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En la estela de la ofensiva victoriosa americana, que no ha suscitado la menor reacción hostil significativa entre los países árabes, y aprovechándose del debilitamiento causado a Arafat, acusado de tolerancia hacia el terrorismo palestino, Israel está poniendo brutalmente contra las cuerdas al líder de la OLP al mismo tiempo que provoca una nueva oleada de violencia en los territorios ocupados. A los actos de terrorismo ciego cometidos contra la población israelí, el ejército de Israel replica con una violencia tan ciega como aquélla y cuya víctima principal es la población de a pie, muy a menudo niños. Desde los acuerdos de Oslo, Estados Unidos no paró de criticar, incluso descalificar la política de "cuanto peor mejor" de los diferentes gobiernos israelíes, una política basada en sabotear la puesta en práctica del proceso de paz. Esto se debía a que Estados Unidos era perfectamente consciente de la necesidad de limitar a toda costa la agudización de las tensiones entre israelíes y palestinos, pues podían acabar cristalizando en la región la creciente reacción de hostilidad del mundo árabe contra Israel. Una situación así hubiera acabado por repercutir en la política de Estados Unidos, pues este país no podía en ningún caso abandonar Israel, que es su brazo armado en la región. Pero hubiera sido sobre todo una ocasión para algunos países europeos de jugar sus propias bazas mediante el apoyo que habrían aportado a tal o cual fracción nacional de la burguesía, en apoyo de esta o aquella solución diplomática, la que fuera con tal de ser diferente de la de Estados Unidos. Hoy la situación es muy otra a causa del enorme ascendiente que sobre el resto del mundo han ganado los Estados Unidos, una ventaja que este país llevará lo más lejos posible. Al asumir plenamente la brutalidad de la ofensiva israelí en los territorios ocupados, Estados Unidos hace todavía más patente la incapacidad actual de cualquier otro país, especialmente de los europeos, para convertirse en pivote de una alternativa a la política estadounidense en Oriente Medio. De todos modos, la situación actual, ni más ni menos que la "paz de Oslo", no significará en ningún caso estabilidad, sino que, al contrario, está acumulando las condiciones, sobre todo con el incremento de un profundo sentimiento de odio a Estados Unidos e Israel, para el estallido futuro de esas tensiones.
Estados Unidos ha logrado hoy marginalizar por completo en el ruedo mundial a las potencias europeas (Gran Bretaña, Alemania, Francia), principales rivales suyos, no dejándoles desempeñar el menor papel en el conflicto de Afganistán, si no es el de comparsas en la gestión de la situación dejada por la derrota de los talibanes. En efecto, las tropas de la ONU, mediante las cuales esas potencias pretendían instalarse en aquel país (como así fue en Kosovo), estarán claramente bajo el mando y control norteamericano, interviniendo únicamente como auxiliar del nuevo poder instalado en Kabul por Estados Unidos.
Todas las potencias de segunda o tercera fila, arrinconadas por ese éxito alcanzado por primera potencia mundial, no van a quedarse, sin embargo, de brazos cruzados. Al contrario, van a hacerlo todo y más, con los medios a su alcance, para poner zancadillas a la política estadounidense, explotando al máximo, entre otras cosas, las tensiones locales alimentadas por la presencia de Estados Unidos. Decir que esa nueva afirmación del orden mundial americano no arregla ninguna de las tensiones que pululan por el mundo queda confirmado en la reanudación de las hostilidades entre dos potencias nucleares, India y Pakistán. Desde el atentado terrorista perpetrado por un grupo islámico en el Parlamento indio el 13 de diciembre de 2001, la tensión no ha cesado entre esos dos países, a niveles nunca alcanzados hasta ahora (como, entre otros hechos, demuestra el que India haya evacuado la población fronteriza en Cachemira).
Por otra parte, el fragor y el humo de las bombas habrán podido durante algún tiempo ocultar la agravación dramática de la crisis económica, pero no por ello han cambiado su realidad. Hoy la recesión es oficial en Japón, se instala en Alemania y en Estados Unidos, mientras que en el resto de Europa el crecimiento se reduce aceleradamente en el momento mismo en que se estrena el euro. Muy significativo de la situación mundial ha sido el desmoronamiento brutal de la economía argentina, la cual, tras cuatro años de recesión, está literalmente en quiebra, con lo que todo eso significa para el proletariado: desempleo, miseria y, por vez primera desde la independencia, la aparición del espectro de la hambruna. Lo que hoy presenciamos en Argentina - un país que hace 40 años se jactaba de pertenecer al "selecto" club de los países "más desarrollados"- es revelador de la perspectiva que nos ofrece el capitalismo[1].
Argentina, por un lado, Afganistán por el otro nos muestran ambos las amenazas: hundimiento económico con sus consecuencias de desempleo, miseria y hambre (ver el artículo correspondiente en esta Revista) y estallido de la barbarie bélica con su cortejo de muertos, destrucción y bestialidad.
Al bárbaro baño de sangre de las Torres Gemelas, Estados Unidos ha respondido con una Cruzada "Antiterrorista" que está suponiendo nuevos y peores baños de sangre. Las primeras víctimas son los trabajadores, los campesinos, la población de Afganistán, que desde el 7 de octubre están recibiendo un terrible lote de bombas a la vez que los ejércitos locales libran feroces combates.
Muchas personas están muriendo o van a morir; están siendo aniquiladas viviendas, industrias, campos de labranza, hospitales, vías de comunicación; el hambre, las enfermedades, la rapiña están golpeando a la población; miles y miles de refugiados intentan cruzar las fronteras de los países vecinos siendo brutalmente tratados por todos: militares, salteadores de caminos, guardias fronterizos ...
Es una nueva hecatombe que se abate sobre miles y miles de seres humanos. Afganistán lleva ya 23 años de guerra. Ha sufrido la guerra de todas las formas del capitalismo: primero fue el capitalismo pretendidamente "socialista" de la antigua URSS; después el capitalismo "islámico" en sus diferentes versiones - los muyahidines, los talibán - y ahora, la del capitalismo "más capitalista" de todos, el de la primera potencia mundial. Es la barbarie infinita de un sistema que deja de lado la careta engañosa con la que pretende revestirse de dignidad, cultura, derechos, progreso, y muestra su verdadero rostro, el de un organismo agonizante que causa cada vez más guerras, destrucción, hambre... "Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre, así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza" (Rosa Luxemburgo, La Crisis de la socialdemocracia, escrito en 1915 contra la Primera Guerra mundial).
Estados Unidos ha dejado bien claro que su cruzada "antiterrorista" no se limitará a Afganistán. El secretario de defensa anuncia "10 años de guerra", mientras que Mr. Bush, en su charla radiofónica del sábado 24 de noviembre, afirma que "el hundimiento del régimen talibán es solo el principio. Ahora tenemos que dar los pasos más difíciles". También aclara que piensa invadir los países que haga falta con la excusa de que "Estados Unidos no esperará a que los terroristas intenten atacarnos otra vez. Donde sea que se oculten y donde sea que conspiren seremos nosotros quienes atacaremos", precisando que "el Ejército de Estados Unidos deberá actuar en distintas zonas del mundo".
¿Para qué estos planes de barbarie? ¿Son realmente una defensa contra el terrorismo? En el editorial del número anterior de la Revista internacional denunciamos la hipocresía de esa envoltura "antiterrorista". El terrorismo - que puede tomar diversas formas todas ellas ajenas al proletariado[2]- forma parte de la acción corriente de todos los Estados y constituye un arma de guerra cada vez más importante.
¿Es, simplemente, una operación de conquista de los yacimientos petrolíferos de Asia Central, como pretenden grupos del medio político proletario? No podemos desarrollar aquí el análisis que contiene el "Informe sobre los conflictos imperialistas" de nuestro XIV Congreso publicado en la Revista internacional nº107 donde afirmamos que "si en los comienzos del imperialismo y después en la decadencia del capitalismo, la guerra se concebía como medio para repartirse los mercados, en el estadio actual se ha convertido en un medio de imponerse como gran potencia, de hacerse respetar, de defender su rango frente a las otras, de salvar la nación. Las guerras no tienen una racionalidad económica, cuestan mucho más de lo que permiten ganar"[3]. El objetivo real de la cadena de operaciones bélicas que USA ha abierto en Afganistán es político-estratégico[4]. Es una respuesta al creciente desafío a su liderazgo mundial que se ha agudizado tras la guerra de Kosovo y que protagonizan, en primera línea, las potencias europeas - Alemania, Francia -, seguidas por toda clase de potencias regionales, locales e incluso Señores de la Guerra como el propio Bin Laden.
En el Editorial de la Revista anterior expusimos las premisas generales de nuestro análisis: la actual crisis guerrera es un exponente, no solo de la decadencia del capitalismo, que se extiende desde principios del siglo XX, sino de lo que hemos calificado como su fase terminal de descomposición que se puso claramente de manifiesto en 1989 con el hundimiento del antiguo bloque soviético. El rasgo más característico de esta fase última de la decadencia del capitalismo es el enorme desorden que reina tanto en las relaciones entre Estados como en la forma que toma la confrontación imperialista entre ellos. Cada Estado Nacional "barre para casa" sin aceptar la más mínima disciplina. Es lo que hemos caracterizado como cada nación a la suya que traduce, y a su vez agrava, un estado general de caos imperialista mundial, tal y como previmos hace más de 10 años con el hundimiento del antiguo bloque soviético: "el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada uno va a jugar por su cuenta y para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario" (Revista internacional nº 64: "Militarismo y Descomposición"[5]).
El capitalismo encierra desde sus primeros estadios una contradicción irresoluble entre el carácter de la producción que tiende a ser social y mundial y su modo de apropiación y organización que es necesariamente privado y nacional. En el genoma del capitalismo está inscrito el cisma, el enfrentamiento y la destrucción que nacen de esa contradicción. Esta tendencia era menos visible en el período ascendente del capitalismo pues lo que dominaba entonces era la dinámica hacia la formación del mercado mundial. Esta produjo una unificación objetiva pues sometió los territorios más significativos del planeta y el intercambio general en todo el mundo a las relaciones capitalistas de producción[6].
Con la decadencia del capitalismo, la guerra de todos los Estados entre sí, la batalla de cada imperialismo nacional para escapar de las contradicciones crecientes del régimen capitalista a costa de sus rivales adquiere una virulencia asesina. Fue la época que va desde 1914 y 1945 que provocó dos guerras mundiales. Sin embargo, en el período de la llamada "guerra fría" (1945-89) el "todos contra todos" pareció atenuarse al imponerse una férrea disciplina de bloques, basada en la supremacía militar, el chantaje estratégico y político y el soborno económico. Sin embargo, la desaparición de los bloques desde 1989 ha desatado la expresión de los intereses imperialistas nacionales en toda su furia caótica y destructora: "La fragmentación de las estructuras y la disciplina de los antiguos bloques imperialistas ha liberado las rivalidades entre naciones a una escala sin precedentes, provocando un combate cada vez más caótico, cada uno a la suya, desde las mayores potencias mundiales hasta los más pequeños señores de la guerra... Las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo no son menos imperialistas que las de fases precedentes de la decadencia, pero, en cambio, se han hecho más extensas, más incontrolables y más difíciles de detener, incluso temporalmente" ("Resolución sobre la situación internacional del XIV Congreso de la CCI" en Revista internacional nº 106). La fase de descomposición del capitalismo ha puesto claramente de manifiesto que "la realidad del capitalismo decadente, a pesar de los antagonismos imperialistas que lo hacen aparecer momentáneamente como dos unidades monolíticas enfrentadas, es la tendencia a la dislocación y la desintegración de sus componentes. La tendencia del capitalismo decadente es al cisma, el caos, de ahí la necesidad esencial del socialismo que quiere realizar el mundo como una unidad" (Internationalisme, Gauche Communiste de France, "Informe sobre la situación internacional", enero 1945[7]).
Los Estados Unidos son los grandes perdedores de esta situación. Sus intereses nacionales se identifican con el mantenimiento de un orden mundial construido en su propio beneficio. Frente a los designios imperialistas de sus grandes rivales (Alemania, Francia, Gran Bretaña etc.), frente a la contestación de numerosos Estados con ambiciones regionales e incluso de sus más fieles aliados (el caso de Israel que desde 1995 está saboteando cada vez más abiertamente la "Pax americana"), USA, como "Sheriff Mundial", se ve obligado a continuos y repetidos golpes de fuerza, auténticos puñetazos sobre la mesa, como vimos con la Guerra del Golfo o con Kosovo y ahora en Afganistán.
Pero la actual "cruzada antiterrorista", tiene objetivos mucho más ambiciosos. En el Golfo, USA se limitó a una apabullante demostración de fuerza destinada a meter en cintura a sus antiguos aliados. En Kosovo volvió a exhibir su inmenso poderío militar, aunque sus "aliados" le jugaron una mala pasada en los "planes de paz" agarrando cada cual su zona de influencia y frustrando sus planes. Ahora pretende por un lado marginar totalmente del teatro de guerra a los aliados infligiéndoles una patente humillación y, por otra parte, instalar sus posiciones militares de forma estable en una zona clave como es Asia Central.
En el primer plano, USA ha pedido una "colaboración" a sus "aliados" consistente en quedarse en el patio de butacas aplaudiendo las hazañas de los Rambos. El intento de Francia de enviar un contingente de soldados disfrazado de "ayuda humanitaria" ha sido bloqueado por USA en Termez en la frontera uzbeka. El "ofrecimiento" alemán de 3900 soldados ha sido despreciado. Gran Bretaña que al principio apareció como socio activo de la operación ha sufrido un bochornoso desplante. El intento de Blair de presentarse como "comandante en jefe" ha sido respondido con el bloqueo de 6000 soldados desde hace más de una semana. Esta marginación les ha supuesto a esos países un duro golpe a su rango en el escenario mundial.
El segundo objetivo es más importante. Por primera vez en toda su historia, los Estados Unidos se instalan, con vocación de quedarse, en Asia Central, no solo en Afganistán sino también en dos repúblicas exsoviéticas vecinas (Tayikistán y Uzbekistán). Esto supone una clara amenaza para China, Rusia, India e Irán. Sin embargo, su alcance es más profundo: constituye un paso para establecer un auténtico cerco - una nueva edición de la vieja política de "contención" que se empleó con Rusia - a las potencias europeas. Desde las altas montañas de Asia Central se controla estratégicamente Oriente Medio y el suministro de petróleo, clave para la economía y la acción militar de las naciones europeas.
Arropado por la "coalición antiterrorista" y marginados los "aliados" europeos, Norteamérica puede ahora seguir sus fechorías bélicas en otros países. Ha puesto Irak en el punto de mira. Habla también de Yemen y Somalia etc. Estos nuevos actos de sangre no tendrán como objetivo "perseguir terroristas" sino que irán dirigidos al fin estratégico de cercar a los "aliados" europeos.
Como dijimos en el Editorial de la anterior Revista internacional no sabemos si los autores del crimen de las Torres Gemelas son Bin Laden y sus compinches, pero lo que sí sabemos es que el beneficiario del crimen ha sido Estados Unidos como el mismísimo Bush reconoce indirectamente en su charla radiofónica del 24 de noviembre: "el mal que nos deseaban los terroristas ha resultado en un bien que nunca habrían esperado y estos días los americanos tienen muchas razones para dar las gracias".
Analizando la guerra de Kosovo, nuestro XIII Congreso internacional, celebrado en abril de 1999, señalaba que "la guerra actual, con la nueva desestabilización que representa en la situación europea y mundial, es una nueva ilustración del dilema en que se encuentran encerrados actualmente los Estados Unidos. La tendencia al "cada uno para sí" y la afirmación cada vez más explícita de las pretensiones imperialistas de sus antiguos aliados, les obligan de manera creciente a hacer alarde y usar su enorme superioridad militar. Al mismo tiempo, esa política conduce únicamente a una agravación mayor todavía del caos que reina ya en la situación mundial" (Revista internacional nº 97: "Resolución sobre la situación internacional"[8]).
La virulencia de esa contradicción, lejos de atenuarse no ha hecho sino agravarse en los diez últimos años. Las exhibiciones apabullantes de su poderío militar logran en un primer momento que sus rivales plieguen alas y se alineen tras el Gran Padrino. Pero los efectos son poco duraderos. Tras el Golfo, Alemania se atrevió a hacer estallar Yugoslavia para lograr una salida al Mediterráneo vía el mar Adriático. Los objetivos americanos en los Balcanes fueron frustrados en cuanto terminaron los bombardeos en Kosovo. Los políticos de Washington han intentado todos los métodos posibles para encauzar la situación, pero han fracasado no tanto por su incompetencia sino porque las condiciones de evolución del capitalismo en descomposición juegan en su contra. El puñetazo sobre la mesa intimida a los demás gánsteres, pero al poco tiempo vuelven a las andadas. Primero comienzan las intrigas diplomáticas, las sórdidas maniobras, después vienen las jugadas de desestabilización de tal o cual país, de tal o cual zona. Más tarde, los acuerdos con Señores de la guerra locales, finalmente, las operaciones de "injerencia humanitaria". Todo ello es reproducido a escala regional por Estados de segunda o tercera división, configurando entre todo un amasijo sangriento de influencias cruzadas. Es un círculo vicioso que no hace sino sembrar el mundo de ruina, hambrunas y montañas de cadáveres. Las grandes potencias, que se presentan como bomberos apagafuegos, son en realidad, los pirómanos que con nocturnidad y alevosía rocían previamente con gasolina.
Sin embargo, la situación convierte a Estados Unidos en el principal bombero pirómano. Las contradicciones propias de su posición en este período histórico de descomposición capitalista hacen de él a la vez el pirómano que siembra de incendios del mundo y el bombero que tiene que apagarlos abriendo nuevos fuegos. Es una contradicción que revela la profunda gravedad de la situación mundial. Estados Unidos, principal garante y beneficiario del "orden mundial" es a la vez quien más lo socava al intentar defenderlo con sus devastadoras operaciones militares.
En la 1ª y la 2ª Guerra mundial, vimos que eran las potencias peor dotadas en el reparto imperialista, y por consiguiente las más débiles (especialmente Alemania) las que desafiaban el estado de cosas existente poniendo en peligro la "paz mundial". Durante el período de violenta rivalidad entre la URSS y Estados Unidos, desde principios de los años 50 hasta finales de los 80, siempre correspondió el papel desestabilizador al bando más débil, es decir al bloque ruso. Estados Unidos adoptaría después una política más ofensiva sobre todo en la carrera de armamentos, aunque podía permitirse el lujo de aparecer como "atacado", imponiendo así al bloque adverso unos retos que la debilidad económica de éste le impedían aceptar, lo cual acabó arrastrándolo a su destrucción. Pero hoy, como expresión del descenso del capitalismo en la barbarie, se da la situación absurda de que Estados Unidos, principal beneficiario del orden mundial y potencia ampliamente dominante en el mundo tanto en lo militar como en lo económico, es quien más hace para desafiarlo.
La actual cruzada "antiterrorista" va a seguir indefectiblemente el mismo camino solo que las dosis de destrucción y de caos que va a crear serán cualitativa y cuantitativamente más graves que las resultantes de anteriores operaciones.
Para empezar, en el propio Afganistán no va establecerse la "paz" y la reconstrucción, sino las premisas para nuevas convulsiones guerreras. La Alianza del Norte es un conglomerado de Señores de la Guerra y de facciones tribales que se han soldado momentáneamente contra el enemigo común. Pero el reparto del poder, las rencillas entre ellos y los fuegos que azuzarán los diversos padrinos extranjeros (Rusia, Irán, India) los llevarán a violentos enfrentamientos como ya ha sido el caso con la toma de Kunduz donde han chocado las tropas "aliadas" de Dostum y Daud. La relegación, o al menos la toma de ventajas frente a las facciones que se apoyan en la etnia pastún, mayoritaria, anuncia la fiereza de la confrontación. USA, que no tiene ningún interés en una ocupación de todo Afganistán[9], despliega tropas en Kandahar para apadrinar a los pastunes y contrapesar a la Alianza.
Para llevar a cabo su intervención en Afganistán, Estados Unidos necesita el apoyo de Pakistán, país que, a cambio, ha recibido la confirmación por parte de Estados Unidos de que apoyarían a las etnias capaces de hacer contrapeso a la Alianza del Norte, tradicional enemigo de Pakistán y, por lo tanto, obstáculo en su influencia en Afganistán. Esta "zona de influencia" es necesaria a Pakistán para darle "profundidad estratégica" en el encarnizado enfrentamiento que mantiene con la India y cuyo eje es Cachemira. El ascenso de la influencia de la Alianza del Norte en la gestión de la situación post- talibán es, pues, una brecha en el dispositivo de Pakistán frente a India.
India, China, Rusia e Irán, están furiosas por la instalación de los americanos en Asia central. No han tenido más remedio que sumarse al Frente "antiterrorista", pero todos sus esfuerzos se van a dirigir a sabotear por todos los medios las operaciones del Gran Hermano pues éste amenaza sus intereses vitales. No pueden hacer otra cosa que responderle con los medios de que disponen: intrigas, operaciones de desestabilización de zonas clave, apoyo a las fracciones más díscolas.
En los países árabes e islámicos, la operación americana no puede sino encender todavía más los odios en amplios sectores de la población, acentuando los riesgos de desestabilización y empujando a todas las burguesías de la zona a aumentar sus distancias respecto a Estados Unidos como se ve actualmente con Arabia Saudita que manifiesta abiertamente su mal humor.
Del mismo modo, la operación afgana, con el fuerte desprestigio que provoca en la "causa árabe", es catastrófica para Arafat que sale debilitado, lo cual facilita las cosas a los planes israelíes de poner contra las cuerdas a su enemigo palestino con la consecuencia de una agravación de la guerra abierta que se arrastra desde hace años.
Japón ha aprovechado la circunstancia para enviar, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra mundial, una flota naval. Se trata de un gesto más bien simbólico que muestra cómo el imperialismo nipón trata de afirmar su potencia despertando un nuevo frente de tensión que añadirá más fuego a la situación mundial.
Pero Alemania, Francia y Gran Bretaña, los más perjudicados por la guerra actual, tienen necesariamente que responder pues la maniobra americana supone una grave amenaza ya que es el principio de una estrategia de "cerco continental" que puede acabar asfixiándolas. Tendrán que contraatacar, quizá en África, quizá en los Balcanes, e, imperiosamente, tendrán que acelerar los gastos militares y los planes de crear brigadas de intervención rápida en el marco del famoso "Euro ejército".
En definitiva, Estados Unidos no logrará estabilizar en su favor la situación mundial, sino que ya desde ahora la está desestabilizando muy gravemente.
Desde 1945 los países centrales del capitalismo (Estados Unidos, Europa Occidental) han gozado de un largo período de estabilidad y paz dentro de sus fronteras. El capitalismo mundial, como un todo, se ha ido hundiendo progresivamente en una dinámica de guerras, destrucción, hambrunas... pero aquellos han permanecido como un oasis de paz. Pero esa situación está empezando a cambiar. Las guerras balcánicas de la década de los 90 fueron el primer aviso. Una guerra devastadora se instalaba a las puertas de las grandes concentraciones industriales. En esa línea, los hechos de Nueva York tienen un significado grave y profundo más allá de su alcance inmediato. Un acto de guerra ha golpeado directamente a la primera potencia mundial causando una matanza equivalente a una noche de bombardeos de la aviación.
No estamos afirmando que la guerra se ha instalado, o está próxima a instalarse, en las grandes metrópolis del planeta. Estamos lejos de esa situación entre otras razones por la más importante: el proletariado de esos países, pese a las dificultades que sufre, se resiste a caer en la degradación moral, el sufrimiento físico, el terror vital y el sacrificio extenuante que significan soportar cotidianamente un estado de guerra. Pero esta constatación no nos puede ocultar la gravedad de lo ocurrido. Unos meses antes, analizando la dinámica profunda de la situación histórica y sacando lecciones de las tendencias que encerraba, nuestro XIV Congreso, en su Resolución sobre la situación internacional, afirmaba "la clase obrera puede verse arrastrada a una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Este apocalipsis no está tan lejano como a primera vista podría parecer: el rostro de la barbarie está a punto de tomar una forma material ante nuestros ojos. Hoy la humanidad no hace frente simplemente a la perspectiva de la barbarie: el descenso hacia la barbarie ha comenzado ya y lleva consigo el peligro de demoler toda tentativa futura de regeneración social" (Revista Internacional nº106).
El significado del ataque de las Torres Gemelas es que la inestabilidad, la garra sangrienta de acciones terroristas planteadas directamente como actos de guerra, amenaza de forma mucho más directa a los grandes Estados industrializados y que, de ahora en adelante, serán cada vez menos esos "refugios de orden y estabilidad", que hasta ahora aparentaban[10]. Es un elemento de la situación que el proletariado debe tomar en cuenta pues constituye un nuevo peligro, no solo físico (los obreros han sido las principales víctimas del golpe de las Torres Gemelas) sino fundamentalmente político pues el Estado de las grandes metrópolis "democráticas" aprovecha la inseguridad y el terror que generan tales acciones para pedir que se cierren filas a su alrededor para "defender la seguridad nacional" y se ofrece como "única garantía" frente al caos y la barbarie.
El terrorismo, como arma utilizada en la guerra entre Estados, no es ninguna novedad. Lo que resulta "novedoso" es la amplitud del fenómeno en los últimos años. Los grandes Estados, y tras su estela los más pequeños, han multiplicado sus relaciones con toda clase de grupos mafiosos y /o terroristas, tanto para el control de toda clase de tráficos ilegales que proporcionan lucrativos negocios como para utilizarlos como elemento de presión contra Estados rivales. La utilización del IRA por parte de Estados Unidos como medio de presión sobre Gran Bretaña o de Francia presionando a España mediante ETA, son dos ejemplos significativos. A su vez, todos los Estados han desarrollado los "departamentos especiales" en sus ejércitos y servicios secretos: han preparado comandos de tropa muy especializados, entrenados para acciones de "guerrilla", sabotaje y terrorismo, etc.
Esa utilización del arma terrorista acompaña una tendencia creciente a que en la guerra entre Estados se violen las reglas mínimas, hasta ahora respetadas, en la confrontación entre ellos. Como dijimos en las "Tesis sobre la descomposición del capitalismo", "... la situación mundial se caracteriza por el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados en detrimento de las 'leyes' que el capitalismo se había dado en el pasado para 'reglamentar' los conflictos entre las fracciones de la clase dirigente"[11]. La reacción de los gobiernos occidentales tras el 11 de septiembre endureciendo con una inusitada rapidez el arsenal represivo del Estado muestra de forma inequívoca que han captado el peligro. Estados Unidos ha dado la medida: instauración de controles de identidad, suspensión del habeas corpus, tribunales militares secretos, "debate" sobre la instauración de una tortura "moderada" para "evitar males mayores" etc. En esta política se desarrollan armas cuyos destinatarios últimos serán el proletariado y los revolucionarios, pero lo que revelan ya desde ahora es el riesgo en ciernes de inestabilidad, de caos, de golpes bajos de rivales, que se instaura en los países centrales.
El cordón sanitario contra el caos, levantado cual nuevo muro de Berlín, para proteger a las "grandes democracias" va a hacerse más vulnerable. Bush ha caracterizado la "cruzada antiterrorista" como "una guerra larga, en muchos lugares de la Tierra, que tendrá fases visibles y fases secretas, que exigirá muchos medios, algunos se darán a conocer, otros no" mostrando la etapa de convulsiones, de inestabilidad, que va a afectar a los países centrales.
Para darnos una medida del significado de esas amenazas es útil referirse a otras épocas históricas. Cuando el Imperio Romano, en el siglo I de la era cristiana, entra en decadencia, la primera etapa se caracteriza por violentas convulsiones en su propio centro, Roma. Es la época de los emperadores "dementes" como Nerón, Calígula etc. Las "reformas" de los emperadores del siglo II -época de grandes obras públicas que ha legado los más imponentes monumentos - alejan las convulsiones del centro arrojándolas a la periferia que se hunde en un marasmo total y es víctima de invasiones bárbaras cada vez más victoriosas. El siglo III ve la vuelta, como un bumerán, de esa avalancha hacia el centro, afectando cada vez más a Roma y Bizancio. El saqueo de Roma será la conclusión de ese proceso donde el centro, hasta entonces una fortaleza inexpugnable, cae como un castillo de naipes a manos de hordas bárbaras.
Ese mismo proceso se anuncia ya, como tendencia progresiva, en el capitalismo actual. Las guerras, las hambrunas, las ruinas, que en las últimas décadas han martirizado a millones de seres humanos en los países subdesarrollados, pueden acabar instalándose con toda su fuerza destructora en el corazón mismo del capitalismo, si el proletariado no es capaz de reaccionar a tiempo llevando su lucha hasta la revolución mundial. Hace casi 90 años, Rosa Luxemburgo anunciaba "el triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente si el período de guerras mundiales que comienza ahora prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Federico Engels predijo una generación antes que la nuestra, hace cuarenta años. Estamos hoy situados ante esta elección: o bien triunfo del imperialismo y decadencia de toda la civilización como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, un enorme cementerio; o bien, victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra" (La Crisis de la socialdemocracia).
La escalada guerrera va subiendo peldaños. La época de guerras fundamentalmente localizadas, alejadas de las grandes metrópolis, está tocando a su fin. No pasamos a una situación de guerra generalizada, de guerra mundial, sino a un estadio definido por guerras de mayor dimensión e implicación mundial y, sobre todo, por su repercusión más directa en la vida de los países centrales.
Esta evolución de la situación histórica debe hacer reflexionar al proletariado. Como decíamos en la Resolución de nuestro XIV Congreso, el rostro de la barbarie se hace más preciso, sus contornos más definidos. La barbarie del atentado de las Torres Gemelas ha tenido su prolongación en la campaña guerrera que la burguesía americana ha impuesto a toda la sociedad. El lenguaje bélico se ha generalizado entre los políticos americanos de todas las tendencias. Mac Cain, antiguo rival de Bush en el partido republicano vocifera "que Dios tenga piedad de los terroristas porque nosotros no la vamos a tener", el secretario de Defensa se distingue por sus bravatas bélicas y su desprecio arrogante de las vidas humanas. A propósito de Kunduz dice "quiero talibanes muertos o prisioneros". Un soldado enardecido por uno de los discursos del generalísimo Bush declara "después de oír al presidente tengo ganas de salir a matar enemigos".
"La guerra es un asesinato metódico, organizado, gigantesco. Para que unos hombres normalmente constituidos asesinen sistemáticamente, es necesario, en primer lugar, producir una embriaguez apropiada. Desde siempre, producir esa embriaguez ha sido el método habitual de los beligerantes. La bestialidad de los pensamientos y de los sentimientos debe corresponder a la bestialidad de la práctica, debe prepararla y acompañarla" (Rosa Luxemburgo, op. cit.). Esa presión sobre el proletariado y la población americana para despertar los más bajos instintos y catalizar la peor bestialidad ha sido animada por el Estado americano con sistemáticas campañas de ardor patriótico, con histerias cuidadosamente cultivadas sobre la amenaza del ántrax, con increíbles rumores sobre atentados de "los árabes" etc. Y, de forma más discreta, pero más cínica y sofisticada, por sus cofrades europeos.
Pero, por fuerte que sea el impacto inmediato de esta campaña -complemento indispensable del estruendo de las bombas y de los aviones - no estamos ni mucho menos en la situación que combatía Rosa Luxemburgo en 1914 o la de 1939, en las que el proletariado fue masivamente arrastrado a la guerra. Hoy, la tendencia de la sociedad mundial es hacia el desarrollo de la lucha de clase del proletariado y no hacia la guerra mundial generalizada. Las condiciones de embriaguez patriótica, de odio bestial hacia los pueblos designados como enemigos, de aceptar ser pisoteados todos los días en las fábricas, en las oficinas, en la calle, por las exigencias de la bota militar, de disponibilidad para el asesinato metódico y sistemático por la "justa causa" enarbolada por el poder; hoy no están reunidas en el proletariado ni de Estados Unidos ni de los demás países principales.
¿Quiere eso decir que debemos respirar tranquilos y echarnos a dormir sin sobresaltos? ¡Ni mucho menos! Hemos puesto de manifiesto en el informe sobre el curso histórico aprobado por nuestro último Congreso[12] que en la época actual, fase terminal de descomposición capitalista, el tiempo no juega a favor del proletariado y cuanto más se retrase en llegar al nivel de conciencia, unidad y fuerza colectiva necesarios para abatir el monstruo capitalista, más riesgo correremos de que las bases del comunismo queden destruidas y de que las capacidades de unidad, solidaridad y confianza del proletariado se debiliten sin remisión.
El cúmulo de acontecimientos que se ha producido en los 2 últimos meses ha revelado una brusca aceleración de la situación. Se han concatenado 3 elementos muy importantes de la situación mundial:
- la aceleración de la guerra imperialista;
- un salto violento y espectacular de la crisis económica con un aluvión de despidos ya desde ahora muy superior al del período 1991-93;
- una cascada de medidas represivas, en nombre del "antiterrorismo", por parte de los Estados más "democráticos".
Asimilar estos acontecimientos, desgajar las perspectivas que encierran, no es nada fácil. Pese a que no nos han sorprendido, confesamos, sin embargo, que su virulencia y su velocidad han sido muy superiores a lo esperado y estamos lejos de haber sacado de ellos todas las consecuencias que contienen. Es pues natural que una cierta perplejidad, combinada con sentimientos de temor y desarraigo, dominen al proletariado por un cierto tiempo. Esto ha ocurrido en otras ocasiones. Por ejemplo, ante los momentos de aceleración de la crisis económica con su cortejo de ataques, el proletariado no entró inmediatamente en combate pues en un primer momento se sintió aturdido y sorprendido. Solo posteriormente, cuando empezó a digerir los acontecimientos, sus luchas surgieron ampliamente. Así pasó tanto frente a la recesión abierta de 1974-75, como a las de 1980-82 o 1991-93.
Sin embargo, el hecho de que los tres elementos (crisis, guerra y aumento del aparato represivo) se presenten a la vez, concatenados y en proporciones tan enormes, puede, si se desarrolla la combatividad y las luchas en respuesta al eje central - la agudización de la crisis -, sentar las premisas de una toma de conciencia más profunda, más global, en las filas del proletariado.
Las guerras actuales, tal y como se presentan, no hacen fácil la toma de conciencia sobre su naturaleza pues la maraña de fanatismos religiosos y étnicos, propios de la descomposición, así como la proliferación de actos terroristas, son como árboles que impiden ver el verdadero responsable y los principales culpables: el capitalismo y las grandes potencias. Igualmente, la burguesía está muy preparada. No en balde, como dijimos en nuestro anterior Congreso, "en esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-18. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista" ("Resolución sobre la situación internacional del XIII Congreso de la CCI", en Revista internacional nº 97, 1999).
Esa Izquierda que en la mayoría de países europeos está en el poder, empuja hacia la guerra pero dando a la vez cancha al pacifismo y buscando toda clase de justificaciones a los desmanes bélicos muy consciente de que "desde que la llamada opinión pública juega un papel en los cálculos de los gobernantes, ¿ha habido jamás una guerra en la que cada partido beligerante no haya sacado la espada de la vaina con corazón deprimido, únicamente para la defensa de la Patria y de su propia causa justa, ante la indigna invasión del adversario?. Esta leyenda forma parte del arte de la guerra como la pólvora y el plomo" (Rosa Luxemburgo, op. cit.)
Estos obstáculos pueden, sin embargo, ser superados por el proletariado pues posee, de manera global e histórica aunque no esté presente masivamente en la actualidad, el arma de la conciencia. Porque "Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a si mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban al adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodas, hic salta" (Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).
"Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en El Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes, la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera"[13]
Rosa Luxemburgo dice que en el proletariado internacional "tan gigantescos como sus problemas son sus errores. Ningún plan firmemente elaborado, ningún ritual ortodoxo válido para todos los tiempos le muestra el camino a seguir. La experiencia histórica es su único maestro, su vía dolorosa hacia la libertad está jalonada no solo de sufrimientos inenarrables sino de incontables errores. La meta del viaje, la liberación definitiva, depende por entero del proletariado, de si este aprende de sus propios errores. La autocrítica, la crítica cruel e implacable que va hasta la raíz del mal, es vida y aliento para el proletariado. La catástrofe a la que el mundo ha arrojado al proletariado socialista es una desgracia sin precedentes para la humanidad. Pero el socialismo está perdido únicamente si el proletariado es incapaz de medir la envergadura de la catástrofe y se niega a comprender sus lecciones" (op. cit.).
Las revoluciones burguesas fueron actos mucho más conscientes que los procesos sociales que acabaron con el esclavismo y llevaron a los regímenes feudales. Sin embargo, todavía estuvieron dominadas por el peso arrollador de los factores objetivos. La revolución proletaria es la primera en la historia donde el factor determinante es su conciencia de clase. Este rasgo crucial de la revolución proletaria, que fue enérgicamente subrayado por los marxistas como acabamos de ver, tiene aún más fuerza y es más vital ante la presente situación histórica de descomposición del capitalismo.
Adalen, 28-11-2001
[1] Ver Revueltas 'populares' en Argentina: Sólo la afirmación del proletariado en su terreno podrá hacer retroceder a la burguesía https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/231/revueltas-populares-en-argentina-solo-la-afirmacion-del-proletariad [2]
[2] Ver en Revista internacional números 14 y 15 nuestras tomas de posición sobre Terror, Terrorismo y Violencia de Clase: https://es.internationalism.org/revista-internacional/197806/944/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase [3] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/197810/2134/resolucion-sobre-el-terror-el-terrorismo-y-la-violencia-de-clase [4]
[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3254/xiv-congreso-internacional-informe-sobre-tensiones-imperialistas [5]
[4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201112/3284/polemica-con-el-bipr-la-guerra-en-afganistan-estrategia-o-benefici [6]
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion [7]
[6] Por eso, es absurdo que hoy se hable de "mundialización". Hace por lo menos un siglo que el mercado mundial se formó y esa capacidad objetiva de unificación de las condiciones de existencia de la gran mayoría de la humanidad que tenía el capitalismo hace ya tiempo que se ha agotado. Sobre el sentido real de la llamada "globalización" ver nuestro artículo "Tras la 'globalización' de la economía la agravación de la crisis del capitalismo" en Revista internacional nº 86
[7] https://es.internationalism.org/cci/200606/974/la-situacion-despues-de-la-segunda-guerra-mundial [8]
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1167/xiii-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internaciona [9]
[9] Han aprendido de la ratonera en la que se metieron los rusos en la guerra de 1979-89
[10] Como ya dijimos en la Editorial de la Revista internacional nº 107 no sabemos quién es el verdadero responsable del atentado de 11 de septiembre. Sin embargo, que tal monstruosidad se haya producido es reveladora del avance del caos y la inestabilidad y de sus efectos directos en los países centrales
[11] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [10]
[12] Revista internacional no 107, 2001, "Informe sobre el curso histórico" https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario [11]
[13] Engels, "Prólogo" a la edición alemana de 1890 de El Manifiesto comunista
LOS ATENTADOS del 11 de septiembre han sido ampliamenteutilizados por
la burguesía para extender el veneno nacionalista, pero también
para desviar la atención de la clase obrera de las preocupaciones
socioeconómicas y para trastornar su conciencia sobre las verdaderas
causas de la profunda recesión que hoy se está extendiendo
a nivel mundial. Contrariamente a lo que cuenta la clase dominante, la
degradación económica no es el resultado del hundimiento
de las Torres Gemelas de Nueva York, por mucho que el atentado haya sido
un factor agravante de ella, especialmente en algunos sectores económicos
como el transporte aéreo o el turismo. Como así lo afirman
los expertos de la OCDE "el freno económico que se inició
en EE.UU en el 2000 y alcanzó a otros países se ha transformado
en retroceso mundial de la actividad económica que pocos países
han podido evitar" (Le Monde, 21/11/01). La crisis actual no tiene
nada de específicamente americano. Según los sesudos cálculos
de la OCDE, el crecimiento de los 30 países que pertenecen a este
organismo no superará el 1 % en 2001, ni en 2002. El sistema capitalista
ha entrado en su quinta fase de recesión desde que volviera a presentarse
la crisis en el escenario de la historia a finales de los años
60.
Tras la caída del bloque soviético en 1989, la realidad
desmintió rápidamente todos los discursos sobre el pretendido
nuevo orden mundial que iba a surgir desde entonces. Guerras multiplicadas,
genocidios diversos, todo ha puesto en solfa las mentiras de que con el
final de la guerra fría, el mundo iba a conocer una era de paz.
Los propios institutos de estadística de la clase dominante reconocen,
aunque confidencialmente. que la cantidad de conflictos y víctimas
desde hace diez años es muy superior en intensidad a la del período
de la guerra fría. Hoy, el Bush hijo, definiendo la primera guerra
del nuevo milenio como un estado de conflicto permanente, entierra definitivamente
las patrañas proferidas por su padre sobre el advenimiento de un
nuevo orden internacional. En cambio, hay que reconocer que la propaganda
ideológica sobre la victoria de la democracia y del capitalismo
ha tenido cierto eco y sigue pesando con fuerza en la conciencia de clase
de los explotados. Los trastornos en el ruedo político mundial
y la guerra del Golfo pudieron, en gran parte, ocultar la recesión
precedente, la de finales de los 80 y principios de los 90. El krach económico
del Sudeste asiático en 1997 y las quiebras de Rusia y Brasil en
1998, seguidas por la de Turquía, fueron avisos considerados como
limitados; a pesar de ellos, la propaganda siguió con las falaces
profecías sobre una nueva era de prosperidad económica,
reforzadas por el rebote del crecimiento que se prolongó un poco
más de lo normal y la incesante tabarra mediática sobre
la "nueva economía". Esta matraca consistía en
hacernos tragar que había nacido una especie de nueva revolución
tecnológica basada en la informática, las telecomunicaciones
e Internet. Hoy, en cambio, cuando la recesión está causando
estragos a mansalva con una degradación de las condiciones de vida
de la clase obrera, con el riesgo para la burguesía de que quede
al desnudo su tinglado de monsergas ideológicas, se trata, para
ella, de ocultar al máximo la profundidad de la agonía de
su sistema económico ante el proletariado, impedir que éste
tome conciencia del atolladero tanto político como económico
del capitalismo.
Lo que caracteriza la recesión actual, según los propios
comentaristas burgueses, es la rapidez y la intensidad de su despliegue.
Estados Unidos, primera economía mundial, se ha visto rápidamente
hundido en la recesión. El repliegue del Producto Interior Bruto
(PIB) norteamericano está siendo más rápido que el
de la recesión anterior. El incremento del desempleo está
alcanzando un récord desconocido desde la crisis de 1974. Japón,
segunda potencia mundial, no anda mucho mejor. Ese modelo tan alabado
durante los años 1970-80 está anémico desde hace
más de diez años. Y solo ha sido gracias a los planes de
reactivación intensivos y continuos si Japón ha logrado
mantenerse dificultosamente a flote con tasas de crecimiento rayanas en
el 0 %. Y con todo y eso, la economía japonesa ha vuelto a hundirse
en la recesión por tercera vez. Es la mayor crisis desde hace 20
años según dice el FMI: Japón podría conocer
dos años consecutivos de contracción de la actividad económica
por primera vez desde la IIª Guerra. Tras sus planes de relanzamiento
sucesivos, en Japón, la deuda pública que se ha vuelto la
más alta de todos los países industrializados, ha venido
a añadirse a su endeudamiento bancario sideral. La pública
alcanza hoy el 130 % del PIB y alcanzará el 153 % en 2003, pero
ya hay quienes predicen que ya será de ¡ 180 % en 2002 !
Esta montaña de deudas que se han ido acumulando no sólo
en Japón sino en todos los países desarrollados es un polvorín
amenazador a medio plazo. La deuda mundial de todos los agentes económicos
(Estados, empresas, familias y banca) se estima grosso modo entre 200
y 300 % del Producto mundial. Esto significa, concretamente, dos cosas:
por un lado, el sistema ha adelantado lo equivalente a 2 o 3 veces el
producto mundial para paliar así su crisis letal de sobreproducción,
pues éste es el cuño que ha marcado el retorno de la crisis
económica a principio de los años 1970. Por otro lado, que
habría que trabajar dos o tres años por nada si esa deuda
tuviera que ser reembolsada de un día para otro. Ese endeudamiento
colosal mundial es algo históricamente inédito y es la plasmación
del callejón sin salida en el que está metido el sistema
capitalista, pero también expresa su capacidad para manipular la
ley del valor para así asegurar su perennidad. Se entiende así
por qué la burguesía habla de "contracción de
la actividad económica", un eufemismo que significa ni más
ni menos que se está produciendo un nuevo hundimiento del sistema
capitalista en una recesión abierta. Esto es lo que los marxistas
llevan poniendo de relieve desde hace tiempo: la recesión es una
expresión de la sobreproducción, o sea de la incapacidad
del sistema para encontrar salida a nuevas mercancías en un mercado
mundial sobresaturado. Si esta deuda masiva puede ser todavía soportada
por las economías desarrolladas, está, en cambio, ahogando
uno tras otro a los países llamados "emergentes". Mientras
la e-economía se transformaba en e-quiebra en los países
desarrollados en 2000-2001, los países pretendidamente emergentes
se transformaban en sumergibles. En estos, la fragilidad de sus economías
los hace incapaces de soportar una deuda de unas cuantas decenas porcentuales
del Producto Interior Bruto. Así, tras la crisis de la deuda en
México a principios de los años 80, otros países
vinieron a aumentar la lista: Brasil, México una vez más
en 1994, los países del Sureste asiático, Rusia, Turquía,
y hoy Argentina. En cuanto a la zona "euro", la parte del capitalismo
que, pretendidamente, iría mejor, ya se están anunciando
tasas de crecimiento nulas para el 2002 y una tasa oficial de desempleo
que se ha vuelto a incrementar entre 8,5 y 9 % en 2001.
Como podemos comprobar, la crisis hace mayores estragos a medida que pasan
las recesiones. Tras los países más pobres del Tercer mundo,
que han conocido retrocesos netos de su PIB per cápita desde hace
dos o tres décadas, fue la caída del "Segundo mundo",
o sea el desmoronamiento económico de los países del bloque
del Este. Después le tocó el turno a Japón de quedarse
averiado y, ocho años más tarde, al conjunto de los países
del Sureste asiático. O sea que lo que durante mucho tiempo se
consideró como nuevo polo de desarrollo según los ideológos
del capitalismo volvía a su sitio. En los últimos tiempos
se han ido hundiendo una tras otra las economías "intermedias",
"emergentes" y demás. Hoy la recesión está
llamando a las puertas del centro mismo del capitalismo, en los países
desarrollados, y ya no solo afecta a las viejas tecnologías (carbón,
siderurgia, etc.) o a las ya maduras (astilleros, automóvil, etc.),
sino claramente a los sectores punta, los que se consideraban como la
flor y nata de la nueva economía, crisol de la nueva revolución
industrial: la informática, internet, telecomunicaciones, aeronáutica,
etc. En estos ramos industriales, las quiebras, las reestructuraciones,
las fusiones y adquisiciones se cuentan por cientos, y por cientos de
miles los despidos, acumulándose las bajas salariales y la degradación
de las condiciones de trabajo.
La crisis por muy terrible que sea para los explotados sirve, en última
instancia, para desgarrar el velo mistificador con el que la clase dominante
envuelve su sistema. Se evaporó la euforia con la que terminó
el milenio. Es verdad que algunos cometieron la imprudencia de anunciar
la recesión como algo inminente tras la quiebra de los países
de Sudeste asiático en 1998, seguida poco después por la
bancarrota rusa. No sólo no se produjo tal cosa; sino que incluso
Estados Unidos tuvo un crecimiento ligeramente mayor entre 1991 y 2000
que en la década anterior y, además, de una duración
media sin precedentes desde el siglo XIX. Se asistió además
a una carrera desenfrenada por los récords bursátiles, especialmente
en el sector de las nuevas tecnologías. Todo ello acompañado
a profusión de los discursos sobre la "fuerza renovada del
capitalismo", su "capacidad para digerir las crisis financieras"
y hacer surgir una "nueva revolución tecnológica"
cuyo corazón serían los Estados Unidos. En realidad, poco
misterio en todo eso. El crecimiento estadounidense ha estado drogado
por tres factores: el primero, y más importante, ha sido el consumo
de las familias que han gastado muy por encima de sus ingresos hasta tal
punto que el ahorro ¡se ha vuelto negativo! En 1993 las familias
americanas consumían 91 % de sus ingresos; en 2000 más de
100%. Esto explica las ganancias bursátiles tan drogadas (especialmente
para las familias más ricas) así como la rápida progresión
del endeudamiento individual. Este pasó de 85% a 100% del total
de los ingresos durante los años 90, o dicho de otro modo, las
deudas de las familias americanas es, hoy por hoy, ¡equivalente
a un año de sus ingresos! El segundo factor se apoya en la reanudación
de la inversión basada, no en el ahorro al ser éste negativo,
sino en el afluir de capitales europeos y japoneses, a causa de los tipos
de interés más altos en EE.UU, nutriendo así un déficit
rápido y colosal de la balanza corriente: 200 mil millones de $
en 1998, 400 mil millones en 2000. El tercer factor, que explica perfectamente
la duración excepcional del ciclo, es, en realidad, un efecto paradójico
de la crisis financiera de 1998: el regreso de los capitales a las plazas
financieras de Europa y EE.UU. El tan cacareado ciclo de alta tecnología
estadounidense fue en realidad estimulado por un retorno masivo de los
capitales especulativos invertidos en los países del Sudeste asiático
para comprar acciones del sector de la "economía-Internet".
Esto no ha sido nada extraordinario como para andar especulando sobre
el retorno de un pretendido nuevo "ciclo de Kondratiev" basado
en no se sabe qué nueva revolución tecnológica. Este
ciclo se ha cerrado, además, con una quiebra bursátil que
ha sido particularmente severa en el sector que se consideraba precisamente
como portador de un nuevo capitalismo.
Un segundo mito que se está gastando seriamente es el pretendido
retroceso del capitalismo de Estado a causa del "rumbo neoliberal"
de los años 80. En realidad fue la propia iniciativa del Estado
la que impuso ese rumbo y no contra él. Además, cuando se
consultan las estadísticas se comprueba que a pesar de los veinte
años de "neoliberalismo", el peso económico del
Estado (más precisamente del sector "no mercantil") no
ha retrocedido prácticamente: está, en los 30 países
de la OCDE, entre 40 y 45 %, entre 30 a 35 % en Estados Unidos y Japón
y 75 a 80 % en los países nórdicos. El peso político
de los Estados, por su parte, no ha hecho sino incrementarse. Hoy, como
durante todo el siglo XX, el capitalismo de Estado no tiene color político
preciso. En Estados Unidos, son los republicanos (la derecha) quienes
acaban de tomar la inciativa de un apoyo público a la reactivación
y subvención a las compañías aéreas. El Banco
Federal, por su parte, que depende totalmente del poder, ha bajado sus
tipos de interés a medida que se iba precisando la recesión
para así intentar reactivar la máquina económica:
¡pasaron de 6,5% a principios de 2001 a 2 % a finales de año!.
En Japón, el Estado ha puesto a flote a los bancos en dos ocasiones
y algunos de ellos han sido incluso nacionalizados. En Suiza, es el Estado
el que organiza la gigantesca operación de puesta a flote de la
compañía aérea nacional Swissair. Incluso en Argentina,
con la bendición del FMI y del Banco Mundial, el gobierno ha recurrido
a un amplio programa de obras públicas para intentar crear empleos,
etc. En el siglo XIX los partidos políticos hicieron del Estado
su instrumento por sus intereses; en la decadencia del capitalismo, son
los imperativos económicos e imperialistas globales los que dictan
la política que debe seguirse sea cual sea el color político
del gobierno del momento. Este análisis básico de la Izquierda
Comunista se confirmó durante todo el siglo XX y es hoy todavía
más actual puesto que lo que está en juego se ha agudizado
todavía más.
Lo que es totalmente cierto es que con el desarrollo de la recesión
a nivel internacional, la burguesía va a imponer una nueva y violenta
degradación del nivel de vida de la clase obrera. Así, con
el pretexto del estado de guerra y en nombre de los intereses superiores
de la nación, la burguesía estadounidense aprovecha la ocasión
para hacer tragar las medidas de austeridad que la recesión hace
necesarias, una recesión que se desarrolla desde hace un año:
despidos masivos, esfuerzos productivos incrementados, medidas de excepción
en nombre del antiterrorismo pero que servirán sobre todo como
terreno de ensayo para mantener el orden social… Por todas las partes
del mundo, las curvas del desempleo se han orientado al alza. En años
pasados, la burguesía consiguió ocultar una parte de la
amplitud real del desempleo con políticas "sociales"
- o sea de gestión de la precariedad - o groseras manipulaciones
de las estadísticas. En Europa, los presupuestos se están
revisando a la baja y se han programado nuevas medidas de austeridad.
En nombre de una pretendida estabilidad presupuestaria que al proletariado
debe importarle un bledo, la burguesía europea está volviendo
al tema de las pensiones, considerando la posibilidad de reducirlas y
aumentar la duración de la actividad laboral. Se prevén
nuevas medidas para hacer saltar "los frenos al crecimiento"
como dicen a medias palabras los expertos de la OCDE, "atenuar las
rigideces", "favorecer la oferta de empleo" mediante un
incremento de la precariedad laboral y una reducción de todas las
indemnizaciones sociales (desempleo, salud, subsidios diversos…)
En Japón, el Estado ha planificado una reestructuración
de 40 % de los organismos públicos: 17 van a cerrar y 45 serán
privatizados. En fin, a la vez que aumentan los ataques contra el proletariado
en el centro del capitalismo mundial, la pobreza se incrementa a velocidad
de vértigo en los países de la periferia del capitalismo.
La situación en los países llamados emergentes es de lo
más significativo al respecto. Argentina es en el día de
hoy el último ejemplo de todo ello. Citada por el Banco Mundial
durante mucho tiempo como modelo, se encuentra ahora en recesión
desde hace más de tres años, en una quiebra total. Han estallado
huelgas importantes en las principales ciudades obreras del país
para protestar contra los ataques del Estado que ha despedido por miles
a asalariados de la función pública, ha reducido los salarios
de 20 %, ha suspendido los pagos de pensiones y ha privatizado la Seguridad
social. Otros países como Venezuela están siendo zarandeados
por fuertes tensiones sociales. Otros, como Brasil, Turquía o Rusia
siguen estando bajo perfusión y vigilados con lupa. Turquía,
por ejemplo, país que debe encontrar cada año entre 50 y
60 mil millones de dólares para financiar su economía, está
estrechamente vigilada por el FMI.
A esta situación de atolladero económico, de caos social
y de miseria creciente para la clase obrera, a ésta solo le queda
una respuesta que dar: desarrollar masivamente sus luchas en su propio
terreno de clase en todos los países, pues ninguna "alternancia
democrática", ningún cambio de gobierno (como han hecho
en Argentina), ninguna política nueva, podrá aportar la
más mínima solución a la enfermedad mortal del capitalismo.
La generalización y la unificación de los combates del proletariado
mundial, hacia el derrocamiento del capitalismo, es la única alternativa
capaz de sacar a la sociedad del callejón en que está metida.
C.Mlc
LA PROPAGANDA burguesa norte-americana comparó desde los primeros
instantes el atentado contra el World Trade Center con el ataque japonés
sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Esa asimilación tiene
en sí misma un impacto considerable, tanto psicológico,
histórico como político, pues Pearl Harbor fue la causa
de la entrada directa del imperialismo norteamericano en la Segunda Guerra
mundial. Según la campaña ideológica actual que desarrolla
la burguesía norteamericana, en particular en los media, el paralelo
es sencillo directo y evidente:
1) En ambos casos, Estados Unidos fue atacado a traición, por un
ataque sorpresa que lo ha pillado desprevenido. En el primer caso se trataba
de la perfidia del imperialismo japonés, que pretendía cínicamente
negociar con Washington para evitar una guerra cuando en realidad estaba
preparando un ataque sorpresa. En el caso actual, Estados Unidos ha sido
víctima de integristas musulmanes fanáticos, que se habrían
aprovechado de la apertura y de la libertad de la sociedad americana para
cometer una atrocidad cuyas dimensiones no tiene precedentes, y cuyo carácter
criminal pone a sus autores fuera de la civilización.
2) En ambos casos, las muertes provocadas por los ataques sorpresa han
provocado un sentimiento de indignación en unas poblaciones aterrorizadas.
Hubo 2043 muertos en Pearl Harbor, cuya mayoría eran militares
norteamericanos; el crimen es peor en las Torres Gemelas, en las que perecieron
unos 3000 civiles inocentes.
3) En ambos casos, los ataques se han vuelto contra quienes los cometieron.
En vez de aterrorizar a la nación norteamericana y hundirla en
el derrotismo y la sumisión silenciosa, han logrado provocar la
mayor fiebre patriótica en la población, incluida la clase
obrera, lo que ha permitido su alistamiento tras el Estado hacia una guerra
imperialista duradera.
4) Al fin y al cabo, el "Bien", aquí representado por
el "american way of life" democrático y su potencia militar,
triunfa sobre "Mal".
Como todos los mitos ideológicos burguesese, sean cuales sean los
elementos verdaderos que les dan una credibilidad superficial, le historia
de ambas tragedias distantes de sesenta años está cargada
de mentiras, semiverdades y deformaciones interesadas. Esto no es, evidentemente,
una sorpresa. En política, la burguesía como clase siempre
utilizó las mentiras, las falsificaciones, les manipulaciones y
las mentiras. Y esto sigue siendo particularmente justo cuando se trata
de movilizar a la sociedad para la guerra total de los tiempos modernos.
Los fundamentos de esta campaña ideológica de la burguesía
están en total contradicción con la realidad histórica
de ambos acontecimientos. Varios son los hechos que muestran que la burguesía
norteamericana no fue atacada por sorpresa, que en cada uno de esos dos
acontecimientos aceptó con cinismo la muerte de miles de seres
humanos porque así le convenía, para alcanzar sus proyectos
imperialistas y otros objetivos políticos a más largo plazo.
Al haber sido utilizados Pearl Harbor y el atentado del World Trade Center
por la burguesía para alistar el pueblo americano en la guerra,
es necesario examinar brevemente las tareas políticas que la burguesía
debe encarar para preparar la guerra imperialista en el período
decadente del capitalismo. La guerra en este período tiene características
fundamentalmente diferentes de las del período en que fue un sistema
progresista. Antaño las guerras podían tener un papel progresista,
en la medida en que posibilitaban el desarrollo de las fuerzas productivas.
Por esto podemos considerar la Guerra de Secesión en Estados Unidos
como históricamente progresista, al haber destruido aquel sistema
anacrónico esclavista y poner en marcha la industrialización
a gran escala del país, como también fueron progresistas
aquellas guerras nacionales en Europa que permitieron la creación
y unidad de los Estados modernos y por consiguiente la base del desarrollo
del capital nacional de cada país. Esas guerras, de forma general,
podían quedar limitadas al personal militar implicado en el conflicto
y no ocasionaban destrucciones masivas sistemáticas de los medios
de producción así como tampoco de las infraestructuras o
de las poblaciones de las países en guerra.
Las guerras imperialistas de la decadencia del capitalismo tienen características
profundamente diferentes. Mientras que las guerras nacionales de la época
ascendente podían tener la función de sentar las bases para
el avance cualitativo del desarrollo de las fuerzas productivas, las de
la decadencia ya no permiten ese progreso porque el sistema en sí
ya ha alcanzado su más alto nivel de desarrollo histórico.
El capitalismo ya terminó la extensión del mercado mundial,
y todos aquellos mercados extracapitalistas que permitían su expansión
global quedaron integrados en el sistema. La única posibilidad
de extensión que tiene hoy cualquier capital nacional es a costa
de otro: conquistar territorios o mercados controlados por el adversario.
El crecimiento de las rivalidades imperialistas favorece el desarrollo
de alianzas que preparan el terreno para la guerra imperialista generalizada.
En vez de quedar limitada a batallas entre militares profesionales, las
guerras en la decadencia exigen la movilización total de la sociedad,
lo que tiene como consecuencia la emergencia de una forma nueva del Estado:
el capitalismo estatal, cuya función es la de ejercer un control
total sobre cualquier aspecto de la sociedad, para poder abarcar las contradicciones
de clase que amenazan hacerla estallar y también organizar la movilización
exigida por la guerra total moderna.
Sea cual sea el éxito con que haya sido preparada la guerra a nivel
ideológico, la burguesía en decadencia siempre disfraza
sus guerras imperialistas con el mito de la autodefensa contra la tiranía
de la que supuestamente sería víctima. La realidad de la
guerra moderna, con sus destrucciones masivas y sus innumerables muertos,
con toda su barbarie desplegada sobre la humanidad, es tan espantosa,
tan horrible, que el proletariado, pese a estar derrotado e ideológicamente
destrozado, no puede ir al degolladero así como así. Cada
burguesía nacional cuenta mucho con la falsificación de
la realidad para dar la ilusión de que es ella la víctima
de una agresión y que no tiene más remedio que defenderse.
Para justificar los conflictos, tiene que hablar de la necesidad de defender
la madre patria contra las agresiones exteriores y tiránicas, para
esconder las verdaderas razones imperialistas que provocan las guerras
en el capitalismo. ¿Quién podría movilizar a cualquier
población con consignas como: "A oprimir el mundo con nuestro
imperialismo cueste lo que cueste"? En el capitalismo decadente,
el control de los medios de información por el Estado facilita
el lavado de cerebro de la población a través de toda una
serie de mentiras y propaganda.
Durante su historia, la burguesía norteamericana ha sido una adicta
muy especial a esa estratagema que consiste a hacerse pasar por víctima,
y esto incluso antes de la decadencia del capitalismo ya en el siglo XIX.
Así, por ejemplo, "Remember the Alamo" (émonos
de El Álamo") fue la consigna de la guerra de 1845-48 contra
México. Ese grito inmortalizó la "matanza" cometida
por las tropas mexicanas del general Santa Ana de 136 rebeldes norteamericanos
en San Antonio, Texas, que en aquel entonces era territorio mexicano.
Que los mexicanos "sedientos de sangre" propusieran varias veces
a los rebeldes la rendición y permitieran que mujeres y niños
evacuaran El Álamo antes del asalto final no impidió que
la clase dirigente norteamericana pusiera a los defensores de la fortaleza
con la corona del martirio, y utilizara el incidente para movilizar todo
el esfuerzo necesario para la guerra cuyo punto culminante fue la anexión
por Estados Unidos de la mayoría de territorios que hoy son los
estados del Suroeste.
Del mismo modo, la explosión más que sospechosa del acorazado
"Maine" en el puerto de La Habana en 1898 fue el pretexto a
la guerra hispano-norteamericana de 1898 que dio luz a la consigna "Remember
the Maine".
Más recientemente, en 1964, un pretendido ataque contra dos cañoneros
norteamericanos frente a las costas vietnamitas sirvió de pretexto
para la "Resolución sobre el Golfo de Tonkín"
adoptada por el Congreso estadounidense en verano del 64, la cual, a pesar
de no ser una declaración de guerra formal, sirvió de trama
legal para la intervención americana en Vietnam. A pesar de que
la Administración Johnson se enteró al cabo de unas horas
de que no había habido tal "ataque" contra el "Maddox"
y el "Turner Joy", sino que el informe sedebía a un error
de jóvenes oficialesde radar algo nerviosos, la ley sobre la autorización
de intervenir militarmente fue sin embargo presentada al Congreso, y sirvió
de cobertura legal para una guerra que duró hasta la caída
de Saigón en 1975 a manos de las tropas estalinistas.
Es de lo más cierto que la burguesía utilizó el ataque
contra Pearl Harbor para alistar a la población vacilante ante
el esfuerzo de guerra, como utiliza hoy el horror del atentado del 11
de Setiembre para movilizar para otra guerra. Sin embargo, sigue planteándose
la cuestión de saber si Estados Unidos en ambos casos fue atacado
por sorpresa, y hasta qué punto funcionó y ha vuelto a funcionar
el maquiavelismo de la burguesía para provocar o permitir esos
ataques y utilizar en ventaja propia la indignación popular que
provocaron.
En cuanto la CCI denuncia el maquiavelismo de la burguesía, nuestros
críticos nos acusan de no considerar la historia más que
como una sucesión de conspiraciones. No solo entienden al revés
nuestros análisis, sino que además caen en la trampa ideológica
de la burguesía que se esfuerza, en particular a través
de los media, en denigrar a quienes ponen en evidencia las maniobras que
utiliza en su vida política, económica y social, para se
les considere como teóricos irracionales de la conspiración.
Sin embargo, no es algo del otro mundo afirmar hoy que "las mentiras,
el terror, la coerción, el doble juego, la corrupción, los
golpes y los asesinatos políticos" ("Maquiavelismo, conciencia
y unidad de la burguesía", Revista internacional no 31, 1982)
siempre han sido la base del negocio de la clase explotadora a lo largo
de su historia, sea en el feudalismo o en el capitalismo moderno. "La
diferencia entre ambos períodos está en que "patricios
y aristócratas 'hacían ma quia velismo sin saberlo', mientras
que la burguesía es maquiavélica y lo sabe. Ésta
hace del maquiavelismo una 'verdad eterna' porque ella misma se considera
como eterna, porque supone eterna la explotación" (ibid).
En este sentido, las mentiras y manipulaciones, que ya habían utilizado
todas las clases ex plotadoras que la habían precedido enla historia,
se han transformado en características centrales del modo de funcionamiento
de la burguesía mo derna. Ésta, al utilizar la formidable
herramienta de control social que da el capitalismo dirigido por el Estado,
ha alzado el maquiavelismo a su más alta expresión.
La emergencia del capitalismo de Estado en la época de decadencia
capitalista, una forma estatal que concentra el poder en manos de un ejecutivo,
en particular de la burocracia permanente, y que permite al Estado un
poder cada vez más totalitario sobre todos los aspectos de la vida
social y económica, le ha dado a la burguesía medios mucho
más eficaces para poner en ejecución sus esquemas maquiavélicos.
"En el plano de su propia organización para sobrevivir, para
defenderse, la burguesía ha demostrado una inmensa capacidad de
desarrollo de las técnicas de control económico y social,
mucho más allá de los sueños de la clase dominante
en el siglo XIX. En este sentido, la burguesía se ha vuelto 'inteligente'
respecto a la crisis de su sistema socioeconómico" (ídem).
El desarrollo de un sistema de medios de información totalmente
controlados por el Estado, sea con formas jurídicas o por métodos
más flexibles, es un elemento central en el esquema maquiavélico
de la burguesía. "La propaganda, la mentira, es un arma esencial
de la burguesía. Para alimentar su propaganda, la burguesía
no vacila, si es necesario, en provocar acontecimientos" (ídem).
La historia de Estados Unidos está cargada de ejemplos, tanto de
manipulaciones de la opinión pública con respecto a sucesos
como de manipulaciones más importantes a nivel histórico.
Podemos citar como ejemplo de la utilización de sucesos el incidente
ocurrido en 1955 en que el secretario del Presidente para las relaciones
con la prensa, James Hagerty, inventó totalmente un suceso para
esconder la incapacidad del presidente Eisenhower, hospitalizado en Denver
tras una crisis cardiaca. Hagerty organizó para todo el equipo
ministerial un viaje de dos mil millas, de Washington a Denver, para dar
la ilusión de que Eisenhower estaba en buenas condiciones físicas
para presidir un consejo de ministros que nunca se hizo. Un ejemplo más
importante en el plano histórico es la forma con la que fue manipulado
Sadam Husein en 1990 por la embajadora de Estados Unidos en Irak, cuando
ésta le dijo que su país no intervendría en el conflicto
fronterizo entre Irak y Kuwait, haciéndole creer que tenía
la bendición del imperialismo norteamericano para invadir Kuwait.
Estados Unidos aprovechó el pretexto de la invasión para
desencadenar la Guerra del Golfo en 1991, cuyo objetivo era reafirmar
que ellos solos seguían siendo una superpotencia tras el hundimiento
del estalinismo, del bloque del Este y de la consecuente desintegración
del bloque occidental.
Esto no implica en nada que todos los acontecimientos de la sociedad contemporánea
estén necesariamente predeterminados por esquemas secretos preparados
en círculos restringidos de líderes capitalistas. Está
claro que existen enfrentamientos en los círculos dirigentes de
los Estados capitalistas y que sus resultados no se conocen de antemano.
Del mismo modo, el desenlace de los enfrentamientos con la clase obrera
en la lucha de clases no es conocido de antemano por la burguesía.
Por bien planificadas que estén las manipulaciones, siempre pueden
ocurrir accidentes en la historia. De forma general, se ha de tener bien
claro que si la burguesía como clase explotadora es incapaz tanto
de tener una conciencia global y unificada como de entender claramente
el funcionamiento de su sistema y el callejón sin salida que ofrece
a la sociedad, es, sin embargo, consciente de que su sistema se está
hundiendo en una crisis social y económica. "En los más
altos niveles del aparato estatal, es posible, para los que mandan, tener
una especie de tablero global de la situación y de las opciones
que se han de tomar de forma realista para enfrentarla" (idem). Y
aunque no lo haga con conciencia total, la burguesía es más
que capaz de establecer estrategias y tácticas y de aprovecharse
de los mecanismos de control totalitario del capitalismo de Estado para
ponerlas en práctica. Les incumbe a los marxistas revolucionarios
la responsabilidad de denunciar semejantes maniobras y mentiras maquiavélicas.
Hacerse los desentendidos sobre este aspecto de la ofensiva de la clase
dominante por controlar la sociedad es una actitud irresponsable y hace
el juego del enemigo de clase.
El ataque de Pearl Harbor es un ejemplo excelente para entender el funcionamiento
del maquiavelismo de la burguesía. Podemos aprovecharnos de más
de medio siglo de trabajos históricos, de cantidad de investigaciones
hechas por militares y partidos de oposición. Según la versión
oficial de los acontecimientos, el 7 de diciembre de 1941 quedará
en la historia como día de infamia, tal como lo definió
el Presidente Roosevelt. El acontecimiento fue utilizado para movilizar
a la opinión pública a favor de la guerra en 1941, y así
lo presentan los medios de comunicación capitalistas, los libros
escolares y la cultura popular. Numerosas pruebas históricas demuestran
sin embargo que el ataque japonés fue conscientemente provocado
por la política norteamericana; el ataque no vino por sorpresa,
y la administración del presidente Roosevelt tomó con plena
conciencia la decisión de permitir que se realizara con todas sus
consecuencias en pérdidas de vidas humanas y de material naval,
para así tener el pretexto para que Estados Unidos entrara en la
Segunda Guerra mundial. Ya se han sido escrito varios libros sobre el
tema y numerosos documentos se pueden consultar por Internet. Nos limitaremos
aquí en ver los más importantes para ilustrar cómo
funciona el maquiavelismo de la burguesía.
Los acontecimientos de Pearl Harbor ocurrieron en un momento en el que
EE.UU estaba listo para decidirse a entrar en la IIª Guerra mundial
junto a los aliados. La administración del presidente Roosevelt
estaba impaciente para entrar en guerra contra Alemania. Aunque la clase
obrera americana fuese totalmente prisionera de un aparato sindical (en
cuyo seno el partido estalinista desempeñaba una papel significativo)
impuesto por la autoridad del Estado para controlar la lucha de clases
en las industrias clave, aunque estaba empapada de la ideología
del antifascismo, la burguesía estadounidense tenía que
enfrentarse a una fuerte oposición a la guerra, no solo por parte
de la clase obrera, sino en el seno de la propia burguesía. Antes
de Pearl Harbor, los sondeos mostraban que el 60 % de la opinión
pública era desfavorable a la entrada en guerra, y las campañas
de los grupos aislacionistas como "American first" tenían
un apoyo considerable en la burguesía. Por mucho que la Administración
de EE.UU hiciera alarde de su voluntad política y demagógica
de permanecer fuera de la contienda europea, en secreto no cejaba en su
voluntad de encontrar un pretexto para entrar en combate. Los Estados
Unidos violaban cada día más su pretendido neutralismo,
ofreciendo ayuda a los Aliados, transportando importantes cantidades de
material bélico siguiendo el programa "Lend Lease". El
gobierno esperaba forzar a los alemanes a lanzarse a un ataque contra
las fuerzas norteamericanas en el Atlántico Norte, lo cual serviría
de pretexto para entrar en guerra. Al no caer en la trampa el imperialismo
alemán, EE.UU se fijó entonces en Japón. La decisión
de imponer un embargo petrolero a Japón y transferir la flota del
Pacífico de la costa oeste de EE.UU hacia una posición más
expuesta de Hawai fue el motivo y la oportunidad para Japón de
"disparar primero" contra Estados Unidos, y, de este modo, proporcionar
el pretexto para la intervención estadounidense en la guerra imperialista.
En marzo de 1941, el informe secreto del Departamento de la Marina preveía
que si Japón atacaba a EE.UU sería de madrugada, y con un
ataque aéreo sobre Pearl Harbor lanzado desde un portaaviones.
Como lo anotó el consejero presidencial Harold Ickes en un memorándum
de junio de 1941, justo cuando Alemania acababa de atacar a Rusia, "desde
el embargo petrolero a Japón podría crearse una situación
que no solo permitiría sino que facilitaría nuestra entrada
en guerra". En octubre Ickes escribía: "Siempre he pensado
que nuestra entrada en guerra se haría a través de Japón".
A finales de noviembre, Stimson, secretario de Estado de la Guerra reseñó
en su diario sus pláticas con el presidente Roosevelt: "Se
trataba de saber cómo maniobrar para llevarlos (a Japón)
a disparar los primeros sin demasiado peligro para nosotros. A pesar de
los riesgos que implicaba dejarlos disparar primero, nos dábamos
nosotros cuenta de que para recabar el apoyo total del pueblo norteamericano,
mejor era que así hicieran los japoneses para que no cupiera la
menor duda en la mente de nadie de que eran ellos los agresores".
El Informe del Mando de Pearl Harbor, fechado el 20 de octubre de 1944,
describe esta acción maquiavélica tomada con la certeza
de que iban a ser sacrificadas vidas humanas y destruir equipos concluyendo
así: "durante este período decisivo, entre el 27 de
noviembre y el 6 de diciembre de 1941, nos llegaron múltiples informaciones
del más alto nivel al departamento de Estado, al Departamento de
la Marina y de la Guerra, con indicaciones precisas sobre las intenciones
de los japoneses, incluida la hora y la fecha exactas en que el ataque
iba a verificarse" (Army Board Report, Pearl Harbor Attack, cap.
29, pp. 221-230).
Esas informaciones eran las siguientes:
- los servicios secretos USA se habían enterado el 24 de noviembre
de que "estaban listas las operaciones militares ofensivas de Japón";
- esos mismos servicios secretos había recibido el 26 de noviembre
"pruebas evidentes de las intenciones japonesas de lanzar una guerra
ofensiva contra Gran Bretaña y Estados Unidos";
- En un informe también fechado el 26 de noviembre, se señalaba
"una concentración de unidades de la flota japonesa en un
puerto desconocido, listas para entrar en acción ofensiva";
- el 1º de diciembre, "llegaron informaciones precisas procedentes
de tres fuentes independientes, según las cuales Japón iba
a atacar a Gran Bretaña y Estados Unidos, pero que permanecería
en paz con Rusia";
- el 3 de diciembre, "informaciones de que los japoneses destruían
sus códigos secretos y sus máquinas de cifrado fueron la
culminación de esa revelación completa de las intenciones
bélicas de Japón y del ataque inminente. Esto fue analizado…con
el pleno sentido de guerra inmediata".
Esas informaciones de los servicios secretos se entregaban a los funcionarios
de más alto rango del Departamento de Estado y de la Guerra y,
al mismo tiempo, a la Casa Blanca, en donde Roosevelt en persona recibía
dos veces por día información sobre los mensajes japoneses
interceptados. Mientras que los oficiales de los servicios de información
apremiaban para que se enviase con la mayor urgencia una "alerta
de guerra" al Mando Militar de Hawai para así prepararse a
un ataque inminente, los peces gordos civiles y militares decidieron lo
contrario, enviando, en lugar de la alarma, un mensaje que el Mando calificó
de "anodino".
La prueba de que el ataque japonés se conocía de antemano
quedó confirmada por diferentes fuentes entre las cuales artículos
periodísticos y memorias escritas por participantes. Se podía
leer, por ejemplo, en un despacho de la agencia United Press publicado
en el New York Times del 8 de diciembre con el título "El
ataque se esperaba": "Es ahora posible revelar que las fuerzas
armadas estadounidenses estaban enteradas desde hace una semana de que
el ataque iba a ocurrir, de modo que no las sorprendió" (New
York Times, 8/12/1941, p. 13).
En una entrevista de 1944, Eleanor Roosevelt, esposa del Presidente, reconoció
que "el 7 de diciembre no fue ni mucho menos el choque brutal para
el país en el que tanto se ha insistido. Hacía ya tiempo
que se esperaba un acontecimiento así" (New York Times Magazine,
8/10/1944, p. 44) El 20 de junio de 1944, el ministro británico
sir Oliver Littleton declaró ante la Cámara de comercio
americana: "Japón fue impelido a atacar a los americanos en
Pearl Harbor. Es falsificar la historia decir que Norteamérica
se vio forzada a entrar en guerra. Todos saben hacia quiénes iba
la simpatía norteamericana. Es incorrecto hablar de verdadera neutralidad
de EE.UU, incluso antes de su participación en los combates"
(Prang, Pearl Harbor: Verdict of History, p. 39-40).
Winston Churchill confirmó la duplicidad de los dirigentes norteamericanos
en lo que al ataque de Pearl Harbor se refiere, en este fragmento de su
libro The Grand Alliance: "En 1946 se publicaron los resultados de
una investigación del Congreso estadounidense en la que se exponía
cada detalle de los hechos que llevaron a la guerra entre EE.UU y Japón,
y, también, el hecho de que los departamentos militares no enviaron
nunca mensaje alguno de "alerta" a los navíos o las guarniciones
más expuestas. Cada detalle, incluido el texto cifrado de los telegramas
japoneses, se ha expuesto al mundo en cuarenta volúmenes. La fuerza
de EE.UU ha sido suficiente para permitirle soportar esta dura prueba
que exige el espíritu de la Constitución norteamericana.
No es mi intención emitir en estas páginas un juicio sobre
ese espantoso acontecimiento de su historia. Sabemos bien que todas las
eminencias americanas que rodeaban al Presidente, en quien tenían
confianza, se percataban, con tanta perspicacia como yo, de ese terrible
peligro de que Japón acabara atacando las posesiones inglesas y
holandesas en Extremo Oriente evitando tocar a Estados Unidos, de tal
modo que el Congreso americano no habría autorizado la declaración
de guerra. (…) El Presidente y sus hombres de confianza se daban
perfecta cuenta desde hacía tiempo de los graves riesgos que a
Estados Unidos hacía correr su neutralidad en la guerra contra
Hitler y todo lo que éste representaba. Habían sentido duramente
las obligaciones que les imponía el Congreso cuando varios meses
antes, la Cámara de Representantes había reconducido la
ley sobre el servicio militar obligatorio con un solo voto de mayoría,
una ley necesaria sin la cual sus ejércitos habrían sido
desmantelados en medio de las convulsiones que agitaban el mundo. Roosevelt,
Hull, Stimson, Knox, el general Marshall, el almirante Stark y Harry Hopkins
eran todos ellos de la misma opinión. (…) Un ataque japonés
contra Estados Unidos iba a facilitarles considerablemente sus problemas
y sus tareas. ¿Puede uno entonces extrañarse de que hubieran
considerado la forma que iba a tener este ataque, incluso su intensidad,
como algo mucho menos importante que el hecho de que la nación
americana entera se volviera a encontrar unificada en una causa justa
para defender su seguridad como nunca antes lo había estado?"
(Winston Churchill, The Grand Alliance, p. 603).
Es posible que Roosevelt no previera la amplitud de las destrucciones
y de las pérdidas que los japoneses iban a infligir en Pearl Harbor,
pero lo que sí está claro es que estaba dispuesto a sacrificar
vidas y navíos americanos para hacer surgir un sentimiento de odio
en la población y llevarla así hacia la guerra.
Es desde luego más difícil evaluar el maquiavelismo de
la burguesía americana en el caso del atentado del World Trade
Center ocurrido hace poco más de tres meses en el momento en que
escribimos este artículo. No conocemos las investigaciones habidas
desde entonces y que podrían sacar a la luz secretos sobre gente
perteneciente a la clase dominante que habría sido más o
menos cómplice en esos atentados o que, aún estando al corriente
de su preparación, dejaron hacer. Pero como la historia de la clase
dominante lo muestra, y muy especialmente lo de Pearl Harbor, tal posibilidad
es algo perfectamente posible. Si examinamos lo ocurrido recientemente,
basándonos únicamente en lo que ha sido reproducido por
los medios - los cuales, no es casualidad, están totalmente alistados
en la ofensiva política e imperialista actual del gobierno y a
la que le dan todo su apoyo - podemos perfectamente justificar tal hipótesis.
Hagámonos primero la pregunta de ¿a quién beneficia
el crimen políticamente hablando? Sin la menor duda a la clase
dominante norteamericana. Solo ya esta constatación basta para
hacer brotar sospechas sobre el atentado del World Trade Center. Con la
mayor prontitud y sin la menor vacilación, la burguesía
americana ha sacado la mayor ventaja de lo ocurrido el 11 de septiembre
para hacer avanzar sus proyectos tanto en el plano nacional como el internacional:
movilización de la población tras el estado de guerra, fortalecimiento
del aparato represivo del Estado, reafirmación de la superpotencia
americana frente a la tendencia general a que cada país juegue
sus propias bazas en el ruedo internacional.
Inmediatamente tras el atentado, el aparato político americano
y los media fueron requisados para movilizar a la población para
la guerra, en un esfuerzo concertado para superar el llamado "síndrome
de Vietnam" que ha impedido al imperialismo americano durante tres
décadas hacer la guerra. El pretendido "desorden psicológico
de masas" era en realidad la expresión de la resistencia,
especialmente por parte de la clase obrera, a dejarse movilizar tras el
Estado en una guerra imperialista de larga duración y fue en gran
parte responsable de que EE.UU recurriera a guerras locales, mediante
otros países, en su conflicto con el imperialismo ruso durante
los años 70 y 80 o también a intervenciones a corto plazo
y de limitada duración, con el apoyo de bombardeos aéreos
y de misiles más que mediante ataques en tierra, como así
fue en la Guerra del Golfo y en Kosovo. Evidentemente, esa resistencia
no es ni mucho menos el resultado de no se sabe qué desorden psicológico.
Lo que refleja es la incapacidad de la clase dirigente a infligir una
derrota ideológica y política al proletariado, a alistar
a la generación actual de obreros detrás del Estado para
la guerra imperialista, como sí lo consiguió en la preparación
de la IIª Guerra mundial. El editorial de una edición de la
revista Time, publicada justo después del atentado, muestra bien
cómo se ha fomentado la campaña actual de psicosis bélica.
El título desarrollado en ese número "Día de
infamia" evoca de entrada la comparación con Pearl Harbor.
El editorial de Lance Morrow, titulado y castigo" subraya los detalles
de la campaña ideológica que siguió. Escrito en una
publicación que participa en el esfuerzo de propaganda, el artículo
de Morrow ilustra además lo bien que habían entendido los
propagandistas de la clase dominante todos los beneficios que podían
sacar de los atentados del World Trade Center, en comparación con
los atentados precedentes, para manipular a la población para la
guerra gracias a la gran cantidad de víctimas y al enorme dramatismo
de las imágenes: "No podemos vivir un día de infamia
sin que nos embargue un sentimiento de furor. ¡Liberemos nuestro
furor!
Necesitamos un sentimiento de rabia comparable al provocado por Pearl
Harbor! Una indignación despiadada que no se agotará al
cabo de una o dos semanas. (…)
Ha sido un terrorismo cercano a la perfección dramática.
Nunca el espectáculo del Mal había alcanzado una producción
de tal valor. Hasta ahora el público solo había visto los
resultados todavía humeantes: la embajada destruida por una explosión,
los cuarteles en ruinas, el boquete negruzco en el casco del navío.
Esta vez, el primer avión al percutir la primera torre atrajo nuestra
atención. Alertó a los medios, convocó a las cámaras
para poder filmar así la segunda explosión, un estallido
fuera de la realidad…
El Mal posee un instinto teatral y es por eso por lo que en una época
en la que los medios son tan propensos al mal gusto, puede exagerar sus
destrozos gracias al poder de las horrorosas imágenes" (Time
Magazine, número especial, septiembre 2001).
Al mismo tiempo, el aparato político burgués desplegó
y puso en marcha sus planes para reforzar el aparato represivo del Estado.
Una nueva legislación "de seguridad", que legaliza prácticas
que quedaron desautorizadas tras la guerra de Vietnam y el caso Watergate,
así como todo un nuevo arsenal de medidas represivas preparadas,
discutidas, adoptadas y firmadas por el Presidente en un tiempo récord.
Tenemos buenas razones para sospechar que tal legislación ya estaba
preparada desde hacía tiempo para ser puesta en práctica
en el mejormomento. Han detenido a más de 1000 sospechosos, simplemente
por sus apellidos árabes o por llevar ropa oriental, encarcelados
sin acusación precisa y por tiempo indeterminado. Se han congelado
los fondos de organizaciones de las que se sospecha tener simpatías
por Bin Laden y eso sin ningún tipo de proceso judicial. Han restringido
la inmigración, especialmente la procedente de países islámicos,
lo cual es más una respuesta a las preocupaciones permanentes de
la burguesía sobre los flujos de inmigrantes ilegales que intentan
huir de las horribles condiciones de descomposición y de barbarie
que golpean a sus países subdesarrollados, que algo directamente
relacionado con los atentados terroristas.
Del día a la mañana, la crisis terrorista se ha convertido
en explicación de la agravación de la recesión económica
y justificación en los recortes en los presupuestos de programas
sociales, al haber dirigido los fondos disponibles hacia la guerra y la
seguridad nacional. La rapidez con la que se han presentado esas medidas
demuestra que no fueron redactadas en la urgencia, sino preparadas, discutidas
y planificadas para cualquier contingencia.
En el plano internacional, el objetivo real de la guerra contra el terrorismo
no es tanto destruirlo, sino reafirmar con fuerza la dominación
imperialista de Estados Unidos, única superpotencia que queda en
un ruedo internacional cada vez más marcado por los constantes
retos que esa superpotencia debe enfrentar. El desmoronamiento del bloque
del Este en 1989 provocó la rápida disgregación del
bloque occidental, al haber desaparecido lo que le daba cohesión,
es decir la existencia del bloque imperialista ruso. A pesar de su aparente
victoria en la guerra fría, el imperialismo americano se vio ante
una situación mundial en la que las grandes potencias, antiguas
aliadas suyas, y muchos otros países de menor envergadura, se pusieron
a retar su liderazgo, intentando dar salida a sus propias ambiciones imperialistas.
Para forzar a volver a filas a sus antiguos aliados y que éstos
reconocieran quién manda y ordena, Estados Unidos emprendió
en la última década tres operaciones militares de gran envergadura:
la primera contra Irak, luego contra Serbia y ahora contra Afganistán
y la red de Al Qaeda. En los tres casos, el despliegue militar estadounidense
ha forzado a sus "aliados", Francia, Gran Bretaña y Alemania,
a unirse en las "alianzas" dirigidas por EE.UU a riesgo de quedarse
al margen del juego imperialista mundial.
En segundo lugar, basándose únicamente en los medios burgueses
de comunicación, se pueden reunir suficientes elementos probatorios
del más que probable maquiavelismo de la burguesía norteamericana,
por mucho que la única versión oficial autorizada sea que
Estados Unidos no se lo esperaba. Un maquiavelismo consistente en dejar
hacer esos atentados:
Las fuerzas que parecen haber cometido la atrocidad del World Trade Center
no estarían sin duda bajo control del imperialismo americano, pero
sí que eran perfectamente conocidas por sus servicios secretos,
pues, en realidad, habían sido agentes de la CIA durante la guerra
que, gracias a diferentes pandillas afganas, el imperialismo americano
entabló contra el imperialismo ruso en 1979-89. Para contener la
invasión de Afganistán por parte del imperialismo ruso en
1979, la CIA reclutó, entrenó, armó y utilizó
a miles de integristas islámicos para llevar a cabo una guerra
santa, una yihad, contra los rusos. El concepto de yihad estaba más
o menos soterrado en la teología musulmana hasta que el imperialismo
americano lo volvió a resucitar, hace dos décadas, para
sus propios objetivos. Miles de islamistas fueron reclutados por el mundo
musulmán, en Pakistán, en Arabia Saudí en particular.
Fue entonces cuando se oyó hablar por vez primera de Osama Bin
Laden como agente de EE.UU. Tras la retirada de Afganistán del
imperialismo ruso en 1989 y el desplome del gobierno de Kabul en 1992,
el imperialismo americano se retiró de Afganistán, concentrándose
en Oriente Medio y los Balcanes. Cuando luchaban contra los rusos, los
integristas islámicos eran aplaudidos por Ronald Reagan como combatientes
de la "Libertad". Cuando hoy usan la misma brutalidad contra
el imperialismo americano, el presidente Bush dice que son bárbaros
fanáticos que hay que exterminar. Al igual que Timothy Mac Veigh,
el norteamericano fanático de extrema derecha autor del atentado
de Oklahoma City en 1995, educado en la ideología de la guerra
fría, en el odio a los rusos, reclutado por el ejército
USA, los jóvenes reclutados por la CIA para la yihad lo único
que conocieron, en su vida de adultos, es el odio y la guerra. Tanto aquél
como éstos se sintieron traicionados por el imperialismo americano
una vez terminada la guerra fría, volviendo la violencia contra
sus antiguos dueños.
Desde 1996, el FBI investigaba sobre la posibilidad de que hubiese terroristas
que utilizaran escuelas de pilotos norteamericanas para aprender a volar
en jumbo jets: las autoridades anticiparon elmodo operativo de los terroristas
(TheGuardian: "FBI failed to find suspects named before hijackings",
25/09/01).
El piso en Alemania en el que se planificó y coordinó el
atentado estaba vigilado por la policía alemana desde hacía
más de tres años.
El FBI, al igual que otras agencias de contraespionaje estadounidenses,
había recibido avisos e interceptado mensajes según los
cuales se preveía un atentado terrorista coincidiendo con la ceremonia
en la Casa Blanca entre Clinton, Rabin y Arafat. Los servicios secretos
israelíes y franceses avisaron a los norteamericanos. Y por eso
las autoridades de EEUU supieron cuándo se iba a producir el atentado.
¿Y no era esta vez evidente que el objetivo iba a ser el World
Trade Center cuando ya este centro había sido el objetivo de terroristas
islamistas en un atentado de 1993, al ser considerado como símbolo
del capitalismo americano?
En agosto, el FBI detuvo a Zacarías Moussaoui, quien había
despertado las sospechas al empeñarse en entrenarse en una escuela
de pilotos de Minnesota y afirmar que, en la enseñanza, no le interesaban
ni el despegue ni el aterrizaje. A principios de septiembre, las autoridades
francesas mandaron un aviso sobre los vínculos sospechosos entre
Moussaoui y los terroristas. En noviembre, el FBI cambió repentinamente
de opinión desmintiendo que Moussaoui estuviera implicado en el
atentado. En todo caso, el que a unos pilotos no les interesara aprender
a despegar ni atterrizar, dando con ello a sospechar de un posible secuestro
suicida, volvió a hacer surgir las sospechas.
Mohammed Atta, el supuesto organizador del 11 de septiembre, el que, por
lo visto, habría pilotado del primer avión que golpeó
las Torres Gemelas, era alguien muy conocido por las autoridades, pero
llevaba, sin embargo, una vida muy normal, con autorización para
circular libremente por Estados Unidos. Aunque constaba desde hacía
años en las listas de terroristas de especial vigilancia por parte
del Departamento de Estado, sospechoso de haber atentado con bomba contra
un autobús en Israel en 1986, se le había autorizado a salir
de EE.UU y regresar a este país durante estos dos últimos
años. Entre enero y mayo de 2000, estuvo bajo vigilancia de agentes
estadounidenses por sus sospechosas compras en grandes cantidades de productos
químicos idóneos para fabricar bombas. En enero de 2001,
estuvo detenido durante 57 minutos por los servicios de Inmigración
y Naturalización en el aeropuerto internacional de Miami porque
su visado estaba caducado y ya no valía para entrar en EE.UU. Atta
constaba en las listas de vigilancia del Departamento de Estado, el FBI
tenía sospechas sobre alguna gente de que podría recibir
clases de pilotaje en Estados Unidos; a pesar de todo ello, Atta pudo
entrar en el país y matricularse en una escuela de pilotaje. En
abril de 2001, lo detuvo la policía por conducir sin permiso. En
mayo, no se presentó ante el tribunal, se publicó un acta
de busca y captura contra él, pero nunca se le daría cumplimiento.
Se le detuvo dos veces por conducir borracho. A Atta ni se le ocurrió
cambiar de nombre durante su estancia en EE.UU, sino que viajaba, vivía
y estudiaba pilotaje con el suyo verdadero. ¿Es el FBI tan abismalmente
incompetente? ¿Estaba, como lo pretende, tan entorpecido por la
falta de agentes e intérpretes árabes?, ¿no habráuna
explicación más maquiavélica para que las autoridades
le dejaran en libertad una y otra vez? ¿Estaba "protegido"
o sirvió de cabeza de turco? ("Terrorists among us",
Atlanta Journal Constitution, 16/09/01. The Guardian, 25/09/01)
El 23 de agosto de 2001, la CIA hizo llegar una lista de presuntos miembros
de la red de Bin Laden, identificados ya en Estados Unidos o de viaje
a este país, entre los cuales Jalid Al Midhar y Nawak Alhazmi,
que estaban en el avión que chocó contra el Pentágono.
Mucho tiempo antes de los atentados pretendidamente inesperados del 11
de septiembre, Estados Unidos llevaba preparando, desde hacía casi
tres años, en secreto, el terreno para una guerra en Afganistán.
Tras los atentados terroristas contra las embajadas americanas de Dar
es Salam en Tanzania y de Nairobi en Kenia en 1998, el presidente Clinton
autorizó a la CIA a prepararse para posibles acciones contra Bin
Laden, el cual estaba fuera de todo control. Fue por eso por lo que se
establecieron contactos secretos y se abrieron negociaciones con antiguas
repúblicas de la URSS, Uzbekistán y Tayikistán, para
instalar en ellas bases militares con las que dar apoyo logístico
a posibles operaciones y acopiar información. Todo esto no solo
habría de servir para preparar una intervención militar
en Afganistán, sino que ha favorecido una implantación norteamericana
importante en la zona de influencia rusa de Asia central. Por todo ello
se puede decir que aunque EE.UU pretenda que lo alcanzaron por sorpresa,
sí que ya estaba preparado para aprovecharse inmediatamente de
la oportunidad que se le presentó con el atentado contra las Torres
Gemelas y tomar una serie de medidas estratégicas y tácticas
que estaban preparándose desde hacía tiempo.
Es también verosímil que la administración de Estados
Unidos haya impulsado deliberadamente a Bin Laden a lanzar un ataque contra
el país. El diario The Guardian del 22 de septiembre nos lleva
hacia esa hipótesis: "Una investigación del periódico
ha establecido que Osama Bin Laden y los talibanes recibieron amenazas
de un posible ataque militar de EE.UU dos meses antes de los atentados
terroristas contra Nueva York y Washington. Pakistán había
advertido al régimen de Afganistán de la amenaza de una
guerra si los talibanes no entregaban a Osama Bin Laden…Los talibanes
se negaron a someterse, pero la gravedad de la advertencia recibida, plantea
la posibilidad de que el atentado de hace diez días contra el World
Trade Center de Nueva York y contra el Pentágono por Bin Laden,
lejos de proceder de ningún sitio, fue de hecho un ataque preventivo,
como respuesta a lo que Bin Laden consideraba una amenaza de parte de
Estados Unidos…Esa advertencia destinada a los talibanes se lanzó
durante una reunión de cuatro días entre americanos, rusos,
iraníes y pakistaníes en un hotel de Berlín, a mediados
de julio. Esa conferencia, la tercera de una serie llamada 'Brainstorming
sobre Afganistán' pertenece a un método diplomático
clásico conocido bajo el nombre de 'vía nº 2'."
En otras palabras, es muy posible que Estados Unidos no solo no intentara
impedir de verdad el atentado cometido por Bin Laden, sino que, incluso,
por "vía diplomática" semioficial, hubiera provocado
deliberadamente tanto a ése como a los talibanes a que emprendieran
una acción que justificara una réplica militar norteamericana.
Las destrucciones devastadoras y la cantidad de muertos han sido la piedra
angular de la campaña ideológica lanzada tras el desastre
de las Torres Gemelas. Durante semanas, los miembros del gobierno y los
media nos han repetido hasta la saciedad las 6000 vidas perdidas en el
World Trade Center, o sea dos veces más que en Pearl Harbor. El
jefe de Estado Mayor repitió esas cifras en una entrevista a una
cadena nacional de televisión a principios de noviembre (entrevista
al general Richard Myers, presidente de Jefes de E.M. en el canal NBC,
el 4/11/01). Sin embargo, hay indicios de que esos cómputos, cuya
única finalidad es apoyar la propaganda con todo su peso emotivo,
son muy exagerados. Las estadísticas realizadas por agencias de
prensa independientes han estimado el total en menos de 3000muertos, o
sea lo equivalente a las pérdidas sufridas en Pearl Harbor. Por
ejemplo, el New York Times establece el total en 2943, la agencia Associated
Press en 2626 y el diario USA Today en 2680. La Cruz Roja norteamericana,
que distribuye ayudas financieras a las familias de las víctimas,
sólo ha tratado 2563 demandas. El gobierno se ha negado a entregar
a la Cruz Roja la copia de la lista oficial, por ahora secreta, de las
víctimas del World Trade Center ("Numbers vary in tallies
of the victims", New York Times, 25/10/01). Mientras tanto, los políticos
y los media siguen utilizando, por necesidades de propaganda, la cifra
muy sobrevalorada de 5000-6000 muertos o desaparecidos, cifra ahora ya
incrustada en las conciencias populares.
El gobierno de EE.UU no ha desvelado públicamente las pruebas de
la responsabilidad de Bin Laden en los atentados. Recientemente, mientras
proseguían las operaciones militares, Bush anunció que si
capturaban vivo a Bin Laden, éste sería juzgado a puerta
cerrada por un tribunal militar, para así no hacer público
de dónde proceden laspruebas contra él. Rumsfeld, secre
tario de Defensa, ha dicho claramente que prefiere que se mate a Bin Laden
aque se le capture vivo, para evitar asíun juicio. Es perfectamente
lógico pues preguntarse por qué a Estados Unidos le interesa
tanto guardar secretasesas pretendidas pruebas tan evidentes.
¿No es todo eso, en cambio, la prueba por la contraria de que la
Administración estadounidense, o quizás por lo menos la
CIA, estaban al corriente de los atentados contra las Torres, dejando
que ocurrieran? No hace falta ser un maniático que "ve conspiraciones
por doquier" para albergar ese tipo de sospechas. Dejemos a los historiadores
el cuidado de investigar más detalladamente durante los años
venideros, pero a nosotros ni nos sorprendería ni desde luego nos
"escandalizaría" enterarnos de que la burguesía
estadounidense aceptó que hubiera víctimas en esos atentados
del World Trade Center para satisfacer sus intereses políticos.
¿Es el atentado de las Torres Gemelas un nuevo Pearl Harbor?
Contrariamente a la insistencia de los medios de comunicación,
la situación actual no puede ser comparada a la de Pearl Harbor
en el plano histórico. Pearl Harbor ocurrió casi veinte
años después de derrotas que aplastaron al proletariado
mundial política, ideológica e incluso físicamente,
abriéndose así el curso histórico hacia la guerra
imperialista. Esas derrotas fueron un grave peso histórico encima
del proletariado: el fracaso de la Revolución alemana y de la oleada
revolucionaria; la degeneración del régimen revolucionario
en Rusia y el triunfo del capitalismo de Estado bajo Stalin; la degeneración
de la Internacional comunista convirtiéndose en brazo armado de
la política extranjera del Estado ruso, acompañado todo
ello de un retroceso considerable en las posiciones revolucionarias en
comparación con las que habían prevalecido en el momento
más álgido de la oleada revolucionaria; la integración
de los partidos comunistas en sus aparatos de Estado respectivos; la derrota
política y física de la clase obrera por el fascismo en
Italia, Alemania y España; el triunfo de la ideología antifascista
en los países "democráticos".
El impacto acumulado de esas derrotas limitó profundamente las
posibilidades históricas del movimiento obrero. La revolución,
que estaba al orden del día en el período que siguió
a 1917, se encontró entonces atascada. El equilibrio de fuerzas
se había desplazado en favor de la clase capitalista, la cual tuvo
entonces en sus manos la posibilidad de imponer su "solución"
a la crisis histórica del capitalismo mundial: la guerra mundial.
Sin embargo, el hecho de que la relación de fuerzas se hubiera
desplazado en su favor no significaba necesariamente que la burguesía
tuviera las manos libres para imponer su voluntad política. Aunque
el curso político era hacia la guerra, eso no significaba que la
burguesía pudiera desencadenar una guerra imperialista en cualquier
mo mento. La burguesía tuvo que hacer frente todavía a una
resistencia por parte del proletariado americano en 1939-41, que reflejaba
en parte la posición vacilante del partido estalinista, el cual
tenía una influencia considerable sobre todo en los sindicatos
afiliados a la CIO, vacilación causada por la línea indecisa
de Moscú durante el período del pacto de no agresión
con la Alemania nazi. La fracción dominante de la burguesía
americana tuvo que tener en cuenta también a elementos recalcitrantes
en el seno mismo de su propia clase, con simpatías de algunos de
ellos hacia las potencias del Eje y defendiendo otros una política
aislacionista. Como ya dijimos el ataque "sorpresa" de Japón
dio el pretexto para reunir a los vacilantes tras el Estado y los esfuerzos
de guerra. Por eso puede decirse que Pearl Harbor fue el último
clavo para cerrar el ataúd político e ideológico.
La situación es hoy muy diferente. Es cierto que el desastre de
las Torres Gemelas ocurre después de una década de desorientación
y de confusión políticas sembradas tras el desmoronamiento
de los regímenes estalinistas de Europa del Este y las campañas
ideológicas de la burguesía sobre la muerte del comunismo.
Pero esas confusiones no tienen el mismo peso político que las
derrotas de los años 1920 y 30 sobre la con ciencia política
del proletariado a nivel histórico. Tampoco han significado un
cambio del curso histórico hacia enfrentamientos de clase. A pesar
de esa desorientación, la clase obrera ha luchado por reconquistar
su terreno, y no faltan signos de cómo va madurando subterráneamente
su conciencia así como de la aparición de gente nueva inquieta
que viene a unirse al medio político proletario en torno a los
grupos revolucionarios existentes. No intentamos aquí minimizar
la desorientación política que predomina en la clase obrera
desde 1989, situación agravada por la descomposición, una
barbarie cada día mayor que no requiere obligatoriamente una guerra
mundial para realizarse plenamente. Incluso si la burguesía americana
alcanza un éxito considerable con su ofensiva ideológica,
por mucho que, por ahora, los obreros estén entrampados en una
psicosis de guerra de un nivel alarmante, el equilibrio global de fuerzas
no está determinado por la situación en un único
país aunque éste sea de la importancia de Estados Unidos.
En el plano internacional, el proletariado no ha sido derrotado y la perspectiva
sigue yendo hacia un enfrentamiento de clases. Incluso en Estados Unidos,
la huelga de dos semanas de los 23 000 trabajadores del sector público
de Minnesota, en octubre, fue un eco de esa capacidad de la clase obrera
internacional para proseguir su combate. Aunque fueron tildados de antipatriotas,
atacados por hacer huelga en un momento de crisis nacional, esos obreros
no abandonaron su terreno de clase y siguieron luchando por mejoras salariales.
Mientras que Pearl Harbor fue el remate de un proceso que llevó
a la guerra imperialista en 1941, el atentado del World Trade Center ha
provocado un paso atrás del proletariado, especialmente para el
norteamericano, pero en una situación histórica que sigue
siéndole favorable.
JG
En el fragor de la salvajada imperialista en Afganistán, los reducidos grupos de internacionalistas han tomado una posición de clase: han mostrado su rechazo a todos y cada uno de los imperialismos contendientes; han denunciado las ilusiones en la posibilidad de un capitalismo pacífico, negando el más mínimo apoyo a un campo o al otro en nombre de la paz. Igualmente han llamado a un desarrollo de la lucha de clases que lleve a la destrucción, a escala mundial, del sistema capitalista, pues es este sistema el principio y origen de la guerra imperialista. Estos grupos que se reivindican de la herencia de las Izquierdas italiana y alemana, únicas corrientes internacionalistas que sobrevivieron a la quiebra de la Tercera Internacional, y que pasaron la prueba de la IIª Guerra mundial manteniendo contra viento y marea la posición internacionalista del proletariado, forman parte de lo que la CCI denomina el medio político proletario ([1]).
Como contribución al fortalecimiento de este medio pretendemos – como hacemos cada vez que los acontecimientos han puesto a prueba la verdadera naturaleza de las organizaciones revolucionarias – examinar los aspectos positivos y las debilidades de su actual respuesta a la guerra. No nos detendremos en exceso en cuanto a lo que hay en común en la postura de los diferentes grupos. La prensa territorial de la CCI ya ha reconocido y saludado el carácter proletario de sus respuestas ([2]).
Tampoco podemos extendernos debido a problemas de espacio. Sí queremos, en cambio, debatir algunas cuestiones que nos parecen significativas de la explicación que da de la barbarie imperialista uno de estos grupos: el Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR).
No es suficiente que las organizaciones revolucionarias sepan que el Estado norteamericano, al igual que las demás potencias imperialistas, no son hostiles al terrorismo en contra de lo que han estado proclamando los pasados cuatro meses: Tampoco podemos conformarnos con señalar que los intereses que mueven a los imperialistas a desencadenar una guerra que ha causado muerte y miseria a una escala masiva no son, ni mucho menos, los de la defensa de la civilización y la humanidad. Es necesario que estas organizaciones puedan explicar también cuál es la verdadera razón de esta barbarie, cuales son los verdaderos intereses de las potencias imperialistas, sobre todo de EE.UU, y si es posible que pueda haber un final a esta pesadilla para la humanidad.
EL BIPR nos ofrece la siguiente explicación de la guerra en Afganistán: los Estados Unidos quieren mantener el dólar como divisa mundial y conservar así el control sobre la industria del petróleo:
«… Estados Unidos necesita que el dólar siga siendo la moneda del comercio mundial si quieren mantener su posición como superpotencia mundial. Así pues, sobre todo para EE.UU le es vital asegurarse que el comercio global de petróleo siga haciéndose fundamentalmente en dólares. Esto implica tener la voz cantante en el transporte del petróleo y en los gaseoductos más aún que la implicación comercial de EE.UU en la extracción en origen. Así ocurre cuando simples decisiones por criterios puramente comerciales están supeditadas a los supremos intereses de conjunto del capitalismo EE.UU, y que el Estado norteamericano llegue a implicarse política y militarmente en la defensa de objetivos más ambiciosos, objetivos que, a menudo, tropiezan con los intereses de otros estados, y especialmente y cada vez más con los de los “aliados” europeos. En otras palabras ésa es la clave de la confrontación imperialista del siglo XXI (…).
Desde hace ya algún tiempo compañías petroleras europeas, entre ellas la italiana ENI, se estaban involucrado en distintos proyectos para traer el petróleo del Caspio y del Cáucaso directamente a las refinerías europeas. Resulta obvio que desde el 1º de Enero (fecha en la que el euro se ha convertido en la moneda de los países de la Unión europea), el proyecto de un mercado alternativo del petróleo va tomando forma, pero Estados Unidos, enfrentado quizás con la más cruel crisis que haya vivido desde la IIª Guerra mundial, no va a dejar que se le escape su propio poder económico y financiero» (“Imperialistas, petróleo e intereses nacionales de EE.UU”; Revolutionary Perspectives nº 23, publicación cuatrimestral de la Communist Workers Organisation, afiliado en Gran Bretaña del BIPR).
Resulta pues que el objetivo de la guerra sería la destrucción del peligro potencial que representarían el régimen talibán y sus secuaces de Al Qaeda para la construcción de un oleoducto que recorrería Afganistán, y que transportaría el petróleo obtenido en los yacimientos de Kazajstan. Todo ello como parte de una estrategia más amplia de EE.UU por controlar la distribución del petróleo. EE.UU pretende asegurar y diversificar las vías de transporte de los suministros mundiales de petróleo, ya que en ello se juega, según el BIPR, el futuro del dólar, y con la suerte del dólar, el estatuto de superpotencia de EE.UU. Los europeos, por su parte, tienen también mucho interés en mejorar la posición de su divisa (el euro) en el mercado petrolero, por lo que oponen sus intereses imperialistas a los de EE.UU cada vez más enérgicamente.
El trasfondo de la intervención de EE.UU en Afganistán es, como dice el BIPR, preservar su posición de “superpotencia mundial”. Por tal entendemos su aplastante superioridad militar económica y política sobre las demás naciones del planeta. Sus oponentes pretenden limitar e incluso llegado el momento arrebatarle esa posición. En otras palabras que, a diferencia de los cuentos de hadas que nos cuentan los media de la burguesía sobre una lucha entre el bien y el mal, entre la democracia y el terror, el BIPR como revolucionarios que son, ponen al desnudo los sórdidos intereses imperialistas de los protagonistas. Detrás del conflicto imperialista se hallan los intereses antagónicos de las potencias imperialistas rivales, acentuadas por la crisis económica.
Es más el BIPR consigue distanciarse de una explicación de la guerra actual (y de la creciente acentuación de las tensiones imperialistas) basada en el interés de encontrar un beneficio económico inmediato. Hace diez años, con motivo de la guerra del Golfo que se veía venir, el BIPR decía que «… la crisis del Golfo se debe en realidad al petróleo y a quien lo controla. Sin petróleo barato los beneficios caerán. Los beneficios de los capitalistas occidentales se ven amenazados y por esa razón, y no por ninguna otra, EE.UU está preparando un baño de sangre en Oriente Medio» (Hoja de la CWO, citada en nuestra Revista internacional nº 64).
La victoria norteamericana en la Guerra del Golfo no significó aumento alguno en los beneficios del petróleo ni implicó un cambio significativo en el precio de esta materia prima. Sensibilizados, quizás, por estos resultados, o bien por el hecho de que la antigua Yugoslavia no ha supuesto ningún mercado rentable para las potencias imperialistas que allí luchaban entre sí, en contra de lo que inicialmente pensaba el BIPR, da la impresión que el BIPR ha desarrollado una explicación más global de la situación ([3]). Esta actitud debe ser bienvenida pues la credibilidad de la izquierda marxista depende de su capacidad para comprender el imperialismo en función de un análisis histórico y global, en el que los factores económicos inmediatos no representan la causa de la guerra.
Pero a pesar de este paso adelante del BIPR, estos compañeros siguen considerando que los objetivos imperialistas giran en torno a la posición de las divisas monetarias, lo que no deja de ser un factor económico específico, y dan a la cuestión del petróleo y los oleoductos un peso decisivo en la posición del dólar así como de su nuevo rival, el euro. Sitúan exageradamente el petróleo en el “centro de la confrontación imperialista en el siglo XXI”.
Pero ¿depende tan directa y decisivamente, como dice el BIPR, la preservación del estatuto de EE.UU como poder hegemónico mundial de la posición del dólar? Y, por otro lado, ¿depende tanto la posición del dólar como divisa mundial del control que EE.UU tenga sobre el petróleo? Permítasenos examinar estas cuestiones con más detalle, empezando por esta última.
Es cierto que llevar la voz cantante en el control de la producción de petróleo – no olvidemos que muchas de las principales compañías mundiales petroleras son norteamericanas – contribuye a que EE.UU mantenga su poderío económico, y contribuye a que el dólar sea la moneda dominante en el comercio mundial. Ahora bien, no reside ahí la razón esencial por la que el dólar consiguió alcanzar y mantener esa posición de divisa mundial. El dólar conquistó esa posición privilegiada antes de que el petróleo se convirtiera en el principal combustible del planeta. De hecho no es cierto que la fortaleza de ninguna moneda se fundamente esencialmente en el control de las materias primas.
Japón, por ejemplo, no controla prácticamente el suministro de materia prima alguna y, sin embargo, el yen, a pesar del reciente estancamiento de la economía japonesa, sigue siendo una divisa fuerte. A la inversa, la antigua URSS tenía en su poder grandes cantidades de petróleo, pero eso no pudo impedir el colapso económico del país, y no digamos hacer que el rublo llegase a ser la moneda mundial. No fue el control de los suministros de lana o algodón lo que hizo que la libra esterlina fuese la principal moneda del siglo XIX.
Lo que explica que ciertas divisas se convirtieran en las monedas de referencia para el capitalismo mundial es la preponderancia de tal o cual país en producción y comercio mundiales, su peso político y militar respecto a los demás. La libra esterlina alcanzó ese estatuto porque Gran Bretaña fue el primer país del capitalismo moderno. La mayor productividad de sus industrias permitió a sus productos desplazar a los del resto del mundo en términos de precio y calidad, ya que en otros lugares la producción capitalista apenas despuntaba. La potencia militar, especialmente naval, de Gran Bretaña, así como su acumulación de posesiones coloniales, reforzaron la supremacía de la libra y la posición de Londres como centro financiero del mundo.
El desarrollo del capitalismo en otros países minó la supremacía del capitalismo británico, y sus competidores comenzaron a aventajarle en cuanto a productividad. Esas nuevas condiciones del capitalismo, puestas al desnudo por la Primera Guerra mundial, hicieron sonar el réquiem por la esterlina y la Segunda Guerra mundial remató definitivamente su suerte. En un mundo en el que las naciones capitalistas rivales se habían ya repartido el mercado mundial, y buscaban expandirse mediante un nuevo reparto a su favor, la cuestión de la competición militar – el imperialismo – tiende a favorecer más a los países que tienen una escala continental, como por ejemplo Estados Unidos, que a los países europeos cuyo tamaño relativamente pequeño resultaba más apropiado para una primera fase de crecimiento capitalista. El agotamiento de todas las potencias europeas tras la Iª Guerra mundial, incluyendo países vencedores como Gran Bretaña, favoreció la expansión del peso relativo de la producción y de la parte de EE.UU en el comercio mundial, y por lo tanto de la demanda internacional de dólares. Y tras la devastación de Europa en la IIª Guerra mundial, los Estados Unidos, estimulados por un crecimiento descomunal de la producción armamentística, alcanzaron una supremacía económica aplastante en el escenario mundial. En 1950, por ejemplo, generaron ¡la mitad de la producción mundial! El Plan Marshall de 1947 suministró a las economías europeas los dólares que éstas necesitaban desesperadamente para la reconstrucción comprando mercancías norteamericanas. La supremacía del dólar se institucionalizó a escala mundial a través de los acuerdos de Bretton Woods y el establecimiento del Banco mundial y del Fondo monetario internacional bajo la égida de los EE.UU.
Con el final del período de reconstrucción a finales de los años 60, las economías europea y japonesa habían mejorado su posición económica respecto a la de los Estados Unidos. Pero incluso el relativo debilitamiento de la economía estadounidense, si bien condujo efectivamente a la devaluación del dólar, no significó de manera inmediata el final de su posición privilegiada, sino que por el contrario, EE.UU disponía de más medios para aprovecharse de la nueva situación. El final de la paridad del dólar respecto al oro decretada por Washington en 1971, permitió a EE.UU mantener el poder del dólar y la posición competitiva de la producción de ese país, manipulando la tasa de intercambio lo que también le ayudó a abaratar su creciente deuda externa (un método que ya había sido empleado por Gran Bretaña en los años 30 para preservar el papel de la libra esterlina tras el eclipsamiento de su economía por la de EE.UU). A comienzos de los años 80, el alza de los tipos de interés y la desregularización del movimiento de capitales, con la consiguiente explosión de la especulación financiera, ayudó a desplazar los efectos de la crisis hacía otros países. Detrás de estas medidas, la supremacía militar de los EE.UU que se ha convertido en incontestable tras el colapso de la Unión Soviética, asegura que el Rey Dólar siga conservando su trono.
El papel del petróleo en la primacía del dólar es pues relativamente insignificante. Incluso aunque sea cierto que en la llamada “primera crisis del petróleo” en 1971-72, a través de su influencia en la fijación de precios del petróleo por parte de la OPEP, manipuló para meterse en sus bolsillos enormes fondos de las potencias europeas y japonesa a través de Arabia Saudí, tales manipulaciones no son, ni de lejos, los principales instrumentos de la supremacía del dólar.
Lo que cuenta en la hegemonía del dólar es la dominación económica, política y militar de EE.UU sobre el mercado mundial en el que se compra y vende el petróleo así como otras materias primas, y este dominio obedece a factores de naturaleza más general e histórica que los simplemente dependientes del control del petróleo.
El BIPR cree, sin embargo, que la aceleración de las aventuras militares de los norteamericanos en Asia Central forma parte de una estrategia preventiva, de más largo alcance, para ocupar los centros de producción de petróleo y las rutas de su transporte para impedir a las potencias europeas que sean ellas quienes los controlen. El supuesto objetivo sería impedir que el euro, la moneda única de la Unión Europea, arrebate al dólar su corona, impidiendo así que la Unión Europea se enfrente a EE.UU como bloque imperialista rival.
Si nuestra explicación es la correcta, eso implica que las potencias europeas tendrían mucho más que hacer que simplemente incrementar su influencia en la industria petrolera para desplazar al dólar por el euro. Incluso aunque la Unión Europea fuera una entidad realmente unificada desde un punto de vista económico y político, eso no quita que su Producto Interior Bruto per cápita sea, en conjunto, las 2/3 partes del de EE.UU. Pero la Unión Europea, aún cuando ya dispone de una moneda común, se halla todavía fragmentada en varias unidades capitalistas nacionales en competencia, lo que debilita su poder económico frente al de Norteamérica. El Banco central europeo no tiene la misma unidad de intervención sobre política monetaria y fiscal que la Reserva federal de Estados Unidos, lo que explica el que, hasta ahora, haya tendido a copiar las políticas de ésta última. La economía alemana, el polo políticamente más fuerte de la zona euro, solo es todavía la tercera potencia económica mundial detrás de EE.UU y Japón, y eso no se debe, ni mucho menos, a su falta de control sobre el petróleo y los oleoductos.
En cuanto al plano militar y político, las divisiones son aún mucho más profundas, ya que en la Unión Europea coexisten intereses imperialistas contrapuestos, no sólo entre las naciones que la componen, sino incluso sobre su actitud frente a EE.UU. La principal potencia económica europea, Alemania, sigue siendo un enano en el plano militar, comparada con Gran Bretaña o Francia, sus rivales principales (y vale la pena poner de relieve que una de las principales potencias militares y una de las economías más importantes de Europa, Gran Bretaña, ni siquiera forma parte de la zona euro). Alemania está desarrollando actualmente su poderío militar, sus tropas han intervenido fuera de sus fronteras (Kosovo) por vez primera desde la IIª Guerra mundial. Sin embargo, su capacidad para proyectar su potencia militar no va más allá que de sus vecinos más cercanos de Europa del Este.
Incluso los expertos monetarios de la burguesía admiten que esa debilidad militar y los intereses contradictorios en el seno de la Unión son una seria amenaza para el euro: « Glyn Davies, autor de Una historia de la moneda desde los tiempos remotos a la actualidad, señaló que la mayor amenaza que a largo plazo se cierne sobre la unión monetaria en Europa serán las guerras o las “disputas sobre actitudes hacia países que están en guerra”.
“El aspecto político es donde está la dificultad” dijo. “Si se dispone de una fuerte unión política se podrán resistir muchos ataques. Pero si aparecen diferencias políticas, eso puede debilitar considerablemente la unión monetaria” » (International Herald Tribune, 29.12.2001).
Consecuentemente, por esta y otras razones, el euro verá dificultado el arrebatar al dólar la confianza de la economía mundial.
Por todo ello, no puede considerarse que la dominación del dólar sobre la economía mundial sea la razón válida para la enorme campaña militar llevada a cabo en Afganistán. Como decíamos en nuestro último Congreso internacional: “EE.UU quiere controlar esta región a causa de su petróleo; pero no para obtener ganancias económicas, sino para que Europa no pueda abastecerse de esa fuente de energía necesaria en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de esa fuente tan necesaria para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese” (“Informe sobre las tensiones imperialistas”, Revista Internacional nº 107) ([4]).
La segunda cuestión que plantea el BIPR es: ¿depende el estatuto de superpotencia de EE.UU del papel predominante del dólar? Debemos contestar que no, al menos en la forma decisiva que sugiere el BIPR. Como hemos argumentado, es la supremacía militar de EE.UU la causa del estatuto del dólar: éste no es sino el resultado de aquélla. Por supuesto que la preeminencia económica y monetaria de los Estados Unidos en la economía mundial es un factor crucial para su supremacía militar. Pero lo militar y lo estratégico no se desprenden automática, mecánica e inmediata o proporcionalmente del poderío económico. Hay innumerables ejemplos que prueban lo anterior. Japón y Alemania son las potencias económicas mundiales más fuertes después de EE.UU, pero son enanos militares comparadas con Francia y Gran Bretaña, que aunque más débiles económicamente, poseen armamento nuclear. La URSS era extremadamente débil desde el punto de vista económico pero fue capaz de discutir la superpotencia americana en el ámbito militar durante 45 años. Y a pesar del relativo debilitamiento económico que se ha producido en Estados Unidos desde 1969, su fortaleza militar y estratégica respecto a sus más cercanos rivales se ha visto considerablemente aumentada.
EE.UU, como cualquier otro país, no puede confiar en las capacidades de su moneda para ver garantizada automáticamente su posición imperialista. Por el contrario, los Estados Unidos deben continuar dedicando enormes y costosos recursos a la defensa de sus intereses militares y estratégicos para poner a prueba y aventajar a sus principales rivales imperialistas, y reducir así sus pretensiones de desafiar su liderazgo mundial. La campaña antiterrorista puesta en marcha por EE.UU desde el 11 de Septiembre ha marcado un éxito significativo en esta lucha imperialista. Ha obligado a las demás potencias a apoyar sus objetivos militares y estratégicos, sin dejar a ninguna de ellas más que unas pocas migajas de prestigio por su apoyo al rápido éxito militar de las fuerzas americanas en Afganistán sobre el régimen talibán. Al mismo tiempo ha incrementado su peso estratégico en Asia central. La exhibición de su superioridad militar ha sido tan devastadora que su renuncia al Tratado Antimisiles con Rusia, ha evocado sólo unas tímidas críticas por parte de los anteriormente vociferantes oponentes en las capitales europeas. Los EE.UU pueden ahora extender más fácilmente sus campañas “antiterroristas” a otros países.
Todavía es difícil medir si la ofensiva norteamericana de los últimos 3 meses ha hecho más seguros que antes los suministros de petróleo para EE.UU, o si ha reforzado la aplastante superioridad del dólar sobre el euro. La verdadera victoria de EE.UU se sitúa en los planos militar y estratégico, como así sucedió ya tras la guerra del Golfo. Los beneficios económicos serán tan difíciles de encontrar como lo fueron también entonces.
El control del petróleo para tener ventajas económicas no es la causa decisiva que hace que EE.UU se gaste miles de millones de dólares por mes en la guerra de Afganistán, y ponga en peligro la estabilidad de Pakistán, por donde el supuesto oleoducto debería continuar tras abandonar Afganistán.
La CWO ya mostraba en un artículo publicado en 1997 (“Tras los talibanes se encuentra el imperialismo EE.UU”) que no había nada intrínseco al régimen talibán que amenazara los intereses petroleros de EE.UU. Al contrario, los EE.UU veían este régimen como un factor de estabilidad comparado con sus predecesores. Incluso tras albergar a Osama Bin Laden, el régimen no presentaba obstáculos que fueran insuperables para acomodarse a EE.UU y sus intereses ([5]).
La época en la que las potencias capitalistas iban a la guerra para obtener beneficios económicos directos o inmediatos, representó una fase embrionaria en la evolución del imperialismo que apenas duró más allá del siglo XIX. Una vez que las principales potencias imperialistas se hubieron dividido el mundo entre sí bajo la forma colonial o de áreas de influencia, la posibilidad de un beneficio económico directo de la guerra se ha convertido en algo cada vez más improbable. Cuando la guerra se convierte en un problema de conflicto militar con otras potencias imperialistas, empezaron a predominar unas consideraciones estratégicas de mayor calado, acarreando la preparación industrial y los gastos a una escala masiva. La guerra acaba siendo menos una cuestión de beneficio económico y más un problema de supervivencia de cada Estado a expensas de sus rivales.
La ruina de muchas de las potencias capitalistas contendientes en las dos guerras mundiales atestigua que el imperialismo, en vez de ser la “fase superior” del capitalismo como pensaba Lenin, es más bien una expresión de su período de decadencia, en la que el capitalismo se ve forzado, dados los límites nacionales de su propio sistema, a “hacer humo” de hombres y máquinas en el campo de batalla en lugar de valorarlos en el proceso productivo ([6]).
En lugar de que la guerra esté al servicio de la economía, ésta se ha puesto al servicio de la guerra, y las materias primas no están fuera de ese principio general. Si las potencias imperialistas quieren controlar materias primas cruciales como el petróleo, no es porque la burguesía crea, como sí lo hace el BIPR, que esto les asegurará la salud de sus beneficios o de su moneda, sino a causa de su importancia militar.“El mayor programa de construcción militar en tiempo de paz en la historia norteamericana fue ejecutado por el Comité de servicios de armamento de la Cámara. Un informe al Comité de asuntos exteriores del Parlamento llamaba la atención sobre la importancia estratégica del Mediterráneo Oriental y de Oriente Medio ‘al menos tan relevante como el propio área del Tratado del Atlántico Norte’. Es necesario el establecimiento de bases en los Estados árabes y en Israel para proteger las rutas marítimas y aéreas. La protección de esta región es vital, señala el informe ‘porque esta área se asienta sobre gigantescas reservas de petróleo que el mundo libre necesita ahora para su esfuerzo militar cada vez más extenso’” (International Herald Tribune, 1951).
El imperialismo EE.UU ha sido bastante sincero: el control del petróleo es importante ante todo por razones militares, así podía garantizar su suministro a sus propios ejércitos en tiempos de guerra y cortar su acceso a los ejércitos enemigos de los países rivales.
Aunque el BIPR reconoce que el capitalismo se encuentra en su etapa histórica de decadencia, este marco teórico desaparece cuando trata de comprender la guerra imperialista actual. La necesidad económica fundamental del capitalismo es todavía la de la acumulación de capital, pero las relaciones de producción que en su día le aseguraron su fantástico desarrollo le impiden ahora encontrar suficientes campos de expansión. La producción creciente se dirige hacia la destrucción en lugar de hacia la reproducción de la riqueza. La comprensión de que la guerra, mientras se hace cada vez más y más necesaria para la burguesía, ha dejado de ser beneficiosa para el sistema capitalista en su conjunto no supone por tanto ninguna negación del materialismo marxista, sino una expresión de la capacidad de éste de comprender las fases sucesivas que atraviesa un sistema económico, en particular desde su fase ascendente a la etapa decadente. En esta última etapa, las exigencias económicas continúan apremiando a la burguesía, sobre todo en los períodos de crisis abierta, no hacia la guerra por un beneficio financiero inmediato o particular, sino hacia una lucha global y en última instancia suicida por obtener una supremacía militar sobre las naciones rivales.
Solo si aplicamos las implicaciones de la decadencia capitalista a los conflictos imperialistas actuales podemos mostrar a la clase obrera el enorme peligro que representa la guerra en Afganistán, y aquellos conflictos que, inevitablemente vendrán después. El BIPR, por su parte, tiende a ofrecer al proletariado una imagen falsa y peligrosamente confiada de un sistema que, como en su fase juvenil, es aún capaz de subordinar sus objetivos militares a las necesidades de la expansión económica.
Más aún, con esta falsa concepción de un imperialismo europeo, unido en torno al euro, el BIPR da una impresión de una evolución relativamente estable del capitalismo mundial hacia dos nuevos bloques imperialistas. Al contrario, los intereses antagónicos y contradictorios de unas potencias europeas frente a otras, así como, frente a EE.UU señala la entrada de un período diferente de la decadencia capitalista. Indica una fase terminal de descomposición en la que, incluso si Alemania intentara afirmarse como polo alternativo a Estados Unidos, el caos imperialista es lo predominante, y en la que los conflictos militares no harán sino multiplicarse de una manera catastrófica.
Es muy cierto pues que la guerra en Afganistán tiene que ver con el mantenimiento y el reforzamiento por parte de EE.UU de su posición como única superpotencia mundial. Pero esa situación no está determinada por factores económicos específicos, como el control del petróleo, tal y como lo plantea el BIPR. Depende mucho más de cuestiones geoestratégicas, de la capacidad de los Estados Unidos de alcanzar una supremacía militar en áreas clave del mundo, y de impedir que sus rivales puedan poner en cuestión seriamente sus posiciones. Son áreas del mundo, que como Afganistán, ya demostraron su valor estratégico para las potencias imperialistas mucho antes de que el petróleo llegara a conocerse como el “oro negro”. No fue por el petróleo si el Imperio británico del siglo XIX envío en dos ocasiones a sus ejércitos a Afganistán y acabó logrando instalar allí un dirigente fantoche. La importancia de Afganistán no deriva del hecho de que pueda alojar un posible oleoducto, sino por su posición central entre las potencias imperialistas de Oriente Medio y Lejano, así como las del sur de Asia. Su control aumentará enormemente el poder de EE.UU no sólo en esa región, sino respecto a los principales imperialismos europeos.
Estados Unidos alcanzó su posición imperialista dominante esencialmente porque salió victorioso de las dos guerras mundiales. La clave para conservar esa posición estará también basada fundamentalmente en lo militar.
Como
[1] Ver los libros editados por la CCI, La Izquierda comunista italiana, y La Izquierda comunista germano-holandesa.
[2] Ver, por ejemplo, “Los revolucionarios denuncian la guerra imperialista” en World Revolution (publicación de la CCI en Gran Bretaña) nº 249, noviembre de 2001
[3] En la Revista comunista internacionalista nº 10, el BIPR reconoce incluso la importancia de las cuestiones estratégicas y militares sobre las económicas: «Sigue estando entonces en manos del liderazgo político y del ejército el establecer la dirección política de cada estado en función de una única exigencia: una valoración de cómo alcanzar la victoria militar ya que ésta anula ahora la victoria económica» (“Final de la guerra fría: nuevos pasos hacia un nuevo alineamiento imperialista”).
[4] Hay que subrayar aquí que el BIPR se equivoca sencillamente ya en los hechos cuando dice que: “La región que rodea el mar Caspio es el mayor paraje conocido del mundo por sus reservas sin explotar de petróleo”. Las reservas conocidas de petróleo de toda Rusia ascienden a 63 mil millones de barriles, las de los cinco productores principales de Oriente Medio a más de diez veces esa cantidad; solo ya Arabia Saudí posee más del 25 % de las reservas mundiales conocidas. Además el crudo saudí es mucho más rentable (considerando solo el aspecto económico que tanto le gusta al BIPR), pues solo sale a un dólar por barril extraído y sin el enorme costo que implica la necesaria construcción de oleoductos a través de las montañas de Afganistán o del Cáucaso.
[5] Un libro reciente: Ben Laden: la verité interdite (La verdad prohibida) de Jean-Charles Brisard y Guillaume Dasquie (editions Denoel, París, 2001), trata sobre la diplomacia encubierta entre el gobierno norteamericano y el régimen talibán hasta el 11 de Septiembre, y tiende a señalar la conclusión opuesta a la que plantea el BIPR a propósito de las relaciones entre los intereses petroleros norteamericanos y el desarrollo de las hostilidades militares con Afganistán. Hasta el 17 de julio de 2001, EE.UU intentaba resolver diplomáticamente sus problemas pendientes con el régimen talibán, tales como la extradición de Bin Laden por su ataque al navío norteamericano “Cole”, así como a las embajadas de EE.UU en Nairobi y Dar es Salaam. Y los talibanes no eran ni mucho menos reacios a discutir estas cuestiones. De hecho tras la toma de posesión de Bush, los talibanes propusieron una especie de reconciliación que desembocase finalmente en un reconocimiento diplomático mutuo. Pero a partir de julio de 2001, EE.UU rompió efectivamente esas relaciones, enviando un mensaje muy provocador a los talibanes amenazándoles con acciones militares para detener a Bin Laden, y anunciando que estaban discutiendo con el antiguo monarca Zahir Sha la posibilidad de volver a poner en el trono de Kabul. Esto hace suponer que las intenciones guerreras de EE.UU estaban ya decididas antes del 11 de septiembre y de que el ataque terrorista fuera su pretexto. También nos sugiere que no eran los talibanes quienes impedían un proceso diplomático que hubiera conducido a un Afganistán más estable para los intereses petroleros de EE.UU, sino el propio gobierno norteamericano, el cual tenía otras prioridades. En lugar de la fórmula que plantea el BIPR: una guerra en Afganistán que sirva para estabilizar el país para un oleoducto, los hechos apuntan más bien a una guerra que ha desestabilizado la región entera en aras al objetivo más importante de la superioridad militar y geoestratégica de EE.UU.
[6] El capital se acumula o se “valora” mediante la extracción de sobretrabajo de la clase obrera.
En tiempos como los actuales, en que la perspectiva de acabar con la barbarie capitalista parece, para la mayoría de los obreros, fuera de alcance, más que nunca los revolucionarios tienen que insistir en la naturaleza a largo plazo de su trabajo, y no empantanarse en consideraciones que atañen sólo a la situación inmediata. El trabajo de los revolucionarios siempre está implicado con la perspectiva futura y no únicamente con la defensa de los intereses inmediatos del proletariado. Como la historia ha mostrado, una revolución sólo puede triunfar si la organización revolucionaria, el partido, está a la altura de las tareas que tiene que desempeñar.
Sin embargo un tal partido, capaz de cumplir sus tareas, no se proclama ni surge espontáneamente, sino que es el resultado de una largo trabajo de años de construcción y combate. En este sentido, los revolucionarios de hoy ya están implicados en la formación del futuro partido. Sería fatal que los revolucionarios subestimaran el significado histórico de su propio trabajo.
A pesar de que las organizaciones revolucionarias actuales surgieron en condiciones distintas que las Fracciones de izquierda, los revolucionarios de hoy contribuyen a la construcción del puente indispensable al futuro. Pero para ello deberán al menos ser capaces de asumir esa responsabilidad, pues la historia nos enseña precisamente que no todas las organizaciones que la clase ha hecho surgir en el pasado fueron capaces de estar a la altura de tal responsabilidad especialmente ante la prueba que fueron las guerras imperialistas o el surgimiento de un período de revolución.
Muchas organizaciones degeneraron o se destruyeron bajo la presión de la sociedad burguesa y su veneno, el oportunismo. Hoy también la presión del oportunismo es muy fuerte y por eso las organizaciones revolucionarias tienen que llevar un combate permanente contra esta presión.
El ejemplo más famoso de cómo degeneró una organización anteriormente es el caso de la socialdemocracia alemana, el SPD, que después de haber sido la mayor organización de la clase obrera del siglo XIX, vio como sus líderes traicionaron los intereses de la clase obrera cuando la burguesía inició la Primera Guerra mundial en Agosto de 1914. Otro ejemplo famoso es el del Partido bolchevique, que habiendo sido la vanguardia de la revolución proletaria de Octubre 1917, se convirtió en un enemigo de la clase obrera cuando fue integrado al Estado soviético.
Sin embargo, cuando una organización revolucionaria degeneraba y traicionaba los intereses de la clase obrera, ésta fue capaz de generar una Fracción, que luchó contra la traición y la degeneración.
«La continuidad histórica entre el viejo y el nuevo partido de clase sólo puede hacerse a través del canal de la fracción, cuya función histórica consiste en hacer el balance político de la experiencia, en pasar por la criba de la crítica marxista los errores e insuficiencias del programa de ayer, en extraer de la experiencia los principios políticos que completen el viejo programa y sean la condición de una postura progresiva del nuevo programa, indispensable para la formación del nuevo partido. Al mismo tiempo que la fracción es un lugar de fermentación ideológica, el laboratorio del programa de la revolución en el período de retroceso, también es el terreno en que se forjan los cuadros, se forma el material humano, los militantes del futuro partido» (L’Etincelle nº 10, Enero 1946) ([1]).
En la primera parte de este artículo queremos recordar algunas de las lecciones principales de las degeneraciones anteriores y el combate de las fracciones. En la segunda parte trataremos más precisamente cómo se organizaron las fracciones para llevar a cabo ese combate contra la degeneración.
Cuando el 4 de agosto de 1914 el grupo parlamentario de la socialdemocracia votó unánimemente a favor de los créditos de guerra y apoyó así plenamente la movilización guerrera del imperialismo alemán, por primera vez en la historia del movimiento obrero un partido de la clase obrera cometía traición. Para una organización política burguesa no puede haber traición de sus intereses de clase en beneficio del proletariado; esto podría ser cierto en caso de que, por razones circunstanciales, se negara en un momento dado a participar en la guerra imperialista. En cambio, rechazar el internacionalismo es la peor violación de los principios proletarios que pueda cometer una organización proletaria, sentenciando su paso al campo burgués.
En realidad, esta traición al campo proletario por parte de la dirección de la socialdemocracia fue la culminación de un largo proceso de degeneración. Aunque Rosa Luxemburg ([2]) fue una de las primeras en darse cuenta ya a finales del siglo XIX del proceso de fosilización oportunista, la amplitud de ese proceso no pudo reconocerse hasta la traición de 1914. Puede verse hasta qué extremo la mayoría de los revolucionarios no eran conscientes de la profundidad de la degeneración a través de la sorpresa total de Lenin cuando se enteró del voto del SPD a favor de los créditos de guerra, en agosto de 1914, que pensó que era una difamación, una falsa noticia, creyéndose también que el ejemplar del Vorwärts (periódico del SPD) que había recibido en Suiza era uno falso impreso por el gobierno alemán para engañar a los obreros.
Para que empiece un proceso de degeneración, tienen que existir las condiciones materiales que permitan tal dinámica y la clase obrera esté políticamente debilitada. A comienzos del siglo XX la clase obrera se dejo impactar por la ilusión sobre la posibilidad de una transición pacífica del capitalismo al socialismo. Años de crecimiento ininterrumpido (a pesar de altos y bajos coyunturales) pusieron las bases materiales para que crecieran esas ilusiones. Bernstein ([3]) representó esas ilusiones de la forma más extrema cuando afirmó que el capitalismo puede superarse a través de una serie de reformas y que “el fin no es nada y lo importante es el movimiento”.
Rosa Luxemburg percibía la gran confusión causada por ese incremento del oportunismo que comenzaba en el SPD, cuando escribía en marzo de 1899 en una carta a Leo Jogiches ([4]):
“El mismo Bebel ([5]) está viejo, y deja pasar las cosas; se siente aliviado si otros luchan, pero no tiene ni la energía ni el valor para tomar la iniciativa.
“Todo el partido está en mal estado, anda descabezado. Nadie dirige nada, nadie se siente responsable” (03.03.1899, Cartas a Leo Jogiches).
Poco tiempo después en otra carta a Jogiches, menciona las intrigas, el miedo y el resentimiento en el partido hacia ella, que apareció tan pronto como empezó a luchar contra ese proceso.
“No tengo intención de limitarme a criticar. Al contrario, me propongo urgentemente ‘impulsar’ en positivo, no a los individuos, sino al conjunto del movimiento... señalar nuevos caminos (...) luchar contra la dejadez general etc., en pocas palabras, ser una fuerza conductora permanente en el movimiento...
“... y por supuesto, la agitación oral y escrita, que se ha osificado en sus viejas formas y ya no tiene un impacto, tiene que recuperarse en una nueva onda, en general quiero dar un aliento de nueva vida a la prensa, los folletos y las reuniones del partido” (01/05/1899, idem).
Y cuando Rosa Luxemburg escribió Reforma o Revolución, en abril de 1899, mostró no sólo su determinación de combatir contra esas tendencias oportunistas, sino también que había comprendido que su lucha tenía que entenderse en toda su dimensión programático-teórica. Señaló que “Por ello muéstrase, en aquellos que no pretenden conseguir mas que resultados prácticos, la tendencia natural a pedir libertad de movimientos, esto es, a separar la “teoría” de la práctica, a independizarse de aquella... Está claro que esta corriente quisiera afirmarse frente a nuestros principios, llegando incluso a oponerse a la misma teoría, y en lugar de ignorarla, tratar de destruirla, confeccionando una teoría propia” (Reforma o Revolución, Ed. Fontamara, Barcelona 1975).
Así, la degeneración siempre se expresa a través de poner en cuestión el programa político, pero se confronta a la resistencia de una parte del partido que permanece fiel a los principios del partido.
La lucha del ala izquierda de la II Internacional por tanto, fue desde el principio una lucha política por la defensa del marxismo contra sus detractores, pero también fue un intento de sacar lecciones de las nuevas condiciones del capitalismo decadente. Percibiendo esas nuevas condiciones e intentando situarlas en un marco preciso, Rosa Luxemburg en Huelga de masas, partido y sindicatos, y Pannekoek ([6]) en Diferencias tácticas en el movimiento obrero, intentaron comprender las raíces más profundamente ancladas del oportunismo y su incapacidad para captar las nuevas condiciones de la lucha en la decadencia del capitalismo.
Pero el ala izquierda de la Socialdemocracia era una minoría, porque la mayoría del partido tenía graves dificultades para combatir contra las ideas revisionistas, puesto que el parlamentarismo y la integración creciente del aparato sindical en el Estado, permitió que esas ilusiones se extendieran y crearan un aparato leal al Estado y alejado de la clase obrera y hostil a ella.
Una degeneración siempre toma cuerpo en una parte específica de la organización, que por identificarse con los intereses de la clase dominante, paso a paso arroja por la borda los principios básicos del partido y actúa como leal defensora del Estado y del capital nacional. Esta parte degenerada de la organización está abocada a oponerse a cualquier debate, por su propia naturaleza es monolítica e intenta silenciar cualquier crítica. Así, la Socialdemocracia que, en tiempos de las leyes antisocialistas (1878-1890) había sido el centro de la vida proletaria y de muchos debates controvertidos, no sólo se había convertido cada vez más en un club para votar, sino que sofocaba los debates. Muchos artículos del ala izquierda eran sometidos a la censura de la dirección del partido, otros oponentes eran amordazados, la dirección intentó expulsar a la Izquierda de los equipos de redacción de los periódicos y en las votaciones en el parlamento, los diputados tenían que obedecer la disciplina.
Rosa Luxemburg vio y condenó esas tendencias con toda claridad, se comprometió a no abandonar el partido a su suerte, sino a luchar por su enderezamiento, porque el principio de los comunistas no es “salvar su pellejo” sino luchar por la organización.
En una carta a Clara Zetkin ([7]) del 16 de diciembre de 1906, le insistía:
“Soy muy consciente de todas las dudas y estrecheces mentales de nuestro partido y me duele mucho.
“Pero no puedo dejarme perturbar por estas cosas, porque he entendido con una claridad apabullante que no podemos cambiarlas y cambiar a la gente mientras no cambien las condiciones. Y aún entonces, y he pensado en esto con sosiego, con tranquilidad, y me he preparado para eso, tendremos que confrontar la inevitable resistencia de mucha gente si queremos llevar a las masas hacia delante. Tal y como están las cosas, Bebel y los otros han optado por el parlamentarismo y están plenamente dedicados a ello. Si hay cualquier cambio que trascienda los límites del parlamentarismo, lo desaprobarán totalmente, e incluso tratarán de llevarlo al terreno parlamentario, se opondrán con todas sus fuerzas a todo y a todos los que intenten ir más allá, tratándolos de ‘enemigos del pueblo’…
“Tengo la impresión de que las masas e incluso una gran cantidad de nuestros camaradas, han roto con el parlamentarismo. Todos celebrarían que hubiera una ráfaga de aire fresco, un rumbo nuevo de nuestra táctica; les pesan como un bulto a la espalda los viejos caciques, y sobre todo las altas capas de editores oportunistas, de diputados y líderes sindicales. Nuestra tarea es oponer la más firme protesta contra esas autoridades que se descomponen... Si empezamos una ofensiva contra el oportunismo, las viejas capas dirigentes estarán todas en nuestra contra... ¡Estas son tareas que sólo pueden cumplirse a lo largo de varios años!” (Rosa Luxemburg, Correspondencia).
A pesar de que el ala Izquierda se enfrentó a la resistencia creciente dentro del partido, a nadie se le ocurrió reagruparse en un cuerpo separado, ni mucho menos abandonar el partido a los oportunistas. El 19 de abril de 1912, Rosa Luxemburg expresó su punto de vista en una carta a Franz Mehring ([8]):
“Seguramente te darás cuenta de que se acercan tiempos en que las masas en el partido necesitarán una dirección enérgica, firme y generosa, y que nuestros dirigentes – Ejecutiva, órgano central, grupo parlamentario – cada vez son más miserables, cobardes, y cretinos parlamentarios. Claramente, tenemos que encarar ese atractivo futuro y ocupar y mantener todas las posiciones que nos permitan contrariar a la dirección oficial ejerciendo el derecho de crítica...
“Esto hace que nuestro deber sea aguantar hasta el final, y no hacerles a los jefes oficiales del partido el favor de plegar. Tenemos que estar preparados para luchas y fricciones continuas, particularmente cuando alguien ataque ese sancta santorum del cretinismo parlamentario... Pero a pesar de todo, no ceder una pulgada parece ser la consigna correcta”.
Marchlewski ([9]) señalaba (16.12.1913):
“somos de la opinión de que el partido está pasando una crisis interna mayor que cuando apareció el revisionismo por primera vez. Estas palabras pueden parecer duras, pero tengo la convicción de que la amenaza de un estancamiento completo se cierne sobre el partido si las cosas continúan como hasta ahora. En semejante situación, sólo hay una consigna para un partido revolucionario: la mayor y más severa autocrítica” (citado por Nettl en Rosa Luxemburg, traducido por nosotros).
De esta forma, la degeneración del SPD originó una corriente de izquierda dentro de la IIª internacional, que sin embargo se vio confrontada a diferentes condiciones en cada país. El SPD alemán fue uno de los partidos más impregnados por el oportunismo, pero sólo cuando la dirección del partido traicionó el internacionalismo proletario, la corriente de izquierda se dio una forma organizada.
En Holanda, el ala izquierda fue expulsada del SDAP (Partido obrero socialdemócrata) y formó el SDP (Partido socialdemócrata – Tribunistas –) en 1909. Sin embargo esta escisión ocurrió demasiado pronto – como señalamos en nuestro análisis de la Izquierda holandesa ([10]).
En Rusia, el Partido obrero socialdemócrata ruso se dividió profundamente entre bolcheviques y mencheviques desde 1903.
Tras las decisiones de la mayoría del Congreso en 1903, los mencheviques no reconocieron las decisiones del Congreso, y a través de una serie de maniobras, intentaron echar a los bolcheviques del partido. Los bolcheviques defendieron los principios del partido, que cada vez más eran socavados por los mencheviques, que a su vez comenzaban a estar infectados por el oportunismo. En la socialdemocracia rusa la penetración del oportunismo se manifestó primero en problemas de organización pero no tardó en manifestarse también en cuestiones de táctica, pues, en la Revolución de 1905 en Rusia, los mencheviques adoptaron en su gran mayoría una postura de apoyo sin más a la burguesía liberal, mientras que los bolcheviques propugnaban una política independiente por parte de la clase obrera. La mayoría de este ala oportunista del partido – agrupada bajo la bandera de los mencheviques – se pasó al campo de la burguesía en 1914 cuando traicionó también el internacionalismo proletario. Pero los bolcheviques lucharon casi durante 10 años dentro del mismo partido con los mencheviques, antes de que se produjera la escisión en 1912. Cuando estaban organizados como una fracción en el seno del POSDR, los bolcheviques, a pesar de las profundas divergencias con los mencheviques, no tuvieron que enfrentar un proceso de degeneración semejante al que ocurrió en el SPD. Sin embargo, al organizarse como una corriente separada, luchando resueltamente contra el oportunismo y permaneciendo fieles al programa marxista del partido, sentaron las bases para la ulterior formación del Partido bolchevique y del Partido comunista en 1917-18.
Así, antes de 1914, los bolcheviques, aunque trabajando en condiciones diferentes, también contribuyeron decisivamente a la experiencia de una fracción.
Podemos señalar una característica del trabajo de las corrientes de Izquierda antes de 1914: estas corrientes de izquierda no se reagruparon realmente a nivel internacional, ni tomaron una forma organizada – a excepción de los bolcheviques. Como apuntó Bilan:
«El problema de la Fracción tal y como la concebimos nosotros – es decir, como un momento de la reconstrucción del partido de clase – no tenía sentido, ni podía tenerlo, en el seno de la Iª y la IIª Internacional. Los que se llamaron entonces ‘Fracción’, o más comunmente, ‘ala derecha’, o ‘ala izquierda’, o ‘corriente intransigente’, o en fin, ‘revolucionaria’ o ‘reformista’, no fueron – en la mayor parte de los casos, a excepción de los bolcheviques – mas que ‘ententes’ fortuitos en vísperas o durante los congresos, con el fin de hacer prevalecer ciertos órdenes del día sin ninguna continuidad organizativa...” (Bilan, “La fraction dans les partis socialistes de la Seconde internationale”, nº 24, Oct. 1935, traducido por nosotros).
Aunque hubo momentos en que unieron sus fuerzas y presentaron mociones comunes o enmiendas en los congresos (por ejemplo en Sttugart en 1907, y en Basilea en 1912 sobre el peligro de guerra), no hubo una posición común de los grupos de izquierda.
Hay varios elementos que explican esta relativa dispersión. El primero son las diferentes condiciones materiales en los países en que se hallaban los partidos de la II Internacional.
Por ejemplo, debido al atraso económico de Rusia, en comparación con Alemania, los obreros en Rusia no habían podido arrancar las mismas concesiones del capital, el impacto del sindicalismo era más débil en Rusia; la presencia parlamentaria del partido obrero socialdemócrata ruso era mucho menor que la del SPD alemán, y las ilusiones democráticas y el cretinismo parlamentario incomparablemente menor. Otro elemento era la estructura federalista de la IIª Internacional – que hacía difícil para los revolucionarios tener un conocimiento profundo de la situación respectiva en cada uno de los países. Debido a la estructura federalista no había una verdadera centralización, y el concepto de una lucha común centralizada de las alas de izquierda aún no existía.
“El trabajo fraccional de Lenin, se desarrolló únicamente en el seno del partido ruso, sin que intentara plantearlo a escala internacional. Para convencerse basta con leer sus intervenciones en diferentes congresos, y se puede confirmar que ese trabajo quedó completamente desconocido fuera de las esferas rusas” (Bilan, Idem, citado en Revista internacional nº 64).
En cierto modo, la II Internacional era todavía una expresión de la fase ascendente del capitalismo, donde los diferentes partidos miembros podían existir a nivel federal, “cada uno por su lado”, en vez de estar unidos en un cuerpo único.
El estallido de la Primera Guerra mundial en 1914, la traición del SPD y la muerte de la II Internacional, ponían a los revolucionarios ante una nueva situación.
La Primera Guerra mundial significaba que el capitalismo mundial se había convertido en una sistema decadente en todo el mundo, confrontando a los revolucionarios con las mismas tareas en todas partes; esto requería una intervención de los revolucionarios que ya no fuera de tipo federal, sino centralizada – con el mismo programa y la necesidad de una unificación internacional de las fuerzas revolucionarias.
Tras la traición de la dirección de la Socialdemocracia, ¿tenían los revolucionarios que abandonar el partido y construir su propia organización inmediatamente?
La corriente de la Izquierda alemana, en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht comprendió inmediatamente la nueva situación:
Esa corriente se puso manos a la obra sin vacilación, sin esperar una primera reacción de los obreros contra la guerra. Durante los 52 meses de guerra, la mayoría de sus dirigentes fueron a prisión – desde donde continuaron su trabajo como fracción! Los Espartaquistas y otras fuerzas de izquierda padecían entonces condiciones extremadamente duras: tenían que enfrentarse a un aparato represivo estatal cada vez mayor, mientras la dirección del partido denunciaba las voces internacionalistas tan abiertamente como lo haría cualquier agente de policía. Muchos miembros del partido que defendían el internacionalismo en las reuniones del partido, poco después eran denunciados y arrestados por la policía. Bajo las más difíciles condiciones de ilegalidad, los espartaquistas continuaron luchando por la reconquista del partido contra la dirección chovinista, pero al mismo tiempo prepararon las condiciones para la formación de un nuevo partido. Su defensa de un programa revolucionario significaba que tenían que combatir continuamente las actitudes centristas en el SPD. Esta dura lucha de los Espartaquistas por el partido, para impedir que la burguesía se apropiara de él, serviría después de punto de referencia para los camaradas de la Izquierda italiana que se opusieron a la dirección de la Internacional comunista durante varios años.
La otra fuerza importante capaz de cumplir un verdadero trabajo como fracción después de 1914 fueron los bolcheviques. Con muchos de sus dirigentes en el extranjero en el exilio, también se implicaron en una dura lucha por la defensa del internacionalismo proletario. Lenin y los otros bolcheviques fueron los primeros en declarar que la II Internacional había muerto y en movilizarse por el reagrupamiento de las fuerzas internacionales. Participaron activamente en la Conferencia de Zimmerwald de 1915, cuya ala izquierda formaron junto con otros especialmente los militantes de la Izquierda holandesa.
En el exilio o en Rusia, actuaron como la fuerza principal que impulsaba adelante la resistencia de la clase obrera a la guerra. Sin duda fue su capacidad de mantener alta la bandera del internacionalismo, de impulsar la perspectiva de una lucha internacional (convertir la guerra imperialista en una guerra de clases) lo que permitió a la clase obrera en Rusia alzarse contra la guerra y comenzar el proceso revolucionario.
Así los Espartaquistas y los bolcheviques, fueron la punta de lanza de un gran movimiento revolucionario durante la guerra, y se convirtieron en los pilares indispensables para terminar la guerra y empujar las luchas hacia su extensión internacional y la destrucción del capitalismo.
Mostraron claramente que ninguna fracción puede cumplir su responsabilidad militante si no lucha en dos frentes: intervenir en la clase obrera y al mismo tiempo defender y construir una organización revolucionaria. Para ambas fracciones hubiera sido impensable retirarse de cualquiera de estos dos frentes.
En el caso de la socialdemocracia, un partido había degenerado para acabar traicionando los intereses de clase en una situación de guerra. Podemos ver ahora el segundo gran ejemplo de una degeneración: la del Partido bolchevique.
Habiendo sido la vanguardia de la clase obrera, y la fuerza decisiva que hizo posible la toma del poder por los consejos obreros en Octubre de 1917, el Partido bolchevique fue gradualmente absorbido por el Estado ruso cuando se detuvo la extensión internacional de la revolución. Aquí, de nuevo, contrariamente al punto de vista anarquista, que reivindica que cualquier partido está condenado a traicionar, hay un trasfondo material objetivo que empujó al Partido bolchevique a ser digerido por el Estado ruso.
Como explicamos en nuestra presentación de la historia de las Fracciones de izquierda ([11]):
“El retroceso de la oleada revolucionaria y el aislamiento de la Revolución rusa dio lugar a un proceso de degeneración tanto en la Internacional comunista como en el poder soviético en Rusia. El Partido bolchevique se había fusionado cada vez más con un aparato burocrático de Estado que crecía en proporciones inversas a los propios órganos proletarios de poder y participación – los soviets, los comités de fábrica y guardias rojos. En el seno de la Internacional, los intentos de ganar el apoyo de las masas en una fase de actividad decreciente de las masas engendró ‘soluciones’ oportunistas – creciente énfasis en el trabajo parlamentario y sindical, llamamiento a los pueblos de Oriente a levantarse contra el imperialismo, y sobre todo, política de Frente unido, que tiraba a la basura toda la claridad adquirida duramente sobre la naturaleza capitalista de los socialpatriotas”.
Ese giro oportunista, favorecido por el debilitamiento internacional de la clase obrera y el aislamiento de la revolución en Rusia, se convirtió gradualmente en un auténtico proceso de degeneración, que tras media docena de años, culminó con la proclamación del “socialismo en un solo país” en 1926.
Como en la degeneración del SPD antes de la Primera Guerra mundial, este proceso también estuvo marcado por una aniquilación gradual de la vida del partido. Las fuerzas del partido que estaban más íntimamente ligadas e integradas en el aparato de Estado eran las que movían los hilos.
Después de algunas protestas muy tempranas contra el sofoco de la vida del partido, previniendo sobre la creciente burocratización del partido (ver los artículos en la Revista internacional 8 y 9 sobre la degeneración de la Revolución rusa y la labor de la Izquierda comunista en Rusia) se tomaron una serie de medidas para silenciar las fuerzas de oposición:
De manera similar a la IIª Internacional, el proceso de degeneración no se limitó al Partido bolchevique; este proceso se produjo en todos los partidos de la Internacional comunista. Paso a paso siguieron el trágico curso del partido ruso – sin haber sido necesariamente integrados en los respectivos Estados de los países donde desarrollaban su actividad, todos escogieron sacrificar los intereses del proletariado internacional a los del Estado ruso.
Una vez más, el proletariado reaccionó con “anticuerpos”, formando una izquierda comunista: «Es evidente que la necesidad de la fracción es expresión de la debilidad del proletariado, bien porque se encuentre desmembrado, o ganado por el oportunismo» (“Projet de résolution sur les problèmes de la Fraction de gauche”, Bilan nº 17, abril 1935, traducido por nosotros).
Pero igual que el crecimiento del oportunismo en la IIª Internacional provocó una respuesta proletaria en forma de corrientes de izquierda, las corrientes de la izquierda comunista resistieron la marea de oportunismo en la IIIª Internacional – muchos de los portavoces de esta corriente de izquierdas, como Pannekoek o Bordiga ([12]), habían demostrado ser los mejores defensores del marxismo en la vieja internacional.
La Izquierda comunista era esencialmente una corriente internacional y estaba presente en muchos países diferentes, desde Bulgaria a Gran Bretaña, y desde USA a Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraban precisamente en esos países donde la tradición marxista era mayor: Alemania, Italia y Rusia.
En Alemania, la profundidad de la tradición marxista, junto al gran ímpetu que provenía del movimiento de las masas del proletariado, ya había engendrado, en lo más alto de la oleada revolucionaria, algunas de las posiciones políticas más avanzadas, particularmente sobre la cuestión parlamentaria y sindical. Pero la Izquierda comunista como tal apareció en respuesta a los primeros signos de oportunismo en el partido comunista alemán y la Internacional, y su primera punta de lanza fue el KAPD (Partido comunista obrero de Alemania), formado en 1920, cuando la oposición de Izquierda en el KPD fue expulsada por una maniobra sin principios. Aunque fue criticada por la dirección de la IC por “infantil” y “anarcosindicalista”, el rechazo por parte del KAPD de las viejas tácticas parlamentaria y sindical se basaba en un profundo análisis marxista de la decadencia del capitalismo, que hacía obsoletas estas tácticas y exigía nuevas formas de organización para la clase – los comités de fábrica y los consejos obreros; lo mismo puede decirse de su claro rechazo de la vieja concepción de la socialdemocracia del “partido de masas” a favor de una noción del partido como un núcleo de claridad programática – una noción directamente heredada del bolchevismo. La defensa intransigente del KAPD de esas adquisiciones contra una vuelta a las viejas tácticas socialdemócratas, lo convirtió en el nucleo central de una corriente internacional que tenía una presencia en muchos países, particularmente en Holanda, cuyo movimiento revolucionario estaba íntimamente ligado a Alemania a través del trabajo de Pannekoek y Gorter. Esto no significa que la Izquierda comunista en Alemania a comienzos de los años 20 no sufriera importantes debilidades.
En Italia, por otra parte, la Izquierda comunista – que inicialmente ocupaba una posición mayoritaria en el partido comunista de Italia – fue particularmente clara sobre las cuestiones de organización, y esto le permitió no sólo llevar una valerosa batalla contra el oportunismo en la Internacional que degeneraba, sino también engendrar una fracción comunista que fuera capaz de sobrevivir al naufragio del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la noche de la contrarrevolución. Durante los primeros años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo respecto a la cuestión parlamentaria, en contra de unir a la vanguardia comunista con los grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia en las masas”, en contra de la consigna del Frente unido, y del “gobierno obrero”, también se basaban en una profunda comprensión del método marxista. Lo mismo se puede decir de su análisis del nuevo fenómeno del fascismo y su rechazo consecuente de cualquier frente antifascista con los partidos de la burguesía “democrática”. El nombre de Bordiga está irrevocablemente asociado con esta fase de la historia de la Izquierda comunista italiana, pero a pesar de la gran importancia de su contribución militante, la Izquierda italiana no puede reducirse a Bordiga, igual que el bolchevismo no se limita a Lenin: ambos personajes fueron productos orgánicos del movimiento político proletario.
El aislamiento de la Revolución rusa había producido, como ya hemos dicho, un creciente divorcio entre la clase obrera y la máquina cada vez más burocrática del Estado – cuya expresión más trágica fue el aplastamiento en marzo de 1921 de la revuelta de los obreros y marineros de Kronstadt por el propio Partido bolchevique del proletariado, que estaba más y más implicado en el Estado. Pero precisamente porque era un verdadero partido proletario, el bolchevismo también produjo numerosas reacciones internas contra su propia degeneración. Lenin mismo – que en 1917 había sido el portavoz más claro de la izquierda del partido – hizo hacia el final de su vida, algunas críticas muy pertinentes de la inclinación del partido al burocratismo; y al mismo tiempo, Trotsky se convirtió en el representante principal de una Oposición de izquierdas, que trató de restaurar las normas de democracia proletaria dentro del partido, y que continuó combatiendo las expresiones más notables de la contrarrevolución estalinista, particularmente la teoría del “socialismo en un solo país”. Pero en gran medida porque el bochevismo había minado su propio papel como vanguardia proletaria al fusionarse con el Estado, las corrientes de izquierda más importantes en el partido, tendían a estar dirigidas por figuras menos conocidas que fueron capaces de permanecer más cerca de la clase que de la máquina estatal. Ya en 1919, el grupo Centralismo democrático, dirigido por Ossinski, Smirnov y Sparanov, había comenzado a advertir contra el “vaciamiento” de los soviets y el creciente alejamiento de los principios de la Comuna de París. Críticas similares hizo en 1921 el grupo de la Oposición obrera, dirigido por Kollontai y Shliapnikov, aunque éste último resultó menos riguroso y duradero que los “Decistas” (de las siglas en inglés “Democratic Centralism”), que siguió jugando un papel importante durante los años 20, y que iba a desarrollar una posición similar a la de la Izquierda italiana.
En 1923, el grupo obrero de Miasnikov sacó un Manifiesto y desarrolló una importante intervención en las huelgas de ese año. Su posición y sus análisis eran próximos a los del KAPD. Todos estos grupos, no sólo surgieron del partido bolchevique, sino que continuaron luchando dentro del partido por volver a los principios originales de la revolución. Pero a medida que las fuerzas de la contrarrevolución ganaban fuerza dentro del partido, la cuestión clave era la capacidad de las diferentes corrientes de oposición de ver la verdadera naturaleza de esta contrarrevolución, y de romper con cualquier esbozo de lealtad sentimental a sus expresiones organizadas. Esto mostró la divergencia fundamental entre Trotski y la Izquierda comunista rusa: mientras el primero iba a permanecer toda su vida vinculado a la noción de la defensa de la Unión soviética e incluso a la de la naturaleza obrera de los partidos estalinistas, los comunistas de izquierda vieron que el triunfo del estalinismo – incluidos sus “giros a la izquierda” que confundieron a muchos de los seguidores de Trotski – significaba el triunfo del enemigo de clase e implicaba la necesidad de una nueva revolución. Sin embargo, muchos de los mejores elementos de la oposición trotskista – los llamados “irreconciliables” – fueron por su parte más allá que las posiciones de la Izquierda comunista a finales de los años 20 y comienzos de los 30. Pero el terror estalinista ya casi había eliminado esos grupos a fines de la década.
En contraste con esta trayectoria, la Fracción de izquierda italiana en torno a la revista Bilan, definió correctamente las tareas del momento: primero no traicionar los principios elementales del internacionalismo ante la marcha a la guerra; segundo, sacar un “balance” del fracaso de la oleada revolucionaria y en particular de la Revolución rusa, y elaborar las lecciones apropiadas que puedan servir de teoría para la fundación de los nuevos partidos que emergerán del futuro resurgir de la lucha de clases. La guerra en España fue un test particularmente duro para los revolucionarios; muchos capitularon a los cantos de sirena del antifascismo y no vieron que ambos bandos en la guerra eran imperialistas, que se trataba de un ensayo general de la próxima guerra mundial. Bilan sin embargo, se mantuvo firme y llamó a la lucha de clases contra ambas facciones de la burguesía, la fascista y la republicana, igual que Lenin denunció ambos bandos en la Primera Guerra mundial. Al mismo tiempo, las contribuciones teóricas que hizo esta corriente – con la que más tarde se reagruparían otras fracciones en Bélgica, Francia y Mexico – fueron inmensas e irremplazables. En sus análisis de la degeneración de la Revolución rusa – que nunca le llevó a cuestionar el carácter proletario de 1917; en sus investigaciones sobre los problemas del futuro período de transición; en su trabajo sobre la crisis económica y las bases de la decadencia del capitalismo; en su rechazo de la posición de la Internacional comunista de apoyo a las luchas de “liberación nacional”; en su elaboración de la teoría del partido y la fracción; en sus continuas pero fraternas polémicas con otras corrientes políticas proletarias; en estas y muchas otras áreas, la Fracción de izquierda italiana cumplió sin duda su tarea de poner las bases programáticas para las organizaciones proletarias del futuro.
La fragmentación de los grupos de la Izquierda comunista en Alemania se completó con el terror nazi, a pesar de que bajo el régimen de Hitler aún persistió alguna actividad revolucionaria clandestina. Durante los años 30, la defensa de las posiciones revolucionarias de la Izquierda alemana fue ampliamente llevada a cabo en Holanda, particularmente por el trabajo del Grupo de comunistas internacionalistas; también en América por el grupo dirigido por Paul Matick.
Como Bilan, la Izquierda alemana permaneció fiel al internacionalismo resistiendo las tentaciones de “defender la democracia” frente a todas las guerras imperialistas locales que allanaron el camino a la carnicería global. Continuó profundizando su comprensión de la cuestión sindical, de las nuevas formas de organización obrera en la época de la decadencia del capitalismo, de las raices materiales de la crisis capitalista, de la tendencia al capitalismo de Estado. También mantuvo una intervención importante en la lucha de clases, particularmente hacia el movimiento de los desempleados. Pero la izquierda holandesa, traumatizada por la derrota de la revolución rusa, se deslizaba cada vez más hacia la negación consejista de la organización política, y por ende de su propia función. Junto a esto, también desarrollaba un rechazo total del bolchevismo y de la revolución rusa, que rechazaron como burgueses desde el principio. Estas teorizaciones fueron la semilla de su posterior desaparición. Aunque el comunismo de izquierda en Holanda continuó incluso bajo la ocupación nazi, y dio origen a una importante organización después de la guerra – Spartacusbund, que inicialmente volvió atrás a la posición pro-partido del KAPD –, las concesiones de la Izquierda holandesa al anarquismo sobre las cuestiones organizativas, hicieron que cada vez fuera más difícil para ella mantener cualquier clase de continuidad organizada los años siguientes.
La Izquierda italiana por su parte, mantuvo en cierto modo la continuidad organizativa, pero no sin que la contrarrevolución se cobrara su precio. Justo antes de la guerra, la Fracción italiana se vio desorientada por la “teoría de la economía de guerra”, que negaba la inminencia de la guerra mundial, pero su trabajo continuó, particularmente a través de la aparición de la Fracción francesa en medio del conflicto imperialista. Hacia el final de la guerra, el estallido de importantes luchas proletarias en Italia creó más confusión en las filas de la fracción; la mayoría volvió a Italia para formar, con Bordiga, que había estado inactivo políticamente desde los años 20, el Partido comunista internacionalista de Italia, que aunque se opuso a la guerra imperialista, se formó sobre bases programáticas poco claras y con un análisis fallido del período: creían que se desarrollaría un combate revolucionario.
La mayoría de la fracción francesa se oponía a esta orientación política, y comprendió más rápidamente que el período era aún de contrarrevolución triunfante, y que, consecuentemente, las tareas de la fracción no habían terminado. La Izquierda Comunista de Francia, continuó trabajando pues en el espíritu de Bilan, y aunque no abandonó su responsabilidad de intervenir en las luchas inmediatas de la clase, concentró sus energías en el trabajo de clarificación política y teórica, y llevó a cabo importantes avances, particularmente sobre la cuestión del capitalismo de Estado, el período de transición, los sindicatos y el partido. Manteniendo el riguroso método marxista de la Izquierda italiana, fue también capaz de integrar algunas de las mejores contribuciones de la Izquierda germano-holandesa en su bagaje programático.
Mientras que las Izquierdas alemana y holandesa básicamente fueron incapaces de hacer un verdadero trabajo de fracción, los camaradas de la Izquierda italiana, no sólo consiguieron no ser expulsados de la Internacional comunista a las primeras de cambio, sino que se las apañaron para llevar una lucha heroica contra el oportunismo y el estalinismo en condiciones muy difíciles de trabajo en la ilegalidad en Italia y de creciente disciplina militar en la Internacional comunista.
Hasta antes del estallido de la Segunda Guerra mundial, Bilan se distinguió por su claridad sobre la comprensión de la relación de fuerza entre las clases, sobre el curso histórico a la guerra – y el grupo estuvo armado para rechazar el antifascismo incluso al precio de un terrible aislamiento. Su rechazo a apoyar a la burguesía democrática fue la condición para permanecer fieles al internacionalismo proletario en la Guerra de España y en la Segunda Guerra mundial. Esto resalta en claro contraste con los trotskistas, que durante los años 30 abogaron por el entrismo en los partidos socialdemócratas como medio para luchar contra el ascenso del fascismo, y que ante el estallido de la guerra en España vieron el momento de una nueva oleada revolucionaria de luchas. Contrariamente a la actitud oportunista e inmediatista de Trotski y sus seguidores, Bilan ofreció una claridad histórico-política que sirvió como punto de referencia para los internacionalistas no solo de entonces, sino también para los grupos políticos que surgieron a finales de la contrarrevolución a partir de 1968.
Después de haber recordado los dos casos más importantes de degeneración de partidos proletarios y la reacción del proletariado contra ella creando “anticuerpos”, o sea las fracciones, ahora queremos recordar algunos elementos de su lucha.
Bilan definió así la función y las condiciones de formación de una fracción:
“La fracción, como el partido, se genera por la situación de la lucha de clases y no por la voluntad de las individualidades. Aparece como una necesidad cuando el partido refleja la ideología burguesa sin llegar a expresarla aún, y su posición en el mecanismo de las clases significa ya un ganglio del sistema de dominación burguesa. Vive y se desarrolla con el desarrollo del oportunismo para convertirse en el único lugar histórico donde el proletariado se organiza en clase.
“Al contrario, la fracción surge como necesidad histórica para mantener una perspectiva para la clase y como tendencia orientada a la elaboración de datos cuya ausencia, producto de la inmadurez del proletariado, permite el triunfo del adversario. En la IIª Internacional, la génesis de las fraccione se encuentra en la reacción a la tendencia del reformismo de incorporar gradualmente al proletariado en el aparato de Estado del capitalismo.
“La fracción crece, se delimita, se desarrolla en el seno de la IIª internacional paralelamente al curso del oportunismo y a la elaboración de los datos programáticos nuevos, mientras que esta última intenta aprisionarla en los partidos de masa corrompidos con el fin de romper su trabajo histórico. En la IIIª Internacional, la maniobra envolvente del capitalismo se desarrolla en torno a Rusia, y el centrismo intentará hacer converger los PC hacia la preservación de los intereses económicos del Estado proletario dándoles una función de desviar las luchas de clase en cada país...» (Bilan nº 17, abril 1935).
Por supuesto una fracción siempre puede constituirse como tal. El momento de su fundación no puede decidirlo la mayoría de la organización o los órganos centrales, sino que depende de lo que decidan los militantes implicados.
Sin embargo, la formación de una fracción tiene que seguir un método.
Por eso, no es suficiente proclamar tan fuerte como sea posible que una organización está degenerando en cuanto comienza un debate con posiciones fuertemente antagonistas. Avanzar el concepto de degeneración no puede ser nunca un insulto, sino que es una apreciación política que tiene que probarse de forma materialista.
Como insistió Bilan, la formación de una fracción se hace necesaria cuando hay que hacer lo que sea posible para prevenir que una organización caiga en manos de la clase enemiga. La constatación de una degeneración implica por tanto emprender una lucha larga y tenaz; requiere aceptar trabajar para el futuro, rechazando cualquier posición precipitada; así que es totalmente opuesto a la impaciencia, y una apreciación semejante no puede basarse nunca en una sensación pasajera, o en un mal momento, en pocas palabras, la acusación de que una organización está degenerando no puede plantearse sin rigor, sino que tiene que basarse en un análisis materialista.
Por ejemplo la delegación del KAPD en el congreso de Moscú de la Internacional comunista en 1921 calificó al Partido bolchevique y al Internacional comunista como un cuerpo en degeneración que estaba siendo absorbido por la burguesía. En ese momento el diagnóstico era prematuro. Como mostramos en nuestra serie de artículos sobre la revolución alemana (Revista internacional nº 81 a 99), al establecer tal diagnóstico, el KAPD cometió un error capital, con la consecuencia de que fue incapaz de implicarse en una verdadera lucha como fracción en el interior de la Internacional comunista.
Una fracción solo puede formarse después de un largo debate, una intensa lucha en el seno de la organización, donde las divergencias no están limitadas a uno o dos puntos, sino que implican una orientación totalmente diferente – donde una parte se mueve hacia el abandono de las posiciones de clase y la otra parte se opone a esto.
Solo cuando ha tenido lugar esta larga lucha, cuando todos los pasos previos se han mostrado insuficientes para prevenir que la organización avance hacia la degeneración, la fracción es una necesidad imperativa. En esos casos, cuando una organización está desbarrando hacia posiciones burguesas, sería entonces irresponsable no formar una fracción.
Una fracción siempre se caracteriza por su defensa del programa, su lealtad a las posiciones de clase que una parte de la organización pone en cuestión. En oposición a las tentaciones oportunistas inmediatistas en la organización de abandonar el programa en nombre de concesiones a la ideología burguesa, la fracción lleva una lucha teórico-política-programática que le conduce al establecimiento de una serie de contraposiciones que son parte de un marco teórico más amplio.
Así, las corrientes de izquierda que se opusieron a las tendencias oportunistas ante la Primera Guerra mundial, nunca se limitaron a una mera defensa del programa, sino que destacaron las raíces histórico-políticas más profundas de las cuestiones que estaban en el candelero y ofrecieron un marco teórico-programático para entender la nueva situación. En este sentido, la fracción es más que la lealtad al viejo programa, una fracción ofrece sobre todo un nuevo marco teórico para comprender las nuevas condiciones históricas, puesto que el marxismo no es, de ninguna manera, “invariante”, sino que siempre ofrece un análisis capaz de integrar nuevos elementos de una situación.
“Esto tiene que servir para demostrar que la fracción no puede vivir, formar cuadros, representar realmente los intereses finales del proletariado, más que a condición de manifestarse como una fase superior del análisis marxista de las situaciones, de la percepción de las fuerzas sociales que actúan en el seno del capitalismo, de las posiciones proletarias sobre los problemas de la revolución, y no como un organismo que toma como fundamento los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista – que no podían contener una respuesta a situaciones que no estaban maduras...” (Bilan, idem).
Sin la crítica del oportunismo antes de la Primera Guerra mundial, sin el trabajo teórico analítico de los internacionalistas durante la guerra, los revolucionarios nunca hubieran podido comprender la nueva situación. Por ejemplo, el Folleto de Junius de Rosa Luxemburg, o el Imperialismo fase superior del capitalismo de Lenin, o El Imperialismo y las tareas del proletariado, de Pannekoek, fueron contribuciones teóricas vitales hechas durante ese período.
Y cuando la Internacional comunista empezó a embarcarse en una deriva oportunista tras 1920, propagando de nuevo los viejos métoidos de lucha, las fracciones de izquierda demostraron que las nuevas condiciones del capitalismo no permitían una vuelta al pasado. Eran las únicas que habían empezado a comprender las implicaciones de la nueva época (si bien es cierto que de una forma todavía parcial, fragmentada y muy confusa).
El mecanismo de defensa que representa la fracción está siempre determinado por tanto por la necesidad de entender una nueva situación histórica. Una fracción está obligada a presentar una nueva coherencia teórica llevando a la organización a un mayor nivel de comprensión.
“Se afirma como organismo progresivo fijándose el objetivo central de impulsar el movimiento comunista a un estadio superior de su evolución doctrinal, aportando su propia contribución a la solución internacional de los nuevos problemas planteados por las experiencias de la revolución rusa y del período de declive del capitalismo” (Bilan nº 41, Mayo 1937).
Puesto que la lucha de una fracción no se limita nunca a oponer una posición alternativa sobre un simple asunto, sino que tienen que acompañarse de un marco más amplio, Bilan destacaba respecto a Trotski, que quería actuar principalmente como “corriente de oposición” al ascenso del estalinismo, que Trotski nunca comprendió realmente el reto al que tenían que enfrentarse los revolucionarios:
“a Trotski se debe haber ahogado la posible formación de una fracción homogénea en Rusia, al haberla separado de la base mundial en la que se movía, al haber impedido el trabajo de formación de fracciones en los diferentes países, proclamando la necesidad de grupos de oposición llamados a reenderezar los PC. Con esto, reducía una lucha gigantesca de los núcleos marxistas contra el bloque de fuerzas capitalistas que había incorporado al Estado proletario, al centrismo, a la conservación de sus intereses, en una simple lucha de presión para impedir una industrialización desproporcionada y efectuada bajo la bandera del socialismo en un solo país, y los errores de los PC que llevarían a la derrota” (Bilan nº 17, 1935).
Ni que decir tiene que enriquecer el marxismo, estando obligados a profundizar las cuestiones en el candelero, no puede hacerse en una “escaramuza”. En el mismo sentido que la construcción de la organización no puede ser el intento impaciente de levantar un castillo de naipes, sino que requiere los esfuerzos más perseverantes, combatir los peligros del inmediatismo, la impaciencia, el individualismo, etc., una fracción tiene que rechazar cualquier precipitación.
Una degeneración es siempre un proceso largo. Una organización nunca se colapsa de repente, sino que pasa a través de una fase de agonía. No es como un combate de boxeo, que termina a los 15 asaltos, sino una lucha a vida o muerte, que termina con el triunfo de una parte sobre otra, porque las dos posiciones son incompatibles. Una parte, la parte oportunista en degeneración, se mueve hacia las posiciones burguesas y la traición, mientras que la otra defiende el internacionalismo. En esta lucha se desarrolla una relación de fuerzas, que en el caso de que triunfe la degeneración y traición, significa que toda vida proletaria ha desaparecido del partido.
En el caso del SPD y otros partidos en degeneración de la IIª Internacional, este proceso duró aproximadamente doce años.
Pero incluso cuando la dirección del SPD traicionó el internacionalismo proletario en Agosto 1914, los internacionalistas no desertaron, sino que lucharon por el partido durante 3 años, antes de que desapareciera toda vida proletaria del SPD y el partido se perdiera definitivamente para el proletariado.
La degeneración de la Internacional comunista duró alrededor de media docena de años – con una intensa resistencia desde dentro. Este proceso duró en sus afiliados, los PC, varios años, dependiendo de la capacidad de los diferentes partidos de oponerse a la dominación del partido ruso, que a su vez estaba en función del peso de las tendencias de izquierda comunista en cada partido.
Los comunistas de izquierda italianos, que fueron los defensores más consecuentes e incondicionales de la organización, combatieron hasta 1926, antes de ser expulsados de la Internacional comunista. El mismo Trotski no fue expulsado hasta 1927 del Comité del Partido y deportado a Siberia en 1928.
Contrariamente a cualquier tipo de impaciencia pequeño burguesa, y subestimación de la necesidad de la organización revolucionaria, la Fracción siempre se planteó una lucha a largo plazo.
Respecto a esta cuestión, los espartaquistas durante la Iª Guerra mundial fueron un punto de referencia para el trabajo de la Fracción italiana durante los años 20.
La historia ha mostrado que los que abandonan la lucha por la defensa de la organización demasiado pronto, están abocados al desastre.
Por ejemplo, los internacionalistas en torno a Borchert y el periódico Lichstrahlen de Hamburgo, y Otto Rühle de Dresde, en Alemania, decidieron rápidamente el abandono del SPD, y terminaron adoptando posiciones consejistas, y rechazando la necesidad de los partidos políticos al final de la guerra, en medio de la oleada revolucionaria de luchas.
El KPD estaba dividido en torno a cuestiones esenciales como la actitud frente a las elecciones parlamentarias y el trabajo en los sindicatos, y su dirección, a cargo de Paul Levi, expulsó a la mayoría de la organización, empujándola a formar el KAPD en abril de 1920. En vez de llevar a cabo un intenso debate en las filas del KPD que permitiera esclarecer esas cuestiones básicas, a lo que se asistió fue a una asfixia del debate mediante métodos monolíticos. El KPD fue a la escisión a los 10 meses de vida. La Internacional comunista expulsó al KAPD tras un ultimátum en 1921, no permitiendo que se constituyera como fracción en el seno de la IC.
Y fue una verdadera tragedia de la historia que la corriente del KAPD, que había sido expulsada del KPD y de la Internacional comunista, se viera inmediatamente afectada por el virus de la escisión, porque en cuanto que aparecieron profundas divergencias en sus filas, en un contexto de retroceso de la lucha de clases, el partido se escindió en dos partes: las tendencias de Essen y Berlín (1922).
La defensa del programa por tanto, no puede separarse de una lucha larga y tenaz por la defensa de la organización.
Crear una nueva organización antes que la lucha por la defensa de la organización haya concluido en una victoria o derrota, significa desertar, o encaminarse a un fiasco.
Abandonar la lucha como fracción para precipitarse a la formación de una nueva organización, contiene el riesgo de construir una organización que está congénitamente abocada a la autodestrucción con el riesgo de verse ahogada por el oportunismo y el inmediatismo.
La aventura a la que se lanzó el KAPD en 1921 de crear una Internacional comunista obrera fue un fracaso.
Y cuando la Izquierda italiana, que había sido capaz de defender la tradición del trabajo de fracción contra las tendencias oportunistas e inmediatistas de los miembros de la fracción sobre la guerra de España en 1937, y contra las teorías de Vercesi, votó en 1943 a favor de la formación precipitada y sin principios del PCI, se embarcó en una vía peligrosa – que llevaba los gérmenes del oportunismo.
Finalmente, como hemos visto, el proceso de degeneración nunca se limita a un país, sino que es un proceso internacionalista. Como la historia ha mostrado, aparecen voces diferentes que presentan un cuadro muy heterogéneo, pero que se oponen todas a las tendencias oportunistas y de degeneración.
Al mismo tiempo, la lucha de una fracción tiene que ser internacional y no puede limitarse a los confines de un país, como muestran los ejemplos de la 2ª y la 3ª Internacional.
Como se ha mencionado antes, las diferentes fracciones de izquierda en la IIª Internacional no se reagruparon para trabajar de forma centralizada, y desafortunadamente, las fracciones de izquierda que fueron explusadas de la Internacional comunista también fueron incapaces de trabajar de forma centralizada.
Mientras que en las organizaciones burguesas es una práctica común organizar reuniones secretas para elaborar intrigas y tramar complots, en las organizaciones proletarias es un principio elemental prohibir las reuniones secretas. Los miembros de una minoría o de una fracción tienen que reunirse a las claras, para que cualquier militante de la organización pueda asistir a sus reuniones.
La lucha contra las organizaciones paralelas y secretas fue un combate central de la Primera Internacional, que descubrió la Alianza secreta de Bakunin que operaba en sus filas.
No es casualidad que Bordiga insistiera en estas cuestiones: “tengo que decir claramente que esta reacción sana, útil y necesaria, no puede y no debe presentarse como una maniobra o una intriga, bajo la forma de murmuraciones que se difunden en los pasillos” (Bordiga, VI plenario de la IC, febrero-marzo 1926).
Entraremos más en esta cuestión en la segunda parte de este artículo, cuando planteemos la necesidad de proteger a la fracción de los ataques de la dirección en degeneración, que como en el caso del SPD, estaba dispuesta a mandar a Liebnechkt a las trincheras para así exponerlo a la muerte, ni en denunciar las voces internacionalistas en sus filas; o como en el caso del partido bolchevique estalinizado, el cual silenció a los miembros del partido por medios represivos.
D.A.
[1] Periódico publicado por la Izquierda comunista de Francia, antepasado político de la CCI, al final de la Segunda Guerra mundial. Ver nuestros folletos La Izquierda comunista de Italia y La Izquierda comunista de Francia
[2] Rosa Luxemburg (1870-1919) una de las figuras más preclaras del movimiento obrero internacional. De origen polaco se fue a vivir a Alemania para militar en el Partido socialdemócrata (militando también en la Socialdemocracia polaca) en el cual se hizo rápidamente notar como una de las principales teóricas del SPD antes de llegar a ser una dirigente de la Izquierda de ese partido. Estuvo encarcelada durante la mayor parte de la guerra mundial por sus actividades internacionalistas, siendo liberada por la Revolución alemana en noviembre de 1918. Participó activamente en la fundación del KPD (el Partido comunista de Alemania, cuyo programa redactó) a finales de ese año antes de que, dos semanas después, fuera asesinada por los “cuerpos francos” sicarios del gobierno dirigido por sus antiguos “camaradas” del SPD, partido que se había vuelto el mejor defensor del orden capitalista.
[3] Eduard Bernstein (1850-1932), colaborador de Engels hasta la muerte de éste en 1895, empezó a publicar a partir de 1896 una serie de artículos llamando a una “revisión” del marxismo que hicieron de él el principal “teórico” de la corriente oportunista en el SPD
[4] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[5] August Bebel (1840-1913), uno de los principales fundadores y dirigentes de la Socialdemocracia alemana y de la IIª Internacional. Hasta su fallecimiento fue una figura de proa de esas dos organizaciones
[6] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[7] Clara Zetkin (1857-1933), miembro del SPD dentro del cual ella se situaba a la izquierda junto a su amiga Rosa Luxemburg. Espartaquista durante la guerra, es una de los fundadores del Partido comunista de Alemania (KPD).
[8] Franz Mehring (1846-1919), uno de los líderes y teóricos del ala izquierda de la Socialdemocracia alemana. Espartaquista durante la guerra y fundador con Rosa, Liebknecht y otros, del KPD
[9] Julian Marchlewski (1866-1925), dirigente de la SDKPiL junto a Luxemburg y Jogiches. Militante también en Alemania, participó ahí activamente en la batalla contra la guerra así como en la primera andadura de la Internacional comunista[9]
[10] Léase nuestro folleto sobre la Izquierda germano-holandesa, (en inglés o francés). «La lucha contra el sectarismo en el SDP se planteó desde el principio. En mayo de 1909, Mannoury, uno de los líderes del partido y conocido matemático, declaró que el SPD era el único partido socialista, puesto que el SDAP se había convertido en un partido burgués. Görter, que era de los que más amargamente había luchado contra Toelstra, se opuso vigorosamente a esa concepción. Desde la minoría al principio, mostró que aunque el revisionismo lo llevara hacia el terreno burgués, el SDAP era un partido oportunista en el campo del proletariado. Esta posición tenía implicaciones directas a nivel de la agitación y la propaganda en la clase. Era posible de hecho luchar junto al SDAP mientras éste defendiera posiciones de clase, sin hacerle la mínima concesión teórica» (La gauche hollandaise, p. 34).
[11] La cita siguiente la hemos extraído de “La izquierda comunista y la continuidad del marxismo”, un artículo nuestro publicado en Tribuna proletaria en Rusia, y en Internet (ver nuestro sitio) en versión inglesa.
[12] Amadeo Bordiga (1889-1970) se adhirió al Partido socialista italiano (PSI) en 1910, situándose en la extrema izquierda. Militante incondicional contra la guerra y el reformismo, se volvió antiparlamentario, participando en la formación de una “fracción socialista intransigente” del PSI en 1917. Fue elegido para la dirección de la nueva sección italiana de la Internacional comunista tras la escisión con el PSI en 1921. Se le excluyó del PCI en 1930, se mantuvo al margen de las organizaciones hasta 1949 cuando se unió al Partido comunista internacionalista. Tras la escisión de 1952, participó en la formación del Partido comunista internacional, siendo en él su principal teórico hasta su muerte
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/invasion_afganistan.pdf
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/231/revueltas-populares-en-argentina-solo-la-afirmacion-del-proletariad
[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197806/944/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase
[4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197810/2134/resolucion-sobre-el-terror-el-terrorismo-y-la-violencia-de-clase
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3254/xiv-congreso-internacional-informe-sobre-tensiones-imperialistas
[6] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201112/3284/polemica-con-el-bipr-la-guerra-en-afganistan-estrategia-o-benefici
[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion
[8] https://es.internationalism.org/cci/200606/974/la-situacion-despues-de-la-segunda-guerra-mundial
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1167/xiii-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internaciona
[10] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[11] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario
[12] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/afghanistan
[13] https://es.internationalism.org/en/tag/noticias-y-actualidad/911
[14] https://es.internationalism.org/en/tag/3/47/guerra
[15] https://es.internationalism.org/en/tag/cuestiones-teoricas/terrorismo
[16] https://es.internationalism.org/en/tag/3/46/economia
[17] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/norteamerica
[18] https://es.internationalism.org/en/tag/21/374/polemica-en-el-medio-politico-sobre-la-guerra
[19] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr
[20] https://es.internationalism.org/en/tag/21/514/las-fracciones-de-izquierda
[21] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista