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Los izquierdistas nos engañan con una reforma imposible de los sindicatos
En el mundo sindicalista existe una rama "crítica": los izquierdistas[1]. Volviendo a tomar por su cuenta los principales errores de la 3ª Internacional, defienden hoy la táctica de la defensa y participación en los sindicatos –de los cuales critican sus "errores permanentes"–; los consideran como organizaciones obreras y se dan por tarea "desburocratizarlos" reconquistando sus puestos de dirección.
¿Tienen los sindicatos una doble función?
Para justificar su apoyo "crítico" a los sindicatos, ciertas tendencias trotskistas expresan la idea de que los sindicatos tienen una doble función: en tiempos de "calma", cuando no hay luchas importantes, los sindicatos defenderían a la clase obrera frente a la patronal; en tiempos de efervescencia social defenderían a la patronal contra la clase obrera. Este razonamiento no es más que una manera enrevesada de defender a los sindicatos, aun dando la impresión de rechazarlos. Era, por ejemplo, la posición del grupo "Poder Obrero" en Mayo 68 en Francia, que especificaba en su Plataforma política:
"En la etapa presente, en la mayor parte de los países capitalistas, los sindicatos ejercen objetivamente una doble función:
- Defender contra la patronal los intereses inmediatos de los asalariados;
- Defender a la sociedad capitalista cuyas bases aceptan contra todo movimiento de los trabajadores que pudiera ponerla en dificultad".
(P.O. N° 90, Mayo de 1968)
Esta idea no supera en profundidad a la que dice que la policía defiende los intereses de los trabajadores cuando les salva de ahogarse en la playa y que no los defiende cuando los golpea durante una huelga, sirviendo entonces la patronal.
No se determina la naturaleza de clase de una organización por su actitud en los momentos de calma social, cuando el proletariado pasivo está sometido al poder de la burguesía tanto en lo económico como en lo político. Si se quiere determinar la naturaleza de clase de una organización, hay que hacerlo en el momento en que las clases se enfrentan abiertamente.
La función de los sindicatos queda clara cuando se les ve a lo largo de cualquier lucha obrera que se generaliza, impedir los contactos entre obreros de diferentes fábricas, falsificar las reivindicaciones de los trabajadores, utilizar la mentira y la calumnia para lograr la vuelta al trabajo, diciendo, contra toda verdad, en cada empresa en lucha, que "las otras han vuelto" y que "no podemos continuar solos"; en una palabra, cuando juegan el papel de rompehuelgas. Es entonces cuando su naturaleza de clase aparece claramente. La comedia reivindicativa que juegan diariamente en los periodos de calma, presentándose como defensores de la clase obrera en las mascaradas de negociaciones colectivas y en la aplicación escrupulosa del derecho al trabajo, ese conjunto de reglas que rigen la explotación del obrero no hace de ellos representantes de la clase obrera frente al capital, sino funcionarios del capital encargados de facilitar el normal y cotidiano funcionamiento de la explotación en el seno de la clase obrera. Las lágrimas de cocodrilo de los sindicatos ante los abusos más notables del capital, las "jornadas de protesta" de algunas horas, su preocupación, por los problemas de los obreros como individuos dentro de la fábrica, todas estas "pequeñas tareas" sobre las cuales el mito oficial funda la identificación de los sindicatos con los intereses de la clase obrera, mito que los izquierdistas recogen en forma "crítica", no son de hecho más que una condición necesaria para la eficacia del encuadramiento sindical en el momento de luchas verdaderas.
Del mismo modo que los policías deben salvar a náufragos o dirigir el tráfico para justificar su existencia y poder reprimir las luchas obreras en nombre del "interés público", los sindicatos deben desempeñar funciones de "asistencia social" a los obreros y de válvula que libera la presión excesiva para poder asegurar cuando surgen luchas, su función de encuadramiento y de represión en nombre del "interés obrero".
Sabotaje de las luchas obreras y representación oficial de los trabajadores en el marco de la explotación capitalista no son en el capitalismo decadente dos funciones diferentes, y menos aún contradictorias de los sindicatos, sino las dos caras de una sola y única función anti- proletaria.
La burocratización de los sindicatos y las ilusiones sobre su "reconquista"
Otro argumento machacado una y otra vez por los izquierdistas para justificar su apoyo "crítico" y su participación en estos órganos es el que consiste en presentarlos como organizaciones que por ellas mismas serían formas de organización válidas para la lucha obrera pero que estarían desviadas de su verdadera función debido a la burocratización y a las "malas direcciones" que encuentran a su cabeza. Se trataría pues de reconquistar los sindicatos y volverlos más democráticos (reivindicación del derecho de minoría) y cambiando las direcciones podridas por verdaderos jefes obreros a su cabeza.
En lugar de comprender la burocracia y los malos jefes sindicales como producto inevitable de la naturaleza capitalista de los sindicatos, querrían presentarlos como la causa de los "errores" y de las "traiciones" sindicales.
La burocratización de una organización no es el reforzamiento del poder de decisión de sus órganos centrales. Contrariamente a lo que piensan los anarquistas, centralización no es sinónimo de burocratización. Al contrario, en una organización atravesada por la actividad consciente y apasionada de sus miembros, la centralización es el medio más eficaz para estimular la participación de cada miembro en la vida de la organización. Lo que caracteriza el fenómeno de la burocratización es el hecho que la vida de la organización no se realiza con la participación de la totalidad de sus miembros, sino que artificial y formalmente se reduce a la de sus "burós", de sus órganos centrales.
Si tal fenómeno se ha generalizado en todos los sindicatos, en este periodo de decadencia del capitalismo no es por la "maldad" de los responsables, ni por un fenómeno inexplicable de “burocratización”.
Si la burocracia se ha apoderado de los sindicatos es porque los trabajadores no pueden aportar ni vida ni pasión a un órgano que no es suyo.
La indiferencia de los obreros respecto a la vida sindical no es, como piensan los izquierdistas, una prueba de la inconsciencia de los trabajadores. Significa, al contrario, la existencia en el proletariado de una comprensión sorda de la ineficacia de los sindicatos en la defensa de sus intereses de clase y de su pertenencia a la clase enemiga.
Las relaciones entre trabajadores y sindicato no son relaciones de la clase obrera con su instrumento de lucha. Son casi siempre relaciones entre individuos con problemas individuales y un asistente social.
Hay burocracia porque no hay y no puede haber vida obrera en los sindicatos. Los izquierdistas que militan en ellos toman entre otras tareas la de "reanimar" la vida sindical. A veces consiguen convencer a algún que otro joven militante sindical que "se lo cree" al principio, antes de que lo abandone desengañado, o se meta dentro aceptando el papel de bonzo. Lo único que consiguen hacer es retrasar la toma de conciencia de la clase del carácter capitalista de estas organizaciones. El "leit-motiv" de estos izquierdistas: "es una mala organización obrera, pero son obreros al menos", es finalmente la mejor defensa de estos órganos cuando la desconfianza de los trabajadores se acrecienta. Las burocracias sindicales encuentran de hecho en los "exaltados" profesionales de la "crítica constructiva", sus mejores aliados, los cazadores de los trabajadores que "se pierden en el anti- sindicalismo".
En cuanto a la táctica de la reconquista de la dirección de los sindicatos para hacerlos verdaderas organizaciones de clase, refleja la misma miopía, y eso cuando no se trata sencillamente de justificación de rastreras ambiciones burocráticas. La actitud anti obrera de los sindicatos no está causada por los “malos jefes”, aunque tuvieran “buenos jefes”, honrados y escrupulosos, seguirían cumpliendo la misma función anti obrera. No es casualidad si desde hace casi un siglo los sindicatos han tenido siempre "malos dirigentes".
No es porque los jefes son malos por lo que los sindicatos no se prestan a las verdaderas luchas de la clase obrera. Al contrario, es porque los sindicatos como organizaciones, no pueden servir a la lucha proletaria, que sus jefes son inevitablemente "malos". Como lo hacía constar Pannekoek[2]: “Lo que han dicho y vuelto a decir Marx y Lenin del Estado, a saber, que su modo de funcionamiento a pesar de la existencia de una democracia formal no permite utilizarlos como instrumento de la revolución proletaria, se aplica pues a los sindicatos. Su potencia contrarrevolucionaria no será aniquilada ni tampoco cortada por un cambio de dirigentes, el de jefes reaccionarios por hombres de "izquierdas" o "revolucionarios". Es esa forma misma de organización la que reduce a las masas a la impotencia y les impide convertirlos en instrumentos de su voluntad".
[1] En esta “área crítica” se pueden incluir también corrientes sindicalistas que se presentan como más “radicales” o como más próximas a los obreros: el sindicalismo revolucionario, el sindicalismo de base, el sindicalismo asambleario etc.
[2]Anton PANNEKOEK (1873-1960) Revolucionario holandés, cofundador del Partido Comunista holandés en 1918.