediatamente después de regresar a la Casa Blanca en enero de este año, Trump comenzó a hacer declaraciones amenazantes sobre tomar el control de Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá, y en abril Estados Unidos llegó a un acuerdo con Panamá que permite el despliegue de tropas estadounidenses a lo largo del canal. Hoy en día, Estados Unidos está llevando a cabo ataques aéreos mortíferos contra barcos presuntamente involucrados en el tráfico de drogas en el Caribe y está intensificando sus amenazas contra Colombia y Venezuela en particular, a las que denuncia como «narcoestados» o como aliados de Rusia y China en América Latina. Al mismo tiempo, Washington rescató al régimen de Milei en Argentina, afín a Trump, con un paquete de veinte mil millones de dólares, destinado a contrarrestar la influencia de China en Argentina. Esta inyección financiera vino acompañada del mensaje de que se abandonaría cualquier ayuda económica adicional si Milei perdía las próximas elecciones legislativas: todo ello contribuyó sin duda a la amplia victoria de Milei.
Y, por supuesto, Estados Unidos nunca ha dejado de suministrar a Israel las armas que ha utilizado para destruir Gaza y lanzar repetidas incursiones contra el Líbano, Siria e Irán, participando directamente en el ataque contra las capacidades nucleares de Irán. Pero no estamos hablando solo de Estados Unidos. Todos los Estados, y en particular las «democracias» de Europa occidental, han comenzado a invertir enormes cantidades de dinero y recursos en el desarrollo de sus industrias armamentísticas, acompañadas de una propaganda incesante sobre la necesidad de que «Occidente» esté preparado para defenderse de la agresión rusa o china.
La realidad es que la guerra y los preparativos para la guerra se están extendiendo por todo el planeta, que los conflictos militares existentes se han vuelto cada vez más caóticos, irracionales y difíciles de resolver, y que el capitalismo en descomposición está atrapado en una espiral de destrucción, más espectacular en Gaza, pero no menos devastadora en Ucrania y otras regiones del mundo, que tiende a escapar al control de la clase dominante. El capitalismo en decadencia terminal es una guerra sin fin. Como escribimos en nuestro primer texto de orientación sobre el militarismo y la descomposición en 1991:
«En realidad si el imperialismo, el militarismo y la guerra se identifican tanto con el período de decadencia, es porque éste es el periodo en que las relaciones de producción capitalistas se han vuelto una traba al desarrollo de las fuerzas productivas: el carácter perfectamente irracional, en el plano económico global, de los gastos militares y de la guerra es expresión de la aberración que es el mantenimiento de esas relaciones de producción. La autodestrucción permanente y creciente de capital, resultante de ese modo de vida, es un símbolo de la agonía del sistema, pone claramente de relieve que está condenado por la historia.»[1]
Otro término que hemos utilizado para referirnos a esta espiral mortal es el «efecto torbellino», en el que cada una de las crisis del capitalismo —económicas, ecológicas, militares, políticas, etc.— tiende a reforzarse mutuamente y a empujarse unas a otras hacia un nuevo nivel. Así, la creciente irresponsabilidad política de la «clase política» del capitalismo, expresada en su forma más pura en las diversas facciones populistas y, sobre todo, por Trump, quien declaró en la ONU que el calentamiento global era el mayor engaño de la historia, solo puede socavar aún más los mínimos esfuerzos de la burguesía por mitigar la crisis ecológica. Al mismo tiempo, el cambio hacia una economía de guerra fomentará el crecimiento de los sectores industriales más contaminantes y con mayor emisión de carbono. Y las guerras en sí mismas son desastres ecológicos: debido a la devastación y el envenenamiento de las tierras agrícolas, Gaza no podrá cultivar sus propios alimentos durante muchos años, y la reconstrucción desde cero de sus hogares, escuelas y hospitales en ruinas emitirá enormes cantidades de carbono.
En medio de este torbellino, el impulso hacia la guerra es el factor más poderoso, el ojo de la tormenta. Y para impulsar la guerra, se pedirá a la clase que produce la mayor parte de la riqueza mundial, la clase trabajadora, que haga los sacrificios necesarios: sus salarios, condiciones laborales, acceso a la salud, pensiones, educación y, en última instancia, sus vidas. Pero es aquí donde se encuentra el verdadero obstáculo para la guerra. No en los acuerdos y pactos entre los criminales capitalistas, sino en las luchas defensivas de la clase trabajadora frente a una sociedad que no puede ofrecerles más que pobreza y destrucción. Y estas luchas no son una piadosa esperanza, porque desde 2022 hemos visto una clara tendencia de los trabajadores de numerosos países a afirmar sus intereses de clase frente a las exigencias de los capitalistas de apretarse el cinturón y soportar los interminables ataques a su nivel de vida. Por sí solas, las luchas defensivas de los trabajadores solo pueden obstaculizar temporalmente la campaña bélica. Para ponerle fin por completo se necesitará una profunda politización de la lucha, el reconocimiento de que el sistema capitalista global debe ser derrocado y sustituido por una forma nueva y superior de vida social.
La necesidad de que la lucha madure políticamente apunta al papel indispensable de las organizaciones políticas que la clase obrera ha creado en su lucha histórica contra este sistema. No nos referimos aquí a los partidos de la izquierda oficial, que a menudo son los ejecutores de la austeridad contra la clase obrera, ni a sus apéndices de «izquierda radical», sino a las organizaciones auténticamente comunistas que defienden la lucha independiente de la clase obrera contra todas las facciones de la clase dominante y, sobre todo, que defienden el principio del internacionalismo, oponiéndose a todas las bandas y Estados involucrados en las guerras del capitalismo: en resumen, las organizaciones de la izquierda comunista internacional. Dado que estas organizaciones siguen siendo una pequeña minoría, nadando contra la marea de las mistificaciones belicistas, nacionalistas y pacifistas, la CCI siempre ha abogado por el máximo debate y cooperación posibles entre estos grupos.
Pero también es necesario que el debate entre estas organizaciones aclare sus diferencias más importantes. Si bien los grupos de la izquierda comunista tienden a coincidir en que la guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo y en la necesidad de que los trabajadores y los revolucionarios se opongan a todas las partes, existen diferencias considerables en el análisis del proceso a través del cual se está produciendo esta «autodestrucción permanente y creciente del capital». Para la mayoría de los grupos, en particular la Tendencia Comunista Internacionalista y los diversos «partidos» bordiguistas, la profundización de la crisis económica y la proliferación de los conflictos militares son la prueba de que nos dirigimos una vez más hacia la reconstitución de los bloques imperialistas y una marcha disciplinada hacia una Tercera Guerra Mundial. Para la CCI, esto no está en la agenda en un futuro previsible, y quienes están convencidos de la perspectiva de una nueva guerra generalizada corren el riesgo, bajo el impacto de los recientes tratados de «paz», de relajar su vigilancia e ignorar el peligro mucho más apremiante al que se enfrenta la clase obrera: que el torbellino de destrucción la abrume antes de que sea capaz de elevar sus luchas al nivel histórico necesario para derrocar el modo de producción capitalista. Tenemos el objetivo de desarrollar este argumento en otro artículo de este número de la Revista: «¿Nos dirigimos hacia una Tercera Guerra Mundial?».
CCI, noviembre 2025
[1] Militarismo y descomposición [1], Revista Internacional 64
En este artículo nos centraremos en los argumentos de la Tendencia Comunista Internacionalista (TCI) sobre la perspectiva de una tercera guerra mundial. Entre los grupos de la izquierda comunista fuera de la CCI, la TCI tiende a defender las posiciones internacionalistas más claras contra la guerra imperialista, y por eso siempre ha sido destinataria de nuestros llamamientos a los grupos de la izquierda comunista para la elaboración de declaraciones comunes contra las guerras en Ucrania y Medio Oriente. Una de las razones por las que la TCI siempre ha rechazado estos llamamientos es que tenemos perspectivas diferentes sobre la evolución de la situación mundial, en particular sobre la cuestión de una marcha hacia la guerra mundial. En nuestra opinión, tales divergencias no deberían ser un obstáculo para acciones comunes como la publicación de declaraciones conjuntas contra la guerra, ya que compartimos los mismos principios internacionalistas fundamentales. De hecho, tales acciones son importantes por las siguientes razones:
En particular para la TCI, la crisis económica mundial resultante de la caída de la tasa de ganancia ha alcanzado tal punto que solo el nivel de destrucción que resultaría de una tercera guerra mundial sería suficiente para permitir el nacimiento de un «nuevo ciclo de acumulación». No entraremos aquí en este debate concreto, ya que es evidente que tal nivel de destrucción es mucho más susceptible de provocar la extinción de la humanidad que un nuevo período de prosperidad capitalista. En su lugar, examinaremos el proceso que conduce a un desenlace tan catastrófico, con el fin de poner de relieve las amenazas más urgentes para el futuro del planeta y sus habitantes. Y aquí, la CCI es una de las pocas organizaciones revolucionarias que se opone a la idea de que la tendencia dominante que observamos hoy en día sea la formación de nuevos bloques imperialistas y, por lo tanto, una marcha coordinada hacia la guerra mundial. Estos dos fenómenos son inseparables, como escribimos en mayo de 2022 en nuestro texto de orientación actualizado sobre el militarismo y la descomposición:
«una guerra mundial es la fase última de la constitución de los bloques imperialistas. Más concretamente, es debido a la existencia de bloques imperialistas constituidos que una guerra que, en un principio, solo afecta a un número limitado de países, degenera, por el juego de las alianzas, en una conflagración generalizada»[i].
Nuestro texto de 1991 sobre «el militarismo y la descomposición» fue redactado tras el colapso del bloque imperialista del este dominado por la URSS, acontecimiento que marcó el inicio definitivo de la fase final del capitalismo decadente, la fase de descomposición. Reconocía que la historia había demostrado que, en la época de la decadencia capitalista, existía una tendencia permanente a la formación de bloques imperialistas y que, la desaparición de un bloque imperialista, hasta entonces, daba lugar a la formación de un nuevo bloque. Pero tras considerar la posibilidad de que surgiera un nuevo bloque en torno a los países más poderosos económicamente de la época —Alemania y Japón—, llegaba a la conclusión de que ninguna de estas dos potencias estaba en condiciones de desempeñar ese papel (y mucho menos el antiguo líder del bloque, la URSS, que se encontraba en fase de desintegración). A continuación, identificaba los elementos fundamentales que justificaban esta conclusión:
«… al iniciarse el período de decadencia, y hasta los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, podía existir cierta “paridad” entre los diferentes socios de una coalición imperialista, aunque la necesidad de un jefe se ha notado siempre. Por ejemplo, en la 1ª Guerra Mundial, no existía, en términos de potencia militar operativa, gran disparidad entre los tres “vencedores”: Gran Bretaña, Francia y E.E. U.U. Esta situación ya evolucionó de modo muy importante en la 2ª Guerra mundial, durante la cual los “vencedores” se pusieron bajo la estrecha dependencia de unos E.E. U.U. que poseían una superioridad considerable sobre sus “aliados”. Y ésta se iba a acentuar durante todo el período de “guerra fría” que acaba de terminar, en el que cada jefe de bloque, E.E. U.U. y la URSS, sobre todo en control del armamento nuclear más destructor, han dispuesto una superioridad aplastante sobre el resto de los países del bloque.
Esa tendencia se explica porque, con el hundimiento del capitalismo en su decadencia:
Este último factor es como con el capitalismo de Estado: cuanto más se desgarran entre sí las diferentes fracciones de una burguesía nacional con la agravación de la crisis que agudiza su mutua competencia, tanto más tiene que reforzarse el Estado para poder ejercer sobre ellas su autoridad. De igual modo, cuantos más estragos produce la crisis histórica y sus formas abiertas, más fuerte debe ser la cabeza de bloque para contener y controlar las tendencias a la dislocación entre las diferentes fracciones nacionales que lo componen. Y está claro que, en la última fase de la decadencia, la de la descomposición, un fenómeno así se agravará todavía más
Por todas estas razones, y en especial la última, la formación de un nuevo par de boques imperialistas no se ve en un horizonte razonable, puede incluso que ni ocurra nunca, que la revolución o la destrucción de la humanidad hayan ocurrido antes.»[ii].
En nuestra opinión, este marco sigue siendo válido hoy en día, aunque la actualización que hicimos en 2022 sobre la cuestión del militarismo y la descomposición reconoce que en 1991 no previmos el auge de China, que fue posible gracias al colapso del antiguo sistema de bloques y al desarrollo de la «globalización», que se tradujo, en particular, en inversiones masivas de capital en China, especialmente por parte de Estados Unidos, lo que provocó el crecimiento desenfrenado de China como nuevo «taller el mundo». Sin embargo, para la TCI y otros, China estaría hoy en día más o menos en condiciones de formar un nuevo bloque capaz de librar una guerra mundial contra «Occidente». Como argumentó su filial británica, la Communist Workers Organisation (CWO), en un artículo reciente:
«Occidente, liderado por Estados Unidos, ha creado, mediante el uso repetido del “arma económica”, una alianza de conveniencia entre las potencias sancionadas (China, Rusia, Irán y Corea del Norte), que ahora las ha llevado a entrar en conflicto con Occidente. Como ya ha demostrado la guerra en Ucrania, no se trata de una “nueva Guerra Fría”, como han afirmado algunos expertos. La situación es totalmente diferente. Durante la Guerra Fría, la URSS y Estados Unidos eran ambas potencias victoriosas y tenían más que perder que ganar con una guerra abierta (y posiblemente nuclear), por lo que el conflicto no era directo. Solo en las guerras por medio de terceros y en las maniobras en el tablero mundial la tensión entre ellas alcanzó su punto álgido.
Hoy en día, la situación es muy diferente. Dado el estancamiento del sistema capitalista, ninguna potencia tiene asegurado su futuro económico, y todas se enfrentan a crecientes problemas de endeudamiento y a una capacidad cada vez menor para mantener el tipo de sociedad que han tenido hasta ahora. El auge del nacionalismo no se limita a Occidente. Como ahora sabemos, la búsqueda de mayores ganancias en el extranjero por parte del capital estadounidense y la lucha de clases que existía en Estados Unidos en los años ochenta y noventa tuvieron como consecuencia involuntaria alimentar a China, convirtiéndola un rival para su hegemonía. Xi Jinping ha cultivado un nacionalismo mezquino similar, afirmando el nuevo poder económico de China en contraposición con la humillación que sufrió en el pasado por parte de las potencias extranjeras. Y este nacionalismo no se limita a la retórica sobre la reconquista de Taiwán. China ya supera a Estados Unidos en varios ámbitos tecnológicos (el tratamiento de las tierras raras, por ejemplo) y en inteligencia artificial…
… El poderío militar estadounidense sigue siendo muy superior al del resto del mundo, y sigue siendo el único actor global en este sentido. Pero la tecnología cibernética y el hecho de que China haya construido una flota más moderna, entre otras cosas, significan que la brecha se está reduciendo y que ya existe una carrera armamentística tecnológica entre las dos potencias. Esta rivalidad no es nueva y no se limita a Trump. La administración Obama fue la primera en reconocer la amenaza cuando adoptó el “giro hacia Asia” en 2011, pero su política consistía entonces en involucrarse con otros Estados asiáticos (en ese momento, el 40% del crecimiento de la economía mundial se producía en esa región) mientras mantenía vínculos directos con China. Tanto con Trump como con Biden, la política estadounidense se ha vuelto más agresiva hacia China, pero mientras Biden buscaba construir alianzas (AUKUS, etc.) para defender la “democracia” contra los Estados “autoritarios”, el eslogan MAGA de Trump podría reformularse como “Make America Go it Alone” (Hacer que América actúe sola»[iii].
Este pasaje contiene muchas verdades. El espectacular desarrollo de China como potencia mundial en el siglo XXI marca un nuevo nivel de bipolarización de las rivalidades imperialistas, que es el punto de partida para la formación de verdaderos bloques militares. Además, la idea de que China se ha convertido en el principal rival económico e imperialista de Estados Unidos es, en efecto, común a todas las principales facciones de la clase dominante estadounidense, desde Obama hasta Trump. Pero no estamos de acuerdo en que esto signifique que China ya sea capaz de formar un bloque a su alrededor, y ello por dos razones principales:
Estas manifestaciones del impacto perturbador de los antagonismos nacionales dentro de la «alianza de conveniencia» constituyen un serio obstáculo para la formación de un bloque liderado por China. Pero aún más significativo es el hecho, subrayado por la propia CWO, de que Estados Unidos esté adoptando la política de «Make America Go it Alone» (Hacer que América actúe sola), socavando así la posibilidad de una alianza estable entre las «democracias».
En el Texto de 1991, escribíamos: «En el nuevo período histórico en que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo vienen a confirmar, el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada quien va a jugar “por su cuenta y para sí”, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos, el carácter de estabilidad de los bloques, pero que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, en el que el “gendarme” USA intentará hacer reinar un mínimo de orden con el empleo más y más masivo de su potencial militar.»[iv].
Pero, aunque en ningún caso han renunciado al uso masivo de la fuerza militar —como hemos visto, por ejemplo, en los recientes ataques contra las instalaciones nucleares iraníes—, los intentos de Estados Unidos de «mantener un mínimo de orden» han acabado por convertir a este país en el principal factor de exacerbación del desorden. Esto quedó claramente de manifiesto en Irak en 1991, pero aún más durante las invasiones de Afganistán e Irak en 2001 y 2003. Y, como hemos dicho en muchas de nuestras resoluciones y artículos, a diferencia del pasado, cuando eran las potencias más débiles las que tenían más interés en socavar el statu quo imperialista, en la fase de descomposición es la potencia más fuerte del mundo la que se ha convertido en la principal promotora del caos en todo el planeta. Esto ha llegado a tal punto que el régimen de Trump declara abiertamente que ya no es el policía del mundo y opone cada vez más los intereses de Estados Unidos a los del resto del mundo.
Por lo tanto, ya no se puede hablar de «Occidente» o de un bloque occidental. La actual ruptura entre Estados Unidos y Europa, que se traduce en una amenaza muy real para el futuro de la alianza de la OTAN, el apoyo estadounidense a las facciones populistas y de extrema derecha europeas que se oponen a la Unión Europea, así como las declaraciones directas de Estados Unidos sobre la posibilidad de anexionarse Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá, constituyen la última etapa de la desintegración de todo el «orden internacional» inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, la política estadounidense de hacer pagar a las potencias europeas la guerra en Ucrania no tiene por objeto aumentar la sumisión de estas últimas a un orden dirigido por Estados Unidos. Este objetivo tradicional ha pasado a un segundo plano frente al deseo autodestructivo de Estados Unidos de socavar a todos sus rivales y sembrar el caos y la división entre sus antiguos «aliados». Por su parte, al considerar cada vez más a Estados Unidos no solo como un aliado poco fiable, sino incluso como un enemigo potencial, las grandes potencias europeas, como Alemania, se comprometen a desarrollar su sector militar, lo que tenderá a reforzar su determinación de resistir la intimidación estadounidense y ocupar su lugar en los Juegos Olímpicos imperialistas mundiales.
Cabe añadir que la movilización de un Estado para la guerra supone una unidad fundamental entre las principales facciones de la clase dominante. Esto es cada vez menos el caso en Estados Unidos, donde las divisiones dentro de la clase dominante —entre la izquierda y la derecha, los republicanos y los demócratas, pero también entre el clan que rodea a Trump y otras ramas del aparato estatal, e incluso dentro del propio bando MAGA, se han vuelto tan virulentas que, si a ello se suma la proliferación de grupos armados motivados por todo tipo de ideologías delirantes, el riesgo de una guerra civil en Estados Unidos sale del oscuro ámbito de la ciencia ficción y se vuelve cada vez más concreto.
Esta creciente inestabilidad entre los Estados y dentro de ellos no hace que el mundo sea más seguro, aunque obstaculiza la reconstitución de bloques militares. Por el contrario, la falta de disciplina dentro de los bloques y la creciente irracionalidad de los regímenes en el poder tienden a aumentar el riesgo de descontrol a nivel militar. Y la amenaza de militarización y guerra se ve agravada por el peligro de un colapso ecológico a escala planetaria, que la exacerba aún más. Desde principios de la década de 2020, estamos cada vez más inmersos en lo que los elementos más perspicaces de la burguesía denominan la «policrisis» y que nosotros hemos llamado «el efecto torbellino», una espiral mortal en la que todos los diferentes productos de una sociedad en descomposición interactúan entre sí y aceleran todo el proceso de destrucción, lo que confirma que la amenaza más tangible para la supervivencia de la sociedad humana proviene del propio proceso de descomposición.
Pero hay otra razón por la que nos dirigimos hacia un «mundo de guerras» en lugar de hacia la reconstitución de bloques con vistas a una guerra mundial clásica: la existencia de un polo alternativo a la espiral de descomposición.
La base de la descomposición es el estancamiento entre las clases, lo que significa que, durante las últimas décadas del siglo XX, la burguesía, a pesar del agravamiento de la crisis económica mundial, no ha sido capaz de movilizar a la clase obrera para una nueva guerra mundial. Y, en nuestra opinión, el proletariado internacional no ha sufrido una derrota histórica comparable a la que sufrió tras el aplastamiento de la revolución mundial a partir de la década de 1920, que permitió a la clase dominante arrastrarlo a la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que ha atravesado un largo período de retroceso y dificultades, pero la reanudación de los movimientos de clase desencadenada por el «verano del descontento» en Gran Bretaña en 2022 fue la señal de que la clase obrera, tras un largo período de maduración subterránea, volvía a la lucha abierta y emprendía el largo camino hacia la reconquista de su identidad de clase y, en última instancia, la perspectiva revolucionaria que puede ofrecer como única alternativa a la putrefacción de la sociedad. Es verdad que algunas partes de la clase obrera, como en Ucrania y Medio Oriente, se han visto efectivamente arrastradas a la guerra, pero esto no se aplica a los batallones centrales de la clase obrera en Europa occidental y América del Norte.
Las luchas que comenzaron en 2022 fueron principalmente una respuesta al deterioro de las condiciones de vida provocado por la crisis económica, pero también es significativo que se produjeran a pesar del estallido de la guerra en las fronteras de Europa y de las intensas campañas de propaganda sobre la necesidad de defender Ucrania y la democracia. Y mientras la clase dominante se compromete a desarrollar la economía de guerra y retira cada vez más su apoyo financiero al gasto social, la relación entre la crisis económica y la guerra se hace cada vez más evidente. Podemos verlo, aunque sea de forma indirecta, en los intentos del ala izquierda del capital de «apropiarse» de este tipo de cuestionamientos en las filas del proletariado, por ejemplo, mediante la popularización de la consigna «welfare not warfare» (bienestar y no guerra) en las manifestaciones obreras.
A una escala más espectacular, hemos asistido a huelgas y manifestaciones muy concurridas, organizadas por los sindicatos italianos, en particular los «sindicatos de base» más radicales, en respuesta al genocidio en Gaza y al encarcelamiento de los activistas de la «flotilla Sumud» que intentaban transportar alimentos y otros suministros a través del bloqueo israelí. A diferencia de las marchas pro palestinas que se celebran regularmente en Londres y en muchas otras ciudades, claramente dominadas por la ideología nacionalista, estas acciones dan la impresión de estar situadas en un terreno obrero, pero como muestra un artículo reciente publicado en la revista italiana de la TCI, Battaglia Comunista, no escapan al dominio del nacionalismo pro palestino y, por lo tanto, a la lógica de la guerra imperialista:
«Es innecesario decir que el contenido estaba marcado por el pacifismo humanitario y el reformismo, sin el menor rastro de internacionalismo proletario, es decir, de clase: las banderas palestinas dominaban sin oposición, acompañadas de las habituales consignas «Palestina libre», etc. La división de la clase obrera por parte de los sindicatos era claramente visible: por un lado, los trabajadores del Si Cobas (principalmente inmigrantes), por otro, los de la CGIL (principalmente italianos), con poca discusión. Battaglia Comunista intervino en varias ciudades con un volante, aunque este se perdió evidentemente en la ola de nacionalismo pro palestino»[v].
Pero tanto si el pacifismo como el nacionalismo son la ideología principal invocada, estas movilizaciones son medios para desviar la indignación proletaria contra la guerra capitalista. En este caso, Battaglia logró, mantenerse en el terreno de clase, sin embargo, como hemos mostrado en varios artículos, la incapacidad de comprender la totalidad de las fuerzas detrás de la masacre de Gaza llevó a muchos internacionalistas en ciernes a confusiones extremadamente peligrosas. Esto ha sido muy evidente en organizaciones anarquistas como el Anarchist Communist Group, con su apoyo a Palestine Action y otras actividades pro palestinas, pero incluso una corriente de la izquierda comunista —los bordiguistas— no ha evitado serias ambigüedades en torno a la cuestión[vi]. Cabe señalar aquí que, en una reciente reunión pública del grupo bordiguista que publica The International Communist Party, los compañeros del PCI dejaron claro que se plenamente detrás de la huelga en Italia, principalmente debido a su implicación en diversos sindicatos de base. También hemos argumentado que la respuesta «estratégica» de la TCI a la campaña belicista — consistente en la formación de grupos No War But The Class War sobre una plataforma mínima— no solo oscurece el papel real de la organización política de la clase, sino que también los ha expuesto a alianzas peligrosas con grupos más o menos empantanados en el izquierdismo[vii].
El problema de los revolucionarios que no logran desmarcarse de las acciones «antiguerra» dominadas por el pacifismo o el nacionalismo está relacionado con un problema más amplio, ya que el creciente rechazo no solo hacia la guerra, sino también hacia la represión y la corrupción capitalistas, a menudo asociadas con ataques contra las condiciones de vida básicas, está provocando una ola de revueltas en todo el mundo: los movimientos denominados «Gen-Z» en Indonesia, Nepal, Kenia, Madagascar, Marruecos y otros lugares, pero se trata de movimientos «populares» que reúnen a diferentes clases y capas sociales, que por sí mismos no pueden desarrollar una perspectiva proletaria y se ven invariablemente atrapados en reivindicaciones de cambio democrático. Y también en este caso hemos visto cómo la TCI ha perdido la cabeza y se ha quedado rezagada respecto a estos movimientos. El artículo de este número de la Revista Internacional, Cuando se cae en la trampa de la lucha por la democracia burguesa contra el populismo [3], nos da varios ejemplos[viii].
Estas movilizaciones —a las que se suman las grandes manifestaciones «No Kings» contra Trump en Estados Unidos, que reunieron aún más abiertamente a millones de personas bajo la bandera de la defensa de la democracia burguesa contra el autoritarismo— demuestran el peligro que representa la situación actual para la clase obrera, que corre el riesgo de ser arrastrada hacia un falso terreno, y la importancia central de las luchas defensivas de la clase obrera, de las reacciones a la crisis económica en el terreno proletario, ya que estas luchas son la base indispensable para que la clase obrera se reconozca como una fuerza social distinta, como una clase para sí misma. Y esto es, a su vez, el único punto de partida para que la clase obrera sea capaz de plantear el problema de la lucha contra el sistema capitalista en su conjunto, con sus guerras, su represión, sus pandemias y su devastación ecológica. En suma, para desarrollar su propia perspectiva revolucionaria autónoma y mostrar así el único camino a seguir para todos los sectores de la población oprimidos y empobrecidos por el capitalismo en descomposición.
Amos, noviembre de 2025
[i] Militarismo y descomposición (mayo de 2022) [4]; Revista Internacional 168.
[ii] Ídem
[iii] Cincuenta años de lucha, cincuenta años nadando contra corriente [5], Perspectives révolutionnaires 26 [En Inglés]
[iv] Texto de orientación: militarismo y descomposición [1]; Revista Internacional 64, 1991
[v] Italia: A propósito de la «huelga general» por Gaza [6], leftcom.org [Solo en inglés]
[vi] Sobre la ACG, véase La ACG da un paso más hacia el apoyo a la campaña nacionalista de guerra [7] y El apoyo de la ACG a Palestine Action: un paso más hacia el abandono del internacionalismo [8], ICC Online [ambos artículos en inglés y francés]. Sobre los bordiguistas, véase Guerra en Oriente Medio: el marco teórico obsoleto de los grupos bordiguistas [9], ICC Online
[vii] La TCI y la iniciativa «No War But the Class War»: un bluf oportunista que debilita a la izquierda comunista [10]
[viii] Véase también el artículo publicado por la TCI: «Declaración sobre las manifestaciones en Nepal [11]»[solo en inglés], firmado por el NWBCW South Asia, en el que se ofrece a los jóvenes nepalíes la perspectiva de «llevar a cabo una lucha política y violenta y apoderarse de las fábricas, los recursos alimentarios, los recursos energéticos, los transportes y las armas».
En un discurso pronunciado ante las Naciones Unidas en septiembre de 2025, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que, durante los primeros siete meses de su segundo mandato, ya había puesto fin a siete guerras «interminables»: las de Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopía, Armenia y Azerbaiyán.
A lo sumo, estos conflictos han conocido un alto al fuego (no todos orquestados por Trump), pero nunca se han resuelto pacíficamente y están listos para reanudarse en cualquier momento. Además, las grandes guerras heredadas por el presidente Biden, entre Rusia y Ucrania, y entre Israel y Gaza, se han agravado en general, a pesar de la intención de Trump de ponerles fin desde el primer día de su presidencia. El actual alto el fuego en Gaza (10/10/2025), que permite a los supervivientes de la masacre regresar a las ruinas de sus hogares, supondrá, en el mejor de los casos, una pausa en el horror de la interminable guerra en Medio Oriente.
La BBC, entre otros medios de comunicación, se ha deleitado en ridiculizar la flagrante mentira de estas afirmaciones de Trump. Pero detrás del blof de Trump se escondía un mensaje intencionado: la ONU (creada por Estados Unidos en 1945) ha sido incapaz de garantizar la paz que se suponía debía mantener (lo cual es cierto) y, ahora, solo él y su política unilateral de «América primero», también conocida como «Make America Great Again», son capaces de instaurar la paz mundial.
La realidad detrás de este episodio solo demuestra que, en todo el mundo, los conflictos imperialistas, grandes y pequeños, se multiplican sin cesar, y que no solo las instituciones transnacionales de la democracia liberal, como la ONU, han sido incapaces de ponerles fin, sino que el nacionalismo populista tampoco ha logrado detenerlos. Hoy en día, la paz capitalista, sea cual sea su forma, es imposible, y solo una clase con intereses internacionalistas, la clase obrera, es capaz de instaurar la paz mediante el derrocamiento de los Estados nacionales a escala mundial.
Esta perspectiva intransigente, necesaria y posible, única política realista a largo plazo, ha constituido la diferencia fundamental entre la Izquierda Comunista y todas las demás tendencias políticas supuestamente revolucionarias, como los trotskistas o los anarquistas, que, en medio de la carnicería, siguen reivindicando su apoyo a los imperialismos del «mal menor», ya sea en la Palestina actual, de Vietnam del Norte en los años sesenta o del imperialismo democrático aliado durante la Segunda Guerra Mundial.
Si queremos hacer un balance preciso de los primeros siete meses de la presidencia de Trump, hay que ir más allá de la afirmación de que su administración ha continuado con las guerras, la austeridad y la represión de todos los gobiernos capitalistas anteriores. Es esencial explicar en qué se diferencia radicalmente su presidencia de las anteriores, incluso de su primer mandato (2016-2020), para comprender los peligros especialmente graves que la situación estadounidense supone para la clase obrera.
Ningún otro grupo de la Izquierda Comunista ha sido capaz de realizar este análisis y advertir de las amenazas y trampas que se avecinan, ya que solo ven en los primeros meses de la presidencia de Trump una continuidad con la época anterior[1].
En artículos anteriores sobre la llegada al poder de Trump a principios de año, subrayamos que su política de «América primero» no tendría el efecto esperado, es decir, restaurar la grandeza de Estados Unidos en la escena internacional[2].
Por el contrario, los primeros meses de Trump han acelerado a toda velocidad el debilitamiento de la hegemonía geopolítica estadounidense —conocida como Pax americana— en beneficio de un creciente «sálvese quien pueda» tanto de sus antiguos aliados como de sus enemigos.
El imperialismo estadounidense dominó el mundo entre 1945 y 1989 porque era el gendarme del bloque imperialista más poderoso. Pero su victoria tras el colapso del bloque del Este, su rival más débil, resultó ser una victoria pírrica. La eliminación de la amenaza del imperialismo ruso aflojó las cadenas que mantenían unidas a las naciones del bloque occidental en su sumisión a Estados Unidos. Así, el período 1989-2025 vio cómo Estados Unidos intentaba en vano mantener su anterior hegemonía, a pesar de la demostración masivamente destructiva y sangrienta de su superioridad militar.
La contribución radical de Trump consistió en convertir un vicio en virtud. En lugar de intentar restaurar la dominación estadounidense, como hicieron las presidencias anteriores, intentó romperla por completo, calificándola de «estafa» perpetrada por sus aliados para «engañar» a Estados Unidos. En lugar de intentar frenar la tendencia al «sálvese quien pueda» en las relaciones imperialistas que debilita el poder estadounidense desde 1989, la segunda administración Trump se ha convertido en su principal defensora en la escena internacional.
Echar a la basura todos los elementos de la Pax americana ha sido la hazaña más histórica de la presidencia de Trump. Los primeros días de su segundo mandato se caracterizaron por su deseo de anexionarse Groenlandia, Panamá y Canadá, todos ellos aliados de Estados Unidos. Pero su cambio más radical con respecto a la política estadounidense anterior se expresó en el cuestionamiento del compromiso de Estados Unidos con la OTAN, la alianza militar que siempre ha sido la pieza central del bloque occidental y ha servido de modelo para las alianzas estadounidenses en otros escenarios geopolíticos. Estados Unidos se mostraba ahora ambiguo en cuanto a su reconocimiento del artículo crucial de la carta de la OTAN, que prevé de facto su apoyo a cualquier miembro europeo amenazado por Rusia. La diplomacia estadounidense, ahora confusa en cuanto al apoyo a Ucrania, animó al Kremlin a intensificar su invasión militar de ese país y a proferir amenazas contra los países de Europa del Este miembros de la OTAN, a saber, Polonia, Letonia, Rumanía y Estonia.
Sabiendo que su último protector las ha abandonado, las principales potencias de Europa occidental se ven ahora obligadas a intentar independizarse militarmente de Estados Unidos y a aumentar radicalmente sus gastos en armamento, con todas las consecuencias que ello implica: la extensión de la guerra a Europa, el mayor colapso de sus economías y el empobrecimiento de una clase obrera combativa.
Trump ha presentado esta ruptura con Europa como una victoria, pero en realidad supone, a largo plazo, un debilitamiento del control de Estados Unidos sobre uno de los centros industriales más importantes del mundo.
El mismo debilitamiento de la hegemonía estadounidense se ha producido en Medio Oriente, donde la política exterior de Trump se ha convertido en un auxiliar de las ambiciones imperialistas regionales de Israel, en detrimento de los intereses estadounidenses de mantener el equilibrio de fuerzas y sus otras alianzas en la región. En el Lejano Oriente, el desprecio de Estados Unidos por su compromiso con sus antiguos aliados —Japón, Australia y la India— pone en tela de juicio la política de contención de su principal rival imperialista, China, que se ha beneficiado del mayor margen de maniobra que ello le ha proporcionado.
Al menos, Trump, con su desprecio manifiesto por el antiguo liderazgo estadounidense del bloque occidental, ha disipado por fin la ilusión de la inmutabilidad de los parámetros de la Guerra Fría —la polarización del imperialismo mundial en torno a dos ejes principales— y ha confirmado la realidad: ahora hemos entrado de lleno en una era multipolar, en la que la formación de bloques es cada vez menos probable. Esto hace que la proliferación de conflictos imperialistas en todo el mundo sea la norma.
Sorprendentemente, algunas organizaciones de la Izquierda Comunista están todavía viviendo con nostalgia en la Guerra Fría y creen que los conflictos imperialistas que se multiplican hoy en día son los precursores de la Tercera Guerra Mundial. Esto significaría que la clase obrera mundial ya está derrotada. Sin embargo, es precisamente la no derrota de la clase obrera actual lo que contribuye a definir el período actual y la improbabilidad de que se formen nuevos bloques imperialistas.
Estos viejos grupos de la Izquierda Comunista se asemejan al soldado japonés Hiroo Onoda, quien hasta 1974 se negó a admitir que la Segunda Guerra Mundial había terminado 29 años antes. En realidad, estos grupos son aún más obtusos, ya que 36 años después de la caída del muro de Berlín siguen viendo el mundo a través del prisma de la Guerra Fría, lo que no es el caso de los portavoces avezados de la burguesía, como ilustra la siguiente cita: «Mientras la democracia liberal se corroe en nuestro país, el internacionalismo liberal se desmorona en el extranjero. En un mundo sin potencias emergentes, Estados Unidos se convierte en una superpotencia rebelde, sin gran sentido de las obligaciones hacia los demás. Durante la Guerra Fría, el liderazgo estadounidense era en parte virtuoso y en parte egoísta: proteger a sus aliados, transferir tecnologías y abrir los mercados estadounidenses era el precio que había que pagar para contener a un rival en pleno ascenso. Los aliados aceptaban públicamente la primacía de Estados Unidos porque el Ejército Rojo se cernía cerca y el comunismo contaba con cientos de millones de adeptos. Pero cuando la Unión Soviética se derrumbó, la demanda de liderazgo estadounidense se derrumbó con ella. Hoy en día, sin una amenaza roja que combatir y con solo un orden liberal amorfo que defender, la expresión «líder del mundo libre» suena hueca, incluso a los oídos de los estadounidenses. («El orden estancado y el fin de las potencias emergentes»; Michael Beckley, Foreign Affairs, octubre de 2025)
La presidencia de Trump no solo ha debilitado el liderazgo mundial de Estados Unidos en el ámbito diplomático y militar. Todas las instituciones «transnacionales» y «blandas» que daban al bloque estadounidense una imagen humanista, internacional y pluralista —económica, comercial, financiera, social, medioambiental y sanitaria— que Estados Unidos dominaba y apoyaba financieramente desde 1945: la Organización Mundial del Comercio, el G7 de los países industrializados, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud, todas ellas han perdido el apoyo de la nueva administración. La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) era, hasta su supresión efectiva por Trump en febrero de 2025, la mayor agencia mundial de ayuda exterior, con un presupuesto medio anual de 23 000 millones de dólares.
La imposición por parte de Trump de aranceles masivos al resto del mundo, tanto a aliados como a enemigos, fue la ilustración más espectacular de un cambio económico brutal en la política estadounidense de globalización y (cuasi) libre comercio. Según la justificación trumpiana de esta política, los demás países, en particular la UE, han engañado a Estados Unidos, cuando en realidad esta última y sus predecesores han servido de vector para la integración económica de Europa occidental bajo la égida de Estados Unidos. La ilusión trumpista es que Estados Unidos puede utilizar su superioridad militar y económica para hacer pagar la crisis al resto del mundo. Pero una política de este tipo se volverá inevitablemente en su contra también en el plano económico, como ya demuestra la ofensiva arancelaria, que desestabiliza el dólar, pilar de la economía mundial.
Ya sea en el plano ideológico, económico o militar, los Estados Unidos, bajo Trump, han abandonado toda ambición hegemónica en favor de las dudosas ventajas de perturbar el orden establecido. El «America First» y la imprevisibilidad no constituyen ni una perspectiva unificadora ni un método. Todo lo contrario.
Hasta ahora, uno de los principales pilares del poder mundial estadounidense residía en su funcionamiento interno como bastión estable de la democracia liberal, un ejemplo moral y político para sus aliados y un grito de guerra contra el despotismo del bloque del Este y, más recientemente, contra potencias «revisionistas» como Rusia, China e Irán.
Al final de su primer mandato presidencial, Trump ya había atacado deliberadamente los textos y los lugares sagrados de la democracia liberal estadounidense al alentar el asalto armado de sus seguidores al Capitolio de Washington en enero de 2020 para intentar anular la votación legal a favor de Joe Biden. De este modo, dio a la nación estadounidense la apariencia de una «república bananera» a los ojos del resto del mundo, según el expresidente George W. Bush. Trump continuó por este camino durante su segundo mandato, rompiendo las convenciones de las normas democráticas liberales. Manipuló el poder judicial —supuestamente independiente de cualquier injerencia política— para forzar la destitución o la imputación de sus enemigos dentro del aparato estatal, y su posible encarcelamiento, en particular James Comey, exdirector del FBI. Intenta presionar al Comité Directivo de la Reserva Federal —y a su director, Jay Powell, también supuestamente independiente de las necesidades a corto plazo del Gobierno en funciones— para que bajen los tipos de interés. O incluso para que se destituya a la directora de estadísticas cuando anunció estadísticas «erróneas» sobre la tasa de empleo.
Trump ha inventado recientemente pretextos para utilizar al ejército con el fin de intervenir en disturbios civiles, como las manifestaciones contra la expulsión de inmigrantes en Los Ángeles, o en delitos como los cometidos en Washington, Portland o Chicago, comprometiendo así la independencia de las fuerzas armadas frente a las injerencias políticas y utilizándolas para desacreditar y usurpar la autoridad de las administraciones elegidas del Partido Demócrata en esas ciudades. La militarización de las operaciones del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) constituye otro desprecio populista por los procedimientos de la democracia burguesa.
Antiguamente, la norma liberal y bipartidista exigía que los jefes de los ministerios estadounidenses —salud, defensa, medio ambiente, etc.— fueran competentes en su ámbito o respetuosos con los expertos permanentes que trabajaban en ellos. Esta idea también ha sufrido una transformación populista. De manera grotesca, Robert F. Kennedy Jr., opositor a la vacunación y convencido de que la circuncisión puede provocar autismo, ha sido nombrado secretario de Salud, mientras que Pete Hegseth, antiguo presentador de un programa de entrevistas en Fox News, ha sido nombrado jefe del Ministerio de Defensa (hoy «de Guerra»). Recientemente ordenó a generales estadounidenses de todo el mundo que acudieran a Washington para asistir a una conferencia sobre la necesidad de estar en forma y afeitarse la barba.
Cuando el presidente declara que el cambio climático es una «estafa», es evidente que la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) no se plegará a los dictámenes científicos. El nuevo director de la EPA, Lee Zeldin, ha declarado: «Estamos clavando un puñal en el corazón de la religión del cambio climático».
Trump solo ha tenido en cuenta un criterio para nombrar a los dirigentes de las burocracias estatales: la lealtad hacia él mismo.
Por lo tanto, los siete meses de Trump han sido un ataque en toda regla contra todos los pilares del poder estadounidense desde 1945, ya sean militares, estratégicos, económicos, políticos o ideológicos. Estos cimientos ya se habían visto socavados por la pérdida de orientación y perspectiva que se produjo tras el colapso del bloque del Este, el fracaso de sus intentos militares por preservar su hegemonía y las consecuencias de la Gran Recesión de 2008.
Pero para el populista Trump, la causa del declive del imperialismo estadounidense residía en uno de los factores que habían propiciado su anterior ascenso: su ética democrática liberal. Al profanar este espíritu rector, Trump cree poder revitalizar el capitalismo estadounidense y recuperar el impulso ascendente de otra época.
Sin embargo, sería erróneo considerar este cambio como resultado de Trump mismo, a pesar de sus afirmaciones. Trump no es más que la expresión más espectacular de una tendencia política populista universal que ha ganado terreno durante el período de descomposición, a expensas de la democracia liberal.
Francis Fukuyama, eminente politólogo estadounidense, declaró tras la caída del muro de Berlín: «Quizás estemos asistiendo no solo al final de la Guerra Fría, ni al final de un período particular de la historia de la posguerra, sino al final de la historia como tal: es decir, al punto final de la evolución ideológica de la humanidad y a la universalización de la democracia liberal occidental como forma definitiva de gobierno humano». — Francis Fukuyama, «¿El fin de la historia?», The National Interest, n.º 16 (verano de 1989).
Desde entonces, ha tenido que revisar su opinión sobre la victoria de la democracia liberal y rechazar la correspondiente ilusión de los neoconservadores en torno al presidente George W. Bush de que, después de 1989, Estados Unidos dirigiría un mundo unipolar.
El colapso del estalinismo no fue más que el presagio de un declive generalizado de las formas políticas del poder capitalista en el período de decadencia y, más recientemente, de descomposición del orden burgués. El Estado de partido único del bloque ruso se desarrolló principalmente para satisfacer las necesidades militares imperialistas de la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas. Pero su debilidad económica minó gradualmente su rigidez frente a la larga crisis económica mundial que comenzó en la década de 1960, lo que finalmente condujo a su colapso total.
Sin embargo, los regímenes democráticos liberales del bloque occidental también comenzaron a perder su razón de ser tras la derrota de su principal adversario imperialista después de 1989. Los Estados democráticos liberales y su ideología se habían centrado en las perspectivas imperialistas del bloque occidental. Pero, cada vez más, tras la eliminación de su principal adversario, ese riguroso respeto por las normas liberales, que unía a todas las facciones burguesas detrás del Estado, desapareció, y los regímenes democráticos liberales comenzaron a reproducir la corrupción endémica y el sálvese quien pueda, típicos del funcionamiento de los regímenes estalinistas.
Esta tendencia a la pérdida de control político se vio agravada por el inevitable empeoramiento de la crisis económica, en particular por las consecuencias de lo que se denominó oficialmente la Gran Recesión de 2008, que tuvo que ser pagada íntegramente... por la clase trabajadora. Al mismo tiempo, la multiplicación de las «guerras eternas» en todo el mundo afectó directamente a los regímenes democráticos liberales occidentales y a sus presupuestos. La promesa de paz y prosperidad hecha por Occidente después de 1989 fue traicionada. La credibilidad mermada de los partidos tradicionales de las democracias liberales se puso de manifiesto en su constante pérdida de porcentaje de votos electorales.
Este vacío ha sido llenado por las fuerzas políticas populistas, cuya característica general era criticar solo los síntomas de los fracasos del capitalismo y proponer panaceas irracionales: la sustitución de la diplomacia y las alianzas imperialistas a largo plazo por un nacionalismo incoherente y nativista, más acorde con el todos contra todos que reina en la escena mundial; la culpabilización de la crisis económica recae en las élites: las inmensas burocracias estatales parasitarias, Wall Street y los expertos generosamente remunerados; la designación de los inmigrantes y otros extranjeros como chivos expiatorios del descenso del nivel de vida; la sustitución de la ideología liberal «woke» por los valores tradicionales del sentido común.
El populismo no se revela como un adversario del capitalismo, la democracia y el Estado democrático. Después de todo, fue el presidente Abraham Lincoln quien definió el gobierno de una manera populista: «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». No, el enemigo del populismo es la práctica liberal tradicional del Estado democrático, que habría desviado el sentido del gobierno del pueblo y lo habría excluido del poder.
El populismo no es un fenómeno político nuevo, sino una reacción incoherente, por parte de fracciones de la clase dominante, a las contradicciones y limitaciones inevitables de la forma representativa liberal del Estado burgués.
La pretensión de este Estado de gobernar en nombre del pueblo queda inevitablemente desenmascarada en la práctica por la explotación y la represión de la masa de la población en beneficio de una clase dominante minoritaria. El principio representativo del Estado excluye deliberadamente a la masa de la población de toda participación directa en el poder político. Las formas populares de democracia nacidas de las revoluciones burguesas (inglesa, estadounidense, francesa) tuvieron que ser aplastadas para estabilizar los nuevos Estados burgueses. Las democracias representativas liberales del siglo XIX, con la excepción de Estados Unidos, excluían a la mayoría de la población del derecho al voto. El sufragio universal no se generalizó hasta después de la Primera Guerra Mundial, cuando los partidos obreros traicionaron y se integraron en el Estado burgués y las funciones legislativas pasaron en gran parte a manos del Leviatán Ejecutivo. Por lo tanto, el voto de los trabajadores tiene un impacto mínimo en la orientación de la política capitalista. De ahí el llamamiento regular de algunos sectores de la burguesía para restaurar la imposibilidad del «poder del pueblo».
La novedad hoy en día es que el populismo político de derecha se ha convertido en algo más que una simple válvula de escape para el establishment liberal y, debido a las condiciones descritas anteriormente durante el período de descomposición, ha tomado el poder político en lo que antes era el régimen capitalista más estable del mundo.
La llegada al poder del populismo es un remedio peor que la enfermedad para los intereses de toda la burguesía. En primer lugar, el populismo no ofrece, por supuesto, ninguna solución alternativa a la guerra o a la crisis. Se caracteriza esencialmente por métodos amateur, políticas vandálicas y generadoras de caos y escándalos que exacerban los verdaderos problemas en lugar de resolverlos. Una vez en el poder, los líderes populistas resultan ser tan corruptos y depravados como las figuras elitistas a las que sustituyen. El escándalo de Jeffrey Epstein implicó tanto a Trump como a Clinton. El propio Trump se ha convertido en multimillonario. En lugar de crear riqueza y empleo para la clase trabajadora, su política arancelaria ha resultado ser un impuesto regresivo para los más pobres. Al igual que la ley «One Big Beautiful Bill Act» («Una gran y hermosa ley de facturas»), que privará a millones de trabajadores del acceso a la asistencia sanitaria. El proteccionismo no contribuirá en nada al desarrollo de la industria manufacturera estadounidense, como se pretende[3].
El populismo en el poder se convierte en realidad en un «populismo para plutócratas», como señala el socarrón órgano de la burguesía, el Financial Times.
Trump fue elegido en parte gracias al descontento por la caída del nivel de vida bajo Biden. Pero la pobreza sigue aumentando bajo Trump, la inflación sigue pesando sobre los salarios y el desempleo va a aumentar, en parte debido a los recortes drásticos en los empleos federales y al espejismo de la burbuja especulativa de la inteligencia artificial. Esta última atrae importantes inversiones a Estados Unidos precisamente porque tiene la capacidad de eliminar masivamente más puestos de trabajo. Pero la miseria adicional que esto infligirá a la clase trabajadora no hará más que acentuar la crisis de sobreproducción y las crisis financieras que son su consecuencia lógica.
Así pues, como ilustra el ejemplo estadounidense, estamos asistiendo no solo al derrumbe del edificio político liberal democrático, sino también al descubrimiento de su alter ego populista, frente a una clase obrera que no está dispuesta a someterse pasivamente a la continuación de la austeridad que exigirán la crisis insoluble del capitalismo y todas las fracciones de la burguesía.
Por lo tanto, podría parecer que la clase obrera, ante las turbulencias políticas actuales de la burguesía, puede hacer valer sus propias reivindicaciones de clase y, en última instancia, la perspectiva de su propio poder político.
Sin embargo, la burguesía es capaz de utilizar su propia putrefacción política y sus conflictos internos contra su principal enemigo de clase para dividir a la clase obrera, sofocar su identidad de clase y arrastrarla a falsas luchas y objetivos. La única ventaja para la burguesía del auge del populismo político es crear un falso debate, un conflicto de distracción, que aleje a la clase obrera de la comprensión de las verdaderas causas de su empobrecimiento y de su propia solución de clase. Como decía el Financial Times sobre el auge del populismo en Gran Bretaña en 2016: «que coman Brexit»[4]
En realidad, esta división de la clase obrera es lo que está ocurriendo hoy en día en Estados Unidos: se le pide que tome partido activamente por los atropellos del populismo o por la democracia liberal, que elija entre diferentes explotadores y verdugos. Los izquierdistas se esfuerzan especialmente por movilizar a los trabajadores detrás del «mal menor» de la izquierda del Partido Demócrata en Estados Unidos.
Lamentablemente, una parte de la izquierda comunista, voluntariamente ciega a la realidad, cede terreno por oportunismo a los «movimientos democráticos» que se inscriben en las falsas oposiciones propuestas por la burguesía, con la falsa esperanza de convertirlos en verdaderas luchas proletarias.
Para defender sus intereses, la clase obrera deberá combatir a todas las facciones de la clase dominante y no dejarse arrastrar a una lucha que no es la suya. Desde Marx, el movimiento revolucionario rechaza la mistificación de la democracia y la igualdad en el capitalismo —ya sea liberal o populista— porque el orden burgués siempre ha estado impulsado por la explotación de clase, cimentada por la opresión estatal. Para Marx, el sinónimo de «Libertad, Igualdad y Fraternidad» era «Infantería, Caballería y Artillería».
A la dictadura del capital, sea cual sea su forma —liberal, democrática, fascista, populista o estalinista—, la clase obrera deberá oponerse finalmente con su propia dictadura de clase, la de los consejos obreros, desplegados por primera vez durante las revoluciones de 1905 y 1917.
En conclusión, los siete meses del segundo mandato del presidente Trump han respondido perfectamente a la necesidad del capitalismo estadounidense de multiplicar las guerras, la explotación y el empobrecimiento de la clase obrera, así como la represión. La contribución particular de Trump ha sido destruir irremediablemente la fachada de la democracia liberal estadounidense en todos los ámbitos, debilitando aún más el liderazgo imperialista estadounidense en la escena mundial y estimulando masivamente el caos capitalista, tanto dentro como fuera de sus fronteras.
El peligro presente y futuro para la clase obrera es verse arrastrada al conflicto cada vez más violento entre las alas populista y liberal de la burguesía.
Debe mantenerse autónoma en su propio terreno de clase, prosiguiendo la lucha por sus propios intereses de clase, lo que la enfrentará inevitablemente a la clase dominante en su conjunto, y no a una u otra de sus facciones rivales.
Como, 11.10.2025
[1] «Caos y oposición en la política estadounidense: ¡Para Le Prolétaire, no hay nada nuevo!» [14]. Revolución Mundial n.º 151.
[2] «Trump 2.0: Nuevos pasos en el caos capitalista» [15]. Revista Internacional n.º 173
[3] Los aranceles de Trump no generarán muchos empleos [16]. Financial Times
[4] Se trata de un juego de palabras atribuido a María Antonieta durante la Revolución Francesa. Cuando le dijeron que el pueblo no tenía pan, ella respondió: «Que coman pastel».
La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha trastocado profundamente el orden económico mundial que se mantenía a duras penas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con instituciones reguladoras del comercio y las monedas, y una cierta coherencia en las orientaciones de los diferentes capitales nacionales. El giro estadounidense hacia un proteccionismo excesivo y su rechazo a cualquier tipo de cooperación internacional no solo ha tenido un impacto inmediato en todos los países centrales del capitalismo, sino que, sobre todo, ha abierto un periodo de incertidumbre relacionado con la desaparición brutal y, sin duda, definitiva de todos los esfuerzos realizados hasta entonces por la burguesía internacional para mantener la economía capitalista lo más alejada posible del caos y del «cada uno para sí». Esta política contribuye en gran medida a debilitar los grandes equilibrios, especialmente en los planos económico y político, con consecuencias inevitables para la dinámica de la lucha de clases, cuya magnitud futura sigue siendo difícil de evaluar en la actualidad.
El marxismo no es una teoría dogmática que diera respuesta a todo hace 150 años. Se trata sobre todo de un método que toma prestado de la ciencia un enfoque fundamental: verificar constantemente la validez de la teoría a la luz de los hechos. Por lo tanto, tomar distancia de la situación no significa en absoluto alejarse de los hechos, sino todo lo contrario. La primera pregunta que debemos plantearnos como marxistas ante estos cambios es si nuestro marco global de análisis de las tendencias históricas del capitalismo debe cuestionarse o si, por el contrario, los acontecimientos actuales lo confirman. A continuación, a partir de este marco de análisis, debemos considerar qué impacto tiene sobre el capitalismo la combinación de diferentes factores, como las guerras, la crisis económica, la desestabilización comercial y el cambio climático, con el fin de proporcionar a nuestra clase un análisis lo más claro posible de estos trastornos y de los retos que plantean para el futuro.
Los amplios extractos del informe sobre la crisis económica, ratificado por nuestro 26º Congreso Internacional en la primavera de 2025, que publicamos a continuación, muestran la validez de nuestro marco de análisis y nos permiten trazar perspectivas históricas. Sin embargo, el proceso nunca se detiene y, en una situación tan cambiante como la que vivimos hoy en día, corresponde más que nunca a las organizaciones revolucionarias profundizar sin cesar en este marco.
Desde la redacción del informe, la evolución de la situación no ha hecho más que confirmar las perspectivas esbozadas por el congreso. La aplicación, aleatoria y voluble, pero en última instancia muy brutal, de los aranceles por parte de la administración Trump conduce a una aceleración hasta ahora inimaginable del «cada uno para sí» en la esfera económica, la evaporación de las «oportunidades» de la globalización y una desorganización brutal y caótica de los circuitos de producción y logística en todo el mundo, en particular al empujar a cada capital nacional a hacerse cargo por sí mismo de sectores estratégicos de la producción que, por otra parte, no pueden escapar a la realidad de las condiciones de saturación del mercado mundial. Esta exacerbación del «cada uno para sí» acentúa considerablemente la crisis de sobreproducción.
La crisis de sobreproducción no hace más que agravarse, bajo el peso creciente de la desestabilización del comercio mundial, las políticas proteccionistas y, sobre todo, la explosión del gasto militar. Lejos de poner fin a los sangrientos e interminables conflictos que minan el planeta, como Trump se jacta constantemente, Estados Unidos es el primero en echar leña al fuego, como ilustra la situación en Gaza, el conflicto con Irán o, más recientemente, su política agresiva hacia Venezuela, lo que acentúa la presión de la economía de guerra sobre las cuentas públicas y sobre la propia salud global del capital. El divorcio histórico entre Estados Unidos y Europa se traduce, en particular, en un chantaje estadounidense a los demás países de la OTAN para que compren y produzcan armas para Ucrania y aumenten su gasto y producción de armamento con el fin de hacerse cargo de su propia defensa.
Todo ello se produce en un contexto de pérdida de control por parte de las burguesías nacionales de su juego político, lo que afecta a su capacidad para cooperar e intentar regular mínimamente un mercado mundial devastado. En Estados Unidos, las facciones de la clase dominante se enfrentan entre sí sobre la política a seguir. En Europa, los Estados tienen cada vez más dificultades para mantener una coherencia en relación con la defensa del capital nacional y una estabilidad que permita definir orientaciones para el futuro.
Este panorama no hace más que confirmar el estado de decadencia del capitalismo y el hecho de que la esfera económica, que mediante artificios y eludiendo las leyes fundamentales del sistema, aún escapaba en general a esta decadencia, hoy en día no solo es presa de ella, sino sobre todo un acelerador del torbellino infernal que arrastra a este sistema en descomposición.
Entonces, ¿cómo se puede seguir defendiendo hoy en día la idea de que el capitalismo aún es capaz de relanzar nuevos ciclos de acumulación a través de la destrucción del capital provocada por la guerra, como siguen defendiendo las organizaciones del medio político proletario?[1] La abismal deuda del conjunto de los Estados capitalistas, las gigantescas pérdidas relacionadas con la destrucción y la economía de guerra, la desorganización de los mercados y la realidad de la sobreproducción crónica invalidan cualquier idea de la posibilidad de un desarrollo eterno del sistema.
¿Cómo se puede defender hoy en día la visión del siglo XIX de un progreso tecnológico capaz de aumentar la productividad global? Hoy en día, los avances tecnológicos son ciertamente incomparables con los de la época ascendente del capitalismo. Pero, por un lado, se dirigen casi exclusivamente al ámbito militar, una tendencia que se inició desde el comienzo de la decadencia y, sobre todo, las ganancias de productividad se evaporan en la sobreproducción debido a la imposibilidad de vender todas las mercancías producidas y, por lo tanto, de realizar la totalidad de la plusvalía esperada. Por lo tanto, son incapaces de contribuir a un «nuevo ciclo de acumulación», aunque algunos sectores o un cierto número de empresas puedan seguir saliendo airosos, ya que los mercados susceptibles de ofrecer las salidas necesarias para la realización de la plusvalía están, a escala global, saturados desde hace mucho tiempo.
¿Significa esto que la decadencia del modo de producción capitalista, y más aún su período de descomposición, es entendida por la CCI como una dinámica ineludible que traza un camino natural hacia el comunismo? ¡En absoluto! La descomposición traza un camino hacia el colapso del sistema capitalista, no para abrir el camino al comunismo, sino para provocar la destrucción masiva de la humanidad, de su desarrollo y de su entorno, si la clase obrera no logra imponer su perspectiva. Y esta perspectiva del comunismo seguirá siendo siempre el fruto de una lucha a muerte contra el capital. Por eso, los revolucionarios deben ser perfectamente claros sobre la responsabilidad histórica del proletariado, que no tiene toda la eternidad por delante para superar sus dificultades, liberarse del peso de las ideologías burguesas y pequeñoburguesas y recuperar su identidad de clase revolucionaria portadora del único futuro viable y posible para la humanidad, el del comunismo.
En este contexto, el objetivo de un informe del congreso es permitir a la organización dotarse de un marco de análisis sólido para comprender la situación en los años venideros. Al inscribirse así en el largo plazo, un informe no puede limitarse a la actualidad y debe tomar altura, como era el objetivo de este, en particular a través de dos cuestiones centrales para comprender los acontecimientos recientes en el plano económico:
- la creciente interacción entre la descomposición y la crisis económica, que ilustra el torbellino en el que se ve envuelta la sociedad burguesa desde el punto de vista económico,
- el carácter cada vez más implacable del callejón sin salida de la sobreproducción.
La interdependencia entre la crisis económica y las manifestaciones de la descomposición a diferentes niveles se manifiesta a través de una multitud de fenómenos:
- Por un lado, la sobreproducción ha seguido sacudiendo la economía mundial: así, por ejemplo, ha estallado una grave crisis en la industria alemana, en particular en la industria automovilística, y los problemas económicos de Alemania reflejan los de la UE, mientras que en Estados Unidos también ha estallado una burbuja especulativa bursátil.
- Por otro lado, la perturbación del comercio y la producción mundiales se duplicó en pocos meses. Por ejemplo, debido a los ataques de los hutíes, el 95 % de los barcos que debían atravesar el mar Rojo tuvieron que desviarse. En 2023, la sequía provocó retrasos en el canal de Panamá, lo que aumentó el coste de las mercancías y las materias primas que circulaban entre Estados Unidos y China, así como en otras rutas marítimas mundiales.
- Además, los estragos causados por la interacción del cambio climático y una economía capitalista devastada por más de 50 años de crisis se dejan sentir en todo el mundo. Las inundaciones masivas en Pakistán, los efectos de la sequía en Europa y otros lugares, las devastadoras inundaciones en Valencia, la tercera ciudad más grande de España, han destruido o debilitado las economías locales y regionales.
El aumento del coste de la vida, la destrucción, los problemas de transporte y la contaminación han tenido un impacto cada vez mayor en la economía estadounidense. El impacto de los incendios de Los Ángeles no se limita a la destrucción de edificios: «AccuWeather ha calculado su impacto económico examinando no solo las pérdidas relacionadas con los daños materiales, sino también los salarios no percibidos debido a la ralentización o la paralización de la actividad económica en las zonas afectadas, las infraestructuras que hay que reparar, los problemas de la cadena de suministro y las dificultades de transporte. Incluso cuando las viviendas y las empresas no quedan destruidas, los habitantes pueden verse incapacitados para trabajar debido a las evacuaciones; las empresas pueden cerrar debido a la dispersión de sus clientes o a la imposibilidad de sus proveedores de realizar sus entregas. La inhalación de humo puede tener consecuencias para la salud a corto, mediano y largo plazo, lo que afecta gravemente a la actividad económica global.» Estos efectos pueden verse amplificados por las oleadas de incendios forestales que asolan durante la mayor parte del año a Estados Unidos y Canadá.
Esta tormenta económica, imperialista y «natural» se ve acelerada por el terremoto político provocado por la elección de Trump. Incluso antes de su llegada al poder, la amenaza de aranceles y cuatro años más de caos político era inminente. «La incertidumbre se cierne sobre 2025, en particular los riesgos de tensiones comerciales y los persistentes retos geopolíticos. Las perspectivas comerciales para 2025 se ven empañadas por posibles cambios políticos, en particular el aumento de los aranceles, que podrían perturbar las cadenas de valor mundiales y afectar a los principales socios comerciales. Estas medidas podrían desencadenar represalias y repercusiones que afectarían a las industrias y las economías a lo largo de las cadenas de suministro. La mera amenaza de aranceles crea imprevisibilidad, lo que debilita el comercio, la inversión y el crecimiento económico»[2].
Este caos y la imprevisibilidad de una «terra incognita» sacuden a las tres principales potencias capitalistas rivales.
La principal economía mundial sigue en declive. Se observó una recuperación tras la pandemia, pero esta se debió en parte al vasto plan de apoyo implementado por Biden, destinado a revertir el declive de la industria estadounidense. Los empleos manufactureros, principal fuente de beneficios, han caído un 35% desde 1979. En 2023 había 12.5 millones de empleos manufactureros, la misma cifra que en 1946 (hay que tener presente que la población estadounidense se ha más que duplicado desde entonces [1946: 141.4 millones; 2023: 336.4 millones]).
Para hacer frente al creciente impacto de la crisis económica, la burguesía estadounidense ha pedido cada vez más dinero prestado. La relación entre la deuda y el PIB de Estados Unidos pasó del 32 % en 1980 al 123 % en 2024. Esto significa que extraen billones de dólares del resto de la economía mundial para pagar sus deudas. Cada año, el Estado estadounidense destina al servicio de su deuda lo mismo que al gasto en defensa. En 2023, el déficit entre gastos e ingresos de Estados Unidos fue de 1.8 billones de dólares, ¡casi el doble del presupuesto militar! El aluvión de ataques de la nueva administración contra los trabajadores federales constituye en parte una respuesta a su crecimiento desbocado. La forma irresponsable y brutal en que se están llevando a cabo tendrá un impacto caótico sobre el capitalismo estadounidense. La interrupción repentina de la financiación pública de servicios esenciales como la salud, la recaudación de impuestos, las cotizaciones a la seguridad social, la investigación médica esencial, etc., tendrá consecuencias cada vez más perjudiciales para la economía y la sociedad.
A nivel internacional, el trastocamiento de las reglas por Trump genera una gran incertidumbre e inestabilidad en la economía mundial. La imposición de aranceles a todos los competidores de Estados Unidos y la amenaza de tarifas aún más draconianas si los gobiernos gravan «injustamente» los productos estadounidenses generan tensiones no solo entre Estados Unidos y sus rivales, sino también entre estos últimos.
Esta política de tierra quemada hundirá aún más al capitalismo en la crisis: «… las políticas propuestas por Trump no permiten reducir el déficit comercial global. Reducir el déficit bilateral con China solo aumentaría los déficits con otros países. Es inevitable, dadas las presiones macroeconómicas persistentes. Además, sus políticas comerciales discriminatorias, con aranceles del 60 % a China y del 10 al 20% a los demás, están destinadas a propagarse. Trump y sus acólitos descubrirán que las exportaciones de otros países sustituyen a las de China mediante transbordos, ensamblajes en terceros países o competencia directa… sin duda habrá represalias. Una propagación de este tipo de aranceles elevados en Estados Unidos y en el mundo probablemente provocaría un rápido declive del comercio y la producción mundiales».[3]
Además, esta inestabilidad económica se verá agravada por la política de expulsiones de la administración Trump. El Consejo americano de inmigración declaró que la expulsión de todos los indocumentados podría costar hasta 315 mil millones de dólares y requeriría entre 220 mil y 409 mil nuevos empleados y agentes de fuerzas del orden. También indicó que expulsar a un millón de personas al año costaría 967 mil millones de dólares en diez años. Esta cantidad de migrantes devueltos, junto con la pérdida de remesas, también desestabilizará algunas regiones de Centroamérica y América Latina y agravará la inestabilidad del capitalismo estadounidense.
China ya no es el «salvador» de la economía mundial que fue después de 2007: su sobrecapacidad industrial se ha convertido en un tren desbocado que arrastra a la economía mundial hacia una crisis cada vez más profunda: «En términos simples, en muchos sectores económicos cruciales, China produce mucho más de lo que ella misma o los mercados extranjeros pueden absorber de manera sostenible. Por consiguiente, la economía china corre el riesgo de quedar atrapada en un círculo vicioso de caída de precios, insolvencia, cierres de fábricas y, en última instancia, pérdida de empleos. La caída de las ganancias ha obligado a los productores a aumentar aún más la producción y a aplicar mayores descuentos en sus productos para generar liquidez y pagar sus deudas. Además, mientras las fábricas se ven obligadas a cerrar y las industrias buscan consolidación, las empresas que sobreviven no son necesariamente las más eficientes o rentables. Las supervivientes son más bien aquellas que tienen mejor acceso a subsidios públicos y financiación barata.
Para Occidente, el problema del exceso de capacidad de China representa un desafío a largo plazo que no puede resolverse simplemente con la creación de nuevas barreras comerciales. Por un lado, aunque Estados Unidos y Europa lograran limitar significativamente la cantidad de productos chinos que llegan a los mercados occidentales, esto no resolvería las ineficiencias estructurales acumuladas en China a lo largo de décadas de priorizar la inversión industrial y los objetivos de producción. Cualquier corrección de rumbo podría requerir años de política china sostenida para tener éxito. Por otro lado, el creciente énfasis de Xi Jinping en la autosuficiencia económica china –una estrategia que en sí misma es una respuesta a los intentos percibidos de Occidente de aislar económicamente al país– ha aumentado, en lugar de aliviar, las presiones que conducen a la sobreproducción. Además, los esfuerzos de Washington por impedir que Pekín inunde Estados Unidos con productos baratos en sectores clave probablemente solo creen nuevas ineficiencias dentro de la economía estadounidense, mientras desplazan el problema de sobreproducción china hacia otros mercados internacionales»[4]. La cita anterior constituye una excelente descripción del impacto de la crisis de sobreproducción en China y en la economía mundial.
El gigante económico y político europeo, Alemania, se ha hundido en una crisis económica y política en los últimos dos años. La inestabilidad política de la burguesía alemana hace aún más difícil la gestión de la crisis económica, que se aceleró en 2024. El agravamiento espectacular de la crisis de sobreproducción en Alemania, con el anuncio de una ola de despidos y cierres de empresas en otoño de 2024, ha puesto de manifiesto la fragilidad de este gigante industrial ante el empeoramiento de la crisis económica mundial. Resulta especialmente afectado por la crisis china. Este declive se acelera por la necesidad del Estado alemán de aumentar sus gastos de defensa y, en consecuencia, reducir el gasto público.
Las turbulencias económicas del capitalismo alemán son fundamentalmente la expresión de los profundos problemas a los que se enfrenta la UE en su conjunto: «La UE también se ha beneficiado de un entorno mundial favorable. El comercio mundial prosperó gracias a las reglas multilaterales. La seguridad proporcionada por el paraguas de seguridad estadounidense liberó presupuestos de defensa para otras prioridades. En un mundo geopolítico estable, no teníamos motivo para preocuparnos por una creciente dependencia de países que creíamos que seguirían siendo nuestros amigos. Pero los cimientos sobre los que hemos construido nuestro país están hoy tambaleándose. El antiguo paradigma mundial se desvanece. La era del rápido crecimiento del comercio mundial parece haber terminado, y las empresas europeas se enfrentan tanto a una mayor competencia internacional como a un acceso limitado a los mercados extranjeros. Europa ha perdido bruscamente a su principal proveedor de energía, Rusia. Al mismo tiempo, la estabilidad geopolítica se debilita y nuestras dependencias se han revelado como vulnerabilidades…
La UE entra en el primer período de su historia reciente en el que el crecimiento no estará respaldado por el crecimiento demográfico. Hacia 2040, la población activa debería disminuir en casi 2 millones de trabajadores al año. Tendremos que depender más de la productividad para impulsar el crecimiento. Si la UE mantuviera su tasa media de crecimiento de la productividad desde 2015, eso solo sería suficiente para mantener el PIB constante hasta 2050, mientras se enfrenta a una serie de nuevas necesidades de inversión que deberán financiarse con un crecimiento más fuerte.
Para digitalizar y descarbonizar la economía y aumentar nuestra capacidad de defensa, la proporción de inversión en Europa deberá aumentar en torno a 5 puntos porcentuales del PIB hasta alcanzar niveles no vistos desde los años 60 y 70. Es algo sin precedentes: a modo de comparación, las inversiones adicionales previstas por el Plan Marshall entre 1948 y 1951 representaban aproximadamente entre el 1 y el 2% del PIB anual»[5].
Se estima que el desarrollo de las economías de la UE para hacer frente a este desafío, especialmente en armamento, requerirá entre 750 y 800 mil millones de euros: una fuerte inversión en armamentos de todo tipo, compensada por un inevitable recorte del gasto social.
Este entramado cada vez más inestable, compuesto por contradicciones económicas fundamentales, manifestaciones de la descomposición en diversos planos y tensiones imperialistas, así como por la interdependencia de todos estos factores, está sembrando claramente el caos en la economía mundial. A esto se suma el creciente impacto de la barbarie guerrera.
El capitalismo ruso parece haber resistido aparentemente el impacto de la guerra y las sanciones. En realidad, esa ilusión se basa en el aumento del gasto militar, el alza de los precios de la energía, el auge de las inversiones en la economía de guerra (la clase capitalista rusa solo puede invertir en Rusia debido a las sanciones) y el incremento de los déficits públicos. Como ya hemos dicho, esta situación oculta la profundidad del debilitamiento del capitalismo ruso por la guerra. El peso aplastante del militarismo es la prueba más flagrante. El dominio del militarismo sobre la economía vuelve a sumir a Rusia en la inestabilidad de la ex-URSS: «En resumen, 40 años después del inicio del mandato de Mijaíl Gorbachov, Moscú se enfrenta a una reaparición de los problemas que este y sus predecesores conocieron. El ejército dominará la economía rusa durante años. Incluso después de llegar a un acuerdo en la guerra actual, el Kremlin tendrá que reconstituir sus reservas militares, mantener la carrera armamentística y reconvertir al ejército. El complejo militar-industrial seguirá drenando la inversión, los recursos humanos y las capacidades del sector civil».
En cuanto a la burguesía israelí, se enfrenta a una dinámica similar. Las guerras en Gaza, Cisjordania y Líbano han tenido un impacto fenomenal en el déficit del Estado israelí. Antes del inicio de la guerra, el Ministerio de Finanzas preveía un déficit del 1.1% del PIB en 2024; ahora se estima en un 8%. El presupuesto de seguridad de Israel es el segundo más alto del mundo. Las guerras han tenido un impacto dramático en la actividad económica del sur y del norte del país. La pérdida de trabajadores palestinos en algunos sectores y el impacto del reclutamiento han tenido consecuencias nefastas. Por primera vez en su historia, la calificación crediticia del capitalismo israelí ha caído. Todo ello ha aumentado su dependencia del apoyo estadounidense.
La idea de que Israel y Estados Unidos llevarán a cabo una limpieza étnica de Gaza y construirán un balneario mediterráneo es tan ilusoria como repugnante. Para retirar los escombros harían falta 100 camiones trabajando 24 horas al día durante 21 años. Todavía hay al menos 14 mil cuerpos bajo los escombros y 7 500 toneladas de municiones sin explotar. La barbarie militar, el caos económico y la llegada al poder de fracciones populistas de la burguesía están creando un nivel de inestabilidad sin precedentes en el sistema capitalista.
Cuando el estalinismo se derrumbó en 1989, tras más de 40 años de retorno de la crisis abierta desde mediados de los años 60, la CCI destacó que las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo moribundo que habían marcado la historia de esa decadencia no solo no habían desaparecido con el tiempo, sino que se habían mantenido, acumulándose y profundizándose, desembocando en la fase de descomposición, que corona y completa tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción capitalista condenado por la historia.
En cuanto a la crisis del capitalismo de Estado que expresaba el colapso de la URSS, nuestra organización puso en evidencia:
- que el derrumbe del capitalismo de Estado estalinista demostraba la impotencia de las medidas de capitalismo de Estado para burlar eternamente las leyes del mercado y marcaba la impotencia de la burguesía mundial ante la crisis de sobreproducción,
- que la ausencia de perspectiva determinaba en el seno de la clase dominante, y sobre todo de su aparato político, una tendencia creciente a la indisciplina y al «sálvese quien pueda»,
- que la quiebra del estalinismo, tras la del Tercer Mundo, anunciaba la quiebra del capitalismo en sus polos más desarrollados.
La CCI también analizó que, en el marco caótico de esta nueva fase histórica y en un mundo capitalista profundamente alterado por los efectos de la decadencia, la desaparición de los bloques ofreció una oportunidad para mantener la rentabilidad del capital y prolongar la supervivencia del capitalismo gracias a la «globalización» mediante la extensión de la explotación capitalista y de las relaciones sociales capitalistas hasta los últimos rincones del planeta, hasta entonces inaccesibles debido a la existencia de los bloques imperialistas[6]. Esas mismas condiciones permitieron el despegue de China[7]. Sin embargo, indicamos que la «globalización» solo constituyó un interludio que permitió al sistema capitalista preservar relativamente su economía de los efectos de la descomposición: el agravamiento del estado real de la economía, el debilitamiento de la dinámica de la globalización, que debilitaba la realización de la acumulación ampliada, el peso de los gastos militares y el callejón sin salida de la sobreproducción hicieron estallar el andamiaje de las finanzas mundiales basado en un endeudamiento descomunal; la crisis de 2008, la más grave desde 1929, marca un punto de inflexión en la historia del hundimiento del modo de producción capitalista en su crisis histórica. Confirmó que el sistema capitalista se encuentra aún más completamente encerrado en una situación en la que (debido al agotamiento de los últimos mercados extra capitalistas) la hegemonía universal de las relaciones de clase capitalistas hace cada vez más difícil la realización de la acumulación ampliada[8].
En estas condiciones de callejón sin salida y descomposición de la sociedad, los fenómenos ya existentes en la decadencia adquieren una nueva calidad, debido a la incapacidad de la burguesía de ofrecer una perspectiva distinta a la de «resistir paso a paso, pero sin esperanza de éxito, al avance de la crisis; por eso la situación actual de crisis abierta se presenta en términos radicalmente diferentes de la anterior crisis del mismo tipo, la de los años 30»[9]. Después de 2008, el cierre de las “oportunidades” de la globalización y la cada vez más evidente incapacidad para superar su crisis de sobreproducción se tradujeron para la clase dominante en la explosión del cada uno por su cuenta en las relaciones entre naciones capitalistas y también dentro de cada nación, mientras los efectos de la descomposición tomaban desde principios de los años 2020 una nueva amplitud poderosamente destructiva sobre la economía capitalista. Se aceleran y vuelven a golpear el corazón del capitalismo mientras los efectos combinados de la crisis económica, la guerra y la crisis climática interactúan y multiplican su impacto desestabilizando la economía y su infraestructura de producción. «Aunque cada uno de los factores que alimentan este efecto “torbellino” de descomposición representa en sí mismo un grave factor de riesgo de colapso para los Estados, sus efectos combinados superan con creces la mera suma de cada uno de ellos tomados aisladamente.»[10] Entre los distintos factores del efecto torbellino, el de la guerra constituye un acelerador del agravamiento de la crisis.
Este «cambio de época» está provocando el regreso de la guerra de alta intensidad. Con ello:
• alimenta la onda de choque de los conflictos militares sobre la economía global (Ucrania, Oriente Medio, Mar Rojo); la perspectiva de conflictos mayores (Taiwán) o «regionales» (India/Pakistán, Marruecos/Argelia) expone a la economía a perturbaciones incalculables e imprevisibles; la guerra debilita y agota las economías nacionales (Rusia, Ucrania, Israel);
• produce una notable unanimidad entre las distintas facciones de cada burguesía en cada capital nacional de todo el mundo para priorizar el aumento del gasto militar: durante el primer mandato de Trump, en la OTAN, tres países (incluyendo solo uno europeo, Grecia) de unos treinta destinaban el 2% del PIB a defensa; hoy solo ocho países, de los cuales siete son europeos, no han alcanzado ese objetivo. Desde la cumbre de la OTAN de junio de 2025, el plan es destinar el 5% del PIB a defensa, incluyendo un 3.5% a la compra de material militar. Para lograrlo, todos los estados se comprometen a fortalecer la economía de guerra y adaptar sus medios de producción, lo que implica reconstruir las reservas estratégicas alimentarias y militares (municiones) y realizar un esfuerzo considerable para acelerar la producción militar (ejemplo: la transición de toda esta industria a tres turnos de 8 horas en Francia para lograr grandes reducciones en los plazos de producción – para los cañones Caesar, por ejemplo, se ha reducido a la mitad). Esto implica también buscar la estandarización del equipamiento militar entre aliados para permitir a la industria aumentar su capacidad, y relocalizar dentro de su territorio la capacidad de producción militar (pólvora en Francia) para aquellos donde esto sea posible.
Dado que el poder industrial es la base del poder militar, cada capital nacional intenta reindustrializarse, lo que implica esencialmente:
• inversión en sectores clave del poder militar, como la robotización, digitalización e IA. Por ejemplo, EE. UU. ha comenzado a repatriar a su suelo la producción de semiconductores de última generación para garantizar su monopolio;
• la integración de otros aspectos esenciales para el crecimiento de estos sectores: esfuerzos para formar una mano de obra cualificada y adaptar la educación (víctima de los recortes), y la capacidad de producir electricidad abundante y barata;
• mantener artificialmente con vida sectores estratégicos como el acero (con una sobrecapacidad del 25-30% a nivel mundial y hasta el 60% en Francia) mediante la intervención estatal, lo que refuerza irracionalmente la sobreproducción.
Sin embargo, incluso a nivel estratégico, la reindustrialización choca con las propias causas de la desindustrialización: la rentabilidad insuficiente, que llevó a la desaparición o relocalización de industrias, y la carga de la deuda, que se ha disparado desde 2020 y restringe el margen de maniobra de cada capital nacional.
La explosión del gasto improductivo está presionando fuertemente al capital nacional y avivando la inflación.
Por otra parte, el ascenso general de la ley del más fuerte y las tensiones belicistas en el contexto de la rivalidad entre EE. UU. y China:
• intensifica la competencia entre naciones y conduce a una reorganización global de la producción industrial a lo largo de las líneas divisorias imperialistas. La imposibilidad de desacoplar las economías estadounidense y china ha dado paso a la ‘reducción de riesgos’ que Estados Unidos quiere imponer a sus aliados. Esta dinámica va acompañada de una tendencia a la cartelización de las cadenas de suministro de materiales o productos estratégicos con miras a «protegerlas», que luego se utilizan como medio de presión y chantaje para ganar una posición de fuerza. Este es particularmente el caso de los metales y minerales raros, dada la dificultad de acceder a ellos a gran escala para operar cadenas de valor completas – más de la mitad de su refinación está bajo control chino – así como de las fuentes de energía.
• trastoca el comercio global mediante restricciones a la exportación y subsidios públicos a industrias consideradas vitales para la seguridad nacional y la soberanía (esto afecta al 12.7% de las importaciones de los países del G20 y al 10% a nivel global);
• impulsa un mayor uso de tecnologías digitales y la fabricación aditiva (impresión 3D), permitiendo a las empresas acercar su producción al punto de venta para acelerar la reorientación de las cadenas de suministro y reducir el atractivo de localizar la producción en China;
• está cambiando y desestabilizando profundamente las condiciones internas de la producción nacional para cada capital nacional: como resumió el ministro de Defensa Lecornu para Francia, por ejemplo, respecto a la «zona gris" de la guerra híbrida que las potencias libran constantemente: «sin estar en guerra, ya no es posible decir que estamos en paz»; «Los ciberataques van en aumento y apuntan a una enorme cantidad de empresas, instituciones públicas e incluso autoridades locales. Las fuerzas armadas están desplegando capacidades para identificar, frustrar y resistir estos ataques dentro del Estado, pero cada líder empresarial, cada administrador público y cada representante local electo también debe proteger a su organización contra esta amenaza, que afecta a todos.»; «Los saltos tecnológicos, la militarización del espacio y lo digital, la guerra de información y la explotación de debilidades económicas permiten a los competidores concebir e implementar nuevas amenazas que pueden tener consecuencias extremadamente graves. Uno de los riesgos que enfrenta Francia hoy es el de ser derrotada sin ser invadida.»[11].
• conduce a un aumento general de los precios (de entre dos y seiscientos por ciento), así como a un cambio en las condiciones bajo las cuales se fijan; el costo más bajo ya no es el único criterio; a esto se suman los precios de la «escasez» y la «seguridad», así como la capacidad financiera del mejor postor.
En todos los países centrales del capitalismo, el Estado, garante de los intereses del capital nacional, es el actor central de la economía: en un entorno económico, social e imperialista profundamente cambiado y cambiante, su intervención sigue siendo predominante. Sin embargo, la gravedad del callejón sin salida del capitalismo, así como las necesidades de construir una economía de guerra, están alimentando choques dentro de cada burguesía nacional, en un contexto donde cada capital nacional está profundamente debilitado:
• el peso de la deuda, que restringe severamente la capacidad de los estados para invertir y reduce el margen de maniobra de cada capital nacional para apoyar la economía nacional;
• por la desaparición de la cooperación entre potencias para lidiar con las contradicciones y convulsiones (predecibles) de un sistema aún amenazado por crisis financieras.
Frente a los desafíos de la «soberanía nacional» y los efectos caóticos de la descomposición, particularmente sus repercusiones en la economía; y frente también a la cuestión de la deuda acumulada (que excede o representa varias veces el PNB), el equilibrio de los presupuestos estatales y el equilibrio de pagos (en su mayoría en déficit) adquieren una nueva importancia crucial para cada capital nacional. Con su resiliencia frente a sus rivales en juego, esto representa una nueva vulnerabilidad y fragilidad dentro del contexto del agravamiento de la descomposición. La cuestión del equilibrio presupuestario surge, ya que cada economía nacional se ve cada vez más atrapada en las contradicciones inherentes a la dificultad de acumular capital, mientras que el burlar la ley del valor ha alcanzado niveles históricamente sin precedentes desde la pandemia.
La deuda – o más bien su escala – divide a las facciones burguesas: en Estados Unidos, para la adopción del presupuesto, Trump exigió un aumento ilimitado del techo de la deuda gubernamental, una propuesta que finalmente fue rechazada, incluso con el apoyo de algunos republicanos. En Alemania, la cuestión de los fondos especiales extrapresupuestarios y la necesidad, defendida por parte de la burguesía, de abandonar el «freno de la deuda» (consagrada en la Constitución), vista como un «freno al futuro», fue una causa clave de la implosión de la coalición de gobierno. En China, el Partido Comunista está poniendo en línea al sector financiero, instándolo a servir a la economía de manera más efectiva y contribuir más a la riqueza nacional.
La tendencia de la clase dominante a perder el control de su juego político debido a los efectos de la descomposición sobre la burguesía y la sociedad, y la inestabilidad y el caos resultantes, están afectando la coherencia, la visión a largo plazo y la continuidad de la defensa de los intereses generales del capital nacional.
• la crisis política en Francia está impidiendo la adopción de un presupuesto; las divisiones entre facciones burguesas en Alemania están afectando la capacidad de la UE para prepararse ante las consecuencias económicas de la llegada de Trump al poder;
• la llegada al poder de facciones populistas irresponsables (con programas irreales para el capital nacional) está debilitando la economía y las medidas impuestas por el capitalismo desde 1945 para prevenir la propagación incontrolada de la crisis económica. Trump llega al poder con un plan diametralmente opuesto a la política anteriormente seguida por el gobierno estadounidense, destinado a promover las criptomonedas y la desregulación financiera a gran escala.
La camarilla en torno a Trump quiere ubicar estos proyectos de criptomonedas en Estados Unidos y convertir los activos digitales y otras innovaciones en un instrumento crucial para «hacer que Estados Unidos sea más poderoso que nunca». Productos especulativos por excelencia (que Trump espera que sean una fuente lucrativa de ingresos), respaldados por grandes acciones tecnológicas estadounidenses o por el dólar y comerciados en el mercado de valores a través de nuevos productos, las criptomonedas, utilizadas como medio de pago alternativo, solo pueden competir y debilitar las monedas emitidas y garantizadas por los bancos centrales. Debido a su volatilidad inherente (su solidez es igual a la de la empresa que las emite – lejos de la de un banco central), al escapar del sistema bancario y sin un mecanismo de supervisión, el uso generalizado de las criptomonedas solo puede afectar la estabilidad financiera del sistema capitalista, debilitando el control ejercido por los países sobre los tipos de cambio y la oferta monetaria.
La llegada de Trump al poder y su agresiva política económica son otro factor que divide y desestabiliza a cada burguesía en cuanto a la política y las medidas a tomar para enfrentarla (véanse las tensiones con Canadá y la dimisión de Trudeau, y también las divisiones dentro de la UE). Las medidas propuestas por el populismo solo aumentan el caos y la incertidumbre.
Más generalmente, la tendencia a perder de vista los intereses generales del capital se está acentuando, debido a las profundas divisiones dentro de la clase dominante sobre cómo gestionar la crisis económica; una burguesía fragmentada por conflictos que van más allá de las simples relaciones competitivas, donde las facciones luchan por su supervivencia ante los dilemas y contradicciones insolubles que enfrenta cada capital nacional, y donde cada opción generará su parte de perdedores. Estos conflictos conducen a una tendencia cada vez más clara hacia la dominación del estado por clanes y camarillas motivados principalmente por la defensa de sus propios intereses, donde la obsesión por controlar su posición implica marginar a cualquier rival potencial. Llenan los órganos de decisión con leales, desafiando incluso abiertamente los principios de funcionamiento del Estado, como la separación de poderes, la independencia del poder judicial y los resultados electorales. Esta tendencia es particularmente marcada con la llegada del populismo al poder: Trump, por ejemplo, llegó con un personal de 4 000 leales seleccionados para limpiar a fondo el «estado profundo», y la gestión del Estado adquirió un carácter claramente oligárquico, con gigantes tecnológicos como Musk y Zuckerberg, entre otros, financiando y apoyando a Trump con la clara intención de aprovecharse de la situación.
A la larga, esto solo puede resultar en incompetencia, mala gestión y una disminución del sentido de responsabilidad y, en última instancia, en una disminución de la eficiencia y eficacia económica, por no hablar de los inevitables conflictos y convulsiones resultantes del deseo de retener el poder a toda costa mediante la violencia y los golpes de Estado, lo que en última instancia solo puede debilitar el capital nacional, como ilustran el llamamiento de Trump a marchar sobre el Capitolio al final de su primer mandato, el intento de golpe de Bolsonaro en Brasil, y el del presidente Yoon Suk-yeol en Corea del Sur en diciembre de 2024.
«Si el capitalismo de Estado occidental ha podido sobrevivir a su rival estalinista, es de la misma manera que un organismo más robusto resiste más tiempo a la misma enfermedad. (...) El capitalismo de hoy exhibe tendencias similares a las que causaron la desaparición del capitalismo de Estado estalinista. En cuanto al capitalismo de Estado chino, marcado por el atraso estalinista a pesar de la hibridación de su economía con el sector privado, y plagado de numerosas tensiones dentro de la clase dominante, el endurecimiento del aparato Estatal es un signo de debilidad y una promesa de futura inestabilidad.»[12]
«El panorama que dibuja el sistema capitalista confirma las predicciones de Rosa Luxemburgo: el capitalismo no experimentará un colapso puramente económico, sino que se hundirá en el caos y las convulsiones:
• «la ausencia casi total de mercados extra capitalistas altera ahora las condiciones en las que los principales estados capitalistas deben lograr una acumulación ampliada. Esta, que es condición misma de su propia supervivencia, sólo puede lograrse a expensas directas de los rivales del mismo rango, debilitando sus economías. La predicción hecha por la CCI en los años 70 de un mundo capitalista que sólo podría sobrevivir reduciéndose a un pequeño número de potencias aún capaces de lograr un mínimo de acumulación se está convirtiendo cada vez más en realidad.»[13]
• Como expresión de este callejón sin salida, debido en particular al creciente peso del gasto militar improductivo, la inflación seguirá siendo un factor disruptivo permanente para la estabilidad económica.
• por estas razones, todo el sistema capitalista sigue estando muy expuesto a la ocurrencia de crisis financieras a gran escala y a la desestabilización monetaria.
El nivel de sobreproducción combinado con la anarquía inherente a la producción capitalista, así como las repercusiones de los conflictos imperialistas y la creciente destrucción de los ecosistemas, están desestabilizando profundamente la producción capitalista y exponiendo cada vez más a la sociedad al riesgo de la ocurrencia de shocks que ponen en peligro la capacidad de continuar la producción, provocando escasez y perturbaciones en las cadenas de suministro, con consecuencias sociales y económicas incalculables. Además, como ya ocurre con ciertos productos básicos en algunas áreas – agricultura, productos farmacéuticos y otros segmentos de producción –, se está haciendo evidente que la profundización de la descomposición significa el cese de la producción de tales productos básicos porque su continuidad no es suficientemente rentable. Así, la sobreproducción y la consiguiente dificultad para acumular riqueza paradójicamente conducen a la escasez.
La sobreproducción también es evidente en la grave crisis del sector agrícola, que ha dado lugar a revueltas campesinas en todo el mundo, incluidos los países centrales. Agobiado por la crisis (aumento de los costos de energía e insumos), que se ha visto exacerbada en Europa por la disminución histórica de la producción debido al clima y al aumento histórico de las enfermedades epizoóticas que conducen al sacrificio masivo de ganado, muchas granjas están condenadas a desaparecer (por ejemplo, en Francia, donde se prevé la pérdida de 84 000 puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo para 2050 y se espera que desaparezcan 200 000 granjas – ¡la mitad del total!). En respuesta, los gobiernos (particularmente en la UE) están impulsando una mayor industrialización de la producción animal y vegetal, acompañada del abandono de cualquier objetivo 'verde'. Esta intensificación del productivismo agrícola, en la que el capitalismo global se lanza precipitadamente (y que es una causa principal de la destrucción ambiental), fomenta el desarrollo de zoonosis, como la que se está incubando en los Estados Unidos, que potencialmente podría tener consecuencias similares a las de la gripe española de 1918.
Finalmente, la introducción de la IA en la producción es un intento del capitalismo de aumentar el crecimiento del PIB global y revertir la disminución general de la productividad laboral durante las últimas dos décadas: «La automatización afectará a una proporción creciente de la fuerza laboral. En las últimas dos décadas, ha reemplazado principalmente ocupaciones de habilidades medias, como operadores de máquinas, metalúrgicos y oficinistas. La automatización ahora afectará a ocupaciones de altos ingresos, como médicos, abogados, ingenieros y profesores universitarios. Aunque se crearán nuevos empleos, habrá una falta de coincidencia entre los trabajos perdidos y los trabajos recién creados. Esta falta de coincidencia podría prolongar el período de desempleo para muchos trabajadores...»[14] «La automatización podría eliminar el 9% de los empleos existentes y cambiar radicalmente alrededor de un tercio de ellos en los próximos 15 a 20 años»[15] El cuarenta por ciento de las horas trabajadas podría desaparecer en los países centrales. Esta “cuarta revolución industrial”, otro intento más de escapar temporalmente de las contradicciones de la sobreproducción, reduce el tamaño del mercado solvente, mientras que el aumento en la composición orgánica del capital, que corresponde a su generalización, exige una acumulación aún mayor. En última instancia, la IA solo puede reforzar aún más el callejón sin salida.
Además, el auge de la IA, que consume grandes cantidades de agua para enfriar infraestructuras a veces ubicadas en áreas áridas (¡) y electricidad (el consumo se multiplicará por diez en los Estados Unidos para 2026), tiene enormes repercusiones ambientales. Estimula el consumo de combustibles fósiles, como en el caso de Estados Unidos, que planea aumentar la perforación en un 18%, o China, donde depende del carbón. ¡También se espera que la IA cause escasez en ciertas regiones de los Estados Unidos!
La economía capitalista está, por tanto, cada vez más marcada por la incertidumbre, la desestabilización y el caos, la fragilidad y el debilitamiento del sistema, y el crecimiento sin fin de su crisis. La desaparición de la coordinación internacional para hacer frente a la crisis y el repliegue en el aislamiento nacional también expresan la incapacidad del capitalismo para producir nuevos motores capaces de reactivar la economía global, mientras que Estados Unidos en los años 80 y China después de 2008 aún pudieron desempeñar este papel. Debido al debilitamiento general del sistema capitalista, todos los Estados se están hundiendo en la crisis: la ausencia de mercados extra capitalistas suficientes está cambiando ahora las condiciones bajo las cuales los principales Estados capitalistas deben lograr la acumulación ampliada: cada vez más, esto solo puede lograrse, como condición de su propia supervivencia, a expensas directas de rivales del mismo rango, debilitando sus economías.
CCI
[1] La Tendencia Comunista Internacional, por ejemplo: “Puntualizaciones sobre el concepto de decadencia [18]”
[2] ONU, Comercio y Desarrollo [19]
[3] Why Trump’s trade war will cause chaos. [20] 19.11.2024 (Por qué la guerra comercial de Trump causará caos) [Financial Times]
[4] China’s Real Economics crisis [21] (La verdadera crisis económica de China) Forein Affairs, 6 agosto 2024,
[5] The Future of European competitiveness. [22] (El futuro de la competitividad europea. La UE, septiembre de 2024) Oficina de publicaciones de la Unión Europea.
[6] Ver «Esta crisis se convertirá en la más grave de todo el período de decadencia» [23], Revista Internacional 172, 2024, pp. 43-44.
[7] Ídem pp. 45-46.
[8] Ídem pp. 45-46.
[9] “Tesis sobre la descomposición”, [24] Revista Internacional 107
[10] «Esta crisis se convertirá en la más grave de todo el período de decadencia» [23] Revista Internacional 172, p. 46
[11] La Voix du Combattant [25], n.º 1900, diciembre de 2024: «Todos estamos preocupados por las amenazas que se ciernen sobre nuestro país». Entrevista con el ministro del Ejército, Sébastien Lecornu. Este análisis se desarrolla en su libro: «Vers la guerre? La France face au Réarmement du Monde», Plon, 2024, en particular el capítulo 6, «Ahora podemos ser derrotados sin siquiera ser invadidos».
[12] «Esta crisis se convertirá la más grave de todo el período de decadencia». [26] Revista Internacional 172, p. 46
[13] Ibid.
[14] «Le monde en 2040 selon la CIA» [27], un libro de Laurent Barucq, p. 102
[15] Ídem p 101.
La Corte Penal Internacional, bastión de la moral burguesa y los «derechos humanos», entre otras muchas quimeras de la ideología burguesa, ha dictado su veredicto contra uno de los jefes militares del conflicto que asola Sudán, Ali Kushayb, siniestro personaje al frente de las milicias janjaweed progubernamentales. Se le acusa de «crímenes de guerra» y «crímenes contra la humanidad». El proceso penal se ha acompañado de una investigación para determinar si se cometió un genocidio en Darfur en 2003, año en el que perecieron al menos 300 mil personas. Para la población sudanesa, estos episodios jurídicos no cambian en nada el sufrimiento, que no deja de aumentar. La sentencia se dictó mientras la «peor crisis humanitaria del mundo», que ya se ha cobrado la vida de casi 150 mil personas[1] desde el 15 de abril de 2023 y ha desplazado entre 12 y 14 millones de personas, y sigue causando estragos en esta misma región. A la masacre de civiles se suman la hambruna y una epidemia de cólera (desde el verano de 2024). La orgía de matanzas y una situación como esta no hacen más que ilustrar el vacío de la «justicia» burguesa y del «derecho internacional», que se revela una vez más como la superchería que siempre ha sido y siempre será.
El mundo ha sido testigo simultáneamente del repugnante espectáculo de la limpieza étnica en Gaza y de las masacres de inocentes, especialmente mujeres y niños. Una locura militarista que también continúa en otras regiones del mundo. Es el caso, sobre todo, de Ucrania, donde una lluvia de hierro y fuego ensombrece numerosas ciudades, entre ellas la capital, Kiev, es especialmente atacada y acosada. El uso masivo de oleadas de drones y misiles sumerge a múltiples localidades, también en el este del país ya ocupado, en un terror cotidiano aterrador. En Gaza, a pesar del alto el fuego del pasado 10 de octubre, bajo «autoridad estadounidense» y que tanto alegra a Trump y sus secuaces, continúan los bombardeos mortíferos y la «tregua» se ha cobrado por sí sola 275 muertos y más de 600 heridos (balance del 19 de noviembre). El sufrimiento del pueblo de Gaza satura la propaganda multiforme de la burguesía mundial, pero el de la población sudanesa queda relegado en gran medida a un segundo plano. La razón principal de esta «guerra olvidada» es probablemente que no presenta un carácter suficientemente explotable desde el punto de vista ideológico, gracias al cual la indignación que inspiran las masacres pueda ser manipulada para suscitar un impulso nacionalista en un sentido u otro.
Desde el inicio de los violentos enfrentamientos, el 15 de abril de 2023, entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FSR), una milicia paramilitar, ambos bandos se han enzarzado en una terrible guerra civil, con el apoyo de milicias armadas procedentes de todo Sudán y de varios otros países que, sin escrúpulos, echan más leña al fuego. Sudán se encuentra hoy desgarrado por un conflicto multifacético que escapa al control de las dos principales fuerzas armadas. El país nos ofrece un ejemplo de locura irracional en el que las alianzas, por todas partes, esconden contradicciones intrínsecas desde su origen y se deshacen según los intereses inmediatos o las circunstancias de los protagonistas.
En este sangriento conflicto no existe una verdadera línea del frente y los civiles se ven atrapados en medio del fuego cruzado. Los dos bandos principales y las numerosas milicias informales llevan a cabo ataques indiscriminados contra infraestructuras civiles, en particular hospitales[2], contra civiles en zonas densamente pobladas, como los campos de refugiados, y recurren de forma generalizada a la violencia sexual. Las RSF, en particular, instrumentalizan el conflicto para intensificar la limpieza étnica, dirigiéndose contra las comunidades no árabes. Un episodio de extrema violencia en esta guerra civil tuvo lugar el pasado mes de abril, cuando las RSF perpetraron una masacre «genocida» de 72 horas en el campo de refugiados de Zamzam. Los 500 mil habitantes (en su mayoría mujeres y niños) estaban indefensos, y alrededor de 1500 de ellos fueron asesinados en uno de los «crímenes de guerra» más sangrientos cometidos en este conflicto. A finales de octubre, el asedio de la ciudad de El Fasher también desembocó en una nueva masacre: se atacaron mezquitas, voluntarios de la Cruz Roja y civiles indiscriminadamente (más de 2000 muertos).
A esto se suma la hambruna, que azota cada vez más a la población. Se ha extendido a diez regiones del país y otras diecisiete están amenazadas. Casi un millón de personas se enfrentan a esta plaga. A falta de una alimentación sana, los habitantes se ven obligados, por ejemplo, a preparar papillas con ingredientes que normalmente se destinan a la alimentación animal. La guerra dificulta considerablemente el envío de ayuda a los lugares donde más se necesita. El hambre se provoca incluso deliberadamente, convirtiéndose en sí misma en un arma de guerra. Sudán es una manifestación evidente de la dinámica de desintegración del capitalismo: «se han abierto y siguen abriéndose peligrosas fisuras imperialistas en todo el mundo, siendo el militarismo la principal válvula de escape que le queda al Estado capitalista». El estallido de la guerra civil «expresa la profunda tendencia centrífuga hacia un caos irracional y militarista[3]» en el mundo actual. Muestra el futuro que este sistema nos depara a todos. Sin embargo, ese futuro no es solo un descenso directo hacia el caos; es una dinámica loca que las burguesías de todas las naciones aceleran al intentar explotarla para sus propios fines codiciosos, en una huida hacia adelante sin salida. Los contornos de estas políticas se perfilan cada vez con mayor claridad. Vastísimas zonas de caos y violencia rodean islotes en suspenso, cercados por fortalezas fronterizas y centros de detención. Desde Sudán y el Sahel hasta Gaza, desde Libia hasta El Salvador, pasando por Calais/Dover y la frontera entre Estados Unidos y México, este futuro de destrucción y desintegración cobra cada día más importancia. Imprime el rostro del futuro que nos depara el capitalismo.
África es objeto de importantes intereses para innumerables potencias imperialistas de todo el mundo que intentan conquistar una posición favorable. Además de Estados Unidos y China, países que tienen enormes intereses comerciales y geopolíticos en África, Turquía, Rusia, Japón, Brasil y la India también han invertido en diversos grados, ya sea en el ámbito militar, comercial o simplemente diplomático. El caos creciente, marcado por el colapso social, medioambiental y económico de regiones enteras, es considerado por muchos otros países como una oportunidad para intervenir en el escenario africano. Esta moderna fiebre del oro africana va acompañada, más que nunca, de una violencia organizada, perpetrada por las milicias más despiadadas y brutales.
En Sudán, son principalmente los Estados del Golfo los que «se benefician» de la desestabilización del país y del caos que se está instalando en él. El conflicto ha incitado a varias potencias imperialistas de la región a apoyar a uno de los bandos beligerantes. Arabia Saudí, Turquía y Egipto apoyan a las SAF (las fuerzas gubernamentales denominadas «legítimas») contra los Emiratos Árabes Unidos, que apoyan cada vez más abiertamente a las RSF. Pero otros depredadores imperialistas también están avivando el caos en el país. No solo los intereses saudíes, emiratíes, egipcios y turcos, sino también los qataríes, rusos, ucranianos e iraníes se cruzan y se superponen, convirtiendo el conflicto en una situación extremadamente explosiva.
Todo el Sahel forma parte cada vez más de lo que algunos periódicos burgueses han denominado el «ecosistema» del conflicto[4]. Se inscribe cada vez más en una tendencia general a la balcanización que, en última instancia, es un aspecto de la tendencia más amplia al «cada uno para sí» en la sociedad capitalista. Así, una de las consecuencias de la guerra en Sudán es su extensión mediante la proliferación de pequeños conflictos armados, que atraviesan las porosas fronteras de Sudán, lo que conduce a un agravamiento de la situación en gran parte del Sahel, que tiende a convertirse en un charco de sangre regional. Darfur no es el único destino de la RSF. Los aeropuertos de Libia y Chad ya se utilizan para suministrarle armas. El líder de la RSF, Dagalo, tiene raíces en Chad y ha expresado su aspiración de extender su influencia por todo el Sahel.
La burguesía es lo suficientemente arrogante como para creer que puede controlar este descenso a los infiernos. Es cierto que, en muchos aspectos, esta ha sido la estrategia empleada hasta ahora por diversas potencias imperialistas; sin embargo, este control es y seguirá siendo una quimera. ¡No controla, ni podrá controlar jamás, todas las manifestaciones bárbaras de su propio sistema social! Esto es lo que hay que tener en cuenta al analizar las estrategias imperialistas de nuestra época. A pesar de sus intentos de explotar el caos en su beneficio e instaurar formas de control cada vez más brutales para contenerlo, la burguesía está cavando su propia tumba.
La catastrófica situación en Sudán se presenta generalmente como una «crisis humanitaria». Pero el conflicto y sus desastrosas consecuencias no pueden resolverse con la intervención de organizaciones benéficas o de países «responsables». El verdadero problema es la guerra interna entre los diferentes gánsteres, utilizados por las naciones imperialistas de la región para aumentar su influencia en el continente africano. Y para muchos, su principal interés no es un Sudán unificado; un Sudán dividido, a sus ojos, les ofrece más oportunidades de implantarse en el país.
La guerra en la fase de descomposición representa un peligro mayor para los trabajadores de todo el mundo. Corren el riesgo de ser engullidos por un océano de fenómenos putrefactos y perder así la capacidad de influir en la historia, como clase. Precisamente por eso debemos reafirmar que nuestra fuerza reside en la solidaridad internacionalista. Debemos resistir el intento del capitalismo de dividirnos en «ciudadanos», alojados en jaulas más o menos cómodas, y «parias», entregados como presa a los ídolos de la destrucción militarista.
El resultado positivo de tal resistencia no se obtendrá gracias a nociones idealistas de fraternidad y unidad, sino únicamente mediante la práctica de la lucha internacional de la clase obrera contra la clase dominante, dondequiera que nos encontremos. Las fracciones de la clase proletaria que viven en regiones del mundo que no se han visto sumidas en las profundidades de la barbarie, que nos espera a todos, deben luchar con mayor determinación con vistas al momento en que todas las luchas de los trabajadores del mundo puedan unificarse. Sin embargo, en todas partes el enemigo es el mismo y en todas partes el objetivo final sigue siendo el mismo: el derrocamiento del capitalismo o la destrucción de la humanidad.
World Revolution, 21-noviembre-2025
[1] El número de muertos es difícil de estimar debido a la desorganización general del sistema sanitario y a la falta de hospitales y datos. Un enviado estadounidense en Sudán avanza la cifra de unas 150 000 víctimas, mientras que algunas estimaciones son muy inferiores (alrededor de 60 000).
[2] Entre abril de 2023 y octubre de 2024 se registraron al menos 119 ataques contra centros de salud, pero la cifra real es probablemente mucho mayor. En las zonas de conflicto, más del 80% de los hospitales están fuera de servicio.
[3] Véase: « [29]Guerra imperialista en Sudán: una cruda ilustración de la descomposición del capitalismo [29]» [29], CCI online.
[4] Un conflicto que no es aislado, sino resultado de múltiples interacciones.
En agosto de 2024, incluso antes de la elección de Donald Trump para un segundo mandato presidencial, la CCI propuso a otros grupos de la Izquierda Comunista la realización de un llamamiento común[1] contra los intentos crecientes de la burguesía de movilizar a la población detrás de la falsa elección entre: ser oprimidos por gobiernos liberales democráticos o por gobiernos populistas de derecha. Este llamamiento tenía por objeto reforzar la denuncia de las mentiras y las falsas alternativas de la democracia burguesa, que solo la Izquierda Comunista es capaz de asumir de manera coherente e intransigente.
Lamentablemente, este llamamiento de la CCI fue rechazado por casi todos los grupos a los que iba dirigido, igualmente la mayoría de los grupos de la Izquierda Comunista rechazaron un llamado similar para una declaración internacionalista común contra la guerra imperialista en Ucrania en febrero de 2022. Hoy, un año después, el llamamiento de la CCI contra las campañas democráticas no ha perdido nada de su relevancia como expresión política de la Izquierda Comunista. Al contrario, ¡es aún más pertinente!
Seis meses después del regreso de Trump al poder, los ataques contra la clase obrera no han dejado de intensificarse: expulsiones y detenciones militarizadas masivas de trabajadores inmigrantes, recortes masivos en las prestaciones sociales y de salud, más de 150,000 puestos de trabajo suprimidos en la función pública federal... Tanto el ala «liberal» de la burguesía como los autoproclamados «socialistas» (Sanders, Ocasio-Cortez, etc.), todos ellos alineados con el Partido Demócrata, han lanzado una campaña a gran escala para movilizar a la población contra estas medidas. No, por supuesto, para movilizar a la clase obrera contra estos ataques, sino para impedir que se desarrolle tal movilización. La propaganda de los liberales y la izquierda presenta los ataques de la derecha populista no como el resultado del sistema capitalista en su conjunto, del que ellos también son responsables, sino como el resultado del desprecio populista por las reglas democráticas, del desprecio de Trump por el «Estado de derecho», la falta de respeto por la independencia del poder judicial burgués, por el carácter sagrado de la Constitución estadounidense y por todas las demás innumerables fachadas humanitarias que ocultan la dictadura del capital sobre el trabajo. El objetivo que se perseguía era orquestar movimientos masivos de protesta, no para proponer una respuesta de la clase obrera, en el terreno de sus propios intereses de clase, contra todas las fracciones de la burguesía (tanto de derecha como de izquierda), sino para contener y desviar la revuelta hacia una defensa del Estado «democrático» contra sus desviaciones populistas. Y esto dio sus frutos.
La resistencia al régimen de Trump en Estados Unidos se ha caracterizado por las protestas patrióticas de numerosos funcionarios federales contra los despidos masivos orquestados por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk, por la revuelta en el terreno de la «democracia » y el «Derecho» burgués contra las expulsiones masivas de trabajadores inmigrantes por parte del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), y finalmente por la defensa humanitaria del nacionalismo palestino contra el apoyo de Trump a la masacre de inocentes en Gaza por parte de Israel.
Y estas acciones de protesta democrática han tendido a repercutir en otros países, ya que la elección de Trump contribuyó a aumentar la polarización dentro de la burguesía de otros países entre las facciones populistas y democráticas durante el año 2025. En Corea del Sur, las facciones democráticas movilizaron enormes manifestaciones contra el intento de golpe de Estado del presidente Yoon Suk-yeol. En Turquía, multitudes masivas salieron a las calles para «defender la democracia turca» en apoyo al líder de la oposición contra los dictados autocráticos del presidente Erdogan. En Serbia también se han producido manifestaciones democráticas masivas contra la corrupción del presidente Vučić. Movimientos similares, más o menos importantes, pero que reflejan la misma motivación, han tenido lugar en la mayoría de los demás países.
¿Cuál debe ser la política de la clase obrera, única fuerza objetivamente interesada y capaz de derrocar el actual sistema social moribundo, ante estos movimientos a menudo masivos de la población? ¿Y cuál es, entonces, el papel de la fracción más avanzada de la clase obrera, cuya tarea es formular una orientación para el conjunto de la clase?
Los comunistas deben denunciar claramente los ataques tanto democráticos como populistas de la burguesía y advertir a la clase obrera del peligro de movilizarse detrás de lo que, en realidad, son luchas entre diferentes fracciones de la clase dominante. Deben llamar a los trabajadores a luchar en su propio terreno, en defensa de sus propios intereses contra la clase dominante en su conjunto. Pero, ¿qué tendencia política responde hoy a esta necesidad?
Hemos planteado la misma pregunta en nuestro Llamamiento: «¿Cuáles son las fuerzas políticas que realmente defienden los intereses de la clase obrera contra los crecientes ataques de la clase capitalista? No son los herederos de los partidos socialdemócratas que vendieron su alma a la burguesía durante la Primera Guerra Mundial y que, junto con los sindicatos, movilizaron a la clase obrera para la masacre de varios millones de personas bajo el uniforme y en las trincheras. Tampoco los últimos apologistas del régimen “comunista” estalinista que sacrificó a decenas de millones de trabajadores por los intereses imperialistas de la nación rusa durante la Segunda Guerra Mundial. Ni el trotskismo o la corriente anarquista oficial que, salvo algunas excepciones, prestaron un apoyo crítico a uno u otro bando en esta carnicería imperialista. Hoy en día, los descendientes de estas últimas fuerzas políticas se alinean, de manera “crítica”, detrás de la democracia burguesa liberal y de izquierda contra la derecha populista para contribuir a desmovilizar a la clase obrera.
Solo la Izquierda Comunista, aunque poco numerosa, se ha mantenido fiel a la lucha independiente de la clase obrera durante los últimos cien años. Durante la ola revolucionaria obrera de 1917-23, la corriente política dirigida por Amadeo Bordiga, que entonces dominaba el Partido Comunista Italiano, rechazó la falsa elección entre los partidos fascista y antifascista, que habían trabajado conjuntamente para aplastar violentamente el impulso revolucionario de la clase obrera. En su texto “El principio democrático” de 1922, Bordiga denunció la naturaleza del mito democrático al servicio de la explotación capitalista y el asesinato.
En la década de 1930, la Izquierda Comunista denunció a las fracciones de izquierda y derecha de la burguesía, fascistas o antifascistas, que preparaban el próximo baño de sangre imperialista. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, solo esta corriente pudo mantener una posición internacionalista, llamando a la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil de la clase obrera contra toda la clase capitalista en cada nación. La Izquierda Comunista rechazó la macabra elección entre la carnicería democrática o fascista, entre las atrocidades de Auschwitz o Hiroshima.»
Hoy en día, la corriente comunista de izquierda sigue siendo minoritaria y «a contracorriente» de todos esos restos políticos surgidos del período contrarrevolucionario que duró unos 50 años tras la derrota de la Revolución de Octubre. Pero, la perspectiva de una nueva ofensiva de la clase obrera contra el capitalismo mundial resurgió con la reanudación de la crisis económica capitalista abierta y el despertar masivo de la lucha internacional de la clase obrera a finales de los años sesenta. La perspectiva de la reconstitución del Partido Comunista sobre la base de las posiciones de la Izquierda Comunista volvió a plantearse.
El rechazo de estos llamamientos de la CCI por parte de la mayoría de los grupos de la Izquierda Comunista sugiere que la mayoría de los grupos de esta tradición política se encuentran en un estado de esclerosis y degeneración, incapaces de reconocer que sus propios micro partidos forman parte de una tradición más amplia, ni de percibir la importancia, para la clase obrera de hoy y del futuro, de la intransigencia en esta posición contra la democracia que la fracción italiana de la Izquierda Comunista desarrolló en los años treinta. En consecuencia, la mayoría de estos grupos son incapaces de defenderla de manera coherente dentro de la clase obrera hoy y en el futuro, y caen, en la práctica, en el discurso oportunista dominante de la izquierda.
Estos grupos han publicado en su prensa algunos artículos y volantes en respuesta a las campañas y movimientos democráticos actuales que reflejan esta confusión. Uno de ellos en particular es representativo de su visión y lo utilizaremos para poner de relieve una ilusión más general.
Un artículo del 22 de julio de 2025 titulado «Como consecuencia de la crisis capitalista: manifestaciones y disturbios, y la necesidad de una expresión independiente de la clase», publicado en el sitio web de la TCI, hace balance del alcance de las movilizaciones en defensa de la democracia burguesa. Enseguida, el artículo lamenta que la clase obrera no haya sido capaz de «afirmarse como una fuerza política independiente en estas manifestaciones» y propone como solución que la clase obrera retome su lucha a un nivel más alto y forme un partido comunista internacional para vincular esta lucha al derrocamiento revolucionario del capitalismo. Además, es necesaria una lucha internacionalista contra la guerra imperialista. Por el momento, nada que destacar.
En la descripción que hace el artículo de las grandes manifestaciones contra los ataques de la derecha populista en varios países durante el último año, se omite por completo el hecho de que estas se inspiraron en la campaña democrática llevada a cabo por el resto de la burguesía en los principales países capitalistas, no, por supuesto, dirigidas contra los ataques de la derecha populista contra las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, sino contra las «prácticas antidemocráticas» del populismo. Y esta es una política que la burguesía lleva practicando desde hace al menos una década, desde que el populismo se convirtió en una tendencia política dominante al seno de los Estados burgueses. Además, el artículo parece ignorar por completo que la burguesía lleva mucho tiempo utilizando sus divisiones políticas como arma ideológica en contra de su adversario, la clase proletaria, para pacificarla, desviarla de su combate si es posible y ahogar su lucha revolucionaria en sangre, como lo demostró brutalmente en la contrarrevolución liderada por los socialdemócratas en Alemania en 1919. Sin embargo, se supone que la TCI, siguiendo la tradición de la Izquierda Comunista, ha aprendido la lección de la amenaza que la democracia representaba para el proletariado. Más adelante examinaremos esta tradición histórica de rechazo intransigente de la democracia por parte de la Izquierda Comunista.
Sin embargo, su artículo es incapaz de identificar la naturaleza burguesa de estas protestas democráticas y pasa por alto la distinción esencial que los revolucionarios deben hacer entre las protestas democráticas y los movimientos verdaderamente proletarios: «Durante el último año, hemos sido testigos de algunas de las mayores manifestaciones de las últimas décadas en varios países. Estas luchas no tenían un carácter de clase claro y variaban considerablemente en cuanto a sus principales reivindicaciones y factores desencadenantes. Pero, aunque la clase obrera no dominó estas manifestaciones, gran parte de la clase (y en cierta medida las organizaciones obreras y las actividades de huelga) se movilizó claramente, ningún aspecto de las condiciones de vida de los proletarios se libra de la aceleración de la crisis del capitalismo. A continuación, describiremos brevemente algunas de estas manifestaciones, lo que consideramos sus limitaciones y lo que creemos que es el camino a seguir».
A continuación, el artículo relata las luchas en Corea del Sur, Grecia, Turquía, Estados Unidos y otros lugares, que demuestran que, lejos de carecer de un «carácter de clase claro», se sitúan claramente, a pesar de la presencia de numerosos trabajadores en su seno, en el terreno de la defensa de los valores democráticos burgueses contra el «autoritarismo» y la «corrupción» vinculados al auge del populismo político, y no tienen nada que ver con la defensa de los intereses propios de los trabajadores como clase[2].
Por lo tanto, el artículo omite advertir a la clase trabajadora sobre el peligro de implicarse en estas manifestaciones. Por el contrario, sugiere que es posible hacerlas «avanzar» (¿hacia dónde?) superando sus supuestas limitaciones.
El artículo confirma este error al concluir: «En resumen, se puede decir que estas luchas están dirigidas contra la corrupción y un desarrollo cada vez más autoritario, y contra un Estado que ya no proporciona los servicios básicos ante el agravamiento de la crisis capitalista. No se trata de luchas puramente proletarias, pero está claro que en ellas participan elementos importantes de la clase obrera. Son la expresión de un descontento y una frustración generales que se acumulan bajo la superficie y que a veces deben estallar».
Las recientes luchas democráticas en diversos países demuestran que están muy lejos de ser luchas proletarias, ni siquiera «impuras». Por el contrario, muestran que el descontento general y la frustración de la población siempre son anticipados o recuperados por la burguesía y ahogados en movimientos mistificadores destinados a defender la democracia e impedir la lucha de clases, a pesar de la presencia de numerosos elementos de la clase obrera en su seno.
Para ser justos con la TCI, hay que señalar que el artículo extrae las lecciones de la Primavera Árabe de 2011 en Egipto y subraya que este movimiento de masas, a pesar de las huelgas masivas en la industria textil, se ahogó en el océano contaminado de la lucha por la democracia burguesa. Pero el artículo no logra aplicar esta lección a los movimientos democráticos de 2025.
Dada la incapacidad del artículo de la TCI para advertir sobre el peligro de confundir la lucha proletaria con la lucha por la democracia, o sobre el peligro de actuar como si fuera posible convertir un movimiento en terreno burgués en una lucha proletaria, se entiende mejor por qué este grupo rechazó el llamamiento de la CCI, que anticipaba y adoptaba una posición clara contra las campañas y las luchas democráticas. Este llamamiento elimina efectivamente la posibilidad de que tales campañas puedan transformarse en movimientos de clase.
El rechazo del llamamiento por parte de los demás grupos no se debió a un desacuerdo con la letra del llamamiento, sino con su espíritu: el llamado pone de manifiesto una brecha entre la Izquierda Comunista y todas las demás tendencias políticas (desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda) e impide cualquier concesión oportunista a estas últimas.
Del mismo modo, la TCI rechazó el llamamiento internacionalista de la CCI de 2022, no porque estuviera en desacuerdo con los principales argumentos teóricos de dicho llamado, sino porque, en la práctica, la TCI pretendía que era posible crear un movimiento internacionalista contra la guerra más allá de la intransigencia de la tradición de la Izquierda Comunista: una pretensión que dio lugar al engaño de la iniciativa «Not war but the class war» (No a la guerra, sino a la guerra de clases).
La idea de que las movilizaciones democráticas actuales serían ambiguas o fluctuantes en su naturaleza de clase significaría que podrían, potencialmente, ser transformadas en movimientos proletarios. Y la TCI no ha dudado en asumir esta lógica infundada y errónea, a pesar de que ambos tipos de movimientos son completamente antagónicos e incompatibles entre sí. El subtítulo del artículo ilustra perfectamente esta ilusión: «De la guerra callejera a la guerra de clase».
Otro ejemplo se encuentra en un volante (11 de junio de 2025) de su afiliado estadounidense, el Internationalist Workers Group, contra la ofensiva del ICE. Al tiempo que destaca que la presidencia demócrata de Barack Obama había deportado a más inmigrantes que Trump, el volante afirma: «Los trabajadores, en todas partes, deben estar preparados para defenderse a sí mismos, a sus vecinos y a sus compañeros de trabajo contra las redadas del ICE. Desde los comités de acción vecinal hasta las luchas en los lugares de trabajo, pasando por las manifestaciones masivas, la lucha debe ser liderada por la clase trabajadora utilizando su inmensa fuerza»[3].
Pero el volante omite mencionar que la respuesta de clase en los barrios a las redadas del ICE ya había sido saboteada con mucha antelación por el Partido Demócrata, como lo demuestran estas declaraciones de apoyo de sus representantes: «Él [Trump] ha declarado la guerra. La democracia está siendo atacada ante nuestros ojos.» (Gavin Newsome, gobernador de California); «Estamos en guerra por el alma de nuestro país, por nuestra democracia.» (Dolores Huerta, antigua líder sindical y activista por los derechos civiles); «La protesta, llevada a cabo pacíficamente, es la base de nuestra democracia.» (Andrew Ginther, alcalde de Columbus, Ohio); «Defendemos la democracia, la justicia y el Estado de derecho.» (Consejo Democrático Judío de América).
La lucha desesperada de los trabajadores inmigrantes contra las acciones militarizadas de la ICE hoy en día (una agencia que existe desde el ataque a las Torres Gemelas en 2001) ya se había puesto en marcha para defender la democracia estadounidense contra la «ilegalidad» de las medidas trumpistas y contra el desprecio populista por los «derechos humanos», contra el desprecio por las leyes y los procedimientos democráticos. Esas mismas leyes que antes ocultaban la brutalidad de las expulsiones de inmigrantes ilegales por parte de los demócratas. En otras palabras, las protestas contra el ICE hoy en día no son una lucha de clases contra los ataques del Estado capitalista a los trabajadores inmigrantes, sino una campaña a favor de la legalidad burguesa y la restricción por parte de la «ley» de la brutalidad contra los trabajadores inmigrantes.
Sin embargo, el volante de la TCI llama a la clase obrera a tomar las riendas de la lucha contra la ICE, a transformarla en un movimiento de clase. Esto significaría, si fuera posible en la actualidad, el rechazo de todas las divisiones y fronteras nacionales y la confrontación no solo con el rostro militarizado del Estado encarnado por la ICE, sino también con su rostro democrático alternativo y sus «derechos». En resumen, significaría un movimiento completamente diferente en un terreno de clase diferente. Esto solo sería posible si la clase obrera ya hubiera desarrollado a nivel político su propia lucha de clases por sus propios intereses. Pero, como lo reconoce el volante y el artículo de la TCI, esto aún está lejos de ser una realidad.
Sin embargo, ni el artículo ni el volante mencionan las luchas salariales de los trabajadores a escala internacional durante el último año y desde 2022 (incluido en los Estados Unidos), que se han desarrollado en un terreno de clase, que se distinguen claramente de las campañas y movimientos democráticos, y que constituyen la única base para la futura lucha política completamente diferente del proletariado como movimiento autónomo.
Lamentablemente, el volante y el artículo de la TCI no son un error aislado, sino una repetición de otros errores importantes cometidos por los grupos de la Izquierda Comunista, como el de la TCI (¡otra vez!) que imaginó que los disturbios y manifestaciones de «Black Lives Matter» contra el asesinato de George Floyd por la policía, que estallaron en 2020 durante el primer mandato de Trump, eran un movimiento de la clase obrera: «En 1965, al igual que en 2020, la policía mata, y la clase responde desafiando el orden social corrupto por el que asesina. La lucha continúa»[4].
La TCI añadió que el movimiento «no va lo suficientemente lejos» y que no debería apoyar al Partido Demócrata. Pero, eso no tiene sentido si el movimiento ya va en la dirección equivocada[5]. Tiene aún menos sentido si se tiene en cuenta que los izquierdistas, los especialistas en afirmar que las movilizaciones democráticas pueden, de hecho, «ir más lejos», ya ocupan por completo ese terreno político burgués y no necesitan en absoluto la ayuda de grupos comunistas de izquierda descarriados.
Al igual que en el artículo sobre las luchas democráticas actuales, la TCI declaraba entonces de manera perentoria, sin preocuparse por la situación concreta de la clase obrera, que «la rebelión urbana debe transformarse en revolución mundial».
El llamamiento de la CCI contra las campañas democratistas se basa en el importante logro de la fracción italiana Bilan en los años 1930, para la cual las «luchas democráticas» y la «lucha proletaria» son antagónicas, y cualquier confusión sobre esta cuestión resulta fatal.
La posición de Bilan puede resumirse así: Las experiencias «democráticas» desde 1918 han demostrado que la defensa de la democracia es una negación de la lucha de clases, sofoca la conciencia del proletariado y conduce a su vanguardia a la traición; «El proletariado encuentra, por el contrario, la razón de su misión histórica en la proclamación de la falsedad del principio democrático, en su propia naturaleza y en la necesidad de suprimir las diferencias de clase y las clases mismas» (Fascismo - Democracia: Comunismo; [31] Bilan nº 13 -noviembre-diciembre de 1934.
La mayoría de Bilan defendió entonces esta oposición de principio contra la ideología democrática a costa de una escisión con una minoría de la fracción que la abandonó y partió a combatir a España en 1936, con la ilusión de que el conflicto militar del ala republicana democrática contra el ala fascista de la burguesía era el precursor de una revolución proletaria, en lugar de, como demostró la realidad, la preparación de la masacre de la clase obrera en una guerra imperialista. La minoría de Bilan confirmaba así en la práctica la posición de Vercesi según la cual la defensa de la democracia conduce a la vanguardia proletaria a la traición. En los años treinta, el rechazo del antifascismo, es decir, el rechazo de la defensa de la democracia burguesa, era la prueba decisiva de una tendencia comunista[6].
Cabe señalar que, sin tener que renegar de su intervención junto a los republicanos en España, los miembros de esta minoría de Bilan se integraron más tarde en el Partido Comunista Internacionalista (PCInt), antecesor de todos los grupos de la Izquierda Comunista que rechazaron el llamamiento de la CCI contra las campañas democráticas.
El PCint se fundó en 1943 en Italia como partido internacionalista de la izquierda italiana, pero era muy heterogéneo en el plano político. Muchos militantes que no habían roto con las posiciones frentistas y antifascistas se unieron a este nuevo partido. Los propios fundamentos sobre los que se creó el partido contenían todo tipo de ambigüedades, lo que significaba que el partido constituía una regresión política con respecto a las posiciones de la Fracción antes de la guerra, las posiciones de Bilan. Aunque se mantuvo en el campo proletario en sentido general, el PCint no logró distanciarse de las posiciones erróneas de la Internacional Comunista, por ejemplo, sobre la cuestión sindical y la participación en las campañas electorales.
Solo el grupo de la Izquierda Comunista de Francia supo, durante ese período, mantener una posición intransigente contra la democracia burguesa y continuar la labor política de Bilan después de la Segunda Guerra Mundial[7].
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el PCInt desarrolló una actitud ambigua hacia los grupos de partisanos antifascistas en Italia —totalmente alineados con la guerra imperialista junto a los Aliados— que, debido a la presencia de trabajadores entre ellos, pensaba que podía de alguna manera unir a la revolución proletaria gracias a la participación del PCInt en sus filas[8].
Cuando el PCInt se escindió en 1952, esta confusión inicial en torno a su formación no se aclaró posteriormente, ni siquiera por parte de Battaglia Comunista (hoy TCI), a pesar de sus críticas al bordiguismo durante la escisión. Por lo tanto, era inevitable que siguiera manifestándose esta misma actitud conciliadora hacia las luchas democráticas.
En 1989, con la caída del muro de Berlín y el colapso de los regímenes del bloque del Este, Battaglia interpretó erróneamente la ira de la población contra el odiado régimen de Nicolae Ceausescu en Rumanía como una «verdadera insurrección popular», cuando en realidad la población se movilizaba detrás de la oposición más democrática para sustituirlo. En cuanto a las reivindicaciones democráticas de las luchas obreras de la época en la propia Rusia, Battaglia, aunque admitió que estas reivindicaciones podían ser utilizadas por un sector de la burguesía, declaró: «Para estas masas impregnadas de anti estalinismo y de la ideología del capitalismo occidental, las primeras reivindicaciones posibles y necesarias son las que tienen por objeto derrocar el régimen “comunista”, liberalizar el aparato productivo y conquistar las “libertades democráticas”»[9].
Es claro que la ambigüedad en la práctica de estos grupos en cuanto al rechazo de las luchas democráticas tiene una larga historia. Pero, es imperativo que la intransigencia de clase sobre este principio sea reforzada por la Izquierda Comunista, no solo para la lucha de clases de hoy, sino también para la lucha revolucionaria del mañana y para la formación de su partido de clase, que dependerá en gran medida del rechazo de cualquier conciliación con cualquiera de las formaciones políticas de la clase dominante, que explota sus divisiones para obstaculizar esta perspectiva.
Como, 8 de septiembre 2025.
[1] «Por un llamamiento de la Izquierda Comunista contra la campaña internacional en favor de la democracia burguesa [32]», publicado en la página web de la CCI y enviado a todos los grupos de la Izquierda Comunista (2024).
[2] Para un informe completo, leer los dos artículos siguientes: Manifestación en defensa de la democracia en Estados Unidos: La burguesía intenta encerrar a la clase obrera en la trampa del antifascismo y Corea del Sur, Serbia, Turquía... Los trabajadores no deben dejarse arrastrar a movilizaciones en defensa de la democracia burguesa [33] (disponible en francés).
[3] Contra la deportación y el imperialismo: No a la guerra, sino a la guerra de clases [34] (disponible en inglés).
[4] Sobre Minneapolis: Brutalidad policial y lucha de clases [35] (disponible en inglés).
[5] Para un informe completo, leer: Los grupos de la Izquierda Comunista frente al movimiento Black Lives Matter: una incapacidad para identificar el terreno de la clase obrera [36].
[6] Véase el folleto de la CCI «La Izquierda Comunista italiana 1926-1945», en particular el capítulo «1933-1939: Balance, etapas importantes en el camino hacia la derrota».
[7] Para más información sobre este grupo del que proviene directamente la CCI, véase: Los orígenes de la CCI y del BIPR, I - La Fracción italiana y la Izquierda Comunista de Francia [37]. Revista Internacional nº 90. Tercer trimestre de 1997.
[8] Las ambigüedades sobre los «partisanos» en la constitución del Partido Comunista Internacionalista en Italia [38]; Revista Internacional nº 8. Primer trimestre de 1977.
[9] Polémica: Frente a la conmoción en el Este una vanguardia en retraso [39]. Revista Internacional nº 62. Tercer trimestre de 1990.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion
[2] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[3] https://fr.internationalism.org/content/11677/quand-on-tombe-piege-lutte-democratie-bourgeoise-contre-populisme
[4] https://es.internationalism.org/content/4867/militarismo-y-descomposicion-mayo-de-2022
[5] https://www.leftcom.org/en/articles/2025-10-03/fifty-years-of-struggle-fifty-years-of-swimming-against-the-tide
[6] https://www.leftcom.org/en/articles/2025-10-02/italy-on-the-general-strike-for-gaza
[7] https://en.internationalism.org/content/17493/acg-takes-another-step-towards-supporting-nationalist-war-campaign
[8] https://en.internationalism.org/content/17714/acgs-support-palestine-action-further-step-towards-abandoning-internationalism
[9] https://es.internationalism.org/content/5078/guerra-en-medio-oriente-el-marco-teorico-obsoleto-de-los-grupos-bordiguistas
[10] https://es.internationalism.org/content/4992/la-tci-y-la-iniciativa-no-mas-guerra-que-la-guerra-de-clases-un-farol-oportunista-que
[11] https://www.leftcom.org/en/articles/2025-09-11/statement-on-the-protests-in-nepal
[12] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[13] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo
[14] https://es.internationalism.org/content/5414/caos-y-oposicion-en-la-politica-estadounidense-para-le-proletaire-no-hay-nada-nuevo
[15] https://es.internationalism.org/content/5311/trump-20-nuevos-pasos-en-el-caos-capitalista
[16] https://www.expansion.com/economia/financial-times/2025/10/08/68e68a20e5fdeaaa638b45b8.html
[17] https://es.internationalism.org/tag/geografia/estados-unidos
[18] https://www.leftcom.org/es/articles/2007-03-01/nuestro-m%C3%A9todo-puntualizaciones-sobre-el-concepto-de-decadencia
[19] https://unctad.org/es
[20] https://www.ft.com/content/67a36786-8c79-41a2-8f22-3092b0a74d19
[21] https://www.foreignaffairs.com/china/chinas-real-economic-crisis-zongyuan-liu
[22] https://commission.europa.eu/document/download/97e481fd-2dc3-412d-be4c-f152a8232961_en
[23] https://es.internationalism.org/content/5132/esta-crisis-se-convertira-en-la-mas-grave-de-todo-el-periodo-de-decadencia
[24] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[25] https://unc06.fr/la-voix-du-combattant-n1900-decembre-2024/
[26] https:///C:/Users/Propietariohp/Downloads/
[27] https://ia801507.us.archive.org/15/items/mndci4/mndci4.pdf
[28] https://es.internationalism.org/tag/3/46/economia
[29] https://es.internationalism.org/content/4956/guerra-imperialista-en-sudan-una-cruda-ilustracion-de-la-descomposicion-del-capitalismo
[30] https://es.internationalism.org/tag/geografia/sudan
[31] https://archivesautonomies.org/spip.php?article2372
[32] https://es.internationalism.org/content/5130/por-un-llamamiento-de-la-izquierda-comunista-la-clase-obrera-contra-la-campana
[33] https://fr.internationalism.org/content/11591/coree-du-sud-serbie-turquie-travailleurs-ne-doivent-pas-se-laisser-embarquer-des
[34] https://www.leftcom.org/en/articles/2025-06-11/against-deportation-and-imperialism-no-war-but-the-class-war
[35] https://www.leftcom.org/en/articles/2020-05-30/on-minneapolis-police-brutality-class-struggle
[36] https://es.internationalism.org/content/4605/los-grupos-de-la-izquierda-comunista-ante-el-movimiento-black-lives-matter-una
[37] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199707/1226/polemica-hacia-los-origenes-de-la-cci-y-del-bipr-i-la-fraccion-ita
[38] https://es.internationalism.org/content/4751/las-ambiguedades-sobre-los-partisanos-en-la-formacion-del-partido-comunista
[39] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2120/polemica-frente-a-la-conmocion-en-el-este-una-vanguardia-en-retras
[40] https://es.internationalism.org/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado
[41] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/oportunismo