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Cuando el grupo “la Gauche Communiste en France” (GCF) decide traducir y publicar “Lenin Filósofo”, de A. Pannekoek, no es solo seudónimo de J. Harper, sino hasta el nombre de Pannekoek el que prácticamente se desconoce en Francia; esto no se puede explicar como algo “francés”. Aun teniendo en cuenta que Francia jamás se destacó por su prontitud en publicar obras del movimiento obrero y marxista, pues esto es verdad para todos los países de Europa y del mundo, este “olvido” no concierne a Pannekoek, en particular. En toda la izquierda comunista -empezando por Rosa Luxemburgo- la que estuvo en la avanzadilla de las luchas revolucionarias de la clase obrera al terminar la Primera Guerra Mundial, la totalidad de su obra teórica, de su acción política y sus apasionadas luchas las que están sepultadas en el “olvido”. Resulta difícil imaginarse que ha bastado con unos diez años de degeneración de la Internacional Comunista y de contrarrevolución estalinista para “borrar” de la memoria las lecciones de un movimiento revolucionario que, sin embargo, eran tan ricas, tan densas, de una generación que acababa de vivirlo ella misma. Parecía como si una epidemia de amnesia hubiera afectado de repente a estos millones de proletarios que habían participado activamente en aquellos acontecimientos y de hundirlos en un desinterés total para con todo lo que era pensamiento revolucionario. De aquella ola que por poco “trastorna el mundo”, solo subsisten unos cuántos rostros, representados por los escasos grupos esparcidos por el mundo, aislados unos de otros, y por lo tanto incapaces de asegurar la continuación de la reflexión teórica, a no ser por medio de revistas de tirada reducida al mínimo y a menudo ni siquiera impresas.
No ha de extrañar que el libro de Harper, Lenin Filósofo, publicado en alemán en 1938, en vísperas de la guerra, no encuentre ningún eco y pase totalmente desapercibido, aún en el medio tan reducido de los revolucionarios, y es el mérito de Internacionalisme, el haber sido el primero en traducirlo y publicarlo por entregas, en sus números 18 a 29 (febrero a diciembre del 1947), después de que pasara la borrasca de la guerra.
Tras saludar el libro de Harper “en tanto que contribución de primer orden, al movimiento obrero y a la causa de la emancipación del proletariado”, añade en su prefacio (nº 18, febrero del 1947) “se esté o no de acuerdo con todas las conclusiones que saca, nadie puede negar el enorme valor de su trabajo que hace de esta obra, de estilo sencillo y claro, uno de los mejores escritos teóricos de las últimas décadas”.
En este mismo prefacio, Internacionalisme expresa su preocupación fundamental al escribir: “La degeneración de la IC acarreó un inquietante desinterés en el medio de la vanguardia por la investigación teórica y científica. Exceptuando la revista Bilan publicada antes de la guerra por la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista y los escritos de los Comunistas de Consejos, de los cuales es parte el libro de Harper, el esfuerzo teórico del movimiento obrero europeo resulta casi inexistente. Y nada nos parece más terrible para la causa del proletariado que el embotamiento teórico que manifiestan sus militantes”.
Por esto es por lo que, Internacionalisme, aun considerando altamente su valor, no se conforma con simplemente publicar la obra de Pannekoek, sino que se propone y somete esta obra a la discusión y hace la crítica de la misma en una serie de artículos que van del nº 30 (enero del 48) al nº 33 (abril del 48). Si Internacionalisme acepta y comparte enteramente la demostración de Pannekoek de que Lenin, en su polémica contra las tendencias idealistas, cae en argumentos propios del materialismo burgués (mecanicista y positivista), Internacionalisme rechaza categóricamente las conclusiones políticas que Pannekoek se permite sacar, para hacer del Partido bolchevique un partido no proletario, una “intelligentsia” (¿), y para hacer de la revolución de Octubre una revolución burguesa.
Esta tesis servirá de base para todo un análisis de la revolución de Octubre y del Partido Bolchevique para la corriente consejista y que la diferencia claramente de la Izquierda Comunista y también del KPD, al menos en sus principios. El consejismo aparece, así como una regresión de la Izquierda Alemana a la que apela. Con algunas variantes, volvemos a encontrar esta tesis, tanto en “Socialismo ou Barbarie” como en “Socialismo des Conseils”, desde Chaulieu hasta Mattick, desde M. Rubel hasta K. Korscch. Lo que más sorprende en esta manera de ver y que tienen todos en común, incluyendo a los modernistas, consiste en la reducción de la revolución de octubre a un fenómeno estrictamente ruso, perdiendo totalmente de vista su significado internacional histórico. Una vez que se había llegado a esto, solo faltaba recordar el Estado atrasado del desarrollo industrial de Rusia para concluir con lo de la ausencia de condiciones objetivas para una revolución proletaria. La ausencia de una visión global de la evolución del capitalismo como un todo lleva al Consejismo por caminos que le son propios, a la postura del de siempre de los mencheviques; la no madurez de las condiciones objetivas y lo inevitable del carácter burgués de la revolución.
Evidentemente, lo que motivó el trabajo de Pannekoek no es tanto la rectificación teórica del procedimiento erróneo de Lenin en el dominio filosófico, sino fundamentalmente la necesidad política de luchar contra el partido bolchevique, al que consideraba, a priori, y por naturaleza, como un partido marcado por el carácter “medio burgués, medio proletario del bolchevismo y de la revolución rusa misma”1. “Es para elucidar la naturaleza del bolchevismo y de la revolución rusa”, como lo escribe P., Matic,” que Pannekoek emprendió un examen crítico de sus fundamentos filosóficos al publicar en 1938 su” Lenin en Filósofo”. Se puede poner en duda la validez de semejante procedimiento y su demostración está lejos de convencer. El deducir la naturaleza de un acontecimiento histórico tan importante como el de la revolución de octubre, o el papel desempeñado por el Partido bolchevique, partiendo de una polémica filosófica, -por muy importante que fuera-, está lejos de poder constituir la prueba de lo que se afirma. Ni los errores filosóficos de Lenin en 1938, ni tampoco el triunfo posterior de la contrarrevolución estalinista, son pruebas de octubre 17 no fuese una revolución proletaria, sino la revolución de una tercera clase. La inteligencia. (¿) Al basar artificialmente sus confusiones políticas erróneas sobre premisas teóricas justas, al establecer unos vínculos en un solo sentido entre causas y efectos, Pannekoek a su vez cae en el mismo procedimiento no marxista que acababa de criticar con razón a Lenin.
Con 1968 y la reanudación de la lucha de clases, el proletariado reanuda el hilo roto por casi medio siglo de contrarrevolución triunfante y se vuelve a apropiar los trabajos de esa izquierda que había sobrevivido al naufragio de la internacional comunista.
Hoy en día, los escritos y los debates de esta Izquierda que se ignoran durante mucho tiempo vuelven a salir y encuentran lectores cada vez más numerosos. Hoy, “Lenin Filósofo” de Pannekoek -- como tantas otras obras de otros autores- se ha podido publicar y lo han podido leer miles de militantes obreros. Pero para que esos trabajos teóricos políticos puedan servir verdaderamente al desarrollo del pensamiento y de la actividad revolucionaria, hoy se han de estudiar con espíritu crítico, manteniéndose alejado de medios universitarios que, al descubrir tal o cual autor, rápidamente lo transforman en una nueva moda, en una nueva idolatría, y se vuelven sus incondicionales apólogos.
Frente a un “neo anti-bolchevismo” de moda, hoy en algunos grupos y revistas como el PIC o el ex --Spartacus, que simplemente borra todo el movimiento socialista y comunista en Rusia, incluyendo la revolución de Octubre, de la historia del proletariado, podemos decir de nuevo lo que escribía “Internacionalisme” en su prólogo al libro de Harper:
“Esta deformación del marxismo, que debemos a los marxistas, tanto apresurados como ignorantes, hace pareja con los que, no menos ignorantes, hacen del “anti-marxismo”, su especialidad propia. El “anti marxismo”, se ha vuelto hoy día el atributo de toda una capa de intelectuales de medio pelo pequeño burgueses desarraigados, que han perdido su categoría social. Agriado y desesperados que, asqueados por el monstruoso sistema ruso proveniente de la revolución proletaria de octubre y sin ganas de hacer la labor ingrata y dura de investigación científica, se van por el mundo, con las cenizas de luto sobre la cabeza. En una cruzada sin cruz, en búsqueda de nuevos ideales, no para entenderlos sino para adoptarlos”
. Lo que ayer era para el marxismo, lo es hoy también para el bolchevismo y la revolución de Octubre.
M.C.
Resulta indiscutible, tras leer el documento de Harper sobre Lenin, que nos hallamos ante un estudio serio y profundo sobre la obra filosófica de Lenin y ante un esbozo muy claro y muy neto de la dialéctica marxista que Harper opone a la concepción filosófica Lenin.
El problema para Harper se planteó de la siguiente manera: en lugar de separar las concepciones del mundo de un Lenin de su actividad política, es preferible, para ver y comprender mejor lo que emprendió aquel revolucionario, discutir y entender sus orígenes dialécticos. La obra que, para Harper, mejor caracteriza a Lenin, a su pensamiento, es “Materialismo y Empiriocriticismo” en la cual, saliendo al ataque de un claro idealismo que se perfilaba en la “intelligentsia” rusa con la colección filosófica de un Mach, Lenin trata de volver a clarificar un marxismo que acababa de sufrir revisiones, no solo por parte de Bernstein, sino también por parte de ese Mach.
Harper introduce el problema con un análisis muy perspicaz y profundizado de la dialéctica en Marx y en Dietzgen. Más aún, todo a lo largo de su estudio, Harper tratará de hacer una profunda discriminación entre el Marx de los primeros estudios filosóficos y el Marx maduro por la lucha de la clase y que se desgaja de la ideología burguesa. A través de esta discriminación, despeja los fundamentos contradictorios del materialismo burgués de la época próspera del capitalismo al que caracteriza en las ciencias naturales, y del materialismo revolucionario, concretado en las ciencias del desarrollo y de la evolución social. Harper se esforzará en refutar algunas aserciones de Lenin que, a su parecer, no corresponden al pensamiento de Mach, sino que únicamente incumben a la polémica por parte de Lenin, que en este caso procuraba resolver “la unidad del partido socialista ruso más que refutar el verdadero pensamiento de Mach”.
Pero si el trabajo de Harper resulta interesante en su estudio sobre la dialéctica, así como en la corrección del pensamiento de Mach a la manera de Lenin, la parte más interesante por sus importantes consecuencias, es sin duda alguna el análisis de los orígenes del materialismo en Lenin, y su influencia sobre la obra y la acción de éste en la discusión socialista internacional y en la revolución de 1917 en Rusia.
La fase primera de la crítica empieza por el estudio de los antecesores filosóficos de Lenin. Desde d’Nolbach, pasando por algunos materialistas franceses como la Lametrie y hasta Avenarius, el pensamiento de Lenin se perfila claramente. Todo el problema se basa en la teoría del conocimiento. Ni siquiera Plejanov pudo evitar esta trampa del materialismo burgués. A Marx le precede Feuerbach. Y esto será una gran desventaja en el pensamiento social de todo el marxismo ruso, y de Lenin en primer lugar.
Harper, con mucha razón, delimita en la teoría del conocimiento, los orígenes del materialismo burgués que acabará hundiéndose por su carácter estático, y los del materialismo revolucionario que no sigue o supera la dialéctica burguesa, sino que tiene una naturaleza y una orientación diferentes.
Por una parte, la burguesía considera al conocimiento como un fenómeno puramente receptivo (Engels -según Harper- tendrá sobre este punto únicamente la misma concepción). Quien dice conocimiento dice percepción, sensación del mundo exterior, comportándose nuestro espíritu como un espejo que refleja con mayor o menor fidelidad el mundo exterior. Entonces se entiende que las ciencias naturales fueron el caballo de batalla del mundo burgués. La física, la química, la biología en sus primeras expresiones representan más una labor de traducción de fenómenos del mundo exterior que una tentativa de interpretación. La naturaleza parece un gran libro por medio del cual se trascriben manifestaciones naturales en signos inteligibles. En resumidas cuentas, la ciencia se vuelve una fotografía de un mundo cuyas leyes siempre son las mismas, independientes del espacio y del tiempo, pero dependientes del uno y del otro si se consideran por separado.
Esta primera tentativa de las ciencias ha de tener naturalmente como objeto lo que es exterior al hombre, pues es más fácil entender el mundo exterior sensible, que el enredado mundo humano cuyas leyes resisten ante los signos ecuacionales de dirección única, de las ciencias naturales. Pero también hemos de ver en ello sobre todo una necesidad para la burguesía en desarrollo de comprender rápida y empíricamente lo que, exterior a ella, pueda servir para el desarrollo de su fuerza social de producción. Comprender rápidamente, ya que los cimientos del sistema económico-social no son sólidos todavía; empíricamente, ya que la génesis del capitalismo se desarrolla en un terreno fértil, que, para los humanos hace resaltar sobre todo los resultados y las conclusiones, más que el camino recorrido para llegar a ellos.
Las ciencias naturales en el materialismo burgués debían influenciar el conocimiento de los demás fenómenos y originar las ciencias humanas, historia, psicología, sociología, en las que se aplicaban los mismos métodos de conocimiento.
Y resulta que el primer objeto del conocimiento humano que preocupa a las mentes es la religión, que se estudia por primera vez en tanto que problema histórico. Esto también expresa la necesidad para una burguesía joven de deshacerse de lo religioso, que niega la racionalidad natural del sistema capitalista. Esto se plasma en la aparición de eruditos burgueses, entre los cuales Renan, Strauss, Feuerbach, etc..; pero siempre es una disección metodológica lo que hacen, pues el hombre no ha de intentar criticar socialmente un cuerpo ideológico, como la religión, sino más bien volver a encontrar sus fundamentos humanos, para para reducirla al nivel de las Ciencias Naturales y con el bisturí científico permitir que aparezcan documentos antiguos y las alteraciones sufridas a lo largo de los siglos. En fin, el materialismo burgués normaliza un estado de hecho, fija para la eternidad un modo inmutable de desarrollo. Considera a la naturaleza como una repetición sin fin de causas racionales. El hombre reduce la naturaleza a un anhelo de estatismo conservador. Se da cuenta que domina la naturaleza de cierto modo y no ve que sus instrumentos de dominación se están liberando del hombre y volviéndose en su contra. El materialismo burgués es una etapa progresiva del conocimiento humano. Se vuelve conservador hasta verse rechazado por la burguesía misma cuando el sistema capitalista en su apogeo ya está prefigurando su hundimiento.
Harper ve en la toma de conciencia de la lucha de clases, en las masas trabajadoras, a través de las primeras contradicciones importantes del régimen capitalista, el camino que lleva el pensamiento de Marx desde aquella manera de pensar que se notaba aún en su obra de juventud hacia el materialismo revolucionario.
El materialismo revolucionario, insiste Harper., no es un producto racional; si el materialismo burgués nace en un medio económico-social específico, el materialismo revolucionario también necesita un medio económico-social específico. En aquellas dos épocas, Marx toma conciencia de una existencia que va modificándose. Pero en donde la burguesía solo vio racionalismo, repetición de causa a efecto, Marx nota, en el medio económico-social en evolución, un nuevo elemento que está introduciéndose en el dominio del conocimiento. Su conciencia no es una fotografía del mundo exterior, su materialismo está animado por todos los factores naturales, y, en primer término, el hombre.
La burguesía podía dejar de lado la parte del hombre en el conocimiento, pues su sistema, en sus principios, se desarrolla como las leyes de la astronomía, con la regularidad precisa, y además, su sistema económico dejaba al hombre fuera.
Se olvidó del sistema para con el hombre, empieza, a mediados del siglo XIX, a notarse en las relaciones sociales. Entonces está madurando la conciencia revolucionaria, su conocimiento no es tan solo un aspecto del mundo exterior, como lo pretende el materialismo burgués, sino que el hombre entra en el conocimiento del mundo, en tanto que factor receptivo y además como factor que actúa y modifica.
Entonces para Marx, el conocimiento se vuelve producto de la sensación del mundo exterior y de la idea-acción del hombre factor-motor del conocimiento.
Nacen las ciencias del desarrollo social y de la evolución social, eliminando las viejas ciencias humanas, expresando una progresión y un desarrollo en acción. Las mismas ciencias naturales salen de su marco estrecho. La ciencia del siglo XIX burgués se viene abajo a causa de su ceguera.
Es esa falta de praxis en el conocimiento lo que será específico de la naturaleza ideológica de Lenin. Pero, aunque Harper busca los orígenes filosóficos de Lenin, no por eso les atribuye una influencia decisiva en su acción.
La existencia social condiciona la conciencia. Lenin procede de un medio social atrasado, todavía existe el feudalismo, y la burguesía no es una clase fuerte y revolucionariamente capaz. El fenómeno capitalista en Rusia se presenta en un periodo en el que la burguesía desarrollada y madura de Occidente ya está trazando su curva de decadente. Rusia se convierte en territorio capitalista, no porque una burguesía nacional se oponga al absolutismo feudal del Zar, sino por la injerencia del capital extranjero, que de este modo, crea por completo el aparato capitalista en Rusia. Al hundirse el materialismo burgués a causa del desarrollo de su economía y de sus contradicciones, la “intelligentsia” rusa solo muestra para luchar contra el absolutismo imperial el materialismo revolucionario. Pero el objetivo de la lucha guiará al materialismo revolucionario contra el feudalismo y no contra el capitalismo que no representa ninguna fuerza efectiva. Lenin forma parte de esa “intelligentsia” que, queriendo basarse en la única clase revolucionaria, el proletariado, intenta realizar la transformación capitalista retrasada de la Rusia feudal.
Esta afirmación no es más que una interpretación de Harper, quien verá en la revolución rusa la madurez objetiva de la clase obrera y un contenido político burgués expresado por Lenin, el cual soporta en su conciencia el peso de las tareas del momento en Rusia, la existencia económico-social de este país que se comporta desde el punto de vista del capital como una colonia, en donde no existiría burguesía nacional y en donde las dos fuerzas en presencia serían el absolutismo y la clase obrera.
El proletariado se expresa entonces, en función de ese atraso que se caracteriza por la ideología materialista burguesa de un Lenin. Esta es la idea de Harper sobre Lenin y la revolución rusa. Veamos una de sus frases:
“Esta filosofía materialista era precisamente la doctrina que convenía perfectamente a la nueva masa de los intelectuales rusos que en las Ciencias físicas y en la técnica, no han tardado en reconocer con entusiasmo la posibilidad de administrar la producción y en tanto que nueva clase dominante de un imperio inmenso, han visto abrirse ante sí el porvenir, con la única resistencia del viejo campesinado religioso”. (Lenin Filósofo, cap. VIII).
El método de Harper, así como su modo de interpretar al problema del conocimiento, son dignos con “Lenin Filósofo” de figurar entre las mejores obras del marxismo. Sin embargo, en cuanto a sus conclusiones políticas, nos lleva hacia tanta confusión, que nos vemos obligados a examinarlo de cerca, para intentar disociar el conjunto de su formulación del problema del conocimiento de sus conclusiones políticas que nos parecen erróneas y hasta sin relación con el nivel general de la obra.
Nos dice Harper: “…el materialismo solo dominó la ideología de la clase burguesa durante muy poco tiempo...”. Lo cual, tras haber demostrado que la filosofía de Lenin en “Materialismo y Empiriocriticismo” era esencialmente materialista burguesa, le permite decir que la revolución bolchevique de octubre de 1917 fue una “revolución burguesa apoyada por el proletariado”.
Aquí se encierra Harper en su propia dialéctica y no nos explica este primer fenómeno de su pensamiento y de la historia y puesto que la revolución burguesa produce por sí misma su ideología propia, que es materialista, en el periodo revolucionario, ¿cómo es posible que en el momento en que empieza la crisis más aguda del capitalismo (entre 1914 y 1920), - crisis que no parece preocupar a Harper- una revolución burguesa haya sido exclusivamente propulsada por la parte más consciente de la vanguardia obrera y de los soldados rusos, con los que se solidarizaron obreros y soldados del mundo entero y, principalmente, del país (Alemania) en donde el capitalismo estaba más desarrollado? ¿Cómo es posible que precisamente en esa época, los marxistas, los dialecticos más experimentados de todos, los mejores teóricos del socialismo, que defienden también como Lenin sino mejor que él, la concepción materialista de la historia, como por ejemplo Plejánov y Kautsky, se encontrasen del lado de la burguesía contra los sombreros y los soldados revolucionarios del mundo entero en general, y contra Lenin y los bolcheviques en particular? Harper ni siquiera se plantea todas esas preguntas; ¿cómo podría responder? Pero es justamente el que no se les haya planteado lo que nos extraña.
Además, el largo desarrollo filosófico, aunque justo en su conjunto, comprende algunas afirmaciones que le quitan alcance, Harper tiende a hacer (entre los teóricos del marxismo) una separación entre dos concepciones fundamentalmente opuestas, en el seno de esa corriente ideológica, en cuanto al problema del conocimiento y de la manera de abordarlo. Esta separación, que remontaría a la obra y a la vida del mismo Marx, es algo simplista y esquemático. Harper ve por una parte en la ideología del mismo Marx, dos períodos:
Hasta 1848, Marx materialista burgués progresista: “La religión es el opio del pueblo...”; esta frase Lenin la recogería más tarde y ni Stalin ni la burguesía rusa juzgaron necesario quitarlo de los momentos de los monumentos oficiales ni siquiera en tanto que objetivo de propaganda del partido.
Después, el Marx de la segunda época, materialista y dialéctico revolucionario, el del ataque contra Feuerbach, el del “Manifiesto Comunista”, etc. “... la existencia condiciona la conciencia”.
Harper opina que no es una casualidad si la obra de Lenin, “Materialismo y Empiriocriticismo”, es esencialmente representativa del marxismo de la primera época, y de ahí llega a la idea según la cual la ideología de Lenin fue determinada por el movimiento histórico en el que participaba y cuya naturaleza profunda, según Harper, aparece dada por la naturaleza misma, materialista burguesa, de la ideología de Lenin. (Harper solo tiene en cuenta a “Materialismo y Empiriocriticismo”).
Esta explicación lleva a la conclusión de Harper, según la cual el “empiriocriticismo” sería hoy la Biblia de los intelectuales, técnicos y demás representantes de la nueva clase capitalista de Estado que está ascendiendo; la revolución rusa y los bolcheviques, en primer lugar, serían una prefiguración de un movimiento más general de evolución revolucionaria, del capitalismo al capitalismo de Estado, y de la mutación revolucionaria de la burguesía liberal en burguesía burocrática de Estado, de la cual el estalinismo sería la forma más acabada.
Esta concepción de Harper, dejar pensar que esta clase que en todas partes tendría como biblia el “empiriocriticismo” (que Stalin y sus compinches seguirán defendiendo) se apoyaría esencialmente en el proletariado para hacer su revolución capitalista de Estado y, según Harper, sería esta la razón que determinaría a esta nueva clase a apoyarse en el marxismo en esa revolución.
Esta explicación tendería pues a demostrar, que el marxismo de la primera época conduce directamente a Stalin pasando por Lenin, lo cual ya lo hemos oído en boca de anarquistas, en lo que se refiere al marxismo en general del que Stalin sería el resultado lógico (¿de la lógica anarquista?) y que una nueva clase revolucionaria capitalista apoyada en el proletariado surgiría en la historia justamente en el momento en que el capitalismo mismo entra en crisis permanente a causa del hiperdesarrollo de sus fuerzas productivas en el marco de una sociedad basada en la explotación del trabajo humano (la plusvalía).
Estas dos mismas ideas que tiende Harper a introducir en su Lenin Filósofo que se publicó antes de la guerra de 1949 45, las anuncian otros teóricos que vienen de medios sociales y políticos diferentes al suyo, y que se han puesto muy de moda después de la guerra. Actualmente las defienden, la primera muchísimos anarquistas y la segunda muchísimos burgueses reaccionarios del estilo de James Burnham.
El que los anarquistas lleguen a semejantes concepciones mecanicistas y esquemáticas, de que el marxismo estaría en la base del estalinismo y de “la ideología capitalista de Estado”, o de la nueva clase “ejecutiva” no ha de extrañar de parte de aquellos. Nunca han entendido nada de los problemas de filosofía como los plantean los revolucionarios; para ellos, Marx deriva de Auguste Comte, comparan esta asimilación con Lenin, y de ello hacen derivar “la ideología bolchevique estalinista” y con ella relacionan a todas las corrientes marxistas, sin excepción, tomando para sí mismos, en tanto que modo de pensar filosófico, todos los temas de moda, todos los idealismos, desde el existencialismo hasta el nietzscheismo, o desde Tolstoi hasta Sartre.
Pero resulta que esta afirmación de Harper, según la cual “Materialismo y Empiriocriticismo” de Lenin sería una obra filosófica cuya interpretación del problema del conocimiento no superaría el método de interpretación materialista burgués mecanicista, y que sobre esa constatación saca la conclusión de que los bolcheviques, el bolchevismo y la revolución rusa “no podían ir más allá” de la revolución burguesa; estas afirmaciones, como ya hemos visto, no nos conducen únicamente a las conclusiones de anarquistas y burguesas como Burnham; esta afirmación está ante todo en contradicción con otra de Harper mismo que es en parte justa: “El materialismo solo dominó la ideología de la clase burguesa durante muy poco tiempo. Mientras esta podía creer que la sociedad con su desarrollo a la propiedad privada, su libertad individual y su libre competencia podía resolver todos los problemas vitales de cada cual, gracias al desarrollo de la producción, bajo el impulso del progreso sin límites de la ciencia y de la técnica, podía aquella admitir que la ciencia había resuelto los principales problemas teóricos y ya no necesitaba recurso alguno a las fuerzas espirituales supra naturales. Pero el día que la lucha de clases reveló que el capitalismo no era capaz de resolver el problema de la existencia de las masas, su filosofía optimista y materialista del mundo desapareció. De nuevo apareció el mundo lleno de incertidumbres y de contradicciones insolubles, lleno de fuerzas ocultas y amenazadoras”.
Volveremos más tarde sobre el fondo de estos problemas, pero hemos de notar, sin querer hacer vana polémica, las insolubles contradicciones en las que él mismo Harper se ha metido; por una parte, al atacar el problema tan complejo que ha atacado de una manera algo simplista y por otra parte, las conclusiones a las que llegó en cuanto al bolchevismo y al estalinismo.
¿Cómo podemos explicarnos, repetimos, según las ideas de Harper, el que cuando la lucha de clases del proletariado apareció, la burguesía se volviera idealista y el que es justamente cuando la lucha de clases se desarrolla con una amplitud hasta entonces desconocida en la historia, cuando nace por parte de la burguesía una corriente materialista que origina una nueva clase burguesa capitalista? Aquí introduce Harper una idea según la cual, si la burguesía había de volverse absolutamente idealista, si se puede descubrir en Lenin una corriente materialista burguesa, Lenin “tenía que ser materialista para arrastrar tras sí a los obreros”. Nos podemos plantear la siguiente pregunta: ya sea los obreros los que adoptaron la ideología de Lenin, o sea Lenin quien se adaptó a las necesidades de la lucha de clases, según las conclusiones de Harper, o el proletariado seguía a una corriente burguesa, o un movimiento obrero segregaba una ideología burguesa. Pero, de todas formas, el proletariado no nos aparece aquí, con una ideología propia. Que pésimo materialista marxista podría firmar algo semejante: ¿el proletariado entra en acción independiente produciendo una ideología burguesa? A esta conclusión nos lleva Harper.
Además, no es enteramente exacto que la burguesía misma sea, en una época dada, totalmente materialista y en otra, totalmente idealista. En la revolución burguesa de 1789 en Francia, el culto de la Razón solo tomó el lugar del culto de Dios, y era típico del carácter doble de las concepciones a la vez materialista e idealista de la burguesía en lucha contra el feudalismo, la religión y el poder de la Iglesia (bajo la forma agudizada de persecuciones de curas, de incendios de iglesias, etc.…). También volveremos sobre este aspecto doble y permanente de la ideología burguesa que hasta en las horas más avanzadas de la “Gran Revolución” burguesa en Francia, no superó el estadio de “…la religión es el opio del pueblo”.
Sin embargo, aún no hemos sacado todas las conclusiones a las que nos conduce Harper; sacaremos algunas y recordaremos hechos históricos que pueden interesar a todos los que “echan” la revolución de Octubre al campo burgués.
Si esta primera ojeada a las conclusiones y teorías filosóficas de Harper nos ha llevado hacia reflexiones de las que se tratará más tarde, hay hechos que hemos de retener inmediatamente por tratarse de hechos históricos que Harper parece no haber querido ni siquiera tocar.
En efecto, Harper nos habla en decenas de páginas de la filosofía burguesa, de la filosofía de Lenin, y llega a conclusiones a lo menos atrevidas y que exigían como mínimo un examen serio y profundizado. Ahora bien, qué materialista marxista puede acusar a un hombre, un grupo político o un partido de lo que Harper acusa a Lenin, los bolcheviques y su partido, de haber representado a una corriente y una ideología burguesas “…que se apoya en el proletariado” sin haber examinado previamente -aunque solo fuera para recordarlo- el movimiento histórico en que tomaron parte: esa corriente, la socialdemocracia rusa e internacional, de la que proviene (igual que todas las demás fracciones de izquierda de la socialdemocracia) la fracción de los bolcheviques
¿Cómo se formó esta fracción? ¿Qué luchas hubo de emprender a nivel ideológico para conseguir formar un grupo aparte, más tarde un partido, y finalmente la vanguardia de un movimiento internacional?
La lucha contra el menchevismo, la Iskra y “Qué Hacer”, de Lenin y de sus compañeros, la revolución de 1905 y el papel de Trotski, su Revolución permanente (que lo llevaría a fusionar con el movimiento bolchevique entre febrero y octubre del 1917), la segunda revolución de Febrero a Octubre, ( socialdemócratas, socialistas, revolucionarios de derechas, etc.…, al poder) las “Tesis de Abril” de Lenin, la constitución de los soviets y del poder obrero, la postura de Lenin en la guerra imperialista, de todo esto Harper no dice ni media palabra. No podemos creer que sea una casualidad.
(Internationalisme 1948), Mousso y Philippe
(continuará)
1Lenin Filosofo, introducción de Paul Mattick, ed. Spartacus, 1978.
Hay quien dice que existe un antagonismo de clase dentro de la clase obrera misma, un antagonismo entre las capas "más explotadas" y las capas "privilegiadas"; que existe una "aristocracia obrera" que disfruta de buenos salarios, de mejores condiciones de trabajo, una fracción obrera que comparte con "su imperialismo" las migajas de las superganancias de la explotación colonial. Así pues, que existiría una parte de la clase obrera que en realidad no pertenecería a la clase obrera sino a la burguesía, una capa de "obreros-burgueses".
Esos son los trazos comunes a todas las teorías sobre la existencia de una "aristocracia obrera". Una argumentación teórica cuya principal utilidad es permitir que las fronteras que enfrentan a la clase obrera y al capital mundial, se esfumen en una neblina de confusión.
Estas teorías "permiten" calificar a fracciones enteras de la clase obrera (los obreros de los países más industrializados, por ejemplo) de "burguesas" y a los órganos burgueses (los partidos de "izquierda", los sindicatos,...) de "obreros".
Los orígenes de esta teoría se encuentran en las fórmulas empleadas por Lenin durante la I Guerra mundial, fórmulas que la III Internacional siguió utilizando más tarde. Hay ciertas corrientes políticas proletarias, empeñadas en autodefinirse con el extraño calificativo de "leninistas", que arrastran aun hoy ese disparate teórico que únicamente sirve para alimentar la confusión acerca de problemas que son de una importancia primordial en la lucha de clases. Como la contrarrevolución estalinista utilizan igualmente, desde hace años, esa teoría para tratar de aprovechar el prestigio de Lenin como justificación de su política.
Esa teoría también la utilizan otros grupos (con ciertas variantes y arreglos) procedentes del estalinismo -por la vía del maoísmo- que han dejado de defender muchas de las principales mentiras del estalinismo oficial (en particular el mito de los "Estados socialistas": Rusia, China,...). Grupos como "Operai e Teoria" en Italia, "Le Bolchevik" en Francia, "Marxist Worker's Committee" en EEUU, que tienen posiciones muy radicales contra los sindicatos y los partidos de izquierda y que a veces logran entrampar a obreros combativos, basan su radicalismo "ex˗tercermundista" en exaltar la DIVISIÓN de la clase obrera en dos categorías o capas socio-políticas: la "más baja" -el proletariado "verdadero", según ellos- y "la aristocracia obrera".
He aquí como "Operai e Teoria" teoriza la división de la clase obrera: «No reconocer la existencia de diferencias internas entre los obreros productivos, la importancia de la lucha contra la aristocracia obrera, la necesidad de que los revolucionarios trabajen para realizar una escisión, una ruptura neta entre los intereses de las capas bajas y los de la aristocracia obrera, significa no solo no haber comprendido un acontecimiento de la historia del movimiento obrero sino -y esto es lo más grave- dejar que la burguesía arrastre al proletariado» (Operai e Teoria, nº 7 -octubre noviembre 1980)[1].
No vamos a analizar en nuestro artículo los argumentos de estos grupos "leninistas" ni tampoco sus contradicciones teóricas sino a demostrar la nocividad política y la incoherencia teórica de la Teoría de la aristocracia obrera, tal y como la propagan los grupos ex-maoístas que siembran una confusión de lo más dañina entre aquellos trabajadores que creen haber descubierto en ella la explicación de la naturaleza contrarrevolucionaria de los sindicatos y de los partidos de "izquierda".
Por eso, lo dedicaremos a evidenciar:
1º) que esa teoría se basa en un análisis sociológico que ignora el carácter de CLASE HISTÓRICA del proletariado.
2º) que la definición, o más bien LAS definiciones de "aristocracia obrera" son tanto más borrosas y contradictorias en cuanto que el capitalismo ha multiplicado las divisiones dentro de la clase obrera.
3º) que el RESULTADO PRÁCTICO de ese tipo de concepciones no es otro que la DIVISIÓN DE LOS TRABAJADORES en la lucha, el aislamiento de las "capas más explotadas" del resto de su clase.
4º) que alimentan confusiones y ambigüedades sobre una cierta naturaleza "obrero-burguesa" de los sindicatos y de los partidos de "izquierda" (ambigüedad que ya existía dentro de la Internacional Comunista).
5º) que es un sinsentido que esa teoría se declare de "Marx, Engels y Lenin" cuyas formulaciones, más o menos precisas, sobre la existencia de una "aristocracia obrera" o sobre "el aburguesamiento de la clase obrera inglesa en el siglo XIX", no sostuvieron jamás la teoría de la necesidad de DIVIDIR A LOS OBREROS; al contrario.
Una teoría sociológica
A la clase obrera se la puede ver de dos maneras: simplemente COMO ES la mayor parte del tiempo; es decir, sometida, dividida y hasta atomizada en millones de individuos solitarios, sin relacionarse entre ellos. O se la puede ver también teniendo en cuenta SIMULTÁNEAMENTE lo que es HISTÓRICAMENTE; es decir, tomando en consideración el hecho de que se trata de una clase social que tiene un pasado de más de dos siglos de lucha y que tiene como porvenir el ser la protagonista del cambio radical más grande de la historia de la humanidad.
La primera visión, INMEDIATISTA, es la visión de una clase derrotada; la segunda es la de una clase en lucha. Aquella es la que usan los sociólogos de la burguesía para decirnos «ESO es la clase obrera». La segunda es la visión del marxismo, que comprende lo que es la clase obrera no sólo a partir de lo que es AHORA sino también y, sobre todo, de lo que SERÁ. El marxismo no es un estudio sociológico del proletariado vencido sino el esfuerzo para comprender cómo lucha el proletariado, algo que es radicalmente diferente.
La teoría según la cual existen ANTAGONISMOS FUNDAMENTALES DENTRO DE LA CLASE OBRERA es una concepción positivista que sólo tiene en cuenta la realidad inmediata de la clase obrera, vencida, atomizada. Cualquiera que conozca la historia de las revoluciones obreras sabe que el proletariado alcanzó los momentos más elevados de su combate a través de la máxima generalización de su unidad, únicamente así.
Decir que es imposible la unidad de la clase obrera, desde sus elementos más explotados a los menos, es ignorar toda la historia del movimiento obrero. La historia de todas las grandes etapas de la lucha obrera está animada por el problema de alcanzar la unión más amplia posible de los proletarios. Existe un sentido preciso en el movimiento que va desde las primeras corporaciones de obreros artesanos a los soviets, pasando por los sindicatos profesionales. Esa dirección es la búsqueda de la mayor unidad. Los CONSEJOS, creados por primera vez en Rusia en 1905 espontáneamente por los obreros, constituyen el sistema de organización más unitario que pueda ser concebido para lograr la participación del mayor número posible de obreros en un movimiento de clase proletario, ya que se basa en las asambleas generales.
Esa evolución no refleja solamente un desarrollo de la conciencia de la clase de los proletarios, de su unidad y de la necesidad de ésta; la evolución de esa conciencia encuentra su explicación en la evolución de las condiciones materiales en que trabajan y luchan los proletarios.
El maquinismo, al desarrollarse, destruye las especializaciones heredadas del antiguo artesanado feudal; UNIFORMIZA al proletario, haciendo de él una mercancía que puede producir lo mismo calcetines que cañones, sin por ello tener que ser tejedor o herrero.
Además, el desarrollo del capital acarrea el desarrollo de gigantescos centros urbanos industriales donde se amontonan los proletarios por millones. La lucha adquiere en esos centros un carácter explosivo por la rapidez misma con la que pueden organizarse esos millones de hombres y coordinarse para actuar de manera unida.
En el capítulo "Burgueses y proletarios" de El Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels, leemos «El desarrollo de la industria, no tiene como único efecto incrementar el proletariado sino también aglomerarlo en masas cada vez más compactas. El proletariado siente crecer su fuerza. Los intereses, las situaciones se nivelan cada vez más dentro del proletariado a medida que el maquinismo borra las diferencias en el trabajo y pone, en casi todas partes, el salario a un nivel igualmente bajo»
En las luchas en Polonia, donde los obreros mostraron capacidades de unificación y de organización que aun sorprenden al mundo, no se asistió a un enfrentamiento entre obreros especializados y no especializados sino a su unificación, en las asambleas por la lucha y en la lucha.
Para comprender esos "milagros" es necesario no fijarse únicamente, como hacen los sociólogos, en la realidad INMEDIATA de la clase obrera, En los momentos EN QUE NO LUCHA. Cuando el proletariado no lucha, cuando la burguesía puede satisfacer lo mínimo socialmente necesario para la subsistencia de los obreros, estos se encuentran, en efecto, totalmente divididos.
El proletariado -esa clase que sufre la última pero también la más absoluta explotación social que cualquier clase social explotada haya conocido en la historia- vive, desde su nacimiento, de manera totalmente diferente según se encuentre sometido y pasivo ante la burguesía o si alza la cabeza ante su opresor.
Esta separación entre esas dos formas de existencia (unido y en lucha, dividido y pasivo) no ha dejado de aumentar, con la evolución misma del capitalismo. Excepto en los últimos años del siglo XIX, cuando el proletariado logra imponer momentáneamente a la burguesía la existencia de verdaderos sindicatos y partidos de masa obreros, los obreros tienden a unificarse cuando el combate los une pero también encontrarse cada vez más divididos y atomizados en los periodos de "calma social".
La misma evolución de las condiciones materiales de vida y de trabajo, que lleva a la clase obrera a LUCHAR de manera CADA VEZ MÁS UNIDA lleva, fuera de periodos de lucha, a la competencia, a la división y hasta la atomización como individuos solitarios que conocemos hoy.
La competencia entre obreros, fuera de periodos de lucha, es una característica del proletariado desde su nacimiento aunque era MENOS fuerte a principios del capitalismo, cuando los obreros "tenían una profesión, un oficio, una instrucción específica", cuando la educación no se había generalizado y el saber de cada proletario era una herramienta de trabajo importantísima. "El tejedor no era un competidor del herrero". Pero desde entonces, gracias a los progresos de las máquinas y de la educación, el "Cualquiera puede producir lo que sea" se ha traducido, en el capitalismo, por: "Cualquiera le puede hacer el trabajo de otro".
Ante el problema de encontrar trabajo, el obrero en el capitalismo industrial sabe que la respuesta depende de la cantidad de candidatos al mismo empleo. EL DESARROLLO DEL MAQUINISMO TIENDE DE ESA MANERA, Y CADA VEZ MÁS, A OPONER INDIVIDUALMENTE A LOS OBREROS CUANDO NO ESTÁN LUCHANDO. Marx describía así este proceso: «El incremento del capital productivo implica la acumulación y la concentración de capitales. La concentración de capitales conduce a una mayor división del trabajo y a un mayor empleo de las máquinas. Una mayor división del trabajo reduce a la nada la especialización del trabajo y destruye la especialidad del profesional, colocando en lugar de esta especialidad un trabajo que todo el mundo puede hacer, aumenta la competencia entre los obreros». (Marx: "Miseria de la Filosofía: "Discurso sobre el librecambio"....)[2].
El desarrollo del maquinismo crea las condiciones materiales para la existencia de una humanidad unida y consciente pero al mismo tiempo, dentro del marco de las leyes capitalistas en donde la supervivencia del trabajador depende de que pueda vender su fuerza de trabajo, lo que resulta es una competencia más fuerte que nunca. Por tanto, pretender basar una teoría de lo que será el proletariado en lucha ignorando la experiencia histórica de las luchas pasadas, basándose sólo en un estudio INMEDIATISTA del proletariado derrotado, dividido, conduce inevitablemente a verlo como un cuerpo que no logrará nunca unificarse. Cuanto más se hace referencia a una visión AHISTÓRICA, INMEDIATISTA, so pretexto de que "hay que ser concreto", de que "hay que hacer algo que dé resultados inmediatos", más se da la espalda a una comprensión verdadera de lo que es realmente el proletariado.
Una concepción que niega la posibilidad de unidad de la clase obrera es, de entrada, una teorización de la derrota del proletariado, de los momentos en que no lucha; traduce la visión que tienen los burgueses de los obreros: individuos ignorantes, divididos, atomizados, vencidos. Es una concepción propia de la fauna sociológica.
Una concepción "obrerista"
Al no llegar a ver a la clase obrera como sujeto histórico, esta concepción la entiende como una SUMA DE INDIVIDUOS REVOLUCIONARIOS. EL "OBRERISMO" no es una manera de resaltar el carácter revolucionario de la clase obrera sino el culto sociológico de los INDIVIDUOS OBREROS como tales. Embebidos en este tipo de visión, las corrientes de origen maoísta le dan mucha importancia al origen social de los miembros de una organización política; hasta el punto de que gran parte de sus militantes de origen burgués o pequeño burgués abandonaron, sobre todo en el periodo que siguió a Mayo del 68, sus estudios para hacerse obreros de fábrica (lo cual no hizo sino reforzar el culto al obrero individual).
Por ejemplo, el "Marxist Worker's Commitee", un grupo que logró evolucionar hasta llegar a considerar hoy que no existe ningún Estado obrero y que Rusia es burguesa desde 1924 (año de la muerte de Lenin) escribe en el Nº 1 de su publicación "Marxist Worker's" (verano de 1979) en el artículo "25 años de lucha -nuestra historia" lo siguiente: «Nuestra experiencia en el viejo partido revisionista C. P. USA (Partido Comunista de los EEUU) y en el AWCP (American Worker's Communist Party -organización maoísta) nos condujo a concluir que los fundadores del Comunismo científico tenían razón al afirmar que un verdadero partido obrero debe desarrollar un marco de OBREROS TEÓRICAMENTE AVANZADOS, que no solo el conjunto de sus miembros sino también su dirección deben proceder en primer lugar de la clase obrera».
¿Qué concepción de la clase obrera se puede "aprender" en una organización burguesa estalinista? Recordamos aquí dos ocasiones, en la historia del movimiento obrero, en las cuales se quiso aplicar ese principio obrerista:
1) la lucha de "el obrero" TOLAIN, delegado francés en los primeros congresos de la AIT, contra la aceptación de Marx como delegado. Para Tolain había que rechazar a Marx, en nombre del principio de que "la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos", puesto que Marx no era un obrero sino un intelectual. Después de un debate la moción de Tolain fue rechazada. Unos años después, Tolain "el obrero" se encontraba del lado de los versalleses contra la insurrección obrera de la Comuna de París.
2) también la Socialdemocracia alemana logró impedir, en noviembre de 1918, que Rosa Luxemburgo tomara la palabra en el Congreso de los Consejos Obreros porque ella tampoco era obrera y la hizo asesinar unas semanas después por una partida de pistoleros que obedecían las órdenes de "el obrero" Noske y que aplastaron sangrientamente la Insurrección de Berlín en enero de 1919. NO ES CADA INDIVIDUO QUIEN ES REVOLUCIONARIO, ES LA CLASE OBRERA QUIEN LO ES.
"El obrerismo" no comprende esa diferencia y consecuentemente no comprende ni al obrero individual ni a la clase obrera como clase.
II La aristocracia obrera: una definición imposible
Que existen diferencias de salarios, de condiciones de vida y de trabajo entre los obreros es algo evidente. Que, por regla general, cuanto mejor es la situación social de un individuo más tendencia tiene a querer conservarla es igualmente una trivialidad. Pero de ahí a definir dentro del proletariado una capa estable cuyos intereses serían antagonistas a los del resto de su clase y la amarrarían a la burguesía o a querer establecer una relación mecánica entre explotación y conciencia y combatividad, hay una brecha particularmente peligrosa.
En las primeras etapas del capitalismo, cuando gran parte de los obreros eran todavía prácticamente artesanos con cualificaciones muy particulares, con prerrogativas de "corporación", se podía momentáneamente, durante los periodos de prosperidad económica, discernir más fácilmente partes de la clase obrera que gozaban de privilegios particulares.
Así, Engels reconocía circunstancialmente, en una correspondencia personal, una aristocracia obrera "en los mecánicos, los carpinteros, los obreros de la construcción"; los cuales, en el siglo XIX, constituía una serie de trabajadores organizados aparte que gozaban de ciertos privilegios por la importancia de su trabajo y el monopolio que tenían de su cualificación.
Pero con la evolución del capitalismo, que comportaba por un lado la descalificación del trabajo y por otro la multiplicación de las divisiones artificiales entre los trabajadores, tratar de definir una "aristocracia obrera" queriendo indicar en ella una capa precisa que goza de privilegios que la distingue de manera cualitativa del resto de los obreros, es condenarse a nadar en lo arbitrario. El capitalismo ha dividido sistemáticamente a la clase obrera, tratando siempre de crear situaciones en las que el interés de unos trabajadores se oponga al interés de otros.
Ya hemos destacado cómo el desarrollo del maquinismo conduce, en los periodos sin luchas proletarias, a través de la "Destrucción de la especialización del trabajador" al desarrollo de la competencia entre obreros. Sin embargo, el capitalismo no se contenta con las divisiones que puede engendrar el proceso de producción mismo. Al igual que las clases explotadoras del pasado, la burguesía conoce y aplica el viejo principio: DIVIDIR PARA REINAR. Y lo hace con una ciencia y con un cinismo sin precedentes en la historia.
El capitalismo ha recuperado, de las sociedades del pasado, el empleo de las divisiones -que él llama "naturales"- por el sexo y por la edad; veamos: aunque la fuerza física, "prerrogativa del varón adulto", desaparezca progresivamente con el desarrollo de las máquinas, el capital mantiene a conciencia esas divisiones con el único fin de dividir y de pagar menos la fuerza de trabajo de la mujer, del niño o del viejo.
También retoma del pasado las divisiones raciales o de origen geográfico:
En su génesis, el capital, que existía principalmente bajo la forma de capital comercial, se enriqueció, entre otras cosas, gracias al comercio de esclavos; en su forma acabada, el capital no ha dejado de utilizar las diferencias de origen o de raza para ejercer una presión permanente para bajar los salarios. De la situación de los trabajadores irlandeses, en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, a la de los obreros turcos o yugoslavos en la Alemania de 1980, se ha seguido la misma política de división por parte de la burguesía. El Capital sabe perfectamente cómo sacar provecho de las divisiones entre tribus en África, así como de las divisiones religiosas en Úlster, de las diferencias de castas en India o de las diferencias raciales en los EEUU o en las principales potencias europeas reconstruidas, después de la I Guerra mundial, con una importación masiva de trabajadores de Asia, África y de los países menos desarrollados de Europa (Turquía, Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, etc.).
Pero el capitalismo no se contenta con mantener y azuzar esas divisiones, "naturales", entre los trabajadores. Al generalizar el asalariado y la organización "científica" de la explotación en las fábricas (taylorismo, sistemas de bonificaciones -primas, destajos...), ha llevado la división de los obreros no cualificados al nivel de los profesionales, generalmente de educación universitaria: sociólogos, siquiatras, sindicalistas... que trabajan cogidos de la mano con los jefes de personal para concebir la mejor y más "rentable" organización de la producción y meter en los talleres y las oficinas la ley del "Cada uno a la suya", el interés de cada uno como antagónico al de todos los demás. Bajo el capitalismo es cuando el famoso refrán: "El hombre es un lobo para el hombre" se ha concretado mejor. Al hacer depender el salario de unos de la productividad de otros, al multiplicar las diferencias artificiales de salario para un mismo trabajo (lo cual se practica a fondo hoy en día gracias al empleo de la informática en la administración de las empresas) pone todo su empeño en crear antagonismos entre los explotados.
En esas condiciones es casi imposible no encontrar, para cada categoría de trabajadores, otra categoría que sea menos o más "privilegiada".
Si se tienen en cuenta los privilegios que le pueden conceder a un obrero en función de su edad, su sexo, su raza, su experiencia, el contenido de su trabajo (manual o no), su posición en el proceso de producción, las primas que recibe,..., se pueden multiplicar infinitamente las definiciones de lo que podría ser la "aristocracia obrera". Se habrá fraccionado a la clase obrera en rodajas sociológicas, como si fuera un salchichón, pero no se habrá dado un solo paso en la comprensión de su ser revolucionario.
Las elucubraciones de origen maoísta sobre la aristocracia obrera incluyen, además de la "antiaristocracia obrera", la necesidad de organizar al "verdadero proletariado", a "las capas más explotadas",... Estos grupos tienen pues que emprender una dura labor para encontrar no solamente una definición sociológica de lo que puede ser la "aristocracia obrera", sino también de lo que son las capas "puras" del proletariado. A eso dedican gran parte de su trabajo "teórico", cuyos resultados varían según el grupo, la tendencia, el país, el periodo, etc.
Así, en países como Inglaterra, Francia o Alemania, los trabajadores inmigrados serían los que constituyen el verdadero proletariado y el resto, los trabajadores blancos, la "aristocracia obrera". Según tal concepción, en EEUU toda la clase obrera se puede considerar aburguesada (el nivel de vida de un obrero negro en EEUU puede ser cien veces superior al de un obrero en India), pero también se puede, según esa misma idea, llegar a la conclusión de que son solo los obreros blancos los "aristócratas", puesto que los obreros estadounidenses negros son "aristócratas" desde un punto de vista pero "los más explotados" desde otro. Para "Operai e Teoria" los obreros que trabajan en las cadenas de montaje son la "verdadera clase obrera". Los obreros de la industria de los países subdesarrollados son igualmente catalogados por ciertos grupos como "aristócratas" al ser a menudo su nivel de vida mucho más elevado que el de las masas de "sin trabajo" que se amontonan en la periferia de las ciudades. Las definiciones de esa famosa "aristocracia" pueden variar de un grupo a otro, pasando alegremente del ciento por cien de los trabajadores al cincuenta o al veinte, según el humor de los teóricos de servicio.
III Una teoría para dividir a la clase
Mientras resuelven y precisan sus diferentes definiciones sociológicas de las distintas capas del proletariado, el trabajo de intervención entre los obreros de estas organizaciones consiste en actuar, a diferentes niveles, en favor de la DIVISIÓN que ellos mismos predican.
Actúan esencialmente creando organizaciones que agrupen únicamente a obreros de los cuales tienen la certeza de que no pertenecen a la "aristocracia obrera". Organizaciones de obreros negros, de obreros de las cadenas de montaje, de obreros emigrantes, parados, etc.,...
Es así cómo ciertos grupos desarrollan, entre los trabajadores inmigrantes en los países más industrializados de Europa, un racismo particular que sustituye al racismo, ya demasiado clásico, anti-blanco; un racismo "marxista-leninista" anti-aristocracia-obrera-blanca. En los países menos desarrollados, exportadores de mano de obra, los defensores de esa teoría se dedican a difundir y defender la noción: "antiobrero cualificado" entre los obreros menos instruidos.
En el seno de estas organizaciones se cultiva la desconfianza en la "aristocracia obrera" a la que se acaba atribuyendo rápidamente la causa de todos los males que sacuden a "las capas más explotadas".
Se pretenden hacer creer, en el mejor de los casos, que la unificación SEPARADA de los sectores más explotados de la clase obrera constituye un ejemplo y un factor hacia una unificación más amplia de la clase. Pero eso es ignorar totalmente cómo se hace la unificación de los obreros.
El ejemplo vivo de Polonia, en 1980, es claro en esta cuestión. La unificación de los obreros no fue resultado de una serie de unificaciones parciales acumuladas unas detrás de otra, un sector tras otro, después de haber hecho un paciente trabajo de hormiguita. Fue con la forma de explosión cómo se organizó esa unificación, en pocos días o en pocas semanas. El punto de partida de la lucha y el camino que sigue la generalización del combate, son imprevisibles y múltiples.
Polonia confirmó de nuevo lo que ya era evidente en todas las explosiones de lucha obrera desde 1905 en Rusia. Desde hace 75 años, el proletariado no se unifica más que en la lucha y para la lucha. Pero cuando lo hace lo hace de golpe, a la mayor escala posible. Desde hace setenta y cinco años, cuando los obreros luchan en su terreno de clase a lo que se asiste no es a una lucha entre fracciones de la clase obrera sino por el contrario a una unificación sin precedentes en la historia. EL PROLETARIADO ES LA PRIMERA CLASE EN LA HISTORIA QUE NO ESTÁ DIVIDIDO EN SU SENO POR ANTAGONISMOS ECONÓMICOS REALES. Al contrario que los campesinos, los artesanos,... el proletariado no es propietario de sus medios de producción; no posee nada más que su fuerza de trabajo y su fuerza de trabajo ES COLECTIVA.
La única arma del proletariado frente a la burguesía armada, es la CANTIDAD; PERO LA CANTIDAD SIN UNIDAD NO ES NADA. La conquista de esa unidad es el combate fundamental del proletariado para afirmar su fuerza. No es por casualidad que la burguesía se empeñe tanto en quebrar todo esfuerzo en ese sentido.
Es burlarse de la gente, como hace "Operai e Teoría", decir que la idea de la necesidad de la unidad de la clase obrera es una idea burguesa: «ninguna voz de la burguesía se eleva hoy para apoyar esa división (entre las capas más bajas y la aristocracia"); al contrario, hacen propaganda al unísono a favor de la necesidad de sacrificios porque "estamos todos en la misma barca"» (Operai e Teoría, nº 7; página 10).
No es de unidad de la clase obrera de lo que habla la burguesía en todos los países sino de UNIDAD DE LA NACIÓN. Lo que dice no es "Todos los obreros están en la misma barca" sino "Los obreros están en la misma barca que la burguesía de su país". Lo que no es la misma cosa. Pero eso es difícil comprenderlo para aquellos que han aprendido el marxismo de los nacionalistas estilo Mao, Stalin o Ho-chi -Mihn. Frente a todas esas elucubraciones de origen estalinista, los comunistas no pueden más que oponer las lecciones de la práctica histórica del proletariado. Y tal y como lo preconizaba ya el manifiesto Comunista en 1848: "PROPUGNAR Y VALORIZAR LOS INTERESES COMUNES DEL PROLETARIADO ENTERO". (Del Manifiesto Comunista: Proletarios y Comunistas. Resaltado por nosotros).
IV Una concepción ambigua de partidos y sindicatos
¿Cómo puede tener esa teoría el mínimo eco entre los trabajadores?
Probablemente la razón principal por la que esa concepción puede oírse decir en serio a ciertos trabajadores, es porque parece dar una explicación del cómo y el por qué del asqueroso trabajo de sabotaje que hacen las centrales sindicales llamadas "obreras".
Según esta teoría, los sindicatos y los partidos de izquierda son la expresión de intereses materiales de ciertas capas del proletariado, las más privilegiadas, "la aristocracia obrera". En tiempo de "paz social" para ciertos obreros, víctimas del racismo de los obreros blancos, del desprecio o del control de obreros más cualificados, asqueados por la actitud de "administradores del capital" de los partidos de izquierda y de sus sindicatos, tal teoría parece, por un lado, dar una explicación coherente de esos fenómenos y, por otro, dar una perspectiva INMEDIATA de acción: Organizarse aparte de los "aristócratas". Desgraciadamente esa concepción es teóricamente falsa y políticamente nefasta.
He aquí, por ejemplo, como Le Bolchevik (Organisation Comunista Bolchevik) en Francia formula esa idea: «El PCF no es un partido obrero. Por su composición, en gran parte intelectual, pequeño burguesa y sobre todo por su línea reformista, ultra chovinista, el PCF de Marchais y Seguy es un partido burgués. No es el representante político e ideológico de la clase obrera. Es el representante de las capas superiores de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera». (Le Bolchevik, nº 112 -febrero de 1980).
En otras palabras, los intereses de una fracción de la clase obrera -"la aristocracia"- serían los mismos que los de la burguesía, puesto que el partido que representa sus intereses es "burgués". Esa identidad de línea política entre los partidos de la "aristocracia obrera" y los de la burguesía tendría bases ECONÓMICAS: la aristocracia recibe las "migajas" de las superganancias arrancadas por el capital nacional a las colonias y semi-colonias.
Lenin formula una teoría análoga para tratar de explicar la traición de la socialdemocracia en la I Guerra mundial: «El oportunismo (es el nombre que Lenin da a las tendencias reformistas que dominaban las organizaciones obreras y que participaron en la I Guerra mundial) se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia, relativamente civilizadas y pacíficas, de una capa de obreros privilegiados los aburguesaba, les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y vivían en la miseria (...) La base económica del chovinismo y del oportunismo en el movimiento obrero es una y la misma: la alianza de unas pocas capas superiores del proletariado y de la pequeña burguesía -que aprovechan las migajas de los privilegios de su capital nacional- contra las masas proletarias, contra las masas trabajadoras y oprimidas en general". (Lenin: "La bancarrota de la II Internacional").
Crítica de la explicación que da Lenin de la traición de la II Internacional
Antes de hablar de las teorías de los epígonos, detengámonos un poco en la concepción definida por Lenin para dar cuenta de la nueva NATURALEZA DE CLASE de los partidos obreros socialdemócratas que acababan de traicionar al proletariado.
La situación histórica planteaba a los revolucionarios el problema siguiente: se sabía que durante decenios la Socialdemocracia europea, fundada en particular por Marx y Engels, formada con el sudor y la sangre de luchas obreras encarnizadas, había constituido un verdadero instrumento de defensa de los intereses de la clase obrera. Ahora, cuando la casi totalidad de la socialdemocracia, los partidos de masas y los sindicatos se habían unido a las filas de SU burguesía nacional en cada país CONTRA los obreros de las otras naciones ¿Cómo habría que calificar la naturaleza de clase de ese monstruoso producto histórico?
Para hacerse una idea de la conmoción que provocó esa traición en toda la minoría de elementos que se mantuvieron defendiendo posiciones revolucionarias internacionalistas, recordemos por ejemplo la sorpresa de Lenin cuando tuvo en sus manos el número del "VORWÄRTS" (órgano del Partido Social Demócrata de Alemania) que anunciaba el voto de los créditos de Guerra por los parlamentarios socialistas: creyó que se trataba de un periódico falsificado destinado a reforzar la propaganda a favor de la guerra. Recordemos también las dificultades de los espartaquistas alemanes, empezando por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, para cortar el cordón umbilical que les ligaba orgánicamente a la "organización madre", el partido socialdemócrata.
Cuando estalla la guerra, la política socialdemócrata es abiertamente burguesa pero la mayoría de los miembros de sus partidos y sindicatos sigue siendo obrera. ¿Cómo explicar esa contradicción?
Los socialdemócratas convertidos en patriotas decían: «He aquí la prueba de que el internacionalismo no es una idea verdaderamente obrera». Para rechazar ese análisis Lenin respondió -situándose en el mismo nivel- que no eran TODOS los obreros los que habían rechazado el internacionalismo, sino solamente "una minoría privilegiada" que "había escapado de la miseria, del sufrimiento y del estado de ánimo revolucionario de las masas miserables y arruinadas". La preocupación de Lenin es perfectamente justa: demostrar que si el proletariado europeo se había dejado reclutar para la guerra interimperialista ello no significaba que ese tipo de guerra respondiera a los intereses de la clase obrera de cada país. Pero los argumentos que emplea son erróneos y la viva realidad los desmiente. Lenin dice que los obreros "patriotas" son aquellos que tienen intereses económicos comunes con "su" capital nacional; éste lograría corromper a una "aristocracia obrera" a la que hace alguna concesión, una parte, "algunas migajas de ganancia".
¿Cómo es de grande esa parte corrompida de la clase obrera? Una "parte ínfima", responde Lenin en "La bancarrota de la II Internacional", "los jefes obreros y la capa superior de la aristocracia obrera". Dice en su Prefacio al "El imperialismo, fase suprema del capitalismo".
Pero la realidad demuestra:
1º) que no fue una minoría ínfima del proletariado la que se aprovechó, a finales del siglo XIX y a principios del XX, de la expansión del capital europeo sino el conjunto de los obreros de la industria. La prohibición de que los niños trabajen, la limitación del trabajo de las mujeres, la limitación de la jornada a diez horas, la creación de escuelas y hospitales públicos, etc.,..., todas esas medidas arrancadas por la lucha obrera, al capital en plena expansión, beneficiaron en primer lugar a las capas más "bajas", más explotadas de la clase obrera.
2º) que la visión de Lenin de una ínfima minoría de obreros corrompidos, aislados en medio de gigantescas masas de obreros miserables y animados por un "estado de ánimo revolucionario" es, en vísperas de la I Guerra mundial, un puro invento. Es la casi totalidad de los obreros, pobres y ricos, cualificados y no cualificados, sindicados o no, quienes en las principales potencias se van con la "flor en el fusil" a espachurrar al enemigo y a que los aplasten en defensa de "sus" amos nacionales.
3º) que "la explicación económica" de "las migajas de las ganancias" que los imperialismos comparten con sus obreros más cualificados, no tiene sentido. Primero, porque como hemos visto no es una minoría pequeñita de obreros a quien le mejora la situación con la expansión capitalista sino AL CONJUNTO de los obreros de los países industrializados y segundo, porque por definición los capitalistas no comparten sus ganancias ni sus superganancias con los explotados.
Los aumentos de salarios, las fuertes subidas del nivel de vida de los obreros de los países industrializados fue el resultado, no de la generosidad de capitalistas dispuestos a compartir sus beneficios sino de la presión que los obreros pudieron ejercer en aquella época sobre sus capitales nacionales con éxito. La prosperidad económica del capitalismo de finales del siglo XIX reduce en todas partes la masa de desempleados del "ejército de reserva" del capital. En el mercado en que se vende la fuerza de trabajo esta mercancía escasea tanto más cuanto que hay fábricas que funcionan a pleno rendimiento y se multiplican; por lo tanto se hace más cara. Esto es lo que sucede durante ese periodo. Los obreros logran así, organizándose aunque sea parcialmente (sindicatos y partidos de masas), vender su fuerza de trabajo más cara y obtener mejoras reales en sus condiciones de existencia.
La apertura del mercado mundial a los pocos centros industriales del planeta, localizados esencialmente en Europa y en América del Norte permitía al capital desarrollarse con una potencia fulminante. Las crisis periódicas de sobreproducción se superaban con una rapidez y una energía que parecía cada vez más potente. Los centros industriales se desarrollaban, en ciertas zonas, como manchas de aceite, absorbiendo una cantidad en constante aumento de campesinos y artesanos que se veían así transformados en obreros, en proletarios. La fuerza de trabajo de los obreros cualificados, aquellos que habían aprendido desde hacía mucho tiempo la profesión, se convertía en una mercancía de gran valor para los capitalistas.
Así pues, sí que existe una relación entre la expansión mundial del capitalismo y la elevación del nivel de vida de los obreros de la industria, pero esa relación no es la que describe Lenin. LA MEJORA DE LA CONDICION PROLETARIA NO AFECTA A UNA MINORIA -INFIMA-, SI NO AL CONJUNTO DE LA CLASE OBRERA. NO RESULTA DE LA CORRUPCIOIN DE LOS OBREROS POR LA MAGIA CAPITALISTA, SINO DE LA LUCHA OBRERA EN EL PERIODO DE PROSPERIDAD CAPITALISTA.
Si los obreros europeos y americanos, masivamente, identificaron sus intereses con los de su capital, encabezados por las organizaciones políticas y sindicales, es porque durante decenios les embriagó el periodo de mayor prosperidad material que la humanidad haya vivido. Si la idea de la posibilidad de un paso pacífico al socialismo hizo tantos estragos en el movimiento obrero[3] es porque a veces parecía que la prosperidad social estuviese dominada por las fuerzas conscientes de la sociedad. La barbarie de la Primera Guerra Mundial tiró al fango de las trincheras de Verdún todas aquellas ilusiones. Mientras tanto, esas ilusiones permitieron mandar a la escabechina imperialista a más de 20 millones de hombres.
La guerra mundial significa el final definitivo de toda posibilidad de cohabitación entre "reformistas" y revolucionarios dentro del movimiento obrero.
Al transformarse en banderines de enganche de los ejércitos imperialistas, las tendencias reformistas mayoritarias dentro de la social democracia pasaron al terreno de la burguesía.
DESDE ENTONCES, LAS QUE FUERON TENDECIAS OBRERAS, FUERTEMENTE INFLUENCIADAS POR LA IDEOLOGIA DE LA CLASE DOMINANTE, PASARON A SER ÓRGANOS DEL APARATO POLÍTICO DE LA BURGUESIA.
Los partidos socialdemócratas NO SON YA ORGANIZACIONES "OBRERAS ABURGUESADAS" sino ORGANIZACIONES BURGUESAS QUE TRABAJAN DENTRO DE LA CLASE OBRERA. Ya no representan los intereses del proletariado ni los de una fracción de éste sino que encarnan los intereses de todo el capital nacional.
La social democracia no es más "obrera" por el hecho de que encuadra a obreros. La masacre de los obreros alemanes por la Social Democracia alemana en el Gobierno, justo después de la guerra, confirmó con sangre en qué lado de la barricada se situaba desde entonces.
La teoría que afirma que los partidos de izquierda y sus sindicatos defienden los intereses de la "aristocracia obrera" mantiene, de un modo u otro, que se trata de organizaciones obreras, aunque sea parcialmente.
Este problema "teórico" cobra toda su importancia práctica cuando las masas obreras se encuentran ante el ataque de otra fracción de la burguesía contra estas organizaciones. En nombre de la defensa de esas organizaciones "obreras" es como las "democracias occidentales" arrastraron a los obreros a luchar "contra el fascismo", desde España de 1936 hasta Hiroshima.
Es esa "ambigüedad" la que los epígonos actuales reivindican. La corriente maoísta viene de los partidos comunistas surgidos, en los pedazos que se desprendieron del bloque estalinista, bajo los golpes del desarrollo de los conflictos interimperialistas (particularmente entre China y Rusia) y de la intensificación de la lucha de clases.
Muchos grupos de origen maoísta afirman que los PC's son organizaciones burguesas pero añaden, a renglón seguido, que puesto que se apoyan en la "aristocracia obrera" son por lo tanto organizaciones "obreras aburguesadas"... Se puede adivinar la importancia que adquiere ese "matiz" para grupos como el "Marxist Worker's Commitee", que reivindican con orgullo sus "25 años de lucha"[4] (4) de los cuales las tres cuartas partes lo hicieron con los estalinistas. No trabajaban para la burguesía... pero lo hacían para la "aristocracia obrera".
Toda ambigüedad sobre el saber de qué lado de la barricada se encuentran los partidos de "izquierda" y los sindicatos es letal para la clase obrera. Desde hace sesenta años, casi todos los movimientos obreros importantes fueron reprimidos por "la izquierda" o con su complicidad. La Teoría de la "aristocracia obrera", al cultivar esa ambigüedad, desarma a la clase, al mantener confuso lo que debe estar clarísimo en el momento de emprender una batalla: QUIÉN ESTÁ CON QUIÉN.
V Una vulgar deformación del marxismo
Hemos demostrado cómo la teoría de la aristocracia obrera, tal y como la defienden los grupos maoístas y ex-maoístas, traduce una visión sociológica de la clase obrera; visión que adquirieron esas corrientes durante su experiencia estalinista.
En tales grupos, que se proclaman proletarios, la incapacidad de concebir la verdadera dimensión histórica del proletariado va paralela con la ignorancia de toda la práctica histórica real de las masas obreras.
Sustituyen la comprensión de la experiencia proletaria por un estudio casi religioso de ciertos textos de los "evangelistas proletarios", de quienes se citan extractos como si fuera una prueba absoluta de la veracidad de lo que ellos mismos dicen -La evolución de los grupos maoístas se constata en la cantidad de rostros de santones que van eliminando de sus iconos: al principio estaban colocados Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao; poco después quitaron a Mao y, en una fase más avanzada, cuando algunos empezaron a abrir los ojos sobre lo que fue la contrarrevolución estalinista, eliminaron también a Stalin; con lo que de golpe los tres que quedaban vieron su valor religioso aun más reforzado.
Para saber si tal o cual idea política es justa o falsa, no se plantean si ha sido confirmada o no por la práctica real y viva de las luchas obreras del pasado; sino si se puede justificar o no con una cita de Marx, Engels o Lenin.
Asi que, para demostrar "científicamente" la validez de su teoría de la aristocracia obrera, estos grupos atiborran a sus lectores con toda clase de citas, escogidas hábilmente, de Marx, Engels o Lenin.
Esos ultraleninistas se refieren a los errores de Lenin sobre la aristocracia obrera pero «olvidan que Lenin no dedujo nunca de ellas las posiciones aberrantes de Operai e Teoria, según las cuales los revolucionarios no tienen que seguir propugnando y valorizando los intereses comunes a todo el proletariado -como dice el Manifiesto- sino trabajar con vistas a realizar una escisión, un ruptura neta, entre los intereses de las capas más bajas y los de la aristocracia obrera» (Operai e Teoria).
Lenin no "predica" nunca que los obreros se organicen independientemente y contra el resto de su clase; al contrario, de la misma manera que combatió a la socialdemocracia patriotera como corriente política, defendió la necesidad de la unidad de todos los obreros en sus organizaciones unitarias. La consigna "Todo el poder a los Soviets" es decir, todo el poder a las organizaciones más amplias y "unitarias" que la clase haya creado, consignas que defendió con todas sus fuerzas, no son un llamamiento a la división sino todo contrario, a una más fuerte unidad para la toma del poder.
Respecto a las referencias que hacen esas corrientes a ciertas frases de Engels, hay que decir que son simplemente una tentativa de hacer decir a frases aisladas algo que no han dicho nunca. Engels habla varias veces de "aristocracia" dentro de la clase obrera. Pero ¿De qué habla?
En algunos casos habla de una parte de la clase obrera -la clase obrera inglesa- que en su mayoría gozaba de condiciones de vida y trabajo muy superiores a las de los trabajadores de otros países; en otros, habla de ciertos obreros que, perteneciendo a la clase obrera inglesa, están más especializados y mantienen todavía conocimientos artesanales y estatus corporativos muy concretos (mecánicos, carpinteros, obreros de la construcción,...).
Si en cualquier caso habla de "aristocracia obrera" es para combatir las ilusiones que pudiera tener la clase obrera inglesa de ser efectivamente una "aristocracia" y para insistir en el hecho de que la evolución del capitalismo, y sobre todo las crisis económicas que está condenado a atravesar, igualan "por lo bajo" las diferencias entre obreros y destruyen las bases mismas de los "privilegios" de ciertas minorías, incluso las de la clase obrera en Inglaterra.
Engels dice, en un debate de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores, I Internacional): «Eso (o sea, la adopción de la moción de Halles sobre la Sección irlandesa de la AIT) no haría sino reforzar la opinión, que llevamos oyendo desde hace ya demasiado tiempo entre los obreros ingleses, que dice que con respecto a los irlandeses son seres superiores y representan una especie de aristocracia, como los blancos de los Estados esclavistas se imaginaban serlo respecto a los negros)». Y él mismo anuncia cómo es la crisis económica que se va a encargar de barrer esa opinión que ya se ha oído demasiado: "Con la ruina de la supremacía industrial, la clase obrera de Inglaterra va a perder su situación privilegiada. En su conjunto -incluso con su minoría privilegiada y dirigente- se verá rebajada al mismo nivel que los obreros del extranjero»[5].
Y hablando de los viejos sindicatos, que agrupaban exclusiva y celosamente a los obreros más especializados, Engels dice: «Finalmente (la crisis aguda del capitalismo) tendrá que estallar y hay que esperar que pondrá entonces fin a los viejos sindicatos».
La experiencia práctica de las luchas obreras en el siglo XX puso fin efectivamente, con sus "nuevas" formas de organización basadas en las asambleas generales y sus delegados organizados en comités o en consejos, no solo a los viejos sindicatos de obreros especializados sino también a los sindicatos de todo tipo basados inevitablemente en categorías estrictamente profesionales. Fue para reforzar el movimiento, con la indispensable unidad de la clase obrera, por lo que Engels hablaba de una "especie de aristocracia" obrera.
Querer deducir de ello la necesidad de dividir a la clase obrera es pura falsificación.
Para terminar con las referencias "marxistas" señalemos puntualmente el descubrimiento de "Operai e Teoria" que pretende hallar en Marx una explicación de los antagonismos que opondrían a los obreros entre sí: "Todos los obreros juntos orgánicamente producen plusvalía, pero no todos la misma cantidad, porque no están todos sometidos a la extracción masiva de plusvalía relativa".
Evidentemente, esta gente ni siquiera se ha tomado la molestia de saber lo que es la "plusvalía relativa". Con ese término Marx define el fenómeno del incremento del tiempo de trabajo robado por el capital a la clase obrera gracias al incremento de la productividad.
Contrariamente a la extracción de la plusvalía absoluta, que depende esencialmente de la DURACIÓN del tiempo de trabajo, la plusvalía relativa depende de la productividad SOCIAL del conjunto de los obreros.
El aumento de la productividad se traduce en que son necesarias menos horas de trabajo para producir igual cantidad de bienes. El incremento de la productividad social se traduce en que es necesario menos tiempo de trabajo social para producir los bienes de subsistencia.
Los productos necesarios para mantener la fuerza de trabajo, aquellos que el obrero tiene que comprar con su salario, contienen cada vez menos valor. Si ahora puede comprar dos camisas en vez de una, esas dos camisas costaron menos trabajo para ser producidas que antes una, gracias al aumento de la productividad. La diferencia entre el valor del trabajo suministrado por obrero y el valor de la contrapartida que recibe en forma de salario, o sea la plusvalía que se apropia el capitalista, aumenta incluso si la duración absoluta de su trabajo no cambia.
La plusvalía relativa es la explotación necesaria para reforzar la dominación del capital sobre TODA la vida social[6]. Es la forma de explotación "más colectiva que una sociedad de clases sea capaz de llevar a cabo" (es por eso por lo que es la última).
En ese sentido, TODOS los obreros la soportan con igual intensidad.
El recurso sistemático a la plusvalía relativa no conduce a un desarrollo de antagonismos económicos en el seno de la clase obrera, como pretende "Operai e Teoría", sino por el contrario a la uniformidad de su situación objetiva frente al capital.
Está claro que no se puede leer a Marx con los ojos del sociólogo estalinista.
Ciertas corrientes políticas procedentes del maoísmo se jactan de su antisindicalismo radical. Eso crea ilusiones porque parece ser un paso adelante hacia posiciones de clase; pero la teoría que sostiene esas posiciones así como las conclusiones políticas a las que conduce, convierten ese antisindicalismo en un nuevo instrumento de división de la clase obrera.
Lo que convirtió en caduca, históricamente, la forma de organización sindical para la lucha obrera fue precisamente su incapacidad para permitir una unificación verdadera de la clase. La organización por ramas de industria, por profesiones a un nivel estrictamente económico, ya no permite la indispensable unificación para hacer eficaz cualquier lucha en el capitalismo totalitario.
Rechazar los sindicatos para dividir de otra manera a la clase obrera es a lo que conduce el antisindicalismo basado en la noción "antiaristocracia obrera".
R.V.
[1] Se trata de un artículo de Operai e Teoria -https://www.operaieteoria.it/archivio.htm- [6] en el que intenta responder a la crítica de Battaglia Comunista (Partito Comunista Internazionalista) que, aun siendo "leninista", les reprocha:
- favorecer el proceso capitalista de división de la clase obrera;
-basar su teoría en "la falsedad objetiva de los privilegios" dentro de la clase;
-No comprender la "tendencia del capitalismo, en su frase de crisis, a provocar un empobrecimiento progresivo de las condiciones de vida de todo el proletariado y por lo tanto a su unificación económica".
Battaglia Comunista tiene razón en sus críticas pero no va hasta el fondo, por miedo a poner en tela de juicio las palabras del "maestro"
[2] .- https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm [7]
[3] Los "compromisos" que hizo la III internacional con los partidos socialdemócratas desde 1920 a expensas de las tendencias obreras calificadas de "ultraizquierdistas" encontraron una justificación teórica en la ambigüedad del término "obrero-burgués" empleado con respecto a esos partidos socialdemócratas patrioteros. La Internacional de Lenin llegó incluso a pedirles a los comunistas ingleses que se integraran en el Partido Laborista
[4] Marxist Worker, nº 1 -1979: "25 years of struggle"- Our history"
[5] Extracto de una intervención en la sesión del Consejo General de la AIT en mayo de 1872
[6] El predominio de la plusvalía relativa sobre la plusvalía absoluta constituye una de las características esenciales de lo que Marx llama "la dominación real del capital"
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“...Muy lejos de ser una suma de prescripciones ya listas que bastaría aplicar, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que se pierde completamente en las nieblas del futuro. En nuestro programa poseemos solamente algunas pocas indicaciones generales, que señalan la dirección en la que las medidas a tomar deben ser buscadas, indicaciones, por otra parte, sobre todo de carácter negativo. Nosotros sabemos aproximadamente lo que debemos suprimir en primer término para dejar libre el camino a la economía socialista; sin embargo ¿de qué naturaleza serán los primeros millares de medidas concretas, prácticas y precisas, grandes y pequeñas, apropiadas para introducir los principios socialistas en la economía, en el derecho, en todas las relaciones sociales?; sobre esto no hay programa de Partido ni manual socialista que puedan enseñarnos algo. Esto no es una falta, sino precisamente una ventaja del socialismo científico sobre el utópico...”[1].
Es así como planteó Rosa Luxemburgo la cuestión de las medidas económicas y sociales que debe asumir la dictadura del proletariado. Este planteamiento sigue siendo válido hoy en día. El proletariado debe ante todo asegurarse de haber destruido el aparato estatal capitalista. El poder político es la esencia de la dictadura del proletariado. Sin ese poder, le será imposible efectuar ninguna transformación económica, social o jurídica en el período de transición entre el capitalismo y el comunismo.
Es verdad que la experiencia de la contrarrevolución estalinista añade otras indicaciones de “carácter negativo”, muy concreto, por ejemplo, las nacionalizaciones no pueden ser identificadas con la socialización de los medios de producción. La nacionalización estalinista, y aún la del período del “comunismo de guerra” (1.918-1.920), consolidaron el poder totalitario de la burguesía estatal rusa, dándole acceso directo a la plusvalía de los trabajadores rusos. La nacionalización ha pasado a ser parte integral de la tendencia general del capitalismo de Estado. Esta es una forma decadente y archi- reaccionaria del capitalismo, basada en una economía de guerra creciente y permanente. En Rusia, la nacionalización estimuló la contrarrevolución directamente[2].
Sin embargo, hay tendencias en el movimiento revolucionario actual que, aunque dicen que defienden esa posición general del marxismo, lo deforman y “revisan” con todo tipo de recetas “económicas y sociales” añadidas al poder político de la dictadura del proletariado.
Entre todas las tendencias, pensamos que el FOR (Fomento Obrero Revolucionario que publica Alarma, Alarme y Focus, entre otras publicaciones) se destaca por sus peligrosas confusiones. Nuestra crítica está por tanto dirigida a su manera de enfocar el problema de las medidas políticas y económicas a tomar por la dictadura de la clase obrera.
Para el FOR, la experiencia de la Revolución Rusa recalca la necesidad de socializar los medios de producción desde el primer día de la Revolución. La revolución comunista según el FOR es tan social como política. Veamos: “...La Revolución Rusa constituye una advertencia, y la contrarrevolución estalinista que la ha suplantado un escarmiento decisivo para el proletariado mundial: la degeneración de aquella se vio facilitada por la estatalización, en 1.917, de los medios de producción que una revolución obrera ha de socializar. Únicamente la extinción del Estado, como el marxismo la concebía, habría permitido transformar en socialización la expropiación de la burguesía. La estatalización vino a ser un estribo de la contrarrevolución…”[3].
El FOR se equivoca al afirmar que en 1.917 hubo estatalización de los medios de producción. Pero necesita decir esto para después presentar el “comunismo de guerra” como una “superación” del proyecto inicial económico bolchevique. La verdad es que: “...Casi todas las nacionalizaciones que tienen lugar antes del verano de 1.918 se deben a razones punitivas, provocadas por la actitud de los capitalistas, que se niegan a colaborar con el nuevo régimen...”.[4]
En 1.917 el partido bolchevique no tenía ninguna intención de agrandar a gran escala el sector estatizado ruso. Este ya era un sector enorme, que exhibía todas las características burocráticas y militarizadas de la economía de guerra. Al contrario, lo que los bolcheviques deseaban era controlar políticamente este capitalismo de Estado, en espera de la revolución mundial. La desorganización del país y de la Administración eran tan profundos que prácticamente no existía presupuesto estatal alguno. Los bolcheviques contribuyeron sin querer a una inflación monstruosa ya que los bancos no les ayudaban, obligándoles a emitir su propio papel moneda (¡en 1.921 más de 80.000 rublos billete por un rublo de oro!).
Los bolcheviques no tenían ningún plan económico concreto en 1.917, sólo el mantener el poder obrero de los Soviets, en espera de la revolución mundial, especialmente la europea. El mérito de los bolcheviques, como decía Rosa Luxemburgo, es haberse “...colocado en la vanguardia del proletariado internacional con la conquista del poder político.”[5]. En el plano económico y social Luxemburgo les criticaba severamente, no porque defendiera una suma de prescripciones teóricas, sino porque muchas de las medidas del Gobierno soviético no eran acertadas, dentro de las circunstancias dadas. Les criticaba porque verá en estas medidas empíricas obstáculos para el futuro desarrollo de la Revolución.
El “comunismo de guerra”, que se desarrolló durante la guerra civil, marca sin embargo una teorización peligrosa de las medidas tomadas. Para el FOR, este período contenía “relaciones no capitalistas”[6]. El FOR románticamente ignora lo que era una economía de guerra, insinuando que era una producción y distribución “no capitalista”. Los bolcheviques Lenin, Trotsky, Bujarin, entre otros, llegaron a afirmar que esta “política económica” los adentraba en el comunismo. Bujarin en tono delirante, escribía en 1.920: “... La revolución comunista del proletariado va acompañada, por una disminución de las fuerzas productivas. La guerra civil, hay agudizada por las vastas proporciones de la moderna guerra de clases, puesto que no sólo la burguesía, sino también el proletariado está organizado como poder de Estado, significa una pérdida neta económicamente hablando...”. Pero no hay que temer esto, nos consuela Bujarin: “...Así, la Revolución y la guerra civil aparecen como una disminución temporal de las fuerzas productivas, pero a través de la cual queda echada la base para su formidable desarrollo, pues las relaciones de producción han sido reestructuradas según un nuevo plan fundamental...”[7]
El FOR observa: “ ...El fracaso de esa tentativa ( del “comunismo de guerra”) debido a la caída vertical de la producción (bajó al 3% de la de 1.913), provocó el retorno al sistema mercantil que recibió el nombre de NEP: Nueva Política Económica...”[8]. Pero el FOR no critica el “comunismo de guerra” de ninguna manera seria. Es más, basa su crítica contra la NEP, como si esa política hubiera marcado algo como “un retorno al capitalismo”. Ya que según FOR el “comunismo de guerra” era una política “no capitalista”, sería lógico suponer que la NEP era su contrario. Pero esto es totalmente falso.
Hay que decir abiertamente que el “comunismo de guerra” no tenía nada que ver con la “producción y distribución comunistas”. Identificar el comunismo con el comunismo de guerra es una monstruosidad, aunque se haga entre comillas. La Rusia soviética de 1.918-20 era una sociedad militarizada al máximo. La clase obrera perdió su poder en los Soviets durante ese período que el FOR idealiza. Es verdad, la guerra contra la contrarrevolución tenía que hacerse y ganarse, y sólo podía hacerse en conjunción con el desarrollo de la revolución mundial y la formación de un Ejército rojo. Pero la revolución mundial no llegó y toda la defensa de Rusia recayó sobre un Estado organizado como un cuartel. La clase obrera y los campesinos apoyaron de la manera más heroica y ferviente esa guerra contra la reacción mundial, pero no hay que idealizar ni pintar de manera diferente lo que en verdad pasó.
La guerra civil y los métodos sociales, económicos y policíacos que se sumaron a los militares, acrecentaron enormemente la burocracia estatal, infectando al partido y aplastando a los Soviets[9]. Este aparato represivo, que ya no tenía nada de “soviético” es el organizador de la NEP. Entre el “comunismo de guerra” y la NEP hay una continuidad innegable.
El FOR no responde a esto: ¿cuál era el modo de producción bajo el “comunismo de guerra”?. “No capitalista” no explica nada, al contrario, oscurece la cuestión. Una economía de guerra no puede ser sino capitalista. Es la esencia de la economía decadente, de la producción sistemática de armamentos, de la dominación total del militarismo.
El “comunismo de guerra” era un esfuerzo político y militar de la dictadura del proletariado en contra de la burguesía. Esto es lo que importa. El aspecto político de control y orientación proletaria, más que todo. Era este, un esfuerzo temporal y pasajero que iba haciéndose más peligroso a medida que la revolución mundial se atrasaba. Era un esfuerzo que contenía enormes peligros para el proletariado organizado ya en cuarteles y, casi sin voz propia. El contenido “no capitalista” no existe excepto al nivel político antes mencionado. ¡De no ser así, el imperio incaico y su producción y distribución “no capitalista” sería un buen precursor de la revolución comunista![10]
El “comunismo de guerra” ruso se basaba en estos procedimientos supuestamente “anticapitalistas”:
1) concentración de la producción y distribución a través de los departamentos burocráticos (los “glavki”).
2) la administración jerárquica y militar de toda la vida social.
3) un sistema “igualitario” de racionamiento.
4) la masiva utilización de la fuerza laboral a través de “ejércitos industriales”.
5) la aplicación de métodos terroristas de la Cheka en las fábricas, contra las huelgas y elementos “contrarrevolucionarios”.
6) el incremento enorme del mercado negro.
7) la política de requisas en el campo.
8) la eliminación de incentivos económicos y el uso desenfrenado de métodos de “choque” (udarnost) para eliminar diferencias en ramas industriales.
9) la nacionalización efectiva de todos los ramos que servían a la industria de guerra.
10) la eliminación de la moneda.
11) el uso sistemático de propaganda estatal para levantar la moral de la clase obrera y del pueblo.
12) servicios gratuitos de transporte, comunicación y alquiler de viviendas.
Si no consideramos el aspecto político del poder de la clase obrera existente aún – esta es una descripción de una economía de guerra, una economía de crisis. Es interesante hacer notar que el “comunismo de guerra” jamás pudo ser planificado. Semejante medida, que hubiera significado una consolidación rápida, permanente y totalitaria de la burocracia, hubiera sido resistida por la clase obrera. La planificación militar sólo era posible sobre un proletariado completamente agobiado y derrotado. Es por eso por lo que el estalinismo en 1.928 y en adelante, añade la planificación (decadente) a una economía que en todo lo demás se parecería al “comunismo de guerra”. La diferencia fundamental era que la clase obrera había perdido el poder en 1.928. Si en 1.918-20 pudo controlar en algo el “comunismo de guerra” (el cual, en fin, de cuentas expresaba necesidades pasajeras, aunque urgentes), y aún utilizarlo para derrotar a la reacción externa, durante los últimos años de la NEP ya ha perdido todo su poder político. Por tanto, bajo el “comunismo de guerra” como de la NEP y el plan quinquenal estalinista, la ley del valor seguía imperando. El salario se podía disfrazar, la moneda podía “desaparecer” pero el capitalismo no dejó de existir por eso. No se le puede destruir con medidas administrativas o puramente políticas dentro de un solo país.
Que el partido bolchevique ya burocratizado se dio cuenta de que el “comunismo de guerra” no podía sobrevivir al fin de la guerra civil, demuestra que este partido obrero todavía conservaba cierto control político sobre el Estado que surgió de la Revolución Rusa. Hay que decir “cierto” porque este control era relativo y cada vez menor. Tampoco hay que olvidar que la necesidad de acabar con el “comunismo de guerra” se la recordaron a los bolcheviques los obreros y marineros de Petrogrado y Kronstadt. Estos últimos pagaron muy caro su atrevimiento. En realidad, la rebelión de Kronstadt es contra la supuesta “producción y distribución no capitalista” y contra todo el aparato terrorista estatal y de partido único ya imperante en Rusia durante la guerra civil.
No tenemos que repetir incesantemente que todo esto se debió al aislamiento de la revolución mundial. Es verdad. Pero no basta. La manera cómo tal aislamiento se manifestó dentro de la revolución rusa es también importante, porque nos da ejemplos y lecciones concretas para la futura revolución mundial. El “comunismo de guerra” fue una expresión inevitable pero funesta de este aislamiento político de la clase obrera rusa frente a sus hermanos de clase en Europa.
Al teorizar el “comunismo de guerra” ciertos bolcheviques como Bujarin, Kritsman, etc implícitamente defendían una especie de comunismo en un solo país. Claro, a ningún bolchevique de 1.920 se le hubiera ocurrido decir eso abiertamente. Pero está contenido en la idea de “producción y distribución no capitalista” hecha en un país o “Estado proletario” (concepción también falsa en FOR que a veces parece defender y otras no).
El error interno fundamental de la Revolución Rusa fue él haber identificado dictadura de partido con dictadura del proletariado, que es la dictadura de los Consejos Obreros. Fue un error substitucionista fatal de los bolcheviques.
En un plano histórico más general, este error expresaba todo un período de práctica y teoría revolucionaria que ya no existe. En los bordiguistas se encuentran retazos caricatúrales de esta concepción, la substitucionista, hoy en día caduca y reaccionaria. Pero el error de los bolcheviques, o la limitación de la Revolución Rusa, si se prefiere, no es que no traspasaran el nivel “puramente político” de la revolución social. ¿Cómo iba a hacerse eso si la revolución se hallaba aislada? Lo que hicieron en el plano social y económico es lo que más se podía. Esto es verdad respecto al “comunismo de guerra” y aún la NEP. Estas dos políticas contenían peligros profundos y trampas insospechadas para el poder político del proletariado. Pero mientras el proletariado se conservaba en el poder, los errores económicos podían arreglarse y componerse, al mismo tiempo que se esperaba a la revolución mundial. Si no se podía llegar al comunismo “integral” (palabra hueca que utiliza el grupo CWO en Gran Bretaña) esto no era porque la clase obrera no quería o no tenía otras “grandes experiencias” (como las de 1.936 en España). La pobreza de Rusia, su bajísimo nivel cultural, el desastre causado por la guerra mundial y la guerra civil, todo esto evitó que la clase obrera conserve su poder político, y también la traición de los bolcheviques se debe añadir como razón interna fundamental.
Pero la falta de medidas “no capitalistas” como la desaparición de la ley del valor, del asalariado, de las mercancías, del Estado y aún de las clases (¿en un solo país?), ¿Puede esto explicar la derrota interna de la Revolución Rusa? Esto es lo que parece decir el FOR. Citemos: “....El capitalismo se abrirá brecha siempre, si desde el principio no se le seca su manantial: la producción y la distribución fundadas en el trabajo asalariado. Lo que debe contar para cada proletario es el nivel industrial del mundo, no el de ´su` nación únicamente.”[11].
Sin embargo, pese a lo que FOR sugiere aquí, el “manantial” del capitalismo mundial no existe en pequeños charcos, a secar país por país. El FOR parece que no toma en cuenta que el capitalismo, como sistema social, existe a escala mundial, como relación internacional. La ley del valor por lo tanto no puede ser eliminada más que a escala mundial. Ya que afecta a todo el proletariado mundial, es imposible pensar que un sector aislado del proletariado pueda evitar sus leyes. Esta es una mistificación típica del voluntarismo anarquista, que pensaba que el Estado y el capitalismo se pueden eliminar a través de un falso comunismo de aldea o de comarca. En la tradición anarco- sindicalista la idea adquiere su variante “industrial”, pero sigue siendo la misma mistificación localista, estrecha y egoísta.
En el artículo de Munis citado más arriba se nos advierte que el proletariado no debe contar “únicamente” con el nivel industrial de “su” país. Consejo sabio éste, pero poco clarificador. Si se refiere a la posibilidad de tomar el poder político en un país, sea el que sea, es un buen consejo, aunque en realidad no tan nuevo.
Es verdad que lo que importa es el nivel mundial, no el de cada país. Sin embargo, FOR, al plantear la idea de que se puede iniciar la producción y distribución comunista “inmediatamente”, entonces el nivel industrial de cada país sería de importancia primordial. Sería lo fundamental, lo decisivo. Claro que semejante afirmación colocaría al FOR dentro de la tradición chovinista de un Vollmar o un Stalin. Pero lo realmente trágico es que debería captar que el comunismo es imposible en un solo país. El FOR responderá iracundo que no defiende la idea del “socialismo en un solo país”. Eso está bien, pero no se puede negar que la manera que tiene de plantear la cuestión de las tareas económicas y sociales, tan importantes como las políticas a su modo de ver, sugiere una especie de “comunismo en un solo país”. ¿Qué otro significado puede tener el decir que el capitalismo se abrirá brecha siempre, a menos que se “seque” su “manantial”? Pero ya hemos dicho que no se puede “secar” en un solo país. Por tanto, volverá inevitablemente ahí donde el proletariado ha tomado el poder, ya que no pudo “secar su manantial” capitalista del trabajo asalariado. Pero ¿puede el trabajo asalariado ser eliminado en un solo país o región?
Según el FOR, parece que sí. He ahí la cuestión. Al aceptar eso, se acepta el socialismo en un solo país. O se es coherente o no.
En una polémica (excelente en otros aspectos) contra los bordiguistas “centinelistas” de “Le Proletaire” , Munis repite: “....En nuestro concepto,...es la más importante de las imposiciones de la dictadura del proletariado, y sin ella no existiría jamás período de transición al socialismo...”[12]. Se refiere a la necesidad de abolir el trabajo asalariado. La necesidad del poder político, la tilda Munis de “...lugar común más que centenario.”. Pero la abolición del salariado lo es también.
Ahora, es cierto, que sin la abolición del salariado no habrá comunismo. Lo mismo se aplica a las fronteras, Estado, clases. No es necesario repetir que el comunismo es un modo de producción basado en la liberación más completa del individuo, en la producción de valores de uso, en la desaparición completa de las clases y la ley del valor. En esto estamos de acuerdo con el FOR.
La diferencia aparece cuando nos topamos con la primacía dada a las medidas económicas y sociales cuando el proletariado toma el poder. Veremos aquí que la cuestión del poder político, lejos de ser un “lugar común”, es lo decisivo para la revolución mundial. No así para el FOR.
El enfoque de Munis está encerrado en toda la óptica (miope) de las oposiciones trotskystizantes y aún bujarinistas a la contrarrevolución estalinista. Piensa que las garantías contra la contrarrevolución van a dárnoslas medidas económicas o sociales de tipo “no capitalistas”. Pese a la importancia de muchos de los escritos de E. Preobrazhenski, Bujarin, y otros economistas bolcheviques, sus aportaciones no arrojan luz sobre los problemas reales que enfrentaba la clase obrera en 1.924-30. Preobrazhenski hablaba de “acumulación socialista”, de la necesidad de establecer un equilibrio económico entre el campo y la ciudad, etc. Bujarin, pese a sus divergencias políticas con la Oposición de izquierdas, usaba similares argumentos. Todos quedaron encerrados en la idea de que “se puede hacer algo económicamente en un solo país” para sobrevivir.
Este era un falso problema ya que surgía cuando la clase obrera había perdido su poder de clase, su poder político. Cuando esto sucedió, toda la discusión sobre la “economía” soviética pasó a ser charlatanería pura y mistificación tecnocrática. La canalla estalinista dio la contestación definitiva a estos falsos debates con sus bárbaros planes quinquenales, con su terror policíaco y su masacre final del ya vencido partido bolchevique.
Si es verdad que la revolución proletaria de hoy día se hallará en condiciones más favorables que en los años 1.917-27, no podemos consolarnos pensando que los tremendos problemas que deberá afrontar van a desaparecer. El proletariado heredará un sistema económico putrefacto y decadente. La guerra civil aumentará este desgaste con más destrozos. El delirio aclamador de Bujarin respecto a este declive hay que evitarlo a toda costa como todo tipo de razonamiento apocalíptico o mesiánico sobre una revolución comunista “inmediata”. No se trata de gradualismo. Se trata de llamar a las cosas por su nombre.
Es evidente que, si la clase obrera toma el poder, digamos, en Bolivia (aunque sea momentáneamente), su capacidad de “socializar” sería muy limitada. Es posible que para FOR este inconveniente no molestará. El proletariado boliviano podría, por ejemplo, resucitar el espíritu “comunista” aymará y hasta resucitar a Túpac Amaru como comisario del pueblo. En Paraguay, para dar otro supuesto ejemplo, el proletariado podría retornar a un tipo antiguo de “comunismo” jesuita del Tiempo de la Conquista. Siempre hay que poner al mal tiempo buena cara. ¿No hablaba el mismo Marx de un “comunismo bárbaro” basado en la miseria generalizada?, se podría argüir, ¿no era ése un tipo de “comunismo” ?, pero ¿aplicable a nuestros días? Que nos lo diga el FOR. Parece que su apego a las “colectividades” en España le ha transmitido una añoranza especial del “comunismo primitivo”[13].
Bromas aparte (que esperamos que el FOR no tome a mal), hay que decir que el proletariado toma el poder político con miras al éxito de la revolución comunista mundial. Por tanto, las medidas en el plano económico y social deben orientarse en esa dirección. Por eso están subordinadas a la necesidad de conservar el poder político de los Consejos Obreros libres, soberanos y autónomos en tanto que expresiones de la clase revolucionaria dominante. El poder político es condición previa a toda “transformación social” ulterior, inmediata, mediata o como se quiera llamar. La primacía es el poder político. Eso no se cambia. En el plano económico, hay mucho campo para experimentar (relativamente) y también para cometer errores que no tienen por qué ser fatales. Pero cualquier alteración en el plano político implica, rápidamente, el retorno completo del capitalismo.
La profundidad de las transformaciones sociales posibles en cada país dependerá, claro está, del nivel concreto material de ese país. Pero en ningún caso darán la espalda a las necesidades de la revolución mundial. En este sentido, se puede imaginar un tipo de “comunismo de guerra”, o sea, una economía de guerra bajo el control directo de los Consejos Obreros. No nacionalizaciones, sino la participación de un aparato de Gobierno soviético controlado por la clase obrera. ¿Piensa el FOR que esto es imposible?, ¿Es esto estar “demasiado apegados al modelo ruso”?
Dar primacía a la abolición del salariado, pensando que con eso se llega al “quebrantamiento inmediato de la ley del valor (intercambio de equivalentes) hasta su desaparición inmediata....”[14] es pura fantasía “modernista”. Es el tipo de ilusiones que en ciertos momentos ayudarían a desarmar al proletariado, aislándolo del resto de la clase obrera mundial. Al decirle que ha “socializado” “su” sector de la economía mundial, que ha “quebrado” la ley del valor de “su” región, se le dice que defienda ese sector “comunista” cualitativamente superior al capitalismo externo. Nada sería más falso que esa demagogia. Lo que defendemos es el poder político de la clase obrera.
Lo que derrotaría a cualquier sector de la clase obrera que ha tomado el poder es el aislamiento de la revolución, o sea, la falta de conciencia clara por parte del resto de la clase obrera mundial sobre la necesidad de extender la solidaridad y la revolución mundial. He ahí el problema real. El FOR no lo enfoca así, aunque a veces agacha la cabeza en esa dirección. El problema no es que el capitalismo va a “resurgir” allí en donde no se le ha “secado el manantial” sino que el capitalismo sigue existiendo a escala mundial pese que uno, o algunos de los Estados, hayan sido derrotados. Pensar que se lo puede destruir en un sólo país es pura charlatanería que implica una profunda ignorancia de la economía capitalista según la analiza Marx. O, se trata de una “revolución simultánea” en todos los países, capaz de acortar enormemente el período de guerra civil para pasar al período de transición propiamente dicho (a escala mundial, por supuesto). Esto sería ideal, pero probablemente no va a suceder de esta manera instantánea, pese a los esfuerzos del FOR. Tener esperanzas, estar abiertos a posibilidades inesperadas o ideales es una cosa. Pero otra, muy distinta, es basar la perspectiva revolucionaria en eso y hasta escribir un “Segundo Manifiesto Comunista” con ese espíritu. La verdadera libertad nos la da el reconocimiento de la necesidad, no los aspavientos voluntaristas.
Pese a sus confusiones básicas sobre lo que fue el “comunismo de guerra” en la Revolución de Octubre, al menos el FOR comprende que se trataba de una revolución proletaria, de un esfuerzo político de la clase por mantenerse en el poder. Pero veamos ahora que nos dice el FOR sobre España 1.936.
Según el FOR, la tentativa del “comunismo de guerra”, aunque introdujo relaciones “anticapitalistas”, no sobrepasó nunca el estadio del ejercicio del poder político por la clase obrera. Para mostrarnos un ejemplo aún mucho más profundo de medidas o relaciones “no capitalistas” el FOR presenta las colectividades de 1.936-37 en España. Munis las describe así: “...Las colectividades de 1.936-37 en España no son un caso de autogestión. Algunas organizaron una especie de comunismo local (¿???) sin otras relaciones mercantiles hacia el exterior, precisamente como las antiguas sociedades del comunismo primitivo. Otras eran cooperativas de oficio o de pueblo, cuyos miembros se distribuían los antiguos beneficios del capital. Todas abandonaron, más o menos, la retribución de los trabajadores según las leyes del mercado de la fuerza de trabajo, así como, unas más que otras, según el trabajo necesario y el sobre- trabajo de donde el capital saca la plusvalía y toda la substancia de su organización social. Además, las colectividades hicieron a las milicias de combate donaciones en especies tan abundantes como reiteradas. No se pueden definir a las colectividades sino por sus características revolucionarias (¡sic!!), en suma, por el sistema de producción y distribución en ruptura con las nociones capitalistas de valor (de cambio necesariamente) ...”[15].
En su libro “Jalones de derrota: promesa de victoria” (1.948), Munis es aún más entusiasta: “...Incautada la industria, sin más excepción que la de pequeña escala, los trabajadores la pusieron en marcha organizados en colectividades locales y regionales por rama de industria. Fenómeno que contrasta con el de la Revolución Rusa y evidencia la intensidad del movimiento revolucionario español, la gran mayoría, de los técnicos y hombres especializados en general, lejos de mostrarse renuentes a la integración en la nueva economía, colaboraron valiosamente desde el primer día con los trabajadores de las colectividades. La gestión administrativa y la producción resultaron beneficiadas; el paso a la economía sin capitalistas se efectuó sin los tropiezos y la pérdida de la productividad que el saboteo de los técnicos infligió a la Revolución Rusa de 1.917. Muy al contrario, la economía regida por las colectividades realizó rápidos y enormes progresos. El estímulo de una revolución considerada triunfante, el gozo de trabajar para un sistema que substituiría a la explotación del hombre por su emancipación del yugo de la miseria asalariada, la convicción de aportar a todos los oprimidos de la Tierra una esperanza, una oportunidad de victoria sobre sus opresores, realizaron maravillas. La superioridad productiva del socialismo sobre el capitalismo quedó iluminadamente demostrada por la obra de las colectividades obreras y campesinas, mientras que la intervención del Estado capitalista regida por los arrogantes políticos del Frente Popular no rehízo el yugo destruido en Julio (de 1.936) ...”[16].
No es ésta la ocasión de continuar una polémica sobre la llamada “guerra civil en España”. Nosotros ya hemos publicado bastantes artículos sobre ese capítulo trágico de la contrarrevolución, que abrió paso a la segunda masacre imperialista mundial[17]. Aquí diremos brevemente que Munis y el FOR siempre han defendido la errónea idea de que en España hubo tal “revolución”. Nada es más extraño a la realidad histórica. Si bien es cierto que la clase obrera en España desbarató al aparato burgués en 1.936, y que en mayo de 1.937 se alzó, ya muy tarde, contra el estalinismo y el Gobierno del Frente Popular, esto no niega que la lucha de clases fuera desviada y absorbida entre la República y el fascismo. La clase sucumbió ideológicamente bajo el peso de esta vil campaña antifascista, fue masacrada en la guerra y rematada por la dictadura franquista, una de las más bestiales del siglo.
Las colectividades fueron ideales para desviar la atención del proletariado de su verdadero objetivo inmediato: la destrucción total del aparato estatal burgués con todos sus partidos, de izquierda incluidos. Estos últimos, revivieron el aparato estatal disgregado en 1.936 por los obreros armados. Pero, una vez hecho esto, la clase fue seducida por la lucha del Frente Popular contra la sublevación franquista. Las colectividades y los comités de fábrica se doblegaron ante esta inmundicia. El aparato estatal se reconstituyó integrando a la clase obrera en su frente militar, desviando así la lucha obrera hacia la masacre inter- burguesa.
“BILAN” (órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista) se opuso a cualquier idea de apoyar la supuesta “revolución española”. Correctamente escribían: “...cuando el proletariado no tiene el poder – y este es el caso hoy en España – la militarización de las fábricas equivale a la militarización de las fábricas en cualquier Estado capitalista en guerra...”. BILAN apoyaba a la clase obrera en España en esas horas aciagas y le señalaba el único camino que podía seguir: “...En cuanto a los proletarios de la península ibérica, no tienen ahora más que una salida, la misma del 19 de Julio de 1.936: huelga en todas las empresas, sean de guerra o no, tanto del lado de Companys como de Franco; contra los jefes de sus organizaciones sindicales y del Frente Popular y por la destrucción del régimen capitalista...”.
¡Qué lejos están estas palabras de la palabrería sobre la “superioridad del socialismo sobre el capitalismo” demostrada por las colectividades! No, la verdad hay que decirla de frente: en España no hubo ninguna revolución social.
El capitalismo sobrevivió porque la clase obrera en España, aislada de toda perspectiva revolucionaria mundial, fue encaminada a “autogestionarse” la economía de guerra “colectivizada”, en aras del capitalismo español. En estas condiciones, afirmar que la “revolución española” fue más lejos que la rusa en el nivel de las relaciones “no capitalistas”, es una patraña ideológica.
Munis y el FOR revelan aquí una incapacidad para comprender qué fue la Revolución de Octubre y que fue la contrarrevolución de España. Error garrafal para una tendencia revolucionaria. Minimizar el contenido de la primera en aras de la segunda es simplemente increíble. En realidad, al defender las colectividades, Munis y el FOR “teorizan” el apoyo dado al Gobierno republicano por los trotskistas durante la guerra civil. Es que no hay otra manera de explicar este apoyo fanático a las “colectividades”, cepo de la burguesía republicana en 1.936-37. Ya sabemos que, según el FOR, la tradición troskistizante es revolucionaria, el FOR sigue siendo su heredero histórico. Pero, veamos de pasada, lo que decían los trotskistas de la sección bolchevique-leninista de España (por la IVª Internacional):
“... ¡Viva la ofensiva revolucionaria! Nada de compromisos. Desarme de la Guardia Nacional Republicana (Guardia Civil) y de la Guardia de Asalto reaccionarias. El momento es decisivo. La próxima vez será demasiado tarde. Huelga General de todas las industrias que no trabajen para la guerra. Sólo el proletariado puede asegurar la victoria militar. ¡Armamento total de la clase obrera! ¡Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM!, ¡Viva el frente revolucionario del proletariado!, ¡En los talleres, en las fábricas, barricadas: ¡Comités de defensa revolucionaria!”[18].
Salta a la vista la reaccionaria posición de los trotskistas: “asegurar la victoria militar”. ¿Y de quién? ¡De la República! Esta “victoria militar” no debía ser amenazada por las huelgas irresponsables en las industrias bélicas, según los trotskistas.
Sí, sin duda, ésta era – y es – una diferencia fundamental entre el trotskismo y el marxismo. Los primeros no sabían distinguir entre revolución y contrarrevolución, y los segundos, que no sólo sabían, confirmaron también la posición marxista sobre la primacía, la necesidad fundamental, de asegurar el poder político, previo a todo intento de “reorganizar” la sociedad. Si la guerra burguesa de España hizo algo para la teoría revolucionaria fue confirmar esa lección de la lucha histórica de la clase obrera.
En el capítulo XVII de Jalones, titulado “La propiedad”, Munis dice abiertamente que en España “Nacía un nuevo sistema económico, el sistema socialista”[19]. La revolución comunista futura, nos advierte, tendrá una obra a continuar y perfeccionar. No importa para Munis que todo ese esfuerzo “socialista” estuviera plegado a una guerra cien por cien capitalista, a una masacre y un degüello que preparaba la matanza de la Segunda Guerra Mundial y sus 60 millones de muertos. En el fondo Munis sigue apoyando la guerra antifascista de 1.936-39, y en este sentido, no ha roto con los mitos del trotskismo. La mistificación sufrida por el proletariado es admitida por Munis, pero sin saber qué decir: “...El proletariado seguía considerandos la economía suya y definitivamente ido el capitalismo...”[20].
En vez de criticar las mistificaciones del proletariado, Munis se adapta a ellas, las idolatra y las “teoriza”. He ahí lo negativo, lo retrógrado del FOR y sus cantinelas sobre la “Revolución Española”. Su crítica es puramente económica: sobre todo se refiere a la falta de planificación a escala nacional. Para Munis “... la incautación y puesta en marcha de los centros productores por los trabajadores respectivos era un primer paso obligado. Quedarse en él debía resultar funesto.”[21]. Habla después también del poder político, que era “decisivo” (¡¡!!) para la revolución. Pero es para decirnos que la CNT no estuvo a la altura de las circunstancias, aceptando así que la CNT era un organismo de los trabajadores, lo cual es otro embuste. Según el FOR, la CNT era una organización proletaria a la que se le “olvidó” el “lugar común” del poder político[22]. Es así como plantea la “revolución española” el claro y tajante FOR.
El libro de Munis apareció en 1.948. Puede que sus ideas hayan cambiado. Pero al menos en su Reafirmación de Marzo de 1.972 (al final del citado libro) no hace comentarios, ni críticas de las actividades trotskistas en España.
En este sentido Munis no ha cambiado de ideas sobre la “revolución española” en más de 45 años. Estar demasiado apegados “al modelo ruso” no es un crimen para los revolucionarios; “traba conservadora” puede ser, pero pertenece a la historia de nuestra clase y por eso debemos asimilar todas sus lecciones ya que se trata de una revolución proletaria. Lo que no es el caso de la supuesta “revolución española”. Ahí nuestra clase jamás tomó el poder político, al contrario, se le convenció, en parte a través de las colectividades, que eso era un “lugar común” que era mejor dejarlo en manos de los señores de la CNT-FAI-POUM. Así, la clase obrera fue movilizada y masacrada por los republicanos y por sus verdugos estalinistas, y para remate por los fascistas. Para Munis, esta matanza no empaña en nada la sublime obra redentora de las colectividades. Frente a semejante lirismo, nosotros decimos que estar apegados – siquiera un poquito- al “modelo español”, sí es un error monstruoso para los revolucionarios.
Para Munis y el FOR, el poder político de la clase aparece a veces como algo importante y decisivo, y a veces, como algo que puede (e incluso debe) venir después. Algo como un “lugar común” que no hay que discutir mucho puesto que “ya nos lo sabemos”. La experiencia en España muestra, de manera negativa, la primacía del poder político sobre tales medidas o relaciones “socialistas”. Munis y el FOR no se percatan que en la guerra de España poder político y mistificación “colectivista” existían en proporción inversa. Lo uno negaba a lo otro, no pudiendo ser de otra manera[23].
En su Reafirmación, Munis escribe: “Mientras más años contemplamos retrospectivamente hasta 1.917, mayor importancia adquiere la revolución española. Fue más profunda que la Revolución Rusa...en el dominio del pensamiento no pueden elaborarse hoy sino despreciables remedos de teoría si se prescinde del aporte de la revolución española, y precisamente en cuanto contrasta, superándolo o negándolo, con el aporte de la Revolución Rusa...”[24].
Por nuestra parte, preferimos basar nuestras orientaciones en las verdaderas experiencias del proletariado y no en “innovaciones” modernistas como las del FOR.
Como clase explotada y revolucionaria que es, la clase obrera expresa a través de sus luchas históricas esta naturaleza complementaria. Es así como utiliza sus luchas reivindicativas, para ayudarse a alcanzar la comprensión de sus tareas históricas. Esa comprensión revolucionaria halla su obstáculo inmediato en cada Estado capitalista, que debe ser derrocado por la clase obrera de cada país.
Pero no puede la clase disolverse como categoría explotada sino a escala universal, porque esa posibilidad está ligada íntimamente a la economía mundial, que sobrepasa los recursos encontrados en cada economía nacional. El concepto de Rosa Luxemburgo sobre el capital global es muy importante a este respecto. El Estado capitalista si puede ser derrocado en cada economía nacional. Pero el carácter capitalista de la economía mundial, del mercado mundial, sólo puede ser eliminado a escala universal. La clase obrera puede instaurar su dictadura (aunque no por mucho tiempo) en un solo país o en un puñado de países aislados, pero no puede crear el comunismo en un solo país o región del mundo. Su poder revolucionario se expresa por su orientación netamente internacionalista, encaminada sobre todo a ayudar a destruir el Estado capitalista en todas partes, a destruir ese aparato policiaco-terrorista en el mundo entero. Ese período puede tardar algunos años, y mientras no se termine será difícil, sino imposible, tomar medidas reales y definitivamente comunistas. La destrucción total de las bases económicas del modo de producción capitalista no puede ser sino tarea de toda la clase obrera mundial, centralizada y unida, ya sin naciones ni intercambio mercantil. En cierto modo hasta que la clase obrera alcance ese nivel, seguirá siendo una clase económica, teniendo en cuenta las condiciones de penuria y desequilibrio económico que todavía subsistirán. Es así como la naturaleza tanto de clase explotada como de clase revolucionaria – intrínseca al proletariado – se dan mutuamente la mano tendiendo a fusionarse conscientemente en el largo proceso histórico que es la dictadura del proletariado y la total transformación comunista.
No pretendemos dar por terminada esta discusión tan importante. Pero sí queríamos presentar nuestras críticas a las concepciones de FOR sobre estos problemas de la revolución proletaria. Nada de lo que defienden respecto al “comunismo inmediato” nos convence de que el planteamiento de Rosa Luxemburgo citado al comienzo de este artículo sea erróneo. Y menos aún la idea de que la Revolución Rusa no fue tan profunda como la “revolución española”. Las ideas del FOR sobre las “tareas de nuestra época”, están conectadas a esta visión de un socialismo que puede ser alcanzado en cualquier momento y cuando al proletariado le dé la gana. Esta concepción inmediatista, voluntarista, ya ha sido criticada varias veces en nuestras publicaciones[25].
Las peligrosas confusiones del FOR esconden su incapacidad para comprender qué es la decadencia del capitalismo y cuáles son las tareas de la clase obrera en este período histórico. Igualmente, no ha sido capaz nunca de comprender el significado de los cursos históricos que se han manifestado en este siglo después de 1.914. No comprendió jamás, por ejemplo, que la lucha del proletariado español en 1.936 no podía cambiar el curso hacia la segunda guerra imperialista. Confirmación crucial de esto fue la tremenda confusión política del proletariado en España, que, en vez de continuar su lucha contra el aparato del Estado y todos sus instrumentos políticos y sindicales, se dejó maniatar por estos últimos, abandonando su terreno de clase.
¡Esta es la real tragedia del proletariado mundial en España! Pero para el FOR, este “jalón de derrota” confirmó la “superioridad” del socialismo sobre el capitalismo.
Qué errónea es esta apreciación sobre la revolución comunista, incapaz de comprender en qué momento el movimiento por la liberación total de la humanidad se hundió en el más bárbaro abismo. Si el proletariado es incapaz de comprender cuándo y cómo se lucha, sus perspectivas y esfuerzos más abnegados, serán desplazados por la clase enemiga y recuperados por ella momentáneamente y jamás estará a la altura de su misión histórica. Su futura liberación mundial requiere constantemente un balance profundo de los últimos 50 años. Cuando el FOR se dé cuenta de esta necesidad, y más que todo de lo que fue el trotskismo y la tal “revolución española”, sólo entonces podrá realmente avanzar y realizar la promesa de toda esa enorme pasión revolucionaria contenida en sus publicaciones.
[1] Rosa Luxemburgo, “La Revolución Rusa”, Editorial Anagrama, Barcelona 1.969, paginas 75-76. Se puede encontrar en Internet en https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf [11]
[2] Podemos consultar a este respecto el texto La experiencia rusa: propiedad privada y propiedad colectiva. /revista-internacional/200711/2089/la-experiencia-rusa-propiedad-privada-y-propiedad-colectiva [12]
[3] FOR, “Pro-Segundo Manifiesto Comunista”, Losfeld, París 1.965, página 24.
[4] Citado en el interesante opúsculo de Juan Antonio García Diez, URSS 1.917-1.929: De la Revolución a la Planificación. Madrid 1.969, página 53. Esto también lo afirman otros historiadores económicos de la Revolución Rusa como Carr, Davies, Dobb, Erlich, Levin, Nove, etc.
[5] R. Luxemburgo, ídem., página 85
[6] FOR, ibídem, página 25
[7] Nikolai Bujarin, “Teoría económica del período de transición”, Ed Siglo XX, Buenos Aires 1.974, página 35
[8] FOR, ibídem, página 25
[9] Ver a este propósito la 5ª parte de nuestra Serie ¿Qué son los Consejos obreros?, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es [13]
[10] ´Ver sobre este tema la Introducción a la Economía Política [14] de Rosa Luxemburgo, capitulo Historia Económica (I).
[11] Grandizo-Munis “Clase revolucionaria, organización política, dictadura del proletariado”, en Alarma nº 24, 1er Trimestre de 1.973, página 9
[12] Munis, ibídem, Alarma nº 25, 2º Trimestre 1.973, página 13
[13] Ver El mito de las colectividades anarquistas, https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas [15]
[14] Munis, ibídem, Alarma nº 25, página 6
[15] Munis, “Carta de protesta a la revista ´Autogestión et socialisme”, Alarma nº 22 y 23, Tercer y cuarto Trimestre de 1.972, página 11
[16] Munis “Jalones de derrota, promesa de victoria” (España 1.930-39), México 1.948, página 340
[17] Ver nuestro libro 1936: Franco y la Republica masacran a los trabajadores, https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [16]
[18] Munis, “Jalones...”, página 305
[19] Munis, ibídem, página 339-340
[20] Munis, ibídem, página 346
[21] Munis, ibídem, página 345
[22] Ver nuestro Serie sobre la CNT: Nacimiento del sindicalismo revolucionario en España (1910-1913) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200703/1322/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-nacimiento-del-sindicalismo- [17] La CNT ante la guerra y la revolución (1914-1919) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200705/1903/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-ante-la-guerra-y-la-revoluci [18] El sindicalismo frustra la orientación revolucionaria de la CNT (1919-23) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200708/2002/historia-del-movimiento-obrero-el-sindicalismo-frustra-la-orientac [19] ; La contribución de la CNT a la instauración de la República española (1923-31) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2068/historia-del-movimiento-obrero-la-contribucion-de-la-cnt-a-la-inst [20] El fracaso del anarquismo para impedir la integración de la CNT en el Estado (1931-1934) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200802/2189/historia-del-movimiento-obrero-el-fracaso-del-anarquismo-para-impe [21] ; El antifascismo, el camino a la traición de la CNT (1934-36)
[23] Como ya hemos dicho, Munis, a veces, insiste en que el poder político es lo decisivo. Ver, por ejemplo, en “Jalones”, pagina 357-358. Es un dualismo del que no se escapa el FOR
[24] Munis, ibídem
[25] Ver, entre otros, Octubre de 1917, principio de la revolución proletaria (I) https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i [22] y Octubre 1917: Principio de la revolución proletaria (II) https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2362/octubre-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-ii [23]
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/critica_de_lenin_filosofo_de_pannekoek_i_0.pdf
[2] https://es.internationalism.org/en/tag/series/lenin-filosofo
[3] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/comunismo-de-consejos
[4] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/izquierda-comunista-francesa
[5] https://es.internationalism.org/en/tag/3/51/partido-y-fraccion
[6] https://www.operaieteoria.it/archivio.htm-
[7] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm
[8] https://es.internationalism.org/en/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[9] https://es.internationalism.org/en/tag/3/41/alienacion
[10] https://es.internationalism.org/files/es/las_confusiones_del_for_sobre_octubre_1917_y_espana_1936.pdf
[11] https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf
[12] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2089/la-experiencia-rusa-propiedad-privada-y-propiedad-colectiva
[13] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es#_ftnref2
[14] http://grupgerminal.org/?q=system/files/IntroduccionalaeconomiaRosaLuxemburgFORMATEADO.pdf
[15] https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas
[16] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[17] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200703/1322/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-nacimiento-del-sindicalismo-
[18] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200705/1903/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-ante-la-guerra-y-la-revoluci
[19] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200708/2002/historia-del-movimiento-obrero-el-sindicalismo-frustra-la-orientac
[20] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2068/historia-del-movimiento-obrero-la-contribucion-de-la-cnt-a-la-inst
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200802/2189/historia-del-movimiento-obrero-el-fracaso-del-anarquismo-para-impe
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i
[23] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2362/octubre-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-ii
[24] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa