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Desde hace varias semanas, el número de personas contaminadas por el Covid-19 ha aumentado considerablemente en varias regiones del mundo, en particular en Europa, que parece haberse convertido una vez más en uno de los epicentros de la pandemia. La "posible segunda ola" anunciada hace varios meses por los epidemiólogos es ahora una realidad y es muy probable que sea mucho más virulenta que la anterior. En varios países, el número de muertes por día ya asciende a varios cientos y las unidades de cuidados intensivos necesarias para tratar a los pacientes más gravemente afectados ya están al borde de la saturación o incluso abrumadas, como en Italia, aunque sólo estamos en el comienzo de esta nueva ola.
Ante la gravedad y el rápido deterioro de la situación, cada vez son más los Estados que no tienen otra solución que improvisar toques de queda o confinamientos locales o nacionales para mantener a la población en casa, fuera de las horas de trabajo, por supuesto.
La negligencia criminal de la burguesía
Durante los últimos meses, los medios de comunicación de muchos países no han dejado de transmitir los discursos mezquinos y engañosos de las autoridades, que no han dudado en estigmatizar a los "jóvenes irresponsables y egoístas" que se agrupaban "para organizar fiestas clandestinas", o a los veraneantes que aprovechan los últimos días del verano para tomar una copa en la terraza de un café mientras se quitan temporalmente las máscaras (¡los gobiernos de la cuenca mediterránea les han animado sin embargo fuertemente a hacerlo para "salvar el sector turístico en peligro"! ). Esta importante campaña que se dirige diariamente a la "irresponsabilidad de los ciudadanos" no es más que un encubrimiento de la negligencia y la falta de previsión de la que es culpable la clase dirigente desde hace muchos años, al igual que lo ha sido en los últimos meses tras el relativo reflujo de la "primera ola"[1].
Si bien los gobiernos eran muy conscientes de que no existía ningún tratamiento probado, que el desarrollo de la vacuna distaba mucho de haber concluido y que el virus no sería necesariamente estacional, no se tomaron medidas para prevenir una posible "segunda ola". El número de personal hospitalario no ha aumentado desde el pasado mes de marzo, ni tampoco el número de camas en las unidades de cuidados intensivos. Las políticas de desmantelamiento de los sistemas de salud han continuado incluso en varios países. Por ello, todos los gobiernos han impulsado a la sociedad a volver al "mundo de antes", celebrando el regreso de los "días felices" con un lema en la boca: "¡debemos salvar la economía nacional!".
Hoy, con la misma consigna, las burguesías europeas obligan a los explotados a encerrarse una vez más en sus casas, al mismo tiempo que les incitan a desplazarse al lugar de trabajo, ¡ignorando la mezcla de poblaciones que favorece la proliferación del virus (sobre todo en las grandes metrópolis) y la falta de medidas sanitarias suficientes para garantizar la seguridad de las personas en el lugar de trabajo y en las escuelas!
El descuido y la irresponsabilidad mostrados por la clase dirigente en los últimos meses la han vuelto incapaz de controlar la pandemia. Como resultado, la abrumadora mayoría de los estados europeos tienden claramente a perder el control de la situación. Esto es para la gran desgracia de aquellos que se ven obligados a ir a trabajar cargando con la angustia y el miedo a verse contagiados, ellos mismos y sus seres queridos.
¿El negocio o la vida?
Contrariamente a lo que afirma, no hay duda de que el objetivo de la clase dominante no es salvar vidas sino limitar al máximo los efectos catastróficos de la pandemia en la vida del capitalismo, evitando al mismo tiempo acentuar la tendencia al caos social.
Para el capital, el funcionamiento de la máquina capitalista debe ser asegurado a toda costa. En particular, es esencial permitir que las empresas obtengan beneficios. Sin trabajadores asalariados en los sitios de producción, no hay trabajo posible, y por lo tanto no se puede obtener ningún beneficio en perspectiva. Un riesgo que la burguesía desea evitar a toda costa. Por lo tanto, la producción, el comercio, el turismo y los servicios públicos deben garantizarse al máximo; las consecuencias en la vida de cientos de miles, o incluso millones de seres humanos son de poca importancia. La clase dirigente no tiene otra alternativa para garantizar la supervivencia de su propio sistema de explotación.
Haga lo que haga, ya no es capaz de detener el inexorable hundimiento del capitalismo en su crisis histórica. Este declive irreversible la empuja a mostrarse tal cual es, totalmente insensible al valor de la vida humana. Dispuesta a hacer cualquier cosa para preservar su dominio, incluyendo dejar morir a decenas de miles de personas, empezando por los pensionistas, que son considerados "inútiles" a los ojos del capital. ¡La pandemia arroja una clara luz sobre la contradicción irreconciliable entre un capitalismo que se pudre en la raíz y la vida de la humanidad!
Sólo la lucha de clases puede acabar con todas las pandemias
Los explotados, por lo tanto, no tienen nada que esperar de los Estados y sus gobiernos que, independientemente de sus colores políticos, forman parte de la clase dominante y permanecen a su servicio. Los explotados no tienen nada que ganar aceptando sin rechistar los "sacrificios" que se les imponen para "salvar la economía".
Tarde o temprano, la burguesía logrará desarrollar una vacuna efectiva. Pero las condiciones de descomposición social[2] que llevaron a esta pandemia no desaparecerán. En vista de la guerra entre los estados en su loca "carrera por la vacuna", su distribución ya parece muy problemática. Al igual que los desastres industriales o ambientales, es más que probable que en el futuro la humanidad se enfrente cada vez más a pandemias mundiales, que sin duda serán aún más mortíferas.
Ante la catástrofe económica agravada por la pandemia, la explosión del desempleo, la creciente miseria y el aumento del ritmo y la presión, la clase obrera no tendrá más remedio que luchar para defender sus condiciones de vida. La ira ya está creciendo en casi todas partes y la burguesía está tratando de aliviarla momentáneamente prometiendo a todas las familias trabajadoras que las celebraciones de fin de año podrán tener lugar (aunque será necesario limitar las grandes reuniones). Pero esta "pausa" del confinamiento para la tregua de los confiteros[3] no cambiará nada en sustancia. El año 2021 no será mejor que el año 2020, con o sin vacuna. En algún momento, la lucha tendrá que ser reanudada, una vez que el choque de esta pandemia sea superado.
Sólo retomando el camino de la lucha contra los ataques de la burguesía, su Estado y sus patronos, la clase obrera podrá desarrollar su unidad y solidaridad. Sólo su lucha de clase, al romper la sagrada unión con sus explotadores, podrá, a largo plazo, abrir una perspectiva para toda la humanidad amenazada de extinción por un sistema de explotación en plena decadencia. El caos capitalista sólo puede seguir empeorando, con más y más desastres y nuevas pandemias. Por lo tanto, el futuro está en manos del proletariado. Sólo el proletariado tiene los medios para salvar el planeta y derrocar al capitalismo para construir una nueva sociedad.
Vincent 11-11-20
[1] Ver Dossier especial COVID19: el verdadero asesino es el capitalismo https://es.internationalism.org/content/4566/dossier-especial-covid19-el-verdadero-asesino-es-el-capitalismo
[2] Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[3] Tregua de los Confiteros: es una tradición en Francia que en las fiestas navideñas se acuerda cesar temporalmente los conflictos.