En la mañana del 29 de junio de 2012 como por ensalmo, una dulce euforia se apoderó rápidamente de políticos y dirigentes de la zona Euro. Los media burgueses y los economistas no se quedaron a la zaga. La reciente Cumbre europea acababa de tomar, al parecer, unas “decisiones históricas”, al contrario de tantas otras cumbres anteriores de los últimos años, todas fracasadas. Según muchos comentaristas, se acabaron los fracasos; la burguesía de la zona, por una vez unida y solidaria, acababa de adoptar las medidas necesarias para salir del túnel de la crisis. Era como Alicia en el país de las maravillas. Pero, mirando más de cerca y una vez disipadas las brumas matutinas, aparecen los verdaderos problemas: ¿Cuál ha sido el contenido real de esa Cumbre?, ¿Qué alcance tiene?, ¿Aportará una solución duradera a la crisis de la zona Euro y por ende a la economía mundial?
Si la cumbre del 29 de junio ha sido considerada como “histórica” es porque pretenden que ha sido un giro en la manera con la que las autoridades encaran la crisis del Euro. Por un lado, en cuanto a la forma, según los comentaristas, esa cumbre, no se limitó por primera vez a ratificar las decisiones tomadas de antemano por “Merkozy”, o sea el tándem Merkel-Sarkozy (en realidad, se trata de la posición de Merkel ratificada por Sarkozy) ([1]), sino que en ella se tuvieron en cuenta las demandas de otros dos países importantes de la zona, España e Italia, demandas apoyadas por el nuevo presidente francés, François Hollande. Por otro, la cumbre debía iniciar una nueva orientación en la política económica y presupuestaria en la zona: después de bastantes años en que la única política propuesta por la dirigencia del Euro era una austeridad cada vez más implacable, se tenía por fin en cuenta una de las críticas a esa política (defendida sobre todo por economistas y políticos de izquierda): sin reactivación de la actividad económica, los Estados, sobreendeudados, serían incapaces de obtener recursos fiscales para pagar sus deudas.
Por eso el presidente francés “de izquierdas”, Hollande, que fue a esa cumbre para “exigir un pacto por el crecimiento y el empleo”, alardeaba en escena cual protagonista de comedia, orgulloso por lo obtenido. Le acompañaban en su contento otros dos hombres, de derechas no obstante, Monti y Rajoy jefes de los gobiernos italiano y español respectivamente, los cuales también presumían ante micros y cámaras de que, como sus propuestas habían dado por lo visto sus frutos, se iba a aflojar el nudo financiero que ahogaba a sus países. La situación real era demasiado grave para que esos señores se pusieran en plan triunfal, pero se relajaron con una de esas retorcidas declaraciones como la hecha por el jefe del gobierno italiano: “se puede esperar ver el principio del fin de la salida del túnel de la crisis en la zona euro”.
Antes de correr el velo de esa mañana que se anunciaba tan radiante, volvamos un poco atrás. Recordemos: desde hacía seis meses, la zona Euro estuvo dos veces en una situación de casi quiebra de sus bancos. La primera vez la situación engendró lo que llamaron LTRO (Long Term Refinancing Operation): el Banco Central Europeo (BCE) acordó un poco más de 1 billón (1+12 ceros) de créditos a dichos bancos. En realidad ya se habían anticipado 500 000 millones. Unos meses después, resulta que los bancos vuelven a pedir auxilio. Vamos ahora a contar una historia nimia que ilustra lo que está ocurriendo realmente en las finanzas europeas. A principio de este año 2012 estallan las deudas soberanas (las de los Estados). Los mercados financieros, por su parte, hacen subir los tipos con los que aceptan prestar dinero a esos Estados. Algunos de éstos, España en particular, ya no pueden vender deuda pidiendo préstamos en los mercados. Demasiado caros. Mientras tanto, los bancos españoles se van quedando sin aliento. ¿Qué hay que hacer en España, Italia, Portugal y demás? Y entonces una idea genial iluminó las mentes preclaras del BCE: vamos a prestarles masivamente a los bancos, los cuales, por su parte, van a financiar las deudas soberanas de su Estado nacional y la economía “real” mediante créditos a la inversión y al consumo. Esto ocurrió el invierno pasado, el Banco central europeo puso “barra libre y bebidas a voluntad”. Y ahí está el resultado: a principios de junio todos con cirrosis. Los bancos no prestaron a la economía “real”. Pusieron el dinerito de lado, y luego lo devolvieron al Banco central contra un pequeño interés. ¿Y en qué consistió el reembolso?: en obligaciones de Estado que habían comprado con el dinero de ese mismo Banco central. Juegos malabares que sólo pueden aguantar el tiempo de un espectáculo por lo demás bastante grotesco.
En junio, los “médicos economistas” vuelven a gritar: nuestros enfermos se están muriendo. Son urgentes medidas radicales tomadas conjuntamente por los hospitales de la zona Euro. Estamos ahora en el momento de la cumbre del 29 de junio. Tras toda una noche de negociaciones, parece haberse llegado a un acuerdo “histórico”. Estas son las decisiones adoptadas:
Durante algunos días se oyen los mismos discursos. La zona Euro, por fin, ha tomado las decisiones idóneas. Alemania ha logrado mantener su “Regla de oro” para los gastos públicos (que impone a los Estados que inscriban en sus leyes fundamentales la erradicación de los déficits presupuestarios), pero, a cambio, ha aceptado ir hacia la mutualización de las deudas de los Estados de la zona Euro y su monetización, o sea la posibilidad de reembolsarlas emitiendo moneda.
Como siempre ocurre con ese tipo de acuerdo, la realidad se esconde tras el calendario y la realización práctica de las decisiones tomadas. Pero ya esa misma mañana saltaba algo a la vista. Un problema esencial parecía haberse aparcado: el de los medios financieros y sus fuentes reales. Todo el mundo parecía estar de acuerdo en sobrentender que Alemania acabaría pagando, pues sólo ella posee, al parecer, los medios para ello… Y, luego, durante el mes de julio, sorpresa, todo parece ponerse en entredicho. Gracias a una serie de maniobras jurídicas, se retrasa la aplicación de los acuerdos para no antes de noviembre. Porque resulta que hay un problemilla y es que el 16 de julio las cuentas de Alemania se habían vuelto sencillamente insoportables. Si se suman todos los compromisos en garantías más o menos ocultas y líneas de crédito, la exposición total de ese país a unos vecinos europeos acorralados se eleva a 1,5 billones de euros. El PNB de Alemania es de 2,65 billones de euros y eso antes de que se haya tenido en cuenta la contracción de su actividad iniciada ya hace unos cuantos meses. Es pues una cantidad inaudita que equivale a más de la mitad de su PNB. Las últimas cifras anunciadas para la deuda de la zona Euro ascienden a unos 8 billones de los que una gran parte son activos llamados “tóxicos” (o sea pagarés de deudas que nunca serán pagados). No es difícil comprender que Alemania no puede mantener semejante nivel de endeudamiento. Tampoco es capaz de caucionar con duración y solvencia suficientes, gracias únicamente a su firma y rúbrica, semejante murallón de deuda ante los mercados financieros. Y existe la prueba efectiva de esa realidad, la cual se plasma en una paradoja cuyo secreto se debe a una economía en pleno desconcierto. Alemania coloca su deuda a corto y medio plazo a interés negativo. O sea que los compradores de esa deuda aceptan cobrar unos intereses ridículos con los que pierden capital a causa de la inflación. La deuda soberana germana parece ser un refugio de alta montaña capaz de enfrentar todas las tempestades, pero, al mismo tiempo, el precio de los seguros firmados por los compradores para cubrir la parte de la deuda que poseen asciende a los niveles de los de… ¡Grecia!, de modo que ese refugio resulta ser bastante vulnerable. Los mercados saben muy bien que si Alemania sigue financiando la deuda de la zona Euro, acabará siendo también ella insolvente y por eso cada prestamista procura asegurarse lo mejor posible en caso de caída brutal.
Queda entonces la tentación de sacar el arma última. Es la que consiste en decirle al Banco Central Europeo que haga como en Reino Unido, Japón o Estados Unidos: “Imprimamos billetes y más billetes sin fijarnos en el valor de lo que recibimos a cambio”. Los bancos centrales podrán transformarse, ellos también, en bancos “podridos”, ése no es el problema, ya no es ése el problema. El problema hoy es ¡evitar que todo se pare! Ya veremos que será mañana, el mes que viene, el año próximo… Ése ha sido el avance de la última cumbre europea. El BCE, sin embargo, no está de acuerdo. Cierto es que ese banco central no tiene la misma autonomía que otros bancos centrales del mundo pues está vinculado a los diferentes bancos centrales de cada nación de la zona. ¿Es ése el problema de fondo? Si el BCE pudiera actuar como el Banco central del Reino Unido o de Estados Unidos, por ejemplo, ¿se resolvería la insolvencia del sistema bancario de los Estados de la zona Euro? ¿Qué ocurre en esos otros países, en Estados Unidos por ejemplo?
Ahora que se están acumulando nubes amenazantes sobre la economía estadounidense, ¿por qué Estados Unidos no se ha sacado de la manga un tercer plan de reactivación, una nueva fase de monetización de su deuda?
A Ben Bernanke, presidente del Banco Central de EEUU (o Reserva Federal, FED) le llaman “don Helicóptero”. Ya ha habido en cuatro años en Estados Unidos dos planes de creación monetaria masiva, los famosos “quantitative easings”. Ese señor parece andar circulando sin parar por los cielos norteamericanos echando dinero a espuertas, inundándolo todo a su paso. Una marea de billetes sin interrupción, ¡y allá cada cual si quiere emborracharse con tanta liquidez! Pues no, las cosas no funcionan así. Desde hace algunos meses para Estados Unidos es indispensable una nueva creación monetaria masiva. Pero no llega y se hace esperar. Porque un “quantitative easing” no 3 es a la vez indispensable, vital… e imposible, como lo son la mutualización y la monetización global de la deuda de la zona Euro. El capitalismo se ha metido en un callejón sin salida. Ni siquiera la primera potencia económica mundial puede sacar dinero de la nada indefinidamente. Toda deuda debe financiarse un día u otro. El Banco Central estadounidense, como cualquier otro banco central, tiene dos fuentes de financiación relacionadas, en realidad, entre sí e interdependientes en un momento u otro. La primera consiste en captar el ahorro de fuera o de dentro del país, ya sea a un costo tolerable ya sea mediante un reforzamiento de la fiscalidad. La segunda consiste en fabricar dinero en contrapartida de reconocimiento de deudas, sobre todo vendiendo lo que se llama obligaciones que representan la deuda pública o de Estado. El valor de esas obligaciones esté determinado en última instancia por la estimación que hacen los mercados financieros. Alguien vende un vehículo de ocasión. El vendedor pone el precio en el parabrisas. Los compradores potenciales observan en qué estado está. Se hacen ofertas y el vendedor escogerá la más ventajosa para él, es de suponer. Si el carro está muy estropeado el precio será muy bajo y acabará siendo chatarra. Este ejemplo ilustra el peligro que entraña una nueva creación monetaria en EEUU… y en otras partes. Desde hace cuatro años se han inyectado cientos de miles de millones de dólares en la economía norteamericana sin que se haya producido la menor reactivación duradera. Peor todavía: la depresión económica ha seguido su camino sin mayores problemas. Estamos aquí en el meollo del problema. La estimación del valor real de la deuda soberana está, en realidad, vinculado a la solidez de la economía. Igual que el valor del coche en su estado real. Si un banco central (sea el de Estados Unidos, de Japón o de la zona Euro) imprime billetes para comprar obligaciones o reconocimientos de deuda que no podrán ser reembolsados nunca (pues los deudores son insolventes), lo único que hace dicho banco es inundar el mercado de papeles que no corresponden a ningún valor real pues no tienen contrapartida efectiva en ahorro o nuevas riquezas confirmadas. O dicho de otra manera: fabrican falsa moneda.
Una afirmación como la precedente podrá parecer un poco exagerada o arriesgada. Léase, sin embargo, lo que escribe el boletín Global Europe Anticipation de enero de 2012: “Para generar un dólar de crecimiento suplementario, EEUU debe a partir de ahora pedir prestados unos 8 dólares. O dicho, si se prefiere, a la inversa: cada dólar emprestado sólo genera 0,12 $ de crecimiento. Esto ilustra lo absurdo del medio-largo plazo de las políticas practicadas por la FED y el Tesoro US en los últimos años. Es como una guerra en la que sería necesario dejar que se mate a cada vez más y más soldados para ganar cada vez menos terreno”. La proporción no es sin duda la misma en todos los países del mundo. Pero la tendencia general sigue el mismo camino. Por ejemplo, los 100 mil millones de euros previstos por la cumbre del 29 de junio para financiar el crecimiento serán tan útiles como una cataplasma en una pata de palo. Las ganancias realizadas son insignificantes comparadas con el murallón de la deuda. Un conocido film cómico se titulaba según qué países: “¿Y dónde está el piloto?” o “¡Aterriza como puedas!”. En la economía mundial, cabe ahora preguntarse: “¿Pero hay motor?”. Ahí tenemos un avión y sus pasajeros en muy mala situación.
Ante la desbandada de los países más desarrollados, algunos, para minimizar la gravedad de la situación del capitalismo, intentan oponer el ejemplo de China y de los países “emergentes”. Sólo hace unos meses, nos “vendían” a China como la próxima locomotora de la economía mundial, acompañada en ese papel por India y Brasil. ¿Qué realidad hay en ello? Esos “motores” también están teniendo fallos muy serios. China anunció oficialmente, el viernes 13 de julio, una tasa de crecimiento de 7,6 %, o sea la más baja para este país desde que comenzó la fase actual de la crisis. Se acabó el tiempo de tasas de dos dígitos. Pero incluso cifras como un 7 % ya no interesan a los especialistas. Todo el mundo sabe que son falsas. Los expertos prefieren fijarse en otros datos que les parecen más fiables. Esto decía ese mismo día una emisora francesa especializada en economía (BFM): “Si nos fijamos en la evolución del consumo eléctrico, puede deducirse que el crecimiento chino está en realidad en torno a 2 y 3 %. O sea, menos de la mitad de las cifras oficiales.” A principios de este verano todos los indicadores de la actividad andan de capa caída. Bajan por todas partes. El motor funciona al ralentí, cerca de cero. El avión de la economía mundial parece a punto de caerse.
Frente a la recesión mundial y el estado financiero de bancos y Estados, se va a enconar la guerra económica entre los diferentes sectores de la burguesía. La reactivación mediante una política keynesiana clásica (que presupone un endeudamiento del Estado) ya no podrá ser, como hemos visto, realmente eficaz. En este contexto de recesión, bajará necesariamente la cantidad de dinero recolectado por los Estados y, a pesar de la austeridad generalizada, su deuda soberana seguirá incrementándose como en Francia o ahora en España.
La pregunta que va a desgarrar a la burguesía será: “Habrá que tomar otra vez el riesgo insensato de volver a alzar el techo de la deuda?” Al dinero le atrae cada vez menos la producción, la inversión o el consumo. Ya no es rentable. Pero los intereses y los reembolsos de las deudas a plazos siguen ahí. El capital necesita fabricar moneda nueva y ficticia para retrasar, cuando menos, una suspensión de pagos general. Bernanke, director del Banco Central de EEUU y su homólogo Mario Draghi de la zona Euro, al igual que todos sus colegas del planeta, están atrapados por el estado de la economía capitalista. O no hacen nada y entonces la depresión y las quiebras tomarán a corto plazo aires de cataclismo. O inyectan dinero en masa y entonces se irá al garete el valor de la moneda.
Algo sí es cierto: aún percibiendo ahora el peligro, la burguesía, dividida irremediablemente sobre esos temas, sólo reaccionará en situaciones de urgencia absoluta en el último momento y en proporciones cada vez más insuficientes. La crisis del capitalismo, a pesar de todo lo que ya hemos tenido que vivir desde 2008, está sólo empezando.
Tino, 30-07-2012
[1]) Nótese que desde que escribimos este artículo, el gobierno francés se ha vuelto más cooperativo todavía con la canciller alemana. Pronto habrá que hablar, sin duda, de “Merkhollande”. En todo caso, en septiembre de 2012, el nuevo presidente Hollande y la dirección del Partido socialista lo hacen todo por imponer a los diputados de su mayoría que voten a favor del Pacto de estabilidad (la “regla de oro”) que Hollande, cuando era candidato, prometió que se renegociaría. Como decía un viejo político francés conocido por su cinismo: “las promesas electorales sólo comprometen a quienes se las creen”.
[2]) Fondo europeo de estabilidad financiera y Mecanismo europeo de estabilidad.
La prensa y telediarios del mundo presentan regularmente información e imágenes de México en las que aparecen en primer plano enfrentamientos, corrupción y muerte motivada por “la guerra contra el narcotráfico”. Pero suelen presentar todo ese escenario como un fenómeno anómalo y ajeno al capitalismo, cuando toda esa realidad está enraizada en la dinámica que sigue el actual sistema de explotación que hace ver en toda su extensión la manera con la que actúa la clase dominante por la competencia y las diferencias políticas exacerbadas entre sus diferentes fracciones. Ese proceso de barbarie, que ya es plenamente dominante en algunas de las regiones de México, es la representación de la descomposición que sufre el capitalismo.
Al inicio de la década de los noventa definíamos que “entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político” ([1]). Este fenómeno se resalta en mayor dimensión en la última década del siglo xx y está tendiendo a convertirse en tendencia dominante.
No es solo la clase dominante la afectada por la descomposición. El proletariado y las demás capas explotadas soportan sus efectos más perniciosos. En México, los grupos mafiosos y el propio gobierno enrolan para la guerra que están llevando a individuos pertenecientes a los sectores más pauperizados de la población. Los enfrentamientos entre esos grupos arrasan sin distinción a la población, dejando cientos de víctimas, a las que tanto gobierno como mafia denominan “bajas colaterales”. Lo que todo eso genera es un ambiente de temor, que la clase dominante ha sabido utilizar para evitar y contener las protestas sociales contra el golpeo continuo a las condiciones de vida de los trabajadores.
La droga en el capitalismo es una mercancía más que requiere para su producción y mercadeo el uso de trabajo, por mucho que éste sea usado de forma un tanto singular. Es común el uso de trabajo esclavizado, pero también usan el trabajo voluntario o remunerado que ofrece el lumpen por sus servicios criminales, aunque también ofertan su fuerza de trabajo jornaleros y otro tipo de trabajadores como albañiles (usados en la construcción de casas o lugares de almacenaje), que ante la miseria que ofrece el capitalismo se ven obligados a servir a un capitalista productor de mercancías ilegales.
Lo que hoy se vive en México, aunque toma inusuales magnitudes, en otras partes del planeta ya ha sucedido (o viene sucediendo). De manera que el primer aspecto que las mafias aprovechan para su actuación es la miseria y su colusión con las estructuras de Estado que le permiten “proteger su inversión” y su actuación general. En Colombia en los años 90, el investigador H. Tovar-Pinzón ofrece los siguientes datos que explican la razón de por qué los campesinos pobres se convierten en las primeras víctimas de las mafias del narcotráfico: “Un predio producía, por ejemplo, 10 cargas de maíz al año que dejaban un ingreso bruto de 12 000 pesos colombianos. Ese mismo predio podía producir 100 arrobas de coca, que representaban para el dueño un ingreso bruto de 350 000 pesos al año. ¿No es tentador entonces cambiar un cultivo por otro cuando las ganancias son 30 veces más?” ([2]).
Ese esquema descrito para Colombia es el mismo para gran parte de América Latina, asimilando hacia el narcotráfico no solamente a los campesinos propietarios, sino también a una gran masa de jornaleros que no cuentan con tierras y venden su fuerza de trabajo en los cultivos. Esa gran masa de asalariados se vuelve presa fácil de las mafias porque los salarios que reciben en la economía “legal” son ínfimos. Por ejemplo, en México, un jornalero en el corte de la caña de azúcar recibe por cada tonelada 27 pesos (un poco más de 2 dólares); en cambio, laborando en la producción de una mercancía ilegal sus ingresos mejoran; sin embargo lo peligroso es que una gran porción de estos trabajadores pierden su condición de clase, fundamentalmente por sumergirse en el mundo del crimen, en el que mantienen una convivencia diaria y de forma directa con gatilleros, transportistas de droga y donde el asesinato es asunto cotidiano. Viviendo en el contagio de ese ambiente suelen ser llevados paulatinamente, hacia la lumpenización. Ese es uno de los efectos nocivos del avance de la descomposición que afecta directamente a la clase trabajadora reciente.
Existen cálculos que indican que las mafias del narco en México ocupan un 25 % más de personas de las que emplea McDonald’s en todo el mundo ([3]). Pero, además de la utilización de agricultores, hay que incorporar en la actividad de la mafia la extorsión y la prostitución que imponen como vida a cientos de jóvenes. La droga en la actualidad es una rama más de la economía capitalista y como en cualquier otra actividad, la explotación y el despojo están presentes, aunque en esta rama, por su condición de ilegalidad, aparece la competencia y la disputa de mercados de forma más violenta.
