Sábado 6 de diciembre de 2025, de 15.00h a 18.00h, hora de España. De 8.00h a 11.00h a.m., hora de México. Llamamos a la participación también en el resto de los países de América del Sur, Centro y Norte, en cuyo caso hay que hacer la conversión horaria.
Nuestra organización, la Corriente Comunista Internacional, fue fundada en enero de 1975, hace poco más de medio siglo. Para conmemorar este acontecimiento, hemos publicado un nuevo Manifiesto (El capitalismo amenaza a la humanidad: la revolución mundial es la única solución realista [1]), que analiza los antecedentes históricos del resurgimiento de la izquierda comunista internacional a finales de los años 60, pero también los profundos trastornos que se han producido desde entonces y que demuestran claramente que el modo de producción capitalista está amenazando la propia supervivencia de la humanidad con un torbellino catastrófico de guerras, colapso ecológico y crisis económicas y políticas. Pero el Manifiesto también sostiene que la capacidad de la clase obrera mundial para defender sus propios intereses y, a largo plazo, para derrocar este sistema que se pudre, sigue intacta.
Esta reunión pública internacional se convoca para debatir el análisis de la situación mundial que se presenta en el Manifiesto. Pero este documento también insiste en la responsabilidad histórica de las organizaciones revolucionarias del proletariado, en su papel indispensable en la maduración de las condiciones subjetivas para la futura revolución proletaria.
La presentación de la reunión se realizará en inglés, pero también nos aseguraremos de traducir esta y todas las demás contribuciones a varios idiomas (francés, español, portugués y posiblemente otros).
Para participar en la reunión, escríbanos a [email protected] [2] o vaya a la sección «Contactar» en nuestro sitio web, https://es.internationalism.org/ [3] .
Después de Senegal y Sudáfrica, abordaremos en una nueva serie la historia del movimiento obrero en Egipto. Esta nueva contribución persigue el mismo objetivo principal que las anteriores: aportar elementos que atestigüen la realidad viva de la historia del movimiento obrero africano a través de sus luchas contra la burguesía (véase Contribución a una historia del movimiento obrero en África [5], Revista Internacional, N.º 145, segundo trimestre de 2011).
Con los inicios del desarrollo del capitalismo en Egipto, el proletariado manifiesta su presencia en las primeras concentraciones industriales del país. Como señala el autor Jacques Couland:
«Se sabe que Egipto fue uno de los primeros (de la región) en orientarse hacia el capitalismo. Tal es al menos la apreciación general sobre la experiencia de Muhammad Ali en la primera parte del siglo XIX. Habría entonces un desfase entre la precocidad de los primeros intentos de crear nuevas relaciones de producción y el acceso a formas de organización significativas de una toma de conciencia de las nuevas relaciones sociales que de ello se derivan. Algunos autores sitúan la aparición de la clase obrera egipcia en los monopolios industriales estatales creados por Muhammad Ali. Arsenales, astilleros, hilanderías y talleres de tejido reunieron a unos treinta mil trabajadores en un Egipto cuya población se estimaba entonces en menos de tres millones de habitantes. (…) De entre estimaciones a menudo contradictorias, retengamos la más precisa que marca el fin de una etapa. Se estima que la mano de obra urbana empleada era de 728 000 personas, es decir, el 32% de la población urbana (2 300 000 habitantes); a ello se suman, en el campo, 334 000 empleos no agrícolas. La industria, la artesanía y la construcción ocupaban a 212 000 trabajadores urbanos (29% de los empleos urbanos) y a 23 000 en el campo. Según otra estimación, la concentración más importante era la de los ferrocarriles, con unos veinte mil trabajadores, de los cuales una cuarta parte eran extranjeros.»[1]
El proceso que condujo al surgimiento y luego al desarrollo de las fuerzas productivas en Egipto en la segunda mitad del siglo XIX vio a la clase obrera constituir hasta un tercio de la población urbana, especialmente como consecuencia del traslado de parte de la producción algodonera desde Estados Unidos hacia Egipto, mientras la guerra civil perturbaba la economía estadounidense. Parece que la formación de una parte de la clase obrera en este país se remonta a los monopolios industriales estatales bajo el antiguo régimen semi feudal de Muhammad Ali.
La numerosa mano de obra en la construcción (puertos, ferrocarriles, muelles) y la industria tabacalera, incluía una proporción importante de europeos contratados directamente por las empresas industriales europeas. Esto se confirmará posteriormente en la cronología de los enfrentamientos de clase entre la burguesía y la clase obrera, donde una minoría de obreros de origen europeo, anarquistas o socialistas, desempeñó un papel importante en la politización y el desarrollo de la conciencia dentro de la clase obrera egipcia.
Esta surge de la expansión del capitalismo, como indica la siguiente cita:
«Presentar un panorama de la historia del radicalismo en el Egipto de principios del siglo XX exige no limitarse a las redes árabes ni expresarse únicamente en árabe. El Cairo y Alejandría eran ciudades cosmopolitas, multiétnicas y multilingües, y el socialismo y el anarquismo encontraron muchos simpatizantes entre las comunidades mediterráneas inmigrantes. Uno de los grupos más activos era una red de anarquistas compuesta sobre todo (aunque no exclusivamente) por trabajadores e intelectuales italianos, cuyo ‘cuartel general’ estaba en Alejandría, pero que tenía contactos y miembros en El Cairo y otros lugares.»[2]
En Egipto también existían otras corrientes del movimiento obrero no anarquistas:
«Cabe recordar que desde principios de siglo se observan grupos socialistas armenios, italianos, griegos, aunque aislados, con la aparición de tendencias bolcheviques en su seno hacia 1905. Se sabe que en 1913 Salamah Musa publicó un opúsculo titulado «Al-Ishtirakiya» (‘El Socialismo’), que se asemeja, pese a vacilaciones teóricas, al fabianismo. Pero el marxismo también llegó a estas costas. Las investigaciones permitieron encontrar un artículo anónimo publicado en 1890 en «Al-Mu’ayyid» bajo el título La Economía Política, que denota un buen conocimiento de los trabajos de Marx. Aunque este hito merece mencionarse solo como curiosidad, no ocurre lo mismo con el libro de un joven maestro de Mansurah, Mustafa Hasanayni: ‘Tarikh al-Madhahib al-Ishtiraktyah’ (‘Historia de los principios socialistas’), hallado en 1965 y cuya fecha de publicación también es 1913; su documentación es más amplia y precisa (cuadros de influencia de los distintos partidos socialistas); la asimilación del marxismo es más evidente, como se desprende del programa a largo plazo propuesto para Egipto».
Así, junto a las corrientes anarquistas, existían otras corrientes o individuos de izquierda marxista, algunos influenciados por el partido bolchevique. Es probable que muchos de ellos estuvieran entre quienes decidieron abandonar el PSE (Partido Socialista Egipcio) para formar el PCE (Partido Comunista Egipcio) y adherirse a la III Internacional en 1922. De este modo, se reunían las condiciones para la participación del proletariado egipcio en la ola de luchas revolucionarias de los años 1917-23.
Fue en este contexto que los trabajadores, tanto egipcios como inmigrantes de origen europeo, participaron activamente en los primeros movimientos de lucha bajo la era del capitalismo industrial en el Egipto dominado por los europeos.
La primera expresión de lucha reivindicativa se sitúa en un contexto donde las condiciones laborales de la clase obrera emergente, particularmente penosas, favorecieron el desarrollo de la combatividad.
Los salarios eran muy bajos y las jornadas laborales podían alcanzar hasta 17 horas diarias. Fueron los estibadores quienes, primero, dieron el ejemplo con frecuentes huelgas entre 1882 y 1900, para exigir aumentos salariales y mejoras en sus condiciones de vida. Poco a poco, otros sectores obreros se sumaron, hasta el punto de que las huelgas se volvieron permanentes durante los 15 años previos a la Primera Guerra Mundial. Más allá de los salarios y las condiciones laborales, los trabajadores luchaban por reformas que les beneficiaran, especialmente por el derecho a formar asociaciones o sindicatos para defenderse.
En 1911, los ferroviarios de El Cairo lograron, entre otros avances, fundar su propio sindicato: la «Asociación de los trabajadores de los depósitos ferroviarios de El Cairo». Gracias a su lucha, el proletariado egipcio consiguió reformas reales. Entre 1882 y 1914, tuvo que aprender la lucha de clases frente a la dureza de las condiciones impuestas por los capitalistas europeos, quienes controlaban los medios de producción en Egipto y también eran responsables de la contratación de mano de obra y de la organización del trabajo. Esto se tradujo en una práctica de segregación entre obreros egipcios y europeos, otorgando «ventajas» solo a los segundos, como estrategia deliberada del empresariado para dividir las luchas. Así, los movimientos huelguísticos (en 1882 y 1896) fueron iniciados por obreros egipcios. Por otro lado, en 1899 y 1900, los obreros italianos también se declararon en huelga, pero sin los egipcios. Sin embargo, el proletariado en Egipto, consciente de su explotación, pronto manifestó su combatividad y, en ciertos momentos, su solidaridad entre trabajadores de todas las nacionalidades, como en la célebre huelga de las fábricas de cigarrillos, que unió a egipcios y europeos.
La primera expresión de lucha abierta de la clase obrera se produjo en el mismo año (1882) de la ocupación de Egipto por el imperialismo británico. Algunos historiadores han querido ver en ello una forma de resistencia al colonialismo inglés, es decir, una defensa de la «nación egipcia» como un todo, uniendo clases explotadoras y explotadas, con la clase obrera aliándose a su «burguesía progresista» (egipcia) contra el colonialismo y las fuerzas reaccionarias, en busca de una nueva nación. La historia ha mostrado los límites de esta teoría con la entrada definitiva del capitalismo en su decadencia. En realidad, la continuidad de las huelgas demostró que la clase obrera buscaba ante todo defenderse de los ataques de los capitalistas, sin importar su nacionalidad. No obstante, como lo ilustran las luchas posteriores, el proletariado egipcio no pudo evitar la penetración de ideologías nacionalistas, especialmente tras la fundación en 1907 del partido egipcio «Watani» («nacional»), que mostró claramente su intención de apoyarse en el movimiento obrero para reforzar su influencia.
En todo caso, fue en el transcurso de esta lucha que la clase obrera egipcia pudo desarrollar su propia identidad, como una clase asociada entre productores explotados, originarios o no del mismo país, de culturas diversas, incluyendo italianos, griegos, etc. En el fondo, la trayectoria de la clase obrera egipcia no difiere de la de otras fracciones del proletariado mundial, obligadas a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir y a luchar colectivamente contra la clase explotadora.
El estallido de la guerra sacudió las relaciones dentro de la clase dominante, es decir, entre el imperialismo británico y las fracciones de la burguesía egipcia. Como potencia colonial, Gran Bretaña decidió instaurar un protectorado en Egipto a finales de 1914, imponiendo así su autoridad y sus opciones imperialistas a las fracciones de la burguesía nacional egipcia. De este modo, puso bajo estricto control a los partidos y otras organizaciones sociales (sindicatos), especialmente al Partido «Watani», muy presente en el ámbito obrero, que fue objeto de la represión, disuelto y con sus principales dirigentes encarcelados. Este partido nacionalista había sido creado en 1907 a raíz de importantes movimientos huelguísticos previos al estallido de la Primera Guerra Mundial, en los que el proletariado egipcio luchaba con firmeza contra los ritmos de producción impuestos por las empresas, especialmente aquellas en manos de europeos.
Este partido, junto con otra corriente nacionalista Wafd (delegación), desempeñó un papel central en el desvío de las luchas proletarias hacia reivindicaciones y perspectivas nacionalistas, y en el encuadramiento sindical de los trabajadores. En otras palabras, este partido logró desorientar a muchos obreros inexpertos, con escasa conciencia de clase. Para atraer mejor a los trabajadores influenciados por ideas socialistas, el líder de este partido no dudó en reivindicar ideas «laboristas», acercándose así a la derecha de la Segunda Internacional.
La instauración del estado de guerra, con su paquete de medidas represivas, tenía como objetivo impedir o reprimir las luchas. El proletariado egipcio, como otros en el mundo, fue paralizado y dispersado. A pesar de ello, algunos sectores obreros manifestaron su descontento en plena guerra, principalmente los trabajadores de las fábricas de cigarrillos de Alejandría, que se declararon en huelga entre agosto y octubre de 1917, y los de El Cairo en 1918. Pero, por supuesto, sin éxito debido al contexto especialmente represivo. Sin embargo, al finalizar la guerra, las luchas se reanudaron con más fuerza. Entre diciembre de 1918 y marzo de 1919, se produjeron numerosos movimientos huelguísticos en los ferrocarriles, fábricas de cigarrillos, imprentas, etc. Estas huelgas fueron organizadas al margen del Partido Watani.
A pesar de su deseo de autonomía, los trabajadores enfrentaron al mismo tiempo la represión ejercida por la potencia colonial y al trabajo de sapa de los partidos nacionalistas (Watani y Wafd), muy influyentes dentro de la clase obrera, cuyo control se disputaban. De hecho, la clase obrera se vio obligada, por un lado, a luchar por la defensa de sus propios intereses contra el imperialismo británico que dominaba toda la sociedad, y por otro, no pudo evitar «aliarse» con los mismos nacionalistas, también víctimas de la represión colonial. Esto lo ilustra la siguiente cita:
«El anuncio del arresto (el 8 de marzo) de la delegación (Wafd) constituida para negociar con los británicos provocó una generalización de las huelgas obreras y su participación, junto con otros sectores de la sociedad, en las grandes manifestaciones que marcaron las tres últimas semanas de marzo. La huelga de transportes, relevada por acciones de sabotaje de los campesinos, contribuyó significativamente a obstaculizar los desplazamientos de las tropas británicas. En los meses siguientes, el movimiento reivindicativo y la creación de sindicatos continuaron. Gracias a su fuerza, el movimiento logró un primer éxito: la creación, el 18 de agosto de 1919, de una Comisión de conciliación y arbitraje que favoreció los primeros contratos colectivos de trabajo, aunque volvió a hacer necesario recurrir a la asesoría de abogados. La preocupación del Partido Watani (de influencia menguante) era que las intervenciones obreras, a través del Sindicato de Industrias Manuales, se limitaran a reivindicaciones nacionales, considerando que la creación de cooperativas de compra podría aliviar muchas dificultades. Pero el Wafd, que se afirmaba como fuerza política, comprendió la importancia de los sindicatos y trató de controlarlos: ‘Son un arma poderosa que no debe ser subestimada’, por su capacidad de movilización rápida al llamado del movimiento nacional. (…) Aunque estas rivalidades deben ser señaladas, lo que predominaba en esa época eran las tendencias favorables a la organización autónoma de los trabajadores. El centro de este movimiento estaba en Alejandría, impulsado por una dirección mixta de socialistas extranjeros y egipcios (árabes o naturalizados como Rosenthal), que habían percibido el eco de la Revolución de octubre de 1917.» (J. Couland, Ibid.) Como se puede ver a continuación.
La revolución de 1917 tuvo sin duda alguna un gran impacto en el movimiento obrero egipcio, especialmente entre los elementos politizados más conscientes, que iniciaron un proceso de acercamiento a la Internacional Comunista. Y ello en un contexto de repetidas huelgas en las empresas y de luchas por el control de los sindicatos, que enfrentaban a las fracciones verdaderamente proletarias con los partidos nacionalistas egipcios, a saber, Watani y Wafd.
«En torno a una federación constituida inicialmente por los sindicatos de cigarrillos, sastres e imprentas a partir de 1920, y no sin algunos retrocesos, se constituyó finalmente en febrero de 1921 una Confederación General del Trabajo (CGT) que agrupaba a 3000 miembros. (Más tarde, ese mismo año) se fundó el Partido Socialista Egipcio (PSE). La CGT se afirmó como miembro de la Internacional Sindical Roja, mientras que el propio PSE decidió adherirse a la Internacional Comunista en julio de 1922 y se transformó en el Partido Comunista Egipcio (PCE) en enero de 1923. La escisión de un grupo de intelectuales, entre los que se encontraba Salamah Mussa, que se oponían a esta evolución, no afectó al carácter nacional egipcio del PCE, cuyos miembros se estimaban en 1500 en 1924.» (J. Couland, Ibíd.)
La transformación del PSE en PCE y la adhesión de la CGT a la Internacional Sindical Roja fueron elementos de clarificación y decantación dentro del movimiento obrero egipcio. De hecho, esto condujo, por un lado, a la instalación de una mayoría de obreros al frente de la dirección de la CGT y del PCE y, por otro, a la reafirmación de la fracción de derecha del PSE, que adoptó posiciones reformistas y nacionalistas en oposición a la Internacional Comunista. A partir de entonces, se entabló la lucha entre las fuerzas revolucionarias internacionalistas y las fuerzas reformistas, acompañadas por el capital nacional egipcio. Por otra parte, durante el período de decantación, los dos partidos nacionalistas Watan/Wafd decidieron crear sus propios sindicatos con el fin de competir y oponerse frontalmente a los sindicatos afiliados a la Internacional Sindical Roja. Y con el mismo objetivo, llevaron a cabo violentas campañas contra las organizaciones obreras comunistas, como lo demuestra la declaración de Fahmi (líder sindicalista de este movimiento) ante un grupo de obreros: «Hay que desconfiar del comunismo, cuyo «principio» es «la ruina (y) el caos del mundo». Mientras que el partido Wafd, en su breve presencia en el poder en 1924, tomó inmediatamente medidas de guerra contra el PCE y la CGT:
«La CGT, que abandona el reformismo parlamentario, está muy activa. Dirige decenas de huelgas, pero no solo en empresas extranjeras; las empresas egipcias tampoco se libran. Las ocupaciones de fábricas, cuyo ejemplo habían dado los ferroviarios y los trabajadores del transporte público antes de la guerra, son frecuentes. Este movimiento no puede dejar indiferentes a los capitalistas egipcios, cuya organización se concreta aún más con la creación del Banco Misr en 1920 y la Federación de Industrias en 1922. Tampoco lo es el Wafd, llevado triunfalmente al poder por los votantes y que se instala en el Gobierno el 28 de enero de 1924. La primera medida consiste en prohibir por la fuerza el congreso convocado para los días 23 y 24 de febrero de 1924 en Alejandría por el PCE. La segunda fue utilizar las ocupaciones de fábricas para intentar acabar tanto con la CGT como con el PCE. La evacuación de las fábricas se logró el 25 de febrero en la empresa de aceites Egoline de Alejandría y, con más dificultad, los días 3 y 4 de marzo en las fábricas Abu Sheib de Alejandría. No obstante, a principios de marzo, esto sirvió de pretexto para una oleada de detenciones de líderes comunistas y sindicales, todos ellos egipcios, así como para registros y confiscaciones de documentos. Los militantes fueron acusados de difundir, entre el 10 de octubre de 1923 y el 1 de marzo de 1924, ideas revolucionarias contrarias a la Constitución, de incitar al crimen y a la agresión contra los empresarios. Su juicio se celebró en septiembre de 1924 y varios de ellos fueron condenados a duras penas» (J. Couland, Ibíd.).
Este episodio represivo supuso en realidad un punto de inflexión en la relación de fuerzas entre la clase obrera y la burguesía a favor de esta última, tanto dentro como fuera del país. De hecho, en el propio Egipto, debido a su combatividad en respuesta al deterioro de sus condiciones de vida, el proletariado egipcio acabó coaligando en su contra, por un lado, a los partidos nacionalistas (Watan/Wafd) y, por otro, a toda la burguesía egipcia e inglesa, que sufría los embates de las huelgas durante ese periodo. En el exterior, la contrarrevolución ya estaba en marcha desde 1924. Desde entonces, la clase obrera egipcia, incapaz de apoyarse en organizaciones verdaderamente proletarias, ni en la Tercera Internacional, que no hizo más que sufrir derrota tras derrota a lo largo del período contrarrevolucionario, tanto bajo el dominio colonial británico como bajo el reinado de la burguesía egipcia que se había vuelto «independiente» (en 1922).
Hemos visto que la vanguardia de la clase obrera egipcia en formación, que luchaba en condiciones de vida muy difíciles, acabó acercándose al movimiento obrero internacional al adherirse a la Internacional Comunista y romper así con los elementos reformistas y nacionalistas del antiguo partido (PSE). En este periodo en el que la clase obrera, enfrentada a condiciones de vida muy difíciles, comenzaba a forjarse una identidad de clase, la Tercera Internacional se embarcó en un rumbo oportunista, especialmente en su política con los nuevos partidos comunistas de Oriente y Medio Oriente. El congreso de Bakú constituyó un trágico ejemplo de ello, que supuso un claro retroceso del espíritu internacionalista proletario y, en consecuencia, un avance flagrante del oportunismo, como ilustra la siguiente cita:
«Los hermosos discursos del congreso, así como las declaraciones de solidaridad entre el proletariado europeo y los campesinos de Oriente, a pesar de muchas cosas correctas sobre la necesidad de los soviets y la revolución, no bastaban para ocultar el rumbo oportunista hacia un apoyo indiscriminado a los movimientos nacionalistas: ‘Hacemos un llamamiento, camaradas, a los sentimientos guerreros que animaron a los pueblos de Oriente en el pasado, cuando estos pueblos, liderados por sus grandes conquistadores, avanzaron sobre Europa. Sabemos, camaradas, que nuestros enemigos dirán que invocamos la memoria de Gengis Kan y la de los grandes califas conquistadores del islam. Pero estamos convencidos de que ayer (en el congreso, nota del editor) sacasteis cuchillos y revólveres no con el objetivo de conquistar, no para convertir Europa en un cementerio. Los blandisteis, junto con los trabajadores de todo el mundo, con el objetivo de crear una nueva civilización, la del trabajador libre’ (palabras de Radek). Y el manifiesto de este congreso añade en conclusión una exhortación a los pueblos de Oriente para que se unan a la primera guerra santa real, bajo la bandera roja de la Internacional Comunista» (Les communistes et la questión nationale, 3eme partie [6]. Revue Internationale N.º 42).
Este llamamiento, lanzado desde Bakú a todo Oriente para «levantarse como un solo hombre» bajo la bandera de la Internacional, reintrodujo por la ventana el panislamismo que había sido expulsado por la puerta en el segundo Congreso de la Internacional y resurgió, precedido en ello por el «Tratado de amistad y fraternidad» firmado en 1921 entre la URSS y Turquía, mientras el gobierno de Mustafá Kemal masacraba a los comunistas turcos (Les communistes et la questión nationale, 3eme partie [6]. Revue Internationale N.º 42).
Las consecuencias fueron dramáticas: «Los resultados de todo este oportunismo fueron fatales para el movimiento obrero. Con la revolución mundial sumida en una derrota cada vez más profunda y el proletariado ruso agotado y diezmado por el hambre y la guerra civil, la IC se convirtió cada vez más en el instrumento de la política exterior de los bolcheviques, que se encontraban a sí mismos en el papel de administradores del capital ruso. La política de apoyo a las luchas de liberación nacional, que había sido un error muy grave del movimiento obrero, se había transformado a finales de los años veinte en una estrategia imperialista de una potencia capitalista» (Les communistes et la questión nationale, 3eme partie [6]).
De hecho, en los años que siguieron al congreso de Bakú y a lo largo de la década de 1930, la Tercera Internacional aplicó orientaciones nefastas y contradictorias hacia las colonias, siempre inspiradas en la defensa de los intereses estratégicos del imperialismo ruso. En pocas palabras, tras este congreso, la orientación general era: «En las colonias y semicolonias, los comunistas deben orientarse hacia la dictadura del proletariado y del campesinado, que se transforma en dictadura de la clase obrera. Los partidos comunistas deben inculcar por todos los medios a las masas la idea de la organización de los soviets campesinos». (...)
«El proletariado internacional, cuya única patria es la URSS, baluarte de sus conquistas y factor esencial de su liberación internacional, tiene el deber de contribuir al éxito de la construcción del socialismo en la URSS y de defenderla contra los ataques de las potencias capitalistas por todos los medios». (Tesis del VI Congreso, 1928)
«En diferentes países árabes, la clase obrera ha desempeñado y sigue desempeñando un papel cada vez más importante en la lucha por la liberación nacional (Egipto, Palestina, Irak, Argelia, Túnez, etc.). En diferentes países, las organizaciones sindicales de la clase obrera ya se están constituyendo o se están restableciendo tras su destrucción, aunque la mayoría de ellas están en manos de los nacional-reformistas. Las huelgas y manifestaciones obreras, la participación activa de las masas obreras en la lucha contra el imperialismo, el alejamiento de algunos sectores de la clase obrera de los nacional-reformistas, todo ello indica que la joven clase obrera árabe ha emprendido el camino de la lucha para cumplir su papel histórico en la revolución antiimperialista y agraria, en la lucha por la unidad nacional»[3].
Este curso oportunista no era otra cosa que la contrarrevolución estalinista en marcha en Oriente. En este contexto, tras el congreso de Bakú, la clase obrera egipcia tuvo que luchar por la defensa de sus intereses de clase, mientras su vanguardia era masacrada por los nacionalistas egipcios en el poder (Wafd) sin ninguna reacción por parte de la IC, ya prisionera de su política de apoyo a los movimientos nacionalistas orientales y árabes.
Pero Stalin tuvo que cambiar de estrategia cuando muchos partidos nacionalistas árabes escaparon a su control y se acercaron cada vez más a las potencias imperialistas rivales (Inglaterra, Francia). A partir de entonces, la IC decidió denunciar el «nacional-reformismo» en las filas de la burguesía árabe, encarnado especialmente por el partido Wafd. Este fue denunciado por la IC por «traición», ¡por haber suprimido la consigna «independencia (nacional)»!
De hecho, esta «directiva» de la III Internacional se dirigía al PC egipcio y al «Sindicato Rojo», ordenándoles que aplicaran esta «enésima nueva orientación» para disputar a los traidores «nacionales» aliados del «imperialismo inglés» el control de los sindicatos egipcios.
Esta situación confirma también que los sindicatos se habían convertido en auténticos instrumentos de control de la clase obrera al servicio de la burguesía. En otras palabras, entre el Congreso de Bakú y el final de la Segunda Guerra Mundial, la clase obrera egipcia, aunque combativa, estaba literalmente desorientada, zarandeada y controlada por las fuerzas contrarrevolucionarias estalinistas y nacionalistas egipcias.
La degenerada IC se puso exclusivamente al servicio del imperialismo ruso, apoyando y difundiendo sus proyectos y políticas imperialistas y consignas como «clase contra clase», «frente de cuatro clases», etc. Las consecuencias de esta orientación y, más en general, de la contrarrevolución estalinista, tuvieron un impacto profundo y duradero en la clase obrera, tanto en Egipto como en el resto del mundo, sumándose al veneno del nacionalismo de las luchas de «liberación nacional», en las que las luchas obreras se desviaron durante mucho tiempo. El proletariado egipcio es muy representativo de esta situación, ya que desde mediados de los años veinte sus filas están infestadas de un gran número de agentes estalinistas encargados de aplicar orientaciones contrarrevolucionarias. Esta misma «doctrina» fue aplicada al pie de la letra por los estalinistas egipcios, que calificaban sistemáticamente de «lucha de liberación nacional» (o «antiimperialista») cualquier movimiento huelguístico más o menos importante en una empresa «extranjera» (dirigida por un europeo) durante el periodo colonial. Por su parte, desde los años 1920/1930, los partidos nacionalistas egipcios (Wafda y Watani), con su estrategia de conquista del poder, empujaban a los trabajadores a la huelga sobre todo contra las empresas extranjeras implantadas en Egipto, al tiempo que intentaban evitar a las empresas nacionales, con mayor o menor éxito según los casos. Más significativo es el hecho de que algunos historiadores no dudaron en asimilar a luchas de «liberación nacional» los movimientos de huelga que tuvieron lugar al mismo tiempo que los levantamientos nacionalistas contra la ocupación inglesa (1882, 1919 y 1922). De hecho, los trabajadores salieron a la lucha ante todo contra el deterioro de sus condiciones de trabajo y de vida, antes de que su lucha se desviara inmediatamente hacia reivindicaciones nacionalistas, no sin resistencia por parte de algunos de ellos.
Desde la creación del primer sindicato (reconocido) por los ferroviarios en 1911, la burguesía siempre ha intentado (y a menudo lo ha conseguido) controlar eficazmente a la clase obrera para alejarla de su condición de clase explotada y revolucionaria. Así, tras su creación en 1907, el partido Wattman se introdujo en las filas obreras y logró hacerse aceptar como nacionalista y «laborista», apoyándose en los sindicatos, antes de que otras organizaciones burguesas (liberales, islamistas, estalinistas) se sumaran a esta empresa. Sin embargo, a pesar de la obstinación de la burguesía por impedirle luchar en su terreno de clase, la clase obrera siguió luchando, aunque con enormes dificultades. Esto es lo que veremos en la continuación de este artículo.
Lassou (enero de 2025)
[1] Jacques Couland, Histoire syndicale et ouvrière égyptienne, en René Gallissot «Mouvement ouvrier, communisme et nationalismes dans le monde arabe». Editions ouvrières, Paris 1978.
[2] Ilham Khuri-Makdisi: Intellectuels, militants et travailleurs: La construction de la gauche en Égypte, 1970-1914, Cahiers d’histoire, Revue d’histoire critique, 105-106, 2008.
[3] «Les Tâches des communistes dans le Mouvement national», en La Correspondance internationale, N.º 1, 4 enero 1933, publicado por René Gallissot, Ibid.
Actualmente estamos asistiendo a una aceleración de la historia. No pasa un solo día sin que se produzca un acontecimiento nuevo, a menudo sin precedentes y en gran medida impredecible, en la escena internacional. Consideremos algunos ejemplos recientes: ¿Quién podría haber predicho la reelección de Trump tras su intento de golpe de Estado en enero de 2021? ¿Quién podría haber imaginado siquiera que tal intento de golpe de Estado pudiera tener lugar en Estados Unidos? ¿Qué hay del divorcio entre Estados Unidos y Europa, con los aranceles y los derechos de aduana utilizados como armas de chantaje, tras décadas de estrecha cooperación entre estos países? ¿Qué hay de la política de anexión, practicada no solo por Putin en Ucrania, sino también reivindicada por Netanyahu hacia los territorios palestinos y por Trump hacia Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá? ¿Y también los escenarios de guerras interminables y bárbaras (Ucrania, Gaza, Yemen, Sudán...) que se han multiplicado, a pesar de que Bush padre anunciara en 1989, tras la caída del muro de Berlín, la llegada de una «nueva era de paz» y un «nuevo orden mundial»?
Podemos estar de acuerdo en la conmoción que han causado la magnitud e imprevisibilidad de muchos de los acontecimientos que han dominado la actualidad en los últimos tiempos. Podemos también acordar en la necesidad de denunciar el periodo de barbarie en el que nos estamos adentrando cada vez más. Pero si no queremos ser meros sujetos pasivos de un sistema podrido que pone cada vez más en tela de juicio nuestro futuro, debemos esforzarnos por comprender su evolución, su dinámica interna y el origen de estos acontecimientos. Con este fin, el presente artículo pretende mostrar cómo los fenómenos que presenciamos a diario son la expresión y el resultado de un proceso de desintegración del aparato político de la burguesía, que opera a nivel internacional y que comenzó a finales del siglo XX.
Una expresión importante de ello fue el colapso del antiguo bloque «soviético», seguido de la desintegración gradual del bloque occidental.
El proletariado, la clase revolucionaria de nuestro tiempo, si quiere desarrollar un proyecto concreto para la sociedad futura con el fin de avanzar en su lucha histórica por el comunismo, solo tiene dos herramientas a su disposición: su unidad y su conciencia. Por otro lado, la burguesía, la clase que actualmente detenta el poder, no necesitó desarrollar una gran conciencia ni grandes proyectos para hacerse con el poder político, ya que el propio desarrollo de la economía capitalista le proporcionó la base material para imponerse políticamente. Como clase dominante en la sociedad y clase explotadora, la burguesía es incapaz de imaginar un futuro más allá de la sociedad capitalista, por lo que su concepción del mundo es fundamentalmente estática y conservadora. Esto tiene consecuencias para la ideología burguesa y su incapacidad para comprender el curso de la historia, ya que no concibe el presente como algo efímero, en constante evolución. Por lo tanto, es incapaz de hacer planes a largo plazo y de ver más allá de su propio modo de producción. La diferencia entre la conciencia de clase revolucionaria del proletariado y la «falsa conciencia» de la burguesía no es, por lo tanto, solo una cuestión de grado, sino una diferencia de naturaleza.
Pero esto no significa que la burguesía sea incapaz de comprender la realidad y aprovechar su experiencia pasada para desarrollar herramientas que le permitan asegurar su dominio. De hecho, a diferencia del proletariado, que, a pesar de ser una clase histórica, no afirma continuamente su presencia política en la sociedad y está sujeto a todas las fluctuaciones políticas de los diferentes acontecimientos, con momentos de lucha abierta y otros de retroceso, la burguesía tiene la ventaja de ser la clase dominante que detenta el poder y, por lo tanto, puede disponer de todos los medios necesarios para sobrevivir el mayor tiempo posible.
Algunas partes de ella, como la burguesía inglesa, han acumulado varios siglos de experiencia en la lucha contra el anterior poder feudal, luego contra otros países, así como contra el propio proletariado. Esta experiencia ha sido utilizada inteligentemente por las distintas burguesías en la gestión de su poder político, especialmente desde el inicio de la fase de decadencia a principios del siglo XX, cuando la crisis histórica del capitalismo comenzó a poner en tela de juicio la supervivencia del sistema. Es importante que el proletariado comprenda que la política de la burguesía en este período de decadencia, independientemente de las decisiones de tal o cual gobierno, es siempre defender los intereses de la clase dominante en su conjunto.
Dado que la sociedad capitalista se basa en la explotación de una clase por otra, de la clase obrera por la burguesía, esta última necesita, para perpetuar su control sobre la sociedad durante el mayor tiempo posible, ocultar esta verdad y presentar las cosas no como son, sino de forma distorsionada, basando su ideología en el mito de la «igualdad entre los ciudadanos», haciendo creer a la gente, por ejemplo, que todos somos iguales, que cada uno forja su propio destino y que si alguien tiene problemas es porque se los ha creado él mismo al no tomar las decisiones correctas.
La herramienta más eficaz de la burguesía para gobernar un país y asegurar su dominación de clase es, por lo tanto, la mistificación democrática, un sistema que da a la gente la ilusión de que desempeña un papel político como individuo y que importa en la sociedad, que incluso puede aspirar a puestos de liderazgo. Si hoy en día la burguesía mantiene, a un gran costo, todo un aparato político para la vigilancia y la mistificación del proletariado (parlamento, partidos, sindicatos, diversas asociaciones, etc.) y establece un control absoluto sobre todos los medios de comunicación (prensa, radio, televisión), es porque la propaganda es un arma esencial de la burguesía para asegurar su dominación. Las consultas democráticas, como las elecciones, los referendos, etc., son las herramientas prácticas que utiliza la burguesía para obtener del llamado pueblo «soberano», considerado de forma mistificadora como dueño de su propio destino, el mandato para decidir el destino de la sociedad.
Amadeo Bordiga nos ofrece una brillante descripción de este mecanismo: «Nuestra crítica a este método debe ser mucho más severa cuando se aplica a la sociedad en su conjunto como sucede hoy en día, o a determinadas naciones, que cuando se introduce en organizaciones mucho más pequeñas, como los sindicatos y los partidos. En el primer caso, debe rechazarse sin vacilar por infundado, ya que no tiene en cuenta la situación de los individuos en la economía y presupone la perfección intrínseca del sistema sin tener en cuenta la evolución histórica de la comunidad a la que se aplica. […] Esto es lo que la democracia política afirma ser oficialmente, cuando en realidad es la forma que conviene al poder de la clase capitalista, la dictadura de esta clase en particular, con el objetivo de preservar sus privilegios.
No es necesario dedicar mucho tiempo a refutar el error de atribuir el mismo grado de independencia y madurez al «voto» de cada votante, ya sea un trabajador agotado por el exceso de trabajo físico o un rico libertino, un astuto magnate de la industria o un proletario desafortunado que ignora las causas de su miseria y los medios para remediarla. De vez en cuando, tras largos intervalos, se recaban las opiniones de estos y otros, y se afirma que el cumplimiento de este deber «soberano» es suficiente para garantizar la calma y la obediencia de quienes se sienten víctimas y maltratados por las políticas y la administración del Estado»[[1]].
La burguesía ejerció este poder de control durante mucho tiempo, mientras pudo hacerlo, por ejemplo, dirigiendo el voto popular en una u otra dirección según sus deseos, financiando los diversos canales de propaganda política. Este juego se desarrolló de manera especialmente sofisticada en el siglo pasado en países como Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos y otros, donde históricamente existían facciones de derecha e izquierda, mediante una alternancia de gobiernos de derecha e izquierda.
