Inundaciones en Valencia. El capitalismo es una catástrofe asegurada.

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Los informativos de todo el mundo han difundido las imágenes y las noticias de fallecidos arrastrados por el agua y sepultados por el barro y los derrumbes, y otros muchos desaparecidos; los cadáveres llegan a las playas; muchos pueblos no tienen comida ni agua potable; el agua estancada una semana con animales y personas muertas está comenzando a producir infecciones y el riesgo de epidemias. Si no fuera por los bombardeos y la guerra, la situación de la población desasistida, dejada a su suerte al límite de la supervivencia, recuerda por momentos a Gaza. Y todo esto sucede en la 3ª ciudad de España, en un país de la UE, del centro del capitalismo. Sea por la guerra o las catástrofes que produce el desastre ecológico, el capitalismo condena a la humanidad a la vía de la exterminación.

Una DANA desatada el pasado 30 de octubre en el área de Valencia ha producido unas inundaciones que han causado más de 200 muertos, aunque esta cifra se disparará cuando encuentren los cadáveres de los casi 2000 desaparecidos. Y a esto hay que sumar la devastación de miles y miles de viviendas, carreteras, ferrocarril, telecomunicaciones etc., que afectan a cientos de miles de personas y que tardarán hasta meses en ser restablecidas. Se trata, sin duda, de una de las mayores catástrofes humanitarias de la historia de España, del mismo tipo que otras que se han producido en países centrales, como las inundaciones en 2021 en Alemania, en Bonn, donde pese a la tradición de disciplina y organización del Estado, la población fue igualmente abandonada, o el huracán Kathrina en EE.UU en Nueva Orleans. Pero en contra de lo que dicen los voceros de Derechas, no se trata de una catástrofe “natural” imprevisible. Tampoco es, como proclama los de la Izquierda del Capital, la consecuencia de una “gestión neoliberal” incompetente. Esta catástrofe es en definitiva el resultado de un sistema social que sacrifica la vida de los trabajadores y el planeta entero a las exigencias de la producción y la acumulación capitalistas.

Y este sistema que lleva décadas acumulando desastres (cambio climático, urbanismo salvaje, explotación irracional de los recursos hídricos, descuido de mantenimiento de las infraestructuras, etc.[1]) ha entrado además en su fase terminal de descomposición, en la que todas estas devastaciones se aceleran y se alimentan con otras manifestaciones de la decadencia capitalista como la guerra, la crisis económica, etc., en un torbellino[2] infernal que aboca inevitablemente a la catástrofe. Ante ello la actitud de la clase dominante es la de una creciente irresponsabilidad en la gestión de su propio sistema, anteponiendo la defensa de intereses de cada facción, lo que acentúa aún más el desastre.

El culpable de la catástrofe no es la naturaleza, es el capitalismo

Una gran parte de las victimas lo ha sido trabajando, obligados por patrones y encargados a permanecer en las industrias. En la FORD no se suspendieron los turnos de tarde y noche en el momento de las inundaciones y 700 personas hubieron de dormir en la factoría sin poder comunicarse con sus familias. En el Polígono de Ribarroja se rescataron al día siguiente más de 1000 trabajadores. Otra “ratonera” fueron los centros comerciales (en IKEA, en el Bonaire de Torrent) en los que se obligó a mantener los horarios y en los que los propios empleados tuvieron que rescatar a clientes y usuarios. En las fábricas de Inditex los trabajadores no oyeron las alertas porque no les dejan llevar consigo los teléfonos móviles y los encargados no les dijeron nada…. Es sabido, además, que esa alarma fue lanzada por las autoridades locales, muchas horas después de que hubiera avisos rojos meteorológicos y los primeros desbordamientos cauces arriba. La disciplina del trabajo asalariado y la salud de los negocios se anteponen a cualquier consideración sobre la vida y la salud de los trabajadores. Esa es la verdadera ley del capitalismo.

La situación recuerda, a otra escala, lo vivido durante la pandemia COVID hace apenas cuatro años. También entonces dijeron que su origen era “natural” y se escudaron en el manido “¿quién podría haber predicho algo así?”. Pero también entonces señalamos que se trataba de una catástrofe anunciada consecuencia de la agravación del desastre medioambiental mundial. Y que la sociedad disponía de la tecnología y los conocimientos como para anticiparse y prevenir sus estragos, pero que tales recursos están secuestrados en beneficio de la acumulación capitalista y la guerra. Resulta de lo más lacerante e indignante que en una época en que los ejércitos disponen de cibermedios para hacer estallar a distancia un teléfono móvil, o de drones capaces de espiar con precisión de centímetros, … en las inundaciones de Valencia colapsaron inmediatamente las líneas telefónicas incluidas las de llamadas de emergencia, y quienes hubieron de desplazarse esa noche tuvieran que hacerlo prácticamente a ciegas, sin información algunas por carreteras y ferrocarriles literalmente atascados, o adentrarse por vías secundarias sin saber si pudieran estar o no inundadas

¿De qué nos sirve a los trabajadores el Estado capitalista?

La pesadilla no acabó con el final de las lluvias. A la mañana siguiente la gente se encontró con que tenía que buscar supervivientes, recuperar lo que se pudiera de las viviendas arrasadas, etc. sin prácticamente ayuda alguna, ni siquiera de víveres, agua potable, electricidad, teléfonos, con las infraestructuras viarias arrasadas, sin maquinaria (helicópteros, excavadoras, etc.). Por eso resulta aún más repugnante el cinismo y las lágrimas de cocodrilo de los gobernantes – tanto regionales como nacionales – que han aparecido repetidamente ante las cámaras de TV con los consabidos mensajes de “solidaridad” y promesas de que “no dejarán solos a las víctimas” (¿?), cuando eran perfectamente conscientes de que dejaban a la población abandonada a su suerte.

Que además se hayan dedicado a echarse las culpas y dejarse en evidencia mutuamente es un signo de como en esta época de la descomposición capitalista, las llamadas tradicionalmente políticas de Estado ceden ante la irresponsabilidad y el “cada uno a la suya”. El gobierno regional (del PP) ha mostrado efectivamente negligencia y también prepotencia y provocación (por ejemplo, tratando de echar a los voluntarios o encaminándolos a la limpieza de centros comerciales, mandando a sus casas a a los familiares que buscaban a los desaparecidos). Pero el gobierno “ultraprogresista” de Sánchez y Sumar no le ha ido a la zaga. Ha tardado días en desplegar medios de intervención de personal, escudándose en que no les habían sido solicitados “oficialmente” por el gobierno regional. Una de dos. O ha dejado al PP “cocerse en su propia salsa” pese al coste humano que suponía, o bien se escuda en tecnicismos administrativos para tapar su propia negligencia. Gobiernos como el francés o la UE han anunciado su voluntad de ayudar, pero no lo han hecho por no haber cursado el gobierno Sánchez la preceptiva “petición”.

El Estado democrático se autoproclama como la garantía del bienestar social, como la forma en que la población puede “defenderse” de los abusos de la explotación capitalista, cuando en realidad es su más enérgico defensor[3]. Cuando empezaron a surgir las protestas contra la permanencia en el trabajo la noche de la riada, la “pseudocomunista” Yolanda Díaz (además vicepresidenta de Gobierno y ministra de Trabajo) salió a declarar que la ley, supuestamente, permite a los trabajadores abandonar su puesto de trabajo ante un riesgo para su vida, pero que “apelaba” a la responsabilidad de los empresarios (¿?). Cargar a los trabajadores la responsabilidad de esa decisión[4] en un momento caracterizado por la precariedad en el empleo es de un sarcasmo insultante, como cuando ese mismo gobierno llama a los propietarios de viviendas a que sean “comprensivos” con los inquilinos y frenar contra la crisis de la vivienda.

La inundación ha visto surgir también una oleada generosa espontánea de solidaridad, que se ha podido ver en las TV de todo el mundo. Esa solidaridad inicial ha sido interrumpida ante el temor de una pérdida de control de la situación por la indignación y la reunión de vecinos y después se ha manipulado presentando un apoyo regionalista “de los valencianos”, llegándose a cantar el himno regional, porque fuera de la confrontación de clases, de la solidaridad de clase, no podía ir más allá de un apoyo popular e interclasista de “solo el pueblo salva al pueblo”. Pero creer en que es posible una “salvación” sin erradicar el capitalismo, sus desastres, sus guerras y su miseria de la faz de la tierra es una ilusión fatal. La única posibilidad de eludir ese siniestro futuro es encauzar la indignación y la rabia que producen todos estos desastres hacia la lucha de clases, la lucha de los explotados de todos los países contra los explotadores. A medida que el proletariado vaya recuperando su identidad de clase, los trabajadores estarán en condiciones de apoyar la defensa del conjunto de la población no explotadora desde su propio terreno de clase, creando una relación de fuerzas con el Estado burgués

 

Valerio 2 de noviembre de 2024

 

[1] Ver un análisis de esta sucesión de catástrofes climáticas por ejemplo en nuestro reciente artículo sobre las sequias

[2] Trazamos una explicación de lo que queremos decir en ese “efecto torbellino” en nuestra Resolución sobre la situación internacional de Diciembre 2023

 

[3] El rey Felipe VI dijo después de la accidentada visita a la zona cero, que el Estado debía estar presente en todas sus instancias, y efectivamente hemos visto cómo se hacía cargo de la defensa de la propiedad privada, reprimiendo los asaltos a supermercados en busca de alimentos, prohibiendo la solidaridad espontanea, protegiendo a las autoridades…Y dejando a la población a su suerte

[4] Legalmente también los sindicatos también pueden desalojar los centros de trabajo en caso de riesgo laboral. No ha trascendido que así lo hicieran en ningún caso, mostrando que ellos también se alinean con el Estado capitalista.

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Descomposición