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Tras la alocada sobrepuja de los últimos meses sobre los aranceles y la consiguiente caída de las bolsas y del dólar, el mundo está pendiente de las decisiones que tomará o no Trump, y de las que él revertirá o no... Para la gran mayoría de las fracciones de la burguesía, la política de la administración estadounidense es “absurda”, las decisiones de Trump son “una locura” y amenazan el desarrollo de una economía mundial ya tambaleante, y en primer lugar el de la economía estadounidense. Según las recientes previsiones del FMI, el crecimiento de la economía de EEUU caerá casi un 1% respecto a las previsiones precedentes, el de la economía china un 0,6% y el de la economía mundial un 0,5%.
Lo que amenaza fundamentalmente a la economía mundial y a la humanidad, es el capitalismo decadente, que ha entrado en su fase final de descomposición, donde se combinan actualmente los efectos de la crisis económica, de las guerras, de la crisis climática y de las demás manifestaciones de la putrefacción desde sus raíces, de la sociedad mundial en agonía. Trump, como el populismo, no es otra cosa que un producto de esta dinámica.
Los fundamentos del gran desorden económico
Desde la reaparición de la crisis económica a finales de los años 60, producto de las contradicciones fundamentales del capitalismo, la burguesía ha utilizado paliativos para intentar aplazar los peores efectos de la recesión. La eficacia de tales políticas dependía de la capacidad de los principales países industrializados para ponerse de acuerdo sobre un cierto nivel de cooperación internacional basado en la aplicación de mecanismos de capitalismo de Estado que, principalmente, constituían la columna vertebral de la globalización de la economía y permitían, en un primer tiempo, que los intercambios económicos escaparan al caos desatado, por ejemplo, en los planos imperialista o de la vida política de la burguesía.
Así, en el momento más grave de la convulsión económica de 2007-2008, que ya había golpeado duramente a Estados Unidos, y en la de 2009-2011 con la crisis de la “deuda soberana”, la burguesía pudo concertar sus respuestas, lo que permitió atenuar un poco los golpes de la crisis y garantizar una “recuperación” anémica durante la fase 2013-2018.
Pero tal política encontró sus límites en la creciente tendencia del “cada uno para sí” de las diversas fracciones nacionales de la burguesía, haciéndolas cada vez menos capaces de dar una respuesta mínimamente concertada, a través de medidas paliativas, a la crisis mundial del capitalismo. Tal “evolución” fue la marca de la extensión de la descomposición del capitalismo, en particular de la actitud del “sálvese quien pueda” en todos los niveles de la sociedad, incluido el de la gestión del capital por la burguesía. Esto se confirma de manera sorprendente con la pandemia de 2020 y luego las guerras en Ucrania y Oriente Medio, que provocaron el cierre de las fronteras, suscitando una tendencia muy significativa a favor de medidas de “relocalización nacional” de la producción, de preservación de sectores clave en cada capital nacional, del desarrollo de barreras a la circulación internacional de mercancías y personas. Todo ello ha contribuido a causar estragos en las políticas monetarias, financieras y comerciales.
Trump 2.0, factor de desestabilización de la economía
Es en este campo minado donde Trump vuelve a la Administración con su política populista descarada, irracional, cambiante y completamente imprevisible. Además de ser un producto de la podredumbre de raiz del capitalismo, Trump es a su vez un factor activo de la misma. Así los muestran, de la manera más convincente, sus gesticulaciones como jefe del ejecutivo estadounidense en la guerra arancelaria que ha lanzado contra el mundo. Las justificaciones “económicas” esgrimidas por la administración Trump en su cruzada por elevar los aranceles impuestos a la mayoría de las mercancías importadas son o bien un bluff o bien absurdas, o incluso ambas cosas.
Una de ellas, casi irrisoria, es que hasta ahora Estados Unidos habría sido demasiado generoso con sus socios, que no se cansan de beneficiarse de la generosidad del Tío Sam. Por lo tanto, era necesario “poner las cosas en orden” haciéndose pagar ampliamente con aranceles sobre ciertas mercancías importadas.
Otra justificación invoca la lucha contra la inflación, que es un tema delicado en Estados Unidos donde la subida de los precios durante la presidencia de Biden había contribuido ampliamente a la derrota electoral de los demócratas en las últimas elecciones. Es difícil ver cómo el encarecimiento de los productos importados podría hacer bajar los precios en Estados Unidos, salvo si existieran misteriosos mecanismos compensatorios. Pero eso no es lo esencial: aquí existe un intento de enmascarar la verdadera causa de la inflación.
De hecho, no es el aumento de los aranceles lo que evitará la inflación, la cual tiene una causa que es totalmente diferente: “Las causas fundamentales de la inflación hay que buscarlas en las condiciones específicas del funcionamiento del modo de producción capitalista en su fase de decadencia. En efecto, la observación empírica nos permite constatar que la inflación es fundamentalmente un fenómeno de esta época del capitalismo, así como podemos constatar que se manifiesta con mayor agudeza durante los períodos de guerra (1914-18, 1939-45, la guerra de Corea, 1957-58 en Francia durante la guerra de Argelia…), es decir, cuando los gastos improductivos son los más elevados. Por tanto, es lógico considerar que es a partir de esta característica específica de la decadencia, la parte considerable del armamento y más en generalmente de los gastos improductivos en la economía, como debemos intentar explicar el fenómeno de la inflación”[1].
En resumen, si el coste de la vida aumenta en Estados Unidos y como en otras partes, es en gran medida para pagar el precio de los gastos militares (improductivos). Mantener una enorme ventaja militar sobre todos sus rivales imperialistas (incluido el más poderoso de todos, China) tiene un coste nada desdeñable y que debe hacerse pagar por la población.
Las consecuencias de la guerra arancelaria
La “guerra arancelaria” no es más que una ilustración en el plano económico de la puesta en cuestión del orden mundial establecido después de 1945, y que ya ha quedado en gran medida destrozado en el frente imperialista con el “divorcio transatlántico”, en favor de una política totalmente irracional e imprevisible de “todos contra todos”. Así, en el plano económico, la falta de visión sobre el futuro es para el capitalismo un factor que inhibe la actividad económica. En el caso actual de la política de Trump, es más que una falta de visión, se trata más bien de la imposibilidad de prever cualquier cosa, ya que es capaz de cambiar de posición de la noche a la mañana y varias veces seguidas, y esto en función de sus intereses inmediatos. Su enfoque, que consiste en ensayar “buenas jugadas” en detrimento de sus adversarios de turno, no sólo se refiere a cuestiones económicas con los aranceles, ya que también podemos verlo actuar en el plano imperialista en las negociaciones de paz en Ucrania.
Además, reaccionar a la crisis económica elevando los aranceles es un olvido total de las lecciones que la burguesía aprendió de la Gran Depresión de los años 30, es decir, que el proteccionismo sólo puede agravar la crisis de sobreproducción reduciendo aún más los mercados.
Por último, los métodos aberrantes y autoritarios de la administración Trump, que a menudo son totalmente irracionales, no sólo desde el punto de vista del buen funcionamiento del capitalismo, sino también desde el punto de vista de los propios intereses de Estados Unidos, proyectan la imagen de una primera potencia mundial cuyos comportamientos son imprevisibles y en la que ya no se puede confiar. Tratándose de la primera potencia económica mundial, muy por delante de todas sus rivales, en particular en el plano militar, el impacto de la política de Trump en las relaciones entre las naciones a nivel del conjunto del planeta solo puede ser devastador.
Los efectos más pesados y devastadores de esta desestabilización global los sentirá en primer lugar la clase explotada del capitalismo: la clase obrera. Esto directamente a través de la inflación, que atacará gravemente su poder adquisitivo y, por tanto, su capacidad para sobrevivir en la situación actual. Pero los capitales nacionales también tendrán que encontrar formas de compensar el aumento de los costes asociados a la reconfiguración de los flujos de producción resultantes de la globalización y a las relocalizaciones. Para ello, no tendrán más remedio que atacar a los proletarios, suprimir empleos, empeorar las condiciones de trabajo para reducir los costes marginales y recortar frontalmente los salarios y los ingresos indirectos ligados a la protección social. Los anuncios de los distintos gobiernos europeos sobre los “esfuerzos” que se deben hacer para “salvar” la economía nacional no son más que una preparación ideológica para los golpes que van a llover sobre el proletariado.
La clase obrera de todo el mundo debe saber que será la primera en pagar por este hundimiento en la incertidumbre y el caos. Los ataques se intensificarán e inevitablemente irán acompañados de campañas ideológicas que responsabilizarán de esta situación a Trump, a la democracia atacada, a los belicistas de Estados Unidos, Rusia y sin duda de otros lugares cuando sea necesario.
La guerra comercial también servirá para amplificar el discurso nacionalista para la protección de “nuestros valores”, la defensa de “nuestro patrimonio económico” y de “la grandeza de nuestra nación”. Es necesario no caer en el engaño. La descomposición del capitalismo está arrastrando al sistema en todas sus dimensiones hacia el abismo. Nada puede sacar a la humanidad del abismo, ni las medidas que se han intentado tantas veces y que siempre han generado más crisis y guerras, ni los “esfuerzos” de la fuerza de trabajo por reducir aún más sus costes y, por tanto empeorando sus condiciones de trabajo y de vida.
Nada salvo un cuestionamiento total y radical de este sistema, su derrocamiento en favor de una sociedad liberada de la dominación del capital y sólo en beneficio de la humanidad y de su medio ambiente. Esta sociedad, el comunismo, es un proyecto en entre las manos del proletariado que, luchando contra los ataques que le dirige la burguesía, podrá concebir cada vez más este poder y sus responsabilidades históricas. No cabe duda de que aún queda mucho camino por recorrer, pero las perspectivas esbozadas por la situación actual sólo sirven para subrayar la urgencia del desarrollo de esta lucha.
Syl. D., abril de 2025
[1] Révolution internationale, antigua serie núm. 6, citado en nuestro “Informe sobre la crisis económica para el 25º Congreso de la CCI (2023) | Corriente Comunista Internacional”. (En francés)