Grandes son los millones que se disputan y por eso grande es la violencia por ganar mercados e incrementar sus ganancias. Ramón Martínez Escamilla, miembro del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), considera que, “el fenómeno del narcotráfico representa entre 7 y 8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en México…” ([4]). Si consideramos que la fortuna de Carlos Slim, el mayor magnate del mundo, representa poco más del 6 % del PIB mexicano, se puede tener un referente de la magnitud de la importancia que ha tomado el narcotráfico en la economía y la explicación de la barbarie que viene generando. Como cualquier otro capitalista, el narcotraficante no tiene más objetivo que la ganancia. Las palabras del sindicalista Thomas Dunning (1799-1873) citadas por Marx, sirven bien para explicar las razones de este proceso: “… Si la ganancia es adecuada, el capital se vuelve audaz. Un 10 % seguro y se lo podrá emplear dondequiera; un 20 % y se pondrá impulsivo; 50 %, y llegará positivamente a la temeridad; por 100 %, pisoteará todas las leyes humanas; el 300 %, y no hay crimen que lo arredre, aunque corra el riesgo de que lo ahorquen. Cuando la turbulencia y la refriega producen ganancia, el capital alentará una y otra…” ([5]).
Esas inmensas fortunas construidas sobre vidas humanas y sobre la explotación, encuentran colocación, claro está, en los “paraísos fiscales”, pero también en la utilización directa por parte de los capitales “legales”, que hacen el trabajo de “lavado”. Son casos emblemáticos las prácticas del empresario Zhenli Ye Gon y más recientemente el del Instituto financiero HBSC. En ambos casos se ha sacado a la luz las inmensas fortunas que estos personajes e instituciones manejaban y usaban en nombre de los cárteles de la droga, lo mismo para la promoción de proyectos políticos (en México y en otras partes del mundo), que de “respetables” inversiones.
Edgardo Buscaglia (coordinador del Programa Internacional de Justicia y Desarrollo del Instituto Tecnológico Autónomo de México, ITAM), afirma que empresas de diversos giros han sido “señaladas como sospechosas por las agencias de inteligencia de Europa y de EUA ([6]), entre ellas la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro estadunidense) [pero] no se les ha querido tocar en México, fundamentalmente porque muchas de ellas pueden estar financiando campañas electorales” ([7]).
Hay otros procesos marginales (pero no menos significativos) que dan soporte a la integración de la mafia en la economía, como lo son el despojo de propiedades y grandes extensiones de tierra, alcanzando tal magnitud que en algunas zonas ha llevado a la creación de “pueblos fantasmas”. Datos que se presentan sobre ese aspecto, calculan que en el último lustro se ha desplazado por efecto de la “guerra entre el narco y el ejército”, a un millón y medio de personas ([8]).
Debe afirmarse que es imposible que los proyectos de los mafiosos que operan con la droga se encuentren fuera del área de dominio de los Estados. Porque son éstos la estructura que no sólo protege y ayuda a mover los recursos hacia los gigantes financieros, sino que lo esencial es que los equipos de gobierno de la burguesía y los cárteles de la droga tienen sus intereses fundidos. Es evidente que las mafias no podrían tener una vida tan activa sin recibir el apoyo de sectores de la burguesía asentados en los gobiernos. Como lo adelantábamos en nuestras “Tesis sobre la descomposición”: “… resulta cada día más difícil distinguir al aparato de gobierno y al hampa gansteril” ([9]).
Son cerca de 60 mil muertos los que a partir del 2006 hasta el presente han caído abatidos, lo mismo por las balas de los ejércitos de la mafia o por el ejército oficial; gran parte de ellos son producto de las pugnas que llevan entre sí los cárteles de la droga, pero eso no deslinda, como lo pretende el gobierno, de la responsabilidad del Estado. Y no es posible separar la responsabilidad porque existe un tejido entre los grupos de la mafia y el mismo Estado. Justamente, si las dificultades han crecido en torno a estos asuntos es porque las fracturas y diferencias en el seno de la burguesía se han ensanchado y todo momento y todo lugar se vuelve arena de combate entre las diversas fracciones y por supuesto, la propia estructura del Estado no deja de ser lugar privilegiado para llevar a cabo sus disputas. Cada grupo de la mafia surge bajo el cobijo de una de las fracciones de la burguesía, pero la propia competencia económica y la disputa política hacen que el conflicto crezca y se recrudezca día con día.
A mediados del siglo xix, durante la fase de ascenso del capitalismo, el impacto que tenía el negocio del narcotráfico (como por ejemplo el del opio) ya creaba dificultades políticas que conducían a guerras que revelaban, por una parte, la esencia bárbara del sistema, y por otra, la participación directa del Estado en la producción, distribución e imposición de mercancías del tipo de las drogas. No obstante, estas actuaciones podían estar bajo una vigilancia estricta de los Estados, y en tanto la clase dominante mantenía una disciplina que permitía llegar a acuerdos políticos para mantener la cohesión de la burguesía ([10]). Por eso podemos entender que aunque en el siglo xix está presente la “guerra del opio” –desatada centralmente por el Estado británico– no es un fenómeno que domine durante esa etapa, aún cuando se pueda reconocer que marca un referente del comportamiento del capital.
La importancia de la droga y la formación de grupos mafiosos, se tornan más relevantes en la fase de decadencia del capitalismo. Es cierto que en las primeras décadas del siglo xx la burguesía trata de limitar y ajustar con leyes y reglamentos el cultivo, la preparación y el tráfico de algunas drogas, pero sólo es por la búsqueda de controlar mejor el comercio de esa mercancía.
La evidencia histórica muestra que la “rama de la droga” no es una actividad repudiada por la burguesía y su Estado. Por el contrario, es esta misma clase la que se encarga de extender su uso, aprovecharse de las ganancias que produce y, al mismo tiempo, extender los estragos que acarrea en el ser humano. Son los Estados en el siglo xx los que han distribuido masivamente la droga en sus ejércitos. Los EUA son el mejor ejemplo del uso de las drogas como instrumento de aliento a los soldados en guerra; la guerra de Vietnam fue un gran laboratorio para esa práctica, por eso no es extraño que fuera el Tío Sam quien alentara la demanda de droga durante la década de los setenta, y es el mismo gobierno norteamericano quien lo solucionó impulsando la producción de drogas en los países de la periferia.
Al entrar la mitad del siglo xx en México, la importancia que tiene la producción y distribución de la droga aún no es relevante, no obstante se mantiene un estricto control por parte de las instancias gubernamentales. Es a través de la policía y el ejército que se cierra el mercado para controlarlo mejor. Pero es durante los años ochenta que el Estado norteamericano alienta el incremento de la producción y consumo de la droga en México y toda América Latina.
A partir del “caso Irán-contras” (1986), sale a la luz que el gobierno de Ronald Reagan al ver limitado el presupuesto para apoyar a los grupos militares opositores al gobierno de Nicaragua (conocidos como los “contras”), utiliza recursos provenientes de la venta de armas en Irán, pero sobre todo, a través de la CIA y la DEA, obtienen recursos que provienen de la droga. En este enredo, el gobierno de EUA empuja a las mafias colombianas a ampliar su producción, al tiempo que asegura el apoyo militar y logístico de los gobiernos de Panamá, México, Honduras, El Salvador, Colombia y Guatemala para dar paso libre a tan codiciada mercancía. La propia burguesía norteamericana para “ampliar el mercado” produce derivados de la cocaína, que resultan más baratos y por tanto más fácil de comercializar, pero además mucho más destructivos.
Esa misma práctica que el gran capo norteamericano utiliza para obtener recursos para llevar a cabo sus aventuras golpistas, se repite en América Latina para llevar a cabo la lucha contra la guerrilla. En México la denominada “guerra sucia”, es decir la guerra de exterminio que lleva el Estado, durante los setenta y ochenta, en contra de la guerrilla fue sustentada con ingresos que provenían de la droga –esta “guerra” fue encabezada por el ejército y por grupos paramilitares (como la Brigada Blanca y el Grupo Jaguar), los cuales contaban con carta blanca para asesinar, secuestrar y torturar. Proyectos militares como la “Operación Cóndor” que se presentaban como acciones contra la producción de droga, eran usadas para enfrentar a la guerrilla y al mismo tiempo proteger los cultivos de amapola y mariguana.
En este período la disciplina y cohesión de la burguesía mexicana le permitían mantener bajo orden el mercado de la droga. Investigaciones periodísticas recientes señalan que no había carga de droga que no estuviera bajo el control y vigilancia del ejército y la policía federal ([11]). El Estado aseguraba la unidad de forma férrea de todos los sectores de la burguesía y cuando algún grupo o capitalista individual presentaba desacuerdos era sometido pacíficamente mediante el ofrecimiento de canonjías y cuotas de poder. Esa era la forma de mantener unida a la llamada “familia revolucionaria” ([12]).
Al derrumbarse el bloque imperialista comandado por la URSS, se rompe también la unidad del bloque opositor dirigido por EUA, reproduciéndose y extendiéndose al interior de cada país (con matices particulares) los efectos de esa fractura. En el caso de México esta ruptura se expresa mediante la disputa abierta de las fracciones de la burguesía en todos los planos: partidos, clero, gobiernos locales, federal... cada fracción busca obtener una porción mayor del poder e incluso no hay pocos sectores de la burguesía que se arriesgan a poner en cuestión su disciplina histórica hacia EUA.
En ese contexto de disputa general, se llega a una distribución del poder pero un tanto forzada. Estas presiones internas son las que llevan a probar el cambio de partido en el poder y así “descentralizar” los mandos de orden, tal que los poderes locales, representados en los gobernadores de estados y presidentes municipales, declaran su control regional, lo que desata aún más el caos, en tanto que el gobierno federal, lo mismo que cada gubernatura o municipalidad para fortalecer su dominio económico y políticos se asocian con diferentes bandas mafiosas. Cada fracción en el poder protege y empuja al crecimiento de un cártel según su interés, por eso la actuación de la mafia es con tanta impunidad y con tanta animosidad.
La magnitud de estas disputas se puede ver en el ajuste de cuentas que se llevan a cabo entre personajes de la política, por ejemplo, se contabiliza que en los últimos cinco años se han asesinado a 23 alcaldes y 8 presidentes municipales, además de existir un sinnúmero de amenazas a secretarios de estado y candidatos. Ante estos hechos, la prensa burguesa suele construir una imagen de víctima de esos personajes, pero la mayoría de las veces lo que está en la base de esos crímenes y amenazas, son ajustes de cuentas por pertenecer a un bando rival o las más de las veces, por haber traicionado a los intereses del grupo con el que inicialmente mantenían pactos.
Analizado ese escenario, es posible comprender que los problemas de la droga no tienen solución dentro del capitalismo. La única “solución” que la burguesía tiene para limitar lo más explosivo de la barbarie es buscar que sus intereses se unifiquen y puedan cohesionarse en torno a un solo grupo de la mafia, de manera que se aísle al resto de ellos y se les mantenga en una existencia marginal.
La salida pacífica de tal situación es muy improbable habida cuenta de la división tan aguda de la burguesía en México, de modo que resulta difícil creer que pueda alcanzar por lo menos una cohesión temporal que permita la pacificación. Es el avance de la barbarie lo que parece ser la tendencia dominante…
Buscaglia, en una entrevista en junio de 2011, valoraba la magnitud que el narco va tomando en la vida de la burguesía: “… cerca del 65 % de las campañas electorales en México están contaminadas con dinero proveniente de la delincuencia organizada, principalmente del narcotráfico” ([13]).
Son los trabajadores las víctimas directas del avance de la descomposición capitalista expresada en fenómenos como la “guerra contra el narco” y al mismo tiempo son el blanco de los ataques económicos que la burguesía le impone ante la agudización de la crisis. Es sin duda una clase que carga grandes penurias, pero no es una clase contemplativa, es un cuerpo social capaz de reflexionar, tomar conciencia de su condición histórica y responder colectivamente.
La droga y la muerte son la noticia sobresaliente al interno y al exterior de México, y tal es su magnitud que es bien utilizada por la burguesía para cubrir los efectos que la crisis económica tiene en el país.
La crisis que sufre el capitalismo no tiene su origen en el sector financiero, como los “expertos” burgueses suelen decir. Es una crisis profunda y general del capitalismo, que no deja un solo país sin afectarlo. La presencia activa de las mafias en México, aunque ya es una tremenda carga contra los explotados, no opaca los efectos que la crisis genera, por el contrario, lo que hace es magnificarlos.
La causa principal de las tendencias a la recesión que afecta actualmente al capitalismo es la insolvencia generalizada, pero sería un error suponer que el peso de la deuda soberana es el indicativo único para definir que la crisis avanza. En algunos países como México el peso de la deuda no causa aún dificultades mayores y no significa que está fuera de la tendencia recesiva que sacude al mundo, aún cuando en el último lustro la deuda soberana se ha incrementado, según el Banco de México, en 60 % y prevén que al fin del 2012 representará el 36.4 % del PIB. Este monto es minimizado cuando lo comparan con los niveles que la deuda tiene en países como Grecia (que representa el 170 % del PIB), pero, ¿eso significa que en México no se expone la profundización de la crisis? Definitivamente no.
En primer lugar el que la deuda no sea tan importante en México como en otros países no significa, ni mucho menos, que no lo será nunca. Los aprietos de la burguesía mexicana para relanzar la acumulación de capital se ilustran en el estancamiento de la actividad económica. El PIB no ha logrado ni siquiera alcanzar los niveles que tenía en 2006 (como se ve en el gráfico 1), pero además la base de los breves incrementos de esta variable se deben al sector de servicios, en particular al comercio (como lo explica la propia institución del Estado encargada de la estadística, INEGI). Por otro lado, se debe de tomar en consideración que si se ha animado el comercio interno (y así ensanchar las tasas de crecimiento del PIB) es porque se han incrementado los créditos al consumo, no es fortuito que al cierre del 2011, se reporte que el uso de las tarjetas de crédito se ha incrementado en un 20 % con relación al año anterior.
Los mecanismos que la clase en el poder busca para enfrentar la crisis no son ni exclusivos para México ni novedosos: elevar los niveles de explotación y dopar a la economía con crédito. La aplicación de medidas de este tipo, permitieron en la década de los 90 en EUA, dar la ilusión de crecimiento. Anwar Shaikh, estudioso de la economía norteamericana lo explica así: “El principal ímpetu para el boom vino de la dramática caída en la tasa de interés y la caída igualmente espectacular de los salarios reales en relación con la productividad (aumento de la tasa de explotación), que en conjunto elevó considerablemente la tasa de ganancia de la empresa. Las mismas dos variables jugaron diferentes roles en distintos lados…” ([14]).
Conforme avanza la crisis estas medidas se repiten, y aunque su efecto es cada vez es más limitado, no tienen más remedio que seguir recurriendo a ellas, degradando cada vez la vida de los trabajadores. Los propios datos oficiales, por más maquillaje que se les quiera poner, dan cuenta de la precariedad a la que han orillado. No es fortuito que la alimentación de los trabajadores mexicanos tenga como base las calorías más baratas, que provienen del azúcar y el cereal; y si esto no fuera cierto, cómo explicar que este país ocupe el segundo lugar en el mundo en el consumo de gaseosa (rebasado sólo por EUA): 150 litros de gaseosa por año consume en promedio cada mexicano.
Como consecuencia de ello, es el país con la mayor población infantil y adulta con problemas de obesidad y agudización de enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión. La degradación de las condiciones de vida llega a tales extremos que cada vez hay un número mayor de niños en una edad de entre 12 y 17 años que se ven obligados a laborar. Según declaraciones de Alicia Athié, oficial de la OIT en México, son tres millones 14 mil 800 los infantes a los que la miseria obliga a trabajar y de ese número el 39.6 % no asiste a la escuela ([15]).
Al aplastar los salarios, la burguesía logra apropiarse del fondo antes destinado para consumo de los obreros, intentando incrementar así la masa de plusvalía que se apropia el capital. Esta situación es tanto más grave para las condiciones de vida de la clase obrera porque, como lo muestra el gráfico 2, los precios de los alimentos crecen más rápido que el índice general de precios que utiliza el Estado para afirmar que el problema de la inflación se encuentra bajo control.
Los voceros de los gobiernos en América Latina suponen que por el hecho de que los mayores conflictos económicos se han centrado en los países centrales (Europa y EUA) el resto del mundo se encuentra fuera de esa dinámica, incluso por el hecho de que el FMI y el BCE solicitan liquidez a los gobiernos de estas regiones (entre ellos México) pareciera que lo confirmara. Pero no es que estas economías se encuentren alejadas de la crisis. Durante los años 80 en América Latina esos mismos procesos de insolvencia que se viven hoy en Europa, se expresaron y junto ello la presencia de severas medidas de austeridad sustentadas en los planes de choque (que dieron forma a lo que se denominó el Consenso de Washington).
La profundidad y extensión que ha tomado la crisis, se manifiesta de manera diferente según los países, pero la burguesía recurre a estrategias similares en todos los países, incluidos los que están menos estrangulados por el crecimiento de la deuda soberana.
Los planes de recorte de gasto que paulatinamente va aplicando la burguesía, los despidos masivos y el aumento de la explotación, no podrán, en ningún caso, favorecer una reactivación.
Los niveles de desempleo y de pauperización que se manifiestan en México nos ayudan a comprender más adecuadamente cómo la crisis se extiende y se profundiza en todas partes. La propia asociación patronal, COPARMEX, calcula que en México el 48 % de la Población Económicamente Activa “se encuentra en el subempleo” ([16]), lo que en un lenguaje más adecuado diríamos que se emplean en trabajos precarios, con la característica de tener los salarios más bajos, contratos temporales, largas jornadas y sin prestaciones médicas. Esta masa de desempleados y asalariados precarios son producto directo de la “flexibilización laboral” que la burguesía ha venido instrumentando como estrategia para ampliar la explotación y hacer cargar una porción mayor de la crisis sobre las espaldas de los asalariados.
La vida que los explotados sufren en México es de verdadera zozobra, no son pocas las regiones (sobre todo en las zonas rurales) en las que se imponen toques de queda y retenes custodiados por militares, policías y/o sicarios, que en cualquiera de los casos disparan a matar por cualquier pretexto. Y a todo ello se le añaden de forma sistemática golpes y más golpes… Iniciado el año 2012 la burguesía mexicana se ha apresurado a anunciar la ampliación de ataques mediante la profundización de la “reforma laboral”, con la que, como en diversas partes del mundo, se pretende asegurar que la compra de la fuerza de trabajo se lleve a cabo en condiciones más favorables para los capitalistas, y así rebajar los costos de la producción y ampliar aún más los niveles de explotación.
Eso quiere decir que la “reforma laboral” tiene como objetivo aumentar los ritmos y cadencias de la jornada laboral, pero además disminuir el salario, comprimiendo al pago directo, pero también eliminando partes sustanciales que conforman el salario indirecto y luego dar nuevos pasos (en el proyecto ya iniciado) sobre la extensión de los años de labor para obtener la jubilación…
En México, esta nueva oleada de ataques se ha iniciado con los trabajadores de educación básica. El Estado se ha precavido en elegir a los profesores para intentar hacer pasar en ellos la punta de la lanza, porque se trata de un destacamento numeroso de trabajadores con tradición de combate, pero al mismo tiempo cuentan con un férreo control por parte de la estructura sindical, tanto oficialista (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, SNTE), como por la estructura “democrática” (Coordinadora Nacional, CNTE), lo cual le posibilita al gobierno jugar una estrategia que vemos ya va avanzando: primero genera un descontento al anunciar la “Evaluación universal” ([17]) pero, a la par de ello empuja toda una serie de trampas (caravanas larguísimas, mesas de discusión por estados…) a través del SNTE y CNTE para desgastar, aislar y presentar como ejemplo de que la lucha es inviable, buscando con ello desmoralizar y atemorizar al conjunto de asalariados.
Pero aunque se define un proyecto específico para los profesores, las “reformas” van aplicándose gradualmente y de forma callada a todos los trabajadores. Por ejemplo, los mineros sufren ya esas medidas que abaratan su fuerza de trabajo y precarizan las condiciones de labor. La burguesía presenta como “normal” que en los socavones de las minas los trabajadores cubran largas e intensas jornadas (en muchas ocasiones más de 8 horas) en condiciones de seguridad deterioradas, equivalentes a las aplicadas en el siglo xix y todo ello por un salario mísero (el nivel salarial máximo de un minero es aproximadamente de 455 dólares al mes). Por ello puede entenderse que la masa de ganancia que obtienen los empresarios de las minas en México sea de las más altas, pero también eso explica el crecimiento de los “accidentes” en las minas, dejando un importante saldo de muertos y heridos. Tan solo considerando Coahuila, el estado con mayor actividad minera, se registra oficialmente que del año 2000 al presente han muerto, por derrumbes o explosiones, 207 trabajadores.
Toda esta miseria, aunada al hartazgo de la actuación criminal de gobiernos y mafias, va creando un descontento creciente entre los explotados y oprimidos que va expresándose pero con muchas dificultades. En otros países en que las calles han sido ocupadas con manifestaciones, como España, Inglaterra, Chile o Canadá, el coraje contra la realidad que impone el capitalismo se ha hecho patente, aunque no fuera todavía claramente como la fuerza de una clase de la sociedad, la clase obrera.
En México las manifestaciones masivas convocadas por estudiantes del movimiento denominado “#yo soy 132”, aunque desde el inicio han sido acotadas por la campaña electoral de la burguesía no dejan de ser un producto de ese malestar social que se percibe. Al hacer esta valoración no estamos intentando consolarnos y suponer que la clase obrera avanza sin tropiezos en su clarificación y lucha, de lo que se trata es de entender la realidad. Hay que tomar en cuenta que el desarrollo de las movilizaciones por el planeta no avanza de forma homogénea, y la clase obrera como tal no ha logrado asumir une posición dominante, a causa de sus dificultades para reconocerse como clase de la sociedad con capacidad para ser una fuerza en su seno. Esta situación favorece que en esos movimientos, la influencia de las ilusiones burguesas con soluciones reformistas como alternativas posibles a la crisis del sistema. Es esa misma tendencia la que se percibe en México.
Sólo teniendo una comprensión de las dificultades que enfrenta la clase obrera es posible entender que el movimiento que animó a la creación de la agrupación “#yo soy 132” también fue expresión del hartazgo hacia los gobiernos y partidos de la clase dominante, pero de forma muy rápida la burguesía logró encadenarla a la esperanza de las elecciones y la democracia, hasta llevarlo a ser un órgano hueco, inútil para el combate de los explotados (que se habían acercado a él creyendo encontrar un medio para el combate), pero muy útil para la clase dominante, que sigue utilizando a ese grupo para mantener maniatada la combatividad de los jóvenes obreros descontentos ante lo que el capitalismo le ofrece.
La clase en el poder tiene claro que la agudización de los ataques conduce inevitablemente a una respuesta de los explotados. En una declaración del 24 de febrero de este año, José A. Gurría, actual secretario general de la OCDE, advierte: “¿qué pasa cuando ponemos en una coctelera el bajo crecimiento, alto desempleo y una creciente desigualdad? Esto da como resultado la Primavera Árabe, los indignados de la Puerta del Sol y los indignados en Wall Street”. Por eso ante el descontento latente, la burguesía en México, al permitir que se presente como consigna aglutinadora la impugnación de Peña Nieto, sabe que esteriliza todo coraje, en tanto que más allá de las declaraciones radicales de López Obrador y del “#132” todo habrá de quedar reducido a la defensa de la democracia y de sus instituciones.
La crisis capitalista, agudizada por los efectos nocivos de la descomposición ha incrementado las penurias de los proletarios y demás explotados, pero también ha logrado que se desnude la realidad y exponga en toda su amplitud el hecho de el capitalismo sólo puede ofrecer hambre, desempleo, miseria y muerte.
La crisis aguda que vive el capitalismo y el avance destructivo de la descomposición, anuncian ya el peligro que representa la existencia del capitalismo, por ello es que es una necesidad imperiosa destruirlo y la única clase capaz de enfrentar esa tarea sigue siendo el proletariado.
Rojo, agosto del 2012
[1]) “La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 9, Revista Internacional no 62, junio-septiembre 1990.
[2]) “La Economía de la Coca en América Latina. El paradigma colombiano”, en Nueva Sociedad no 130, Colombia 1994.
[3]) Datos tomados de: https://www.cnnexpansion.com/expansion/2009/07/17/narco-sa [3]
[4]) La Jornada, 25 de junio de 2010.
[5]) Citado en El Capital, Tomo I, Volumen 3. Capítulo XXIV. Editorial Siglo XXI, página 951.
[6]) En México se usan estas siglas para Estados Unidos de América. En otros países EE.UU.
[7]) La Jornada, 24 de marzo de 2010
[8]) En estados del norte del país como Durango, Nuevo León y Tamaulipas, hay zonas que se consideran como “pueblos fantasmas” por encontrarse abandonados. Los pobladores dedicados al campo se han visto obligados a huir, en el mejor de los casos, rematando sus tierras o simplemente dejándolo todo. La condición para los asalariados ha sido aún más grave en tanto su movilidad se ve más restringida por falta de recursos, por eso cuando logran huir a otra región, llegan a vivir las peores condiciones de precariedad, cargando por ejemplo con las deudas de los créditos de la vivienda que se han visto obligados a abandonar.
[9]) Revista Internacional nº 62, punto 8.
[10]) Aún hoy, en países como los Estados Unidos, el control de la droga por parte del Estado permite que, aún siendo el mayor consumidor de enervantes las disputas y el mayor número de muertes se concentren fuera de sus fronteras.
[11]) Ver: Anabel Hernández. Los Señores del narco. Editorial Grijalbo. México 2010.
[12]) Se le denominaba así a la unidad que la burguesía logró con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR, 1929) y que se consolidara con su transformación en Partido Revolucionario Institucional (PRI); en el 2000 deja el gobierno para dejar 12 años al Partido Acción Nacional y el 1 de diciembre de este año el PRI retorna al gobierno.
[13]) Ver entrevista en: https://nuestraaparenterendicion.com/index.php?option=com_k2&view=item&i... [4]
[14]) “The first great depression of the 21st century”. Colocado en https://homepage.newschool.edu/~AShaikh/ [5]
[15]) La Jornada, 15 de julio de 2012.
[16]) Mientras que la institución oficial (INEGI) calcula que existe un porcentaje del 29.3 % de trabajadores en la informalidad.
[17]) La “Evaluación Universal” es una parte del proyecto “Alianza por la Calidad de la Educación” (ACE). Esta medida no sólo pretende imponer un sistema de evaluación para llevar a los docentes a competir entre sí y restringir las plazas, sino además busca incrementar cargas de trabajo, aplastar los salarios, adecuar las formas para asegurar despidos rápidos con “bajos costos” y afectar las jubilaciones. Para saber más sobre esto, recomendamos ver Revolución Mundial no 126, enero-febrero de 2012 (https://es.internationalism.org/RM126-maestros [6])
Esta es la respuesta de la CCI al artículo “Consejos obreros, Estado proletario, dictadura del proletariado” del grupo Oposição Operária (Opop) ([1]) de Brasil, publicado en el no 148 de esta Revista Internacional [2].
La posición expuesta en el artículo de Opop se reivindica íntegramente de la obra de Lenin El Estado y la revolución, enfoque a partir del cual esta organización rechaza una idea central de la posición de la CCI. Aunque reconociendo la contribución fundamental de esa obra para la comprensión de la cuestión del Estado durante el período de transición, la CCI saca provecho de la experiencia de la Revolución Rusa, de las propias reflexiones de Lenin durante ese período y de los escritos fundamentales de Marx y Engels para extraer lecciones que llevan a poner en entredicho la relación, hasta entonces profesada por las corrientes marxistas, de identidad entre Estado y dictadura del proletariado.
En su artículo, Opop también desarrolla una posición que le es propia en cuanto a lo que ella llama el “pre-Estado”, o sea la organización de los consejos obreros antes de la revolución, llamada a derrocar a la burguesía y su Estado. Volveremos sobre esa cuestión ulteriormente, pues consideramos que es previamente prioritario aclarar nuestras divergencias con Opop en lo que al Estado y el período de transición se refiere.
Para evitarle al lector idas y vueltas incesantes con el artículo de Opop de la Revista Internacional no 148, reproduciremos sus pasajes que consideramos más significativos.
Para Opop, “la separación antinómica entre el sistema de consejos y el Estado posrevolucionario” “se aleja del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y (…) refleja cierta influencia de la ideología anarquista sobre el Estado”, lo cual acaba por “romper la unidad que debe existir y persistir en el ámbito de la dictadura del proletariado”. En efecto, “tal separación pone de un lado al Estado como una estructura administrativa compleja, que debe ser gestionada por un cuerpo de funcionarios –un absurdo en la concepción de Estado simplificado de Marx, Engels y Lenin– y de otro, una estructura política, en el ámbito de los consejos, que debe ejercer presión sobre la primera (el Estado como tal)”.
Según Opop, eso sería un error que se explicaría por estas incomprensiones sobre el Estado-comuna y sus relaciones con el proletariado:
Para terminar, Opop explica las lecciones supuestamente erróneas sacadas por la CCI de la Revolución Rusa sobre el carácter del Estado de transición por otro factor: el no tomar en cuenta las condiciones desfavorables que tuvo que enfrentar el proletariado:
“una incomprensión de las ambigüedades que resultaron de unas circunstancias históricas y sociales específicas que bloquearon no sólo la transición sino también el inicio de la dictadura del proletariado en la URSS. Aquí se deja de comprender que los rumbos tomados por la Revolución Rusa, a menos que optemos por la interpretación fácil pero poco consistente según la cual las desviaciones del proceso revolucionario fueron implantadas por Stalin y su camarilla, no obedecieron a la idea de la revolución, del Estado y del socialismo de Lenin, sino a las restricciones que emanaban del terreno social y político de donde emergió el poder en la URSS; entre ellas, sólo para recordar, la imposibilidad de la revolución en Europa, la guerra civil y la contrarrevolución dentro de la URSS. La dinámica resultante era ajena a la voluntad de Lenin, una dinámica sobre la que reflexionó y plasmó en formulaciones reiteradamente ambiguas presentes en sus escritos posteriores hasta su muerte.”
La diferencia entre marxistas y anarquistas no está en que éstos concebirían el comunismo como una sociedad sin Estado y aquellos con él. Estamos todos totalmente de acuerdo en que el comunismo solo puede ser una sociedad sin Estado. Es entonces más bien en los pseudomarxistas de la socialdemocracia, herederos de Lassalle, en los que se plasmó esa diferencia fundamental, ya que para éstos es el Estado el motor de la transformación socialista de la sociedad. Fue contra ellos contra quienes Engels redactó este pasaje del Anti-Dühring:
“En cuanto deja de haber clase que mantener en opresión, en cuanto desaparecen el dominio de clase y la lucha por la existencia individual, condicionada por la anarquía anterior de la producción, desaparecen también las colisiones y los excesos dimanantes de todo ello, no hay ya nada que reprimir y que haga necesario un poder represivo especial, un Estado. El primer acto en el cual el Estado aparece realmente como representante de la sociedad entera –la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad– es al mismo tiempo su último acto independiente como Estado. La intervención de un poder estatal en relaciones sociales va haciéndose progresivamente superflua en un terreno tras otro, y acaba por inhibirse por sí misma. En lugar del gobierno sobre personas aparece la administración de cosas y la dirección de procesos de producción. El Estado no “se suprime”, sino que se extingue. De acuerdo con ese principio hay que calibrar la fraseología que habla de un “Estado libre popular” ([3]), y tanto desde el punto de vista de su justificación temporal para la agitación cuanto desde el de su definitiva insuficiencia científica, y también con ese criterio puede estimarse la exigencia de los llamados anarquistas, que quieren suprimir el Estado de hoy a mañana” ([4]).
El verdadero debate con los anarquistas versa sobre su desconocimiento total de un período inevitable de transición y sobre su voluntad de dictar a la historia un brinco a pies juntillas inmediato y directo del capitalismo a la sociedad comunista.
Sobre la necesidad del Estado durante el período de transición, estamos totalmente de acuerdo con Opop. Por eso nos sorprende que afirme que la CCI “se aleja del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y (…) refleja cierta influencia de la ideología anarquista sobre el Estado”. Desde un punto de vista marxista, ¿puede estar cerca nuestra posición de la de los anarquistas que piensan que se puede abolir el Estado del día a la mañana?
Si nos referimos a lo escrito por Lenin en El Estado y la revolución sobre la crítica marxista al anarquismo acerca del Estado, se puede ver que no confirma para nada la visión que tiene Opop:
“Marx subraya intencionadamente –para que no se tergiverse el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo– la “forma revolucionaria y transitoria” del Estado que el proletariado necesita. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. Nosotros no discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al problema de la abolición del Estado, como meta final. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de los medios, de los métodos del Poder del Estado contra los explotadores, como para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida” ([5]).
La CCI está totalmente de acuerdo con esa formulación, excepto una palabra: se trata de la calificación de “revolucionaria” a esa forma pasajera del Estado. ¿Puede ser aparentado este matiz con una variante de las concepciones anarquistas, como pretende Opop, o más bien abre un debate mucho más profundo sobre la cuestión del Estado?
Efectivamente, sobre la cuestión del Estado, nuestra posición difiere de la de El Estado y la revolución y de la Crítica del programa de Gotha para el cual, durante el período de transición “no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” ([6]). Ese es el fondo de nuestro debate: ¿por qué no puede haber identidad entre la dictadura del proletariado y el Estado del período de transición que surge tras la revolución? Es ésa una idea que choca a muchos marxistas: ¿de dónde sacará la CCI su posición sobre el Estado del período de transición? Pues no la saca de su imaginación sino de la historia, de las lecciones que sacaron generaciones de revolucionarios, de reflexiones y elaboraciones teóricas del movimiento obrero. Y más precisamente:
Con ese método la Izquierda comunista de Italia realizó un trabajo de balance de la oleada revolucionaria mundial ([7]). Según ella, la toma del poder por el proletariado no impide que sigan existiendo clases sociales, y, por lo tanto, que siga subsistiendo un Estado, que fundamentalmente es un instrumento de conservación de la situación adquirida y nunca un instrumento de transformación de las relaciones de producción hacia el comunismo. En esas condiciones, la organización del proletariado como clase, por medio de los consejos obreros, ha de imponer su hegemonía sobre el Estado pero nunca identificarse con él. Ha de ser capaz, si es necesario, de oponerse al Estado, como ya lo empezó a entender parcialmente Lenin en 1920-21. Y al apagarse la vida en los soviets (lo que era inevitable debido al fracaso de la revolución mundial) el proletariado perdió esa capacidad de actuar e imponerse al Estado, de modo que éste pudo desarrollar las tendencias conservadoras que le son propias hasta ser el sepulturero de la revolución en Rusia, absorbiendo en sus engranajes al propio Partido bolchevique, hasta convertirlo en instrumento de la contrarrevolución.
El Estado y la revolución de Lenin fue en sus tiempos la síntesis más acabada de lo que el movimiento obrero había elaborado sobre el Estado y el ejercicio del poder por parte de la clase obrera ([8]). Esa obra es una ilustración excelente de cómo se ha ido aclarando, gracias a la experiencia histórica, la cuestión del Estado. Basándonos en ella, vamos a recordar ahora las precisiones sucesivas que ha ido haciendo el movimiento obrero sobre la comprensión de esas cuestiones.
La Revolución de 1917 no dejó a Lenin tiempo para escribir en El Estado y la revolución los capítulos dedicados a los aportes de las revoluciones rusas de 1905 y de febrero de 1917. Se conformó con identificar a los soviets como herederos naturales de la Comuna de París. Se puede añadir que aunque ninguna de ambas revoluciones permitió al proletariado tomar el poder político, la de 1917 suministra lecciones suplementarias respecto a la experiencia de la Comuna de París en lo que al poder de la clase obrera se refiere: los soviets de diputados obreros basados en las asambleas en los lugares de trabajo están más adaptados a la expresión de la autonomía de clase que lo estuvieron las unidades territoriales de la Comuna.
El Estado y la revolución no sólo es la síntesis de lo mejor que el movimiento obrero había escrito hasta entonces sobre el tema, sino que además contiene adelantos propios de Lenin. Cuando sacaron las lecciones esenciales de la Comuna de París, Marx y Engels dejaron sin embargo ambigüedades sobre la posibilidad para el proletariado de llegar pacíficamente al poder mediante el proceso electoral en ciertos países, precisamente en aquellos que disponían de instituciones parlamentarias más desarrolladas y del aparato militar menos importante. Lenin no tuvo reparo alguno en corregir a Marx, utilizando para ello el método marxista y situando el problema en el marco histórico idóneo:
“Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta limitación hecha por Marx no tiene razón de ser. (…) Hoy, también en Inglaterra y en Norteamérica es “condición previa de toda revolución verdaderamente popular” el romper, el destruir la “máquina estatal existente” ([14]).
Sólo una visión dogmática podría acomodarse con la idea de que El Estado y la revolución de Lenin sería la última y suprema etapa en la clarificación de la noción de Estado en el movimiento marxista. Si existe una obra que sea la antítesis de tal visión, es precisamente esa: Ni la propia Opop teme apartarse de la letra de Lenin llevando a su extremo la idea de la cita precedente:
“Hoy, la tarea de establecer los consejos como forma de organización estatal se sitúa en la perspectiva, no de un sólo país, sino a escala internacional, siendo ése el reto principal de la clase obrera” ([15]).
Redactado en agosto-septiembre de 1917, El Estado y la revolución sirvió muy rápidamente de arma teórica con el estallido de la Revolución de Octubre, para la acción revolucionaria por el derrocamiento del Estado burgués y la instauración del Estado-Comuna. Las lecciones sacadas de la Comuna de París fueron así sometidas a la prueba de la historia durante unos acontecimientos, los de la Revolución Rusa y de su degeneración, de una magnitud mucho más considerable.
Opop responde por la negativa a esa pregunta en la medida en que, según ella, las condiciones en Rusia eran tan desfavorables que no permitieron la instauración de un Estado obrero tal como lo describe Lenin en El Estado y la revolución. Nos reprocha que identifiquemos “el Estado surgido en la URSS posrevolucionaria –un Estado necesariamente burocrático– con la concepción del Estado-Comuna de Marx, Engels y del propio Lenin”. Y añade:
“Se olvida así que el rumbo tomado por la Revolución Rusa (…) no obedecía a la idea de la revolución, del Estado y del socialismo de Lenin, sino a unos límites que se debían al terreno social y político de donde emergió el poder en la URSS” ([16]).
Estamos de acuerdo con Opop para afirmar que la primera lección que debe extraerse de la degeneración de la Revolución Rusa es que fue producto del aislamiento del bastión proletario debido a la derrota de los demás intentos revolucionarios en Europa, en particular en Alemania. En efecto, no sólo es imposible en un solo país la transformación de las relaciones de producción hacia el socialismo, sino que tampoco es posible que se mantenga en él un poder proletario aislado en un mundo capitalista. Sin embargo, ¿no habrá otras lecciones de gran importancia que sacar de esa experiencia?
¡Claro que sí! Y Opop saca una de ellas, a pesar de que contradiga explícitamente un pasaje de El Estado y la revolución que concierne la primera fase del comunismo: “…ya no será posible la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc.” ([17]). En efecto, lo que demostraron la Revolución Rusa y, sobre todo, la contrarrevolución estalinista es que la simple transformación del aparato productivo en propiedad de Estado no acaba con la explotación del hombre por el hombre.
De hecho, la Revolución Rusa y su degeneración son acontecimientos de tal magnitud que es imposible no sacar lecciones de ellas. Por primera vez en la historia, expresión mas avanzada de una oleada revolucionaria mundial, el proletariado toma el poder político en un país y surge un Estado llamado en aquel entonces Estado proletario. Posteriormente ocurre ese acontecimiento también totalmente inédito en la historia del movimiento obrero, la derrota de una revolución que no ocurre de una forma clara, o sea abiertamente aplastada y salvajemente reprimida por la burguesía como así fue con la Comuna de París, sino como consecuencia de un proceso de degeneración interna que acabó tomando el ignominioso rostro del estalinismo.
Ya en las semanas que siguen la insurrección de Octubre, el Estado-Comuna es otra cosa que “los obreros armados” tal como lo describe El Estado y la revolución ([18]). Por encima de todo, con el aislamiento creciente de la revolución, el nuevo Estado se ve cada día más infectado por la gangrena de la burocracia, alejándose más y más de los órganos elegidos por el proletariado y los campesinos pobres. Muy lejos de empezar a decaer, el nuevo Estado está invadiendo toda la sociedad. Muy lejos de doblegarse ante la voluntad de la clase revolucionaria, se convierte en eje central de una especie de degeneración y de contrarrevolución internas. Mientras tanto los soviets se vacían de su impulso vital, transformándose en apéndices de los sindicatos en la gestión de la producción. Así es como la misma fuerza que hizo la revolución y hubiera debido controlarla fue perdiendo su expresión política autónoma y organizada. El vector de la contrarrevolución fue nada menos que el Estado, y cuantas más dificultades sufría la revolución y más se iba debilitando el poder de la clase obrera, tanto más manifestaba el Estado-Comuna su carácter no proletario, conservador cuando no reaccionario. Vamos a explicarnos sobre esa caracterización.
Sería un error limitarse a la formulación de Marx en la Crítica del programa de Gotha sobre la caracterización del Estado del periodo de transición, identificándolo a la dictadura del proletariado. Existen otras caracterizaciones del Estado hechas por los mismos Marx y Engels, y más tarde por Lenin y por la Izquierda Comunista, que contradicen en el fondo la formula “Estado-Comuna = dictadura del proletariado” para confluir hacia la idea de un Estado naturalmente conservador, incluyendo el Estado-Comuna del periodo de transición.
El Estado de transición es la emanación de la sociedad, no la del proletariado
¿Cómo explicamos el surgimiento del Estado? Engels no deja la menor ambigüedad:
“Así pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; tampoco es “la realidad de la idea moral”, “ni la imagen y la realidad de la razón”, como afirma Hegel ([19]). Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del “orden”. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado” ([20]). Lenin recoge ese pasaje de Engels en El Estado y la revolución. A pesar de todos los acondicionamientos aportados por el proletariado al Estado-Comuna de transición, éste conserva, como todos los Estados de las sociedades de clase del pasado, ese carácter de ser un órgano conservador al servicio del mantenimiento del orden dominante, es decir de las clases económicamente dominantes. Eso tiene implicaciones, a nivel teórico y práctico, que nos llevan a hacernos unas cuantas preguntas: ¿Quién ejerce el poder durante el período de transición: el Estado o el proletariado organizado en consejos obreros? ¿Cuál es la clase económicamente dominante de la sociedad de transición? ¿Cuál es el motor de la transformación social y del decaimiento del Estado?
Por su carácter, el Estado de transición no puede estar
al servicio únicamente de los intereses de clase del proletariado
Allí donde ha sido derrocado el poder político de la burguesía, las relaciones de producción siguen siendo relaciones capitalistas incluso si la burguesía ya no está presente para apropiarse de la plusvalía producida por la clase obrera. El punto de partida de la transformación comunista está condicionado por la derrota militar de la burguesía en una cantidad suficiente de países decisivos, lo que permite darle una ventaja política a la clase obrera a nivel mundial. Es entonces el periodo en el que se van desarrollando lentamente las bases del nuevo modo de producción en detrimento del antiguo, hasta suplantarlo y volverse modo dominante de producción.
Tras la revolución y mientras no esté realizada la comunidad humana mundial, o sea que se integre la inmensa mayoría de la población mundial en el trabajo libre y asociado, el proletariado sigue siendo la clase explotada. Contrariamente a las demás clases revolucionarias del pasado, el proletariado no está destinado a convertirse en clase económicamente dominante. Por eso el Estado que surge durante ese periodo como garante del nuevo orden económico, a pesar de que el orden impuesto por la revolución ya no sea el de la dominación política y económica de la burguesía, no puede intrínsecamente estar al servicio del proletariado. Al contrario, éste ha de forzar al Estado para que actúe en el sentido de sus intereses de clase.
El papel del Estado de transición: integración de la población
no explotadora en la gestión de la sociedad y la lucha contra la burguesía
En El Estado y la revolución, el mismo Lenin dice que el proletariado necesita un Estado no solo para acabar con la resistencia de la burguesía, sino también para orientar al resto de la población no explotadora en la dirección del socialismo:
“El proletariado necesita el Poder del Estado, organización centralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de “poner en marcha” la economía socialista” ([21]).
Apoyamos este punto de vista de Lenin según el cual el proletariado ha de poder arrastrar con él a la inmensa mayoría de la población pobre y oprimida, en la que él puede ser minoritario, para poder derrocar a la burguesía. No existe otra alternativa a esa política. ¿Cómo se concretó en la Rusia revolucionaria? Durante la revolución, surgieron dos tipos de soviets: por un lado los soviets basados esencialmente en los centros de producción y que agrupaban a la clase obrera, también llamados consejos obreros; por otro lado, los soviets basados en unidades territoriales (soviets territoriales) en los que participaban activamente en la gestión local todas las capas no explotadoras de la sociedad. Los consejos obreros organizaban al conjunto de la clase obrera, o sea la clase revolucionaria. Los soviets territoriales ([22]), por su parte, elegían delegados revocables destinados a formar parte del Estado-Comuna ([23]), cuya función es la gestión de la sociedad en su conjunto. En período revolucionario, las capas no explotadoras, aún siendo favorables al derrocamiento de la burguesía y contrarias a que se restaure dominación, no son en principio favorables a la idea de la transformación socialista de la sociedad. Hasta pueden serle hostil. En efecto, la clase obrera es a menudo minoritaria. Eso es lo que explica por qué, durante la Revolución Rusa, se tomaron medidas cuyo sentido era reforzar el peso de la clase obrera en el seno del Estado-Comuna: 1 delegado por 125 000 campesinos, 1 delegado por 25 000 obreros de las ciudades. Eso no quita que la necesidad de movilizar a una población ampliamente campesina en la lucha contra la burguesía y de integrarla en el proceso de gestión de la sociedad originó, en Rusia, un Estado que no estaba compuesto únicamente de los delegados obreros de los consejos, sino también de delegados de soldados y de campesinos pobres.
Las advertencias del marxismo en contra del Estado,
incluso el del periodo de transición
En su “Introducción” de 1891 a La guerra civil en Francia redactado con ocasión del vigésimo aniversario de la Comuna de Paris, Engels no tuvo reparos en insistir en los rasgos comunes a todos los Estados, sean los clásicos Estados burgueses o el Estado-Comuna del periodo de transición:
“En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado” ([24]).
Considerar al Estado como “un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase” es una idea que prolonga perfectamente la demostración de que el Estado es una emanación de la sociedad entera y no del proletariado revolucionario. Esto tiene implicaciones importantísimas en cuanto a las relaciones entre ese Estado y la clase revolucionaria. A pesar de que no pudieron ser clarificadas totalmente antes de la Revolución Rusa, Lenin en El Estado y la revolución sabrá inspirarse de ellas insistiendo tozudamente en que los obreros sometan a los miembros del Estado a una supervisión y un control constantes, en particular esos elementos del Estado que encarnan lo más claramente una continuidad con el antiguo régimen, como lo son los “expertos” técnicos y militares que los soviets tendrán que utilizar.
Lenin también elabora unas bases teóricas sobre la necesidad de una sana desconfianza del proletariado hacia el nuevo Estado. En el capitulo “Las bases económicas de la extinción del Estado”, explica que, al tener el papel de salvaguardar ciertos aspectos del “derecho burgués”, se puede definir al Estado del periodo de transición como “Estado burgués, ¡sin la burguesía!” ([25]). Aunque esa expresión sea más una llamada a reflexionar que una clara definición del carácter del Estado de transición, Lenin entendió lo esencial: en la medida en que el Estado tiene la tarea de salvaguardar un estado de cosas que todavía no es comunista, el Estado-Comuna revela su carácter fundamentalmente conservador y es lo que lo hace particularmente vulnerable a la dinámica de contrarrevolución.
Una intervención de Lenin en 1920-21 que pone en evidencia
la necesidad para los obreros de poder defenderse contra el Estado
Esas perspicacia teórica favoreció cierta lucidez en Lenin sobre lo que estaba ocurriendo en Rusia, especialmente durante el debate de 1920-21 sobre los sindicatos ([26]), debate que lo opuso entre otros a Trotski que era partidario de la militarización del trabajo y para quien el proletariado tenía que identificarse con el “Estado proletario” y hasta subordinarse a él. Aunque el propio Lenin estaba también encerrado en la espiral del proceso degenerativo de la revolución, defiende, sin embargo, que los obreros necesitan poder mantener órganos de defensa de sus propios intereses ([27]), incluso contra el Estado de transición, a la vez que repite sus advertencias sobre el incremento de la burocracia de Estado. Así plantea Lenin el marco del debate sobre la cuestión, en un discurso en una reunión de delegados comunistas a finales de 1920:
“… el camarada Trotski (…) pretende que la defensa de los intereses materiales y espirituales de la clase obrera no es misión de los sindicatos en un Estado obrero. Eso es un error. El camarada Trotski habla de “Estado obrero”. Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: “¿Para qué defender, y frente a quien defender, a la clase obrera si no hay burguesía y el Estado es obrero?” No del todo obrero; ahí está el quid de la cuestión. En esto consiste cabalmente uno de los errores fundamentales del camarada Trotski. (…) El Estado no es, en realidad, obrero, sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas cosas. (Bujarin: “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”) Y aunque el camarada Bujarin grite desde atrás “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”, no le responderé. Quien lo desee, puede recordar el Congreso de los Soviets que acaba de celebrarse y en él encontrará la respuesta.
“Pero hay más. En el programa de nuestro Partido –documento que conoce muy bien el autor de El ABC del comunismo– vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle –¿Como decirlo?– esta lamentable etiqueta, o cosa así. Ahí tenéis la realidad del periodo de transición. Pues bien, dado este género del Estado, que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender?, ¿se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? Esto es falso por completo desde el punto de vista teórico (…) Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan a nuestro Estado” ([28]).
Consideramos que esta reflexión es muy esclarecedora y de la mayor importancia. Arrastrado en la dinámica degenerante de la revolución, Lenin no estuvo desgraciadamente en condiciones para profundizarla (al contrario, volverá luego sobre la caracterización del Estado obrero-campesino). Por otro lado, su intervención tampoco provocó (y eso a causa del propio Lenin) una reflexión ni un trabajo en común con la Oposición Obrera encabezada por Kolontái y Shliápnikov, que en aquél entonces expresaba una reacción proletaria tanto contra las teorías burocráticas de Trotski como contra las verdaderas distorsiones burocráticas que estaban carcomiendo el poder proletario. Sin embargo esa valiosa reflexión no se echó a perder por parte del proletariado. Como ya lo hemos señalado, fue el punto de partida de una reflexión más profunda por parte de la Izquierda Comunista de Italia sobre el carácter del Estado del periodo de transición, transmitida a las nuevas generaciones de revolucionarios.
El proletariado es la fuerza
de transformación revolucionaria de la sociedad, no el Estado
Una de las ideas fundamentales del marxismo es que la lucha de clases es el motor de la historia. No es pues por casualidad si esta idea está expresada ya en la primera frase, justo después de la introducción de El Manifiesto comunista: “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de la lucha de clases” ([29]) no el Estado cuya función histórica es precisamente la de “amortiguar el choque, mantenerlo en los límites del “orden” ([30]). Esa característica del Estado de las sociedades de clase también se aplica a la sociedad de transición, en la que la clase obrera sigue siendo la fuerza revolucionaria. El mismo Marx ya distinguió claramente, hablando de la Comuna de París, la fuerza revolucionaria del proletariado y el Estado-Comuna:
“… la Comuna no es el movimiento social de la clase obrera y, por tanto, de una regeneración general de humanidad, sino los medios organizados de acción.
“La Comuna no suprime las luchas de clases, a través de las cuales las clases obreras se esfuerzan por la abolición de todas las clases y, por consiguiente, de cualquier dominación de clase (…) pero ella ofrece el contexto racional en que esa lucha de clases puede recorrer sus diferentes fases del modo más racional y humano” ([31]).
La característica del proletariado tras la revolución, a la vez clase dominante políticamente y todavía explotada económicamente, induce que sea tanto en el plano económico como en el político en donde Estado-Comuna y dictadura del proletariado sean por esencia antagónicos:
Para poder asumir su misión histórica de transformación de la sociedad y acabar con la dominación económica y política de una clase sobre otra, la clase obrera asume su dominación política sobre el conjunto de la sociedad por medio del poder internacional de los consejos obreros, el monopolio del control de las armas y ser la única clase armada en permanencia. Su dominación política también se ejerce sobre el Estado. Ese poder de la clase obrera es por otro lado inseparable de la participación efectiva e ilimitada de las inmensas masas de la clase, de su actividad y organización y solo se acabará cuando cualquier tipo de poder político se vuelva superfluo, cuando hayan desaparecido las clases.
Esperamos haber contestado de forma suficientemente argumentada a las críticas que nuestra posición sobre el Estado de transición suscitaron en Opop. Somos conscientes de no haber contestado específicamente a varias objeciones concretas y explicitas (por ejemplo, “las tareas organizativas y administrativas que impone la revolución son tareas políticas ineludibles, cuya ejecución debe ser directamente asumida por el proletariado victorioso”). Si no lo hemos hecho en este articulo, es porque nos ha parecido necesario presentar previa y prioritariamente las grandes líneas históricas y teóricas de nuestro marco de análisis pues éstas ya son en parte una respuesta explícita a las objeciones de Opop. Podremos volver a desarrollarlas en otro artículo.
Por fin, consideramos que, aún siendo esencial, esa cuestión del Estado en el periodo de transición no es, sin embargo, la única cuya clarificación teórica y práctica haya avanzado considerablemente tras la experiencia de la Revolución Rusa: lo mismo ocurre sobre el papel y el lugar del partido proletario. ¿Su papel es ejercer el poder? ¿Está su sitio en el Estado en nombre de la clase obrera? ¡No! Según nosotros, ésos son errores que, entre otros, contribuyeron en el proceso de degeneración del Partido Bolchevique. Esperamos poder volver sobre ese tema en un próximo debate con Opop.
Silvio, 9/8/2012
[1]) Opop, Oposição Operária (Oposición obrera), existe en Brasil. Véase su publicación en revistagerminal.com. Hace años que la CCI mantiene con Opop relaciones fraternas y de cooperación que ya sean plasmado en discusiones sistemáticas entre ambas organizaciones, panfletos o declaraciones firmadas en común (“Luchas obreras en Brasil – Represión contra la huelga de trabajadores bancarios en Brasil [12]”, https://es.internationalism.org/taxonomy/term/260 [13]) o intervenciones públicas comunes (“Dos nuevas Reuniones Públicas conjuntas en Brasil –OPOP-CCI–, a propósito de las luchas de las futuras generaciones de proletarios”, https://es.internationalism.org/book/export/html/1042 [14]) y la participación reciproca de delegaciones a los congresos de nuestras organizaciones.
[2]) Revista Internacional no 148, “El Estado en el periodo de transición del capitalismo al comunismo (I)”,
[3]) Nota de Engels presente en la edición francesa (traducida por nosotros): “El Estado popular libre, reivindicación inspirada por Lassalle y adoptada en el Congreso de unificación de Gotha, fue objeto de una crítica fundamental de Marx en Critica del programa de Gotha.”
[4]) Friedrich Engels, La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring (“Anti-Dühring”), Sección tercera: “socialismo”, capítulo II : “Cuestiones teóricas”.
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/ad-seccion3.htm#264 [16]
[5]) Lenin, El Estado y la revolución, Capítulo IV, “Continuación: explicaciones complementarias de Engels”, Apartado 2, “Polémica con los anarquistas”, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja5.htm [17].
[6]) Marx, Critica del programa de Gotha [18].
[7]) Izquierda Comunista Italiana: de la misma manera que el oportunismo en la Segunda Internacional provocó una respuesta proletaria que se plasmó en las de corrientes de izquierda, también hubo corrientes de la izquierda comunista que resistieron a la marea del oportunismo en la Tercera Internacional. La izquierda comunista fue esencialmente una corriente internacional con expresiones en muchos países, desde Bulgaria hasta Gran Bretaña y desde Estados Unidos hasta Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraron precisamente en los países donde la tradición marxista alcanzó su mayor solidez: Alemania, Italia y Rusia.
En Italia, por el otro lado, la Izquierda Comunista –que había ocupado inicialmente una posición mayoritaria dentro del Partido Comunista de Italia- fue particularmente clara sobre la cuestión de la organización y le permitió no sólo entablar una valerosa batalla contra el oportunismo dentro de la Internacional en declive, sino además engendrar una fracción comunista que fuese capaz de sobrevivir al desastre del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la sombría noche de la contrarrevolución. A principios de los años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo contra la participación en parlamentos burgueses, en contra de fusionar la vanguardia comunista con grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia de masas”, en contra de los eslóganes de Frente Unido y “gobierno de los trabajadores”, se basaron también en una profunda comprensión del método marxista. Véase para más detalles “La Izquierda Comunista y la continuidad del marxismo”, /cci/200510/156/la-izquierda-comunista-y-la-continuidad-del-marxismo [19].
[8]) Léase en particular sobre el tema nuestro articulo “II – El Estado y la revolución (Lenin) – Una brillante confirmación del marxismo”, de la serie “El comunismo no es un bello ideal, está a la orden del día de la historia”, Revista internacional no 91, /revista-internacional/199712/1217/ii-el-estado-y-la-revolucion-lenin-una-brillante-confirmacion-del- [20]. Muchos de los temas abordados en nuestra respuesta a Opop están más desarrollados en ese artículo.
[9]) Marx y Engels, El Manifiesto del partido comunista, “Proletarios y comunistas”,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm [21].
[10]) Marx, El Dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Capítulo VII,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum7.htm [22]
[11]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo III, “La experiencia de la Comuna de París – 1. ¿En qué consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?”. En realidad, la expresión aquí utilizada por Lenin es una adaptación de una cita de Marx en una carta a Bracke del 5 de mayo de 1875 sobre el programa de Gotha [23]: “Cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas”.
[12]) Marx y Engels, “Prólogo a la edición alemana de 1872” de El Manifiesto, op.cit.,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm [21]
[13]) Ibídem.
[14]) Lenin, El Estado y la revolución, Capítulo III, op. cit.
[15]) Opop, “El Estado en el período de transición…”, op. cit.
[16]) Ibidem.
[17]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo V, “Las bases económicas de la extinción del Estado – 3. Primera fase de la sociedad comunista”.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja6.htm [24].
[18]) Esa fórmula es extraída de esta cita : “No hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los obreros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la máquina burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre del “parásito” y perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos éstos, como el de todos los funcionarios del “Estado” en general, con el salario de un obrero” (Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Cap. III – 3. La abolición del parlamentarismo).
[19]) Nota presente en el pasaje citado de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado – “Hegel: principios de la filosofía del derecho”.
[20]) Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado – “IX: Barbarie y civilización”,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap9.htm [25]
[21]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo II, “La experiencia de los años 1848-1851 – 1. En vísperas de la revolución”.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja3.htm [26]
[22]) En nuestra serie de cinco artículos de la Revista Internacional “¿Qué son los consejos obreros?”, ponemos en evidencia las diferencias sociológicas y políticas existentes entre consejos obreros y soviets territoriales. Los consejos obreros son los consejos de fábrica. A su lado hay también consejos de barrio, incluyendo éstos a los trabajadores de las pequeñas fábricas y de los comercios, los desempleados, los jóvenes, los jubilados, las familias que forman parte de la clase obrera como un todo. Los consejos de fábrica y de barrios (obreros) desempeñaron un papel decisivo en varios momentos del proceso revolucionario (véase los artículos de la serie publicados en la Revista, nos 141 y 142). No es entonces por casualidad si con el proceso de degeneración de la revolución, los consejos de fábrica desaparecieron a finales de 1918, y los consejos de barrio a finales de 1919. Los sindicatos desempeñaron un papel decisivo en la destrucción de los consejos de fábrica, (véase el artículo de la Revista no 145).
[23]) Participaron también de hecho en ese Estado, y de manera cada vez más importante, los expertos, los dirigentes del Ejército Rojo y de la Checa, etc.
[24]) Engels, “Introducción” de 1891 a La guerra civil en Francia,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/intro.htm [27]
[25]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo V, “Las bases económicas de la extinción del Estado – 4. Fase superior de la sociedad comunista”. Este es el contexto de la cita de Lenin: “En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del “estrecho horizonte del derecho burgués” bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel. “De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!”
[26]) Sobre este tema puede leerse, entre otras cosas, nuestro articulo “Comprender la derrota de la Revolución Rusa”, de la serie “El comunismo no es un bello ideal, está a la orden del día de la historia”, Revista Internacional no 100.
[27]) Se trata en aquel entonces de unos sindicatos que considerados todavía por todos como auténticos defensores de los intereses del proletariado. Esto se explica por el atraso de Rusia, al no haber desarrollado la burguesía un aparato estatal sofisticado capaz de reconocer la utilidad de los sindicatos como instrumentos de la paz social. Por ello, todos los sindicatos que se formaron antes e incluso durante la Revolución de 1917, no eran obligatoriamente enemigos de clase. Hubo en particular una fuerte tendencia a la creación de sindicatos industriales que seguían expresando cierto contenido proletario.
[28]) Lenin, “Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotski”, 30 de diciembre de 1920.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas11-12.pdf [29]
[29]) Manifiesto comunista, “I. Burgueses y proletarios”, Ed. Critica (bilingüe)
[30]) Engels, El origen de la familia… – “IX”, op. cit.
[31]) Marx, La Comuna de París y la supresión del Estado (extractos de los borradores de La Guerra Civil en Francia).
[32]) Engels, El origen de la familia…, op. cit.
¿Por qué escribir hoy sobre el comunismo primitivo? Ahora que la caída abrupta en una crisis económica catastrófica y que las luchas se despliegan por el mundo entero planteando nuevos problemas a los trabajadores del planeta, ahora que el futuro del capitalismo se ensombrece y que con tantas dificultades aparece la perspectiva de un mundo nuevo, puede uno preguntarse qué interés podrá tener el estudio de la sociedad de nuestra especie desde su aparición, hace unos 200 000 años, hasta el período neolítico (hace más de 10 000), sociedad en la que todavía viven hoy algunas poblaciones humanas. Seguimos convencidos, no obstante, de que esa cuestión es tan importante para los comunistas de hoy como lo fue para Marx y Engels en el siglo XIX, a la vez por sus interés científico general, en tanto que elemento de estudio de la humanidad y su historia, como para comprender la perspectiva y la posibilidad de una sociedad comunista futura que podría sustituir a la sociedad capitalista moribunda.
Por eso podemos celebrar la publicación en 2009 de un libro titulado le Communisme primitif n’est plus ce qu’il était (el comunismo primitivo ya no es lo que era) de Christophe Darmangeat; también es reconfortante que el libro esté ya en su segunda edición, lo cual da una idea del interés por tal tema en el público ([1]). A través de la lectura crítica del libro, procuraremos en este artículo tratar sobre los problemas planteados por todo lo referente a las primeras sociedades humanas; aprovecharemos la ocasión para explorar las tesis expuestas hace ahora 20 años por Chris Knight ([2]) en su libro Blood Relations ([3]), libro, que sepamos, no está traducido al castellano.
Antes de entrar en el tema, precisemos primero que la cuestión de la naturaleza del comunismo primitivo, y de la humanidad como especie, no son cuestiones políticas sino científicas. Por eso no puede haber una “posición” de una organización política sobre, por ejemplo, la naturaleza humana. Estamos convencidos de que la organización comunista debe estimular los debates y la pasión por las cuestiones científicas entre sus militantes y, más en general, en el seno del proletariado, aunque nuestro modesto objetivo es alentar el desarrollo de una visión materialista y científica del mundo basada en la medida de lo posible, para la mayoría de nosotros que no somos científicos, en el conocimiento de las teorías científicas modernas. Las ideas presentadas en este artículo no son pues “posiciones” de la CCI y sólo implican a su autor ([4]).
¿Por qué es importante para los comunistas la cuestión de los orígenes de la especie y de las primeras sociedades humanas? Los factores del problema han cambiado sensiblemente desde el siglo xix cuando Marx y Engels se entusiasmaron por la obra del antropólogo norteamericano Lewis Morgan. En 1884, cuando Engels publica El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, apenas si se había salido de una época en la que se estimaba la edad de la Tierra y de la sociedad humana basándose en los cálculos bíblicos del obispo Ussher, para quien la creación ocurrió en 4004 antes de Cristo. Engels escribió en su prefacio de 1891: “Hasta 1860 ni siquiera se podía pensar en una historia de la familia. Las ciencias históricas hallábanse aún, en este dominio, bajo la influencia de los cinco libros de Moisés. La forma patriarcal de la familia, pintada en esos cinco libros con mayor detalle que en ninguna otra parte, no sólo era admitida sin reservas como la más antigua, sino que se la identificaba –descontando la poligamia- con la familia burguesa de nuestros días, de modo que parecía como si la familia no hubiera tenido ningún desarrollo histórico” ([5]). Y lo mismo era para las nociones de propiedad, de modo que la burguesía podía oponer al programa comunista de la clase obrera la objeción de que la “propiedad privada” estaba inscrita en la naturaleza misma de la sociedad humana. La idea de que existió un estadio de comunismo primitivo de la sociedad era algo tan desconocido en 1847 que El manifiesto del partido comunista empieza su primer capítulo con la frase “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de lucha de clases” (afirmación que Engels creyó necesario rectificar mediante una nota en 1884).
El libro de Morgan, Ancient Society, fue una gran contribución en el desmantelamiento de la visión a-histórica de la sociedad humana basada para toda la eternidad en la propiedad privada, por mucho que lo que Morgan aportó haya sido a menudo ocultado por la antropología oficial, la inglesa en especial. Como lo dice Engels, en ese mismo “Prefacio”, “Y como si tantos crímenes no fuesen aún suficientes para que la escuela oficial diese fríamente la espalda a Morgan, éste hizo desbordarse la copa, no sólo criticando, de un modo que recuerda a Fourier, la civilización y la sociedad de la producción mercantil, forma fundamental de nuestra sociedad presente, sino hablando además de una transformación de esta sociedad en términos que hubieran podido salir de la boca de Marx”.
Mucho ha cambiado la situación hoy, en 2012. Los descubrimientos sucesivos han ido remontando sin pausa cada día más lejos los orígenes del Hombre, hasta el punto de que hoy sabemos que la propiedad privada no sólo no es un fundamento eterno de la sociedad, sino que es, al contrario, un invento relativamente reciente puesto que la agricultura y por lo tanto la propiedad privada y la división de la sociedad en clases sólo existe desde hace unos 10 000 años. Cierto es que, como Alain Testart lo ha demostrado en su libro les Chasseurs-cueilleurs ou l’Origine des inégalités (los cazadores-recolectores o el origen de las desigualdades), la formación de las clases y de las riquezas no se realizó del día a la mañana. Tuvo que pasar un largo período antes de que surgiera la agricultura propiamente dicha en la que el desarrollo del almacenamiento favoreció que apareciera el reparto desigual de las riquezas acopiadas. Queda pues claro hoy que la parte más larga, y con mucho, de la historia humana no es la de la lucha de clases, sino la de una sociedad sin clases, comunista: es lo que se llama comunismo primitivo.
La objeción que hoy se oye contra la idea de una sociedad comunista ya no es pues que violaría los principios eternos de propiedad privada sino, más bien, que sería contraria a la “la naturaleza humana”. “No se puede cambiar la naturaleza humana” suele decirse y con ello se quiere decir naturaleza pretendidamente violenta, competitiva y egocéntrica del hombre. No se trata de afirmar que el orden capitalista sería eterno, sino que sería sencillamente el resultado lógico e inevitable de una naturaleza inmutable. Esta argumentación no es sólo propia de los ideólogos de derechas. Hay científicos humanistas que llegan a conclusiones parecidas, creyendo, con la misma lógica en fin de cuentas, que la naturaleza humana está determinada por la genética. La New York Review of Books (revista intelectual más bien orientada a la izquierda) nos da un ejemplo de ello en un número de octubre de 2011: “Los seres humanos compiten por los recursos, el espacio vital, su pareja y casi todo lo demás. Cada ser humano se encuentra en la cumbre de un linaje de competidores triunfantes que remonta hasta los orígenes de la vida. La pulsión competitiva está prácticamente en todo lo que hacemos, se reconozca o no. Y es a los mejores competidores a los que mayor gratitud se muestra. Basta con mirar lo que ocurre en Wall Street para encontrar un ejemplo patente (...) El dilema humano de superpoblación y sobreexplotación de los recursos está determinado sobre todo por los impulsos primordiales que permitieron a nuestros antepasados lograr un éxito reproductivo por encima de la media” ([6]).
Semejante argumento podría parecer hoy a priori inatacable: no hace falta ir muy lejos para encontrar ejemplos a montones de codicia, de violencia, de crueldad y de egoísmo en la sociedad humana de hoy o en su historia. Pero, ¿es eso la prueba de que esas taras serían el resultado de una naturaleza humana determinada –diríamos hoy- genéticamente? Ni mucho menos. Valga el símil: un árbol que crece en un acantilado barrido por los vientos marinos crecerá sin duda enclenque y retorcido, pero no por ello lo que aparece de su estructura está íntegramente inscrito en sus genes, pues en condiciones más favorables el árbol crecería fuerte y recto.
¿Puede decirse lo mismo para los seres humanos?
Es una evidencia, que hemos mencionado a menudo en nuestros artículos, decir que la resistencia del proletariado mundial está muy por debajo del nivel de los ataques que está soportando por parte de un capitalismo en crisis. La revolución comunista nunca ha podido parecer más necesaria y, al mismo tiempo, tan difícil. Y una de las razones es sin duda, a nuestro parecer, que a los proletarios les falta confianza no sólo en sus propias fuerzas, sino en la posibilidad misma del comunismo. “Hermosa idea”, se nos dice, “pero, ya sabéis, la naturaleza humana”...
Para recobrar la confianza en sí, el proletariado debe encarar no sólo los problemas inmediatos de la lucha; también debe encarar problemas más amplios, históricos, problemas que plantea el enfrentamiento revolucionario potencial con la clase dominante. Uno de esos problemas es precisamente el de la naturaleza humana; y debemos tratarlo con mentalidad científica. No se trata de probar que el hombre es “bueno”, sino de alcanzar una comprensión mejor de cuál es precisamente su naturaleza, para así poder integrar esos conocimientos en el proyecto político del comunismo. No hacemos depender el proyecto comunista de la “bondad natural” del Hombre: la necesidad del comunismo está hoy inscrita en las propias circunstancias de la sociedad capitalista, como única solución a la parálisis de una sociedad que acabará llevando a la humanidad sin lugar a dudas a la catástrofe si la revolución comunista no destruye el capitalismo.
Lo precedente nos lleva, antes de entrar de lleno en el tema, a unas consideraciones sobre el método científico aplicado al estudio de la historia y del comportamiento humano. Un pasaje del principio del libro de Knight, relativo al lugar de la antropología en las ciencias, nos parece que plantea el problema muy justamente: “Más que cualquier otro ámbito del saber, la antropología tomada en su conjunto tiene un pie de cada lado del abismo que ha separado tradicionalmente las ciencias naturales de las humanas. En potencia, si no es siempre en la práctica, ocupa pues un lugar central entre las ciencias en su conjunto. Los elementos decisivos que, si pudieran solamente reunirse, podrían unir las ciencias naturales a las humanas atraviesan la antropología más que cualquier otro ámbito. Es aquí donde los dos cabos se unen; es aquí donde el estudio de la naturaleza se termina y empieza el de la cultura. ¿En qué momento de la evolución los principios biológicos dejaron el sitio a nuevos principios dominantes, más complejos? ¿Dónde está precisamente la línea de separación entre la vida animal y la vida social?, ¿es una diferencia de naturaleza, o, sencillamente, de grado? Y, a la luz de esa pregunta, ¿es realmente posible estudiar los fenómenos humanos con la misma objetividad desinteresada con la que un astrónomo puede trabajar sobre galaxias, o un físico sobre partículas subatómicas?
“Si ese dominio de las relaciones entre las ciencias parece confuso para muchos, es sobre todo debido a las dificultades reales que implica. En un cabo la ciencia se arraiga en la realidad objetiva, pero, en el otro, se arraiga en la sociedad y en nosotros mismos. En fin de cuentas, es por razones sociales e ideológicas por lo que la ciencia moderna, fragmentada y distorsionada por presiones políticas fortísimas y sin embargo ampliamente no reconocidas, se ha topado con su mayor problema y su mayor reto teórico: reunir las ciencias humanas y las ciencias naturales en una sola ciencia unificada sobre la base de una comprensión de la evolución de la humanidad, y el lugar de ésta en el universo” (pp. 56-57).
El problema de la “línea divisoria” entre el mundo animal no humano, cuyo comportamiento está determinado sobre todo por el patrimonio genético, y el mundo humano cuyo comportamiento depende mucho más del entorno, especialmente social y cultural, nos parece en efecto ser el problema crucial para comprender la “naturaleza humana”. Los primates son capaces de aprender, inventar y transmitir, hasta cierto punto, comportamientos nuevos, pero eso no quiere decir que posean una “cultura” en el sentido humano de la palabra. Esos comportamientos aprendidos son “periféricos respecto a la continuidad social y estructural del grupo” ([7]). Lo que permitió que la cultura se impusiera, en una “explosión creativa” ([8]), fue el desarrollo de la comunicación entre grupos humanos, el desarrollo de una cultura simbólica basada en el lenguaje y el rito. Knight compara la cultura simbólica y el lenguaje, que permitieron comunicar y transmitir ideas y por lo tanto la cultura universal, y la ciencia, basada también en un simbolismo basado en un acuerdo universal a nivel del planeta entre científicos y, potencialmente al menos, entre todos los seres humanos. La práctica de la ciencia es inseparable del debate y de la capacidad de cada cual para verificar las conclusiones a las que llega la ciencia; por eso es la enemiga de toda forma de esoterismo que sólo vive gracias al conocimiento secreto, cerrado a los no iniciados.
Al ser una forma de conocimiento universal, la ciencia, que desde la Revolución industrial es también plenamente una fuerza productiva que requiere el trabajo asociado de científicos en el tiempo y el espacio, supera el marco nacional por naturaleza. Por eso, el proletariado y la ciencia son aliados naturales ([9]). Esto no quiere decir, ni mucho menos, que pueda existir una “ciencia proletaria”. En su artículo “Marxismo y ciencia”, C. Knight cita estas palabras de Engels: “cuanto más avanza la ciencia de manera implacable y desinteresada, con tanta mayor armonía se encuentra con los intereses de los obreros”. Y así prosigue Knight: “La ciencia, por ser la única forma de conocimiento universal, internacional, unificador de la especie que posee la humanidad, debe estar en primer lugar. La ciencia debe arraigarse en los intereses de la clase obrera, pero es así porque debe arraigarse en los intereses de la humanidad entera, y en la medida en que la clase obrera encarna esos intereses en nuestra época”.
Hay otros dos aspectos del pensamiento científico, que Carlo Rovelli pone de relieve en su libro sobre el filósofo griego Anaximandro de Mileto ([10]), y que recogemos nosotros aquí pues nos parecen fundamentales: el respeto por sus predecesores y la duda.
Rovelli muestra que la actitud de Anaximandro hacia su maestro Tales rompió con las actitudes características de su época, ya fuera el rechazo total para establecerse como nuevo “maestro” en el lugar del antiguo, ya fuera tomar devotamente al pie de la letra las palabras del “maestro” momificándolo. La actitud científica, al contrario, es basarse en la obra de los “maestros” qui nos han precedido a la vez que se critican sus errores, procurando ir más lejos en el conocimiento. Esa es la actitud que hay que elogiar en Knight respecto a Lévi-Strauss, y en Darmangeat respecto a Morgan.
La duda –lo contrario del pensamiento religioso que busca siempre la certidumbre y el consuelo en la verdad invariable y establecida para siempre– es fundamental para la ciencia. Como dice Rovelli ([11]), “La ciencia ofrece las mejores respuestas precisamente porque no considera sus respuestas como verdaderas con seguridad; por eso es por lo que siempre es capaz de aprender, de recibir nuevas ideas”. Eso lo es más todavía para la antropología y la paleoantropología, con sus datos dispersos y a menudo inciertos, y cuyas teorías más actuales pueden verse puestas en entredicho y hasta negadas del día a la mañana por nuevos descubrimientos.
¿Pero se puede tener una visión científica de la historia? Karl Popper ([12]), una referencia entre la mayoría de los científicos, decía que no, pues consideraba la historia como un “acontecimiento” único, no reproducible, y la verificación de una hipótesis científica depende de la reproducibilidad de las experiencias o de las observaciones. Popper, por las mismas razones, había considerado, al principio, que la teoría de la evolución no es científica y, sin embargo, hoy aparece evidente que el método científico ha logrado poner en evidencia los mecanismos fundamentales de la evolución de las especies hasta el punto de permitir a la humanidad manipular el proceso de la evolución gracias a la ingeniería genética. Sin seguirle los pasos a Popper, es evidente que usar el método científico para hacer previsiones basándose en el estudio de la historia es un ejercicio de lo más azaroso: primero porque la historia humana (al igual que la meteorología por ejemplo) incorpora una cantidad incalculable de variables, y además y sobre todo, porque –como decía Marx– “los hombres hacen su propia historia”; la historia está pues determinada no sólo por leyes sino también por la capacidad o no de los seres humanos para basar sus acciones en el pensamiento consciente y en el conocimiento de esas leyes. La evolución de la historia está siempre sometida a unos límites: en un momento dado, ciertas evoluciones son posibles, y otras no. Pero la manera en que evolucionará una situación dada está también determinada por la capacidad de los hombres para hacerse conscientes de esos límites y actuar en consecuencia.
Resulta entonces muy audaz por parte de Knight aceptar el máximo rigor exigido por el método científico, y someter su teoría a la prueba de la experiencia. No es posible evidentemente, “reproducir” la historia experimentalmente. A partir de sus hipótesis sobre los inicios de la cultura humana, Knight hace previsiones (en 1991, fecha de la publicación de Blood Relations) sobre los descubrimientos paleontológicos venideros, especialmente que las huellas más antiguas de la cultura simbólica en el Hombre incluirían el uso importante del ocre rojo. En 2006, 15 años más tarde, pareció que esas previsiones se confirmaban gracias a los descubrimientos en los cuevas de Blombos (Sudáfrica) de los primeros vestigios conocidos de la cultura humana (véanse los trabajos de la Conferencia de Stellenbosch reunidos en The cradle of language, OUP, 2009, o el artículo publicado en la página Web de la revista la Recherche en noviembre de 2011) ([13]); allí se ha encontrado ocre rojo y colecciones de conchas aparentemente usadas de decoración corporal, lo cual se integra en el modelo evolutivo propuesto por Knight (volveremos más lejos). Evidentemente, eso no es en sí una “prueba” de su teoría, pero nos parece innegable que sí le da mayor consistencia.
Esa metodología científica es muy diferente de la seguida por Darmangeat. Éste, a nuestro parecer, se queda limitado a una lógica inductiva que parte de una reunión de hechos observados para extraer de ellos sus rasgos comunes. El método no deja de ser válido para el estudio histórico y científico: al fin y al cabo, toda teoría debe atenerse a los hechos observados. Darmangeat parece además muy reticente hacia toda teoría que pretenda ir más allá. Esto nos parece un modo de hacer empírico más que científico: la ciencia no avanza por inducción a partir de los hechos observados, sino por hipótesis que deben sin duda estar en conformidad con lo observado, pero que también deben proponer un método (experimental si es posible) a seguir para avanzar hacia nuevos descubrimientos, por lo tanto hacia nuevas observaciones. En física, la teoría de cuerdas es un ejemplo patente: aún correspondiendo, en la medida de lo posible, a hechos observados, no puede verificarse de manera experimental, puesto que los elementos cuya existencia plantea son inaccesibles, a causa de su ínfimo tamaño, a los aparatos de medidas de los que por ahora disponemos. La teoría de cuerdas es pues una hipótesis especulativa, pero sin ese tipo de especulación audaz, tampoco habría avances científicos.
Otro inconveniente del método inductivo es que, a la fuerza, tiene que hacer una selección previa en la inmensidad de la realidad observada. Es lo que hace Darmangeat cuando se basa únicamente en observaciones etnográficas, dejando de lado toda consideración evolucionista o genética, lo cual nos parece poco pertinente en una obra que intenta dejar claro “el origen de la opresión de las mujeres” (subtítulo de libro de que se trata).
Tras esas consideraciones, muy limitadas en realidad, sobre la metodología, volvamos ahora al libro de Darmangeat que ha motivado este artículo.
La obra está dividida en dos partes: la primera, examina la obra del antropólogo Lewis Morgan en la que basó Engels su Origen de la familia, de la propiedad privada, y del Estado; la segunda parte retoma el problema planteado por Engels sobre el origen de la opresión de las mujeres. En esta parte, Darmangeat pone en entredicho la idea de que hubiera existido un comunismo primitivo, hoy desaparecido, que se habría basado en el matriarcado.
La primera parte del libro nos parece especialmente interesante ([14]) y por nuestra parte compartimos plenamente cuando el autor se alza contra la idea, pretendidamente “marxista” que otorga a la obra de Morgan (y de Engels) el estatuto de textos religiosos intocables. Nada más ajeno al espíritu científico del marxismo. Les marxistas deben tener una visión histórica de cómo ha surgido y se ha desarrollado la teoría social materialista y, por lo tanto, tener en cuenta teorías anteriores, por eso es de lo más evidente que no podemos tomar los textos del siglo xix como el no va más de la historia ignorando el impresionante acopio de conocimientos etnográficos realizado desde entonces. Conviene, eso sí, mantener un espíritu crítico sobre el uso de tales conocimientos: Darmangeat, al igual que Knight por otra parte, tiene perfecta razón en insistir en que la lucha contra las teorías de Morgan dista mucho de la ciencia “pura” y “desinteresada”. Cuando los adversarios coetáneos y posteriores a Morgan señalaban sus errores o exponían descubrimientos que no cuadraban con su teoría, el objetivo de aquéllos no era, en general, neutral. Atacar a Morgan, era atacar la visión evolucionista de la sociedad humana intentando restablecer esas categorías “eternas” de la sociedad burguesa que son la familia patriarcal y la propiedad privada como las bases de toda sociedad humana pasada, presente y futura. Esto es totalmente explícito en Malinowski, uno de los más grandes etnógrafos de la primera mitad del siglo xx, de quien Knight ([15]) cita lo que dijo en una emisión de radio: “Creo que lo más perturbador de las tendencias revolucionarias modernas es la idea de que la parentalidad ([16]) pueda llegar a ser colectiva. Si algún día nos deshiciéramos de la familia individual como elemento esencial de nuestra sociedad, nos veríamos enfrentados a una catástrofe social que comparada con ella, los trastornos políticos de la revolución francesa y los cambios económicos del bolchevismo serían insignificantes. Saber si la maternidad de grupo existió alguna vez como institución, saber si fue una relación compatible con la naturaleza humana y el orden social tiene, por lo tanto, un interés práctico considerable”. Cuando se hacen depender sus conclusiones científicas de un prejuicio político, se está lejos de la objetividad científica...
Pasemos pues a la crítica que de Morgan hace Darmangeat. Es, a nuestro parecer de gran interés, aunque solo sea porque comienza por un resumen bastante detallado de su teoría, haciéndola así accesible a un lector poco versado en estos temas. Se aprecia especialmente el cuadro que establece un paralelo entre las definiciones de la antropología de Morgan (las fases de la evolución social: “salvajismo”, “barbarie”, etc.) y las usadas hoy (paleolítico, neolítico, etc.), lo que permite situarse mejor en el tiempo, y los diagramas explicativos de los diferentes sistemas de parentesco. Todo ello acompañado de explicaciones claras y didácticas.
El fondo de la teoría de Morgan es relacionar el tipo de familia, sistema de parentesco y desarrollo técnico, en una evolución progresiva que va del “estado salvaje” (primera etapa de la evolución social humana, que correspondería al paleolítico), a la “barbarie” (el neolítico y la edad de los metales) y, en fin, a la civilización. Esta evolución estaría determinada por la evolución de la técnica, y las contradicciones aparentes que Morgan observaba en numerosos pueblos (sobre todo en los iroqueses) entre el sistema de parentesco y el sistema familiar, representarían precisamente etapas intermedias entre, por un lado, una economía y una técnica más primitivas y, por otro, una técnica más evolucionada. Sin embargo, desafortunadamente para la teoría, cuando se miran de cerca las cosas no son así. Baste un ejemplo entre los múltiples que propone Darmangeat, el del sistema “punaluano” (Hawai) de parentesco, el cual, según Morgan, representa una de las etapas sociales y técnicas más primitivas, una sociedad que conoce riquezas, desigualdades sociales, una capa social aristocrática, y que estaría a punto de atravesar los límites hacia una sociedad estatal. La familia, los sistemas de parentesco estarían en esa sociedad determinados por necesidades sociales, pero no en línea recta desde los más primitivos a los más modernos.
¿Quiere eso decir que habría que tirar a la basura el evolucionismo social marxista? Ni mucho menos, dice el autor. Lo que sí hay que hacer, en cambio, es disociar lo que Morgan, y Marx y Engels tras él, intentaron asociar: la evolución de la técnica (y por lo tanto de la productividad) y los sistemas de familia. “... Les modos de producción, aunque diferentes desde un enfoque cualitativo, poseen todos una cantidad común, la productividad, que permite ordenarlos en un serie creciente, que además corresponde globalmente a la cronología (...) [Para la familia] no existe ninguna cantidad con la que pudieran cotejarse las diferentes formas y a partir de la cual podría constituirse une serie creciente” ([17]). Es evidente que la economía es determinante “en última instancia”, retomando las palabras de Engels: si no hubiera economía (o sea, la reproducción de todo lo necesario para la vida humana), tampoco habría entonces vida social. Esa “última instancia”, sin embargo, deja mucho sitio a las demás influencias, geográficas, históricas, culturales, etc. Las ideas, la cultura –en su sentido más amplio– también determinan la evolución de la sociedad. El propio Engels lamentó, hacia el final de su vida, que la necesidad para él y Marx de establecer el materialismo histórico en sólidas bases, y luchar por defenderlo, los llevara a veces a dejar poco sitio en sus análisis para otros factores históricos determinantes ([18]).
En la segunda parte de su libro, Darmangeat expone sus propias reflexiones. Hay, por decirlo así, dos tramas en su exposición: por un lado, una crítica histórica de las teorías antropológicas sobre el lugar de la mujer en las sociedades primitivas; por otro, la exposición de sus propias conclusiones al respecto. Esa crítica histórica se centra en la evolución de lo que Darmangeat considera la visión marxista, o sus avatares, del comunismo primitivo, desde el punto de vista del lugar de la mujer en la sociedad primitiva, y es una denuncia en regla de los intentos de proponer una visión “feminista” que defiende la idea de un matriarcado original en las primeras sociedades humanas.
Esa opción es de recibo, pero, a nuestro parecer, no siempre es acertada, llevando al autor a ignorar a algunos teóricos del marxismo que deberían haberse incluido e incluir a otros que no tienen por qué estarlo. Tomando solo unos ejemplos, Darmangeat dedica varias páginas a criticar las ideas de Alexandra Kollontái ([19]), mientras que casi ni habla de Rosa Luxemburg. Cualquiera que haya sido el papel de Kollontái en la revolución rusa y en la resistencia contra su degeneración (fue una figura importante de la Oposición obrera tras la revolución), nunca desempeñó un papel importante en el desarrollo de la teoría marxista, y menos todavía en antropología. Luxemburg, en cambio, no sólo fue una teórica de primer plano, también fue la autora de la Introducción a la economía política que otorga un lugar importante a la cuestión del comunismo primitivo, basándose en lo mejor de los conocimientos de entonces. El único motivo que justifica ese desequilibrio es que Kollontái estuvo muy implicada en el movimiento socialista en la Rusia soviética después, en la lucha por el derecho de las mujeres, mientras que Luxemburg no se interesó mucho por el feminismo. Otros dos autores marxistas que escribieron sobre sociedades primitivas ni siquiera son mencionados: Karl Kautsky (La ética y la concepción materialista de la historia), y Anton Pannekoek (Antropogénesis).
En la lista de las “inclusiones” desacertadas, tomemos el ejemplo de la de Evelyn Reed: militante del Socialist Workers’ Party norteamericano (organización trotskista que apoyó de manera “crítica” la participación en la Segunda Guerra mundial) encuentra su sitio en la obra por haber escrito en 1975 un exitoso libro en ámbitos de izquierda, Feminismo y antropología. Pero como dice Darmangeat, fue prácticamente ignorado por los antropólogos, en gran parte a causa de la debilidad de su argumentación, señalada incluso por algunas críticas benevolentes.
Y las mismas ausencias de antropólogos: a Claude Lévi-Strauss, una de las figuras más importantes del siglo xx en ese ámbito, que basó su teoría sobre el paso de la naturaleza a la cultura en la noción del intercambio de mujeres entre los hombres, sólo se le menciona de paso, y a Bronislaw Malinowski ni siquiera se le menciona.
La ausencia más sorprendente es, quizás, la de Knight. El libro de Darmangeat está especialmente centrado en la situación de las mujeres en las sociedades comunistas primitivas y en la crítica de las teorías que se sitúan en cierta tradición marxista, o al menos “marxistizante”, sobre este tema. Ahora bien, en 1991 Blood Relations de Chris Knight, que reivindica explícitamente la tradición marxista, trata precisamente del problema que preocupa a Darmangeat. Cabría imaginarse que éste le prestara mayor atención, tanto más porque él mismo reconoce la “gran erudición” de Knight. Pero nada de nada, muy al contrario: Darmangeat no le dedica sino una página ([20]), en la que nos dice, entre otras cosas, que la tesis de Knight “reitera los mayores errores de método presentes en [Evelyn] Reed y Briffault (Knight no dice nada sobre aquélla, pero cita abundantemente a éste)”, lo cual parece hacer creer al lector que no haya podido leer el libro Blood Relations sólo disponible en inglés, que su autor no hace sino seguirle los pasos a gente cuya falta de seriedad ya habría demostrado Darmangeat ([21]). Basta, sin embargo, con echar una ojeada a la bibliografía del libro de Knight para demostrar que éste cita, sí, a Briffault, pero menciona mucho más a Marx, Engels, Lévi-Strauss, Marshall Sahlins..., por sólo citar a éstos. Y si ya uno se fija en las referencias a Briffault, se da cuenta en seguida de que para Knight el libro de aquél ([22]) “ha quedado anticuado en sus fuentes y su metodología” ([23]).
En resumen, nuestro sentimiento es que la manera de hacer de Darmangeat nos deja un poco entre dos aguas: todo termina con una narración crítica que no es ni una verdadera crítica de las posiciones defendidas por los marxistas, ni una verdadera crítica de las teorías antropológicas, y eso nos produce a veces la impresión de ser testigos de un torneo contra molinos de viento. Nuestra impresión es que ese punto de partida tiende a oscurecer una argumentación, por otra parte muy interesante.
Continuará
Jens, agosto 2012
[1]) Ediciones Smolny, Toulouse 2009. Cuando estábamos terminando este artículo, nos hemos enterado de que ha salido la 2ª edición de este libro (Smolny, Toulouse 2012). Nos planteamos, claro está, si no deberíamos revisar por completo nuestra crítica. Cuando consultamos esta nueva edición, nos pareció que podíamos dejar lo esencial del artículo tal como está. El propio autor dice en su prefacio que no ha “modificado las tesis esenciales del texto y los argumentos que las sostienen”. Nos hemos limitado pues a elaborar algunos argumentos basándonos en esa segunda edición. Si no se indica lo contrario, las citas y referencias a tal o cual página se refieren a la primera edición.
[2]) Chris Knight es un antropólogo inglés, miembro del “Radical Anthropology Group”. Participó en los debates sobre ciencia en el XIX Congreso de la CCI, y hemos publicado una traducción de su artículo “Marxismo y ciencia” en nuestra página web: /cci-online/201112/3287/chris-knight-marxismo-y-ciencia-1-parte [34]
y también “La solidaridad humana y el gen egoísta” en https://es.internationalism.org/node/3454 [35]. .
[3]) Yale University Press, New Haven and London, 1991.
[4]) Dicho lo cual, habría sido imposible desarrollar estas ideas sin que previamente se hubieran estimulado las discusiones sobre estos temas con los compañeros en el seno de la organización.
[6]) https://www.nybooks.com/articles/archives/2011/oct/13/can-our-species-escape-destruction/?page=2 [37]
[7]) Ídem, p. 11. Puede hacerse aquí una analogía con la producción mercantil y la sociedad capitalista. Aunque la producción mercantil y el comercio existen desde el principio de la civilización e incluso desde antes, sólo bajo el capitalismo se vuelven determinantes.
[8]) Ídem, p. 12.
[9]) Lo mismo es para la ciencia como para las demás fuerzas productivas bajo el capitalismo: “En su dominación de clase apenas secular, la burguesía ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones pasadas juntas. El sojuzgamiento de las fuerzas de la naturaleza, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, los ferrocarriles, los telégrafos eléctricos, la urbanización de continentes enteros, la navegabilización de los ríos, poblaciones íntegras como surgidas de la tierra, ¿qué siglo anterior sospechaba que dormitasen semejantes fuerzas productivas en el seno del trabajo social? […] Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han tornado demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben; y en cuanto superan esta inhibición, ponen en desorden toda la sociedad burguesa, ponen en peligro la existencia de la propiedad burguesa”, Marx y Engels, Manifiesto comunista, (ed. bilingüe) I. Burgueses y proletarios. Ed. Crítica, Grijalbo.
[10]) Anaximandre de Milet, ou la naissance de la pensée scientifique, ediciones Dunod, junio de 2009.
[11]) Citado en nuestro artículo en francés: “La place de la science dans l’histoire humaine”, Revolution internationale no 422,
https://fr.internationalism.org/ri422/la_pensee_scientifique_dans_l_hsto... [38]
[12]) Karl Popper (1902-1994) fue uno de los filósofos de las ciencias más influyentes en el siglo xx y una referencia ineludible para todo científico que se interese por la metodología. Popper insiste en especial en la noción de “refutabilidad”, la idea de que toda hipótesis, para ser científica, debería permitir la elaboración de experiencias que permitieran refutarla: sin la posibilidad de tales experiencias u observaciones, una hipótesis no podría ser calificada como científica. En eso se basó Popper para considerar que el marxismo, el psicoanálisis y –en un primer momento– el darwinismo, no podían pretender ser ciencias.
[13]) Se trata de restos de ocre rojo grabado y de conchas agujereadas. El artículo de la Recherche (en francés) indica incluso el descubrimiento de un “neceser de pintura” de 100 000 años de antigüedad
(ver https://www.larecherche.fr/content/recherche/article?id=30891 [39]).
[14]) Sin duda por ironía del destino, Darmangeat, en su 2ª edición, ha preferido desplazar toda la parte sobre Morgan en apéndice, quizás por temor a disgustar al lector no especialista a causa de su “aridez”, según la expresión del autor.
[15]) En “Early Human Kinship was Matrilineal”, artículo publicado en Early Human Kinship: From Sex to Social Reproduction, 2008, Blackwell Publishing Ltd.
[16]) Este neologismo adaptado del francés se refiere a “ser madre o padre”.
[17]) P. 136.
[18]) “El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de exponer una época histórica y, por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba la cosa, y ya no había posibilidad de error. Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos «marxistas» y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado....” (Carta de Engels a J Bloch, 21-22 septiembre de 1890 :
https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e21-9-90.htm [40])
[19]) En la 2e edición, incluso le dedica a Kollontái un subcapítulo.
[20]) P. 321.
[21]) La crítica de Knight no es más sólida en la 2ª edición que en la 1ª, con un pequeña excepción: el autor cita una crítica del libro hecha por Joan M Gero, antropóloga feminista y autora de Engendering archaeology. Esta crítica nos parece bastante superficial con prejuicios políticos incluidos. He aquí una muestra: “Lo que Knight propone como perspectiva “de género” de los orígenes de la cultura es une visión paranoica y retorcida de la “solidaridad femenina”, que presenta a (todas) las mujeres como explotadoras sexuales y manipuladoras de (todos) los hombres. Las relaciones hombres-mujeres están caracterizadas en todo lugar y tiempo como relaciones entre victimas y manipuladoras: las mujeres explotadoras se las supone haber querido siempre entrampar a los hombres de una manera u otra, y sus conspiración para llevarlo a cabo es la base fundamental misma del desarrollo de nuestra especie. Lo lectores pueden igualmente sentirse ofendidos por la idea de que los hombres siempre fueron volubles y que sólo una actividad sexual agradable, distribuida con cicatería y coquetería por unas mujeres calculadoras, pudo retenerlos en casa y hacerles guardar interés por su progenitura. Este guión no es sólo improbable y no demostrado, repugnante tanto para feministas como para no feministas, sino que además el razonamiento sociobiológico barre de un manotazo todas las versiones matizadas de la construcción social de las relaciones entre sexos, de las ideologías y de las actividades que son hoy centrales y fascinantes para los estudios de género” (traducido por nosotros). En resumen, ya no sólo es que Gero no haya entendido casi nada de los argumentos que pretende criticar, sino, y eso es todavía peor, nos invita a rechazar una tesis científica, no porque sea falsa –lo cual Gero ni siquiera intenta demostrar– sino porque es “repugnante” para (entre otros) los feministas.
[22]) Briffault, The Mothers: A Study of the Origins of Sentiments and Institutions.
[23]) P. 328.
El artículo precedente daba una idea de los esfuerzos de la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania por defender una posición internacionalista contra la guerra de 1914-18. La Unión Libre de los Sindicatos Alemanes (Freie Vereinigung Deutscher Gewerkschaften – FVDG) había sobrevivido a la guerra con unos cuantos cientos de miembros en la clandestinidad y, en las tremendas condiciones de represión brutal durante la guerra, quedaron casi siempre condenados al silencio. A finales de 1918, se precipitan los acontecimientos en Alemania. Con la activación de las luchas en noviembre de 1918, el estallido de la Revolución Rusa de Octubre de 1917 acabó prendiendo en el proletariado de Alemania.
Durante la primera semana de noviembre de 1918, la revuelta de los marinos de la flota de Kiel pone de rodillas al militarismo alemán. La FCDG escribe: “El gobierno imperial ha sido derribado, no por la vía parlamentaria y legal, sino por la acción directa; no por la papeleta sino por la fuerza de las armas de los obreros en huelga y de los soldados amotinados. Sin esperar las consignas de los jefes, han aparecido consejos obreros y consejos de soldados por doquier espontáneamente y de inmediato han empezado a quitar de en medio a las antiguas autoridades. ¡Todo el poder a los consejos de obreros y de soldados! Esta es ahora la consigna” ([1]).
Con el estallido de la oleada revolucionaria se abre para el movimiento sindicalista alemán un periodo turbulento de afluencia rápida de militantes. Eran unos 60 000 entre la revolución de noviembre de 1918 y mediados de 1919, son más de 110 000 al acabar el año. La gran radicalización política de la clase obrera a finales de la guerra empuja hacia el movimiento sindicalista revolucionario a muchos obreros que se separan de los grandes sindicatos socialdemócratas por el apoyo que éstos dieron a la política de guerra. El movimiento sindicalista revolucionario es incontestablemente el lugar de agrupación de los trabajadores íntegros y combativos.
La FVDG hace de nuevo oír su voz con la publicación de su nuevo periódico, Der Syndikalist, a partir del 14 de diciembre de 1918: “Desde primeros de agosto [de 1914] nuestra prensa fue prohibida, nuestros compañeros más destacados puestos “en detención preventiva”, fue imposible para los agitadores y uniones locales tener cualquier tipo de actividad pública. Y sin embargo, las armas del sindicalismo revolucionario son utilizadas hoy en cualquier rincón del Imperio alemán, las masas sienten instintivamente que se acabaron los tiempos de las reivindicaciones y de las peticiones para dejar paso a los tiempos en los que nosotros somos los que arrebatamos” ([2]).
Los días 26 y 27 de diciembre, Fritz Kater organiza en Berlín una conferencia en la que participan 43 sindicatos locales de la FVDG que se reorganizan tras el periodo de clandestinidad de la guerra.
La FVDG conoce su crecimiento numérico más importante en las aglomeraciones industriales y mineras de la región del Ruhr. La influencia de los sindicalistas revolucionarios es particularmente fuerte en Mülheim, obligando a los sindicatos socialdemócratas a retirarse de los consejos de obreros y de soldados el 13 de diciembre de 1918, cuando éstos rechazaron claramente su papel de representantes de los obreros para tomarlo directamente en sus manos. Partiendo de las minas de la región de Hamborn, estallan huelgas masivas de mineros dirigidas por el movimiento sindicalista revolucionario entre noviembre del 18 y febrero del 19 ([3]).
Frente a la guerra de 1914, el movimiento sindicalista revolucionario en Alemania pasó la prueba histórica: defender el internacionalismo contra la guerra a la inversa de la gran mayoría de los sindicatos que se alistaron tras los objetivos bélicos de la clase dirigente. El estallido de la revolución en 1918 plantea entonces un reto enorme: ¿cómo se organiza la clase obrera para echar abajo a la burguesía y pasar a la acción revolucionaria?
Como ya lo había hecho en Rusia en 1905 y en 1917, la clase obrera hace surgir los consejos obreros en Alemania en noviembre de 1918, marcando el nacimiento de una situación revolucionaria. El periodo que va desde la constitución de los “Localistas” en 1892 y la fundación formal de la FVDG en 1901 no se caracterizó por levantamientos revolucionarios. Contrariamente a Rusia en donde nacieron los primeros consejos obreros en 1905, la reflexión sobre los consejos fue muy abstracta en Alemania hasta 1918. Durante el entusiasmante pero breve “invierno de los consejos” de 1918-19 en Alemania, la FVDG seguía considerándose como un sindicato y como sindicato aparece en la escena de la historia. La FVDG responde sin embargo con gran entusiasmo a la situación inédita de surgimiento de los consejos. El corazón revolucionario de la mayoría de los miembros de la FVDG palpita por los consejos obreros, hasta tal punto que Der Syndikalist no 2 (21/12/1918) reivindica claramente: “¡Todo el poder a los consejos obreros y de soldados revolucionarios!”.
Pero a menudo la conciencia teórica va atrasada respecto a la intuición proletaria. A pesar de la emergencia de los consejos obreros y como si nada nuevo hubiera ocurrido, Der Syndikalist no 4 escribe que la FVDG es la única organización obrera “cuyos representantes y órganos no necesitan ponerse al día”, expresión que resume la presunción de la conferencia de reorganización de la FVDG en diciembre de 1918 y que se convirtió en lema de la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania. Se había abierto sin embargo una era de grandes cambios en la que precisamente había muchas cosas que poner al día, ¡particularmente en lo que se refiere a las formas de organización!
Para explicar las vergonzosas políticas de los principales sindicatos en apoyo a la guerra y de oposición a los consejos obreros, la FVDG tenía tendencia a satisfacerse con una media verdad y a ignorar la otra mitad. Sólo se cuestionaba la “educación socialdemócrata”. En cambio, se dejaban de lado las diferencias fundamentales entre la forma sindical y la de los consejos obreros.
Sin la menor duda, la FVDG y la organización que la sucedió, la FAUD, fueron organizaciones revolucionarias. Pero no veían que su organización procedía de gérmenes idénticos a los de los consejos obreros: la espontaneidad, la aspiración a la extensión y el espíritu revolucionario –características que van mucho más allá de la tradición sindical.
En las publicaciones de 1919 de la FVDG, resulta imposible encontrar un intento de tratar la contradicción fundamental entre tradición sindical y consejos obreros, instrumentos de la revolución. Por el contrario, veía los “sindicatos revolucionarios” como la base del movimiento de consejos: “Los sindicatos revolucionarios han de expropiar a los expropiadores […] Los consejos de obreros y los consejos de fábrica han de hacerse cargo de la dirección socialista de la producción. El poder a los consejos obreros; los medios de producción y los bienes producidos al cuerpo social. Ese es el objetivo de la revolución proletaria: el movimiento sindicalista revolucionario es el medio para lograrlo.”
Pero ¿surgía efectivamente el movimiento de los consejos en Alemania del movimiento sindical?
“Eran obreros que se habían reunido en “comités de fábrica” que actuaban como los comités de fábrica de las grandes empresas de Petrogrado en 1905, sin conocer la actividad de éstos. En julio de 1916, la lucha política no podía hacerse con los partidos políticos ni los sindicatos. Los dirigentes de esos aparatos eran enemigos de esa lucha; tras la lucha, incluso contribuyeron en la entrega a la represión de las autoridades militares de los líderes de esa huelga política. Esos ‘comités de fábrica’, aunque el término no sea totalmente exacto, pueden ser considerados como los precursores de los consejos obreros revolucionarios actuales en Alemania […] Esas luchas no fueron apoyadas ni dirigidas por los partidos y sindicatos existentes. Ahí estaban las primicias de un tercer tipo de organización, los consejos obreros” ([4]).
Así describe Richard Müller, miembro de los “Revolutionäre Obleute” (hombres de confianza revolucionarios) el “medio para lograrlo”.
Los sindicalistas de la FVDG no eran los únicos en no cuestionar la forma sindical de organización. En aquel entonces, resultaba muy difícil a la clase obrera sacar plenamente y con toda claridad todas las consecuencias que implicaba la irrupción del periodo de guerras y revoluciones. Las ilusiones sobre la forma de organización sindical, su descalabro ante la revolución habrían de ser todavía inevitable, dolorosa y concretamente sometidas a la experiencia práctica. Richard Müller, que acabamos de citar, escribía poco después, cuando los consejos obreros fueron desposeídos de su poder: “Si reconocemos la necesidad de la lucha reivindicativa cotidiana –y nadie puede ponerla en entredicho– entonces también tenemos que reconocer la necesidad de preservar a las organizaciones cuya función es llevar a cabo esas luchas, los sindicatos […] Si reconocemos la necesidad de los sindicatos existentes […] entonces hemos de examinar más adelante si los sindicatos pueden ocupar un lugar en el sistema de los consejos. En el periodo en que se pone en marcha el sistema de consejos, se ha de responder incondicional y positivamente a esa pregunta” ([5]).
Los sindicatos socialdemócratas se habían desprestigiado ante amplias masas de trabajadores y crecían las dudas sobre si podían seguir representando los intereses de la clase obrera. En la lógica de la FVDG, el dilema de la capitulación y de la quiebra histórica de la vieja forma de organización sindical se resolvía en la perspectiva de un “sindicalismo revolucionario”.
Al iniciarse la era de la decadencia del capitalismo, la imposibilidad de la lucha por reformas acaba planteando la siguiente alternativa a las organizaciones permanentes de masas de la clase obrera: o el capitalismo de Estado las integra en su aparato (como así fue tanto para las organizaciones socialdemócratas como también para sindicatos sindicalistas revolucionarios como la CGT en Francia) o las destruye (como así fue para la FAUD sindicalista revolucionaria). Entonces se plantea la cuestión de saber si la revolución proletaria no exige otras formas de organización. Con la experiencia de que hoy disponemos, sabemos que es imposible dar nuevos contenidos a formas antiguas como los sindicatos. La revolución no es únicamente una cuestión de contenido, sino también de forma. Es lo que formulaba muy justamente en diciembre de 1919 el teórico de la FAUD, Rudolf Rocker, en su aproximación contra las falsas visiones del “Estado revolucionario”: “La expresión ‘Estado revolucionario’ no puede satisfacernos. El Estado siempre es reaccionario y quien no lo entiende no ha entendido la profundidad del principio revolucionario. Cada instrumento posee una forma adaptada al fin que contiene, y así es también para las instituciones. Las pinzas del herrero no sirven para arrancar dientes y con las pinzas del dentista no se pueden fabricar herraduras” ([6]).
Es exactamente lo que, por desgracia, no puso en práctica de forma consecuente el movimiento sindicalista revolucionario sobre la forma de organización.
Para castrar políticamente el espíritu del sistema de los consejos obreros, los socialdemócratas y sus sindicatos al servicio de la burguesía empezaron hábilmente a socavar desde el interior los principios de organización autónoma de la clase obrera. Eso fue posible porque los consejos obreros, que habían surgido de las luchas de noviembre de 1918, ya habían perdido su fuerza y su dinamismo con el primer reflujo de la revolución. El primer Congreso de los Consejos del 16 al 20 de diciembre de 1918, influenciado hábilmente por el SPD que se apoyaba en las ilusiones persistentes de la clase obrera sobre la democracia, se desarmó totalmente al abandonar su poder proponiendo la elección de una Asamblea Nacional.
Tras la oleada de huelgas en el Ruhr durante la primavera de 1919, se propuso, a iniciativa del gobierno SPD, instaurar “comités de empresa” en las fábricas –representantes de hecho de la mano de obra que cumplían ni más ni menos las misma función de negociación y de colaboración con el Capital que los sindicatos tradicionales. Con el apoyo de los responsables del Partido Socialdemócrata y de los sindicatos, Gustav Bauer y Alexander Schlicke, los comités de empresa fueron definitivamente legalizados por la constitución burguesa del Estado alemán en febrero de 1920.
Había que inculcar en la clase obrera la ilusión de que su espíritu combativo dirigido hacia los consejos se podía encarnar en esa forma de representación directa de los intereses obreros.
“Los comités de empresa están concebidos para gestionar cualquier problema relacionado con el empleo y los asalariados. Les incumbe asegurar el crecimiento de la producción en la empresa y eliminar cualquier obstáculo que pueda impedirlo […] Los comités de distrito, en colaboración con las direcciones, rigen y supervisan la productividad del trabajo en el distrito, así como el reparto de las materias primas” ([7]).
Después de la represión sangrienta contra la clase, la integración democrática en el Estado debía rematar la faena de la contrarrevolución. De forma aún más directa que con los sindicatos y vinculados más estrechamente a las empresas, esos comités venían a completar in situ la colaboración con el Capital.
Durante la primavera de 1919, la prensa de la FVDG tomó posición con valentía y claridad contra esa maniobra de comités de empresa: “El Capital y el Estado ya sólo admiten a los comités obreros que ahora se llaman comités de empresa. El comité de empresa no pretende representar únicamente los intereses de los trabajadores, sino también los de la empresa. Y como esas empresas son la propiedad de capital privado o de Estado, los intereses de los trabajadores deben someterse a los intereses de los explotadores. O sea que el comité de empresa defiende la explotación de los trabajadores, los anima a proseguir dócilmente el trabajo como esclavos asalariados […] Los medios de lucha de los sindicalistas revolucionarios son incompatibles con las funciones de los comités de empresa” ([8]).
Esa actitud la comparten ampliamente los sindicalistas revolucionarios, porque por un lado los comités de empresa aparecen de forma evidente por lo que son, o sea instrumentos de la socialdemocracia, y por otra parte porque la combatividad del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania todavía no había sido quebrantada. La ilusión de “haber ganado algo” y de “haber superado una etapa concreta” tenía poco peso en 1919 en las fracciones mas determinadas del proletariado, ya que la clase obrera todavía no había sido derrotada ([9]).
Más adelante, tras el declive del movimiento revolucionario a partir de 1921, no es sorprendente, por lo tanto, que surgieran, en la FAUD sindicalista revolucionaria, debates animados durante todo un año sobre la participación en las elecciones de los comités de empresa. Una minoría defendió que ya era hora de establecer “un vínculo con las masas laboriosas para provocar luchas masivas en las situaciones más favorables” ([10]) participando en los comités de empresa legalizados. La FVDG, como organización, se negó a comprometerse en “la vía muerta de los comités de empresa destinados a neutralizar la idea revolucionaria de los consejos”, según la expresión del militante August Beil. Es la posición que predominó hasta noviembre de 1922 cuando, debido a la impotencia nacida de la derrota de la revolución, el XIV Congreso de la FAUD la atenuó, dándoles a sus miembros el derecho de participar en las elecciones de los comités de empresa.
El levantamiento de la clase obrera en Alemania provocó espontáneamente un impulso solidario en la clase obrera, como en Octubre de 1917. La solidaridad con la lucha de la clase obrera en Rusia había sido, sin lugar a dudas, una referencia importante para el movimiento sindicalista revolucionario en Alemania, compartida internacionalmente con otros revolucionarios. La Revolución Rusa, debido a los levantamientos revolucionarios en otros países, todavía contenía una perspectiva revolucionaria en 1918-19 y no había sucumbido a su degeneración interior. Para defender a sus hermanos de clase en Rusia y en contra de la política del SPD y de los sindicatos socialdemócratas, la FVDG denunció en su segundo número de Der Syndikalist, “que ningún medio les era demasiado asqueroso, ningun arma demasiado innoble para seguir calumniando a la Revolución Rusa y sus consejos de obreros y de soldados” ([11]).
A pesar de las muchas reservas sobre las ideas de los bolcheviques, muchas de ellas con fundamento, los sindicalistas revolucionarios seguían siendo solidarios con la Revolución Rusa. Hasta el mismo Rudolf Rocker, teórico influyente en la FVDG y crítico vehemente de los bolcheviques, llamó en diciembre de 1919, en su famoso discurso pronunciado cuando la presentación de la declaración de principios de la FAUD, a manifestar la solidaridad con la Revolución Rusa: “Apoyamos unánimes a la Rusia soviética en su defensa heroica contra las potencias Aliadas y los contrarrevolucionarios, y eso no porque seríamos bolcheviques, sino porque somos revolucionarios”.
A pesar de que los sindicalistas revolucionarios en Alemania tuvieran sus reservas tradicionales con respecto al “marxismo” que “quiere conquistar el poder político”, cosa que también sospechaban de la Liga Espartaco, defendían claramente, sin embargo, la acción común con todas las organizaciones revolucionarias: “El sindicalismo revolucionario considera entonces inútil la división del movimiento obrero, quiere la concentración de las fuerzas. De momento, recomendamos a nuestros miembros actuar en común sobre las cuestiones económicas y políticas con los grupos más de izquierdas del movimiento obrero: los Independientes y la Liga Espartaco. Advertimos sin embargo contra cualquier tipo de participación en el circo de las elecciones en la Asamblea Nacional” ([12]).
La revolución de noviembre de 1918 no fue obra de una organización política particular, como la Liga Espartaco o los Revolutionnäre Obleute (los delgados sindicales revolucionarios), a pesar de que éstos adoptaron en las jornadas de noviembre la posición más clara y la mayor voluntad de acción. Fue un levantamiento del conjunto de la clase obrera que expresó, durante un corto tiempo, su unidad potencial. Una de las expresiones de esa unidad fue el fenómeno bastante corriente de la doble afiliación a la Liga Espartaco y a la FVDG: “En Wuppertal, los militantes de la FVDG se afiliaron en un primer tiempo al Partido Comunista. Una lista hecha en abril 1919 por la policía sobre los comunistas de Wuppertal contiene los apellidos de todos los futuros miembros principales de la FAUD” ([13]).
En Mülheim se publicó a partir del primero de diciembre de 1918 el periódico Die Freheit, “Órgano de defensa de los intereses del conjunto del pueblo del trabajo. Órgano de publicación de los Consejos de obreros y de soldados”, editado en común por sindicalistas revolucionarios y miembros de la Liga Espartaco.
En el movimiento sindicalista revolucionario existía desde principios de 1919 una tendencia pronunciada a la unión con otras organizaciones de la clase obrera: “No están siempre unidos, siguen divididos, no son todos todavía verdaderos socialistas en pensamiento y actitud honrada y siguen sin estar unitaria e indisociablemente asociados por la maravillosa cadena de solidaridad proletaria. Siguen divididos entre socialistas de derechas y de izquierdas, espartaquistas y demás. La clase obrera ha de acabar con la grosera absurdez del particularismo político” ([14]).
Esta amplitud de miras reflejaba la situación de gran heterogeneidad política, cuando no de confusión, que reinaba en una FVDG que acababa de conocer un crecimiento numérico muy rápido. Su cohesión interna reposaba más sobre las bases de la solidaridad obrera, como lo ilustra la caracterización que hace sin discriminación de todos los “socialistas”, que sobre una clarificación programática o una demarcación con respecto a las demás organizaciones proletarias.
La actitud solidaria con la Liga Espartaco se desarrolló en las filas de los sindicalistas revolucionarios tras el asesinato de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg durante la guerra y prosiguió hasta el otoño de 1919. Pero no permitió sin embargo asentar una historia común. Más bien predominó una desconfianza recíproca hasta el periodo de la Conferencia de Zimmerwald en 1915. Lo que favoreció principalmente el acercamiento fue la clarificación política, madurada en el seno de la clase obrera en su conjunto y en sus organizaciones revolucionarias durante la revolución de noviembre, sobre el rechazo de la democracia burguesa y del parlamentarismo. El movimiento sindicalista revolucionario en Alemania, que ya había rechazado desde hacía mucho tiempo el sistema parlamentario, consideraba esa posición como su patrimonio propio. La Liga Espartaco, que tomó muy claramente posición contra las ilusiones de la democracia, consideraba por su parte a la FVDG como la organización más cercana a ella en Alemania.
De vuelta del internamiento en Inglaterra durante la guerra, Rudolf Rocker, anarquista sindicalista revolucionario fuertemente influido por las ideas de Kropotkin, se afilió a la FVDG en marzo de 1919. Él fue quien iba a encargarse de la orientación política del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania después de diciembre de 1919, y desde un principio “no compartía los llamamientos lanzados a los camaradas para apoyar el ala izquierda del movimiento socialista, los independientes, los espartaquistas, como tampoco la intervención del periódico en favor de la ‘dictadura del proletariado’” ([15]).
A pesar de las divergencias respecto a la Liga Espartaco entre Rocker y la tendencia en torno a Fritz Kater, Carl Windhoff y Karl Roche, tendencia que tenia la mayor influencia en la FVDG durante los primeros meses de la Revolución de 1918-19, no sería exacto hablar de lucha de tendencias en la FVDG en aquel entonces como sí que las habrá en el futuro, particularmente en la FAUD a partir de 1920, como síntoma de la derrota de la Revolución alemana. En aquel entonces no existía ninguna tendencia significativa entre los sindicalistas revolucionarios que quisiera a priori desmarcarse del KPD. Al contrario, la búsqueda de una unidad de acción con los espartaquistas es el fruto de la dinámica hacia la unidad de las luchas obreras y de la “presión de la base” de ambas corrientes durante las semanas y los meses durante los cuales la revolución parecía estar al alcance de la mano. Fueron las dolorosas derrotas del levantamiento prematuro de enero del 19 en Berlín y el aplastamiento consecutivo de la oleada de huelgas de abril en el Ruhr, apoyada por los sindicalistas revolucionarios, el KPD y el USPD que, debido al sentimiento inducido de frustración, provocó recriminaciones mutuas y emocionales que expresaban la inmadurez en ambos lados.
La “alianza formal” con Espartaco y el Partido Comunista acabaría pues rompiéndose a partir del verano de 1919. La responsabilidad la tuvo menos la FVDG que la actitud agresiva que empezó a adoptar el KPD con respecto a los sindicalistas revolucionarios.
La FVDG publicó durante la primavera de 1919 un folleto redactado por Roche, ¿Qué quieren los sindicalistas revolucionarios?, que sirvió de programa y de texto de orientación hasta diciembre. Resulta difícil juzgar el movimiento sindicalista revolucionario considerando un solo texto, debido a la coexistencia de ideas diferentes en su seno. No obstante, ese programa es de por sí un jalón, y en varios aspectos una de las tomas de posición más acabadas del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania. A pesar de las dolorosas experiencias pasadas en su historia con los socialdemócratas y de la consiguiente y permanente demonización de la política ([16]), acaba concluyendo: “La clase obrera ha de hacerse dueña de la economía y de la política” ([17]).
La fuerza de las posiciones defendidas por la FVDG con ese programa en la clase obrera de Alemania durante esa primavera está en otro aspecto: su actitud respecto al Estado, a la democracia burguesa y al parlamentarismo. Hace específicamente referencia a la descripción que hace Friedrich Engels del Estado como producto de la sociedad dividida en clases: “Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; […] es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables […]. Así pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad”, ni un instrumento de la clase dirigente creado arbitrariamente por ella. La FVDG llama consecuentemente a la destrucción del Estado burgués.
Al tomar esa posición en una época en que la socialdemocracia era el arma más insidiosa de la contrarrevolución, la FVDG ponía el dedo en un punto neurálgico. En contra de la farsa del SPD que quería someter a los consejos obreros integrándolos en el parlamento burgués, su programa afirmaba: “El socialismo socialdemócrata sí necesita un Estado. Y un Estado que podría utilizar otros medios contra la clase obrera que los del Estado capitalista […] Será fruto de una revolución proletaria hecha a medias y el blanco de la revolución proletaria total. Porque hemos entendido el carácter del Estado y porque sabemos que la dominación política de las clases poseedoras tiene sus raíces en su potencia económica también sabemos que no hemos de luchar para conquistar el Estado, sino para eliminarlo”.
Karl Roche también intentó formular en el programa de la FVDG las lecciones fundamentales de las jornadas de noviembre y diciembre de 1918, que fueron mucho más lejos que el rechazo rebelde o individualista del Estado que se presta equivocadamente a los sindicalistas revolucionarios, desenmascarando claramente en su esencia el sistema de la democracia burguesa: “La democracia no es la igualdad, sino la utilización demagógica de una comedia de igualdad […] Cuando enfrentan a los obreros, los poseedores siempre tienen los mismos intereses […] Los trabajadores sólo tienen intereses comunes entre ellos, nunca con la burguesía. En eso, la democracia es un absurdo total […] La democracia es una de las consignas más peligrosas en boca de los demagogos que cuentan con la pereza y la ignorancia de los asalariados […] Las democracias modernas en Suiza, Francia y Norteamérica no son sino una hipocresía capitalista democrática bajo su forma más repugnante”. Frente a las trampas de la democracia, esa formulación sigue siendo tan pertinente hoy como entonces.
Podemos hacer muchas críticas al programa del FVDG de la primavera de 1919, en particular varias ideas sindicalistas revolucionarias clásicas que no compartimos tales como “la autodeterminación entera” o “el federalismo”. Pero en cuanto a puntos que en aquel entonces fueron cruciales, como el rechazo del parlamentarismo, el programa redactado por Roche fue sin concesiones: “Pasa con el parlamentarismo lo mismo que con la socialdemocracia: si la clase obrera quiere luchar por el socialismo, ha de rechazar la burguesía como clase. No ha de dejarle ningún derecho al poder, no ha de votar ni tratar con ella. Los consejos obreros son los parlamentos de la clase obrera […] No son parlamentos burgueses, sino la dictadura del proletariado que impondrá el socialismo”.
Y era en aquel momento en que el Partido Comunista retrocedía en sus claras posiciones iniciales contra el parlamentarismo y el trabajo en los sindicatos socialdemócratas, empezando a irse dramáticamente hacia posiciones anteriores a su congreso fundador.
Unos meses después, en diciembre de 1919, la declaración de principios de la FAUD insistía en puntos diferentes. Karl Roche, que había influido determinantemente en el programa de la FVDG desde principios de la guerra, se afiliaba a la AAU en diciembre de 1919.
Durante la revolución de noviembre de 1918, muchos puntos comunes acercaron a los revolucionarios de la FVDG sindicalista revolucionaria con la Liga Espartaco: la referencia al levantamiento de la clase obrera en Rusia del 17, la reivindicación de todo el poder a los consejos obreros, el rechazo de la democracia y el parlamentarismo, así como un evidente rechazo de la socialdemocracia y de sus sindicatos. ¿Cómo explicar entonces que durante el verano de 1919 empezara un ajuste de cuentas entre ambas corrientes que habían compartido tantas cosas?
Varios factores pueden determinar el fracaso de una revolución: la debilidad de la clase obrera y el peso de sus ilusiones o el aislamiento de la revolución. En Alemania de 1918-19, fue sobre todo su experiencia lo que permitió a la burguesía, mediante la socialdemocracia, sabotear el movimiento desde el interior, fomentar ilusiones democráticas, precipitar a la clase obrera en la trampa de sublevaciones aisladas y prematuras como en enero del 19 y eliminar, asesinándolos, tanto a sus revolucionarios más esclarecidos como a miles de sus miembros más comprometidos.
Tras el aplastamiento de la huelga de abril de 1919 en el Ruhr, las polémicas entre sindicalistas revolucionarios y KPD muestran de ambos lados el mismo intento de buscar las razones del fracaso de la revolución en los demás revolucionarios. Roche ya había caído en esa tendencia desde abril cuando, en la conclusión del programa de la FVDG, afirmaba “… no dejar a los espartaquistas dividir a la clase obrera”, metiéndolos confusamente en el mismo saco que los “socialistas de derechas”. A partir del verano de 1919, en un ambiente de frustración debido a los fracasos de la lucha de clases, se vuelve de moda en la FVDG hablar de los “tres partidos socialdemócratas” –o sea el SPD, el USPD y el KPD–, ataque polémico que ya no hacía la menor distinción entre las organizaciones contrarrevolucionarias y las organizaciones proletarias.
El Partido Comunista (KPD) publicó en agosto un folleto sobre los sindicalistas revolucionarios cuya argumentación es igual de lamentable. Ahora consideraba la presencia de sindicalistas revolucionarios en sus filas como una amenaza para la revolución: “Los sindicalistas -revolucionarios empedernidos han de entender por fin que no comparten con nosotros lo fundamental. Ya no podemos consentir que nuestro partido se convierta en campo de juego para gente que propaga todo tipo de ideas ajenas a las del partido” ([18]).
La crítica del Partido Comunista de los sindicalistas revolucionarios tiene tres ejes: la cuestión del Estado y de la organización económica tras la revolución, la táctica y la forma de organización –o sea retoma los debates clásicos con la corriente sindicalista revolucionaria–. Aunque el Partido Comunista tenga razón cuando concluye: “Durante la revolución, la importancia de los sindicatos para la lucha de clases va decayendo. Los consejos obreros y los partidos políticos se convierten en los protagonistas y dirigentes exclusivos de la lucha”.
