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En una carta reciente, las librerías "Contra a corrente" del grupo “Combate” en Portugal nos informan de su decisión de dejar de vender publicaciones de la CCI. No es práctica de la CCI entrar en tales detalles en las páginas de sus publicaciones. Sin embargo, no compartimos el desprecio mostrado por los "modernistas" por lo que llaman "preocupación por la mercancía política". Por el contrario, creemos que la difusión más amplia posible de la prensa revolucionaria es una contribución importante a la clarificación y, por lo tanto, constituye una preocupación política básica. Además, mientras los grupos revolucionarios permanezcan compuestos por pequeñas minorías, sería difícil para ellos asumir plenamente sus publicaciones sin una cierta contraparte, a menudo pequeña, a través de las ventas. Pero si hablamos de la carta de “Combate” aquí, es para plantear abiertamente la pregunta: ¿por qué “Combate” tomó la decisión de cerrar sus librerías para nosotros? En la carta sólo encontramos una negativa, no una explicación.
A nivel puramente práctico, podemos ver que las publicaciones revolucionarias, dado el reflujo de la lucha, ya no se venden tan bien hoy en Portugal como lo hicieron durante el período 1974-75. Nos pareció necesario reducir el número de envíos (una decisión que se tomó entre “Combate” y los camaradas de la CCI que fueron a Portugal este verano). Pero eliminar todas las ventas es otra cosa. Sólo una librería burguesa podría decir como único criterio: si sus publicaciones no se venden rápidamente y en cantidades suficientes, no tenemos ningún interés en perder el tiempo con ustedes. Sin embargo, las librerías "Contra a corrente" de Oporto y Lisboa están en manos de un grupo que quiere ser revolucionario, interesado en hacer que las ideas de las corrientes comunistas sean más accesibles entre los trabajadores. Por lo tanto, nos parece que cualquier hipótesis "práctica" como explicación de la decisión debe ser rechazada.
Políticamente, la CCI nunca ha ocultado sus críticas al grupo “Combate”, ni cara a cara cuando tuvimos la oportunidad de reunirnos con estos camaradas, ni por escrito en nuestra prensa. A pesar de todas sus debilidades y confusiones destacadas en el artículo "Sobre Combate" en la Revista Internacional n° 7[1], siempre hemos considerado a “Combate” como uno de los únicos grupos en Portugal que defiende las posiciones de clase: la denuncia de las mistificaciones del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas), del aparato sindical y la izquierda del capital, así como la defensa de las luchas autónomas de los trabajadores y el internacionalismo proletario. Por eso nos pusimos en contacto con “Combate” y pusimos en contacto a activistas de otros países con ellos. Pero la principal debilidad de “Combate”, a saber, su falta de claridad sobre la necesidad de formar una organización sobre la base de una plataforma política coherente, los llevó inevitablemente a un cierto localismo, un apoyo ambiguo a las experiencias "autogestionarias", una creciente confusión sobre la orientación de las tareas de los revolucionarios. Finalmente, hemos encontrado que, si “Combate” continúa teorizando sus errores, "no puede resistir por mucho tiempo la terrible contradicción a la que está sometido entre sus propios principios revolucionarios de partida y la terrible presión de la ideología burguesa que ha permitido penetrar en su seno al negarse a dar a sus principios una base clara y coherente basada en las lecciones de la experiencia histórica de la clase”. ( Revista Internacional, n°7)
Todas nuestras apreciaciones sobre “Combate” son parte de un esfuerzo por contribuir a la clarificación de las posiciones revolucionarias en la clase obrera. ¿Debemos creer que “Combate” tiene la piel tan cosquilleada que las críticas la llevan a cerrar la puerta a la CCI? Trabajamos para confrontar ideas solo con grupos que están en el campo proletario, a pesar de todas las posibles confusiones dentro de ellos. No polemizamos con el estalinismo, el trotskismo o el maoísmo; los denunciamos pura y simplemente como armas ideológicas del capital. Y no nos sorprende cuando las librerías bajo control estalinista o trotskista (directa o indirectamente) rechazan nuestras publicaciones o cuando los trotskistas, como los de una librería de Boston, nos devuelven nuestras revistas después de haber tenido cuidado de romper artículos sobre Vietnam de antemano. No es posible pedirle “democracia” a la burguesía. Pero ¿Combate” también utiliza medidas administrativas para el ajuste de desacuerdos políticos?
A través de las discusiones que tuvimos con “Combate”, se desprende que “Combate” reprocha a la CCI el tener una fijación con la necesidad de crear una organización internacional sobre la base de posiciones de clase claras y precisas. Seríamos, según algunos de sus miembros, un vestigio de la "vieja concepción" de una organización revolucionaria, introvertida, sectaria e incapaz de "abrirnos a las nuevas contribuciones de la lucha", especialmente en Portugal. Lamentamos que nuestra intransigencia sobre las posiciones políticas de clase y nuestra preocupación por el reagrupamiento internacional de los revolucionarios no resuene en “Combate”. También lamentamos que “Combate” parezca encontrar mucho más interés en grupos caracterizados sobre todo por la vaguedad política y la búsqueda de "novedades" como la "autogestión" de “Solidaridad” en Gran Bretaña u otros libertarios sin una definición política clara. Pero ¿hay que concluir que no hay peor demagogo que aquellos que dicen ser "libertarios" hasta el momento en que las diferencias los llevan a tomar medidas represivas? Acusarnos de sectarismo nos parece una coartada fácil.
Hay que recordar que las librerías "Contra a corrente" no sólo distribuyen la prensa revolucionaria. Uno puede entender que es imposible dirigir una librería en el mundo capitalista de hoy con el único apoyo de la prensa comunista. Como resultado, en "Contra a corrente" se venden publicaciones de todo tipo: psicología, novelas, libros de Stalin y Mao, textos de trotskistas, así como publicaciones de Solidaritv, CWO y de la CCI, en portugués y otros idiomas. ¿Debemos entender que la clase obrera en Portugal necesita leer las elucubraciones de la contrarrevolución bajo la pluma de estalinistas o trotskistas, pero que debe ser "protegida" de la CCI que desaparecerá de las librerías de “Combate”? ¿Puede la canalla estalinista encontrar un lugar para difundir sus mistificaciones y, en cambio, una voz de revolucionarios ser censurada? Habría entonces que poner en la puerta de las librerías "Contra a corrente": "¡No hay peor enemigo de la clase obrera que la CCI y es por eso que no encontrarán su prensa aquí"!
Lo que está en juego en esta discusión no es simplemente la difusión de la CCI. En cualquier caso, nuestra prensa se distribuirá en Portugal. Pero todo esto no es digno de los esfuerzos de los elementos que hoy buscan el camino de la revolución. Es espantoso que “Combate” tome tales decisiones sin ninguna explicación. Actualmente hay demasiados grupos que dicen ser revolucionarios, pero se erigen como "jueces censores" del movimiento obrero: la CWO es un ejemplo flagrante de esto con su desafortunada convicción de que todos aquellos que no están de acuerdo con ellos son contrarrevolucionarios. Es necesario luchar contra esta tendencia a establecer las fronteras de clase cada uno a su antojo y para las necesidades de su capilla. Hoy, cuando la clase obrera debe tener una clara orientación política para poder actuar a tiempo ante la crisis del sistema, cuando finalmente, después de 50 años de triunfo de la barbarie de la contrarrevolución, hay una apertura en la historia, es lamentable que grupos revolucionarios como “Combate” se contenten con posiciones políticas confusas y caigan tan fácilmente en medidas represivas contra otras corrientes políticas, medidas que sólo pueden recordar los "buenos viejos tiempos" de los estalinistas.
Por lo tanto, pedimos abiertamente a “Combate” que reconsidere estas medidas para suprimir la venta de nuestra prensa y revertir esta decisión aberrante.
La CCI
30 de noviembre de 1976
LIVRARIA CONTRA-A-CORRENTE
Oporto, 9 de septiembre de 1976
Queridos camaradas:
Hace unos días, en una reunión, las librerías Contra a Corrente (Oporto y Lisboa) decidieron dejar de vender R.I. y todas las demás publicaciones de su Corriente; para el futuro sólo queremos recibir dos números para los archivos; pronto, intentaremos pagar lo que hemos vendido.
[1] Ver https://es.internationalism.org/content/4687/acerca-de-combate [2] Este artículo fue escrito durante el verano, antes de que la carta de “Combate” fuera enviada y publicada después de que fuera recibida. Por lo tanto, no juega un papel particular en el asunto de las librerías, excepto como un resumen general de las discusiones y críticas
Cuando se habla de la oposición revolucionaria a la degeneración de la Revolución Rusa o a la de la Internacional Comunista, se suele entender, por lo general, que se hace referencia a la Oposición de Izquierda dirigida por Trosky y otros líderes bolcheviques. Es más, la crítica totalmente inadecuada de ambas -hecha con mucho retraso por aquéllos que jugaron un papel activo en esa degeneración- es considerada como el principio y el fin de toda oposición, tanto dentro de Rusia como de la Internacional. Sin embargo, la crítica mucho más profunda y consecuente llevada a cabo por los “Comunistas de Izquierda” bastante antes de formarse la Oposición de Izquierdas en 1923, o es ignorada o se describe como los delirios de lunáticos sectarios alejados de la “realidad”. Esta deformación del pasado es simplemente una expresión de la amplia influencia de la contrarrevolución que se impuso tras años de lucha revolucionaria que concluyeron en los años veinte. Esta manipulación de la realidad va a servir siempre a los intereses de la contrarrevolución capitalista para ocultar o deformar la historia y las tradiciones genuinamente revolucionarias de la clase obrera y sus minorías comunistas. La burguesía intenta de esta forma oscurecer la naturaleza histórica del proletariado, de la clase destinada a llevar a la humanidad al reino de la libertad.
Contra esta deformación del pasado los revolucionarios deben afirmar y examinar las luchas históricas del proletariado, no por el interés propio de los recopiladores de la historia sino porque la experiencia pasada de la clase proletaria forma parte, con sus actividades presentes y futuras, de una cadena sin solución de continuidad y porque únicamente comprendiendo el pasado se puede comprender el presente y aproximar el futuro. Pretendemos que este trabajo, sobre la Izquierda Comunista en Rusia, ayude a arrancar un capítulo importante de la historia del movimiento comunista de las deformaciones con las que ha sido narrada por la historiografía burguesa, ya sea ésta académica o izquierdista. Pero sobre todo, esperamos que ayude a aclarar algunas de las lecciones de las luchas, derrotas y victorias de la Izquierda Rusa, lecciones que tienen un papel vital en la reconstitución del movimiento comunista del presente.
“En Rusia, el problema sólo podía ser planteado. No podía ser resuelto en Rusia”. Rosa Luxemburgo: “Crítica de la Revolución Rusa”.
Durante la contrarrevolución que inundó el mundo, tras de los años revolucionarios de 1917-23, creció un mito alrededor del Bolchevismo. Lo describía como un producto específico del “atraso” ruso y de la barbarie asiática. Los sobrevivientes de las Izquierdas Comunistas alemana y holandesa, profundamente desmoralizados por la degeneración de la Internacional y la muerte de la Revolución rusa, mantuvieron una posición semi-menchevique que afirmaba que el desarrollo burgués en Rusia en los años 20 y 30 era inevitable, ya que Rusia estaba inmadura para el comunismo; al tiempo que definían el bolchevismo como una ideología de la “inteligencia” la cual buscaba solamente la modernización capitalista de Rusia y había llevado a cabo una revolución “burguesa” o “capitalista de Estado” apoyándose en un proletariado inmaduro y ocupando el lugar que le correspondía a una burguesía impotente.
Toda esa teoría era la revisión total del carácter genuinamente proletario de la Revolución rusa y del bolchevismo, y la muestra de cómo muchos comunistas de izquierda repudiaron su propia participación en el drama heroico que había comenzado en octubre de 1917. Pero como todos los mitos, éste contenía un grano de verdad. El movimiento obrero, aunque fue fundamentalmente un producto de las condiciones internacionales, contenía también rasgos específicos derivados de las particularidades nacionales e históricas. Hoy, por ejemplo, no es casual que el movimiento comunista que renace sea más fuerte en los países de Europa occidental y más débil, casi inexistente, en los países del bloque oriental. Esto es producto de la manera específica en que se han desarrollado los hechos históricos de los últimos cincuenta años y, en particular, de la manera en que la contrarrevolución capitalista se ha organizado en diferentes países. De forma similar, cuando examinamos el movimiento revolucionario en Rusia, antes y después de la insurrección de Octubre, aunque la esencia de ese movimiento únicamente se puede comprender en el contexto del movimiento obrero internacional, observamos que algunos de sus aciertos y debilidades pueden explicarse si se los relaciona con las particulares condiciones existentes en aquel periodo en Rusia.
En muchos casos, las debilidades del movimiento revolucionario ruso eran simplemente la otra cara de lo que fue su fuerza. La capacidad del proletariado ruso de orientarse muy rápidamente hacia una solución revolucionaria de sus problemas estaba determinada en gran parte por la naturaleza del régimen zarista. Autoritario, decrépito, incapaz de erigir “amortiguadores” estables contra la amenaza proletaria el sistema zarista logró que cualquier intento de defenderse que hiciese el proletariado acabara enfrentándole inmediatamente a las fuerzas represivas del Estado. Al proletariado ruso, joven pero altamente concentrado y combativo, no le fue nunca dado el tiempo ni el espacio político como para desarrollar en su seno una mentalidad reformista que le hubiera llevado a identificar la defensa de sus intereses materiales inmediatos con la sobrevivencia de su “patria”. Al proletariado ruso le era también más fácil rechazar de plano cualquier identificación con el esfuerzo de guerra zarista después de la barbarie de 1914 y ver, en la destrucción del aparato político zarista, la condición previa a su propio avance en 1917. A grandes rasgos, y sin intentar aquí establecer una conexión demasiado mecánica entre el proletariado ruso y sus minorías revolucionarias, estos elementos de fuerza del proletariado ruso fueron uno de los factores que permitieron a los bolcheviques ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario mundial tanto en 1914 como en 1917, con su clamorosa denuncia contra la guerra y afirmando, sin compromisos, la necesidad de destruir la máquina del Estado burgués.
Pero, como ya hemos dicho, estos puntos fuertes tenían también sus debilidades y la inmadurez de este proletariado, su falta de tradiciones organizativas, la brutalidad con la que fue empujado a una situación revolucionaria,… fue dejando importantes lagunas en el arsenal teórico de sus minorías revolucionarias. Es significativo, por ejemplo, que las críticas más apropiadas y profundas a las prácticas reformistas de la social democracia y de los sindicatos, empiezan a ser elaboradas precisamente donde esas prácticas estaban más arraigadas: en países como Holanda y Alemania. Fue allí, en vez de en Rusia donde el proletariado luchaba todavía por derechos parlamentarios y sindicales, donde el peligro de los hábitos reformistas fue comprendido, desde el primer momento, por los revolucionarios. Por ejemplo, los trabajos de Anton Pannekoek y del grupo holandés Tribune, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, contribuyeron a preparar el terreno para la ruptura radical de los revolucionarios alemanes y holandeses con las viejas tácticas reformistas, después de la guerra. Lo mismo hay que decir de la Fracción abstencionista de Bordiga en Italia. Por el contrario, los bolcheviques jamás comprendieron realmente que el período de las “tácticas” reformistas había acabado para siempre con la entrada del capitalismo en su periodo de agonía, en 1914; los bolcheviques nunca comprendieron plenamente todas las implicaciones que para la estrategia revolucionaria quedaban abiertas con la nueva época. Los conflictos sobre tácticas sindicalistas y parlamentarias que desgarraron a la Internacional Comunista después de 1920 se debieron, en gran parte, a la incapacidad del Partido ruso de comprender a fondo las necesidades del nuevo periodo. Sin embargo, esa incapacidad no estaba totalmente circunscrita al liderazgo bolchevique: se reflejaba también en el hecho de que las críticas del sindicalismo, del parlamentarismo, del sustitucionismo y de los otros rezagos socialdemócratas hechas por la Izquierda comunista rusa, nunca tuvieron el mismo nivel de claridad que las holandesas, alemanas e italianas.
Debemos matizar esta observación comprendiendo el contexto internacional de la revolución. Las debilidades teóricas del Partido bolchevique no eran definitivas, debido precisamente a que se trataba de un partido proletario genuino, abierto por lo tanto a los nuevos desarrollos y comprensiones surgidas de una lucha proletaria en su fase ascendente. Si la revolución de Octubre se hubiese extendido internacionalmente, estas debilidades se hubieran podido superar. Si las deformaciones socialdemócratas del bolchevismo acabaron por cristalizarse y convertirse en un obstáculo fundamental al movimiento revolucionario fue debido a que la revolución mundial cayó en un reflujo y el bastión proletario de Rusia acabó paralizado por su aislamiento. La rápida caída de la Internacional Comunista en el oportunismo se debió en gran parte a la influencia del Partido ruso dominante y entre otras cosas fue el resultado de los intentos bolcheviques de buscar un equilibrio entre las necesidades de sobrevivir del Estado soviético y los intereses internacionales de la revolución. Este esfuerzo se hizo tanto más contradictorio cuanto más retrocedía la ola revolucionaria; el intento fue abandonado finalmente al triunfar el “socialismo en un solo país”, que significó la muerte de la Internacional Comunista y coronó la victoria de la contrarrevolución en Rusia.
Si el tremendo aislamiento del bastión ruso fue lo que en última instancia impidió al Partido Bolchevique superar sus errores iniciales, también obstaculizó el desarrollo teórico de las fracciones de la Izquierda Comunista que se separaron del Partido ruso en degeneración. La Izquierda rusa, aislada de las discusiones y de los debates que aun mantenían las fracciones de Izquierda en Europa y sometida a la represión implacable de un Estado cada vez más totalitario, tendía a hacer una crítica formal de la contrarrevolución rusa y rara vez llegó a discernir las raíces profundas de la degeneración. La absoluta novedad y la rapidez que acompañaron a la experiencia rusa iban a dejar a una generación entera de revolucionarios en una confusión total sobre lo que allí había pasado. Fue en las décadas de los 30 y 40 cuando, entre las Fracciones comunistas que habían sobrevivido a la degeneración, empieza a aparecer un enfoque coherente de lo ocurrido. Pero a esa comprensión llegaron sobre todo los revolucionarios de Europa y de América; la Izquierda rusa estaba demasiado metida y apegada a la totalidad de aquella experiencia como para elaborar un análisis global y sobre todo objetivo del fenómeno.
Por tanto, no podemos sino coincidir con el análisis que de la Izquierda comunista han hecho los camaradas de Internationalism:
“La contribución que ha perdurado de estos pequeños grupos que trataban de comprender la nueva situación, no ha sido la de captar en su totalidad el proceso del capitalismo de Estado desde sus comienzos, ni tampoco la de presentar un programa totalmente coherente con el que relanzar la revolución. No, su contribución radica en que dieron la alarma, en que estuvieron entre los primeros que, proféticamente, denunciaron el establecimiento de un régimen de capitalismo de Estado. Su legado al movimiento obrero está en haber dejado la prueba política de que el proletariado ruso no sucumbió en silencio.” (J. Allen: “Una contribución a la cuestión del capitalismo de Estado” en Internationalism, n° 6).
Las ideas que presentan a los bolcheviques como a los partidarios del capitalismo de Estado y de la dictadura del Partido, y a los comunistas de Izquierda como a los verdaderos defensores del poder obrero y de la transformación comunista de la sociedad, aceptan que hay un abismo infranqueable ente los dos. Estas ideas son un aspecto más del mito sobre el bolchevismo “atrasado” y “burgués”. Semejante concepción tiene un atractivo especial para los consejistas y libertarios que desean identificarse solamente con lo que les gusta del movimiento obrero y desechan las experiencias reales de la clase cuando descubren sus defectos. En la realidad existe sin embargo una continuidad entre lo que era el bolchevismo en sus orígenes y lo que eran los comunistas de Izquierda en los años 20 y después. Los propios bolcheviques habían estado en la extrema izquierda del movimiento socialdemócrata anterior a la Gran Guerra, debido especialmente a su firme defensa de la coherencia en materia de organización y a su defensa de la necesidad de un partido revolucionario, libre de todas las tendencias reformistas y confusionistas del movimiento obrero hasta entonces[1].
Su posición en la guerra de 1914-18 (y sobre todo la posición de Lenin y de quienes la defendían en el seno del partido) fue la más radical de todas las posiciones anti-bélicas del movimiento socialista: “transformar la guerra imperialista en guerra civil”. Su llamada a la destrucción del Estado burgués en 1917, hizo de los bolcheviques el centro reagrupador de las minorías revolucionarias más intransigentes del mundo. Los “Radicales de Izquierda” en Alemania, en torno a los cuales se constituyó el núcleo del Partido Obrero Comunista de Alemania (KAPD) en 1920, se inspiraron directamente en el ejemplo de los bolcheviques, especialmente cuando éstos llamaban a la creación de un nuevo partido revolucionario, en total oposición a los social-patriotas del Partido Socialista de Alemania (SPD)[2]. De alguna manera, los Bolcheviques y la Internacional Comunista (fundada en buena medida por iniciativa suya) representaban la “Izquierda” y acabaron siendo el movimiento comunista. El comunismo de Izquierda surgió orgánicamente del movimiento comunista inicial, dirigido por los bolcheviques y la I.C.; aunque hay que entender su surgimiento como resultado de su reacción contra la degeneración y el abandono, por parte de esa vanguardia, de lo que defendió en sus orígenes.
Esto aparece claro cuando examinamos los orígenes de la Izquierda comunista en Rusia. Todas las fracciones de Izquierda rusas provienen del Partido Bolchevique. Esto es prueba en sí del carácter proletario del bolchevismo. Una expresión viva de la clase obrera, de la única clase que puede hacer una crítica despiadada y continua de su propia práctica, el Partido bolchevique engendró continuamente fracciones revolucionarias. En cada etapa de su degeneración, se alzaron en su seno voces de protesta; grupos que se formaban dentro del Partido o rompían con él para denunciar las traiciones contra el programa original del Bolchevismo. Sólo cuando el Partido fue finalmente enterrado por sus sepulteros estalinistas, estas fracciones dejaron de surgir de él. Los comunistas de Izquierda rusos eran todos bolcheviques; fueron ellos los que defendieron la continuidad con aquel bolchevismo de los heroicos años de la revolución; mientras que quienes les calumniaron, persiguieron y ejecutaron, sin importarles lo prestigioso que fueran sus nombres, eran los que rompieron con la esencia del verdadero bolchevismo.
Los primeros meses
El Partido Bolchevique fue en realidad el primero de los partidos del movimiento obrero constituidos tras la Guerra que produjeron una “izquierda”. Esto se debe precisamente a que fue el primer Partido que dirigió una insurrección victoriosa contra el Estado burgués. La concepción que existía en el movimiento obrero de entonces era la de que el papel del partido era organizar la toma del poder para asumir el timón del gobierno en el nuevo “Estado proletario”. De acuerdo con esta concepción, estaba claro que el carácter proletario del Estado estaba asegurado porque Éste estaba en manos de un Partido proletario que trataría de llevar a la clase obrera al socialismo. El carácter fundamentalmente erróneo de esta doble o triple sustitución (partido-Estado; Estado-clase; partido-clase) quedará desvelado en los años que siguieron a la revolución. El trágico destino de los bolcheviques fue ese precisamente: poner en práctica los errores teóricos del movimiento obrero en su conjunto y demostrar, con esa experiencia negativa, la falsedad absoluta de las concepciones mencionadas. Toda la vergüenza y las traiciones relacionadas con el Bolchevismo derivan del hecho de que la revolución nació y murió en Rusia y de que el Partido Bolchevique, al identificarse con el Estado que acabaría siendo el agente interno de la contrarrevolución, se transformó él mismo en el organizador de la muerte de la revolución.
Si la revolución hubiese estallado y degenerado en Alemania, y no en Rusia, es posible que los nombres de R. Luxemburgo y de K. Liebknecht causaran ahora las mismas reacciones ambiguas o equívocas que suscitan Lenin, Trotsky, Bujarin y Zinóviev. Se debe en última instancia a la gran epopeya que emprendieron los Bolcheviques el que los revolucionarios de hoy puedan decir sin titubeos que la tarea del Partido no es tomar el poder en nombre de la clase y que los intereses de la clase no son idénticos a los del Estado surgido de la revolución. Es también totalmente cierto que para que los revolucionarios puedan afirmar esas verdades, tan aparentemente sencillas, han sido necesarios muchos años de dolorosa reflexión autocrítica.
El Partido Bolchevique empezó a degenerar desde el momento en que “se hizo cargo” del Estado soviético, en Octubre 1917. No fue de golpe, ni tampoco una caída ininterrumpida. Mientras la revolución mundial seguía al orden del día, la degeneración no era irreversible. Pese a todo, el proceso general de degeneración comenzó inmediatamente. Mientras el Partido fue capaz de actuar libremente, como la fracción más resuelta de la clase, lo fue también de señalar la manera de profundizar y de extender la lucha de clases; pero la toma del poder por los Bolcheviques frenó cada vez más su capacidad para identificarse con y participar en la lucha de clase del proletariado. En adelante, las necesidades del Estado iban a prevalecer sobre las necesidades de la clase; y aunque esta dicotomía estaba al principio escondida por la intensidad misma de la lucha revolucionaria era, no obstante, la expresión de una contradicción intrínseca y fundamental entre la naturaleza del estado y la naturaleza del proletariado: las necesidades de un estado son esencialmente las de conservar la sociedad tal como está, conteniendo la lucha de clases dentro de una situación que se corresponde con el status quo social; mientras que las necesidades del proletariado -y por tanto de su vanguardia comunista- no pueden ser otra cosa que la extensión y la intensificación de la lucha de clases hasta la demolición de todas las condiciones existentes. Mientras el movimiento revolucionario de la clase, en Rusia y en el mundo, se mantuvo en ascenso, el Estado soviético podía ser usado para resguardar las conquistas de la revolución, ser un instrumento en manos de la clase revolucionaria; pero tan pronto el movimiento real de la clase desaparece, el status quo defendido por el Estado no pudo ser otro que el statu quo del capital. Esta era la tendencia general pero en realidad las contradicciones entre el proletariado y el nuevo estado empezaron a aparecer inmediatamente debido a la inmadurez de la clase y de los Bolcheviques -reflejada ésta en su actitud hacia el Estado- y, sobre todo, porque las consecuencias del aislamiento de la revolución rusa empezaron a causar estragos en el nuevo bastión proletario, desde su nacimiento. Enfrentados a un número de problemas que sólo podían solucionarse a escala internacional -dentro de Rusia, la organización de una economía devastada por la guerra, las relaciones con una enorme masa campesina en Rusia,… y en el exterior, un mundo capitalista que le era absolutamente hostil- los Bolcheviques no contaban con la experiencia que les hubiera permitido, al menos, tomar medidas para minimizar las consecuencias nefastas de estos problemas.
En realidad, las medidas que tomaron tendían a complicar los problemas en vez de a resolverlos y la gran mayoría de los errores cometidos provenían del hecho de que los bolcheviques, habiéndose situado a la cabeza del Estado, se sentían cargados de razón para identificar los intereses proletarios con los del Estado soviético; peor aún, para subordinar los primeros a los segundos.
Aunque ninguna fracción comunista en Rusia pudo en esos tiempos hacer una crítica fundamental de estos errores sustitucionistas -una debilidad que marcó a toda la Izquierda rusa-, una oposición revolucionaria a la política inicial del Estado se formó pocos meses después de la toma del poder. Esta oposición tomó la forma de un grupo de comunistas de izquierda, alrededor de Osinsky, Bujarin, Rádek, Smirnov y otros, organizado principalmente en el Buró Regional del Partido en Moscú, que publicaban el periódico fraccional “Kommunist”. Esta oposición, de inicios de 1918, fue la primera fracción bolchevique organizada que criticó los intentos del Partido de disciplinar a la clase obrera. Pero la originalidad del grupo de Comunistas de Izquierda fue su oposición a firmar al tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán.
Este no es lugar adecuado para iniciar un estudio detallado del tema Brest-Litovsk pero resumiremos: el debate principal era entre Lenin y los Comunistas de Izquierda (con Bujarin a la cabeza) que apoyaban la guerra revolucionaria contra Alemania y denunciaron el Tratado de paz como una “traición” a la revolución mundial. Lenin defendió la firma del Tratado como un medio de obtener “un espacio para respirar” mientras que reorganizaban la capacidad militar del Estado soviético. Los Izquierdistas insistían diciendo que:
“Aceptar las condiciones dictadas por los imperialistas alemanes sería un acto contrario a toda nuestra posición de socialismo revolucionario; nos llevaría a abandonar la línea correcta del socialismo internacional en lo que concierne a la política tanto doméstica como exterior y nos podría conducir a uno de los peores tipos de oportunismo”. (Citado por Robert Daniels en: “La Conciencia de la Revolución”.1960.)
Aunque aceptaban que el Estado soviético, debido a su debilidad técnica, era incapaz de librar una guerra convencional contra el imperialismo alemán, llamaban a una estrategia de agotamiento del ejército alemán con ataques de guerrillas hechos por destacamentos móviles de partisanos rojos. Confiaban que esta “guerra santa” contra el imperialismo alemán serviría de ejemplo al proletariado y lo incentivaría para unirse a la lucha.
No queremos adentrarnos en un debate retrospectivo sobre las posibilidades estratégicas del poder soviético en 1918. Debemos aclarar, no obstante, que tanto Lenin como los Comunistas de Izquierda reconocían que en última instancia la única esperanza del proletariado radicaba en la extensión mundial de la Revolución; uno y otros, situaban sus preocupaciones y sus acciones dentro de un marco internacionalista y ambos daban abiertamente a conocer sus argumentos ante el proletariado ruso organizado en soviets. Consideramos por lo tanto inadmisible calificar de “traición” a la revolución mundial y al internacionalismo la firma del Tratado de paz. Como se vio después, tampoco significó el colapso de la revolución en Rusia o en Alemania, como temía Bujarin. De cualquier modo, estas consideraciones estratégicas eran hasta cierto punto imponderables. Uno de los aspectos políticos más importantes surgidos en el debate de Brest-Litovsk es el siguiente: ¿Es la “guerra revolucionaria” el principal medio de extender la revolución? ¿Tiene el proletariado que ha tomado el poder en una región la tarea de exportar la revolución al proletariado mundial, a punta de bayoneta? Las observaciones hechas por la Izquierda Italiana sobre la cuestión de Brest-Litovsk son significativas a este respecto:
“De las dos tendencias del Partido Bolchevique que se enfrentaron por lo de Brest-Litovsk, la de Lenin y la de Bujarin, nos parece que la primera estaba más en concordancia con las necesidades de la revolución mundial. La posición de la fracción dirigida por Bujarin, que mantenía que la función del Estado proletario era liberar a los obreros de otros países a través de la “guerra revolucionaria”, está en contradicción con la naturaleza misma de la revolución proletaria y con las tareas históricas del proletariado.” (“Partido-Estado-Internacional: el Estado Proletariado”, Bilan n° 18 -abril/mayo 1935).
Contrariamente a la revolución burguesa, que podía ser exportada por medio de conquistas militares, la revolución proletaria depende de la lucha consciente del proletariado de cada país contra su propia burguesía:
“La victoria de un Estado proletario contra un Estado capitalista (en el sentido territorial del término) no significa en ningún modo la victoria de la revolución mundial” (ibid).
El avance del Ejército Rojo en Polonia en 1920, que sólo consiguió empujar a los obreros polacos a los brazos de su propia burguesía, es una prueba de que las victorias militares de un bastión proletario no pueden remplazar la acción política consciente del proletariado mundial. Concluyendo: la extensión de la revolución es, primero y ante todo, una tarea política. La fundación de la Internacional Comunista en 1919 es por tanto una contribución mucho más grande a la revolución mundial que cualquier “guerra revolucionaria”.
La firma del tratado de Brest-Litovsk, su ratificación por el Partido y los Soviets y el deseo ferviente de la izquierda de evitar una ruptura en el Partido sobre esta cuestión fue lo que acabó con la primera fase de la actividad de los Comunistas de Izquierda. Una vez que el Estado soviético pudo “respirar a gusto”, los problemas inmediatos a los que tuvo que hacer frente el Partido fueron los de la organización de la economía rusa devastada por la guerra. Quien más contribuyó a clarificar la cuestión de los peligros a que se enfrenta el bastión revolucionario fue el grupo de los Comunistas de Izquierda, con sus valiosas observaciones. Bujarin, el ferviente partisano de la “guerra revolucionaria”, no estaba muy interesado en criticar la política de la mayoría bolchevique tocante a la organización interna del régimen; por lo que la mayor parte de las críticas más serias a la política doméstica del liderazgo Bolchevique fueron hechas por Osinsky que se reveló como una figura de oposición mucho más coherente que Bujarin.
En los primeros meses de 1918, los líderes Bolcheviques intentan resolver el desorden económico en Rusia de una manera superficialmente “programática”. En un discurso ante el Comité Central Bolchevique (publicado con el título: “Las tareas inmediatas del poder soviético”) Lenin llama a la formación de trusts de Estado, a los que podrían incorporarse los expertos burgueses y los propietarios, aunque bajo la supervisión del Estado “proletario”. A cambio, los obreros debían aceptar el sistema Taylor de “gestión científica” de la producción (denunciado en su día por el propio Lenin como esclavitud del hombre por la máquina), y la “gestión personal” en las fábricas: “la revolución requiere... precisamente en interés del socialismo que las masas obedezcan incondicionalmente a la voluntad única de los dirigentes del proceso de producción”.
Todo esto significaba que el movimiento de Comités de fábricas que se había propagado como un reguero de pólvora desde febrero de 1917 debía ser frenado, las expropiaciones hechas por esos comités no debían ser alentadas, su creciente autoridad en las fábricas debía quedar reducida a una simple función de “control” y tendrían que transformarse en apéndices de los sindicatos -que eran instituciones mucho más manejables y que ya estaban incorporadas al nuevo aparato estatal-.
La dirección Bolchevique presentó esta política como la mejor manera, para el régimen revolucionario, de evitar el peligro de caos económico y racionalizar la economía en la perspectiva de la construcción definitiva del socialismo cuando la revolución mundial se hubiera extendido. Lenin llamó francamente a este sistema “capitalismo de Estado”, que significaba para él el control del Estado proletario sobre la economía capitalista en interés de la revolución.
En una polémica contra los Comunistas de Izquierda (“El Infantilismo izquierdista y la mentalidad pequeño burguesa”) Lenin arguye que semejante sistema de capitalismo de Estado sería un claro avance en un país atrasado como Rusia, donde el principal peligro de la contrarrevolución lo constituía la masa fragmentada, arcaica y pequeño burguesa del campesinado. Esta posición fue aceptada por los Bolcheviques como un “credo”, fe que les impidió ver que la contrarrevolución internacional se estaba expresando primordialmente a través del Estado y no de los campesinos.
Los Comunistas de Izquierda, que temían que la revolución degenerase en un sistema de “relaciones económicas pequeño burguesas” (“Tesis sobre la situación actual”, Kommunist n° 1 -abril 1918. Y R. Daniels: “Historia documental de la Revolución”), también compartían la convicción de la dirección de que la nacionalización realizada por el Estado “proletario” era una medida verdaderamente socialista. De hecho, los Comunistas de Izquierda pedían su extensión a toda la economía. Es evidente que ellos no podían ser totalmente conscientes del peligro que significaba el “capitalismo de Estado” pero, basándose en un fuerte instinto de clase, vieron rápidamente los peligros contenidos en un sistema que pretendía organizar la explotación de los obreros en interés del “socialismo”. La advertencia profética de Osinsky [Obolenski] es ahora bien conocida:
“Nosotros no apoyamos la concepción: “construcción del socialismo bajo la gestión de los trusts”. Al contrario, defendemos el punto de vista de la construcción de una sociedad proletaria por la creatividad de clase de los trabajadores mismos, no por los decretos de los “capitanes de industria”... tenemos confianza en el instinto de clase, en la iniciativa activa de clase del proletariado. No puede ser de otra manera. Si el proletariado no es capaz de crear los requisitos necesarios para la organización socialista del trabajo, nadie lo hará en su lugar, y nadie le obligará a hacerlo. El bastón que es esgrimido contra los obreros, deberá estar en las manos de una fuerza emanada bien de otra clase social bien del proletariado. Si ese bastón llega a caer en las manos de los soviets contra los obreros, el poder de los soviets se verá obligado a apoyarse en otra clase (el campesinado por ejemplo), negándose así como dictadura del proletariado. Una de dos, o el socialismo y la organización socialista del trabajo son establecidos por el proletariado mismo o no lo serán. Se establecerá algo totalmente diferente, o sea, “el capitalismo de Estado”. (“Sobre la Construcción del Socialismo”, Kommunist, N° 2, abril 18. También en: R. Daniels (Ibídem).
Contra esta amenaza, los comunistas de Izquierda proponían el control obrero de la industria a través de un sistema de Comités de fábrica y de “Consejos de economía”. Ellos definían su propio papel como el de una “oposición proletaria responsable” constituida dentro del partido para impedir que el Partido y el régimen soviético se “desvíen” hacia el “desastroso camino de la política pequeño burguesa” (“Tesis sobre la situación actual”).
Las advertencias de las Izquierdas contra estos peligros no se limitaban al plano económico sino que tenían profundas ramificaciones políticas; se puede demostrar esto con otra advertencia que hicieron contra el intento de imponer la disciplina laboral desde arriba:
“Bajo la política de administrar empresas basándose en la amplia participación de capitalistas y en la centralización semiburocrática, es natural que se combine una política laboral encaminada a instaurar la disciplina en los obreros hablando de “autodisciplina”, a introducir el trabajo obligatorio (tal programa había sido propuesto ya por bolcheviques de derechas), el pago por piezas realizadas, aumento de la jornada laboral, etc.,... La forma de administración gubernamental tendrá así que desarrollarse en el sentido de la centralización burocrática, hacia el reino de los “comisarios”, hacia la supresión de la independencia de los consejos locales y en la práctica al rechazo del “Estado-comuna” administrado por la base”. (“Tesis sobre la situación actual”).
