II - Los inicios de la revolución

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En el último artículo de esta Revista internacional, demostrábamos que la respuesta de la clase obrera se fue haciendo cada vez más fuerte en el desarrollo de la Iª Guerra mundial. A principios de 1917, tras dos años y medio de barbarie, la clase obrera logró desarrollar a nivel internacional una relación de fuerzas que permitió someter cada día más a la burguesía a su presión. En febrero de 1917, los obreros de Rusia se sublevaron, derrocando al zar. Pero para acabar con la guerra tuvieron que echar abajo el gobierno burgués y tomar el poder en octubre del 17. Lo ocurrido en Rusia demostraba que establecer la paz no era posible sin haber hecho caer a la clase dominante. La toma victoriosa del poder iba a tener un eco inmenso en la clase obrera de los demás países. Por primera vez en la historia, la clase obrera había logrado hacerse con el poder en un país. El acontecimiento fue una lumbrera para los obreros de los demás países, especialmente de Austria, Hungría, de todo Centroeuropa, pero especialmente de Alemania.

Así, en este país, después de haber estado sometida a la marea de nacionalismo patriotero, la clase obrera se pone a luchar de manera creciente contra la guerra. Aguijoneada por el desarrollo revolucionario en Rusia y después de varios movimientos anunciadores, una huelga de masas estalla en abril de 1917. En enero de 1918, un millón de obreros se echan a la calle en un nuevo movimiento huelguístico y fundan un consejo obrero en Berlín. Influenciados por los acontecimientos de Rusia, la combatividad en los frentes militares se va desmoronando durante el verano de 1918. Las fábricas están en efervescencia; cada día se reúnen más obreros en las calles para intensificar la respuesta a la guerra. La clase dominante en Alemania, consciente del influjo de la Revolución rusa entre los obreros, para salvar su propio pellejo, lo hace todo por levantar una muralla contra la extensión de la revolución.

Sacando las lecciones de los acontecimientos revolucionarios en Rusia y enfrentada a un movimiento de luchas obreras excepcional, a finales de septiembre, el Ejército obliga al Káiser a abdicar y nombra un nuevo gobierno. Pero la combatividad de la clase obrera se mantiene en su impulso y la agitación no cesa.

El 28 de octubre empieza en Austria, pero también en las provincias checa y eslovaca y en Budapest, una oleada de huelgas que se termina con el derrocamiento de la monarquía. Por todas partes aparecen consejos obreros y de soldados, a imagen de los soviets rusos.

En Alemania, la clase dominante pero también los revolucionarios, se preparan desde entonces a la fase determinante de los enfrentamientos. Los revolucionarios preparan la sublevación. Aunque la mayoría de los dirigentes espartaquistas (Liebknecht, Luxemburg, Jogiches) están en la cárcel y aunque durante cierto tiempo, la imprenta ilegal del Partido se encuentra paralizada a causa de una redada policiaca, los revolucionarios siguen sin embargo, preparando la insurrección en torno al grupo Spartakus.

A primeros de octubre los espartaquistas mantienen una conferencia con los Linskradicale de Bremen y de otras ciudades. Durante esta conferencia se deja constancia de que han empezado los enfrentamientos revolucionarios abiertos y se adopta un llamamiento que se difunde con profusión por todo el país y también en el frente. Sus ideas principales son: los soldados han empezado a librarse del yugo, el Ejército se desmorona; pero ese primer ímpetu de la revolución topa con la contrarrevolución. Al haber fallado los medios de represión de la clase dominante, la contrarrevolución intenta atajar el movimiento otorgando pretendidos derechos «democráticos». La finalidad del parlamentarismo y del nuevo modo de votación es que el proletariado siga soportando su situación.

«Durante la discusión sobre la situación internacional quedó plasmado el hecho de que la revolución rusa ha aportado un apoyo moral esencial al movimiento en Alemania. Los delegados deciden transmitir a los camaradas de Rusia su gratitud, su solidaridad y su simpatía fraterna, prometiendo confirmar esa solidaridad no sólo con palabras sino con actos correspondientes al modelo ruso.

Se trata para nosotros de apoyar los motines de los soldados, de pasar a la insurrección armada, ampliar la insurrección armada hasta la lucha por todo el poder en beneficio de los obreros y los soldados, asegurando la victoria mediante huelgas de masas obreras. Ésa es la tarea de los días y las semanas venideras.»

Desde el principio de esos enfrentamientos revolucionarios, podemos afirmar que los espartaquistas ponen inmediatamente al desnudo las maniobras de la clase dominante. Desvelan el carácter mentiroso de la democracia, comprenden sin vacilar los pasos indispensables para el avance del movimiento: preparar la insurrección es apoyar a la clase obrera en Rusia, no sólo en palabras sino en actos. Comprenden que la solidaridad de la clase obrera en la nueva situación no puede limitarse a declaraciones, sino que necesita que los obreros mismos entren en lucha. Esta lección es, desde entonces, un hilo rojo en la historia del movimiento obrero y de sus luchas.

La burguesía también afila sus armas. El 3 de octubre de 1918, retira al Kaiser sustituyéndolo por un nuevo Príncipe, Max von Baden y hace entrar al Partido socialdemócrata alemán (SPD) en el gobierno. La dirección del SPD (partido fundado en el siglo pasado por la clase obrera misma) había traicionado en 1914 y había excluido a los internacionalistas agrupados en torno a los espartaquistas y las Linksradicale, como también a los centristas. El SPD ya no tiene en su seno la más mínima vida proletaria. Desde el inicio de la guerra ha apoyado la política imperialista. Y también va a actuar contra el levantamiento revolucionario de la clase obrera.

Por primera vez, la burguesía llama al gobierno a un partido surgido de la clase obrera y pasado recientemente al campo del capital para asegurar así, en esa situación revolucionaria, la protección del Estado capitalista. Mientras que todavía muchos obreros guardan ilusiones, los revolucionarios comprenden inmediatamente el nuevo papel que va a desempeñar la socialdemocracia. Rosa Luxemburg escribe en octubre de 1918: «El socialismo de gobierno, por su entrada en el gabinete, se ha vuelto el defensor del capitalismo y está cerrando el paso a la revolución proletaria ascendente».

A partir de enero de 1918, cuando el primer consejo obrero aparece durante las huelgas de masas de Berlín, los delegados revolucionarios (Revolutionnäre Obleute) y los espartaquistas se ven regularmente en secreto. Los delegados son muy próximos al USPD. Con un telón de fondo de incremento de la combatividad, de disgregación del frente, de empuje obrero para pasar a la acción, empiezan a finales de octubre, en el seno de un Comité de acción formado tras la conferencia mencionada antes, a discutir de planes concretos para la insurrección.

El 23 de octubre, Liebnecht es liberado de la cárcel. Más de 20 000 obreros vienen a saludarlo a su llegada a Berlín.

Después de la expulsión de Berlín de los miembros de la embajada rusa por el gobierno alemán con la insistencia del SPD, a causa de las asambleas de apoyo a la Revolución rusa organizadas por los revolucionarios, el Comité de acción discute de la situación. Liebnecht insiste en la necesidad de la huelga general y en las manifestaciones de masas que deberán armarse. Durante la reunión de «delegados» del 2 de noviembre, el Comité propone incluso la fecha del 5 con las consignas de: «Paz inmediata y levantamiento del estado de sitio, Alemania república socialista, formación de consejos obreros y de soldados» (Drabkin, p. 104).

Los delegados revolucionarios que piensan que la situación no está madura abogan por una espera suplementaria. Durante ese tiempo, los miembros del USPD en las diferentes ciudades esperan nuevas instrucciones, pues nadie quiere entrar en acción antes que Berlín. La noticia de una sublevación inminente se extiende por otras ciudades del Reich.

Todo va a acelerarse con los acontecimientos de Kiel. El 3 de noviembre, la flota de Kiel debe zarpar para seguir la guerra, pero la marinería se rebela y se amotina. Se crean inmediatamente consejos de soldados, inmediatamente seguidos por la formación de consejos obreros. El mando militar amenaza con bombardear la ciudad. Pero, comprendiendo que no va a lograr aplastar el motín por la fuerza, echa mano de su caballo de Troya: el dirigente del SPD, Noske. Éste, poco después de llegar, consigue introducirse fraudulentamente en el Consejo obrero.

Pero el movimiento de los consejos obreros y de soldados ya ha lanzado una señal al conjunto del proletariado. Los consejos forman delegaciones masivas de obreros y de soldados que acuden a otras ciudades. Son enviadas grandes delegaciones a Hamburgo, Bremen, Flensburg, al Ruhr y hasta Colonia. Las delegaciones se dirigen a los obreros reunidos en asambleas, haciendo llamamientos a la creación de consejos obreros y de soldados. Miles de obreros se desplazan así de las ciudades del norte de Alemania hasta Berlín y a otras ciudades de provincias. Muchos de ellos son arrestados por los soldados obedientes al gobierno (más de 1300 detenciones sólo en Berlín el 6 de noviembre) y encerrados en los cuarteles, en donde, sin embargo, prosiguen su agitación.

En una semana surgen consejos obreros y de soldados por todas las principales ciudades de Alemania y los obreros toman en sus propias manos la extensión del movimiento. No abandonan su suerte en manos de los sindicatos o del parlamento. Ya no luchan por gremios, aislados unos de otros, con reivindicaciones de sector específicas; al contrario, en cada ciudad se unen y formulan reivindicaciones comunes. Actúan por sí y para sí mismos, buscando la unión de los obreros de las demás ciudades ([1]).

Menos de dos años después de sus hermanos de Rusia, los obreros alemanes dan un ejemplo claro de su capacidad para dirigir ellos mismos su propia lucha. Hasta el 8 de noviembre, en casi todas las ciudades –excepto Berlín– se organizan consejos obreros y de soldados.

El 8 de noviembre los «hombres de confianza» del SPD refieren: «Es imposible parar el movimiento revolucionario; si el SPD quisiera oponerse al movimiento, sería sencillamente anegado por la marea».

Cuando llegan las primeras noticias de Kiel a Berlín el 4 de noviembre, Liebknecht propone al Comité ejecutivo la insurrección para el 8 de ese mes. Mientras que ya el movimiento se ha extendido espontáneamente a todo el país, aparece evidente que el levantamiento de Berlín, sede del gobierno, exige a la clase obrera un método organizado, claramente orientado hacia un objetivo, el de reunir todas sus fuerzas. Pero el Comité ejecutivo sigue vacilando. Sólo será después de la detención de dos de sus miembros en posesión del proyecto de insurrección cuando se decida pasar a la acción para el día siguiente. Los espartaquistas publican el 8 de noviembre de 1918 el siguiente llamamiento:

«Ahora que ya ha llegado el momento de actuar, no debe haber vacilaciones. Los mismos «socialistas» que han cumplido durante cuatro años su papel de sicarios al servicio del gobierno (...) lo están ahora haciendo todo para debilitar vuestra lucha y torpedear el movimiento.

¡Obreros y soldados!, lo que vuestros camaradas han logrado llevar a cabo en Kiel, Hamburgo, Bremen, Lübeck, Rostock, Flensburg, Hannover, Magdeburgo, Brunswick, Munich y Stuttgart, también vosotros debéis conseguir realizarlo. Pues de lo que conquistéis en la lucha, de la tenacidad y del éxito de vuestra lucha, depende la victoria de vuestros hermanos aquí y allá y de ello depende la victoria del proletariado del mundo entero. ¡Soldados! Actuad como vuestros camaradas de la flota, uníos a vuestros hermanos en uniforme de trabajo. No os dejéis utilizar contra vuestros hermanos, no obedezcáis a las órdenes de los oficiales, no disparéis sobre los luchadores de la libertad. ¡Obreros y soldados! Los objetivos próximos de vuestra lucha deben ser:
1) la liberación de todos los presos civiles y militares;
2) la abolición de todos los Estados y la supresión de todas las dinastías;
3) la elección de consejos obreros y de soldados, la elección de delegados en todas las fábricas y unidades de la tropa;
4) el establecimiento inmediato de relaciones con los demás consejos obreros y de soldados alemanes;
5) la toma a cargo del gobierno por los comisarios de los consejos obreros y de soldados;
6) el vínculo inmediato con el proletariado internacional y, muy especialmente, con la República obrera rusa.
¡Viva la república socialista!
¡Viva la Internacional!»

El grupo Internationale (grupo Spartakus),
8 de noviembre.

Los sucesos del 9 de noviembre

A las primeras horas de la madrugada del 9 de noviembre empieza el alzamiento revolucionario en Berlín.

«¡Obreros, soldados, camaradas!
¡Ha llegado la hora de la decisión! Se trata ahora de saber estar a la altura de la tarea histórica...
¡Exigimos la abdicación no de un solo hombre sino de la república!.
¡República socialista con todas sus consecuencias!. ¡Adelante en la lucha por la paz, la libertad y el pan!.
¡Salid de las fábricas! ¡Salid de los cuarteles! ¡Daos la mano! ¡Viva la república socialista!»

(Octavilla espartaquista)

Cientos de miles de obreros responden al llamamiento del grupo Spartakus y del Comité ejecutivo, dejan el trabajo y afluyen en gigantescos cortejos de manifestaciones hacia el centro de la ciudad. A su cabeza van grupos de obreros armados. La gran mayoría de las tropas se une a los obreros manifestantes y fraterniza con ellos. Al mediodía, Berlín está en manos de los obreros y los soldados revolucionarios. Los lugares importantes son ocupados por los obreros. Una columna de manifestantes, obreros y soldados se presenta ante el palacio de los Hohenzollern. Allí, Liebknecht toma la palabra:

«La dominación del capitalismo, que ha transformado a Europa en un cementerio, se ha quebrado (...) Y no será porque el pasado ha muerto por lo que nuestra tarea se habría terminado. Debemos tensar todas nuestras fuerzas para construir el gobierno de los obreros y de los soldados (...) Nosotros damos la mano (a los obreros del mundo entero) y les invitamos a terminar la revolución mundial (...) Proclamo la libre República socialista de Alemania» (Liebknecht, 9 de noviembre).

Además, pone en guardia a los obreros para que no se contenten con lo conseguido, llamándoles a la toma del poder y a la unificación internacional de la clase obrera.

El 9 de noviembre, el antiguo régimen no utiliza la fuerza para defenderse. Pero esto no es así porque vacile en hacer correr la sangre, pues ya tiene millones de muertos en la conciencia, sino porque la revolución le ha desorganizado el Ejército, quitándole gran cantidad de soldados que hubieran podido disparar contra el pueblo. Como en Rusia, en febrero de 1917, cuando los soldados se pusieron del lado de los obreros en lucha, la reacción de los soldados alemanes es un factor importante en la relación de fuerzas. Pero la cuestión central de los proletarios en uniforme sólo podía resolverse gracias a la autoorganización, a la salida de las fábricas y a «la ocupación de la calle», mediante la unificación masiva de la clase obrera. Al haber conseguido convencer a los soldados de la necesidad de la fraternización, los obreros muestran que son ellos quienes desempeñan el papel dirigente.

Por la tarde del 9 de noviembre se reúnen miles de delgados en el Circo Busch. R. Müller, uno de los principales dirigentes de los Delegados revolucionarios, lanza un llamamiento para que: «El diez de noviembre sea organizada en todas las fábricas y en todas las unidades de tropa de Berlín la elección de consejos obreros y de soldados. Los consejos elegidos deberán tener una asamblea en el Circo Busch a las 17 para elegir el gobierno provisional. Las fábricas deberán elegir un miembro para el consejo obrero por cada 1000 obreros y obreras, al igual que todos los soldados deberán elegir un miembro para el consejo de soldados por batallón. Las fábricas más pequeñas (de menos de 500 empleados) deben elegir cada una un delegado. La asamblea insiste sobre el nombramiento por la asamblea de consejos de un órgano de poder».

Los obreros dan así los primeros pasos para crear un situación de doble poder. ¿Lograrán ir tan lejos como sus hermanos de clase de Rusia?.

Los espartaquistas, por su parte, afirman que la presión y las iniciativas procedentes de los consejos locales deben reforzarse. La democracia viva de la clase obrera, la participación activa de los obreros, las asambleas generales en las fábricas, la designación de delegados responsables ante ellas y revocables, ¡ésa debe ser la práctica de la clase obrera!.

Los obreros y los soldados revolucionarios ocupan por la tarde del 9 de noviembre la imprenta del Berliner-Lokal-Anzeiger e imprimen el primer número del periódico Die rote Fahne (Bandera roja), el cual pone inmediatamente en guardia: «No existe la más mínima comunidad de intereses con quienes os han traicionado durante 4 años. ¡Abajo el capitalismo y sus agentes! ¡Viva la revolución! ¡Viva la Internacional!».

La cuestión de la toma del poder por la clase obrera: la burguesía en pie de guerra

El primer consejo obrero y de soldados de Berlín (llamado Ejecutivo) se considera rápidamente como órgano de poder. En su primera proclamación del 11 de noviembre, se proclama instancia suprema de control de todas las administraciones públicas, de los municipios, de los Länder (regiones) y del Reich así como de la administración militar.

Pero la clase dominante no cede así como así el terreno a la clase obrera. Al contrario, va a oponerle la resistencia más encarnizada.

En efecto, mientras que Liebknecht proclama la República socialista ante la mansión de los Hohenzollern, el príncipe Max von Baden abdica y confía los asuntos gubernamentales a Ebert, nombrado canciller. El SPD proclama la «libre República de Alemania».

Así, el SPD se encarga de los asuntos gubernamentales y enseguida apela a «la calma y el orden», anunciando unas próximas «elecciones libres»; se da cuenta de que sólo podrá oponerse al movimiento, minándolo desde dentro.

Proclama su propio consejo obrero y de soldados compuesto únicamente de funcionarios del SPD y al cual nadie le otorga la menor legitimidad. Después, el SPD declara que el movimiento está dirigido en común por él y por el USPD. Esta táctica de entrismo en el movimiento y de destrucción desde el interior ha sido, desde entonces, la utilizada por los izquierdistas con sus falsos comités de huelga, autoproclamados, y sus coordinaciones. La socialdemocracia y sus sucesores, los grupos de la extrema izquierda capitalista, son especialistas en ponerse a la cabeza de un movimiento y manipularlo de tal modo que aparezcan como sus representantes legítimos.

Mientras intenta sabotear el trabajo del Ejecutivo actuando directamente en su seno, el SPD anuncia la formación de un gobierno común con el USPD. Éste acepta, mientras que los espartaquistas, que son todavía miembros de éste en ese momento, rechazan de plano el ofrecimiento. Si para la gran mayoría de obreros, la diferencia entre el USPD y los espartaquistas no es muy clara, éstos últimos tienen sin embargo una actitud clara respecto a la formación del gobierno. Se dan cuenta de la trampa y entienden perfectamente que no es posible meterse en la misma barca que el enemigo de clase.

La mejor manera para combatir las ilusiones de los obreros sobre los partidos de izquierda no es, ni mucho menos, auparlos al gobierno para que así sus mentiras queden al desnudo, como pretenden hoy los trotskistas y demás izquierdistas. Para desarrollar la conciencia de clase, lo indispensable es la delimitación de clase más clara y más estricta y no otra cosa.

En la noche del 9 de noviembre, el SPD y la dirección del USPD se hacen proclamar comisarios del pueblo y el gobierno se hace nombrar por el Consejo ejecutivo. El SPD hace la demostración de su habilidad. Ahora puede actuar contra la clase obrera tanto desde los sillones del gobierno como en nombre del Comité de los consejos. Ebert es a la vez canciller del Reich y comisario del pueblo elegido por el ejecutivo de los consejos; puede así dar la apariencia de estar del lado de la revolución. El SPD tenía ya la confianza de la burguesía, pero al lograr captar la de los obreros con tanta habilidad, muestra sus capacidades maniobreras y de mistificación. Es también ésa una lección para la clase obrera, una lección sobre la manera embaucadora con la que las fuerzas del capital pueden actuar.

Examinemos de más cerca la manera de actuar del SPD sobre todo durante la asamblea del Consejo obrero y de soldados del 10 de noviembre en la que están presentes unos 3000 delegados. No se efectúa el más mínimo control y por eso mismo los representantes de los soldados se encuentran en mayoría. Ebert es el primero en tomar la palabra. Según él, «la vieja desavenencia fratricida» ha desaparecido, al haber formado un gobierno común el SPD y el USPD; se trataría ahora de «emprender en común el desarrollo de la economía sobre la base de los principios del socialismo. ¡Viva la unidad de la clase obrera alemana y de los soldados alemanes!». En nombre del USPD, Hasse celebra la «unidad reencontrada», «queremos consolidar las conquistas de la gran revolución socialista. El gobierno será un gobierno socialista». «Los que ayer todavía trabajaban contra la revolución, ya no están ahora contra ella» (E. Barth, 10 de noviembre de 1918). «Habrá que hacerlo todo para que la contra­ rrevolución no se subleve».

Y es así como, mientras el SPD emplea todos los medios para embaucar a la clase obrera, el USPD sirve de tapadera a sus maniobras. Los espartaquistas se dan cuenta del peligro y Liebknecht declara durante dicha asamblea:

«Debo echar un jarro de agua fría a vuestro entusiasmo. La contrarrevolución ya está en marcha, ya ha entrado en acción...Os lo digo: ¡los enemigos están a vuestro alrededor! (Liebknecht enumera entonces las intenciones contrarrevolucionarias de la socialdemocracia). Ya sé lo muy desagradable que es esta perturbación, pero aunque me fusilarais seguiría diciendo lo que yo creo que es indispensable decir».

Los espartaquistas ponen así en guardia contra el enemigo de clase, que está presente, e insisten en la necesidad de echar abajo el sistema. Para ellos lo que está en juego no es un cambio de personas, sino la superación del sistema mismo.

A la inversa, el SPD con el USPD de remolque, actúa para que el sistema se mantenga haciendo creer que con un cambio de dirigentes y la investidura de un nuevo gobierno, la clase obrera ha obtenido una victoria.

En eso también, el SPD es un buen profesor para los defensores del capital por la manera con la que desvía la cólera sobre personalidades dirigentes para así evitar que se haga daño al sistema en su conjunto. Esta manera de actuar será desde entonces sistemáticamente puesta en práctica ([2]).

El SPD remacha el clavo en su periódico del 10 de noviembre, en donde escribe bajo el título «La unidad y no la lucha fratricida»:

«Desde ayer el mundo del trabajo tiene el sentimiento de hacer surgir la necesidad de unidad interna. De casi todas las ciudades, de todos los Länder, de todos los Estados de la federación nos llegan ecos de que el viejo Partido (el SPD) y los Independientes (el USPD) se han vuelto a encontrar el día de la revolución y se han reunificado en el antiguo Partido (...). La obra de reconciliación no debe fracasar a causa de unos cuantos agriados cuyo carácter no sería lo suficientemente fuerte para superar los viejos rencores y olvidarlos. Al día siguiente de tan magnífico triunfo (sobre el antiguo régimen) ¿habrá que ofrecer al mundo el espectáculo del mutuo desgarramiento del mundo del trabajo en una absurda lucha fratricida?» (Vorwaerts, 10 de noviembre de 1918).

Las dos armas del capital para asegurar el sabotaje político

A partir de ese momento, el SPD pone en movimiento todo un arsenal de armas contra la clase obrera. Además del «llamamiento a la unidad», inyecta sobre todo el veneno de la democracia burguesa. Según él, la introducción del «sufragio universal, igual, directo y secreto para todos los hombre y mujeres de edad adulta fue a la vez presentado como la conquista más importante de la revolución y como el medio de transformar el orden de la sociedad capitalista hacia el socialismo siguiendo la voluntad del pueblo según un plan metódico». Así, con la proclamación de la República y el que haya ministros del SPD en el poder, el SPD hace creer que la meta ha sido alcanzada y con la abdicación del Kaiser y el nombramiento de Erbert a la cancillería, que se ha creado el libre Estado popular. En realidad lo que acaba de ser eliminado en Alemania no es más que un anacronismo de poca monta, pues la burguesía es desde hace ya mucho tiempo la clase políticamente dominante; a la cabeza del Estado ya no hay un monarca, sino un burgués. Eso no cambia gran cosa... Por lo tanto, está claro que el llamamiento a elecciones democráticas va dirigido directamente contra los consejos obreros. Además, el SPD bombardea a la clase obrera con una propaganda ideológica intensiva, mentirosa y criminal:

«Quien quiere el pan, debe querer la paz. Quien quiere la paz, debe querer la Constituyente, la representación libremente elegida por el conjunto el pueblo alemán. Quien critique la Constituyente o quiera contrarrestarla, os está quitando la paz, la libertad y el pan, os está robando los frutos inmediatos de la victoria de la revolución: es un contrarrevolucionario.»

«La socialización se verificará, deberá verificarse (...) por la voluntad del pueblo trabajador, el cual, fundamentalmente, quiere abolir esta economía animada por la aspiración de los particulares a la ganancia. Pero será mil veces más fácil imponerla si lo decreta la Constituyente, y no con la dictadura de no se sabe qué comité revolucionario que la ordena (...)»

«El llamamiento a la Constituyente es el llamamiento al socialismo creador, constructor, a ese socialismo que incrementa el bienestar del pueblo, que eleva la felicidad y la libertad del pueblo y sólo por él vale la pena luchar» (panfleto del SPD).

Si citamos exhaustivamente al SPD es para hacerse una mejor idea de las argucias y de las artimañas que utiliza la izquierda del capital.

Tenemos aquí una vez más una de las características clásicas de la acción de la burguesía contra la lucha de clases en los países altamente industrializados: cuando el proletariado expresa su fuerza y aspira a su unificación, siempre son las fuerzas de izquierda las que intervienen con la más hábil de las demagogias. Son ellas las que pretenden actuar en nombre de los obreros e intentan sabotear las luchas desde dentro, impidiendo que el movimiento supere las etapas decisivas.

La clase obrera revolucionaria en Alemania encuentra frente a sí a un adversario incomparablemente más fuerte que el que enfrentaron los obreros rusos. Para engañarla, el SPD adopta un lenguaje radical que va en el sentido supuesto de los intereses de la revolución, poniéndose así a la cabeza del movimiento, cuando es en realidad el representante principal del Estado burgués. No actúa contra la clase obrera como partido exterior al Estado, sino como punta de lanza de éste.

Los primeros días del enfrentamiento revolucionario muestran ya en aquella época la característica general de la lucha de clases en los países altamente industrializados: una burguesía experimentada en todo tipo de artimañas que se enfrenta a una clase obrera fuerte. Sería una ilusión pensar que la victoria de la clase obrera pueda ser fácil.

Como veremos más tarde, los sindicatos, por su parte, actúan como segundo pilar del capital, colaborando con los patronos inmediatamente después de desencadenarse el movimiento. Tras haber organizado durante el conflicto la producción de guerra, tendrán que intervenir junto al SPD para derrotar al movimiento. Se hacen unas cuantas concesiones, entre ellas la jornada de 8 horas, para así impedir la radicalización de la clase obrera.

Pero el sabotaje político, la labor de zapa de la conciencia de la clase obrera por el SPD no son suficientes: simultáneamente, ese partido traidor sella un pacto con el Ejército para una acción militar.

La represión

El comandante en jefe del Ejército, el general Groener, quien durante la guerra había colaborado cotidianamente con el SPD y los sindicatos como responsable de proyectos armamentísticos, explica:

«Nosotros nos aliamos para combatir el bolchevismo. La restauración de la monarquía era imposible (...) Yo había aconsejado al Feldmarschall no combatir la revolución con las armas, pues era de temer que, teniendo en cuenta el estado de las tropas, ese medio fuera un fracaso. Propuse que el alto mando militar se aliara con el SPD en vista de que no había otro partido que dispusiera de suficiente influencia en el pueblo, y entre las masas, para reconstruir una fuerza gubernamental con el mando militar. Los partidos de derechas habían desaparecido por completo y debía excluirse la posibilidad de trabajar con los extremistas radicales. Se trataba en primer lugar de arrancar el poder de manos de los consejos obreros y de soldados de Berlín. Con ese fin se previó un plan. Diez divisiones debían entrar en Berlín. Ebert estaba de acuerdo. (...) Nosotros elaboramos un programa que preveía, tras la entrada de las tropas, la limpieza de Berlín y el desarme de los espartaquistas. Eso quedó convenido con Ebert, al cual le estoy profundamente reconocido por su amor absoluto a la patria. (...) Esta alianza fue sellada contra el peligro bolchevique y el sistema de los consejos» (octubre-noviembre de 1925, Zeugenaussage).

Con ese fin, Groener, Ebert y demás compinches están cada día enlazados telefónicamente entre las 11 de la noche y la una de la mañana a través de líneas secretas, encontrándose para concertarse sobre la situación.

Contrariamente a Rusia, en donde, en octubre, el poder cayó en manos de los obreros sin que casi se derramara sangre, la ­ burguesía en Alemania se dispone, inmediatamente, junto al sabotaje político, a desencadenar la guerra civil. Desde el primer día reúne todos los medios necesarios para la represión militar.

La intervención de los revolucionarios

Para evaluar la intervención de los revolucionarios, debemos examinar su capacidad para analizar correctamente el movimiento de la clase, la evolución de la relación de fuerzas, lo «que ha sido alcanzado», y su capacidad para proponer las perspectivas más claras. ¿Qué dicen los espartaquistas?

«Ha comenzado la revolución. No es la hora ni de echar las campanas al vuelo por lo ya realizado, ni de hacer triunfalismos ante el enemigo abatido; es la hora de la más severa autocrítica y de la reunión férrea de las energías para así proseguir la labor iniciada. Pues lo que se ha realizado es mínimo y el enemigo NO ESTÁ vencido. ¿Qué hemos alcanzado?. La monarquía ha sido barrida, el poder gubernamental supremo ha pasado a manos de los representantes de los obreros y de los soldados. Pero la monarquía nunca ha sido el verdadero enemigo, sólo ha sido una fachada, el estandarte del imperialismo. (...) Nada menos que la abolición de la dominación del capital, la realización del orden de la sociedad socialista son el objetivo histórico de la revolución actual. Es una tarea considerable que no se logrará en un santiamén con la ayuda de unos cuantos decretos venidos de arriba, sino que sólo podrá ser llevada felizmente a cabo a través de todas las tempestades de la acción propia y consciente de la masa de trabajadores de las ciudades y del campo, gracias a la madurez espiritual más elevada y al idealismo inagotable de las masas populares.

- Todo el poder en manos de los consejos obreros y de soldados, salvaguarda de la obra revolucionaria contra sus enemigos al acecho: ésa es la orientación de todas las medidas del gobierno revolucionario.
- El desarrollo y la reelección de los consejos locales de obreros y de soldados para que el primer ímpetu impulsivo y caótico de su surgimiento pueda ser sustituido por el proceso consciente de autocomprensión de las metas, de las tareas y de la marcha de la revolución.
- La asamblea permanente de los representantes de las masas y la transferencia del poder político efectivo del pequeño comité del comité ejecutivo (vollzugrat) a la base más amplia del consejo obrero y de soldados.
- La convocatoria en el más breve plazo del parlamento de obreros y soldados para que los proletarios de toda Alemania se constituyan en clase, en poder político compacto y se pongan detrás de la obra de la revolución para ser su muralla y su fuerza ofensiva.
- La organización inmediata, no de los «campesinos», sino de los proletarios del campo y de los pequeños campesinos, quienes hasta ahora se encuentran fuera de la revolución.
- La formación de una Guardia roja proletaria para la protección permanente de la revolución y de una Milicia obrera para que el conjunto del proletariado esté permanentemente vigilante.
- La supresión de los órganos del estado policiaco absolutista y militar de la administración, de la justicia y del ejército (...)
- La convocatoria inmediata de un congreso obrero mundial en Alemania para indicar neta y claramente el carácter socialista e internacional. La Internacional, la revolución mundial del proletariado son los únicos puntos de amarre para el futuro de la revolución alemana.»
(R. Luxemburg, «El inicio», Die Rote Fahne, 18 de noviembre de 1918)

Destrucción de las posiciones del poder político de la contrarrevolución, instauración y consolidación del poder proletario, ésas son las dos tareas que los espartaquistas ponen en primer plano con una claridad notable.

«El balance de la primera semana de la revolución es que en el Estado de los Hohenzollern no ha cambiado nada fundamentalmente, el Consejo obrero y de soldados funciona como representante de un gobierno imperialista en bancarrota. Todas sus acciones están inspiradas por el miedo a la masa de los obreros (...)

«El Estado reaccionario del mundo civilizado no se transformará en Estado popular revolucionario en 24 horas. Soldados que, ayer mismo, eran los guardianes de la reacción y asesinaban a los proletarios revolucionarios en Finlandia, en Rusia, en Ucrania, en los países bálticos y obreros que dejaron hacer eso tranquilamente no han podido convertirse en 24 horas en portadores conscientes de las metas del socialismo» (18 de noviembre).

El análisis de los espartaquistas, afirmando que no se trata de una revolución burguesa, sino de la contrarrevolución burguesa ya en marcha, su capacidad para analizar la situación con clarividencia y un enfoque de conjunto, todo ello es la expresión de lo indispensable que son, para el movimiento de la clase, sus organizaciones políticas revolucionarias.

Los consejos obreros, punta de lanza de la revolución

Como lo hemos descrito más arriba, en las grandes ciudades, durante los primeros días de noviembre, por todas partes se formaron consejos de obreros y de soldados. Incluso si los consejos surgen «espontáneamente», su aparición no es ninguna sorpresa para los revolucionarios. Ya habían aparecido en Rusia, al igual que en Austria y en Hungría. Como lo decía la Internacional comunista por la voz de Lenin en marzo de 1919: «Esta forma, es el régimen de los soviets con la dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado era “latín” para las masas en nuestros días. Ahora, gracias al sistema de los soviets, ese latín se ha traducido a todas las lenguas modernas; la forma práctica de la dictadura ha sido encontrada por las masas obreras» (Discurso de apertura del primer congreso de la Internacional comunista)

La aparición de los consejos refleja la voluntad de la clase obrera de tomar su destino en sus manos. Los consejos obreros sólo pueden aparecer cuando en el conjunto de la clase hay una actividad masiva y cuando se desarrolla en profundidad la conciencia de clase. Por ello, los consejos no son sino la punta de lanza de un movimiento profundo y global de la clase, y su vida depende en gran parte de las actividades del conjunto de la clase. Si la clase debilita sus actividades en las fábricas, si la combatividad afloja y la conciencia retrocede en la clase, ello repercute en la vida misma de los consejos. Los consejos son el medio para centralizar las luchas de la clase y son la palanca mediante la cual la clase exige e impone el poder sobre la sociedad.

En muchas ciudades, los consejos obreros empiezan, en efecto, a tomar medidas para oponerse al Estado burgués. Desde el principio de la existencia de los consejos, los obreros intentan paralizar el aparato de Estado burgués, tomar sus propias decisiones en lugar del gobierno burgués y hacerlas aplicar. Es el inicio del período de doble poder, como en Rusia después de la Revolución de febrero. Ese fenómeno aparece por todas partes, pero es más visible en Berlín, sede del gobierno.

El sabotaje de la burguesía

Para la clase es vital mantener su control sobre los consejos obreros, porque son la palanca de la centralización de la lucha obrera y todas las iniciativas de las masas obreras convergen en su seno.

En Alemania, la clase capitalista utiliza un verdadero caballo de Troya contra los consejos: el SPD. Este partido, que hasta 1914 había sido un partido obrero, los combate, los sabotea desde dentro, y los desvía de su objetivo en nombre de la clase obrera.

Empezando por su composición, utiliza todo tipo de trampas para meter a sus delegados. El Consejo ejecutivo de Berlín, al principio se compone de 6 representantes respectivamente del SPD y el USPD, y de 12delegados de los soldados. Sin embargo en Berlín, el SPD consiguió –con el pretexto de la necesidad de paridad de votos y de la necesidad de la unidad de la clase obrera– meter un número importante de sus hombres en el Consejo ejecutivo sin que ninguna asamblea obrera tomara la decisión. Gracias a esta táctica de insistencia sobre la «paridad (de votos) entre los partidos», el SPD tiene más delegados de lo que corresponde a su influencia real en la clase. En provincias las cosas no son muy diferentes: en 40 grandes ciudades, casi 30 consejos de obreros y soldados están bajo la influencia dominante del SPD y el USPD. Los consejos obreros adoptan una vía radical sólo en las ciudades en las que los espartaquistas tienen mayor influencia.

Por lo que concierne a las tareas de los consejos, el SPD intenta esterilizarlas. Mientras que por su naturaleza los consejos tienden a actuar como contrapoder frente al poder del Estado burgués, e incluso a destruirlo, el SPD se las apaña para debilitar estos órganos de la clase y someterlos al Estado burgués. Esto lo hace propagando la idea de que los consejos tienen que concebirse como órganos de transición hasta la convocatoria de elecciones para la asamblea nacional, pero también para hacerles perder su carácter de clase, defendiendo que tienen que abrirse a toda la población, a todas las capas del pueblo. En muchas ciudades el SPD crea «comités de salud pública», que incluyen a todas las capas de la población -desde los campesinos a los pequeños comerciantes, y por supuesto los obreros- con los mismos derechos en estos organismos.

Mientras que los espartaquistas empujan desde el principio a la formación de Guardias rojas para poder imponer, incluso por la fuerza si fuera necesario, las medidas tomadas, el SPD torpedea esta iniciativa en los consejos de soldados diciendo que «expresa una desconfianza hacia los soldados».

En el Consejo ejecutivo de Berlín hay constantemente enfrentamientos sobre las medidas y la dirección a tomar. Aunque no se puede decir que todos los delegados obreros tuvieran una claridad y una determinación suficiente sobre todas las cuestiones, el SPD hace todo lo posible para minar la autoridad del Consejo, tanto desde el interior como del exterior. Así:
– cuando el Consejo ejecutivo da instrucciones, el Consejo de los Comisarios del pueblo (dirigido por el SPD), impone otras;
– el Ejecutivo nunca tendrá su propia prensa y tendrá que ir a mendigar espacio en la prensa burguesa para la publicación de sus resoluciones. Los delegados del SPD hicieron todo lo posible para que fuera así;
– cuando estallan las huelgas en las fábricas de Berlín en noviembre y diciembre, el Comité ejecutivo, bajo la influencia del SPD, toma posición en su contra, aunque expresan la fuerza de la clase obrera y podrían haber permitido corregir los errores del Comité ejecutivo;
– finalmente, el SPD –como fuerza dirigente del gobierno burgués– utiliza la amenaza de los Aliados, que según decían estarían preparados para intervenir militarmente, ocupar Alemania y evitar la «bolchevización», para hacer dudar a los obreros y frenar el movimiento. Así por ejemplo, hacen creer que si los consejos obreros van demasiado lejos, EE.UU. va a terminar el suministro de alimentos a la población hambrienta.

Tanto a través de la amenaza directa desde el exterior, como del sabotaje desde el interior, el SPD utiliza todos los medios contra la clase obrera en movimiento.

Desde el principio, el SPD se afana por aislar a los consejos de su base en las fábricas. Los consejos se componen, en cada fábrica, de delegados elegidos por las asambleas generales y que son responsables ante ellas. Si los obreros pierden o abandonan su poder de decisión en las asambleas generales, si los consejos se desvinculan de sus «raíces», de su «base» en las fábricas, se debilitan y acaban inevitablemente siendo víctimas de la contraofensiva burguesa. Por eso desde el principio, el SPD presiona para que su composición se haga sobre la base de un reparto proporcional de delegados entre los partidos políticos. La elegibilidad y revocabilidad de los delegados por las asambleas no es un principio formal de la democracia obrera, sino la palanca con la cual el proletariado puede dirigir y controlar su lucha partiendo de su célula de vida más pequeña. La experiencia en Rusia ya había mostrado que la actividad de los comités de fábrica es esencial. Si los consejos obreros no tienen que rendir cuentas ante la clase, ante las asambleas que los han elegido, si la clase no es capaz de ejercer su control sobre ellos, eso significa que su movimiento está debilitado y que el poder se le escapa.

En Rusia, Lenin lo había señalado: «Para controlar hay que detentar el poder (...) Si pongo en primer plano el control, ocultando esa condición fundamental, digo una verdad a medias y hago el juego a los capitalistas y los imperialistas. (...) Sin poder, el control es una frase pequeñoburguesa vacía que dificulta la marcha y el desarrollo de la revolución» (Conferencia de abril, «Informe sobre la situación actual», 7 de mayo, Obras completas -traducido por nosotros).

Mientras que en Rusia, desde las primeras semanas, los consejos que se apoyaban en los obreros y los soldados disponían de un poder real, el Ejecutivo de los Consejos de Berlín había sido desposeído de él. Rosa Luxemburg lo constata justamente: «El Ejecutivo de los Consejos unidos de Rusia es -a pesar de lo que se pueda escribir contra él- con toda seguridad, otra cosa que el ejecutivo de Berlín. Uno es la cabeza y el cerebro de una potente organización proletaria revolucionaria, el otro es la rueda de recambio de una camarilla gubernamental cripto-capitalista; uno es la fuente inagotable de la plenipotencia proletaria, el otro carece de fuerza y orientación; uno es el espíritu vivo de la revolución, el otro su sarcófago» (R. Luxemburg, 12 de diciembre de 1918).

El Congreso nacional de los Consejos

El 23 de noviembre, el Ejecutivo de Berlín convoca un Congreso nacional de los Consejos en Berlín para el 16 de diciembre. Esta iniciativa, que intenta reunir todas las fuerzas de la clase obrera, en realidad será utilizada contra ella. El SPD impone que, en las diferentes regiones del Reich, se elija un «delegado obrero» por cada 200 000 habitantes, y un representante de los soldados por cada 100000 soldados, con lo que la representación de los obreros se reduce, mientras que se amplía la de los soldados. En lugar de ser un reflejo de la fuerza y la actividad de la clase en las fábricas, este congreso nacional, en manos del SPD, va a escapar a la iniciativa obrera.

Además, según los propios saboteadores, sólo pueden elegirse «delegados obreros» los «trabajadores manuales e intelectuales». Por eso todos los funcionarios del SPD y de los sindicatos se presentan «mencionando su profesión»; sin embargo, los miembros de la Liga Spartakus, que se presentan abiertamente como tales, son excluidos. Moviendo todos los hilos posibles, las fuerzas de la burguesía consiguen imponerse, mientras que a los revolucionarios, que actúan a cara descubierta, se les prohíbe tomar la palabra.

Cuando se reunió el Congreso de los Consejos el 16 de diciembre, rechazó en primer lugar la participación de los delegados rusos. «La asamblea general reunida el 16 de diciembre no trata deliberaciones internacionales sino únicamente asuntos alemanes en los cuales los extranjeros por supuesto no pueden participar... La delegación rusa es un representante de la dictadura bolchevique.» Esa es la justificación que da el Vorwarts nº 340 (11 de diciembre de 1918). Al hacer adoptar esta decisión, el SPD priva de entrada a la Conferencia de lo que debería haber sido su carácter más fundamental: ser la expresión de la revolución proletaria mundial que había comenzado en Rusia.

En la misma lógica de sabotaje y de desviación, el SPD hacer votar igualmente el llamamiento a la elección de una Asamblea constituyente para el 19 de enero de 1919. Habiendo comprendido la maniobra, los espartaquistas llaman a una manifestación de masas ante el congreso. Más de 250 000 manifestantes se agrupan bajo la consigna: «Por los Consejos obreros y de soldados, no a la asamblea nacional».

Mientras el Congreso está preparado para actuar contra los intereses de la clase obrera, Liebknecht se dirige a los participantes de la manifestación: «Pedimos al Congreso que asuma todo el poder político en sus manos para realizar el socialismo, y que no lo transfiera a la constituyente, que no será para nada un órgano revolucionario. Pedimos al Congreso de los Consejos que tienda la mano a nuestros hermanos de clase en Rusia y que llame a los delegados rusos a venir a unirse a los trabajos del congreso. Queremos la revolución mundial y la unificación de todos los obreros de todos los países en los Consejos obreros y de soldados» (17 de diciembre de 1918).

Los revolucionarios habían comprendido la necesidad vital de la movilización de las masas obreras, la necesidad de ejercer una presión sobre los delegados, de elegir otros nuevos, de desarrollar la iniciativa de asambleas generales en las fábricas, de defender la autonomía de los consejos contra la asamblea nacional burguesa, de insistir sobre la unificación internacional de la clase obrera.

Pero incluso después de esta manifestación masiva, el Congreso sigue rechazando la participación de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht, bajo el pretexto de que no son obreros, cuando en realidad la propia burguesía ya ha conseguido meter a sus hombres en los consejos. Durante el Congreso, los representantes del SPD defienden el Ejército para protegerlo de un mayor desmoronamiento por los consejos de soldados. El congreso decide igualmente no recibir ninguna delegación más de obreros y soldados para no tener que plegarse a su presión.

Al final de sus trabajos el Congreso llega a propagar la confusión haciendo alarde de las pretendidas primeras medidas de socialización mientras que los obreros ni siquiera han tomado el poder: «Llevar a cabo medidas socio-políticas en las empresas tomadas una a una, aisladas, es una ilusión, mientras la burguesía aún tenga el poder en sus manos» (IKD, Der Kommunist). La cuestión central del desarme de la contrarrevolución y del derribo del gobierno burgués, todo esto se dejó de lado.

¿Qué tienen que hacer los revolucionarios ante un tal desarrollo de los acontecimientos? El 16 de diciembre en Dresde, Otto Rühle, que entretanto se ha inclinado hacia el consejismo, tira la toalla ante el Consejo obrero y de soldados local cuando las fuerzas socialdemócratas de la ciudad se hacen con él. Los espartaquistas, al contrario, no abandonan el terreno al enemigo. Después de haber denunciado el congreso nacional de los Consejos, llaman a la iniciativa de la clase obrera:

«El Congreso de los Consejos ha sobrepasado sus plenos poderes, ha traicionado el mandato que le habían dado los consejos de obreros y de soldados, ha suprimido la base sobre la que estaban fundadas su existencia y su autoridad. Los consejos de obreros y de soldados a partir de ahora van a desarrollar su poder y a defender su derecho a la existencia con una energía diez veces mayor. Declararán nula y sin futuro la obra contrarrevolucionaria de sus hombres de confianza indignos» (Rosa Luxemburg, Los Mamelucos de Ebert, 20 de diciembre de 1918).

La savia de la revolución es la actividad de las masas

La responsabilidad de los espartaquistas es empujar adelante la iniciativa de las masas, intensificar sus actividades. Esta orientación es la que van a plantear 10 días después, durante el congreso de fundación del KPD. Retomaremos los trabajos de este congreso de fundación en un próximo artículo.

Los espartaquistas habían comprendido en efecto que el pulso de la revolución latía en los Consejos; la revolución proletaria es la primera revolución que se hace por la gran mayoría de la población, por la clase explotada. Contrariamente a las revoluciones burguesas, que pueden hacerse por minorías, la revolución proletaria sólo puede ganar la victoria si está nutrida y empujada por la actividad de toda la clase. Los delegados de los Consejos, los Consejos mismos, no son una parte aislada de la clase que puede y tiene que aislarse o protegerse de ella, o que deberían mantener al resto de la clase en la pasividad. No, la revolución sólo puede avanzar con la participación consciente, vigilante, activa y crítica de la clase.

Para la clase obrera en Alemania, esto significaba, en ese momento, que tenía que entrar en una nueva fase en la que había que reforzar la presión a partir de las fábricas. Respecto a los comunistas, su agitación en los Consejos locales era la prioridad absoluta. Así los espartaquistas siguen la política que Lenin había ya preconizado en abril de 1917, cuando la situación en Rusia era comparable a la de Alemania: «Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario, y que, por consiguiente, nuestra tarea, en tanto que este gobierno se deje influenciar por la burguesía, no puede sino explicar paciente, sistemática, obstinadamente a las masas los errores de su táctica, partiendo esencialmente de sus necesidades prácticas.

Mientras estemos en minoría, nos aplicamos a criticar y a explicar los errores cometidos, afirmando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder pase a manos de los soviets de diputados obreros, a fin de que las masas se liberen de sus errores por la experiencia» (Tesis de abril, nº 4).

No podemos comprender verdaderamente la dinámica en los consejos si no analizamos más de cerca el papel de los soldados.

El movimiento revolucionario de la clase se inició con la lucha contra la guerra. Pero es fundamentalmente el movimiento de resistencia de los obreros en las fábricas lo que «contamina» a millones de proletarios vestidos de uniforme en el frente (la proporción de obreros entre los soldados es mucho más alta en Alemania que en Rusia). Finalmente los motines de los soldados y las revueltas de los obreros en las fábricas crean una relación de fuerzas que obliga a la burguesía a poner fin a la guerra. Mientras dura la guerra, los obreros de uniforme son el mejor aliado de los obreros que luchan en la retaguardia. Gracias a su resistencia se crea un relación de fuerzas favorable en el frente interior; como señala Liebknecht: «Esto había dado como consecuencia la desestabilización del Ejército. Pero desde que la burguesía ha puesto fin a la guerra, se abre una escisión en el seno del Ejército. La masa de soldados es revolucionaria contra el militarismo, contra la guerra y contra los representantes abiertos del imperialismo. Pero respecto al socialismo está aún indecisa, dubitativa e inmadura» (Liebknecht, 19 de noviembre de 1918). Mientras perdura la guerra y las tropas continúan movilizadas, se forman consejos de soldados.

«Los consejos de soldados son expresión de una masa compuesta por todas las clases de la sociedad, en cuyo seno los proletarios son con mucho la más numerosa, pero no desde luego el proletariado consciente de sus objetivos y dispuesto a la lucha de clases. En muchas ocasiones se forman desde arriba, directamente por oficiales o círculos de la alta nobleza, que así se adaptan hábilmente a las circunstancias tratando de mantener su influencia en los soldados y presentándose como la élite de sus representantes» (Liebknecht, 21 de noviembre de 1918).

El Ejército, como tal, es un instrumento clásico de represión y de conquista imperialista, controlado y dirigido por oficiales sumisos al Estado explotador. En una situación revolucionaria con miles de soldados en efervescencia las relaciones jerárquicas clásicas ya no se respetan, los obreros en uniforme deciden colectivamente, y esto puede conducir a la disgregación del Ejército, más cuando los obreros en uniforme están armados. Pero para que esa disgregación se produzca es necesario que la clase obrera, con su lucha, se alce como un polo de referencia lo suficientemente fuerte entre los obreros.

Durante la fase final de la guerra existía esa dinámica. Por eso la burguesía, que veía como ese peligro se desarrollaba, decide parar la guerra como medio para impedir una radicalización aún mayor. La nueva situación que se crea con el fin de la guerra permite a la burguesía «calmar» a los soldados y alejarlos de la revolución pues, por su parte, el movimiento de la clase obrera no es lo suficientemente fuerte como para atraer hacia sí a la mayoría de los soldados. Esto permite a la burguesía manipular mejor en su favor a los soldados.

Si durante la fase ascendente del movimiento los soldados son un polo importante e indispensable a la hora de acabar con la guerra, cuando la burguesía lanza su contraofensiva su papel varía.

La revolución solo puede hacerse internacionalmente

Mientras que durante cuatro años los capitalistas han combatido duramente entre si, y han sacrificado millones de vidas humanas, súbitamente se unen ante el estallido de la revolución en Rusia y, sobre todo, cuando el proletariado alemán comienza a lanzarse al asalto. Los espartaquistas comprenden muy bien el peligro del aislamiento de la clase obrera en Rusia y en Alemania. El 25 de noviembre lanzan el siguiente llamamiento:

«¡A los proletarios de todos los países!. Ha llegado la hora de ajustar las cuentas a la dominación capitalista. Pero esta gran tarea no pueda cumplirla el proletariado alemán solo. Solo podemos luchar y vencer llamando a la solidaridad de los proletarios del mundo entero. Camaradas de los países beligerantes, sabemos vuestra situación. Sabemos bien cómo vuestros gobernantes, gracias a la victoria obtenida, ciegan al pueblo con los resplandores de la victoria (...). Vuestros capitalistas victoriosos están listos para ahogar en sangre nuestra revolución, a la que temen tanto como la vuestra. A vosotros la “victoria” no os ha hecho más libres sino aún más esclavos. Si vuestras clases dominantes logran estrangular la revolución proletaria en Alemania y en Rusia se volverán contra vosotros con una ferocidad redoblada (...). Alemania da a luz la revolución social pero el socialismo solo lo puede levantar el proletariado mundial» («A los proletarios de todos los países», Spartakusbund, 25 de noviembre 1918).

Mientras que el SPD hace todo  para separar a los obreros alemanes de los rusos, los revolucionarios comprometen todas sus fuerzas en la unificación de la clase obrera.

A este respecto los espartaquistas son conscientes de que «Hoy en día reina entre los pueblos de la Entente, de forma natural, una fuerte embriaguez de victoria, y alborozo por la ruina del imperialismo alemán, la liberación de Francia y Bélgica, es tan grande que no esperamos por el momento un eco revolucionario en esas partes de la clase obrera» (Liebknecht, 23 de diciembre de 1918). Sabían que la guerra había causado una peligrosa división en las filas de la clase obrera. Los defensores del capital, en particular el SPD, comienzan a predisponer a los obreros alemanes contra los de los demás países. Agitan incluso la amenaza de un intervención extranjera. Todo eso fue utilizado a partir de ese momento por la clase dominante.

La burguesía había sacado las lecciones de Rusia

La firma por parte de la burguesía del armisticio que ponía fin a la guerra, bajo la dirección del SPD, ante el miedo a que la clase obrera se radicalizara y siguiera «los pasos de los Rusos», abre una nueva situación.

Como señala R. Müller, uno de los principales miembros de los Delegados revolucionarios: «El conjunto de la política de guerra y todos sus efectos sobre la situación de los obreros, la unión sagrada de la burguesía, todo aquello que había azuzado la cólera de los obreros, se ha olvidado».

La burguesía ha sacado las lecciones de Rusia. Si en este país la burguesía hubiera puesto fin a la guerra en marzo o abril de 1917, seguramente la Revolución de octubre no habría sido posible o, en todo caso, habría sido mucho más difícil. Por tanto es preciso parar la guerra para pisarle los píes del movimiento revolucionario de la clase. A ese nivel los obreros en Alemania se encuentran ante una situación más difícil que sus hermanos de clase en Rusia.

Los espartaquistas captan que el final de la guerra implica un giro en las luchas y que no es previsible una victoria inmediata contra el capital.

«Si vemos las cosas desde el terreno del desarrollo histórico no podemos esperar que surja súbitamente, el 9 de noviembre de 1918, una revolución de clase grandiosa y consciente de sus objetivos en una Alemania que ha ofrecido la imagen espantosa del 4 de agosto y los cuatro años que le han seguido; lo que hemos vivido el 9 de noviembre ha sido sobre todo el hundimiento del imperialismo, más que la victoria de un principio nuevo. Para el imperialismo, coloso con pies de barro, podrido desde su propio interior, simplemente había llegado su hora y debía derrumbarse: lo que siguió fue un movimiento más o menos caótico sin un plan de batalla, muy poco consciente: el único incluso coherente, el único principio constante y liberador se resume en la consigna: creación de consejos obreros y de soldados» («Congreso de fundación del KPD», R. Luxemburgo).

Por eso no se puede confundir el inicio con el final del movimiento, con su objetivo final, pues «ningún proletariado del mundo, incluso el alemán, puede zafarse de la noche a la mañana de los estigmas de una servidumbre milenaria. La situación del proletariado encuentra, menos política que espiritualmente, su estado más elevado el PRIMER día de la revolución. Serán las luchas de la revolución lo que elevará al proletariado a su madurez completa» (R. Luxemburgo, 3 de diciembre de 1918).

El peso del pasado

Los espartaquistas señalan, muy justamente, que el peso del pasado es la principal causa de las grandes dificultades que encuentra la clase obrera. La confianza, aún importante, que muchos obreros tienen aún en el SPD es una debilidad peligrosa. Muchos de ellos consideran que la política de guerra de este partido es, en gran medida, resultado de una desorientación pasajera. Es más, para ellos la guerra era resultado de una maniobra innoble de la camarilla gobernante, que ahora ha sido derribada. Rememorando la insoportable situación que sufrían en el período previo a la guerra, ahora esperan superar definitivamente la miseria. Además las promesas de Wilson que anuncia la unión de las naciones y la democracia aparecen como una garantía contra nuevas guerras. No ven la república democrática que se les «propone» como una república burguesa, sino como el terreno en el que va a nacer el socialismo. En resumen, es determinante la falta de experiencia en la confrontación con los saboteadores, el SPD y los sindicatos.

«En todas las revoluciones anteriores los combatientes se enfrentaban abiertamente, clase contra clase, programa contra programa, espada contra escudo. (...) (Antes) eran siempre los partidarios del sistema a derrocar o que estaba amenazado quienes en nombre de ese sistema, y para salvarlo, tomaban las medidas contrarrevolucionarias. (...) En la revolución de hoy en día las tropas que defienden el antiguo orden se acomodan bajo la bandera del Partido socialdemócrata y no bajo su propia bandera y uniforme de la clase dominante (...) La dominación de la clase burguesa está llevando hoy a cabo su última lucha histórica bajo una bandera ajena, bajo la bandera de la propia revolución. Y es un partido socialista, es decir la creación más original del movimiento obrero y de la lucha de clases, quien se convierte en el instrumento más importante de la contrarrevolución burguesa. El fondo, la tendencia, la política, la psicología, el método, todo ello es capitalista de arriba abajo. De socialista solo queda la bandera, el atavío y la fraseología» (R. Luxemburgo, Una victoria pírrica, 21 de diciembre de 1918).

No se puede formular más claramente el carácter contrarrevolucionario del SPD.

Por ello los espartaquistas definen la siguiente etapa del movimiento de ésta forma: «El paso de una revolución de soldados, predominante el 9 de noviembre de 1918, a una revolución específicamente obrera, es el paso de un trastorno superficial y puramente político a un proceso de larga duración consistente en un enfrentamiento económico general entre el trabajo y el capital, y exige a la clase obrera revolucionaria un grado de madurez política, de educación y de tenacidad diferente del dela primera fase de inicio» (R. Luxemburg, 3 de enero de 1919).

No hay duda de que el movimiento de comienzos de noviembre no es sólo una «revolución de soldados», pero sin los obreros en las fábricas, los soldados nunca habrían llegado a tal nivel de radicalización. Los espartaquistas ven la perspectiva de un verdadero paso adelante cuando, en la segunda mitad de noviembre y en diciembre, estallan las huelgas en el Ruhr y la Alta Silesia, que ponen de manifiesto la actividad de la clase obrera en las fábricas, y un retroceso del peso de la guerra y de los soldados. Tras el final de las hostilidades, el hundimiento de la economía conduce a una degradación aún mayor de las condiciones de vida de la clase obrera. En el Ruhr muchos mineros paran el trabajo y, para imponer sus reivindicaciones van a las otras minas para encontrar la solidaridad de sus hermanos de clase y así construir un frente potente. Así ven a desarrollarse las luchas, viviendo retrocesos para desarrollarse de nuevo con más fuerza.

«En la actual revolución las huelgas que acaban de estallar (...) son los primeros inicios de un enfrentamiento general entre el capital y el trabajo, anuncian el comienzo de una lucha de clases potente y directa, cuya salida solo puede ser la abolición de las relaciones salariales y la introducción de le economía socialista. Son el desencadenante de la fuerza social viva de la revolución actual: la energía de la clase revolucionaria de las masas proletarias. Abren un período de actividad inmediata de las masas mucho más amplio».

Por ello, R. Luxemburgo señala acertadamente que: «Tras la primera fase de la revolución, la de la lucha principalmente política, viene la fase de una lucha reforzada, intensificada, esencialmente económica. (...) En la fase revolucionaria por venir, las huelgas no solo se extenderán más y más, sino que serán el centro, el punto decisivo de la revolución, inhibiendo las cuestiones puramente políticas» (R. Luxemburgo, Congreso de fundación del KPD).

Después de que la burguesía pusiera fin a la guerra bajo la presión de la clase obrera, y que pasara a la ofensiva para frenar las primeras tentativas de toma del poder por el proletariado, el movimiento entra en una nueva etapa. O la clase obrera es capaz de desarrollar nuevas fuerzas para empujar la iniciativa de los obreros en las fábricas y lograr «pasar a una revolución obrera específica», o la burguesía podrá continuar su contraofensiva.

En el próximo artículo abordaremos la cuestión de la insurrección, las concepciones fundamentales de la revolución obrera, el papel que deben desempeñar los revolucionarios y el que efectivamente desempeñaron.

DV

 


[1] En Colonia, el movimiento revolucionario fue muy fuerte. En solo 24 horas, el 9 de noviembre, 45 000 soldados se negaron a obedecer a los oficiales y desertaron. Ya el 7 de noviembre, marineros revolucionarios procedentes de Kiel iban camino de Colonia. El futuro canciller K. Adenauer, entonces alcalde de la ciudad, y la dirección del SPD tomarían medidas para «calmar la situación».

[2] Desde entonces el capital actúa siempre utilizando la misma táctica: en 1980, cuando Polonia estaba dominada por una huelga de masas de obreros, la burguesía cambió de gobierno. La lista de ejemplos en los que la clase dominante cambia a las personas para que la dominación del capital no se vea afectada, es interminable.

 

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