La polémica con los sindicalistas revolucionarios saca sobre todo a la luz las debilidades del Partido Comunista dirigido por Levi, o sea tanto una fijación sobre la conquista del Estado: “pensamos que necesariamente utilizaremos el Estado tras la revolución. La revolución significa precisamente en primer lugar la toma de poder en el Estado”, como la idea errónea que la coerción puede ser un medio para llevar a cabo la revolución: “Repitamos con la Biblia y los rusos: quienes no trabajan no comen. Los que no trabajan sólo recibirán lo que los activos no necesiten”, el coqueteo con la actividad parlamentaria: “nuestra actitud hacia el parlamentarismo demuestra que planteamos la cuestión de la táctica de forma diferente que los sindicalistas revolucionarios […] Y como la vida del pueblo existe, cambia, o sea que es un proceso que toma en permanencia nuevas formas, toda nuestra estrategia también ha de adaptarse permanentemente a las nuevas condiciones”, para acabar considerando el debate político permanente, en particular sobre cuestiones fundamentales, como algo que no tiene nada de positivo: “Hemos de tomar medidas contra los que dificultan la planificación de la vida del partido. El partido es una comunidad unida de lucha y no un club de discusiones. No podemos continuamente tener discusiones sobre las formas de organización y demás.”
El Partido Comunista intentaba de esta forma librarse de los sindicalistas revolucionarios miembros de sus filas. En junio de 1919, en su ¡Llamamiento a los sindicalistas revolucionarios del Partido Comunista!, a pesar de presentarlos como gente “con aspiraciones revolucionarias honradas”, define sin embargo su combatividad como un peligro de tendencia al golpismo y les plantea un ultimátum: o se organizan en partido estrictamente centralizado, o “el Partido Comunista de Alemania –que no puede tolerar en sus filas miembros que, en su propaganda por la palabra, lo escrito y la acción, actúan contrariamente a sus principios– se verá obligado de excluirlos.” Habida cuenta que las confusiones y la dilución de las posiciones del Congreso de fundación del Partido Comunista se estaban abriendo paso en su seno, ese ultimátum sectario revela más bien la impotencia ante el reflujo de la oleada revolucionaria en Alemania, un ultimátum que alejó al Partido Comunista del contacto vivo con las partes más combativas del proletariado. La pugna entre el KPD y los sindicalistas revolucionarios durante el verano de 1919 también pone de relieve que la atmosfera de derrota y las tendencias reforzadas al activismo forman una mezcla desfavorable para la clarificación política.
El ambiente del verano de 1919 en Alemania se caracterizaba tanto por la gran desilusión debida a la derrota como por la radicalización de ciertas partes de la clase obrera. Los sindicatos socialdemócratas sufrieron la deserción de masas de obreros que iban hacia la FVDG, que por su parte duplicó el número de sus miembros.
También empezó a desarrollarse, además del sindicalismo revolucionario, otra corriente en contra de los sindicatos tradicionales. En la región del Ruhr nacieron la Allgemeine Arbeiter Union-Essen (AAU-E : Unión General de Trabajadores – Essen) y la Allgemeine Bergarbeiter Union (Unión General de Mineros), influidos por fracciones de Radicales de izquierda del Partido Comunista de Hamburgo, y apoyados por la propaganda activa de grupos cercanos a los International Workers of the World (IWW) norteamericanos en torno a Karl Dannenberg, en Brunswick. Contrariamente a la FVDG sindicalista revolucionaria, las Uniones querían abandonar el principio mismo de organización sindical por ramas de industria para agrupar a la clase obrera por empresas enteras en “organizaciones de lucha”. Desde su punto de vista, eran ahora las empresas las que ejercían su fuerza y poseían un poder en la sociedad, de modo que era de las fábricas de donde podía sacar la clase obrera su fuerza cuando se organiza adecuadamente según esa realidad. Las Uniones buscaban entonces una mayor unidad y consideraban a los sindicatos como una forma históricamente obsoleta de la organización de la clase obrera. Se puede decir que las Uniones eran en cierto modo una respuesta de la clase obrera a la pregunta sobre las nuevas formas de organización: precisamente la misma pregunta que la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania procuraba y sigue procurando no hacerse hoy ([19]).
Resulta imposible en este texto desarrollar debidamente la naturaleza de las Uniones, que no eran ni consejos obreros, ni sindicatos, ni partidos. Habrá que hacer un texto específico sobre el tema.
Durante esa fase, resulta a menudo difícil distinguir precisamente las corrientes unionista y sindicalista revolucionaria. En ambas corrientes existen reticencias con respecto a los “partidos políticos”, a pesar de que las Uniones estaban en resumidas cuentas mucho más cerca del Partido Comunista. Ambas tendencias eran expresión directa de las fracciones más combativas de la clase obrera en Alemania, luchaban contra la socialdemocracia y preconizaron, por lo menos hasta finales de 1919, el sistema de consejos obreros.
Durante la primera fase, que va desde el invierno 1919-20, la corriente unionista en la región del Ruhr se incorporó al movimiento sindicalista revolucionario, más potente, en la Conferencia “de fusión” de los 15-16 de septiembre en Dusseldorf. Fue así como los Unionistas participaron en la fundación de la Freie Arbeiter Union (FAU) de Renania-Westfalia. Esa Conferencia fue la primera etapa hacia la creación de la FAUD, que se concretó tres meses después. La FAU Renania-Westfalia, en su contenido, era una mezcla de sindicalismo revolucionario y de unionismo. Las líneas directrices adoptadas afirmaban que: “… la lucha económica y política ha de ser asumida con firmeza y decisión por los trabajadores” y que: “como organización económica, la FAU no tolera la menor política de partido en sus reuniones, dejando a cada uno de sus miembros la apreciación de alistarse en los partidos de izquierdas y de comprometerse en ellos si lo consideran necesario” ([20]).
La Allgemeine Arbeiter Union-Essen y la Allgemeine Bergarbeiter Union se saldrán en gran parte de la alianza con los sindicalistas revolucionarios poco antes de la fundación de la FAUD en diciembre.
El crecimiento rápido de la FVDG durante el verano y el otoño de 1919, la propagación del movimiento sindicalista revolucionario por Turingia, Sajonia, Silesia, Sur de Alemania, las regiones costeras de los mares del Norte y Báltico, exigían una estructuración del movimiento a nivel nacional. El XIIº Congreso de la FVDG, que se celebró del 27 al 30 de diciembre en Berlín y en el que participaron 109 delegados, se transformó en Congreso de fundación de la FAUD.
Ese Congreso es a menudo citado como el Congreso del “giro” del sindicalismo revolucionario alemán hacia el anarcosindicalismo, o como el inicio de la era Rudolf Rocker –etiqueta que utilizan en particular los adversarios categóricos del sindicalismo revolucionario que ven en él un “paso adelante en sentido negativo”. Se tiende a señalar con el dedo ese Congreso de fundación de la FAUD como el de la apología del federalismo, de la despedida a la política, del rechazo de la dictadura del proletariado y del retorno al pacifismo. Esa visión no hace sin embargo justicia a la FAUD de diciembre del 19. “Alemania es El Dorado de las consignas políticas. Se echan discursos a bombo y platillo, emborrachándose con el ruido sin darse cuenta de lo que significan”, comenta Rocker (que citamos más abajo) en su discurso sobre la Declaración de Principios hablando de las acusaciones contra los sindicalistas revolucionarios.
Es evidente que las ideas de Rocker, anarquista que se mantuvo en su internacionalismo durante la guerra y fue redactor de la Declaración de Principios, tuvieron una notable influencia en la FAUD, reforzadas por su presencia física en sus filas. Pero la fundación de la FAUD expresa ante todo la popularidad de las ideas sindicalistas revolucionarias en la clase obrera en Alemania e indican una clara demarcación con respecto al Partido Comunista y al unionismo recién nacido. Las posiciones fuertes que había propagado la FVDG desde finales de la guerra, la expresión de su solidaridad con la Revolución Rusa, el rechazo explícito de la democracia burguesa y de cualquier forma de actividad parlamentaria, el rechazo de todas “las fronteras políticas y nacionales trazadas arbitrariamente”, estaban reafirmadas en la Declaración de Principios. La FAUD se situaba así en el terreno de las posiciones revolucionarias.
Si se compara con el programa de la FVDG de la primavera de 1919, el Congreso toma más distancia crítica respecto al entusiasmo de la perspectiva de los consejos obreros. El debilitamiento de los consejos obreros en Rusia era para el Congreso la marca del peligro global latente contenido en los “partidos políticos” y era la prueba de que la forma de organización sindical era más resistente y defendía mejor la idea de los consejos ([21]). La pérdida de su poder por parte de los consejos obreros en Rusia en aquel entonces era efectivamente una realidad y los bolcheviques habían contribuido trágicamente en ello. Pero lo que no veía la FAUD en su análisis, era sencillamente el obstáculo del aislamiento internacional de Rusia que iba a conducir inevitablemente a la asfixia de la vida de la clase obrera.
“Se nos combate principalmente, a nosotros los sindicalistas revolucionarios, porque somos partidarios declarados del federalismo. Se nos dice que los federalistas crean división en las luchas obreras”, dice Rocker. La aversión de la FAUD al centralismo y su compromiso en favor del federalismo no se fundaban en una visión fragmentada de la lucha de clases. La realidad y la vida del movimiento sindicalista revolucionario tras la guerra muestran con creces su compromiso en favor de la unidad y la coordinación de la lucha. El rechazo exagerado de la centralización tenía sus raíces en el traumatismo provocado por la capitulación de la socialdemocracia: “Los comités centrales mandaban desde arriba, las masas obedecían. Luego vino la guerra. El partido y los sindicatos se confrontaron a un hecho consumado: debían defender la guerra para salvar a la patria. Desde entonces, la defensa de la patria fue un deber socialista, y las mismas masas que protestaban contra la guerra una semana antes estaban ahora a favor de la guerra, obedeciendo a sus comités centrales. Eso demuestra las consecuencias morales del sistema de la centralización. La centralización, es la extirpación de la conciencia del cerebro del hombre, y nada más. Es la muerte del sentimiento de independencia”.
Para muchos compañeros de la FAUD, el centralismo era en su esencia un método heredado de la burguesía en “la organización de la sociedad de arriba hacia abajo, para mantener los intereses de la clase dominante”. Estamos totalmente de acuerdo con la FAUD de 1919 cuando dice que son la vida política y la iniciativa de la clase obrera “desde abajo” las portadoras de la revolución proletaria. La lucha de la clase obrera ha de ser llevada de forma solidaria, y en ese sentido siempre engendra espontáneamente una dinámica a la unificación del movimiento, o sea a su centralización por medio de delegados elegidos y revocables. “El Dorado de las consignas políticas” llevó a la mayoría de los sindicalistas revolucionarios de la FAUD a adoptar la consigna del federalismo, una etiqueta que no representaba la verdadera tendencia existente cuando se fundó.
¿Rechazó efectivamente el Congreso de fundación de la FAUD la idea de “dictadura del proletariado”?: “Si cuando se habla de dictadura del proletariado se entiende el control de la máquina estatal por un partido, si sólo se entiende la aparición de un nuevo Estado, entonces los sindicalistas revolucionarios son los enemigos declarados de semejante dictadura. Si al contrario significa que la clase obrera va a obligar a las clases dominantes a renunciar a sus privilegios, si no se trata de una dictadura de arriba abajo sino de la repercusión de la revolución de abajo hacia arriba, entonces los sindicalistas revolucionarios son partidarios y representantes de la dictadura del proletariado” ([22]).
¡Estamos totalmente de acuerdo! La reflexión crítica sobre la dictadura del proletariado, asociada entonces a la situación dramática en Rusia, era una cuestión legítima a causa de los riesgos de degeneración interna de la revolución en Rusia. Todavía no era posible sacar el balance de la Revolución Rusa en diciembre del 19. Las aserciones de Rocker fueron como un indicador de las contradicciones ya perceptibles y el inicio de un debate que durará años en el movimiento obrero sobre las razones del fracaso de la oleada revolucionaria mundial tras la Primera Guerra Mundial. Esas dudas no aparecieron por casualidad en una organización como la FAUD, que iba a fluctuar con los altibajos de la vida misma “en la base” de la clase obrera.
Tampoco corresponde a la realidad la acusación que se hace del Congreso de fundación de la FAUD como “etapa hacia el pacifismo”, lo que sí hubiera significado sin duda alguna un sabotaje de la determinación de la clase obrera. Al igual que en la discusión sobre la dictadura del proletariado, los debates sobre la violencia en la lucha de clases fue más bien el indicador de un verdadero problema al que se enfrentaba la clase obrera a nivel internacional. ¿Cómo se puede mantener el impulso de la oleada revolucionaria cuando ésta marca el paso y cómo romper el aislamiento de la clase obrera en Rusia? Tanto en Rusia como en Alemania, fue inevitable para la clase obrera la necesidad de tomar las armas para defenderse contra los ataques de la clase dominante. Pero la extensión de la revolución por medios militares, incluso la famosa “guerra revolucionaria” era imposible, si no absurda. En Alemania particularmente, la burguesía intentaba con perfidia provocar militarmente al proletariado. Rocker argumenta, contra Krohn, un defensor del Partido Comunista: “La esencia de la revolución no reside en la utilización de la violencia, sino en la transformación de las instituciones económicas y políticas. En sí, la violencia no tiene nada de revolucionario sino que es reaccionaria al grado más álgido […] Las revoluciones son la consecuencia de una gran transformación espiritual en las opiniones de los seres humanos. No pueden realizarse arbitrariamente por la fuerza de las armas […] Sin embargo se ha de reconocer que la violencia es un medio de defensa, cuando las mismas condiciones nos niegan las demás posibilidades”.
Los acontecimientos trágicos de Kronstadt en 1921 confirmaron que la actitud crítica contra la idea de que las armas podrían salvar la revolución no tiene nada que ver con el pacifismo. La FAUD, tras su Congreso fundador, no tuvo nada que ver con el pacifismo. Los sindicalistas revolucionarios componían una gran parte del Ejército Rojo del Ruhr que se levantó contra el golpe de Kapp durante la primavera de 1920.
Hemos hecho resaltar en este artículo los puntos fuertes de los sindicalistas revolucionarios en Alemania en 1918-19 dejando de lado deliberadamente las críticas. La historia del movimiento sindicalista revolucionario durante la Revolución Alemana muestra que del destino de las organizaciones proletarias no depende fundamentalmente de la influencia de miembros carismáticos, sino del curso de la lucha de clases del que es producto. Es lo que nos mostrará el periodo que va desde finales de los años 20 hasta el triunfo de Hitler en 1933 y la destrucción de la FAUD.
Mario, 16 de junio del 2012
[1]) Der Syndikalist no 1: “Was wollen die Syndikalisten? Der Syndikalismus lebt!”, 14 de diciembre de 1918.
[2]) Ibídem.
[3]) Véase Ulrich Klan, Dieter Nelles, Es lebt noch eine Flamme, Ed. Trotzdem Verlag.
[4]) Richard Müller, 1918: Räte in Deutschland.
[5]) Richard Müller, Hie Gewerkschaft, hie Betriebsorganisation!‘, 1919.
[6]) R. Rocker, Discurso de presentación de la Declaración de Principios de la FAUD.
[7]) Protokoll der Ersten Generalversammlung des Deutschen Eisenbahnerverbandes en Jena, 25-31 de mayo de 1919, p. 244.
[8]) Der Syndikalist no 36, “Betriebsräte und Syndikalismus“, 1919.
[9]) Además de que seguía existiendo la ilusión de que los comités de fabrica podían ser “socios de negociación” con el capital, también existía la de la posibilidad de “socialización” inmediata, o sea la nacionalización de las minas y de las fabricas, que emanaba del Ruhr en Essen y que también estaba presente en las filas de los sindicalistas revolucionarios. Esa debilidad, común en el conjunto de la clase obrera en Alemania, era ante todo la expresión de su impaciencia. El gobierno Ebert creó a nivel nacional el 4 de diciembre 1918 una comisión para la socialización compuesta por representantes del Capital y conocidos socialdemócratas como Kautsky e Hilferding. Su objetivo declarado era el mantenimiento de la producción mediante las nacionalizaciones.
[10]) Véase sobre el tema los debates del XV Congreso de la FAUD en 1915.
[11]) Der Syndikalist no 2, “Verschandelung der Revolution“, 21 diciembre 1918.
[12]) Der Syndikalist no 1, “Was wollen die Syndikalisten? Der Syndikalismus lebt!”, 14 diciembre 1918.
[13]) Ulrich Klan, Dieter Nelles, Es lebt noch eine Flamme, Ed Trotzdem Verlag, p. 70.
[14]) Karl Roche, in Der Syndikalist no 13, “Syndikalismus und Revolution”, 29 marzo 1919
[15]) Rudolf Rocker, Aus den Memoiren eines deutschen Anarchisten, Ed Suhrkamp, p. 287.
[16]) Roche escribe: “La política de partido es el método burgués de lucha para acapararse el producto del trabajo arrebatado a los obreros […] Los partidos políticos burgueses y los parlamentos son complementarios, ambos son una traba para la lucha de clase del proletariado y generan confusión”, como si no fuera posible la existencia de partidos revolucionarios de la clase obrera. ¿Qué pasa entonces con el compañero de lucha, la Liga Espartaco, que era un partido político?
[17]) Was wollen die Syndikalisten? Programm, Ziele und Wege der “Freien Vereinigung deutscher Gewerkschaften”, marzo de 1919.
[18]) Syndikalismus und Kommunismus, F. Brandt, KPD-Spartakusbund, agosto de 1919.
[19]) En realidad, las secciones de la FAU en Alemania tal como existen hoy desempeñan más bien desde hace décadas un papel de grupo político que de sindicato, expresándose sobre cantidad de cuestiones políticas sin limitarse para nada a la “lucha económica”, lo que nos parece muy positivo mas allá de saber si estamos o no de acuerdo con el contenido de sus tomas de posición.
[20]) Der Syndikalist, no 42, 1919.
[21]) A pesar de su desconfianza con respecto a los partidos políticos existentes, Rocker afirmaba claramente que “la lucha no es únicamente económica, sino que ha de ser una lucha política. Decimos lo mismo. Solo rechazamos la actividad parlamentaria, de ninguna forma la lucha política en general […] Hasta la huelga general es una arma política así como la propaganda antimilitarista de los sindicalistas revolucionarios, etc.”. El rechazo teorizado de la lucha política no predominaba en la FAUD de entonces, a pesar de que su forma de organización estuviese claramente concebida para la lucha económica.
[22]) Rocker, Der Syndikalist, no 2, 1920.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/pdf/revista_internac_150.pdf
[2] https://es.internationalism.org/tag/6/498/cumbre-del-euro
[3] https://www.cnnexpansion.com/expansion/2009/07/17/narco-sa
[4] https://nuestraaparenterendicion.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=87:edgardo-buscaglia-el-fracaso-de-la-guerra-contra-el-narco-por-el-diario-alem%C3%A1n-die-tageszeitung&Itemid=38
[5] https://homepage.newschool.edu/~AShaikh/
[6] https://es.internationalism.org/RM126-maestros
[7] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/conflictos-interburgueses
[8] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/lucha-de-clases
[9] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/situacion-economica
[10] https://es.internationalism.org/tag/6/499/narcotrafico
[11] https://es.internationalism.org/tag/3/45/descomposicion
[12] https://es.internationalism.org/node/2388
[13] https://es.internationalism.org/taxonomy/term/260
[14] https://es.internationalism.org/book/export/html/1042
[15] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201202/3334/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[16] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/ad-seccion3.htm#264
[17] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja5.htm
[18] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/critica-al-programa-de-gotha.htm
[19] https://es.internationalism.org/cci/200510/156/la-izquierda-comunista-y-la-continuidad-del-marxismo
[20] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199712/1217/ii-el-estado-y-la-revolucion-lenin-una-brillante-confirmacion-del-
[21] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
[22] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum7.htm
[23] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/marx-a-bracke.htm
[24] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja6.htm
[25] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap9.htm
[26] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja3.htm
[27] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/intro.htm
[28] https://es.internationalism.org/Rint100-pdt
[29] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas11-12.pdf
[30] https://es.internationalism.org/tag/21/488/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[31] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado
[32] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[33] https://es.internationalism.org/tag/5/536/periodo-de-transicion
[34] https://es.internationalism.org/cci-online/201112/3287/chris-knight-marxismo-y-ciencia-1-parte
[35] https://es.internationalism.org/node/3454
[36] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/pref1891.htm
[37] https://www.nybooks.com/articles/archives/2011/oct/13/can-our-species-escape-destruction/?page=2
[38] https://fr.internationalism.org/ri422/la_pensee_scientifique_dans_l_hstoire_humaine_a_propos_du_livre_anaximandre_de_milet.html
[39] https://www.larecherche.fr/content/recherche/article?id=30891
[40] https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e21-9-90.htm
[41] https://es.internationalism.org/tag/21/482/marxismo-y-ciencia
[42] https://es.internationalism.org/tag/20/538/christophe-darmangeat
[43] https://es.internationalism.org/tag/5/537/comunismo-primitivo
[44] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/sociedades-precapitalistas
[45] https://es.internationalism.org/tag/geografia/alemania
[46] https://es.internationalism.org/tag/21/493/el-sindicalismo-revolucionario-en-alemania
[47] https://es.internationalism.org/tag/20/555/rocker
[48] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/sindicalismo-revolucionario
[49] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1919-la-revolucion-alemana
[50] https://es.internationalism.org/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923