Enviado por Accion Proletaria el
Como hemos señalado en nuestra prensa, el regreso de Trump, ese fanfarrón rencoroso, impulsado a la presidencia por la ola populista, ha representado un grave fracaso político para las facciones burguesas que, desde la implosión del bloque soviético y la lenta desintegración del bloque occidental, intentaban con gran dificultad mantener una defensa coherente de las necesidades del capital nacional estadounidense, tanto en su política interior como en la exterior. Trump 2 refleja una considerable pérdida de control político de la burguesía de la primera potencia mundial. En el plano externo, ocho meses después de su llegada al poder, ha trastocado profundamente la política exterior de Estados Unidos, cuestionando las alianzas históricas, así como la globalización de la economía y las instituciones como herramientas para su gestión. Desprecia con desdén el derecho internacional, los acuerdos firmados y los órganos de concertación internacional (como la ONU) para afirmar brutalmente que solo su voluntad, basada en el poderío militar estadounidense, tiene un peso decisivo. En el plano interno, a diferencia de su primer mandato, en el que la presencia de una serie de generales en puestos clave de la administración y la actuación de los servicios secretos lograron mitigar el impacto de sus decisiones, esta vez eligió a los miembros de su administración y a los directores de las principales agencias de seguridad basándose en un único criterio: la lealtad hacia él. Desde entonces, ya nadie modera la brutalidad de sus ataques contra el «Estado profundo» mediante el despido de decenas de miles de funcionarios o el cierre de agencias federales y sus ataques contra las «élites políticas» demócratas. Dado que la agresiva política de Trump no duda en socavar las instituciones políticas y judiciales del Estado democrático burgués, las herramientas más sofisticadas para asegurar el dominio de la clase dominante, que hasta entonces habían logrado más o menos contener y limitar la violencia entre facciones burguesas rivales, alimenta rápidamente las tensiones internas y amenaza con hacerlas estallar abiertamente. Para la burguesía, equivale a pegarse un tiro en el pie. Ilustremos esto con algunos ejemplos recientes.
Al manipular las cifras de inseguridad en algunas regiones de Estados Unidos o al explotar la confusión causada por las redadas de migrantes ilegales por parte de su policía antiinmigración (ICE), Trump, el supuesto «apóstol de la paz», se comporta como un pirómano en su propio país, alimentando cada vez más el caos y las tensiones entre las facciones de la burguesía. Así, tras el despliegue de la Guardia Nacional (que también incluía a los marines) para restaurar «la ley y el orden» en Los Ángeles (California) en junio, en Washington D. C. en agosto y en Memphis en septiembre, ahora amenaza con enviar a la «Guardia Nacional» a Chicago y, a largo plazo, a estados como Nueva York, California, Oregón, etc. Es decir, a territorios gobernados por los demócratas para imponer su ley y denigrar a los demócratas considerados «irresponsables». Así, continuando con su desafío abierto al poder judicial de la propia democracia burguesa, ha traído a Chicago a 500 miembros de la Guardia Nacional de Texas y, además, exige el encarcelamiento del gobernador de Illinois y del alcalde de Chicago, que protestaron contra la «invasión de Trump», manifestando así una ruptura con el llamado Estado de derecho de la democracia burguesa, que hasta ahora había mantenido la apariencia de cohesión social esencial para el funcionamiento del capital nacional.
Este rencor obsesivo de la administración Trump 2, muy presente desde el principio, se ha intensificado en los últimos meses con la orden dada al Ministerio de Justicia de «investigar, perturbar y desmantelar» los grupos y las fuentes de financiación de sus oponentes políticos, acusados de fomentar la violencia política y el «terrorismo interno». Este deseo de venganza y eliminación de sus oponentes se vio legitimado por el asesinato de Charlie Kirk, militante cristiano y miembro de MAGA, el 21 de septiembre. Durante el homenaje celebrado en un estadio de Phoenix, Arizona, Trump, ante miles de seguidores instalados en un escenario adornado con imágenes y símbolos políticos y cristianos, declaró: «Detesto a mis adversarios y no les deseo ningún bien». El día anterior ya había exigido a su Ministerio de Justicia que persiguiera a sus enemigos políticos, entre ellos el senador de California Adam Schiff, el exdirector del FBI James Comey y la fiscal general de Nueva York Letitia James[1]. Una repugnante puesta en escena que expresa el nivel de irracionalidad de la política estadounidense actual.
Otro ejemplo se sumó el pasado 30 de septiembre con motivo de la reunión, convocada de improviso por la administración Trump, de 800 mandos militares, entre ellos generales y almirantes, convocados urgentemente desde todo el mundo a una base de los marines en Virginia para una reunión de máxima importancia. Atónitos, tuvieron que escuchar un discurso surrealista del secretario de Defensa, el antiguo presentador de televisión Pete Hegseth, que les exigió que cumplieran con el «estándar masculino más alto» y que, por lo tanto, «deberían evitar estar gordos, tener barbas largas y cabellos revueltos»... Inmediatamente después, Trump los incitó a combatir al «enemigo interno», identificado por primera vez con los inmigrantes ilegales, pero sobre todo con aquellos a los que él llama «demócratas radicales de izquierda» (y no solo se refiere al Partido Demócrata, sino también a magnates como George Soros o Reid Hoffman que los financian), a quienes acusa de fomentar la inseguridad. Esta declaración está en continuidad con su reciente amenaza de invocar la «ley de insurrección»[2] para desplegar al ejército si los tribunales federales le impiden utilizar la Guardia Nacional. Concluyó su discurso criticando su reticencia a aplaudirlo y amenazándolos: «Si no les gusta lo que digo, pueden irse. Por supuesto, será el fin de su carrera. Será el fin de su futuro». Esta amenaza fue precedida por varios despidos de oficiales militares de alto rango que se atrevieron a enfrentarse a él (el jefe del Estado Mayor Conjunto, el director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y el director de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), entre otros). En lugar de un discurso sobre las orientaciones futuras de la política imperialista estadounidense, estos oficiales generales fueron humillados por el clan Trump, un acontecimiento cuyas consecuencias son imprevisibles, ya que el ejército es, evidentemente, una estructura muy poderosa dentro del Estado.
Este comportamiento, más allá de su irresponsabilidad, es una manifestación flagrante de la putrefacción de la burguesía y de la tendencia mundial a perder el control de su juego político, que también se observa en muchos países europeos y asiáticos (desde Francia hasta Corea, por ejemplo). La gravedad de esta pérdida de control para la burguesía se ve subrayada por el hecho de que afecta a los países fundadores del capitalismo, y en particular aquí a la primera potencia mundial, una señal clara de la aceleración de su descomposición. Esto es el resultado del callejón sin salida en el que se encuentra el modo de producción capitalista. El populismo, con sus políticas incoherentes, nihilistas e irracionales, desestabiliza no solo la política exterior de los Estados, sino también el aparato político de la llamada democracia burguesa, basado en el sistema de control y equilibrio de poderes, que permitía la búsqueda de acuerdos entre las diferentes facciones de la burguesía. Esta situación, alimentada por una huida hacia adelante en la lógica del «cada uno para sí», amenaza cada vez más claramente con provocar enfrentamientos muy violentos entre estas últimas.
Sin embargo, la burguesía, aunque afectada por una situación de crisis, no duda en utilizar las expresiones de la putrefacción de su sistema contra la clase obrera. En este sentido, esta última debe evitar a toda costa dejarse arrastrar a conflictos entre facciones burguesas que no tienen nada que ver con sus propios intereses. Los demócratas, los sindicatos y los grupos de extrema izquierda de la burguesía intentan por todos los medios arrastrarla a movimientos en defensa de la democracia, de la «legalidad democrática» en relación con los inmigrantes y contra el populismo «autoritario» del «rey» Trump. Así ocurrió de nuevo el 18 de octubre con las manifestaciones «No kings», organizadas masivamente en todas las entidades de Estados Unidos: «Estos conflictos amenazan con arrastrar a la población en su conjunto y representan un peligro extremo para la clase obrera, sus esfuerzos por defender sus intereses de clase y forjar su unidad contra todas las divisiones que le inflige la desintegración de la sociedad burguesa. Las recientes manifestaciones «Hands Off» organizadas por el ala izquierda del Partido Demócrata son un claro ejemplo de este peligro, ya que han logrado canalizar a ciertos sectores y reivindicaciones de la clase obrera en una defensa global de la democracia contra la dictadura de Trump y sus secuaces»[3].
Corresponde al proletariado preservar su independencia como clase y no enrolarse en ninguna de las facciones de la burguesía, que siempre tendrá una excusa para intentar reclutarlo en su beneficio. El «villano» de esta película no es Trump, sino el capitalismo, que se pudre hasta sus raíces y ya no tiene ningún futuro que ofrecer, sino que amenaza la propia existencia de la sociedad humana. Más concretamente, el proletariado debe rechazar el terreno de la defensa de la democracia contra una supuesta dictadura fascista. El terreno de lucha de los trabajadores reside en la defensa de sus propios intereses como clase explotada y revolucionaria, como han demostrado los trabajadores desde 2022 en varios países del mundo y en 2024 en los propios Estados Unidos (por ejemplo, con la huelga de los estibadores en unos cuarenta puertos de las costas del este y del sur). Este es el único espacio político en el que se puede vislumbrar una perspectiva contra la locura del capitalismo.
EK, 20-octubre-2025






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