La defensa de los comités de fábrica, de los soviets, y de la actividad autónoma de la clase obrera hecha por Kommunist era importante no porque diera soluciones a los problemas económicos de Rusia o fórmulas para la construcción inmediata del comunismo en Rusia. La Izquierda había expresado abiertamente que “el socialismo no puede ser puesto en práctica en un solo país y menos aún en un país ’atrasado’ ” (Ver: L. Schapiro, “El origen de la autocracia comunista”, 1955). La imposición de disciplina laboral por el Estado, la incorporación de los órganos proletarios autónomos en el aparato estatal, eran sobre todo golpes contra la dominación política de la clase obrera rusa. Como la CCI ha señalado con frecuencia[3], el poder político de la clase es la única garantía real para el éxito de la revolución. Y este poder político sólo puede ser ejercido por los órganos de masas de la clase –por sus comités, por sus asambleas de fábrica, sus consejos y sus milicias. Al socavar la autoridad de estos órganos, la política de la dirección Bolchevique presentaba un grave peligro para la revolución misma. Las señales de peligro observadas tan pertinentemente por los Comunistas de Izquierda en los primeros meses de la Revolución se volverían aún más serias durante el siguiente período de guerra civil. En efecto, este período determinaría de muchas maneras el destino final de la revolución en Rusia.
a) La guerra civil
El período de guerra civil en Rusia de 1918-1920 pone en evidencia fundamentalmente los inmensos peligros a los que se enfrenta un baluarte proletario si éste no es inmediatamente reforzado por los destacamentos de la revolución mundial. Debido a que la revolución no arraigó fuera de Rusia, el proletariado ruso tuvo que luchar prácticamente solo contra los ataques de la contrarrevolución blanca y sus aliados imperialistas. En términos militares, la heroica resistencia de los obreros rusos fue victoriosa pero políticamente hablando; el proletariado ruso emerge, de la guerra civil, diezmado, exhausto, fragmentado y más o menos privado de cualquier control real sobre el Estado soviético. En su ardor por ganar la lucha militar los bolcheviques aceleraron el declive del poder político de la clase obrera, militarizando, cada vez más, la vida social y económica. Si bien la concentración de todo el poder efectivo en los altos mandos del aparato estatal permitió que la lucha militar fuera librada de una manera implacable y efectiva, esto socavó aún más los verdaderos centros de la revolución: los órganos unitarios de masas de la clase. La burocratización del régimen soviético, que ocurrió durante este período, se iba a tornar irreversible con el reflujo sufrido por la revolución mundial después de 1921.
Con el inicio de las hostilidades, en 1918, se produjo un “cerrar filas” general en el Partido Bolchevique, ya que todos reconocían la necesidad de la unidad de acción contra el peligro externo. El grupo Kommunist, cuya publicación había dejado de aparecer después de haber sido severamente perseguidos por la dirección del Partido, dejó de existir y su núcleo original se dispersó en dos direcciones, presionado por la guerra civil. Una tendencia, expresada por Rádek y Bujarin, aplaudió las medidas económicas impuestas por la guerra civil con un entusiasmo descarado. Para ellos, las nacionalizaciones a gran escala, la supresión de las formas comerciales y monetarias, las requisas a los campesinos, medidas del “Comunismo de Guerra”, representaban una verdadera ruptura con la fase anterior de “capitalismo de Estado” y constituían un gran avance hacia genuinas relaciones comunistas de producción. Bujarin escribió incluso un libro, “Teoría económica del período de transición”, donde explicaba que la desintegración económica y aún el trabajo forzado eran estadios preliminares inevitables en la transición al comunismo. Sin duda, Bujarin trataba de demostrar “teóricamente” que Rusia bajo el comunismo de guerra, que había sido adoptado simplemente como un conjunto de medidas urgentes para enfrentar una situación desesperada, era una sociedad en transición hacia el comunismo. Bolcheviques como Bujarin, que fueron Comunistas de Izquierda, estaban dispuestos a abandonar sus críticas anteriores a la gestión personal y a la disciplina laboral, porque para ellos el Estado soviético ya no estaba tratando de hacer compromisos con el capital doméstico y estaba actuando resueltamente como un órgano de transformación comunista. En su “Teoría Económica del Período de Transición” Bujarin sostenía que el reforzamiento del Estado soviético y su creciente absorción de la vida social y económica representaban un paso decisivo hacia el comunismo:
“La estatalización de los sindicatos y, en la práctica, de todas las organizaciones de masas del proletariado resulta de la lógica interna del proceso de transformación mismo. La más pequeña célula del aparato de producción debe transformarse para apoyar el proceso general de organización que está siendo conducido y planificado por la voluntad colectiva de la clase obrera, que se materializa en la organización que corona la sociedad, que lo abarca todo: en su poder de Estado. Por lo tanto, el sistema de capitalismo de Estado se transforma dialécticamente en su contrario, en la forma estatal de socialismo obrero”. (“Teoría Económica del Período de Transición”. Citado por R. Daniels. Ibídem).
Con semejantes ideas Bujarin invirtió “dialécticamente” el razonamiento marxista según el cual el movimiento hacia la sociedad comunista se caracteriza por un debilitamiento progresivo, por una desaparición paulatina del aparato estatal. Bujarin era todavía un revolucionario cuando escribía esto; pero entre su teoría de un “comunismo estatalizado y contenido totalmente dentro de una nación” y la teoría estalinista del “socialismo en un sólo país” hay una innegable continuidad.
Mientras Bujarin hacía las paces con el Comunismo de Guerra, aquellos Izquierdistas que habían sido más consecuentes en su apoyo a la democracia obrera continuaron defendiendo este principio contra la creciente militarización del régimen. En 1919 el grupo Centralismo Democrático se formó con Osinsky, Saprónof y otros. Ellos continuaron protestando contra el principio de la “gestión personal” en la industria y continuaron abogando por el principio “colectivo” o “colegial” como “el arma más fuerte contra la compartimentación y la asfixia burocrática del aparato soviético” (“Tesis sobre el principio colegial y la autoridad individual”). Aunque reconocían la necesidad de usar especialistas burgueses en la industria y el ejército, los “cedemistas” también afirmaban la necesidad de poner a estos especialistas bajo el control de la base: "nadie se opone a la necesidad de usar a los “especialistas” –el debate es sobre cómo usarlos” (Saprónof, en R. Daniels: “La Conciencia de la Revolución”). Al mismo tiempo, los cedemistas protestaban contra la pérdida de iniciativa sufrida por los soviets locales, y sugerían una serie de reformas para el resurgimiento de los soviets como órganos efectivos de democracia obrera. Fueron posiciones como estas las que condujeron a ciertos críticos a decir que los cedemistas estaban más interesados en la democracia que en el centralismo. Al final los cedemistas abogaban por la restauración de las prácticas democráticas en el Partido. En el IX Congreso del PCR, en septiembre de 1920, los cedemistas atacaron la burocratización del Partido, la creciente concentración de poder en manos de una pequeña minoría. Es indicativo de la influencia que estas críticas todavía podían ejercer en el Partido, el hecho de que el Congreso terminó votando a favor de un manifiesto que llamaba vigorosamente a hacer “criticas desarrolladas de las instituciones centrales y locales del partido”, y a rechazar “cualquier forma de represión contra camaradas por tener ideas diferentes”. (“Resolución sobre las nuevas tareas en la construcción del Partido” del IX Congreso del Partido)
En general, la actitud de los cedemistas hacia el régimen soviético en un período de guerra civil se puede resumir en las palabras de Osinsky presentadas en ese mismo Congreso:
“La consigna clave que nosotros debemos proclamar para el momento actual es la unificación de las tareas militares, de las formas militares de organización y de los métodos administrativos por medio de la iniciativa creativa de los obreros conscientes. Si bajo la bandera de las tareas militares se empieza a imponer el burocratismo, vamos a dispersar nuestras propias fuerzas y no vamos a poder cumplir nuestras tareas”. (Citado por R. Daniels en su “Historia Documental del Comunismo”).
Algunos años después, el comunista de Izquierda Miasnikov diría esto sobre el grupo “Centralismo Democrático”:
“Este grupo tenía una Plataforma sin valor teórico real alguno. El único punto que atraía la atención de todos los grupos y del Partido era su lucha contra la centralización excesiva. Es ahora cuando podemos ver en esta lucha un intento, no muy preciso todavía, del proletariado para desalojar a la burocracia de las posiciones que acababa de conquistar en la economía. El grupo pereció de “muerte natural”, sin ejercerse sobre él ninguna violencia”. (“El obrero Comunista”, 1929. Un periódico francés cercano al KAPD).
Las críticas de los cedemistas eran inevitablemente imprecisas porque representaban una tendencia nacida cuando el Partido Bolchevique y la revolución estaban todavía muy vivas; de manera que su crítica al Partido era más bien un llamamiento a su democratización, a que fuese más igualitario,… En otras palabras, estaban condenados a que las críticas quedaran restringidas al nivel de la práctica organizativa más que al de las posiciones políticas fundamentales.
Muchos de los militantes de Centralismo Democrático también participaron en la Oposición Militar , que se formó por un breve período, en marzo 1919. Las necesidades de la guerra civil forzaron a los Bolcheviques a crear una fuerza de lucha centralizada, el Ejército Rojo, compuesta no sólo de obreros sino además de reclutas del campesinado y de otras capas sociales. Este ejército empezó a ajustarse muy rápidamente al modelo jerarquizado establecido en el resto del aparato estatal. La elección de oficiales fue abandonada rápidamente por ser “políticamente inútil y técnicamente ineficaz” (L. Trotsky, en su artículo “Trabajo, Disciplina y Orden”. 1920). La pena de muerte por negarse a obedecer la orden de ¡Fuego!, el saludo militar y las formas especiales de dirigirse a los oficiales fueron restablecidas; las jerarquías y los rangos reforzados, especialmente con el nombramiento de antiguos oficiales zaristas para altos mandos del ejército.
La Oposición Militar, cuyo principal portavoz era Vladimir Smirnof, se constituyó para luchar contra la tendencia a reorganizar el Ejército Rojo al modo y manera de un típico ejército burgués; no se oponía a la creación del Ejército Rojo en sí, ni al uso de “especialistas” militares pero estaba contra la jerarquización y la disciplina excesivas y por asegurarle al ejército una orientación con la que no se desviase de los principios bolcheviques. La dirección del Partido les acusó falsamente de querer desmantelar el ejército a favor de un sistema de destacamentos partisanos más adaptado a las guerras campesinas. Como en otras muchas ocasiones, los dirigentes Bolcheviques sólo concebían una única alternativa a lo que ellos llamaban “organización estatal proletaria”: la descentralización pequeño burguesa, anarquista. En efecto, los Bolcheviques confundían con frecuencia las formas burguesas de centralización jerárquica con el centralismo y la autodisciplina desde la base, que son distintivos del proletariado. En cualquier caso, las reclamaciones de la Oposición Militar, fueron rechazadas y el grupo se disolvió rápidamente. La estructura jerárquica del Ejército Rojo, junto al desmantelamiento de las milicias de fábrica, iba a permitir su utilización como fuerza represiva contra el proletariado desde 1921 en adelante.
Pese a la persistencia de tendencias de oposición en el Partido durante el período de guerra civil, la necesidad de unirse contra el ataque de la contrarrevolución actuó como fuerza aglutinadora tanto dentro del Partido como en todas las clases y capas sociales que apoyaban el régimen soviético contra los Blancos. Las tensiones internas del régimen fueron madurando durante este período y acabaron saliendo a la luz cuando las hostilidades cesaron y el régimen tuvo que hacer frente a las tareas de reconstrucción de un país devastado. Las discrepancias sobre cómo debía afrontar el régimen soviético la nueva etapa aparecieron en 1920-21 con rebeliones campesinas, descontento en la marina, huelgas obreras en Moscú y Petrogrado, y culminaron en el levantamiento obrero de Kronstadt en marzo de 1921. Estos antagonismos se expresaron inevitablemente dentro del propio Partido. La Oposición Obrera fue, en los traumáticos años de 1920-21, el foco central de la discrepancia política dentro del Partido Bolchevique.
b) La Oposición Obrera
En el X Congreso del Partido -marzo de 1921, estalló una controversia sobre la cuestión sindical, que se fue agudizando a partir del momento en que acaba la guerra civil. Aparentemente era un debate sobre el papel de los sindicatos en la dictadura del proletariado, pero en realidad el debate reflejaba problemas más graves, sobre el futuro del régimen soviético y el de sus relaciones con la clase obrera.
A grandes rasgos, había tres posiciones en el Partido: la de Trotsky, que apoyaba la total absorción de los sindicatos por el “Estado obrero”, donde tendrían la tarea de estimular la productividad del trabajo; la de Lenin, quien decía que los sindicatos todavía tenían que actuar como órganos defensivos de la clase, incluso contra el Estado obrero ya que , señalaba él, este Estado sufría de “deformaciones burocráticas”; y, finalmente, la del grupo Oposición Obrera, que defendía la gestión de la producción por los sindicatos industriales, independientes del Estado soviético. Aunque el marco general de este debate era profundamente inadecuado, la Oposición Obrera expresaba de manera confusa y titubeante no sólo la antipatía del proletariado hacia la burocracia y los métodos militares, que eran ya la marca del régimen, sino también las esperanzas de la clase obrera de que mejorasen las cosas una vez que los rigores de la guerra civil habían cesado.
Los líderes de la Oposición Obrera provenían en su mayoría del aparato sindical, aunque parece que contaban también con el considerable apoyo de la clase obrera en las zonas del Sudeste de la Rusia Europea y en Moscú, especialmente entre los metalúrgicos. Schliápnikov y Medvedev, dos de los líderes del grupo, eran obreros del metal. Pero la figura más famosa entre ellos era Alexandra Kolontai, quien redactó el texto programático de la Oposición Obrera, y un “Proyecto de Tesis sobre la cuestión sindical” que fue presentado por el grupo al X Congreso. Todas las fuerzas y debilidades del grupo se vislumbraban en ese texto, que comenzaba afirmando:
“La Oposición Obrera salió de las entrañas del proletariado industrial de la Rusia Soviética y se ha fortalecido no sólo a causa de las condiciones intolerables de vida y trabajo que padecen siete millones de proletarios industriales, sino también por las vacilaciones, oscilaciones y contradicciones de nuestra política gubernamental e incluso por sus desviaciones de la línea de clase clara y consecuente del programa comunista.” (A. Kolontai: “La Oposición Obrera”)
Kolontai prosigue describiendo las terribles condiciones económicas a las que se enfrentaba el régimen soviético acabada la guerra civil, y llama la atención sobre el crecimiento de una casta burocrática cuyos orígenes no eran la clase obrera sino la “intelligentsia”, el campesinado, los restos de la vieja burguesía, etc... Este estrato social había venido a dominar cada vez más el aparato soviético y el propio Partido, infectándolos de “carrerismo” y espíritu de trepa y de un ciego desdén hacia los intereses proletarios. Para la Oposición Obrera el Estado soviético mismo no era un auténtico órgano proletario sino una institución heterogénea obligada a mantener el equilibrio entre las distintas clases y estratos de la sociedad rusa. Kollontai insistía en que la manera de asegurar que la revolución se mantuviera fiel a sus metas originales no era confiando la dirección a tecnócratas no proletarios y a órganos socialmente mixtos del Estado, sino contando con la actividad y el poder creador de las propias masas trabajadoras:
“Los líderes de nuestro Partido han perdido de vista lo que es evidente para cualquier obrero, que es imposible decretar el Comunismo. El comunismo sólo puede crearse por un proceso de investigación práctica, con errores tal vez, pero sólo con la capacidad creadora de la clase obrera misma.” (Kolontai. Ibídem)
Estas observaciones generales de Oposición Obrera eran muy perspicaces en muchos aspectos, pero el grupo fue incapaz de contribuir con más y por mucho tiempo fuera de lo que eran estas generalidades. Las propuestas concretas que ellos adelantaron como solución a la crisis de la revolución se basaban en una serie de errores fundamentales, lo que expresa el enorme atolladero que tenía ante sí el proletariado ruso en aquella coyuntura.
Para Oposición Obrera, los órganos que expresaban los auténticos intereses de clase del proletariado no eran otros sino los sindicatos, o más bien los sindicatos industriales. La tarea de construir el comunismo debía, en consecuencia, ser confiada a los sindicatos:
“La Oposición Obrera reconoce en los sindicatos a los gestores y creadores de la economía comunista”. (Kolontai. Ibídem)
De tal manera que, mientras los comunistas de izquierda en Alemania, Holanda y otros países denunciaban a los sindicatos como uno de los principales obstáculos en el camino de la revolución proletaria, la Izquierda en Rusia los ensalzaba como los ¡órganos potenciales para la transformación comunista! Los revolucionarios en Rusia parecían tener grandes dificultades para comprender que los sindicatos ya no podían desempeñar ninguna tarea útil para el proletariado, en la época de la decadencia del capitalismo. Aunque la aparición de comités de fábrica y de consejos en 1917 significó la muerte de los sindicatos como órganos de lucha de la clase obrera, ninguno de los grupos de Izquierda en Rusia lo había comprendido verdaderamente, ni antes ni después de la aparición de Oposición Obrera. En 1921, cuando Oposición Obrera caracterizaba a los sindicatos como la columna vertebral de la revolución, los auténticos órganos de la lucha revolucionaria, los comités de fábrica y los consejos obreros (soviets) ya habían sido castrados. En el caso de los Comités de fábrica, fue su incorporación a los sindicatos después de 1918 lo que les eliminó definitivamente como órganos de clase. La capacidad de tomar decisiones pasó a manos de los sindicatos que, pese a las buenas intenciones de sus defensores, no podían devolver el poder al proletariado en Rusia. De haberse presentado un proyecto así, en realidad hubiera significado simplemente la transferencia del poder de una rama del Estado a otra.
El programa de Oposición Obrera para la regeneración del Partido nació viciado. Explicaba que el creciente oportunismo en el partido era debido pura y simplemente al influjo de elementos no proletarios. Para ellos, si se hacía una purga obrerista contra los miembros que no eran obreros, el Partido podría volver a su buen cauce proletario y si el Partido estuviese formado mayoritariamente de proletarios “puros” y de manos callosas, todo iría bien. Esta “solución” a la degeneración del Partido eludía totalmente la cuestión. El oportunismo del Partido no era debido al personal que lo formaba sino que era una reacción a las presiones y tensiones surgidas frente a él, al tener que mantenerse en el poder en circunstancias cada vez más desfavorables. Dado que estaba ya en marcha un período de reflujo de la revolución, cualquiera que hubiera tenido las riendas del poder se hubiera vuelto un “oportunista”, por muy puro que fuese su “pedigree” obrero. Bordiga señalaba en una ocasión que los obreros tendían a menudo a ser los peores burócratas. Pero la Oposición Obrera jamás se opuso a la concepción de que el Partido debía controlar el Estado para garantizar que éste continuara siendo un instrumento del proletariado:
“El Comité Central de nuestro Partido debe transformarse en el centro supremo de nuestra política de clase, en el órgano del pensamiento comunista y del control permanente de la política real de los soviets y en la encarnación moral de los principios de nuestro programa.” (Kolontai. Ibídem)
La incapacidad de la Oposición obrera para comprender la dictadura del proletariado como algo distinto de la dictadura del partido les llevó a hacer enardecidos votos de lealtad al Partido cuando, en pleno X Congreso, Kronstadt se sublevaba. Eminentes líderes de la Oposición Obrera llegarían incluso a demostrarlo en la práctica, poniéndose a la cabeza de las tropas de asalto que atacaron la guarnición de Kronstadt. Al igual que las otras fracciones de Izquierda en Rusia, no comprendieron en absoluto la importancia de la sublevación de Kronstadt, que fue la última lucha de masas de los obreros rusos para intentar restaurar el poder soviético. Haber ayudado a reprimir la revuelta no salvó a la Oposición Obrera de ser condenada como una “desviación anarquista, pequeño burguesa”, y sus miembros tachados de elementos “objetivamente” contrarrevolucionarios, al final del Congreso.
La prohibición de “fracciones” en el Partido, en el X Congreso, asestó un tremendo golpe a la Oposición Obrera
Confrontados a la perspectiva de un trabajo ilegal, clandestino, la Oposición mostró su incapacidad para mantener su resistencia al régimen. Unos pocos de sus miembros siguieron luchando durante los años 1920, unidos a otras fracciones ilegales; otros simplemente claudicaron. La misma Kolontai acabó como leal servidora del régimen estalinista. En 1922 el periódico comunista de izquierda inglés, The Workers Dreadnought se refería a los “líderes sin principios y faltos de espíritu de la tal “Oposición Obrera” (Workers Dreadnought. Julio 1920-22). Ciertamente, el programa del grupo carecía de firmeza. Pero esto no era debido a la falta de coraje de sus miembros; se debía a lo difícil que era para los revolucionarios rusos romper con el Partido que había sido el espíritu motor de la revolución. Para muchos comunistas sinceros desafiar las premisas del Partido significaba la nada, el vacío. Este apego al Partido -tan profundo que acabaría volviéndose una barrera contra la defensa de los principios revolucionarios- iba a ser aún más pronunciado en la Oposición de Izquierda que surgió después.
Otra razón que explica la debilidad de las críticas de Oposición Obrera al régimen era la casi total falta de perspectiva internacional. Si bien las más fogosas fracciones de Izquierda en Rusia sacaban su fuerza de una clara comprensión de que el único aliado del proletariado ruso y de su minoría revolucionaria era la clase obrera mundial, el programa de Oposición de Izquierda se basaba en la búsqueda de soluciones encuadradas totalmente dentro del Estado ruso.
La preocupación central de Oposición Obrera era: “¿Quién desarrollará los poderes creativos en el plano de la construcción económica?” (Kolontai). La tarea primordial que ellos adjudicaban a la clase obrera rusa era la construcción de una “economía comunista” en Rusia. Su preocupación respecto del problema de la gestión de la producción, la preocupación de crear unas llamadas “relaciones comunistas” de producción en Rusia demostraban la total falta de comprensión de un punto fundamental: El comunismo no puede ser creado en un bastión aislado. El mayor problema al que se enfrentaba la clase obrera rusa era el de la extensión mundial de la revolución y no la “reconstrucción económica” de Rusia.
Aunque el texto de Kolontai critica “que el comercio exterior con estados capitalistas se realice pasando por encima de los obreros rusos y extranjeros organizados”, la Oposición Obrera compartía la tendencia, que se iba reforzando en la dirección bolchevique, a situar los problemas domésticos de la economía rusa en primer plano, en detrimento de la extensión de la revolución a nivel mundial. El que las dos tendencias hayan defendido posiciones divergentes sobre la reconstrucción económica es lo menos importante cuando se ve que las dos tendían a coincidir en la concepción de que Rusia podía replegarse sobre sí misma por un período indeterminado sin traicionar los intereses de la revolución mundial.
La perspectiva, exclusivamente “rusa”, de la Oposición Obrera, se notaba en su fracaso para establecer lazos firmes con la Oposición Comunista fuera de Rusia. Pese a que el texto de Kolontai fue sacado clandestinamente de Rusia por un miembro del KAPD y publicado por estos y por el Workers Dreadnought, Kolontai se arrepintió pronto de haberlo permitido e ¡intentó que se le devolviera el documento! La Oposición de Izquierda no planteó verdaderas críticas a la política oportunista adoptada por la I.C. -aprobó las 21 condiciones de Admisión de la I.C.- ni tampoco intentó buscar aliados en la oposición a la I.C “en el extranjero”, pese a la obvia simpatía del KAPD y de otros por la Oposición Obrera En 1922, hicieron un último llamamiento al IV Congreso de la I.C., pero limitaron su protesta a cuestiones relativas a la burocracia del régimen y a la falta de libre expresión para los grupos comunistas disidentes, en Rusia. De cualquier modo, recibieron escasa atención por parte de una Internacional que ya había expulsado a muchos de sus mejores elementos y que se preparaba para aprobar la infame táctica del frente único. Al poco de ese llamamiento, los bolcheviques formaron una comisión especial para investigar las actividades de la Oposición Obrera
Esta comisión concluiría diciendo que el grupo constituía una “organización facciosa ilegal” y la represión que siguió puso rápidamente fin a casi todas las actividades del grupo[4]. Oposición Obrera tuvo la mala fortuna de haber sido lanzada al escenario político cuando el Partido, que atravesaba profundas convulsiones, pronto haría imposible toda actividad opositora legal en Rusia. Al tratar de balancearse en los dos columpios: el del trabajo fraccional legal en el Partido y el de la oposición clandestina al régimen, la Oposición Obrera cayó en el vacío; de entonces en adelante, la antorcha de la resistencia proletaria sería llevada por otros luchadores más resueltos e intransigentes.
C.D. Ward
1. Aunque Oposición Obrera dejó de existir a partir de 1922 su nombre, y el de Centralismo Democrático reaparecen continuamente, relacionados a la actividad clandestina, hasta finales de los años 30; lo que parece demostrar que, algunos de los elementos que formaron parte de ellos, combatieron hasta su último aliento
2.cf. “La degeneración de la revolución rusa” y “Lecciones de Kronstadt” en Revista Internacional, nº 3
3. Los mismos bolcheviques engendraron tendencias de extrema izquierda durante el período anterior a la Primera Guerra; en particular los maximalistas, que criticaban la táctica parlamentaria de la organización bolchevique tras la revolución de 1905. Pero, teniendo en cuenta que aquel debate tuvo lugar en la época en que terminaba la fase ascendente del capitalismo, no entraremos ahora a analizar aquellas posiciones. La Izquierda comunista, por el contrario, es un producto específico del movimiento obrero en la época de la decadencia; la Izquierda Comunista tiene su origen en la crítica de la estrategia comunista “oficial” de la Internacional Comunista en su origen, crítica que intentaba definir las tareas revolucionarias del proletariado en el nuevo período.
4. Vean: “Lecciones de la Revolución Alemana”, en Revista Internacional, n° 2
Queridos camaradas:
Hemos leído en el número de septiembre de vuestra publicación (se trata del mensual de la CCI en Francia), el pasaje siguiente:
“Ciertamente que los revolucionarios, alias los “metafísicos impotentes” no quedarán muy sorprendidos con la oferta de los bordiguistas de sus disciplinados servicios para el frente único. Pues el actual P.C.I. se ha formado con un previo y anterior bagaje antifascista. Los primeros en sus filas vienen de grupos de “partisanos” italianos, después los del “Comité antifascista de Bruselas”, y luego, elementos de la antigua minoría de la Izquierda, favorables a lo que ellos creían que era una “verdadera lucha de clases” contra Franco. Por el contrario, la Izquierda Comunista en Francia y en Bélgica se mantuvo de manera intransigente sobre las bases afirmadas por la Izquierda Comunista Internacional. Durante la Segunda Guerra, sus llamamientos no iban hacia los antifascistas “sinceros” u “obreros”, sino hacia el proletariado mundial, llamándolo a transformar la guerra imperialista en guerra civil, rechazando de antemano cualquier gesto que pudiera ser interpretado como un apoyo crítico a la democracia”.
Este pasaje es del artículo “Proposiciones honestas del P.C.I. para un himen frontista, polémica contra una de las típicas salidas frentistas de Programa Comunista (en Francia, Le Proletaire).
No queremos entrar ahora en una polémica que no nos concierne y sobre la cual ya hemos definido nuestras posiciones. Lo que sí queremos es que se rectifiquen las afirmaciones del trozo arriba citado que no dudamos en calificar de totalmente falsas, no sabemos si fueron escritas por falta de conocimiento o por falta de vigilancia política. Es verdad que Programa Comunista (los bordiguistas) se han salido del Partido Comunista Internacionalista, partido que en Torino “en 1943 tuvo su primera convención, reuniéndose entonces los mismos camaradas que hoy vuelven a rumiar el frontismo (antifascista y sindical) digerido desde hace tiempo por la Izquierda revolucionaria”. Pero también es verdad que el PC Internacionalista ha seguido siendo en Italia la única fuerza que defiende con seriedad y de manera consecuente todo lo mejor que la izquierda hizo en su tarea de sacar las lecciones y las conclusiones de la primera oleada revolucionaria que empezó con la revolución en Rusia y terminó en el seno de la Tercera Internacional. Si por otra, parte los “programistas” se reclaman por comodidad de este mismo patrimonio de elaboración y de lucha para renegarlo en la práctica política, eso es un asunto que no nos concierne sino a causa de la confusión que acarrea incluso en las vanguardias obreras.
Y este Partido Comunista internacionalista fundado en 1943 y conoció la convención de Torino, el congreso de Florencia de 1948 y el de Milán en 1952, no tiene únicamente un bagaje “antifascista”. Los camaradas que lo constituyeron venían de aquella Izquierda que antes que nadie había denunciado, tanto en Italia como fuera, la política contrarrevolucionaria del bloque democrático (incluidos los partidos estalinistas y trotskistas) y la primera y la única en actuar en las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos llamando al proletariado contra el capitalismo fuera cual fuera el régimen con que se cubre.
Aquellos camaradas, que R.I pretende que presentarlos cómo “resistentes”, eran militantes revolucionarios que hacían un trabajo de penetración en las filas de “Partisanos” para, en ellas, propagar los principios y la táctica del movimiento revolucionario, compromiso por el que llegaron pagar con sus vidas. ¿Tenemos que recordar a los camaradas de Revolution Internationale las figuras de Acquaviva y de Atti? Pues bien, esos dos compañeros vilmente asesinados por orden de jefes estalinistas (los mismos demócratas de hoy) eran dirigentes del Partido Comunista internacionalista y que por su heroica conducta revolucionaria por lo que el Partido Comunista Internacionalista pudo y puede seguir presentándose con sus papeles en regla.
Por lo que se refiere a los camaradas que en el periodo de la guerra de España tomaron la decisión de abandonar la fracción de la Izquierda Italiana para lanzarse a una aventura fuera de toda posición de clase, recordemos que los acontecimientos de España, que vinieron a confirmar las posiciones de la Izquierda, les sirvieron de lección para que volvieran a entrar en el surco de la izquierda revolucionaria. El comité antifascista de Bruselas, en la persona de Vercesi opina que tiene que adherir al PC INT. cuando este se constituye y mantiene sus propias posiciones bastardas hasta el momento en que el partido, en aras de una necesaria clarificación se separa de las ramas secas del bordiguismo. Lo que afirmamos está en documentos que los camaradas de Revolution Internationale tienen a su disposición pero que parece no han leído. El primer cuaderno internacionalista con todos los documentos de entonces muestra cuál fue la política del PC INT y de qué “frontismo” se reclaman: el de la unidad de los trabajadores contra la guerra y sus agentes fascistas y demócratas, lo cual es totalmente diferente del frontismo de organizaciones que hoy defienden los programistas.
Pidiendo que se haga la necesaria rectificación, ahora que R.I. se pone en un terreno de discusión con las fuerzas revolucionarias y se declara estar disponible para la iniciativa internacional de nuestro partido, deseamos que todos los revolucionarios sepan llevar a cabo un serio y crítico examen de las posiciones sobre los principales problemas políticos de la clase obrera hoy en día, documentándose con la seriedad que precisamente les define, cuando se trata de analizar los errores del pasado, lo cual sería siempre es necesario.
Saludos comunistas. Por el Ejecutivo del P.C. Int. DAMEN
Nos quedamos bastante sorprendidos cuando leímos vuestra carta impregnada, por lo menos, de santa indignación. ¿De qué van las cosas, exactamente? Se trata de un artículo publicado en el número 29 de Revolution Internationale del mes de septiembre, artículo dirigido contra el PCI bordiguista en el que poníamos de relieve el profundo oportunismo que corroe esa organización sobre todo en lo que se refiere a la tendencia, que se acentúa más y más, hacia el “frentismo”. El bordiguismo reconstituido en Partido a finales de la Segunda Guerra Mundial, ofrece la edificante imagen de la degeneración de una corriente, antaño comunista de izquierda, sobre todos los problemas que se han planteado al movimiento obrero desde el descalabro y quiebra de la IIIª Internacional, o sea: función del Partido, momento histórico de su constitución; naturaleza y función de los sindicatos hoy en día, programa de reivindicaciones transitorias; electoralismo; problema de la liberación nacional; frentismo. Sobre todos esos problemas, el bordiguismo convertido en Partido, no ha ido haciendo otra cosa que seguir un camino que lo aleja cada vez más de las posturas comunistas y que gradualmente lo va acercando de las posiciones trotskistas. Esta regresión política parece ser la única “invariación” política en la evolución del bordiguismo, y cualquier grupo verdaderamente revolucionario acabará por enfrentarse a él y combatirlo implacablemente. Y eso es lo que hizo Revolution Internationale en el artículo incriminado.
¿Cómo puede ser que los ataques contra el bordiguismo hayan alcanzado a Battaglia Comunista; ya que se queja y protesta y nos manda la carta arriba publicada? Parece como si los tiros hubieran rebotado con mala suerte. Pero ¿sobre quién han rebotado?
Para empezar, el rebote viene de que en Italia hay por lo menos 4 grupos que se llaman PC Int, todos ellos con origen en el Partido inicial y que se reclaman de la misma continuidad, de la misma “invariación” de la misma tradición y de la misma plataforma inicial de la que cada uno se reivindica como el verdadero, legítimo y único heredero. Es desde luego lástima que, por exceso de amor propio y prurito de autenticidad, estos grupos, al guardar el mismo nombre, no hagan más que mantener una confusión. La culpa no es nuestra; lo único que podemos hacer es lamentarlo.
Pero, además, fuera de Italia y sobre todo en Francia, es el un grupo bordiguista (Programa Comunista) el que es conocido como PCI lo cual, piense lo que quiera Battaglia, no deja de ser bastante lógico. Si bien no nos incumbe otorgar certificados de legitimidad, nos parece, sin embargo, que es una conclusión demasiado rápida la de decir que el bordiguismo es una corriente que no hizo más que “atravesar” la Izquierda Italiana, como pretende hacer creer la carta recibida. Sea cual sea su actual regresión, nadie puede ignorar ni negar que, durante 25 años, el bordiguismo se confunde plenamente con lo que se conoce como Izquierda Italiana. Y esto no es solo verdad para la fracción abstencionista de Bordiga y su periódico Il Soviet en los años 20, sino que además está confirmado por el hecho de que la Plataforma presentada por la izquierda en el Congreso de Lyon de 1926 y que va a servir de base para que la expulsen del PC, lleva expresamente el título de “Plataforma de la Izquierda (Bordiguista)”.
De todas maneras, nadie podía llamarse a engaño sobre a quién iba dirigido el artículo mencionado. no puede haber equívoco alguno, pues tomamos la precaución de poner las cosas claras en el subtítulo: “Un PCI (Programa Comunista) “frentista”. En cuanto al pasaje que citáis y que por lo visto tantos os ha irritado, hay que hacer notar que es un elemental derecho y, además, políticamente hablando, algo muy lógico el preguntarse si la degeneración del bordiguismo es una casualidad simplemente o si no hay que ir a buscar sus orígenes en las condiciones políticas mismas en que se constituyó el Partido. Lo que en verdad os molesta es que la historia de la formación de ese Partido resulta que es también vuestra propia historia. Por eso pretendéis minimizar la unidad de responsabilidad, la unidad que había en el origen de ese Partido y os ponéis a hacer distinciones que desde el principio existirían entre unos y otros: “Es verdad que Programa Comunista (los bordiguistas) se puso fuera del Partito Comunista Internazionalista que en Turín tuvo su primera convención, a la cual habían asistido esos mismos camaradas (…)”.
“…hasta el momento en que el partido, en aras de una necesaria clarificación se separa de las ramas muertas del bordiguismo”.
Dicho de otra manera: cuando se forma el PCI, venís a decir: “estábamos nosotros y ellos. Nosotros éramos los buenos y ellos los malos”. Suponiendo que así fuera, ello no impide que “los malos” estaban y que eran un elemento fundamental y unitario cuando se formó el Partido y que nadie dijo nada ni criticó nada, pues lanzados como estaban todos juntos en la carrera precipitada de formar un partido, nadie se tomó el tiempo (eso sin hablar de la falta de un examen serio de la oportunidad del momento para la constitución del partido) de mirar de cerca con quién se emprendía esa formación y de qué posiciones y actividades se reclamaban.
El no haber visto ni comprendido en aquel momento mismo puede ser casi una explicación, pero nunca una justificación y menos aún a posteriori. Por eso no entendemos vuestras quejas cuando lo único que hacemos es recordar simplemente los hechos y que lo que significan a nuestro parecer.
Battaglia Comunista nos pide una “profunda rectificación de las graves afirmaciones contenidas en el trozo citado”, añadiendo que son afirmaciones que “no dudamos en calificar de totalmente falsas”. Rectificar no rectificamos; nos vemos más bien obligados a explicarnos y aportar precisiones que dan base a lo que afirmamos, que no es ni mucho menos como lo pretende Battaglia Comunista “totalmente falso”. Para empezar que quede claro que nunca hemos dicho que el PCI -fundado en 1943- “tenía únicamente un bagaje antifascista”. Sí pensáramos eso, hubiéramos actuado consecuentemente, es decir con la denuncia pura y simple como con los trotskistas y no con la confrontación que, aunque sea virulenta a veces, es cosa muy diferente. No decimos que las posiciones del PCI eran “únicamente” antifascistas, sino que en el Partido les habían dado todos los derechos -incluso a nivel de dirección- a elementos que se reclamaban abiertamente de experiencias frentistas y antifascistas. Lo que queremos evidenciar es que, al lado de las posturas de clase afirmadas, el PCI dejaba que se mantuvieran ambigüedades tanto desde el punto de vista del agrupamiento de elementos como de la expresión de esas posiciones. Ocurría algo así como si después de cerrar la puerta, dejarán la ventana abierta, por si acaso… No queremos que se nos haga decir lo que no decimos, pero defendemos lo que decimos. Por eso apoyamos completamente lo que escribía Internationalisme nº 36 en julio de 1948:
“Como después de la Conferencia de 1945, seguimos pensando que en su seno (el PCI) se han juntado numerosos militantes revolucionarios sanos, y por esto esa organización no puede ser considerada como perdida para el proletariado”.
Internationalisme no habría hablado así de un grupo únicamente antifascista, pero ello no cambia nada de las “graves afirmaciones” críticas que hacía contra las “ambigüedades” y los errores del PCI y que las posteriores vicisitudes, crisis y escisiones han venido a confirmar con creces.
Esas ambigüedades y errores ya las encontramos en el hecho mismo de la constitución del Partido. El Partido no se constituye en cualquier momento. La Izquierda Comunista de Francia tenía razón, apoyándose en las críticas pertinentes de “Bilán” contra la proclamación por Trotsky de la Cuarta Internacional, cuando criticó con energía la constitución del P.C. Int. Un Partido así, constituido en un período de reacción y de derrota de la clase, no solo lleva las marcas del voluntarismo y de lo artificial, sino que además estará lleno de vaguedades y ambigüedades políticas. Que nosotros sepamos, nunca el P.C. Int. (seáis o no vosotros los únicos en continuarlo contesto a esas críticas, prefiriendo, en el entusiasmo constitutivo., ignorarlas con silencio desdeñoso, a la vez que abría las puertas a elementos muy dudosos políticamente.
Encontramos esas ambigüedades en la Plataforma Política del PC Int. publicada en francés en 1946. ¿Hace falta insistir que durante la guerra y sobre todo al final los problemas sobre la actitud de los revolucionarios frente a la guerra, la Resistencia Partisana, la mentira antifascista y demás “liberaciones” tomaban una extrema importancia y que exigían la mayor claridad e intransigencia? Hablando de esas actividades y aún condenando la Resistencia en su conjunto, la Plataforma escribe: “Los elementos efectivos de la acción clandestina que se desarrolló contra el régimen fascista han sido y son reacciones espontáneas e informes de grupos proletarios y escasos intelectuales desinteresados, a la manera de la acción y organización que cualquier Estado o ejército crean y fomentan en la retaguardia del enemigo” (Plataforma, pág. 19, párrafo 7)
Todo el párrafo 7, en qué se trata la cuestión de los “Partisanos”, se esfuerza en habilitar la idea según la cual el movimiento partisano tendría una doble base: una de origen proletario y la otra de Estados y ejércitos adversarios. Para revalorizar más aún las “reacciones espontáneas e informes de agrupamientos de proletarios” irán hasta minimizar el peso de la otra base: “Esos jefezuelos políticos que han aparecido como moscardones sabiondos que no han tenido más que una mínima influencia en esa acción” (ídem). Véase la ambigüedad de este otro pasaje del mismo párrafo:
“En realidad la red que los partidos burgueses y seudo proletarios construyeron durante el período clandestino, no tenía como finalidad, ni mucho menos la insurrección “partisana” nacional y democrática, sino la creación de un aparato destinado a inmovilizar cualquier movimiento revolucionario que pudiera haber surgido cuando el hundimiento de las defensas fascistas y alemanas.” (Idem)
Esa insistencia en hacer distinciones y oposiciones entre “la insurrección partisana nacional y democrática” que busca “inmovilizar cualquier movimiento revolucionario” recoge claramente la primera distinción sobre el origen y el doble carácter del movimiento “Partisano” y lleva lógicamente al reconocimiento de un posible movimiento “antifascista proletario” democrático sincero y demás… opuesto a un falso antifascismo burgués.
Así ocultan con velo casi transparente el lazo “natural” que ponen entre el proletariado y los Partisanos, velo que caerá por completo cuando escriben:
“Esos movimientos (de los Partisanos), que no tienen una orientación política suficiente (sic) expresan, a lo más, la tendencia de grupos proletarios locales a organizarse y armarse para conquistar y conservar el control de las situaciones locales y, por tanto, del poder”.
El movimiento de Partisanos no queda denunciado como lo que es, es decir, la movilización para la guerra imperialista, sino que se presenta como una tendencia de grupos proletarios para conquistar el poder local, pero desgraciadamente... “con una orientación insuficiente” …
Cuando uno piensa que estos textos están sacados de la Plataforma, es decir, del documento de base fundacional, escrito con el mayor cuidado, por los miembros con mayor audiencia puede uno imaginarse fácilmente las diatribas antifascistas de la prensa local del P.C. Int. en el Sur de Italia, que se encontraba aislado y cortado del centro que estaba en el Norte.
Con tales definiciones no es de extrañar que acabarán por defender esas luchas:
“Por lo que se refiere a la lucha partisana y patriótica contra los alemanes y los fascistas, el Partido denuncia la maniobra de la burguesía internacional y nacional quien con su propaganda por el reconocimiento de un militarismo de Estado oficial (propaganda sin sentido) (sic) intenta disolver y liquidar las organizaciones voluntarias de esta lucha, que ya en muchos países han sido atacadas por la represión armada”.
Se nos pedía a la C.C.I. una” profunda rectificación de afirmaciones graves”. Estamos totalmente de acuerdo y convencidos de que son necesarias y de que se imponen. La cuestión es saber quién tiene que rectificar y qué. ¿Nos toca a nosotros rectificar acusaciones falsas de antifascismo? ¿o es más bien Battaglia quien tiene que rectificar postulados y fórmulas muy ambiguas de la Plataforma, base constitutiva del P.C. Int.?
¿Cómo podía el P.C. Int salir en defensa de la organización Partisana contra la amenaza de disolución por parte del Estado? Los Partisanos eran la organización armada en la que la burguesía movilizaba a los obreros de la retaguardia para la guerra imperialista en nombre del antifascismo y de la liberación nacional. Eso nos parece muy evidente para el P.C. Int. que ve en esta organización de Partisanos patriótica y antifascista algo diferente, “una reacción espontánea de grupos proletarios” de ahí su política llena de solicitud hacia ellos:
“Respecto a esas tendencias que representan un hecho histórico de primer orden… el Partido pone en evidencia que la táctica proletaria exige, en primer lugar, que los elementos más combativos y resueltos encuentren finalmente (!) la posición política y la organización que les permitirá -después de haber dado su sangre por la causa de otros- luchar por fin y únicamente por su causa propia” (Idem).
No nos engañemos. Para el P.C. Int. no se trata de elementos obreros despistados y arrastrados a una organización capitalista que el proletariado tiene que destruir en primera instancia, sino de una organización obrera, “un hecho histórico de primer orden”, con “una orientación política insuficiente” que hay que defender contra las maniobras de la burguesía que quiere disolverla con quién puede haber diálogo, un campo fértil para la revolución y en cuyas filas se puede entrar para sembrar las posiciones comunistas.
Creen que nos callaremos diciéndonos que los militantes del P.C. Int. en las filas partisanas no estaban para hacer un trabajo de “resistentes” sino para “difundir los principios y las tácticas del movimiento revolucionario”. Vale. Pero para hacer propaganda oral o escrita no se pide a los revolucionarios que adhieran a una organización contrarrevolucionaria. Ese tipo de penetración es la táctica de los que se dedican al “entrismo táctico” cosa que desde luego no apreciamos nada y qué mejor es dejar para los trotskistas. Pero eso no explica por qué, precisamente, en las filas partisanas y no en partidos como los P.S. o P.C. por ejemplo. Esa se parece más bien a la táctica “entrevista” de los trotskistas y no tiene nada que ver con las posiciones revolucionarias de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. Ya fuera por decisión individual o del Partido, que el partido aceptara que algunos de sus “cuadros” entrarán en la organización de Partisanos, es esa una táctica bastante extraña que no puede calificarse sino de colaboración política. Los Partisanos, no lo olvidemos, fue una organización contrarrevolucionaria y de la peor calaña, creada durante la guerra para seguir perpetuando la matanza de obreros; es una organización militar basada en el “voluntariado” (igual que las S.S.) y por ello, no ofrece ningún terreno propicio para difundir principios y tácticas revolucionarias; eso la distingue del ejército en donde los obreros son movilizados por la fuerza (1 ). El hecho de que esta organización de guerra tuviera aires “populares” y al “antifascismo” por bandera, no justifica en absoluto la política de penetración y el envío de dirigentes por parte de un Partido revolucionario. Si así lo hizo el P.C. Int. es porque también él estaba en la confusión: además, preso de su “activismo”, cometió una imperdonable ligereza al dejar que fueran militantes o, lo que es peor, mandándolos a esa guarida contrarrevolucionaria militar en la que acabaron siendo asesinados. De error semejante mejor sería no jactarse (2).
No conocemos al detalle las circunstancias en que fueron asesinados, por orden de estalinistas los camaradas Acquaviva y Atti. Su trágico fin lejos de traer pruebas de la justeza de vuestra política de participación no hace sino reforzar nuestra convicción. Muchos trotskistas, en Francia y otros sitios perdieron la vida en circunstancias parecidas, eso no es en absoluto una prueba de que la política de participación que practicaban fuera revolucionaria.
En vista de todos los expuesto, no queda duda alguna en cuanto a la ambigüedad de la postura del P.C. Int. sobre la cuestión de la Resistencia antifascista y Partisana; esto acabará pesando en la posterior evolución de la organización. Para confirmar lo que decimos, basta citar la intervención de Danielis (3) en el Congreso del P.C. Int. (Florencia 6-9 mayo 1948):
“Hay algo que tiene que quedar claro para todos: el Partido ha sufrido una grave experiencia con un fácil aumento de su influencia política -debida a un no menos fácil activismo- no en profundidad, por las dificultades, sino superficial. Debo dar cuenta de una experiencia personal que servirá para ponerse en guardia ante el peligro de una fácil influencia del Partido entre ciertas capas, masas, consecuencia automática de una no menos fácil formación teórica de los dirigentes. Yo estaba de representante del Partido en Turín durante los últimos meses de la guerra. La Federación era numéricamente fuerte, con elementos muy activistas, con un montón de gente joven, teníamos muchas reuniones, tirábamos octavillas, el periódico, un Boletín, había contactos con las fábricas, discusiones internas que siempre tomaban un tono extremista en las divergencias sobre la guerra en general o la de los partisanos en particular, contactos con desertores. La posición frente a la guerra era clara: ninguna organización en la guerra, rechazo de la disciplina militar por parte de gentes que se proclamaban internacionalistas. Podría deducirse, entonces, que ningún inscrito en el Partido aceptaría las directivas del “Comité de Liberación Nacional”. Pues bien, el 25 de abril por la mañana (fecha de la “liberación” de Turín) toda la Federación de Turín estaba en armas para participar en el remate de 6 años de matanzas, y algunos compañeros de la provincia -militarmente encuadrados y disciplinarios- entraron en Turín para participar en la caza del hombre. Yo mismo, que hubiera debido declarar disuelta la organización, tuve que hacer un compromiso pidiendo que se votará una orden del día por la que los compañeros se comprometían a participar en el movimiento de manera individual. El partido no existía se había volatilizado”.
Este testimonio público de un viejo militante responsable, formado por larga experiencia de la Izquierda Italiana en el extranjero, es elocuente y dramático a la vez. No fue, pues el Partido quien entró en las filas de partisanos para difundir los principios y la táctica revolucionaria, sino que fue el espíritu partisano el que entró en el Partido gangrenando a sus militantes. El hecho de que el P.C. Int. no se haya entregado nunca a una discusión crítica profunda sobre el tema, el que por razones de prestigio el Partido haya preferido esconderse en un silencio que lo ha arrastrado, como hemos de ver, a otros “silencios”, explica muchos incidentes de su historia, la supervivencia de esas ambigüedades y su desarrollo mismo en el conjunto de grupos en que se ha dividido.
Esa ambigüedad respecto a la cuestión de Partisanos, la encontraremos cada vez en los grupos salidos del P.C. Int. Original, y no solo entre los bordiguistas (Programa) con su apoyo a los movimientos de liberación nacional en los países subdesarrollados. La encontramos también en el “Bulletin International” publicado en francés a principios de los años 60, hecho en común por News and Letters, Munis y Battaglia Comunista, en donde, en un artículo de un camarada italiano, intenta demostrar echando mano de la teoría del “caso particular”, que los Partisanos en Italia tenían algo de diferente de las demás resistencias en otros países, lo cual justificaba un tratamiento particular. Huellas de esa posición ambigua, las encontramos incluso en la carta que nos ha mandado Battaglia Comunista cuando dice “actuar en el seno de las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos”.
Según la carta de Battaglia, los camaradas de la minoría de la fracción italiana fueron a España “fuera de toda posición de clase”, mientras que los militantes del P.C. Int. “hacían un trabajo de penetración en las filas de los Partisanos para difundir los principios y la táctica del movimiento del revolucionario”. Pero ¿es que los camaradas de Battaglia Comunista creen que los militantes de la minoría fueron a España con la idea de “defender la democracia republicana contra el fascismo”? También ellos creían, como los del P.C. Int. en las filas partisanas, que iban a España a difundir en las filas milicianas los “principios y la táctica del movimiento revolucionario”, que iban a luchar por la Dictadura del Proletariado, por el Comunismo. ¿Por qué la de la minoría fue una “aventura” y, en cambio, la del P.C. Int? fue un acto de heroísmo? Pregunta muy sencilla y a la que desde luego no contesta la afirmación perfectamente gratuita de que los sucesos de España “les sirvieron de lección (a la minoría) para que volvieran a los cauces de la izquierda revolucionaria”. Esta minoría excluida de la fracción va a reagruparse en 1936 en la Unión Comunista grupo que defendía las mismas posiciones, quedándose en ella hasta la dispersión de dicho grupo durante la guerra. No volvería a tratarse la cuestión de la reintegración de esos militantes a la Izquierda Comunista, hasta el momento de la disolución de la Fracción y la integración de sus militantes en el P.C. Int. (finales del 45). Ni tampoco hubo “lección” aprendida, ni rechazo de posiciones, ni condena de su participación en la guerra antifascista de España por parte de sus camaradas. Fue simplemente la euforia y la confusión de la constitución del partido “con Bordiga” lo que animó a esos camaradas, incluidos los pocos compañeros franceses que quedaban de la Unión Comunista, a entrar en él; todo ello bajo la instigación directa de Vercesi, que se había vuelto dirigente del partido y su representante fuera de Italia. El Partido en Italia no les pidió cuentas, y no por ignorancia (viejos camaradas de la fracción como Danielis, Lecce, Luciano, Butta, Vercesi y muchos más no podían ignorar a aquella minoría que nueve años antes ellos mismos habían excluido), sino porque las cosas no estaban para “viejas peleas”; la reconstitución del Partido lo borraba todo. Un Partido que no parecía preocuparse mucho de los actos de Partisanos, presentes entre sus propios militantes, no iba a mostrar rigor hacia aquella minoría por actividades de un pasado ya lejano, abriéndole las puertas “naturalmente”, y haciendo de ella los cimientos de la sección francesa del nuevo Partido.
Las explicaciones sobre el Comité Antifascista de Bruselas y su promotor Vercesi no son mejores que las anteriores. Sobre esto, la carta de Battaglia dice: “El Comité Antifascista de Bruselas en la persona de Vercesi, quien cuando se forma el P.C. Int. opina que hay que adherir, mantiene sus propias posiciones bastardas hasta que el Partido, en aras de la claridad, se separa de las ramas muertas del bordiguismo”. ¡Qué bien dicho! El, Vercesi opina que tiene que adherir… y el Partido, ¿qué opina? ¿o es que el Partido es un club de golf del que es socio quién le parece? Vercesi no era un recién llegado. Era un viejo militante de la Izquierda Italiana en los años 20, principal portavoz de está en la inmigración. Fue el alma de la Fracción y el principal redactor de Bilan. Su labor de militante y sus méritos revolucionarios son enormes, así como su influencia. Por eso, la lucha dentro de la Fracción contra las posiciones cada vez más aberrantes de Vercesi tenía una gran importancia.
El anuncio de la constitución de un Comité Antifascista italiano en Bruselas en los últimos meses de la guerra con Vercesi a su cabeza en nombre de la fracción, provocaría una violenta reprobación entre los elementos y grupos revolucionarios en Francia. La fracción agrupada en Francia, en acuerdo con el Grupo francés de la Izquierda Comunista, reaccionó excluyendo a Vercesi de la Fracción, algunos meses antes de que se conociera la constitución del Partido en Italia y que aquella proclamará su propia disolución. Lo que volvía más grave el comportamiento político de Vercesi era que arrastraba tras sí a los compañeros italianos de Bruselas y a la mayoría de la Fracción Belga. Fue en esta situación que Vercesi, meses después, iría a Italia en dónde obtienes las nuevas investiduras de dirigentes del nuevo Partido y su representación en el extranjero. El Partido no podía dejar de conocer aquellos sucesos porque no solo una gran parte de compañeros responsables de la Fracción disuelta acababan de volver a Italia, sino sobre todo porque el Grupo francés de la Izquierda Comunista planteaba las discusiones públicamente en su revista Internationalisme y multiplicaba cartas directas y cartas abiertas al P.C. Int. y a las demás fracciones de la Izquierda Comunista, en las que criticaba y condenaba todas estas acciones. Exceptuando la Fracción Belga, el P.C. Int. se encerraba en un tupido silencio y, por toda respuesta acabó reconociendo en Francia únicamente a la fracción recién constituida por el mismo Vercesi, con las bases y la ayuda de la antigua minoría, apartando sí al grupo Internationalisme y sus molestas preguntas. Habría que esperar hasta 1948, para que el Partido se decidiera a romper el silencio, pronunciándose en una breve y lacónica resolución contra el Comité Antifascista de Bruselas sin ni siquiera mencionar al que seguía siendo uno de sus dirigentes, Vercesi. La política de silencios es la política del mantenimiento de la ambigüedad. Y harían falta 5 años más para que, como nos dicen en la carta, “el Partido, en aras de una necesaria claridad, se separe de las ramas muertas del bordiguismo”.
No es nuestra intención escribir la historia del P.C. Int. Si hemos hablado largo y tendido sobre la Plataforma y el problema de los Partisanos es porque esa era, en aquel entonces, la cuestión capital. Hemos hablado poco, sin embargo, sobre la integración de la minoría de la Fracción que participó en la guerra de España o de la de los del Comité Antifascista de Bruselas, aunque es verdad que las implicaciones políticas de la de estos últimos sean de la mayor importancia; ya que lo que nosotros queríamos era simplemente justificar lo que afirmamos: que a la base de la formación del P.C. Int. hay graves ambigüedades que lo ponen en franca regresión política con respecto a las posiciones de la Fracción de la preguerra y de Bilán. Aun manteniéndose globalmente en un terreno de clase, el P.C. Int. no consiguió librarse de las viejas posiciones erróneas de la Internacional Comunista como la cuestión sindical o la participación en campañas electorales. La posterior evolución del P.C. Int. y su dislocación en varios grupos que se produjo dan prueba de su fracaso. Lo aportado por la Izquierda Italiana es considerable, y sus trabajos teóricos políticos pertenecen al patrimonio de la historia del movimiento revolucionario del proletariado. sin embargo, como pasó con la Izquierda Alemana o la holandesa, todo da cuenta del agotamiento, ya antiguo, de lo que fue la Izquierda Italiana tradicional. Esta es otra prueba más de la ruptura de la continuidad orgánica con el pasado. La terrible época de la contrarrevolución, su profundidad y larga duración destruyeron física y orgánicamente a la I.C. en quiebra. La Fracción quería ser un puente entre el partido de ayer y el del mañana. No pudo realizarse. Con su constitución, el P.C. Int. quería ser el polo del nuevo movimiento revolucionario. Ni el periodo ni sus propias insuficiencias y ambigüedades se lo permitieron. Fracasó, y hoy aparece más bien como una supervivencia del pasado que como un nuevo punto de partida (4).
Con la reaparición de la crisis histórica que sacude los cimientos del sistema capitalista, y la reanudación de las luchas obreras por todas partes, tenían que volver a aparecer sin falta nuevos grupos revolucionarios que expresan la necesidad y la posibilidad de un nuevo agrupamiento de revolucionarios. Hay que dejar de seguir reclamándose de una vaga y dudosa continuidad orgánica y de querer resucitarla artificialmente. Lo que importa ahora es de ponerse manos a la obra por el reagrupamiento, por crear un nuevo polo de revolucionarios. Pero para que el reagrupamiento cumpla de verdad con su función y sea capaz de asumirla plenamente solo podrá realizarse con base en criterios políticos precisos, con una coherencia y orientación políticas claras, fruto de las experiencias del movimiento obrero y de sus principios teóricos. Es ese un esfuerzo que hay que continuar metódicamente y con la mayor seriedad. Hay que evitar a toda costa lo fácil, como decía Danielis, como convocar conferencias sobre la base tan difusa de denunciar tal o cual cambio o vuelta de los Partidos “Comunistas” de Europa. Eso sería poner por delante la preocupación de la cantidad a expensas de criterios políticos, que son los únicos válidos para cimentar con solidez y dar una significación verdadera al reagrupamiento de revolucionarios. Y también sobre este punto, la experiencia de la fundación del P.C. Int. puede servirnos de lección edificante.
Apegados como estamos a la idea de la necesidad de contactos y de la reagrupación de los revolucionarios, la C.C.I. dará ánimos y participará activamente en cualquier intento que vaya en ese sentido. Por eso contestamos positivamente a la iniciativa de Battaglia para una Conferencia Internacional de grupos revolucionarios, poniendo en guardia, eso sí, contra la ausencia de criterios políticos, que han permitido que invitarán a grupos como los trotskistas- modernistas de la Union Ouvriere, o mao-trotskystas de Combat Comuniste, cuyo sitio no vemos nada claro en una conferencia de comunistas.
Nos pidieron una “rectificación”. Es lo que hemos hecho, un poco larga quizás, pero, esperemos, clara. Es precisamente porque estamos cada vez más convencidos de la necesidad de discutir entre grupos que se reclaman del comunismo, por lo que pensamos que las discusiones no serán en verdad fecundas más que con la mayor claridad en cuanto a posiciones políticas, del presente como del pasado.
Esperando vuestras noticias, saludos comunistas.
Corriente Comunista Internacional, 30/11/76
1 Los Partisanos se formaron bajo control directo de los Aliados y en el terreno, bajo el control del Partido Comunista y del Partido Socialista.
2 En general, no apreciamos mucho el tono fanfarrón refiriéndose a los camaradas que constituyeron el P.C. Int. que venían de aquella Izquierda que “había sido la primera y la única en actuar en el seno de las luchas obreras y en las filas mismas de los Partisanos, llamando al proletariado a luchar contra el capitalismo sea cual sea el régimen con que se cubre”. Primero, es difícil no ser la “primera” cuando se es la “única”. Segundo, esta Izquierda no era la “única”. Había otros grupos como los Consejistas holandeses y norteamericanos, el R.K.D., los C.R. etc. que defendían posturas de clase contra el capitalismo y contra la guerra. Tercero, si se quiere hablar de participación hasta en las filas partisanas, aquella parte de la Izquierda Italiana que se dejó arrastrar no habrá sufrido demasiado de aislamiento al estar bien acompañada por toda clase de grupos desde los trotskistas hasta los anarquistas.
3 Danielis era un militante activo de la Fracción Italiana en Francia; volvió a Italia en vísperas de la guerra.
4 Baste recordar, para convencerse, la ausencia total de grupos que se reclamaran del P.C. Int. durante las luchas de la Fiat y Pirelli en el otoño caliente de 1969 en Italia, que le sorprendió por completo. Para qué hablar de la ridiculez del llamamiento de los bordiguistas, por medio de una octavilla manuscrita que pegaron en las paredes de la universidad, para que los 12 millones de obreros en huelga se pusieran tras las banderas del Partido… en mayo de 1968 en Francia.
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Los textos sobre la “situación internacional” y sobre el periodo de transición que publicamos en este número de la Revista Internacional son informes del Segundo Congreso de R.I., sección de la C.C.I. en Francia. Ambos temas fueron como el telón de fondo en que se inscribieron los trabajos del Congreso, el eje de los debates. Sí estaba en el orden del día del Congreso, no fue por razones teóricas generales sino como respuesta al desarrollo de la situación general. Porque la actual evolución de la crisis del sistema (que no es sino la continuación de su decadencia) plantea, por su agudización, cada vez más abiertamente la perspectiva revolucionaria como única salida posible. Hoy el ahondamiento inevitable de la crisis, de la que ya nadie pretende sacarnos un día, va a obligar al proletariado a recuperar las armas de su lucha histórica. Y ahora que el capital ya no intenta atraer con espejismos de “años mejores” sino que ya solo puede pedir a los proletarios del mundo entero que “se aprieten el cinto”, la revolución aparece no ya como una posibilidad lejana sino como una necesidad vital. El contenido del socialismo, los primeros problemas que planteará la victoria se vuelven una preocupación cada vez mayor para los revolucionarios. A esos problemas quiso responder el Congreso: el análisis de la situación que lleva a la revolución y los primeros problemas que su victoria planteará al proletariado. Ambos aspectos del porvenir, la situación antes y después de la revolución, estarán cada vez más ligados. La actual crisis hace de la revolución una perspectiva cada vez más concreta, lo cual lleva a plantearse el problema del contenido de esta.
Por eso, hoy, algunos grupos se ven llevados a preocuparse por los problemas del periodo de transición y apreciar su importancia. Grupos como el PIC, CWO, la revista Spartacus han consagrado artículos en sus publicaciones sobre ese tema que hace algunos años se desconocía prácticamente en el movimiento obrero que renacía. Es esencialmente la evolución de la realidad misma lo que ha originado esa preocupación. Hizo falta que la crisis apareciera con toda su crudeza para que, elementos de la clase, como ICO, el GLAT, Alarma o los situacionista en 1968-69, hacían bromas sobre las “profecías” de R.I. se vieran obligados a reconocerla y hablar de ella. Pues de la misma manera, también ha sido la evolución actual de la situación lo que lleva a diferentes grupos a preocuparse por los problemas de la revolución y a reconocerlos como problemas. “La humanidad no se plantea problemas que no puede resolver”. La realidad es quien provoca el desarrollo de la conciencia del proletariado de sus intereses y de tareas; es la que pone a los revolucionarios frente a sus responsabilidades en el desarrollo de esa conciencia.
Así pues, cada vez más, la evolución de la situación va a hacer que se plantee el problema del contenido de la revolución, problema que se hará preocupación creciente en el movimiento obrero. ¿Quién toma el poder?, ¿cómo es ese poder?, ¿cómo se organiza?, ¿cuáles son las primeras medidas que toman?, todo se va a plantear y a discutir ampliamente. Es únicamente en base a las experiencias del pasado de la clase como los primeros elementos de una respuesta podrán aportarse. Para ello se necesita una profunda reflexión; la responsabilidad de los revolucionarios a este respecto es tanto más grande porque se rompió la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado; y el desconocimiento por parte del movimiento obrero actual de lo adquirido en su propio pasado aumenta las dificultades. Ya desde hace varios años, R.I. ha iniciado y desarrollado discusiones sobre el periodo de transición; ahora, de momento, se han concretado en la resolución publicada en esta revista, la cual sirve como contribución en la discusión dentro de la CCI y para la clase obrera en su conjunto.
El texto sobre la “Situación Internacional” que va primero, aparte de ser un cuadro general de la situación política mundial, procura hacer la síntesis de las discusiones sobre la actualidad que hubo durante el pasado año en la CCI, y poner de relieve los diferentes factores que intervienen en cualquier situación; en este sentido, es también un texto de método que intenta afinar las armas para entender cualquier situación política.
El segundo Congreso de Revolution Internationale no solo se preocupó de problemas “específicos” de la sección en Francia; hizo y concibió su trabajo como parte integrante de la CCI. Ya hemos publicado los textos que incumben más directamente a la sección de Francia en R.I. nº32, pero en los textos que aquí siguen son de interés general e internacional y como tales los ponemos en nuestra prensa internacional para todo el movimiento obrero.
- I -
Durante años, los portavoces de la burguesía han tratado de exorcizar con pretensiones científicas a los demonios de la crisis. Cubriendo con Premios Nobel y honores a sus economistas más más estúpidamente beatos, la clase burguesa esperaba que los hechos se plegarán a sus aspiraciones. Hoy la crisis del capitalismo aparece con tal evidencia que hasta los sectores más “confiados” y “optimistas” de la clase dominante han admitido no solamente su existencia sino también su gravedad. Por eso, la tarea de los revolucionarios ya no es la de anunciar la inevitabilidad de la crisis, sino subrayar el fallo de las teorías que crecieron como hongos tras las lluvias en la época de la falaz “prosperidad” que acompañó a la reconstrucción de las ruinas de la segunda guerra mundial.
- II-
Entre las teorías más en boga en el mundo burgués, la de la Escuela Neo-Keynesiana era la favorita. ¿No había acaso anunciado una era de prosperidad ilimitada gracias a una intervención atinada del Estado en la economía, gracias a la herramienta del presupuesto? Desde 1945 esta intervención ha sido regla general en todos los países: la catástrofe económica presente viene a anunciar la muerte de las ilusiones de los discípulos de aquel que la burguesía considera como “el mayor economista del siglo XX”.
De manera general, la situación actual ilustra la derrota de todas las teorías que han hecho del Estado un posible Salvador del sistema capitalista contra la amenaza de sus propias contradicciones internas. El capitalismo de Estado, que ha sido presentado como la simple prolongación del proceso de concentración comenzado en el periodo ascendente del capitalismo o como “superación de la ley del valor”, se revela cada vez más como lo que siempre ha sido desde su aparición durante la Primera Guerra Mundial: la manifestación, esencialmente a nivel político, de los esfuerzos desesperados de un sistema económico acechado para preservar un mínimo de cohesión y para asegurar, no ya su expansión, sino la supervivencia. La violencia con la cual la crisis mundial golpea hoy los países en donde el capitalismo de Estado se ha desarrollado más, va echando por los suelos las ilusiones sobre su naturaleza “socialista” y sobre la pretendida capacidad de “planificación” o del “monopolio del comercio exterior” para acabar con la anarquía capitalista. En esos países se vuelve cada vez más difícil ocultar el desempleo tras una infrautilización de la mano de obra. Ahora, las autoridades reconocen abierta y oficialmente la existencia de esa plaga típicamente capitalista. Igualmente, la subida de los precios, que hasta estos últimos tiempos no tocaba sino el mercado paralelo, se extiende de manera espectacular al mercado oficial. La economía de esos países, que tiene la pretensión de aguantar bien las convulsiones del capitalismo mundial, se revela frágil y mal armada para enfrentar la exacerbación actual de la competencia comercial. Lejos de ser capaz como lo anunciaban ciertos de sus dirigentes de superar el capitalismo occidental, esas economías durante estos últimos años han contraído enormes deudas hacia él, lo cual la sitúa hoy prácticamente en una situación de bancarrota. Esta deuda considerable desmiente de una manera mordaz todas las teorías que, olvidando -a veces en nombre del “marxismo”- que la saturación general de los mercados no es un fenómeno específico de tal o cual región del mundo, sino que toca al conjunto del capitalismo, creyeron encontrar en los países llamados socialistas mercados milagrosos que iban a resolver los problemas que asaltan al capital.
Desde finales de los años 60, cuando la burguesía empezó a tomar conciencia de las dificultades de su economía, no han dejado de repetir que la situación actual es fundamentalmente diferente de la de 1929. Aterrada ante la idea de que pudiera conocer otra “depresión” de ese tipo, la burguesía ha tratado consolarse poniendo de relieve todas las diferencias que distinguen la crisis actual de la de entre las dos guerras. Y ha ido destacando, separados del conjunto, los diferentes aspectos y las diferentes etapas de la crisis para no hablar más que de “crisis del sistema monetario” seguida por la “crisis del petróleo”, que sería responsable tanto de la inflación galopante como de la recesión.
Al contrario de lo que piensa la mayoría de los “especialistas” de la clase dominante, la crisis de 1929 y la crisis actual tienen la misma naturaleza fundamental; las dos se inscriben en el ciclo infernal de la decadencia del modo de producción capitalista: crisis-guerra-reconstrucción- nueva crisis, etc. Ambas son la expresión del hecho de que, después de un período de reconstitución del aparato productivo destruido por la guerra imperialista, el capitalismo se encuentra de nuevo incapaz de vender su producción en un mercado mundial saturado. Lo que distingue a las dos crisis son aspectos circunstanciales. En 1929, la saturación del mercado se traduce por una caída brutal del crédito privado que se expresa en la caída brutal de la Bolsa. Después de un primer período de desbandada, tuvo lugar, por medio de políticas de armamento y de grandes obras como en la Alemania de Hitler y el “New Deal” americano, una intervención masiva del Estado en los mecanismos económicos que le dio un nuevo impulso a la economía, de manera momentánea. Pero esta política encuentra sus propios límites por el hecho de que las reservas financieras del Estado no son inagotables: en 1938, las cajas están vacías y la economía mundial se hunde en otra depresión de la cual no sale sino con … la guerra.
En el período que sigue a la Segunda Guerra, la intervención estatal no se reduce como después de la Primera Guerra. En particular el presupuesto del armamento conserva un lugar fundamental en la economía. Esto explica el mantenimiento desde 1945 de una inflación estructural. Esta expresa la presión creciente de los gastos improductivos necesarios para la supervivencia del sistema y que conduce a un endeudamiento cada vez más generalizado, en especial por parte de los diferentes Estados. Con el final de la reconstrucción y la saturación de los mercados, el sistema no tiene otra escapatoria que la de continuar con la misma política de endeudamiento que transforma la inflación estructural en inflación galopante. Desde entonces, no le queda al capitalismo otra salida que oscilar entre esa inflación y la recesión que vuelve a aparecer apenas los gobiernos tratan de combatir la inflación: por ello los planes de reactivación y los planes de austeridad se suceden a un ritmo cuya aceleración traduce en realidad la agravación catastrófica de las convulsiones del sistema. En la fase actual de la crisis, es de manera cada vez más simultánea y no alterna como la inflación y la recesión se abaten sobre las economías mundiales.
La intervención sistemática del Estado le ha evitado al sistema una caída brutal del crédito privado como la de 1929. Obnubilada por epifenómenos e incapaz de comprender las leyes fundamentales de su propia economía, la burguesía no ve todavía llegar su nuevo 29... por la sencilla razón que se encuentra ya en la situación de 1938.
-IV-
La situación presente de la economía mundial también desmiente la idea, defendida hasta en las filas de los revolucionarios, de que la crisis actual es una “crisis de reestructuración”, entendida no en el sentido de que su única salida es la transformación de la estructura de la sociedad, sino como resultado de un nuevo arreglo de las estructuras económicas existentes. En particular, con tal concepción, las medidas de capitalismo de Estado son presentadas a menudo como un medio para el sistema de superar sus contradicciones.
Sí hacia finales de los años 60 ese tipo de teoría podía tener algo de credibilidad, hoy aparece como elucubraciones de intelectuales más o menos originales. Los dirigentes de la economía burguesa serían unos pésimos aprendices de brujos si hubieran hundido la economía en semejante caos únicamente para “reestructurarla”. En realidad, en todos los terrenos, la situación está hoy mucho peor que hace 5 años, aunque hace cinco años ya se había deteriorado notablemente con respecto a la de hace diez años, Si las condiciones de hace diez años condujeron a las de hace cinco años y la de esta época al resultado actual, es imposible imaginarse cómo las condiciones presentes, (la recesión, el endeudamiento y la inflación nunca habían sido tan alarmantes) podrían desembocar en una mejora cualquiera de la situación de la economía capitalista.
Los Premios Nobel de Economía, al igual que los “revolucionarios” que echaron por el suelo al marxismo según ellos “superado”, tendrán que resignarse: la crisis actual es una crisis sin salida y que no para de agravarse.
Aunque la crisis actual no pueda sino ir dándose de manera ineluctable, aunque ninguna medida que tome la clase dominante sea capaz de detener su curso, la burguesía se ve, sin embargo, obligada a tomar toda una serie de disposiciones con el fin de tratar, en la desbandada general, de asegurar un mínimo de defensa de su capital nacional y de frenar su degradación.
Por el hecho de que la crisis es el resultado del carácter limitado del mercado mundial que impide la expansión de la producción capitalista, cualquier defensa de los intereses de un capital nacional pasa necesariamente por reforzar sus capacidades competitivas con respecto a los demás capitales nacionales y en definitiva por echar sobre los otros, parte de sus propias dificultades. Además de las medidas de carácter exterior capaces de mejorar sus posiciones en el escenario internacional, cada capital nacional debe, a nivel interno, adoptar una política que tienda a disminuir el precio de coste de sus mercancías con respecto al de otros países, lo cual supone una reducción de los gastos que entran en la fabricación de cada producto. Esta disminución exige una rentabilización máxima del capital y una disminución del consumo global del país, lo cual implica un ataque, por una parte, contra los sectores más atrasados de la producción y contra el conjunto de las clases medias, y por otra, contra el nivel de vida de la clase obrera.
Es, pues, una política que contiene tres partes, -desplazamiento de las dificultades hacia los demás países, hacia las capas intermedias y hacia los trabajadores- que tienen como denominador común el refuerzo de la tendencia hacia el capitalismo de Estado, que la burguesía intenta implantar en todos los países. Este desarrollo del capitalismo de Estado encuentra resistencias, originando contradicciones cuyos mecanismos dan lugar a que la crisis económica desemboque en crisis política, que tiende hoy a generalizarse a su vez.
-VI-
La primera parte de la política de la burguesía de cada país, frente a la crisis el intento de desplazar las dificultades hacia los otros países tropieza con el límite inmediato y evidente de entrar en contradicción con el mismo intento por parte de las demás burguesías nacionales. No puede conducir más que una agravación de las rivalidades económicas entre países que necesariamente acaba teniendo repercusiones a nivel militar. Pero tanto a nivel económico como con mayor razón a nivel militar, ninguna nación puede oponerse sola a todas las otras naciones del mundo. Es lo que explica la existencia de bloques imperialistas que tienden necesariamente a reforzarse a medida que la crisis se profundiza.
La división en bloques no está determinada necesariamente por las rivalidades comerciales mayores (así, por ejemplo, Europa Occidental, Estados Unidos, Japón, principales competidores a nivel económico se encuentran en el mismo bloque imperialista) que no cesan de agravarse. Pero, si enfrentamientos militares entre países de un mismo bloque siempre pueden suceder (por ejemplo, Israel y Jordania en 67, Grecia y Turquía en 74), esas tensiones económicas no pueden impedir la “solidaridad” militar de los principales países que lo constituyen frente al otro bloque. Al no poder expresarse a nivel militar dentro de un mismo bloque, so pena de favorecer al otro, la intensificación de las rivalidades económicas entre países desemboca en la intensificación de las rivalidades militares entre bloques. En tal situación, la defensa del capital nacional de cada país tiende a entrar cada vez más en conflicto con la defensa de los intereses del bloque de tutela, por la cual tiene que pasar inevitablemente. Además de la primera contradicción ya revelada, es pues esta una dificultad suplementaria con la cual tropieza la burguesía de cada país al iniciar la primera parte de su política contra la crisis y que no puede desembocar más que en la sumisión de los intereses nacionales a los del bloque de tutela.