Para comprender plenamente este punto, podemos remitirnos a lo que escribimos en un artículo en 1982: «A nivel de su propia organización para sobrevivir, para defenderse, la burguesía ha demostrado una inmensa capacidad para desarrollar técnicas de control económico y social mucho más allá de los sueños de los gobernantes del siglo XIX. En este sentido, la burguesía se ha vuelto «inteligente» ante la crisis histórica de su sistema socioeconómico...
En el contexto del capitalismo de Estado, las diferencias entre los partidos burgueses no son nada comparadas con lo que tienen en común. Todos parten de la premisa fundamental de que los intereses del capital nacional en su conjunto son primordiales. Esta premisa permite que las diferentes facciones trabajen juntas de forma muy estrecha, especialmente a puerta cerrada en las comisiones parlamentarias y en las altas esferas del aparato estatal...
En relación al proletariado, el Estado puede emplear muchas ramas de su aparato en una coherente división del trabajo; incluso en una sola huelga, los trabajadores pueden tener que enfrentarse a una serie de sindicatos, campañas de propaganda en la prensa y la televisión de diferentes matices, campañas de varios partidos políticos, la policía, los servicios «sociales» y, en ocasiones, el ejército. Comprender que estas diferentes partes del Estado lo hagan de forma concertada no implica que cada una de ellas sea consciente del marco global en el que desempeña su función».[[2]]
Dado que el proletariado es el mayor enemigo de la burguesía, esta última recurre a la astucia, especialmente en fases de intensificación de la lucha de clases, para atrapar ideológicamente a la clase explotada. Un ejemplo típico y particularmente interesante es el de Italia después de la Segunda Guerra Mundial. En aquella época, Italia contaba con el Partido Comunista Italiano (PCI),[[3]] un partido estalinista vinculado a la Unión Soviética, pero que aún gozaba de un fuerte apoyo entre los trabajadores. Al mismo tiempo, Italia, de acuerdo con los bloques imperialistas establecidos tras los acuerdos de la Conferencia de Yalta de 1945, se encontraba dentro de la esfera de influencia de los Estados Unidos. Como resultado, la burguesía italiana, bajo la fuerte presión de la burguesía estadounidense, utilizó todos sus recursos durante más de 40 años, principalmente a través de la Democracia Cristiana (DC), para mantener su control sobre el país y garantizar la alineación con la política exterior estadounidense, cuyo objetivo era mantener fuera del gobierno a los partidos pro soviéticos como el PCI.
Sin embargo, mayo de 1968 en Francia y el Otoño Caliente de 1969 en Italia hicieron que el clima social se volviera explosivo y obligaron a la burguesía a tomar medidas para contener la tormenta social. Así, los partidos de izquierda y los sindicatos se radicalizaron, con consignas que tendían a aglutinar, pero solo en palabras, las reivindicaciones procedentes de las bases. Al mismo tiempo, se lanzó toda una campaña, orquestada por los partidos de izquierda y creíble gracias a las reacciones de los partidos de centro y derecha, según la cual sería posible, mediante los esfuerzos de las bases, alcanzar y superar a los demócratas cristianos en las elecciones e imponer finalmente un gobierno de izquierda con el PCI. Fue en la década de 1960, y especialmente en la de 1970, cuando tuvo lugar este curso, que sirvió en parte para engañar al proletariado en Italia pero no solo allí, haciéndole creer que bastaba con conseguir la mayoría electoral para que se cumplieran las promesas electorales.
De hecho, el PCI nunca llegó al poder[[4]] debido a un veto explícito de Estados Unidos, pero con la variada composición política de la Italia de entonces, era posible, según las circunstancias, formar gobiernos de centroizquierda con la presencia del Partido Socialista Italiano (PSI), e incluso gobiernos apoyados por el PCI. Así comenzó en muchos países el período de la izquierda «en el poder», una poderosa mistificación destinada a canalizar las aspiraciones de las masas de la época hacia el callejón sin salida del parlamentarismo burgués.
Pero mantener a la izquierda en el poder, cuando las condiciones objetivas no permiten que esta izquierda (ni, por cierto, ninguna otra facción de la burguesía) satisfaga las necesidades del proletariado, no es la mejor política a seguir, o al menos no puede aplicarse durante demasiado tiempo sin desacreditar a esta importante facción de la burguesía. Por eso, en los años setenta y ochenta, asistimos a una sucesión de gobiernos de derecha e izquierda en varios países del mundo, dependiendo de la intensidad de las luchas obreras en curso. La política de mantener a la izquierda en la oposición resultó especialmente eficaz, ya que permitió a los distintos partidos burgueses de izquierda y a los sindicatos radicalizarse y denunciar las medidas del Gobierno sin temor a tener que aplicar lo que exigían en las manifestaciones y en el Parlamento.
El proceso que condujo al fin de los bloques imperialistas y al comienzo de una era de caos fue el resultado de un estancamiento en la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Este estancamiento se debió, por un lado, a la incapacidad de la clase obrera para politizar suficientemente sus luchas a lo largo de la década de 1980, dotándolas de una dinámica revolucionaria; por otro lado, la propia burguesía, ante el agravamiento de la crisis económica, no logró conducir a la sociedad hacia una nueva guerra imperialista, como había sido el caso antes de la Segunda Guerra Mundial. En la década de 1930, gracias al arma ideológica del antifascismo, la burguesía había logrado reclutar al proletariado para sus objetivos belicistas. Pero a finales de la década de 1980, el proletariado no estaba políticamente derrotado.
Fue la profundización de este impasse lo que agotó al líder del bloque imperialista más débil, la Unión «Soviética», en el esfuerzo militarista por mantener la Guerra Fría, provocando así la implosión del bloque[[5]]. Aplastado por el peso de la crisis del sistema, a la que no pudo responder con medidas económicas y políticas acordes con la situación, el bloque imperialista «soviético» se derrumbó en mil pedazos. El bloque rival estadounidense se encontró así sin un enemigo común al que vigilar y contra el que defenderse. Esto condujo, de forma lenta pero segura, a una tendencia creciente entre las distintas potencias occidentales a desvincularse de la protección estadounidense y emprender un camino independiente, e incluso a aumentar los desafíos al «líder» del bloque.
Naturalmente, Estados Unidos intentó contrarrestar esta deriva, que ponía en tela de juicio su liderazgo y su papel como superpotencia, por ejemplo, tratando de reunir a las potencias europeas detrás de él en un enfrentamiento con el Irak de Sadam Husein, lo que desencadenó la primera Guerra del Golfo de 1990-1991[[6]]. Bajo coacción, y aunque de mala gana, nada menos que 34 países diferentes, entre ellos las principales potencias europeas, los países de América del Sur, Oriente Medio, etc., se sometieron a la voluntad estadounidense participando en una guerra provocada por los propios Estados Unidos.
Pero cuando, con la segunda Guerra del Golfo en marzo de 2003, Estados Unidos intentó de nuevo demostrar que tenía las claves para controlar la situación mundial, inventando la historia de que Sadam Husein poseía «armas de destrucción masiva», fueron muchos menos los países que se unieron a la coalición y, lo que es más significativo, países con el peso de Francia y Alemania se opusieron firmemente desde el principio y no participaron.
Al mismo tiempo, debemos recordar las guerras de los Balcanes, que afectaron a la antigua Yugoslavia, un país desangrado tras una sangrienta separación en siete nuevas naciones, y donde los intereses divergentes de los antiguos aliados del bloque occidental se hicieron aún más evidentes. A principios de la década de 1990, el Gobierno del canciller Helmut Kohl, que impulsaba y apoyaba la independencia de Croacia y Eslovenia para dar a Alemania acceso al Mediterráneo, se opuso directamente no solo al poder estadounidense, sino también a los intereses de Francia y Reino Unido. Esto condujo a una serie de guerras en Croacia, Bosnia-Herzegovina y, finalmente, Kosovo, que se prolongaron hasta finales de siglo, pasando por toda una serie de alianzas cambiantes que demostraron la naturaleza cada vez más cínica y de corto plazo de las relaciones imperialistas en este periodo.
El nuevo escenario internacional creado por la ruptura de los bloques, que, como ya se ha mencionado, marca el comienzo de lo que llamamos la fase de descomposición, la fase final de la decadencia del capitalismo, no podía dejar de tener consecuencias para la política interna y para el papel y la importancia relativa de los distintos partidos.
Por un lado, la desaparición de los bloques significaba que ya no era necesario mantener las mismas alianzas gubernamentales que en el pasado. Esto llevó en ocasiones a la necesidad de desmantelar, por todos los medios posibles, la antigua alianza política que había guiado la formación de los distintos gobiernos. Una vez más, Italia es un excelente ejemplo: después de haber sido controlada durante mucho tiempo, en nombre de los estadounidenses, por un conglomerado de fuerzas que incluía partidos políticos (la DC en el centro), la mafia siciliana, la masonería (P2) y los servicios secretos, el intento de la parte de la burguesía italiana que aspiraba a desempeñar un papel más autónomo y liberarse de este control tras la caída del Muro de Berlín se topó con una enorme resistencia por parte de esta alianza, lo que condujo a una serie de asesinatos de políticos y magistrados, atentados con bombas, etc.[[7]]
Por otra parte, el importante declive de la combatividad y, sobre todo, de la conciencia de la clase obrera provocado por la caída de la Unión Soviética, que hasta entonces había sido falsamente presentada por los medios de comunicación como la patria del socialismo, provocó una crisis en los partidos de izquierda, que ya no eran indispensables, o al menos no merecían la prominencia que habían adquirido, para contener una presión obrera que se había reducido considerablemente. Esto provocó profundos cambios políticos en varios países y el fin de la alternancia entre la derecha y la izquierda.
Si consideramos las características esenciales de la descomposición tal y como se manifiesta hoy en día, vemos que todas ellas tienen un punto en común, a saber, la falta de perspectiva para la sociedad, que es particularmente evidente en el caso de la burguesía en el plano político e ideológico. Esto determina, en consecuencia, la incapacidad de las distintas formaciones políticas para proponer proyectos a largo plazo, coherentes y realistas.
Así es como caracterizamos la situación en nuestras «Tesis sobre la descomposición»: «Entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político. La base de este fenómeno es, claro está, que la clase dominante cada día controla menos su aparato económico, infraestructura de la sociedad. El atolladero histórico en que está metido el modo de producción capitalista, los fracasos sucesivos de las diferentes políticas instauradas por la burguesía, la huida ciega permanente en el endeudamiento con el cual va sobreviviendo la economía mundial, todos esos factores repercuten obligatoriamente en un aparato político incapaz, por su parte, de imponer a la sociedad, y en especial a la clase obrera, la "disciplina" y la adhesión que se requieren para movilizar todas las fuerzas y todos las energía para la guerra mundial, única "respuesta" histórica que la burguesía puede "ofrecer". La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual pueda movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza de su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda. Es un fenómeno que nos permite explicar el hundimiento del estalinismo y del bloque imperialista del Este.
Ese derrumbe es globalmente consecuencia de la crisis económica mundial del capitalismo; pero tampoco puede analizarse sin tener en cuenta lo que las circunstancias históricas de su aparición han hecho de específico en los regímenes estalinistas (véase al respecto las "Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este", Revista internacional n° 60) (...)
Esa tendencia general a que la burguesía pierda el control de su política, si ya es uno de los primeros factores en el hundimiento del bloque del Este, se va a agudizar todavía más precisamente por ese hundimiento, a causa de :
El declive de los partidos burgueses tradicionales creó un cierto vacío político a nivel internacional, tanto en la derecha como en la izquierda. Además, en un contexto en el que ya no existían directrices desde arriba comenzó a favorecer la entrada en la escena política de aventureros y magnates financieros sin experiencia política, pero deseosos de resolver los asuntos a su manera. Esto marcó el comienzo de un cambio en el panorama político nacional de varios países, que intentaremos describir a continuación.
Esta aceleración de la crisis del sistema a todos los niveles se manifiesta de diferentes maneras. El problema fundamental es la pérdida de control de la burguesía sobre la dinámica política del país. Esto se refleja tanto en su incapacidad para orientar las elecciones de la población hacia el equipo de gobierno más adecuado para la situación, como hacía en el pasado, como en su dificultad para formular estrategias válidas para contener (y mucho menos superar) la crisis del sistema. En resumen, la burguesía carece cada vez más de la «cabeza pensante» que en el pasado le había permitido mitigar las dificultades en su camino.
El primer efecto de esto es una pérdida de cohesión dentro de la burguesía, que, sin un plan general común, es incapaz de mantener la unidad de sus diversos componentes. Esto conduce a una tendencia al «sálvese quien pueda», con una dificultad cada vez mayor para crear alianzas estables. Esto es evidente a nivel de los distintos países, donde cada vez es más difícil formar gobiernos estables debido a los resultados electorales cada vez más impredecibles.
En Francia, tras el éxito de la coalición populista de Marine Le Pen en las elecciones europeas, Macron sorprendió a todos al anunciar la disolución de la Asamblea Nacional y convocar nuevas elecciones legislativas. Sin embargo, el resultado fue un Parlamento ingobernable, dividido en tres bloques más o menos iguales: la izquierda (de forma muy frágil, unida momentáneamente por el oportunismo electoral), el centro macronista y la extrema derecha. Tras meses de estancamiento institucional, se formó un gobierno de centro-derecha, que fue torpedeado por una moción de censura parlamentaria tras solo tres meses. Posteriormente, se formó el gobierno centrista de Bayrou, un gobierno minoritario y, por lo tanto, completamente precario. En el momento de escribir este artículo, Bayrou ha sido derrocado y la propia presidencia de Macron está siendo cuestionada por una gran parte del electorado.
También en Gran Bretaña la política burguesa se caracteriza por una gran inestabilidad, con cinco nuevos gobiernos en siete años. Y las perspectivas del actual gobierno de Starmer se han oscurecido desde la victoria del Partido Laborista en las elecciones del año pasado con un 34 % de los votos, ya que su apoyo ha caído al 23 %, mientras que Reform UK, el partido populista nacionalista liderado por Nigel Farage, es el más popular, según las últimas encuestas, con un 29 %.
En Alemania, tras la caída del gobierno de Olaf Scholz, formado por el SPD, los Verdes y los Liberales han sido calificados por el instituto Infratest dimap[[9]] como «el más impopular de la historia alemana»[[10]], el nuevo Gobierno de Friedrich Merz, apoyado por una coalición entre la CDU y el SPD, ya está perdiendo terreno según las últimas encuestas, mientras que el partido populista y nacionalista AfD está ganando terreno y ahora solo está a 3 puntos de la CDU.
El Gobierno español de Pedro Sánchez, basado en una alianza entre el PS y varios partidos regionales catalanes y vascos, se formó y se mantiene gracias a concesiones históricas, como la ley de amnistía para los líderes del movimiento independentista implicados en la organización del referéndum ilegal sobre la independencia de Cataluña celebrado en 2017. Por lo tanto, este Gobierno se sustenta en el chantaje político de un partido sobre otro.
Hemos citado ejemplos de los países más poderosos de Europa (pero también existen situaciones similares en Austria, los Países Bajos y Polonia, entre otros) porque, en comparación con los gobiernos que existían en estos mismos países en un pasado no muy lejano, las actuales administraciones palidecen. Por ejemplo, Willy Brandt en Alemania, promotor de la Ostpolitik y ganador del Premio Nobel de la Paz en 1971, fue canciller de 1969 a 1974; Angela Merkel, considerada una de las mujeres más poderosas del mundo, ocupó este cargo desde 2005 hasta 2021 (¡15 años completos!) y Margaret Thatcher, apodada la «Dama de Hierro», que dejó su huella en un largo período de influencia política, fue primera ministra británica desde mayo de 1979 hasta noviembre de 1990, ¡un total de 11 años! Esta comparación nos hace darnos cuenta de lo frágil, volátil y precaria que es la situación actual.
Pero la misma fragmentación es evidente a nivel internacional, donde el Brexit[[11]], decidido por el referéndum consultivo de 2016, y luego la operación «arancelaria» de Trump[[12]] este año, por citar solo algunos ejemplos importantes, han marcado, uno tras otro, momentos importantes de ruptura en las anteriores colaboraciones internacionales entre Estados.
En un contexto en el que el comunismo se consideraba un fracaso, en el que la clase obrera ya no se manifestaba en las calles como antes, pero en el que la presión económica seguía existiendo y los desastres medioambientales se multiplicaban, comenzaron a surgir en todo el mundo movimientos ecologistas de todo tipo. Los primeros aparecieron en los años setenta y ochenta y se extendieron y desarrollaron en varios países, abogando no solo por el respeto a la naturaleza, sino también por el rechazo al militarismo y la guerra.
Desgraciadamente, al considerar los problemas medioambientales de forma aislada y no como una manifestación de cómo el capitalismo destruye la naturaleza, especialmente en su fase decadente, las personas que protestaban contra estos problemas llegaron a creer que las cosas podían resolverse dentro del sistema existente y se unieron a nuevas ramificaciones burguesas, cada una con su propio líder que buscaba un espacio político en el cual expresarse.
Sin embargo, estos movimientos siguieron siendo muy minoritarios, incluso cuando intentaron competir en las elecciones, y resultaron ser efímeros. Esto se explica por el hecho de que estos movimientos surgieron y lucharon a menudo por causas medioambientales específicas: oposición a la construcción de una presa o una central nuclear, contaminación causada por las grandes industrias, etc. En consecuencia, una vez que la atención se desvió del tema específico, el peso de la opinión que lo rodeaba también dejó de apoyarlo.
Sin embargo, en algunos países, como Alemania y Bélgica, los partidos políticos «verdes» han logrado «abrirse paso» e incluso entrar en el gobierno. Fundados bajo el impulso de ciertas personalidades, entre ellas Daniel Cohn-Bendit, líder del movimiento estudiantil de 1968 en Francia, los Verdes alemanes han crecido de forma constante desde principios de la década de 1980, obteniendo 27 escaños (5,6 %) en el Bundestag en 1983 y la victoria en las elecciones regionales de Hesse en 1985, donde Joschka Fischer, otro líder del movimiento, fue nombrado ministro de Medio Ambiente. El descrédito de los demás partidos tradicionales favoreció naturalmente el crecimiento de «recién llegados» como los Verdes en Alemania. Pero el problema es que, como hemos tratado de desarrollar anteriormente, gobernar un país no es una tarea fácil. Es cierto que la burguesía ha acumulado una gran experiencia, pero esta no puede transferirse fácil e inmediatamente a un partido de nueva formación. Por otra parte, los Verdes alemanes demostraron inmediatamente ser como cualquier otro político burgués. Tras presentar en 1980 un programa electoral superficial que incluso hablaba de «desmantelar» el ejército alemán e iniciar la «disolución» de alianzas militares como la OTAN y el Pacto de Varsovia, en 1999 renunciaron por primera vez a su pacifismo, cuando Joschka Fischer defendió el despliegue de aviones de la OTAN para bombardear Serbia. La misma situación se repitió cuando en el programa electoral de 2021 se opuso al envío de armas a zonas de guerra y pidió un «nuevo impulso al desarme», prioridades que posteriormente se incluyeron en el acuerdo de coalición con el que se formó el Gobierno de Scholz. Luego dieron un giro de 180 grados, en consonancia con su naturaleza burguesa, gracias a la labor del vicecanciller y ministro de Economía y Clima, Robert Habeck, y de la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, los dos miembros más destacados del Partido Verde en el gabinete de Olaf Scholz. Ambos lograron convencer al canciller para que enviara armas pesadas a Ucrania. La respuesta de Habeck en Kiel a los manifestantes que lo tildaron de «belicista» fue significativa: «En esta situación, en la que la gente defiende su vida, su democracia y su libertad, Alemania y los Verdes deben estar preparados para afrontar la realidad»[[13]].
Un fenómeno llamativo que se ha producido en las últimas décadas es el rápido desarrollo de los movimientos populistas y, a su estela, de los partidos de extrema derecha. Un rápido vistazo a las actuales formaciones gubernamentales en todo el mundo muestra, por ejemplo que, en Europa, siete países, entre ellos Italia, los Países Bajos, Suecia y Finlandia, ya han establecido una mayoría gubernamental con un importante componente populista, mientras que en otros casos, como Francia, Alemania y el Reino Unido, el movimiento populista ha ganado una considerable representación política o ha logrado un éxito rotundo (Brexit). El fenómeno sigue creciendo, hasta el punto de que algunos de sus representantes ocupan ahora importantes cargos ministeriales, por ejemplo, en Italia y los Países Bajos. En Sudamérica, con Bolsonaro en Brasil y Milei en Argentina, y en Asia, con Modi en la India, los populistas han sido elegidos jefes de Estado. Por último, pero no por ello menos importante, en Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, un aventurero populista al frente del movimiento MAGA (Make America Great Again) ha ganado un segundo mandato como jefe del Estado federal.
La tendencia al «vandalismo» político de estos movimientos, que se manifiesta en el rechazo a las «élites», el rechazo a los extranjeros, la búsqueda de chivos expiatorios, el repliegue en la «comunidad autóctona», las teorías conspirativas, la creencia en un líder fuerte y providencial, etc., es ante todo el producto de la putrefacción ideológica que transmite la falta de perspectiva de la sociedad capitalista[[14]], que afecta en primer lugar a la clase capitalista.
Pero el avance y el desarrollo del populismo en la vida política de la burguesía ha estado determinado sobre todo por una de las principales manifestaciones de la descomposición de la sociedad capitalista: la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político, a través de sus partidos más «experimentados», que han perdido no solo su credibilidad, sino también su capacidad para gestionar y controlar la situación en el plano político: «El retorno de Trump es una expresión clásica del fracaso político de las facciones de la clase dirigente que tienen una comprensión más lúcida de las necesidades del capital nacional; por lo tanto, es una clara expresión de una pérdida más general del control político por parte de la burguesía estadounidense, pero esta es una tendencia global y es particularmente significativo que la ola populista esté teniendo un impacto en otros países centrales para el capitalismo: así, hemos visto el ascenso de la AfD en Alemania, el RN de Le Pen en Francia y Reform en el Reino Unido. El populismo es la expresión de una fracción de la burguesía, pero sus políticas incoherentes y contradictorias expresan un nihilismo y una creciente irracionalidad que no sirven a los intereses generales del capital nacional. El caso de Gran Bretaña, que ha sido dirigida por una de las burguesías más inteligentes y experimentadas, y que se pegó un tiro en el pie con el Brexit es un claro ejemplo. Las políticas internas y externas de Trump no serán menos perjudiciales para el capitalismo estadounidense: en términos de política exterior, al alimentar el conflicto con sus antiguos aliados mientras corteja a sus enemigos tradicionales, pero también a nivel doméstico, a través del impacto de su «programa» económico autodestructivo. Sobre todo, la campaña de venganza contra el «Deep State» y las «élites liberales», la focalización con ciertas minorías y la «guerra anti-woke» darán lugar a enfrentamientos entre facciones de la clase dominante que podrían llegar a ser extremadamente violentos en un país donde una enorme proporción de la población posee armas; el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 palidecería al hacer la comparación. Y ya podemos ver, de forma embrionaria, los inicios de una reacción de parte de la burguesía que más tiene que perder con las políticas de Trump (por ejemplo, el estado de California, la Universidad de Harvard, etc.). Tales conflictos conllevan la amenaza de arrastrar a gran parte de la población y representan un peligro extremo para la clase obrera, para los esfuerzos por defender sus intereses de clase y forjar su unidad contra todas las divisiones que le inflige la desintegración de la sociedad burguesa. Las recientes manifestaciones «Hands Off» organizadas por el ala izquierda del Partido Demócrata son un claro ejemplo de este peligro, ya que han logrado canalizar ciertos sectores y reivindicaciones de la clase obrera hacia una defensa general de la democracia contra la dictadura de Trump y compañía. De nuevo, aunque estos conflictos internos puedan ser especialmente agudos en EE. UU., son producto de un proceso mucho más amplio. El capitalismo decadente ha confiado durante mucho tiempo en el aparato estatal para evitar que esos antagonismos desgarren la sociedad, y en la fase de descomposición el Estado capitalista también se ve obligado a recurrir a las medidas más dictatoriales para mantener su dominación. Pero al mismo tiempo, cuando el propio aparato estatal se ve desgarrado por violentos conflictos internos, se produce un fuerte impulso hacia una situación en la que «el centro no puede sostenerse, la anarquía se desata por el mundo», como dijo el poeta WB Yeats. Los «Estados fallidos» que vemos más claramente en el Medio Oriente, África y el Caribe son una imagen de lo que ya se está gestando en los centros más desarrollados del sistema. En Haití, por ejemplo, la maquinaria oficial del Estado es cada vez más impotente frente a la competencia de las bandas criminales, y en algunas partes de África, la competencia entre bandas ha alcanzado el paroxismo de la «guerra civil». Pero en los propios Estados Unidos, la actual dominación del Estado por el clan Trump se asemeja cada vez más al gobierno de una mafia, con su abierta adhesión a los métodos del chantaje y las amenazas.»[[15]]
Esta situación tiene repercusiones muy significativas en todo el panorama político y económico mundial. De hecho, mientras los distintos países, a pesar de la competencia entre ellos, lograron mantener una política de cooperación en determinadas cuestiones, como la política económica en particular o la política imperialista, se pudo frenar, al menos en parte, la caída en el abismo de la decadencia y la descomposición del sistema. Pero hoy en día, las políticas ciegas e irresponsables (desde un punto de vista burgués) de muchos países, incluido el propio Estados Unidos, no solo no logran frenar la crisis del sistema, sino que, de hecho, la aceleran.
Estas profundas divisiones dentro de la burguesía expresan el peso del «sálvese quien pueda», lo que significa que los distintos componentes ya no se sienten vinculados por un interés superior en la defensa de los intereses del Estado, o de un «orden internacional», sino que persiguen los intereses de facciones políticas particulares, camarillas o familias económicas específicas, a cualquier precio. Además, a menudo ocurre que los grupos de interés que ascienden en la sociedad hasta alcanzar importantes cargos gubernamentales no tienen formación política previa. Todo ello significa que la política que sigue la burguesía hoy en día se caracteriza cada vez más por un alto grado de improvisación e irracionalidad que, naturalmente, en un contexto de creciente desorden, no hace sino acelerar el caos mundial. Ya hemos mencionado medidas totalmente irracionales, como la decisión de celebrar un referéndum sobre el Brexit en Gran Bretaña y la política arancelaria de Trump. Simplemente añadiremos algunos detalles sobre la composición del equipo para el segundo mandato de Trump, el líder del país más poderoso del mundo: cada quien puede examinar por sí mismo lo que está sucediendo de manera similar en otros países.
He aquí un juicio que apareció en un periódico italiano (¡desde luego, no un periódico de izquierda!) a principios de año: «Ningún presidente ha reclutado jamás a tal multitud de delincuentes, extremistas, sinvergüenzas, estafadores e individuos indeseables».[[16]] Echemos un vistazo más de cerca a algunos de los miembros de la administración Trump 2. La primera opción de Trump para el puesto de fiscal general fue Matt Gaetz, pero tuvo que retirarse. ¿El motivo? No porque fuera su abogado, que le había guiado con habilidad diabólica a través de sus problemas legales. El verdadero motivo era que se enfrentaba a acusaciones de acoso sexual y consumo de drogas, lo que sin duda no es ideal para un ministro de Justicia.
Luego está el sensacional caso del famoso antivacunas Robert F. Kennedy Jr., nombrado para dirigir el Departamento de Salud y Servicios Humanos, a pesar de haber declarado su deseo de abolir las vacunas contra la poliomielitis y ser conocido como un teórico de la conspiración. Más de 75 premios Nobel se opusieron al nombramiento de Kennedy Jr. como secretario de Salud, alegando que «pondría en peligro la salud pública». Más de 17 000 médicos (de un total de 20 000), miembros del Comité para la Protección de la Salud, se opusieron al nombramiento de Kennedy Jr., alegando que este ha socavado la confianza pública en las vacunas durante décadas y supone una amenaza para la salud nacional. El epidemiólogo Gregg Gonsalves, de la Universidad de Yale, que también se opuso al nombramiento de Kennedy Jr., afirmó que poner a Kennedy al frente de una agencia sanitaria sería como «poner a un terraplanista al frente de la NASA».
Pete Hegseth, conocido homófobo, ha sido nombrado director del Pentágono (con un presupuesto de 800 000 millones de dólares y 3 millones de empleados). Y, sorpresa, también está siendo demandado por acoso sexual.
En cuanto al resto de miembros del Gobierno, los informes sugieren que la mayoría son extremistas, están mal formados o son especialmente antisistema. Lo que les une es su lealtad absoluta a su líder. A Trump no le importa si juran lealtad a la Constitución; solo necesita que le juren lealtad a él y que lo demuestren.
Trump se distinguió inmediatamente al eliminar a miles de funcionarios que consideraba problemáticos o que, en su opinión, desempeñaban funciones incompatibles con su mandato. Pero fue aún más brutal con quienes se le oponían directamente, utilizando métodos vengativos dignos de las disputas mafiosas.
La política contra aquellos a quienes Trump considera traidores es su eliminación directa. Varios ejemplos lo ilustran:
Lo que antes se consideraba una característica de los países periféricos, los llamados países del Tercer Mundo, a saber, el gansterismo y el vandalismo en la política, está ahora muy extendido en los países más avanzados del mundo, incluido Estados Unidos, un país que en su día fue aclamado como el faro de la democracia. Una vez más, el caso Trump es prueba de ello.
Empecemos diciendo que Trump heredó tanto el racismo como las buenas relaciones con la mafia italoamericana de su padre, Fred Sr.[[17]]. Mientras que su padre tenía buenas relaciones con los Gambino, los Genovese y los Lucchese, su hijo las tiene con los Franzese y los Colombo. El episodio que llevó a la construcción de la Torre Trump es especialmente conocido. En 1979, cuando se colocó el primer ladrillo, una huelga en las fábricas de cemento bloqueó la venta de este material. Pero Trump eludió el bloqueo sindical comprándolo directamente a S & A Concrete. Los propietarios ocultos de la empresa constructora eran Anthony «Fat Tony» Salerno, de la familia Genovese, y Paul Castellano, de la familia Gambino, dos familias ya cercanas a su padre y cuyos líderes se reunían regularmente en casa de Cohn, el versátil abogado de Trump en aquella época. Pero también hizo importantes negocios con la mafia rusa: en 2011, Trump salió de diez años de pleitos, múltiples quiebras y 4 000 millones de libras de deuda... y esta vez se salvó gracias al «dinero ruso» de Felix Sater, cuyo padre, Michael Sheferovsky, era amigo íntimo no solo de la familia Genovese, sino también de Semion Yudkovich Moguilevitch, el «jefe de jefes» de la mafia rusa.
Numerosas mujeres ya han afirmado que Trump las violó en concursos de belleza u otros eventos. También sabemos que Trump pagó mucho dinero para silenciar a las dos mujeres que lo acusaron de tener relaciones ilícitas con él, la estrella porno Stormy Daniels y la ex conejita de Playboy Karen McDougall. Esta acusación condujo a su condena, pero fue eximido de enjuiciamiento. A principios de 2024, dos jurados distintos determinaron que Trump había difamado a la escritora E. Jean Carroll al negar sus acusaciones de agresión sexual. Se le ordenó pagar un total de 88 millones de dólares. También es bien conocida su asociación con Epstein, acusado de violación, abuso y, sobre todo, tráfico internacional de niños. Aparece con Trump en docenas de fotos. Por último, Trump también fue declarado culpable de treinta y cuatro cargos de falsificación de documentos comerciales, que salieron a la luz durante la investigación sobre los pagos realizados a Stormy Daniels.
Todos los elementos que hemos relatado en este artículo demuestran claramente un debilitamiento de la capacidad de la burguesía para gestionar su sistema político y, por lo tanto, una mayor dificultad para hacer frente a la crisis global del sistema, tanto en lo económico como en lo medioambiental, etc. De eso no hay duda.
Pero debemos tener cuidado de no imaginar que esta debilidad de la burguesía puede convertirse en una ventaja, en una fuerza para el proletariado. Hay al menos dos razones para ello. La primera se refiere al proceso que conducirá a la revolución. Las crecientes debilidades de la burguesía no son en absoluto activos que permitan a la clase obrera desarrollar su fuerza. Dado que el proyecto de esta clase es completamente antagónico a todo lo que representa el capitalismo, el debilitamiento de la burguesía no beneficia al proletariado (que solo dispone de su unidad y su conciencia). En segundo lugar, aunque muestra claros signos de declive, la burguesía hace gala de una considerable vigilancia y lucidez en materia de lucha de clases, fruto de dos siglos de experiencia de confrontación con la clase obrera. Esta experiencia la lleva no solo a estar alerta, sino sobre todo a impedir cualquier acción de la clase obrera explotando los propios efectos de la descomposición contra el proletariado.
Por ejemplo, toda la propaganda populista, que a menudo encuentra eco en algunos de los sectores más vulnerables y menos conscientes de la clase obrera, se construye explotando los temores de la gente a la competencia por el empleo o la vivienda por parte de los inmigrantes o de aquellos que son «diferentes». En segundo lugar, y lo que es más importante, explota el bombo populista para atraer a los trabajadores a campañas antipopulistas en defensa del Estado democrático.
Sin embargo, las manifestaciones de la descomposición (a través de crisis ecológicas, desastres medioambientales cada vez más frecuentes, pero sobre todo la propagación e intensificación de las guerras, acompañadas naturalmente por el empeoramiento de la crisis económica) están obligando cada vez más a ciertos elementos a buscar una alternativa a la barbarie actual, aunque todavía sean una minoría. Los ataques económicos que la burguesía ya se ve obligada a lanzar contra los trabajadores serán el mejor estímulo para la lucha de clases y permitirán la futura maduración política de las luchas. Solo así los trabajadores podrán no solo defenderse de las mistificaciones de la burguesía, sino también recuperar la comprensión de las causas profundas de la actual crisis del sistema y convertirla en una fuente de fuerza en su lucha.
Ezechiele, 27 de agosto de 2025
[1]] Amadeo Bordiga, «El principio democrático [9]», 1922, MIA (Marxists Internet Archive).
[2]] «Notas sobre la conciencia de la burguesía decadente [10]», Revista Internacional n.º 31, cuarto trimestre de 1982. Disponible en inglés.
[3]] El Partido Comunista Italiano había perdido todo su carácter proletario como resultado del proceso de «bolchevización» (en realidad, estalinización) entre finales de la década de 1920 y principios de la de 1930.
[4]] En realidad, al final de la guerra e inmediatamente después de la proclamación de la República, el PCI había estado en el poder con la DC y otros partidos de izquierda (PSIUP y PRI) desde julio de 1946 hasta el 1 de junio de 1947. La razón de ello fue que en 1942-1943 se habían producido importantes huelgas en el norte del país y se habían formado varios grupos políticos proletarios, entre ellos el Partido Comunista Internacionalista, que rápidamente había conseguido cientos de afiliados. La formación de este gobierno de «unidad nacional», que reunía a las diversas fuerzas que habían luchado en la Resistencia, sirvió para convencer a un proletariado que daba muestras de conciencia de que ahora tenía representantes válidos incluso dentro del gobierno y que, por lo tanto, ya no necesitaba luchar. No es casualidad que, una vez que se tuvo la certeza de que el levantamiento proletario había remitido, la burguesía retirara su apoyo al PCI y a otros partidos de izquierda y formara únicamente gobiernos de centro o de derecha hasta los turbulentos años 1968-1969.
[5]] Para un análisis de estos acontecimientos, véase nuestra «Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este [11]», Revista Internacional n.º 60, 1.er trimestre de 1990. Para más información sobre el concepto de fase de descomposición, véase también «Tesis sobre la descomposición», [12] Revista Internacional n.º 107, 4.º trimestre de 2001.
[6]] «Crisis en el Golfo Pérsico: ¡El capitalismo significa guerra! [13]», Revista Internacional n.º 63, cuarto trimestre de 1990. Disponible en inglés.
[7]] Para un análisis de este interesante punto, véase «Los ataques de la mafia: ajuste de cuentas entre capitalistas», Revolution Internationale n° 215 [14], septiembre de 1992 (en francés).
[8]] Extractos de los puntos 9 y 10 de «Tesis sobre la descomposición» [12], ya citadas.
[9]] «Wissen, was Deutschland denkt [15]» («Saber lo que piensa Alemania»).
[10]] «Scholz trails conservative CDU/CSU in election polls [16]» (Scholz va por detrás de la conservadora CDU/CSU en las encuestas electorales), sitio web In Focus.
[11]] «Brexit, Trump: contratiempos para la burguesía que en nada son un buen presagio para el proletariado [17]», Revista Internacional n.º 157, verano de 2016.
[12]] «Aranceles estadounidenses, guerras comerciales, proteccionismo... ¡El capitalismo no tiene ninguna solución a la crisis económica mundial!» [18], CCI Online, junio de 2025.
[13]] EUROPATODAY – «Alemania envía tanques a Ucrania porque los pacifistas se han convertido en intervencionistas [19]».
[14]] Véase el punto 8 de las «Tesis sobre la descomposición» [12].
[15]] «Resolución sobre la situación internacional (mayo de 2025)» [20], Revista Internacional 174, verano de 2025.
[16]] «Gangs of America alla corte di Trump [21]», (Las bandas de Estados Unidos en la corte de Trump), periódico online Il Foglio,
27 de enero de 2025.
[17]] De joven, su padre fue arrestado por ser uno de los miembros más activos del KKK.
En la primera parte de este artículo, sostuvimos que el movimiento sionista fue una respuesta errónea al resurgimiento del antisemitismo a finales del siglo XIX. Errónea porque, a diferencia de la respuesta proletaria al antisemitismo y a todas las formas de racismo defendida por revolucionarios como Lenin y Rosa Luxemburgo: se trataba de un movimiento nacionalista burgués que surgió en un momento en que el capitalismo mundial se encaminaba rápidamente hacia la época de la decadencia, en que el Estado-nación, en palabras de Trotsky en 1916, había «superado su función de marco para el desarrollo de las fuerzas productivas» [1]. Y como explicaba Rosa Luxemburgo en su folleto Junius (1915), el resultado concreto de este cambio histórico era que, en el nuevo periodo, la nación ya no servía «más que para enmascarar como fuera las aspiraciones imperialistas»: las nuevas naciones solo podían surgir como peones de las grandes potencias imperialistas, al tiempo que se veían obligadas a desarrollar sus propias ambiciones imperialistas y a oprimir a los grupos nacionales que se interponían en su camino. Hemos demostrado que, desde el principio, el sionismo solo podía convertirse en una fuerza política seria asociándose con la potencia imperialista que veía una ventaja en la creación de un «hogar nacional judío» en Palestina, mientras que la actitud colonial del sionismo hacia la población que ya vivía allí allanaba el camino para la política de exclusión y limpieza étnica que se materializó en 1948 y que hoy alcanza su terrible paroxismo en Gaza. En este segundo artículo, repasaremos las principales etapas de este proceso, pero al hacerlo, mostraremos que, al igual que el sionismo se reveló claramente como un velo que ocultaba los deseos imperialistas, la respuesta nacionalista árabe al sionismo, ya sea laica o religiosa, no está menos atrapada en la trampa mortal de la competencia interimperialista.
Antes de la Primera Guerra Mundial, aún no se sabía qué potencia imperialista estaría más interesada en promover el proyecto sionista: la búsqueda inicial de apoyo por parte de Theodore Herzl lo había llevado al emperador alemán y sus aliados otomanos. Pero las líneas del frente trazadas para la guerra mostraron claramente que era Gran Bretaña la que más tenía que ganar con la formación de un «pequeño Ulster judío leal» en Oriente Medio, aunque los británicos hacían simultáneamente todo tipo de promesas sobre la futura independencia a los líderes árabes, líderes que necesitaban para luchar contra el Imperio otomano en declive, que se había aliado entonces con Alemania y las potencias centrales.
El líder sionista y consumado diplomático Chaim Weizmann había adquirido cada vez más influencia en las altas esferas del Gobierno británico y sus esfuerzos se vieron recompensados con la publicación de la (tristemente) famosa Declaración Balfour en noviembre de 1917. La declaración estipulaba que «el gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos la creación en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo posible para facilitar la consecución de este objetivo», al tiempo que insistía en que «queda claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina».
La Declaración Balfour parecía justificar los métodos de la corriente dominante del movimiento sionista, apoyada principalmente por la izquierda sionista, que consideraba necesario seguir esta corriente dominante hasta que la creación de una patria judía «normalizara» las relaciones de clase dentro de la población judía[2]. Para estas corrientes, el acuerdo con el imperialismo británico confirmaba la necesidad de desarrollar relaciones diplomáticas y políticas con las potencias dominantes de la región, mientras que la reunión de los judíos en Palestina se lograría en gran medida gracias al apoyo financiero de los capitalistas judíos de la diáspora y de instituciones como el Fondo Nacional Judío, la Asociación de Colonización Judía de Palestina y el Banco Colonial Judío. Las tierras se obtendrían mediante la compra fragmentaria de terrenos pertenecientes a propietarios árabes ausentes, una forma «pacífica» y «legal» de expropiar a los fellahs pobres y allanar el camino para la creación de ciudades judías y empresas agrícolas que constituirían los núcleos del futuro Estado judío.
Pero la guerra también había estimulado el crecimiento del nacionalismo árabe, y en 1920 las primeras reacciones violentas al aumento de la inmigración judía y al anuncio por parte de Gran Bretaña de su proyecto de crear un hogar nacional judío tomaron forma en los «disturbios de Nabi Musa[3] ». – esencialmente un pogromo contra los judíos de Jerusalén. Estos acontecimientos dieron lugar a su vez a un nuevo sionismo «revisionista» liderado por Vladimir Jabotinsky, que había tomado las armas junto a las fuerzas británicas para reprimir los disturbios.
En nuestro artículo «Más de un siglo de enfrentamientos entre israelíes y palestinos [23]» (Revista Internacional n.º 172), señalamos que Jabotinsky representaba un giro a la derecha del sionismo, que no dudaba en alinearse con el régimen extremadamente antisemita de Polonia (uno de los muchos ejemplos de colaboración entre el proyecto antisemita de expulsión de los judíos de Europa y la voluntad sionista de orientar estas políticas hacia la emigración a Palestina). Aunque el propio Jabotinsky se burlaba a menudo del fascismo de Mussolini, su movimiento tenía sin duda su origen en una raíz común: el desarrollo de una forma particularmente decadente y totalitaria de nacionalismo, cuyo crecimiento se vio acelerado por la derrota de la revolución proletaria. Esto se ilustró con la aparición, dentro del revisionismo, de la facción abiertamente fascista Birionim, y luego del grupo Lehi en torno a Abraham Stern, que, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, estaba dispuesto a entablar conversaciones con el régimen nazi con el fin de formar una alianza antibritánica[4]. El propio Jabotinsky consideraba cada vez más a los ocupantes británicos de Palestina después de la Primera Guerra Mundial como el principal obstáculo para la formación de un Estado judío.
Aunque Jabotinsky siempre defendió que la población árabe disfrutaría de igualdad de derechos en su proyecto de Estado judío, fueron los disturbios antijudíos de 1920 los que le llevaron a abandonar el sueño de Herzl/Weizmann de un proceso pacífico de inmigración judía. Jabotinsky siempre se había opuesto a las ideas de lucha de clases y socialismo y, por lo tanto, al sueño alternativo de la izquierda sionista: un nuevo tipo de colonización que implicaría, en cierto modo, el desarrollo de una alianza fraternal entre los trabajadores judíos y árabes. En 1923, Jabotinsky publicó su ensayo The Iron Wall (El muro de hierro), en el que reclamaba un Estado judío no solo en la orilla occidental del Jordán, sino también en la orilla oriental, algo que los británicos prohibían. Según él, dicho Estado solo podía formarse mediante la lucha militar: «La colonización sionista debe cesar o continuar sin tener en cuenta a la población indígena. Esto significa que solo puede continuar y desarrollarse bajo la protección de una potencia independiente de la población indígena, detrás de un muro de hierro que la población indígena no pueda atravesar».
Aunque los sionistas de izquierda y de centro criticaron duramente la postura de Jabotinsky, calificándolo de fascista, lo que llama la atención en The Iron Wall es que anticipa con precisión la evolución real de todo el movimiento sionista, desde las facciones liberales y de izquierda que lo dominaron durante las primeras décadas después de 1917 hasta la derecha que reforzó su control sobre el Estado de Israel a partir de la década de 1970: el reconocimiento de que un Estado judío solo podía formarse y mantenerse mediante el uso de la fuerza militar. La izquierda sionista, incluida su ala «marxista» en torno al Hashomer Hazair y el Mapam, se convertiría de hecho en el componente más esencial del aparato militar del Yishuv judío preestatal, la Haganá. Los kibutz «socialistas», en particular, desempeñarían un papel clave como avanzadillas militares y proveedores de tropas de élite para la Haganá. Incluso el término «Muro de Hierro» tiene una connotación premonitoria con la construcción del muro de seguridad (también conocido como muro del apartheid...) alrededor de las fronteras de Israel después de 1967, a principios de la década del 2000. Y, por supuesto, aunque Jabotinsky pueda parecer liberal en comparación con sus herederos contemporáneos de la extrema derecha israelí, los partidarios de un Gran Israel «desde el río hasta el mar» y el recurso descarado a una fuerza militar desenfrenada, ahora combinado abiertamente con el llamamiento a la «reubicación» de la población árabe palestina de Gaza y Cisjordania, se han impuesto cada vez más en la política sionista dominante. Esto da testimonio del brutal realismo de Jabotinsky, pero sobre todo del carácter inevitablemente imperialista y militarista, no solo del sionismo, sino también de todos los movimientos nacionales de la época.
La derrota de la oleada revolucionaria en Rusia y Europa dio lugar a una nueva oleada de antisemitismo, especialmente en Alemania, con la infame teoría de la «puñalada por la espalda», una conspiración contra los comunistas y los judíos, supuestamente responsables del colapso militar de Alemania. Varios países europeos comenzaron a adoptar leyes antisemitas, prefigurando las leyes raciales nazis en Alemania. Al sentirse cada vez más amenazados, los judíos comenzaron a abandonar Europa, un éxodo que se aceleró considerablemente tras la llegada al poder de los nazis en 1933. No todos los exiliados se dirigieron a Palestina, pero la inmigración judía al Yishuv aumentó considerablemente. Esto exacerbó las tensiones entre judíos y árabes. El aumento de la compra de tierras a los propietarios árabes o «effendi» por parte de las instituciones sionistas provocó el despojo de los campesinos árabes o fellahin, ya empobrecidos; el impacto de la crisis económica mundial en Palestina a principios de los años 30 no hizo más que agravar sus dificultades económicas. Todos estos elementos estallaron en 1929 en una nueva oleada de violencia intercomunitaria más generalizada, desencadenada por conflictos de acceso a los principales lugares religiosos de Jerusalén, y que tomó la forma de sangrientos pogromos antisemitas en Jerusalén, Hebrón, Safed y otros lugares, pero también de contraataques igualmente brutales por parte de multitudes judías. Se cometieron cientos de asesinatos en ambos bandos. Pero estos acontecimientos no fueron más que el preludio de la «Gran Revuelta Árabe» de 1936.
Una vez más, los acontecimientos comenzaron con un estallido de violencia pogromista, desencadenado esta vez por el asesinato de dos judíos por un grupo islamista fundamentalista, los Qassemitas, y seguido de represalias indiscriminadas contra los árabes, en particular atentados con bombas en lugares públicos perpetrados por el Irgún de Jabotinsky, que se había separado de la Haganá en 1931. Estas sangrientas acciones terroristas fueron descritas por el Irgún como la política de «defensa activa» de la población judía. Pero esta vez, el levantamiento árabe fue mucho más generalizado que en 1929, tomando la forma de una huelga general en Jerusalén y otros centros urbanos, y luego de una guerrilla en las zonas rurales. Sin embargo, aunque la profunda miseria económica y social alimentaba la ira de las masas árabes, la huelga general no adquirió en ningún momento un carácter proletario. Esto no se debió simplemente a que movilizara a los trabajadores junto con los comerciantes y otros pequeños propietarios, sino sobre todo a que sus reivindicaciones se formulaban íntegramente desde una perspectiva nacionalista, pidiendo el cese de la inmigración judía y la independencia de los británicos. Desde el principio, la dirección del movimiento estuvo en manos de los partidos nacionalistas burgueses, aunque estos partidos, basados en gran medida en antiguas rivalidades entre clanes, a menudo se enfrentaban violentamente para decidir quién debía dirigir el movimiento (mientras que otras facciones palestinas se alineaban con los británicos). La reacción de las autoridades británicas fue extremadamente brutal, infligiendo castigos colectivos mortales a las aldeas sospechosas de haber participado en el movimiento. La Haganá y escuadrones policiales judíos especialmente designados actuaron junto al ejército británico para reprimir la revuelta. Al final del levantamiento, en marzo de 1939, más de 5000 árabes, 400 judíos y 200 británicos habían perdido la vida.
El Socialist Workers Party (SWP, Partido Socialista de los Trabajadores), con sede en el Reino Unido, describe esta revuelta como la «primera Intifada» y la presenta como un ejemplo de resistencia contra el imperialismo británico, con un fuerte componente social revolucionario: «La revuelta se trasladó al campo, donde, a lo largo del invierno de 1937 y hasta 1938, los rebeldes tomaron el control y expulsaron a los británicos. Una vez que tuvieron el campo bajo su control, los rebeldes comenzaron a instalarse en las ciudades. En octubre de 1938, controlaban Jaffa, Gaza, Belén, Ramala y la ciudad vieja de Jerusalén. Se trataba de un movimiento popular masivo, con comités locales que tomaban el control de gran parte del país y gobernaban en interés no de los palestinos ricos, sino de la gente común[5]».
Pero no olvidemos que el SWP, como muchos otros trotskistas, también consideraba la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre como parte de la «resistencia» contra la opresión de los palestinos[6]. A diferencia de la presentación que hace el SWP del movimiento de 1936, Nathan Weinstock, en su obra de referencia El sionismo contra Israel, opina que, en última instancia, «la lucha antiimperialista se había desviado hacia un conflicto intercomunitario y se había convertido en un apoyo al fascismo. (El muftí se había acercado cada vez más a los nazis)». En aquella época, Weinstock era miembro de la Cuarta Internacional trotskista.
Weinstock concluye que «la evolución de la revuelta árabe parece confirmar negativamente la teoría de la revolución permanente». En otras palabras, en los países semicoloniales, las tareas «democráticas», como la independencia nacional, ya no podían ser llevadas a cabo por una burguesía muy débil, y solo podían ser implementadas por el proletariado una vez que este hubiera establecido su propia dictadura. Esta teoría, cuyos elementos esenciales fueron desarrollados por Trotsky a principios de los años 1900, fue en su origen un verdadero intento de resolver los dilemas que se planteaban en una época en la que la fase ascendente del capitalismo llegaba a su fin, pero sin que estuviera del todo claro que el capitalismo como sistema mundial estaba a punto de entrar en su época de declive, dejando obsoletas todas las tareas «democráticas» del período anterior. Así, la tarea principal del proletariado victorioso en cualquier parte del mundo no es impulsar los vestigios de una revolución burguesa dentro de sus propias fronteras, sino ayudar a propagar la revolución por todo el mundo lo más rápidamente posible, so pena de quedar aislado y condenado a la muerte.
La consecuencia lógica de esto es que, en este período de decadencia en el que el mundo entero está dominado por el imperialismo, ya no hay movimientos «antiimperialistas», sino solo alianzas cambiantes en un tablero interimperialista global. La observación de Weinstock sobre el muftí -título de un alto dignatario religioso a cargo de los lugares sagrados musulmanes en Jerusalén, en este caso Amín Al Husseini, conocido por sus relaciones amistosas con Hitler y su régimen- pone de relieve una realidad más amplia: al oponerse al imperialismo británico, el nacionalismo palestino de los años treinta se vio obligado a aliarse con los principales rivales de Gran Bretaña, Alemania e Italia. La Fracción Italiana de la Izquierda Comunista, en un artículo escrito en respuesta a la huelga general de 1936, ya subrayaba las rivalidades interimperialistas que se daban en la región: «Nadie puede negar que el fascismo tiene todo el interés en avivar este fuego. El imperialismo italiano nunca ha ocultado sus miras hacia Oriente Próximo, es decir, su deseo de sustituir a las potencias mandatarias en Palestina y Siria»[7] . Este esquema no podía sino repetirse en la historia futura. Como se destaca en nuestra introducción al artículo de Bilan, «Bilan muestra que cuando el nacionalismo árabe entró en conflicto abierto con Gran Bretaña, esto solo abrió la puerta a las ambiciones del imperialismo italiano (y también alemán); posteriormente, pudimos ver cómo la burguesía palestina se volcó hacia el bloque ruso, luego hacia Francia y otras potencias europeas en su conflicto con Estados Unidos».
En 1936, ante la capitulación de los antiguos internacionalistas ante la presión de la ideología antifascista, los compañeros de Bilan reconocieron «el aislamiento de nuestra Fracción», que se había acentuado considerablemente con la guerra en España. Este aislamiento también puede aplicarse a los problemas planteados por los conflictos en Palestina: el artículo de Bilan es una de las pocas posiciones internacionalistas contemporáneas sobre la situación en esta región. Sin embargo, cabe mencionar los artículos escritos por Walter Auerbach, que había formado parte de un círculo comunista de izquierda en Alemania del que también formaba parte Karl Korsch[8]. Auerbach huyó de Alemania en 1934 y vivió unos años en Palestina antes de instalarse en Estados Unidos, donde trabajó con el grupo comunista consejista en torno a Paul Mattick. Los artículos de Auerbach son interesantes porque muestran cómo la colonización sionista de Palestina, al introducir o desarrollar relaciones de producción capitalistas, provocó el despojo de los fellahs y, por lo tanto, la intensificación de su descontento social. También insisten en que los elementos ultranacionalistas, incluso fascistas, dentro del sionismo estaban destinados a convertirse en cada vez más dominantes.
Pero, sobre todo, los artículos siguen claramente anclados en una perspectiva internacionalista. En respuesta a los acontecimientos de 1936, el artículo titulado «The land of promise: report from Palestine» (La tierra prometida: reportaje desde Palestina) afirma que:
«El agravamiento de las relaciones entre árabes y judíos, que comenzó en abril de 1936 y condujo a una guerrilla y a una huelga de las masas árabes, ocultó los disturbios sociales de la clase obrera bajo un sentimiento nacionalista vivo y belicoso. En ambos bandos, las masas se organizaron para «auto protegerse y defenderse». Por parte judía, los miembros de todas las organizaciones participaron en esta autoprotección. En sus llamamientos, los diferentes partidos rechazaron la responsabilidad de los enfrentamientos, achacándola bien a los árabes, bien a los partidos rivales. Cabe señalar que, en esta situación, ninguna organización intentó liderar la lucha contra su propia burguesía».
Bordiga es el autor del lema «El peor producto del fascismo es el antifascismo»: la naturaleza extremadamente brutal del fascismo, que aboga por la unidad de todas las clases puramente «nacionales», tiende a dar lugar a una oposición que, a su vez, pretende subordinar los intereses de la clase obrera a los de un amplio Frente Popular, como ocurrió en Francia y España en la década de 1930. En ambos casos, la clase obrera se ve empujada a abandonar su identidad e independencia de clase en beneficio de tal o cual facción de la burguesía. En última instancia, el fascismo y el antifascismo son ideologías que pretenden arrastrar al proletariado a la guerra imperialista.
También se puede decir que el peor producto del sionismo es el antisionismo. El punto de partida del sionismo es que los trabajadores judíos solo pueden luchar contra el antisemitismo aliándose con la burguesía judía o renunciando a sus intereses de clase en nombre de la construcción nacional. El antisionismo, derivado de las dolorosas consecuencias de esta construcción nacional en Palestina, parte también de una alianza de todas las clases «árabes», «palestinas» o «musulmanas», lo que, en la práctica, solo puede significar el dominio de la burguesía autóctona y, detrás de ella, la hegemonía del imperialismo mundial. El ciclo mortal de violencia intercomunitaria que vimos en 1929 y 1936 era totalmente hostil al desarrollo de la solidaridad de clase entre los proletarios judíos y árabes, y esto ha seguido siendo cierto desde entonces.
«[...] La única tendencia hacia este objetivo de la evolución capitalista ya se manifiesta en fenómenos que hacen de la fase final del capitalismo un período de catástrofes» (Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, capítulo 31).
La guerra en España, que tuvo lugar al mismo tiempo que la revuelta en Palestina, fue una indicación mucho más clara de los dramáticos retos de la época. El aplastamiento del proletariado español por las fuerzas del fascismo y la «República democrática» completó la derrota mundial de la clase obrera y abrió el camino a una nueva guerra mundial que, como había predicho la Internacional Comunista en sus primeras proclamaciones, superaría con creces a la primera en términos de barbarie, sobre todo debido al número mucho mayor de víctimas civiles. Los traslados forzados de población y los gulags establecidos por el régimen estalinista en Rusia ya daban una idea de la venganza asesina de la contrarrevolución contra una clase obrera derrotada, mientras que la propia guerra ilustraba la determinación del capital de mantener su sistema obsoleto, incluso a costa de la destrucción y la matanza masiva a lo largo del planeta. El programa sistemático de exterminio de los judíos y otras minorías, como los gitanos o los discapacitados, puesto en marcha por el régimen nazi fue sin duda el resultado de una inhumanidad calculada y, por tanto, totalmente irracional, de un nivel cualitativamente nuevo; pero esta Shoah, esta catástrofe que se abatió sobre los judíos de Europa, solo puede entenderse como parte de una catástrofe mayor, de un Holocausto más amplio que fue la propia guerra. Auschwitz y Dachau no pueden disociarse de la destrucción de Varsovia tras los levantamientos de 1943 y 1944, ni de los millones de cadáveres rusos que dejó a su paso la invasión alemana de la URSS; pero estos crímenes del nazismo tampoco pueden disociarse de los bombardeos terroristas de los aliados sobre Hamburgo, Dresde, Hiroshima y Nagasaki, ni de la hambruna mortal impuesta a las masas de Bengala por los británicos bajo el mando de Churchill en 1943.
Además, aunque las democracias utilizaron la evidente crueldad del nazismo como coartada para sus propios crímenes, éstas fueron en gran medida cómplices de la capacidad del régimen hitleriano para llevar a cabo su «solución final» a la cuestión judía. En un artículo basado en una crítica de la película El pianista[9], dimos varios ejemplos de esta complicidad: en la conferencia de Bermudas sobre la cuestión de los refugiados, organizada por Estados Unidos y Gran Bretaña en abril de 1943, que tuvo lugar exactamente en el momento del levantamiento del gueto de Varsovia, se tomó la decisión de no acoger a la enorme masa de personas desesperadas que se enfrentaban al hambre y al exterminio en Europa. El mismo artículo también hace referencia a la historia del húngaro Bordiga, que acudió a los Aliados ofreciéndoles intercambiar un millón de judíos por 10 000 camiones. Como explica el folleto Auschwitz, la gran coartada del PCI: «¡No solo los judíos, sino también las SS se dejaron engañar por la propaganda humanitaria de los Aliados! ¡Los Aliados no querían a ese millón de judíos! Ni por 10 000 camiones, ni por 50,000, ni siquiera a cambio de nada. Las mismas ofertas por parte de Rumanía y Bulgaria también fueron rechazadas. Según las palabras de Roosevelt, «transportar a tanta gente desorganizaría el esfuerzo bélico».
El movimiento sionista oficial también desempeñó su papel en esta complicidad, ya que se opuso sistemáticamente al «refugismo», es decir, a los proyectos destinados a salvar a los judíos europeos permitiéndoles cruzar las fronteras de otros países que no fueran Palestina. El tono de esta política ya había sido marcado antes de la guerra por Ben Gurión, el líder «laborista» del Yishuv:
«Si los judíos se enfrentan a la elección entre el problema de los refugiados y el rescate de los judíos de los campos de concentración, por un lado, y la ayuda al museo nacional en Palestina, por otro, prevalecerá el sentimiento de compasión judío y toda la fuerza de nuestro pueblo se dedicará a ayudar a los refugiados en los distintos países. El sionismo desaparecerá de la agenda, no solo de la opinión pública mundial en Inglaterra y Estados Unidos, sino también de la opinión pública judía. Ponemos en peligro la propia existencia del sionismo si permitimos que el problema de los refugiados se separe del problema palestino»[10]. La verdadera indiferencia de Ben Gurión ante el sufrimiento de los judíos europeos quedó aún más patente cuando declaró, el 7 de diciembre de 1938: «Si supiera que es posible salvar a todos los niños de Alemania trasladándolos a Inglaterra, pero solo a la mitad de ellos trasladándolos a Palestina, elegiría la segunda opción, porque nos enfrentamos no solo al juicio de esos niños, sino también al juicio histórico del pueblo judío».
Cualquier idea de colaboración directa entre el sionismo y los nazis se considera un «tropo antisemita» en muchos países occidentales, aunque existen casos bien documentados, como el acuerdo Havara en Alemania al comienzo del régimen nazi, que permitía a los judíos dispuestos a emigrar a Palestina conservar una parte importante de sus fondos. Al mismo tiempo, las organizaciones sionistas pudieron operar legalmente bajo el régimen nazi, ya que ambas partes tenían un interés común en lograr una Alemania «sin judíos», siempre y cuando los emigrantes judíos se trasladaran a Palestina.
Esto no pone en duda el hecho de que efectivamente hubo acuerdos de este tipo que realmente entran dentro de la teoría de la conspiración antisemita. El presidente de la actual «Autoridad Palestina», Mahmud Abás, escribió a principios de los años 80 una tesis doctoral que sin duda puede incluirse en esta categoría, ya que afirma que los sionistas exageraron el número de judíos asesinados por los nazis para ganarse la simpatía hacia su causa, al tiempo que ponían en duda la realidad de las cámaras de gas.
Sin embargo, la colaboración entre las facciones de la clase dominante -incluso cuando están simbólicamente en guerra entre sí- es una realidad fundamental del capitalismo y puede adoptar muchas formas. La voluntad de las naciones en guerra de suspender las hostilidades y unir sus fuerzas para aplastar al enemigo común, la clase obrera, cuando la miseria de la guerra la empuja a defenderse, quedó demostrada durante la Comuna de París en 1871 y, de nuevo, al final de la Primera Guerra Mundial. Y Winston Churchill, cuya reputación como el mayor antinazi de todos los tiempos es casi oficialmente reconocida en Gran Bretaña y en otros lugares, no dudó en aplicar esta política en Italia en 1943, cuando ordenó una pausa en la invasión aliada desde el sur para dejar que «los italianos se cocinaran en su propio jugo», un eufemismo para permitir que el poder nazi aplastara las huelgas masivas de los trabajadores en el norte industrial.
Lo que es ciertamente cierto es que el movimiento sionista y, sobre todo, el Estado de Israel, han utilizado constantemente la experiencia del Holocausto, el espectro del exterminio de los judíos, para justificar las acciones militares y policiales más despiadadas y destructivas contra la población árabe de Palestina, y para asimilar cualquier crítica al Estado israelí con antisemitismo. Pero volveremos, hacia el final de este artículo, al laberinto de justificaciones ideológicas y distorsiones desarrolladas por ambas (o todas) las partes en los conflictos actuales en Palestina.
Volviendo al curso de los acontecimientos desencadenados por la guerra, la masacre de los judíos en Europa aceleró la inmigración hacia Palestina, a pesar de los desesperados intentos de los británicos por reducirla al mínimo, llevando a cabo una política extremadamente represiva que condujo a la deportación de los refugiados judíos a campos en Alemania y a la tragedia del Struma, un barco lleno de supervivientes judíos al que se le negó la entrada en Palestina y que, tras ser abandonado por las autoridades turcas, acabó hundiéndose en el mar Negro con casi todos sus pasajeros a bordo. La represión británica provocó una guerra abierta entre la potencia mandataria y las milicias sionistas, en particular el Irgún, que lideró el uso de tácticas terroristas, como la explosión del hotel King David y el asesinato del mediador diplomático sueco, el conde Bernadotte. La propuesta de poner fin al mandato británico y dividir Palestina entre árabes y judíos ya había sido presentada por la comisión británica Peel en 1937, ya que la «revuelta árabe» y el descontento sionista habían mostrado claramente que el mandato británico estaba llegando a su fin. A partir de entonces, las dos principales potencias surgidas de la guerra mundial, Estados Unidos y la URSS, consideraron que, en aras de su futura expansión, les convenía eliminar a las antiguas potencias coloniales, como Gran Bretaña, de la estratégica región de Oriente Medio. En 1947, ambos países votaron a favor de la partición en la recién creada ONU, mientras que la URSS suministraba al Yishuv un gran número de armas a través del régimen estalinista en Checoslovaquia. Después de haber sido ampliamente silenciada por los Aliados durante la guerra, la verdad sobre los campos de concentración nazis salía ahora a la luz y suscitaba sin duda mucha simpatía por la suerte de los millones de víctimas y supervivientes judíos, lo que reforzaba la determinación de los sionistas de utilizar todos los medios a su alcance para lograr la creación de un Estado. Pero la dinámica subyacente a la formación del Estado de Israel se derivaba del realineamiento imperialista de la posguerra y, en particular, de la relegación del imperialismo británico a un papel puramente secundario en el nuevo orden.
Al igual que en el caso de las relaciones entre los nazis y los sionistas, las causas de la Naqba (que, al igual que el Holocausto, significa catástrofe) constituyen un campo minado histórico y, sobre todo, ideológico. La «guerra de independencia» de 1948 se saldó con la huida de 750,000 refugiados palestinos de sus hogares y la ampliación de las fronteras del nuevo Estado de Israel más allá de las zonas inicialmente designadas por el plan de partición de la ONU. Según la versión oficial sionista, los refugiados huyeron porque la alianza militar árabe que lanzó su ofensiva contra el joven Estado judío instó a los palestinos a huir de las zonas afectadas por los combates para poder regresar una vez que el proyecto sionista fuera aplastado. Sin duda es cierto que las fuerzas árabes, que en realidad estaban mal equipadas y mal coordinadas, hicieron todo tipo de declaraciones grandilocuentes sobre una victoria inminente y, por lo tanto, sobre la posibilidad de que los refugiados regresaran rápidamente a sus hogares. Pero investigaciones posteriores, en particular las de historiadores israelíes disidentes como Ilan Pappe, han reunido una gran cantidad de pruebas que indican una política sistemática de terror llevada a cabo por el nuevo Estado israelí contra la población palestina, con expulsiones masivas y la destrucción de pueblos, lo que justifica el título de la obra más conocida de Pappe: La limpieza étnica de Palestina (2006).
La masacre de Deir Yassin, un pueblo situado cerca de Jerusalén, en abril de 1948, perpetrada principalmente por el Irgún y el Lehi, y que supuso el asesinato a sangre fría de más de 100 aldeanos, entre ellos mujeres y niños, es la atrocidad más tristemente célebre del conflicto de 1948. De hecho, fue condenada por la Agencia Judía para Palestina y la Haganá, que atribuyeron la responsabilidad a grupos armados «disidentes». Aunque algunos historiadores israelíes siguen negando que se tratara de una masacre y no de una simple batalla[11], este suceso se presenta generalmente como una excepción que no se ajustaba a las «elevadas normas morales» de las fuerzas de defensa israelíes (una excusa que se repite constantemente en el marco de la actual ofensiva sobre Gaza). De hecho, el libro de Pappe demuestra de manera convincente que Deir Yassin fue la norma y no la excepción, ya que muchos otros pueblos y barrios palestinos -Dawayima, Lydda, Safsaf, Sasa, barrios enteros de Haifa y Jaffa, por citar solo algunos- sufrieron actos de terror y destrucción similares, aunque el número de víctimas en cada uno de ellos no fue, por lo general, tan elevado. El Irgun y el Lehi expresaron claramente su motivación para atacar Deir Yassin: no solo para tomar el control de un lugar estratégico, sino sobre todo para sembrar el pánico entre toda la población palestina y convencerla de que no tenía futuro en el Estado judío. Este ataque «ejemplar» y otros similares contra pueblos palestinos sin duda lograron su objetivo, acelerando el éxodo masivo de refugiados que temían, con razón, correr la misma suerte que los habitantes de Deir Yassin. El historiador israelí Benny Morris escribió en The Birth of the Palestinian Refugee Problem (El Nacimiento del Problema de los Refugiados Palestinos, 1988) que Deir Yassin «probablemente tuvo el efecto más duradero de todos los acontecimientos de la guerra al precipitar la huida de los aldeanos árabes de Palestina». La responsabilidad de la masacre tampoco puede atribuirse únicamente a las bandas de extrema derecha. La Haganá, incluidas las unidades de élite del Palmach, apoyó la operación y no hizo nada para impedir la masacre de civiles[12]. Lejos del frente, Ben Gurión y los dirigentes del nuevo Estado coordinaban todas las acciones militares destinadas a «neutralizar» las zonas habitadas por árabes y ampliar las fronteras del Estado judío.
Se ha debatido mucho sobre el grado de coordinación del plan destinado a expulsar al mayor número posible de árabes más allá de esas fronteras, a menudo centrado en el llamado «plan Dalet», que se presentaba como una estrategia de defensa del Estado judío, pero que sin duda implicaba precisamente el tipo de acciones «ofensivas» contra las zonas habitadas por árabes palestinos que tuvieron lugar antes y durante la invasión por parte de los ejércitos árabes. Pero el hecho de que el éxodo masivo de árabes palestinos en 1948 coincidiera exactamente con los intereses del Estado sionista queda sin duda confirmado por el hecho de que tantas aldeas destruidas (incluida la propia Deir Yassin) se convirtieron inmediatamente en colonias judías o desaparecieron, y que a los antiguos residentes nunca se les permitió regresar.
No es casualidad que la expulsión masiva de palestinos coincidiera con las terribles masacres intercomunitarias que tuvieron lugar en la India y Pakistán tras otra partición del imperio británico, o que la guerra en la antigua Yugoslavia en la primera mitad de los años noventa popularizara el término «limpieza étnica». Como predijo Rosa Luxemburgo, todo el período de decadencia capitalista ha demostrado que el nacionalismo -incluso, y quizás, sobre todo, cuando se trata del nacionalismo de un grupo que ha sufrido las persecuciones más horribles- solo puede alcanzar sus objetivos oprimiendo aún más a otros grupos étnicos o minorías.
El Estado de Israel nació, por tanto, con el pecado original de la expulsión de gran parte de la población árabe de Palestina. Su afirmación de que es «la única democracia de Oriente Medio» siempre ha sido contradicha por esta simple realidad: aunque ha concedido el derecho de voto a los árabes que permanecieron dentro de las fronteras iniciales del Estado de Israel, el «carácter judío del Estado» solo puede mantenerse mientras los ciudadanos árabes sigan siendo minoría; y, siguiendo la misma lógica, desde 1967, Israel gobierna sobre la población árabe de Cisjordania sin ninguna intención de concederle la ciudadanía israelí. Pero, aparte de eso, la mera existencia de la más pura democracia burguesa nunca ha significado el fin de la explotación y la represión de la clase obrera, y en Israel esto se aplica no solo a los proletarios árabes, sino también a los trabajadores judíos israelíes, cuyas luchas por las reivindicaciones de clase siempre se topan con el «muro de hierro» del sindicato estatal, el Histradut (véase más abajo). En el plano exterior, el compromiso declarado de Israel con la democracia e incluso con el «socialismo», que fueron las justificaciones ideológicas preferidas del Estado sionista hasta finales de la década de 1980, nunca ha impedido que Israel mantenga vínculos muy estrechos, incluso en materia de ayuda militar, con los regímenes más manifiestamente «antidemocráticos» y abiertamente racistas, como la Sudáfrica del apartheid y la sanguinaria junta argentina -también antisemita- después de 1976. Por encima de todo, Israel siempre ha estado dispuesto a satisfacer sus propios apetitos imperialistas en estrecha colaboración con el imperialismo dominante de la posguerra: Estados Unidos. Israel participó en la aventura de Suez en 1956, liderada por las antiguas potencias imperialistas Gran Bretaña y Francia, pero después de eso se resignó a convertirse en el gendarme de Estados Unidos en Oriente Medio, especialmente durante las guerras de 1967 y 1973, que fueron en esencia guerras por poder entre Estados Unidos y la URSS por el dominio de la región.
Desde la década de 1980, Israel está cada vez más bajo el control de gobiernos de derecha que han abandonado en gran medida la vieja retórica democrática y socialista de la izquierda sionista. Bajo Begin, Sharon y, sobre todo, Netanyahu, la justificación del mantenimiento de Israel como potencia militarista y expansionista por derecho propio tiende a basarse casi exclusivamente en referencias al Holocausto y a la lucha por la supervivencia de los judíos en un mar de antisemitismo y terrorismo. Y ha habido mucho que justificar, desde la facilitación de la masacre de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en el Líbano por parte de las milicias falangistas en 1982 hasta los repetidos bombardeos de Gaza (2008-2009, 2012, 2014, 2021) que precedieron a su destrucción total actual. La barbarie irracional que se desarrolla hoy ante nuestros ojos en Gaza conserva su carácter imperialista, aunque, en el contexto mundial del «sálvese quien pueda», Israel ya no sea el servidor fiable de los intereses estadounidenses que era antes.
Los crímenes del Estado israelí se relatan ampliamente en las publicaciones de la izquierda y la extrema izquierda capitalista. No ocurre lo mismo con las políticas represivas y reaccionarias de los regímenes árabes y las bandas guerrilleras a las que apoyan, así como de las potencias imperialistas mundiales. Durante el conflicto de 1948, también resurgieron las masacres intercomunitarias que habían marcado los años 1929 y 1936. En represalia por Deir Yassin, un convoy que se dirigía al hospital Hadassah de Jerusalén, custodiado por la Haganá pero que transportaba principalmente médicos, enfermeras y suministros médicos, fue emboscado. El personal médico y los pacientes fueron masacrados, al igual que los combatientes de la Haganá. Tales acciones revelan la intención asesina de los ejércitos árabes, que pretendían aplastar al nuevo Estado sionista. Mientras tanto, la monarquía hachemita de Transjordania, tras un acuerdo secreto con los británicos, mostró su profunda preocupación por la creación de un Estado palestino al anexionar Cisjordania y rebautizarse simplemente como Jordania. Al igual que en Egipto, Líbano, Siria y otros lugares, la mayoría de los refugiados palestinos que habían huido a Cisjordania fueron hacinados en campamentos, mantenidos en la pobreza y utilizados para justificar su conflicto con Israel. Como era de esperar, la miseria infligida a la población refugiada, no solo por el régimen sionista que la había expulsado, sino también por sus anfitriones árabes, la convirtió en un elemento altamente inestable. A falta de una alternativa proletaria, las masas palestinas se convirtieron en presa de bandas nacionalistas armadas que tendían a formar un Estado dentro del Estado en los propios países árabes, a menudo asociadas con otras potencias regionales como fuerza intermediaria: el caso de Hezbolá en el Líbano es un ejemplo evidente. En los años 1970 y 1980, el auge de la Organización para la Liberación de Palestina en Jordania y el Líbano condujo a sangrientos enfrentamientos entre las fuerzas del Estado y las bandas guerrilleras, siendo los ejemplos más conocidos el Septiembre Negro en Jordania en 1970 y las masacres en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en el Líbano en 1982 (perpetradas por las Falanges Libanesas con el apoyo activo del ejército israelí).
El ala izquierda del capital es perfectamente capaz de denunciar los «regímenes árabes reaccionarios» de Oriente Medio y de exponer sus frecuentes acciones represivas contra los palestinos, pero eso no ha impedido que los trotskistas, maoístas e incluso algunos anarquistas apoyaran a esos mismos regímenes en sus guerras contra Israel o Estados Unidos, ya fuera pidiendo la victoria de Egipto y Siria en la guerra de 1973[13] o uniéndose a la defensa del «antiimperialista » Sadam Husein contra Estados Unidos en 1991 o 2003. Pero la especialidad de la extrema izquierda es el apoyo a la «resistencia palestina», y esto se ha mantenido constante desde la época en que la OLP proponía sustituir el régimen sionista por un «Estado democrático laico en el que árabes y judíos disfrutaran de los mismos derechos» y el Frente Democrático Popular para la Liberación de Palestina (PDLFP), más a la izquierda, hablaba del derecho a la autodeterminación de la nación hebrea, hasta las actuales organizaciones yihadistas como Hamás y Hezbolá, que no ocultan su deseo de «echar a los judíos al mar», como dijo una vez el líder de Hezbolá, Nasrallah. De hecho, la resistencia palestina «marxista» de los años 70 y 80 no dudó en llevar a cabo atentados con bombas indiscriminados en Israel y asesinar a civiles, como en 1972, cuando el grupo Septiembre Negro mató a los 11 atletas israelíes que había tomado como rehenes, o en la masacre del aeropuerto de Lod perpetrada ese mismo año por el Ejército Rojo Japonés en nombre del Frente Popular para la Liberación de Palestina. El recurso a tales métodos nunca ha molestado a los trotskistas, que a menudo invocan la excusa utilizada por el SWP tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023: «el pueblo palestino tiene todo el derecho a responder como considere oportuno a la violencia que el Estado israelí le inflige cada día [14]».
El ala izquierda del capitalismo tampoco se preocupó por el hecho de que el «antiimperialismo» de los movimientos nacionalistas palestinos significara desde el principio la búsqueda de alianzas con otras potencias imperialistas cuyos intereses sórdidos entran en conflicto con los de Israel o Estados Unidos. Desde los esfuerzos del Muftí por obtener el apoyo del imperialismo italiano y alemán en los años 30, pasando por Yasser Arafat cortejando a la URSS o George Habash del FPLP volviéndose hacia la China de Mao, hasta el «eje de la resistencia» que une a Hamás y Hezbolá con Irán y los hutíes, sin olvidar a otros grupos de «liberación» creados directamente por regímenes como Siria e Irak, el nacionalismo palestino nunca ha sido una excepción a la regla según la cual la liberación nacional es imposible en la era de la decadencia capitalista, ya que no ofrece más que la sustitución de un amo imperialista por otro.
Pero en esta continuidad también ha habido una evolución, o más bien una degeneración adicional que corresponde al advenimiento de la fase final de la decadencia capitalista, la fase de descomposición, marcada por un claro aumento de la irracionalidad tanto a nivel ideológico como militar. La sustitución de las mistificaciones democráticas y «socialistas» en la ideología del nacionalismo palestino por el fundamentalismo islámico y el antisemitismo abierto -la carta fundacional de Hamás hace amplia y directa referencia a los Protocolos de los Sabios de Sión, un panfleto sobre la conspiración judía para dominar el mundo fabricado por la policía secreta zarista- refleja esta irracionalidad a nivel del pensamiento y las ideas. Al mismo tiempo, la acción del 7 de octubre, genocida en su voluntad de matar a todos los judíos que se encontraban a su alcance, pero también suicida en la medida en que solo podía provocar un genocidio aún más devastador de la propia Gaza, revela la lógica autodestructiva y de tierra quemada de todos los conflictos interimperialistas actuales.
Y, por supuesto, el auge del yihadismo va de la mano del creciente dominio de la política israelí por parte de la derecha sionista ultrarreligiosa, que reivindica el derecho divino de reducir Gaza a ruinas, envía a sus secuaces a bloquear el suministro de alimentos a Gaza y pretende sustituir a toda la población árabe palestina de Gaza y «Judea-Samaria» (Cisjordania) por colonias judías. La derecha religiosa en Israel es la cara siniestra de la manipulación que el sionismo lleva mucho tiempo haciendo de los sueños de los profetas bíblicos. Pero para marxistas como Max Beer, los mejores profetas eran producto de la lucha de clases en el mundo antiguo y, aunque sus esperanzas para el futuro estaban arraigadas en la nostalgia de una forma primitiva de comunismo, aspiraban sin embargo a un mundo sin faraones ni reyes, e incluso a la unificación de la humanidad más allá de las divisiones tribales[15]. El llamamiento de los sionistas religiosos a la aniquilación de la Gaza árabe y a la aplicación por parte del Estado de las divisiones religiosas/étnicas no hace más que demostrar hasta qué punto esos antiguos sueños han sido pisoteados en el barro bajo el reinado del capital.
La instrumentalización del Holocausto y del antisemitismo por parte del actual gobierno israelí es cada vez más flagrante. Cualquier crítica a las políticas de Israel en Gaza o Cisjordania, incluso cuando proviene de personalidades «respetables» como Emmanuel Macron o Keir Starmer, se asimila inmediatamente a un apoyo a Hamás. El régimen de Trump en Estados Unidos también se presenta como un adversario intransigente del antisemitismo y utiliza esta fábula para hacer pasar sus políticas represivas contra los estudiantes y académicos que han participado en manifestaciones contra la destrucción de Gaza. La oposición de Trump al antisemitismo es, por supuesto, pura hipocresía. El «movimiento MAGA» mantiene numerosos vínculos con una serie de grupos abiertamente antisemitas y fascistas, mientras que su postura «proisraelí» está alimentada en gran medida por la derecha cristiana evangélica, cuyo sistema de creencias «requiere» el regreso de los judíos a Sión como preludio del regreso de Cristo y el Armagedón. De lo que los evangélicos suelen hablar menos es de su convicción de que, durante esos últimos días, los judíos tendrán la opción de reconocer a Cristo o morir y arder en el infierno.
Y al mismo tiempo, la izquierda antisionista, aunque insiste en que el antisionismo y el antisemitismo son dos cosas totalmente distintas y que muchos grupos judíos, tanto «socialistas» como ultrarreligiosos, han participado en manifestaciones por la «Palestina libre», echa más leña al fuego de la derecha por su incapacidad congénita para denunciar el apoyo a Hamás y, por consiguiente, el odio puro y simple hacia los judíos, inscrito en su ADN. Además, cuando la derecha insiste en el aumento del antisemitismo desde el 7 de octubre, no necesita inventarse nada, ya que efectivamente se ha producido un número creciente de ataques contra judíos en Europa y Estados Unidos, incluidos los asesinatos y tentativas de asesinato que tuvieron lugar en Estados Unidos en mayo (Washington DC) y junio (Boulder, Colorado) 2025. La derecha y el establishment sionista explotan al máximo estos acontecimientos, utilizándolos para justificar una acción más despiadada por parte del Estado israelí. Y esto, a su vez, contribuye a la propagación del antisemitismo. En 1938, Trotsky advirtió que la emigración judía a Palestina no era una solución a la ola de antisemitismo que barría Europa y que, de hecho, podía convertirse en una «trampa sangrienta para varios cientos de miles de judíos»[16]. Hoy en día, Israel tiene todo lo necesario para ser una trampa sangrienta para varios millones de judíos; y, al mismo tiempo, las políticas cada vez más mortíferas llevadas a cabo para su «defensa» han creado una nueva forma de antisemitismo que responsabiliza a todos los judíos de las acciones del Estado israelí.
Se trata de un verdadero laberinto ideológico del que no se puede salir siguiendo las mistificaciones de la derecha pro-sionista o de la izquierda antisionista. La única salida a este laberinto es la defensa sin concesiones de la perspectiva proletaria internacionalista, basada en el rechazo de todas las formas de nacionalismo y de todos los bandos imperialistas.
No nos hacemos ilusiones sobre la debilidad de esta tradición en Oriente Medio. La izquierda comunista internacional, única corriente política internacionalista coherente, nunca ha tenido una presencia organizada en Palestina, Israel u otras partes de la región. En Israel, por ejemplo, el ejemplo más conocido de una tendencia política opuesta a los principios fundacionales del Estado, el Matzpen trotskista y sus diversas ramificaciones, consideraba que su deber internacionalista era apoyar a alguna de las diferentes organizaciones nacionalistas palestinas, en particular a las versiones más izquierdistas como el PDFLP. Hemos dejado claro que el apoyo a una forma «opuesta» de nacionalismo no tiene nada que ver con una verdadera política internacionalista, que solo puede basarse en la necesidad de unificar la lucha de clases más allá de todas las divisiones nacionales.
Sin embargo, la fractura social existe en Israel, Palestina y el resto de Oriente Medio, como en todos los demás países. Contra los izquierdistas que consideran a los trabajadores israelíes como simples colonos, como una élite privilegiada que se beneficia de la opresión de los palestinos, podemos señalar que los trabajadores israelíes han lanzado numerosas huelgas para defender su nivel de vida -que se ve continuamente erosionado por las exigencias de una economía de guerra extremadamente inflada- y a menudo desafiando abiertamente a la Histadrut. La clase obrera israelí anunció su participación en la reanudación internacional de las luchas después de 1968: durante las huelgas que estallaron en 1969, comenzó a formar comités de acción al margen del sindicato oficial. Las huelgas fueron lideradas por los estibadores de Ashdod, que fueron denunciados en la prensa como agentes de Fatah. En 1972, en respuesta a la devaluación de la libra israelí y rechazando los llamamientos de la Histadrut a hacer sacrificios en nombre de la defensa nacional, los trabajadores se manifestaron para obtener aumentos salariales frente a la sede del sindicato y libraron encarnizadas batallas contra la policía. Ese mismo año, en Egipto, especialmente en Helwan, Port Said y Shubra, estalló una oleada de huelgas y manifestaciones en respuesta al aumento de los precios y la escasez; al igual que en Israel, esto condujo rápidamente a enfrentamientos con la policía y a numerosas detenciones. Al igual que en Israel, los trabajadores comenzaron a formar sus propios comités de huelga en oposición a los sindicatos oficiales.
Al mismo tiempo, los estudiantes de izquierda y los nacionalistas palestinos que comenzaron a participar en las manifestaciones obreras exigiendo la liberación de los huelguistas encarcelados hicieron «declaraciones de apoyo al movimiento guerrillero palestino, exigiendo el establecimiento de una economía de guerra (incluida la congelación de los salarios) y la formación de una «milicia popular» para defender la «patria» contra la agresión sionista... Estos acontecimientos ponen de manifiesto el antagonismo total entre las luchas de clase y las «guerras de liberación nacional» en la era imperialista [17]». En 2011, durante las manifestaciones y ocupaciones callejeras contra los recortes en las ayudas sociales y el alto coste de la vida, se corearon consignas contra Netanyahu, Mubarak y Assad como enemigos comunes, mientras que otras subrayaban que tanto los árabes como los judíos sufrían la falta de viviendas dignas. También se han realizado esfuerzos para fomentar el diálogo que trascienda las divisiones entre judíos, árabes y refugiados africanos [18][18]. En 2006, miles de funcionarios públicos de Gaza se declararon en huelga para protestar por el impago de sus salarios por parte de Hamás.
Todos estos movimientos revelan implícitamente la naturaleza internacional de la lucha de clases, aunque sus manifestaciones en esta región se han visto profundamente obstaculizadas durante mucho tiempo por los odios alimentados por ciclos interminables de terrorismo y masacres, y por la voluntad de las diferentes burguesías de desviar y sofocar cualquier manifestación de oposición a la violencia intercomunitaria y a la guerra entre Estados. Recientemente, en Gaza, hemos asistido a manifestaciones callejeras que pedían la dimisión de Hamás y el fin de la guerra. Poco después, se supo que el Gobierno israelí apoyaba e incluso armaba a ciertos clanes y facciones de Gaza para tomar el control de estas opiniones anti-Hamás. En Israel, un número cada vez mayor de reservistas militares no se presenta a su puesto y algunos de ellos han lanzado un llamamiento explicando por qué ya no están dispuestos a servir en el ejército. Por primera vez, pequeñas minorías cuestionan los objetivos de la guerra continua contra Hamás, no solo porque reduce inevitablemente las posibilidades de liberación de los rehenes supervivientes, sino también por el terrible sufrimiento que inflige a la población palestina, un tema tabú en el clima de trauma colectivo creado por los acontecimientos del 7 de octubre y su manipulación deliberada por parte del Estado israelí. Pero la ideología pacifista que domina el movimiento disidente israelí constituirá un obstáculo adicional para el surgimiento de una oposición verdaderamente revolucionaria a la guerra.
No obstante, estos primeros indicios de cuestionamiento en ambos lados del conflicto muestran que los internacionalistas tienen trabajo por delante para animar a este cuestionamiento a salir de su envoltura pacifista y patriótica. Es cierto que por ahora solo podemos esperar llegar a minorías muy pequeñas, y entendemos que, dado el nivel de intoxicación ideológica en Israel y Palestina, los pasos más importantes hacia una verdadera ruptura con el nacionalismo requerirán el ejemplo, la inspiración y nuevos grados de lucha de clases en los países centrales del capitalismo.
Amos, agosto de 2025
[1] Nashe Slovo, 4 de febrero de 1916. Nashe Slovo (Nuestra Palabra) era un diario dirigido por Trotski durante la Primera Guerra Mundial (N. del T.).
[2] Véase la primera parte de este artículo en la Revista Internacional n.º 173, bajo el subtítulo: «Trabajadores de Sión»: la fusión imposible del marxismo y el sionismo [24]
[3] Nabi Musa es una fiesta musulmana que, en aquella época (20 de abril de 1920), atraía a grandes multitudes a Jerusalén. Los disturbios adoptaron un lema «musulmán» como «La religión de Mahoma fue fundada por la espada», paralelo al preferido por los pogromistas de muchas confesiones: «Masacrad a los judíos», que hoy se refleja en el grito de guerra preferido de los pogromistas judíos en Israel: «Muerte a los árabes». (Véase Simón Seba Monteforte, Jerusalén: The Biography, 2011).
[4] La ideología del grupo Stern era, en realidad, una extraña mezcla de fascismo y antiimperialismo de izquierda, una especie de «bolchevismo nacional» que se autodenominaba «terrorista» y estaba dispuesto a pasar de una alianza con la Alemania nazi a una alianza con la Rusia estalinista, todo ello con el objetivo de expulsar a los británicos de Palestina.
[5] Véase el artículo The first intifada: when Palestine rose against the British [25] (La primera intifada: cuando Palestina se levantó contra los Británocos), Socialist Workers (21/5/21).
[6] Véase en inglés en nuestra página web The SWP justifies Hamas slaughter [26], CCI (13/10/2023).
[7] Véase en nuestra página web El conflicto judío-árabe: la posición de los internacionalistas en los años 30 [27], «Bilan» n.º 30 y 31, (1936).
[8] Véase el artículo con traducción Walter Auerbach on The Arab Revolt in Palestine [28] (Walter Auerbach sobre La Revuelta árabe en Palestina) Walter Auerbach & Paul Mattick.
[9] Véase el artículo A propos du film « Le Pianiste » de Polanski. Nazisme et démocratie : tous coupables du massacre des juifs [29] (A propósito del filme «El pianista» de Polanski. Nazismo y Democracia: todos son culpables de la masacre de judíos) Revue Internationale 113, CCI.
[10] Memorándum para el Ejecutivo Sionista, 17/12/1938, citado en El sionismo durante el Holocausto, Greenstein (2022).
[11] Véase, por ejemplo, Eliezer Tauber, Deir Yassin: la masacre que nunca tuvo lugar. Menachim Begin, antiguo terrorista del Irgún y más tarde primer ministro de Israel, también presentó Deir Yassin como una conquista militar totalmente legítima. Negó que se tratara de una masacre, pero admitió que, tras el ataque, «el pánico se apoderó de los árabes de Eretz Israel». La aldea de Kolonia, que anteriormente había repelido todos los ataques de la Haganá, fue evacuada durante la noche y cayó sin más combate. Beit-Iksa también fue evacuada. […] En el resto del país, los árabes también comenzaron a huir aterrorizados, incluso antes de entrar en conflicto con las fuerzas judías. […] La leyenda de Deir Yassin nos ayudó especialmente a salvar Tiberíades y conquistar Haifa», Begin, The Revolt, 1977.
[12] Cabe destacar que la intervención de la aldea vecina de Givat Shaul, donde vivía un grupo de judíos haredim (ultraortodoxos) que mantenían buenas relaciones con los habitantes de Deir Yassin, fue determinante para detener las masacres. Cuando los haredim se enteraron de lo que estaba sucediendo en Deir Yassin, se apresuraron a acudir al pueblo árabe, denunciando a los tiradores sionistas como ladrones y asesinos, y exigieron -y parecen haber conseguido- el cese inmediato de la masacre. Existe una enorme brecha moral entre esta intervención y las actividades de los «sionistas religiosos» dentro del actual Gobierno israelí.
[13] Los trotskistas «ortodoxos» que publicaban Red Weekly (12 de octubre de 1973) afirmaban que en esta guerra «los objetivos de las clases dirigentes árabes no son los mismos que los nuestros», pero que «el apoyo al esfuerzo bélico egipcio-sirio es obligatorio para todos los socialistas»; los precursores del SWP, los trotskistas menos ortodoxos de International Socialism (n.º 63), insistieron en que, dado que Israel era el gendarme de Estados Unidos, «la lucha de los ejércitos árabes contra Israel es una lucha contra el imperialismo occidental». Véase La guerra árabe-israelí y los bárbaros sociales de la «izquierda» en World Revolution n.º 1, CCI.
[14] Véase en inglés en nuestra página web The SWP justifies Hamas slaughter [26], CCI (13/10/2023), citando el artículo con traducción: Armaos con los argumentos: por qué es justo apoyar la resistencia palestina. / [30]
[15] Estudios sobre materialismo histórico [31] (con traducción).
[16] León Trotsky, Sobre el problema judío [32] (con traducción).
[17] World Revolution 3, «La lucha de clases en Oriente Medio».
[18] Revueltas sociales en Israel: «Mubarak, Assad, Netanyahu: ¡todos iguales! [33]».
La pasada primavera, la Corriente Comunista Internacional celebró su 26º Congreso.
Como dicen nuestros estatutos:
«El Congreso Internacional es el órgano soberano de la CCI. Por lo cual tiene las siguientes tareas:
1 preparar los análisis generales y las orientaciones de la organización, especialmente en relación con la situación internacional;
2 examinar y hacer el balance de las actividades de la organización desde el Congreso anterior;
3 definir sus perspectivas de trabajo de cara al futuro.»
Ya hemos publicado en nuestro sitio web varios documentos adoptados por el 26º Congreso sobre la evolución de la situación internacional[1] y no es necesario entrar en detalles en esta presentación. Sin embargo, nos corresponde enfatizar la importancia de este Congreso.
En primer lugar, nuestros estatutos subrayan el lugar del congreso en la vida de la organización: es el «órgano soberano de la CCI». En esto, nuestra organización es fiel a la tradición del movimiento obrero. Así, los estatutos de la Liga de los Comunistas especifican que: «El congreso es el poder legislativo del conjunto de la Liga.» (Artículo 30); «El congreso se reúne en el mes de agosto de cada año. En caso de emergencia, el Consejo Central convocará un congreso extraordinario.» (Artículo 34)
La misma preeminencia del congreso se encuentra en los estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT): «Todos los años tendrá lugar un congreso general de trabajadores compuesto por delegados de las ramas de la Asociación. Este Congreso proclamará las aspiraciones comunes de la clase trabajadora, tomará la iniciativa en las medidas necesarias para el éxito del trabajo de la Asociación Internacional y nombrará su Consejo General.» (Artículo 3)
Y son los mismos principios que se encuentran en los estatutos de la Internacional Comunista (IC): «El órgano supremo de la Internacional Comunista no es otro que el congreso mundial de todos los partidos y organizaciones que están afiliados a ella. El Congreso Mundial aprueba los programas de los distintos partidos adheridos a la Internacional Comunista. Examina y resuelve las cuestiones esenciales de programa y táctica relacionadas con la actividad de la Internacional Comunista.» (Artículo 4)
De hecho, la celebración regular de congresos por parte de una organización del proletariado es tanto la manifestación como el instrumento de su vida política en la que participan todos sus militantes mediante la elaboración, discusión y adopción de informes y resoluciones[2]. Es este principio que la CCI ha adoptado e implementado desde su fundación, haciendo que sus congresos, como las organizaciones del pasado, sean momentos fundamentales en su vida política. Dicho esto, el 26º Congreso la CCI fue de mucha mayor importancia que los anteriores. Y esto por dos razones fundamentales.
En primer lugar, este congreso tuvo lugar cincuenta años después de la fundación de la CCI en enero de 1975. Este aniversario nos obligó a realizar un balance de este medio siglo, tanto desde el punto de vista de la evolución de la situación internacional como de la actividad de nuestra propia organización, y esto, no desde el punto de vista de un historiador, sino en un intento de identificar las perspectivas que se presentarán al mundo en el próximo medio siglo y las responsabilidades que las organizaciones comunistas tendrán que asumir en él. Con esta preocupación, el congreso decidió publicar un Manifiesto que trate las cuestiones históricas fundamentales del periodo presente, así como la publicación de una serie de artículos que abordan las cuestiones que han sido, son y serán enfrentadas por las organizaciones políticas del proletariado y que aparecerán en nuestra prensa en los próximos meses. Por su parte, el Manifiesto del 50º Aniversario de la CCI a publicarse en diferentes idiomas en nuestra página web. Se titula «El capitalismo amenaza a la humanidad: la revolución mundial es la única solución realista». Y este título resume la otra razón fundamental que llevó al 26º Congreso de la CCI a decidir publicar tal Manifiesto y que se presenta en su prólogo: «Los años 20 del siglo 21º se han presentado como un tiempo de brutal aceleración del deterioro de la situación mundial, con una acumulación de catástrofes -inundaciones o incendios- relacionadas con el cambio climático, una aceleración de la destrucción de la vida en el planeta, una pandemia que ha matado a más de 20 millones de seres humanos, el estallido de nuevas guerras cada vez más mortíferas, como en Ucrania, Gaza o África, particularmente en Sudán, Congo y Etiopía. Este caos mundial entró en una nueva etapa en enero de 2025 con la llegada al gobierno de la primera potencia mundial de un siniestro charlatán, Donald Trump, que aspira a jugar con el globo terráqueo como Charlie Chaplin en su película «El gran dictador».
Así pues, el presente manifiesto no se justifica sólo por el medio siglo de existencia de nuestra organización, sino también porque hoy nos enfrentamos a una situación histórica de extrema gravedad: el sistema capitalista que domina el planeta, conduce inexorablemente a la sociedad humana hacia su destrucción. Ante esta perspectiva abominable, corresponde a quienes luchan por el derrocamiento revolucionario de este sistema, los comunistas, presentar los argumentos históricos, políticos y teóricos para armar a la única fuerza de la sociedad capaz de llevar a cabo esta revolución: el proletariado mundial.
El Manifiesto termina con los siguientes pasajes:
«Este breve repaso de décadas de luchas obreras hace emerger una idea esencial: el combate histórico de nuestra clase por el derrocamiento del capitalismo aún será largo. En su camino se alzarán una sucesión de obstáculos, trampas y derrotas. Para salir finalmente victorioso, éste combate revolucionario requerirá una elevación general de la conciencia y de la organización de toda la clase obrera, a nivel mundial. Para que esta elevación general pueda producirse, el proletariado deberá enfrentarse en la lucha a todas las trampas tendidas por la burguesía y, al mismo tiempo, reapropiarse de su pasado, de su experiencia acumulada durante dos siglos.
Cuando, el 28 de septiembre de 1864, se fundó en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), esta organización se convirtió en la encarnación de la naturaleza mundial del combate proletario, condición para el triunfo de la revolución mundial. Ésta es la fuente de inspiración del poema escrito en 1871 por el comunero Eugène Pottier, que se convertirá en un canto revolucionario transmitido de generaciones en generaciones de proletarios en lucha, en casi todos los idiomas del planeta. La letra de La Internacional subraya hasta qué punto esta solidaridad del proletariado mundial no pertenece al pasado, sino que apunta hacia el futuro: “Unámonos, y mañana, La Internacional, Será el género humano”.
Este reagrupamiento internacional de las fuerzas revolucionarias es tarea que corresponde realizar a las minorías militantes organizadas. En efecto, si bien las masas de la clase obrera realizan este esfuerzo de reflexión y auto organización esencialmente durante períodos de luchas abiertas, una minoría siempre está comprometida, en todos los períodos de la historia, en el combate permanente por la revolución. Estas minorías encarnan y defienden la constancia y la continuidad históricas del proyecto revolucionario del proletariado, que las secretó para este propósito. [...]
Es sobre esta minoría que reposa la responsabilidad primera de organizar, debatir, clarificar todas las cuestiones, de sacar las lecciones de los fracasos pasados y hacer vivir la experiencia acumulada. Hoy, esta minoría, extremadamente poco numerosa y fragmentada en numerosas pequeñas organizaciones, debe reagruparse para confrontar las diferentes posiciones y análisis, reapropiarse de las lecciones que nos legaron las fracciones de la Izquierda Comunista y preparar el futuro.»
Así, el Manifiesto del 26º Congreso de la CCI constituye un llamamiento a luchar por la revolución comunista, un llamado dirigido a todo el proletariado, pero, más particularmente, a los elementos y grupos que, a partir de ahora, son conscientes de la necesidad y la posibilidad de derrocar la horrible sociedad capitalista e instaurar «el reino de la libertad», según las palabras de Engels. Como hemos visto, es un camino muy largo y terriblemente difícil. Ya a mediados del siglo XIX, Marx era consciente de esta dificultad: «Las revoluciones proletarias [...] se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y despiadadamente de las indecisiones, de las debilidades y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta!» (El 18 Brumario de Luis Bonaparte).
Sin embargo, está claro que Marx no había imaginado la magnitud de esta dificultad, una dificultad igual a la «infinita inmensidad de los objetivos» de la revolución proletaria. Como escribimos hace un cuarto de siglo, con motivo del año 2000: «Efectivamente, una de las causas de la gran dificultad de la gran mayoría de los trabajadores para volverse hacia la revolución es el vértigo que los invade cuando piensan que la tarea es imposible porque es tan inmensa. De hecho, la tarea de derrocar a la clase más poderosa de la historia, el sistema que ha dado a la humanidad un verdadero salto gigantesco en la producción material y el dominio de la naturaleza, se presenta como casi imposible. Pero lo que da más vértigo a la clase trabajadora es la inmensidad de la tarea de construir una sociedad radicalmente nueva, finalmente liberada de los males que han abrumado a la sociedad humana desde sus orígenes: escasez, explotación, opresión y guerras.
Cuando los prisioneros o esclavos llevaban cadenas en los pies todo el tiempo, a menudo se acostumbraban tanto a esta restricción que sentían que ya no podían caminar sin sus cadenas, y a veces se negaban a que se las quitaran. Esto es un poco de lo que le pasa al proletariado. Aunque lleva dentro la capacidad de liberar a la humanidad, aún le falta la confianza para avanzar conscientemente hacia este objetivo.
Pero se acerca el momento en que “las circunstancias mismas [gritarán]: ¡Hic Rhodus, hic salta!”. Si permanece en manos de la burguesía, la sociedad humana no llegará al próximo siglo [el siglo XXII], sino hecho trizas y sin absolutamente nada humano. Mientras no se alcance este extremo, mientras permanezca el sistema capitalista, aunque se hunda en la crisis más profunda, su clase explotada, el proletariado, necesariamente subsistirá, y por tanto permanecerá la posibilidad de que, impulsado por la total bancarrota económica del capitalismo, finalmente supere sus vacilaciones para afrontar la inmensa tarea que la historia le ha encomendado: la revolución comunista.»[3]
Por tanto, la inmensidad y dificultad de la tarea a cumplir, así como la extrema gravedad de lo que está en juego para la humanidad, no deberían ser factores desalentadores. Al contrario, es importante que la conciencia sobre estos problemas se convierta en la determinación de liderar la lucha contra el capitalismo. Este era el estado de espíritu que animaba a Marx, como lo demuestra una carta a Johann Philipp Becker: «Siempre he observado que todas las naturalezas verdaderamente forjadas, una vez que han emprendido el camino revolucionario, obtienen constantemente nueva fuerza de la derrota y se vuelven cada vez más resueltas a medida que el río de la historia las lleva más lejos.»
Este es el estado de espíritu que animó a los militantes que ya estaban presentes cuando se fundó la CCI o que se le unieron más tarde y que, décadas después, siguen presentes en nuestra organización a pesar de las dificultades encontradas. Esta generación, evidentemente, se irá disminuyendo y le corresponde a ella transmitir su experiencia a los militantes más jóvenes que tendrán que tomar el relevo para constituir el puente hacia el partido del futuro, un poco a imagen de las fracciones del pasado, destacándose la Izquierda Comunista de Italia. Y en el legado que hay que transmitir, junto a los principios, los análisis y las lecciones elaboradas a lo largo de décadas de actividad política, ocupa un lugar destacado esta mentalidad militante.
CCI, noviembre de 2025
[1] Se trata de los siguientes textos: «Resolución sobre la situación internacional (mayo de 2025) [20]», «El significado histórico del estancamiento de la economía capitalista, Revista Internacional 174» e «Informe sobre la lucha de clases (mayo de 2025) [36]».
[2] Esta permanencia a lo largo de la historia del movimiento obrero del lugar fundamental que ocupan los congresos en la vida de sus organizaciones es, lamentablemente, «olvidada» por la mayoría de las organizaciones de la Izquierda Comunista. Así, la corriente que se remite a la tradición bordiguista rechaza el principio mismo de la celebración de congresos, considerados manifestaciones de «prurito democrático» (véase, entre otros, el artículo «Mito y realidad en la Izquierda Comunista en Italia» en Le Prolétaire n.º 512). En cuanto a la corriente surgida de la tendencia Damen del Partito Comunista Internazionalista, aunque no rechaza el principio de la celebración de congresos, hay que señalar la frecuencia particularmente baja de estos eventos. Así, el tiempo medio entre dos congresos del PCInt oscila entre 4 y 15 años, es decir, una media de casi 10 años (1948, 1952, 1963, 1970, 1982 y 1997). Vale la pena recordar que cuando la Internacional Comunista era un órgano del proletariado, celebraba un congreso cada año entre 1919 y 1922. La reducción de la frecuencia de sus congresos coincide con su degeneración y su muerte como organización proletaria, ya que sus siguientes congresos se celebraron en 1924, 1928 y 1935, antes de su supresión por Stalin en 1943 con el fin de ganarse el favor de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. Esta comparación entre la Internacional Comunista y la corriente impulsada por Onorato Damen no significa en absoluto que este último se hubiera pasado a la burguesía, pero pone de manifiesto una debilidad política muy importante de dicha corriente.
[3] «Al inicio del siglo XXI... ¿por qué el proletariado aún no ha acabado aún con el capitalismo (II) [37]?, Revista Internacional 104»
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/content/5420/el-capitalismo-amenaza-la-humanidad-la-revolucion-mundial-es-la-unica-solucion-realista
[2] mailto:[email protected]
[3] https://es.internationalism.org/
[4] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/reuniones-publicas
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3087/contribucion-a-la-historia-del-movimiento-obrero-en-africa
[6] https://fr.internationalism.org/rinte42/nation.htm
[7] https://es.internationalism.org/tag/geografia/egipto
[8] https://es.internationalism.org/tag/21/487/contribucion-a-la-historia-del-movimiento-obrero-en-africa
[9] https://www.google.com/url?sa=t&source=web&rct=j&opi=89978449&url=https://www.marxists.org/archive/bordiga/works/1922/democratic-principle.htm&ved=2ahUKEwiU3J7Kiq6PAxWzgP0HHePUHwQQFnoECAkQAQ&usg=AOvVaw16B6OrS6qUQRX58qrRB89m
[10] https://en.internationalism.org/internationalreview/198210/2952/machiavellianism-and-consciousness-and-unity-bourgeoisie
[11] https://es.internationalism.org/content/3451/tesis-sobre-la-crisis-economica-y-politica-en-los-paises-del-este
[12] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[13] https://en.internationalism.org/content/3305/crisis-persian-gulf-capitalism-war
[14] https://fr.internationalism.org/content/10681/revolution-internationale-ndeg-215-septembre-1992
[15] https://www.infratest-dimap.de/
[16] https://www.dw.com/en/scholz-trails-conservative-cdu-csu-in-election-polls/a-71607122
[17] https://es.internationalism.org/content/4185/brexit-trump-contratiempos-para-la-burguesia-que-en-nada-son-un-buen-presagio-para-el
[18] https://es.internationalism.org/content/5372/aranceles-estadounidenses-guerras-comerciales-proteccionismo-el-capitalismo-no-tiene
[19] https://europa.today.it/
[20] https://es.internationalism.org/content/5374/resolucion-sobre-la-situacion-internacional-mayo-de-2025
[21] https://www.ilfoglio.it/esteri/2025/01/27/news/gangs-of-america-alla-corte-di-trump-7360792/
[22] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[23] https://es.internationalism.org/content/5135/mas-de-un-siglo-de-enfrentamiento-israeli-palestino
[24] https://es.internationalism.org/content/5315/antisemitismo-sionismo-anti-sionismo-todos-son-enemigos-del-proletariado-parte-1
[25] https://socialistworker.co.uk/in-depth/long-reads/the-first-intifada/
[26] https://en.internationalism.org/content/17408/swp-justifies-hamas-slaughter
[27] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3277/el-conflicto-judeo-arabe-la-posicion-de-los-internac-anos-30-bilan
[28] https://endnotes.org.uk/posts/auerbach-and-mattick-on-palestine
[29] https://fr.internationalism.org/french/rint/113_pianiste.html
[30] https://socialistworker.co.uk/news/arm-yourselves-with-the-arguments-about-why-it-s-right-to-oppose-israel/
[31] https://www.marxists.org/archive/beer/1908/01/historic-materialism.htm
[32] https://www.marxists.org/archive/trotsky/1940/xx/jewish.htm
[33] https://es.internationalism.org/cci-online/201108/3185/protestas-en-israel-mubarak-assad-netanyahu-son-lo-mismo
[34] https://es.internationalism.org/tag/geografia/israel
[35] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo
[36] https://es.internationalism.org/content/5396/informe-sobre-la-lucha-de-clases-mayo-de-2025
[37] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3245/al-inicio-del-siglo-xxi-por-que-el-proletariado-no-ha-acabado-aun-
[38] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/congresos-de-la-cci