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(Internationalisme, № 25, Agosto de 1947)
Este texto de Internationalisme forma parte de una serie de artículos publicados durante el año 1947, titulada "Problemas actuales del movimiento obrero". En estos artículos, Internationalisme entiende por "movimiento obrero" los grupos y las organizaciones políticas. Polemiza contra el ambiente de activismo existente entre los grupos que veían, con el final de la segunda guerra mundial, la posibilidad de que se repitiera el proceso revolucionario tal como se había producido al final de la primera guerra mundial, desde 1917 hasta 1923.
Internationalisme analiza, al contrario, el final de la segunda guerra mundial como derrota profunda de la clase obrera internacional; las condiciones no son las mismas que las del final de la primera guerra; la clase obrera había sido derrotada física e ideológicamente; la supervivencia del capitalismo había acentuado la tendencia hacia el capitalismo de Estado, la cual modifica el contexto de la lucha de la clase; las condiciones no estaban, pues, reunidas para una reanudación general de la lucha revolucionaria.
Internationalisme lucha contra el voluntarismo de los grupos que proponen ya la formación inmediata del partido, sin tener en cuenta ese nuevo contexto del período, y como único marco político la repetición, a su escala microscópica, de las posiciones y orientaciones del partido bolchevique del período revolucionario, sin balance alguno de la derrota de la revolución y de los errores de ese partido. Esos grupos eran escisiones del trotskismo, y sobre todo eran las fracciones de la Izquierda Comunista Internacional que habían apoyado la formación de un partido comunista internacionalista (PCInt) en la Italia de 1943.
Prosiguiendo la crítica que había hecho desde la constitución del PCInt[1], Internationalisme recuerda cuáles son las condiciones de la formación de un Partido. La historia del movimiento obrero demuestra que el nacimiento, el desarrollo, así como el final, la degeneración o la traición de las organizaciones políticas del proletariado (Liga de los Comunistas, AIT, Segunda Internacional Comunista, Partido Bolchevique) están en relación muy estrecha con la actividad de la clase obrera misma. En el seno de la clase obrera, un Partido, o sea, una organización capaz de tener una influencia decisiva en el curso de los acontecimientos de la lucha de la clase, sólo puede surgir si en la clase se expresa una tendencia a organizarse y a unirse contra el capitalismo, en una etapa ascendente de lucha.
Esa tendencia no existe al final de la segunda guerra mundial. Los movimientos de huelga de 1943 en Italia o las manifestaciones contra el hambre en 1945 en Alemania, en donde se ve incluso a la policía revolverse contra el poder, son hechos limitados y aislados. Aunque dan prueba de una combatividad de clase que todos los grupos reconocen, quedan muy limitados y prisioneros de la ideología y de las fuerzas de encuadramiento de la burguesía, partidos de izquierda y sindicatos.
Para Internationalisme, no es el momento de la formación del Partido. Contra quienes declaran "derrotista" esa posición, Internationalisme reafirma que el debate no consiste en "construcción del partido" o "nada", sino en qué tareas le incumben a los grupos revolucionarios entonces y con qué programa. Para muchos, lo que sirve de teoría es un rollo incoherente que repite las posiciones de la Internacional Comunista como si no hubiera ocurrido nada desde el período revolucionario, y que oculta todos los debates habidos antes de la guerra.
En la constitución del PCInt se encuentran elementos, como Vercesi, que durante la guerra negaban toda posibilidad de actividad revolucionaria, que se negaban a tomar posición contra la guerra, teorizando la "desaparición del proletariado", para acabar participando en los "comités antifascistas"[2]. Hay también muchos individuos que ni habían participado, ni estaban enterados de lo que era la labor política de la Izquierda Comunista de entre las dos guerras mundiales y que el llamamiento de predecesores de los años 20 como Damen y Bordiga que habían dejado de lado esa labor, entran en las filas del PCInt, sin que se hubieran discutido nunca las posiciones de la izquierda.
Internationalisme, que se sitúa en la continuidad de la labor de la Izquierda Comunista, nunca cuestionó la necesidad de la actividad revolucionaria. Así lo afirma: "... el curso de la lucha de clases no lo modifica la voluntad de los militantes, pero tampoco se modifica independientemente de ella". ¿Qué actividad?. Esa es la pregunta que Internationalisme plantea a las organizaciones revolucionarias.
Lo de la "construcción del partido" del PCInt significa lanzarse a un activismo sin principios, un partido hecho de retales, con trozos de diferentes tendencias, incluidos grupos que habían participado junto a la burguesía en la "resistencia antifascista". Para Internationalisme, al contrario, de lo que trataba era de continuar la labor propia de la fracción comunista, seguir haciendo balance de la oleada revolucionaria anterior (de los años 20), sacando las lecciones de la derrota y del período de guerra, mantener, en función de los medios al alcance, una propaganda constante a contracorriente, conservar en lo posible la confrontación y la discusión en un medio revolucionario tan reducido a causa de las condiciones de la época.
En 1947, Internationalisme pudo comprobar el fracaso de los grupos que confundían desde hacía años su propia agitación con actividad de clase, lo que producía desmoralización y dispersión de fuerzas militantes inmaduras y reagrupadas precipitadamente, que se embaucan a sí mismas, sin discusión alguna, con perspectivas que no tienen nada que ver con la realidad.
Había grupos escisionistas del trotskismo que abandonan el marxismo y se dislocan. El PCInt, que contaba en sus principios con 3000 miembros más o menos, estaba metido en un proceso de dispersión y abandonos en masa. Y dirigentes de ese partido, en vez de darse cuenta de las causas reales de esos fenómenos, dan explicaciones como que "se trata de la transformación de la cantidad en calidad".
Contra estas distorsiones, Internationalisme explica lo que ocurría denunciando, por un lado, la incapacidad para comprender aquel período de la posguerra, y, por otro, los métodos utilizados y defendidos por el PCInt, métodos que niegan la profundización política y teórica del conjunto de militantes. Esos métodos se basan en un concepto erróneo de la lucha y la toma de conciencia de clase; el concepto de que la conciencia sólo puede ser llevada a la clase obrera "desde fuera". Ese concepto, que el PCInt recoge de Lenin, el cual, en su obra ¿Qué hacer?, lo había tomado de Kautsky. Esta visión no concibe la toma de conciencia como algo propio del conjunto de la clase obrera, en cuyo seno el partido es la expresión más clara y más decidida en cuanto a los medios y las metas generales del movimiento. La conciben como algo propio de una minoría ilustrada poseedora de los conocimientos teóricos que debe "aportar" a la clase.
Semejante concepto aplicado al ámbito del partido, lleva a teorizar que únicamente los individuos como tales son capaces de ahondar en la teoría revolucionaria para después destilarla y entregársela triturada y medio digerida, por decirlo así, a los miembros de la organización.
Y para rematar la cosa, es el concepto del jefe genial, único capaz de llevar a cabo la labor teórica de la organización, concepto criticado en este extracto de "Problemas actuales del movimiento obrero" que traducimos aquí. La actitud que el PCInt defendía en cuanto a Bordiga, y la que sigue manteniendo hoy en general en lo referente a cuestiones teóricas del movimiento obrero, está ligada a este concepto. Le sirve de base para negarse a discutir abiertamente de todos los temas y orientaciones de la organización. Para los militantes significa obediencia servil y confianza ciega en las orientaciones políticas elaboradas únicamente por el centro de la organización; significa ausencia de auténtica formación. En el próximo número de esta revista, publicaremos la continuación de este artículo que lleva por título "La disciplina, fuerza principal...", y que va dirigido contra la visión militar de la labor militante en una organización revolucionaria.
Los criterios esclerosados del PCInt sobre los métodos de una organización revolucionaria contra los que Internationalisme combatía ya en 1947, siguen causando estragos hoy, y en particular, en los grupos que se reclaman del "leninismo". Frente a las dificultades que el acelerón actual de la historia hace surgir, esos criterios no hacen sino agravar el oportunismo y el sectarismo en un medio revolucionario en dificultades[3].
Contrariamente a esos criterios, el partido, igual que cualquier organización revolucionaria, no puede cumplir con su labor más que si es un lugar de elaboración permanente y colectiva de las orientaciones políticas. Lo cual implica que en él exista la discusión, lo más abierta y lo más amplia que sea posible, a imagen de la clase obrera cuya emancipación exige la acción consciente y colectiva en la que participan todas las partes y todos los miembros de la clase.
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EL CONCEPTO DEL JEFE GENIAL
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No es algo nuevo en política que un grupo cambie radicalmente su modo de ver y actuar cuando se convierte en una gran organización, en partido de masas. Podríamos citar múltiples ejemplos de estas metamorfosis. Podría decirse eso también y con razón, del partido bolchevique después de la revolución. Lo que sorprende, en cuanto al Partido Comunista Internacionalista de Italia, es la rapidez con la que las mentes de sus principales dirigentes han dado ese cambio. Y esto es tanto más sorprendente por cuanto, en fin de cuentas, el PCInt de Italia no deja de ser, tanto en cantidad como en funcionamiento, una fracción amplia.
¿Cómo se puede explicar ese cambiazo? El Partido Comunista Italiano, por ejemplo, cuando su fundación, animado por una dirección perteneciente a la izquierda y con Bordiga en ella, se hizo notar siempre, en la Internacional Comunista, por su capacidad crítica. El PCI no aceptaba la sumisión "a priori" a no se sabe qué autoridad absoluta de los jefes, incluso a los que tenía la mayor estima. El criterio del PCI era que la discusión tenía que ser libre y que había que luchar contra toda posición política que no compartía. Desde la fundación de la IC, la fracción de Bordiga se encontrará en muchos aspectos en oposición y expresará abiertamente sus desacuerdos con Lenin y otros dirigentes del partido bolchevique, de la revolución rusa y de la IC. Son conocidos los debates que hubo entre Lenin y Bordiga en el segundo Congreso. A nadie se le ocurría entonces cuestionar ese derecho de libre discusión. A nadie se le hubiera ocurrido ver en eso una "ofensa" a la autoridad de los "jefes". Quizá personajes tan serviles y endebles como Cachin[4] podían escandalizarse para sus adentros, pero entonces no se atrevían ni a manifestarlo. Es más, la discusión no era considerada como un derecho sino como un DEBER, como único medio para elaborar, gracias a la confrontación de ideas y de labor teórica, posiciones programáticas y políticas necesarias a la acción revolucionaria.
Lenin escribía: «Es deber de los militantes comunistas comprobar por sí mismos las resoluciones de las instancias superiores del partido. Aquel que, en política, lo cree todo bajo palabra, es un tonto sin remedio». Lenin insistía sin cesar en la necesaria educación política de los militantes. Y aprender, comprender es algo que sólo se consigue mediante la discusión libre, mediante la confrontación general de las ideas por el conjunto de militantes sin excepción. Y no es solamente un problema de pedagogía, sino una condición previa de la elaboración política, del avance del movimiento de emancipación del proletariado.
Tras la victoria del estalinismo y la exclusión de la izquierda de la IC, la fracción italiana no dejó nunca de luchar contra el mito del jefe infalible, y al contrario de Trotski, exigía en la oposición de izquierda el mayor esfuerzo por el re-examen crítico de las posiciones pasadas y por la labor teórica, mediante la mas amplia discusión de los problemas nuevos. La fracción italiana hizo ese esfuerzo antes de la guerra. No pretendió, sin embargo, haber resuelto todos los problemas; ella misma, como ya se sabe, estaba muy dividida sobre cuestiones de primera importancia.
Debemos hacer constar, sin embargo, que todas aquellas buenas disposiciones y tradiciones se han desvanecido con la formación del partido. El PCInt es actualmente la agrupación revolucionaria en donde la discusión teórica y política es menor, si es que existe. La guerra y la posguerra han planteado cantidad de problemas nuevos. Ninguno de ellos ha sido abordado en las filas del partido italiano. Basta con leer los escritos y periódicos del partido para darse cuenta de su gran miseria teórica. Cuando se leen las actas de la Conferencia Constituyente del Partido, uno se pregunta si tuvo lugar en 1946 o en 1926. Uno de los dirigentes del partido, el camarada Damen por lo visto, tenía razón al decir que el partido recogía y volvía a surgir con las posiciones de... 1925. Lo que para él es una fuerza, las posiciones de 1925, expresa claramente el terrible retraso teórico y político, poniendo de relieve la enorme debilidad del partido.
Ningún otro período en la historia del movimiento obrero, ha trastornado tanto las adquisiciones y ha planteado tantos nuevos problemas como este período, relativamente corto, entre 1927 y 1947, ni siquiera el que va desde 1905 a 1925, tan cargado y movido empero. La mayor parte de la Tesis fundamentales, las bases de la IC, han envejecido y están caducadas. Las posiciones sobre la cuestión nacional y colonial, sobre la táctica, sobre las consignas democráticas, el parlamentarismo, los sindicatos, el partido y sus relaciones con la clase deben ser puestas en entredicho de forma radical. Además, hay que dar respuesta a problemas como el Estado después de la revolución, la dictadura del proletariado, las características del capitalismo decadente, el fascismo, el capitalismo de Estado, la guerra imperialista permanente, las nuevas formas de lucha y de organización unitaria de la clase obrera. Problemas que la IC apenas si pudo entrever y abordar y que han aparecido a las claras después de la degeneración de la Internacional.
Cuando, ante la inmensidad de esos problemas, uno lee las intervenciones en la Conferencia de Turín, repetidas hasta la saciedad como si fueran letanías las viejas posiciones del Lenin de La enfermedad infantil del comunismo ya caducas antes de ser escritas, cuando uno ve al partido recoger como si no hubiera pasado nada, las viejas posiciones de 1924 de participación en las elecciones burguesas y de lucha dentro de los sindicatos, se toma entonces la medida del retraso político de ese partido y todo lo que le queda por recuperar.
Y es, sin embargo, el mas atrasado, repitámoslo, con respecto a la labor de la Fracción de antes de la guerra, el que mas se opone a cualquier discusión política interna o pública, es en ese partido en donde la vida ideológica está más descolorida. ¿Cómo se explica eso?
La explicación nos la dio uno de los dirigentes de ese partido, en una conversación que mantuvo con nosotros[5]. Nos dijo: "El partido italiano está formado, en su gran mayoría, por gente nueva sin formación teórica y políticamente vírgenes. Los antiguos militantes mismos, han estado durante 20 años aislados, cortados de todo movimiento de pensamiento. En el estado actual los militantes son incapaces de abordar los problemas de la teoría y de la ideología. La discusión sólo serviría para perturbarles su punto de vista, y les haría mas daño que beneficio. Por ahora, lo que necesitan es andar pisando tierra firme, aunque sea con las viejas posiciones ya caducas, pero ya formuladas y comprensibles para ellos. Por ahora, basta con agrupar las voluntades para la acción. La solución de los grandes problemas planteados por la experiencia de entre ambas guerras, exige calma y reflexión. Sólo un "gran cerebro" puede abordarlas con beneficio y dar la respuesta que necesitan. La discusión general no haría otra cosa que propagar la confusión. El trabajo ideológico no incumbe a la masa de militantes, sino a individuos. Mientras esos individuos geniales no hayan surgido, no podemos esperar un avance ideológico. Marx, Lenin, eran individuos así, genios de esos en el pasado. Hay que esperar ahora, llegada de un nuevo Marx. Nosotros, en Italia, estamos convencidos de que Bordiga será ese nuevo genio. Ahora está trabajando en una obra de conjunto que contendrá las respuestas a los problemas que preocupan a los militantes de la clase obrera. Cuando esta obra aparezca, los militantes tendrán que asimilarla y el partido deberá alinear su política y su acción en función de esos nuevos militantes".
Ese discurso, que reproducimos casi palabra por palabra, contiene tres elementos. Primero, la constatación del bajo nivel ideológico de los miembros del Partido. Segundo, el peligro que es abrir amplias discusiones en el partido porque perturbarán a sus miembros, quitándole cohesión. Tercero, que la solución de los problemas políticos nuevos SOLO puede venir de un "cerebro genial".
Sobre el primer punto, el camarada dirigente tiene totalmente razón. Es un hecho incuestionable, pero eso debería incitarle, es de suponer, a plantearse lo que vale ese partido, lo que ese partido puede representar para la clase obrera, lo que ese partido puede aportarle a ésta.
Ya hemos visto la definición que de Marx a lo que distingue a los comunistas del conjunto del proletariado. Su conciencia de los fines generales del movimiento y de los medios para alcanzarlos. Ahora bien, resulta que los miembros del partido italiano no caben en esa definición, puesto que su nivel ideológico no supera en nada el del conjunto del proletariado; ¿puede hablarse entonces de partido comunista?. Bordiga formulaba muy justamente la esencia del partido como un "cuerpo de doctrina y una voluntad de acción". Si falta ese cuerpo de doctrina, ni mil reagrupamientos forman el partido. Para serlo de verdad, la primera tarea que tiene el PCInt es la formación ideológica de responsables, o sea, el trabajo ideológico previo para poder llegar a ser un partido de verdad.
No es esa la idea de nuestro dirigente del PCInt, el cual estima, al contrario, que ese trabajo puede perturbar la voluntad de acción de sus miembros. ¿Qué se puede decir de semejante manera de ver, de semejantes ideas?, sino que son sencillamente engendros ABERRANTES. ¿Hará falta recordar, por ejemplo, los valiosos pasajes del ¿Qué hacer? en el cual Lenin cita a Engels sobre la necesidad de la lucha en tres frentes: el económico, el político y el ideológico?
En todas las épocas, ha hablado de esos socialistas que temían que la discusión y la expresión de divergencias pudieran perturbar la buena acción militante. A ese socialismo se le puede llamar socialismo obtuso o socialismo de la ignorancia.
Contra Weitling, dirigente reconocido, el joven Marx fulminaba: «El proletariado no tiene necesidad de la ignorancia». Si la lucha de las ideas puede perturbar la acción de los militantes, ¿No sería todavía mas cierto en el conjunto del proletariado? Si seguimos esas ideas, es mejor decir adiós al socialismo, si no es que algunos profesan un socialismo equivalente a ignorancia. Esos son conceptos de iglesia, la cual teme que se perturben las mentes de sus fieles si se plantean demasiados problemas doctrinales.
Contrariamente a la afirmación de que los militantes sólo pueden actuar con certidumbre, "aunque éstas se basen en posiciones falsas", nosotros afirmamos que no existen certidumbres, lo que existe es la superación constante de las verdades. Únicamente la acción basada en los datos mas recientes, enriqueciéndose continuamente, es revolucionaria. En cambio, la acción que se basa en verdades trasnochadas y caducas es estéril, dañina, reaccionaria. Quieren nutrir a sus militantes con buenas verdades absolutamente ciertas, cuando sólo las verdades relativas que contienen sus antítesis de duda pueden dar una síntesis revolucionaria.
Si la duda y la controversia ideológica pueden perturbar la acción de los militantes habría que explicar por qué eso sería únicamente, válido para nuestros días. En cada etapa de la lucha surge la necesidad de superar las posiciones anteriores. En cada momento la validez de las ideas adquiridas y de las posiciones tomadas es puesta en duda. Según el PCInt, estaríamos en un círculo vicioso: o se trata de reflexionar, razonar y, por lo tanto no se puede actuar, o se trata de actuar sin saber si nuestra acción se basa en un razonamiento bien pensado. ¡Vaya conclusión a la que llegaría nuestro dirigente del PCInt si fuera lógico con sus premisas!. En cualquier caso, lo que consigue el PCInt es fabricar el tipo ideal del "tonto sin remedio" de que hablaba Lenin. Sería el "perfecto idiota" elevado a la categoría de miembro ideal del PCInt de Italia.
Todo el razonamiento del dirigente acerca de la imposibilidad "momentánea" de hacer labor de investigación y de controversia teórico - política en el seno del PCInt, no se justifica bajo ningún concepto. La perturbación provocada por las controversias es precisamente la condición para la formación del militante, la condición de que su acción pueda basarse en una convicción que hay que poner a prueba sin cesar, que hay que comprender y enriquecer. Esa es la condición fundamental de la acción revolucionaria. Sin ella no hay sino obediencia ciega, cretinismo y servilismo.
El pensamiento íntimo de nuestro dirigente se encuentra, sin embargo, en el tercer punto. Esa es su creencia profunda. Los problemas teóricos de la acción revolucionaria no se resuelven con controversias y discusiones, sino gracias al cerebro genial de un individuo, del jefe. La solución no está en la labor colectiva, sino en la individual del pensador aislado en su escritorio, que saca de su preclara mente los elementos fundamentales de la solución. Una vez terminado ese trabajo, con la solución dada, ya sólo le queda a la masa de militantes, al conjunto del partido, asimilar esa solución y poner su acción política en línea con ella. Las discusiones acabarían siendo contraproducentes o, por lo menos, un lujo inútil, una estéril pérdida de tiempo. Y para darle apoyo a semejante tesis, echan mano nada menos que del ejemplo de Marx.
El dirigente se hace una curiosa idea de Carlos Marx. Nunca otro pensador ha sido menos "hombre de escritorio" que Marx. Menos que en cualquier otro, se puede andar separando en Marx el hombre de acción, el militante, del pensador. El pensamiento de Marx madura en relación directa no con la acción de los demás, sino con su acción junto con los demás en el movimiento general. No hay ninguna idea en su obra que Marx no hubiera expuesto u opuesto, en conferencias y controversias, a otras ideas a lo largo de su actividad. Por eso su obra respira ese frescor expresivo y esa vitalidad. Toda su obra, incluido El Capital, no es sino una continua controversia en la cual la investigación teórica mas ardua y abstracta está estrechamente unida a la discusión y la polémica. ¡Curiosa manera de ver la obra de Marx el considerarla como producto de la milagrosa composición biológica de su cerebro!
De modo general, se acabaron los tiempos de los genios en la historia humana. ¿Qué era la genialidad en el pasado? Se debía a la relación entre el nivel bajísimo del conocimiento promedio de los humanos y el conocimiento de algunos individuos de la elite, entre los cuales la diferencia era inconmensurable. En etapas inferiores en el desarrollo del saber humano, el muy relativo saber podía ser fruto de una adquisición individual, igual que la producción, que podía tener un carácter individual. Lo que distingue la herramienta de la máquina, es el carácter de su producto, que de ser un producto rudimentario de un trabajo privado se convierte en producto complicado fruto de un trabajo social colectivo. Igual ocurre con el conocimiento en general. Mientras era algo elemental, un individuo aislado podía abarcarlo en su totalidad. Con el desarrollo de la sociedad y de la ciencia, el conocimiento deja de poder ser abarcado por el individuo por serlo por la humanidad entera. La distancia entre el genio y el promedio de los hombres disminuye en la misma proporción en que se eleva la suma de conocimientos humanos. La ciencia, igual que la producción económica, tiende a socializarse. Del genio, la humanidad pasó al sabio aislado y del sabio aislado al equipo de sabios. Para producir hay que contar con la cooperación de grandes masas de obreros .Esta misma tendencia a la división, la encontramos en la producción "mental", y es lo que le asegura su desarrollo. El gabinete del sabio ha dejado el sitio al laboratorio en el que cooperan equipos de sabios, igual que el taller de artesano ha dejado el sitio a las grandes factorías.
El papel del individuo tiende a disminuir en la sociedad humana, no como individuo sensible, sino como individuo que emerge de la masa confusa y se sitúa por encima de ella. El hombre-individuo está dejando el sitio al hombre social. La oposición de la unidad individual a la sociedad será resuelta con la síntesis de una sociedad en la que todos los individuos encuentren su verdadera personalidad. El mito del genio no pertenece al porvenir de la humanidad. Acabará ocupando un sitio en el museo de la prehistoria junto al mito del héroe y del semidiós.
Puede pensarse lo que se quiera de la disminución del papel del individuo en la historia humana. Se puede estar a favor o lamentarlo. Lo que no se puede es negar el proceso. Para poder seguir produciendo con técnicas evolucionadas, el capitalismo estaba obligado a instaurar la instrucción general. La burguesía se ha visto obligada a abrir cada vez más escuelas, en la medida en que esto era compatible con sus intereses. Se ha visto obligada a dejar que los hijos de los proletarios accedan a una instrucción mas elevada.
Es ese sentido, la burguesía ha elevado el promedio de cultura general de la sociedad. Pero no puede ir mas allá de cierto grado sin que eso afecte a su propia dominación, convirtiéndose así en impedimento para el desarrollo cultural de la sociedad. Esta es una de las expresiones de la contradicción histórica de la sociedad burguesa que únicamente el socialismo podrá resolver. El desarrollo de la cultura y de la conciencia sin cesar superada será el resultado pero también es la condición del socialismo. Y ahora, resulta que un señor que se las da de marxista, que se presenta como uno de los dirigentes de un partido, que se pretende comunista nos habla y nos pide que esperemos al genio salvador.
Para convencernos, el dirigente nos contó la siguiente anécdota: Un día se presentó en casa de Bordiga, a quién no había visto desde hacía 20 años, y le pidió su parecer sobre unos escritos teóricos y políticos suyos. Después de leerlos, Bordiga, que los había juzgado erróneos, le habría preguntado qué pensaba hacer con ellos; publicarlos en la revista del partido, le contestó nuestro dirigente. Bordiga le habría replicado que, como no tenía tiempo de hacer las investigaciones teóricas necesaria para refutar el contenido de esos artículos, se oponía a su publicación. Y que si el partido hacía lo contrario, retiraría su colaboración literaria. La amenaza de Bordiga bastó para el dirigente renunciara a la publicación de sus artículos. Esta anécdota que el dirigente nos contó como algo ejemplar, debía servir para convencernos de la grandeza del maestro y de la mesura del alumno. En realidad, lo que nos deja es un sentimiento penoso. Si es cierta, nos da una idea del estado de ánimo que reina en el PCInt de Italia, estado de ánimo lamentable. O sea que no es el partido, la masa de militantes, la clase obrera en su conjunto, quienes deberían juzgar si tal o cual posición, sería justa o errónea. La masa ni siquiera debe ser informada. El "maestro" es el único juez de lo que aquélla puede entender y de lo que debe ser informada. ¡Preocupación sublime la de no "perturbar" la quietud de las masas! ¿Y si el "maestro" se equivoca? Eso es imposible, nos dirán, pues si el "maestro" se equivoca, ¿Cómo puede un simple mortal tener ni siquiera la posibilidad de juzgarlo? El caso es que a otros "maestros" ya les ocurrió lo de equivocarse, por ejemplo, a Marx, a Lenin. ¡Ah!, pero eso no le ocurrirá a "nuestro maestro", al Verdadero. Y si esto ocurriera, sólo al "maestro" futuro le incumbirá enderezar las cosas. Ese es un concepto típicamente aristocrático del pensamiento. Nosotros no negamos el gran valor que puede tener el saber del especialista, del sabio, del pensador, pero rechazamos el concepto monárquico del pensamiento, el derecho divino sobre el pensamiento. En cuanto al "maestro" mismo, éste deja de ser un ser humano cuyo pensamiento se desarrolla en contacto con los demás humanos para convertirse en una especie de Ave Fénix, un fenómeno que se mueve por sí mismo, la Idea pura que se busca, que se contradice y se aprehende a sí misma como en Hegel.
Esperar al genio es proclamar la propia impotencia, es como la masa que espera al pie del Sinai la llegada de no se sabe qué Moisés que trae consigo no se sabe qué mandamientos de inspiración divina. Es la antiquísima y eterna espera del Mesías que debe llevar la libertad a su pueblo. El ya viejo canto revolucionario del proletariado, la Internacional, dice: «Ni dios, ni cesar, ni tribuno, está el supremo salvador», habría que añadir "ni genio" dedicándose especialmente a los miembros del PCInt de Italia.
Existen presentaciones múltiples y varias de esas modernas visiones mesiánicas: el culto del "jefe infalible" de los estalinistas, el Fuhrer prinzip de hitlerianos, la pertenencia de los camisas negras al Duce. Son la expresión de la angustia de la burguesía decadente que toma vaga conciencia de su cercano fin y que intenta salvarse arrodillándose ante el primer aventurero. El concepto de genio forma parte de la misma familia de divinidades.
El proletariado debe echar por la borda todos esos conceptos.
El proletariado no debe tener miedo a mirar la realidad de cara pues el porvenir del mundo le pertenece.
(Continuará)
[1] Puede leerse "La tarea del momento: formación del partido o formación de responsables" en la Revista Internacional N° 32, 1983
[2] Puede leerse el libro publicado por la CCI en francés y en español Contribución a la historia de la Izquierda Comunista de Italia.
[3] Véase: "Convulsiones actuales del medio revolucionario", en la Revista Internacional, N° 28, 1982
[4] Marcel Cachin, conocido "hombre político" del estalinismo francés. Antiguo parlamentario del Partido Socialista francés (SFIO), fue director de gabinete del Ministro socialista Sembat durante la primera guerra mundial. Patriotero profesional, fue encargado de entregar fondos del Estado francés a Mussolini para que éste llevara a cabo una campaña en pro de la entrada en guerra de Italia al lado de la Entente. En 1920, se hizo partidario de ... la Internacional Comunista, continuando su carrera de parlamentario; acabó siendo, hasta su muerte, uno de los mas serviles partidarios de Stalin
[5] Conversación con Vercesi