-VII-
La capacidad de cada burguesía para realizar esa parte de su política está condicionada esencialmente por la potencia de su economía. Este hecho se traduce en primer lugar en un desplazamiento de los primeros ataques de la crisis hacia los países de la periferia del sistema: los del tercer mundo. Pero a medida que la crisis se agrava, sus efectos vienen a golpear cada vez más brutalmente en las metrópolis industriales, entre las cuales son también, las que poseen el potencial económico más sólido, las que resisten mejor. Así pues, la “reactivación” de 1975-76 de la cual se beneficiaron sobre todo los Estados Unidos y Alemania, se pagó con una deterioración catastrófica de las economías europeas más débiles, como las de Portugal, de España y de Italia, lo cual aumentó en igual medida su dependencia con respecto a los países más poderosos, sobre todo los EEUU. Esta supremacía económica repercute en el nivel militar, en el cual no solamente los países más débiles tienen que someterse de manera creciente al más poderoso, sino que además el bloque que tiene el poder económico más sólido (el dirigido por los EEUU) progresa y se refuerza en detrimento del otro. Hoy está claro, por ejemplo, que la famosa “derrota” americana en Vietnam fue en realidad un repliegue táctico de una zona sin gran interés militar o económico para ir a reforzar la potencia americana en las zonas mucho más importantes de África Austral y, sobre todo, del Oriente Medio. La agravación de la crisis anula pues las veleidades de “independencia nacional” que se habían desarrollado, favorecidas por la reconstrucción de ciertos países como Francia, al igual que desmiente brutalmente todas las mistificaciones entretenidas por la extrema izquierda del capital sobre la “liberación nacional” y la “victoria sobre el imperialismo americano”.
-VIII-
La segunda parte de la política burguesa frente a la crisis consiste en una mejor rentabilización del aparato productivo que se ejerce en contra de las capas sociales no proletarias. Consiste, por una parte, en un ataque contra el nivel de vida del conjunto de las clases medias ligadas a los sectores no productivos o a la pequeña producción, por otra parte, en una eliminación de los sectores económicos más anacrónicos, menos concentrados o que trabajan según técnicas arcaicas. Las capas sociales, generalmente bastante heteróclitas, afectadas por esas medidas, que están compuestas especialmente por el pequeño campesinado, los artesanos, la pequeña industria y el pequeño comercio, cuyos ingresos se ven a menudo reducidos de manera drástica con una agravación de la presión fiscal y de la competencia por parte de unidades productivas o de distribución más concentradas; lo más corriente es que se arruinen o se vean obligadas a abandonar su actividad. Esta política puede afectar también, con medidas de capitalismo de Estado, a las profesiones liberales, a los empleados superiores, ciertos sectores de la administración o del sector terciario, particularmente parasitarios, al igual que a fracciones de la clase dominante misma, bajo su forma más clásica, ligada a la propiedad individual.
Esta política del capital nacional tropieza necesariamente con la resistencia, a veces muy fuerte, del conjunto de esas capas que, aunque sean incapaces de unificarse y están históricamente condenadas, pueden pesar de manera notable sobre la vida política. Particularmente, esas capas pueden tener un peso electoral importante y a veces decisivo en ciertos países, en la medida en que constituyen el apoyo esencial de los gobiernos de derecha ligados al capitalismo clásico -que dominaron muchos países durante el período de reconstrucción- o bien una fuerza complementaria para gobiernos de izquierda, particularmente en Europa del norte. Por eso, la resistencia de esas capas sociales puede constituir un freno muy potente en contra de las medidas de capitalismo de Estado que esos Gobiernos se ven obligados a tomar de manera imperativa. Este freno puede, en ciertos casos, desembocar en una parálisis verdadera de las capacidades de esos gobiernos para tomar ese tipo de medidas, lo que viene a ser un factor agravante de la crisis política de la clase dominante.
-IX-
La tercera parte de la política capitalista frente a la crisis, la agresión al nivel de vida de la clase obrera es la que está destinada a convertirse en la más importante para el capital, en la medida en que esta clase es la principal productora de la riqueza social. Esta política, que tiene como fin esencial la reducción de los salarios reales y el aumento de la explotación se manifiesta principalmente a través de la inflación, que afecta más particularmente a los precios de bienes de consumo importantes en los medios obreros como la alimentación, el aumento masivo del desempleo, la supresión de ciertas “ventajas sociales”, que de hecho, forman parte de los medios de reproducción de la fuerza de trabajo y por lo tanto del salario y, finalmente, una intensificación, a veces violenta, de las cadencias de trabajo.
Esta agresión contra el nivel de vida de la clase obrera se ha vuelto una realidad evidente, reconocida por la clase capitalista misma que hace de ella la pieza angular de sus “planes de austeridad”. Esta agresión es, de hecho, mucho más violenta de lo que se atreven a afirmar las cifras oficiales, en la medida en que éstas no toman en cuenta el ataque contra las “ventajas sociales”, (medicina, seguro social y demás) ni el desempleo que no solo afecta a los trabajadores en paro, sino que pesa sobre el conjunto de la clase obrera al representar también una baja global del capital variable, destinado a mantener la fuerza de trabajo.
Esta situación destruye otra teoría que tuvo su momento de gloria durante el período de reconstrucción: la que proclamaba la falsedad de las previsiones marxistas sobre la pauperización absoluta del proletariado. Hoy ya no es de manera relativa, sino de manera absoluta cómo disminuye el consumo de los trabajadores y aumenta la explotación.
-X-
La agresión capitalista contra la clase obrera tropezó, desde su principio en 1968-69, con una respuesta muy viva por parte de esta. Este enfrentamiento entre burguesía y proletariado es el que hoy determina el curso general de la evolución histórica con respecto a la crisis: no una guerra imperialista como después de la crisis de 1929, sino guerra de clase. En este sentido, de las tres partes de la política burguesa, es la que se dirige directamente a la clase obrera a la que tiende a convertirse en primordial en la evolución política general. En particular en las zonas en donde el proletariado es más importante, el capital va a ir poniendo por delante sus fracciones políticas “de izquierda”, que son las más capaces para mistificar y encuadrar a la clase obrera para que acepte los “sacrificios” exigidos por la situación económica. En países industrializados, esta necesidad de llamar a la izquierda se hace sentir tanto más por cuanto la situación de la economía misma es incapaz de ser un factor de “consenso social” y de confianza en la capacidad del capitalismo para superar la crisis. Contrariamente a los países más prósperos y que resisten mejor ante la crisis, en los cuales no se necesita propaganda “anticapitalista” para amarrar a los trabajadores a su capital nacional, estos países están, pues, en vísperas de cambios importantes en su aparato político. Sin embargo, y es esta una contradicción suplementaria que asalta a la clase dominante, esos cambios tropiezan con una resistencia a menudo muy decidida por parte de los equipos que están todavía en el poder y que, aún en detrimento de los intereses globales del capital nacional, hacen todo lo posible para quedarse en el poder o conservar un lugar importante.
-XI-
En la aplicación de cada uno de esos tres ejes de su política, la burguesía se tropieza pues con toda una serie de resistencias y de contradicciones, pero cada vez más, esos ejes de la política capitalista llegan a entrar en contradicción entre sí mismos.
En ciertos casos hay convergencia entre algunos de esos ejes: por ejemplo, las medidas necesarias de capitalismo de Estado que tienen que caer sobre los sectores más anacrónicos del capitalismo constituyen, al mismo tiempo, un buen medio para que las fracciones de izquierda del capital mistifiquen a los trabajadores, haciéndolas pasar como medidas “anticapitalistas” o “socialistas”. De igual modo, es posible que la lucha contra los sectores más anacrónicos de la sociedad sea llevada por fuerzas políticas que tienen la confianza y el apoyo del bloque de tutela, como es el caso hoy en España, en donde el proceso de “democratización” se hace en relación y con el acuerdo directo de la burguesía europea y americana. Sin embargo, se asiste a menudo a un conflicto entre las medidas de capitalismo de Estado, que la agravación de la crisis hace indispensables y el estrechamiento de las relaciones de sumisión del capital nacional con respecto a su bloque de tutela; ese conflicto puede ocurrir por un ataque a los intereses económicos de la potencia dominante o también por que las fuerzas políticas más apropiadas para tomar aquellas medidas, tienen, en política internacional, opciones que no están conformes con las del bloque. Puede surgir, en el mismo sentido, un conflicto entre las necesidades del capital nacional en política internacional y las mistificaciones nacionalistas que pondrá en práctica para encuadrar al proletariado.
A medida que la crisis se ahonda, esas diferentes contradicciones tienden a agudizarse y a volver aún más inextricables los problemas que se le plantean a la burguesía, la cual se ve cada vez más llevada a enfrentar esos problemas, no con un plan a largo plazo ni a término medio, sino uno por uno según van surgiendo, día a día, en función de las urgencias del momento. Este aspecto empírico de la política de la burguesía se ve acentuado aún más por el hecho que es una clase incapaz de tener una visión a largo plazo de sus propias perspectivas históricas. Verdad es que la burguesía puede aprovechar las experiencias pasadas que sus hombres, políticos y universitarios, economistas o historiadores le recuerdan cuando es necesario para evitar que cometa los mismos errores: por ejemplo, a nivel económico, supo evitar el pánico de 1929, al igual que, a nivel político, supo tomar, en 1945, disposiciones para evitar una oleada revolucionaria de postguerra como la de 1917-23. Sin embargo, esta utilización de sus propias experiencias no va nunca mucho más lejos que el aprendizaje de cierto número de respuestas precisas frente a situaciones de un repertorio ya conocido. Sus propios prejuicios de clase impiden a la burguesía tener una comprensión correcta de las leyes históricas, incapacidad agravada por el hecho de que es hoy una clase reaccionaria que domina una sociedad que está en plena descomposición y decadencia. Esta incapacidad se manifiesta con mayor amplitud, por cuanto la situación económica se le va de las manos y, con ella, la comprensión de los mecanismos cada vez más complejos y contradictorios de tal situación.
La comprensión de las diferentes políticas que la burguesía de tal o cual país adopta en tal o cual momento, así como la evolución de las relaciones de fuerza y de los enfrentamientos entre las diferentes fracciones de esa clase, tienen pues que tomar en cuenta el conjunto de los datos contradictorios de los diferentes problemas que tiene que resolver y la importancia relativa que estos datos adquieren en los diferentes países, según su respectiva situación geográfica, histórica, económica y social. Tiene que tomar en cuenta, en particular, el hecho de que la burguesía no actúa necesariamente en cada momento de la manera más apropiada para la defensa de sus intereses inmediatos o históricos y que es a menudo a largo plazo y en conflictos a veces violentos que sus fracciones más capaces para encarar la situación se imponen a los que lo son menos.
-XIII-
Es en los países subdesarrollados en donde las contradicciones que encuentra la burguesía en sus intentos políticos son más violentas. La imposibilidad de desarrollo económico condena de antemano cualquier medida que tome la clase dominante: lejos de poder desplazar hacia otros países sus dificultades, sufre, al contrario, el peso de ese mismo tipo de política por parte de la burguesía de los países más desarrollados. Esta impotencia a nivel económico tiene como resultado a nivel político una inestabilidad crónica y convulsiones brutales. El enfrentamiento de las diferentes fracciones del capital nacional no puede solventarse en un terreno institucional con mecanismos “democráticos”; al contrario, las más de las veces desemboca en conflictos armados. Estos conflictos son particularmente violentos entre, por una parte, las fracciones más ligadas al capitalismo de Estado, cuya necesidad se hace sentir con mayor fuerza por la pobreza de la economía y, por otra parte, los sectores más anacrónicos de la producción, particularmente importantes debido al débil nivel de industrialización. Estos enfrentamientos entre diferentes sectores del capital nacional los amplifica generalmente el peso de las rivalidades Inter imperialistas, cuando no son éstas quienes pura y simplemente las crean, como es el caso hoy en el Líbano y en África Austral.
Por todas estas razones, los países subdesarrollados constituyen el terreno de predilección de las luchas de “liberación nacional”, sobre todo cuando se encuentran en zonas acechadas por las grandes potencias imperialistas, así como de los golpes de Estado militares, en la medida en que el Ejército es, en general, la única fuerza de la sociedad que tiene un mínimo de cohesión y que dispone de ese elemento esencial en los conflictos entre sectores de la clase dominante de esos países: la fuerza física. Es esa fuerza la que, en estos países en particular, se hacen a menudo el agente más decisivo del capitalismo de Estado en contra de los sectores “democráticos” ligados a intereses privados. En esos países, los enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante son tanto más sistemáticos y duros por el hecho de que la clase obrera, a pesar de las reacciones a veces violentas que opone a una explotación feroz, es relativamente débil, a causa del bajo nivel de industrialización.
-XIV-
Es en los países económicamente más poderosos, en donde la clase dominante controla mejor el conjunto de problemas que hace resaltar la agravación de la crisis, en donde logra mantener mejor cierta estabilidad y dominio del juego político. Al tener una implantación más profunda, la economía de estos países aguanta mejor que aquellos. Lo cual suaviza las contradicciones internas, disponiendo así, por ahora, de medios políticos.
Concretamente, esto se manifiesta por el hecho que el capital nacional dispone de una gran capacidad para hacer la competencia a sus adversarios a nivel económico y militar, lo que los hace menos dependientes con respecto a los bloques imperialistas. Esta capacidad la deben al peso muy débil de los sectores anacrónicos de la producción, tanto desde el punto de vista numérico, como económico y, por lo tanto, político, por la gran capacidad para mistificar a la clase obrera manejando el “argumento” de la “prosperidad” económica.
Este último aspecto de la potencia de la burguesía es particularmente evidente en países como EEUU y Alemania occidental en donde la burguesía pudo darse el lujo de agredir oficialmente el nivel de vida del proletariado (baja notable del salario real y aumento masivo del desempleo) sin que éste, que es sin embargo el más poderoso del mundo, haya reaccionado de manera significativa. Por otra parte, en estos países, la tendencia general hacia el capitalismo de Estado que la crisis viene a acentuar de manera muy fuerte, no se traduce, como en los países atrasados, por un choque violento entre el sector estatal y el sector privado de la economía, sino en una fusión progresiva de ambos.
En estas condiciones, la burguesía dispone de un margen de maniobra relativamente grande que limita los enfrentamientos entre sus diferentes sectores (ver, por ejemplo, la similitud de los programas de los candidatos Ford y Carter en los EEUU) o las repercusiones de esos enfrentamientos (ver la facilidad con que la burguesía americana superó y explotó el asunto de “Watergate”). El bajo nivel de contradicciones que en los países ha producido, por ahora, la política capitalista de cada estado y bloque en dos de sus aspectos (1º y 3º que son históricamente los más importantes, es decir, 1º echar la crisis hacia los demás y 3º minar el nivel de vida de cada clase obrera) ha dado lugar, en estos países, a un protagonismo circunstancial de las contradicciones que produce la lucha intestina contra los sectores más anacrónicos de la burguesía (2º aspecto). Es así cómo se puede explicar la derrota de la socialdemocracia en Suecia y el retroceso del SPD en Alemania cuyo mantenimiento en el poder -gracias a la ayuda de los liberales- traduce las necesidades apremiantes de la burguesía alemana de medios que le permitan tomar medidas de capitalismo de Estado y embaucar a la clase obrera.
-XV-
En el caso de los países desarrollados, pero con un capitalismo más débil que los anteriores, en particular los países de Europa Occidental, las diferentes contradicciones a las que se enfrentan los distintos ejes de la política burguesa tienden en la actualidad a equilibrar sus respectivos pesos y a interactuar hasta conducir a situaciones que a primera vista parecen paradójicas y precarias. Este fenómeno es particularmente claro en la determinación del lugar de los P.C. en la vida política de varios países europeos. Estos partidos constituyen, en estos países, las fracciones del aparato político burgués más capacitadas tanto para tomar las medidas decisivas en la dirección del capitalismo de Estado que la situación requiere como para hacer que la clase obrera acepte los máximos sacrificios. En este sentido, su participación en el poder es cada vez más necesaria. Sin embargo, debido a sus opciones en política internacional y por el temor que inspiran en importantes sectores de las clases poseedoras, su acceso a las responsabilidades gubernamentales tropieza con una decidida resistencia por parte del bloque americano, que encuentra un importante apoyo entre los sectores más anacrónicos de la sociedad. En los últimos años, los PC han tratado de dar al resto de la burguesía el mayor número posible de pruebas de su compromiso con el capital nacional, de su independencia con respecto a la URSS y su voluntad de respetar las reglas democráticas vigentes en sus países; voluntad expresada en particular con el rechazo de la noción de "dictadura del proletariado". Sin embargo, todas estas concesiones no han sido suficientes, por el momento, para vencer esta resistencia, aun cuando la entrada de los PC en el gobierno se ha hecho muy urgente en algunos de estos países. Esto ilustra el hecho, ya señalado, de que la burguesía, sacudida por sus contradicciones a escala nacional e internacional, no se dota necesariamente de los instrumentos más apropiados en los momentos más oportunos. En este sentido es significativo que las situaciones y el equilibrio de poder que prevalece en este momento en un gran número de países europeos, especialmente en Portugal, España, Italia y Francia, es temporal e inestable.
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Portugal es el país europeo que, en los últimos años, ha ilustrado más claramente la crisis política de la burguesía. Sus características de país subdesarrollado, que explican el papel fundamental que juega el ejército, junto con sus características de país desarrollado, en particular una fuerte concentración proletaria con una fuerte combatividad desde finales de 1973, están en el origen de las revueltas en este país en los años 1974 y 1975. El empuje inicial de las fuerzas de izquierda, - izquierda militar, izquierda e izquierdistas- que se explicaba tanto por la urgencia de las medidas del capitalismo de Estado en una economía particularmente decadente como por la necesidad de embaucar y desviar a la clase obrera, dio paso a un retorno del péndulo a la derecha gracias a la conjunción de un retroceso de la lucha de clases, una resistencia muy fuerte de los sectores vinculados a la pequeña propiedad contra el capitalismo de Estado y una enorme presión política y económica por parte del bloque americano. La actual orientación de la política portuguesa hacia la derecha (cuestionamiento de aspectos de la reforma agraria, regreso de Spínola, liberación de los agentes de la PIDE), si bien expresa el reflujo de la clase obrera y refuerza su desmoralización, es sin embargo insuficiente para enfrentar el próximo auge de luchas y, por tanto, está cargada de inestabilidad para el futuro
-XVII-
España es uno de los países europeos destinado a sufrir mayores convulsiones en los próximos años. Los rigores de la crisis al mismo tiempo que la senilidad y la impopularidad del viejo régimen franquista han puesto en la agenda importantes transformaciones políticas en dirección a la "democracia", facilitadas por la muerte de Franco. Estas transformaciones son tanto más urgentes para la burguesía en España en tanto que se enfrenta a uno de los proletariados más combativos del mundo y que la simple represión es cada vez menos capaz de contener. Estas transformaciones constituyen el "objetivo" fundamental en cuya dirección el capitalismo puede hoy, en España, desviar la combatividad obrera. Sin embargo, a pesar de la urgencia de la ruptura o de la “transición” democrática, este proceso se enfrenta a una resistencia muy fuerte por parte de los sectores más retrógrados de la clase dominante, cuyos apoyos esenciales son la burocracia estatal, el ejército y especialmente la policía. Además, la burguesía española, al igual que el conjunto de la burguesía occidental, sigue desconfiando enormemente de un PCE que, sin embargo, es de los más "eurocomunistas". Alarmada por la experiencia portuguesa, está especialmente preocupada por evitar que una transición demasiado rápida del poder a la oposición favorezca al PCE, que es la mayor fuerza. En este sentido, la burguesía hace todo lo posible para que, antes de esta transferencia de responsabilidades, se constituya un gran partido de centro, defensor de la burguesía clásica y capaz de hacerle contrapeso.
Es, pues, a través de la extrema fragilidad del equilibrio -traducción de las debilidades del capital nacional- entre el empuje de la lucha de clases, la resistencia de los vestigios del franquismo y los imperativos de la política del bloque occidental como se refleja hoy en España la crisis política de la burguesía.
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La situación del capital italiano se caracteriza también por la extrema precariedad de las soluciones políticas que ha podido encontrar hasta ahora. Ante una de las situaciones económicas más caóticas de Europa, su facción política dominante, la Democracia Cristiana, se ve incapaz de tomar las medidas de "reestructuración económica" y de fortalecimiento efectivo del Estado que son cada vez más urgentes. Aunque, en opinión de una parte creciente de la burguesía, la llegada al poder del PCI es indispensable, esta solución encuentra actualmente resistencias decisivas. Es la misma alianza entre los intereses de la burguesía norteamericana y de los sectores atrasados de la economía nacional (particularmente amenazados por el capitalismo de Estado) que había excluido al PC del poder en Portugal, la que hoy impide su acceso directo al poder en Italia. Ante las urgencias del momento, el PCI asume sus responsabilidades al frente del capital italiano de forma indirecta. Sin embargo, su "apoyo crítico" a la acción del gobierno en minoría de Andreotti sólo puede constituir un parche para salir del paso y que no puede prolongarse mucho tiempo sin graves peligros para ese capital.
En efecto, esta solución bastarda tiene la doble desventaja de no permitir la adopción de medidas enérgicas del capitalismo de Estado y de no poder ser presentada como una "victoria" de los trabajadores -como podría hacerlo una participación directa del PCI en el poder- mientras al mismo tiempo que hace soportar parte de la impopularidad de las medidas de "austeridad". Como en España, el capital en Italia está en la cuerda floja.
-XIX-
En Francia, un largo periodo de estabilidad política está llegando a su fin. Golpeado, como otros países latinos, por la crisis, el país está a punto de sufrir una gran agitación política. Las fuerzas políticas que llevan casi veinte años en el poder están cada vez más desgastadas y son impotentes para tomar medidas enérgicas para "sanear" la economía. Altamente dependientes de los sectores más atrasados de la sociedad, -como han demostrado los enfrentamientos parlamentarios por la "plusvalía"-, estas fuerzas sólo son capaces de realizar ataques relativamente tímidos contra el nivel de vida de la clase trabajadora, como demuestra la moderación del “plan Barre”. En estas circunstancias, "la izquierda unida” segura de sí presentó su candidatura para la sucesión de la derecha, que probablemente tendrá lugar tras las elecciones legislativas de 1978. Por eso, estas elecciones fueron cada vez más el centro de la polarización de la vida política en Francia, sobre todo porque deben permitir, con el oportuno relevo de las elecciones municipales de 1977, que la clase obrera, cuyo descontento e inquietud iban en aumento, por lo que esperara hasta esta "gran victoria".
A la espera de este resultado, la derecha se contentó con "seguir como siempre". Sin embargo, si la situación de Francia se asemeja a las de Portugal, España e Italia por su carácter transitorio, el capital de este país tiene, como traducción de una mayor fortaleza estructural, un mayor margen de maniobra y medios más importantes para hacer frente a sus dificultades políticas en el futuro inmediato.
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En muchos aspectos, la situación de Gran Bretaña no es fundamentalmente diferente de la de los demás países europeos que hemos considerado. Sin embargo, lo que hay que destacar, acerca de este país, es la paradoja entre la profundidad de la que la crisis y la capacidad de la burguesía para seguir controlando la situación políticamente. De hecho, si tenemos en cuenta los diferentes ejes de la política burguesa, la clase dominante no encuentra grandes problemas con las capas medias y, en particular con el campesinado, que es en proporción el más débil del mundo. Asimismo, su fracción de izquierda dominante, el Partido Laborista, goza de la plena confianza del bloque americano; por último, el capital ha demostrado una gran capacidad política al lograr dominar a uno de los proletariados más combativos del mundo, a través de un aparato sindical experimentado en el que el TUC y los “shop-stewards” se reparten eficazmente el trabajo.
Sin embargo, si la burguesía más antigua del mundo ha sorprendido momentáneamente por la amplitud de sus recursos, todo su "saber hacer" será finalmente impotente ante la gravedad de la situación de una economía que, desde 1967, ha sido una de las afectadas por la crisis mundial.
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En los países llamados "socialistas", la situación no es fundamentalmente diferente de la de los países del bloque occidental. Es a través de las contradicciones planteadas por la divergencia entre los intereses de los bloques de tutela y el interés nacional, con la necesidad de reforzar la cohesión de un aparato productivo poco eficaz, con resistencias sordas, pero a veces decisivas, de sectores como el campesinado, con reacciones limitadas en cantidad, pero violentas de la clase obrera, es por lo que la crisis se transmite de la esfera económica a la política. Sin embargo, la gran fragilidad de estos regímenes, ligada a su debilidad económica y a su gran impopularidad, les deja muy poco margen de maniobra, a diferencia de los países "democráticos". En particular, la ausencia de fuerzas políticas de recambio del capital, ligada a su control estatal casi total, impide un "relevo democrático", al estilo español, capaz de canalizar el descontento de los trabajadores. Los únicos cambios que el aparato político de estos países es capaz de hacer es la modificación de las camarillas dirigentes en el seno del partido único, lo que limita significativamente su capacidad de mistificación. Por eso, aparte de la recuperación y de la institucionalización de los órganos que la clase puede darse en el curso de sus luchas y de poner en primer plano los temas "democráticos" agitados por fuerzas limitadas destinadas a permanecer en la oposición, el capital en estos países tiene pocos medios para encuadrar a la clase obrera que no sean la represión sistemática y feroz. En cada uno de estos puntos, la situación en Polonia es particularmente significativa: pone de manifiesto la gran debilidad del capital en estos países, la gran rigidez y las convulsiones de su aparato político que están ligadas a esta debilidad, así como su impotencia para llevar a cabo un ataque en toda regla contra el nivel de vida del campesinado y de una clase obrera particularmente combativa.
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Entre los países "socialistas", China es un caso significativo. Su evolución – que la agravación de la crisis ha puesto de relieve - tanto en la política interior como en política internacional, confirma una serie de análisis ya expuestos para otros países.
En primer lugar, su acercamiento a EE.UU. a finales de los años 60, desmiente la tesis de que existe un "bloque del capitalismo de Estado" con intereses fundamentalmente "unidos" frente al "bloque del capitalismo privado". Este acercamiento ilustra también la imposibilidad de que una verdadera independencia de un país, por poderoso que sea, sea una alternativa a los dos grandes bloques imperialistas que se reparten el planeta, ya que la única "independencia nacional" consiste, en última instancia, en la posibilidad de pasar de la órbita de uno al otro bloque imperialista.
En segundo lugar, las convulsiones que siguieron a la muerte de Mao ponen de manifiesto la gran inestabilidad de este tipo de régimen: el enfrentamiento entre fuerzas políticas más o menos favorables al bloque ruso o estadounidense se combina, como en otras partes, con las oposiciones entre diferentes orientaciones económicas y políticas y entre diferentes sectores de la burocracia estatal, para desembocar en violentos e incluso sangrientos ajustes de cuentas entre las diferentes camarillas que forman el Estado y el Partido.
En tercer lugar, la aparición a la cabeza del Estado del antiguo jefe de policía Hua Kuo-Feng, que se apoya en gran medida en el ejército, ilustra a la vez que la represión más sistemática y abierta constituye el medio privilegiado para contener la lucha de clases y que, a pesar de sus características particulares, China no escapa a la regla que asigna al ejército un lugar decisivo en la política interior de los países subdesarrollados.
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Si bien hemos tenido en cuenta no sólo uno, sino los tres ejes de la política burguesa frente a la crisis y el conjunto de contradicciones que provocan en diferentes niveles, para comprender las condiciones de la actual crisis política de la clase dominante, esto no significa que cada uno de estos tres ejes tenga un impacto igual en la evolución de la crisis. Ya hemos puesto de relieve el hecho de que algunos de ellos pueden, en ciertos momentos y de manera circunstancial, ser el elemento determinante de una situación, pero también es cierto que, históricamente hablando, algunos de esos ejes tenderán a tomar más importancia que los demás, de manera definitiva. Se puede establecer así que la importancia de los problemas ligados al ataque capitalista contra las capas medias va a disminuir en favor de los problemas ligados con los intereses fundamentales del capital y que están en la base de la alternativa abierta por la crisis: la guerra de clases generalizada o la guerra imperialista. Por lo tanto, en el período que se avecina asistiremos a un aumento del peso de las cuestiones vinculadas a la competencia entre capitales nacionales, lo que se traducirá por una agravación de las tensiones Inter imperialistas y en un refuerzo de la cohesión en el seno de los bloques, y, por otra parte, a la importancia del factor de la lucha de clases. En la medida en que esta última es la que determina la supervivencia del sistema, acabará `por ponerse progresivamente en el primer plano relegando a la que le precede, según vaya aumentando el cuestionamiento de la supervivencia del sistema. La historia nos ha demostrado, particularmente en 1918, que el único momento en que la burguesía puede olvidarse de sus divisiones entre naciones, es cuando está en juego su propia vida, pero entonces es perfectamente capaz de hacerlo.
Una vez planteadas esas perspectivas globales, el examen de la situación política en la mayoría de los países (con la posible excepción de España y Polonia) lleva a la conclusión de que, en el último año, el factor de la lucha de clases fue relativamente poco importante en comparación con los demás factores, en la determinación de la manera de dirigir sus asuntos por parte de la burguesía. Y, de hecho, si a diferencia de los años 30, la perspectiva general no es la guerra imperialista sino la guerra de clases, hay que señalar que la situación actual se distingue por la existencia de un gran desfase entre el nivel de la crisis económica y política y el nivel de la lucha de clases. Este desfase es especialmente llamativo si nos fijamos en el país que, desde 1969, ha visto el mayor número de movimientos sociales: Italia. Si, en este país, los primeros ataques de la crisis habían provocado reacciones obreras tan potentes como la del "mayo rampante" de 1969, la verdadera agresión real contra la clase obrera, producto de la degradación de la situación económica, así como el caos político también resultante de esta situación, sólo encuentran frente a ellos una respuesta proletaria muy limitada, sin punto de comparación con la del pasado. No sólo hay que hablar del estancamiento de la lucha de clases, sino también de su retroceso, que afecta tanto a la combatividad del proletariado como a su nivel de conciencia, ya que hoy, y particularmente en Italia, el aparato sindical -que ha sido zarandeado y denunciado por un gran número de trabajadores en el pasado- ha restablecido un control bastante eficaz sobre ellos.
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Independientemente de las explicaciones que puedan darse para la actual disminución de la lucha de clases, este fenómeno ha dado un golpe de gracia a todas las teorías que veían en la lucha de clases la causa del desarrollo de la crisis. Tanto si son obra de los economistas burgueses, generalmente los más estúpidos y reaccionarios, como si intentan esconderse detrás del "marxismo", estas concepciones son hoy bastante incapaces de explicar cuál es el mecanismo que hace que un repliegue de la lucha de clases pueda provocar tal agravamiento de la crisis económica. El "marxismo" de los situacionistas, que vieron en mayo de 1968 la causa de las dificultades económicas que sólo descubrieron con varios años de retraso, al igual que el de la GLAT, que se pasa el tiempo haciendo juegos malabares con montones de cifras, no les vendría mal una cura de salud.
Por otra parte, la situación actual parece llevar agua al molino de las teorías que consideran que la crisis es el enemigo de las luchas obreras y que el proletariado sólo puede hacer su revolución contra un sistema que funciona "normalmente". Esta concepción, que encuentra argumentos históricos en el periodo que siguió a la lucha de clases después de 1929, es una de las expresiones, cuando la desarrollan los revolucionarios, de la desmoralización engendrada por la terrible contrarrevolución que ha marcado la mitad del siglo XX. No toma en cuenta el conjunto de la experiencia histórica y siempre ha sido combatida por el marxismo. Del mismo modo, hoy en día, tampoco hay que examinar la situación de manera estática e inmediata (lo cual puede llevar efectivamente a la conclusión de que el retroceso de las luchas es consecuencia de la agravación de la crisis) sino tomar en cuenta el conjunto de las condiciones y características del desarrollo del movimiento proletario. Solo así se puede comprender las causas de ese repliegue y, de este modo, sacar a la luz las perspectivas a las que conduce esta situación. De todos los factores que determinan la situación actual, hay que tener en cuenta, particularmente, tres:
- las características del desarrollo histórico de los movimientos revolucionarios de la clase;
- la naturaleza y el ritmo de la crisis actual;
- la situación creada por medio siglo de contrarrevolución.
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Desde hace más de un siglo, los revolucionarios han demostrado que, a diferencia de las revoluciones burguesas que "iban de éxito en éxito", las revoluciones proletarias "interrumpen a cada instante su propio curso, (...) parecen vencer a su adversario sólo para permitirle sacar nuevas fuerzas de la tierra y volver a levantarse con más fuerza frente a ellas" (K. Marx, El 18 Brumario). Este curso, lleno de altibajos, de la lucha de clases, que se manifiesta tanto en grandes ciclos históricos de flujo y de reflujo, como fluctuaciones dentro de estos grandes ciclos, está vinculado al hecho de que, a diferencia de las clases revolucionarias del pasado, la clase obrera no tiene ninguna base económica en esta sociedad. Sus únicas fuerzas son su conciencia y su organización, constantemente amenazados por la presión de la sociedad burguesa; cada uno de sus tropiezos no se traduce en una simple interrupción momentánea de su movimiento, sino en un reflujo que tira por los suelos tanto a la una como a la otra y sume, a la clase, en la desmoralización y la atomización.
Este fenómeno se acentúa aún más con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, en la cual la clase obrera ya no puede tener organizaciones permanentes basadas en la defensa de sus intereses como clase explotada, como pudieron hacerlo los sindicatos en el siglo pasado. Hoy, tras la contrarrevolución más terrible de su historia, esos altibajos del desarrollo de las luchas de clase se refuerzan aún más debido a la profunda ruptura entre las nuevas generaciones obreras y las experiencias pasadas del proletariado. El proletariado debe, por tanto, repetir toda una serie de experiencias antes de poder sacar lecciones válidas de ellas, para volver a conectar con su pasado y de extraer de sus experiencias las lecciones que deberá integrar en sus luchas futuras.
Este largo camino de la lucha de clases se alarga aún más hoy, por las condiciones en que tiene lugar la recuperación de esas luchas: el lento desarrollo de la crisis económica del sistema. Los anteriores movimientos revolucionarios del proletariado se han desarrollado todos tras las guerras, lo que los situaba de manera inmediata frente a las convulsiones más violentas que puede experimentar la sociedad capitalista y los ponía rápidamente frente a problemas políticos, y en particular, frente al problema de la toma del poder. En las condiciones actuales, la toma de conciencia de la bancarrota total del sistema, sobre todo allí donde el proletariado está más concentrado, es decir, en los países más desarrollados, es necesariamente un proceso lento que sigue el ritmo de la propia crisis. Esto permite el mantenimiento, durante un largo período, de toda una serie de ilusiones sobre la capacidad del sistema para superar la crisis, gracias a diferentes fórmulas que los equipos de recambio de la burguesía ponen en primer plano.
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Es el conjunto de esta situación lo que permitió al capital recuperar parte del terreno perdido al principio de la crisis, frente a las súbitas reacciones de clase que había provocado, y que, al principio, habían sorprendido a la clase dominante. En particular, las fracciones izquierdistas del capital y sus aparatos sindicales sabotearon sistemáticamente las luchas, ya sea cuando estaban en el poder, agitando la amenaza de un "retorno de la derecha o de la reacción", o, aún más a menudo, presentando la llegada de la izquierda -que en todo caso se hacía cada vez más necesaria para imponer medidas de capitalismo de Estado a los sectores vinculados a la propiedad individual- como una forma de superar la crisis y proteger los intereses proletarios. En esta tarea, los izquierdistas jugaron un papel muy importante a través de sus políticas de "apoyo crítico", arrastrando hacia el terreno electoral y sindical a los elementos de la clase que empezaban a desencantarse de la izquierda clásica.
Esta perspectiva de victoria de la izquierda se vio facilitada por la decepción que una serie de derrotas en sus luchas económicas podía suponer para la clase: sintiendo la necesidad de una "politización" de su acción, pero sin tener aún suficiente experiencia, se vio conducida al terreno de una "politización" burguesa. Esta decepción también tuvo como consecuencia el desarrollo de cierto fatalismo entre los trabajadores que los incita a no reaccionar de nuevo ante un agravamiento mucho más violento de la crisis.
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Todas estas condiciones permiten explicar las causas del actual desconcierto del proletariado y de la relativa debilidad de sus luchas. Pero con el irremediable agravamiento de la crisis económica y el hecho de que, a diferencia de 1929, la clase de hoy no ha sido vencida, estas condiciones que permitieron momentáneamente a la clase dominante restablecer su dominio sobre la clase obrera van a ir agotándose.
En efecto, con la profundización de la crisis y el violento agravamiento que implica contra las condiciones de vida del proletariado, éste se verá obligado una vez más a reaccionar, cualesquiera que sean las mistificaciones que tiendan a impedir su toma de conciencia. Esta reacción obligará a la izquierda y a sus acólitos izquierdistas a desenmascararse un poco más en donde todavía no lo ha hecho.
Su acceso a la cabeza del Estado, cada vez más indispensable, constituirá probablemente, en un primer momento, un factor adicional de contemporización. Pero, al mismo tiempo, van a aparecer las condiciones que permitirán al proletariado comprender la única salida a su lucha: el enfrentamiento directo con el Estado capitalista. Finalmente, la acumulación de experiencias de clase le permitirá adquirir los medios para sacar las lecciones de ellas, transformándose a partir de entonces la desmoralización y las mistificaciones sufridas anteriormente en elementos adicionales de combatividad y de toma de conciencia.
Por el momento, las maniobras mistificadoras desplegadas por la burguesía siguen dando sus frutos y el papel de los revolucionarios es continuar denunciándolas con la máxima energía, y especialmente las promovidas por las corrientes de "izquierdistas". Pero la propia existencia de la actual brecha entre el nivel de la crisis y el de la clase pone al orden del día importantes resurgimientos de esta última que tenderán a borrar ese desfase. La relativa calma de la clase mientras la crisis asestaba golpes cada vez más violentos, sobre todo en 1974-75, y que en un principio la dejó aturdida, no puede interpretarse como una inversión de la tendencia general a la reanudación de las luchas que apareció a finales de los años 60. La calma actual es como la que precede a las tempestades. Tras un primer asalto a finales de los años 60 y principios de los años 70, la clase obrera se prepara y concentra sus fuerzas para un segundo asalto, a menudo de manera todavía inconsciente. Los revolucionarios deben anticiparse a este próximo asalto para no dejarse sorprender por él y poder asumir plenamente su función en la lucha que se avecina.
31/10/76
El texto que publicamos aquí forma parte de la introducción al compendio de artículos de “Bilan” sobre la guerra de España, publicado por la sección de la CCI en Italia (“Bilan 1933-1938: Articoli sulla guerra dei Spagna”. –Rivista Internazionale n° 1. Noviembre 1976)[1] Por esta razón, no se trata ahora tanto de exponer las posiciones de la Izquierda Italiana (que los artículos de Bilan ya desarrollan) como de recordar el marco histórico en que se desenvolvieron.
Si recogemos aquí este texto no es sólo por ser la introducción de los artículos aparecidos en los números 4, 6 (en francés e inglés) y en los 1 y 7 (en español)[2], de nuestra Revista Internacional sino porque además da una idea de lo que fueron las principales etapas del combate de la Izquierda comunista italiana, entre ambas guerras, para mantener vivo el esfuerzo teórico de la clase revolucionaria en medio de la tormenta contrarrevolucionaria que anegó el movimiento obrero tras la derrota de la gran oleada proletaria que puso fin a la primera guerra mundial. Este texto también da cuenta del ejemplo imperecedero de una cualidad indispensable en los revolucionarios proletarios, la de saber mantener, sacar y profundizar las experiencias históricas de la clase proletaria sin ceder terreno a las presiones de las distintas corrientes de la ideología burguesa dominante.
“Voy a hablar brevemente y con plena conciencia de mis responsabilidades. Lo que voy a decir es grave para todos nosotros y para el partido, pero algunos han creado una situación tan penosa en nuestra organización que me veo obligado a hablar. Independientemente de cualquier consideración de mayor o menor sinceridad y honradez, de los individuos que la formamos, debo declarar, en nombre de la Izquierda, que los procedimientos que se están utilizando aquí no sólo no han hecho vacilar nuestras opiniones, sino que son, junto con la organización y la preparación del Congreso y el programa que exponemos, el mejor argumento para reforzar la serenidad de nuestro juicio. He de deciros que el método aquí utilizado nos parece ser, desgraciadamente, pero con seguridad, un método dañino para los intereses de nuestra causa y del proletariado. (...). Creemos que es nuestro deber decir sin vacilaciones y con completa conciencia de nuestras responsabilidades el grave hecho siguiente: que ningún tipo de solidaridad podrá unirnos a hombres a quienes, independientemente de sus intenciones y sus características psicológicas, nosotros juzgamos como los representantes de la perspectiva, desde ahora inevitable, de la evolución oportunista de nuestro partido. (...). Si al valorar de esta manera lo que va a ocurrir yo soy víctima, todos somos víctimas de un terrible error, entonces debería y deberíamos ser considerados indignos de estar en el partido y por lo tanto desaparecer ante la clase obrera. Pero si esta despiadada antítesis que vemos perfilarse es verdadera y portadora en el porvenir de dolorosas consecuencias, podremos al menos decir entonces, que hemos luchado hasta el final contra los perniciosos métodos con que se nos ataca, y que hemos traído, al resistir a cada amenaza, un poco de claridad a la oscura confusión que se quiere crear aquí. Ahora que ya he hablado, porque debía hacerlo, podéis juzgarme como os parezca”.
Esta “Declaración de Bordiga” en el Congreso de Lyon de 1926 (citada en la revista Prometeo del 1 de junio de 1928) firmó la exclusión definitiva de la Izquierda por el Partido Comunista de Italia. Izquierda que había fundado y dirigido el Partido durante sus primeros años y que después llevó a cabo un duro trabajo de oposición en su seno, precisamente hasta el Congreso de Lyon. El VI Ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista, en febrero de 1926, sancionaba definitivamente también, en el plano internacional, la derrota de la Izquierda Italiana, en un enfrentamiento directo entre Bordiga y Stalin.
Nos ha parecido necesario exponer algunas “fechas” y referencias del proceso de degeneración de la Internacional Comunista, aun siendo conscientes de lo limitadas e insuficientes que son, para ofrecer una imagen, aunque sea pálida, de los trastornos y cambios que conoció el movimiento proletario durante aquellos años.
No es el objeto de esta introducción tratar exhaustivamente ese período, a pesar de lo rico y fecundo en enseñanzas que fue y sobre el cual existe ya (en gran parte bajo la égida de la propaganda contrarrevolucionaria) cierto material documental, sino ver de cerca la actividad organizada de aquellos núcleos comunistas durante los años que siguieron a 1926; núcleos que, a pesar de las condiciones prácticamente imposibles, supieron aguantar y continuar (acosados como estaban en toda Europa por el fascismo nazi y los matones estalinistas; considerados por unos y otros como los peores enemigos, como gente a eliminar) una lucha desesperada y desigual, una actividad y una acción desconocidas e ignoradas incluso por aquéllos que querían unirse a ella, en número a decir verdad cada vez más reducido.
1921: III Congreso de la Internacional Comunista. Se presenta la teoría del “Frente Único”. Se discute la validez de la escisión de Livorno. De entre los alemanes, el KAPD, ya marginado, rompe con la Internacional Comunista.
La Izquierda Comunista parecía vencida.
Como consecuencia de la labor de la Tendencia de Essen en el KAPD, se funda el efímero KAI cuyo manifiesto constitutivo dice, entre otras cosas: “Nada puede parar la progresión de los acontecimientos, ni oscurecer la verdad. Nosotros decimos sin reticencias inútiles y sin sentimentalismos: La Rusia proletaria del Octubre rojo se está volviendo un Estado burgués”.
1922: II Congreso del Partido Comunista de Italia. Tesis de Roma. IV Congreso de la Internacional Comunista. La Izquierda Italiana se opone a la fusión con los socialistas. Análisis del fascismo por la Izquierda.
1923: Arresto de Bordiga y de otros dirigentes del Partido comunista en Italia. Bolchevización de los Partidos Comunistas. La oposición entre la Izquierda Italiana y la Internacional Comunista sigue aumentando de día en día.
1924: Aparece en Italia la revista Prometeo. Bordiga se niega a presentarse a las elecciones y declara: “No seré diputado jamás y cuantos más proyectos vuestros hagáis sin mí, menos tiempo perderéis”. Conferencia de Como. V Congreso de la I.C.
1925: Bordiga escribe “La cuestión Trotsky” y “El peligro oportunista y la Internacional”. Se funda el “Comité de Alianza”; después disuelto.
1926: La Izquierda es excluida del Partido y de la Internacional. Empieza el periodo de emigración. Carta de Bordiga a Korsch.
La carta que Bordiga envía desde Nápoles el 28 de octubre de 1926 a Karl Korsch en respuesta al propósito de este último de promover un proyecto de unificación con lo que quedaba de la Izquierda Comunista a escala internacional, nos parece particularmente interesante (éste es el único documento que queda de la correspondencia de Bordiga, durante aquellos años, con otros revolucionarios cuyos rastros parecen haber desaparecido). Citamos, algunos de los, a nuestro entender, pasajes fundamentales: “...Su “manera de expresarse” (Bordiga se refiere a Korsch) no me parece buena. No se puede decir que la revolución rusa es una revolución burguesa. La revolución de 1917 ha sido una revolución proletaria aunque sea un error el generalizar sus lecciones tácticas. Ahora se plantea el problema de lo que ocurre con la dictadura del proletariado en un país, si la revolución no continúa en otros países. Puede haber una contrarrevolución, un curso degenerativo del que hay que definir y descubrir los síntomas y su reflejo en el seno del Partido comunista. No se puede decir simplemente que Rusia es un país en donde el capitalismo está en expansión” (…) “Nosotros estamos intentando construir una línea de izquierda verdaderamente amplia, general y no circunstancial: que se constituya a través de fases diversas y del desarrollo de situaciones distantes en el tiempo; confrontándolas todas en un terreno verdaderamente revolucionario y no ignorando sus distintas características objetivas” (…) “De manera general, creo que hoy, más que la organización y la acción, lo que hay que poner en primer plano es el trabajo de elaboración de una ideología política de la Izquierda Internacional, basada en las elocuentes experiencia por las que ha pasado el Komintern. Por debajo de eso, toda iniciativa internacional seguirá siendo difícil” (…) “No es necesario insistir en el deseo de que se escindan los Partidos o la Internacional. Hay que convivir con la experiencia de la disciplina artificial y mecánica de la internacional, siguiéndola mientras sea posible en sus absurdas maneras de proceder sin renunciar nunca a las posiciones de crítica ideológica y política y sin solidarizarse jamás con la dirección” (…) “Creo que uno de los defectos de la actual Internacional ha sido el de formar un “bloque de oposiciones” locales y nacionales. Hay que reflexionar sobre esto, sin caer en exageraciones, acumulando enseñanzas. Lenin hizo mucho trabajo de elaboración “espontánea” contando con que si primero se reagrupaban materialmente los diferentes grupos, más tarde se fundirían al calor de la revolución rusa. Aunque en la mayoría de los casos eso no se logró.”
Vemos en su Carta en primer lugar, la defensa del carácter proletario de la Revolución rusa contra las afirmaciones simplistas sobre la “naturaleza burguesa” de ésta, por parte de todos aquellos que de repente descubrían que en Rusia “algo no funcionaba”. En segundo lugar, la definición del verdadero problema que se plantea: “qué ocurre con la dictadura del proletariado en un país, si la revolución no continúa en otros”; “cómo” encarar el problema fuera de cualquier propuesta organizativa, al margen de alianzas o bloques de cualquier tipo y, además, en el contexto de un período histórico en marcha reconocido como la más terrible contrarrevolución. Con el elemento añadido de que se enfrentaban a grandes dificultades para el trabajo de análisis, de estudio y de comprensión de los errores que debían ser útiles en una futura reactivación.
Una frase de la carta de Bordiga destaca de entre esas posiciones intransigentes: “No hay por qué querer que haya escisiones o rupturas en los partidos y en la Internacional”; cuando ya, de hecho, la Izquierda había sido expulsada. Lo que con esto defendía la Izquierda era permanecer ligada a lo que había sido, hasta sólo cinco años antes, la vanguardia del proletariado mundial; a la esperanza de que para la revolución no todo estuviese terminado, por decenios y decenios. Quería mantenerse unida a la esperanza de que, en la crisis mortal del capital, la clase obrera, aplastada por el terrible tornado de la crisis, pudiera todavía levantar cabeza y que, con el empuje de la “base”, las posiciones que la Izquierda defendía pudieran aún triunfar en el Partido y en la Internacional. Pero la clase había sido decapitada. La derrota física del proletariado, en las batallas que había entablado, se reflejaba en la degeneración de los partidos comunistas y de la Internacional. La reanudación no podía verificarse sin que la clase obrera fuese capaz de generar la vanguardia, el partido que ya no existía.
Bordiga expresa también en ella su punto de vista sobre la Internacional. Para él, ésta era el partido mundial del proletariado. En el V Congreso de la Internacional Comunista (Julio de 1924) diría: “Quisiera decir sinceramente que, en la presente situación, es la Internacional del proletariado revolucionario quien tiene que devolver al Partido Comunista ruso una parte de los numerosos servicios que de él ha recibido”. La Internacional tenía que oponerse pues a la regresión del partido ruso y no convertirse en instrumento de éste; si no, no cabría más esperanza... En realidad, eso fue lo que ocurrió.
Pero sobre esas bases y con esas preocupaciones, la Izquierda Italiana comienza y continuará su trabajo en la emigración.
“De alguna manera; nosotros desempeñamos un papel internacional, porque el pueblo italiano es un pueblo de emigrantes, en el sentido económico y social de la palabra y, tras el advenimiento del fascismo, también en el político... Nos está ocurriendo algo así como a los hebreos. Aunque hemos sido derrotados en Italia, podemos consolarnos pensando como los hebreos que también son fuertes porque están no sólo en Palestina, sino en otras muchas partes”. (Intervención de Bordiga en el VI Ejecutivo ampliado de la I.C.)
Toda la emigración de militantes comunistas de Italia no sigue el mismo camino. Si bien la mayor parte de entre ellos tuvo que irse de Italia en 1925-26, a resultas de la persecución despiadada de los fascistas y de su exclusión del Partido comunista en el Congreso de Lyon, lo cual los privó de toda una red de socorros y lugares de refugio, algunos se habían asentado ya, en 1923, primero en Austria y luego en Alemania, en donde los combatientes revolucionarios vivieron trágicos sucesos. Estos, que se opusieron a las decisiones de la I.C. y abandonaron el Partido Comunista de Italia, en la práctica son la primera oposición de izquierdas que se organiza en la emigración. En Alemania, mantienen contacto con los Entschiedene Linke[3] y con Karl Korsh, así como con los camaradas de la Izquierda que, en Italia, habían formado el “Comité de entendimiento”. Después de esto hubo intentos de contacto entre Korsch y Bordiga y la carta de que hemos hablado. El grupo se va de Alemania y travesando Suiza llegan a Francia donde, sin abandonar aun el contacto con los alemanes, se adhieren a un Comité de oposiciones comunistas (que no tiene nada que ver con la oposición trotskista), conservando su plena autonomía como grupo.
En Pantin, suburbio de París, refugio de los sintecho, de los desesperados y de los expulsados de la sociedad civil, forman en 1927 la “Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia” con la ausencia de Vercesi (Ottorino Perrone), más tarde uno de los mejores artífices de Bilan, que había sido expulsado de la “democrática” Francia. Por cuantas vicisitudes hubieron de pasar aquellos compañeros, a la búsqueda de techo y trabajo, perseguidos y desechados en las democracias, acosados por los estalinistas y el fascismo, pero que supieron mantener por todas partes una lucha intransigente, defender y difundir, sin compromisos y sin miedo, las posiciones comunistas. Para dejar claro el tipo de “relaciones” que tenían con los estalinistas, vamos a citar algunos pasajes de una carta de un tal Togliatti a Iaroslavsky, fechada el 19 de Abril de 1929: “La lucha que nuestro partido tiene que mantener contra la oposición bordiguista, que intenta organizar en fracción a todos los descontentos, resulta muy difícil. Tenemos que luchar contra esa gente en todos los países en donde hay emigración italiana (Francia, Suiza, América del Norte, Sudamérica, etc.). Nos será muy difícil llevar esta lucha si no nos ayudan los partidos hermanos. El PC de Italia pide al PC de la URRS ayuda de manera que pueda continuar esta lucha ya difícil y que puede serlo más si manifestamos debilidad. Nuestro partido no tiene otra cosa que decir. Pide únicamente que se utilice el mayor rigor”.
No sabemos si la escisión que da lugar a dos formaciones en la emigración en Francia, una minoría muy reducida y una mayoría, ocurrió antes o después de lo de Pantin, aunque tenemos datos que parecen confirmar la segunda alternativa. El primer grupo, que representa la continuidad de aquel pequeño grupo de emigrantes en Alemania del que hemos hablado, daría vida a “Le Reveil Communiste” que surge entre 1928 y 1929. La revista abrirá sus columnas a los grupos de la Izquierda en Alemania (a Korsch del Kommunistische Politik y a los que quedaban del KAPD en aquellos años) y también a la Izquierda Rusa en la persona de Miasnikov.
El punto central que caracterizaba las posiciones de “Réveil Communiste” era el de negar todo carácter proletario al Estado Ruso (punto sobre el que los elementos que más tarde formarían Bilan eran más prudentes) y un apoyo abierto y manifiesto a las posiciones del KAPD. A “Réveil Communiste” le sucederá, al comienzo de los años treinta, “L’ Ouvrier Communiste”, con posiciones claramente consejistas.
El otro grupo, al que se conoce propiamente como “Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia”, publicará Prometeo, periódico en lengua italiana, desde Junio de 1928 hasta 1938, a veces quincenal y otras mensualmente, y Bilan desde 1933 a 1938. Los primeros años de vida de la Fracción conocen el debate con Trotsky, exilado ya entonces en Prinkipo, y con las formaciones que se adhieren a él y se organizan en torno a sus posiciones, sobre todo en Francia.
En Noviembre de 1927 aparece en París “Contre le Courant » (Contra la Corriente) Órgano de la Oposición Comunista, que intenta plantearse como catalizador de los diversos grupúsculos trotskistas y favorecer, o al menos iniciar, un proceso de reagrupamiento de toda la oposición de izquierdas. En el número 12, de junio de 1928, envían una “Carta abierta a los comunista de la Oposición” a las organizaciones siguientes:
No saldrá nada de ese proyecto (fue en 1930 cuando “La vérité" (La verdad), gracias al apoyo directo de Trotsky, aparece como portavoz de toda la oposición trotskista). Vamos a ver, a través de Vercesi, como responde a eso el Buró Político de la “Fracción Italiana”, porque es muy interesante:
“Muchos grupos de oposición creen que tienen que limitarse a desempeñar el papel de cenáculo que registre los progresos de un curso degenerativo y que se limite a presentarle al proletariado lo evidente de la verdad que piensan haber encontrado. Pues bien, nosotros decimos que tendremos el porvenir que hayamos sabido preparar y que lo más importante es fijar los medios con los que trazar la orientación de la acción comunista. Creemos que la crisis de la Internacional tiene su origen en causas muy profundas: en sus cimientos, que parecen uniformes pero que son esencialmente heterogéneos; en la ausencia de una política firme y de una táctica comunista, de todo lo cual resulta una alteración de los principios marxistas que conduce a una serie de desastres revolucionarios.” (…) “Si exceptuamos la oposición rusa, únicamente nuestra fracción ha elaborado una dirección de acción sistemática y le ha dado una plataforma, propuesta por el camarada Bordiga[4]. Hay muchas oposiciones y esto es un mal para el que sólo hay un remedio: que se pongan en confrontación las ideologías respectivas, que se discutan, para llegar después a lo que nos proponéis.” (…) “Si hay tantas oposiciones es porque hay varias ideologías y éstas deben manifestarse con toda su sustancia y no únicamente expresarlas sin más en la discusión en un órgano común. Nuestra consigna es profundizar en nuestro esfuerzo sin dejarse guiar por la posibilidad de un resultado que en realidad no sería más que un nuevo fracaso.”(…) “Nosotros pensamos que si bien es verdad que la Internacional, tras haber alterado oficialmente sus programas, ha incumplido su papel de guía de la revolución, los partidos comunistas han hecho otro tanto. Vista la naturaleza de la situación que estamos viviendo, es en estos órganos en donde tenemos que trabajar para luchar contra el oportunismo y -¿por qué no?- hacer de ellos los guías de la revolución.
La carta (publicada en agosto de 1928 en Contre le Courant, n° 13) termina rehusando la invitación, por las razones expuestas.
Como puede verse, esta respuesta de Vercesi retoma el contenido de la carta de Bordiga a Korsch. De nuevo se afirma la necesidad de examinar de manera crítica el pasado, de sacar las enseñanzas de la degeneración y de la oleada contrarrevolucionaria que se ha abatido sobre el movimiento proletario. De nuevo se asienta la confianza en la lucha autónoma e intransigente, en lo que se refiere a los principios, dentro de los partidos comunistas.
Mucho más importantes serán los contactos epistolares entre Prometeo (que había empezado a aparecer en Junio de 1928) y Trotsky[5]. En la primera carta dirigida a Trotsky el grupo Prometeo explica a grandes rasgos su historia: la ruptura con Le Réveil Communiste, la constitución en “Fracción”, el análisis de la situación internacional -caracterizada como de la ofensiva capitalista-, el análisis de Rusia -que provocará la división en, una mayoría que consideraba a Rusia como Estado proletario y una minoría que se pronuncia por “la negación del carácter proletario del Estado ruso”-, la cuestión italiana -sobre la que la “fracción” se niega a reconocer que la social democracia o las fuerzas de la oposición democrática puedan llevar a cabo la lucha contra el fascismo, afirmando que “la clase obrera tiene únicamente la posibilidad llevar a cabo esa lucha si se basa en el programa comunista”.
A partir de la no asistencia de la “Fracción” a una conferencia de “la Oposición” en París las relaciones con Trotsky se ponen cada vez más tensas, y el revolucionario ruso le plantea a Prometeo, en una carta, los siguientes problemas:
“¿Os consideráis como un movimiento nacional o como parte de un movimiento internacional? ¿Por qué no pensáis crear una fracción internacional de vuestra tendencia? ¿A qué tendencia pertenecéis?”
Prometeo contesta:
“En resumen, nos invitáis a que os digamos si somos o no comunistas. (...) Y ahora, vamos a contestar a vuestras preguntas: Nos consideramos parte de un movimiento internacional. Pertenecemos, desde la fundación de la I.C. e incluso antes, a la tendencia de izquierda. No pensamos crear una fracción internacional de nuestra tendencia, pues creemos haber aprendido del marxismo que la organización internacional del proletariado no es una suma artificial de grupos y personalidades de todos los países en torno a un grupo determinado; al contrario, creemos que la organización tiene que ser el resultado de la experiencia del proletariado en todos los países.”
Problemas de método y problemas de principio oponían pues Prometeo a Trotsky. Los de Prometeo, no aceptaban íntegramente los cuatro primeros Congresos de la IC, criticaban el “Frente Único” que, escribe Prometeo, ha llevado al gobierno obrero y campesino “al comité anglo-ruso, al Kuomintang, a los comités proletarios antifascistas”. Los acontecimientos de 1930-31 en España acabaron llevando a la ruptura y a la interrupción definitiva del contacto entre ambos.
A Trotsky, que escribía en su “La revolución española y el deber de los comunistas”: “La consigna por la república es naturalmente también una consigna del proletariado. Pero para éste, no se trata únicamente de cambiar un rey por un presidente, sino de una depuración radical en toda la sociedad de las inmundicias del feudalismo”; y también: “Las tendencias separatistas plantean a la revolución el deber democrático de la autodeterminación nacional... El separatismo de los obreros y de los campesinos es la exteriorización de su indignación social”, Prometeo no podía sino contestarle que: “Está claro que nosotros no podemos seguirle por ese camino, y a él y a los dirigentes anarcosindicalistas de la CNT, les respondemos que negamos de la manera más explícita que los comunistas tengan que ponerse en primera fila de la defensa de la república y mucho menos de la república española.” (Prometeo. 23 agosto de 1931)
Una ruptura definitiva que se acentuaría al tratar el problema de la naturaleza social de la URSS, del análisis de Trotsky sobre la dirección burocrática en Rusia y sobre la defensa de Rusia en caso de guerra imperialista.
En noviembre de 1933, aparece el primer número de Bilan (Balance) “Boletín teórico mensual de la Fracción de Izquierda del PC de Italia”. En la “Introducción” queda ya delimitado el marco histórico en que se inscriben el trabajo de la revista y las tareas que este grupo de revolucionarios se propone asumir: “No ha sido un cambio de situación histórica lo que ha permitido al capitalismo atravesar la tormenta de los acontecimientos de la posguerra: En 1933, como en 1917, el capitalismo está definitivamente condenado en tanto que sistema de organización social. Lo que ha cambiado de 1917 a 1933 es la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad, las dos fuerzas históricas que actúan en el período actual: La burguesía y el proletariado. Estamos hoy en el tramo final de ese período. El proletariado quizás ya no sea capaz de oponer el triunfo de la revolución a la explosión de una nueva guerra imperialista. Sin embargo, si aún hay posibilidades de reanudación revolucionaria inmediata sólo será con la comprensión de las derrotas pasadas. Los que se oponen al imprescindible trabajo de análisis histórico con el manoseado cuento de la movilización inmediata de los trabajadores no hacen otra cosa que aumentar la confusión e impedir la verdadera reanudación de las luchas proletarias. Los cuadros de los nuevos partidos del proletariado no podrán surgir si no es con el conocimiento profundo de las causas de la derrota. Y este conocimiento no podrá soportar ni prohibiciones ni ostracismos. Hacer balance de los acontecimientos de la posguerra es, por lo tanto, poner las bases y las condiciones para la victoria del proletariado en todos los países”.
Fue siguiendo esta línea cómo Bilan avanzó y trabajó siempre, tratando los problemas fundamentales del movimiento revolucionario. Y así fueron precisando los análisis sobre: la crisis del capitalismo (decadencia), la crítica de los movimientos de liberación nacional, los momentos que harían de nuevo posible la reanudación del proletariado como clase; pasando por la crítica sin concesiones a los partidos “comunistas” y a Rusia, cuya naturaleza social no estaba aún clara pero sí su papel político de potencia imperialista, a la que la clase obrera debería negar todo apoyo en vista de la proximidad de la guerra mundial. Considerándolo como algo fundamental en el trabajo revolucionario, Bilan incitaba al debate con otras formaciones políticas y publicaba los textos de otros compañeros.
En 1935, Bilan pasa de ser el “Boletín teórico mensual de la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia” a ser el “Boletín teórico mensual de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista”, lo cual marca su ruptura definitiva con un partido que ya era un eslabón de la contrarrevolución capitalista, y la confirmación del carácter internacional de su tarea.
En 1936 empiezan en la Fracción las divergencias sobre la guerra de España. Acabarían provocando una escisión en Bilan. Paralelamente se produce también la ruptura de los lazos que se habían establecido, a finales del 1932, con la “Liga de los Comunistas Internacionalistas de Bélgica”, grupo que procedía del trotskismo y que después fue fuertemente influenciado por el consejismo. En 1932, Bilan y la Liga coincidieron en su crítica de la “Oposición Internacional de Izquierda” (trotskista) la cual, frente al ataque fascista, había difundido en Alemania un llamamiento a formar un frente único para la defensa de las “reivindicaciones democráticas”; defensa a la que consideraban una etapa más de la lucha por la revolución mundial.
Ese acuerdo, así como el rechazo común de la solución propuesta por la oposición trotskista para la reconstrucción del partido comunista hacían posible la discusión y el contacto entre ambas organizaciones; discusión cuya objetivo sería la reconstrucción del patrimonio histórico del proletariado, basándose en el análisis de los acontecimientos que ocurrían durante aquellos años y la respuesta política que se les iba a dar.
La guerra de España marcó la ruptura de una discusión que había durado seis años y que Bilan había alimentado ampliamente.
La mayoría de la “Liga de los Comunistas Internacionalistas de Bélgica” decidió apoyar a la fracción antifascista en la guerra, lo mismo que hicieron la minoría de Bilan y el grupo francés “La Unión Comunista”. Hennaut, un importante representante de la “Liga”, escribe en un documento (que confirmaba la ruptura) fechado en febrero de 1937: “Sabemos que la defensa de la democracia no es más que el aspecto formal de la lucha; el antagonismo entre capitalismo y proletariado es la esencia real. A condición de no abandonar en ninguna circunstancia la lucha de clases, el deber de los revolucionarios es participar en la lucha”.
Así pues, lo que es uno de los FUNDAMENTOS de la lucha del capitalismo contra el proletariado, la mistificación democrática, es considerado una expresión formal de la lucha proletaria contra el capitalismo.
Pero no toda la “Liga” adoptará esa posición. Una minoría, mayoría en Bruselas, que se mantiene en las posiciones de Bilan fue expulsada de la organización; constituyéndose más tarde como “Fracción Belga de la Izquierda Comunista” y publicando, entre 1937 y 1939, Communisme, revista mensual multicopiada.
En 1938, Bilan deja de publicarse y lo sustituye Octobre (Octubre) con el subtítulo de “Órgano mensual del Buró Internacional de las fracciones de la Izquierda Comunista”. Publicaron cinco números de Octobre, el último en Agosto de 1939. Un mes más tarde empezaba la segunda carnicería mundial.
¿Qué es lo que une a estos grupos, que se ven a sí mismos como “continuidad” (más o menos orgánica) de la Izquierda Italiana, con el trabajo de la “Fracción” en el extranjero?
Examinemos la posición del “Partido Comunista Internacional” (Programa Comunista) sobre este punto. Programa Comunista ha reivindicado siempre, de palabra, el trabajo de Bilan y de Prometeo, quizás para rellenar el hueco que hay entre 1926 y la segunda Guerra mundial. En realidad, nunca ha intentado clarificar, para sus militantes y lectores, ni las posiciones ni el trabajo de Bilan (excepto con algunos artículos cortos en un número de su publicación en 1957, a la muerte de Ottorino Perrone (Vercesi)); dejándolo así reducido a poco más que a un nombre. ¡Quizás obraron así por pudor!
La lectura de Bilan hubiera sido traumática para quienes ya habían tomado un camino diametralmente opuesto al que había señalado la “Fracción Italiana” en la emigración. Hoy, parece que ya no les queda ni rastro de aquel falso pudor. No es que digan abiertamente que ya no hay nada que sacar de Bilan, pero se deduce claramente leyendo algunos de sus artículos que se refieren al movimiento obrero de los años treinta. En un artículo de 1971 (Programma Comunista, n° 21. 1971) criticaban aun el trabajo de Trotsky al que atribuyen “toda una serie de coaliciones híbridas en la arena de la oposición internacional”; señalando a renglón seguido que “ulteriormente esta heterogénea oposición se encontraría en la 4ª Internacional, nacida ya cadáver”. Sin embargo, en 1973 (Programa Comunista, n° 19) llegaba a escribir lo siguiente: “Cuando Trotsky afirmaba la necesidad prioritaria de formar un núcleo sólido, basado en las posiciones revolucionarias, como la condición indispensable, aunque no exclusiva ni suficiente, de una reanudación revolucionaria más o menos cercana y como la manera de fructificar en un sentido revolucionario el próximo conflicto, no hacía sino enunciar una verdad fundamental del marxismo. Verdad tanto más importante como poco evidente, hasta el punto de ser ignorada e incluso tomada a burla por la derecha, por el centro, por la “izquierda” y hasta por la extrema izquierda”.
Cuando alguien quiera saber lo que Programma Comunista entiende por: “con bases sólidas en las posiciones revolucionarias” ¿Le remitirá quizás al entrismo en los partidos socialdemócratas o bien a la defensa de Rusia durante la segunda Guerra mundial? ¿Qué es, si no, eso de “fructificar en un sentido revolucionario el próximo conflicto”, si tenemos en cuenta la tradición trotskista?
Más adelante, puede también leerse: “Si Trotsky se equivocó, no fue por haber defendido la necesidad de la IV Internacional, ni por haber concebido esa necesidad como un objetivo a realizar; contrariamente a quienes la reconocían en abstracto en la atmósfera tranquila de las bibliotecas en que se refugiaron, como los Korsch y los Pannekoek”, vanagloriándose de ello”.
¿Por qué no escriben también: “Y los Vercesi, y los Bordiga, etc...?
El artículo sigue: “Únicamente los sectarios sin cerebro pueden disfrutar con una tragedia como la de la pretendida IV Internacional, que fue víctima de las formas más heterogéneas de oportunismo”.
Y alcanza su cenit con: “La 4ª Internacional está por construir”.
¡Por fin lo dicen!
¿Qué tiene que ver con la Izquierda Comunista y con Bilan un grupo que quiere? : “Trabajar hoy con paciencia, tenacidad, modestia, para que pueda llegar el día en que el grito de la vanguardia revolucionaria del mundo entero sea: ¡viva la IV Internacional!”.
Señores de Programa Comunista, seguro que habéis tenido que esperar a que muchos estuvieran ya sepultados para escribir cosas semejantes, cosas que no se deben a la locura de algún perturbado que hubiera escrito bajo anonimato de vuestro periódico, sino que son la obra “colectiva” del “partido”.
El “Partido Comunista Internacionalista” (Battaglia Communista) también se reclama de Bilan. El número 10 de Prometeo (serie II. Marzo de 1958), revista teórica de Battaglia, estuvo dedicado enteramente a la obra teórico-política de 0ttorino Perrone (Vercesi). Vamos a citar algunos trozos de la presentación:
“Los acontecimientos de la revolución española, por el hecho de haber superado a sus propios protagonistas, han puesto en evidencia tanto los puntos fuertes como las debilidades de nuestra propia visión: la formulación de la mayoría de Bilan nos parece impecable, desde el punto de vista teórico, pero tiene el defecto de quedarse en simple abstracción; la minoría, nos parece estar interesada en una participación que no siempre puede evitar los virajes del jacobinismo burgués, incluso cuando se están levantando las barricadas”…“Dadas las condiciones objetivas, nuestros compañeros de Bilan tendrían que haber planteado el problema, el mismo problema que nuestro partido tendría que plantearse más tarde frente al llamamiento “partisano”, incitando a los obreros que luchaban a que no cayeran en la trampa de la estrategia de la guerra imperialista”.
Precisamente Battaglia Communista defiende al principio de la posguerra -tras la segunda G. M.- (sin hablar de la participación electoral en 1948), la misma posición que la minoría de Bilan durante la guerra de España. La minoría de Bilan, como se decía en los textos de Bilan que hemos publicado, no fue a España a defender la república contra el fascismo sino, era su pretensión, a defender entre los milicianos los principios y la táctica comunista.
Pero no es éste el único problema. La cuestión central es que Battaglia denomina “formalismo”, “abstracciones” …, a lo que para nosotros son principios proletarios, fronteras de clase.
S.
[1] En español ver nuestro libro 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN A LOS TRABAJADORES https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [12]
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197609/2061/bilan-lecciones-de-espana-1936-y-crisis-en-la-fraccion [13]
[3] Entschiedene Linke: grupo formado por los expulsados del KPD (con Schwarz a su cabeza) cercano del KAPD (de Berlín), en cuya actividad participa también Korsch. Poco tiempo antes, se había constituido, frente a la disolución del KPD, una “Liga de Spartacus n° 2”, la cual reunía a la AAUE, al grupo de Iwan Katz y a otros elementos. Korsch, por sus divergencias con el KAPD, acabaría separándose de esas organizaciones para dar vida a “Kommunistische Politik”
[4] Probablemente se hace referencia aquí a las tesis presentadas por la Izquierda al Congreso de Lyon
[5] Hay una buena documentación sobre el tema en el libro de Corvisieri: “Trotsky y el comunismo italiano”
A partir de 1921[1], el Partido Bolchevique, se encontró en una situación de auténtica pesadilla. Tras la derrota de las insurrecciones obreras en Hungría, Italia, Alemania... entre 1918 y 1921, la revolución proletaria mundial entre en un profundo reflujo, del que nunca, a pesar de que se extendiese a Alemania y Bulgaria en 1923 y China en 1927, se recuperará. Tanto la economía como el proletariado ruso habían alcanzado un alto grado de desintegración, las masas proletarias, o bien se habían desentendido, o habían sido apartados de la vida política. Lejos ya de ser un instrumento en manos del proletariado, el Estado Soviético efectivamente, había degenerado en una máquina para la defensa del “orden” capitalista. Presos de sus propias concepciones sustitucionistas, los Bolcheviques aun creían que era posible administrar esta máquina estatal, y la economía capitalista, mientras esperaban, e incluso ayudaban, al resurgimiento de la revolución mundial, las necesidades del poder estatal fueron transformando a los Bolcheviques en agentes abiertos de la contrarrevolución, tanto en el interior como en el extranjero. En Rusia se convirtieron en los inspectores de la creciente y feroz explotación de la clase obrera. Aunque la NEP supuso una cierta relajación de la dominación económica del estado, especialmente sobre el campesinado no se observó ninguna moderación de la dictadura del Partido sobre el proletariado. Por el contrario, dado que los Bolcheviques aun consideraban que el principal peligro contrarrevolucionario provenía de los campesinos, concluían que las concesiones económicas otorgadas al campesinado tenían que ser compensadas por un fortalecimiento de la dominación política del Partido Bolchevique sobre la sociedad rusa: ello llevó a un refuerzo de las tendencias hacia el monolitismo en el seno mismo del Partido. Tal “estrechamiento” del control del Partido y en el Partido era la única forma que se veía para erigir un dique proletario en contra de la marea creciente de capitalismo campesino.
A nivel internacional, las exigencias del Estado ruso tuvieron, a través de la dominación del Partido ruso, unos efectos cada vez más perniciosos en las políticas de la Internacional Comunista: el Frente Unido y el gobierno Obrero fueron tácticas reaccionarias que en gran medida expresaban la necesidad del estado ruso de encontrar aliados burgueses en el mercado capitalista mundial.
A pesar de que el Partido Bolchevique aun no había abandonado definitivamente la revolución proletaria; la lógica general de la situación iba situando, cada vez más al Partido, ante una completa y final identificación con las demandas del capital nacional ruso, los últimos escritos de Lenin muestran una preocupación obsesiva por los problemas de la “construcción del socialismo” en la atrasada Rusia. La victoria del estalinismo fue una mera explicación de esta lógica al eliminar el dilema entre internacionalismo e intereses del estado ruso, simplemente abandonó la primera en beneficio de la última.
Los sucesos de los últimos cincuenta años muestran como el partido no puede sobrevivir a los períodos de reflujo o derrota. De este modo, la única forma en que pudo preservar su existencia física el Partido Comunista, tras la derrota de la oleada revolucionaria, fue pasando del todo y sin vuelta atrás al campo de la burguesía.
En Rusia la tendencia a la degeneración, fue activamente ayudada por el hecho de la fusión entre el Partido y el Estado, y por lo tanto aquél hubo de adaptarse, incluso más rápidamente, a las exigencias del capital nacional. En un período de derrota, la defensa de las posiciones de clase, sólo puede ser asumida por pequeñas fracciones comunistas que se desligan del partido en degeneración o que sobreviven a su fallecimiento. Este fenómeno tuvo lugar en Rusia, principalmente entre 1921 y 1924, con la aparición de pequeños grupos decididos a defender el programa comunista contra la traición del Partido. Como hemos visto ya, la aparición de tendencias de oposición dentro del Partido Bolchevique no es nueva; pero las condiciones en las que operan dichas fracciones a partir de 1921 difieren dramáticamente de aquellas bajo las cuales habían trabajado sus predecesores.
La condición previa, para defender el programa comunista frente a la creciente contrarrevolución, había de ser, especialmente en Rusia, la facultad de mantenerse fiel a este programa por encima de toda atadura sentimental, personal, y política a las originalmente organizaciones de la clase, ahora que éstas se orientaban en un camino de traición a la clase. Y realmente, este fue el gran logro de las fracciones de izquierda rusas, su difícil cometido fue el de llevar desde fuera una labor comunista contra el Partido y en contra del Estado Soviético tan pronto como tal trabajo resultara imposible dentro de estas instituciones. Para la izquierda lo primero, ante todo, eran las posiciones; si los “héroes” de la revolución ya no podían defender el programa comunista, entonces tales héroes debían ser denunciados, incluso los de izquierda. No nos debe sorprender el hecho de que los comunistas de izquierda fueran en general individualidades relativamente oscuras, fundamentalmente trabajadores que no habían formado parte de la elite bolchevique durante los años “heroicos” (Miasnikov ) incluso solía burlarse de la Oposición de Izquierdas calificándola simplemente como “oposición de celebridades” que se oponían simplemente a la facción estalinista, por sus propias razones burocráticas –(ver L’Ouvrier Communiste, N° 6, Enero de 1930)- Estos trabajadores revolucionarios, fueron capaces de comprender las condiciones en que se encontraba el proletariado, mucho mejor y más fácilmente que los altos cargos oficiales del bolchevismo que habían perdido realmente todo contacto con la clase y que solo fueron capaces de ver los problemas de la revolución en términos de administración del Estado. A la vez, sin embargo, el mismo origen confuso de los miembros de las fracciones de izquierda fue en muchos momentos un factor condicionante de su debilidad. Sus análisis tendían a estar basados mucho más en un puro instinto de clase que en una profunda formación teórica. Emparejados a la debilidad histórica del movimiento obrero ruso, de la que ya hemos hablado, y al aislamiento de la izquierda rusa respecto a las fracciones comunistas fuera de Rusia, todos estos factores pusieron serias limitaciones a la evolución teórica del comunismo de izquierda en Rusia.
A pesar de la habilidad de la Izquierda en romper con las instituciones oficiales, y de identificarse con la lucha de la clase contra ellas, la gran retirada que emprende el proletariado ruso sitúa a las fracciones de izquierda ante una serie de problemas, contradictorios y confusos, a partir de 1921, el Partido Bolchevique aun permanecía como el foco de vida política de la clase en Rusia, y otras organizaciones de masas de la clase estaban muriendo, e incluso el mismo Estado se iba transformando en un órgano del Capital. A causa de la apatía y la indiferencia que demostraba la clase, tanto el debate como el conflicto político se centraban casi exclusivamente alrededor del Partido. Si bien es cierto que esta indiferencia e inactividad de la clase fue motivada, en gran medida, por la misma esterilidad de los debates que se sostenían en el Partido a principios de los años veinte, ningún revolucionario puede ignorar el hecho de que, en esos momentos, el Partido constituía un oasis del pensamiento político en medio del apoliticismo de la clase obrera.
Esta situación condujo a las fracciones de izquierda a un terrible dilema. De un lado, la apatía de las masas junto a las acciones represivas del Estado hizo extremadamente difícil la militancia en el proletariado “en general”. Por otra parte, cualquier trabajo dentro del Partido se vio severamente dificultado al prohibirse las fracciones en 1921 y por lo sofocante que resultaba la atmósfera dentro del Partido cada vez más enrarecida; fue igualmente imposible para cualquier grupo genuino de oposición hacer un trabajo legal dentro del Partido. Incluso el relativamente moderado criticismo, expresado en la Plataforma de los cuarenta y seis en 1923 (documento fundacional de la oposición de Izquierda) contenía la queja de que «La libre discusión dentro del Partido ha desaparecido de hecho; la ideología social del Partido ha sido reprimida». Para las tendencias a la izquierda de la Oposición de Izquierda, la situación, era incluso peor; y aún todos ellos continuaban combinando un trabajo de propaganda entre las “amplias masas” de las fábricas junto con un trabajo secreto dentro de las células locales del Partido. El Grupo Obrero en su Manifiesto de 1923 hablaba de la «necesidad de constituir el Grupo Obrero del Partido Comunista de Rusia (Bolchevique) sobre las bases programáticas y los estatutos del Partido Comunista de Rusia, de cara a ejercer una presión decisiva sobre el grupo que dirige el propio partido». El “Llamamiento” expresaba su visión de que «Dondequiera en los talleres y fabricas, en las organizaciones sindicales, las facultades obreras, las escuelas de los Soviets y del Partido, en la Unión Comunista de Jóvenes, en las organizaciones del Partido; deben ser creados círculos de propaganda en solidaridad con Verdad Obrera»[2]. Tal declaración muestra la extrema dificultad con que se encontraban estos grupos en su esfuerzo por encontrar un eco en el proletariado ruso, y la imposibilidad de hallar soluciones organizativasn claras en un periodo de confusión y desorden.
Finalmente, hemos de tener presente el hecho de que estos grupos estuvieron sujetos a la máxima represión y persecución por parte del aparato Partido-Estado. Precisamente por haber sido Rusia la “patria de los Soviets”, el país de la revolución obrera, la contrarrevolución fue allí, total cruel e implacable; llegando a sepultar los últimos vestigios de todo aquello que había sido revolucionario. Incluso antes de la victoria de la facción estalinista, los grupos de izquierda estaban sujetos a investigación por la GPU, arrestados, encarcelados y exiliados. Privados de fondos y equipamiento, constantemente “a la carrera” con la policía secreta, les resultó bastante difícil desarrollar incluso un mínimo de propaganda política. La consolidación de la contrarrevolución a partir de 1924 puso aún las cosas más difíciles y duras. Y aún a través de estos años sombríos de reacción, los comunistas de izquierda continuaron luchando por la revolución. Hasta incluso, en 1929, el Grupo Obrero publicó un texto ilegal en Moscú: “El Camino de los trabajadores hacia el Poder”. Incluso ni en campos de trabajo estalinista pudieron silenciar sus expresiones políticas. Una revolución proletaria no muere fácilmente. Los revolucionarios que luchaban en condiciones tan adversas sacaron coraje y tenacidad de un hecho muy simple: habían nacido de una revolución proletaria. Pasamos ahora a examinar con más detalle los principales grupos que recogieron la bandera de la revolución comunista, a pesar de todo lo que se les cargó en contra.
El grupo Verdad Obrera fue formado en el otoño de 1921. Al parecer, estaba compuesto fundamentalmente por intelectuales que provenían del “Proletkult” –un medio cultural y cuyo principal animador fue Bogdanov- un teórico del partido- que había roto con Lenin sobre problemas filosóficos en los años 1900 y que se había destacado en las tendencias de “izquierda” del bolchevismo de ese tiempo. En su “Llamamiento” de 1922, Verdad Obrera caracterizaba a la NEP como “el renacimiento de relaciones capitalistas normales”, y significándolas como una profunda derrota del proletariado ruso.
“La clase obrera en Rusia, esta desorganizada: la confusión reina en las mentes de los trabajadores. ¿Estamos en el país de la dictadura del proletariado, como repite insistentemente el Partido Comunista por medio de sus palabras y de la prensa? O ¿ nos encontramos en un país de gobierno, arbitrario, de explotación, como nos indica nuestra vida en cada paso? La clase obrera lleva una existencia miserable, al mismo tiempo que la nueva burguesía (funcionarios “de responsabilidades”, directores de planta, gerentes de los trusts, presidentes de los comités ejecutivos...) y los hombres de la NEP viven en un lujo que nos recuerda la imagen de la vida de la burguesía de todos los tiempos”.
Para Verdad Obrera, el Estado Soviético, se ha convertido en “el representante de los intereses nacionales del capital... el mero aparato director de la administración política y la regulación económica; y a su vez está organizado por la intelligentsia”. Al mismo tiempo la clase había sido privada de sus órganos defensivos, los sindicatos, y de su partido de clase. En un manifiesto publicado en el XII Congreso del Partido en 1923, Voz Obrera acusaba a los sindicatos de: “Haberse convertido de organización de defensa de los intereses económicos de los trabajadores, en órganos para la defensa de los intereses de la producción o sea, la defensa del capital de estado”. (Extraído de “El Interregnun de H. Carr Libros Penguin pg 89).
Y respecto al Partido, el “Llamamiento” afirmaba: “El Partido comunista Ruso se ha convertido en el partido de la “intelligentsia organizada; el abismo que se abre entre el Partido y la clase se va haciendo cada vez más profundo”.
Ellos por lo tanto, declaraban su intención de trabajar hacia la formación de un verdadero “partido del proletariado ruso”, aunque admiten que su trabajo será “largo, persistente y sobre todo ideológico”.
Aunque las miras, relativamente modestas del grupo Verdad Obrera, parecen indicar cierta comprensión de la derrota que había sufrido la clase obrera y de las consecuentes limitaciones que encontraba la actividad revolucionaria en este periodo, su marco general está viciado por una peculiar ambigüedad sobre la época histórica y sobre las tareas con que se enfrenta la clase globalmente quizás por basarse en una idea de Bogdanov que mantenía que hasta que el proletariado no hubiera madurado una organización de clase capaz, la revolución socialista seria prematura, ellos sacaron la conclusión de que la revolución en Rusia había asumido la tarea de abrir una fase de desarrollo capitalista: “Tras el éxito de la revolución y la guerra civil, amplias miras se abrían ante Rusia, para una rápida transformación en un país de capitalismo progresivo. Ahí reside el indudable y gran logro de la revolución de Octubre”. (Llamamiento)
Esta perspectiva también condujo a Verdad Obrera a abogar por una extraña política exterior para Rusia, llamando al reagrupamiento con los capitalismos progresivos de Alemania y América y, en contra del capitalismo reaccionario francés. Al mismo tiempo el grupo parecia tener muy pocos o ningún contacto con los grupos de la Izquierda Comunista fuera de Rusia.
Eran posiciones como éstas, las que sin duda llevarán al grupo obrero de Miasnikov a proclamar que no tenían “nada en común con el grupo llamado Verdad Obrera que intenta enterrar todo lo que era comunista en la revolución de Octubre de 1917 y es por tanto completamente menchevique” (Workers Dreadnought 31 Mayo 1924) aunque en su manifiesto de 1923 el Grupo Obrero reconociera que grupos como Verdad Obrera, Centralismo Democrático, Oposición Obrera, contenían muchos elementos proletarios honestos y llamaron al reagrupamiento sobre las bases del Manifiesto del grupo Obrero.
En los tiempos de la Revolución Rusa, aquellos que hablaban de la inevitabilidad de una evolución burguesa para Rusia tendían a ser identificados como mencheviques. Pero a la luz de la experiencia siguiente, nosotros preferimos comparar las posiciones del grupo Verdad Obrera a los análisis a que llegaron la Izquierda Alemana y holandesa en los años 30. Al igual que Verdad Obrera estos últimos comenzaron con alguna intuición perceptiva sobre la naturaleza del capitalismo de estado, pero subestiman la capacidad de sus análisis, concluyendo que la revolución Rusa había sido desde el principio un asunto de la intelligentsia encarado hacia la organización del capitalismo de Estado en un país que estaba inmaduro para la Revolución Comunista. En otras palabras, los análisis antepuestos de Verdad Obrera son los de una tendencia revolucionaria desmoralizada y confusa por la derrota de la revolución y que les condujo a poner en cuestión el carácter proletario original de esta revolución. Ante la ausencia de un marco coherente y claro en el que analizar la degeneración de la revolución, tales desviaciones son inevitables, particularmente en las condiciones adversas en que se encontraron los revolucionarios en Rusia después de 1921.
Pero a pesar de un cierto pesimismo e intelectualismo el grupo Verdad Obrera no dudó en intervenir en las huelgas salvajes que recorrieron Rusia en el verano de 1923, intentando impulsar consignas políticas dentro del movimiento general de la clase. Esta intervención, sin embargo, provocó que la GPU se le echara encima con toda su fuerza y su final se aceleró con rapidez en la represión que siguió a las huelgas.
Hemos visto que la principal debilidad de grupos como la Oposición Obrera y Verdad Obrera pueden ser su carencia de una perspectiva internacional; como corolario de esto podemos decir que las más importantes fracciones de la izquierda Comunista fueron precisamente aquellas que pusieron énfasis en la naturaleza internacional de la revolución y la necesidad de los revolucionarios de unirse a nivel mundial. Este fue el caso de los elementos en Rusia que corresponden más concretamente al KAPD alemán y a sus organizaciones hermanas.
El 3 de Junio y el 17 de junio de 1922 Workers Dreadnoght publicó una declaración de un grupo, recientemente formado, llamado “el grupo de comunistas revolucionarios de izquierda (Partido Comunista de los trabajadores) de Rusia”. Se anunciaban como un grupo a la izquierda del “Partido Comunista Ruso, que ha hecho su oficio como jefe” (W.D del 3 de Junio); aunque se comprometían a apoyar todas las izquierdas de las tendencias revolucionarias en el P.C.R y a “dar la bienvenida y apoyar todas las demandas y proposiciones de la Oposición Obrera que apuntasen en una dirección revolucionaria sólida, ellos insistían en que “no hay posibilidades de reformar el P.C.R. desde dentro. “En cualquier caso la Oposición Obrera no es capaz de hacerlo” (W.D. 17 de Junio). El grupo denunció los esfuerzos de los Bolcheviques y la Komintern en comprometerse con el capital tanto en Rusia como en el extranjero y atacaba en particular la política del Frente Unido de la Komintern como un medio para la “reconstrucción de la economía capitalista mundial” (W.D. 17 de Junio). Desde que los bolcheviques y la Komintern tomaron un curso oportunista que sólo les podía conducir a su integración en el capitalismo, el grupo afirmaba que había llegado la hora de trabajar por un Partido Comunista de los trabajadores alineado al K.A.P.D. en Alemania, al K.A.P. Holandés y a otros partidos de la Internacional Comunista de los Trabajadores[3].
El subsiguiente desarrollo de ese grupo es oscuro aunque parece que estuvieron estrechamente relacionados con el más conocido Grupo Obrero (también llamado Grupo comunista de trabajadores) de Miasnikov –de hecho, el PCT de 1922 en Rusia parece ser un precursor de este último-. El 1° de Diciembre de 1923, Drednought anunciaba que había sido enviada una copia del Manifiesto del Grupo Obrero por medio del PCT por el encarcelamiento de Miasnikov, Kuznezov y otros militantes del Grupo Obrero. En 1924.el KAPD publicaba el Manifiesto en Alemania y señalaba al Grupo Obrero como la “sección en Rusia de la IV Internacional”. En cualquier caso la defensa de la Izquierda Comunista clásica, como demostrabas el KAPD, sería en adelante asumida en Rusia por el grupo de Miasnikov.
Gabriel Miasnilov, un trabajador de los Urales, se había destacado en el Partido Bolchevique en 1921 cuando, inmediatamente después del X° Congreso, de crucial importancia, había hecho un llamamiento por la “libertad de prensa incluso para monárquicos y anarquistas”. (Extraído de “El Interrregnum” de H.CARR, pg 89). A pesar de los intentos de Lenin para disuadirle de este tipo de agitación, él rehusó retractarse y fue expulsado del partido en los inicios de 1922. En Febrero-Marzo de 1923 se unió a otros militantes por fundar el “Grupo Obrero del PCR(B)” y publicaron su Manifiesto que fue distribuido en el XII° Congreso del PCR. El grupo inició un trabajo legal entre los trabajadores del partido y los no afiliados, y al parecer tuvieron una presencia importante en la ola de huelgas del verano de 1923, en las que llamaban a manifestaciones de masas, intentando politizar un movimiento eminentemente defensivo del proletariado. Sus actividades en estas huelgas bastaron para convencer a la j GPU de la amenaza que suponían; una oleada de arrestos de sus dirigentes asestó un severo golpe al grupo. No obstante, como hemos visto, consiguieron llevar un trabajo clandestino, aunque a escala reducida, hasta los comienzos de los años treinta[4] .
El Manifiesto del Grupo Obrero representa un avance con respecto al “Llamamiento” de Verdad Obrera, pero, sin embargo, aún muestra las dudas y las ideas “a medio formar” de la izquierda comunista, especialmente la rusa, en este período.
El Manifiesto contiene las usuales denuncias sobre las terribles condiciones de vida que sufrían los trabajadores en Rusia, así como las desigualdades que acompañaban a la NEP a la que llamaba “Nueva Explotación del Proletariado”. Atacaron la eliminación de disidentes dentro y fuera del Partido, así como el peligro de que éste se transformase en “una minoría que detenta el control del poder y de los recursos económicos del país, lo que les conduciría a convertirse en una casta burocrática”. Argumentaban que tanto los sindicatos como los Soviets y comités de fábrica, habían perdido su función como órganos proletarios, ya que la clase no tenía ningún control sobre la producción, ni sobre el aparato político del régimen. Así por lo tanto, ellos llamaban a la regeneración de estos órganos, una reforma radical del sistema de Soviets, que hiciera capaz a la clase de ejercer su dominación sobre la vida económica y política.
Esto les condujo inmediatamente al mayor problema que se le planteaba a la izquierda comunista en los principios de los años 20. ¿Qué actitud tomar acerca del régimen soviético? ¿Conservaba este régimen algún carácter proletario, o debían los revolucionarios llamar a su destrucción? El problema residía en la ausencia en aquellos años de criterios que permitieran decidir si el régimen se había convertido totalmente en contrarrevolucionario. Este dilema se reflejaba en la ambigüedad de la actitud que tomaron frente a este hecho. De este modo, atacaban las insuficiencias de la NEP y el peligro de su “degeneración burocrática” mientras a la vez afirmaban que “la NEP es el resultado directo de la situación de las fuerzas productivas en nuestro país debe ser utilizada para la consolidación de las posiciones conquistadas por el proletariado en Octubre” [5]. El Manifiesto formulaba así una serie de sugestiones para “perfeccionar” la NEP: Control obrero, independencia respecto al capital extranjero... Igualmente y a pesar de criticar la degeneración del Partido, el grupo Obrero optó –como hemos visto- por trabajar entre los miembros de aquél con el fin de poder presionar sobre su dirección. Y aunque, por otro lado, el grupo fue el que mejor situó la cuestión de que la fuerza proletaria se vería precisada a empezar una lucha –incluso sangrienta- para derribar a la oligarquía (extraído de “El Interregnum” de H. Carr pg 278); el principal énfasis del Manifiesto está en la regeneración del estado Soviético y sus instituciones, pero nunca un derrocamiento violento. Esta posición de “apoyo crítico” fue acentuada por el hecho de que frente al miedo creado por la guerra y el ultimátum de Curzon de 1923, los miembros del Grupo Obrero tomaran la resolución de jurar resistencia a “todo intento de subvertir el poder soviético” (Carr oop. Cit. Pg 301). No se trata aquí de discutir si era o no una posición correcta la de defender al régimen soviético en 1923. Las posiciones que tomó entonces el Grupo Obrero no lo vuelven contrarrevolucionario ya que la experiencia de la clase no había zanjado definitivamente la cuestión rusa. Sus ambigüedades sobre la naturaleza del régimen ruso son, ante todo, un testimonio de las inmensas dificultades que suponía esta cuestión para los revolucionarios, en medio de la confusión y el desorden de aquellos años.
No obstante, el aspecto más importante del Grupo Obrero no fue sus análisis sobre el régimen ruso, sino su intransigente perspectiva internacionalista. Es significativo que su Manifiesto de 1923 empezase con una poderosa descripción de la crisis mundial del capitalismo, situando la alternativa par la Humanidad como una totalidad: socialismo o barbarie. En un intento de explicar las dificultades de la clase obrera para llegar a una conciencia revolucionaria frente a la crisis, el Manifiesto hace un magnífico ataque en regla contra el papel universalmente contrarevolucionario de la social-democracia: “Los socialistas de todos los países, han sido y son en cualquier momento los únicos preservadores de la burguesía frente a la revolución proletaria, ya que las masas trabajadoras están acostumbradas a sospechar de todo lo que venga de sus opresores, pero cuando esas mismas cosas son descritas como propias de sus intereses y son adornadas con frases socialistas, entonces el trabajador que es engañado por estas frases cree a los traidores y gasta sus energías en una lucha sin esperanza. La burguesía no tiene ni tendrá mejor abogado”.
Esta comprensión permitió al Grupo Obrero hacer toda una serie de duras denuncias de tácticas de la Komintern, del frente Unico y del gobierno Obrero como medios de ligar al proletariado a su clase enemiga. Aunque fuesen menos conscientes del papel reaccionario de los sindicatos, el Grupo Obrero compartió la opinión del KAPD de que en la nueva época de capitalismo decadente todas las viejas tácticas debían ser abandonadas: “El tiempo en que la clase obrera podía mejorar su posición legal y material por medio de la entrada en el Parlamento y las luchas, es ahora irreversible. Debe decirse abiertamente. La lucha por sus objetivos más inmediatos es la lucha por el poder. Debemos hacerles comprender por medio de nuestra propaganda, que aunque hemos llamado a la huelga en varios casos, esta ya no puede mejorar realmente las condiciones de los trabajadores, no habéis vencido aún las viejas ilusiones reformistas y estáis llevando una lucha que sólo puede agotaros. Nos solidarizamos con vosotros en vuestras luchas pero insistiendo siempre que estos movimientos no os liberarán de la esclavitud, la explotación, y pobreza sin esperanza. El único camino para la victoria es la conquista del poder por vuestras propias y rudas manos”.
El papel del partido, entonces, es prepararla las masas de cualquier lugar para la guerra civil contra la burguesía.
La comprensión del grupo Obrero sobre la nueva época histórica, parece contener tanto las debilidades como la fortaleza de la idea del KAPD respecto a la “crisis mortal del capitalismo”. Para ambos, una vez que el capitalismo ha entrado en su crisis final, las condiciones para la revolución proletaria existen en cualquier momento: el papel del partido es de este modo, el de servir de detonador a la clase en la explosión revolucionaria. En ninguna parte, en el manifiesto aparece una comprensión del reflujo de la revolución mundial que se estaba produciendo, requiriendo un análisis cuidadoso de las perspectivas que se abrían a los revolucionarios. Para el Grupo Obrero, en 1923, la revolución mundial acababa de ponerse el orden del día de la historia más aún que en 1917. Así pudieron compartir las ilusiones del KAPD sobre la posibilidad de construir una IVª Internacional en 1922; incluso más tarde en 1928-31. Miasnikov intentaría aun organizar un Partido Comunista de Trabajadores en Rusia. Tan sólo la izquierda italiana fue capaz de desarrollar la apreciación del papel de las fracciones comunistas en los períodos de reflujo, cuando ya el partido no puede existir. Para el KAPD, Workers ´Dreadnought, Miasnikov y otros, el partido podría existir en cualquier momento. El corolario de esta visión inmediatista fue una tendencia inexorable a la desintegración; incluso reconociendo los efectos de la represión, los comunistas de izquierda alemanes así como sus simpatizantes rusos e ingleses se encontraron imposibilitados para mantener su existencia política durante los años de la contrarrevolución.
Las propuestas concretas avanzadas por el Grupo Obrero hacia el reagrupamiento internacional de los revolucionarios, muestran una sana preocupación por la máxima unidad posible de las fuerzas revolucionarias, pero refleja al mismo tiempo los mismos dilemas sobre la relación de los comunistas de izquierda respecto a las instituciones comunistas “oficiales” en degeneración que hemos anotado ya en partes anteriores. De este modo, mientras se oponían violentamente al frente único con la Social-Democracia, el Manifiesto del Grupo Obrero llamaba a una especie de frente único con todos los elementos genuinos, entre los que incluían a los partidos de la III Internacional junto a los Partidos Comunistas de Trabajadores. En otra ocasión, el Grupo Obrero informó haber entrado en negociaciones con la izquierda del KPD, agrupada alrededor de Maslow, en un intento de disuadir a Maslow de su abortado “buró extranjero”. El KAPD en sus comentarios sobre el Manifiesto fue extremadamente crítico con el llamado Grupo Obrero: “La ilusión de que podáis revolucionar la Internacional Comunista... la III Internacional ha dejado de ser un instrumento en la lucha del proletariado. Por ello los PCT han formado la Internacional Comunista de Trabajadores”. Sin embargo los dilemas del Grupo Obrero sobre la naturaleza del régimen ruso y del Komintern fueron resueltos a la luz de la experiencia práctica; la victoria del stalinismo en Rusia les llevó a adoptar una postura frente a la burocracia y su Estado, a la vez que la rápida descomposición de la Komimtern tras 1923 hizo inevitable que los futuros compañeros internacionales del Grupo Obrero fueran las genuinas izquierdas comunistas de los diferentes países. Fueron primero y ante todo sus “contactos internacionales” con los supervivientes de la oleada revolutionaria, lo que permitió a revolucionarios como Miasnikov alcanzar un nivel relativamente alto de claridad dentro del mar de confusión, desmoralización y engaño en que se había sumido el movimiento obrero ruso.
No queremos aquí entrar en la totalidad de la cuestión de la Oposición de Izquierdas. Aunque su defensa de la democracia interna en el Partido, de la revolución china, y del internacionalismo en contraposición a la teoría stalinista del “socialismo en un solo país”, demuestra que la Oposición de Izquierdas fue una corriente proletaria –de hecho, el último destello de resistencia dentro del Partido Bolchevique y la Komintern- lo inadecuado de su critica a la contrarrevolución en ascenso nos hace imposible considerar a la Oposición de Izquierdas como un cuerpo integrante de la tradición a nivel internacional, se negaran cuestionar las tesis del I° al IV° Congresos de la Komintern, lo que les hubiera ayudado a para entender las causas de la degeneración de la Internacional y por lo tanto evitar una patética repetición de todos sus errores. En Rusia, a la Oposición de Izquierda le faltó una ruptura con el Partido-Estado, lo que les hubiera podido situar firmemente en el terreno de la lucha proletaria contra el régimen, alineándose junto a las genuinas fracciones de la Izquierda Comunista. Aunque sus enemigos intentaron implicar a Trotsky con grupos ilegales como Verdad Obrera, el mismo Trotsky se separó explícitamente de estos grupos cundo se refirió al grupo de Bogdanov como “Mentira Obrera” (H. Carr. Interregnum pg 93) e incluso participando en la represión de la “ultraizquierda”, por ejemplo, al estar en la comisión que investigaba las actividades de la Oposición Obrera en 1922. Todo lo que Trotsky llegó a admitir fue que estos grupos eran síntomas de una auténtica degeneración del régimen soviético.
Pero en sus primeros años, la Oposición de Izquierdas no se reducía simplemente a Trotsky. Muchos de los firmantes de la Plataforma de los Cuarenta y Seis eran pioneros de Izquierda Comunista y Centralistas Democráticos, como Ossinsky, Smirnov, Piatakov. Como afirmaba Miaskinov: “No hay solamente grandes personalidades en la oposición troskysta. Hay también muchos trabajadores. Y ellos no querrán seguir a sus lideres; y tras algunas dudas, entraran en las filas del Grupo Obrero” (L´Ouvrier Communiste N° 6. Enero 1930).
Precisamente, dado que la Oposición de Izquierda era una corriente proletaria, dio naturalmente origen a un ala izquierda que fue más lejos de las tímidas críticas al stalinismo hechas por Trotsky y sus “ortodoxos” seguidores. Hacia el final de los años veinte, se desarrolló dentro de la Oposición de Izquierda, una corriente conocida como los “irreconciliables”, compuesta principalmente por trabajadores jóvenes que se oponían a la tendencia de los trotskystas moderados que buscaban algún tipo de reconciliación con la facción stalinista, tendencia que fue acelerada cuando tras 1928, Stalin parece llevar adelante el programa de industrialización propuesto por la Oposición de Izquierdas. Isaac Deutscher escribía que entre los irreconciliables “la visión que se convirtió en axiomática era la que afirmaba que la Unión Soviética ya no era un estado obrero; que el partido había traicionado a la revolución; y que la esperanza de reformas era fútil. La Oposición de Izquierdas debería constituirse en un partido y predicar y preparar una nueva revolución. Algunos ven en Stalin como el promotor del capitalismo agrario o incluso como el líder de una democracia Kulak, mientras para otros su papel significaba el ascenso de un estado capitalista, implacablemente hostil al socialismo” (Deutscher: El Profeta Proscrito).
En su libro “Au pays Du Grand Mensonge” Anton Ciliga nos ofrece su visión como testigo presencial, sobre los debates en el interior de la Oposición de Izquierdas, que habían tenido lugar en los campos de Trabajo stalinistas; muestra como algunos miembros de la Oposición de Izquierdas estudiaban la capitulación ante el régimen de Stalin, otros estaban preocupados por reformarlo, otros por una “revolución política” para extirpar la burocracia (esta era la posición que el mismo Trotsky adoptó). Pero la tendencia irreconciliable o “negadores” como él los llamaba (Ciliga mismo fue uno de ellos) “Creían que no sólo el orden político, sino también el económico eran extraños y hostiles al proletariado. Nosotros, por lo tanto consideramos no sólo una revolution política. Si no también social que abriera el camino al desarrollo del socialismo. Según nosotros, la burocracia es una clase real, una clase enemiga del proletariado” (Reproducido en Políticos revolutionarios en las cárceles de {Stalin, un panfleto de los Oposicionistas).
En Enero de 1930, Miasnikov escribía en L’Ouvrier communiste (N° 6) de la Oposición de Izquierdas que: “Sólo existen dos posibilidades: o todos los trotskystas se reagrupan bajo la consigna de guerra en los palacios y paz en los hogares bajo la bandera de la revolución proletaria, para lo cual es necesario que el proletariado se vuelva clase dominante, o languidecerán lentamente y pasaran individual o colectivamente al campo de la burguesía. Estas son las dos únicas alternativas. No hay una tercera vía”.
Los sucesos de los años 30, que vieron el paso definitivo de los trotskystas a los ejércitos de la burguesía, confirmaron la predicción de Miasnikov. Sin embargo, los mejores hombres de la Oposición de Izquierdas todavía serían capaces de escoger el otro camino, el camino de la revolución obrera. Asqueados por la incapacidad de Trotsky para confirmar sus análisis (de ellos) en los escritos de éste desde el extranjero, rompieron con la Oposición de Izquierdas en 1930-32 y empezaron a trabajar con lo que quedaba del Grupo Obrero y con el grupo, en la cárcel, de centralismo Democrático, desarrollando un análisis de la derrota de la revolución Mundial y el significado del capitalismo de Estado.
Como señalaba Ciliga, no tuvieron miedo en ir al centro del problema y aceptar que la degeneración de la revolución no había comenzado con Stalin sino que remontaba incluso a Lenin y Trotsky. Como acostumbraba a decir Marx, ser radical es ir a la raíz. En aquellos años sombríos de reacción, ¿qué mejor contribución podría hace la Izquierda Comunista sino la de una investigación audaz de las derrotas de la revolución proletaria?
Algunos podrán apreciar los debates que tuvo la Izquierda Comunista en la cárcel como no mucho más que un símbolo de la impotencia de las ideas revolucionarias frente al leviatán capitalista. Aunque su situación fuese la expresión de una profunda derrota del proletariado, el hecho importante de que ellos continuaran clarificando las lecciones de la revolución, en tan aterradoras circunstancias, es un signo de que la misión histórica del proletariado no puede ser sepultada por una victoria temporal de la contrarrevolución –incluso si es la victoria se ha arrastrado durante décadas-, Como escribió Miasnikov cuando el encarcelamiento de Sopranov: “Ahora Sopranov está en la cárcel. Ni el exilio, ni el que ahogaran su voz consiguieron disminuir su energía; la burocracia no se ha sentido segura hasta que lo ha metido entre los sólidos muros de la cárcel. Pero un poderoso espíritu, el espíritu de la revolución de Octubre no pueden encarcelarlo; ni la tumba podría acallarlo. Los principios de la revolución están todavía vivos en la clase obrera rusa y desde el momento en que la clase obrera vive, la idea no puede morir. Te han podido detener, Sopranov, pero no a la idea de la revolución”. (L’Ouvrier Communiste, 1929).
Es cierto que la burocracia estalinista logró eliminar por mucho tiempo a las últimas minorías comunistas en Rusia. Pero hoy, cuando una nueva oleada de lucha obrera internacional está encontrando un eco incluso entre el proletariado ruso, el “poderoso espíritu” de un segundo Octubre ha vuelto a perseguir las mentes de los verdugos estalinistas de Moscú, y sus secuaces de Varsovia, Praga y Pekín. Cuando los trabajadores de esas “patrias socialistas” se alcen para destruir de una vez por todas el gran calabozo que es el estado estalinista, ellos serán por fin capaces, en unión de sus hermanos de clase del mundo entero, de resolver los problemas planteados por la revolución de 1917 y por sus más leales defensores, los revolucionarios de la Izquierda Comunista Rusa.
C.D. Ward Agosto de 1976
[1] La primera parte de este artículo ha sido publicada en esta Revista Internacional, N° 8 de Enero – Marzo 1977
[2] El Manifiesto del Grupo Obrero se puede conseguir (junto con las notas a pie de página del KAPD) en francés, en Invariance, N° 6, serie II. Una versión incompleta apareció en inglés en los siguientes números de Workers Dreadnought: 1, de dic. De 1923; 5, de Enero de 1924; 2, de feb. De 1924 y 9, de Feb. De 1924. El Llamamiento del grupo Verdad Obrera fue publicado en el Socialist Herald, Berlin 31 de Enero de 1923, y trozos de éste, en inglés, en A Doc Unitary History of Communism de Daniels, en las páginas 219-223
[3]El texto del 17 de Junio y otro sobre el frente Único, del mismo grupo, fueron reproducido en Workers´Voice (G.B.) N° 14
[4] La historia posterior de Miasnikov fue: entre 1923-27 estuvo la mayor parte del tiempo en la cárcel o exiliado por “actividades clandestinas”. Se escapó de Rusia en 1927, yendo a Persia y Turquía, asentándose definitivamente en Francia, en 1930. Durante ese período estuvo intentando todavía organizar su grupo en Rusia. En 1946, por razones que sólo él conoció (¿esperaba, quizás, una nueva revolución tras la guerra?) Miasnikov vuelve a Rusia... y desde entonces nunca se supo nada más de él
[5]El KAPD publicó el Manifiesto del Grupo Obrero, poniéndole notas propias. El KAPD no aceptaba los análisis del Grupo Obrero, sobre la NEP. Para ellos Rusia, en 1923, era un país de capitalismo campesino dominante y la NEP era la expresión de ello. Su preocupación no era la “superación de la NEP, sino su abolición violenta”.
Revista Internacional nº 10 junio-agosto 1977
La Guerra de España de 1936-39 iba a ser una prueba decisiva para los grupos de izquierda salidos de la 3° Internacional integrada ésta definitivamente en el campo de la burguesía. La formidable, inmediata y espontánea respuesta de las masas trabajadoras contra el “alzamiento” militar de Julio de 1936 acabó rápidamente por ser desviada y extirpada de su terreno de clase, y eso gracias a la “izquierda”, los partidos socialista y estalinista, y también gracias a los anarquistas de la FAI y a los sindicalistas de la CNT, para terminar siendo una guerra capitalista.
El que los partidos socialistas y estalinistas exaltaran la campaña por la guerra y se pusieran al frente de ella no tiene nada de sorprendente. Pasados desde hacía tiempo al campo capitalista, esos partidos “obreros” no hacían más que cumplir su tarea capitalista, al no ser la guerra otra cosa sino la continuación de la política de defensa de los intereses del capital por otros medios. Por su pasado “obrero” y “socialista”, esos partidos son los mejor situados entre las fuerzas políticas de la burguesía para mistificar a la clase obrera, desviarla de su lucha y alistarla para la matanza imperialista.
Respecto a esos partidos de izquierda, su toma de posición a favor de la guerra y su participación como dirigentes de ella no es, desde luego, ninguna sorpresa. Lo contrario sí que lo hubiera sido. Pero ¿cómo explicar que corrientes como la anarco-sindicalista, la CNT, o la de los trotskistas y detrás de éstos, la gran mayoría de grupos de izquierda hubieran caído y se hubieran entrampado en el torbellino de la guerra?. Unos llegarían incluso a participar desde dentro del gobierno de defensa nacional (... republicano) como la CNT o, de manera más subalterna, el POUM, los demás, aunque se opusieran a la participación gubernamental (los trotskistas), no dejaron, sin embargo, de predicar la participación en la guerra en nombre del frente único antifascista lo más amplio posible. Otros, más radicales, se fueron a la guerra en nombre de la resistencia antifascista OBRERA, algunos otros, lo hicieron por aquello del “enemigo N° 1” a destruir en el frente militar, para después, tras la victoria (¡?) dedicarse a la lucha de la clase obrera. Los hubo incluso que llegaron a considerar que el estado de la zona republicana no era ya sino una simple fachada que había perdido todo significado.
En su gran mayoría, aquellos grupos de izquierda que durante años habían encontrado su fuerza y razón de ser en la resistencia a la degeneración de los P C y de la Internacional Comunista, aquellos grupos que combatían sin cuartel al estalinismo, en nombre del internacionalismo proletario, se dejaron, sin embargo, atrapar en los engranajes de la guerra a causa de los sucesos en España.
Es verdad que fue a menudo con muchas críticas y reservas, agarrándose a todo tipo de justificaciones falaces para calmar su propia angustia, como aquellos grupos se metieron de lleno y justificaron su apoyo activo a la guerra de España. ¿Por qué?
Había, para empezar, el fenómeno del fascismo. Nunca se planteó este problema de manera clara y correcta, ni se analizó a fondo en la Internacional comunista. Ésta pronto acabó anegándolo en el rollo de las consideraciones de tácticas y de maniobras de Frente Único.
La diferencia de formas de la dictadura burguesa (democracia o fascismo) se iba transformando poco a poco en el antagonismo fundamental de la sociedad, sustituyendo al de la oposición histórica de clase: Proletariado-Burguesía.
De esta manera, las fronteras de clase quedaron ocultas y confusas: Democracia venía a ser el terreno de movilización del proletariado y Fascismo sinónimo de capitalismo. Según esta “nueva” ideología de división en la sociedad, el terreno histórico del proletariado desaparecía definitivamente, quedándole a la clase obrera como toda alternativa, la de servir de apéndice. El asco y el odio lógico de los obreros por la represión bárbara y sin guantes de las bandas asesinas del fascismo eran terreno fácil para ser explotados con mano maestra por todas las fuerzas llamadas democráticas del capital para embaucar al proletariado, haciendo que se fijara en un “enemigo principal” y que así se olvidara de que el fascismo no era sino un elemento de una clase que, frente a él, permanece siempre unida como clase enemiga.
El antifascismo, en tanto que entidad que sustituye al anticapitalismo, en tanto que frente inmediato privilegiado de la lucha contra el capitalismo, se había convertido en la mejor plataforma para que el proletariado se hundiera en las arenas movedizas del capitalismo, y a estas arenas se dejaron arrastrar la mayoría de los grupos de izquierda, para en ellas desaparecer,. Si bien hubo militantes aislados que pudieron encontrarse después de la guerra mundial, no ocurrió así con los grupos políticos como la Unión Comunista de Francia, el Grupo Internacionalista de Bélgica el GIC de Holanda, la minoría de la Fracción Italiana y tantos otros que se perdieron en el naufragio.
Otra piedra con que tropezarían esos grupos de izquierda fue la de su comprensión incompleta del profundo significado histórico de la guerra en la fase de ocaso del capitalismo. No veían en la guerra más que su motivación inmediata, contingente, de enfrentamiento antiimperialista. No se daban cuenta que más allá de esas determinaciones inmediatas y directas, las guerras imperialistas de nuestro período expresan el callejón sin salida a que ha llegado el sistema capitalista como tal. A este nivel la única solución posible ante esas contradicciones es su superación por la revolución comunista. Sin ésta, la sociedad entra inexorablemente en un movimiento de decadencia y autodestrucción. La guerra imperialista se presenta entonces como la única alternativa a la revolución. Este carácter histórico de movimiento de destrucción y autodestrucción, en oposición directa a la revolución, marca a cualquier guerra actual, sea cual sea la forma que tome de guerra local o generalizada, guerras antiimperialistas, de independencia o de liberación nacional, guerra de la democracia contra el totalitarismo, y también las que se presentan dentro de un mismo país bajo la forma de fascismo contra antifascismo.
Dos grupos, porque estaban sólidamente afirmados en el terreno de clase y del marxismo, supieron mantenerse firmes y no sucumbir ante la doble prueba que significó la guerra de España 1936-39; fueron las fracciones italiana y belga de la Izquierda Comunista. A pesar de muchas debilidades, su obra sigue siendo una muy seria contribución al movimiento revolucionario y aún hoy es una preciosa fuente de reflexión teórica para los revolucionarios. Sabían que estaban condenados al peor de los aislamientos, pero no por eso se doblegaron sus convicciones, pues también sabían que ese es el precio que tiene que pagar cualquier grupo auténticamente revolucionario en un período de derrota y retroceso del proletariado, que termina en la guerra. Y cuando el ensordecedor ruido de los cañones y de las bombas de la guerra en España, cubría a la ya débil voz de la Izquierda Comunista, del otro lado del mundo, desde México, firmado por un “Grupo de Trabajadores Marxistas”, llegaba un manifiesto que Bilan saludó calurosamente como “rayo de luz”.
Fue en medio de la oscuridad de la guerra de España como un grupo de revolucionarios, algunos en ruptura con el trotskismo, vuelve a encontrar el camino de clase y se forma para denunciar la guerra imperialista, para denunciar a sus proveedores conscientes o no, para llamar a los obreros a romper con aquellas repugnantes alianzas de clases en los frentes de guerra antifascista. Muy difícil fue el esfuerzo para constituir este grupo revolucionario, trágicamente aislado en un país como México, sometido a la represión del estado democrático, atacados por todas partes y en particular por los trotskistas que desencadenaron contra él una furiosa campaña de inmundas calumnias y de denuncias policiacas. A partir de la oposición a la guerra “antifascista” en España, el grupo sintió la necesidad imperiosa de remontar el curso de la historia y someter a examen crítico y teórico todas las posturas, postulados y práctica de los movimientos trotskistas y asimilados.
Sobre muchas cuestiones fundamentales compartimos con el grupo sus planteamientos y conclusiones políticas, y, en particular, sobre el período de decadencia y la cuestión nacional. En ellos saludamos a predecesores nuestros, un momento más de la continuidad histórica del programa del proletariado. Al publicar una primera serie de documentos de este grupo, mostramos también la vida y la realidad de esa continuidad política. Esos documentos, totalmente ignorados, encontrarán, estamos seguros, un vivo interés en todos los militantes revolucionarios, porque aportan nuevos elementos para conocer y reflexionar sobre los problemas de la revolución proletaria.
En un próximo número publicaremos dos textos teóricos de este grupo, uno sobre las nacionalizaciones y otro sobre la cuestión nacional
¡Una lección para los trabajadores de México!
¡En México no debe repetirse el descalabro sufrido por los trabajadores de España!
Cada día nos dicen que vivimos en una república democrática. Que tenemos un gobierno obrerista. Que este gobierno es la mejor defensa contra el fascismo.
Los trabajadores de España pensaban que vivían en una república democrática. Que tenían un gobierno obrerista. Que este gobierno era la mejor defensa contra el fascismo.
Mientras que los trabajadores no estaban en guardia, teniendo más confianza en el gobierno capitalista que en sus propias fuerzas, los fascistas, en plena vista del gobierno, prepararon su golpe del mes de Julio del año pasado, -precisamente como el gobierno de Cárdenas permite a los Cedillo, Morones, Calles, etc., preparar su golpe, mientras el adormece a los trabajadores con su demagogia “obrerista”.
¿Cómo fue posible que los trabajadores de España en julio del año pasado no entendieran que el gobierno “antifascista” les había traicionado, permitiendo la preparación del golpe de los fascistas?. ¿Y cómo es que los trabajadores de México no han sacado ningún provecho de esta experiencia dolorosa?.
Porque el gobierno de España hábilmente continuó su demagogia y se puso al frente de los trabajadores, engañándoles otra vez con la consigan: ¡El único enemigo es el fascismo!
Tomando la dirección de la guerra que los trabajadores habían comenzado, la burguesía la convirtió de guerra clasista en guerra capitalista, en la que los trabajadores han dado su sangre en defensa de la república de sus explotadores.
Sus líderes, vendidos a la burguesía, dieron la consigna: ¡No a las demandas de clase hasta que no hayamos vencido a los fascistas!.
Y durante nueve meses los trabajadores no han organizado una sola huelga, han permitido al gobierno disolver sus comités de base que habían surgido en los días de julio, y supeditar las milicias obreras a los generales de la burguesía. Han sacrificado su propia lucha para no perjudicar la lucha contra los fascistas.
¡Para afirmar la confianza de los trabajadores en su obrerismo!. El gobierno de Cárdenas tiene el interés que los trabajadores de México no entiendan que el gobierno “antifascista” de España había permitido a los fascistas preparar el golpe. Porque si entienden lo que pasó en España, entenderán también lo que está pasado en México.
Por esta razón Cárdenas dio su apoyo al gobierno legalmente constituido de Azaña y le mandó armas. Demagógicamente dijo que estas eran destinadas para la defensa de los trabajadores contra los fascistas.
Las últimas noticias llegadas de España han destruido para siempre esta mentira: El gobierno legalmente constituido de Azaña utilizó las armas para matar a los heroicos trabajadores de Barcelona cuando ellos se defendieron contra el gobierno que quiso desarmarles el día 4 de mayo de este año.
Hoy como ayer, el gobierno de Cárdenas ayudará al gobierno legalmente constituido de Azaña, pero hoy no contra los fascistas, sino contra los trabajadores.
La opresión sangrienta que siguió al levantamiento de los trabajadores de Barcelona ha mostrado la verdadera situación en España, como un relámpago que ilumina la noche. Quedan destruidas todas las ilusiones de nueve meses. ¡En su lucha feroz contra los trabajadores de Barcelona, Gerona, Figueras y otros lugares, el gobierno “antifascista” se desenmascaró!
No sólo mandó su policía especial, sus Guardias de Asalto, sus ametralladoras y tanques contra los trabajadores, sino liberó presos fascistas y retiró del frente regimientos “leales”, debilitándole y ¡exponiéndole al ataque de Franco!.
Estos hechos han mostrado que el verdadero enemigo del frente Popular no son los fascistas sino los trabajadores.
¡TRABAJADORES DE BARCELONA!
¡Habéis luchado magníficamente!, sin embargo habéis perdido. La burguesía pudo aislaros. Vuestra fuerza sola no fue suficiente.
Trabajadores de la retaguardia: Debéis luchar juntos con los compañeros en el frente, juntos contra el mismo enemigo: no como vuestra burguesía lo quiere, contra el ejército de Franco, sino contra la burguesía misma, sea fascista o “antifascista”.
Debéis mandar agitadores al frente con las consignas: ¡Rebelión contra nuestros generales! ¡Fraternización con los soldados de Franco, en su mayoría campesinos que han caído en las redes de la demagogia fascista, porque el gobierno del Frente Popular no les había cumplido su promesa de darles tierra! ¡Lucha común de todos los oprimidos, sean trabajadores o campesinos, españoles o moros, italianos o alemanes, contra nuestro enemigo común: la burguesía española y sus aliados internacionales, el imperialismo!.
Para esta lucha necesitáis un partido que sea verdaderamente vuestro. Todas las organizaciones de hoy, desde los socialistas a los anarquistas, están al servicio de la burguesía. En los últimos días en Barcelona han colaborado una vez más con el gobierno para restablecer “el orden” y “la paz”.
¡Forjar este partido clasista e independiente es la condición de vuestro triunfo!.
¡Adelante camaradas de Barcelona, por una España Soviética!
¡Fraternización con los campesinos engañados en el ejercito de Franco, para la lucha contra nuestros opresores comunes, sean fascistas o “antifascistas”!
¡Abajo la masacre de trabajadores y campesinos, por Franco, Azaña y compañía!
¡Convirtamos la guerra imperialista en España en guerra clasista!
¡TRABAJADORES DE MÉXICO!
¿Cuándo os despertaréis?
¿Dejaréis a la burguesía mexicana repetir el mismo engaño que en España? ¡NO! ¿Necesitaremos también nueve meses de matanzas par entender este engaño? ¡NO! ¡Vamos a aprender la lección de Barcelona!.
El engaño de la burguesía española ha sido posible solamente porque todos los líderes habían traicionado, al igual que en México, relegando la defensa de sus intereses a la magnanimidad del gobierno “obrerista”, y porque habían convencido a los trabajadores que la lucha contra el fascismo demandaba una tregua con la burguesía republicana.
Los líderes sociales de México han abandonado la lucha de conquistas económicas y han entregado a los trabajadores maniatados al gobierno.
Todos los organismos sindicales y políticos de México apoyan el envío de armas por el gobierno de Cárdenas a los asesinos de nuestros compañeros de Barcelona. Todos dan su apoyo a la demagogia del gobierno. Ninguna organización expone el verdadero papel del gobierno de Cárdenas.
¡Si los trabajadores de México no forjan un partido verdaderamente clasista e independiente, tendremos que sufrir el mismo descalabro que los trabajadores de España!.
Sólo un partido independiente del proletariado puede contrarrestar el trabajo del gobierno que separa a los campesinos de los trabajadores, con su distribución farsante de unos pedacitos de tierra en la laguna, para enfrentarlos mañana contra los trabajadores industriales.
La lucha contra la demagogia del gobierno, la alianza con los campesinos y la lucha por la revolución proletaria en México bajo la bandera de un nuevo partido comunista será la garantía de nuestro triunfo y la mejor ayuda a nuestros hermanos de España.
¡Alerta trabajadores de México!
¡No más armas a los asesinos de nuestros hermanos de España!
¡No os dejéis sorprender por el falso obrerismo del gobierno!
¡Luchemos por un partido clasista independiente!
¡Abajo los gobiernos de Frente Popular!
¡Arriba la dictadura del proletariado!
Grupo de Trabajadores Marxistas
En el primer momento de la lucha en España, el proletariado se peleó como fuerza independiente. La lucha comenzó como guerra civil, pero muy pronto, la traición de todos los partidos transformó la lucha de clases en colaboración de clases, y la guerra civil en guerra imperialista.
Todos los partidos (incluidos los anarcosindicalistas) han roto el movimiento huelguístico dando la consigna:¡ninguna reivindicación de clase antes de que hayamos ganado la guerra! El resultado de esta política ha sido tal, que el proletariado español ha abandonado la lucha de clases y ha dado su sangre por la defensa de la república capitalista. A través de la guerra de España, la burguesía se ha dedicado a unificar en el cerebro del trabajador español y mundial, los intereses de clase de éste con los intereses de clase de la democracia burguesa para que abandone sus propios medios de lucha, para que acepte el método de la burguesía: lucha territorial, proletarios contra proletarios.
Estamos viendo como, en la misma medida en que crece el heroísmo del proletariado español y la solidaridad del proletariado mundial, la conciencia de clase de los trabajadores baja el mismo ritmo.
La burguesía mundial, sobre todo la llamada “democrática” ve con buenos ojos el heroísmo del proletariado español y la solidaridad del proletariado internacional para desviar la lucha del terreno nacional al terreno “internacional”: de la lucha contra su propia burguesía a la lucha contra el fascismo de España, de Alemania y de Italia. Ese método ha beneficiado mucho a la burguesía de todos los países; es así como se han roto las huelgas. La guerra de España y su explotación por la burguesía ha unido más estrechamente al proletariado de cada país a su propia burguesía.
El gobierno de México supera a los demás gobiernos capitalistas, por su manera sistemática y demagógica de aprobar la guerra de España par así reforzar sus posiciones, uniendo al proletariado mexicano a su burguesía.
Las organizaciones obreras, que piden que su gobierno mande armas a España, dan en realidad su apoyo, no al proletariado español, sino a la burguesía española y a su propia burguesía. Asimismo, las colectas y el envío de voluntarios al frente no da más resultado que el de prolongar las ilusiones del proletariado español y de cada país y proveer en carne de cañón a la burguesía española e internacional.
El actual gobierno de México se da por tarea la de continuar la obra de sus predecesores, es decir, destruir el movimiento obrero independiente para que México se convierta en un territorio de dura explotación para el capitalismo internacional. Lo que ha cambiado con respecto al gobierno anterior es únicamente la forma como cumple esa tarea, es decir, intensificando la demagogia izquierdizante. El gobierno actual se presenta ante las masas como la expresión de una verdadera democracia.
El deber de la vanguardia del proletariado es señalar a su clase y a las masas trabajadoras en general, lo siguiente: primero, que la democracia no es sino una forma de la dictadura capitalista y que la burguesía emplea esta forma cuando la dictadura abierta ya no le sirve; segundo, que la función de la democracia es la de corromper la independencia ideológica y organizativa del proletariado; tercero, que la burguesía siempre completa el método violento de opresión con el de la corrupción; cuarto, que los métodos democráticos de hoy tienen como función la de preparar el terreno para la opresión brutal del movimiento obrero y para una dictadura abierta en el futuro; que el gobierno de Cárdenas permite a los elementos reaccionarios de dentro y de fuera de gobierno que vayan forjando sus armas para la opresión brutal en el futuro (amnistía, etc).
El gobierno actual está intentando separar a los obreros de sus aliados naturales, los campesinos pobres, e incorporar a las organizaciones de ambas clases en el aparato de Estado. El gobierno organiza y entrega armas a los campesinos para que éstos las usen después contra el proletariado. Al mismo tiempo, está intentando acabar con todas las organizaciones del proletariado para formar un único partido y una única central sindical ligada directamente al estado. El gobierno aprovecha la división en el seno del proletariado para debilitar a todas las organizaciones existentes: primero oponiéndolas entre sí, segundo unificando las secciones locales y regionales con la ayuda dirigida desde el estado. Últimamente, el gobierno ha empleado a Trotski y a los trotskistas para debilitar a los estalinistas en la G.T.N. El deber de la vanguardia del proletariado es denunciar y combatir sistemáticamente las maniobras del gobierno intensificando la lucha anti-gubernamental tanto como el gobierno intensifica su trabajo corruptor y demagógico; segundo, acelerar el trabajo de preparación de un partido de clase; tercero, elaborar una táctica revolucionaria para la unificación del movimiento sindical plenamente independiente del estado; cuarto, empezar un trabajo sistemático entre los obreros agrícolas y campesinos pobres para romper su confianza en el estado en vistas a su alianza con el proletariado de las ciudades.
Cada gobierno capitalista de un país semi-colonial es un instrumento del imperialismo. El gobierno actual de México es un instrumento del imperialismo U.S.A. Su política sirve fundamentalmente al imperialismo, intensificando la esclavitud de las masas mexicanas. El deber de la vanguardia del proletariado es desenmascarar la demagogia anti-imperialista del gobierno y mostrar a las masas del continente y del mundo que la colaboración del gobierno mexicano es hoy indispensable para la extensión del imperialismo, como así lo prueba la función que ha cumplido la delegación mexicana en la Conferencia de Buenos Aires. El resultado de ésta fue la intensificación del dominio de los USA, sobre todo en México.
Los métodos demagógicos del gobierno mexicano actual, respecto al movimiento obrero y a la agitación en los campos, ha inspirado tanta confianza al imperialismo USA que los bancos de Wall Street han ofrecido un gran préstamo al gobierno mexicano a condición de que los impuestos de las compañías petroleras sirvan de garantía para el pago de los intereses. El gobierno acepta esta condición, sin encontrar la menor oposición en todo el país como ocurrió con el gobierno anterior. Esto le ha sido posible gracias a la popularidad que le han dado la ayuda al gobierno español y la distribución de tierras en la laguna, y también gracias a la afirmación de que el préstamo serviría para la construcción de máquinas. Así pues, vemos como el proletariado, para luchas ventajosamente contra la burguesía mexicana, tiene que luchar sistemáticamente contra su política exterior, y cómo para luchar contra Cárdenas tiene que luchar también contra Roosevelt.
Teniendo en cuenta que el gobierno mexicano depende en toda su política del imperialismo americano, eso ha ocurrido también en cuanto al derecho de asilo para Trotski porque así se lo ha autorizado su dueño, el imperialismo americano, el cual pretenderá utilizar a Trotski para sus maniobras diplomáticas internacionales, sobre todo en sus negociaciones con Stalin.
El deber de la vanguardia del proletariado es señalar esta situación a los trabajadores sin dejar, naturalmente y al mismo tiempo, de luchar por el derecho de asilo para Trotski.
Grupo de Trabajadores Marxistas en México.
¡Compañeros!
Una organización que se llama comunista e internacionalista acaba de cometer un crimen con el cual demuestra que ni es comunista ni internacionalista: el crimen de denunciar a un compañero de lucha a la policía. La organización que ha cometido este crimen es la sección Mexicana de la Liga Comunista Internacionalista (IV Internacional), y su crimen es aún más grave porque se trata de denunciar a un compañero extranjero que reside en México, al que acusa de participar en la lucha proletaria del país en un sentido contrario a la política del gobierno del país.
En nuestras investigaciones, nos fue imposible dirigirnos al Partido Comunista Obrero de Alemania y a la Unión General de trabajadores del mismo país (a las cuales el dicho compañero había pertenecido durante 11 años, desde 1920 hasta 1931), porque el terror fascista los ha destruido. Pero nos dirigimos a la sección alemana de la Liga Comunista Internacionalista a la cual perteneció de 1931 a 1934, cuando salió de la organización por razón de su oposición a la nueva política de Trotski de entrar en los partidos de la segunda Internacional.
También nos dirigimos a la organización a la cual pertenecía Eiffel después de su emigración a los Estados Unidos. Citamos el párrafo siguiente de la respuesta que recibimos: “conocemos al compañero Eiffel desde varios años. Juntos con él hemos pasado por una lucha dura contra el revisionismo... Desde el momento de la creación de nuestra organización (Revolutionary workers League of United States) el compañero Eiffel ha sido miembro del Comité Central y del Buró Político de la organización. Desde que tuvo que salir de los Estados Unidos, porque las autoridades no prolongaron su visa, está en vuestro país como representante de nuestro Buró Político. Su pasado y su asociación con nosotros en nuestra lucha y en nuestro trabajo es prueba suficiente del carácter calumnioso de la acusación levantada contra él”. (Estamos dispuestos a poner el texto entero de la respuesta de la Revolutionary Workers League al conocimiento de todos los que lo soliciten). Al mismo tiempo los compañeros de los Estados Unidos nos mandaran la copia de una carta suya a la sección mexicana en la que demandan que ésta publique las “pruebas” de sus acusaciones, o en caso de que no las tenga, rectifique públicamente sus calumnias.
La respuesta de la Liga es... UNA NUEVA CALUMNIA, esta vez combinada con una denuncia a la policía. Pero ya casi no hablan de “agentes de Stalin”. Sino de “agentes de Hitler”. Nosotros sabemos que métodos semejantes son lo propio de organizaciones que no tienen ya nada de proletarias. Son métodos estalinistas, métodos que antes habían utilizado los social-demócratas contra la vanguardia revolucionaria, contra los internacionalistas.
Si la Liga Comunista se ha metido por ese camino es esto señal de su degeneración política, pues no se atreve a encarar la luz de una explicación leal y honrada de las divergencias que hay entre las dos organizaciones.
Vamos a intentar explicar nuestras divergencias.
El caso Trotski
Desde que Trotski llegó a México, la Liga ha cesado sus ataques contra el gobierno Cárdenas, llegando incluso hasta defenderlo. Califica al gobierno como “anti-imperialista”, “anti-fascista”, “progresista”... etc. Viendo el peligro de tal política, que pone a la vanguardia al mismo nivel que el estalinismo, el camarada D. Ayala, entonces miembro de la Liga mexicana, había pedido que ésta no se considerara comprometida por lo que Trotski hubiera tenido que prometer para obtener el derecho de asilo, liberándole de los lazos políticos con la organización ; y eso, cuando el evidente deber de toda organización obrera era luchar por el derecho de asilo para el camarada Trotski sin por eso cambiar nada en su doctrina y propaganda.
La Liga Comunista no lo ha entendido así y al tomar la responsabilidad de los actos de Trotski, da al gobierno la posibilidad de expulsarlo cuando la actividad de la Liga no le convenga. Nuestras propuestas comportaban, por el contrario, para Trotski una garantía más, permitiendo a la Liga que conservase su independencia ideológica completa...
Daniel Ayala se ha hecho miembro del Grupo de trabajadores Marxistas y la sección mexicana de la IV Internacional lo acusa de provocaciones, de agente de la G.P.U... Ahora, la nueva política de la Liga en México se parece a la del estalinismo, excepto en la argumentación teórica...
Hoy, Diego Rivera, uno de los líderes de la Liga, ya habla abiertamente de la necesidad de que los trabajadores “defiendan la independencia de nuestro país” (Excelsior, 3 de Septiembre de 1937). Los trotskistas se ponen a la altura del social patriotismo, aunque lo escondan con justificaciones como “defender la independencia contra las tentativas de “someter la administración de nuestro país a Moscú” (!!)
Excelsior, 3 de Septiembre de 1937
En la plataforma de la C.C.I., adoptada en el primer congreso de la C.C.I. de Enero de 1976, el punto sobre las relaciones entre proletariado y Estado durante el período de transición quedó “abierto”:
«La experiencia de la revolución rusa ha hecho aparecer la complejidad y la gravedad del problema planteado por las relaciones entre la clase y el estado en el período de transición. En el período que viene, los revolucionarios no podrán esquivar este problema y deberán consagrar todos los esfuerzos necesarios para resolverlo». (Plataforma de la C.C.I., punto XV sobre la dictadura del proletariado).
En el marco de este esfuerzo se inscribe la decisión del segundo congreso de Révolution Internationale[1]. de abordar este problema y tratar de llegar a una resolución que marque el punto al cual ha llegado la discusión.
Ahora bien, este problema es de orden programático. Puesto que la plataforma de la C.C.I. es, desde el primer congreso, la única base programática para todas las secciones de la Corriente, es obvio que sólo el Congreso general de la C.C.I. es competente para decidir sobre la oportunidad y sobre el contenido de todo cambio eventual de la plataforma.
Al pronunciarse sobre una resolución sobre el período de transición, el segundo congreso de R.I. no modifica, pues, las bases programáticas de R.I. (al igual que todas las secciones de la C.C.I., R.I. no tiene bases programáticas distintas de las de la C.C.I.).
El congreso no hace más que recapitular el esfuerzo realizado en R.I. con respecto a la labor de examinar en profundidad este problema con el fin de poder inscribirlo mejor dentro del esfuerzo global del conjunto de la Corriente.
Para poder orientarse mejor dentro de la complejidad de los problemas del período de transición, estos problemas se pueden agrupar alrededor de tres temas de preocupación, que distinguimos aquí con el único fin de tratar de hacer más cómoda la presentación del análisis:
El trabajo de análisis de los revolucionarios no puede dejar sin respuesta al conjunto de estos problemas. Sin embargo, desde que Marx y Engels plantearon las bases del “materialismo científico”, los revolucionarios saben que, so pena de perderse en especulaciones de búsqueda de lo que Marx llamaba con desprecio “recetas para las ollas del futuro”, tienen que ser conscientes de los límites inmensos que les imponen la experiencia proletaria sobre ese terreno.
Marx subrayaba la amplitud de estos límites en 1875 en su critica del Programa de Gotha, cuando escribía: «¿Cómo se transformará el estado en una sociedad comunista? ¿Qué funciones sociales se mantendrán que sean análogas a las funciones actuales del estado?. Este problema sólo lo puede resolver la ciencia y no será combinando de mil maneras la palabra pueblo, con la palabra estado como se hará adelantar el problema a saltitos de pulga».
En esta misma conciencia lo que expresaba Rosa Luxemburgo en 1918 en su folleto sobre la revolución rusa: «Lejos de ser una suma de prescripciones preestablecidas que no hubiera más que poner en aplicación, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que reside en las nieblas del futuro. Lo que poseemos en nuestro programa no son sino algunos postes indicadores que muestran la dirección en la cual hay que buscar las medidas que habrá que tomar, indicaciones que, además, son fundamentalmente de carácter negativo (...) [El socialismo] tiene como condición previa, una serie de medidas violentas contra la propiedad, etc. Lo que es negativo -la destrucción- se puede decretar; lo que es positivo, la construcción, no. Son tierras vírgenes con problemas a millares. Sólo la experiencia es capaz de poner correctivos y de abrir caminos nuevos».
Además de este límite de orden general, la resolución está conscientemente limitada por el objetivo que se da. No pretende hacer una síntesis de todo lo que han podido destacar los revolucionarios sobre el período de transición. En particular, la resolución no aborda el problema de las medidas económicas de transformación de la producción social.
Agrupa por una parte, posiciones adquiridas desde hace tiempo por el movimiento obrero (antes de la experiencia de la revolución rusa) y que se vieron confirmadas como verdaderas fronteras de clase; por otra parte, posiciones sobre las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado del período de transición, sacadas principalmente de la revolución rusa y que, aunque no constituyan por sí mismas fronteras de clase, se basan sobre una experiencia histórica suficientemente desarrollada como para formar parte integrante de las bases programáticas de una organización revolucionaria.
Las posiciones de clase fundamentales: lo inevitable del período de transición; la preeminencia del carácter político de la acción del proletariado como condición y garantía de la transición hacia la sociedad sin clases; el carácter mundial de esta transformación; la especificidad del poder de la clase obrera, particularmente el hecho de que el proletariado al contrario de las otras clases revolucionarias de la historia, en vez de afirmar su poder político con el fin de consolidar una posición de clase dominante económicamente, posición que no poseerá jamás, actúa hacia la eliminación de toda dominación económica de clase, con la eliminación de las clases mismas; la imposibilidad para el proletariado de utilizar el aparato de estado burgués y la necesidad de la destrucción de este último como primera condición del poder político proletario; la inevitable existencia de un estado durante el periodo de transición, aunque profundamente diferente de los estados que han existido antes en la historia.
Todas estas posiciones constituyen ya por si mismas un rechazo categórico de todas las concepciones socialdemócratas, anarquistas, autogestionarias y modernistas que hicieron estragos en el movimiento obrero desde sus primeros tiempos y sirven hoy como pilares ideológicos de la contrarrevolución.
Sobre la base de estas posiciones de clase fundamentales la resolución destaca, principalmente a partir de la experiencia de la revolución rusa, indicaciones sobre el problema de la relación entre proletariado y estado en el período de transición durante la dictadura del proletariado; como por ejemplo, la comprensión del carácter inevitablemente conservador del estado de transición; la imposibilidad de identificación del proletariado o de su partido con este estado; la necesidad para la clase obrera de entender sus relaciones con ese Estado en que participa como clase políticamente dominante, como una relación de fuerza: «Dominar la sociedad, es también dominar el Estado»; Necesidad de la existencia y del refuerzo (armado) de las organizaciones propias y especificas de la clase obrera (única clase organizada como tal en la sociedad), organizaciones sobre las cuales el Estado no puede tener ningún poder coercitivo
Estas indicaciones afirman un rechazo de las concepciones que pudieron servir de base mistificadora a la «contrarrevolución que se desarrolla en Rusia bajo la dirección del partido bolchevique y que siguen adoptando hoy el conjunto de las corrientes estalinistas y trotskistas, como fundamento teórico de la presentación del capitalismo de Estado como sinónimo de socialismo».
Estas indicaciones constituyen pues, una verdadera defensa contra un conjunto de concepciones erróneas contra las cuales el proletariado se va a tropezar mañana en su asalto mundial contra el capitalismo.
Sin embargo, por importantes que puedan ser mañana las consecuencias de estas posiciones en la lucha proletaria, es necesario comprender hoy los limites reales de este aporte:
Las experiencias históricas sobre las cuales se fundan estas posiciones, con respecto a las relaciones entre clase y estado de transición, siguen siendo demasiado poco numerosas, demasiado especificas para que las conclusiones que se sacan puedan ser consideradas hoy por los revolucionarios como fronteras de clase, es decir posiciones que son partes claramente definidas de la línea de demarcación que separa el terreno burgués del terreno proletario.
Las fronteras de clases no pueden ser comprendidas y definidas por los revolucionarios en función de una experiencia histórica insuficiente o de su apreciación del futuro, sino sobre una base experimental, suministrada por la historia misma de las luchas proletarias, que sea suficientemente neta y clara como para permitir sacar lecciones indiscutibles[2].
Hay pues que subrayar aquí el carácter expresamente limitado de los puntos que podemos considerar adquiridos sobre este problema, el rechazo de la identificación del proletariado o de su partido con el Estado de transición; la definición de la dictadura del proletariado con respecto al estado como una dictadura de clase sobre el Estado y de ningún modo del estado sobre la clase; el hacer resaltar la autonomía de las organizaciones propias del proletariado con respecto al Estado como condición primera de una verdadera autonomía y de una vida verdadera de la dictadura del proletariado.
Estos puntos son abstractos y generales. No ser sino «algunos grandes postes indicadores que enseñan la dirección en la cual hay que buscar las medidas que se deberán tomar, indicadores de carácter a menudo negativo». Las formas precisas en las cuales podrán concretizarse siguen siendo “tierra virgen” que sólo la experiencia permitirá desbrozar.
Una condición de eficacia de la organización revolucionaria en el saber darse cuenta no solamente de lo que sabe y puede saber sino también de lo que no sabe ni puede todavía saber. De esto depende su capacidad para saber elaborar un verdadero rigor programático así como para saber hacer suyos a tiempo, en la acción de la clase, los aportes fundamentales que sólo la práctica viva de la clase obrera podrá suministrar.
El desconocimiento generalizado de la historia del movimiento obrero, agravado por la ruptura orgánica que separa a los revolucionarios de hoy de las viejas organizaciones políticas de la clase, han hecho que el análisis sobre el cual nos pronunciamos aparezca como un “invento”, una “originalidad” de la C.C.I. Una evocación breve de la manera como el problema fue abordado (habría casi decir “descubierto”) por los revolucionarios desde Marx y Engel, bastará para demostrar la falsedad de tal visión.
En el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, que no emplea todavía la formula “dictadura del proletariado”, “el primer paso en la revolución obrera” se define como «la subida del proletariado al rango de clase dominante, la conquista de la democracia». Esta conquista, de hecho, no es más que la conquista del Estado burgués que el proletariado debería utilizar para «arrancarlo poco a poco toda especie de capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del estado –del proletariado organizado como clase dominante- y para aumentar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas». Aunque la idea de la desaparición inevitable de todo Estado está ya establecida desde “Miseria de la Filosofía”, aunque la inevitabilidad de la existencia de un estado durante los “primeros pasos de la revolución obrera” está presente, el problema de la relación entre clase obrera y estado del período de transición se entrevé a penas.
Fue con la Comuna de París y su experiencia cuando y como el problema comienza realmente a percibirse a través de las lecciones que Marx y Engels sacaron de ella; necesidad de la destrucción del aparato de Estado burgués por el proletariado, establecimiento de un aparato completamente diferente que «ya no es un Estado en el sentido propio de la palabra» (Engels) en la medida en que ya no es un órgano de opresión de la mayoría por la minoría. Un aparato cuya naturaleza como “peso heredado del pasado” está claramente subrayado por Engels, cuando habla de él como de una plaga, una plaga que hereda el proletariado en su lucha para llegar a su predominio de clase, pero de la cual deberá, como lo hizo la Comuna y en la medida de lo posible, atenuar los efectos, hasta el día en que «una generación criada en una sociedad de hombres libres e iguales pueda deshacerse de todo ese fárrago gubernamental» (Prefacio de la Guerra Civil en Francia). Sin embargo, a pesar de que en la Comuna se hubiera intuido la necesidad de que el proletariado debería mantener viva una total desconfianza en ese aparato heredado del pasado (el proletariado, escribía Engels «tenia que tomar precauciones contra sus propios subordinados y sus propios funcionarios declarándolos, sin excepción y en todo momento amovibles») y, por el hecho de que la experiencia de la Comuna de París fue muy corta y circunscrita y que no se podía plantear el problema de las relaciones entre el proletariado, el estado y las demás clases no explotadoras de la sociedad, una de las ideas principales que fue sacada de la Comuna fue la de la identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición. Así, tres años después de la Comuna de París, Marx escribía en su Crítica del programa de Gotha: «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, se sitúa el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde igualmente una fase de transición política, en donde el estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado».
Será ésta base teórica la que Lenin volverá a formular en el concepto del “estado proletario” en “el estado y la Revolución”; es sobre ella que los bolcheviques y el proletariado ruso instauran la dictadura del proletariado en 1917.
Las condiciones en las cuales debió desarrollarse esta tentativa proletaria, por el hecho mismo que acumulaban las mayores dificultades para el mantenimiento de un poder proletario (aplastante mayoría de campesinos en la sociedad, necesidad de sostener inmediatamente una guerra civil despiadada, aislamiento internacional de Rusia, debilidad extrema del aparato productivo destruido por la primera guerra mundial y luego por la guerra civil), todas esas condiciones tuvieron como resultado el que estallara, en toda su amplitud, el problema de la relación entre dictadura del proletariado y estado
La dura realidad de los hechos debía demostrar que no bastaba con bautizar al estado como "proletario" para que éste actuase en función de los intereses revolucionarios del proletariado; que no bastaba con poner el partido proletario a la cabeza del estado (hasta el punto de identificarse completamente con él) para que la máquina estatal siguiese el curso que los revolucionarios querían imprimirle.
El aparato de estado, la burocracia de estado, no podía ser la expresión de los intereses de la clase proletaria. Aparato encargado de asegurar la supervivencia de la sociedad, no podía expresar sino los intereses de la supervivencia de la economía moribunda rusa. Lo que los marxistas habían repetido desde los primeros tiempos quedaba comprobado con claridad meridiana: los imperativos de la supervivencia económica se imponían despiadadamente a la política del Estado. Y la economía estaba lejos de poder ser influenciada en un sentido proletario.
Lenin acabó manifestando su impotencia ante la situación, durante el XI° congreso del partido, un año después del principio de la N.E.P.: «Sed capaces vosotros, comunistas, vosotros, obreros, vosotros parte consciente del proletariado que os habéis encargado de dirigir el Estado, sed capaces de hacer que el estado que tenéis en vuestras manos actúe a “voluntad vuestra... el Estado se encuentra en nuestras manos pero ¿ha funcionado en la nueva política económica según nuestra voluntad? ¡NO!... ¿ y cómo ha funcionado entonces?. Se escapa el automóvil de entre las manos; por lo visto hay quien lo guía, pero el automóvil sigue otro camino como si otro hombre lo condujera de forma clandestina»
La identificación del partido proletario con el estado no logra someter al estado a los intereses del estado ruso. Es así que, bajo la presión de los imperativos de la supervivencia del estado ruso (en el cual los bolcheviques veían la encarnación misma de la dictadura del proletariado –se trataba de la salvaguardia “del bastión proletario”), el partido bolchevique terminó por someter la táctica de la Internacional Comunista a los intereses de Rusia (alianzas con los grandes partidos social – patrioteros europeos con vistas a que se aflojara el “cordón sanitario” que ahogaba a Rusia); fue bajo ésta presión que fue firmado el tratado de Rapallo con el imperialismo alemán; fue también para evitar el debilitamiento del poder del aparato de estado “proletario”(y en su nombre) por lo que fueron aplastados los insurrectos de Krondstadt por el Ejercito Rojo.
En cuanto a las masas obreras, si la identificación de su partido con el Estado había llegado a amputarles su vanguardia en el momento mismo en que más la necesitaban la idea de la identificación de su poder con el estado no sirvió más que para dejarlas impotentes y confusas ante la opresión creciente de la burocracia estatal[3].
La contrarrevolución que redujo a cenizas la dictadura del proletariado había surgido del órgano mismo que los revolucionarios, durante decenas de años, habían creído poder identificar con la dictadura del proletariado.
Pero el largo proceso de sacar las lecciones de la experiencia rusa comenzó desde los principios de la revolución misma.
En medio de una confusión inevitable, atacando aspectos parciales y sin comprender muchas veces el fondo mismo de los problemas, en medio de los torbellinos de una revolución cuyas características de degeneración empezaron a aparecer desde el principio, surgieron las primeras reacciones teóricas. Las críticas de Rosa Luxemburgo, realizadas en 1918, en su folleto sobre la revolución rusa contra la identificación de la dictadura del proletariado con la del partido, al igual que su crítica de toda limitación por el Estado de la vida política de la clase obrera, llevaban en sí las bases de la crítica de la identificación del proletariado con el estado del período de transición. Rosa Luxemburgo, a pesar del hecho de considerar siempre al estado de transición como un “Estado proletario”, a pesar de mantener la idea de la “conquista del poder por el partido socialista”, destaca lo que constituye el único medio real de atenuar los maléficos efectos de la plaga que es el estado como decía Engels: «El único medio eficaz que puede tener a mano la revolución proletaria son, aquí como siempre, medidas radicales de naturaleza social y política, la transformación más rápida posible, las garantías sociales de existencia en la masa y el despliegue del idealismo revolucionario, que sólo se puede mantener de manera duradera con una vida inmensamente activa de las masas, dentro de una libertad política ilimitada».
En Rusia y en el seno mismo del partido bolchevique, el desarrollo de la burocracia del estado y, por consiguiente, del antagonismo entre proletariado y poder estatal provocó, desde los primeros años el nacimiento de reacciones tales como la del grupo de Osinsky o más tarde, del Grupo Obrero de Miasnikov que, al poner en tela de juicio la burocracia, planteaba ya, aunque de manera confusa, el problema de la naturaleza del estado durante el período de transición.
Pero fue seguramente en la polémica entre Lenin y Trotsky, en el X° congreso del partido a propósito de la cuestión de los sindicatos, cuando la cuestión de la naturaleza del estado fue planteada de la manera más aguda. En efecto, contra Trotsky, que defendía la idea de una integración mayor de los sindicatos obreros dentro del aparato de estado con el fin de encarar mejor las dificultades económicas, Lenin opuso la necesidad de salvaguardar la autonomía de esas organizaciones de clase para que los obreros pudieran defenderse de «los abusos nefastos de la burocracia estatal». Lenin hasta llegó a afirmar que el estado no era «obrero, sino obrero y campesino con numerosas deformaciones burocráticas». Aunque es cierto que estos debates se desarrollaban en medio de una confusión generalizada (para Lenin las divergencias con Trotsky no lo eran sobre cuestiones de principio sino que resultaban de consideraciones contingentes), no por ello dejan de ser auténticas expresiones de la búsqueda del proletariado de respuestas al problema de las relaciones entre su dictadura y el estado.
Las Izquierdas Holandesa y Alemana, después de haber reaccionado en el mismo sentido que Rosa Luxemburgo frente al desarrollo de la burocracia de estado contra el proletariado en Rusia y, habiendo tenido que afrontar los problemas de la degeneración de la política internacional de la I.C., empezaron a desarrollar la crítica de lo que llamaron “socialismo de estado”. Sin embargo, el trabajo de Appel (Jan Appel era militante del KAPD), hecho en colaboración con la izquierda holandesa sobre los “Principios de base de la distribución comunista” aborda sobre todo la cuestión del período de transición desde el punto de vista económico, confirmando en lo político, fundamentalmente, las ideas principales de Rosa Luxemburgo.
Con los trabajos de la Izquierda Italiana en Bélgica y, particularmente con los artículos de Mitchell publicados a partir del N° 28 de Marzo-Abril de 1936 de la revista “BILAN”, las bases teóricas para una comprensión más profunda del problema quedaron planteadas: BILAN fue el primero en afirmar con claridad el carácter nefasto de toda identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición y en subrayar paralelamente la importancia de la autonomía de la clase y de su partido con respecto a ese estado.
Sin embargo, los bolcheviques, en medio de las terribles dificultades contingentes, no consideraron nunca al estado como «una plaga que el proletariado hereda y de la que éste tiene que atenuar los efectos más maléficos» (Engels), sino como un órgano que se podía identificar completamente a la dictadura del proletariado, es decir, el Partido.
De ahí resultó la alteración principal de que el fundamento de la dictadura del proletariado no era el partido, sino el estado el cual, a causa de esa inversión, se encontró situado en condiciones de evolución que desembocaron, no en su desaparición, sino en el refuerzo de su poder coercitivo y represivo. De instrumento de la revolución mundial, el estado proletario se veía inevitablemente destinado a volverse un arma de la contrarrevolución mundial.
Aunque Marx, Engels y sobre todo Lenin hayan subrayado muchas veces la necesidad de oponer al Estado su antídoto proletario, capaz de impedir su degeneración, la revolución rusa, lejos de asegurar el mantenimiento y la vitalidad de las organizaciones de clase del proletariado, las esterilizó al incorporarles en el aparato de Estado y, de este modo, devoró su propia subsistencia.
El análisis de Bilan contienen todavía titubeos y debilidades, en particular con respecto al análisis de la naturaleza de clase del estado del período de transición considerado como “Estado proletario”.
Estos titubeos y estas insuficiencias inevitables serán superadas por los análisis de INTERNATIONALISME en 1945 (ver artículo “La naturaleza del Estado y la revolución proletaria” publicado en el N° 1 del boletín de estudio y de discusión de Révolution Internationale, enero de 1973). INTERNATIONALISME afirma ya de manera clara y basándose en criterios objetivos de análisis sobre el carácter económico y político del período de transición, la naturaleza no proletaria y antisocialista del estado en el período de transición:
«El Estado, en la medida en que se reconstituye después de la revolución, expresa la inmadurez de las condiciones de la sociedad comunista. Es la superestructura política de una estructura económica que no es todavía socialista. Permanece como algo extraño y opuesto al socialismo. Del mismo modo que la fase transitoria es algo inevitable histórica y objetivamente y por la que tiene que pasar el proletariado, el Estado es un instrumento de violencia inevitable para el proletariado, quien lo utiliza contra las clases que ha expropiado pero con el cual no puede identificarse (...). La experiencia rusa puso particularmente en evidencia el error teórico de la noción de estado obrero, de la naturaleza de clase proletaria del estado y de la identificación de la dictadura del proletariado con la utilización, por el proletariado, del instrumento de coerción que es el Estado».
Internationalisme saca de la experiencia de la revolución rusa la necesidad vital para el proletariado de aprender a ejercer un control estricto y permanente sobre el aparato de Estado siempre listo para convertirse, al menor retroceso, en la fuerza principal de la contrarrevolución:
«La historia y la experiencia rusa ha demostrado que no existe estado proletario propiamente dicho sino un estado en manos del proletariado, cuya naturaleza permanece anti-socialista y que, apenas la vigilancia política del proletariado se debilita, se convierte en la plaza fuerte, el centro de reunión y la expresión de las clases expropiadas de un capitalismo que renace».
En fin, aunque todavía impregnado de ciertas concepciones de la izquierda italiana de la cual proviene, particularmente respecto a la cuestión del partido y de los sindicatos, pero ya con la visión clara de la clase obrera como verdadero sujeto de la revolución, INTERNATIONALISME afirma la necesidad de la libertad política más completa de la clase y de sus órganos unitarios (considera aún como tales a los sindicatos) con respecto al estado, insistiendo en el rechazo de toda violencia de éste último contra aquellos. Es también el primero en establecer una verdadera coherencia entre los problemas políticos y los problemas económicos que se plantean durante el período:
«Esta fase transitoria del capitalismo al socialismo, bajo la dictadura política del proletariado, se traduce, por una política enérgica que tiende a disminuir la explotación de la clase, a aumentar constantemente la parte del proletariado en el ingreso nacional, del capital variable en relación con el capital constante (…) Esta política no la puede dar una afirmación programática del partido y todavía menos serle atribuida al estado, órgano de gestión y de coerción. Esta política encuentra su condición, su garantía y su expresión en la clase misma y exclusivamente en ella, en la presión que ejerce la clase en la vida social, en su oposición y su lucha contra las demás clases (...) Toda tendencia a disminuir el papel de los sindicatos después de la revolución, quien impidiese la libertad de acción sindical y de la huelga bajo pretextos de la existencia del “estado obrero”, quien favoreciese la intromisión del Estado en los sindicatos, quien, a través de la teoría aparentemente revolucionaria de darle la gestión a los sindicatos, incorporarse de hecho estos últimos en la máquina estatal, quien preconizase la violencia en el seno de proletariado y de su organización pretextando y cubriéndose con la mejor intención revolucionaria de “la meta final”, quien impidiese la existencia de la más amplia democracia por el simple juego de la lucha política y de las fracciones dentro del sindicato, expresaría una política antiobrera, falsificando las relaciones del partido y de la clase, debilitando la posición del proletariado en la fase transitoria. El deber comunista sería el denunciar y combatir con la energía más fuerte todas esas tendencias y obrar por el pleno desarrollo y la independencia del movimiento sindical, indispensable para la victoria de la economía socialista».
Fue pues Internationalisme quien supo definir el marco teórico general en el cual el problema de las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado en el período de transición podía por fin ser planteado sobre bases sólidas y coherentes.
Es inscribiéndose enteramente en este proceso que la resolución presentada en el congreso se concibe como una tentativa de reapropiación de los principios adquiridos del movimiento obrero sobre este tema y un esfuerzo par continuar la obra permanente de profundizar las bases programáticas de la lucha revolucionaria del proletariado.
Se puede ver hasta que punto esta resolución no tiene nada que ver con un “descubrimiento” de la CCI. Pero se ve también la responsabilidad histórica que pesa sobre los miembros de la organización revolucionaria al asumir esta herencia.
6) En toda sociedad dividida en clases, para impedir que los antagonismos que la agitan estallen en luchas permanentes llegando a amenazar el equilibrio y poniendo en peligro hasta su propia existencia, surgen superestructuras, instituciones cuyo coronamiento es el estado cuya función consiste esencialmente en mantener esas luchas dentro de un marco apropiado, adaptándose y conservando la infraestructura existente.
7) El período de transición al socialismo es, como lo hemos visto, todavía una sociedad en la cual subsiste la división en clases. Por esta razón surge necesariamente este organismo superestructural, ese mal inevitablemente, es el estado. Pero diferencias substanciales distinguen este estado del Estado de las sociedades antiguas divididas en clase. La experiencia de la Comuna de París puso de evidencia:
En este sentido los marxistas podían, con razón, hablar de un semi-Estado, de un Estado en vías de extinción.
8) La experiencia de la revolución rusa victoriosa aportó enseñanzas precisas, aunque negativas, sobre la relación entre la dictadura del proletariado y la institución estatal durante el período de transición:
9) La dictadura del proletariado debe definirse por:
[1] Sección de la CCI en Francia
[2] Las “bases programáticas” de una organización revolucionaria las constituye un conjunto de posiciones de principio y de análisis que definen el marco general de su acción. Las posiciones “fronteras de clase” forman parte de ellas y representan inevitablemente su esqueleto de base. Pero la acción de una organización revolucionaria no se puede definir solamente con fronteras de clase. La necesidad de la mayor coherencia posible en su intervención la obliga a buscar la mayor coherencia en sus concepciones y, así pues, a definir lo más profundamente posible el marco general que relaciona entre sí a las diferentes posiciones de clase, situándolas en una visión coherente y global de las metas y de los medios de la lucha revolucionaria del proletariado
[3] Estos dos elementos explican en parte la confusión, a veces extrema, que caracteriza los sobresaltos proletarios contra la contrarrevolución estatal (Krondstadt).
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La Plataforma de la CCI enuncia las adquisiciones del movimiento obrero sobre el contenido de la revolución comunista. Estas adquisiciones pueden resumirse así:
1) Todas las sociedades, hasta hoy se han fundado sobre la insuficiencia del desarrollo de las fuerzas productoras con respecto a las necesidades del hombre. Por ello, quitando al comunismo primitivo, todas fueron divididas en clases sociales con intereses antagónicos. Esa división ha provocado la aparición de un órgano, el Estado, cuyo funcionamiento especifico siempre ha sido el de impedir que esos antagonismos desgarren y destruyan la misma sociedad.
2) El progreso que el capitalismo ha impulsado al desarrollo de las fuerzas productoras ha permitido que su superación por una sociedad fundada en el pleno desarrollo de las fuerzas productoras, la abundancia, la satisfacción de todas las necesidades humanas: el comunismo. Esa sociedad no está dividida en clases y por ello no conoce ni puede soportar la existencia de un Estado.
3) Como en el pasado, existe entre ambas sociedades que son el capitalismo y el comunismo un periodo de transición, durante el que desaparecen las antiguas relaciones sociales y se colocan las nuevas. Durante ese periodo siguen existiendo clases sociales, conflictos entre ellas y, persiste, por tanto, un órgano que tiene como función impedir que esos conflictos desgarren la sociedad: el Estado.
4) La experiencia de la clase obrera ha demostrado que en ningún caso ese Estado puede tener una continuidad orgánica con el Estado del capitalismo. Es de arriba abajo que éste ha de ser destruido para que pueda abrirse el periodo de transición del capitalismo al comunismo.
5) La destrucción mundial del poder político de la burguesía va con la toma del poder a la misma escala por el proletariado, única clase portadora del comunismo. La dictadura del proletariado que se instaura sobre la sociedad se basa sobre la organización general de la clase: los Consejos obreros. Es la clase obrera en su conjunto la que puede ejercer el poder en el sentido de la transformación comunista de la sociedad: contrariamente a las clases revolucionarias del pasado, no puede delegar su poder a una institución particular, a ningún partido político, y tampoco a los partidos obreros.
6) El ejercicio de su poder por el proletariado supone:
– su armamento general;
– su liberación absoluta de cualquier sumisión a fuerzas exteriores;
– el rechazo de la utilización de cualquier forma de violencia en su seno.
7) La dictadura del proletariado ejerce su función de palanca de la transformación social:
– expropiando a las antiguas clases explotadoras;
– socializando progresivamente los medios de producción;
– conduciendo una política económica en el sentido de la abolición del asalariado y de la producción mercantil, en el sentido de la satisfacción creciente de las necesidades humanas.
El periodo de transición del capitalismo al comunismo contiene varios puntos comunes con los periodos de transición anteriores:
– no conoce modo de producción propio, sino que es un enredo de dos modos de producción;
– durante ese periodo van desarrollándose lentamente los gérmenes del nuevo modo de producción a detrimento del antiguo, hasta suplantarlo totalmente;
– el deterioro de la antigua sociedad no implica automáticamente maduración de la nueva, no es sino la condición de ésta: en particular, si la decadencia del capitalismo expresa que las fuerzas productoras han alcanzado el límite de su desarrollo en el marco de esa sociedad, esas fuerzas productivas siguen siendo insuficientes para permitir el comunismo y tendrán que proseguir su desarrollo durante ese periodo de transición.
Otro punto común entre los diferentes periodos de transición que hay que poner en evidencia es que las medidas tomadas van en el sentido de la sociedad que quieren hacer surgir. En la medida en que el comunismo se distingue fundamentalmente de las demás sociedades, la transición que conduce hasta él contiene una serie de características originales:
– ya no es el pasaje de un modo de explotación a otro, de una forma de propiedad a otra, sino que lleva a la abolición de cualquier tipo de explotación y de propiedad;
– no es la obra de una clase explotadora y propietaria de los medios de producción, sino la de una clase explotada que nunca ha poseído ni poseerá, aun sea colectivamente, medios de producción o una economía propia;
Según los propios términos de Engels:
El marxismo nunca ha considerado el Estado como una creación ex-nihilo de la clase dominante, sino como un producto, una secreción orgánica del conjunto de la sociedad. La identificación entre la clase dominante y el Estado es fundamentalmente el resultado de la identidad de sus intereses comunes de preservación de las relaciones existentes de producción. Partiendo de la concepción marxista, tampoco se puede considerar el Estado como un agente revolucionario, un instrumento de progreso histórico. Para el marxismo:
La conclusión que se destaca de esas bases es que en cualquier sociedad, el Estado no puede sino ser una institución conservadora por esencia y excelencia. Si el Estado, en las sociedades de clase, es un instrumento indispensable al proceso productivo al asegurar la estabilidad necesaria a su continuación, no puede desempeñar ese papel más que por su función de agente del orden social. Durante el curso de la historia, el Estado aparece entonces como un factor conservador y reaccionario de primer orden, como una traba contra la que choca constantemente la evolución y el desarrollo de las fuerzas productivas.
La existencia en el periodo de transición de una división de la sociedad en clases con intereses antagónicos hace surgir de ella un Estado. Ese Estado tiene como tarea garantizar las bases de la sociedad transitoria contra cualquier intento de restauración del poder de las antiguas clases explotadoras y contra cualquier desrame resultante de las oposiciones entre las clases no explotadoras que en ella subsisten.
El Estado del periodo de transición hacia el comunismo tiene varias diferencias con los de las sociedades anteriores:
Por esas razone y sus implicaciones los marxistas han podido hablar de semi-Estado al tratar del órgano que surge en el periodo de transición.
Sin embargo, ese Estado conserva varias similitudes con los del pasado. Sigue siendo en particular el órgano guardián del estatus-quo, encargado de codificar, legalizar un estado económico existente, sancionarlo, darle fuerza de ley, hacerlo aceptar a todos los miembros de la sociedad. En ese sentido, el Estado sigue siendo un órgano fundamentalmente conservador, que tiende:
Por ello el Estado del periodo de transición ha sido considerado por los marxistas desde sus inicios como una “plaga”, un “mal necesario” del que se trata de “limitar los efectos más dañosos”. Por todas esas razones y contrariamente a lo que ocurrió en la historia, la clase revolucionaria no puede identificarse con el Estado del periodo de transición.
Por un lado, el proletariado no es una clase económicamente dominante. No lo es en la sociedad capitalista como tampoco lo será en la sociedad transitoria. No posee ninguna economía, ninguna propiedad aunque sea colectiva, sino que lucha por la desaparición de la economía, de la propiedad. Por otro, como clase portadora del comunismo, el proletariado, agente del trastorno de las condiciones económicas y sociales de la sociedad transitoria, choca necesariamente contra el órgano que tiende a perpetuar esas condiciones. Por eso no se puede hablar ni de “Estado socialista”, ni de “Estado obrero”, ni de “Estado del proletariado” durante el periodo de transición.
Ese antagonismo entre proletariado y Estado se manifiesta tanto a nivel inmediato como a nivel histórico.
En el terreno inmediato, el proletariado tendrá que oponerse a las intrusiones y a la presión del Estado, representante de esa sociedad en la que siguen subsistiendo clases con intereses antagónicos a los suyos.
En el plano histórico, la necesaria extinción del Estado en el comunismo, ya puesta en evidencia por el marxismo, no será el resultado de su propia dinámica sino el fruto de la presión del proletariado que lo despojará progresivamente de todos sus atributos a medida de la evolución hacia la sociedad sin clases.
El proletariado debe entonces utilizar el Estado del periodo de transición, pero también ha de conservar su independencia total con respecto a él. En ese sentido, la dictadura del proletariado no se confunde con el Estado. Entre ambos existe una relación de fuerzas constante que el proletariado tendrá que mantener a su favor: la dictadura del proletariado no se ejerce en el Estado ni a través del Estado, sino sobre el Estado.
La experiencia de la Comuna de Paris como la de la Revolución rusa, en la que el Estado fue el mayor agente de la contrarrevolución, ponen en evidencia la necesidad de ciertas medidas que permitan:
a) la limitación de las características más dañosas del Estado del periodo de transición pasa por:
b) la independencia de la clase obrera se manifiesta por:
Se ejerce contra el Estado y las demás clases de la sociedad:
c) La dominación de la dictadura del proletariado sobre el Estado y el conjunto de la sociedad se basa esencialmente:
Esta resolución fue adoptada por el 2º Congreso Internacional de la CCI celebrado en 1977.
La caracterización de las diversas organizaciones que afirman defender el socialismo y la clase obrera es de la mayor importancia para la CCI. Esto no es, ni mucho menos, algo abstracto o puramente teórico; es, al contrario, orientador en la actitud que la Corriente mantiene hacia esas organizaciones, y, por consiguiente, de su actividad respecto a ellas: ya sea denunciándolas como órganos o productos del capital; ya sea polemizando y discutiendo con ellas para ayudarlas a alcanzar una mayor claridad y rigor programático; ya sea impulsando la aparición de tendencias en su seno que busquen tal claridad. Por ello debemos evitar apreciaciones subjetivas o hechas a la ligera sobre las organizaciones con las que la CCI se encuentra, así como definir el criterio con el que nos aproximemos a esos grupos tan precisamente como podamos, sin recurrir a esquemas rígidos o formalistas. Cualquier error o precipitación en esto irá en contra del cumplimiento de la tarea fundamental de constituir un polo de agrupamiento para los revolucionarios, y podrá llevar a desviaciones de cariz ya oportunista, ya sectario, que podría amenazar la vida misma de la Corriente.
El movimiento revolucionario de la clase obrera se expresa en un proceso de maduración de la conciencia, un proceso difícil y tortuoso que nunca es lineal y que atraviesa bastantes vacilaciones y tropiezos. Es algo que se manifiesta necesariamente en la aparición y existencia simultánea de una serie de organizaciones más o menos desarrolladas. Este proceso está basado tanto en la experiencia inmediata de la clase como en la histórica, y necesita de ambas para desarrollarse y enriquecerse. Debe apropiarse de las adquisiciones del pasado de la clase pero al mismo tiempo debe ser capaz de criticar e ir más allá de las limitaciones de lo adquirido, una actividad que sólo es posible si ha habido una asimilación real de las mismas. Así, las diferentes corrientes que aparecen en la clase pueden distinguirse por su mayor o menor capacidad para asumir esas tareas. Si bien el desarrollo de la conciencia de clase implica una ruptura con la ideología burguesa dominante, los grupos que expresan y participan en este desarrollo están en sí mismos sujetos a la presión que ejerce esa ideología, que amenaza constantemente o con hacerlos desaparecer o con ser absorbidos por la clase enemiga.
Esas características generales del proceso de la conciencia revolucionaria son incluso más evidentes en el periodo decadente del capitalismo. Si bien la decadencia ha establecido las bases para la destrucción de este sistema tanto desde el punto de vista objetivo (la crisis mortal del modo de producción) como subjetivo (la descomposición de la ideología burguesa y el debilitamiento de su control sobre la clase obrera), también ha puesto nuevos obstáculos y dificultades en la toma de conciencia del proletariado. Nos referimos a:
Hoy, sumado a esos factores, tenemos que tener en cuenta:
En ese marco general de examen del movimiento de la clase en pos de la conciencia de sus objetivos históricos, podemos analizar tres tipos básicos de organización.
El primero, los partidos que una vez fueron órganos de la clase pero que han sucumbido a la presión del capitalismo y acabaron por convertirse en defensores del sistema tomando un papel más o menos directo en la gestión de su capital nacional. Con estos partidos, la historia nos enseña lo siguiente:
Entre estos partidos, podemos citar principalmente a los Partidos Socialistas procedentes de la II Internacional, a los Partidos Comunistas procedentes de la III Internacional, a las organizaciones del anarquismo oficial y a las tendencias trotskistas. Todos estos partidos han participado en la defensa del capital nacional como agentes de la ley y el orden o como pregoneros de la guerra imperialista.
El segundo tipo, son las organizaciones cuya naturaleza proletaria de clase es indiscutible por su capacidad para extraer lecciones de las experiencias pasadas de la clase, para entender las nuevos elementos del desarrollo histórico, para rechazar todas las concepciones que han demostrado ser ajenas a la clase trabajadora, y cuyas posiciones en conjunto han alcanzado un alto nivel de coherencia. Por mucho que el proceso por el cual se desarrolla la conciencia nunca se complete definitivamente, por mucho que nunca pueda existir una coherencia perfecta y las posiciones de clase necesiten ser enriquecidas constantemente, hemos sido testigos, a lo largo de la historia, de la existencia de corrientes que, en un momento dado, han representado la expresión no exclusiva de la conciencia de clase más avanzada y completa y que han desempeñado un papel central en la aceleración de esa toma de conciencia.
En nuestra relación con grupos de este tipo, cercanos a la CCI, nuestro objetivo está claro. Intentamos participar en un debate fraterno con ellos y asumir los diferentes problemas que enfronta la clase obrera para:
El tercer tipo de organización, cuya naturaleza de clase, a diferencia de los dos primeros, no se ha establecido de forma clara y que, como expresión de la complejidad y dificultad del proceso de toma de conciencia de la clase obrera, puede ser distinguido del segundo tipo de organización porque:
Con estos grupos, debido a que están sumidos en la confusión, la línea de demarcación entre el campo proletario y el campo burgués es muy difícil de establecer de manera formal, aunque sí existe. Por las mismas razones es difícil clasificar a estos grupos de forma precisa. Sin embargo, podemos distinguir claramente tres categorías:
Los grupos de la primera categoría incluyen corrientes de la informalidad del ''Movimiento del 22 de marzo'' del 68, ''grupos autónomos'', etc., organizaciones, todas ellas, que surgieron del movimiento inmediato y, por lo tanto, sin raíces históricas, sin programa elaborado, pero establecidas sobre las bases de unas pocas posiciones vagas y parciales carentes de coherencia global e ignorantes de la totalidad de las adquisiciones históricas de la clase.
Estas características hacen muy vulnerables a estas corrientes, algo usualmente expresado en su desaparición tras un corto periodo de tiempo, o su rápida transformación en simple furgón de cola del campo izquierdista.
Sin embargo, también es posible para esas corrientes adherirse a un proceso de clarificación y profundización de sus posiciones, a una evolución que lleve a su desaparición como grupos independientes y a la integración de sus miembros en la organización política de la clase.
En su relación con cada una de esas corrientes, la CCI debe intervenir en el sentido de animar y estimular una evolución positiva en este sentido, tratando de evitar que desaparezcan en la confusión o sean recuperadas por el capitalismo.
En relación a la segunda categoría de grupos, sólo hablamos de las corrientes que se separan de sus organizaciones de origen sobre la base de una ruptura con determinados puntos de su programa, y no para salvar los pretendidos principios revolucionarios que estarían siendo traicionados. Por eso no hay nada que esperar de las diversas escisiones trotskistas que proponen salvaguardar o volver al trotskismo ''puro''.
Esos grupos, surgidos tras una ruptura con la organización de origen, no tienen nada que ver con las fracciones comunistas que aparecen como reacción a la degeneración de una organización proletaria. Estas últimas se basan no en una ruptura sino en una continuidad con el programa revolucionario que está siendo amenazado por la política oportunista de la organización, por mucho que, después, las fracciones comunistas aporten rectificaciones y profundicen el programa a la luz de la experiencia. Mientras que las fracciones comunistas aparecen con un programa revolucionario coherente y elaborado, las corrientes que rompen con la contrarrevolución tienden a basarse en posiciones esencialmente negativas, en una oposición parcial a las posiciones de su organización de origen, y esto no ayuda a la formación de un programa comunista sólido. Romper con la coherencia contrarrevolucionaria no es suficiente para otorgarles una coherencia revolucionaria. Además, el aspecto inevitablemente parcial de su ruptura se expresa en la tendencia a conservar un determinado número de prácticas de la organización de origen (activismo, arribismo, mentalidad maniobrera) o a asumir simétricamente posiciones no menos erróneas (academicismo, rechazo a organizarse, sectarismo...).
Por todas esas razones, es muy difícil para esos grupos evolucionar positivamente como tales grupos. Sus deformaciones iniciales son casi siempre demasiado fuertes para deshacerse por completo de la contrarrevolución, y eso cuando no desaparecen simplemente. La disolución es, en última instancia, el mejor desenlace porque hace posible que los militantes del grupo se quiten de encima sus taras de origen y puedan así avanzar hacia una coherencia revolucionaria.
Sin embargo, una alta probabilidad no es una certeza absoluta, y la CCI debe guardarse de cualquier tendencia a rechazar totalmente a estos grupos como irremediablemente contrarrevolucionarios. Esto no haría sino entorpecer el esfuerzo hacia una evolución positiva de tales grupos o de sus militantes. Puede haber una gran diferencia en el desarrollo de estos grupos según sea la naturaleza de sus organizaciones de origen. Los grupos que se separan de organizaciones que tienen un programa y una práctica contrarrevolucionarios coherentes y confirmados (como los trotskistas, por ejemplo) son a menudo los que sufren de más desventajas. En cambio, los grupos que provienen de organizaciones más informales, que tienen un programa menos elaborado (como los procedentes del anarquismo), o que han traicionado a la clase más tardíamente, tienen una mayor probabilidad de avanzar hacia posiciones revolucionarias, incluso manteniéndose como grupos.
Por otra parte, el carácter cada vez más evidente, a medida que se profundiza la crisis del capitalismo, del desfase entre la fraseología radical de las organizaciones izquierdistas y su política burguesa, provoca y seguirá provocando aún más en su seno la reacción de sus elementos más sanos, seducidos en un primer momento por tal fraseología, lo que alimentará este tipo de escisiones.
En todo caso, a la vez que hay que ser de lo más prudente respecto a grupos del primer tipo y evitar toda creación de “comités” comunes con ellos como hace, por ejemplo, el PIC, la CCI debe intervenir activamente en la evolución de estas corrientes, favoreciendo por sus críticas abiertas y no sectarias la discusión y la clarificación en su seno y evitar cometer los errores que en el pasado condujeron por ejemplo a Révolution Internationale a escribir “dudamos de la evolución positiva de un grupo procedente del anarquismo” en una carta dirigida al Journal des Luttes de Classe, cuyos miembros iban a fundar, un año más tarde, en compañía de los del RRS y a los del VRS, la sección de la CCI en Bélgica.
El problema que nos plantean los grupos comunistas en proceso de degeneración es uno de los más difíciles de resolver y pide ser examinado con muchísimo cuidado. El hecho de que franquear la frontera entre el campo proletario y el campo capitalista sólo pueda hacerse en un único sentido, pues una organización proletaria que pasa al campo burgués lo hace de forma definitiva, sin esperanza de retorno, tiene que llevarnos a una mayor prudencia para determinar el momento en que se produce ese paso y los criterios que nos permitan afirmarlo.
No hay que considerar por ejemplo que una organización es burguesa porque no actúe en la realidad de los hechos como factor de clarificación de la conciencia de clase sino como factor de confusión: todo error de una organización proletaria, y del proletariado en general, beneficia evidentemente al enemigo de clase pero no se puede decir que, puesto que una organización comete errores, incluso muy graves, ya por ello sea la emanación de la clase enemiga. En un ejército, la existencia de malas tropas es incontestablemente una debilidad que favorece al enemigo. ¿Hay que considerar por ello que tales tropas son unas traidoras?
En segundo lugar, no se puede considerar que franquear una frontera de clase por parte de una organización signifique de modo obligatorio su muerte como órgano del proletariado. Entre las fronteras de clase, las hay que, efectivamente, afectan a la coherencia global del programa y cuya puesta en entredicho puede constituir un criterio decisivo: por ejemplo el apoyo a la “defensa nacional” sitúa de golpe a una organización en el campo de la burguesía. Sin embargo, aunque una posición errónea, incluso sobre un solo punto, pone de relieve la ambigüedad de todo el programa de un grupo, ciertas posiciones, aun estando fuera de una coherencia comunista, no le impiden mantener una serie de posiciones auténticamente revolucionarias. Ciertas corrientes comunistas, por ejemplo, han podido aportar contribuciones fundamentales a la clarificación del programa revolucionario, aun conservando posiciones claramente falsas sobre puntos importantes (por ejemplo la Izquierda Italiana, la cual, sobre cuestiones como el sustitucionismo, los sindicatos e incluso sobre la naturaleza de la URSS ha mantenido posiciones y análisis claramente erróneos).
En fin, uno de los elementos fundamentales a tener en cuenta es la evolución del grupo considerado. Una opinión no tiene que ser formulada a partir de un análisis estático sino dinámico. Por ejemplo, con todas sus posiciones idénticas, existe una diferencia entre un grupo que surge hoy y apoya las luchas de liberación nacional, y un grupo que se ha formado en la lucha contra la guerra imperialista y que, sin comprender la relación entre las dos posiciones, capitula sobre tal cuestión.
Mientras que en el caso de un grupo reciente, cualquier posición contrarrevolucionaria corre el riesgo de arrastrarle rápida y plenamente al terreno de la burguesía, las corrientes comunistas que se han forjado en las grandes pruebas históricas, aunque lleven consigo elementos muy importantes de degeneración, no evolucionan de un modo tan rápido. Las condiciones muy difíciles en las que han surgido las han obligado a dotarse de una armadura programática y organizativa mucho más resistente contra los asaltos de la clase dominante. En regla general, por lo demás, su esclerosis es en parte el precio que pagan por su apego y fidelidad a los principios revolucionarios, a su desconfianza ante toda innovación que ha sido para otros grupos el caballo de Troya de la degeneración, desconfianza que les ha llevado a rechazar las actualizaciones de su programa que la experiencia histórica ha hecho necesarias. Por el conjunto de esas razones, por regla general, sólo los acontecimientos más importantes de evolución de la sociedad, guerra imperialista o revolución, son fases esenciales de la vida de las organizaciones políticas, permitiendo trazar de manera patente el paso definitivo como organismo al campo enemigo. Con frecuencia sólo estas situaciones nos permiten clarificar de un modo adecuado los problemas para poder quitar el velo que impide comprender algunas aberraciones que son propias más de la ceguera de elementos proletarios que de una coherencia en la contrarrevolución. Es generalmente en esos momentos donde ya no queda espacio para las ambigüedades cuando los órganos en degeneración dan prueba ya sea de su trayectoria definitiva hacia el otro campo, por una colaboración abierta con la burguesía, ya sea su mantenimiento en el campo obrero, como resultado de una sana reacción que demuestra que son todavía un terreno fértil para la aparición de un pensamiento comunista. Pero lo que es posible para las grandes organizaciones comunistas de la clase en degeneración, lo es en un grado muy inferior para los pequeños grupos comunistas de impacto limitado. Si aquéllas son recibidas con entusiasmo por la burguesía y están llamadas a desempeñar un papel de primer plano, éstas, cuando se ven atrapadas en el engranaje, como no tienen la posibilidad real de asumir una función capitalista, son implacablemente aplastadas y mueren en una larga y dolorosa agonía de sectas.
En el momento actual se pueden distinguir dos grandes corrientes que entran en la caracterización que acabamos de realizar y que se encuentran en un proceso similar de esclerosis y degeneración. Se trata de los grupos que proceden de las Izquierdas Holandesa y Alemana, por una parte, y de la Italiana por la otra. Entre ellos hay algunos que han resistido mejor que otros la degeneración, especialmente Spartacusbond para la primera corriente y Battaglia Comunista para la segunda, hasta llegar a poder desprenderse en buena parte de las posiciones esclerotizadas. Al contrario, otros grupos han ido muy lejos en el retroceso: por ejemplo Programme Communiste. Sobre esta organización, sea cual sea el grado alcanzado por su regresión, no existe sin embargo, en el momento actual, el elemento decisivo que nos permita establecer que se ha pasado como organismo al campo de la burguesía. Hay que precaverse contra una apreciación prematura sobre estos temas que corre el riesgo no sólo de no favorecer sino de entorpecer la evolución y el trabajo de los elementos o tendencias que procuren en el seno de ese grupo resistir contra ese proceso de degeneración o evitarlo incluso.
Respecto al conjunto de estos grupos, se trata de mantener una actitud serena que combine la intransigencia en la defensa de nuestras posiciones y la denuncia de sus errores, con la manifestación de nuestra voluntad de discutir con ellos. No hacerlo así implicaría una incomprensión fundamental de nuestras responsabilidades, una incomprensión también de que la degeneración completa de estos grupos implicaría una pérdida y un debilitamiento para el proletariado.
En la definición de la actitud general de la CCI hacia los diferentes grupos y elementos que puedan existir o aparecer en su entorno con posiciones más o menos confusas, hay que tener en cuenta el hecho de que nosotros nos situamos hoy en un período de recuperación histórica de la lucha de clases.
En los períodos de retroceso o de vacío proletarios como aquél del que salimos a mediados de los años 60, la mayor preocupación de los núcleos comunistas es la de salvaguardar el rigor de los principios, lo que les conduce más bien a aislarse del ambiente dominante para no dejarse contaminar por él. En esas circunstancias es vano apostar por la aparición de nuevos elementos o fuerzas revolucionarias: la difícil tarea de defender los principios comunistas amenazados por la contrarrevolución incumbe sobre todo a algunos elementos salidos de los antiguos partidos que no fueron arrastrados por aquélla y que permanecieron fieles a los principios.
En cambio, en el período de recuperación actual, a la vez que hay que prestar la mayor atención a la evolución de las corrientes comunistas que proceden de la ola revolucionaria precedente y a la discusión con ellas, debemos tener como preocupación principal no separarnos de los elementos y grupos que surgen necesariamente en la clase como manifestación de dicha recuperación. Nosotros no podremos realmente asumir nuestra función como polo de agrupamiento para ellos si no somos al mismo tiempo capaces de:
Lejos de excluirse, la firmeza en los principios y la apertura como actitud van de la mano: no tenemos miedo de discutir precisamente porque estamos convencidos de la validez de nuestras posiciones.
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/files/es/combate_rint8.pdf
[2] https://es.internationalism.org/content/4687/acerca-de-combate
[3] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
[4] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/pantano
[5] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[6] https://es.internationalism.org/files/es/las_ambiguedades_sobre_los_partisanos_en_la_formacion_del_partido_comunista_internacionalista_en_italia.pdf
[7] https://es.internationalism.org/tag/series/lucha-contra-el-oportunismo
[8] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/battaglia-comunista
[9] https://es.internationalism.org/files/es/1976_congreso_ri.pdf
[10] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/congresos-de-la-cci
[11] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional
[12] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[13] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197609/2061/bilan-lecciones-de-espana-1936-y-crisis-en-la-fraccion
[14] https://es.internationalism.org/tag/21/514/las-fracciones-de-izquierda
[15] https://es.internationalism.org/tag/21/508/la-izquierda-comunista-en-rusia
[16] https://es.internationalism.org/tag/21/539/la-izquierda-mexicana
[17] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/espana-1936
[18] https://es.internationalism.org/tag/21/488/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[19] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[20] https://es.internationalism.org/tag/3/42/comunismo
[21] https://es.internationalism.org/files/es/resolucion_ri_rint_11.pdf
[22] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[23] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado